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Eres Mi Destino

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ERES MI DESTINO

Lory Talbot & Adrian Blake

Prólogo

(Adrián)

El sonido del despertador me saca de un sueño


de lo más húmedo y caliente. Tengo un bulto en los
bóxers de mil demonios, y mi piel está perlada por
el sudor. ¡Joder! Llevo demasiado tiempo sin una
mujer.

Yo era un seductor, un cabeza loca libertino.


Me he acostado con más mujeres de las que puedo
recordar, sin preocuparme por nada que no fuera
buscar mi propio placer. Pero todo eso quedó atrás
hace dos años.

Mi hermana Eva iba en coche camino del


colegio de su hija. La carretera por la que debía ir
estaba mal señalizada y mal as-faltada, pero el
ayuntamiento nunca se preocupó de arreglar esos
desperfectos. Un camión que circulaba en sentido
contrario se metió en uno de los baches y volcó...
encima del coche de mi hermana. Murió en el acto,
dejando a una niña huérfana y a mi destrozado.

No teníamos más familia. Nuestro padre


desapareció antes de que yo tuviese uso de razón,
y mi madre murió dos años antes de cáncer. Así
que me encontré solo, teniendo que cuidar a una
niña de tres años sin tener ni puta idea de bebés.

Pero sobrevivimos. Interpuse una demanda


contra el ayuntamiento, gracias a la cual mi
pequeña Eva tiene un fondo fiduciario con el que
tendrá la vida resuelta. Yo ejerzo de padre lo
mejor que puedo, aunque reconozco que no lo
estoy haciendo todo lo bien que me gustaría.

Me levanto de la cama dispuesto a sacarme de


la cabeza los pensamientos que acabarán por
agriar de nuevo mi carácter, y me doy una ducha
rápida antes de despertar a mi pequeña.
Todas las mañanas seguimos el mismo ritual.
Eva se hace la dormida hasta que le hago
cosquillas, y después vamos con la hora pegada al
culo para llegar al colegio. Mientras ella se viste
yo preparo el desayuno, que toma como los
pajarillos, y la mon-to en mi Audi R7, el único
capricho que me he dado en mucho tiempo.

—Nena, ¿te abrochaste el cinturón? —le


pregunto, aunque estoy seguro de que lo ha hecho.

—¡Si me has visto por el espejo! —Ríe a


carcajadas, que es lo que pretendo.

—¿Seguro?

—Síííí.

—¿Seguro, seguro?

—¡Que sííí!
—De acuerdo, vámonos.
Esos pequeños momentos en los que Eva es
feliz me hacen seguir adelante, e intentar hacer su
vida mucho más fácil. Media hora más tarde entro
en el despacho y me paro en la mesa de Ra-quel,
mi adorada secretaria, que como siempre tiene
preparado mi café y un donuts, el de hoy cubierto
de chocolate y cositas de colores.

—Buenos días, mi amor —le digo sonriendo—


¿Qué tenemos en la agenda para hoy?

—Buenos días, demonio. Hoy tienes una


reunión con los directivos de Telecom y a las once
una entrevista con la señora… Lucía Kirchner.

—¿Kirchner? Apellido extranjero. Bueno, voy


a preparar la reunión. Haz pasar a los directivos
directamente a la sala de reuniones.

Me dirijo a mi despacho y me recojo el pelo


en la nuca. Llevo el pelo largo, pero mi trabajo no
encaja demasiado bien con mi aspecto de escocés
del siglo XV, así que tengo que disimular mi
melena lo mejor posible. Normalmente llevo una
coleta baja, pero hoy el calor es asfixiante, y el
aire acondicionado no funciona demasiado bien,
así que me hago una especie de moño informal.

Media hora más tarde tengo a cuatro tíos


trajeados contándome una sarta de estupideces que
no vienen al caso, pero les escucho pacientemente
para llegar al meollo de la cuestión. Necesitan un
abogado en su empresa y quieren al mejor, o sea,
yo.

—Señores... agradezco su ofrecimiento, pero


en este momento no necesito cambiar de empleo.
Tengo un bufete con el que obtengo muy buenos
beneficios, y no voy a irme con ustedes... como ya
les dije la ocasión anterior.

—Adrián... las condiciones son perfectas... y


nosotros te necesi-tamos —me dice Cristian, el
director general.
—Necesitan un abogado, no a mí. Yo no estoy
disponible. Si me disculpan, tengo una cita a la
que... —miro mi reloj de pulsera— ya llego tarde.

Dicho esto, salgo de la habitación y me dirijo


con paso decidido a mi oficina. Me muero por
quitarme esta dichosa chaqueta, pero debo
mantener mi aspecto profesional si quiero que la
seño-ra Kirchner contrate mis servicios.

Raquel entra en la oficina seguida por una


mujer, pero no pres-to demasiada atención hasta
que oigo la puerta cerrarse. Levanto la vista... y
ahí está ella, la mujer más impresionante que he
visto en mi vida.

Lleva el pelo rubio cortado a la moda a media


espalda, y unos labios sonrosados y carnosos me
lanzan una sonrisa tímida y formal. Su cuerpo
curvilíneo está haciendo que mi sangre se caliente,
con unas caderas redondeadas y unos pechos
voluptuosos. Pero son sus ojos los que me han
dejado sin habla, de un azul tan cristalino como las
aguas del mar en pleno mes de agosto. No es
demasiado alta, apenas me llega a la barbilla, pero
a simple vista puedo notar que es decidida,
apasionada, y muy sexy.

Me recompongo antes de ponerme en pie y


tenderle la mano, pero cuando su piel roza la mía
una descarga eléctrica me recorre hasta el centro
de mi entrepierna. ¡Oh, Dios! Esta mujer tiene que
ser mía.

Capítulo 01

(Lucía)

Aquí estoy, en la puerta del despacho de


abogados que se va a encargar de mi divorcio. El
señor Adrián Scott ha sido el elegido. No es que
lo haya elegido yo, el destino se ha encargado de
hacerlo por mí, y yo confío ciegamente en el
destino, al menos ahora.

Estoy a tres pasos de pedir el divorcio que


debí pedir hace mu-cho tiempo. Estoy a tres pasos
de liberarme de un hombre al que no le importo,
del hombre para el que no soy más que una muñeca
que usa a su antojo cuando quiere. Una muñeca que
lleva muchos años sin saber lo que es quedarse
satisfecha en la cama.

Llevamos casi diez años casados y trece de


relación. Defini-tivamente, y en contra de lo que la
mayoría de la gente piense, el trece es mi número
de la suerte. Empezamos a salir estando en el
primer año de universidad. Era el típico chico
malo que nos traía a todas locas.
Me creí importante y especial cuando me
invitó a ir al cine. Así estuve los cinco primeros
años, hasta que me enteré de que no era la única
que frecuentaba su cama asiduamente.
Cuando lo descubrí discutimos y me marché
del piso que compartíamos.

Lo dejamos durante un mes, pero cuando fue a


buscarme a casa de mis padres con una docena de
rosas rojas de tallo largo le perdoné (a pesar de
que mis flores favoritas son las rosas ama-rillas,
cosa que él debería saber después de cinco años),
aunque hice de que me jurara que no volvería a
pasar.

Pero pasó… demasiadas veces. Cuando nos


casamos puso mucho énfasis en que me sería fiel, y
yo, tonta de mí, le creí. No sé porqué. Será porque
creía estar enamorada, o porque después de cada
discusión era un hombre maravilloso. Porque me
tenía consentida, o por guardar las apariencias de
pareja perfecta. No lo sé, y tampoco quiero
pensarlo. Llevo trece años aguantando y ya no
puedo más.

Cuando su mundo gira en torno a mí soy


inmensamente feliz. Cuando ese centro es otra
mujer, no soy nada, todo lo hago mal, todo le
molesta.

Ya no puedo más. Me merezco a un hombre


que sea bueno conmigo, que beba los vientos por
mí. Un hombre que solo piense y me vea a mí, que
yo sea su primer pensamiento al levantarse y el
último antes de dormirse. Alguien que me quiera,
que me tenga en un pedestal y que siempre esté
pendiente para que no me caiga de él.

Sí, eso es lo que quiero. ¡No! Eso es lo que me


merezco, y lo voy a conseguir. Tarde o temprano
aparecerá ese hombre. Soy una mujer con una
paciencia eterna, cosa por la cual soy buena en mi
trabajo. No me importa esperar.

Voy a vivir el momento, a disfrutar de mí


libertad con mis amigos. Pero antes de eso debo
recorrer los tres pasos que me separan del señor
Adrián Scott, el hombre encargado de devolverme
mi libertad.

Con la imagen de una Lucía feliz entro en el


bufete. Lo primero que veo es a una mujer sentada
tras un escritorio de madera os-cura. Es una mujer
de unos cuarenta y tantos años. Lleva su pelo
castaño recogido en un moño bajo perfecto y
sonríe con afecto cuando me ve.
—Hola, buenas tardes —dice la mujer
mirándome con sus ojos almendrados.

—Buenas tardes. Soy Lucia Kirchner —saludo


con una sonrisa—. Tengo una cita con el señor
Adrián Scott.

La mujer centra su atención en el ordenador


que tiene delante.

—Sí, aquí está —dice tras unos minutos—.


Siéntese, informaré de su llegada.
Dejo a la agradable mujer marcando unos
números en el teléfono y tomo asiento en una de
las butacas de piel oscura color marrón, que hay
en uno de los laterales.

—El señor Scott está aún reunido, tardará


cinco minutos más —me informa la amable
recepcionista—. ¿Quiere tomar algo mientras
espera?
—Un vaso de agua estará bien, gracias.

La mujer se marcha por una puerta, que


supongo dará a una pequeña cocina.

—Aquí tiene.

Me tiende una pequeña botella y un vaso. Con


el primer trago agradezco haberlo pedido, todo
esto me tiene de los nervios. Miro la botella y no
reconozco el nombre, debe ser un agua importa-da.
¡Vaya! Menudo nivel. Aunque con lo que me van a
cobrar no esperaba menos.

Es un simple divorcio, lo sé. Podría haber


acudido a algún abogado más barato, pero dado
que llevo casi desde que nos casamos manteniendo
a Raúl no me la podía jugar. No soy una persona
rencorosa, ni vengativa, pero en este caso quiero
quitarle todo. Bueno todo no, el coche y la cama se
los puede quedar. ¡Ah! y el sofá también puede ser
para él. Las demás superficies de la casa las
puedo desinfectar. Pero aunque pudiera hacer lo
mismo con esas cosas no volvería subirme al
coche, ni a sentarme en el sofá, y ni mucho menos
podría volver a dormir en esa cama. Llevo un año
aproximadamente sin hacerlo, así que tampoco
será un trau-ma dejar que se quede con esas cosas.
Pero solo con eso, lo demás es todo mío.

