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Interior Rutas

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Rutas argentinas hasta el fin

Colección Un Cuarto Propio

Rutas argentinas hasta el fin


Mujeres, política y piquetes, 1996-2001

Andrea Andújar

DIEZ AÑOS

Buenos Aires, Argentina


Andújar, Andrea
Rutas argentinas hasta el fin : mujeres, política y piquetes 1996-2001. - 1a ed. -
Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Luxemburg, 2014.
298 p. ; 23x16 cm. - (Un cuarto propio / Andrea Andújar y Valeria Pita)

ISBN 978-987-1709-33-5

1. Feminismo. I. Título
CDD 305.42

Colección Un Cuarto Propio dirigida por Andrea Andújar y Valeria Pita


Rutas argentinas hasta el fin. Mujeres, política y piquetes, 1996-2001
1º Edición, Ciudad Autónoma de Buenos Aires, diciembre de 2014

© 2014 Ediciones Luxemburg


© 2014 Andrea Andújar

Ediciones Luxemburg
Tandil 3564 Dpto. E, C1407HHF
Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina
Email: edicionesluxemburg@yahoo.com.ar
Facebook / Ediciones Luxemburg
Twitter: @eLuxemburg
Blog: www.edicionesluxemburg.blogspot.com
Teléfonos: (54 11) 4611 6811 / 4304 2703

Edición: Ivana Brighenti


Diseño editorial: Santángelo Diseño

Distribución
Badaraco Distribuidor
Entre Ríos 1055 local 36, C1080ABE,
Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina
Email: badaracodistribuidor@hotmail.com
Sitio Web: www.badaracolibros.com.ar
Teléfono: (54 11) 4304 2703

ISBN 978-987-1709-33-5

Este libro recibió evaluación académica y su publicación ha sido recomendada por un comité de
reconocidos especialistas que asesora a la editorial en la selección de los materiales.

La edición de este libro fue posible gracias al apoyo brindado por el UBCYT 20020100100878
“Derechos, ciudadanía y experiencias colectivas: la construcción cotidiana de la ciudadanización en
Argentina, siglo xx”, dirigido por la doctora Dora Barrancos (Período 2011-2014).

Queda hecho el depósito que establece la Ley 11723.

No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su almacenamiento en un sistema


informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio electrónico, mecánico,
fotocopia u otros métodos, sin el permiso previo del editor.

Impreso en Argentina
Para Santi.
Sumario

Comienzo 11

Introducción 15

Capítulo 1
Historia y género: anudando experiencias, memorias y relatos 25
De mujeres, resistencias y luchas en el pasado reciente /
De historias y memorias: las mujeres piqueteras /
Enlazando desenlaces

Capítulo 2
De la “revolución productiva” a “nos ha dejado en la ruina”:
los años de Menem 73
Del ascenso del menemismo a la consolidación del neoliberalismo /
Los alcances del mundo ypefeano / Entre el “antes” y el “ahora”

Capítulo 3
De la casa al piquete: las mujeres en el corte de rutas
de Cutral Co y Plaza Huincul, junio de 1996 121
“De la ruta no nos vamos”: mujeres, piquetes y política /
Crónica de un final inconcluso: el desenlace de la pueblada /
Mujeres en las rutas

Capítulo 4
Reavivando resistencias: el segundo corte de rutas en Neuquén,
abril de 1997 169
Las maestras piqueteras: del pizarrón al puente /
“Donde hubo fuegos…”: el segundo corte de rutas en Cutral Co y
Plaza Huincul / Del epílogo del paro docente al levantamiento del
corte de rutas
Capítulo 5
“Y así los pillamos al comisario y al cabo”: mujeres,
luchas y resistencias en Salta, 1997-2001 211
Días y noches de fuegos y piquetes: los cortes de ruta en
General Mosconi y Tartagal / Atravesando límites: las mujeres
en la utd / A Romero rogando y con el mazo dando

Conclusiones 265

Fuentes y bibliografía 273

Glosario de siglas 296


Comienzo

Cuando era chica, las rutas encerraban para mí un conjunto de


misterios. ¿Hasta dónde llegaban? ¿Tenían algún principio y algún
final o eran como el arco iris? ¿Quién viviría en esas tierras que
las bordeaban, cercadas por alambrados tan pero tan extensos que
también parecían no acabar nunca? A medida que fui creciendo, las
incógnitas se fueron resolviendo y, en su lugar, apareció una suerte
de promesa maravillosa, una mágica ilusión que decía que si me
animaba a recorrer cualquiera de ellas durante un buen tiempo,
llegaría a lugares increíbles, habitados por personas que vivían en
comunidades, sin padres a los que obedecer ni escuelas secundarias
a las que asistir. Claro que la promesa no me la había hecho nadie a
mí particularmente. Se había ido formando sola, de a poco, cuando
me encerraba en mi cuarto de adolescente a escuchar a Luis Alberto
Spinetta y a Deep Purple, o a perderme por horas en las tapas de los
lp de la “dama blanca del blues” que era por lejos mi símbolo preferi-
do de rebeldía. En esos 14 años cumplidos en 1979, no tenía muchos
otros lugares donde soñar con un mundo totalmente distinto al mío.
Tampoco imaginaba que por esas rutas ya hacía un tiempo que no
transitaban sueños de humanidades mejores sino pesadillas de unas
botas enfundadas en falcons verdes sin chapa, dispuestas a llevar su
ferocidad de un lugar a otro.
Pero esos caminos no son de mano única ni conducen a un único
lugar ni quedan condenados para siempre a la sombría nocturnidad de
los desaparecedores de sueños. Y entonces a veces, nos sorprenden rea-
vivando ilusiones, albergando esperanzas forjadas por personas que se
dan la mano para ser justo cuando parecía que ya no había mucho por
hacer. Fue para averiguar sobre ellas que volví a aventurarme en esos
largos senderos de cemento, siguiendo los humos de los piquetes que
los colmaron en la década de 1990 para enfrentar las consecuencias de
la profundización del modelo neoliberal. Llevaba conmigo un graba-
dor, varios casetes vírgenes y la música del “Flaco” con sus dedos súper

11
RUTAS ARGENTINAS HASTA EL FIN

ateridos en esa poesía rockera tan entrañable y de la que tomo prestado


una parte para el título de este libro.
Sus páginas son el resultado de esa aventura, la de contar una
historia de esos cortes de ruta poblada por las mujeres que los protago-
nizaron, atenta a sus anhelos, sus prácticas e identidades, preocupada
por averiguar las relaciones que tejieron entre ellas y con los varones
con los que convivían cotidianamente, y la manera en que juntos deja-
ron de ser individuos para refundarse en colectivos solidarios buscan-
do torcer el destino de sus comunidades.
En esa travesía, que en principio le dio forma a mi investigación
doctoral, nunca estuve sola. Vivirla me ha llevado a contraer innumera-
bles deudas, de esas que no provocan pesar sino una profunda alegría.
La primera la tengo con las mujeres y los varones que en Neuquén
y en Salta, las dos estaciones principales de mi viaje, brindaron sus voces
y compartieron conmigo sus historias y sus experiencias de lucha en esas
rutas que pasaron a ser suyas en algunas ocasiones. También con Christian
Castillo, Gabriela Gresores y Heike Schaumberg, que me contactaron con
las primeras personas a las que entrevisté en una y otra provincia.
El acompañamiento de Mónica Gordillo, directora de mi tesis
de doctorado, fue de un valor inestimable. A su pasión por la Historia
y su vigoroso compromiso con mi investigación le debo mucho de lo
que pude comprender de los fuegos de los piquetes. También a Diana
Maffía, mi codirectora, por su apoyo y estímulo permanentes.
Tuve la fortuna de contar con Dora Barrancos, Mirta Lobato y
Daniel Lvovich como jurados de mi defensa. La minuciosa lectura y
los sugerentes comentarios que hicieron sobre mi trabajo lo enrique-
cieron profundamente.
Las manos de Dora junto con las de Nora Domínguez han mode-
lado, además, la calidez de ese lugar para estar, pensar y crecer que es el
Instituto Interdisciplinario de Estudios de Género (iiege) de la Facultad
de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Tenerlas a ellas
cerca es un privilegio para el alma.
Siento también una enorme gratitud hacia Marlene Russo, Ana
Ferrari e Ivana Otero, pues ellas han tenido que ver con mucho del
placer que encontré cada vez que me instalaba en la biblioteca del iiege
para revolver las historias que colaboraron en armar esta historia.
Mi deuda es inconmensurable con las colegas y amigas con quie-
nes tengo la suerte de integrar los grupos de investigación Mujer, Políti-
ca y Diversidad en los 70 e Historia Social y Género, radicados en el iiege.
Valeria Pita, Débora D’Antonio, Karin Grammático, Cristiana Schettini,
Silvana Palermo, Carolina González Velasco, Gabriela Gómez, Catalina
Trebisacce y María Laura Rosa nortearon mi brújula en muchísimas
oportunidades con su generosidad, sus vastos conocimientos y su dis-
posición permanente a intercambios y diálogos apasionados.

12
Andrea Andújar

Mariano Morato y Marcelo Turdó estuvieron cerca en muchos


tramos de este recorrido, brindándome ideas y generosas humanidades.
Rosario me ha dado tres faros luminosos para retomar el cami-
no cada vez que me sentía perdida: Cristina Viano, Gabriela Águila y
Luciana Seminara. Otro tanto me ofreció Tucumán, con mis queridas
María Celia Bravo y Alejandra Landaburu, y Trelew, desde donde Móni-
ca Gatica hace magia para atravesar en un ratito esos mil cuatrocientos
kilómetros de distancia que los mapas dicen que la separan de mi casa.
Valeria, Débora, Cristina y Mónica leyeron los borradores de los
capítulos de este libro brindándome valiosas sugerencias y mostrándo-
me siempre caminos para mejorarlos. No hay palabras suficientes para
darles las gracias.
A Ivana, Marcelo, Paola y Gabriel, mis amigos luxemburgueros,
debo agradecerles los alientos cargados de confianza cuando la última
página parecía tan lejana.
A Onofre Andújar, mi papá, y a Norma Percossi, mi mamá, por-
que me enamoraron de la historia y de las rebeldías a fuerza de discutir
acaloradamente casi todas sus certezas… y las mías.
A mi hermana Dany, con su poesía plena de sueños que no renie-
gan de utopías, y a mi hermano Guille, el “Polaco” de ojos azules lím-
pidos, lleno de risas y abrazos cuando hacen falta y porque sí también,
por enseñarme de amores tan incondicionales que hasta se vuelven
brujeriles para aquietar mis ansias cada vez que cambio la historia por
las gradas del Monumental y la camiseta de la Banda.
A Martín, mi compañero, novio y amante, por todas las veces
en las que no protestó porque no abandonaba la computadora y los
libros, y por las que sí lo hizo pero conservó la caricia cerca, intu-
yéndome, a sabiendas de que un abrazo fuerte podía disipar toda la
bruma de mis devaneos.
A Santi, mi hermoso, hermoso, hermoso y paciente hijo, siempre
dispuesto a soltar su mágica risa en el momento en que su mamá habla-
ba sola recorriendo la casa a ver si la idea cobraba forma. Sin su deslum-
brante presencia yo no habría llegado hasta aquí con tanta esperanza.
Van para estas personas grandes y resplandecientes, que han
hecho que la aventura de escribir este libro jamás fuera solitaria, mi
amor y mi profundo agradecimiento.

13
Introducción

El 20 de junio de 1996 un grupo de mujeres comenzó a recorrer las


calles que atravesaban Agua de Fuego, un pequeño punto en el mapa de
la Patagonia argentina al que todos conocían como Cutral Co, en tardío
homenaje a sus originarios pobladores mapuches. Sabían que cerca
de allí, en Plaza de la Loma o Huincul, según el idioma, otras mujeres
habían dejado atrás sus casas y se dirigían a su encuentro. Algunas
iban solas; otras, acompañadas por sus hijas y sus hijos pequeños, sus
maridos o sus vecinos. Divisaban en su horizonte la torre que indicaba
el ingreso a Yacimientos Petrolíferos Fiscales (ypf), la otrora empresa
estatal que había sido medular en sus vidas durante tantas décadas
y que había dejado sin empleo a más de 4 mil personas desde que el
gobierno la privatizara. Evocaban las esperanzas de antaño de escapar
de la miseria con la indemnización invertida en un kiosquito, en un
auto remisero o en un taxi. Pero nada de eso daba ya resultado.
En su recorrido avistaron también la estructura edilicia de la
empresa gasificadora El Mangrullo, que ya no sería la base para cons-
truir una fábrica de fertilizantes. Durante la tarde del día anterior
habían escuchado en la radio que el gobernador Felipe Sapag daba
por terminadas las negociaciones con la empresa canadiense Agrium-
Cominco, argumentando que el Estado provincial no invertiría los 100
millones de dólares que completarían los 400 millones requeridos,
según los canadienses, para levantar la planta fertilizadora. La pro-
vincia, señalaba el gobernador, no estaba en condiciones de gastar ese
dinero. Y ellas, sabían, ya no estaban en condiciones de tener paciencia.
No había cómo seguir sosteniendo la ilusión de tener nuevamente un
trabajo digno, de volver a contar con el dinero suficiente para comprar
alimentos o para pagar los servicios de gas y de electricidad. Y como
hicieron muchas mujeres en otras ocasiones en el pasado y en otras
geografías, decidieron salir a la calle.
Fueron montando barricadas a su paso, alentándose entre sí,
intercambiando bromas y miradas alertas. Algunas llegaron a la Ruta

15
RUTAS ARGENTINAS HASTA EL FIN

Nacional 22; otras, a la Ruta Provincial 17 o a las picadas, esos caminos


de tierra alternativos a las rutas que se habían hecho en tiempos de ypf.
Y allí se quedaron. Prendieron cubiertas y cuando las cubiertas se aca-
baron, prendieron troncos. Levantaron carpas y armaron asambleas
mientras cocinaban para todos y discutían con todos. Y, finalmente,
tomaron una decisión: permanecerían allí hasta que los humos de las
improvisadas piras obligaran al gobierno provincial a cambiar la situa-
ción. No dejarían los “piquetes” hasta que el gobernador Felipe Sapag
atendiera sus reclamos.
De historias como esta trata Rutas argentinas hasta el fin. Muje-
res, política y piquetes, 1996-2001, cuyo objetivo es explorar los vínculos
existentes entre la protesta social, la participación de las mujeres y el
impacto político de las acciones colectivas promovidas por ellas en la
historia argentina reciente. Para ello, aborda el estudio de las formas
de resistencia, organización y confrontación que emergieron frente
a la profundización de la implementación del modelo neoliberal y el
ejercicio de la democracia articulada bajo sus preceptos. En particular,
se enfoca en las mujeres que protagonizaron el surgimiento y posterior
desarrollo de los movimientos piqueteros durante los años 1996 y 2001
en las localidades de Cutral Co y Plaza Huincul, en la provincia de Neu-
quén, y en las de General Mosconi y Tartagal, en la provincia de Salta.
Conformados básicamente por personas desocupadas, estos
movimientos hicieron del corte de rutas su herramienta preponderante
de confrontación. Consistente en ocupar caminos y bloquear el paso de
toda persona, vehículo o mercadería, esta metodología de lucha posibi-
litó que quienes habían sido expulsados del aparato productivo hicie-
ran oír sus reclamos y se tornaran visibles ante el resto de la sociedad
y, fundamentalmente, ante un elenco gubernamental que pretendía
desactivar todo intento de oposición y resistencia a las consecuencias
del ajuste estructural que estaba implementando. Pero, además, dio
lugar a la puesta en práctica de formas democráticas de participación
y toma de decisiones alternativas a las bosquejadas por los sectores
dominantes al someter a debate permanente, y por medio de asam-
bleas, cuestiones tales como el rumbo de las protestas, las exigencias
que se sumarían a los pliegos de posibles negociaciones con los poderes
gubernamentales o quiénes actuarían en representación de las y los
manifestantes si llegaba la ocasión de iniciar tales negociaciones. Todo
ello condujo a que en varias oportunidades, los y las desocupadas lide-
raran diversos levantamientos populares, galvanizando una amplia
gama de reivindicaciones en las comunidades neuquinas y salteñas.
Al enlazar analíticamente una y otra geografía, este libro parte
de asumir que la trama de esta conflictividad social y política hundió
sus raíces en un anclaje común a ambas: la destrucción de lo que se
conoce como el mundo ypefeano, es decir, de una comunidad cuyas

16
Andrea Andújar

relaciones sociales, políticas y económicas fueron modeladas bajo el


influjo y la presencia de la compañía petrolera estatal ypf1.
En efecto, desde su descubrimiento, el usufructo del oro negro
vertebró la historia de Plaza Huincul y Cutral Co. La primera nació en
1918 con el inicio oficial de la explotación petrolera en esta provincia
patagónica. Una década y media más tarde, la radicación de población
expulsada del octógono fiscal que delimitaba la reserva estatal de este
recurso en Plaza Huincul, dio lugar a la creación de Barrio Peligroso,
un asentamiento colindante con ella que a partir de 1935 pasó a deno-
minarse Cutral Co2. La expansión de la explotación petrolera en ambas
localidades se combinó con una política de desarrollo urbano y asis-
tencia social donde ypf jugó un rol central en tanto se hizo responsable
del trazado de la trama urbanística y habitacional, el tendido de calles,
redes cloacales, luz eléctrica, escuelas y hospitales (Favaro et al., 1997).
Por su parte, Tartagal y General Mosconi también debieron su
crecimiento y prosperidad al hallazgo de recursos hidrocarburíferos,
cuyo aprovechamiento fue desplazando paulatinamente la importan-
cia de la actividad maderera para la economía local. En el caso de la
primera ciudad, que obtuvo rango municipal en 1924, fue la compañía
norteamericana Jersey Standard Oil quien desde 1910 tomó la delan-
tera en la explotación de petróleo, impulsando a su vez la expansión
de la traza urbana local, la apertura de centros deportivos, de salud e
incluso de una escuela para enfermeras. En cambio, en General Mos-
coni, denominada originalmente El Noventa, debido a la coincidencia
de su asentamiento con el km 1690 de la línea del ferrocarril Belgrano
habilitada en 1926, ypf impuso su iniciativa con la trasferencia a sus
manos hacia fines de la década de 1920 del pozo República Argenti-
na, conocido luego como Campamento Vespucio. Como ocurriera en
Plaza Huincul y en Cutral Co, el desarrollo de ypf trajo aparejado el
crecimiento poblacional y urbano, lo cual llevó a que General Mosco-
ni fuera convertida en municipio en 1946. Finalmente, el retiro de la
compañía estadounidense de Tartagal a mediados del siglo xx permi-
tió que la petrolera estatal liderara la extracción y el refinamiento de
petróleo en toda la zona.
Aun cuando este libro no se aboca a reconstruir la historia de
ypf, no puede soslayar el papel preponderante que la misma ocupó en
el desarrollo de las comunidades neuquinas y salteñas. Tampoco puede

1 La utilización aquí de mundo ypefeano para referir a este tipo de comunidades


retoma la formulación propuesta tanto por la mayoría de la literatura académica y
política interesada en ellas como por los sujetos estudiados en este trabajo.
2 En 1953 se cambió el nombre de esta localidad por el de Eva Perón. Así se mantuvo
hasta 1955, cuando volvió a ser denominada Cutral Co.

17
RUTAS ARGENTINAS HASTA EL FIN

dejar a un lado que el telón de fondo sobre el que se desplegaron las


acciones beligerantes ocurridas entre 1996 y 2001 fue la privatización
de la petrolera estatal. Ello abona no sólo a la búsqueda de los nexos y
confluencias en las experiencias de lucha que tuvieron lugar en ambos
lugares. También invita a recalar en algunos fragmentos del derrotero
de ese mundo ypefeano, pues si bien guardó diferencias en su entrama-
do entre una y otra región, ofrece claves compartidas para historizar el
protagonismo de las mujeres en esas protestas y en el surgimiento de
los movimientos piqueteros.
Las pistas que conducen a esas claves están dispersas en diversos
indicios. Algunos se sitúan en acontecimientos específicos, tales como
los que rodearon la conclusión del primer conflicto ocurrido en Cutral
Co y Plaza Huincul en junio de 1996. En esa ocasión, Laura Padilla, una
maestra desocupada y sindicada por la prensa local como una de las
caras visibles de la protesta, fue quien en nombre de las y los piqueteros
firmó con el gobernador neuquino el acta acuerdo que puso fin al corte
de rutas. Otros afloran en las voces de las propias mujeres en tanto es
en sus narrativas donde ellas suelen ubicarse como precursoras de esos
conflictos anudando sus biografías con la historia de sus familias y de su
comunidad. Escucharlas vuelve posible descubrir quiénes eran, cómo y
por qué habían llegado hasta las rutas, qué relaciones sociales, proyec-
tos individuales y colectivos, y lecturas del pasado y de su presente las
animaron a levantar barricadas o las colocaron como representantes de
su comunidad a la hora de firmar un pacto para desmontarlas.
En la actualidad, existe una amplia gama de trabajos que se
ocupa de indagar los orígenes de los movimientos piqueteros, el
carácter de sus luchas y las identidades que sus protagonistas fueron
edificando al calor de las mismas. Dentro de ese universo, es profusa
también la literatura que desde distintos enfoques teóricos y campos
disciplinares explora ese proceso a la luz de los acontecimientos que
aquí se estudian. Este libro dialoga con estas investigaciones, pues
proveen nudos interpretativos ineludibles al examinar los detonantes
de esos conflictos, los elementos novedosos de su formato y su impacto
en el escenario político, al interrogarse por la pertenencia de clase y
las trayectorias previas e inscripciones político-partidarias o sindica-
les de sus protagonistas, y al analizar las formas de organización del
novel sujeto social que se fue gestando en tales enfrentamientos, los
movimientos piqueteros, el alcance de sus demandas y la inscripción
política de las mismas3.

3 Estudios de referencia insoslayable son los de Favaro et al. (1997); Bucciarelli et al.
(1999); Sánchez (1997); Iñigo Carrera y Cotarelo (1997; 1998; 2000); Klachko (1999;
2002; 2007); Barbetta y Lapegna (2001); Auyero (2002a; 2002b; 2004); Ferrara (2003);

18
Andrea Andújar

Muchos de estos trabajos han advertido la participación de las


mujeres. Mas al subsumir su presencia a un registro testimonial o un
dato estadístico, algunos de ellos enmarcaron sus acciones como mero
acompañamiento de las de los varones. Otros presentaron la interven-
ción femenina como una irrupción inédita, sin lazos de continuidad
hacia el pasado. Así, la interpretación de los movimientos piqueteros,
sus prácticas y subjetividades ha quedado restringida en general a la
indagación de las experiencias masculinas. Es allí y desde una lente
que combina las claves analíticas provistas por la historia social y los
estudios de género, donde Rutas argentinas hasta el fin asume otros
recorridos4. Al inquirir sobre la agencia de las mujeres, estas páginas no
sólo demuestran que ellas estuvieron involucradas de manera capital en
estas acciones colectivas de protesta y en la construcción de los movi-
mientos piqueteros. También evidencian que las formas en las que ellas
se dispusieron a enfrentar los pilares de la exclusión social y a socavar
la irremediabilidad de los destinos colectivos proclamada por los arqui-
tectos del modelo neoliberal en la Argentina como el irreparable fin de
todas las cosas –la historia, las utopías, el Estado nacional, la actividad
política, la lucha de clases–, albergó una extensa trama de experiencias
de participaciones políticas previas puestas en juego luego en los cortes
de ruta y en la edificación de las organizaciones piqueteras.
La reconstrucción de esta historia demandó la revisión de un
acervo documental conformado por diarios de tirada nacional y pro-
vincial, publicaciones político-partidarias y sindicales, documentación
de organizaciones que emergieron como consecuencia de los conflic-
tos –tales como la salteña Unión de Trabajadores Desocupados (utd)–,
textos provenientes de archivos personales de las y los protagonistas de
estas protestas, materiales producidos por diversos organismos públi-
cos e instituciones de representación gubernamental tanto provincia-
les como nacionales5. Pero, fundamentalmente, esta investigación se
respaldó en el análisis de fuentes orales entendiendo que estas son el
resultado de una construcción, de un acto creativo gestado en el inter-
cambio entre investigador/a y entrevistado/a que posibilita bucear
en cómo las personas fueron pensando y edificando su mundo, y en
cómo expresaron su comprensión de la realidad en sus prácticas y en
sus relatos sobre ellas. A tal fin, se realizaron entrevistas a 62 personas

Svampa y Pereyra (2003); Zibechi (2003); Masseo (2004); Massetti (2004); Oviedo
(2004); Schaumberg (2004); Petruccelli (2005) y Benclowicz (2005; 2013).
4 Para ello se nutre de algunos estudios que reconocen y problematizan esas presencias
femeninas, constituyendo una excepción a lo recientemente señalado. En particular,
son iluminadores los trabajos de Bidaseca (2003), Auyero (2004) y Partenio (2006).
5 El detalle de las fuentes consultadas se encuentra en “Fuentes y bibliografía”.

19
RUTAS ARGENTINAS HASTA EL FIN

que protagonizaron los cortes de rutas en ambos espacios regionales.


En Neuquén, fueron entrevistados ex trabajadoras/es de la empresa
ypf, integrantes de los sindicatos docentes, miembros de la pastoral de
migraciones perteneciente al obispado local, militantes del Movimien-
to de Trabajadores Desocupados (mtd), de organizaciones feministas,
de diversos partidos políticos y ex funcionarias/os del gobierno pro-
vincial durante la gestión de Felipe Sapag, correspondiente al período
1995-1999. En cuanto a la provincia de Salta, se recogieron testimonios
de activistas de la utd, de habitantes de General Mosconi, de Coronel
Cornejo, de Campamento Vespucio y Tartagal, de ex trabajadoras/es de
ypf y de integrantes de la Coordinadora de Ex Trabajadores Ypefeanos
del Departamento de General San Martín6.
De todos modos, aún cuando confeccionar esta historia requirió
los indicios de esas presencias femeninas a sabiendas de que encon-
trar sus huellas en las fuentes y volverlas evidencias depende de los
interrogantes formulados y del relato que se pretenda edificar sobre
el pasado (Perrot, 2008), el horizonte de este libro no se agota allí. En
ese sentido, su cometido no se circunscribe a exponer pruebas que
posibiliten contabilizar mujeres para hacerlas visibles en este proceso
histórico, pues concibe que tal visibilización no conduce necesaria-
mente a tornar a esas mujeres inteligibles en sus intereses, proyectos
y acciones, ni en su incidencia en el acontecer histórico. Tornarlas
comprensibles significa aquí explorar sus itinerarios biográficos, sus
vivencias cotidianas, sus relaciones con su familia y con su comuni-
dad, sus prácticas políticas, sus modos de pensar y percibir la realidad
y su lugar en ella, en síntesis, sus experiencias y los significados que
construyeron sobre ellas. Demanda, consecuentemente, poner en
escena el género en tanto categoría que denota la construcción social
y cultural de la diferencia sexual no como descriptiva sino como ana-
lítica y relacional, privilegiando que interrogarse por las mujeres no
equipara a verlas sino a comprender sus agencias, los vínculos entre
ellas y, también, con los varones. En síntesis, hurgar en este conjunto
de fuentes con preguntas en torno a las prácticas e identidades de las
mujeres persigue el propósito de “engenerizar” las protestas o, dicho
de otro modo, aventurarse en su análisis explorando cómo fueron
atravesadas por los significados sociales sobre la diferencia sexual,
las subjetividades articuladas en torno a los atributos culturalmente
asignados a ser (y actuar como) mujer y varón, y las jerarquías que esos
significados sociales entrañan y construyen. La apuesta es, entonces,

6 La realización de estas entrevistas tuvo lugar entre los años 2003 y 2004. El conjunto
de personas que me brindaron generosamente sus recuerdos se encuentra desagre-
gado en “Fuentes y bibliografía”.

20
Andrea Andújar

comprender de manera más compleja a los sujetos y sus experiencias


de participación, sus alicientes, esperanzas y acciones a la hora de
conformar diversos colectivos, las formas y las tramas de la conflicti-
vidad social, y el contenido y alcance político de las acciones de resis-
tencia y lucha llevadas adelante.
En esta pretensión analítica, la noción de experiencia cobra un
lugar central. Para su uso, este trabajo tributa su significado en el desa-
rrollo conceptual elaborado por Edward P. Thompson (1989), puesto
que invita a analizar a los sujetos sociales ya no como subsumidos en
estructuras sino en sus mutuas relaciones, valores morales, códigos
de conductas, prácticas individuales y colectivas. Pero indexa a las
formulaciones del historiador marxista británico las implicancias de
la diferencia sexual al escudriñar cómo las experiencias de esas muje-
res entraron en escena en las acciones colectivas de protesta y de qué
manera las mismas tensionaron imaginarios sociales que les reserva-
ban ciertos roles en su comunidad o fueron puestas al servicio de legi-
timar su intervención en los cortes de rutas.
Mas debe aclararse también que las mujeres son entendidas no
como un sujeto colectivo homogéneo, que porta identidades o intere-
ses, objetivos y experiencias igualadas en el terreno de su condición
sexual. Por el contrario, el universo femenino que conforma el centro
de este libro se caracteriza por la heterogeneidad de sujetos que lo com-
ponen, en tanto se encuentra atravesado por las relaciones de opresión
devenidas de la construcción sociocultural de la diferencia sexual y
las normativas asignadas histórica y socialmente al comportamiento
femenino y masculino, así como por las pertenencias de clase y étnicas
que, en profundo vínculo con lo anterior, determinan y condicionan
ese universo. De tal suerte, estas mujeres, pertenecientes a la clase tra-
bajadora y en algunos casos de origen indígena, han sido o lo son aún
hoy trabajadoras de reparticiones estatales, docentes, ex empleadas de
empresas estatales privatizadas, cuentapropistas o desocupadas. Es
justamente en el entrecruzamiento de las pertenencias de clase y los
constructos sociales relativos al género donde se sitúan las claves que
permiten dar cuenta de la singularidad de las y los protagonistas de las
confrontaciones que se analizan y, particularmente, de las mujeres que
las impulsaron.
Este libro inicia su estudio en el año 1996, cuando la concatena-
ción de este tipo de enfrentamientos sociales y políticos con el neoli-
beralismo en la Argentina adquirió particular contundencia a partir
de los cortes de ruta ocurridos en Cutral Co y Plaza Huincul en ese año
y en el siguiente, y continuados posteriormente en Tartagal y General
Mosconi. Desde esas experiencias, los movimientos piqueteros comen-
zaron a sentar las bases de su propia identidad, canalizando múltiples
protestas y trazando alianzas con diversos sectores sociales. Así, sus

21
RUTAS ARGENTINAS HASTA EL FIN

prácticas y modalidades de organización no sólo se fueron fortalecien-


do en tanto sus acciones beligerantes se incrementaban, sino que tam-
bién coadyuvaron a que otros actores pudieran sumarse a la resistencia
abierta contra el modelo neoliberal7. Ello permitió la profundización
de las movilizaciones sociales que confluyeron en la violenta crisis
institucional desatada en el año 2001, cuyo momento más álgido fue la
renuncia de Fernando de la Rúa a la presidencia de la Argentina. Justa-
mente, el año 2001 marca el cierre de este trabajo. Aunque este límite
no implica la interpretación de tal momento como la clausura de una
etapa en el devenir de la conflictividad social, sí parte de considerarlo
una inflexión al aparecer otras instancias de participación y organiza-
ción que marcaron diversos derroteros y que, a su vez, fueron mutando
los lugares e intervenciones de los movimientos piqueteros, sus arcos
de alianzas y los alcances y límites de las solidaridades de otros secto-
res sociales hacia ellos. Adentrarse en ese recorrido, por tanto, excede
las pretensiones de este trabajo, focalizado en explorar los orígenes e
inmediato desarrollo de los movimientos piqueteros y, fundamental-
mente, el papel desempeñado por las mujeres en tal proceso.

* * *

Orientado por estos horizontes, Rutas argentinas hasta el fin. Mujeres,


política y piquetes, 1996-2001 invita a la lectora o lector a aventurar-
se en esta historia con la promesa de que no hallará un colectivo de
mujeres que acompañe las acciones de varones obreros, trabajadores
o desocupados. O, al menos, esa compañía no será el producto de una
adhesión sino el de un encuentro en la propia génesis de los movimien-
tos piqueteros, una concurrencia donde las mujeres participaron con
voces autónomas y fortalezas organizativas notables y propias. Tam-
poco hallará un universo femenino uniforme. Y menos aún tropezará
con esos sujetos femeninos dialogando consigo mismos. Por el con-
trario, los encontrará dispuestos en una narrativa que los advierte en
relación y preocupada por demostrar que la historización de la agencia

7 Como señalan Lobato y Suriano (2003: 115-153), las estadísticas publicadas por
diarios y revistas permiten apreciar la magnitud cuantitativa a la que arribaron las
protestas que utilizaban los cortes de ruta como metodología de lucha. Entre 1997 y
2002, estas sumaron un total de 4.674, distribuidas de la siguiente manera: en 1997,
140 cortes; en 1998, 51; en 1999, 253. El crecimiento más notorio se produjo entre
2000 y 2002, donde los cortes pasaron de 500 a 2.334. En el año 2001, marcado por
la caída del presidente Fernando de la Rúa, los cortes de ruta alcanzaron un total
de 1.282. Por su parte, Svampa (2004) sostiene que bajo el gobierno de De la Rúa los
movimientos piqueteros adquirieron una vertiginosa autonomía que los tornó en un
verdadero movimiento social organizado.

22
Andrea Andújar

de las mujeres en la constitución de los movimientos piqueteros y los


lazos que entre ellas y los varones se delinearon en su interior, posibi-
lita comprender de manera más compleja la naturaleza, dimensión y
alcance político de las formas de organización y lucha que surgieron
contra el neoliberalismo en la Argentina.
El primer capítulo examina el vínculo existente entre género,
memoria e Historia, respaldándose en la pertinencia del uso de la histo-
ria oral para la realización de esta investigación. Dividido en dos partes,
la primera se preocupa por develar los pilares que permiten establecer
tal nexo construyendo una genealogía de movilización y participación
de las mujeres en el pasado reciente de la Argentina. A tal fin, el énfa-
sis se coloca en la historia de organizaciones específicas con marcado
carácter femenino bajo el terrorismo estatal y el período posdictatorial,
planteando cuestiones relativas a la relación entre fuente oral e Historia
así como a los condicionamientos que atraviesan a quien rememora y
testimonia sobre el pasado pero también a quien interroga sobre él.
La segunda parte escudriña, por un lado, las intervenciones público-
políticas de las mujeres neuquinas y salteñas durante el período pre-
vio al segundo gobierno menemista, centrando su interés en algunas
consideraciones que posibilitan comprender las particularidades de su
agencia. Por otro, indaga cómo esas mujeres y varones han construido
sus memorias sobre sus experiencias pretéritas colocando el foco en la
manera en que unas y otros se percibieron a sí mismos y entre sí respec-
to de su protagonismo en los cortes de ruta ocurridos entre 1996 y 2001.
El segundo capítulo sitúa su mirada en el contexto que enmar-
có los orígenes de los movimientos piqueteros en las comunidades
neuquinas y salteñas. Su desarrollo se compone de dos secciones. La
primera aborda la trama histórica, política, social y económica de la
Argentina de la posdictadura, ubicando el acento analítico en el perío-
do menemista y en el impacto de la política neoliberal para los sectores
subalternos y, en especial, para las mujeres que forman parte de ellos.
Particularmente se detiene en el proceso de privatización definitiva de
las empresas públicas, haciendo hincapié en la venta de ypf. La segun-
da sección se concentra en la reconstrucción histórica de las comuni-
dades de Cutral Co y Plaza Huincul, y de Tartagal y General Mosconi.
El objetivo es desentrañar el papel jugado por la compañía petrolera
en ambos espacios regionales, los lazos comunitarios desarrollados
durante su existencia y la configuración de los escenarios políticos y
sociales al momento de su privatización. Para ello, examina las dife-
renciales experiencias de las mujeres y los varones vinculadas con el
desarrollo de ypf y el significado también diverso que la privatización y
sus consecuencias trajeron aparejadas para unas y otros.
El capítulo tercero se enfoca en el primer conflicto que tuvo
lugar en las localidades de Cutral Co y Plaza Huincul en junio de 1996.

23
RUTAS ARGENTINAS HASTA EL FIN

Constituido por dos partes, la primera analiza de qué manera mujeres


y varones intervinieron en la decisión y puesta en acto del comienzo
del bloqueo de las rutas. Asimismo, indaga cuáles fueron los reclamos
y objetivos de esa confrontación y de qué manera llegó a su término. La
segunda parte se detiene en el proceso vivido por esas comunidades
luego de la finalización del conflicto. En especial, examina qué signi-
ficados atribuyeron mujeres y varones al mismo así como a su propia
participación en él.
El capítulo cuarto mantiene su interés en las ciudades neuquinas
pero internándose en el conflicto ocurrido al año siguiente, en abril de
1997. La primera de las dos partes que lo conforman, detalla las condi-
ciones y los factores que condujeron al inicio de este corte de rutas. En
esa dirección, cobra relevancia el estudio de la huelga docente desatada
a comienzos del ciclo lectivo de ese año, buscando revelar cómo y por
qué las maestras agremiadas en el sindicato local reeditaron el corte
de rutas como metodología de protesta a la par que fueron autorrefe-
renciándose como “maestras piqueteras”. La segunda sección aborda
la repercusión de este conflicto en las comarcas petroleras y de qué
manera el corte iniciado allí el 9 de abril se masificó provocando un
nuevo levantamiento de las comunidades de Cutral Co y Plaza Huincul.
El quinto y último capítulo se aboca a los cortes de rutas pro-
ducidos en las ciudades salteñas de General Mosconi y Tartagal entre
los años 1997 y 2001. La primera parte de su análisis expone cada uno
de los conflictos allí acaecidos, los reclamos que los atravesaron y las
mutaciones en la territorialidad y en los sectores sociales que los pro-
tagonizaron. La segunda y última sección estudia los orígenes y desa-
rrollo de la utd, principal organización piquetera surgida en General
Mosconi durante el año 1996. En esa dirección, se explora su composi-
ción, tanto en términos de clase como de género, la construcción de los
espacios de liderazgo en su interior y el impacto de esta organización
en el devenir de la comunidad.

24
Capítulo 1
Historia y género: anudando
experiencias, memorias y relatos

Eran aproximadamente las cinco de una tarde de un día de junio de


2004. Las calles de General Mosconi empezaban a despertarse del
letargo de la siesta después del almuerzo. Mientras caminaba hacia
la sede de la utd, acortando la distancia que la separaba del frondoso
patio que me había resguardado del calor del mediodía y que me resul-
taba intenso a pesar de la época del año, iba imaginando la entrevista
con Mónica, una mujer cuarentona y simpática que tenía un almacén
justo enfrente del local en el que se reunían las y los desocupada/os.
Días antes había mantenido charlas informales con ella en las cuales,
entre mate y tortas fritas, nos despuntábamos algunas partes de nues-
tras vidas. Pero cuando llegué no la encontré sola sino con un grupito
de mujeres.
Sentadas en círculo alrededor de una silla que hacía de mesita,
estaban anotando algo. A algunas las conocía. Entre ellas, a Liliana,
quien desde 1984 vivía en General Mosconi, ciudad a la que se había
mudado desde su Orán natal en busca de trabajo. “Madre soltera”,
como se definió cuando la entrevisté, Liliana había mantenido casi
siempre sola a sus seis hijos e hijas con un sueldo de empleada de maes-
tranza y cocinera en una empresa local. Su vida nunca fue sencilla,
sobre todo desde diciembre de 1997 cuando pasó a integrar la larga lista
de personas desocupadas de la zona. Pero, pese a ello, la sonrisa le salía
fácil y fue con ese gesto con el que me recibió al tiempo que me decía
sin preámbulos: “¡Hola! Estamos escribiendo unas cosas para hacer
una filial de las Madres de Plaza de Mayo acá en Mosconi. ¿Nos podés
ayudar?”. La pregunta me tomó por sorpresa. ¿Por qué una filial de las
Madres de Plaza de Mayo? ¿Habría entre ellas alguna con su hijo o hija
desaparecida durante la dictadura?
Pasé una mirada rápida por sus rostros suponiendo que si logra-
ba adivinar cuántos años tenían, hallaría alguna pista que me sacara
de la duda. Pero tal conjetura no tardó en desmoronarse al recordar
que no podía confiar demasiado en mi percepción de las edades de esas

25
RUTAS ARGENTINAS HASTA EL FIN

mujeres. En más de una ocasión, las arrugas de la lucha cotidiana por


sobrevivir se me habían confundido con otras, haciéndome creer que
una mujer de 40 años tenía 60. Así que no atiné a más que formular una
pregunta: “¿Y cómo les puedo dar una mano?”. Intuía que quizá una
respuesta llevaría a un nuevo interrogante y que el diálogo iría permi-
tiéndome comprender de qué se trataba el asunto.
Poco a poco, comenzaron a explicarme que en General Mosconi
había muchos problemas de violencia contra las mujeres, mucho mal-
trato, demasiado insulto, y que ellas querían organizarse para cambiar
esa situación. Mi perplejidad, pero también mi fascinación, aumenta-
ban al ritmo de la conversación, al igual que el deseo de encender el
grabador y guardar cada una de esas palabras en un casete confiando
en que al escucharlas nuevamente, una vez a solas, lograría desentra-
ñar mejor su significado. Sin embargo, presentía que si cedía a él, la
magia del momento inevitablemente se resquebrajaría. Por lo tanto,
silencié mi devaneo interno diciéndome que seguramente luego podría
anotar bastante de lo que habíamos hablado y que en ese instante yo
no era para ellas la “profesora porteña de historia que pregunta”, frase
con la que acompañaban mi nombre cuando me presentaban a alguien
potencialmente entrevistable. Esa vez yo era sólo la porteña interroga-
da para colaborar en algo con un saber supuesto.
Continuamos charlando un buen rato, desenhebrando las ganas,
los intereses y los medios para llevar a cabo el proyecto. Entendí, enton-
ces, cómo y dónde esa historia de las Madres se entrecruzaba con la
de ellas. No había entre esas mujeres ninguna que tuviera un hijo o
una hija desaparecida. Y descubrí también que me había equivocado
cuando presumí en algún momento del diálogo que ellas descono-
cían la historia de las Madres de Plaza de Mayo. Pese a las distancias
existentes entre los recorridos y las experiencias de unas y otras, esas
mujeres piqueteras sabían el devenir de aquellas que envolvían sus
cabellos con pañuelos blancos. Pero, además, las sentían cercanas,
pues habían compartido la ruta con algunas unos años antes, cuando
Hebe de Bonafini llegó a General Mosconi y junto con ellas hizo frente
a un cuerpo de gendarmería dispuesto a entrar una vez más en el pue-
blo, luego de haber reprimido a las personas que estaban bloqueando
la Ruta Nacional 34 el 17 de junio de 2001.
Tal encuentro, que podría ser pensado como un punto de arran-
que hacia ese presente que las congregaba para dar vida a una filial
de las Madres de Plaza de Mayo en la localidad salteña, fue también
–como finalmente comprendí– un puente hacia atrás. Se trataba de un
puente que unía y resignificaba trayectorias y experiencias de las muje-
res que exigían “juicio y castigo a los culpables” con las de las que salían
a cortar rutas decididas a revertir las consecuencias del ajuste estruc-
tural. Madres de desaparecidos, madres de ypefeanos y de jóvenes sin

26
Andrea Andújar

posibilidades de obtener un trabajo, fundieron además su encuentro


y sus reclamos en un escenario conocido: la plaza. Ya no se trató de la
que estaba situada en el corazón del poder político nacional, sino de
la de General Mosconi; no era la de la ronda de todos los jueves sino la
del “Aguante”, tal como la denominaron las mujeres y los varones que
durante cinco meses montaron carpas y se establecieron allí exigiendo
el cese de la persecución política y la libertad de todas las personas
detenidas durante la jornada de protesta del 17 de junio de 2001.
Como vislumbré en la charla con Mónica y Liliana, ese acto
reinstaló visible y contundentemente la presencia de las Madres de
Plaza de Mayo en su memoria. Uso deliberadamente el verbo reinstalar
porque entiendo que la memoria sobre esas Madres comenzó a tejerse
mucho antes, desde el momento en que ellas inscribieron su lucha en el
espacio público politizando distintivamente su maternidad para desa-
fiar una de las manifestaciones más ferozmente inhumanas del poder
del Estado. Fue esa particular politización de la maternidad8 la que
trascendió a las propias Madres para volverse un reservorio de lucha
de otros colectivos de mujeres, para integrar una tradición subterránea
que, resignificada en un nuevo contexto, potenció la agencia de las
mujeres que se tornaron piqueteras. Fue ese pasado sumado al presente
del encuentro concreto en la ruta donde las Madres y el reconocimiento
de la lucha por sus hijos e hijas fueron el puente para un conjunto de
mujeres dispuestas a enfrentar la violencia que desde el ámbito público
o dentro del hogar se descargaba sobre ellas.
Comprender entonces cómo las experiencias y tradiciones de
lucha se transmiten entre diversos sectores sociales, historias colec-
tivas e individuales y distantes geografías, y qué anclajes eslabonan
la edificación de la memoria, es el objetivo de este capítulo. Refiero el
término edificación porque asumo que la memoria no es una repro-
ducción fija y exacta de lo vivido tal y como sucedió. Por el contrario,
se trata de un proceso creador de significados, una forma de armar la
trama de la experiencia vital donde aquello que se recuerda –o que se

8 Esta práctica ha sido recurrente en la historia contemporánea, a juzgar por la fuerza


explicativa/justificadora que posee el discurso armado en torno a la figura de la
madre como instigadora de las acciones colectivas de las mujeres. Si se hace una
rápida revisión del siglo xx, en la Argentina, este discurso puede ser rastreado tanto
en las demandas de las obreras y trabajadoras urbanas de comienzos de siglo (Nari,
2004), como en quienes desempeñaron un papel central en las huelgas ferroviarias
durante la segunda mitad de la década de 1910 (Palermo, 2007) o impulsaron la san-
ción del voto para las mujeres hacia fines de la década del cuarenta (Palermo, 1998).
Sin embargo, como demostraré en este capítulo, la manera en que la maternidad fue
utilizada políticamente por las Madres de Plaza de Mayo contuvo singularidades
que impactaron de modo especial en las trayectorias de las mujeres que son sujeto
de este trabajo.

27
RUTAS ARGENTINAS HASTA EL FIN

olvida– involucra no sólo el impacto provocado por una época pasa-


da en la vida de una persona sino también sus relaciones y espacios
sociales de pertenencia, y su situación presente. Especialmente, me
interesa recalar en la manera en que el género interviene en la cons-
trucción de la memoria y, también, en la interpretación de quien inves-
tiga históricamente el pasado a sabiendas de que el acto de recordar
pone en juego dimensiones que envuelven no sólo a quien comunica
sus remembranzas sino también a quien las escucha en un momento
y lugar determinados. Sostengo, en esa dirección, que el vínculo entre
género, memoria e Historia es estructurante y que toda memoria está
atravesada por la construcción sociocultural de la diferencia sexual y
las relaciones de poder articuladas en torno a ella.
Expositivamente, el propósito de este capítulo se desarrolla en
dos partes. La primera examina experiencias de organización y lucha
impulsadas por distintos colectivos de mujeres bajo el terrorismo
estatal y los primeros gobiernos del período posdictatorial. Especí-
ficamente, ubica su mirada en las Madres de Plaza de Mayo y en las
organizaciones feministas nacidas al calor de la denominada “segunda
ola”. La revisión de tales experiencias, escogidas a partir de los indicios
brindados por las propias piqueteras durante las entrevistas, busca
trazar una genealogía que, al situar vínculos entre ciertas prácticas
políticas y sentidos atribuidos a las acciones confrontativas por parte
de determinadas mujeres en diversas ocasiones del pasado reciente,
permita comprender más acabadamente la agencia política de aquellas
que decidieron cortar las rutas en las comarcas petroleras.
La segunda parte indaga en las trayectorias de algunas mujeres
neuquinas y salteñas, explorando su intervención público-política
durante el período anterior al segundo gobierno menemista. Tal escu-
driñamiento procura poner de relieve los antecedentes de organización
y de lucha, propios y cercanos, con los que las mujeres contaban al
principiar su salida a las rutas. Pero, además, invita a revisar de qué
manera han construido sus memorias sobre sus experiencias pretéri-
tas, colocando el foco en cómo ellas, y también los varones con los que
actuaron, se percibieron a sí mismas/os y entre sí respecto de su prota-
gonismo en los cortes de ruta realizados entre 1996 y 2001.

De mujeres, resistencias y luchas en el pasado reciente


María Luisa Bemberg nació en 1922 en el seno de una familia burguesa.
Casada a los 23 años y divorciada algunos años más tarde, con cuatro
hijos en su haber, logró concretar su anhelo de volverse guionista y
directora de cine, profesión en la que se mantuvo hasta poco antes de
fallecer el 7 de mayo de 1995. Su vida poco tuvo en común con la de
Azucena Villaflor, hija de un joven obrero y de una adolescente alemana

28
Andrea Andújar

que la dio a luz en 1924. Trabajadora de siam, casada con un obrero


metalúrgico, madre de cuatro hijos, fue secuestrada a escasas cuadras
de su casa el 10 de diciembre de 1977 y asesinada pocos días más tarde.
En la evocación de sus biografías es difícil desasir sus nombres
de los itinerarios de las agrupaciones feministas y de las Madres de
Plaza de Mayo, espacios políticos que ayudaron a modelar durante la
década de 1970. A pesar de las distintas improntas políticas, históricas y
sociales que marcaron sus orígenes y sin soslayar el trágico destino que
tuvieron algunas de sus integrantes, estas organizaciones, conforma-
das exclusivamente por mujeres, comulgaron en desafiar aquello que
se esperaba de su sexo. En las experiencias que se condensaron en tales
desafíos, se anudaron además las tradiciones de lucha y de resistencia
en las que abrevaron las mujeres piqueteras. Si ello es lo que justifica el
ingreso de las feministas y de las Madres en este relato, antes de aden-
trarse en él conviene señalar que la genealogía que aquí se propone
no escapa de las coordenadas que hacen a la labor historiográfica en
su pretensión de dotar de sentido y secuencia al pasado y, para ello,
enlazar sujetos y acontecimientos que a primera vista podrían resultar
inconexos. Tal tarea implica siempre una intervención sobre ese pasa-
do regida, entre otras determinaciones, por preceptos que se ajustan
a corrientes historiográficas circundantes en cada época, a diversos
marcos teóricos y a los sentidos y finalidades que asigna a su empren-
dimiento quien estudia ese pasado. De tal modo, los antecedentes
propuestos aquí para historiar la agencia de las mujeres piqueteras
componen una de muchas otras tramas posibles. De hecho, la parti-
cipación de las mujeres en organizaciones sindicales, barriales o en
partidos políticos, su presencia en las puebladas de fines de la década
de 1960 y comienzos de la de 1970 o en los conflictos que maduraron en
varias localidades del Gran Buenos Aires hacia fines de la última dic-
tadura militar, podrían haber conformado, entre otros hitos, también
una saga preliminar. Consecuentemente, la selección de las trayecto-
rias de las agrupaciones feministas y de las Madres no ha sido producto
de la intención de agotar en estas organizaciones toda traza previa.
Pero sí ha estado estrechamente vinculada con la historia oral, la cual,
como se señaló en las páginas introductorias, constituye la principal
herramienta metodológica de esta investigación.
Trascurrieron ya muchos años desde que Ronald Fraser sinteti-
zara una definición de la historia oral como un “intento de revelar el
ambiente intangible de los acontecimientos, de descubrir el punto de
vista y las motivaciones de los participantes, voluntarios o involunta-
rios” de un proceso histórico, destacando no sólo que ese ambiente con-
formaba “lo que siente la gente”, sino también que ese sentir “constituye
la base de sus actos” (Fraser, 1979: 25-26). En su explícita pretensión de
escribir una historia no de la Guerra Civil Española sino de cómo esta

29
RUTAS ARGENTINAS HASTA EL FIN

había sido vivida por la gente, este historiador también apostaba a pen-
sar la historia oral como una vía de expresión para las experiencias de
aquellas personas que, de otro modo, no dispondrían de ella.
Aunque la entidad epistemológica que la misma ha ido cobran-
do dentro del quehacer historiográfico condujo a complejizar ciertos
aspectos y a matizar algunos de sus alcances9, las reflexiones de Fraser
sobre lo que la distingue mantienen su vigencia. En efecto, la historia
oral ha permitido ingresar en el estudio de las subjetividades de los
sectores sociales subalternos y proporcionar una densa información,
entre otras cuestiones, sobre sus tradiciones, su cosmovisión, sus sen-
timientos, sus relaciones, sus prácticas y el sentido que asignan a las
mismas. Ello ha redundado en la apertura de perspectivas y evidencias
nuevas, pues en la memoria de las personas, materia prima de la ora-
lidad, se esconden –como ha señalado Paul Thompson (1978)– trozos
esenciales del pasado10.
No pretendo detenerme ahora en repasar ciertas conceptualiza-
ciones que hacen a las particularidades de esta fuente, puesto que esa
tarea será materia de la segunda sección de este capítulo. Me interesa
sí recalar en algunas consideraciones vinculadas con las maneras en
que se accede al relato de los recuerdos y las singularidades que tales
formas encierran para la práctica historiográfica.
En tanto la puerta de ingreso a la memoria de una persona
es fundamentalmente la entrevista, proceso y momento en el cual
aquella se convierte en testimoniante, una de las peculiaridades de la
historia oral es que el/la investigador/a construye sus propias fuentes,
puesto que ni la memoria, ni el relato y ni siquiera el potencial entre-
vistado están allí, a la espera de la pregunta. Por el contrario, todo ello

9 Entre otros, el que remite a la idea de la historia oral como la voz de los que no tie-
nen voz. Este argumento, presentado originalmente para subrayar la utilidad de la
oralidad a la hora de “rescatar” las prácticas, las cosmovisiones y los sentires de las
clases oprimidas, fue retomado por algunas estudiosas de la historia de las mujeres
al presentarlas como las que menos voz tienen entre quienes no tienen voz (Lerner,
1990). Pero considero que en este caso el problema no ha radicado en la carencia
de habla sino en un habla ocultada (Paul Thompson, 2003-2004) y, retomando la
dicotomía planteada por Wieviorka (1998), en una incapacidad de ser escuchadas.
Es en las grietas de esos silenciamientos y en la insistencia de la escucha donde, a mi
juicio, reside la radicalidad analítica que porta aquí el uso de la historia oral.
10 Entre esos trozos escondidos se encuentra también un conjunto de datos y aconteci-
mientos que pueden no haber sido registrados en otro tipo de narrativas o bien que
hacen a la vida de la persona entrevistada. Tal información se relaciona, por ejem-
plo, con cómo era o es su familia, a qué edad comenzó a trabajar, cómo es la casa en
la que vive y su barrio, elementos trascendentales para comprender la cotidianeidad
de los sujetos que forman parte del proceso que se pretende analizar. Un sugerente
análisis en ese sentido puede verse en Baillargeon (1993).

30
Andrea Andújar

se asienta en un encuentro y en un acto que condensa la voluntad de


conjugarse entre sujeto que estudia y sujeto estudiado. Allí reside una
de las diferencias cualitativas con el abordaje del documento escri-
to pues la entrevista comporta una dimensión personal, subjetiva e
incluso afectiva en cuyo marco se produce un intercambio constante
entre los sujetos involucrados que en ocasiones reviste, además, una
mudanza momentánea de roles (Viano, 2008).
Asimismo, este encuentro está siempre mediatizado por diferen-
cias entre las posiciones de los sujetos, diferencias que remiten a perte-
nencias de clase, de género, de saberes profesionales, de lugar donde se
habita y, también, de expectativas e intereses sobre lo que se busca con
el intercambio de preguntas y respuestas, lo que se pretende comunicar,
el cómo y el por qué (Grele, 1991). Es la forma en que esas diferencias se
tramiten y la empatía que se logre entre una y otra persona en el pro-
ceso de la entrevista –proceso que encierra negociaciones pues, como
señala James (2004), la persona testimoniante no es un sujeto pasivo en
el intercambio comunicacional–, las que suelen determinar la calidad
de la misma. En el caso específico de esta investigación, el que yo fuera
mujer, por ejemplo, facilitó el contacto con las mujeres a las que quería
entrevistar y abrevió ciertas explicaciones como las referidas a por qué
yo estaba interesada en entrevistar mujeres. De alguna manera, mi pre-
tensión contenía cierta “lógica” asociada a la condición de mi apariencia
femenina, aunque ello no obstara a que muchas de esas mujeres tam-
bién pronunciaran una frase ya famosa para las y los historiadores ora-
les: “yo no he sido importante” o “yo no tengo mucho para contarte”11.
Para los varones, mi intención operaba de otra manera en su disposición
al relato. Así, cuando interrogaba acerca de sus percepciones sobre las
mujeres y lo que ellas habían hecho durante los cortes de ruta o sus
aportes en las organizaciones de desocupados/as, mi interés causaba
ante todo e inicialmente, cierta sorpresa. Es justamente este entramado
subjetivo, este intercambio personal, lo que ha conducido a que en este
capítulo mi intervención aparezca en primera persona. Pero también en
la inclusión de esa primera persona se evidencia un aspecto que imbrica
la construcción de las trayectorias que seguidamente se analizan.
Una de las dimensiones que proyecta la oralidad da cuenta de la
posibilidad de pluralizar distintas instancias de la vida social, disol-
ver homogeneidades y generalizaciones, contrastar hipótesis y abrir
sendas analíticas a medida que las entrevistas avanzan. En este caso,
la elección de las feministas y de las Madres como antecedentes de

11 Algunas causas de esta desvalorización de la historia propia que aparece como


usual carta de presentación en entrevistados/as pertenecientes a los sectores subal-
ternos han sido advertidas en la clásica obra de Joutard (1986).

31
RUTAS ARGENTINAS HASTA EL FIN

las experiencias de lucha y resistencia de las mujeres piqueteras está


enlazada, como ya anticipé, con ciertos aspectos acentuados por ellas
en sus relatos. Es por ello que, en las páginas que siguen, el mapa de
las trayectorias de las Madres de Plaza de Mayo y de las feministas se
compondrá a partir de las secuencias que me permiten reconstruir
ciertas tramas de los lazos que las mujeres piqueteras realizaron en su
recuento sobre cómo y desde dónde llegaron a las rutas.
Mas el “movimiento hacia atrás” que implica esta reconstrucción
no coincide siempre y de manera transparente con el encuentro entre
unas y otras, aunque sí lo fundamenta. Esto es así porque, a pesar de
las diferencias en su pertenencia de clase, en sus trayectorias, en sus
perspectivas políticas, en las orientaciones de sus acciones colectivas,
tanto las Madres como las feministas enfrentaron al Estado, ocuparon
para ello diversos espacios públicos, confrontaron ideales de mujer
desmoronando domesticidades y subordinaciones variadas, generaron
prácticas políticas singulares e incidieron en desnudar la naturaleza de
género del ejercicio del poder. Fueron estas trazas las que, sin ser toma-
das de modo unívoco por las mujeres piqueteras sino resignificadas en
sus propias circunstancias histórico-sociales y a partir de sus propias
experiencias, nutrieron la edificación de su agencia histórica.

Las Madres
Es doloroso decir que el desprendimiento de la
vida doméstica y privada y el salto a la vida
pública se llevó a cabo porque tu hijo/a está
desaparecido/a. Pero ya no se vuelve atrás.

Nora Morales de Cortiñas


Madre de Plaza de Mayo

El 30 de abril de 1977 un grupo de mujeres se congregó en la Plaza de


Mayo. La idea de citarse allí había ido cobrando forma desde que una
de ellas, Azucena Villaflor, propusiera aunar esfuerzos para averiguar
la suerte corrida por sus familiares. Algunos habían desaparecido de
sus casas. Otros, en la calle, rumbo al trabajo, a la facultad o a una reu-
nión. No habían vuelto a saber nada de ellos, salvo cuando el periódico
publicaba que alguno “había sido abatido” en un “enfrentamiento” con
las fuerzas de seguridad. Pero, en ese caso, no siempre el cuerpo de la
persona muerta aparecía.
De tanto verse en los pasillos de las dependencias policiales, de las
oficinas del Ministerio del Interior o de la vicaría de la Armada intentan-
do obtener alguna información, trabaron relaciones entre ellas. Fue en
este último lugar, al que solían acudir porque se rumoreaba que Emilio

32
Andrea Andújar

Teodoro Graselli – capellán de esa fuerza y secretario del vicario castren-


se Adolfo Tortolo– podía proporcionarles alguna noticia, donde Azucena
realizó la convocatoria para reunirse en la Plaza de Mayo12.
Además de ella, esa tarde otoñal asistieron a la Plaza otras trece
mujeres. Pero presentarse allí no fue una decisión sencilla ya que el
estado de sitio imperante desde que la Junta Militar había asumido el
poder el 24 de marzo de 1976 prohibía toda reunión pública. Por tanto,
el riesgo de ser detenidas no era menor. Sin embargo, el deseo de saber
el paradero de sus seres queridos pudo más que el temor, y la estrategia
de intentar averiguarlo juntas se volvió más alentadora que la de seguir
recorriendo por separado oficinas gubernamentales o continuar pre-
sentando individualmente habeas corpus. El predio, a su vez, contaba
con una ventaja: su cercanía respecto de los lugares donde se concen-
traban las instituciones gubernamentales nacionales y religiosas más
importantes y frecuentadas por otros familiares.
En las semanas siguientes a esa primera reunión, decidieron seguir
yendo a la Plaza de Mayo hasta que algún funcionario del Ministerio
del Interior les proporcionara una respuesta al documento que habían
presentado. Para mitigar su vulnerabilidad, también resolvieron encon-
trarse a las 15:30, puesto que ese horario coincidía con la salida de las y
los empleados de las oficinas circundantes. Aventuraban que la mayor
concurrencia de personas les garantizaría más visibilidad y quizá, ante
tanta gente, la policía no se atrevería a apresarlas, más aún si en lugar de
permanecer paradas, caminaban y evitaban con ello desafiar abierta-
mente el estado de sitio. Finalmente, fijaron encontrarse los jueves.
La ocupación de ese espacio tuvo una implicancia prolífera en
su estrategia, pues proporcionó a esa visibilidad pretendida un giro
impensado originalmente y que trascendió la intención de garantizar
cierto resguardo. Como señala D’Antonio (2007), situarse en la Plaza
de Mayo cobró un significado nodal en su lucha porque se trataba no
sólo de un sitio desde el cual enfrentaban al régimen militar literal-
mente desde la senda contraria sino también porque retomaban para
esa acción el escenario de disputa más contundente de la historia
argentina entre diversos sectores sociales y el Estado13. En ese sentido,
ellas lograron restituir la Plaza como espacio de confrontación con el

12 La ubicación de este hecho como fundante de la Asociación Madres de Plaza de


Mayor fue recogido por Jelin (1985), Bellucci (2000) y Galante (2007), entre otros
estudios. Para investigaciones que profundizan la historia de las Madres, ver tam-
bién Arrosagaray (1997) y Gorini (2006).
13 Un análisis sugerente sobre la trascendencia histórica de la Plaza de Mayo en tanto
escenario político-simbólico central y la pátina dejada allí por la acción de las
Madres, puede verse en Sigal (2006).

33
RUTAS ARGENTINAS HASTA EL FIN

poder de una dictadura que ejercitó el terror como instrumento para


domesticar implacablemente a aquellos sectores sociales que habían
desarrollado un elevado nivel de cuestionamiento al orden imperante.
Aún cuando no fueron sus voces las únicas que se alzaron contra
el Estado terrorista, la singularidad del enfrentamiento de esas muje-
res que en poco tiempo se reconocieron y fueron reconocidas como las
Madres de Plaza de Mayo o las “locas de la Plaza”, según los voceros del
régimen militar, devino de articular una práctica política y un discurso
que colapsó las fronteras del parentesco al extender su maternidad a
todas las víctimas de la represión. En ese recorrido, ellas se apropiaron
de ciertas figuras y representaciones del modelo tradicional de fami-
lia enarbolado por la dictadura, contradiciéndolo y agrietándolo a un
tiempo. Allí radicó, en buena medida, el éxito de su estrategia.
Como han demostrado varios estudios, la familia ocupaba un
lugar central en el discurso del régimen militar. Su existencia en tanto
institución no era propuesta como producto de relaciones sociales e
históricas sino de la naturaleza, pues era definida como una célula
que componía, además, un organismo mayor: la sociedad. Por lo
tanto, la noción que sostenía el gobierno de facto en torno a aquella
la consagraba como el sitio del amor “natural” donde el afecto no
dependía de una experiencia compartida sino y exclusivamente de los
lazos de sangre. Tales lazos conllevaban, a su vez, la obligación moral
de inculcar en los y las hijas los valores cristianos, constitutivos de
la esencia de la Nación y cuya vigencia garantizaría la contención de
la penetración de las ideas “extranjerizantes” y “disolventes” del “ser
nacional”14. Así, la responsabilidad de cumplir con esta obligación era
colocada, en principio, en el padre, quien ejercía la autoridad máxima
dentro del hogar; y, en segundo término, en la madre, que, sumisa y
obediente a la figura masculina, cumplía el rol de nutriente y guardia-
na de la tradición cristiana (Filc, 1997).
Apelar a estas representaciones sobre la familia y las jerarquías
entre los géneros y las generaciones en su interior no era en absoluto
fortuito, pues las mismas habían sido acicateadas desde diversos ámbi-
tos y prácticas durante la década de 1960 y la primera mitad de 1970,
justamente, aunque no de modo exclusivo, por los y las jóvenes de los
sectores medios. La irrupción de las jóvenes en la vida universitaria en
una dimensión sin precedentes en el pasado, o en el mercado de trabajo
en las llamadas profesiones de cuello blanco, por ejemplo, contribuyó a

14 Sobre la esencialidad asignada por la dictadura a estos valores morales y sus nexos
con el pretendido ser nacional, ver el acta que fijaba el propósito y los objetivos del
autodenominado Proceso de Reorganización Nacional (prn) del 24 de marzo de 1976
(La Nación, 25/3/76).

34
Andrea Andújar

contrariar los ideales de domesticidad fortalecidos cuando promediaba


el siglo xx al ampliar las expectativas vitales hacia horizontes alternati-
vos a la concreción del matrimonio (Barrancos, 2007; Cosse, 2007). Por
otro lado, la emergencia de organizaciones feministas en la primera
mitad de la década de 197015, aun cuando pequeñas en cantidad de
militantes y circunscriptas dominantemente al territorio de la ciudad
de Buenos Aires, fue cincelando con nuevas energías ideales de eman-
cipación femenina al someter a debate cuestiones tales como el signi-
ficado social de ser mujer o varón y la estructura patriarcal del poder,
o publicitar situaciones generalmente percibidas como patrimonio de
la vida privada, como por ejemplo el ejercicio de la violencia contra las
mujeres, el derecho al aborto o la responsabilidad compartida entre
ambos progenitores en el cuidado de los hijos. Estos tópicos fueron
conformando una agenda de discusión que traspasaron a los propios
colectivos feministas para diseminarse entre segmentos de la pobla-
ción no necesariamente involucrada en algún tipo de militancia y entre
agrupaciones políticas que difícilmente adscribieran a los paradigmas
propios del feminismo.
También en esos años prorrumpieron nuevos estilos de relacio-
nes de pareja que, bajo la denominación de “uniones libres”, profesaron
un carácter distintivo al del vínculo matrimonial afincado en la desi-
gualdad jerárquica entre el marido y la esposa, y en la realización per-
sonal –femenina– enfocada en la crianza de los hijos bajo el modelo de
la familia “tipo”. La prédica del amor libre, el ejercicio de la sexualidad
desatado de una relación afectiva duradera y abonado en su libertad
por la invención y difusión de la píldora anticonceptiva (Felitti, 2000;
2012), la expansión de una suerte de cultura divorcista que minaba el
ideal del casamiento para toda la vida, fueron erosionando la pretendi-
da universalidad del modelo conyugal de la domesticidad (Cosse, 2008)
a la par que vigorizaron la concepción de que la familia occidental y
cristiana era una construcción histórica, impuesta como cualquier otra
y, por tanto, modificable.
La pretensión de revertir estas expresiones y silenciar sus cues-
tionamientos, que tampoco habían pasado desapercibidos para el
tercer gobierno peronista16, fue un dispositivo ideológico y simbólico
central del gobierno de facto para obtener consenso a la virulenta

15 Entre ellas, la Unión Feminista Argentina (ufa), el Movimiento de Liberación Feme-


nina (mlf) y la Asociación para la Liberación de la Mujer Argentina (alma), fundados
en 1970, 1972 y 1974 respectivamente.
16 Ejemplo de ello fue el Decreto presidencial 659/74 que había limitado la comercia-
lización de anticonceptivos alegando que su uso atentaba contra el aumento de la
tasa de natalidad en la Argentina.

35
RUTAS ARGENTINAS HASTA EL FIN

reorganización social que estaba llevando a cabo. A tal fin se dispu-


so el apuntalamiento de la institución matrimonial, de las jerarquías
patriarcales y generacionales y, con ello, de los lazos parentales tradi-
cionales, exponiendo a las perspectivas alternativas como parte de una
ideología hostil cuyo objetivo era la disgregación moral y social de la
Nación. Consecuentemente, la representación de la familia como célu-
la de la sociedad fue sumamente útil, porque al remitirla al orden bio-
lógico-natural se reavivaba la concepción de que sus roles y jerarquías,
así como los valores que portaba, poseían un carácter incuestionable e
inmutable. Pero, a su vez, si la familia-célula era el pilar de la sociedad
y, por tanto, la Nación era una gran familia, la estructura jerárquica
de una se homologaba a la de la otra. De este modo, la autoridad de la
Junta Militar y la legitimidad de su ejercicio del poder se presentaban
tan indiscutibles como las del padre.
Las mujeres que buscaban a sus hijos/as desaparecidos/as se
guarecieron tras ese discurso ideológico, sacando provecho del carác-
ter sacralizado que las representaciones tradicionales de género asigna-
ban a la maternidad. Pero también soliviantaron muchos de sus pilares
al desplegar una estrategia que confrontó el parentesco biológico y la
capacidad de cuidar de los otros dentro del aislamiento del hogar con
una maternidad colectiva nacida de una práctica asociativa en la cual,
al volverse las madres de todas las personas detenidas-desaparecidas,
inscribieron el reclamo dentro del escenario público (Schmuckler y Di
Marco, 1997). Así, desarrollaron una modalidad de lucha política que,
al desplazar el lazo de sangre hacia un vínculo simbólico, transformó
la singularidad en la pluralidad tanto de los hijos como de las madres
(Domínguez, 2004).
Diversas investigaciones han acentuado el carácter original
que esta politización de la maternidad introdujo en el repertorio de
las luchas contra el Estado terrorista, exaltable aún más si se tiene
en cuenta la profunda devastación de los espacios para la actividad
política que este ocasionó. Como emblema de tal particularidad,
también ha cobrado un lugar relevante la reflexión de Hebe de Bona-
fini en torno a que “nuestros hijos nos parieron a esta lucha porque
ellos desaparecen e, inmediatamente, nosotras nacemos” (citado en
Bauducco, 1997: 160). En tanto alteró la genealogía, la invención o
renovación simbólica contenida en esta afirmación ha sido definida
también como parte de una acción política que operó en el terreno de
las filiaciones, atacadas tan salvajemente por el Estado (Domínguez,
2004). De tal modo, fijar en los hijos la acción de ser paridas y, asimis-
mo, connotar el nacimiento de sí mismas como momento de transfor-
mación del dolor –y luego del duelo– individual y privado en un acto
de denuncia pública y osada oposición al Estado terrorista, reverberó
poderosamente en varias dimensiones.

36
Andrea Andújar

En primer lugar, esa innovada traza simbólica fue el marco que


posibilitó labrar una identidad colectiva que cohesionó a estas muje-
res al subsumir diferencias que podían devenir de su pertenencia de
clase, sus convicciones religiosas, la adscripción política propia o la
trayectoria militante de sus hijos e hijas. Además, la instalación de
estos/as como el sujeto colectivo que las dio a luz para la acción polí-
tica fortaleció la indocilidad de las Madres en su exigencia al Estado
y cuestionó las identidades masculinas del mismo, ya que si bien
ese alumbramiento estuvo enraizado causalmente en el secuestro
y desaparición perpetrados por este, no era el Estado quien confor-
maba el linaje de esas mujeres. Al destituirlo del lugar del progenitor,
las Madres acometieron contra el rol paternal que el propio Estado se
autorreservaba discursivamente, para situarlo como sujeto inculpado
y, de allí, enfrentado.
Por otra parte, la reinversión simbólica de la maternidad contri-
buyó a la construcción de un imaginario social sobre las Madres que les
permitió obtener paulatinamente reconocimiento, legitimidad y apoyo
activo en el proceso de búsqueda de verdad y justicia. El énfasis puesto
por ellas en su falta de militancia previa al secuestro de sus hijos e inclu-
so, en muchos casos, en su ignorancia respecto de la actividad política
de estos últimos, les facilitó ir concitando una adhesión popular cada
vez mayor para interpelar al Estado, contrarrestando la propaganda del
“por algo será” con el que este pretendía desautorizar el reclamo por el
paradero de las personas detenidas-desaparecidas. Ciertamente, y como
demuestran algunos estudios que indagaron recorridos diferentes, no
todas carecieron de experiencias políticas previas17. Mas apartarse de un
discurso que pudiera referenciarlas con una pertenencia político parti-
daria o con una labor encuadrable como tal, habría cifrado los intentos
de atemperar acometidas represivas. En tal dirección, es preciso evitar
confundir toda una estrategia política con las significaciones culturales
corrientes de la maternidad. El sentido que las Madres impartieron al
ejercicio de su maternidad durante el enfrentamiento con el Estado fue,
ante todo, político. Y allí reside la riqueza y la razón de que su práctica
haya podido trascender su propia agencia. Fue de esa manera como lo
que ellas hicieron se volvió un acervo en el que otras mujeres, como las
de General Mosconi, abrevaron cuando lo que estaba en juego era la vida
de sus propios hijos y de sus propias comunidades.

17 Ejemplos de tales trayectorias distintivas pueden hallarse en tres de las fundadoras


de Madres de Plaza de Mayo: Azucena Villaflor, Mary Ponce y Esther Ballestrino
de Careaga (Gorini, 2006; D’Antonio, 2007; Galante, 2007). También en Herminia
Severini, una mujer nacida en la provincia de Santa Fe, cuya historia de vida ha sido
pormenorizadamente reconstruida por la historiadora Cristina Viano (2008).

37
RUTAS ARGENTINAS HASTA EL FIN

Por su parte, estas últimas no desconocían los trazos de la lucha


delineados por las Madres. Nancy, una joven nacida en esa localidad
salteña, ex estudiante de Ciencias Económicas de la Universidad de
Tucumán, trabajadora administrativa de la utd, subrayaba en su relato
no sólo las lecturas que de adolescente había hecho sobre el Informe
de la conadep (Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas)
y que le generaron “pesadillas” durante varias noches, sino también
cómo entendía a las Madres.
Resumía su mirada en pocas palabras anudando los horrores de
la dictadura con la potencia de la lucha de esas mujeres:
Son mujeres con las bolas bien puestas para luchar. El haber per-
dido a sus hijos les da esa fuerza y esas ganas de poder encontrar
la verdad escondida. Con la edad que tienen y que sigan en la
lucha, no se cansan. Son admirables (Entrevista de la autora a
Nancy, General Mosconi, 13 de junio de 2004).

Cuando Nancy pondera la búsqueda de la verdad escondida y la per-


sistencia incansable en la lucha, cuando remarca la valentía de esas
mujeres remitiendo a la referencia tan usual de las “bolas bien puestas”,
está haciendo una lectura política de esas trayectorias pasadas, que
es la que desencadena su admiración. Más aún, ese sentimiento y esa
interpretación se imbrican constituyendo parte de una trama habili-
tante de la agencia propia. En esa clave puede comprenderse el relato de
Cristina, otra salteña de 56 años, nacida en General Mosconi, activista
de la utd y madre de 4 hijos.
A diferencia de Nancy, el recuerdo de Cristina en torno a la “época
del gobierno de facto”, como ella señaló, adquiría otra dimensión, fruto
de una experiencia que la había involucrado más cercanamente. Ella
contaba:
Yo lo viví a ese tiempo porque vos sabés que en la esquina de
mi casa había un grupo de chicos montoneros. La base de ellos
era en la esquina de mi casa. En ese tiempo nosotros teníamos
la casita de madera que se escuchaba todo […]. Y venían así de
noche, los venían a mirar. Pero cuando ya entró el gobierno de
facto, ¡cómo los sacaban a ellos! (Entrevista de la autora a Cristi-
na, General Mosconi, 22 de junio de 2004)18.

18 Un estudio sobre la conflictividad social y política en Tartagal y General Mosconi


señala el desarrollo que allí tuvieron tanto ciertas corrientes de izquierda como del
peronismo radicalizado entre los años sesenta y la primera mitad de la década de
1970. Ver Benclowicz (2009).

38
Andrea Andújar

Fue en el relato del secuestro donde Cristina engarzó la historia de


las Madres señalando que “les guardo una gran admiración porque
gracias a ellas aparecieron muchísimos chicos que estaban desapa-
recidos, ¿no?”19.
En un primer momento, luego de escuchar su reflexión, tuve el
impulso de contradecirla y decirle que no habían aparecido. Pero justo
a tiempo me di cuenta que en el fondo Cristina tenía razón, aunque en
un sentido distinto al que yo estaba acostumbrada. Efectivamente, las
Madres habían des-ocultado a sus hijos e hijas, los habían hecho re-
aparecer en la escena de la disputa histórica gracias a esa lucha que,
para Cristina, al igual que para Nancy, era fuente de admiración y de
un aprendizaje político de experiencias pasadas. Fueron tales expe-
riencias las que también se pusieron en escena cuando veinte años
después, Liliana, la mujer con la que comencé las páginas de este capí-
tulo, recordaba que “salimos a pelear de la desesperación por querer
mantener a nuestros hijos”20. Quizá jugara el azar, tal vez no. Pero no
pude evitar fundir las imágenes de esas mujeres que ocuparon la Plaza
de Mayo en abril de 1977 luego de conocerse deambulando de una
dependencia oficial a otra con la de Liliana cuando narró el origen de
su propia decisión de dar esa pelea:
Éramos un grupo de amigas, de mujeres que conversábamos de
nuestra situación, que nos encontrábamos en el municipio así
reunidas, pidiendo trabajo y ahí nos íbamos conociendo. Ahí
empezamos y formamos un grupo grande para ver los proble-
mas que teníamos y entonces salimos a la ruta, cortamos la ruta,
hicimos la protesta (Entrevista a Liliana, General Mosconi, 15 de
junio de 2004).

Cuando Mónica, Liliana y las mujeres que me esperaban esa tarde de


junio de 2004 en la sede de la utd decidieron amparar su proyecto
organizativo en la construcción de una filial de las Madres de Plaza de
Mayo, no lo hicieron porque sí. Conocían su historia, un conocimiento
que se revitalizó cuando en otro junio pero de 2001, Hebe de Bonafini
se presentó con un grupo de Madres para intentar frenar la represión
con la que el gobierno respondía al piquete iniciado en ese entonces.
Verlas allí, paradas frente a las vías del ferrocarril desafiando con su
pañuelo blanco a las fuerzas de seguridad, alentó a esas mujeres pique-
teras a continuar en la ruta. Pero también animó sus propios proyectos
pues tal presencia daba cuenta de la fortaleza construida por ese grupo
de mujeres que había politizado su maternidad para hacer frente al

19 Entrevista de la autora a Cristina, General Mosconi, 22 de junio de 2004.


20 Entrevista de la autora a Liliana, General Mosconi, 15 de junio de 2004.

39
RUTAS ARGENTINAS HASTA EL FIN

Estado terrorista, que había logrado amplificar y dar continuidad a su


reclamo de una manera tal que se tornó ineludible para los gobiernos
que siguieron a la dictadura, y que había encarnado su resistencia y
lucha en su condición femenina. Fue la estampa de las Madres ese día
de junio de 2001 la que permitió condensar pasados y presentes fun-
diendo trayectorias a simple vista tan distantes. Mas también abriendo
futuros, pues fue esa presencia de las Madres la que estimuló a esas
mujeres piqueteras a reunirse entre sí abrevando en la singularidad de
una agencia política desde la cual pensarse a sí mismas en tanto muje-
res. Mujeres que también habían visto morir a sus hijos, compañeros
y amigos a manos del Estado21. Mujeres que, por su condición de tales,
también sufrían y se hallaban expuestas a la violencia de clase y de
género en que se resguarda el orden social vigente.
Para las Madres de Plaza de Mayo, estar allí, en General Mosconi,
tampoco fue porque sí. En el largo andar iniciado en abril de 1977, que
no omitió luego disputar la edificación de una memoria que pretendía
circunscribir la responsabilidad del terrorismo de Estado exclusiva-
mente a las fuerzas armadas, que emplazó analíticamente la perpe-
tración del genocidio con la implementación del modelo neoliberal 22,
fueron desplazando su discurso “desde el originario hijo-desaparecido
[…] a la recuperación posterior del hijo-militante revolucionario-
desaparecido” (Viano, 2008: 72). Ese desplazamiento acompañó una
práctica política que al disponerse a unificar las luchas de sus hijos con
las del presente, como señala D’Antonio (2007), las condujo a sumar
su presencia y amparar los reclamos de las organizaciones que bata-
llaban contra las diversas formas de violencia institucional ejercida
bajo los gobiernos democráticos, contra el desempleo o la miseria. Fue
desde ese presente –en el que ellas también re-significaron su pasado–,
donde tendieron los puentes que las llevaron a amanecer en la “Plaza
del Aguante”.

21 En General Mosconi, cinco manifestantes fueron asesinados en las represiones


desatadas en los cortes ocurridos durante los años 2000 y 2001.
22 Ver la solicitada aparecida el 1 de junio de 2006 en <www.madresfundadoras.org.ar/
pagina/nuncamsunprlogoendebate/58> acceso 8 de abril de 2010.

40
Andrea Andújar

Las feministas
Los Encuentros son fantásticos, a mí me
abrieron la cabeza… Realmente es algo tan
lindo encontrarte con tantas mujeres con las
problemáticas que tiene cada localidad…

Sara, ex trabajadora ypefeana


Plaza Huincul

Sara es una mujer bajita, de edad adulta, que reside en Cutral Co.
Su hablar pausado y de pocas palabras denota cierta timidez que va
cediendo, sin embargo, mientras la entrevista avanza y el grabador
encendido sobre la mesa de su cocina casi parece dejar de existir. Su
voz se vuelve más nítida y el ritmo de sus frases se aviva cuando, al
internarse en su pasado, relata que en el año 1971 ingresó a trabajar en
ypf, que en ese entonces tenía apenas 17 años y que se enfrentó al jefe
de su sección porque “la empresa no dejaba usar pantalones largos”. Es
que por esos tiempos las trabajadoras administrativas tenían prohibido
vestir ropas tan “varoniles”. Pero Sara, que no aceptaba la norma, de
tanto insistir y aunar tras su terquedad a otras compañeras, ganó la
pulseada. Pudo abandonar la pollera cuando así lo deseó y se quedó 22
años más desempeñándose como empleada de la sección contaduría,
hasta que en 1993 debió acogerse al retiro voluntario.
Ella conoce bien a las mujeres de su comunidad porque además
de vivir allí “desde hace mucho”, como señala, atiende una forrajería
que abrió con una parte del dinero que le dieron por abandonar ypf.
Y aunque no logra precisarlo con detalle, probablemente fueron los
comentarios de alguna clienta o de alguna vecina los que la enteraron
de la existencia de los Encuentros Nacionales de Mujeres. Sara recuer-
da que luego de meditarlo un tiempo y de sacar cuentas para ver si le
era posible solventar el costo de los pasajes y la estadía, decidió asistir
a uno, el que se realizó en la ciudad de La Plata en el año 2001. Desde
entonces continúa yendo siempre que puede, porque allí conoce a otras
mujeres de distintos lugares del país e intercambia experiencias con
ellas. Sus motivos no son singulares. Son numerosas las mujeres que
aducen las mismas causas para participar de este evento que desde
1986 se realiza anualmente en distintas provincias.
Tampoco es excepcional que, aun cuando el surgimiento de
los Encuentros ha estado íntimamente ligado a las acciones políticas
que las feministas y sus agrupaciones impulsaron durante la primera
mitad de la década del ochenta, Sara rehúse identificarse como tal.
Según sus propias palabras, la razón de este rechazo se encuentra
en que aquellas “tienen una posición muy a ultranza, quieren el rol
protagónico y […] el tema está en [que mujeres y varones caminen]

41
RUTAS ARGENTINAS HASTA EL FIN

a la par, no uno arriba del otro”23. La percepción de que el feminismo


es una suerte de contracara del machismo y que, consecuentemente,
postula el intercambio de roles entre opresor/oprimida, se reitera una
y otra vez entre quienes desde Cutral Co, o desde otros lugares del país,
asisten y dan vida a los Encuentros. Empero, esa apreciación no oclu-
ye la posibilidad de asumir algunas de las concepciones y demandas
que vertebran a este movimiento político. De tal manera, por ejemplo,
tanto Sara como Arcelia, una amiga con la que habitualmente concu-
rre a los Encuentros y que es esposa de un ex ypefeano, coinciden en
reivindicar la legalización del aborto y señalan que tal demanda es
legítima pues se afirma en que “las mujeres tengan libertad de elegir,
sean ricas, pobres, gordas, flacas, qué quieren hacer. Es su vida y su
cuerpo, es libertad de conciencia”24.
La apropiación de tales ideas por estas mujeres así como su asis-
tencia a los Encuentros Nacionales de Mujeres invitan a examinar los
complejos vínculos tejidos entre las agrupaciones feministas y otros
colectivos de mujeres. Un segundo elemento que conduce a esta inda-
gación radica en la consideración de que la participación en estas perió-
dicas reuniones, caracterizadas por su horizontalidad, la libertad para
nominar y explorar las incomodidades, malestares y sinsabores de las
mujeres de manera autónoma a la injerencia masculina, ha fomentado
las capacidades de edificar colectivos de “mujeres en movimiento”, al
decir de Sheila Rowbotham (1992), de involucrarse en la arena pública,
tomar la palabra y hacerse oír en las organizaciones que integran, y de
actuar conjuntamente en pos de demandas y objetivos comunes en sus
propias comunidades. Justamente, han sido estas las potencias que las
piqueteras pusieron en juego cuando decidieron levantar barricadas
y participar en las asambleas que se gestaban en torno al fuego de los
piquetes. Es en esas prácticas, entonces, donde las relaciones entre las
organizaciones feministas y otros agrupamientos de mujeres, atravesa-
das por tensiones, conflictos y desacuerdos –como permiten observar
las reflexiones de Sara– se han anudado.
Para hallar algunas claves que permitan comprender tal enla-
ce, esta sección retomará la historia del feminismo local, abocándose
centralmente a analizar sus derroteros bajo la administración radical
de Raúl Alfonsín (1983-1989) y durante la profundización del modelo
neoliberal bajo los gobiernos menemistas.
Durante el ocaso de la dictadura militar y el comienzo de la
denominada transición democrática, los aires del feminismo argentino
se fueron renovando, mientras algunos desafíos se actualizaban y se

23 Entrevista de la autora a Sara, Plaza Huincul, 20 de diciembre de 2003.


24 Entrevista de la autora a Arcelia, Cutral Co, 20 de diciembre de 2003.

42
Andrea Andújar

delineaban otros. Pero también, con la concreción de ciertas demandas


de antigua data, se irían modelando nuevas y diversas polémicas entre
las agrupaciones feministas25.
Según algunos estudios, tanto desde el punto de vista legisla-
tivo como en la esfera del organigrama institucional estatal, bajo el
mandato de Raúl Alfonsín se cristalizaron significativas medidas en
el terreno del reconocimiento de los derechos de las mujeres (Brown,
2003; Barrancos, 2007). La sanción por parte del Parlamento nacional
de la ley de patria potestad compartida en 1985 o de divorcio vincular
a pedido de una de las partes en 1987 –pese a la oposición tenaz de la
iglesia católica–, así como la derogación ese mismo año del Decreto
659/74 que prohibía la comercialización de anticonceptivos farmaco-
lógicos, constituían señales de importantes avances26. También era
un signo alentador la creación de la Subsecretaría de la Mujer, en 1987,
dependiente del Ministerio de Salud y Acción Social 27.
Esta mayor permeabilidad evidenciada por los poderes guberna-
mentales hacia la “cuestión de la mujer” estuvo relacionada, en prin-
cipio, con la presión desplegada por diversas agrupaciones feministas,
entre las cuales ocupó un lugar particular Lugar de Mujer, organización
que, autofinanciada en sus inicios, se propuso como ámbito de encuen-
tro y reflexión. Otra experiencia de capital importancia fue la articulada
en torno a la Multisectorial de la Mujer, espacio transversal conforma-
do hacia fines de 1983 por mujeres de agrupaciones feministas, de
partidos políticos y de algunas representaciones de sindicatos (Bellotti,
1989). Entre sus iniciativas destacó la elaboración de un programa de
siete puntos que fue presentado con una multitudinaria marcha en la
Plaza de los Dos Congresos el 8 de marzo de 1984. Justamente, entre
ellos se encontraban la modificación del régimen de patria potestad y
la creación de la Secretaría de Estado de la Mujer.

25 Para la reconstrucción del feminismo argentino durante la primera mitad de la


década de 1970 y de su devenir bajo el prn, ver Nari (1996), Grammático (2005),
Vassallo (2005), Gil Lozano (2006), Barrancos (2007), Seminara y Viano (2009), Tre-
bisacce (2009), entre otros estudios. En un registro testimonial, ver Calvera (1990).
Por su parte, análisis sobre las polémicas suscitadas en este movimiento político y
el significado de las mismas en su desarrollo durante la primera mitad de la década
de 1970, pueden consultarse especialmente en Nari (1996), Grammático (2005) y
Vasallo (2005).
26 De todos modos, el gobierno radical no derogó el Decreto 3938/77 del gobierno dic-
tatorial, que refrendaba la prohibición contenida en el Decreto 659/74. Por lo tanto,
la misma siguió vigente hasta el año 1992, cuando el Decreto 1033/92 finalmente
invalidó la norma de 1977.
27 Este ámbito institucional estuvo precedido por el Programa de Promoción de la
Mujer y la Familia articulado a fines de 1983 dentro del mismo Ministerio.

