Prácticas Gastronómicas Domésticas Como Factor de Identidad y Construcción Cultural Desde Lo Campesino en La Provincia Guanentina, Santander
Prácticas Gastronómicas Domésticas Como Factor de Identidad y Construcción Cultural Desde Lo Campesino en La Provincia Guanentina, Santander
Prácticas Gastronómicas Domésticas Como Factor de Identidad y Construcción Cultural Desde Lo Campesino en La Provincia Guanentina, Santander
Introducción
La cocina colombiana va más allá de la frontera de lo típico, en tanto que existe otra
gastronomía que se recrea de manera permanente en los hogares campesinos, la cual se
mantiene tradicional y solemne en una especie de sincretismo gastronómico. Es invisi-
bilizada y apartada en un espacio vivido, pero no percibido, la cual define un conjunto
específico de relaciones entre grupos y lugares que generan el entramado constitutivo
de la identidad del lugar. Lo gastronómico tradicional es una cuestión social-cultural
mediada por la interacción entre campesinos y naturaleza, por eso la producción de
alimentos es un factor que interactúa con las relaciones entre el ser humano y el medio.
La alimentación es un acto cultural, se asocia con los momentos más importantes de
la vida humana. También, se vincula con la noción de hospitalidad y familiaridad desde
los tempranos grupos humanos; tiene valor de cambio y motivo de construcción de na-
rrativas, sobre todo por una relación con lo femenino y matriarcal en su producción. El
concepto está estrechamente ligado a la mujer, en tanto que su práctica de producción y
preparación se concibe como ritual que acompaña su línea de vida; de cualquier manera,
una visión espiritual del mundo.
La cocina tradicional es aquella que tiene valor simbólico; forma parte constitutiva de
las costumbres y tradiciones de cierta comunidad determinada por un conjunto de téc-
10 nicas, saberes y conocimientos específicos, los cuales la dotan de una identidad propia,
nutriendo el acervo cultural nacional. Asimismo, es distinto en todos los territorios pues
sus diferencias están determinadas por condiciones climáticas y geográficas, produciendo
una amalgama de olores y sabores a partir de procesos específicos de elaboración.
Este capítulo pretende reflexionar sobre las prácticas gastronómicas cotidianas de los
campesinos como un hecho social complejo. Por tanto, integra un conjunto de saberes,
técnicas y conocimientos, al igual que una historia asociada con el pasado de quienes
lo producen y lo consumen. De igual manera, muestra un patrimonio social que se ha
construido, enriquecido, modificado, obviado y hace parte constitutiva de la identidad
cultural de los colombianos.
Es preciso comprender que las prácticas alimentarias integran los ingredientes
para su preparación y también un cúmulo histórico de relaciones sociales que per-
mitieron su desarrollo actual. Por consiguiente, lo tradicional es un saber heredado y,
sobre todo, legado entre generaciones que con el paso del tiempo depuran e integran
ciertos alimentos, de acuerdo con condiciones de modo, tiempo y lugar. La gastro-
nomía tradicional implica un “habitus” desde las formas de obrar, pensar y sentir de
quienes realizan las prácticas; asimismo, se manifiesta en quienes consumen y poste-
riormente reproducen el acto de cocinar y consumir. Por eso cocinar y comer no son
actos estáticos, todo lo contrario, son totalmente dinámicos; como práctica humana
Prácticas gastronómicas domésticas como factor de identidad y construcción cultural
típico, al ser validado por determinados agentes que lo dotan de ciertas características
que, a su vez, le otorgan un reconocimiento. En cambio, existen ciertas prácticas de la
cotidianidad gastronómica campesina que deben tener otro sistema de valoración que
funja como sistema de reivindicación de la cultura gastronómica del país.
El patrimonio cultural de la Nación está constituido por todos los bienes mate-
riales, las manifestaciones inmateriales, los productos y las representaciones de la
cultura que son expresión de la nacionalidad colombiana, tales como la lengua
castellana, las lenguas y dialectos de las comunidades indígenas, negras y creoles,
la tradición, el conocimiento ancestral, el paisaje cultural, las costumbres y los
hábitos, así como los bienes materiales de naturaleza mueble e inmueble a los que
se les atribuye, entre otros, especial interés histórico, artístico, científico, estético o
simbólico en ámbitos como el plástico, arquitectónico, urbano, arqueológico, lin-
güístico, sonoro, musical, audiovisual, fílmico, testimonial, documental, literario,
bibliográfico, museológico o antropológico.
Alvelayis Nieto Mejía
Por lo tanto, las manifestaciones del patrimonio cultural inmaterial están relacio-
nadas con los saberes ancestrales, los conocimientos orales y tradicionales; así como
las prácticas (en este caso gastronómicas). Estas vinculan un conjunto de manifes-
taciones y conocimientos sobre determinados platillos que identifican un territorio
rural o urbano.
