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Bernd Hausberger

Paisanos, soldados y bandidos:


la guerra entre los vicuñas y los vascongados
en Potosí (1622-1625)

La producción de plata en el Cerro Rico de Potosí, desde la organiza-


ción que el virrey Francisco de Toledo le había dado a principios de
los años setenta del siglo XVI, pasó por un auge sin precedentes y la
Villa Imperial se convirtió en la ciudad de mayor riqueza en la Améri-
ca española. Pero en los años veinte del siglo XVII la minería potosina
daba muestra de inequívocos síntomas de agotamiento. Se registró una
baja de los volúmenes de producción, una disminución del número de
los indios reclutados para el trabajo forzado a través de la mita, la
mano de obra más barata, y al parecer una reducción sensible de la
rentabilidad.1 Por consiguiente, entre los empresarios españoles se
intensificó la rivalidad por el control sobre la magnitud decreciente de
la plata y sobre las cuotas de mitayos que cada empresario podía dis-
poner. Para complicar aún más la situación llegó a Potosí, en agosto
de 1618, el contador general de Lima, Alonso Martínez Pastrana, co-
mo visitador general de las reales cajas (Crespo R. 31975: 63). Su
encargo consistía en acabar con los abusos en el cobro de los diferen-
tes ramos fiscales y aumentar de esta suerte los ingresos de la Corona,
en el momento en que la hegemonía española en Europa se veía desa-
fiada por enemigos cada vez más potentes. Lógicamente, cualquier
aumento de los ingresos fiscales debía ser a costa de los intereses loca-
les. En la ciudad de México, esfuerzos similares llevaron a una insu-
rrección y al derrocamiento del virrey marqués de Gelves en enero de
1624. En Potosí, las actividades del visitador irritaron la vida pública
durante los cinco años de su presencia.2

1 Bakewell (1975: 93-95; 1984: 105-106); Cole (1985: 120); González Casasnovas
(2000: 53-86).
2 Juan Gutiérrez Flores al rey, Lima, 2 de diciembre de 1627, AGI, Lima 276.
284 Bernd Hausberger

En estas circunstancias, en una madrugada de junio de 1622, el


vasco Juan de Urbieta fue encontrado muerto enfrente de la casa de un
paisano suyo, el minero Francisco de Oyanume. El tumulto provocado
por este incidente dio inicio a un episodio de violencia que suele con-
siderarse como un ataque emprendido por los castellanos al supuesto
dominio de los vascos sobre las riquezas de Potosí. Entre los descon-
tentos, en el transcurso de las luchas se perfiló el grupo de los llama-
dos “vicuñas”, los cuales debían su nombre a los sombreros hechos de
lana de vicuña que solían portar (Arzáns de Orsúa y Vela 1976
[ca. 1700], I: 332). Un siglo más tarde esta “guerra entre vicuñas y
vascongados” fue relatada como una serie de contiendas gloriosas por
el cronista Bartolomé de Arzáns, e historiadores posteriores han hecho
de los vicuñas precursores de la lucha por la emancipación de Améri-
ca, integrándolos de esta forma al panteón de los héroes de las nacio-
nes independientes latinoamericanas. Como suele ser, la realidad era
otra.

1. Los eventos
La guerra de los vicuñas contra los vascongados empezó en 1622, y
después de haber cobrado docenas de vidas, menguaría lentamente a
partir de 1625. No fue un evento singular, sino un episodio más de una
cadena de incidentes sangrientos que caracterizan la historia andina
colonial. La brutalidad entre vicuñas y vascos fue producto y parte
de una cultura de violencia que se había desarrollado en el virreina-
to del Perú durante la conquista y las sangrientas guerras civiles del
siglo XVI, cuando los españoles emprendieron una encarnizada lucha
por el control sobre el territorio andino, extremamente rico en metales
preciosos. Aunque la Corona impuso su ley formalmente a los con-
quistadores, encomenderos, inmigrantes aventureros y a los indígenas
y sus jefes étnicos, no se logró la pacificación del país (Lorandi 2002).
Por el lado de las autoridades reales persistió una desconfianza pro-
funda, una obsesión por la amenaza perpetua de un levantamiento, y
todo el tiempo se persiguieron conspiraciones, cuyos responsables se
ejecutaron rigurosamente. Por el lado de los colonizadores, la derrota
dejaba tras de sí a toda una clase de españoles con la amargura de
habérseles arrebatado el premio a su esfuerzo –o al esfuerzo de sus
padres y abuelos– en la conquista del país. Entre los frentes se movía
Paisanos, soldados y bandidos 285

la gente lista que intentaba promover su fortuna denunciando a su-


puestos traidores, insistiendo en sus méritos adquiridos y en los peli-
gros que habían corrido.
Un producto de la agitada historia del siglo XVI fue un grupo so-
cial denominado “soldados”, en reminiscencia a la sangrienta historia
de guerras, cuando la gente disgregada se alistaba en los diferentes
ejércitos. Eran españoles, en su mayoría, y algunos mestizos, mas
todos con una fuerte presunción de su origen peninsular y sus méritos
como conquistadores, con todo el código de honor heredado de la
Edad Media, pero sin o con muy pocos bienes. Vagaban por el país,
hostigaban a los indígenas y sobre todo se aglomeraban en los centros
urbanos. En Potosí figuraban también como propietarios de minas,
aunque nunca tenían parte en el beneficio del mineral monopolizado
por los llamados azogueros. Eran el tipo de gente a quienes en 1611 se
refirió el virrey marqués de Montesclaros cuando informaba de los
muchos españoles enviciados por los tesoros del Perú, que no hacían
más que soñar del oro y la plata y del servicio de los indios.3 Una rela-
ción anónima los describe así:
Y también hay pobres soberbios que ya que no pueden morder ladran, y
siempre andan con la cabeza baja mirando donde pueden hacer presa, ni
se quieren sujetar ni hay razón con ellos. A esta gente tal llaman soldados
no porque lo sean, sino porque son bien andantes de unos lugares para
otros, siempre con los naipes en las manos, por no perder ocasión de ju-
gar con cuantos topan [...]. Son grandísimos fulleros que su cuidado no
es otro más que entender en el arte de engañar. Esta gente es mucha la
que anda por el Perú. Y todos por la mayor parte son enemigos de la gen-
te rica y no desean sino novedades y alteraciones y alborotos en el Reino,
por robar en [sic] y meter en los codos en los bienes de que no pueden
alcanzar parte sino con guerra y disensiones. Es gente que no quieren ser-
vir. Todos andan bien vestidos, porque nunca les falta una negra o una
india y algunas españolas, y no de las más pobres, que los visten y dan el
sustento, porque de noche las acompañan y de día les sirven de bravos.4
Así, la vida nunca dejó de ser alborotada, tampoco en Potosí. “En
ninguna parte del mundo se ven tantas conspiraciones a las justicias”,

3 El marqués de Montesclaros al rey, Lima, 3 de abril de 1611, AGI, Lima 36,


libro 4, ff. 98r-101r.
4 Descripción (1958 [1615/20]: 69). Véanse también Guaman Poma de Ayala
(1987 [1615], II: 558-561, Ramírez del Águila (1978 [1639]: 89-90), e Historia
de huérfano, por Andrés de León, s.f. [1621], RAH, Col. Muñoz 9/4807, f. 197r.
286 Bernd Hausberger

dice un relación de 1621.5 Entre ellas se pueden destacar las conjura-


ciones del licenciado Juan Díaz Ortiz y Gonzalo Luis de Cabrera, en
1599, y la del soldado Alonso Yáñez, en 1612, que fueron reprimidas
y sus jefes terminaron ajusticiados.6
La guerra de los vicuñas contra los vascongados fue un conflicto
más de una serie de eventos similares. Inicialmente se trataba sobre
todo de tumultos, asaltos y asesinatos nocturnos. Los que lucharon en
la calle eran en su mayoría soldados, pero contaban con abiertas sim-
patías y apoyos de parte de los miembros de la élite. La situación se
radicalizó a partir de la llegada a Potosí, en junio de 1623, del nuevo
corregidor Felipe Manrique, quien intentó pacificar la ciudad con ma-
no dura, ordenando la salida de la gente sin oficio y amenazando con
la pena de muerte a todos los que no obedecieran sólo a los que dieran
hospedaje a alguno de los mencionados en su edicto.7 Esta medida
provocó el asalto a la casa del corregidor la noche del 5 de septiembre
de 1623, poco después del atardecer, que dejó cinco muertos y a Man-
rique herido por varias balas.8 Tal agresión contra el representante del
rey resultó el momento crucial de la guerra y causó, al parecer, la divi-
sión del movimiento antivasco. Algunos, sobre todo los acomodados,
vieron como demasiado peligroso el rumbo que tomaban las cosas y
poco a poco se retiraron del enfrentamiento abierto; otros, sobre todo
los soldados reunidos en el bando de los vicuñas abandonaron la cau-
tela entregándose a una temeridad cada vez más desenfrenada. Como
veremos, las autoridades lograron profundizar esta fisura con una
política bastante hábil.
Según un informe del 10 de marzo de 1624, la disputa había co-
brado hasta el momento 64 muertos, además de los heridos y los robos
en los poblados y por los caminos de la región, y esto cuando todavía

