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Ruinas Sobre Ruinas. La Escritura...

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Estudio introductorio

Ruinas sobre ruinas: La escritura


de la historia en Gabriel René-Moreno

Mauricio Souza Crespo*

En la historia caminamos
entre las ruinas de lo egregio.
G. W. F. Hegel

Tratar de ver claro en las ruinas


a fin de adoptar un partido que no sería
tal vez sin consecuencias en mi ulterior destino.
Gabriel René-Moreno

i. Seis principios

Primero: El incendio de una biblioteca (1881)

El 8 de enero de 1882, Gabriel René-Moreno1 recibe por la carta de un amigo


noticias del incendio de su biblioteca. Las recibe en Buenos Aires, donde se
había refugiado al salir intempestivamente de Chile –convertido de repente
por la guerra del Pacífico en un indeseable “intelectual boliviano”– y de

* Mauricio Souza Crespo es, por ahora, catedrático de la Carrera de Literatura de


la Universidad Mayor de San Andrés. Fue por una década director editorial de
Plural editores. Ha publicado los libros Lugares comunes del modernismo (2003) y
Después de Sanjinés: Una década de cine boliviano, 2009-2018 (2019; segunda edición,
2022). Sus ensayos han aparecido en revistas especializadas de varios países. Fue
editor general de la colección 15 Novelas Fundamentales del Ministerio de Cul-
turas del Estado Plurinacional de Bolivia (2012) y de la Revista Boliviana de Inves-
tigación / Bolivian Research Review (2017-2018). Es el responsable de las ediciones
y estudios introductorios de: Obra poética y narrativa de Ricardo Jaimes Freyre
(2005), Obra completa de René Zavaleta Mercado (3 tomos, 4 volumenes: 2011-
2015), Ensayos escogidos de Luis H. Antezana (2011), La lengua de Adán de Emeterio
Villamil de Rada (2016), entre otras publicaciones.

1 Tempranamente –desde 1868, según Gunnar Mendoza (1951: 556, n. 6)–, René-
Moreno adopta para su nombre esta forma, con un guion entre René y Moreno,
forma que aquí respetamos.

[9]
10 Últimos días coloniales en el Alto Perú

haber escapado de Bolivia –acusado, falsamente, de ser un agente chileno.2


La respuesta de r-m3 a la desgracia de sus papeles –en carta del 8 de febrero–
es clara: “La verdad neta que usted comprenderá –le escribe al amigo– es la
siguiente: aquello era el único jirón de la patria, la sola familia, el último refugio”.4
Las perseverancias históricas de r-m, las insistencias de su escritura, acaso
tengan en este episodio un principio vocacional, trance en el que por fin
se definen o adquieren sentido las labores librescas que lo han ocupado
y las que lo ocuparán. En la misma carta, r-m intuye que la destrucción
de su biblioteca –una calamidad más entre las que, durante los años de la
guerra, lo han perseguido– lo obligará al reconocimiento de su situación
y a la necesidad de adoptar la forma apropiada, o definitiva, de su destino.
La desaparición o el daño del único jirón restante de una patria que ya no lo
quiere no es un hecho que pueda ignorar y demanda la toma de decisiones.
Y esas decisiones son las que r-m ensaya o presiente en su carta: perseverar
en su oficio y aceptar, con ello, un incierto destino, allí donde le permitan
ejercerlo. “Tratar de ver claro en las ruinas a fin de adoptar un partido que
no sería tal vez sin consecuencias en mi ulterior destino”, concluye, como
hablando consigo mismo.
Desde lo que queda, r-m perseguirá una obra que quiere ser, en buena
medida, la fidelidad a esas (y otras) ruinas. Porque quizá en eso consista
el oficio del historiador: “Tratar de ver en las ruinas” del presente. Cuatro
años después, en 1886, al describir uno de sus libros mayores, lo propo-
ne, modestamente, como uno de estos actos de restitución a los que ha
decidido dedicar su vida: Matanzas de Yáñez es la lectura de los papeles,
recuerda, que “mis amigos rescataron de las llamas, junto con no poca
parte de mi biblioteca”.5

2 Acusaciones que reencuentra en Buenos Aires por los rumores que difunde, dice,
el intelectual Santiago Vaca Guzmán. Cf. Carta de r-m a su hermano Arístides del
22 de octubre de 1882 (r-m, 1996: 351).
3 Abreviaremos así, r-m, el nombre de Gabriel René-Moreno.
4 Carta de r-m a Daniel Vives del 8 de febrero de 1882 (r-m, 1986: 115-116).
5 Las alarmas iniciales de r-m sobre su biblioteca eran en parte infundadas. Otro
de sus amigos, Luis Montt, lo consuela: “Después de lo que he visto ya no ten-
go por figura de retórica que una hoja de papel vive más que los mármoles y
bronces”. [...] “A lo hecho pecho, amigo mío; lo perdido es bien poco y Ud. puede
reponerlo, para lo cual tiene Ud. amigos en su país y aquí” (Carta de Luis Montt
a r-m del 31 de enero de 1882 [r-m, 1996: 343-344). r-m prefiere, sin embargo,
volver una y otra vez a la escena del trauma: 10 meses después del incendio, en
carta a su hermano, continúa refiriéndose a “la ruina espantosa de mis libros”
(Carta a Arístides Moreno del 22 de octubre de 1882 [r-m, 1996: 349]).
Estudio introductorio 11

Segundo: Matanzas de Yáñez (1886)


o hacia una escatología de la escritura
Matanzas de Yáñez (1886) es la crónica minuciosa de una masacre y su
castigo:
El 23 de octubre de 1861, el comandante general de armas de La Paz, coro-
nel Plácido Yáñez, en alta noche mandó asesinar con la fuerza pública a un
medio centenar de ciudadanos, que arbitrariamente había hecho encarcelar
días antes a título de belcistas conspiradores. Un mes cabal después de este
suceso, el populacho de La Paz, cansado de ver impune y siempre revestido
de autoridad al perpetrador de esta carnicería, tomó por asalto el palacio
donde estaba encastillado con su gente, y ajustició al criminal con dos de sus
cómplices. Se retiraron las turbas en seguida a sus casas. (r-m, 1886: 2)

En 500 páginas, estos hechos serán reconstruidos, advierte r-m en su


prólogo, desde la lectura de humildes gacetas, publicaciones de repenti-
na aparición y desaparición que él ha ido coleccionando a lo largo de su
vida y que se salvaron del incendio de su biblioteca. Pero incluso antes,
r-m habla, sin querer nombrarlo, del padre ausente (muerto en 1866),
ese que pensaba que tales materiales –los de las gacetas y otras formas
fugaces de la prensa política– eran, por sus mentiras y banderío, objetos
deleznables, desechos, mierda. (r-m recuerda que el padre celebraba
las ocurrencias de un pariente que, bromista pesado, envolvía en esos
papeles sus excrementos y los lanzaba por encima del muro al patio de
unas hermanas ermitañas del Santo Sacramento). r-m no comparte los
prejuicios del padre; es más, cree lo contrario, según un sucinto principio
metodológico: “si para los contemporáneos mienten y yerran las gacetas,
dicen verdad (hasta la verdad misma de su errar y de su mentir) para ante
la historia”. Se comienza a diseñar así –en este prólogo de Matanzas de
Yáñez– una poética escatológica de la escritura de la historia.
Es probable que esos papeles librados del fuego o del desdén, y que
hoy nadie quiere, sean –como tanto folleto, pasquín, libelo u hoja suelta–
solo mierda. Pero sin dejar de serlo (y puesto que hay una verdad en el
hecho mismo de su mentir), son residuos que conducen, por su lectura,
a la resurrección de otros descartados por la historia, esos que –como el
padre ausente– perduran sin embargo en el “sepulcro siempre abierto
en el corazón” (1886: vii), presencias fantasmales de una historia que no
ha terminado, que no ha concluido. Aquí, la definición de las responsa-
bilidades éticas del historiador convoca el doble sentido de lo escatológico:
escribir historias es sin duda hacer justicia a los muertos, pero también es
un oficio consagrado a cuidar los oscuros materiales que el presente trata
como basura: documentos, archivos, libros, panfletos, testimonios.
12 Últimos días coloniales en el Alto Perú

Se dice que los griegos, en su clasificación de los espectros, distin-


guían cuatro especies; al menos dos de esas cuatro son las que r-m tiene
en mente al pensar en aquellos a los que se deben los afanes del historia-
dor: los no enterrados (ataphoi) y los que murieron una muerte violenta
(bi-othanatoi).

Tercero: Nicomedes Antelo (1885) o la voz de los otros

La recuperación de las voces de los que no están –y que reencontramos


leyendo gacetas, pasquines, cartas, testimonios legales– es, además de un
acto de justicia (pues “tienen derecho a ser escuchados”), un acto crítico.
Entregados al concierto de esas voces contradictorias, se busca conjetu-
rar en ellas una imagen que se acerque a la verdad de la vida: múltiple,
cambiante, irresuelta. r-m ensaya este procedimiento, por ejemplo, en su
melancólica biografía, de 1885, del naturalista cruceño Nicomedes Antelo,
que retrata a un personaje a través de sus palabras, de su forma de hablar,
de sus repeticiones, de sus ideas y obsesiones. Considerado el manifiesto
mayor de los prejuicios racistas de r-m, rara vez se nos recuerda que la
historia que cuenta esta biografía es la de una decepción: el legendario
personaje de la infancia –el espectral Antelo que en los recuerdos de r-m
se sacaba lagartijas del bolsillo y entrenaba cucarachas– es enfrentado,
contrapuesto, a un triste maestro de primaria en Buenos Aires, que es lo
que queda de este hombre que ha fracasado. “Antelo había vivido 30 años
en lo más caro y ameno de mis recuerdos infantiles. Puedo decir que su
imagen reinaba en mi memoria con todos los prestigios de una fantas-
magoría” (r-m, 1885: 315), escribe al prepararnos para la brutal epifanía
de la decepción. Que es esta: “Por eso la dureza de la realidad me quebró
despiadadamente los ojos” (r-m, 1885: 316).
Como si lo que dice y piensa Madame Bovary fuera lo que decía y
pensaba Flaubert, la posteridad ha decidido atribuir sin más a r-m las
opiniones de Antelo. Pero Antelo es simplemente uno de sus personajes,
uno de muchos.

Cuarto: Fúnebres (1873) o cómo podríamos leer

En su invención o descubrimiento de un género literario –el de los im-


presos que llama primero “espectrales” y que concluye bautizando con el
nombre de “fúnebres”–, r-m funda la crítica literaria en Bolivia. Al menos
en este sentido: traza en este ensayo de 1873 una poética de la lectura.
O sea, no solo recomienda lo que se podría leer y con qué propósitos (en
este caso, publicaciones que son el eco o la preservación de una tradición
Estudio introductorio 13

oral), sino, sobre todo, cómo podríamos hacerlo. En otras palabras, los que
describe en este ensayo son los procedimientos materiales de la lectura,
esos actos de alguien sentado en una silla y frente a una mesa, en la que
se amontonan papeles que hay que ordenar y a los que hay que responder.
Leer no es por eso, para r-m, solo un acto de desciframiento: es también el
ejercicio gozoso de una serie de trabajos: rastrear y encontrar los textos,
salvarlos, incorporarlos a una biblioteca (clasificarlos, empastarlos), ano-
tarlos, leerlos línea por línea, especular sobre su parentesco con otros. La
escritura histórica reconstruye este proceso; su resultado no es otro, si se
logra que así sea, que la utópica restitución o resurrección de “jirones del
aliento social” que nos llegan “animosos como ráfagas calientes”, como
“pulsaciones de la vida que pasó” (r-m, 1886: vii).

Quinto: Herencia e historia (1901)

¿Pero para qué dedicar una vida a componer historias que nadie lee? En
su penúltimo prólogo, r-m descarta, medio socarronamente, las respues-
tas clásicas a esta pregunta: “el amor a las letras” o “el patriotismo” son,
dice, razones demasiado generales para justificar la “empresa oscura”
de escribir un libro de historia boliviana. ¿Por qué, entonces? Mencio-
na, para negarlos, otros dos impulsos: a) para orgullo de la localidad; b)
para orgullo del linaje, que no se quiere concluido u olvidado. r-m nos
recuerda que, en Últimos días coloniales en el Alto Perú (udc),6 esos motivos
son inaplicables: él ni siquiera es altoperuano y sus antepasados fueron
realistas.7
Le quedan aspavientos farsescos: por ahí gasta sus días en historias
que nadie lee porque ese es el destino que le dictan los desvaríos de
su linaje. Y hace lo que hace porque es así cómo se manifiesta en él la
locura de la familia. Como el tío que se perdió adrede en el Magdalena,
como el que se recluyó sin dar razones en el Urubó, como el abuelo que
dedicó su vida a una campana, r-m confirma, al malgastar su tiempo
en inútiles libros de historia, los “mentales achaques de familia” (pág.
101), las fuerzas de la herencia, atavismos que por lo menos excusan
en algo, declara ya chacotero, su responsabilidad y sus defectos como
historiador.

6 A partir de aquí, nos referiremos a este título así: udc.


7 Cf. págs. 100-101 de esta edición. Todas las citas de udc en este “Estudio introduc-
torio” corresponden a la presente edición.
14 Últimos días coloniales en el Alto Perú

Sexto: la imagen de un arzobispo

O es incluso posible imaginar que el historiador comenzara a escribir de


los últimos días coloniales en el Alto Perú por los encantamientos de una
imagen. En 1872, el joven r-m envía esta solicitud a don Pedro de Puch,
arzobispo de La Plata:
Ordenando ciertos documentos históricos de nuestra Independencia, me
he encontrado con algo muy curioso sobre uno de los predecesores de Su
Ilustrísima, el arzobispo señor Moxó. Esto ha despertado en mí el deseo de
escribir un relato de los sucesos que se rozan con este personaje, el más
ilustrado de nuestros metropolitanos de la Colonia, así como el señor de
San Alberto lo fue el más piadoso. Y como no me será dable emprender esta
tarea sin haber allegado antes todos los documentos del caso, me dirijo a
Su Ilustrísima... (Carta de r-m a P. Puch, Santiago, 3 de mayo, 1872 [cit. por
Condarco, 1971: 183]).

Cuatro años después, concluye la redacción de la primera parte de


udc, “Arzobispo nuevo”, en la que, en efecto, entrelaza y comenta los
“sucesos que se rozan con ese personaje”. O, más bien y en principio, los
sucesos que se rozan con su imagen, pues, para r-m, la de Moxó es una
imagen legible, que solicita ser leída. El retrato de Moxó hace su aparición
de cuerpo entero en el capítulo iii de udc:
Visitando la sala capitular de la Catedral de Chuquisaca y pasada la impresión
que causa la majestuosa galería de obispos y arzobispos que cubren los mu-
ros, a dos pasos sobre la derecha de la puerta, al lado de la fisonomía dulce y
benévola del arzobispo San Alberto, llama hoy la atención un prelado joven,
que lanza sobre el espectador una mirada penetrante e impenetrable desde
un rostro casi femenino por la blancura imberbe de su tez, la suavidad de
sus perfiles, la gracia de sus labios breves y rojos, el abultamiento terso de
sus carrillos y la negra cabellera echada en bucles tras de la oreja; pero que
denota con vigor el sexo viril en la conformación de las sienes, en la nariz
toscamente abultada hacia su extremidad, en la frente discreta y cuadrada,
en la grave impasibilidad del ceño, en la cabeza dominante y en su apostura
señorial. (Págs. 139-140)

Tal la imagen legible de Moxó, que se transfigura y cambia de sentido


en el acto mismo de leerla: a primera vista nos lanza “una mirada pe-
netrante e impenetrable desde un rostro casi femenino” pero también,
poco después, el “vigor del sexo viril en la conformación de las sienes,
en la nariz toscamente abultada hacia su extremidad”. Estos sentidos
contradictorios son los que luego Moxó va adquiriendo y acumulando,
pasaje a pasaje, en el resto de udc, donde es el escurridizo y multiforme
personaje central. Porque el arzobispo Moxó no solo es femenino y viril,
sino que, por añadidura, será insomne lector que se prueba incapaz de
Estudio introductorio 15

leer la tela de la sociedad colonial; o entusiasta defensor de un dominio –el


de la Corona española– que, con sus acciones, contribuye a aniquilar; o
gran alfil que es peón de las artimañas de la historia; o agudo observador
que no sabe que la historia lo ha escogido para encarnar el fin de algo; o
individuo irreductible y peculiar que es instrumento de una mudanza ya
colectiva; o ejemplar emblemático de una clase, aunque pocos o ninguno
de su clase hayan sido como él. Se incorpora, en suma, a ese grupo de
esquivos o escurridizos personajes de la literatura boliviana –Magdalena
Téllez, Juan de la Rosa, Enrique Rojas, El Viejo, Felipe Delgado, Luis Padilla
Sibauti– que, como él, son unos pero otros.
r-m añade aquí una voluta, la primera de las muchas que se aglome-
rarán –para nuestro beneficio e instrucción– en su crónica: no hay que
perder de vista, aclara, que nuestras apreciaciones son además, como
con el retrato de Moxó, los buenos efectos de la impericia y del error: “La
tela –añade en una nota al pie– es de lo peor que hay como pintura en la
galería. Contiene un error garrafal de dibujo en el brazo derecho”. Y tal vez
eso también sea la escritura de la historia: no solo la glosa o comentario
de otras representaciones –los actos por los que leemos una imagen, o
interpretamos, o entrelazamos documentos– sino que, al mismo tiempo,
el señalamiento de las distorsiones, de los extravíos, de las sintomáticas
marcas ficcionales (“un error garrafal de dibujo”) de esas representaciones,
de esas ruinas y sus frágiles gestos referenciales.

ii. Apuntes sobre vida y obra

1. Canto per me sola

A contramano de otras celebridades intelectuales latinoamericanas de


su época –y de algunas provincianas costumbres de la clase letrada bo-
liviana–, r-m pensaba poco del valor y alcance de su obra. Él, que fue el
mayor escritor boliviano del siglo xix, nunca dejó de calificar sus oficios
histórico-críticos como los esfuerzos algo inútiles de un “papelista”, de un
absurdo coleccionista de impresos que nadie quiere y nadie guarda. Más
que un historiador, dice, él es solo “uno de los peones más formidables
del trabajo desinteresado e improductivo”.8 Y los productos derivados de
estas inclinaciones –insiste– son los entretenimientos de su soledad: como
la gitana Carmen de Bizet, “Io canto per me sola” (pág. 98).

8 Carta a Arístides Moreno del 22 de octubre de 1882 (r-m, 1996: 350).


16 Últimos días coloniales en el Alto Perú

Síntoma o expresión de esta humildad estratégica es la discrepancia


entre sus obras y los títulos que escoge para ellas: “anales”, “notas”,
“más notas”, “biblioteca”. Porque si fueran lo que dicen ser –“anales”,
“notas”, etc.–, lo serían de maneras originales, casi subrepticias. La no-
lectura de la obra de r-m encuentra en esta proliferación de nombres
una razón para hablar de su poligrafismo (r-m sería un intelectual de
“múltiples talentos”): en los hechos, como ilustra el procedimiento
descrito en el prólogo de Matanzas de Yáñez (1886) y, antes, en el ensayo
“Fúnebres” (1873), rescatar, ordenar, leer, anotar y redactar no son ta-
reas diferenciadas sino pasos del mismo aliento. No hay, por ello, cuatro
o cinco René-Morenos sino siempre el mismo: el que escribe leyendo
críticamente lo que otros dejaron.
A ratos, es inevitable la sospecha de que r-m sigue hoy, incluso entre
sus admiradores, cantando solo. ¿Cómo entender sino que algunos de sus
mayores devotos, por otra parte diligentes, imaginen que las pasiones
de r-m –esos papeles, esas lecturas– hayan sido las consecuencias “exa-
cerbadas de su solterío” (Vázquez Machicado, 1986: 7)? ¿O la repetida
noción de que este escritor, autor de por lo menos dos clásicos –Matanzas
de Yáñez y udc–, fuera dominado por “la esterilidad” (pues no tuvo hijos)
y la “saña del celibato” (pues no se casó)?9 O acaso sea previsible que esto
suceda en un país en el que la cultura letrada es de impronta o vacación
oral: como con otros escritores bolivianos, una caravanas de biografemas,
discretos pedazos e imágenes de una vida, flotan y circulan para impedir
o reemplazar o hacer borrosa la lectura de r-m.

2. La conjura de los biografemas

Algunos detalles, algunos gustos, algunas inflexiones: tales los biografemas que
Roland Barthes imaginó que podrían, si tenía esa suerte, reemplazar su
biografía: pedazos que, a la manera de átomos epicúreos y más allá de todo
destino, vengan a tocar algún cuerpo (textual) futuro, prometido a la misma
dispersión. Tal la pulsión utópica. Aquí hablamos, en cambio, de las ma-
neras en que el destino –es decir, la historia, la ideología, los pequeños y
grandes relatos– suele negar el buen deseo barthesiano. En concreto, los

9 r-m ironiza sobre el vínculo que sus amigos establecen entre su vocación y su sol-
terío: “Algunas personas amigas han dado en la flor de preguntar al autor de este
catálogo ¿por qué no se casa?”. Su respuesta: “La respuesta sincera equivaldría
a una de esas revelaciones íntimas del alma que comúnmente se acostumbra a
hacer en verso, pero que yo no estoy dispuesto a hacer ni en verso ni en prosa”
(r-m, 1879: v).
Estudio introductorio 17

biografemas en tanto la trivia (algunos detalles, algunos gustos, algunas inflexio-


nes) que impide, entorpece, desvía, reemplaza la lectura.10 Si se tuviera
que componer una “vida de r-m” usando esos retazos de biografía o sus
lugares comunes o rumores o tonterías, la primera tarea sería hacer su
lista. Por ejemplo:

– Que era cruceño y blanco.


– Que era racista.
– Que era bizco.
– Que eligió el exilio voluntario en Chile.
– Que nunca olvidó Santa Cruz.
– Que dejó de escribir sobre Bolivia en reacción a las falsas acusacio-
nes que lo persiguieron durante la guerra del Pacífico (“agente chileno”,
“traidor”, etc.).
– Que por supuesto no fue profeta en su tierra.
– Que su “valentía” (i.e.: su “racismo’) es la misma que la de Alcides
Arguedas, otro valiente de la misma persuasión.11

10 “Si fuera escritor y estuviese muerto, cómo me gustaría que mi vida se redujera,
por los cuidados de un biógrafo amistoso y despreocupado, a unos detalles, a
unos gustos, a algunas inflexiones, digamos: ‘biografemas’, cuya distinción y
movilidad podrían viajar más allá de todo destino y tocar, a la manera de átomos
epicúreos, algún cuerpo futuro, prometido a la misma dispersión”. [“Si j’étais
écrivain, et mort, comme j’aimerais que ma vie se réduisît, par les soins d’un
biographe amical et désinvolte, à quelques détails, à quelques goûts, à quelques
inflexions, disons: des ‘biographèmes’, dont la distinction et la mobilité pour-
raient voyager hors de tout destin et venir toucher, à la façon des atomes épicu-
riens, quelque corps futur, promis à la même dispersion” (Barthes, 1971: 14; la
traducción es mía)].
11 Sobre el “racismo” de r-m, recordemos cuáles son sus lugares célebres: los apun-
tes en Biblioteca boliviana (1879) sobre “La ortología de los idiomas quichua y ay-
mara” de Carlos Felipe Beltrán, en los que augura la desaparición de esas lenguas
y “la fusión de su raza con la española” (166-167); Nicomedes Antelo (1885), que
pone en boca de Antelo ideas (“Antelo encontraba”, “Antelo decía”, “según Ante-
lo”) que luego una larga lista de críticos achaca, sin más, a r-m (cf., por ejemplo,
Zavaleta Mercado, 2013a: 297-297); su Archivo de Mojos y Chiquitos, donde habla,
con cierta nostalgia, de la “blanda jovialidad del indio” del Oriente boliviano,
arruinada por interacciones con españoles y sus descendientes que “acabaron
al fin por magullarle el cuerpo y enturbiarle el alma” (1888: 118); o Ayacucho en
Buenos Aires, en el que menciona, respecto del indio, que es “capa ínfima de la so-
ciabilidad, inerme y frío en su indiferencia”, idea que contrasta con su entusiasta
celebración política de las choladas (“así urbanas como campesinas”), “animadas
de aquel patriotismo suyo que diré radical” (1907: 562-563). El repetido uso par-
cial de estos y otros pasajes de la obra de r-m, tanto por sus discípulos como por
sus detractores, merece una historia propia. Baste este ejemplo: en su prólogo
a la edición de Nicomedes Antelo de 1960, sintomáticamente el único libro de r-m
18 Últimos días coloniales en el Alto Perú

– Que fundó una escuela historiográfica, la cruceña.