43
RUTAS ARGENTINAS HASTA EL FIN

Además de estos ámbitos organizativos, un espacio que contri-


buyó a incrementar la presencia de las reivindicaciones de derechos de
las mujeres en el imaginario social y en la agenda gubernamental, y a
desnaturalizar algunos axiomas de la desigualdad entre los sexos fue el
brindado por los Encuentros Nacionales de Mujeres.
Convocados inicialmente por un grupo entre las que primaban
las feministas, y con el propósito de “crear un frente de lucha prescin-
dente de nuestras ideologías y de nuestro compromiso en la coyun-
tura nacional” (citado en Pita, 2002), el primer Encuentro tuvo lugar
en la ciudad de Buenos Aires en el año 1986 y contó con la asistencia
de aproximadamente 800 mujeres28. Temas generales como la deuda
externa y la situación económica y social del país, y específicos como el
aborto, la violencia y la discriminación contra las mujeres en distintos
ámbitos, fueron sus principales tópicos. A partir de ese momento, estas
reuniones se han reiterado año tras año en distintas provincias del país,
llegando a convocar, en ciertas ocasiones, a más de 20 mil mujeres. Las
razones que explican este cuantioso incremento y la perdurabilidad en
el tiempo de este evento se vinculan tanto con la forma que asume su
convocatoria como con las relaciones gestadas entre las asistentes y las
modalidades de participación en las actividades que allí se desarrollan.
Al postularse desde sus inicios como un ámbito “democrático,
pluralista, multipartidario y multisectorial, respetuoso de todos los
credos y todas las razas humanas” (citado en Masson, 2007: 180), la
invitación a participar de los Encuentros propugnó siempre la ampli-
tud con el propósito de llegar a la mayor cantidad de mujeres posible.
A su vez, las comisiones organizadoras, encargadas de garantizar la
difusión y el funcionamiento del Encuentro y renovadas cada año en
tanto se integran en cada sede específica, han pugnado por mantenerse
autónomas de fundaciones, instancias gubernamentales y colectivos
políticos organizados a los fines de asegurar la horizontalidad y la hete-
rogeneidad de su llamado.
Por su parte, la dinámica de participación de las mujeres se sus-
tenta en los talleres temáticos, concebidos como grupos de discusión
de carácter autogestivo, donde se debaten temas específicos que surgen
de las participantes y sus experiencias de vida. Las conclusiones a las
que se arriba por medio del consenso son vertidas a la coordinación
general para ser leídas en el cierre del evento, que dura tres días, cuya
finalización se corona con una marcha multitudinaria por las principa-
les calles de la ciudad que actúa como sede.

28 La idea de llevar a cabo estos Encuentros surgió, originariamente, entre las feminis-
tas participantes de la III Conferencia Mundial sobre la década de la Mujer organi-
zada por Naciones Unidas en Nairobi, Kenia, en 1985.

44
Andrea Andújar

Por varios motivos, los Encuentros se tornaron centrales para el


fortalecimiento de la acción política femenina. En primer lugar, por-
que tal espacio favoreció a que un número cada vez mayor de mujeres
se involucrara en el debate y en la reflexión sobre su situación social,
política y económica, así como en trazar líneas de acción tendientes
a modificar sus destinos. En segundo lugar, porque el aumento del
número de participantes y la periodicidad de su realización han faci-
litado que problemáticas como la violencia doméstica e institucional,
la desigualdad en el campo laboral, la autonomía para disponer del
cuerpo y de la sexualidad, se volvieran más visibles y audibles para
el resto de la sociedad. A su vez, este espacio también coadyuvó a
dar forma y contenido a las demandas que los colectivos de mujeres
formulaban a los poderes públicos y a las posiciones que los movi-
mientos feministas y de mujeres locales impulsaban en las reuniones
internacionales –tales como los Encuentros Feministas Latinoame-
ricanos y del Caribe o las Conferencias convocadas por Naciones
Unidas–. Más aún, fueron estos Encuentros los que favorecieron el
contacto entre mujeres de muy distantes geografías, experiencias y
pertenencias sociales, y estimularon el intercambio de saberes e ideas
y lineamientos para la acción política colectiva. También fueron la
arena propicia para que ciertas herramientas teóricas vinculadas a la
desbiologización de la diferencia entre varones y mujeres, y la desna-
turalización de la desigualdad entre ambos, comenzaran a circular
con mayor masividad.
Por otro lado, la posibilidad de disponer de esos insumos ana-
líticos estuvo vinculada con los avances de la producción de estudios
teóricos e históricos elaborados por algunas feministas que se habían
nucleado en centros de investigación privados, tales como el Centro de
Estudios de la Mujer (cem), organización conformada en 1979 por un
grupo de mujeres profesionales, y por las que años más tarde bregarían
exitosamente por la apertura de centros y programas de investigación
dedicados a los estudios de las mujeres y de género dentro de las uni-
versidades nacionales (Pita, 2002).
Vista en su conjunto, entonces, la experiencia del feminismo
argentino había trazado una huella prometedora durante la década
de 1980. La consecución de reformas legales y de ámbitos para la
acción política institucional, los lazos tendidos con otras organiza-
ciones políticas, el desarrollo de diversas instancias de organización
y participación, y el progreso de trabajos de investigación que colo-
caban su foco analítico en las mujeres daban cuenta del creciente
ascendiente que el feminismo ocupaba en la escena política argenti-
na. Sin embargo, en esa huella no faltaron dilemas, contradicciones
y debates que afloraron con mayor vehemencia durante la década
siguiente, cuando la profundización del modelo neoliberal puso a

45
RUTAS ARGENTINAS HASTA EL FIN

prueba en otra dimensión la capacidad de presión y de negociación


de los colectivos feministas. Es en este proceso donde residirían, al
menos parcialmente, algunas de las dificultades que conspiraron
para que mujeres como Sara o Arcelia pudieran identificarse con
estas agrupaciones políticas.
Durante sus inicios, la gestión peronista que ocupó la conduc-
ción del Poder Ejecutivo Nacional en 1989 prohijaba señales aparen-
temente equívocas respecto de la “cuestión de la mujer”. Así, aunque
el presidente Carlos Menem clausuró la existencia de la Subsecretaría
de la Mujer al poco tiempo de haber asumido, terminó cediendo a la
insistencia de algunas agrupaciones feministas para la apertura de
una nueva institución gubernamental, el Consejo Nacional de la Mujer,
creado por el Decreto 1426 en el año 199229. A su vez, en la esfera par-
lamentaria prosperaban algunas reformas. Una de las más largamente
festejada fue la sanción en 1991 de la Ley 24012, conocida como Ley de
Cupo Femenino, en virtud de la cual se modificaba la legislación elec-
toral y se obligaba a que los partidos políticos reservaran el 30% de sus
candidaturas a cargos legislativos para las mujeres30.
La ambigüedad de la política gubernamental, sin embargo,
se despejaba ante algunas demandas, y no precisamente de manera
favorable al movimiento feminista. De hecho, en lo concerniente a los
derechos sexuales y a los reproductivos, el gobierno se ubicaba exacta-
mente en la senda opuesta, como se evidenciaría en los debates de la
Convención Nacional Constituyente, reunida en 1994 con el objetivo
de reformar la Carta Magna. En esa ocasión, el presidente de la Nación
y su ministro de Justicia, Rodolfo Barra, buscaron forzar la inclusión
de una cláusula en la Constitución Nacional que expresara la defensa
de la vida desde la concepción. Algo similar ocurrió con motivo de la
Conferencia de Población y Desarrollo de El Cairo en el año 1994, y de
la IV Conferencia de la Mujer en Beijing en 1995. En ambas reuniones
internacionales, la delegación oficial argentina mantuvo posiciones
contrarias a la planificación familiar –centralmente en materia de
legalización y despenalización del aborto– e intentó incorporar en los
textos resolutivos el concepto del “respeto por la vida desde el momen-
to de la concepción”. En este terreno, el presidente Menem incluso fue

29 En realidad, la clausura contó con un paso previo, que fue la transformación de la


Subsecretaría en Secretaría en 1990. Pero esta duró escasos meses. Dos años más
tarde, como ya se señaló, se creó el Consejo de la Mujer. Su primera presidenta
fue Virginia Franganillo, una reconocida académica y militante peronista afín al
feminismo.
30 La batalla de las feministas por la sanción de una ley en este sentido se remonta a
los inicios de la reapertura democrática. Estudios sobre ello pueden verse en Gómez
(1995) y Barrancos (2007).

46
Andrea Andújar

más allá, buscando imponer en el calendario oficial nacional una con-


memoración insólita: el Día del Niño por Nacer31.
Estas posturas despertaron fuertes reacciones entre los colecti-
vos feministas y de mujeres. Así, ante las aspiraciones del Poder Ejecu-
tivo en la Convención Nacional Constituyente, Autoconvocadas para
decidir en libertad, una coalición gestada en ese momento y que agru-
pó a más de 80 organizaciones de tales ámbitos políticos, llevó a cabo
un conjunto de acciones de resistencia pública cuya efectividad fue tal
que se obtuvo el retiro de la cláusula antiabortista. Tampoco faltaron
las objeciones a la actitud gubernamental ante las Conferencias inter-
nacionales, calificándola de “autoritaria, antidemocrática e hipócrita”,
según constaba, por ejemplo, en una nota publicada en noviembre de
1995 por el Instituto de Estudios Jurídico Sociales de la Mujer (indeso)
y de autoría de una de sus integrantes, Noemí Chiarotti (1995). En ese
texto, a su vez, la acusación trascendía lo vinculado con los derechos
sexuales y los reproductivos para avanzar sobre otras cuestiones rela-
tivas a la implementación de las políticas neoliberales “que de facto
refuerzan la desigualdad entre los géneros, profundizando la desocu-
pación general al 18,9% y la de las mujeres al 23%” (Chiarotti, 1995).
Otras feministas y sus organizaciones, tales como atem-25 de
noviembre (Asociación de Estudio y Trabajo de la Mujer-25 de noviem-
bre), sumaron sus voces reactivas frente a la ofensiva que la profundi-
zación del modelo económico neoliberal, con su ola de privatizaciones,
ajustes y liberalización económica, traía aparejada para la mayoría
de la población32. Simultáneamente, vislumbraban que si la embesti-
da neoliberal se perpetraba fuertemente en los “cuerpos de mujeres”
(Bellotti y Fontenla, 1997) –pues como demostraban algunos estudios,
eran ellas las principales afectadas por la desocupación, la subocupa-
ción y la precarización laboral–, la posibilidad de conquistar mayores
derechos, al menos en el futuro inmediato, se tornaba sombría.
Pero enfrentar esta situación dependía no sólo de elaborar un
diagnóstico certero sobre los objetivos y resultados del ajuste estruc-
tural, sino también y principalmente, de las perspectivas, propuestas
y líneas de acción colectiva que se plantearan en la arena política. Fue
justamente en ese terreno donde se suscitaron profundas polémicas
relacionadas, entre otras cuestiones, con los intentos de cooptación
del movimiento feminista por medio de su institucionalización. Este

31 Esa pretensión se concretó bajo su mandato unos años más tarde, cuando a través
del Decreto 1406/98, el Poder Ejecutivo Nacional declaró el 25 de marzo de cada año
como “Día del Niño por Nacer”.
32 Para un análisis de esta agrupación sobre las características del neoliberalismo y
sus efectos, ver Bellotti y Fontenla (1997).

47
RUTAS ARGENTINAS HASTA EL FIN

proceso implicaba el estrechamiento de lazos con el Estado y con las


agencias de financiamiento internacional involucrando, en muchos
casos, la fundación de organizaciones no gubernamentales decididas a
obtener y gestionar recursos mediante la creación de programas contra
la discriminación, el acoso sexual o la violencia, entre otras temáticas.
Para ciertos grupos feministas, esta línea de acción era aceptable
pues albergaban la esperanza de sobrevivir así a las arremetidas de las
políticas gubernamentales contra toda práctica ligada a la organiza-
ción y la movilización popular. Otros, en cambio, la avizoraban profun-
damente peligrosa ya que consideraban que de la mano de los recursos
provistos por quienes “imponen el ajuste estructural y la política de
hambre en América Latina y el Caribe” (Fontenla y Bellotti, 1999: 31),
venía la subordinación de las agendas de trabajo de las organizaciones
feministas a las directivas del Estado y los organismos internacionales
y, con ello, el disciplinamiento y el abandono de las luchas por la eman-
cipación de las mujeres.
Aún cuando estas controversias entre las autónomas y las ins-
titucionalistas –como fueron denominados estos sectores dentro del
movimiento feminista– se encontraban presentes a mediados de la
década de 198033, su fuerte estallido en los últimos diez años del siglo xx
desembocó en fragmentaciones, desencantos y pérdida de militantes
en las organizaciones. Sumado a otros factores34, ese proceso concurrió
al debilitamiento del lazo dinámico con el movimiento de mujeres, si
bien hubo una arista en que el activismo feminista logró provocar un
vuelco en ese último. La misma refiere tanto a cómo las mujeres se
perciben a sí mismas y al lugar que ocupan en las relaciones sociales,
como a la forma en que enarbolan muchas banderas que durante años
el feminismo portó más bien en soledad.
Ni las piqueteras, ni las mujeres que conformaron el Movimiento
de Mujeres Agrarias en Lucha hacia la segunda mitad de la década de
1990, ni las que hacia fines de esos años encararon la toma de fábricas

33 De todos modos, en la década de 1980, los conceptos de “autónomas” e “institucio-


nalistas” parecían encarnar una reminiscencia del debate a propósito de la “doble
militancia” (Grammático, 2005), pues las referencias a unas y otras se centraban en
su pertenencia o no a los partidos políticos (Masson, 2007).
34 Entre ellos, el rumbo asumido por el proceso de academización en las universidades
nacionales –donde la producción de estudios y trabajos teóricos habría quedado des-
vinculada del movimiento de mujeres (Nari, 1994; Pita, 2002)– y la receptividad brin-
dada por algunas agrupaciones feministas a ciertas corrientes de pensamiento, tales
como las teorías posestructuralistas y posmodernas, que condujeron a vacilaciones
sobre el sentido de la organización y la práctica política, y al ensalzamiento de esta
última enfocada desde la perspectiva de la defensa de la ciudadanía, el desarrollo
sustentable y la negociación en un marco de gobernabilidad.

48
Andrea Andújar

o de tierras, para mencionar algunos de los conflictos impulsados


por mujeres u organizaciones lideradas por ellas, se dicen en general
feministas. Su negativa a identificarse con esta perspectiva política
no tiene una única explicación. Desde cuestiones particulares –como
la crisis en la que este movimiento se subsumió durante la década de
1990– hasta más generales –como la dificultad del propio feminis-
mo de revertir la propaganda de que constituye el rostro anverso del
machismo–, se interceptan a la hora de fortalecer este rechazo. Pero
también es llamativo que mujeres como Sara o Arcelia no escatimen
palabras ni acciones para reivindicar el derecho a decidir libremente
sobre su cuerpo, cuestionen la subordinación femenina, le coloquen
nombre público a la violencia contra las mujeres, se suscite en el ámbito
y en las relaciones en que se produzca, y escabullan un andar que las
ubique detrás de los varones porque, como Sara dijo, “el tema está en
caminar a la par”35. Y ha sido en esos actos cotidianos, a veces a solas
y a veces mutados en acciones colectivas, donde el feminismo asentó
su huella proporcionando herramientas teóricas y políticas que fueron
útiles a esas “mujeres piqueteras en movimiento” para pensarse como
sujetos colectivos, para desnaturalizar subordinaciones u opresiones,
para ir perdiendo la mudez en los conflictos sociales que dinamizaron
durante la década de 1990 y en las organizaciones colectivas que inte-
graron y modelaron. En ese sentido, el lugar ocupado por los Encuen-
tros Nacionales de Mujeres fue nodal, porque en ellos mujeres como
Sara o Arcelia hallaron los insumos que favorecerían el diseño de sus
propios proyectos. Así, la preocupación de Sara sobre la posibilidad de
armar cooperativas de producción que mitigaran la falta de trabajo y
fortalecieran otros medios para la subsistencia familiar cotidiana, la
llevó a participar casi de forma constante en los talleres que se abo-
caban a esta problemática. Para Arcelia, el interés por la salud de su
marido y otros ex ypefeanos de su comunidad, abatidos ante todo por
los efectos de la pérdida del trabajo pero también por las enfermeda-
des consecuentes de las tareas de exploración y perforación realizadas
durante muchos años dentro de ypf en Plaza Huincul, la terminaron
vinculando con los talleres dedicados a debatir cuestiones relativas a
la salud de las propias mujeres y, por tanto, con las discusiones sobre
el aborto, tema que hasta ese entonces no había formado parte de sus
inquietudes36. Para Laura Padilla, una de las caras más visibles de la
pueblada de Cutral Co de 1996, fue la situación de violencia familiar
sufrida durante su matrimonio y el contacto que hizo con grupos de
mujeres golpeadas para salir de esa circunstancia, lo que la animó a

35 Entrevista de la autora a Sara, Plaza Huincul, 20 de diciembre de 2003.


36 Entrevista de la autora a Arcelia, Cutral Co, 20 de diciembre de 2003.

49
RUTAS ARGENTINAS HASTA EL FIN

participar de los Encuentros desde 1994. Allí y en las charlas con otras
mujeres, Laura encontró las herramientas reflexivas ligadas a los dispo-
sitivos genéricos de las relaciones sociales, a la naturaleza de la opre-
sión femenina y a las improntas que las mujeres podían imprimir a las
acciones colectivas cuando se disponían a abandonar sus silencios37.
Ella misma pondría en juego estos aprendizajes en distintos momentos
pero, fundamentalmente, cuando los humos de las improvisadas piras
tornaran a Cutral Co y Plaza Huincul el centro de la atención nacional.

De historias y memorias: las mujeres piqueteras


Durante el mediodía del 20 de junio de 1996, Bety León y su marido se
encontraban en la escuela a la que concurría su pequeña hija. Como
todos los años, en esa fecha se realizaba el acto conmemorativo de la
creación de la bandera, motivo por el cual el salón principal del cole-
gio desbordaba de madres, padres y otros familiares que compartían
el festejo con estudiantes y maestras/os. Pero en esa oportunidad, el
tradicional homenaje despertaba en Bety emociones encontradas y
diferentes a las vividas en ocasiones similares en el pasado. Su niña,
que tenía casi 11 años, había sido elegida abanderada de la primaria y,
como tal, le tocaba protagonizar la jura de la bandera. La alegría y el
orgullo que sentía ante ello, sin embargo, no conseguían sobreponerse
a la tensión generada por otras imágenes que se arremolinaban en su
mente. Intuía que en pocas horas muchas cosas podrían suceder con
su comunidad y con ella misma, aunque no lograba prever los alcances
de lo que se avecinaba.
Desde hacía ya varios días el clima social estaba convulsionado
en Plaza Huincul, ciudad en la que Bety se había instalado desde 1984
al casarse con un joven nacido allí. Las casuales charlas que entablaba
con sus vecinas cuando iba al mercado a hacer las compras o los llama-
dos de los/as oyentes a la emisora de la radio local “FM La Victoria”, que
solía acompañarla mientras se ocupaba de los quehaceres domésticos,
la advertían del creciente malestar. Entre los comentarios primaban las
quejas por la falta de trabajo y las penurias económicas que no habían
dejado de aumentar desde que ypf, principal fuente de empleos de la
zona, fuera privatizada.
Bety comprendía de qué se trataba todo eso. Su vida también
había cambiado decisivamente luego de que su esposo, que trabajaba
en el área de mecánica y producción de ypf, aceptara el retiro volunta-
rio y montara, junto con otros ex trabajadores, una pequeña empresa
para proveer servicios a la ex petrolera estatal. La iniciativa no había

37 Entrevista de la autora a Laura Padilla, General Roca, 17 de diciembre de 2003.

50
Andrea Andújar

funcionado, motivo por el cual él decidió probar suerte abriendo un


taller de reparación de autos en su casa. Entre tanto, ella, que “antes
tenía una señora que ayudaba con las cosas de la casa”, según me con-
taba, tuvo que salir a buscar empleo, consiguiendo algunas horas como
trabajadora doméstica a la par que completaba sus magros ingresos
con un subsidio de 150 pesos38.
Pero durante las primeras semanas de junio de 1996 el panorama
se había ensombrecido aún más en Plaza Huincul y Cutral Co, pues
se rumoreaba que una esperada fábrica de fertilizantes derivados del
petróleo no abriría sus puertas en la zona. Finalmente, el 19 de junio de
1996, los medios de comunicación locales confirmaron la sospecha al
difundir que el gobernador Felipe Sapag había puesto fin a las negocia-
ciones iniciadas tres años antes con la compañía que planeaba instalar
la empresa, la firma canadiense Agrium-Cominco. Si el proyecto se
hubiera concretado, la demanda de mano de obra no habría superado
los 1.500 puestos de trabajo durante la fase de construcción de la planta
y los 150 para la etapa de producción (Favaro et al., 1997). Pero a pesar
de que estas cifras distaban de incidir certeramente en el descenso de
los niveles de desocupación y pobreza, era difícil sustraerse a la espe-
ranza de tener nuevamente un trabajo estable, de estar entre esos/as
150 operarios/as que quedaran dentro. La finalización de las negocia-
ciones no sólo frustraba por completo esta ilusión. También conducía a
una contrastación ineludible: la imposibilidad de recuperar la bonanza
del pasado, ligada a un perfil productivo que, privatizada ypf, sería difí-
cil que volviera a surgir.
A Bety no la sorprendió el repiqueteo insistente del teléfono esa
mañana del 20 de junio. Sospechaba que los ánimos estaban caldeados
y no era raro que la llamaran a ella ya que era una mujer conocida en
Plaza Huincul porque formaba parte de la cooperadora del colegio y
porque las puertas de su casa siempre estaban abiertas para cualquier
vecina/o que precisara de su ayuda. Ella relataba:
Me llaman por teléfono unos amigos de Cutral Co y me dicen
“basta, Flaca, tenemos que hacer algo. ¿Qué te parece cortar la
ruta? […] Reunite a la gente de Plaza [Huincul]” (Entrevista de la
autora a Bety León, Plaza Huincul, 8 de mayo de 2004).

No era fácil asumir una medida semejante. Pero tampoco lo era seguir
tolerando pasivamente la situación. ¿Qué debía hacer, entonces?

38 Este subsidio equivalía en esos momentos a 150 dólares y era otorgado por el gobier-
no provincial neuquino a partir de la sanción de la Ley 2128 del año 1995, que esti-
pulaba la creación del Fondo Complementario de Asistencia Ocupacional para los y
las desempleadas de Neuquén.

51
RUTAS ARGENTINAS HASTA EL FIN

Finalmente, cuando ese mediodía en el colegio terminaron de


servir el tradicional chocolate caliente con que concluían las festivida-
des, tomó una decisión. Reviviendo con una mezcla de entusiasmo y
congoja la escena, Bety comentaba:
Después que se le dio chocolate a los chicos, me paro muy fresca
delante de todos los papás y las mamás y les digo: “Mujeres, ¿qué
les parece si tomamos el toro por las astas? ¿Qué les parece si
cortamos la ruta a las tres de la tarde?” (Entrevista de la autora a
Bety León, Plaza Huincul, 8 de mayo de 2004).

Luego de debatirlo un buen rato, un grupo de mujeres decidió aceptar


la propuesta. Fue así como 22 de ellas, según recordara Bety, se reunie-
ron ese día y a esa hora en la puerta de su casa. Juntas emprendieron
la marcha hacia la Ruta Nacional 22, localizada a pocas cuadras, con el
propósito de bloquearla a la altura del aeropuerto local.
Pasaron casi ocho años entre los acontecimientos que Bety pro-
tagonizó el 20 de junio de 1996 y la entrevista en la que ella me relató los
periplos que vivió durante esa jornada. Situar el presente de su narra-
ción abre las puertas al nudo analítico al que se aboca esta parte del
capítulo, centrada en explorar las trayectorias de las mujeres piquete-
ras a partir de las memorias que ellas han construido sobre sus propias
experiencias de participación público-política.
Esas experiencias no se iniciaron en las contiendas sociales que
catapultaron al centro del escenario político nacional a las localidades
neuquinas y salteñas durante los años 1996 y 1997. Por el contrario, se
nutrieron de otras acciones colectivas previas enmarcadas en la trama
de las relaciones sociales que las mujeres construyeron entre sí y con el
resto de sus comunidades. Explorarlas posibilitará, asimismo, exami-
nar el vínculo existente entre Historia, género y memoria con el cual
concluyen estas páginas.

Aprendizajes y saberes o de cómo volverse piquetera


No fue casual que ese mediodía, en la escuela, la interpelación de Bety
estuviera dirigida a otras mujeres. Ante todo eran ellas las que, acom-
pañando a sus hijos/as, estaban presentes en ese tipo de eventos. A
su vez, con algunas ya tenía un lazo de confianza gestado alrededor
de las actividades de la cooperadora escolar. Con otras, ese vínculo
había surgido de los contactos casuales que se producían en alguna
esquina del barrio a la hora de ir a buscar a los chicos/as al colegio o ir
de compras al mercado. Bety me contaba que muchas veces, mientras
baldeaba la vereda de su casa, sus vecinas se detenían a conversar
con ella y que siempre surgían las quejas porque “no tengo un vaso de

52
Andrea Andújar

leche, ni un kilo de pan, y me fui a Acción Social39 y ni una respuesta


me han dado”40.
En pocas ocasiones estos espacios de encuentro han sido reto-
mados para escudriñar de qué manera se construyen lazos sociales, se
intercambian informaciones, novedades e ideas sobre la vida cotidia-
na, y se crean o descubren preocupaciones comunes entre sus partici-
pantes. El escaso interés por ellos ha tenido relación, parcialmente, con
que ni sus contornos ni las interacciones que se producen en su interior
adquieren una apariencia tan nítida para la observadora o el obser-
vador como aquella que refleja la sede de un sindicato, de un comité
político, de una sociedad de fomento o de un club barrial. Estos lugares,
con mayor o menor precisión, contienen ya en su mera formulación los
enunciados que delimitan el abanico de sus propósitos, las característi-
cas de los miembros de los grupos sociales que asisten a ellos e, incluso,
ciertas fronteras temáticas de las deliberaciones que allí tienen lugar.
Sin embargo, para examinar la agencia femenina, el mercado,
la oficina de la cooperadora escolar, la vereda del frente de la casa o
la salida de una iglesia son ámbitos públicos que cobran una relevan-
cia singular, pues es allí donde ellas, ausentadas en los otros sitios o
silenciadas cuando concurren, se animan a expresarse sin tapujos e
intercambiar sus pareceres sobre las cosas que suceden a su alrededor,
sobre lo que deberían hacer o lo que esperan que ocurra. A través de
esos diálogos, usualmente catalogados como chismorreos, las mujeres
–sobre todo las pertenecientes a los sectores subalternos al ser ellas las
que llevan a los hijos al colegio, limpian las veredas o salen a hacer las
compras– encuentran una oportunidad de reflexionar en voz alta, de
hallar respaldo a sus pensamientos y, en consecuencia, de construir
o reconocer intereses, necesidades e identidades compartidas 41. El
conocimiento de las venturas y desventuras de sus vecinas así como la
posibilidad de percibir los probables efectos que una iniciativa como la
de cortar la ruta podría causar, se había ido trazando de esa forma en
las conversaciones mantenidas en esos ámbitos contrapúblicos (Fraser,
N., 1993), allanando el camino para que Bety se atreviera a consultar
a viva voz en el salón de actos lo que venía preguntándose a sí misma
desde la mañana del 20 de junio de 1996.

39 La testimoniante se refiere aquí a la sede de la Secretaría de Bienestar Social de la


municipalidad de Plaza Huincul.
40 Entrevista de la autora a Bety León, Plaza Huincul, 8 de mayo de 2004.
41 Temma Kaplan (2003), en su historia social de Barcelona entre fines del siglo xix y la
primera mitad del xx, ha llamado la atención sobre la trascendencia que tienen estos
intercambios discursivos para la formulación de lecturas políticas entre las mujeres
de la clase trabajadora.

53
RUTAS ARGENTINAS HASTA EL FIN

Por otro lado, las acciones que ese grupo de mujeres llevó a cabo
en esas jornadas de protesta estuvieron precedidas por otras en las
que ellas fueron tallando una lectura política de la realidad circun-
dante, fortaleciendo vínculos entre sí y con el resto de la comunidad, y
disponiendo prácticas organizativas y de resistencia colectiva que les
permitieron, asimismo, politizar demandas e intereses generalmente
experimentados como parte de la vida privada. Pero develar esas expe-
riencias y comprender tal proceso de politización requiere no sólo tener
en cuenta las relaciones que se tejen en esos espacios públicos sino
también el rol social que estas mujeres encarnan en las comunidades
de las que forman parte.
La historiadora Temma Kaplan (1990) sugiere que, debido a su
condición de clase y a la división sexual del trabajo, estas mujeres se
constituyen en garantes de la recolección y distribución de los recur-
sos comunitarios, garantía devenida de la responsabilidad socialmen-
te asignada de dar y conservar la vida. Aceptar ese papel, ejercido en
principio en el escenario familiar, conlleva un conjunto de obligacio-
nes referidas al cuidado de las/os otras/os. Pero también comprende
derechos relacionados, por ejemplo, con el acceso a recursos que via-
bilicen ese cuidado. Cuando se ponen en riesgo esos derechos y, por
tanto, la supervivencia de su familia o de la propia comunidad, ellas
pueden activar sus redes para enfrentar de forma colectiva a quien
obstaculiza el ejercicio del cuidado para el que están preparadas. Es
también en ese proceso donde politizan las relaciones de la vida coti-
diana al someter a debate público desde las razones de la situación
vivida, hasta a quién dirigir el reclamo, con qué herramientas hacerlo,
con quién confrontar o con quién aliarse en las acciones colectivas que
planifican y llevan adelante.
Estas particulares sendas de agenciamiento político suelen
intensificarse en momentos de agravamiento de crisis sociales, tales
como el desatado por la profundización de la política neoliberal42. En
ese sentido, a partir de los relatos de las mujeres neuquinas y salteñas
es posible advertir cómo, durante la primera mitad de la década de
1990, ellas ensayaron variadas formas de organización y resistencia
colectiva afines a salvaguardar la existencia de sus comunidades y en
las que, interpelando fundamentalmente a los gobiernos municipales y
provinciales, fueron obteniendo saberes y desplegando otros que luego
volcarían en las agudas confrontaciones que tuvieron lugar en los años

42 Esta vigorización que las organizaciones y movilizaciones con fuerte presencia


femenina adquirieron en el contexto crítico de la década de 1990 fue observada tam-
bién para otros conflictos. Ver Felitti (1999) y Giarracca y Teubal (2001), entre otros
estudios.

54
Andrea Andújar

posteriores a 1996. Tal fue el caso de Ica, una mujer de mediana edad
nacida en Coronel Cornejo –provincia de Salta– y principal referente de
la utd en esa localidad.
Ica relataba que a comienzos del otoño de 1991 impulsó un blo-
queo de la Ruta Nacional 34 para exigir al gobierno municipal el tendi-
do de la red de agua potable para las 2.700 personas que habitaban su
pueblo. En la narración de este acontecimiento, detallaba el problema
que la carencia de tal recurso ocasionaba, ya que “a veces los camio-
nes cisterna nos llevaban agua desde Mosconi, y a veces nos dejaban
2 tachos, que son 400 litros, o sea que era un caos total porque no alcan-
zaba para todos”43. Cansada de esa situación, una mañana de marzo de
ese año se propuso cambiarla y para ello “salimos 3 mujeres a cortar la
ruta […] Fuimos dos vecinas y yo. De la rabia, la impotencia que tenía-
mos de levantarnos y no tener agua”44. Según siguió contando, la ini-
ciativa, que no había surgido como resultado de un acuerdo “pensado
u organizado [sino que] ha sido algo espontáneo”, concitó rápidamente
la adhesión del resto de la comunidad, ya que “cuando la gente vio que
estábamos reclamando por el agua, vino todo el pueblo”45.
El rol protagónico de las mujeres en el inicio de esta protesta
puede comprenderse si se toma en consideración que son ellas quienes
más requieren del uso de agua cotidianamente ya que son las encarga-
das de llevar a cabo las labores familiares: hacer la comida, mantener
la higiene de la casa y de sus hijos/as o lavar la ropa. De tal modo, la
carencia de este bien les impone utilizar mucho de su tiempo diario en
su búsqueda, cuestión que resta esfuerzo y atención para otras tareas 46.
También las obliga a tomar recaudos extra en términos de salud o a
lidiar con una mayor cantidad de enfermedades relacionadas con la
falta de agua potable y, consecuentemente, de redes de saneamiento.
Si ambas cuestiones se conjugaron entonces en la decisión de Ica y sus
vecinas para dinamizar el corte de la ruta, el valor social del bien exi-
gido, en cuanto que recurso vital para la subsistencia de la comunidad,
así como la presencia de las mujeres, que como madres impulsaban

43 Entrevista de la autora a Ica, General Mosconi, 14 de junio de 2004.


44 Entrevista de la autora a Ica, General Mosconi, 14 de junio de 2004. Este corte no
fue registrado ni por la prensa escrita local ni por los periódicos de tirada nacional.
Sí fue referido por otras entrevistadas que vivían en Coronel Cornejo. Esto permite
vislumbrar la utilidad de la historia oral para dar cuenta o visibilizar acciones y
acontecimientos que no aparecen en otro tipo de fuentes.
45 Entrevista de la autora a Ica, General Mosconi, 14 de junio de 2004.
46 Me refiero al tiempo que ocupan en esperar, por ejemplo, el turno en las filas que
se arman frente a los camiones cisterna, en llegar al alba para no quedarse sin el
reparto de agua y, luego, en las caminatas, que a veces son extensas, para trasladar
los baldes a sus casas.

55
RUTAS ARGENTINAS HASTA EL FIN

el reclamo al poder público, dotaron a esta acción de una legitimidad


que habría propiciado el involucramiento de “todo el pueblo”. Esta
masividad no hizo posible, sin embargo, lograr el cometido procurado
con la medida. La oportunidad de volver a intentarlo se presentaría seis
años más tarde cuando, aprovechando el comienzo de un conflicto en
Tartagal y General Mosconi en mayo de 1997, Ica y un grupo de vecinas
y vecinos reinstalaron un piquete en la entrada de Coronel Cornejo47.
A más de 2.000 km al sur de esta localidad y casi tres años más
tarde, otra mujer impulsaría también una acción colectiva, preocupada
por una situación que, en principio, parecía inofensiva: la falta de árboles
en las veredas de su vecindario. Hacía poco tiempo que ella, Laura Padi-
lla, se había mudado con sus tres hijos pequeños al barrio conocido como
“176 Viviendas” en Cutral Co. Para llegar hasta allí debió sortear distintos
obstáculos, comenzando por la conclusión de un difícil matrimonio en
el que habían primado múltiples situaciones de violencia. Laura relataba
que durante muchos años había tolerado esa situación, hasta que un día
decidió seguir el consejo de un médico que la atendió en el hospital local
luego de una paliza propinada por su esposo. Así se contactó con un
grupo de mujeres golpeadas que funcionaba en una parroquia de Cutral
Co. Laura burlaba la vigilancia de su marido para asistir a las reuniones,
pues aprovechaba que este “me dejaba ir a dar catequismo […] Yo los
miércoles de 2 a 4 tenía grupo de catequesis, así que ahí no había ningún
drama. En realidad, yo iba a los grupos de mujeres”48. Según me explica-
ba, su participación en ese espacio le permitió recuperar la autoestima
y, también, comenzar a madurar la idea de separarse y de cómo hacerlo,
propósito que logró llevar a cabo finalmente en julio de 1993. Y también
fue en las charlas que allí tenían lugar donde escuchó por primeva vez
noticias sobre los Encuentros Nacionales de Mujeres, lo que la llevaría a
participar en el realizado en la provincia de Corrientes en el año 1994. La
interacción con otras mujeres la siguió animando a hablar y a proponer
posibles acciones ante diversas situaciones.
Por lo tanto, cuando ya instalada en el barrio de las “176 Vivien-
das” algunas vecinas le comentaron que el municipio estaba incum-
pliendo la promesa de plantar árboles, no dudó en tomar cartas en el

47 Ica volvería a estar al frente de esta nueva protesta, cuyo devenir será tratado con
más detalle en el Capítulo 5. Por otro lado, usualmente las mujeres entrevistadas
han caracterizado los inicios de este tipo de acciones, su participación en ellas y a
los conflictos en sí mismos como espontáneos. Incluso, ellas apelaron a este vocablo
para distinguir y valorar las raíces, dinámica y los propósitos de las puebladas acon-
tecidas a partir de 1996 y 1997 en ambas regiones. Ello invita a explorar detenida-
mente su significado, variante por cierto, y las posibles razones que pueden explicar
su uso, indagación que se desarrollará en el Capítulo 3.
48 Entrevista de la autora a Laura Padilla, General Roca, 17 de diciembre de 2003.

56
Andrea Andújar

asunto. Decidió escribir “unos papelitos” y le pidió a Miguel, un joven


que vivía cerca de su casa y con el que había conversado en varias
oportunidades, que los repartiera “a todos los vecinos del barrio y
vamos a juntarnos, porque en el barrio nos entregaron las casas y no
nos pusieron los arbolitos”49. Ella recuerda que una vez reunidas/os
en la casa de Miguel esa tarde primaveral del año 1994 comenzaron a
surgir distintas demandas, pues muchas de las personas allí presentes
carecían de electricidad, de gas o de agua y lo que era más acuciante
aún, podían ser desalojadas/os de las viviendas en cualquier momento
puesto que varios las habían ocupado ya que “estaban deshabitadas y
hacía falta un techo”50. Para dar curso a estos reclamos ante el muni-
cipio e intentar hallar soluciones, resolvieron finalmente conformar
una comisión vecinal. Laura fue elegida su presidenta y luego de varias
gestiones realizadas ante el intendente Adolfo Grittini, perteneciente
al Movimiento Popular Neuquino (mpn), se logró la efectivizaciòn de
todos los títulos de propiedad y la conexión de los servicios para la casi
totalidad del vecindario.
Sin pasar por alto su singularidad, las experiencias de Ica y de
Laura no fueron excepcionales. En Campamento Vespucio, distante
unos pocos kilómetros de General Mosconi, Dolores, o Nené, como la
llaman su esposo, sus familiares y las amigas de su barrio con las que
juega al fútbol dos veces por semana, evocaba en referencia al año 1996,
sobre el puente de la ruta de acceso a la localidad:
Hicimos un corte […] porque estas casas [en las que vivíamos]
eran del yacimiento, y el que quería la compraba. Entonces, te
daban en cuotas el pago de la vivienda. Y bueno, mucha gente
[…] pagó hasta donde pudo. Y quedó en deuda. A principios del
96 comenzaron a llegarle cartas documento a la gente de que en
48 horas te quitaban la vivienda. Entonces funcionaba el centro
vecinal […] y la gente comenzó a reunirse y a hacer notas […] de
ahí, “qué vamos a hacer, nadie nos escucha, cortemos el puente”.
Y nos fuimos y cortamos el puente de entrada (Entrevista de la
autora a Nené, Campamento Vespucio, 23 de junio de 2004).

Desde su instalación en la zona en 1927, el “yacimiento”, como Nené


alude a ypf, se había responsabilizado de construir estructuras donde
los y las trabajadoras pudieran vivir. Precarios en un principio, poco
a poco estos lugares se convirtieron en complejos habitacionales
más confortables y lujosos, cuyos moradores eran principalmente
los miembros del personal jerárquico de la empresa y sus familias.

49 Entrevista de la autora a Laura Padilla, General Roca, 17 de diciembre de 2003.


50 Entrevista de la autora a Laura Padilla, General Roca, 17 de diciembre de 2003.

57
RUTAS ARGENTINAS HASTA EL FIN

Mediante créditos baratos y a largo plazo, la petrolera proporcionaba la


posibilidad de la compra de estas casas. Pero, luego de su privatización
y de los consecuentes despidos, fue muy difícil pagar las cuotas. Con
esta medida de protesta, las y los deudores ciertamente lograron hacer-
se escuchar, pues no sólo se frenaron los desalojos sino que “nunca más
llegaron cartas documento”, recordaba sonriendo Nené.
Esta intención de hacerse escuchar, que luego se tornaría recu-
rrente para explicar la elección del corte de rutas como herramienta
preponderante de lucha, motivó otra acción de protesta en General
Mosconi. La misma consistió en la ocupación de la sede del Concejo
Deliberante local durante 23 días por mujeres que reclamaban alimen-
tos para sus hijos. Inés, que ronda los cincuenta años, tiene 7 hijos,
desocupada “desde hace mucho”, al igual que su esposo, fue una de las
protagonistas de esta medida. Ella contaba que en 1996, un año antes
de que se produjera el primer corte de rutas masivo en Tartagal y Gene-
ral Mosconi, sucedió lo siguiente:
Tomamos el Concejo Deliberante de Mosconi […]. La mayoría
éramos mujeres y [habíamos] decidido […] tomar[lo] porque del
gobierno nadie nos quería escuchar. De esa forma empezamos;
teníamos el Concejo Deliberante tomado y ahí cocinábamos
[…]. Lo más importante que necesitábamos, por las criaturas.
No había nada, había muchos chicos desnutridos. […] Estába-
mos con los chicos ahí. ¿Para qué los íbamos a llevar a casa si no
teníamos nada que darles? (Entrevista de la autora a Inés Torres,
General Mosconi, 11 de junio de 2004).

Inés refería también que las provisiones para hacer la comida durante
esas jornadas habían sido suministradas tanto por “gente de Buenos
Aires que nosotros no sabemos quiénes eran” como por “el cuartel
de bomberos que nos traían el horno, así que hacíamos pan”51. En tal
sentido, movilizadas como madres que defendían la supervivencia de
sus hijos/as, estas mujeres no sólo lograron llevar a cabo una acción
colectiva de gran envergadura –la toma de un espacio institucional
estatal– sino también atraer la solidaridad de otros sectores y grupos,
impidiendo con ello el desalojo violento por parte de las fuerzas de
seguridad52.

51 Entrevista de la autora a Inés Torres, General Mosconi, 11 de junio de 2004.


52 La mayoría de los estudios sobre las trayectorias de lucha de General Mosconi y de
Tartagal adjudican la realización de esta medida a la utd y, particularmente, a los
varones que la componen. Las palabras de Inés, que también pertenece a esta agru-
pación, ofrecen ciertos matices cuyo análisis será objeto de la siguiente sección de
este capítulo.

58
Andrea Andújar

Los cortes de ruta, de puentes, la formación de comisiones veci-


nales o la toma de sedes gubernamentales muestran los variados recur-
sos y repertorios de protesta que las mujeres pusieron en escena para
garantizar la supervivencia de sus comunidades. También denotan
cómo las formas de lucha y resistencia que impulsaron fueron madu-
rando en espacios de encuentros por los que ellas solían transitar y en
los que cincelaron ideas, percepciones y lecturas políticas que, atrave-
sadas por su clase y su género, luego potenciaron su participación en
los conflictos acontecidos entre 1996 y 2001. Y lo que es más importante
aún: adentrarse en sus relatos y en sus recuerdos permite ponerlas en
escena a ellas y sus trayectorias para acceder así a comprender cómo
esas mujeres se edificaron en tanto sujetos colectivos y, particularmen-
te, como piqueteras.
A estas trayectorias, asimismo, pueden sumarse otras desplega-
das en ámbitos tradicionalmente percibidos como de dominio mayori-
tario de la actuación colectiva de los varones, tales como aquellos que
remiten a las experiencias de participación sindical y de militancia
político-partidaria. Mas tal percepción no se condice con la historia
de Susana García, una mujer que nació en Rosario en 1944 y cuya vida
estuvo vigorosamente marcada por ambos espacios.
Susana recuerda que la política era parte de las charlas cotidia-
nas que escuchaba desde muy pequeña en su casa, ya que su padre “era
luchador metalúrgico, muy comprometido [...]. Fue militante del Parti-
do Comunista (pc) y lo digo con orgullo porque de él aprendimos”53. A
su vez, su madre, una mujer entrerriana “con mucha memoria” –según
me aclaraba–, era activista de la Unión de Mujeres Argentinas (uma),
organización creada por el pc en 1947. Cuando comenzó la escuela
secundaria fue casi natural, entonces, involucrarse en ese partido polí-
tico y con el centro de estudiantes en “la lucha por la laica o la libre,
con una chica que también era militante del pc”, y llegaron en varias
ocasiones a ocupar el colegio donde “pasamos noches con banderas
y cantando el himno”. Luego de recibirse de perito mercantil, siguió
estudiando en la escuela de enfermería. Con ese título en la mano,
halló trabajo “en el Rosendo García, un sanatorio metalúrgico, en el que
trabajé durante muchos años”, donde también, ya entrada la década de
1970, ganó las elecciones como delegada gremial en su sector, represen-
tado a “la Lista Marrón, de Piccinini, de Villa Constitución, donde por
esos años tuvimos muchas reyertas y peleas con la uom [Unión Obrera
Metalúrgica]”54. Fue en esas épocas además cuando luego de un fugaz

53 Entrevista de la autora a Susana García, Cutral Co, 7 de mayo de 2004.


54 La Lista Marrón era una lista antiburocrática y combativa que ganó la dirección
del gremio metalúrgico de Villa Constitución a fines de 1974 y que sufrió una dura

59
RUTAS ARGENTINAS HASTA EL FIN

paso por el Partido del Trabajo y del Pueblo (ptp) –una escisión del pc–
Susana recaló en la Unión Cívica Radical (ucr) dentro de la agrupación
Renovación y Cambio que, liderada por Raúl Alfonsín, había comenza-
do a conformarse hacia 1970.
Aunque pudo evitar ser encarcelada o secuestrada, Susana fue
despedida del sanatorio cuando se produjo el golpe militar del 24 de
marzo de 1976. Luego de trabajar precariamente en distintas clínicas, en
abril de 1978 consiguió ingresar al hospital de ypf en Cutral Co, contrata-
da como enfermera de una unidad coronaria en terapia intensiva. Pocos
meses más tarde, logró traer desde Rosario a su esposo –quien también
obtuvo un puesto administrativo dentro de la petrolera estatal– y a sus
cinco hijos. Y aunque le había prometido a uno de sus niños que “no
me iba a meter en el gremio”, al poco tiempo “me enganché luchando
para lograr esta democracia, traje acá Renovación y Cambio, porque no
existía […] y empecé a militar en el supe [Sindicato Unidos Petroleros
de Estado]”55. Susana contaba que en esa militancia sindical “armamos
la Lista Azul, todos compañeros socialistas, comunistas, para hacerle la
contra a la Celeste y Blanca”. Hasta el año 1993, cuando tuvo que irse de
ypf, ella siguió militando sindicalmente. Incluso, orgullosa, recordaba:
Por el ochenta y pico, ya cuando se sentía que iban a privatizar,
paré el tren, me acuerdo, que venía de Buenos Aires. Lo para-
mos con un grupo de compañeros que fuimos con pancartas e
hicimos tumulto para que nos escucharan que no queríamos
privatizaciones (Entrevista de la autora a Susana García, Cutral
Co, 7 de mayo de 2004).

El empeño puesto por Susana en crear espacios de militancia contrarios


a la “burocracia sindical” –como ella definió tanto a las conducciones
de la uom y del supe con las que se enfrentó entre las décadas de 1970 y
1990– y de oponerse a las políticas gubernamentales que, pergeñadas
bajo el gobierno de Raúl Alfonsín, preanunciaban la privatización de
ypf, no fue excepcional, tal como surge de la historia de Estela.
Esta mujer de mediana edad, casada, con tres hijas, que trabaja en
el área de salud pública de la municipalidad de Cutral Co, es delegada de
base de las y los trabajadores de su sector desde finales de la década de
1980. Asimismo, desde 1984 pertenece a la Asociación de Trabajadores
del Estado (ate) y, como tal, fue parte de la promoción de la Central de
Trabajadores Argentinos (cta) en la provincia de Neuquén, pues “como

represión por parte del gobierno de María Estela Martínez de Perón, con la compli-
cidad de la conducción de la dirigencia nacional de la uom, el 20 de marzo de 1975
(Andújar, 1994; Rodríguez y Videla, 1999; Santella y Andújar, 2007; Basualdo, 2011).
55 Entrevista de la autora a Susana García, Cutral Co, 7 de mayo de 2004.

60
Andrea Andújar

asociación de trabajadores del Estado empezamos a crecer hasta el 92


[…], seguimos como un congreso de trabajadores y terminamos como
una central obrera”56. Su vida siempre fue agitada al tener que dividir
sus tiempos entre cuidar a sus hijas, ir a trabajar y militar en el sindicato.
Ella bromeaba con su orden de prioridades, pues sostenía que “me casé
primero con mi trabajo, después me casé con el gremio y ahí tenía una
doble vida con la familia”. De hecho, no fueron pocas las veces, según
me contaba, que por asistir a marchas y movilizaciones, debió enfrentar
las objeciones fundamentalmente de sus hijas. Sin embargo, afirmaba
que “esa es la vida que a mí me gusta y yo trato de que ellas, que ya son
grandes, entiendan que hay que luchar por lo que una cree y en contra
de lo que es injusto”. Y fue esa convicción y esa experiencia labrada en
su trabajo y en su sindicato la que la llevó también a ir con sus hijas y su
esposo a cortar las rutas el 20 de junio de 1996.
Estas diversas trayectorias revelan de qué manera las mujeres
han construido redes y, con ello, identificado intereses comunes que
impulsaron su agencia política, transitando espacios apenas atendidos
en los análisis sobre las experiencias previas de quienes cortaron las
rutas en la segunda mitad de la década de 1990. Asimismo, denotan
cómo en aquellos ámbitos dominantemente ocupados por los varones,
ellas potenciaron aprendizajes y prácticas que luego volcarían en esas
confrontaciones.
En suma, la disposición a escuchar los relatos de mujeres como
Bety, Ica, Laura, Nené, Inés, Susana o Estela permite develar qué es lo
que ellas hicieron –y creían estar haciendo–, cuáles fueron las formas
y objetivos que impulsaron sus acciones colectivas y cuáles circuns-
tancias y experiencias pretéritas propias atravesaron su disposición a
enfrentar el adverso destino de sus comunidades. Pero también, abre
las puertas a interrogar de qué manera las relaciones de género per-
mean la construcción de las memorias sobre ese pasado y de la inter-
pretación histórica sobre él. Hasta ahora, la mayoría de la literatura
interesada en reconstruir la historia de los movimientos piqueteros ha
brindado una exigua atención a la participación femenina al asumir
las voces de los varones, sus recuerdos y sus narrativas como la totali-
dad de las voces, los recuerdos y las narrativas. Mas al hacer audibles
los relatos de las mujeres, ese horizonte totalizador queda desbordado
por otras experiencias cuyo estudio da lugar a una comprensión más
compleja de las confrontaciones sociales y políticas dinamizadas por
los sectores subalternos
Aventurarse en ese desborde es lo que motiva las páginas conclu-
sivas de este capítulo. Para ello, analiza el nexo existente entre Historia,

56 Entrevista de la autora a Estela, Plaza Huincul, 20 de diciembre de 2003.

61
RUTAS ARGENTINAS HASTA EL FIN

género y memoria situándolo en los relatos de las mujeres y varones que


participaron en los conflictos ocurridos entre 1996 y 2001, ya que es en
torno a esos acontecimientos donde puede observarse más cabalmente
cómo unas y otros anudaron sus trayectorias público-políticas y articu-
laron las memorias sobre sus experiencias de lucha.

Relaciones conflictivas: Historia, género y memoria


Cuando llegué a General Mosconi, una de las primeras personas a las
que entrevisté fue a Inés, a quien hice referencia en el apartado anterior
a propósito de la ocupación del Concejo Deliberante de esa localidad.
Interesada en saber si había intervenido en el corte de rutas de mayo de
1997 y, en tal caso, por qué y de qué manera lo había hecho, le pedí que
me relatara cómo había comenzado esta protesta. Inés me contó:
Fuimos a Tartagal, hicimos una asamblea grande. De ahí se deci-
de hacer el corte definitivo. Nos veníamos de Tartagal a Mosconi
caminando. La mayoría de la participación eran mujeres. Más
que nada nosotras hicimos hincapié para poderlos llevar a los
varones. Mi marido es muy tímido, por ejemplo. Entonces, “si
van las mujeres, tenemos que estar nosotros”. Nosotras tenemos
que salir a luchar para conseguir algo ¿Qué les damos mañana [a
los chicos]? (Entrevista de la autora a Inés Torres, General Mos-
coni, 11 de junio de 2004).

No era la primera vez que escuchaba a una mujer atribuirse a sí misma


y a otras un rol protagónico en los cortes de ruta y destacar, también, la
mayoritaria presencia femenina en este tipo de luchas. Algunos meses
antes y a más de 2.000 km de distancia, Arcelia, con un hablar entu-
siasta y sin rodeos, me había referido de manera similar que durante la
primera pueblada de Cutral Co, “cuando se levantó el pueblo, nosotras
[…] fuimos las primeras porque estábamos viendo lo que estaba pasan-
do con nuestros hijos. Entonces nos levantamos primero y arrastramos
a los hombres”57.
El análisis de las razones que pueden explicar la elevada partici-
pación femenina en estas confrontaciones será objeto de los capítulos
subsiguientes. Lo que deseo destacar ahora es el contraste entre estos
relatos y la mayoría de las narrativas académicas y políticas, las cuales
asignan a las mujeres un rol marginal o diluido frente a la presencia
masculina. Pretendo, entonces, examinar estas discrepancias y ras-
trear las posibles claves de su formulación repasando, en principio,
algunas cuestiones que tienen que ver con el vínculo entre Historia

57 Entrevista de la autora a Arcelia, Plaza Huincul, 20 de diciembre de 2003.

62
Andrea Andújar

–cuya escritura en mayúscula la alude en cuanto que saber discipli-


nar– y memoria, puesto que ambas construyen y/o condensan una
narración del pasado.
Hace ya varios años Françoise Collin (1995: 158) sostuvo que “la
ausencia de las mujeres en la historia significa más su evicción del poder
que su falta de actividad: lo que ellas producen y realizan, en el marco
general de la dominación, no les reporta reconocimiento alguno”. La
pretensión de esta reflexión no era colocar a las mujeres en el lugar de
“víctimas” de la dominación patriarcal y desdibujar así las múltiples
resistencias encarnadas por ellas contra su subordinación. Por el con-
trario, su objetivo era postular compases analíticos que no redujeran
las “huellas” dejadas en la historia a las “marcas” recuperadas por el
saber histórico y que, discurriendo en los nexos entre la Historia de las
mujeres, la Historia en general y la memoria, fructificaran en la edifi-
cación de una Historia realmente universal y no masculinamente uni-
versalizada. Para ella, esas huellas podían ser rastreadas en aquellas
obras, gestos, relatos que “pueden dar forma a la memoria inconfesable
que pasa a través de la malla del conocer” (Collin, 1995: 169).
La preocupación de la filósofa francesa remite al campo de con-
flictos y tensiones que atraviesa la relación entre Historia y memoria y
que, a pesar de las variadas elaboraciones abocadas a él, no ha dejado
de reactualizar debates de manera casi constante, principalmente en
las últimas décadas.
Los tópicos de tales discusiones abrevan, en general, en precisar
los límites y contenidos que distinguen a la constitución del saber dis-
ciplinar y aquellos que hacen a la construcción social del recuerdo. En
tal ecuación, suele afirmarse que la Historia da cuenta de procesos y
acontecimientos que la memoria no necesariamente retiene, que está
sometida a una necesidad de prueba y verificación de la que la memoria
carece, que está también sujeta a un deber o fondo de verdad –sin des-
conocer por ello los límites y recaudos de tal concepto– que la memoria
no está obligada a seguir –más preocupada por una reconstrucción
verosímil que real de lo sucedido– y que la memoria es más proclive a
ser manipulada por los grupos en situación de poder que la Historia.
Cuando la memoria remite a la fuente oral, a los testimonios de
quienes formaron o forman parte del proceso histórico que se pretende
investigar, las relaciones parecieran tensarse aún más puesto que la
práctica del acto de recordar puede ser percibida como escasamen-
te fiable, acechada siempre por el presente de quien recuerda, por el
paso del tiempo entre el suceso y su rememoración, por su sujeción al
inconsciente y, por tanto, a la pérdida del recuerdo, a su deformación
–voluntaria o involuntaria–, al silencio o al ocultamiento.
Ciertamente, la memoria y la Historia no son asimilables entre sí.
Pero en la práctica, la relación entre una y otra escapa a una dicotomía

63
RUTAS ARGENTINAS HASTA EL FIN

tan rígida o escasamente permeable a laxitudes y dialécticas. De hecho,


es factible señalar que si la memoria es selectiva y propensa a la manipu-
lación, el estudio del pasado por parte del historiador o la historiadora
no es autónomo de sus intereses y de las estructuras sociales, ideoló-
gicas y políticas en las que vive y trabaja (Le Goff, 1988). Ello implica
una selección que también se encuentra terciada por el presente, ya que
quien investiga el pasado escoge, labra y organiza los vestigios de este
a partir de interrogantes y de perspectivas de su tiempo actual. Pero,
además, el saber disciplinar imprime su huella en la memoria reconfi-
gurando sentidos y acontecimientos según diversas interpretaciones,
fortaleciendo o ignorando hechos, grupos y sectores sociales, en fin,
mediatizando inevitablemente el diálogo entre la memoria del tiempo
pretérito y la memoria del presente (Fahmy-Eid, 1997). Complementa-
riamente, puede señalarse que tanto la Historia como la memoria son
terrenos de disputa, ya que así como no existe una única manera de
recordar el pasado tampoco existe una única manera de interpretarlo.
Esas disputas se influyen entre sí, tal como evidencia la Historia de las
mujeres58. En efecto, si los paradigmas androcéntricos en los que se
sustentó el saber histórico ocluyeron las agencias femeninas al consi-
derar que, confinadas a la denominada esfera privada, su impacto en el
devenir social era insignificante, la contienda contra ellos lanzada por
los movimientos feministas exigió rastrear otras memorias, no ausen-
tes sino ausentadas, para despojar a las mujeres esta vez del olvido de
la Historia. No fue casual en ello la contemporaneidad existente entre el
desarrollo de la Historia de las mujeres y de la historia oral (Fahmy-Eid,
1997; Baillargeon, 1993). Tampoco lo es la vigencia del lugar privilegia-
do que guarda la oralidad en la práctica de la Historia de las mujeres
(James, 2004), pues el uso del testimonio ha permitido recuperar las
experiencias femeninas así como colaborado en evidenciar –una vez
más, quizá– que tanto la Historia como las fuentes de las que se nutre
son sexuadas en la medida en que una y otras se edifican, transmiten y
experimentan por sujetos sexuados.
Tal evidencia no se explica a sí misma en su mero enunciado,
razón por la cual me interesa detenerme en analizar cómo la memoria
se encuentra atravesada de manera estructurante por la construcción
social de la diferencia sexual y las relaciones de poder articuladas en
torno a ella.

58 Aunque no sólo en ella, pues análogas observaciones pueden realizarse para la his-
toria de los sectores subalternos en distintos momentos. Ver Paul Thompson (1978),
Bertaux-Wiame (1985), Joutard (1986), Passerini (1991), Portelli (1991), Baillargeon
(1993), Bertaux (1993a; 1993b), Ferrarotti (1993), Fahmy-Eid (1997), Camarena y
Necoechea Gracia (2006) y Viano (2008).

64
Andrea Andújar

Como sostuve en las páginas iniciales de este capítulo, entiendo


que la memoria comporta un proceso activo de construcción social de
identidades colectivas e individuales (Portelli, 1991), que implica una
mediación simbólica y una elaboración de sentido sobre las acciones y
acontecimientos vividos en el pasado (Joutard: 1986). Además, lo que
en ella queda registrado es un producto tanto individual como social,
en la medida en que una persona interactúa permanentemente y se
construye como sujeto en relación con otros/as. En tal sentido, el entra-
mado social en el cual surge y se desarrolla determinada subjetividad
imprime su sello en los recuerdos. Así, si la memoria sobre el pasado
nunca es el pasado, sino la traza erigida del pasado en el presente, su
construcción involucra tanto el “marco social” en el cual todo sujeto
se encuentra inserto (Halbwachs, 1994) como el presente de quien
recuerda. Dicho de otro modo: los recuerdos de la realidad pasada no
son una impresión “pura” de las cosas tal y como sucedieron. Por un
lado, están mediados por los espacios de pertenencia socio-económica,
étnica, política, etc., en los que las personas viven, espacios que se
encuentran sujetos a contradicciones, disputas y cambios. Por el otro,
la legitimación de la vida presente es esencial a la memoria, ya que el
individuo o grupo social reconstruye al mismo tiempo su pasado como
justificación y explicación de su agencia en la actualidad. De tal modo,
la memoria es la resultante de un proceso intersubjetivo anclado en
relaciones sociales conflictivas determinadas por un contexto histórico
y social, donde pasado y presente se restituyen mutuamente asignando
significados a las experiencias vividas.
Este proceso, asimismo, implica al olvido, acto atravesado tam-
bién por la selectividad –consciente e/o inconsciente– en cuanto que
es imposible recordar todo en todo momento. Esa selectividad puede
reconocer orígenes diversos tales como la carencia de interés o de
significado de determinados hechos pasados para el grupo social de
pertenencia o la persona que recuerda, la ausencia de la transmisión
de la generación poseedora del pasado –o de la voluntad de hacerlo,
como señala Yerushalmi (2006) para el caso del olvido colectivo–, la
negativa de la Historia a elaborar interrogantes sobre algunos temas
o problemáticas o, de acuerdo con Passerini (1991), la autocensura
colectiva generada por las cicatrices dejadas por la experiencia pre-
térita. De tal modo, el olvido no es una falla de la memoria sino, más
bien, un proceso activo que puede nutrirse de varias fuentes y que
debe ser sometido al análisis histórico de igual modo que el recuerdo.
Pero, además, no es fijo, estático o inmutable. En efecto, los alcances
o límites de qué es lo que se olvida son difíciles de establecer ya que,
por ejemplo, la inducción al recuerdo de un/a testimoniante realizada
por quien investiga un proceso histórico, puede provocar la rememo-
ración de acontecimientos que se creían perdidos o que no habían

65
RUTAS ARGENTINAS HASTA EL FIN

sido evocados hasta ese momento. Asimismo, la necesidad sentida por


un grupo social de volcar la experiencia vivida frente a una situación
dada, también puede actuar como instigador de recuerdos cuya exis-
tencia se “desconocía”59.
En síntesis, aquello que se recuerda y se olvida, lo que se evoca y
silencia, los significados que se atribuyen al pasado, se hallan limitados
por un marco social presente, por las posiciones diferenciadas que los
sujetos ocupan en la organización social de que se trate, y por los con-
ceptos, nociones y juicios de valor que, no sin pugna, se imponen en
cada época histórica.
Es aquí donde se vuelve posible reflexionar sobre las interseccio-
nes entre género y memoria, pues en la medida en que mujeres y varo-
nes experimentan su vida a partir de una matriz simbólica, normativa,
institucional e identitaria que prescribe ámbitos sociales de pertenen-
cia, actuación e incumbencia distintivas con base en la construcción
social de la diferencia sexual, sus recuerdos y olvidos se edifican atra-
vesados por ella60. Así, por ejemplo, cuando las mujeres rememoraban
cómo se habían involucrado en la pueblada de Cutral Co y Plaza Huin-
cul de junio de 1996, la datación de ese acontecimiento se vinculaba
con otros hitos estrictamente situados en su vida familiar. Sara, la ex
ypefeana de Plaza Huincul, por ejemplo, recordaba la fecha en que
la gendarmería había llegado a las comarcas petroleras en 1996 para
desalojar los piquetes porque ese día había nacido su nieto. Su amiga
Arcelia comenzaba su relato sobre la represión que provocó la muerte
de Teresa Rodríguez durante el corte de rutas en la misma zona en 1997
con la enfermedad de su marido. En cambio, para Rodolfo Peralta, un
ex ypefeano integrante de la utd, el recuerdo sobre los orígenes de su
participación en el corte de ruta de mayo de 1997 se asentaba mucho
más en una secuencia fáctica ligada al devenir público-político: la
rememoración y valoración del “Cutralcazo” de 1996 como una forma
de enfrentamiento exitosa en el pasado inmediato, su participación
personal en una asamblea en Tartagal pocos días antes de que se

59 En referencia a ello, Ricoeur (2003) alude al olvido de conservación en reserva, que es


más bien un recuerdo latente, para distinguirlo de aquel en el que se borra todo rastro
de lo vivido. Por su parte, se debe establecer la distinción entre olvido y equivocación,
y entre olvido y ocultamiento. Para el primer caso, basta recordar el célebre trabajo
de Portelli (1989) sobre la muerte de Luigi Trastulli y la disparidad entre la fecha en
que ocurrió ese acontecimiento y la que quedó registrada en el recuerdo de los obre-
ros italianos objeto de su estudio. Respecto del segundo punto, Passerini (1991) ha
sido también iluminadora al sostener que en el ocultamiento existe la voluntad de
esconder la comunicación de una experiencia que no ha sido olvidada.
60 Se retoman aquí las consideraciones planteadas por Birulés (1995), Passerini et al.
(1996), Jelin (2001) y Viano (2008), entre otras estudiosas.

66
Andrea Andújar

iniciara el corte de ruta en mayo de 1997 y su experiencia como delega-


do de un sector de ypf, entre otros factores.
Es importante considerar también la organización del relato de
lo registrado ya que el acceso a la memoria de toda persona está siem-
pre tamizado por la comunicación de la experiencia. En esa dirección,
la forma en que mujeres y varones configuran la narrativa del pasado
está también genéricamente mediada (Jelin, 2001). Por ejemplo, Stella
Maris, empleada doméstica cutralquense y activa partícipe de la pue-
blada de 1996, sostenía:
Yo fui a ver… Yo siempre digo que me daba cuenta de que la situa-
ción ya no daba para más. La gente estaba desesperada por estar
implorando un remedio o estar pidiendo fiado y que nadie te fíe
nada. Entonces digo, bueno voy a ir a ver qué pasó, qué pasa, a
ver quiénes son los que están. Y así empecé […] Y allí no hubo ni
religión, ni nada, porque estaban todos juntos, estábamos todos
iguales (Entrevista de la autora a Stella Maris, Cutral Co, 20 de
diciembre de 2003).

Su exposición se enmarcaba, entonces, anudando los sucesos políticos,


la historia general con su propia biografía, anclando las referencias en
preocupaciones que hacen a la vida cotidiana de las mujeres y, desde
allí, enlazando su historia personal con la de la comunidad. Esto no
quiere decir que las mujeres encadenen siempre sus recuerdos y sus
relatos a la cotidianeidad devenida de su lugar de guardianas de la
reproducción de la comunidad y que los varones obvien esas referen-
cias. De hecho, como sostiene Bertaux-Wiame (1985), una afirmación
tan taxativa exigiría realizar entrevistas a unas y otros basadas en
cuestionarios similares y centradas exclusivamente sobre lo cotidiano-
familiar. Mas en el relato espontáneo, y al menos en lo que hace a estos
conflictos, en los varones eran muchos menos usuales las referencias
a sus sentimientos y sus acciones en este aspecto de sus vidas. Por
ejemplo, sólo luego de formular la pregunta varias veces en distintas
oportunidades de la entrevista, Raúl González, un ex trabajador ype-
feano, nacido en General Mosconi, comenzó a deslizar que en su vida
personal, amén de haberse quedado sin trabajo y la pérdida de bienes
materiales que ello implicó, terminó separándose de su mujer. Para las
mujeres, como en el caso de Estela o Sara, detenerse en las referencias
a las separaciones, divorcios, violencias familiares o en detallar los
sentimientos de frustración y tristeza que les provocaba lo sucedido a
partir de la desocupación masiva provocada por la privatización de ypf,
era mucho más “natural”.
De lo anterior se desprende una segunda instancia en que se
vertebra la edificación de la memoria y que se vincula con que la
misma es relacional, puesto que, al construirse en la interacción de los

67
RUTAS ARGENTINAS HASTA EL FIN

sujetos cotidianamente, los recuerdos y olvidos de mujeres y varones


se encuentran mutuamente influidos. Sin embargo, esa relación encie-
rra asimetría ya que se asienta en un desigual acceso al poder, en una
asignación de jerarquías valorativas sobre lo que unos y otras realizan,
sobre los espacios sociales en los que desarrollan sus vidas y sobre la
importancia concedida a la incidencia de sus actos en el devenir his-
tórico. Un ejemplo de esto puede encontrarse retomando los recuerdos
de Inés y de Arcelia con los que comencé esta sección y contrastarlos
con los de Pedro, un ex ypefeano de Cutral Co para quien “las mujeres
estaban en el piquete y gracias a ellas comíamos. Se encargaban de
cocinar, de hacer algo calentito porque el frío que hacía era terrible”61.
Para él, entonces, las mujeres hacían en la ruta lo que usualmente
hacían en sus casas. Y no recordaba, por ejemplo, que fue justamente
una mujer, Laura Padilla, quien firmó el acta acuerdo en representación
de las comunidades neuquinas con el gobernador Sapag, poniendo fin
al primer conflicto. Para Laura, en cambio, el recuerdo de su propio
protagonismo estaba pleno de detalles que la involucraban a ella y a
los varones, no en términos de convivencia servicial sino de tensiones
que llegaban incluso a la confrontación abierta. Así, rememorando su
presencia en esas jornadas de lucha, Laura relataba que quienes esta-
ban con ella en el piquete, le habían propuesto representarlos/as en las
asambleas que se realizaban en la torre de ypf, epicentro de la pueblada
neuquina. Suponían que, siendo maestra, sería más hábil en el ejercicio
de la palabra. En una de las primeras reuniones ella debía informar que
su piquete se mantendría pese a cualquier obstáculo. Pero al llegar a la
asamblea, se encontró con que “había 5 mil personas y vi tipos adine-
rados ahí […]. Estos tenían discursos así escritos […]. Cuando yo veo
semejante historia me volví a mi piquete”62. A su regreso, un muchacho
cuestionó su actitud diciendo que “las mujeres sólo gritan en la cocina y
que había sido una equivocación enviar a una mina a que los represen-
te”, según relataba Laura. Ofuscada, decidió demostrarle que las muje-
res no sólo gritaban en la cocina. Recorrió todos los piquetes armando
una reunión con todos/as los/as representantes para el día siguiente.
Fue, por tanto, una acusación en la que se subrayaba su “condición de
mujer” la que la animó a abandonar la mudez y a poner en práctica sus
ideas organizativas, cobrando visibilidad y la paulatina confianza y
respeto de quienes estaban en la protesta.
Sin embargo, la apreciación de Pedro sobre el rol de las mujeres
no era “irreal”, puesto que ellas también pusieron en escena durante
los cortes de ruta las experiencias fundadas en la asignación de roles de

61 Entrevista de la autora a Pedro, Cutral Co, 7 de mayo de 2004.


62 Entrevista de la autora a Laura Padilla, General Roca, 17 de diciembre de 2003.

68
Andrea Andújar

cuidadoras de la comunidad: cocinaron para todos, acercaron abrigos


o dieron palabras de aliento. Y justamente esas experiencias permitie-
ron evitar conflictos internos y cohesionar al grupo. Laura, por ejemplo,
en su piquete dinamizó la formación de subpiquetes entre los que se
contaban el de los jóvenes y el de los borrachos. A uno y otro les acer-
caba comida o bebida, según las necesidades, a cambio de la garantía
del cuidado y la permanencia de esa barricada. Ella comentaba que “si
ustedes me dicen cuál fue mi función […], cuando la gente se ponía
violenta, era esto de ir a abrazarlos, a acariciarlos, a darles un beso, a
tranquilizarlos, eso era lo que yo hacía”63. De esta forma, este despla-
zamiento de los lazos afectivos hacia la acción política fortalecía tal
acción, solidificando la continuidad de los piquetes.
Por otro lado, es preciso considerar que si la construcción de la
memoria siempre está situada con relación a cómo varones y mujeres
vivencian la relación genérica y las normativas que se formulan respec-
to de lo masculino y lo femenino, estas normativas son históricamente
cambiantes, y ello depende, en buena medida, de la aceptación y/o el
rechazo que los sujetos tengan de las mismas y las “formas” en que las
experimentan. Un ejemplo de esto puede hallarse en las particulari-
dades que tuvo para las mujeres y los varones de General Mosconi el
significado de la llegada de las Madres de Plaza de Mayo a esa locali-
dad en junio de 2001. Los relatos de unas y otros coincidían en señalar
que el arribo de ese grupo de mujeres no sólo había logrado detener la
represión sino también infundir nuevos bríos para retomar las barri-
cadas. Víctor, un joven salteño desocupado, contaba que “cuando las
vieron, no se les animaron y ahí, en cuanto supimos que ellas estaban,
salimos de abajo de la cama de una vecina que nos tenía escondidos y
nos fuimos otra vez a la ruta”64. Así, la presencia de las Madres de Plaza
de Mayo en ese acontecimiento las (re)instituyó en la memoria de quie-
nes lo vivieron y fortaleció, asimismo, su capacidad de resistencia ante
la represión que se cernía sobre ellas/os. Pero para las mujeres, como
marqué al comienzo de este capítulo, tuvo un plus vinculado a buscar
organizarse como grupo autónomo para tratar los problemas de la vio-
lencia familiar.
A su vez, en tanto las mujeres y los varones no constituyen sujetos
homogéneos, las diferencias de clase y étnicas, y las trayectorias indi-
viduales, entre otras diversidades, también deben colocarse en escena
al momento de analizar las fuentes que atraviesan la construcción del
recuerdo y su relato al interior de cada género (Piscitelli, 1993; Ramos
Flores, 1995; James, 2004). Con respecto a ello, Laura Padilla concluía:

63 Entrevista de la autora a Laura Padilla, General Roca, 17 de diciembre de 2003.


64 Entrevista de la autora a Víctor, General Mosconi, 19 de junio de 2004.

69
RUTAS ARGENTINAS HASTA EL FIN

La pueblada en mi vida de mujer es como un reconocimiento […]


a una vida de mucho sufrimiento que se animó a hacer algo […]
porque si vos me decís, ¿cuáles son tus grandes orgullos?, uno es
esto de ser piquetera y el otro es lo que me he animado a hacer
en la pueblada (Entrevista de la autora a Laura Padilla, General
Roca, 17 de diciembre de 2003).

Laura sintetizaba en “esto de ser una piquetera” su situación en cuanto


desocupada, madre de tres hijos y jefa de hogar, asignando también a
ello una valoración positiva en tanto pudo trocar allí la resignación ante
las desigualdades y opresiones existentes en enfrentamiento y rebeldía.
La reflexión sobre cómo se entrecruzan Historia y memoria guia-
da por asumir a la segunda como fuente de la construcción disciplinar,
no debería omitir la importancia concedida al reconocimiento de su
propia voz y de su propia agencia por parte de mujeres como Bety León,
Laura Padilla, Arcelia, Sara, Estela, Stella Maris, Ica, Inés, Nené o Susa-
na. Menos aún cuando se busca comprender estos procesos de lucha y
resistencia colectiva, y cómo los mismos han impactado en quienes los
protagonizaron. Tampoco puede ser excluida si se pretende develar los
puntos de fuga en los que, en un determinado momento, los individuos
dejan de ser tales para convertirse en colectivos sociales dispuestos
a resistir y a enfrentar las condiciones imperantes. En ese sentido, lo
que postulo aquí es que la memoria no es una entelequia sin género en
cuanto que ningún recuerdo tiene existencia por fuera de las relacio-
nes sociales en las que se construye y emerge. Por el contrario, ningún
pasado o rememoración, se trate de varones o de mujeres, obreros/as,
desocupados/as, etc., queda excluido de las desigualdades trazadas por
las relaciones de género. Asimismo, considero que tales desigualdades
se edifican y corporizan en cada momento histórico de forma específi-
ca, a la par que inciden en la memoria del pasado y en la valoración que
los y las protagonistas de ese pasado realizan de sus propias acciones.
Pero también, influyen en cómo desde el relato disciplinar se recons-
truyen los acontecimientos pretéritos. Así, si el emprendimiento de
comprender lo sucedido desatiende o se mantiene ciego al género, se
termina por universalizar las experiencias clausurando la posibilidad
de advertir indicios que revelan a otros sujetos –varones y mujeres– y
que dan cuenta de cómo sus trayectorias, acciones e ideas modelaron el
pasado. Recalar en las voces de las mujeres ilumina, entonces, no sólo
los límites de esa universalización. También indexa la potencia que la
memoria ofrece como fuente para la Historia, pues al inquirir sobre su
agencia y situarla relacionalmente se enriquece la capacidad de cons-
truir una interpretación que efectivamente desmonte generalizaciones
y pluralice tanto las instancias de la vida social como los sujetos que
protagonizaron los sucesos analizados.

70
Andrea Andújar

Enlazando desenlaces
En este capítulo me detuve en el vínculo estructurante entre Historia,
memoria y género para develar una genealogía de experiencias que
precedieron a la emergencia de las mujeres piqueteras como colecti-
vo político y que procuró hallar, a partir de las evocaciones de estas
últimas, los insumos que, originados en ciertas trayectorias pretéritas,
potenciaron su inscripción colectiva en el escenario público-político.
En ese sentido, las historias de las Madres de Plaza de Mayo y de
las feministas fueron puestas en escena por mi relato para recuperar
las huellas –más que las marcas– sobre las que las mujeres neuquinas y
salteñas asentaron los pasos que intentaron poner límite a las virulentas
consecuencias de modelo neoliberal. Así, retomar en su enfrentamien-
to con el Estado la politización de la maternidad instrumentada por
las Madres, fue un recurso capital en la capacidad de batallar de esas
mujeres que, en su rol de garantes de la supervivencia de sus hijos y, con
ello, de su comunidad, ocuparon las rutas y recuperaron singularmente
un hacerse oír que las “locas de la Plaza” habían enarbolado con fuerza
esa tarde de abril de 1977. Fue el cruce y la re-significación de esa expe-
riencia la que no sólo las hizo receptivas a la llegada de las Madres en
junio de 2001 sino la que también condujo a esas Madres hasta allí. De
ese modo, provocaron un encuentro que, aunque inesperado, reverberó
en nuevas prácticas y horizontes para esas mujeres salteñas, tales como
los implicados en intentar armar una organización femenina autónoma
para enfrentar las desigualdades en las que se veían subsumidas.
Pero si esas desigualdades cobraron nombre y entidad, y en
ello se hicieron visiblemente in-naturales, fue porque el movimiento
feminista, fragmentado y débil en muchas ocasiones, pero insosegable
también casi siempre para cuestionar la opresión femenina, colocó
a la mujer como una “cuestión”, pugnando contra los imaginarios
sociales y políticos que engarzaban sus incomodidades, malestares y
tensiones a problemas personales y, con ello, supuestamente apolíticos.
Los Encuentros Nacionales de Mujeres desempeñaron un rol esencial
en esa dirección, al ser la arena donde esas mujeres, luego devenidas
piqueteras, pudieron intercambiar y debatir sus propias experiencias,
adquirir confianza para abandonar la mudez en los espacios políticos
colectivos y hacerse de conceptos con los cuales nominar y dar cuenta
de sus opresiones.
Por otro lado, en ese nexo estructurante que postulé, colocar mi
voz interpretativa en primera persona portó ex profeso la intención de
señalar cómo, haciendo uso de la historia oral pero ponderando las
construcciones de género que atraviesan no sólo a quien protagoniza
un proceso histórico sino también a quien intenta interpretarlo desde el
saber disciplinar, se abren nuevas puertas para indagar la relación entre

71
RUTAS ARGENTINAS HASTA EL FIN

los sujetos, sus aspiraciones, sus intencionalidades, las motivaciones


que los llevan a actuar en ocasiones y, también, a no hacerlo en otras.
Pero este capítulo no hurgó sólo en las trazas de una tradición
de lucha subterránea que indexó la salida de las mujeres a las rutas.
También buscó tensionar aquellas imágenes que las hicieron presentes
en los cortes irrumpiendo desde una suerte de nada pasada, desde una
especie de vacío de filiaciones propias en la experiencia política indivi-
dual y colectiva. Detenerse atentamente en sus relatos permitió revelar
lo contrario pues ellos dan cuenta de una historia de intervención públi-
co-política labrada en vínculo, que nació mucho antes del momento en
que salieron a montar barricadas. Esa labranza se hizo en ámbitos más
difusos en sus límites o menos reconocibles en sus dimensiones políti-
cas como la cooperadora escolar, los mercados, la vereda o las filas para
procurar agua. Fue allí donde ellas tejieron sus redes, tallaron lecturas
políticas de la realidad que las circundaba, se quejaron e intentaron
hallar soluciones. Pero, además, aprendieron. Aprendieron a ocupar
sedes gubernamentales y rutas, a negociar con los poderes locales y a
organizarse para ello, a ganar espacios sindicales y a portar pancartas
para frenar el paso del tren en señal de protesta o armar listas antiburo-
cráticas que ayudaran a mejorar la condición de trabajadoras.
En síntesis, estas páginas procuraron re-conocer, a partir de los
indicios brindados en las entrevistas, una genealogía histórica que
permitiera inscribir a las mujeres piqueteras, en tanto sujeto político,
en un itinerario comenzado a transitar mucho antes por otros colec-
tivos de mujeres. Pero también, iluminó unos antecedentes de acción
colectiva que las neuquinas y salteñas habían protagonizado y de los
cuales echaron mano al devenir en piqueteras. Esa búsqueda, final-
mente, dispuso mi análisis en primera persona porque esas tradiciones
subterráneas, esos saberes, dejaron de serme ajenos o ignorados como
resultado de un encuentro que me involucró sin ambages. Las puertas
interpretativas que me abrieron esas conversaciones mantenidas en
sus casas, en la sede de utd o de un comedor comunitario, continuarán
marcando el derrotero de los siguientes capítulos.

72
Capítulo 2
De la “revolución productiva” a
“nos ha dejado en la ruina”:
los años de Menem

Marina nació en Catamarca en 1924. Su infancia y su adolescencia,


compartidas con seis hermanos, transcurrieron en el “campo”, pues su
madre y su padre, que “nunca tuvo un trabajo nacional”, poseían una
pequeña chacra en la que alternaban la “cosecha de papa y maíz” con
la cría de animales65.
Para ella, “trabajo nacional” tenía un significado unívoco: haber-
se desempeñado en ypf. Tal equivalencia no era fortuita, pues desde
muy joven su destino se había enlazado con la empresa petrolera.
Había llegado en 1949 a General Mosconi, que por esos tiempos “era
todo monte, los caminitos así de chiquitos, nada de la ciudad que es
ahora”, según evocaba encimando las palmas de sus manos para gra-
ficar la estrechez de las calles que atravesaban la localidad salteña y
de los senderos que la unían con las vecinas Tartagal y Campamento
Vespucio. Tenía 25 años de edad, un esposo, una hija pequeña, un hijo
recién nacido y la experiencia de haber pasado un año “cosechando la
caña en el Ingenio Ledesma”, en la provincia de Jujuy.
Las duras condiciones de trabajo y el escaso salario que ambos
ganaban allí llevaron a Marina y a su esposo a probar suerte en Salta no
bien supieron que el hermano de este, que “trabajaba en el hospital de
ypf” en Campamento Vespucio, había hablado con uno de los supervi-
sores de la empresa “y le consiguió un trabajo para mi marido”. Luego
de unos meses fue efectivizado en el sector de administración de ypf
como “ordenanza, servía café. Iba con traje. Trabajaba en la oficina y
servía a los jefes y tenía que ir pituco”66. Ella recuerda que aunque el
salario “era modesto, pudimos empezar a ahorrar algo”. En pocos años
consiguieron comprar un terreno cercano al centro de General Mosco-
ni y levantar una casa amplia en la que criaron a tres hijas y cuatro hijos

65 Entrevista de la autora a Marina, General Mosconi, 12 de junio de 2004.


66 Entrevista de la autora a Marina, General Mosconi, 12 de junio de 2004.

73
RUTAS ARGENTINAS HASTA EL FIN

sin demasiados sobresaltos. Marina, por ejemplo, no debió preocu-


parse por la educación formal de ellas/os, pues pudo mandarlas/os a
todas/os a la escuela pública local en la que concluyeron el ciclo prima-
rio y el secundario. Tampoco la inquietaba la atención de la salud de
su familia porque “usted tenía asistencia […] y si se enfermaba alguno,
venía el médico de ypf. Daba la receta y retirábamos los remedios, ni un
centavo pagábamos”67. Menos aún fue un problema qué hacer durante
las vacaciones: a pesar de que eran muchos, cada diciembre, cuando se
acercaban las fiestas navideñas y de fin de año, Marina podía armar las
valijas, cerrar la puerta de su casa y viajar con todos/as a visitar a sus
padres a Catamarca, dado que ypf les proveía los pasajes de ómnibus y
de tren que precisaban. Ya crecidos, además, tres de sus hijos también
ingresaron a trabajar en la petrolera estatal –salvo “uno que estudió
para maestro”, comentaba orgullosa– en tanto que dos de sus hijas se
casaron con ypefeanos.
La satisfacción que traslucían sus referencias a ese pasado tan
vertebrado en torno a la existencia de ypf, mudaba a una mezcla de
congoja y de enojo cuando aludía a su vida y a la de su comunidad en
la actualidad:
Ahora hay que tener plata, tiene que morirse uno si no tiene
plata… Por eso le tengo bronca a ese viejo Menem, ese que nos
ha dejado en la ruina. El vendió todo. Ahora estamos llenos de
yanquis, ellos son los dueños de las tierras. ¡Antes había todo en
abundancia! (Entrevista de la autora a Marina, General Mosconi,
12 de junio de 2004).

El “ahora” de Marina cobraba un sentido colmado de pérdidas ubica-


bles en distintos planos de esa vida individual y colectiva, pero enca-
denados en sus causas. Uno, más cercano y asible, era remitido a una
existencia cotidiana donde la muerte por falta de alimentos o de asis-
tencia médica se había vuelto un destino casi ineludible. El otro refería
a la desnacionalización de las tierras y, con ello, de los recursos hidro-
carburíferos que esas tierras poseían. Había sido su venta y quien la
efectuó, “ese viejo Menem”, lo que los había llevado a la ruina. Por eso,
la actualidad del “ahora” de Marina excedía la inmediatez del tiempo
presente en que transcurría su narración para situarse en los noventa,
en la era de las privatizaciones.
Este capítulo examina ese momento de ruptura significado por
Marina, es decir, el proceso de privatización de ypf. Pero también
ubica la mirada más atrás para comprender los alcances de ese pasado
de “abundancia” que atravesó la vida de los y las trabajadoras de la

67 Entrevista de la autora a Marina, General Mosconi, 12 de junio de 2004.

74
Andrea Andújar

petrolera estatal y de sus comunidades. Así, la indagación de las aristas


del contraste entre ese “ahora” y ese “antes” señalados por ella, vuelve
posible explorar en qué medida y de qué manera, durante la segunda
mitad del siglo xx, las relaciones sociales que se gestaron al calor de la
presencia de la petrolera estatal incidieron en la masiva participación
de las mujeres en los conflictos abordados en esta investigación68. La
forma en que esa privatización impactó en las comunidades neuquinas
y salteñas fue desigual. Tal desigualdad estuvo emparentada con los
divergentes alcances que en cada espacio regional tuvo la edificación
del mundo ypefeano y, en consecuencia, con los niveles de desestruc-
turación social que trajo aparejada su desaparición. Pero, también,
estuvo relacionada con los modos en que la presencia de la petrolera
estatal permeó las tramas de las experiencias vitales de mujeres y varo-
nes, y particularmente con los significados que unas y otros asignaron
a esa presencia.
Con este horizonte analítico, la primera parte de este capítulo
se enfoca en la consolidación del modelo neoliberal bajo los dos pre-
sidencias consecutivas de Carlos Saúl Menem (1989-1995 y 1995-1999).
Centra su atención en el proceso de reforma del Estado encarado a par-
tir de las semanas iniciales de su primer mandato y cuya herramienta
jurídica, la Ley 23696, proporcionó al Poder Ejecutivo Nacional (pen) el
marco legal para efectuar el traspaso de las empresas de bienes y ser-
vicios estatales a manos privadas. Su énfasis analítico está puesto en la
venta de ypf pero también revisa ciertas resistencias organizadas por la
clase trabajadora frente a este proceso de consolidación del dominio de
los sectores del capital local y extranjero altamente concentrado que,
además, se amparó en una elevada cuota de legitimidad en las urnas.
En especial, examina las confrontaciones que emergieron en algunas
regiones a mediados de septiembre de 1991 ante la inminencia del
traspaso final de la petrolera estatal, adentrándose particularmente en
cómo las mujeres –específicamente aquellas que habitan en las locali-
dades salteñas donde el conflicto alcanzó una importante magnitud–
participaron en ellas y evaluaron su presencia.
A partir de la trama histórica articulada en esta sección, se des-
pliega la segunda parte del capítulo, ocupada en explorar ese “antes”
en donde la abundancia, retornando al relato de Marina, teñía la
rememoración de ese pasado. Ese propósito es el que enmarca aquí la
indagación de las memorias y narrativas femeninas, pues es a través

68 El motivo de esta elección temporal, que introduce una modificación al período


abarcado en este libro, radica en su concordancia con el lapso vital de las mujeres y
los varones entrevistados, pues se trata de personas cuya juventud y/o etapa adulta
se han desarrollado desde 1950 en adelante.

75
RUTAS ARGENTINAS HASTA EL FIN

de ellas como puede accederse a los rastros de una cotidianeidad mar-


cada por la existencia de la empresa petrolera estatal. Esta existencia
imprimió una estampa singular en las condiciones materiales de vida,
en las relaciones sociales atravesadas por las diferencias de clase y en
aquellas construidas dentro y fuera de las puertas del hogar por las
mujeres y los varones de la clase trabajadora. En esa dirección, cobra
importancia adentrarse en las percepciones y los sentidos sociales
de un “mundo” que, hasta el momento de la privatización de ypf, las
mujeres salteñas y neuquinas entrevistadas –vinculadas directa o
indirectamente con la empresa petrolera– caracterizaron de manera
similar a la aludida por Marina.
Los alcances de esa prosperidad, empero, han sido relativizados al
examinarse la persistencia de los niveles de pobreza y superexplotación
laboral entre los trabajadores vinculados en esa región con la produc-
ción azucarera y forestal o ajenos al circuito del empleo público y mayo-
ritariamente de origen indígena. Especialmente, y a partir de un rastreo
de fuentes de diversa factura, la investigación de José Benclowicz (2013)
ha confrontado las interpretaciones que atribuyen a ypf el desarrollo de
una suerte de Estado benefactor, denotando que las ventajas atribuidas
a la presencia de la petrolera habrían distado de afectar al conjunto de
la población local69. Ello no significa desconocer, y tampoco lo hace ese
estudio, que la situación empeoró de todos modos a partir de la privati-
zación de ypf. Para familias como las de Marina, por ejemplo, que hasta
ese entonces contaban con los beneficios de una obra social, un trabajo
estable, un buen salario, vacaciones o de una importante capacidad de
consumo, el desmembramiento de la empresa estatal tuvo consecuen-
cias arrasadoras. Y no sólo en esas cuestiones ni exclusivamente para los
trabajadores de ypf y sus familias.
Ciertamente, el mundo ypefeano salteño no constituyó un Esta-
do benefactor. Pero no por ello el impacto de la presencia de ypf fue
menor. El patrocinio de escuelas de especialización técnica ligada a
la explotación de hidrocarburos, de hospitales que incluso estaban
equipados con recursos de alta complejidad, como el montado por la
petrolera en Campamento Vespucio, de clubes donde practicar depor-
tes y de un cine al que asistir a la proyección de películas nacionales y

69 De todos modos, el influjo de ypf fue profundo tomando en cuenta que de cada tra-
bajo directo en la actividad petrolera se generaban 13 puestos indirectos (Informe
de la Secretaría de Empleo del Ministerio de Trabajo y Seguridad Social, citado en
Barbetta y Lapegna, 2001). Y aún cuando ello no necesariamente permite sostener
la existencia de un Estado benefactor en las comunidades salteñas –cuestión que,
asimismo, Benclowicz me atribuye erróneamente en su trabajo–, tampoco induce
a desechar la particularidad del desarrollo social que se articuló en torno y por la
presencia de ypf.

