Ruinas Sobre Ruinas. La Escritura...
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Ruinas Sobre Ruinas. La Escritura...
En la historia caminamos
entre las ruinas de lo egregio.
G. W. F. Hegel
i. Seis principios
1 Tempranamente –desde 1868, según Gunnar Mendoza (1951: 556, n. 6)–, René-
Moreno adopta para su nombre esta forma, con un guion entre René y Moreno,
forma que aquí respetamos.
[9]
10 Últimos días coloniales en el Alto Perú
2 Acusaciones que reencuentra en Buenos Aires por los rumores que difunde, dice,
el intelectual Santiago Vaca Guzmán. Cf. Carta de r-m a su hermano Arístides del
22 de octubre de 1882 (r-m, 1996: 351).
3 Abreviaremos así, r-m, el nombre de Gabriel René-Moreno.
4 Carta de r-m a Daniel Vives del 8 de febrero de 1882 (r-m, 1986: 115-116).
5 Las alarmas iniciales de r-m sobre su biblioteca eran en parte infundadas. Otro
de sus amigos, Luis Montt, lo consuela: “Después de lo que he visto ya no ten-
go por figura de retórica que una hoja de papel vive más que los mármoles y
bronces”. [...] “A lo hecho pecho, amigo mío; lo perdido es bien poco y Ud. puede
reponerlo, para lo cual tiene Ud. amigos en su país y aquí” (Carta de Luis Montt
a r-m del 31 de enero de 1882 [r-m, 1996: 343-344). r-m prefiere, sin embargo,
volver una y otra vez a la escena del trauma: 10 meses después del incendio, en
carta a su hermano, continúa refiriéndose a “la ruina espantosa de mis libros”
(Carta a Arístides Moreno del 22 de octubre de 1882 [r-m, 1996: 349]).
Estudio introductorio 11
oral), sino, sobre todo, cómo podríamos hacerlo. En otras palabras, los que
describe en este ensayo son los procedimientos materiales de la lectura,
esos actos de alguien sentado en una silla y frente a una mesa, en la que
se amontonan papeles que hay que ordenar y a los que hay que responder.
Leer no es por eso, para r-m, solo un acto de desciframiento: es también el
ejercicio gozoso de una serie de trabajos: rastrear y encontrar los textos,
salvarlos, incorporarlos a una biblioteca (clasificarlos, empastarlos), ano-
tarlos, leerlos línea por línea, especular sobre su parentesco con otros. La
escritura histórica reconstruye este proceso; su resultado no es otro, si se
logra que así sea, que la utópica restitución o resurrección de “jirones del
aliento social” que nos llegan “animosos como ráfagas calientes”, como
“pulsaciones de la vida que pasó” (r-m, 1886: vii).
¿Pero para qué dedicar una vida a componer historias que nadie lee? En
su penúltimo prólogo, r-m descarta, medio socarronamente, las respues-
tas clásicas a esta pregunta: “el amor a las letras” o “el patriotismo” son,
dice, razones demasiado generales para justificar la “empresa oscura”
de escribir un libro de historia boliviana. ¿Por qué, entonces? Mencio-
na, para negarlos, otros dos impulsos: a) para orgullo de la localidad; b)
para orgullo del linaje, que no se quiere concluido u olvidado. r-m nos
recuerda que, en Últimos días coloniales en el Alto Perú (udc),6 esos motivos
son inaplicables: él ni siquiera es altoperuano y sus antepasados fueron
realistas.7
Le quedan aspavientos farsescos: por ahí gasta sus días en historias
que nadie lee porque ese es el destino que le dictan los desvaríos de
su linaje. Y hace lo que hace porque es así cómo se manifiesta en él la
locura de la familia. Como el tío que se perdió adrede en el Magdalena,
como el que se recluyó sin dar razones en el Urubó, como el abuelo que
dedicó su vida a una campana, r-m confirma, al malgastar su tiempo
en inútiles libros de historia, los “mentales achaques de familia” (pág.
101), las fuerzas de la herencia, atavismos que por lo menos excusan
en algo, declara ya chacotero, su responsabilidad y sus defectos como
historiador.
Algunos detalles, algunos gustos, algunas inflexiones: tales los biografemas que
Roland Barthes imaginó que podrían, si tenía esa suerte, reemplazar su
biografía: pedazos que, a la manera de átomos epicúreos y más allá de todo
destino, vengan a tocar algún cuerpo (textual) futuro, prometido a la misma
dispersión. Tal la pulsión utópica. Aquí hablamos, en cambio, de las ma-
neras en que el destino –es decir, la historia, la ideología, los pequeños y
grandes relatos– suele negar el buen deseo barthesiano. En concreto, los
9 r-m ironiza sobre el vínculo que sus amigos establecen entre su vocación y su sol-
terío: “Algunas personas amigas han dado en la flor de preguntar al autor de este
catálogo ¿por qué no se casa?”. Su respuesta: “La respuesta sincera equivaldría
a una de esas revelaciones íntimas del alma que comúnmente se acostumbra a
hacer en verso, pero que yo no estoy dispuesto a hacer ni en verso ni en prosa”
(r-m, 1879: v).
Estudio introductorio 17
10 “Si fuera escritor y estuviese muerto, cómo me gustaría que mi vida se redujera,
por los cuidados de un biógrafo amistoso y despreocupado, a unos detalles, a
unos gustos, a algunas inflexiones, digamos: ‘biografemas’, cuya distinción y
movilidad podrían viajar más allá de todo destino y tocar, a la manera de átomos
epicúreos, algún cuerpo futuro, prometido a la misma dispersión”. [“Si j’étais
écrivain, et mort, comme j’aimerais que ma vie se réduisît, par les soins d’un
biographe amical et désinvolte, à quelques détails, à quelques goûts, à quelques
inflexions, disons: des ‘biographèmes’, dont la distinction et la mobilité pour-
raient voyager hors de tout destin et venir toucher, à la façon des atomes épicu-
riens, quelque corps futur, promis à la même dispersion” (Barthes, 1971: 14; la
traducción es mía)].