Gastronomía vernácula
La gastronomía vernácula es una categoría que pretende explicar por qué este tipo
de práctica se construye a partir de los recursos locales y lo nativo de determinadas
regiones. Asimismo, cómo esta gastronomía también obedece a unas formas ances-
trales que no gozan del reconocimiento.
Según Meléndez y Cañez (2009) “las cocinas tradicionales regionales constituyen
parte del patrimonio intangible de las sociedades y las comunidades, que son a su
vez un elemento de identidad y una pieza fundamental de las economías regionales
y locales” (p. 11). Este patrimonio de identidad único entremezcla ingredientes nati-
vos o propios del lugar geográfico en el cual se ubican las cocinas tradicionales que
construyen recetas gastronómicas. Para Semanate (2012) “la cultura vernácula es un
eslabón importante para la economía, pero no es la más reconocida. La importancia
16 económica del sector cultural se produce de forma indirecta mediante, por ejemplo,
las rentas que genera el turismo cultural” (p. 25). De ahí que su reconocimiento impli-
ca reconocer a los pueblos y sus tradiciones que atraen turistas que quieren aprender
y disfrutar de la gastronomía.
Vélez (2013) lo interpreta como “la comida vernácula, constituyen el material sim-
bólico de las creencias y representaciones de su particular cosmovisión” (p. 126), ya
que los pueblos se construyen en su entorno y utilizan los procesos e ingredientes que
tienen cercanos. Para García, Camacho y Moreno (2017):
No es solo el acto de degustar un platillo o alimento lo que atrae turistas por moti-
vos culturales, sino la posibilidad de conocer los intangibles de los rituales y hábi-
tos asociados a la gastronomía de un pueblo, la posibilidad de visitar espacios na-
turales, paisajes, comarcas, pueblos y sus museos comunitarios sobre esta temática
o aprender a preparar platillos de un determinado lugar. (p. 14)
quien consume, en una relación directa, donde se busca satisfacer a diario al consumidor
con el sello distintivo de platos originarios. Además, Millán, Morales y Pérez (2014) expli-
can: “el turismo gastronómico es el desplazamiento de visitantes, tanto turistas como ex-
cursionistas, cuya motivación principal es la de degustar de platillos regionales auténticos
que estimulen sus sentidos” (p. 14). Por lo tanto, en la gastronomía es indispensable reco-
nocer las prácticas ancestrales, como lo manifiesta Maldonado (2016): “las cocinas y sus
platillos son una parte de patrimonio cultural tangible e intangible de un pueblo” (p. 6).
La gastronomía mundial y local se basa en la estrecha relación de preparaciones
frías o calientes, dulces o saladas de un lugar. También se representan tanto en su
presentación final, como en cada detalle de su elaboración; como objetivo busca satis-
facer las necesidades del comensal, dándole a conocer su historia, tradiciones, formas
y cosmovisión con los cuales se recrea a diario.
Silva, Bonilla, Hernández y Pérez (2016) realizan un rescate explicando que “en
consecuencia productos comestibles usados por generaciones pasadas, se están sus-
tituyendo, están desapareciendo, o se han dejado al margen; es el caso de los aquí
llamados alimentos vernáculos” (p. 56). Con la apertura económica son muchos los
alimentos que se sustituyen por varias razones, entre ellas: se dejaron de cultivar por
los altos precios en la relación con los usos del suelo-semillas certificadas, fungicidas
y pesticidas, versus los cultivos verdes o libres de químicos. Además, porque hay ali- 17
mentos de bajo costo importados; por sustitutos alimenticios; por la moda de algunos
ingredientes o por los altos costos del mismo (o producto) alimenticio necesario para
elaborar el platillo.
La cultura gastronómica juega un papel importante en las relaciones sociales como
expresión de la riqueza de los pueblos. Esta se relaciona con las tradiciones, las cuales
están centradas en los platos típicos de cada región. Como consecuencia, Ascanio
(2000) expone: “un elemento turístico local importante es la gastronomía orientada
a segmentos del mercado turístico. El historiador chileno Roberto Páez nos recuerda
que en el campo gastronómico muchas recetas son secretos celosamente guardados y
difíciles de otorgarles una autoría” (p. 89). La razón corresponde a que las recetas son
pasadas de generación en generación, aprendidas de las abuelas (o de las personas con
más años de experiencia de forma oral). Por otro lado, son pocas las recetas tradicio-
nales llevadas a escritos y autobiografiadas.
