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El Amigo Heredado

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El amigo heredado

Caminaba parsimonioso, cual si un roble al momento de sentir el viento a través de sus


raíces fuertes y sus ramas que parecían estremecerse por la vida. Siempre
acompañado de su esposa, confirmé que Dios utiliza a sus ángeles para acompañarnos
en la vida.
Cuando lo conocí, al frente de un prestigioso restaurante, parecía que la vida no
pasaba por su vida, porque siempre se veía fuerte ante todos. Ordenaba sus
actividades y estaba siempre al tanto de todo lo que sucedía a su alrededor.
Cuando yo era niño, se me hacía fácil imaginarme que debía ser bonito vivir entre los
gigantes. Siempre admiraba la forma en que en esa alma apacible se guardaba un
hombre lleno de ternura y sabiduría. Por su carácter, sé que fue un abuelo orientador
y lleno de amor para toda su familia.
Pasó algún tiempo y dejé de verlo. Luego, tuve la fortuna de reencontrarme con él y
nuevamente tuve la oportunidad de volver a platicar con él.
Sin embargo, fue mi señor padre, quien me lo presentó y ahora se convirtió en mi
amigo por herencia de mi papá. Así que terminé con un nuevo amigo, y a su vez, con
más amigos que son su familia.
A lo largo de estos años, tuve varios momentos en los que volví a sentirme como niño,
al frente de ese roble gigante y que cuyo misticismo y apariencia eran suficientes para
imaginarse que el peso de la vida no era nada para él, como un castillo o una fortaleza
al frente del mar, en el que los golpes del oleaje no parecían problema alguno para él.
Cuando hablaba con él, me llenaba de alegría porque sabía que sus conversaciones
eran suficientes para pasar varias horas sin aburrimiento alguno y con todas esas
historias que sólo los abuelos pueden llenar a sus nietos.
Lo que admiré profundamente fue su apego a la religión cristiana católica. Cada vez
que lo encontraba junto a su esposa, era como ver que aquél hombre fuerte se
transformaba rápidamente en un niño, prestando atención a todo lo que pudiera.
Junto a su eterno acompañante, el bastón, siempre recorrió muchas veces el
vecindario. Me encantaba verle dando pasos por las calles del área, porque me parecía
que cuando lo hacía, la tierra se quejaba porque ese pequeño gigante hacía estruendos
en ella.
Sus pasos fuertes, pero lentos, al mismo tiempo empezaron a causarle ciertos estragos
y dejó de tener los ánimos para salir de casa. Un día le dije, “¿sabe qué?, mejor voy a
venir por la tarde para que me acompañe a caminar juntos”, a lo que me respondió:
“de acuerdo”, aunque yo no nos fue posible hacerlo.
Hoy, me entristece mucho el saber que me quedaré deseoso de que acepte mi
invitación para acompañarlo a caminar por la tarde, para platicar de los árboles, de los
remedios naturales, de la naturaleza, de los problemas económicos de nuestro país, de
los inconvenientes sociales, de tantos y tantos temas que, creo, no nos alcanzaría el
tiempo para hablar. Hoy parece que mi amigo dio sus últimos pasos en la Tierra y que
causó un gran sismo (como lo hizo el terremoto del 4 de febrero de 1976).
Sólo me queda agradecerle a Dios por la vida de mi amigo heredado, de quien siempre
tendré un buen recuerdo y de quien siempre estaré admirado por ser simplemente
como fue: único.
¡Descanse en paz don Jaime Sobalvarro!
Petén, 4 de febrero de 2021.

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