11 Sobre el “racismo” de r-m, recordemos cuáles son sus lugares célebres: los apun-
tes en Biblioteca boliviana (1879) sobre “La ortología de los idiomas quichua y ay-
mara” de Carlos Felipe Beltrán, en los que augura la desaparición de esas lenguas
y “la fusión de su raza con la española” (166-167); Nicomedes Antelo (1885), que
pone en boca de Antelo ideas (“Antelo encontraba”, “Antelo decía”, “según Ante-
lo”) que luego una larga lista de críticos achaca, sin más, a r-m (cf., por ejemplo,
Zavaleta Mercado, 2013a: 297-297); su Archivo de Mojos y Chiquitos, donde habla,
con cierta nostalgia, de la “blanda jovialidad del indio” del Oriente boliviano,
arruinada por interacciones con españoles y sus descendientes que “acabaron
al fin por magullarle el cuerpo y enturbiarle el alma” (1888: 118); o Ayacucho en
Buenos Aires, en el que menciona, respecto del indio, que es “capa ínfima de la so-
ciabilidad, inerme y frío en su indiferencia”, idea que contrasta con su entusiasta
celebración política de las choladas (“así urbanas como campesinas”), “animadas
de aquel patriotismo suyo que diré radical” (1907: 562-563). El repetido uso par-
cial de estos y otros pasajes de la obra de r-m, tanto por sus discípulos como por
sus detractores, merece una historia propia. Baste este ejemplo: en su prólogo
a la edición de Nicomedes Antelo de 1960, sintomáticamente el único libro de r-m
18 Últimos días coloniales en el Alto Perú
que se publica en Santa Cruz en el siglo xx, el poeta Raúl Otero Reiche glosa y ce-
lebra las que supone son las ideas del maestro (aunque no se sabe bien si el maes-
tro es Antelo o r-m): es probable que el caos republicano en Bolivia –dice– sea
“obra exclusiva del caos genésico de dos sangres irreconciliables” (1960: xviii). Y
fantasea, al cerrar su prólogo, con un Antelo convertido en Quijote defensor de
la supremacía de las razas superiores, hidalgo tropical que sale “lanza en ristre,
cabalgando el Olofernes, en son de combate contra los malandrines indios y
cholos de su desgraciado país” (1960: xxvi). Habría que añadir a esta historia de
lecturas tristes que en los ensayos de Antelo no se encuentran las ideas racistas
que r-m le hace pronunciar (véase, al respecto, la edición de Hernán Pruden de
Un nuevo tigrón y con frac de Antelo [2017]).
12 La frase es de Condarco (1971: 51), uno de los biógrafos de r-m que postula esa cu-
riosa oposición excluyente, en la vida del escritor, entre amores y libros: “La vida
sentimental de r-m se nos aparece, pues, como una vasta casa de habitaciones
cerradas, de puertas y ventanas celosamente guarnecidas por gruesos cortinados,
y cuyos pocos estrados y pasillos abiertos y expeditos nos llevan por todas partes
a un solo lugar: la biblioteca” (1971: 50). Otros, para aplacar la ansiedad desenca-
denada por los rigores de esa página en blanco y su impronta críptica, optan por
inventarse romances. Ovando Sanz cuenta, sin citar su fuente, el siguiente: “En
una fiesta infantil, r-m, a sus 9 años, conoció a Natalia y se enamoró de ella, pero
no pudo verla nunca más” (1996: 17). Desaparición de Natalia que, si seguimos la
lógica de estos biógrafos, deberíamos celebrar: infeliz en amores, r-m pudo dedi-
carse a los libros. “A cada golpe del infortunio, sea en el amor o en el patriotismo,
refugiábase aún más en ellos”, concluye Vázquez Machicado (1988: 43).
13 Ya Emilio Finot, en 1910, aseguraba (¿a partir de una tradición oral?) que r-m era
“el más castizo hablista” (cf. Arze, 1996: 21). Son pocos los morenistas que luego
no usan el mismo adjetivo al caracterizar su estilo, aunque nunca expliquen en
qué consiste y cómo se manifiesta. “Empleó un estilo castizo y cautivante aunque
no siempre fluido”, dice Roca (1986: ix). Quizá en este y otros comentarios, “casti-
zo” se refiera a ese ideal lingüístico delirante (y reaccionario): la posibilidad de un
lenguaje “puro y sin mezcla” (cf. diccionario de la rae). O en un desplazamiento,
tal vez la que esté en juego sea la primera acepción de la palabra: “De buen ori-
gen y casta”, o sea, lo que se quiere decir con lo de “castizo” es que r-m redactaba
como blanco español, “puro y sin mezcla”.
Estudio introductorio 19
14 Su padre, Gabriel José Moreno (1802-1866), fue belcista. Durante los gobiernos
de Belzu y su sucesor, Jorge Córdova, fue magistrado de la Corte Suprema (1851-
1853), prefecto de Santa Cruz, Potosí y Litoral (1854-1857) y, al final de su vida,
uno de los perseguidos por el Gobierno de Linares (cf. Barnadas, 2002, ii: 292-
293). r-m reconstruyó en 1886 las “matanzas de Yáñez”, en las que, entre otros,
fue asesinado, en 1861, el expresidente Córdova. De padre partidario del bando
de los cholos, r-m acaso herede de él cierta idea de la política: el padre, por
ejemplo, no condenaba a priori las turbulencias sociales (y sí las violencias del
Estado) y las prefería si la opción del orden, à-la-Linares, escondía o disimulaba
la represión. En una carta del padre del 12 de octubre de 1859, leemos: “En polí-
tica vimos que se cree orden y bienestar cuando calla la saludable inquietud de
la vida de un pueblo”. Y añade este ejemplo de un engañoso reino del orden y
bienestar: Chile, “próspero y feliz en sus instituciones porque solo se le dejaba
hablar de carbón de piedra, chamarrillo y maderas, pero si se pedían reformas,
ahí herraba la mano de fierro de su intendente o del jefe de la Policía” (Carta de
Gabriel José Moreno a r-m del 12 de octubre de 1859 –[r-m, 1986: 9]).
15 Y sin embargo, algunos de sus mejores amigos fueron conservadores –Aniceto
Arce, Mariano Baptista Caserta–. Urioste cree que por eso, políticamente, r-m es
“difícil de situar” (2010: 142).
16 Interpretación que contradice la de sus amigos conservadores, como Mariano
Baptista Caserta, que repiten la versión estatal de los hechos: la responsabilidad
de las matanzas de Yáñez fue de “los presos políticos que promovieron una insu-
rrección” (Carta de Mariano Baptista Caserta a r-m del 16 de noviembre de 1861
[r-m, 1986: 13]).
17 Cf. “La mita de Potosí en 1795” (r-m, 1877b) y “La Audiencia de Charcas, 1559-
1809” (r-m, 1877a).
20 Últimos días coloniales en el Alto Perú
3. René-Moreno en cifras
4. René-Moreno, el difícil
¿Por qué no leemos a r-m? He aquí una lista provisional de posibles res-
puestas:
23 Sergio Mejía añade a esta clasificación un cuarto grupo: el de los que componen
“morenadas”, “volúmenes enteros dedicados a comentar su vida y su obra, todos
útiles, todos algo redundantes” (2013: 157).
