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Rodrigo Alsina

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REVISTA CIDOB d’AFERS

INTERNACIONALS 36.
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Espacios de la interculturalidad.

Elementos para una comunicación intercultural.


Miquel Rodrigo Alsina
Afers Internacionals, núm. 36, pp. 11-21

Elementos para
una comunicación intercultural
*Miquel Rodrigo Alsina

Para empezar, hay que precisar que la comunicación intercultural es un campo de


investigación relativamente reciente (Rodrigo, 1996a). Esto hace que, en muchos casos,
todavía sea necesaria una mayor investigación para poder exponer conclusiones total-
mente fundamentadas. Todos los inicios de un nuevo campo de estudio producen sen-
timientos encontrados. Por un lado, se tiene una cierta desesperanza ante el enorme
trabajo que queda por hacer. Pero, por otro lado, se experimenta una enorme ilusión
por lo mucho que se va descubriendo a cada paso. Por mi parte, en este artículo, pre-
tendo exponer algunas ideas para conseguir una cierta competencia intercultural, tanto
en la vertiente cognitiva como emotiva. Por último reseñaré algunos de los objetivos
de la comunicación intercultural tal y como yo la entiendo. Pero lo primero que hay
que hacer, como señalan algunos autores (Kymlicka, 1996:36), es una clarificación ter-
minológica ya que conceptos como interculturalidad o multiculturalidad han recibido
definiciones distintas, cuando no contradictorias. En la situación actual de la investi-
gación no se trata tanto de imponer una definición a la comunidad científica sino, al
menos, de aclarar los conceptos utilizados en el texto.

*Profesor de la facultad de Ciencias de la Comunicación, Universitat Autònoma de Barcelona (UAB).

Quisiera expresar mi agradecimiento al Ministerio de Educación y Ciencia español (DGICYT) que finan-
ció mi investigación sobre la comunicación intercultural. También es necesario expresar mi reconoci-
miento a la Fundació CIDOB y a su Espai de Comunicació Intercultural (ECI) que trabaja con gran seriedad
para el estudio y desarrollo de este cada vez más importante ámbito de las relaciones humanas.
Miquel Rodrigo Alsina

CLARIFICACIÓN TERMINOLÓGICA
Hay un trabajo que los investigadores interesados en la interculturalidad deberán
plantearse a no tardar. Se trata de la clarificación terminológica de los conceptos que
se utilizan. Como señala Vertovec (1996:50) el multiculturalismo es un concepto que,
a partir de los años setenta, se ha incorporado al discurso de muchas disciplinas y que
ha sido utilizado por muy distintos actores sociales: educadores, políticos, asistentes
sociales, etc. No siempre por este concepto se ha entendido lo mismo. Incluso bajo la
etiqueta del multiculturalismo se han desarrollado propuestas sociales contrapuestas.
Esto hace que los conceptos al ser usados, dentro de distintos contextos, con una nota-
ble ambigüedad deban ser permanentemente redefinidos, para que el lector sepa, en
cada momento, cuál es el significado para el autor. Cierto es que este campo de estu-
dio es relativamente reciente y, es de suponer que durante su consolidación, la comu-
nidad científica irá seleccionando las teorías y los conceptos mayoritariamente aceptados.
Mientras tanto, debemos concretar lo más posible los términos que utilizamos.
Un elemento en el que varios autores parecen estar de acuerdo es que a la hora de
hablar de multiculturalismo se tiene que pensar qué se entiende por cultura. Para Vertovec
(1996: 51) en muchos de los diversos usos del multiculturalismo hay implícita una con-
cepción esencialista de cultura. La cultura sería una serie de rasgos más o menos gaseo-
sos que diferencia y distingue a los distintos pueblos. Kymlicka (1996:35) señala que si
la multiculturalidad engloba a todas las personas de grupos sociales no étnicos que se
sienten excluidos del núcleo dominante de la sociedad (discapacitados, mujeres, homo-
sexuales, obreros, ateos, etc.), todo Estado es multicultural, por muy homogéneo que sea
étnicamente. Esta concepción amplia de multiculturalidad es recogida por distintos auto-
res (Escoffier, 1991; Israel, 1995). Pero para Kymlicka (1996:36) el multiculturalismo
se basa en las diferencias nacionales y étnicas: “(...) utilizo ‘cultura’ como sinónimo de
‘nación’ o ‘pueblo’; es decir, como una comunidad intergeneracional, más o menos com-
pleta institucionalmente, que ocupa un territorio o una patria determinada y comparte
una lengua y una historia específicas. Por tanto, un Estado es multicultural bien si sus
miembros pertenecen a naciones diferentes (un Estado multicultural), bien si éstos han
emigrado de diversas naciones (un Estado poliétnico), siempre y cuando ello suponga
un aspecto importante de la identidad personal y la vida política”.
Hay que advertir que, como recoge Vertovec (1996: 55-56), detrás del multicul-
turalismo puede encontrarse los rastros del nuevo racismo, el racismo sin razas, y de
una retórica de la exclusión. Como ya he señalado en otro lugar (Rodrigo, 1996b) uno
de los peligros actuales es que el principio de exclusión basado en la diferenciación por
la raza, categoría que ha sido ya rechazada por la ciencia, sea reemplazado por el de
identidad cultural. Esto nos obliga a tener muy en cuenta los objetivos que se dibujan
detrás de las distintas propuestas multiculturalistas. Lamo de Espinosa (1995:18) afir-

