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ARTÍCULOS

GAVAN MCCORMACK

COREA DEL NORTE EN EL


VÓRTICE

Washington ha elegido como enemigo público número dos la República


Popular Democrática de Corea, el «Estado guerrillero» cuyos mitos funda-
dores e identidad nacional se forjaron en la década de 1930, al calor de
la resistencia armada frente a un colonialismo japonés brutal, y se tem-
plaron durante medio siglo de Guerra Fría desde que obligó a Estados
Unidos a un armisticio en 1953. La RPDC, impregnada de monolitismo,
xenofobia y culto al líder, no se ha desmovilizado nunca. Mantiene toda-
vía desplegado un ejército permanente de cerca de un millón de solda-
dos junto a la «zona desmilitarizada», a unos 50 kilómetros al norte de
Seúl; entre sus armas convencionales cuenta con más de 3.000 tanques,
11.000 piezas de artillería, 850 aviones de combate y 430 buques de gue-
rra1. Aunque era la región más industrializada de la península antes de los
bombardeos arrasadores de Estados Unidos durante la guerra de 1950-1953,
y sobrepasó en crecimiento a la República de Corea del Sur durante las
décadas de 1950 y 1960, su incapacidad para importar o invertir en bienes
de capital durante las últimas décadas ha dejado arruinadas u obsoletas sus
instalaciones industriales, sobre todo en los sectores energético y de fer-
tilizantes químicos, tan esencial este último para la producción de ali-
mentos en un país tan montañoso. Desde mediados de la década de 1990
las inundaciones y el hambre han contribuido a la miseria económica y
social.

Sin embargo, tal como le sucede a un río helado cuando se inicia la pri-
mavera, el cambio puede llegar a un sistema largamente inmóvil con una
violencia repentina y de forma impredecible. La elección de Kim Dae
Yung como presidente de Corea del Sur en 1997 –su política denomina-
da de «sol radiante» rompía con décadas de hostilidad hacia el Norte– pro-
porcionó a la asediada RPDC una oportunidad para abrirse a inversiones

1
Centre for Nonproliferation Studies, www.globalsecurity.org. La expresión «Estado guerri-
llero» (yûgekitai kokka) se debe originalmente a Wada HARUKI, Kin Nissei to Manshu– ko– nichi
senso–, Tokio, 1992.

5
de capital desesperadamente necesarias. Pyongyang entró en negocia-
ARTÍCULOS
ciones, orgullosa pero aprensiva y vulnerable, recordando siempre su
ventaja militar local como instrumento de negociación. En julio de 2000
Kim Dae Yung viajó al norte para una cumbre histórica con Kim Yong Il;
ambos se comprometieron a una cooperación social, económica y cultu-
ral y a un progreso conjunto hacia la reunificación, en una atmósfera de
esperanza eufórica.

Hyundai comenzó a trabajar en una Zona Económica Especial cerca de


Kaesong, justo al norte de la zona desmilitarizada; se abrió una instala-
ción turística conjunta en el monte Kumgang, un lugar sagrado de la cul-
tura coreana; se inició el trabajo de limpieza de minas en la zona desmi-
litarizada y se repararon las líneas ferroviarias. La RPDC normalizó sus
relaciones con una serie de países, entre ellos Australia y la mayoría de
la Unión Europea, y se enviaron funcionarios norcoreanos al extranjero
en búsqueda de modelos de desarrollo y ayuda técnica. El propio Kim
viajó a Pekín en mayo de 2000, a Shanghai en enero de 2001 y a Rusia
en agosto de 2001. Se puso en marcha otro proyecto de zona económica
especial en Sinuiju, en la frontera que forma el río Yalu con China, desti-
nado a constituir un enclave capitalista aislado para el ocio, el turismo, la
industria y la tecnología avanzada, y sobre todo para favorecer los inter-
cambios, el comercio y las finanzas internacionales, con el dólar esta-
dounidense como moneda y sus propios cuerpos administrativo, legisla-
tivo y judicial independientes. La población de la zona, de alrededor de
medio millón de personas, sería desplazada a otros lugares2. En julio de 2002
un bandazo hacia las reformas económicas de estilo chino abolió el racio-
namiento, multiplicó por dieciocho los precios y salarios (el precio del
arroz para los cultivadores se multiplicó por quinientos), introdujo las pri-
meras viviendas de alquiler y se impusieron precios por los servicios
públicos, y devaluó la moneda hasta la septuagésima parte de su valor
(puramente nominal), de los 2,20 wones por dólar hasta cerca de los 150 wo-
nes del mercado negro3.

Sin embargo, el estrechamiento de relaciones entre las dos Coreas –algu-


nas de las muchas familias separadas pudieron también reunirse– tenía
lugar en un contexto internacional cada vez más tenso: una economía
mundial en deterioro, la competencia intensificada entre China y Japón,
y un nuevo gobierno estadounidense que pretendía un reconocimiento
más directo de la primacía de Washington en la región. Con el endureci-
miento de la política estadounidense tras el 11 de septiembre, Corea del
Norte fue declarada uno de los tres miembros del Eje del Mal en el dis-
curso sobre el estado de la Unión pronunciado por Bush en enero de 2002,
y junto a Irak apareció como uno de los dos «Estados delincuentes» en el

2
En estos momentos el futuro de ese proyecto parece incierto, después de la detención en
China de quien iba a ser el gobernador de la zona, un hombre de negocios chino-holandés.
3
Pyongyang Report 4, 3 (agosto de 2002), pp. 3-4.

6
documento estratégico de Seguridad Nacional de septiembre de 2002. En

ARTÍCULOS
Seúl, entretanto, el periodo presidencial de cinco años de Kim Dae Yung
llegará a su fin en las elecciones de diciembre 2002 sumido en un lodazal
de corrupción. Entre los candidatos que pretenden sucederle, el conser-
vador Li Hoi Chang en particular, del Gran Partido Nacional, es partidario
de un lenguaje mucho más duro hacia Corea del Norte.

En ese contexto hostil los gobernantes de Pyongyang parecen haber lle-


gado a la conclusión de que la normalización de sus relaciones con Tokio
y Washington –su antiguo ocupante y el devastador de su infraestructura
civil– es un objetivo esencial. En octubre de 2001 hicieron sondeos en
Japón en procura de negociaciones. Intercambios diplomáticos silenciosos,
en treinta o más encuentros entre diplomáticos norcoreanos y japoneses
durante todo el año transcurrido desde entonces, exploraron las princi-
pales diferencias: para Pyongyang, disculpas y reparaciones por las atro-
cidades cometidas durante las cuatro décadas que duró la ocupación
japonesa de la península, desde 1905 hasta 1945; para Tokio, la intrusión
de buques espías norcoreanos en aguas japonesas y la sospecha de que
alrededor de una docena de ciudadanos japoneses habían sido secues-
trados por la RPDC. Durante el verano de 2002 llegaron a acuerdos sobre
los principios generales, quedando así abierta la vía para la visita de
Koizumi a Pyongyang el 17 de septiembre.

Cumbre de disculpas

La reunión fue tensa. Se dice que Koizumi llevaba consigo su propio


almuerzo en el habitual bentô. Aquella noche, en el avión de regreso a
Tokio, seguía intacto. Kim Yong Il y su invitado se reunieron sólo para
hablar, no para comer. Al parecer tampoco llevaron a cabo la acostum-
brada inclinación ritual4. La cumbre estuvo marcada por un intercambio
de excusas muy desigual. Koizumi se atuvo a una fórmula diplomática,
asegurando que:

La parte japonesa contempla con un espíritu de humildad el hecho histó-


rico de que Japón causó un enorme daño y sufrimiento al pueblo de Corea
durante su dominio colonial en el pasado, expresa su profundo remordi-
miento y pide disculpas de corazón5.

Esas palabras –prácticamente idénticas a las utilizadas en las conversa-


ciones entre Japón y Corea del Sur en octubre de 1998– resultaban acep-
tables para la burocracia de Tokio precisamente porque no suponían
implicaciones legales y se podían entender como más o menos maquina-

4
Si se produjo, no fue recogido por el reportaje de televisión que yo pude ver.
5
Declaración de Pyongyang, 17 de septiembre de 2002: http://www.mofa.go.jp/region/asia-
paci/n_korea/pmv0209/pyongyang.html.

7
les. Japón se ha resistido durante mucho tiempo a cualquier reclamación
ARTÍCULOS
de reparaciones que cabría esperar que acompañaran a una «disculpa de
corazón», y sólo se decidió a reunirse con Pyongyang tras asegurarse
de que no habría exigencia de tales reparaciones. Abandonando la larga
insistencia coreana en que el régimen colonial fue una imposición ilegal,
mantenida mediante la fuerza militar, Kim Yong Il se acomodó a la opi-
nión japonesa de que se adecuaba a la ley internacional. Ahora son
muchos los surcoreanos que lamentan aquella oportunidad perdida para
el conjunto de Corea6.