Estudio introductorio 25
24 Los que Roca enumera y rebate son los “dogmas” que sobre la revolución de
1809 él imagina que r-m defiende o inspira en otros. Sin embargo, es difícil en-
contrar esos dogmas en udc, que, en realidad, los niega. El de Roca es más bien
un listado de malentendidos –de Arnade y el mismo Roca– en torno a la obra de
r-m. (Cf. “Los dogmas de la historiografía boliviana preconizados por r-m”, 2008:
163-179)
25 Urioste (2010), por el mismo principio, al glosar las ideas de r-m sobre los usos
y beneficios de la historia, enumera –sin probarlos– parentescos y deudas con:
Tucídides, Herodoto, Polibio, Maquiavelo, Michelet, Guizot, Ranke, Comte,
Darwin, Bello, Amunátegui y Barros Arana.
26 Aunque útiles, ninguna de estas caracterizaciones de las ideas de r-m sobre la
escritura de la historia se plantea a partir de la práctica misma de la escritura
histórica de r-m.
26 Últimos días coloniales en el Alto Perú
refinadamente estética. Esta era una salida que no estaba muy lejos de la
expresividad de las novelas de Alejo Carpentier, Gabriel García Márquez y
Mario Vargas Llosa en nuestros días. (Colmenares, 1997: 97)
31 Abundancia de citas que Mejía justifica con esta advertencia: “No está demás
una nota de aviso al lector. Moreno fue un gran escritor, y los grandes escritores
deben ser comentados con cierta humildad, pero sin reverencia. El comentador
haría un esfuerzo improductivo si acallara su voz” (Mejía, 2013: 157).
32 El contraste entre las potencialidades emancipatorias de la coyuntura indepen-
dentista y la posterior deriva republicana es un motivo narrativo común de las
literaturas latinoamericanas del xix. Colmenares describe este motivo entre va-
rios historiadores sudamericanos del siglo xix como el de la brecha entre “las
expectativas grandilocuentes” que se le otorgan a los movimientos independen-
tistas y “el destino posterior de cada uno de los países que las alimentaban”
(1997: xvi). Sin la grandilocuencia, udc es en ello una entre otras narraciones
históricas que recrean años de esperanzas que luego son frustradas, aunque esa
frustración, para r-m, ya se manifieste en ciernes en la crisis revolucionaria. (Si
la circunstancia independentista es la de la inesperada aparición de lo diferente
entre lo mismo, la historia republicana será, para r-m, el regreso de lo mismo
en lo que, solo nominalmente, se proclama diferente). En la otra gran narración
del instante independentista en el Alto Perú, la novela Juan de la Rosa (1885) de
32 Últimos días coloniales en el Alto Perú
34 Las numerosas indisciplinas de r-m en su relación con las fronteras entre los
géneros textuales, por otra parte, merecen un estudio detallado. En la persecu-
ción de formas para su estilo, muchos de los textos de r-m se ofrecen, al lector,
en sus líneas iniciales, como modestos comentarios bibliográficos, que luego y
con frecuencia se transforman en extensas biografías, ensayos, análisis socio-
lógicos, diatribas. Sanabria ya había señalado esa anomalía de los comentarios
de r-m (1970: [14]). Urioste amplía las observaciones de Sanabria: “La acotación
bibliográfica es el más frecuente molde expresivo usado por r-m. Pocos textos
arribados al horizonte de su atenta mirada se salvan del comentario. Sin embar-
go, esas notas de bibliófilo solitario, esos pensamientos al margen diseminados
por toda su voluminosa obra, llegan intermitentemente al borde del ensayo, sin
que sepamos, a veces, cuándo han traspasado la barrera imperceptible de los
géneros” (Urioste, 2010: 76).
Estudio introductorio 35
históricas vs. el cambio súbito de un paradigma– es, hasta donde sé, el del an-
tropólogo Marshall Sahlins en su discusión teórica de la memorable temporada
de 1951 de la liga del béisbol estadunidense (cf. “Culture and Agency in History”,
el segundo capítulo de su estupendo Apologies to Thucydides, 2004: 125-193).
38 Eso sucede con las dos caras de los doctores doscaras, que, como veremos en de-
talle más adelante, en su aparición temprana en udc son fantoches funcionales
a la causa gloriosa de la emancipación, pero que luego, ya durante la fundación
de la República y durante sus primeras décadas, devienen emblemas trágicos de
la deriva o miseria política de una sociedad.
Estudio introductorio 37
esta idea una especie de principio metodológico: “Si para los contemporá-
neos mienten y yerran las gacetas, dicen verdad (hasta la verdad misma de
su errar y de su mentir) para ante la historia”. Y en udc la noción prolifera
y abunda, convertida en principio mismo de la consideración compleja
y digresiva de la totalidad: lo que en un nivel de análisis es una cosa, en
otro nivel es otra, distinta; lo que significa algo en un tiempo, significa
otra cosa en otro tiempo; lo que es un error en determinado contexto es
una verdad en otro (y de ahí que el historiador exalte “la verdad misma
de su errar y su mentir”).
En ninguna de sus creaciones r-m explora mejor las posibilidades
de este aliento de aires hegelianos que en el retrato de su más famoso
personaje: el doctor doscaras altoperuano. ¿Contribuyen a la emancipa-
ción o la traicionan? ¿Creen en ella o fingen las fidelidades adecuadas
en las circunstancias? ¿Ayudan o perjudican? Preguntas como estas son
las que subyacen en una larga historia de malentendidos, evaluaciones
que no logran determinar con claridad qué dice r-m de estos señores (cf.
las lecturas, en una dirección o la otra, de Arnade y Roca). Pero lo que
encuentra r-m en los doctores doscaras altoperuanos –que malas lecturas
posteriores hacen emblema de la doblez colla o la perfidia chola (pese a
que son en su mayoría criollos blancos)– es lo que encuentra en muchos
de sus personajes: la verdad misma de su errar y su mentir. Sí, es cierto
que encarnan una suerte de vanidad e hipocresía gremial incansable; sí,
es evidente que velan por sus propios intereses; sí, no hay duda, al leer sus
manifiestos públicos, que están como atrapados en las sofisterías inanes
de la retórica escolástica del jurisconsulto provincial. Pero no solo a pesar,
sino porque son todas esas cosas es que contribuyen, a ratos involunta-
riamente, a un instante glorioso de la gesta emancipatoria americana. Su
hipocresía, su vanidad, sus mezquindades, sus vicios intelectuales son,
entre tantas circunstancias, los instrumentos que ha elegido la historia
para llegar a ese instante.
4. La sociedad y el Estado
Aunque lector insomne, r-m tiene a poco, en la práctica, las historias que
hacen del pasado una accidentada realización de las ideas y las opiniones
de sus intelectuales. Sus crónicas, por ello, están libres de una costumbre
que recorre no poco de la historiografía escolar boliviana: la noción nunca
examinada de que las transformaciones históricas son el resultado, demora-
do, de una iluminación ideológica. La glosa de las “ideas independentistas”
–a la usanza posterior, por ejemplo, de Guillermo Francovich (1948)– brilla
Estudio introductorio 39
40 Véanse las páginas iniciales de su primer libro, Introducción al estudio de los poetas
bolivianos (1864).
