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YO EL LAPIZjhmb

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YO, EL LÁPIZ

Leonard E. Read
Mientras me sentaba contemplando el maravilloso diseño de un lápiz ordinario, el
pensamiento me vino a la cabeza: Apostaría a que no hay una sola persona en el mundo que
sepa cómo hacer algo tan sencillo como un lápiz.

Si esto pudiera demostrarse, reflejaría de forma visible el milagro del mercado y ayudaría a
dejar claro que todas las cosas fabricadas no son sino manifestaciones de intercambios de
energía creativa, que todas ellas son, de hecho, fenómenos espirituales. ¡Las lecciones de
economía política que esto podría enseñar!

A eso siguió el inolvidable día en la fábrica de lápices, empezando en el muelle de descarga,


cubriendo cada fase de incontables transformaciones y concluyendo con una entrevista al
químico.

Si ustedes hubieran visto lo que yo, también habrían iniciado una calurosa amistad con ese
asombroso personaje, YO, EL LÁPIZ.1

Al ser un escritor por derecho propio, dejo a YO, EL LÁPIZ hablar por sí mismo:

Yo soy un lápiz de grafito, el típico lápiz de madera tan conocido por todos los que saben leer y
escribir.

Escribir es al mismo tiempo mi vocación y mi distracción; eso es todo lo que hago.

Pueden preguntarse por qué debería escribir una genealogía. Bueno, para empezar, mi historia
es interesante. Y, además, soy un misterio: más que un árbol o un atardecer o incluso un
relámpago. Pero, por desgracia, se me da por hecho por quienes me usan, como si fuera un
mero incidente sin antecedentes. Esta actitud desdeñosa me relega al nivel de un lugar común.
Es un tipo de grave error en que la humanidad no puede persistir mucho tiempo sin peligro.
Pues, como observaba el sabio G.K. Chesterton: «Estamos pereciendo por el deseo de
preguntas, no por el deseo de maravillas».

Yo, el lápiz, si bien en apariencia soy algo sencillo, merezco tu asombro y admiración. En
realidad, si ustedes consiguen darse cuenta del milagro que vengo a simbolizar, podrán ayudar
a la libertad que desgraciadamente la humanidad va poco a poco perdiendo. Tengo una
profunda lección que enseñar. Y puedo transmitirla mejor que lo que un automóvil, un
aeroplano o una lavadora de platos podrían hacerlo, en virtud de ser aparentemente algo muy
simple.

¿Simple? Sin embargo, ni una sola persona sobre la tierra sabe cómo hacerme. Esto suena
fantástico ¿no es cierto? Especialmente cuando se toma conciencia de que alrededor de
quinientos millones de unidades como yo son producidas en los Estados Unidos cada año.

Tómenme y obsérvenme. ¿Qué es lo que ven? Sus ojos no encontrarán gran cosa: hay un poco
de madera, barniz, la etiqueta, la mina de grafito, algo de metal y una goma de borrar.

Innumerables antecedentes
Igual que ustedes no pueden remontar su árbol familiar muy lejos, tampoco para mí es posible
nombrar y explicar todos mis antecesores. Pero me gustaría sugerir los suficientes de ellos
para darles la impresión de la riqueza y complejidad de mi origen.

Mi árbol familiar comienza con lo que de hecho es precisamente un árbol: un cedro de fibra
recta que crece en el norte de California y Oregon. Contemplen ahora todos aquellos
elementos que la tarea de cortar el árbol y transportar los troncos hasta la vía del ferrocarril
requiere: sierras, camiones, sogas y muchos otros pertrechos. Piensen en todas las personas y
en las innumerables técnicas que intervinieron en su fabricación: en la extracción del mineral,
la obtención del acero y su conversión en sierras, ejes, motores; el cultivo del cáñamo y su
paso por todas las etapas hasta llegar a la soga pesada y resistente; los campamentos de los
obreros con sus camas y comedores. Bueno, ¡incontables miles de personas han puesto una
mano en cada copa de café que beben los leñadores!

Los troncos son transportados hacia un aserradero en San Leandro, California. ¿Pueden
ustedes imaginar a todos aquellos individuos que participan en la fabricación de los vagones,
los rieles, los motores del ferrocarril y en la instalación de los sistemas de comunicación? Estas
legiones están entre mis antecedentes.

Consideren las tareas que se llevan a cabo en el aserradero de San Leandro. Los troncos de
cedro son cortados en pequeñas láminas de menos de un cuarto de pulgada de grosor cada
una. Las mismas son secadas y entintadas por las mismas razones por las que las mujeres
ponen rouge en sus rostros: la gente prefiere que yo luzca hermoso y no de un blanco pálido.
Las láminas de madera son enceradas y secadas en un horno nuevamente. ¿Cuántos
conocimientos intervinieron en la fabricación de la tina y de los hornos, en la generación de
calor, en la luz y la energía, las poleas, los motores, y en todas las cosas que la fábrica
requiere? ¿Incluimos a los que realizan la limpieza de mis ancestros? Sí, y también a quienes
vertieron el concreto para edificar la represa hidroeléctrica que suministra energía a la fábrica.

No olviden a los ancestros presentes y distantes que han colaborado en transportar 60 cargas
de listones por toda la nación.

