La Ciencia en El Aula-Paginas-313-21
La Ciencia en El Aula-Paginas-313-21
La Ciencia en El Aula-Paginas-313-21
Gabriel Gellon
Elsa Rosenvasser Feher
Melina Furman
Diego Golombek
Paidós
Buenos Aires • Barcelona • México
INTRODUCCIÓN
Las ideas producidas por la ciencia tienen sentido para los científicos
porque éstos entienden cómo se ha manejado la evidencia, hasta qué punto
las aseveraciones parten de observaciones o de modelos teóricos, qué tipo
de críticas y restricciones se han hecho a determinada línea argumental, qué
significa el apoyo de la comunidad científica o el valor de una publicación,
e incluso en qué contexto histórico o político se ha generado una idea. Es
decir, los científicos están embebidos en el proceso de la creación científi-
ca. Por el contrario, la educación tradicional en el aula ignora casi por com-
pleto el proceso de generación de las ideas, enfocando su atención casi
exclusivamente en el producto final de la ciencia. Esto hace que los alum-
nos lleguen a comprensiones superficiales y frágiles, cuando no francamente
erróneas, de las ideas científicas. Es posible y, a nuestro criterio, imperati-
vo generar una educación en las ciencias cuyo foco sea el proceso de cons-
trucción de las ideas, a fin de que los estudiantes comprendan a fondo el
significado del conocimiento científico.
Debemos aclarar que, en este libro, cuando decimos “ciencia” nos refe-
rimos a las ciencias naturales, que incluyen disciplinas como la física, quí-
mica, biología, geología, meteorología y astronomía. No consideramos
entre ellas a disciplinas que no estudian fenómenos de la naturaleza, como
la matemática y las ciencias sociales. Por ende, cada vez que usemos las
palabras “ciencia” o “ciencias” deberá entenderse que nos referimos a las
ciencias naturales, a menos que se aclare lo contrario.
“aprendedor” permanecía como una incógnita, una caja negra de la que nada
podía inferirse (recordemos, por ejemplo, los estudios en los que se mide el
aprendizaje mediante la toma de pruebas a los alumnos pre-enseñanza y
postenseñanza de un módulo académico, en las que no se evalúa el proceso
de pensamiento). Por el contrario, para los científicos de la cognición lo
verdaderamente interesante es lo que sucede dentro de la cabeza del que
aprende y la disciplina reúne una gran variedad de formas de encarar el
problema.
Al mismo tiempo en que nace la ciencia cognitiva y surgen los trabajos
de investigación sobre los procesos de aprendizaje de las ciencias, apare-
cen, también, los primeros museos de ciencia participativos. La base peda-
gógica de estos museos, claramente articulada en el Exploratorium de San
Francisco, Estados Unidos, es que para aprehender un fenómeno de la na-
turaleza es necesario tener la oportunidad de experimentar y explorar cómo
se manifiesta. O sea que un estudiante necesita involucrarse total y activa-
mente con el fenómeno para llegar a comprenderlo a fondo. Estos museos
novedosos (y altamente exitosos por la cantidad de público que los visita)
permiten, a niños y adultos por igual, una exploración libre de los fenóme-
nos naturales que es inusual (o inexistente) en las aulas.
El saldo de estos treinta años en los que estos tres enfoques han prosperado
y nos han enriquecido es el legado de importantes conocimientos sobre cómo
los alumnos aprenden ciencia. Y la certeza de que la enseñanza tradicional
deja importantes huecos en el proceso de comprensión de los estudiantes.
Los estudios pormenorizados de la adquisición de conceptos científicos
sugieren, en muchos casos, formas de abordaje, secuencias de ideas o tipos
de actividades que promueven la comprensión de dichos conceptos. De ma-
nera general, para que los estudiantes construyan un edificio de conocimien-
tos sólido, resultan necesarios la experimentación, las preguntas frecuentes,
el diálogo socrático, los razonamientos rigurosos, lógicamente consisten-
tes y carentes de circularidades. Todas estas son facetas del buen pensar en
la clase de ciencias. Pero también son características distintivas del pensa-
miento de los científicos cuando hacen investigación. O sea, sostenemos
que para lograr una verdadera comprensión del conocimiento científico es
indispensable saber cómo se adquiere ese conocimiento. De ahí nuestra te-
sis central: la construcción del conocimiento científico en el aula debe re-
flejar de alguna manera la construcción del conocimiento científico por
parte de los investigadores profesionales. La cuestión clave, entonces, es
cómo promover en el aula la construcción por parte de los alumnos de los
conceptos que deseamos enseñar.