5 Historia de huérfano, por Andrés de León, s.f. [1621], RAH, Col. Muñoz 9/4807,
f. 197r.
6 La Audiencia de Charcas al rey, La Plata, 9 de junio de 1599, AGI, Charcas 17,
r. 10, n° 64; La Audiencia de la Plata al rey, La Plata, 24 de enero de 1613, AGI,
Charcas 19, r. 3, n° 47. Véase también Ramírez del Águila (1978 [1639]: 136-
138).
7 Edicto de Felipe Manrique, Potosí, 3 de agosto de 1623, ANB, VV 8; Crespo R.
(31975: 94-95).
8 Felipe Manrique al rey, Potosí, 6 de septiembre 1623, ANB, CACh, 1623,
n° 1274 (= VV 10).
Paisanos, soldados y bandidos 287

faltaba bastante para que la violencia tocara a su fin.9 Hubo hechos


espectaculares, como el asesinato de Juan de Oquendo el 2 de febrero
de 1624, en la parroquia del valle de Mataca, por una pandilla de
13 vicuñas,10 o la muerte del alguacil mayor de la Audiencia de Char-
cas, Pedro Beltrán Oyón, a manos de un grupo de hombres liderados
por Luis de Barja en octubre del mismo año. Los vicuñas sencillos, en
la última fase del conflicto, no habiendo ganado nada y no teniendo
nada que perder, pero con algo de forajidos románticos,11 desafiaron al
destino con fatalidad decidida. El 2 de noviembre de 1623 un grupo de
ellos entró en la Villa Imperial y, frente a los ojos de la justicia, tres de
los más afamados, Pedro Fernández del Castillo, Pedro Gallegos y
Pedro Alonso, en sus caballos “pasaron la carrera como si anduvieran
en fiesta” en una calle donde se solían hacer tales competencias.12 Un
poco más tarde, otro de los famosos vicuñas, Francisco de Castro, el
Galleguillo, y algunos de sus secuaces se pasearon tranquilamente por
la ciudad, resistieron a un intento de ser aprehendidos y después, en la
cima de un cerro, hicieron gala de sus caballos y armas ante los ojos
del impotente y furioso oidor Diego Muñoz de Cuéllar.13
Finalmente, la guerra se ahogó en una ola de ejecuciones. Sólo pa-
ra abril de 1625 se habían ajusticiado 40 personas (Crespo R. 31975:
227). La rigurosidad con la que ahora se empezó a tomar el asunto se
manifestó en un debate en la Audiencia de Charcas. Cuando se infor-
mó desde Potosí de la aprehensión de Luis de Barja, Jorge Manrique
de Lara aconsejó que luego de habérsele dado la posibilidad de con-
fesarse, el corregidor “sin más dilación le dé garrote dentro de la cár-
cel donde está”, y Diego Muñoz de Cuéllar fue del mismo parecer.
Sólo Juan de Loayza Calderón se pronunció en favor de un juicio for-
mal, pues “en cualquier delito, por grave que sea [...] ninguno pueda
ser condenado sin ser oído, aunque sea notorio delincuente”. Pero a
Manrique de Lara esto no le pareció más que un idealismo ingenuo:

9 Jorge Manrique de Lara al rey, La Plata, 10 de marzo de 1624, AGI, Charcas 53.
10 Diego Muñoz de Cuéllar a la Audiencia, Potosí, 4 de enero de 1624, ANB, CACh
1624, n° 1298 (= VV 60).
11 Compárese la descripción pintoresca que da Arzáns de Orsúa y Vela (1976 [ca.
1700], I: 332) de los vicuñas.
12 Diego Muñoz de Cuéllar a la Audiencia, Potosí, 3 de noviembre de 1623, ANB,
CACh 1623, n° 1292bis (= VV 40).
13 Diego Muñoz de Cuéllar a la Audiencia, Potosí, 29 de noviembre de 1623, ANB,
VV 53.
288 Bernd Hausberger

“[...] dijo que la doctrina del señor Juan es infalible cuando la tierra
está quieta y la justicia con fuerzas para hacerla, pero no en el estado
presente”.14 Y así Luis de Barja fue degollado cuatro días después
(Crespo R. 31975: 153).
Esto no significó el final de los vicuñas, quienes se dispersaron
por el territorio. Hacia finales de 1626, se presentó un tal Luis de Aya-
la Lariz confidencialmente en la casa del oidor Jorge Manrique de
Lara, “con la seguridad que se le dio respecto de la importancia del
caso, de que no se procedería contra él por una muerte de que tiene
pleito pendiente en esta real Audiencia”, para delatar a un grupo de
vicuñas perseguidos por la justicia que se había refugiado en los valles
de Cochabamba, y después “volvió llevando orden de procurar pren-
derlos o matarlos”.15 En un momento fue sorprendido durmiendo por
el fugitivo Pedro Gallegos, quien le puso la escopeta en el pecho para
pegarle unos balazos por haber aceptado la comisión de capturarlo.
Sin embargo, dejó con vida a su indefenso enemigo.16 Así, el 22 de
febrero de 1628 se cumplió el destino del rebelde proscrito:
[...] habiéndose quedado el dicho Luis de Ayala emboscado en una mon-
tañuela de matas de monte [...] se arronjó de golpe en un ranchuelo don-
de estaba sentado el dicho Pedro Gallegos y habiéndole puesto la espada
desnuda en los pechos le dijo con voz alta y acelerada: “¡date a la justi-
cia, traidor!”, y el dicho Pedro Gallegos dijo: “¡mentís!”, y entonces el
dicho Luis de Ayala le dio una estocada en los pechos de que lo atravesó
y habiéndose aferrado de su escopeta el dicho Pedro Gallegos que la te-
nía junto a sí, le acudió el dicho Luis de Ayala con otra estocada diciendo
a voces a este testigo y al dicho Moreno: “muera este traidor, ¿qué
hacéis?”, y este testigo le tiró al dicho Pedro Gallegos con una maceta de
macetear azúcar que tenía en la mano a cuyo tiempo cayó en el suelo
tendido boca abajo, diciendo: “traidores que me habéis muerto”, y el di-
cho Luis de Ayala mandó que no le llegasen y dentro de tres horas poco
más o menos espiró el susodicho.17
Pedro Sayago del Hoyo, uno de los favorecedores acomodados de los
vicuñas, que a principios de 1625 había ofrecido a las autoridades su
colaboración, en octubre del mismo año abandonó Potosí yéndose

14 Acuerdo, La Plata, 15 de enero de 1625, ANB, AChLA 7, ff. 64r-68r (= VV 75).


15 Acuerdo, La Plata, 16 de noviembre de 1626, ANB, AChLA 7, ff. 126r-126v
(= VV 87).
16 Declaración del licenciado Martín de Avendaño y Gamboa, Tiquiripaya, 23 de
febrero de 1628, ANB, VV 92, ff. 1r-1v.
17 Declaración de Diego Domínguez, Tiriqupaya, 23 de febrero de 1628, ANB,
VV 92, f. 2v.
Paisanos, soldados y bandidos 289

hasta la Villa de Riobamba, en el distrito de la Audiencia de Quito,


donde desempeñó el cargo de alguacil mayor, pero pronto le dio muer-
te el vizcaíno Nicolás de Laraspuro; y cuando éste consiguió el perdón
real, se le presentó en Quito “una cuadrilla de llamados vicuñas de los
de Potosí” con la intención de vengar al muerto.18 En 1641, en Potosí,
un visitador se proponía reinvestigar los disturbios, pero se topó con la
oposición tanto de la Audiencia como del virrey, pues no querían vol-
ver a inquietar los ánimos.19 Al año siguiente fue acuchillado uno de
los diputados del gremio de los azogueros por algunos soldados en
una peripecia “muy parecida a los disturbios pasados de los vicu-
ñas”,20 y de 1661 a 1668 en Laycacota, en Puno, ocurrió una revuelta
similar, aunque todavía más brutal (Lorandi 2002: 171-176).

