Pamela Clare - I Team 8 Intencion Mortal
Pamela Clare - I Team 8 Intencion Mortal
Pamela Clare - I Team 8 Intencion Mortal
INTENCIÓN
MORTAL
I-Team 8
Esta historia está dedicada a las mujeres de uniforme, quienes
demasiado a menudo encaran sexismo, acoso sexual y violencia sexual
mientras sirven a su país.
Ninguna debería tener que luchar contra sus compañeros de servicio o la cadena de
mando mientras luchan contra los enemigos de su nación.
ARGUMENTO
La ex capitana del ejército estadounidense Mia Starr ha construido una nueva vida
para ella en Denver, lejos de arañas camello y arena, y los terribles secretos de su
primer despliegue en Iraq. Ella no está buscando una relación, especialmente con un
fotoperiodista intruso. Joaquín Ramírez podría ser sexy, pero en su experiencia, los
fotoperiodistas solo quieren hacer dinero con el sufrimiento de otras personas. Aun
así, el universo debe tener un sentido del humor enfermizo porque la mantiene unida
a Joaquín, haciendo que el deseo que siente por él sea cada vez más difícil de resistir.
Como fotógrafo de noticias ganador del Premio Pulitzer, Joaquín tiene todo lo que
un hombre heterosexual podría querer, excepto la mujer adecuada. Cuando conoce a
Mia mientras fotografía la escena de un crimen, inmediatamente ve más allá de su
exterior frío, a la mujer vulnerable debajo. Aunque la policía la considera sospechosa,
él está seguro de que es inocente. Alguien está matando soldados, e intentando
echarle la culpa a ella. Incapaz de resistir el tirón entre ellos, Joaquín está a su lado
solo para encontrarse atrapado también en la red del asesino.
Mia no puede evitarlo cuando el calor entre ella y Joaquín derrite sus ideas
preconcebidas. A medida que su pasión explota, el peligro se acerca cada vez más.
Cuando se hace evidente que Mia es el verdadero objetivo del asesino, debe confiar
en Joaquín con un secreto que podría arruinarla... o arriesgarse a perder el amor de
su vida.
Capítulo 1
Joaquín Ramírez aparcó detrás de un coche patrulla, sus luces destellaban rojas,
azules y blancas en el crepúsculo. Revisó la Glock 27 que llevaba oculta en una funda
de bolsillo. Estaba cargada, una bala en la recámara. Después de lo que sucedió en la
fiesta del mes pasado, nunca más volvería a dejar la casa desarmado. Satisfecho,
enfundó el arma de fuego, agarró la bolsa de la cámara, y se bajó de su camioneta, el
viento helado le golpeó en la cara.
Un posible homicidio.
Eso es todo lo que le dijeron. Era su fin de semana de guardia, y hasta el momento,
había hecho fotos de una protesta en el Capitolio del Estado, un incendio menor en
una casa y un atropello con fuga a una bicicleta muy cerca de 16th Street Mall. Había
pensado que el Pulitzer lo liberaría de este tipo de mierda y le permitiría
concentrarse en tareas más importantes, pero el Denver Independent era un periódico
pequeño con solo cuatro fotógrafos, uno de los cuales cubría exclusivamente los
deportes.
Tal vez era hora de irse, salir de Denver e ir a trabajar a una publicación más
prominente, como el New York Times o el National Geographic. Podría viajar, ver el
mundo a través de la lente de la cámara, poner a prueba sus habilidades. Nunca
habría un mejor momento que ahora. Era joven, no había mujeres en su vida, ni
niños, ni siquiera una mascota.
Matt Harker, un periodista del I-Team del periódico y el mejor amigo de Joaquín,
le había hecho esa pregunta anoche. Joaquín le había dado la respuesta que siempre
se daba a sí mismo. Las personas que amaba, sus amigos y familia, vivían aquí.
—¡Hola, Joaquín!
Catherine Warner era la más nueva, y con veinticinco años, el miembro más joven
del I-Team o Equipo de investigación de élite del periódico. Había reemplazado a
Laura Nilsson en la sección de policía y tribunales. Ella podría verse como una niña
con cabello rubio y pecas, pero cayó de pie con una denuncia sobre un par de agentes
del sheriff que traficaban con drogas sacadas de la sala de pruebas.
—Un hombre escuchó gritos y luego disparos procedentes de la planta baja. Bajó a
ver a su vecino, un tipo llamado Andrew Meyer, y encontró la puerta abierta. Él
entró…
—Qué idiota.
—Sí, bueno, el idiota encontró agujeros de bala en la cabina de la ducha junto con
casquillos. Fue entonces cuando llamó a la policía.
—No.
Cate asintió.
—Escuché a uno de los detectives decir que no había ningún John Doe ni Andrew
Meyer en ninguna sala de urgencias en el área metropolitana de Denver. Además, el
vehículo del tipo todavía está aquí, estacionado en su sitio.
—Agujeros de bala, pero no cuerpo. Eso es una locura1. —Joaquín se hizo cargo de
la escena, evaluando las posibilidades. Era su trabajo contar esta historia en una sola
imagen, no era fácil cuando estaba oscuro y todo lo que tenía para trabajar eran
transeúntes, cintas policiales y patrullas.
Caminó por la calle, buscando un ángulo que capturara la escena con su tensión e
incógnitas: el apartamento con la puerta abierta, la cinta de la barrera, los
transeúntes, y al menos una parte de un vehículo de la policía. Ajustó el ISO de la
cámara a 1600, tomó unas pocas fotos y luego revisó para ver cómo habían quedado.
Su brusquedad sorprendió a Joaquín, pero pudo ver el miedo en sus ojos. No era
la primera vez que alguien le daba una mierda mientras él estaba en el trabajo. La
gente odiaba a los medios, hasta el momento en que necesitaban algo.
—No hay nada oficial todavía. Un vecino escuchó disparos y encontró la puerta
abierta, pero nadie en casa. Él cree que vio agujeros de bala y casquillos en la cabina
de la ducha. Están diciendo que es un posible homicidio. Lo siento.
—Gracias.
Se alejó de él, caminó hasta la cinta de la barrera, y se quedó allí mirando, dedos
delicados de una mano levantada hacia los labios, angustia obvia en su rostro. Más
allá de ella, un miembro del equipo de investigación de la escena del crimen salió al
porche y comenzó a buscar huellas.
Cayó de rodillas una vez más, se concentró en la mujer, dejando que el tipo del
CSI se volviera borroso en el fondo, la luz azul y roja sobre el coche de la policía
rebotando en las ventanas del apartamento, la cinta amarilla cortando el centro.
Tomó una docena de fotos, las revisó y luego hizo unas pocas más para estar seguro
de haberlo conseguido. Se levantó, recorrió las imágenes y encontró algunas que
funcionarían. Ahora todo lo que necesitaba era el nombre de la mujer. Se acercó a
ella, reacio a entrometerse en su espacio personal cuando ella estaba claramente
molesta.
—Oye, lo siento mucho. Espero que todo esto sea un gran malentendido y
encuentren a tu amigo sano y salvo.
—Gracias.
—¡Guau! No sabes cómo me siento o qué estoy pensando. —Joaquín sabía que
estaba molesta, pero eso no significaba que tuviera que aceptar esto—. Es mi trabajo
presentar noticias. Puedes darme tu nombre o no, pero la foto seguirá circulando.
Parecía que estaba a punto de decirle que se fuera al infierno. Entonces la ira
pareció drenarse de ella.
—¡Fue ella! La vi caminar hasta la puerta de Andy hace unas pocas horas.
Un grito interrumpió a Joaquín, y miró hacia un lado para ver a un hombre con
pantalones vaqueros y una camiseta, el vecino de arriba, junto al policía, con el dedo
apuntando hacia la señorita Starr.
* *
—Claro.
Ella se agachó debajo de la cinta, mirando al fotógrafo, quien la observó a través
de ojos oscuros, una expresión indescifrable en su hermoso rostro. Sí, ella había
notado su aspecto. Una mujer tendría que estar muerta para no hacerlo.
—¿Es cierto que Andy está desaparecido? Alguien dijo que el vecino escuchó
disparos y encontró agujeros de bala en la cabina de la ducha.
—Sí, estuve aquí esta noche. Andy y yo servimos juntos en Iraq. Nos conocemos
desde hace casi diez años. Fue herido durante mi primer turno de servicio y dado de
alta. Yo era su oficial ejecutiva de la compañía, y lo controlo cuando puedo.
Hacía todo lo posible para mantenerse en contacto con todos los de la Compañía
Bravo y visitar a los que todavía vivían en el área metropolitana de Denver.
—Debieron ser alrededor de las cinco y media. Me quedé unos treinta minutos.
Andy estaba sentado en el sofá viendo deportes en la televisión cuando me fui.
Estaba solo.
—¿Discutieron?
—Sí. —El vecino que la había señalado debió haber escuchado a Andy gritar—.
Quiere que le ayude a obtener los beneficios por discapacidad de la Administración
de Veteranos, pero no hay nada que pueda hacer.
—Sí, una SIG P320 y una escopeta calibre doce. —Entonces cayó en la cuenta—.
¿Soy sospechosa?
Genial.
—No. Están en casa, encerradas en una caja fuerte. No las he disparado desde la
última vez que las limpié, hace unos tres años.
—Sí.
—Tenía hambre, así que conduje hasta el restaurante de tacos en Federal, creo que
se llama Tacos Azteca.
El detective asintió.
—Conozco el lugar. También tienen excelentes burritos. Entonces, comió allí. ¿Por
qué regresó?
—¿No tendría más sentido llamar y averiguarlo con certeza antes de venir?
—Llamé. Cuando Andy no respondió, conduje y encontré todo esto.
Un hombre vestido con un mono blanco de forense salió y sostuvo una bolsa de
plástico con una mano enguantada.
Dentro de la bolsa estaban las gafas de sol de Mia, pero estaban rotas.
—Lo siento, señorita Starr, pero las gafas de sol son una evidencia.
—No sabremos nada con certeza hasta que lo encontremos con vida o
encontremos su cuerpo.
—Sin problema.
¿Quién había hecho esto? Quienquiera que fueran, debieron haber llegado justo
después de que ella se fuera. No se había ido tanto tiempo, una hora como máximo.
—Señorita Starr, eh, ¿está bien para conducir? —El fotógrafo la había seguido, con
la bolsa de la cámara colgada del hombro—. Si hay alguien a quien pueda llamar o si
necesita que la lle...
Ella hizo clic en el llavero que desbloqueaba su Mazda y abrió la puerta. Estaba
acostumbrada a cuidarse sola.
* *
Se rió entre dientes, ignorando el dolor en su cráneo. Había sido más emocionante
de lo que había imaginado, y esto era solo el comienzo.
Si hubiera planeado esto mejor, podría haber sido capaz de echarle la culpa a Mia.
Estaba claro que la policía consideraba sospechosa a la perra. Oh, sería dulce ver a
Mia Starr encerrada para siempre. La estúpida zorra. Era más de lo que ella se
merecía.
Las agujas se clavaban en sus sienes, los ojos, el interior del cráneo.
Al final, la Doncella de Hierro moriría igual que los demás, y él sería libre de
acabar con su dolor de una vez por todas con una bala en el cerebro.
* *
Cate defendió su historia, ansiosa como estaban todos los nuevos reporteros de
obtener su firma en la página principal.
—Tengo la entrevista con el vecino. Le dijo a la policía que vio agujeros de bala en
la cabina de la ducha del tipo, pero la persona de relaciones públicas del
Departamento de Policía de Denver no lo confirmará.
—Por supuesto.
Acabó su trabajo, escogiendo una fotografía de la protesta, luego una del fuego y
del accidente con atropello y fuga. Probablemente no tendrían espacio para todas
ellas, pero esa era la vida como fotoperiodista. La gran mayoría de las fotos que
tomaba nunca se publicaban.
Escribió un pie de foto para cada imagen y guardó los archivos en el servidor de
noticias.
Cate se apresuró hacia el escritorio de Syd y se inclinó, claramente ansiosa por ver
qué había fotografiado para su historia.
—Ella no lo hizo. —Las palabras salieron antes de que Joaquín se diera cuenta de
que había hablado.
—Se acercó cuando estaba haciendo fotos, bloqueó mi vista y comenzó a hacer
preguntas. Estaba destrozada por lo que había sucedido, realmente preocupada.
Syd se rió.
Cate asintió.
—Escuché al Detective Wu decir que podría ser la última persona que vio a
Andrew Meyer antes de desaparecer.
Bueno, esto haría que la señorita Starr amara a los medios mucho más.
Mierda.
Sin estar seguro de por qué le molestaba, solo publicaban hechos, Joaquín apagó
su ordenador, se puso el anorak y agarró la bolsa de la cámara. Estaba a punto de
salir cuando lo recordó.
No había tenido una cita caliente en un par de meses. No era que no pudiera
encontrar mujeres que quisieran pasar tiempo con él. Podría haberse acostado todas
las noches si eso era todo lo que quería. Había muchas mujeres en los bares, clubes y
online que estaban dispuestas a hacer casi cualquier cosa con cualquier persona. Pero
él estaba buscando una relación, una verdadera conexión con una mujer especial, no
solo un polvo rápido.
Ya le había hablado a Syd sobre mañana por la noche, pero ella aparentemente lo
había olvidado.
Mia corrió por la acera hacia la dirección que Ramírez le había dado, deseando
haber usado un abrigo más cálido y zapatos cómodos en lugar de estos malditos
tacones. Ella nunca había sido muy buena en las cosas femeninas. Siempre había sido
una marimacho, más en casa con vaqueros y botas de montaña que vestidos y
tacones. ¿Por qué se había esforzado?
Era una ilusión. Eso es lo que era. Ramírez quería que conociera a su primo, el que
le había enseñado a bailar salsa cuando era niña, y Mia, en un ataque de estupidez o
demencia, había intentado verse bonita por si acaso este tipo resultaba ser El Único.
A menos que estuviese nevando en el infierno, y hacía el frío suficiente como para
que pudiera ser, las posibilidades eran escasas.
—Su destino está a la derecha —dijo Siri desde el bolsillo del abrigo.
Llegaba tarde, pero había sido un infierno de día. Gracias a ese artículo en el
Denver Independent, que la había identificado por su nombre como persona de interés,
había pasado la tarde colgando a los reporteros de otros medios de noticias. También
recibió una llamada enojada de la hermana de Andy, que había exigido saber qué
había hecho con el cuerpo de su hermano. Mia había pasado una hora tratando de
convencer a la pobre mujer de que no era una asesina mentirosa.
Ramírez estaba allí con un pequeño vestido negro de cuentas, una brillante sonrisa
en su rostro. Ella abrió la puerta de la pantalla.
—¡Ha venido!
—Por supuesto. —Mia entró, la sonrisa de Ramírez era contagiosa—. ¿Crees que
me perdería esto? Bienvenida a casa, Ramírez.
—Gracias.
Elena era la hermosa. Con sus grandes ojos marrones, cabello largo y oscuro, y
curvas, exudaba feminidad. Ella hacía girar cabezas incluso cuando llevaba uniforme
y botas de combate. Como oficial de su cadena de mando, Mia se había preocupado
2
Solífugos o arañas camello son arácnidos carnívoros relativamente grandes. Recuerdan a las
arañas pero no tienen relación directa con ellas.
por el impacto de la atención masculina en la carrera de Elena, pero resultó que era
más que capaz de colocar a soldados cachondos en su lugar sin la ayuda de Mia.
—Escuchad, esta es Mia Starr. Ella fue mi capitana en mi primer año en el ejército.
—¡Bienvenida!
—¡Encantada de conocerte!
—Quiero que conozcas a mi abuela y a mis padres. Mi primo Quino también está
aquí.
—Estupendo.
Estaba feliz de conocer a la familia de Elena, pero odiaba que le tendieran una
trampa. Eso solo conducía a la torpeza y la vergüenza.
Elena la guió a través de la fiesta hasta una habitación alejada de la música, donde
una viejecita sentada en un sillón reclinable, con un chal de ganchillo alrededor de
los hombros. Le habló a la mujer en español, haciendo un gesto hacia Mia.
Mia solo entendió algunas palabras: abuelita, capitán, Iraq. Cogió la mano de la
anciana y la sostuvo entre las suyas.
—Su nieta es una excelente soldado. Debe estar muy feliz de tenerla en casa.
—Sí, sí. —La anciana asintió, sus ojos marrones brillaban. Luego dijo algo que Mia
no pudo entender.
Elena tradujo.
La conversación se repitió con los padres de Elena, que llegaron desde la cocina
cuando vieron a Mia.
—Sé que lo que le enseñaste ayudó a mantenerla a salvo. Siempre eres bienvenida
en nuestra casa.
—Gracias señora.
—Ven a buscar algo para comer. —Aleta hizo un gesto hacia la cocina.
Por lo que a Mia se refería, no había prisa, pero Elena estaba decidida a hacer esta
presentación. Mia la siguió a través de un cuarto de lavado y bajó unas escaleras
hacia lo que una vez había sido un garaje, pero ahora era una sala de estar adicional.
Los jóvenes bailaban, se reían, hablaban, algunos en inglés, algunos en español.
En medio de la pista, un hombre bailaba salsa con una mujer joven, su cuerpo se
movía con una sensualidad que hacía imposible que Mia apartara la mirada.
Simplemente… Guau.
Oh, Dios.
El maldito fotógrafo.
* *
—Señorita Starr.
Ella lo miró con grandes ojos azules, el color subió a sus mejillas. No fue rubor.
Estaba enfadada.
—Tú.
La noche anterior había pensado que ella era sorprendente, pero esta noche...
Madre de Dios.
Llevaba un bonito vestido de color azul real que abrazaba un cuerpo esbelto, sus
delgadas piernas con finas medias azules, zapatos negros en los pies, el pelo rojo
colgando de los hombros, grueso y brillante.
—¿Os conocéis?
—Nos hemos conocido. —Joaquín le dejó a Mia para que revelara exactamente
cómo se conocieron.
—¿Cómo estás?
—Bien. —La mirada de Mia se desvió hacia Elena, y Joaquín pudo decir que
estaba intentando, por el bien de Elena, no perder los estribos.
Mia asintió.
—Lo siento. —¿Qué más podía decir?—. Eso debe haber sido duro. Deberías saber
que los reporteros que llamaron probablemente obtuvieron tu nombre del informe
policial, no de nuestro periódico.
—Es un documento público. —Pudo ver en su rostro que ella no había sabido
eso—. ¿Quieres beber algo?
Amigo, eres el último hombre en la tierra con quien ella quiere tomar una copa.
—Una cerveza para mí y vino blanco para ella —Joaquín llamó a David,
rápidamente diciéndole quién era Mia.
—Gracias por lo que has hecho por nuestro país y por apoyar a mi prima.
Mia tomó el vino y le ofreció a David una sonrisa, como si la atención la hiciera
sentir incómoda. O tal vez fue solo estar con Joaquín lo que la molestaba.
3
Cóctel Paloma: Famosa bebida mexicana. Se hace con refresco de pomelo y tequila. El vaso ha de
estar escarchado con sal.
—Gracias.
—Esta noche, somos solo dos personas a quienes les importa Elena teniendo una
conversación en una fiesta en su honor.
—Sé lo difícil que es esto: preocuparse y no saber dónde está o qué le sucedió.
Ella lo miró.
—¿De verdad?
—Sí, lo sé. —Él le contó cómo los sicarios de un cártel de drogas habían
secuestrado a Natalie Benoit, una amiga y ex compañera de trabajo, mientras
realizaban un viaje laboral a México—. Mataron a todos los periodistas mexicanos en
el autobús, les dispararon justo en frente de nosotros. Ella temía que pensaran que yo
era mexicano y que me mataran también. Natalie no sabía que estaban allí por ella. La
arrancaron de mis brazos. Durante más de una semana, no tuve ni idea de si estaba
viva o muerta.
Mia lo miró con los ojos muy abiertos.
Estaba la fiesta de fin de año del mes pasado, cuando los terroristas tomaron el
hotel, pero eso todavía era demasiado crudo. Una vez más, los idiotas habían atacado
a sus amigos, y él había sido incapaz de hacer algo al respecto.
—Lo hicieron. Esa es la historia que me consiguió el Pulitzer. Estoy seguro de que
Elena te contó sobre eso. Se lo dice a todos.
Mia tomó otro sorbo de vino, su mirada se movió hacia la ventana y hacia la
oscuridad más allá.
Joaquín se había encontrado con fotógrafos que habían dejado que la ambición les
retorciera. Él no había sentido nada más que disgusto por ellos.
4
Bomba Casera.
—Odio a los tipos así. Les dan a todos los demás un mal nombre.
—¿Es ahora cuando me dices que eres diferente, que eres uno de los buenos?
Joaquín se arriesgó.
—Creo que ya lo sabes. Es por eso que estás aquí hablando conmigo.
—Oh, tienes un pico de oro. —Mia se rió—. Elena es la razón por la que estoy aquí
hablando contigo.
—¡Ouch! —Joaquín supuso que era justo, dado el día que había tenido. Él cambió
el tema—. Elena te admira muchísimo.
—Cualquier maldita cosa que quiera. —Mia volvió a reír, con un dulce sonido—.
Volví a la escuela y obtuve un máster en horticultura. Pasar casi dos años en el
desierto me hizo desear ver algo en flor, cualquier cosa verde. Descubrí que me
encanta ver crecer las cosas. Ahora trabajo para los Jardines Botánicos como uno de
sus...
—Cualquier cosa por ti, chula. —Joaquín fue en busca de la bolsa de la cámara.
* *
Mia estaba de pie en la puerta mientras Joaquín guiaba a Elena a una pequeña
tarima de madera para recibir los aplausos de sus familiares.
—Quino le enseñó a Elena a bailar cuando tenía solo cuatro años y él tenía catorce
—dijo una mujer de pie junto a Mia.
Entonces, Joaquín tenía treinta y cuatro años, tres años más que Mia.
—Mi hijo quiere salsa dura, la salsa clásica, pero Elena quiere salsa romántica.
Han acordado a Marc Anthony.
Nada de eso significaba nada para Mia. Ella no sabía nada de salsa, aparte del tipo
que iba con los tacos.
Se movía con gracia natural, cada paso, cada movimiento de sus caderas, incluso
la forma en que sostenía a Elena irradiando sensualidad masculina. Los dos parecían
estar conectados, reflejándose el uno con el otro con los pasos, como si practicaran
esto juntos todo el tiempo. Elena, la práctica cabo Ramírez, se había transformado en
una diosa de la danza, con su vestido corto apenas suficiente para cubrirle el trasero.
Ella giró y sacudió el cabello, sin perder ni un paso, una brillante sonrisa en el rostro.
¿Cómo podría alguien bailar así sobre tacones de ocho centímetros? Mia apenas
podía caminar.
Entonces Elena giró en los brazos de Joaquín, empujando el trasero hacia él, sus
caderas moviéndose de una manera que era descaradamente sexual. Él se rió,
respondiendo con empujes propios, moviendo las caderas en sincronía.
Silbidos. Aclamaciones.
Si ella hubiera bailado así con un primo... Bien, digamos que sus conservadores
padres bautistas habrían hecho preguntas. Pero estaban la madre de Elena, Aleta, y la
madre de Joaquín, Isabel, y su pequeña abuela, riendo, moviendo los pies al ritmo.
Ninguna de ellas parecía molesta en absoluto por esto.
Más aplausos.
—Yo... um...
—Baila conmigo.
—Da un paso atrás con la derecha, paso en el lugar con la izquierda, luego da
ligeramente un paso hacia adelante con la derecha otra vez. Luego, retrocede con tu
izquierda, paso en el lugar con el pie derecho, da ligeramente un paso hacia adelante
con el izquierdo. Balancéate hacia atrás, vuelve a ponerte en tu sitio, avanza.
Balancéate hacia atrás, vuelve a ponerte en tu sitio, avanza. Eso es. Lo tienes.
—Ahora, intenta hacerlo sin mirar tus pies. Mírame y sigue mi ejemplo.
Mia miró a los ojos marrones de Joaquín, sintió que se le aceleraba el pulso... y dio
un paso vacilante.
—Relájate —dijo él con una voz sedosa que hacía que relajarse fuera imposible.
—Prefiero estar atacando al enemigo. —Ella soltó las palabras, pero era la verdad.
La sala estalló en carcajadas, y de alguna manera eso ayudó. Nadie aquí quería
humillarla. Nadie quería avergonzarla. Solo se estaban divirtiendo, y también
querían que se divirtiera.
—Será más fácil para ti seguir si estamos un poco más juntos. —Joaquín la atrajo
más cerca, no tan cerca como para que sus cuerpos se tocaran, pero lo
suficientemente cerca como para sentir el calor que emanaba de él y oler su piel.
La próxima vez que dio un paso atrás con su pie derecho, Joaquín la giró hacia la
derecha y ella perdió el paso.
—Está bien. Esto es nuevo. Ya lo entenderás. —Joaquín la entrenó hasta que logró
hacer algunas vueltas, sin perder ni una vez su paciencia con ella—. Probémoslo con
música.
Alguien puso la misma canción de Marc Anthony, Joaquín contaba el ritmo para
ella.
—Uno, dos, tres, descanso. Cinco, seis, siete, descanso. Mírame a mí, no tus pies.
Mia intentó concentrarse. Uno, dos, tres, descanso. Cinco, seis, siete, descanso.
Ella se rindió, lo miró a los ojos una vez más, y el ritmo tomó el control.
Mia se encontró sonriendo, también. Sabía que debía parecer rígida y torpe,
especialmente en comparación con Elena, pero no le importaba.
—¡Esto es divertido!
—Sí.
Vítores y aplausos.
Joaquín dio un paso atrás, se llevó una de sus manos a los labios, la besó y el
contacto fue alarmante.
—Gracias.
—Gracias.
—Debería irme.
—Soy madrugadora, así que esto es tarde para mí. —Mia le dio a Elena otro
abrazo—. Es genial verte de nuevo.
Mia le dio las gracias a sus anfitriones, aceptó abrazos de la madre de Elena y un
beso en la mejilla del padre de Elena.
Cuando Elena regresó con el abrigo de Mia, Joaquín lo tomó y ayudó a Mia a
ponérselo.
Estaba a punto de decirle que no era necesario, pero la expresión de sus ojos decía
que no tendría sentido.
—Gracias de nuevo por venir esta noche. Sé que significó mucho para Elena.
—Simplemente tienes un trabajo que hacer. Nada personal, ¿verdad? —Mia hizo
clic en el control remoto del llavero, abriendo la puerta de su coche, las luces
parpadearon.
¿Estaba siendo injusta con Joaquín? Era su trabajo. Y ella era una persona de
interés, al menos por el momento. La policía la limpiaría.
Él le abrió la puerta.
—Gracias. —Se quedó allí por un momento, atrapada entre la ira y la atracción—.
Gracias por la lección de baile, también.
Mientras conducía por la calle, vio en el espejo retrovisor que él todavía estaba allí
de pie, mirándola.
Capítulo 3
Joaquín fue a trabajar el lunes por la mañana para encontrar a Sophie Alton-
Hunter, una de las mejores reporteras del I-Team, en su escritorio llorando, Alex
Carmichael sentado a su lado, tratando de consolarla, los dos hablando en voz baja.
Sophie había estado luchando desde entonces, y nadie que hubiera estado allí
podría culparla. El líder terrorista, ese hijo de puta de Moreno, había sostenido una
pistola contra su cabeza, amenazando con matarla a menos que su esposo se
entregara a sus hombres para ser asesinado. Marc Hunter, un oficial de SWAT y
machote certificado, había bajado su arma y se había entregado para salvarle vida.
—Te amo, Hunt. Estoy muy orgullosa del hombre que eres. Chase y Addy van a crecer
muy orgullosos de su padre.
Joaquín no creía que pudiera olvidar a Sophie y Marc despidiéndose antes de que
los hombres de Moreno se llevaran a Hunter lejos, o la expresión destrozada en el
rostro de Sophie ante el disparo que había seguido.
Ella negó con la cabeza, resopló, el cabello rubio rojizo que solía trenzarse estaba
colgando.
—Realmente no. No puedo dormir por la noche. Cuando lo hago, tengo pesadillas.
—Creo que todos hemos tenido pesadillas. —Sin duda Joaquín sí.
Sophie continuó.
—Me siento mal todo el día, como si algo terrible estuviera a punto de suceder. No
me puedo centrar. Voy a pedirle a Tom unas vacaciones no remuneradas.
Joaquín se encontró con la mirada de Alex y vio que éste estaba tan sorprendido
como él. Sophie era una periodista consumada. Ella había estado en el I-Team más
tiempo que el resto de ellos. Pero tal vez eso era parte de eso. Hay un límite en lo que
una persona puede aguantar.
Joaquín asintió.
—¿Crees que Tom se enfadará? Kat está de baja por maternidad durante unas
pocas semanas más, así que no tendréis suficiente personal.
Kat James, que tuvo un bebé en mitad del enfrentamiento terrorista del mes
pasado, compartía el trabajo con Sophie, pero se estaba recuperando en la casa de su
familia en la reserva de Navajo con su marido Gabe Rossiter en este momento.
—No te preocupes por Tom, y no te preocupes por nosotros. Nos las arreglaremos.
Tu trabajo te estará esperando cuando estés lista para regresar.
—¿Eso crees? —Sophie miró a Joaquín, ella tenía sombras en sus ojos, círculos
oscuros debajo de ellos—. ¿Crees que Tom me dejará volver?
Joaquín apoyó una mano sobre la suya y descubrió que ella estaba temblando.
Tom era tan grande como un oso y tenía la disposición de un perro de chatarrería.
Tom Trent era un pendejo, sin duda, pero también era un periodista de la vieja
escuela que trabajaba tan duro como sus reporteros. Joaquín lo respetaba a él y a su
juicio editorial, incluso si no le gustaba la forma en que Tom trataba al personal.
Sí, Alex era un tipo diferente desde la fiesta. ¿No lo eran todos?
—Alton —dijo Tom, haciendo caso omiso de su apellido de casada con guiones—.
Tienes algo en mente.
Tom asintió.
—¿Hay alguna posibilidad de que puedas tener una entrevista con la mujer? —
Preguntó Tom.
Joaquín no mencionó que había hablado con Mia anoche o que su prima había
servido con ella. Sabía que lo empujarían a conseguir una entrevista o a reunirse con
ella. No podía decir por qué exactamente, pero estaba seguro de que Mia no había
matado a nadie. Parte de eso era la forma en que había actuado cuando llegó a la
escena el viernes por la noche. Parte de ello era el hecho de que era demasiado
brutalmente honesta como para ser mentirosa.
Te sientes atraído por ella.
El primo David había dicho que Mia era demasiado delgada para su gusto, pero
Joaquín estaba intrigado por ella. Su delicada cara. La figura esbelta. Esos ojos
expresivos. La vulnerabilidad que mantenía oculta debajo de ese exterior controlado.
Lo había visto cuando la miraba a través de su lente, y la cámara nunca mentía.
* *
Céntrate en el trabajo.
Kevin se sentó en un taburete frente a ella, su expresión le decía que algo estaba
pasando.
Fantástico.
—Sí.
—¿Por qué querrían saber eso? —En el momento en que hizo la pregunta, la
respuesta le vino de repente—. Oh, por el amor de Dios. ¿En serio?
Creían que podría haber usado el equipo para deshacerse del cuerpo de Andy.
—Nosotros cooperamos con ellos, por supuesto, y les contamos sobre el excelente
trabajo que has realizado. Queremos respaldarte, pero también tenemos una
responsabilidad con esta institución. ¿Hay algo que deba saber?
Mia entendió por qué le preguntaba esto, pero no pudo evitar sentirse herida.
—No, señor. Soy una persona de interés solo porque fui la última persona en verlo
antes de que desapareciera. Él y yo servimos juntos y nos desplegamos juntos en
Iraq. Estaba herido y discapacitado. Yo era su oficial ejecutivo. Él tiene problemas
con la ansiedad y la depresión, así que lo controlo de vez en cuando. Tan pronto
como vean dónde estaba esa noche, estaré fuera de toda sospecha.
5
Línea de equipos agrícolas y de construcción.
Kevin asintió con la cabeza, su ceño estaba fruncido.
Por más que esto la sorprendió, también fue tranquilizador. Si hubiera estado allí
enterrando cuerpos entre los rosales, las cámaras de vigilancia lo habrían captado.
Aún así, fue una gran molestia para el personal de seguridad.
—Siento mucho esto. ¿No se dan cuenta de que alguien vería si estuviera
arrastrando un cuerpo o cavando agujeros?
—Dije algo a tal efecto. Acepté darles nuestra filmación de vigilancia. Incluso
revisé los registros de seguridad, que muestran que no usaste tu tarjeta de acceso este
fin de semana. Si estuvieras aquí, hubieras tenido que pasar por una entrada pública.
—Eso habría hecho que llevar un cadáver fuera incómodo. Y para el registro, no,
no vine este fin de semana.
—Correcto. Bueno. Bueno, supongo que eso es todo. —Kevin se puso de pie.
—Realmente lo siento.
Se puso de pie y se giró para salir del invernadero, cuando Sharon, la gerente de la
oficina, se apresuró a entrar.
Su mirada se dirigió hacia Mia. Los dos salieron afuera por un momento, Sharon
se inclinó hacia él como si no quisiera ser escuchada. Luego Kevin sacó su teléfono
móvil e hizo una llamada.
Mia hizo todo lo posible para centrarse una vez más en las solicitudes de prácticas,
pero no podía dejar de mirar por la ventana. Una vez que lo hizo, encontró a Kevin y
Sharon mirándola. Ella dejó escapar un suspiro.
—Mia, esto es difícil, pero voy a tener que pedirte que vengas conmigo a la
oficina.
—¿Qué está pasando?
Mierda.
Esto no podría ser bueno. Se puso el anorak y lo siguió afuera, con el estómago
anudado. Dos del personal de seguridad, Beth y Michael, se dirigían directamente
hacia ella.
Maldición.
—Por aquí. —Kevin la invitó a pasar a su oficina, luego habló en voz baja a los dos
guardias, quienes se plantaron afuera de la puerta de Kevin. Mia estaba perdiendo la
paciencia.
* *
—Repase el video de seguridad ahora —Mia instó a Wu—. Demostrará que hoy
no estaba cerca del patio de mantillo.
—No, pero hay cámaras en todas partes en las que he estado hoy. —Mia pudo ver
que Wu estaba escuchando—. Podrá dar cuenta de cada momento de mi día y saber
con certeza que no fui allí. Raramente voy allí. Las imágenes también mostrarán que
no he estado en los jardines desde la tarde del viernes pasado.
—Si revisaran lo que les dije el viernes y revisaran este video de seguridad, verían
que no podría haberlo hecho.
—Ya he consultado con el restaurante. El gerente recuerda verla allí. Tenemos los
registros de la tarjeta de crédito y teléfono móvil esta tarde. Corroboran su historia.