En cuanto a Kim, se lanzó a una extraordinaria serie de excusas, admi-


tiendo el secuestro de una docena de civiles japoneses durante las déca-
das de 1970 y 1980, entre ellos una escolar, una esteticista, un cocinero,
tres parejas de enamorados (en playas remotas) y varios estudiantes que
viajaban por Europa, todos los cuales habían sido llevados a Pyongyang,
bien para enseñar japonés a los agentes de espionaje norcoreanos o a fin
de apropiarse de su identidad para encubrir operaciones en Corea del
Sur, Japón u otros lugares. Según explicó Kim, «algunos elementos de una
agencia estatal especial se habían dejado llevar por el fanatismo y el
deseo de gloria». Según fuentes gubernamentales japonesas la unidad res-
ponsable de los secuestros fue probablemente la Sala 35, anteriormente
conocida como Departamento de Inteligencia Exterior del Partido de los
Trabajadores coreano. Otra sección, la 56, del Departamento de Relacio-
nes Exteriores del PTC, pudo ser la que llevara a cabo los secuestros en
Europa. Pero en un Estado sobre el que el líder ejerce una autoridad com-
pleta e incuestionada, quedan pocas dudas sobre a quién atribuir la últi-
ma responsabilidad7.

Aquella confesión suponía, por lo tanto, un acontecimiento histórico. Un


observador ruso comentó que «en un Estado totalitario, una petición de
perdón afecta a la propia base del sistema estatal. La sensación de crisis
en Corea del Norte es tan profunda que no tenían otra alternativa que
aceptar ese riesgo»8. Pero al admitir esos casos Kim Yong Il puede verse
ahora bajo sospecha en otros. Las autoridades japonesas han vinculado
durante mucho tiempo la Sala 35 y sus agentes al ataque guerrillero a la

6
Véase el Hankyoreh Sinmoon de los días 18 y 24 de septiembre de 2002, citado en Yoon
KOONCHA, «Sore de mo yappari Nitchô no seijôka wo», Shûkan Kinyôbi, 18 de octubre de
2002, p. 10.
7
Según Huang Yang Yop, el secretario a cargo de asuntos internacionales que desertó en
1997 para pasarse al Sur, «cada misión concreta de cada espía tenía que ser aprobada por él
personalmente. De forma que sin duda tenía conocimiento de los principales atentados
terroristas. Ese hombre es un genio del terrorismo». Kim Hyong Hui, condenado por la
bomba de 1987 en un avión de las Líneas Aéreas Coreanas, también insiste en que las órde-
nes procedían directamente de Kim Yong Il y en que el atentado estaba destinado a crear
una atmósfera de terror para perjudicar los inminentes Juegos Olímpicos de Seúl; véase Far
Eastern Economic Review, 15 de octubre de 1998.
8
Alexander Fedorovsky, citado en Asahi Shimbun, 18 de septiembre de 2002.

8
Casa Azul –la residencia presidencial de Corea del Sur– en 1968; a la

ARTÍCULOS
bomba en Rangún que mató a varios miembros de una delegación presi-
dencial surcoreana a Myanmar en octubre de 1983; y a la explosión en el
aire del vuelo 859 de las Líneas Aéreas Coreanas sobre el mar de Andamán
en noviembre de 1987, en la que murieron 115 personas. En último tér-
mino esa confesión también pondrá a Kim Yong Il ante el problema de
apuntalar su autoridad entre los suyos. Ni que decir tiene que en los
medios de comunicación norcoreanos no apareció nada sobre los secues-
tros, los buques espías o la petición de perdón de Kim. Las conversacio-
nes se presentaron como un triunfo. El primer ministro japonés había acu-
dido a Pyongyang para pedir perdón, al fin, por las atrocidades de hace
sesenta años; y gracias al extraordinario ingenio e inteligencia de Kim,
cabía esperar que se reanudaran ahora unas relaciones normales. Sin
embargo, es seguro que más pronto o más tarde comenzarán a circular
otras versiones de lo que sucedió el 17 de septiembre; las presiones japo-
nesas para obtener un acceso libre a la investigación de la suerte de los
secuestrados acelerarán el proceso. Queda por ver si un régimen tan
identificado con la imagen de su gobernante puede sobrevivir a esa pér-
dida de prestigio por su parte: la transformación del «querido líder» semi-
divino en un político manchado y presionado que confiesa tales críme-
nes, en particular a los japoneses.

Se han podido detectar algunos signos que indican quizá un conflicto


interno en el seno de la elite de la RPDC. El anuncio inicial de Kim Yong
Il sobre el «nuevo pensamiento» y la reestructuración económica, en vís-
peras de su visita a Shanghai en enero de 2001, quedó pronto borrado de
las noticias, y los eslóganes tradicionales siguieron dominando con cre-
ces la prensa. En diciembre de 2001, poco después del inicio de las nego-
ciaciones con Japón, se envió un buque espía norcoreano fuertemente
armado a aguas japonesas; el barco fue hundido por los guardacostas
japoneses en el mar del Sur de China y recuperado a finales de septiem-
bre de 2002; se informó de que estaba equipado con «dos misiles antiaéreos,
dos lanzacohetes, un cañón sin retroceso, doce cohetes, un cañón
antiaéreo, dos ametralladoras ligeras, tres rifles automáticos y seis grana-
das» así como «una motoneta submarina con un diseño muy original»9. En
la reunión del 17 de septiembre la reacción de Kim frente a las protestas
japonesas por ese «barco misterioso» fue la siguiente declaración: «Una
unidad de las Fuerzas Especiales estaba realizando sus propios ejercicios.
Yo no imaginaba que pudiera ir tan lejos y hacer tales cosas [...]. Las
Fuerzas Especiales son una reliquia del pasado y quiero tomar medidas
para desmantelarlas»10.

9
Daily Yomiuri Online, http://www.yomiuri.co.jp/index-e.htm, 30 de septiembre de 2002.
10
Wada HARUKI, «Can North Korea’s Perestroika Succeed?», Sekai, noviembre de 2002.

9
ARTÍCULOS Los japoneses secuestrados, 1977-1983
Vivos
1. Chimura Yasushi: secuestrado en julio de 1978 en Fukui, con 23 años; casado
con Hamamoto Fukie en noviembre de 1979 (véase más abajo); tres hijos; traduc-
tor en la Academia de Ciencias de Pyongyang.
2. Hamamoto Fukie: secuestrada en julio de 1978 en Fukui.
3. Hasuike Kaoru: secuestrado en julio de 1978 en Kashiwazaki, Niigata, con 20 años;
casado con Okudo Yukiko en mayo de 1980 (véase más abajo); dos hijos, de 21
y 18 años; traductor en la Academia de Ciencias de Pyongyang.
4. Okudo Yukiko: secuestrada en julio de 1978 en Kashiwazaki, con 22 años.
5. Soga Hitomi: secuestrada mientras iba de compras el 12 de agosto de 1978 en
la isla de Sado, donde trabajaba como niñera, con 19 años; casada con un ex mili-
tar estadounidense en 1980; dos hijas, de 19 y 17 años. (Se desconoce el paradero
de su madre, que desapareció con ella.)

Muertos
1. Arimoto Keiko, muerta el 4 de noviembre de 1988 junto a su marido e hijo,
envenenada con el gas procedente de una estufa; secuestrada en octubre de 1983
en Copenhague mientras estudiaba en Londres, con 23 años; casada con Ishioka
Toru en 1985; restos perdidos en un corrimiento de tierras en agosto de 1995.
2. Hara Tadaaki, muerto el 19 julio de 1986 de cirrosis hepática; secuestrado en
junio de 1980 en la Prefectura de Miyazaki, con 49 años; casado con Taguchi Yaeko
en octubre de 1984; sus restos desaparecieron en una inundación.
3. Ichikawa Shuichi, muerto el 4 de septiembre de 1979 ahogado (ataque al cora-
zón) en Wonsan; secuestrado en agosto de 1978 en Kagoshima, con 23 años; casa-
do con Masumoto Rumiko el 20 de abril de 1979 (véase más abajo); restos perdi-
dos en las inundaciones de julio de 1995 al reventar una presa.
4. Ishioka Toru, muerto el 4 noviembre de 1988: secuestrado el 7 de junio de 1980
en España, con 22 años; casado con Arimoto Keiko en diciembre de 1985.
5. Matsuki Kaoru, muerto el 23 de agosto de 1996 en accidente de tráfico; secues-
trado el 7 de junio de 1980 en España; sus restos fueron arrastrados por una inun-
dación pero se recuperaron más tarde; incinerado y vuelto a enterrar en una fosa
común el 30 de agosto de 2002.
6. Masumoto Rumiko, muerta el 17 de agosto de 1981 de un ataque al corazón;
secuestrada en agosto de 1978 en la Prefectura de Kagoshima, con 24 años; casa-
da con Ichikawa Shuichi el 20 de abril de 1979; restos perdidos en la inundación
de julio de 1995.
7. Taguchi Yaeko, muerta el 30 julio de 1986 en accidente de tráfico; secuestrada
en junio de 1978, con 22 años; casada con Hara Tadaaki en octubre de 1984; res-
tos desaparecidos en las inundaciones [también conocida como Lee Un Hye, la ins-
tructora de Kim Hyon Hi, agente norcoreano que puso la bomba en el vuelo 859
de las Líneas Aéreas Coreanas el 29 de noviembre de 1987].
8. Yokota Megumi, se suicida el 13 de marzo de 1993: secuestrada el 15 noviembre de
1977 en Niigata, con 13 años; casada con Kim Chol Ju in 1986; su hija Kim Hye Gyong
nació el 14 de septiembre de 1987 [también se la conocía como Ryu Myong Suk].