2. La lucha como conflicto étnico


Ha sido costumbre considerar el conflicto entre vascongados y vicu-
ñas como una contienda étnica.21 Se relata cómo en Potosí los vascos
habían llegado a apropiarse del control político y económico, y cómo
un grupo contrario se planteó poner fin a este predominio. Los enemi-
gos de los vascongados no se pueden definir tan fácilmente por cate-
gorías étnicas, si no es por una negación, como se podría llamar al
rechazo y al odio compartido contra un grupo étnico específico. Ini-
cialmente solían ser señalados como castellanos, otros los identifica-
ban con los extremeños (Serrano Mangas 1993) y, finalmente, los más
decididos formaron la pandilla de los vicuñas, que fueron descritos
como un conglomerado tanto de criollos que se vanagloriaban de su
origen castellano aunque fueran mestizos, como de españoles de las
diferentes partes de la Corona de Castilla. En su interior había faccio-

18 Acuerdo extraordinario, La Plata, 7 de enero de 1625, ANB, AChLA 7, ff. 60v-


63r (= VV 76); Fletamento, Potosí, 10 de octubre de 1625, AHP, E. N. 63,
ff. 3775r-3776v; Antonio de Morga al rey, Quito, 20 de abril de 1631, AGI, Qui-
to, 11, r. 5, n° 108 (agradezco a Delphine Tempère por haberme dado la referen-
cia de este documento).
19 Acuerdo, La Plata, 8 de octubre de 1641, ANB, AChLA 7, ff. 413v-415v
(= VV 94).
20 Carta del gremio de azogueros de Potosí a la Audiencia, Potosí, 2 de diciembre
de 1642, ANB, Minas 125, n° 1104, ff. 140r-141v.
21 Así por ejemplo Arzáns de Orsúa y Vela (1976 [ca. 1700], I-III); Crespo R.
(31975); Mendoza L. (1953/54); Helmer (1960); Wolff (1970) o Bakewell
(1988).
290 Bernd Hausberger

nes de andaluces, extremeños y manchegos,22 y se encontraban tam-


bién portugueses y extranjeros.23
El peso de las identidades regionales entre los españoles de Potosí
a principios del siglo XVII es evidente. Uno de los primeros intentos
decididos para poner fin a la violencia entre vicuñas y vascongados
consistió en formar una compañía de 200 a 250 soldados que debían
juntarse “de diferentes reinos y provincias [...], eligiendo de cada na-
ción y reino un cabo, persona rica principal y de estimación entre los
de su patria, los cuales nombren y elijan 25 soldados”. De hecho se
acordó formar nueve destacamentos de andaluces, gallegos, extreme-
ños, manchegos, de Castilla la Vieja, vascongados, criollos, portugue-
ses y de los súbditos de la Corona de Aragón.24 Este proyecto tuvo una
corta vida, no obstante muestra la suma preocupación de mantener el
equilibrio entre los diferentes grupos celosos entre sí de gozar cual-
quier –real o supuesta– ventaja.
En este ambiente, los vascos ocupaban una posición particular. A
principios de la Edad Moderna desarrollaron una identidad étnica más
allá de las simpatías regionales o locales (Hausberger, en prensa). La
identidad vasca se fundaba sobre todo en la supuesta antigüedad de su
linaje y de su idioma, en su limpieza de sangre y en sus fueros políti-
cos, que conllevaban privilegios, entre otros la llamada “hidalguía
general”. Este discurso se puede considerar como una respuesta al
quebranto de las tradiciones que habían regido la vida hasta el mo-
mento, originado por la integración de las provincias vascas, antes un
rincón más bien aislado, a la monarquía española (es decir a un Estado
con fuertes tendencias centralizadoras y una espectacular expansión

22 Por ejemplo: Declaración del fray Ginés de Dueñas, Potosí, 9 de noviembre de


1623, ANB, CACh 1623, n° 1296d. (= VV 50).
23 “[...] todas las naciones de aquella villa (digo de los perdidos de ellas) se han
conmovido contra ellos [= los vascongados] con título de castellanos, siendo ara-
goneses, valencianos, catalanes, portugueses, extremeños, manchegos, andaluces,
flamencos, franceses, italianos y de todas las naciones del mundo que todos ca-
ben en esta triste villa”; Relación segunda [...], Potosí, 1 de marzo de 1624, AGI,
Charcas 53. Y Arzáns de Orsúa y Vela (1976 [ca. 1700], I: 332) salomónicamen-
te cuenta al respecto: “[...] acordaron de que todos se llamasen castellanos aunque
eran de diferentes naciones”.
24 Acuerdo de Felipe Manrique, corregidor, Fernando de Loma Portocarrero y Die-
go de Ayala Carvajal, alcaldes ordinarios, Bartolomé Astete de Ulloa y José Sáez
de Elorduy, jueces oficiales de la Real Hacienda, Potosí, 7 de septiembre de
1623, ANB, CACh 1623, n° 1265 (= VV 11), ff. 1r-4v.
Paisanos, soldados y bandidos 291

imperial) y por el ascenso de un idioma oficial, el castellano. Pero


sobre todo fue una reacción a la dinamizada movilidad de los hombres
y a la diáspora de los vascos por todo el Imperio. En la emigración, la
etnicidad adquiría un fuerte valor funcional. En el mundo rígidamente
jerarquizado del Antiguo Régimen, los vascos podían instrumentalizar
la limpieza de su sangre y su hidalguía en contra de posibles competi-
dores (Caro Baroja 1972: 60; Azurmendi 2000: 17-85). Todavía más
importante parece que la etnización los dotó de un instrumento para
construir redes de solidaridad y clientelismo y conquistar poder me-
diante las relaciones de paisanaje. Pero como se ha observado, fue
sólo fuera de la patria donde “es mucho de notar lo que se honran,
aman y ayudan, y esto sin otra ni más conocencia, salvo de ser compa-
triotas de la lengua vascongada” (Poza 1959 [1587]: 44r). En su tierra
de origen, donde todos eran vascos, tal relación era impracticable. Sus
enemigos en Potosí resumían la situación aderezada con una mezcla
de prejuicio, exageración y envidia:
[...] los vizcaínos son pocos, gente unida, y que se ayudan los unos a los
otros así con sus personas, en sus pendencias como con sus haciendas en
cualquier pleito que importe a cualquiera de su nación, tanto que parece
sino que todos por uno y uno por todos tienen hecha conjuración y repú-
blica de por sí. Por el contrario los castellanos han sido gente poco soco-
rrida, desperdigada y que cada uno ha tirado por su parte, ateniendo el
que tiene algo guardarlo.25
Los valores que alimentaban la solidaridad étnica, junto con las expe-
riencias y las capacidades profesionales, formaron los recursos socia-
les que los vascos llevaron consigo a las diferentes partes del Imperio
español y sobre los cuales basaron sus éxitos. Pronto hubo importantes
colonias vascas en todos los centros del Imperio, desde Madrid, Sevi-
lla y Cádiz hasta México, Lima y Potosí. Especialmente debe recalcar-
se que había entre los vascos “una especie de burguesía burocrática”
(Caro Baroja 1972: 57) y de esta forma desempeñaron un papel des-
proporcionado en la vida pública de los territorios de la Corona de
Castilla. Entre los escribanos, por ejemplo, que James Lockhart (1968:
276) ha identificado en el Perú del siglo XVI, casi el 14% eran vascos.
En la Villa Imperial tanto el discurso de la particularidad de los vascos
como las estrategias del paisanaje que empleaban estaban presentes