Esa es la razón por la que he decidido acudir a


uno de los abogados más caros y famosos de todo
Granada. Uno que tiene fama de ser duro e
implacable. En resumidas cuentas, un cabrón
inflexible que siempre consigue lo que quiere. Eso
es lo que necesito para que el hijo de mala madre
(con perdón de su madre) pague por todo lo que
me ha hecho.

—¿Señorita Kirchner? —Levanto la cabeza al


oír como la recepcionista me llama— El señor
Scott la está esperando.

Sonriendo me levanto y la sigo por un pasillo


larguísimo. Pasamos varias puertas que son de la
misma madera oscura que su escritorio, hasta que
llegamos a la última. La abre y con una sonrisa me
invita a entrar. Cuando estoy dentro cierra la
puerta tras de mí. Alzo la vista y me quedo helada.

El señor Scott no es lo que me esperaba. ¿Qué


me esperaba? La verdad es que no lo sé. Lo que sí
sé es que no esperaba encontrarme al dios griego
que en este instante tengo delante. Saliendo de
detrás de su escritorio me tiende la mano.

—¿Señorita Kirchner? ¿Se encuentra bien? —


pregunta extrañado.

—Sí…sí, estoy bien.

—Siéntese, por favor.

Le sonrío tímidamente y tomo asiento donde


me indica. Él se sienta tras su escritorio de nuevo
y empieza a revisar lo que supongo será mi
expediente.

Mientras lee concentrado aprovecho para verle


bien. Es un hombre alto, de al menos un metro
noventa. Tiene el pelo rubio largo recogido en un
moño a la altura de la coronilla.
La verdad es que su peinado destaca mucho en
contraste con el traje negro de tres piezas que
parece hecho a medida. Sus ojos azules se mueven
con rapidez mientras lee. Tiene unas facciones
delicadas a la vez que masculinas. Es muy
atractivo.

Su ceño se va frunciendo a medida que pasa la


vista por el papel que tiene entre las manos. Me
quedo hipnotizada por sus gestos. Cuando acaba
de leer clava sus preciosos ojos en mí. Me pierdo
en él, como hacía… bueno, en realidad nunca me
ha pasado algo así.

Espero a que sea él quien rompa el contacto


visual, o a que empiece a hablar, porque yo no
puedo hacer ninguna de las dos cosas. Poco
después baja la mirada a los papeles y tras un
carras-peo rompe el silencio.
—Bien señora Kirchner... Lo primero que
debo saber es si el divorcio será de mutuo
acuerdo.

—No, él no quiere divorciarse. —Veo como


apunta algo en el informe.

—Entiendo —continúa alzando la vista—.


Entonces deberemos hacerlo de forma contenciosa.
Será más caro y tardaremos un poco más, pero
conseguirá igualmente el divorcio. —Sonríe
ligeramente, haciéndome devolverle la sonrisa—
¿Tienen separación bienes?

—No. Y quiero quedarme con todo menos con


el coche, el sofá y la cama —me mira curioso
alzando una ceja—. Es un cabrón infiel. —Mi
vaga explicación hace que arquee las dos cejas.

—¿Tienen hijos en común?

—No, por suerte.


—Entonces será un poco difícil que se quede
con todo lo que reclama, señora Kirchner. Si no
hay separación de bienes, todo lo adquirido tras el
matrimonio se considera patrimonio compartido,
es decir, es tanto suyo como de su marido.

—La casa la compramos antes de casarnos y


está solo a mi nom-bre. En aquel entonces Raúl
tenía un problema de embargos y lo tuvimos que
poner todo a mi nombre.

—Bien. —Vuelve a apuntar en el papel—


Haremos lo que podamos. ¿Tiene alguna pregunta?

—¿Cuánto va a costar todo el proceso?

—Si hubiese sido de mutuo acuerdo estaría


exenta de pagar los costes de las tasas.
Pero por lo contencioso deberá pagar un
mínimo de ciento setenta euros.

Bueno, ciento setenta euros no es tanto, lo


preocupante son los honorarios del dios griego que
tengo delante. Ya tengo el sueldo de todo un mes
ahorrado para esto, pero creo que no será
suficiente. Al contrario de lo que la gente piensa,
los maestros de primaria no cobramos mucho.
Debo saber lo que me va a costar, simplemente
para estar preparada.

—¿Y sus honorarios?

—No se preocupe por ellos ahora, señora


Kirchner —sonríe—. Ya hablaremos de mis costes
cuando todo esto haya terminado. Ahora lo que
necesito es que me traiga una serie de documen-tos
—me tiende un folio—. Libro de familia —me
explica—, la última declaración de la renta de
ambos, las últimas nóminas de ambos, una copia
de las escrituras de las propiedades que tengan en
común, el último recibo del IBI y una copia del
DNI tanto suya como de su marido.

—Vale, intentaré tenerlo lo antes posible.

Me levanto dirigiéndome a la puerta y él hace


lo propio. Me tiende la mano y la aprieta con
firmeza, haciendo que una descarga eléctrica me
recorra por completo.

—Muchas gracias señor Scott —consigo decir.

—De nada, señora Kirchner. Nos veremos


pronto.

Se acerca a la puerta y antes de abrirla me


mira intensamente a los ojos. La antigua Lucía
habría bajado la mirada avergonzada, pero como
ya no soy esa mujer le sostengo la mirada.

Segundos después baja sus ojos por mi cuerpo.


Casi noto la caricia en mi piel. Mi sangre se va
calentando por su escrutinio. Es una sensación que
hace muchos años que no siento. Sé que el señor
Scott es solo mi abogado, pero no puedo dejar de
imaginar-me su cuerpo torneado por horas y horas
de gimnasio. Sus abdominales definidos con esa
“V” que se les forman a los hombres, esa que tanto
me gusta y que hace que suspire al ver las fotos
que mis amigas cuelgan en Facebook. Esa que
Raúl nunca ha tenido.

Me imagino sus fuertes piernas desnudas. Y,


por supuesto, su miembro, grande, ancho y listo
para mí, deseoso de penetrarme con fuerza. De la
manera que tantas veces he deseado y nunca he
experimentado. Esa que uso para fantasear cuando
me masturbo para aliviar un poco el deseo
insatisfecho que siempre siento.

¡Mierda! Noto como mis mejillas se van


encendiendo, tengo que apartar esos pecaminosos
pensamientos de mi cabeza.

Por fin abre la puerta del despacho y con una


pequeña reverencia me deja salir en primer lugar.
Cuando llegamos a la mesa de la simpática
secretaria vuelve a tenderme la mano.

—Encantado de haberla conocido, señora


Kirchner. En cuan-to nos traiga la documentación
pondremos todo el proceso en marcha.
Le estrecho la mano tímidamente y me voy.
Salgo a un día bochornoso de marzo. No he de
volver al colegio, mi compañera me cubre las tres
horas que voy a estar fuera, así que me marcho a
casa. Espero joderle el polvo al cabrón desalmado
de mi futuro ex marido.

Llego al edifico desganada. Pensar que tengo


que volver a verle hace que quiera salir corriendo,
pero no lo puedo hacer, ten-go que resistir un poco
más. Subo en el ascensor con la cotilla de mi
vecina Rosa, otra que hace que quiera salir
huyendo.

—Hola bonita ¿Cómo estás? Su pregunta me


hace gracia, con lo cotilla que es seguro que sabe
a qué se dedica mi maridito cuando estoy
trabajando. Pero no me rebajo a su nivel.

—Muy bien, gracias —sonrío falsamente.

Entro por la puerta de mi casa bajo la atenta


mirada de la cotilla que sigue con la puerta del
ascensor abierta.

No le he pillado con otra, pero es evidente que


no ha estado solo. Huele a sexo y a sudor.

Los cojines del sofá esta descolocados y sé


que si voy a la habitación donde duerme él voy a
encontrar la cama desecha. Para mi alivio ni me
sorprende ni me molesta, hace tiempo de dejó de
importarme.

—Llegas pronto —dice un sorprendido Raúl a


mi espalda.

—Sí —respondo secamente antes de cerrar la


puerta de mi dormitorio.

Abro la ventana y me asomo. Sé que estos


meses van a ser difíciles, y que cuando le lleguen
los papeles del divorcio serán aún peores. Pero
nadie me echará de mi casa, si está incómodo que
coja a sus putitas y se vayan al infierno con ellas.
Capítulo 02

(Adrián)

Aún no he conseguido reponerme del encuentro


con la se-ñora Kirchner. Lucía, se llama Lucía. Es
la cosa más bo-nita que he visto en mi puñetera
vida. Y pronto será libre...
cada vez que pienso que el gilipollas de su
marido le ha puesto los cuernos me dan ganas de
arrancarle la cabeza del cuerpo. ¿Cómo es posible
que no sepa valorar lo que yo he apreciado en tan
solo un encuentro?

Ha saltado la chispa entre nosotros. Lo he


notado cuando su cuerpo ha quedado a escasos
centímetros del mío junto a la puer-ta, cuando su
mirada me ha recorrido de arriba a abajo
inspeccionando el “material”, y cuando la palma
de mi mano ha entrado en contacto con la suya.

Ni siquiera sé como he sido capaz de aguantar


toda la entrevista sin tumbarla en el escritorio y
follármela. Las ganas me podían, pero mi
profesionalidad me precede. Soy el abogado más
solicitado, no solo de la ciudad, sino del país.
Vienen clientes desde todas partes de España para
pedirme que lleve sus casos, y hasta que me hice
cargo de Eva viajaba sin descanso de una punta a
otra del país.

Desde que Eva se ha convertido en mi mundo...


lo siento por todas esas personas que hacen el
viaje en vano. Es una regla que me autoimpuse y
que cumpliré a rajatabla: jamás me alejaré de Eva
más de lo estrictamente necesario.

El mes ha sido bastante corriente. Excepto por


mis pensamientos en Lucía, que me han encendido
la sangre como nunca. He intentado ser lo más
profesional posible, pero no he podido evitar que
mi mente calenturienta imagine mil maneras de
follármela: en la mesa, en el sofá, y mi favorita...
apoyada contra la puerta.
El trámite de divorcio ha sido relativamente
lento, pero por fin hoy han debido de llegarle los
papeles al gilipollas de su ex. Le he dicho por
teléfono que si tiene algún problema con él que me
llame, que le mando a una patrulla de policía en
menos que canta un gallo. Lo que realmente quería
decirle es que si tiene algún problema yo mismo
iría a partirle la boca a ese subnormal, pero he
debido contenerme. No me ha dicho nada aún, así
que supongo que todo va bien.

Mi día pasa en relativa calma, no tengo ningún


juicio hoy, así que me deshago de la puñetera
chaqueta, me arremango las mangas de la camisa y
me enfrasco en el trabajo hasta que el reloj marca
las dos.