Lista confeccionada a partir de los datos recogidos en varios medios de comunicación.


Pyongyang admite el secuestro de siete personas, pero asegura que cinco de ellas viaja-
ron a Corea del Norte por su propia voluntad y que una fue secuestrada con ayuda de un
intermediario japonés. También asegura que las dos personas responsables de los secues-
tros, Chang Pong Rim y Kim Sung Chol, fueron juzgadas en 1998 y condenadas a muerte
y a quince años de prisión respectivamente. Los cinco supervivientes dijeron a los inves-
tigadores japoneses a finales de septiembre que «no les apetecía regresar a Japón».

10
De hecho, puede que Kim calculara mal al hacer tan importantes conce-

ARTÍCULOS
siones a Tokio en la reunión del 17 de septiembre. Probablemente supu-
so que esa confesión sería la vía más rápida hacia la resolución y consi-
guiente normalización, sin prever el escándalo que la cuestión de los
secuestros provocaría en Japón. Al renunciar a cualquier reclamación de
compensaciones oficiales por los crímenes del colonialismo japonés pro-
bablemente calculó que al final recibiría fondos de «ayuda» en torno
al billón y medio de yenes, o sea, 12.000 millones de dólares, poco más
o menos equivalentes a los 500 millones de dólares pagados a Corea del
Sur en 1975, una suma muy sustancial para el Norte financieramente indi-
gente11. Sin embargo, esas sumas sólo llegarán en forma de proyectos
condicionados y serán al menos tan beneficiosas para el sector japonés
de la construcción como para Corea del Norte. Tampoco serán fácilmen-
te aprobadas por la Dieta japonesa en las actuales circunstancias de res-
tricciones presupuestarias, a las que se suma el clima de aversión popu-
lar contra Corea del Norte atizado por los medios.

Repercusiones en Japón

Al igual que en la RPDC, la atención japonesa –e internacional– se ha


centrado casi exclusivamente en un lado de la historia. En lo que se refie-
re a los portavoces de Koizumi, el primer ministro había forzado la admi-
sión de culpabilidad de un Estado «indecoroso» (keshikaran)12. La cues-
tión de si Japón debería pagar compensaciones apenas se planteó, y el
hecho de que su propia petición de perdón llegara cincuenta y siete años
tarde se atribuyó, en todo caso, al carácter obstinado e irrazonable del
régimen de Corea del Norte, no a ninguna «obstinación» o «irracionalidad»
de Tokio. Un comentarista japonés trató de situar todo esto en su con-
texto, cuestionando la normalidad de un Japón que

había invadido un país vecino y lo había convertido en una colonia; se ha-


bía apoderado de las tierras, nombres, lengua, ciudades y aldeas de ese
país; había asesinado a los que se resistían, secuestrando por la fuerza y
dispersando en varias zonas de guerra a los jóvenes como peones y sol-
dados del ejército imperial y a las mujeres como «acogedoras», con el coste
de incontables vidas; y luego, durante cincuenta y siete años, no había
pedido perdón ni ofrecido reparaciones13.

11
Cuando Kanemaru Shin, del Partido Liberal Demócrata, viajó encabezando una delega-
ción de parlamentarios a Pyongyang en 1990, la cifra discutida fue de 8.000 millones de
dólares; véase Asahi Shimbun, 16 de septiembre de 2002. Se dice que Richard Armitage,
vicesecretario de Estado norteamericano, comentó a Koizumi en la reunión que ambos man-
tuvieron en Tokio el 27 de agosto de 2002 que la cifra de 12.000 millones de dólares sería
la adecuada; véase el Weekly Post, 9-15 de septiembre de 2002.
12
En un mitin electoral; véase el Mainichi shimbun, 14 de octubre de 2002.
13
Shu–kan Kinyo–bi, 27 de septiembre de 2002.

11
El respetado novelista coreano-nipón Kim Sok Pon denunció tanto a
ARTÍCULOS
Corea del Norte –por los secuestros y por su acto «traidor y vergonzoso»
de abandonar la petición de reparaciones– como a Japón por su «amne-
sia histórica»14.

Tales voces quedaron no obstante ahogadas por un coro de congoja y


cólera autojustificativa. Las revelaciones del 17 de septiembre suscitaron
en Japón un estado de ánimo general que algunos compararon al de
Estados Unidos tras el 11 de septiembre. La opinión pública se vio agita-
da por un tumulto de emociones: compasión por el dolor sufrido por las
familias de los secuestrados, combinada con el miedo y el escándalo fren-
te a hechos sencillamente inadmisibles; furor y deseo de venganza hacia
Corea; irritación con el gobierno japonés, y en particular con el Ministerio
de Asuntos Exteriores, por sus vacilaciones, incompetencia y disimulo;
resentimiento porque Japón no hubiera enseñado a Corea del Norte a
comportarse como «un Estado normal»...

Cuando a finales de septiembre de 2002 los cinco secuestrados supervi-


vientes dijeron a los investigadores japoneses que «no les apetecía regre-
sar a Japón», todos lo atribuyeron al lavado de cerebro. Tras intensas pre-
siones de Tokio, los secuestrados –pero no sus seis hijos– viajaron a
Japón el 15 de octubre. Su negativa a hablar mal de Corea del Norte ante
la prensa japonesa fue entendida como una demostración de que no
podían expresarse libremente, y se juzgó increíble su afirmación de que
su visita sería breve y que tras ella regresarían a Pyongyang. Se organizó
una frenética campaña para pedirles que se quedaran. El 24 de octubre
el secretario-jefe del gabinete Fukuda Yasuo anunció que, pese al acuer-
do de que volverían al cabo de dos semanas, a los cinco desventurados
no se les permitiría regresar «fueran cuales fueran sus intenciones». Como
explicó el Japan Times, era «esencial» que permanecieran en Japón «hasta
que pudieran manifestar su libre voluntad». Tokio exigió además la entre-
ga de los hijos de los secuestrados, que proseguían su vida en Pyongyang
sin saber, como señalaba el Asahi Shimbun, que sus padres eran japone-
ses, y menos japoneses secuestrados, o que se les mantenía retenidos sin
permitirles regresar a casa15.

Cuando los delegados japoneses y norcoreanos se reunieron en Kuala


Lumpur a finales de octubre de 2002, la exigencia japonesa del «regreso»
–esto es, la entrega– de los hijos fue un punto de fricción importante. Para
Tokio los hijos eran incuestionablemente «japoneses», lo supieran o no, y
por lo tanto pertenecían a Japón. Los norcoreanos señalaron que Tokio
estaba vulnerando el acuerdo establecido de que los cinco secuestrados
visitarían Japón durante un máximo de dos semanas; los hijos no podían

14
Asahi.com, 27 de octubre de 2002.
15
Yomiuri, 25 de octubre de 2002; Japan Times, 25 de octubre de 2002; Asahi Shimbun,
25 de octubre de 2002.

12
ser «entregados» (por la fuerza, como se deducía de la postura japonesa).

ARTÍCULOS
Pyongyang tenía sin duda razón al opinar que eran las propias familias
las que debían decidir dónde deseaban vivir, para lo que era indispensa-
bles que primero se reunieran en sus hogares norcoreanos. Y aunque
Pyongyang apenas insistía en ello, Tokio, al decidir que se quedaran «per-
manentemente» en Japón, parecía estar vulnerando el artículo 22 de la
Constitución japonesa, que precisa que «cualquier persona tendrá libertad
para elegir y cambiar su residencia [...]. La libertad de cualquier persona para
trasladarse a un país extranjero y para renunciar a su nacionalidad será
inviolable». Con todo, fue a los delegados norcoreanos a los que se exhor-
tó a mostrar más «sinceridad», diciéndoles que «Japón y Corea del Norte
parecían otorgar un valor diferente a la vida de las personas». Apenas un
mes después del 17 de septiembre la petición de perdón japonesa pare-
cía ya olvidada16.