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Elementos para una comunicación intercultural

ma que “...entiendo por multiculturalismo (como hecho) la convivencia en un mismo


espacio social de personas identificadas con culturas variadas. Y entiendo (también)
por multiculturalismo (como proyecto político, en sentido, pues, normativo), el res-
peto a las identidades culturales, no como reforzamiento de su etnocentrismo, sino al
contrario, como camino, más allá de la mera coexistencia, hacia la convivencia, la fer-
tilización cruzada y el mestizaje. En este sentido normativo quedaría fuera lo que podrí-
amos llamar “multiculturalismo radical” o defensa “del desarrollo de las culturas separadas
e incontaminadas” y, por lo tanto, como rechazo del mestizaje, un multiculturalismo
que, ciertamente, puede conducir a un nuevo racismo o nacionalismo excluyente”.
Por mi parte, entiendo por multiculturalismo la coexistencia de distintas culturas
en un mismo espacio real, mediático o virtual; mientras que la interculturalidad sería
las relaciones que se dan entre las mismas. Es decir que el multiculturalismo marcaría
el estado, la situación de una sociedad plural desde el punto de vista de comunidades
culturales con identidades diferenciadas. Mientras que la interculturalidad haría refe-
rencia a la dinámica que se da entre estas comunidades culturales. El problema que se
plantea es qué se entiende por comunidad cultural o, más concretamente, cuáles son
los diferenciadores culturales que me permiten constatar su existencia. Debo recono-
cer que, con la intención de simplificar mi aproximación, no voy a tener en cuenta los
criterios de género, opción sexual, etc. Así, focalizaré las relaciones interculturales exclu-
sivamente en los distintos grupos étnicos.
Por contra, estoy de acuerdo con Israel (1995:63) “que la realidad es multicultu-
ral, plural y diversa es un hecho, un punto de partida. Intentar que sea intercultural
pasa por el desarrollo de dispositivos comunicativos interculturales.” Y esto es lo que
se pretende, precisamente, en los próximos apartados.

LA COMPETENCIA INTERCULTURAL
La cuestión que me planteo es cómo se puede conseguir una comunicación inter-
cultural eficaz. Es decir, cómo se puede ser competente desde el punto de vista inter-
cultural. Para ello sigamos con la clarificación terminológica. Podríamos definir la
competencia intercultural como la “(...) habilidad para negociar los significados cul-
turales y de actuar comunicativamente de una forma eficaz de acuerdo a las múltiples
identidades de los participantes” (Chen y Starosta, 1996: 358-359). Pero hay que tener
en cuenta que una comunicación eficaz no quiere decir una comunicación totalmen-
te controlada y sin ambigüedades. La teoría de la comunicación ya ha señalado repeti-
damente que una comunicación perfecta, incluso entre interlocutores de la misma