Me dirijo al colegio de mi pequeña, y al entrar,


Laura, su profesora, me lanza una sonrisa coqueta.

—Buenas tardes, Adrián.

—Buenas tardes, Laura. ¿Qué tal se ha portado


hoy mi diablilla?

—Sigue portándose mal, Adrián. Estamos


pensando seriamente en llevarla al psicólogo del
colegio.

—¿Qué ha hecho esta vez? —estoy harto de


todo esto.

—Le ha tirado del pelo a una compañera y ha


lanzado por la ventana el estuche de un niño por no
querer prestarle su goma de borrar.

—Hablaré con ella —contesto suspirando.

—Adrián... Esto no se soluciona con hablar


con ella. Esa niña necesita una madre.

—¿Cómo dices?

—Necesita una figura femenina en su vida a la


que seguir como ejemplo, y es evidente que no hay
nadie que ocupe ese papel.
—Cuando quiera consejos, Laura, te los
pediré. Eva es una niña, y es normal que haga
travesuras. Hablaré con ella, y eso es todo. Que no
se te ocurra tomar medidas por tu cuenta o te las
verás conmigo.

Cada vez que me cruzo con ella es lo mismo.


Está frustrada porque decliné su oferta de
acostarse conmigo, y ahora lo paga con Eva. Y
estoy más que harto de esta situación.

Cuando mi pequeño ángel me ve apoyado en el


coche se lanza a mis brazos y comienza a besarme
por todas partes. Es la niña de mis ojos, el único
amor de mi vida... por ahora.

—¡Has llegado! —su miedo a quedarse sola es


el que habla.

—Siempre llego, ángel. ¿Sabes una cosa? Iba a


llevarte a comer al McDonald’s, pero he oído por
ahí que has sido un diablillo.
—¡Yo no he hecho nada! —me dice en un
puchero.

—A ver, cielo, no quiero que llores. Cuéntame


lo que te ha pa-sado —digo cogiéndola en brazos.

—Cristina se ha reído de mí por no tener


familia, y yo le he gritado que sí que la tengo.
Porque te tengo a ti, y a tío Marcos. Vosotros sois
mi familia, ¿verdad?

Su cara de angustia resquebraja mis defensas.

—Por supuesto que somos tu familia, mi vida.


Que yo no sea tu padre no significa que no esté
locamente enamorado de ti —ella suelta una
carcajada feliz que a mí me aligera el alma.

—¡No puedes enamorarte de mí, eres mi tío!

—¿Y eso qué tiene que ver?


—¡Que no puedes ser mi novio!

—Cielo, el amor tiene muchas formas. Estoy


enamorado de ti como tío, como padre.
Mi amor es fraternal, cielo. El amor que
sentirá tu novio por ti será amor pasional.

—¿Y el tío Marcos también siente por mí amor


fratrrr... fratel...?

—Fraternal —la ayudo con una sonrisa—. Por


supuesto que sí, cielo. Ambos te queremos de la
misma manera.

Olvidado el incidente del colegio, me llevo a


mi ángel a co-merse una hamburguesa.
Gracias a Dios es una niña con buen apetito, y
come casi de todo. Me apoyo en la mesa
disfrutando de verla jugar en el parque de bolas,
tan feliz, y apenas me percato de que Marcos ha
llegado y se ha sentado a mi lado.

—¡Eh! —dice chasqueando los dedos frente a


mi cara—. Tío, es-tás en Babia.

—Perdona —me disculpo incorporándome—,


estoy pensando en mis cosas.

—¡Ya lo veo! ¿Dónde está Eva?

No me da tiempo a contestarle, porque un


amasijo de pies y manos diminutas se lanza a sus
brazos antes de que pueda articular palabra.

—¡Tío Marcos! ¡Has llegado!

—¡Pues claro que he llegado! ¿En serio crees


que dejaría tirada a la princesa de mis sueños?

—Has venido porque tío Adri te ganó a las


cartas anoche —replica mirándolo con una sonrisa
traviesa.

—Es cierto, pero tú eres la princesa de mis


sueños. ¿Has elegido ya una película para ver?
—Sí, y no te va a gustar —le respondo al ver
que la enana se ha lanzado de cabeza a jugar con
las bolas.
—Dime que no ha elegido una de princesas.

—Está bien, no te lo diré.

Y ahí estamos los dos, sentados en los asientos


del cine, ro-deando a una enana con corona de
princesa viendo cómo Barbie consigue sus
sueños... Eso es lo malo de ejercer de padres de
una renacuaja.

Cuando salimos del son casi las ocho, y


preparo en casa una ensalada de pasta para cenar.

—Adri, ¿por qué no salimos esta noche a


tomar algo? Hace si-glos que no lo hacemos.

—Tienes razón, pero Eva...

—Llama a la canguro de mi hermana, siempre


habla maravillas de ella, y te dijo muchas veces
que en el teléfono te había me-morizado el
número.

—Eva, ¿te importa quedarte con la niñera de tu


amiga Ruth para que salga un rato?
—nunca he salido, y necesito saber que ella
está de acuerdo con eso.

—Es una chica muy guay... ¿quieres salir sin


mí?

—Cielo... hay veces en las que los mayores


necesitan despejar-se del trabajo, y los niños no
deben salir tan tarde —responde Marcos.

—¿Me echarás de menos?

—Muchísimo —contesto sin pensar— y te


aseguro que estaré pensando en ti toda la noche.

—Pues qué aburrido eres —dice


sorprendiéndome—. Si sales para pasártelo bien y
no dejas de pensar en mí no vas a hacerlo.
—¿Sabes lo mucho que te quiero? —susurro
con la risa atascada en la garganta.

—Hasta el final del arcoiris —grita sonriente.

Cuando Eva se ha dormido y la niñera se ha


instalado en casa, subo a cambiarme. Me pongo
unos vaqueros y una camiseta, y me dejo suelto el
pelo, que de tanto recogido va a terminar por
revelarse.

Marcos llega a mi casa tarde, como siempre.


Nos acercamos a Ganivet 13, un garito muy de
moda entre la gente de nuestra edad, y nos pedimos
unas copas apoyados en la barra.

El local está a reventar, y eso que es viernes,


pero ya se empieza a notar el calor y la gente se
anima más a estar en la calle. Giro la cabeza… y
allí está ella. Lucía, mi nueva clienta y la perversa
diablesa que lleva metida en mi cabeza todo el
santo día. Lleva puesto un vestidito blanco que se
pega a sus curvas de manera sugerente, dejando
muy poco a la imaginación. Su cabello ondea
alrededor de sus redondeados hombros, que están
al descubierto, tentándome para que me acerque y
los recorra con mis labios...

¡Joder! Es mucho más guapa de lo que


recordaba. Mi polla ya está haciendo de las suyas,
montando la tienda de campaña en mi pantalón.

—Adrián... está muy buena, he de reconocerlo.

—¿Quién? —respondo sin apartar la vista de


mi diosa griega.

—La mujer a la que no le quitas los ojos de


encima, macho.

—Es mi clienta.

—¿Y por qué no te acercas a saludarla?

—¿Sabes qué? —pregunto a la vez que me


levanto del taburete— Que tienes razón.

Me acerco a ella con paso decidido, y en mi


fuero interno sé que esta noche va a marcar un
antes y un después en mi monótona vida.

Capítulo 03

(Eva)

Llevo viviendo con mi tío Adri desde siempre.


De mamá no recuerdo mucho, era muy pequeña
cuando mamá se fue a vivir con Dios.

Tío Adri siempre me ha dicho que mamá me


quería muchísimo, y yo le creo, pero me gustaría
que estuviera aquí y que hubiera esperado un rato
para irse a vivir con Dios. ¿Por qué se fue? ¿No
me quería suficiente? Cuando le digo esto al tío
Adri se enfada muchichísimo, porque dice que es
mentira, y como el tío Adri no miente nunca, pues
le creo.
Me gusta vivir con el tío Adri. Me río mucho
con él y me da muchas sorpresas. Casi nunca se
enfada conmigo, y jugamos a las muñecas todas las
tardes después de hacer una ficha de las que nos
da la seño Laura, o de haber pintado un dibujo. Se
me da súper bien pintar los dibujos, nunca jamás
me salgo de las rayas, y el tío Adri se pone muy
contento porque lo hago bien, aunque a veces le
engaño, porque borro lo que me salgo.

Tío Adri no me deja jugar hasta que no lo he


hecho, dice que tengo que estudiar para poder ser
súper famosa, pero yo quiero ser doctora para
curar a la gente, o ¡no!, mejor quiero ser médico
de animales, o… abogada como tío Adri.

Tío Adri dice que cuando sea mayor podré ser


lo que quiera, pero sólo si hago los deberes todos
los días.

También tengo al tío Marcos, no es mi tío de


verdad, pero para mí es mi tío, igual que tío Adri.
Le conozco desde antes de que nací. Tío Marcos
me contó que cuando estaba en la barriga de mi
mamá ya me hablaba mucho, y me contaba cuentos.
Yo no me acuerdo, pero él dice que siempre me
contaba el cuento de La Cenicienta para que me
durmiera, y que por eso es el cuento que más me
gusta del mundo, porque es el más preciosísimo
que hay.

Ayer el tío Marcos cenó con nosotros, y


mientras yo veía la peli de Frozen, tío Adri y tío
Marcos jugaban a un aburrido juego de cartas. A
mí me gusta jugar al Burro, a eso siempre les gano,
porque soy la más mejor. Se jugaron a que si
perdía el tío Marcos hoy tenía que venirse con
nosotros a ver una peli al cine, la peli que yo
quisiera. Si ganaba el tío Marcos oí que tío Adri
tenía que hacer algo con una tal Linda. Cuando me
metieron en la cama (porque siempre vienen a que
les dé un beso de buenas noches), les pregunté
quién era Linda.

—Mi amor… Linda —me dijo tío Adri—, es


una amiga del tío Marcos.
Tío Marcos empezó a reír, no sé de qué, pero
tío Adri también se rió.

Esta mañana, como todos los días, tío Adri ha


venido a despertarme, y, como siempre, yo me he
hecho la dormida, porque me gusta que me haga
cosquillas para despertarme.

Después, cuando nos hemos montado en el


coche me ha pre-guntado tres veces si me he
puesto el cinturón, y como yo soy buena le he
contestado que sí, porque me lo abrocho nada más
subirme.

