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La Cuncuna Filomena

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Está en la página 1de 28

± X A B I A U N A vez una cuncuna

llamada Filomena que vivía en una


plantación de tomates.

También hablaba con A u g u s t a .


Ella era una cuncuna que usaba som-
breros de colores fuertes y con muchos
adornos. Además, tenía una inmensa
colección de zapatos que no podía usar
muchas cuncunas, ella casi no tenía porque no tenía pies.
amigos. Augusta era tan especial que, aparte
Hablaba con su hermano Rigoberto de vestirse con ropas tan raras, le fasci-
que casi siempre la retaba. naba cantar.

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Su canción preferida era La cuncuna
y la tarareaba casi todo el día.
Filomena pensaba que no tenía
amigos porque era distinta. Las otras
cuncunas comían todo el día. Ella se
trepaba hasta la parte más alta de las
plantas y comía las hojas, desganada,
mientras miraba al cielo.

"El Sol está tan solo, únicamente


puede conversar con la Tierra y, algunas
veces, con la Luna", pensaba.
— F i l o m e n a , ¡basta! — d e c í a su
hermano Rigoberto—. Come y deja de
J01 mirar para arriba. Estás flaquísima.
Volvía a comer, pero no dejaba de
pensar en la soledad del Sol.
"Somos casi iguales; yo hablo solo
con m i amiga Augusta y, a veces, con
Rigoberto", se decía.
Luego, durante la noche, en su casa,
se levantaba sin hacer ruido y volvía a
mirar al cielo.

Una mañana, Augusta le dijo:


— H o l a Filomena. ¡Qué cansada
te ves! —. Y, sin esperar respuesta
al saludo, inmediatamente se puso a
cantar:
Una cuncuna amarilla
debajo de un hongo vivía.
Allí debajo de una rama,
tenía escondida su cama...

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Ambas subían por el tronco de una
mata de tomates en busca de comida.
A u g u s t a iba m u y elegante con
u n sombrero rojo adornado con flores
amarillas.
—Casi no dormí. Me quedé pensan-
do —le contó Filomena.
—¿Y qué pensaste?
A u n q u e eran amigas, A u g u s t a
siempre se sorprendía con los extraños
pensamientos de Filomena.

—Que el Sol casi no tiene amigos.


Solo puede conversar con la Tierra y,
algunas veces, con la Luna.
—¿Por eso miras tanto hacia arriba?
¿Te preocupa más el Sol que comer?
—dijo Augusta muy sorprendida.
—Sí —dijo Filomena, algo avergon-
zada.

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—¿Y no te importa la Luna? Yo la
veo tan sola como el Sol.
—No, no está sola. Cuando conversa
con la Tierra mira directamente hacia
acá y todos le vemos la cara. Otras veces
se ve de perfil mirando hacia arriba o
hacia abajo. Ahí está conversando con
las estrellas de alrededor. Pero, cuando
conversa con las que están detrás de ella,
nos da la espalda y no la vemos.

—¡Ah, cierto! — A u g u s t a sentía


gran admiración por la inteligencia de
su amiga.
F i l o m e n a s i g u i ó en s i l e n c i o
subiendo por el tronco mientras Augusta
cantaba:
Comía pedazos de hojas,
tomaba el sol en las copas.
Le gustaba salir a mirar,
a los bichitos que pueden volar...