La historia más patética es quizá la de la joven de quince años Kim Hye


Gyong. Su madre, Yokota Megumi, fue secuestrada cuando volvía a casa
de jugar al bádminton en 1977, cuando sólo tenía trece años, y conduci-
da a la RPDC. En 1986 se casó con el norcoreano Kim Chol Yu y un año
más tarde tuvo a Kim. Yokota, que sufría de depresión según Pyongyang,
se suicidó en 1993, cuando su hija tenía cinco años. Ni la sabiduría de
Salomón sería suficiente para decidir en este caso: los padres de Yokota,
cuya vida quedó trastornada por el secuestro, piden ahora el «regreso» de
su nieta, que ha vivido desde que nació en la RPDC, reclamando la cus-
todia a su padre coreano. Se ha desatado un diluvio de intentos japone-
ses para convencer a esa adolescente de que deje su hogar y «visite» a sus
abuelos en Japón. Entrevistada para la televisión japonesa, preguntó entre
lágrimas por qué sus abuelos, que habían prometido a ir a verla, insistían
ahora por el contrario en que fuera ella a visitarlos. Éstos respondieron
con el señuelo de un viaje a Disneylandia. Las declaraciones del gobier-
no japonés dejan entender, aunque no a Kim, que no se le permitiría
regresar, como les ha sucedido a los cinco «retornados». La tragedia de los
secuestrados parece proseguir, ya que mientras se exaltan en abstracto
sus derechos y deseos, en la práctica quedan subordinados al amour pro-
pre de la opinión pública japonesa.

En las semanas que siguieron al dramático encuentro de septiembre,


Corea del Norte ofreció más información sobre la suerte de los secues-
trados. Los ocho que habían muerto parecían haberlo hecho en circuns-
tancias muy extrañas: dos resultaron envenenados por una estufa defec-
tuosa, dos murieron en accidentes de tráfico (en un país donde el tráfico

16
Asahi.com, 30 de octubre de 2002; «Talks on hold until Pyongyang affirms family reu-
nion», Japan Times, 1 noviembre de 2002; Daily Yomiuri Online, 1 noviembre de 2002. Los
japoneses también anunciaron que pedirían reparaciones por los secuestrados, pese a que
Japón siempre ha descartado cualquier tipo de compensación por las «acogedoras» corea-
nas, los trabajadores esclavos y demás víctimas de la era colonial.

13
es muy escaso), dos sufrieron ataques al corazón (uno mientras nadaba),
ARTÍCULOS
otro cirrosis hepática y otra se suicidó. Además, los restos de casi todos
ellos habían «desaparecido en las inundaciones». En Japón, las exaspera-
das e incrédulas familias de las víctimas denunciaron la documentación
proporcionada por Pyongyang como una falsificación e insistieron en que
los supervivientes fueran devueltos, si era preciso «por la fuerza» (muri-
yari ni)17. Fuentes surcoreanas han sugerido que los que murieron pudie-
ron haber sido enviados a campos de trabajo en las montañas por negarse a
lo que los coreanos llaman chonhyang y los japoneses tenkô: la sumisión
a la Idea Juché («autosuficiencia»), ideología oficial de la RPDC. En Japón
se especuló con la posibilidad de que quizá simplemente supieran dema-
siado. La policía japonesa piensa ahora que puede haber muchos más
secuestrados que los que se sospechaba al principio, quizás hasta cuaren-
ta. Se habla también de gente de otras nacionalidades –europeos, árabes,
chinos– así como de más de 400 surcoreanos secuestrados, según Seúl,
desde 195318.

El secuestro es, no obstante, un fenómeno curioso. La coacción inicial es


evidente, pero en varios casos, al menos, los secuestrados parecen haber-
se acomodado bastante bien al sistema norcoreano. Los cinco japoneses
que volvieron a Tokio en octubre, tras más de veinte años en la RPDC, al
parecer lo hicieron como leales norcoreanos partidarios de Kim Yong Il.
Quizás el caso más extraordinario es el de dos surcoreanos, el director de
cine Shin Sang-Ok y la actriz Ch’oe Hyun-hi. Fueron secuestrados en 1978
y realizaron juntos varias películas en los estudios de Pyongyang, antes
de escapar en 1986. Ambos insisten en que Kim Yong Il estuvo directa-
mente implicado en su secuestro, impulsado por su obsesión de mejorar
la calidad del cine norcoreano. En noviembre de 2001 Shin presidió el
jurado del festival internacional de cine de Pusan en Corea del Sur; refle-
xionando sobre su carrera en Seúl, Pyongyang y Hollywood, indicó que
a su juicio su mejor película era Fugitivo, una de las que había realizado
para Kim Yong Il. Paradójicamente, esa película fue retirada de los cines
de Corea del Sur por orden del fiscal general19.

Historia de terror

Ni que decir tiene que las principales víctimas del Estado norcoreano son,
y siempre han sido, los propios habitantes de Corea del Norte. Existe un

17
Palabras de uno de los representantes de las familias a NHK News, 3 de octubre de 2002.
18
De una carta de la organización de familiares de los japoneses secuestrados al primer
ministro, 19 de marzo de 2002, www.geocities.co.jp. Sobre los «442 secuestrados» que según
Corea del Sur permanecen aún en Corea del Norte, véase «A Draft Bill of Indictment of Kim
Jong Il», presentado en abril de 1999 por la Conferencia Nacional por la Libertad y la
Democracia con base en Seúl.
19
«Film Guru Shin Sang Ok Tells of Kim Jong Il», Seoul Times, noviembre de 2001.

14
acuerdo general sobre los hechos básicos. Se cree que aproximadamente

ARTÍCULOS
200.000 personas –un poco menos del 1 por 100 de la población, que
ronda los 23 millones de habitantes– son mantenidas en campos de traba-
jo, y se estima asimismo que entre uno y dos millones –del 5 al 10 por 100–
han muerto de hambre; y que cientos de miles de refugiados han huido,
en su mayoría a China. Aunque la peculiar combinación de terror y movi-
lización de la RPDC ha ido perdiendo poco a poco su coherencia desde
que terminó la Guerra Fría, el sistema sigue todavía en pie, bajo la auto-
ridad absoluta del «querido líder», Kim Yong Il.

En un contexto histórico, sin embargo, el balance de Corea del Norte en


ese apartado palidece frente al sufrimiento infligido por Japón y las super-
potencias –no sólo Estados Unidos– al pueblo coreano. La etiqueta de
«Estado terrorista» utilizada por Washington no permite entender ese pasa-
do ni ofrece una guía para el presente o el futuro. En el nordeste de Asia
no se ha conocido la «normalidad» en todo un siglo. La más somera digre-
sión sobre la experiencia histórica del terror en la región demuestra la
ambigüedad del concepto. El héroe nacional más respetado y honrado en
toda la península de Corea es An Chong Gun, quien asesinó en 1909 al
embajador japonés Ito Hirobumi. Para Tokio –y sin duda para el resto del
mundo– Chong era simplemente un «terrorista». Koizumi, por su parte, se
ha esforzado por mostrar su profundo respeto hacia los bien cuidados
sepulcros de los terroristas japoneses que, en nombre y con la bendición
del emperador, asolaron Asia durante las décadas de 1930 y 1940; sobre
todo por los precursores japoneses de los terroristas suicidas del 11 de
septiembre, los kamikazes. Un aspecto central del terror durante esos
años fue el secuestro por parte del Japón imperial de cientos de miles
de jóvenes coreanos sometidos a trabajos forzados o al servicio militar
y de mujeres convertidas en prostitutas para los militares. El Estado japo-
nés apenas ha comenzado a reconocer su responsabilidad por sus crí-
menes.

Para Corea, el terror del imperio japonés fue inmediatamente seguido,


desde 1945, por otra ocupación extranjera y una partición de facto cuan-
do los estadounidenses ocuparon la mitad meridional de la península y
la Unión Soviética la septentrional. La guerra de 1950-1953 comenzó como
una guerra civil para reunificar un país dividido por potencias extranje-
ras. La intervención internacional –en primer lugar y ante todo de Estados
Unidos, y luego de China– la convirtieron en una conflagración más vasta.
Se han dedicado grandes esfuerzos a presentar a Corea del Norte como
un régimen excepcionalmente inhumano durante este periodo, responsa-
ble del terrorismo y las masacres más brutales. Aunque su comporta-
miento no deja de ser censurable, también está claro ahora que las mayo-
res atrocidades en aquella guerra fueron las cometidas primero por Corea
del Sur en Nogunri, Taejon y otros lugares, y luego por Estados Unidos,
cuya destrucción deliberada de las presas, centrales eléctricas e infraes-
tructura social en toda la región septentrional supuso una violación des-
carada de la ley internacional. La estrategia militar estadounidense de la

15
época consistía en no dejar «piedra sobre piedra», sembrando el terror con
ARTÍCULOS
todos los medios a su alcance20.