Tío Adri me dijo que mamá y yo tuvimos un


accidente con el coche, el día que mamá se fue con
Dios, y me dijo que yo estaba bien porque mamá
me puso el cinturón, así que, como no quiero que
me pase nada, siempre que me subo al coche me
siento en mi silla y me pongo el cinturón. Antes el
tío Marcos no tenía silla en el coche, así que,
como el tío Adri no le deja el suyo, pues tenía que
ir a buscarme andando. Era un rollo volver a casa
andando, porque a mí me gusta ir en coche, y
siempre protestaba cuando venía a recogerme tío
Marcos.
Hasta que se compró una y así ya no tenemos
que ir andando, además le dijo al tío Adri, cuando
pensaban que estaba dormida, que con la silla liga
más, no sé lo que es eso, pero mis tíos se rieron.

Ahora estoy en el cole y no lo estoy pasando


muy bien. La seño Laura parece que siempre está
enfadada conmigo, pero yo me porto siempre muy
bien.

Estamos pintando una ficha que nos han dado,


a mí me ha tocado una mariposa, me gusta pintar.
Es un regalo para el día de la madre. Como mamá
está con Dios el tío Adri me lleva todos los días
de la madre a un sitio que se llama cementerio, a
que le ponga mis regalos a mamá en una ventana
que da al cielo.

Después de pintar el dibujo la seño nos ha


dicho que vamos a hacer un cuadro de macarrones
de colores con él, pero que primero hay que
pintarlo del color con el que luego vamos a pintar
los macarrones.

Me doy cuenta de que me he salido un poco,


pero la goma de borrar se me ha perdido, así que
se la pido a Antonio, que se sienta conmigo en la
mesa.

—Antonio, ¿me dejas la goma de borrar?

—¡No!, es mía.

—Déjamela solo un poquito. Es para borrar


este poquito que me he salido.

—¡Que no!, si eres pobre y no te puedes


comprar una no es mi culpa. Y eres pobre porque
nadie te quiere.

—¡Eso es mentira! —le grito.


Cojo su asqueroso estuche y lo tiro por la
ventana. Lo que dice es mentira, el tío Adri y el tío
Marcos me quieren, como ellos dicen, con locura.

—¡Eva! —me grita la seño Laura— ¿Se puede


saber por qué has hecho eso?

—Porque es tonta, seño —dice Antonio sin


que yo pueda ha-blar—. Me ha querido quitar la
goma y como no la he dejado me ha tirado el
estuche por la ventana.

—¡Eso es mentira! —¿por qué dice mentiras?


¡Yo no se la quería quitar!

—Me tienes más que harta, Eva. Vete al rincón


de pensar hasta que llegue el recreo.

Me siento en la silla que hay en el rincón de


pensar. Está de cara a la pared. ¡No me gusta el
rincón de pensar! No he hecho nada malo, pero la
seño Laura nunca me cree, siempre dice que todo
es culpa mía y siempre me regaña.
Antes la seño Laura me quería muchisísimo.
Siempre me traía pulseras de gomitas y me
cuidaba cuando los niños se metían conmigo. Pero
ahora ya no me quiere, y siempre deja que me
hagan daño y se rían de mí.

Ayer me caí en el recreo y me raspé una


rodilla, y no quiso curarme. Menos mal que la
seño Lucía sí me curó, y estuvo hablando con el tío
Marcos cuando vino a recogerme.
Cuando el tío Marcos le contó al tío Adri lo
que había pasado dijo que era una amargada. No
sé lo que es eso, pero debe ser algo muy malo.

Por fin llega el recreo y puedo levantarme de


la silla, ¡odio el rincón de pensar! Mis amigos y yo
empezamos a jugar al pilla-pilla.

—Tú no puedes hacer el dibujo de macarrones


—me dice María.

—¿Y por qué no?


—Pues porque es un regalo para el día de la
madre y tú no tienes mamá. ¡Tú no tienes familia
que te quiera!.

—¡Eso es mentira! Sí tengo familia, y me


quieren mucho más que a ti.

—Es verdad, porque no tienes mamá, ni papá.


Y cuando tu tío se eche una novia, tendrán bebes y
a ti ya no te querrán nunca.

Me enfado mucho con ella. Le pego un


empujón y ella me muerde en el brazo. Me hace
mucho daño y para que me suelte le tiro del pelo.
—¡Pero bueno! —dice la seño Lucía haciendo
que María me suelte— Eso no se hace, niñas. Vete
a jugar, María.

María se va riendo, porque piensa que me la


seño Lucía me va a regañar. Pero la seño Lucía no
es como mi seño, la seño Lucía es buena. Yo
empiezo a llorar, me duele el brazo donde la mala
de María me ha mordido.

—A ver, cariño, deja de llorar y cuéntame que


ha pasado.

—Pues María me ha dicho que nadie me


quiero. ¡Y es mentira! Mis tíos me quieren
mucho…

—Claro que te quieren, princesa. No le hagas


caso a quien te diga lo contrario, ¿de acuerdo?

Digo que sí con la cabeza. La seño Lucía es


muy buena. Ojala fuera ella mi seño, seguro que
nunca me iba a mandar al rincón de pensar. Ella
me creería siempre.

—Si te vuelven a decir eso, díselo a tu


profesora, ¿Vale?

—Ya se lo digo, pero no me cree —digo


volviendo a llorar—. Siempre dice que es culpa
mía y que miento y me manda al rincón de pensar.
La seño Lucía me vuelve a mirar. Tiene los
ojos del mismo color que yo, y que mi mamá. Y
huele a mamá… me encanta su olor. Me gustaría
que fuera mi mamá.

—Vamos a hacer una cosa. Si te vuelven a


decir algo así me lo dices a mí, y yo me encargaré
de castigarla si se lo merece ¿Vale? Pero no
vuelvas a tirarle así del pelo a nadie.

—Le tiraba del pelo porque ella me estaba


mordiendo y me do-lía mucho.

La seño me coge el brazo y mira donde me


duele. Me ha sali-do un morado y tengo los dientes
de María marcados en la carne. La seño sopla
encima de la pupa, y dice unas palabras mágicas,
que solo ella se sabe, y como me gusta tanto
vuelvo a sonreír, igual que ella. Es muy guapa, y
cuando me da un beso en la pupa el dolor se va.
¡Ya no me duele!
—Ahora vete a jugar, y si se meten contigo me
lo dices.

Le doy un beso y me voy a jugar. Las cosas que


me ha dicho la seño Lucía me han hecho feliz otra
vez, las demás niñas son unas tontas y la seño
Lucía lo sabe.

Capítulo 04

(Lucía)

La convivencia en casa no ha cambiado, bueno


sí, Raúl se cansó de su última amante y ahora me
busca a mí. ¡Lo lleva claro! No pienso dejar que
me toque ni una sola vez más.

Hace un mes que me reuní con Adrián. Un mes


que me ha parecido eterno. No nos hemos vuelto a
ver y la verdad es que lo estoy deseando.

Es viernes por la tarde y estoy tumbada


bocabajo en mi cama leyendo hasta que el sonido
del teléfono me sobresalta.

—¿Diga? —no reconozco el número.

—Lucía, soy Adrián, tu abogado —¡Madre


mía! Qué voz tan sexy tiene—. Te llamo para
decirte que ya se le han enviado los papeles a tu
marido. Si los firma, todo habrá terminado en
breve.

—¡Genial! Muchas gracias.

—Es mi trabajo —la línea se queda unos


segundos en silencio—. Oye, si necesitas algo
dímelo y mandaré una patrulla. Éste es mi número
personal, llámame a cualquier hora.

—Está bien. Muchísimas gracias, Adrián.

—No hay de qué.

Cuelgo el teléfono con una sonrisa radiante.


Ahora sí que ten-go ganas de salir y celebrarlo.
Esta noche he quedado con mis amigos para ir
a cenar y a to-mar algo. Estoy harta de quedarme
en casa. No voy a salir a ligar, porque aunque no
se merezca mi respeto, yo no soy como él. Sigo
estando casada, y hasta que eso cambie seguiré
con mi celibato. Eso no quiere decir que no
disfrute mucho con mi vibrador, y sobre todo si en
mi cabeza está cierto abogado cañón. Su llamada
me ha animado más, ya casi soy libre.

—¡¡Lucía!! —grita Raúl.

La puerta de mi habitación se abre con fuerza y


golpea contra la pared.
Inconscientemente agarro el teléfono, no tengo
miedo de que me golpee, pero nunca se está
demasiado preparada.

—¡¿Qué coño es esto?! —agita ante mí unos


papeles que reconozco al instante.

—Parece que ya te han llegado —me levanto


de la cama para ir a ducharme—. Solo tienes que
firmarlos y todo habrá acabado.

—Estas de coña, ¿verdad? —me mira


incrédulo— ¿Has pedido el divorcio?

—Ambos sabíamos que esto iba a pasar.


Ahora ya no tendrás que esconderte para follarte a
otra. Bueno, quizás de tu madre, porque tienes que
dejar la casa.

—¡No pienso firmarlos! No quiero perderte.

—Tú lo que no quieres es perder a tu chacha,


tu cocinera, y tu casa. No quieres perder a la
muñeca que te follas cuando te fallan las demás.
Eso es lo que no quieres perder, pero yo estoy
deseando librarme de ti. Y ahora, si me
disculpas... he quedado.

Dejo a un Raúl anonadado y me meto en la


ducha. Nunca le he hablado así. Siempre he tenido
mi genio, pero lo he mantenido a raya…hasta
ahora.

Me tomo mi tiempo bajo el agua caliente. Cada


segundo que pasa veo más cerca el final de este
despropósito de matrimonio. Cuando salgo del
baño Raúl está sentado delante del televisor, para
variar. Me seco el pelo que dejo suelto por mi
espalda. El maquillaje que me aplico es ligero. Me
enfundo, no sin dificultad, el vestido que me
compré ayer para celebrar éste momento, el
comienzo de mi nueva vida. Es de encaje blanco,
muy ajustado, si tirantes y largo hasta medio
muslo. Me pongo los zapatos de tacón de aguja
también blancos.
Me perfumo con mi 212 sexy de Carolina
Herrera y me dirijo hacia la puerta decidida a
pasármelo en grande.

—¿Dónde vas? —pregunta Raúl cuando paso


por delante de la televisión.

—A divertirme —respondo secamente.


—¿Vestida así? —se levanta y me coge de las
manos—. Cariño, perdóname, por todo.
Yo te quiero. No quiero perderte. Lo eres todo
para mí.

—No Raúl, ya no te creo. Te di muchas


oportunidades y tú te has reído de mí cientos de
veces. Hasta aquí ha llegado mi paciencia. Déjame
pasar, me están esperando.

Salgo a la calle y ahí están mis incondicionales


amigos, Rubén y Carmen. Rubén es gay y lo
conozco desde el colegio, es un amor y siempre ha
estado a mi lado.

A Carmen la conocí en la universidad. Es


compañera de pro-fesión, pero en un colegio
distinto al mío.