Una vez en la fábrica de lápices (4.000.000 de dólares en maquinaria y edificaciones, capital


acumulado por padres economizadores y ahorradores) a cada tablilla se le hacen ocho caras
mediante una compleja máquina, después de lo cual otra máquina pone grafito en otra tablilla,
aplica pegamento y pone otra tablilla encima, un bocadillo de grafito, por decirlo así. Siete
hermanos y yo somos formados mecánicamente a partir de este bocadillo de madera.

Mi mina en sí misma es compleja. El grafito es extraído de Ceilán. Tengan presente a los


mineros y a todos aquellos que produjeron sus diversas herramientas y a los que elaboraron
las bolsas de papel en las cuales el grafito es transportado y a quienes fabricaron las cuerdas
con las cuales se atan las bolsas y a aquellos que las cargaron y a los que fabricaron esos
barcos. Inclusive los encargados del faro que guía las naves y los operarios del puerto
participaron en mi nacimiento.

El grafito es mezclado con arcilla proveniente de Mississippi en la cual el hidróxido de amonio


es utilizado en el proceso refinado. Posteriormente, agentes humectantes son añadidos, tales
como sebo sulfurado, que es grasa animal químicamente tratada como ácido sulfúrico. Luego
de pasar por numerosas máquinas, la mezcla finalmente luce como salida de un picador de
carne, y pasan a ser cortadas a medida, secadas y horneadas por varias horas a una
temperatura de 1000 grados Celsius. Para aumentar su resistencia y suavidad, las puntas son
tratadas con una mezcla caliente que incluye cera proveniente de México, parafina y grasas
naturales hidrogenadas.

La madera de cedro recibe seis manos de esmalte. ¿Tienen idea de cuáles son todos los
ingredientes del esmalte? ¿Se le ocurriría a alguien pensar que las refinerías de aceite de
castor forman parte de él? Pues así es. Al mismo tiempo, el proceso a través del cual se logra
que el esmalte tenga un atractivo color amarillo, involucra las habilidades de más personas que
las que alguien podría llegar a enumerar.

Observen la etiqueta. Hay una película formada aplicando calor a negro de carbón mezclado
con resinas. ¿Cómo se hacen las resinas y qué es, por Dios, el negro de carbón?

Mi pequeña porción de metal, la férula, está hecha de cobre. Piensen en todos aquellos que se
dedican a la extracción de zinc y del cobre, y en quienes conocen las técnicas para producir
finas y brillantes láminas con ambos elementos naturales. Los negros anillos que se observan
en mi cuerpo, son de níquel negro. ¿Qué es el níquel negro y cómo se le aplica? As su vez, la
historia completa de por qué el centro de mi cuerpo no posee níquel negro demandaría
páginas enteras para explicarla.

Luego llega el momento de mi «coronación», a la que poco elegantemente se le conoce en el


mundo comercial como «la arandela», la parte que los individuos utilizan para borrar aquellos
errores que cometen conmigo. Un ingrediente llamado «factice» es lo que constituye esa parte
de mí ser. Es un producto de características similares al caucho, hecho con un aceite
proveniente de las Antillas Holandesas, mezclado con cloruro sulfurado. La llamada «goma»,
contrariamente a la opinión popular, se utiliza solamente para pegar. Existe también,
numerosos agentes vulcanizadores y aceleradores. Por ejemplo, la piedra pómez proviene de
Italia, y el pigmento que le otorga a la arandela su color es cadmio sulfurado.

Nadie sabe
¿Quiere alguien desafiar ahora mi afirmación inicial de que ningún individuo sobre la Tierra
sabe cómo fabricarme?

En realidad, millones de seres humanos han participado en mi creación, cada uno de los cuales
sólo conoce muy poco del resto. Pero no hay un solo individuo entre todos esos millones de
seres, incluyendo al presidente de la compañía de lápices, que contribuya a mi elaboración
más que una infinitesimal parte del conocimiento. La única diferencia que existe entre el
minero que extrae el grafito en Sri Lanka y el leñador en Oregon está en el tipo de
conocimiento que ambos poseen. Ni el minero ni el leñador pueden ser dejados de lado, ni
tampoco el químico en la fábrica o el trabajador en el pozo de petróleo, al ser la parafina un
derivado del petróleo.

He aquí un hecho pasmoso: ni el minero que extrae el grafito, ni quienes conducen o fabrican
los barcos o trenes o camiones, ni quien posee en funcionamiento la máquina que talla mis
partes metálicas, realizan su tarea porque me quieren. Ellos me quieren aún menos de lo que
puede llegar a hacerlo un alumno de primer grado. En realidad, entre esta vasta multitud
existe algo en común, que nada tiene que ver con la circunstancia de que alguna vez hayan
visto un lápiz o aún de que sepan o no cómo utilizarlo. Su motivación es algo que está más allá
de mi propia existencia. Cada uno de estos millones de individuos observa que pueden
intercambiar su pequeña parte de conocimiento respecto de cómo se produce un lápiz, por
aquellos bienes y servicios que necesitan o desean, pudiendo yo encontrarme o no entre esos
bienes.

No hay mente maestra


Existe aún un hecho más pasmoso: La ausencia de una mente maestra, de alguien dictando o
dirigiendo por la fuerza todas esas incontables acciones que me permiten cobrar vida. Ni el
más mínimo rastro de tal clase de persona puede encontrarse. En cambio, hallamos a la Mano
Invisible de Adam Smith trabajando. Este es el misterio al cual me refería al comienzo de mi
relato.