40 Últimos días coloniales en el Alto Perú
5. ¿Qué es el pasado?
Entre las formas dominantes de entender el pasado, la historia –y, con ella,
la política–, se contraponen en la tradición boliviana dos principales:
a) La que parece encandilada con la obligación de restituir o fabricar
una imagen del origen, de un principio que determinaría lo que queremos
ser o recuperar. En su versión nacionalista clásica, ese origen se desarrolla
misma escena arquetípica: la del lector y paria que intenta salvar –de la
voracidad de la indiferencia o de las sañas de la destrucción– los libros,
los documentos, los papeles. En r-m, esa es la escena que organiza uno
de sus ensayos más influyentes: “Los archivos históricos en la capital de
Bolivia” (1876), en el que cuenta la lucha del archivista por salvar de la
saliva humana, de la oralidad, los monumentos del pasado (documentos
que compran como papel las ancuqueras, que envuelven con ellos sus dul-
ces). La imagen de una cultura letrada que, lejos de ser “hegemónica”, está
expuesta a los embates de la oralidad dominante en la cultura boliviana,43
es similar a la que poco después, en 1885, imagina Nataniel Aguirre en
la novela Juan de la Rosa: esa biblioteca abandonada en el tercer patio de
la casa solariega de Teresa Altamira, la tía de Juanito, el protagonista,
donde se amontonan los libros solo de interés para la cocinera, porque
los usa para envolver alimentos (Aguirre, 2016: cap. ix). Y, claro, Carlos
Medinaceli narrará, en un ensayo de 1940, su lucha con las mantequeras
de Potosí por salvar los archivos de las espesas salivas de la oralidad.
O sea, el pasado es un cuerpo ausente o amenazado, monumento en
suspenso que –como dice en el prólogo a Matanzas de Yáñez– “yace todavía
en el pecho”, a la espera de su resurrección. El oficio del historiador es
entonces algo más que un oficio y su horizonte es también ético, aunque
ese destino o servicio solo sean alcanzables si se practica bien el oficio. A
estas que postula como las responsabilidades del historiador –que al hacer
bien su trabajo hace justicia e impide que los muertos mueran dos veces–,
añade una más: estas representaciones, como las de la novela, ensanchan
“el círculo de nuestra experiencia moral y política” (r-m, 1891: 395).
En dos partes, la segunda más extensa que la primera, Últimos días coloniales
en el Alto Perú: Narración hace la crónica y el análisis de las circunstancias y
43 Incluso las formas mismas de la cultura letrada están determinadas, sugiere r-m,
por las debilidades de la instrucción: “Los argumentos y el espíritu de la con-
troversia dan cierta medida del gusto de esos letrados. Su prolijidad analítica y
explicativa nos advierte de la escasa ilustración que existía en el vulgo de los lec-
tores”. Para r-m, los debates mismos en el Alto Perú suponen un público letrado
de pocas letras.
Estudio introductorio 43
los hechos que entre 1807 (primera parte del libro: págs. 103-211) y 1808
(segunda parte: págs. 213-554) conducen en 1809 a las primeras declara-
ciones emancipatorias de Hispano América, la del 25 de mayo en La Plata
y la del 16 de julio en La Paz. En ello, el libro que hoy leemos cumple las
promesas de su título: relata los últimos días de algo, en una paciente
reconstrucción de la crisis que, en palabras de r-m, es el “deslinde y pun-
to de arranque en Hispano América de la caducidad de las instituciones
coloniales” (pág. 96).
De los dos relatos que su plan original de 1875 contemplaba, r-m solo
logró o quiso concluir uno: el dedicado a los años de acumulación subjetiva
de 1807 y 1808 y que, consideraba sin embargo, era la parte “más dificul-
tosa de narrar” (pág. 97). El objetivo que animaba las páginas concluidas
era, nada menos, el de obtener que los papeles leídos “proyectaran una
luz con que ver en el interior de los ánimos el conflicto de sentimientos
inveterados, nuevas opiniones, nacientes intereses, próximos ya a saltar
de las conciencias a la palestra política” (pág. 97).
45 Escribe r-m: “El asunto de dicha parte [“Presidente nuevo”] abarca todo el año
1809 desde el claustro pleno de los doctores (enero 12) y destitución de Pizarro
a mano armada (mayo 25) en Chuquisaca, hasta la Revolución del 16 de Julio
en La Paz, derrotas de Murillo (octubre 25) en Chacaltaya y de Lanza en Irupana
(octubre 27), y sentencias de horca de Goyeneche en diciembre. El 24 de este
mismo mes entró con sus tropas en Chuquisaca el mariscal de campo don
Vicente Nieto: el presidente nuevo. Quedaba sofocada temporalmente la revolu-
ción altoperuana, pero rotas permanentemente las hostilidades de la guerra de
la Independencia de Hispano América” (pág. 438, n. 238).
46 Últimos días coloniales en el Alto Perú
Estos últimos días coloniales en el Alto Perú son, con deliberación explícita,
no todos: reconstruyen, casi instante por instante, solo algunos de los días
(de 1807 y 1808) en que se hace visible el principio de la caducidad de las
instituciones coloniales. Hay por eso la sombra de una historia ausente, de la
que las escenas de esta crónica son apenas una parte. ¿Cuál es ese relato
mayor? ¿De qué se trata? r-m, en su prólogo de 1901, ofrece el resumen
del que podría ser su argumento mayor, ya fuera de su alcance como lo
estuvieron para él los grandes relatos. Lo imagina en dos movimientos:
el de la progresiva irradiación de la interpelación independentista al-
toperuana –que culmina con la formación prematura de los gobiernos
46 Muchos años después, frente a un objeto histórico cercano, otro gran historia-
dor se rinde a la necesidad del mismo método: “Este es ante todo un libro de
historia política; si se abre con un examen de la economía y de la sociedad (...)
en transición hacia la independencia, es porque pareció imposible ignorar las di-
mensiones mismas de la colectividad de la que se trataba de trazar esa historia”
(Halperín Donghi, 2014: 15).
Estudio introductorio 47
volubilidad nacional que como ciego destino ha llevado por casos tantos
la vida responsable y libre de aquel desventurado país” (pág. 96).48
udc fue el primero y el último de los grandes libros de r-m. Esa es, de
hecho, la accidentada historia de su escritura: concebido poco después de
la publicación de sus ensayos breves de crítica literaria y poco antes de la
aparición de la primera de sus contribuciones a la bibliografía boliviana
y peruana (el Proyecto de una estadística bibliográfica de la tipografía boliviana
de 1874), udc es la primera de las crónicas históricas que r-m decide es-
cribir. En 1876 aparece completa su primera parte, “Arzobispo nuevo”,
con un título general distinto (Últimos días del coloniaje en Chuquisaca); en
ese momento, dice r-m, de la segunda parte solo le faltaban redactar tres
de los 19 capítulos (pues estaba a la espera de documentos adicionales).