—No lo sé. Quizás iba a llevarlo a otro lado y tuvo que abandonarlo. Tal vez no se
dio cuenta de que interferiría en la máquina y esperaba que se cubriera con mantillo.
—Wu la miró directamente a los ojos—. Señorita Starr, me gustaría que viniera a la
comisaría para responder algunas preguntas y dar una declaración oficial.
—Todavía cree que lo hice. Estaba al otro lado de la ciudad cuando desapareció.
Usted lo sabe.
—Esto es una locura. Entonces, ¿se supone que debo seguirle hasta la comisaría
ahora, en medio de la jornada laboral?
—No me crees. —Darse cuenta de ello puso un dolor en el pecho de Mia. No era la
primera vez que un supervisor la decepcionaba.
—Mia, no sé qué pensar. Intenta ver esto desde mi punto de vista. La evidencia
que te vincula con un posible homicidio se encontró en nuestras instalaciones. No
puedo permitir que la publicidad negativa que rodea este caso hiera a esta
institución. La gente no querrá traer aquí a sus hijos y abuelas si creen que
contratamos criminales. Cuando se haya probado tu inocencia, puedes regresar.
Incluso te devolveré el pago por los días que faltaste.
Mia supuso que lo que acababa de decir le parecía justo, pero para ella, significaba
pérdida temporal de ingresos, bochorno, vergüenza.
Por un momento, Mia pensó que él quería estrecharle la mano y desearle suerte.
Querido Dios.
—Claro. —Incapaz de creer que esto sucediera, Mia se puso de pie, levantó la
cadena que llevaba alrededor del cuello y que contenía su tarjeta llave y la
identificación alrededor del cuello y la colocó en la palma de la mano de Kevin—. No
tuve nada que ver con esto. Me gusta mi trabajo aquí. Volveré.
—Aquí tienes.
Wu asintió.
—Claro.
Mia lo siguió por el edificio de oficinas hasta la entrada principal hacia un auto de
policía sin distintivos, demasiado aturdida para notar que el personal la estaba
mirando.
Capítulo 4
Sin decir una palabra, el miembro del personal uniformado, una mujer joven cuyo
cabello castaño estaba recogido en un moño apretado, le entregó un sujetapapeles y
un bolígrafo.
Pendejo.
Joaquín la miró.
—¿Mia?
Su primer pensamiento fue que había sido arrestada, pero eso no podía ser cierto.
Ella no llevaba esposas, y la trajeron por la entrada principal, no a través de las
puertas traseras que conducían a las celdas de detención.
Ella lo miró, claramente sorprendida de verlo, luego negó con la cabeza,
haciéndole saber que no quería hablar.
Él la vio pasar, su mente iba a toda velocidad. Wu debía haberla traído para
interrogarla, lo que significaba que algo había sucedido.
Una amiga mía está aquí para interrogarla. Quiero saber qué está pasando. Estoy afuera.
* *
Miró a Joaquín.
—Seguro que lo haces. Está bien. —Darcangelo hizo un gesto con la cabeza—.
Vamos.
—Eso es lo que quiero saber. —Ahora que Joaquín no estaba en una parte pública
del edificio, podía contarles toda la historia—. Mia Starr fue llevada para
interrogarla, creo. Es una persona de interés en la desaparición de Andrew Meyer,
pero no tuvo nada que ver con lo que le sucedió.
¿Cómo podía explicarlo Joaquín? ¿Serían capaces de entender si les dijera que
mirar el mundo a través de su cámara le había enseñado a ver cosas que otras
personas pasaban por alto, a mirar debajo de la superficie, a leer las emociones que
las personas intentaban ocultar?
7
Oficina antifraude
Las miradas de los dos hombres se encontraron de nuevo, y negaron con la
cabeza.
—Hemos bailado juntos. Ella fue la oficial al mando de Elena, mi prima, durante
su primer año en el ejército.
—¿Bailaste con ella?—Darcangelo cruzó los brazos sobre el pecho—. ¿Esto es sobre
tu vida sexual?
* *
—Andy estaba deprimido por estar discapacitado, por la forma en que el gobierno
lo trató. —Mia estaba librando una batalla perdida contra su temperamento—. En
serio, ¿cuánto tiempo se puede tardar en revisar seis horas de imágenes de
seguridad? Le dije dónde estuve todo el día. Debería poder corrob...
—He revisado su registro militar. —Wu sacó una carpeta de un montón que
estaba sobre la mesa a su lado—. Fue condecorada dos veces. No hay acciones
disciplinarias contra usted. Un licenciamiento honorable. Aquí dice “un oficial
ejemplar”.
—Lo hice lo mejor que pude, señor.
Wu asintió.
—Andrew Meyer, por otro lado, era el hijo problemático del Tío Sam. Su
expediente dice que “demostró un patrón de comportamiento que constantemente
no cumplía las expectativas del ejército para sus soldados”. Fue dado de baja “en
condiciones no honorables”. ¿Qué significa eso?
—Su servicio no fue ejemplar, pero no fue lo suficientemente serio como para una
corte marcial y un licenciamiento deshonroso.
—Veo aquí que usted fue el oficial que lo denunció en varias ocasiones.
—Pensé que un oficial ejecutivo estaba a cargo del papeleo, los suministros de
alimentos y el papel higiénico, no de disciplinar soldados.
—Yo era el segundo al mando. Era mi trabajo lidiar con el papeleo, mantener a
nuestra compañía abastecida y en funcionamiento, y supervisar a cierto personal.
Wu asintió.
—¿Un resentimiento? —El calor se precipitó en la cara de Mia—. No. Por supuesto
que no.
—¿Los delincuentes que encarcela creen que el tiempo que pasan tras los barrotes
es culpa suya?—Mia podía ver que las palabras habían tocado de cerca—. A algunas
personas les cuesta aceptar la responsabilidad de sus propias acciones.
—Claro. —Wu se levantó, dejando a Mia sola, dándole tiempo para pensar.
Mia siempre había seguido órdenes legítimas, y no iba a detenerse ahora. Ella le
diría al detective la verdad, pero no toda la verdad, y esperaba que estuviera
satisfecho. Si él quería más información, tendría que subir en el escalafón para
preguntar.
¿Los tenía?
¿La estaba esperando? La idea, a la vez, la irritó y le levantó el ánimo. Sus amigos
del trabajo la habían mirado con recelo. Su jefe, un hombre en quien confiaba, la
había dado de baja. Pero Joaquín estaba aquí. Apenas la conocía, pero de alguna
manera, él la creía.
Ah, claro.
Mierda.
—Andy fue licenciado después de ser herido cuando salió de nuestra base de
operaciones avanzadas sin autorización.
¿Cómo podría Mia explicar esto y mantener el secreto que exigía el gobierno?
—No se ausentó sin permiso exactamente. Dejó el puesto sin autorización junto
con otros de la compañía, incluido nuestro comandante, y volvieron bajo ataque. Esto
es lo que le llevó a ser herido y a la licencia.
Wu asintió con la cabeza, su mirada cayó a los archivos en frente de él, con un
ceño pensativo.
—Gracias por su cooperación. No se vaya de Denver.
—Es difícil de decir. —Se levantó—. Este no es el único caso en el que estamos
trabajando.
* *
Joaquín estaba de pie cerca de la puerta del vestíbulo cuando Mia salió, parecía
agotada y más que un poco conmocionada.
—Oye.
—Tuve que recoger una foto para el periódico. Te vi entrar y pensé que esperaría
para asegurarme de que estás bien.
Ella asintió.
—Necesito regresar a los Jardines Botánicos. Mi coche está estacionado allí. ¿Te
importaría?
—Está bien.
Las calles de Denver estaban ocupadas con el tráfico de la hora punta, por lo que
les costó unos minutos caminar dos manzanas hasta su camioneta. Él abrió la puerta,
la cerró detrás de ella, luego caminó hacia el lado del conductor y subió.
Mia estaba acurrucada en su anorak y temblando.
—Pasé dos años en Iraq y parece que no puedo volver a acostumbrarme al frío.
—Dicen que esta noche bajará a diez grados. —Arrancó el motor—. ¿Te gusta la
comida mexicana?
Ella asintió.
—Me encanta.
—Mi primo Mateo posee un lugar no lejos de aquí. Él sirve el mejor chile verde de
Denver.
—¿En serio? —Mia arqueó una delicada ceja roja—. Eso es todo un reclamo.
—Ya verás.—Joaquín se detuvo ante una luz roja—. Tengo que pasar por el
periódico primero para dejar la foto de la ficha. Puedes esperar en la camioneta. Voy
a dejar esto en el mostrador de seguridad delantero.
—Está bien.
Mia asintió.
—Hambrienta.
—Oí que encontraron toallas ensangrentadas y una alfombra de baño junto con el
permiso de conducir de este Meyer en una trituradora de madera, y, no, esto no es
para el periódico.
—Apenas me conoces. ¿Cómo puedes estar seguro? Podría ser una asesina en serie
por todo lo que sabes.
—Elena confía en ti, y ella es una buena jueza de las personas. Más que eso, he
sido fotógrafo toda mi vida adulta. He fotografiado a políticos, estrellas de rock y
asesinos. Mi cámara me enseñó a ver más allá de lo que las personas muestran en el
exterior, lo que está debajo de su piel. Eso probablemente suena extraño.
—Supongo que tendrías que ser perceptivo acerca de las emociones humanas si
quieres tomar buenas fotografías de personas.
Luego él le contó lo que había estado pensando desde que Darcangelo y Hunter le
contaron sobre la trituradora de madera.
—La forma en que todo esto ha pasado: él desapareciendo justo después de que
estuviste en su casa, las toallas ensangrentadas, la alfombrilla de baño y el permiso
de conducir aparecen donde trabajas. ¿Qué pasaría si alguien quisiera deshacerse de
Andy y culparte a ti?
* *
—¿Qué?
—No estoy asustada. —Eso no era del todo cierto. La idea de que alguien intentara
incriminarla era desconcertante, pero dos despliegues le habían enseñado a Mia a
controlar su miedo—. Estoy enfadada. ¿Por qué alguien haría esto?
—En mi experiencia, las personas malas no necesitan una razón para hacer una
mala mierda, pero esto me parece personal. ¿Andy tiene enemigos, gente a la que le
gustaría verte en problemas?
—No lo sé. —Mia miró a Joaquín—. Tal vez deberías ser detective. Piensas como
uno.
Él sonrió.
Él asintió con la cabeza, el orgullo que sentía por el trabajo se notaba en su sonrisa.
Joaquín estacionó y luego sacó el teléfono móvil del bolsillo del anorak y escribió
un mensaje de texto.
—Este lugar debe ser bueno. —Mia echó un vistazo a la decoración mexicana:
cerámica rústica, baldosas de colores, paredes de adobe—. Deberíamos poner
nuestros nombres en la lista de espera.
Joaquín se rió, su mano tocó la parte baja de la espalda de ella mientras se movían
entre la multitud.
—¡Quino! —Un hombre vestido con pantalones grises con una camisa blanca,
chaleco gris y corbata amarilla brillante se dirigió hacia ellos, con una gran sonrisa en
el rostro. Se parecía tanto a Joaquín que podría haber sido su hermano mayor.
Abrazó a Joaquín, los dos hablando en español.
—Entonces, ¿se necesita una cita con una mujer hermosa para que pases por mis
puertas, primo?
No fue como ella sentirse aturdida por la atención masculina. Por otra parte,
nunca había recibido atención masculina, no del tipo que quería de todos modos.
—Ella no sabía que era una cita. Estaba trabajando en eso. Ahora has arruinado la
sorpresa. Esta es la señorita Starr. Ella fue la comandante de Elena en su primer año.
¿Tienes una mesa para nosotros, hombre?
—¿Una mesa para ti, primo? No. Pero para usted, señorita... Gracias por todo lo
que ha hecho por nuestra Elena. Seguidme.
—¿Una cita?
—No puedo esta noche —bromeó Joaquín—. Esta noche, estoy cenando contigo.
Atracción.
Joaquín podía decir que las burlas de Mateo habían avergonzado a Mia. Sus
mejillas se habían enrojecido, y ella había desviado la mirada. Ahora parecía incapaz
de mirarlo a los ojos.
—Aquí todo está bien: las empanadas, las enchiladas. Los tamales son una vieja
receta familiar.
Una camarera vestida con una falda colorida y una blusa campesina blanca traía
vasos de agua, una cesta de patatas fritas y un cuenco de pico de gallo8, llevaba el
largo cabello negro recogido en una trenza.
8 Ensaladas típicas mexicanas que incluyen verduras o frutas frescas cortadas en cuadritos.
Los ojos de Mia se abrieron como platos.
—Guau. —Mia soltó una pequeña carcajada—. Tengo cinco primos: tres por parte
de mi madre y dos por la de mi padre. ¿Cuándo llegó tu familia a los Estados
Unidos?
—Mi familia ha estado viviendo en Colorado desde antes de que este fuera un
estado o incluso un territorio de los Estados Unidos. Después de la guerra entre
México y los Estados Unidos, la frontera se desplazó hacia el sur, convirtiendo al
Valle de San Luis en parte de los Estados Unidos. Como a mi abuela le gusta decir:
“No nos movimos. El límite se movió sobre nosotros”.
Los labios de Mia formaron una O avergonzada, el color subió a sus mejillas.
—No te preocupes por eso. Pero, oye, ahora es mi turno de hacer una pregunta
incómoda.
—¿Es así como funciona esto? ¿Una pregunta incómoda excusa a otra?
—¿Gafas de despliegue?
—Montones de chile verde, por favor. Escuché un rumor de que aquí es delicioso.
—El rumor es cierto. Le va a encantar. —La camarera tomó sus menús y se alejó
rápidamente.
—¿Gafas de despliegue?
—Son como gafas de cerveza, excepto que son gafas de despliegue —explicó
Mia—. Has sido desplegado un tiempo. No hay muchas mujeres alrededor. De
repente, las mujeres que de lo contrario nunca encontrarías atractivas comienzan a
verse bien.
Ella rompió el contacto visual, una marea rosa subió nuevamente a sus mejillas.
—Estos hombres a los que intimidas, deben ser muy inseguros. Me sorprende que
tengan el coraje de levantarse de la cama y ponerse un uniforme. En cuanto a tu
comandante, suena como un pendejo, un imbécil de verdad.
* *
Mia se secó los labios con la servilleta y la colocó junto a su plato casi vacío.
—Gracias por esto. Fue agradable olvidarse de este lío con Andy por un tiempo.
—Gracias. —Mia no estaba segura de cómo había logrado decir tanto, el ambiente
de Joaquín y la empatía en sus ojos hacía que fuera difícil pensar.
Sabía que debería apartar la mano. No quería darle una idea equivocada. En
cambio, dejó que sus dedos se unieran a los suyos, el contacto intoxicaba, su piel
parecía hormiguear. Ella podía ver en sus ojos que él también lo sentía, sus iris casi
negros, las pupilas dilatadas. Luego el pulgar de Joaquín trazó un círculo en su
palma y otro.
Trató de actuar como si nada que sacudiera la tierra estuviera sucediendo.
Las palabras de Joaquín fluyeron sobre ella, excepto en la última parte. Eso se le
clavó, sacudiéndola. Mia lo miró.
Mia conocía esa mirada. Ella había visto esas mismas sombras en los ojos de los
jóvenes soldados después de los bombardeos y los ataques con IEDs. Ella apretó un
poco más su mano.
—Lo siento. Me alegra que estés bien. Espero que todos tus amigos hayan salido
de forma segura.
Él asintió.
Ahora que lo pensaba, Mia había oído algo sobre un bebé que nació allí.
Mia abrió la boca para decir que Joaquín también era un héroe, pero Mateo se
acercó a la mesa.
—Esta es mi casa y tu familia. No pagas. Ven a verme más seguido, Quino, y trae a
la señorita Starr contigo.
* *
La nieve caía cuando Joaquín salió del estacionamiento del restaurante media hora
más tarde, pequeños copos helados se derretían en el parabrisas.
—Tu primo es de lo que no hay. Debe ser maravilloso tener una gran familia.
—Ninguna familia es perfecta. —Joaquín le habló sobre su primo Jesús, que había
entrado en pandillas y había terminado en la cárcel por cargos de narcotráfico.
También estaba el tío Teddy, que había dejado que el alcohol le destruyera la vida, y
su sobrina Rachel, que había quedado embarazada y había abandonado la escuela
secundaria—. Tenemos nuestros días buenos y malos, pero siempre nos unimos.
¿Qué hay de tu familia?
—Soy hija única. Mis padres se mudaron a Florida el año pasado. Realmente no
conozco a mis primos. Me he encontrado con ellos, pero no nos juntamos. La mayoría
de ellos vive en Nueva Jersey. Mi padre nació allí.
Joaquín tenía los ojos en el camino, por lo que solo sabía que algo andaba mal
cuando escuchó su tono de voz.
—¿Qué...?
—Puedes quedarte aquí donde está caliente. —La calefacción finalmente estaba
emitiendo aire caliente. Alcanzó debajo del asiento y agarró su cepillo de nieve—.
Voy a raspar tu parabrisas. No me importa el frío.
Él estaba afuera antes de que pudiera terminar la objeción e hizo un rápido trabajo
con la ligera capa de nieve y escarcha en el parabrisas y ventana trasera.
—Gracias por todo. Pasé un buen rato, lo cual es sorprendente dadas las
circunstancias.
—Me alegra oírlo. —Joaquín sintió el impulso de besarla, pero era demasiado
pronto para eso. Ella le había dado su número de móvil, y eso era lo suficientemente
bueno por ahora—. Vete a casa, descansa, intenta no preocuparte. Llámame si
necesitas algo.
—Mia, esa es una muy mala idea. ¿Qué pasa si este tipo está como una cabra y
llama a la policía sobre ti? Eso no se verá bien en medio de todo esto con Andy.
Llama a Wu. Dile lo que está pasando. Tal vez pueda enviar algunos policías para
hacer un control.
Joaquín la cerró.
—Te llevaré allí. Estás molesta. No estás pensando claramente. Además, mientras
estés conmigo, tienes una coartada.
—¿A dónde?
—Jason vive cerca del Hospital de Veteranos. Tengo su dirección aquí. —Tocó la
pantalla del teléfono y luego leyó la dirección—. ¿Debería preguntarle a Siri por
direcciones?
—Nah. Conozco esa área. Cuando eres un fotógrafo de noticias, tienes que
aprender a moverte, o te dejas encargos y pierdes tu trabajo.
Les llevó menos de diez minutos llegar a la dirección. Era un antiguo tríplex, sus
ventanas estaban oscuras.
Joaquín estacionó.
—¿Vas armada?
—Sí. —Se llevó una mano al bolsillo delantero de los vaqueros—. Una Glock
veintisiete.
Salieron y caminaron hacia la casa, la nieve crujía bajo sus pies, el vecindario se
mantenía separado del distante repiqueteo de las sirenas de la policía y el murmullo
del tráfico. Habían llegado al porche antes de que Joaquín lo viera.
—¡Mia, detente! —La agarró del brazo y la atrajo hacia sí—. No tienes idea de
quién está allí o qué está sucediendo.
—Tienes razón. —Ella caminó hacia atrás, su mirada se movía desde la puerta
hacia las ventanas hacia el lado oscuro de la casa—. Me alegro de que tengas un
arma.
—Sí. Yo también. —No le haría ningún bien en su pistolera.
Tal vez era la adrenalina, pero le tomó un momento a Joaquín darse cuenta de que
las sirenas se estaban acercando. Acababan de llegar a la camioneta cuando un
patrullero policial dobló la esquina y se detuvo detrás de ellos, las sirenas se
apagaron. La luz de derribo del vehículo se encendió y deslumbró a Joaquín.
—¡Carajo! Maldición.
* *
Mia se sentó esposada en la parte trasera del coche patrulla, Joaquín esposado a su
lado, los dos mirando mientras el oficial y otros dos entraban por la puerta principal
de Jason con las armas desenfundadas.
—No somos los mejores amigos, pero me gusta. Es un buen hombre. Servimos
juntos. —Mia miró a Joaquín, la culpa y el remordimiento se retorcían dentro de
ella—. Lo siento. Esto es culpa mía. Si te hubiera escuchado...
Una ráfaga de estática apareció en la radio, seguida por la voz de un oficial. Sus
palabras fueron amortiguadas y mezcladas con la jerga policial, de modo que Mia
solo entendió la última parte.
—No puedo creer esto. Esto no puede ser real. ¿Quién querría lastimar a Jason?
Todo lo que hizo fue salvar vidas y ayudar a la gente. Él nunca haría daño a nadie.
Esto no tiene sentido. Él logró sobrevivir en Iraq. No puedo creer que lo maten así.
¡Maldita sea!
Las luces se encendieron dentro de la casa de Jason, y los tres oficiales que habían
despejado el lugar salieron de nuevo, el que los había detenido iba hacia ellos.
Joaquín lo había llamado Petersen, y los dos parecían conocerse. Eso no impidió que
el oficial los cacheara, confiscara el arma de Joaquín, los esposara y los metiera en la
parte trasera de su vehículo.
Petersen no había dicho una palabra en respuesta. Una ráfaga de aire frío golpeó a
Mia en la cara cuando Petersen abrió la puerta del coche y la tomó del brazo.
—Vamos.
Joaquín asintió.
Entonces Mía cayó en la cuenta, la respiración dejó sus pulmones en una lenta
exhalación. Si no hubiera ido a cenar con Joaquín, habría estado sola en casa sin que
nadie confirmara su paradero. Y si hubiera venido sola...
Desaparecieron dentro, solo para reaparecer unos diez minutos después con un
cuerpo cerrado en plástico oscuro y atado a la camilla.
Jason.
Mia dejó que la rabia hiciera a un lado su dolor. Alguien estaba matando a sus
soldados.
El detective Wu se inclinó.
—Eran pasadas las seis. —Joaquín ya había pasado por esto una vez con un
detective diferente. Sabía que Wu solo estaba siendo minucioso. Después de todo,
una persona había sido asesinada y todavía había un hombre desaparecido. Aun así,
las preguntas se estaban haciendo viejas. Al menos ya no estaba esposado. Se las
quitaron cuando lo trajeron aquí.
—¿Que pidió?
—Tomé los tamales con salsa de tomatillo. —Joaquín sabía cuál sería la siguiente
pregunta de Wu—. La señorita tomó un burrito sofocado. Los dos pedimos palomas.
—Le dijo al otro detective que no tenía un recibo. ¿Por qué es eso?
—Mi primo, Mateo Ramírez, es el dueño del lugar. Él no me dejó pagar. Puede
llamarle. Confirmará todo lo que le he dicho.
—Por supuesto, pero no sobre algo como esto. —Mateo patearía el trasero de
Joaquín si pensara que estaba involucrado en un homicidio—. Tiene cámaras de
vigilancia en el estacionamiento y en la puerta de entrada. No mentirán.
Wu asintió.
¿A qué hora dejaron el restaurante? ¿Por qué habían ido a la casa de la víctima?
¿Cuánto tiempo hacía que conocía a Mia? ¿Conocía a la víctima? ¿Por qué Joaquín
había venido a la estación de policía hoy? ¿Por qué había esperado a Mia? ¿Qué le
había contado sobre su relación con la víctima? ¿Cuánto tiempo hacía que tenía un
permiso para llevar armas ocultas? ¿Por qué estaba armado?
Fue esa última pregunta la que finalmente sacó lo mejor del temperamento de
Joaquín.
—¿Por qué estaba armado? He visto pasar muchas cosas malas a gente buena. Es
por eso. Estuve en el Palace Hotel el mes pasado. Vi mientras los terroristas herían y
amenazaban con matar a mis amigos. Nunca más estaré indefenso.
Wu pareció estudiarlo, luego abrió la boca para hablar pero fue interrumpido por
un golpe en la puerta.
—Adelante.
—Wu, hablemos.
Wu no se veía feliz.
El jefe de policía Irving apareció en el pasillo justo afuera de la puerta, con una
camisa de vestir blanca extendida sobre su gran barriga.
—Wu. Ahora.
Bueno, mierda.
Joaquín esperó unos buenos diez minutos antes de que Wu regresara. Esta vez el
detective dejó la puerta abierta.
—Señor. Ramírez, es libre de irse.
Gracias, Darcangelo.
Joaquín se levantó.
—¿Y mi arma?
Joaquín se levantó y lo habría seguido por la puerta, pero se encontró cara a cara
con Darcangelo.
Era verdad.
—Vale.
—La señora de ochenta años al otro lado de la calle informó de los disparos a la
policía y vio a un hombre con una sudadera con capucha negra salir corriendo de la
casa. Trató de grabarlo con el teléfono pero tuvo dificultades técnicas y terminó
haciendo un muy buen video de su propia cara.
—Bonito.
—Tenía lo del teléfono resuelto para cuando llegasteis. Ella tiene un video que
muestra cuando te detuviste y todo lo que hiciste hasta que llegó Petersen. Las
marcas de tiempo de los dos videos, la de su rostro mientras observa irse al asesino y
la tuya y la señorita Starr, muestran que solo habían pasado cinco minutos.
—Mierda.
—Sí. El asesino se quedó para saquear el lugar. Cogió la billetera y las tarjetas de
crédito del chico. También revisó sus botiquines médicos, tal vez en busca de drogas.
—Este video, así es como conseguiste que Wu nos dejara ir, ¿no es así?
—Me aseguré de que escuchara sobre la evidencia más pronto que tarde. Pensé
que tenías mejores cosas que hacer que pasar el rato aquí.
—Ella sigue siendo una persona de interés en el otro caso. No querrás quedarte
atrapado en eso también.
—Ella no tuvo nada que ver con eso. Alguien está tratando de tenderle una
trampa, atacando a Andrew Meyer inmediatamente después de que ella se fue,
dejando pruebas en su lugar de trabajo. Apuesto a que el asesino también envió ese
mensaje de texto esta noche. Tal vez quería hacer que Mia quedara mal. O tal vez
sabía que ella había venido y esperaba poder dispararle.
Darcangelo frunció el ceño.
—No podemos estar seguros de que estos dos casos estén conectados.
—¡Vamos! Mia conocía a ambos hombres. Los tres sirvieron juntos en Iraq. En el
lapso de unos días, uno desaparece y el otro es asesinado. Y ambas situaciones
ofrecen evidencias que implican a Mia.
—Si alguna vez te hartas del periódico, serías un buen detective. Ahora lárgate de
aquí.
Joaquín se dirigió a la puerta y luego se dio cuenta de que no iría a ninguna parte.
* *
No era la primera vez que veía a alguien con quien había servido ser llevado así.
En absoluto. Pero esto no debería suceder aquí.
Ella pensó que todo había terminado. Pensó que la guerra había quedado atrás. Lo
habían logrado a través de sus despliegues. Ellos vendrían a casa. Se suponía que
debían estar seguros, tan seguros como cualquiera podría estar en este mundo loco.
Pero ahora Andy estaba perdido y probablemente muerto en alguna parte, y Jason,
que nunca había hecho nada más que salvar vidas, estaba muerto, asesinado a tiros
en su propia casa.
No tenía sentido.
Cuando Mia estuvo en servicio activo, hubo informes sobre los líderes terroristas
que habían ordenado a sus seguidores que buscaran y asesinaran a los miembros del
servicio estadounidense en cualquier parte del mundo, incluso aquí en casa. Pero no.
Esto no podría ser obra de terroristas. Los terroristas siempre se atribuían el mérito
de sus matanzas. Ese era el propósito. Mataban para llamar la atención y sembrar el
miedo. Matar no les valía de nada si se hacía de forma anónima.
Esto tenía que ser otra cosa. Si solo pudiera pensar con claridad…
Tell al-Sharruken
Andy había sido parte de eso, pero ella y Jason no. Aunque Mia no había ido a las
ruinas, se había negado a ayudar a ocultar lo que habían hecho los demás. Pero Jason
había intentado ayudar a Andy y a los demás, haciendo todo lo posible para aliviar
su dolor.
—Encantada de conocerle.
Ella caminó con los dos hombres a través del edificio hacia una escalera trasera
que conducía a un gélido estacionamiento lleno de coches patrulla, y luego subió a la
parte trasera del SUV de Darcangelo, la conversación de los hombres flotaba sobre
ella, hasta que Darcangelo le habló directamente.
Mia nunca sabía cómo responder a esto. Ella no era una heroína. No había hecho
nada particularmente valiente. Había pasado dos años transportando municiones,
comida y papel higiénico por el desierto. Otros lucharon y murieron. Sí, había
renunciado a ocho años de su vida, pero obtuvo un título universitario.
Por un momento, ella no dijo nada. Luego recordó lo que Joaquín le había contado
sobre este hombre.
—Gracias por el suyo. Joaquín dijo que salvó muchas vidas en el Palace Hotel el
mes pasado.
—Elena se unió a nosotros durante mi último año. Fuimos parte de una compañía
avanzada de suministros. Sobre todo hice trabajo de oficina. —Mia realmente no
tenía ganas de hablar de esto, pero la conversación al menos distrajo su atención de
Jason—. Estábamos cerca de la lucha pero no formamos parte de las operaciones de
combate. Uno de nuestros convoyes fue alcanzado por un IED y perdimos algunas
personas. LeBron Walker casi muere. Powell, mi comandante, recibió una herida de
metralla que lo dejó con una leve cojera. Aparte de eso, fuimos bombardeados varias
veces.
—El IED fue terrible, pero los morteros, nunca estuvieron cerca de alcanzarnos.
Nos cubríamos y bromeábamos, esperando a que los radares triangularan la posición
de los idiotas que nos disparaban y los eliminaran.
—Oh, cosas siniestras. “Si no pueden hacerlo mejor, nunca saldré de las cuotas de
esos camiones”. —El recuerdo la hizo sonreír—. O, “Quien sobreviva, que se acuerde
de tirar mi escondite porno antes de enviar mis cosas a casa con mi esposa”. O, “La
próxima vez que nos reserves unas vacaciones, Starr, llévanos a algún lugar con una
maldita playa”.
Darcangelo se rió entre dientes.
—Lo mismo hacen los periodistas. El periodismo no es tan peligroso como ser un
policía o un soldado, pero ves mucha mierda.
¡Hijo de puta!
—Salgamos de aquí.
—¿Por qué te importa? Apenas me conoces. —Las palabras salieron en frío. Ella
no había querido eso—. Estoy agradecida por lo que hiciste hoy. De verdad que sí.
No sé qué hubiera pasado esta noche sin ti. Pero no lo entiendo.
Él se agachó y la besó en la frente. Fue un beso fugaz, y ni siquiera fue en su boca,
pero hizo que se le detuviera la respiración y le aceleró el pulso.
—Hiciste mucho por Elena. No podría dejarte enfrentar todo esto sola. Más que
eso, siento una conexión contigo, Mia. No puedo explicarlo. Solo sé que está ahí.
Llámame si necesitas algo.
Luego, sin detenerse a quitarse el anorak, fue al armario del dormitorio, abrió la
caja fuerte biométrica y sacó su pistola.
* *
Mierda.
—Conoces a Mia Starr. —Dejó caer las cosas en su escritorio, con expresión dura.
—En privado. —Él hizo un gesto con la cabeza hacia el pasillo que conducía a la
sala de conferencias.
—Mia Starr era la oficial a cargo de mi prima en su primer año de servicio activo.
La conocí el viernes cuando la fotografié fuera de la casa de Andrew Meyer. No tenía
idea de quién era ella entonces. Me echó una bornca. Me encontré con ella el sábado
por la noche en la fiesta de bienvenida de mi prima Elena.
—Podrías haberte ofrecido para que yo contactara con ella o haber intentado
convencerla de que me permitiera entrevistarla.
—No soporta los medios. Si hubiera querido hacer una entrevista, no te habría
colgado. Nada de lo que yo podría haber dicho habría hecho que cambiara de
opinión. —De eso, Joaquín estaba seguro—. Estoy tratando de evitar esto, por el bien
de mi prima.
—Me encontré con ella en la estación de policía cuando fui a buscar la foto policial
del imbécil que intentó matar a su esposa. Ella parecía enfadada. Me ofrecí llevarla
de vuelta a su auto...
—Le debo una deuda de gratitud por lo que hizo por Elena. —Cate lo inmovilizó
con la mirada.
—Tienes que mantenerte alejado de ella. Se ve mal para ella, Joaquín. Incluso si no
tuvo nada que ver con el homicidio de la noche anterior, encontraron toallas
ensangrentadas y el permiso de conducir de Andrew Meyer en una trituradora de
madera en los Jardines Botánicos donde trabaja.
¡Menuda novedad!
—¿En serio?
Joaquín le contó la mayor parte de lo que sabía, sin mencionar a la mujer que
estaba al otro lado de la calle y sus videos. Darcangelo le había hecho prometer que
guardaría secreto en ese aspecto.
—Si quieres ser un periodista de investigación de primer nivel, tienes que tener la
mente abierta.
Cate se resistió a esto, bajó lentamente la mirada. Cuando volvió a mirarle, había
curiosidad en sus ojos en lugar de ira.
Mierda.
—¿Sí? Bueno, no publiques eso. —Joaquín no quería dar información que pudiera
arruinar la investigación de los policías—. Se guardan ciertos detalles para ellos
mismos, cosas que creen que pueden ayudarlos a demostrar la culpabilidad de un
sospechoso.
—Por suerte para vosotros. —Cate frunció el ceño, cruzó los brazos sobre el
pecho—. Sigo pensando que deberías haberme dicho que la conocías.
—No lo sé. —Anoche, después de ese beso impulsivo, había decidido que se lo
dejaría a Mia. Solo había sido un beso en la frente, el tipo de beso que le daría a Elena
o a su abuelita. Pero ella no era familia, y él no le había preguntado primero.
—Podrías entrevistar a personas que conocían a los dos hombres. Podrías solicitar
sus archivos militares, aunque no sé lo que el gobierno divulgará al público en
general. Es posible que no consigas más que...
Joaquín no necesitaba a Cate para protegerlo. Tom intimidaba a mucha gente, pero
no asustaba a Joaquín.
Mia encontró una mesa en la atestada cafetería, se sentó y bebió un sorbo de café;
el fuerte sabor del tostado oscuro le devolvió algo de vida a su cerebro y cuerpo.
En dos ocasiones parecía que alguien había intentado hacerla parecer culpable de
un crimen grave. No se quedaría sola en casa, donde podría convertirse en un blanco
como Andy y Jason, o podría encontrarse sin una coartada.
Tomó otro sorbo de café, luego sacó la tableta del bolso y se conectó al wifi de la
cafetería. Le escribió un correo electrónico rápido a Wu, preguntándole cómo estaba
progresando la investigación de la desaparición de Andy y recordándole que no
podía trabajar hasta que la exonerara. Luego le escribió a Kevin, su jefe, para hacerle
saber lo decepcionada que estaba porque no había estado a su lado.
