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ESPACIO POLITICO Y LITURGIA DEL PODER EL SABER CEREMONIAL Hasta no hace mucho tiempo, los historiadores, obsesionados por los he- chos, los acontecimientos y los datos prestaban poca o ninguna atencién a ritos, fiestas y ceremonias, las cuales aparecfan en su relato como noticias curiosas 0 anecdéticas, cuyo estudio era materia reservada a etndlogos, antro- pologos y folkloristas. Desde mediados del siglo xx, la permeabilidad exis- tente entre las diferentes ciencias sociales y sus métodos ha permitido abrir al campo de los estudios histéricos escenarios de investigacién nuevos e inédi- tos que se adentran en el ambito de Jas culturas y las mentalidades. Muchas veces, las primeras incursiones han venido desde vida cotidiana en di reino del (Goneore en los siglos xvi y xvi, de Georges Ba- landier, publicado en 1970, 0 Negara, de Clifford Geertz, publicado en 1981, invitaron a los historiadores a fijarse en un campo que habfan ignorado y que ofrecfa un material riqufsimo para el conocimiento del pasado. La historia cultural, como corriente o escuela, recogié el testigo, y ceremonias, fiestas y ritos fueron objeto de una nueva lectura, confluyendo con otras corrientes yaespacios donde se hacfa la politica y no adomos o ropajes externos a ella, los actos de coronacién, ademas de ser un vistoso espectaculo, no eran un orna- mentowdellairealezayeran la realezi. Asi, tales actos no constitufan instrumen- tos accesorios 0 decoratiyos.deJa.politica, cran.cn.simismos laexpresiGn por excelencia de la misma. Es decir, el ritual se contempl6 no como una fun- ci6n expresiva, sino como una herramienta de gobierno, por no decir su mis- ma esencia, de ahi la noci6n acufiada por Geertz de «Estado-teatro», pues el ceremonial constitufa la sociedad, la organizaba y cartografiaba su compo- sicion, definiendo las funciones reconocidas a cada individuo y grupo, su identificacion en la comunidad, describiendo Ja jerarquia social’. El «geertzismo» impregn6 un buen ntimero de estudios que pusieron de moda Ia historia cultural que, pasado el primer entusiasmo, hoy es objeto de matizaciones y correcciones. Son pocos los historiadores que adn sostienen que la sociedad moderna se vehiculaba sdlo como representacién, como Ambito donde realidad y apariencia eran indisting@ibles*sESObVIO que Fitos y ceremonias constituyen ante todo un lenguaje 0, como graficamente sefia- la Muir, un «manual de instrucciones de cémo funciona una sociedad», pero ni son la sociedad ni mucho menos el Estado)Manifiestan en imagenes cOmo dicha sociedad se autorrepresenta, se imagina a sf misma como con- junto arménico, pero eso no quiere decir que lo sea. De hecho, el énfasis puesto en lo ceremonial, en el «Estado-teatro», ha creado una falsa imagen de las sociedades europeas entre Jos siglos xv y Xviil como estaticas, inmé- Viles y armGnicas. Como veremos, dicho orden era sentido y percibido por sus protagoni tas como muy frdgil; de modo que la repeticién de f6rmulas de representa- cién simbolizaba una aspiracién al mantenimiento de la armonia por me- dio de la repeticién, de la reiteracién del orden para asimilarloala estabilidad, un orden ideal e inalterable que no siempre se conseguia/ Enel CéremGnialynapolitanosccfundido cn 1635 por.cl maestro de ccremoniass José Ranco, éste dedicé un capitulo a cémo proceder en caso de revolucién o subversion del orden; puede pensarse que era una forma de integrar cl desorden en el orden, pero es més apropiado subrayar que quienes osten- taba el poder tenfan la ineémoda sensacidn de que todo estaba construido Gel aire*, Ademés, no parece que rituales y ceremonias puedan asignarse sin mas a la propaganda del poder, ni tampoco que sea muy convincente explicarlo sdlo en términos de artificio o manipulacién, de imposicién de la cultura de elites sobre Ja cultura popular. Unajeosajerajelydescoydeslas clites. 0. 1os.grupos de poder por disponer de recursos e instrumentos legiti- madores de su posicién, articulando el orden, y otra la realidad’. C. Geertz, (1999); G. Balandier (1969). 2 G_Levi (1985), pp. 272-275; J. Revel (1994), pp. 511-573. ¥ J, Raneo (1912), pp. 179-181. + B. Muir (1997), pp. 1-35; W. Roosen (1980), pp, 452-476; M. A. Visceglia y C. Brice (1997), pp. 1-26. 176Sefialaba Paz y Melia en su edicién del ceremonial napolitano de José Raneo que a través de las costumbres ceremoniosas de los espafioles se captaba «la veneracién de los pueblos dominados» a la gravedad hispana. Su andlisis respondfa tanto a una visién romantica y nacionalista de la fun- cién de la corte virreinal como a un prejuicio muy extendido, la creencia de que tanto el aparato como la magnificencia eran ajenos al lugar donde estaba establecida, era un objeto importado e impuesto, seiia de identidad del Imperio hispanico. Sin embargo, las etiquetas y ceremonias descritas en el libro que editaba tenfan una tradiciGned 1504, a la conquista del reino por el gran capitan, todo Caso, No so} saber ceremonial. Un conocimiento que se creaba dia a dia, en la expe- riencia, El ceremonial constitufa un saber en el que, ala postre, se cimentaba Ja autoridad, era decisi se ordenaba todo. logo lel cuarto acto de La vida del rey Enrique V, de William Shakespeare con su reflexin sobre la dignidad y responsabilidad del rey en visperas de la batalla de Agincourt: «{, Qué poseen los reyes que no posean también los simples particulares, si no es el ceremonial, el per- petuo ceremonial? Y ,.qué eres td, fdolo del ceremonial, qué clase de dios eres, que sufres mas los dolores mortales de tus adoradores? {Dénde es- tdn tus rentas? ;D6nde tus provechos? jOh ceremonial! jMuéstrame lo que vales! {Qué tienes que te hace digno de adoracién? ;Hay en ti otra cosa que una situacién, una condicién, una forma que crean en los otros hombres el respeto y el temor?»*. * W. Shakespeare, Obras completas, edicién y traduccién de L. Astrana Marin, Madrid, Aguilar, 2003, vol. I, pp. 719-720. El parlamento completo original es muy rico en matices: «What infinite heart’s ease must kings neglect, That private men enjoy! ‘And what have kings, that privates have not too Save ceremony, save general ceremony? And what art thou, thou idol ceremony? What kind of god art thou, that suffer'st more Of mortal griefs than do thy worshippers? ‘What are thy rents? What are thy comings-in? O ceremony. show me but thy worth! 177Ceremonial, en origen, esta ligado a lo sagrado, la ceremonia es «el modo y términos de honrar a Dios con actos exteriores», no obstante, se extiende a las cortesfas y «cumplimientos» por ser inherente a la Majes- tad, al modo de honrar al soberano. Asf una cosa son las ceremonias, otra la etiqueta, otra las cortesfas, otra las celebraciones y otra los rituales, aunque todas ellas parezcan confundirse, siempre remiten al respeto, al reconocimiento, como sefiala el texto de aera El ceremonial fija la situacién de los actores del t What is thy soul, O adoration? Art thou aught else but place, degree, and form, Creating awe and fear in other men? Wherein thou art less happy being fear’d ‘Than they in fearing. What drink’st thou oft, instead of homage sweet, But poison’d flattery? O, be sick, great greatness, And bid thy ceremony give thee cure! Think’st thou the fiery fever will go out With titles blown from adulation? Will it give place to flexure and low bending? Canst thou, when thou command'’st the beggar’s knee, Command the health of it? No, thou proud dream, That play’st so subtly with a king’s repose: Tam a king that find thee; and | know “Tis not the balm, the sceptre, and the ball, The sword, the mace, the crown imperial, The intertissu’d robe of gold and pearl, ‘The farcad title running ‘fore the king, The throne he sits on, nor the tide of pomp ‘That beats upon the high shore of this world, — No, not all these, thrice-gorgeous ceremony, Not all these, laid in bed majestical, Can sleep so soundly as the wretched slave, Who, with a body fill’d and vacant mind, Gets him to rest, cramm'd with distressful bread; Never sees horrid night, the child of hell; But, like a lackey, from the rise to set, Sweats in the eye of Phaebus, and all night Sleeps in Elysium; next day, after dawn, Doth rise, and help Hyperion to his horse; And follows so the ever-running year, With profitable labour, to his grave: ‘And but for ceremony, such a wretch, Winding up days with toil and nights with sleep, Had the fore-hand and vantage of a king. The slave, a member of the country’s peace, Enjoys it; but in gross brain little wots What watch the king keeps to maintain the peace, Whose hours the peasant best advantages.» King Henry V, Leipzig, Bernard Tauchnitz (ed.), 1868 pp. 58-59. % M2A, Visceglia (2009), pp. 21-64. 