76
Andrea Andújar

extranjeras, fueron espacios de cuidado, socialización y diversión que


marcaron profundamente la vida de la comunidad y que desaparecie-
ron a partir de la privatización de la empresa estatal. Esos ámbitos no
se miden en los censos oficiales de población e industriales o en los
informes empresariales en los que aquel estudio repara, entre otras
fuentes. O mejor dicho, estos no dan cuenta ni de tales rubros ni de su
significado para la comunidad. Tampoco es posible deducir de ese tipo
de documentos cómo la existencia de tales espacios facilitaba las tareas
femeninas devenidas de la división sexual del trabajo a la par que cobi-
jaba la satisfacción de algunas de las preocupaciones de las mujeres en
tanto garantes de la reproducción de la comunidad. Mas al detenerse
en ellos, se vuelve posible develar diversas trazas de ese mundo ypefea-
no explorando una cotidianeidad social que portó improntas particu-
lares para la vida de aquellas que lo integraban.
Escudriñar esa trama de ámbitos y relaciones posibilita, a su vez,
vislumbrar la heterogeneidad social de esas mujeres. Entre ellas había
maestras, enfermeras, propietarias de pequeños comercios, ypefeanas,
esposas de ypefeanos, empleadas domésticas de estas últimas; en fin,
un mapa social rico y diverso, imperceptible generalmente en los abor-
dajes estadísticos. Por ejemplo, el casi nulo registro de las empleadas
domésticas las ha vuelto invisibles en los recuentos censales, motivo
por el cual su peso a la hora de calibrar el impacto de la presencia de la
petrolera estatal ha resultado infravalorado. Es en sus relatos en donde
puede hallárselas y es también contrastando esas narrativas con las de
las otras mujeres, las que contaban con recursos para contratarlas, lo que
vuelve factible comenzar a examinar las complejas relaciones sociales y
disímiles experiencias que cobraron carnadura en ese mundo ypefeano.
En suma, esta sección busca reconstruir la historia de las comu-
nidades de Plaza Huincul y Cutral Co, por un lado, y de General Mosco-
ni y Tartagal, por el otro, sin proponerse ir tras las huellas de un Estado
benefactor sino explorar cómo la presencia de la petrolera estatal atra-
vesó las experiencias de las mujeres y los varones que allí habitaban.
Para ello examina una cotidianeidad en la cual las diferencias de clase
entre esas mujeres y entre esos varones, y las tensiones y conflictos que
emergieron en el interior de tal “mundo”, tienen un lugar. Ese recorrido
conduce a indagar, por último, cómo el divergente impacto de ypf en la
vida de las mujeres y los varones dinamizó el protagonismo de aquellas
en las luchas que se desataron en esas comunidades durante la segunda
mitad de la década de 1990. Nuevamente, ello no supone soslayar que el
influjo de los beneficios de la existencia de esa compañía para la pobla-
ción fue menor en las comarcas salteñas que en las neuquinas. Pero sí
implica dimensionarlo a la luz de las similitudes en los significados que
las mujeres de una y otra región atribuyeron a las relaciones gestadas
al calor de la presencia de la petrolera estatal, de las prácticas que ellas

77
RUTAS ARGENTINAS HASTA EL FIN

desplegaron en sus vidas cotidianas y de los diferenciales efectos que,


en términos de género y de clase, provocó la privatización de ypf.

Del ascenso del menemismo a la consolidación del


neoliberalismo
El 8 de julio de 1989, Carlos Saúl Menem inauguraba las sesiones ordi-
narias del Congreso de la Nación. En su discurso, cargado de figuras
religiosas y tonos proféticos en los que no faltaron citas remozadas de
pasajes bíblicos, ruegos al “Altísimo”, alusiones a “falsos apóstoles”,
presagios del “nacimiento de un nuevo tiempo” que permitiría dejar
atrás al país “quebrado, desbastado, destruido, arrasado”, el nuevo jefe
del pen fue delineando las ideas que lo guiarían para sacar a la Argen-
tina de “la más terrible de todas las crisis de la que tengamos memoria”
(La Nación, 9/7/89).
No fue necesario, para esa ocasión, abundar en demasiados
datos que justificaran tal aseveración, pues aunque no toda la pobla-
ción supiera a ciencia cierta las razones que habían desatado la crisis70,
el incremento de los precios en los últimos meses era de por sí elocuen-
te de su gravedad. Para junio de ese año, la inflación había sido del
132%, trepando al 209% en julio. Contabilizada desde enero de 1988,
el alza de los precios había sido del 934%, mientras que el dólar había
subido un 2.426% (Novaro, 2009). Asimismo, para mayo de 1989, la
desocupación y subocupación alcanzaban, respectivamente, al 8,1% y
8,8% de la población económicamente activa (Pozzi y Schneider, 1994).
Los índices de pobreza habían aumentado a tal punto que en regiones
como la del Gran Buenos Aires y el Gran Rosario, por ejemplo, alrede-
dor del 44% de sus habitantes se encontraba viviendo en situación de
pobreza (Iñigo Carrera y Cotarelo, 1997).
Los saqueos a los supermercados que se iniciaron principalmen-
te en Córdoba, Rosario y el Gran Buenos Aires el 10 de mayo de ese año
y que continuaron durante dos meses enfrentando el estado de sitio
decretado por el presidente Alfonsín, la represión policial y el clamor
del periodista Mariano Grondona a favor de sacar los tanques del Ejér-
cito a la calle, eran una significativa reacción de los sectores sociales
perjudicados por esta debacle económica.
En ese denso contexto, el triunfo en las adelantadas elecciones
del 14 de mayo de 1989 de la fórmula Menem-Duhalde no sorprendió

70 Entre ellas, las referidas a sabotajes y golpes de Estado financieros, como el denuncia-
do por el radical Jesús Rodríguez quien acusó a 30 empresas exportadoras de haber
forzado la devaluación a mediados de 1988 mediante la retención de millones de
dólares en el mercado cambiario. Ver Pozzi y Schneider (1994) y Novaro (2009).

78
Andrea Andújar

demasiado ni a propios ni a ajenos. Para los sectores subalternos,


un “morocho como nosotros”, que recorría cada pueblo, cada ciu-
dad y cada provincia subido a su “menemóvil”, estrechando manos y
besando a todos, anunciando revolución productiva y salariazo, era
una luz de esperanza: el retorno del peronismo al gobierno y, con él,
de la justicia social al Ministerio de Economía. Para otros, que nunca
habían dejado de pensar al peronismo como el “fenómeno maldito de
la Argentina”, abría un interrogante. ¿Sería posible que Menem, que en
sus discursos de campaña había bordeado asiduamente esa “demago-
gia” tan temida y criticada, fuera sincero cuando afirmaba ese 8 de julio
ante los diputados y senadores, haber “asumido la firme convicción
de convocar a hombres del más variado pensamiento nacional” para
integrar su gobierno? Para esos otros, integrantes de un establishment
que haría del Consenso de Washington su panacea y de un Estado
retirado de toda intervención económica y protección social la con-
solidación de un fabuloso negocio, era esperanzador también que el
nuevo presidente reconociera que “como justicialistas, no tendríamos
perdón si continuásemos confundiendo a la República con el idioma
de nuestros viejos errores” (La Nación, 9/7/89). Y aunque en principio
dudaron en abrazar la “causa peronista”, intuyeron que si un gobierno
justicialista, que había triunfado con el apoyo del 47% del electorado,
estaba dispuesto a llevar adelante un “ajuste severo”, que comenzaría
con “la reestructuración del Estado” a fin de dotar “a esta democracia
de eficacia”, entonces bien valía la pena mantener las expectativas71. De
hecho, el nuevo mandatario ya había dado una señal importante en esa
dirección al anunciar que su ministro de Economía sería Miguel Angel
Roig, un hombre perteneciente a una de las empresas transnacionales
argentinas más encumbradas, Bunge y Borg. No se equivocaban, pues
en poco tiempo y en nombre de la eficacia o la eficiencia, argumento
utilizado por el presidente Menem y su equipo y difundido con tenaci-
dad por los medios de comunicación masiva, se pondría en marcha una
medida angular en el proceso de profundización del modelo neolibe-
ral: la privatización de las empresas públicas.
No era la menemista la primera gestión que fijaba esa meta entre
sus horizontes. La disminución de la presencia estatal en la producción
de bienes y servicios públicos había sido emprendida por la última dic-
tadura militar (1976-1983) y continuada por el gobierno constitucional
surgido en las elecciones de octubre de 1983. Ejemplo de esa continui-
dad fue la instrumentación del Plan Houston en 1985, cuyo propósito

71 Las palabras entrecomilladas pertenecen también al discurso pronunciado por el


presidente Menem el 8 de julio de 1989 en la sesión inaugural del Congreso de la
Nación. Ver La Nación, 9/7/89.

79
RUTAS ARGENTINAS HASTA EL FIN

era ampliar la intervención de los capitales privados en la explotación


de petróleo, suponiendo que ello permitiría, a su vez, aumentar las
reservas. En similar sentido se orientaron los intentos del ministro de
Obras y Servicios Públicos Rodolfo Terragno desde que asumió esa fun-
ción en septiembre de 1987.
Además de impulsar el denominado Petroplan, que preveía la
conformación de Uniones Transitorias de Empresas (ute) entre ypf y
productores privados locales para la explotación de áreas marginales,
la asociación con grandes empresas para la explotación de áreas cen-
trales y la desregulación de la industria (Gadano, 2000), el ministro
buscó convertir las empresas públicas Aerolíneas Argentinas, Empresa
Nacional de Telecomunicaciones (entel) y Empresas Líneas Marítimas
Argentinas (elma) en sociedades anónimas y, de esa forma, vender a
inversores privados parte de sus acciones (Novaro, 2009). Pero tales
objetivos se vieron frustrados por la resistencia de los y las trabajadoras
de esas empresas así como por la oposición del Partido Justicialista (pj),
que hizo naufragar una a una estas propuestas cuando se dispuso su
debate en el Poder Legislativo a fines de 1988.
Sin embargo, una vez en el gobierno, la actuación de este partido
fue diametralmente opuesta. Ni los representantes parlamentarios del
nuevo oficialismo ni los de la ucr, sumisos a la promesa de no trabar
ninguna iniciativa que enviara el pen72, pusieron escollos a los planes
del flamante Presidente. De tal modo, el tratamiento del proyecto sobre
la reforma del Estado y el correspondiente a la Emergencia Econó-
mica, dos propuestas legislativas cardinales para la reestructuración
neoliberal, no hallaron serios inconvenientes para su aprobación
parlamentaria.

La privatización de ypf

El 17 de agosto de 1989 el Congreso Nacional sancionó la Ley 23696.


Conocida como Ley de Reforma del Estado, la norma contenía los prole-
gómenos del ambicioso programa de privatizaciones del nuevo gobier-
no. Compuesta por 70 artículos distribuidos en 10 capítulos, su texto
comenzaba por declarar “en estado de emergencia la prestación de los
servicios públicos, la ejecución de los contratos a cargo del sector públi-
co y la situación de la Administración Pública Nacional centralizada y

72 Raúl Alfonsín y Carlos Saúl Menem llegaron a este acuerdo como parte de las
negociaciones para el adelanto del traspaso de la banda presidencial. El primero
se comprometió a que la bancada radical no obstruiría en el Congreso nacional
ninguna medida proveniente del pen hasta tanto no se concretara la renovación
parlamentaria que proveyera al pj la mayoría propia, cuestión que tendría lugar el
10 de diciembre de 1989.

80
Andrea Andújar

descentralizada, las entidades autárquicas, las empresas del Estado” y


demás organismos dependientes del mismo.
El estado de emergencia –que podría esgrimirse por un año pero
también ser prorrogado un año más– facultaba al pen a tomar medidas
sin someterlas a deliberación del Poder Legislativo. Una de ellas era
la de intervenir por un plazo de 180 días “todos los entes, empresas y
sociedades […] de propiedad exclusiva del Estado nacional” a excep-
ción de las universidades nacionales (art. 2)73. Además, se le otorgaba
el permiso de transformar la tipicidad jurídica de las mismas (art. 6) y
crear nuevas empresas sobre la base de la “escisión, fusión, extinción
o trasformación de las existentes” (art. 7). Quedaba habilitada así la
privatización de las empresas públicas de bienes y servicios, aunque
se establecía que previamente debían ser declaradas “sujetas a privati-
zación” (art. 8), cuestión que podría abarcar la privatización completa
o parcial, la concesión total o parcial, o la liquidación de empresas,
sociedades y establecimientos. Tal declaración era prerrogativa del pen,
si bien se reservaba al Congreso de la Nación el derecho de refrendarla.
Para volver más tentadora la oferta de las empresas estatales al
capital privado, la Ley 23696 establecía que el pen podía determinar la
exclusión de todos los “privilegios” o “cláusulas monopólicas” a fin de
desregular el servicio respectivo (art. 10) y, al mismo tiempo, “acordar a
la empresa que se privatice beneficios tributarios” del tipo de los conte-
nidos en “los regímenes de promoción industrial, regional o sectorial”
(inc. 8, art. 15), disponiendo también la asunción del pasivo total o
parcial de la empresa a privatizar por parte del Estado (inc. 12, art. 15).
Por otro lado, se creaba el Programa de Propiedad Participada
(ppp) que estipulaba que los “sujetos adquirentes” podían comprar el
capital accionario, total o parcialmente, de las empresas a privatizarse
en cualquiera de sus modalidades (art. 21). Como sujetos adquirentes
se contemplaban a los empleados que estuvieran en cualquier jerar-
quía pero en relación de dependencia –con lo cual se excluía al personal
eventual o contratado, y a los funcionarios y asesores designados en
representación del gobierno–, los usuarios titulares de servicios presta-
dos por el ente y los productores de materias primas “cuya industriali-
zación o elaboración constituye la actividad del ente a privatizar” (art.
22). Mas para que esto tuviera lugar, se explicitaba que el ente a privati-
zar debía estar organizado bajo la forma de sociedad anónima (art. 23),
ya que el paquete accionario de las sociedades del Estado no se podía
vender ni transferir puesto que era en su totalidad estatal (Jaitte, 2008).

73 Asimismo, entre las facultades otorgadas al interventor se contaba la de despedir


o dar de baja al personal que ocupara cargos de responsabilidad o de conducción
ejecutiva del organismo intervenido.

81
RUTAS ARGENTINAS HASTA EL FIN

En el Anexo A de la ley, por último, se enumeraban los servicios y


empresas plausibles de ingresar en el proceso de privatización y/o con-
cesión. Entre ellas estaba ypf, para la cual se estipulaba la modalidad
de concesión, asociación y/o contratos de locación en áreas de explo-
ración y explotación. Fue esta herramienta legal, entonces, la que abrió
las puertas a la liquidación de la petrolera estatal.
La sanción de la Ley 23697 el 1 de septiembre de 1989, conocida
como Ley de Emergencia Económica, fortalecía tanto estas disposicio-
nes como la delegación de poderes en el Presidente de la República74.
Conformada por 94 artículos, la norma determinaba la suspensión por
un plazo de 180 días de los subsidios y subvenciones del Estado, y de los
regímenes de promoción industrial y minera (arts. 2, 4 y 8), y establecía
la modificación de la Carta Orgánica del Banco Central a fin de otorgarle
independencia funcional, entre otras cuestiones (inc. a, art. 3). Por otro
parte, esta ley ampliaba las ventajas otorgadas a los capitales interna-
cionales, dado que disponía la derogación de “aquellas normas de la Ley
21382 […] y sus complementarias por las que se requiere aprobación
previa del Poder Ejecutivo Nacional o de la Autoridad de Aplicación para
las inversiones de capitales extranjeros en el país”, a la par que garan-
tizaba “la igualdad de tratamiento para el capital nacional y extranjero
que se invierta con destino a actividades productivas en el país” (art.
15). Además, se dejaba bajo exclusivo arbitrio del pen el dictado de “las
normas reglamentarias que sean necesarias con el fin de facilitar la
remisión de utilidades de inversiones extranjeras” (párr. 2, art. 16), y la
capacidad de “suscribir convenios, protocolos o notas reversales con
gobiernos de países que tuvieren instrumentados sistemas de seguros a
la exportación de capitales, de modo de hacer efectivos esos regímenes
para el caso de radicación de capitales de residentes de esos países en
la República Argentina, incluso con organismos financieros internacio-
nales a los cuales la República Argentina no hubiese adherido” (art. 19).
El destino de los y las trabajadoras de la administración pública
y de las empresas y sociedades estatales también quedaba sujeto a esta
libertad irrestricta de acción obtenida por el pen, ya que este podía dis-
poner la reubicación del “personal de los entes mencionados en el pri-
mer párrafo, a fin de obtener una mejor racionalización de los recursos

74 En efecto, tanto la Ley 23696 como la Ley 23697 delegaban facultades legislativas al
pen, pues era este el que decidiría, por ejemplo, qué lista de empresas conformaría el
paquete de las “sujetas a privatización”, como determinaba el articulado detallado
anteriormente para la primera norma. Asimismo, ambas leyes legitimaban que el
Presidente gobernara mediante decretos de necesidad y urgencia. Carlos Menem
hizo un uso más que frecuente de este recurso: para fines de 1993, había dictado 319
decretos de necesidad y urgencia, “diez veces más que en toda la historia previa”
(Ferreira Rubio y Gorreti, citados en Novaro, 2009: 342).

82
Andrea Andújar

humanos existentes, dentro de la zona geográfica de su residencia y


escalafón en que reviste” (párr. 4, art. 42). Y más aún: podía dar de baja
al “personal vinculado a aquella por una relación de función o empleo
público, designado sin concurso, que gozare de estabilidad y revistiere
en una de las dos máximas categorías del respectivo escalafón, estatuto
u ordenamiento vigente” (art. 46). Ambos artículos, entonces, avanza-
ban en un nuevo régimen de empleo público violatorio de los derechos
laborales adquiridos, pues no sólo ponían en marcha la aplicación de
la prescindibilidad sino que prefiguraban la polivalencia funcional al
determinar la plausibilidad de la movilización de los empleados públi-
cos dentro de un mismo espacio geográfico y para asumir funciones
distintas –aún cuando se debiera respetar el escalafón–. Estas medidas
serían luego ampliadas al conjunto de los y las trabajadoras mediante
sucesivas modificaciones a la Ley 20744 de Contrato de Trabajo.
Así, el gobierno justicialista inauguraba su mandato poniendo
de manifiesto que “combatiendo al capital” había pasado a ser, y en
todas las esferas, una consigna del pasado, al igual que la defensa de la
“soberanía económica de la Nación” y de las promesas más cercanas en
el tiempo sobre el “salariazo” y la “revolución productiva”. Justamente,
la privatización de ypf evidenciaba el abandono de las tradicionales
banderas agitadas por el peronismo.
Estructurado en un plan con varias etapas, el desguace definiti-
vo de la compañía petrolera estatal fue precedido por varios decretos
presidenciales. Los primeros, firmados en el año 1989, tendieron a des-
regular la actividad75. Pero fue el Decreto 2778 de 1990 el que convirtió
a ypf Sociedad del Estado, ya intervenida por el Ministerio de Economía
por medio de la Subsecretaría de Empresas Públicas, en ypf Sociedad
Anónima, y por tanto, de capital abierto, transformación que regiría a
partir del 1 de enero de 1991. Según su texto, el objetivo de tal decisión
era “la regularización de la grave situación económica y financiera de
la empresa” para “alcanzar una gestión eficiente y transformarla en
una empresa competitiva dentro de un mercado desregulado y des-
monopolizado” (Considerandos del Decreto 2778/90). A tal fin, el pen
dispuso la elaboración de un estudio que determinara cuál debía ser el
modelo empresarial rector de la nueva sociedad anónima. La respon-
sabilidad de su realización recayó en José Estenssoro, un empresario
de vasta trayectoria en el sector petrolero privado, nombrado inter-
ventor de ypf en agosto de 199076. Su propuesta, conocida como “Plan

75 Se trata específicamente de los Decretos 1055, 1212 y 1589 firmados el 10 de octubre,


el 8 de noviembre y el 27 de diciembre respectivamente.
76 En 1991 fue elegido presidente y director ejecutivo de la nueva ypf sa, cargo que
ocupó también en 1993 en la empresa ya privatizada.

83
RUTAS ARGENTINAS HASTA EL FIN

de Transformación Global”, se dirigía a lograr el “saneamiento de la


empresa”, lo cual equivalía a la “racionalización” no sólo de sus recursos
físicos sino también de los y las trabajadoras, de modo tal de “transfor-
mar a ypf en una empresa petrolera integrada, equilibrada, rentable y
competitiva a nivel internacional” (citado en Orlansky y Makón, 2002).
Ello exigía aumentar la productividad, disminuir sus costos y “eliminar
los bolsones y lógicas burocráticas que atentaban con el alcance de
estos objetivos” (citado en Orlansky y Makón, 2002). Para arribar a esas
metas, este plan contemplaba dos instancias básicas. La primera con-
sistía en anular toda intervención política y sindical en las decisiones
de la empresa, tales como aquellas emanadas del Convenio Colectivo
Nº 23, que desde 1975 regía las relaciones laborales del sector y que
comprendía a todo el personal cualquiera fuera su jerarquía y función.
Dicho convenio otorgaba a la organización gremial amplias facultades
en lo referido, por ejemplo, al ingreso y aseguramiento de la carrera del
trabajador petrolero, a la fijación de la jornada de trabajo –que no podía
exceder las 7 horas diarias y las 35 semanales–, y a la composición del
salario especificando que en ningún caso se podía aplicar un sistema
de remuneración basado en mayor rendimiento. La revocación de estas
atribuciones era fundamental para asegurar el desarrollo de la segunda
instancia del plan, que consistía en implementar una reestructuración
que comprendía tanto al personal como a la gerencia y que implicaba,
asimismo, constituir nuevas “unidades estratégicas de negocios y un
nuevo sistema operativo” (citado en Orlansky y Makón, 2002).
Una vez aceptados sus lineamientos por el Ministerio de Eco-
nomía, la puesta en marcha del “Plan de Transformación Global” se
efectivizó mediante nuevos ordenamientos jurídicos surgidos tanto del
pen como de decisiones parlamentarias. Entre las herramientas ema-
nadas de la esfera presidencial, puede mencionarse el Decreto 1727/91,
firmado el 29 de agosto, que adjudicó por 25 años cuatro áreas centrales
a las empresas Astra y Repsol (que se quedaron con el área Vizcacheras,
provincia de Mendoza), Occidental y Pérez Companc (que se quedaron
con Puesto Hernández, provincias de Neuquén y Mendoza), Tecpetrol
(que se quedó con El Tordillo, provincia de Chubut) y Total Austral
(que se quedó con el Huemul-Koluel Kalke, provincia de Santa Cruz).
Estas concesiones se vieron ampliadas por el Decreto 2408/91 del 12 de
noviembre, que incorporó nuevas áreas para su privatización (como las
centrales de las cuencas Austral y Noroeste), oleoductos (como Puerto
Rosales-La Plata), refinerías (como las de Dock Sud y San Lorenzo) y
conjuntos de equipos de perforación (Anexo 1, Decreto 2408/91)77.

77 Hasta ese momento, las decisiones tomadas con respecto a ypf habían dejado el
magro saldo de 1.800 millones de dólares, destinados además a cubrir el rojo de la

84
Andrea Andújar

Por otra parte, la sanción de la Ley 24145, el 24 de septiembre de


1992, determinó, en primer lugar, la transferencia de los yacimientos de
hidrocarburos del Estado nacional a las provincias en cuyos “territorios
se encuentren, incluyendo los situados en el mar adyacente a sus costas
hasta una distancia de doce millas marinas” (art. 1). Asimismo, ratificó
la transformación de ypf en Sociedad Anónima (art. 3), distinguiendo
las acciones que representaban su capital social en cuatro clases: “A”,
pertenecientes al Estado Nacional; “B”, pertenecientes a las provincias
que tuvieran recursos hidrocarburíferos o a las que no fueran produc-
toras –hasta un 39%–; “C”, las pertenecientes al personal de la empre-
sa bajo el régimen del ppp –hasta un 10%–; y “D”, las acciones que el
Estado nacional y los provinciales vendieran al capital privado (art. 5).
En tercer lugar, aprobó la privatización de activos y acciones de ypf sa
declarándola “sujeto a privatización” (párr. 1, art. 9). Pero, además, esti-
puló que el “Estado Nacional asumirá todos los créditos y deudas ori-
ginadas en causa, título o compensación existentes al 31 de diciembre
[de 1991]” (párr. 2, art. 9). Esto sumaba una nueva garantía de elevada
rentabilidad para quienes se quedaran finalmente con ypf, puesto que,
además de alzarse con el capital físico y social, con importantes reser-
vas comprobadas y en exploración, adquirirían una empresa “saneada
financieramente” a costa de la estatización de sus pasivos.
Luego, el Decreto 1106 del 31 de mayo de 1993 modificó el esta-
tuto de ypf sa de modo tal que el directorio de la compañía pasó a
estar controlado por los tenedores privados de acciones (acciones
clase “D”), ya que de los doce directores, los tenedores de estas accio-
nes designaban ocho. La privatización se completó con la venta de
las acciones de la empresa en el mercado internacional en octubre de
1993, momento en que la empresa pasó a integrar completamente el
sector privado78.
Otro aspecto nodal de este proceso fue la drástica reducción del
plantel de obreros y empleados de la compañía petrolera, que pasó de
contar con una dotación de 37.046 trabajadores de planta en 1989 a
5.839 en 1994 (Palermo, 2012). Ello conduce a introducir en este recuen-
to el análisis del comportamiento de un sujeto central para la rapidez

deuda pública (Rofman, 1999; Jaitte, 2008). Por otro lado, como afirma Palermo, el
resultado del “Plan de Transformación Global” desestructuró “el sentido estratégico
con que se había considerado al petróleo en tanto política de desarrollo nacional”
desde la creación de ypf (Palermo, 2012: 127).
78 Por esta última transacción, que comprendió la venta del 45% de las acciones, el
Estado percibió un monto de 3.040 millones de dólares. Por otro lado, las normativas
posteriores a 1993 fueron aprovechadas por la compañía española Repsol que, para
fines de 1999, se había apoderado enteramente de ypf. Un análisis sobre el desarrollo
del Grupo Repsol en la Argentina puede verse en Jaitte (2008).

85
RUTAS ARGENTINAS HASTA EL FIN

y efectividad que tuvo el proceso de privatización de ypf: la Federación


del Sindicato Unidos Petroleros de Estado (supe), institución que desde
septiembre de 1946 nucleaba a todos los sindicatos de trabajadores y
empleados de ypf79.
Las reformas neoliberales tuvieron consecuencias altamente
destructivas para una dirigencia encumbrada en un modelo sindi-
cal desarrollado al calor de la industrialización sustitutiva, el pleno
empleo, el monopolio de la representación de las y los trabajadores
en materia de negociación capital-trabajo y en la fiscalización de los
convenios por actividad, cuyo fortalecimiento había estado amparado
por la existencia de una importante normativa social convencional así
como jurídica (Novick, 2001). Pasado el desconcierto inicial ante un
gobierno justicialista, que era el que justamente estaba propiciando
el ajuste estructural, las opciones para los líderes de este modelo que
había logrado sobrevivir al terrorismo estatal, recomponerse e incluso
resistir ciertos intentos de limitar su poder por parte de la adminis-
tración de Raúl Alfonsín80, no eran muchas. O bien se colocaban en la
resistencia, o bien se sumaban a la política menemista adecuando sus
estructuras y metas en provecho del escenario abierto con la reforma
del Estado (Novick, 2001; Duhalde, 2009).
Esta fue la alternativa seguida por supe Federación, entre otras
organizaciones sindicales. Importante bastión del apoyo brindado por
la cgtra a la campaña electoral de Carlos Saúl Menem, esta organiza-
ción acompañó el desmantelamiento de la empresa petrolera estatal,
compensando el impacto negativo de este proceso sobre su propia
estructura de poder mediante diversos acuerdos con el gobierno. Estos
contemplaron cuestiones tales como la obtención de subsidios para
comprar parte de la empresa vendida a propietarios privados y para
mantener la Obra Social Petrolera (ospe), o el reconocimiento de su
monopolio en la representación sindical frente a la existencia de la
Federación Argentina Sindical del Petróleo y Gas Privados (faspygp),
otro sindicato que representaba a los trabajadores del sector (Rofman,
1999; Orlansky y Makón, 2002; Muñiz Terra, 2006). Dos prebendas más
coronaron los beneficios que el gobierno garantizó a la conducción
nacional del sindicato petrolero. La primera fue dejar bajo su órbita

79 Para una historia de supe Federación, ver Muñiz Terra (2006).


80 Tal como lo prueban las 13 huelgas generales encabezadas por la Confederación
General del Trabajo de la República Argentina (cgtra), la frustración del proyecto
conocido como Ley Mucci, o los avales del Ministerio de Trabajo para el sosteni-
miento de conducciones afines a la burocracia pese al severo cuestionamiento de
las bases –tal como se registró en sindicatos como la Asociación de Trabajadores de
la Sanidad Argentina (atsa)–.

86
Andrea Andújar

la organización de pequeñas y medianas empresas constituidas por


los/as ex ypefeanos/as. La segunda, garantizar la participación del
supe en el paquete accionario de ypf sa.
Respecto del primer punto es preciso señalar, ante todo, que la
importante reducción del volumen de personal encarada por el direc-
torio de la empresa, contemporáneamente con su transformación en
sociedad anónima, asumió dos modalidades. Por un lado, la implemen-
tación de retiros voluntarios y jubilaciones anticipadas –cuya puesta en
práctica, asimismo, contó con un alto grado de presión ejercido por el
personal jerárquico de la empresa sobre los y las trabajadoras–. Por el
otro, el despido directo como consecuencia de la tercerización de servi-
cios o del achicamiento de áreas dentro de la empresa. En ambas situa-
ciones, las y los trabajadores desvinculados de la petrolera recibieron
indemnizaciones que, en algunos casos, invirtieron en emprendimien-
tos relacionados con ypf. La organización de estas pequeñas empresas,
cuyo número ascendió a 215 y que absorbieron a una exigua cantidad
de ex ypefeanos/as (circa 7.194 trabajadores/as) quedó en manos del
supe (Murillo, 1997; Rofman, 1999). Según evaluó uno de los integran-
tes del sindicato, esta medida llevó a que “dejaron de ser sindicalistas
para transformarse en asesores de empresas” (citado en Rofman, 1999:
117). Pero, asimismo, el aliento de esta experiencia –condenada de
antemano al fracaso, como advierten diversos estudios81– tuvo como
telón de fondo otra razón: morigerar los conflictos laborales previsibles
ante la magnitud de la contracción de los puestos de trabajo. Con igual
propósito, la Federación se empeñó en obtener que la empresa desa-
rrollara, en pleno proceso de privatización, programas de reconversión
consistentes en que los trabajadores pasibles de ser despedidos recibie-
ran capacitación durante un año manteniendo el cobro de sus haberes.
El éxito alcanzado por esta política puede observarse si se tiene en
cuenta que el promedio de huelgas anuales encabezadas por el supe se

81 Rofman (1999) puntualiza que la infructuosidad de estos emprendimientos radica-


ba en cuatro factores. El primero era la carencia de capital propio y de equipamiento
adecuado para hacer frente a los requerimientos de la empresa, lo que obligó a
aceptar el capital físico que les entregó la empresa y que, en general, era obsoleto.
El segundo se vinculaba con la escasa duración de los contratos: a lo sumo, eran
por dos años y restringían, por tanto, la capacidad de obtener créditos; además, los
conducía a tener que, pasado ese período, competir con oferentes de servicios orga-
nizados por empresas transnacionales. Asimismo, los valores de los contratos eran
reducidos constantemente por la nueva ypf, lo cual afectaba el nivel de ganancia
obligando a reducir los salarios tanto de los socios de las pequeñas empresas como
del personal contratado por ellos. Finalmente, el escaso nivel de experiencia en tér-
minos de gestión empresarial y de organización de la estructura de funcionamiento
por parte de quienes fueron designados para conducir estas empresas también fue
un elemento adverso para su subsistencia.

87
RUTAS ARGENTINAS HASTA EL FIN

redujo de 4,6 en el período 1984-1988 –ante los planes privatizadores del


gobierno radical– a 1,4 entre 1990 y 1994 (Murillo, 2000).
Por otro lado, la Federación también formó parte de la asigna-
ción accionaria de la empresa a través del ppp dispuesto por la Ley
23696. El coeficiente de participación de cada empleado se estipulaba
acorde con la antigüedad, las cargas de familia y el nivel jerárquico o
categoría (Orlansky y Makón, 2002). Para ypf sa, se estableció que el
personal de la empresa, dentro del cual quedó comprendido el sindica-
to, pudiera adquirir hasta el 10% del capital social (acciones clase “C”),
lo cual lo facultaba, según el estatuto, a nombrar a un representante
en el directorio. Por tanto, la Federación, responsable máxima de los
microemprendimientos, subsidiada por el Estado, única representan-
te de los trabajadores reconocida por este, asociada a ypf sa, estaba
en inmejorables condiciones para ocupar una silla en la conducción
de la empresa. Reconvertida en sindicato de negocios, ¿qué interés
podría tener la dirigencia sindical en impulsar acciones de oposición
al desmantelamiento de la empresa estatal? Prácticamente ninguno82.
Y cuando lo hizo, el resultado dejó un manto de sospecha sobre sus
verdaderos propósitos.

De resistencias y olvidos
Aun cuando la política de cooptación del gobierno menemista sobre
la dirigencia nacional del supe estaba rindiendo sus frutos, no todas
las regionales estaban dispuestas a convalidar la adhesión de la Fede-
ración a la privatización de ypf. Presionadas por los trabajadores/as,
algunas filiales, como la de Ensenada, se vieron obligadas a realizar
movilizaciones, avalar el montaje de “carpas de resistencia” o inicios
de huelgas de hambre durante el año 1991 para desafiarla. También se
llevaron a cabo diversas medidas de fuerza en Comodoro Rivadavia,
Neuquén y Salta. En esta última provincia, durante los primeros meses
de 1991, las y los trabajadores nucleados en la filial del supe Vespucio
dinamizaron marchas y asambleas en las que confrontaron, además,
con la dirigencia sindical local, subordinada a las disposiciones de la
conducción nacional83. Incluso en el mes de abril conformaron la Agru-
pación de Trabajadores Ypefeanos contra la Privatización (atyp) con el

82 Tampoco intentó acotar la vertiginosa pérdida de derechos laborales que la empresa


fue imponiendo progresivamente en los convenios colectivos de trabajo suscriptos
a partir de 1990. Análisis detallados de este proceso pueden verse en Orlansky y
Makón (2002) y en Muñiz Terra (2006).
83 Algunas de estas acciones confrontativas fueron reconstruidas por Muñiz Terra
(2006), Orlansky y Makón (2002), Benclowicz (2010; 2013) y Palermo (2012).

88
Andrea Andújar

objetivo no sólo de difundir las medidas privatistas del pen y denun-


ciar la “claudicación del supe”, sino también de hallar herramientas
efectivas para enfrentar “lo que se venía”84. Entre otras iniciativas, la
atyp propició la articulación de un plan de lucha a nivel regional y la
convocatoria a un congreso nacional de trabajadores petroleros, exi-
giendo simultáneamente la renuncia del máximo dirigente del supe,
Diego Ibáñez. Para septiembre de 1991, con la concreción de la con-
cesión del área Puesto Guardián y los anuncios de la privatización de
todo el Yacimiento Norte, incluida la importante destilería de Campo
Durán, las medidas de lucha se intensificaron. Así, durante una asam-
blea convocada el 11 de ese mes por la atyp junto con el Partido Obrero
(po) y los intendentes locales en el Complejo Municipal de General
Mosconi, se logró forzar la renuncia tanto de la Comisión Directiva
como del secretario general de la filial supe Vespucio. También se tomó
la resolución de cortar la Ruta Nacional 34 a la altura de la destilería de
Campo Durán, acción que se implementó al día siguiente acompañada
por un paro de actividades de una parte importante de los y las traba-
jadoras de ypf Vespucio (Benclowicz, 2010). Entre tanto, la Federación
del supe pugnaba por el levantamiento de esa medida a la par que
llamaba a un paro nacional por 24 hs para el 13 de septiembre. Intimi-
dada por el despliegue represivo a su alrededor, mas contradiciendo
una decisión asamblearia, la atyp decidió suspender el bloqueo de la
ruta y plegarse a la huelga.
Cumplido de forma casi total en Campamento Vespucio, con ele-
vado acatamiento en La Plata y de dispar alcance en Capital Federal, en
el sur del país y en Mendoza, el paro fue declarado ilegal por el gobier-
no, motivo por el cual el directorio de ypf pudo disponer la cesantía de
alrededor de 2.300 trabajadores en todo el país. Aun cuando la misma
no alcanzó a los y las trabajadoras de la región salteña85, este desenla-
ce hizo suponer a quienes participaron de la medida de fuerza que el
verdadero objetivo del sindicato nacional no había sido otro que el de
provocar el despido de las y los trabajadores más combativos y “cortar
de raíz” la resistencia a la privatización. Así lo expresaba Pedro, un tra-
bajador ypefeano de Cutral Co que se había sumado al paro:
El paro acá en Neuquén no fue muy importante porque acá la
gente tenía miedo de quedarse sin trabajo. Yo y otros nos prendi-
mos. Y bueno, al día siguiente estábamos en la calle. El sindicato

84 Entrevista de la autora a Rodolfo “Chiqui” Peralta, General Mosconi, 17 de junio de


2004. Ver también Benclowicz (2013).
85 Esto surge de las declaraciones del titular de la empresa, José Estenssoro, a los
medios periodísticos. Ver Página 12, 17/9/91.

89
RUTAS ARGENTINAS HASTA EL FIN

nos mandó al frente a propósito. No querían parar la privatiza-


ción sino a nosotros, cortarnos de raíz a los que no aceptábamos
la privatización (Entrevista de la autora a Pedro, Cutral Co, 7 de
mayo de 2004).

Además de su evaluación sobre la intención del sindicato nacional,


Pedro apuntaba también la escasa adhesión que la huelga del 13 de
septiembre de 1991 había concitado entre los y las ypefeanas de las
comunidades neuquinas. El temor a la pérdida de la fuente laboral
había sido, para él, el impedimento principal para una participación
masiva en esa lucha. Pero llamativamente, y a diferencia de los testimo-
nios recogidos para esta investigación en General Mosconi y Tartagal,
las personas entrevistadas en Cutral Co y Plaza Huincul prácticamente
no hicieron referencias a este evento específico. Cuando las pregun-
tas giraban expresamente en torno a la huelga o indagaban si habían
emergido formas de organización y de resistencia colectiva local ante
la privatización de ypf, las respuestas eran negativas o se enfocaban
en la traición del supe. Así, por ejemplo, Bety León señalaba que “el
supe fueron unos vendidos […] y siempre hizo negocios sucios”86. En el
mismo sentido, Sara reflexionaba: “yo vi a mis mismos compañeros ser
sindicalistas para llenarse el bolsillo nada más. No porque quisieran
defender al obrero. Y nos entregaron en la privatización”87. Alejandro
Lillo, un dirigente sindical del supe Neuquén, resaltaba la inacción del
gremio local arguyendo que la misma había sido también el resultado
de que “los dirigentes gremiales como Ibáñez se llenaron de mucha
plata. Al supe les repartían los sobres con plata”88.
Estas narrativas dan lugar a suponer que la huelga quedó o bien
olvidada para esas personas o bien silenciada en su relato89. Es sencillo
deducir por qué para Pedro no fue así: su involucramiento fue castiga-
do con el despido90. Pero, en los restantes testimonios, el acontecimien-
to careció de entidad propia, pues fue diluido en la certeza compartida
de la traición del sindicato nacional y local. Adherente a esa lógica,

86 Entrevista de la autora a Bety León, Plaza Huincul, 8 de mayo de 2004.


87 Entrevista de la autora a Sara, Plaza Huincul, 20 de diciembre de 2003.
88 Entrevista de la autora a Alejandro Lillo, Neuquén capital, 4 de mayo de 2004.
89 Esta distinción no implica desconocer que el olvido puede ser resultado de un abo-
nado proceso de silencios voluntarios sustentados por muchas razones. Iluminado-
res para este trabajo han resultado las propuestas en ese sentido de Pollak (1989) y
Passerini (1991).
90 Acorde con las informaciones periodísticas, el directorio de ypf habría enviado 450
telegramas de cesantía a los trabajadores de Plaza Huincul, lo cual implicaría que
alrededor de un 10% del personal se había sumado a la huelga en esa localidad. Ver
El Tribuno, 17/9/91.

90
Andrea Andújar

Estela, la dirigente de ate mencionada en el capítulo anterior, agregaba


que “no teníamos respaldo ya de una sociedad que no pudo defenderse
por una gran traición de dirigentes gremiales agremiados en la cgt
y en el supe”91. Así, el miedo a quedar sin trabajo, aludido por Pedro,
sumado a la deslealtad del sindicato y al escaso apoyo social que podía
lograr una postura contraria a la privatización de ypf, habrían vuelto
un sinsentido participar de una acción colectiva de protesta. La enun-
ciación de estos motivos permite reconocer el escaso entusiasmo que
la medida de lucha despertó entre los y las trabajadoras petroleras de la
región. Empero, este reconocimiento no aclara del todo porqué la única
huelga convocada nacionalmente por el supe fue sumida en el olvido o
mereció un reiterado silencio entre las y los entrevistados.
Una explicación asentada en una ecuación simple daría el
siguiente resultado: no se participó, entonces no se recuerda. Mas es
posible conjeturar que ese olvido se nutrió de tensiones nacidas de otras
razones sobre las cuales, posteriormente, pesó una valoración negativa.
Entre ellas, podría hallarse una que habría connotado la traición del sin-
dicato en un plano distinto al del intercambio de su adhesión por diver-
sas compensaciones o, mejor dicho, que involucró más íntimamente a
los y las trabajadoras en cuanto que comprometió la confianza brindada
en un espacio mucho más cercano: el de sus expectativas cotidianas. En
esa dirección, lo que se habría vuelto difícil de enunciar abiertamente
en una entrevista, más que de recordar, es justamente el éxito que el
predicamento de la cúpula sindical, pero también de la empresarial,
obtuvo entre los y las trabajadoras en torno al futuro promisorio que
los/as aguardaba si, privatización mediante, aceptaban conformar las
empresas prestadoras de servicios para ypf. Esto no implica desconocer
que los y las trabajadoras fueron objeto de varias presiones y chantajes
de la dirigencia sindical y empresarial para que asintieran “retirarse
voluntariamente”. Pero sí pondera que en esa decisión no sólo operó una
coacción más o menos transparente ejercida “desde arriba”. Justamen-
te, algunas referencias vinculadas a este orden aparecieron también en
las entrevistas. Bety León contaba que “el jefe de [su marido] no quería
que se retirara”; pero él había estado “charlando con los muchachos” y
había concluido: “queremos formar nuestra propia empresa”. Consulta-
da por él, ella apoyó la decisión de su esposo, quien terminó solicitando
el retiro voluntario en 1992. Bety detallaba:
Ahí armó más o menos con cinco compañeros una empresita de
producción para dar servicios a ypf en aparato y bombeo. [Pero]
la sociedad no fue muy bien. Económicamente se empezaron

91 Entrevista de la autora a Estela, Plaza Huincul, 20 de diciembre de 2003.

91
RUTAS ARGENTINAS HASTA EL FIN

a venir abajo y desapareció. Y fue el error de mi marido, fue el


furor, la poca experiencia de formar una empresa. Que vos decís
formo mi propia empresa, hago mi laburo… y bueno, pensaron
todos lo mismo y se vino a pique (Entrevista de la autora a Bety
León, Plaza Huincul, 8 de mayo de 2004).

El marido de Bety y sus compañeros no fueron los únicos que cifraron


sus esperanzas en armar una “empresita” para sobrevivir sin la ypf esta-
tal, tal como lo evidencian los 26 emprendimientos que los exypefeanos
pusieron en marcha en esos momentos (Costallat, 1997). Incluso, sus
responsables llegaron a constituir la Cámara Empresarial, Industrial y
Petrolera de Cutral Co y Plaza Huincul (ceipa) con el propósito de pre-
sionar a ypf para la obtención de contratos más favorables y de mayor
duración; esfuerzo que evidenciaba, por otro lado, la voluntad de hallar
estrategias para solventar el desarrollo de esas pequeñas empresas. Se
calcula que las mismas, que representaron una inversión de 16.367.998
pesos, habrían estado en condiciones de proporcionar empleo a 1.986
personas en forma directa y a un 30% más de manera indirecta de
haber funcionado al pleno de sus potencialidades (Costallat, 1997).
Si se toma en cuenta que el total de trabajadores despedidos de ypf
entre 1991 y 1993 en esa región alcanzó la cuantía de 4.200 personas
aproximadamente, puede entenderse que la expectativa depositada en
esas empresas no fuera menor. Por lo tanto, la posibilidad de invertir el
dinero de las indemnizaciones en ellas operó atenuando la capacidad
de los y las trabajadoras de resistir colectivamente la privatización, ya
fuera por temor a quedar mal sindicados/as ante una petrolera con la
que habría que negociar luego la prestación de servicios o porque el
futuro sin la empresa estatal no aparecía infausto.
Esto abre un conjunto de interrogantes atinentes a cómo pensar,
entonces, la confianza depositada en tales emprendimientos. ¿Se trata-
ba de una simple ingenuidad? ¿Esas personas no entendían o ignoraban
la complejidad del escenario en el que se movían, aspirando además a
convertirse en empresarios? Y en ese caso, ¿tal pretensión constituía
una traición a su condición de clase? Suponer que su confianza fue
fruto de la candidez, de la incomprensión o la ignorancia, o de una
suerte de acelerado proceso de aburguesamiento, implica desconocer
cuestiones que hacen a la experiencia, los anhelos y los sueños de esos y
esas trabajadoras que viven y actúan en determinadas relaciones socia-
les y en un específico contexto. Develar esas incógnitas requiere pen-
sarlos/as como sujetos de un proceso que tiene lugar de hecho en las
relaciones humanas, como parte de una relación encarnada en gente
real y en un contexto real (Thompson, 1989), donde las prácticas socia-
les y las asignaciones de sentido al mundo circundante forman parte
de aquello que debe ser indagado y no de un atributo inherente sabido

92
Andrea Andújar

de antemano. Si se asume que las experiencias históricas de las y los


trabajadores no devienen transparentes por el mero enunciado de su
lugar respecto de la propiedad de los medios de producción, entonces
es posible detenerse y otorgar relevancia a otras dimensiones que cons-
tituyen el ser obrero u obrera. Una de esas dimensiones puede situarse
justamente en el significado del propio proceso del trabajo petrolero,
algo que Alejandro Lillo conoce profundamente debido a que, como
expresaba, “soy muy curioso”, y el largo lapso que trabajó para ypf le
permitió satisfacer esa parte de su personalidad.
Durante muchos años y desde que había sido contratado por la
petrolera el 1 de mayo de 1956, estuvo recorriendo pueblos de la provin-
cia de Neuquén como parte de los equipos de exploración que hacían
“los estudios sísmicos en los campos para ver si había petróleo”92. Y
aunque sostenía que cuando se descubría petróleo y se instalaba el
yacimiento, “ypf iba formando pueblos, era un avance civilizador”,
también advertía:
El hombre que perfora el pozo es el hombre que arriesga parte
de su vida… aunque no se muera, tiene un accidente y puede
quedar inválido […]. Con 25 años de campo y 50 años de edad ya
no se da más, porque nosotros nos dábamos cuenta que a los 40
o 45 años se empezaba a bajar físicamente. Si bien es cierto que
mentalmente podía andar, era un deterioro físico muy alto, por
la temperatura, por ejemplo. Usted no tiene idea que nosotros
teníamos sesenta grados en el trabajo en los campos, en el pozo,
que sufríamos insolaciones y, a veces, fríos tremendos (Entrevista
de la autora a Alejando Lillo, Neuquén capital, 4 de mayo de 2004).

Ante esta apreciación tan contundente sobre la dureza del trabajo en


los campos de exploración y de perforación, que día a día conducía
obligatoriamente al obrero a arriesgar su vida y su salud, ¿por qué
suponer que necesariamente el anhelo central de ese obrero era ser
parte de tal engranaje durante la mayor parte de su existencia? ¿Por
qué asignarlo como el único destino deseable? Ciertamente, la petro-
lera estatal otorgaba muy buenos salarios, comparados con los que
ganaban trabajadores de otro tipo de empresas, proveía una impor-
tante cobertura social y garantizaba en varios sentidos una existencia
digna para los y las trabajadoras y sus familias. Esas condiciones, entre
otras, generaban un sentimiento de orgullo y de identificación con
la empresa que incluso se condensaba en una manera específica de
autodenominarse, ser un/a ypefeano/a. Pero esos sentimientos y esas
identidades no permanecen iguales a sí mismas en todo momento y

92 Entrevista de la autora a Alejandro Lillo, Neuquén capital, 4 de mayo de 2004.

93
RUTAS ARGENTINAS HASTA EL FIN

en todo contexto. Sus significados mutan acorde con las prácticas en


las que se sustentan, con las situaciones que los atraviesan. Por tanto,
estimar que esas condiciones favorables eran capaces de obturar
deseos de emancipación es dejar a un lado del análisis el esfuerzo y el
desgaste que encerraba ser un/a trabajador/a ypefeano/a, aun cuando
no se estuviera en las fauces de un pozo de perforación. En ese sentido,
liberarse del poder del patrón, por más “benévolo” que este fuera, podía
formar parte de un horizonte no sólo deseable sino también realizable
mediante el montaje de una empresa propia. Visto con posterioridad y
a la luz de las terribles consecuencias que la privatización provocó en
esas comunidades, ese horizonte ambicionado se volvió una pesadilla
y la abdicación del supe, una traición mucho más concreta e íntima.
Por lo tanto, ¿cómo y por qué volver esto decible o recordable en una
entrevista con una investigadora que nunca vivió en esa comunidad,
que no era parte de esa experiencia de clase, que no encarnaba nada
relacionado con los límites y los alcances de ese mundo ypefeano?
Demasiadas ajenidades, o cicatrices diría Luisa Passerini (1991), como
para no guardar silencio. Demasiada autoinculpación, podría expresar
Alessandro Portelli (1989), como para admitir abiertamente un sueño
que, de alguna manera, había acunado una pasividad93.
Pero, asimismo, esos silencios o esos olvidos también pueden
ser repensados a la luz de la magnitud a la que arribó la pueblada de
junio de 1996. Plenos de detalles, de remembranzas que incluían con-
versaciones sostenidas en esos momentos, de disposiciones gestuales y
físicas en las que la persona entrevistada parecía revivir cada instante
de esos días y noches que pasó cortando la ruta, los relatos sobre este
acontecimiento cobraron una intensa vitalidad en todas las entrevis-
tas. La profunda huella que esa acción de protesta masiva había dejado
en cada una de esas mujeres y varones puede percibirse en las palabras
de Bety León cuando con las manos sobre la mesa y el cuerpo inclinado
hacia adelante, como queriendo pararse, afirmaba:
Te puedo decir con orgullo que como la primer[a] pueblada no
va a existir nunca. En el país pueden hacer piquete y cortar ruta,
pero como la primer[a] pueblada del 20 de junio del 96, es his-
tórica. ¿Por qué motivo? Porque éramos todos una gran familia.
Éramos 55 mil habitantes (Entrevista de la autora a Bety León,
Plaza Huincul, 8 de mayo de 2004).

93 Estas reflexiones no pretenden volverse generales pues refieren a experiencias


situadas de sujetos situados. Otras investigaciones han recuperado evaluaciones
diferentes, aunque coincidentes en las acusaciones de traición de la dirigencia sin-
dical petrolera, realizadas por ypefeanos de otras regiones. Para un ejemplo de ello
ver Palermo (2012).

94
Andrea Andújar

Ese recuerdo de 55 mil habitantes protestando en una pueblada que para


Bety cobró el sentido de la marca de un nacimiento, bien pudo haber
contribuido a eclipsar otro recuerdo, el de la huelga de 1991, actuando a
su vez como contrapeso y demostración de las vastas potencialidades de
lucha que esa comunidad, vuelta una “gran familia”, era capaz de poner
en escena y hacerla, así, “histórica”, digna de ser recordada.
En cuanto a lo sucedido en las comunidades salteñas durante la
huelga de 1991, las entrevistas realizadas revelan un aspecto escasa-
mente explorado hasta ahora, pues remite a la percepción que las muje-
res tuvieron de su participación en esa ocasión. En este caso, donde las
medidas de protesta de septiembre de ese año llegaron a tener el tenor
de una pueblada, según la interpretación de Benclowicz (2010), y donde
la huelga tuvo una repercusión mucho más extendida en términos par-
ticipativos que en Cutral Co y Plaza Huincul, las mujeres entrevistadas
tampoco hicieron detalladas referencias a esas luchas. Y cuando se
detuvieron en ellas durante las entrevistas, el sentido que asignaron a
su participación se apegó mucho más al acompañamiento de la agencia
masculina que al protagonismo autónomo con el que ellas definieron
sus propias acciones durante el corte de ruta de 1997 o en la toma del
Concejo Deliberante de General Mosconi y en el corte del puente del
camino que une General Mosconi con Campamento Vespucio durante
el año 1996. Nené, que había tenido una trascendente presencia en ese
último evento, señalaba:
Cuando comenzaron las luchas porque no se privatice ypf […]
en el 91 […] éramos muchas mujeres que seguíamos la marcha,
escuchábamos lo que decían, apoyábamos a los que estaban en
la cabeza en ese entonces. Estaba Mario y otros que peleaban
contra el supe (Entrevista de la autora a Nené, Campamento Ves-
pucio, 23 de junio de 2004).

Al igual que otras mujeres entrevistadas, ella subrayaba la importante


presencia femenina en la lucha contra la privatización de ypf, contem-
plando en ello a su vez la disputa con la filial local del supe; mas remitía
esa presencia a un apoyo de las acciones emprendidas por los varones.
Incluso sostuvo que ellas estaban allí suplantando a sus maridos ya
que estos tenían “miedo de que los de la empresa los vieran en el corte
y luego los echaran”94. Muy diferente fue su explicación en torno a su
participación en el corte del puente de Campamento Vespucio de 1996,
medida cuyo objetivo era frenar los desalojos de las familias que no
habían podido pagar los créditos para adquirir de manera definitiva
las viviendas construidas antiguamente por ypf. Aunque ella sí había

94 Entrevista de la autora a Nené, Campamento Vespucio, 23 de junio de 2004.

95
RUTAS ARGENTINAS HASTA EL FIN

logrado hacerlo, fue parte de “los que nos fuimos y cortamos el puente
de entrada [...]. Nosotras lo hicimos para que condonen las deudas”95.
También distaba de su visión sobre el rol desempeñado por las mujeres
en el corte de mayo de 1997. En ese caso, sus reflexiones se asemejaban
a las de Inés, una mujer desocupada que vive en General Mosconi,
cuando sostenía, a propósito del inicio del corte de rutas de mayo de
1997, que “más que nada nosotras hicimos hincapié para poderlos lle-
var a los varones. Mi marido es muy tímido, por ejemplo. Entonces ‘Si
van las mujeres, tenemos que estar nosotros’”96. Para Inés, la decisión
de cortar las rutas había estado primero en manos de las mujeres. Pero,
a su vez, al ejercicio de esa iniciativa se había indexado una evaluación
política de la creencia social respecto de la “debilidad” femenina, pues
Inés, consciente de ella, la había tornado en una táctica para incentivar
la participación de su propio marido.
Es posible interpretar la naturaleza de esta diferencial forma en
que esas mujeres percibieron su protagonismo en los acontecimientos
de 1991 y en los de 1996 y 1997 al sumar en el análisis tanto algunas
aristas del contexto de estos hechos como de los colectivos que los
dinamizaron. No fue casual que ellas se atribuyeran un rol de acom-
pañamiento en las luchas de 1991, ya que las mismas se enlazaron con
una práctica sindical desplegada por un gremio cuya composición
mayoritaria era masculina, reflejo del mayor peso cuantitativo de tra-
bajadores en el proceso productivo petrolero. Diversas protestas ubi-
cables a lo largo del siglo xx, tales como la gran huelga ferroviaria de
1917, la larga huelga de la construcción entre fines de 1935 y comienzos
de 1936, o las metalúrgicas de Villa Constitución en 1974 y 197597, enca-
bezabas por sindicatos que agrupan básicamente a trabajadores, cuyas
identidades de clase por tanto se encuentran atravesadas por atributos

95 Entrevista de la autora a Nené, Campamento Vespucio, 23 de junio de 2004.


96 Entrevista de la autora a Inés, General Mosconi, 11 de Junio de 2004.
97 Silvana Palermo (2007), en su estudio del conflicto nacional ferroviario de 1917,
revela cómo las identidades de género marcaron una protesta en la que las mujeres
se movilizaron en defensa de los derechos del trabajador ferroviario, derechos que
los varones también habían asimilado a la manutención de la dignidad del “hogar
obrero”. La militancia femenina facilitó, entre otras cosas, ampliar la propaganda
de la huelga y obtener un mayor nivel de adhesión a la medida de fuerza entre los
trabajadores. En cuanto a la huelga de los trabajadores de la construcción ocurrida
a mediados de la década de 1930, D’Antonio (2000) demuestra cómo la lucha pudo
extenderse en el tiempo gracias a la intervención femenina en actividades tales
como la puesta en funcionamiento de comedores populares, centros de asistencia
médica u organizaciones de amas de casa en apoyo a la huelga. Aunque abordada
más tangencialmente, estas presencias femeninas también pueden observarse para
el caso de Villa Constitución (Andújar, 1994). Sobre este tópico, ver también Nari
(2004) y Lobato (2007).

96
Andrea Andújar

culturales asimilables a lo que se considera parte de la masculinidad,


dan cuenta de una tendencia de las mujeres a plegarse en esos conflic-
tos como sostenes y protectoras de las acciones de los varones, sean
estos sus maridos, hijos, hermanos, padres o vecinos. Esto no implica
que ellas carezcan de motivaciones propias o que, una vez desatada la
acción colectiva de protesta, sean incapaces de desarrollar actividades
guiadas por su propia iniciativa. Pero sí denota que en un entorno que
se les aparece ajeno, dominado por los varones, masculinizado, su
agencia se difumina más en el acompañamiento que, como en el caso
de la lucha contra la privatización de ypf durante el mes septiembre
de 1991, asume su formato en la defensa de la fuente de trabajo o de
las reivindicaciones planteadas por el otro sexo, aunque ello no obste
a que en el discurso masculino la defensa del hogar también cobre un
lugar relevante para legitimar la protesta. En sentido contrario, cuando
la situación de crisis social se expande a tal punto que esas estructuras
sindicales quedan soterradas en su capacidad de poner coto a la embes-
tida de los sectores dominantes o la posibilidad de la supervivencia
de la comunidad se pone en juego por la dimensión a la que arriba la
desestructuración social, situación que no era claramente perceptible
aún en 1991 pero sí en la segunda mitad de la década del noventa, las
mujeres actúan con una independencia mucho mayor respecto de los
criterios y voluntades masculinos. Fue así como ellas se involucraron
en la escena social dinamizando los conflictos que tuvieron lugar en
1996 y 1997 y en los que percibieron su protagonismo como central,
legitimadas en la defensa de sus hijos –que en muchas ocasiones se
vieron obligadas a encarar solas debido al abandono de sus esposos o
cónyuges– y, por extensión, de la comunidad en la que vivían.
No obstante, comprender la agencia de las mujeres que se torna-
ron piqueteras requiere no sólo analizar el proceso de privatización de
ypf, las resistencias, derrotas y olvidos que acontecieron ante él y los
efectos que en el “ahora” ubicado por Marina tuvo la venta de la com-
pañía estatal. Exige volver la mirada a ese “antes” situado también en
sus palabras, a fin de reconstruir los recorridos de esas mujeres cuando
el mundo ypefeano aún existía, escudriñar las particularidades de sus
experiencias dentro de él, explorar las heterogeneidades y tensiones
sociales que también lo atravesaron y desentrañar las formas en que su
desestructuración afectó sus vidas. De ese retorno hacia atrás tratan,
entonces, las páginas que siguen.

Los alcances del mundo ypefeano


En 1972 Cecilia partió de la provincia de Buenos Aires junto con su
familia. Tenía en ese entonces 7 años y jamás había escuchado con
anterioridad el nombre del lugar al que iría. Se trataba de Zapala, ciudad

97
RUTAS ARGENTINAS HASTA EL FIN

a la que su padre, empleado del ferrocarril, había sido trasladado “por x


tiempo”. No recuerda muy bien por qué, pero una vez instalados allí las
relaciones entre su papá y su mamá, que era “ama de casa y modista”,
comenzaron a deteriorarse. La pareja terminó separándose en 1974.
“Mi papá se quedó en Zapala y nosotros nos trasladamos a Cutral Co”,
ya que “una hermana de mi mamá le dijo que, como ella era conocida
del intendente, le iba a tratar de conseguir una casa”98.
Obtener un techo, cuestión que finalmente logró, era la preocu-
pación fundamental de su madre, ya que bajo su tutela habían queda-
do además de Cecilia, sus cinco hermanos más pequeños, “y en esas
épocas, mi mamá sabía que en primer lugar estaba la casa y después,
el trabajo ya venía solo”. Es que en esas épocas, como ella señalaba,
el desempleo era algo prácticamente desconocido. Para el año 1974 y
a nivel nacional, alcanzaba tan sólo al 3,4% de la población económi-
camente activa, descendiendo al 2,3% durante el año siguiente (Pozzi,
1988) 99. Quizá, para una mujer con 6 hijos pequeños, conseguir un
trabajo formal fuera tan dificultoso como en otros momentos pasados.
Pero una relativa bonanza colectiva también permitía algunas alterna-
tivas. Fue por ello que en poco tiempo la mamá de Cecilia logró hallar el
sustento para la familia alternando labores de costura con la limpieza
de las casas de “los de Gas del Estado y de las señoras de los de ypf”.
Y aunque no vivían holgadamente, Cecilia subrayaba que “nunca nos
faltó comida, porque cuando estaba ypf […] nadie corría desesperado
por una caja de víveres, por un subsidio”100. Ella y sus hermanos tam-
poco carecieron de cuidados debido a que, aun cuando su madre tra-
bajaba muchas horas fuera de la casa, la responsabilidad de garantizar
la atención de sus hijas e hijos no descansaba exclusivamente en ella.
Por el contrario, Cutral Co contaba con instituciones como escuelas y
clubes a los que los niños y niñas podían asistir y en los que Cecilia, por
ejemplo, “hacía deporte… vóley, atletismo, carrera pedestre”.
Estos espacios y otros que constituyen importantes bienes socio-
culturales, como por ejemplo, la existencia de un cine y de una asisten-
cia médica brindada por “un hospital de primera” –tal como calificaba
Arcelia, esposa de un exypefeano, al hospital de Plaza Huincul– habían
surgido al calor de la actividad petrolera y, en especial, como parte

98 Entrevista de la autora a Cecilia, Cutral Co, 17 de diciembre de 2003.


99 No es posible evaluar el desarrollo de la tasa de empleo y desocupación para el aglo-
merado urbano de Neuquén-Plottier correspondiente a los años 1974 y 1975, puesto
que el mismo se incorporó a las mediciones de la Encuesta Permanente de Hogares
(eph) recién en 1976. Para octubre de ese año, la eph arrojaba una desocupación
local del 4,6%, mientras que a nivel nacional había llegado al 4,5%.
100 Entrevista de la autora a Cecilia, Cutral Co, 17 de diciembre de 2003.

98
Andrea Andújar

del perfil social asumido por ypf. Como se desprende del testimonio
de Cecilia, además, los mismos entrañaban beneficios que excedían a
quienes estaban vinculados directamente con la compañía petrolera
para abarcar al conjunto de la comunidad. Así, dejaban su estela en la
vida cotidiana de familias que no eran ypefeanas y en las que tampoco
había un varón que ocupara el rol de proveedor, y contribuyeron inclu-
so a facilitar las tareas de protección y cuidado familiar que general-
mente recaen en las mujeres.
Este apartado, entonces, se ocupa de reconstruir la traza histó-
rica de las zonas petroleras neuquinas y salteñas pretendiendo develar
los significados que el mundo ypefeano adquirió particularmente para
las mujeres que habitaban en él. De ese modo, busca comprender en
qué medida las relaciones sociales, políticas y económicas modeladas
bajo el influjo de ypf dieron cauce a la participación femenina en los
conflictos desatados en ambos espacios regionales durante la segunda
mitad de la década de 1990.

Reconstruyendo historias: de Plaza Huincul a Cutral Co


Desde su descubrimiento, el usufructo del oro negro vertebró la histo-
ria de Plaza Huincul y Cutral Co, dos localidades situadas a 110 km al
oeste de la ciudad de Neuquén y que forman, junto con esta, Confluen-
cia, el departamento más populoso de la provincia patagónica. La pri-
mera surgió en 1918 debido al inicio oficial de la explotación petrolera a
cargo de “Patria”, un equipo explorador que había llegado a la zona tres
años antes. Cuando en 1917 las perforaciones de este grupo, liderado
por el ingeniero Luis Cánepa, dieron con las primeras emanaciones de
gas, se confirmó la sospecha que desde hacía tiempo tenía el gobierno
nacional sobre la existencia del rico recurso.
El estatus de Territorio Nacional, que para ese entonces y
hasta 1955 conservaría Neuquén, le permitió al Ejecutivo nacional
garantizar su irrestricto acceso a la explotación de petróleo101, para
lo cual marcó la reserva de un octógono de 5 km de radio en torno a
lo que se denominó como el Pozo Nº 1. Allí comenzaron a asentarse

101 Acorde con el Código de Minería de 1886, el Estado nacional sólo detentaba la pro-
piedad de los recursos mineros en los territorios sometidos a su estricta jurisdicción.
Si estos recursos se hallaban en suelos de Estados provinciales, la propiedad de esos
recursos recaía en estos últimos. Por este motivo, los gobiernos provinciales poseían
el derecho de otorgar concesiones para la exploración y explotación de la riqueza del
subsuelo. Ello había permitido a los distintos gobiernos salteños, por ejemplo, entre-
gar numerosos permisos en zonas donde se había detectado petróleo tales como
en la Quebrada de la Garza y en la Quebrada de Iquira, al sur y al norte de Tartagal
(Solberg, 1986; Favaro, 1998; Benclowicz, 2009).

99
RUTAS ARGENTINAS HASTA EL FIN

trabajadores y técnicos dependientes de lo que luego, a partir de 1922,


se convertiría en ypf. A su vez, esta empresa posibilitó también que
Plaza Huincul se volviera un núcleo urbano destinando parte de sus
tierras a tal efecto102. El emplazamiento del pueblo se estructuró divi-
diendo el territorio en dos partes. La primera, localizada en el norte,
fue destinada a la instalación de la sede administrativa de la empresa,
la construcción de viviendas para los obreros, empleados jerárquicos
y técnicos, las oficinas correspondientes a reparticiones públicas y el
hospital. La segunda, al sur, albergó la apertura de varios comercios
que, operando con el permiso de la administración fiscal, proveían de
mercaderías básicas a quienes laboraban para la petrolera (Favaro y
Arias Bucciarelli, 1999).
Ahora bien, la aparente pretensión de disponer del espacio de
manera planificada colisionaba con una situación también resultan-
te del descubrimiento del yacimiento hidrocarburífero: la llegada de
familias que, atraídas por la posibilidad de conseguir trabajo en la
actividad petrolera, se asentaban como podían dentro del octógono
fiscal y en las cercanías de las escasas fuentes naturales de agua. Así,
poco a poco, migrantes chilenos, criadores de ganado del interior
del Territorio, trabajadores agrícolas, fueron construyendo precarias
viviendas, esperanzados/as con que su situación variaría gracias a ypf.
Pero el incendio de dos tanques de petróleo en 1932 dispuso a la empre-
sa a ejercer presión sobre el gobernador territorial, Teniente Coronel
Carlos H. Rodríguez, para el desalojo de los/as moradores/as de estos
asentamientos (Palacios y Paris, 1993). La exigencia surtió efecto y
varias familias fueron cargadas en camiones y dejadas en medio de los
médanos, abandonadas a su suerte. De todos modos, la mayoría de esas
personas no estaba dispuesta a irse de la zona y fue así como, en 1933,
en esos terrenos distantes unos pocos kilómetros del octógono fiscal,
dieron origen a Barrio Peligroso, nombre que daba cuenta de las serias
adversidades que debían sortear para establecerse y permanecer allí.
La carencia de luz eléctrica y agua potable, los intensos fríos inver-
nales y los fuertes y constantes vientos no impidieron que Cutral Co,
tal como se denominó oficialmente el lugar a partir de 1935103, siguiera

102 Recién en 1967 ypf permitiría que este espacio conformara el municipio de Plaza
Huincul, separado así de los “campamentos” donde vivían los empleados de la
empresa (Costallat, 1997).
103 Antes de portar este nombre, Cutral Co fue conocido también como Pueblo Nuevo,
denominación aparentemente escogida a instancias del director del Hospital de
ypf en Plaza Huincul, el doctor Víctor Zani, quien junto con el juez de paz de Plaza
Huincul, Miguel Benassar, y el Jefe de Estudios y Proyectos de ypf, el agrimensor
Luis Baka, habían comenzado las tareas de trazado del pueblo y, luego, el reparto
de lotes entre los y las pobladoras. Entre febrero de 1953 y septiembre de 1955, la

100
Andrea Andújar

creciendo. A ello contribuyó también la llegada de comerciantes que,


afectados por la crítica situación de la década de 1930, veían en el nacien-
te poblado la posibilidad de recuperarse vendiendo mercaderías a los
obreros ypefeanos (Palacios y Paris, 1993). Entre ellos se encontraba la
familia Sapag, que desde esa zona iría sentado las bases de la preeminen-
cia política que luego alcanzaría en toda la provincia. De hecho, cuando
el incremento poblacional permitió que la nueva localidad constituyera
su primera Comisión de Fomento en 1936, Elías Sapag y su hermano
Felipe fueron electos presidente y tesorero de la misma, respectivamente.
A diferencia de Plaza Huincul, donde ypf se encargaba de proveer
los servicios urbanos necesarios (luz eléctrica o asfaltado de las calles),
además de las viviendas, el hospital y la construcción de escuelas y pro-
veedurías para los y las trabajadoras, Cutral Co tuvo en un principio un
desarrollo menos afincado en la intervención directa de la compañía.
Para 1950, año en que se convirtió en municipio, y aun cuando supera-
ba ampliamente a su vecina en cantidad de habitantes (Costallat, 1997),
las quejas y reclamos de las y los pobladores eran los mismos que había
enarbolado la Comisión de Fomento cuatro años antes: viviendas sin
agua, falta de gas y escasez de luz eléctrica. Las autoridades del flaman-
te municipio de Cutral Co consideraban que era la compañía petrolera
quien debía encargarse de la solución de estos problemas. Así se lo
hicieron saber al gobernador del Territorio en 1952, por medio de una
nota en la que argumentaban que “es ypf la autoridad que debe solucio-
nar en forma definitiva los problemas de agua y luz en este pueblo, de
este pueblo que labra con su esfuerzo tesonero, en medio de un clima
inhóspito, la grandeza económica de la nación” (Concejo Municipal de
Cutral Co, Expediente Nº 708 “C” de 1952, citado en Palacios y Paris,
1993: 329). El Concejo remarcaba la importancia central de la actividad
petrolera para la “grandeza de la nación”; pero ponderaba que esa acti-
vidad se nutría de la labor de un pueblo cuyo esfuerzo franqueaba los
difíciles obstáculos que la geografía presentaba. Consecuentemente, si
ypf encarnaba el símbolo de esa grandeza, era ella la que debía respon-
sabilizarse de facilitar las condiciones de vida de quienes, en definitiva,
hacían a esta última posible.
Para reforzar su pedido, el Concejo sumó otra iniciativa: enviar
una carta al ministro del Interior, Ángel Borlenghi. Fechada el 30 de
junio de 1952 y firmada por Felipe Sapag, presidente del cuerpo muni-
cipal, la misiva subrayaba que la situación de los trabajadores de ypf
que residían fuera del octógono fiscal contrastaba abiertamente “con
los propósitos del General Perón, con sus postulados básicos de Justicia

localidad cambió nuevamente de nombre y pasó a llamarse Eva Perón. A comienzos


de ese mes volvió a denominarse tal y como se la conoce en la actualidad.

101
RUTAS ARGENTINAS HASTA EL FIN

Social y con los elementales de dar a cada uno lo que por lógica le
corresponde” (citada en Palacios y Paris, 1993: 329). Esta invocación a
los principios en los que, según el gobierno nacional, se sustentaba su
acción, demostraba la habilidad política de los integrantes del Conce-
jo al ubicar la obligación de ypf no sólo en consonancia con su lugar
dinámico para el esplendor económico de la nación sino dentro del
proyecto que sobre el devenir de esa nación había diseñado el peronis-
mo. En apariencias, esa apelación tuvo un eco favorable, pues dos años
más tarde el directorio de las Empresas Nacionales de Energía (ende)104
emitió la Resolución 99/54 disponiendo que ypf proveyera los elemen-
tos necesarios para solucionar uno de los problemas más acuciantes, la
falta de agua.
En ese marco, la empresa llevó a cabo la perforación de ocho
pozos, construyó una central de bombeo y se comprometió a suminis-
trar 4.300 m3 de agua a partir de la terminación del acueducto (Díaz
et al., 2006). La colaboración de ypf con el municipio cutralquense
contempló, además, la donación de dinero para, por ejemplo, la cons-
trucción de las instalaciones sanitarias de la Escuela Nº 119 en 1959 o
la venta a bajo precio de una carroza fúnebre para que las autoridades
municipales pudieran realizar el servicio a las personas carentes de
recursos (Palacios y Paris, 1993; Díaz et al., 2006).
Otras acciones demostraban hasta qué punto la empresa inter-
venía en el entramado social de la zona. Al patrocinio directo de las
escuelas en Plaza Huincul, de transportes escolares cuyo circuito
incluía el recorrido de ambas ciudades para cada turno y nivel esco-
lar, y del hospital de Plaza Huincul que en un primer momento era
para los y las ypefeanas y paulatinamente se fue abriendo hacia toda
la comunidad, se sumaba el auspicio de otros espacios culturales y
recreativos tales como la biblioteca de Plaza Huincul, un cine-teatro –el
Ruca Lihuen–, y el Club ypf, donde se realizaban diversas actividades
deportivas (Costallat, 1997). Este cuadro se completaba con el lugar
primordial que la petrolera ocupaba en la generación de empleo donde,
además, otorgaba algunas condiciones más ventajosas para las y los
trabajadores en comparación con otras compañías.
Los salarios más elevados que ypf pagaba, la garantía de estabi-
lidad laboral no sólo para el trabajador sino también para su descen-
dencia, debido a que los hijos comenzaban a trabajar en la empresa
introducidos por sus padres, la existencia de una buena obra social,
la provisión de pasajes de tren y luego aéreos casi gratuitos para los

104 El ende fue un ente estatal creado en agosto de 1950 para agrupar a las cinco empre-
sas energéticas más importantes: Gas del Estado, ypf, Combustibles Sólidos Mine-
rales, Combustibles Vegetales y Derivados, y Agua y Energía Eléctrica.

102
Andrea Andújar

trabajadores/as que salían de vacaciones, la edificación de hoteles


vacacionales en distintos puntos del país sustentada por la compañía
y el sindicato, eran parte de esas condiciones más favorables. A esto se
añadía el acceso a la vivienda y al uso gratuito de los servicios de luz,
agua y gas que ypf posibilitaba a las y los trabajadores que habitaban en
el Campamento 1, es decir, en el octógono de Plaza Huincul. Pedro, que
vivía en Cutral Co, advertía esta última situación como un privilegio
que abría una brecha, pues “en Plaza vivían sobre todo los técnicos y el
personal jerárquico, aunque también había obreros. Para ellos las cosas
eran más fáciles porque tenían todo de arriba”105. La percepción de esta
divergencia no ocluía, sin embargo, que él se considerara un “ypefea-
no” o alguien que formaba parte de la “familia ypefeana”.
Esta particular denominación daba cuenta, por un lado, de un
hondo sentido de pertenencia y de identificación con la empresa que
diluía los diferentes rangos entre trabajadores, técnicos y personal
jerárquico u otras como las marcadas por Pedro. Por el otro, también
condensaba una suerte de sentimiento de superioridad frente a las y
los trabajadores de otras ramas productivas. De cierto modo, ese senti-
miento se alimentaba del mayor poder adquisitivo de los y las ypefea-
nas que, como sostenía Arcelia, “daba algunas ínfulas: vos nunca ibas a
ver a un ypefeano con otras zapatillas o un pantalón que no fueran de
marca”106. Arcelia no podía evitar reírse de su propio comentario; ella
y su marido, que había ingresado como aprendiz en 1960 y escalado
posiciones hasta llegar a ser un “técnico jerárquico”, también habían
realizado ese tipo de consumo.
Mas no era sólo en el acceso a esa clase de bienes donde se evi-
denciaba la mayor capacidad de gasto que, por otro lado, generaba un
importante dinamismo en el circuito comercial107. Magdalena, una
mujer adulta de origen indígena, recordaba: “vos trabajabas en ypf y
vos me decías vení, haceme un planchado, vos me pagabas. Yo vivía de
lo tuyo y el otro del otro. [A] nadie le faltaba”108. Ella, como la mamá de
Cecilia, debió hacerse cargo sola de la manutención de sus siete hijos
debido al temprano fallecimiento de su marido, empleándose como
planchadora y trabajadora doméstica para diversas familias ypefeanas.
Para las esposas de los obreros y empleados de ypf, contratar a
una mujer que colaborara en las tareas del hogar no era algo inusual.

105 Entrevista de la autora a Pedro, Cutral Co, 7 de mayo de 2004.


106 Entrevista de la autora a Arcelia, Plaza Huincul, 20 de diciembre de 2003.
107 Costallat (1997) estima la trascendencia de su impacto al calcular que los despidos
masivos provocados por la privatización de la empresa generaron una merma anual
de 1 millón de pesos en la actividad comercial local.
108 Entrevista de la autora a Magdalena, Cutral Co, 7 de mayo de 2004.

103
RUTAS ARGENTINAS HASTA EL FIN

Tampoco lo era para las trabajadoras ypefeanas con hijos pequeños, ya


que la empresa, al carecer de guardería en el edificio administrativo,
“nos pagaba un plus para tener empleada por los chicos menores de
cuatro años o para llevarlos a una guardería”, acorde con el relato de
Sara109. En ese sentido, si para los trabajadores de ypf la identificación
con una empresa que no sólo les garantizaba un empleo estable –en el
que incluso podían escalar posiciones– y el acceso a buenos servicios
sociales, sino también ejercer con holgura su rol de proveedores del
hogar, los llevaba a que “en el lugar del corazón tenía un sello de ypf”,
tomando una frase utilizada por Arcelia para referirse a su marido,
para las mujeres –y en especial para aquellas que tenían hijas/os–, la
presencia de la empresa petrolera estatal también dejaba un “sello”
particular en sus vidas. Fueran ypefeanas o esposas de ypefeanos, era
esta compañía la que aseguraba la provisión de aquellos bienes y servi-
cios que resultaban fundamentales a sus intereses constituidos a partir
de la división sexual del trabajo y los atributos de género que de ella
derivan (Molyneux, 1985). Al patrocinar centros deportivos, escuelas,
hospitales, bibliotecas y cines, o pagar un plus para guarderías o cui-
dadoras de los hijos e hijas pequeñas, las tareas de cuidado y educación
familiar se encontraban ampliamente facilitadas. A su vez, la presencia
de ypf también provocaba un impacto importante en las vidas de esas
mujeres que trabajaban para las ypefeanas pues, además de que era
el buen pasar de las segundas el que facilitaba la subsistencia de las
primeras, los hijos e hijas de estas últimas accedían también a esos
bienes y servicios sociales y culturales auspiciados por la existencia de
la compañía petrolera.
Esto no significa suponer que los vínculos sociales desarrollados
en ese mundo ypefeano fueran armónicos, insensibles a diferencias y
desigualdades, y menos aún, que estas se situaran solamente entre los
y las trabajadoras de ypf, tal como podría desprenderse de las palabras
de Pedro en torno a las divergencias existentes entre quienes vivían
en Campamento 1 y quienes lo hacían en Cutral Co. El ser ypefeano/a
entrañaba una jerarquía social que se volvía perceptible también en las
relaciones entre las niñeras o las empleadas domésticas y las esposas
de los trabajadores de ypf o las propias ypefeanas. Al menos, la forma
en que algunas de esas mujeres que trabajaban en las casas apreciaban
a las otras, contenía un encono devenido justamente de los “aires de
superioridad” que envolvían a las segundas. Los categóricos juicios de
Cecilia manifestaban esa animadversión ante una actitud que, para
ella, se extendía también a los ypefeanos y los/as distinguía de otros/as
trabajadores/as estatales:

109 Entrevista de la autora a Sara, Plaza Huincul, 20 de diciembre de 2003.

104
Andrea Andújar

Las señoras de los ypefeanos […] eran unas personas muy


engreídas que marcaban bien la situación: “vos sos pobre y sos
mi empleada”. Era una gente muy injusta. Los ypefeanos todos te
miraban sobre el hombro. Nunca fue así con los de Gas del Esta-
do (Entrevista de la autora a Cecilia, Cutral Co, 17 de diciembre
de 2003).

Ese mirar “sobre el hombro” que Cecilia resentía en ellos/as implica-


ba un sentimiento de supremacía, el cual era abonado no sólo por la
bonanza económica de los y las ypefeanas sino también por los signifi-
cados que estos/as últimos/as habían forjado sobre ypf y sobre su pro-
pio rol dentro de ella. En ese sentido, el/la ypefeano/a se sentía parte de
una empresa estratégica para el desarrollo de la economía argentina, a
la par que amparo del discurso de la soberanía nacional y del bienestar
de la comunidad. Parte de esa retórica era sustentada, por ejemplo, por
los poderes políticos locales, como puede observarse en las expresiones
vertidas por el cuerpo municipal que situaban la actividad petrolera
como nodal para la “grandeza de la nación”, como se refirió en las pági-
nas anteriores. Pero también emergía de la valoración que los propios
trabajadores asignaban a la compañía y a su propia experiencia. Alejan-
dro Lillo, quien como se recordará explicaba la dureza que contenía el
trabajo en la perforación de los pozos, señalaba:
Los avances de ypf iban formando pueblos, era un avance civi-
lizador. Primero llegaban los campamentos, luego se instalaba
la empresa y los pueblos crecían alrededor de eso […]. Nosotros
salíamos, digamos, a explorar el desierto (Entrevista de la autora
a Alejandro Lillo, Neuquén capital, 4 de mayo de 2004).

En este “avance civilizador sobre el desierto” resonarían los ecos de


una tradición que engarzaba una mirada mítica de la denominada
“campaña al desierto” con una labor exploratoria cuya acometida la
protagonizaban los equipos de trabajadores. Ellos abrían el camino
para la instalación de ypf y de los pueblos que crecían bajo su actividad.
Esto ahondaba el sentimiento de orgullo y superioridad referido ante-
riormente y, también, fortalecía la identificación con una empresa que
se volvía el baluarte del discurso de la soberanía nacional.
Muchas de estas consideraciones sobre el mundo ypefeano, sus
alcances y contradicciones se reiteraban en las entrevistas realizadas
sobre el devenir de las comunidades de General Mosconi y Tartagal.

Reconstruyendo historias: de Tartagal a General Mosconi


María, o la “tía Mari”, como muchos la llaman cariñosamente en
General Mosconi, nació en Bolivia. Dueña de una risa contagiosa que

105
RUTAS ARGENTINAS HASTA EL FIN

entremezcla con el relato de su vida, plena de anécdotas y contradiccio-


nes políticas que no se molesta en ocultar, esta mujer ya mayor proviene
de una familia de propietarios finqueros vinculados con la explotación
petrolera en su natal Santa Cruz de la Sierra. Durante su juventud, llegó
a cursar tres años de la carrera de abogacía, alternando los estudios con
una activa militancia universitaria que, según narraba entre carcajadas,
realizaba en la “falange socialista de derecha” de Sucre. Pero a los 22
años se aventuró por otros senderos, dejando a un lado el futuro econó-
mico promisorio que seguramente la aguardaba, allanado además por
los importantes contactos que su familia mantenía con un sector de la
clase dirigente boliviana. Fue así como cruzó la frontera con la Argen-
tina. “Yo vine de paseo a Mosconi y me quedé”, afirmaba enfatizando
cada una de las palabras. Una vez en el lugar, hizo “buenas amistades”
y con una de ellas, Doña Mafalda, ganó una licitación para atender una
peluquería que pertenecía a ypf. Trabajó allí durante tres años y cuan-
do terminó el contrato, abrió su propia peluquería, “una peluquería de
barrio más sencillita”, explicaba110. Durante varios años, María vivió
cómodamente atendiendo a muchas mujeres. Entre sus clientas, esta-
ban las que vivían en Campamento Vespucio, a quienes María aludía
como las “damas de los ypefeanos” o como “gente que se creían de alta
alcurnia”. Nené, esposa de un ex empleado jerárquico de ypf, que residía
junto con su familia en ese sitio, era consciente de estos calificativos y de
los resquemores que contenían, pues contaba que “para ellas, nosotras
éramos las cremitas chantilly. Siempre decían que nunca íbamos a estar
en una lucha por nada, que éramos las narices paradas porque teníamos
las cosas resueltas”111. La denominación “cremitas chantilly” apuntaba
al color de la piel que, supuestamente, tendía a ser más clara en las muje-
res residentes en Campamento Vespucio en consonancia con una pre-
sunta ascendencia porteña y, por tanto, de origen inmigratorio europeo,
frente al color más oscuro de las mujeres de General Mosconi, ligadas
a un linaje indígena112. Y aun cuando las inflexiones de su voz carecían
de un tono peyorativo, esas “ellas” a las que Nené hacía referencia eran
justamente las esposas de los obreros ypefeanos residentes en General
Mosconi, las trabajadoras por cuenta propia o las empleadas domésticas
contratadas por las ypefeanas de Campamento Vespucio.
Los términos empleados por María para aludir a las esposas de
los ypefeanos de Campamento Vespucio no distaban mucho de los

110 Entrevista de la autora a María, General Mosconi, 13 de junio de 2004.


111 Entrevista de la autora a Nené, Campamento Vespucio, 23 de junio de 2004.
112 En varias entrevistas, las mujeres y los varones de General Mosconi sostuvieron que
los técnicos y empleados jerárquicos eran oriundos de Buenos Aires y que parecían
“gringos”.

106
Andrea Andújar

calificativos de “engreídas” o “gente muy injusta” vertidos por Cecilia


respecto de las y los ypefeanos de las ciudades petroleras neuquinas. Ello
denota una singular semejanza en la percepción de jerarquías y las dis-
tancias que las mismas imponían dentro de ese mundo ypefeano entre
las mujeres que habitaban en General Mosconi y aquellas que vivían en
Cutral Co, a pesar de las diferencias que contuvo la presencia de ypf en
el desarrollo de ambas comunidades. Una breve reseña de la historia de
las comunidades salteñas permitirá examinar con más profundidad los
alcances de esas diferencias y, también, de ciertas similitudes.
Localizadas en el Departamento de General San Martín, ubicado
al norte de la provincia de Salta y cuyo límite septentrional demarca
la frontera entre Bolivia y la Argentina, General Mosconi y Tartagal
conforman el conglomerado urbano más importante de la provincia,
luego de la ciudad capital de la cual distan 360 km aproximadamente.
Sus historias se encuentran entrelazadas no sólo por la escasa distan-
cia de 8 km que geográficamente las separa o porque la misma ruta las
franquea, sino porque las dos debieron su crecimiento y prosperidad
también a la explotación del oro negro.
Si bien la producción maderera constituyó el motor del incipiente
desarrollo de Tartagal, ciudad a la que el Poder Ejecutivo provincial
concedió rango municipal en 1924, las exploraciones en busca de rique-
zas hidrocarburíferas fueron las que impulsaron la expansión de su
traza urbana. Esas exploraciones estuvieron a cargo primeramente de
la compañía norteamericana Jersey Standard Oil, que desde comienzos
de la década de 1910 había logrado obtener numerosas concesiones de
tierras por parte del gobierno provincial para buscar y explotar petró-
leo. Pese a haber sido denunciada por el General Enrique Mosconi
cuando este se hizo cargo de la dirección de ypf, por las irregularidades
en las que la compañía había incurrido para conseguir tales permisos,
Standard Oil continuó disfrutando del favor del gobierno local para
avanzar con las exploraciones en Tartagal. Así, en 1926, cuando las
perspectivas de extraer el codiciado recurso en grandes cantidades
comenzaron a volverse una realidad, la empresa estadounidense pudo
establecer definitivamente sus oficinas administrativas en esta ciudad,
edificando también centros deportivos, de salud e incluso una escuela
para enfermeras113. Sus vínculos con el establishment salteño eran tan
estrechos que las posibilidades de que ypf lograra hacer pie en la zona
parecían lejanas, incluso y a pesar de la fuerza que iba cobrando en la
Cámara de Diputados de la Nación la idea de establecer el monopo-
lio estatal nacional sobre los recursos hidrocarburíferos. Empero, la

113 Hacia comienzos de la década de 1930, Standard Oil inauguró también un hospital
en Tartagal abierto a la comunidad (Benclowicz, 2013).