¡Maldita sea!
Odiaba esta sensación de impotencia. Odiaba tener que esperar, sin saber qué
estaba pasando con la investigación o cuándo terminaría. Odiaba tener esta nube de
sospecha colgando sobre su cabeza, siguiéndola a todos lados.
Siento una conexión contigo, Mia. No puedo explicarlo. Solo sé que está ahí.
Sabía lo que él quería decir porque ella también lo sentía. Difícilmente parecía
posible que le hubiera conocido el viernes pasado.
Él la había besado. No, no había sido un beso en la boca. Había sido más como un
beso que le darías a tu hermana. Pero si eso era lo que sentía cuando Joaquín le daba
un pequeño beso, ¿qué le haría a ella un beso completo con labios, dientes y lenguas?
Un calor que no tenía nada que ver con la cafeína la travesó rápidamente.
¿Hay un hombre en tu vida? Eres demasiado inteligente y hermosa para estar sin pareja.
Probablemente no había querido decir eso. Parecía serio, una calidez en sus ojos
marrones que le dificultaba respirar. Pero Mia sabía que no era el ideal de belleza de
cualquier hombre, realmente no. Su cabello era más naranja que rojo. La boca era
demasiado ancha. Era demasiado delgada con pechos pequeños que apenas llenaban
una copa B.
De todos modos no deberías pensar en Joaquín, no cuando Andy todavía está perdido y
Jason está en la morgue.
Dejó el café, sacó el teléfono inteligente del bolso y llamó a la única persona en el
mundo con la que esperaba no volver a hablar.
—¿Y?
—Eras su oficial al mando. Pensé que querrías saberlo.
—¿No te importa?
—Meyer fue un jodido. El planeta está mejor sin él. García, eso es un fastidio Él
estaba bien.
—Esa es la mejor maldita cosa que he escuchado en todo el día. Oye, ¿los policías
te llevaron a la comisaría, tal vez te desnudaron e hicieron que te inclinaras? Por
favor dime que lo hicieron.
—Los dos han muerto en cuatro días, me hizo preguntarme si esto podría tener
algo que ver con Tell al-Sharruken.
—Mucha gente está enfadada contigo. Nadie estaba molesto con Andy o Jason.
Además, Jason no era parte de eso. Él solo trató de ayudar. Pero nos entregaste al
resto de nosotros para avanzar en tu propia carrera. Sabías que nunca subirías de
otra manera.
—Todo lo que hice fue decir la verdad. —Mia luchó por mantener la voz baja.
Estaba en público. No quería hacer una escena—. Tú eras nuestro líder. Mentiste al
comando. Guiaste a esos tipos a violar la ley. Es tu culpa que...
* *
—Siento lo que siento, hombre. ¿Estoy loco? —Joaquín tomó otro trago de su
Knockers’Glacier Stout, sus pies con calcetines sobre la mesa de café de Matt.
—Las chicas te quieren. Aman tu físico. Ellas aman tu baile. Aman tu Pulitzer.
Demonios, yo amo tu Pulitzer, pero no lo suficiente como para acostarme contigo.
—El caso es que podrías echar un polvo dos veces todas las noches de la semana si
eso es lo que quisieras. ¿Por qué involucrarse con esta persona Mia?
—No estoy involucrado con ella, realmente no. Además, los ligues se sienten muy
vacíos, hombre. Es como masturbarse usando el cuerpo de otra persona en lugar de
tu mano.
—Dices eso como si fuera algo malo. —Matt tomó un trago de su cerveza—. En
este momento, estaría feliz de...
El teléfono móvil de Joaquín zumbó en alguna parte. Se puso de pie, encontró la
maldita cosa en el bolsillo de su abrigo.
Joaquín respondió.
—Hola, Mia.
—¿Joaquín? Apenas puedo oírte. —El sonido de la música y las voces sonaba
desde el fondo—. Voy a salir.
—¿Dónde estás?
—Un club nocturno en Pearl Street. —La música y las voces se desvanecieron—.
Lo siento.
—¿Estás bien?
—Sí, estoy bien. Pasé todo el día en cafeterías, restaurantes y bares donde tienen
cámaras de vigilancia. Tengo miedo de estar sola. Tengo miedo de irme a casa.
Joaquín lo ignoró.
Tal vez fue su miedo, o tal vez fue solo por instinto, pero Joaquín supo en ese
momento que había algo que Mia no le había dicho a él ni a la policía. Fuera lo que
fuese, la asustaba muchísimo.
—No creo que estés loca. Has pasado por mucho estos últimos días. —Miró su
reloj e intentó evaluar si estaba bien para conducir. Dos cervezas en dos horas. Sin
problema—. ¿Qué tal si voy a buscarte y vamos a mi casa? Puedes decirme qué está
pasando y no estarás sola en casa. Tengo una habitación libre si decides que quieres
pasar la noche.
—Está bien.
—¿Dónde estás?
—Sé dónde está. Quédate quieta. No vayas a ningún lado sola, ni siquiera al baño.
Estaré allí en unos diez minutos. Te enviaré un mensaje de texto desde afuera.
—¿Te vas?
—Lo siento, tío, pero ella está en una discoteca y muy asustada. —Joaquín agarró
su anorak del respaldo de la silla de la cocina de Matt—. Cree que alguien la está
observando.
—Tal vez ella realmente está loca. ¿Estás seguro de que no quieres que vaya?
Alguien necesita cubrirte. Soy un tercero neutral. Además, así puedo comprobarla
por mí mismo, ver qué tipo de sensación atrapo.
—No necesito un guardaespaldas. —Es por eso que había una Glock en su bolsillo.
Matt le acompañó.
—Bien, vale. Pero me voy a beber lo que queda de tu cerveza.
* *
Mia estaba sentada en una mesa, el bajo zumbaba, no quedaba nada de la Coca-
Cola Light salvo hielo. No debería haber molestado a Joaquín. Él ya había tenido que
lidiar con suficientes cosas por ella. Además, nunca había sido el tipo de mujer que
necesitaba un hombre para rescatarla. Aún así, estaría mintiendo si dijera que no se
había sentido mejor cuando él dijo que estaba en camino.
Maldición.
Ella no estaba indefensa. Tenía la SIG en el bolso, y estaba cargada. No, no era
legal llevar un arma como esta sin un permiso en Colorado, pero prefería ser
arrestada con un arma oculta que capturada por un asesino sin una.
Hubo una pausa entre canciones, la abrupta ausencia de música dejó súbitamente
silencio a su paso. La sensación de cosquilleo regresó, más fuerte esta vez.
Tenía el rostro oculto entre las sombras, pero en el momento en que lo vio, él se
alejó y desapareció, tragado por la multitud en la terraza.
Era Joaquín.
Estoy aquí.
* *
—No me lo imaginaba.
—¿Qué?
—Había un tipo en la terraza, un hombre con una sudadera negra. Levanté la vista
y lo vi mirándome. En el momento en que se dio cuenta de que lo había visto, se
desvaneció entre la multitud. No pude ver su cara. Estaba entre las sombras.
Joaquín murmuró algo en voz baja en español y luego llevó la camioneta hacia el
tráfico.
—Tomé el tranvía. Quería que hubiera un registro de todos los lugares a los que
iba.
—Entonces voy a llamar a Darcangelo. Está al tanto de este caso. Hará que Wu
escuche. —El teléfono de Joaquín estaba conectado a la consola de su tablero—.
Llama a Darcangelo.
Unos segundos más tarde, una voz que Mia reconoció apareció en los altavoces.
—Mia está aquí conmigo, y te puse en altavoz. Estamos camino a mi casa. Pasó el
día en público porque tenía miedo de estar sola. Pero justo ahora vio a un hombre
con una sudadera negra que la miraba. En el momento en que vio que ella lo había
visto, desapareció.
—Vamos a ir a mi casa.
La llamada terminó.
—Espero que le digas a mis amigos todo lo que me contaste. Lo que dijiste acerca
de que esto era solo el principio, ¿qué quisiste decir?
No podía estar segura de que las consecuencias de esa pesadilla estuvieran detrás
de esto. Aún así, tenía que decirles algo. No quería que nadie más desapareciera o
muriera. ¿Cuánto podría decir? Todo lo que sabía con certeza era que el bastardo
detrás de esto la conocía a ella, a Andy y a Jason.
* *
Había visto el rostro del tipo a través del parabrisas de esa camioneta y estaba
seguro de haber visto al bastardo una vez en alguna parte.
Se sorprendió al descubrir que Mia no había sido arrestada. Los periódicos dijeron
que había sido interrogada. Eso fue todo. Ni siquiera era sospechosa de la muerte de
García. Los policías debían ser idiotas totales si no podían seguir el rastro de migas
de pan que les había dejado. Las toallas ensangrentadas, la alfombra de baño y el
permiso de conducir. El mensaje de texto
Abrió los ojos, encontró a un borracho arrastrando los pies hacia él, con la botella
en la mano. Buscó en el bolsillo un Oxy, lo masticó.
—Bueno, eso son malos modales. — El borracho se alejó arrastrando los pies—.
Idiota.
El fotógrafo de noticias.
Eso es lo que era. El bastardo que conducía esa camioneta había tomado la foto de
Mia que estaba en la portada del Denver Independent. Su nombre probablemente
estaba debajo de la foto. Incluso si no fuera así, no sería difícil de encontrar.
Mia salió del ascensor y siguió a Joaquín por el pasillo. Él debía ganar una
cantidad respetable de dinero para tener un apartamento en River North Art District.
RiNo era el barrio más de moda de Denver, lleno de galerías, pubs, clubes, boutiques
y restaurantes. Él se detuvo frente al número 407, abrió el cerrojo y se hizo a un lado
para dejarla entrar, encendiendo las luces antes de cerrar con llave la puerta.
Esto hizo reír a Joaquín. Él tomó su anorak y lo colgó con el suyo en un armario.
—Bonito sitio.
Más allá de la cocina había un pequeño comedor con una mesa de tablas de
madera recicladas, un banco con un cojín multicolor en un lado, sillas de plástico
moldeado en turquesa brillante en el otro. La mesa en sí estaba casi enterrada bajo
correo y periódicos, una canasta de ropa sucia con ropa doblada en un extremo.
La sala de estar tenía un sofá modular con forma de bloque en gris suave y una
mesa de centro de madera rústica que estaba cubierta de libros y periódicos. Las
ventanas del suelo al techo daban a una terraza que daba al oeste, hacia las
montañas. Estaba demasiado oscuro para ver las montañas ahora, pero las luces de la
ciudad brillaban abajo.
—En mis días libres, trato de salir a hacer fotos. Déjame mostrarte la habitación de
invitados.
—Tengo mi propio baño, así que este es tuyo. —Señaló un pequeño baño con una
bañera y una ducha al final del pasillo—. Mi habitación está a la derecha aquí, y la
habitación de invitados está a tu izquierda. Hazme saber si necesitas algo.
—Gracias. —Mia entró en el dormitorio, encendió las luces y se vio rodeada una
vez más por el color.
—¿Tienes hambre?
—Gracias.
Ella lo siguió hasta la sala de estar y se sentó en el sofá, mientras más tensión se
desvanecía. Estar aquí debería haberse sentido incómodo. Apenas conocía a Joaquín,
después de todo. Pero ahora se sentía más relajada de lo que había estado en todo el
día.
—¿Puedo tomar un vaso de agua con hielo? —Su mirada se movió sobre los libros
sobre la mesa de café, deteniéndose cuando vio su nombre—. Publicaste tus fotos.
Mia tomó el libro, pasó sus páginas. Las fotografías de Denver como una ciudad
de vaqueros fueron divertidas. Estaba el capitolio estatal, recién construido y
adornado con cintas y pancartas. Estaba Pearl Street, nada más que barro y pasarelas
de madera.
—Aquí.
Las fotografías contaban una historia. Hombres armados con chalecos antibalas
atados al balcón de un edificio. Un hombre que practicaba reanimación
cardiopulmonar a otro hombre que parecía estar muerto, una mujer con cabello
oscuro inclinada sobre él llorando, cadáveres en el suelo a su alrededor.
—Sí.
Mia miró fijamente, paralizada, a la siguiente página. Era Julian Darcangelo, pero
estaba gravemente herido. Otro hombre se sentaba detrás de él, sosteniéndolo y
aplicando presión directa a una herida de bala en el hombro. Mia no tenía que saber
nada sobre los dos chicos para saber que eran amigos íntimos, más cercanos que
hermanos. El dolor y el cansancio en el rostro de Julian y la preocupación y el amor,
sí, el amor, en el rostro del otro le contaron la historia completa de ese momento de
una manera que las palabras nunca podrían hacer.
—Poderoso.
—Vas a encontrarte con él en un minuto. —Joaquín tocó con el dedo la cara del
otro hombre—. Ese es Marc Hunter.
—Vi lo que vi esta noche. Espero que tus amigos no crean que estoy exagerando.
* *
No es que Mia pareciera aterrorizada. Ella estaba tranquila, compuesta, casi como
una mujer de negocios en sus respuestas. No tuvo dificultades para imaginarla con
un uniforme. Aun así, podía decir por las sombras en sus ojos azules que tenía
miedo. No por primera vez, deseó haber estado allí esta noche. Él habría ido detrás
del bastardo.
Darcangelo asintió.
—Conozco el lugar.
—Fui allí porque hay una cámara de seguridad en la esquina. Compré una Coca-
Cola, me senté en una mesa lejos de la pista de baile y traté de ver qué debía hacer a
continuación.
Hunter asintió.
—Entendido.
—Estuve allí unos diez minutos cuando tuve la sensación de que me estaban
observando. Traté de mirar despreocupadamente alrededor. Me moví al otro lado de
la mesa. La música terminó, y algo me hizo mirar hacia arriba. Un hombre estaba de
pie en la terraza, mirándome. No tenía una bebida en la mano. No estaba bailando.
Estaba quieto ahí, observándome. En el momento en que me vio mirándole, dio un
paso atrás en la multitud. Fue entonces cuando llamé a Joaquín.
—No, señor. Estaba oscuro y llevaba una sudadera negra que le ensombrecía la
cara.
La sudadera con capucha negra. Parecía un detalle al azar, pero dado que el
hombre que había matado a Jason García llevaba una sudadera con capucha negra,
probablemente no era una coincidencia.
Un asesino podría haberse acercado a Mia esta noche. Lo que apestaba es que
Joaquín no había podido decirle eso. Le había prometido a Darcangelo que no dijera
una palabra sobre la anciana y su video. Gracias a Dios que Mia le había llamado.
Los hombres esperaban que continuara. Ella cruzó las manos juntas en su regazo,
tenía los dedos tan apretados que sus nudillos estaban blancos.
—Había algo familiar en él. No puedo decir qué. Tengo la sensación de que si
hubiera visto su cara, le habría reconocido.
—Tiene sentido para mí —dijo Hunter—. Si estos dos casos están conectados…
—¿Quién querría lastimarte, Mia? —Darcangelo se inclinó más cerca, pero Joaquín
pudo ver que tenía cuidado de no tocarla.
Mia apartó la mirada, cerró los ojos con fuerza, su compostura se desmoronó, el
miedo que intentaba esconder fue visible en el rostro por un momento. Ella tenía
algo que quería decirles, algo que temía decir.
—Me temo que el asesino no ha terminado. Me temo que tiene a otras personas en
el punto de mira... y que yo seré una de ellas.
—Cualquier información que arroje luz sobre esto podría ayudarnos a salvar
vidas, incluida la tuya —dijo Darcangelo.
Mia levantó la vista hacia Joaquín, con una mirada casi suplicante en sus ojos.
—Si tienes información que ayude a atrapar a un asesino, el fiscal tendría eso en
cuenta al considerar cargos contra...
—No es así. —Los labios de Mia se curvaron en una sonrisa fugaz, como si
Darcangelo hubiera dicho algo gracioso—. No he hecho nada malo, todavía.
Decíroslo podría constituir una violación de la ley.
—Confidencial.
—Sé que tienes miedo. Debes sentir como si tuvieras el peso del mundo sobre tus
hombros en este momento. Pero tenemos leyes que protegen a los denunciantes,
incluido al personal militar.
—Ramírez tiene razón —dijo Hunter—. Serví con Fuerzas Especiales y...
Hunter lo ignoró.
—No pueden penalizarte por exponer a aquellos que infringen la ley, siempre y
cuando reveles esa información a tu cadena de mando, a los tribunales o a las
autoridades.
Mia asintió.
—Si te lo digo, tendrás el poder de destruir mi vida. Tienes que prometerme que
es confidencial. Si esto terminara en el periódico, estaría fuera de la protección de
cualquier ley. No se lo puedes decir a nadie, especialmente a esa periodista.
Joaquín intentó no sentirse insultado por esto. Ella apenas lo conocía. Para confiar
en él con algo de esta magnitud... debería sentirse honrado.
—Prometo que no voy a hablar sobre lo que me dices con nadie que no esté en esta
habitación.
* *
—Tendremos que compartir lo que nos cuentes con el Detective Wu y Old Man
Irving, el jefe de la policía, pero podemos controlarlo —dijo Julian—. No
compartiríamos información clasificada con la prensa o con algún policía que no
necesite saberla. Es posible que deseemos contactar con fuentes del Pentágono para
obtener los archivos que existan.
—No estoy segura de que haya archivos —dijo Mia—. No hay registro oficial de lo
que pasó ese día. Las únicas personas que lo saben son los que estaban allí y la
cadena de mando que respondió después.
—Sí. Exactamente. —Los rastros de papel habían sido triturados, los archivos del
ordenador purgados, cualquier mención de lo que había sucedido ese día destruido.
Ella negó con la cabeza, luego dio un paso atrás y su pulso se aceleró.
—Tell al-Sharruken.
»Después de eso, las cosas empeoraron. Powell me insultaba frente a los otros:
Reina de Hielo, Doncella de Hierro, perra, lo que sea. Más tarde descubrí que no era
la única mujer que se quejaba de él. Otras mujeres vinieron a mí y me lo confiaron.
—Espero que tu historia termine con él con una patada en el culo —dijo Marc.
Julian asintió.
—Ojalá. —La furia de los hombres en su nombre vino como una especie de
afirmación. Ella no le había contado eso a nadie, ni siquiera a sus propios padres. Le
habían dicho que debería esperar hostigamiento trabajando en un campo dominado
por hombres, como si tener éxito en un trabajo previamente reservado para hombres
le quitara a la mujer el derecho a la dignidad y el respeto.
Powell había usado ese tiempo para alejar a otros de ella, degradándola a sus
espaldas hasta que sus apodos para ella se habían generalizado en el FOB.
Mia asintió.
—Le gritó a Powell, creo, pero Powell lo negó y afirmó que yo tenía algún tipo de
resentimiento contra él. El coronel Frank lo ocultó. —Mia tragó saliva, un sentimiento
de ira creció en su interior—. El resto de ese despliegue fue un desastre. Powell
encontró todo tipo de formas creativas para vengarse de mí: poner arañas camello en
mi tienda, guardar todos los suministros sanitarios femeninos en su oficina para que
tuviera que pedirlos cada mes, excluirme de las reuniones. Alguien puso una lata de
café llena de heces humanas en mi tienda.
Joaquín murmuró algo en español, con los ojos ennegrecidos por la ira.
—No. Nada. Me dije que no importaba. Estaba allí para hacer un trabajo para mi
país, no para ganar un concurso de popularidad. Pero, aun así, fue difícil—. Se dio
cuenta de que esto no era parte de la historia que intentaba contarles. —Lo siento.
Nada de eso realmente importa. Supongo que me quedé apartada del tema.
—La mayoría tenía ampollas. Algunos tenían dificultad para respirar. El personal
médico no tenía ni idea de lo que estaba pasando. Jason trabajó duro para tratar sus
quemaduras y aliviar su dolor. Fue él quien llamó, investigó y lo descubrió. Le tomó
unos días, pero lo descubrió.
—Resulta que Powell había llevado a su pandilla a Tell al-Sharruken, donde sus
palas habían golpeado un escondrijo de viejos proyectiles enterrados. Algunos de los
proyectiles estaban rajados. Excavaron los proyectiles, los manejaron. No se dieron
cuenta de que los proyectiles estaban goteando. Andy, Powell y los demás, todos
habían estado expuestos al agente mostaza.
Capítulo 9
—Puede ser un líquido o un gas, por lo que el agente mostaza es el término más
preciso —dijo Hunter—. Pero, sí, gas mostaza.
Pero Mia no los estaba escuchando, tenía el cuerpo rígido, la mirada introspectiva
mientras revivía el horror de lo que había visto.
—Resultó que habían estado expuestos tres días antes. Los síntomas no aparecen
de inmediato. Cuando comenzaron a ponerse enfermos, lo escondieron, sabiendo
que se meterían en problemas. Pero algunos de los muchachos más jóvenes tenían
tanto miedo que lo soltaron todo. Aquellos que resultaron gravemente afectados,
incluidos Andy y Powell, fueron enviados a Alemania para recibir tratamiento y
luego enviados a casa.
Joaquín escuchó mientras Mia describía el desastre que había seguido mientras el
coronel al que ella había advertido entró en modo CTC (cubre tu culo) completo.
—¿Por qué no? ¿No sería bueno advertir a la gente que esta mierda está por ahí?
Joaquín había escuchado y visto muchas tonterías en sus años en el periódico, pero
esto estaba en una liga propia.
Mierda.
—Pasé por encima del coronel, le dije al general de brigada de nuestra división
que había informado sobre lo que estaba haciendo Powell. Pero a nadie le importaba
que Powell hubiera puesto en peligro a sus propios hombres. Lo que más les
importaba era el potencial de vergüenza. “Tropas estadounidenses heridas con
armas químicas mientras saquean” no es un titular favorable.
—Agente mostaza.
—No volví a ver a Powell, a Andy ni a ninguno de los otros hasta que volví de ese
despliegue, pero me odian profundamente. Todos me culpan por el hecho de que no
obtuvieron beneficios por discapacidad, aunque yo no tuve nada que ver con eso. La
última vez que vi a Andy pasó toda la media hora que estuve allí, gritándome e
insultándome.
—Gracias por confiar en nosotros, Mia. Sé que debe haber sido difícil de hacer
cuando todo el mundo en el que deberías haber podido confiar te ha decepcionado.
Pero no somos como esos tipos. No vamos a defraudarte.
Cuando ella le miró a los ojos otra vez, él lo vio: duda y, debajo de eso, una frágil
esperanza de que esta vez fuera diferente.
—Va a hacer una gran diferencia en esta investigación. Ahora tenemos alguna idea
de por dónde empezar a buscar al asesino.
Hunter asintió.
—No lleva años de trabajo en la policía ver qué podría motivar a uno de estos
tipos a hacerte daño o a implicarte.
—¿Por qué uno de ellos atacaría a los demás? ¿Por qué matar al médico? ¿Qué
podría tener alguien contra él?
—No lo sé. No tiene sentido. Tengo la corazonada de que lo que sucedió en Tell al-
Sharruken está detrás de esto de alguna manera.
—¿Puedes darnos una lista de los soldados que fueron parte del saqueo? —
Preguntó Darcangelo.
—Sí. Hay algo más que deberías saber. Tengo una pistola cargada en mi bolso, y
no tengo un permiso para llevarla oculta.
Hunter asintió.
—Gracias.
—Me temo que tenemos que decirte una cosa más, Mia. —Darcangelo estaba
usando esa voz tranquilizadora de nuevo—. Necesitamos que le cuentes al Detective
Wu todo lo que nos dijiste. Él es el detective asignado a estos casos. Tiene que
escuchar esto de ti.
* *
Joaquín regresó con la taza de chocolate caliente, la puso sobre la mesa, luego sacó
un fular de un baúl cercano y lo envolvió en los hombros de Mia.
Wu llegó unos minutos más tarde, y Mia volvió a contar toda la historia. Esta vez
fue más fácil, tal vez porque lo había hecho una vez. O tal vez tener a Joaquín
sentado a su lado la hacía sentir más segura.
En cualquier caso, estaba claro que Wu respetaba a Julian y Marc. Tomó notas,
interrumpiéndola de vez en cuando para hacer preguntas. Pero ni una sola vez
sugirió que pensaba que estaba mintiendo como lo había hecho cuando la interrogó
en la comisaría.
¿En serio?
—Hasta anoche, cuando escuché que Jason había sido asesinado, no me di cuenta
de que podría haber una conexión. No tomo la divulgación de información
clasificada a la ligera, y, francamente, señor, no me ha dado razones para confiar en
usted.
Wu continuó.
—No.
Wu se levantó.
—Voy a tener que hablar con Irving para ver cómo quiere que manejemos esto
desde aquí. ¿Va a quedarse aquí ahora?
Sorprendida por esta pregunta, Mia miró a Wu y a Joaquín.
—Esto... yo...
—Encantado de ayudar.
Mia lo miró, escalofríos le recorrieron la espalda cuando los hombres salieron por
la puerta y Joaquín la cerró detrás de ellos. Las preguntas acudieron a su mente.
¿Cuánto tiempo había sabido Wu que había otro sospechoso? ¿Por qué nadie se lo
había advertido antes? ¿Fue el testigo la razón por la que fueron liberados anoche?
—Estuviste increíble esta noche, Mia. Eres una verdadera heroína. Sé que no pudo
haber sido fácil. ¿Cómo te sientes?
—Es por eso que viniste tan rápido a buscarme, ¿no es así?
Sus palabras quedaron suspendidas en el aire cuando Mia se preguntó qué quería
decir con eso.
Mia llevó el bolso con el arma de fuego hacia su habitación y se puso el camisón y
el albornoz. Luego fue al baño para cepillarse los dientes y lavarse la cara. Cuando
terminó, abrió la puerta y salió al pasillo para ver a Joaquín de pie sin camisa en la
cocina con un pijama azul oscuro que colgaba peligrosamente bajo sobre sus caderas.
Estaba revisando su pistola.
Oh, mi...
Dios, él era maravilloso. Su cuerpo era todo músculo desde los pectorales con sus
rizos oscuros y pezones planos hasta sus bíceps, abdominales y oblicuos. Un oscuro
rastro de rizos desaparecía detrás de la cinturilla del pantalón, llevando su mirada a
un lugar donde no tenía sentido mirar.
—Si sucede algo, no quiero que los dos nos confundamos y nos disparemos el uno
al otro.
Estar cerca de él así era abrumador. Mia podía sentir el calor irradiando de su
cuerpo, oler su piel. Fue excitante.
—Buenas noches.
* *
Las represalias de Powell contra ella deberían haberlo expulsado del ejército
mucho antes de que tuviera la oportunidad de joder la vida de alguien más. ¿Latas
de café con mierda? ¿Hacerle pedir tampones? ¿Arañas camello?
Quienquiera que fuera el asesino, se había acercado a Mia esta noche. Ella le había
dado a Wu una lista de los hombres que habían sido parte del saqueo, incluso
aquellos que no vivían en Colorado. Wu los verificaría, pero llevaría tiempo.
Mientras tanto, necesitaban ayudar a Mia a obtener ese permiso para llevar un
arma oculta y mantenerla a salvo. Quienquiera que fuera este tipo, era ex militar,
como ella. Aunque Joaquín sabía que Mia era dura, había tenido que ser dura para
pasar el infierno de un despliegue, lo único que se necesitaba era una bala.
Mierda.
Joaquín cerró los ojos, se obligó a sí mismo a relajarse, imágenes corriendo por su
mente como una presentación de diapositivas. Mia de pie cerca de la cinta de la
barricada la noche en que la había visto, con la cara llena de preocupación. Mia
sonriendo mientras bailaba con él. Mia en estado de shock por el asesinato del
médico. Mia mirándole con ojos suplicantes, tratando de decidir si confiar en él. Mia,
de pie, vestida con un camisón y una bata blanca, con el pelo rojo colgando
holgadamente de los hombros y la mirada fija en su pecho.
Demonios, sí, había captado eso. ¿Había sido eso deseo en sus ojos?
Nada. Aún no. Lo último que Joaquín quería era ser el siguiente hombre en la vida
de Mia que la decepcionara al poner primero su polla.
Llevó una mano a la mejilla donde lo había besado, aún le ardía la piel. Si ese día
llegara y los dos cruzaran la línea de sexo, él estaba bastante seguro de que prendería
fuego a su cama.
* *
—Estaré bien. —Ella le dio una sonrisa que le puso un nudo en el pecho, su pelo
rojo colgaba en mechones húmedos alrededor de los hombros—. Me conmueve que
te preocupes por mí.
—Por supuesto que lo hago. —Él extendió la mano, tomó la suya, pasó el pulgar
sobre los nudillos, su piel suave—. Eres una mujer especial, Mia.
El color le llegó a las mejillas, y ella desvió la mirada hacia la ventana, pero no
retiró su mano.
—Si te hace sentir mejor, tenemos guardias armados en los Jardines, y hay
personas y cámaras de seguridad en todas partes.
Ella asintió.
—Es una buena idea. Planeo presentar mi solicitud para el permiso de porte oculto
de emergencia antes de ir hoy.
—Mierda.
—Tengo que correr, pero hay una llave de repuesto en el cajón debajo del frutero
que puedes quedarte. Tienes mi número. Llama si necesitas algo. Siento abandonarte.
—Hasta la vista.
—Me alegro de que pudieras llegar —dijo Matt en voz baja—. ¿Qué pasó anoche?
Ella le dirigió una sonrisa poco convincente que le dijo que estaba nerviosa.
—Tom me pidió que reemplazara a Sophie hasta que Kat regrese de la baja por
maternidad.
—Hola, Anna. —Cate la saludó con la mano desde el otro lado de la mesa, su
mirada fija en Joaquín—. ¿Has visto a Mia últimamente?
Tom entró, con un lápiz detrás de cada oreja y una pila de periódicos en sus
manos. Echó un vistazo alrededor de la mesa.
—Hughes se unirá a nosotros durante unas semanas hasta que James regrese de la
baja de maternidad. Creo que todos la conocen, por lo que podemos omitir el
encuentro y la bienvenida.
—El gerente de las viviendas me dijo que las personas que no tienen nada que
ocultar no deben objetar que se investigue su propiedad.
—¿Ramírez?
—Iré a Brighton después de la reunión, conseguiré una foto para la portada y algo
para el salto.
¡Carajo!
—¿Puede tu fuente entregar pruebas de esto o darnos una idea de lo que está
sucediendo? “Viene algo grande” no funciona como titular.
—Sí. —Cate parecía triunfante—. Ella dijo que me podía dar documentos, así que
me reuniré con ella más tarde durante la hora de su almuerzo.
Demonios.
Capítulo 10
Tomó el tranvía hasta la parada más cercana a su domicilio, y luego caminó hacia
su casa, permaneciendo agudamente consciente de lo que la rodeaba. La mayoría de
la gente estaba en el trabajo, y los niños estaban en la escuela, dejando las calles
tranquilas. Encontró el Mazda intacto y el apartamento justo como lo había dejado,
sin señales de ningún intento de entrar.
Revisó el correo, luego se dio una ducha rápida y se vistió para el trabajo.
Mientras preparaba el almuerzo, se dio cuenta de que tal vez debería consultar con
Kevin primero para asegurarse de que alguien del departamento de policía de
Denver le dijera que había sido absuelta. Ella tuvo su respuesta cuando Sharon se
negó a pasar la llamada.
—¿Puede ponerse en contacto con los Jardines Botánicos y hacerles saber que ya
no soy sospechosa? Quiero volver al trabajo, y nadie se ha puesto en contacto con
ellos todavía.
Estaba mirando los catálogos de semillas, y soñando despierta con cierto reportero
gráfico sexy, cuando Kevin le devolvió la llamada.
—Estoy muy feliz de escuchar las buenas noticias. ¿Cuándo te gustaría comenzar
de nuevo?
—Me alegro de verte de nuevo, Mia —dijo Tori, que vendía entradas en la puerta
principal.
Nadie parecía haberse preocupado por ella cuando la seguridad la había escoltado
fuera de la propiedad. Si Mia quería seguir trabajando aquí, le encantaba su trabajo,
tendría que superarlo. Además, ¿no se había enfrentado a cosas mucho peores?
Ella cruzó la puerta, algo de la tensión que había llevado estos últimos días la
abandonó. Había echado de menos este lugar. Conocía cada metro cuadrado, cada
lecho de jardín, cada árbol, cada planta con flores. Pasó los siguientes diez minutos
caminando por los senderos, asimilándolo todo. Arbustos de lilas y de rosas
durmientes que estallarían en flores a principios de junio. Parches de tierra desnuda
que escondían bulbos de tulipán y narciso. Coníferas enanas en el jardín japonés que
traían el verde al paisaje invernal. Bouteloua gracilis, su hierba favorita, que sobresalía
de la nieve en mechones, sus flores de plumas ahora secas y llenas de semillas
diminutas.
Se dirigió hacia el edificio principal, con la esperanza de que el equipo de
horticultura hubiera terminado de clasificar el montón de solicitudes de prácticas.
Por otra parte, solo había estado ausente durante un día y medio.
—Gracias. —Mia encontró a Kevin sentado con Michael, el jefe de seguridad y uno
de los dos guardias que la habían escoltado fuera de la propiedad.
—He hablado con la policía de Denver. También le he dado una imagen del
sospechoso de nuestro metraje de seguridad al personal de la puerta de entrada.
Podemos acompañarte hacia y desde tu vehículo y hacer que formes parte de
nuestras rondas, pero no podemos asignar a alguien para que te acompañe todo el
día. Simplemente no tenemos personal suficiente. Creemos que es mejor si te quedas
dentro, preferiblemente en las áreas no públicas de la instalación, como los
invernaderos o las oficinas.
Solicitudes de prácticas
* *
Un tono, dos...
Cabrón, ¡responde!
Joaquín sabía que lo que estaba haciendo podía hacerle aterrizar sobre un montón
de mierda, incluso que le despidieran, pero le había hecho una promesa a Mia.
—Estoy escuchando.
—Hijo de puta.
Anna no sabía cómo moverse como lo hacía Joaquín y le pidió que viajara con él a
Brighton.
—Tiene que ser alguien físicamente cercano a Irving, alguien en quien confíe o
alguien que pueda escuchar lo que dice por teléfono o que vea lo que hay en su
escritorio. Cate es nueva e inexperta. Usó el pronombre “ella”, por lo que podría ser
una mujer.
—Aprecio la advertencia. Voy a comprobar esto con Old Man Irving ahora mismo.
Eso podría mantener el culo de Joaquín fuera del fuego, pero no calmó su culpa. Él
había traicionado a un colega. Había traicionado al periódico.
—Gracias. Lo aprecio.
—No, gracias a ti. Todos hicimos una promesa a Mia. Además, no podemos
funcionar como un departamento de policía si nuestro personal está filtrando mierda
a los periódicos.
—No hay nada que mejore la disposición de una persona como una vejiga vacía y
una taza de café llena.
—Y tanto.