178_— el ejercicio de su cargo de maestro de ceremonias, afiadiendo su propia aportaciGn. EJ manuserito parece redactado para un uso privado, para co- pocer mejor los puntos en los que se fundaba el sistema napolitano y aprender sus variantes y casos, consignando cambios 0 modificaciones que no habfan sido recogidos 0 contemplados anteriormente. Es una pe- dagogia hecha por el autor para sf mismo. No sistematiza ese conoci- miento ni lo clasifica segtin las normas taxonémicas de su tiempo, vierte ocurrencias, sefiala datos e informaciones ttiles y comienza por lo funda- mental, para desgranar informaciones erraticas a lo largo del discurso, yendo de o general a lo particulaé Su punto de partida lo constituy6 la cumbre mas alta de la sociedad, los dignatarios conocidos como Sette Uffici, continuando la piramide en forma descendiente por principes, con- des, duques y marqueses (anotando apellido y fecha de creaci6n) para ir después citando casos como en una especie de relacién sacada de un dia- rio, cosas particulares que va afiadiendo y anotando para completar infor- maciones 0 mejorarlas, Imperceptiblemente, muestra que el ceremonial ~ no es algo fijo o inmévil, con Ja informacién general del lugar que cada uno ocupa en el espacio social no basta, hay combinaciones y permuta- ciones nacidas de cada caso y ocasién, lo cual genera una casuistica y también una especie de jurisprudencia que permite guiar a los maestros de ceremonias en su labor. El autor no inventa o reglamenta, como maestro de ceremonias refunde un saber, algo que por otra parte hicieran en el pasado otros oficiales de la casa para ilustrar a sus sefiores, como el con- tino Miguel Diaz de Aux y su Libro en que se trata de todas las ceremo- nias acostumbradas hazerse en el palatio real del reyno de Ndpoles. Pad rece pues que este manuscrito de 1622 responde a una refundicién sacada de documentos y testimonios con fines semejantes a los empleados por Raneo cuando redact6 el suyd. El material con el que ambos trabajaron hubo de ser el constituido por las anotaciones recogidas en los diarios de ceremonias que, a tenor de lo que parece deducirse de los historiadores que han tratado esta materia, nos son desconocidos y sdlo queda su huella através de estas memorias fragmentarias. Leyendo a Raneo parece sentir- se la sombra o el eco de los diarios de otros Jugares que sf se han conser- __ vado hasta nuestros dias, los rollos de 1a cmara apostdlica 0 los diarios del ceremonial siciliano. | Los libros ceremoniales del reino de S: Jos elaboraban y custodia- ban los protonotarios del rcino, siguiendo un modelo de registro inspirado en los Liber Caeremoniarum instituidos por los pontifices en el siglo xv’. Fue en [a corte papal donde la elaboracion del «saber ceremonial» se con- virtié en un instrumento de configuracién del «ordo regum et principum» al conferir a los miembros de Ja Cristiandad una dignidad precisa de repre- sentacidn, ordenando el corpus politicum cristiano, De igual manera, en 7 M. Dykmans (1968), pp. 365-378; H. G. Koenigsberger (1979), pp. 32-56. 179Sicilia, la potestad reservada al virrey de redactar instrucciones en materia de ceremonia le dotaba de capacidad para articular el «ordo dignitatum» del reino. No obstante, tratdndose de materia tan sensible, los registros y la funcién de asesoramiento del maestro de ceremonias, asi como el papel custodio de los protonotarios, limitaba la arbitrariedad utilizando una ca- suistica de precedentes, casos singulares y tradiciones cuidadosamente , lo-cua ue g é la Corona que a uira virrey conde de Nieva en 1559 se le decfa: «Y porque estamos informados que el marqués de Cafiete, después que esta en aquella con oficio de ci- rrey, ha hecho diferentes ceremonias de las que hizo Don Antonio de Mendoza, que fue virrey de ella, y ha puesto nuevos estilos, asi en su asiento en los estrados como su asiento de los oidores; y otras cosas sin tener atenci6n en nada en lo que dicho Don Antonio hacia. Y porque esta bien que se guarde en dichas ceremonias y estilo la que hacfa Don Anto- nio de Mendoza, os encargo que tengais advertencia dello, para hacerlo cumplir asf, sin tener atencidn a lo que el marqués de Cafiete ha hecho», En 1629, Diego Fernandez de Cérdoba, marqués de Guadalcazar, leg6 a su sucesor e] conde de Chinchén una Relacién de los estilos y tratamien- tos de que los virreyes del Pert usan con los tribunales, minis) dos, cabildos eclesidsticos y seculares y otras personas''. cabo esta rela- ar a lo que toca a las ceremo- nias y cortesfas, porque como esas siempre suelen ser de una manera, envié a V. E. a Paita traslado de la que me dio el sr. Virrey marqués de Guadalcazar mi antecesor, con advertencia de lo que habia mudado»'?. * En el Archivio di Stato di Palermo se conservan ocho voltimenes relativos al «Ceremonia- le de’ signori Viceré», son libros de registro pertenecientes a los protonotarios del reino, oficiales que disponfan del rango de maestro de ceremonias y cuya finalidad era garantizar el buen orden del reino, véase la introduccién de E. Mazzarese, L. Fardella y F. del Bosco (1972). i, U1, p. 61 "" BNM, ms. 3079 (12 folios). ”-L. Hanke, Pen, IIL, p. 85. 180- En cuanto a los centros virreinales donde la casa real no residfa ante el virrey, hemos de suponer que, al no tratarse de casas reales propiamente dichas, el saber ceremonial se mantuvo recluido en un dmbito doméstico; Ja existencia de maestros de ceremonias estuvo generalizada en las casas de aristécratas y prelados, el arzobispo Juan de Palafox consideraba que la figura del maestro de ceremonias era imprescindible en toda casa, por- que era oficio inherente-al mantenimiento y defensa dc.sudignidady porque, era quien tenia bajo su responsabilidad toda aparicién ptiblica, vigilando ¢ instruyendo a propios y extrafios sobre la correccin del trato que debfan dar y recibir'*, Precisamente, por encontrar que toda casa, toda corporaci6n e institu- cién disponia de maestros de ceremonias presumimos que el saber cere- monial no era exclusivo de un solo centro, ni su interpretacién gozaba de exclusividad, ni sus casos se hallaban recogidos en una sola memoria, cada*estado disponia de su propio conocimiento y lo empleaba para «su situaci6n», usando el término de Shakespeare. En 1610, el Senado de Palermo encarg6 a Francesco Bologna que compilara los actos ceremo- niales de la institucién, los celebrados por ella 0 en su sede y los que contaron con su presencia o en los que participaron sus miembros y repre- sentantes. Asimismo, las sedes episcopales ¢ incluso los tribunales podfan disponer de esta clase de registros para defender su lugar en el espacio ptiblico, aceptando su naturaleza variable y polimorfa, que requeria cl estudio de precedentes y casos para cada ocasién y momento. Los prela- dos, asimismo, disponian de maestros de ceremonias y asi lo refrendan Jos consejos que para este menester redactaron Carlos Borromeo y el ar- zobispo Palafox, para organizar el culto y los actos ptiblicos segtin el ce- remonial romano y las normas propias a la Iglesia’. En wltimo término, ef orden final se constrafa sobre ta confluencia de todos los érdenes y alli entraban en acci6n todos los responsables del honor de cada uno, proto- notarios, mayordomos, maestros de ceremonias, etcétera. EL'ORDEN: LA REPRESENTACION DEL CORPUS POLITICUM En Ja Edad Moderna, todos los actos de la vida, de la sociedad y del gobierno se desenvolvfan en un espacio ritualizado, todo se sancionaba 0 incorporaba en la realidad mediante un rito, una fiesta, un espectaculo o una ceremonia Actos quea veces escapan a nuestra comprension de fa separacion entre ptiblico y privado pues si bien es sencillo considerar pt- blico un Auto de Fe, no lo es el bautizo de un grande. Bn El dia de fiesta Porlamanana, cl retrato de gestos y actitudes de los cuadros que comple- °° B. Latasa Vasallo (2000), p. 213. '\ F, Benigno (2008), pp. 133-1 P. Latasa Vasallo (2000), p. 213. 