Me llevan a cenar a nuestro restaurante chino


favorito.

—Chicos, tengo que contaros una cosa —


anuncio metiéndome un trozo de ternera al curry en
la boca.

—¿No me digas que estás embarazada? —


pegunta Rubén horro-rizado.

—¡No! —río— No es eso. He pedido el


divorcio —suelto a boca-jarro.

—¡¿Cómo?! —gritan mis dos amigos.

—Pues eso, he pedido el divorcio. Hoy le han


llegado los papeles a Raúl. Y sí — contesto antes
de que pregunten—, ha intentado que me eche
atrás, pero no lo pienso hacer.

—¡Pero eso es estupendo! —exclama Rubén—


Ya tenemos algo que celebrar. Ya iba siendo hora
de que te libraras de ese pa-rásito.

Después de la cena, en la que nos hemos


despachado a gusto poniendo verde a mi ex, me
llevan a Ganivet 13, un local de moda de la zona.
Nos acercamos a la barra y pedimos unas copas.
La noche promete ser divertida. Bailamos,
bebemos y reímos, todo en mucha cantidad.

—Nena, con ese vestido llamas mucho la


atención —grita Rubén junto a mi oído.

—¿Qué pasa, no te gusta?

—Claro que me gusta, estás fantástica. Pero


todos los hombres se fijan en ti, solo en ti, y yo
necesito marcha esta noche —me recrimina riendo.

Volvemos a la barra a beber, tanto reír nos deja


sedientos. Allí Carmen nos cuenta las
divertidísimas anécdotas de su marido. Ser policía
local en Granada da para mucho.

La escucho atentamente hasta que suena la


canción Negrita de La Unión.

—Vamos a bailar. ¡Me encanta esta canción!


—agarrándolos del brazo los llevo a la pista.
Me dejo envolver por la sensual música y
bailo el hipnótico ritmo. Algún que otro moscón se
acerca, pero los descarto al momento. No estoy
interesada en ninguno de ellos.
Mis contoneos están dedicados a otro hombre,
un Dios griego de pelo largo y rubio que es capaz
de cortarme la respiración con solo mirarme. Que
hace que me cosquillee y caliente la piel con un
simple roce de su mano en la mía. El Dios que
ocupa todos mis pensamientos desde hace un mes.
Con el que sueño todas las noches, y al que si
hubiera conocido en otras circunstancias habría
intentado seducir.

La canción termina y volvemos a la barra.


Llevo bastante alcohol en sangre, pero una noche
es una noche. No suelo beber mucho, nunca sabes
a quién te puedes encontrar, y no está muy bien
considerado ver a la profesora de tu hijo de seis
años borra-cha como una cuba. Pero hoy es un día
especial, empiezo a ser feliz.
—Luci, ese tío no te quita los ojos de encima
—me dice Carmen.

—¿Quién? —pregunto mirando alrededor.

—El guapo rubio que viene hacia aquí.

Miro donde señala y lo veo. Ahí está,


acercándose a mí vestido de forma informal.
Mi dios griego. Adrián.

—Buenas noches, Lucía —me tiende la mano.

—Buenas noches, Adrián —yo me dejo de


formalismos y le doy dos besos—. Aquí no somos
abogado y clienta —susurro junto a su oreja.

La sonrisa que descubro en su cara cuando me


aparto hace lava mi entrepierna.

—Estás impresionante.

—Gracias, tú también estás muy guapo.


—¿Celebrando algo? —ahora es él quien
susurra en mi oído mientras pasa su brazo
alrededor de mí cintura.

—Pues sí. Dentro de poco seré libre. Y todo


gracias a ti.

—Me alegro mucho de ser partícipe de esa


libertad. ¿Tu marido se ha puesto difícil?

—Bueno... me ha rogado que no le deje. Pero


eso está fuera de discusión, porque no me creo
nada de lo que salga por su boca.

—Me reitero en lo que te dije esta tarde. Si te


molesta, avísame —Me besa la mejilla—. Te dejo
disfrutar con tus amigos. Hablamos pronto —ahora
besa la parte sensible que tengo bajo la oreja, casi
en el cuello.

Se separa de mí dejándome una sensación de


pérdida. Se despide de mis amigos (que lo miran
con la boca abierta) con un leve movimiento de
cabeza y se va.

—¿Quién era ese tiarrón? —pregunta Rubén.

—Mi abogado —respondo sonriendo.

Discutimos durante un rato las ventajas y


desventajas de tener un Dios griego como
abogado. Solo conseguimos llegar a la conclusión
de que es un buen incentivo para contratarlo, sobre
todo si es para que lleve tu divorcio.

Me paso el resto de la noche mirando a


escondidas a Adrián. No parece estar interesado
en ninguna de sus pretendientes, al contrario que su
amigo. Solo me mira a mí. La antigua Lucía se
habría sentido cohibida, pero la nueva se mueve
de manera más sensual. Me gusta que me mire. Sé
que la sonrisa con que lo hace me va a perseguir
en sueños durante mucho tiempo.

Ponemos fin a la noche a eso de las cinco de la


mañana. Adrián se ha ido (por suerte para mí, sin
compañía femenina) y ya no es tan divertido
bailar. Cuando llego a casa me encuentro a Raúl
tumbado en el sofá, solo. Se despierta cuando
maldigo al tropezar con la alfombra.

—¿Ahora llegas? —pregunta restregándose los


ojos.

—No, me he levantado temprano para bajar a


por el pan —contesto con sorna.

—¿Con quién has estado? —ya está bien


despierto.

—Eso no es asunto tuyo.

—¿Cómo que no? ¡Eres mi mujer!

—También era tu mujer cuando te follabas a


todo bicho vivien-te, así que ahora no te hagas el
ofendido.

Me meto en mi habitación, me quito el vestido


y sin desma-quillarme me quedo dormida.
Capítulo 05

(Adrián)

Ya estamos en Semana Santa, y no me puedo


quitar de la cabeza a mi clienta... ni nuestro
encuentro en el bar. Aún siento las ganas
irrefrenables que tuve de arrancarle ese trozo de
tela blanca que cubría su cuerpo para meterla en
uno de los baños y follármela a pelo. Joder, sí, a
pelo, porque me pone tan cachondo que no quiero
que nada se interponga entre su piel y la mía.

He decidido irme a la playa con Eva, y como


está haciendo más calor de lo normal espero que
la niña disfrute más de estas vacaciones que de ver
procesiones, que la verdad es que a mí no me van.

Marcos se ha apuntado también a nuestras


vacaciones. Es más que mi mejor amigo, es mi
hermano. Lo conocí en el instituto, fuimos durante
los tres primeros años a la misma clase. Luego
nuestros caminos se separaron para
especializarnos, pero seguimos fraguando una
amistad que a día de hoy es irrompible.

Fue mi apoyo cuando mi hermana murió. No


solo me consoló, sino que aprendió conmigo a ser
padre, compartiendo mis obli-gaciones con la niña
y convirtiéndose en el tío Marcos. Incluso hemos
sido compañeros de juergas, experimentando en el
sexo, compartiendo a alguna que otra mujer en
nuestras camas.

Es mi mano derecha, mi confidente, y también


mi tormento. Está empeñado en que me busque
alguna mujer para desfogarme. Piensa que tanto
tiempo sin sexo no es bueno, pues llevo desde que
tengo a Eva sin estar con ninguna mujer. Pero no es
solo por la niña...
es que no había encontrado a ninguna mujer
que llamase mi atención... hasta que Lucía entró en
mi despacho.

Cada vez que pienso en ella veo sus caderas


moviéndose al son de la música. Su sonrisa tierna
y divertida provocándome. Sus miradas furtivas,
creyendo que no me daba cuenta. Me he propuesto
seducirla... pero no voy a mover ficha hasta que
esté divorciada, no quiero poner en peligro su
patrimonio.

Sacudo la cabeza para despejarme. Aún no me


he levantado de la cama, y aunque tenemos tiempo
de sobra, no quiero llegar demasiado tarde. Pero
el recuerdo de Lucía inunda de nuevo mi
imaginación. La veo desnuda entre las sábanas,
arqueando la espalda seductora, llamándome con
un movimiento de su mano.

Y yo me acerco a ella, despacio, gateando por


su cuerpo y plagándolo de besos húmedos y
suaves. Mi mano se dirige por sí sola debajo de la
sábana, donde me encuentro totalmente desnudo, y
agarro mi erección con firmeza. Y de pronto son
sus labios los que se deslizan arriba y abajo por
mi erección, que se pone más dura si cabe.
Imagino su cuerpo sobre el mío, excitándome,
tentándome a enterrarme en ese coñito prieto que
será como seda caliente, y aligero el movimiento,
más y más deprisa, más y más apretado... hasta que
con un gemido sordo me corro entre las sábanas. Y
es en este momento en el que sé que no voy a
poder esperar a que el divorcio sea un hecho.

Me levanto de la cama, meto las sábanas en la


lavadora para que la limpiadora no se percate de
la cerdada que acabo de hacer, y me meto en la
ducha.

Una hora después tengo las maletas en el coche


y a la niña sentada en su sillita.
Marcos aparece en ese momento, aparca su
moto en mi cochera y nos dirigimos rumbo a
Cádiz, a esas pla-yas de Tarifa que son como oro
fundido, bañadas por el océano cristalino.

Llegamos a media tarde al hotel, una pequeña


villa acomo-dada para recibir a unos pocos
visitantes, rodeada de vegetación y con acceso
directo a la playa. Además tienes dos piscinas, una
de adultos y otra de niños, un gimnasio, y las
habitaciones son amplias y de estilo Zen... todo un
lujo para el descanso, que es lo que necesito.

Dejamos las maletas en la habitación y nos


acercamos al bar a tomarnos un café. Eva se pide
una copa de helado más grande que ella, y no
podemos evitar reírnos cuando se relame traviesa
y le hinca el diente.

—Bueno, tío... ¿Qué tal todo con tu clienta?

—¿Cuál de ellas, Marcos? Tengo unas cuantas.

—No te las des de listo que sabes


perfectamente a cuál de ellas me refiero.

—Lucía —digo intencionadamente, no me


gusta que la compare con mis demás clientas—
está perfectamente, como ya pudiste comprobar el
otro día en Ganivet.
—¿No has vuelto a hablar con ella? —me mira
extrañado.

—La verdad es que no, hasta que no salga el


juicio no tengo motivos para hacerlo. Le dije que
me avisara si su marido no se comportaba, pero
debo deducir que sí lo ha hecho, pues no ha dado
señales de vida.

—¿Y por qué no la llamas? Tienes excusa.


Pregúntale cómo está.

—No creo que sea correcto, Marcos.

—Eres su abogado, ¿Por qué no va a ser


correcto?