—Gracias, Joaquín.
—De nada.
Cate no estaba allí cuando llegaron. Era justo después del mediodía, por lo que
probablemente había ido a encontrarse con su fuente.
¿Darcangelo e Irving encontraron la fuga a tiempo?
Ah, mierda.
Joaquín trató de concentrarse en editar y escribir los pies de las fotos, su mente se
movía de un lado a otro entre preguntarse si había llegado a Darcangelo a tiempo y
pensando en Mia. ¿Había obtenido el permiso de porte oculto? ¿Había vuelto al
trabajo? ¿Dormiría en su casa o se quedaría en la suya esta noche?
Estaba en medio de revisar las imágenes con Syd cuando Cate salió del ascensor y
caminó hacia su escritorio.
Joaquín siguió hablando con Syd como si no hubiera escuchado esto, mientras que
Alex y Matt le enseñaban a Cate cómo manejar esa situación.
—Tal vez algo la detuvo —dijo Matt—. Tal vez se ha echado atrás. Eso pasa.
Intenta llamar más tarde.
—Es posible que tengas que sujetarle la mano, tranquilizarla diciéndole que no
revelarás su identidad —sugirió Alex.
—Hice algunas buenas fotos. —Joaquín hizo un gesto hacia Anna—. Ella hizo una
gran entrevista con una mujer cuyo apartamento fue básicamente destruido. Es su
primer día en el I-Team, y ya está en la portada.
—Dios, espero que no. —Eso describía cada foto de la banda—. Nos vemos luego.
Al salir de la sala de redacción, Joaquín notó que Cate le estaba mirando.
* *
—La llevo por la puerta norte —dijo Michael en su micrófono de mano. El sol
acababa de ponerse, las farolas proyectaban su resplandor sobre el pavimento y el
asfalto. Mia permaneció alerta, esperando el movimiento en las sombras.
—Gracias.
—De nada. —Michael le abrió la puerta—. Este imbécil atacó a las dos víctimas en
sus casas. Ten cuidado.
Ella se dirigió a casa a través del tráfico de hora punta, pensando en su bloque de
apartamentos desde una perspectiva de seguridad. Tenía muchas ventanas, una
puerta corrediza de vidrio que conducía a su apartamento y un plano de planta
abierto. La bañera era de plástico, por lo que no ofrecería protección contra las balas.
Por supuesto, no tenía idea de qué tipo de arma de fuego estaba usando el
atacante. Una bala calibre 45 podría penetrar una puerta o pared. Ella había visto
rifles AK atravesar hormigón.
Dios, ¡cómo odiaba esto Mia! Odiaba tener miedo de irse a casa. Nadie tenía el
derecho de poner este tipo de miedo en otra persona.
Bueno, maldita sea, ella no tendría miedo. Jason y Andy probablemente fueron
tomados por sorpresa. Ella no dejaría que eso sucediera. Estaría lista.
Grandes palabras.
¡Maldición!
No le haría daño si se quedaba en casa de Joaquín una noche más, ¿o sí? La policía
tendría otras 24 horas para atrapar al malo y podría descansar un poco más.
Corrió a su habitación y tomó una bolsa de viaje, una idea se empezó a formar en
su mente sobre hacer la cena para agradecerle a Joaquín todo lo que había hecho. Ella
sacó el teléfono móvil.
* *
No estaba haciendo esto solo porque tenía miedo de estar sola en casa. Eso es lo
que se dijo a sí misma, de todos modos. No, estaba haciendo esto porque Joaquín
había sido muy amable con ella, vale, y porque era increíblemente sexy, inteligente y
talentoso y bailaba como un dios del sexo y había dicho que se preocupaba por ella.
No te hagas ilusiones.
Él podría haber querido decir cualquier cosa con eso. Por lo que Mia sabía, su
interés por ella no iba más allá de la amistad casual.
Aparcó en uno de los lugares para invitados, agarró los comestibles y su bolsa de
viaje, y abrió la puerta de seguridad con la llave. Esta era otra razón por la cual el
apartamento de Joaquín era más seguro. Cámaras. Una puerta de seguridad.
Unos minutos más tarde, estaba en su cocina, sintiéndose mucho más segura, y un
poco emocionada. Iba a pasar una noche con Joaquín que no implicaría homicidios ni
interrogatorios policiales.
* *
Joaquín olió algo delicioso en el momento en que salió del ascensor. Por lo general,
eso significaba que la pareja del final del pasillo acababa de llegar del mercado de
agricultores. Pero esta noche, alguien le estaba haciendo la cena. No podía recordar la
última vez que alguien, además de su madre, había hecho eso.
—Hola. —Mia estaba de pie junto a los fogones, llevaba su delantal de barbacoas
sobre unos vaqueros y una blusa blanca.
—Eso huele muy bien. —Se acercó a ella, resistiendo el impulso de ponerse detrás
de ella y colocar las manos en sus caderas.
—Pechugas de pollo Diane y pasta. También hice una ensalada. Todo debe estar
listo en unos cinco minutos, si la pasta coopera. Traje una botella de vino blanco.
—Eso suena perfecto. —Joaquín se ocupó en preparar la mesa, con copas de vino y
velas—. ¿Cómo te fue hoy? ¿Obtuviste el permiso?
— Sí. Tus amigos ya habían enviado la documentación por fax, así que fue rápido.
Mientras ella colocaba la cena en la mesa, Joaquín puso un poco de música: su lista
de reproducción de piano contemporáneo con Clara Ponty, sirvió el vino, y encendió
las velas. Para cuando se sentaron juntos, estaba tan nervioso como si esta fuera su
primera cita.
—Gracias por esto. —La miró a los ojos, vio que ella también estaba nerviosa.
—Gracias a ti, por todo. —Ella levantó su vaso, por lo que él levantó el suyo.
—¿Cómo fue tu día? —Preguntó ella, justo cuando él daba el primer mordisco.
—Lo haces bien. —Entonces recordó su pregunta—. Hoy estuvo bien. Me senté en
la reunión del I-Team, hice algunas fotos de noticias y pasé mucho tiempo en el
tráfico. Aproveché el atasco de tráfico para llamar a mis padres y a mi abuela. Mi
abuelita se pone de mal humor si no la llamo al menos una vez a la semana.
Decidió esperar hasta más tarde para contarle lo que había sucedido con Cate y la
fuga en el DPD. Parecía injusto arruinar su humor alegre y la cena que ella se había
esforzado tanto en hacer para los dos. La situación estaba bajo control, por lo que no
era urgente de todos modos. Darcangelo le había llamado mientras estaba atrapado
en el tráfico para agradecérselo. Irving había sorprendido a su asistente
administrativa con las manos en la masa haciendo copias de los archivos y la había
despedido en el acto, amenazándola también con cargos.
—Sí, excepto por los días en que curioseo en las tragedias privadas de las personas
o me meto en sus tragedias con mi lente. —No pudo evitarlo.
Ella sonrió tímidamente.
—Retiro eso.
—No te preocupes por eso. —No quería hablar sobre sí mismo o sobre su trabajo,
no cuando había muchas cosas que quería saber sobre Mia—. ¿Por qué te uniste al
ejército?
—Obtuve una beca ROTC10 y, cuatro años más tarde, obtuve un título en biología
y fui teniente segundo.
—No entendieron nada de eso: por qué quería ir a la universidad, por qué había
ingresado al ROTC. Su plan para mí era que me casara con un tipo de su iglesia, me
quedara en casa y tuviera hijos. No hay nada de malo en eso si eso es lo que una
mujer quiere hacer, pero no era lo que yo quería. Me encanta aprender. Yo quería
una educación, una carrera. Mi padre todavía dice que soy demasiado lista para mi
propio bien. Él dice que a los hombres no les gustan las mujeres inteligentes.
—Eso podría ser cierto para los hombres estúpidos, pero no es cierto para el resto
de nosotros. Tu padre suena seriamente retrógrado con respecto a las cuestiones de
género.
10
Cuerpo de entrenamiento de oficiales de reserva.
Mia asintió.
—Los oficiales que no se ensucian las manos o que son inútiles pierden el respeto
de sus soldados, así que si hay algo que no sabes cómo operar o reparar, es mejor que
aprendas de inmediato.
—Pero tu padre te respaldó, ¿verdad? Cuando toda esa mierda estaba cayendo
con tu comandante, te apoyó.
—Cuando estaba pasando por el acoso sexual con Powell, mis padres me dijeron
que las mujeres que trabajan en campos dominados por hombres deberían esperar
ser hostigadas.
¡Ay, carajo!
—No merecías lo que Powell te hizo, Mia. Ninguna mujer se merece eso.
Capítulo 11
Mia se sintió más relajada que nunca desde que todo esto comenzó. El vino tenía
algo que ver con eso, pero también el hombre que estaba sentado a su lado en el sofá,
con el cuerpo vuelto hacia ella, mirándola con sus ojos oscuros. Nunca había
conocido a un hombre como Joaquín, un hombre que quería conocer sus
pensamientos y que escuchaba cuando hablaba en lugar de utilizar las respuestas
como un trampolín para hablar de sí mismo.
Ella quería besarlo. Quería pasar sus manos por esos músculos que había visto
esta mañana. Deseaba que él la deseara.
Lamentablemente, nunca había tenido ese tipo de suerte con los hombres.
—¿De verdad? No tenía idea de que los nombres de las plantas fueran tan
complicados.
—Varían de una región a otra, de un país a otro. Si utilizo uno de esos nombres
comunes, la gente en otra parte del país no sabría de qué estaba hablando.
—¿Qué?
—Oh, para.
Joaquín no dijo nada por un momento y luego señaló las paredes a su alrededor.
—¿Cómo pueden ser todas hermosas? Todas son diferentes. Si las aguileñas son
bonitas, ¿cómo puede el águila ser bonita? Si las montañas son hermosas, ¿cómo
puede el océano ser hermoso también?
—Sí, Elena es bonita. Ella es curvilínea y sexy y tiene esa carita dulce. Pero tú eres
hermosa también.
—Tus rasgos son delicados y tan femeninos como cualquier cosa que Elena tenga.
Estos pómulos. —Él se acercó, pasó el pulgar sobre su mejilla, dejando un rastro de
fuego donde la había tocado—. Esa adorable nariz. Esos grandes ojos azules. Esos
labios carnosos.
Mia no sabía qué decir, esta clase de lectura íntima era diferente de todo lo que
había experimentado antes, en parte porque no se sentía amenazada por él.
Él continuó.
—No quiero atosigarte, Mia. No quiero forzarte a hacer algo que no quieres hacer.
Pero ahora mismo, todo lo que quiero es besarte.
—Sí.
Antes de que ella pudiera parpadear, él la había tomado en sus brazos, una mano
deslizándose en su cabello para hacer que inclinara la cabeza. Él la miró a los ojos, de
repente serio.
—Mia.
Una parte de Mia no podía creer que esto realmente estuviera sucediendo.
Luego él se inclinó y rozó sus labios con los de ella, una, dos, tres veces. Era la
caricia más suave, como el toque de pétalos, pero el calor la quemaba y le hacía latir
el corazón. Luego su boca se cerró sobre la de ella.
Mia olvidó respirar, aturdida por la intensidad de ello. Así es como siempre había
querido que la besaran, cómo había soñado con ser besada. Se apretó contra él, un
fuerte brazo la atrajo más cerca, su cuerpo duro contra el de ella.
Una vez más comenzó lentamente, besos ligeros como plumas que hicieron que le
hormiguearan los labios. Él se llevó el labio inferior a la boca, besó la hendidura
sobre su labio superior y trazó el contorno de su boca con la lengua. Luego, con un
gemido, tomó su boca con la suya una vez más, aplastándola contra la dureza de su
pecho.
Mia se rindió a Joaquín, separando sus labios para él mientras su lengua buscaba
la de ella. Nunca la habían besado así, y al principio todo lo que pudo hacer fue
saborearlo. Pero en ese primer toque de terciopelo, su lengua a la de ella, algo se
encendió en su interior. Comenzó a besarle, desafiándolo por el control, enredó los
dedos en su cabello. Joaquín asumió el desafío, el calor de su respuesta la hizo estar
muy contenta de ceder una vez más. Mia se arqueó contra él, su cabeza cayó hacia
atrás para ofrecerle su garganta.
—Sí, yo tampoco. —La besó en la frente—. No quiero arriesgar lo que sea que esto
sea entre nosotros por tener sexo demasiado pronto. Cuando crucemos esa línea,
quiero que ambos estemos listos para eso, que lo deseemos. Quiero que signifique
algo.
Su respuesta la dejó sin palabras. Ningún hombre había hablado con ella sobre
sexo así antes. No es que hubiera tenido muchos compañeros, pero aun así...
* *
Joaquín se sentó, atrajo a Mia con él, el corazón aún latía con fuerza, la polla
amenazaba con romper sus vaqueros. La última vez que un beso lo había afectado
así... Sí, no tenía nada.
—Solo presté atención a lo que parecía gustarte. —¿Era eso tan diferente de los
hombres con los que había estado antes?
—¿Has estado con muchas mujeres? —Sus ojos se abrieron de par en par como si
no hubiera tenido la intención de preguntarle eso—. Lo siento. No es asunto mío.
No solo buscaba sexo. Quería una mujer que realmente se preocupara por él, una
mujer que quisiera compartir su vida.
Ella asintió.
—¿Quieres bailar? —Eso le había ayudado a eliminar el vapor sexual más veces de
las que podía contar—. Puedes practicar tus movimientos de salsa.
Ella se rió.
—¿Mis movimientos de salsa? ¿Te refieres a mis tropiezos, traspiés y pisarte los
pies, esos movimientos?
—No, mi amor. Eras nueva en eso. —Buscó en el iPod su lista actual de favoritos,
algunos de salsa puertorriqueña tradicional, un poco de salsa colombiana y cubana,
algunos boleros mexicanos, y luego presionó el encendido.
Los sonidos de la guitarra y las congas llenaron la sala, los trombones se unieron
cuando se volvió para mirar a Mia. Ella estaba sonriendo, pero, sí, él podía ver que
también estaba nerviosa.
Ella lo pilló más rápido esta vez, moviéndose suavemente sobre sus pies con
medias.
—¿Ves? No hay problema. La tomó en sus brazos, la condujo de un lado a otro por
el suelo y luego probó un giro.
—¡Lo siento!
—Oye, tú no eres la primera. No te preocupes por eso Probemos de nuevo. Uno,
dos, tres, descanso. Cinco, seis, siete, descanso. Todo lo que vamos a hacer es ir en
una dirección diferente. Es el mismo paso básico. Probó otro giro.
—Tienes un sentido natural del ritmo. —La guió por otro y otro, hasta que se
movieron por el suelo.
—Joaquín negó con la cabeza. —He tenido a media docena de personas bailando
aquí a la vez, y nunca se ha quejado. Esta es una fábrica antigua. Hay hormigón
debajo de este suelo.
Lo intentaron varias veces, cada vez mejorando un poco, hasta que los pies de Mia
resbalaron y sus calcetines se deslizaron sobre el suelo de madera. Ella gritó.
—¡Oh!
Joaquín la atrapó, la tranquilizó, los dos se apretaron, mirándose a los ojos, ambos
sin aliento. El momento pareció congelarse, su mundo se estrechó hasta que no tuvo
nada más que ella. La luz en sus ojos azules. El rubor en las mejillas. La sensación de
ella contra él.
Tal vez la letra de las canciones estaba llegando a él, todas esas cosas románticas
sobre el amor y el sexo. Tal vez fue solo la intimidad de bailar. O tal vez había estado
sin pareja demasiado tiempo.
No, no fue nada de eso.
Fue Mia.
—Bueno... —¿Cómo vas a salir de esto?—No sé si puedo hacer que suene bien
traducido al inglés.
—Inténtalo.
—Te he estado viendo bailar toda la noche / Siento que me estás mirando, siento el
calor de tu mirada en mi piel hasta que me quemo / Esto no es como todo lo que he
conocido / Te quiero en mis brazos / Quiero besarte por todas partes, para probar tus
lugares sagrados...
Dejó de cantar, dejó de bailar, y simplemente se quedó allí, mirando hacia esos
grandes ojos azules, su pulso se disparó. Él bajó la boca a la de ella, la besó
lentamente, luego retrocedió.
—De nada.
Mia dio vueltas toda la noche, su cuerpo demasiado excitado para dormir,
pensamientos eróticos de Joaquín se convirtieron en sueños eróticos que la
despertaron. Cuando la alarma de su teléfono sonó a las seis, podría haber jurado
que no había dormido nada y, sin embargo, no se sentía cansada. En cambio, se sintió
acelerada, como si ya hubiera tomado algunas tazas de café.
Se levantó, hizo la cama, luego corrió al baño, su mente regresó a la noche anterior
mientras se duchaba y secaba su cabello. Toda la noche se había sentido especial,
íntima. La cena. El baile. Su conversación. Ese beso.
No quiero atosigarte, Mia. No quiero forzarte a hacer algo que no quieres hacer. Pero ahora
mismo, todo lo que quiero es besarte.
La forma en que él había dicho su nombre y la miró a los ojos justo antes de que
sus labios se hubieran tocado. La forma en que él hizo latir su corazón. La forma en
que se rió cuando se dio cuenta de que ella no había estado respirando y había
tomado aliento.
Si ese era el modo en que el hombre besaba, ella solo podía imaginar cómo sería
tener sexo con él, pasar la noche en su cama, despertarse a su lado por la mañana.
Nunca antes se había sentido tan conectada con un hombre. No era solo que
hubiera sido considerado. Era como si realmente la hubiera visto, hubiera visto quién
era ella por dentro.
Cuando su cabello estuvo seco, se puso un poco de rímel para volver negras sus
pestañas rojas y un poco de colorete, y regresó a su habitación para vestirse, se puso
un par de vaqueros y una camiseta de Jardines Botánicos. Encontró a Joaquín en la
cocina con vaqueros y una camisa azul oscuro preparando el desayuno.
Se preguntó por una fracción de segundo si las cosas serían incómodas entre ellos
ahora, pero su miedo desapareció ante la sonrisa en su rostro cuando la vio.
—Buenos días, hermosa. —Se acercó a ella y le dio una taza de café, besándola en
los labios—. ¿Dormiste bien?
—No mucho.
Él sonrió.
—Nah. Mi mente no podía dejar de pensar en cierta hermosa pelirroja. —El calor
se precipitó en las mejillas de Mia.
Mia había rociado pimienta y salsa picante sobre sus huevos cuando notó la
expresión seria en el rostro de Joaquín.
—¿Pasa algo?
Mia escuchó en silencio atónito como Joaquín le contaba que uno de los
periodistas en su periódico había recibido noticias de alguien del departamento de
policía acerca de que se iban a revelar noticias importantes sobre los casos de Andy y
Jason que involucraban a Mia y el Pentágono
—Si Tom, mi editor, supiera que yo expuse la fuente secreta de Cate y le costó una
gran historia, probablemente me despediría en el acto, y no se equivocaría. Los
reporteros dependen de fuentes como esa para las grandes historias. Ayer tomé algo
de Cate, algo que nunca podré devolverle.
—Te hice una promesa, Mia. Si perdiera mi trabajo, estaría bien al final. Pero si
pierdo tu confianza o arriesgas tu futuro, no podría vivir con eso.
—Gracias.
—Por favor, no te disculpes. ¿Hay alguna manera en que Cate pueda averiguar
por la fuente qué sucedió? ¿Hay correos electrónicos o mensajes de texto o registros
telefónicos que pueda usar para unir esto?
Joaquín abrió la boca para decirle a Matt que había tenido una noche increíble con
Mia, cuando se dio cuenta de que no podía.
—¿A las ocho y media de la mañana en un día de trabajo? —Matt negó con la
cabeza—. No, en absoluto, a menos que haya pasado la noche anterior acostándose.
—Tú y tu salsa.
—Ofrecí enseñarte. Como dice mi madre, “un hombre que sabe bailar vale su peso
en oro para las mujeres”.
Las puertas del ascensor se abrieron a la sala de redacción, y los dos se dirigieron a
la esquina reservada para el I-Team.
Anna y Alex ya estaban allí. Tom le estaba gritando a alguien a puertas cerradas.
Anna estaba sentada en el escritorio de Sophie con una copia del periódico, una
expresión abatida en su rostro.
—Lo siento, hombre —decía Alex—. Eso apesta. Trabajas duro en una historia, y
algún engreído editor de noticias la caga.
—Lo siento, Anna. —Joaquín lo sentía por ella. No podría registrar esa historia ni
ninguna de las piezas de seguimiento en ningún concurso de periodismo ni usarla
como clip cuando solicitara otros trabajos—. Hiciste un gran trabajo. Nada cambia
eso.
Cate fue la último en llegar. Dijo buenos días a todos, excepto a Joaquín.
—¿Te pusiste en contacto con la fuente que te falló ayer? —Preguntó Alex.
Carajo.
El filo de la culpa presionó a Joaquín. Cualquiera cosa que fuera que la fuente
estaba pasando en este momento, pérdida de ingresos, ansiedad, posibles problemas
legales, era obra suya.
—Lo siento mucho, Cate. —Lo que Joaquín sentía era que nunca podría decírselo.
—Sí.
Joaquín revisó sus mensajes de voz y correos electrónicos, vio que Syd ya le había
enviado un par de tareas. Una foto de un ciego cuyo perro lazarillo había sido robado
mientras había estado caminando por la calle. Una foto de dos hermanos de noventa
años que acababan de escalar las cincuenta y tres montañas de Colorado de más de
4.000 metros de altura.
Syd quería una foto de la viuda y el bebé de uno de los guardias de seguridad
asesinados en el ataque terrorista en el Palace Hotel el mes pasado. El hombre había
muerto tratando de salvar las vidas de extraños, incluidos todos en esta sala de
redacción, dejando atrás a una esposa que estaba a punto de tener su primer bebé.
Joaquín hizo algunas llamadas para preparar las fotos que Syd había solicitado,
luego caminó con los demás a la sala de conferencias para la reunión del I-Team de la
mañana.
—Hughes, siento lo del titular. Era una maldita buena historia. Warner, ¿sabes
algo de esa fuente en el DPD?
—Ha sido despedida. Irving la atrapó copiando archivos y la echó en el acto. Por
lo general, no entra en la sala de copias, por lo que ella cree que podrían haberle
avisado. —Cate miró a Joaquín deliberadamente. —No puedo evitar preguntarme si
alguien de nuestra sala de prensa se puso en contacto con la policía para advertirles,
tal vez alguien que simpatiza con Mia Starr, alguien que, por ejemplo, la llevó a
cenar.
Joaquín se encontró con la mirada de Cate directamente, preguntándose cómo iba
a salir de esto. Pero no tuvo que decir una palabra.
—Estás muy lejos de la línea, Cate —dijo Matt—. Ramírez ha sido un miembro leal
de este equipo desde que estabas en secundaria.
—¿Ramírez? Debes estar drogada —dijo Alex—. Es una mierda perder una fuente,
pero…
Dios, se sentía como un traidor, no solo para Cate, sino para cada persona en esta
sala que lo había defendido.
* *
Mia llevó sus herramientas al fregadero, llenó un pequeño balde con lejía y agua
caliente, y puso las herramientas en remojo. Las orquídeas eran extremadamente
sensibles a las bacterias y otras enfermedades, y ella no quería arriesgarse a propagar
patógenos. Se lavó las manos, luego se organizó, abrió bolsas de macetas, recogió las
orquídeas que iba a trasplantar y volvió a llenar el macetero. Luego recuperó las
herramientas, las enjuagó y las secó antes de llevarlas a la mesa.
Esto no es como todo lo que he conocido / Te quiero en mis brazos / Quiero besarte por
todas partes, saborear tus lugares sagrados...
Dios, esperaba que no se metiera en problemas. Había dicho que no había forma
de que nadie pudiese demostrar que estaba detrás de exponer la fuga, pero Mia sabía
muy bien que la vida rara vez salía según lo planeado.
—No te preocupes por eso —le había dicho antes de irse al trabajo, tomándola en
sus brazos, besándola suave y lentamente. Luego la había invitado a quedarse en su
casa hasta que Wu tuviera al tipo malo bajo custodia—. Podemos continuar donde lo
dejamos con las clases de baile.
Ella también esperaba que continuaran donde lo habían dejado con los besos,
porque, oh, cielos.
Mia se dio cuenta de que había dejado de trabajar y ahora se quedó allí, mirando
al vacío, una Brassolaeliocattleya Diamante Rosa en una mano, las tijeras en la otra.
Espabila, Starr.
Tenía cientos de plantas para trasplantar hoy, y no iba a hacer el trabajo soñando
despierta. Lavó los rizomas de la planta, luego los cortó para crear cuatro plantas
viables, cada una de las cuales obtuvo su propia maceta. Pero pronto, estaba
tarareando de nuevo.
Oh, cómo deseaba que entender el español. Sería capaz de entender la letra de
todas las canciones. Podría hablar con Joaquín en su lengua materna. Sería capaz de
entender esos pequeños términos de cariño que había usado. De acuerdo, mi amor,
eso fue bastante simple. Pero el otro...
La siguiente página tenía muchas frases básicas, del tipo que una persona podría
querer saber en vacaciones. Pero no quería preguntarle a Joaquín dónde podía
encontrar el baño o a qué distancia estaba de la próxima estación de servicio.
Ella hizo clic en la siguiente y encontró una combinación de frases básicas, algunas
de las cuales eran románticas. Mientras almorzaba, las memorizó, las copió en un
documento de Word y las repitió en voz alta.
—Te quiero. Te deseo. —Las frases se estaban calentando cada vez más—. Tócame.
Quiero arrancarte la ropa.
La siguiente era larga y una gran verdad, pero nunca se habían pronunciado
palabras más verdaderas en ningún idioma. Ella se abrió camino a través de eso.
Mia gritó, se puso de pie y dejó caer en el suelo lo que quedaba de su sándwich. El
calor se precipitó en su rostro.
—Oh. Bueno, debe haber funcionado. —Mia intentó parecer casual mientras se
inclinaba y recogía el resto de su almuerzo.
—Lo hizo. —Michael soltó una pequeña carcajada—. Siento haberte sorprendido.
Fui a ver el invernadero pero no te encontré allí. Quería asegurarme de que estabas
bien.
Ella imprimió las frases que quería memorizar, susurrándolas mientras trabajaba
en las orquídeas. Todavía estaba practicando las frases cuando llegó a casa de
Joaquín más de cinco horas más tarde. Aparcó en el lugar de invitados y caminó
hacia la puerta de seguridad y los ascensores, ensayando mentalmente.
¿Cómo seguía?
Abrió la puerta de seguridad y pulsó el botón del ascensor, que estaba en el tercer
piso. Sacó la hoja copiada de su bolso.
¡BAM!
Las balas silbaron más allá de su cabeza, golpeando el acero detrás de ella con un
golpe sordo. Algo ardió en su cadera y caja torácica. Escuchó el sonido del ascensor y
rodó por las puertas abiertas, luego se sentó y disparó justo antes de que se cerraran.
* *
Joaquín dejó Speer en dirección norte hacia su calle. No podía esperar para ver a
Mia y dejar el día de trabajo atrás. Aparte de la reunión del I-Team, no había sido un
mal día. La policía había encontrado el perro lazarillo robado, y Joaquín había estado
cerca con su cámara para capturar el alivio y la felicidad del propietario cuando él y
su perro se habían reunido. Los dos nonagenarios habían desafiado a Joaquín a un
pulso y casi le habían vencido, la risa en sus rostros después, captada por la cámara.
Joaquín esperaba estar tan en forma como aquellos dos cuando llegara a los noventa.
Las fotos con la viuda y su nuevo bebé habían sido tan difíciles como pensaba.
Cuando ella supo que era del Denver Independent y que había estado en el Hotel
Palace esa noche terrible, se echó a llorar. Joaquín se había quedado con ella, la
escuchó hablar sobre su esposo y le había dado las gracias como una de las personas
a las que su esposo había tratado de proteger. La foto de ella sosteniendo a su
pequeña hija junto a una fotografía de su esposo le había puesto un nudo en la
garganta.
Mia.
Paró su camioneta junto a una pared de vidrios rotos, agarró su teléfono y saltó,
marcando el 911, sabiendo que iba a encontrar a Mia allí, gravemente herida, tal vez
muriendo, tal vez ya muerta.
Jesús, no.
El alivio le dejó casi sin equilibrio en las piernas. De alguna manera, le dio su
dirección al operador, su mirada recorriendo la devastación. Fragmentos de cristal
por todas partes. Marcas de balas en las puertas de acero del ascensor. Casquillos
dispersos de calibre 9 mm y calibre 45.
El bastardo había acorralado a Mia aquí, pero ella había respondido.
Sangre.
Joder.
¡Mia!
Gracias a Dios.
—¿Qué ha pasado?
—No toquéis nada —les dijo Joaquín—. Esta es una escena del crimen.
* *
Las puertas del ascensor se abrieron. Joaquín entró, encontró una huella dactilar
ensangrentada en el botón del cuarto piso.
¿Cómo la había encontrado el hijo de puta?
* *
—Prometo no dispararte.
Incapaz de recordar en ese momento donde había puesto la llave, Joaquín dio un
paso atrás y la pateó.
—Él está aquí —dijo Mia en su teléfono. Estaba recostada en la bañera, todavía con
el anorak, la pistola permanecía en el suelo a su lado—. He dejado sangre en tu suelo.
—¿Crees que me importa un comino eso? Dios, Mia, temía que te encontraría
muerta. —Joaquín se arrodilló junto a ella, resistiendo el impulso de abrazarla —.
Vamos a quitarte este anorak.
—Creo que es solo un rasguño. No puedo decirlo. Mis oídos están sonando. Fue
muy ruidoso.
—Déjame hacerlo.
Con la camisa fuera del camino, pudo ver que sus vaqueros también estaban
rasgados, cerca de su cadera. La mayor parte de la sangre parecía provenir de allí.
—Quédate quieta. Lo tengo. —Joaquín le quitó los zapatos y los calcetines, luego
tiró de sus pantalones vaqueros y los arrojó a un lado.
Dos heridas de bala estropeaban su pálida piel, una justo debajo de su pecho
izquierdo y otra mucho más profunda cerca del hueso de la cadera izquierda. Ambas
seguían sangrando, la sangre manchaba el encaje blanco de sus bragas y sujetador.
Agarró dos toallitas limpias, le puso una en la mano, y la guió hacia la herida
debajo del pecho.
—Sí, todavía estoy aquí —dijo Mia, hablando al operador—. Él todavía está aquí,
también. Me está dando primeros auxilios.
—¿Tienes frío?
—Solo...temblorosa.
—Podría ser un shock. —Él estiró una mano, sacó una toalla limpia del armario, e
hizo todo lo posible para cubrirla—. Deberías mantenerte caliente.
Él rió.
—Si hubiera sabido que te estaría arrancando la ropa en el momento en que llegué
a casa, al menos te habría traído flores.
Capítulo 13
Había pasado mucho tiempo desde que Mia se había sentido tan cerca de alguien.
Joaquín se quedó con ella y le sostuvo la mano, dejándola solo para dejar entrar a los
técnicos de urgencias al baño y empacar sus cosas.
Joaquín insistió en que los paramédicos le envolvieran una manta cálida alrededor
de los hombros e hicieran todo lo posible para preservar su modestia en un
apartamento lleno de policías varones. Incluso detuvo a Wu, diciéndole que podía
recibir sus declaraciones después de que Mia fuera dada de alta de la sala de
urgencias.
¡BAM!
—Lo siento —dijo uno de los técnicos de urgencias, que estaba aplicando presión
sobre la herida cerca de su cadera—. No quise hacerte daño.
—¿Quieres un sedante?
Un hombre grande con equipo SWAT se acercó a Mia, que yacía en la camilla, M4
en una mano, la bolsa de la cámara de Joaquín en la otra. Ella tardó un momento en
reconocerle.
—Marc. Gracias por venir a la fiesta.
—Esos son tus casquillos de bala allá abajo, ¿verdad, los del cuarenta y cinco?
Ella asintió.
—Falló.
Gracias a Dios.
El doctor le inyectó anestesia local, enjuagó la herida con solución salina, luego la
pinchó con pinzas quirúrgicas, sacó trozos de metal y los dejó caer en un recipiente
de plástico.
Mia jadeó, apretó la mano de Joaquín, mientras las pinzas presionaron más
profundamente, golpeando el tejido que no estaba entumecido.
—Vamos a poner un poco de gel de lidocaína. Después de que haya hecho efecto,
la coseremos. —El doctor se levantó, se quitó los guantes estériles y salió de la
habitación.
Por primera vez desde que llegó la policía, Mia estaba sola con Joaquín.
Él acarició su cabello.
—Lo siento mucho, Mia. No sé por qué no se aseguró primero de que estuvieras
anestesiada.
Ella le miró.
—El bastardo saltó justo en frente de mi camioneta. Podría haberle golpeado, pero
pisé el freno. Cuando me disparó y me di cuenta de quién era, todo en lo que podía
pensar era en ti. Entonces vi tu coche y el cristal destrozado: Dios, Mia. Estaba seguro
de que estabas muriéndote o muerta. No creo haber tenido nunca más miedo.
Mia no estaba acostumbrada a oír a los hombres admitir que sentían miedo, y eso
la conmovió al pensar que había tenido miedo por ella.
—¿Cómo me encontró?
—No lo sé, pero estoy seguro de que voy a averiguarlo. —Parecía enfadado.
—Por supuesto.
—Primero, déjeme decirle cuánto lamento que esto haya sucedido y lo aliviado
que estoy de ver que no salió malherida.
* *
Wu no se veía feliz.
—El sospechoso usó la tarjeta de crédito de Jason García para pagar una búsqueda
online de su dirección, señor Ramírez. Recibimos un mensaje sobre la tarjeta y
estábamos haciendo un seguimiento cuando llegó su llamada, señorita Starr. De
alguna manera, sabía que se estaba quedando con el señor Ramírez, y rastreó su
dirección usando un sitio web de registros públicos.
—¿Cómo pudo saber que yo estaba allí? Tal vez haya otra filtración en el
departamento de policía.
—Mi mejor suposición es que él la siguió, los vio a los dos juntos, y buscó la
matrícula del señor Ramírez. Tal vez le vio cuando la recogió en la discoteca.
—Mia casi muere esta noche. Si nos hubiera advertido antes, esto no habría
sucedido.
—Lleva tiempo acceder a los registros de las tarjetas de crédito, incluso para los
detectives de la policía. Estamos haciendo todo...
—No lo creo. —Joaquín estaba demasiado alterado como para contenerse—. Mia
está viva ahora mismo, no gracias al DPD. Ella podría haber sido su tercera víctima.
—¿Qué?