Por consiguiente, el conjunto de recetas utilizado en las celebraciones (o en la co-
tidianidad) utiliza ingredientes únicos que se traslapan a la gastronomía vernácula
porque son reconocidos y utilizados por quienes elaboran los platos y le añaden ese
toque único o sazón especial. Para Llano (2017):
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Así como México y Perú, para mencionar edificantes ejemplos, lograron que la
comida regional penetrara en el mercado nacional e internacional, revitalizando
productos, preparaciones y modos, domesticando especies en nuevos ambientes
naturales para diferentes desarrollos, otros países deben aplicar importantes es-
fuerzos y recursos para recuperar, revitalizar y recrear la llamada comida típica y/o
criolla, como se llama a la cocina vernácula. (p. 98)
Los grupos sociales que cultivan en huertos urbanos, traspatios campesinos e in-
dígenas, o de alguna manera están relacionados con actividades primarias, y con
culturas locales, son la población que aun consume alimentos vernáculos, y tienen
mejor alimentación, manifiesta en buena salud, y desempeño de sus labores de
manera óptima. (p. 54)
Por su parte, Valderrama y Mondragón (1998) afirman: “la existencia del campesinado
en las sociedades capitalistas integra diversas corrientes políticas e intelectuales y que sus
principios no parecen concordar con las lógicas del capitalismo y de la sociedad moderna”
(p. 5). Los actores campesinos se dedican a los cultivos y conocen ancestralmente muy bien
las técnicas para la siembra, producción, recolección y entrega de los productos. En estos
términos, generan oportunidades laborales para cada etapa del proceso. Así lo corrobora
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Berry (2014), quien plantea: “la agricultura pequeña utiliza más mano de obra, y tiene una
mayor capacidad para generar empleo por hectárea, que la gran empresa” (p. 11).
Las fortalezas del sector agrario están también en el predio y número de hectáreas
para producir un determinado cultivo, propio del campesino productor. Para Sender
y Johnston (2004) “el tamaño del predio es un factor determinante en la estructura-
ción de la modernización agrícola y la distribución del ingreso” (p. 154); puesto que
arrendar cada hectárea representa pérdidas o pocas ganancias para el agricultor. Lo
anterior, teniendo en cuenta que la mayoría cultiva utilizando créditos a entidades
bancarias, por lo costoso de las semillas, mano de obras y sistemas de riego.
Otro elemento a considerar es la relación y preparación que tiene el campesino
para insertarse al sistema capitalista. Su tarea tradicional es la producción, más no la
negociación proceso encargado por décadas a los mediadores, quienes le compran los
productos y lo revenden a precios más altos en lugares de acopio agropecuario mayo-
ristas y minoristas. Así lo presenta Sen (1998) “resulta difícil concebir cualquier pro-
ceso de desarrollo sin el uso intensivo de los mercados, pero ello no excluye el papel
del apoyo social, la regulación política, que permita enriquecer la vida de las personas,
en lugar de empobrecerlas” (p. 9).
También son claras las ventajas comparativas y competitivas que Colombia posee
22 por su ubicación estratégica al permitirse cultivos con rotación durante todo el año.
Por eso Suárez (2007) hace alusión a:
Es la fuerte tendencia actual a una alta división internacional del trabajo agrario,
reservándose a los países desarrollados la producción de alimentos básicos para el
ser humano (cereales, oleaginosas, grasas y granos), y a los países en desarrollo, los
productos tropicales, por las ventajas comparativas. (p. 48)
En Colombia son muy pocas las ayudas que reciben los campesinos para el desa-
rrollo de sus labores en las áreas rurales. Según Mendoza (2017):
Sin embargo, las políticas encaminadas a fortalecer el sector primario aun no son
realidades plasmadas en las necesidades del campo, ya que los departamentos colombia-
nos, sus municipios y veredas en su gran mayoría están dedicas al sector agropecuario.
Algunos departamentos cultivan y exportan productos como el café, banano, flores,
mango y plátano. Las pequeñas veredas se dedican a cultivos de pancoger, es decir, solo
se pueden satisfacer alimentariamente las familias que los cultivan. Lo anterior, por la
falta de apoyo gubernamental lo cual se convierte, en algunos casos, en injusticia agra-
ria. Según el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD, 2012):
En este punto se resalta la importancia del desarrollo rural, la intervención del Go-
bierno para mejorar las condiciones de vida de la población y el acceso que tengan a la
tierra y su productividad; además de las políticas educativas enmarcadas en los merca-
dos exteriores como oportunidades rentables. La rentabilidad de los mercados se rela- 23
ciona con los productos que más se consumen para la elaboración de platos específicos,
también con la producción local campesina; a su vez, está la cadena productiva y su
referencia con el trabajo familiar en el cultivo. Así lo enumera Álvarez (2003) cuando
habla de: “costos monetarios relativamente bajos por unidad de producto; combinación
de actividades para la comercialización; aporte significativo del autoconsumo al ingreso
del hogar; y asociaciones entre los productores campesinos” (p. 7). Principalmente en
época de crisis el autoconsumo y elaboraciones gastronómicas permiten a las comuni-
dades lograr mayor creatividad que aporta a la riqueza del lugar.
Sin embargo, explica Valderrama y Mondragón (1998): “las áreas de economía
campesina son hoy, como lo han venido siendo fuente importante de alimentos para
el consumo interno, como también para las materias primas y algunos productos ex-
portables” (p. 45). Es un contexto que requiere crecer para contribuir con la alimenta-
ción de las ciudades y que en ellas puedan elaborar platos que satisfagan sus necesida-
des nutricionales tejidas con la riqueza y sazón propios.