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cultura, es realmente muy difícil. Las personas interpretan los mensajes de acuerdo con
sus conocimientos que pueden coincidir, aproximadamente, con los del autor de los
mismos o pueden coincidir muy poco.
Umberto Eco (1985:180) propuso el término de “descodificación aberrante” para
designar no una interpretación errónea sino una interpretación distinta en relación a
las intenciones del enunciador. Es decir, en el mejor de los casos, el receptor lleva a
cabo una interpretación aproximada en el sentido pretendido por el emisor. Sin embar-
go, también hay unos límites a la interpretación. No toda interpretación es la adecua-
da para una comunicación eficaz. Al respecto, Eco (1987) distingue la interpretación
del uso. La interpretación significa limitarse al universo del propio discurso. Todo texto
tiene una serie de interpretaciones sino legítimas, si al menos legitimables. El uso, por
contra, significa tomar el discurso como una excusa para interpretar mucho más de lo
que el propio texto propone. Como señala Eco (1987:26) “El uso libre que se puede
hacer no tiene nada que ver con su interpretación, a pesar de que tanto la interpreta-
ción como el uso presuponen siempre la referencia a un texto-origen, aunque sea como
pretexto. Uso e interpretación son, por supuesto, dos modelos abstractos. Una lectura
determinada es siempre el resultado de una combinación determinada entre estos dos
tipos de procedimiento.” La comunicación intercultural nos obliga a reformular esta
distinción entre uso e interpretación. En la comunicación intercultural se puede tener
la impresión de que el interlocutor hace un uso de nuestro discurso porque sobrepasa
los límites de las interpretaciones legítimas dentro de nuestra cultura. Sin embargo, el
problema no es que los interlocutores hagan un uso del discurso, sino que simplemente
la interpretación se hace a partir de otros criterios. Hay que tener en cuenta que las
interpretaciones no son universales ni acrónicas. Es decir, varían de una cultura a otra
y también cambian, a lo largo del tiempo, en el seno de una misma cultura. Esta pre-
cisión, en el caso de la comunicación intercultural, entre las categorías de interpreta-
ción y uso es importante porque hay que entender que es posible que las personas de
otras culturas no hacen, necesariamente, un uso malintencionado o malicioso de nues-
tro discurso, sino que simplemente apliquen otros criterios interpretativos. Si no se
tiene en cuenta esto se puede caer en la incomprensión de los malentendidos. Es nece-
sario que estemos preparados para los posibles malentendidos. Para comprender al
otro hay que comprender, en primer lugar, su incomprensión.
¿Así, qué entendemos por una comunicación eficaz? La respuesta no será segura-
mente demasiado satisfactoria, pero se podría decir que una comunicación es eficaz
cuando se llega a un grado de comprensión aceptable para los interlocutores. No es una
comunicación perfecta, sino simplemente de una comunicación suficiente. A pesar de
tratarse de una propuesta de mínimos, hay que decir que, por lo que respecta a la comu-
nicación intercultural, nos encontramos ante un reto que no es nada fácil. Uno de los
objetivos de los teóricos de la comunicación es estudiar el proceso de la comunicación

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Elementos para una comunicación intercultural

para mejorarlo. Se trata de establecer los elementos esenciales del proceso y su funcio-
namiento. Normalmente, cuando nos comunicamos con nuestra propia lengua y con
alguien de nuestra propia cultura, no somos demasiado conscientes del proceso de la
comunicación. Se podría decir que habitualmente actuamos como con piloto automá-
tico. Sin embargo, en la comunicación intercultural solemos ser mucho más conscien-
tes de los diferentes elementos del proceso de la comunicación. Seguramente es debido
a las dificultades que son propias de la comunicación intercultural. Incluso las personas
con la mejor predisposición posible hacia los contactos interculturales, saben de las difi-
cultades que se dan en la comunicación entre personas de distintas culturas. Para con-
seguir una competencia intercultural se tiene que producir una sinergia de los ámbitos
cognitivo y emotivo para la producción de una conducta intercultural adecuada.