25 Relación, 23 de noviembre de 1623, AGI, Charcas 134, n° 18, f. 1v.


292 Bernd Hausberger

desde épocas muy tempranas.26 Ya en los inicios de la explotación de


las minas se distinguieron los hermanos vizcaínos Lope de Mendieta y
Juan Ortiz de Zárate (Presta 2000: 139-194). En 1589, el grupo de los
vascos se reunió en una cofradía, dedicada a la Señora de Aránzazu,
con capilla en el convento de San Agustín,27 y en 1613 un visitador
identifica a los vascos como el segmento más prestigiado de la socie-
dad potosina.28
El éxito de un grupo minoritario sospechoso de estrategias étnicas,
sin embargo, casi siempre provoca la hostilidad del resto de la pobla-
ción, que a la vez suele recurrir a argumentos étnicos. En el caso ob-
servado, este fenómeno se agravó probablemente por el hecho de que
por su buena ubicación en la administración real siempre había vas-
congados que participaban en la represión de los tumultos y motines
de los descontentos. De ahí nacían rencores, que el contador José Sáez
de Elorduy creyó ver en el origen verdadero de los ataques de los vi-
cuñas.29 Es obvio que se trata aquí de una argumentación ideologiza-
da, pues aunque el contador tenía razón en que la gente interpretaba
así la situación, él mismo reproduce uno de los mitos de la identidad
vasca temprana, aludiendo a la vieja presunción de los vascongados de
ser los vasallos más fieles del rey (aunque nunca faltaban vascos entre
los rebeldes y los amotinados). De todas formas, en Potosí se daba un
contradiscurso que arremetía contra el paisanaje de los vascos, el cual
era usado para legitimar los ataques de sus enemigos. Éstos actuaban,
como le decía un castellano a su amigo bilbaíno en un tratado dialogi-
zado de la época, “obligados de las muchas demasías que les veían
cometer y de verlos tan señores de la tierra que los castellanos tan
abatidos habían ganado en tiempos pasados”.30 Por lo tanto, finalmen-
te los vascos mismos tenían la culpa por el hostigamiento que sufrían,

26 Véase p.e.: Tratado breve de una disputa y diferencia que hubo entre dos amigos,
el uno castellano de Burgos y el otro vascongado en la villa de Potosí, reino del
Perú, Potosí, 1º de julio de 1624, BNM, Ms. 20134, 82 pp. (Se trata de una copia,
al parecer, del siglo XIX). También: Acuerdo, Potosí, 22 de abril de 1599, ANB,
CPLA 8, f. 196r.
27 Libro de la hermandad de Nuestra Señora de Aránzazu [...] desde primero de
enero de 1655, f. 1r, AHP, Iglesias y Conventos 16.
28 Relación del visitador general fray Ambrosio Maldonado al virrey marqués de
Montesclaros, s. l., 3 de agosto de 1613, BNM, Ms. 2010, f. 187r.
29 José Sáez de Elorduy al rey, Potosí, 12 de marzo de 1625, AGI, Charcas 36.
30 Tratado [...], Potosi, 1º de julio de 1624, BNM, Ms. 20134, p. 11.
Paisanos, soldados y bandidos 293

pues, si “hubierades vosotros vivido en Potosí con la modestia y com-


postura que en España, y no os hubiera venido esta persecución”.31
No obstante las fuentes que hacen alusión al poder de los vascos
en Potosí, hay que poner en duda su verdadero alcance. Los vascon-
gados nunca fueron más que una minoría bastante pequeña, según el
contador Elorduy, de entre 100 y 150 hombres, “incluyéndose [...] los
cojos, mancos y de edad”, así que no había ni la masa suficiente para
formar un bando como los vicuñas y menos para dominar una pobla-
ción que se estimaba en casi 4.000 “hombres de hábito español”.32 En
el Cabildo, según la mayoría de los observadores, la plataforma de
influencia vasca, tenían un patente peso, pero de control no se puede
hablar. Entre los alcaldes ordinarios de la época se encuentran tanto
los vascongados como sus adversarios, y otros personajes de una afi-
liación nada clara. En 1617 fueron elegidos Sancho de Madariaga y
Domingo de Verasátegui, en 1619, Martín de Bertendona, en 1620,
Juan Bautista de Ormaegui, y en 1622, Martín de Zamudio, los cuales,
al parecer, fueron vascos de origen. Pero en 1616 y 1621 figura Láza-
ro de Hernani, no obstante su apellido, adversario del grupo vascon-
gado. En 1618, Pedro Andrade de Sotomayor y en 1624, Alonso de
Santana, según vox populi favorecedores de los vicuñas.33
De todas formas, más poderosos que los alcaldes ordinarios parece
que fueron los funcionarios de la Real Hacienda. Una vez que tenían
el título real su posición estaba asegurada. Además, no les faltaban
posibilidades para usar el capital que pasaba por sus manos para sus
propios negocios.34 Disponían de los medios económicos para influir
en lo que pasaba en la ciudad según sus intereses, inclusive las elec-
ciones de los alcaldes ordinarios, en las que, según costumbre, tam-
bién tenían voto.35 Asumían el papel de banqueros, prestando dinero
del rey a los interesados y las condiciones las negociaban según el
caso. Distribuían el azogue a los mineros al fiado, un magnífico ins-

31 Ibíd., p. 27. La misma argumentación se encuentra en muchos documentos, p.e.:


Antonio de Castro del Castillo, juez vicario, al rey, Potosí, 16 de marzo de 1623.
AGI, Charcas 53.
32 José Sáez de Elorduy al rey, Potosí, 12 de marzo de 1625, AGI, Charcas 36.
33 Sobre estas elecciones, véanse sobre todo los libros capitulares en ANB, CPLA.
34 El licenciado Luis Henríquez, fiscal de la Audiencia de Lima, al rey, Lima, 27 de
abril de 1621, AGI, Lima 97.
35 Informe de Alonso Martínez Pastrana, Potosí, 8 de marzo de 1619, AGI, Charcas
36.
294 Bernd Hausberger

trumento para favorecer a unos o dañar a otros. A Juan Martínez de


Mecalaeta se le imputó que daba grandes cantidades de azogue para la
reventa, cuyo precio original nunca se pagó ni puntual ni completo. Se
rumoreaba que con las ganancias hombres como Pedro de Verasáte-
gui, Pedro de Urquizo, Juan de Duarte y Pedro de Ballesteros se com-
praron las plazas como regidores en el Cabildo, u otros como Gregorio
de Lazarraga o Martín de Bertentona financiaban un lucrativo comer-
cio de importación.36 El visitador Martínez Pastrana denunció esta
situación, y los oficiales reales, por lo tanto, no se cansaron en cues-
tionar el sentido de su visita.37 La persona más influyente durante los
eventos que aquí nos interesan fue probablemente el factor Bartolomé
Astete de Ulloa,38 que no era vasco. En total, entre los 14 funcionarios
que hubo en la caja potosina entre 1612 y 1626 figuran sólo cuatro
vascongados, el tesorero Esteban de Lartaun, de marzo de 1612 a ju-
nio de 1615, y los contadores Juan Martínez de Mecalaeta, de febrero
1612 a junio de 1615, Juan Bautista de Ormaegui, de abril de 1616 a
marzo de 1619, y José Sáez de Elorduy, a partir de marzo de 1619, el
único que estaba en función durante la guerra de los vicuñas.39 Se
percibe, por lo tanto, la presencia desproporcionada de los vascos
también en esta esfera, pero de ninguna manera es patente una posi-
ción de predominio.

3. La lucha como conflicto social


La concurrencia de cantidad de vagabundos y soldados tenía en alerta
a Potosí desde mucho antes de 1622. En 1594, por ejemplo, el Cabil-
do, alarmado por los robos y asesinatos casi cotidianos, propuso al
corregidor que expulsara a los soldados de la ciudad.40 Como “por la
mayor parte” eran “enemigos de la gente rica” (Descripción 1958
[1615/20]: 69), constituían un potencial socialmente explosivo. La