Colombia geográficamente posee una topografía de espacios semiplanos, valles y mon-
tañas atravesadas por fuentes hídricas y suelos ricos en minerales. Lo anterior, producto de
erupciones volcánicas, los cuales resultan en una mayor producción agrícola. Asimismo,
con la aplicación planificada, y presupuesto de apoyo al campesino productor, puede satis-
facer a toda la población; también contribuye con las unidades agrícolas familiares.
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Por su parte, el país nació siendo agrícola y la tradición rural así lo demuestra:
“Colombia no utilizó la oportunidad histórica de transformar por medios pacíficos su
estructura agraria cuando era un país predominante rural, como lo fue en la década
de los cincuenta” (Machado, 2003, p. 4). Aun tras los procesos de industrialización se
busca perpetuar los cultivos tradicionales y que perduren a lo largo del tiempo, mejo-
rando sus técnicas, con presupuesto y apoyo nacional.
La gastronomía depende de los productos agrícolas provenientes del campo. Son
frescos, aportan la cantidad de nutrientes adecuados y en cantidades justas, para la
población rural y urbana. Para Rodríguez (2004): “el proceso de abasto de la ciudad
se configura dentro de las políticas económicas que van limitando o potenciando el
acceso a los alimentos de toda la población urbana” (p. 8).
Poder observar y proveerse de productos agrícolas depende del productor campe-
sino, quien aporta a la seguridad alimentaria. Vargas (2003) lo asume como “todas
las personas tienen en todo momento acceso físico y económico a suficientes alimen-
tos inocuos y nutritivos para satisfacer sus necesidades básicas y sus preferencias en
cuanto a alimentos, a fin de llevar una vida activa y sana” (p. 42). Son alimentos que
se comparan a diario en las plazas de mercado.
La Cumbre Mundial sobre la Alimentación busca satisfacer “la disponibilidad sufi-
24 ciente y estable de alimentos, el acceso y el consumo oportuno y permanente de los
mismos en cantidad, calidad e inocuidad por parte de todas las personas, bajo condi-
ciones que permitan su adecuada utilización biológica, para llevar una vida saludable
y activa (Rodríguez 2004, p. 45).
Existen agencias de las Naciones Unidas que trabajan por la seguridad alimentaria
en su estrecha relación con la gastronomía y el campesinismo. Un ejemplo es el Pro-
grama Mundial de Alimentos (PMA). Su objetivo es “brindar asistencia alimentaria a
más de 80 millones de personas en 80 países y responde continuamente a emergencias
alimentarias”. Por parte del Banco Mundial, su prioridad es “la inversión en agricul-
tura y en desarrollo rural para potenciar la producción de alimentos y la nutrición”
(p. 2).
Asimismo, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agri-
cultura (FAO) busca asegurar que todas las personas puedan acceder regularmente a
una cantidad suficiente de alimentos de calidad que les permita llevar una vida activa
y saludable. En el Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola (FIDA) su aporte es:
“reducción de la pobreza en áreas rurales, trabaja con poblaciones rurales pobres en
países en desarrollo para eliminar la pobreza, el hambre y la malnutrición; aumentar
su productividad y sus ingresos; y mejorar la calidad de sus vidas” (p. 11). Así, muchas
organizaciones se unen para contribuir con la alimentación sana y equilibrada coti-
diana desde la gastronomía saludable.
Prácticas gastronómicas domésticas como factor de identidad y construcción cultural
Los productos con certificaciones orgánicas le dan un valor agregado a la oferta ex-
portable de alimentos. Queremos que los empresarios tengan este nicho de mercado
presente y reconozcan que hay grandes oportunidades en el exterior, con consumi-
dores que están dispuestos a pagar hasta 30% más por el producto.
En estos términos, para Colombia significa que la agricultura sigue siendo un ren-
glón importante para la economía. Además, está exportando a la mayoría de los con-
tinentes, la producción variada es aceptada en los diferentes mercados y los productos
son para consumo gastronómico. Actualmente, se configura el programa “Colombia
Siembra” del Ministerio de Agricultura (2018):
Esta iniciativa beneficiará a todos los actores del agro (Agricultura Familiar, Finque-
ros y Agroempresarios), brindándoles instrumentos financieros adecuados a las ne-
cesidades de sus actividades productivas, para impulsar las inversiones en paquetes
tecnológicos, soluciones de agua, infraestructura, maquinaria, investigación y trans-
ferencia tecnológica. (p. 7)
Prácticas gastronómicas domésticas como factor de identidad y construcción cultural
Apoyar a los productores de las materias primas. Desarrollar y difundir los sabe-
res a través del conocimiento de nuestros productos gastronómicos tradicionales.