—Porque estoy de vacaciones y todos mis


clientes lo saben.

—Te gusta, y ella está libre.

—Aún no —le interrumpo. No me gusta por


dónde van sus de-rroteros.

—Pero pronto lo estará. Y seguro que ella no


te va a negar un polvo. Ve allanándote el camino,
macho.

Esa tarde damos un paseo por el pueblo,


porque Eva debe es-tar cansada, y no tardamos
mucho en irnos a la cama. Mi princesa se duerme
en cuanto su cabeza toca la almohada, pero yo no
soy capaz de pegar ojo.

Estoy dándole vueltas al móvil en la mano,


tentado de llamarla, pero sé que es muy tarde y
puede que esté durmiendo. Así que le mando un
Whatsapp.

Buenas noches, Lucía. ¿Anda todo bien?

Al momento ella está en línea, y me contesta


deprisa.

Buenas noches, abogado. Todo en calma


Sonrío por ese “abogado” que tan sexy me
suena al imaginarlo en sus labios.

Yo: Creo que a estas alturas puedes llamarme


Adrián. ¿Tu marido sigue tranquilo?

Lucía: Ni lo sé ni me importa. No estoy en


casa.

Yo: Ah, ¿no? ¿Y dónde te has metido?

Lucía: Está muy curioso hoy, señor abogado.

Yo: Adrián. Y no es curiosidad, es


profesionalidad. Debo tenerla localizada en
cualquier momento. Es usted mi clienta.

Lucía: Si solo es por eso... estoy en Alemania,


en casa de mis padres.

Yo: ¿Te has ido por escapar de tu ma-rido?


Lucía: No... Me he venido porque echaba de
menos a mis padres. ¿Tú no te has cogido
vacaciones?

Yo: Claro. Yo estoy disfrutando de las playas


de Tarifa.

Lucía: Mmm... Sol, playa, abdominales al


aire... y mujeres deseando que le untes la crema.

Yo: ¿Eso que denoto son celos?

Lucía: No te lo crees ni borracho. Estás


bueno, pero no para tanto.

Yo: Así que te parece que estoy bue-no...

Lucía: Tengo ojos en la cara, no hace falta ser


muy lista para darse cuenta de ello.

Yo: ¿Sabes una cosa, Lucía?


Lucía: Dime.

Yo: Estás demasiado lejos para raptar-te.

Lucía: ... ¿Quieres raptarme?

Yo: Más de lo que debería dadas las


circunstancias.

Lucía: ¿Y qué circunstancias son esas?

Yo: Que sigues casada.

Lucía: ¿Y si no lo estuviese?

Yo: Si no lo estuvieses... quizás no estarías con


tus padres, y en vez de hablando estaríamos
gimiendo.

Lucía: Mmm... Suena bien ¿Qué vuelo coges?

Yo: Adelanta tu regreso.


Lucía: Aquí hace más frío, podemos darnos
calor.

Yo: Ya estoy lo suficientemente caliente. No es


eso lo que quiero.

Lucía: ¿Y qué es lo que quieres?

Yo: A ti... desnuda, en mi cama.

Su silencio se prolonga demasiado... supongo


que he metido la pata. Cuando estoy a punto de
disculparme, me llega otro mensaje de Lucía.

Eso dígamelo cuando el divorcio sea un


hecho.

Me muero de ganas de gemir con usted

Y ahora el que se queda en silencio soy yo...


Estoy excitado... y frustrado por no tenerla más
cerca. Si estuviese en Granada me iba ahora
mismo a por ella y la hacía gemir...
pero de verdad.

Créeme, cuando tengas el puto divorcio en


las manos voy a follarte hasta que me supliques
que pare. Hasta entonces... Buenas noches,
Lucía

Esta vez, su respuesta no llega. Mejor así, se


nos estaba yendo de las manos. Me duermo
cachondo y frustrado, pero con la satisfacción de
que ella está igual de frustrada que yo.

Al día siguiente nos tiramos toda la mañana en


la playa. Hace muy buena temperatura, y el agua no
está demasiado fría.

Las olas nos llaman, nos incitan a hacer surf,


pero no quiero dejar a la pequeña sola.
Así que animo a Marcos a que alquile una
tabla y disfrute de las olas, mientras yo me quedo
en la orilla haciendo castillos de arena con Eva.
—Tío Adri... ¿por qué no tienes novia? —esa
pregunta me descoloca.

—Nena, ¿a qué viene eso ahora?

—Tío Marcos ha tenido muchas novias, pero


tú nunca has teni-do ninguna.

—Eso es porque no me apetece, cielo. Estoy


muy bien solo contigo.

—¿Eres gay?

—¿¿Qué?? —¿De dónde demonios ha sacado


esa idea?

—El padre de mi amiga Fátima es gay. Le


gustan los hombres. La seño Lucía dice que no hay
nada de malo, que es una situación como otra
cualquiera y que no hay que juzgar a las personas.

—Muy inteligente tu seño. Y no, cielo, no soy


gay. Me encantan las mujeres, pero no tengo
tiempo para complicarme la vida.

La mención de mi sobrina del nombre de su


seño me ha llevado de cabeza a recordar a mi
picante clienta, que no ha dado señales de vida
desde el último mensaje.

¿Se habrá enfadado por lo que le dije? Quizás


fui demasiado directo y la asusté. A fin de cuentas
acaba de salir de una relación tormentosa... Me
acerco a la toalla para mandarle un nuevo mensaje.

Yo: Lucía... siento lo de anoche

Lucía: Deberías... tuve que aliviar-me... a


mano.

¡Joder! Un escalofrío recorre mi espalda y mi


polla comienza a hacer tienda de campaña en mi
bañador. No puedo evitar imaginarla
acariciándose... esta mujer me va a volver loco.

Yo: ¿Pensaste en mí?


Lucía: ¿En quién si no? Me vuelve loca, señor
abogado.

Yo: Tú sí que me vuelves loco. El día que


entraste a mi despacho por primera vez me
provocaste una erección de dos pares de cojones.

Lucía: ¿Y eso a cuántos centímetros se


resume?

Yo: Lo sabrás, pequeña... te aseguro que pronto


lo sabrás.

Lucía: Lo estoy deseando.

Yo: Y que sepas que yo ayer tuve que dormir


con una erección que no pude calmar.

Lucía: Las duchas frías siempre ayudan.

Yo: Ni eso sirvió.


Lucía: Masturbarse no es malo.

Su respuesta me hace reír a carcajadas. Si ella


supiese que no lo hice porque Eva estaba junto a
mí...
Yo: Nada puede compararse con sentir el
cuerpo de una mujer ordeñándote... y más si ese
cuerpo es el tuyo.

Lucía: Espero que estés en la habitación del


hotel...

Yo: Realmente estoy en mitad de la playa, con


una erección que está deseando enterrarse en ti.

Lucía: Creo que voy a pensarme seriamente lo


de volver antes...

Yo: Ya estás tardando.

Lucía: No sea impaciente, señor abogado.


Cuando tenga el divorcio podrá abusar de mí de la
manera que se le antoje. Ahora debo marcharme.
Hasta pronto.

Lucía se va... por el momento. Y yo tengo que


meterme en el mar para no dar la nota.
¡Vaya padre modelo estoy hecho!

Capítulo 06

(Lucía)

Estoy intentando acomodarme en el asiento del


avión. Nun-ca he viajado en primera clase, pero
seguro que sus como-didades son mucho mejores
que este tormento llamado asiento. Solo son las
doce del medio día y ya estoy muerta. Me he
levantado a las cuatro y media de la mañana.

Bueno, levantado de la cama, porque no he


dormido nada. Cada vez que cierro los ojos la
cara de Adrián aparece en mi men-te, está
empezando a volverse una absurda obsesión. A las
cinco Rubén me estaba recogiendo para traerme al
aeropuerto de Ma-drid— Barajas, desde donde
parte mi vuelo hacia Berlín, donde mis padres me
esperan.

Tengo unas ganas locas de verlos. Se mudaron


hace dos años para cuidar de mi abuela, pero
después de su muerte se quedaron allí a vivir y les
echo de menos. Me quedo dormida prácticamente
al instante, pues por muy incómodo que sea el
asiento el sueño es mucho mayor.

Adrián y yo nos encontramos en mi cama.


Empieza a acariciarme todo el cuerpo con sus
grandes manos dejando un reguero de fuego a su
paso.

Agarra mis pechos y pellizca mis pezones sin


contemplacio-nes. Sus movimientos son tan
seguros que me excita casi lo mis-mo que sus
palabras.

—Me encantas, nena… eres un ángel… Estas


hecha para mí… Solo para mí. — susurra
intercalando sus palabras con besos húmedos y
caricias ardientes.

Sigue bajando las manos hasta que llega a mi


sexo, ya húme-do y listo para él. Me provoca, me
tienta, pero no me da lo que necesito. Gruño de
frustración y momentos después me penetra de
golpe con dos dedos, me arqueo por el placer que
sus benditas caricias me provocan. Entonces dos
manos que no son ni mías ni de Adrián empiezan a
acariciarme los pechos. Los masajea y aprisiona
los pezones entre sus dedos a la vez que los dedos
de Adrián entran y salen de mí, provocándome uno
de los mayores placeres que haya podido
experimentar en mi vida.

De repente me levantan de un tirón y me


encuentro sentada ahorcajadas sobre mi dios
griego que me mira con lujuria y pa-sión. Me alza
y se hunde en mí poco a poco. Es grande, grueso y
está duro como una piedra. Las manos
desconocidas que he sentido antes vuelven a
acariciarme y Adrián me besa con desesperación.
—Disfruta, ángel —susurra éste junto a mis
labios.

Mientras se adueña de mi boca otros labios


besan mi hombro, mi cuello. Adrián no se ha
movido ni un milímetro dentro de mí, solo con su
lengua es capaz de llevarme al borde del orgasmo.
Las manos desconocidas están ahora sobre mis
nalgas. Las acaricia con reverencia sin dejar de
mordisquearme el cuello. Noto como una de sus
manos unta un poco de lubricante en mi ano. Se lo
que va a pasar y lo deseo, lo deseo con toda mi
alma.

—Hazlo —ordeno al desconocido—. ¡Por


favor, Adri, hacedlo!

Éste asiente y noto como la erección del


desconocido pugna por entrar y entonces…
me despierta la azafata porque hemos llegado a
Berlín. He dormido durante las tres horas que ha
durado el vuelo y la verdad es que me ha sentado
de lujo, aunque el sueño me ha dejado húmeda e
incómoda.

La casa de mi abuela está igual que siempre,


salvo que ahora es la casa de mis padres y que mi
abuela ya no puede regañarme por estar demasiado
delgada. La echo de menos.