181tan el dfa dejan poco espacio al individuo o la espontaneidad, todo parece envuelto en el guidn de Ja teatralidad. La ritualidad afloraba siempre en momentos de encuentro de la sociedad 0 una parte de ella, cuando se conmemoraba aquello que identificaba una corporacién (desde el propio reino hasta una casa), cuando se mostraban los Jazos que constitufan co- munidad. En tales momentos, los individuos asuméan unos papeles autoi- dentificativos de pertenencia y rango, como si obedecieran un mandato invisible que le otorgaba a cada uno su lugar, defendiéndolo o tomando posesidn de él como marca de estatus y poder'>, Pero lo mismo que enunciaban el consenso también expresaban el di- senso. Cambios de ceremonial 0 modificaciones de protocolo indican cam- bios de jerarquia y de correlacidn de poderes en el seno del cuerpo politico. Asimismo, toda conmocién ptblica que pretenda un cambio en el orden social recurria a procedimientos ritualizados que, por una parte, la legiti- maban y, por otra, permitfan la adhesin del resto de los agentes sociales'®. El ceremonial ptiblico tenfa siempre un caracter sacramental, mostran- do la perfeccién del orden social como conjunto arménico, pues la armo- nia fundamentaba el cosmos, la creacién de Dios, de la cual el cuerpo humano constitufa su metéfora, a la que toda organizaci6n social legitima debfa asemejarse, por atender como modelo a la perfeccién suma, ala idea del orden querido por Dios'’. La funci6n de los virreyes en las cere- monias ptiblicas debfa, por tanto, inscribir su figura en el microcosmos detreino-y_ tambien cn chmacrocosmos de la Monarquia’®, tentan Ja mi- sién de manifestarse como cabeza de la comunidad al tiempo que consti- tufan el puente que vinculaba dos mundos, reino y monarquia, armoni- zando ambos espacios, y aunque siempre se alude a dicha situacién de puente, podemos distinguir tres tipos de actos puiblicos atendiendo tres premisas: cabeza del territorio, vinculo del territorio con la Monarquia, mediador entre las corporaciones del territorio. a) La cabeza del territorio. Gobernante y gobernados Dentro de las f6rmulas de reconocimiento de la autoridad de los go- bernantes por los gobernados, las entradas constitufan el primer contacto fisico entre unos y otros. Los momentos en que un soberano o ministro ha de esperar ante las puertas de una ciudad porque sus stibditos no saben c6mo recibirle 0 no quieren hacerlo en las condiciones que se les requiere SJ. Gallego (1987), pp. 116-150;J, L. Orozco Pardo (1985), pp. 99-105; L. Amigo Vazquez, (2004), pp, 189-205; O. Ranum (1980), pp. 426-451. SP. Burke (1983), pp. 3-21; N. Zemon Davies (1973), pp. 51-91. "" J, M2 Diez Borque (2002). pp. 191-245; J, Cheea (1997), pp. 30: pp. 165-185. 'S M. Chocano Mena (2000), pp. 139-147; T, Gisbert (1983), pp. 147-181 36; F. de la Flor (2002), 182_— guelen reflejar en las cr6nicas un estado particular de crisis politica. Es un momento crucial de reconocimiento de unos y otros, vivifica los compro- misos, las leyes, la devoci6n y la lealtad, por lo que objeto de cuidadosf- simos preparativos, de una puesta en escena en la que cada detalle es fruto de una seria preparacién, donde nada queda al azar pues sobre ello ge asentara la unién y armonja de la res publica. ASTSE verifies en 1a larga serie de consultas del Consejo de Aragén relativas a la entrada de Felipe IL en Barcelona en 1599! 0 la del mismo soberano en Lisboa en 1619?°. Los miembros de la familia real también cumplian esta tunci6n*' y los virre- yes, como panientcs def rey, se incluyen eneste-eapitulo, tanto en clano- mento en que eran tecibidos por el reino ComOycuandoysaliangde|su coric y viajaban a las provincias, porque era el acto por el que se tomaba pose- sin, se fijaba la continuidad del orden y el compromiso del rey (en la persona de str virrey)-y del-reino por mantenerlo~*, Como veremos en estas lineas, las entradas de los virreyes siguieron un procedimiento que qued6 establecido de manera estable en Ja segunda mitad del siglo xvi Bn Sicilia, las ceremonias que rodeaban la Ilegada y toma de posesi6n comenzaban con el Afto della pinta, que se represent6 por vez primera con la entrada del duque de Medinaceli en 1562. Desde entonces, se siguieron los actos e itinerarios marcados en aquella ocasi6n, incluyéndose con el tiempo algunas variantes como la introduccién de ~ coches cada vez en mayor niimero y con un aparalo concebido para esa ~ novedad que alterara trayectos y espacios con el correr de los afios. Teéfi- to Folengo tdes ta forma de representacion (muy semejante a ti auto sa- cramental) con que se recibié al virrey ante la portada de la iglesia de Santa Maria della Pinta, dicho auto no era un texto escrito propiamente dicho, con contenido dramatico, sino mas bien indicaciones escenografi- cas y narrativas abiertas, que permitian la improvisacién y la participa- cién popular en su confeccidn y desarrollo, asi el primer acto de la cele- braci6n constituia un primer contacto con el pueblo, con él se regocijaba _ yrecibfa un bafio de multitud* DESpueS/elVitrey Solia partir Ue\ca7a Con los grandes, apartado con los notables durante un tiempo, entre fiestas y conversaciones se integraba en la sociedad que iba a regir. Juegos de ca- fias o del anillo, torneos, justas y diversos festejos conclufan un tiempo ritual que creaba vinculos simbélicos entre gobernantes y gobernados”*. "Los preparativos y las consultas entre el Consejo de Aragén y las autoridades de la ciu- dad de Barcelona pafa la visita real dle 1599 en ACA. Consejo de Aragén Lg. 1350, 30/2. 20 A. P. Torres Megiani (2004), pp. 117-164. 2! B Venturelli (2003), pp. 233-247. 22 FB. Mancini (1984), vol. 2, pp. 27 y ss.; P. Lanza (1836), p. 57. 27. Folengo, Arto della pinta. Sacra rappresentazione, M2 di Venuta, L. Pacini Fazzi, 1994, BL Atto della Pinta lo describen G. di Blasi, Memorie per servire alla Storia Letteraria di Sicilia, Palermo, Bentivenga, 1756, vol. I, p. 44; P. Lanza, Dell arte drammmatica in Sicilia, vol. X, p, 330. 183En el vecino reino de Napoles, el acto de Ia Ilegada y entrada tenia todo el simbolismo de un rito de integracién: En Ilegando a Gaeta (el virrey) hace alto alli; y la ciudad de Napoles le despacha seis embajadores, cinco de los segios, y uno por el pueblo, a dar la obediencia y parabien por su venida; a los cuales recibe en su céma- ra de pie, con mucha cortesfa, dejandoles decir algunas palabras de su embajada, haciéndoles sefial con la mano que se cubran, no permitiendo acaben su razonamiento descubiertos: respondiéndoles con mucha corte- sfa, agradeciéndoles con amorosas palabras su embajada, tratandoles S.E. de tercera persona. Y si viniere con virreina el virrey los ha de ir apadri- nando a su cuarto y la virreina les hara las mismas ceremonias. Tienen de ir también en esta ocasién dos porteros de cAmara. Tras este encuentro se suceden tomas de contacto con el virrey salien- te, que le da el parabién de Ja bienvenida y con el resto de las corporacio- nes, arzobispo, barones, ciudades, etc. La entrada en la capital, con arcos de triunfo, representaciones, juegos, torneos, corridas de toros corres- ponde a un periodo que mas que toma de posesién se debe entender de encuentro y reconocimiento mutuo (por ejemplo, el virrey saliente pre- senta a las autoridades ante el nuevo, pronuncia sus nombres y los «apa- drina», los lleva de la mano a su presencia)’. En Navarra, segtin el profesor Martin Duque, Ja liturgia dulica no se proyecté en la exaltacién de Ja Majestad real, sino en Ja confirmacién del vinculo rey-reino.(Bn contraste on las tomas de posesin de los virreyes de N&poles 0 Sicilia, no habia toma del cetro y del globo en 1o8 actos de entrada y juramento poniéndose mas énfasis en la relacién contractual de} alter ego con sus gobernados-Tas formulas de toma de posesién y jura- mento no variaron desde 1551 hasta la toma de posesidén del ultimo virrey en el siglo x1x constituyendo la tradicion un elemento fundamental de la legitimacion de Ia autoridad vicerregia’®, En América, las entradas de los virreyes tienen un fasto y un sentido de renovaci6n de la memoria de la conquista y de los lazos del soberano con la sociedad indiana. Desde su salida de Sevilla hasta su toma de posesion, sus viajes fueron objeto de un plan meticuloso que reproducia Ja incorpo- racién simbdlica de los reinos a la Monarquia. Bn Nueva Espana, el itine> rario de Cortés se reeditaria sucesivamente, rememorando la conquista, la cual, simbolicamente, se transformaba en proceso de toma de poseston” 28 «Venida de Virrey», CODOIN, vol. XXIII, pp. 554-569. 