En la república de Corea del Sur, proclamada en 1948, la violencia de la


guerra sólo fue desapareciendo poco a poco. El asesinato, la tortura y el
secuestro a cargo de instituciones del Estado siguió siendo habitual hasta
la revolución democrática de 1987. Entre 1967 y 1969 más de un centenar
de estudiantes, artistas e intelectuales, residentes en Europa y Norteamérica,
fueron llevados por la fuerza a Seúl, acusados de espionaje, torturados,
declarados culpables y en muchos casos condenados a muerte o a largas
penas de prisión. Entre ellos se encontraba Yun I-Sang, considerado ahora
como uno de los más importantes compositores coreanos y alemanes del
siglo XX. Su condena a muerte fue finalmente conmutada, pero la tortu-
ra dejó sobre él una marca de la que nunca se recobró del todo; murió
en 1995. Otros, como Park No Su (Francis Park), estudiante en Oxford,
fueron simplemente ejecutados. En 1973 Kim Dae Yung, el actual presi-
dente de la República de Corea, fue secuestrado por agentes de la CIA
surcoreana en un hotel de Tokio; también él escapó por poco con vida.
Aquel incidente fue enterrado en silencio por los dos gobiernos y nunca
se ha investigado a fondo, y mucho menos se han ofrecido excusas o una
compensación. El terrorismo de Estado del régimen militar de Corea del
Sur –respaldado hasta el límite por Estados Unidos y Japón– alcanzó su
apogeo en 1980, cuando cientos, si no miles, de surcoreanos fueron
masacrados en Kwangju. Vale la pena recordar, sin embargo, que fue el
triunfo del movimiento de las masas populares, dirigido por trabajadores
y estudiantes, el que puso fin a aquel régimen de terror. Ahora como
entonces es el propio pueblo coreano, y no los extranjeros, el que mejor
puede resolver el problema del Norte21.

Vivir bajo la amenaza atómica

Corea del Norte cuenta con pocas bazas. La nuclear ha sido su comodín
durante más de una década. Hay que recordar que el país está familiari-
zado con el terror nuclear, ya que ha estado amenazado por él durante
medio siglo. En el invierno de 1950 el general MacArthur pidió permiso
para lanzar «entre treinta y cincuenta bombas atómicas», creando una
muralla de cobalto radiactivo a lo largo del istmo de la península corea-
na. Durante la guerra de Corea la Junta de Jefes de Estado Mayor deli-
beró sobre el posible uso de la bomba y estuvo a punto de lanzarla en
varias ocasiones. En la operación Hudson Harbour, a finales de 1951, se

20
Jon HALLIDAY y Bruce CUMINGS, Korea – The Unknown War, Londres, 1988; Stewart LONE
y Gavan MCCORMACK, Korea since 1850, Nueva York, 1993, pp. 119-122; Bruce CUMINGS,
«Occurrence at Nogunri bridge», Critical Asian Studies 33, 4 (diciembre de 2001).
21
Véase el informe de un superviviente, Suh SUNG, Unbroken Spirit: Nineteen Years in the
South Korean Gulag, Lanham (MD), 2001.

16
envió un B52 hacia Pyongyang simulando que iba cargado con una bomba

ARTÍCULOS
atómica con el fin de provocar el terror, como indudablemente sucedió.
Desde 1957 Estados Unidos mantuvo un arsenal de armas nucleares cerca de
la zona desmilitarizada, destinado a intimidar al norte entonces no nucleari-
zado. No se retiró hasta 1991, bajo la presión del movimiento pacifista sur-
coreano; pero Estados Unidos mantuvo sus ensayos de un bombardeo
nuclear de gran alcance sobre Corea del Norte al menos hasta 1998, y pro-
bablemente hasta ahora mismo22. La RPDC no pide que Estados Unidos se
disculpe, pero quiere que se ponga fin a la amenaza de aniquilación
nuclear, bajo la que ha vivido más tiempo que ningún otro país.

Corea del Norte sabe que el mundo está lleno de hipocresía nuclear. Los
países no nuclearizados se humillan ante el privilegio de las grandes
potencias que poseen la bomba, por más que les disguste ese monopo-
lio. Saben que la entrada en el «club nuclear» significa paradójicamente
ganarse el respeto de los actuales miembros, al mismo tiempo que una
amenaza de aniquilación para los que quedan fuera. Mientras Washington
exige que otros países renuncien a sus planes nucleares, se ha negado a
ratificar el tratado de prohibición de ensayos nucleares y reafirma su pre-
tensión de proseguir la militarización del espacio. Además de su arsenal
estimado en 9.000 armas nucleares, Estados Unidos ha utilizado en varias
ocasiones uranio empobrecido, tanto en la guerra del Golfo como en los
Balcanes; últimamente se está presionando al Congreso para que autori-
ce la producción de «potentes taladros nucleares» que podrían utilizarse
contra búnkeres y complejos subterráneos.

En 1993 los informes de la inteligencia estadounidense de que Corea del


Norte estaba desarrollando un programa nuclear basado en el plutonio
amagaron una nueva guerra. Sin embargo, se juzgó demasiado elevado el
coste de la puesta en práctica del plan de operaciones 5.027 del Pentágono.
Se estimaba que «de reanudarse una guerra a gran escala en la península
moriría en torno al millón de personas, entre ellos, de ochenta a cien mil
estadounidenses, que los gastos de Estados Unidos superarían los 100.000
millones de dólares, y que la destrucción de propiedades e interrupción
de actividades industriales supondrían más de 1 billón de dólares»23. Por
mucho que le hubiera gustado forzar un «cambio de régimen» en Pyongyang,
como en Bagdad, Estados Unidos se vio obligado a negociar. Carter viajó
a la RPDC en junio de 1994 y se alcanzó un pacto conocido como el «Acuer-
do Marco» de Ginebra: bajo los auspicios de la Organización de Desarrollo
Energético coreana, Corea del Norte abandonaría su programa a cambio de
dos reactores para la generación de electricidad, que se instalarían en 2003,
y una compra anual de 3,3 millones de barriles de petróleo, mientras que

22
J. Halliday y B. Cumings, Unknown War, cit., pp. 128, 163; Hans KRISTENSEN, «Preemptive
posturing», Bulletin of Atomic Scientists 58, 5 (septiembre-octubre de 2002), pp. 54-59.
23
Don OBERDORFER, The Two Koreas: A Contemporary History, Londres, 1998, p. 324.

17
Estados Unidos se comprometía a avanzar hacia la «completa normaliza-
ARTÍCULOS
ción de relaciones políticas y económicas». Pyongyang, según concluye el
principal estudio sobre estos acontecimientos, utilizó la baza nuclear «bri-
llantemente, obligando al país más rico y poderoso del mundo a abrir
negociaciones y hacer concesiones a uno de los más pobres»24.

Estados Unidos fue reacia desde un principio al Acuerdo Marco; hay indi-
cios de que Washington esperaba que Corea del Norte colapsara antes de
que se instalaran los reactores. El compromiso de «2003» nunca se tomó en
serio: los retrasos fueron sistemáticos y la construcción no se inició has-
ta 2002. Hasta finales de la década, como muy pronto, no se podrá empezar
a producir energía eléctrica. Sobre el avance hacia la «completa normali-
zación» de relaciones –un aspecto decisivo del acuerdo para Pyongyang–,
el progreso ha sido igualmente lento, acelerándose sólo los últimos meses
de la presidencia de Clinton, cuando se produjo un intercambio de visi-
tas entre la mano derecha de Kim Yong Il, el mariscal Yo Myong Rok, y
la secretaria de Estado norteamericana Madeleine Albright.

Desde 1998, aproximadamente, los espías estadounidenses parecen haber


descubierto que la RPDC se dedicaba al enriquecimiento del uranio.
Todavía no está claro si detectaron una gran señal térmica en el proceso
industrial, filtrada a la atmósfera y observable con sensores infrarrojos
desde satélites o aviones, si rastrearon la compra de equipo especializa-
do (posiblemente en Pakistán) o si se trató de una combinación de ambas
vías. El enriquecimiento del uranio, conviene señalarlo, no quedaba
cubierto por el Acuerdo Marco. Tampoco está del todo claro qué proce-
sos ha estado desarrollando exactamente la RPDC. En las armas nuclea-
res solamente se puede utilizar uranio muy enriquecido; con niveles más
bajos de enriquecimiento se utiliza en reactores, aunque no en el tipo de
reactores que Corea del Norte estaba construyendo a comienzos de la
década de 199025.