107
RUTAS ARGENTINAS HASTA EL FIN

oportunidad se presentó en 1927 cuando un español, Francisco Tobar,


aceptó transferir a manos de ypf el yacimiento República Argentina y
otras concesiones que desde 1907 poseía en los alrededores de Tartagal,
a cambio de su acceso garantizado a las regalías futuras. Este yaci-
miento se encontraba localizado en las cercanías de otro poblado de
reciente formación, General Mosconi.
Esta localidad, nacida también al calor de la producción forestal,
recibió originariamente el nombre de El 90, porque el asentamiento
coincidía con el kilómetro 1.690 de la línea del ferrocarril Belgrano,
habilitado en 1926. Su desarrollo se aceleró a partir de la explotación del
petróleo y, sobre todo, con el desembarco de ypf en República Argen-
tina, lugar que en poco tiempo sería conocido como Campamento
Vespucio. La compañía estatal fue progresando allí rápidamente; para
1930 ypf ya poseía varios pozos en actividad y una refinería. Contem-
poráneamente con ese avance, ypf fue disponiendo la trama urbana de
Campamento Vespucio, lugar en el que instaló su administración cen-
tral, con una concepción similar a la que venía implementando en las
comarcas neuquinas. Así, comenzó a construir pabellones en los que se
alojaban separadamente los y las trabajadoras y que reemplazaban las
precarias viviendas emplazadas en su origen. Posteriormente, edificó
complejos de casas más confortables donde las familias que las habita-
ban contaban con la exención del pago de tasas municipales y de servi-
cios públicos. A su vez, erigió espacios para la residencia de enfermeras
y maestras solteras que acudían contratadas por la petrolera estatal.
Poco a poco, entonces, Campamento Vespucio llegó a conformar una
pequeña ciudad cuyos moradores formaban parte del personal jerár-
quico de la empresa y que contaba con vastas comodidades auspiciadas
por ella, tales como instalaciones deportivas y sociales, un mercado,
una proveeduría, una escuela técnica y de manualidades, una biblio-
teca y un hospital de alta complejidad que concentraba la atención de
todas las especialidades médicas, inaugurado en la segunda mitad de
la década de 1940.
Ubicada a 5 km al sureste de Campamento Vespucio, la localidad
de General Mosconi también iba creciendo debido a la llegada de per-
sonas atraídas por la influencia de la actividad petrolera. La instalación
de pequeñas empresas y de locales comerciales para abastecer a los y las
empleadas de ypf, y el arribo de trabajadores/as que cifraban sus espe-
ranzas en hallar un empleo estable en la petrolera o que habían conse-
guido un puesto en ella gracias a la mediación de algún pariente, como
había sucedido con el esposo de Marina, fueron cambiando la fisonomía
de este poblado que en el año 1946 fue convertido en municipio, abar-
cando dentro de su jurisdicción a Campamento Vespucio y a Coronel
Cornejo, un pequeño pueblo ubicado 17 km al sur de General Mosconi.
Dos años más tarde, el nuevo municipio fue integrado a un flamante

108
Andrea Andújar

departamento, el de General San Martín, cuya cabecera recayó en la


ciudad de Tartagal, separada así del antiguo Departamento de Orán.
Entre tanto, la empresa Standard Oil comenzaba su retiro de Tar-
tagal, cuestión que se concretó en 1950 y que determinó que parte de
sus instalaciones pasaran a manos del Ejército y, parte, a ypf. Con ello,
la compañía estatal fortaleció su presencia en la región llevando a cabo
además, nuevas exploraciones con resultados beneficiosos, como por
ejemplo, el hallazgo de una importante reserva de recursos en Campo
Durán, al norte de Tartagal. El ritmo de su actividad siguió expandién-
dose en los años subsiguientes, a punto tal que las inversiones de ypf
en la provincia terminaron por sobrepasar a las de cualquier otra com-
pañía. Incluso, en la década de 1970, la explotación se amplió a un área
nueva, Martínez del Tineo, al sur de General Mosconi.
Fue en esas épocas cuando Yolanda, una mujer nacida en Tarta-
gal en 1949, comenzó a trabajar para la petrolera estatal. Ella recordaba:
Primero ingresé como cuidadora en la pileta de natación, y des-
pués pasé a un sector que llamaban “refrigerio” y yo estaba como
moza. Y justo había un concurso de categorías y yo me presenté.
Así que en el año 71 pasé al área administrativa, como secretaria.
Y estuve ahí en esa área, en la administrativa (Entrevista de la
autora a Yolanda, General Mosconi, 22 de junio de 2004).

Yolanda siguió escalando posiciones hasta que finalmente accedió a


un puesto de mayor jerarquía en el “departamento minero, de explota-
ción”. En el ínterin, conoció a un hombre con el que se juntó, tuvo dos
hijos y una hija, y de quien se separó en 1981. Y aunque nunca “me pasó
alimentos”, recordaba, su elevado salario le permitió mantener confor-
tablemente a su familia. De hecho, “me pude comprar un auto 0 KM y
cuando llegaban las vacaciones yo me iba con mis hijos y disfrutaba
de toda la plata”114. Así fue recorriendo distintos lugares del país como
“Bariloche, Mar del Plata y Mendoza. Y paraba en los hoteles de ypf y
los pasajes me los daba ypf”. Pero para ella, lo más importante que ypf
le había proporcionado fue la posibilidad de salvar la vida de su hija
menor que, cuando tenía seis años, enfermó de leucemia. La empre-
sa no sólo pagó el traslado de la niña y de Yolanda en avión a Buenos
Aires. También se hizo cargo de los costos del tratamiento y continuó
abonándole el salario íntegro durante los 4 años que permaneció en la
Capital Federal.
De manera similar a lo ocurrido en Cutral Co y Plaza Huincul,
la existencia de ypf no sólo generaba puestos de trabajo bien pagos o
la posibilidad de acceder a bienes materiales como autos o viviendas

114 Entrevista de la autora a Yolanda, General Mosconi, 22 de junio de 2004.

109
RUTAS ARGENTINAS HASTA EL FIN

–los cuales no estaban necesariamente al alcance de trabajadores de


otras empresas–, garantizar vacaciones en distintos lugares o que, por
ejemplo, una trabajadora pudiera solventar sola a su familia. También
posibilitaba que situaciones tan complejas como las que Yolanda debió
atravesar con su pequeña tuvieran una cobertura social.
Como señala Benclowicz (2013), los beneficios de ese mundo
ypefeano no alcanzaban a toda la población local. Buena parte de esa
comunidad estaba conformada por integrantes de pueblos indígenas
expoliados y sometidos a un proceso de trabajo en los rubros agroin-
dustriales o forestales, donde primaba la superexplotación y la vida
en nada se parecía a la de Yolanda o Mario, un ex empleado de ypf
que vivía en General Mosconi y que varias veces remarcó en la entre-
vista que “entrar a trabajar en ypf era lo mejor que te podía pasar”115.
Menos aún se asemejaba a la de los empleados de ypf que habitaban
en Campamento Vespucio y que tenían, incluso, un cine. También es
cierto que entre los propios ypefeanos había importantes diferencias
acorde el puesto que ocuparan dentro de la empresa y, consecuen-
temente, al lugar en el que vivían, ya que no era lo mismo residir en
las confortables casas de Campamento Vespucio, con gas natural y
agua corriente, sin tener que pagar tasas e impuestos, que hacerlo
en General Mosconi donde el tendido de la red de gas era escaso, por
ejemplo, y la mayoría de sus pobladores estaban supeditados a com-
prar garrafas “que antes y ahora son bastante caras”, según relataba
Mario. Tampoco era igual trabajar para ypf que para las ypefeanas o
las esposas de los ypefeanos. A este respecto, sostenía Cristina, una
mujer desocupada y activista de la utd:
En ese tiempo [en referencia al período previo a la privatización
de ypf] por ejemplo en una parte del Campamento Vespucio
había mucho trabajo para las mujeres. Porque la mayoría de los
ingenieros, técnicos, digamos la gente de estudio, tomaban a
personal, mujeres más que nada, para los quehaceres domésti-
cos. Entonces, como digo, estuvo la empresa esta pero no nos fal-
taba [nada]” (Entrevista de la autora a Cristina, General Mosconi,
22 de junio de 2004).

Y lo que no faltaba para mujeres como Cristina o la tía Mari, dueña de


su peluquería, no era sólo la posibilidad de sobrevivir con un trabajo
sino también la de acceder a los centros de atención de salud, a las
escuelas, a los clubes deportivos. Estos ámbitos de cuidado, socializa-
ción y diversión facilitaban las tareas de crianza y resguardo familiar
para esas mujeres que no necesariamente eran ypefeanas o que si lo

115 Entrevista de la autora a Mario Reartes, General Mosconi, 18 de junio de 2004.

110
Andrea Andújar

eran, vivían, como Marina, la mujer cuya trayectoria fue narrada bre-
vemente al comienzo de este capítulo, en General Mosconi en condi-
ciones mucho más modestas que las familias ypefeanas residentes en
Campamento Vespucio.
En General Mosconi y Tartagal, pero también en Cutral Co y
Plaza Huincul, ese mundo ypefeano fue idealizado por quienes lo
integraban a punto tal que sus contradicciones y tensiones internas
quedaron desdibujadas en un “antes” en el que “había de todo en abun-
dancia”, retomando las palabras de Marina. A lo sumo, las diferencias
existentes encarnaban en los relatos de las y los testimoniantes como
recelos ante los y las ypefeanas y, entre ellos/as, frente a quienes vivían
en Campamento Vespucio o en Campamento 1, dentro de Plaza Huin-
cul. Pero, en general, no alcanzaban a colocar a ypf en la mira. Por el
contrario, en las narraciones espontáneas no aparecían antagonismos
con la empresa en el pasado ni explicaciones que la involucraran, de
alguna forma, con las distancias sociales habidas entre el personal
jerárquico y los/as restantes trabajadores/as. Incluso, la mención de
María respecto de que las “damas de los ypefeanos” eran incapaces de
“estar en una lucha por nada”, no hacía referencia a conflicto alguno
con ypf sino a los que iban a desarrollarse para resistir la privatización
o en contra de la aquiescencia del supe frente a esto116.
Sólo luego de regresar al tema en distintas etapas de las entrevis-
tas, comenzaban a aflorar algunas “grietas” en los relatos concernientes
a la relación con ypf. Fue así como Sara, la ypefeana neuquina, reme-
moró que a comienzos de la década de 1970, cuando había ingresado a
trabajar en la empresa, dinamizó un conflicto reclamando el derecho
a que las mujeres usaran pantalones largos. Algo similar ocurrió con
Alejandro Lillo, quien luego de señalar en varias oportunidades los
peligros que encerraba el trabajo en los pozos, terminó comentando:
[Ese tema] es una cosa que discutíamos en el gremio muy fuerte
y que no le podíamos hacer entender a muchos dirigentes sindi-
cales y menos a los dirigentes de la empresa. Después de muchos
años conseguimos con Isabel [en referencia a la presidenta María
Estela Martínez de Perón] sacar una jubilación de privilegio,
con 25 años de campo y 50 años de edad, porque nosotros nos

116 Es interesante remarcar la persistencia del juicio de María sobre el comportamiento


de las esposas del personal jerárquico de ypf, una persistencia que resistió a los
acontecimientos, pues mujeres como Nené, por ejemplo, sí habían participado en la
lucha contra la privatización ocurrida en septiembre de 1991. Empero, para María,
cuyas palabras fueron recogidas en una entrevista realizada el 13 de junio de 2004,
esa participación permanecía invisible, ocultada por diferencias previas pero, ade-
más, desmoronada como consecuencia del propio proceso de privatización.

111
RUTAS ARGENTINAS HASTA EL FIN

dábamos cuenta que a los 40 o 45 años era un deterioro físico


muy alto (Entrevista de la autora a Alejandro Lillo, Neuquén
capital, 4 de mayo de 2004).

Estos tramos de su testimonio ponen en escena no sólo la dureza del


trabajo petrolero sino también la existencia de conflictos que, además,
se producían en varios frentes –la dirección del sindicato y la dirección
de la empresa–. Pero si se atiende a ello, a su vez, puede considerarse
desde otra dimensión el rol de ypf y el de los/as propios/as trabajado-
res/as. ypf “formaba pueblos”, como el propio Lillo había señalado,
y proporcionaba los beneficios descriptos anteriormente. Pero tales
beneficios no fueron necesariamente el producto de una vocación cari-
tativa y dadivosa de la dirigencia de la petrolera estatal. O, al menos,
pueden interpretarse también como el resultado de conquistas obteni-
das mediante distintas tácticas de lucha, tal como demuestran los rela-
tos de Sara y Alejandro Lillo. En ese sentido, allí los y las trabajadoras
se reubican como sujetos activos, forjando la mejora de sus condiciones
de trabajo y de vida.
¿Por qué esto sólo aparece tangencialmente en las entrevistas?
Posiblemente no exista una única respuesta a este interrogante. Pero,
en parte, la clave interpretativa puede ser rastreada en las consecuen-
cias que la privatización de ypf provocó. La desestructuración social
que se abrió con este proceso fue tan feroz que cualquier contradicción
o lucha del pasado se habría vuelto invisible, carente de consistencia
frente a ese presente. A su vez, es posible también presumir que en la
recreación de una existencia pasada excedida en su armonía y articula-
da en torno a la presencia de la petrolera estatal, se edificaba un refugio
y un resorte para la resistencia, para desafiar el destino funesto que se
imponía. Todo esto no supone que los y las testimoniantes “inventa-
ran” las ventajas que ypf proveía. De hecho, y como ya fue señalado,
ypf había dinamizado un importante nivel de prosperidad. Pero del
recuerdo idealizado de esa presencia se podía nutrir, también, la bús-
queda de las formas para combatir las consecuencias precipitadas por
su ausencia117.
De todos modos, la decisión colectiva de salir a las rutas que las
mujeres neuquinas y salteñas asumieron manifiestamente en 1996 y
1997 no sólo se forjó en el recuerdo de ese pasado pujante. Justamente,
a través de sus relatos se torna posible escudriñar otros motivos que

117 A esta idealización del pasado habrían contribuido también las reconstrucciones
plasmadas en cierta literatura académica y política, así como en los relatos que,
sobre los conflictos piqueteros, construían los medios de comunicación masiva.
Ello puede detectarse en las ediciones de los diarios La Mañana del Sur y Río Negro,
correspondientes a las últimas semanas de junio y las primeras de julio de 1996.

112
Andrea Andújar

estuvieron estrechamente imbricados con las formas en que la presen-


cia de ypf modeló sus vidas cotidianas y en cómo su desmantelamiento
impactó en ellas, en los varones y en los vínculos entre ambos.

De la cocina a la ruta: mujeres que modelan con mano propia


El mundo ypefeano conformó un entramado social complejo cuyas
trazas guardaron diferencias entre el desarrollo de las comunidades
petroleras neuquinas y salteñas. También en el interior de cada una de
estas comarcas, tuvieron lugar heterogeneidades que abarcaban una
vastedad mucho mayor que la de ser ypefeano/a o no serlo. Así, al colo-
car la mirada en la vida cotidiana de las mujeres y buscar comprender
quiénes eran y cómo vivían, es posible develar que ellas no eran igua-
les entre sí y que sus relaciones, en ocasiones, entrañaban jerarquías
vinculadas con su posición de clase y, también, atravesadas por ciertos
o supuestos orígenes étnicos. Como se sostuvo, las había ypefeanas
y esposas de ypefeanos. También ypefeanas y empleadas domésticas
de las ypefeanas. Las había maestras, enfermeras y trabajadoras por
cuenta propia. Incluso, las había con diversas trayectorias público-
políticas individuales y colectivas, con mayor o menor experiencia de
participación en movilizaciones o acciones de protesta colectiva. Algu-
nas de ellas habían estado en las luchas contra la privatización de ypf
en 1991. Otras ni siquiera la “recordaban” o, en todo caso, no deseaban
hacerlo. Algunas de esas mujeres estaban casadas, permanecían den-
tro de ese vínculo y tenían hijos e hijas. Otras no y habían criado solas
a su prole. Casi todas coincidían en señalar que esa tarea había estado
profundamente atravesada y facilitada por la presencia de ypf y que las
consecuencias del derrumbe de ese mundo, que las igualó en las con-
diciones de desocupación y pobreza, las había impulsado a asumir un
lugar protagónico en las confrontaciones donde el piquete y el acampe
en la ruta se volvieron las formas preponderantes de protesta. Más aún:
no sólo se asignaron ese rol disruptivo sosteniendo que fueron ellas las
que habían iniciado esos cortes de ruta, sino que además aseveraron
que para llevar a cabo esa acción colectiva de protesta debieron sortear
la negativa de sus compañeros o, como en el caso de Arcelia, la esposa
del ypefeano que habita en Plaza Huincul, que tuvieron que “arras-
trarlos” al conflicto. ¿Cómo explicar, entonces, esas narrativas que
resisten al paso del tiempo entre los hechos acontecidos y el momento
en que los testimonios fueron tomados? Y más aún, ¿cómo interpretar
una persistencia que se impone contrariando la circulación de relatos
académicos, político-partidarios y periodísticos que no han reparado
en esas presencias femeninas? Las claves para responder estas pregun-
tas pueden comenzar a revelarse mediante la profunda impronta que
en su memoria individual y colectiva dejaron sus experiencias y las

113
RUTAS ARGENTINAS HASTA EL FIN

relaciones sociales en las que estuvieron insertas durante la existencia


del mundo ypefeano, así como las implicancias distintivas que tuvo su
desestructuración en sus vidas.
En sus reflexiones sobre lo que había comenzado a ocurrir en
Cutral Co y Plaza Huincul desde la privatización de ypf, Estela, militan-
te de ate, sorteaba cómodamente los límites demarcatorios de la vida
pública y la doméstica, colocando un especial énfasis en la manera en
que la desaparición de la empresa petrolera estatal conmovió la vida de
los varones y los lazos familiares. Según ella comentó:
Veníamos de un Estado de Bienestar y nos encontramos con la
desocupación, el hambre, la miseria. Yo como empleada de salud
veía cómo se suicidaron alrededor de 100 petroleros; otros ciento
y moneda, […] en situaciones graves de alcohol. ¿Por qué? Porque
estaba el abismo. Porque en el Estado […] teníamos todo […]. Se
destruyeron los hogares, los que pudieron quedarse se queda-
ron. Otros emigraron […]. Se rompió el núcleo familiar. El tejido
social se desmembró de esta manera (Entrevista de la autora a
Estela, Plaza Huincul, 20 de diciembre de 2003).

Muchas de las mujeres entrevistadas coincidieron con ella al sostener


que sus maridos se deprimieron, murieron, abandonaron a sus fami-
lias o se volvieron un estorbo dentro del hogar118. Entre tanto, ellas,
según Arcelia, “se tuvieron que volver más fuertes […], debieron salir
a ganarse el pan para ellas y para sus hijos, porque quedaron ellas
como jefas de hogar, mientras los maridos estaban en la casa”119. En
ese sentido, la desestructuración del mundo ypefeano afectó tanto las
condiciones materiales de existencia como las subjetividades. Pero
ambas cuestiones fueron vividas de manera desigual por mujeres y
varones, puesto que las formas en que unas y otros experimentan tales
condiciones han estado relacionadas no sólo con su posición respecto
de los medios de producción sino también con los roles de género que
les son culturalmente asignados y que asumen, no sin conflictos. Así,
para los ex obreros ypefeanos, la expulsión del aparato productivo
alteró rotundamente no sólo su situación económica sino también
su posición en cuanto que “proveedores” de la subsistencia y repro-
ducción familiar. Por su parte, la imposibilidad de obtener un trabajo

118 Corroborar estos datos vertidos en las entrevistas con otro tipo de fuentes ha sido un
emprendimiento prácticamente imposible. Ejemplo de tal dificultad se encuentra
en lo que hace a los suicidios. De todos modos, lo que interesa aquí es dar cuenta del
“ambiente”, de la forma en que las personas involucradas vivenciaron el profundo
cambio que en sus vidas generó la desaparición de la empresa petrolera estatal.
119 Entrevista de la autora a Arcelia, Plaza Huincul, 20 de diciembre de 2003.

114
Andrea Andújar

los obligó a permanecer mucho más tiempo dentro de las paredes del
hogar, un espacio que, con base en las connotaciones sociales que lo
atraviesan, se torna singularmente complejo para la estancia prolon-
gada de un varón. La comprensión de esta afirmación exige tener en
cuenta que las definiciones sobre un lugar no remiten exclusivamente
a su localización física, a sus coordenadas en un mapa. Por el contrario,
implican también las relaciones sociales que se entrecruzan en ellos y
que les proporcionan su carácter distintivo (McDowell, 2000). Dicho de
otro modo, lo que distingue un espacio físico de otro está estipulado
no sólo por su arquitectura, su emplazamiento o su propósito, sino por
las prácticas sociales que allí se llevan a cabo, las relaciones de poder
que son artífices y productos a la vez de esas prácticas, y las marcas de
inclusión/exclusión que establecen quién pertenece a un lugar y quién
queda fuera, quién tiene legitimidad para actuar en él y quién no. En
ese sentido, los espacios no son fijos o estancos sino fluidos y, también,
conflictivos, pues poseen diversos significados –que incluso pueden ser
contradictorios a un mismo tiempo– según las personas involucradas
en ellos y las relaciones que entre esas personas se establecen. De tal
manera, el hogar, para una mujer con hijos/as pequeños/as, esposa
de un trabajador asalariado, puede adquirir connotaciones de refugio
y seguridad, lugar de placer y acopio de recuerdos, pero también es el
espacio al que sólo ella está convocada a limpiar y embellecer en una
afanosa rutina diaria sostenida por un trabajo invisibilizado, que la
aísla y que, incluso, estigmatiza su circulación en otros lugares (la calle,
la ruta), plenos de otros significados.
Para un varón, en cambio, la casa no es un espacio de trabajo
sino de descanso y en el cual se apropia y beneficia del trabajo ajeno –el
de la mujer–. Ello no implica que tal espacio esté exento de tensiones
devenidas, entre otras cuestiones, de una renegociación constante de
este “pacto” de apropiación unívoca. Mas esas tensiones adquieren un
alcance y un sentido absolutamente distinto cuando ese espacio deja
de ser, para los varones, un ámbito de reposo entre jornadas labora-
les. Cuando la falta de trabajo es la que los obliga a permanecer casi
de forma constante en ese lugar cargado de una impronta devaluada
por femenina, el sentimiento que puede embargarlos es el de inutili-
dad y vergüenza. Esto es lo que habría sucedido en el caso de aquellos
que fueron despedidos de ypf y se vieron imposibilitados de hallar un
nuevo empleo. Por tanto, esta situación habría dado pie, como sos-
tienen las mujeres entrevistadas, a que los varones se enfermaran, se
suicidaran o abandonaran a sus familias mediando en ello, también,
importantes procesos de violencia.
Para las mujeres, si bien traumática, esta situación no con-
llevaba las mismas opciones. En primer lugar, el condicionamiento
generado por el significado del ejercicio de la maternidad les impidió

115
RUTAS ARGENTINAS HASTA EL FIN

mayoritariamente abandonar a sus hijos e hijas. Pero, además, cuando


se puso en jaque la supervivencia y el cuidado de los hijos e hijas –y
con ellos, de la comunidad– las mujeres tuvieron que salir a resolver el
abastecimiento de la vida familiar. Así y en tanto el género ha naturali-
zado el rol de garantes de la reproducción de la comunidad como inte-
rés central de la existencia femenina, las demandas sociales y políticas
engarzadas con el cumplimiento efectivo de ese rol en este contexto de
desarticulación social, se volvieron confrontaciones donde la presen-
cia femenina adquirió un protagonismo disruptivo y conmovedor del
orden social vigente. Esas confrontaciones no se pusieron en escena
en cualquier lugar. Fue justamente en las rutas, un espacio prohibitivo
ante todo para la estancia femenina por su negativo significado social,
donde ellas hicieron su irrupción. Desmoronaron, en ello, una domes-
ticidad que poco tenía para ofrecerles acudiendo a la politización de
una maternidad que, a la hora de enfrentar al Estado, había resultado
efectiva en otras trayectorias.
Pero, a su vez, para tomar esa decisión, ellas contaban con una
importante autonomía frente a la voluntad masculina en el espacio
doméstico. En algunos casos, esa “autonomía” devenía de la inexis-
tencia de la presencia concreta de un varón dentro de ese hogar, pues,
como se señaló, muchas de esas mujeres criaban solas a sus hijos. En
otros, era un resultado que se había ido generando y acentuando a
partir de las características y la dinámica particular del proceso pro-
ductivo petrolero. En efecto, este último hacía que el ypefeano debiera
permanecer fuera de su casa de 15 a 20 días trabajando en los campos
de perforación y extracción, para retornar a su hogar por un escaso
período de tiempo. Esto forjó un tipo de vínculo marcado más bien por
la ausencia en su ámbito doméstico y las personas que lo constituían.
Ello fue parte de la experiencia de Estela, una mujer que llegó a General
Mosconi siendo una niña, a comienzos de la década de 1960, cuando su
familia decidió dejar la Capital Federal e instalarse en la localidad sal-
teña. Su padre había conseguido un puesto de obrero en ypf integrando
los equipos de perforación de Campo Durán. Era escaso, entonces, el
tiempo que compartía con ella, su hermano pequeño y su madre, ya
que sus tareas laborales lo obligaban a permanecer varios días fuera
de su casa. Cuando Estela rememoraba su niñez y su adolescencia,
relataba que era su madre quien ocupaba el centro de la escena, admi-
nistraba la economía hogareña, suministraba cuidados y atenciones,
y supervisaba todo aquello que tuviera que ver con las actividades y la
educación de Estela y de su hermano. Incluso, contaba que su madre
vivía la presencia del esposo durante los dos o tres días de descanso
que le correspondían como una interferencia incomoda en el devenir
cotidiano. Estela recordaba:

116
Andrea Andújar

Mi papá se iba 15 días y volvía 3, se iba más días y así. Y a veces


ya es molesto. Como él tenía el ruido del pozo en los tímpanos,
cuando volvía quería silencio y dormía y dormía, y no quería
que nadie de la familia esté ahí y nos cambiaba el ritmo de vida.
Y los primeros días cuando llegaba era insoportable. Mi mamá
terminaba quejándose y nosotros no veíamos la hora de que se
vaya (Entrevista de la autora a Estela, General Mosconi, 14 de
junio de 2004).

En similares términos reflexionaba María Victoria, una tucumana


radicada en General Mosconi y casada tempranamente con un obrero
petrolero, al recordar que cuando él estaba “te altera el sistema por-
que vos te ponés los horarios, sabés que estás sola, organizás tu vida,
y cuando ellos llegan se interponen con los tiempos. Yo sentía que me
ataba”120.
En Plaza Huincul, la geografía y ciertamente las personas no eran
las mismas. Pero en algunas instancias, las experiencias de las esposas
de los ypefeanos poseían una estrecha similitud con las narradas por
Estela y María Victoria. Bety León contaba que su marido “sabía estar
veinte o veintidós días afuera [en los campos de exploración], y a lo
mejor traía cuatro días de descanso”121. El se lamentaba porque “no
disfrutó a sus hijos cuando eran chiquitos [...] y porque cuando el papá
venía, el primer día lo miraban como un extraño”. Y esa situación le
exigió a ella hacer “el rol de mamá y papá, mantenía mi casa”, situación
que para ella era general:
Éramos todas las mujeres, la mayoría, de la comunidad, de hacer
ese rol […] Yo pagaba mis cuentas, si tenía que comprar algo
compraba, yo tenía que ir a la proveeduría, el negocio de todos
los ypefeanos, que teníamos una libreta, abonos (Entrevista de la
autora a Bety León, Plaza Huincul, 8 de mayo de 2004).

La forma y el ritmo de trabajo impuesto a los ypefeanos generaban esta


relación particular con sus propias familias y ello incidía también en la
manera en que las mujeres desempeñaban su tarea de “cuidadoras” del
hogar. En primer lugar, las convertían en administradoras únicas de los
recursos económicos con los que contaba la familia. Además, facilitaba
una mayor independencia en las decisiones referidas a todas aquellas
cuestiones que afectaran la vida doméstica y el cuidado de sus hijos/as.
De tal manera, estas prolongadas ausencias masculinas permitían a las
mujeres una creciente autonomía del control y la voluntad masculina

120 Entrevista de la autora a María Victoria, General Mosconi, 14 de junio de 2004.


121 Entrevista de la autora a Bety León, Plaza Huincul, 8 de mayo de 2004.

117
RUTAS ARGENTINAS HASTA EL FIN

al otorgarles un importante grado de decisión en el manejo de sus pro-


pias vidas y las de sus hijos e hijas, un mayor margen de maniobra para
determinar el uso de sus tiempos, del dinero y de la forma de relacio-
narse con el “afuera” de las paredes de su hogar.
En suma, fueron estas particulares relaciones ancladas en expe-
riencias de clase y de género diferenciadas, y estas singulares mixturas
o entrecruzamientos que en ese mundo ypefeano se produjeron entre
la vida familiar y la de la comunidad, las que vigorizaron la presencia
de esas mujeres bloqueando las rutas, y las que, además, dejaron una
pátina en su memoria colectiva resistente al transcurrir del tiempo y
a los relatos y rememoraciones que las ausentan de aquello que ellas
modelaron con mano propia.

Entre el “antes” y el “ahora”


Durante muchos años la vida de Marina estuvo organizada en torno a
la existencia de ypf. La traza de esa presencia abrigó tal intensidad que,
para ella, tener un trabajo nacional había cobrado un único significado:
desempeñarse en la petrolera estatal. Mas el acto casi sinonímico que
contenía el relato de su historia personal, excedía el estricto ámbito
laboral para extenderse a un recuerdo venturoso de una vida sin sobre-
saltos, sin apremios, durante un “antes” gestado al calor del mundo
ypefeano, un antes que también rebasaba esa historia individual fun-
diéndose en la de su comunidad.
Tanto en las localidades salteñas como en las neuquinas, ese
“antes” halló el ocaso en un “ahora” signado por la desaparición de
ese mundo al ritmo de las reformas estructurales, una desaparición
que entrañó resistencias, derrotas, dolores, olvidos y algunos silencios.
Pero, también, idealizaciones donde el presente tan funesto que la polí-
tica neoliberal abrió, eclipsó tensiones, conflictos y variadas desigual-
dades sociales que cobraron una densidad específica bajo la égida de la
petrolera estatal en ambas geografías regionales.
Sin embargo, ese mundo ypefeano no fue una sociedad homo-
génea sino que estuvo atravesado por diversas tensiones y desigual-
dades. Abordarlas y también poner en escena los disímiles recorridos
y experiencias de ciertas mujeres que forjaron sus vidas y sus vínculos
sociales y familiares en su devenir, ha permitido develar cómo ellas se
involucraron en las confrontaciones que se sucedieron en Cutral Co y
Plaza Huincul y en General Mosconi y Tartagal en la segunda mitad de
la década de 1990. Parte de esas experiencias divergentes estuvieron
vinculadas con el dispar alcance de los beneficios de la presencia de
ypf. Como se dijo, no entrañó lo mismo ser una ypefeana que la esposa
de un ypefeano, ser parte de una familia de empleados jerárquicos que
ser parte de una familia de obreros de boca de pozo, ser una trabajadora

118
Andrea Andújar

doméstica o la dueña de la peluquería. Mas para todas esas mujeres, la


existencia de la petrolera estatal facilitó las tareas resultantes de la divi-
sión sexual del trabajo social a la par que proveyó algunas autonomías
relativas a la voluntad y al poder masculino dentro del hogar. Estas
aristas, difícilmente hallables en fuentes no orales, poseen trascen-
dencia analítica pues dan cuenta de los significados que la petrolera
estatal tenía en la vida de esas comunidades. Dicha trascendencia se
acrecienta y requiere de una apuesta interpretativa más compleja para
desentrañar cómo los cuerpos y las voces de esas mujeres aparecieron
en las rutas dinamizando las puebladas que surcaron a esas comunida-
des en los años 1996 y 1997, dispuestas a revertir el presente de miseria
que “ese viejo Menem” había delineado. En esas confrontaciones, su
presencia fue masiva. Aventurarse en la comprensión de cómo ellas
levantaron barricadas, qué hicieron en los piquetes, qué sentidos asig-
naron a sus propias prácticas beligerantes y de qué manera volvieron a
sus casas, ocupa la atención de los próximos capítulos.

119
RUTAS ARGENTINAS HASTA EL FIN

Provincia de Neuquén; mapa elaborado para esta investigación

120
Capítulo 3
De la casa al piquete: las mujeres
en el corte de rutas de Cutral Co y
Plaza Huincul, junio de 1996

En la mañana del 25 de junio de 1996, Magdalena, la mujer de origen


indígena ya aludida y quien para ese momento rondaba los 65 años,
estaba parada sobre la Ruta Nacional 22, envuelta en “una bandera
argentina tiznada de negro”. El humo de las gomas y los troncos que
ardían en los piquetes poco a poco había ido ocultando los colores
celeste y blanco del lienzo. Pero tal vez, pensaba, no tanto como para
hacerlos indistinguibles si alguno de los gendarmes que llegarían de
un momento a otro posaba su mirada en ella. Y si lograban verla de esa
manera, recubierta por el símbolo inconfundible de la Nación, quizá
desistieran de llevar a cabo la misión que el ministro del Interior de esa
misma Nación les había encomendado: despejar las barricadas que las
y los pobladores de Cutral Co y Plaza Huincul habían montado desde
hacía ya cinco días sobre las rutas.
Magdalena se había instalado allí desde el primer momento,
durante la tarde del 20 de junio. No había llegado sola sino acompañada
por dos de sus amigas, Sara y Arcelia, quienes la habían pasado a bus-
car luego de la hora del almuerzo para acudir a las inmediaciones de la
torre de ypf. En ese lugar, ubicado en el acceso a la refinería de Plaza
Huincul, se estaban concentrando centenares de personas exigiendo
que el gobernador Felipe Sapag fuera a explicarles porqué, según Mag-
dalena, “si nosotros tenemos el gas y el petróleo, nos estamos muriendo
de hambre”122.
Las cosas habían cambiado mucho desde esa inicial jornada.
Lo que había comenzado como un conjunto de improvisadas vallas
dispuestas para bloquear las rutas que atravesaban ambas ciudades,
había alcanzado una magnitud que la tornaba difícilmente controla-
ble para el gobierno local. Más aún, las proporciones ganadas por la
protesta, cuyos orígenes pretendieron asignarse a una disputa interna

122 Entrevista de la autora a Magdalena, Cutral Co, 7 de mayo de 2004.

121
RUTAS ARGENTINAS HASTA EL FIN

entre dos facciones del Movimiento Popular Neuquino (mpn) –partido


político neoperonista que desde 1963 retenía casi ininterrumpidamen-
te en sus manos el poder político de la provincia–, la habían colocado
en el centro de la escena política nacional. Pero aún así, el gobernador
Sapag seguía sin concurrir a la zona. En su lugar, el ministro del Interior
Carlos Corach había decidido enviar un cuerpo de gendarmería com-
puesto por más de 300 integrantes para actuar bajo las órdenes de la
jueza subrogante Margarita Gudiño de Argüelles. Por tanto, esa maña-
na del 25 de junio, Magdalena, enfundada en su bandera, estaba entre
los miles de habitantes que reunidos en las asambleas discutían qué
debían hacer. La decisión fue unánime. No abandonarían los piquetes.
Seguramente, la jornada que se avecinaba no se asemejaría en
nada a las anteriores en las que Magdalena y su hermana “[iban] a
cocinar, a hacer el pan, las tortas fritas, el café…, todo lo que diera para
comer”123 y colaborar así con la alimentación de la gente que perma-
necía día y noche en la ruta. Pero si en algún lado podía encontrar el
temple necesario para hacer frente a la llegada de las fuerzas represivas
era justamente allí, acompañada por Sara y Arcelia, por Estela, Bety,
Laura, Cecilia y tantas otras mujeres y varones a los que conocía y a
otros que no, pero con quienes había ido estrechando lazos a lo largo
de esos cinco ventosos y fríos días de junio.
Desentrañar los significados de esos vínculos y las diversas prác-
ticas sociales sobre las que se configuraron, forma parte del objetivo
de este capítulo enfocado en analizar las acciones que las mujeres lle-
varon a cabo durante el conflicto ocurrido en las comarcas petroleras
neuquinas entre el 20 y el 26 de junio de 1996. Tal análisis se funda,
asimismo, en el propósito de otorgar inteligibilidad a los términos en
que esas mujeres definieron sus propias acciones y a los sentidos que
atribuyeron a sus prácticas.
Esta experiencia de confrontación ha sido pensada de distintas
maneras, acorde con las perspectivas teóricas y los aspectos puestos
de relieve para su interpretación. Algunos estudios han privilegiado
el carácter policlasista de los y las manifestantes y la falta de institu-
cionalización en su organización apuntando que, a pesar de que sus
protagonistas objetaron las consecuencias del ajuste neoliberal, sus
acciones no eran interpretables en clave política pues tal objeción no
conformó una ofensiva contra el sistema vigente sino la búsqueda de su
inclusión en él (Favaro et al., 1997). Otros han señalado, en cambio, que
aun cuando estas luchas portaban un carácter defensivo y contaban
con una importante dosis de espontaneidad, debían ser inscriptas en
la arena de la disputa política no sólo porque habían dado nacimiento

123 Entrevista de la autora a Magdalena, Cutral Co, 7 de mayo de 2004.

122
Andrea Andújar

a un nuevo sujeto que no desestimaba sus demandas en ese terreno


–el movimiento piquetero– sino porque habían logrado obstaculizar
la gobernabilidad necesaria para la acumulación de capital (Klachko,
1999; 2002). También se las concibió como un caso paradigmático de
beligerancia popular en cuanto que contenían innovaciones importan-
tes en las formas y en los sentidos de la acción colectiva (Auyero, 2002a).
Al profundizar posteriormente su indagación a través de la biografía de
una de sus protagonistas, Laura Padilla, el autor de este análisis señaló
que además de impugnar el ajuste estructural en su faz económica,
estas protestas, motivadas asimismo por la búsqueda de respeto, reco-
nocimiento y dignidad, estuvieron atravesadas por un cuestionamien-
to político basado en la repulsa del sistema de representación política
local y de la corrupción de su dirigencia (Auyero, 2004). Finalmente,
fueron entendidas como una experiencia unificadora de diversos sec-
tores sociales que ante el proceso de desarraigo social gestado por la
privatización de ypf y por el retiro del Estado, inscribieron sus reclamos
con un contenido de reparación histórica (Svampa y Pereyra, 2003).
Este libro comparte las preocupaciones de estos trabajos relativas
a develar la trama, las motivaciones y los alcances de este conflicto, aún
cuando no se ocupen de la participación de las mujeres o la enmarquen
bajo definiciones de género acotadas a la presencia de reivindicaciones
feministas en esas luchas124. Pero debate el uso de ciertas nociones en
las que asentaron las reconstrucciones de las protestas de Cutral Co
y Plaza Huincul en 1996. Especialmente, problematiza aquellas que
remiten al sentido de la política y de la espontaneidad.
En los relatos de las mujeres entrevistadas para esta investiga-
ción, no faltaron alusiones al carácter espontáneo y a la ausencia de
motivación política en sus acciones. Sus palabras, por lo tanto, pueden
ser tomadas como una evidencia que confirmaría las conclusiones de
algunos de los enfoques citados. Pero, también, es posible someterlas
a un análisis que entrecruce esos enunciados con los juicios de valor y
axiomas que contenían en el imaginario social en esos momentos. Así,
puede interrogárselos a fin de explorar si esa retórica sobre la espon-
taneidad y la supuesta ausencia de política no formaba parte además
de una contienda simbólica que tales sujetos libraban contra quienes
los habían condenado a la miseria (Thompson, 1995c). En esa direc-
ción, es posible examinar esos términos a la luz de cómo las personas
que los utilizaron construyeron un “nosotros”, aunando heterogéneas
pertenencias de clase e intereses frente a un “adversario” que, por
cierto, producía enunciaciones que legitimaban y/o deslegitimaban
el marco de las confrontaciones, sus acciones y, dentro de ellas, lo que

124 Ver Auyero (2004).

123
RUTAS ARGENTINAS HASTA EL FIN

estaba dispuesto a tolerar. La tarea concomitante de este capítulo es,


consecuentemente, comprender los sentidos asignados a esas palabras
inscribiéndolas en las experiencias de los sujetos que las emitieron y
dejando a un lado un significado unívoco para volverlas tan variantes y
polisémicas como esas experiencias lo permitan.
Por último, en sus páginas se procura vislumbrar el impacto que
dejó en las mujeres su protagonismo en esas jornadas de lucha. Ello
conduce no sólo a detenerse en cómo estas llegaron a su fin, en sus
logros y límites respecto de la satisfacción de las demandas colectivas
expresadas ante los poderes institucionales, sino también a indagar
qué mudanzas provocó en la vida de esas mujeres, en la percepción
sobre sí mismas y sobre el rol que ocupaban dentro de la comunidad su
participación en tal escenario de conflictividad.

“De la ruta no nos vamos”: mujeres, piquetes y política


Lo que rebasó el vaso fue cuando nos enteramos
que la planta de fertineu, que era la esperanza
nuestra, no se hacía acá.

Bety León, Plaza Huincul

El 20 de junio de 1996, una noticia publicada por diversos medios de


comunicación sacudió a las comunidades de Cutral Co y Plaza Huin-
cul. Debajo de un titular en el que se afirmaba que “Sapag rompió las
negociaciones con Agrium”, uno de los principales periódicos informa-
ba que el gobernador había enviado el día anterior una carta documen-
to a la empresa canadiense Agrium-Cominco expresando que daba por
terminadas las tratativas para abrir una planta de fertilizantes deriva-
dos del petróleo en aquellas localidades (Río Negro, 20/6/96).
No era la primera vez que un proyecto de esta naturaleza se
frustraba. Los intentos de diversificar la estructura productiva de la
zona databan, al menos, de mediados de la década de 1960, cuando
técnicos de ypf y del Consejo de Planificación y Acción para el Desa-
rrollo (copade)125 propusieron al gobierno provincial y al nacional
aprovechar el gas venteado por los pozos del yacimiento Plaza Huincul
y orientar su producción a la industria petroquímica. El derrocamien-
to del presidente Arturo Illia (1963-1966) se llevó consigo también el
proyecto, aunque iniciativas similares fueron reflotadas durante el

125 Este organismo se creó en 1964 para asesorar al Poder Ejecutivo provincial sobre la
realización de obras públicas y de desarrollo económico-social. El proyecto referido
había surgido en 1966.

124
Andrea Andújar

tercer gobierno peronista (1973-1976) y en los inicios de la presidencia


de Raúl Alfonsín (1983-1989). Justamente, este último había reavivado
las esperanzas de su concreción cuando en septiembre de 1984, duran-
te una visita motivada por los festejos del octogésimo aniversario de
la ciudad de Neuquén, intercaló en su discurso: “¡Ahora, fertineu!”,
reproduciendo las palabras de un cartel que portaban quienes habían
concurrido desde Cutral Co y Plaza Huincul (Sapag, 1994). Se supuso
entonces que el pen estaba comprometiendo su asistencia a la edifi-
cación de fertineu, o Fertilizantes Neuquén, fábrica de fertilizantes
nitrogenados que, desde 1983, venía siendo ideada por el gobierno pro-
vincial e ypf. Pero la asunción de Juan Vital Sourrouille en el Ministerio
de Economía en febrero de 1985 determinó el retiro del apoyo del Esta-
do nacional, alentándose en su lugar la realización de un concurso en
procura de inversores privados. El escaso entusiasmo de estos últimos
ante la propuesta coadyuvó a que el proyecto quedara sepultado hasta
inicios de la década siguiente, cuando el gobernador neuquino Jorge
Sobisch (1991-1995) decidió iniciar gestiones con la firma canadiense.
Las transacciones con esta empresa comenzaron en 1992 cuan-
do, interesada en satisfacer la creciente demanda de fertilizantes
dentro de los confines del Mercado Común del Sur (mercosur), dio a
conocer su propósito de radicarse en la provincia patagónica. El fervor
del gobierno local por tornar ese objetivo en una realidad se concretó
con la firma de diversos acuerdos que, a su vez, fueron avalados por las
Leyes 2007, 2069 y 2134 sancionadas por la legislatura provincial entre
los años 1993 y 1995. Entre otras cuestiones, los articulados de esas
normativas estipulaban que Agrium-Cominco invertiría aproximada-
mente 350 millones de dólares para la construcción de la planta y que la
misma se radicaría en Cutral Co-Plaza Huincul. Como contrapartida,
el gobierno provincial se comprometía a entregarle el yacimiento gasí-
fero El Mangrullo126 por 24 años –incluyendo todas las reservas proba-
das y posibles–, a asociarse en la iniciativa empresaria con la inversión
de 100 millones de dólares, a garantizar el 100% del proyecto y a ceder
los terrenos para la construcción de la planta en el Parque Industrial
de Cutral Co, responsabilizándose también de la provisión de agua y
energía eléctrica127.

126 El Mangrullo era uno de los yacimientos no explotados transferidos por el gobierno
nacional al provincial cuando se puso en marcha la privatización de ypf. Sus com-
probadas reservas de gas eran importantes: casi 6 mil millones de m 3 con un valor
de aproximadamente 120 millones de dólares.
127 Más aún, el gobernador Sobisch se comprometió, a su vez, a que en caso de rescisión
del contrato con Agrium-Cominco, Neuquén debería reembolsar a esta empresa
todo lo invertido para poder recobrar el yacimiento gasífero (Costallat, 1997).

125
RUTAS ARGENTINAS HASTA EL FIN

Empero, hacia fines de 1995, estos acuerdos no se habían materia-


lizado siquiera en la colocación de los cimientos para la futura planta.
Tampoco durante los primeros meses de 1996. Lo que sí cobraba una
entidad cada vez mayor eran los rumores de que la empresa podría
establecerse en otras zonas. Y no eran los únicos. De hecho, la ruptura
definitiva de las negociaciones entre el gobierno provincial y la empresa,
publicitada por los medios de comunicación el 20 de junio de 1996, estu-
vo precedida por varias presunciones a las que se agregaron acusaciones
cruzadas entre las líneas “blanca” y “amarilla” que habían surgido den-
tro del partido gobernante, el mpn, a fines de la década de 1980. Quienes
integraban la primera, conducida por Jorge Sobisch, culpaban a la ges-
tión de Felipe Sapag, líder histórico del mpn que había vuelto a ocupar el
sillón del Poder Ejecutivo provincial en diciembre de 1995 y cuyos segui-
dores constituían la línea “amarilla”, de “trabar” las negociaciones e
incurrir en “la falta de cumplimiento de los compromisos asumidos por
la provincia”, alegando a su vez que ello provocaba que “los inversores
pierdan confianza”. La nota periodística en la que aparecían estas impu-
taciones, escrita por Alfredo Estévez, secretario de Energía de Neuquén
bajo el gobierno de Sobisch, expresaba también que Agrium-Cominco
había cambiado de parecer y estaba decidiendo instalar la planta en
Bahía Blanca. Y terminaba advirtiendo que “las comunidades de Cutral
Co y Plaza Huincul en particular [...] sabrán evaluar quiénes son los res-
ponsables de esta nueva frustración” (Río Negro, 3/6/96).
Entre tanto, los funcionarios del gobernador Sapag repetían
una y otra vez que su antecesor, Jorge Sobisch, había dejado la provin-
cia “quebrada”, motivo por el cual se había enviado una propuesta a
Agrium que contemplaba “la cesión total del yacimiento El Mangrullo,
a cambio de evitar una inversión estatal en la planta”128. Según el gober-
nador, la empresa nunca había contestado la propuesta; pero, además,
sostuvo que “el contrato que los canadienses intentaban convalidar,
mereció gravísimas impugnaciones y objeciones legales en distintos
procedimientos judiciales” (Río Negro, 20/6/96). Una de esas gravísi-
mas impugnaciones refería a los “100 millones de dólares que debía
aportar la provincia en condiciones muy inferiores a lo que cuesta el
dinero en plaza”, cuestión que condujo al “lamentable final a que se ha
arribado por vuestra conducta” (ibíd.). El “lamentable final” no era otro
que la ruptura de las negociaciones.
Cuando las comunidades de Cutral Co y Plaza Huincul se ente-
raron de la “sorpresiva decisión de Sapag”, según la calificaba uno de

128 Ver Río Negro, 12/6/96. Por otro lado, para indagar en algunas de las aristas de las
idas y vueltas de las tratativas entre el gobierno provincial y la empresa Agrium-
Cominco, ver Costallat (1997).

126
Andrea Andújar

los diarios locales (ibíd.), el recuerdo fundió la experiencia de fertineu


con Agrium-Cominco, provocando que la frustración aflorara con fuer-
za. Y también, la protesta colectiva. Según el relato de Estela, enfermera
del hospital de Plaza Huincul y activista de la filial local de ate:
Un sector decía “se nos va el fertineu”, más desocupación,
¿viste?, porque veníamos del desmantelamiento del Estado.
Entonces la gente salió a defender eso. Había actores políticos
y de los medios que alentaban que había que ir a peticionar de
alguna manera. Salió lo que ocurrió, que no era solamente dos o
tres, sino que era el pueblo (Entrevista de la autora a Estela, Plaza
Huincul, 20 de diciembre de 2003).

Para ella, al igual que para Bety León, el anuncio gubernamental


había sido la gota que “rebasó el vaso”, un vaso que había empezado
a colmarse desde el “desmantelamiento del Estado”, es decir, desde la
privatización de ypf.
Como ya se precisó, el desmembramiento de la compañía estatal
tuvo consecuencias devastadoras para la zona. Más de 4 mil personas
quedaron sin trabajo y sin alternativas de reinsertarse en el mercado
laboral. La inversión de las indemnizaciones en microemprendi-
mientos, en pequeños comercios, en la compra de taxis o remises, fue
absolutamente infructuosa. Nada logró evitar que desde 1991 la tasa
de desempleo ascendiera exponencialmente hasta afectar al 35,7% de
la población económicamente activa en ambas ciudades129 y que, entre
los años 1991 y 1997, la mitad de los 55 mil habitantes de Cutral Co y
Plaza Huincul pasara a vivir por debajo de la línea oficial de pobreza
(Favaro et al., 1997). Según algunos cálculos, la oferta de puestos de
trabajo durante la etapa de construcción de la planta de fertilizantes
no iba a superar los 2 mil empleos, descendiendo a 150 una vez que se
pusiera en funcionamiento (Favaro et al., 1997). Eran las esperanzas
cifradas en quedar dentro de esos 150 operarios permanentes, de volver
a tener un trabajo estable, aquello que se escapaba con ese “se nos va
fertineu” que Estela subrayaba. Y era la contrastación de la pérdida de
un pasado productivo que difícilmente volviera lo que había provocado
la decisión de salir a cortar las rutas. Esa resolución, además, no había
sido asumida por “dos o tres” sino por el “pueblo”, aseveración con la
que Estela buscaba poner en entredichos las afirmaciones en torno a

129 indec, eph, octubre de 1996. Para 1991, sobre una población económicamente activa
de 16.305 personas, el 9,37% se encontraba desocupada (Censo Nacional de Pobla-
ción, indec). Para diciembre del año siguiente, con la privatización de ypf en plena
marcha, la desocupación había alcanzado al 17,6% de una población económica-
mente activa sensiblemente menor, 13.352 personas (indec, eph, diciembre de 1992).

127
RUTAS ARGENTINAS HASTA EL FIN

que el origen del conflicto había sido azuzado por “los actores políticos
y […] los medios que alentaban”. Los “actores políticos” a los que ella
refería no eran otros que los integrantes de la línea “blanca” del mpn.
Las acusaciones mutuas entre las dos facciones de este partido
provincial habían comenzado casi contemporáneamente con la pro-
testa. Los “blancos” –representados por Adolfo Grittini, ex intendente
de Cutral Co (1991-1995) y ex candidato a vicegobernador de Jorge
Sobisch en las elecciones internas del mpn de junio de 1995– sostenían
que el estallido del conflicto era el resultado de “la miopía política de
los gobernantes actuales” y que la interrupción unilateral de las nego-
ciaciones con la empresa canadiense demostraba que “no hay capa-
cidad de negociación para llevar adelante el desarrollo y crecimiento
de esta provincia” (Río Negro, 21/6/96). Entre tanto, los “amarillos”,
a través los intendentes de Cutral Co y Plaza Huincul, Daniel Marti-
nasso y Alberto César Pérez respectivamente, si bien reconocían que
la pueblada carecía de “cabezas visibles”, afirmaban que había sido
organizada por los “blancos” por medio de “su” emisora radial local
–FM La Victoria–, desde cuyos micrófonos se había incentivado a la
población a manifestarse con el objetivo de desestabilizar al actual
gobierno (Río Negro, 22/6/96).
La versión en torno de la manipulación del conflicto, que per-
sistió incluso varios días, generaba reacciones adversas entre las ex
trabajadoras de ypf o esposas de ex ypefeanos, maestras, empleadas
domésticas, propietarias de pequeños comercios, desocupadas o jubi-
ladas que –como Estela, Magdalena, Sara, Arcelia y Bety– acudieron en
la tarde del 20 de junio a las rutas. Era más que conocido que las dos
facciones del mpn no escatimaban recursos a la hora de medir fuerzas
en la disputa por el dominio del partido y del aparato estatal130. Justa-
mente, los debates que precedieron a la sanción de una ley que podía
afectar distintivamente a los y las desocupadas y la forma en que su
letra se puso en funcionamiento, dejaba pocas dudas respecto de los
ribetes a los que podía arribar la pelea entre “blancos” y “amarillos”.
Vale la pena detenerse en ello para apreciar mejor las dimensiones de
estas disputas.
Durante los meses de julio y agosto del año anterior, la legisla-
tura provincial se había abocado al tratamiento de un proyecto de ley
para crear un fondo local de asistencia a las y los desocupados similar
a los que ya se venían ejecutando con fondos del gobierno nacional.

130 El estrecho vínculo entre el control del mpn y el control del aparato estatal desde
la fundación del primero ha sido abordado, entre otros, en los diversos trabajos de
Favaro y Arias Buccarelli citados en la sección bibliográfica, Costallat (1997), Díaz et
al. (2006) y Bonifacio (2009).

128
Andrea Andújar

La iniciativa había surgido del legislador menemista Aldo Duzdevich


en respuesta al alarmante índice de desocupación que afectaba a la
provincia (16,7% para abril de 1995), a las presiones ejercidas por las
centrales sindicales (cgt, cta y Movimiento de Trabajadores Argenti-
nos-mta) y, también, por las Comisiones y Coordinadoras de Desocu-
pados que entre fines de 1994 y comienzos de 1995 habían comenzado
a constituirse en distintas ciudades131. El eje de la discusión parlamen-
taria era cómo se financiaría ese fondo que proponía asignar 300 pesos
a cada persona desocupada mientras durara la gestión del gobernador
Sobisch. Para el diputado menemista, el dinero debía provenir de las
regalías que Nación había pagado a la provincia con la privatización
de ypf. La oficialista línea “blanca” proponía obtenerlo del descuento
de un porcentaje del salario de los empleados estatales aduciendo que
el Estado provincial carecía de otros recursos para hacer frente a las
proyectadas asignaciones por desempleo. Los “amarillos” se opusieron
tajantemente a esto último, haciéndose eco del profundo malestar que
la idea de los “blancos” había generado entre los gremios estatales y exi-
giéndoles, a su vez, que rindieran cuentas de los gastos efectuados para
la campaña interna y para las obras encaradas con los fondos adeuda-
dos de la Nación. El 8 de agosto de 1995, finalmente, fue sancionada
la Ley 2128, que creaba el Fondo Complementario Ocupacional. En
su texto se determinaba que el monto asignado a cada desocupado/a
sería de 200 pesos –durante un período que se establecería en la
reglamentación– y que los fondos provendrían de reestructuraciones
presupuestarias, aportes voluntarios del 5% en las remuneraciones de
los funcionarios del Poder Ejecutivo y Legislativo provinciales, y con-
tribuciones estatales o privadas (Bonifacio, 2009). Como la ley se san-
cionó durante la campaña electoral y, en apariencias, Sobisch intuía el
triunfo de Sapag, los “blancos” habrían aceptado el texto para dejarle
al posterior gobernador un gasto corriente que le provocaría serios
problemas en el futuro inmediato. Por su parte, y también con motivo
de la campaña, los “amarillos” no podían oponerse a él. Pocos meses
más tarde, las expectativas de los blancos se cumplieron: el gobernador
Sapag se agenció diversos conflictos con las centrales sindicales pues,
para financiar el fondo de desocupación, redujo entre un 20% y un 40%
el salario de los empleados públicos.
Las y los pobladores de Plaza Huincul y Cutral Co habían asisti-
do a estas y otras “batallas” entre las facciones del mpn por medio de
los diarios y de su propia experiencia. Por lo tanto, no descartaban la
posibilidad de que sus comunidades pudieran convertirse en uno de

131 Sobre estas Comisiones, entre las que hubo participantes de Cutral Co, ver Oviedo
(2004).

129
RUTAS ARGENTINAS HASTA EL FIN

los bastiones dilectos para ellas. Pero había una distancia importante
entre suponer ese horizonte y sentirse objeto de manipulación en la
protesta que ellas/os estaban dinamizando. Stella Maris, que trabaja
como empleada doméstica y vive en Cutral Co, cuando supo lo que
estaba ocurriendo en la ruta, decidió:
Fui a ver. Yo me daba cuenta que la situación ya no daba para
más. Estaba desesperada la gente por estar implorando un reme-
dio o pidiendo fiado y que nadie te fíe nada. Entonces fui a ver
qué pasó. […] Me subí con mi hijo a una camioneta y nos fui-
mos a la [Ruta Provincial] 17. Nos quedamos en un piquete ahí.
Éramos poquitos […] pero teníamos que seguir adelante para
conseguir por lo menos que Sapag viniera y viera lo que estaba
sucediendo (Entrevista de la autora a Stella Maris, Cutral Co, 20
de diciembre de 2003).

Para ella, el conflicto no se había originado en luchas facciosas sino en


razones que se resumían en la “desesperación”, el “estar implorando y
pidiendo” y no lograr nada. Fue a la ruta para observar por sí misma
lo que sucedía. Y cuando llegó, tomó la decisión de quedarse con su
pequeño hijo a pesar de la escasa cantidad de gente que había en el
piquete donde se estableció, a la espera de que viniera Sapag, “por lo
menos”. Ese “por lo menos” dejaba entrever que ella no se contentaba
con la presencia del gobernador sino que exigía al poder institucional
mucho más: terminar con la situación de desesperación de su comu-
nidad. Era ese anhelo lo que la había llevado hasta allí. Y no era ella la
única que esgrimía motivos de esta naturaleza.
Para junio de 1996, Cecilia, que se había mudado a Cutral Co
a comienzos de la década de 1970 cuando su mamá se separó de
su padre, tenía en su haber un divorcio, un segundo matrimonio y
6 hijas/os pequeñas/os. Las noticias sobre el corte de rutas las había
traído su hermano la tarde del 20 de junio, cuando pasó por su casa a
ver a sus sobrinos y “tomar mate”. Al enterarse, decidió ir con él y uno
de sus hijos más pequeños a la torre de ypf. La razón había sido que,
aun cuando ella no tenía problemas económicos en esos momentos
porque su marido trabajaba como camionero y ella atendía un pequeño
local comercial que habían abierto entre ambos en Cutral Co, “la gente
necesita que la apoyemos, está sin trabajo”132. Cecilia relataba:
[No importaba] el frío que te calaba los huesos. ¡¡¡Si nos hubieses
visto!!! Hacíamos fueguito, teníamos el pelo todo parado. Y yo
iba todas las noches. ¡¡Mirá que íbamos a hacer eso porque nos

132 Entrevista de la autora a Cecilia, Cutral Co, 17 de diciembre de 2003.

130
Andrea Andújar

decían los del mpn!! […] Estábamos ahí para que viniera [Sapag]
y diera la cara y que dijera él que iba a dar una solución […] por-
que el mpn fue uno de los que dijo que querían que se vendiera
ypf, siendo que era el pilar mayor que sostenía Cutral Co y Plaza
Huincul… porque esto era una comarca petrolera. Los del mpn
fueron los responsables (Entrevista de la autora a Cecilia, Cutral
Co, 17 de diciembre de 2003).

Ella salió a la ruta enterada de lo que ocurría no por FM La Victoria sino


por su hermano, y convocada por su sentimiento de solidaridad. Fue ese
sentimiento el que se había impuesto a la rudeza del clima de las comar-
cas petroleras en esa época del año. Más aún, soportar los rigores del frío
y los vientos que azotan ese territorio durante ese período, eran pruebas
suficientes para ella de que al menos, en su caso, ir y permanecer en
la ruta había sido una elección autónoma. Ciertamente, el mpn había
tenido que ver con ello. Pero ¿en qué términos? Si el conflicto había sido
provocado, la raíz de tal provocación, para Cecilia, debía buscársela
mucho antes, cuando ese partido había apoyado la privatización de ypf.
De hecho, el gobernador Jorge Sobisch había demostrado su respaldo a
tal medida al acompañar con su firma un texto que los gobernantes de
las provincias productoras de petróleo enviaron al Ministerio del Inte-
rior de la Nación. En él, expresaban que habían solicitado a los “diputa-
dos nacionales de nuestros distritos” votar favorablemente la iniciativa
parlamentaria que tenía media sanción del Senado y que ahondaba el
proceso privatizador con la federalización de los hidrocarburos (Río
Negro, 23/9/92). El jefe del Estado provincial neuquino también había
manifestado su beneplácito ante las medidas del gobierno nacional,
declarando públicamente que “ahora tenemos las joyas de la abuela en
casa”, en referencia a los 721 millones de pesos que en acciones de ypf
y bocon recibiría como resultado del pago de las deudas de la Nación
en regalías hidrocarburíferas e hidroeléctricas (Río Negro, 26/9/92). Por
lo tanto, para Cecilia, ninguna línea interna del mpn tenía legitimidad
para interpelarla a fin de que saliera a protestar, puesto que este partido,
independientemente de sus facciones, era el que había conducido a la
ruina de las comunidades de Cutral Co y Plaza Huincul.
Magdalena es muy distinta a Cecilia y no sólo porque le lleva casi
30 años de edad o porque nació en la provincia de Neuquén mientras
que Cecilia era oriunda de Buenos Aires. También porque para Magda-
lena, con su carácter más reservado y su hablar más pausado, la figura
de Felipe Sapag despertaba recuerdos y sentimientos encontrados. Ella
relataba que a mediados de la década de 1940, cuando su familia, pro-
cedente de Picún Leufú, a 70 km de Cutral Co, se instaló en esta última
localidad, el futuro gobernador, que en ese entonces era “el carnice-
ro más importante de Cutral Co”, le había comprado a su padre una

131
RUTAS ARGENTINAS HASTA EL FIN

jardinera “pagándole con carne por tres o cuatro meses”. Más tarde y
ya convertido en “Don Felipe”, la contrató como niñera de uno de sus
hijos, visitó a su padre enfermo y le dio el dinero para arreglar la casa
de adobe en la que habitaba junto con su madre, su papá y su hermana
más pequeña, y que el tendido del asfalto había resquebrajado. Fue a
partir de este trato personal que Magdalena se hizo del mpn, partido
al que, por otra parte, nunca perteneció Cecilia. Empero, sus lealtades
hacia Sapag no le impidieron salir a la ruta el 20 de junio, pues para ella:
Si no nos defendemos nosotros, ¿quién nos defiende? Porque
nadie nos defiende. Porque… ¿por qué pasó esto? Pasó esto por-
que nosotros nunca le dimos bolilla al gobierno provincial en
Cutral Co y Plaza Huincul, porque teníamos a ypf […]. Pensába-
mos que estaba todo bien (Entrevista de la autora a Magdalena,
Cutral Co, 7 de mayo de 2004).

Magdalena enlazaba en su relato distintos argumentos para explicar


su propia agencia. Uno de ellos remitía a la causa por la cual se había
involucrado en el corte de rutas. Según ella, era la defensa de la comu-
nidad lo que la había conducido a actuar, una defensa que sólo podía
hacerse efectiva, además, en la medida en que la asumiera la propia
comunidad. Ese protagonismo colectivo era el elemento crucial que
atravesaba la acción de protesta. Pero, también, comprendía un acto
de aprendizaje, dado que, y hacia allí se encaminaba otro de sus argu-
mentos, esa comunidad no lo había hecho antes, es decir, no había
defendido su propia existencia cuando esta se libraba bajo la égida
de ypf. Para Magdalena, la ausencia de ese amparo propio se eviden-
ciaba en que “nunca le dimos bolilla al gobierno provincial”, pues,
según siguió aclarando, “no hicimos lo necesario para que se abriera
fertineu”. Darle “bolilla” no significaba apoyar u obedecer al gobierno
provincial sino, más bien, presionarlo ya que, como comentó Arcelia al
intervenir en la narrativa de Magdalena, “eso [en referencia al proyecto
de 1983] era una mentira más grande que hace más de 20 años la vienen
diciendo”133. Justamente, el corte de rutas era un acto sustentado en la
presión y en el reclamo que Magdalena estaba poniendo en escena y
que desdeñaba sus propias adhesiones político-partidarias al preten-
der que “Don Felipe” explicara “por qué si tenemos el gas y el petróleo,
nos estamos muriendo de hambre”, retomando sus palabras citadas en
el preludio de este capítulo.
Los relatos de Estela, Stella Maris, Cecilia o Magdalena demues-
tran que los resortes que impulsaron las salidas de estas mujeres a
las rutas no eran sumisos a lógicas extrañas a sus propios intereses y

133 Entrevista de la autora a Arcelia, Cutral Co, 7 de mayo de 2004.

132
Andrea Andújar

lecturas políticas. Ninguna de ellas reconoció que sus motivos para


levantar los piquetes fueran el fruto de los designios de una suerte
de titiritero omnisciente que, entre bambalinas, movía los hilos de la
voluntad colectiva. Por el contrario, en la base de sus actos, operaron
percepciones sobre la realidad circundante, evaluaciones sobre los
factores que habían conducido a esas comunidades a la pobreza y a la
desesperación –y más aún, sobre quiénes habían sido los responsables
de ese destino– e ideas acerca de lo que debían hacer para revertir esa
situación. Nada de eso era ajeno a su propia experiencia individual y
colectiva, ni a sus específicas trayectorias. Ello no implica desconocer
que, en ese complejo escenario, el anuncio del gobernador Sapag fue
provechoso para que el sector adverso del mpn dispusiera sus cartas.
La difusión de esas noticias por parte de FM La Victoria, cuyo
dueño, Mario Fernández, era aparentemente socio del ex intendente
Adolfo Grittini134, la puesta en el aire de los llamados telefónicos de las y
los vecinos que se quejaban por el malogrado resultado de la operación
con la firma canadiense, los alientos a protestar ante la situación que
podían escucharse desde sus micrófonos, según comentaban también
varias personas entrevistadas, fueron algunos de los recursos a los que el
sector “blanco” echó mano para montar su tablero. Otro fue la temprana
presencia de algunos de sus integrantes en las barricadas apoyando la
medida de fuerza. De hecho, la diputada provincial Leticia García, per-
teneciente a la línea “blanca” del mpn, estaba en uno de los piquetes y
declaraba que la decisión de cortar las rutas era “lo más acertado que ha
podido hacer la gente de Cutral Co y Plaza Huincul, dado que nosotros
[los legisladores] en otras oportunidades hemos estado al frente de las
movilizaciones y no hemos tenido el éxito que habríamos querido” (Río
Negro, 22/6/96). Aún cuando el periodista no le preguntó a qué mani-
festaciones pasadas se refería ni si consideraba que estaba al frente de la
actual protesta, la diputada no dudó en identificarse como parte de las y
los manifestantes y su reclamo, y destacó, además, que “aunque sabemos
que es anticonstitucional [en referencia a la medida de protesta], […]
que venga un juez a decirnos que nos vayamos” (ibíd.). Esa alusión a la
“inconstitucionalidad” de la herramienta de lucha escogida daba cuenta
de las distancias entre las perspectivas de esa funcionaria y las de las
mujeres y los varones que estaban protagonizando el conflicto, pues para
estos últimos la formulación del derecho de cortar las rutas no encastra-
ba en esos términos. Y esas diferencias no se corporizaban solamente en
cómo unos y otros enmarcaban la protesta sino también en su mismo

134 Esta asociación entre los “blancos” y el propietario de la emisora fue comentada
en varias entrevistas. También fue recogida por Javier Auyero (2004), entre otros
investigadores.

133
RUTAS ARGENTINAS HASTA EL FIN

escenario ya que la presencia de representantes del poder legislativo


así como de otros poderes gubernamentales provinciales y locales fue
parte de un terreno de disputas constante durante los primeros días del
conflicto. Eso condujo a que, como se verá más adelante, las y los pobla-
doras de Cutral Co y Plaza Huincul recurrieran a variadas tácticas para
mantener el control de la protesta en sus manos.
En síntesis, el inicio de la confrontación estuvo rodeado de un
debate que involucró, al menos, dos posiciones. De un lado, la de las
mujeres entrevistadas que, como Estela o Cecilia, rechazaron la idea de
la cooptación, o que, como Stella Maris, Magdalena o Arcelia, enraizaron
su acción en la autodefensa de sus comunidades y en el ejercicio de la
presión sobre el gobierno provincial. Del otro, la postura de los integran-
tes del partido gobernante que, con base en su desencuentro interno,
ubicaron la protesta o bien como parte de una jugada facciosa o bien
como una oportunidad para minar la autoridad del sector que ocupaba
el gobierno. Pero esta tensión que, puesta en términos sencillos, podría
resumirse entre autonomía y manipulación, quedó diluida tanto en la
cobertura periodística como en los análisis de ciertos partidos políticos
y en algunos enfoques académicos. En su lugar, la idea de la cooptación
es la que ha prevalecido para explicar la irrupción de la protesta.
La lógica que sustenta esa mirada forma parte de la imagen
recurrente que las nociones sobre el clientelismo político proporcio-
na para examinar las prácticas políticas de los sectores subalternos,
especialmente cuando se trata de indagar aquellas que desarrollan
las personas desocupadas. Esas nociones subrayan la externalidad del
impulso inicial de las movilizaciones y conflictos en los que se involu-
cran en particular estos últimos, ya que los presupone frágiles en su
identidad, en su capacidad organizativa, en la gestación de solidarida-
des horizontales y, con ello, en su potencialidad para movilizarse si no
es bajo el impulso de un instigador, se trate del Estado, de un partido
político, de una facción dentro de un partido, de “punteros” barriales o
de quien detente alguna posición de poder135. El esquema corresponde
al de una pirámide donde la capacidad de provocar y articular la acción
colectiva se ubica en la cima, ocupada por individuos, grupos o secto-
res que, en pos de beneficios mezquinos, usan y abusan de las genuinas
necesidades de quienes se hallan en la base. Esa capacidad se funda en
la promesa o la entrega de favores, bienes o servicios que sirven como
incentivo material para que estos últimos, cual sujetos pavlovianos, al
decir de Auyero (2003), se movilicen.
Empero, este esquema de razonamiento, usual para expli-
car generalmente las expresiones masivas de descontento popular y

135 Para una crítica a estos enfoques ver Farinetti (1998) y Auyero (2003).

134
Andrea Andújar

también su aplacamiento, se resquebraja si el foco del interés y la escu-


cha se dirigen hacia quien encarna o manifiesta el descontento. Cuando
se presta atención a los relatos de mujeres como Bety León, que durante
la mañana del 20 de junio de 1996 estuvo en el acto escolar de su peque-
ña hija pensando qué debía hacer ante la ruptura de las negociaciones
con la empresa canadiense, que interpeló directamente a las mujeres
que se encontraban en ese acto, que decidió con ellas reunirse en la
puerta de su casa a las 15:00 para ir juntas a la ruta, que pudo hacer eso
porque articuló solidaridades, identidades y lecturas políticas sobre la
realidad circundante en los intercambios dialógicos sostenidos con sus
vecinas en el mercado, en la cooperadora escolar o mientras baldeaba
la vereda de su casa, se torna difícil asignarle carencia de autonomía a
sus reflexiones, incapacidad organizativa, fragilidad en la construcción
de sus intereses o una disposición a la confrontación digitada externa-
mente. De igual modo, cuando los testimonios de esas mujeres permi-
ten apreciar la relevancia de los espacios de organización horizontales
o carentes de una estructura vertical que delimita con cierta nitidez
pertenencias y exclusiones –tales como las que emergen de instancias
político-partidarias o sindicales–, es posible comprender entonces que
los formatos organizativos son variados y que esa variación está en
consonancia con las experiencias, las culturas políticas y las trayec-
torias siempre diversas de los sujetos que crean y participan de esos
espacios. Por otro lado, también se vuelve factible entender que esa
cultura política en plural forma parte de una comprensión del mundo y
de una asignación de sentidos compleja y conflictiva que, en este caso,
tiñó de manera específica no sólo la decisión de esas mujeres de acudir
a la ruta sino también el examen posterior que ellas realizaron sobre su
propia práctica.
Una lectura desprevenida o incauta de sus dichos podría conducir
a concluir, sin embargo, que efectivamente ellas carecían de motivacio-
nes políticas y que su presencia en los piquetes había sido enteramente
espontánea. Sara enlazaba ambas cuestiones cuando relataba:
La participación [de las mujeres] fue espontánea. Algo así que
surgió espontáneamente. Unas para cocinar, las mujeres del
centro de jubilados se juntaron para hacer las ollas grandes, para
que todos pudieran comer […] Fue algo autoconvocado, nadie
dijo, hacemos una reunión y vamos. No. Surgieron espontánea-
mente. Eso fue en la primera pueblada. Ya en la segunda, fue
más…, digamos, de otra forma, más politizada (Entrevista de la
autora a Sara, Plaza Huincul, 20 de diciembre de 2003).

El comienzo de esta narración marca una disparidad entre la experien-


cia de Sara y la de Bety, pues aquella no había participado en ninguna
reunión previa donde se discutiera la medida de protesta. En realidad,

135
RUTAS ARGENTINAS HASTA EL FIN

Sara se había enterado de lo que estaba sucediendo por un llamado de


Arcelia y fue durante la conversación telefónica cuando ambas deci-
dieron consultar con Magdalena qué hacer. Así, llegaron las 3 a la torre
de ypf luego de la hora del almuerzo. La resolución de intervenir en el
conflicto fue para Sara, entonces, espontánea porque devino de una
“autoconvocatoria” que no reconocía ni planes trazados de antemano
ni sujetos convocantes.
Este sentido que ella asignaba a la palabra espontaneidad se
completaba con el punto de contraste que establecía entre la primera
y la segunda pueblada, es decir, con el nivel de politización. Pero ¿qué
significaba que la segunda contienda, ocurrida en abril de 1997, había
estado “más politizada”? Para Sara, se vinculaba con la presencia de
partidos y dirigentes políticos, pues, como siguió aclarando, en la pri-
mera pueblada “casi todos eran, digamos, del pueblo, no eran dirigen-
tes ni nada políticos”136.
La dualidad planteada entre pueblo y dirigentes no formaba
parte de una mera observación descriptiva sino de una concepción
donde los términos de ese par encerraban una oposición, una distin-
ción casi antagónica devenida de una profunda desconfianza en torno
a la actividad política. Salvo para Arcelia, que sostenía: “yo siempre
me metí en la política, digo, porque si no estamos, alguien viene […]
me metí en lo que a mí me parecía el mejor y siempre estuve en contra
del mpn”137, o para Magdalena, que había adherido al mpn desde muy
joven, la mayoría de las mujeres entrevistadas percibían el ejercicio de
la política como una actividad alejada de los intereses cotidianos de las
personas y, también, como un espacio de “suciedad” y “corrupción”. En
una extensa reflexión, Cecilia iba más allá al sostener:
La democracia es lo que los políticos no entienden. Siempre digo,
es vivir libre, tener libertad de opinión, que se nos escuche, que
se nos respete como personas y seres libres. Para mí no existe
la democracia en este momento. Los políticos son todos unos
corruptos. Hacen las leyes a beneficio de ellos y de los mucha-
chitos de ellos, que son los delincuentes, porque la mayoría de
los jueces y comisarios y políticos están todos entreverados con
los malvivientes. Te piden que los votes y se sientan a rascarse, a
calentar la silla. Es pura joda (Entrevista de la autora a Cecilia,
Cutral Co, 17 de diciembre de 2003).

Sus palabras encadenaban ideas que, a simple vista, parecerían no


portar demasiadas novedades. En efecto, ni en los noventa ni en la

136 Entrevista de la autora a Sara, Plaza Huincul, 20 de diciembre de 2003.


137 Entrevista de la autora a Arcelia, Plaza Huincul, 20 de diciembre de 2003.

136
Andrea Andújar

actualidad –incluso– no es inusual escuchar que la política es una


actividad poco transparente, que quienes la practican lo hacen con
el objetivo de defender intereses particulares, que a tal fin articulan
redes en actos ocultos donde mutuamente se protegen, que los políticos
aparecen en escena para pedir el voto y que desaparecen junto con sus
promesas para ir a “rascarse” y a “calentar sillas”. Es más, también a
simple vista lo que Cecilia espera de la democracia y la manera en que
la define responde con bastante exactitud a las conceptualizaciones
más liberales sobre esta forma de gobierno. Pero esa vista simple desa-
parece cuando se toma en cuenta que quien lo dice es ella: una mujer
integrante de los sectores trabajadores que salió a las rutas para exigir
que se los respetara como personas, que se los escuchara, que no se
coartara su posibilidad de vivir libremente, pues se los había atado a la
miseria. Podría esgrimirse que ni sus exigencias ni sus formulaciones
sobre la democracia y la política contenían algún atisbo de cuestiona-
miento de las bases de funcionamiento del sistema capitalista o alguna
propuesta de superación del mismo. Pero su mirada de la democracia
y de la política no era por ello y en ese entramado social, económico
y político, poco subversiva, porque lo que exigía era que los sectores
dominantes se tomaran en serio la parte que a ellos les correspondía
del “contrato social”. Era esa la amenaza y el desafío que mujeres como
Cecilia condensaban con el corte de rutas. Y para eso usaban sus pro-
pias palabras o les asignaban los sentidos que su propia experiencia
les había provisto. No hacían “política” porque la “política” se había
convertido en un acto formal, el ejercicio del voto, que sólo favorecía los
intereses de las personas que llegaban a instancias gubernamentales
y nunca, las de aquellas, el “pueblo”, al que decían representar y que
prometían defender. Pero, tal vez, tampoco la hacían porque negando
la palabra no sólo objetaban la práctica de los sectores dirigentes sino
también se escudaban preventivamente ante acusaciones que pudie-
ran deslegitimar la protesta que estaban protagonizando.
Las ocasiones en las que ciertas operaciones discursivas de
los integrantes del Poder Ejecutivo provincial pretendieron restar
apoyo social a diversas confrontaciones que involucraron a las y los
desocupados, no eran lejanas al tiempo en que ocurrió el corte de las
rutas en las comarcas petroleras ni al recuerdo de sus protagonistas.
Arcelia relataba que aunque “las primeras piqueteras fuimos nosotras,
la gente de Senillosa fueron […] los primeros que cortaron la ruta”138.
Más allá de esta distinción –sobre la que se volverá luego –, la alu-
sión a este conflicto que se desató a mediados de noviembre de 1994
permite ejemplificar las respuestas que el gobierno de Jorge Sobisch

138 Entrevista de la autora a Arcelia, Cutral Co, 7 de mayo de 2004.

137
RUTAS ARGENTINAS HASTA EL FIN

articulaba ante este tipo de medidas y que no eran desconocidas para


los y las pobladoras de Cutral Co y Plaza Huincul. En esa oportunidad,
entre 1.000 y 3.000 personas de Senillosa, localidad ubicada casi a 40
km de la ciudad de Neuquén y formada al calor de la actividad de la
construcción de grandes obras públicas, fue escenario de un bloqueo
de la Ruta Nacional 22 durante tres días139. Si bien la desocupación era
un factor trascendente en el origen de la protesta, su detonante fue la
decisión del intendente de reducir salarios, despedir a personal estatal
y suspender los subsidios nacionales por desempleo con el objetivo de
pagar deudas a los proveedores. Sobisch no sólo le asignó al bloqueo
el carácter de “levantamiento injustificado”. También interpeló a la
población neuquina en general a la espera de que su “madurez” le
permitiera observar que quienes hacían el corte “están soliviantando
los ánimos, echando leña al fuego […] Son agitadores que aprovechan
las circunstancias existentes en Senillosa para enfrentar a un gobierno
democrático y pluralista que nunca utiliza la represión para dirimir
las controversias” (citando en Aiziczon, 2007; énfasis en el original).
Asimismo, un año más tarde, en octubre de 1995, cuando la Coor-
dinadora de Desocupados de Neuquén, dirigida inicialmente por
ex trabajadores de la construcción ligados a distintas agrupaciones
trotskistas, tomó la sede de la Casa de Gobierno en reclamo del pago
sin discriminaciones de los subsidios por desempleo y el aumento del
monto individual a 500 pesos, el gobierno provincial reaccionó acu-
diendo a una salvaje represión y al encarcelamiento y procesamiento
de los principales dirigentes de la Coordinadora, Alcides Christiansen
y Horacio Panario. Tal respuesta gubernamental, por otro lado, recibió
manifestaciones de solidaridad no sólo de los candidatos de los parti-
dos políticos tradicionales sino también de la cgt y la cta 140.
Estas acciones dejaban en claro que el “gobierno democrático y
pluralista” bien podía acceder al uso de la fuerza para acabar con una
movilización y que, además, podía concitar el apoyo de la dirigencia del
movimiento obrero organizado si los/las desocupados/as realizaban
protestas por fuera de su control. En consecuencia, si así se dirimían los
términos de las confrontaciones, ¿por qué para Cecilia, Sara e incluso
Arcelia, ponderar sus acciones como políticas y organizadas adquiriría
un valor positivo? Es más, ¿por qué restarle un carácter espontáneo a
su acción cuando la organización justamente significaba la presencia
de un partido político o una línea interna que buscaba su propia tajada
en la contienda? ¿Por qué asumirla como tal si una de esas experien-
cias organizativas había sido la sindical, o más específicamente, la

139 Para un estudio de este conflicto, ver Aiziczon (2007).


140 Ver Bonifacio (2009).

138
Andrea Andújar

encarnada por el supe, el sindicato que los había traicionado defen-


diendo la privatización de ypf? En resumen, cuando las mujeres asig-
naron a sus acciones el valor de espontaneidad y la ausencia de política,
connotaron con ello el rechazo explícito al particular ejercicio de la
política de los sectores con los que ellas confrontaban, sospechando
también de todo discurso o práctica que pudiera emanar de partidos
políticos y de organizaciones sindicales.
Esto no significa negar que la irrupción de la pueblada con-
tuviera una alta dosis de espontaneidad. Pero sí implica situar esa
espontaneidad en otro espacio analítico que no subestima ni desco-
noce prácticas organizativas previas ni edificaciones de lazos hori-
zontales y políticos. En todo caso, se trata de ubicarla en un espacio
donde la espontaneidad remite más a la ocasión y la vehemencia que
adquirió el enfrenamiento y no a su contenido y, consecuentemente,
a la elaboración en que se asentaron las reacciones y estrategias de
resistencia (Scott, 2000). Sin dudas, el anuncio sobre la finalización
de las negociaciones con la empresa canadiense de fertilizantes cata-
pultó la salida de esas mujeres a las rutas. A su vez, la impetuosidad
que ganó esa salida, originada en la acumulación de frustraciones
individuales pero compartidas cotidianamente y amplificada luego
por la negativa de Sapag a presentarse en los piquetes, no respondió
a un proyecto trazado de antemano. Pero la forma en que se libró y se
mantuvo la protesta estuvo dirimida por evaluaciones en las que sus
protagonistas sopesaron, a partir de sus experiencias organizativas y
análisis políticos, sus posibilidades, los pros y los contras de sus ini-
ciativas, los propósitos de sus acciones de resistencia.
Finalmente, reconocer la agencia de esas mujeres, distinguir los
ámbitos en los que delinearon su organización colectiva o donde cons-
truyeron la identidad de sus intereses, y tornar inteligibles los términos
con los que enmarcaron sus prácticas, no soslaya la presencia de otros
sujetos que buscaron dejar también su rúbrica en el conflicto. Dicho de
otro modo, dar cuenta de qué es lo que ellas hicieron y cómo lo signi-
ficaron no conlleva a la renuencia de advertir que “blancos” y “amari-
llos” buscaron jugar sus cartas en el conflicto. Sin embargo, ese juego
no fue necesariamente lo que estuvo detrás de los hechos, moviendo las
voluntades de las y los protagonistas. Estuvo, en todo caso, en medio de
los acontecimientos, provocando tensiones y conflictos cuyo estallido
imprimió trazas singulares a la pueblada. Las páginas que siguen darán
cuenta del devenir de esta última, examinando las estrategias políticas
que las mujeres desplegaron y que les permitieron sostener la protesta,
evitar que cualquier facción del mpn la controlara y tornarse algunas de
ellas mismas, incluso, las caras más visibles del corte de rutas.

139
RUTAS ARGENTINAS HASTA EL FIN

Días y noches piqueteras: la contraprotesta de la protesta


Mientras transcurría la tarde del 20 de junio, la presencia de la gente en
la ruta se fue incrementando. Como resultado de ello, hacia la noche ya
estaban organizados varios piquetes. El principal se localizó frente a la
torre de ypf –que marcaba el ingreso a la refinería de Plaza Huincul–
sobre la Ruta Nacional 22. Cuatro barricadas más se montaron en la
zona del Aeropuerto, en Añelo, en la salida hacia Picún Leufú –sobre la
Ruta Provincial 17– y en el Barrio Parque Este y Oeste (hacia el noroes-
te). A estos cinco bloqueos se sumaron casi dos decenas de cortes esta-
blecidos en los caminos de tierra alternativos a las rutas.

Provincia de Neuquén; principales cortes de rutas en Cutral Co y Plaza Huincul; mapa


elaborado para esta investigación

La torre, donde se concentraba la mayoría de los y las pobladoras,


se constituyó en el epicentro de la pueblada, esto es, el lugar donde
mediante asambleas multitudinarias se tomaban las decisiones. La

140
Andrea Andújar

más importante de ellas fue que nadie, a excepción de “ambulancias


y móviles policiales”, entraría o saldría de Cutral Co y Plaza Huincul
hasta que Felipe Sapag no se hiciera presente y ofreciera soluciones
concretas a la situación de desempleo y pobreza que imperaba en la
zona (Río Negro, 22/6/96). Específicamente, los y las pobladoras exigían
que esa solución viniera de la mano de la reactivación del proyecto de
construcción de la planta de fertilizantes (ibíd.).
Sapag no demoró su respuesta: de ninguna manera viajaría a “un
lugar donde hay insubordinación” (ibíd.). En todo caso, según expre-
saba el gobernador en una carta enviada en la noche del viernes 21 de
junio a Daniel Martinasso y Alberto César Pérez, los intendentes de las
dos localidades, se avendría a reunirse el día lunes en la sede guber-
namental de la capital con ellos y con “las fuerzas vivas […] siempre y
cuando se levanten las medidas de fuerza” ((ibíd.). Mas el panorama
político y social también estaba convulsionado en la propia ciudad de
Neuquén. Ese mismo viernes, el Jefe del Ejecutivo se hallaba frente a las
puertas de un conflicto impulsado por la Coordinadora Provincial de
Trabajadores Desocupados y la cta, quienes habían convocado a una
marcha hacia la Casa de Gobierno en demanda del cese de la persecu-
ción a los dirigentes obreros, el aumento del subsidio por desempleo
a 500 pesos, un plan de obras públicas, la colonización y entrega de
tierras, y la exención del pago de impuestos ((ibíd.). Aún cuando los
diarios no registraban ningún pronunciamiento de los manifestantes
sobre lo que estaba sucediendo en Cutral Co y Plaza Huincul, era indu-
dable que esta protesta sumaba más desvelos para el gobernador.
Donde sí comenzaba a resonar fuertemente el conflicto de las
comarcas petroleras, por otro lado, era dentro de la legislatura provin-
cial. Allí, el bloque justicialista impulsaba una iniciativa para interpe-
lar a Felipe Sapag a fin de que explicara cómo pensaba solucionar la
crisis desatada en aquellas localidades. Si bien los y las diputadas del
mpn –sin distinción de facciones– lograron impedir que tal intento se
concretara, los integrantes de los bloques opositores dejaron en claro
cuán delicada era la situación del gobierno provincial. Así, mientras
los diputados del Frente País Solidario (frepaso), Oscar Massei, Raúl
Radonich y Alicia Gilloni, reclamaban públicamente “una definitiva y
seria respuesta”, Amílcar Sánchez, presidente del bloque justicialista,
manifestaba que hacía responsable “al Ejecutivo y la vicegobernador
Corradi por no tomar las acciones necesarias si llegara a ocurrir algo”
ante la “tremenda pueblada” a la que el gobernador parecía “restarle
importancia” (ibíd.). Más que quitarle trascendencia, posiblemente lo
que ocurría era que Sapag ubicaba la importancia del evento en otro
aspecto vinculado no con la magnitud de la protesta sino con quien él
suponía que estaba detrás de ella. Al menos, la primera plana del dia-
rio Río Negro alimentaba la sospecha de que todo lo había orquestado

141
RUTAS ARGENTINAS HASTA EL FIN

la línea “blanca” en su contra, pues la foto central mostraba el rostro


preocupado del ex intendente Adolfo Grittini en el piquete de la torre
de ypf, contestando entrevistas periodísticas y rodeado por centenares
de personas ((ibíd.).
Como se sostuvo en las páginas anteriores, para las pobladoras
y los pobladores de Plaza Huincul y Cutral Co, la idea de ser la punta
de lanza de una disputa facciosa no era extraña. Según afirmó Laura
Padilla, maestra que vivió en Cutral Co hasta diciembre de 1996, “[los
blancos] llevaron comida, leche, pañales, leña…, llevaron todo a la ruta
porque querían que el viejo [en alusión a Sapag] renunciara”141. Para
ella, como para muchas de las mujeres entrevistadas, los adversarios
del gobernador apostaban a la protesta como medio para socavar el
poder de este último y era por tal motivo que acompañaban y proveían
con diversos bienes a quienes estaban en los piquetes. Como el peligro
de ser objeto de manipulación política, por tanto, no pasaba inadver-
tido, una de las preocupaciones principales de las mujeres fue la de
contrarrestar ese riesgo. Para ello acudieron a ciertas tácticas, una de
las cuales Arcelia recordaba sin poder dejar de reírse:
Ellos [los integrantes de los partidos políticos] se quisieron hacer
dueños de esto y uno de ellos se subió al escenario que se había
improvisado sobre uno de esos camiones playos. Y empezó a
hablar, arengar al pueblo, qué sé yo. Una mujer lo agarró del fun-
dillo del traste y lo bajó y lo repateó. Era una mujer mayor […] con
otras dos mujeres. Y lo agarraron a Baum y lo bajaron mientras
le decían “vos qué venís a hablar si ni nos entregaste las chapas
para la casa” (Entrevista de la autora a Arcelia, Cutral Co, 7 de
mayo de 2004).

Daniel Baum, el político en cuestión, era senador provincial por el pj.


Los diarios registraron su presencia el 21 de junio en el piquete ubicado
en la torre de ypf, aunque no el episodio relatado por Arcelia. De todos
modos, la noticia sí consignó que el funcionario, al igual que otros
“diputados provinciales, estuvieron en la valla montada en el acceso
de Plaza Huincul repitiendo el bajo perfil que los políticos decidieron
mantener ante la protesta” (Río Negro, 22/6/96). El relato de Arcelia
permite suponer que la decisión de mantener ese bajo perfil no fue
ajena a la reacción que tuvieron las mujeres ante la arenga del senador
justicialista. Pero también, fue el resultado de una exigencia explícita
de las y los manifestantes. Bety León señaló:

141 Entrevista de la autora a Laura Padilla, General Roca, 17 de diciembre de 2003.

142
Andrea Andújar

Nosotros, el primer punto que dijimos cuando nos juntamos en


la ruta, cuando eran las siete de la tarde del 20 de junio, acá no
mezclemos política, acá no hay ningún político que exista […].
Yo no conocía ni un senador, ni un diputado… Ellos se filtraban
entre nosotros y muchos compañeros me decían: “ese es con-
cejal, aquel es diputado”, porque yo no los conocía. Pero como
políticos no podían estar (Entrevista de la autora a Bety León,
Plaza Huincul, 8 de mayo de 2004).