Se ha dicho que «sólo Dios puede hacer un árbol». ¿Por qué estamos de acuerdo? ¿No es
porque nos damos cuenta de que no podemos fabricar uno? De hecho, ¿podemos siquiera
describir un árbol? No podemos, salvo en términos superficiales. Podemos decir, por ejemplo,
que cierta configuración molecular se manifiesta como un árbol. ¿Pero qué mente hay entre
los hombres que pueda siquiera registrar, no digamos dirigir, el cambio constante de
moléculas que transpiran en la vida de un árbol? ¡Una hazaña así es completamente
impensable!

Yo, el lápiz, soy una compleja combinación de milagros: un árbol, zinc, cobre, grafito, etc. Pero
a todos estos milagros que se ponen de manifiesto en la Naturaleza se le ha añadido un
milagro más aún más extraordinario: la configuración de creativas energías humanas, millones
de pequeños conocimientos dando forma a una natural y espontánea respuesta a una
necesidad y a un deseo humano y en ausencia de cualquier clase de mente maestra. Como
sólo Dios puede hacer un árbol, insisto en que Dios me pudo hacer. El hombre no puede dirigir
estos millones de conocimientos para hacerme existir como no puede juntar moléculas para
crear un árbol.

Lo expresado es lo que quise decir cuando escribí, «si consiguen darse cuenta del milagro que
vengo a simbolizar, podrán ayudar a la libertad que desgraciadamente la humanidad va poco a
poco perdiendo». Si alguien es consciente de que estos conocimientos se armonizarán natural
y automáticamente dando forma a actividades creativas y productivas, en respuesta a las
necesidades y demandas de los individuos, y en ausencia de toda mente maestra
gubernamental y coercitiva, esa persona poseerá un ingrediente absolutamente esencial para
la libertad: fe en la libertad individual. La libertad es imposible sin esa fe.

Una vez que el Estado toma para sí el monopolio de alguna actividad creativa, como por
ejemplo el servicio de correos, la mayoría de los individuos creerá que la correspondencia no
podrá ser eficientemente despachada por particulares actuando libremente. He aquí el
motivo: Cada uno admitirá que por sí mismo no puede conocer todas las facetas que involucra
la entrega de correspondencia. Será consciente también de que ningún otro individuo sabe
tampoco cómo hacerlo. Estas percepciones son en realidad correctas. Nadie posee suficiente
conocimiento para desarrollar un servicio nacional de correos, del mismo modo de nadie
posee los suficientes conocimientos como para poder fabricar un lápiz. Ahora bien, ante la
falta de fe en la libertad individual, ante el desconocimiento de que millones de pequeños
conocimientos natural y milagrosamente confluirán para satisfacer una necesidad del
mercado, la opinión pública arribará erróneamente a la conclusión de que el correo puede ser
repartido por una «mente maestra» gubernamental.

Abundancia de testimonios
Si yo, un lápiz, fuera el único artefacto que pudiera ofrecer testimonio acerca de lo que los
hombres y mujeres pueden llegar a alcanzar cuando se les permite comerciar libremente,
entonces quienes tienen poca fe tendrían un justo motivo. Sin embargo, observamos que el
despacho de correspondencia es algo relativamente simple si se le compara, por ejemplo, con
la fabricación de un automóvil o de una calculadora o con decenas de miles de otras cosas.

En las áreas donde los individuos han sido dejados en libertad, ellos han logrado trasladar la
voz humana alrededor del mundo en menos de un segundo; hacer llegar un evento
visualmente y con movimiento hasta el hogar de cualquier persona al mismo tiempo en que
está ocurriendo; trasladar 150 pasajeros de Seattle a Baltimore en menos de cuatro horas;
enviar gas de Texas a tu caldera en Nueva York a precios increíblemente baratos y sin
subvenciones; transportar cuatro libras de petróleo desde el Golfo Pérsico hasta la Costa
Occidental –media vuelta al mundo– por menos dinero que el que cobra el gobierno por
despachar una simple carta hasta la vereda de enfrente.

La lección que tengo para transmitir es ésta: déjese a las energías creativas fluir libremente.
Simplemente organícese a la sociedad para actuar en armonía con esta lección. Procúrese que
la organización jurídica remueva todos los obstáculos lo más que pueda. Permítase que los
conocimientos surjan libremente. Téngase esa fe en que los hombres y mujeres libres
responderán a la Mano Invisible. Esa fe será ampliamente confirmada. Yo, el lápiz,
aparentemente tan simple, ofrendo el milagro de mi creación como testimonio de que esa fe
resultará muy práctica, tan práctica como lo son el sol, la lluvia, un cedro y la buena tierra.

YO, EL LÁPIZ...A LA MEXICANA


Roberto Salinas León y Carlos Peláez Gómez adaptan el famoso relato de cómo se hace un lápiz
de Leonard E. Read a la realidad de la economía mexicana.