LA COMPETENCIA COGNITIVA
Veamos, en primer lugar, lo que se entiende por competencia cognitiva intercul-
tural. Chen y Starosta (1996: 366) señalan que las personas tienen una competencia
cognitiva intercultural mayor cuando “(...) tienen un alto grado de auto-conciencia y
conciencia culturales”. Esto implica que, en primer lugar, se tiene que tener concien-
cia de nuestras propias características culturales y de nuestros procesos comunicativos.
Es necesario que hagamos un esfuerzo para re-conocernos, para conocernos de nuevo.
Quizás en este aspecto la comunicación intercultural pueda ser de gran utilidad, pues
es en estos contactos cuando nos damos cuenta de muchas de nuestras características
culturales, que en otras circunstancias nos pasan desapercibidas. En segundo lugar,
debemos conocer a las otras culturas y sus procesos de comunicación. Hay que recor-
dar que la imagen, que mayoritariamente tenemos de las otras culturas y pueblos, pasa
por el cedazo de la forma cómo se ha explicado nuestras relaciones con ellos y de la
imagen que transmiten los medios de comunicación (Affaya, 1996). Pensar de nuevo
nuestra cultura desde la perspectiva de otra cultura puede ser un ejercicio muy esti-
mulante y enriquecedor que nos permitirá tener una mejor consciencia de nosotros
mismos. Ya se sabe que, a veces, para hacer un juicio autocrático sobre lo propio es
mejor tomar una cierta distancia. Así tanto Cadalso, en 1789 en sus Cartas Marruecas
como Montesquieu, en 1721 en sus Lettres Persanes crearon personajes de otros conti-
nentes para criticar la sociedad de su época. De esta forma sus personajes se podían
asombrar sobre actitudes y comportamientos que para los españoles y franceses le pare-
cían de sentido común. Cuando digo de sentido común, me refiero al sentido comu-
nitario, es decir la interpretación consensuada y aceptada por la mayoría de la comunidad.

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Sin embargo, hay que tener en cuenta que en muchas ocasiones no se es plenamente
consciente de cómo la realidad se construye y legitima a través del propio lenguaje.
Recordemos, por ejemplo, que la palabra española extranjero proviene del francés anti-
guo estrangier que procede a su vez de estrange, que significa extraño. De acuerdo con
el diccionario de María Moliner la palabra extranjero/a nos remite entre otros a los
siguientes términos: “bárbaro”, exótico”, “extraño”o “indeseable”. Si miramos su sig-
nificado en francés comprobaremos que el universo de sentido que se crea es bastante
similar. Según el diccionario Le Petit Robert el adjetivo “étranger” o “étrangère” nos
remite, entre otros, a los siguientes adjetivos: “diferente”, “desconocido”, “extraño”,
“ignorante” o “insensible”. El tomar conciencia de los distintos significados de las pala-
bras es un primer paso importante, porque la lengua está ligada a las estructuras cul-
turales de una comunidad. Como señala Weber (1996:20) “lo que digo o pienso del
otro depende, así pues, en primer lugar del carácter específico de mi propia lengua.”
Para establecer una comunicación intercultural hace falta un mínimo de conoci-
miento. En primer lugar, tiene que haber una lengua común. Pero si se puede ampliar
este conocimiento lingüístico a una enciclopedia común la comunicación será mucho
más fácil. Eco (1990:134) señala que “... aun cuando desde el punto de vista de una
semiótica general pueda postularse la enciclopedia como competencia global, desde el
punto de vista sociosemiótico es interesante determinar los diversos grados de posesión
de la enciclopedia, o sea, las enciclopedias parciales (de grupo, de secta, de clase, étni-
cas, etc.)”. Es decir que, además de la enciclopedia de la cultura en que hemos sido
socializados, cada día es más necesario tener acceso a la enciclopedia de otras culturas.
En definitiva hay que tener en cuenta que si se conoce también algo de la cultura ajena,
habrá muchos menos malentendidos.
La comunicación no es sólo un intercambio de mensajes. Es, sobretodo, una cons-
trucción de sentido. Un discurso puede tener diferentes niveles de lectura a los que sólo
las personas con un buen conocimiento de la cultura de origen pueden acceder. En
cualquier caso, la comunicación intercultural comporta frecuentemente un cierto grado
de incertidumbre. La incertidumbre es un fenómeno cognitivo que condiciona bas-
tante nuestra comunicación, porque nos coloca en una situación de duda, de insegu-
ridad. Se pueden establecer dos tipos de incertidumbre (Gudykunst, 1995: 10):
a) Hay una incertidumbre predictiva que hace referencia a la incertidumbre
que tenemos en relación a la predicción de las actitudes, sentimientos, creencias,
valores y conductas de los forasteros. Es decir que hay cierta duda cuando se tiene
que predecir el desarrollo de la interacción comunicativa con un extranjero. En oca-
siones no se sabe muy bien cómo se va a desarrollar una relación con una persona
de otra cultura.
b) Hay también una incertidumbre explicativa. En este caso la incertidumbre es
en relación a las actitudes, los sentimientos y los pensamientos de los extranjeros. En