—Pasé la mayor parte de la tarde en Colorado Springs. Sea quien sea este tipo,
disparó y mató al General de Brigada Stephen Frank. Lo atrapó fuera de un motel
por horas y le disparó en la cabeza. Sin testigos, sin cámaras. No había billetera con el
cuerpo, así que solo podemos suponer que el asesino se la llevó, como hizo con
Meyer y García. Vi el informe y reconocí el nombre del general de la información que
usted nos dio. Esta vez, el asesino escribió su nombre en la pared con la sangre de la
víctima.
—Quizás —dijo Wu—. O tal vez fue una advertencia de que va a por usted.
—¿Dónde estuvo anoche entre las ocho y las diez? —Preguntó Wu.
—¿Qué piensa del hecho de que el general de brigada Frank esté muerto ahora?
—No lo sé. Frank es quien les permitió irse de rositas con el saqueo al principio. Él
ayudó a enterrar mi informe. También consiguió un ascenso por eso. Estuvo
involucrado en la investigación inicial sobre el gas mostaza y algunos de los
licenciamientos de los hombres, así que supongo que alguien podría sostener eso en
contra de él.
—Sí, la mayoría de las veces hasta... Espere. ¿Cree que Powell está detrás de esto?
—No vi su cara. El vidrio tenía muchas grietas y la luz estaba en mis ojos. Pero
había algo familiar. Disparé, me dio un par de veces. Estaba con la adrenalina a tope.
Dudo que le diera. Después de que se cerraron las puertas del ascensor, marqué el 9-
1-1. Temía que viera donde se detuvo el ascensor y luego me siguiera hasta el piso de
Joaquín. Entré en tu apartamento, Joaquín, y cerré la puerta con llave, y luego cerré
todas las puertas de las habitaciones para que no estuviera seguro de en qué
habitación estaba. Me encerré en el baño y me acosté en la bañera. Pensé que ofrecía
la mejor cobertura.
—Eso fue inteligente —prosiguió Wu—. Dijo que estaba distraída caminando al
ascensor. ¿Estaba con el teléfono o algo así?
Las mejillas de Mia se sonrojaron, y miró furtivamente a Joaquín.
Wu siguió con las preguntas hasta que el doctor entró con la enfermera para coser
la herida de Mia.
—Podemos terminar esto más tarde. Hay piezas en movimiento las cuales ustedes
dos necesitan escuchar, y hay decisiones importantes que tomar.
* *
Mia se subió el traje de hospital prestado sobre las caderas, apretando los dientes
para no gemir. Su sujetador y sus bragas, ambos mojados con sangre, habían sido
embolsados y una enfermera le ofreció un par de batas quirúrgicas verdes.
Las batas llevaban un cierre en la parte delantera superior, lo que hizo que fueran
más fáciles de poner.
La enfermera regresó con una pequeña pastilla en una pequeña taza de papel
blanco.
—Es Vicodín. El doctor tiene una receta para ti, solo un puñado de píldoras para
que pases los próximos días.
Mia dudó.
—Es posible, pero de todos modos no planeabas conducir esta noche, ¿no?
No, pero no tenía idea de lo que iba a suceder a continuación. Joaquín había ido a
reunirse con sus amigos de la policía y Wu para hablar sobre su situación, mientras
ella se vestía y obtenía las instrucciones de alta. La enfermera puso la píldora en su
mano y le dio una jarra de agua de plástico.
—Lo que hará es otenuar ese dolor y darte la oportunidad de descansar y sanar.
Dale treinta o cuarenta minutos para que empiece a hacer efecto.
La enfermera sonrió.
—Creo que eres una heroína. Además, todo el mundo necesita ser mimado de vez
en cuando.
—¿Podemos entrar?
—Está lista para irse —dijo la enfermera. —Ha tomado un Vicodín, así que no
puede conducir.
Joaquín entró con Marc y Julian, ambos aún con chaleco antibalas.
—Afortunada. —Fue entonces cuando notó la mirada seria en los rostros de los
hombres. Maldita sea. No iba bien—. ¿Cuál es nuestra situación?
—Los medios están por todos lados, incluido mi periódico. Cate está sentada
afuera con uno de nuestros otros fotógrafos y media docena de otros periodistas,
esperándonos. Dejé mi busca en mi camioneta con mi cámara, pero recibí unos
treinta mensajes de texto de Cate y Tom, preguntándome dónde demonios estoy.
Joaquín le ignoró.
—Mi cuñado y su padre tienen una pequeña cabaña de montaña —dijo Marc.
—Si quieres, puedo llamar para ver si te acogen. Jack West es un ex Ranger del
Ejército, y su hijo sirvió en un Equipo de Operaciones Especiales de los Marines junto
a los SEALs hasta que resultó gravemente quemado en una explosión por un IED.
—Se recuperó y se casó con mi hermana, Megan. Su casa es muchísimo mejor que
una casa segura, y te garantizo que nadie te encontrará allí.
—Gracias.
—Hay algo más que considerar —dijo Julian—. Ramírez, este tipo sabe claramente
quién eres. Sabe dónde vives. Incluso podría venir a buscarte o pensar que Mia
todavía está en tu casa. No tenemos idea de lo que hará después. O necesitas relajarte
un poco, tal vez también ir al Cimarrón, o tienes que quedarte en otro lugar, y lejos
de Mia. No puedes ir y venir entre donde sea que esté y tu trabajo. Podrías llevarlo a
ella.
—Lo siento, Mia. Sé que debes sentir que tu mundo se ha puesto patas arriba, pero
te lo prometo, lo encontraremos. ¿Necesitarás ayuda con tu jefe? El DPD estará feliz
de darles lo que necesiten.
—Estoy segura de que todo estará bien. Tengo algunos días de vacaciones
pendientes. —No había planeado usarlos así.
—Permitidme llamar al Cimarrón primero y ver qué tienen que decir antes de
comenzar a hacer planes. —Marc salió de la habitación.
Abrumada por una sensación de abatimiento, Mia encontró una silla y se sentó,
haciendo una mueca.
—¿Harías eso?
Él asintió.
—Demonios, sí.
—¿No te complicará las cosas en el periódico estar asociado conmigo mientras esta
historia salta a los titulares?
—Después de esta noche, es demasiado tarde para detener eso. Me ocuparé de ello
más tarde.
—La respuesta de Jack fue, “¿Qué demonios de pregunta es esa? ¡Por supuesto, son
bienvenidos aquí!”
* *
Joaquín estaba sentado en la parte trasera del SUV de Hunter, Mia casi dormida en
el asiento a su lado, con la cabeza apoyada en su hombro, él la rodeaba con el brazo.
La píldora que le dieron en el hospital casi la había dejado inconsciente. Por otra
parte, era tarde.
Hunter y Darcangelo habían trabajado con la seguridad del hospital para llevarlos
a un lugar apartado, evitándole a Mia un ataque mediático y posponiendo el
enfrentamiento entre Joaquín y Cate. Con una escolta de policías SWAT, primero
llevaron a Joaquín y Mia a su apartamento y luego al de ella, luego se apartaron
mientras los dos se preparaban para su estancia en el Cimarrón. Para cuando dejaron
Denver, eran casi las diez, y Mia estaba tan ida por el Vicodín que apenas podía
funcionar.
Eso estaba bien para Joaquín. Se merecía un descanso, un tiempo para olvidar, una
oportunidad de escapar del miedo, el dolor y los recuerdos. Había sido fuerte esta
noche, demasiado fuerte, sin lágrimas, sin pánico, sin conmoción. Aun así, él había
sido capaz de decir que al final estaba abrumada, el horror que había vivido la había
alcanzado.
—Has hecho lo correcto al dejarle ir —dijo Hunter—. Quise decir algo antes. Si lo
hubieras perseguido y le hubieras disparado, estarías en un lío legal. Si él te hubiera
disparado, podrías estar muerto. De cualquier manera, eso no es lo que quieres.
—Tenía miedo de que hubiera llegado a Mia. Tuve que dejarle ir para ayudarla. —
Ni siquiera había tenido que pensar en eso.
—Tomaste la decisión correcta bajo mucha presión. Siéntete bien por eso.
Hunter hizo destellar sus luces. West hizo lo mismo. Entonces Hunter salió de la
carretera y se dirigió por el camino de tierra que conducía a la gran casa.
—Casi estamos allí. La casa del rancho está justo encima de esta subida.
La casa era enorme. Tenía su propia biblioteca de dos pisos, un gimnasio, un cine,
un garaje con calefacción para cinco vehículos y una terraza que daba a algunos de
los paisajes más hermosos de Colorado.
—Mi hermana se casó con una de las familias más ricas del estado —explicó
Hunter—. Toda esta tierra que ves fuera de tu ventana es parte del rancho. Jack y
Nate tienen reses Angus y crían caballos de cuarto de milla.
Joaquín no sabía que tenían una cabaña para invitados, pero el rancho era enorme.
Pasaron junto a la gran casa, condujeron detrás de ella en dirección al sur durante
un rato, luego giraron por un camino nevado. Llegaron a la curva, y Joaquín loavio:
una cabaña de troncos lo suficientemente grande como para albergar su
apartamento, el de Mia y posiblemente este SUV. La luz del porche estaba encendida,
las ventanas brillaban con luz acogedora.
—De acuerdo.
Joaquín bajó, rodeó la parte trasera del vehículo y abrió la puerta de Mia. Ella se
deslizó casi desmadejada en sus brazos.
—Te tengo.
—Hola, Jack.
—Esta es mi amiga Mia Starr. Ella sirvió un par de turnos de servicio en Iraq y fue
la capitana de mi prima Elena durante el primer año de Elena en el ejército. Está
bastante fuera de juego por el Vicodín en este momento.
Él se sentó en el viejo autobús que ahora llamaba casa, apretando gasas de un viejo
botiquín de primeros auxilios contra el roce de la cara interna del muslo. Ella casi le
había disparado a sus pelotas.
¡Maldita puta!
Cerró los ojos con fuerza, el dolor detrás de ellos era peor que la herida de bala.
Debería haberla matado primero. Ella era más inteligente que los demás, incluso
más inteligente que ese viejo saco de basura de Frank. No sería fácil acercarse a ella
de nuevo. La perra estaba enredada con un tipo. El bastardo debía ser gay.
Se suponía que debía haber terminado esto esta noche. Había planeado celebrarlo
metiendo una bala en su propio cerebro y terminar con este dolor interminable. Pero
de alguna manera, había disparado seis veces en cinco metros y no había logrado
matarla. Tal vez él estaba demasiado colocado de Oxy, o tal vez ella tenía ojos en la
nuca.
Ahora tenía que encontrarla de nuevo y pasar por delante de todos sus amigos de
la policía, solo podía imaginar las mentiras que ella les había dicho, para poder
matarla. Eso significaba vivir, soportar este dolor por más tiempo. ¿Cómo demonios
podría hacer eso?
Pensó en eso por un momento, imaginó cuán dulce sería el olvido. Pero Mia se
saldría con la suya. Ella se saldría con la suya por traicionarles. Él no podía permitir
que eso sucediera.
Mia Starr tenía que morir.
Capítulo 14
Lo primero que pensó Mia cuando despertó fue que era terriblemente tarde para ir
a trabajar. Luego abrió los ojos y se encontró mirando el techo de una catedral de
tablones de madera pulida con vigas de pino.
La cabaña.
Kevin le había dado un permiso de ausencia pagado, hasta ocho semanas, y Julian
y Marc les habían traído a Joaquín y a ella allí la noche anterior. Conoció a Jack, el ex
Ranger del Ejército que era dueño de este lugar y que les estaba permitiendo
quedarse allí. Después de esto…
Se sentó, el aire salió siseando entre sus dientes. No era solo el rasguño cerca de su
cadera lo que le dolía, sino todo el cuerpo. Se sentía dolorida, como si hubiera
trabajado demasiado, los efectos secundarios de una gran subida de adrenalina,
supuso.
Miró a su alrededor y vio que había estado durmiendo en una cama enorme con
un cabecero de madera rústica. Un pequeño reloj eléctrico en la mesita de noche le
dijo que eran las siete y media. Observó las alfombras orientales, los relucientes
suelos de madera, las persianas cerradas con la luz del sol atravesándolas. Su bolsa
de lona estaba junto a un pequeño escritorio, y había fotografías de caballos en las
paredes.
Se puso de pie solo para darse cuenta de que todavía llevaba el traje de hospital
que la enfermera le había dado. Quería ducharse, pero eso no podía suceder, todavía
no. Se suponía que no debía mojarse las heridas durante veinticuatro horas. Aún así,
podría lavarse algo. Se había vuelto buena tomando un baño de su cantimplora en
Iraq. Podría manejar esto.
Levantó la bolsa de lona sobre la cama, sacó la bolsa de plástico que contenía sus
artículos de tocador, entró en el baño y se quedó mirando. Los suelos eran de piedra.
La ducha estaba separada de la bañera y estaba rodeada por paredes de vidrio. La
bañera de hidromasaje era lo suficientemente grande para dos. Había dos lavabos
con grifos rústicos de latón, los armarios de debajo eran de madera que combinaban
con las paredes, el techo y el suelo.
Una cabaña con electricidad, calefacción central y un baño de lujo de cinco piezas.
Cuando escuchó “cabaña”, había estado esperando un espacio oscuro y frío con
una letrina, trofeos de caza y una chimenea humeante. Pero, oye, no se estaba
quejando.
Se lavó la cara y el cuerpo, con cuidado de mantener las vendas secas. Luego frotó
la crema hidratante en la piel, se puso desodorante y regresó a la cama para vestirse.
Segura de que aún no podría arreglárselas con los pantalones vaqueros, sacó un par
de pantalones de yoga azul marino y un jersey forrado de lana color púrpura, y su
mente volvió a la cosa más importante.
Café.
—Mejor. Dolorida.
—Apuesto que sí. —Se estiró, la vista fue casi más de lo que Mia podía aguantar.
—¿Dormiste bien?
—¿Este lugar? —Joaquín se puso de pie, una gran sonrisa en el rostro, el cuerpo
tan cerca que podía sentir su calor—. No es nada.
Pasó junto a ella, caminó hacia la puerta corredera de vidrio y abrió las persianas.
—Guau.
A través de los álamos temblones, podía ver un valle que se extendía ante ellos,
rodeado de altas montañas. Una mansión, no sabía cómo llamarla, estaba en medio
de ese valle, establos y graneros a un lado, hombres haciendo sus tareas rutinarias.
—Ellos son dueños de todo esto. ¿Ves esa gran casa, el lugar al que llamaste hotel
anoche? Ahí es donde viven.
—¿Por qué iban a hacer esto? —Mia no estaba acostumbrada a los actos de
generosidad a esta escala—. Ni siquiera me conocen.
—Los West son buenas personas. He estado aquí antes para esquiar y hacer
barbacoas. Tienen las mejores barbacoas. Me han permitido pasear por su propiedad
sacando fotografías a cambio de fotos de sus caballos. —Él le besó la parte superior
de la cabeza—. ¿Por qué no enciendo el fuego y podemos preparar el desayuno?
Él sonrió.
* *
Matt le había enviado un mensaje para decirle que Tom estaba buscando sangre.
Kara McMillan, que una vez había trabajado con el I-Team pero que ahora era
periodista independiente, le envió un mensaje de texto para preguntar qué demonios
estaba pasando.
Tessa Darcangelo, la esposa de Julian y otra ex periodista del I-Team, también le
envió mensajes de texto, diciendo que había escuchado lo que le había sucedido por
Julian y que esperaba que los policías atraparan pronto al bastardo.
Holly Andris, otra ex compañera de trabajo que ahora trabajaba para una firma de
seguridad privada, le había dicho que se mantuviera a salvo y se ofreció a programar
una consulta con su jefe, Javier Corbray, para elaborar un plan de seguridad.
¡Mantente a salvo! Además, ¿quién es esta Mia? ¡Me muero por conocerla! Si es lo
suficientemente mujer como para interesarte, debe ser especial.
Besos,
Holly
Su mensaje hizo sonreír a Joaquín, pero esa era Holly, siempre mirando el lado
luminoso de la vida.
—Tengo suerte. —Él tenía suerte, pero le molestaba que Mia no tuviera lo que
tenía: una gran familia y un círculo cercano de amigos. Se puso de pie y recogió su
café—. Es hora de afrontar las consecuencias. Tengo que llamar a Tom.
—Buena suerte.
Él salió a la terraza para que Mia no tuviera que escuchar su conversación con
Tom y preocuparse. Tom le gritó a Joaquín durante dos buenos minutos acerca de no
devolver mensajes de texto y llamadas, y luego le preguntó si estaba bien. Luego le
pidió a Joaquín que le dijera qué demonios estaba pasando entre él y Mia.
Entonces, Joaquín se lo contó, dejando de lado sus sentimientos por ella o el hecho
de que se habían besado. Eso no era asunto de Tom.
—Sí, y eso es todo. Ella y yo no nos hemos acostado. —Era cierto en este momento,
así que, oye, lo suficientemente bueno.
—¿Me estás diciendo que ella solo estaba haciendo una visita informal anoche?
—Algo así. Ni siquiera sabía que ella estaba allí. —Eso también era cierto, en un
sentido estrictamente literal. Sabía que iría, pero no sabía que estaba allí en ese
momento—. Ese gilipollas le disparó un montón de veces, me disparó a través del
parabrisas y destrozó mi camioneta. Te habría llamado de nuevo, pero estaba en el
hospital con la señorita Starr.
¡Carajo!
Era legal que un periodista tomara posesión de documentos robados, siempre que
no tuviera nada que ver con el robo de esos documentos. Si Cate le había pedido a la
asistente de Irving que robara ese archivo, había cometido un delito.
—Dijo que uno de sus detectives le advirtió. Aparentemente, este hombre la había
estado observando, esperó a que ella se moviera, y luego se lo dijo a Irving.
—Supongo que tendrías que saber qué detective era y preguntarle a él, o a ella.
—Eres muy amigo de algunos de esos detectives. —Tom siempre había tenido una
sorprendente percepción con la gente—. Pero estoy dejando ir esto. En este caso, me
alegro de que hayan capturado la fuente. Prefiero perder una historia que ver el
periódico hasta el cuello en tonterías legales. No necesitamos ese tipo de problemas.
Algo así podría destruir una reputación a la que he dedicado la mayor parte de mi
carrera tratando de construir y proteger.
—Ya lo sé.
—Lo haré.
Él le habló acerca de su charla con Tom, dejando de lado el hecho de que Cate
probablemente había violado la ley.
—Luego le preguntó al Jefe Irving sobre si le había avisado, e Irving le dijo que
había recibido información de uno de sus detectives.
—No conseguirá mucho. El gobierno no dará a conocer más que lo básico sin el
permiso de su familia. En cualquier caso, no hay nada sobre Tell al-Sharruken en los
registros oficiales, ni gas mostaza ni saqueos.
—Sé que toda esta situación apesta. Lo que pasó ayer, debe haberte sacudido. No
sé cómo mantienes la compostura del modo en que lo haces. Trata de usar el tiempo
que estemos aquí para sanar. Deja ir el resto.
Ella apoyó la cabeza contra su pecho, lo rodeó con sus brazos y lo abrazó con
fuerza.
Dios, se sintió bien abrazarla así, sentirla viva en sus brazos, saber que estaba a
salvo. Sí, ayer la había sacudido. También a él.
—Jack llamó al teléfono fijo. Quería saber si nos gustaría dar un paseo en trineo
por el rancho y unirnos con ellos en la casa para almorzar. Dice que está haciendo su
chili famoso en todo el mundo.
Mia se rió.
—Dije que sí. Oye, crecí en Colorado, también. Cuando alguien se jacta de que su
chili es famoso en todo el mundo, me lo tomo en serio. Menos palabras y más hechos.
* *
Mia abrió la puerta de la cabaña, una sonrisa apareció en su rostro cuando vio el
trineo y...
Mia avanzó por la nieve y extendió la mano para acariciar la frente del caballo.
—Hola Sarraceno.
—Realmente no. Fui a dar un paseo cuando estaba en las girl scout, pero no sabía
lo que estaba haciendo.
—Tendremos que hacer algo al respecto. —Jack buscó en su bolsillo, sacó un par
de zanahorias—. ¿Quieres darle un regalo? Pon la zanahoria en tu palma y mantén tu
mano plana. Sí. Solo así.
—¿De verdad? —Joaquín giró su cámara para que ella pudiera ver—. No te creo.
Había una imagen digital de una mujer con mejillas rojas y una brillante sonrisa
en el rostro, un caballo comiendo de su mano. Parecía feliz, viva, incluso... bonita.
Joaquín sonrió.
—¿Ves?
—Vamos a ver este espectáculo en el camino. —Jack se subió al frente del trineo—.
Tenemos que empezar a irnos si vamos a regresar a la casa a tiempo para almorzar.
Joaquín ayudó a Mia a subir al trineo, la herida cerca de su cadera la hizo apretar
los dientes mientras subía.
—Ten cuidado.
Había gruesas mantas de piel de oveja dobladas sobre asientos de cuero rojo, un
termo y tres tazas protegidas en una cesta junto a ellas.
—Solo ponte cómoda allí atrás. Esas mantas deberían mantenerte caliente. —Jack
se subió al asiento y tomó las riendas—. También traje chocolate caliente.
—Gracias, West. —Joaquín se sentó al lado de Mia, colocó una de las mantas de
piel de oveja sobre los dos, luego tomó su mano—. ¿Estás cómoda?
—Vámonos, muchacho.
El trineo avanzó con un tirón y luego comenzó a deslizarse a través de la nieve, las
campanas en la brida de Sarraceno tintinearon.
Mia no podía borrar la sonrisa de su rostro. Miró a Joaquín y vio que la estaba
mirando.
Él besó su sien.
Jack los llevó detrás de la cabaña y tomó un sendero que pasaba entre hileras de
pinos y álamos nevados, el valle se abría a su izquierda, las montañas a su alrededor,
sus cumbres nevadas ocultas por las nubes.
—Dios, es hermoso.
Jack les contó la historia del rancho: cómo su bisabuelo había comprado esta
hacienda después de la Primera Guerra Mundial y crió a su familia aquí.
—Eso es increíble. —Mia trató de imaginar tener raíces tan profundas, tener un
lugar que contara la historia de la familia.
Se detuvieron un par de veces para que Joaquín pudiera tomar fotos. Aparte de
eso, se sentó a su lado, sosteniéndole la mano, preguntándole si estaba calentita,
sirviéndole chocolate caliente, riendo con ella cuando una ardilla sobresaltada saltó
de una rama de Pinus ponderosa a otra y lanzó una lluvia de nieve sobre sus cabezas.
Una parte de ella intentó negarlo, pero sabía que era verdad.
Detenlo.
—Mira. —Señaló él, copos de nieve en sus pestañas, las mejillas casi tan rojas por
el frío como las de ella—. Ahí, entre los árboles.
Un alce que pastaba en los brotes de álamo temblón levantó la cabeza cuando ellos
pasaron.
Sí, ella se estaba enamorando de él, y no estaba segura de querer hacer una
maldita cosa al respecto.
Se detuvieron frente a la gran casa al mediodía. Un trabajador del rancho tomó las
riendas de Jack mientras bajaba.
—Espero que tengas hambre.
—Muerta de hambre.
—Solo espero que hayas hecho suficiente chili para que el resto de vosotros pueda
tener algo.
Jack los condujo a través de un garaje con calefacción hacia un vestíbulo que era
del tamaño de la sala de estar de Mia.
—Gracias. —Mia fue al baño, luego se lavó las manos y siguió los deliciosos olores
y el sonido de voces en la cocina.
Jack se estaba lavando las manos en el fregadero, y Joaquín estaba hablando con
dos mujeres y un hombre con una cara llena de cicatrices que debía ser Nate, el
Marine que había resultado quemado.
—Bienvenida al Cimarrón.
La mitad del rostro que no había sido herido era increíblemente guapo, y ella
podía ver el parecido con su padre.
—De nada. Estamos felices de ayudar. —Nate hizo un gesto hacia una de las
mujeres—. Esta es mi esposa, Megan. Nuestra hija Emily está en la escuela ahora
mismo. El chico con la cara sucia, es Jackson.
—Soy Janet, la esposa de Jack. Esta es nuestra hija, Lily. Ella también necesita una
siesta.
Mientras Janet y Megan acostaban a los niños en la cama, Nate le dio a Mia un
recorrido por la casa. Estaba la sala de estar con su enorme chimenea de roca de río.
Había la biblioteca de dos pisos con su propia chimenea. El gimnasio, el cine, la
sauna y suficientes dormitorios para amigos y familiares, todo decorado con buen
gusto.
—Esta es la casa más hermosa que he visto en mi vida. —Mia solo estaba siendo
honesta.
—Marc dijo que vivías en una pequeña cabaña. Esperaba una letrina, escupideras
y nada de calefacción
—Qué bromista.
Para cuando volvieron a la cocina, el almuerzo estaba sobre la mesa, los aromas le
hacían la boca agua. Una olla de chili. Ensalada. Pan de maíz. Mantequilla.
Mia hizo exactamente eso, y tuvo que luchar para no gemir los sabores explotaron
en su lengua. Ternera. Tomate picante Comino. Cebolla. Alubias negras. Cerveza.
—Esto es delicioso.
—He oído que últimamente has tenido momentos difíciles, Mia. Lamento eso.
Hunter dijo que no podía contarnos todo, pero deduzco que fuiste testigo de algunas
tonterías secretas en Iraq y alguien está tratando de vengarse de ti por eso. Te llamó
heroína, y eso significa mucho para nosotros viniendo de él.
—Claro que sí. —La expresión de Nate se puso seria—. Es uno de los hombres
más valientes que conozco.
Jack continuó.
—No tienes que hablar sobre lo que sucedió anoche a menos que lo desees. Solo
quería que supieras que estás a salvo aquí con nosotros. Queremos que te cures y te
relajes mientras estés aquí, así que avísanos si hay algo que podamos hacer por ti.
—Dinos que dejaste espacio para el postre. —Jack se puso de pie—. Hice un pastel
de chocolate.
El pastel era delicioso, y pronto fue Mia quien necesitó una siesta. Joaquín y ella
acababan de dar las gracias a Jack y a los demás por la comida y su hospitalidad
cuando el teléfono de Jack sonó.
—Hay un par de agentes del FBI en la puerta. Quieren hacerte algunas preguntas.
Nate sonrió.
—Mi viejo no ama a los federales, a excepción de la mujer con la que se casó.
Janet asintió con la cabeza, sus labios curvados en una sonrisa, como si esto fuera
gracioso.
—Soy un ex agente especial del FBI. Jack una vez me sacó de su propiedad.
—Va a ir bien.
—Me dieron las gracias —dijo Mia—. Entonces Shoals, él es el alto, me dijo que
había sido de gran ayuda y que debería contactar con ellos si surgía algo más. Shoals
dijo que pensaba que yo era una heroína. Desearía que la gente dejara de decir eso.
—Debería haber estado prestando atención. Debería haber tenido mi arma fuera.
Yo…
—Oye, ¿cuáles fueron esas frases en español que estabas tratando de aprender de
todos modos?
—No lo creo.
—Nunca lo pensaría.
¿Tócame?
—Te deseo.
Luchó por controlar su reacción. Esta era una lección de idiomas, nada más. No
importaba lo que su polla pensara.
—Bien.
Ella continuó.
¡Carajo!
—Eres el hombre más sexy que he cono... cono ... No puedo recordar la última
palabra.
Joaquín se sorprendió de nuevo por lo cerca que había estado. Mia podría haber
sido asesinada muy fácilmente. Wu y el FBI necesitaban atrapar a ese hijo de puta, y
pronto. ¿Incluso habían cuestionado a Powell? Joaquín no quería pensar en eso
ahora, no cuando Mia había abierto la noche a ideas más interesantes.
—Me conmueve que hayas hecho esto por mí. —Tomó su copa de vino y la puso
sobre la mesa de café—. Si quieres una clase de idiomas, hermosa, solo tienes que
preguntar.
Joaquín se sentó y, con cuidado de no chocar con sus heridas, la giró en sus brazos,
atrayéndola hacia su regazo para que se sentara a horcajadas sobre él.
—Bésame.
Rozó sus labios sobre los de ella, el contacto encendió el deseo que había intentado
ignorar en los últimos días. Se obligó a ir despacio, saboreándola, probándola con la
lengua, dejando que su anticipación se desarrollara. Ella soltó un pequeño gemido de
impaciencia, deslizó los dedos en su pelo y lo atrajo hacia sí. Él respondió tomando
su boca con la suya, sus labios dóciles, su cuerpo suave contra él.
Dios, Mia sabía bien. También se sentía bien, su cuerpo era muy diferente del
suyo, la sensación de ella le enviaba sangre a la ingle.
—¿Qué tan lejos quieres llegar con esto, Mia? No quiero apresurarte, y no quiero
que hagas nada que realmente no quieras hacer solo para complacerme. Puedo
esperar.
—No puedo. Te quiero a ti, Joaquín. Por favor dime que trajiste condones.
Vio el anhelo en sus ojos, lo sintió hasta los huesos. Cogió la bolsa de la cámara y
sacó un pequeño paquete de papel de aluminio.
—Cogí un puñado del gran tazón de condones gratis que tenían en el hospital.
Ella se rió y se lo quitó, sus labios se curvaron en una sonrisa sexy que golpeó a
Joaquín en el plexo solar.
* *
Una parte de Mia pensó que debía estar soñando cuando Joaquín se puso de pie,
la tomó en brazos y la llevó al dormitorio.
—Quiero desnudarte.
Ella asintió con la cabeza, tratando de ignorar la voz en su cabeza que le decía que
estaría decepcionado, que ella no era sexy.
Sus ojos se oscurecieron, su mirada se movió sobre ella. Extendió la mano, tocó el
vendaje de sus costillas, luego se arrodilló y le dio un pequeño beso en la piel justo
encima del vendaje de la cadera.
La ternura del gesto la tomó por sorpresa, hizo que su pecho se contrajera.
—Estaré bien.
—No. —Él la miró, su intensidad la tomó por sorpresa—. No quiero que estés bien.
Quiero que seas feliz. Quiero que te sientas querida. Quiero hacerte gritar.
—Está bien.
Por alguna razón, eso le hizo reír. Él cogió la pretina de sus pantalones de yoga y
los bajó por las piernas, envolviendo un brazo fuerte alrededor de ella para ayudarla
a mantener el equilibrio mientras se los quitaba y los pateaba a un lado.
La había visto así ayer. La había visto vestida solo con bragas y sujetador, pero eso
había sido diferente. No había sido sexual.
Él se puso de pie otra vez, deslizó la mano en su cabello e inclinó el rostro hacia
arriba para besarla, hablándole justo antes de tocar sus labios.
—Eres hermosa, Mia. —Su boca se cerró sobre la de ella en un beso que la dejó sin
aliento e hizo que sus rodillas se debilitaran. ¿En serio? ¿Un beso podría hacer eso?
Joaquín estaba respirando tan fuerte como ella, sus labios estaban húmedos e
hinchados. Él la soltó, dio un paso atrás y se le ofreció.
Él dio un paso hacia ella, apoyó las manos en su cintura, luego rozó los nudillos de
la mano derecha lentamente por su lado izquierdo, el toque le puso la piel de gallina.
Su mano encontró el camino hasta el broche del sujetador en la espalda, y éste se
liberó.
Ella lo atrapó, sostuvo las copas de encaje en sus pechos, una súbita oleada de
inseguridad que la cohibió.
—Mia.
La atrajo hacia sí y la besó, sus cuerpos presionados juntos, sus pechos contra el de
él. Las manos de Joaquín encontraron el camino debajo de sus bragas para ahuecarle
el trasero. La levantó, se giró con ella en brazos, y la acostó sobre la cama, quitándole
las bragas con un solo movimiento hábil.
—Sí.
Él siguió haciéndolo hasta que ella casi se retorcía bajo su toque. Luego bajó la
boca hasta su pezón y chupó.
Mia contuvo el aliento, deslizó los dedos en su cabello, ahora no había nada en su
mente, salvo cómo la hacía sentir Joaquín. El calor de su boca. El dulce tirón de los
labios. El golpe de la lengua. Ya le anhelaba, ansiaba tenerlo dentro de ella.
Ningún hombre la había hecho sentir así: desesperada, al límite, fuera de control.
Luego cambió al otro pecho, una de sus manos se deslizó por su vientre para
apartarle los muslos.
Ella podría correrse por esto. Sabía que podía, si él le daba su tiempo.
Mantuvo el ritmo, moviendo la boca de un pezón al otro y luego otra vez mientras
ella lentamente se desmoronaba, el placer ardía al rojo vivo en su interior, le quitaba
el autocontrol, nada en su corazón o mente, excepto Joaquín y lo que le estaba
haciendo.
Se corrió con un grito, el clímax la atravesó como una ola de dicha. Joaquín se
quedó con ella, prolongando su placer con dedos inteligentes, manteniendo el ritmo
hasta que ella se agotó. Cuando finalmente volvió en sí misma, lo encontró
observándola con los ojos negros.
* *
No estaba seguro de que ella lo entendiera si él se lo contaba. Tenía una idea muy
distorsionada de sí misma y no tenía mucha experiencia en relaciones cercanas. Tal
vez había pasado demasiados años de uniforme lidiando con el acoso de Powell para
ver lo especial que era. Si tan solo pudiera verse a sí misma como lo hacía Joaquín.
Él retiró la mano de entre sus piernas, los dedos empapados de su clímax, y rodeó
un pezón aún fruncido con los jugos, el aroma almizclado llenó su cabeza. Él bajó la
boca hacia su pecho, movió la lengua sobre ese pezón, tomando su sabor en la boca.
Oh, quería más de eso.
—Mmm.
Ella le sonrió, una sonrisa tímida, luego se giró, buscando el condón. Lo abrió,
pero él se lo quitó y lo dejó a un lado en la cama.
—No hay prisa. —Él besó su esternón, lamió el pezón de nuevo—. Cuando esté
dentro de ti, quiero que disfrutes tanto como yo.
Había aprendido hace mucho tiempo que el secreto para satisfacer a las mujeres
en la cama era realmente prestarles atención, ver lo que les gustaba, y no asumir que
su sol se levantaba y se ponía en su polla. Las mujeres eran diferentes a los hombres
cuando se trataba de sexo. Un hombre podría terminar en dos minutos y llamarlo
bueno. Si bien probablemente había mujeres que se corrían así, a la mayoría le
parecería una gran decepción.
Su tío Danilo le había dicho una vez que las mujeres eran como flores. Si se les
prestaba la debida atención, se abrirían y compartirían su belleza a su propio tiempo,
pero sin el cuidado adecuado, se marchitarían mientras todavía brotaban y nunca
florecerían. No habían estado hablando sobre sexo, Joaquín tenía diez años, pero las
palabras de Danilo ciertamente se aplicaban en el dormitorio.
—En español, tu nombre significa mía. ¿No es conveniente? —Él le besó el
esternón y sintió el latido de su corazón bajo los labios—. Eres Mia significa Eres
Mia. Pero en minúscula con un acento en la “i”, eres mía podría significar eres mi
mujer.