26 A. J. Martin Duque (1996), vol. 1, pp. 65-72. 27 Para el ceremonial de Hegada de un virrey de Nueva Espafia, véase C. Pérez Bustamante (1928), p, 27; «Relacién de Ja entrada de un virrey de la Nueva Espaiia y toma de posesin», circa 1600, reproducido en L. Alamén (1849), pp. 94-100 y el mismo texto en L, Alamdn (1854). pp. 895-897; G, Porras Muiioz (1947), pp. 117-126, 184- EJ recorrido del virrey de Nueva Espafia, desde que desembarcaba en Ve- racruz hasta que entral léxico, seguia exactamente cl itinerario mar- cado por Hernan Ce conquista, era un viaje ceremonial con con- tenidos simbdlicos precisos que enunciaban y reforzaban los lazos entre los espafioles y Jas naciones indias que habjan cooperado en la vic- toria sobre el Imperio azteca, habfa un acto de reconocimiento y de me- moria que fundaban Ja legitimidad del orden politico novohispano”’. EI virrey efectuaba tna «peregrinacion ritual»-de-hondo significado politico y religioso, el itinerario iniciado en Veracruz. hasta México tenia como hitos Xalapa, Tlaxcala (aliada de los conquistadores y capital de la reptiblica de los indios), Puebla (poblacién enteramente espajiola que re- presentaba la cabeza de la republica de los espafioles), Otumba (conme- moraci6n de la victoria militar y reconocimiento de los conquistadores en la fundacién del reino), Cholula (capital religiosa de los aztecas donde se efectuaba el traspaso de poderes de un virrey a otro), Guadalupe (advoca- cién mariana y proteccién de Ja divinidad) y, por ullimo, Chapultepec, residencia o palacio de recreo de los virreyes cercano a México donde se hacfa el traspaso completo de poderes desde un punto de vista técnico mientras se preparaba la entrada solemne en la capital. Sdlo habia tres «entradas ptiblicas» en el itinerario, el puerto de Veracruz, Tlaxcala y Puebla, con significados precisos, entrada en el reino, asuncién de la jefa- tura.de Ja. nacién india y de la nacidn.espafiola2. La entrada de los virreyes peruanos segufa un patrén parecido si bien, como ha sefialado Alejandra Ossorio, con matices mas ambiguos que sus homélogos de Nueva Espajfia derivados quiz de las traumaticas conse- cuencias de las guerras civiles que asolaron el reino antes y después de la conquista por lo que ésta tuvo una conmemoracién ambigua y vacilante. rebajando también la exaltaci6n del virrey como persona real, Y es que Ja memoria de la conquista fue aqui objeto de una lectura simbélica muy diferente, dado que las guerras civiles entre los conquistadores dieron lu- gar a la representacién del virrey como restaurador del orden y, por tanto, componedor de un mundo alterado por la violencia, El valor de la figura vicerregia era el de ser portadora de la paz, porque la conquista dio término ala discordia civil entre los indigenas y el virreinato entre los espaiioles, asunto ya advertido por el Inca Garcilaso en su descripci6n de la fiesta del Corpus Christi en Cuzco y sobre el que volveremos mds adelante*!. Entas Indias, la fiyacién de ceremonias fue uno de los medios constitu- tivos de las nuevas sociedades pues contribuyeron, a través de su autorre- L., Alamin (1854), pp. 895-897; J. L. Rubio Mafié (1955), vol. I, pp. 115-197 » A. Lorente Medina (1996), pp. 1-15: O. Paz (1982), pp. 193-203; 1. Alamn (1854), pp. 895-897; J. I. Rubio Mafié (1955), vol. I, pp. 115-197. * A. Ossorio (2006), pp. 767-831. BI Inca Garcilaso, Historia del Pert, Madrid, Antologfa col. Austral, 1952 (el Corpus en Segunda parte de los comentarios reales. lib. VIM, cap. 1). 185presentaci6n, a conferirles identidad. Una paz firmada en Europa adquiria asi una dimension universal cuando se articulaba con un hecho acaecido en las Indias. Este significado no pas6 desapercibido a los cronistas, Ber- nal Diaz del Castillo rememoraba, en el capitulo 201 de su Historia ver- dadera de la conquista de Nueva Espaiia, Cémo en México se hicieron grandes fiestas y banquetes por alegria de las paces del cristianisimo emperador nuestro sefior, de gloriosa memoria, con el rey Francisco de Francia, cuando las vistas de Aguas-Muertas. La paz de los reyes de Cas- tilla y Francia alcanzaba el carécter de una concordia universal que im- pregnaba todo el orbe cristiano alcanzando la sociedad indiana, la amistad de los reyes coincide con la de las cabezas de] nuevo reino («en esta saz6n habfan hecho amistad el marqués del Valle -Hernan Cortés- y el visorrey Don Antonio de Mendoza»), por eso ambos conjuntamente «acordaron de hacer grandes fiestas y regocijos». > «Dejem iré de dos solem- nisimos banquetes que se hicieron. Uno hizo el marqués en sus palacios, y otro el virrey en los suyos y casas reales, y estos fueron cenas». En la dada por el virrey: «ya puestas las mesas habia dos cabeceras muy largas: en Ja una estaba el marqués y en la otra el virrey, y para cada cabecera sus maestresalas y pajes y grandes servicios con mucho concierto [...]. Entre estas cosas habia truhanes y decidores que decfan en honor del Cortés y del virrey cosas muy de reir». Cortés y el virrey fueron conscientes de que estas celebraciones contribuyeron a crear un espacio politico en el que los conquistadores y sus descendientes tendrian lugar en la sociedad, las dos cabeceras y los dos centros de distribucién de las viandas escenificaban un equilibrio entre el poder legal de la Corona y la fuerza militar de la elite conquistadora®. b) Vinculo del territorio con la Monarquta: Continuidad e integracién ® B. Diaz del Cast lo (1975), pp. 761-768 186fos planos, el de Ja continuidad y el de la integer: afectando ambos a la identidad de cada republica como elemento singular y como parte constitutiva de un todo. El ejemplo lo constituyen, en primer lugar, los territorios que posefan una larga tradici6n politica y donde los ciclos festivos y las liturgias publicas no. alteraci6n vi- mientos de la Jes de la familia real, etc. En principio, tampoco era novedoso, natalictos, bodas, victorias celebradas de los Austrias segufan un patrén marcado desde los precedentes de Jos Visconti y Sforza. Segtin los libros de cere- monias de 1629, el modelo de estos rituales integradores se constituy6 du- rante el mandato de don Gonzalo Fernandez de Cordoba, duque de Sessa (1558-1564), donde Jos acontecimientos de la Monarquia se celebraron siguiendo un procedimiento que se tomarfa como modelo para las cele- braciones sucesivas: Misa solemne en la catedral y, después de cantarse la misa de] Espiritu Santo, el virrey y las autoridades partian en procesién siguiendo un itinerario que recorria la ciudad recalando en San Ambrogio, San Celso y San Simpliciano, durante ella se cantaba el Te Deum, en cada iglesia en la que se paraba se pronunciaba un serm6n. El orden estableci- do para las exequias por la muerte de Carlos V celebradas el 9 de enero de 1559 se mantuvo invariablemente para las honras fénebres de Jos miem- bros de Ia familia real**: . Los feudatarios. . Miembros del Consejo de Guerra. . Gobernadores de las ciudades. Comandantes de las fortalezas. EI marqués de Pescara, general de la caballeria. Vespasiano Gonzaga, general de la infanteria. Caballero Confienza, maestre de ceremonias. Gonzalo Fernandez de Cérdoba, gobernador de Milan. El marqués de Saluzzo con los embajadores de los duques de Sa- boya, Ferrara y Saluzzo. 10.El gran canciller Taverna y Pietro Paolo Arrigonio presidente del Senado. 11. Oficiales de la casa ducal. 12. Embajadores de las ciudades del Estado. 13. Doctores en medicina y leyes, oficiales de la ciudad. PEI DARRWN * C. S, Getz, (2005). 