La alusión a “filtrarse” volvía a marcar la distancia y la tensión que la


presencia de un funcionario podía despertar en mujeres como Bety
que, más allá de desconocer sus caras, desconfiaban de las intenciones
de los “políticos” que se presentaban en la zona del conflicto. A su vez,
sus palabras evidenciaban nuevamente el rechazo a la política pues tal
concepto encerraba no sólo una práctica vinculada a la persecución
de intereses poco claros o alejados de los anhelos y pretensiones de las
comunidades sino también la posibilidad de que la protesta terminara
subordinada a las decisiones que verticalmente tomaran los “políticos”.
Estos temores y presunciones condujeron a que se aceptara la presencia
de los funcionarios pero bajo la explícita condición de que estuvieran
como “simples ciudadanos”, como marcaron varias entrevistadas, o
que los cargos públicos que ocupaban fueran puestos al servicio de las
decisiones tomadas colectivamente por las asambleas de los piquetes.
Fue justamente con este objetivo como las mujeres pusieron en escena
su capacidad de presión, esta vez dirigida hacia los intendentes Daniel
Martinasso y Alberto César Pérez. Según el diario Río Negro, ambos
habían salido a la ruta para observar de cerca lo que estaba ocurriendo.
Pero “luego de zafar de dos mujeres que les formularon severas adver-
tencias” y en medio de una catarata de insultos y amenazas lanzadas
por los y las pobladoras reunidos/as en las cercanías de la sede munici-
pal de Cutral Co, se vieron obligados a “adherir” a la protesta enviando
víveres, gomas para avivar el fuego en las barricadas y vehículos muni-
cipales para trasladar a la gente de piquete en piquete142.
Estas acciones, tendientes a garantizar que el conflicto y su con-
ducción quedaran en manos de las y los habitantes de Cutral Co y Plaza
Huincul, fueron acompañadas por la puesta en práctica de formas de
organización y participación que afianzaban la intervención colectiva
en el devenir del conflicto. En ese sentido, las decisiones sobre aquello
que debía hacerse para fortalecer la protesta e intentar fijar su rumbo
fueron el fruto del ejercicio de la democracia directa, mediante la

142 Río Negro, 22/6/96. Una de esas mujeres era Bety León, retratada también por el
diario cuando estaba increpando a Alberto César Pérez.

143
RUTAS ARGENTINAS HASTA EL FIN

participación en las asambleas realizadas en cada uno de los piquetes.


Luego de un debate colectivo donde las posiciones se consensuaban
por aplauso, las mismas eran llevadas por quien había sido nombrado
“vocero” de cada barricada a la asamblea general, que funcionaba en
la torre de ypf, donde volvían a ser discutidas para ser aprobadas o
desechadas. Justamente, elegir “voceros” evidenciaba también de qué
manera se concebía tanto esa participación colectiva como el ejercicio
del poder. Según explicaba Sara:
No fueron líderes sino voceros porque ellos fueron elegidos para
que llevaran lo que decíamos, lo que pensábamos, que más o
menos todos queríamos lo mismo. Y ellos fueron elegidos para
que nos representaran. Pero no se los consideraba la autoridad
(Entrevista de la autora a Sara, Plaza Huincul, 20 de diciembre
de 2003).

La distinción entre un líder y un vocero comprometía no sólo el rol que


uno y otro cumplían, sino también el concepto de autoridad y el origen
de la misma. De tal modo, si el vocero era electo para “llevar” lo que
“decíamos”, la autoridad, esto es, el poder de decisión, radicaba en la
asamblea. La representación, por tanto, se afincaba en la delegación
que la asamblea realizaba en esta persona de la facultad de transmitir
o poner en conocimiento de los restantes integrantes de los diversos
piquetes opiniones, resoluciones o demandas y necesidades acordadas
colectivamente. Por su parte, la palabra “líder” remitía justamente a
prácticas políticas valoradas negativamente en cuanto que reenviaban
directamente al tipo de liderazgo de los sectores dirigentes. Si, como
se expuso anteriormente, para Cecilia, Arcelia o Sara, el establishment
político se caracterizaba por el ejercicio de una actividad plena de
corrupción, por el incumplimiento de las promesas realizadas en las
campañas electorales, por la implementación de medidas que devas-
taron a sus comunidades, oponerse a esas prácticas o guardarse de
ellas, implicaba hallar una manera de tomar decisiones que contuviera
y avalara justamente lo opuesto, es decir, la transparencia en la acción,
el respeto a la voluntad colectiva, la garantía de la participación y
del compromiso masivo en lo que se resolviera y, también, el control
conjunto del rumbo de las resoluciones consensuadas. En síntesis, el
concepto de “vocero” se sumaba a una práctica política que rechazaba
la verticalidad en la toma de decisiones y ponderaba la inexistencia de
una autoridad por sobre la de la asamblea143. Como aclaró Laura Padi-
lla, que fue nombrada vocera de su piquete:

143 El análisis de este punto se retoma en el Capítulo 5, a propósito de la construcción


del liderazgo dentro de la utd.

144
Andrea Andújar

Yo nunca fui líder en Cutral Co, yo fui vocera del grupo de pique-
teros, que es muy diferente. Porque es como que se cree que [en]
cualquier movimiento […] alguien tiene que liderar. No, el pueblo
tomó todas las decisiones de todo lo que se realizó en la ruta.
Había gente que representaba a ese grupo, porque no podían estar
todos, y yo lo único que era, era vocera de ese grupo de piqueteros.
Y si eso tuvo tanto éxito fue porque cada uno de los habitantes de
Cutral Co y Plaza Huincul cumplió un rol (Entrevista de la autora
a Laura Padilla, General Roca, 17 de diciembre de 2003).

Sin embargo, hacer efectiva esta forma de funcionamiento fue todo un


aprendizaje. Más aún para las mujeres que participaron del conflicto.
En el relato sobre su transformación en piquetera, Laura Padilla
rememoraba que al día siguiente de su llegada al piquete localizado
sobre la Ruta Provincial 17, en dirección a Añelo, le propusieron ser
vocera y asistir a las asambleas que tenían lugar en la torre de ypf.
Como había sido maestra, consideraban que ella era quien mejor podía
hablar y representarlos. El estreno de su nueva función se produjo
durante la segunda jornada de lucha, cuando le fue encomendada la
tarea de asistir a una reunión general en el ingreso a la destilería y
transmitir la consigna de que en su piquete “estamos mal pero que por
acá no entra ni sale nadie”. Cuando Laura llegó a la asamblea, observó:
Había 5 mil personas porque todo el mundo se movilizaba a la
torre, al piquete principal [...]. Yo tenía alumnos que me paga-
ban muy bien, que eran de gente muy adinerada. Cuando yo vi a
esos tipos ahí, dije “esto está bravo”. Aparte, yo había ido a decir
“estamos mal” y estos tenían discursos así escritos. Estaba Grit-
tini […]. La cosa es que cuando yo veo semejante historia […] me
volví a mi piquete (Entrevista de la autora a Laura Padilla, Gene-
ral Roca, 17 de diciembre de 2003).

En el primer capítulo se refirió parcialmente este relato a propósito de


develar cómo las mujeres habían edificado sus memorias respecto de
sus acciones pretéritas en estas contiendas. Se mencionaba que, en el
recuerdo de Laura, fue el cuestionamiento a su silencio durante esa
asamblea general lo que la llevó a abandonar la mudez y a poner en prác-
tica acciones que colaboraron para convertirla en una de las caras más
visibles de la protesta. Se citaba entonces un fragmento de su testimonio
en el cual comentaba que se había ofuscado cuando, de regreso en su
piquete sin haber dicho en la asamblea de la torre de ypf lo que se le había
encomendado, un muchacho la increpó diciendo que “las mujeres sólo
gritan en la cocina y que había sido una equivocación enviar a una mina
a que los represente”. El hecho de que él siguiera gritándole y acusándola
a pesar de sus explicaciones de que “esto está todo armado, esto está ya

145
RUTAS ARGENTINAS HASTA EL FIN

todo digitado […], ni nos llamaron, ni quisieron saber quiénes éramos,


ni nos consultaron”144, la impulsaron a desafiarlo. Justamente, y eso es lo
que interesa remarcar aquí, ese desafío catapultó una acción inesperada,
pues ella lo obligó a acompañarla piquete por piquete para demostrarle
que su opinión sobre lo ocurrido en la asamblea y sobre cómo la protesta
estaba atravesada por las luchas entre las facciones del mpn era compar-
tida por el resto de los voceros. En la improvisada ronda, Laura no sólo
conquistó la confianza de ese joven sino que terminó organizando una
reunión con los voceros de los demás piquetes para el día siguiente a fin
de elaborar un listado que contuviera las demandas para el gobierno
provincial. Asimismo, enterada de que el obispo de Neuquén, Agustín
Radrizzani, arribaría a la zona el 23 de junio, les propuso solicitarle una
entrevista con el objetivo de requerirle su mediación en el conflicto.
Juntar a las personas, escuchar sus demandas y unificar sus
pedidos era parte de un saber político que ella había adquirido con
anterioridad cuando, por el reclamo de la forestación prometida a las
y los vecinos del barrio de las “176 Viviendas”, se puso al frente de las
negociaciones con la municipalidad de Cutral Co y, en particular, con
el intendente de ese entonces, Adolfo Grittini. Fue esta experiencia,
también señalada en las páginas del primer capítulo, la que desplegó
durante esa recorrida inesperada, coadyuvando de esa manera a que
la comunidad se “adueñara” de su protesta o, como lo definió Laura,
“armar la contrapueblada de la pueblada”145. En efecto, esa acción
condujo a que las relaciones entre los voceros de cada piquete se estre-
charan, cuestión que posibilitó comenzar a recoger las “opiniones del
pueblo que estaba allí y no de los políticos”, en palabras de ella, y a
delinear con mayor autonomía de qué forma seguir con el conflicto.
Por otro lado, Laura puso en práctica otras ideas organizativas
que cohesionaron a su propio grupo. Así, en su piquete, por ejemplo,
dinamizó la formación de subpiquetes entre los que se contaban el de
los jóvenes y el de los borrachos. A uno y otro les acercaba comida o
bebida, según las necesidades, pero bajo un estricto esquema de hora-
rios, pues, según ella recordaba, “teníamos un horario como en casa:
no se comía ni se bebía a cualquier hora… había desayuno, almuerzo,
merienda y cena”, de la cual se encargaban “una chica llamada Roxana
con otro grupo de mujeres y un chico que tenía un jeep y ayudaba en
el reparto”146. A cambio de ello, los jóvenes y los “borrachos” debían
garantizar el cuidado y la permanencia de la barricada en la que esta-
ban. Estas acciones no solamente evitaron conflictos internos o que los

144 Entrevista de la autora a Laura Padilla, General Roca, 17 de diciembre de 2003.


145 Entrevista de la autora a Laura Padilla, General Roca, 17 de diciembre de 2003.
146 Entrevista de la autora a Laura Padilla, General Roca, 17 de diciembre de 2003.

146
Andrea Andújar

piquetes se desarmaran. También permitieron que Laura se tornara


visible y fuera depositaria de la confianza y el respeto que la convir-
tieron en una de las referentes de la pueblada. Mas no fue ella la única
mujer que adquirió visibilidad pues, como sostuvo Arcelia, “las muje-
res llevaron la voz cantante […] Y no te olvides que este era un pueblo
de machistas… entonces, que tuviera dos mujeres representantes fue
mucho”147. La segunda mujer era Bety León quien, junto con Laura
Padilla y Ernesto “Jote” Figueroa, un obrero de la construcción que
había trabajado en Piedra del Águila y que contaba con una vasta expe-
riencia gremial en la Unión de Obreros de la Construcción de la Repú-
blica Argentina (uocra), comenzaría a ser sindicada por los medios de
comunicación como una de las tres “líderes” de la protesta148.
Una de las acciones en las que Bety participó y que recordaba
con mucha pasión estuvo vinculada con un intento de viaje a la capital
neuquina de un grupo de personas que, en nombre de las y los mani-
festantes, iría a reunirse con el gobernador Sapag. Como ya se dijo, el
gobernador se había negado a ir a Cutral Co y Plaza Huincul propo-
niendo, en su lugar, recibir en la Casa de Gobierno a los intendentes y a
los representantes de las “fuerzas vivas” de ambas localidades. Habían
pasado ya dos días desde el inicio del conflicto y, lejos de menguar, la
adhesión a la protesta por parte de la comunidad se incrementaba. Los
comerciantes, según recordaban las personas entrevistadas, habían
cerrado sus puertas pero donaban alimentos y otras cosas útiles para
aquellas/os que estaban en los piquetes. Los conductores de taxis lle-
vaban gratuitamente a quien lo precisara hasta su casa, de regreso a
la barricada o de piquete en piquete. El Centro de Jubilados de Cutral
Co y Plaza Huincul estaba colmado de mujeres que, como Magdalena
y su hermana, preparaban comida para alimentar a quienes se que-
daban en la ruta. Los talleres de autos y camiones, según recordaban
Sara y Arcelia, aportaban gomas para mantener las fogatas. Cecilia,
como muchas otras, iba de un lado a otro proporcionando frazadas o,
junto con su cuñado y con una pareja amiga, llevando la guitarra para
entonar canciones como “‘Para el pueblo lo que es del pueblo’, porque
nosotros teníamos que alegrar a la gente que estaba aguantando en la
ruta”, contaba mientras tarareaba la melodía de Piero149. Entre tanto,
las asambleas obligaban a los políticos a mantener un “perfil bajo” y los
voceros llevaban las propuestas para discutirlas en los mitines frente a
la antigua torre de la compañía petrolera.

147 Entrevista de la autora a Arcelia, Plaza Huincul, 20 de diciembre de 2003.


148 Clarín, 23/6/96. De todas formas, este diario diría luego que no había “cabezas visi-
bles” en la pueblada (Clarín, 24/6/96).
149 Entrevista de la autora a Cecilia, Cutral Co, 17 de diciembre de 2003.

147
RUTAS ARGENTINAS HASTA EL FIN

Sin embargo, y sin que casi nadie lo supiera, un grupo de perso-


nas se había juntado en la sede de la Cruz Roja de Plaza Huincul para
programar la reunión con el gobernador en la ciudad de Neuquén.
Ernesto “Jote” Figueroa recordaba:
Era “Tucho” Pérez [en alusión al intendente de Plaza Huincul,
Alberto César Pérez] el que encabezaba todo. Él mismo se decía
que era representante para hablar con Sapag. Quería que fué-
ramos en un colectivo 60 personas, que nombráramos uno de
cada piquete, y que fueran a hablar con Sapag. Yo fui a una sola
reunión y no fui más (Entrevista de la autora a Ernesto “Jote”
Figueroa, Cutral Co, 20 de diciembre de 2003).

Bety también se había enterado de esto y había tratado de incorporarse


a la reunión para ver qué era lo que sucedía. Pero, de acuerdo con sus
palabras, “cuando llegué a la Cruz Roja no me dejaron entrar”. Como
se estaba haciendo a espaldas de la gente, según siguió relatando, y
sabían que “yo no estaba con ninguno de esos”, le dijeron que “no, esa
mujer no entra acá”. Y fue así como “los mandé a la mierda y hablé con
este muchacho amigo para que hiciera la zanja”150. “Hacer la zanja” sig-
nificaba avisarle a todo el mundo que se estaba pergeñando la idea de
ir a ver a Sapag. La comisión que se había formado, finalmente, nunca
logró llegar a destino, porque bajo la consigna de que “aquí no entra ni
sale nadie, que venga Sapag”, los y las pobladoras frustraron su salida.
De esta manera, toda posibilidad de negociación sin el acuerdo de la
comunidad quedaba clausurada.
Acciones y reflexiones como las de Laura, Bety, Magdalena, Stella
Maris, Cecilia, Sara, Estela o Arcelia invitan a destacar una arista de
la participación masiva de las mujeres en la pueblada que, usualmen-
te, permanece opacada. Generalmente, se presume que cuando ellas
actúan en el espacio público en el marco de esta clase de conflictos,
lo hacen desinteresadamente, sin ambiciones particulares, en favor
exclusivamente de los demás. Como parte de tales observaciones se da
por supuesto, entonces, que su acción carece de una entidad distinta a
la expresión de su rol doméstico amplificada a escala colectiva. En otras
palabras: ellas cocinan, abrigan, contienen y acompañan a los varones
que están en la lucha. Así, la presencia de las mujeres como actor dife-
renciado suele engrosar el casillero correspondiente a “amas de casa”,
desdibujándose otras experiencias y otras lecturas de la realidad que
no provengan de la “vida hogareña”, de las tareas de supervivencia
familiar. Empero, si bien es cierto que la amenaza de esa “vida hoga-
reña” gestada y afianzada durante la existencia de ypf como empresa

150 Entrevista de la autora a Bety León, Plaza Huincul, 8 de mayo de 2004.

148
Andrea Andújar

estatal impulsó la actuación de las mujeres fuera de las puertas de su


casa, también lo es que en sus actos ellas pusieron en juego una lectu-
ra política totalizadora y contrahegemónica de la realidad, en la que
alteraron las reglas de juego e impugnaron, con su propia práctica, el
ejercicio de la política moldeado por los grupos dominantes.
Esos actos condujeron a la desinstitucionalización del conflicto al
impedir que cualquier sector político pudiera comandar o capitalizar la
protesta. Pero, además, dejaron al gobierno sin interlocutor con quien
negociar. De tal modo, Felipe Sapag tenía frente a sí escasas opciones: o
accedía a la exigencia de las y los pobladores y viajaba a la zona, o los/as
obligaba a levantar los piquetes mediante el uso de la represión.
Por otro lado, el corte de rutas comenzaba a afectar la provisión
de combustible en toda la provincia e, incluso, se rumoreaba que si
continuaba, “la refinería de Plaza Huincul podría quedar fuera de ser-
vicio […] ya que la capacidad de almacenaje está prácticamente agota-
da” (Río Negro, 22/6/96). Ante el rumbo que tomaba el enfrentamiento,
el obispo Agustín Radrizzani se hizo presente en la pueblada el 23 de
junio, accediendo a la solicitud de la multitudinaria asamblea realizada
el día anterior en la torre (Río Negro, 23/6/96).
No era inusitado que la iglesia neuquina interviniera en situacio-
nes como esta. Jorge Muñoz, un reconocido integrante de la Pastoral de
Migraciones del obispado neuquino, activista chileno exiliado luego de
la caída de Salvador Allende, que llegó a Neuquén hacia 1975 escapando
de la represión en Buenos Aires gracias a la ayuda de Jaime De Nevares
–en ese entonces obispo de la provincia patagónica–, relataba:
Acá hay una impronta importante que dejó Jaime [De Nevares] y
que se mantiene […]. Nos decía que los cristianos tenemos que
insertarnos en la organización natural que hay para cada ámbito
de acción y allí hacer nuestro aporte. Y ahí, bueno, Jaime nos
mandó a los sindicatos que nos correspondiera, a los partidos
políticos. Y lo cierto es que con Jaime nos mal acostumbramos
y cada vez que hay un conflicto social, vienen los propios sin-
dicatos, los propios legisladores a vernos al obispado, vienen
las propias juntas vecinales […]. La iglesia de Neuquén no es
mediadora en los conflictos y en eso hubo una continuidad desde
De Nevares hasta Radrizzani o Melani […]. Nosotros tomamos
partido, no nos mantenemos neutrales (Entrevista de la autora a
Jorge Muñoz, Neuquén capital, 16 de diciembre 2003)151.

151 Marcelo Melani reemplazó en el año 2001 a Agustín Radrizzani, quien se había
desempeñado al frente de la diócesis de Neuquén desde 1991, supliendo a Jaime De
Nevares.

149
RUTAS ARGENTINAS HASTA EL FIN

En efecto, desde su creación en 1961 y por casi tres décadas, la dió-


cesis de Neuquén estuvo bajo el manto del obispo Jaime De Nevares,
un sacerdote identificado con los aires de transformación que había
comenzado a experimentar la iglesia católica en esos años y que
desembocaron en el Concilio Vaticano II, las Conferencias de Puebla
y Medellín, y la formación del Movimiento de Sacerdotes del Tercer
Mundo. La “opción por los pobres” de Jaime De Nevares tuvo su bautis-
mo de fuego, al decir de Aiziczon (2009), durante el Choconazo, entre
diciembre de 1969 y marzo de 1970, cuando la iglesia se puso del lado de
los obreros; luego, persistió con su aporte a la fundación del Movimien-
to Ecuménico por los Derechos Humanos (medh), el refugio brindado
a las personas perseguidas por el terrorismo de Estado y la pública
denuncia contra la dictadura militar, el apoyo a otras huelgas en Neu-
quén desde la reapertura democrática, entre otros acontecimientos152.
El peso político del obispado neuquino también se evidenciaba en la
convocatoria del gobierno de Sobisch para integrar la Comisión Eje-
cutiva Provincial para la Desocupación, creada en agosto de 1995 con
motivo de la implementación de la Ley 2128.
La llegada de Radrizzani a las comarcas petroleras había des-
pertado, por lo tanto, importantes expectativas entre los y las manifes-
tantes, pues esperaban que se pronunciara abiertamente a favor de la
protesta y que transmitiera al gobernador Sapag, en calidad de media-
dor, las demandas que estaban resumidas en “el papelito chiquito,
escrito por mí, que le entregamos y que le pregunta a toda la gente que
estaba escuchando la misa si estaba de acuerdo”, acorde relataba Laura
Padilla153. Aunque el obispo estaba un poco nervioso porque “para él
fue su debut en estos conflictos […] tan grosos”, según explicaba Jorge
Muñoz –que lo había acompañado–, recorrió todos los piquetes y final-
mente, luego de charlar con las y los piqueteros y “entrar en confianza
cuando le ofrecían un mate y una torta frita”, se animó a dar la misa
subiéndose a las improvisadas gradas de la torre de ypf154. Según las
noticias periodísticas, durante su homilía de las 11 de la mañana de
ese 23 de junio, Radrizzani había sido muy contundente en sus críticas
a las “deshonestidades en la clase política”, calificando como “muy

152 Incluso, en 1981, el obispado creó su propia revista mensual, Comunidad, cuya línea
analítica portaba una perspectiva que recreaba una serie de conceptos tales como
dependencia, imperialismo, explotación, lucha por la liberación del pueblo y Latino-
américa. Para mayores referencias, ver Arias Bucciarrelli (2009).
153 Entrevista de la autora a Laura Padilla, General Roca, 17 de diciembre de 2003.
154 Este relato deriva del testimonio de Jorge Muñoz, quien comentaba, asimismo, que
en un principio el obispo quería dar la misa en un lugar cerrado para prevenir situa-
ciones de hostilidad o de “violenta” manifestación de descontento. Entrevista de la
autora a Jorge Muñoz, Neuquén capital, 16 de diciembre 2003.

150
Andrea Andújar

grave la interna de los partidos (Río Negro, 24/6/96). Asimismo, Jorge


Muñoz, que actuaba como su informante ante los medios, declaró, en
discrepancia con la versión oficial sobre la manipulación del conflic-
to, que “recorrimos todos los piquetes y pudimos observar que no es
Grittini el que está alentando la movilización”, y subrayó también que
“todos responden a todos y nadie responde a nadie” (La Mañana del
Sur, 25/6/96). Además, durante la misa, el obispo aceptó la posibilidad
de actuar como mediador e instó “a las partes a confraternizar” (Río
Negro, 24/6/96). Sin embargo, la manera como Radrizzani pretendía
llegar a la confraternización no fue demasiado feliz para las y los pique-
teros. Ernesto “Jote” Figueroa recordaba, en su relato, los pormenores
de una conversación mantenida por el obispo con ellos en privado:
Él quería convencernos de que vayamos nosotros. Y la posición
mayoritaria era que bajaran de Neuquén ellos…, era hacerlo
venir a Sapag […]. Nos decía que había que ceder de ambas par-
tes, “ahora él quiere recibirlos y ustedes no quieren ir”. No: que
venga acá ahora. Un quilombo ahí nosotros con ellos, porque
de última estaba operando para Sapag (Entrevista de la autora
a Ernesto “Jote” Figueroa, Cutral Co, 20 de diciembre de 2003).

La percepción de que el obispo estaba “operando para Sapag” era


compartida por personas como Laura quien, de hecho, sospecha-
ba que Radrizzani no había “hecho nada con el papelito que le
entregamos”155 y, por tanto, había “traicionado” a las y los pobladores
de ambas localidades. En realidad, el obispo sí le había acercado al
gobernador el “papelito”, mas no había logrado convencer a ninguna
de las dos partes de sentarse en la mesa de las negociaciones156. Quie-
nes protagonizaban la pueblada se mantenían inflexibles en su nega-
tiva a viajar a Neuquén capital para entrevistarse con el gobernador.
Y a juzgar por las expresiones de Felipe Sapag en las que acusaba a los
manifestantes de maltratar su investidura y de cometer un delito157,
tampoco el gobierno estaba dispuesto al diálogo con las y los pobla-
dores de Plaza Huincul y Cutral Co en los términos planteados por
estas/os. A su vez, la decisión del mandatario provincial de mantener

155 Entrevista de la autora a Laura Padilla, General Roca, 17 de diciembre de 2003.


156 Así lo informaban, al menos, los diarios Río Negro y La Mañana del Sur en sus edi-
ciones del 25/6/96. Este último periódico señalaba que Agustín Radrizzani había
entregado al gobernador Felipe Sapag la “nota de los pobladores de Cutral Co y Plaza
Huincul, manifestando la imperiosa necesidad de su presencia en las localidades
mencionadas”.
157 Río Negro, 24/6/96. El delito, obviamente, era cortar las rutas, penado por el art. 194
del Código Penal de la Nación con prisión de tres meses a dos años.

151
RUTAS ARGENTINAS HASTA EL FIN

el viaje programado a Santa Rosa, La Pampa, para asistir a una cum-


bre de gobernadores patagónicos el martes 25 de junio, alejaba aún
más cualquier posibilidad de solución158.
Asimismo, el bloqueo de las rutas ya amenazaba con obligar a
Repsol-ypf a poner fuera de funcionamiento la destilería en vistas de
que la producción almacenada no podía salir de allí, lo cual provocaría
importantes pérdidas económicas para la empresa. Por su parte, se
informaba que en diversas localidades, como Chos Malal y Andocollo,
la falta de combustible “era evidente” y que su venta estaba siendo
racionalizada (La Mañana del Sur, 25/6/96). Empero, para las y los
pobladores de Cutral Co y Plaza Huincul la noticia más preocupante
fue la del lunes 24 de junio, cuando se supo que la decisión de enviar a
las fuerzas represivas a despejar las rutas era inminente. En efecto, ese
día al mediodía, 300 efectivos de gendarmería enviados por el ministro
del Interior Carlos Corach y al mando del comandante mayor Santia-
go Damián Fernández, habían arribado al aeropuerto Juan Domingo
Perón de Neuquén a bordo de tres aviones Hércules trayendo consigo
“un camión hidrante y pertrechos antidisturbios” (ibíd.)159. A ellos se
sumaba “un número de efectivos no determinado de esa fuerza” que
había llegado por vía terrestre desde la provincia de La Pampa y un
“numeroso grupo de la Policía neuquina identificado como la Unidad
Especial de Policía (uespo)” (ibíd.). Estas fuerzas deberían acompañar
a la jueza subrogante Margarita Gudiño de Argüelles “al primer pique-
te que hay en el acceso a Plaza Huincul por la Ruta 22” para obligar a
su despeje (ibíd.). Asimismo, el hospital Aldo V. Maulú de Cutral Co
era declarado en estado de alerta por el Ministerio de Salud y Acción
Social de la provincia (ibíd.). Finalmente, las organizaciones gremiales
también parecían comenzar a preocuparse por las derivas del conflic-
to. En una reunión convocada por la cta en la sede del Sindicato de
Empleados Judiciales de la ciudad de Neuquén y a la que habían asisti-
do “gremialistas, representantes de fuerzas políticas, de organismos de
derechos humanos y de la Pastoral Social”, se había resuelto expresar el
rechazo a cualquier represión sobre las y los pobladores de Cutral Co y
Plaza Huincul e instar a la realización de un “corte simbólico” sobre la
Ruta 22 a la altura de la capital neuquina en solidaridad con las comar-
cas petroleras (Río Negro, 25/6/96).

158 Ibíd. Simultáneamente, el diario Río Negro anunciaba que las compañías Total Aus-
tral y Petrolera Santa Fe estaban interesadas en construir la planta de fertilizantes
en Plaza Huincul y que el gobierno lanzaría en 30 días una nueva licitación incluyen-
do las mismas ventajas ofrecidas en su momento a la empresa Agrium-Cominco.
159 El diario Río Negro (25/6/96) informaba también que los gendarmes pertenecían al
cuerpo antimotines y que estaban pertrechados incluso con armas de guerra.

152
Andrea Andújar

Entre tanto, en Cutral Co y Plaza Huincul, la noticia de la llega-


da de las fuerzas represivas brindó una nueva oportunidad para que
el intendente Alberto César Pérez reeditara el intento de enviar a una
comisión de “piqueteros”, palabra que ya resonaba en los medios perio-
dísticos locales y de tirada nacional, a dialogar con el gobernador en la
ciudad capital, aun cuando este se encontraba en la ciudad de Santa
Rosa. Pero Pérez, en una comunicación telefónica con el ministro de
Gobierno Carlos Silva, había logrado, aparentemente, que se efectiviza-
ra tal encuentro o, al menos, una mujer le había sacado el teléfono celu-
lar de las manos y le “arrancó [a Silva] el compromiso” de gestionarlo
(ibíd.). La reunión donde esto había sucedido había tenido lugar nueva-
mente en la sede de la Cruz Roja de Plaza Huincul. Pero como ocurrió
en la primera oportunidad, cuando “disidentes que no participaron
de la asamblea plantearon su disconformidad”, la pretensión de Pérez
concluyó en el fracaso de la salida de esa comisión (ibíd.). Empero, y
acorde con el relato de Bety, esa asamblea no tenía legitimidad como
tal, puesto que “se estaba haciendo cerrada. Y la única asamblea con
poder de decisión es la de la torre. Así que no se pudieron rajar”160. Por
tanto, el impedimento no provenía de un grupo de “disidentes” que no
había participado de la asamblea sino que una asamblea hecha a puer-
tas cerradas carecía de potestad de resolución. Y fue eso lo que Bety y
el resto de la población objetaba. Consecuentemente, durante toda la
tarde del 24 de junio se llevaron a cabo diversas asambleas en la torre a
fin de decidir qué hacer al día siguiente. Finalmente, la posición que se
impuso al término de esas jornadas mantuvo lo dispuesto al comienzo
de la pueblada: no se levantarían los cortes de rutas hasta tanto Sapag
se aviniera a trasladarse a Cutral Co y Plaza Huincul.
El amanecer del 25 de junio fue ajetreado para Bety. El teléfono
de su casa había sonado a las cinco de la mañana. Una voz conocida,
“alguien de Neuquén, amigo mío”, la había llamado para avisarle que
“salió Gendarmería y me dijo: tengan cuidado que va Gendarmería con
la jueza”. Se vistió rápidamente y fue hasta la sede de los bomberos para
pedirles que se organizaran “junto con los de las ambulancias y pasa-
ran con la sirena por todos los barrios, despertando a todo el mundo
[…] Al rato estaba todo el mundo en la torre, los 55 mil monos”161.
Desde temprano, entonces, una multitudinaria asamblea volvió
al debate en la torre de ypf. En esa ocasión se plantearon dos posi-
ciones: la primera era nombrar a una comisión que fuera a la ciudad
capital a dialogar con Sapag y la segunda, mantener el corte de rutas y
hablar con la jueza a su llegada. La mayoría de las personas presentes

160 Entrevista de la autora a Bety León, Plaza Huincul, 8 de mayo de 2004.


161 Entrevista de la autora a Bety León, Plaza Huincul, 8 de mayo de 2004.

153
RUTAS ARGENTINAS HASTA EL FIN

apoyó esta última moción, motivo por el cual, a medida que la mañana
iba avanzando y pese al temor de la posible represión en ciernes, la
gente se fue congregando en los piquetes. La jueza llegó al lugar hacia
el mediodía, acompañada por los gendarmes. Lo que vio fue algo total-
mente inesperado. Según sus propias declaraciones, “yo planteaba una
solución a un problema de cuanto mucho 1.300 personas, pero no 20
mil” (Río Negro, 27/6/96). En efecto, esa cantidad de personas la estaba
aguardando en la ruta con la decisión de no acatar su orden de levan-
tar el corte. Incluso, estaban dispuestas a enfrentarse con las fuerzas
represivas si llegaba el momento. Así, Stella Maris contó:
Estábamos todos ahí a punto de agarrarnos. Los gendarmes se
salvaron de milagro, tuvieron un Dios aparte. […] El que dispa-
raba, iba a quedar por ahí nomás. […] Entonces, ver a la gente
que se unió tanto te daba fuerza, te ayudaba a decir, bueno estoy
en la ruta, estoy haciendo lo correcto, no estoy haciendo nada
malo y ahí, bueno, cuando reventó todo, salimos por todos lados
(Entrevista de la autora a Stella Maris, Cutral Co, 20 de diciembre
de 2003).

Para ella, la diferencia entre hacer lo “correcto” y hacer algo “malo”


cobraba la fisonomía de una encrucijada sustentada en la contra-
posición valorativa de dos tipos de derechos. Uno de ellos era el que
propugnaban ella misma y su comunidad, canalizado en un reclamo
que se enunciaba por medio del corte de rutas: el derecho a trabajar y a
vivir en condiciones dignas. En ese sentido, lo justo en cuanto valor que
atravesaba a la demanda, se extendía también a la herramienta utiliza-
da para su expresión, el corte de rutas. El otro remitía al encarnado por
la jueza secundada por los gendarmes, pues su presencia representaba
la respuesta sancionatoria a la “afrenta” que el corte de rutas implicaba
a un derecho, el de la libre circulación. Ciertamente, ambos derechos
tienen estatus jurídico. El punto era cuál de los dos era más legítimo y a
qué preocupaciones y sujetos respondía tal legitimidad. Evidentemen-
te, para Stella Maris la legitimidad estaba del lado de su propia acción
y la de su comunidad. No era así para quienes representaban al Estado.
Por tanto, la colisión entre ambos derechos sólo podía zanjarse en el
campo de la correlación de fuerzas. Y en ese terreno, la definición de lo
que era “correcto” se completaba con la cuantiosa presencia de las y los
pobladores en el corte.
Por otro lado, aún cuando esa masividad daba valor para perma-
necer en la ruta ante el arribo de las fuerzas represivas, no alcanzaba
para disipar del todo el temor que, más allá de su clara desventaja numé-
rica, despertaban las figuras uniformadas. Según relató Bety León,
cuando los vio llegar:

154
Andrea Andújar

Se me cayó el cuerpo […]. Teníamos que poner el pecho todos


juntos. Ahí viene una abuela y me dice “tomá hija” y me dió
la bandera. Y les dije: ¿saben qué vamos a hacer compañeros?
Hagamos un asentamiento en la ruta con la bandera argentina.
Era nuestra arma que teníamos, no teníamos otra cosa. Y en el
fondo sentí miedo, no por mis hijos que estaban con mi marido
en casa. Pero sentí miedo que había muchas familias completas.
Yo les decía a las mujeres “llévense a los chiquitos” y ellas me
decían “no Bety, acá nadie se va a ir. Empezamos todos juntos
esta lucha, y la terminamos todos juntos… si nos matan, si nos
pegan, a todos juntos” (Entrevista de la autora a Bety León, Plaza
Huincul, 8 de mayo de 2004).

Enarbolar la bandera podía actuar como un conjuro para evitar que


esos hombres enfundados en sus trajes militares lanzaran el ataque
contra la población, tal como suponían Bety y la señora que se la había
acercado, así como Magdalena que la mantuvo sobre sus hombros
durante la tensa jornada. Sentarse en las rutas, como un acto de resis-
tencia pacífica, también podía resguardar a las y los piqueteros preocu-
pados, además, de que no hubiera niños y niñas en la zona donde podía
tener lugar el choque. Sin embargo, no eran esas las únicas “armas” de
las que disponía la población. También contaban con su propia ima-
ginación y con alguna experiencia surgida en otros enfrentamientos.
Esos conocimientos fueron puestos en práctica desde la madru-
gada del 25 de junio, con ciertos preparativos que tenían por finalidad
impedir el paso de los gendarmes o, al menos, dificultarlo. Las tácticas
fueron varias porque “había boleadoras y hondas, pero eso no alcanza-
ba porque ellos tenían armas… Y nosotros teníamos… ¡¡¡gomas!!!”162.
Según relató Ernesto “Jote” Figueroa, cuando aún no había comenzado
a clarear, un grupo de personas se acercó a las vías del ferrocarril para
bloquearlas al igual que las rutas, “metiéndoles cubiertas por todos
lados”163. Suponían que si se enviaban refuerzos a los gendarmes, por
ese medio no podrían llegar. Además, otras personas entrevistadas
comentaron que “volamos los cables de alta tensión con boleadoras, y
así dejamos a toda la zona sin luz y si se instalaban temprano en algún
lado, no iban a poder ver nada”. Luego, como sabían que llegarían con
un carro hidrante por la Ruta Nacional 22, “le pusimos las cubiertas,
gasoil y nafta a lo largo de la ruta”. Cuando vieron que los gendarmes se
acercaban “las prendimos y fue una explosión impresionante”; de esa
manera, “entre los alambres que quedaban de las gomas quemadas y

162 Entrevista de la autora a Ernesto “Jote” Figueroa, Cutral Co, 20 de diciembre de 2003.
163 Entrevista de la autora a Ernesto “Jote” Figueroa, Cutral Co, 20 de diciembre de 2003.

155
RUTAS ARGENTINAS HASTA EL FIN

los de púa que pusimos en la ruta, cuando atropella el carro hidrante,


se le engancha en los ejes y se les paralizó el carro”, contaba divertido
Ernesto “Jote” Figueroa164. Julio, un docente de enseñanza secundaria
que participó de la pueblada, relataba que, a su vez, para evitar que los
perros de los gendarmes se colaran entre las y los piqueteros y comen-
zaran a atacarlos, “nosotros lo que hacemos es […] abrirnos en la ruta
para hacer nuestro frente más grande y hacerlo frontal para que no se
metieran los perros”165. Pero la maniobra no concluyó ahí: “la gente se
empezó a abrir por los alambrados, salir de los alambrados para afuera
y hacerles la tijera, encerrarlos”166. De ese modo, los gendarmes y la
jueza quedaron cercados por las y los piqueteros. Ante esa situación,
Margarita Gudiño de Argüelles consideró que había llegado el momen-
to de intentar arribar a un acuerdo de modo pacífico.
La negociación comenzó con el diálogo entre la jueza y algunas
de las y los piqueteros que estaban más cerca. Unos y otros explicaban
las razones por las que se encontraban allí. Bety no pudo resistir la ten-
tación de aproximarse a Ernesto “Jote” Figueroa y sumarse al grupo que
rodeaba a la jueza Margarita Gudiño de Argüelles. Ella relataba:
La jueza [… ] vino toda agrandada y dijo a un grupo de chicos en
el otro piquete, en la curva, “yo vengo porque a mí me dio orden el
gobernador de que hay que despejar la ruta”. “Bárbaro, señora”, le
dijo el “Jote” […]. “A la señora no le va a pasar nada, no queremos
que hagan nada”. Igual vinieron como tres gendarmes con ella
[…]. La subimos a un auto para llevarla a la asamblea en la torre
y que hablara con la gente […]. ¡Las piernas le temblaban! (Entre-
vista de la autora a Bety León, Plaza Huincul, 8 de mayo de 2004).

Con el cerco a su alrededor, la jueza decidió aceptar la propuesta de


Ernesto “Jote” Figueroa y de otras personas que estaban con él: ir hasta
la torre y hablar con la gente. El auto en que la llevaron acompañada
por tres gendarmes, entre los que se hallaba el Mayor Santiago Damián
Fernández, era en realidad una camioneta Traffic que avanzó por la
ruta rodeada por la multitud. Durante el trayecto no faltaron cruces
verbales entre los piqueteros que iban con la jueza y los gendarmes,
donde unos y otros medían fuerzas. Así, cuando Fernández se dirigió
a Ernesto para preguntarle: “usted ¿por qué no habla?”, este le con-
testó con otra pregunta: “y usted ¿por qué está acá?”. Ante el gesto de
sorpresa del gendarme, Ernesto le hizo las aclaraciones pertinentes,
espetándole que “usted está acá porque lo mandó alguien… Bueno, a

164 Entrevista de la autora a Ernesto “Jote” Figueroa, Cutral Co, 20 de diciembre de 2003.
165 Entrevista de la autora a Julio, Cutral Co, 21 de diciembre de 2003.
166 Entrevista de la autora a Ernesto “Jote” Figueroa, Cutral Co, 20 de diciembre de 2003.

156
Andrea Andújar

mí me mandó mi pueblo y yo tengo que hablar delante de mi pueblo,


no delante suyo”167.
Cuando finalmente Argüelles llegó a las cercanías de la torre
“rodeada por un canto casi religioso de la multitud: el Himno Nacio-
nal”, tomó el micrófono y confesó el miedo que la escena le había pro-
ducido. Seguidamente, anunció que ella se declaraba incompetente
para actuar, pues el “delito” que se estaba cometiendo, en su opinión,
no era el que había ido a reprimir sino uno mucho más grave sobre el
cual carecía de jurisdicción: el de sedición168. Por tanto, ni ella ni los
gendarmes, según afirmó, tenían alguna misión que cumplir allí y,
consecuentemente, se retiraban. Escuchar esas palabras provocó el
estallido de los aplausos, mientras la sensación de victoria obtenida en
esa jornada, que quedó en el recuerdo como “el día glorioso”, se expan-
día en todos los piquetes169.
Entre tanto, a partir de las 11 de la mañana, los gremios esta-
tales nucleados en la cta, diversos partidos políticos, organismos
de Derechos Humanos y la Coordinadora de Desocupados, quienes
“conforman la multisectorial de Neuquén”, encabezaron una movili-
zación en la ciudad capital para protestar por la represión contra las
comunidades de las ciudades petroleras. Esta medida, resuelta en una
asamblea en el local sindical de los trabajadores judiciales, fue acom-
pañada con la convocatoria a un paro provincial de 24 hs (La Mañana
del Sur, 26/6/96).
Ante este conflictivo escenario, Sapag se vio obligado a regresar
por la tarde de ese día a la capital neuquina, de donde había partido
en la mañana para asistir a la cumbre de gobernadores patagónicos
en la provincia de La Pampa. También decidió aceptar la exigencia
que aunaba a los y las piqueteras desde el comienzo de la protesta. Fue
así como antes de la noche arribó a la zona del conflicto acompañado
por parte de su gabinete y se estableció en la sede municipal de Cutral
Co, disponiéndose a permanecer en la ciudad “por una semana en un
intento por superar la crisis” (ibíd.).

167 Entrevista de la autora a Ernesto “Jote” Figueroa, Cutral Co, 20 de diciembre de 2003.
168 La Mañana del Sur, 26/6/96. Ese mismo medio publicó también ese día que la jueza
había declarado que su decisión de no reprimir había estado vinculada con que “eso
iba a ser una cosa terrible; la decisión debía ser razonada y por eso paré la represión
del delito”. De todos modos, se consignaba que había habido algunas escaramuzas
entre los gendarmes y algunos piqueteros que condujo a que uno de ellos fuera
detenido. Empero, la propia gente lo liberó al instante, subiéndose al camión de la
gendarmería.
169 Este calificativo fue utilizado por Bety León quien, pese a los años transcurridos
entre ese evento y la entrevista en que lo comentó, revivía la escena con profunda
emoción (Entrevista de la autora a Bety León, Plaza Huincul, 8 de mayo de 2004).

157
RUTAS ARGENTINAS HASTA EL FIN

Pero aquietar los ánimos y retomar la iniciativa para desactivar la


pueblada no iba a ser una tarea sencilla. En ese sentido, construir una
escena que demostrara su nueva disposición al diálogo y que revirtiera
su propia situación de debilidad ante una población que había logrado
desbaratar el intento represivo ese mediodía, requeriría una buena
dosis de esa habilidad política que lo había llevado a mantenerse como
el conductor del mpn y del destino político de la provincia desde hacía
más de tres décadas.
Una de las primeras ocasiones para poner en juego su experien-
cia en ese terreno fue la conferencia de prensa que ofreció en el Salón
de Acuerdos del municipio de Cutral Co a las 19:00 de ese día. En ella,
Sapag enmarcó la pueblada con calificativos muy distintos a los que él
mismo había sostenido días pasados, marcando incluso una cardinal
distancia con la valoración de la jueza Argüelles. Así, sostuvo que “la
protesta popular no fue una sedición, sino que Cutral Co se ha puesto
de pie después de seis años en que se produjo el vaciamiento de ypf”
(ibíd.). De tal suerte, a la par que subrayaba el carácter de protesta y
no de sedición de la pueblada, remitía el origen del conflicto a la priva-
tización de ypf cargando las tintas, por tanto, aún cuando de manera
tácita, contra el gobierno nacional y la administración de Jorge Sobisch
que lo había secundado en esa política170. En esta reciente “reelabora-
ción”, quienes días antes estaban cometiendo un delito y agraviando
su investidura impulsados por la facción “blanca” de su partido, como
había expresado en varias oportunidades, ahora pasaban a ser los que
se habían “puesto de pie” para luchar por sus derechos y, en conse-
cuencia, merecían sus “felicitaciones”, puesto que “la pueblada era
una forma de hacerse notar a nivel nacional” y dejar en evidencia la
crítica situación abierta con la venta de la empresa petrolera estatal
(Río Negro, 30/6/96).
La segunda instancia en la que debía dar cuenta de su habilidad
era en la torre de ypf. Allí se presentó luego de la conferencia de prensa
y ante “una multitudinaria asamblea popular admitió haberse equivo-
cado en el procedimiento por el que canceló el contrato para construir

170 En los días siguientes, las alusiones al gobierno nacional se volverían mucho más
explícitas, sobre todo en lo que hacía a la remisión de fondos y al intento de des-
vincularse de las órdenes de enviar a la gendarmería a despejar las rutas. Así, el
ministro de Gobierno neuquino Carlos Silva declaraba que “en ningún momento
el gobernador Sapag ni ninguno de sus ministros solicitó el auxilio de esa fuerza” y
que Felipe Sapag había hablado con el ministro de la Nación Carlos Corach cuando
el conflicto aún no estaba resuelto para pedirle el “inmediato retiro de las fuerzas”
de la provincia (Río Negro, 27/6/96). Entre tanto, el propio gobernador afirmaba
que el ministro Corach le había prometido enviar 2 millones de pesos para paliar la
situación pero “no los recibimos” (Río Negro, 30/6/96).

158
Andrea Andújar

una planta de fertilizantes” (ibíd.). Pero ni esas palabras ni las vertidas


anteriormente frente a los periodistas fueron suficientes para acallar
el reproche generalizado de las personas que lo estaban escuchando.
Tampoco lograron que los cortes se levantaran instantáneamente.

Crónica de un final inconcluso: el desenlace de la pueblada


La reacción de la comunidad ante su llegada y el discurso brindado en
el improvisado escenario de la torre de ypf dejó una huella imborra-
ble en el recuerdo del gobernador. A pesar de los años transcurridos
entre ese suceso y el momento de la entrevista realizada en su casa de
Neuquén, la firmeza de su tono de voz no lograba sobreimprimirse a la
mezcla de consternación y desconcierto que traslucía la evocación de lo
ocurrido. Algo de esa vivencia había quedado incomprendido y quizás
por ello, para ubicarse y ubicar su narración sobre ese día, la explica-
ción de su encuentro con la multitud que lo aguardaba se iniciaba en
un tiempo muy anterior:
Yo fui uno de los primeros pobladores de Cutral Co. Con 16 años
acompañé a mi hermano un día, que había conseguido un lote,
en el año 1932. Se estaba formando un pueblo nuevo. Él constru-
yó las instalaciones. Y en [1933], tenía yo 16 años, como digo, y
nos instalamos con una carnicería y después con un negocio de
ramos generales. Bueno, ahí yo trato de vivir 30 años, participé
activamente. Estuve en la reunión con 20 mil personas ese día.
Subí al estrado. Era imponente, imponente, ver 20 mil personas
reunidas insultándolo a uno. Usted no sabe lo que es llegar al
pueblo de uno y que 20 mil personas lo insulten. A mí me ape-
drearon. Una piedra así como una taza me pegó en el pecho
(Entrevista de la autora a Felipe Sapag, Neuquén capital, 10 de
mayo de 2004).

Justamente, lo que el gobernador parecía no terminar de comprender


era cómo los habitantes de ese pueblo que, en su opinión, había crecido
de su mano, le profesaban un desprecio cuya expresión abarcaba desde
el insulto hasta la apedreada. En la comunicación de su experiencia, lo
inquietante para él era hallar un espacio donde incluir, dentro de esa
saga creativa que involucraba a su hermano, la carnicería, el almacén
de ramos generales o el impulso a la formación del municipio, el mani-
fiesto encono de esa comunidad.
Bety también recordaba detalladamente el momento en que Feli-
pe Sapag finalmente estuvo ante ellas/os, quizá porque en su crónica
sobre esos días quedó como marca indeleble que fuera la gendarmería
la que precediera el arribo del gobernador:

159
RUTAS ARGENTINAS HASTA EL FIN

Ese día, después de lo de gendarmería, nos llevaron a un tráiler


de un camión […] y al rato vino un tipo y mandó decir que el
señor gobernador […] iba a estar con nosotros (Entrevista de la
autora a Bety León, Plaza Huincul, 8 de mayo de 2004).

Ante la noticia, ella y otras personas hicieron correr la voz en los pique-
tes proponiendo:
Cuando llegue el gobernador vamos a empezar a cantar el
Himno Nacional. Ni le aplaudan. Lo vamos a discriminar como
él nos abandonó a nosotros. Te puedo asegurar que […] también
le temblaban las piernas cuando se subió arriba del camión,
como a la jueza. Se sacó la gorra y empezó a cantar el Himno
Nacional como nosotros. Cuando se terminó de cantar el Himno,
nadie aplaudió, la bandera bien en alto y empezó a decir que no
era bueno la planta de fertilizantes… Y ahí empezó todo el revue-
lo porque se empezó a insultar al gobernador. Y en ese momento
me dio asco y le grité: “¿A usted le parece que, siendo usted el
gobernador de la provincia, […] nos tenga muertos de hambre,
que hay chiquitos que no tienen un vaso de leche para tomar?”.
Má’ sí, lo mandé a la puta madre que lo parió (Entrevista de la
autora a Bety León, Plaza Huincul, 8 de mayo de 2004).

En general, el acto del insulto hecho públicamente hacia quien detenta


el poder constituye una de las herramientas de humillación y repu-
dio con la que cuentan los sectores sociales que lo padecen171. En esa
dirección, el empleo de un vocabulario obsceno para hostigar a un
funcionario que estaba ejerciendo un mal gobierno era una manera
de devolver –aunque desplazada hacia un nivel simbólico– la violencia
desatada por aquel. Esta fue ostensible y enteramente palpable en el
acto contenido en la intervención del poder judicial. Pero también tuvo
una expresión más sutil en la persistente negativa que durante tantos
días Sapag mantuvo ante la exigencia comunitaria. Marcar la hostili-
dad hacia su figura, por tanto, contemplaba un aditamento vinculado
con que ese funcionario no había transgredido los lazos de convivencia
con cualquier comunidad sino con aquella de la que se decía su “men-
tor”, con aquella conformada por mujeres como Magdalena, que había

171 Esta idea también es tributaria del estudio de James Scott sobre esas particulares
instancias y momentos en que el discurso resistente de los dominados abandona
su lugar oculto para volverse expreso y contundente, si bien el autor lo plantea en
circunstancias donde, a diferencia del caso que aquí se analiza, tal mutación no está
mediada por la potencialidad otorgada por una asamblea masiva donde justamente
la acción colectiva permite des-ocultar el discurso resguardando (ocultando) la
identidad individual del emisor (Scott, 2000).

160
Andrea Andújar

cuidado de su hijo y a la que había ayudado a arreglar su casa resque-


brajada por el asfalto. Por eso, el hostigamiento no se contentó con el
agravio verbal ni se inició con él, pues la acometida tuvo un peldaño
previo: el canto del Himno Nacional. En ese escenario, a diferencia
del que se había desplegado con la llegada de la jueza y que tenía por
objetivo convencerla de no desatar la represión, entonar la tradicional
composición patriótica a modo de recepción, adquiría el sentido de
una marca de exclusión, de una frontera que determinaba la calidad
de “extranjero” del gobernador a quien Bety increpó politizando nue-
vamente el rol maternal de las mujeres y engenerizando, también, la
elección del insulto.
A pesar de la piedra recibida (que por cierto, implicó una violen-
cia menos simbólica), el cruce entre el gobernador y las y los manifes-
tantes no pasó a mayores, motivo por el cual Sapag pudo retirarse de
lugar sin inconvenientes y pasar la noche junto con su esposa en la casa
de su hermano José (Río Negro, 27/6/96). A la mañana siguiente, irían
cobrando forma las posibilidades de llegar a un acuerdo.
En los últimos días del conflicto se había constituido una comi-
sión de piqueteros que congregaba a los voceros de cada piquete.
Durante la mañana del 26 de junio el gobernador recibió en el salón
de la municipalidad de Cutral Co a “un grupo que se reunía conmigo
de unas 20 o 30 personas”172. Entre ellos se encontraba Laura Padilla,
quien ya era conocida por redactar el petitorio de demandas que llegó a
las manos del obispo Radrizzani, y por las distintas medidas que había
impulsado para mantener la organización de su piquete y para evitar la
manipulación del conflicto. Luego de arduas negociaciones, acordaron
la redacción de un convenio entre las partes, que contenía los siguien-
tes puntos:
1. En el término de 48 hs se iniciará la reconexión de gas a todos
los usuarios que se le ha cortado el servicio y se le entregará
por los municipios el doble de bonos gasíferos de lo que se
entrega hasta ahora.
2. Se entregará mañana 650 cajas de alimentos […].
3. Por intermedio de copelco [Cooperativa de Previsión de
Servicios Públicos, Crédito y Vivienda de Cutral Co Ltda.]
se reconectará la energía eléctrica a aquellos usuarios que
tengan cortado.
4. A través de área social de los municipios será atendida con
intervención de los representantes de la comunidad para
coordinar la entrega de los alimentos necesarios […].

172 Entrevista de la autora a Felipe Sapag, Neuquén capital, 10 de mayo de 2004.

161
RUTAS ARGENTINAS HASTA EL FIN

5. Se habilitará en los próximos días el hospital de Plaza Huin-


cul con la incorporación de dotación completa.
6. Serán declaradas las comunidades de Cutral Co y Plaza Huin-
cul en emergencia ocupacional y social por decreto del Poder
Ejecutivo.
7. Para dar trabajo:
~~ Están en trámite el contrato para la instalación de un nuevo
hospital en Cutral Co, llave en mano.
~~ La instalación de la empresa La Oxígena y Ferrostal; empre-
sa Coserpet; el desarrollo del yacimiento El Mangrullo;
obra de asfalto en Cutral Co y Plaza Huincul, el Jardín de
Infantes Nº 5 de Cutral Co, ampliación del cpensi de Cutral
Co; Jardín 3 de Plaza Huincul.
~~ Se construirá una planta de tratamiento de residuos sólidos.
~~ Puesta en marcha del control del medioambiente y regalías
(Policía hidrocarburos).
Todas estas obras a corto plazo crearán puestos de trabajo.
8. El gobernador da seguridad y garantía de que no se tomarán
represalias de ningún tipo […].
9. En todas las mañanas a la hora 10 hs a partir de hoy y mien-
tras el Sr. Gobernador permanezca en estas localidades,
volveremos a reunir con los representantes de los piquetes
para considerar estas medidas, nuevas propuestas y llegar a
soluciones concretas.
10. Que en la medida de las posibilidades económicas del Banco
Provincia va a poner todos los esfuerzos para atender las
necesidades de créditos para comerciantes e industriales de
Cutral Co y Plaza Huincul.
11. Se ha logrado un programa de emprendimientos productivos
otorgado por la Secretaría de Bienestar Social de la Nación.
12. Se llamará a una compulsa nacional e internacional para la
Planta de Fertilizantes en el mes de julio de 1996173.

Luego de debatir su contenido en cada uno de los piquetes y refren-


darlo colectivamente en la asamblea general174, el pacto fue firmado
por Felipe Sapag y Laura Padilla. Posteriormente, una nueva asamblea
compuesta por “un millar de personas avaló a las cuatro y media de la

173 Transcripción de la fotocopia del acta acuerdo firmada por Felipe Sapag y Laura
Padilla, archivo de la autora. Los puntos acordados fueron 12 aunque, erróneamen-
te, el diario Río Negro en la tapa de su edición del 27/6/96 contabilizaba 13.
174 Vale señalar que también fue una mujer quien dio lectura del acta ante las y los
piqueteros reunidos en la asamblea general (Río Negro, 27/6/96).

162
Andrea Andújar

tarde el levantamiento del corte de rutas Nacional 22, Provincial 17 y las


picadas que tuvo incomunicadas a las localidades”175.

Del piquete a casa: permanencias y rupturas


Cuando se tomó la decisión de levantar los cortes de ruta, la sensación
de victoria embargó a los y las habitantes de Cutral Co y Plaza Huincul.
Según narró Laura Padilla, la alegría se manifestó en improvisadas
fiestas en las que se compartió la comida y la bebida que aún quedaban
de lo recolectado durante la pueblada.
Los motivos de tanta euforia no eran menores. La comunidad
se había enfrentado e impuesto al gobierno provincial y a las fuerzas
represivas. Más aún, en ese proceso habían logrado reconstruir lazos
solidarios y niveles de confianza que les habían permitido dejar de ser
individuos librados a su suerte para tornarse en un colectivo social dis-
puesto a luchar mancomunadamente para cambiar su destino.
Sin embargo, el final del conflicto abría otra etapa. De acuerdo al
relato de Bety León, “cuando termina la pueblada habíamos formado
una comisión de veedores para seguir los pasos del gobernador”176.
Como se señaló, durante una semana, Felipe Sapag permaneció con su
gabinete en la zona con el propósito de profundizar las negociaciones
y avanzar en la implementación de los puntos acordados (Río Negro,
30/6/96; 2/7/96). Entre tanto, las y los pobladores de ambas localidades
constituyeron diversas comisiones que tenían ante sí variadas tareas.
Algunas debían encargarse del control de la reconexión de los servicios
de luz y electricidad, intermediando a tal fin con las empresas presta-
doras. Otras tenían bajo su responsabilidad delinear proyectos produc-
tivos, controlar la entrega de bolsas de alimentos o las asignaciones y
cobros de subsidios de desempleo.
Pero a pesar del entusiasmo y del compromiso inicial, “todo eso
duró poco” (ibíd.), pues las comisiones tuvieron una vida efímera. La
inexperiencia comunitaria en el manejo de este tipo de asuntos, por un
lado, y la cooptación por parte del poder político provincial y munici-
pal de algunas de las personas que habían emergido como referentes
sociales y políticos durante la pueblada, impidieron que surgiera una

175 Rio Negro, 27/6/96. Ese mismo día y en ese diario, por otro lado, los representantes de
la empresa Agrium-Cominco publicaban en una solicitada que la compañía se reser-
vaba el derecho de iniciar acciones judiciales contra el gobierno de Felipe Sapag por
la ruptura de las negociaciones. Esta advertencia fue respondida por el gobernador
mediante otra solicitada en la que acusó a la firma de incitar a la rebelión a las pobla-
ciones de Cutral Co y Plaza Huincul, publicada por el diario Río Negro, 2/7/96.
176 Entrevista de la autora a Bety León, Plaza Huincul, 8 de mayo de 2004.

163
RUTAS ARGENTINAS HASTA EL FIN

organización que potenciara y encausara la movilización social puesta


de manifiesto entre el 20 y el 26 de junio. Para Arcelia, lo que ocurrió
fue lo siguiente:
[Los líderes] fueron comprados todos. Era más fácil comprar a 20
que a todo un pueblo. No les interesaba perder un millón de dóla-
res. Digamos: los que más se destacaron fueron los primeros que
compraron y los que no compraron, desaparecieron (Entrevista
de la autora a Arcelia, Cutral Co, 7 de mayo de 2004).

La mayoría de las mujeres y de los varones entrevistados coincidieron


con esta apreciación, si bien algunos engarzaban la traición como una
acción en la que también intervino la falta de experiencia general. Así,
Ernesto “Jote” Figueroa sostenía:
Éramos inexpertos en negociaciones. Nosotros gobernamos casi
un mes el pueblo. Pero no teníamos capacidad de nada: no tenía-
mos política gremial… y […] entonces, teníamos compañeros
que empezaron a darse vuelta, a negociar (Entrevista de la autora
a Ernesto “Jote” Figueroa, Cutral Co, 20 de diciembre de 2003).

Los matices que contenían las palabras de Arcelia y de Ernesto reve-


laban ciertas diferencias conceptuales en torno a la práctica política y
a cómo la misma desembocó en la apostasía de las y los voceros. Para
ella, la traición se vinculaba con el quebranto de una ética atravesada
por la defensa de los intereses colectivos en pos de la consecución de
un beneficio enteramente individual. Para él, situado en su experiencia
gremial como trabajador de la construcción y firmemente convencido
de que efectivamente los y las piqueteras habían logrado gobernar
el pueblo, fue el desconocimiento en el manejo de los asuntos de ese
gobierno y la incapacidad de mantener la cohesión y el control del
grupo, lo que facilitó la pérdida de la iniciativa política y la defección,
por tanto, de esos “compañeros”.
A estos motivos que coadyuvaron a desestructurar la incipiente
organización se sumaron las amenazas y atentados con bombas molo-
tov que sufrieron varias de las personas involucradas en la protesta
(Auyero, 2004). Para las mujeres, todo esto redundó en que el gobierno
provincial pudiera finalmente evadir el cumplimiento del acuerdo.
Entonces, el saldo que la pueblada dejaba en ellas era negativo, pues
“desarticularon todo, nos descabezaron y no cumplieron nada”, sen-
tenciaba Arcelia entre triste y furiosa177. En esta evaluación carecía de
valor, por ejemplo, la obtención de las reconexiones de los servicios
eléctricos exigidas. Tampoco asignaban relevancia a otras cuestiones

177 Entrevista de la autora a Arcelia, Cutral Co, 7 de mayo de 2004.

164
Andrea Andújar

tales como que el Banco Hipotecario Nacional anunciara la suspensión


por dos meses de todas las acciones administrativas y judiciales contra
las personas de Plaza Huincul y Cutral Co que estuvieran en mora en
el pago de los préstamos “financiados por esta institución” (Río Negro,
27/6/96), o que el gobernador y sus ministros de Economía, de Gobierno
y de Salud y Acción Social –Silvio Ferracioli, Carlos Silva y Simón Jalil,
respectivamente– firmaran el 27 de junio el Decreto 1762 por el cual se
declaraba la emergencia ocupacional en ambas localidades (Río Negro,
28/6/96). Menos aún constituía un triunfo el anuncio de la ampliación
de la cobertura de los subsidios por desempleo178, puesto que el reclamo
del que ellas habían formado parte apuntaba a la reapertura de fuen-
tes de trabajo “genuino” y no a la entrega de “Planes Trabajar”. Para
Arcelia, dueña de esas reflexiones, la diferencia entre una cosa y otra
era clara ya que “no fueron a pedir los planes, […] querían la dignidad
del trabajo, porque hasta eso le arrebató tanto el gobierno provincial
como el gobierno nacional: la dignidad del obrero”179. Pero además de
la “dignidad”, lo que entraba en escena era nuevamente el tema de la
factibilidad de la manipulación de la voluntad de las personas. Según
aclaró Estela, empleada pública en el área de salud y activista de ate:
Con planes sociales o bolsas de víveres, en esto terminaron… Se
desvía así, porque trabajo, ninguno, ninguno, hasta el día de hoy.
Y así, los políticos se quedan con el pueblo domesticado para que
cuando vaya a pedir, pierda el objetivo (Entrevista de la autora a
Estela, Plaza Huincul, 20 de diciembre de 2003).

De tal modo, para ellas, la distribución de estos planes era un recurso al


que el gobierno echaba mano no sólo para atemperar los “ánimos” de la
comunidad sino también para impedir futuras acciones colectivas de
protesta en su contra.
Tal conjunto de resultados, que para el gobernador constituían un
“montón de pedidos que fueron cumplidos todos”180, no fue percibido
ni como un avance ni como un triunfo, pues una vez calmadas las “tur-
bulencias” desatadas con la movilización popular, distaba mucho de
satisfacer las expectativas y los esfuerzos de quienes habían dado vida

178 El diario Río Negro en su edición del 29/6/96 informaba que el gobierno provincial
instrumentaría un subsidio para 500 desocupados por tres meses similar al otorga-
do mediante la Ley 2128. De ese total, 150 se destinarían a Plaza Huincul y el resto,
a Cutral Co.
179 Entrevista de la autora a Arcelia, Cutral Co, 20 de diciembre de 2003. El debate en
torno a los significados asignados a los planes y su distancia con el trabajo “genuino”
será retomado en el Capítulo 5.
180 Entrevista de la autora a Felipe Sapag, Neuquén capital, 10 de mayo de 2004.

165
RUTAS ARGENTINAS HASTA EL FIN

al conflicto. Pero, para las personas entrevistadas, la verdadera derrota


no se encontraba allí. O, mejor dicho, los magros beneficios obtenidos
devenían también de otra cuestión. En efecto, si “la primera puebla-
da fue algo fabuloso, un despertar de la conciencia”, tal como afirmó
Sara, era la traición de los y las improvisadas líderes de la protesta, esas
“voluntades que fueron compradas” –acusación que incluía a Laura
Padilla181–, lo que finalmente sellaba la victoria del gobierno de Sapag182.
Sin embargo, la negativa evaluación del resultado de la pueblada
varió sustancialmente cuando las mujeres reflexionaban sobre el signi-
ficado que este conflicto tuvo en sus vidas cotidianas y en los vínculos
establecidos dentro y fuera de las puertas de su hogar. La propia Arcelia
sostuvo que “ahora las mujeres están más fuertes”183, afirmación reto-
mada por Sara, para quien “hay una fortaleza increíble. Vos fijate: yo
estoy sola y tengo que seguir luchando para mantener a mis hijos, y
sigo haciendo un montón de cosas”184. De hecho, en la vida de ambas,
la participación en las protestas marcó también la disposición a asistir
asiduamente a los Encuentros Nacionales de Mujeres y, en particular, a
los talleres sobre cooperativismo que en tal evento funcionan. Asimis-
mo, Estela señalaba:
[A partir de este conflicto, las mujeres] pasamos a ser la columna
vertebral de cada hogar y de cada lugar de trabajo […], con [muje-
res] líderes de barrios que están haciendo unos 200 pan dulces
para los de menos recursos (Entrevista de la autora a Estela, Plaza
Huincul, 20 de diciembre de 2003).

En ese sentido, tanto para Arcelia como para Sara y Estela, la experien-
cia obtenida en la pueblada reverberaba en nuevos horizontes de par-
ticipación e involucramiento público-políticos, en el deseo de conocer
nuevos espacios de activismo y desplegar otras prácticas políticas, en
el desarrollo de redes de solidaridad social en las que nuevamente,
además, ellas denotaban los flexibles (o borrosos) límites entre aquellas
actividades asignadas tradicionalmente a lo público y a lo privado.
Por su parte, para Bety León también existió un antes y un des-
pués del conflicto:

181 Las presunciones sobre la traición de Laura Padilla circularon extensamente, espe-
culándose que ella habría aceptado como prebendas desde dinero hasta una casa en
General Roca de parte del gobierno. Esta investigación no encontró ningún elemen-
to que sustentara la veracidad de tales acusaciones, las que asimismo han intentado
ser refutadas por Auyero (2004).
182 Entrevista de la autora a Sara, Plaza Huincul, 20 de diciembre de 2003.
183 Entrevista de la autora a Arcelia, Cutral Co, 20 de diciembre de 2003.
184 Entrevista de la autora a Sara, Plaza Huincul, 20 de diciembre de 2003.

166
Andrea Andújar

Yo descubrí varias cosas. Aprendí a conocer a los políticos, el rol


del gobernador, los diputados, los senadores, a nivel nacional,
nuestros concejales. […] Porque la pueblada a vos te cambió la
mentalidad. Ahora tengo más armas porque ahora me sé la Cons-
titución, los artículos, el derecho como ciudadana (Entrevista de
la autora a Bety León, Plaza Huincul, 8 de mayo de 2004).

El conocimiento adquirido en torno a los mecanismos institucionales


del funcionamiento gubernamental y a la distribución de la gestión
administrativa del aparato estatal o a los derechos que competen al
ejercicio de la ciudadanía, alcanza un valor superlativo para las muje-
res de los sectores subalternos, puesto que en sus manos se transforma
en una herramienta de presión y demanda a los poderes públicos que
también opera fortaleciendo la capacidad organizativa y de acción
colectiva femenina. Es un saber que permite elaborar determinadas
reivindicaciones o activar peticiones para exigir el cumplimiento de
obligaciones y compromisos asumidos por quienes ocupan cargos
gubernamentales. En el caso de Bety, que luego de la pueblada siguió
“armando cosas con las mujeres en el barrio mío”, ese conocimiento le
permitió “saber dónde solucionamos si necesitan una silla de rueda,
por ejemplo”. De esa forma, “cada vez que un político me dice que algo
no se puede, vamos como simple comisión de amas de casas y les digo
‘ustedes tiene la obligación’”185.
De tal modo, las mujeres reivindicaron lo que ellas hicieron y
cómo lo hicieron. Tanto el corte de rutas como la denominación de
piqueteras han constituido para ellas una experiencia legítima de lucha
y una identificación positiva. Incluso, la asignación de un valor positivo
a la condición de ser piquetera trascendió las acusaciones cruzadas en
torno a traiciones o defecciones. Así, y como se transcribió en el primer
capítulo, Laura Padilla expresaba que uno de sus mayores orgullos era
“esto de ser piquetera”186, en tanto Arcelia, por ejemplo, establecía una
diferencia entre el significado del corte de rutas en Senillosa en 1994 y
el que ellas habían dinamizado explicando que “las primeras piquete-
ras fuimos nosotras porque luego de eso, se cerró el país”187. Posible-
mente, esta formulación no fuera ajena al lugar central que parte de la
literatura académica, política o estrictamente periodística asignó a la
pueblada de Cutral Co y Plaza Huincul de 1996 como punto de inflexión
en la lucha contra las consecuencias del modelo neoliberal, valoración
a la que este libro, por su parte, también suscribe. Mas lo interesante

185 Entrevista de la autora a Bety León, Plaza Huincul, 8 de mayo de 2004.


186 Entrevista de la autora a Laura Padilla, General Roca, 17 de diciembre de 2003.
187 Entrevista de la autora a Arcelia, Plaza Huincul, 20 de diciembre de 2003.

167
RUTAS ARGENTINAS HASTA EL FIN

es que a pesar justamente de su evaluación negativa de los resultados


de la pueblada, ella se afirmara en esa acción beligerante y en el sujeto
político que se había gestado en su devenir.
De todas maneras, las distancias existentes entre cómo las
mujeres apreciaron los resultados de esta acción colectiva de protesta
en general y cómo estimaron el impacto de la misma en sus propias
vidas, condicionarían la forma en la que ellas actuarían colectivamen-
te menos de un año después, cuando un nuevo enfrentamiento con el
gobierno volviera a estremecer los destinos de las comarcas petroleras.

Mujeres en las rutas


Durante las jornadas de movilización y protesta, las mujeres de Cutral
Co y Plaza Huincul realizaron múltiples actividades que permitieron la
subsistencia de la misma: juntaron alimentos y cocinaron para todas
las personas que estaban en cada una de las barricadas; recolectaron
abrigos y los distribuyeron en cada piquete para que el frío de la noche
se sintiera menos; participaron en las asambleas, logrando incluso
“contener a jóvenes y borrachos” para evitar que los piquetes se desar-
ticularan; algunas se convirtieron en voceras de sus propios piquetes;
otras, mantuvieron a raya a cualquier “político” que pretendiera agen-
ciarse la dirección de la protesta o, siquiera, sugerir cómo encausarla.
En esas acciones, en las que pusieron en escena experiencias
adquiridas anteriormente, no sólo enfrentaron las consecuencias del
ajuste neoliberal estimulando novedosas formas de acción y de orga-
nización sino que, también, disputaron los sentidos y los límites de la
política. Definida como una herramienta de manipulación de la volun-
tad popular y como un espacio ajeno a sus propios intereses, no fue en
esos términos como ellas formularon la valoración de su práctica. Pero
fue en ese terreno donde actuaron para defender la subsistencia de su
comunidad y para mantener el rumbo de la protesta en sus manos.
Fue en la política realizada en la ruta donde ellas coadyuvaron a la
gestación de un nuevo sujeto cuya nominación, aún cuando cuestio-
nada luego por protagonistas de otros conflictos, terminó por amparar
enfrentamientos futuros en esa y otras latitudes.

168
Capítulo 4
Reavivando resistencias:
el segundo corte de rutas
en Neuquén, abril de 1997

Teresa Rodríguez tenía 24 años. Vivía en Otaño, un barrio humilde de


Plaza Huincul, junto con su hija mayor y sus dos hijos más pequeños,
a quienes mantenía trabajando como empleada doméstica. El 12 de
abril, a mitad de la mañana, salió de su casa para averiguar qué había
sucedido con el hermano de Juan Poblete, su novio, que aparentemente
había sido herido en uno de los piquetes188. Cuando caminaba por la
Ruta Provincial 17, a 50 metros de la intersección con la Ruta Nacional
22, cayó al piso, herida en el cuello por un disparo. Allí fue atendida por
una médica que intentó salvarla. Pero Teresa murió camino al hospital.
La bala que la mató fue una de las muchas que la policía provincial dis-
paró durante toda esa mañana cuando, plegándose a la represión de la
gendarmería nacional, intentaba acabar con la protesta iniciada casi 72
horas antes en Cutral Co y Plaza Huincul.
En efecto, el 9 de abril de 1997 las comarcas petroleras fueron
nuevamente escenario de un corte de rutas que pocos días más tarde
ocupó los principales encabezados de los medios de comunicación
locales y nacionales. Por segunda ocasión, la torre de ypf, en el ingreso
a Plaza Huincul, se convirtió en el epicentro del conflicto en Neuquén,
cuando las maestras y los maestros, junto con padres, madres y estu-
diantes, iniciaron la interrupción del tránsito sobre la Ruta Nacional 22.
Decidido a partir de una asamblea realizada a las puertas del
museo Carmen Funes en Plaza Huincul, este corte se inscribía en la
saga de la protesta que la Asociación de Trabajadores de la Educacuón
de Nuequén (aten), el gremio docente neuquino, había dispuesto en la
inauguración del ciclo lectivo de 1997 contra diversas medidas asumi-
das por el gobierno provincial. Sin embargo, a diferencia de lo ocurrido
en junio de 1996, el bloqueo de las rutas en Cutral Co y Plaza Huincul
no contó en un principio con la concurrencia masiva de la población.

188 Entrevista de la autora a la familia Rodríguez. Plaza Huincul, 8 de mayo de 2004.

169
RUTAS ARGENTINAS HASTA EL FIN

Tampoco fueron las mismas mujeres las que intervinieron en una y


otra acción colectiva de protesta. Aun cuando su protagonismo fue
nodal en los orígenes del conflicto de abril de 1997, la traza de esta par-
ticipación femenina guardó ciertas diferencias con la del año anterior,
derivadas no sólo de la naturaleza del reclamo sino también del origen
social de estas mujeres y del tipo de organización que las aglutinaba.
Así, su pertenencia al gremio docente determinó tanto el entramado
del conflicto como los límites del involucramiento femenino en él. Por
otro lado, la reacción de los poderes del Estado también contuvo una
ferocidad que ni el gobernador ni los integrantes del aparato represivo
se habían animado a desencadenar en la pueblada de junio.
Si bien las jornadas de lucha de abril de 1997 han merecido menor
atención que los sucesos acontecidos en 1996 en esas localidades, los
estudios que se han detenido en ellas coinciden en reseñar la existencia
de un doble afluente en su emergencia. El primero reconoce un origen
inmediato que involucra la huelga docente comenzada en marzo de
1997 y cuya contundencia y envergadura política excedió los alcances
de las protestas impulsadas por aten en el pasado (Petruccelli, 2005).
El segundo remite al descontento y la frustración que los resultados
de la pueblada de 1996 habían dejado en las comunidades de Cutral
Co y Plaza Huincul (Klachko, 2002). Así, a las demandas promovidas
por el sindicato se sumaron otras relativas a la generación de fuentes
de empleo o al aumento de los subsidios, entre los diversos puntos
considerados incumplidos del acuerdo firmado entre Felipe Sapag y
Laura Padilla el 26 de junio de 1996. Mas tal indexación abrió una fuerte
tensión al interior del conflicto, pues los sujetos que enarbolaban estos
reclamos en un comienzo, un grupo de jóvenes desocupados que cali-
ficaban a los y las líderes de aquella lucha de 1996 como traidores y que
posteriormente se autoidentificaron como “fogoneros”, sobrepasaban
los límites del control que pretendían establecer los sectores organiza-
dos alrededor de las y los docentes (Bonifacio, 2009). De tal suerte, su
presencia y sus acciones, enfrentadas con el ala “moderada” del conflic-
to, habrían contribuido a la radicalización y al amplio desborde de los
carriles institucionales de la protesta (Klachko, 2002).
Este capítulo se detiene en el segundo conflicto ocurrido en las
comarcas petroleras en abril de 1997, retomando estos enfoques pues
considera que la comprensión de esta protesta requiere examinar los
orígenes y desarrollo de la confrontación entre aten y el gobierno de
Felipe Sapag. Sin embargo, asume un itinerario analítico distinto al
ponderar la presencia mayoritaria femenina dentro de ese gremio
como una singularidad que atravesó las prácticas organizativas y de
confrontación, los significados asignados a las mismas por quienes
las dinamizaron y las maneras en que los medios de comunicación
y los funcionarios gubernamentales presentaron y definieron tanto

170
Andrea Andújar

el conflicto y sus implicancias como a los sujetos participantes. En


ese sentido, entiende que dentro de tales definiciones, la presencia de
estas mujeres intentó ser modelada por los voceros gubernamentales
y los medios de comunicación sustanciando estereotipos que, en un
principio, entraron en escena para desacreditar la protesta y desacti-
varla. Así, la huelga fue presentada como parte de un acto “antinatu-
ral” justamente porque quienes la llevaban a cabo contradecían con su
acción el incondicional cuidado de los otros condensado en el arque-
tipo mujer-madre que, fuera de las paredes del hogar, se extendía y
representaba como mujer-maestra. Empero, esa construcción social y
política invirtió su valoración negativa cuando ingresaron los jóvenes
fogoneros en la arena del conflicto. La imagen edificada y difundida
sobre esos jóvenes no sólo puntualizó las diferencias de clase entre
ellos y las mujeres-maestras sino también aquellas asentadas en cier-
tos atributos de género. De tal modo, se estableció un contraste entre
una feminidad mostrada a partir de ese momento como virtuosa y
respetable –la de la mujer-maestra de clase media, ahora sensata y
proba–, frente a una masculinidad potencialmente peligrosa –la del
fogonero, un varón joven perteneciente a los sectores más empobre-
cidos, ajeno a todo ámbito de socialización “aceptable” y carente de
racionalidad en sus acciones–.
La interpretación que aquí se sigue se ocupa de indagar la forma
en que las identidades de género y de clase atravesaron el proceso de
organización y movilización colectiva. Asimismo, busca revelar las
continuidades y rupturas que se produjeron en la participación comu-
nitaria en ambas contiendas y, particularmente, en los sujetos femeni-
nos que las protagonizaron. Finalmente, examina la manera en que el
epílogo de ese complejo y denso proceso de lucha impactó en el devenir
político posterior de Cutral Co y Plaza Huincul.
Para el desarrollo de su cometido, este capítulo se divide en dos
secciones. La primera aborda el devenir de la huelga docente durante
el comienzo del período escolar de 1997, inquiriendo cómo y por qué
los y las maestras agremiadas en aten reeditaron el corte de rutas
como metodología de protesta a la par que fueron autorreferenciándo-
se como “maestras piqueteras”. La segunda se enfoca en la repercusión
de esta contienda en Cutral Co y Plaza Huincul a fin de escudriñar
cómo el corte iniciado allí el 9 de abril se masificó y provocó un nuevo
levantamiento de ambas comunidades. En tal dirección, cobra parti-
cular relevancia el estudio de los heterogéneos sujetos que protago-
nizaron esta segunda acción de protesta, el desenlace de la misma y
sus repercusiones en los niveles de organización de los sectores que la
habían impulsado.

171
RUTAS ARGENTINAS HASTA EL FIN

Las maestras piqueteras: del pizarrón al puente

La huelga del 97. Creo que somos las primeras


maestras piqueteras. No creo que exista en el
país ninguna huelga que haya cortado puentes
con gente con salario estable.

Liliana Obregón, ex secretaria general de


aten, seccional capital

El 10 de marzo de 1997, cuando debía comenzar el ciclo de enseñanza


en las escuelas primarias y secundarias en la provincia, el sindicato
docente neuquino emprendió un plan de lucha que contemplaba la
declaración de una huelga por quince días. Los propósitos que per-
seguía la medida de fuerza decidida por el plenario de secretarios
generales de aten el miércoles 5 de ese mes (Río Negro, 6/3/97) giraban
centralmente en torno a dos asuntos. El primero apuntaba a la deroga-
ción tanto de las resoluciones 075/97 y 290/97 del Consejo Provincial
de Educación como del Decreto 595/97 del Poder Ejecutivo neuquino,
cuya puesta en práctica implicaba el despido de un millar de trabaja-
dores/as de la educación. En efecto, estas medidas, dictaminadas en
enero y febrero de ese año, conducían a un recorte de 9 mil horas cáte-
dra aproximadamente, al disponer el cierre de salas de 3 y 4 años de los
jardines de infantes, la fusión de grados, la eliminación de talleres de
informática y jefaturas de departamentos en las escuelas de enseñanza
media, la supresión de cargos de educación física, música, plástica y
educación especial así como la cesantía de un importante número de
personal auxiliar (especialmente, porteros).
El segundo tema refería básicamente al salario, el cual había
sufrido un importante recorte desde el comienzo de la gestión de Felipe
Sapag en diciembre de 1995.
Como se aludió en el capítulo anterior, ante la deteriorada situa-
ción financiera de las arcas provinciales dejada por el gobernador
Sobisch, Sapag tomó la decisión de ajustar el presupuesto mediante
la reducción de los salarios de los empleados públicos. Para las y los
docentes ello implicó una rebaja del suplemento mensual por zona
desfavorable del 40% al 20%, determinada mediante el Decreto 214/95.
Con similar objetivo, decretos inmediatamente posteriores estipularon
la disminución de los porcentajes de bonificación para establecimientos
ubicados en zonas muy desfavorables, el congelamiento de los adiciona-
les, las bonificaciones o compensaciones en función de la antigüedad y
la anulación de los pagos complementarios al personal de portería.
Los meses de enero y febrero del año 1996 encontraron al gremio
docente enfrentando esta política con movilizaciones callejeras, a las

172
Andrea Andújar

que sumaron paros escalonados desde el inicio del período lectivo de


ese año. Tales acciones de protesta terminaron por obligar al gobierno
a sentarse a la mesa de negociaciones a fines de marzo; mas el acuerdo
suscripto entre este y aten el 12 de abril de 1996 para concluir el conflic-
to dejó un sabor amargo en las bases y en las y los activistas de varias
seccionales, pues entre las concesiones realizadas por la Comisión
Directiva del sindicato, se encontraba la que remitía a la composición
salarial (Petruccelli, 2005)189. Justamente, este era el punto sobre el
que el gobernador Sapag había vuelto a fines del año 1996 al pretender
convalidar la reducción de los salarios estipulada en el Decreto 214/95
mediante una ley que, según los deseos del Poder Ejecutivo, debía ser
sancionada a la brevedad por la Legislatura neuquina.
Por otro lado, las citadas normativas de 1995 se conjugaban con
el intento de poner en práctica en la provincia la Ley Federal de Educa-
ción, aprobada por el Congreso nacional en 1993 como Ley 24195. Esta
norma profundizaba la reforma educativa del Estado nacional que,
encuadrada dentro de los preceptos neoliberales, había comenzado
en 1991 con la descentralización del sistema educativo mediante el
traspaso total de las escuelas primarias, secundarias y los institutos
terciarios a la Capital Federal y a las provincias. En esa dirección, deter-
minaba, entre otras cuestiones, cambios cardinales en la estructura
de este sistema y en los contenidos curriculares, en la evaluación de
los aprendizajes de los/as alumnos/as y en la organización de redes de
capacitación docente. Al igual que otras agremiaciones docentes, aten
estimaba que esta ley destruía el carácter público y de derecho social
que había portado tradicionalmente la educación en la Argentina y que,
en tal sentido, respondía a la pretensión de ciertos sectores de privati-
zarla y mercantilizarla. Pero, a diferencia de la organización a la que
aten estaba integrada, la Confederación de Trabajadores de la Educa-
ción de la República Argentina (ctera), que a pesar de objetarla en los
dichos no había impulsado ninguna acción colectiva frontal en su con-
tra190, el gremio neuquino estaba decidido a impedir la implementación
de la Ley Federal de Educación en el territorio provincial.
Así, al iniciar la huelga del 10 de marzo de 1997, asoció su deci-
sión de enfrentar la avanzada del gobierno en materia salarial y de
reducción de puestos laborales con la defensa de la educación pública

189 aten obtuvo la recategorización de las zonas, la modificación de suma fija según
antigüedad y la disposición de la cobertura de suplencias a los 5 días y no a los 10
como había determinado el gobierno. Pero a cambio, aceptó la reducción al 20% del
pago por zona desfavorable, cuestión criticada, fundamentalmente, por la seccional
capital del sindicato.
190 Para análisis sobre ctera durante este proceso, ver Petruccelli (2005) y Suárez (2005).

173
RUTAS ARGENTINAS HASTA EL FIN

en cuanto que bien social amenazado por la connivencia de objetivos


entre el gobernador Sapag y el gobierno nacional. Esta lectura política
del significado de las pretensiones del Ejecutivo provincial le permitió
fortalecer la legitimidad del reclamo al demostrar que no se trataba
de un problema sectorial sino de la confiscación de un derecho –el
del acceso universal a la educación– que afectaba a la comunidad en
su conjunto. De ese modo, logró potenciar la salida del conflicto del
reducto de las aulas, para lo cual fue angular, por otro lado, que la
huelga fuera parte de un esquema de confrontación que contemplaba
desde asambleas con madres y padres hasta movilizaciones calleje-
ras. El éxito de esta táctica se evidenció en la elevada adhesión social
que ganó rápidamente la protesta docente, puesta de manifiesto tanto
en el nivel de ausentismo en los establecimientos escolares –que
rondaba entre el 70% y el 90% según las informaciones periodísticas–
como en la masiva participación popular en las movilizaciones con-
vocadas por el sindicato durante los primeros días del conflicto (Río
Negro, 11-12-15/3/97).
Otra herramienta de presión tempranamente tenida en cuenta
por la dirección sindical fue la de aunar esfuerzos con la Unión de
Trabajadores de la Educación de Río Negro (unter), que el 10 de marzo
había iniciado también un paro, aunque por tiempo indeterminado, por
motivos similares a los de su par neuquina: los recortes salariales y de
horas cátedra, y la pretensión de imponer la Ley Federal de Educación
en esa provincia. Así, ambos sindicatos confluyeron en una moviliza-
ción en Cipolletti el 13 de marzo, que interrumpió momentáneamente
el tránsito en el puente que une a esa localidad con Neuquén capital191.
Por tanto, esta alianza complicaba el panorama de los gobiernos de
ambas provincias, ya que el conflicto amenazaba con regionalizarse.
Sin embargo, desde el principio en el caso neuquino, tanto Felipe
Sapag como el resto de los funcionarios del Poder Ejecutivo se negaron
a dialogar con aten. Es más: el gobernador calificó en varias oportuni-
dades la huelga como una “especie de extorsión” de los docentes sobre
“los padres y el gobierno”, mientras advertía: “día no trabajado, día des-
contado” (Río Negro, 7/3/97). La inflexibilidad de la posición del gobier-
no quedaba expuesta, asimismo, en la única propuesta que ofrecía para
solucionar el conflicto: que “los docentes vayan a trabajar” (Río Negro,
13/3/97). Estas expresiones aspiraban a quebrantar la decisión de los
maestros y maestras –avanzando más aún sobre el salario– y, conco-
mitantemente, el apoyo que la sociedad brindaba a la huelga docente.

191 Río Negro, 14/3/97. La interrupción del tránsito no fue estrictamente un corte pues
no se levantaron barricadas, a diferencia de lo que ocurriría más tarde, durante la
conmemoración del golpe de Estado que derrocó a María Estela Martínez de Perón.

174
Andrea Andújar

Pero los acontecimientos no se encadenaron acorde con los anhelos del


Poder Ejecutivo provincial que, por otra parte, afrontaba un delicado
escenario y no sólo debido al conflicto docente.
En lo que iba de su gestión, la autoridad de Felipe Sapag no había
logrado imponerse en la lucha interna entre las facciones del mpn, lo
cual conspiraba contra la posibilidad de garantizar un control estable
del devenir político de la provincia. Empero, la situación más comple-
ja para su gestión la había desatado la pueblada de Cutral Co y Plaza
Huincul, cuya sombra, lejos de esfumarse, se proyectaba potentemen-
te sobre las espaldas del gobernador. De hecho, las posibilidades de
nuevos estallidos habían atravesado todo el segundo semestre del año
1996192. Y muchos de sus eventuales protagonistas, como los colecti-
vos de desocupados/as, hallaban en las recientes experiencias de las
comunidades petroleras una referencia importante para vigorizar sus
demandas. Consecuentemente, en ese complejo y tenso contexto, la
huelga docente podía abrir imprevistos frentes de contienda que termi-
naran por jaquear la gobernabilidad de la provincia patagónica.
Asimismo, el escenario planteado por el conflicto docente por-
taba otra singularidad para el gobernador. El sindicato, tanto a nivel
provincial como en su seccional capital, que era la de mayor peso den-
tro de aten pues reunía al 40% de las y los afiliados, se hallaba dirigido
por dos mujeres. Una era María Eugenia Figueroa, quien había ganado
la conducción general del sindicato encabezando la Lista Azul-Celeste,
desprendimiento de la Celeste –agrupación liderada históricamente
por Marta Maffei, principal dirigente a nivel nacional de ctera–. La
segunda era Liliana Obregón, que ejercía la dirección de aten-Capital
liderando la Lista Rosa, un frente constituido por distintos partidos
de izquierda. Así y en menos de un año, Sapag volvía a ser interpelado
e increpado por maestras. La primera vez había tenido lugar en junio
de 1996, cuando obligado por la pueblada, debió firmar un acuerdo
con Laura Padilla, maestra de Cutral Co, para levantar el corte de
rutas. Ahora, Figueroa y Obregón, aunque distintas en sus estilos de

192 Un ejemplo de ello puede observarse durante las semanas inmediatamente poste-
riores a la conclusión de la pueblada de junio de 1996. Diversas crónicas periodísti-
cas advertían sobre potenciales protestas de similar tenor a la ocurrida en Cutral Co
y Plaza Huincul en lugares como Chos Malal, Rincón de los Sauces, Piedra del Águila
y Senillosa (Rio Negro, 29/6/96; 30/6/96; 11/7/96; 13/7/96, respectivamente). Asi-
mismo, en la primera localidad, a las marchas “contra el hambre” organizadas por la
cta se indexaron huelgas en la empresa ceramista Stefani durante el mes de agosto
por despidos de operarios (Rio Negro, 13/7/96; 7/8/96). A su vez, el paro nacional
del 8 de agosto de ese año, dispuesto por la cgt y ratificado el 31 de julio, contó con
una elevada adhesión en la provincia, sobre todo en la ciudad de Neuquén donde se
produjo, además, una movilización que reunió a 4 mil personas (Río Negro, 9/8/96).