Entonces sucede la guerra del Pacífico y, con la guerra, las persecuciones
y destierros que r-m sufre; a partir de entonces, es “señalado con el dedo
perpetuamente en Chile como boliviano y como achilenado fuera de
Chile y, sobretodo, en Bolivia” (pág. 99), según su sucinto inventario de la
situación. Es probable que a eso se refiera cuando, con cierta reticencia,
cuenta su imposibilidad de terminar el libro y avanzar, más allá de la
crónica de 1808, hacia el núcleo de las cosas de 1809:
Al punto mismo de estar ya hechos los queridos años 1807 y 1808, el cronista
se vio incapacitado para sentar pie más adelante. Acababa de perder el amor de
su asunto. ¿Los motivos? Meramente personales, exacerbados años más tarde,
y que a nadie interesan. (Pág. 98)
48 René Arze propone un correlato aún mayor, en la obra de r-m, para el relato
del proceso independentista: udc es, dice, “fragmento de un plan historiográ-
fico más vasto y complejo”, al que, entre otras piezas, hay que sumarle, como
complementarias, las notas éditas de la Biblioteca boliviana y las inéditas de la
Biblioteca peruana. Concluye: “Últimos días coloniales en el Alto Perú merece ser
exhaustivamente analizada, por tanto, dentro del vasto conjunto de su obra
impresa –infortunadamente dispersa e inaccesible– y de su no menos copiosa
obra inédita” (Arze, 1996: 12-13).
50 Últimos días coloniales en el Alto Perú
entonces? r-m opta por dejar la república de las letras sin contestar y ha-
ciendo una pirueta, en una justificación que no lo es porque es un chiste
o una evasión: conjetura que no es impensable que sus empeños se deban
a las excentricidades y locuras que corren en su familia paterna; tal vez
haya “como una resonancia de la sangre en el singular conato literario
que hoy termina”; quizá udc sea fruto de las soberanías del atavismo y
los estragos de esa fuerza fatal de la herencia le sirvan y valgan, en su
defensa, “contra cualquier severidad de fallo” (pág. 102).
Ya recordábamos al principio de estos apuntes aquel recuento de su
linaje: Uno de sus tíos paternos, luego de aprender latín y ya próximo a
ordenarse, se traslada para hablar por el resto de sus días “lengua baure
en los confines del mundo”. El otro tío se hace labriego en el Urubó y
solo se traslada, disfrazado, a la ciudad una vez al año para la procesión
del Santo Sepulcro. El mismo bisabuelo de esos tíos extravagantes “no
hubo despropósito plausible que no hiciese” (pág. 102), obsesionado con
la fundición de una campana que honrara a San Lorenzo. r-m, por su parte
y para no quedarse atrás, escribe Últimos días coloniales en el Alto Perú.50
Pese a su abuso de los pormenores –abuso que r-m atribuye a las humildes
limitaciones de la crónica histórica–, la narración de los prolegómenos de
la revolución altoperuana de 1809 es en udc un fecundo ejercicio del genio
figurativo: no solo se nos cuenta, en orden cronológico, lo que sucede (las
acciones que hacen una coyuntura) sino que se traza un repertorio de
imágenes y conceptos para el análisis de la crisis de la sociedad colonial.51
Expuesto, en la práctica misma de la escritura, a los clásicos dilemas sobre
la identidad y naturaleza de los agentes del cambio histórico –¿algunos
hombres?,52 ¿las clases?, ¿las culturas?, ¿las instituciones?, ¿los modos
1. La ciudad letrada
narrativa” (r-m, 1901: 39). Eficacia que en UDC es evidente, aunque sus protago-
nistas no sean hombres insignes: los suyos son más, como en Hegel, hombres
que “con su comprensión limitada y sus pasiones ilimitadas, logran impulsar la
causa”(McCarney, 2000: 137).
53 Manuel José Cortés es el primero que habla de r-m, en el capítulo 7, dedicado a
la literatura boliviana, de su Ensayo sobre la historia de Bolivia (1861). Lo elogia por
su “talento de generalización” (Cortés, 1861: 262).
54 Sobre las diferencias entre la “ciudad letrada” que postula r-m y el cansino con-
cepto posterior de Rama, véase Parra Triana (2020).
Estudio introductorio 53
55 A los gremios y castas que traman la urdimbre visible de la ciudad letrada, r-m
añade en su análisis, fuera de ella, en el campo y las minas, los generales y bási-
cos sustentos indígenas del orden colonial: “Esta raza –escribe en udc– componía
más de los dos tercios de la población, y sobre sus hombros descansaban los ci-
mientos de la Colonia como establecimiento de producción y de impuestos”. En
su ensayo “La Audiencia de Charcas, 1559-1809”, r-m amplía su esclarecimiento
de “el sistema colonial en el Alto Perú”. Este es el resultado o remate de “una
combinación de resortes”, resortes de los que depende, en esa sociedad, la per-
petuación o reproducción de cuatro ejes de dominación: a) la conversión de la
sociedad civil en consumidora cautiva de los productos del monopolio comercial
metropolitano; b) la mayor producción indígena (y, con ella, los tributos); c) el
dominio “exclusivo y perpetuo” de la raza conquistadora; d) la hegemonía indis-
cutida del catolicismo (cf. r-m, 1877a: 93).
54 Últimos días coloniales en el Alto Perú
Pero también es un hecho, de otro orden, el que los ánimos, pese a las
costumbres de la dominación, han sido alterados. Y que se produce una revo-
lución popular contra toda lógica del dominio: “Ni el lógico desenvolvimien-
to de hechos generales ni el impulso externo de antecedentes preparatorios
abrían fácil y naturalmente acceso a planes sobre una mudanza radical de
condición en el país” (pág. 160). Y, como ya hemos visto, el objeto central
de la crónica de r-m es el difícil discernimiento de esa alteración singular,
casi milagrosa: r-m quiere “ver en el interior de los ánimos el conflicto de
sentimientos inveterados, nuevas opiniones, nacientes intereses, próximos
ya a saltar de las conciencias a la palestra política” (pág. 97).