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De pronto, Augusta le dijo a su —¡Hola A u g u s t a ! V e n a comer
amiga: conmigo, aquí hay u n espacio. ¡Qué bien
— T u actitud me parece muy poco te ves con ese sombrero! —le decían las
práctica. Deja de pensar y pregúntale al otras cuncunas al llegar a la hoja.
Sol si se siente solo. " ¿ Q u é d i f e r e n c i a h a b r á entre
—Ya traté. El otro día me subí a la Augusta y yo?", pensaba Filomena. "Ella
planta más alta y grité lo más fuerte que tiene muchos amigos... y también es
pude, pero el Sol no me escuchó. diferente".
—Claro, está tan lejos —dijo A u -
gusta, con indiferencia. Se olvidó de su
amiga, y al ver una hoja de aspecto muy
apetitoso a la que ya se habían trepado
otras cuncunas, corrió tan rápido hacia
allá que casi se le vuela su sombrero
"Tiene obsesión por los sombreros,
por el canto de La cuncuna y por esos
zapatos que guarda como u n tesoro,
aunque no puede usarlos".
Miró a Augusta y la vio comiendo
con los carrillos hinchados junto a otras
cuncunas, sonriendo satisfecha.
"Ojalá yo también pudiera tener
amigos, no me gusta vivir sola", pensó
Filomena y siguió su camino hacia la
parte más alta de la planta.

Ese día Filomena estuvo preocu-


pada. Augusta tenía razón: con solo darle
vueltas al tema nunca sabría la verdad.
De algún modo tenía que comprobar
lo que pasaba realmente.
Lo mejor sería pedirle a alguien,
que pudiera volar, que fuera a hablar
con el Sol.
"Los pájaros carpinteros que viven
en el bosque del lado vuelan alto, pero
si llamo a uno, me ve y me come", iba
pensando de regreso a casa.

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" L o m i s m o me pasaría con los
chercanes. ¡Le voy a hablar a una mosca!,
ellas vuelan más alto que la planta a la
que me trepé".
Augusta, al ver a su amiga Filomena
pensativa, le cantó otra estrofa de su
canción preferida:
¿Por qué no seré como ellos?
Preguntaba mirando los cielos.
¿Por qué me tendré que arrastrar?,
si yo lo que quiero es ¡volar!

A la mañana siguiente, Filomena


salió temprano de su casa y esperó a que
pasara una mosca.
—Mosca, ¡baja!, te quiero pedir
u n favor —gritó muchas veces, pero
ninguna de ellas se detenía.
—Filomena, ¡a comer! —le dijo
Rigoberto al salir de casa.

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Filomena empezó a subir lenta- Fue u n día triste para Filomena. No
mente por el tronco y siguió pidiéndoles pudo dejar de pensar en su fracaso.
a las moscas que hablaran con ella. Por Antes de volver a su casa, pasó a
fin bajó una. saludar a Augusta.
—¿Qué quieres? Había sombreros de todos colores
—¿Podrías volar hasta el Sol y colgados de las paredes, también u n
preguntarle si se siente m u y solo? gran estante lleno de zapatos y se
—¿Hasta el Sol? ¿Estás loca? ¿Acaso escuchaba...
hay comida en él?
Una cuncuna amarilla,
La mosca estaba escandalizada.
debajo de un hongo vivía.
— N o , pero... —dijo Filomena y no
Allí debajo de una rama,
terminó. La mosca ya había volado hacia
tenía escondida su cama.
otra parte.

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Cuando despertó, vio que su her-
mano aún no se había levantado.
—¿No vas a ir a comer, Rigoberto?
— N o , en u n rato más. Tengo tanto
frío y sueño.
— A mí me pasa lo mismo — d i j o
Filomena—. ¿Estaremos enfermos?

—¿Cómo te fue? —le preguntó A u -


gusta, dejando de cantar su canción fa-
vorita—. En la mañana escuché que es-
tabas hablando con una mosca, ¿voló
al Sol?
— N o quiso. No hay comida en él.
—Lo siento mucho —dijo Augusta
apenada.
Esa noche Filomena se durmió
muy triste.

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—Parece que es una e p i d e m i a
—le dijo Rigoberto—. N o hay casi
nadie comiendo. Nos podríamos poner
nuestros pijamas de invierno y dormir
un poco. ¿Qué te parece?
Así lo hicieron y se durmieron pro-
fundamente.

