La Misión Casi Imposible de Nehemías
La Misión Casi Imposible de Nehemías
La Misión Casi Imposible de Nehemías
NEHEMÍAS
Nehemías 2:11-20
INTRODUCCIÓN
No es lo mismo hacer un viaje a un país de hermosas ciudades, con sus enormes edificaciones, con
sus comodidades y facilidades para el visitante, que ir a visitar a una ciudad donde sus edificaciones
y fortalezas están en el suelo, destruidas por alguna invasión enemiga.
Consideremos esto. El viaje de Susa, la capital del reino, a Jerusalén era de unos mil kilómetros.
Este viaje no será ni descanso ni de placer. La ciudad a donde va no es ni la sombra de la que
seguramente conoció siendo niño. Jerusalén tuvo una gloria excelsa en el pasado, durante los
tiempos de David y Salomón.
Fue llamada la “Ciudad Santa”, “Ciudad de Dios” y la “Capital del Mundo”. Pero su mayor
fama se debió a que dentro de sus muros estaba el templo hecho por Salomón, una de las siete
maravillas de ese tiempo, y porque en ese edificio estaba el arca del pacto, guardián de la gloria de
Dios. Sin embargo, la ciudad de Jerusalén a donde Nehemías va está en ruinas. Sus muros y sus
puertas están consumidas por el fuego.
La misión de la reconstrucción planteaba uno de los más grandes desafíos de los que se tenga
memoria; este será nuestro tema. Acompañemos a Nehemías en su viaje. Veámoslo ahora allí,
adentro, viendo y luego motivando a sus pobladores para la obra reconstrucción. Consideremos las
diferentes etapas en el desafío de esta misión para la reconstrucción de esta monumental obra.
Nehemías nos muestra persistencia de la oración cuando nos disponemos “levantar los muros
caídos”. La tendencia humana es simplemente arrancar un plan sin considerar a Dios para su
ejecución. Si bien el viaje de Nehemías fue largo y cansado, la mención de estos tres días, además
del descanso, fue para buscar el rostro de su Dios frente a la tarea por acometer.
Ya él había orado cuando escuchó la noticia del estado de la ciudad, lo mismo hizo cuando el rey le
preguntó “¿Qué cosa pides?”, pero ahora vuelve a orar. Es como si su oración tuviera tres tiempos:
el del quebrantamiento, el de la iluminación, y ahora el de la ejecución. El vers. 12 nos indica que,
en efecto, Nehemías gastó tres días en comunión con su Dios, porque después de eso no declaró “a
hombre alguno lo que Dios había puesto en mi corazón que hiciese en Jerusalén”.
Aquel fue su tiempo de silencio con su Padre celestial. Si bien en la primera oración se dice que
Nehemías lloró e hizo duelo, al estar en medio de aquella desolación sus emociones no fueron
menos, aunque no las sabemos. Esto significa que antes de levantar los muros debemos permanecer
en silencio con Dios esperando su respuesta.
El Señor Jesucristo vio también en una noche sombría y lúgubre los “muros caídos” por pecado en
el hombre Jesús llora por Jerusalén Lucas 19:41-44, y fue en esa misma noche cuando él se
levantó para restaurar todo el daño dejado, con la diferencia que nadie le acompañó en esta tarea.
Las palabras de un motivador siempre serán positivas y llenas de posibilidades. La semana pasada
vimos a un Nehemías usando su “fe restauradora” al pedirle al rey el permiso y los recursos para el
viaje a Jerusalén. Ahora, una vez en el sitio, Nehemías le presenta a su pueblo la invitación a unirse
a su plan, diciendo: “venid, y edifiquemos el muro de Jerusalén, y no estemos más en oprobio”.
Otra versión traduce este texto así: “¡Reconstruyamos la muralla de Jerusalén y pongamos fin a esta
desgracia!” (NTV). Según la historia pasada, las ruinas de Jerusalén habían estado allí durante más
de cien años. Es como si en efecto estuviera diciendo, “esto ya es suficiente. Es vergonzoso que no
se haya hecho nada hasta ahora. Llegó la hora de actuar”.
Curiosamente el templo ya había sido levantado, pero sus muros seguían en el suelo. Aquello era
una gran afrenta para el pueblo que sabía de la gloria pasada de la ciudad. Se ha dicho que no es
suficiente saber acerca de lo que debemos hacer; también necesitamos la invitación para hacerlo
realidad. Esta invitación también es para nosotros: venid y edifiquemos nuestros muros. Los muros
derribados son una visión de un alma sin protección.
Este fue el primer resultado de compartir la visión. El entusiasmo con el cual Nehemías debió
comunicar lo visto, y revelado, tocó los corazones de los hombres de la ciudad. Si algo sabía el
“copero del rey” era que aquella tarea no era de él solo, sino de todos los afectados.
En los días más oscuros de la Segunda Guerra Mundial, cuando Gran Bretaña se enfrentó sola a los
nazis, Winston Churchill asumió el liderazgo como primer ministro quizás en el momento más
desalentador y difícil en la historia de su nación.
Pero fue en esa ocasión cuando aquel ministro en su famoso discurso prometió a los británicos
“sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor”. Todos coinciden en señalar a ese discurso como el que unió
más a la nación en aquel aciago momento.