En los círculos intelectuales de la economía de mercado, conocida es la historia del famoso


Lápiz que auto-narra su pasado, y sobre todo el proceso económico que lo llevó a existir.1 En
esta leyenda, la lección es dramática —cómo millones de pequeñas (minúsculas) porciones de
conocimiento individual se entrelazan en un asombroso proceso inter-temporal de acción
humana para permitir su surgimiento; un proceso complicado, imposible de concebir por la
iluminación de una sola mente humana, o incluso varias. En este proceso, según la narrativa
del Lápiz, participan un sinnúmero de mentes individuales que persiguen objetivos particulares
y heterogéneos, mismos que se concatenan de manera espontánea, convergiendo en la
producción final de esa unidad. En el famoso texto de Leonard Read, nos volvemos testigos de
la vanidad divina que caracteriza a los que consideran posible reunir a una persona o un
comité de mentes humanas para tratar de planear, conducir, coordinar y orientar el proceso
económico, tanto en un caso individual como este, o en su totalidad.

Su historia nos reveló el proceso que nace de la necesidad humana de comunicación, sin
requerir ex ante un ejercicio de coerción, o un aparato autoritario. Es un efecto natural de
acciones espontáneas libres de seres cotidianos de carne y hueso. En otras palabras, el cuento
nos dramatiza la potencia del complejo sistema de comunicación, y de la función
coordinadora, que caracterizan al mercado; un orden en el que las personas se comunican
entre sí respecto de la escasez relativa de bienes, actuando en forma libre y voluntaria,
revelando a la comunidad escalas de incentivos, preferencias, y restricciones. He ahí el gran
descubrimiento de las ciencias socioeconómicas.

Sin embargo, nuestro admirado colega olvidó detallar lo sensible que puede resultar este
proceso a las injerencias de intervenciones selectas, discrecionales, con altos costos de
transacción, que existen dentro de los llamados mercados emergentes —y con ello, olvidó
destacar la imperiosa necesidad de mantener libre el proceso, so pena de sufrir graves
desajustes. Es aquí donde la historia de la contraparte mexicana adquiere una relevancia
fundamental.

Así como aquella narración, ésta es la historia de mi pasado, Yo Lápiz mexicano, como ejemplo
de lo que también sucede en otros mercados latinoamericanos, con tradiciones anti-
económicas, con instituciones que inhiben el potencial productivo de sus ciudadanos, al
imponer formidables costos de transacción en el complicado proceso económico de
producción. Uno podrá preguntarse qué diferencia implica el lugar de fabricación, si al fin y al
cabo las leyes de la economía son universales; y, uno tendrá toda razón al plantear la
interrogante: la ubicación geográfica no debería de influir en las condiciones que permiten y
dan rienda suelta al proceso; lamentablemente, en el caso de regímenes de inversión
subdesarrollados, las condiciones internas sí cambian; y hacen una diferencia fundamental.
Vaya, entre otras cosas, mi país hoy tiene el mismo nivel de productividad laboral, en pleno
siglo veintiuno, que tenía un país como el Reino Unido ¡en 1965!, hace casi una mitad de siglo,
o Francia, también, ¡en 1964!2

México es un país, como varios otros países en la región latinoamericana, donde las "reglas de
juego" que norman la producción son diferentes a las descritas por mi compañero. En mi país,
el proceso espontáneo expuesto, en contraste, presenta trabas que impiden o dificultan la
coordinación espontánea de los deseos y las necesidades que hemos detallado. En mi patria, el
acto de prosperar es una actividad extraordinariamente costosa y resulta todo un drama. Este
drama no discrimina; se refleja con la misma intensidad en los diferentes sectores y se hace
presente con la misma frustración tanto en las operaciones más pequeñas, como en las
negociaciones más importantes. A los que anhelan vivir mejor, esta crisis los tiene al borde de
un ataque de nervios.

Mi genealogía

Soy el tradicional lápiz de grafito, el ordinario lápiz de madera tan familiar para todos los
mexicanos, chicos y grandes, que pueden leer y escribir. La historia que he venido a contarles
es la historia de mi pasado; el proceso por el que pasé para poder existir hoy, y servir a
millones de mexicanos.

Usted puede preguntarse —tal como varios se cuestionaron ante la narración que Leonard
Read realizó sobre un lápiz de grafito en una economía de mercado— por qué debería escribir
mi genealogía. Mi historia es interesante, quizá aun más que la de mi antecesor, el lápiz de una
economía abierta y competitiva. Tal como a él, los que me utilizan me consideran como la cosa
más natural del mundo. Pero yo también soy un misterio, aunque en un sentido más profundo,
y ciertamente más triste. Esa actitud que no me confiere importancia ensombrece los procesos
socio-económicos que suceden delante de la mirada humana, así como la poderosa influencia,
positiva o negativa, que los seres tienen sobre la libertad económica.

Yo, un lápiz mexicano, aún si parezco simple, estoy sujeto a fabulosos obstáculos de artificie
política antes de alcanzar la mano del usuario final. Ciertamente merezco su asombro en
cuanto a la complejidad del orden espontáneo que opera durante mi creación; pero
ciertamente también, merezco su preocupación por las razones que vengo a exponer aquí, las
cuales seguro también son fuente de asombro.

Mi fantástica historia, un largo viaje desde una idea, al árbol y hasta la mano de un escribiente;
es a la vez una advertencia a la acción para salvar la libertad de elección, esa libertad que los
individuos pierden cada día en países latinoamericanos.

Tramitar o morir: Un inicio doloroso

A pesar de que a primera vista parezca un proceso muy simple, en realidad se trata de un flujo
lleno de irregularidades, costos no contemplados, obstáculos y otras diferencias respecto del
proceso por el que pasan mis parientes, los lápices de grafito estadounidenses, europeos o
asiáticos.