36 Relación, 23 de noviembre de 1623, AGI, Charcas 134, n° 18, ff. 6v-7r.


37 Los oficiales reales, Bartolomé Astete de Ulloa, José Sáez de Elorduy y Tomás
de Horna Alvarado al rey, Potosí, 10 de marzo de 1619 y 20 de marzo de 1620,
AGI, Charcas 36.
38 El corregidor Fernando de Saavedra Monsalve al rey, Potosí, 1 de marzo de
1630, AGI, Charcas 55.
39 Libro de acuerdos y diligencias tocantes a la Real Hacienda, 1614-1621, AHP,
C. R. 153; Libro de acuerdos y diligencias [...] que empieza a dos de enero de es-
te presente año de 1621, AHP, C. R. 193.
40 Acuerdo, Potosí, 26 de mayo de 1594, ANB, CPLA 7, ff. 287r-287v.
Paisanos, soldados y bandidos 295

rebelión de Alonso Yáñez, aunque sofocada, sirvió “para demostrar la


existencia, en los trasfondos sociales de Potosí, de un hondo anhelo de
acabar con el gobierno de los acaudalados”, como escribe Alberto
Crespo (31975: 44), interpretando este evento como un auspicio de los
acontecimientos venideros. De esta forma se podría interpretar que la
guerra entre vicuñas y vascongados fue en el fondo un conflicto entre
pobres y ricos, originado por la distribución desigual de la riqueza y
agravada por las dificultades que estaba pasando la minería.
En el contexto de la incipiente crisis minera sería lógico que los
primeros afectados fueran quienes no tenían los medios suficientes ni
los contactos políticos para contrarrestar las dificultades. Por lo tanto,
los soldados probablemente perdían cada vez más las posibilidades
materiales, de antemano reducidas, de mantener su estatus. Había sido
tradición asignarles una cuota de indios de mita, pero en 1618, por
orden superior, el virrey príncipe de Esquilache la restringió a
200 hombres.41 Argumentó que los soldados abusaban de la concesión
de mitayos alquilándolos a quienes mejor pagaran. De tal manera, en
contra de su intención original, un sistema creado para suministrar la
industria minera con mano de obra constante y barata se convirtió en
renta improductiva que aumentaba, además, los costos de producción
para los que de veras producían plata. Se podría decir que el virrey, en
vista de los problemas de productividad, obró conforme a una clara
lógica económica apostándole a las entidades de producción sólidas.
Pero podría sospecharse también de una actitud parcial en favor de los
ricos de la zona (los cuales, como se sabe, participaban plenamente en
el alquiler prohibido de los indios). Tales medidas deben haber refor-
zado rencores ya existentes y no se quedaron sin respuesta. En 1625,
en una larga relación sobre la mita de Potosí, se recomendaba dar más
mitayos a los soldados, pues “son muy importantes en el [cerro] y los
que han descubierto y descubren cada día nuevas labores ricas”.42 Las
animadversiones se entienden aún mejor considerando la denuncia
levantada contra los acaudalados de Potosí de haberse apoderado, con
el apoyo de la justicia, de las minas opulentas que habían descubierto
y empezado a trabajar gentes carentes de medios para resistir la expo-

41 El príncipe de Esquilache al rey, Lima, 27 de marzo de 1619, AGI, Lima 38:


Libro de las 69 cartas que el príncipe de Esquilache envía a Su Majestad, 1619,
f. 78r.
42 Relación de Pedro de Saravia, Potosí, 1 de julio de 1625, AGI, Charcas 53.
296 Bernd Hausberger

liación.43 Cuando más tarde se les volvieron a repartir a los soldados


500 mitayos, en contra de la expresa prohibición aún vigente de no
darles más de 200, quizás se trató de una reacción a los disturbios de
los años veinte.44 Pero en 1642 los soldados acuchillaron a un diputa-
do de los azogueros y de nuevo el conflicto se centraba en la cuestión
de la distribución de la mano de obra indígena.45
Los vicuñas, identificados por un documento provasco con la gen-
te ruin que se había reunido en Potosí,46 en su mayoría se reclutaban
entre los soldados, sobre todo después de que sus promotores en las
capas acomodadas de la sociedad empezaron a retirarse de la lucha,
convertida en asunto demasiado arriesgado a raíz del ataque a la casa
del corregidor Manrique en septiembre de 1623. Obviamente los vicu-
ñas eran gente pobre. Pedro de Gallegos sólo poseía sus armas y ropas
gastadas, cuando se le quitó la vida en enero de 1628.47 Y también el
legado de Luis de Barja, a quien se calificó como el único vicuña que
“tenía hacienda de consideración”,48 era modesto comparándolo con lo
que dejó un hombre como Pedro de Verasátegui.49
Sobre el capitán Luis Antonio de Valdivieso poseemos más deta-
lles. Era andaluz según Arzáns, extremeño según Crespo, y en 1604 su
hermano declaraba ser natural de Valladolid.50 En 1603, se fue a Nue-
va España, junto con su mujer, como uno de los setenta criados del
virrey marqués de Montesclaros.51 Probablemente siguió a su patrón a
Perú en 1607, y gracias a sus relaciones no le faltaron posibilidades
para emprender un carrera más prometedora. Así, en 1616 se encon-

43 Relación, 23 de noviembre de 1623, AGI, Charcas 134, n° 18.


44 Testimonio del presidente Juan de Lizarazu, Potosí, 22 de marzo de 1636, AGI,
Charcas 113.
45 Antonio de Verasátegui y Pedro de Ballesteros a la Real Audiencia, Potosí, 10 de
diciembre de 1642, ANB, Minas 125, n° 1108, f. 149r.
46 Relación segunda [...], Potosí, 1 de marzo de 1624, AGI, Charcas 53.
47 Inventario de los bienes de Pedro Gallegos, asiento de Tiquiripaya, 23 de febrero
de 1628, ANB, VV 92, ff. 4v-5r.
48 José Sáez de Elorduy al rey, Potosí, 12 de marzo de 1625, AGI, Charcas 36.
49 Poder para testar de Luis de Barja Otalora, Potosí, 18 de enero de 1625, AHP,
E. N. 61B, f. 2008r-2011v; Testamento de Pedro de Verasátegui, La Plata, 22 de
diciembre de 1624, ANB, E.P. 88, ff. 1282r-1286v.
50 Petición de Antonio de Valdivieso, 1604, AGI, Indif. 2071, n° 54; Arzáns de
Orsúa y Vela (1976 [ca. 1700], I: 313); Crespo R. (31975: 66).
51 Licencia de pasar a la Nueva España para el marqués de Montesclaros, AGI,
Contr. 5273, n° 3.
Paisanos, soldados y bandidos 297

traba como alcalde de minas en Oruro, pero ya entonces parece haber


manifestado su carácter conflictivo y violento.52 En 1618 se encontra-
ba encarcelado por haber intentado acuchillar a dos clérigos en el ce-
menterio de la ciudad de la Plata.53 En Potosí intentó suerte en la mi-
nería y quiso conseguir un nuevo empleo de gobierno.54 Referido a
veces como el jefe de los vicuñas, el 10 de mayo de 1625 se le dio
garrote. En su testamento hizo relación de casi nada, salvo sus muchas
deudas, de una esposa abandonada en la Nueva España, de un hijo
natural en el Callao y de una hija de paternidad dudosa en Oruro, para
terminar diciendo: “Porque yo muero tan pobre que no tengo con que
me enterrar, pido y suplico al convento de mi padre san Agustín me
entierre de limosna por amor de Dios”;55 lo que parece una ironía,
puesto que el convento de los agustinos con la capilla de la virgen de
Aránzazu era también el lugar preferido de entierro de los vasconga-
dos.
Los vicuñas, étnicamente un grupo amorfo, eran en su mayoría es-
pañoles pobres, aunque reivindicaran con énfasis un rango social ele-
vado. Como consecuencia de los trastornos de la conquista y las gue-
rras civiles se había dado un profundo desajuste entre la estratificación
económica y la estratificación ideológica y discursiva de la sociedad
española en los Andes o, en otras palabras, entre el status real y el
habitus.56 Como la crisis del feudalismo en los siglos XIV y XV produ-
jo una clase de caballeros que festejaban sus ideales tradicionales con-
denados a la muerte –o ya muertos– como Don Quijote o, empobreci-
dos, se convirtieron en asaltantes de caminos, así los vicuñas, sin los
medios materiales correspondientes a sus pretensiones sociales, se
lanzaban contra los más afortunados, resaltando cualidades discursivas
y simbólicas, tales como su descendencia de los conquistadores espa-
ñoles, su honor o su recelo a someterse a la nueva autoridad real de
roce absolutista. Al legitimarse con un discurso de este tipo también
tuvieron que legitimar su lucha con argumentos análogos. Por lo tanto