—Eso es divertido.
—Eso creo. —Sabía que ella estaría hipersensible, por lo que comenzó a pequeña
escala, mordisqueándole la parte inferior de los senos, haciendo cosquillas en la
sensible piel de sus muslos internos, rozando los pezones fruncidos con la palma de
la mano.
Cuando pareció lista, él buscó entre sus muslos, usando lo que había aprendido
sobre ella para llevarla al borde una vez más, sus uñas se le clavaron en el brazo, los
ojos cerrados, la respiración rápida.
Él sacó el condón del paquete, lo bajó por su longitud y luego se acomodó entre
los muslos de Mia, consciente de sus heridas.
Ella hizo lo que le pedía, sus ojos lo miraron cuando él entró en ella, penetrándola
con un solo y lento empuje que los hizo gemir.
Mantuvo su ritmo lento, se obligó a permanecer relajado, quería hacer que esto
durara, darle el tiempo que necesitaba. Pero ella estaba muy apretada y caliente, y
había pasado mucho tiempo desde que había estado con una mujer.
Podría haber intentado montarla estando él arriba, frotando la polla contra su
clítoris, pero tenía miedo de que eso presionara la herida cerca de la cadera. En
cambio, se retiró de ella, se levantó y se sentó sobre sus talones, envolviendo las
piernas de Mia alrededor de su cintura.
—¿Qué...?
Vio que ella estaba observando lo que estaba pasando entre sus muslos, una
expresión de evidente hambre en su rostro. No, Mia estaba observando cómo sus
abdominales se contraían y relajaban mientras entraba en ella.
Miró hacia abajo, también, y casi se corrió justo en ese momento, la vista de su
pene moviéndose dentro y fuera de ella, estirándola, llenándola era casi demasiado
erótica para manejarla, su coño rosa brillante debajo de esa mata de rizos rojos, su
delicados labios interiores como pétalos.
Relájate.
Joaquín estaba en camino a un coma sexual, pero sus palabras le abrieron los ojos.
—La forma en que bailas. La forma en que besas. —Ella se acurrucó contra él—.
Eres increíble. Me temo que voy a terminar siendo adicta.
—Bien. —Joaquín la atrajo más cerca, llevándose sus palabras con él al sueño.
Capítulo 16
Quiero que seas feliz. Quiero que te sientas querida. Quiero hacerte gritar.
Joaquín había hecho todo eso. De acuerdo, tal vez no había gritado...
—Buenos días, hermosa. —Su voz era profunda y ronca—. ¿Dormiste bien?
—Oh, sí. —Rodó sobre su espalda y se estiró, sintiéndose tan lánguida como un
gato, su cuerpo ronroneando.
—¿Tienes hambre?
—Me muero de hambre, pero lo que realmente quiero es una ducha. Me voy a
quitar estos vendajes esta mañana.
Él acarició su cabello.
Su pulso saltó.
—Me gustaría.
Se dieron un minuto a solas en el baño. Mia había orinado frente a muchachos en
Iraq, pero realmente no quería ir allí con Joaquín. Un poco de privacidad conservaba
mucha dignidad en lo que a ella concernía.
—Lo siento. —La expresión de Joaquín se volvió preocupada. Tiró las vendas a la
basura y la atrajo hacia sí—. Cuando pienso en lo cerca que estuvo...
Esto era nuevo para Mia, saber que alguien estaba con ella, que no tenía que
enfrentar esto sola.
—No estoy acostumbrada a esto, estar cerca de alguien así, confiar en ellos.
Por un momento, largos segundos, él la abrazó, su piel cálida, el latido del corazón
estable debajo de su mejilla. Luego la soltó, caminó hacia la ducha y abrió el grifo.
—Perfecta.
Entraron en la ducha juntos, turnándose para lavarse, el toque de Joaquín fue más
tierno que erótico.
Joaquín salió de la habitación y encendió la estufa de leña, mientras que Mia hizo
la cama e intentó enderezar sus propias emociones.
—Creo que vi algunas patatas en la despensa —le dijo él—. ¿Cómo suenan huevos
revueltos, patatas fritas y café?
—Delicioso.
* *
Mientras limpiaban, llamaron los padres de Mia. Joaquín terminó de lavar los
platos, escuchando su lado de la conversación. Lo que escuchó le hizo querer agarrar
el teléfono y decirles a sus padres que se fueran a la mierda.
Por lo que Joaquín pudo decir, ninguno de ellos le había preguntado a Mia cómo
estaba o se había preocupado por su seguridad.
—No, no, no vamos a pasar por eso otra vez. Hay un hombre por ahí que quiere
matarme, ¿y todo lo que tienes que decir es que debería haberme casado? ¿Joaquín?
Sí, él es mexicano americano. No lo sé, católico, supongo. No he preguntado. ¡Dios
mío, mamá! No, él no está aquí ilegalmente. Su familia ha vivido en Colorado desde
antes de que fuera un estado. ¿Sabes qué? Tengo que irme ahora. Tengo que irme.
Adiós.
—Me vuelven loca. Mi padre dijo que no tenía ninguna razón para ir a la
universidad o unirme al ROTC y que en vez de eso debería haberme quedado en
casa y haberme casado. Mi madre quería saber si eres ciudadano estadounidense, a
qué iglesia vas, y si tú y yo nos estamos acostando.
Pendejos.
—Deberías haber dicho que sí. —Joaquín no lo quiso decir, por supuesto. Él solo
estaba enfadado. Levantó la voz y sostuvo un teléfono imaginario en su oreja,
fingiendo ser Mia—. “Sí, mamá, nos estamos acostando, y anoche me corrí dos
veces”.
—¿Qué tal si llamo a Jack y le pregunto si podemos ira a ver los caballos? ¿Te
gustaría eso?
Su rostro se iluminó.
—Hola, Janet. Soy Mia. Bien gracias. ¿Está Jack allí? —Mia le dirigió a Joaquín una
mirada exasperada, obviamente incómoda por pedirle algo a Jack —. Jack, hola. Soy
Mia. Joaquín y yo pensamos que sería lindo ver los caballos, pero no quiero
molestarte ni estorbarte.
—¿Qué dijo?
—Dijo, “Ya era hora de que lo preguntaras”. Él estará aquí para ayudarnos en
veinte minutos.
Se pusieron ropa más abrigada y estaban listos para irse para cuando Jack llegó
allí en su gran camioneta. En el camino de la montaña a los graneros, compartió la
historia del éxito del rancho criando caballos de cuarto de milla.
—Miras a la madre, la yegua. Hasta cierto punto, es una ruleta genética, pero eso
es lo que lo hace interesante. Aun así, una yegua campeona y un semental con una
larga línea de éxitos de cría como nuestro Chinook probablemente producirán una
buena descendencia.
Jack estacionó detrás de la casa y caminó con ellos al establo, junto con Emily la
hija de siete años de Nate y Megan, que llevaba vaqueros, pequeñas botas de
vaquero y un sombrero rosa de vaquera, una mariposa brillante pintada en una
pequeña mejilla.
Mia se rió.
—Señorita Emily —dijo Jack—, ¿te gustaría mostrarle a Mia los caballos?
Emily los condujo a los compartimentos donde Jack y Nate alojaban a las yeguas
preñadas.
—¿Puedo tenerlos todos? —Mia sostuvo dos de ellos contra su mejilla—. ¿No son
adorables, Joaquín?
—Sí —dijo Joaquín. Pero todo lo que podía ver era a Mia.
* *
Mia sirvió copas de vino a Joaquín y a sí misma, mientras éste prepaba un fuego.
—¿Escuchaste lo que dijo Jack sobre Chinook montando tres yeguas por día? ¿Te
imaginas tener sexo con tres mujeres diferentes todos los días durante meses?
—Me imagino teniendo sexo contigo tres veces al día. ¿Cómo es eso, hermosa?
—Significa bella.
—¿De qué iba esto? Simplemente sacudiste la cabeza y pusiste los ojos en blanco.
Se inclinó más cerca, la miró a los ojos, la intensidad de su mirada hizo que ella se
quedara sin aliento.
—Sé que tus senos encajan perfectamente en mi mano. Sé que tus pezones son
terriblemente sensibles y fruncidos en mi boca. Sé que tu cintura es estrecha y tus
caderas son redondas y tu culo es agradable y firme. Conozco la dulce expresión de
tu cara cuando te corres. Los gritos que haces. Sé cómo se sienten tus uñas cuando se
clavan en mi piel. Sé cómo sabes. Eres hermosa, Mia.
—Estoy pensando en lo patética que soy por desear desesperadamente que lo que
acabas de decir sea verdad.
Mia observó mientras dejaba la copa de vino a un lado e iba a buscar su cámara.
—Espera un momento.
Sacó algo de la bolsa de la cámara, un medidor de luz, y se movió por la
habitación con él. El sol de la tarde entraba por las puertas correderas de vidrio,
haciendo que los suelos de madera brillaran. Pero aparentemente eso no era lo
suficientemente bueno.
—No tengo un kit de luz conmigo. Todo lo que tengo es un rebote pésimo.
No pareció escucharla, pero movió las lámparas aquí y allá quitándoles las
pantallas, ajustándolas, y usando cinta adhesiva para mantenerlas donde él las
quería.
—Me vas a tomar una foto. —Vale, está bien. Ella le complacería—. ¿No debería
ponerme algo de maquillaje o algo así?
—No lo necesitas.
Sacó la lengua.
—Bien.
—No hay nada realmente natural en estar sentada aquí mientras tomas fotos a un
metro de mi cara.
* *
Joaquín observó el juego de emociones en la cara de Mia, la vio luchar por asimilar
las fotos de sí misma.
—Mira tus grandes ojos azules, tus delicadas cejas rojas. Tienes los pómulos
pequeños y una linda naricita. Amo tu boca, ese labio inferior. Tu cara es una
mandíbula cuadrada oval perfecta, no cuadrada. Tu piel es casi translucida. Tu pelo
rojo es espeso y brillante y se siente como la seda.
Después de eso, jugaron. Mia sonriendo, riendo, haciendo el tonto. Mia con el
cabello recogido sobre la boca como un bigote. Mia abrazándose las rodillas.
—Me desharé de la silla. Trae la manta de piel de oveja que está en el estante
superior en el armario del dormitorio.
Dejaron la manta de piel de oveja en el suelo, y Mia se acostó sobre su lado sano,
viéndose de alguna manera sexy e inocente.
Joaquín movió las luces, tomó una lectura ligera y luego se dejó caer en el suelo
junto a ella.
—Solo se tú misma.
Mia de lado, con la cabeza apoyada en la mano. Mia con un hombro cremoso al
descubierto. Mia sin la bata en sujetador y bragas. Mia boca arriba, con los brazos por
encima de la cabeza, el pelo rojo se extendía sobre la piel de oveja blanca.
Ella se sentó, le dio la espalda, con las piernas dobladas debajo de ella.
—Desabrocha.
Él hizo lo que ella le había pedido, y una parte de él se preguntó cómo iba a salir
de esto sin quemarse espontáneamente.
Ella lo miró por encima del hombro, la confianza en su cara puso un nudo en su
pecho. Luego se volvió para mirarlo, y dejó que el sujetador cayera al suelo.
Madre de Dios.
Ella fue tímida al principio, cubriéndose los pechos con el brazo, luego dejando
que el cabello cayera sobre ellos, un pezón rosado asomándose entre sus mechones.
Maldita sea.
—Hermosa. —Él le mostró esas fotos, vio el impacto que tuvieron en ella, el
cambio en su expresión.
Ella se volvió más atrevida, dejando los pechos desnudos, arrastrando el cabello
sobre un hombro, incluso levantando el peso de sus pechos con las manos.
Joaquín solo tuvo que culparse. Había empezado esto, y ahora no tenía más
remedio que llevarlo a cabo, incluso si le mataba.
Ella hizo lo que le pedía, los suaves montículos de su delicioso culo haciéndole
desear apartar la cámara para besarlos.
Ella sonrió, levantó su trasero un poco, dándole un vistazo de los tesoros que se
escondían entre sus muslos.
—Mia.
Clic. Clic.
Luego ella se recostó sobre la manta y jugó con un pezón rosado, una rodilla
levantada y esa deliciosa anatomía femenina allí mismo.
—Al diablo con esto. —Dejó su cámara a un lado, la agarró por los tobillos y la
atrajo hacia él por encima de la manta—. Necesito probarte.
Capítulo 17
—¿Por qué querría hacer eso? —Él le inclinó las rodillas hacia atrás, se acomodó
de forma que descansó el rostro entre sus muslos, la mirada fija en esa parte de ella.
Ella respiró hondo y luego otra vez mientras él repetía ese movimiento, la
sensación dulce, un indicio de lo que estaba por venir.
Él la lamió de nuevo.
Exploró sus lugares más sensibles con su lengua, tiró de ella con los labios, luego
se amamantó, gimiendo mientras arrastraba el clítoris al calor de su boca.
Mia se quedó sin aliento por el impacto, sus caderas dieron un involuntario tirón,
deslizó los dedos en su cabello.
—Joaquín.
Nunca había sentido algo como esto, el placer...tan...intenso. ¿Qué estaba haciendo
él ahora? Su lengua...Oh, Dios mío.
No podía pensar, no podía hablar, apenas podía respirar, el placer osciló en su
interior. Rogando, jadeando, sudando, luchó por mantener la calma, el calor dentro
de ella como un efecto secundario. Ella quería que apagara el fuego, para detener
este dulce tormento. Pero Joaquín fue implacable, deslizando dos dedos en su
interior, avivando las llamas, haciéndola arder más, no dándole otra opción que
rendirse a él.
Sus gemidos eran gritos ahora, cada empuje de los dedos y el movimiento
succionador de su boca la acercaban a ese borde brillante, el clímax ya se estaba
acumulando dentro de ella. Oh, pero él no la dejó correrse fácilmente. Durante lo que
pareció una eternidad, la mantuvo allí, suspendida en el iridiscente borde de un
orgasmo, el placer la volvió loca.
—Oh... Joaquín... yo... oh, Dios mío... tú... aaah... ¡joder! —Tonterías, gemidos y
fragmentos de palabras mezcladas en un tren sexual de conciencia exigiendo
liberación.
Ella se hizo añicos con un grito, su cuerpo se sacudió en una ráfaga de dicha
candente que la dejó flotando en algún lugar entre el cielo y la tierra.
Abrió los ojos, descubrió que Joaquín la miraba, tenía los labios húmedos, las
pupilas dilatadas, el calor en su mirada le provocó un escalofrío de excitación.
Él se sentó sobre sus talones, se quitó el jersey de cuello alto y bajó la cremallera,
bajando los vaqueros por las caderas. Luego, con la mirada fija en la de ella, la besó
subiendo por su cuerpo, deteniéndose para probar sus pezones antes de levantarse y
alcanzar algo.
Un condón.
—Mia.
Él atrapó sus gritos con los labios, su beso le llenó la boca con su sabor almizclado,
fuertes empujes que prolongaron el clímax. Pero él no estaba muy atrás de ella,
gimiendo su nombre mientras la dicha también se lo llevó.
* *
—¿Joaquín?
—¿Sí, mi amor?
—Para mí tampoco.
* *
Joaquin volvió a colocar todas las luces donde pertenecían. Luego los dos
prepararon una cena con pasta y ensalada, Joaquín en calzoncillos, Mia con aspecto
informalmente sexy en su albornoz. Él le habló sobre sus primos, los cuarenta que
ella aún no conocía, compartiendo lo bueno y lo malo de tener una familia tan
grande.
Mia escuchó, se rió de sus historias de meterse en problemas cuando era niño e
hizo un buen trabajo al mantener todos los nombres en orden. Había algo diferente
en la forma en que le miraba ahora, una vulnerabilidad en su rostro que no había
estado allí antes, una suavidad y dulzura en su mirada que nunca había visto.
Esperaba que significara lo que pensaba que era.
Joaquín nunca se había sentido más desnudo, más expuesto. Había pensado que
se había enamorado un par de veces antes, y hubo algunos fuertes desengaños. Pero
nunca se había sentido así, con el corazón abierto, cada parte de él expuesta, desde el
cerebro hasta las pelotas. Eso le dejó con la sensación de estar volando, y le dio un
susto de muerte.
El amor tenía que ser una calle de doble sentido, y no podía estar seguro de cómo
se sentía Mia por él. Su vida había sido arrojada al caos por un asesino. El hecho que
ella hubiera recurrido a él era gratificante, pero eso no significaba necesariamente
que sintiera cariño por él de la forma en que él lo sentía por ella.
Además de eso, no tenía mucha experiencia con las relaciones, no solo con los
hombres, sino también con las relaciones familiares cercanas. Se había pasado la vida
defendiéndose por sí misma. No tenía idea de cómo reaccionaría si le contaba cómo
se sentía. No quería abrumarla ni asustarla, lo que significaba que necesitaba dejarle
marcar el paso.
Eso es lo que su abuelita siempre le había dicho. Pero entonces, como ahora, sus
palabras no le hicieron sentir mejor.
Mia encendió velas y sirvió vasos de vino blanco mientras Joaquín ponía la cena
en la mesa. La comida fue perfecta, pero Joaquín apenas se dio cuenta de lo que
estaba comiendo. Todo en lo que podía pensar era en Mia.
Sí.
—¿Qué deberíamos hacer con esas fotos? —Preguntó Mia mientras quitaban los
platos.
—Haremos lo que quieras. Son tuyas. —Joaquín nunca había tenido la intención
de guardarlas—. Podría darte la tarjeta de memoria. Podrías decirme cuáles quieres
guardar, o podría borrarlas reformateando el disco.
Terminaron juntos en el sofá, desplazándose por las imágenes una por una,
dándole a Mia la oportunidad de volver a verlas antes de que Joaquín las borrase.
—Es cien por cien tú, sin retoques, sin maquillaje, nada. Ni siquiera te estaba
preparando. Tú misma creaste todas esas posturas sexys.
—Sé que no estás indefensa, pero él te quiere a ti, no a mí. No dejaré que este
bastardo vuelva a dispararte.
Ella corrió descalza hasta donde estaba la escopeta apoyada contra la pared, la
agarró junto con la caja de proyectiles y desapareció en el dormitorio.
Dejó la pistola sobre la mesa, recogió la cámara y luego abrió las persianas para
que Mia pudiera ver.
—¡Oh, es hermoso!
El león de montaña siseó, arañó el vidrio, luego dio unos pasos hacia atrás,
claramente inquieto por encontrarse tan cerca de los humanos y superado en
número.
Joaquín consiguió hacer un par de fotos del puma antes de que girara y
desapareciera en la noche.
—Guau. —Mia miró al león de montaña, con una gran sonrisa en el rostro—.
Nunca antes había visto uno en persona.
Joaquín le envió un mensaje de texto a Nate solo para avisarle que el león de
montaña estaba en el vecindario y recibió un rápido agradecimiento en respuesta.
Entonces Joaquín y Mia continuaron donde lo habían dejado, borrando la última de
las fotos de desnudos y mirando las que acababa de hacer del león de montaña.
Mia deslizó una mano por el muslo de Joaquín, acunándolo a través de sus
calzoncillos.
* *
Ella se corrió rápido y duro, el placer la inundó en una ola de felicidad perfecta.
Joaquín se dejó ir, clavó los dedos en sus caderas cuando se corrió. Se combó
contra ella, respirando con dificultad, presionando besos en su columna vertebral.
—Pensé que dijiste que no podías correrte así.
—Deberías hacer una lista de todas las formas en que piensas que no puedes
correrte para que podamos abrirnos camino a través de ellas.
Él sonrió.
—Realmente lo estoy.
Ella no había sabido que era posible sentir esto cerca de otra persona, o sentirse así
de cómoda en su propio cuerpo. Imágenes vagaron a través de su mente. Joaquín con
la cámara enfocada completamente en ella. Una fotografía de una mujer bonita
estirada desnuda, una expresión burlona en el rostro. Joaquín mirándola mientras la
devoraba con la boca.
Esa linda mujer era Mia. Joaquín había usado al cámara para mostrarle un lado de
sí misma que no sabía que estaba allí. Ella todavía no sabía cómo sentirse al respecto.
Todo era muy nuevo: la capacidad para correrse tan fácilmente y tener orgasmos
múltiples, su sentido del yo, sus sentimientos hacia Joaquín.
Era como si una pieza perdida del rompecabezas de su vida hubiera encajado en
su lugar.
¿Esto era real? Cuando salieran de este lugar, ¿él todavía se preocuparía por ella, o
sus vidas volverían a ser como antes?
Ella se obligó a dejar las dudas a un lado, sin querer agriar la dulzura del
momento.
Él rompió el silencio.
—¿Tienes frío, mi amor?
—Un poco.
—Ven aquí. —Él deslizó un brazo alrededor de ella—. Gracias por confiar en mí
hoy. Sé que te costó mucho posar para mí de esa manera. Significó mucho para mí.
Es lo más erótico que he hecho con mi cámara.
—Gracias, Joaquín. Lo que hiciste por mí esta tarde... No sabía que existieran
hombres como tú.
* *
Mia caminó hacia el ascensor vistiendo el uniforme y las botas de combate, sus
pasos resonaban en el estacionamiento. Por el rabillo del ojo, vio movimiento. Movió
bruscamente la cabeza, buscó la fuente con la mirada.
Nada.
La voz de un hombre.
—Mia.
Se giró, el corazón latiendo con fuerza, pero de nuevo no vio a nadie. Impulsada
por una creciente sensación de pánico, corrió hacia la puerta de seguridad y la cerró
detrás de ella, dejando fuera la arena y la oscuridad.
Se volvió hacia el ascensor, vio su propio reflejo en los espejos de las puertas. ¿Por
qué llevaba uniforme? Había renunciado a su comisión, había dejado atrás el ejército.
Ella no debería llevar uniforme. Ni siquiera tenía ninguno.
—Mia. —Él estaba allí, detrás de ella, con el espejo reflejando su sudadera negra y
la pistola en la mano.
Iba a matarla.
Echó mano a su arma mientras él abría fuego, el pánico le heló la sangre, pero la
pistola no estaba allí.
Joaquín encendió la lámpara junto a la cama, la luz alejaba las sombras. Él la atrajo
a sus brazos.
—Pareció real.
—¿Quieres contarmelo?
—Cogí mi arma pero no pude encontrarla. Le pregunté quién era, pero él no dijo
nada. Luego abrió fuego y supe que estaba muerta.
—No fue así en la vida real. —La voz de Joaquín era profunda y tranquilizadora—
. Cuando apareció, estabas preparada. Respondiste y corriste.
—Dijo mi nombre.
—¿Reconociste su voz?
—Ojalá.
Él se sentó a su lado.
Ella tomó un trago, se estremeció ante el sabor. ¿Por qué a la gente le gustaba esto?
—Después de que nuestro convoy fue alcanzado por ese IED, tuve pesadillas
durante un tiempo, principalmente sobre LeBron Walker sangrando.
—¿Lo superó?
—Perdió la pierna, pero sobrevivió. Ahora tiene esposa e hijos. Parecen felices.
—¿Alguna vez has hecho algo de lo que te arrepientes, algo por lo que darías casi
cualquier cosa por cambiar?
—Al principio fue amable. Luego comenzó a decir cosas inapropiadas como “tus
labios se verían muy calientes envueltos en mi polla” o “apuesto a que eres una de
esas chicas que adora el anal”. Lo cual, por cierto, no soy.
Ella asintió.
—Eso es lo que siempre he creído, pero ¿valdrá la pena al final si me mata? ¿Qué
pasa si te mata?
—Eso no va a suceder.
Hablaron de todo y nada. Sus infancias creciendo en Colorado. Lo que les gustaba
hacer en los días libres. Sus lugares favoritos para caminar y esquiar. Entonces
Joaquín le habló sobre sus amigos, compartiendo historias de guerra de la sala de
redacción con ella, dejando de lado las cosas aterradoras, como el ataque terrorista
del mes pasado, y centrándose en los buenos recuerdos, las cosas que pensó que
podrían hacerla reír.
—Esa mirada en tu rostro en este momento, así estuvimos todos nosotros cuando
nos enteramos. Ninguno de nosotros tenía ni idea.
—Aquí hay un lugar para recetas familiares. Aquí es donde mi madre y mi padre
actualizaron a todos ayer para hacerles saber que estaba bien.
—¿Mi segundo nombre? Um... —Tanto follar debía haber hecho un cortocircuito
en su cerebro porque tuvo que pensar—. Tengo dos. Joaquín Cristian Delgado
Ramírez.
Después del atardecer, la nieve comenzó a caer. Joaquín y Mia aceptaron una
invitación para unirse a la familia West para la cena del domingo y una película,
buena comida, buen vino y buena compañía para un final perfecto en un día perfecto
o un día que podría haber sido perfecto si la amenaza de un asesino no hubiera
estado sobre Mia.
Joaquín la atrajo hacia sí. Él sabía exactamente cómo se sentía, pero no dijo eso.
Ella no necesitaba empatía en este momento. Necesitaba que alguien fuera fuerte
para ella.
La vida real los alcanzó a las ocho de la mañana, cuando el teléfono móvil de
Joaquín sonó. Lo buscó a tientas en la habitación oscura.
—Ramírez.
—Darcangelo. —Se incorporó y vio que Mia también estaba despierta—. Todavía
estaba dormido. ¿Qué está pasando?
—Hijo de puta. Ponme en una sala de interrogatorios con ese hijo de puta. Haré
pedazos al bastardo.
—Oye, si estuviera llevando este caso y no fuera contra la ley, podría darte esa
oportunidad.
—Todavía no, pero Wu dice que todo en esta investigación lo está señalando
ahora mismo. Tiene motivos claros, al menos en lo que se refiere a Mia, y vive a poca
distancia de todas las víctimas. Intentan sacarle algo que justifique una orden de
registro. Espero que tengáis noticias de Wu o Shoals en el momento en que terminen
de interrogar al bastardo.
—Vale.
—El viejo Irving la expulsaría del edificio, pero no quiere tener que lidiar con el
idiota de tu jefe.
—Era Darcangelo. Dice que Wu y los tipos del FBI llevaron a Powell para
interrogarlo. Todavía no tienen ninguna evidencia real, pero todo lo demás parece
apuntar a él.
Él se negó a contarle el resto. Ese hijo de puta la había herido lo suficiente con sus
viles gilipolleces. Ella no necesitaba escuchar más.
* *
Mia vio aterrizar el Black Hawk, la nieve se arremolinaba en la estela del rotor. El
agente especial Shoals la había llamado hacía más de una hora para hacerle saber que
él y Wu estaban en camino al rancho con noticias. Ella había esperado que
condujeran, no que volaran.
Jack envió a su capataz a recoger a Shoals y Wu y se dirigió dentro con Janet, Mia
y Joaquín.
Shoals estrechó las manos de Mia y Joaquín y luego comenzó a decirle a Mia cómo
un arma de fuego deja marcas en los casquillos y las balas lo que ayuda a las fuerzas
del orden público a conectar los casquillos y los proyectiles a un arma de fuego
específica.
—Los casquillos que quedaron en el tiroteo y la desaparición del señor Meyer, los
dos asesinatos y el atentado contra su vida vinieron de la misma arma de fuego.
¿Eso era todo? ¿Habían volado en un maldito Black Hawk para decirle eso?
—Lo sospechábamos, sin duda —dijo Shoals—. Pero ahora sabemos a ciencia
cierta que los casquillos de las escenas del crimen provienen de la misma arma de
fuego. Esto ahora es evidencia que es admisible en la corte.
—Tiene coartadas —dijo Wu—. Dijo que estaba en casa con su esposa en el
momento en que se cometieron los cuatro crímenes, y ella lo corroboró. Lo
revisaremos más a fondo. También estamos investigando a todos los demás
involucrados en el saqueo.
—La gran razón por la que volamos aquí fue para obtener una muestra de ADN
de ustedes dos.
—Probablemente fue solo un pequeño rasguño, pero fue suficiente para que
goteara sangre donde él estaba de pie. No fue mucho, solo un par de gotas. El
barrido forense inicial lo pasó por alto. Un equipo de la Oficina de Investigación de
Colorado lo encontró. Solo debemos asegurarnos de que no sea su sangre, dado que
su sangre estaba en la misma escena del crimen. Señor Ramírez, usted no fue cortado
ni rozado, ¿verdad? No. De acuerdo, bueno, aun así, estaba en la escena, así que nos
gustaría obtener su ADN.
Mia se encontró con la mirada de Joaquín, vio que eso también tenía sentido para
él.
—¿Qué hacemos?
—Podemos hacer eso con un hisopo bucal. Tiene que ser hecho según las reglas,
por supuesto, porque es evidencia, así que tendré que manejar el hisopo. Se debe
hacer al menos treinta minutos después de la última vez que hayan comido o bebido
algo.
—¿Esto le aleja de su otro trabajo? —Le preguntó Mia—. Sé que este no es su único
caso.
Pasados los treinta minutos, fueron a la cocina, donde Shoals se lavó las manos, se
puso guantes de nitrilo y sacó un pequeño bastoncillo.
—Abran bien la boca. —Raspó el interior de las mejillas de Mia, primero una y
luego la otra, y luego pegó el hisopo en un tubo que contenía una pequeña cantidad
de líquido. Luego se quitó los guantes y comenzó de nuevo desde el principio.
Manos limpias. Nuevos guantes. Hisopo bucal en las mejillas internas de Joaquín—.
Eso es todo.
Joaquín se volvió hacia Mia, sus ojos oscuros buscaron los suyos. Él bajó la voz y
habló solo para ella.
Por primera vez desde que comenzó esta pesadilla, Mia sintió que estaban
progresando.
* *
Crac.
Crac.
Los policías estaban sobre Powell ahora. Tenían ADN. Si pertenecía a Powell, le
encerrarían y tirarían la llave. Si no, entonces los policías casi no tenían nada, y el
asesino todavía estaba allí afuera. Nadie había sido asesinado estos últimos días. Wu
lo había señalado. Él había dicho que Mia probablemente era el objetivo principal del
asesino, y que la había guardado para el postre o una mierda parecida.
Crac.
Joaquín apiló madera en la terraza, y luego llevó unas cuantas brazadas dentro,
donde Mia estaba sentaba a la mesa, estudiando las imágenes que Shoals le había
dejado: imágenes del hombre que quería matarla. Mia había mencionado algunas
veces que algo en él parecía familiar. Esperaban que ver las imágenes pudiera
ayudarla a reconocerlo. Pero Joaquín podía notar por el ceño preocupado en su
rostro que no estaba funcionando.
Se quitó las botas, los guantes, el sombrero y el anorak, luego añadió leña al fuego
y se calentó los dedos.
—Sabes que no tienes que seguir mirando eso. Si no está provocando nada,
deberías detenerte.
—Supongo que este podría ser Powell. Shoals dijo que la altura y el peso eran
correctos. Las imágenes son muy oscuras y granulosas. ¿Por qué tener cámaras de
vigilancia si son inútiles?
—Buena pregunta.
—Simplemente no entiendo por qué mataría a Andy o Jason. —Tenía un lápiz en
la mano, y Joaquín podía ver que había dibujado algo—. ¿Por qué se llevaría su
dinero y los teléfonos? Su familia es rica.
—Soy yo siendo estúpida y literal. Shoals nombró los puntos de evidencia, así que
hice puntos. Hasta ahora, todo lo que tengo son puntos.
Joaquín miró la página, vio los puntos etiquetados con los nombres de las víctimas
del asesino y un punto para Mia.
—Tendrías que saber por qué está haciendo esto, entender lo que cada víctima
representa para él, ¿no? Entonces sabrías cómo organizar los puntos, y obtendrías su
imagen, metafóricamente hablando.
—Eso es lo que estoy tratando de hacer. No puedo entender que tendría Powell
contra Andy y Jason. —Cerró los ojos y se llevó los dedos a la sien—. Ojalá Shoals no
me hubiera dado esto. No quiero mirarlas, y aun así no puedo detenerme. ¿Puedes
deshacerte de ellas por mí?
—¿Estás segura?
Ella asintió.
No necesitaba decir más. Él tomó las copias impresas y caminó hacia la estufa de
leña, luego abrió la puerta y las echó al fuego.
* *
Permanecía de pie justo dentro del callejón, acurrucado contra la nieve, su cabeza
se sentía como si estuviera a punto de explotar. ¿Dónde estaba ese imbécil?
Debería haber esperado hasta la primavera o el verano para hacer esto. Hacía
demasiado frío para estar así en invierno.
Vio a su camello corriendo por la calle y dio un paso atrás en las sombras, sacando
de su bolsillo los billetes que le había birlado a Frank. Había sido bueno que el
cabrón viniera cargado de dinero. Probablemente había estado planeando pagarle a
su prostituta, pero no había tenido tanta suerte. Ningún último polvo para él.
El camello miró por encima del hombro, luego entró en el callejón y se acercó a él,
con las manos en los bolsillos del abrigo. Probablemente tenía una pistola escondida
allí.
—Sesenta Oxy de diez milígramos cada uno y diez dólares por dosis.
—La última vez los conseguí por cinco dólares cada dosis. Te daré trescientos.
—Los costos aumentan. Los gastos aumentan. Eh, soy un hombre de negocios.
—¿Crees que soy solo otro jodido adicto? Soy un veterano, hombre. Fui herido en
Iraq. Gas mostaza. ¿Eso no significa nada para ti?
—¿Por qué estás perdiendo el tiempo con Oxy, hombre? Deberías estar
consumiendo cosas de verdad. Es más fácil de conseguir, y te quitará el dolor. —El
camello sonrió.
—Heroína. —Él negó con la cabeza—. De ninguna manera. Esa mierda es cara.
—¿Agujas? Joder, no. —Vivía con ellas: agujas en el cerebro, en los ojos. Puñaladas,
puñaladas, puñaladas.
¿La heroína haría un mejor trabajo para ayudarlo que el Oxy?
—¿Qué tal esto? Veinticinco Oxy por doscientos, y otros cien por cinco buenas
dosis de caballo.
Estaba harto de esto, enfermo de dolor, harto de hablar. Con sesenta píldoras,
podría durar unos días, tal vez el tiempo suficiente para terminar esto.
Sacó su pistola, puso una bala en medio de la cara sorprendida del Doc, luego
agarró todo lo que pudo, botellas de pastillas, heroína, una bolsa de hierba, una
jeringa, y corrió.
Capítulo 19
Mia miró su café, su mente y su cuerpo agotados. Anoche tuvo la pesadilla otra
vez, se despertó bruscamente y se encontró temblando y con náuseas. Tres veces había
soñado que estaba de pie frente al ascensor. Tres veces lo había visto en los espejos y
agarró un arma de fuego que no estaba allí. Tres veces, él había abierto fuego, balas
que la golpeaban, su sangre corría en riachuelos...
—¿Mia?