Incentivar a los visitantes a adquirir productos locales. Mejorar el medioambiente
y el entorno de los productores y la Salud de los consumidores. Crear una red de
restaurantes locales que promuevan la gastronomía y los saberes tradicionales.
Identidad cultural.
Pretende encontrar cuál es el camino más adecuado para buscar nuevas formas de
valoración y apropiación cultural de la gastronomía vernácula, en tanto que permanece
invisibilizada para el público en general. La identidad cultural está inmersa en todas las re-
laciones sociales que se establecen al interior y exterior de las comunidades con un conjun-
to de acervos cotidianos y otros exteriores diferentes a su entorno. Según Molano (2007):
Según Nunes dos Santos (2007): “los hábitos alimentarios están relacionados con la
identidad cultural y son influenciados por la formación cultural y social. Las tradiciones
religiosas, la clase social, el ingreso, las restricciones y prohibiciones alimenticias son ele-
mentos característicos de cada cultura” (p. 19). Los alimentos y sus preparaciones están
condicionados con el origen del pueblo, con sus hábitos diarios, sus festejos, su realidad y
la economía propia, además de las prácticas agrícolas de donde proceden los alimentos.
La diversidad étnica es influyente en la búsqueda de alimentos, sabores, texturas,
combinaciones auténticas. Estas terminan en preparaciones con muchos matices de
sabores y colores entremezclados. Para Woortmann (2004) “en la medida en que dife-
Prácticas gastronómicas domésticas como factor de identidad y construcción cultural
rentes grupos, étnicos o regionales, discriminan entre lo que es comido por ‘nosotros’
y lo que es comido por los ‘otros’, los hábitos alimenticios generan identidades y etno-
centrismos” (p. 72).
La identidad cultural de las poblaciones son un atrayente para entender los proce-
sos internos y sus relaciones con el turismo. Son más los turistas que quieren conocer
a las poblaciones y entender su relación con la gastronomía vernácula, presentándose
como atractivo de multiplicidad de manifestaciones culturales. Lo explica Schlüter
(2003) al reconocer la cocina tradicional como “un componente valioso del patrimo-
nio intangible de los pueblos” (p. 11). Todos los sentidos en un plato local son turísti-
camente atrayentes, además que todos los visitantes quieren degustar comida única.
Así lo manifiesta Morales (2018):
La gastronomía típica se está afirmando cada vez más como un patrimonio funda-
mental para el desarrollo turístico. Conocer y degustar la cocina local se considera
una experiencia cultural y sensorial. En la gastronomía se identifica un vehículo de
la identidad y la autenticidad de un territorio. (p. 26)
31
cual se compense los requerimientos nutricionales. De igual manera, otro 40% cree que
su dieta diaria satisface parcialmente los requerimientos nutricionales del día a día.
Para las familias campesinas en algunos casos es difícil lograr con solo su cosecha
proveer todos los alimentos para su familia. Por tanto, deben vender el excedente de
sus cosechas y adquirir mediante la compra el resto de alimentos para complementar
la dieta. Finalmente, un 20% respondió que no tiene una dieta nutricional completa;
se basan en lo poco que tienen a su disposición, pues la mayoría de hogares campe-
sinos poseen limitados recursos económicos que les permita ampliar su producción
para vender sus cosechas y aprovisionarse del resto de la canasta familiar diaria, se-
manal y mensual.
Las familias campesinas en su mayoría tienen poco acceso a todos los productos
para una dieta equilibrada, teniendo en cuenta las difíciles condiciones de vida. En es-
tos términos, no poseen dinero suficiente para invertir en ampliar sus cosechas, com-
prar semillas y vender sus productos en grandes cantidades en los mercados locales.
33
su dieta diaria. Por otro lado, el 33% manifiesta que no los satisface pues son familias
que en algunos casos solo tienen un monocultivo. Finalmente, el 17% respondió que
sus familias están satisfechas porque solo pueden consumir lo que producen. Los por-
centajes dependen en gran medida de las posibilidades socioeconómicas que poseen
los campesinos para ampliar, mejorar y producir variedad de cultivos. Asimismo, la
mayoría de los campesinos poseen una pequeña parcela para el cultivo de pancoger.
Ellos se dedican a una labranza específica por el difícil acceso a la tierra cultivable,
insumos, tecnología y transporte para llevar sus cosechas al mercado y la venta de los
productos a precios competitivos.
costumbres de una región” (p. 33). De igual manera, se intercambian saberes y se dan
a conocer los secretos culinarios para que la receta conserve el sabor típico logrando
la interacción de los comensales y cocineros; también haciendo que la preparación se
disfrute de forma única.