Koizumi fue informado de todo esto en Washington el 12 de septiembre


de 2002, cinco días antes de su encuentro con Kim Yong Il. Pero aunque
la Declaración de Pyongyang contenía una confirmación de que ambas
partes se comprometían a cumplir «todos los acuerdos internacionales»
sobre cuestiones nucleares, en opinión de Washington Koizumi no pre-
sionó lo suficiente. El 3 de octubre un enviado especial del presidente, el
vicesecretario de Estado James Kelly, viajó a Corea del Norte para «insis-
tir más en la cuestión nuclear». Se esperaba que Pyongyang rechazara las

24
«Agreed Framework between the United States of America and the Democratic People’s
Republic of Korea», Ginebra, 21 de octubre de 1994; Oberdorfer, The Two Koreas, cit., p. 336.
Esa cantidad de petróleo supone únicamente el 15 por 100 del consumo anual de Corea del
Norte.
25
Véase Peter HAYES, «The Agreed Framework is Dead, Long live the Agreed Framework!»,
Nautilus Institute, octubre de 2002.

18
acusaciones, lo que serviría como excusa para desechar el Acuerdo Marco.

ARTÍCULOS
Con una actitud prepotente, Kelly exigió a Corea del Norte «que alterara
sustancialmente su comportamiento en toda una serie de cuestiones,
entre ellas los programas de armas de destrucción masiva, la fabricación
y exportación de misiles balísticos, las amenazas a sus vecinos, etc.»26.
Pero en lugar de rechazar las acusaciones, el primer viceministro Kang
Song Yu admitió –según Kelly– que estaban trabajando en el programa
de enriquecimiento del uranio y «otras armas aún más potentes».

Cabe hacerse varias preguntas sobre lo que realmente sucedió: ¿qué es


lo que admitió exactamente Kang –el negociador más experimentado de
Pyongyang, figura central de las negociaciones de 1994– y con qué inten-
ción? Una declaración oficial de la agencia central de noticias coreana
exponía simplemente que «la RPDC dejó muy claro al enviado especial
del presidente estadounidense su derecho a poseer no sólo armas nuclea-
res sino cualquier tipo de armas aún más poderosas, así como a defen-
der su soberanía y su derecho a la existencia frente a la amenaza nucle-
ar cada vez mayor de Estados Unidos». Corea del Norte declaró a la ONU
que había comprado efectivamente dispositivos para el enriquecimiento
del uranio, pero que todavía no los había puesto en funcionamiento27. Es
discutible si la posesión de un «dispositivo» equivale a un «programa», pero
Corea del Norte no ha realizado por el momento ninguna de las pruebas
esenciales para el desarrollo de ese tipo de armas. Según el Acuerdo Marco
la RPDC quedaba obligada a permitir inspecciones de la Agencia Inter-
nacional de Energía Atómica, pero sólo cuando se hubiera completado «una
parte significativa» de los reactores y antes de la entrega de «componentes
nucleares clave». Dado que durante tanto tiempo no ha habido progresos en
el frente que de la Organización para el Desarrollo de la Energía en Corea
(KEDO), Pyongyang puede haber llegado la conclusión de que esa obliga-
ción, como los reactores prometidos, ha quedado pospuesta.

En Seúl se pensó que Washington podía haber «entendido mal» y quizá


incluso distorsionado deliberadamente las palabras de Kang. El principal
consejero presidencial de Kim Dae Yung también cuestionó la oportuni-
dad de la revelación estadounidense pocos días después de la visita de
Koizumi y cuando la cooperación económica entre Corea del Norte y
Corea del Sur parecía ir cobrando impulso. Así y todo, el 16 de octubre
el portavoz de la Casa Blanca, Sean McCormack, anunció que Pyongyang
estaba «vulnerando materialmente» su acuerdo. Washington se daba así
una excusa para obstaculizar las aperturas de la región hacia Corea del
Norte, insistiendo en que sus «aliados del nordeste de Asia» marchasen a

26
Los interlocutores de Kelly en Pyongyang lo describieron como «extremadamente displicen-
te y arrogante»: Alexandre MANSOUROV, «The Kelly Process», NAPSNET, 22 de octubre de 2002.
27
«North Korea Floats Non-Aggression Pact with US to End Nuclear Crisis», Agencia France-
Presse, 25 de octubre de 2002; «North: Uranium Device Not Used», Asahi Shimbun, 29 de
octubre de 2002.

19
partir de ahora «al unísono» en cuanto a las sanciones políticas y econó-
ARTÍCULOS
micas. El 14 de noviembre la dirección de la KEDO anunció que suspen-
día las entregas de fuel a partir de la prevista para diciembre.

En cuanto a los objetivos de Pyongyang, la interpretación quizá más creíble


es la que ofreció el Ministerio de Unificación de Seúl: «Su auténtico objetivo
no es proseguir el programa de desarrollo nuclear, sino un avance sustan-
cial en las relaciones con Estados Unidos». Alexandre Mansourov ha argu-
mentado de forma parecida: «La RPDC ha venido impulsando clandestina-
mente, como poco desde finales de la década de 1990, un programa
alternativo nuclear de I+D como protección contra un posible colapso del
Acuerdo Marco [...]. Por un lado, Kim Yong Il respondía así a lo que al pare-
cer entendía como amenazas de Kelly con una disimulada amenaza nuclear
propia; por otro lado, presentaba una oferta de compromiso global». En su
opinión, la iniciativa de Kim no era una «bravuconada irracional» sino «diplo-
macia coercitiva premeditada». El cálculo de Pyongyang puede ser entendi-
do como fríamente racional, basado en el conocimiento de que un progra-
ma nuclear es algo que Estados Unidos suele tomarse en serio28.

«La Gran Bretaña de Asia oriental»

En Japón el apoyo a Koizumi aumentó inmediatamente después de su


visita a Pyongyang, hasta alcanzar casi el nivel que tenía cuando entró
funciones a comienzos de 2001, y las encuestas indicaban un fuerte
apoyo a las iniciativas hacia la normalización29. Pero la irritación y la hos-
tilidad hacia la RPDC se intensificaron cuando se conoció la suerte de los
secuestrados. Se extendió de nuevo el peculiar fenómeno japonés de la
violencia desplazada, cuando varios escolares con ropas coreanas fueron
insultados y golpeados, o amenazados con navajas en el metro o en las
calles de Tokio, Osaka y otras ciudades. Desde los barrios altos se pidie-
ron represalias, hubo que poner vigilantes ante las instituciones coreanas
y se informó de amenazas de muerte30. Creció la oposición a la normali-
zación. El 19 de septiembre el Asahi Shimbun, portavoz de la corriente
mayoritaria liberal, se preguntaba: «¿Es realmente necesario establecer
relaciones diplomáticas con un país tan criminal?».

28
Asahi Shimbun, 19 de octubre de 2002; A. Mansourov, «The Kelly Process», cit., p. 3;
Andrew MACK, «North Korea’s Latest Nuclear Gambit», NAPSNET, Special Report, 21 de octu-
bre de 2002.
29
El 19 de septiembre una encuesta publicada en Asahi Shimbun revelaba un apoyo del
81 por 100 a las conversaciones, y del 58 por 100 en favor de avanzar hacia la normalización.
El 7 de octubre el apoyo a la reanudación de las negociaciones había caído al 44 por 100,
pero el 58 por 100 seguía apoyando el proyecto de normalización «a largo plazo»: «Poll: 88
por 100 Don’t Trust North Korea», Asahi.com.
30
Tales actos suelen ocurrir siempre que se produce una «crisis» coreana, como cuando se
estancaron las negociaciones sobre armas nucleares en 1994 y cuando la RPDC lanzó el misil
Taepodong en 1998.

20
Todo esto tiene mucho que ver con el contexto político interno. Se habla

ARTÍCULOS
insistentemente de inminentes iniciativas para desplazar a Koizumi, escin-
dir y reorganizar los principales partidos políticos e instaurar un nuevo
gobierno bajo la dirección de Ishihara Shintarô, el gobernador de Tokio,
quien comentó recientemente en Newsweek que la única forma de resol-
ver el problema de Corea del Norte sería declararle la guerra31. Antes de
eso, sus manifestaciones más famosas fueron la negación de la masacre
de Nanquín32, la llamada a las fuerzas de autodefensa japonesas a estar
dispuestas para aplastar a los delincuentes chinos y coreanos inmigrados
a Japón (Sangokujin), el rechazo de la Constitución como una imposi-
ción estadounidense y su declaración a un comité de la Dieta de que
había comenzado la Tercera Guerra Mundial para la liberación de Asia
del dominio blanco. Todo eso ha convertido indiscutiblemente a Ishihara
en el político más popular de Japón, con fuertes apoyos para convertir-
se en primer ministro. Un elemento vital de la agenda de Koizumi ha
sido recortar esos apoyos, obteniendo bajo presión el perdón de anti-
guas colonias, entre otras cosas. Desde el 17 de septiembre Ishihara ha
quedado temporalmente marginado, pero evidentemente la historia no
acaba ahí.