52 ANB, CACh 1616, n° 1215a, y ANB, CACh 1617, n° 1222.


53 Declaración, de Diego de Zárate, La Plata, 11 de agosto de 1618, ANB, ExACh
1618, n° 7.
54 AHP, E.N. 53, ff. 2648r-2650r, 54, ff. 929r-930v, y 56, ff. 95v-97r.
55 Testamento de Luis Antonio Valdivieso, Potosí, 21 de enero de 1625, AHP, E. N.
61B, ff.2078r-2081v.
56 Compárese Presta (2000: 251-252).
298 Bernd Hausberger

los vicuñas no luchaban por plata o por el acceso al trabajo forzoso de


los indígenas, sino que luchaban por un derecho mítico del que fueron
privados por otro grupo igualmente mítico, es decir, los vascos, al que
se constituye con adscripciones tales como la falta de valores guerre-
ros o la función de siervos del rey.57 De esta forma enfrentaban los
valores de la nobleza castellana, basada en los méritos, sobre todo en
los méritos guerreros, con el de la hidalguía vasca basada en primer
lugar en la limpieza de sangre, la cual no pudo ser dañada por ocupa-
ciones viles, pero importantes para triunfar en el campo de los nego-
cios (Martínez de Isasti 1972 [1625]: 47).
Así, los vicuñas eran pobres y los ricos, como se llegó a decir,
eran vascos. Obviamente los vicuñas etnizaron sus pretensiones. Diri-
gían su ataque contra los vascongados, pero también contra los fun-
cionarios reales supuestamente comprados por ellos. Se acusó a tres
corregidores sucesivos, Rafael Ortiz de Sotomayor, Francisco Sar-
miento de Sotomayor y Felipe Manrique, de haber favorecido a los
vascos.58 Hay que anotar que ninguno de ellos era vasco, sino caste-
llano, al parecer, el primero, gallego el segundo y andaluz el tercero
(Lohmann Villena 1947, I: 245-246, 394). Pero para los vicuñas, to-
dos, fueran vascos o no, eran traidores del derecho y sus enemigos.
Según su modo de ver las cosas, “como los corregidores vienen con
tan gran ansia de buscar plata, arrímanse a la parte de donde hallan
más comodidad”,59 esto es, al grupo vascongado dominante. De los
corregidores, por lo tanto, no se podía esperar que intentasen corregir
las estructuras de poder injustas que habían construido los vascos, sino
al contrario, que las fortalecieran para su provecho propio, y el resul-
tado fue una administración de justicia extremamente desequilibra-
da.60
Parece, por lo tanto, que estamos ante un conflicto político-social
que se desarrolla con un frente étnico. “[...] los extremeños ganaron el
Perú”, dice una relación económica, “y los vizcaínos son ahora la gen-
te más rica del Perú y los que tienen mejores cargos del rey” (Des-
cripción 1958 [1615/20]: 73-74). En realidad, fue un grupo de mineros

57 Por ejemplo: Tratado [...], Potosi, 1º de julio de 1624, BNM, Ms. 20134, p. 11.
58 Relación, 23 de noviembre de 1623, AGI, Charcas 134, n° 18, f. 1v; Tratado [...],
Potosí, 1º de julio de 1624, BNM, Ms. 20134, pp. 4-5.
59 Relación, 23 de noviembre de 1623, AGI, Charcas 134, n° 18, f. 2r-3v.
60 Ibíd., f. 1r.
Paisanos, soldados y bandidos 299

privilegiado al parecer por su riqueza, por su acceso a la mano de obra


indígena y por sus intrigas políticas el que fue objeto del odio de los
vicuñas. Este grupo se identificó con los vascos, aunque el terminó
implicó una extensión a personas de otro origen.

4. La lucha como pelea entre grupos de poder


Hubo voces que afirmaban que los soldados vicuñas eran sólo instru-
mentos en manos de ciertos miembros de la élite, utilizados contra
competidores de la misma clase. Las fuentes no ocultan los nombres
de estos “vicuñas gordos”,61 entre los que se señala, por ejemplo, a
Pedro Sayago, a Pedro de Andrade y Sotomayor o a Juan de Cabrera
Girón. Las fuentes también suelen identificar las fracciones opuestas
con los términos étnicos referidos. Hay, sin embargo, varios testimo-
nios que relativizan el carácter étnico de la pelea. Afirman que las
denominaciones de castellanos y vizcaínos provenían de dos zonas de
ingenios mineros cuyos propietarios vivían en competencia, aunque ni
de un lado fueran todos castellanos ni del otro todos vizcaínos.62 De
esta forma, el conflicto de clases resultaría ser una pelea por el poder
entre facciones de una misma clase, en muchos aspectos muy unidas
entre sí. Todos estaban vinculados a la industria minera y a veces par-
ticipaban en las mismas cofradías. Así por ejemplo, el “gordo” Pedro
Andrade de Sotomayor y el “vascongado” Pedro de Ballesteros (que
probablemente no era vasco) figuran como diputados de la Cofradía
del Santísimo Sacramento.63
Las rivalidades dentro de la élite se daban en el marco de la crisis
minera. Siempre se ha insinuado que la guerra entre vascongados y
vicuñas estalló como una lucha por el poder en el Cabildo, descrita en
todo detalle por Alberto Crespo (31975). Ya en 1617 el virrey príncipe
de Esquilache, preocupado “de los bandos que estaban tablados en
Potosí entre castellanos y vizcaínos”, había anulado la elección de dos

61 “[...] démosles este nombre de gordos a los ricos que han concitado la plebe y
gente perdida a estos alborotos [...] estos ricos (que llaman vicuñas gordos) han
repartido dineros y armas”; Relación segunda [...], Potosí, 1 de marzo de 1624,
AGI, Charcas 53.
62 Ibíd.; Copia de carta del factor y del tesorero Bartolomé Astete de Ulloa y Tomás
de Horna Alvarado, Potosí, 23 de marzo de 1624, AGI, Lima 40, libro 4, f. 94v.
63 Información de Pedro de Andrade y Sotomayor, Pedro de Ballesteros y Luis de
Ribera, Potosí, 19 de abril de 1618, ANB, CPLA 16, f. 21-22r.
300 Bernd Hausberger

vizcaínos como alcaldes ordinarios, para guardar el equilibrio políti-


co.64 Aunque el príncipe podía notificar su actitud enérgica a Madrid,
en Potosí la repetición de la elección no cambió nada y los dos vizcaí-
nos permanecieron en sus funciones.65 Estos conflictos se agudizaron
a causa de la intervención del visitador Martínez Pastrana.66 El visita-
dor se empeñó en el pago puntual de los impuestos y gravámenes esta-
tales, por ejemplo en el ramo de la venta de oficios o en el de la distri-
bución del mercurio a los azogueros potosinos por el estanco real. El
azogue se entregaba a los mineros como avance de la producción futu-
ra, pero el débito resultante con frecuencia nunca se saldaba comple-
tamente. De tal suerte, con el transcurso de los años, se habían acumu-
lado inmensas sumas de deudas por parte del empresariado.67 Martí-
nez Pastrana, buscando el modo de cobrar a los vecinos lo que se le
estaban debiendo al rey, exigía que en el futuro el ramo de azogues no
concediera más créditos a los interesados, con lo cual amenazaba la
minería en sus fundamentos. Como nadie quería obstaculizar el flujo
de la plata, resultó imposible poner en práctica tal propuesta, aunque a
veces estuvo a punto de imponerse.
Así, Martínez Pastrana concentró sus esfuerzos en forzar a las éli-
tes a cumplir con sus deudas a través de un ataque a su posición políti-
ca. Apoyado en las leyes, intentó privar a todos los que tuvieran deu-
das con la Corona del derecho al voto activo y pasivo en las eleccio-
nes que cada enero los regidores celebraban para elegir a los dos
alcaldes ordinarios. La mayoría de los regidores ni siquiera habían
pagado el precio de su empleo, además eran mineros y debían al ramo
de azogues.68 En una pugna tenaz con el Cabildo, que le negaba com-
petencia para intervenir en sus asuntos, el visitador incluso destituyó a
algunos de los regidores endeudados, sacó sus plazas a la venta públi-
ca e impuso en sus cargos a los compradores.69 Finalmente el visitador