Fields (2002) hace referencia al Club Med donde “la mesa es una mezcla de personas
y de culturas, lo que demuestra la importancia de la función social” (p. 47). Los sabores
se conjugan con el campo. Así, se logra el sabor inconfundible, además de las bebidas
añejadas por días, semanas y meses como la chicha de maíz; amasijos de variedad de
sabores e ingredientes de dulce y sal (como tamales, envueltos, hojaldres) y la manera
de envolver, almacenar, preservar sabores y temperaturas utilizando hojas de plátano,
maíz, caña brava, entre otras. Lo anterior remite a la suculenta cocina campesina y para
Garcés (2012): “encontramos, pues, a través del estudio de sus comidas, que nuestros an-
tecesores estaban en su mayoría profundamente ligados a la tierra ya sea a los pequeños
predios o las haciendas que generaba para ellos frutos de gran abundancia” (p. 2).
El trabajo de los campesinos a diario brinda productos agrícolas, frescos y variados
en Colombia. Actualmente los restaurantes de cadena están atrayendo a los comensa-
les con estos platos autóctonos y singulares a partir de la preparación, presentación y
disfrute. Según el Ministerio de Agricultura y Desarrollo Rural (1995): “el campesino
36 es el resultado histórico de distintos asentamientos humanos que van conformando
grupos con identidades culturales que los caracterizan como sociedades” (p. 28) y con
su trabajo contribuyen a mantener la tradición de la huerta familiar.
Como González (2007) lo analiza: “el estudio de los saberes campesinos vistos como
representaciones sociales permite analizar aspectos puntuales que dan sentido a las
prácticas de las agrícolas desarrolladas por los campesinos” (p. 253). Así, la cadena lo-
gística agrícola parte del campesino y su trabajo diario en la agricultura familiar donde
se fomenta la soberanía alimentaria; es un fruto de mantener los cultivos, diversificarlos.
Además, sostenibles en el tiempo, libres de químicos; que aporten a la biodiversidad y
contribuyan con la economía local.
De igual manera, por medio de asociaciones abastecen plazas de mercado de las ciuda-
des y exportan, utilizando técnicas ancestrales. Para Altieri y Nicholls (2017): “los campe-
sinos aumentan y manejan la diversidad de sus agroecosistemas a tres niveles paisajístico,
predial y genético” (p. 42). Así se observa en paisajes de todos los colores verdes, amarillos;
con fragancias de flores y hiervas aromáticas; aquellas que construyen el paisaje rural.
Según la FAO (2014), “se busca visibilizar la agricultura a pequeña escala consecuente
con el desarrollo sostenible, mejorar medios de vida y nutrición, y continuar con la lucha
por erradicar la pobreza y el hambre” (p. 7). Al respecto, Escalona y Domínguez (2014)
agregan: “la agricultura campesina de pequeña escala sigue produciendo más de la mitad
Prácticas gastronómicas domésticas como factor de identidad y construcción cultural
A partir de allí, el campesino obtiene los alimentos con los cuales elaboran pla-
tos tradicionales, que con el paso del tiempo se mantiene. En algunos casos varían
cuando falta un ingrediente, pero siempre buscando que el sabor se perpetúe. Como
consecuencia, se rescatan algunos platos vernáculos que han sido olvidados con el
trascurrir del tiempo. No obstante, las personas campesinas con mayor experiencia
los recuerdan y elaboran en celebraciones.
Según Vásquez, Narváez y Calero (2015): “el conocimiento tradicional que tiene
el productor sobre los efectos de la luna en la producción agrícola y pecuaria son
prácticas muy antiguas que han adquirido de sus ancestros” (p. 8). Ese conjunto de
cosmovisiones heredadas permite a los campesinos reconocer el momento de siembra
y cosecha; así como temperaturas las cuales afectan o benefician un cultivo. Incluso
saben cuándo se acercan las heladas, cómo proteger esa labranza y recolectarla en el
momento preciso, para evitar su pérdida. Por otra parte, sobre el conjunto de saberes,
Vinueza (2014) considera:
Alvelayis Nieto Mejía
En este sentido, los campesinos reconocen los productos que se pueden sembrar,
qué cantidad de agua requiere, cómo lograr su pronta germinación hasta la cosecha
y cada día cuidar el cultivo. Lo anterior, para que la producción sea de buen tamaño,
sabor y color.
Para Yumicasa (2013) la preservación de saberes campesinos implica “asegurar su
transmisión dentro de las comunidades y apoyar la adaptación de los conocimientos
a los cambios socioeconómicos y culturales” (p. 11). Como una forma de arraigo a la
tierra productiva, para garantizar la sostenibilidad en el largo plazo del campo, y que
los integrantes más jóvenes de las familias continúen aprendiendo las técnicas ances-
trales para mejorar y continuar con los cultivos; al respecto Santocoloma (2015) pro-
pone: “un elemento importante para destacar dentro de los sistemas de producción
campesina es su afinidad con la producción agroecológica, como la labranza, siembra,
cultivo, riego, deshierbe, abonamiento y control de arvenses” (p. 17). En últimas, los
38 campesinos desde sus conocimientos ancestrales los manejan, los conocen muy bien y
saben cuáles son los productos de mayor rendimiento para obtener una gran cosecha.