También existe la perspectiva, sea cual sea la fracción del Partido Liberal
Demócrata que se haga con el control del proceso de normalización –y
de los subsiguientes programas de «ayuda al desarrollo»–, de lucrativas
oportunidades de negocios para sus socios del sector de la construcción,
duramente golpeado por la recesión, en las carreteras, puentes, presas,
centrales eléctricas, vías ferroviarias y otros elementos de la infraestructu-
ra norcoreana. En la década de 1960 la fracción dominante obtuvo signi-
ficativas ganancias de operaciones parecidas cuando se normalizaron las
relaciones con Corea del Sur. Una perspectiva similar embelesa segura-
mente a los partidarios incondicionales del Estado constructor japonés:
para el doken kokka Corea del Norte representa un territorio virgen con
un potencial casi ilimitado, libre de los inconvenientes de eventuales pro-
testas de la sociedad civil33.

También se ha dicho que tal apertura podría tentar a Tokio al estableci-


miento de una política exterior independiente, lo que constituye una
pesadilla largamente temida por Washington. Para el Pentágono sigue
siendo fundamental que Japón «siga dependiendo de la protección esta-
dounidense». Cualquier intento de sustituirla por un acuerdo con China

31
Newsweek, edición internacional, 10 de junio de 2002.
32
En diciembre de 1937 esa ciudad china cayó en manos del ejército japonés, que durante
seis semanas ejerció una represión brutal, que provocó cerca de 300.000 víctimas; véase al
respecto, por ejemplo, http://museums.cnd.org/njmassacre/ o http://www.arts.cuhk/Nan-
jingMassacre/NM.html [N. del T.].
33
Véanse interesantes especulaciones al respecto en «Struggle for control of development
project», Weekly Post, 23-29 de septiembre de 2002.

21
supondría «un golpe fatal a la influencia política y militar estadounidense
ARTÍCULOS
en Asia oriental»34. Si se relajaran las tensiones en las relaciones entre
Japón y Corea del Norte, así como entre ambas Coreas, la finalidad de las
bases estadounidenses en la zona –especialmente la de Okinawa– y la
incorporación total y absoluta de Japón al proyecto hegemónico global
estadounidense resultarían posiblemente muy cuestionables.

¿Independencia japonesa?

La actual crisis económica, política y social de Japón se considera a menu-


do derivada de las estructuras de dependencia establecidas durante la
ocupación estadounidense de posguerra (aplaudidas por las elites japo-
nesas). Su nacionalismo se ha entendido, pues, como un tipo distorsio-
nado de «neonacionalismo», ya sea «comprador» o «parásito», en el sentido
de combinar un énfasis exagerado en la retórica y el simbolismo nacio-
nales con la arraigada subordinación militar y política (a Estados
Unidos)35. Según esa opinión, los problemas de Japón no comenzarán a
resolverse hasta que se alce sobre sus propios pies y dé prioridad a sus
propios intereses nacionales, regionales y globales sobre los de
Washington. Cabe señalar que varios ex funcionarios de alto nivel han
expresado recientemente preocupaciones semejantes.

Por ejemplo, Taniguchi Makoto, ex embajador de Japón ante la ONU y


antiguo vicesecretario general de la OCDE, ha pedido una reconsidera-
ción radical de la predisposición del Ministerio de Asuntos Exteriores a
«seguir a Estados Unidos» y la adopción de una política exterior multilate-
ral centrada en Asia. Describe la preponderante dependencia de Estados
Unidos como un amor no correspondido. Takeoka Katsumi, ex secretario
general de la Agencia de Defensa, ha argumentado que no hay fuerza en
Asia oriental capaz de invadir Japón, y que por lo tanto muchas de las
medidas adoptadas por instigación estadounidense como respuesta al 11 de
septiembre son «una completa locura militar». Akiyama Masahiro, ex vice-
director de la Agencia de Defensa, opinaba que «para que Japón se con-
vierta en un verdadero socio de Estados Unidos, debería darle severos
consejos cuando fuera necesario». Iccho Ito, alcalde de Nagasaki, se decla-
ró «horrorizado» por las recientes iniciativas de Estados Unidos en su
declaración anual con motivo del aniversario de la destrucción nuclear de
su ciudad. En la misma ocasión el alcalde de Hiroshima afirmó que «el

34
Zalmay KHALILZAD et al., «The United States and Asia: toward a New U.S. Strategy and
Force Posture» [«The Rand Report»], Washington, 2001, p. 15.
35
Véase mi «Introducción» a la 2.a edición revisada de The Emptiness of Japanese Affluence,
Nueva York, 2001; Ishida HIDENARI, Ukai SATOSHI, Komori YO- ICHI, Takahashi TETSUYA, «21 seiki
no manifesuto – datsu “parasaito nashonarizumu”», Sekai, agosto de 2000; Ishikawa Masu-
mi, Tanaka SHU- SEI y Yamaguchi JIRO- , Do- suru, Nihon no seiji, Tokio, Iwanami bukkuretto,
núm. 519, octubre de 2000, p. 52.

22
gobierno de Estados Unidos no tiene derecho a forzar una Pax Americana

ARTÍCULOS
sobre el resto de nosotros, ni a decidir unilateralmente el destino del
mundo»36.

En cuanto al sector privado, Terashima Jitsurô, director del Instituto de In-


vestigación sobre Problemas Globales Mitsui, también juzga que los pro-
blemas actuales de Japón se deben a los cincuenta años durante los que se
ha acostumbrado a ver el mundo a través de las lentes estadounidenses.
Previendo un periodo de gran confusión para Japón bajo la nueva doc-
trina estadounidense de política exterior, cree que ha llegado el momen-
to de que Tokio responda desarrollando una doctrina autónoma propia;
y a largo plazo, poniendo fin a la presencia militar extranjera en su terri-
torio37. También hay un foso cada vez mayor entre los sentimientos popu-
lares de uno y otro país. En septiembre de 2002 el apoyo japonés a un
ataque contra Irak era tan sólo del 14 por 100, mientras que el 77 por 100
se oponía; en Estados Unidos las cifras eran del 57 y el 32 por 100 res-
pectivamente. El 50 por 100 de los japoneses creen que Estados Unidos
supone una mala influencia para la seguridad global; sólo el 23 por 100
cree que esa influencia sea positiva38.

Mucho depende de cómo evolucione la contienda interna japonesa. Aun-


que muchos comentaristas de izquierda y liberales han apoyado la apertura
hacia Pyongyang, el ala derecha neonacionalista –que siempre ha consi-
derado a la RPDC con extrema antipatía ocultando apenas su desprecio por
todos los coreanos– pudo decir: ya os lo habíamos avisado. Tras el 17 de
septiembre la aprobación de las leyes de «emergencia» del gobierno, pos-
puestas en el verano, parece mucho más factible. La reforma constitucio-
nal con respecto al papel militar de Japón y la reapertura de la cuestión
nuclear están de nuevo en la agenda. En ese contexto, las presiones de
Washington sobre Japón para que amplíe su horizonte defensivo –apo-
yando operaciones coaligadas como socio de pleno derecho al estilo de
la OTAN, desempeñando el papel de «Gran Bretaña de Asia oriental»–
suponen un potencial para fricciones reales39.

Hay quienes han argumentado que la visita de Koizumi del 17 de sep-


tiembre presagia una ruptura dramática con «medio siglo de estrecha
coordinación en política exterior entre Washington y Tokio»40. Tal ruptu-

36
Las declaraciones de Taniguchi y Takeoka aparecen en Sekai, julio de 2002, y Nihon No
Shinro, marzo de 2002; en cuanto a las de Iccho, véase http://www.city.nagasaki.nagasa-
ki.jp/abm/abm_e/heiwasengen/sengen_main_57ht.html.
37
Terashima JITSURO-, «Nazo no sakushin “1938 nen no tame ni”», Sekai, agosto de 2002; y
«Miete kita shin gaikô dokutorin», Sekai, junio de 2002.
38
«Ayaui “seigi” ni keikaishin», Asahi Shimbun, 4 de septiembre de 2002.
39
«The US and Japan: Advancing toward a Mature Partnership» [«The Armitage Report»],
Institute for National Strategic Studies, Washington, 11 de octubre de 2000.
40
Bruce CUMINGS, «Pyongyang visit a challenge to the US», http://www.asahi.com/en-
glish/asianet/column/eng_020927.html.

23
ra no se ha producido todavía, pero un número cada vez mayor de japo-
ARTÍCULOS
neses parece pensar que ya es hora, después de ciento veinte años, de
«normalizar» las relaciones con el continente, de convertirse en «Japón»
más que en la Gran Bretaña de Asia oriental. Esa consideración conlleva
no obstante con frecuencia un rechazo a reconocer el carácter desastro-
so del antiguo «Gran Japón». Sin embargo, a medida que Estados Unidos
redefine el papel de su ejército tras la Guerra Fría, es probable que se
intensifique el desasosiego japonés.