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ocasiones, es difícil encontrar explicaciones, de acuerdo con nuestros propios criterios


culturales, a ciertas reacciones de los forasteros.
Es cierto que en toda interacción, hay un cierto grado de incertidumbre. Pero
hay un máximo y un mínimo. El grado máximo de incertidumbre hace la comuni-
cación muy difícil, pero el mínimo puede implicar una relación aburrida. La comu-
nicación eficaz se produce cuando la incertidumbre se sitúa en un término medio. Es
evidente que un gran conocimiento de otra cultura permitirá una comunicación inter-
cultural más eficaz. Debemos reconocer que, habitualmente, se conoce muy mal las
otras culturas. La mayoría de las veces las conocemos a partir de la posición etno-
céntrica de nuestra propia cultura (Rodrigo, 1996c) y con los estereotipos que ésta
nos ofrece. Como señala Affaya (1996:25-26) “sólo una verdadera interculturalidad,
justa y humanista, puede desmitificar los estereotipos y las falsas imágenes”. Pero la
ausencia de conocimiento produce la tendencia a utilizar estereotipos. Un estereoti-
po es una simplificación de la realidad. Cuando no se tiene demasiada información
sobre un tema se utilizan tópicos o lugares comunes que nos permiten una interpre-
tación socialmente aceptable, pero seguramente falsa. El conocimiento más profun-
do del otro sirve para superar los estereotipos y nos obliga a buscar interpretaciones
alternativas a las de los lugares comunes. Como señala Weber (1996:22), “sin la supe-
ración de uno mismo, la interculturalidad no tiene ningún sentido.” Éste es uno de
los retos de la comunicación intercultural: nos obliga a cambiar, nos obliga a traba-
jar con puntos de vista alternativos. Esta alternación interpretativa supone aumentar
nuestro nivel de complejidad cognitiva. Las personas con una mayor complejidad
cognitiva tienen una visión de los otros más amplia y sutil, también tienen interpre-
taciones menos rígidas y más adaptables. Frente a un paradigma de la simplificación
que ha sido la dominante hasta ahora, empieza a desarrollarse el paradigma de la com-
plejidad (Morin, 1994), donde la contradicción coexistente es posible. Comprendemos
nuestro entorno con las categorías sociales que hemos adquirido en nuestra cultura.
Si viviéramos en una comunidad monocultural estas categorías serían suficientes. Sin
embargo, hoy en día, deben quedar pocas sociedades totalmente monoculturales. En
todo caso, la interacción intercultural nos obliga a tener nuevas categorías que nos
permitan dar un sentido adecuado a las conductas de los otros. Finalmente, para
adquirir una cierta competencia cognitiva intercultural, se hace necesario poner en
práctica procesos metacomunicativos. Hay que metacomunicarse. Es decir, ser capaz
de explicar lo que queremos decir cuando decimos algo. En la comunicación inter-
cultural, las presuposiciones o los sobreentendidos deben ser explicados. Esto nos
lleva a una comunicación seguramente menos ágil. Sin embargo, en todo caso, un
control más estricto sobre la interpretación ajena es indispensable. No hay que tener
por seguro que nuestro interlocutor va a interpretar nuestro mensaje de acuerdo con
el sentido que le damos.