Estoy tirada en la cama, no puedo dejar de


pensar en mi abogado. De repente la vibración del
teléfono me sobresalta. Supongo que será Rubén,
para ver qué tal estoy. Pero no, es un mensaje de
Raúl.

Te echo de menos. Te quiero

¡Dios mío, qué pesado es! A ver si firma los


puñeteros papeles de una vez para que pueda
cambiar de número de teléfono y empiece mi
nueva vida lejos de él. No le contesto, ya le he
dedicado trece años de mi vida, no se merece ni un
minuto más.
Al rato sigo despierta y el teléfono vuelve a
vibrar. Estoy a punto de estamparlo contra la
pared, pero antes miro de quién es el mensaje, y al
verlo me quedo petrificada. Es Adrián.

La conversación empieza muy profesional con


un “Buenas noches”. Me pregunta cómo estoy y
que si hay algún problema con Raúl. A cada
mensaje la conversación se vuelve más…
relajada, y yo me vuelvo más atrevida. No puedo
negar que Adrián me atrae, y mucho. Cuando se lo
confieso la cosa se calienta a pasos agigantados.
Mmm… dice que quiere raptarme, estoy a punto de
buscar vuelo para volver. Si no fuera porque el
imbécil de Raúl no ha firmado todavía los papeles
ya estaría en un avión para ir en busca de Adrián.

Parece que a él también le echa para atrás que


aún esté casada, no sé si eso es bueno o malo. Su
último mensaje me emociona y calienta como
nadie ha conseguido hacer en mucho tiempo.
Pienso qué contestar, pero todo lo que se me
ocurre es demasiado picante para decirlo por aquí,
es de esas cosas que es mejor decirlas susurradas
al oído. Así que prefiero dar por finalizada la
conversación.

En lo único que puedo pensar es en el sueño


que tuve en el avión. Nunca me había planteado
hacer un trío con dos hombres, pero si uno de ellos
es Adrián Scott posiblemente lo propusiera yo
misma.

Recreo ese sueño paso a paso. Mi sangre


hierve y termino con una necesidad de tocarme
insoportable. Cierro los ojos y siento que son las
manos de Adrián las que me acarician el pecho.

Baja una mano lentamente acariciando todo mi


cuerpo hasta que llega al centro de mi deseo e
introduce un dedo en mi interior. Lo mete y lo saca
lentamente. Ahora mete dos dedos de golpe y
cuando pellizca con fuerza unos de mis pezones
estallo en un orgasmo atronador. Me muerdo los
labios para no gritar y que mis padres, que
duermen en la habitación de al lado, se enteren de
que acabo de masturbarme pensando en mi
abogado.

A la mañana siguiente siento a mis padres en la


mesa de la cocina y les cuento todo lo que está
pasando en mi matrimonio.

—¿Por qué no nos lo has contado antes? —


llora mi madre.

—No quería preocuparos. Creo que pensaba


que todo cambiaría tarde o temprano —
reconozco.

—Pero no ha sido así —tercia mi padre.

—No, no ha sido así. Por eso he pedido el


divorcio —confieso.

—¿Tienes un buen abogado? No pienso


permitir que ese Blöd-mann se quede con nada de
mi niña —cuando mi padre se enfa-da maldice en
alemán, cosa que siempre me ha hecho gracia.
—Tranquilo papá. He contratado al mejor
abogado. Y no —corto a mi madre antes de que
hable—, no necesito dinero.

Contesto a todas sus preguntas. Y hasta que no


se cercioran de que ahora sí que soy realmente
feliz no se quedan tranquilos.

Después de nuestra charla mis padres se han


ido a comprar al mercado y me han dejado viendo
la televisión alemana. Hablo alemán a la
perfección, pero reconozco que es mucho más
aburri-da que la televisión española.

El sonido de un Whatsapp hace que mi


estómago se retuerza de expectación, espero que
sea mi dios griego. Y ahí está el señor abogado
disculpándose por la conversación de ayer.
¿Disculpándose? ¡No tiene por qué hacerlo! Así
que para relajar el ambiente le cuento que me tuve
que aliviar pensando en él. La reacción de él me
divierte, así que la conversación se vuelve mucho
más interesante que la que mantuvimos ayer.

La confesión de que me desea va a hacer que


lo que me queda de estar en casa de mis padres
sea mucho menos divertido, porque tengo muchas
más ganas de volver a casa y obligar a Raúl a que
firme los puñeteros papeles para poder gozar de
una vez por todas del señor Scott.

Capítulo 07

(Lucía)

Son las dos de la madrugada del domingo y


estoy sentada es un autobús camino de Granada.
Llevo aquí dos horas y aún me quedan tres horas
más, al menos. Estoy rendida, deseando llegar a
casa, meterme en la cama y descansar.

Los días que he pasado con mis padres han


sido geniales, los he echado muchísimo de menos.
Estar con ellos, sentir su amor y recibir su apoyo
con todo el tema de Raúl ha hecho que recargue
las pilas y consiga las fuerzas que necesitaba para
comenzar mi nueva vida.

A las seis de la mañana entro por la puerta de


mi casa. He conseguido dormir un poco durante el
viaje, y como va siendo costumbre, he soñado con
Adrián.

—¿Lucía? ¿Eres tú? —la voz de Raúl suena


adormilada.

—Sí, soy yo —¿Quién iba a ser si no?

Sin decir nada más entro en mi habitación,


dejo a un lado la maleta y me echo a dormir.

Abro los ojos y veo que es la una del


mediodía. Me desperezo plácidamente y me
preparo para encontrarme al inútil de Raúl.

Una vez duchada y espabilada voy a la cocina


a comer algo. No tengo muchas esperanzas de
encontrar algo comestible, pero tengo que
intentarlo. Encuentro pan de molde, un poco de
jamón cocido, que aún huele bien, mantequilla y
queso, puedo apañarme con esto hasta la noche.

Raúl entra en la cocina cuando estoy


terminando mi segundo sándwich. Se sienta en la
silla de enfrente y clava su mirada en mí.

—¿Qué tal están tus padres? —me encojo de


hombros, sé que no le interesa en realidad— Estos
días que has estado fuera te he echado de menos,
pero me han servido para pensar.

¿Pensar? Si él solo piensa con la entrepierna.


Esta nueva face-ta suya me sorprende.

—¿Y has llegado a alguna conclusión? —


pregunto con toda la indiferencia que siento.

—No eres feliz —afirma bajando la mirada.

—No. Quizás en un tiempo creí que lo era.


Pero ya no tengo fuerzas para seguir engañándome.
—Yo te quiero —vuelve a mirarme—. Aunque
no te lo creas siempre te he querido.
He sido un auténtico capullo, un gilipollas, por
cómo te he tratado. Pero te quiero, y por eso voy a
firmar los papeles. Quiero que seas feliz, y si no
es conmigo quiero darte la oportunidad de serlo.

Se levanta y sale de la cocina dejándome con


la boca abierta ¿Acaba de decir que va a
concederme la libertad? Hasta que no los vea
firmados no voy a hacerme ilusiones.

A los pocos minutos vuelve con él sobre donde


le llegaron los papeles. Los saca, revisa y firma
donde es necesario. Al terminar los mete en el
sobre y me lo tiende.

—Ya tengo mis cosas recogidas.

—¿Ya? —la verdad es que me sorprende.

—Sí, ya lo tenía decidido antes de que


vinieses, pero quería decírtelo en persona —
vuelve a levantarse —. Esta tarde pasaré a por la
cama y el sofá.

Se acerca, me agarra la cara con las dos manos


y me da un beso tierno antes de irse.
Por un momento ha vuelto a ser el Raúl del que
me enamoré. Una parte de mí va a echarle de
menos, pero la parte que recuerda todo lo malo
que me ha hecho gana la batalla y la imagen de
Adrián aparece en mi mente. Miro el sobre que
tengo en las manos, aún no me puedo creer que ya
lo tenga. En cuanto oigo la puerta de entrada
cerrarse corro a la habitación para coger el
teléfono. No lo apagué antes de acostarme, así que
tiene muy poca batería.
Rebusco en la maleta, saco el cargador y lo
enchufo.

Lo primero que hago es llamar a un cerrajero


para que cambie la cerradura. Me confirma que a
lo largo de la tarde me llamará para venir.
Después deshago la maleta, me doy un baño
caliente y me acurruco en el sofá. Miro lo que hay
en la tele, pero nada me convence.

Adrián no sale de mi cabeza, así que le envío


un mensaje.

Yo: ¡¡Hola!! ¿Qué tal las vacaciones?

Adrián: Hola, preciosa. Todo bien. ¿Cuándo


vuelves? Tenemos una conversación pendiente.

Yo: He llegado a las seis. Estoy reven-tada.

Adrián: ¿Todo bien en casa? ¿Tu ex-marido


está tranquilo?

Yo: Por eso te escribo. Raúl acaba de firmar.


¡¡¡Ya soy libre!!!

Adrián: ¿En serio? ¿Así, sin más?

Yo: Bueno… primero me ha soltado una


charla, pero al final ha firmado.
Adrián: Eso es genial. Mándamelos mañana
sin falta.

Yo: ¿No prefieres que te los lleve en persona?

Adrián: Intento ser profesional, cariño, pero


no me dejas. Si vienes a mi despacho voy a
saborearte como llevo queriendo hacer desde que
te conozco… ¿Estás dispuesta?

Yo: Me encantaría ¿Has pensado en mí estos


días?

Adrián: ¿Que si he pensado en ti? Tengo la


polla a punto de reventar y todo es por tu culpa.
Me he hecho más pajas pensando en tu dulce
boquita que cuando era adolescente ¿Y tú? ¿Te has
tocado pensando en mí?

Yo: Casi cada noche.

Adrián: Mmm… solo de imaginarte me pongo


a mil por hora.

Yo: Así llevo yo desde la conversación del


otro día, así que no te quejes.

Adrián: Por más que me apetezca se-guir con


esta conversación, te tengo que dejar.
Mañana a las diez nos ve-mos sin falta. Mi
erección y yo te esperamos ansiosos.

Yo: Hasta mañana. Voy a meterme en la cama a


pensar en ti y en tu erección.

Adrián: Mi erección no deja de pen-sar en ti


en ningún momento.

Yo: Ya la recompensaré por acordarse tanto de


mí.

¡Joder! Este hombre no solo es bueno como


abogado, a la hora de seducir y provocar a una
mujer es el mejor. Ya estoy deseando que llegue
mañana para verle de nuevo y saber cómo es
sentirse entre sus brazos.
Al ser Semana Santa, no hay clases, pero
nuestro colegio tiene servicio de guardería y como
me presenté voluntaria tengo que estar allí para
hacer mi turno a las once, por lo que el tiempo que
tendré para hablar con Adrián será limitado.

