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Abad Clase 12

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UFASTA – Medicina - Antropología Filosófica

Titular: Mazzoni
Selección de Textos

 Jimenez Abad, A., “La búsqueda de la verdad” en Verdad y certeza. Los motivos
del escepticismo. Cuadernos de Anuario Filosófico, Navarra, pp. 140-146.

¿Qué supone la negación de la verdad? Las e nfermedades de la


inteligencia (selección)

4.5.1 Una actitud subjetiva, no una postura intelectual.


Negar que existe la verdad es, de inmediato, una contradicción rotunda: sería sostener como verdad
que la verdad no existe. Por lo tanto, estaríamos ante una falsedad. Sin embargo, la negación de la
verdad es, más que una proposición teórica, una actitud subjetiva, un rechazo por parte de la
voluntad. En este sentido, cabe advertir que lo que se insinúa tras las pretensiones de quienes
sostienen que la verdad no existe o que es inalcanzable –a veces de modo explícito ya veces indirecta
o inadvertidamente–, es el deseo de no atenerse a la realidad, ante la sospecha de que ésta puede
mermar o incluso impedir la autonomía y la libertad del sujeto.
Por de pronto, rechazar la verdad como dimensión de la realidad es rechazar la consistencia de las
cosas, negar que las cosas son lo que son. La realidad no sería un referente y una norma para nuestro
conocimiento y nuestra voluntad. Rechazar la verdad del conocimiento es sostener que no podemos
acceder a lo que las cosas son y que hay que vivir entre meras apariencias y en un mundo de
opiniones, ninguna de las cuales vale más que las demás. Rechazar la verdad moral es afirmar que
todos engañamos al expresarnos porque toda expresión en el fondo es siempre y sólo una mera
interpretación, pero que eso no importa nada, porque no hay diferencia entre el engaño y la verdad, al
no haber una norma que las enfrente. Rechazar la verdad como inspiración es caer en el nihilismo, en
el sinsentido: nuestra vida se reduciría a una combinatoria de acontecimientos, a un mecanismo
carente de sentido último. La persona como tal sería intrascendente; la autodonación sería una
alienación.
Gorgias, sofista que vivió en Atenas en el s. V a. de C., lo expresó así: “Nada existe, aunque
existiera no lo podríamos conocer, y aunque pudiéramos conocerlo no podríamos comunicarlo”. Y
Protágoras, también sofista y con- temporáneo del anterior, lo expresó de otro modo: “Las cosas son
según le parecen a cada cual. El hombre es la medida de todas las cosas”. Nos movemos entre
apariencias a las que damos el valor que queremos darles. Nuestros intereses son los que mueven la
única trama de la vida. Esta actitud intelectual y moral no es propia en exclusiva de una escuela o
corriente de pensamiento, sino una orientación que se percibe en distintos momentos y épocas, en
autores y tendencias ideológicas, culturales y “filosóficas” a lo largo de la historia.
Pero esto significa que los más fuertes y los más sagaces son los que deciden el valor de todo, lo
que interesa y lo que no. En resumidas cuentas, la negación de la verdad propicia y a menudo
enmascara el imperio de la violencia, la imposición de la fuerza como criterio de valor y de existencia.
No hay verdad y no hay certezas fundadas, sólo hay hechos impuestos por la voluntad de los más
fuertes1 En lugar del encuentro libre y la comunicación entre los seres huma- nos, sólo caben la lucha
de intereses y deseos, y la manipulación, como motor de la vida.

Algunas de las posturas que participan de esta actitud de fondo tienen matices propios y en
ocasiones presentan argumentos que conviene conocer y dilucidar. Son teorías y posicionamientos que
podríamos denominar “enfermedades de la inteligencia” porque dificultan seriamente o se oponen a la
tendencia natural de apertura de la realidad y de búsqueda del saber que es propia del ser humano.

1
Cfr. G. Orwell: 1984. “La libertad es poder decir que dos más dos son cuatro”.
UFASTA – Medicina - Antropología Filosófica
Titular: Mazzoni
Selección de Textos

4.5.2 El escepticismo.
Se trata del ataque más directo y uno de los más radicales a la capacidad humana para acceder a la
verdad: la verdad no se puede conocer y nada se puede aseverar (afirmar o negar) con certeza. Más
vale, por consiguiente, refugiarse en la suspensión del juicio, en la duda. Tiene una versión práctica,
que pretende huir de la agitación de las numerosas opiniones en conflicto, y del riesgo que entraña
todo compromiso con lo verdadero, por medio de la desconfianza y del pasotismo (es un modo de
entender lo que los filósofos helenísticos llamaban ataraxia, imperturbabilidad).
La verdad pocas veces se presenta manifiestamente por sí misma y, sobre todo en temas difíciles y
complejos, exige una actitud de búsqueda que ha de realizarse con notable esfuerzo. Esto puede dar
lugar a un cansancio intelectual y vital, a la tentación de desfallecer definitivamente y dar la búsqueda
por interminable y estéril: el hombre sería incapaz de alcanzar la verdad. No se trata, por lo tanto, de
una teoría –aunque no han faltado algunos intentos teóricos, como entre los antiguos griegos (Gorgias,
Pirrón, Sexto Empírico...) – sino de una actitud.
(…)