– Que porque no se casó ni tuvo éxito con las mujeres (“pues era
bizco”), consagró su vida a los documentos y a los libros. Su vida amoro-
sa, a diferencia de su vida intelectual, fue “una página en blanco”.12
– Que escribía como hablaba y hablaba como se habla en Santa Cruz.
Su estilo, claro, era castizo.13
– Que era conservador y juzgaba con nostalgia los esplendores del
período colonial.

Más allá de sus puntuales cargas de verdad, el problema con estos


lugares comunes biográficos es que se les otorga –a veces sin comproba-
ciones mínimas– un poder de explicación de la obra de r-m que no tienen.

que se publica en Santa Cruz en el siglo xx, el poeta Raúl Otero Reiche glosa y ce-
lebra las que supone son las ideas del maestro (aunque no se sabe bien si el maes-
tro es Antelo o r-m): es probable que el caos republicano en Bolivia –dice– sea
“obra exclusiva del caos genésico de dos sangres irreconciliables” (1960: xviii). Y
fantasea, al cerrar su prólogo, con un Antelo convertido en Quijote defensor de
la supremacía de las razas superiores, hidalgo tropical que sale “lanza en ristre,
cabalgando el Olofernes, en son de combate contra los malandrines indios y
cholos de su desgraciado país” (1960: xxvi). Habría que añadir a esta historia de
lecturas tristes que en los ensayos de Antelo no se encuentran las ideas racistas
que r-m le hace pronunciar (véase, al respecto, la edición de Hernán Pruden de
Un nuevo tigrón y con frac de Antelo [2017]).
12 La frase es de Condarco (1971: 51), uno de los biógrafos de r-m que postula esa cu-
riosa oposición excluyente, en la vida del escritor, entre amores y libros: “La vida
sentimental de r-m se nos aparece, pues, como una vasta casa de habitaciones
cerradas, de puertas y ventanas celosamente guarnecidas por gruesos cortinados,
y cuyos pocos estrados y pasillos abiertos y expeditos nos llevan por todas partes
a un solo lugar: la biblioteca” (1971: 50). Otros, para aplacar la ansiedad desenca-
denada por los rigores de esa página en blanco y su impronta críptica, optan por
inventarse romances. Ovando Sanz cuenta, sin citar su fuente, el siguiente: “En
una fiesta infantil, r-m, a sus 9 años, conoció a Natalia y se enamoró de ella, pero
no pudo verla nunca más” (1996: 17). Desaparición de Natalia que, si seguimos la
lógica de estos biógrafos, deberíamos celebrar: infeliz en amores, r-m pudo dedi-
carse a los libros. “A cada golpe del infortunio, sea en el amor o en el patriotismo,
refugiábase aún más en ellos”, concluye Vázquez Machicado (1988: 43).
13 Ya Emilio Finot, en 1910, aseguraba (¿a partir de una tradición oral?) que r-m era
“el más castizo hablista” (cf. Arze, 1996: 21). Son pocos los morenistas que luego
no usan el mismo adjetivo al caracterizar su estilo, aunque nunca expliquen en
qué consiste y cómo se manifiesta. “Empleó un estilo castizo y cautivante aunque
no siempre fluido”, dice Roca (1986: ix). Quizá en este y otros comentarios, “casti-
zo” se refiera a ese ideal lingüístico delirante (y reaccionario): la posibilidad de un
lenguaje “puro y sin mezcla” (cf. diccionario de la rae). O en un desplazamiento,
tal vez la que esté en juego sea la primera acepción de la palabra: “De buen ori-
gen y casta”, o sea, lo que se quiere decir con lo de “castizo” es que r-m redactaba
como blanco español, “puro y sin mezcla”.
Estudio introductorio 19

Son, por otra parte, biografemas susceptibles de relativización incluso en


términos factuales. Por ejemplo, sabemos que r-m:

– Se fue de Santa Cruz cuando tenía 13 años y nunca más volvió (y


tampoco intentó volver, por lo que se deduce de su correspondencia).
– Que, como a Emeterio Villamil de Rada, sus simpatías políticas lo
inclinaron –al igual que al padre–14 por el partido de los cholos: el de los
presidentes Isidoro Belzu y Jorge Córdova.15
– Que, de hecho, identificó, en su crónica Matanzas de Yáñez, la mano
de la justicia y la posibilidad de una política no tiránica con las acciones
de la plebe chola enfrentada a la verdadera barbarie: las violencias del
Estado y de los hombres de Estado.16
– Que escribió en 1877 una de las mayores condenas históricas de
la mita colonial, institución que debemos incluir, decía, entre “las más
opresivas y tiránicas que hayan afligido jamás a una porción del linaje
humano”; y que ese mismo año publicó una denuncia del “despotismo
impune” de la Audiencia de Charcas y sus 250 años de “tiranía sangrienta”
(son, todos estos, sus adjetivos).17

14 Su padre, Gabriel José Moreno (1802-1866), fue belcista. Durante los gobiernos
de Belzu y su sucesor, Jorge Córdova, fue magistrado de la Corte Suprema (1851-
1853), prefecto de Santa Cruz, Potosí y Litoral (1854-1857) y, al final de su vida,
uno de los perseguidos por el Gobierno de Linares (cf. Barnadas, 2002, ii: 292-
293). r-m reconstruyó en 1886 las “matanzas de Yáñez”, en las que, entre otros,
fue asesinado, en 1861, el expresidente Córdova. De padre partidario del bando
de los cholos, r-m acaso herede de él cierta idea de la política: el padre, por
ejemplo, no condenaba a priori las turbulencias sociales (y sí las violencias del
Estado) y las prefería si la opción del orden, à-la-Linares, escondía o disimulaba
la represión. En una carta del padre del 12 de octubre de 1859, leemos: “En polí-
tica vimos que se cree orden y bienestar cuando calla la saludable inquietud de
la vida de un pueblo”. Y añade este ejemplo de un engañoso reino del orden y
bienestar: Chile, “próspero y feliz en sus instituciones porque solo se le dejaba
hablar de carbón de piedra, chamarrillo y maderas, pero si se pedían reformas,
ahí herraba la mano de fierro de su intendente o del jefe de la Policía” (Carta de
Gabriel José Moreno a r-m del 12 de octubre de 1859 –[r-m, 1986: 9]).
15 Y sin embargo, algunos de sus mejores amigos fueron conservadores –Aniceto
Arce, Mariano Baptista Caserta–. Urioste cree que por eso, políticamente, r-m es
“difícil de situar” (2010: 142).
16 Interpretación que contradice la de sus amigos conservadores, como Mariano
Baptista Caserta, que repiten la versión estatal de los hechos: la responsabilidad
de las matanzas de Yáñez fue de “los presos políticos que promovieron una insu-
rrección” (Carta de Mariano Baptista Caserta a r-m del 16 de noviembre de 1861
[r-m, 1986: 13]).
17 Cf. “La mita de Potosí en 1795” (r-m, 1877b) y “La Audiencia de Charcas, 1559-
1809” (r-m, 1877a).
20 Últimos días coloniales en el Alto Perú

– Que se ocupó poco de Santa Cruz. Y que, en Santa Cruz, en más de


100 años, se hicieron solo tres publicaciones de su obra: Nicomedes Antelo
(1960), Miranda según nuevos documentos (1986) y una antología conmemo-
rativa de sus ensayos (2008).18
– Que muchas de las pruebas de su “racismo” –según un repetido
repertorio de citas incriminatorias– son frases que r-m pone en boca de Ni-
comedes Antelo, triste maestro de primaria que admiró en su infancia.
– Que escribió la mayor parte de sus obras importantes sobre Boli-
via después de 1882: si alguna fue su respuesta a las injusticias que se
cometieron en su contra durante la guerra del Pacífico fue la de escribir
más sobre Bolivia.
– Que la frase “estilo castizo” no significa mucho y es, más bien, un
guiño entre racistas, un shibboleth para blancos con fijaciones señoriales: se
nos quiere indicar que, como su lenguaje, r-m era “puro y sin mezcla”.19

3. René-Moreno en cifras

Nació en Santa Cruz el 7 de noviembre de 1836, hijo de Sinforosa del


Rivero y Gabriel José Moreno. En septiembre u octubre de 1850 (dice
uno de sus biógrafos), cuando tenía 13 años, se trasladó a Sucre para
continuar sus estudios secundarios en el Colegio Junín. Nunca más
volvió a Santa Cruz. En Sucre, conoció a Juana Azurduy de Padilla, a
la que, dice, “acosábamos a preguntas”. A los 19 años, a fines de 1855,
viajó a Santiago, Chile, para seguir estudiando. Salvo el periodo de asilos
desencadenados por la guerra del Pacífico (entre fines de 1879 y prin-
cipios de 1883), vivió el resto de su vida en Santiago: 50 años. Todavía
en 1859 su padre tenía la seguridad de que el hijo regresaría a la patria,
concluido un aprendizaje en Chile que solo le había servido, especula,
“para convenceros de que no todo lo que relumbra es oro” (r-m, 1986:
9). Pero r-m se queda en Santiago: regresa a Sucre –donde de cuando en

18 La edición de 1960 de Nicomedes Antelo incluye sabrosos paratextos (prólogo,


prefacio y notas) de tres prominentes intelectuales cruceños: Raúl Otero Rei-
che, Hernando Sanabria Fernández y Leonor Ribera Arteaga. La edición muni-
cipal conmemorativa de 2008 (año del centenario de su nacimiento) es Páginas
escogidas de Gabriel René Moreno, preparadas y prologadas por Mariano Baptista
Gumucio.
19 Tristán Marof, furibundo antimorenista, hace explícita esta extraña conexión
entre un lenguaje castizo y la pureza racial: “Gabriel René Moreno se distingue
como escritor castizo, purista y estilista al decir de todos los bolivianos que, por
lo general, y por mezcla de razas autóctonas, no manejan el lenguaje con pulcri-
tud” (1961: 82).
Estudio introductorio 21

cuando residía su madre– en tres ocasiones: 1871, 1874 y 1879 (durante


los dos primeros regresos explora archivos y rescata documentos; el
tercero y último lo malgasta defendiéndose de los que lo acusaban de
traición a la patria). Se asila en Buenos Aires entre 1881 y 1882 (atarea-
do, como siempre, con bibliotecas y transcripciones). Estaba en Buenos
Aires cuando recibe la noticia del incendio de su biblioteca personal,
acaecido el 28 de diciembre de 1881. Y desde Buenos Aires, con el apoyo
de Aniceto Arce, parte hacia Europa en su único viaje intercontinental.
(Quién sabe si el largo catarro final de Marx haya impedido que r-m lo
conociera en la sala de lectura del Museo Británico, a la que por 30 años
Marx fue casi todos los días y en la que r-m consultó documentos). A
finales de 1882 le escribe a su hermano Arístides: “No sin esfuerzo me
alejo de Buenos Aires. Es tierra hospitalaria: ha sido para mí un lecho
de rosas” (r-m, 1996: 349). Publicó 20 libros y, en revistas, más de 60
ensayos, la mayor parte trabajados en los ratos libres que le dejaban sus
obligaciones en el Instituto Nacional de Santiago, donde fue bibliotecario
y profesor (aunque, como profesor, solo al final de su vida dejaría de ser
uno interino). Nunca se casó y tampoco tuvo hijos. Muere en Valparaíso
el 28 de abril de 1908, a los 71 años.

4. René-Moreno, el difícil

¿Por qué no leemos a r-m? He aquí una lista provisional de posibles res-
puestas:

a) Porque su escritura es difícil.


b) Porque se ocupa de asuntos que no nos interesan.
c) Porque leerlo supone niveles de atención que requieren demasiados
esfuerzos.
d) Porque leerlo exige inversiones de tiempo que no estamos dispuestos
a hacer.
e) Porque, de todos modos, no leemos casi nada del siglo xix.
f) Porque sus explicaciones son indirectas, sinuosas y complejas.
g) Por su “casticismo”, es decir, porque escribía en su propio estilo,
algo extraño.
h) Porque la utilización ideológica de su obra es infructuosa y, en todo
caso, nos obligaría a su tergiversación. Maniobra que, a su vez, no
necesita de la lectura.
22 Últimos días coloniales en el Alto Perú

5. La edición de sus obras

El morenismo en Bolivia ha demostrado un escaso interés en la edición


de sus obras. De varios de sus libros y ensayos las únicas ediciones exis-
tentes hoy son las reducidas impresiones chilenas (por lo general, de poco
más de 100 ejemplares), que a veces el mismo r-m pagaba de su bolsillo
y distribuía personalmente.20 No pocas de las reediciones sí existentes en
Bolivia presentan omisiones y mutilaciones (partes faltantes, prólogos
omitidos, notas eliminadas, etc.). De su obra más famosa, udc, no existía
–hasta la edición que tiene usted entre manos– una versión completa en
Bolivia: las únicas eran la primera, personal y chilena, de 1896-1901, y
la de 2003 de la Biblioteca Ayacucho de Venezuela, preparada por Josep
Barnadas y Luis H. Antezana.
No sería impreciso contar el destino de la obra de r-m como el de
un lento e intrincado naufragio editorial: pedazos, fragmentos perdidos,
retazos dispersos, reapariciones parciales.

iii. Los lectores de René-Moreno

1. Morenistas, morenianos, antimorenistas

Aunque r-m no se equivocara al sospechar que sus lectores contemporá-


neos no eran muchos –hecho que comprobó al recuperar, para recompo-
nerlos, la mayor parte de los ejemplares de la primera edición de Udc, a
cinco años de su publicación–, su fortuna posterior entre los lectores es
más feliz que la de casi todos los autores clásicos bolivianos.21 (Y así no
sea un consuelo, hay que recordar esto ya sabido: que la demora entre
la escritura de un libro y su recepción no es infrecuente en la historia
literaria).

20 En este “Estudio introductorio” aprovechamos ventajas del lector contemporá-


neo, de reciente adquisición: son de libre acceso las primeras ediciones de los
libros de r-m, digitalizadas (por Google Libros) y las revistas chilenas en las que
aparecen la casi totalidad de sus ensayos dispersos (véase el portal Memoria chile-
na de la Biblioteca Nacional de Chile).
21 La bibliografía de Juan Siles Guevara (1967), en su secciones “Crítica y biogra-
fía” y “Tesis” registra 136 trabajos sobre r-m publicados hasta 1967 (cf. ítems
122-257). Ovando Sanz, en bibliografías diferenciadas que van hasta 1986 y que
complementan la de Siles Guevara, añade 99 entradas (1996: 242-246; 251-256;
265-282). La bibliografía comentada, e inédita, de Jorge Estévez nombra y resu-
me algunos de los textos publicados hasta 2017.
Estudio introductorio 23

Una revisión de esa literatura secundaria reconocerá en ella la pre-


sencia consuetudinaria de un gesto: la impaciencia con que r-m es conver-
tido por sus lectores en figura del orgullo (su “grandeza” es largamente
adjetivada) o del escarnio (se lo propugna un emblema señorial y, por
eso, merecedor de otra familia de adjetivos). El modo dominante en estos
acercamientos a r-m es el biográfico, que rara vez conduce a la lectura
de la obra: esta es más bien interpretada como síntoma de alguna virtud,
experiencia, herencia o defecto ideológico. Incluso Barnadas, uno de sus
mejores lectores, no resiste a ratos esta tentación, como cuando imputa,
sin pruebas, el supuesto “darwinismo social” de r-m (i.e. su “racismo”) a
su “íntima experiencia vital” (2003: xvii).22
Sobre r-m, en suma, y aunque abundante, buena parte de la bibliogra-
fía es propensa a lecturas compulsivas: la repetición sinfín de los mismos
(e improductivos) actos de interpretación, meras ceremonias tal vez. Como
si antes de acercarnos a esta obra tuviéramos que ya haber elegido entre
el encomio o la denuncia de su autor, o habernos aprovisionado de una
ingente trivia biográfica que nos ayudará a entenderlo o, si hemos logrado
librarnos de esa carga de biografemas, como si tuviéramos que leer a r-m
para usarlo en la crítica o confirmación de una versión de la historia de

22 La historiadora Marie-Danielle Demélas argumenta esta adscripción del “pensa-


miento sociológico” de r-m al “darwinismo social” (1984; 2008). Aunque loable
–y de verificable influencia en otros autores, como Barnadas y Zavaleta–, la ex-
plicación de Demélas del “racismo” de r-m se apoya en una revisión parcial de la
obra (apresuramiento deducible no solo de lo que dice sino del reducido grupo
de textos de r-m que glosa). A ello hay que sumarle algunos errores: habla, por
ejemplo, de un “silencio” sobre el tema del mestizaje en el pensamiento social
de los Andes en el siglo xix –silencio en el que r-m sería una excepción–, lo cual,
claro, es un desconocimiento voluntarista (i.e.: que cree que las cosas no existen
porque las ignora). En lo que ya toca a nuestro tema, la debilidad central de la
tesis de Demélas es su reducción, a un esquema, de lo que en la obra de r-m son
oscilaciones y ambigüedades no resueltas. Por ejemplo, ¿r-m cree que el mesti-
zaje es un asunto biológico o cultural?, ¿considera que la política en el Alto Perú
es chola o no?, y, si lo es ¿qué quiere decir con ello? Demélas confunde por eso
el uso de algunas categorías que en la obra de r-m son fluctuantes: sostiene, por
ejemplo, que altoperuano es el nombre usado por r-m para “el mestizo de blanco
y de indio de los Andes” (Demélas, 2008: 228), una noción que la lectura de udc
le hubiera obligado a replantear. Al respecto, es de provecho contrastar las ideas
de Demélas con los apuntes de Germán Colmenares sobre los mismos temas: por
una parte, Colmenares piensa que r-m problematiza o matiza sus declaraciones
racistas en la práctica misma de la composición de sus crónicas; por la otra, y sin
negar el racismo genérico de r-m, lo ubica en un contexto: “Su actitud frente a la
tradición cultural, con todo su racismo, era infinitamente más compleja que la
del resto de los historiadores [hispanoamericanos] del siglo xix” (1997: 97).
24 Últimos días coloniales en el Alto Perú

Bolivia (luego de un confuso o vago elogio de sus habilidades). En la adop-


ción de cualquiera de estas ideas de lectura, la familiaridad con su obra
es opcional: para proclamar a r-m “el príncipe de las letras bolivianas”
poco importa leerlo bien; y tampoco es necesario leerlo bien para hacer
de r-m un objeto del denuesto: es suficiente la repetición de un conocido
repertorio de citas de segunda mano.
José Luis Roca, con alguna utilidad, distribuyó a los lectores de r-m en
grupos que se separan por su actitud hacia el maestro: los morenistas –que
estudiaron al autor y su obra: Humberto Vázquez Machicado, Hernando
Sanabria Fernández, Ramiro Condarco, Jorge Siles Guevara (grupo al que
hay que añadir ahora a René Arze, Josep Barnadas, Marcelo de Urioste y
el mismo Roca)–; los morenianos –que solo admiraron y fueron influidos
por sus ideas: desde Alcides Arguedas a Charles Arnade–; y, finalmente,
los antimorenistas, una legión de detractores casuales como Franz Tamayo
o Tristán Marof.23
Barnadas, otro morenista que organizó la crítica sobre r-m (1988:
8-17), identificaba –con indudable provecho, aunque sin mayor preci-
sión– tres ya no grupos sino períodos en la recepción de la obra de r-m:
uno primero de impronta impresionista (1907-1933), en el que se publican
breves apreciaciones valorativas generales en torno a la aún secreta
maravilla de los textos de r-m (cf. las apreciaciones de Jaime Mendoza
o Alcides Arguedas); un segundo período revisionista (1933-1954), en
el que la crítica de r-m adquiere el tono con frecuencia polémico que
la acompaña hasta hoy (cf. los ensayos de defensores como Rigoberto
Villarroel, Federico Ávila, Gustavo Adolfo Otero y Carlos Medinaceli);
y un último periodo (desde 1955) erudito, verificable en los trabajos
académicos sobre r-m de Armando Alba, Gunnar Mendoza, Vázquez
Machicado, Sanabria, Siles Guevara y Condarco (periodo y espíritu al
que habría que incorporar a Urioste, Roca, Guillermo Ovando Sanz y
al mismo Barnadas).
Cuando los encantos de la reducción biográfica son ignorados por
unos instantes, las discusiones de la obra de r-m suelen dedicarse breve-
mente a dos objetos de lectura: a) la interpretación de r-m del proceso in-
dependentista altoperuano (interpretación que es debatida para confirmar
ciertas nociones o para combatirlas); b) la definición general del “oficio
del historiador” de r-m desde ideas historiográficas de la época o de los

23 Sergio Mejía añade a esta clasificación un cuarto grupo: el de los que componen
“morenadas”, “volúmenes enteros dedicados a comentar su vida y su obra, todos
útiles, todos algo redundantes” (2013: 157).
Estudio introductorio 25

pronunciamientos preceptivos del mismo autor. Sobre lo primero, son


ilustrativos los ejemplos de Arnade y Roca, caras de la misma moneda: uno
adopta las que estima son las tesis culturales de r-m sobre el Alto Perú y
les asigna un valor probatorio; el otro dedica agitadas páginas a desmentir
los que califica “mitos de la historiografía boliviana” inspirados en r-m,
convertido ya en corruptor de historiadores.24 Sobre lo segundo, se pueden
leer los apuntes de Abecia (1965: 287-319), que glosa lugares comunes
del pensamiento histórico europeo del xix y se los atribuye a r-m (según
ese modelo de la cultura americana que la comprende como una serie
de “préstamos” de la europea);25 o los de Condarco y Siles Guevara, que,
con mayor diligencia, bosquejan los términos de una teoría moreniana de
la historia a partir de citas, sobre todo de Elementos de literatura preceptiva
(1891), manual escolar que r-m compuso para sus estudiantes del Instituto
Nacional de Santiago (Condarco, 1971: 341-373; Siles Guevara, 1979); o
los de Barnadas, que retomando lo que dicen Condarco y Siles Guevara,
hace un recuento de mayor detalle de las declaraciones metodológicas de
r-m (1988: 128-154).26 En sus versiones menos diligentes, las discusiones
del método histórico de r-m insisten, sin ningún beneficio, en que era un
positivista (o no lo era). Para la mayoría de estos exégetas apresurados el
positivismo quiere decir el uso de documentos (lo que haría de cualquier
historiador moderno, a priori, un positivista); en otros, el positivismo es,
además del uso de documentos, un atributo temperamental: Prudencio,
por ejemplo, sostiene que r-m no es positivista porque, aunque use do-
cumentos, su actitud no es la del “historiador que estudia fríamente un
suceso lejano” (1973: 31).
En un resumen preciso, el historiador René Danilo Arze ha enu-
merado los énfasis y temas explícitos de la bibliografía en torno a r-m.