Introducción 19
LA CIENCIA Y EL AULA
diantes de ciencia en un aula aprecien cómo surge y se valida una idea teóri-
ca, y cómo cambia con el tiempo por una combinación de evolución interna,
fuerzas sociales y evidencia empírica. Estas ideas abstractas que se inventan
para explicar la evidencia empírica constituyen lo que llamamos el aspecto
abstracto de la ciencia. Si un estudiante no logra distinguir claramente entre
una idea derivada de la observación directa y otra inventada para acomodar
observaciones, no sólo no podrá entender de manera cabal la dinámica inter-
na del proceso científico, sino que tendrá una visión frágil y caricaturizada de
conceptos científicos importantes.
Así como las teorías moldean nuestras observaciones, también las fuer-
zas sociales dentro y fuera de la comunidad científica determinan lo que
conocemos y cómo lo conocemos. Tanto la formulación de ideas por parte
de los científicos como la construcción de conocimiento por parte de los
estudiantes son procesos sociales en los que los participantes interactúan
unos con otros para poner a prueba sus ideas y verificar si encajan con las
de los demás. Actualmente se reconoce que el aspecto social del aula es un
instrumento importante para una educación eficaz, un instrumento que está
ausente de las clases en que el profesor expone los contenidos y los estu-
diantes toman nota y resuelven problemas sin interactuar entre sí. El aspec-
to social de la ciencia difiere de su contraparte en el aula, y es necesario
resaltar esa diferencia para poder hacer al aula más científica. Mientras que
en el aula puede existir un árbitro con autoridad, como puede ser el docente
o el libro de texto, la actividad científica construye sus conocimientos me-
diante el consenso informado de una gran multitud de participantes, ningu-
no de los cuales es depositario a priori de la verdad. El proceso de crítica y
mutua corrección por pares es característico de la ciencia y aparece en los
sistemas de referato para la publicación de artículos en revistas profesiona-
les y para la evaluación de proyectos de investigación. Las ideas o explica-
ciones a las que la ciencia arriba no resultan “ciertas” mediante criterios
objetivos, infalibles y externos al grupo que debate sobre ellas; más bien se
aceptan cuando la vasta mayoría de los participantes está convencida más
allá de toda duda razonable.
A veces los estudiantes (o el público lego en general) miran con apre-
hensión este aspecto de la ciencia, como si negara todos los demás. Si todo
depende de consensos y no hay criterios “objetivos”, definitorios, ¿enton-
ces la ciencia es un mero juego subjetivo en el que cualquier respuesta es
válida? Para comprender que no es así, los estudiantes deben de alguna
manera participar de la generación de conocimiento en grupo, a través de
discusiones e intentos de persuasión en los cuales la evidencia empírica y
22 LA CIENCIA EN EL AULA
miento científico. Una clase teórica clásica no puede brindar todas estas
herramientas, pero tampoco pueden surgir del mero juego. El docente debe
crear las condiciones que resulten una guía eficaz para la indagación y el
desarrollo de las ideas científicas por parte de los alumnos.
Este libro consta de cinco partes, cada una de las cuales examina uno de
los aspectos de la ciencia que hemos descripto en esta introducción. Cada
parte comienza con un capítulo en el que se discute el aspecto en cuestión,
mostrando cómo se expresa en el quehacer científico, cómo se puede llevar
al aula y qué prácticas pedagógicas se pueden usar para incorporar este
aspecto a la tarea educativa. Cada uno de estos capítulos expositivos va acom-
pañado de dos capítulos ilustrativos en los cuales se dan ejemplos concretos
de actividades educativas que incluyen las prácticas pedagógicas sugeridas.
Ofrecemos ejemplos que ilustran una variedad de formatos, desde prác-
ticas de laboratorio y clases altamente centradas en el docente, hasta guías
de indagación mediante las cuales los estudiantes pueden construir su pro-
pio conocimiento, incluyendo también teatralizaciones y discusiones abier-
tas. En cuanto al contenido, hemos incluido ejemplos de varias disciplinas,
como química, biología, física y astronomía, entre otras.
Creemos que los ejemplos sugeridos exploran una cantidad suficiente
de temas y formatos como para dejar al lector con la idea de que nuestro
enfoque puede usarse en una gran variedad de circunstancias, y que no es
sólo posible sino deseable que los docentes experimenten con sus propias
actividades. Como en la investigación científica, la innovación en el aula
depende enormemente de la creatividad individual y también, creemos, de
la crítica mutua y la exploración conjunta. Al igual que en la investigación
científica, para llegar a buen puerto en la enseñanza no existe un método
único o una receta infalible. Pero cuanto más involucrados estemos en el
proceso de desarrollo de las ideas, más maravilloso será el resultado.