—Buen intento, mi amor. Sé que no te gusta mucho la idea, pero creo que te
sentirás mejor si sales de aquí, tomas un poco de aire fresco y pasas un rato con
Sarraceno.
—¿Un qué?
—Un enorme establo con nada más que arena para montar en el interior. Está
climatizado, pero no hace mucho calor. Te aviso.
—Ir abrigada. Entendido. —Se levantó de la mesa del desayuno y fue a vestirse.
Mientras Joaquín hablaba con su familia en el panel de mensajes, ella puso los
platos del desayuno en el lavaplatos y decidió lavar un montón de ropa, también,
metiendo sus cosas con las de Joaquín. Eso le dio algo que hacer y mantuvo su mente
ocupada.
Nate llegó en una camioneta grande con una quitanieves unida al frente poco
después de las diez y les dio un paseo hasta el establo, que era exactamente como
Joaquín había descrito: grande, lleno de arena y frío como el culo de un pocero.
Sarraceno les estaba esperando, ensillado por uno de los empleados del rancho,
que le dio a Nate las riendas del caballo y le dio un sombrero de vaquero a Mia.
—Señora.
—Oye Mia —Nate hizo un gesto al caballo—, ¿por qué no vas primero?
—Es por eso que estoy aquí. —Nate miró la silla de montar—. Pon tu pie derecho
en el estribo y balancea tu pierna izquierda sobre su espalda. Buen trabajo.
Mia se rió.
Mia hizo lo que Nate le dijo y sintió una gran emoción cuando Sarraceno comenzó
a caminar, más de cuatrocientos kilos de animal moviéndose debajo de ella. Recorrió
el establo tres o cuatro veces, consciente de que debía sonreír como una idiota.
—Lo estás haciendo bien —le dijo Nate—. Ahora llévalo al trote. Aprieta con tus
piernas.
Mia hizo lo que Nate dijo y sintió que la marcha de Sarraceno cambiaba y
aceleraba. Pero ahora estaba rebotando arriba y abajo en la silla de montar.
—Trata de dejar que tus caderas y trasero absorban el movimiento. Eso está mejor.
Cuando lo había hecho durante unos minutos, Nate la convenció para que pusiera
a Sarraceno al galope. Y luego Mia estaba volando. Se escuchó a sí misma reír, sintió
al poderoso animal moverse debajo de ella, una sensación de libertad la invadió.
Nate hizo que pusiera al caballo castrado al paso y luego atrapó la brida de
Sarraceno.
—¿De verdad se supone que debo creer que nunca has tomado clases de
equitación?
Joaquín apareció cerca del bloque de monta, la cámara colgando de una correa
gruesa alrededor del cuello, una gran sonrisa en su rostro.
—Sus abuelos tenían una granja cerca de San Luis, por lo que ha estado montando
caballos desde que era pequeño.
* *
—He visto caballos que hacen milagros con la gente. Ella es bienvenida para
cabalgar todos los días mientras está aquí. Si hay algo más que podamos hacer...
—Solo reza para que atrapen a este bastardo.
—Hecho.
* *
—Desde este ángulo, mi polla parece más grande que mi antebrazo. La magia de
la perspectiva Tal vez debería usar esto para mi foto de perfil de citas online.
—Tendrás muchos ligues. Una cara hermosa, abdominales, pectorales y una polla
del tamaño de un bate de béisbol: serías el Señor Popular.
—La única mujer que quiero está aquí. —Se estaba arriesgando a decir esto, pero
quería que supiera que lo que él sentía por ella era real.
—¿Quieres montarme, hermosa? Soy todo tuyo. —Él extendió la mano entre sus
muslos para atormentarla hasta que estuviera preparada, pero descubrió que ya
estaba mojada. Tal vez tomar fotos desnudas de él también la había excitado. Joaquín
le dio un condón, se sostuvo mientras ella lo hacía rodar sobre su erección, luego la
ayudó a sentarse a horcajadas sobre él.
—Vámonos.
Mia bajó sobre su longitud, tomándolo todo en su interior, las palmas extendidas
sobre el pecho de Joaquín para mantener el equilibrio.
Él levantó la mano para ahuecarle los pechos y jugar con los pezones, le encantaba
el hecho de que sus dos manos estuvieran libres para tocarla.
Ella se movió de nuevo, esta vez haciendo círculos lentos con las caderas, luego
balanceándolas para que su clítoris presionara contra el hueso púbico de él. Los ojos
de Mia se cerraron, su cuerpo se tensó, la cabeza cayó hacia atrás en un gemido.
—Así es, Mia. Usa mi cuerpo Toma lo que necesites. —Resistió el impulso de
empujar dentro de ella, manteniendo sus caderas inmóviles, dejándola marcar el
paso, sus manos todavía ocupadas con sus pechos, provocando sus pezones hasta
convertirlos en puntos apretados.
Tuvo que luchar para mantener sus caderas quietas, sus pelotas apretadas, cada
instinto le decía que golpeara contra ella. Entonces el placer de Mia alcanzó el punto
máximo y se rompió. El grito que dio y la dicha en su rostro, tan precioso, tan
hermoso, le deshicieron.
La agarró por las caderas, la polla todavía en su interior, y se dejó ir, corcoveando
dentro de ella, cabalgándola desde abajo hasta que el placer también se apoderó de
él.
Después, se echaron juntos en la cama, la luz del día entraba por las ventanas.
Ella pasó las puntas de los dedos por la hendidura en el medio de su vientre.
—Una parte de mí no puede esperar a que esto termine para que la vida pueda
volver a la normalidad. Parece como si todo estuviera en espera. Pero una parte de
mí quiere quedarse aquí contigo para siempre. Me importas tanto que casi me asusta.
¿Qué nos pasará después de que esto termine?
Sus palabras lo tocaron, lo tomaron por sorpresa.
—No voy a ninguna parte. Te quiero en mi vida, Mia. Eres todo para mí.
* *
Mia acababa de hacer su primera enchufa perfecta cuando sonó su teléfono móvil.
Ella rió.
—¿Diga?
—¿Señorita Starr? Soy Catherine Warner del Denver Independent. Por favor no me
cuelgue. Necesito una cita suya. Por favor, solo deme algún tipo de reacción.
—¿No lo ha escuchado?
—¿Oí qué?
—¿Q… qué? —La sangre salió de la cabeza de Mia, dejándola casi mareada —. ¿Le
arrestaron?
—No. No tenía idea. —¿Qué había pasado? Lo último que había oído era que no
tenían pruebas y Powell tenía coartadas.
—¿Cómo sabe eso? —Mia no podía lidiar con esto, ahora no—. Necesito irme. Lo
siento, señorita Warner, pero no quiero responder a más preguntas en este momento.
—Oye, D, te estoy poniendo en el altavoz del teléfono. Mia está aquí conmigo.
¿Qué diablos está pasando? Cate acaba de llamar del periódico para decir que el DPD
arrestó a Powell.
—Hola, Mia —dijo Julian—. El equipo de Hunter acaba de traer a Powell. Sus
coartadas resultaron ser falsas.
—Se acabó. —Mia cerró los ojos, dejó escapar un suspiro de alivio.
—Creo que Shoals o Hunter planean llamarte tan pronto como terminaran de
apagar incendios aquí. Tienen que procesarlo y hacer un informe. Pronto tendrás
noticias. Me aseguraré de que Hunter y Wu sepan que llamaste.
—No puedo tomar el crédito. Eso va para Wu. Hablamos más tarde. —Julian
terminó la llamada.
—No sé cómo hubiera podido salir de esto sin ti, Joaquín. Entraste en mi vida y lo
cambiaste todo.
La besó.
—Eso es lo que iba a decir sobre ti. En cuanto a superar esto, estoy contento de
haber estado aquí. Pero eres una de las personas más fuertes que conozco. Hubieras
estado bien sin mí.
* *
Una hora más tarde, recibieron una llamada de Jack informándoles que Shoals se
dirigía al rancho, esta vez en automóvil. Una vez más, Jack les dio el uso de su
oficina, donde Joaquín y Mia escucharon la versión de la historia de Shoals.
Joaquín quería los detalles sangrientos. ¿Hunter le había golpeado en la cara? ¿Le
había golpeado la cabeza con su porra? ¿Le había pateado en las pelotas?
—Encontramos una gran cantidad de heroína en su poder, junto con otras drogas
ilegales y un arsenal que incluye varias armas de fuego de nueve milímetros. Una de
ellas fue encontrada en su vehículo.
Joaquín quería una prueba sólida como una roca. Quería oír cómo la puerta de la
prisión se cerraba y la llave giraba.
—Encontramos una sudadera con capucha negra para lavar. Powell es demasiado
inteligente para guardar las otras cosas en su casa. Suponemos que tomó lo que
necesitaba y arrojó el resto en un contenedor de basura en un callejón. Seguiremos
buscando, por supuesto. El hecho de que hayamos efectuado un arresto no significa
que dejemos de investigar. Nuestro caso contra él no depende de esos elementos.
Tenemos filmaciones de vigilancia que muestran a un hombre de su estatura y peso.
Más que eso, tenemos ADN de la escena. Aceleramos el ADN que les quitamos a
ustedes dos, así como también el ADN que el tirador dejó en la escena del crimen.
Las pruebas revelaron tres fuentes distintas. Tomaremos una muestra de Powell
mañana.
—Ahora está bajo arresto, por lo que no tiene otra opción. La policía puede
obligarle a prestar declaración.
—Bien. —Joaquín estaba feliz de escucharlo.
—También, les puedo contar esto, un conocido traficante de drogas fue asesinado
en Denver anoche, disparado en un callejón a quemarropa. Los testigos vieron a un
hombre con una sudadera negra huyendo. Las pruebas preliminares en los casquillos
que recogimos en la escena también relacionaban ese tiroteo con Powell.
—Demasiados asesinatos. —Mia se frotó las sienes—. ¿Cuáles son los cargos
contra él?
Shoals sonrió.
—Intente no preocuparse por eso. —Eso fue fácil de decir para Shoals—. Si hay un
juicio, no pasará en meses.
La expresión en la cara de Shoals le dijo a Joaquín que creía que era una pregunta
tonta.
—¿Escapar? En serio…
—Eso no es lo que quise decir. ¿Podría el juez dejarlo en libertad bajo fianza o algo
así?
Joaquín sabía que esas últimas palabras eran la forma en que Shoals reconocía el
riesgo que Mia asumió al compartir información clasificada con su agencia.
Después de que Shoals salió de la habitación, Joaquín tomó a Mia en sus brazos.
—¿Estás bien?
Ella asintió.
—No podía creer que fuera real cuando comenzó, y ahora que se acabó, no puedo
creer que sea real tampoco.
Mia les contó las buenas noticias, incluida la parte sobre Hunter golpeando a
Powell.
—Son buenas noticias, Mia. Estamos muy felices por ti —Janet la abrazó.
—Gracias a todos por todo. —Mia la abrazó—. Supongo que querréis que
salgamos de la cabaña de invitados.
—¿Alguien dijo eso? Quedaos todo el tiempo que queráis. Estáis entre amigos
aquí, Mia. No dudes en venir a visitarnos en cualquier momento.
—Gracias.
—Por supuesto que sí. —Jack se acercó a Joaquín y a Mia—. Espero que os unáis a
nosotros para la cena porque estoy asando bistecs en tu honor.
Decir adiós a la cabaña fue más difícil de lo que Mia había imaginado. Agotada
por otra noche de malos sueños, se encontró a punto de llorar mientras empacaba sus
cosas y se preparaba para irse. Los cinco días más felices de su vida habían sido
vividos aquí. La cabaña había sido santuario, refugio, su pequeño nido de amor.
Joaquín debió haber sentido su tristeza porque la apartó mientras Nate cargaba su
bolso en la camioneta.
Él la besó, sonrió.
Con los dedos entrelazados, se sentaron uno al lado del otro en la parte delantera
de la camioneta de Nate, Mia hacía todo lo posible para ignorar la ansiedad
persistente que la consumía.
Powell estaba encerrado. El FBI estaba seguro de que él era el asesino. Se terminó.
Pero una sensación de malestar se mantuvo con ella durante todo el día, jugando
en su cabeza como una nota equivocada, molestándola, y no podía sacudírsela. Ni
cuando desempacaron, fueron a comprar comestibles e hicieron el almuerzo juntos.
Ni cuando fueron al gimnasio de Joaquín para hacer ejercicio. Ni cuando ella llevó a
Joaquín al depósito de la policía para que pudiera sacar su camioneta del depósito de
pruebas y remolcarla a un garaje. Ni siquiera cuando cenaron con los padres de
Joaquín, que trataron a Mia como si fuera una hija perdida hace mucho tiempo.
Ella pensó que estaba haciendo un buen trabajo al ocultar su ansiedad, hasta que
regresaron a su apartamento y Joaquín lo mencionó.
—Oye, no tienes que fingir conmigo. Has estado preocupada por algo todo el día.
No te lo guardes para ti.
—Tengo la sensación de que algo anda mal, que algo terrible está por suceder, y
no puedo librarme de ella.
—Has pasado por muchas cosas en las últimas dos semanas. Creo que cualquiera
que esté en tu situación se sentiría de la manera en que lo haces ahora. —No utilizó el
término estrés postraumático, pero ella sabía que eso era lo que quería decir.
—Supongo que tiene sentido. —Pero no era así. Realmente no—. Serví en una
zona de combate con un hombre que me odiaba e intentaba hacer de mi vida un
infierno, y no me sentía así. Cuando cierro los ojos, vuelvo a estar en el ascensor.
Cuando estoy despierta, sigo viéndole allí en ese balcón mirándome y luego
alejándose.
—Es como si estuviera olvidando algo, algo importante. No puedo dar con el quid
de eso. Lo siento. No soy muy divertida esta noche.
Joaquín se puso de pie, se colocó detrás de ella y apoyó las manos en sus hombros.
—No te disculpes. No espero que me entretengas. Por lo que estás pasando, esta es
la vida real. Te dije que no iría a ningún lado, y lo dije en serio. Dime, Mia, ¿qué estás
sintiendo?
Ella se volvió, lo miró, sus palabras golpearon el clavo en la cabeza, desatando una
ola de pánico.
—No. No puedo decir por qué. Estoy siendo estúpida. Probablemente sea solo
estrés, ¿verdad? Si la policía y el FBI dicen que Powell lo hizo...
Una parte de ella solo quería olvidar, pero no podía pensar en nada más por el
momento.
—Serviré el vino.
* *
—Demonios si lo sé.
—¿Por qué Powell querría matar a Andy y Jason? Pensaba que Andy era gracioso,
el idiota de la compañía, siempre metiéndose en problemas. A todos les gustaba
Jason.
—No lo sé. Dudo que Andy hubiera dicho algo. Él mismo estaba involucrado.
Jason fue quien descubrió que habían estado expuestos al agente mostaza. Le
recuerdo preguntando una y otra vez cómo habían sido expuestos, y nadie se lo dijo.
Hizo una nota al lado del nombre de Jason, luego anotó sus siguientes preguntas.
—Powell no es idiota. ¿Por qué dejaría casquillos y balas? ¿Por qué empezaría a
matar gente ahora todos estos años después?
—Sí, no tengo nada allí, a menos que esté medio loco por las drogas o alguna
mierda.
—Trata de relajarte.
—Bien.
Alzó la vista y descubrió que Mia lo miraba con los ojos muy abiertos.
Ella se puso de pie otra vez, recorriendo todo el largo de su pequeño comedor.
—¿Qué hay de Jason y Frank? ¿Tenía alguna razón para querer matarlos?
Mia levantó su vaso de vino, bebió un sorbo y luego volvió a sentarse, con una
expresión pensativa en el rostro.
—¿Su rango? Andy era un E2, un soldado raso de segunda clase. Jason era joven.
Creo que era teniente primero en ese momento.
Joaquín tomó su lápiz y anotó los nombres de los hombres, y los de Mia, por
orden de rango. Andy estaba en la parte inferior, y todos los demás involucrados
estaban por encima de él.
—La policía ha pasado por todo esto, ¿verdad? Debieron haber eliminado a Andy
como sospechoso de alguna manera.
* *
Mia hizo todo lo posible por explicarle todo a Wu por el altavoz, contarle sobre su
creciente sensación de que algo andaba mal y explicarle los detalles de lo que ella y
Joaquín habían discutido.
—No puedo encontrar ninguna razón por la cual Powell mataría a Andy y Jason.
Simplemente no tiene sentido hasta que le das la vuelta. Andy nos culpó a todos por
el hecho de que su vida fuera un desastre.
—Señorita Starr, veo por qué está preocupada, y entiendo por qué ha llegado a
esta conclusión. Pero hemos seguido de cerca a Meyer, las tarjetas de crédito, cuenta
bancaria, teléfono móvil e incluso su automóvil. No nos ha llevado a ninguna parte.
Si él está vivo por ahí, le ha dado la espalda a todo lo que poseía. No tiene esperanzas
de regresar sin delatarse a sí mismo.
—Tomamos pelos y una muestra de semen de sus sábanas para que tuviéramos
algo en caso de que encontráramos un cuerpo. No sé si lo han procesado todavía. No
pusimos prisa en ello ni para el ADN en las toallas, solo las muestras que nos dieron
y la sangre de la escena del crimen. Puedo ver las otras cosas por la mañana.
—El hijo de puta mintió sobre su paradero y no quería dar su ADN. Tuvimos que
amarrarlo y tomar sangre, porque él no abrió la boca. ¿Por qué haría eso a menos que
supiera que el ADN lo incriminaría? En más de una ocasión, le dijo a la policía
cuánto le gustaría verla muerta.
—¿Qué pasa con la seguridad de Mia? Usted confiscó su arma de fuego. ¿Puede al
menos poner una patrulla en su casa?
—Puedo hacer eso. Haré todo lo que pueda para devolverle la pistola
rápidamente.
Julian debía haber estado tomando notas porque repitió lo que le habían dicho.
—Puedo llamar al laboratorio, ver si hay alguien allí. Si aún no lo han procesado,
dijiste que Wu no se apresuró a hacerlo, entonces eso no te ayudará en absoluto.
¿Dijiste que Wu está haciendo patrullas adicionales en tu calle?
—Wu es un buen tipo. Si dijo que lo hará, lo hará. Verificaré para asegurarme de
que la orden se haya pasado. ¿Cuál es tu dirección, Mia?
—Sé que sonará a locura, pero me siento mejor. El simple hecho de saber que
investigarán esto me hace sentir más segura.
—El laboratorio comenzó la prueba de ADN en las toallas esta mañana. La sangre
en las toallas y la alfombra de baño no es sangre humana en absoluto. Todavía no
saben lo que es, pero no es humana.
* *
Mia se detuvo tan repentinamente que Joaquín tropezó con ella, una expresión
atónita en su rostro.
—La pierna de Powell. Su herida de metralla. Cojea. El hombre del club nocturno,
el hombre que me disparó, no cojeaba. Eso es. Eso es lo que me ha estado
carcomiendo.
—Eso es lo que tus pesadillas han intentado decirte. —Joaquín le envió esa
información por mensaje de texto a Darcangelo, y luego siguió a Mia el resto del
camino escaleras arriba.
Él todavía no había desempacado, así que sacó los artículos de tocador del baño,
los metió en su mochila y estaba listo para irse. Mia había guardado todo, así que la
ayudó a empacar bragas, artículos de tocador y algunas mudas de ropa en la bolsa de
lona. Bajaron juntos las escaleras y pusieron las bolsas junto a la puerta.
Joaquín apartó a Mia de las ventanas, sin estar seguro de quién podría estar allí
afuera. No iba a arriesgarse en lo que a su vida se refería. Él la atrajo a sus brazos.
—Eres increíble.
—No tan increíble. Si hubiera recordado la cojera antes, la policía podría tener a
Meyer bajo custodia en lugar de Powell.
—No seas tan dura contigo misma. No has visto a Powell en cuanto ¿cinco años?
—¿Crees?
—Darcangelo dijo que el oficial debería estar aquí en diez o quince minutos.
Mientras Mia corría escaleras arriba para usar el baño, Joaquín revisó su pistola de
nuevo, tentado de tenerla en las manos. Usando lo que había aprendido en el campo
de tiro con Hunter y Darcangelo, se encontró evaluando el apartamento de ella en
términos de seguridad. Puertas correderas de cristal. Muchas ventanas. Plano de
planta abierto. Pobre cobertura.
Echó un vistazo a su reloj otra vez, vio que ya habían pasado quince minutos.
¿Dónde estaba este policía?
—Correcto. Vale.
Mia se sentó, su mirada moviéndose por las ventanas. Pasaron unos segundos y
luego... Rojo, azul, blanco. Rojo, azul, blanco. Los colores de las luces de la policía
destellaron contra sus cortinas corridas.
—Espera. Llamará.
—Totalmente cierto.
El timbre sonó.
—Hola, Petersen.
Sucedió todo a la vez. Balazos. Mia gritando. La mirada atónita en los ojos de
Petersen mientras se derrumbaba por las escaleras.
Joaquín levantó su pistola justo cuando algo lo golpeó con fuerza en el centro del
pecho Sus piernas parecieron desaparecer debajo de él, el mundo se desvanecía a su
alrededor.
Mia.
Ella lo agarró, trató de sacarlo de la entrada justo cuando un hombre con una
sudadera negra salió de detrás de su coche.
Meyer.
Eso fue todo lo que logró decir antes que el dolor y la oscuridad se lo llevaran.
Capítulo 21
Ella se dirigió hacia la escopeta, y luego se dio cuenta de que ir tras ella la pondría
en la línea de fuego, las pesadas pisadas de Andy ya sonaban en los escalones de la
entrada.
Ella corrió hacia las escaleras justo cuando el hijo de puta despejaba la puerta
principal y abría fuego otra vez.
Su brazo derecho se entumeció, los paneles de yeso explotaron frente a su cara, las
balas desgarraron las paredes, su propia sangre salpicó la pintura blanca.
¡Mierda!
Llegó al rellano, corrió a su habitación y cerró la puerta con llave, usando su brazo
izquierdo para bloquearlo con una silla. Ella retrocedió, corrió hacia su teléfono,
marcó el 9-1-1. Dio a conocer su nombre y dirección.
Sabiendo que solo tenía unos momentos, dejó el teléfono, lo mantuvo en línea y se
dirigió al armario, en busca de algo, cualquier cosa, que pudiera usar como arma.
Mia miró hacia abajo, vio sangre goteando de sus dedos. Maldición. No tenía
tiempo de hacer un torniquete. Si Andy atravesaba esa puerta, su brazo sería el
menor de los problemas.
¡Joaquín!
Ella se cubrió lo mejor que pudo dentro del armario. No le daría a Andy un
objetivo claro o fácil. Si ese cabrón la quería, tendría que luchar.
Eso solo lo enfureció más, los sonidos provenientes de fuera de la habitación eran
más animales que humanos.
Mia extendió el brazo izquierdo fuera del armario, apuntó el espray de defensa
hacia su rostro, alcanzándole justo en los ojos.
—¡Perra!
Ella saltó fuera, se lanzó a por la pistola, la agarró con su mano izquierda, su brazo
derecho completamente inútil. Él la pateó, alcanzándola en el esternón y tirándola
hacia atrás, un dolor aplastante le quitó el aire de los pulmones. La pistola se deslizó
por el suelo del dormitorio. Trató de alcanzarla, el dolor casi la hizo vomitar.
Andy la agarró por el pelo, tiró de ella para ponerla de pie y la arrojó sobre la
cama.
—¡Arruinaste mi vida!
—¡Arruinaste tu propia vida, triste pedazo de mierda! —Ella le dio una patada tan
fuerte como pudo, golpeándole la cara y la garganta, el dolor en su pecho dificultaba
la respiración.
¿Costillas rotas?
Con los ojos enrojecidos y llorosos, él cayó sobre ella, envolvió las manos
alrededor de su garganta y apretó, tratando de estrangularla.
Ella cogió un palo de esquí con la mano izquierda y le metió la punta afilada en la
sien. Él gritó y la soltó, la sangre fluía de una herida en su cabeza ahora.
Mia tomó aire, el dolor atravesó su pecho.
Él echó atrás el puño y la golpeó con fuerza en la mejilla, el dolor estalló dentro de
su cráneo, las luces bailaban ante sus ojos, la oscuridad la arrastraba hacia abajo.
¡Mantente despierta!
Si no lo hacía, moriría.
Luchó contra la oscuridad, abrió los ojos y vio a Andy recuperar la pistola.
Se terminó.
—Tienes que irte, Andy. Tienes que escapar. Ya casi están aquí.
—No me importa. —Dio unos pasos hacia atrás, con la pistola apuntando hacia
ella—. Cuando estés muerta, me voy a meter una bala en la cabeza. No tienes idea de
lo difícil que fue llegar hasta el final, vivir con este dolor todos los días. He querido
terminarlo por tanto tiempo, pero me aferré para poder verte morir primero.
¡BAM!
¡Joaquín!
Él yacía sobre su vientre en el rellano, con la pistola levantada con una mano.
—Quédate... abajo...
Mia no podía estar segura de si Joaquín estaba hablando con ella o con Meyer.
Rodó fuera de la cama, cubriéndose como pudo, justo cuando Meyer levantó su
pistola de nuevo.
—¡No!
Mia luchó por ponerse en pie, apartó la pistola del bastardo y la levantó,
metiéndosela en la cintura antes de apresurarse hacia Joaquín.
Tiró de él para ponerle de espaldas, el acto físico hizo que el dolor en su pecho
fuera insoportable. Se arrodilló y tocó su rostro. Estaba pálido, frío y temblaba por la
conmoción y la pérdida de sangre. Su anorak y su camiseta estaban empapados de
sangre, un rastro de color rojo se abría desde la amplia puerta de la sala de estar y
subía las escaleras. Él la miró, el dolor cubría su rostro.
—¿Estás... a salvo?
Salió corriendo al baño, agarró unas cuantas de toallas y corrió a arrodillarse junto
a él, el dolor en su pecho hacía que cada respiración fuera un esfuerzo. Le rasgó la
camisa, vio una herida de bala en la parte superior derecha del abdomen y presionó
una toalla doblada contra ella, aplicando tanta presión como pudo con una mano.
Ahora su brazo palpitaba, la sangre goteaba por debajo de la manga del anorak,
manchando su mano de rojo. Pero él estaba mucho peor, la sangre empapaba
rápidamente la toalla.
Ella agarró otra, la colocó sobre la primera y presionó con más fuerza.
—Estás... llorando.
¿Estaba llorando?
—Quédate conmigo, Joaquín. —Las lágrimas corrieron por sus mejillas—. Por
favor, quédate conmigo. Te quiero, Joaquín. Te quiero. Por favor, no me dejes.
Él parecía luchar por cada palabra, sus ojos marrones mirando a los suyos, su
amor por ella brillaba a través de su dolor.
* *
—Ocho-veinticinco, adelante.
—Parece que sí. —La voz de Julian otra vez—. Mató al tipo con cuatro disparos:
uno en la pelvis y tres en el centro del pecho. Su habitación parece una zona de
guerra.
Debió haberse desmayado otra vez porque cuando abrió los ojos, estaba llorando
de dolor, un técnico de urgencias con guantes azules tocaba con los dedos su pecho
desnudo.
—Parece que se lo merecía. Escuché a uno de los policías decir que mató a tres
personas, incluido un general de brigada.
Andy estaba muerto. Sirenas. Gente corriendo. Una enfermera poniendo una
intravenosa en su brazo.
—Mia, vamos a darte algo de oxígeno y algo para el dolor, ¿de acuerdo? Luego,
vamos a hacer un escáner de tu pecho.
* *
—Mia, estás en la sala de recuperación. Soy el Doctor Aito. Te sacamos esa bala
del brazo y volvimos a unir tu húmero con algo de titanio. También reparamos el
nervio dañado. ¿Cómo te sientes?
En cirugía.
Gracias a Dios.
Joaquín estaba vivo, pero su vida todavía estaba en peligro.
* *
Mia despertó al ver la luz del día pore la ventana de la habitación del hospital, sus
pensamientos borrosos por la morfina.
—Estás despierta. —Isabel, la madre de Joaquín, estaba de pie junto a su cama, con
una mano reconfortante apoyada en su brazo izquierdo—. ¿Cómo te sientes?
—Joaquín, ¿él está...? —Oh, le dolía respirar, el dolor en su pecho aún agudo.
—La bala le alcanzó el hígado. Lo superó con la cirugía. El médico dijo que
tuvieron que darle cuarenta unidades de sangre. Lo mantuvieron en la UCI toda la
noche, pero ahora está estable.
¡Gracias a Dios!
—Yo también. También he estado preocupada por ti, hijita. También estás herida.
Cuéntame cómo estás para que pueda decírselo a Quino.
—Tengo el esternón roto donde Andy me pateó, pero sin daño al corazón. Una
bala me rompió el brazo, pero lo volvieron a arreglar. También creen que tengo una
conmoción cerebral.
—Haremos que eso suceda pronto, pero por ahora, necesitas descansar. —Le dio
unas palmaditas en el brazo a Mia—. Puedo ver por qué mi hijo se enamoró de ti.
Eres muy valiente.
Una imagen de Joaquín tendido boca abajo en la parte superior de las escaleras,
con la pistola en alto, pasó por su mente. Sangrando, dolorido y débil, se arrastró por
la sala de estar y subió las escaleras para salvarla.
—No entiendo por qué eres tan amable conmigo. Joaquín casi muere tratando de
mantenerme a salvo. Él me retuvo, abrió la puerta y...
—La única persona a quien culpar es al bastardo asesino que le disparó, y está
muerto. Estoy orgullosa del hombre en el que se ha convertido mi hijo. Si él te quiere
tanto que está dispuesto a dar su vida por la tuya, entonces yo también te quiero.
Ahora eres parte de nuestra familia.
—Gracias.
—La mayoría de la familia ha estado aquí. —Isabel sonrió—. Nos organizaron una
habitación especial anoche porque estábamos ocupando la mayor parte del área de
espera de cirugía. —Eso hizo que Mia sonriera también, y le dejó un dolor en el
corazón. Sabía que el departamento de policía había contactado con sus padres.
Aparentemente, acababan de partir en un crucero y estaban en algún lugar del Golfo
de México. Le habían enviado flores y una tarjeta, pero no habían bajado del barco y
habían regresado a Estados Unidos para verla.
—Eres un tirador tremendo, Ramírez —dijo Hunter—. Disparaste con una sola
mano, ¿no?
—Creo que disparar en el campo de tiro de la policía dio sus frutos —agregó Matt.
—Escuché que acaban de sacar a Petersen de la UCI. Creo que la bala le abrió un
agujero en el pulmón. Estuvo a punto de desangrarse.
—Me alegra que lo haya logrado. —Joaquín sabía que podía contarle algo a sus
amigos, pero la admisión que estaba a punto de hacer no era fácil—. Sé que está mal,
pero cuando me enteré de que el hijo de puta de Meyer estaba muerto, me alegré de
haber sido yo quien le había matado.
—Si esperas que uno de nosotros te diga que debes sentir pena por eso, estás
ladrando al árbol equivocado. —Tessa Darcangelo tenía un dulce acento georgiano
que hacía que todo lo que decía sonara educado—. También me alegra que le
mataras.
—Se suicidó —Zach McBride estaba cerca del pie de la cama de Joaquín, con un
brazo alrededor de los hombros de Natalie—. En el momento en que asesinó a ese
camello, comenzó a recorrer un camino que lo puso frente a tu bala. Todo lo que
hiciste fue apretar el gatillo.
—Lo siento mucho, Joaquín. —Sophie parecía pálida y molesta—. Debe haber sido
aterrador para los dos.
Joaquín sabía que escuchar lo que le había sucedido a Mia y a él no podía haber
sido bueno para Sophie, que acababa de ser diagnosticada con trastorno de estrés
postraumático gracias a la celebración de la infernal fiesta de fin de año.
—Voy a reunirme con las agencias involucradas para revisar esta investigación —
dijo Reece—. Hubo un buen trabajo policial, pero hubo algunos descuidos. Necesito
entender lo que sucedió y asegurarme de que nuestras agencias estatales encargadas
de hacer cumplir la ley trabajen juntas de la manera en que se supone que deben
hacerlo.
Ella colocó una copia del periódico en su regazo, las palabras “Tiroteo mortal:
Soldado deshonrado asesina a dos personas, hiere a tres en busca de venganza” —en la parte
superior de la portada.
—Me alegro de que estés bien. —Ella le dio una sonrisa tensa, todavía claramente
enfadada—. Te veo de vuelta en el trabajo pronto.
Joaquín se quedó adormilado mientras Alex contaba lo que sabía sobre Cate y la
fuente a la que le había pedido que robara documentos.
—Mia.
El corazón de Joaquín dio un vuelco al verla. Una de sus mejillas estaba magullada
e hinchada, su brazo derecho vendado y con un cabestrillo, un par de vías
intravenosas en su brazo izquierdo. Su madre le había contado lo que Meyer le había
hecho: el esternón fracturado, una herida de bala que le había roto el brazo, una
conmoción cerebral. Pero aparte de los moretones y la intravenosa, ella se veía...
hermosa.
—Ella dijo que quería verte, y las enfermeras estaban ocupadas. Pensé que no les
importaría si tomaba prestada a su paciente, bueno, y una silla de ruedas.
—¿Fuiste a su habitación?
Holly lo miró.
Mia sonrió.
Mia comenzó a reír, luego hizo una mueca, presionando una mano en su pecho.
—Está bien. Es hora de irnos. —Hunter señaló hacia la puerta—. Vamos a darles a
estas maltratadas aves enamoradas algún tiempo a solas. Probablemente tengan
mucho de qué hablar.
—Está bien. —Holly besó a Joaquín en la mejilla de nuevo, luego acercó a Mia a su
cama—. Mejórate, ¿de acuerdo? Mia, fue encantador charlar contigo. Hablaremos de
nuevo pronto.
Mia extendió la mano izquierda, entrelazó los dedos con los suyos.
—Sabía quién era ella en el momento en que entró. Le conté lo que había pasado y
cómo me salvaste la vida. Le dije que había estado esperando que una enfermera
trajera una silla de ruedas para poder visitarte. Sacó un kit de maquillaje de su bolso,
me maquilló y me peinó, y luego fue a por de una silla de ruedas.
—Esa es Holly.
Joaquín estaba feliz de escucharlo. Le había pedido a su madre que la fuera a ver,
enfadado porque estaba sola sin una familia que velara por ella.
—Me encantaría besarte, pero no puedo incorporarme más sin muchas palabrotas.
Ella levantó la mano de él hacia su mejilla ilesa, volvió la cara hacia su palma y la
besó.
—Tenía mucho miedo, Joaquín. Esos disparos sonaron y caíste, y pensé que te
había perdido. No sé lo que habría hecho.