24 Los que Roca enumera y rebate son los “dogmas” que sobre la revolución de
1809 él imagina que r-m defiende o inspira en otros. Sin embargo, es difícil en-
contrar esos dogmas en udc, que, en realidad, los niega. El de Roca es más bien
un listado de malentendidos –de Arnade y el mismo Roca– en torno a la obra de
r-m. (Cf. “Los dogmas de la historiografía boliviana preconizados por r-m”, 2008:
163-179)
25 Urioste (2010), por el mismo principio, al glosar las ideas de r-m sobre los usos
y beneficios de la historia, enumera –sin probarlos– parentescos y deudas con:
Tucídides, Herodoto, Polibio, Maquiavelo, Michelet, Guizot, Ranke, Comte,
Darwin, Bello, Amunátegui y Barros Arana.
26 Aunque útiles, ninguna de estas caracterizaciones de las ideas de r-m sobre la
escritura de la historia se plantea a partir de la práctica misma de la escritura
histórica de r-m.
26 Últimos días coloniales en el Alto Perú

Distingue: a) los ensayos que discuten sus cualidades como historiador;


b) los que explican su metodología e hipótesis históricas; c) los que se
detienen en la azarosa suerte de la edición de udc; d) los que clasifican
sus temáticas; e) los que se demoran en la interrogación de sus juicios y
categorías (Arze, 1996: 10-12).

2. La lectura de René-Moreno desde otro costado

A las lecturas dominantes en la confraternidad de los morenistas, y que


hacen al grueso de lo que se ha dicho sobre r-m (y que aquí organizamos,
sin entrar en detalles), se le deben añadir, por sus beneficios colaterales,
dos breves grupos de contribuciones anómalas, más útiles en el lance de
acompañar, no una exaltación o condena de r-m, sino la lectura concreta
y lenta –de esas que van de principio a fin y no por encima– de una de
sus obras mayores, udc. El primer grupo –de autores que Roca hubiera
contado entre los “morenianos”– es el de fragmentos memorables no por
lo que dicen de la obra de r-m, sino por lo que hacen con ella. Es el caso de
los apuntes de José Eduardo Guerra y Carlos Montenegro, que de la obra
r-m obtienen no solo información –sobre la sociedad colonial retratada
en los primeros capítulos de udc, por ejemplo– sino conceptos y nociones
generales. Guerra, en su Itinerario espiritual de Bolivia (1934) –una historia
geográfica de las sensibilidades y de la literatura en Bolivia–, adopta de
los ensayos de r-m su atención a la conexión entre maneras concretas
de sociabilidad y de cultura y, lo que es más notorio y notable, prolonga
el interés moreniano por las relaciones entre cultura oral y letrada (rela-
ciones que en r-m no son las de la cesura u oposición sino de una mutua
contaminación constante). En la búsqueda de una historia alternativa
o contraoficial del espacio público en Bolivia, Montenegro extrapola y
amplía en Nacionalismo y coloniaje (1953) la noción del “rumor” –delineada
por r-m en udc– en tanto ímpetu de la intersubjetividad y de lo político,
o sea, de la aparición de una esfera pública (y que no es la “comunidad
imaginada” de Anderson) (Montenegro, 2016: 51-80).
Sobre su admiración por la obra de r-m, René Zavaleta Mercado dejó
pocas dudas y no era en absoluto reticente al plantearla: “Gabriel René
Moreno, sin duda el más grande de los escritores bolivianos”, escribió en
Lo nacional-popular en Bolivia (1984), raro admirador marxista en un coro en
el que abundan los conservadores (2013a: 296). Pero esta admiración –mor-
dida por la denuncia amarga y perpleja del racismo del maestro, que era
el racismo trágico, creía Zavaleta, del mejor hombre de una casta señorial
(y pese a que, tratando de ser justo, nos recuerde que “las contradicciones
Estudio introductorio 27

son capaces de generar almas” [2013a:299])– no es solo una declaración


enfática o canonizante y tiene marcas o consecuencias verificables. Una
primera enumeración de lo que el mayor ensayista boliviano del siglo xx
parece deberle al mayor ensayista boliviano del xix podría contemplar
estas posibilidades: a) La adjetivación no rutinaria, “no castiza” (si es que
entendemos por “casticismo” el fervor por la frase hecha y el lugar común);
b) la curiosidad por las mediaciones de lo político o de lo político como
el reino de las mediaciones; c) la repetida elaboración argumental en dos
niveles: el de la concatenación causal y el de su constante interrupción o
puesta en duda por el análisis digresivo; d) una lógica de la escritura que
no es programática o expositiva sino textual: los ensayos de r-m –como
luego los de Zavaleta– no buscan solo el despliegue de ideas y hechos
sino que requieren, en el gesto mismo que dirige la mano del escritor,
la inscripción de las dificultades del asunto entre manos (y como si esas
dificultades fueran también las de su representación).
Las señaladas hasta aquí no son idiosincrasias metodológicas que
abunden en la época. En ello, dicen algunos de sus admiradores, r-m no
solo era superior al contexto intelectual en el que trabajaba,27 sino que
la obra que produce es peculiar, extraña, difícil de entender por sus filia-
ciones generales. Esta singularidad de r-m será central, por ejemplo, en
la lectura del historiógrafo colombiano Germán Colmenares, que cuando
quiere ubicar a r-m con sus contemporáneos, no sabe dónde ponerlo.
No es multitudinario el grupo de lectores que asume algo por otra
parte evidente para cualquiera que haya empezado a leer a r-m: que leer

27 Medinaceli, por ejemplo, dice sobre la superioridad de r-m (y las incomprensio-


nes que lo acompañan) lo siguiente: “Lo triste es que el pobre Moreno, hasta aho-
ra, sigue siendo el hombre ‘sin patria’ que ha sido siempre: odiado en su patria,
calumniosamente sindicado de achilenado; odiado en Chile –especialmente por
los historiadores mastodontes estilo Barros Arana y Vicuña Mackenna– por su
superioridad intelectual, las pullas que les lanzaba y que sabía ponerlos en vere-
da, despreciándolos en el fondo y sin cederles una línea en el justo orgullo de su
talento; denostado en el Perú por análogas causas que en Bolivia y excomulgado
en la Argentina porque les descubrió “la prevaricación de Rivadavia” de aquel
becerro de oro porteño. ¿Quién lo va a defender al pobre Moreno, ni quién le va
a hacer justicia, si es algo peor que un gitano? Los bolivianos de las generaciones
anteriores a la nuestra tienen un inveterado prejuicio contra él y primero se
harían cortar la mano que dejar de odiarlo para esforzarse por comprenderlo y,
en cuanto a los de la actual, con excepciones de pocos admiradores conscientes
como usted [Roberto Prudencio], Ortiz Pacheco, donde menos lo conocen y tie-
nen las ideas más absurdas sobre él es en Santa Cruz, la tierra más amada por
el infortunado escritor”. (Carta a Roberto Prudencio del 8 de noviembre de 1937
[Medinaceli, 2012: 312]).
28 Últimos días coloniales en el Alto Perú

uno de esos libros es tratar de entender cómo funciona y que, aunque


compartan un aire de familia, cada uno de ellos funciona a su propio
arbitrio. El elogio de las habilidades retóricas en juego –o la condena de
su oscuridad expositiva– no es por lo general, el principio de una com-
prensión de esa retórica. Hacia su logro, además de observaciones por lo
general rápidas de los mayores morenistas (pienso en Sanabria y Barna-
das), las contribuciones de mayor provecho provienen de las afueras del
campo disciplinario: de filólogos y sociólogos –Luis H. Antezana y Salvador
Romero Pittari– y de historiadores de la historia –Germán Colmenares
y Sergio Mejía–.
Salvador Romero Pittari partía ya en 1986 de una aclaración es-
candalosa; su escándalo consistía en que estimara necesario decirla en
voz alta: cita a Ortega y Gasset para advertir que “pretender explicar
la pintura de Monet refiriéndola a las catedrales y los paisajes del Sena
que ella representa sería dejar de lado aquello que funda su naturaleza
específica” (1986: 67).28 Su breve ensayo sobre udc se encamina, todavía
tentativamente, hacia esa especificidad. Encuentra, por ejemplo, en la
composición narrativa de udc, un método general: el que, con el vocabu-
lario de las ciencias sociales, llama el “individualismo metodológico” de
r-m y que bien podría entenderse como su discernimiento novelesco de
la sociedad: “Cada individuo actúa en ella según su ideología, su status,
sus intereses o su conocimiento del medio, variables inseparables de una
sociedad particular y de la biografía del personaje” (1986: 71).29
Esta inicial alusión a la densidad novelesca de udc es ampliada años
después por Luis H. Antezana en su contribución al estudio introductorio

28 Por las mismas razones, estos apuntes introductorios no discuten la historia a la


que se refiere udc (“las revoluciones independentistas de 1809 en el Alto Perú”)
sino los dilemas de su representación en udc. Los interesados en los paisajes del
Sena, y no tanto en el cuadro de esos paisajes, pueden leer con gran provecho
los clásicos contemporáneos sobre el tema (el proceso independentista en el Alto
Perú): Arze (1979), Roca (2007), Siles Salinas (2009 [1992]), Barragán et al. (2012),
Soux (2015).
29 Urioste es otro comentarista que se detiene, por un propósito más encomiás-
tico que analítico, en las virtudes novelesco-narrativas de la obra histórica
de r-m: elogia sus descripciones urbanas, su retrato de personajes, su humor
(2010: 41-49). El uso de recursos ficcionales en la crónica histórica o periodís-
tica, por otra parte, no anula, pese a los que presumen que con este acerca-
miento se atenta contra la verdad, su distinción pragmática básica: en el relato
histórico, el narrador es el autor, o, en palabras de Genette, “el autor asume
la plena responsabilidad de las afirmaciones de su relato”. “Inversamente, su
disociación [el autor no se hace responsable de lo que dice el narrador] define
la ficción” (Genette, 1991: 80).
Estudio introductorio 29

de la edición de la Biblioteca Ayacucho (2003): en udc, escribe, “la trama,


los personajes y el contexto en todo momento se implican mutuamente”,
en un relato que se desarrolla “como una novela de intriga y de suspen-
so” (2003: xxix). Y es una novela de intriga y de suspenso que persigue la
reconstrucción de la crisis de la sociedad colonial altoperuana: la narra-
ción que leemos no sería sino el despliegue y análisis de esa alteración.
(Antezana sospecha que la crisis charquense se insinúa en udc como una
crisis de las distancias: las distancias que alejan a La Plata de otros centros
mayores de poder, pero también las distancias históricas, sociales, políticas
y culturales que se hacen visibles y activas en una ciudad, La Plata, durante
esos agitados últimos días coloniales). El modo narrativo de udc –que es
“impecable”, dice Antezana– apela por otra parte a la constancia de un
principio principal de construcción: “r-m interrumpe el desarrollo de la
trama para detallar, social e históricamente, los espesores implicados en
los ‘instantes’ que trata” (2003: xxxi).
La lectura (más extensa) de Colmenares –y la de Mejía, que la conti-
núa y cuestiona– se establece desde la comparación textual de r-m con
los mayores (y más famosos) historiadores latinoamericanos del xix;30

30 Desarrollando sugerencias de Colmenares (1997 [1987]: xxx-xxxi) y sobre todo de


Barnadas (1988: 68), el historiógrafo ecuatoriano Juan Maiguashca ha recreado la
red de intercambios, influencias, préstamos y lecturas que, desde los centros in-
telectuales de Santiago y Buenos Aires, provocan la aparición de una “república
de las letras” de los historiadores latinoamericanos del xix. Su panorama resume
tres de los grandes debates sudamericanos sobre “cómo se debería escribir la his-
toria” (que era, para esos historiadores, la historia de la Independencia): el que
enfrentó en los años 40 a Andrés Bello y José Victorino Lastarria, defensores –se-
gún la lectura de Maiguashca– de la historia narrativa (ad narrandum), el primero,
y analítica (ad probandum), el segundo; el que, ya en los años 60 del siglo xix,
entablaron Bartolomé Mitre y Dalmacio Vélez Sarfield sobre los agentes determi-
nantes del cambio histórico (los grandes hombres y las élites de la capital, para
Mitre; el pueblo y las gentes del interior para Vélez Sarfield); y el ya otoñal, de los
años 80, entre Mitre, otra vez, y Vicente Fidel López, que sostenía que –en contra
de nociones que atribuía a Mitre– la acumulación de pormenores documentales
no solucionaba, dictando una forma, el problema de la narración histórica (por
eso Maiguashca considera a López un “predecesor de Hayden White”) (2011: 463-
476). Sobre el lugar de r-m en esta república de las letras históricas, algo se puede
deducir de sus críticas (a la obra de Benjamín Vicuña Mackenna, por ejemplo) y
de la naturaleza de sus deudas, que son con frecuencia más documentales que
metodológicas. En UDC, por ejemplo, r-m dialoga y usa, sobre todo, las historias
y recopilaciones documentales de Andrés Lamas (del que recibe, de hecho, el
regalo de documentos), Bartolomé Mitre, Vicente Fidel López, Francisco Bauzá
y Antonio Zinny. Se remite además con frecuencia a los que llama “cronistas
primitivos” de la emancipación en el Río de la Plata: Manuel y Mariano Moreno,
Ignacio Núñez, Francisco Saguí, Gregorio Funes.
30 Últimos días coloniales en el Alto Perú

en esa comparación, concluye que los libros de r-m son irreductibles a


las tendencias historiográficas dominantes de su época. Autor de una
estupenda colección de ensayos sobre la escritura de la historia en Suda-
mérica en el siglo xix, Las convenciones contra la cultura, Colmenares propone
al comenzar su panorama una hipótesis general de lectura, anunciada
en su título: que en la obra de los grandes historiadores del xix –Andrés
Bello y José V. Lastarria, Diego Barros Arana y Mariano Paz Soldán, José
Manuel Restrepo y Miguel Luis Amunátegui, Bartolomé Mitre y Vicente
Fidel López– se manifiesta la tensión irresuelta entre ciertas convenciones
formales (prestadas de Europa) y una materia cultural heterogénea, ajena
a esos préstamos. Este desencuentro entre formas (o convenciones) y
materiales (o culturas) es el que, para Colmenares, no se repite en udc de
r-m: la “íntima comprensión del mundo colonial americano debía pasar”,
dice, por una “restitución del lenguaje”:
En Últimos días coloniales en el Alto Perú, la voz del historiador multiplicaba la
presencia de objetos y personajes de una manera dialógica. El realismo de la
figuración procedía de una paráfrasis imaginativa de los documentos de fines
de la Colonia. r-m calcaba las menores sinuosidades de los textos, ahondando
el relieve y transformando los ritmos, pero conservando la textura expresiva.
La paráfrasis trasmutaba sutilmente cada texto en significados, animaba las
fuentes, las hacía hablar y responderse unas a otras. Amontonaba textos y
significados para construir una tela sin hendiduras posibles. El relato cubría
apenas dos años en una secuencia sin cisuras que combinaba la descripción del
detalle y la interpretación general, el transcurso puntual de los hechos y una
profundidad temporal que les prestaba su sentido. (Colmenares, 1997: 94).

Esas densidades y abundancias dialógicas de udc serían las herra-


mientas de otra manera de entender la causalidad: “El ámbito pomposo
de las historias patrias se disolvía en gestos sin importancia aparente, en
caracteres nimios, en pequeñas envidias o chismes”, pequeñeces que sin
embargo, como en una novela, “van apretando el nudo de la significación”
(1997: 94). A la vez, esta manera de encarar los materiales y formas del
relato permite a r-m abordar “el juego que iban tejiendo circunstancias y
personalidades” (1997: 95) de acuerdo a una lógica que presume que poco
o nada es solamente lo que es: en la crisis, las mudanzas son constantes y
hasta “las cavilaciones provincianas adquirían, casi al azar, la categoría de
pensamiento político” (1997: 95). Colmenares se ocupa, en suma, de los
procedimientos con que r-m incorpora a la narración histórica las densida-
des de una cultura. Concluye, ya rendido a la tentación encomiástica:
Gabriel René Moreno ha sido el único historiador decimonónico del sur
de Hispanoamérica en proponer el problema cultural de la reconstrucción
histórica y en haber encontrado una solución valiéndose de su percepción
Estudio introductorio 31

refinadamente estética. Esta era una salida que no estaba muy lejos de la
expresividad de las novelas de Alejo Carpentier, Gabriel García Márquez y
Mario Vargas Llosa en nuestros días. (Colmenares, 1997: 97)

Sergio Mejía resume la diferencia de r-m en estos términos: “Con


la obra de Gabriel René Moreno terminan un siglo y un modo de la
interpretación americana. Su obra fue intempestiva, fuera de tiempo
y sazón; su modo, la ironía; su método, la zapa erudita, con la que
minó las certidumbres patrióticas de su siglo” (2013: 156). Establecida
sucintamente la diferencia de r-m, pasa a una reconstrucción detallada
de udc, con gran abundancia de citas,31 en la que va registrando las
que calcula son las generosidades del método a la vista: la zapa erudita
(r-m es aquí un viejo topo que mina certezas), la proliferante ironía en
la caracterización de circunstancias y personajes (a contramano de la
pompa patriótica de los discursos nacionales), la opción por una histo-
ria “crítica, breve y acotada”, en respuesta –o solución– al impasse de
las historias monumentales (como la Historia general de Chile de Barros
Arana, en 16 volúmenes). Si es cierto que en udc, “por su actitud ante el
tema y ante la misma escritura de la historia, r-m superó a su tiempo y
abrió nuevos horizontes” (2013: 155), lo es en buena medida porque es
un libro que logra contar dos historias: una concentrada, “susceptible
de demostración con documentos y pruebas, y que debe restringirse a
un periodo breve y una pregunta clara”; la otra “mayor, de impronta
en la cultura y la política” y que en udc es esta: “en Charcas existió
una sociedad educada y floreciente, pero los caudillos de Bolivia la han
sometido a la vergüenza y al miedo” (2013: 161).32

31 Abundancia de citas que Mejía justifica con esta advertencia: “No está demás
una nota de aviso al lector. Moreno fue un gran escritor, y los grandes escritores
deben ser comentados con cierta humildad, pero sin reverencia. El comentador
haría un esfuerzo improductivo si acallara su voz” (Mejía, 2013: 157).
32 El contraste entre las potencialidades emancipatorias de la coyuntura indepen-
dentista y la posterior deriva republicana es un motivo narrativo común de las
literaturas latinoamericanas del xix. Colmenares describe este motivo entre va-
rios historiadores sudamericanos del siglo xix como el de la brecha entre “las
expectativas grandilocuentes” que se le otorgan a los movimientos independen-
tistas y “el destino posterior de cada uno de los países que las alimentaban”
(1997: xvi). Sin la grandilocuencia, udc es en ello una entre otras narraciones
históricas que recrean años de esperanzas que luego son frustradas, aunque esa
frustración, para r-m, ya se manifieste en ciernes en la crisis revolucionaria. (Si
la circunstancia independentista es la de la inesperada aparición de lo diferente
entre lo mismo, la historia republicana será, para r-m, el regreso de lo mismo
en lo que, solo nominalmente, se proclama diferente). En la otra gran narración
del instante independentista en el Alto Perú, la novela Juan de la Rosa (1885) de
32 Últimos días coloniales en el Alto Perú

iv. Hacia una poética de la escritura de la historia

1. La primera escena: los llamados del archivo

Puede ser que la definición de un teoría de la escritura de la historia en


r-m obtenga una iluminación inicial en la recreación de esta escena: en su
escritorio, tarde en la noche, r-m organiza y clasifica para su posterior em-
paste esa dispersa folletería que se ha acostumbrado a coleccionar, según
hábitos que confiesa con el vocabulario de las perversiones: los que salva y
cuida son restos y pedazos de papeles que nadie quiere, los inciertos frutos
de regulares excursiones solitarias “por las catacumbas de la bibliografía
boliviana”, dice (r-m, 1873: 130). El conocimiento de una sociedad requiere
–dice este coleccionista– el cuidado de esas huellas, una curaduría un tanto
ciega que con “mano paciente y benévola” reúna los “artefactos dispersos”
de su vitalidad. El papelista –un doctor Frankenstein de la folletería– toda-
vía no es el escritor y tampoco sabe, con exactitud, lo que busca o lo que
quiere hacer, aunque sí conoce su propio interés: en esas “producciones de
la sociedad boliviana convulsa y desasosegada” tiene la ilusión de encontrar
“las formas francas y genuinas que brotan de su actividad espontánea, la
verdad y la fuerza de su pensamiento solicitado o aguijoneado por el afán
de la vida” (r-m, 1873: 129). Los papeles, hasta ahora artefactos dispersos
al cuidado del coleccionista, devienen materia o principio de las labores
del historiador solo después, cuando han sido clasificados y su lectura deja
entrever en ellos un misterio: “el hecho, como fenómeno social, no viene
a ser advertido por el investigador sino a la larga”, dice, y solo después de
que una sostenida atención “deja ver que aquí existe todo el sistema de
una costumbre cuyas causas es curioso averiguar” (r-m, 1873: 130).
Es como si, en un eco de las justificaciones de Bartolomé Arzáns –que
achacaba al Cerro Rico su vocación narrativa, pues este, dice en el prólogo
a su Historia de la Villa Imperial de Potosí, lo “había escogido para su autor”–,
r-m, en una suerte de versión escatológica del fetichismo, concediera a
estos impresos un repentino don de lenguas, una capacidad de reclamo,
una voz.33 Estas son por eso experiencias que se cuentan en los términos

Nataniel Aguirre, el narrador presupone la misma cesura o quiebre –caracterís-


tico punto de partida de estos relatos del desencanto– entre un largo presente
amnésico y un breve pasado glorioso (que es el de la infancia y adolescencia del
narrador) (Aguirre, 2016: passim).
33 Una variante de la misma escena es su encuentro con el baúl de documentos que
le obsequia Daniel Calvo en su primer viaje de regreso a Sucre, en 1871. El baúl
Estudio introductorio 33

testimoniales de un encuentro con algo que nos llama. Al principio, recuer-


da r-m, cuando cierto “maremágnum de folletos bolivianos se me apareció
por primera vez”, distraído en el acto clasificatorio, no escucha, no ve
nada todavía, pues actúa todavía “con indiferencia y casi con desdén” (r-m,
1873: 129). Pero esa misma paciente labor de la clasificación es la de una
primera lectura que le permite descubrir en esos papeles singularidades,
la de las guirnaldas, por ejemplo, ese género espectral que reconstruye
viejas ceremonias de la oralidad dominante de la cultura boliviana y que
ahora es menester considerar “con el cuidado y miramiento debidos a
un linaje de publicación habitual en todo un pueblo” (r-m, 1873: 129).
Ya elocuentes, esos artefactos dispersos de la sociabilidad adquieren los
privilegios de la intimidad:
Cuando mis tareas de coleccionista me llamaron por primera vez a otra parte,
ya no me fue posible dejar las guirnaldas sin pena y sin verdadero afecto.
Tocoles quedar algún tiempo junto a un rollo macizo de constituciones
políticas, que también significan en Bolivia fragilidad, muerte y disolución.
(r-m, 1873: 129)

Los impresos, que la lectura ha salvado de la dispersión, devienen


“camaradas predilectos”, compañeros de ruta, ya resucitados y de pie: “He
aquí los tengo ya delante de mi mesa de trabajo (la lámpara en medio
de ellos) a mis dos queridos y acariciados volúmenes, de pie como dos
sauces llorones sombreando una existencia que alentando se consume”
(r-m, 1873: 130).

2. El horizonte narrativo de la historia

r-m escribió crónicas históricas. Ello no es menos indudable que el hecho de


que, aunque él mismo se refiriera con esas palabras algunos de sus textos,
no sabemos con precisión qué es lo que entendía por “crónica”. No sería un
mal lugar para buscar una respuesta el texto que, a todas luces, es una de sus

contiene, entre otros papeles, un original del acta de la Independencia de Bolivia.