Mientras pensaba, recordaba la


voz de Augusta cantando la mentada
cuncuna :
Un día le -pasó algo raro,
sentía su cuerpo inflado.
No tuvo ganas de salir,
sólo quería dormir.

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Se sintió observada y se percató de
que una hermosa mariposa la estaba
mirando.
—¡Hola Filomena! —le dijo—. Por
fin despiertas. ¿Vamos a volar?
¿Volar? ¿Sería acaso una mariposa
loca?

Pero tenía la voz de Rigoberto...


¡Su hermano era una mariposa! ¡Y ella
también! Por eso se sentía tan rara. Su
cuerpo era más delgado, y ahora tenía
piernas y . . . ¡alas!
Filomena se levantó y fue estirando
una a una sus nuevas piernas.
¡Qué sensación tan extraña! Era
como tener zancos pegados al cuerpo.
Caminó lentamente hasta Rigoberto.

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—¿Cómo se usan las alas? ¿Qué hago
para moverlas? —preguntó asustada
Filomena.
—Piensa en moverlas... ¡y ya! —Ri-
goberto no supo explicárselo mejor.
Filomena trató y trató, pero no pudo
mover las alas. Miró con preocupación a
Rigoberto, ¿se enojaría con ella porque
no lograba volar?

— N o te apures —le dijo su herma-


no—, tenemos tiempo.
—Gracias por tu paciencia. Antes te
enojabas por todo conmigo.
— N o es cierto, Filomena. Solo me
enojaba porque no te alimentabas. Si
hubieras comido y mirado al cielo al
mismo tiempo, nunca te habría retado.
Intentando e intentando, una y otra
vez, Filomena al fin pudo abrir las alas
y moverlas.
—¡Bien! —le dijo R i g o b e r t o — .
Ahora volemos hasta esa rama de más
abajo.

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Filomena dobló las piernas, movió A l llegar a la rama de abajo, no posó
las alas y . . . ¡voló! bien los pies y trastabilló, pero ya sabía
¡Qué agradable era sentir el viento volar.
en la cara! —Ahora —le dijo Rigoberto—, solo
tienes que practicar y vas a poder volar
hasta donde quieras.
— M i sueño es ir hasta el Sol.
—¿Al Sol? —preguntó Rigoberto—.
Está demasiado lejos, pero si practicamos
lo suficiente, tal vez podamos ir. Yo te
acompaño.

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—Yo también quiero ir con ustedes
-escucharon que decía Augusta desde
la rama más alta—. Espérenme, ya bajo
a conversar.
Y ¡paf! cayó con un gran estruendo.
Es que ya no solo tenía puesto u n
sombrero morado con rayas anaranjadas,
sino también unos hermosos zapatos
que le hacían juego. Uno para cada uno
de sus seis pies.

Filomena recordó la frase de la


estrofa de la canción que había dejado
inconclusa mientras soñaba:
...y con alas se despertó.

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—¿No son hermosos mis zapatos? Filomena y Rigoberto pensaron que
—les dijo orgullosa Augusta mientras sería mejor volar al Sol sin zapatos, pero
trataba de pararse—. Son u n poco no le dijeron nada.
pesados, pero ya aprenderé a volar con Desde ese día, los tres empezaron a
ellos puestos hasta el Sol. practicar el vuelo.
Augusta era la que más problemas En ese momento Augusta entendió
acarreaba. Los zapatos le pesaban, el la última estrofa de su canción preferida:
sombrero se le volaba y había que ir
a buscarlo continuamente. Cuando, Ahora ya puedo volar,
además, se le caían los zapatos, tenían como ese lindo zorzal.
que estar mucho tiempo buscándolos Mariposa yo soy,
por todas partes. con mis alitas yo me voy.
A l principio solo volaban sobre las
plantas de tomates, pero al poco tiempo,
ya se aventuraban hasta el bosque
vecino.
En el bosque conocieron al alerce Cuando Filomena sintió que podía
más viejo y se hicieron amigos de él. llegar hasta el Sol, los tres amigos
Por eso decidieron que su viaje al Sol lo subieron hasta la copa del alerce.
empezarían y terminarían en sus ramas Cuando este v i o que ya habían
más altas. decidido partir, le dijo a Augusta:
—Si al Sol quieres llegar, debes —¿No me dejas los zapatos y el
trabajar y trabajar —le repetía constan- sombrero para que vueles más ligero?
temente, como una canción, el alerce a
Filomena.