4.5.3 El relativismo, el subjetivismo y el historicismo.


Es a la vez un argumento del escepticismo, pero también ha adquirido protagonismo propio. Es
quizás la “enfermedad” más seria de la inteligencia. Se apoya en la constatación de la relatividad del
conocimiento, en parte obvia, para concluir que es imposible conocer las cosas en sí mismas y con
objetividad: Toda cosa es conocida por un sujeto determinado, lleno de prejuicios y deseos, y que se
sitúa en algún punto de vista concreto; todo quedaría teñido por la subjetividad del que conoce, por
la cultura y la época en que es recibido. Además, todas las cosas se entretejen en multitud de
relaciones que es imposible abarcar, lo cual nos ofrece un conocimiento siempre parcial,
interpretativo y subjetivo. En suma, cada uno tiene “su” verdad, que no puede trascender. Viene a
concluirse que existen multitud de opiniones de las que no es posible concluir una verdad única,
absoluta y objetiva.
No hay inconveniente en aceptar, como ya se explicó más arriba, que existen muchas cuestiones
opinables, dentro de ciertos límites como la no-contradicción, porque acerca de ellas no hay la
suficiente claridad. Pero hay opiniones mejor fundadas, que merecen más aceptación; y sobre otras sí
hay la claridad o evidencia suficiente. Y en la medida que nos hallamos ante evidencias no es
adecuado quedarse en la mera opinión. Ni todo es opinable, ni es igualmente opinable.
Si se toman en serio los argumentos relativistas, habría que aceptar que la realidad no respalda al
conocimiento, sino que el conocimiento es simplemente una elaboración del sujeto en cada caso, sin
fundamento en la realidad. Si se admitiera esto, nada existiría si no fuese concebido o percibido por
algún sujeto, pero esto es insostenible, porque hay muchas cosas que existen realmente sin que nadie
las perciba ni opine sobre ellas; como las que están en el fondo del mar o en las entrañas de la tierra,
por poner algún caso obvio. Ser no es sólo “ser percibido”; si así fuera, el que percibe –el sujeto–
tendría que ser percibido para existir. Pero es evidente que sucede al revés, para poder percibir es
preciso antes existir. La vista tendría que verse a sí misma, pero no se ve a sí misma, sino que ve el
color.
Si por otra parte pueden subsistir múltiples “verdades” distintas acerca de un mismo asunto, en
función del punto de vista de los diferentes sujetos –lo que equivale a reducir el conocimiento a un
elenco de tantas posibles opiniones como sujetos, todas ellas en principio igualmente válidas–, se cae
en la contradicción, puesto que se admite que alguien pueda negar terminantemente esta postura y
con el mismo grado de validez que el que la mantiene. Pero es obvio que ambas tesis no pueden ser
sostenidas a la vez. Una de ellas ha de ser verdadera, y esto no es subjetivo ni relativo de ningún
modo. La afirmación de que ‘todo es relativo’ no es relativa, sino absoluta.
El lenguaje a menudo es esclarecedor. Si decimos que algo es relativo, y nada más, el mensaje
queda interrumpido, ya que es preciso mostrar “a qué es relativo”. Este “qué”, en última instancia
tiene que ser algo no relativo, es decir absoluto, so pena de no estar diciendo nada.
El historicismo entra en contradicción con la historia, paradójicamente. Porque si cada
conocimiento fuera propio de su época y no fuese válido para todas las demás, no sería posible
progresar a lo largo de las épocas, porque dicho progreso se basa en el legado de conocimientos que
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pasa de unas generaciones a otras. La naturaleza racional del ser humano es capaz de abrirse al ser
profundo de las cosas, a lo que éstas son en sí mismas, a la verdad, sin vincularse exclusivamente a tal
o cual cultura concreta. Y por eso la comunicación y el enriquecimiento entre espíritus de épocas y
culturas distintas es un hecho efectivo y fecundo.
El relativismo es en el fondo un antropocentrismo, un subjetivismo más o menos amplio y
sofisticado. El sujeto –cada sujeto– se proclama a sí mismo como criterio último de lo admisible. El
sujeto decide sobre el valor del conocimiento en lugar de comportarse de acuerdo con lo que conoce.
En la práctica esta postura viene a resolverse en una postulación de la fuerza –en cualquiera de sus
variantes– como modo de resolver entre opiniones diferentes: la mayoría, la persuasión emocional, la
violencia, la astucia, etc. Ningún criterio podría prevalecer sobre la conciencia de cada sujeto, salvo
por alguna forma de coacción o de corrupción.
Es verdad que no conocemos la totalidad de las relaciones que forman parte de la existencia de las
cosas. Pero las cosas no son sólo sus relaciones. Podemos conocer bastantes relaciones y las cosas
mismas; y aunque nuestro conocimiento no sea total, no por eso deja de ser verdadero. Que este
jersey sea de color blanco no es todo lo que puede saberse de él, pero si realmente es blanco, hay una
verdad con la que podemos contar. Conocer una cosa desde un aspecto no resulta ser “poco
verdadero”, aunque no lo sea todo. Es plenamente verdadero, aunque su contenido sea modesto y
limitado.
No obstante, existe una verdadera, sana y positiva forma de relatividad: la de quien no se empeña
en ser el epicentro del mundo y del conocimiento, sino que respeta y valora las aportaciones de los
demás, está a la escucha y aprende de lo que en ellas hay de verdadero, con lo cual el diálogo se
convierte en una forma de caminar conjuntamente hacia la verdad. Aquí, relativizar las propias
posturas no es desconfiar de su valor de verdad, sino desligarlas de todo interés particular de
prevalecer, someterlas a la objetividad de conocimiento y al juicio y valor de la realidad.

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