En Arzáns, es el cerro deslumbrante el clásico objeto aurático que le devuelve la
mirada y lo encanta: “con ojos de plata puedo asegurar que me ha mirado para
su autor” (Arzáns, 1965: clxxxiii); r-m, frente al baúl de tesoros documentales,
cuenta su maravillamiento: “apenas podía dar como efectivo lo que tenía delante
de mis ojos”. Esta epifanía, como tantas, crea una obligación y una fidelidad: “Al
punto comprendí que tal adquisición me imponía deberes estrictos de conserva-
ción y custodia” (cit. por Condarco, 1971: 123). La mejor biografía de r-m como
coleccionista de papeles, salvador de documentos y constructor de bibliotecas es
la de Gunnar Mendoza (1951).
34 Últimos días coloniales en el Alto Perú

mayores contribuciones al género, Matanzas de Yáñez (1886), que inscribe sus


aspiraciones formales y metodológicas no solo en términos programáticos
explícitos sino por su práctica concreta de la escritura. A saber, y a primera
vista, la crónica a la que aspira r-m en ese libro es simplemente la narración
ordenada de los hechos de los hombres; pero esta, más que la definición de un
género, es la de una aspiración: solo al final de su lectura entendemos que
tanto la “narración” como los “hechos” y los “hombres” son categorías que
no deberíamos haber supuesto ya establecidas.34
La narración histórica, por ejemplo, es para r-m una operación com-
pleja de lectura: no tanto la determinación de lo que realmente fue, según
el desafortunado lema atribuido a Leopold von Ranke (aún vigente en
rincones de la historiografía boliviana), sino un acto incesante de interpre-
tación y compulsa de las representaciones de los hombres sobre aquello que
sucedió y les sucedió. El cronista no es, en ello, solo un narrador encargado
de hacer la curaduría de los hechos, su selección y ordenamiento; lo que
lo distingue, en verdad, es que incluye entre los hechos que merecen su
atención las maneras en que los hombres han entendido y malentendido
sus circunstancias.
Si se cree, como r-m, que ser un cronista es seguir la crónica de una
lectura, no debería alarmar a nadie que Matanzas de Yáñez resuma los
hechos en cuestión –esos que sucedieron realmente– en un solo párrafo, el
cuarto apenas de un libro de 447 páginas. Y tampoco que esta crónica se
abra, siguiendo un procedimiento retórico que luego Borges hará famoso,
con una tímida descripción bibliográfica: la del periódico El Juicio Público,
primer objeto de esas lecturas obsesivas y lentas que son el horizonte
metodológico del cronista y que derivan en un texto más extenso –¡200
páginas!– que aquel que leen y releen. La crónica en Matanzas de Yáñez,
en suma, no es tanto el establecimiento diligente de los hechos –para eso

34 Las numerosas indisciplinas de r-m en su relación con las fronteras entre los
géneros textuales, por otra parte, merecen un estudio detallado. En la persecu-
ción de formas para su estilo, muchos de los textos de r-m se ofrecen, al lector,
en sus líneas iniciales, como modestos comentarios bibliográficos, que luego y
con frecuencia se transforman en extensas biografías, ensayos, análisis socio-
lógicos, diatribas. Sanabria ya había señalado esa anomalía de los comentarios
de r-m (1970: [14]). Urioste amplía las observaciones de Sanabria: “La acotación
bibliográfica es el más frecuente molde expresivo usado por r-m. Pocos textos
arribados al horizonte de su atenta mirada se salvan del comentario. Sin embar-
go, esas notas de bibliófilo solitario, esos pensamientos al margen diseminados
por toda su voluminosa obra, llegan intermitentemente al borde del ensayo, sin
que sepamos, a veces, cuándo han traspasado la barrera imperceptible de los
géneros” (Urioste, 2010: 76).
Estudio introductorio 35

le basta a r-m un párrafo, breve y preciso–,35 sino las contradictorias y


sintomáticas maneras en que los hombres los han vivido y comprendido.
De ahí la atención prestada a las voces de esos hombres, y que son parte
de la historia: la crónica es un cuidadoso montaje de citas, de palabras
ajenas. “Las gacetas bolivianas son las musas que han dictado el presente
centón” (r-m, 1886: ix).36
En el prólogo tardío a udc, r-m discute los méritos y diferencias de
dos modalidades narrativas: por una parte, para cierto periodo de su
crónica, el uso analítico “de los documentos a fin de ir desentrañando
en ellos la externa serie lógica de los diversos hechos, pero de manera
que su conexión preferente” forme “individualidades primordiales bien
caracterizadas”. La otra manera intenta, en cambio, “estrujar” el sentido
de los documentos, con la esperanza de que estos proyecten “una luz con
que ver en el interior de los ánimos” (pág. 97).
La combinación o alternancia entre un horizonte diacrónico y uno
sincrónico –para usar el venerable lenguaje de análisis estructural– co-
rresponde lejanamente a la adopción en udc de esos dos modos composi-
tivos, identificados luego con algunos autores clásicos de la historiografía
decimonónica: el primero es el de las “narrativas procesionales” [proces-
sionary narratives] producidas por Michelet o Ranke y el segundo el de las
“narrativas estáticas” que escribieron Tocqueville y Burckhardt (White,
1975: 57-58). En udc, como ha señalado Antezana, esa alternancia supone,
por un lado, el enlace ordenado y hacia adelante de actos y hechos, y las
ocasiones de digresión o ampliación analítica (“estáticas”), a la Tocquevi-
lle, por el otro. (Abecia señaló la indudable influencia de Tocqueville en
r-m [1965]). Es claro que r-m no piensa, como luego Braudel y la escuela
de los anales francesa, que esa procesión de acontecimientos sea, en
palabras de Halperín Donghi, “la incesante fantasmagoría que despliega
ante nuestros ojos la histoire événementielle”, y tampoco que la historia “solo
adquiere sentido” cuando el historiador abandona los pormenores “para
penetrar las capas más profundas de la realidad” (2014: 10). De hecho,
en r-m, la narrativa se organiza casi como una demostración de que estos
dos niveles, opuestos por Braudel, no son excluyentes y dependen de lo
que se trate y explique.37

35 Citamos ese párrafo perfecto en la página 11 de este “Estudio introductorio”.


36 Centón: “Obra literaria compuesta enteramente, o en la mayor parte, de frag-
mentos, sentencias o expresiones de otras obras o autores” (drae).
37 El más entretenido análisis de las consecuencias epistemológicas de estas tensio-
nes –narración vs. análisis; actos singulares vs. estructuras; largas acumulaciones
36 Últimos días coloniales en el Alto Perú

Por otra parte, y ya pensando en las variedades de la narración histó-


rica propuestas por Hayden White, acaso los de r-m sean mejor descritos
como relatos farsescos, según una inclinación de irrefrenable reflexibidad:
su escritura tendería a formas que “adquieren sus efectos precisamente
al frustrar las expectativas normales sobre los tipos de resolución que
ofrecen los relatos [históricos] moldeados en otros modos (el romance, la
comedia, la tragedia...)” (White, 1975: 8; traducción mía). Esta frecuente
frustración de las expectativas, en r-m, provoca, por ejemplo, el retrato
oscilante y ambiguo de los personajes, de sus acciones, de las intenciones
en juego, de las consecuencias no esperadas de esos actos. O, a diferencia
de Hegel –que para White era trágico en los pormenores y cómico en su
gran historia–, se debería decir que r-m tiende a la inscripción farsesca de los
pormenores de la política y a la construcción trágica del relato general de la
emancipación altoperuana. En esta crónica de los últimos días coloniales y
los primeros de la República, la primera vez las cosas suceden como farsa
y la segunda como tragedia, como encaminadas hacia la consecución de
un pathos que lo es porque es una repetición desgraciada.38

3. La danza de totalidad y contingencia:


Las argucias de la historia

Tempranamente en udc, r-m introduce este concepto: el de un consorcio de


circunstancias (pág. 106) cuya identificación y dilucidación, y por un cálculo
total de las cosas (pág. 160), nos ayudaría a hacer visible la crisis histórica
de la que se ocupa su crónica, crisis del régimen colonial, que por unos
meses hace aguas o parece hacer aguas porque su rutina social –aquellos
largos hábitos de sumisión que el mismo r-m no deja de señalarnos– es
alterada por una extraordinaria confluencia de actos, de personajes, de
circunstancias lejanas y cercanas. En los días y semanas que r-m decide
narrar, el tiempo se acelera providencialmente: los acontecimientos, es-
cribe r-m, se agrupan “para sucederse con una inmediación que les da el

históricas vs. el cambio súbito de un paradigma– es, hasta donde sé, el del an-
tropólogo Marshall Sahlins en su discusión teórica de la memorable temporada
de 1951 de la liga del béisbol estadunidense (cf. “Culture and Agency in History”,
el segundo capítulo de su estupendo Apologies to Thucydides, 2004: 125-193).
38 Eso sucede con las dos caras de los doctores doscaras, que, como veremos en de-
talle más adelante, en su aparición temprana en udc son fantoches funcionales
a la causa gloriosa de la emancipación, pero que luego, ya durante la fundación
de la República y durante sus primeras décadas, devienen emblemas trágicos de
la deriva o miseria política de una sociedad.
Estudio introductorio 37

viso de simultáneos” y, en su consorcio, desencadenan mudanzas “vastas,


radicales y duraderas” (pág. 106).
El consorcio de las circunstancias –que es un horizonte explicativo
inconciliable con esas dicotomías estructurantes que dominarán luego el
pensamiento social boliviano– requiere, para su despliegue textual, de
un comportamiento retórico más bien digresivo. La relación de los ac-
tos de los hombres y las reacciones que esos actos desencadenan no es
suficiente, aunque corresponda a esa necesaria recomposición analítica
de la “externa serie lógica de los diversos hechos” que r-m identifica –ya
lo habíamos visto– como una de las tareas del historiador en su prólogo
tardío a udc de 1901. Y porque no es suficiente, el modo que demanda
la captura del consorcio casi infinito de circunstancias –y sus actos, cos-
tumbres, equivocaciones, ideas, recuerdos, violencias, fracasos– es el del
desvío o la demora constante: aclaraciones y apartes, exposición rápida
de los contextos necesarios y el resumen de historias previas que van
armando un entramado que es al mismo tiempo un esclarecimiento.
Las circunstancias que esta práctica de la escritura histórica convoca
nunca abandonan su carácter circunstancial: si es que no son manifes-
taciones del azar, son las evidencias de una acumulación histórica que
no sabe para quién trabaja. Como en Hegel (al que r-m le debe no poco),
incluso los vicios y las mentiras son, en tales constelaciones, momentos
de la verdad.39 Un glorioso, aunque prematuro, gesto emancipatorio fue
construido por gente deleznable, en esta historia que es una alquimia al
revés que transforma el oro en el mismo barro de todos. Y esto porque
las contingencias de cada quien y las singularidades de la casualidad ad-
quieren en la crisis social los sentidos de su concurrencia milagrosa: su
coincidencia y comunicación las sobredeterminan. Nada aquí se define
a priori y es solo en su análisis –que es una operación póstuma– que en-
cuentran un lugar en el consorcio de las circunstancias históricas.
Las indirecciones o subterfugios de la historia son, en las crónicas de
r-m, un giro frecuente. Ya en el prólogo de Matanzas de Yáñez, r-m hacía de

39 r-m se acerca a Hegel en su aversión a las conexiones inmediatas, indirección que


está detrás de la inclinación de ambos a imaginar la historia como el reino de las
paradojas del tiempo. Esta podría ser una buena apreciación general de la inter-
pretación del proceso independentista en el Alto Perú en la obra de r-m: “Unas
veces vemos moverse difícilmente la extensa masa de un interés general y pulve-
rizarse, sacrificada a una infinita complexión de pequeñas circunstancias. Otras
veces vemos producirse una cosa pequeña, mediante una enorme leva de fuerzas,
o salir una cosa enorme de otra, en apariencia, insignificante. Por todas partes el
más abigarrado tropel, arrastrándonos en su interés” (Hegel, 1974: 42).
38 Últimos días coloniales en el Alto Perú

esta idea una especie de principio metodológico: “Si para los contemporá-
neos mienten y yerran las gacetas, dicen verdad (hasta la verdad misma de
su errar y de su mentir) para ante la historia”. Y en udc la noción prolifera
y abunda, convertida en principio mismo de la consideración compleja
y digresiva de la totalidad: lo que en un nivel de análisis es una cosa, en
otro nivel es otra, distinta; lo que significa algo en un tiempo, significa
otra cosa en otro tiempo; lo que es un error en determinado contexto es
una verdad en otro (y de ahí que el historiador exalte “la verdad misma
de su errar y su mentir”).
En ninguna de sus creaciones r-m explora mejor las posibilidades
de este aliento de aires hegelianos que en el retrato de su más famoso
personaje: el doctor doscaras altoperuano. ¿Contribuyen a la emancipa-
ción o la traicionan? ¿Creen en ella o fingen las fidelidades adecuadas
en las circunstancias? ¿Ayudan o perjudican? Preguntas como estas son
las que subyacen en una larga historia de malentendidos, evaluaciones
que no logran determinar con claridad qué dice r-m de estos señores (cf.
las lecturas, en una dirección o la otra, de Arnade y Roca). Pero lo que
encuentra r-m en los doctores doscaras altoperuanos –que malas lecturas
posteriores hacen emblema de la doblez colla o la perfidia chola (pese a
que son en su mayoría criollos blancos)– es lo que encuentra en muchos
de sus personajes: la verdad misma de su errar y su mentir. Sí, es cierto
que encarnan una suerte de vanidad e hipocresía gremial incansable; sí,
es evidente que velan por sus propios intereses; sí, no hay duda, al leer sus
manifiestos públicos, que están como atrapados en las sofisterías inanes
de la retórica escolástica del jurisconsulto provincial. Pero no solo a pesar,
sino porque son todas esas cosas es que contribuyen, a ratos involunta-
riamente, a un instante glorioso de la gesta emancipatoria americana. Su
hipocresía, su vanidad, sus mezquindades, sus vicios intelectuales son,
entre tantas circunstancias, los instrumentos que ha elegido la historia
para llegar a ese instante.

4. La sociedad y el Estado

Aunque lector insomne, r-m tiene a poco, en la práctica, las historias que
hacen del pasado una accidentada realización de las ideas y las opiniones
de sus intelectuales. Sus crónicas, por ello, están libres de una costumbre
que recorre no poco de la historiografía escolar boliviana: la noción nunca
examinada de que las transformaciones históricas son el resultado, demora-
do, de una iluminación ideológica. La glosa de las “ideas independentistas”
–a la usanza posterior, por ejemplo, de Guillermo Francovich (1948)– brilla
Estudio introductorio 39

por su casi total ausencia en udc: incluso la formulación misma de la idea


independentista es en su crónica una suerte de azar retórico (“el silogismo
altoperuano”), avatar involuntario de los procedimientos escolásticos que
dominan las aulas de la universidad colonial. Nadie es de repente encan-
dilado, en epifanías religiosas, por la imagen de la libertad y cada descu-
brimiento es el resultado, paradójico a primera vista, más bien, de gentes
y actos que perseveran en sus propias costumbres y llegan a lo nuevo un
poco sin quererlo y más allá de sus aspiraciones.
Lo que reemplaza en la obra de r-m esas historias de unos intelectua-
les sobre otros –con sus énfasis gremiales en “ideologías hegemónicas”,
“programas” o “imaginarios”– es una noción específica de la política
como una suerte de práctica compleja de vasos comunicantes, de hábitos
de circulación y contacto. Aunque conectado a lo demás, el de la política
es un dominio específico, con sus propias costumbres y límites, con sus
propias formas y requerimientos. Y este reino es uno de riquezas y vita-
lidades que amenazan con contaminar el resto a su imagen y semejanza.
A diferencia de muchos clásicos del pensamiento conservador boliviano
posteriores (Alcides Arguedas o Franz Tamayo, Fausto Reinaga o Jorge
Siles Salinas), r-m no encuentra en la política boliviana un territorio
entregado a la abyección de la colectividad (a ser redimida por líderes o
visionarios “probos”). En ello comparte una convicción de su maestro, el
vallegrandino Manuel María Caballero, que creía, contra el consenso de
la clase letrada decimonónica boliviana, que la única literatura auténtica
era en Bolivia la que “tiene relación con la política”, pues solo la política
“ha sabido apoderarse de los ánimos” (Caballero, 1863). El mismo r-m
hablará del valor de ciertos impresos por otra parte deleznables en tanto
eran jirones del aliento social.
Y no es que r-m tenga una gran opinión de lo político en Bolivia. Es
más: habla, con melancólica insistencia, de la sociedad boliviana como
“convulsa y desasosegada” y de los repetidos infortunios que ese desaso-
siego crónico produce (la imposibilidad de la literatura, por ejemplo).40
Pero no encuentra los males de la colectividad boliviana en la colectividad,
como se acostumbrarán a hacerlo luego tantos, entre ellos famosamente
Alcides Arguedas con su categoría, fóbica, de la “plebe en acción”. Es más:
si es que en Matanzas de Yáñez R-M aspira a reconstruir, premonitorio, un
arquetipo de la violencia política republicana –las masacres con las que

40 Véanse las páginas iniciales de su primer libro, Introducción al estudio de los poetas
bolivianos (1864).
40 Últimos días coloniales en el Alto Perú

es posible periodizar la historia de Bolivia, desde las heroínas de la Coro-


nilla de 1812 a Senkata y Sacaba de 2019–, no hay que olvidarse de que,
en su arquetipo, es la colectividad la justiciera y el Estado el agente de la
violencia. En ello, r-m se acerca, en el siglo xix, a Nataniel Aguirre, otro
escritor que imaginó multitudes que no eran “abyectas”.41
Aunque hablar de la colectividad sea en r-m una generalización: a
diferencia de las reducciones culturalistas (y denigratorias) de lo colectivo
entre los intelectuales del liberalismo de la primera mitad del siglo xx o
de las postulaciones glorificadoras y abstractas del nacionalismo posterior
(tanto en sus versiones de la segunda mitad del siglo xx como en las de
las primeras décadas del xxi), las colectividades –esas masas de otra gente,
como las ha llamado Jameson (2014: 23)– en r-m no son una reificación
a la manera de la “plebe” o del “pueblo”. Son más bien configuraciones
inestables, compuestas por castas, clases y gremios, cada cual –como
los individuos– mediada por su propia historia y sus costumbres, y que
participan de cuando en cuando en acciones que los exceden y que se
refieren con frecuencia –en su actuación– a la memoria específica de sus
relaciones con el Estado (o las instituciones del poder colonial).42
En udc se integran en el relato histórico –como suele ocurrir en los
clásicos de la historiografía nacionalista del xix– hechos, ideas y actos
dispersos, pero ese procedimiento narrativo no deriva en la ilusión te-
leológica, anunciada en la pulsión nacionalista, de que tal articulación
conducirá a la aparición, que la justifica, de un objeto social estable y
definitivo: la nación, la identidad, la verdadera sociabilidad del país, etc.
Para r-m, el espíritu público es provisional.

5. ¿Qué es el pasado?

Entre las formas dominantes de entender el pasado, la historia –y, con ella,
la política–, se contraponen en la tradición boliviana dos principales:
a) La que parece encandilada con la obligación de restituir o fabricar
una imagen del origen, de un principio que determinaría lo que queremos
ser o recuperar. En su versión nacionalista clásica, ese origen se desarrolla

41 Cf. el capítulo iii de Juan de la Rosa de Aguirre.


42 Piénsese por ejemplo en “el pueblo paceño” de Matanzas de Yáñez (1886): colecti-
vidad chola, inestable, organizada en torno a un objetivo puntual –la resistencia
a un crimen de la barbarie estatal–, capaz de actos políticos que lo son porque no
son solo políticos: la impulsa la reivindicación de la “justicia”, de la “decencia”,
de la “humanidad”.
Estudio introductorio 41

o despliega en el tiempo animado por tendencias –políticas– que nos


alejan o acercan de él.
b) Frente a esa perseverante tradición de la historiografía boliviana
–presente incluso en útiles elaboraciones conceptuales como la de “mo-
mento constitutivo” de Zavaleta Mercado–, r-m entiende la política y la
historia ya no como una develación o descubrimiento o desarrollo (de un
origen) sino como una temporalidad de la contingencia, de los subterfugios
de la totalidad, de las consecuencias de lo inesperado, de las argucias de
lo ideológico. Esta manera de entender la historia desencadena a su vez,
claro, una comprensión distinta de la praxis: la colectividad no es, en
r-m, por ejemplo, un sujeto (a veces “engañado”, a veces no), que –cual
personaje de novela decimonónica– va adquiriendo, recuperando o cons-
truyendo una conciencia (colectiva). Es, en cambio, un nivel de análisis (el
de “lo colectivo”), que aparece y desaparece –como en Matanzas de Yáñez–,
se transforma, se descubre ajena a sus “intenciones”. En otras palabras,
“lo público” para r-m no es algo estable y mucho menos definible desde
reificaciones identitarias (lo que no excluye que piense insistentemente en
hábitos gremiales y memorias de grupo): es algo que anuncia sus formas
como esas que el viento traza en el polvo o en el agua.
En las crónicas de r-m, la reconstitución digresiva del pasado se concibe
como el resultado de una lectura que evita abandonarse “a la comodidad
de sus representaciones” (Hegel, 1974: 48); es más, en discretos pero no
inusuales interludios de reflexividad, el historiador se refiere a sí mismo
y a sus intercambios y labores con documentos, archivos, papeles sueltos,
testigos y testimoniantes (r-m recopila y usa con entusiasmo historias
orales). Lo que promueve estos esfuerzos de lectura, estos actos del celo
filológico, es la esperanza de que si se presta la atención suficiente, si se lee
y se relee, si se examinan contextos y relaciones, si se busca lo dicho y lo
que no se dice o solo se dice entrelíneas, puede ser que resuciten o reapa-
rezcan, como espectros de nuestro cuidado, los materiales del pasado.

6. El oficio del historiador

r-m entiende que sus esfuerzos de archivista y escritor están marcados


por el pathos de una doble futilidad: no solo los artefactos del pasado que
quiere resucitar no le interesan a nadie (según ha comprobado en la prác-
tica), sino que sospecha que tampoco los textos derivados de la lectura
de esos artefactos tienen o tendrán lectores (según verifica por la escasa
circulación contemporánea de sus libros). Antígona de los archivos, r-m
es el fundador de una breve genealogía de escritores que regresan a la
42 Últimos días coloniales en el Alto Perú

misma escena arquetípica: la del lector y paria que intenta salvar –de la
voracidad de la indiferencia o de las sañas de la destrucción– los libros,
los documentos, los papeles. En r-m, esa es la escena que organiza uno
de sus ensayos más influyentes: “Los archivos históricos en la capital de
Bolivia” (1876), en el que cuenta la lucha del archivista por salvar de la
saliva humana, de la oralidad, los monumentos del pasado (documentos
que compran como papel las ancuqueras, que envuelven con ellos sus dul-
ces). La imagen de una cultura letrada que, lejos de ser “hegemónica”, está
expuesta a los embates de la oralidad dominante en la cultura boliviana,43
es similar a la que poco después, en 1885, imagina Nataniel Aguirre en
la novela Juan de la Rosa: esa biblioteca abandonada en el tercer patio de
la casa solariega de Teresa Altamira, la tía de Juanito, el protagonista,
donde se amontonan los libros solo de interés para la cocinera, porque
los usa para envolver alimentos (Aguirre, 2016: cap. ix). Y, claro, Carlos
Medinaceli narrará, en un ensayo de 1940, su lucha con las mantequeras
de Potosí por salvar los archivos de las espesas salivas de la oralidad.
O sea, el pasado es un cuerpo ausente o amenazado, monumento en
suspenso que –como dice en el prólogo a Matanzas de Yáñez– “yace todavía
en el pecho”, a la espera de su resurrección. El oficio del historiador es
entonces algo más que un oficio y su horizonte es también ético, aunque
ese destino o servicio solo sean alcanzables si se practica bien el oficio. A
estas que postula como las responsabilidades del historiador –que al hacer
bien su trabajo hace justicia e impide que los muertos mueran dos veces–,
añade una más: estas representaciones, como las de la novela, ensanchan
“el círculo de nuestra experiencia moral y política” (r-m, 1891: 395).

v. Cinco descripciones generales de Últimos días


coloniales en el Alto Perú a partir de su prólogo

Primera descripción del libro: Los prolegómenos de un fin

En dos partes, la segunda más extensa que la primera, Últimos días coloniales
en el Alto Perú: Narración hace la crónica y el análisis de las circunstancias y

43 Incluso las formas mismas de la cultura letrada están determinadas, sugiere r-m,
por las debilidades de la instrucción: “Los argumentos y el espíritu de la con-
troversia dan cierta medida del gusto de esos letrados. Su prolijidad analítica y
explicativa nos advierte de la escasa ilustración que existía en el vulgo de los lec-
tores”. Para r-m, los debates mismos en el Alto Perú suponen un público letrado
de pocas letras.
Estudio introductorio 43

los hechos que entre 1807 (primera parte del libro: págs. 103-211) y 1808
(segunda parte: págs. 213-554) conducen en 1809 a las primeras declara-
ciones emancipatorias de Hispano América, la del 25 de mayo en La Plata
y la del 16 de julio en La Paz. En ello, el libro que hoy leemos cumple las
promesas de su título: relata los últimos días de algo, en una paciente
reconstrucción de la crisis que, en palabras de r-m, es el “deslinde y pun-
to de arranque en Hispano América de la caducidad de las instituciones
coloniales” (pág. 96).