187Desfilaban en este orden tras el arzobispo y el clero, el preboste cate- dralicio y el maestro de ceremonias se encargaban de pronunciar los elo- gios al difunto. Este modelo de comitiva es el que se tomé como norma, anotandose minimas variaciones con el paso del tiempo. En Napoles, las exequias de Felipe II constituyeron el modelo tomado como referencia por el maestro de ceremonias segtin indicé José Ranco en sus etiquetas, la descripcién del témulo, su ubicaci6n. El arquitecto Fontana fue encargado de realizar cl disefio de todo el aparato en fa iglesia mayor del arzobispado, el tablado para las autoridades, el timulo y la disposicién simbolica de la escenografia de todo el aparato. El centro lo ocup6 un castillo ardiente, un timulo cubierto de dos mil cirios, velas y hachas, bajo el que se hallaba «la tumba de Su Magestad» con estatuas de tamafio natural en sus esquinas que personificaban las virtudes teologa- les, en todas las paredes se colgaron cuadros con las empresas y victorias del rey («muy grandes de mano de los meyores pintores»), cada uno con un cartel explicativo e intercalados los blasones de los reinos y sefiorios «precediendo todo con orden». BSt@ eS Wi/aspectosinteresanteyporquellas, eliguetas que regulan el acceso desde palacio hasta la iglesia arzobispal ponen en comunicacién ordenada al reino con su soberano y con el resto de los territorios a los que acompafian en la Monarquia. El féretro real, si bien simbélico, atina todos los elementos que integran macrocosmos (la Monarquia) con microcosmos (el reino) e inscribe a unos y otros en un orden general**, En América, en el otro extremo del mundo, las exequias del rey pru- dente también respondieron a ese momento teltirico en el que todos los planos del cosmos entran en contacto y se comunican entre si Lalimuere del rey se convirtié en un momento de toma de conciencia de cada comu- nidad en el contexto de la Monarquia, los virreyes del Pert y la Nueva Espafia extendieron cédulas para que todos los lugares «hagan las de- mostraciones exteriores que en estos casos se acostumbra». Las exe- quias celebradas en todas Jas poblaciones tenian una funcion agregadora muy importante pues activé su identidad, ser conscientes de pertenecer a un espacio comtin y homogéneo, compartiendo una misma cultura politi- ca, orgdnica y articuladagASi(BUenos Aires) Un pequenoligarenunsin= cén del reino del Pert, se transfigur6 simbélicamente en tres espacios si- multaneos, ciudad-reino-monarquia. El timulo erigido por los bonaerenses en su modesta basilica mostraba representaciones aleg6ricas a los éxitos de la ciudad, la expansion del reino y la gloria de la Monarqufa**. Asim mo, la coronacion de un nuevo soberano constitufa otro momento agrega- dor siendo la recepcién del sello real objeto de una reverencia especial, de un gran valor simbdélico en donde, como en el atatid vacfo de los catafal- ™ J, Raneo (1912), p. 263 H.R. Zapico (2000), pp. 1107-1122. 188_ cos, el sello en sf mismo era venerado como la persona misma del rey (algo que el profesor Cafieque identifica con Ia polftica catélica y, por ejemplo, la significaci6n de la hostia consagrada como cuerpo de Cristo). Elsello real es el rey, es la autoridad suprema administrada por sus minis- tros*®, Este elemento conecta con lo que Corteguera ha denominado «mo- narquismo ingenuo» donde estos ceremoniales, particularmente en Ca- talufia, servfan también para identificar al rey con una realidad sagrada ajena al mundo, su ausencia se tornaba presencia en actos. sacramentales que vivificaban momentaneamente su contacto con el pueblo del mismo modo que ocurrfa en el misterio de la eucaristfa durante la misa*’. Hay que advertir, sin embargo, que esto no es algo exclusivo de Ta Monarquia espafiola y que los ceremoniales briténicos o escandinavos recogen sim- bologias y elementos muy semejantes. A nuestro juicio, mas que la impor- tancia sacramental domina el sentimiento de pertenencia a la Monarqufa encarnada.enJarealeza, E] nacimiento de un principe heredero, una boda real, una paz, un nuevo rey o la muerte del soberano se transformaban en momentos de cuptura en el ciclo ordinario para tomar contacto con Ja realidad en. que se integraba el territorio mas alla de sus propios limites como se puede ver en las exequias de Felipe II celebradas en las ciudades del virreinato del Peri o en los distintos timulos funerarios erigidos en las catedrales con- memorando a los soberanos fallecidos. Las ceremonias y fiestas publicas marcaban y reconocian la naturaleza y los limites de cada autoridad, civil oeclesiastica, distinguiendo su jerarquéa, estructura y funciones. _c) Arbitro del orden del reino Dentro del espacio ritual de la ciudad-corte 0 del reino, las corporacio- nes disponen de fiestas y momentos en los que afirman o muestran su lu- gar y el reconocimiento que merecen en el seno de la comunidad. Fiestas religiosas que realzan la posicién de instituciones eclesidsticas y 6rde- nes religiosas. Ejecuciones publicas de sentencias donde los diversos tri- bunales, en cuanto corporaciones, se hacen visibles. Por tiltimo, existen celebraciones particulares que sirven para establecer diversos vinculos, de devocién, fidelidad 0 solidaridad, ya sea por la presencia en devocio- nes, predicaciones, misas, bautizos, banquetes, onomisticas, etc. Donde lo piblico impregna lo privado y viceversa. Baste un simple ejemplo, en los libros de ceremonias de los virreyes de Sicilia se incluyen entradas, fune- tales reales, tomas de posesidn, pero también bodas, bautizos y banquetes de personas «privadas» a los que acude el virrey. °° A, Cafieque (2004b), p. 613. 7 L. Corteguera (2004). 189Cuando el rey o el virrey estaban en la ciudad y le recibia la sociedad toda, es frecuente que el relator indique que lo hicieron alamanera de Corpus Christi. E! Corpus Christi o Corpus Domini constituy6 la fiesta cen- tral de cada lugar de la Monarquia, constituia la gran ocasién, la fiesta mas importante, el dia principal del afio, aquel en el que toda Ia sociedad se hacia visible en las calles y podia contemplarse el colorido espectaculo de su diversidad. El Inca Gracilaso consideré que esta celebracién ocupa- ba el centro del espacio ritual del Cuzco, espafioles e indios festejaban la eucaristia fundiendo sus tradiciones respectivas. Por una parte, los 80 ve- cinos espafioles-deTa ciudad que eran senores de vasallos, es decir, que tenfan repartimiento de indios, acudfan seguidos por sus séquitos particu- lares de indigenas que vestfan sus libreas y colores y portaban cirios € imagenes en andas, remedando a las cofradfas de sus lugares de origen en Espaiia. Al mismo tiempo, los caciques acudfan rodeados por sus paren- telas, vasallos y criados portando las galas y ornamentos propios de las fiestas mayores de los incas, en las que cada nacién se agrupaba en torno al blasén de su linaje. Garcilaso describia un ritual que en el siglo xvi qued6 formalizado en torno a una solemne procesién encabezada por c! corregidor, como representante del rey, tras él, a la derecha, el cabildo municipal con los vecinos espafioles, en otro grupo los nobles incas, a la izquierda el cabildo eclesidstico seguido de Jas Grdenes religiosas, en me- dio, el obispo que portaba la custodia con la sagrada forma. Asi, la alta jerarquia social, secular y eclesidstica, indfgena y espafiola, quedaba asi- milada-ata manifestacion de Dios, fuente de toda autoridad. Detras iba el pueblo, las cofradias 0 confraternidades de los barrios de la ciudad, vin- culadas a oficios y tradiciones corporativas, las mas principales cerca de los notables, las mas bajas, lejos. La calle se convertia en espacio escé: co, la procesién-cortejo discurrfa entre banderas, arquitecturas efimeras, tapices, colgaduras, representaciones, mascaradas**... Al igual que en To- ledo, en Sevilla, Barcelona, Messina, ciudad de México..., la fiesta del Corpus era al mismo tiempo Ia fiesta del orden y de la identidad, represen- taba la relacién entre la Majestad divina y la sociedad, un microcosmes quetonia carta de Hatiralé7a)\COmowepresentaciénedel.macrocosmos.