Cuando hay una motivación genuina para hacer el trabajo, los resortes de las congregaciones deben
activarse. Para Nehemías oír de su gente el compromiso de levantarse y edificar fue como el sello
de aprobación para el desafío de su misión. “Levantémonos y edifiquemos” son las palabras que
debieran salir de todo creyente, sobre todo cuando ve la necesidad en la que estamos. No solo es
estar presente, y sentados, debemos levantarnos y edificar.
Otra versión traduce esta oración así: “Y unieron la acción a la palabra” (NVI). Cuando alguien
transmite palabras de entusiasmo, de motivación y de esperanza, pronto conseguirá seguidores. Las
palabras bien dichas, y, sobre todo, dichas con amor, no serán difíciles de ser oídas y obedecidas.
Veamos otra vez a Nehemías.
Él vino a unos ciudadanos deprimidos, temerosos y escépticos de Jerusalén, y al hablarles acerca de
lo que Dios ya había hecho a través de la provisión de rey pagano de Persia, y como Su mano había
estado con él hasta ahora, estos hombres después de levantarse “esforzaron sus manos para bien”.
Las manos para hacer el mal se activan fácilmente en todo momento. Mientras que las manos para
hacer el bien llegan a ser lentas y pesadas. Cuán distinta fuera nuestra vida si esforzamos nuestras
manos para hacer el bien.
Se cuenta que, en un bombardeo de la segunda guerra mundial, una estatua de Jesús con las manos
abiertas fue seriamente dañada. Después de un buen trabajo lograron casi la reconstrucción total de
la figura, pero no pudieron arreglar sus manos por el daño hecho. Y después de mucha discusión
concluyeron, diciendo: “El Señor no tiene otras manos que las nuestras”.
En este pasaje, mientras algunos dijeron levantémonos y edifiquemos, y pusieron sus manos para
hacer el bien, aparecieron otros con su lengua para hablar mal y traer un gran desánimo. En este
libro esas lenguas desanimadoras se llaman Sanbalat y Tobías, y ahora se unió a ellos un árabe
llamado Gocen.
Compare las palabras de ánimo de Nehemías con la de estos hombres perversos. Observen la
intención de las dos preguntas hechas. Ambas estaban dirigidas para crear desánimo en el pueblo.
En la primera aparición de estos enemigos de la obra se disgustaron “en extremo que viniese alguno
para procurar el bien de los hijos de Israel” (vers. 10). A las personas con el “don” de desanimar no
les gustan los cambios y los nuevos desafíos.
Cuando se trata de entusiasmar a otros para hacer el trabajo, pronto aparecen con un espíritu de
crítica donde todo les huele mal, agarrando a los más débiles para contagiarlos con su desánimo, y
en algunos casos, hasta arrastrarlos para unirse a su desaliento. Los Sanbalat, Tobías y Gesen los
vamos a tener siempre, y ellos nos probarán la paciencia, pero debemos seguir adelante.
Participemos en el coro de los que siempre animan.
Nehemías ya sabía quiénes eran los encargados de traer el desaliento en la congregación, por eso no
dudó en darles una respuesta del tamaño mismo de sus atrevimientos. Nehemías les recordó a estos
charlatanes de oficio, que sería el mismo Dios de los cielos (a quien ellos no conocían), el
encargado de prosperar la misión emprendida.
Si alguien sabía de esa prosperidad era Nehemías. Ya había dicho con profundo gozo y satisfacción
que el rey le había provisto de recursos “según la benéfica mano de mi Dios sobre mí” (vers. 8).
Y es por esa confianza en la prosperidad de Dios que Nehemías arenga a su gente a trabajar en el
levantamiento del muro. Y para esos saboteadores de la obra del Señor, las palabras de Nehemías no
pudieron ser más contundentes: “porque vosotros no tenéis parte ni derecho ni memoria en
Jerusalén” (vers. 20).
Los que no procuran el bien para la obra del Señor, sino que son instrumentos del desaliento, no
pueden tener parte en la obra del Señor. En la obra del Señor son bienvenidos esos hombres y
mujeres con un espíritu alegre y optimista, en lugar de un espíritu de crítica. Que ninguno de
nosotros tenga el espíritu de Sanbalat, Tobías y Gocen.
CONCLUSIÓN
“Levantémonos y edifiquemos”. He aquí lo que produce una palabra de aliento frente a unos muros
y puertas quemadas. No es el plan de Dios que sus hijos permanezcan en su misma condición. Dios
no desea verte más en ese estado de oprobio como estuvo su amada y santa ciudad.
Por más de 100 años Jerusalén estuvo en ruinas y abandonada, pero ahora Dios interviene en ella a
través de Nehemías para levantarla. Ha llegado con un mensaje de aliento y de esperanza, y ante ese
llamado aquí hay estas decisiones de levantarse y edificar. Estas mismas palabras de ánimo te las
dice hoy el Señor frente a cualquier ruina de tu alma.
Debería ser el deseo de tu corazón, al oír estas palabras, de levantarte e ir. El llamado de la Palabra
para ti hoy como lo fue para Jerusalén es: “Levántate y resplandece porque ha llegado tu luz”. No te
quedes sentado.