Este documento describe la vida de un hombre anciano llamado don Jaime Sobalvarro, a quien el autor conoció a través de su padre y consideraba un amigo heredado. El autor admiraba la fuerza y sabiduría de don Jaime a pesar de su edad avanzada. Aunque don Jaime ya no podía caminar como antes, el autor quería invitarlo a dar paseos para conversar. Lamentablemente, don Jaime falleció recientemente, dejando al autor con gratos recuerdos de su amistad.
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Este documento describe la vida de un hombre anciano llamado don Jaime Sobalvarro, a quien el autor conoció a través de su padre y consideraba un amigo heredado. El autor admiraba la fuerza y sabiduría de don Jaime a pesar de su edad avanzada. Aunque don Jaime ya no podía caminar como antes, el autor quería invitarlo a dar paseos para conversar. Lamentablemente, don Jaime falleció recientemente, dejando al autor con gratos recuerdos de su amistad.
Este documento describe la vida de un hombre anciano llamado don Jaime Sobalvarro, a quien el autor conoció a través de su padre y consideraba un amigo heredado. El autor admiraba la fuerza y sabiduría de don Jaime a pesar de su edad avanzada. Aunque don Jaime ya no podía caminar como antes, el autor quería invitarlo a dar paseos para conversar. Lamentablemente, don Jaime falleció recientemente, dejando al autor con gratos recuerdos de su amistad.
Este documento describe la vida de un hombre anciano llamado don Jaime Sobalvarro, a quien el autor conoció a través de su padre y consideraba un amigo heredado. El autor admiraba la fuerza y sabiduría de don Jaime a pesar de su edad avanzada. Aunque don Jaime ya no podía caminar como antes, el autor quería invitarlo a dar paseos para conversar. Lamentablemente, don Jaime falleció recientemente, dejando al autor con gratos recuerdos de su amistad.
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El amigo heredado
Caminaba parsimonioso, cual si un roble al momento de sentir el viento a través de sus
raíces fuertes y sus ramas que parecían estremecerse por la vida. Siempre acompañado de su esposa, confirmé que Dios utiliza a sus ángeles para acompañarnos en la vida. Cuando lo conocí, al frente de un prestigioso restaurante, parecía que la vida no pasaba por su vida, porque siempre se veía fuerte ante todos. Ordenaba sus actividades y estaba siempre al tanto de todo lo que sucedía a su alrededor. Cuando yo era niño, se me hacía fácil imaginarme que debía ser bonito vivir entre los gigantes. Siempre admiraba la forma en que en esa alma apacible se guardaba un hombre lleno de ternura y sabiduría. Por su carácter, sé que fue un abuelo orientador y lleno de amor para toda su familia. Pasó algún tiempo y dejé de verlo. Luego, tuve la fortuna de reencontrarme con él y nuevamente tuve la oportunidad de volver a platicar con él. Sin embargo, fue mi señor padre, quien me lo presentó y ahora se convirtió en mi amigo por herencia de mi papá. Así que terminé con un nuevo amigo, y a su vez, con más amigos que son su familia. A lo largo de estos años, tuve varios momentos en los que volví a sentirme como niño, al frente de ese roble gigante y que cuyo misticismo y apariencia eran suficientes para imaginarse que el peso de la vida no era nada para él, como un castillo o una fortaleza al frente del mar, en el que los golpes del oleaje no parecían problema alguno para él. Cuando hablaba con él, me llenaba de alegría porque sabía que sus conversaciones eran suficientes para pasar varias horas sin aburrimiento alguno y con todas esas historias que sólo los abuelos pueden llenar a sus nietos. Lo que admiré profundamente fue su apego a la religión cristiana católica. Cada vez que lo encontraba junto a su esposa, era como ver que aquél hombre fuerte se transformaba rápidamente en un niño, prestando atención a todo lo que pudiera. Junto a su eterno acompañante, el bastón, siempre recorrió muchas veces el vecindario. Me encantaba verle dando pasos por las calles del área, porque me parecía que cuando lo hacía, la tierra se quejaba porque ese pequeño gigante hacía estruendos en ella. Sus pasos fuertes, pero lentos, al mismo tiempo empezaron a causarle ciertos estragos y dejó de tener los ánimos para salir de casa. Un día le dije, “¿sabe qué?, mejor voy a venir por la tarde para que me acompañe a caminar juntos”, a lo que me respondió: “de acuerdo”, aunque yo no nos fue posible hacerlo. Hoy, me entristece mucho el saber que me quedaré deseoso de que acepte mi invitación para acompañarlo a caminar por la tarde, para platicar de los árboles, de los remedios naturales, de la naturaleza, de los problemas económicos de nuestro país, de los inconvenientes sociales, de tantos y tantos temas que, creo, no nos alcanzaría el tiempo para hablar. Hoy parece que mi amigo dio sus últimos pasos en la Tierra y que causó un gran sismo (como lo hizo el terremoto del 4 de febrero de 1976). Sólo me queda agradecerle a Dios por la vida de mi amigo heredado, de quien siempre tendré un buen recuerdo y de quien siempre estaré admirado por ser simplemente como fue: único. ¡Descanse en paz don Jaime Sobalvarro! Petén, 4 de febrero de 2021.