Segunda descripción del libro: El relato inconcluso

Como otros clásicos de la literatura boliviana, udc es un libro inconcluso, la


única parte terminada de una crónica que, en su origen, tenía ambiciones
mayores: “Veintiséis años atrás –dice r-m en 1901– acaricié el proyecto
de escribir un relato sobre los últimos días coloniales del Alto Perú, o sea
desde 1807 hasta 1809” (pág. 93). Su deseo era escribir esa dilucidación
en dos momentos: a) por una parte, el de los diversos hechos que, en una
interpretación de su lógica externa, son la historia objetiva de los dos
primeros gobiernos revolucionarios de Hispano América, los altoperuanos
de 1809, “cauteloso y tímido el de Chuquisaca; resuelto y franco el de La
Paz” (pág. 94); b) por la otra, concentrado el cronista en los prolegómenos
de 1807 y 1808, también quería la descripción de “los hechos de índole
más subjetiva y de menos palmario aspecto” (pág. 96), un periodo que
r-m llama de la “formación de las ideas” y no de su “acción” (pág. 97).
Cada uno de estos dos grandes momentos de su crónica serían, de
acuerdo al plan de r-m, el resultado de procedimientos filológicos diferen-
ciados, de acuerdo a la naturaleza y velocidad dominantes de los hechos
referidos: la narración de 1809 debería rendirse metodológicamente a
que los “sucesos, desde ese instante, adquirieron objetividad, figuración
externa” (pág. 96). Y que esa objetividad de los acontecimientos de 1809
requeriría, en principio, una “pesquisa analítico-sintética para llegar a lo
cierto y al juicio sobre lo cierto” (pág. 97), para luego, una vez averiguados
los contornos de su objetividad, desentrañaren ellos su “externa serie
lógica”, esa conexión que los une más allá de su aparente diversidad (pág.
97). En cambio, la índole más bien subjetiva de los hechos de 1807 y 1808,
referida, como veíamos, “a la formación de las ideas, y no a la acción de las
ideas” (pág. 97), demandaba el uso de un procedimiento distinto: el de una
lectura o acto de interpretación que lograra “una compresión que estrujara
el sentido” de los documentos (pág. 97). René Arze cree que este registro,
en udc, es el de una “historia de las mentalidades” (Arze, 1996: 13).
44 Últimos días coloniales en el Alto Perú

De los dos relatos que su plan original de 1875 contemplaba, r-m solo
logró o quiso concluir uno: el dedicado a los años de acumulación subjetiva
de 1807 y 1808 y que, consideraba sin embargo, era la parte “más dificul-
tosa de narrar” (pág. 97). El objetivo que animaba las páginas concluidas
era, nada menos, el de obtener que los papeles leídos “proyectaran una
luz con que ver en el interior de los ánimos el conflicto de sentimientos
inveterados, nuevas opiniones, nacientes intereses, próximos ya a saltar
de las conciencias a la palestra política” (pág. 97).

Tercera descripción del libro:


La crónica y su organizado abuso de los pormenores

Elogio de la revolución altoperuana de 1809 que no llega a narrar la


revolución altoperuana de 1809, los últimos días coloniales de r-m acaso no
alcancen su destino porque se distraen en el camino. Su modo narrativo
dominante es el excurso, según las artes de lo que, muchos años después,
frente a las vicisitudes de la revolución de 1952, René Zavaleta Mercado
llamó “la digresión compleja” (2013b: 566). Es decir, aunque sigue los
hechos con la disciplina de un orden cronológico minucioso, ese orden
es interrumpido por digresiones que amplían, ilustran y relativizan la
narrativa principal (a ratos remitiéndonos a su aparato de casi 600 notas
al pie). A medida que se acerca a 1809, la crónica se hace más detallada,
como si r-m quisiera hacer justicia, con su demora, a un múltiple tiempo
o umbral en que lo viejo todavía no está muerto y lo nuevo no acaba de
nacer, un tiempo propicio –como quería Gramsci–44 a la aparición de
anomalías –que en udc son la alteración de las largas rutinas de la domina-
ción–, monstruos (¿qué es Goyeneche sino un monstruo de la naturaleza?)
y esquivos misterios narrativos (¿qué es sino Moxó?).
r-m está consciente, por supuesto, de que las innumerables singu-
laridades de esos últimos días amenazan con hacer de su relato un relato
imposible. Sugiere, de hecho, que lo que él escribió y nosotros leemos
resulta del fracaso de su gran plan y que, en su lugar, la composición que
tenemos entre manos merece, “por su abuso de los pormenores”, solo “el
modesto nombre de crónica” (pág. 97): la ordenada nominación sucesiva
de lo que fue muchas veces simultáneo. Pero aunque esto sea cierto –que
los deseos de r-m no se cumplen y que lo que escribe, en cambio, se nos

44 “La crisis consiste precisamente en el hecho de que lo viejo muere y lo nuevo


no puede nacer: en este interregno se verifican los fenómenos morbosos más
variados” (Gramsci, 1999: 37).
Estudio introductorio 45

ofrece como extraviado en pormenores–, también lo es que su modesta


crónica se organiza de modos más complejos que los declarados.
En el principio mismo, se anuncian los “tres sucesos” que son, for-
malmente, los núcleos o emblemas que organizarán las tres partes del
libro:
Los sucesos que se reputaban los más notables del siglo y que conseguían
agitar más profundamente los ánimos eran tres durante la era colonial en la
ciudad de La Plata, Charcas o Chuquisaca, capital hoy de Bolivia con el nom-
bre de Sucre: la exaltación al trono y la jura de un nuevo monarca español, la
muerte del arzobispo y el recibimiento solemne de su sucesor, la llegada del
peninsular promovido por s.m. a la presidencia de Charcas. (Pág. 105)

Además de ordenar su crónica en torno a la irradiación de estos núcleos


narrativos (cada uno de ellos ilustrado por un repertorio de escenas y expli-
caciones aclaratorias), los tres hechos que arquetípicamente, de acuerdo a
r-m, interrumpen la rutina de la ciudad letrada son los que le sirven para
pautarla temporalmente: “Arzobispo nuevo”, la primera parte, se ocupa
de 1807; “Rey nuevo” de 1808 y “Presidente nuevo”, la sección a la que su
esfuerzo nunca llega, estaba reservada a los sucesos del año de 1809 (desde
el claustro pleno de doctores del 12 de enero hasta el ingreso a la ciudad el
24 de diciembre de Vicente Nieto, el presidente nuevo).45 La inscripción de
cada uno de estos acontecimientos –que conmueven los ánimos sociales
por su novedad– y de los sucesos que se aglomeran en cada uno de los años
considerados (1807, 1808, 1809), se apoya, a su vez, en la mediación narrativa
de personajes: autoridades y funcionarios emblemáticos, gremios rebeldes,
instituciones en crisis. Si la primera parte la dominan los cálculos erróneos
del nuevo arzobispo –el catalán Benito María Moxó en sus interacciones con
los gremios–, la segunda está marcada por las ingenuidades bienintencio-
nadas del viejo presidente, Ramón de García León y Pizarro.
Los libros dentro del libro son en udc diferentes no solo por los
personajes, años y hechos que tratan sino por las estrategias narrativas
usadas en su composición: en el relato de la alteración de las rutinas por

45 Escribe r-m: “El asunto de dicha parte [“Presidente nuevo”] abarca todo el año
1809 desde el claustro pleno de los doctores (enero 12) y destitución de Pizarro
a mano armada (mayo 25) en Chuquisaca, hasta la Revolución del 16 de Julio
en La Paz, derrotas de Murillo (octubre 25) en Chacaltaya y de Lanza en Irupana
(octubre 27), y sentencias de horca de Goyeneche en diciembre. El 24 de este
mismo mes entró con sus tropas en Chuquisaca el mariscal de campo don
Vicente Nieto: el presidente nuevo. Quedaba sofocada temporalmente la revolu-
ción altoperuana, pero rotas permanentemente las hostilidades de la guerra de
la Independencia de Hispano América” (pág. 438, n. 238).
46 Últimos días coloniales en el Alto Perú

la llegada de un arzobispo nuevo de la primera parte de su crónica, r-m


apela, por ejemplo, a la relajada descripción sociológica de la sociedad
alterada. Sucintamente pero con ánimo especulativo, caracteriza el lugar,
su demografía, sus castas y gremios, sus costumbres y prejuicios. En la
segunda parte, en cambio, ya descritos el lugar y sus personajes, y como
si el tiempo se hubiese de pronto empezado a congestionar de hechos,
se detiene en las minucias de la maniobra y del malentendido políticos.46
Es probable que estas diferencias expliquen la asimetría en la extensión
de las partes (nueve capítulos la primera, 19 la segunda) y las velocidades
narrativas heterogéneas que esas partes imponen al lector: la facilidad
con que leemos las generalizaciones analíticas de la primera de pronto
requiere ser sustituida, en la segunda, por la sostenida concentración
que exigen las atiborradas concreciones complejas de lo político. O es
aun probable que esas diferencias, que hacen de udc no uno sino dos
libros, se expliquen porque esas partes fueros escritas según diferentes
impulsos: la primera ya había sido publicada, íntegramente, en 1876; la
segunda tendrá que esperar 20 años. La tercera, si el curso de la escritura
era la de este progresivo barroquismo, era ya y lo había sido siempre una
empresa inalcanzable.

Cuarta descripción del libro:


El gran relato y algunos de sus días

Estos últimos días coloniales en el Alto Perú son, con deliberación explícita,
no todos: reconstruyen, casi instante por instante, solo algunos de los días
(de 1807 y 1808) en que se hace visible el principio de la caducidad de las
instituciones coloniales. Hay por eso la sombra de una historia ausente, de la
que las escenas de esta crónica son apenas una parte. ¿Cuál es ese relato
mayor? ¿De qué se trata? r-m, en su prólogo de 1901, ofrece el resumen
del que podría ser su argumento mayor, ya fuera de su alcance como lo
estuvieron para él los grandes relatos. Lo imagina en dos movimientos:
el de la progresiva irradiación de la interpelación independentista al-
toperuana –que culmina con la formación prematura de los gobiernos

46 Muchos años después, frente a un objeto histórico cercano, otro gran historia-
dor se rinde a la necesidad del mismo método: “Este es ante todo un libro de
historia política; si se abre con un examen de la economía y de la sociedad (...)
en transición hacia la independencia, es porque pareció imposible ignorar las di-
mensiones mismas de la colectividad de la que se trataba de trazar esa historia”
(Halperín Donghi, 2014: 15).
Estudio introductorio 47

revolucionarios de La Plata y La Paz– y su inmediato y rápido aislamiento,


que es la ocasión de su represión y derrota.
El primer acto de esta historia mayor –“contemplando las cosas desde
el punto de vista” de cierta élite criolla, precisa r-m (pág. 94)– se abre con
alarmas por la seguridad de la tierra provocadas por la captura napoleó-
nica del rey Fernando vii en España y las invasiones inglesas en el Río de
la Plata (y su proyecto de “reducir los consumidores a súbditos”).47 Pero
rápidamente esa conmoción cambia de sentido, se transforma en mero
señuelo que lleva a contemplar la posibilidad de la libertad de la tierra
americana. En esta sucesión de mediaciones de lo político, el desasosiego
de la élite deviene efectivo porque, contra la costumbres jerárquicas co-
loniales, no solo supone la aparición de una clase dirigente (unida en esa
circunstancia, dice r-m, contra las costumbres, por una nueva “familiari-
dad de trato” y “comunidad de afán e inquietud” [pág. 94]), sino también
porque ese desasosiego contamina el resto del organismo colonial: el
grupo inicial va “ensanchándose mediante su mezcla con opinantes de
otras clases y de otros lugares” (pág. 94). Las revoluciones altoperuanas
de 1809 son significativas porque son el advenimiento momentáneo de
otra intersubjetividad, otra relación de comunicación entre las clases y
castas que la del orden colonial, basado precisamente en su separación
o incomunicación:
En el sistema colonial entró siempre mantener activas las divergencias étni-
cas de aquella heterogénea sociabilidad. Pues bien: lo más importante que
lució desde aquel extraordinario día del 25 de mayo fue el compañerismo de
paisanaje entre inferiores y superiores, o si decimos aparcería entre mestizos
y criollos para el delicioso ir y venir a hurtadillas en citas y conciliábulos
anticoloniales. (Pág. 94)

La heterogeneidad altoperuana es por unos días una red de vasos comu-


nicantes y las ciudades escenario de verdaderas esferas públicas atravesadas
por “torbellinos de hablillas y anónimos ponderativos de los encantos y
ventajas de un nuevo sistema político” (pág. 94), una coyuntura de comu-
nicación que convoca a todas las castas y hasta al lumpen (esos “díscolos,
tronados y haraganes de medio pelo” atraídos por “el olor del desorden”) o
incluso, finalmente, “a los mestizos de los partidos rurales” (pág. 94).

47 Sobre la interpelación de las invasiones inglesas: “Como el labrador que engala-


na con flores y espigas el carro y los yugos al comenzar las cosechas, la nación
mercante nos brindaba sobre el mostrador de sus bazares la cadena colonial,
reluciente como quincallería de Birmingham, pero cada uno de cuyos anillos era
más pesado que un fardo de Manchester” (pág. 175).
48 Últimos días coloniales en el Alto Perú

Si el primer movimiento del gran relato imaginado por r-m es el de


los “móviles y aspiraciones” que adquieren efectividad política al cobrar
“asidero en la plebe levantisca” (dirá luego que el 25 de mayo de 1809 es
una “noche popular” [pág. 96]), el segundo es el del fracaso y la caída, que
r-m estima es un “desastre indefectible y próximo” (pág. 95) de estos actos
colectivos (y que es un telos inherente a sus propios materiales). La revolución
altoperuana fracasa porque es, por ahora, un hecho aislado “en mitad de
la quietud silenciosa de las demás colonias hermanas” y muy pronto ese
aislamiento es un aislamiento “en el Alto Perú también” (pág. 95). Con la
misma rapidez con que una nueva comunidad de afanes había demostrado
su entusiasmo, aparece ahora la “cauta prudencia” cuando se evidencia “la
enormidad de los obstáculos y lo mortal del peligro” (pág. 95). Los núcleos
revolucionarios, ya acosados, acaban solos:
Y sucedió que, así como en torno del uno y del otro núcleo de actividad im-
pávida el vecindario granado iba haciendo con su recato el vacío, a lo último
este era cosa parecida a un desierto con el alejarse de los núcleos cada vez
más el inmenso vulgo de las razas y las castas. (Pág. 95)

Lo demás es ya obra de las violencias del enemigo, que actúa “con


crueldad útil al ensañamiento irrevocable de la revolución, con recursos
superiores de la autoridad de dos virreinatos a la vez, con fuerzas combi-
nadas del Perú y del Río de la Plata” (pág. 95).
¿Por qué cree r-m que, en su relato mayor, el desastre era un final
inevitable, que es impensable otra conclusión que la fulminante extin-
ción efectiva de los gobiernos revolucionarios de La Plata y La Paz? Su
respuesta es una de las mejores ilustraciones de su aversión o renuencia
a postular versiones unívocas y simplificaciones: no hay duda, insiste, que
la revolución de 1809 en el Alto Perú “formuló solemnemente por escrito
el programa de la emancipación” (pág. 93) de las colonias y que ese fue un
hecho ignorado después por una suerte de acuerdo vulgar de historiadores
que llevan agua a sus molinos nacionales (y que insisten en repetir que la
emancipación comenzó en 1810). Tampoco hay ninguna duda que fue “un
colectivo arranque de genialidad característica” (pág. 96) de la sociedad
altoperuana. Pero las glorias de estas singularidades son las de un exabrup-
to, de un acto prematuro, de una anticipación alucinada con “sobra de
miras y falta de medios” (pág. 96). Y ese gesto impulsivo es el primero de
muchos que caracterizarán, para su desgracia, a la colectividad boliviana,
genial pero inconstante e imprevisora: la revolución de 1809 es una “ca-
laverada de pueblo”, la primera “entre las que, con intrepidez o sin ella,
pero siempre con ausencia perfecta de sentido práctico, denotan bien esa
Estudio introductorio 49

volubilidad nacional que como ciego destino ha llevado por casos tantos
la vida responsable y libre de aquel desventurado país” (pág. 96).48

Quinta descripción del libro: El primero y el último

udc fue el primero y el último de los grandes libros de r-m. Esa es, de
hecho, la accidentada historia de su escritura: concebido poco después de
la publicación de sus ensayos breves de crítica literaria y poco antes de la
aparición de la primera de sus contribuciones a la bibliografía boliviana
y peruana (el Proyecto de una estadística bibliográfica de la tipografía boliviana
de 1874), udc es la primera de las crónicas históricas que r-m decide es-
cribir. En 1876 aparece completa su primera parte, “Arzobispo nuevo”,
con un título general distinto (Últimos días del coloniaje en Chuquisaca); en
ese momento, dice r-m, de la segunda parte solo le faltaban redactar tres
de los 19 capítulos (pues estaba a la espera de documentos adicionales).
Entonces sucede la guerra del Pacífico y, con la guerra, las persecuciones
y destierros que r-m sufre; a partir de entonces, es “señalado con el dedo
perpetuamente en Chile como boliviano y como achilenado fuera de
Chile y, sobretodo, en Bolivia” (pág. 99), según su sucinto inventario de la
situación. Es probable que a eso se refiera cuando, con cierta reticencia,
cuenta su imposibilidad de terminar el libro y avanzar, más allá de la
crónica de 1808, hacia el núcleo de las cosas de 1809:
Al punto mismo de estar ya hechos los queridos años 1807 y 1808, el cronista
se vio incapacitado para sentar pie más adelante. Acababa de perder el amor de
su asunto. ¿Los motivos? Meramente personales, exacerbados años más tarde,
y que a nadie interesan. (Pág. 98)

Sin el amor de su asunto para continuar, pero incapaz de abandonar


lo que ya tiene escrito, r-m regresará a estos últimos días coloniales 20
años después, en 1896: publica otra vez “Arzobispo nuevo” (sin cambiar en
nada la edición que había aparecido en 1876) y, ahora por fin concluidos
los capítulos que le faltaban, la segunda parte, “Rey nuevo”. Adjunta, de
paso, en un apéndice, los documentos inéditos que respaldan su narración.

48 René Arze propone un correlato aún mayor, en la obra de r-m, para el relato
del proceso independentista: udc es, dice, “fragmento de un plan historiográ-
fico más vasto y complejo”, al que, entre otras piezas, hay que sumarle, como
complementarias, las notas éditas de la Biblioteca boliviana y las inéditas de la
Biblioteca peruana. Concluye: “Últimos días coloniales en el Alto Perú merece ser
exhaustivamente analizada, por tanto, dentro del vasto conjunto de su obra
impresa –infortunadamente dispersa e inaccesible– y de su no menos copiosa
obra inédita” (Arze, 1996: 12-13).
50 Últimos días coloniales en el Alto Perú

Pero como ni el músculo duerme ni la ambición descansa, r-m continúa


trabajando en udc, dos décadas después de haber empezado y pese a
que ya había desistido de continuar. Lo encontramos, a finales del siglo,
todavía tras las huellas de más documentos (viaja inútilmente a Buenos
Aires en 1896; envía solicitudes a un archivo municipal de Bolivia, que
no le contesta, etc.). Pocos años antes de su muerte, en 1901, publica la
versión final de su libro, ahora dividido en dos tomos.49
Esta accidentada historia editorial de un cuarto de siglo –la de una
empresa que se quiere abandonar pero que no se abandona– es, por sus
discretos infortunios, la ocasión que r-m usa para intentar entender su
destino de historiador: ¿Por qué tanta perseverancia, insistencia y esfuerzo
invertidos en algo que no sirve a nadie?
Sobre la inutilidad de sus esfuerzos, r-m tiene en mente conclusio-
nes precisas: no lo amarga tan solo la verificable inexistencia de lectores
para sus libros, aunque esa sea sin duda una consideración: “el libro es
ya tomo quinto sobre Bolivia, por autor solitario de escritos sin lectores
en Bolivia misma, y desconocidos hasta en la propia ciudad donde se pu-
blican” (pág. 98). Además, r-m se pregunta si lo que hace no es “publicar
verdades que no valen la pena de ser pensadas” y si esos “dos macizos
volúmenes para el gusto de nadie” que resultan de 25 años de paciencia
y diligencia (aunque no de constancia) no son un desacierto por el asunto
mismo que los ocupa:
Porque no entraña sentido moral histórico, no interesa a la curiosidad de los
hombres, según mi parecer, la aventura de un pueblo promotor de una gran
revolución cuando los pueblos que le rodean y oprimen han alcanzado con el
éxito de ella ventajas y él hasta el presente por estas causas y las otras no ha
sabido obtener medra sino ruina. (Pág. 101)

Rendido a la evidencia de tales patentes inutilidades, su vocación es


reducida a los deslindes de un comediante: ni el amor a las letras ni el
patriotismo esclarecen su celo; tampoco el espíritu provincial o los chau-
vinismos regionales (pues, nos recuerda, él no es altoperuano); y menos
el espíritu gentilicio, esos orgullos ligados a la gloria de los ancestros
(pues, aclara, “sus mayores dentro o fuera de la ciudad nativa fueron re-
alistas empedernidos cuando no enfurecidos” [pág. 100]). ¿Qué lo motiva

49 De la tercera parte de udc, “Presidente nuevo”, nunca redactada, sí existían los


apuntes preliminares. Fueron parte de un lote de manuscritos comprados por el
ensayista y presidente Bautista Saavedra. De acuerdo a Ovando Sanz, que los vio,
tenían el título “1809. Apuntamientos en forma de efemérides de Chuquisaca”
(166 páginas que cubren los meses de enero a mayo de 1809) (1996: 68).
Bibliografía de Gabriel René-Moreno 51

entonces? r-m opta por dejar la república de las letras sin contestar y ha-
ciendo una pirueta, en una justificación que no lo es porque es un chiste
o una evasión: conjetura que no es impensable que sus empeños se deban
a las excentricidades y locuras que corren en su familia paterna; tal vez
haya “como una resonancia de la sangre en el singular conato literario
que hoy termina”; quizá udc sea fruto de las soberanías del atavismo y
los estragos de esa fuerza fatal de la herencia le sirvan y valgan, en su
defensa, “contra cualquier severidad de fallo” (pág. 102).
Ya recordábamos al principio de estos apuntes aquel recuento de su
linaje: Uno de sus tíos paternos, luego de aprender latín y ya próximo a
ordenarse, se traslada para hablar por el resto de sus días “lengua baure
en los confines del mundo”. El otro tío se hace labriego en el Urubó y
solo se traslada, disfrazado, a la ciudad una vez al año para la procesión
del Santo Sepulcro. El mismo bisabuelo de esos tíos extravagantes “no
hubo despropósito plausible que no hiciese” (pág. 102), obsesionado con
la fundición de una campana que honrara a San Lorenzo. r-m, por su parte
y para no quedarse atrás, escribe Últimos días coloniales en el Alto Perú.50

vi. Las figuras de la revolución

Pese a su abuso de los pormenores –abuso que r-m atribuye a las humildes
limitaciones de la crónica histórica–, la narración de los prolegómenos de
la revolución altoperuana de 1809 es en udc un fecundo ejercicio del genio
figurativo: no solo se nos cuenta, en orden cronológico, lo que sucede (las
acciones que hacen una coyuntura) sino que se traza un repertorio de
imágenes y conceptos para el análisis de la crisis de la sociedad colonial.51
Expuesto, en la práctica misma de la escritura, a los clásicos dilemas sobre
la identidad y naturaleza de los agentes del cambio histórico –¿algunos
hombres?,52 ¿las clases?, ¿las culturas?, ¿las instituciones?, ¿los modos

50 Sobre los tíos de R-M, cf. Condarco, 1971: 25.


51 La distinción entre agencia coyuntural (conjunctural agency) y sistémica (systemic
agency) es de Sahlins (2004: 157). En udc, los cambios coyunturales que la cri-
sis hace visibles son potencialmente cambios sistémicos, lo que Zavaleta llamó
“constitutivos”.
52 Con sorna y como corresponde a alguien que busca la complejidad, a propósito
del historiador chileno Benjamín Vicuña Mackenna, r-m habla de las debilidades
del que llama “el sistema del hombre insigne”: narraciones históricas organi-
zadas alrededor de grandes hombres. Este método, escribe, “tan mal avenido
con la ciencia de la sociedad” es, sin embargo, “de seductora eficacia en toda
52 Últimos días coloniales en el Alto Perú

de producción? ¿las contingencias?–, r-m responde con construcciones


retórico-conceptuales concretas que, hasta cierto punto, son generalizables,
es decir, están al servicio de la comprensión histórica.53 Nos detenemos
brevemente en algunas.