175
RUTAS ARGENTINAS HASTA EL FIN

conducción y en sus convicciones políticas193, corporizaban un nuevo


embate contra el gobernador que prometía ser de largo alcance. Por
otro lado, quienes secundaban a esas dos mujeres constituían un suje-
to colectivo cuya presencia delineaba también las particularidades de
ese gremio así como las tonalidades y las tramas por donde se estaba
desarrollando la disputa con el gobierno.
De igual modo que otros gremios que agrupan a las y los docen-
tes, aten, fundado en el ocaso de la última dictadura militar, en agosto
de 1982, era una organización eminentemente femenina. Si bien son
muchas las razones que permiten develar la presencia dominante de
las mujeres en la labor educativa, una de las más importantes es aque-
lla que remite a la pervivencia de la concepción de la tarea de “educar
al ciudadano” como una extensión “natural” de las responsabilidades
maternas en la crianza de niños y niñas, y de nociones compartidas
histórica y socialmente sobre ciertos atributos ventajosos que supues-
tamente poseen las mujeres para asumir la realización de este trabajo
–tales como los vinculados a la paciencia, el amor, la dulzura, la capaci-
dad de entrega y sacrificio– (Yannoulas, 1993; Morgade, 1997). La conti-
nuidad histórica de estas concepciones se completa, por otra parte, con
el devaluado costo de la mano de obra femenina para el ejercicio de esta
tarea (Morgade, 1997: 68-69), cuestión también aceptada, como lo han
marcado diversos estudios, debido a la extendida –e infundada– creen-
cia de que los salarios de las mujeres constituyen un “complemento” de
los ingresos familiares (Fischman, 2007).
Aunque en la Argentina la construcción de estos arquetipos
hunde sus raíces en los cimientos de la Nación y el Estado modernos,
su persistencia en la actualidad queda puesta de manifiesto en la
tenaz equiparación dentro del imaginario social, entre el hogar y la
escuela como lugares de similar significado para la estancia de niños
y niñas, por un lado, y en la similitud de cualidades y sentidos con-
tenidos en los conceptos de madre y maestra, por el otro. La subsis-
tencia de esta creencia se ha retroalimentado y a su vez resignificado
debido, además, a la escasa alteración que a lo largo de todo el siglo
xx ha denotado la feminización del magisterio. Como señala Graciela
Morgade (1997), si para la década de 1920 las mujeres representaban
el 85% del cuerpo docente, para finales de la centuria y comienzos del
siglo xxi, la situación mostraba sólo tenues mudanzas. En el caso de la
escuela primaria, por ejemplo, la modificación incluso fue en térmi-
nos ascendentes. Así, para 1994, las mujeres constituían el 88,63% de
las maestras primarias, mientras que para 2004, ese porcentaje había

193 Para una descripción de ambas dirigentas y los contrapuntos en sus personalidades,
trayectorias políticas, capacidades oratorias y organizativas ver Petruccelli (2005).

176
Andrea Andújar

aumentado al 93,2%194. En el caso de la enseñanza media, aún cuan-


do el porcentaje de profesoras era menor que el de maestras, seguía
superando al de profesores. Acorde con los censos docentes, en el año
1994 la cantidad de profesoras equivalía al 63,89% del total, en tanto
que en el año 2004 se había elevado al 71,7%195.
Por otra parte, durante mucho tiempo, la representación social
hegemónica sobre la labor docente estuvo asociada más a un oficio
vocacional que a un trabajo, ocluyéndose el devenir de experiencias
colectivas que contradecían este supuesto. Entre ellas, una de angu-
lar trascendencia remite al proceso de sindicalización que tempra-
namente escoltó la demanda de diversas reivindicaciones laborales
de este sector. Aunque heterogéneo en su geografía y en los ritmos
que marcaron su desarrollo, sus hitos iniciales se remontan a fines
del siglo xix con las primeras acciones huelguísticas protagonizadas
por maestras y la emergencia de entidades sindicales provinciales
que irían mutando y reconfigurándose luego, ya entrada la siguiente
centuria. Así, los intentos por constituir federaciones de maestros/
as a nivel nacional, acompañados por la aparición de organizaciones
de profesoras/es secundarias/os, jalonaron diversos conflictos en la
primera mitad del siglo xx alrededor de demandas por mejoras sala-
riales o cuestiones tales como la regulación de la tarea de docencia.
Aunque no exenta de vaivenes, estas inquietudes en torno al recono-
cimiento de esta labor como trabajo cristalizaron en un estatuto que
abarcaba a quienes se desempeñaban en establecimientos públicos
nacionales, sancionado durante el segundo gobierno peronista, en la
creación de la sindicalista Unión Docente Argentina (uda) durante
el mismo período y en la proliferación –ya en la década de 1970– de
agrupaciones gremiales locales y nacionales, entre las cuales ctera,
conformada en septiembre de 1973, adquiriría preeminencia. Y a
pesar de que este sector laboral no escapó del encarnizamiento del
terrorismo estatal, dinamizó acciones de resistencia que posibilitaron
la supervivencia de sus organizaciones (Rodríguez, 2009). La ctera,
por ejemplo, no sólo logró rearticularse sino también desarrollar una
intensa actividad durante el gobierno de Raúl Alfonsín (Fischman,
2007; Perazza y Legarralde, 2007). Justamente, los diversos paros que
protagonizó durante esta etapa, de los cuales el más resonante fue la
prolongada huelga de 1988 –que se extendió por más de cuarenta días
y que culminó en la masiva “Marcha Blanca”–, permitieron agrietar
la representación social dominante en torno a esta labor como un

194 El total de la población docente era de 591.806 para 1994 y 825.250 para 2004. Ver
dinicie, Censo Nacional Docente de 1994 y 2004.
195 Ver dinicie, Censo Nacional Docente de 1994 y 2004.

177
RUTAS ARGENTINAS HASTA EL FIN

quehacer casi apostólico al evidenciar prácticas e identidades que


hacían de las y los docentes, trabajadoras/es.
En algunas de sus trazas, este proceso, surcado por contradic-
ciones, marchas y contramarchas, no fue ajeno a la historia educativa
neuquina, si bien el estatus de Territorio Nacional (1884-1955) le impri-
mió inicialmente compases distintos y particularidades resultantes de
la mixtura entre la débil presencia del Estado nacional en la política
educativa –sobre todo en las primeras décadas de la institucionaliza-
ción del Territorio– y la condición “fronteriza” de la región (Teobaldo y
García, 2000)196. De todos modos, no fue extraño al desarrollo histórico
de la docencia en esta región la formación de asociaciones, aunque
no todas tuvieron un carácter sindical en sus orígenes. Para 1933 se
conformó la Asociación de Maestros, si bien su actividad habría esta-
do vinculada más con el perfeccionamiento docente y el mutualismo
(Masés et al., 1998), y en 1941, el Centro de Magisterio de Neuquén.
Años más tarde, en junio de 1957, fue fundada la Asociación Neuquina
de Docentes (and) y en agosto de 1970, la Unión de Docentes de la Pro-
vincia de Neuquén (udpron), agrupación impulsada por docentes de la
capital provincial. Aún cuando existieron otras organizaciones gremia-
les locales, estas últimas adquirieron mayor ascendiente y fueron sus
representantes quienes participaron también en el congreso que ante-
cedió al nacimiento de la ctera. aten, por tanto, no había surgido en un
espacio yermo en trayectorias organizativas sindicales del magisterio.
Mas no fue en ese reconocimiento sino en la asociación entre
mujer-madre-maestra donde el gobernador Sapag ancló su reiterada
calificación de la huelga desatada en marzo de 1997 como un hecho
extorsivo, proponiendo una alianza entre padres y gobierno cuales víc-
timas de una acción femenina cuyo propósito era “antinatural”. En su
discurso, el acto de chantaje radicaba en la exigencia de derechos para
el ejercicio de una tarea que de por sí no debía ser pensada como traba-
jo, en cuanto que agencia de las innatas cualidades y obligaciones de las
mujeres. Ellas, a su vez, cometían un nuevo atentado contra su “natura-
leza” al perjudicar, con la medida de fuerza, a aquellos que inexorable-
mente debían estar bajo su confiable tutela, los y las estudiantes.
La apelación a tales representaciones para domesticar a estas
mujeres trabajadoras no tuvo los efectos esperados. Prueba de ello era
la asistencia masiva a las marchas convocadas por aten y la impor-
tante presencia de las mujeres en ellas. Esto indicaba, por otra parte,
un fluido contacto entre las mujeres-madres y las mujeres-maestras,
nacido en la convivencia de unas con otras a partir de la distribución

196 Para una historia de la educación en Neuquén y sus peculiaridades, ver Bel (2005);
Nicoletti (2006); Teobaldo y García (2000).

178
Andrea Andújar

genérica de roles. Una vez más, el compartir las tareas de su género era
la plataforma sobre la cual las mujeres intercambiaban experiencias y
fortalecían sus acciones. Si bien, entonces, el “ser mujer” no convertía a
madres y maestras en un sujeto homogéneo, en ciertos momentos esa
condición era la que se imponía sobre otras diferencias, permitiendo la
convergencia de intereses y acciones públicas-políticas. En otras oca-
siones, como luego se verá, no fue así.

Barricadas, tizas y delantales: el corte del 24 de marzo de 1997


A medida que los días transcurrían, la relación entre el gobierno y el
gremio docente iba tensándose cada vez más. El 20 de marzo, cuando
la protesta ya llevaba más de una semana, el gobernador insistía en que
sólo dialogaría con las y los maestros si levantaban la huelga (Río Negro,
21/3/97). A su intransigencia comenzaban a sumarse también las voces
del pen que, a través de la ministra de Educación, Susana Decibe,
calificaba como “salvaje” el conflicto y “mezquina” la actitud de las y
los huelguistas (ibíd.). El acento condenatorio de estas declaraciones
demostraba la preocupación que el conflicto estaba despertando en la
Casa Rosada, pues, entre otros motivos, no era fácil prever hasta dónde
podía llegar la impugnación de la Ley Federal de Educación dinamiza-
da por las y los docentes. El encuentro entre unter y aten en el puente
de Cipolletti el 13 de marzo constituía una “alerta” en ese sentido, ya
que evidenciaba la rapidez con la que la protesta lograba desbordar los
límites de los territorios locales.
Mas aten no estaba dispuesta a ceder en sus posiciones. Por el
contrario, ante el importante apoyo brindado por la comunidad y el
amplio acatamiento que tenía la huelga, decidió profundizar el plan
de lucha. En un plenario sindical realizado el 21 de marzo en la ciudad
capital, se tomaron dos resoluciones. La primera de ellas fue extender el
paro por tiempo indeterminado. La segunda, cortar las rutas. La fecha
escogida para montar las barricadas fue el día de la conmemoración del
golpe de Estado de 1976, el 24 de marzo.
Durante la mañana de ese día, una multitudinaria manifestación
de docentes, madres, padres y estudiantes avanzaron por la avenida
Olascoaga, una de las principales de la ciudad de Neuquén, en direc-
ción a la Ruta Nacional 22. En poco tiempo, llegaron al mismo puente
en el que ya habían estado días atrás. El grupo más nutrido se instaló en
él mientras otro, menor, se encaminó a colocar piquetes sobre la Ruta
Provincial 7.
Luego de escuchar emotivos discursos y de entonar cánticos
contra el gobierno (Río Negro, 25/3/97), quienes estaban en el puente
comenzaron a formularse una pregunta cuya respuesta era difícil aven-
turar: ¿Cuánto tiempo permanecerían allí? Un maestro delegado de

179
RUTAS ARGENTINAS HASTA EL FIN

escuela pensaba que el corte no se extendería demasiado ya que las per-


sonas que lo estaban llevando a cabo pertenecían a “un gremio de clase
media, la mayoría mujeres con hijos”197. Muchos coincidían con esa
opinión y se suponía, por tanto, que cuando cayera la noche, el bloqueo
sería levantado. Pero los acontecimientos contradijeron tales especula-
ciones. Esas “mujeres con hijos” se quedaron ocupando el puente y la
ruta hasta el 27 de marzo, lideradas y alentadas por otras como Liliana
Obregón, que también estaba allí acompañada por su hija.
Liliana es una persona de hablar confiado y sin rodeos. Naci-
da en Rosario en 1951, hija de una mujer oriunda de la provincia de
Chubut, vivió buena parte de su infancia y su adolescencia cambiando
de residencia y de provincia debido a que su padre, un suboficial de
las Fuerzas Armadas, era asignado a distintos lugares198. Así conoció
Las Lajas, en la provincia de Neuquén, lugar en el que se quedó hasta
los diez años y en el que cursó parte de la escuela primaria. Luego se
mudó con su familia a Mendoza, más tarde a Córdoba y, finalmente, se
estableció de manera definitiva en Neuquén. Allí Liliana completó los
estudios secundarios y se recibió de maestra normal nacional. Al año
siguiente, según comentaba, “comencé la carrera de literatura en lo
que era la Universidad del Neuquén” y también se involucró en la mili-
tancia política, pues “estamos hablando del 70 y estaba politizada la
universidad a pleno y la sociedad”. Al poco tiempo de haber ingresado
a la Universidad fue electa representante estudiantil por “[la facultad
de] Humanidades para la comisión tripartita de estudiantes” y como
tal, “hice mi primera experiencia dirigiendo una huelga” con el propó-
sito de que “la Universidad del Neuquén se transformara en nacional”.
Pero Liliana, que tenía en ese entonces 19 años y una filiación político-
ideológica de izquierda, combinaba sus estudios universitarios con el
ejercicio del magisterio, ya que había conseguido trabajo en algunos
establecimientos educativos cubriendo suplencias. Rápidamente des-
cubrió que la militancia sindical la atraía tanto como la estudiantil,
motivo por el cual se incorporó a las filas de and, uno de los sindicatos
docentes de la provincia. Durante esos años y hasta la caída de María
Estela Martínez de Perón, continuó trabajando, estudiando y militando
en ambos espacios. En 1976 fue declarada prescindible por el gobierno
militar, condición en la que permaneció “durante 5 años”. Pero ni la
dictadura ni la falta de trabajo lograron alejarla del todo de su pasión
por la política y fue así como, a comienzos de los ochenta, participó
tanto de la rearticulación de ctera, de la cual fue elegida secretaria de

197 Reflexiones de Silvio, citadas en Petruccelli (2005: 63).


198 Esta breve biografía fue construida a partir de una entrevista realizada por la autora
a Liliana Obregón en Neuquén capital el 11 de mayo de 2004.

180
Andrea Andújar

Cultura en 1982, como de la fundación de aten, donde ocupó el cargo


de secretaria de Prensa también en ese año. Para esas alturas había
logrado concluir sus estudios de grado en la Universidad, recibiéndose
“de profesora de literatura mientras estaba embarazada de mi tercer
hijo”. Bajo el gobierno de Raúl Alfonsín, se volcó plenamente al activis-
mo gremial, dispuesta a “trabajar con las bases, hacer las huelgas desde
abajo, porque estábamos opuestos a Marta Maffei y eso era difícil:
por diez años no ganamos los espacios de conducción”. Su capacidad
organizativa y su oratoria combativa la llevaron a ganar la conducción
de aten-Capital en 1994 encabezando la Lista Granate, una alianza
constituida por el pc, el Movimiento Socialista de los Trabajadores y
el po, entre otras organizaciones de izquierda. Para esa mujer que el
24 de marzo de 1997 se encontraba arengando desde un improvisado
escenario a las miles de maestras, madres, padres y estudiantes que
estaban cortando el puente, la excepcionalidad de la protesta iniciada
el 10 de marzo estaba condensada justamente en ese corte de rutas y en
sus principales protagonistas. De tal modo, señalaba:
La huelga del 97. Creo que somos las primeras maestras pique-
teras. No creo que exista en el país ninguna huelga que haya
cortado puentes, con gente con salario estable, […] sobre todo
mujeres, en un 80% mujeres, algunas con un ingreso medio que
no eran los maestros más pobres del país. Es más, […] haber
aguantado tres días en el puente, ser reprimidos y enfrentar a
Menem y recibir amenazas de punteros, amenazas de Corach y
de otros sectores, realmente fue importantísimo (Entrevista de la
autora a Liliana Obregón, Neuquén capital, 11 de mayo de 2004).

La capacidad de sostener un corte de rutas durante tres días, entre el


24 y el 27 de marzo, luego de 14 días de huelga, demostraba tanto la
potente cohesión interna de esas maestras como el apoyo que la huelga
había recibido por parte de la sociedad neuquina. Esto cobraba una
dimensión mayor aún teniendo en cuenta que, como lo expresó Obre-
gón, el salario docente neuquino, al igual que en el resto de la región
austral de la Argentina, era más elevado comparativamente que el
salario promedio de las y los docentes a nivel nacional. En ese sentido,
el conflicto demostraba que la relación entre salario y capacidad de
confrontación ha encerrado una lógica dispar en la cual no necesaria-
mente sueldos magros se condicen con mejores posibilidades de lucha.
De hecho, y según informaran los diarios, ningún gremio en Neuquén
había declarado una huelga de tal magnitud al menos desde 1994 (Río
Negro, 26/3/97).
Empero, una de las diferencias sustantivas con esas ocasiones
pretéritas se hallaba en la titulación de “maestras piqueteras” que
Liliana Obregón asignaba a sus compañeras de barricada y a sí misma.

181
RUTAS ARGENTINAS HASTA EL FIN

Si se tiene presente que esta entrevista fue realizada siete años después
de los acontecimientos que aquí se estudian y que quien escogió esta
nominación contaba en su haber con una extensa trayectoria sindical
y política, puede aventurarse que la adopción del adjetivo “piquetera”,
lejos de ser azarosa, contenía una marca identitaria en la que la entre-
vistada anudaba heterogéneas experiencias y prácticas de lucha con
diversos sujetos y nuevos y contrapuestos significados. En efecto, si el
“piquetero”, por medio de variados actos escriturales y políticos, remi-
tía a una figura dominantemente masculina, Obregón confrontaba esa
construcción poniendo en escena a la “piquetera” que, a diferencia de
su par varón, no sólo era maestra sino que también accedía a un eleva-
do salario. De tal suerte, la “maestra piquetera” aludía en su definición
a una mujer cuya condición no era la de la desocupación y cuyo motivo
de lucha no se relacionaba, en consecuencia, ni con la obtención de un
“trabajo genuino” –tal como irían delineándose los reclamos en las pro-
testas posteriores– ni de un subsidio, como los medios de comunica-
ción irían encapsulando las motivaciones que impulsaron e impulsan
las movilizaciones piqueteras.
A este diferencial sustrato de género y de clase que marcaba la
dirigente sindical, se sumaba otra cuestión que no era extraña a esa
identidad y que se vertebraba precisamente con el tipo de herramienta
de protesta escogida por el gremio docente para profundizar el plan
de lucha: el corte de rutas. Esta modalidad confrontativa marcaba un
punto de inflexión en la experiencia de esas mujeres sindicalizadas
situado justamente en la novedad, pues acudían a él por primera vez.
Pero no habían llegado hasta allí solas y de la nada. Por un lado, esas
mujeres con hijos, acostumbradas a tizas, delantales y pizarrones
aunque conocedoras de marchas y paros, estaban en las rutas como
resultado de saberes individuales y de trayectorias sindicales colectivas
previas que, como en el caso de Liliana Obregón, fueron atravesadas
por su condición de clase y de género, pero no imantadas a ellas como
una cualidad esencial, tal como apreciaba el maestro antes citado.
Por el otro, esas mujeres retomaban con su acción la modalidad
de lucha que otras habían utilizado contra ese mismo gobernador
menos de un año antes, lo cual cambiaba cualitativamente el territo-
rio y los significados del enfrentamiento. Ya no se trataba tan sólo de
una huelga que, aún cuando contundente en su dureza y trasladada
fuera de las aulas, guardaba ciertos rasgos de previsibilidad basados
en el mutuo reconocimiento de los contrincantes y de las reglas de
juego, con sus tires y aflojes o negociaciones e intransigencias. Por el
contrario, al ubicarse en el puente y en la ruta, la iniciativa beligerante
de aten volvía a desinstitucionalizar los marcos del conflicto social
en la provincia. Con ello, por segunda ocasión y en poco tiempo, la
autoridad política de Sapag nuevamente era puesta en duda. También

182
Andrea Andújar

por segunda vez, además, un sector desligado del proceso productivo


se revelaba capaz de interrumpir la esfera de la circulación del capital
afectando, de esa manera, la situación económica local. El principal
periódico de la región advertía este panorama informando que tan
sólo luego de 24 horas de corte “la ciudad comenzó a sentir seriamente
los primeros síntomas de desabastecimiento” (Río Negro, 26/3/97). A
su vez, daba a conocer que los empresarios ligados al empaque y la
exportación de frutas habían enviado una nota al ministro Corach en
la que solicitaban su intervención en el conflicto ya que este amena-
zaba con perturbar “severamente a la economía regional” (ibíd.). Ante
tal escenario y aun cuando los sujetos y los contextos específicos de
ambos cortes eran diferentes, el gobernador Sapag decidió ensayar una
respuesta similar a la utilizada el 25 de junio de 1996 en las comarcas
petroleras: despejar las barricadas mediante la intervención de las
fuerzas represivas.
La noticia de que la jueza Margarita Gudiño de Argüelles podía
llegar de un momento a otro liderando a un cuerpo de gendarmes
enviados nuevamente desde la Capital Federal, se esparció rápidamen-
te en el puente el 26 marzo. Los ánimos estaban sumamente tensos,
pues nadie podía prever qué sucedería llegado el momento de verse
frente a frente con ellos. Entre tanto, la dirigencia sindical intentaba
organizar a las y los manifestantes e imaginar alguna fórmula que
hiciera desistir a la funcionaria judicial de ordenar la represión. Acorde
con las palabras de Liliana Obregón, en las asambleas que se convoca-
ron a tal fin en el puente:
Una de las cuestiones […] que se discutió [era] si íbamos a hacer
resistencia activa o resistencia pasiva. Yo saqué el tema porque
[…] algunos compañeros […] me habían dicho que teníamos que
enfrentar a la gendarmería, que era una actitud cobarde. […]
Entonces fuimos a una asamblea de 600 personas y yo saqué el
tema. […] Porque la gente no la quería enfrentar y mucho menos
a piedras. Los docentes no querían. Se discutió y se votó una
resistencia pasiva que significaba que se llegaba hasta ahí, pero
que si había ataque de la gendarmería con balas y gases y demás,
se abrían dos columnas: una que salía para la escuela Santa
Teresa, que está hacia el lado oeste del puente, y otra columna
salía para el otro lado (Entrevista de la autora a Liliana Obregón,
Neuquén capital, 11 de mayo de 2004).

Según este relato, algunas de las personas presentes en la asamblea


estaban en desacuerdo con ceder el control del puente sin enfrentar
abiertamente a la gendarmería. Más aún porque la resistencia pasiva,
que implicaba retirarse ordenadamente en cuanto las fuerzas represi-
vas comenzaran a poner en acto el desalojo, contemplaba una acción

183
RUTAS ARGENTINAS HASTA EL FIN

previa, la de permanecer sentadas/os sobre el asfalto. Y mantener esa


actitud “a la espera de los milicos fue casi histérica…, te sentías un
corderito”, según lo expresaba un docente universitario integrante de
la Confederación Nacional de Docentes Universitarios (conadu) que
estaba en el corte199.
Mientras transcurrían los minutos en la madrugada del 27 de
marzo, ese sentimiento de estar a merced de las fuerzas de seguridad
iba profundizándose a tal punto que las y los maestros “estaban todos
sentados en la ruta y los queríamos hacer cantar y no querían cantar”200.
También se acrecentaba el control de las y los dirigentes de aten sobre
la organización de las columnas y a los fines de garantizar que las y los
manifestantes se mantuvieran sentados. Pero a pesar del nerviosismo
y desasosiego que esas circunstancias despertaban, las resoluciones de
no pararse y no enfrentar abiertamente a la gendarmería se mantuvie-
ron pues contaban con un fuerte respaldo de la mayoría de las personas
presentes en el puente. Ese respaldo, en buena medida, tenía mucho
que ver con el temor y la novedad de la situación ya que, según explicó
Obregón, las y los maestros “estaban muy asustados…, era su primera
experiencia de enfrentamiento con la policía y con la gendarmería”201.
Estos segmentos de la narración de la líder gremial permiten
comenzar a develar similitudes y contrastes entre las mujeres que
protagonizaban este corte con aquellas que las habían precedido el
año anterior en Plaza Huincul y Cutral Co. Aunque ambos grupos de
mujeres pertenecían a los sectores trabajadores, para las piqueteras de
junio de 1996, que no respondían colectivamente a una organización
gremial ni político-partidaria, la inminente presencia de la gendarme-
ría despertó reacciones adversas en las que, aún cuando el miedo esta-
ba presente, la posibilidad de resistir pasivamente o retirarse quedó
prontamente descartada. Para las maestras, en cambio, lo inaceptable
era entrar en un combate con los varones uniformados. Por motivos
puntuales distintos pero por una razón estructural similar, las con-
secuencias del modelo neoliberal, ambos grupos de mujeres habían
dispuesto sus cuerpos en una ruta, desplegando prácticas políticas que
contradecían los mecanismos formales del ejercicio de la democracia y
más aún, lo “esperable de su sexo”. Sin embargo, en esas similitudes se
abrían paso también las disparidades entre unas y otras ligadas no con
su biología sino, más bien, con su experiencia de clase y con decisiones
colectivas evaluadas a partir de un determinado contexto. Dicho de
otro modo: enfrentarse activamente o no hacerlo no dependió de ese

199 Entrevista de la autora a Luis Tiscornia, Neuquén capital, 15 de diciembre de 2003.


200 Entrevista de la autora a Liliana Obregón, Neuquén capital, 11 de mayo de 2004.
201 Entrevista de la autora a Liliana Obregón, Neuquén capital, 11 de mayo de 2004.

184
Andrea Andújar

“ser mujeres con hijos”, pues en todo caso, tanto en Cutral Co y en Plaza
Huincul como en el puente y en la Ruta Provincial 17, ellas estaban allí
con sus niños y niñas aferrados a sus manos. La decisión obedeció a
otras cuestiones ligadas al análisis de la situación, al terreno concreto
para llevar a cabo el enfrentamiento, a la experiencia social tensionada
entre la imagen de la trabajadora y la sacrificial educadora del “ciu-
dadano”, en fin, a un conjunto de factores no asibles en una supuesta
naturaleza biológica.
De todas formas, la “resistencia pasiva” que las y los maestros
exhibían no conmovió la decisión de la jueza Gudiño de Argüelles.
Tampoco lo hicieron las presencias del obispo Radrizzani y de los
diputados Horacio Forni y Raúl Radonich, opositores al bloque oficia-
lista, que se habían presentado en el puente para intentar disuadir a la
magistrada. A las 7 de la mañana del 27 de marzo, la represión se des-
cargó sobre las y los manifestantes. Al frente de las tropas que despeja-
ban el puente a base de golpes, balas de goma y gases lacrimógenos, se
hallaba un siniestro personaje: Eduardo Jorge, un represor vinculado
con Domingo Bussi, primer alférez de Gendarmería cuando se produjo
el golpe militar el 24 de marzo de 1976 y uno los responsables del campo
clandestino de concentración que funcionó en la compañía de arsena-
les del Ejército “Miguel Azcuénada”, de la provincia de Tucumán.
En pocos minutos, el puente quedó absolutamente despejado.
Otro tanto ocurrió en la Ruta Provincial 7, donde el operativo represi-
vo estaba bajo el comando de las fuerzas de la uespo. Sin embargo, el
violento derribo de las barricadas no se llevó consigo la huelga. Por el
contrario, la determinación de sostenerla se tornó más rotunda. Así,
si las horas de la mañana de ese mismo día encontraron a las y los
maestros nuevamente en la calle, liderando una nutrida movilización
popular que encabezada por aten-Capital manifestaba el repudio a la
represión sufrida, las horas de la tarde los hallaron en una asamblea
decidiendo el rumbo de la protesta. El masivo consenso otorgado allí
a la continuidad de la huelga se repitió en cada una de las seccionales
de la provincia, cuestión que se reflejó en los días subsiguientes pues el
acatamiento al paro llegó al 100% en todos los establecimientos edu-
cativos. En igual compás se movía el apoyo de la comunidad, que se
sumaba activamente a las marchas convocadas por el sindicato. Una
de ellas, ocurrida el 31 de marzo en la capital neuquina, logró reunir
a 15 mil personas, según los diarios –aunque el gremio contabilizó 20
mil– que concluyeron el periplo con un acto frente a la sede del Poder
Ejecutivo en el que hablaron las dirigentes Figueroa, Obregón y Marta
Maffei en representación de ctera, y en el que también estuvo presente
el máximo líder de la cta, Víctor De Gennaro (Río Negro, 1/4/97). Más
aún, la resonancia del conflicto comenzaba efectivamente a traspasar
las fronteras provinciales.

185
RUTAS ARGENTINAS HASTA EL FIN

El 31 de marzo, en solidaridad con aten, ctera convocó a una


huelga nacional docente que, según la central sindical, obtuvo una
adhesión del 90% (ibíd.). Ese mismo día, una movilización de 5 mil
personas recorría las calles de la Capital Federal en protesta contra el
gobierno neuquino, deteniendo su paso para expresar el repudio a la
represión en las representaciones provinciales de Neuquén, Buenos
Aires y Río Negro. Esas evidencias de la magnitud a la que estaba arri-
bando la medida de fuerza neuquina y, por tanto, la potencialidad de
su abierto cuestionamiento a la implementación de la Ley Federal de
Educación, preocupaba cada vez más al gobierno nacional, presionado
también por conflictos docentes en otras provincias202. Sin embargo,
el panorama cobró un nuevo giro en su complejidad a partir del 2 de
abril. Ese día, las y los docentes de ctera iniciaron un ayuno instalan-
do la Carpa Blanca en la Plaza de los Dos Congresos. La medida, que
tenía por objetivo lograr la sanción de un Fondo de Financiamiento
para el sistema educativo, comenzó con un acto multitudinario en el
cual las expresiones de solidaridad con las y los maestros de aten y de
los restantes gremios docentes en conflicto ocuparon nodales pasajes
de los discursos de las y los dirigentes sindicales203. Ante estos aconte-
cimientos, el gobierno central empezó a presionar decididamente al
jefe del Ejecutivo neuquino para que hallara una solución definitiva y
rápida, a la par que se esforzaba por presentar la huelga de aten como
una situación exclusivamente provincial y sin relación con la oposición
a la Reforma Educativa en danza (Río Negro, 6/4/97).
Asimismo, la intransigencia del gobernador Sapag frente al con-
flicto era acicateada cada vez más en su propio territorio. Los bloques
opositores al sector “amarillo” del mpn en la legislatura provincial –es
decir, el sector “blanco” del mpn, el frepaso y la ucr– proponían aprobar
un proyecto de ley que, contrario al que el gobernador había enviado a
fines del año anterior, contemplaba la restitución del plus salarial del
40% cobrado por zona desfavorable a todos los empleados estatales204.
A este desafío se sumaba el abierto cuestionamiento de otros sectores.

202 En efecto, durante esos días se estaban suscitando huelgas docentes en las provin-
cias de San Juan, Jujuy, Formosa y La Rioja.
203 La Carpa Blanca y el ayuno de las y los docentes se extendieron durante más de dos
años y medio, entre el 2 de abril de 1997 y el 30 de diciembre de 1999, luego de que el
Congreso Nacional sancionara la Ley de Presupuesto estableciendo la conforma-
ción de un fondo nacional para el financiamiento educativo (especialmente para
el salario y el pago del incentivo docente) basado en las rentas nacionales. Para
un análisis de este tópico, ver Suárez (2005), Perazza y Legarralde (2007) y Gindin
(2008), entre otros.
204 Río Negro, 4/4/97. Sapag amenazó, de todos modos, con ejercer su veto ante cual-
quier iniciativa que se aprobara con tal contenido (ver Río Negro, 5/4/97).

186
Andrea Andújar

Entre ellos se encontraban las iglesias católica, bautista y metodista


de Neuquén, cuyos principales referentes habían iniciado un ayuno
de dos días en la catedral capitalina en “respuesta al clima de miedo y
violencia” desatado por el gobernador (Río Negro, 4/4/97). Esta acción
añadía otra rispidez a la ya deteriorada relación entre el obispado neu-
quino en particular y el gobierno, que había puesto de manifiesto, a su
vez, la pretensión de indagar judicialmente al obispo Radrizzani por
su presencia en el puente cuando la gendarmería dispuso la represión
durante la mañana del 27 de marzo205.
Con el apremio del gobierno nacional sobre sus espaldas, de los
bloques opositores en la Legislatura, de las autoridades de los distintos
cultos y, fundamentalmente, de la voluntad beligerante de un sindicato
cuyo apoyo comunitario se fortalecía día a día, Sapag accedió a abrir
las puertas del diálogo con las dirigentes de aten. Sin embargo, en los
encuentros que se sucedieron desde el 31 de marzo en adelante no se
llegó a ningún acuerdo, pues las intenciones del gobierno eran contra-
rias a ceder en los puntos principales del reclamo docente. Incluso, en
medio de tales diálogos, el gobernador intercalaba intentos disuasivos
con acciones que, en realidad, contribuían aún más a alejar cualquier
posibilidad de entendimiento. Entre esas iniciativas, estuvo la con-
vocatoria a su propia facción del mpn a “romper los candados de las
escuelas y poner en marcha los comedores escolares”, aduciendo que
“no podemos dejar a los chicos con hambre con los comedores cerra-
dos hace un mes (Río Negro, 2/4/97). Su apelación al “hambre” volvía a
ubicar el conflicto como un acto refractario de los principios esenciales
de la “naturaleza femenina” de esas mujeres-maestras, aunque ahora
de manera completa, pues ellas ya no sólo se estaban negando a educar
a las y los niños sino también a alimentarlas/os. En esa dirección, sos-
tenía que el “operativo” que iniciarían sus partidarios para “asegurar
que las escuelas estén abiertas” se haría “a título de padres” (ibíd.). El
intento de evocar una paternidad redentora, dispuesta a subsanar la
gravedad de esa ausencia femenina, tuvo magros resultados ya que,
a excepción de unos pocos establecimientos que incluso montaron
comedores de apuro para que el gobernador los visitara 206, ni siquiera
sus propios partidarios se animaron a llevar a cabo tal cometido.
Como ninguna de sus iniciativas daba resultado, el 7 de abril el
gobierno neuquino, por medio de la Subsecretaría de Gobierno y Tra-
bajo, decidió dictar la conciliación obligatoria por un plazo de 15 días

205 Río Negro, 1/4/97. Posteriormente, la jueza Argüelles desestimaría la posibilidad de


citar al obispo a una declaración indagatoria.
206 En total, fueron cinco las escuelas que recorrió Felipe Sapag y que pusieron en fun-
cionamiento los aparentes comedores (Río Negro, 4/4/97).

187
RUTAS ARGENTINAS HASTA EL FIN

hábiles (Río Negro, 8/4/97). Pero el sindicato, aduciendo que la Subse-


cretaría excedía sus facultades puesto que no podía ser juez y parte en
el asunto, rechazó la medida mientras anunciaba que continuaría con
el paro por tiempo indeterminado y con “el cronograma de moviliza-
ciones” (ibíd.).
Así, aten convocó a marchar por las rutas en toda la provincia
para el 9 de abril, marchas que serían simultáneas con una moviliza-
ción que recorrería las calles de la ciudad capital. Fue en ese marco que
en Cutral Co y Plaza Huincul se realizó una asamblea organizada por
la seccional local para planificar la “caminata”.
En realidad, las y los docentes de las comarcas petroleras habían
participado entusiastamente del conflicto desde sus inicios, momento
en el que el nivel de acatamiento a la huelga abarcaba al 85% de las y los
maestros, fundamentalmente de los niveles inicial y primario, acorde
con las cifras difundidas por el gremio y los medios de comunicación
(Río Negro, 13/3/97). Asimismo, el cronograma de movilizaciones
dispuestas desde el 10 de marzo había sido rigurosamente seguido
en ambas ciudades, y en todas las ocasiones las y los maestros habían
estado acompañados por numerosas madres, padres y estudiantes. Por
tanto, no fue sorpresivo que, durante el mediodía del 9 de abril, la asam-
blea organizada por la coordinadora de padres, maestros y alumnos
que se había constituido a lo largo de las jornadas de protesta decidiera
emprender la marcha desde el museo Carmen Funes, en Plaza Huincul,
hacia la Ruta Nacional 22. Instalados allí y cuando la noche comenzaba
a despuntar, la coordinadora resolvió cortar la ruta “en defensa de la
escuela pública” (Río Negro, 10/4/97). Según una mujer que participó
de la asamblea, la resolución contempló justamente “armar todos los
piquetes posibles […], una vez que lleguen los gendarmes, armar un
cordón de seguridad […] y no desintegrar la coordinadora de padres
ni los grupos de estudiantes”207. Mas esta acción conduciría a una
cambio sustantivo en la trayectoria del enfrentamiento, trasladando su
epicentro al mismo lugar que diez meses antes había puesto en vilo al
gobierno provincial.

“Donde hubo fuegos…”: el segundo corte de rutas en Cutral


Co y Plaza Huincul
El jueves 10 de abril de 1997 un grupo de 400 padres, alumnos y maes-
tros, según estimaban los medios de comunicación, amaneció sobre la
Ruta Nacional 22 custodiando la barricada montada la noche anterior

207 Estas palabras fueron recogidas en filmaciones de los cortes sin editar realizadas
por Canal 2 de Cutral Co (archivo de la autora).

188
Andrea Andújar

a la altura de la torre de ypf, en el ingreso a Plaza Huincul (Río Negro,


10/4/97). Algunos jóvenes, además, mantenían bloqueadas varias pica-
das para evitar que los automóviles pudieran pasar por esos caminos
alternativos.
Pese al lugar central que ocupaba el corte en las noticias, esa deci-
sión no había sido exclusivamente asumida en las comarcas petroleras.
En Neuquén capital, las y los maestros también habían interrumpido el
tránsito sobre la Ruta Nacional 22 durante 4 horas entre la mañana y el
mediodía del 9 de abril (ibíd.). Otro corte se había producido, asimismo,
entre Senillosa y Arroyito, una localidad ubicada a 50 km aproximada-
mente al sur de la capital provincial.
Ante esta situación, el ministro del Interior Carlos Corach se
apresuró a advertir públicamente que “si [las autoridades provincia-
les] nos requieren por razones de seguridad, vamos a prestarles toda
la colaboración”, remarcó que “la ocupación de rutas provinciales y
nacionales perjudica las economías regionales, el comercio y el traba-
jo” e insistió en que el gobierno nacional no permitiría “la nacionaliza-
ción del conflicto docente” (ibíd.).
Estas declaraciones ponían de manifiesto la variada gama de pro-
blemáticas que la protesta docente neuquina seguía presentando para
la dirigencia política nacional así como para la provincial. En principio,
la potencial nacionalización y unificación de los reclamos docentes era
sólo una de las cuestiones a la que debían hacer frente ambos gobier-
nos. Otra la constituía el hecho de que, a pesar de la represión desatada
el 27 de marzo, el corte de rutas volvía a ser utilizado como herramienta
de lucha. Su reedición en abril, a escasas semanas del violento desalo-
jo del puente y de la Ruta Provincial 7, evidenciaba que para las y los
maestros esa metodología seguía resultando ventajosa para aumentar
la presión sobre el poder político. Pero, además, que en esta ocasión
se involucrara particularmente la comunidad educativa de Cutral Co
y Plaza Huincul, donde la pueblada del año anterior permanecía en la
epidermis de la historia local, hacía del conflicto la punta de un iceberg
cuya real extensión podía obturar cualquier intento gubernamental
por retomar la iniciativa.
Los potenciales enlaces entre uno y otro conflicto tampoco
pasaban desapercibidos para la coordinadora de padres, maestros y
estudiantes de las localidades petroleras. Justamente, con la pretensión
de desvincular una protesta de la otra, sus voceros informaban a los
medios de comunicación que en esa oportunidad no “había piqueteros
de la pueblada” del año anterior, y afirmaban además que “no quere-
mos que se metan en esto” (ibíd.).
La prensa escrita, aún cuando calificó como “extrema” la medi-
da de lucha puesta en práctica en esas localidades, hizo esfuerzos por
diferenciar el significado e implicancias de los cortes protagonizados

189
RUTAS ARGENTINAS HASTA EL FIN

por las y los maestros con lo ocurrido en junio de 1996. Así, por ejem-
plo, para contrastar el bloqueo del puente capitalino el 24 de marzo de
1997 con aquel, fue publicada una entrevista a Margarita Gudiño de
Argüelles, la jueza que había intervenido en ambas ocasiones. En ella,
la funcionaria explicaba:
Cuando fui a Cutral Co me encontré con una situación diferente;
allí había todo un pueblo en la calle y en Neuquén [en referencia
al 27 de marzo de 1997] me encontré con parte de un gremio y
algunas personas más. En Neuquén había un delito diferente [al
del año anterior donde] los piqueteros no reconocían ni la autori-
dad del gobernador y por eso había un delito mayor, que es el de
sedición (Río Negro, 1/4/97).

Argüelles ponderaba la masividad, las instancias organizativas y el


tipo de “delito” cometido como elementos diferenciadores de una y
otra acción colectiva de protesta. Empero, tales apreciaciones, aunque
pudieran resultar acertadas, no alcanzaban a morigerar la inquietud
que en los círculos gubernamentales despertaba el corte del 9 de abril,
ya que la protesta podía volverse aún más compleja si a las reivindica-
ciones docentes se sumaban otros sujetos con demandas propias. Preci-
samente era en Cutral Co y Plaza Huincul donde un corte de rutas bien
podía reavivar exigencias sociales comunitarias difícilmente eludibles
para el gobierno local. De hecho, diversos sucesos acaecidos en ambas
localidades en enero y febrero de 1997 ponían de manifiesto cuán con-
vulsionado permanecía el panorama político y social de la zona.
En efecto, para el verano de 1997, seis meses después de la firma
del pacto entre Laura Padilla y Felipe Sapag que había puesto fin a la
pueblada de junio de 1996, el escenario político era bastante espinoso,
fundamentalmente en la ciudad de Cutral Co. La disputa interna entre
las facciones del mpn había derivado en amenazas entre sus integran-
tes, en una serie de atentados con bombas molotov arrojadas contra las
casas de diversos funcionarios municipales e, incluso, en la colocación
de cartuchos de dinamita en las viviendas de reconocidos dirigentes
políticos. “Blancos” y “amarillos” se acusaban mutuamente de cada
uno de estos hechos, y si bien la investigación judicial resultó en la
incriminación y detención de algunas personas, nunca se determinó ni
la autoría intelectual de los mismos ni la presunta existencia de vínculos
entre quienes fueron detenidos y los dirigentes políticos locales208. Lo

208 Esta compleja situación había comenzado el 3 de enero de ese año, cuando una
bomba molotov fue lanzada al domicilio particular de Mario Vilo, cuñado del inten-
dente de Cutral Co, Daniel Martinasso, y secretario de Gobierno de la comuna. Ante
la proliferación de este tipo de hechos, Martinasso, que también había recibido una

190
Andrea Andújar

cierto es que esta situación tornaba más frágil la continuidad de Daniel


Martinasso al frente del municipio. El intendente había conseguido
sortear el pedido de juicio político posterior a la finalización de la pue-
blada, pero no había logrado desembarazarse de las recriminaciones
internas ni de la desconfianza en su habilidad política por parte de los
“amarillos”, su facción de pertenencia dentro del mpn. Por tanto, conci-
tó escasos apoyos cuando, ante la conflictiva situación de ese verano,
el Concejo Deliberante de Cutral Co en pleno volvió a la carga en su
contra, solicitándole la renuncia el 26 de febrero de 1997. A pesar de que
logró sortear el embate y conservar su lugar en el Ejecutivo municipal,
la situación de gobernabilidad en Cutral Co estaba tan vulnerada que
se hablaba de “un virtual vacío de poder existente” (Río Negro, 2/3/97).
A este tirante panorama político se sumaba el descontento social
provocado por el atraso en el envío de los fondos correspondientes
a subsidios de desempleo prometidos por el gobierno provincial. Tal
demora había perjudicado a más de 2 mil personas beneficiarias, entre
las cuales había una gran cantidad de mujeres jefas de hogar y piquete-
ras del año anterior (ibíd.).
A su vez, las posibilidades de instalar la planta de fertilizantes en
las comarcas petroleras para dar respuesta a una parte de los reclamos
que habían motivado la pueblada de junio, se hacían cada vez más leja-
nas. La firma Pérez Companc, con la cual el gobernador Sapag había
iniciado gestiones una vez terminado el conflicto ofreciéndole venta-
jas similares a las concedidas por Sobisch a Agrium-Cominco, había
rechazado la propuesta de edificar la fábrica en Neuquén debido a los
elevados costos que suponía el traslado de producción al mercado de
Buenos Aires. Por tal motivo, la compañía había escogido emplazar la
planta en Bahía Blanca, en la provincia de Buenos Aires209.
En consecuencia, tanto la inestabilidad política como la acucian-
te situación económica que seguían atravesando los y las pobladoras

bomba molotov en su casa, acusaba al sector “blanco” del mpn y en particular a Grit-
tini, como autor intelectual de estas acciones. La situación llegó a su máxima expre-
sión cuando el domingo 16 de febrero tres cartuchos de tnt fueron encontrados en la
puerta de la vivienda de Grittini, con un mensaje escrito en donde se conminaba al
ex intendente a abandonar su campaña para juntar firmas con el objetivo de exigir la
renuncia de Martinasso. El hallazgo de esta dinamita se repitió en la vivienda de un
concejal radical, aliado al sector “blanco” del mpn. Sin embargo, las investigaciones
que se realizaban, a cargo del fiscal Santiago Terán, apuntalaban la hipótesis de que
en realidad Grittini había fraguado el atentado en su casa con la intención de deses-
tabilizar el gobierno de Martinasso.
209 Río Negro, 21/12/96. Por su parte, Agrium-Cominco había cerrado un acuerdo con el
gobernador santafecino Jorge Obeid para instalarse en las localidades de Timbúes
y General San Martín, disponiendo una inversión de 580 millones de dólares (Río
Negro, 14/12/96).

191
RUTAS ARGENTINAS HASTA EL FIN

de Plaza Huincul y Cutral Co hacían de la región un terreno fértil para


la emergencia de una nueva confrontación. Esa probabilidad cobró
más consistencia aún durante la segunda jornada del corte de rutas en
Cutral Co y Plaza Huincul, cuando al bloqueo se sumaron un grupo de
jóvenes que, según los medios de comunicación, habían participado de
la pueblada del año anterior y ahora “quieren enfrentar a la Gendarme-
ría” y “no responden a nadie” (Río Negro, 11/4/97). Pero tal presencia
no sólo preocupaba al gobierno local. Para el sindicato también abría
una perspectiva inquietante puesto que esos jóvenes podían asumir
demandas y acciones que excedieran los intereses de aten o que fueran
difícilmente encauzables por esa organización.
Frente a las potenciales derivas de la protesta, entonces, el ple-
nario de secretarios/as generales, convocado para el 10 de abril a fin de
discutir los pasos a seguir, decidió trasladarse a Plaza Huincul y Cutral
Co. Según explicó Liliana Obregón:
Nosotros hicimos el plenario en Cutral Co […]. Era una forma de
demostrar que el plenario estaba en estado de alerta en la propia
localidad donde estaba la pueblada, que todavía no era puebla-
da. Era una manifestación importante (Entrevista de la autora a
Liliana Obregón, Neuquén capital, 11 de mayo de 2004).

El desplazamiento de la reunión a esa zona conllevaba efectivamente


una demostración, una suerte de mensaje desafiante para el goberna-
dor Sapag, pues el liderazgo de la huelga se ubicaba a sí mismo, y con
ello a la protesta, en un lugar pleno de significados políticos devenidos
de las implicancias de la pueblada del año anterior. Si en aquella oca-
sión la movilización popular había sido capaz de poner en cuestión la
autoridad del gobernador y doblegar su negativa a negociar con las y los
pobladores, esta vez era una dirigencia sindical, la de las y los maestros,
la que advertía que se encontraba en condiciones de restaurar tal situa-
ción. Pero esto era en un plano, el del “fuego cruzado” con el Poder Eje-
cutivo. En otro, ligado por cierto también a esos significados políticos, el
traslado obedecía al intento de mantener el conflicto dentro del marco
del reclamo docente. Ambos registros atravesaron las discusiones del
plenario con respecto a dos temas: el acatamiento a la conciliación
obligatoria dictada el 7 de abril y el apoyo institucional al corte de rutas.
En cuanto a la primera cuestión, existían dos posiciones. Mien-
tras la secretaria general María Eugenia Figueroa sostenía que debía
aceptarse la conciliación, la secretaria de la seccional capital de aten,
Liliana Obregón, impulsaba lo contrario. Esta última posición fue la
que se impuso, esgrimiéndose nuevamente como argumento que la
decisión de convocar a la conciliación obligatoria no era potestad de
la Subsecretaría de Trabajo sino de la Agencia Territorial Neuquén del
Ministerio de Trabajo de la Nación (Río Negro, 11/4/97).

192
Andrea Andújar

En lo concerniente al apoyo institucional al corte de rutas, Pablo


Ferrer, secretario de prensa del gremio a nivel provincial, comunicó que
el plenario había resuelto que “si bien aten apoya el corte de rutas y sus
representantes acompañarán la protesta, no irán a los piquetes como
gremio sino en forma particular” (ibíd.). Los motivos que habían con-
ducido a esa decisión radicaban, según Liliana Obregón, en lo siguiente:
Cutral Co se lanza a una pueblada y nos dicen que se lanzan a
una pueblada porque los maestros de Cutral Co salen por el tema
de la educación. Pero cuando se produce la pueblada real de
Cutral Co no fue por el tema de la educación. Fue por temas con-
cretos que tenían que ver con ellos, específicamente los subsidios
y la desocupación […]. O sea, no había una relación entre los
docentes y la pueblada (Entrevista de la autora a Liliana Obregón,
Neuquén capital, 11 de mayo de 2004).

Sin embargo, en el momento en que el gremio determinó negar su apoyo


institucional al corte de rutas, la pueblada a la que la dirigente hacía
referencia no era tal. Los cálculos más alentadores llegaban a conta-
bilizar unas 450 personas distribuidas en unos cuantos piquetes. Esa
magnitud distaba mucho de poder calificarse como una pueblada, si la
escala de referencia se basaba en lo que había ocurrido el año anterior o
en lo que luego sobrevendría. En todo caso, el problema radicaba, para
la dirigencia sindical, en que tras la huelga docente se habían encolum-
nado jóvenes cuyas voces y acciones no necesariamente se subsumirían
a las pautas de aquella o acatarían las estructuras y modalidades orga-
nizativas del gremio. En definitiva, la defección de aten parecía nutrirse
de una tensión originada en la extracción de clase, en las reivindicacio-
nes y en la posible autonomía de esos “ellos” a los que Obregón aludía.
Al abundar en su explicación, Liliana incluso señalaba:
Hasta los métodos de lucha… Porque si bien los métodos eran
idénticos, que eran los cortes de ruta, la composición social era
muy distinta. Y la forma y la dureza. Si bien la nuestra para noso-
tros fue bien dura, […] era mucho más duro lo de ellos, en tanto
que tenían mucho para perder (Entrevista de la autora a Liliana
Obregón, Neuquén capital, 11 de mayo de 2004).

Que el sindicato tuviera menos para perder que “ellos” era discutible ya
que, por ejemplo, el rechazo de la conciliación obligatoria podía traer
como consecuencia la declaración de ilegalidad del paro y, también, el
retiro de la personería gremial de aten, entre otras cosas. Pero, proba-
blemente, ese era un riesgo aceptable, puesto que, aún cuando se abriera
una puerta hacia la ilegalidad, el conflicto podía seguir transitando por
carriles controlables por el gremio. A su vez, este último también estaba
en condiciones de impugnar en los tribunales judiciales la sanción de

193
RUTAS ARGENTINAS HASTA EL FIN

su rebeldía ante la conciliación obligatoria, cuestión que de hecho ya


había comenzado a dinamizar210. La pregunta es, entonces, hasta qué
punto esa dureza que Obregón atribuía a quienes no eran docentes y
que devenía de que “tenían mucho para perder”, no le quitaría a aten
margen de maniobra en el enfrentamiento con el gobierno, sobre todo
cuando lo que se avecinaba era nuevamente la violencia estatal.

De las maestras a los fogoneros: las tramas de la represión


En la madrugada del 11 de abril, alrededor de 300 gendarmes arriba-
ron a Neuquén desde la Capital Federal, transportados en tres aviones
Hércules. Su destino estaba localizado en Cutral Co y Plaza Huincul,
a donde debían dirigirse para obligar al despeje de las rutas. Al menos
esa era la orden impartida por el juez Oscar Temis –que actuaba en
reemplazo de Margarita Gudiño de Argüelles, de sorpresivas vacacio-
nes a partir de ese mismo día– quien había intimado el desalojo de las
mismas comunicando que el plazo para ello expiraba el 11 de abril a
las 23:00 (Río Negro, 11/4/97). La noche anterior, en Neuquén capital,
padres, madres, docentes y estudiantes habían iniciado un corte sobre
la Ruta Nacional 22 a la altura de la avenida Olascoaga, con el propósito
de evitar que las fuerzas represivas pudieran salir de la ciudad (ibíd.).
Sin embargo, casi ninguno de ellos, salvo las y los jóvenes que perte-
necían a partidos políticos de izquierda y que se solidarizaban con las
y los manifestantes de las comarcas petroleras, persistió en esa acción
durante la madrugada siguiente, cuando las tropas de gendarmería ya
estaban en marcha.
Mientras tanto, en Cutral Co y Plaza Huincul, los jóvenes califica-
dos por los diarios y por Obregón como el grupo “más duro” se dispo-
nían, según la prensa, a permanecer en los piquetes a como diera lugar.
A partir de ello, la estigmatización de este sector se ahondó en cada nota
del cuerpo central de los periódicos de esa jornada. Los jóvenes de “pelo
largo”, con “un pañuelo que cubría” sus rostros, tiznados por el “humo
de las gomas” encendidas en los piquetes, pasaron a encarnar la “irra-
cionalidad” del conflicto y a conducirlo de esa manera, desplazando a
la “flamante coordinadora de padres que cortó la ruta con los chicos en
defensa de la educación” (ibíd.). “Piqueteros veteranos de la pueblada
anterior”, como seguía expresando un diario local, desvirtuaban con
su presencia una legítima demanda de la cual, por su parte, nada cono-
cían, según esgrimían los mismos medios. Este constructo no quedó a

210 El 9 de abril, con la firma de sus abogados Jorge Cabrera y Gustavo Palmieri, aten
había presentado un recurso administrativo impugnando la autoridad de la subse-
cretaría laboral para el dictado de tal medida (Río Negro, 10/4/97).

194
Andrea Andújar

salvo, de todas formas, de la incursión en curiosas contradicciones. En


una breve nota titulada “El núcleo más duro está dispuesto a resistir
el desalojo como sea”, el diario Río Negro transcribía textualmente las
palabras de uno de esos jóvenes, quien sostenía que “vamos a hacer el
aguante para que le paguen a los maestros”. Sin embargo, renglones más
abajo volvía a señalar que esos mismos jóvenes “no saben por dónde
pasan los reclamos de padres, docentes y estudiantes” (ibíd.).
Para reforzar el contraste con la “flamante” coordinadora, se
transcribían en la misma nota las observaciones de uno de los gendar-
mes que había acompañado a la secretaria del juzgado a notificar a las
y los manifestantes la orden de desalojo, quien opinó que “esto se les
fue de las manos [en alusión a la coordinadora]. Si mañana tenemos
que venir, hay pibes a los que no van a poder controlar”. Los ecos de las
palabras del gendarme resonaban en un titular de ese mismo día que
expresaba que en “Huincul: la protesta perdió racionalidad” (ibíd.).
Como si con esto no bastara para sumir en la condena a este
grupo, el titular principal de la edición del mismo periódico del día
siguiente afirmaba: “Fogoneros armados esperaban a los gendarmes”,
para luego volver a aclarar que un grupo de 60 jóvenes, cuya edad osci-
laba entre los 14 y 20 años, quienes se autoidentificaban como fogone-
ros para diferenciarse de los piqueteros de la pueblada del año 1996 a
los que acusaban de traidores debido a la supuesta cooptación de la
que habían sido objeto una vez concluido ese conflicto, había tomado
el control de los piquetes. Curiosamente, además, el escritor de la nota
sostuvo que este grupo estaba fuertemente armado con “palos, fierros,
gomeras y ondas gallegas”. Aunque no imposible, es difícil imaginar
que esta afirmación pudiera atribuirse a la ignorancia de su autor sobre
el significado de estar “fuertemente armado”. Lo que seguramente
tampoco desconocía era la negativa resonancia social que una des-
cripción de este tipo podía generar. Para completar la descalificación,
se reiteraba una y otras vez que la única pretensión de estos jóvenes
era enfrentarse con los gendarmes, que “metían miedo” con sus caras
tapadas, que ostentaban la “anarquía” en la que acostumbraban vivir y
que carecían de estudios y de trabajo (Río Negro, 12/4/97). En síntesis,
conformaban la antítesis de las y los “respetables ciudadanos” de la
comunidad de Cutral Co y Plaza Huincul.
De tal modo, y mediante una sustantiva operación ideológica,
los medios de comunicación construyeron una ecuación que dividía al
conflicto en dos, a partir de cuestiones de género, edad y clase social.
De un lado estaban los marginados del sistema, varones jóvenes a
quienes se debía temer, amantes de la violencia en sí misma y cuyas
acciones, desprovistas de toda racionalidad, podían volverse absoluta-
mente imposibles de controlar. Del otro, mujeres docentes, estudian-
tes, padres y madres, con objetivos de lucha fundados y procedentes –la

195
RUTAS ARGENTINAS HASTA EL FIN

defensa de la escuela pública– pero incapaces de conservar el dominio


sobre aquello que habían echado a rodar.
La estigmatización de los primeros coadyuvaba a los intentos
gubernamentales de legitimar la represión en puertas o, al menos, de
atemperar reacciones comunitarias masivas ante el uso de la coacción
física por parte del Estado. Ello no era porque sí. Justamente, en días
anteriores y en alusión a lo que habían provocado las acciones de la
gendarmería el 27 de marzo en la capital neuquina, el periódico Río
Negro había publicado una síntesis de los conceptos vertidos por una
persona no identificada del Ministerio del Interior de la Nación. Vale la
pena transcribir in extenso su evaluación pues ilustraba qué aspectos
debían merecer la preocupación de la dirigencia política. Así, el funcio-
nario comenzaba por llamar la atención sobre lo siguiente:
La renovada expresión de fuerza concretada por los sindicatos
a pocas horas de haber sido desbloqueados puentes y rutas. En
general tras un desenlace de esta naturaleza, sobreviene un com-
pás de espera que puede o no retroalimentar el enfrentamiento.
Pero acá no hubo compás de espera: a 48 horas de los hechos,
había el triple de gente marchando por las calles de Neuquén.
Todo esto merece una lectura que, sin ser definitiva, arroja cier-
tos resultados. Por un lado, toda la política de disuasión imple-
mentada por el gobierno provincial como por la justicia fracasó.
Hubo que apelar a la fuerza. Y cuando el poder institucional
apela a la fuerza para resolver coyunturalmente este tipo de
hechos, hay una doble vía en materia de beneficios. Así, se logra
poner orden, pero suele cohesionarse a quienes se tiene enfrente.

[…]

También llamó la atención que la respuesta que recibió la repre-


sión en la mañana del jueves, fundamentalmente piedrazos, no
tuvo en grupos marginados a sus componentes más activos. Ahí
había clase media venida a menos y sectores bajos pero con tra-
bajo, cascoteando a los gendarmes. […] En general en este tipo
de hechos, en las primeras escaramuzas, suelen estar todos, pero
luego la resistencia o los que dan más trabajo son adolescentes de
condición marginal (Río Negro, 1/4/97).

Si este balance contenía una lección para el gobierno local era que para
ser exitosa, la apelación al ejercicio de la represión en Cutral Co y Plaza
Huincul exigía acreditar el vínculo entre condición social marginal,
masculinidad violenta y peligrosidad adolescente contraponiéndola a
una pertenencia de clase media, racional y dispuesta a la negociación,
portada tanto por esos padres como por esas docentes. Por lo tanto,
estos últimos, ante la mayor amenaza que implicaban esos “jóvenes

196
Andrea Andújar

violentos” para el encauzamiento de la protesta, dejaban de ser la


representación negativa significada en la “antinatural” asociación
entre maestra, trabajadora y huelguista para transformarse en legíti-
mas defensoras de un bien social apreciado, el de la educación pública.
La construcción que los medios realizaban sobre los sujetos invo-
lucrados en el conflicto no se sustentaba, de todas formas, en caracte-
rizaciones falsificadas ni operaba en el vacío. En efecto, la pertenencia
de clase de los jóvenes fogoneros era sustancialmente distinta a la de
las y los docentes o a los padres y estudiantes que conformaban la
coordinadora. Estas diferencias eran percibidas por todas las personas
involucradas en el conflicto y se condensaban en diversas apreciacio-
nes. Para las maestras, como advierten Petruccelli (2005) y Bonifacio
(2009), los fogoneros eran muchachos que provenían de los barrios
más empobrecidos de las comarcas petroleras y con los que era difícil
arribar a acuerdos. Para estos, cuyas demandas giraban en torno a la
obtención de empleo y de subsidios, como había señalado Obregón,
las maestras protagonizaban una lucha justa aunque un tanto incon-
sistente, puesto que lo que más las inquietaba era la inminencia de la
llegada de la gendarmería y, en ese sentido, “para qué lado iban a rajar”
(Bonifacio, 2009: 189).
La disposición a enfrentar a las fuerzas represivas marcaba una
bisagra entre ambos sujetos en la que se condensaban, además, esas
diferencias de clase. Tales diferencias rubricaron asimismo la selecti-
vidad de la represión, ya que cuando la misma sobrepasó los límites de
las rutas y se descargó sobre la población en general, los barrios más
castigados fueron los más empobrecidos211. Pero también, sustenta-
ron algunas de las razones por las cuales otras mujeres, que no eran
maestras ni estudiantes, permanecieron indiferentes al conflicto y sólo
intervinieron en él cuando las balas de goma y los gases lacrimógenos
aparecieron ferozmente en escena.

Mujeres y contiendas: la segunda pueblada


Cecilia vivía en Cutral Co desde niña, cuando su madre, separada de
su padre, se había mudado allí con ella y sus hermanas/os. Ya adulta,
habitaba con sus seis hijos e hijas en el barrio de las “176 Viviendas” y
aunque su situación económica no era apremiante, había participado
activamente en la pueblada de 1996 recorriendo los piquetes para distri-
buir alimentos, frazadas y canciones de Piero. El corte de 1997 no había
despertado en ella la misma actitud. Por el contrario, según narraba:

211 Entre ellos, el barrio de las “500 Viviendas” en Cutral Co y Otaño, en Plaza Huincul,
donde Teresa Rodríguez fue asesinada.

197
RUTAS ARGENTINAS HASTA EL FIN

Yo no participé porque sentí mucha impotencia. La gente se con-


formó con dos pesos e hicieron de cuenta que nunca pasó nada
[en referencia a 1996]. Y ¿para qué iba a ir yo a seguir luchando si
un político les iba a decir: mañana tienen tal cosa, y se van con-
tentos a la casa y después sigue lo mismo. Impotencia. Bronca.
Por eso dejé […] porque la gente se conforma con dos cosas, los
150 [pesos] y una caja [de alimentos] (Entrevista de la autora a
Cecilia, Cutral Co, 17 de diciembre de 2003).

Para ella, la primera pueblada había fracasado no sólo porque no había


logrado su propósito de revertir la situación de desempleo, sino tam-
bién porque ese horizonte de lucha se había disipado con la entrega
de un subsidio y una caja de alimentos. En su mirada, además, esa
mudanza de metas estaba atravesada por la manipulación política.
Pero esta no era significada por ella en términos de clientelismo, esto
es, de una instigación externa que articula la movilización popular
“desde arriba” y en provecho de intereses ajenos y ocultos para quienes
se movilizan. Distintivamente, la manipulación no estaba en los orí-
genes de la protesta sino en su clausura, en presentar batalla para ter-
minar conformándose “con dos pesos”. Y era allí donde se anclaban su
bronca y su impotencia. De tal modo, entonces, su negativa a plegarse
en el segundo corte de rutas no se basaba en consideraciones referidas
a los sujetos que estaban en los piquetes. No importaba si eran docen-
tes o jóvenes sin trabajo. Lo trascendente para ella es que ese segundo
conflicto tampoco iba a cambiar seriamente las cosas.
Otras mujeres compartían con Cecilia el balance de la prime-
ra pueblada como una derrota. En ciertos casos, la consistencia que
hacía a la misma se engarzaba no sólo con la manipulación política o
la continuidad del desempleo sino, también, con la traición. Las tres
cuestiones se volvían una cuando algunas de esas mujeres explicaban
por qué habían resuelto no participar del segundo corte, al menos en
el comienzo. Magdalena, por ejemplo, sostenía que “no fuimos allá
porque no era el pueblo, eran los políticos…, se manejó políticamente
y los de antes traicionaron al pueblo”212. Un análisis similar realizaba
Stella Maris, para quien luego de la primera pueblada “los primeros
piqueteros son políticos. Ellos sacaron su tajada y ahora están en el
gobierno, es como que usaban a la gente”213. Incluso Bety León, que
durante la protesta de 1996 había protagonizado varios enfrentamien-
tos verbales con los intendentes de Cutral Co y Plaza Huincul, resisti-
do el intento de represión de la gendarmería y, finalmente, increpado

212 Entrevista de la autora a Magdalena, Cutral Co, 7 de mayo de 2004.


213 Entrevista de la autora a Stella Maris, Cutral Co, 20 de diciembre de 2003.

198
Andrea Andújar

a Sapag, insistió varias veces en que “en la segunda pueblada todo se


politizó mucho”214.
Estas reflexiones hilvanan varias cuestiones que posibilitan
comprender el escaso atractivo que este conflicto generaba en las
mujeres que habían protagonizado el corte de rutas de junio de 1996.
Uno de los motivos se nutría tanto de la frustración sentida ante el
incumplimiento de los puntos del acta acuerdo firmada en ese enton-
ces, como de la acusación de traición vertida sobre quienes habían
sido los y las voceros/as de la pueblada anterior, es decir, los y las
piqueteras/os. Dicha traición consistió, según las testimoniantes, en
que estos/as habían abandonado la consecución de la lucha iniciada
a cambio de prebendas personales, fueran estas referidas a la ocu-
pación de cargos públicos o a la obtención de beneficios materiales
directos. Tal lectura tenía puntos de encuentro con la de varios de
los jóvenes que en la mañana del 11 de abril de 1997 estaban en la
ruta dispuestos a resistir la llegada de la gendarmería y que habían
escogido denominarse fogoneros justamente para diferenciarse de
aquellos/as considerados/as traidores/as.
Otra razón estaba atravesada por la caracterización del conflic-
to como una acción politizada. Empero, ello no remitía al concepto
vertido tantas veces por funcionarios del gobierno nacional, así como
provincial, en torno a la participación en el mismo de “grupos de
ultraizquierda”, “infiltrados” o “subversivos” que pretendían deses-
tabilizar la reproducción del orden social 215. Como se desarrolló en
el capítulo anterior, estas mujeres profesaban una idea negativa de la
acción política al asimilarla a la ocupación de funciones en la admi-
nistración pública para el enriquecimiento personal. Por tanto, toda
acción política era vista como aquella cuyos objetivos no comulgaban
con reclamos legítimos de la comunidad o con el beneficio colectivo.
Al evaluarse como una derrota a la movilización popular el incum-
plimiento de los puntos acordados con Sapag en junio de 1996, se
reforzó este sentido asignado a la política de un modo singular. En
efecto, si durante la primera pueblada las mujeres habían dinamizado
diversas acciones sustentadas en el rechazo al ejercicio de la política
definida en estos términos y, consecuentemente, en contrarrestar el
peligro de la manipulación, los efectos de la conclusión de tal pro-
testa operaron en sentido contrario: no valía la pena incorporarse
al corte de rutas porque nuevamente la acción serviría a propósitos

214 Entrevista de la autora a Bety León, Plaza Huincul, 8 de mayo de 2004.


215 Estos fueron algunos de los calificativos con los que tanto Felipe Sapag como el pre-
sidente Menem refirieron a un supuesto liderazgo dentro de esta confrontación (Río
Negro, 16/4/97).

199
RUTAS ARGENTINAS HASTA EL FIN

individuales, mezquinos y alejados de los intereses y perspectivas de


esas mujeres216.
Por otra parte, tal conceptualización del ejercicio de la política
no se restringía sólo a “los políticos”. También iba dirigida a aquellas
organizaciones sectoriales que representaban intereses particulares,
tales como los sindicatos. En ese sentido, el gremio docente despertaba
desconfianzas o críticas que emergían tanto del descrédito en el que
habían caído los sindicatos en general –fundamentalmente, en la per-
cepción local, a partir de lo actuado por el supe ante la privatización
de ypf–, como de ciertos comportamientos asumidos por el docente en
particular durante la pueblada de 1996. Como se dijo, el conflicto de
1997 no había provocado el interés de Bety León. Ella no había sido, de
todos modos, indiferente a él, pues conocía las causas de la huelga de
las y los maestros. Tampoco dudaba en señalar a Felipe Sapag como el
principal responsable. Bety apuntaba, uniendo ambas cuestiones, que
“como el río estaba bastante revuelto, el gobernador fue más perro, […]
y le sacaron el 20% a los maestros, y eso fue lo que rebalsó el vaso a los
maestros”217. Sin embargo, también aclaraba:
En la primera pueblada, los que siempre tuvieron un roce, una
pedantería con nosotros, fueron los docentes. Por ese motivo,
cuando en el 97 Sapag les quitó el 20%, ellos nos pidieron cola-
boración a la comunidad y la comunidad tiene memoria. Ellos no
nos apoyaron. Pero un grupo de gente se lo dio y murió una veci-
na mía [en referencia al asesinato de Teresa Rodríguez] (Entre-
vista de la autora a Bety León, Plaza Huincul, 8 de mayo de 2004).

Aunque el gremio docente había participado de la movilización contra


la represión en las comarcas petroleras convocada en la ciudad de Neu-
quén el 26 de junio de 1996, no había secundado en cuanto que tal la
primera pueblada. Y aún cuando los y las maestras habían acercado su
solidaridad en términos personales, la misma no tenía una entidad en
el recuerdo de Bety o, tal como ella expresaba, no era suficiente como
para provocar que la comunidad se involucrara masivamente en el

216 La idea de la manipulación del conflicto ha sido sostenida también en otros estudios
con base en cuestiones tales como la presencia en el corte de Ramón Rioseco, con-
cejal del frepaso de Cutral Co, y su cercanía con esos jóvenes y la de punteros del
mpn que se encontraban en los piquetes incitando a los fogoneros en contra de los
docentes. Una de esas personas habría sido Elda Hermosilla, la “única mujer entre
los fogoneros”, una mujer que tenía 4 hijos, 39 años y cobraba un subsidio de 150
pesos según la descripción que de ella hicieron los periódicos (Río Negro, 15/4/97).
Acorde con Bonifacio (2009), posteriormente Hermosilla se desempeñó como secre-
taria del bloque de concejales del mpn en el concejo Deliberante de Cutral Co.
217 Entrevista de la autora a Bety León, Plaza Huincul, 8 de mayo de 2004.

200
Andrea Andújar

conflicto que ahora esas maestras protagonizaban. Sí lo había hecho


un grupo de gente que, de alguna forma, había desatendido el saber
portado en esa memoria colectiva a la que ella aludía u “olvidado”
ese pasado. Ese grupo estaba conformado por los jóvenes fogoneros a
quienes Bety, al igual que Cecilia y a diferencia de los medios de comu-
nicación y de las propias docentes, no excluían de la comunidad. Para
esas mujeres, además, algunos de los gestos de esos jóvenes eran abso-
lutamente comprensibles. Así, Clementina, amiga y vecina de Bety y
esposa de un ex obrero ypefeano, señalaba que “era lógico que se tapen
la cara para no ser reconocidos […] tienen miedo de la policía que los
repriman después”218. La distancia, más bien, existía con las maestras
y se traducía tanto en la “pedantería” a la que aludía Bety como en el
hecho de que “ellos tiraron la piedra, y luego escondieron la mano”219,
según explicó Clementina. Justamente, esa actitud había constituido
el agravante del conflicto de 1997, cuando el sindicato decidió retirarse
institucionalmente del mismo.
Motivos como los esgrimidos por Bety, Cecilia, Magdalena, Stella
Maris o Clementina fueron los que impidieron que esas mujeres, al igual
que la mayoría de las y los pobladores de Cutral Co y Plaza Huincul, se
involucraran activamente en los inicios de los cortes de ruta del otoño
de 1997. Sin embargo, la situación cambió radicalmente el 12 de abril.
Fue ese día cuando las consecuencias de la crueldad represiva sellaron
una participación que hasta entonces se había mostrado reacia.
A las 5:30 de la mañana de esa jornada, las tropas de la gendar-
mería nacional, nuevamente al mando de Eduardo Jorge, se encontra-
ban en la entrada de Plaza Huincul con la intención de hacer cumplir
la orden de desalojo dictada por el juez federal subrogante de Margarita
Gudiño de Argüelles, Oscar Temis. El juez, que estaba presente en la
zona custodiado por un grupo de gendarmes, se negaba a abrir cual-
quier tipo de negociación con algún representante de las personas que
se encontraban en las barricadas. El número de estos, por otro lado,
era más que exiguo. Según los diarios, en esos momentos, había en los
piquetes menos de 100 personas y, en su mayoría, se trataba de chicos
y adolescentes que se identificaban como fogoneros. En pocos minutos
la gendarmería logró despejar la Ruta Nacional 22 haciendo uso de una
topadora, un camión hidrante, perros, balas de plomo y gases lacrimó-
genos en desmedida cantidad frente a los fogoneros que intentaban
resistir su avance con piedras, ondas y bombas molotov. Pero las cosas
no concluyeron ahí. Por el contrario, los gendarmes, violando prohi-
biciones legales vigentes en ese entonces, invadieron los barrios de

218 Entrevista de la autora a Clementina, Plaza Huincul, 9 de mayo de 2004.


219 Entrevista de la autora a Clementina, Plaza Huincul, 9 de mayo de 2004.

201
RUTAS ARGENTINAS HASTA EL FIN

ambas localidades. Mientras tanto, la jueza penal de Cutral Co, Beatriz


Martínez, ordenaba la intervención de la uespo sobre la Ruta Provincial
17. Una vez que lograron el repliegue de los fogoneros, los integrantes
de esa unidad policial especial se sumaron a la gendarmería en la per-
secución desatada en las calles de ambas localidades. Y fue allí donde
policías y gendarmes se encontraron con las mujeres, esas mismas que
un año antes los habían enfrentado.
Arcelia, que había participado también activamente de la pue-
blada de 1996, estuvo entre ellas y recordaba detalladamente cómo se
habían desarrollado los acontecimientos en su barrio:
Yo estuve, yo fui. Cuando ingresa gendarmería, ellos ingresaron
en Plaza Huincul haciendo una pinza. Ingresaron una parte
por la ruta, otros tomaron por la orilla del zanjón y otros por el
Ferrocarril (Entrevista de la autora a Arcelia, Plaza Huincul, 20
de diciembre de 2003).

Lo que había llamado su atención esa mañana era el ruido de los dis-
paros, pues “estaba parada en la esquina de mi casa, justo una cuadra
de allí. Y le digo a mi marido ‘no se te ocurra salir’, porque era una
batahola”220. Desde hacía años, el esposo de Arcelia, un ex ypefeano,
sufría una enfermedad cardíaca y, por tanto, la inquietaba la forma en
que él pudiera reaccionar ante lo que estaba sucediendo. Sin embargo,
ni la preocupación por la afección de su marido ni el temor a la repre-
sión la inhibieron para abrir las puertas de su casa y socorrer a las per-
sonas que venían escapando de las balas y los bastonazos:
¡¡¡No te imaginás lo que fue!!! Senté a mi esposo en un sillón y
entraron 35 personas dentro de mi casa, que hasta el día de hoy
no sé quiénes son y tampoco me interesa, porque yo abrí mi casa
para que ingresaran (Entrevista de la autora a Arcelia, Plaza
Huincul, 20 de diciembre de 2003).

La gendarmería no sólo avanzaba por las calles de los barrios gol-


peando a cuanta persona se pusiera enfrente, sino que arrojaba gases
lacrimógenos dentro de las casas en un grado tal que, como continuó
narrando Arcelia:
Yo tuve que tener 15 días mi casa ventilándose. Todo, todo, porque
tiraron gases lacrimógenos y estábamos en mi casa. Arriba del
techo, por una ventana, en el patio. A una chica que iba a llevar a su
papá al hospital, en un jeep, la sacaron por el parabrisas (Entrevis-
ta de la autora a Arcelia, Plaza Huincul, 20 de diciembre de 2003).

220 Entrevista de la autora a Arcelia, Plaza Huincul, 20 de diciembre de 2003.

202
Andrea Andújar

Pese a todo, ella “salía a atender gente, después de que ellos pasaron,
porque estaban golpeados, estaban tan dañados que no te lo puedo
explicar”221. Lo que sí podía explicar era por qué la represión había lle-
gado a ese nivel de encarnizamiento. En su interpretación, la causa de
esa fiereza era la venganza por lo ocurrido en el enfrentamiento ante-
rior, en junio de 1996, ya que “ellos querían hacer eso porque no podía
ser que se hubieran ido la primera vez con el rabo entre las patas…,
entonces, era cuestión de eso”222.
De manera similar actuaron los gendarmes en las “500 Vivien-
das”, uno de los barrios más populares de Cutral Co. Sólo que allí
corrieron peor suerte. Susana García, hija de un obrero metalúrgico del
pc y una mujer entrerriana militante de la uma, a quien se hizo referen-
cia en el primer capítulo a propósito de su vasta experiencia sindical,
parecía revivir la jornada cuando daba rienda suelta a su relato colma-
do de detalles y de anécdotas. Así, su narración cobraba un ritmo verti-
ginoso y entusiasta al evocar de qué manera ella, sus vecinas y vecinos
del barrio de las “500 Viviendas”, habían expulsado a la gendarmería de
las inmediaciones.
Cuando empezaron a reprimir, yo estaba en Plaza Huincul, en la
biblioteca Carmen Funes. Y me apersono porque estaban repri-
miendo en el puente de Plaza [Huincul] muy, muy, pero muy
fuerte, y entonces queríamos parar todo esto de alguna forma.
[…] Y un compañero mío, teníamos una chatita [camioneta], y
Viviana, esta chica que está en Canal 2, andaba con las cámaras
y nos dice: “por favor ¿me llevan urgente? porque no tengo con
qué ir”. Y vinimos para acá, a mi barrio. Cuando llegamos era
un desastre. […] Y unas mujeres y yo nos fuimos a “piedrar” y
a resistir en el barrio a los gendarmes. Y nos tiraban gases para
este lado, entonces salimos para el otro lado, y una vecina le tiró
un piedrazo tan bien dado que al tipo le bajó los pantalones.
[…] Nos tiraban en los balcones, pero no se la llevaron de arri-
ba. ¡¡¡Nos tienen terror!!! Se les dio con todo, se replegaron ellos
porque el pueblo salió todo a la calle. Y ellos pararon la represión
de cagones. Ellos con pañuelos blancos la pararon, porque no
los dejamos hasta que se fueron. Una vecina de por allí [estaba]
calentando aceite. Entonces yo salí por acá y le dije: “¡¡¡calienten
aceite!!! Si quieren entrar tirémosle por los balcones el aceite
hirviendo”. Ellos nunca creían que nos íbamos a defender (Entre-
vista de la autora a Susana García, Cutral Co, 7 de mayo de 2004).

221 Entrevista de la autora a Arcelia, Plaza Huincul, 20 de diciembre de 2003.


222 Entrevista de la autora a Arcelia, Plaza Huincul, 20 de diciembre de 2003.

203
RUTAS ARGENTINAS HASTA EL FIN

Por lo tanto, si el ejercicio de la represión había sobrepasado las rutas


para ganar terreno dentro de las propias localidades, la reacción de
las y los pobladores modificó sustantivamente su desarrollo al tornar
al cazador en presa. Pero lo significativo de la narración de Susana no
reside solamente en esa marca sino también en el protagonismo que las
mujeres nuevamente pusieron al descubierto, que colapsó una vez más
lo que se supone hace a las características de su sexo.
En general, se presume que las mujeres rehúyen el uso de la vio-
lencia, los enfrentamientos físicos o las situaciones donde estos puedan
producirse, debido a atributos asignados socialmente acorde con sus
supuestas capacidades biológicas. En ocasiones, tal presunción emana
y se anuda con discursos y acciones protectoras desplegadas por los
varones para alejar a las mujeres de la primera línea de “choque” en una
acción colectiva de protesta que puede tener estas derivas. En otras, se
incentiva su presencia allí a la espera de que la misma mitigue o aquiete
la posibilidad de la acción represiva. Ciertamente, las mujeres también
apelan al imaginario en torno de su debilidad física o de aquellas cua-
lidades que se adhieren a la maternidad, por ejemplo, para dar conti-
nuidad a sus acciones en escenarios en los que el Estado hace uso de su
fuerza coactiva (Kaplan, 2003). Y, de hecho, algunas veces, tal recurso
ha sido exitoso para evitar ese desenlace223.
Pero un examen más detenido del vínculo entre feminidad y
violencia brinda algunos matices que impedirían generalizaciones
apresuradas. En esa dirección, la indagación de los particulares con-
textos históricos, los saberes previamente adquiridos, las percepciones
y representaciones forjadas y atravesadas por su clase y por su género,
constituyen indicios que, puestos en escena, permiten dar cuenta de
experiencias mucho más heterogéneas en las conductas de las muje-
res ante la violencia 224. ¿Cómo explicar, sino, la dispar reacción que
tuvieron las mujeres agremiadas en aten y las que participaron de la
pueblada de 1996 ante la llegada de la gendarmería? Ambos colectivos

223 En ocasión del corte de rutas de mayo de 1997 en General Mosconi, un gendarme
sostuvo que la causa por la cual no reprimieron fue que “en el corte había sólo muje-
res y niños” (El Tribuno, 10/5/97).
224 Diversas investigaciones históricas realizadas sobre las organizaciones guerrilleras
en la Argentina durante el período 1966-1976 revelaron cómo las adscripciones
políticas emergidas en un particular contexto de conflictividad social resultaron
en la integración de mujeres en esos ámbitos de militancia (Diana, 1996; Pasquali,
2005; Martínez, 2008). Asimismo, se ha demostrado que ciertas mujeres también se
habían sumado a los dispositivos represivos en los centros clandestinos de deten-
ción durante la última dictadura militar en la Argentina (D’Antonio, 2003). La aso-
ciación entre mujeres y violencias adquiere, entonces, densidades y complejidades
atravesadas por aristas que escapan a tipificaciones simplistas.

204
Andrea Andújar

pertenecían a las clases trabajadoras pero ello no las volvía idénticas


o las amalgamaba en los recursos de los que disponían para hacer
frente al avance represivo. Fueron sus particulares recorridos organi-
zativos, los significados históricos asociados al trabajo que realizaban,
la percepción que tenían de sí mismas y de su rol social, los alcances
del apoyo comunitario a las luchas que dinamizaban, lo que delineó el
tipo de respuestas que unas y otras articularon. También influyeron los
intereses que esas mujeres sentían que estaban en juego. Así, cuando
la represión del 12 de abril de 1997 cobró la vida de Teresa Rodríguez,
la brutal evidencia del peligro que se cernía sobre vecinos/as, padres,
madres, hijos/as actuó como un resorte para enfrentar a aquellos que
amenazaban sin delaciones ni mediaciones simbólicas la reproducción
comunitaria. Y la respuesta fue de tal magnitud que el juez Temis, hacia
el mediodía, se vio obligado a ordenar el repliegue de la gendarmería
para favorecer la tregua que de hecho se impuso225.
Pocas horas después, los habitantes de ambas localidades levan-
taron nuevas barricadas sobre la Ruta Nacional 22 y organizaron una
asamblea en la torre de ypf, en el ingreso de Plaza Huincul. Allí se formó
una comisión compuesta por once personas –tres mujeres y ocho varo-
nes226 – cuya misión era entregar un petitorio elaborado colectivamente
“al juez cuando venga a desalojarnos” (Río Negro, 13/4/97). Los seis pun-
tos que lo conformaban, planteaban la libertad de todos los detenidos sin
que mediara causa judicial227; garantías de no represión en el futuro; la
investigación de la muerte de Teresa Rodríguez y la constitución de una
comisión de seguimiento; el cumplimiento de los puntos del acuerdo
de 1996; la creación de puestos de trabajo y la inclusión de los solteros
como beneficiarios del Decreto 1821228; y la derogación de la Ley Federal
de Educación –reivindicación que se sostuvo a pesar de la defección del
gremio docente–. Asimismo, esta comisión convocaba a una marcha del
silencio que se realizaría durante los funerales de Teresa Rodríguez229.

225 Asimismo, el funcionario declaraba a los medios de comunicación locales que


ninguno de los gendarmes y policías había utilizado balas de plomo. Sin embargo,
una foto publicada por la prensa escrita mostraba a un policía disparando con una
pistola calibre 9 milímetros (Río Negro, 13/4/97).
226 Entre sus integrantes se encontraban representantes de los fogoneros, como Elda
Hermosilla. Luego se sumarían 3 integrantes más, elegidos por esos jóvenes, entre
los cuales estaba Ramón Rioseco (Bonifacio, 2009).
227 Según las informaciones periodísticas, la lista de detenidos alcanzaba a 13 personas
(Río Negro, 13/4/97).
228 Este decreto, dictaminado luego de la pueblada de 1996, había establecido un cupo
especial de subsidios por desempleo para la zona, restringido a personas casadas.
229 La marcha tuvo lugar en la noche del 13 de abril, la cual congregó a más de 15 mil
personas de ambas localidades (Río Negro, 14/4/97).

205
RUTAS ARGENTINAS HASTA EL FIN

Entre tanto, ese mismo día por la tarde, una movilización orga-
nizada en Neuquén capital, que reunió a 15 mil personas, recorrió las
calles en repudio a la represión y la muerte de Teresa Rodríguez y cul-
minó en la Casa de Gobierno “pidiendo la cabeza del gobernador” (Río
Negro, 13/4/97). Simultáneamente, la dirigencia de aten era convocada
por el gobernador Sapag para llegar a un acuerdo, cosa que ocurrió el
mismo sábado 12 de abril por la noche.

Del epílogo del paro docente al levantamiento del corte


de rutas
El acta firmada por el gobernador y la cúpula sindical docente ad refe-
rendum de las asambleas que se realizarían al día siguiente estipulaba
el levantamiento del paro a cambio de diversos compromisos por parte
del gobierno. Entre ellos, se encontraban descontar sólo el 50% de las
jornadas de huelga, que para esas alturas sumaban casi 34 días, man-
tener en funcionamiento las jefaturas de departamentos y los talleres
en las escuelas así como las horas programáticas de los docentes de
educación física, lo cual equivalía a recuperar el puesto de trabajo de
1.000 docentes (ibíd.)230. El paro fue levantado el 16 de abril. Sin embar-
go, el gremio docente había comenzado las tratativas con el gobierno
el mismo día de la muerte de Teresa Rodríguez. Dicha decisión provo-
có duras críticas y ahondó las acusaciones de traición vertidas en su
contra por parte de los y las pobladoras de Cutral Co y Plaza Huincul y
de activistas de organizaciones políticas y otras corrientes sindicales,
como la Corriente Clasista y Combativa (ccc). A pesar de esto, la con-
ducción de aten, y en particular la figura de Obregón, salieron amplia-
mente fortalecidas. Así, Liliana Obregón se presentó como candidata a
la conducción sindical provincial al año siguiente ganando las eleccio-
nes con el apoyo de una amplia mayoría (Petruccelli, 2005).
No ocurrió lo mismo con el gobernador Sapag, cuya centralidad
como figura conductora del mpn y del destino político de la provincia
no lograría sobrevivir a este mandato, aunque sí a los cortes en las
comarcas petroleras231. Estos perduraron hasta el 18 de abril, fecha en
la cual la comisión de representantes de la Asamblea de Cutral Co y

230 aten consiguió, además, que efectivamente no se pusiera en práctica la Ley Federal
de Educación en el territorio provincial.
231 En las elecciones siguientes, la hegemonía de Jorge Sobsich se incrementaría. Y aun-
que la sociedad neuquina mantuvo elevados niveles de movilización y de conflicti-
vidad social, en los cuales la toma de la fábrica ceramista Zanón por sus trabajadores
constituyó un hito fundamental, el mpn no perdió el lugar de conducción del destino
político de la provincia.