\La jerarquia como manifestacién del orden y la disposicién de las corpora- ciones como suma de los 6rganos que conformaban el cuerpo politico, donde todos participaban conforme a su funcién dentro del conjunto ha- ciendo visible su contribucién al bien comin, a la buena marcha de la comunidad: danzas, representaciones, arcos, engalanamiento de calles, monumentos efimeros... todos competian y se emulaban en ef brillo fas- \uOso dedastiesta. El cortejo exhibfa el poder tal como estaba constituido, ilustraba‘un orden cuyas partes se articulaban jerérquicamente de manera ™ Historia del Pert. Segunda parte de los comentarios reales, (antologfa) Buenos Aires, Espasa Calpe, 1948, lib. VI, cap, 1, 190gue la autoridad circulaba desde las partes altas (las mas cercanas a Dios, a Ja custodia), pasando por las medianas, hasta llegar a las corporaciones mas humildes®. EL DESORDEN: ALTERACIONES abla Hestas que incidian mas saltaban su funcién social, las corridas de toros, los juegos de cafias y los torneos subrayaban la funcién guerrera de la nobleza, para el lucimiento de los defensores mediante imé- genes simbdlicas de la guerra. De la misma manera, durante la Cuaresma y la Semana Santa, los diversos oficios y rituales enfatizaban la funcién social del clero, y el Carnaval o los Mayos cedian el protagonismo al tercer estado, los laboratores. Nos encontramos ante una sociedad espectaculo, que gustaba de representarse y mostrarse. Para muchos historiadores se trata de un aspecto negativo, el arte de aparentar, el dispendio improduc- tivo de adornos y arte effmero, la ostentaci6n, el gasto suntuario en carro- zas, libreas, joyas, vestidos..., sin embargo, cabe sefalar que esas cele- braciones ptblicas, ritualizadas y representadas cfclicamente reforzaban Ja memoria de Ja comunidad, fijaban el orden y hacfan asimilable la jerar- quia social y sus diferencias de manera suave, interiorizada, con una acep- taci6n y sumisiOn inconsciente, como se asumen con naturalidad las re- glas de un juego siendo mucho ms eficaces para el mantenimiento de la disciplina social y el poder que ordenanzas, decretos y leyes*?. motivo por ef que distintas autoridades concurriesen en un mismo lugar era por si mismo un acto protocolario que planteaba problemas y dificul- lades, que podfa ser recogido en los libros de ceremonias porque implica- ban cambios de estatus: «II marchese di Vigliena fu il primo che parld a li presidenti delli Tribunali di signoria perche prima li viceré li parlavano di merced, a Gambacurta solo quando venne di Spagna il Duca di Feria lo » F Martinez Gil y A, Rodriguez Gonzdlez (2002), pp. 43-66. “° G. Guarino (2006). pp. 25-41; H. R. Zapico (2006), pp. 97-166; R. Lopez Lopez (2002), pp. 407-427. 191tratto di signoria per esser reggente, e d’una eta cosi grande. [I Principe Filiberto poi torné a trattarli di merced». Es decir, entre 1612 y 1621, los grandes magistrados sicilianos vieron reconocido un estatus superior sim- plemente por la férmula de cortesfa empleada por el virrey, el cambio imperceptible a primera vista, corregido finalmente por el principe Fi berto en 1621, fue puntualmente anotado por el protonotario del reino en su libro de registro*!. embargo, cuando el arzobispo entré a tomar posesién en la ciudad de México, las cosas no resultaron tan bien, pues hubo «diferencias» entre el gobernador del arzobispado y e] comisario de Cruzada; lo que preocup6 entonces a las cabezas temporal y espiritual del reino es que el conflicto se hizo visible: «yo mandé hacer entrambas partes los officios que pude para que se compusieran aunque sin meter de por medio la autoridad de V.Md., no dio lugar la estrechega de tiempo para aquel dia y asi no se pudo encubrir»*’. Encubrir, disimular y procurar que la imagen publica de las autoridades refleje orden, jerarquia y seguridad. La interiorizacién de las normas preservaba la estabilidad, ceder el paso, dirigir el saludo adecuado, descubrirse, ocupar un lugar determina- do en la mesa 0 en una ceremonia constituyen actos cotidianos, irreflexi- vos que se hacen y aceptan con naturalidad por ser inherentes al orden de las cosas. La negativa a ceder el asiento, a saludar o a ocupar un lugar bien pueden considerarse casos de indisciplina o mala educacién, pero son actos transgresores, conscientes 0 inconscientes, en los que no se admite una disciplina dada y, por tanto, no se reconoce ese orden natural de las cosas. Sil ritual sirve para cartografiar el orden y la armonfa politico social, los conflictos de precedencias (casi siempre como faceta de contenciosos jurisdiccionales y de competencias) constituirfan el reverso por el cual afloran las deficiencias de dicho orden, sus fisuras. Si el ritual constituye un «estado invisible», los conflictos protocolarios constituirfan una «rup- tura visible» e incluso, en ocasiones, una revoluci6n silenciosa cuando provocan un cambio del espacio ptiblico. Dichas alteraciones solfan pro- 4! E Mazzarese, L. Fardella y F. del Bosco (1972), p. 26. ® L, Hanke, México, vol. Il, pp. 217-218, * El conde de Monterrey a S.M., México, 4 diciembre 1602, AGI, México, 25, n. 17. 192ceder de manera ritualizada. La ruptura de la ceremonia, la cortesfa in- apropiada 0 el ritual alterado solfan ser los asuntos que anunciaban un conflicto, cuyo motivo profundo era la pretensién de reorganizar la jerar- quia de la autoridad, traspasando el reconocimiento simbdlico al acata- miento material del poder**, EJ caso de los conflictos jurisdiccionales siempre tuvo una expresién protocolaria y discurrié por ese cauce. En 1577. los inquisidores de Sicilia sc negaron a presentar sus poderes segtin la forma acostumbrada en el reino, sefialando que hacerlo ante el virrey y los tribunales ordinarios suponfa una rebaja de autoridad «y por haber estado antes en las inqui- siciones de Valencia y Arag6n donde ay virreyes por Su Majestad y ja- mas haber presentado ante ellos titulos ni letras de Su Majestad parece que tuvimos justa causa de ignorar las leyes y costumbres deste Reyno entendiendo que no yvamos contra ellas ni tal fue nuestra voluntad como es dicho y mandandonos S.Md. y el Hlmo. Inquisidor General hazer otra satisfazion estavamos prontos de lo hazer»*. Estaba en juego la superioridad de los tribunales y con ella toda una concepcidn del poder. El virrey decidié no actuar «hasta entenderse la yoluntad de Su Majestad y del IIlmo. Inquisidor General», pidio instruc- ciones a la corte, aun contrariando a los magistrados del reino*®. El 24 de febrero de 1578 se publicaron los edictos de fe. Nueva ocasién de desafio simbélico. No se cumplié la tradicional cortesia de darlos a conocer al virrey antes que al publico, ni se le invité a la ceremonia de su publicacién en la iglesia Mayor de Palermo. Ademis, en el solemne acto de presenta- ci6n de los edictos, los inquisidores pretendieron ocupar la silla real, sig- nificando con ello su vinculaci6n directa al rey, no reconociendo ninguna otra autoridad superior4”, E] orden estaba puesto en cuestidn y se temia una profunda crisis de confianza en las autoridades. Ante la dificultad del pueblo para distin- guir la correcta jerarqufa de (ribunales y ministros, el virrey publicé un bando sobre el tratamiento que debian recibir diversas autoridades, en- tre ellas el Santo Oficio, indicando la férmula correcta, por ejemplo «Muy Reverendos Inquisidores». Los afectados no recibieron de buen grado éstas disposiciones, los inquisidores devolvfan todo escrito en el que se dirigfan a ellos con Ja férmula indicada en el bando, no porque pensasen que era incorrecta, sino porque de ninguna manera podia con- sentirse que un virrey regulara nada sobre sus personas, por ir «en des- 4 F Imizcoz (2000), pp. 17-52. 45 Encartamento de todo lo que ha passado entre Marco Antonio Colonna y los Inquisidores Don Fo, de Rojas y licenciado Aedo sobre la executoria de sus provisiones desde el dia que vinie- ron (21 de Octubre de 1577) hasta el 17 de noviembre de 1577. AGS. E. Lg. 1148, 9. M. Rivero Rodriguez. (2000e), pp. 1084-1088. 4 Encartamento..., AGS. B, Lg. 1148, 9. 4” Colonna al rey, Palermo, 4 de marzo de 1578, AHN. E. Lg. 2200. 193auctoridad de las cosas desta Inquisicién queriendo dar a entender al ‘0 Rey que tiene superioridad e auctoridad para hazer leyes e pragma- ticas sobre ella»*®, Aj desmenuzar y describir lentamente la cadena de incidentes ocu- tridos desde el 21 de octubre de 1577, los historiadores que han estudia- do los conflictos jurisdiccionales de Sicilia han interpretado en estos hechos la manifestacién mas clara del empleo de! Santo Oficio como una cufia espafiola embutida en el sistema politico del reino para resque- brajar sus instituciones*’, un mecanismo supraconstitucional que permi- ti6 vigilar y controlar desde el interior a un reino reacio a la introduc- cién de extranjeros en su estructura de gobierno, La objecién que se planteaba a esa lectura era que los conflictos de competencias no afec- taban slo a inquisidores y virreyes, también otras corporaciones entra- ban en liza y se confrontaban de manera recurrente, con ellos y entre si. Las é6rdenes militares, e] estamento eclesidstico, la Cruzada, las autori- dades municipales o los militares también generaron controversia res- pecto a sus fueros y privilegios e igualmente estos contenciosos se pro- yectaron de manera publica y se manifestaron precisamente en episodios protocolarios. Ademés, el problema no era tampoco exclusivamente si- ciliano™. Desde Italia y desde la historiogratia italiana prevalece una imagen de la dominacién y del dominador espafiol obsesionado por intervenir