1. La ciudad letrada

En el primer párrafo de udc, r-m introduce con elegante concisión uno de


sus conceptos o imágenes centrales: quiere narrar los hechos que entre
1807 y 1809 conmocionaron los ánimos de una ciudad, que es –dice– la
ciudad letrada. No es este el anuncio de una rutinaria diatriba de letrados
contra la letra, en acuerdo, por ejemplo, con las nociones popularizadas
a fines del siglo xx por Ángel Rama (y derivaciones similares de Michel
Foucault).54 En cambio, es la presentación de un agente o personaje de
excepción: la ciudad letrada colonial en tanto escenario de las condiciones
y del ethos para el surgimiento de una articulación colectiva que excede
las rutinas de la dominación. No es mucho lo que esa ciudad ofrece: no
es ni muy poblada ni muy rica, apenas un árido enclave entre dos ríos, a
medio camino entre Lima y Buenos Aires; pero lo que carece en cantidad
demográfica o riqueza, le sobra en calidad asociativa: La Plata a fines de
la Colonia es una ciudad en que castas y gremios viven codo con codo,
en “estrecho agrupamiento” (pág. 110), en una cercanía que facilita la
intersubjetividad. “Endeble pero nerviosa” (pág. 402), la ciudad letrada que
imagina r-m es un repentino agente prodigioso de la crisis emancipatoria
porque en ella, mejor que en otros espacios, se transmiten las ideas, los
descontentos, las sospechas, los temores. Y es por eso que en ella aparecen
manifestaciones de un nuevo “espíritu público”, de nociones ya colectivas:
“va determinándose entre los nativos un tácito asentimiento, un consenso
general” (pág. 402).

narrativa” (r-m, 1901: 39). Eficacia que en UDC es evidente, aunque sus protago-
nistas no sean hombres insignes: los suyos son más, como en Hegel, hombres
que “con su comprensión limitada y sus pasiones ilimitadas, logran impulsar la
causa”(McCarney, 2000: 137).
53 Manuel José Cortés es el primero que habla de r-m, en el capítulo 7, dedicado a
la literatura boliviana, de su Ensayo sobre la historia de Bolivia (1861). Lo elogia por
su “talento de generalización” (Cortés, 1861: 262).
54 Sobre las diferencias entre la “ciudad letrada” que postula r-m y el cansino con-
cepto posterior de Rama, véase Parra Triana (2020).
Estudio introductorio 53

2. La urdimbre de los gremios y las castas

Y no es que la ciudad letrada sea, en udc, un sucedáneo abstracto o una


alegoría de la colectividad o de las élites coloniales o del poder colonial.
Es, más bien, la representación espacial concentrada –emblemática casi,
a la manera del escudo de Aquiles en Homero o del saco de aparapita en
Jaime Saenz– de lo que r-m llama la urdimbre de la “tela colonial” (pág.
112). Son tres las castas que sostienen la trama del tejido de esta sociedad
urbana –españoles, criollos y mestizos– y numerosos los gremios que la
organizan institucionalmente, cada uno “un pequeño mundo” (pág. 110),
aunque cuatro los principales y más influyentes en la definición de la
esfera pública: el religioso (el más vasto y que cruza a las demás castas),
el oficial (de los funcionarios coloniales menores y mayores), el del foro
o la Audiencia de Charcas (y sus doctores patrocinantes) y el universitario
(y sus doctores opinantes). En suma, la urdimbre de esta ciudad letrada es
la visualización de su heterogeneidad articulada en castas y gremios:
En medio del estrecho agrupamiento de las tres primeras castas [españoles,
criollos y mestizos], dentro de una ciudad de escaso recinto y nutrido caserío,
cuatro gremios principales se repartían la actividad de los negocios y de la
vida, dentro de otras tantas esferas concéntricas, cada una con su núcleo y su
atmósfera privativa de intereses, ideas y aun preocupaciones características.
(Pág. 110)55

3. Entre los ánimos y la dominación

Las vicisitudes tragicómicas del “espíritu público” en la ciudad letrada


entre 1807 y 1809 son esclarecidas en udc por el confuso e incierto com-
bate entre dos fuerzas: por un lado, el reconocimiento de la efectividad
cotidiana de las costumbres de la sumisión (esa es la evidente “historia

55 A los gremios y castas que traman la urdimbre visible de la ciudad letrada, r-m
añade en su análisis, fuera de ella, en el campo y las minas, los generales y bási-
cos sustentos indígenas del orden colonial: “Esta raza –escribe en udc– componía
más de los dos tercios de la población, y sobre sus hombros descansaban los ci-
mientos de la Colonia como establecimiento de producción y de impuestos”. En
su ensayo “La Audiencia de Charcas, 1559-1809”, r-m amplía su esclarecimiento
de “el sistema colonial en el Alto Perú”. Este es el resultado o remate de “una
combinación de resortes”, resortes de los que depende, en esa sociedad, la per-
petuación o reproducción de cuatro ejes de dominación: a) la conversión de la
sociedad civil en consumidora cautiva de los productos del monopolio comercial
metropolitano; b) la mayor producción indígena (y, con ella, los tributos); c) el
dominio “exclusivo y perpetuo” de la raza conquistadora; d) la hegemonía indis-
cutida del catolicismo (cf. r-m, 1877a: 93).
54 Últimos días coloniales en el Alto Perú

larga” de la ciudad letrada);56 por el otro, la repentina y azarosa alteración


de los ánimos sociales (ánimos que no se sabe bien qué son y qué signi-
fican y que, quién sabe, por ahí son deleznables porque, como escribió
Hegel, “el sentimiento es la forma inferior que un contenido puede tener”
[1974: 51]). Sobre las evidencias que permiten hacerse una rápida idea
de lo primero –pues el hábito del sometimiento está a la vista y tiene
regularidades rutinarias– y la más difícil aprehensión de lo segundo –
pues las alteraciones de la rutina colonial son por ahora contradictorias
y subjetivas–, r-m no deja de insistir en su crónica. El dominio como una
costumbre asumida por los dominados y la separación jerárquica como
una disposición natural entre las castas es un hecho social:
hábitos y costumbres, escarmientos y sumisión, incapacidades e ignorancia,
falta material de recursos y la diversidad misma de castas, etc., etc., se aunaban y
estrechaban, de todos lados, para impedir que la fantasía enderezase sus teorías
hacia transformaciones impracticables y arreglos sin cabida. (Pág. 160-161)

Pero también es un hecho, de otro orden, el que los ánimos, pese a las
costumbres de la dominación, han sido alterados. Y que se produce una revo-
lución popular contra toda lógica del dominio: “Ni el lógico desenvolvimien-
to de hechos generales ni el impulso externo de antecedentes preparatorios
abrían fácil y naturalmente acceso a planes sobre una mudanza radical de
condición en el país” (pág. 160). Y, como ya hemos visto, el objeto central
de la crónica de r-m es el difícil discernimiento de esa alteración singular,
casi milagrosa: r-m quiere “ver en el interior de los ánimos el conflicto de
sentimientos inveterados, nuevas opiniones, nacientes intereses, próximos
ya a saltar de las conciencias a la palestra política” (pág. 97).
En esto, hay en udc insistencias cercanas más bien a la pulsión nove-
lesca: la de ofrecer una imagen del “interior de los ánimos”, aun si en esta

56 Sumisión que r-m entiende de acuerdo a una definición del poder que hoy, con el
lenguaje de Gramsci, llamaríamos “hegemónico”, i.e., que apela a un repertorio
de convencimientos, adhesiones y fidelidades que exceden el mero ejercicio de
la violencia. (r-m recuerda más de una vez lo que había dicho el jurisconsulto
Victorián de Villava, fiscal de la Audiencia de Charcas, al que admiraba: “Nada
violento es durable” [cf. nota 73 de la primera parte de udc]). Su caracterización
general del poder colonial, por ejemplo, insiste en la mención de un doble me-
canismo, diferenciado jerárquicamente: se gobierna según un comportamiento
que combina los patronazgos hacia los españoles y criollos con actos de repre-
sión sangrienta en contra de indios y cholos: “¡Llaneza terrible la de aquellos
buenos presidentes de Charcas! Alguna vez después de misa solían mandar a
la horca por rebeldes medio centenar de cabecillas indios o cholos, para asistir
más tarde cachazudamente a las bodas, bautizos y saraos de los criollos fieles y
subordinados que moraban en la ensangrentada capital” (pág. 176).
Estudio introductorio 55

crónica los ánimos son a veces no solo los de sus personajes centrales
sino los de gremios enteros y castas completas.57 Una lectura sociológica
concluiría que lo que r-m sugiere aquí es lo que años después se esceni-
ficará, en términos religiosos, como los mecanismos de la interpelación
ideológica, esos llamados a cambiar de vida que, si atendidos, empujan a
los sujetos sociales a abandonar viejas disposiciones y rutinas y actuar de
otra manera. En defensa de nuestra referencia a lo novelesco, digamos
que es indudable que r-m tiene en mente algo más que escuetas esce-
nificaciones de la conversión subjetiva, à-la-Althusser, y que su concepto
de los “ánimos” –palabra que usa con insistencia en udc– nos remite a
algo que es a la vez subjetivo (los dilemas de una interioridad) y objetivo
(hábitos y costumbres interrumpidos por una perturbación social, que
agita aún más a “poblaciones inquietas” como la altoperuana); al mismo
tiempo individual (en los personajes de su crónica) y colectivo (el nuevo
“espíritu público” en la ciudad letrada); intelectual (la sospecha de otro
orden de cosas o de la decadencia del antiguo) y afectivo (“el conflicto de
sentimientos inveterados” y las “desconfianzas y zozobras” en la pobla-
ción [pág. 209]). La política, para unos y otros, es aquello que conmueve
o apacigua los ánimos.
La mudanza de los ánimos a la que r-m dedica su crónica –y que es
la que hace de los días de 1807-1809 los últimos de la Colonia– es la que
supone la aparición de una nueva esfera pública, articulada por un sen-
timiento ya decidido y nuevo de amor a la patria, de nacionalidad:
En su condición mediterránea jamás aquí el espíritu público había tenido en
mira otra cosa que la sujeción de indios rebeldes, o el encuentro sangriento
de bandos españoles, que peleaban sus odios lugareños con real estandarte a
la cabeza y para el mejor servicio de s.m. Llamar las poblaciones a las armas
para defender al gobierno del rey en estos dominios, invadidos por los ejércitos
de otro rey muy poderoso, que residía igualmente muy lejos de la Colonia y
que enviaba emisarios con sus ofertas y promesas, era en verdad un caso sin
ejemplar y por demás alarmante para estos mestizos y criollos turbulentos.
Al ruido de estas armas y de esta generala se despertó entre los nativos del
Alto Perú, se despertó para no dormir ya en adelante, el sentimiento de
nacionalidad, el amor a la patria. (Pág. 190)

57 La pulsión novelesca de r-m, sin embargo, nunca pierde de vista que, a diferencia
de la ficción, la deducción del “interior de los ánimos” es el resultado de un acto
de lectura, no solo de la invención (cf. Genette, 1991: 76).
56 Últimos días coloniales en el Alto Perú

4. La política del rumor vs. una política de ciegos

La revolucionaria alteración de los ánimos en la ciudad letrada encuentra


en el rumor su principal medio de propagación e incentivo. Sucedáneos
de la prensa en un lugar en que esta no existe, la habladuría maligna y el
chisme no son, para r-m, expresiones de la degeneración o doblez de sus
habitantes –según consuetudinarias condenas morales de lo político– sino,
en cambio, de la vitalidad del espíritu público, un atributo “del genio de
los pueblos mediterráneos de estas sierras” (pág. 221).58
Dos son los gestores institucionales más destacados del rumor, mons-
truos al servicio de la inestabilidad: vocabularios y caramillos. Sus rasgos y
funciones son diferenciados por r-m como si fueran especies distintas: el
vocabulario es el “cuentista al parecer simplemente indiscreto, que no ca-
llaba lo que debiera y sí más bien revelaba lo que supo o malició o atisbó”
(pág. 221). Es un agente que promueve la circulación de la información
sin otro deseo que exagerar los desacuerdos que ya existen y trastornar la
convivencia en intranquilidad contenciosa: el objeto de sus indiscreciones
es “malquistar el barrio, dividir las familias, promover, si fuera posible,
algunos alborotos” (pág. 221). En cambio, el caramillo es un operador de
procederes y objetivos más complejos: no solo crea, con sus maniobras
informativas, aquello que no existe sino que pretende hacerlo sin que
se note su presencia. Es un agente invisible y estratégico en la creación
de inestabilidad, un chismógrafo, elogia r-m, de “aptitudes aventajadas
para sembrar con mano invisible la cizaña de calidad fina y trascendente,
y para cultivarla a oscuras con paciencia entre individuos destinados a
llevarse en intimidad o en armonía” (pág. 221).
Estos agentes de la circulación de la palabra –“sabandijas sociales”, dice
r-m (pág. 224), termitas que penetran las estructuras sociales, topos ya de la
revolución– son emblemáticos de un espacio público que, ampliando o po-
niendo en duda conocidas definiciones de lo letrado, se caracteriza más bien
por su animada vocación oral. Son las “habladurías” las que constituyen la

58 “Difícilmente hubo, entre estas colonias de América, pueblos, como los de la


sierra en ambos Perú, donde se respetara más lo ajeno, donde fuese tan sagrada
la seguridad personal, donde los caminos públicos y parajes despoblados estu-
vieran menos expuestos a peligros para el transeúnte. En cambio, ninguna otra
donde la vida social fuese más intranquila que en Charcas. Ello se explica por-
que era rasgo característico de la familia altoperuana de la Colonia su afición al
chisme y al enredo. La doblez del indio y la procacidad española se juntaban allí,
en el mestizo no menos que en el criollo, para imprimir a la índole de todos una
tendencia perversa hacia la intriga y las rencillas”.
Estudio introductorio 57

materia misma de la esfera pública y son esas habladurías las que alimen-
tan la diseminación del consenso emancipador, aunque las “aspiraciones
progresistas” sean solo “uno de tantos rumores dispersos de un sordo y
universal debate” (pág. 145). Circulan, de boca en boca, noticias sobre la
muerte de Fernando vii, sobre la ruina de la Metrópolis, sobre la pérdida
de España y son esos rumores los que inspiran la conmoción pública y la
disponibilidad a contemplar la posibilidad de otra cosa. La letra, aquí, no
es sino uno de los instrumentos de la boca, pálido eco de las habladurías
anónimas: “Quedan algunos viejos manuscritos donde bullen y rebullen
los ratos volanderos de aquel tiempo”, nos recuerda r-m (pág. 285).
La ciudad letrada entera deviene un escenario del rumor (“areópago
de vocabularios y caramillos”): la política es la de “lenguas raudas” (como
la de Vicente Cañete [pág. 239]), los hechos significativos son los que “dan
mucho que hablar” (pág. 266) y los debates se alimentan de información
“de oídas y por tercera o cuarta boca” (pág. 338). La murmuración que
“cuchicheaba en los colegios, en la universidad y en el foro de la ciudad
letrada era temible”, insiste r-m (pág. 268). Los ánimos de cada cual son
trastornados, como si el veneno de la intranquilidad entrara por el oído:
el ciudadano que camina la ciudad y sus espacios gremiales, “al sentir en
el oído el blando y ponzoñoso susurro de los embusteros”, regresa a casa
“con el corazón ya turbado y la cabeza revuelta” (pág. 222).
Las vitalidades insubordinadas del habla son contrastadas por r-m a las
progresivas cegueras del poder colonial, reducido a ratos a las oscuridades
de un espíritu ya paranoico en sus desconfianzas, luego de las insurreccio-
nes indígenas de fines del siglo xviii. El colonial es, en sus últimos días,
un poder que no lee bien porque no ve las cosas y aquí ni Moxó ni mucho
menos Pizarro son lazarillos en un reino de tinieblas: “el sistema español
[...] era ciego en sus desconfianzas. Obtenido a buen precio el rencor inex-
tinguible de la indiada, menester era trabajar por conquistarse también
el de la cholada”, concluye r-m (pág. 157).59

59 La ceguera –en tanto imposibilidad de lectura o conocimiento– es una imagen


central en otra crónica de r-m, El golpe de Estado de 1861: la clase alta, en el gobier-
no de Linares, tiene, dice r-m, el “ardimiento” del fanatismo político, pero en la
política se necesita, añade, “algo más que ese ardimiento”, se necesita conocer
(r-m,1946: 319).
58 Últimos días coloniales en el Alto Perú

5. Los célebres doscaras altoperuanos

Ninguna de las figuras narrativas de r-m ha tenido la suerte –con frecuen-


cia desgraciada– que la de sus doctores altoperuanos doscaras. Como se ha
adelantado, más allá de su actuación específica en udc y cuando se tras-
ladan a los libros de otros historiadores, estos personajes se convirtieron
pronto en meros fantoches, caricaturas de una repulsión cultural con vida
propia y al servicio de diversas simplificaciones. Por eso es necesario acla-
rar lo obvio: en udc, los doscaras no son ni encarnación de una psicología
reprensible ni síntomas de una “enfermedad altoperuana” ni monstruos
del mestizaje o de lo cholo: son en cambio los influyentes miembros de
un gremio de criollos blancos, que, asistidos por las inclinaciones propias
de su oficio verbal, han desarrollado una habilidad de maniobra a partir
del talento para el disimulo, el enredo y la intriga. Su solapamiento es,
en suma, una habilidad política (como lo es, por ejemplo, en Goyeneche,
del que se dice que es un doscaras).
El nombre doscaras no lo acuña r-m y, como él mismo aclara en un par
de pasajes de su obra, proviene de la obra periodística del guatemalteco
Antonio José Irisarri, que escribía: “No soy de aquellos que tiran la piedra y
esconden la mano, ni de los que tienen dos caras como Jano, ni de los que
hacen el mal al abrigo de las tinieblas. Soy amigo y enemigo claro. ¿Y no
es esta una virtud muy rara en estos calamitosos tiempos?” (Irisarri, 1934:
134). Pero r-m recupera de Irisarri apenas un nombre. Frente a esta vieja
compresión conservadora de lo político, que entiende el antagonismo social
como la expresión directa de un repertorio de virtudes y defectos éticos
en conflicto (la hipocresía en contra de la sinceridad, por ejemplo), r-m, al
menos en udc, traza lo político –en ese cálculo total de las cosas al que aspira
su crónica– como un reino que opera de otras formas, a menudo indirectas.
En este libro, esa comprensión presupone una idea que la mayoría de los
usos posteriores de la imagen del doscaras altoperuano tiene dificultades
en aceptar (Arnade, Roca e, indirectamente, Demélas): que es su misma
doblez la que en, entre 1807 y 1808, contribuye a la revolución de 1809, y
que detrás de sus servilismos aparentes se asoman razones emancipatorias.
r-m lo dice claramente, en uno de los tantos pliegues o volutas paradójicos
de su exposición: “entre las genuflexiones de la lisonja” entrevemos, dice
de estos doctores, “el aliento de una razón levantada, y tras la frivolidad
académica el sentimiento instintivo del libre examen” (pág. 143). Aquí el
disimulo y la indirección están al servicio de una razón levantada y son las
prácticas retóricas escolásticas mismas de estos doctores las que derivan
en el silogismo altoperuano de la emancipación.
Estudio introductorio 59

Y porque r-m no piensa que sus doscaras sean la sola personificación


de cualidades éticas sino más bien, además, agentes de intervenciones
políticas cambiantes, en su obra hay una distinción entre los doscaras de la
primera hora, que llama la “de los corazones intrépidos y generosos”,60 y
los “tránsfugas” que abundan en la Asamblea Constituyente de 1825 (y de
los que habla en otros escritos).61 E incluso, entre estos últimos, distingue
a los que optan por el transfugio con algún peligro personal (Andrés de
Santa Cruz, por ejemplo) y aquellos de ultimísima y oportuna hora. En
contraste, la posterior condena invariante del doscaras no es sino una fiesta
de adjetivos: otros hablarán de sus hipocresías, falacias, oportunismos y,
ya en plan de condena racista, de las “taras” que alegorizan. Estos “gro-
tescos janos vernaculares”, en expresión de Mario Rolón Anaya (1975: 6),
devienen la encarnación del cholo altoperuano letrado, que era, para Franz
Tamayo, la peor de las especies de cholo (cf. el cap. xvi de la Creación de
la pedagogía nacional).62

60 Citado por Humberto Vázquez Machicado, en su ensayo sobre “Los papeles inédi-
tos de Gabriel René Moreno” (1988: 107).
61 Cf., sobre todo, “Idea general sobre don Casimiro” (r-m, 1975).
62 Ningún autor ha contribuido más a los malentendidos en torno a udc que el
historiador Charles Arnade. En el cap. 4 (pp. 80-99) de su The Emergence of the
Republic of Bolivia [La dramática insurgencia de Bolivia] se detiene y destaca al doctor
doscaras en el Alto Perú. El que en r-m es un personaje de sentidos políticos
cambiantes –como Cirilo Barragán, el periodista justiciero en Matanzas de Yáñez
que luego se corrompe (1886: 17)–, en el libro de Arnade es la reificada personi-
ficación de una psicología o mentalidad local enferma. Es claro que este retrato
del doscaras ha sido persuasivo para muchos, que repiten la lectura de Arnade.
Si la desmontamos, en esta lectura se confunden o distorsionan tres nociones
de r-m: a) La caracterización, en udc, de la ciudad de La Plata como crónica-
mente intranquila, con tendencias perversas “a la intriga y a las rencillas”. Si
r-m sostiene que esa inclinación es un ethos local que anuncia la aparición de
una “esfera política” –en un lugar en que “hasta la noción misma de actividad
política había permanecido desconocida por casi todos hasta poco antes”, que
es como describe Halperín Donghi el mismo surgimiento en el Río de la Plata
(2014: 15)– y que es un atributo de la “índole de todos” los habitantes de la ciu-
dad letrada, Arnade la vuelve una idea racista, ausente en udc y que de hecho
proviene de lo que Humberto Vázquez Machicado sostiene sobre la “sociología”
de r-m (1936). b) Si el rumor, las habladurías maliciosas, las murmuraciones
son, en udc, un paradójico instrumento de la formación de un espíritu público,
para Arnade, que repite en ello a otros, como Gustavo Adolfo Otero (1940),
es más bien un síntoma de la patológica “mentalidad altoperuana”, derivada,
claro, como creyeron antes Arguedas y Tamayo, del mestizaje. Arnade, como
tantos y no r-m, no concibe que el rumor malicioso trabaje en favor de una
lógica política emancipatoria. c) El desdén de r-m por Olañeta –un doscaras de la
hora posterior de la Asamblea Constituyente de 1825– se confunde, en Arnade
60 Últimos días coloniales en el Alto Perú