Todos mis elementos son muestra de una violación al orden espontáneo de procesos
económicos que me dan vida: la madera, el barniz amarillo, las pequeñas letras impresas, el
grafito, la banda de metal, la goma de borrar, todos y cada uno de ellos.

Comencemos por el principio: cuando un empresario visionario identificó la oportunidad de


negocio que representaría el crearme —lo cual se debe traducir necesariamente en la
satisfacción de necesidades— tuvo que hacer un examen previo, un “calculo económico,” que
le permitiera identificar los costos y riesgos de la aventurada tarea que se disponía a realizar.

Lo primero que tuvo que hacer fue identificar un lugar para su planta o fábrica de lápices; una
vez identificado, buscó hacerse de la propiedad para rápidamente pasar a su siguiente
objetivo. Sin embargo, la adquisición no fue tan sencilla. El empresario pasó por un largo y
costoso proceso notarial que ponía trabas, una tras otra, a la asignación de la propiedad. Por
supuesto, no le quedaba otra opción, pues ésta es la única manera de lograrlo. En el esquema
mexicano de concesiones, mercados cautivos (públicos y privados), y de eterna tramitología, la
propiedad no es un derecho, sino un privilegio. Por lo tanto, este tipo de “discriminación
jurídica” implica que la corrupción, particularmente en la forma del soborno, se convierte en
un instrumento nefasto pero necesario para reducir los costos de transacción y, por ende, para
salir adelante. Para ser exactos, fueron más de 74 días los requeridos para que mi creador
original pudiera registrar la propiedad, y recurrió aproximadamente a un costo “oficial” de 5,2
% del valor de la propiedad; pero como podrá imaginarse, fuera de lo “oficial,” los costos
fueron mucho mayores.3 Después de un costoso y agotador proceso, pudo hacerse de la
propiedad y continuar con sus objetivos. El camino doloroso apenas comenzaba; pronto mi
creador se daría cuenta que el lema del darwinismo social, “hacer o morir”, en esta
circunstancia cambia por el lema “tramitar o morir”.
El siguiente paso era acreditar los permisos de construcción de la planta, y los permisos de
producción, todo esto porque el Estado mexicano, auto-nombrado protector de los derechos
de los consumidores, debe estar al pendiente de lo que se produce en su suelo y para sus
ciudadanos. Los trámites para el permiso de la construcción tomaron alrededor de 105 días.4
No sin pasar por un proceso costoso, corrupto y desgastante de varias etapas ante más de una
docena de dependencias, y en un plazo de varios meses, el empresario obtuvo los permisos y
construyó una estructura para su fábrica de lápices.

Lo siguiente fue darse de alta en el padrón de contribuyentes, ya que, por supuesto, todo
ciudadano debe por definición estatista del nacionalismo económico hacer su aportación al
Estado. Este es, según la sabiduría de la burocracia contemporánea, el precio de un sistema de
organización social moderno. La orgía de papeleos, la escala de “costos de entendimiento”, y
los tortuosos días adicionales de espera, permitieron, al fin, conseguir el registro fiscal, dando
así otro paso importante para el inicio de la producción de un producto tan simple y sencillo
como yo. No obstante, la carga impositiva y los costos administrativos de cumplimiento
periódico, entorpecieron y dificultaron permanentemente mi desarrollo. En mi país de origen
el sistema fiscal es tan complejo que varios comerciantes no pueden sobrevivir en la parte
formal de la economía, impidiendo la llegada de otros lápices parientes como yo a las manos
de consumidores mexicanos, o peor aún, obligando a los comerciantes a desarrollar y distribuir
las unidades en un mercado informal, fuera de la ley.

Un ejemplo de los efectos que esta carga implican es que mi emprendedor creador tuvo que
introducir plazas especiales en la empresa, todo un departamento de asuntos fiscales,
jurídicos, contables, e incluso hoy en día, ecológicos y climatológicos, especialistas en llevar a
cabo la acción de tramitar para sobrevivir. Todas estas plazas, se lamenta, sustituyen y ocupan
los recursos que en su plan original estaban etiquetados a la expansión de la planta productiva,
así como nueva inversión en tecnología.

Historias de horror

Una vez que el empresario se recuperó del desgastante proceso que lo llevó hasta el lugar en
donde nos encontramos, se dispuso a comenzar la producción de lápices.

El siguiente paso en su arriesgada odisea fue comprar el equipo y juntar el capital necesario
para el proceso de mi fabricación. Esto fue en una época en que México era una economía
cerrada, donde se sustituían las importaciones de productos extranjeros con la intención de
fomentar la producción nacional. El gobierno, haciendo uso de su poder, prohibió las
importaciones y dejó a los mexicanos sin opciones de compra de bienes de capital extranjeros,
y por consiguiente, en la necesidad de someterse a la única opción: equipo y capital nacional.
El gobierno ignoró que la producción no es un proceso que se lleva a cabo por decreto, sino
mediante una estructura de incentivos; el resultado fue que los mexicanos contaban con una
estructura de capital escasa, costosísima, y de calidad significativamente inferior a los recursos
en mercados de capital abiertos. El gobierno también ignoró que existe una ley espontánea
mucho más fuerte que cualquier otra norma impuesta: la ley de acción humana ante la
escasez. Como consecuencia, varias máquinas necesarias para mi fabricación que no se
vendían en mi país tuvieron que ser adquiridas a través de un mercado negro, a un precio
mucho mayor, y en condiciones desfavorables para el empresario que se aferraba,
heroicamente y a pesar de todo, a mi producción.
Su siguiente paso fue contratar la mano de obra, recurso necesario para el proceso productivo.
Poco tiempo transcurrió para que mi innovador creador se diera cuenta que estaba por
enfrentarse a la mayor traba al proceso productivo que permite mi fabricación. En el proceso
integral de mi producción, desde la preparación de la taza de café que beben los leñadores
hasta el vendedor de la papelería, el mercado laboral es víctima de innumerables restricciones
que complican toda la cadena de mi producción, en perjuicio de los millones de mexicanos que
me necesitan y demandan. Esta es una historia de horror.