De ahí la importancia de reconocer el trabajo campesino unido a la gastronomía:
con los mejores ingredientes se elaboran platillos de cada región. Como lo explica
Núñez (2004):
Los cultivos son bendecidos en ferias y fiestas para el disfrute colectivo de la pobla-
ción. Por otra parte, las poblaciones rurales trabajan en grupos para obtener una buena
cosecha, desde el momento de la siembra hasta la recolección; allí mujeres y hombres
campesinos recogen los mejores productos. Desde su punto de vista, Arias (2012) opina:
En ese sentido, se los escucha comentar sobre el día a día y sobre las enseñanzas
que sus ancestros les dejaron. También sobre cómo reconocer los metros cuadros de
tierra, cómo esparcir las semillas, cuál es el momento perfecto de riego para no que-
mar las plantas, cómo cosechar para no dañar la raíz y conservar un buen producto.
En conjunto, la valoración campesina contribuye a mejorar la economía, las diná-
micas sociales y culturales. Estas se evidencian en la calidad de cultura alimentaria
que cimientan. Para Silvetti (2011): “La valoración social de determinadas propieda-
des de los ecosistemas y su preservación por parte de grupos campesinos e indígenas
ha constituido y constituye aún, una parte fundamental del compromiso práctico de
los campesinos con las condiciones físicas que posibilitan su modo de vida” (p. 9).
En condiciones óptimas mejora y crece en volumen con apoyo gubernamental y po-
líticas agrarias para satisfacer la demanda de los mercados locales y regionales al ser
parte trascendental de la identidad rural, como lo explica Molano (2007): “el valorar,
restaurar y proteger el patrimonio cultural es un indicador claro de la recuperación,
reinvención y apropiación de una identidad cultural [en el campo]” (p. 7). Este último 39
proporciona aire fresco y limpio para las poblaciones y se entretejen colores, aromas y
formas que los cultivos van demostrando hasta su madurez.
El sinnúmero de demostraciones rurales, junto con la tradición e historia, se entre-
lazan para incrementar el arraigo cultural y trabajo campesino en sus parcelas. Para
Arias (2012):
Como consecuencia, se ratifican con el tiempo por las costumbres y porque son
necesarios todos los productos obtenidos para lograr cocinas únicas relacionadas con
la cultura. Según Patiño (2012):
La cocina hace parte de la cultura alimentaria, está más allá de ser el espacio donde
los alimentos se transforman en comida: constituye una seña de identidad, en tan-
to abarca todo un entramado simbólico y su articulación con el resto de la cultura.
(p. 25)
Alvelayis Nieto Mejía
El mundo avanza y con él las tecnologías para mejorar e incrementar las cantida-
des de productos, que estén direccionadas en pro del medio ambiente; que favorezcan
no solo para el acceso a los campesinos, sino que aporte en la producción de platos
regionales y gastronomías que puedan desarrollarse con los cultivos que se trabajan
en el sitio.
Desde la economía local, los campesinos hacen una fuerte contribución para abaste-
cer las familias con productos tradicionales cultivados en la huerta familiar. Según Sch-
neider (2003) “en términos financieros, la oferta de una variada cantidad de productos al
mercado, la ocupación en diversas actividades generadoras de ingresos como la venta de
fuerza laboral se denominada pluriactividad de la agricultura” (p. 41). Por consiguiente,
es revitalizar el campo, atraer mano de obra para contribuir con la producción y así ob-
servar y aprender de las técnicas ancestrales. Aquellas que luego dan origen a elaborados
platos que se comparten en ferias y fiestas, y atraen a un sinnúmero de visitantes. Por
su parte, desde la administración del sitio se deben fomentar las prácticas agrícolas en 41
concordancia con el medio ambiente.
Al respecto, Forero (2002) manifiesta: “el control administrativo que los agricultores
ejercen sobre su producción en pequeña escala se constituye con estrategias económicas
para superar la dificultad de los relativos bajos ingresos que tienen en el mercado” (p.
14); como una alternativa para contribuir con su economía. Asimismo, son las estrategias
culturales y productivas, que para Acevedo (2015) “desencadenan funciones ambientales,
sociales y financieras que en conjunto conforman estrategias multifacéticas de la agricul-
tura familiar para hacer frente a las adversidades externas y permanecer en sus territorios
rurales” (p. 95). De esta manera, favoreciendo al campo y mejorando su nivel de vida.