En esto, hay en udc insistencias cercanas más bien a la pulsión nove-
lesca: la de ofrecer una imagen del “interior de los ánimos”, aun si en esta
56 Sumisión que r-m entiende de acuerdo a una definición del poder que hoy, con el
lenguaje de Gramsci, llamaríamos “hegemónico”, i.e., que apela a un repertorio
de convencimientos, adhesiones y fidelidades que exceden el mero ejercicio de
la violencia. (r-m recuerda más de una vez lo que había dicho el jurisconsulto
Victorián de Villava, fiscal de la Audiencia de Charcas, al que admiraba: “Nada
violento es durable” [cf. nota 73 de la primera parte de udc]). Su caracterización
general del poder colonial, por ejemplo, insiste en la mención de un doble me-
canismo, diferenciado jerárquicamente: se gobierna según un comportamiento
que combina los patronazgos hacia los españoles y criollos con actos de repre-
sión sangrienta en contra de indios y cholos: “¡Llaneza terrible la de aquellos
buenos presidentes de Charcas! Alguna vez después de misa solían mandar a
la horca por rebeldes medio centenar de cabecillas indios o cholos, para asistir
más tarde cachazudamente a las bodas, bautizos y saraos de los criollos fieles y
subordinados que moraban en la ensangrentada capital” (pág. 176).
Estudio introductorio 55
crónica los ánimos son a veces no solo los de sus personajes centrales
sino los de gremios enteros y castas completas.57 Una lectura sociológica
concluiría que lo que r-m sugiere aquí es lo que años después se esceni-
ficará, en términos religiosos, como los mecanismos de la interpelación
ideológica, esos llamados a cambiar de vida que, si atendidos, empujan a
los sujetos sociales a abandonar viejas disposiciones y rutinas y actuar de
otra manera. En defensa de nuestra referencia a lo novelesco, digamos
que es indudable que r-m tiene en mente algo más que escuetas esce-
nificaciones de la conversión subjetiva, à-la-Althusser, y que su concepto
de los “ánimos” –palabra que usa con insistencia en udc– nos remite a
algo que es a la vez subjetivo (los dilemas de una interioridad) y objetivo
(hábitos y costumbres interrumpidos por una perturbación social, que
agita aún más a “poblaciones inquietas” como la altoperuana); al mismo
tiempo individual (en los personajes de su crónica) y colectivo (el nuevo
“espíritu público” en la ciudad letrada); intelectual (la sospecha de otro
orden de cosas o de la decadencia del antiguo) y afectivo (“el conflicto de
sentimientos inveterados” y las “desconfianzas y zozobras” en la pobla-
ción [pág. 209]). La política, para unos y otros, es aquello que conmueve
o apacigua los ánimos.
La mudanza de los ánimos a la que r-m dedica su crónica –y que es
la que hace de los días de 1807-1809 los últimos de la Colonia– es la que
supone la aparición de una nueva esfera pública, articulada por un sen-
timiento ya decidido y nuevo de amor a la patria, de nacionalidad:
En su condición mediterránea jamás aquí el espíritu público había tenido en
mira otra cosa que la sujeción de indios rebeldes, o el encuentro sangriento
de bandos españoles, que peleaban sus odios lugareños con real estandarte a
la cabeza y para el mejor servicio de s.m. Llamar las poblaciones a las armas
para defender al gobierno del rey en estos dominios, invadidos por los ejércitos
de otro rey muy poderoso, que residía igualmente muy lejos de la Colonia y
que enviaba emisarios con sus ofertas y promesas, era en verdad un caso sin
ejemplar y por demás alarmante para estos mestizos y criollos turbulentos.
Al ruido de estas armas y de esta generala se despertó entre los nativos del
Alto Perú, se despertó para no dormir ya en adelante, el sentimiento de
nacionalidad, el amor a la patria. (Pág. 190)
57 La pulsión novelesca de r-m, sin embargo, nunca pierde de vista que, a diferencia
de la ficción, la deducción del “interior de los ánimos” es el resultado de un acto
de lectura, no solo de la invención (cf. Genette, 1991: 76).
56 Últimos días coloniales en el Alto Perú
materia misma de la esfera pública y son esas habladurías las que alimen-
tan la diseminación del consenso emancipador, aunque las “aspiraciones
progresistas” sean solo “uno de tantos rumores dispersos de un sordo y
universal debate” (pág. 145). Circulan, de boca en boca, noticias sobre la
muerte de Fernando vii, sobre la ruina de la Metrópolis, sobre la pérdida
de España y son esos rumores los que inspiran la conmoción pública y la
disponibilidad a contemplar la posibilidad de otra cosa. La letra, aquí, no
es sino uno de los instrumentos de la boca, pálido eco de las habladurías
anónimas: “Quedan algunos viejos manuscritos donde bullen y rebullen
los ratos volanderos de aquel tiempo”, nos recuerda r-m (pág. 285).
La ciudad letrada entera deviene un escenario del rumor (“areópago
de vocabularios y caramillos”): la política es la de “lenguas raudas” (como
la de Vicente Cañete [pág. 239]), los hechos significativos son los que “dan
mucho que hablar” (pág. 266) y los debates se alimentan de información
“de oídas y por tercera o cuarta boca” (pág. 338). La murmuración que
“cuchicheaba en los colegios, en la universidad y en el foro de la ciudad
letrada era temible”, insiste r-m (pág. 268). Los ánimos de cada cual son
trastornados, como si el veneno de la intranquilidad entrara por el oído:
el ciudadano que camina la ciudad y sus espacios gremiales, “al sentir en
el oído el blando y ponzoñoso susurro de los embusteros”, regresa a casa
“con el corazón ya turbado y la cabeza revuelta” (pág. 222).
Las vitalidades insubordinadas del habla son contrastadas por r-m a las
progresivas cegueras del poder colonial, reducido a ratos a las oscuridades
de un espíritu ya paranoico en sus desconfianzas, luego de las insurreccio-
nes indígenas de fines del siglo xviii. El colonial es, en sus últimos días,
un poder que no lee bien porque no ve las cosas y aquí ni Moxó ni mucho
menos Pizarro son lazarillos en un reino de tinieblas: “el sistema español
[...] era ciego en sus desconfianzas. Obtenido a buen precio el rencor inex-
tinguible de la indiada, menester era trabajar por conquistarse también
el de la cholada”, concluye r-m (pág. 157).59
60 Citado por Humberto Vázquez Machicado, en su ensayo sobre “Los papeles inédi-
tos de Gabriel René Moreno” (1988: 107).
61 Cf., sobre todo, “Idea general sobre don Casimiro” (r-m, 1975).
62 Ningún autor ha contribuido más a los malentendidos en torno a udc que el
historiador Charles Arnade. En el cap. 4 (pp. 80-99) de su The Emergence of the
Republic of Bolivia [La dramática insurgencia de Bolivia] se detiene y destaca al doctor
doscaras en el Alto Perú. El que en r-m es un personaje de sentidos políticos
cambiantes –como Cirilo Barragán, el periodista justiciero en Matanzas de Yáñez
que luego se corrompe (1886: 17)–, en el libro de Arnade es la reificada personi-
ficación de una psicología o mentalidad local enferma. Es claro que este retrato
del doscaras ha sido persuasivo para muchos, que repiten la lectura de Arnade.