6. La plebe mestiza

Lo que sucede entre 1807 y 1809, si atendemos al análisis propuesto por


r-m, es que la “heterogénea sociabilidad” (págs. 94 y 375) de la ciudad
letrada –funcional a la dominación– es reemplazada por algo nuevo y
frágil: “lo más importante que lució desde aquel extraordinario día del
25 de mayo fue el compañerismo de paisanaje” (pág. 94). Y ese compañe-
rismo se hace aparente en la “esfera política” en la ocasión de su crisis y
porque convoca e incorpora a la plebe chola urbana, de reciente ganada
autonomía.
Si en el doctor altoperuano doscaras se expresan las consecuencias
emancipatorias de la deliberación (de ahí r-m hable de una razón levantada
por detrás de las genuflexiones del trato), en la plebe chola la ciudad letrada
descubre su potencial insurreccional. No hay en udc la menor duda al
respecto: lo que eran disquisiciones de una minoría o clase dirigente
solo devienen hechos políticos cuando son, también, el impulso de la
“turbulenta plebe mestiza”.
La plebe mestiza controla espacios específicos de la ciudad letrada
(en La Plata, “la Plaza Mayor y los barrios centrales, en tiendas o cuartos
a la calle, bajo las habitaciones de las clases superiores” [pág. 110]) y es
caracterizada por r-m por una serie de rasgos que la preparan para el
acto insurreccional de 1809: es “turbulenta y pendenciera”, quiere “con
celo puntilloso a su bella tierra de cumbres apartadas”, prefiere “para
desahogarse la luz del sol” y “tan pronto como estallaba un altercado”,
sale “a gritarse abominaciones en la calle” en “tres idiomas a la vez: ay-
mara, quichua y castellano” (pág. 220), mira “de reojo al extraño y todo
lo de fuera”, y, aunque sumisa al poder, “los peninsulares no acertaban
entonces a granjearse su adhesión” (pág. 158). Pero además de estas
cualidades preinsurreccionales, r-m recuerda un hecho que había trans-
formado a la plebe mestiza poco antes: su participación en la represión
de la sublevación de Túpac Katari, esa que sacude, dice, “los cimientos
de la sociedad colonial”.
Aquí, el retrato culturalista de la turbulenta plebe chola cede su lu-
gar a una compleja historia política, uno de los mejores ejemplos de las
causalidades indirectas y de las argucias de la mediación que r-m tiene en
mente: es claro, por un lado, que frente a la sublevación india de 1781,
la plebe chola de la ciudad letrada se puso “abiertamente del lado de los

y otros, con los doscaras en udc, que nos remiten al tiempo de lo que el mismo
r-m llamó “la primera hora de los corazones intrépidos y generosos”.
Estudio introductorio 61

dominadores europeos” (pág. 156); por otro, que, al mismo tiempo, ese
acto de represión tiene el efecto de otorgarles un sentido de su propia
fuerza y valor: “Sintiéronse por un momento halagados los mestizos
en Chuquisaca cuando durante los conflictos de la gran sublevación se
ponían armas en sus manos para la defensa de la ciudad” (pág. 158). Pero
esta victoria del orden colonial –que une a criollos y cholos en un acto
de violencia–, y que es al mismo tiempo el de la adquisición en la plebe
de una noción política de su propia fuerza, es a la larga, para criollos y
cholos por igual, un error que prepara otra verdad. En respuesta a los
sublevados, nos recuerda r-m, se había “anegado” de sangre indígena
“las calles y las plazas de la capital para escarmiento de las generaciones
presentes y de las venideras”, eficiente crueldad inmediata que termina
siendo, a la larga, una “falta política” (pág. 157). Porque, se pregunta r-m,
“¿quién pudo entonces impedir a esos criollos y mestizos, a esos que es-
tudiando la ciencia de la justicia contemplaban desde los balcones de la
Universidad las atroces inmolaciones, el recapacitar con amargura sobre
las iniquidades administrativas que habían provocado hasta la desespera-
ción el alzamiento?”. Desde entonces, y junto a los criollos, la plebe chola
descubre eso: los españoles europeos eran los agentes de “la opresión
común en el Alto Perú”, mientras que, concluye r-m, “la indiada venía a
ser hermana de los estudiantes altoperuanos por el vínculo del suelo, de
algunos por los del suelo y de la sangre” (pág. 157).63

7. La revolución y su representación

Al evaluar udc, r-m vacila entre la constatación de los que juzga han sido
los modestos resultados de su esfuerzo (luego de 25 años de dedicación
“diligente”) y la ambición que –en varias partes de la obra misma y no solo
en el prólogo de 1901– declara para su libro. Es claro, por ejemplo, que
quiere acercarse a la coyuntura de 1807-1809 según un “cálculo total de las
cosas” y el diseño del “consorcio de las circunstancias” en juego, ambición
que, si lograra cumplirla, explicaría la aparición temprana de la crisis social
independentista. La suya es una historia política que se abre a dimensiones
económicas, sociales y culturales porque sería inútil intentar dar cuenta
de esa historia política sin referirse a la colectividad en la que sucede y

63 Y se podrían traer a cuento los pasajes en que r-m celebra el mestizaje. Por ejem-
plo este: “Allí [se refiere al Alto Perú colonial] se ve al viril europeo espoleando
sin misericordia a la raza vencida, pero cruzándose a la vez fogosamente con ella
para regenerarse y regenerarla” (r-m, 1877a: 95).
62 Últimos días coloniales en el Alto Perú

por la que sucede. Son estas ambiciones –narrativas y analíticas– las que
lo empujan a pensar metáforas: la de la “tela colonial”, por ejemplo, con
urdimbre (hecha de castas y gremios, espacios y costumbres) y trama (hecha
de historias lejanas y cercanas, de personajes centrales y azares providen-
ciales). La mayor limitación política de Moxó, concluye r-m, es la de una
suerte de soberbia colonial que no le permite leer bien esa tela, que este
intelectual catalán piensa más simple o “burda” de lo que es: “a su juicio
una tela burda era la de esos pobres tejedores mestizos y criollos, si había
de comparársela con el instrumento de perspicacia que él sabía aplicar
para observar la urdiembre desde lejos” (págs. 263-264). La de la ciudad
letrada misma no es sino otra de esas metáforas de la totalidad concreta,
que permite escenificar, espacialmente, un cruce entre el “cálculo total
de las cosas” y la coyuntura revolucionaria, que llama “la nueva corriente
de las cosas” (pág. 209).
Pero estas metáforas espaciales –la de la tela colonial y la de la ciudad
letrada, sin duda, pero además la de la sociedad colonial como un cuerpo–
son relativizadas a la hora de abordar no ya la forma de la colectividad sino
aquello que, en una crisis, se revela como nuevo, pues exige los trabajos
del tiempo. Para ello acude, como otros escritores contemporáneos de su
patria –piénsese en Emeterio Villamil de Rada, Nataniel Aguirre o Ricardo
Jaimes Freyre– a la imagen del árbol,64 que en udc es un árbol doble y, en
principio, el árbol de la supeditación colonial tal como la entienden sus
funcionarios: el tronco de la Corona y sus ramajes americanos, diagrama
de una relación cultural establecida y de una larga filiación de 300 años.
En cavilaciones atribuidas al arzobispo Moxó, frente al peligro emanci-
patorio, los mejores de la Corona piensan que “aun cuando allá [en la
Península] sea arrancado de cuajo y aniquilado el árbol, no hay que deses-
perar, pues aquí cerca tenemos, con retoños, una rama para hacer revivir
nuestro borbónico cedro secular” (pág. 540). Pero el árbol que imagina
Moxó –personaje central de la crónica de r-m– es reemplazado, en la crisis

64 De Villamil de Rada, léanse algunos de los muchos pasajes de su Lengua de Adán


(1888) dedicados a imaginar las infinitas ramificaciones de la imagen del árbol
(ali) (cf. 2016: 87-90; 102-104). De Aguirre, el capítulo xvii de Juan de la Rosa (1885)
(en el que aparecen las cavidades del viejo ceiba, llamado el Patriarca, donde el
padre del protagonista graba sus iniciales) y el capítulo xxvii (que menciona los
“árboles imposibles” que dibuja el padre en su cautiverio). De Jaimes Freyre, el
mejor ejemplo es, por supuesto, el poema “Aeternum Vale” de Castalia bárbara
(1899), que alude al reemplazo de los árboles de la selva sagrada (fresnos, en-
cinas, sauces) por el árbol silencioso de la cruz cristiana (Jaimes Freyre, 2005:
95-97).
Estudio introductorio 63

revolucionaria, por uno distinto, ya no retoño o rama del cedro secular


sino planta americana de raíces otras. Raíces que, paradójicamente, son
las de una política solapada y sinuosa, aunque no menos gloriosa en sus
resultados por ello: “¿Qué importa una calumnia atroz como raíz y entre
las raíces de un árbol que crecerá frondoso, persistente y altísimo? Sub
fallacia regina, quis non fallitur et fallit? Engañar y ser engañado: he ahí el
medio social donde y como deben llevarse a cabo las más grandes cosas
en el reino del engaño” (pág. 551).

vii. Para qué leer a René-Moreno:


Los dones colaterales

Cierro estos apuntes con la descripción de tres presumibles beneficios de


una lectura, ahora y aquí, de udc.65 No son los únicos dones de esta obra,
aunque creo que son los más oportunos, los que nos hacen falta.

Cierto método para la historia

Las crónicas históricas de r-m proponen un método que luego otros ensa-
yistas adoptarán con mayor detenimiento teórico: la explicación de una
sociedad de considerable heterogeneidad e irresolución –la boliviana,
que en ello es como tantas otras– justo en el instante en que las rutinas
de su costumbre, las formas de su dominio, parecen sufrir una crisis,
suspendidas –así sea pasajeramente– por la aparición de lo diferente:
otro entendimiento de las cosas, otro espíritu público, otra colectividad.
El método tiene sus dificultades: exige del escritor una doble perspectiva
constante, que atiende –y no pierde de vista– lo que en esa sociedad en
crisis son hábitos (instituciones, prejuicios, formas de hacer y de pensar)
y los hechos que, en tanto apariciones o singularidades de las circunstan-
cias, alteran esas rutinas de la sumisión, quien sabe si con consecuencias
duraderas o no (en r-m los aprendizajes sociales no son irreversibles).

65 Y que responden, furtivamente, a una pregunta que el historiador colombiano


Sergio Mejía se hacía en su estudio de 2013 sobre udc: “Está por verse qué apro-
piación se haga en los años por venir de un escritor camba e irónico del siglo
xix” (158). Aunque habría que recordar que r-m no se hubiera identificado como
camba: en su época todavía se hacía una distinción entre cruceño y camba. Él re-
cordó en una de sus notas un dicho que circulaba en Santa Cruz en el siglo xix,
“artículo inviolable de doctrina popular cruceña”: “Los enemigos del alma son
tres: / Colla, camba y portugués” (1901: 126).
64 Últimos días coloniales en el Alto Perú

Esta doble perspectiva, visible en las crónicas mayores de r-m (udc, Ma-
tanzas de Yáñez, El golpe de Estado de 1861), es una de las tensiones, entre
varias, que informan la variedad de su comprensión histórica.66 udc, por
ejemplo, es el análisis del principio de una transformación general y
profunda de la sociedad colonial y, a la vez, el retrato de los personajes
que la encarnan trágicamente (aun a pesar suyo, aun sin saberlo); es una
crónica que abunda en pormenores y un texto de constantes instantes
de abstracta potencialidad teórica; es una reconstrucción de ideas y su
intercambio y el de los efectos y sentidos (políticos) de esas ideas, en la
práctica. Autor testarudamente fiel a la noción de que la escritura es un
efecto o consecuencia casi impersonal de la lectura compleja –incluidos
sus fracasos, deficiencias y aproximaciones–, son las bondades de este mé-
todo su mayor triunfo, bondades que ayudan a comprender el misterioso
hecho de que udc –aunque no solo udc – sea invariablemente superior a
las opiniones de r-m.67

Cierta idea de la política


A contramano de una atiborrada tradición que siente que la política es,
por definición, el reino de lo abyecto (abyección a menudo plebeya) o de
lo nimio y fugaz (los apetitos y mezquindades de “la politiquería”), r-m
detiene su atención en lo político, que en su entendimiento es un domi-
nio pasional, complejo, difícil, multiforme. Su concepción efectiva de lo
político es en udc iluminadora: por una parte un intrincado régimen de
comunicación que no reconoce las fronteras entre lo público y lo privado,
impulsado no solo por el rumor malicioso o el debate oficial, sino por un
abigarrado repertorio de rituales de la cultura en los que se escenifican
no solo la investidura de un poder lejano sino también aspiraciones e

66 Otra de la tensiones productivas en la obra de r-m es la que se abre entre las


formas culturales de una sociabilidad y las consecuencias y contenidos a veces
subrepticios a que dan lugar. En udc, por ejemplo, en más de una ocasión r-m
cita documentos y publicaciones sin mayor análisis o glosa de sus contenidos
ideológicos (“sin meternos en los riscos y breñales de la controversia misma”,
dice de un panfleto que comenta) y más bien se detiene en sus formas, formas
de argumentar y debatir que ilustran mejor, en su opinión, “el estilo y el gusto
de la época” (pág. 149).
67 Opiniones que podemos encontrar en algunas de sus anotaciones bibliográficas.
Es probable que el ciudadano r-m compartiera, por ejemplo sobre lo cholo, los
prejuicios de otros pensadores bolivianos, posteriores, –Alcides Arguedas, Franz
Tamayo, Fausto Reinaga–, pero en ninguna de las crónicas mayores del escritor
r-m esos prejuicios son un principio explicativo.
Estudio introductorio 65

intereses: los desfiles, actos oficiales, procesiones, fiestas públicas que


satisfacen “la afición de aquellos moradores a los grandes ceremoniales”.68
Por el otro, la política es –como casi cualquier sistema de comunicación–
la permanente posibilidad del malentendido y del fracaso de la lectura:
son legión los que no leen bien o no reconocen las intenciones ajenas, o
malentienden lo que sucede, o mitifican el lugar que ocupan en el mun-
do. En la comprensión de r-m, tales fracasos no impiden ni arruinan ni
enturbian la política, sino que son parte de su especificidad.
En Bolivia, los intelectuales filomarxistas del nacionalismo revo-
lucionario serán los herederos directos de la pasión moreniana por lo
político: Montenegro, Almaraz, Zavaleta, cada uno a su manera y antojo,
no se cansarán de hallar, en lo que para otros es el mundo degradado de
lo político –pues no es tributario de la superstición de los “valores”–, la
manifestación de las más vivas pasiones personales y colectivas que, de
vez en cuando, casi sin quererlo, al satisfacerse a sí mismas alcanzan algo
mejor, que las excede.

Cierta ambición de la escritura


De la lectura de udc se podría derivar una definición de lo que r-m, en la
práctica, entendía por los beneficios y límites de su oficio. Es decir, un
programa para la escritura de la historia.
Se facilita el camino hacia esa descripción si dejamos a un costado,
en un gesto preventivo, aquello que la práctica de su escritura eludía o
rechazaba sin grandes bullas. No creía, por ejemplo, que las “fuentes” –los
documentos escritos y orales que coleccionó obsesivamente a lo largo de
su vida– dictaran, como en una revelación inesperada, la forma, sentido e
incluso conexión básica de los hechos históricos.69 El historiador es, para

68 Sobre la “teatralización del poder” en Charcas colonial, además de Arzáns, pue-


de leerse su mejor retrato contemporáneo, el de Bridikhina (2007).
69 Colmenares sostiene que son dos las certezas que la mayoría de los historiadores
latinoamericanos del xix comparten respecto a la naturaleza y función de los
“documentos”: la primera, que “solo los documentos garantizan una continui-
dad narrativa” (no se debe contar lo que no se documenta, digamos); y la segun-
da, la idea de que los documentos “hablan por sí solos” (cf. Colmenares, 1997:
52). r-m sin duda compartía la primera de estas creencias, pero escasamente la
segunda. r-m pensaba que los documentos lo llamaban –en una suerte de inter-
pelación ética– a escribir, pero esos llamados requerían de un trabajo de lectura
y construcción figurativa. Por otra parte, la imagen del historiador que descubre
o se tropieza con la historia en los documentos que reúne y consulta, o la no-
ción de que los términos de su explicación dependen de los datos que maneja,
66 Últimos días coloniales en el Alto Perú

r-m, un lector en el pleno sentido de las facultades que lo hacen uno:


el que interpreta, enlaza, elige, relaciona, busca entrelíneas, relativiza,
confía, cuestiona. La historia es un tipo de escritura que deriva de actos
constantes –y provisionales– de lectura de otros textos.
Y tampoco creía en la existencia de una sola manera de representa-
ción de los hechos: la naturaleza de los acontecimientos y de sus diversas
velocidades y formas de aparición demandaban para él estrategias de
inscripción diferenciadas. Su ambición era incluso mayor: impulsado por
un viejo deseo de asimiento o captura de la totalidad –que en udc es el
deseo de comprender un breve momento memorable en una pequeña
ciudad colonial–, la escritura debía conducir a crónicas históricas que
aspirasen, así sea por la narración sucesiva, a compartir el mismo aire
de complejidad de lo real, de aquello que sucedió pero que no sabemos
cómo, por qué y para quién. “Si las cosas allá no son de suyo sencillas
ni claras –escribía en una carta de 1871– tampoco deben serlo las ideas
que uno saca después de observar dichas cosas”.70 La dificultad de r-m es
por eso inevitable y no un suplemento estilístico: sus textos son difíciles
porque no había para ellos otro modo posible. Y esa misma dificultad es
su principal beneficio, acaso un alivio o talismán contra el acoso de las
simplificaciones.

es –como sugirió Hayden White hace ya medio siglo– precisamente lo que casi
nunca ocurre: “dos o más investigadores, de equivalente erudición y sofistica-
ción teórica, arriban a interpretaciones alternativas, aunque no necesariamente
mutuamente excluyentes, del mismo conjunto de acontecimientos históricos”
(White, 1975: 61).
70 Carta de r-m a Mariano Baptista Caserta del 3 de noviembre de 1871 (cit. por
Condarco, 1971: 114).
Estudio introductorio 67

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biográfico”. En: Gabriel René Moreno íntimo. Edición de José Luis
Roca, Myriam Sánchez de Roca y Carlos Coello Villa. La Paz:
Don Bosco. Pp. 1-8.
1988 “Papeles inéditos de Gabriel René-Moreno”. En: Obras completas
de Humberto Vázquez-Machicado y José Vázquez-Machicado.
Edición de Guillermo Ovando-Sanz y Alberto M. Vázquez. La Paz:
Editorial Don Bosco. vol. vi: pp. 99-115.

Villamil de Rada, Emeterio


2016 La lengua de Adán y El hombre de Tiahuanaco. Edición y estudio
introductorio de Mauricio Souza C. La Paz: Biblioteca del
Bicentenario de Bolivia.

White, Hayden
1975 Metahistory. The Historical Imagination in Nineteenth-Century Europe.
Baltimore: The John Hopkins University Press.

Zavaleta Mercado, René


2013a Lo nacional-popular en Bolivia. Obra completa de René Zavaleta
Mercado. Tomo ii: Ensayos 1975-1984. Edición y estudio
introductorio de Mauricio Souza C. La Paz: Plural editores.
[Véase, sobre todo, pp. 297-319].
Bibliografía de Gabriel René-Moreno

I. Ediciones de Últimos días coloniales en el Alto Perú

1876 “Últimos días del coloniaje en Chuquisaca”. Revista Chilena


(Valparaíso), tomo iv: pp. 98-128; tomo iv: pp. 587-610, tomo
v: pp. 481-518. [Texto íntegro de “Arzobispo nuevo”, la primera
parte de Últimos días coloniales en el Alto-Perú].
18861 “El año de 1808 en Chuquisaca”. Revista de Artes y Letras (Santiago),
tomo vi: pp. 430-452; 505-528; 678-697.
1896-982 “Últimos días coloniales en Chuquisaca”. Anales de la Universidad
de Chile (Santiago). Tomo xciii (1896): pp. 25-61 [Primera parte,
caps. 1-3]; tomo xciii (1896): pp. 167-195 [Primera parte, caps.
4-5]; tomo xciii (1896): pp. 279-310 [Primera parte, caps. 6-8];
tomo xciii (1896): 411-425 [Primera parte, cap. 9]; tomo xciii
(1896): pp. 633-680 [Segunda parte, caps. 1-3]; tomo xciii (1896):
pp. 853-882 [Segunda parte, caps. 4-5]; tomo xciv (1896): pp.
35-62 [Segunda parte, caps. 6-7]; tomo xciv (1896): pp. 399-419
[Segunda parte, cap. 8]; tomo xciv (1896): pp. 599-612 [Segunda
parte, cap. 9]; tomo xciv (1896): pp. 673-690 [Segunda parte, cap.
10]; tomo xciv (1896): pp. 809-839 [Segunda parte, cap. 11-12];
tomo xcvii (1897): pp. 11-36 [Segunda parte, cap. 13]; tomo xcvii

1 Fragmentos de una versión diferente de Rey nuevo, la segunda parte de Últimos días
coloniales en el Alto-Perú. La publicación se interrumpe porque r-m se molesta al re-
cibir de Claudio Barros, director de la revista, un pago insultante por su trabajo.
r-m devuelve los pesos recibidos, le escribe, pues “más falta han de hacerle a la
revista que a mí”. Y anuncia a Barros que “esperará inútilmente” el envío de la
conclusión de su ensayo (r-m, 1996: 361)].
2 Publicación completa, por entregas y con un título ligeramente diferente, de
Últimos días coloniales en el Alto Perú.