—Le escuché golpear tu puerta. Quería llegar a ti, pero cuando traté de ponerme
de pie, todo se volvió negro otra vez. Tuve que arrastrarme. Pensé que iba a hacerte
pedazos antes de que yo pudiera llegar. Luchaste muy duramente, pero pude
escuchar que te estaba lastimando. Cuando levanté la vista y lo vi apuntando esa
pistola hacia ti... Madre de Dios.
Joaquín estaba leyendo el artículo de Cate sobre el tiroteo con Mia a la mañana
siguiente cuando el Detective Wu llamó a la puerta y entró en su habitación del
hospital. Pidió tomar sus declaraciones para poder cerrar el caso.
—Si quiere podemos esperar hasta que le den el alta y hacer los arreglos para que
esté presente un abogado de víctimas.
—Estoy bien —dijo Mia, aunque Joaquín podía ver en sus ojos que lo último que
quería hacer en ese momento era revivir como luchaba por su vida.
—No. —Joaquín había terminado con esta mierda. Tenía que ajustar cuentas con
Wu de todos modos. El hombre le había dejado plantado, y Mia y él casi habían sido
asesinados—. Si quiere hablar con cualquiera de nosotros, concierte una cita después
de que hayamos salido de aquí.
Mia lo miró boquiabierta, pero Joaquín pudo ver que estaba aliviada.
Wu asintió.
—¿Liberó a Powell? —Joaquín tenía que saberlo. Si ese hijo de puta estaba en la
calle, Joaquín se aseguraría de que no estuviera en ningún lugar cerca de Mia.
—Esa debe ser la razón por la que se resistió cuando usted trató de tomar
muestras de su ADN —dijo Mia.
—Usted no fue el único que tomó esas decisiones. —Esa era Mia. Con su gran
corazón, estaba dejando libre a Wu—. ¿Qué hay de Shoals y el FBI? También
pensaron que era Powell.
—Lo hicieron, es verdad, pero era mi caso. —Wu se giró para irse—. Oh, una
última cosa. Nunca pensé que fuera la asesina, señorita Starr, pero en ese momento
era todo lo que tenía. Si fuera por mí, rodaría cada cabeza que le falló durante su
tiempo en uniforme.
—¿Estás bien?
—Lo siento por sus víctimas, pero me alegro de que finalmente vayan a obtener
justicia.
—Él también te atacó. No te violó, pero te atacó. También es justicia para ti, de
alguna manera. —Joaquín esperaba que fuera una gran diferencia para ella.
Por un momento, hubo silencio, las noticias de Wu eran muchas para pensar.
—No tienes que hacerlo. Véndelo. Guarda tus cosas hasta que ambos estemos
curados y tengamos tiempo para decidir qué viene después.
—Alguien tiene que limpiar toda la sangre. Tengo que empacar y mover mis
muebles. Pasará mucho tiempo antes de que pueda hacer nada de eso. El médico dijo
que podrían pasar tres meses antes de que pueda levantar algo, no por mi brazo, sino
por mi pecho.
—De verdad —Él vio el alivio abrirse en su rostro y levantó un mechón de cabello
de su mejilla magullada e hinchada—. Las grandes familias vienen con beneficios, y
ahora eres parte de esta familia, ¿recuerdas?
* *
Mia fue dada de alta del hospital dos días después. Ella nunca volvería a su casa, y
no era capaz de hacer cualquier cosa con un brazo roto y un esternón fracturado. No
podía conducir o levantar más de unos pocos kilos con su brazo bueno. Incluso
cepillarse el cabello dolía. Holly la invitó a quedarse en su casa.
—Parecía que una masacre sucedió allí. Estoy muy agradecida de que tú y Joaquín
estéis vivos. No sé cómo fue capaz de gatear todo el camino. Él debe quererte mucho.
—Sí.
—Pero, oye, tengo que llevarte de compras cuando estés mejor —dijo Holly—.
¿Sabías que tienes tres pares de botas de montaña pero solo un par de zapatos de
tacón?
Mia había planeado pasar todo el día todos los días con Joaquín, pero el Percocet
que le habían dado la había noqueado. Si no lo tomaba, tenía demasiado dolor en el
brazo y en el pecho como para funcionar. Solo podía pasar unas pocas horas con
Joaquín cada día, sosteniéndole la mano y saboreando el hecho de que estaban vivos
y juntos. El resto del tiempo, estaba en casa de Holly, hablando con ella o tratando de
dormir.
Holly era exactamente como Joaquín la había descrito: hermosa, rubia y brillante
con un gran corazón. Hacía que les entregaran la cena para las dos cada noche y se
aseguraba de que Mia estuviera cómoda. También le enseñó a Mia cosas que nunca
había aprendido, como cómo aplicarse maquillaje. Por encima de todo, hizo reír a
Mia, incluso cuando la risa le dolía como el infierno.
—Tienes la piel más hermosa, unos ojos preciosos, y labios y pómulos que me
ponen celosa. —Holly secó suavemente el corrector en la mejilla magullada de Mia—
. No necesitas mucho maquillaje. En tu caso, menos es definitivamente más, a menos
que un tipo malo te haya golpeado recientemente en la cara, y entonces más es más.
Tres días después de que le dieran el alta a Mia, se sentaron junto a la chimenea de
gas y comieron comida mexicana que Mateo había entregado en persona. Quería que
Mia supiera que él y su esposa habían comenzado una campaña de recaudación de
fondos para que Joaquín y Mia cubrieran los gastos médicos que no fueron pagados
por su seguro de salud.
—Desde la primera noche en que Joaquín te trajo a mi casa, supe que eras la única,
incluso si él intentaba hacer como si no le importara.
—Eso suena como una historia —dijo Holly después de que Mateo se fue,
sentándose al lado de Mia, un vaso de vino en su mano.
Mia le contó a Holly cómo ella y Joaquín se habían conocido, comenzando desde
el principio.
—¿En serio?
Holly le contó cómo Nick había sido enviado tras ella, engañado por su supervisor
corrupto y creyendo que Holly había traicionado a su país.
—Su jefe pensó que yo sabía algo que no sabía y me quería muerta. Nick no sabía
al principio que yo también estaba con la Agencia. Me secuestró, me interrogó y
recibió órdenes de matarme. Afortunadamente, él tenía una conciencia. Para su
sorpresa, yo no solo estaba con la Agencia, sino que tenía una autorización de
seguridad más alta que la que tenía él.
Mia sabía que eso era cierto. Entonces algo que Holly dijo provocó un
pensamiento.
Holly asintió.
—De la clase de la que no puedo hablar, ni siquiera con las ex oficiales del ejército.
—Me lo imaginé. —Aliviada de tener a alguien con quien poder hablar, Mia
compartió toda la historia de Tell al-Sharruken con Holly desde la primera vez que
había informado a Powell por el saqueo hasta la noche en que Meyer se metió con
Joaquín y ella.
Mia asintió.
—Todo es confidencial. Frank me dijo que no podía hablar sobre Tell al-Sharruken
con nadie. Cuando me di cuenta de que los asesinatos probablemente tenían algo que
ver con lo que había sucedido allí, se lo dije a la policía: Marc, Julian y al detective
Wu, y luego al FBI. Había vidas en juego. No podría cuidarme y dejar que otros
murieran. Pero Meyer está muerto. Powell irá a prisión. Frank está muerto. Supongo
que ya se acabó.
—Ya lo veremos.
* *
Nueve días después del tiroteo, Joaquín regresó a casa del hospital. Su hermano
Antonio lo recogió y los llevó a él y a Mia al apartamento de Joaquín, cargando las
cosas de Joaquín por él mientras se abrían paso por el estacionamiento hacia el
ascensor. El vidrio en la puerta de seguridad había sido reemplazado. Desde la
distancia, parecía que nada terrible había sucedido allí.
Él sabía que esto no iba a ser fácil para ella. Sus pesadillas, incluso las que había
tenido desde la noche del tiroteo, todo comenzó aquí con ella de pie frente a estos
ascensores.
Joaquín le lanzó una mirada que cerró su boca, pero la atención de Mia se centraba
en las puertas del ascensor, donde las marcas de las balas perforaron el acero. La
pared aún no había sido reparada. Él se acercó, tomó su mano.
Antonio los instaló, luego bajó para abrir la puerta de seguridad para José Luis y
uno de los miembros de su personal, quienes llevaron las cosas de Mia: su ropa de la
casa de Holly y Nick y el nuevo sillón reclinable que ella había comprado para
dormir hasta que se le curase el pecho. Pusieron la ropa en el armario de la
habitación, colocaron el sillón reclinable junto a la cama de Joaquín, y luego
movieron el televisor de pantalla plana y el reproductor de DVD al dormitorio,
hablando entre ellos en español hasta que Joaquín les recordó que Mia no podía
entender.
—Mamá estuvo aquí con la tía Aleta, así que tu refrigerador debería estar lleno.
Papá y yo vamos a recoger tu camioneta mañana. ¿Algo más, hermano?
Joaquín tuvo que sentarse, la pequeña caminata que acababa de hacer le agotó.
—Creo que estamos bien, hombre. Gracias. Gracias a ti, también, primo.
—De nada... eh... De nada —dijo José Luis—. Llama si necesitas algo.
—Esas son buenas noticias. —La familia de Joaquín se había unido y se había
ocupado de la casa en cuestión de días, todas sus cosas ahora estaban almacenadas.
Si su apartamento se vendiera rápidamente, pronto sería libre para mudarse a otro
lugar. Él tenía ideas sobre eso.
Su rostro se iluminó.
—¿Qué?
—Me encanta tu casa. Es donde me besaste por primera vez. La vista es increíble
Pero el estacionamiento, los ascensores... Tal vez solo soy débil, pero me va a llevar
tiempo superarlo.
Quería poner un brazo alrededor de su hombro y atraerla contra él, pero habría
sido insoportable para ella.
—No eres débil, Mia. Creo que cualquiera que haya vivido lo que has vivido se
sentiría de esa manera. Veamos cómo va. Si es demasiado difícil para ti, crearemos
otro plan. Lo importante no es este apartamento. Es que los dos estemos juntos.
Mia se sentó frente a él, con cuidado de mantener la parte superior del cuerpo
quieta, con una pequeña sonrisa en los labios.
—¿Es así como será cuando seamos viejos, los dos gimiendo y quejándonos?
—Tal vez.
* *
Las siguientes seis semanas estuvieron entre las mejores que Mia podía recordar.
No, los ejercicios que tenía que hacer por su brazo todos los días no eran divertidos,
y aún tenía que dormir en el sillón reclinable en lugar de acostarse con Joaquín.
Hubo pesadillas, y hubo dolor. Aún así, todos los días se sentía como un tesoro para
Mia.
—En veinticuatro horas, no tendremos que volver a usar condones —dijo mientras
Joaquín los llevaba a casa.
Ahora podían dar caminatas más largas, así que una mañana Mia lo llevó a
recorrer los Jardines Botánicos, mostrándole sus jardineras favoritas, que, tenía que
admitir, no tenían mucho para ver en este momento.
—De acuerdo. —Joaquín miró el suelo desnudo, salpicado de matas de hierba seca
y arbustos desnudos.
Joaquín se inclinó.
—Sí.
—Un día, cuando tenga mi propio jardín, voy a tener matas de Bouteloua gracilis
creciendo por todas partes.
—Gracias, señor, por todo lo que hizo para tratar de mantenernos a salvo.
—Cada vez que subimos en el ascensor, veo lo que te hace. No quiero que vivas en
un lugar que te recuerde a Meyer. Creo que es hora de empezar de nuevo, juntar
nuestro dinero y encontrar un lugar que poseamos juntos, un lugar sin malos
recuerdos.
—Es quien era antes de conocerte. Busquemos un lugar que sea nosotros.
—Eres un miembro valioso del personal, y estamos muy contentos de que estés
aquí con nosotros de nuevo —dijo Kevin, hablando en nombre del grupo.
Michael, el jefe de seguridad, la llevó a un lado para decirle que habían cambiado
sus protocolos de seguridad a la luz de lo que había sucedido y ahora revisaban las
bolsas grandes o mochilas que los invitados querían llevar a los jardines.
—Si hubiéramos hecho eso, tal vez hubiéramos atrapado a ese bastardo mucho
antes de que tuviera la oportunidad de apuntarte con un arma.
Entonces todas las cabezas de los hombres giraron, sus mandíbulas cayeron,
incluso la de Michael.
Holly cruzó la habitación, vistiendo una chaqueta de motorista de cuero negro con
una falda de cuentas gris y botas de cuero.
—¿Qué pasa?
—Cobra International Solutions, ahí es donde trabajo, tiene estrechos vínculos con
el Pentágono que se extienden hasta lo más alto. Le dije a mi jefe lo que compartiste
conmigo, y nuestra organización se puso a trabajar en ello. Tuvimos algunas
conversaciones con personas clave en el Departamento de Defensa. Frank te mintió.
Los oficiales del ejército enterraron lo que sucedió en Tell al-Sharruken, pero los
documentos nunca fueron clasificados. Frank solo quería silenciarte. Se habla de
audiencias en el Congreso, así que tarde o temprano saldrá a la luz.
—Quiero que tengas esto. La historia debe ser tuya para contarla.
Capítulo 23
—¿Estáis viviendo juntos ahora? —Cate hizo la pregunta con una sonrisa, pero
había un trasfondo de ácido en su dulzura.
—Señorita Starr. Me alegra ver que se ha recuperado. —Se sentó, los miró—. ¿De
qué se trata esto?
Mia empujó la carpeta, que contenía copias de los originales, sobre la mesa hacia
Tom.
—Todo lo que voy a decirle está incluido en estos documentos, que son archivos
que datan de 2013. Me dijeron que estaban clasificados, pero eso era una mentira.
Ahora que sé la verdad, puedo compartirlos con usted.
Tom abrió la carpeta, echó un vistazo a las páginas y luego volvió a mirar a Mia,
con un asomo de sorpresa en la cara.
—Estoy escuchando.
Mia le contó a Tom lo que había sucedido, comenzando con el acoso sexual y
abuso verbal de Powell y continuando con los eventos en Tell al-Sharruken y el
posterior encubrimiento.
—Andrew Meyer me culpó por el hecho de que no podía obtener beneficios por
discapacidad, a pesar de que no tuve nada que ver con esa decisión. Quería matar a
todos los que pensaba que habían desempeñado un papel en su despido y la falta de
beneficios, y luego planeó suicidarse.
—Por supuesto que lo sabían —espetó Cate—. Esto debe ser lo que mi fuente
había escuchado. Es por eso que la despidieron. Tú lo sabías, ¿verdad?
Joaquín asintió.
—Los chicos de Irving lo sabían, y supongo que el FBI y otras agencias de la sopa
de letras también lo sabían.
—Sí, señor, pero pensaron que Powell era el perpetrador. Creyeron lo que yo
creía, al menos hasta el final, que Andrew Meyer había desaparecido.
—¡Lo sabía!
—Le había prometido a Mia que si le decía a la policía lo que había sucedido, no
tendría que preocuparse de enfrentar cargos. Ella confió en mí. No iba a dejar que la
dejaras con el agua hasta el cuello... o en la cárcel.
—¡Señorita Warner! —La voz de Tom resonó por la habitación—. Si sales por esa
puerta, estás fuera del I-Team.
Tom respiró hondo, luego echó un vistazo a las páginas y formuló algunas
preguntas.
—¿Estás diciendo que Powell, el presunto violador, era el líder del saqueo?
—Sí.
—Sí. Esas son copias. —Mia levantó el mentón—. No he hablado con ningún otro
periódico. Quería que el periódico de Joaquín tuviera la historia primero. Pero grabé
una entrevista con Laura Nilsson que está programada para salir al aire mañana por
la noche. Ella tiene la misma información que usted tiene.
Laura había trabajado en el I-Team hasta que el despido de Holly por parte de
Tom la había obligado a dejar el trabajo. Ella era ahora una de las presentadoras de
noticias más queridas en el país con una hora de noticias semanal observada por
millones de personas en todo el mundo.
—Ella está muy bien. Su esposo, Javier Corbray, ayudó a descubrir la verdad sobre
estos archivos para poder contar esta historia.
Tom asintió.
—¿La entrevista se transmite mañana por la noche? Me parece justo. Eso nos da de
plazo hasta mañana para reunir una historia. Gracias, señorita Starr. Haremos lo
posible para contar esta historia correctamente y clavar a estos bastardos contra la
pared.
Se levantó.
—Estaré fuera.
—Mia también confió en mí. Si Cate hubiera obtenido esos archivos, habría sido
culpa mía porque convencí a Mia para que confiara en la policía. Me vi obligado a
elegir entre la mujer que amo y mi trabajo. Hice mi elección.
Tom asintió con la cabeza, sus ojos azules parecían medir a Joaquín.
—Al final, fue lo mejor. Cate habría metido al periódico y a ella misma en muchos
apuros. Lo que más me molesta es que no confiaste en mí. Si me hubieras dicho lo
que estaba pasando, habría frenado a Cate. ¿Alguna vez he tirado a una persona
inocente debajo del autobús por un titular?
En ese caso...
Tom asintió.
—Bueno. Bien. Haré que Syd te quite el horario de turno, y tú y yo podemos
hablar sobre el tipo de tareas que te gustaría hacer.
—Dile a Hughes que venga aquí. Le daré el asiento de Cate, y esta historia.
—Hecho.
* *
Mia estaba sentada en la sala de estar de la gran casa del Cimarrón, niños de todas
las edades corriendo por todas partes, gente hablando y riendo. Todos los amigos del
I-Team de Joaquín estaban aquí con sus familias. Marc y Sophie. Julian y Tessa. Reece
y Kara. Zach y Natalie. Alex Carmichael. Matt. Anna Hughes, que había entrevistado
a Mia para la historia que estaba en el Denver Independent de hoy. Se unieron para
ponerse al día con Laura y Javier, y para ver la entrevista de Laura con Mia en la
pantalla grande en el cine de los West.
Jack y Janet les prepararon un banquete, como siempre, todo, desde higos
envueltos en tocino hasta una docena de variedades de quesos con trozos de
baguette, hasta aceitunas y embutido. Incluso había palomitas de maíz, nachos y
salsa.
—¿Estás nerviosa? —Laura, con su cabello rubio pálido y su belleza sueca, se las
arreglaba para verse glamurosa con vaqueros azules y un suéter Nórdico.
—No estoy nerviosa por la entrevista. Estoy un poco preocupada por las secuelas.
—Lo entiendo.
Mia sabía que no solo estaba diciendo eso. Laura le había dicho a Mia antes de su
entrevista que había sido secuestrada, mantenida cautiva y violada repetidas veces
por el líder de un grupo escindido de Al Qaeda hasta que Javier, que había sido un
SEAL de la Armada en ese momento, la rescató y la ayudó a comenzar su vida una
vez más. Ella había querido que Mia entendiera que no explotaría su situación. Solo
quería contar la historia.
—Basado en mis entrevistas para una historia de seguimiento, creo que se puede
esperar mucho apoyo de la comunidad militar. Eres lo que debería ser un oficial del
ejército, y todos los uniformados lo saben.
—Mi hijo conoció a Megan, y ella lo trajo a la vida. Trajo a este abigarrado equipo
con ella. No hay un día en que no esté agradecido.
—Le encanta tener amigos… cuantos más, mejor. Nate y Javier sirvieron juntos.
¿Lo sabías?
Sonó el timbre.
—Voy yo.
Megan fue a responder. Regresó con Kat, a quien Mia había conocido en el
periódico, y su marido Gabe, junto con sus dos niños en edad preescolar y su bebé de
tres meses, que había nacido durante la crisis de los rehenes de la fiesta navideña.
—Es un placer conocerte, Mia. He oído mucho sobre ti. Hunter y Darcangelo no se
callan.
Mia reconoció a Gabe de la serie de fotos que Joaquín había tomado del tiroteo del
cártel. Le había estado dando a Zach reanimación cardiopulmonar.
—Escuché eso. Gracias a Dios. —Gabe abrazó a Joaquín—. Estoy feliz de que estés
bien, hombre. Me ahorra tener que patearte el culo.
Mia podía decir que Gabe estaba conmovido por lo que le había sucedido a
Joaquín, incluso si trataba de ocultar sus sentimientos detrás del humor.
—Me alegro de que esos dos payasos fueran capaces de ayudar. —Gabe hizo un
gesto con la cabeza hacia Julian y Marc—. Creo que están teniendo una disputa
matrimonial.
Hombres.
—Está a punto de comenzar —dijo Javier, cerveza en mano—. Mia, eres la invitada
de honor.
Tessa fue a buscar a Julian y Marc, mientras que Mia siguió a los otros por el
pasillo. Kat y Sophie llevaron a los niños a la sala de juegos, mientras que los adultos
encontraron asientos en el cine en casa al final del pasillo.
—Sophie simplemente no puede manejar esto en este momento —dijo Marc solo
para las orejas de Mia.
—No necesitas explicarlo. Lo entiendo. —Desde que conoció a Joaquín, Mia había
leído sobre el ataque terrorista en el Hotel Palace y sabía por lo que Sophie había
pasado. Si hubiera sido Mia, y los terroristas se hubieran llevado a Joaquín para
ejecutarlo...
Mia se sentó entre Laura y Joaquín, su pulso se aceleró. Joaquín le tomó la mano y
le susurró algo al oído.
Laura se inclinó.
—Les pedí que rehicieran eso, para hacerlo más nuevo y menos como los Juegos
Olímpicos, pero no. Quieren trompetas y fanfarrias.
—Esta noche, les traemos la inquietante historia de una oficial militar que fue
hostigada, maltratada y casi asesinada por atreverse a denunciar delitos cometidos
por miembros de su propia compañía, incluido su comandante. Esta es la primera
vez que Mia Starr comparte su historia en su totalidad, y lo que nos contó les
sorprenderá. Esta historia incluye imágenes gráficas de lesiones y violencia. Se insta a
los espectadores a ejercitar discreción.
* *
En la segunda semana de abril, Joaquín y Mia se acercaron a su nuevo hogar, que
era parte de la remodelación urbana del viejo aeropuerto de Denver. Antonio y su
equipo habían construido la casa y le habían informado a Joaquín al respecto, para
que él y Mia pudieran hacer una oferta antes que nadie. La casa tenía cuatro
dormitorios, un sótano sin terminar, un estudio, una gran cocina, un porche
delantero envolvente y mucho espacio para amigos y familiares. A Joaquín le
encantaba la sensación moderna y todo el espacio. Pero a Mia le encantaba el jardín,
si se podía llamar a dos mil metros cuadrados de barro y hierba, jardín.
—Bienvenida a casa, mi amor. —La besó en esa boca deliciosa, luego miró su
reloj—. José Luis estará aquí en unos treinta minutos con el camión de la mudanza.
Eso no le daba mucho tiempo. Salieron juntos a explorar, asomándose a todas las
habitaciones, sus voces hacían eco a través del espacio vacío, la luz del sol del
mediodía se derramaba a través de las ventanas sobre suelos de madera dorada,
elegantes entradas arqueadas y encimeras de granito gris.
Lo mejor de todo para ambos fue que venía sin agujeros de bala y malos
recuerdos.
Ella había ganado algo de paz y curación al hacer pública su historia, que había
llegado a los titulares internacionales. Había recibido muchas solicitudes de
entrevistas y también había recibido una llamada telefónica de un general de tres
estrellas que se había disculpado con ella en nombre del Ejército, y le había
prometido que lo harían mejor en materia de acoso sexual.
Parecía mucho más feliz ahora, más confiada, más sociable en la cama y fuera.
Ahora creía en algo más que sus habilidades intelectuales. Creía en sí misma como
una mujer de sangre roja. Y, sí, eso no había lastimado su vida sexual.
Mia se dirigió hacia la puerta corrediza de vidrio que conducía al gran patio de
hormigón de atrás. Estaba impaciente por mirar el barro y la hierba, por supuesto. Él
sabía que iría en esa dirección más temprano que tarde. De hecho, él lo había
previsto en sus planes.
—Sí. —Ella comenzó a contarle sobre los árboles que quería plantar—. Creo que
allí puede ir un arce de dientes grandes11 para el color del otoño. Realmente quiero
algunos pinos en el patio delantero y aquí para que podamos decorarlos con luces
navideñas. ¿No será bonito?
—Sí. Eso suena bien. —Se preguntó cuándo ella lo notaría, una parte de él estaba
emocionada y otra estaba totalmente asustada.
—Estoy dividida entre los pinos mugo y algún tipo de pino de piedra suizo. A los
mugos les va muy bien en Colorado porque están bien adaptados a nuestro clima y
son bastante xéricos12, pero a los pinos les va bien también. Quiero evitar la thuja13.
Simplemente no prosperan aquí.
Era adorable, de verdad, pero necesitaba que ella lo viera antes de que José Luis y
su equipo llegaran y comenzaran a meter cajas por todas partes.
—Bouteloua gracilis.
Se acercó al pequeño tiesto, lo recogió, amorosamente pasó sus dedos sobre las
hojas de la hierba.
Ella le miró.
—Conozco mi hierba.
—Míralo, mi amor.
—¿Por qué estás de rodillas? —Ella lo miró boquiabierta como si él fuera un loco,
que tal vez lo era, y luego se asomó entre las hojas de la hierba—. ¿Qué se supone?
¡Oh, Dios mío! ¡Oh, Joaquín!
Sus ojos se abrieron de par en par, y metió la mano dentro de la mata de hierba
con dedos cuidadosos y sacó el anillo: un único diamante de corte ovalado rodeado
de diamantes y engastado en una antigua banda de oro blanco.
—¡Es hermoso!
—Mia Rose, mi amor, mi alma, ¿te quieres casar conmigo? —Las palabras habían
salido ahora, su corazón latía brutalmente en su pecho.
—Me encanta.
2 de junio
—Guau.
—Te ves impresionante. —Holly estaba de pie junto a ella, radiante, con pinceles
de maquillaje en la mano.
—Te ves hermosa, como una novia. —Isabel le ajustó el velo de encaje pegado al
pasador que mantenía los rizos de Mia lejos de su cara—. Mi hijo es un hombre
afortunado.
—Oh, Mia. —Elena, la dama de honor de Mia, parpadeó para contener las
lágrimas—. Sabía que tú y Quino seríais adecuados el uno para el otro.
—Gracias por tu ayuda. No podría haber logrado esto tan rápido sin ti.
Elena había trabajado con la Mafia de Primos, así es como Mia les llamaba ahora,
para ayudar a Mia a ordenar flores, imprimir y enviar invitaciones, y organizar una
recepción.
Isabel le había prestado a Mia su velo: el mismo velo de encaje antiguo que había
usado en su propia boda y su madre antes que ella.
Holly, que se había convertido en la amiga más íntima de Mia, la había peinado y
maquillado. También la había ayudado a elegir el vestido: un vestido sin mangas
blanco con un escote en forma de corazón que aprovechaba al máximo el pecho de
Mia, y una falda de tafetán de seda que resaltaba su estrecha cintura. Los delicados
detalles de encaje en el escote se asemejaban mucho al encaje del velo de Isabel. Pero
la mejor parte del vestido era la falda.
Mia giró para que su madre, que estaba de pie cerca de la puerta del dormitorio,
pudiera ver también.
—¿Qué piensas?
Su madre le dio una sonrisa tensa, sus ojos hinchados demostraron que había
estado llorando.
Mia sabía que su madre creía que la falta de mangas era inmodesto, pero la
elección del vestido de Mia era la menor de sus objeciones. Lo que preocupaba más a
sus padres era el hecho de que Joaquín había sido criado como católico, y que era
moreno de piel. Nunca lo dijeron claramente, pero ella sabía que era verdad.
Los padres de Mia le habían ofrecido llevarla a la cena, pero habían tomado la ruta
escénica al restaurante de Mateo, lo que retrasó a Mia. Habían pasado todo el viaje
tratando de convencerla para cancelar la boda. Ella pensó que se habían
acostumbrado a Joaquín. Después de todo, casi había muerto tratando de salvarle la
vida. Pero lo que habían dicho en ese viaje le había demostrado a Mia que habían
estado fingiendo que se preocupaban por él.
—Esta es tu última oportunidad, Mia —le había dicho su padre cuando entraron al
estacionamiento del Aztlán—. Termina esto antes de que se convierta en otro
arrepentimiento.
—No me arrepiento, papá. Estoy orgullosa de las elecciones que hice. Esta es tu
última oportunidad. O aceptas que quiero a Joaquín y que me voy a casar con él, o
vete a casa y quédate fuera de mi vida.
—Deja que Elena lleve tu ramo para que puedas sostener tu falda —dijo Isabel.
—Gracias.
—Siento la forma en que nos comportamos la otra noche. No tengo nada en contra
de Joaquín. Solo me preocupo por tu alma.
—Deberías tener una larga conversación con la abuela de Joaquín. Ella también
está preocupada porque no me voy a convertir y no nos vamos a casar en la Iglesia
Católica.
—¿No crees que fue Dios quien trajo a Joaquín a mi vida? —Mia no era una
persona religiosa, pero las palabras le parecieron verdaderas—. Él me salvó, mamá.
Literalmente se interpuso entre mí y una bala, y luego se arrastró por mi
apartamento, casi muriendo, para matar al hombre que intentaba asesinarme.
¿Su madre no entendía?
—Simplemente disfruta tu día. Trataré con tu padre. —Su madre pasó una mano
sobre los rizos de Mia—. Eres una hermosa novia. No dejemos a Joaquín esperando.
* *
Joaquín permanecía de pie con Matt en el Pabellón de las Rosas en los Jardines
Botánicos, el cual había sido cerrado a todos menos a los miembros de la fiesta
nupcial y sus invitados. Las rosas estaban en plena floración, su olor llenaba el aire
No era de extrañar que a Mia le encantara.
—¿El juez recibió su pago? —Joaquín había encontrado un juez de habla hispana
que estaba dispuesto a casarles fuera de su sala de tribunal, por una tarifa adicional.
—Sí. —Matt, el padrino de Joaquín, jugueteó con el capullo de rosa del ojal de
Joaquín—. ¿Te quieres relajar?
Eso explicaba algunas cosas, como por qué Matt ahora estaba divorciado.
—Ahorraste una fortuna en flores teniendo la boda aquí, hombre. Mira este lugar.
—Es extraño que ella trabaje y se case aquí. Estoy seguro de que no me gustaría
casarme en la sala de redacción.
Joaquín se rió.
La mayoría de los invitados habían llegado, sus parientes se mezclaban con sus
amigos del I-Team y los compañeros de Mia, hablando y riéndose entre ellos. Jack y
Nate se abrieron paso entre la multitud con Janet y Megan, Jack con uniforme de gala
del ejército y Nate con su traje azul de la marina. Zach, también, había venido en
uniforme de gala, completo con su Medalla de Honor. Llevaban sus uniformes para
honrar a Mia.
El juez hizo su camino por el pasillo, vestido con túnica negra. Estrechó las manos
de Joaquín y Matt.
Joaquín estaba a punto de decirle que allí era donde Mia trabajaba y que las rosas
eran su parte favorita de los jardines cuando Matt lo interrumpió.
Eso significaba que Mia estaba aquí, y que la ceremonia estaba por comenzar.
—Bien.
Mia.
Todos se pusieron de pie cuando ella entró al pabellón del brazo de su padre.
Joaquín se encontró parpadeando para contener las lágrimas. Había esperado toda
una vida para esta mujer, para Mia. Tantas noches solitarias. Tantos días vacíos.
Hubo momentos en que se había preguntado si alguna vez la encontraría, una mujer
con quien compartir su vida, alguien especial a quien podría apreciar durante el resto
de su vida. Ahora, aquí estaba ella, caminando hacia él.
El padre de Mia colocó su mano en la de Joaquín, pero todo lo que Joaquín pudo
ver fue a Mia.
Él se inclinó, la besó.
Risas discretas.
—Yo, Joaquín Cristian, prometo amarte, Mia, y abandonar a todos las demás
mientras viva. Lo que poseo en este mundo, te lo doy. Te mantendré y sostendré, te
consolaré y te cuidaré, te protegeré y te defenderé, en los buenos y en los malos
tiempos, durante todos los días de mi vida.
—Yo, Mia Rose, prometo amarte, Joaquín, y renunciar a todos los demás mientras
viva. Lo que poseo en este mundo, te lo doy. Te mantendré y sostendré, te consolaré
y te cuidaré, te protegeré y te defenderé, en los buenos y en los malos tiempos,
durante todos los días de mi vida.
Matt le entregó el anillo de boda de Mia a Joaquín, que Joaquín deslizó en su dedo.
—Te doy este anillo como una señal de mi amor y fidelidad y me comprometo, en
cuerpo y alma, contigo.
Mia repitió esas palabras mientras deslizaba una banda de oro blanco en su dedo.
Vítores.
* *
Mia tomó un sorbo del champán que ella y Joaquín habían abierto en la limusina,
mirando a la sala de recepción.
Habían estado trabajando en esto, su primer baile, desde el día que Joaquín se lo
había propuesto. Practicaron hasta que Mia lo dominó y se sintió cómoda en la pista
de baile. Elena había ayudado a Mia a aprender algunos de los elementos más
sensuales de la salsa: ese movimiento sensual y ondulante, toda esa acción de la
cadera.
—Tenemos una sorpresa para el miembro más nuevo de la familia. Mia, prima,
¿estás mirando?
Risas.
Mia se rió también. Nunca su vida había estado tan llena de gente que la amaba
como hoy. Ella les lanzó un beso.
—¡Gracias!
Joaquín la besó.
—Ahora, nos gustaría pedirle a Quino y su bella novia que tomen la palabra y
comiencen esta fiesta con el primer baile tradicional.
Joaquín la habría atraído a sus brazos, pero ella le dio un juguetón empujón y se
apartó de él. Luego se inclinó hacia abajo, se desabrochó el broche y se quitó la falda
completa, dejando al descubierto el minivestido blanco adornado con cuentas.
—¡Ay, carajo! —La mandíbula de Joaquín cayó, su mirada se deslizó sobre ella.
Holly vino y le quitó la falda a Mia, una sonrisa de complicidad en sus labios.
Joaquín dio un paso hacia Mia, la estrechó en sus brazos con fuerza, su mirada
nunca dejó la de ella.
Bailaron como lo habían practicado, sexy y crudo. Todo el amor que Mia sentía
por Joaquín, toda la pasión que había encontrado con él, parecía fluir a través de ella
mientras se movían, Joaquín girándola en sus brazos, sus caderas en sincronía con las
suyas, los cuerpos compartiendo un solo ritmo. Joaquín la arqueó hacia atrás,
inclinándose sobre ella, bajando el rostro hacia el espacio entre sus pechos, besándola
allí mientras terminaba la música.
—No sabía que Ramírez podía bailar así —Mia escuchó que decía Marc.
Joaquín levantó lentamente a Mia de nuevo, la intensidad en sus ojos hacía que su
pulso saltara, sus labios casi se tocaban, sus corazones latiendo juntos.