Este capítulo de mi triste historia pone de manifiesto la legislación paternalista que los
gobiernos han puesto en práctica en supuesto beneficio de los trabajadores. Por supuesto, el
paternalismo ha respondido a las buenas intenciones de proteger a las clases trabajadoras; sin
embargo, a la vez, ha generado brutal rigidez en el mercado, y ha dotado de tremendo poder a
líderes sindicales cuya preocupación singular no es el interés de sus agremiados sino el propio.

El sector laboral en México está regulado por la Ley Federal del Trabajo (LFT). Dicha ley genera
inflexibilidad permanente, precisamente en un mercado donde es tan vital el libre movimiento
de factores para maximizar lacreación de empleo productivo, bien remunerado, de acuerdo a
productividad. La legislación es fuente de innumerables restricciones que conllevan a las
inevitables distorsiones que a su vez entorpecen la reasignación eficiente de trabajadores.
Veamos sólo algunos ejemplos.

Una de las más importantes regulaciones que impiden la reasignación de recursos en este
mercado es la prohibición de recorte de personal en caso de choques económicos adversos, así
como los enormes costos de despido, más también la prohibición de contratos a prueba. Estas
reglas derivan en el estancamiento de recursos ociosos para mi fabricación, que podrían ser
reasignados en otra industria o mercado, incentivando una mayor eficiencia. Los costos de
oportunidad, por tanto, son altísimos.

Otro ejemplo que desincentiva la competencia entre trabajadores, y por consiguiente su


productividad, es el uso del criterio de antigüedad como el único válido para la promoción.
Claro, a la vez, está el gran poder de los sindicatos, y la obligación del patrón de hacer un
contrato colectivo que contenga la cláusula de exclusión, la cual prohíbe contratar
trabajadores ajenos al sindicato, poniendo el factor laboral a la merced de un cúmulo de
reglamentos que acaban protegiendo a trabajadores desobligados e ineficientes, y que
impiden el reconocimiento a trabajadores de dedicación y productividad. Los empresarios
chicos acaban por contratar a personal en forma "informal", por honorarios, o con tandas de
efectivo semanal; mientras que los grandes contratan a personal por medio de empresas
creadas ex profeso para operar en números rojos, con lo cual se vuelve imposible probar la
disponibilidad de recursos para indemnizar despidos de acuerdo a la ley vigente. Mi creador
original, valiente empresario que no ha perdido fe ante el cáncer de la regalmentisis, tuvo al
final del día que contemplar medidas extra-legales como las mencionadas —añadiendo así, un
costo más a la ya inmensa lista de costos de transacción que se han acumulado en el proceso
de mi producción, costos que no estaban contemplados en el cálculo económico original.

Estos casos, sumados a la ineficiencia infinita de las instituciones encargadas de resolver los
litigios laborales, impiden una asignación racional de recursos productivos, en sus usos
eficientes y mejor retribuidos, provocando mayor desempleo, mayor inmigración ilegal, así
como mayor mercado informal. Por lo mismo, el nivel de remuneración laboral se ha
mantenido muy por debajo de su potencial, lo que alimenta resentimiento político y el
surgimiento, incluso, de populistas con sus soluciones de redención instantánea. Estas medidas
implican un secuestro regulatorio al empresario indefenso, y ponen mi producción en manos
de trabajadores que no tienen ningún incentivo para hacer bien su trabajo, por lo que en los
múltiples procesos que se llevan a cabo en mi producción, mi calidad y costo se ven
fuertemente comprometidos. Las consecuencias no las paga sólo el empresario, sino también
los millones de mexicanos que tendrán que conformarse con un lápiz más caro y de menor
calidad.

Estas trabas laborales atormentarán el proceso de mi producción de inicio a fin. ¡Qué pena
sería que mi fabricante tuviera que cerrar el negocio después de tan titánicos esfuerzos para
obtener permisos, licencias, contratos laborales, maquinaria, capital de trabajo, y tanto más!
Sin embargo, mi producción continúa; pero con ello, los problemas también.