Si la desmontamos, en esta lectura se confunden o distorsionan tres nociones
de r-m: a) La caracterización, en udc, de la ciudad de La Plata como crónica-
mente intranquila, con tendencias perversas “a la intriga y a las rencillas”. Si
r-m sostiene que esa inclinación es un ethos local que anuncia la aparición de
una “esfera política” –en un lugar en que “hasta la noción misma de actividad
política había permanecido desconocida por casi todos hasta poco antes”, que
es como describe Halperín Donghi el mismo surgimiento en el Río de la Plata
(2014: 15)– y que es un atributo de la “índole de todos” los habitantes de la ciu-
dad letrada, Arnade la vuelve una idea racista, ausente en udc y que de hecho
proviene de lo que Humberto Vázquez Machicado sostiene sobre la “sociología”
de r-m (1936). b) Si el rumor, las habladurías maliciosas, las murmuraciones
son, en udc, un paradójico instrumento de la formación de un espíritu público,
para Arnade, que repite en ello a otros, como Gustavo Adolfo Otero (1940),
es más bien un síntoma de la patológica “mentalidad altoperuana”, derivada,
claro, como creyeron antes Arguedas y Tamayo, del mestizaje. Arnade, como
tantos y no r-m, no concibe que el rumor malicioso trabaje en favor de una
lógica política emancipatoria. c) El desdén de r-m por Olañeta –un doscaras de la
hora posterior de la Asamblea Constituyente de 1825– se confunde, en Arnade
60 Últimos días coloniales en el Alto Perú
6. La plebe mestiza
y otros, con los doscaras en udc, que nos remiten al tiempo de lo que el mismo
r-m llamó “la primera hora de los corazones intrépidos y generosos”.
Estudio introductorio 61
dominadores europeos” (pág. 156); por otro, que, al mismo tiempo, ese
acto de represión tiene el efecto de otorgarles un sentido de su propia
fuerza y valor: “Sintiéronse por un momento halagados los mestizos
en Chuquisaca cuando durante los conflictos de la gran sublevación se
ponían armas en sus manos para la defensa de la ciudad” (pág. 158). Pero
esta victoria del orden colonial –que une a criollos y cholos en un acto
de violencia–, y que es al mismo tiempo el de la adquisición en la plebe
de una noción política de su propia fuerza, es a la larga, para criollos y
cholos por igual, un error que prepara otra verdad. En respuesta a los
sublevados, nos recuerda r-m, se había “anegado” de sangre indígena
“las calles y las plazas de la capital para escarmiento de las generaciones
presentes y de las venideras”, eficiente crueldad inmediata que termina
siendo, a la larga, una “falta política” (pág. 157). Porque, se pregunta r-m,
“¿quién pudo entonces impedir a esos criollos y mestizos, a esos que es-
tudiando la ciencia de la justicia contemplaban desde los balcones de la
Universidad las atroces inmolaciones, el recapacitar con amargura sobre
las iniquidades administrativas que habían provocado hasta la desespera-
ción el alzamiento?”. Desde entonces, y junto a los criollos, la plebe chola
descubre eso: los españoles europeos eran los agentes de “la opresión
común en el Alto Perú”, mientras que, concluye r-m, “la indiada venía a
ser hermana de los estudiantes altoperuanos por el vínculo del suelo, de
algunos por los del suelo y de la sangre” (pág. 157).63
7. La revolución y su representación
Al evaluar udc, r-m vacila entre la constatación de los que juzga han sido
los modestos resultados de su esfuerzo (luego de 25 años de dedicación
“diligente”) y la ambición que –en varias partes de la obra misma y no solo
en el prólogo de 1901– declara para su libro. Es claro, por ejemplo, que
quiere acercarse a la coyuntura de 1807-1809 según un “cálculo total de las
cosas” y el diseño del “consorcio de las circunstancias” en juego, ambición
que, si lograra cumplirla, explicaría la aparición temprana de la crisis social
independentista. La suya es una historia política que se abre a dimensiones
económicas, sociales y culturales porque sería inútil intentar dar cuenta
de esa historia política sin referirse a la colectividad en la que sucede y
63 Y se podrían traer a cuento los pasajes en que r-m celebra el mestizaje. Por ejem-
plo este: “Allí [se refiere al Alto Perú colonial] se ve al viril europeo espoleando
sin misericordia a la raza vencida, pero cruzándose a la vez fogosamente con ella
para regenerarse y regenerarla” (r-m, 1877a: 95).
62 Últimos días coloniales en el Alto Perú
por la que sucede. Son estas ambiciones –narrativas y analíticas– las que
lo empujan a pensar metáforas: la de la “tela colonial”, por ejemplo, con
urdimbre (hecha de castas y gremios, espacios y costumbres) y trama (hecha
de historias lejanas y cercanas, de personajes centrales y azares providen-
ciales). La mayor limitación política de Moxó, concluye r-m, es la de una
suerte de soberbia colonial que no le permite leer bien esa tela, que este
intelectual catalán piensa más simple o “burda” de lo que es: “a su juicio
una tela burda era la de esos pobres tejedores mestizos y criollos, si había
de comparársela con el instrumento de perspicacia que él sabía aplicar
para observar la urdiembre desde lejos” (págs. 263-264). La de la ciudad
letrada misma no es sino otra de esas metáforas de la totalidad concreta,
que permite escenificar, espacialmente, un cruce entre el “cálculo total
de las cosas” y la coyuntura revolucionaria, que llama “la nueva corriente
de las cosas” (pág. 209).
Pero estas metáforas espaciales –la de la tela colonial y la de la ciudad
letrada, sin duda, pero además la de la sociedad colonial como un cuerpo–
son relativizadas a la hora de abordar no ya la forma de la colectividad sino
aquello que, en una crisis, se revela como nuevo, pues exige los trabajos
del tiempo. Para ello acude, como otros escritores contemporáneos de su
patria –piénsese en Emeterio Villamil de Rada, Nataniel Aguirre o Ricardo
Jaimes Freyre– a la imagen del árbol,64 que en udc es un árbol doble y, en
principio, el árbol de la supeditación colonial tal como la entienden sus
funcionarios: el tronco de la Corona y sus ramajes americanos, diagrama
de una relación cultural establecida y de una larga filiación de 300 años.
En cavilaciones atribuidas al arzobispo Moxó, frente al peligro emanci-
patorio, los mejores de la Corona piensan que “aun cuando allá [en la
Península] sea arrancado de cuajo y aniquilado el árbol, no hay que deses-
perar, pues aquí cerca tenemos, con retoños, una rama para hacer revivir
nuestro borbónico cedro secular” (pág. 540). Pero el árbol que imagina
Moxó –personaje central de la crónica de r-m– es reemplazado, en la crisis
Las crónicas históricas de r-m proponen un método que luego otros ensa-
yistas adoptarán con mayor detenimiento teórico: la explicación de una
sociedad de considerable heterogeneidad e irresolución –la boliviana,
que en ello es como tantas otras– justo en el instante en que las rutinas
de su costumbre, las formas de su dominio, parecen sufrir una crisis,
suspendidas –así sea pasajeramente– por la aparición de lo diferente:
otro entendimiento de las cosas, otro espíritu público, otra colectividad.