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Augusta tomó su sombrero verde Dejó todo m u y ordenado sobre
adornado con cerezas rojas y lo miró con una rama del alerce, se aseguró de que
pena. Luego miró sus zapatos y se fue no había peligro de que se cayeran y
sacando los seis, de uno en uno. declaró que estaba lista para partir.

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Los tres amigos se despidieron del
alerce y emprendieron el vuelo.
Para que Filomena descansara,
Rigoberto y Augusta se turnaban para
llevarla sobre sus espaldas. Los tres iban
callados para no desperdiciar fuerzas.

"Qué buena amiga es Augusta",


pensaba Filomena. "Hasta se separó de su
sombrero y sus zapatos para ayudarme.
Y qué buen hermano es Rigoberto.
Por suerte tuvimos la oportunidad de
hacernos amigos, aunque haya sido de
adultos".

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Cuando Rigoberto y Augusta no
pudieron más de agotamiento, tuvieron
que dejar sola a Filomena.
"Ojalá pueda llegar", pensaban.
—¡Animo, Filomena! —le dijeron—.
No te des por vencida hasta llegar.
Y se dejaron caer a la Tierra.

Ambos estaban tan cansados que,


en cuanto se posaron sobre el alerce, se
quedaron profundamente dormidos.
Despertaron m u y tarde y vieron
que Filomena también había vuelto de
su viaje.

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Estaba sentada en el extremo de una —Sí, llegué —dijo Filomena con u n
rama mirando con pena hacia el cielo. suspiro.
Augusta se puso su sombrero y sus —¿Y por qué estás tan triste? —le
zapatos rápidamente y voló hasta ella. preguntó Rigoberto.
Poco después llegó Rigoberto. —Porque creo que todo nuestro
—¿No pudiste llegar hasta el Sol? esfuerzo fue inútil.
—le preguntó Augusta a Filomena. —¿No quiso hablar contigo? —le
preguntó Augusta.
—Sí, habló conmigo —dijo triste
Filomena.
—¿Qué te dijo el Sol? ¿Está solo?
—preguntaron Augusta y Rigoberto al
mismo tiempo.

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—El Sol dice que él las ve todo el
tiempo y que desde la Tierra se ven sólo
cuando hay algo que se llama... ¿cómo
era? ..."eclipse solar" —dijo Filomena
con desánimo.
—¿Qué será eso? —preguntó A u -
gusta.
—Dijo que era cuando la Luna se
ubicaba entre él y la Tierra y acá se os-
curecía en mitad del día. Tiene que ser
una invención del Sol. ¿Cómo se va a
oscurecer en el día?

—Me dijo que no estaba solo. Que,


igual que la Luna, estaba acompañado
de muchas estrellas. Que nosotros no las
veíamos porque él alumbraba tanto que
tapaba su luz. Pero no le creo.
Filomena volvió a mirar al cielo.
—Eso es lo que me apena, pienso
que, después de todo lo que trabajamos
para llegar hasta él, el Sol se rió de mí.
— M m m m . . . Si no v e m o s las
estrellas, ¿cómo van a estar ahí? —dijo
Rigoberto.