Una tortura permanente

Cada diminuto detalle que conlleva mi fabricación es víctima de las mismas trabas. Piense en el
equipo necesario para la fabricación y aprovisionamiento de madera: las sierras, los camiones,
las sogas. Piense en todos los componentes para mi manufactura, tal como el grafito que se
produce en mi tierra. Los problemas se multiplican con cada costo adicional aparejado al
equipo o elemento utilizado durante el proceso. Además, no olvidemos los costos de
operación. ¿Qué decir de la energía que abastece las máquinas para transformarme de un
insignificante pedazo de madera en un apuesto lápiz amarillo?¿Qué decir de la energía
necesaria para abastecer la fábrica; o los combustibles necesarios para transportarme? El
calor, la luz y la energía para los motores, máquinas, tornos y plantas son caros e ineficientes
en mi país. El Estado, por norma constitucional, es dueño del petróleo, gas y electricidad. La
producción de energía es un monopolio estatal; por lo tanto, los precios son tan altos que el
fabricante rara vez puede ser competitivo. Incluso, el precio de la gasolina del camión que me
transporta a mí, o a mis componentes, hasta el vendedor, es exponencialmente más alto si
consideramos que México posee recursos petroleros propios, y un amplísimo potencial
energético. Este es un penoso círculo vicioso justificado por un discurso dogmático sobre la
soberanía nacional; pero detrás de la retórica popular, se encuentra la realidad inexorable de
nuestro sector energético, donde los recursos son explotados no para la generación de
riqueza, sino para repartir privilegios a una clase política que viven como virreyes de antaño —
y seguramente escriben sus cartas de deseos con lápices importados, o expropiados. Pero eso
sí, ¡el petróleo es nuestro!, gritan los defensores de esta plutocracia, alabados por una
multitud que no logra entender las repercusiones que representa la incompetencia de no
contar con un régimen de competencia en este y en cualquier sector.

Por si todo esto fuera poco, los moribundos incentivos del empresario que se aferra a mi
producción son objeto de golpe y desacreditación social permanente por la casta burocrática
que acusa a mi creador de explotar salvajemente a sus empleados, y a los consumidores. La
anti-economía que sufrimos ha corrompido la visión que se tiene del empresario, y los
beneficios que genera la fuerza motriz del bienestar; los incentivos. Su papel social de
proporcionar los bienesdeseados, buscando siempre reducir costos y mejorar calidad, son
vistos con recelo por aquellos ignorantes o interesados que no han comprendido las
condiciones que nos diferencian de un simple ser con vida a un ser guiado por la razón. En
México, no logramos entender que en un sistema de libre economía, los beneficios sólo
aparecen si el empresario produce bienes valorados por los consumidores a un costo menor
del precio que los consumidores están dispuestos a pagar por su producto.

Hay que aceptar que, en la sociedad mexicana, el cúmulo de intervenciones estatales se han
logrado camuflajear como un sistema sui generis de mercado; la consecuencia es que a los
ojos de los mexicanos cotidianos, no son las trabas y los trámites, sino el libre funcionamiento
de los procesos económicos, lo que impide el desarrollo y la reducción de la pobreza. Las
privatizaciones manipuladas desde arriba en épocas recientes han derivado en monopolios
privados que extraen rentas al amparo de la ley vigente; pero no se deje engañar, mi estimado
consumidor, los empresarios que hoy gozan de estos beneficios no son más que los
beneficiarios de este sistema que he venido a exponer. Lo que ellos han hecho ha sido
asegurar sus beneficios explotando el “compadrazgo” y abuso de influencias que han reinado
en la sociedad mexicana en su historia moderna. Aquí, impera el “capitalismo de cuates”,
donde la corrupción funciona como una medida desviada para dar eficiencia a un sistema
ineficiente. A diferencia de lo que sucede en la economía mexicana, en un orden de mercado
abierto, los beneficios se permiten, pero nunca se aseguran —mucho menos mediante la
confluencia de los actores políticos.

Usted puede preguntarme, “¿al menos estarás seguro a lo largo del proceso?” No, realmente.
El Estado de Derecho es tremendamente débil, mientras que los impuestos extraídos no sirven
para garantizar la seguridad de las personas, sus hogares y sus negocios. Los camiones que me
transportan son frecuentemente robados, a veces por bandas coludidas con policía local; los
empresarios temen salir a las calles, mientras que la fábrica debe ser resguardada como
prisión. Otro costo más, ahora de inseguridad. Dadas estas condiciones, es muy común que
mis fabricantes se vean obligados a invertir en seguros, vigilantes, cámaras de seguridad, cajas
fuertes, cerraduras, y un larguísimo etcétera. Los mexicanos, además de pagar sus impuestos,
deben desviar recursos, y un tramo sustancial de su tiempo, en usos que no tienen nada que
ver con sus objetivos, fugándose así innumerables oportunidades productivas que se podrían
destinar a pensar, a crear, a emprender, a producir, a innovar; en suma, a generar bienestar.

Con frecuencia, dada esta debilidad institucional, se dan nuevos factores que pueden
entorpecer mi creación: huelgas, platones, secuestro a las vialidades por grupos de
manifestantes políticamente protegidos, apagones de luz, auditorias repentinas, y otro largo
etcétera. Es una tortura de nunca acabar: cada día de la vida del proceso que me lleva existir
representa una odisea repleta de altos costos de oportunidad.

Pero aquí me encuentro, listo para ser utilizado por manos y mentes creativas, ya sea para
escribir un poema, hacer una tarea escolar, o resolver un problema matemático. Tal como
Leonard Read relató hace más de medio siglo: “ninguna de las miles de personas involucradas
en producirme como lápiz realizó su trabajo porque hubiese querido un lápiz. Cada uno vio su
trabajo como la manera de obtener los bienes que necesitaba y deseaba. Cada vez que vamos
a la tienda y compramos un lápiz, estamos intercambiando una pequeña porción de nuestros
servicios por la cantidad infinitesimal de servicios de aquellos miles que contribuyeron a
producir el lápiz”.