Hay también quienes celebran tales presiones, aunque su agenda no sea


la de Washington. Norota Ho-sei, director de la Agencia de Defensa, argu-
mentaba en marzo de 1999 que en determinadas circunstancias la auto-
defensa de Japón incluía el derecho a ataques preventivos; el contexto
dejaba claro que estaba pensando en Corea del Norte. Las sugerencias de
que Japón debe contar con armas nucleares han salpicado el discurso
político de los últimos años. Nishimura Shingo, viceministro parlamenta-
rio de la Agencia de Defensa, planteó abiertamente esa posibilidad en
octubre de 1999. En 2002 el secretario del gabinete, Fukuda Yasuo, y el
vicesecretario, Abe Shinzô, plantearon que había llegado el momento de
revisar los «tres principios no nucleares» de Japón y que las armas nu-
cleares no contravendrían la Constitución. En junio de 2002 Ozawa Ichirô,
líder del partido liberal, dijo que China debía tener cuidado de no pro-
vocar a Japón, porque «si se excita su nacionalismo, podrían proliferar los
llamamientos a dotarse de armas nucleares»41. No son quizá más que briz-
nas de paja en el viento, pero el clima de irritación, miedo y frustración
suscitado por las revelaciones del 17 de septiembre hace difícil prever la
actitud futura de Japón. En vísperas de las conversaciones de normaliza-
ción, la cuestión nuclear, que había sido de interés secundario para los
japoneses en septiembre, estaba entre los primeros puntos de la agenda.
Los intentos de promover una iniciativa diplomática autónoma por parte
de Japón habían quedado arrumbados y Koizumi marcaba firmemente el
paso impuesto por sus «socios de alianza».

Interconexiones coreanas

Las reacciones surcoreanas al 17 de septiembre fueron por supuesto muy


diferentes. Se apreciaba malestar por el hecho de que Kim Yong Il hubie-
ra reservado su petición de perdón por los secuestros para Japón, cuan-
do las ofensas a Corea del Sur eran mucho mayores. El apoyo a Kim Dae
Yung, ya muy bajo debido a las acusaciones de corrupción contra su
familia, bajó aún más; su política de sol radiante, que había suscitado tan-

41
Para las declaraciones de Norota y Nishimura, véase mi «Nationalism and Identity in post-
Cold War Japan», Pacifica Review 2, 3 (octubre de 2000), p. 256; en cuanto a las de Fukuda
y Abe, véase Sekai, agosto de 2002, pp. 53–54; y para las de Osawa, Shu-kan Kinyo-bi, 7 de
junio de 2002, p. 8.

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tas esperanzas, parecía haber dado poco fruto. Pero también ha habido una

ARTÍCULOS
respuesta marcadamente más escéptica a las revelaciones nucleares de
Kelly y cierto recelo hacia Estados Unidos. La retórica de Washington se
añade a los obstáculos que afrontan los coreanos cuando intentan nego-
ciar con Pyongyang en muchos frentes. La descripción que dio un ex fun-
cionario del Ministerio de Asuntos Exteriores de la declaración de Bush
sobre el «eje del mal» –«diplomáticamente improcedente, estratégicamen-
te imprudente e históricamente inmoral»– expresa un sentimiento muy
generalizado en el Sur42.

Mientras que en Tokio y Washington se han alcanzado paroxismos de


rabia por los secuestros y el enriquecimiento de uranio (respectivamen-
te), la reacción de Seúl fue mucho más fría, insistiendo en que la fuerza
y las sanciones estaban fuera de lugar: el diálogo era la única respuesta
razonable. Mientras Estados Unidos y Japón ensayaban el ultimátum que
iban a plantear a Corea del Norte en las conversaciones de Kuala Lumpur
el 29 de octubre de 2002, los intercambios entre Seúl y Pyongyang seguían
su curso inalterable. Una delegación de alto nivel del Norte, que incluía
al presidente del comité de planificación estatal y al cuñado de Kim Yong
Il, poderosa figura del Partido de los Trabajadores coreano, voló a Seúl el
26 de octubre para una visita de nueve días a las fábricas de semicon-
ductores, automóviles, químicas y acerías43. El Sur muestra una confianza
cada vez mayor en sus acuerdos con Pyongyang a medida que se van
estrechando las relaciones entre ambas Coreas.

Los representantes de la posición «sin cuartel», anteriormente muy arrai-


gados en las fuerzas armadas surcoreanas, siguen siendo todavía influ-
yentes. La revista Wolgan Chosun, por ejemplo –publicación mensual de
Chosun Ilbo, el diario más antiguo y más vendido de Corea del Sur–, cali-
ficó la masacre de «un mínimo de 6 millones de personas» por Kim Il Sung
y Kim Yong Il como «un horror comparable al holocausto, las purgas
masivas de Stalin en Rusia y los campos de la muerte de Pol Pot»44. Ese
punto de vista estará seguramente mejor representado en el gobierno del
sucesor de Kim Dae Yung. En la práctica, sin embargo, es probable que
cualquier gobierno que se establezca en Seúl mantenga la política de
«compromiso positivo»; las alternativas para el Sur son simplemente dema-
siado catastróficas para pensar en ellas. El recurso a la fuerza produciría
la cantidad de bajas que desalentó a Estados Unidos en 1994 y que pro-
vocó que el presidente surcoreano Kim Young Sam se opusiera a la acción
militar estadounidense. El colapso inducido mediante la aplicación de san-

42
Haksoon PAIK, «What to do with the ominous cloud over the Korean peace process?»,
NAPSNET, Special Report, 19 de febrero de 2002.
43
«North Korean economic survey team to visit South Korea», AP, Seúl, 24 de octubre de 2002.
44
Cho KAPCHE, «Figures Speak for Themselves», Wolgan Chosun, septiembre de 1999; agra-
dezco esa referencia a Kim Hyung-A. La cifra de «seis millones», obviamente más retórica
que histórica, atribuye todas las bajas de la guerra de Corea a Kim Il Sung.

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ciones crearía una pesadilla social y económica para Corea del Sur, deján-
ARTÍCULOS
dola con 22 millones de personas hambrientas en su frontera y un ejército
de cientos de miles de soldados que podría perder el control. Los costes de
una reunificación «de choque» –estimados en más de 3,2 billones de dóla-
res– arrastrarían la economía de Corea del Sur a la recesión, amenazando
toda la región del nordeste de Asia45.

El colonialismo, la ocupación, la guerra y la partición han dejado el con-


junto de la península dolorosamente llagado, frustrando amargamente las
aspiraciones nacionales «normales» de su pueblo, el antiguo reino de Corea,
que con sus inigualables tradiciones lingüísticas y culturales, se había
mantenido unido desde el año 688. Paradójicamente, aunque separadas,
ambas Coreas han mantenido cierta similitud estructural durante los últi-
mos cincuenta años. Como ha señalado Paik Nak Chung, ambas han sufri-
do la maldición de unos Estados «verticalmente fuertes» (contra sus propias
poblaciones) pero horizontalmente débiles (frente a las presiones de otras
potencias desde el exterior), ya que la autosuficiencia kimista fue siem-
pre un mito, y Corea del Norte dependía mucho de la ayuda soviética46.
Ambas han sufrido también no sólo el imperialismo japonés sino el esta-
dounidense, que durante décadas respaldó dictaduras militares brutales en
la República de Corea del Sur. ¿Pueden esperar algo distinto a la implaca-
ble búsqueda de sus propios intereses de esas dos potencias o de China?

La tarea de negociar con la RPDC –desesperadamente pobre pero fiera-


mente orgullosa– es extremadamente delicada. Ningún Estado ni pueblo
de los tiempos modernos puede tener menos esperanzas de ser tratado
con delicadeza. Aunque dispuesta a renunciar a casi cualquier otra cosa,
dos factores psicológicos, orgullo y dignidad, son de inmenso valor para
Corea del Norte. Cierta comprensión del dolor y el sentido de la justicia,
por pervertidos que sean, que guían esos sentimientos es un requisito
indispensable para que tenga éxito cualquier intento de democratización
y mejora económica de la RPDC. Cuanto más eleven la presión Estados
Unidos y Japón para lograr la sumisión de Pyongyang, menos probable
será un resultado positivo. Quien mejor puede decidir el futuro de la
península, del Norte y del Sur, es sin duda el propio pueblo coreano.

45
Financial Times, 8 de noviembre de 2002.
46
Paik NAK CHUNG, «Habermas on National Unification in Germany and Korea», NLR 1/219
(septiembre-octubre de 1996), p. 18.

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