64 El príncipe de Esquilache al rey, Lima 6 de abril de 1617, AGI, Lima 36.


65 Relación, 23 de noviembre de 1623, AGI, Charcas 134, n° 18, f. 2r.
66 Virrey marqués de Guadalcázar al rey, Lima, 15 de diciembre de 1622, AGI,
Lima 39, libro 1, ff. 96v-98r. Relación segunda [...], Potosí, 1 de marzo de 1624,
AGI, Charcas 53.
67 Relación de Alonso Martínez Pastrana de las deudas que se deben a Su Majestad
en la real caja de Potosí hasta el 7 de marzo de 1619, AGI, Charcas 36.
68 Véase por ejemplo: Relación del Alonso Martínez de Pastrana de lo que deben
algunos capitulares, Potosí, 1 de junio de 1621, AGI, Charcas 36.
69 Por ejemplo: ANB, CPLA 16, ff. 86r-95r, 156r-160v, 184r-190v, 284r-293v.
Paisanos, soldados y bandidos 301

consiguió el respaldo de la Corona y de la Audiencia de Charcas y el


Cabildo tuvo que someterse, aunque se consiguió que se exceptuasen
los azogueros que debían el azogue.70 La consecuencia fue una elec-
ción muy conflictiva, de la cual quedaron excluidos gran parte de los
capitulares. Salieron elegidos Martín de Zamudio y Diego de Ville-
gas,71 resultado que fue considerado como victoria del grupo vascon-
gado. El factor de la Real Hacienda, Bartolomé Astete de Ulloa, sos-
pechó en toda la elección el manipuleo de un grupo de hombres “ban-
derizados” alrededor del corregidor Francisco Sarmiento, “persona
poco capaz para la administración de este oficio por la total postración
suya a hombres sediciosos y alborotadores, con nombre de bandos de
vizcaínos”, a cuya cabeza identificó a los hermanos Verasátegui y a
Pedro de Ballesteros.72 Tales informes llevaron a Alberto Crespo
(31975: 83-88) a interpretar la elección capitular de 1622 como una
toma del poder por parte de los vascos, la cual provocaría la reacción
violenta que iba a ser la guerra de los vicuñas. Esto, sin embargo, no
parece nada claro. De la elección habían quedado excluidos tanto vas-
cos como no vascos, y todo el mundo interpretaba la actuación de
Martínez Pastrana como hostilidad contra los vascongados, aunque
otros denunciaban que le había servido a aquéllos para aumentar su
poder, pervirtiendo los esfuerzos del visitador.73
Los rumores contra los promotores de los vicuñas desafortunada-
mente nunca se esclarecieron. En la Audiencia de Charcas desde el
principio hubo voces que recomendaron mucha cautela en las investi-
gaciones al respecto. Tal posición era sostenida, por ejemplo, por el
oidor Diego Muñoz de Cuéllar, que el 17 de septiembre de 1623 es-
cribió desde Potosí:
[...] están muchos de los hacendados de esta villa con grandes recelos
de que no se descubra el fondo de este negocio [...]; siento que se podía
tomar medio disimulando todo lo que toca a vecinos hacendados y de
mejor reputación y procediendo sutilísimamente contra esta gente per-

70 Alonso Martínez Pastrana al rey, Potosí, 15 del enero de 1622, AGI, Charcas, 32,
n° 99.
71 Testimonio de la elección de alcaldes ordinarios que hizo el Cabildo de Potosí,
1 de enero de 1622, AGI, Charcas 32, n° 97, ff. 1r-9v.
72 Bartolomé Astete de Ulloa al rey, Potosí, 10 de enero de 1622, AGI, Charcas 32,
no 98a.
73 Carta a la provincia de Guipúzcoa, La Plata, marzo de 1623, AGG, JD,
IT 4063,5.
302 Bernd Hausberger

dida perturbadora de este y otros delitos, no preguntándoles ni apuntán-


doles para que descubran cómplices y ayudadores, que es lo que he di-
cho se recelan [...]; considerando los hechos [...], se puede temer y se
recela por muchos no den alguna desesperación.74
Esta política se aplicó en lo venidero. En 1625, la Audiencia de Char-
cas decidió castigar a los directamente involucrados en las matanzas
más sonadas sin interrogatorio previo y renunciar por lo demás a cual-
quier intento de aclarar el trasfondo de la guerra civil potosina, para
demostrar fuerza sin inquietar al vecindario.75 Esta solución fue facti-
ble por el estado de ánimo en Potosí. Frente a la amenaza de una dura
reacción por parte de la Corona, pero con la perspectiva de salir in-
demne de la guerra civil si actuaban con prudencia, los ricos cerraron
filas. Pedro Sayago, uno de los llamados “vicuñas gordos”, ofreció su
colaboración a las autoridades a cambio del perdón para él y otras tres
personas.76 Alonso de Santana, supuestamente uno de los cabecillas de
los vicuñas, siendo en 1625 alcalde ordinario, al parecer no hizo nada
para defender a sus compañeros, ni siquiera para salvar a su cuñado
Luis de Barja de la ejecución. Para conseguir el nombramiento como
alguacil mayor de la ciudad de la Plata, el prestigiado vasco Sancho de
Madariaga se servía de Juan de Cabrera Girón, sobrino del visitador
Alonso Martínez Pastrana y denunciado como uno de los instigadores
más radicales de los tumultos, el cual, mientras tanto, había obtenido
la plaza de escribano de la Audiencia.77 Así se estableció poco a poco
la paz mediante un compromiso que implicaba no tocar a los “gordos”
y sacrificar a los soldados que luchaban en las calles por ilusiones de
revertir la historia.
En todo esto queda definitivamente en duda el afirmado dominio
de los vascos sobre Potosí, aun cuando como grupo ejercían una fuerte
influencia en la ciudad. Lo que existía eran grupos de poder que en
alianza con representantes de la Corona perseguían sus intereses parti-
culares. Podemos dar algunos indicios. Cuando, por ejemplo, el corre-

74 Diego Muñoz de Cuéllar al presidente Diego de Portugal, Potosí, 17 de septiem-


bre de 1623, ANB, CACh 1623, n° 1267 (= VV 15).
75 Acuerdo, La Plata, 15 de enero de 1625, ANB, AChLA, 7, ff. 64r-68r (= VV 75).
76 Acuerdo extraordinario, La Plata, 7 de enero de 1625, ANB, AChLA, 7, ff. 60v-
63r (= VV 76).
77 Carta de Diego Muñoz de Cuéllar, Potosí, 22 de septiembre de 1623, ANB,
CACh 1623, n° 1283 (= VV 19); Poder otorgado por Sancho de Madariaga, Po-
tosí, 13 de febrero de 1626, AHP, E.N. 62, ff. 380r-381v.
Paisanos, soldados y bandidos 303

gidor Rafael Ortiz de Sotomayor, que había favorecido siempre los


intereses empresariales, dejó su empleo en 1618 e iba a ser sometido a
un juicio de residencia, fueron Domingo de Verasátegui y Pedro de
Ballesteros, azogueros y regidores, siendo vasco el primero y no el
segundo, los que solicitaron al Cabildo respaldarle en todo lo que se
ofreciera,78 personajes que más tarde fueron mencionados por el factor
Bartolomé Astete de Ulloa como responsables de los ataques que los
vascos tenían que soportar. Domingo de Verasátegui murió imprevis-
tamente en agosto de 1622, y para escándalo de muchos, su viuda,
Clara Bravo de Cartagena, se casó con el saliente corregidor Felipe
Manrique, el 20 de febrero de 1624, al día siguiente de la investidura
de su sucesor (Crespo R. 31975: 194-195). De esta forma se eludió la
prohibición vigente de que los funcionarios del rey se casaran en los
distritos de su administración. Una vez más se repetía la típica actitud
de las autoridades superiores que estaban bien conscientes de la pro-
blemática de tales enredos, pero como dijo el virrey marqués de Gua-
dalcázar: “[...] ahora no es tiempo de apurar culpas de ministros de
justicia, sino de poner en buen lugar su reputación y quietarla”. Así, el
virrey sacó a Manrique de Potosí para darle el corregimiento de Cuz-
co, y ordenó a la Audiencia “que hasta que pasase un año no se le
tomase residencia ni se tratase de admitir ningunas querellas ni capítu-
los contrá él”.79 Pasado el año, tampoco pasó nada.
El peso que tenía el paisanaje en la constitución de estas redes es
muy difícil de desentrañar. La afiliación de gran parte tanto de los
alcaldes como de los funcionarios nunca es del todo transparente. Fer-
nando de Loma Portocarrero, por ejemplo, el alcalde ordinario en
1623, había ocupado una serie de diferentes oficios públicos desde
1591 y después de una larga estadía en Potosí en 1626 se fue con un
nuevo empleo al distrito de la Audiencia de Quito. Fue natural de To-
ro y gallego, como el vicuña Pedro Andrade de Sotomayor, pero su
cercanía a los vascos de Potosí se puede deducir de que al ocupar el
oficio de corregidor de la villa de Oropesa, en el valle de Cochabam-
ba, figuraran como sus fiadores Pedro de Verasátegui, Juan de Ugarte,