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—Tantos años que llevo viviendo —¿Cómo son? —preguntó Augusta.
y nuevas cosas sigo aprendiendo —dijo —Es difícil d e c i r l o , pero v o y a
entonces el alerce. tratar de describirlos: en u n momento
—¿Por qué lo dices? —le preguntó cualquiera, se hace noche en la Tierra;
Filomena. se siente frío y todo está oscuro... así es,
—Más de una vez en m i vida he se los aseguro —dijo el alerce.
visto que llega la noche en mitad del día.
Ahora sé que eso se puede explicar: es
un eclipse solar —dijo el alerce.
—¿Y se ven las estrellas? —preguntó Desde ese día, Filomena ya no se
ansiosa Filomena. preocupó más del Sol. Se dedicó a hacer
—En todo el cielo se ven estrellas, amigos entre las mariposas y a disfrutar
igual de bellas que en la noche —aseguró de la compañía de Augusta y Rigoberto.
el alerce.
—Entonces el Sol dijo la verdad.
¡No está solo! —Filomena estaba muy
contenta—. Tiene tantas amigas como
la L u n a . Gracias alerce, A u g u s t a y
Rigoberto por haberme ayudado a
comprenderlo.

BIBLIOTECA - C.R.A.
COLEGIO SANTO TOMAS

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¡Ah!, se me estaba o l v i d a n d o . . .
Además Filomena aprendió a cantar, Un día le pasó algo raro,
completa, La cuncuna: sentía su cuerpo inflado.
No tuvo ganas de salir,
Una cuncuna amarilla, sólo quería dormir.
debajo de un hongo vivía.
Allí debajo de una rama, Se puso camisa de seda,
tenía escondida su cama. se escondió en una gran higuera
Todo el invierno durmió
Comía pedazos de hojas, y con alas se despertó.
tomaba el sol en las copas.
Le gustaba salir a mirar, Ahora ya puedo volar,
a los bichitos que pueden volar. como ese lindo zorzal.
Mariposa yo soy,
¿Por qué no seré como ellos?, con mis alitas yo me voy,
preguntaba mirando los cielos.
¿Por qué me tendré que arrastrar?,
si yo lo que quiero es ¡volar! ^

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BIBLIOTECA

50006594

LA CUNCUNA FILOMENA ES UN RELATO


TIERNO Y AMENO QUE, MEDIANTE SUS
PROTAGONISTAS, DESTACA GRACIOSA-
MENTE EL VALOR DE LA AMISTAD A
PESAR DE LAS DIFERENCIAS INDIVIDUA-
Gisela Hertling
LES. ESTA OBRA NOS CONFIRMA QUE
LA CUNCUNA
CON LA AYUDA DE NUESTROS AMIGOS,
FILOMENA
LOS SUEÑOS PUEDEN TRANSFORMARSE
EN REALIDAD SI PERSEVERAMOS EN
ELLOS.

GISELA HERTLING, LICENCIADA EN


FÍSICA ( P U C ) , SE INTERESA EN LA
DIVULGACIÓN CIENTIFICA, A TRAVÉS DE
SU CARGO DE AYUDANTE DE INVESTIGA-
CIÓN EN LA CÁTEDRA DE ASTRONOMÍA.
PARA COMPLEMENTAR SU INTERÉS EN
ESTA DIVULGACIÓN Y ACERCAR LA
CIENCIA A LOS NIÑOS Y NIÑAS DE NUES-
TRO PAÍS, ESTUDIA PERIODISMO Y
DECIDE, MEDIANTE LA LITERATURA,
LOGRAR SU OBJETIVO. EN ESTE AFÁN HA
ESCRITO VARIOS CUENTOS, ENTRE
ELLOS LA CUNCUNA FILOMENA, DONDE
COMPARTE SU ENTUSIASMO POR LA
CIENCIA CON EL DESEO DE PRODUCIR
ISBN:978-9562642347
EN LAS NUEVAS GENERACIONES, UNA
NUEVA FORMA DE PERCIBIR LA REALI-
DAD QUE NOS RODEA.

PRIMEROS LECTORES

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