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LA COMPETENCIA EMOTIVA
La competencia intercultural emotiva se produce “(...) cuando las personas son
capaces de proyectar y de recibir las respuestas emocionales positivas antes, durante y
después de las interacciones interculturales” (Chen y Starosta, 1996: 358-359). Las
relaciones emotivas son también muy importantes en la comunicación, en general, y
en la comunicación intercultural en particular.
Uno de los problemas emotivos de la comunicación intercultural es la ansiedad.
La ansiedad es un elemento emotivo que puede perturbar la interacción intercultural
(Gudykunst, 1995:12); una respuesta emotiva a situaciones en las que se prevén que
pueden darse consecuencias negativas; es un desequilibrio generalizado que nos hace
sentir incomodos o preocupados. Si la ansiedad experimentada es de un nivel dema-
siado alto, nuestra comunicación intercultural será ineficaz, pero si por contra es dema-
siado bajo, no se estará motivado para iniciar la comunicación. Una habilidad que
debemos ejercer para controlar nuestra ansiedad es la tolerancia frente a la ambigüe-
dad. Es decir, se ha de ser capaz de ser eficaz precisamente en las situaciones en las que
la mayoría de la información que necesitamos, para actuar efectivamente, nos es des-
conocida (Gudykunst, 1993:59). Otro elemento bastante importante es nuestra capa-
cidad empática. La empatía es la facultad de identificarse con el otro, de sentir lo que
él siente. Es decir, se trata de ser capaz de comprender y de experimentar los senti-
mientos ajenos, pero a partir de los referentes culturales del otro.
Finalmente, la motivación es otro de los elementos importantes. ¿Cuáles pueden
ser las motivaciones para iniciar una comunicación intercultural? Inicialmente se debe
dar el interés hacia las demás culturas. Pero hay que prevenirse contra el interés hacia
lo anecdótico o dirigido, exclusivamente, a reafirmar la bondad de nuestros valores en
relación a las otras culturas. Se trata de otro tipo de interés o de deseo. De hecho, se
trata de una pluralidad de deseos que se pueden producir en cascada, sucesivamente.
En primer lugar, tenemos el deseo de conocer. La curiosidad, el interés para cono-
cer a las otras culturas con formas de actuar semejantes o diferentes es uno de los princi-
pales motores de la motivación. Pero, como ya he apuntado anteriormente, no hay que
caer en la trampa del exotismo, que se limita a una mirada superficial sobre las culturas.
En segundo lugar, aparece el deseo de aprender. La necesidad de tener gratificaciones sim-
bólicas o materiales es una de las razones para establecer la comunicación. El aprendiza-
je puede ser una buena gratificación en este deseo de conocimiento. Pero hay que tener
una buena disposición hacia al aprendizaje a fin de enriquecernos con la comunicación
intercultural. En tercer lugar, se debe dar el deseo de romper las barreras culturales. La
atracción hacia lo intercultural nos obliga a estar dispuestos a cambiar. Al menos debe-
mos aceptar el reto de una mirada sin prejuicios y de comprender otros modelos de inter-
pretación de la realidad. Como señala Weber (1996:22) “... nos tenemos que dar cuenta

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de que todas las culturas poseen una coherencia propia que cada una identifica con la ver-
dad. Por tanto la reflexión intercultural ha de desembocar en la constatación de que la
verdad es plural y relativa y que cada cultura tiene que trabajar en la superación de sus
propios horizontes si quiere comprender más libre y objetivamente los valores del otro.”
En cuarto y último lugar, estaría el deseo de re-conocernos, de conocernos de
nuevo. Es decir, de re-construir nuestra identidad. El tema de la identidad es suficien-
temente importante como para desarrollarlo algo más, ya que me parece un tema esen-
cial en la comunicación intercultural. Si es gracias al otro que formamos nuestra identidad
personal, es gracias a las otras culturas que tenemos una identidad cultural. Pero “la
idea de una identidad como una cosa unitaria, estable y fija por encima del tiempo es,
seguramente, una ilusión a pesar de su funcionalidad” (Fitzgerald, 1993:13). Nuestra
identidad personal es plural, como también lo es la identidad del otro. En relación a
la identidad cultural, Todorov (1988:22) afirma que la cultura sólo puede evolucionar
a partir de los contactos interculturales. Es decir, que lo intercultural es la base de lo
cultural (Botey, 1996:4). Se trata simplemente de descubrir el origen intercultural de
nuestras culturas. Como señala Kymlicka (1996: 40) “la mayoría de los países ameri-
canos son multinacionales y poliétnicos, como la mayoría de los países del mundo. Sin
embargo, muy pocos países están preparados para admitir esta realidad”. Es curioso
cómo el mestizaje cultural de los países se suele ocultar, asumiendo sobre todo como
propio aquello que da una imagen impoluta de la identidad cultural del país. Sin embar-
go, la interculturalidad de la cultura española o de la cultura catalana, si se quiere, es
bastante fácil de descubrir. Es decir, que la identidad cultural es, al menos en su ori-
gen, también plural. En relación a la identidad de las otras culturas, considero también
muy interesante la idea de Hassanain (1995:25) que cree que se debe hablar del dere-
cho a la semejanza. Se habla mucho del derecho a la diferencia, pero muy poco del
derecho al reconocimiento en las otras culturas. Creo que es muy importante intentar
reconocernos en otras culturas.