206
Andrea Andújar

Plaza Huincul, conformada días antes, firmó un pacto con el gobierno


provincial. Entre los puntos del mismo figuraban el compromiso de
investigar la muerte de Teresa Rodríguez (hecho por el cual 30 policías
fueron sumariados meses después aunque nunca inculpados judicial-
mente) y la entrega de pensiones para sus hijos; 500 puestos de trabajo
en ypf; traspaso del yacimiento gasífero El Mangrullo para su admi-
nistración a las municipalidades; 1.200 subsidios del Plan Trabajar;
jubilación anticipada para los ex ypefeanos; y la no toma de represalias
y el cierre de las causas iniciadas a las personas detenidas. A partir
de ese momento, las barricadas fueron desmontadas, aunque no por
demasiado tiempo. El 28 de abril, diez días más tarde, un grupo de
fogoneros volvió a cortar la ruta obteniendo como resultado la promesa
del intendente de Cutral Co, Daniel Martinasso, de aumentar la canti-
dad de planes sociales.
Ahora bien, el rumbo que siguió el panorama político de las loca-
lidades petroleras durante el período al que se aboca este estudio, tuvo
ciertas divergencias. En Plaza Huincul, el mpn continuó al frente del
municipio como resultado de las posteriores votaciones. Su intendente,
Alberto Pérez, tampoco sufrió los coletazos del reciente conflicto. Dis-
tinta fue la situación para Daniel Martinasso, a quien el 30 de mayo de
1997 se le inició un juicio político que concluyó con su destitución del
cargo y la convocatoria a nuevas elecciones. Estas se realizaron a fines
de ese año y en ellas triunfó la Alianza, coalición constituida localmen-
te a partir de un acuerdo entre la ucr y el frepaso y que luego cobraría
forma a escala nacional. Carlos Benítez, un hombre de la ucr y can-
didato del nuevo acuerdo, obtuvo casi el 60% de los votos emitidos en
Cutral Co, imponiéndose cómodamente sobre el mpn. Pero ¿qué quedó
de las puebladas en la potencialidad organizativa de las y los poblado-
res de las localidades petroleras? ¿Hubo ecos resonantes en protestas
posteriores? La respuesta a estos interrogantes parece sencilla al igual
que los argumentos que la sostienen.
Ni en Cutral Co ni en Plaza Huincul estas acciones colectivas de
protesta cristalizaron en ninguna organización piquetera o en algún
otro movimiento comparable que nucleara a esas mujeres y varones
desocupados. Tampoco se las/los encontró movilizadas/os durante la
crisis de diciembre de 2001, que terminó con el gobierno de esa Alianza
nacida en su territorio. Las explicaciones ensayadas sobre esta ausencia
han estado vinculadas centralmente con el triunfo de la “paz social”
logrado por una gran cantidad de subsidios, la escasa incidencia de una
militancia de izquierda que coadyuvara a la emergencia de un movi-
miento piquetero autónomo o la decisión de seguir la batalla por medios
electorales, tal como había puesto en evidencia lo sucedido en Cutral Co.
No se pretende aquí refutar estas argumentaciones pero sí deba-
tir hasta qué punto la pregunta es válida en tanto parte de una suerte

207
RUTAS ARGENTINAS HASTA EL FIN

de “deber ser” que desatiende a los sujetos para poner en el centro de la


escena a los intérpretes. Dicho de otro modo, más que interrogarse en
torno de por qué no surgió un movimiento piquetero autónomo o algún
tipo de organización que plasmara el nivel de participación social
alcanzado durante los días del conflicto, este trabajo prefiere indagar
qué fue lo que de hecho sí surgió. Para ello vuelve su mirada sobre los
sujetos protagónicos y atisba una interpretación que no puede ni desea
ser conclusiva puesto que se trata de una historia que aún merece ser
revisitada asiduamente. En principio, lo que aquí se propone es que
el involucramiento de esas mujeres en los días de lucha y resistencia
reverberó en otras acciones y en otras organizaciones. Sara, Arcelia y
Magdalena no abandonaron su asistencia a los Encuentros Nacionales
de Mujeres. Por el contrario, se fortalecieron en ellos tratando, además,
de impulsar cooperativas de trabajo, lugares de debate sobre violen-
cia familiar y espacios de asistencia y protección de las mujeres que
padecían esas situaciones. Bety y Clementina también intentaron dar
continuidad a su experiencia organizativa articulando reuniones de
comisiones barriales para reclamar ante los municipios por la falta de
agua potable, los problemas medioambientales provocados por Repsol-
ypf o aquello que tales comisiones decidieran. No todas hicieron ese
camino. Cecilia, a pesar de la desconfianza que la política, los políticos
y el tipo de democracia existente le despertaban, tal como tantas veces
refirió, no desechó del todo las urnas y prefirió demostrar su disconfor-
midad “no votando nunca más al mpn”, como dijo.
Los recorridos posteriores que estas mujeres hicieron, entonces,
fueron distintos y poco rimbombantes si lo que se busca es algo que
pueda asemejarse a otros colectivos de desocupadas/os que surgieron
en otras regiones. Pero al situarlas a ellas y sus propias experiencias,
lo que surge es que algunas de sus huellas se mantuvieron tras la
organización colectiva o, al menos, en pos de los intentos por lograr-
la. Negarlas detrás de lo que “no fue” conlleva el riesgo de despojar al
estudio histórico de una ingeniería capaz de examinar los múltiples
senderos y formatos que pueden asumir las prácticas confrontativas de
esas mujeres en su pretensión de cambiar sus propios destinos y los de
su comunidad. Al tener en cuenta tales tentativas, este estudio procuró
evadir ese peligro aún a sabiendas de que la concreción visible de esos
ensayos guardó distancias profundas con otras experiencias. De una
de ellas se ocupa el próximo y último capítulo al detenerse en las muje-
res de General Mosconi, su participación en los cortes de rutas y en la
construcción de la utd.

208
RUTAS ARGENTINAS HASTA EL FIN

Provincia de Salta; mapa elaborado para esta investigación

210
Capítulo 5
“Y así los pillamos al comisario y
al cabo”: mujeres, luchas y
resistencias en Salta, 1997-2001

El calor no daba treguas ese mediodía en General Mosconi. Como


usualmente ocurría en diciembre, la temperatura había superado los
40º centígrados y prometía ser más calcinante aún en esas calles sin
árboles que María Rosa debía recorrer para llegar al lugar donde se
había convocado la asamblea. La brisa era tan leve que casi no se sentía.
Sin embargo, ella caminaba a paso ligero. Presentía que con las últimas
novedades, los ánimos debían estar tan encendidos como ese sol que
rajaba la tierra. El nuevo Presidente de la Nación, Fernando de la Rúa,
que había asumido tres días atrás, había decidido recortar la cantidad
de Planes Trabajar asignados para el Departamento de General San
Martín. No significaban mucho esos 150 pesos que María Rosa recibía
por mes para mantener a sus seis hijas y sus cuatro hijos. Pero, sin
dudas, era mejor tenerlos para poder sumar algo a lo poco que conse-
guían su marido y sus hijos mayores con las “changas” que salían cada
tanto. La disminución de los subsidios dispuesta por el flamante jefe
del Ejecutivo nacional complicaba todavía más el panorama de fami-
lias como la suya y evidenciaba, además, que las cosas no iban a cam-
biar demasiado con la victoria de la Alianza sobre la fórmula Eduardo
Duhalde-Ramón Ortega que el pj había presentado para la contienda
electoral de octubre232.
Pero en la asamblea de ese 13 de diciembre de 1999 no iban a
estar solamente sus compañeros y compañeras de la utd. También

232 La “Alianza por el trabajo, la justicia y la educación” nació como agrupación política
en 1997 fruto del acuerdo entre la ucr, el frepaso, la Democracia Progresista, el Par-
tido Intransigente, el Partido Socialista Democrático, el Partido Socialista Popular,
el Partido Demócrata Cristiano, el Movimiento de Integración y Desarrollo, el Par-
tido Autonomista y el Partido Liberal, ambos de la provincia de Corrientes. En las
elecciones del 24 de octubre de 1999, su fórmula presidencial, integrada por Fernan-
do de la Rúa y Carlos Álvarez, obtuvo el 48,3% de los votos frente al 33,9% logrado
por el justicialismo, aunque este último retuvo la conducción de 11 provincias.

211
RUTAS ARGENTINAS HASTA EL FIN

participarían los empleados municipales de Tartagal nucleados en


la seccional local de ate. El propósito de su presencia era discutir
si podían encarar una medida de protesta conjunta para revertir la
cesantía de 162 trabajadores resuelta por el intendente de esa ciudad
en noviembre.
María Rosa no deseaba perderse nada de esa reunión. Acos-
tumbrada a asumir decisiones difíciles, como cuando siendo aún una
niña de 13 años juntó sus pocas pertenencias y abandonó las tierras
del Ingenio Ledesma en las que había nacido para buscar mejor suerte
en Salta capital, probar luego en Chaco y terminar por instalarse en
General Mosconi, no quería llegar tarde a ese debate que seguramente
concluiría con una resolución importante. Y no estaba desacertada.
Habían pasado ya 37 años del inicio de la travesía que la había alejado
del territorio jujeño. A sus 50 volvería a la ruta pero no para irse sino
para quedarse allí hasta que el gobierno nacional y municipal acep-
taran las demandas. Así lo expresó su mano en alto cuando se votó
en la asamblea cortar la Ruta Nacional 34 ese mismo día a la altura de
General Mosconi.
El grupo antimotines de la policía salteña pretendió evitar que se
levantaran las barricadas y comenzaron entonces los enfrentamientos.
En medio de ellos, varias personas, entre las que se encontraba Fermín
Hoyos, secretario general de ate Tartagal, fueron detenidas, situación
que motivó una audaz reacción por parte de las mujeres y los varones
que estaban intentando montar los piquetes. María Rosa recordaba
detalladamente el episodio. Ella contaba que “estábamos en la ruta y
no había forma como sacar” a las personas que habían sido apresadas:
Entonces decidimos hacer un cambio. Lo pillamos al comisario
y al cabo. Los desvestimos, los dejamos en calzoncillo y los subi-
mos al tanque de combustible. Y hacía una calor que quemaba
el aire y le pedimos que si los mandaban a Salta nosotros los
íbamos a quemar. Pero no era tanta la intención, sino para darles
miedo. Entonces le pedimos que largue a todos los compañeros y
nosotros queríamos ver en la ruta el momento que lo traigan. Así
tuvieron todos su libertad […] Y esa manera hicieron el cambio…
a las 6 de la tarde los trajeron (Entrevista de la autora a María
Rosa, General Mosconi, 15 de junio de 2004).

Luego de ese suceso, las barricadas pudieron finalmente instalarse y en


ellas permanecieron las y los manifestantes hasta el 23 de diciembre.
No era esa la primera vez que esa ruta se transformaba en el esce-
nario de una medida de protesta de esa dimensión. Por el contrario,
dos años antes, cuando las llamas de los piquetes de Cutral Co y Plaza
Huincul no habían terminado de apagarse, esas mujeres y esos varo-
nes habían retomado la senda abierta por las comunidades neuquinas

212
Andrea Andújar

volviendo a General Mosconi y Tartagal una nueva fuente de preocu-


pación para el gobierno nacional, comandado aún por Carlos Saúl
Menem. Tampoco sería esa ocasión la última. Así, entre los años 1997 y
2001, la Ruta Nacional 34, que atraviesa ambas ciudades salteñas y con-
duce a la frontera con Bolivia, fue cortada –al menos– en cinco oportu-
nidades. La primera de ellas, en mayo de 1997, estuvo primordialmente
impulsada por propietarios de comercios y pequeñas empresas made-
reras de Tartagal, aunque en pocas horas la medida concitó la adhesión
tanto de los y las desocupadas de General Mosconi, localizada 8 km al
sur de aquella, como de otras localidades vecinas. El segundo corte,
ocurrido en diciembre de 1999, fue dinamizado por desocupados/as
de ambas ciudades. Los siguientes, en mayo y noviembre del año 2000
y junio de 2001, conllevaron tanto el desplazamiento geográfico como
social en la iniciativa de los bloqueos. Así, la ciudad de General Mosconi
se tornó la punta de lanza de estos enfrentamientos, mientras que el rol
protagónico pasó a las y los desocupados de esa ciudad organizadas/os
en la utd, creada en el año 1996.
Frente a ello, tanto el Poder Ejecutivo nacional como el local arti-
cularon respuestas en las que la criminalización de la protesta se con-
virtió en el común denominador. Y si bien en muchas circunstancias se
vieron obligados a emprender el camino de la negociación, casi siempre
lo hicieron luego de apelar al uso del aparato represivo. De tal modo,
en Salta, el Estado argentino ha tenido en su haber la muerte de cinco
manifestantes, ocurridos durante los cortes de los años 2000 y 2001
en General Mosconi; la creación de decenas de causas penales contra
activistas de General Mosconi y Tartagal –entre ellos/as, contra María
Rosa–; persecuciones y detenciones ilegales; el ejercicio de la tortura
contra detenidos/as en esas luchas; y la virtual ocupación de General
Mosconi por fuerzas represivas en varias ocasiones.
Los orígenes y entramados de estas contiendas, cuyo estudio
ocupa la primera parte de este capítulo, han sido examinados a la luz
de recabar la influencia en ellas de tradiciones de izquierda de antigua
data entre los obreros petroleros de la zona (Oviedo, 2004; Benclowicz,
2013) y, también, de escudriñar las experiencias y prácticas sindicales
de sus líderes, amalgamadas con una identidad proletaria atravesada
por la existencia de ypf (Svampa y Pereyra, 2003). En algunas de esas
lecturas, las mujeres han ingresado o bien integradas al marco descrip-
tivo general de las protestas o bien dentro del registro testimonial del
ejercicio de una maternidad que excedía los límites de la domesticidad
en su interpelación al Estado en pos de la supervivencia de sus familias
(Svampa y Pereyra, 2003). Esta investigación comparte la valoración
asignada a la maternidad para explicar algunas de las motivaciones
que hicieron a la presencia de las mujeres en las rutas. Sin embargo,
entiende que es necesario resituarla históricamente advirtiendo la

213
RUTAS ARGENTINAS HASTA EL FIN

mudanza de sus significados y las variadas derivas de la politización


del rol materno. En ese sentido, al reubicarla como un constructo
histórico-social en una trama particular, la marcada por el neolibera-
lismo, procura hallar sus singularidades evitando recalar en una inter-
pretación que encapsule las presencias femeninas en estos conflictos
en tanto “madres” o naturalice su impulso a la protesta colectiva en la
repetición sinonímica de experiencias pasadas.
La supervivencia de la prole y del hogar ha sido un estímulo
reiterado históricamente para las acciones colectivas e individuales
emprendidas por las mujeres. Discursos articulados alrededor de esta
preocupación pueden rastrearse ya, por ejemplo, durante el último cuar-
to de siglo xix entre las mujeres trabajadoras que demandaban al Estado
el otorgamiento de los Premios a la Virtud (Pita, 2009), y observarse en
las promotoras de la huelga azucarera tucumana de 1904 (Bravo, 2007),
en las activistas de la gran huelga ferroviaria de 1917 (Palermo, 2007),
en las fervorosas adherentes a la formación de las unidades básicas del
Partido Peronista Femenino o en aquellas mujeres trabajadoras que se
integraban a la Agrupación Evita (Grammático, 2011). Por tanto, ¿qué
diferencia a las piqueteras salteñas trabajadoras y/o desocupadas de sus
antecesoras? Los años transcurridos y, con ellos, los contextos y las emer-
gencias de otras experiencias políticas que fueron colocando distintivas
improntas a prácticas e identidades conocidas. Esta sección rescata esa
historicidad y sus particularidades, volviendo para ello sobre algunas de
las sendas trazadas en el primer capítulo de este libro. Específicamente,
reintroduce el significado de esa tradición subterránea que se alimentó
de las Madres de Plaza de Mayo y de su específica publicitación/politiza-
ción de la maternidad, para fundirse con las mujeres de General Mosconi
y Tartagal en la “Plaza del Aguante” en el año 2001.
Por otro lado, y aún cuando estuvo atravesado por el ejercicio de
la maternidad, el universo de las prácticas femeninas en ese escenario
de luchas lo rebasó para asumir otros senderos. En ellos se detiene la
segunda parte del capítulo, enlazando su examen con la exploración
de los orígenes y desarrollo de la utd, principal organización piquetera
surgida en General Mosconi durante el año 1996. La pretensión aquí es
desentrañar cómo las relaciones de género permearon la construcción
de tal espacio, marcaron su derrotero y también, la emergencia de los
liderazgos en su interior.

Días y noches de fuegos y piquetes: los cortes de ruta en


General Mosconi y Tartagal
Como se señaló anteriormente, la existencia de ypf fue determinante
en el entramado de las relaciones sociales y del desarrollo económico
en General Mosconi y Tartagal, aunque en esta región las ventajas de su

214
Andrea Andújar

presencia en la vida comunitaria fueron muy dispares comparadas con


los beneficios alcanzados en Cutral Co y Plaza Huincul (Benclowicz,
2013). De todos modos, la privatización de la compañía petrolera
estatal provocó en el norte salteño una profunda crisis social, cuyas
consecuencias guardaron semejanzas con las padecidas por las y los
habitantes de las localidades neuquinas. Así, el traspaso de la explota-
ción de gas y el petróleo de la Cuenca Noroeste a manos de las empre-
sas privadas Refinor SA, Pluspetrol SA y Tecpetrol SA en 1992, redundó
en el despido de más de 3.500 trabajadores en la zona. Aun cuando
algunos de esos ypefeanos lograron formar cooperativas de trabajo, la
mayoría de estas terminó sucumbiendo en poco tiempo, pues las nue-
vas empresas evitaron renovarles los contratos233. Asimismo, quienes
permanecieron dentro de las compañías vieron extender su jornada
laboral sin ningún tipo de aumento salarial. Por otro lado, un número
reducido pasó a trabajar en empresas subcontratistas de las empresas
hidrocarburíferas internacionales, pero con un salario muy inferior al
alcanzado anteriormente. Otros probaron suerte abriendo pequeños
locales comerciales con lo obtenido de sus indemnizaciones. Prácti-
camente, todos ellos quebraron: poco y nada se le podía vender a una
comunidad desgarrada por una desocupación que terminó afectando
al 65% de las y los pobladores de General Mosconi y Tartagal.
A su vez, de la mano de la privatización también perecieron
buena parte de los beneficios sociales que la población poseía. Hospi-
tales, centros deportivos, cines y escuelas que florecieron al amparo de
la petrolera estatal se deterioraron o, incluso, desaparecieron. De ese
modo, por ejemplo, Campamento Vespucio, conglomerado urbano de
10 mil personas, que pertenece al municipio mosconense y que otrora
fuera el asentamiento del personal jerárquico de ypf, vio cerrar las
puertas del hospital montado por la empresa estatal y al cual acudía
todo el personal de la misma y sus familias. Nada lo reemplazó.
A la pérdida del trabajo y de beneficios sociales, se sumaron otras
carencias. La carestía de las garrafas de gas –puesto que la mayoría de
la población de General Mosconi no posee gas natural– y de la presta-
ción del servicio eléctrico se sintió mucho más cuando mermaron los
ingresos familiares. Otro tanto ocurrió con la falta de agua potable, ya
que el tendido de la red de agua y saneamiento tampoco alcanzaba a
cubrir a la mayoría de los barrios de esta localidad. Estas cuestiones
minaron todavía más las condiciones de vida de la población.

233 Río Negro, 9/5/97. Schaumberg (2004), por su parte, sostiene que de las más de 140
cooperativas y pymes creadas en los años posteriores a la privatización y que habían
absorbido a alrededor de 800 ex trabajadores de ypf, para el año 2004 apenas sobre-
vivían 5 y con múltiples dificultades.

215
RUTAS ARGENTINAS HASTA EL FIN

Fue entonces en los efectos sociales provocados por el desman-


telamiento de la petrolera estatal donde anclaron las protestas que
surcaron la historia de la zona, si bien el inicio de cada una de ellas tuvo
causas puntuales distintas y contuvo variadas demandas. También
fueron diversos los sectores sociales involucrados así como el blanco de
las luchas, pues en los diferentes cortes, empresas privadas, gobiernos
municipales, gobierno provincial y nacional fueron, juntos o por sepa-
rado, objeto de las demandas de los y las manifestantes.
Ahora bien, una dimensión que se revela dominante en todas
estas contiendas y en la relación entre los varones y las mujeres pique-
teras fue la de la domesticidad. Si bien la misma se encuentra pre-
sente en las experiencias de lucha anteriormente abordadas, sus ecos
se manifestaron con estridencia en el escenario salteño. Ello puede
observarse, en primer lugar, en las demandas de las y los desocupados
en cada uno de los cortes, ya que las exigencias en torno a los aumen-
tos de los subsidios por desempleo o del incremento presupuestario
para los comedores escolares, por ejemplo, fueron recurrentemente
inscriptas en la defensa de la familia y, sobre todo, de la provisión de
alimentos para los hijos e hijas. Estos reclamos llevaron implícitos
ciertos supuestos que, basados en la diferencia sexual, otorgaban a los
varones el lugar de proveedores de esa familia y a las mujeres el de cui-
dadoras y garantes de su reproducción. Pero, y aún cuando en ciertos
momentos las mujeres y los varones aparecieron unificados tras estas
demandas, en muchos otros esa domesticidad puesta en las rutas estu-
vo cruzada por tensiones y conflictos que coincidían con aquellos que
atravesaron al hogar petrolero, como puede inferirse de las palabras
de María Victoria, una mujer tucumana radicada en General Mosconi,
esposa de un ex obrero petrolero de una empresa privada, ya citadas
en el segundo capítulo de este libro.
Allí, y a propósito de explicar el diferencial impacto que en tér-
minos de género provocó la privatización, se tomaba un pasaje de su
testimonio en el que expresaba que cuando su marido volvía a la casa
luego de permanecer entre 15 y 21 días seguidos en los campos de
exploración y perforación, “te altera el sistema porque vos te ponés los
horarios, sabés que estás sola, organizás tu vida, y cuando ellos llegan
se interponen con los tiempos. Yo sentía que me ataba”234. El sentimien-
to de atadura tenía que ver con la pérdida de la autonomía que poseían
esas mujeres para disponer de sus tiempos y organizar su vida y la de
sus hijos e hijas durante las extensas ausencias masculinas. En otras
ocasiones, ese retorno al hogar del padre o el esposo también traía
aparejado el regreso de una autoridad “molesta”, como la definió Estela,

234 Entrevista de la autora a María Victoria, General Mosconi, 14 de junio de 2004.

216
Andrea Andújar

una mujer nacida en la Capital Federal que se había mudado con su


familia a General Mosconi siendo una niña debido a que su padre había
conseguido trabajo en los campos de ypf localizados en Campo Durán.
Los recuerdos de su infancia, también citados en el segundo capítulo,
remitían tanto al silencio que debía guardar durante la estadía de su
padre para que este pudiera descansar, como a las quejas de su madre
porque tenía que reacomodar sus ritmos y los de Estela y su hermano
en función de las exigencias de esa presencia. Fue en esa domesticidad
cargada de tensiones vinculadas con la ausencia y la presencia mas-
culina, y atravesada por las contradicciones entre momentos de auto-
nomía mayor y de menor independencia, donde las mujeres hallaron
los resquicios para salir a las rutas. Y fue también esa domesticidad
marcada por el orgullo de ser el varón proveedor lo que, como ya se
señaló, condujo a algunos de ellos a abandonar a sus familias o a man-
tenerse renuentes en un principio a participar en los cortes, tal como
comentaba Inés, la mujer que había sido parte de la toma del Concejo
Deliberante de General Mosconi, cuando incentivó a su marido a ir con
ella acicateándolo con “si van las mujeres” entonces no era posible que
no fueran los varones235.
En segundo lugar, esta domesticidad connotó la exigencia de
trabajo “genuino” y al beneficiario de tal demanda. En ese sentido, si
bien este fue un reclamo que, enarbolado recurrentemente en los cor-
tes, halló una solidaridad compartida entre varones y mujeres, portó
también una impronta genérica reforzando la división sexual del tra-
bajo, ya que estaba orientado a satisfacer el desempeño de los varones
mayoritariamente. Y ello volvía a remitir a la “nostalgia” por el mundo
ypefeano y al lugar de proveedores que los trabajadores habían ocupa-
do en sus familias durante su existencia.
En tercer lugar, los roles provenientes de la esfera familiar gana-
ron un singular sentido político con la presencia de un colectivo de
mujeres que había hecho de su maternidad el resorte para enfrentar
al Estado terrorista. Empero, si la aparición de las Madres de Plaza
de Mayo en General Mosconi en junio de 2001 significó para las y los
piqueteros el retiro de las fuerzas represivas que habían ocupado el
pueblo, para las mujeres indexó otra ventaja, la relativa a contribuir a
poner en entredichos la violencia que en esa domesticidad sufrían así
como a pensar de qué manera organizarse para revertirla.
Por último, esa domesticidad atravesó también a la utd, organi-
zación que había emergido en General Mosconi en 1996 producto de las
luchas contra las consecuencias del modelo neoliberal. En efecto, esta
agrupación se cimentó en ciertos valores que supuestamente poseen

235 Entrevista de la autora a Inés, General Mosconi, 11 de junio de 2004.

217
RUTAS ARGENTINAS HASTA EL FIN

las mujeres a partir de su rol de cuidadoras de sus familias, en las prác-


ticas que ellas asumieron dentro de la organización para fortalecerla y
en la forma en que se construyeron los liderazgos en su interior.
¿Cómo abordar, entonces, el análisis de la convivencia entre
esas imágenes públicas de solidaridad entre varones y mujeres que
mancomunaban sus luchas y exigencias en las rutas, con las tensiones
que también surgieron en ese espacio y en esos reclamos entre unas y
otros? Para comenzar a bosquejar una respuesta a esta pregunta, vale
la pena retomar una propuesta analítica realizada por Heidi Hartmann
(2000) en un ya clásico estudio, al señalar que la familia, como espacio
en el que mujeres y varones connotan sus relaciones conyugales (exista
o no contrato formal) y las ligaduras con su descendencia, no es un
agente con intereses unificados invariablemente. Aunque aparente una
unidad creada por el afecto y el parentesco, es también un terreno de
lucha configurado por los diferentes intereses de sus miembros a partir
de la construcción social de la diferencia sexual-biológica. Esos inte-
reses diferenciados y los conflictos que sustentan no desaparecen una
vez que se echa el cerrojo a las puertas del lugar físico donde habita la
familia. Por el contrario, es ahí donde se constituye una domesticidad
tensionada, conflictiva y, llegado el momento, también solidaria que
acompaña a sus integrantes a donde ellos/as se muevan. Las páginas
que siguen se aventuran en uno de esos movimientos, el que se dirigió a
cortar las rutas en el norte salteño, procurando indagar de qué manera
las relaciones forjadas y connotadas por el espacio familiar incidieron
en las prácticas de las y los protagonistas de estos conflictos, en sus
vínculos y en los sentidos asignados a lo vivido.

El corte de mayo de 1997


En la madrugada del 8 de mayo de 1997, los y las pobladoras de Tartagal
y General Mosconi comenzaron a levantar barricadas sobre la Ruta
Nacional 34, a la altura de esta última localidad. Entre sus demandas se
contaban la presencia en la zona del gobernador de la provincia, Juan
Carlos Romero, la creación de fuentes de trabajo, el pago de salarios
adeudados al personal municipal tartagalense y la sanción de una ley
de fronteras que creara una zona franca para el intercambio comercial
con Bolivia (El Tribuno, 9/5/97).
Esta medida, decida en una asamblea realizada el día anterior en
la plaza San Martín de Tartagal y convocada, básicamente, por la Comi-
sión de Vecinos, el Centro Empresario de esa ciudad y activistas del po,
fue el resultado de una serie de acontecimientos que habían jalonado
el ascenso del malestar social. El primero se relacionaba con la deso-
cupación imperante, cuyo avance había terminado por afectar la pros-
peridad de los propietarios de los comercios de Tartagal. Para paliar la

218
Andrea Andújar

situación, este sector requería que el gobierno provincial declarara la


región como zona libre de impuestos para el comercio con Bolivia 236.
A esta merma en las ganancias se sumaba, en segundo término,
el ineficiente desempeño de la empresa privatizada que prestaba el ser-
vicio eléctrico, edesa sa, cuyos reiterados cortes de suministro habían
provocado importantes pérdidas en los comercios y en los hogares
particulares. Justamente, el 5 de mayo, dos días antes de la realización
de la asamblea, Marcelino Jerez, periodista de una fm de Tartagal e
integrante de la Comisión de Vecinos, y Graciela Zriki, concejala local
del frepaso, habían iniciado una huelga de hambre en señal de protesta
por esta situación (El Tribuno, 14/5/97). La misma había estado prece-
dida por diversos apagones llevados a cabo por la población de Tarta-
gal durante el año 1996 y comienzos de 1997237. Empero, el gobierno
provincial se mantenía indiferente a estas acciones, motivo por el cual
surgió la convocatoria a la asamblea del 7 de mayo.
Al descontento causado por la caída de las ventas y los cortes
de luz eléctrica, se adicionaba el generado por las clausuras de varios
locales comerciales como resultado de las numerosas inspecciones
que desde hacía semanas venían llevando a cabo los funcionarios de la
Dirección General Impositiva.
Por otra parte, desde los meses finales del año 1996, muchos
ahorristas, entre los cuales se contaban varios dueños de pequeños
negocios, habían perdido sus depósitos como consecuencia del cierre
del Banco del Noroeste, previamente absorbido por el Banco Caseros
(Río Negro; Clarín, 9/5/97).
Mientras tanto, en General Mosconi, la situación se volvía cada
vez más intolerable. La toma del Concejo Deliberante en 1996 durante
23 días motivada por el reclamo de alimentos y protagonizada por Inés
y otras personas que pertenecían a una naciente organización, la utd,
había sido una elocuente demostración tanto del nivel al que había
arribado el descontento social como de la disposición de las y los des-
ocupados a no permanecer de brazos cruzados.
Este panorama dio lugar a que en la asamblea popular del 7 de
mayo reunida en la plaza San Martín se congregara un amplio abanico
de sectores sociales. Comerciantes, desocupados y desocupadas de
Tartagal y de la utd, liderada en ese entonces por Juan Nievas –quien
había sido activista de la atyp y luego pasó a formar parte de la ccc–,

236 A pesar de las promesas gubernamentales hechas con anterioridad, esto no se había
concretado.
237 Ya durante el año 1996 y comienzos de 1997, la población de Tartagal había realizado
varios apagones como medida de protesta contra edesa sa. Incluso, uno de ellos fue
llevado a cabo el 7 de mayo de 1997, fecha de la asamblea que resolvió el corte de rutas.

219
RUTAS ARGENTINAS HASTA EL FIN

empresarios madereros, trabajadores y trabajadoras –entre los que se


hallaban los y las empleadas municipales que no cobraban su sueldo
desde hacía tres meses– decidieron cortar la ruta.
Para Rodolfo Peralta, un ex trabajador de ypf que reside en Gene-
ral Mosconi y que con una puntillosa dedicación dirigía administrati-
vamente todos los proyectos de trabajo elaborados por la utd a partir
de subsidios de desempleo, existió un factor determinante para asumir
esta metodología de protesta. Él, que participó en la asamblea, narraba:
Todos íbamos pensando que la dirigencia política no daba las
respuestas. En medio de todo eso, sin saber qué hacer, los obre-
ros, los comerciantes, salió el tema de Cutral Co. […] Cutral Co
fue el maestro para tomar una iniciativa de ese tipo. […] Y así
de golpe y porrazo, vamos a cortar la ruta. Y tal [era el] descon-
tento que todo el mundo se fue. Y ante el desamparo dirigencial
tanto político como sindical… nos dimos cuenta de que quienes
podían luchar por nosotros éramos nosotros mismos y que el
corte servía. […] En el corte uno decía, escuchaba a los compa-
ñeros, tiene que venir los medios para que nos escuchen. Eso es
lo que se buscaba, que vengan los medios nacionales y llevar a las
autoridades qué estaba pasando (Entrevista de la autora a Rodol-
fo Peralta, General Mosconi, 17 de junio de 2004).

Su relato no sólo daba cuenta de un descontento general que imponía


la protesta traspasando las diferencias de clase. También evidenciaba
que los sucesos de Cutral Co y Plaza Huincul de 1996 y 1997 habían
dotado de un nuevo significado al corte de rutas como medida de
protesta colectiva. Ello no implicaba suponer que esta herramienta de
confrontación hubiera nacido allí. De hecho, Peralta había estado entre
quienes cortaron la ruta en 1991 para intentar revertir la privatización
de ypf. Pero los piquetes de las localidades neuquinas provocaron un
punto de inflexión en las prácticas políticas y, particularmente, en las
formas de lucha y de organización que un colectivo social heterogéneo
pero marcado por la desocupación era capaz de poner en escena, deli-
neando de tal modo nuevas identidades y experiencias. Justamente,
lo que había marcado ese punto de inflexión era la potencialidad que
las personas desligadas del aparato productivo podían desplegar para
ejercer una presión directa y concreta sobre el Estado y las empresas de
la zona. Y eso era lo que la narrativa de Peralta reflejaba cuando remitía
a Cutral Co y Plaza Huincul, y cuando evaluaba el impacto de aquellos
conflictos enlazando la acción de protesta con la necesidad de hacerse
escuchar. Es más, sus palabras retomaban incluso algunas reflexiones
vertidas por esas mujeres que vivían a más de 2 mil km de distancia
para explicar las razones que las llevaron a dinamizar la pueblada de
1996. Así, la falta de “amparo dirigencial” al que Rodolfo aludía y que

220
Andrea Andújar

había conducido entonces a considerar que los que podían luchar “por
nosotros éramos nosotros mismos”, no distaba demasiado de las afir-
maciones de Magdalena, la mujer que había esperado a la gendarmería
en la Ruta Nacional 22 envuelta en su bandera argentina el 25 de junio
de 1996, cuando alegaba que las únicas personas que podían defender
a su comunidad eran las que la integraban.
Fue esa defensa colocada en primera persona del plural la que
colaboró con que la protesta, que según consignaba la prensa escrita
unía a más de cinco mil personas (Río Negro, 9/5/97), se extendiera
rápidamente a otras ciudades departamentales, atravesadas también
por la Ruta Nacional 34. Entre las primeras en adherir estaban las
comunidades de Aguaray y Salvador Mazza, al norte de Tartagal. Y a los
pocos días se incorporó Coronel Cornejo, localidad donde una mujer
volvía a liderar la instalación de los piquetes reeditando la experiencia
que ella misma había dinamizado seis años antes.

Las aguas bajan turbias: el corte de rutas en Coronel Cornejo

Nunca tuve miedo de lo que pueda pasar porque


soy una mujer muy convencida de lo que hago
[…] porque yo creo que lo último que tiene que
hacer el ser humano es vender su dignidad.

Ica, dirigente de la utd de Coronel Cornejo

Ica nació en 1958 en Coronel Cornejo, ubicada a 17 km al sur de General


Mosconi y que, según su relato, “hace mucho tiempo era una impor-
tante zona de producción maderera y hoy produce soja pero da poco
trabajo, la finca San José”, la firma que poseía la propiedad de la mayor
parte de las tierras locales.
Ella siempre vivió allí, donde la mayoría de las viviendas eran
de madera, las calles no estaban asfaltadas y el agua potable era pro-
vista por camiones cisternas que llegaban desde General Mosconi, sin
alcanzar a cubrir las necesidades de la población.
Recorrer ese pueblo con ella era dejarse llevar por un paisaje en
el que Ica narraba su biografía entrelazándola con la historia del lugar y
sus propias ilusiones. Así, señalaba la estación del ferrocarril Belgrano,
cerrada cuando se realizaron las privatizaciones de los ferrocarriles en
1991, y a la cual ella soñaba con “restaurar y poder poner un enorme
centro cultural. Porque si la mirás bien, es hermosa”238. Y tenía razón.
Era hermosa.

238 Entrevista de la autora a Ica, Coronel Cornejo, 16 de junio de 2004.

221
RUTAS ARGENTINAS HASTA EL FIN

Sin embargo, no era esa su única ilusión. De niña quería ser


periodista “porque lo único que teníamos era una radio…, pero yo a lo
único que pude llegar es a primero, o segundo grado de antes”, y a par-
tir de ese momento empezó a trabajar como mucama para familias de
Campamento Vespucio y de General Mosconi 239. Criada junto con dos
hermanos por su mamá, se casó a los 19 años, y cuando tuvo hijos, una
de sus mayores aspiraciones era que ellos sí pudieran estudiar y “llevar
una vida en la que no sufran como hemos sufrido nosotros y no tengan
que pasar tantas necesidades sin que nadie los escuche o los gobiernos
de turno los convenzan dándoles un bolsón”240. E Ica no estaba dispues-
ta a abandonar sus sueños. No, al menos, sin presentar pelea.
Su pequeña contextura física y el bajo tono de su voz, empero,
dificultan imaginarla haciendo frente a un soldado de gendarmería
que, golpeándola con una moto, intentó sacarla del corte que ella misma
había iniciado sobre la Ruta Nacional 34, cerca de su casa, en mayo de
1997. Ella no sólo permaneció en la ruta, sino que obligó al gendarme a
retirarse avergonzado diciéndole: “Ustedes están para cuidar el orden
y nuestros niñitos están muriéndose de sed”241. El orden que Ica quería
poco tenía que ver con aquel que representaba ese gendarme. El orden
para Ica era, por ejemplo, obtener el agua potable de la que carecían
los 2.700 habitantes de su pueblo y las fuentes de trabajo que hacía rato
escaseaban por allí. Cuando en un tramo de la entrevista le pregunté si
la presencia de ese hombre uniformado no le había provocado temor,
esa mujer, desocupada, esposa de un ex trabajador maderero y abue-
la de cinco niños, contestó frontalmente: “Como mujer, cuando nos
sentimos impotentes, no incapaces sino impotentes, nos llenamos de
coraje”242. En ese sentido, su “nosotros” era una referencia identitaria
donde ella diluía su individualidad para fundirse en un sujeto colecti-
vo estrictamente femenino dispuesto a intervenir en la escena pública
poniendo en entredichos el sentido de un orden que, como mujeres y
desocupadas, las jaqueaba en su vida doméstica a la par que pretendía
dejarlas inermes fuera del hogar.
Por ello, la distinción establecida entre impotencia e incapacidad
aunada al deseo de llevar una vida digna, la indujeron a volver a la ruta
por su cuenta, tal como lo había hecho en 1991 cuando, acompañada
por otras dos mujeres, se dispuso a exigir lo mismo que reclamaba en
1997: el tendido de la red de agua potable. Esa vez había retornado a

239 Entrevista de la autora a Ica, Coronel Cornejo, 16 de junio de 2004.


240 Entrevista de la autora a Ica, Coronel Cornejo, 16 de junio de 2004.
241 Entrevista de la autora a Ica, Coronel Cornejo, 16 de junio de 2004.
242 Entrevista de la autora a Ica, Coronel Cornejo, 16 de junio de 2004.

222
Andrea Andújar

su casa con las manos vacías. Seis años más tarde volvía a intentarlo a
sabiendas de que el sentimiento de impotencia y la convicción de mere-
cer una vida mejor no la embargaban solamente a ella. Según narraba:
Ya llevaba varios días el corte en Mosconi y nosotros no podíamos
ir y venir a Cornejo todos los días. Entonces hemos decidido entre
2 mujeres apoyar la protesta que se estaba haciendo en Mosconi.
Tomé la decisión de ir y contra viento y marea fuimos y cortamos.
En eso vienen 10, 15 chicos que andaban por ahí por el barrio,
niños menores de 10 años y me preguntan qué vamos a hacer. Y
les dije que si sus madres querían, que vengan a apoyar (Entrevis-
ta de la autora a Ica, Coronel Cornejo, 16 de junio de 2004).

La convocatoria para la acción fue dirigida, básicamente, a las pro-


pias mujeres, y horas después de iniciado el corte en Coronel Cornejo,
Ica tuvo la oportunidad de demostrar lo que para ella significaba la
dignidad:
Mandaron gente de Romero para amedrentar a la gente. Incluso
les preguntaban quién es el cabecilla que cortó la ruta. Todos me
apuntaban a mí. Entonces, un muchacho que todavía pertenece
al gobierno de Romero, José Andrade, él fue con una propuesta
del gobierno que si yo levantaba el corte me hacían una casa de
material y me daban un buen sueldo y me querían poner una
[camioneta] Traffic para en esos momentos llevarme a Salta y
firmar el convenio (Entrevista de la autora a Ica, Coronel Cornejo,
16 de junio de 2004).

Su reacción fue contundente e inesperada para ese “muchacho” que


pertenecía al staff gubernamental, pues “vine a contarle a la gente a
qué ha venido esa gente del gobierno y entonces la gente fue a correr-
los. De ahí no nos molestaron más, ni el gobierno ni las fuerzas de
seguridad”243. Y allí se quedaron ella y el resto de su comunidad, resis-
tiendo hasta que el gobierno se decidiera a cumplir sus exigencias y
solidarizándose con quienes, algunos kilómetros más al norte, conti-
nuaban con la ruta tomada.
Sin embargo, y a diferencia de la cohesión que mostraban los y las
habitantes de esta pequeña localidad, en el corte de General Mosconi
y Tartagal las divergencias entre las y los manifestantes comenzaban a
tomar cuerpo.

243 Entrevista de la autora a Ica, Coronel Cornejo, 16 de junio de 2004.

223
RUTAS ARGENTINAS HASTA EL FIN

“Nosotros nos quedamos”: los cortes del corte de ruta


Cuando las mujeres desocupadas en General Mosconi recordaban el
corte de 1997, la mayoría se refería a él como el corte de los comercian-
tes o de los madereros. María, la mujer boliviana que se había radicado
en esa localidad siendo muy jovencita y que durante muchos años aten-
dió en su peluquería a las esposas de los ypefeanos, relataba:
La primera lucha la hicieron los de Tartagal que al frente iba
Marcelino Jerez y Juan Nievas… Y lo iniciaron los madereros en
Tartagal. Resulta que parece que ellos tenían muchas cuentas
que pagar en el Banco. La gente estaba apretada y no había plata
(Entrevista de la autora a María, General Mosconi, 13 de junio
de 2004).

Por otro lado, cuando enmarcaban su adhesión a la medida de protesta,


aducían cuestiones relativas a la desocupación y la necesidad de garan-
tizar el alimento de sus hijos e hijas, tal como refirió Inés, una mosco-
nense desempleada y madre de siete hijos, cuando sostenía:
La mayoría de la participación eran mujeres. O sea, de aquí [en
referencia a Mosconi]. Porque yo estaba desocupada. Entonces
nosotros tenemos que salir a luchar para conseguir algo ¿Qué les
damos a los chicos? ¿Qué les damos mañana? (Entrevista de la
autora a Inés, General Mosconi, 11 de junio de 2004).

Estos relatos coinciden en la apreciación de Peralta señalada anterior-


mente en cuanto a la heterogénea procedencia social de quienes se
habían involucrado en la protesta, si bien María adjudicaba la inicia-
tiva de su realización a “los madereros de Tartagal” y a sus problemas
financieros en tanto Inés colocaba el acento en la desocupación y la
dominante presencia femenina.
En parte, esas diferencias sociales se reflejaron desde un
comienzo en la distribución de las barricadas, pues se armaron dos
piquetes. El primero de ellos, el “piquete Norte”, estaba emplazado en
la entrada de General Mosconi, viniendo desde Tartagal. Allí se ubica-
ron principalmente comerciantes, madereros y docentes que fueron
adhiriendo a la protesta. El segundo, el “piquete Sur”, estaba locali-
zado a la altura del cementerio local, aproximadamente 600 metros
al sur del anterior, y quienes estaban allí eran mayoritariamente per-
sonas desocupadas244. Aún cuando esta disposición diferenciada no
habría implicado una división jerárquica entre dirigentes del corte y

244 Esta localización emerge de las entrevistas realizadas y coincide con la descripción
hecha por Barbetta y Lapegna (2001).

224
Andrea Andújar

dirigidos245, las disparidades de clase –y también de género, como se


verá luego– cobraron otra densidad cuando el gobierno provincial se
dispuso a entablar negociaciones.
De todos modos, no era la intención de dialogar la que parecía
primar inicialmente en el ánimo gubernamental. Habida cuenta de
que durante la mañana del 8 de mayo, cuando el corte había comen-
zado, el juez federal Abel Cornejo había exhortado a los y las manifes-
tantes a abandonar la ruta (El Tribuno; Página 12, 9/5/97), lo esperado
era que la represión comenzara de un momento a otro. Sin embargo,
el panorama no era del todo claro pues mientras circulaban versiones
acerca de que 200 efectivos de la gendarmería nacional con asiento en
Santiago del Estero se movilizarían para despejar los piquetes, las afir-
maciones del jefe de gendarmería de la Agrupación Séptima con sede
en la ciudad de Salta, cuya identidad fue mantenida por los diarios en
reserva, iban en otro sentido. Su declaración anunciaba que, a diferen-
cia de lo ocurrido recientemente en Cutral Co y Plaza Huincul, “aquí
no se utilizarán gases ni balas porque no hay piqueteros con la cara
pintada levantando barricadas, sino mujeres y niños en una actitud
pacífica” (Río Negro, 10/5/97).
Por su parte, las posiciones de los funcionarios de las distintas
administraciones gubernamentales tampoco eran unívocas, si bien
mayoritariamente se empeñaban en deslindar cualquier responsabi-
lidad respecto de las causas que habían originado la protesta. Así, el
gobernador salteño Juan Carlos Romero, perteneciente al pj y aliado del
presidente Menem, se negaba a viajar a la zona del conflicto arguyendo
que el mismo era producto o bien de la instigación del opositor Partido
Renovador de Salta (prs)246, o bien expresión de una lucha interna de su
propio partido que, a su vez, servía a los intentos del intendente interi-
no de Tartagal, Daniel Benítez, de encubrir la mala administración que
venía ejerciendo. Apuntar contra uno y otro no era fortuito. En cuanto
al prs, era de público conocimiento que Andrés Zottos, uno de los dipu-
tados provinciales de ese partido y hermano del presidente del Centro
Empresario de Tartagal, Miguel Zottos, se había presentado en el corte
(Página 12, 9/5/97). Respecto de Benítez, también se sabía que había
ido al escenario del conflicto para expresar su solidaridad con los y las

245 Tal supuesto es el que sostienen Svampa y Pereyra (2003), argumentando que los
sectores dirigentes eran los que se encontraban en el piquete Norte, mientras que los
dirigidos eran los desocupados situados en el piquete Sur. Sin embargo, esta inves-
tigación no ha encontrado referencias a tal división de autoridad en ninguna de las
fuentes orales ni periodísticas consultadas.
246 Para un estudio sobre los prs, un partido de alcance provincial que se gestó entre los
años 1982 y 1983 bajo el impulso de personas que ocuparon puestos clave durante la
última dictadura militar, ver Tejerina et al. (2003).

225
RUTAS ARGENTINAS HASTA EL FIN

manifestantes. Pero en el caso de este último, se agregaba un condi-


mento: la deuda salarial que la intendencia de Tartagal mantenía con los
empleados municipales. Romero ponía el énfasis en ella sosteniendo que
era inexcusable, pues, según afirmara en una carta cursada al presidente
Menem, él “enviaba los fondos que correspondían a la coparticipación
nacional y provincial puntualmente” (La Nación, 11/5/97). De tal suerte,
el gobernador salteño no sólo dejaba entrever que el jefe del Ejecutivo
municipal había malgastado el dinero con fines poco claros. También
buscaba ponerse a resguardo de las declaraciones públicas del presiden-
te de la Nación en las que señalaba que “el tema de Tartagal es producto
de la falta de respuesta de las autoridades provinciales”247. En síntesis, lo
que Romero buscaba demostrar era que el desencadenante del conflicto
no estaba en su administración sino en la de un corrupto intendente.
Menem, a su vez, eximía al gobierno nacional de toda incum-
bencia en las razones de la protesta, y sentenciaba que más allá de esta
“falta de respuestas”, también habían intervenido “elementos infiltra-
dos” que habían azuzado la movilización popular, si bien ya no eran
los “subversivos” que “anidaban” en los conflictos de Cutral Co y Plaza
Huincul 248. Posiblemente, este descenso en el tenor del calificativo se
debiera, por un lado, a que a diferencia del gobernador Sapag, Romero
era un socio político importante en el norte del país y, por tanto, sos-
tener que en Salta había “subversivos” podía generar cierta enemistad
con él, quien además era el candidato menemista para las futuras inter-
nas del pj de cara a las elecciones presidenciales de 1999. Por el otro, la
presencia cercana en la memoria de la población del asesinato de Teresa
Rodríguez en el conflicto de Neuquén, podía marcar la inconveniencia
de la reiteración del uso de este tipo de adjetivos para el preanuncio de
una respuesta violenta por parte del Estado. De hecho, hasta un notable
medio periodístico defensor de la política neoliberal caracterizaba a
los protagonistas del corte como “comerciantes, madereros, docentes y
familias realmente pobres” (La Nación, 10/5/97).
Lo que desde el gobierno nacional se esperaba, entonces, era que
el conflicto concluyera rápidamente y no cobrara las dimensiones a las
que había arribado el segundo corte neuquino. Sin embargo, el acierto
para hallar una solución en un plazo inmediato no parecía sencillo. La
principal causa de ello radicaba en la dificultad de encontrar con quién
negociar en el corte de rutas. Aun cuando Marcelino Jerez se perfilaba
como la “cara visible” o el líder de la protesta, el mecanismo para tomar
decisiones obstaculizaba la emergencia de un dirigente claramente

247 Estas declaraciones fueron vertidas en una emisora radial de Rosario y citadas por
Página 12, 10/5/97.
248 Ibíd.

226
Andrea Andújar

identificable o la posibilidad de realizar algún acuerdo por fuera del


conocimiento y la voluntad mayoritaria.
Al igual que lo ocurrido en los conflictos neuquinos, los distintos
sectores sociales presentes en el corte se reunían permanentemente
en asambleas, en las cuales se debatían los puntos o reclamos que se
incorporarían a un petitorio general. Además, una comisión general
integrada por delegados designados en cada una de las asambleas par-
ticulares, determinaba los lineamientos del rumbo a seguir, aunque
las decisiones finales debían refrendarse en una asamblea general en
la que participaban todos los y las manifestantes. De esa manera, era
esa comisión, constituida por 16 piqueteros que representaban a las 16
comisiones de estudio de los reclamos constituidas el 10 de mayo, la
que se encargaría de llevar adelante las negociaciones con los funcio-
narios del gobierno provincial (La Nación, 11/5/97).
Pero así como estos no encontraban fácilmente con quién enta-
blar un diálogo, los y las piqueteras se enfrentaban con la negativa del
gobernador salteño a trasladarse a la zona del corte. En su lugar, el 9 de
mayo envió a Sergio Nazario, un sombrío funcionario que había sido
represor durante la última dictadura militar y que desde 1995 ocu-
paba el cargo de secretario de Seguridad de la gobernación 249. Pero el
“diálogo” entre los piqueteros designados a tal fin y el enviado no llegó
absolutamente a nada. Igual suerte corrieron, en un primer momento,
las gestiones del ministro de Gobierno, Miguel Torino, y el de la Produc-
ción y Empleo, Gilberto Oviedo (Clarín, 12/5/97).
Ante el aumento de la tensión entre los y las manifestantes y el
gobierno provincial, el obispo de Orán, Mario Cargniello, se presentó
en el corte, ofreciéndose a actuar como mediador. Así, se reunió con los
representantes de las comisiones en las oficinas de Tecpetrol SA el 12
de mayo, luego de 48 hs en las que todo diálogo con el gobierno había
quedado suspendido. Ese mismo día volvieron a la zona los ministros
de la Producción y de Gobierno, a quienes se sumó el juez federal Abel
Cornejo, con intenciones de discutir los puntos del petitorio elaborados

249 El Tribuno, 10/5/97. Nazario fue integrante del grupo de tareas del centro clandes-
tino de detención El Olimpo, que participó, entre otros crímenes, del fusilamiento
de Carlos Fassano y el secuestro de su compañera Lucila Révora, embarazada de
ocho meses, y del hijo de ella de un año y ocho meses, Eduardo de Pedro, luego
devuelto a sus familiares. Esto sucedió en octubre de 1978 en el barrio de Floresta
de la Capital Federal. Ante las apariciones en las cámaras de tv con motivo de este
corte, Nazario fue reconocido por Julio Aguirre, ex sindicalista y ex senador del
pj, y denunciado públicamente como una de las personas que había ordenado las
torturas contra Aguirre. Por el estado público que tomó esta situación, Romero se
vio obligado a separarlo de su cargo en junio de 1997, si bien algunas personas han
afirmado que continuó en funciones secretamente como asesor del gobernador. Ver
<www.lafogata.org>.

227
RUTAS ARGENTINAS HASTA EL FIN

por la asamblea, entre los cuales figuraban la creación de fuentes de


trabajo “genuinas” y reinversión en la región de las regalías obtenidas
de la explotación gasífera y petrolera; la tasación a valor real de las
casas compradas por medio de créditos del Banco Hipotecario –ya que
varias familias estaban en condiciones de ser desalojadas por la impo-
sibilidad del pago de las cuotas crediticias–; y el establecimiento de
tarifas eléctricas preferenciales.
Por otro lado, el desarrollo de los acontecimientos prometía des-
encadenar serios inconvenientes para las empresas petroleras privadas.
El primero y tal vez el más evidente era que el corte de rutas impedía la
salida de su producción, lo cual amenazaba con generar importantes
pérdidas. Un segundo factor de peso que las involucraba era el discurso
de reparación histórica esgrimido por los y las piqueteras contra ellas.
De concretarse tal demanda, sumada al reclamo de la deuda accionaria
que mantenían con los trabajadores y trabajadoras ypefeanos/as, estas
empresas podrían encontrarse obligadas a desembolsar una importante
cantidad de dinero, cuestión que no veían de muy buen grado. En tercer
lugar, también era preocupante la cercanía geográfica de los piquetes
respecto de las puertas de acceso de algunas de ellas. Particularmente,
las instalaciones de Refinor SA podían correr serio peligro en caso de que
se iniciara la represión o que los y las pobladoras tomaran alguna medida
directamente en contra de la compañía. En consecuencia, la noche del
12 de mayo, varios empresarios petroleros se apresuraron a reunirse con
los ministros de Economía y de Interior de la Nación, Roque Fernández y
Carlos Corach respectivamente, en la Capital Federal en busca de alguna
salida. Allí expresaron que estaban dispuestos a ofrecer 1.400 puestos de
trabajo “si se mantenían las reglas de juego con el sector privado”250.
El gobierno provincial tomó nota de tal ofrecimiento, incluyén-
dolo en el pliego del acuerdo presentado ante las y los manifestantes
el 13 de mayo, cinco días después de comenzado el corte y cuando la
escasez de combustible afectaba ya al norte salteño251. A ello indexaba
las promesas de entrega de 1.000 fondos de desempleo de 200 pesos por
el lapso de un año; 2.000 Planes Trabajar de 200 pesos por el mismo
tiempo; la refacción de escuelas, hospitales, puentes y caminos; la
flexibilización de los créditos hipotecarios; beneficios impositivos en
aquellos gravámenes que dependían de la provincia; y la no toma de
represalias (Página 12, 14/5/97).

250 La Nación, 13/5/97. Por otro lado, el diario Página 12 del 14/5/97 ponía en entredi-
chos esta cantidad sosteniendo que las empresas sólo se habían comprometido con
600 puestos de trabajo.
251 Para ese entonces, además, el corte ya se había extendido también a las localidades
de Pocitos, Embarcación y Campo Durán.

228
Andrea Andújar

A partir de ese momento, los participantes del corte en General


Mosconi se dividieron claramente en dos grupos: el primero, constitui-
do por los comerciantes y madereros, proponía desmontar las barrica-
das al menos por 48 hs para estudiar la propuesta –posición apoyada
por Marcelino Jerez–; y el segundo, conformado por los y las desocu-
padas, iba en sentido contrario, negándose a suspender la medida de
protesta. Finalmente, como sostuvo Inés, quien integraba este último
grupo, “el maderero y una gente que […] también tenían quilombo
con los bancos hicieron su pacto y después nos dejaron solos”252. Efec-
tivamente, el primer grupo levantó la medida (El Tribuno, 14/5/97) y
en la ruta sólo quedaron los y las desocupadas que, según el periódico
local, secundaban la “posición inflexible que asumió el presidente de la
Unión de Trabajadores Desempleados –sic– (utd), Juan Nieva” (ibíd.).
En apariencias, lo que la utd objetaba con mayor ahínco era la insu-
ficiencia de la cantidad de puestos laborales estables prometidos por
el gobierno y las empresas petroleras ya que los mismos no llegaban
a cubrir siquiera a la mitad de personas que se habían quedado sin
trabajo con la privatización de la petrolera estatal 253. Pero su impugna-
ción no sólo iba dirigida contra estas propuestas sino también contra
la forma en que el periódico local había abordado el tratamiento del
corte y de ellos y ellas como protagonistas. El diario El Tribuno, propie-
dad de la familia Romero, solía aludir a los y las piqueteras de la utd
como “irracionales”, “divagantes” o “incoherentes”. Tantos calificativos
denigratorios le ganaron cierto desprecio que se expresó con la quema
de los ejemplares en dos oportunidades. La primera fue el 11 de mayo,
cuando un “grupo de 15 hombres y 3 mujeres ataca” la camioneta que
distribuía El Tribuno, incendiando además “alrededor de 6.700 ejem-
plares” (El Tribuno, 12/5/97). La segunda fue del mismo tenor el 13 de
mayo, aunque en esa ocasión sólo prendieron fuego a “500 ejemplares”
(El Tribuno, 14/5/97). Por lo tanto, para las y los desocupados, el corte
no sólo era la expresión de una batalla para revertir sus injustas condi-
ciones materiales de existencia. También era la arena donde libraban
una contienda simbólica por el derecho a ser reconocidos/as política y
públicamente en sus propios términos.

La conclusión del corte de rutas


Finalmente, luego de varias negociaciones y bajo la amenaza de la
represión inminente con 700 gendarmes agrupados en las cercanías de
General Mosconi, el 15 de mayo se llegó a un acuerdo que, firmado con

252 Entrevista de la autora a Inés, General Mosconi, 11 de junio de 2004.


253 Por otro lado, de esos 1.400 puestos, 900 eran en calidad de temporarios.

229
RUTAS ARGENTINAS HASTA EL FIN

el gobierno provincial en las oficinas de la empresa petrolera privada


Tecpetrol SA, permitió el levantamiento del corte. El acta compromiso,
además de los puntos propuestos el 13 de mayo, contemplaba el pago de
uno de los tres sueldos atrasados a los empleados municipales de Tarta-
gal en los siguientes 10 días y el compromiso de no descontar del salario
los días no trabajados a aquellos maestros que hubieran adherido a la
protesta; la duplicación del presupuesto para los comedores escolares
y la instalación de los mismos en aquellas escuelas que no los tuvieran;
la inversión de 4 millones de pesos en la construcción de viviendas; la
ampliación del plazo a diez años del pago de los créditos contraídos con
el Banco Nación y la extensión del plazo para los deudores hipotecarios
del Banco Hipotecario; la creación de un fondo provincial de inversio-
nes de 5 millones de dólares con las regalías de los hidrocarburos; y,
por último, la entrega de tierras fiscales a comunidades aborígenes254.
Sin embargo, no todas las personas que se hallaban ese 15 de
mayo en la Ruta Nacional 34 esperando los resultados de las transaccio-
nes con los representantes del gobernador salteño estuvieron de acuer-
do con lo obtenido. Entre las voces disidentes se encontraban las de un
grupo de mujeres desocupadas que, enteradas de que debían volver a
sus casas, sostuvieron:
Hemos estado acá desde el primer día [en alusión al corte en
General Mosconi]. Éramos quince mujeres y diez hombres
los que levantamos la barricada. Y si ahora los hombres han
negociado, será porque no las tienen puestas como debieran
(Página 12, 15/5/97).

Las mujeres que participaron de los piquetes no integraron la comi-


sión de delegados de los y las manifestantes que ese día se reunió
con los funcionarios oficiales y el obispo de Orán, Mario Cargniello,
actuante de mediador entre las partes. Tampoco habían temido a las
amenazas de represión vertidas por el juez federal interviniente, Abel
Cornejo, para lograr el desalojo de la ruta. Y, de igual manera que las de
Cutral Co y Plaza Huincul, sostenían no solamente haber estado entre
las primeras personas que comenzaron el corte, sino también haber
superado en número a los varones. En suma, rechazaban el acuerdo al
que esos varones habían llegado no sólo porque sus resultados no las

254 La Nación; Página 12, 16/5/97. Asimismo, ese día, por la mañana, el gabinete provin-
cial en pleno, con la presencia del gobernador Romero, se reunió en Tartagal a fin de
refrendar el acuerdo, a la par que tomaba la decisión de intervenir las intendencias
de Tartagal y General Mosconi. A su vez, el gobernador se comprometió a tender las
redes para el agua potable en Coronel Cornejo, tal como Ica exigía en los bloqueos en
esa localidad, obra que comenzó a realizarse 45 días después de finalizado el corte
de rutas. Ver El Tribuno, 16/5/97.

230
Andrea Andújar

conformaban sino también porque ellas no habían tenido la oportuni-


dad de incidir en esa instancia de diálogo a pesar de haber jugado un
rol protagónico en el inicio y el sostenimiento del corte. Pero, mien-
tras ellas acusaban a esos varones de haber levantado el bloqueo por
carecer de un atributo que generalmente se concibe como masculino
y simbolizado mediante un rasgo biológico, ellos “feminizaban” sus
argumentos para explicar la resolución asumida.
Una vez concluida la reunión de la negociación, un periodista
entrevistó a Samuel Sánchez, uno de los delegados piqueteros que,
exhausto, salía de las oficinas de la empresa Tecpetrol SA. Este joven
desocupado sostuvo que el gobierno había cedido porque los funciona-
rios “tuvieron en cuenta la barriga de la gente y el dolor que siente una
madre cuando se le muere un hijo” (La Nación, 15/5/97). Sin embar-
go, como se señaló, no todas esas “madres” consideraban correcto
desmontar las barricadas, pues lo acordado distaba de significar una
victoria y, menos aún, una demostración de la existencia de algún tipo
de sensibilidad gubernamental ante la situación de sus hijos/as. Existía
una diferencia, entonces, entre las pretensiones de ciertas madres de
carne y hueso y aquellas aludidas en las palabras del joven Sánchez.
Pero lo destacable en estos dichos así como en los vertidos por el gen-
darme que no quiso reprimir el corte en Coronel Cornejo debido a la
presencia de mujeres y niños allí, es que fundamentaran sus acciones
en el espacio público acudiendo a un argumento basado en una tarea
asignada exclusivamente a las mujeres en el ámbito privado y que
constituye, asimismo, parte de las razones con las que socialmente se
justifica la supuesta ineptitud femenina para la vida pública.
Los motivos que pueden amparar reflexiones de esta naturaleza
son variados. Uno de ellos se relaciona con la fuerza explicativa/jus-
tificadora que el discurso armado en torno a la maternidad posee en
este tipo de conflictos. Como ya se dijo, la maternidad es un constructo
usual para legitimar protestas colectivas en pos de la consecución de
los objetivos de las demandas. En esas demandas, la dupla mujeres y
niños suele aparecer unida, sumándose además la acción de dar de
comer. Este acto y la responsabilidad de hacerlo se colocan en primera
plana, lo que implica una adherencia entre la presencia de las mujeres
y la de la mujer adulta madre. En general, ni en los discursos expresa-
dos por quienes lideran estas confrontaciones ni en las crónicas de la
prensa escrita, radial o televisiva, las mujeres poseen una identidad
diferenciada de su rol maternal, excepto cuando se hace mención de
aquellas mujeres ligadas a las profesiones feminizadas. Así, en el plano
de las enunciaciones, no hay niñas, ni jóvenes ni piqueteras, ni desocu-
padas. Sólo madres, maestras o, tan sólo a veces, estudiantes escolares.
La segunda razón remite a una suerte de cuestión evidente y a un
interrogante. En cuanto a lo evidente, lo que denotan estas palabras es

231
RUTAS ARGENTINAS HASTA EL FIN

que no son sólo las mujeres las que formulan sus demandas en torno a
la defensa de sus hijos e hijas y del hogar. En tal sentido, las responsa-
bilidades en ese terreno se vuelven un resorte legítimo también para
la acción de los varones; pero, esa evidencia brinda la oportunidad
de examinar si este resorte adquiere las mismas connotaciones en su
uso para unas y otros, y si encierra prácticas sociales y consecuencias
similares. Para ambos, la alusión a la maternidad bien puede brindar
ventajas, por ejemplo, a la hora de intentar evitar la represión estatal.
Es posible suponer, además, que en este caso, la protagónica presencia
materna en la crianza de los hijos/as, acorde al modelo de socialización
ypefeano explicitado anteriormente, cristalice en el discurso mas-
culino conduciendo a anteponer el sufrimiento por el hambre de los
hijos/as a otros motivos para la acción. Mas la defensa de la mujer como
madre y responsable de la crianza de los hijos/as ha servido en varias
ocasiones para reforzar los lazos de opresión y encierro en lo domésti-
co. Dicho de otro modo, la ponderación pública de las responsabilida-
des y preocupaciones asignadas a las mujeres por parte de los varones
no evidencia por sí misma ninguna práctica que pretenda alterar la
división sexual del trabajo ni trastocar necesariamente las relaciones
de poder e incumbencia social entre mujeres y varones, aún cuando la
preocupación manifiesta en el discurso masculino por el alimento de
los/as hijos/as sea realmente importante entre las razones que origina-
ron su presencia en la ruta.
Para las mujeres, la cuestión es diferente. Si bien en su relato el
ejercicio de la maternidad también aparece como justificadora de estas
contiendas, el sentido de su uso discursivo es políticamente divergente
en la medida en que para ellas la referencia a ser madres ha sido de
utilidad para romper los lazos de la domesticidad y apropiarse de los
espacios públicos. Así, sostener que impulsaban conflictos por “sus
hijos” les permitió salvar los obstáculos que los varones, en muchos
casos sus esposos, ponían para evitar que fueran de la casa a la ruta.
Mantenerse días y noches en las barricadas en nombre de “dar de
comer” les otorgaba, además, cierta legitimidad social y política para
ocupar un lugar, el de la ruta o la calle, generalmente calificado de
manera adversa para una estancia femenina prolongada. Por tanto, si
bien se puede aventurar que estas mujeres piqueteras construyeron su
inserción en la vida pública-política a partir de los lazos sanguíneos,
también es posible advertir que en esa construcción ellas desplazaron
los lazos afectivos hacia la política, discutiendo en la ruta –espacio que
dio nuevos bríos y visibilidades a su involucramiento en la lucha colec-
tiva– desde cómo hacer el corte y resistir las amenazas gubernamenta-
les hasta qué preparar para alimentar a quienes allí estaban. Fue así, en
la defensa de intereses que tenían exclusivamente que ver con su tradi-
cional rol femenino, como ellas se hicieron visibles no sólo para otros

232
Andrea Andújar

sino y, principalmente, para sí mismas, intercambiando vivencias y


análisis, experimentando nuevas prácticas colectivas y, especialmente,
revalorizando su presencia en la confrontación. De ese modo, abrieron
las puertas a novedosas preguntas sobre sus propios roles de género,
comenzando a desnudar además la arista política de los lazos afectivos.
Con el correr de los días y de las luchas, irían desplegando cada vez más
esos aprendizajes y mudanzas.
Para los varones, ver allí a las mujeres, peleando codo a codo en la
ruta, también impactó positivamente en la valoración sobre la impor-
tancia y las potencialidades de la participación femenina. De todos
modos, y como se verá en la segunda parte de este capítulo, estas últi-
mas fueron puestas en duda cuando la utd cristalizó su organización
luego del corte de diciembre de 1999, tornándose a su vez interlocutor
insoslayable para el gobierno local y provincial.

De los fuegos de fin de año al Día del Padre: los otros cortes de ruta
Durante la primera quincena de noviembre de 1999, los ánimos vol-
vieron a tensarse en Tartagal y General Mosconi. El día 10 de ese mes,
el intendente de la primera localidad, Mario Oscar Ángel, había dejado
cesantes a 162 trabajadores/as aduciendo un fuerte déficit presupues-
tario (El Tribuno, 14/12/97). A partir de entonces, los y las despedidas,
con apoyo de la dirigencia local de ate y del Sindicato de Obreros y
Empelados Municipales (soem) iniciaron diversas medidas de protesta,
tales como la instalación de una olla popular en la puerta de la sede del
gobierno municipal y movilizaciones por la ciudad, en tanto los aseso-
res legales de ambas organizaciones sindicales presentaron también
recursos de amparo a favor de las y los cesanteados (ibíd.). Sin embar-
go, nada de ello lograba revertir la decisión del intendente.
Entre tanto, el flamante presidente de la Nación, Fernando de
la Rúa, que había asumido sus funciones el mismo día en que eran
cesanteados las y los municipales, anunciaba el recorte de Planes Tra-
bajar correspondientes a General Mosconi y las restantes localidades
departamentales. Así las cosas, durante el mediodía del 13 de diciem-
bre, en una asamblea en la que estaban presentes las y los desocupados
de General Mosconi y las/os municipales despedidas/os, se resolvió
cortar nuevamente la Ruta Nacional 34, a pesar incluso de la aparen-
te renuencia de asumir tal medida por parte de la conducción de ate
Tartagal, según comentaron algunas mujeres de General Mosconi
entrevistadas255.

255 La razón de esa resistencia habría estado en la decisión de la organización sindical


de acompañar el compás de espera que la conducción nacional de ate había abierto

233
RUTAS ARGENTINAS HASTA EL FIN

Cuando los funcionarios gubernamentales locales conocieron


esta decisión, enviaron a la policía de Tartagal a desactivar la medida de
protesta. Esta fuerza desató entonces una represión “preventiva” sobre
quienes se dirigían desde la asamblea a la ruta. En las escaramuzas con
los y las manifestantes fueron detenidas varias personas, entre ellas
Fermín Hoyos, dirigente máximo de ate Tartagal. En respuesta, las y
los piqueteros tomaron de rehenes al jefe de la Comisaría 36 de Tar-
tagal, Amado René Gaspar, y al agente de la misma repartición David
Avilés. El objetivo era intercambiar a los detenidos por los policías.
Para aumentar la presión, retomando el relato María Rosa transcripto
en las páginas iniciales de este capítulo, estos últimos fueron subidos
a un tanque cisterna lleno de combustible256. Ante esa situación, el juez
Miguel Medina, a cargo del juzgado federal N° 2, y el juez de instrucción
de Tartagal, Miguel Chehda, tomaron cartas en el asunto acusando a
las y los piqueteros de cometer los delitos de interrupción del tránsito,
coacción agravada y resistencia a la autoridad, según informaba el
ministro de Seguridad de la provincia Juan Mario Ossorio (El Tribuno,
14/12/97). También advirtieron que enviarían a la gendarmería para
doblegar a las y los manifestantes.
Sin embargo, ni a María Rosa ni a sus compañeros y compañeras
las inquietaban tales imputaciones y amenazas. Por el contrario, su
principal preocupación era lograr liberar a las personas apresadas y
montar las barricadas. Ambos propósitos se cumplieron, pues a partir
de las 14:00 de ese día, 4 piquetes se instalaron en la ruta reuniendo
aproximadamente a 800 manifestantes, mientras las personas deteni-
das obtuvieron su libertad en la madrugada del día siguiente257. Ese día,
justamente, en una asamblea realizada en la ruta, se debatieron y con-
sensuaron las exigencias que serían elevadas a las autoridades munici-
pales y provinciales. Las mismas eran variadas, pues contemplaban la
reincorporación de los 162 trabajadores/as despedidos/as; la continui-
dad de los Planes Trabajar por un mínimo de dos años y con un monto

ante la asunción del nuevo presidente. El comentario de las entrevistadas no era


infundado si se tiene en cuenta que Víctor De Gennaro, máximo dirigente de ate
Nacional, poseía coincidencias políticas con el nuevo gobierno, pues integraba
parte de uno de los sectores que comandaba las filas del frepaso.
256 El periódico El Tribuno colocó en la tapa de su edición del 14/1//97 la foto que mos-
traba a uno de los policías subido al tanque y rodeado por varios piqueteros, aunque
no en calzoncillos, como recordaba María Rosa.
257 Esta versión sobre el horario y fecha de la liberación de Fermín Hoyos y las restantes
personas fue obtenida de El Tribuno, 15/12/97. Disiente, por tanto, con lo relatado
por María Rosa en el comienzo de este capítulo, para quien esto había tenido lugar
el mismo día en que se produjeron los choques con la policía local, es decir, el 13 de
diciembre.

234
Andrea Andújar

de 400 pesos, obra social y aportes previsionales; la sanción de una ley


provincial que impidiera la ejecución de despidos en la administración
pública; el otorgamiento de la obra social a todas las personas desocu-
padas por medio del Instituto de Previsión Social; el cumplimiento por
parte de las empresas petroleras privadas de la promesa contraída en
1997 respecto de la creación de 1.400 puestos de trabajo; la no privati-
zación de organismos de la administración pública, de la salud ni de
la educación; el pago inmediato del programa de desocupados y del
régimen de jubilaciones anticipadas para los ex agentes del Estado; la
no persecución de los luchadores; el retiro inmediato de las fuerzas
que habían arribado a la localidad; y, por último, la exigencia de que las
petroleras eliminaran los convenios colectivos de trabajo realizados
con la uocra (El Tribuno, 15/12/97).
Mientras los y las piqueteras deliberaban, el juez federal Medina
intimó al desalojo de la ruta estipulando un plazo máximo de 24 hs.
Su intimación estuvo acompañada con la llegada a la zona del Escua-
drón Segundo de Gendarmería Nacional durante la madrugada del
15 de diciembre. Ante tal situación, la dirigencia local de ate y Aní-
bal Esquivel, referente máximo de la filial correspondiente de soem,
lograron imponer entre quienes estaban en la ruta la conformación
de una comisión de delegados de los y las piqueteras con el objetivo
de que viajaran cuanto antes a la Capital Federal para entrevistarse
con funcionarios del pen. Entre el 18 y el 19 de diciembre, esa comi-
sión integrada por Fermín Hoyos, Aníbal Esquivel, Juan Nievas y “tres
representantes de los manifestantes”, junto con los secretarios adjun-
tos de ate Nacional y de ate Salta, mantuvo reuniones con integrantes
del staff gubernamental nacional y obtuvo el compromiso de la rein-
corporación de los municipales despedidos y el “mantenimiento de los
Planes Trabajar” (El Tribuno, 20/12/97), cuestiones que luego fueron
refrendadas también por el intendente de Tartagal. A partir de ese
momento, tanto ate como soem decidieron escindirse de la protesta,
quedando solamente en las barricadas los y las desocupadas de Gene-
ral Mosconi. Aún así, el conflicto persistió hasta el 23 de diciembre y
concluyó favorablemente para las y los piqueteros pues lograron que
el gobierno provincial se comprometiera a mantener los 1.963 Planes
Trabajar vigentes, a otorgar 3.000 planes más y a prorrogar, aunque
sólo por un mes, 2.653 planes provinciales.
Desde este corte, la utd comenzó a afianzar su protagonismo
en el escenario político local. De los Planes Trabajar otorgados, por
primera vez se concedían a esta organización aproximadamente 200.
Además, que la utd hubiera acompañado la protesta de los trabaja-
dores municipales desde un principio, obviando la reticencia de las
organizaciones sindicales, que hubiera participado en la liberación
de las personas detenidas y también en la recuperación de los puestos

235
RUTAS ARGENTINAS HASTA EL FIN

laborales de las y los cesanteados por el municipio, otorgó prestigio


a sus acciones colectivas y a su forma de funcionamiento. Paralela-
mente, José “Pepino” Fernández, uno de los integrantes de esta orga-
nización, ganaba renombre entre los y las pobladoras de la zona.
Así, General Mosconi se convirtió en el epicentro de las futuras
confrontaciones en tanto la utd se divisó como la organización más
carismática para encararlas. Este ascendiente y el protagonismo de
las mujeres y los varones de este espacio se pusieron de manifiesto en
los tres conflictos posteriores, ocurridos entre mayo de 2000 y junio
de 2001, y, fundamentalmente, en las reacciones colectivas ante las
respuestas que el gobierno nacional y local articuló frente a ellos. El
recrudecimiento de tales respuestas llegó a tal punto que General
Mosconi fue ocupada en distintas ocasiones por la policía local y las
fuerzas de la gendarmería nacional, mientras que la represión desata-
da contra los y las piqueteras provocó, además de una gran cantidad
de heridos/as, la muerte de cinco personas.
El primero de estos cortes comenzó el 2 de mayo de 2000 e
incluyó a las localidades de General Mosconi, Pocitos, Tartagal y
Aguaray. El motivo puntual de la medida remitía nuevamente a la
discontinuidad y a la falta de pago de los subsidios. Empero, no eran
estas las únicas demandas pues también se exigía la libertad de
todas las personas detenidas en las anteriores contiendas y el cierre
de los procesos judiciales iniciados contra los/as trabajadores/as
que habían participado de aquellas. A ello se sumaba la creación de
15.000 puestos de trabajo “genuino” en el Departamento de General
San Martín; el aumento del monto de los subsidios de los Planes Tra-
bajar; la reducción de la jornada laboral en las empresas petroleras de
12 a 8 horas para abrir fuentes de trabajo e incorporar de ese modo a
trabajadores desocupados; la triplicación de las regalías pagadas por
las empresas petroleras; el aumento del salario para los docentes;
la entrega de subsidios para las pymes locales; la intervención a los
municipios de General Mosconi y Tartagal; y la entrega de tierras a
las comunidades indígenas.
Sin embargo, luego de una semana de iniciado el bloqueo de la
ruta, la única respuesta de los poderes institucionales fue la propor-
cionada por el juez federal Miguel Medina, quien decidió el envío de la
Gendarmería. Fue así como en la madrugada del 12 de mayo de 2000,
1.100 efectivos comenzaron a reprimir a las 300 personas que en ese
momento se encontraban distribuidas en dos piquetes sobre la Ruta
Nacional 34, uno ubicado a la altura del cementerio de General Mosco-
ni y el segundo, frente a las instalaciones de la empresa Refinor SA. Mas
el violento despeje de la ruta no fue suficiente para poner término a la
represión. Además, se habilitó a la policía para que ocupara el pueblo
de General Mosconi, mientras oficiales de gendarmería ponían bajo

236
Andrea Andújar

sus órdenes las sedes de la iglesia, el hospital y, también, del cuartel de


bomberos con el propósito de evitar que, como había ocurrido en oca-
siones anteriores, se activara la sirena para alertar a la población sobre
la llegada de las fuerzas represivas.
María, la mujer boliviana que se había establecido en General
Mosconi siendo muy jovencita, recordaba minuciosamente el vio-
lento enfrentamiento que se produjo ese día, una vez que el resto
de la comunidad se despertó, literalmente, y percibió lo que estaba
sucediendo258 :
Vamos a la plaza [de General Mosconi] y estaban los policías de
Mosconi. Yo había venido del piquete a mi casa a las dos de la
mañana porque lloviznaba […]; me acuesto en ese momento.
Habré dormido una hora hasta las cinco menos veinte. Y en eso
me despiertan porque pasaban los autos tocando bocina y gri-
tando “¡¡represión, represión!!” y salgo yo. Salgo con dos o tres
chicos a la plaza. Iba a ir para la ruta, pero… no se podía ir. Y
viene un médico y nos dice: “no nos dejan salir”. Porque habían
enviado un militar para el hospital, y hacen una nota de que no
podía salir. Entonces yo, con un grupo de mujeres, lo shoteo al
jefe del hospital, y le saco las ambulancias, y salen las ambu-
lancias. Porque yo le digo “si no salen ya, le metemos fuego”. De
ese modo salen a ver la gente herida en la ruta. Tomo el hospital
y luego tomo los bomberos voluntarios. Yo salgo, iba a tomar el
municipio y en ese momento estaba el municipio incendiado.
Nos han ganado de mano. Éramos un grupo de 15 mujeres,
todas de la utd […]. Y resulta que a nosotros nos empieza a
reprimir, primero estamos con la policía nuestra, hasta cierto
punto que creo que la policía nuestra nos corría, nada más, nos
conocemos todos. […] Pero después ya entra la policía montada
de Salta y nos empieza a combatir, y a nosotros nos reprimen
frente a la iglesia, acá es la iglesia y enfrente nos empiezan a
reprimir. […] Nos tiraban gases y nos encierran en la iglesia, nos
meten en la iglesia que casi nos ahogamos, y yo le juro que salto
por ahí por la gente y me salgo por el otro lado. Sigo luchando
con la gente, y en eso entra la gendarmería y sale el pueblo ínte-
gro a luchar. Yo voy a los bomberos voluntarios y piso la sirena
y no la podía destrabar y la he dejado gritando hasta una hora

258 Por otro lado, un acontecimiento que contribuyó al profundo malestar de la


población había sido la muerte de dos jóvenes, Alejandro Matías Gómez y Orlando
Justiano, ocurrida el 9 de mayo. Aunque el caso no ha sido aclarado, para los y las
integrantes de la utd estos jóvenes fueron asesinados por la policía provincial que
los detuvo cuando iban a buscar gomas para quemar en los piquetes.

237
RUTAS ARGENTINAS HASTA EL FIN

y media, y de ahí lo llevaron preso al Señor Mercado que era el


comandante de los bomberos voluntarios. Acá la represión fue
muy fuerte. Después, cuando entró la gendarmería, el pueblo se
alzó. Combatimos con la gendarmería desde las 9 de la mañana
hasta las 3 de la tarde. Hemos sacado a la gendarmería corrien-
do y a la policía también (Entrevista de la autora a María, Gene-
ral Mosconi, 13 de junio de 2004).

La vívida narrativa de María, tan precisa en la presentación secuencial


de los acontecimientos y de los espacios donde tuvieron lugar, permi-
te apreciar no sólo las iniciativas que ella puso en práctica para hacer
frente a las fuerzas represivas así como los sentimientos y pensamien-
tos que la embargaban mientras los hechos se iban sucediendo. Tam-
bién da cuenta de cómo sus propuestas y reflexiones se asentaban en
un conjunto de relaciones que ella había tejido con su comunidad. Así,
los chicos de la plaza a los que aludía eran algunos de los que traba-
jaban con ella en los proyectos colectivos de la utd, organización a la
cual María pertenecía. Otro tanto sucedía con esas 15 mujeres con las
que recorrió el hospital o la sede del cuerpo de bomberos para obligar
a los varones que allí estaban a actuar en defensa de la comunidad. La
huella de esas relaciones marcaba la rememoración de su propia agen-
cia política llevándola a transitar sin dificultades una suerte de ida y
vuelta entre un “yo” y un “nosotros” que la involucraba íntimamente
con los sujetos actuantes en esos eventos. De tal modo, su relato logra-
ba mixturar sin contradicciones un protagonismo que aunque poten-
te, reservaba un espacio en ciertos pasajes para iluminar la presencia
de otras personas y diluirse en una vigorosa pertenencia colectiva.
Esta última se había gestado en un conjunto de prácticas y experien-
cias desplegadas en una multiplicidad de espacios públicos, espacios
en los que María encontró las grietas para realzar la autonomía de sus
decisiones e insubordinarse a las opresiones de clase y de género que,
como nunca quizás, se condensan tan manifiestamente en el uso de
la fuerza represiva del Estado.
Entre tanto, mientras ella y sus compañeros y compañeras
corrían desde el hospital hasta el cuartel de bomberos y de allí hacia el
municipio, al que encontraron en llamas, otro grupo de mujeres ocupó
la comisaría local, forzando a los policías a llevarlas a inspeccionar
las celdas para ver si había personas detenidas. Todas se encontraron
en la ruta donde luego de varias horas de enfrentamientos, tal como
relataba María, obligaron a policías y gendarmes a buscar refugio. En
realidad, sólo pudo “salvarles el pellejo”, como comentaban algunas
mujeres entrevistadas, la “bandera blanca” que el cura local enarboló
al observar, además, que se estaba acercando al piquete una nutrida
columna de manifestantes que llegaban desde Tartagal para sumarse

238
Andrea Andújar

al ya cuantioso número de pobladoras/es de General Mosconi que se


encontraba allí 259.
Al día siguiente, luego de 12 horas de negociaciones en las ofici-
nas de Tecpetrol SA entre los funcionarios gubernamentales y los dele-
gados elegidos en las asambleas, se llegó a un acuerdo que determinó el
levantamiento del corte. En él, el gobierno se comprometió a mantener
los planes anteriores pero con un monto de 160 pesos, a aumentar de
1.600 a 3.000 los subsidios por desempleo, a otorgar subsidios para las
pequeñas y medianas empresas y a intervenir ambos municipios. Asi-
mismo, las 43 personas detenidas en la jornada anterior fueron puestas
en libertad, obteniéndose también la promesa de que no se abrirían
nuevas causas contra las y los piqueteros.
Sin embargo, el incumpliendo de la mayoría de los puntos conve-
nidos en esa oportunidad y el despido de trabajadores de empresas de
la zona, entre los que se contaban siete choferes de la empresa de ómni-
bus Atahualpa y ocho trabajadores de edesa sa (La Nación, 1/11/2000),
provocaron un nuevo corte de ruta en noviembre de ese año.
En realidad, la protesta había comenzado el 30 de octubre en
Cuña Muerta, una localidad ubicada a escasos kilómetros al norte de
Tartagal, impulsada por desocupados/as de la zona e integrantes de
las comunidades indígenas que reclamaban la entrega de tierras y de
los títulos de propiedad de las mismas. Días después, el 9 de noviem-
bre, el corte de ruta de Cuña Muerta se extendió a General Mosconi.
Desocupados/as, médicos/as, estudiantes y docentes, y familias de 18
comunidades aborígenes volvieron a levantar piquetes a la altura de
esta localidad, razón por la cual los y las manifestantes de Cuña Muerta
se trasladaron hacia allí.
Entre los 21 puntos del petitorio presentado a las autoridades
locales se contaban la renuncia del gobernador Juan Carlos Romero,
de la secretaria de la Gobernación, Sonia Escudero, del secretario de
Seguridad, Daniel Nallar, y de los interventores de Tartagal y General
Mosconi. A ello se indexaba la exigencia de 10.000 Planes Trabajar con
incremento de su monto a 280 pesos260 ; el aumento de la hora de trabajo
a 2,50 pesos; la reducción de la jornada laboral de 12 a 8 horas; la finan-
ciación de un fondo especial de hidrocarburos vía las regalías petrole-
ras; y la reforestación de las áreas explotadas, también por medio del
pago de las regalías. A su vez, los dirigentes de la utd, que lideraban
ese corte, convocaban a organizaciones piqueteras de otras regiones

259 Clarín afirmaba que se trataba de una columna de 10.000 manifestantes, en tanto El
Tribuno refería 20.000, ambos del 13/5/2000.
260 En el mes de agosto de ese año, justamente, el monto pagado en los Planes Trabajar
había descendido de 200 pesos a 120 pesos.

239
RUTAS ARGENTINAS HASTA EL FIN

de la Argentina a constituir una Coordinadora Nacional de Piqueteros


y a reunirse en un Congreso Nacional de Trabajadores y Desocupados
a los fines de diseñar un programa económico, social y cultural “que
signifique la salida para el pueblo” (citado en Oviedo, 2004: 148)261.
El 10 de noviembre, un día después de estos hechos, el juez
federal Abel Cornejo, en coordinación con un nuevo comité de crisis
constituido en Salta, dio la orden a la policía local de desalojar la ruta.
Al atacar a escasos 150 manifestantes que permanecían en las barrica-
das, los policías dispararon con balas de plomo y asesinaron a Aníbal
Verón, un chofer de 37 años de la empresa de colectivos Atahualpa, que
había sido despedido un año antes y a quien la compañía adeudaba aún
8 meses de sueldo. Su asesinato provocó la masiva reacción de la comu-
nidad, que nuevamente hizo arder sedes de la administración pública e
incendió, asimismo, comisarías, garages de la empresa Atahualpa y gal-
pones de edesa sa, entre otros espacios, mientras personal policial era
tomado de rehén. Frente a tal situación, el juez escaló un nuevo peldaño
en las acciones represivas y ordenó la intervención de la Gendarmería
que se desplegó por toda la zona y comenzó a realizar allanamientos y
detenciones arbitrarias en General Mosconi, particularmente.
Finalmente, el 13 de noviembre, los dirigentes piqueteros, captu-
rados y fuertemente custodiados, fueron trasladados a la sede del Regi-
miento de Infantería 28 del Monte, localizado en Tartagal, y obligados a
firmar un acuerdo con el gobierno provincial que consistió tan sólo en
el aumento de 400 Planes Trabajar.
Sin embargo, la “calma” que retornó en ese momento precedería
a una tormenta mucho mayor. Pocos meses más tarde, un nuevo corte
de ruta sacudiría la zona y convertiría a la plaza de General Mosconi en
un espacio de resistencia donde pasado y presente se anudarían para
ligar historias de mujeres que, hasta ese entonces, nunca se habían
visto frente a frente.

261 Esta convocatoria fue reiterada una vez concluido el corte y se concretó el 9 de
diciembre de ese año en un Congreso de los Trabajadores y Desocupados del Norte
de Salta del que participaron, entre otras organizaciones, la utd, la Coordinadora de
Trabajadores Desocupados (ctd) y la Comisión de Desocupados de Pocitos. De esa
reunión resultó la formación de la Coordinadora de Trabajadores y Desocupados del
Departamento de General San Martín. Durante los meses iniciales del año 2001, la
Coordinadora protagonizó varios conflictos, aunque para septiembre de ese año ya
estaba disuelta, en apariencias por problemas surgidos entre las organizaciones que
la conformaban (Benclowicz, 2013).

240
Andrea Andújar

Madres, luchas y resistencias: las huellas del pasado


El 29 de mayo de 2001 se realizó una asamblea comunitaria en la plaza
San Martín de Tartagal. El tema que la había motivado era el monto
salarial dispuesto por las empresas que habían ganado las licitaciones
para obras públicas realizada por el gobierno nacional y provincial.
Los trabajadores nucleados en la uocra buscaban elevar a 2,50 pesos la
suma de 1 peso por hora para ayudante de albañil ofrecido por aque-
llas. El reclamo fue acompañado con la paralización de las obras del
hospital de General Mosconi y el inicio de un nuevo corte en la Ruta
Nacional 34 el día 30 de mayo.
La utd se plegó a la protesta que se extendió a Cuña Muerta y Sal-
vador Mazza, sumando a las mejoras salariales exigidas por los trabaja-
dores de la construcción, reivindicaciones propias como el aumento de
la cantidad de Planes Trabajar, incrementos de las regalías petroleras
y construcción de obras públicas. En ese contexto, el 5 de junio fue
detenido José Barraza, dirigente de los desocupados de Tartagal 262 y
activista del po.
Luego de 14 días de iniciado el corte, el juez Abel Cornejo dio
instrucciones a Gendarmería Nacional de “no hacer uso de la fuer-
za en ninguno de los dispositivos apostados en el Departamento de
General San Martín de la provincia, ni de fuerzas especiales de apoyo
o disuasión, sin previa autorización del juzgado” (cels, 2003: 228). Sin
embargo, el 17 de junio, domingo que coincidía con el festejo del Día del
Padre, y sin que nada hubiera alterado la situación, comenzó la repre-
sión bajo el argumento de que el magistrado había ordenado al Escua-
drón Tartagal Nº 52 de la Gendarmería el despeje de la ruta. Como en
los casos anteriores, la reacción de la comunidad fue contundente. Así,
un ex obrero ypefeano, nacido en General Mosconi, comentaba que
“estaba haciendo el asado y cuando escuché los disparos y que gritaban
que la gendarmería invadía el pueblo, dejé todo y me fui”263. Se desató,
entonces, una batalla campal entre los y las pobladoras de General
Mosconi y las fuerzas represivas, que se replegaron hacia la ruta, a la
altura del cementerio, donde horas atrás se había instalado uno de los

262 Las y los desocupados de esta localidad conformaron poco tiempo después del corte
de mayo de 2000 una organización que, de manera similar a lo que ocurriría con la
utd en General Mosconi, fue adquiriendo un relevante rol en el escenario político de
Tartagal y en las confrontaciones sociales que allí se produjeron. La Coordinadora
de Desocupados de Tartagal, nombre que tuvo originalmente esta organización y
que luego fue reemplazado por el de Coordinadora de Trabajadores y Desocupados,
tuvo en José Barraza, operario y delegado de una empresa de energía local, su prin-
cipal referente. Ver Benclowicz (2013).
263 Entrevista de la autora a Mario Saracho, General Mosconi, 14 de junio de 2004.