conti- nuamente en el reino, de hacerse con sus instituciones y desnaturalizarlas. Pero, en realidad, la relacién rey-reino, corte-territorio, no era en modo alguno dialéctica y no se percibia como oposicién de contrarios. Es indu- dable que los contenciosos entre autoridades tenfan una lectura de con- frontaci6n clientelar -como ya he mostrado en otra ocasi6n—', pero tam- bién ilustran un problema inherente a la arquitectura de la Monarquia Hispana y, de forma general, a las comunidades politicas que Ja consti- tufan, Para analizar ese segundo plano basta con tomar las palabras y los testimonios de fos inquisidores del tribunal de Palermo Ahedo y Rojas: «los Inquisidores de Espaiia son temidos y respetados, no porque posean mayor autoridad apostdlica, sino tnicamente por el favor y poder que V.M. les da con la jurisdiccién temporal, de lo que se deduce que si falta Ja una faltaré la otra»*’, La jurisdiccién del tribunal del Santo Oficio esta- ba completando su consolidacién en el reino autoafirmandose como cor- poracién que reclamaba, al mismo tiempo, un Jugar reconocido y recono- cible en la estructura interna de la reptiblica. “8 Los Inquisidores de Sicilia al Consejo de Inquisicién, Palermo, 16 de abril de 1578. AHN. Ing. Lg, 1749, 10. © M. Rivero Rodriguez. (20006), p. LORR. 3 J, Martinez. Milldn (1994), pp, 189-228. SIM. Rivero Rodriguez (1993), pp. 73-101. 11 de marzo de 1580, H, Koenigsberger (1975), pp. 188-189.La reptiblica, la comunidad politica, era comprendida como un cuer- poen el que cada 6rgano tenia una funcién y un lugar, como indicara Je- ronimo de Merola, citando a Plat6n: «civitas bene institula similis est fabri- ca corporis humani»**. La armonia estaba en la desigualdad y disponia de mayor poder y estatus aquel 6rgano cuyo officium era mas auténomo, cl rey, por encima de todos por ser el tinico que no reconocfa ningén superior salvo Dios. Se supone que el poder residia en todos y cada uno de los 6rganos y no se hallaba concentrado en una sola instancia. Cada gremio, orden militar, universidad, municipio, catedral, etc., era auténo- mo conforme a su fuero y libertades, constituyendo a su vez un micro- cosmos en sf mismo. La universidad, por ejemplo, como Republica Scholar se regia por su propio ordenamiento, sus miembros eran juzga- dos por las autoridades académicas y éstas ejercfan una jurisdiccién civil y criminal sobre el campus y los estudiantes y profesores; los gre- mios procedian de manera semejante... el tiempo y la tradicién habia consolidado estas corporaciones y unas con otras se ensamblaban en el espacio real ¢ imaginario de la reptiblica, la festividad de los santos patronos, la conmemoracién de determinadas fechas 0 episodios, las ceremonias ptiblicas (como los desfiles de los oficios) representaban el orden y el reconocimiento que todos se otorgaban en el conjunto o como partes individualizadas en sus festividades 0 celebraciones particula- res’, De igual manera, el Corpus Christi subrayaba el papel mediador del estamento eclesidstico entre Dios y la comunidad®, las fiestas pa- tronales realzaban a las corporaciones urbanas®, los triunfos militares exaltaban la funcién protectora del soberano y la nobleza’”’, etc. La pu- blicacién de los edictos de fe correspondia a una fiesta particular del Santo Oficio®’ mientras que el Auto de Fe constitufa una celebracién co- lectiva en la que se exaltaba el papel de la Inquisicién en la comunidad, Por tal motivo, es la actitud en «su» fiesta, la publicacién del edicto, donde los incidentes que relacionamos son particularmente significati- vos, por hallarse en la base del reconocimiento ptiblico del Santo Oficio como corporacion. Los tribunales de la Inquisicién tardaron mucho en normalizarse, es decir, en ser admitidos como corporaciones en el seno de sus comunida- des respectivas, en ser aceptados como inlegrantes del cuerpo de la re- 5° Repiblica universal sacada del cuerpo humano, Barcelona, 1587, prélogo. SM. A. Visceglia (1997), pp. 17-176; S. Laudani (1997), pp. 125-145. 85 F Martinez Gil y A. Rodriguez. Gonzalez (2002), pp. 43-66. 5° M. Bajtin (1987), pp. 177-249. 5” M. Casini (1995), pp. 23-41. Sf at que aun el dfa del edicto con ser como digo su dia solo les a sido admitido un paiio colgado en la pared» (el subrayado es nuestro), el conde de Olivares al rey, Palermo, 30 de mar- zo de 1595, AHN. B. Lg. 2200. °° M. de la Pinta Llorente (1948), pp. 137-159. F. Bethencourt (1992), pp. 155-168; M. Flynn (1991), pp. 281-297. 195ptiblica. Con la férmula de las concordias Ilevadas a cabo con mano firme por el cardenal Espinosa, se logr6 articular la jurisdicci6n inquisito- rial en el conjunto de jurisdicciones seculares y eclesidsticas existentes en los reinos®. En Sicilia, Carlos V suspendié su jurisdiccién temporal y su restitucién fue objeto de controversia. Los incidentes jurisdiccionales que jalonan su historia a partir de 1558 indican una progresién en Ja constitucién de un ente corporativo auténomo. La oposicién se hallaba en que el acceso al pleno ejercicio de una jurisdiccién privativa permi- tfa la adquisici6n de una masa social de aforados que la conformaban como espacio corporativo, no como institucién a secas —que se hallaba ‘perfectamente asentada desde el reinado de Fernando el Cat6lico-. Dar un impulso definitivo a esta configuracién es lo que estaba en la mente del rey en 1577. Pero la irrupci6n de un nuevo Ambito jurisdiccional, de un nuevo 6rgano en la comunidad politica, debfa ser registrado y reco- nocido por Jos ya existentes, 1o contrario seria atentar contra leyes y costumbres, como denuncié la ciudad de Palermo cuando los inquisido- res se negaron a dar fe de sus poderes: «Anzi si fusse persona tali che dal Ré havesse particular giurisdizione come sono i signori ¢ i baroni del regno non possono con i suoi vassalli usar giurisdittione nella citta di Palermo che prima non ha abbino licencia della citta, la quale havuta si registra nell atti del mastro notario d’essa citta si come ogni di si vede osservare»®!, Ademas de esa verificacién, ocurria que el Santo Oficio —indepen- dientemente del gran nimero de aforados que acogia— podia ser un 6rga- no incompleto y no cubrir satisfactoriamente su espacio jurisdiccional; por un defecto «constitucional», los tribunales del Santo Oficio sélo re- Jajaban al brazo secular los reos de fe, pero no los culpables de delitos «seculares» (los cometidos por sus aforados) y no tenfan forma alguna de ejecutar las sentencias®. Son problemas de arquitectura corporativa, de encaje, que tienen ade- més una proyeccién politica. El Santo Oficio necesitaba integrar a las elites para vincularse a su prestigio social, debia constituir un espacio atractivo para integrar a un ntimero consistente de aforados que le diesen cobertura y vida en el seno de la comunidad politica, ocupando un lugar en el imaginario social. Por eso era benévolo en las sentencias impuestas a sus aforados. Pero aqui su comportamiento no diferfa con respecto a J, Martinez Millin (1994), pp. 189-228. 5! Carta al rey Felipe I de Baldassare il Bianco, sindaco di Palermo, diciembre de 1577, AGS. E, Lg. 1148, 9bis, ® «Los inquisidores no pueden dar el debido castigo en semejantes casos por no poder dar pena de muerte y assi son incapaces de la juridicién que pretenden siendo Su Md. Obliga- do en consciencia a mirar a quien da su jurisdiccién y autoridad, como la exercita de que han nacido numetosas ofensas y confusiones en aquel reino y quedar los delitos impunitos», Notas para consultar con el rey de Mateo Vazquez, mayo 1580, IVDJ. Envio 80, Caja 106, n° 744. 