OBJETIVOS DE LA COMUNICACIÓN INTERCULTURAL


A pesar de las dificultades apuntadas, parece evidente que cada día es más impor-
tante el conseguir una comunicación intercultural eficaz. Escoffier (1991:71) estable-
ce una guía para llevar a cabo el diálogo intercultural:
1. Nada es inmutable. Cuando se inicia un diálogo uno debe estar potencialmente
abierto al cambio.
2. No hay posiciones universales. Todo está sujeto a crítica.

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3. Hay que aprender a aceptar el conflicto y la posibilidad de que se hieran los


sentimientos.
4. Hay cierta perversidad en la historia que nos han enseñado. Nuestras identi-
dades se han hecho en oposición a la de los otros.
5. Nada está cerrado. Cualquier cuestión puede siempre reabrirse.
Por mi parte, no quisiera acabar este artículo sin intentar sintetizar algunos de
los objetivos de la comunicación intercultural. En primer lugar, se trataría de esta-
blecer los fundamentos del intercambio intercultural. Se debe empezar un diálogo
intercultural para conocer a los otros. Este diálogo debe ser crítico, pero también auto-
crítico. Como apunta Weber (1996), la interculturalidad, bien entendida, empieza
por uno mismo. En segundo lugar, hay que eliminar los estereotipos negativos que
cada cultura produce de las otras culturas. A lo largo de la historia, los pueblos han
deshumanizado a los otros pueblos, porque han querido representarlos como sus ene-
migos. Este proceso ha permitido la creación del otro inhumano. Tengamos en cuen-
ta que algunos de estos estereotipos siguen siendo de uso habitual en las culturas. De
hecho lo que se está reclamando con la interculturalidad es un cambio de mentali-
dad. En tercer lugar, se trata de iniciar la negociación intercultural (Pinxten, 1996).
Es importante iniciar la negociación a partir de una posición de igualdad. Esto no
significa ignorar la existencia de los poderes internacionales desequilibradores. Hay
que ser consciente de esta circunstancia y, dentro de lo posible, intentar un reequili-
brio. En cualquier caso, ni el paternalismo ni el victimismo son actitudes positivas
para la negociación intercultural. Tampoco hay que caer en la ingenuidad de un
voluntarismo ciego. La apuesta por la interculturalidad se va a ver enfrentada no sólo
a las posturas intransigentes del racismo cultural, sino también a los intereses políti-
cos y económicos de los Estados que van creando la imagen de los enemigos según
sus conveniencias históricas. La guerra del Golfo ha sido, sin duda, un buen ejemplo
de desinformación, de censura y de manipulación de los estereotipos negativos por
parte de los medios de comunicación (Chillón et al.,1991). En cuarto y último lugar,
hay que proceder a la relativización de nuestra cultura que nos llevará a la compren-
sión de otros valores alternativos y, eventualmente, a su aceptación. Esto nos aproxi-
mará cada vez más a una identidad intercultural que nos permitirá reconocer que los
valores de nuestra cultura no son únicos, sino simplemente quizás preferibles, y que
las otras culturas también tienen contenidos válidos. Para finalizar, quisiera decir que
los contactos entre culturas han sido durante demasiado tiempo un espacio de con-
frontación. La interculturalidad pretende que, lo antes posible, se conviertan en un
espacio de negociación, que debe tender a ser un espacio de cooperación, para aca-
bar siendo simplemente un espacio de humanización.

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Fundació CIDOB, 1997 21

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