La fatal arrogancia
Pues sí, totalmente cierto; pero algunos olvidaron que esto era así, e intentaron tomar mi
elaboración en sus propias manos. Las consecuencias las he relatado; y le aseguro que mi
historia representa sólo la punta del iceberg. Ahí radica la magia (negra) que represento. Nadie
puede, ni debe, planificar centralmente mi producción para que yo, un orgulloso Lápiz
mexicano, pueda existir. De hecho, cada vez que un burócrata nalgón quiere controlar el
proceso, dando órdenes a los agentes, los trabajadores, los comerciantes y los consumidores,
sobre qué hacer y cómo hacerlo, el final infeliz siempre es el subdesarrollo. El proceso, una vez
intervenido al amparo de crear reglas complicadas para supuestamente hacer la vida más
sencilla, no informa, no coordina, no fluye. Sus mensajes, distorsionados por los artificios del
intervencionismo, empujan a empresarios y consumidores hacia fines distintos a los deseados,
asignando erróneamente los limitados recursos en usos sub-productivos. No sorprende que el
nivel de productividad mexicana haya crecido, de forma acumulada, apenas un patético 2,1%
en las últimas dos décadas, mientras que en economías abiertas, más avanzadas, como EE.UU.
o Corea del Sur, ha crecido 35% y 83% respectivamente. ¿Entienden ya mi profunda tristeza
existencial?5

La planificación central implica pretensiones de conocimiento universal, y con ello la suprema


vanidad de cambiar y manipular la acción humana. Pero hay una ley más poderosa que
cualquier plan o pretensión: la conducta humana ante la escasez. Esa ley, que en lenguaje
económico se conoce como la ley de oferta y demanda, bloquea todos los intentos del
planificador de controlar el comportamiento humano. Como tal ley no se puede abolir, lo
único que consiguen los iluminados de la clase interventora es lesionar la actividad económica
y limitar el potencial productivo de sus ciudadanos. Otra vez confirmo lo dicho con hechos de
horror: hoy, se requieren cinco de mis creadores intermedios para producir lo mismo que tan
sólo un trabajador irlandés; y tres para producir lo mismo que un español.6

En un mercado abierto, todos los agentes del proceso económico cooperan sin siquiera
notarlo. Se comunican en forma indirecta, espontánea, a través del sistema de precios, y
ejercen su libertad para alcanzar sus metas de la mejor manera que son capaces. No necesitan
ninguna dirección externa, sólo la información correcta que proporcionan sus agentes
similares en el mercado; así como la mayor esfera de libertad posible para desarrollar su
potencial individual. En otras palabras, requieren una sociedad abierta gobernada por leyes
sencillas para nuestro mundo complicado.

El milagro revelado

Mi viaje, así narrado, es literalmente un milagro. El orden espontáneo es un flujo de


conocimientos tan poderoso que lucha por encontrar su camino; a pesar de los obstáculos, yo
existo. Claro, mi existencia y el hecho de que yo esté aquí narrando mi historia, es un patente
ejemplo del formidable potencial que desperdicia mi país. ¿Cuántas inversiones,
oportunidades, vaya, cuanto talento humano, se han perdido, simplemente por el costo de
“hacer y producir en México”?

Usted puede pensar que soy poco realista; pero en esta enredada historia, yo veo una
oportunidad para el crecimiento. Mi relato es una petición especial para usted: trabaje por una
sociedad mexicana más libre. Permita a los individuos organizarse en armonía, con la
creatividad y sabiduría que brinda la libertad. Permita que el orden espontáneo rinda sus
frutos. El reto, repito, es abandonar la fatal arrogancia de construir leyes complicadas para
simplificar el mundo (algo que sólo genera una interminable serie de incentivos perversos), y
adoptar una filosofía más humilde, de desarrollar leyes sencillas para nuestro mundo
complicado. Siento una clara tristeza cada año, cuando veo que los cambios necesarios para
liberar el potencial de los mexicanos, se posponen para otro año, serán para otro sexenio, para
otra legislatura, incluso, para otro país.

Tal como concluyó el legendario Lápiz que confió su caso a Leonard Read, ningún ser por sí
mismo es capaz de realizar todas las tareas para producir un artefacto como yo. Aún así, estoy
aquí para recordarle, tal como lo hizo mi predecesor, que existen “múltiples pequeños
saberes” que se entrelazan para producir el artículo requerido, sin intervención estatal alguna,
ni policía o corporación necesaria, para orquestar acciones y actores.

Por ello, mi existencia en México es un auténtico milagro —en todos los múltiples sentidos del
drama económico que represento.7

Referencias:

1. Read, Leonard E. "Yo, el lápiz”. Publicado por primera vez en diciembre de 1958 en la revista
The Freeman. La versión en español está disponible aquí.

2. Índice de Productividad 2011. CIDAC, México DF.

3. Cifras del Doing Business in the World 2011 (México).

4. Cifras del Doing Business in the World 2011 (México).

5. Índice de Productividad 2011. CIDAC, México DF.

6. Índice de Productividad 2011. CIDAC, México DF.

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