El método tiene sus dificultades: exige del escritor una doble perspectiva
constante, que atiende –y no pierde de vista– lo que en esa sociedad en
crisis son hábitos (instituciones, prejuicios, formas de hacer y de pensar)
y los hechos que, en tanto apariciones o singularidades de las circunstan-
cias, alteran esas rutinas de la sumisión, quien sabe si con consecuencias
duraderas o no (en r-m los aprendizajes sociales no son irreversibles).
Esta doble perspectiva, visible en las crónicas mayores de r-m (udc, Ma-
tanzas de Yáñez, El golpe de Estado de 1861), es una de las tensiones, entre
varias, que informan la variedad de su comprensión histórica.66 udc, por
ejemplo, es el análisis del principio de una transformación general y
profunda de la sociedad colonial y, a la vez, el retrato de los personajes
que la encarnan trágicamente (aun a pesar suyo, aun sin saberlo); es una
crónica que abunda en pormenores y un texto de constantes instantes
de abstracta potencialidad teórica; es una reconstrucción de ideas y su
intercambio y el de los efectos y sentidos (políticos) de esas ideas, en la
práctica. Autor testarudamente fiel a la noción de que la escritura es un
efecto o consecuencia casi impersonal de la lectura compleja –incluidos
sus fracasos, deficiencias y aproximaciones–, son las bondades de este mé-
todo su mayor triunfo, bondades que ayudan a comprender el misterioso
hecho de que udc –aunque no solo udc – sea invariablemente superior a
las opiniones de r-m.67
es –como sugirió Hayden White hace ya medio siglo– precisamente lo que casi
nunca ocurre: “dos o más investigadores, de equivalente erudición y sofistica-
ción teórica, arriban a interpretaciones alternativas, aunque no necesariamente
mutuamente excluyentes, del mismo conjunto de acontecimientos históricos”
(White, 1975: 61).
70 Carta de r-m a Mariano Baptista Caserta del 3 de noviembre de 1871 (cit. por
Condarco, 1971: 114).
Estudio introductorio 67
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1 Fragmentos de una versión diferente de Rey nuevo, la segunda parte de Últimos días
coloniales en el Alto-Perú. La publicación se interrumpe porque r-m se molesta al re-
cibir de Claudio Barros, director de la revista, un pago insultante por su trabajo.
r-m devuelve los pesos recibidos, le escribe, pues “más falta han de hacerle a la
revista que a mí”. Y anuncia a Barros que “esperará inútilmente” el envío de la
conclusión de su ensayo (r-m, 1996: 361)].
2 Publicación completa, por entregas y con un título ligeramente diferente, de
Últimos días coloniales en el Alto Perú.
[73]
74 Últimos días coloniales en el Alto Perú
(1897): pp. 113-131 [Segunda parte, cap. 14]; tomo xcvii (1897):
pp. 395-422 [Segunda parte, cap. 15]; tomo xcvii (1897): pp. 573-
594 [Segunda parte, cap. 16]; tomo c (1898): pp. 373-403 [Segunda
parte, cap. 17]; tomo c (1898): pp. 723-778 [Segunda parte, caps.
18-19]; tomo c (1898): pp. 839-862 [“Tabla analítica del contenido
de los capítulos”]. [Publicación completa, por entregas y con un
título ligeramente diferente, de Últimos días coloniales en el Alto
Perú].
18963 Últimos días coloniales en el Alto Perú. Primera parte: Arzobispo nuevo,
1807. Santiago de Chile: Imprenta Cervantes. [Sin ilustraciones.
Con tapa y contratapa en cartulina naranja]. [Pp. 1-114].
1897 Últimos días coloniales en el Alto Perú. Documentos inéditos, 1808.
Santiago de Chile: Imprenta y Encuadernación Barcelona. [En la
portada interior el título es: Documentos inéditos sobre el estado social
y político de Chuquisaca en 1808]. [Incluye indicación de partes de
la obra: “Consta el presente volumen: Primera parte: Arzobispo
nuevo (1807). Segunda parte: Rey nuevo (1808). Documentos
inéditos: Referentes a 1808”]. [Con tapa y contratapa en cartulina
verde]. [Pp. i-clii].
1898 Últimos días coloniales en el Alto Perú. Segunda parte: Rey nuevo, 1808.
Santiago de Chile: Imprenta Cervantes. [Se cierra, en p. 474, con:
“Fin de la segunda parte: ‘El rey nuevo’ de enero a diciembre de
1808”]. [Incluye al final una “Tabla analítica del contenido de los
capítulos”, pp. 475-498]. [Sin ilustraciones. Con tapa y contratapa
en cartulina verde]. [Pp. 115-498].
1901 [1896-1898]4 Últimos días coloniales en el Alto Perú. [Narración]. San-
tiago de Chile: Imprenta Cervantes. [Aunque la portada señala
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[89]
90 Últimos días coloniales en el Alto Perú
los consignó con mayúscula inicial (Península, Metrópoli, Viejo Mundo, etc.)
y se respetaron las mayúsculas irónicas usadas por René-Moreno (como
en la Defensa, la Reconquista). Se dejó con minúscula inicial el nombre de
cargos y títulos (arzobispo, oidor, presidente, rey, etc.).
El prólogo a la obra, añadido en 1901 por René-Moreno al segundo
tomo (puesto que no podía hacer otra cosa en una edición en la que reci-
claba partes de una impresión anterior), fue ubicado, finalmente, donde
corresponde, al principio de toda la obra. Además, al principio de cada
capítulo se añadieron los sumarios redactados por René-Moreno (y que
luego se agrupan al final del relato, pp. 555-574).
Se incluyen las 10 páginas de ilustraciones que René-Moreno añadió
a la versión final de su libro, en 1901. Se reproduce una hoja manuscrita
de René-Moreno (pág. 575) con indicaciones sobre los lugares de su obra
donde quería que fueran colocadas esas ilustraciones. En esto y en la ob-
tención de una óptima reproducción facsimilar del tomo de Documentos
inéditos de 1808 y 1809, agradecemos la colaboración del Archivo y Biblio-
teca Nacionales de Bolivia y, sobre todo, los invaluables oficios, consejos
y asesoramiento de Alfredo Ballerstaedt.
Esta edición de la bbb es la primera completa de Últimos días coloniales
en el Alto Perú que aparece en Bolivia.