Las condiciones y características de vida están relacionadas con las formas de ali-
mentación; las largas y extenuantes jornadas laborales de los campesinos requieren de
alimentación que satisfaga sus necesidades. En algunos casos son las legumbres, tubér-
culos y hortalizas de hoja verde que aportan al sabor, aroma y textura en la elaboración
de recetas variadas desde simples hasta muy elaborados. Además, en sus diferentes for-
mas de cocción, preparación y manejo de estas hojas; con ellas, además, se protegen
los alimentos, se presentan en las mesas y brindan recursos económicos a las familias
productoras, como lo describe Bonelo (2018):
Alvelayis Nieto Mejía
Cuando los precios están altos favorecen al campesino productor. Sin embargo,
cuando están bajos los clientes se hacen a gran cantidad de estos productos, y los hábitos
alimentarios se relacionan con la demanda y producción de un determinado alimento
o su sustituto, y se elaboran recetas familiares, para Sánchez (2012) “la receta de una
comida es una síntesis, una expresión de un sistema culinario complejo. Contiene una
matriz básica de ingredientes y procedimientos que debe mantenerse” (p. 56). Por otro
lado, las cocinas colombianas están inundadas de tradiciones; para el Instituto de Turis-
mo del Meta (2014):
Los aromas que recuerdan fogones de infancia, de la finca de los abuelos cocinas
con sabor a humo y a manos de antepasados, platos con nombres propios y únicos,
representan una inmensa riqueza regional que se debe proteger e incrementar para
ofrecerla siempre a propios y visitantes del país. (p. 25)
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Con técnicas como puestas al sol para secar los alimentos, trituración de especias,
conservación, curtido, almacenamiento de granos y tubérculos; así como presenta-
ción de platos madurados o frescos. También en las diferentes regiones aparecen va-
riedades dulces y saladas en combinación de cítricos, amargos, suaves y con texturas
cremosas que hacen al paladar un disfrute completo. Así son las cocinas campesinas
y según Del Castillo, del Pilar y Suárez (2014):
Rescatar y recuperar los saberes y sabores de nuestros ancestros, historias y relatos que
se van cocinando a fuego lento, que invitan a recordar, disfrutar y saborear nuestras
costumbres, las preparaciones ancestrales y los alimentos que han hecho parte de la
tradición gastronómica de las comunidades rurales nariñenses. (p. 12)
Lo anterior está unido a la tradición campesina, al olor de la gran olla preparada para
todos los invitados, en una mesa compartida por propios que agasajan a los participan-
tes con relatos de mitos y leyendas. Cuentan sus recuerdos con uno y otro secreto en la
elaboración de su gastronomía vernácula. Por último, existen los utensilios típicos que se
utilizan para preparar y servir los alimentos como las piedras de moler, las callanas, las
ollas de barro y pailas de cobre, los cubiertos de madera, el cedazo, el molino, entre otros.
Prácticas gastronómicas domésticas como factor de identidad y construcción cultural
Conclusiones
La gastronomía vernácula es una gastronomía de la cotidianidad, construida por aque-
llos que nacieron en su propio territorio. A sus espaldas ellos cargan la herencia gene-
racional de trabajar la tierra y vivir de ella. Con sus manos construyeron sus viviendas,
utensilios y cocinas, utilizando los pocos o muchos productos que logran producir para
inventar sus propias maneras de cocinar. Además, existe un culto con el fuego que per-
mite consumir un poco de la madre naturaleza, la cual en su generosidad posibilita el
disfrute de los alimentos: sopas, caldos, guisos, olores, colores y sabores. De esta mane-
ra, establecen costumbres y hábitos legados entre generaciones que son parte constituti-
va del patrimonio gastronómico de los campesinos.
Las prácticas gastronómicas vernáculas son susceptibles de ser activadas patrimo-
nialmente por el turismo, el cual se constituye en un sistema de representaciones en
tanto que dicha gastronomía pasa a constituir un entramado de significados sobre im- 43
portancia y atractividad para las prácticas turísticas, logrando integrar en los viajeros el
lenguaje de la alimentación autóctona y tradicional para generar un significado social y
simbólico. Entonces, se abren posibilidades para un turismo experiencial con un signi-
ficado cultural que encuentra en lo autóctono (desde la cultura popular) escenarios para
el aprendizaje y la resignificación a partir de nuevos productos turísticos que habitan en
las manifestaciones inmateriales de los campesinos; escenarios para la educación y el
aprendizaje cultural.
En efecto, la gastronomía autóctona y tradicional fue una construcción colectiva que
en una misma “olla” fusionó la identidad gastronómica que sobrevive hasta el día de
hoy. Esas connotaciones hablan de un patrimonio gastronómico con una multiplicidad
de particularidades tejidas de manera distinta en los territorios; los cuales quedaron
matizados por diferentes contextos como: clima, producción, comunidad, paisaje. Sin
embargo, en suma, constituyen un único acervo gastronómico e identitario para los
colombianos. Como consecuencia, requiere de un reconocimiento indispensable para
su conservación y sobre todo como medio fundamental para su supervivencia cultural.
La gastronomía vernácula se construye en las manos trabajadoras de los campesinos.
De esa manera, ellos le dan continuidad a su identidad cultural. Aun así, es de vital
importancia buscar los recursos necesarios para diseñar instrumentos y estrategias que
Alvelayis Nieto Mejía
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Prácticas gastronómicas domésticas como factor de identidad y construcción cultural
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