[73]
74 Últimos días coloniales en el Alto Perú

(1897): pp. 113-131 [Segunda parte, cap. 14]; tomo xcvii (1897):
pp. 395-422 [Segunda parte, cap. 15]; tomo xcvii (1897): pp. 573-
594 [Segunda parte, cap. 16]; tomo c (1898): pp. 373-403 [Segunda
parte, cap. 17]; tomo c (1898): pp. 723-778 [Segunda parte, caps.
18-19]; tomo c (1898): pp. 839-862 [“Tabla analítica del contenido
de los capítulos”]. [Publicación completa, por entregas y con un
título ligeramente diferente, de Últimos días coloniales en el Alto
Perú].
18963 Últimos días coloniales en el Alto Perú. Primera parte: Arzobispo nuevo,
1807. Santiago de Chile: Imprenta Cervantes. [Sin ilustraciones.
Con tapa y contratapa en cartulina naranja]. [Pp. 1-114].
1897 Últimos días coloniales en el Alto Perú. Documentos inéditos, 1808.
Santiago de Chile: Imprenta y Encuadernación Barcelona. [En la
portada interior el título es: Documentos inéditos sobre el estado social
y político de Chuquisaca en 1808]. [Incluye indicación de partes de
la obra: “Consta el presente volumen: Primera parte: Arzobispo
nuevo (1807). Segunda parte: Rey nuevo (1808). Documentos
inéditos: Referentes a 1808”]. [Con tapa y contratapa en cartulina
verde]. [Pp. i-clii].
1898 Últimos días coloniales en el Alto Perú. Segunda parte: Rey nuevo, 1808.
Santiago de Chile: Imprenta Cervantes. [Se cierra, en p. 474, con:
“Fin de la segunda parte: ‘El rey nuevo’ de enero a diciembre de
1808”]. [Incluye al final una “Tabla analítica del contenido de los
capítulos”, pp. 475-498]. [Sin ilustraciones. Con tapa y contratapa
en cartulina verde]. [Pp. 115-498].
1901 [1896-1898]4 Últimos días coloniales en el Alto Perú. [Narración]. San-
tiago de Chile: Imprenta Cervantes. [Aunque la portada señala

3 La primera edición de Últimos días coloniales en el Alto Perú –simultánea a su publi-


cación por entregas en la revista Anales de la Universidad de Chile– apareció, en tres
partes, entre 1896 y 1898. Se reunieron luego en una misma encuadernación las
partes publicadas –por separado y por distintas imprentas– en 1896 (Arzobispo
nuevo), 1897 (Documentos inéditos, 1808) y 1898 (Rey nuevo). Nuestra descripción
corresponde a un ejemplar de la primera edición, todavía incompleta, del libro,
conservado en la Biblioteca de la aecid (Madrid, España).
4 Primera edición completa de Últimos días coloniales en el Alto Perú, resultado de una
intervención de René-Moreno, que convierte la edición en un solo tomo de 1896-
1898 en esta, en dos tomos, de 1901. Para el primero de los dos tomos, que llama
el de la “narración”, rescata y usa 100 ejemplares de la primera edición, extrae (o
arranca) de ellos el apéndice de Documentos inéditos, 1808 y, sin modificar la numera-
ción, intercala diez láminas fotolitográficas, modificación que describe como “cos-
tosísima” y de “última hora” (cf. “Prólogo”, pág. 101). Para armar el segundo tomo
de la edición de 1901, reúsa la parte Documentos inéditos, 1808 que había extraído
de 100 ejemplares de la primera edición, añade antes un prólogo (a toda la obra)
y cierra el nuevo tomo con una considerable nueva sección (de 346 páginas) de
“Documentos inéditos sobre el origen de la revolución del Alto Perú de 1809”. Esta
Bibliografía de Gabriel René-Moreno 75

1896 como el año de publicación, es la compaginación de 1901


de las partes publicadas en 1896 y 1898. Se eliminan la tapas en
cartulina de las partes y se añaden 10 láminas fotolitográficas].
1901 [1897]5 Últimos días coloniales en el Alto Perú. Documentos inéditos de
1808 y 1809. Santiago de Chile: Imprenta, Litografía y Encuader-
nación Barcelona. [Reúne: “Prologo” (del 25 de junio de 1901);
“Documentos inéditos sobre el estado social y político de
Chuquisaca en 1808”, ya publicado en 1897; y “Documentos
inéditos sobre el origen de la revolución del Alto Perú en 1809”].
1940 Últimos días coloniales en el Alto Perú. 2 vols. Prólogo de Gustavo
Adolfo Otero: “Notas sobre Gabriel René Moreno, vol. 1,
pp. i-xxxi. Biblioteca Boliviana, núm. 9. La Paz: Renacimiento.
[Edición incompleta, sin el tomo de Documentos inéditos de 1808 y
1809].
1945 Últimos días coloniales en el Alto Perú. Prólogo de Adolfo Costa du
Rels: “Reseña de la historia cultural de Bolivia”, pp. vii-xxxiii.
Colección Panamericana, núm. 3. Buenos Aires: W. M. Jackson.
[Edición incompleta, sin el tomo de Documentos inéditos de 1808 y
1809].
1954 Les derniers jours de la colonie dans le Haut-Pérou. Introducción y tra-
ducción de Francis de Miomandre. Collection Unesco d’Oeuvres
Représentatives. Paris: Nagel. [Edición incompleta, sin el tomo
de Documentos inéditos de 1808 y 1809. Elimina además las casi 600
notas de la Narrativa].
1970 Últimos días coloniales en el Alto Perú. “Prólogo” de Hernando Sana-
bria Fernández, pp. 7-23. La Paz: Juventud. [Edición incompleta,
sin el tomo de Documentos inéditos de 1808 y 1809].
2003 Últimos días coloniales en el Alto Perú. Tomo 1: [Narración]. Tomo
2: Documentos inéditos de 1808 y 1809. Prólogo, cronología y
bibliografía de Luis H. Antezana y Josep M. Barnadas. Prólogo:
“La obra de Moreno”, tomo 1: pp. ix-xxxvii. Caracas: Biblioteca
Ayacucho.

criatura de un Frankenstein bibliográfico, con numeraciones 1-12 (“Prólogo”), i-clii


(“Documentos inéditos de 1808”) y 1-346 (“Documentos inéditos de 1809”) tiene al
final un “Índice”, pp. 347-352, en el que no figura, sin embargo, el nuevo prólogo.
Estas intervenciones son descritas por el mismo René-Moreno: “De un ciento de
ejemplares de Últimos días salvados de la deportación, desglosar el cuerpo de docu-
mentos sobre 1808 y coser este cuerpo con el de 1809 que hoy se publica, para que
así juntos formen volumen aparte de la narración. De esta manera, y en el número
de cien ejemplares, la obra quedará compartida en dos tomos, uno de narración y
otro de documentos. Así mismo está ya hecho” (cf. “Prólogo”, pág. 100).
5 Ver nota anterior.
76 Últimos días coloniales en el Alto Perú

II. Libros y folletos


1864 Introducción al estudio de los poetas bolivianos. Santiago: Imprenta de
la Unión Americana.
1868 Poetas bolivianos. Biografía de don Néstor Galindo. Santiago: Imprenta
Nacional.
1870 Poetas bolivianos. Biografía de don Daniel Calvo. Santiago: El
Independiente.
1874 Proyecto de una estadística bibliográfica de la tipografía boliviana.
Santiago: Imprenta El Indepediente.
1879 Biblioteca boliviana. Catálogo de la sección libros y folletos. Santiago:
Imprenta Gutenberg. [Hay una segunda edición facsimilar de
la Fundación Humberto Vázquez-Machicado, editada por René
Arze Aguirre y Alberto M. Vázquez (tomo i, La Paz, 1991). El
segundo tomo, no facsimilar, es Biblioteca boliviana. Suplementos a
la biblioteca boliviana y adiciones de Valentín Abecia (tomo ii, Sucre,
1996), que incluye un “Índice analítico” preparado por los
editores].
1881 Daza y las bases chilenas de 1879. Sucre: Imprenta El Progreso.
1886 Anales de la prensa boliviana. Matanza de Yáñez, 1861-1862. Santiago:
Imprenta Cervantes, 1886. [2.a edición. Potosí: Editorial Potosí,
1954. Colección de la Cultura Boliviana, vol. iii. “Prefacio” (xi-
xxix) de Armando Alba]. [3.a edición. La Paz: Juventud, 1976].
1888 Biblioteca Boliviana. Catálogo del Archivo de Mojos y Chiquitos. Santiago:
Imprenta Gutenberg. [2.a edición: La Paz: Juventud, 1974].
1891 Elementos de literatura preceptiva. Santiago: Librería Central
Mariano Servat.
1896 Biblioteca peruana. Apuntes para un catálogo de impresos. Tomo I:
Libros y folletos peruanos de la Biblioteca del Instituto Nacional. Santiago:
Imprenta Cervantes.
1897 Biblioteca peruana. Tomo ii: Libros y folletos peruanos de la Biblioteca
Nacional y notas bibliográficas. Santiago: Imprenta Cervantes.
[2.a edición (facsimilar): La Paz: Fundación Humberto Vásquez
Machicado, 1990-1996. 3 vols. El volumen 3 reúne notas
bibliográficas inéditas].
1900 Primer suplemento a la Biblioteca Boliviana de Gabriel René-Moreno.
Epítome de un catálogo de libros y folletos, 1879-1899. Santiago:
Imprenta Barcelona.
1901 Bolivia y Perú. Notas históricas y bibliográficas. Santiago: Imprenta
Cervantes.
1901 Bolivia y Argentina. Notas bibliográficas y biográficas. Santiago:
Imprenta Cervantes.
1905 Bolivia y Perú. Notas históricas y bibliográficas. [Edición aumentada].
Santiago: Imprenta Barcelona.
1905 Bolivia y Perú. Más notas históricas y bibliográficas. Santiago: Imprenta
Barcelona.
Bibliografía de Gabriel René-Moreno 77

1905 Ensayo de una bibliografía general de los periódicos de Bolivia. Santiago:


Imprenta Universo.
1907 Bolivia y Perú. Nuevas notas históricas y bibliográficas. Santiago:
Imprenta Universo.
1908 Segundo suplemento a la Biblioteca Boliviana de Gabriel René-Moreno.
Libros y folletos, 1900-1908. Santiago: Imprenta Universitaria.
1917 Ayacucho en Buenos Aires y prevaricación de Rivadavia. Madrid:
Editorial América.
1985 Anales de la prensa boliviana. El golpe de Estado de 1861. Edición de
Gunnar Mendoza. En: Universidad San Francisco Xavier (Sucre),
tomo xiv, núms. 33-34 (enero-diciembre): pp. 289-348. [Hay una
reedición: Anales de la prensa boliviana. El golpe de Estado de 1861. La
Paz: Juventud, 1985. Esta edición incluye –pp. 5-6– una breves
“Advertencias” de Mendoza, fechadas en agosto de 1946].
1952 Narraciones históricas. Antología. Washington: Unión Panamericana.
1955-56 Estudios de literatura boliviana [elb]. 2 tomos. Armando Alba, comp.
Potosí: Editorial Potosí.
1960 Nicomedes Antelo. [1885]. Santa Cruz: Universidad Gabriel
René Moreno.
1970 José Ballivián. [1894]. La Paz: Camarlinghi.
1970 La Audiencia de Charcas [1877]. La Paz: Ministerio de Cultura.
1973 Mariano Melgarejo Álvarez y el silogismo altoperuano [1905] / Fray
Antonio de la Calancha [1898]. La Paz: Consejo Nacional de
Educación Superior.
1975 Casimiro Olañeta. (Esbozo de biografía). La Paz: Academia Boliviana
de la Historia.
1975 Estudios de literatura boliviana. La Paz: Biblioteca del
Sesquicentenario. [Reproduce el tomo I de Estudios de literatura
boliviana (1955) compilados por Armando Alba].
1983 Estudios históricos y literarios. Antología [ehl]. Hernando Sanabria
Fernández, comp. La Paz: Juventud.
1985 Anales de la prensa boliviana. El golpe de Estado de 1861. [Escrito
c. 1886-1890]. Edición de Gunnar Mendoza. La Paz: Juventud.
[Incluye –pp. 5-6– unas breves “Advertencias” de Mendoza,
fechadas en agosto de 1946].
1986 Miranda según nuevos documentos [1884]. Santa Cruz: upsa.
2008 Páginas escogidas de Gabriel René Moreno. Mariano Baptista
Gumucio, ed. Santa Cruz: Gobierno Municipal Autónomo de
Santa Cruz de la Sierra.

III. Artículos y notas


1858 “María Josefa Mujía”. Revista del Pacífico (Valparaíso), vol. i (28 de
septiembre de 1858): pp. 414-429.
1858 “Daniel Calvo”. Revista del Pacífico (Valparaíso), vol. i (1858): pp.
568-592.
78 Últimos días coloniales en el Alto Perú

1858 “Manuel José Tovar”. Revista del Pacífico (Valparaíso), vol. i (1858):
pp. 689-702; 735-755.
1860 “Ricardo J. Bustamante”. Revista del Pacífico (Valparaíso), tomo ii
(1860): i: pp. 267-284; ii: pp. 398-415; iii: pp. 739-757.
1860 “Bibliografía: Frai Honorio Mossi, sus obras”. Revista del Pacífico
(Valparaíso), tomo ii (1860): pp. 389-391.
1861 “Bibliografía: Ensayo sobre la historia de Bolivia por Manuel José
Cortés”. Revista del Pacífico (Valparaíso), tomo v: pp. 219-231; pp.
385-401. Estudios de literatura boliviana [elb], ii: pp. 177-216.
1862 “Don Mariano Ramallo”. Revista de Sud-América (Valparaíso), tomo
iv (1862): pp. 8-90.
1864 “Introducción al estudio de los poetas bolivianos”. Anales de la
Universidad de Chile (Santiago), tomo xxv (1864): pp. 678-690.
1868 “Poetas bolivianos. Biografía de don Néstor Galindo”. Revista de
Buenos Aires (Buenos Aires), año VI, núm. 67 (noviembre de 1868):
pp. 496-547.
1872 “Crónica literaria (cinco opúsculos bolivianos)”. Revista de Santiago
(Santiago), tomo i (1872): pp. 942-957.
1873 “Arcesio Escobar. (Extracto de una biografía inédita)”. Revista de
Santiago (Santiago), tomo ii: pp. 160-188. ELB, ii: pp. 91-131.
1873 “Fúnebres”. Sud-América. Revista Científica y Literaria (Santiago),
tomo ii: pp. 121-141. elb, ii: pp. 21-46. [Lectura en la Academia de
Bellas Letras de Chile].
1873 “Bibliografía boliviana en 1873”. Sud-América. Revista Científica y
Literaria (Santiago), tomo ii: pp. 441-465; 621-642. ELB, ii: pp. 217-
273. [Lectura en la Academia de Bellas Letras de Chile].
1875 “Bibliografía boliviana”. Revista Chilena (Santiago), tomo ii: pp.
525-532. elb, ii: pp. 287-297.
1875 “De La Paz al Pacífico en vapor”. Revista Chilena (Santiago), tomo
vii: pp. 588-604.
1876 “Apuntes para la bibliografía periodística de la ciudad de La Paz
por Nicolás Acosta”. Revista Chilena (Santiago), tomo iv (marzo
1876): pp. 471-474. elb, ii: pp. 299-305.
1876 “Los archivos históricos en la capital de Bolivia”. Revista Chilena
(Santiago), tomo vi (1876): pp. 111-141. ELB, ii: pp. 47-89.
1876 [Introducción a La isla de Manuel María Caballero]. Revista
Chilena (Santiago), tomo vi. [“El materialismo en Bolivia”, elb,
ii: pp. 13-19]. [Introducción a La isla de Manuel María Caballero].
[Reproducido como “Manuel María Caballero” en ehl: pp. 257-
261].
1877 “La Audiencia de Charcas 1559-1809”. Revista Chilena (Santiago),
tomo viii: pp. 93-142.
1877 “El Alto Perú en 1873. Documento histórico importante”. Revista
Chilena (Santiago), tomo viii: pp. 204-234.
1877 “Academia Literaria del Instituto Nacional. Discurso de inauguración”.
Revista Chilena (Santiago), tomo viii: pp. 284-287. elb, ii: pp. 283-286.
Bibliografía de Gabriel René-Moreno 79

1877 “La mita de Potosí en 1795”. Revista Chilena (Santiago), tomo viii:
pp. 391-430.
1877 “Documentos sobre el primer atentado del militarismo en
Bolivia”. Revista Chilena (Santiago), tomo ix: pp. 237-246.
1877 “Informaciones verbales sobre los sucesos de 1809 en
Chuquisaca”. Revista Chilena (Santiago), tomo ix: pp. 391-430.
1878 “El cerco de La Paz por los sublevados de 1811”. Revista Chilena,
tomo x: pp. 101-138; pp. 264-273. [Publicación del manuscrito
inédito y coetáneo del presbítero Ramón Mariaca].
1878 “Anales americanos. Auto de fe en Lima el año 1736”. Revista
Chilena (Santiago), tomo x: pp. 307-315. ELB, ii: pp. 347-358.
1878 “Mariano R. Terrazas. Necrología”. Revista Chilena (Santiago), tomo
xi: pp. 316-326. elb, ii: pp. 161-174.
1878 “Casimiro Olañeta. Obras”. Revista Chilena (Santiago), tomo xi: pp.
333-335. elb, ii: pp. 307-310.
1878 “Recibimiento inaugural de un arzobispo durante la colonia.
1611”. Revista Chilena (Santiago), tomo xi: pp. 601-609. elb, ii: pp.
359-370.
1878-79 “Relaciones Coloniales. El presidente de Charcas”. La Estrella de
Chile (Santiago), tomo xvi: pp. 271-280; 308-316.
1880 “Don Francisco de Rioja”. Revista de Letras y Artes (Santiago),
tomo ii (15-11-1884?): pp. 231-257. elb, ii: pp. 145-159.
1882 “Don Benjamín Vicuña Mackenna según su libro reciente”.
Nueva Revista de Buenos Aires (Buenos Aires), tomo v: pp. 353-402.
1883 “Biblioteca del Instituto Nacional”. Anales de la Universidad de Chile.
Boletín de Instrucción Pública (Santiago), (julio de 1883): pp. 381-388.
1884 “Letras argentinas”. Revista de Letras y Artes (Santiago), tomo i:
pp. 444-458.
1884 “Arcesio Escobar”. Revista de Letras y Artes (Santiago), tomo ii: pp.
195-205. elb, ii: pp. 133-144.
1884 “Miranda según nuevos documentos”. Revista de Artes y Letras
(Santiago), tomo ii: pp. 231-257.
1884-85 “Anales de la prensa boliviana. El Juicio Público. 1861-1862”. Revista de
Artes y Letras, tomo i: pp. 115-130, 342-360, 441-448 y 615; tomo iii:
pp. 602-464, 569-591; tomo iv: pp. 187-208, 446-464, 569-591;
tomo v: pp. 117-134.
1885 “Nicomedes Antelo”. Revista de Artes y Letras (Santiago), tomo iii:
pp. 313-354.
1886 “Adrianne Lecouvreur”. La Libertad Electoral (Santiago), 13 de
octubre de 1886. elb, ii: pp. 371-378.
1886 “Benjamín Vicuña Mackenna”. Revista de Artes y Letras (Santiago),
tomo v: pp. 369-375.
1886 “Expediciones e invasiones”. Revista de Artes y Letras (Santiago),
tomo v: pp. 484-489.
1886 “El año 1808 en Chuquisaca”. Revista de Artes y Letras (Santiago),
tomo vi: pp. 430-452, 505-528, 678-697.
80 Últimos días coloniales en el Alto Perú

1886 “Revista bibliográfica. (Las últimas publicaciones argentinas)”.


Revista de Artes y Letras (Santiago), tomo vii: pp. 78-88.
1894 “El general Ballivián. Vida del general José Ballivián por el
doctor José María Santiváñez”. Anales de la Universidad de Chile
(Santiago), tomo lxxviii: pp. 407-433. ELB, ii: pp. 301-344.
1898 “Goyeneche en el Río de La Pata”. Revista Nacional (Buenos Aires),
tomo xxv: pp. 282-299, 342-354; tomo xxvi: pp. 27-38, 101-111.
1898-99 “Bolivia y Perú. Notas históricas y bibliográficas”. Anales de la
Universidad de Chile (Santiago), tomo ci: pp. 325-359, 521-570;
tomo civ: pp. 59-79.
1899 “La Unión Americana”. Revista Moderna México (México d.f.),
tomo ii: pp. 312-319.
1946 “Anales de la prensa boliviana. El golpe de Estado de 1861”.
Edición de Gunnar Mendoza. Revista de la Universidad de San
Francisco Xavier (Sucre), tomo xiv, núms. 33-34 (enero-diciembre):
pp. 289-348.
1997 “Las bases chilenas de 1879. Gabriel René Moreno versus Luis
Salinas Vega”. La polémica en Bolivia. Edgar Oblitas Fernández, ed.
La Paz. tomo i: pp. 377-431.

iv. Epistolarios
1986 Gabriel René Moreno íntimo. Edición de José Luis Roca, Myriam
Sánchez de Roca y Carlos Coello Villa. La Paz: Don Bosco.
1996 “Selección de la correspondencia recibida y enviada por René-
Moreno”. Gabriel René-Moreno de Ovando Sanz. La Paz: Fundación
Humberto Vásquez Machicado. 289-361.
Bibliografía mínima sobre Gabriel René-Moreno

Abecia Baldivieso, Valentín


1965 Historiografía boliviana. La Paz: Letras. [Sobre René-Moreno: pp.
287-319].
1973 “El historiador Gabriel René Moreno”. Kollasuyo. Revista de
Estudios Bolivianos (La Paz). (Número de homenaje a Gabriel René
Moreno) (abril-septiembre), núm. 84: pp. 52-96.
1977 “Historiografía de la Independencia de Bolivia”. Historia y Cultura
(La Paz), núm. 3: pp. 171-188.
1986 “Lo que no se ha dicho de los Últimos días coloniales en el
Alto Perú”. Signo. Cuadernos Bolivianos de Cultura (La Paz).
(Sesquicentenario del nacimiento de Gabriel René Moreno), núms. 18-19:
pp. 45-48.

Alba, Armando
1954 “Prefacio”. Anales de la prensa boliviana. Matanzas de Yáñez de
Gabriel René-Moreno. Potosí: Editorial Potosí. Pp. xii-xxix.

Antezana, Luis H. y Josep M. Barnadas


2003 “La obra de Moreno” [Introducción]. Últimos días coloniales en el
Alto Perú. Tomo I. Caracas: Biblioteca Ayacucho. Pp. ix-xxxvii.

Aracena, Raúl
1976 Gabriel René Moreno, su vida y sus escritos. Santa Cruz: Universidad
Autónoma Gabriel René Moreno.

Arguedas, Alcides
1963 Etapas de la vida de un escritor. La Paz: Talleres Gráficos
Bolivianos. [Sobre René-Moreno: pp. 221-226].

Arnade, Charles W.
1957 The Emergence of the Republic of Bolivia. Gainesville: University of
Florida Press.

[81]
82 Últimos días coloniales en el Alto Perú

1962 “The Historiography of Colonial and Modern Bolivia”. The


Hispanic American Historical Review (Durham, North Carolina),
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Sobre esta edición

Esta edición de la Biblioteca del Bicentenario de Bolivia (bbb) de Últimos días


coloniales en el Alto Perú de Gabriel René-Moreno reproduce la primera, pu-
blicada y corregida por el autor entre 1896 y 1901. Se consultaron, por sus
variantes, diferentes ejemplares.
Se eliminaron errores y se actualizaron la ortografía y la puntuación
en el primero de los dos tomos, que René-Moreno subtituló Narrativa. (Con
el segundo, Documentos inéditos de 1808 y 1809, se decidió su reproducción
facsimilar).
En la Narrativa, fue actualizado el texto de las citas de documentos e
impresos. Se respeta así el deseo de René-Moreno, que ya había hecho lo
mismo, según se puede comprobar cotejando sus citas con los originales.
(René-Moreno modernizó los textos que cita según las pautas de la “or-
tografía para americanos” de Andrés Bello, vigente en Chile durante la
segunda mitad del siglo xix y las primeras décadas del xx).
Se revisaron las referencias bibliográficas, cotejándolas con los origi-
nales cuando fue así posible. En las más de 500 notas al pie se corrigieron:
títulos de publicaciones, nombres de autores, datos editoriales faltantes
y transcripciones problemáticas.
En el uso de mayúsculas, se adoptó el criterio dominante contempo-
ráneo. Se las usó en el nombre de las instituciones y documentos oficiales
de la Colonia y sus últimos días (Virreinato, Audiencia, Curia Metropolitana,
Junta, Presidencia, Arzobispado, Real Cédula, Monarquía, etc.). Escribimos Co-
lonia –en tanto el periodo histórico, el lugar y el sistema de Gobierno en
discusión en este libro– con mayúscula inicial, al igual que República. Los
núcleos y sitios del poder colonial, según los entendía René-Moreno, se

[89]
90 Últimos días coloniales en el Alto Perú

los consignó con mayúscula inicial (Península, Metrópoli, Viejo Mundo, etc.)
y se respetaron las mayúsculas irónicas usadas por René-Moreno (como
en la Defensa, la Reconquista). Se dejó con minúscula inicial el nombre de
cargos y títulos (arzobispo, oidor, presidente, rey, etc.).
El prólogo a la obra, añadido en 1901 por René-Moreno al segundo
tomo (puesto que no podía hacer otra cosa en una edición en la que reci-
claba partes de una impresión anterior), fue ubicado, finalmente, donde
corresponde, al principio de toda la obra. Además, al principio de cada
capítulo se añadieron los sumarios redactados por René-Moreno (y que
luego se agrupan al final del relato, pp. 555-574).
Se incluyen las 10 páginas de ilustraciones que René-Moreno añadió
a la versión final de su libro, en 1901. Se reproduce una hoja manuscrita
de René-Moreno (pág. 575) con indicaciones sobre los lugares de su obra
donde quería que fueran colocadas esas ilustraciones. En esto y en la ob-
tención de una óptima reproducción facsimilar del tomo de Documentos
inéditos de 1808 y 1809, agradecemos la colaboración del Archivo y Biblio-
teca Nacionales de Bolivia y, sobre todo, los invaluables oficios, consejos
y asesoramiento de Alfredo Ballerstaedt.
Esta edición de la bbb es la primera completa de Últimos días coloniales
en el Alto Perú que aparece en Bolivia.

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