196otras corporaciones, incluyendo a otras autoridades de la Corona, como Ja Cruzada®, exentas, como la Orden de San Juan™, eclesidsticas, como el archimandrita de Messina®, etcétera. Desde otra perspectiva, la de los aforados, la construccién del indi- yiduo nacfa de la yuxtaposicién de condiciones que le conferfan un ma- yor grado de libertad. No deja de ser chocante que una queja repetida or los jueces de la Gran Corte sea que los inquisidores les castigaran con la pérdida de la familiatura, lo cual parece contradictorio. Colonna denunciaba esa préctica como un chantaje intolerable dado que se ata- caba a la condicin del individuo y forzaba a circunscribirlo en un solo Ambito de identidad y pertenencia. La sociedad no se percibia como un” espacio nico, regido por unas mismas leyes y bajo condiciones de igualdad entre los individuos. Los individuos existian en cuanto miem- bros de corporaciones o entidades materiales e inmateriales, el linaje, la casa, la familia, un tribunal, una confraternidad, un estamento, etc., el honor, estimacién y estatus de cada uno se construfa de manera poliédri- ca pues, si bien la sociedad era aparentemente rigida al asignar a cada individuo un lugar, asentando a cada uno en su estado, la posibilidad de pertenecer a diversas corporaciones definia al individuo como una suma, familiar, magistrado, barén, miembro de una cofradfa, ciudadano, etc. La enumeraci6n de oficios, honores y distinciones era signo de la calidad que adornaba al individuo. El reconocimiento y cl derecho a pertenecer a diversas corporaciones podia acumular estatutos personales contradic- torios e incompatibles, posibilidad que se asumia como algo natural. Un ejemplo lo hallamos cuando en febrero de 1578 los letrados Liébana, Herrera y Filid6n plantearon sus dudas sobre la acumulacién de los ofi- cios de abogado del Real Patrimonio y consultor fiscal del Santo Oficio en el Dr. Scibecca, por «encontrarse e! un officio con el otro (que) puede tener muchas fallencias y inconvenientes y ofrecerse muchos casos en que se encuentren, tanto mas con las diferencias ordinarias que los in- quisidores de aquel reino tienen con los visorreyes y tribunales del». Pero el Consejo de Italia, examinado el caso, no vio un obstéculo insu- perable. No hubo inconveniente para ratificar en el oficio al abogado del Real Patrimonio. La doctrina seguida en este y otros casos fue que im- pedir la acumulacién de oficios hubiera sido atentar o menoscabar el honor y dignidad del Jetrado®, Consulta con lo que se ofrece a este consejo sobre lo que el virrey de Sicilia ha scripto tocante al desorden con que se procede allé en el eercicio de la Cruzada, 14 de diciembre de 1594, AHN. E. Lg. 2258, % Carta de Felipe IT al virrey de Sicilia sobre los privilegios, exenciones y bulas concedidas a la Sagrada Religién de San Juan, 30 de septiembre de 1580, AHN. E. Lg. 2202. 85 “Carta del archimandrita don Francisco del Pozo al cardenal de Santa Severina, Messina, 15 de octubre de 1586, AHN. E. Lg. 2170. & Consultado el 9 de febrero de 1578, AHN. E. Lg. 2200. 197REPUTACION, JURISDICCION Y CAMBIO. EI virrey de la Nueva Espafia, don Martin Enriquez, escribié como punto primero y principal de las advertencias que redacté el 25 de sep- tiembre de 1580 para su sucesor, ef conde de La Corujia, que lo funda- mental era mantener el acatamiento y respeto publicos. El principal peli- gro que amenazaba a las «cabezas de la reptiblica» era el desacato en ptiblico, la falta de respeto y de reconocimiento, porque significaba que se habfa perdido Ja autoridad. El virrey debfa ser reconocido como un padre para los sibditos y no debia dar lugar a que su preeminencia fuera puesta en duda®”’. En esta idea coincidirfan seguramente casi todos sus colegas en el desempefio del cargo. Marco Antonio Colonna en Sicilia muy particu- larmente. Aun cuando la pragmdtica de Badajoz dictada ese mismo aitio para poner orden entre las autoridades siciJianas pudo leerse como una victoria inquisitorial®, qued6é muy empafiada en Io relativo a la represen- tacién y al estatus que en ptiblico se Je asignaba. Las primeras muestras de euforia de los inquisidores se enfriaron, dando paso a las reacciones «histéricas» del inquisidor Ahedo —como las calificé Koenigsberger®—. No cabe duda de que en lo jurisdiccional los inquisidores habian logrado notables avances, pero en lo simbélico no habjan alcanzado su objetivo de constituirse en corporaci6n auténoma y dependiente directamente del rey, el virrey tendria siempre la preeminencia en publico. Si la reputacién de poder es poder y el ejercicio de Ja autoridad es, ante todo, un proceso ritualizado, el fracaso del Santo Oficio por situarse como poder paralelo, como institucién vigilante que limita y condiciona el po- der del virrey, fue manifiesto. Los incumplimientos concienzudos, conti- nuados y ptblicos de Colonna no harian sino subrayar dicha realidad. Como virrey estaba obligado a afirmar e impedir que fuera puesta en duda su preeminencia y la preservacién de la reputaci6n virreinal casi se con- virtié en dogma de fe de la practica imperial espafiola de finales del siglo xvty durante el siglo xvi, lo cual es valido tanto para Sicilia como Méxi- co, Mallorca, Cerdefia o Catalufia”. En una compilacién legislativa sici- liana del siglo xvm se fijaba como norma una lettera viceregia del conde de Olivares relativa a que el gobierno «no podia estar dividido en dos ca- bezas sobre un solo cuerpo»’'. En el ceremonial siciliano, en los registros custodiados por los protonotarios del reino, la publicacién de los edictos “TL, Hanke, México, vol. 1, pp. 202-203. © gAvisé Marco Antonio Colona de! regozijo y demonstragion grande con que habian pu- blicado los inquisidores aquella orden», consulta del Consejo de Italia, Almada, 26 de junio de 1581, AHN. E. Lg. 2200. © H. Koenigsherger (1975), pp. 189-190, %® Portocarrero (1624); J. Matheu Ibars (1959-1960), pp. 211-225: A, Cafieque (2004b), pp. 609-634; J. Aleo (1998), pp. 124-127. ™ N. Gervasio (1751-1756), vol. II, p. 329. 198de fe se reformulé, es cierto, pero los ministros del Santo Oficio vieron frustrada su pretensién de ser reconocidos como «autoridades reales», se Jes neg6 el palio, no podian usar la «silla real» y la concordia de 1580 fue muy clara a este respecto obligando a los inquisidores a entregar sus cé- dulas al virrey en su palacio y que éste tomase la fe de sus poderes (pero sin mostrar sus instrucciones secretas)’”, En 1592, el protonotario del rei- no recogfa el ceremonial adecuado para la publicacién de los edictos de fe, que se repetirfa en ocasiones sucesivas, remarcando la posicién infe- rior del decano de los inquisidores, situado a Ja derecha del virrey (a la izquierda el pretor de Palermo), en un sitial mas bajo y sin escabel ni do- sel’. El 14 de marzo de 1604, requerido el protonotario por el virrey sobre la disposicién de las autoridades y dignidades del reino en la ceremonia de publicaci6n de los edictos de fe y a quien le correspondia entrar en la iglesia a la derecha del virrey «li respusi, che all’intrari della Chiesa il Juoco era dell’ Inquisitore che facia li 4 mesi che fu monsignor Paramo, appresso tocaba in mezo li Turati alli dui Inquisitori che sequero Nanes e Poroglio, e che alli signori titulati non fi tocaba nessuno Joco, poiché era festa loro» (el subrayado es nuestro)". En su fiesta, pero dentro de un orden cuya cabeza es el virrey, el ceremonial asigna al inquisidor un lugar relevante a la derecha de quien ostenta la maxima autoridad. Los problemas jurisdiccionales con la Ingnisicién se han empleado aqui a modo de ejemplo e hilo conductor. En México, los conflictos entre los virreyes y los arzobispos metropolitanos cobraron especial violencia en 1624 dando lugar a una auténtica revuelta en la que fue parcialmente incendiado el palacio real tras producirse la detencién del arzobispo’>. La violencia ejercida por el virrey marqués de los Gelves en sus disputas con el metropolitano de la capital Ilevé a Bankroft a calificar al arzobispo Serna «a Mexican Beckett», en alusién al arzobispo de Canterbury que se opuso con firmeza, sacrificando su propia vida, a las intromisiones del rey de Inglaterra. Aqui no se Ileg6 al sactificio del prelado, pero sia su encar- celamiento, que provocé el estallido de un motin que se temi6 trascendie- se a una auténtica revolucién, donde Jas autoridades quedaron completa- mente deslegitimadas con episodios como el interdicto a la ciudad de México y la excomuni6n del virrey”®. La victoria del arzobispo, su entra- da triunfal en la capital, la huida del virrey, la deposicién del arzobispo, la ulterior entrada de Gelves y su cese, disimulado con un relevo digno, cons- tiluyen una cadena de acontecimientos que pueden caracterizarse como accidentales, choque de dos hombres de mat cardcter y autoritarios”’. Pero ® Pragmaticorum Regni Siciliae, Palermo, 1636, vol. I, p. 70. 7 E, Mazzarese, L. Fardella y F. del Bosco (1972), pp. 41 y 44. ™ Ibidem, p.4l. 5 Motin de México de 1624, 2 relatos en AGI, patronato, 221, R.12 unas 200 pp. 76 H. Howe Bancroft (1883), pp. 30-58; C. Alvarez de Toledo (2006), pp. 255-286. 7H. Howe Bancroft (1883), pp. 58-79. 199
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