241
RUTAS ARGENTINAS HASTA EL FIN

piquetes. Como consecuencia de esta represión hubo varios heridos


por balas de goma y de plomo y fueron asesinados Carlos Santillán, de
27 años, que se dirigía al cementerio de General Mosconi a visitar la
tumba de su hija, y José Oscar Barrios, de 17 años, quien murió en el
hospital de Tartagal hacia donde había sido trasladado por un disparo
de bala de plomo.
Con la excusa de que había francotiradores dentro del grupo
piquetero, “infiltrados que nada tenían que ver con el reclamo legíti-
mo de la gente”, “agitadores” que disparaban contra la gendarmería
utilizando supuestamente armas fal y carabinas calibre 22 robadas en
la toma de la comisaría durante el último corte, que el objetivo de los
piqueteros era instalarse en los depósitos de Refinor SA 264 y un sinfín
de imputaciones nunca comprobadas, la gendarmería y la policía local
intentaron ocupar la ciudad. Pretendían, según declaraciones de sus
respectivos responsables, dar comienzo a un rastrillaje para capturar
a “32 piqueteros” acusados del ataque a los distintos edificios y locales
de la ciudad de Tartagal ocurrido en el conflicto anterior, luego del ase-
sinato de Aníbal Verón 265.
Fue en ese momento de persecución política y de violencia estatal
cuando llegó a General Mosconi un grupo de Madres de Plaza de Mayo
liderado por Hebe de Bonafini. Víctor, un joven de la utd que entrenaba
niños en un club de fútbol local, narró lo sucedido aquel 20 de junio:
Nosotros estábamos en la casa de mi primo. Estábamos escon-
didos, no salíamos a la calle porque permanentemente los
periodistas decían que no se podía caminar. Y entonces, para
una Traffic y se baja esta señora [en alusión a Hebe de Bonafini].
Había grupitos formados en cada esquina que no se animaban a
hacer nada ni salir porque estaba la gendarmería. Pero con esta
señora, se le agrupan y a la noche recién salimos todos (Entre-
vista de la autora a Víctor, General Mosconi, 19 de junio de 2004).

Para las personas entrevistadas, la presencia de las Madres de Plaza de


Mayo fue la que determinó el retiro de la gendarmería y de la policía
local, luego de tres días de enfrentamientos entre estas fuerzas y la
población, y de las persecuciones que se cernieron sobre esta última.
Asimismo, el recuerdo sobre la forma en que este retiro se produjo tiñó

264 Estas acusaciones fueron vertidas por el juez Abel Cornejo, el ministro del Interior
de la Nación, Ramón Mestre, la ministra de Trabajo, Patricia Bullrich, y el coman-
dante general de gendarmería Hugo Miranda, entre otros (Clarín; La Nación,
19-20-21/6/01).
265 Estos pedidos de captura fueron realizados por el juez Cornejo, y en estos términos
se expresaba el comandante Hugo Miranda (La Nación, 21/6/01).

242
Andrea Andújar

a las Madres de una suerte de halo todopoderoso, que imponía respe-


to y temor a gendarmes y policías. Según María Rosa: “Yo las conocí
cuando nos sacaron a los milicos del pueblo. Ellas fueron las tutoras de
nosotros y cuando las vieron a ellas, iban retrocediendo”266. El relato de
Víctor le agregaba detalles significativos a este suceso:
La gendarmería estaba de un lado de las vías y nosotros del otro.
Ellas estaban adelante, delante de las vías del tren, agarrándose
entre ellas y con nosotros del brazo […]. Y cuando las vieron,
no se les animaron y ahí salimos de abajo de la cama […] y nos
fuimos otra vez a la ruta (Entrevista de la autora a Víctor, General
Mosconi, 19 de junio de 2004).

Pero a su vez, la presencia de las Madres de Plaza de Mayo en ese acon-


tecimiento, como se analizó en el primer capítulo, las re-instituyó en la
memoria de la población de General Mosconi y, particularmente, en las
mujeres piqueteras no sólo hacia el futuro sino también hacia el pasa-
do. En tal sentido, esta presencia y estas acciones posibilitaron hilvanar
las tramas de realidades pretéritas y actuales al enlazar con la contem-
poraneidad una historia que, sólo en apariencias, estaba disociada. La
maternidad, el dolor, la pérdida fueron los resortes que habían instala-
do en la escena pública a ambos “grupos” de madres. Era eso, sumado
a la desconfianza que ambas esgrimían hacia el sistema político y sus
“representantes”, lo que las hermanaba en la confrontación. Pero el
hecho de que las “mujeres de Plaza de Mayo” no hubieran podido ser
silenciadas ni con las acciones que el Estado terrorista directamente
implementó en su contra, ni con las leyes que preconizaban el olvido y
la “reconciliación” entre civiles y militares bajo los sucesivos gobiernos
democráticos, eran pruebas de la resistencia que estas mujeres simbo-
lizaban y que las unían con las trayectorias y experiencias colectivas de
las otras, las piqueteras.
Asimismo, esta confluencia entre unas y otras también se originó
en las propias prácticas desplegadas por las Madres de Plaza de Mayo
ya durante el período democrático, al fundir ellas mismas su lucha y
exigencia de “Juicio y Castigo” para los responsables del genocidio de la
última dictadura militar, con la lucha de aquellos/as que se levantaban
contra el hambre, la desocupación y la privatización de las empresas
públicas. Así lo afirmaba Nora Cortiñas, Madre de Plaza de Mayo-Línea
Fundadora, al decir: “A nosotras nos llamaban y nos llaman de todos
lados, somos parte de la gente. Los problemas que tiene la gente son los
mismos que los nuestros, muchos de nuestros hijos no tienen trabajo,
tenemos problemas de vivienda, de salud, etc. Pero lo importante es

266 Entrevista de la autora a María Rosa, General Mosconi, 15 de junio de 2004.

243
RUTAS ARGENTINAS HASTA EL FIN

que nos llaman. Las Madres con su pañuelo son un símbolo. Es como si
ese símbolo brindara calma”267.
No fue casual, entonces, que producto de tales experiencias y
objetivos, la Marcha de la Resistencia liderada por Hebe de Bonafini
pasara a llamarse en diciembre de 2001 “Marcha de la Resistencia y
Piquetera”. Tampoco lo fue que esta mancomunidad creada afectara
otra escena de la realidad de General Mosconi. Así como las Madres
habían ocupado la Plaza de Mayo en reclamo de la aparición con vida
de sus hijos/as, las mujeres de General Mosconi ocuparon la plaza de
la localidad, exigiendo la libertad de todas las personas detenidas y el
fin de las persecuciones y la represión. Se inauguró entonces la “Plaza
del Aguante” donde durante cinco meses, con carpas instaladas,
durmiendo, cocinando y compartiendo los alimentos que proveía la
comunidad, mujeres y varones resistieron hasta garantizar que todos
aquellos que habían decidido luchar contra el orden imperante recu-
peraran su libertad 268.
Pero, además, la presencia de las Madres generó otro debate
que puso en el tapete las prácticas políticas de las mujeres de General
Mosconi, abonando la idea de comenzar a organizarse como grupo
autónomo de la utd para tratar, por ejemplo, los problemas de violencia
familiar. Se abrió entonces otro horizonte para que esas mujeres de la
utd comenzaran a atravesar un nuevo límite.

Atravesando límites: las mujeres en la utd

Para cuando las mujeres se instalaron en la “Plaza del Aguante” y


comenzaron a pensar en armar un grupo propio, su pertenencia a la
utd las había definido. Este era su ámbito de participación política y
el espacio que, además, las había unido a un grupo de ex trabajadores
ypefeanos decidido a organizarse para hallar salidas colectivas ante
las infaustas consecuencias de la privatización de ypf269. Y aun cuando
ellas efectivamente no estuvieron en la informal “acta fundacional”,
sus presencias se hicieron ya visibles en el primer acto público de la
utd: la toma del Concejo Deliberante de la ciudad de General Mosconi
en 1996. Pero más aún, fueron esas presencias las que, con el tiempo,

267 Estas palabras fueron recogidas por Débora D’Antonio (2007) en una entrevista que
realizó en enero de 2004 con Nora Cortiñas.
268 Hebe de Bonafini y las restantes Madres que estaban con ella participaron y cocina-
ron también durante los primeros días de la “Plaza del Aguante”.
269 En efecto, el impulso para la formación de la utd provino de un grupo de trabaja-
dores que habían dinamizado las luchas contra la privatización de ypf en 1991 y,
también, integrado la atyp.

244
Andrea Andújar

colaboraron en volver a la utd una organización de profunda inciden-


cia política en la comunidad.
Si bien desde el momento de su creación esta organización parti-
cipó en distintas confrontaciones contra el gobierno local y provincial,
su trascendencia pública se fortaleció a partir del corte de 1999, supe-
rando incluso una escisión interna ocurrida ese mismo año y originada
en las sospechas sobre la aceptación de algunos de sus integrantes más
representativos de un conjunto de prebendas de parte del gobierno pro-
vincial 270. Esta situación produjo un recambio en sus referentes y abonó
al surgimiento de un “tipo de liderazgo carismático cuya autoridad se
basaba en ‘poner el ejemplo’ y ‘no venderse’” (Schaumberg, 2004: 8).
Tales conceptos se condensaron en la figura de José “Pepino” Fernán-
dez, quien a partir de que “tomó la iniciativa de decir vamos a luchar
de una vez por todas para que los gobiernos de turno no nos vean como
un habitante más”, de acuerdo a Ica 271, fue ganando el apoyo y el respe-
to de los y las integrantes de la utd hasta aparecer como su principal
dirigente, a partir del año 2000.
Fue entonces la congruencia entre el discurso confrontativo, la
disposición a luchar y la negativa a “dejarse tentar por los políticos”,
lo que vigorizó y afianzó el liderazgo de Fernández. Esto impulsó, a
su vez, una aceitada dinámica de lucha que permitió a la utd, entre
otras cuestiones, aumentar en años posteriores el número de planes de
desempleo obtenidos hasta llegar a administrar casi 2 mil subsidios272,
acrecentar su prestigio en tanto organización piquetera e incrementar
su atractivo como espacio de resistencia. Pero, también, dio lugar a un
fuerte personalismo en el manejo de los destinos de la organización,
puesto que la palabra de “Pepino” se tornó determinante a la hora de
decidir la realización de una movilización, un corte u otras formas de
confrontación, elevar ciertas demandas a las empresas privadas o a los
gobiernos locales, o tomar contacto con otras organizaciones de des-
ocupados, por ejemplo.
De todos modos, no era él el único dirigente de la utd, ya que el
liderazgo de este colectivo era colegiado. Mas quienes ejercían tales
roles eran mayoritariamente ex trabajadores ypefeanos con trayectoria
de participación sindical en el supe. Sólo unas pocas mujeres, como Ica
en Coronel Cornejo, ocupaban lugares de conducción. La mayoría, des-
ocupadas y adultas, constituían junto con jóvenes varones y mujeres

270 Esto emerge tanto de las entrevistas realizadas para esta investigación como del
estudio de Schaumberg (2004).
271 Entrevista de la autora a Ica, General Mosconi, 14 de junio de 2004.
272 Esta cifra surge de los registros de la utd correspondientes al año 2003. El municipio
de General Mosconi manejaba para esa misma época aproximadamente 6 mil planes.

245
RUTAS ARGENTINAS HASTA EL FIN

sin trabajo estable ni previa experiencia laboral permanente, la base de


la utd y la fuerza principal de las protestas. Asimismo, eran también
quienes integraban los proyectos comunitarios articulados a partir de
los Planes Trabajar.
Esos proyectos de trabajo fueron formulados con el objetivo de
sobrepasar los límites asistencialistas de los planes, intentar morige-
rar los condicionamientos impuestos por el Estado a sus receptores y
generar mayores recursos para sus integrantes que los estipulados en
los mismos planes273. Las actividades contempladas en ellos, asimismo,
eran variadas. Por un lado, se encontraban aquellos destinados a la
realización de obras públicas, tales como la construcción o refacción de
plazas, escuelas, calles o salones de usos múltiples en diversos barrios
de General Mosconi. Otros han consistido en la instalación de fábricas
de ladrillos con el objetivo de erradicar ranchos o mejorar las vivien-
das de personas de escasos recursos. También se ha llevado adelante
el establecimiento de huertas y costureros comunitarios, y centros de
producción de artesanías con las comunidades aborígenes.
Por otro lado, la utd obtuvo, luego de varias negociaciones, que el
municipio le cediera algunos de los galpones que pertenecieron a ypf. En
ellos establecieron un taller de gomería y arreglo de automóviles (donde
se repararon tractores obtenidos para el trabajo en las huertas, por ejem-
plo); un taller de siderurgia y un taller de reciclaje de botellas plásticas.
Incluso, se puso en marcha la construcción de una universidad, a partir
de la recuperación de un edificio de ypf abandonado y en el que anterior-
mente funcionaba la Proveeduría de la petrolera estatal274.
De tal manera, el desarrollo de estos proyectos posibilitó a la utd
no sólo un rápido crecimiento interno, ya que nuevos integrantes se
iban sumando a medida que los planes se mantenían, sino también su
visibilización como exitosa organización inserta dentro de la comuni-
dad, demostrando así vastas capacidades de acción. En efecto, para que
estos proyectos se pusieran en práctica no bastaba con diseñarlos (para
lo cual se recurrió a la colaboración de estudiantes terciarios y uni-
versitarios avanzados y profesionales) y asignar la mano de obra –por
cierto desvalorizada– de los planes. También era preciso conseguir la
materia prima y las herramientas necesarias para el desarrollo de las

273 En sus orígenes –durante 1996–, los Planes Trabajar consistían en un subsidio por
desempleo de 220 pesos, que contemplaba una contraprestación laboral de 4 horas.
Luego se comenzó a disminuir el monto del subsidio hasta alcanzar los 150 pesos a
nivel nacional.
274 Dificultades económicas para costear el trabajo de los docentes, entre otras cosas, y
la falta de apoyo político por parte de los poderes locales impidieron que la univer-
sidad pudiera abrir sus puertas, pese a que el edificio fue inaugurado en el año 2002.
Testimonios de la autora y Schaumberg (2004).

246
Andrea Andújar

propuestas, así como un lugar estable que funcionara como centro de


reunión, administración y articulación de actividades. Esto no fue fácil,
ya que la utd se negó a convertirse en una ong o adquirir algún tipo de
personería jurídica que podría haber facilitado la obtención de planes
asistenciales y/o subsidios, por ejemplo, para comprar o alquilar un
local o contar con financiación alternativa para los proyectos. Cuando
se preguntaba a sus integrantes las causas de esta decisión, las respues-
tas solían ser rotundas. Según comentó Rodolfo Peralta:
Somos una organización horizontal. Y los que vinieron con las
tres o cuatro ong que llegaron para organizarnos, eran todos
tipos que querían salir en política. Y el que te da la plata te dice lo
que tenés que hacer. Y nosotros tanta ley no [queremos] (Entre-
vista de la autora a Rodolfo Peralta, General Mosconi, 17 de junio
de 2004).

Otro tanto sucedió con las invitaciones a alinearse detrás de partidos


políticos. Si bien algunos integrantes de la utd ocuparon en algún
momento cargos en el municipio local 275, la organización se mantuvo
renuente a presentarse en elecciones municipales o a adherir a cualquier
fuerza política. Prefería, en cambio, obtener lo que precisaba mediante
el ejercicio de la presión sobre las empresas privatizadas y las institu-
ciones gubernamentales, o mediante acuerdos suscriptos con organi-
zaciones sociales “amigables”. Fue así como el local en el que comenzó
a funcionar la utd provino de una cesión hecha por el sindicato de
transportistas de General Mosconi. En tanto, muchas de las herramien-
tas y materiales necesarios para algunas de las tareas decididas fueron
resultado de “donativos” y “colaboraciones” realizadas, por ejemplo,
por directivos de empresas transnacionales tales como Tecpetrol SA
o Refinor SA, o las propias administraciones municipales cuando, por
medio de una política que entremezclaba el diálogo con bloqueos en los
ingresos de las empresas o a la sede municipal, la utd los “convencía”
de los beneficios de adoptar una “generosa actitud”, como comentaban
entre risas irónicas algunas de las personas entrevistadas.
Por otro parte, y en vistas de que la obtención de fuentes de traba-
jo “genuino” –y no Planes Trabajar– era el objetivo central de la organi-
zación, la utd no dejó de lado aquellas acciones vinculadas con lograr

275 Tal fue el caso de Juan Carlos “Gipy” Fernández, hermano de “Pepino” y también
ex ypefeano, que en el año 2002 aceptó la oferta del intendente justicialista de
ese entonces, Karanicolas, para crear y ocuparse de la Secretaría de Producción y
Empleo de la municipalidad de General Mosconi. Si bien esta propuesta dio lugar
a fuertes debates dentro de la utd, una asamblea decidió que “Gipy” aceptara y
ocupara el puesto, hasta que diferencias insalvables con el intendente lo llevaron a
renunciar al cargo.

247
RUTAS ARGENTINAS HASTA EL FIN

el acceso a puestos laborales más estables y/o la defensa de los derechos


de aquellos/as trabajadores/as que sí los tenían. Así, por ejemplo, actuó
varias veces como una suerte de sindicato con el cual las gerencias de
las petroleras o empresas de la construcción debían negociar276. Fue
bajo este impresionante paraguas de iniciativas, demandas, experien-
cias, aprendizajes, idas y contramarchas, tensiones y conflictos, donde
ciertas mujeres entroncaron su presencia y su agencia, como se anali-
zará seguidamente.

De la costura al ladrillo, de la protesta a la organización: mujeres


que se ocupan
En la utd, las mujeres llevaban a cabo múltiples actividades. Algunas,
como Nancy, una joven de 29 años, desempleada y estudiante de una
carrera terciaria del profesorado de Tartagal, obtuvieron un subsidio y
comenzaron a desempeñarse como trabajadoras administrativas de la
propia organización. Otras se integraron en las huertas comunitarias, en
el trabajo en los costureros o en obras públicas, el desmalezamiento, la
reforestación y la refacción de plazas y/o escuelas. Y en la realización de
estas tareas, fueron mucho más allá de las actividades comprendidas en
ellas, desplegando saberes que recrearon lazos solidarios y afectivos allí
donde la miseria y la desocupación los habían quebrantado, cuestión que
terminó fortaleciendo a la propia organización. Una experiencia ilumi-
nadora en esta dirección fue la que tuvo lugar con los “boca-seca”. Con
ese nombre se conocía a un grupo de jóvenes desocupados del barrio
“Libertad”, uno de los más humildes de General Mosconi, y con quienes
era sumamente complejo relacionarse. Rodolfo Peralta relataba:
Los “boca-seca” que le dicen eran famosos […]. Eran changos
de 18 a 20 años que estaban en la esquina, que al que pasaba lo
insultaba, le pegaban y salían a robarlo para tener qué tomar, se
peleaban con patotas de otros dos barrios. ¡¡¡Uh!!! Eran terribles.
Y los trajimos obligados acá porque tenían que trabajar […]. Poco
a poco se fueron educando, sin que le digamos mucho. Por eso
creemos que el trabajo dignifica (Entrevista de la autora a Rodol-
fo Peralta, General Mosconi, 17 de junio de 2004).

Más que el trabajo en sí mismo, quien tuvo que ver mucho con el cam-
bio en la actitud de estos jóvenes fue María, la mujer a quien ya se hicie-
ra referencia en estas páginas, puesta a cargo del grupo por “Pepino”
Fernández.

276 Un recuento de las acciones emprendidas por la utd en este terreno puede verse
detallado en Schaumberg (2004).

248
Andrea Andújar

En ese momento yo tenía 40 chicos de 18 a 25 años. ¡Eran de rebel-


des! Y cuando los vi el primer día, casi me han hecho llorar. ¡¡¡¡Por-
que eran de atrevidos!!! Pasaba una chica y le decían “¡qué culo!”,
“¡qué tetas!”. Así le decían. Se tiraban piedras entre ellos (Entre-
vista de la autora a María, General Mosconi, 13 de junio de 2004).

Como María debía trabajar con ellos en tareas de desmalezamiento,


los veía cotidianamente durante la semana y, en sus propias palabras,
lo que más le preocupaba era “cómo le voy a ganar a estos chicos”. Fue
así como un día, hacia el final de la jornada, se le ocurrió lo siguiente:
Después del fin de semana cada uno traiga un pedacito de algo
y vamos a cocinar […]. Estábamos limpiando la ruta. Cuando
nos sentamos a comer a las doce, les empiezo a hablar. Me dice
uno, “¿por qué nos discriminan a nosotros?”. Porque ustedes son
muy atrevidos […]. Porque ustedes no tienen cordura, no tienen
respeto. Ustedes van a la utd y “Chiqui” [en alusión a Peralta]
me salió a decir “téngalos cien metros fuera de acá”, porque
hacen lío. Ustedes deben aprender a tener respeto a “Pepino”, por
empezar. “Pepino” es nuestro dirigente. Si él no hubiera salido a
la ruta, nosotros no tendríamos estos ciento cincuenta [pesos].
Si él no hubiera salido a luchar, si bien nosotros lo seguimos, él
pone el pecho y a él lo llevan preso y a él lo detienen. Ustedes
tienen que aprender por ese motivo a respetarlo a “Pepe” [en alu-
sión a Fernández]. Y a “Chiqui” lo tienen que respetar porque es
el señor que mueve todos los papeles, que si él no lo hace, nadie
lo va a hacer, porque no lo saben manejar como lo maneja él, se
merece respeto (Entrevista de la autora a María, General Mosco-
ni, 13 de junio de 2004).

Durante los momentos de descanso y a través de las comidas que María


preparaba para todo el grupo, ella fue ganando la confianza de estos
jóvenes. Sus charlas y sus atenciones la convirtieron tanto en la conse-
jera y referente de los “boca-seca” como en el nexo entre ellos y la utd.
Y si bien los argumentos de María revelaban su sentido de jerarquía y
autoridad, demostrando que las bases del liderazgo se centraban para
ella en “poner el pecho” en la lucha y en el conocimiento (caracterís-
ticas reconocidas en Fernández y Peralta), sus “conferencias”, como a
ella le gustaba decir, no sólo se referían a la forma en que los jóvenes
debían comportarse dentro de la utd o en el desempeño de las labores
asignadas. Por el contrario, abarcaban muchísimos más aspectos de
sus vidas cotidianas. El trato hacia las mujeres, aprender a compartir lo
que se tenía y respetarse mutuamente, aportar dinero a la manutención
familiar, eran temas que ocupaban varias veces la escena. Como ella
contaba: “Y un día estábamos charlando, y les digo ustedes le tienen

249
RUTAS ARGENTINAS HASTA EL FIN

que dar cincuenta pesos a la mamá que les da el té y la comida todos los
días. Así que las madres todas contentas”277.
Por otro lado, la forma en la que ella coordinaba y llevaba adelante
las tareas colectivas, si bien descansaba en cierto modelo jerárquico al
que intentaba sustentar por fuera de las relaciones “jefa-subordinados”
mediante actitudes ejemplificadoras, también incorporaba elementos
de participación activa e igualitaria pues, según comentaba:
Yo les decía que porque los maneje no es que soy su jefe. Los con-
trolo porque soy una persona mayor. Pero tenemos los mismos
sueldos, somos compañeros de trabajo, y nos debemos respeto
el uno al otro. […] Y no es que los obligo a trabajar, yo llego con
ellos […] charlamos un rato y sin decirles nada agarro mis cosas
y me voy y cada uno se va a hacer su oficio. […] Y les pregunto
con las tareas: ¿están de acuerdo ustedes? Porque también tienen
derecho a opinar, no puedo ir y decir… Así no. No es que vaya y
le imponga (Entrevista de la autora a María, General Mosconi, 13
de junio de 2004).

Finalmente, todo esto logró modificar las pautas y formas de sociabili-


dad de los jóvenes “boca-seca”, al igual que sus relaciones con el resto
de la utd. María, de similar manera a lo realizado por Laura Padilla
durante las jornadas de enfrentamiento en Cutral Co y Plaza Huincul
en junio de 1996278, actuó políticamente amalgamando en su práctica
experiencias provenientes de sus atributos de género. En lo que ella les
decía o en la forma y el escenario escogido para hacerlo, se entrecru-
zaban visiones de la realidad, demostraciones de afecto y contención,
enseñanzas por medio del ejemplo, que daban cuenta de su pericia
para, desde una subjetividad estrictamente femenina y que no nece-
sariamente cuestionaba de raíz la relación entre los géneros, moverse
fluidamente entre lo considerado propio de la vida privada y aquello
concebido como parte de la vida pública. Esto le permitió, por un lado,
impulsar una reflexión política colectiva respecto de lo que estos jóve-
nes hacían en uno y otro ámbito. Y, por el otro, ganar para sí misma
visibilidad en cuanto que referente de la organización y nexo entre ellos
y la utd a la par que fortalecer/cohesionar a esta última.
Otra experiencia de participación femenina fue la que se desarro-
lló en La Botellera, un proyecto de reciclaje de botellas plásticas que se

277 Entrevista de la autora a María, General Mosconi, 13 de junio de 2004.


278 Me refiero a la forma en que Laura logró articular los subpiquetes con los jóvenes y
los borrachos y la manera en que ella, propinando atenciones y cuidados, hizo que
todos se mantuvieran en las barricadas y sin enfrentamientos entre sí durante la
pueblada de 1996.

250
Andrea Andújar

puso en funcionamiento en uno de los galpones que la municipalidad


heredó de ypf. Surgido como resultado de las preocupaciones comu-
nitarias por el cuidado del medio ambiente y también, como parte
de otras iniciativas orientadas a reforestaciones de ciertas zonas, fue
uno de los primeros proyectos que la utd puso en práctica. Desde sus
inicios, en el año 2000, estuvo encabezado por una mujer que en poco
tiempo se convirtió en figura destacada de esta organización. El trabajo
consistía en la realización de varias tareas, distribuidas en un princi-
pio en tres turnos de 4 horas cada uno –mañana, tarde y noche– en el
que trabajaban entre 6 y 8 personas. Las mujeres del primer turno se
encargaban de recolectar botellas plásticas en el pueblo para luego des-
cargarlas en La Botellera. Las del segundo las aplastaban con los pies
y las compactaban en una máquina donada por una de las empresas
petroleras. Las del último turno armaban los fardos con alambre que
luego eran guardados en un galpón hasta su venta. Originariamente,
la empresa petrolera donante de la compactadora, Refinor SA, se había
comprometido a comprar estos fardos e incluso se llevó algunos, pero
nunca los pagó. También iba a donar la ropa de trabajo e instrumentos
que garantizaran la seguridad e higiene durante el proceso laboral. Sin
embargo, tampoco cumplió con esa promesa.
Por otra parte, se esperaba que con el beneficio de las ventas
pudieran mejorarse las asignaciones monetarias individuales de los
planes asistenciales y obtener cierto capital para ser invertido en otros
proyectos. Pero eso tampoco sucedió. Por el contrario, el incumpli-
miento de las empresas respecto de la compra de los fardos y la falta de
alternativas para su comercialización provocó que disminuyeran los
turnos de trabajo de tres a dos, así como la producción en cada turno.
Esto generó, a su vez, ciertas fricciones con otros referentes de la utd,
puesto que las mujeres que trabajaban en La Botellera percibían que
era escaso el interés y compromiso del resto de la organización con lo
que ellas hacían y con las condiciones insalubres en las que trabajaban.
Justamente, quienes se desempeñaban en esta tarea eran en
su mayoría mujeres jóvenes, en muchos casos con hijos pequeños y
enteramente bajo su tutela, lo cual conducía a que asiduamente ellas
tuvieran que llevar a los y las niñas a La Botellera, con la peligrosidad y
perjuicio para la salud que ello implicaba. Sin embargo, esto no había
sido problematizado por la utd hasta que las propias mujeres alzaron
sus quejas. Fueron ellas quienes impulsaron el debate sobre la creación
de un espacio donde sus hijos e hijas pudieran permanecer mientras
ellas trabajaban.
Ahora bien, en términos generales, acorde con los registros de la
utd del año 2000 y los dichos de Rodolfo Peralta, la cantidad de planes
asistenciales entregados a mujeres había superado paulatinamente
a aquellos asignados a varones, hasta llegar las primeras a acceder al

251
RUTAS ARGENTINAS HASTA EL FIN

60% de los mismos. Entre los argumentos que esgrimieron los y las
integrantes de esta organización para explicar tal situación, se encon-
traban la responsabilidad y la capacidad de lucha y perseverancia que
ellas tenían. Nancy puntualizaba las siguientes características cuando
las describía:
Las mujeres son las que ponen el hombro a todo, son las que más
fuerza tienen. No sé si es porque la mayoría tiene sus hijos y por
defender a un hijo uno hace cualquier cosa. […] Son las mujeres
las que ponen las ganas a todo, [incluso] en los trabajos, en las
huertas (Entrevista de la autora a Nancy, General Mosconi, 13 de
junio de 2004).

Por su parte, Rodolfo Peralta afirmaba:


Yo he tenido cierto favoritismo de que ingresen más mujeres que
hombres [en los planes]. Yo nunca cobré el plan pero por ahí
pasaba y miraba: las mujeres salían del banco al mercado y las
veía con las bolsas con mercaderías. Y los veía a los muchachos
los primeros tiempos sentados en el bar y gastaban los ciento
cincuenta en la timba. A mí me reventaba de odio […]. Los tipos
graciosamente van y lo tiran. En cambio, cuando yo veo que una
mujer va con su bolsa con leche, con el pañal, con las cosas para
los hijos, pero ¡qué bueno! Y ahí me di cuenta. Antes ni lo había
pensado, valoré a mi mujer incluso, por el hecho de que piensan
primero en el hijo y en su casa. Y, en cambio, los hombres somos
muy desaprensivos, muy locos en el manejo de la plata. Después,
la otra: [las mujeres] son mucho más responsables, apegadas al
trabajo (Entrevista de la autora a Rodolfo Peralta, General Mos-
coni, 17 de junio de 2004).

Por tanto, habría sido la disposición puesta en cuidar de los otros el


valor preponderante que convirtió a las mujeres en las predilectas
receptoras de los planes asistenciales. Del ejercicio de la maternidad
(real o potencial) se desprendían las restantes cualidades que reforza-
ban tal preferencia: la responsabilidad y el apego al trabajo, la capaci-
dad de lucha, la persistencia en las tareas encaradas.
Más allá de las razones argüidas, detrás de la maternidad existen
otros “imaginarios” en juego en los que la exaltación de las capacidades
femeninas, incluso limitadas al tradicional rol materno, se torna borrosa.
Dichos imaginarios se articulan detrás del binomio planes asistenciales/
trabajo “genuino”279, y la manera en que el género atraviesa tal enlace.

279 El uso de las comillas para referir a este tipo de trabajo tiene por objetivo señalar la
polisemia del término acorde con las perspectivas teórico-políticas.

252
Andrea Andújar

Las interpretaciones de las y los piqueteros en torno al signifi-


cado del trabajo “genuino” han sido variadas. Por ejemplo, los varones
y las mujeres que protagonizaron las experiencias beligerantes en
Neuquén y en General Mosconi, o quienes formaron parte de la utd
salteña, lo conceptuaban de acuerdo con experiencias laborales pre-
vias y, también, acorde con su pertenencia generacional y la influencia
ejercida por ciertos partidos políticos. De tal suerte, para aquellos
varones y mujeres adultos/as entrevistados/as que durante su juventud
habían tenido un trabajo estable, registrado y con salarios que cubrían
su reproducción y la de su familia, las tareas realizadas como contra-
prestación dentro de los planes asistenciales eran absolutamente anta-
gónicas con la definición de trabajo “genuino”. Dina, una de las líderes
de la ccc de Centenario, en la provincia de Neuquén, trabajó desde muy
joven en empresas de fruticultura. A comienzos de la década de 1990,
pasó a estar desocupada. Ella sostenía:
Cuando convocamos a todos los vecinos que estaban sin tra-
bajo, empezamos reclamando trabajo genuino, porque está-
bamos acostumbradas a trabajar en los galpones [de fruta]. En
el gobierno no hubo posibilidades, así que tomamos lo de los
planes, pero sin aceptarlo, no estamos de acuerdo con el tra-
bajo en negro, siempre lo discutimos y seguimos peleando por
trabajo genuino (Entrevista de la autora a Dina, Centenario, 16
de diciembre de 2003).

Para ella, entonces, el trabajo en los planes asistenciales era un trabajo


“en negro”, pero trabajo al fin. Para muchos de los jóvenes de la utd, que
nunca habían tenido un trabajo permanente, fue justamente la estabili-
dad lo que determinó la diferencia entre una y otra categoría de trabajo.
Para otros, el tipo de labor que realizaban en los proyectos de la utd,
donde “no hay patrón, no te vigilantean y te vas organizando el trabajo
vos y lo conseguís en base a la lucha”280, acorde con los dichos de uno de
ellos, era también trabajo “genuino”. En cambio, para los ex ypefeanos
que integraban la utd, los planes asistenciales no constituían trabajo
“genuino”, pues el mismo se definía dentro de ciertos parámetros que
estaban relacionados con “condiciones de trabajo dignas, tener derechos
laborales, que la patronal cumpla con todas las normas de seguridad del
trabajo y los derechos del trabajador como los aportes para la jubilación,
las vacaciones, cubrir los accidentes de trabajo”281, según comentaba uno
de ellos. Evidentemente, en este caso, el significado del trabajo “genuino”

280 Entrevista de la autora a María Rosa, General Mosconi, 15 de junio de 2004. Estas
palabras pertenecen a uno de sus hijos que intervino en este pasaje de la entrevista.
281 Entrevista de la autora a Mario Reartes, General Mosconi, 18 de junio de 2004.

253
RUTAS ARGENTINAS HASTA EL FIN

remitía a lo conocido y recordado como parte del mundo ypefeano. Y era


allí donde se hallaba el vértice en el que se entrecruzaban género, trabajo
“genuino” y planes asistenciales.
Mistificado e idealizado a partir de su derrumbe, la nostalgia y el
recuerdo de las relaciones laborales, sociales y familiares, o el acceso al
bienestar material que ese mundo contenía, no se escindió del rol que
mujeres y varones de la clase trabajadora ocupaban en él. En tal senti-
do, la demanda de los varones en torno al trabajo “genuino” encerraba
también un reclamo por el regreso al lugar de proveedores de la vida
familiar que habían tenido en el pasado.
Por otra parte, a pesar de las mudanzas producidas en las últimas
décadas en la valoración social de la mujer trabajadora asalariada y del
significado de su salario, ha persistido la idea de que lo que ella realiza
y obtiene es un complemento del trabajo y el salario masculino. Los
varones de la utd, en cuanto que ex obreros de ypf, asimismo, no esta-
ban al margen de este imaginario. Consecuentemente, en la escala de
prioridades, el acceso primordial al trabajo “genuino” –o la aspiración a
ello– pervivió como un horizonte cuya satisfacción reposaba en y para
el sexo masculino. En sentido contrario, los planes, que conllevaban
una contraprestación que sobreexplotaba aún más a la fuerza de tra-
bajo, terminaron quedando en manos de las mujeres no porque fueran
ellas necesariamente más responsables o criteriosas para gastar el
dinero, sino porque su fuerza de trabajo se encontraba históricamente
más “desvalorizada”. Todo esto marcó, por lo tanto, el escaso interés de
los líderes de la utd por reivindicar demandas de trabajo “genuino” que
contemplaran a las mujeres como beneficiarias.
¿Qué forma específica cobraron estas desigualdades en la tra-
yectoria política de las mujeres dentro de la utd? Es este el interrogante
fundamental que busca responder el próximo apartado. Para ello se
detendrá en examinar los criterios en los que se ha sustentado la legi-
timidad del ejercicio de liderazgo dentro de la organización y de qué
manera la participación femenina ha incidido en la ocupación de espa-
cios de conducción política.

Líderes, referentes o responsables: las ambigüedades de la


dirigencia
Cuando las y los activistas de la utd más reconocidos públicamente
describieron la estructura política interna de la organización, la hori-
zontalidad fue una de las características que resaltaron con mayor
frecuencia. Según Rodolfo Peralta:
La utd es una organización horizontal. Hasta el 99 el único
referente era Juan Nievas. […] Ahora tiene un referente que es

254
Andrea Andújar

“Pepino” y más o menos yo, que alguna gente me identifica por-


que llevo adelante el tema administrativo (Entrevista de la autora
a Rodolfo Peralta, General Mosconi, 17 de junio de 2004).

Esa horizontalidad, entonces, encerraba sentidos y prácticas más o


menos precisas que remitían a dos principios rectores de la organiza-
ción. El primero se relacionaba con la ausencia de jerarquías institu-
cionalizadas. De tal modo, la utd carecía de dirigentes, representantes
o comisiones directivas cuyo ascenso o conformación proviniera de
prácticas electorales regularizadas mediante mecanismos formales y
delegativos de participación. Ello no implicaba la inexistencia de roles
políticamente diferenciados, tal como explicaba María a los jóvenes
“boca-seca”. Pero estos emanaban de otras premisas, como se verá
enseguida. El segundo refería a la manera en que se decidían las accio-
nes colectivas. Básicamente, las resoluciones se asumían en asambleas
en las que voluntariamente intervenían todos sus integrantes. Sin
embargo, estas prácticas asamblearias, como ya se dijo, fueron más
erráticas a la par que se acrecentaba la presencia de “Pepino” Fernán-
dez como líder más importante o visible.
Por otro lado, el testimonio de Peralta revela otra arista del fun-
cionamiento de la utd a partir de su preferencia por la nominación
de “referente” en lugar de “líder”. En la mayoría de las entrevistas
realizadas a las personas que en distintos niveles ejercían la direc-
ción de esta organización, se producía cierta incomodidad cuando
se preguntaba específicamente cómo habían llegado a ser líderes. En
general, corregían el uso de tal palabra reemplazándola justamente
por “referente” pues la primera contendría una valoración negativa que
remitía a experiencias de participación, organización política y formas
de ejercicio del poder que la utd rechazaba. En efecto, esta palabra,
por ejemplo, ha sido reiteradamente utilizada para designar el rol de
conducción en organizaciones de corte netamente verticalistas, tales
como el supe, donde el liderazgo se combinó con un fuerte proceso de
burocratización, la consecuente falta de democracia interna y la “trai-
ción a los intereses de las bases”. En ese sentido, la escasa transparen-
cia en las decisiones tomadas por este sindicato y, particularmente, el
conocimiento de que las connivencias de su secretario general con la
dirigencia menemista facilitaron el proceso de la privatización de ypf,
fueron mencionadas asiduamente por los ex ypefeanos de la utd como
ejemplo de ello.
Otro tanto ocurría con la alusión al liderazgo de los sectores
políticamente dirigentes. Si el mismo se basaba en una práctica de la
política plena de corrupción, incumplimiento de las promesas reali-
zadas en las campañas electorales, represiones de las protestas contra
las medidas de “ajuste” implementadas, acorde con los dichos de los

255
RUTAS ARGENTINAS HASTA EL FIN

y las integrantes de la utd, la pretensión de oponerse a tales prácticas


contemplaba también el uso de otras palabras para expresar y definir
los roles de conducción.
Esto no quiere decir que estas fueran las únicas connotaciones
plausibles de inscribirse en el concepto de “líder” o que serlo necesa-
riamente implicara un ejercicio del poder indiferente o contrario a las
decisiones del colectivo social representado. Pero sí que la elección de
la palabra realizada por los “referentes” de la utd tenía poco de azaroso
y daba cuenta de percepciones, valores y prácticas concretas sobre las
que se desarrollaba la construcción del liderazgo interno.
Entre las premisas y cualidades que sustentaban la ocupación
de un cargo de dirigencia dentro de esta organización, fundamental-
mente a partir de las causas que suscitaron la escisión interna de 1999,
se encontraban, como se señaló anteriormente, el “no venderse” y la
coherencia entre un discurso de confrontación y una práctica belige-
rante, lo cual exigía ante todo “estar al frente de las luchas”, como expli-
caba María Rosa, o “poner el pecho”, según sostuvo María. Además, la
destreza en el manejo de los asuntos de la organización así como en
la administración de los proyectos, el “cómo correr [en el sentido de
presionar] a las empresas y al gobierno”, según dijera Víctor, eran con-
diciones también valoradas entre los y las activistas. A su vez, tanto el
haber sido trabajador de la petrolera estatal como haber participado en
las luchas encaradas contra la privatización de ypf, pesaban a la hora
de acceder a espacios de conducción.
Consecuentemente, si bien la dirección informal de la utd
descansaba en varias personas, las mismas eran mayoritariamente
varones ex ypefeanos, como Rodolfo Peralta y, sobre todo, “Pepino”
Fernández, quien reunía muchas de las características señaladas.
Según sus propias palabras:
Tengo muchos conocimientos por [haber trabajado en] ypf, en
el sur, y eso me da lugar a mí a pelear puestos de trabajo. Por
ejemplo, hacer un gasoducto: dicen que no hace falta tanta
gente y yo sé que sí, cuarenta o cincuenta, y yo sé que es mucho
más […] Entonces, yo he conseguido estos puestos que se gana
mucha plata […]. Yo soy referente porque he estado en todos los
momentos difíciles, en todos los movimientos y porque en todo
momento fui adelante. Hemos enfrentado sin piedra y sin nada
a la infantería y desde ese momento ellos piensan que soy la sal-
vación. Soy el último en irse y por eso me han agarrado muchas
veces. No me escondo detrás de los otros (Entrevista de la autora
a José Fernández, General Mosconi, 18 de junio de 2004).

“Pepino” tenía un pasado obrero con amplia experiencia en ypf y su


nivel de compromiso con su propia comunidad lo habían llevado a

256
Andrea Andújar

denunciar a la empresa en 1976 por verter fluidos tóxicos. Aparente-


mente, por esto fue obligado a “trasladarse” a trabajar en Comodoro
Rivadavia, y aunque no participó formalmente ni en la organización
sindical ni en ningún partido político, mantuvo su empeño en la
defensa de sus derechos y los de sus compañeros. Pero, a su vez, estas
definiciones de Fernández sobre sí mismo coincidían con las descrip-
ciones que otras personas entrevistadas, tanto mujeres como varones,
hicieron de él. Y aunque su tipo de liderazgo también contemplaba un
fuerte personalismo que incluso dio lugar a la emergencia de ciertas
tensiones o, como contrapartida, a la idea de que “cuando ‘Pepe’ no
está no se hace mucho”, los cuestionamientos no apuntaron en ningún
testimonio a su honestidad o a sus convicciones y sus acciones de opo-
sición a la política neoliberal.
Por otro parte, algunas mujeres también ocupaban espacios de
dirección intermedia o aún mayor. Sin embargo, y pese a tener un fuer-
te ascendiente en sus respectivos lugares, no eran visibilizadas en el
mismo nivel de “Pepino” ni cumplían, a los ojos de las y los integrantes
de la organización, el mismo rol. Cuando las entrevistas se focalizaban
en indagar por qué los espacios de liderazgo recaían mayoritariamente
en los varones, las respuestas de ellos giraban en torno a tres dimensio-
nes: la composición de clase, la persistencia de una cultura “machista”
también vinculada a esa pertenencia de clase y, por último, la acepta-
ción de esta situación por parte de las propias mujeres. Peralta relataba,
en ese sentido, lo siguiente:
Esto tiene que ver con de qué está nutrido el movimiento pique-
tero. Clase media no, sino de la clase más deprimida. Y ahí reina
el machismo y la preeminencia que tiene el hombre sobre la
mujer. La mujer en sí –no es tanto porque el hombre lo quiera– la
mujer misma en las capas más bajas de la sociedad acepta un
segundo plano, acostumbrada. No es porque no tenga capacidad,
solas ocupan el segundo lugar. El acompañamiento. Se trata de
eso (Entrevista de la autora a Rodolfo Peralta, General Mosconi,
17 de junio de 2004).

Luego agregaba:
O tal vez este movimiento tiene de todo. Acá hay mucha gente
pesada y para una mujer es difícil manejar ese grupo: hay que
imponerse y hay momentos que hay que pelear. Nosotros somos
unos de los que menos peleamos, pero en Tartagal y Pocitos
están a las trompadas. En cambio, acá no. Pero aún así hay gente
que levanta la voz y que si está una mujer al frente no la van a
respetar. Entonces por eso mismo la mujer se retrae. No quiere
llegar a ese punto. […] Sería más factible en Buenos Aires que hay

257
RUTAS ARGENTINAS HASTA EL FIN

mas consenso ideológico que una mujer pueda ocupar ese lugar.
Para que haya más respeto. […] Unos cuantos darían lugar a que
una mujer llegue. Otros no. Y hay hombres que directamente sin
pensar mucho dirían que no me va a manejar una mujer (Entre-
vista de la autora a Rodolfo Peralta, General Mosconi, 17 de junio
de 2004).

De modo complejo, su reflexión hacía hincapié en la perseverancia


de una cultura machista asociándola con la clase trabajadora. Pero
también, se basaba en la suposición de que en “Buenos Aires” las
relaciones entre mujeres y varones eran distintas, debido a que en esa
ciudad existían otras experiencias alternativas ligadas a la circula-
ción de mayor información, de debates que cuestionaban los roles de
mujeres y varones, de organizaciones feministas decididas a revertir
la opresión de aquellas. Su énfasis puesto en lo relacional y contextual
para explicar el lugar que ocupaban las mujeres constituyó un intento
por desnaturalizar las relaciones de género y, en tal sentido, postular
que estas se tallan dentro de un contexto histórico y social y no en una
esencialidad puntuada en lo sexual-biológico. La reflexión de Peralta
guardaba escasas semejanzas con las explicaciones brindadas por
“Pepino” Fernández, cuya mirada se centraba en la “voluntad” de las
mujeres. Sostenía entonces:
Las mujeres no tienen el mismo papel que los varones. Pero para
mí tanto las mujeres como los varones están esperando que uno
haga alguna cosa. Y está mal, porque la participación es de todos.
Y las mujeres no hacen las reuniones para manejar ellas. No quie-
ren agarrar el compromiso, hablar (Entrevista de la autora a José
Fernández, General Mosconi, 18 de junio de 2004).

De esta forma, según el punto de vista de Fernández, lo que igualaba


a mujeres y varones dentro de la utd era la falta de una participación
activa. Empero, él consideraba que para que las mujeres pudieran “diri-
gir”, necesitaban primero organizarse entre sí. A lo largo de su relato,
Fernández dio ejemplos de situaciones en las que esta autoorganiza-
ción era exitosa, tomando en cuenta su propia experiencia familiar u
otras que, bajo su punto de vista, demostraban una marcada capacidad
decisoria de las mujeres:
Mi hermana, por ejemplo, sí. Enseguida te hace quilombo en un
ratito y te puede cambiar la situación. Muchas mujeres tienen
que ser como ella y tener personalidad. Y acá no da. Son muy
pocas las mujeres que lo hacen. Tienen que participar más,
tienen que decidir por sí solas. Vos tenés que agarrar diferentes
grupos de mujeres que se han destacado en distintos lados. Si
vos decís lo de Brukman, son poquitas, pero flor de quilombo

258
Andrea Andújar

hicieron (Entrevista de la autora a José Fernández, General Mos-


coni, 18 de junio de 2004).

Sin perjuicio de que efectivamente una estrategia probable para que las
mujeres revirtieran la situación de “silencio”, sumisión o falta de deci-
sión autónoma, consistía en la creación de una instancia de participa-
ción propia, para Fernández la subordinación no era producto de una
relación desigual que implicaba tanto a las mujeres como a los varones
y, por ende, a sí mismo. Su modelo de mujer “independiente” remitía a
las obreras que hacían “quilombo” o a las que se destacaban en la acción
pública-política, tal como era el caso de su hermana 282. Aunque la tras-
cendencia de la experiencia de las mujeres de la fábrica textil Brukman
Confecciones es innegable283, lo llamativo de su testimonio es que en
su evaluación fue borrada la experiencia de las propias mujeres de la
utd que protagonizaron los cortes de ruta, enfrentaron las represio-
nes, planificaron y organizaron los proyectos y realizaron un sinfín de
acciones. La pregunta entonces es por qué para Fernández todas esas
acciones femeninas carecieron de la entidad asignada a las textiles, por
ejemplo. Responderla exige repensar el anclaje sobre el que Fernández
y otros líderes de la utd inscribieron sus ideas sobre la organización y
el liderazgo. En dicho sentido, los antecedentes de participación y lucha
sindical de muchos de estos varones que confluyeron en la utd estu-
vieron signados por la pertenencia a una empresa cuya mano de obra
era mayoritariamente masculina. Por otro lado, la pertenencia al supe,
como en el caso de Rodolfo Peralta, que fue delegado de la “sección
patrimonial” de ypf, o como en el caso de “Pepino” que, si bien nunca

282 Según me comentara “Pepino”, su hermana Noemí, a quien alude en la entrevista


parcialmente transcripta, ha sido una importante militante peronista. Profesora
de matemáticas, Noemí ha participado en varios cortes de ruta, motivo por el cual
posee –al igual que él– varias causas penales en su contra. También ha encarado
varios conflictos contra el gobierno local para exigir la reapertura de aulas para
clases de apoyo en la materia que dicta.
283 Esta fábrica textil, que ocupa predominantemente mano de obra femenina, se
encuentra en el corazón de la Ciudad de Buenos Aires. Para diciembre de 2001, la
patronal debía a las y los trabajadoras/es 5 meses de vacaciones, aguinaldos, aportes
patronales, salarios familiares y los últimos tres meses de sueldo, entre otras cosas.
A esta situación se había sumado el despido de dos empleados por reclamo de sus
haberes. En la mañana del 18 de diciembre de 2001, las/os trabajadoras/es fueron
sorprendidas/os con la ausencia de los dueños de la fábrica y del personal jerárqui-
co. A partir de allí comenzó un proceso de ocupación y puesta en funcionamiento
de la fábrica por las y los trabajadores, que se negaron a aceptar el pedido de quiebra
por parte de la patronal, enfrentándose al propio sindicato –el Sindicato de Obreros
de la Industria del Vestido y Afines (soiva)–, alineado con los dueños de Brukman.
Celia Martínez, delegada de las trabajadoras, ha sido una de las personas más repre-
sentativas de esta experiencia.

259
RUTAS ARGENTINAS HASTA EL FIN

tuvo un cargo formal dentro del sindicato, organizó varios conflictos en


el sur –incluyendo cortes de ruta en Comodoro Rivadavia–, coadyuvó a
que el modelo de referencia organizativa básico haya sido el sindical, el
cual estuvo largamente dominado y liderado por varones. Por lo tanto,
la experiencia obtenida en este plano habría permitido, por un lado, la
rápida cristalización de una organización definida dentro de la utd.
Pero, también, habría posibilitado la reificación de un modelo de par-
ticipación y dirección basado en antiguos parámetros provenientes de
la tradición organizativa sindical, de la cual la mayoría de las mujeres
de General Mosconi carecieron. Esto permitiría parcialmente explicar
porqué para las mujeres fue mucho más complejo no sólo asumir posi-
ciones de liderazgo sino también tornar reconocibles sus condiciones
para hacerlo legítimamente.
Sin embargo, ellas se incomodaban también ante la posibilidad
de ser sindicadas como dirigentes. Ica, en Coronel Cornejo, no sólo era
la responsable de la confección y puesta en práctica de los proyectos de
la utd, sino que además se había convertido en la referente máxima de
la organización dentro de la localidad. Para desarrollar los proyectos,
ella contaba con la colaboración de mujeres jóvenes a las que instruyó
y formó para que se encargaran de labores administrativas relativas a
la asignación y distribución de los 150 planes asistenciales que recibía
y de la ejecución de las propuestas de trabajo colectivo planteadas.
Entre estas últimas, se hallaban en funcionamiento un costurero
comunitario, una peluquería para niños/as en edad escolar –funda-
mentalmente–, una huerta comunitaria, un proyecto de apoyo escolar
para estudiantes de primaria y secundaria y uno de cuidado familiar
para personas enfermas o ancianas y solas. En todos ellos trabajaban
mayoritariamente mujeres. Asimismo, existía una ladrillera y se había
puesto en práctica un proyecto de construcción del cementerio, parali-
zado luego por falta de materiales, tareas en las que se desempeñaban
varones. Por otro lado, en el año 2001, Ica y otras mujeres de Coronel
Cornejo habían logrado abrir un jardín de infantes para niños/as de 4 y
5 años que funcionaba por la mañana.
Al caminar las calles de la localidad en su compañía, en junio
de 2004, pude ser testigo del reconocimiento que poseía dentro de su
comunidad y del ascendiente que sus palabras tenían entre quienes
formaban parte de los proyectos, incluidos los varones. En esa ocasión,
presencié un diálogo entre ella y Julio, uno de los trabajadores de la
ladrillera, en el cual se abordaron temas que hacían al funcionamiento
de esta última, de la cual Julio era, además, responsable. Ica no sólo
proponía cuáles eran las prioridades de trabajo, sino cómo debían lle-
varse a cabo, cuáles eran las fechas en las que tenían que estar listas
ciertas partidas de ladrillos, quiénes y en qué turno tenían la respon-
sabilidad de cumplir con ello. La firmeza del tono de su voz no alteraba

260
Andrea Andújar

la postura relajada que ambos mantenían mientras debatían el tema.


Tampoco parecía que él se inquietara porque fuera una mujer quien le
decía cómo y qué debía hacer. Por el contrario, se pusieron de acuerdo
en que ella, hacia el final de la tarde, pasaría por la ladrillera para ver
cómo iban las cosas.
Por otro lado, ante la emergencia de cualquier problema, para
plantear medidas de protesta o reclamos ante el poder público local,
Ica era la persona a la que se consultaba. Asimismo, la centralidad de
su figura en Coronel Cornejo también era reconocida por los referentes
de la utd de General Mosconi, pues aludían a ella como “la dirigente”
de esa localidad. Evidentemente, Ica se había ganado esa visibilidad por
su trayectoria como luchadora y por la disponibilidad y la voluntad con
la que se hacía cargo de la organización, a pesar de que su casa estaba
poblada de hijos/as y nietos/as que demandan también sus atenciones.
Esta opción de compromiso público-político le implicó dejar de lado
esas demandas:
Yo como mujer creo que he descuidado un poco mi familia, pero
creo que también es importante que yo haga algo por mis hijos.
Entonces, lo poco que yo pueda hacer por el bien de la comuni-
dad lo voy a hacer y también lo estoy haciendo por ellos. […] Por
ejemplo, hoy a la tarde mi hija que tiene 6 años me pidió que la
llevara a ver a la abuela. Y surgió esto de la utd [en referencia a
una reunión en General Mosconi] y le tuve que pedir disculpas,
que otro día vamos. Es muy importante mi hija (Entrevista de la
autora a Ica, Coronel Cornejo, 16 de junio de 2004).

Sin embargo, Ica, pese al reconocimiento social del cual era objeto,
rehuyó a identificarse a sí misma como una líder o, al menos, a utilizar
esto como definitorio de su rol en la utd. El siguiente diálogo que man-
tuvimos da cuenta de esta postura:
Ica: Yo creo que nunca me puse el rótulo de líder y si hay alguien
que me quiere ver así, le pido que trabajemos juntos, que cada
uno trate de organizarse, ver que a través de la lucha algo hemos
conseguido.

Pregunta: ¿Por qué cree que usted no es una líder y “Pepino” sí?

Ica: Porque fue el que tomó la iniciativa de decir vamos a luchar


de una vez por todas, que los gobiernos de turno no nos vean
como un habitante más, y empezar a luchar en sí para no caer,
para que la comunidad vaya aprendiendo a conseguir lo que
quiere.

Pregunta: ¿Y no es lo que usted hace en Coronel Cornejo?

261
RUTAS ARGENTINAS HASTA EL FIN

Ica: Yo creo que sí, pero… no sé, tal vez sea por mi perfil bajo.
Tengo un perfil bajo, tal vez nunca salí con ese objetivo, yo creo
que con la actividad que uno haga para la comunidad le está
demostrando el amor que uno le tiene a la gente. Cuando yo
pasaba un mal momento de salud y veía el amor de la gente hacia
mí, eso me ha fortalecido muchísimo (Entrevista de la autora a
Ica, Coronel Cornejo, 16 de junio de 2004).

Podría pensarse que la oposición de Ica a concebirse como una “líder”


respondía a la misma connotación negativa que esta palabra adquirió
también para otros dirigentes de la utd. Pero ella no sólo rechazaba la
palabra, cuyo uso por otra parte no objetaba en referencia a “Pepino”
Fernández, sino que rehusaba aceptar el rol de dirigente o a ser percibida
como tal. Y como sus actitudes y cualidades eran las mismas que la lleva-
ban a reconocer a “Pepino” como conductor de la organización –de allí
el titubeo ante la pregunta–, terminó por argumentar que tal negativa
se debía, tal vez, a su “perfil bajo” o a su falta de interés en ello. También
contrapuso dos “ideas”: la del liderazgo y la del amor de su comunidad.
Sostenía entonces que se conformaba con lograr lo segundo, al margen
de que tuviera otras miras puestas en la construcción de la organización
y en la lucha para mejorar las condiciones de vida de toda la comunidad.
Varias mujeres entrevistadas, y no sólo en General Mosconi,
argumentaron exactamente lo mismo: que sus acciones estaban moti-
vadas por el amor, que era la recepción del afecto de las demás personas
lo que las fortalecía, o que sus pretensiones políticas estaban lejos de
buscar el acceso a algún tipo de dirigencia. De hecho, muchos de los
análisis de sus propias acciones estaban permanentemente atravesa-
dos por los lazos afectivos. No ocurría lo mismo cuando hablaban de
los varones. Ninguna de ellas sostuvo que lo que incentivaba a “Pepi-
no” o a Peralta a la acción se relacionaba con algo de esto. Al contrario,
en ese caso remitían a convicciones, coraje para el enfrentamiento,
consistencia entre actos y palabras, decisión de modificar el statu quo,
conocimiento, experiencia política, animarse a hablar o arengar en las
asambleas. En esa dirección, una de las mujeres que trabajaba en el
costurero en Coronel Cornejo, sostenía: “Yo no podría ser dirigente por-
que no sé leer”. Otra reflexionaba: “Ica hizo las cosas bien. Hizo mucho.
Pero por ahí tendría que estar un hombre porque un hombre a veces
siempre quiere estar más al frente”284.
Estas afirmaciones dan lugar a suponer que, para esas muje-
res, el ejercicio del liderazgo reenviaba a un espacio exclusivamente

284 Entrevista realizada por la autora a grupo de cuatro mujeres del Taller de Costura de
Coronel Cornejo, Coronel Cornejo, 16 de junio de 2004.

262
Andrea Andújar

“masculino”, puesto que todas las condiciones que lo hacían posible


referían a atributos socialmente asignados a los varones. Y más aún:
cuando ellas portaban visiblemente también coraje, convicción, expe-
riencia política o arrojo, la preeminencia que adquirirían no necesa-
riamente alcanzaba, por un lado, para sentirse en un pie de igualdad
respecto de líderes varones (o para que el reconocimiento de las otras
mujeres apuntara en esa dirección y no en la preferencia de la presencia
masculina); y, por el otro, para reclamar el liderazgo en la organización
si se competía por él o sentirse legitimada a pensarse como tal.
Pero, más allá de la forma en que la construcción social de la
diferencia sexual atraviesa los lugares de jefatura y, definitivamente,
las cualidades en las que esta se sustenta y al sujeto que las encarna,
la marginación de las mujeres de estos espacios o las dificultades para
acceder a ellos posee un anclaje que reenvía a otro aspecto de las rela-
ciones entre ellas y los varones. Tal aspecto se engarza también con la
domesticidad y los sentidos que la traspasan, mas en una lógica en la
que intervienen tanto el uso de los tiempos como las tareas desarro-
lladas. En efecto, limpiar la casa, preparar el alimento para la familia,
cuidar de los hijos e hijas, hacer los mandados y alistar la ropa, son acti-
vidades que insumen tiempos y esfuerzos que provienen casi de forma
exclusiva de las mujeres. Esa división sexual del trabajo conspira contra
la posibilidad de que ellas puedan abocarse a sostener cotidianamente
aquellas actividades que hacen a la organización colectiva y, por tanto,
a competir por la dirigencia de las mismas. Convertirse en una “líder”
no depende tan solo de la voluntad de hacerlo sino del despliegue de
niveles de activismo y participación social sostenidos en el tiempo y
que conducen a la visibilidad propia así como al reconocimiento de los
otros. Y cuando las mujeres se disponen a ello, como en el caso de Ica,
el estar en la casa cuidando de las/os otras/os o en las calles del barrio
hablando con los vecinos y vecinas, planificando acciones, convocando
a asambleas, discutiendo y negociando con los funcionarios del muni-
cipio, entrevistándose con integrantes de otras organizaciones o yendo
al local de la utd, tarde o temprano se torna en una tensa disyuntiva.
Y todo esto, como ya se ha dicho en tantas ocasiones, no es parte sus-
tantiva de la experiencia vital de los varones, por lo cual prácticas y
cosmovisiones sociales terminaron favoreciendo su presencia en los
espacios jerárquicos.

A Romero rogando y con el mazo dando


Entre 1997 y 2001, la Ruta Nacional 34 fue cortada en cinco opor-
tunidades por las y los pobladores de General Mosconi y Tartagal
con el propósito de poner límites al modelo neoliberal y revertir las
duras consecuencias que su profundización había provocado en esas

263
RUTAS ARGENTINAS HASTA EL FIN

comunidades. En esos enfrentamientos, las exigencias presentadas al


gobierno municipal, provincial, nacional y a las empresas públicas pri-
vatizadas fueron múltiples, y su heterogeneidad estuvo vinculada con la
diversidad no sólo de los problemas que debían enfrentar las comarcas
salteñas sino, también, con los sujetos involucrados en tales conflictos.
Entre ellos, las mujeres y sus acciones fueron notorias. Estuvieron entre
las primeras personas que levantaron las barricadas y, en ocasiones,
como en 1997, quisieron ser las últimas en irse reprochando a los varo-
nes los pactos acordados. También enfrentaron cuerpo a cuerpo a otros
varones, los que con la toga del juez, la investidura de la gobernación
o los uniformes de las fuerzas de seguridad se empeñaban en silenciar
sus protestas y acabar sus luchas. Y en esas luchas ellas hallaron incluso
los puentes para vertebrar sus experiencias, sus reclamos y sus propios
horizontes con los de las mujeres que cada jueves rondaban la Plaza de
Mayo exigiendo “Juicio y Castigo” a los culpables.
Sus estancias en la ruta se plasmaron asimismo en la organi-
zación colectiva que surgió de allí: la utd. Cimentaron sus pilares, su
estructura, su presencia en la comunidad, su proyección política y, a
veces, estuvieron entre sus dirigentes más encumbrados. Llevaron con
ellas los saberes aprendidos en otros tiempos y en otros espacios, aun
cuando el de la domesticidad adquirió una particular resonancia. Esa
domesticidad que abrigó roles diferenciados, desigualdades legitima-
das por medio de diversas prácticas y valoraciones de roles y sujetos,
maneras diversas de actuar políticamente, fue aceptada y tensada casi
con la misma intensidad. Y aun cuando sirvió para reforzar divisiones
sexuales ya conocidas, también posibilitó agrietar subordinaciones y
nominar incomodidades. Traspasar sus límites, en ocasiones de ida y
en ocasiones de vuelta, fue parte del despliegue singular que esas muje-
res llevaron a cabo.
Ni ellas ni los varones de la utd, de todos modos, formaron parte
de las movilizaciones que, durante el 19 y 20 de diciembre de 2001, lle-
varon a la renuncia de Fernando de la Rúa. De hecho, las comunidades
de General Mosconi y Tartagal prácticamente se mantuvieron pasivas
en esas jornadas. Quizás esa ausencia se debió a que diciembre, para
ellas y ellos, se había producido en junio, no en una homologación de
sus resultados sino por la magnitud del esfuerzo colocado en la acción
colectiva de protesta. Empero, las luchas de esas mujeres, como aque-
llas protagonizadas por las de Cutral Co y Plaza Huincul, contribuye-
ron a marcar y fortalecer el sendero de los enfrentamientos sociales y
políticos que concluyeron con la gestión presidencial de lo que quedaba
de la Alianza. Este capítulo buscó develar esos senderos interpretando
a esas mujeres piqueteras salteñas a partir de sus términos para volver
inteligibles sus marchas y contramarchas, las prácticas, las formas de
lucha y los sentidos que ellas les asignaron.

264
Conclusiones

Apesar de você
Amanhã há de ser outro dia
Você vai ter que ver
A manhã renascer
E esbanjar poesia
¿Como vai se explicar
Vendo o céu clarear, de repente,
Impunemente?
Como vai abafar
Nosso coro a cantar,
Na sua frente.
Apesar de você.

Fragmento de “Apesar de você”


Chico Buarque, 1970

Rutas argentinas hasta el fin se propuso una aventura: la de contar una


historia distinta sobre las confrontaciones sociales que desafiaron la
continuidad de la política neoliberal en la Argentina de la década de
1990; una historia cuya principal apuesta estuvo en examinar los cortes
de ruta ocurridos en Cutral Co y Plaza Huincul, y en General Mosconi
y Tartagal entre los años 1996 y 2001 a la luz de las mujeres que los
protagonizaron y que participaron en la edificación del sujeto político
surgido en ellos, los movimientos piqueteros.
Ciertos indicios cimentaron esa apuesta. Algunos podían divi-
sarse rápidamente, al situar la mirada en el devenir de los conflictos.
La conclusión de la primera pueblada en Cutral Co y Plaza Huincul
brindaba esa oportunidad. En esa ocasión, había sido una mujer, Laura
Padilla, quien firmó en representación de los y las habitantes de ambas
ciudades el acuerdo con el gobernador Felipe Sapag que permitió
levantar los cortes de ruta. Otras pistas surgían de los relatos de las pro-
pias mujeres. En ellos, se ubicaban como precursoras de esas protestas

265
RUTAS ARGENTINAS HASTA EL FIN

sosteniendo que habían sido las primeras en salir a las rutas y que,
de esa forma, habían “arrastrado” –tal el verbo que utilizaron varias
veces– a sus maridos.
Quiénes eran esas mujeres que asumieron tales iniciativas y
roles, que propusieron y debatieron el rumbo de los piquetes y también
cantaron, cocinaron y alentaron en ellos, cómo y por qué decidieron
llegar hasta las rutas, cuáles eran sus anhelos y sus reivindicaciones,
de qué manera y dónde las habían gestado, fueron las preguntas que
mapearon las páginas de este libro. Para contestarlas, fue necesario
reconocer sus experiencias, reconstruir sus trayectorias individuales
y colectivas, indagar en sus subjetividades y su cultura política, en las
relaciones tejidas entre ellas y con los varones con los que convivían
diariamente en esas particulares comunidades petroleras. En suma,
fue preciso situarlas en su biografía e historia colectiva dentro de
un entramado de relaciones cuya fisonomía estuvo delineada por la
impronta de ypf.
Como se señaló a lo largo de este trabajo, esa impronta no fue
uniforme. El mundo ypefeano guardó importantes diferencias entre
una y otra región, y también trazó contrastes en su interior. Sus alcan-
ces no fueron los mismos en Neuquén que en Salta y tampoco fueron
iguales las mujeres (ni los varones) que formaron parte de él. No ence-
rraba las mismas condiciones de vida ni similares significados sociales
ser una ypefeana o esposa de un ypefeano que una trabajadora domés-
tica, una maestra que una peluquera, la empleada de un pequeño
comercio que la enfermera de un hospital. Esas diferencias se expresa-
ron de diversos modos: en el poder adquisitivo, en ciertas aristas de sus
identidades en cuanto trabajadoras y mujeres, en determinadas formas
de relacionarse entre sí marcadas por distancias que derivaban ocasio-
nalmente en tensiones, enconos y desconfianzas. Pero a pesar de esa
heterogeneidad social y del desigual impacto que ypf tuvo en una y otra
zona, todas esas mujeres compartían la posibilidad de acceder a un
conjunto de beneficios provistos por la presencia de la petrolera estatal
que facilitaban sus vidas y el ejercicio de aquellas tareas devenidas de
la división sexual del trabajo. Así, contaban con opciones para ganarse
el sustento y, también, con escuelas, obras sociales, hospitales, cines,
centros culturales y deportivos que, desarrollados al calor de la empre-
sa, satisfacían muchas de las necesidades relativas a su rol de garantes
del cuidado y la supervivencia del hogar trabajador.
Otra instancia que la presencia de ypf talló de manera singular
fue la de los vínculos entre los varones y las mujeres dentro de las fami-
lias trabajadoras ypefeanas. Esos vínculos estuvieron marcados por el
poder de aquellos dentro del hogar emanado de su condición de pro-
veedores de la subsistencia familiar. Pero, además, por una importante
cuota de autonomía de las mujeres modelada, entre otras cuestiones,

266
Andrea Andújar

por las prolongadas ausencias masculinas que imponía el proceso


productivo petrolero. El hecho de que los trabajadores debieran per-
manecer varios días del mes en los campos de exploración y extracción
hidrocarburífera proveía a las mujeres de un amplio margen de deci-
sión para la gestión del presupuesto familiar, para la crianza de los hijos
e hijas, sobre el uso de su tiempo libre y sobre los lazos de sociabilidad
construidos fuera de las paredes de su casa.
Estos aspectos particulares de las también particulares relacio-
nes de género que hicieron a las experiencias de las y los trabajadores,
incidieron en el impacto que la privatización de ypf trajo para esas
comunidades. Como se demostró en estas páginas, sus efectos tuvie-
ron implicancias distintas para las mujeres que para los varones. Unas
y otros tampoco reaccionaron de igual manera cuando la venta de
ypf se llevó consigo no sólo las fuentes de trabajo sino también esos
bienes sociales y culturales tan apreciados de una forma tan devasta-
dora que evaporó incluso y en un breve lapso las diferencias sociales
entre las mujeres. En la ruta, todas ellas, igualadas en la primacía de
la desocupación y en muchos casos, en la soledad para hacer frente a
la subsistencia de sus hijos e hijas, terminaron por aunar sus intereses
y sus reclamos reconociéndose políticamente dentro de un colectivo
social cuyos contornos irían definiendo. También allí fueron advirtien-
do a sus adversarios, que eran múltiples –los gobiernos municipales,
provinciales y nacionales, las empresas y en ciertas oportunidades, los
medios de comunicación–, y planteando los términos y la arena de la
disputa con ellos.
Sin embargo, el examen de los efectos desestructurantes de la
privatización, con sus aristas genéricamente disímiles, no alcanzaba
para descifrar del todo el proceso ni las razones que habían llevado a
esas mujeres a trascender con sus acciones beligerantes las puertas de
sus casas. Menos aún teniendo en cuenta que para esas salidas, ellas
debieron sortear frecuentemente no sólo las negativas de sus familiares
varones, sino también las adversas connotaciones sociales que el espa-
cio público en el que se instalaron, las rutas, portaba respecto de una
presencia femenina duradera. Fue preciso, entonces, ahondar más en
las relaciones e identidades de clase y de género de esas mujeres, en los
espacios donde ellas tallaron su lectura política de la realidad, en sus
experiencias pretéritas de intervención política, en los pasajes de sus
historias que permitieran revelar por qué, por ejemplo, Laura Padilla y
Bety León se habían convertido en las caras más visibles de la primera
pueblada de Cutral Co y Plaza Huincul o cómo Ica se había vuelto una
de las personas más reconocidas políticamente de la utd en Salta.
Algunas señales para abordar esos interrogantes estuvieron
situadas en aquellos ámbitos de sociabilidad que esas mujeres usual-
mente frecuentaban, tales como el mercado, la oficina de la cooperadora

267
RUTAS ARGENTINAS HASTA EL FIN

escolar, la vereda del frente de la casa o la salida de una iglesia. Esos


territorios en general han sido escasamente escudriñados porque sus
contornos y las interacciones que se producen en su interior no adquie-
ren una apariencia tan nítida para la observadora o el observador
como aquella que refleja la sede de un sindicato, de un comité político
o de una sociedad de fomento. Sin embargo, constituir sus lugares de
encuentro habituales es importante para comprender cómo ciertas
mujeres construyen sus análisis políticos y toman decisiones colec-
tivas. Fue en tales espacios donde mediante esos diálogos que suelen
catalogarse como chismorreos, ellas intercambiaron pareceres sobre
sus vidas y sobre lo que sucedía a su alrededor, descubrieron preocupa-
ciones e intereses comunes, gestaron relaciones de confianza y consul-
taron entre sí lo que debían hacer. Así fue como Bety León, transitando
por la escuela de su hija, se animó a interpelar a las mujeres que como
ella habían asistido al festejo patrio el 20 de junio de 1996, para decidir
qué hacer ante la acuciante situación que atravesaba su comunidad. Y
también fue allí donde invitó a esas otras mujeres a encontrase en la
puerta de su casa para ir juntas a montar piquetes en las rutas. Pero
Bety se atrevió a esa acción en ese momento porque con muchas de
ellas ya tenía vínculos construidos durante las ocasiones en las que fue
a hacer las compras, salió a limpiar la vereda, llevó a sus hijos al colegio
o atendió la cooperadora. Esas instancias le brindaron la oportunidad
de avizorar cuánto del padecimiento de su familia era compartido por
tantas otras, de comenzar a discutir ideas para revertir esa situación y
proponer iniciativas que luego se amplificaron y cobraron una forma
precisa en el acto escolar de esa mañana.
Dimensionar la trascendencia de tales espacios para reconstruir
esas agencias femeninas abrió las puertas, entonces, a conocer con
mayor densidad un entramado de relaciones, experiencias y prácticas
políticas. También posibilitó desplazar ciertos límites de una historio-
grafía que había ubicado a las mujeres en esas confrontaciones como
acompañantes de las decisiones masculinas con base en el ejercicio
de una maternidad que fue politizada como parte de ese proceso.
Ciertamente, la defensa de la subsistencia del hogar actuó como un
impulso de peso para las salidas de esas mujeres, un recurso que ade-
más legitimó la ruptura de los lazos de la domesticidad y la apropiación
de los espacios públicos. De todos modos, la maternidad no explicaba
en sí misma demasiado, pues basar la interpretación en su ejercicio
no iluminaba cómo esas mujeres habían pasado de estar en sus casas,
tratando de ver de qué manera alimentaban a sus hijos, a disponer sus
cuerpos en la ruta y permanecer allí durante varios días. Historizar esa
maternidad asumiéndola como una construcción social atravesada
por experiencias de clase sexuadas y por las condiciones que hacían a
ese mundo ypefeano, y ubicarla como parte de las relaciones sociales

268
Andrea Andújar

de esas mujeres fue útil para compensar tal vacío analítico y, también,
para preguntarse por otras prácticas que aunque podían contenerla, la
excedían. Algunas de esas prácticas reenviaban a la división sexual del
trabajo social alentando a denotar las maneras en que esas mujeres, en
su aceptación de la responsabilidad socialmente asignada de garanti-
zar y distribuir los recursos de la comunidad, exigieron los derechos
derivados de esa obligación. Activaron a tal fin sus redes para enfrentar
a quienes obstaculizaban el ejercicio del cuidado para el que estaban
preparadas, politizando así las relaciones de la vida cotidiana al some-
ter a debate público desde las razones de la situación vivida, hasta a
quién dirigir el reclamo, con qué herramientas hacerlo, con quién con-
frontar o con quién aliarse en las acciones colectivas que planificaban.
Así lo hizo Ica cuando decidió levantar barricadas con dos mujeres más
a comienzos de la década de 1990 en la entrada de Coronel Cornejo
demandando el tendido de la red de agua potable para su comunidad.
Y también Nené en Campamento Vespucio, cuando bloqueó con sus
vecinos y vecinas la ruta en ese período para evitar la ejecución de las
hipotecas de las viviendas.
Mas al desenfocarse de la maternidad como un resorte exclusivo
de la agencia de las mujeres y también como una condición transparen-
te que todo lo explica en su mero enunciado, esta investigación pudo
reconocer otras trayectorias. Unas estuvieron ligadas a aquellos ámbi-
tos más tradicionalmente escrutados y a los que se hizo referencia ante-
riormente, tales como organizaciones sindicales y político-partidarias.
De ellos se nutrió el itinerario de Susana y de Estela, en la uom de Villa
Constitución y en la seccional neuquina de ate respectivamente, o de
Arcelia en Plaza Huincul, con su adscripción a la ucr. Otras se relacio-
naron con participaciones que involucraban la vida barrial, como ocu-
rrió con Laura Padilla y sus vecinos y vecinas cuando se organizaron
para reclamar a su municipio la reforestación de las veredas y la entrega
de los títulos de propiedad a aquellas familias que estaban instaladas
en las viviendas de manera precaria. Incluso fue posible encontrarlas
en instancias marcadas por especificidades que hacían a las mujeres
como protagonistas distintivas, tales como los Encuentros Nacionales
de Mujeres. O en acciones colectivas que fueron fundacionales para las
organizaciones piqueteras de las que participaron, como las encaradas
por Inés en General Mosconi cuando decidió junto con otras personas
tomar el Concejo Deliberante.
En suma, todas esas experiencias, complejas y múltiples, esos
terrenos de debate y de encuentro, esos particulares vínculos que cons-
truyeron con sus maridos, vecinos y vecinas, fueron los que abrieron
los puntos de fuga de una domesticidad cargada de tensiones y dieron
lugar a prácticas confrontativas que desafiaron el orden establecido,
los significados de la política y de la democracia, el lugar de las propias

269
RUTAS ARGENTINAS HASTA EL FIN

mujeres en esas comunidades y también, sus posibilidades de ejercer


el liderazgo de esos conflictos y de las organizaciones que surgieron
en ellos. Y permitieron nuevamente correr las fronteras de aquellas
interpretaciones provenientes de la literatura académica y política que
habían postulado la agencia de las mujeres devenidas piqueteras como
una irrupción inédita, carente de lazos hacia el pasado, desafiliada de
experiencias pretéritas de intervención público-política.
Ahora bien, la reconstrucción no sólo de lo que esas mujeres
hicieron en los piquetes y de cómo y por qué participaron en la gesta-
ción de los movimientos piqueteros sino también de sus prácticas pre-
vias, las experiencias pretéritas que ellas volcaron en sus salidas a las
rutas y que fundieron con nuevos aprendizajes, fue factible mediante el
acceso a la memoria a través del uso de la historia oral. La recurrencia
a esa metodología supuso para este trabajo un desafío metodológico
destinado a indagar de qué manera el género atravesaba la edificación
de los recuerdos y los olvidos, lo dicho y lo no dicho y también, cierta-
mente, las interpretaciones disciplinares sobre el pasado. Esa apuesta
posibilitó demostrar la estructuralidad del vínculo entre esos términos
al denotar la manera en que la construcción sociocultural de la dife-
rencia sexual y de las relaciones de poder articuladas en torno a ella ha
sustentado y sustenta las miradas sobre el pasado, tanto de la memoria
como de la Historia. Asimismo, dio lugar a comprender a esas mujeres
ya no sólo desde sus propias experiencias pasadas sino inscribiéndolas
en una saga de organizaciones y luchas encaradas por otros colectivos
de mujeres, como resultantes también de una tradición subterránea
que dio lugar a la transmisión de aprendizajes realizados por mujeres
de otros sectores sociales y de diversas geografías. En ese sentido, se
construyó una genealogía de movilización y participación política
femenina en la historia reciente de la Argentina que ponderó las expe-
riencias de organización y acciones confrontativas que las Madres de
Plaza de Mayo y los colectivos feministas impulsaron bajo el terro-
rismo estatal y los primeros gobiernos emergidos durante el período
posdictatorial. Así, este trabajo logró enlazar prácticas y aprendizajes
haciendo evidente de qué manera esas trayectorias pretéritas potencia-
ron la inscripción colectiva de las mujeres piqueteras en el escenario
público-político.
Finalmente, Rutas argentinas hasta el fin puso en evidencia que
a pesar de las proclamas en torno a la irremediabilidad de los destinos
colectivos signada por el fin de las utopías, la lucha de clases o la Histo-
ria, esas mujeres piqueteras fueron hacedoras de un mañana donde el
cielo volvió a clarear en las rutas en las que colectivamente cantaron,
resistieron e hicieron oír sus voces llevando buenas cosas. Ciertamente,
se trata de un “mañana” tan cercano en su pasado a nuestro presente
que requerirá ser revisitado una y otra vez para reflexionar sobre otras

270
Andrea Andújar

aristas que contribuyan, como se lo propuso esta investigación, a


develar los complejos ribetes que atraviesan a los sujetos históricos, los
múltiples clivajes en los que se edifican sus experiencias e identidades,
en los caminos nunca lineales que recorren y que los llevan a confluir
en una protesta, articulando tradiciones de lucha con nuevos aprendi-
zajes. Entre tanto, estas páginas esperan haber contribuido a que esas
preguntas se formulen poniendo en la escena analítica la clase y el
género, convencida de que es en sus cruces como puede comprenderse
más acabadamente la naturaleza, dimensión y alcance político de las
formas de organización y lucha que surgieron contra el neoliberalismo
en la Argentina.

271
Fuentes y bibliografía

Fuentes

Orales
Entrevistas realizadas en Neuquén
Alejandro Lillo, ex trabajador ypefeano, ex integrante del supe local.
Entrevista realizada en Neuquén capital, 4 de mayo de 2004.
Arcelia, esposa de ex obrero ypefeano. Nacida en Buenos Aires. Entrevista
realizada en Plaza Huincul, 20 de diciembre de 2003. Segunda
entrevista realizada en Cutral Co, en la casa de otra mujer llamada
Magdalena, el 7 de mayo de 2004.
Bety León, esposa de un ex obrero ypefeano. Nacida en Río Negro. Entrevista
realizada en Plaza Huincul, 8 de mayo de 2004.
Cecilia, desocupada, ex trabajadora como asistente odontológica. Nacida en
Buenos Aires. Entrevista realizada en Cutral Co, 17 de diciembre de 2003.
Clementina, desocupada, esposa de ex trabajador ypefeano. Nacida en Las Lajas,
Neuquén. Entrevista realizada en Plaza Huincul, 9 de mayo de 2004.
Dina, trabajadora de la fruta, esposa de ex trabajador petrolero. Nacida en
Neuquén capital. Entrevista realizada en Centenario, 16 de diciembre
de 2003.
Ernesto “Jote” Figueroa, trabajador de la construcción. Entrevista realizada
en Cutral Co, 20 de diciembre de 2003.
Estela “la Negra”, trabajadora de la administración pública. Nacida en Buenos
Aires. Entrevista realizada en Neuquén capital, 14 de diciembre de 2003.
Estela, enfermera de un hospital público, delegada de base de las y los
trabajadores del sector de salud. Nacida en Neuquén. Entrevista
realizada en Plaza Huincul, 20 de diciembre de 2003.
Familia de Teresa Rodríguez. Entrevista realizada en Plaza Huincul, 8 de
mayo de 2004.
Felipe Sapag, ex gobernador de Neuquén. Entrevista realizada en Neuquén
capital, 10 de mayo de 2004.

273
RUTAS ARGENTINAS HASTA EL FIN

Flor María, jubilada, madre de Teresa Rodríguez. Entrevista realizada en


Plaza Huincul, 8 de mayo de 2004.
Graciela y Ruth, militantes feministas de Agrupación “La Revuelta”.
Entrevista realizada en Neuquén capital, 23 de diciembre de 2003.
Jorge Muñoz, integrante de la Pastoral de Migraciones perteneciente a la
iglesia católica neuquina. Entrevista realizada en Neuquén capital, 16
de diciembre 2003.
Julio, docente de Cutral Co. Entrevista realizada en Cutral Co, 21 de
diciembre de 2003.
Laura Padilla, ex trabajadora docente. Nacida en Río Negro. Primera
entrevista realizada en General Roca, 17 de diciembre de 2003.
Segunda entrevista realizada en Cutral Co, 20 de diciembre de 2003.
Liliana Obregón, dirigente de aten capital. Nacida en Rosario. Entrevista
realizada en Neuquén capital, 11 de mayo de 2004.
Luis Tiscornia, docente universitario en Neuquén capital. Entrevista
realizada en Neuquén capital, 15 de diciembre de 2003.
Magdalena, jubilada. Nacida en Picún Leufú. Entrevista realizada en Cutral Co,
22 de diciembre de 2003. Segunda entrevista realizada el 7 de mayo de 2004.
María del Carmen, desocupada, militante del mtd del barrio San Lorenzo,
Neuquén capital. Entrevista realizada en el barrio San Lorenzo,
Neuquén capital, 23 de diciembre de 2003.
Miguel, desocupado. Nacido en Cutral Co. Entrevista realizada en Cutral Co,
20 de diciembre de 2003.
Mónica, desocupada, militante del mtd del barrio San Lorenzo, Neuquén
capital. Entrevista realizada en el barrio San Lorenzo, Neuquén
capital, 23 de diciembre de 2003.
Pedro, ex trabajador de ypf. Entrevista realizada en Cutral Co, 7 de mayo de
2004.
Raúl, desocupado. Nacido en Cutral Co. Entrevista realizada en Cutral Co, 21
de diciembre de 2003.
Rita Santarelli, funcionaria municipal. Entrevista realizada en Cutral Co, 7 de
mayo de 2004.
Sara, ex trabajadora ypefeana. Entrevista realizada en Plaza Huincul, 20 de
diciembre de 2003.
Stella Maris, empleada doméstica. Nacida en Mendoza. Entrevista realizada
en Cutral Co, 20 de diciembre de 2003.
Susana García, enfermera, ex delegada sindical de la uom Villa Constitución.
Nacida en Rosario. Entrevista realizada en Cutral Co, 7 de mayo de 2004.
Viviana, trabajadora de la fruta, esposa de ex trabajador petrolero. Nacida en
Chile. Entrevista realizada en el barrio Centenario, Neuquén capital,
16 de diciembre de 2003.
Grupo de cuatro mujeres de obrador del barrio San Lorenzo, Neuquén capital.
Entrevista realizada en el barrio San Lorenzo, Neuquén capital, 16 de
diciembre de 2003.

274
Andrea Andújar

Entrevistas realizadas en Salta

Cristina, desocupada, activista de la utd. Nacida en General Mosconi.


Entrevista realizada en General Mosconi, 22 de junio de 2004.
Estela, desocupada. Entrevista realizada en General Mosconi, 14 de junio de
2004.
Ica, desocupada, dirigente de la utd en Coronel Cornejo. Nacida en Coronel
Cornejo. Primera entrevista realizada en General Mosconi, 14 de junio
de 2004. Segunda entrevista realizada en Coronel Cornejo, 16 de junio
de 2004.
Inés, desocupada, integrante de la utd. Nacida en General Mosconi.
Entrevista realizada en General Mosconi, 11 de junio de 2004.
José “Pepino” Fernández, ex obrero ypefeano, dirigente de la utd. Nacido en
Campamento Vespucio. Entrevista realizada en General Mosconi, 18
de junio de 2004.
Liliana, desocupada. Nacida en Orán. Entrevista realizada en General
Mosconi, 15 de junio de 2004.
María Rosa, desocupada. Nacida en la provincia de Jujuy. Entrevista realizada
en General Mosconi, 15 de junio de 2004.
María Victoria, desocupada. Entrevista realizada en General Mosconi, 14 de
junio de 2004.
María, desocupada, ex propietaria de una peluquería, integrante de la utd.
Nacida en Bolivia. Entrevista realizada en General Mosconi, 13 de
junio de 2004.
Marina, jubilada, esposa de un trabajador de ypf. Entrevista realizada en
General Mosconi, 12 de junio de 2004.
Mario Reartes, ex obrero ypefeano, dirigente de la Coordinadora de Ex
Trabajadores Ypefeanos del Departamento de General San Martín.
Nacido en General Mosconi. Entrevista realizada en General Mosconi,
18 de junio de 2004.
Mario Saracho, ex trabajador ypefeano. Nacido en General Mosconi.
Entrevista realizada en General Mosconi, 14 de junio de 2004.
Mónica, propietaria de un almacén, esposa de un ex obrero ypefeano. Nacida
en General Mosconi. Entrevista realizada en General Mosconi, 20 de
junio de 2004.
Nancy, empleada administrativa de la utd. Nacida en General Mosconi.
Entrevista realizada en General Mosconi, 13 de junio de 2004.
Nené, desocupada, esposa de un ex trabajador de ypf integrante del personal
jerárquico. Nacida en Campamento Vespucio. Entrevista realizada en
Campamento Vespucio, 23 de junio de 2004.
Raúl González, ex trabajador ypefeano, integrante de la Coordinadora de Ex
Trabajadores Ypefeanos del Departamento de General San Martín.
Nacido en General Mosconi. Entrevista realizada en General Mosconi,
19 de junio de 2004.

275
RUTAS ARGENTINAS HASTA EL FIN

Rodolfo Peralta, ex trabajador del sector de seguridad patrimonial de ypf,


dirigente de la utd. Nacido en Tartagal. Entrevista realizada en
General Mosconi, 17 de junio de 2004.
Víctor, desocupado. Nacido en General Mosconi. Entrevista realizada en
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Cámara de Diputados de la Provincia de Neuquén.
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295
RUTAS ARGENTINAS HASTA EL FIN

Glosario de siglas

alma Asociación para la Liberación de la Mujer Argentina


and Asociación Neuquina de Docentes
ate Asociación de Trabajadores del Estado
atem Asociación de Estudio y Trabajo de la Mujer-25 de
noviembre
aten Asociación de Trabajadores de la Educación de Neuquén
atsa Asociación de Trabajadores de la Sanidad Argentina
atyp Agrupación de Trabajadores Ypefeanos contra la
Privatización
ccc Corriente Clasista y Combativa
ceipa Cámara Empresarial, Industrial y Petrolera, Cutral Co y
Plaza Huincul, Neuquén
cels Centro de Estudios Legales y Sociales
cem Centro de Estudios de la Mujer
cgtra Confederación General del Trabajo de la República
Argentina
conadep Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas
conadu Confederación Nacional de Docentes Universitarios
copade Consejo de Planificación y Acción para el Desarrollo
copelco Cooperativa de Previsión de Servicios Públicos, Crédito y
Vivienda de Cutral Co Ltda.
cta Central de Trabajadores Argentinos
ctera Confederación de Trabajadores de la Educación de la
República Argentina
ctd Coordinadora de Trabajadores Desocupados
dinicie Dirección Nacional de Información y Evaluación de la
Calidad Educativa
elma Empresas Líneas Marítimas Argentinas
ende Empresas Nacionales de Energía
entel Empresa Nacional de Telecomunicaciones
eph Encuesta Permanente de Hogares
faspygp Federación Argentina Sindical del Petróleo y Gas Privados
fertinen Fertilizantes Neuquén
frepaso Frente País Solidario
iiege Instituto Interdisciplinario de Estudios de Género de la
Facultad de Filosofía y Letras de la uba
indec Instituto Nacional de Estadística y Censos
indeso Instituto de Estudios Jurídico Sociales de la Mujer
medh Movimiento Ecuménico por los Derechos Humanos
mercosur Mercado Común del Sur
mlf Movimiento de Liberación Femenina
mpn Movimiento Popular Neuquino

296
Andrea Andújar

mta Movimiento de Trabajadores Argentinos


mtd Movimiento de Trabajadores Desocupados
ospe Obra Social Petrolera
pc Partido Comunista
pen Poder Ejecutivo Nacional
pimsa Programa de Investigación sobre el Movimiento de la
Sociedad Argentina
pj Partido Justicialista
po Partido Obrero
ppp Programa de Propiedad Participada
prn Proceso de Reorganización Nacional
prs Partido Renovador de Salta
ptp Partido del Trabajo y del Pueblo
soem Sindicato de Obreros y Empelados Municipales
soiva Sindicato de Obreros de la Industria del Vestido y Afines
supe Sindicato Unidos Petroleros de Estado
uba Universidad de Buenos Aires
ucr Unión Cívica Radical
uda Unión Docente Argentina
udpron Unión de Docentes de la Provincia de Neuquén
uespo Unidad Especial de Policía, Neuquén
ufa Unión Feminista Argentina
uma Unión de Mujeres Argentinas
unter Unión de Trabajadores de la Educación de Río Negro
uocra Unión de Obreros de la Construcción de la República
Argentina
uom Unión Obrera Metalúrgica
utd Unión de Trabajadores Desocupados, General Mosconi,
Salta
ute Uniones Transitorias de Empresas
ypf Yacimientos Petrolíferos Fiscales

297
Esta edición se terminó de imprimir
en el mes de dictiembre de 2014 en Docuprint.
Tacuarí 123, CABA, C1071AAC

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