78 Acuerdo, Potosí, 29 de noviembre de 1617, ANB, CPLA, 15, ff. 386v-387v.


79 El marqués de Guadalcázar al rey, Lima, 30 de abril de 1624, AGI, Lima 40,
libro 4, ff. 5r-5v.
304 Bernd Hausberger

Martín de Bertendona y Martín de Ormache.80 Un ejemplo más: Ma-


nuel de Guevara, prominente minero, alcalde ordinario de 1624 y figu-
ra clave en la liquidación de los vicuñas a partir de este año, era origi-
nario de Segovia y no suele ser identificado como vascongado. Pero
sus padres, Juan Pérez de Junguito y María Núñez de Nanclares, habí-
an sido vecinos del lugar de Azua de la hermandad de Gamboa en
Álava, y salta a la vista que el apellido de su padre figura en la fami-
lia, también alavesa, de los Verasátegui. Importante parece ser que ya
en el “cabildo abierto” organizado por el oidor Diego Muñoz de Cué-
llar, el 7 de noviembre de 1623, Guevara figuraba como uno de los
dos “diputados de la congregación de los azogueros”. El hecho de ser
elegido alcalde ordinario precisamente él poco después con el encargo
de la represión definitiva de los vicuñas se puede tomar como manio-
bra de los vizcaínos, pero igualmente como expresión de la voluntad
de la industria minera de establecer el orden.81

5. Consideraciones finales
En la guerra de los vicuñas intervinieron las fuerzas y los motivos más
diversos, producto de una situación embrollada que caracterizó al
espacio andino de la época. La etnización extendida de los conflictos
sociales y de los discursos tiene uno de sus orígenes en este enredo.
Los protagonistas recurrían a las categorías étnicas, sin duda simplis-
tas, aunque promovidas por las estrategias usadas por algunos grupos,
para orientarse tanto en sus acciones como en sus emociones, en un
mundo que se escapaba a su comprensión y que había dejado a mu-

80 Certificación de Alonso Maldonado de Torres, presidente de Charcas, La Plata,


9 de octubre de 1609, AGI, Charcas 91, n° 1/1, ff. 80r-80v; Título de corregidor
de Latacunga, Lima, 26 de noviembre de 1625, y Certificación del escribano
Diego Suárez de Figueroa, Quito, enero 1626, AGI, Charcas 91, n° 1/1, ff. 116v-
120r; AGI, Pasajeros, L. 7, E. 938; Lohmann Villena, Guillermo (1947, I: 237-
238).
81 Información hecha de oficio en el [sic] Audiencia Real de la Plata de los servi-
cios que ha hecho a Su Majestad el capitán Manuel de Guevara, AGI, Charcas
88, n° 6; Proposición de sujetos para la alcaldía mayor de minas del cerro de Po-
tosí, Madrid, 10 de enero de 1622, AGI, Charcas 2, r. 2, n° 34; Testimonio de au-
tos, Potosí, 7 de noviembre de 1623, ANB, CACh 1623, n° 1293 (= VV 46); Mu-
ñoz de Cuéllar a la Audiencia, Potosí, 7 de noviembre de 1623, ANB, CACh
1623, núm 1296b (= VV 47). Compárese: Testamento de Pedro de Verasátegui,
La Plata, 22 de diciembre de 1624, ANB, E. P. 88, ff. 1282r-1286v.
Paisanos, soldados y bandidos 305

chos con una profunda amargura por sus frustradas ilusiones. Pero
cabe recordar que el representante más famoso de tal resentimiento,
similar al ostentado por los vicuñas, fue el guipuzcoano Lope de Agui-
rre, lo que demuestra la fragilidad de toda adscripción étnica a los
conflictos que se daban entre los españoles que habitaban los Andes
coloniales. El antagonismo con los vascos tampoco era el único fenó-
meno de tal etnización y tampoco el más duradero. Con frecuencia –y
también en Potosí, en un momento del conflicto– estallaba la agresión
contra los portugueses.82 Al mismo tiempo se desarrolló la conciencia
criolla en la América hispánica (Lavallé 1993), la cual reivindicaba
derechos no muy diferentes a los demandados por los vicuñas, aunque
éstos fueran peninsulares.
Lo que puede verse con alguna claridad es que la lucha contra los
vascongados de Potosí se dividía en dos fases. Empezó como una
pelea entre grupos de poder que habían formado redes mediante lazos
–verticales y horizontales– de interés, de amistad, de parentesco y de
paisanaje, pero adoptando un punto de vista funcional, cada integrante
recurría a las relaciones que en el momento dado le parecieron más
adecuadas, lo que significa que la pertenencia étnica pudo con fre-
cuencia pasar a un segundo plano u olvidarse del todo (Wallman
1983: 69), si no existe un discurso etnicista que la resalte insistente-
mente porque explica todo en sus términos. Más adelante, el conflicto
se convirtió en una lucha de los españoles desprivilegiados contra los
ricos, sin que por esto se perdiera el discurso étnico. En 1625, Barto-
lomé Astete de Ulloa resumía los eventos: “[...] los alborotos e inquie-
tudes que ha habido en esta villa de tres años a esta parte, causados en
su principio entre naciones y después por soldados sueltos forajidos
salteadores”.83
Tal juicio ilustra también cómo esta transformación llevó a la pro-
gresiva criminalización del movimiento antivasco, o talvez sea más
correcto decir, a la recriminalización. Los grupos de soldados, muchas
veces denominados étnicamente, habían sido descritos con anteriori-
dad como bandos “que por juegos, mujeres y otras ocasiones han
hecho hartos daños e insolencias. Salen a veces a matarse en cuadrillas

82 Por ejemplo: Tratado [...], Potosí, 1º de julio de 1624, BNM, Ms. 20134, p. 29.
83 Certificación de Bartolomé Astete de Ulloa, Potosí, 1 de octubre de 1625, AGI,
Charcas 54.
306 Bernd Hausberger

y se hacen mil traiciones”.84 En cierto momento, de repente, se entien-


den las razones de su pasión y se les agracia comparándolos con “cier-
tas cuadrillas de mancebos a manera de los bandos de los estudiantes
de Salamanca”.85 Pero finalmente en el discurso de las élites predomi-
nó la denominación de “forajidos”,86 y los describe “con monteras de
rebozo, pistolas y arcabuces como bandoleros de Catalunia”.87 Cier-
tamente, los soldados vicuñas tenían algo de bandidos sociales, con
todas las implicaciones que ha puesto de relieve Eric Hobsbawm
(1969). No luchaban precisamente por los pobres, a los que maltrata-
ban sin muchos recelos, mas luchaban contra los poderosos, identifi-
cados en el prejuicio público con los vascongados. Hoy en día se les
llamaría terroristas, sin duda.
Aunque el movimiento de los vicuñas se puede ubicar en la tradi-
ción de las guerras civiles peruanas iniciada en la conquista misma,
pone de manifiesto que las épocas estaban cambiando o ya habían
cambiado. “[...] si bien se considera que el siglo XVII fue testigo de la
consolidación del sistema colonial, lo fue sólo en el hecho de que las
rebeliones armadas dieron paso a las prácticas corruptas”, dice Ana
María Lorandi (2002: 153). Esto fue posible a raíz del acuerdo tácito
entre las élites establecidas, por un lado, y las autoridades reales, por
el otro, un acuerdo negociado y puesto en práctica mediante la corrup-
ción. En el Perú de las primeras décadas del siglo XVII se llegó a esta-
blecer una identificación estrecha entre vascos, nepotismo siniestro y
riqueza no merecida, mientras que los vicuñas pertenecían al pasado
violento de los soldados. Aunque su agresión no se dirigió directa-
mente contra la autoridad real, sino contra los círculos corruptos de los
nuevos ricos que habían comprado la alianza con el magistrado, todo
ataque al sistema significaba también un ataque al rey conforme, aun-
que fuera de mala gana, con este arreglo. Este sistema se mostró cada
vez más reacio a las denuncias y los intentos de cambiarlo por vía
legal. Forzosamente el descontento llegó a la exasperación y tuvo que
encontrar una válvula de escape, pero quien caía en la trampa de

84 Historia de huérfano, por Andrés de León, s.f. [1621], RAH, Col. Muñoz 9/4807,
f. 197r.
85 Relación, 23 de noviembre de 1623, AGI, Charcas 134, n° 18, f. 1r.
86 Acuerdo, Ciudad de la Plata, 4 de mayo de 1623, ANB, AChLA 7, ff. 1r-4r
(= VV 2, S. 1-6).
87 Jorge Manrique de Lara al rey, La Plata, 10 de marzo de 1624, AGI, Charcas 53.
Paisanos, soldados y bandidos 307

la violencia sólo cavaba su propia tumba, porque la alianza entre Esta-


do y élites locales no vacilaron en remediar la situación mediante la
horca.

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