Ya estoy en la cama. Raúl vino con su hermano


a eso de las cinco de la tarde para llevarse sus
cosas. No me ha dado pena ver-le marchar. Lo que
me ha dado ha sido un poco de grima cuando, antes
de marcharse, me ha dado un beso en la mejilla y
me ha su-surrado “te quiero”. Ya no siento nada
por él. Lo único que siento es nerviosismo por lo
que puede pasar mañana. Las ganas de ver a
Adrián son enormes. Nunca me había sentido tan
atraída por un hombre, ni siquiera me sentí así
cuando conocí a Raúl.

Entonces me sentí fascinada, alagada e incluso


especial, pero en ningún momento atraída de esta
manera. Cierro los ojos e intento dormir, no sin
antes fantasear con cómo sería estar en los brazos
desnudos de mi dios griego. Fantaseo con lo bien
que tie-nes que sentirte estando bajo ese cuerpo
moldeado en el gimnasio, con sentir el tacto de su
suave melena entre mis dedos tirando de él
mientras hace que llegue al orgasmo una y otra
vez.
Bueno, se acabó, tengo que dormir para estar
presentable mañana.

Son las diez menos cuarto de la mañana y estoy


entrando en la oficina de Adrián. Me he puesto un
vestido color azul cielo de tirantes finos y falda
vaporosa. Me he maquillado un poco los ojos y me
he calzado mis sandalias de cuña blanca. No es el
atuendo más apropiado para el colegio, pero en el
coche llevo unas baila-rinas para poder hacer
frente a las fieras después.

—Buenos días Señora Kirchner —saluda la


secretaria de Adrián.

—Buenos días. Ya soy “Señorita” de nuevo.


—¡Enhorabuena! —contesta amablemente— El
señor Scott me dijo que la hiciese pasar en cuanto
llegase. La está esperando.

Me acompaña hasta la puerta de su despacho y


me deja sola para que entre. Llamo tímidamente y
tras oír un “adelante” abro la puerta para
encontrarme a mi dios griego vestido con unos
pantalones negros de corte perfecto y una camisa
azul claro que sin pretenderlo conjunta con mi
vestido. Está apoyado en la parte delantera de la
mesa leyendo unos papeles.

Incluso concentrado en lo que está haciendo


está para comér-selo. Cuando levanta la mirada
hasta mí, mi corazón comienza a latir de forma
acelerada. El hambre reflejada en sus ojos
cristalinos me ha puesto muy caliente.

Me quedo unos segundos admirándole antes de


cerrar la puer-ta del despacho y hacerle frente a mi
destino.
Capítulo 08

(Adrián)

Se acerca la hora de ver a mi endemoniada


clienta. Desde la conversación del otro día no he
podido quitármela de la cabeza ni un segundo.
Tiene que ser mía ya, y no pienso dejar que se me
escape esta vez.

Estoy repasando un caso apoyado en mi mesa


cuando Lucía entra en mi despacho. Sé que es ella
sin necesidad de mirarla, porque mi cuerpo se
tensa, y su olor inunda mis fosas nasales
provocándome una erección.

Levanto la vista de los papeles y la miro con


ansia, con el hambre reflejada en mis ojos.

Suelto los papeles en la mesa, me levanto


despacio y me acer-co a ella sin dejar de mirarla.
Ella retrocede, pero su cuerpo está tan en tensión
como el mío. Puedo ver el hambre reflejada en su
rostro igual que ella puede verla en el mío.

Cuando apenas nos separan unos centímetros,


estiro la mano por detrás de ella y cierro el
pestillo de mi despacho. Nadie va a molestarnos
hasta que ella no salga por esa puerta, y eso será
mucho... mucho después.

Le sujeto la cara con ambas manos y me


relamo mirándola a sus preciosos ojos azules, que
brillan por el deseo.

—Llevo queriendo hacer esto desde el día que


te conocí.

Sin más, pego mi boca a la suya, y es entonces


cuando en-tro en combustión. Su boca sabe tan
dulce... sus labios suaves se mueven bajo los míos
de una manera deliciosa, y mi libido estalla,
necesito mucho más de ella.

Cuando mi lengua invade su cavidad, mi mano


recorre suavemente su pierna, desnuda bajo una
falda vaporosa que me permite meterle mano con
libertad. Ella se sujeta a mis hombros suavemente,
arrancándome un gemido, y pega su dulce cuerpo
al mío.

No es suficiente... ¡Dios! Me muero de ganas


de enterrarme en ella de una sola estocada. La
aprisiono contra la pared y recorro su cuello con
mis labios, con mi lengua. De su boca escapan
gemidos ahogados y su espalda se arquea hacia mí.

Aprieto su dulce culo entre mis manos y


restriego su sexo contra mi erección. Ella ya está
empapada, y todo mi pantalón queda marcado por
sus flujos... me encanta sentirla tan excitada
cuando apenas la he tocado.

Le bajo los tirantes del vestido para descubrir


que no lleva su-jetador... Mmm... Sus prietos
pechos firmes me quitan el aliento. Ya tiene los
pezones erectos, y atrapo uno con la boca mientras
hago rodar el otro entre mis dedos. Succiono,
chupo, muerdo su preciosa cresta y ella me agarra
del pelo para pegarme más a su cuerpo...

—Adrián... para ¡Para!

Me quedo completamente quieto, me incorporo


despacio y bajo la vista hacia ella con miedo de
ver su rechazo, pero solo veo deseo, ansia... y una
sonrisa.

—¿Estás bien?

—¡No! —contesta con una carcajada—, pero


debo estar en el trabajo en media hora, y quiero
que esto dure más que un “aquí te pillo, aquí te
mato”.

Suelto el aire que no sabía que estaba


conteniendo, y con una sonrisa lobuna la abrazo
con fuerza y pego de nuevo su cuerpo al mío.

—Entonces no voy a follarte, cielo, porque lo


que tengo en mente va mucho más allá.
Pero en media hora me da tiempo a probarte...
que es justo lo que voy a hacer.
La cojo en brazos y la tumbo en el sofá justo
antes de tumbarme sobre ella. Es un lujo estar
aquí, pero voy a tener que esperar un poco más
para enterrarme en ella. Sus pechos aún están fuera
de su confinamiento y continúo con mi festín. En
cuanto mi len-gua entra en contacto con su piel
rosada, Lucía gime y se arquea buscando mis
caricias.

—¡Dios... para! ¡No va a dar tiempo!

—Shh... Confía en mí.

Muerdo con cuidado la cresta enhiesta a la vez


que mi mano se cuela por el elástico de sus
braguitas de encaje. Mmm... Su dulce sexo está
completamente depilado, y a mí me va a dar un
infarto.

Acaricio suavemente su rajita, sin llegar a


rozar su clítoris, pero adentrando un poco el dedo
en su canal húmedo, caliente y listo para mí. Me
incorporo despacio, sin dejar de mirarla. Es toda
una aparición así: desmadejada, llevada por la
pasión, sexy... completamente irresistible.

—Preciosa —susurro sin dejar de mirarla.

Deslizo sus braguitas por sus larguísimas


piernas, las acerco a mi nariz para oler su
excitación, un olor dulce con un toque picante, y
me las meto en el bolsillo del pantalón.

Acerco lentamente mi cara a su sexo, y ella


gime y se arquea, presa de la expectación.
Con la primera pasada de mi lengua de su
garganta sale un grito que me lleva al límite, y
cuando agarro sus muslos para mantenerla anclada
al sillón sus manos se entrelazan con las mías y
mueve sus caderas al ritmo de mis lametazos. Me
va a volver loco... esta mujer va a ser mi
perdición.

Hundo mi lengua en su estrecho canal y me


deleito con su crema caliente. Pero el tiempo
apremia, y quiero que se vaya al trabajo con cara
de recién corrida, quiero marcarla a fuego, y
comienzo un cadencioso aleteo de mi lengua sobre
su clítoris hinchado.

—¡Ay Dios! ¡Adrián... me voy a correr!

Sonrío malicioso sin apartar mi lengua de su


precioso botón. Un par de pasadas más y se
deshace en un orgasmo entre mis bra-zos. Con un
último beso en su precioso monte de Venus
desnudo, levanto la cabeza de su sexo y me acerco
lentamente a sus labios. La devoro de nuevo, esta
vez con una suavidad inusitada en mí.

Mis labios recorren los suyos despacio, mi


lengua juega con la suya suavemente, y termino mi
sutil caricia con un roce de mis labios en su dulce
cuello.

—Ahora estoy peor que antes de que entrases


por esa puerta, preciosa.
—Y yo —me mira con una sonrisa radiante—.
Adrián...

—Shh... No digas nada. Vete, o llegarás tarde.

—Pero...

—La próxima vez que nos veamos por tu bien


espero que tengamos tiempo de terminar con esto...
porque no pienso dejarte escapar de nuevo.

—La próxima vez que nos veamos serás tú


quien gima entre mis manos.

Dicho esto, la muy descarada se pone de pie,


se coloca la ropa nuevamente y mirándome con
una ceja levantada extiende una mano hacia mí.

—¿Qué? —pregunto inocentemente.

—Mis braguitas. Dámelas.

—¿Tus qué? —contesto haciéndome el


inocente— No sé lo que es eso.

—Adrián...

Me levanto de un salto del sofá y la aprisiono


de nuevo contra la puerta.

—Tus bragas me las quedo yo —susurro junto


a su boca—. Van a ser el único consuelo que tenga
hasta que volvamos a vernos.
Vuelvo a devorar su boca con un beso duro,
exigente, que hace que ambos gimamos como
locos. Me separo de ella suavemente y apoyo mi
frente en la suya.

—Vete, Lucía, o no vas a salir de este


despacho en lo que te resta de vida.

Ella asiente con una sonrisa y se va, y yo me


quedo allí frustrado, con una erección de mil
demonios y su olor inundando mis fosas nasales.

Me paso el resto del día trabajando, aunque no


puedo sacarme su recuerdo de la cabeza. A la hora
de comer he tenido que masturbarme en el baño
como un puto adolescente, porque era incapaz de
presentarme a otra reunión empalmado como un
semental.

A las seis en punto recibo una llamada del


colegio de Eva. Mi pequeña tiene bastante fiebre,
así que me levanto de la mesa y me dirijo a
recogerla como alma que lleva el diablo.

Estoy muy preocupado... mi pequeña rara vez


se pone enferma, y... ¡joder! a quién quiero
engañar... si la perdiese a ella mo-riría después.
Casi me trago una farola en un intento desesperado
de aparcar a la primera frente al colegio, y cuando
entro en el despacho de la directora mi estado de
nervios ha llegado al límite.

La buena mujer entiende mi desesperación e


intenta tranquilizarme con una tierna sonrisa, pero
mi estado de nervios es tal que no voy a estar
tranquilo hasta que tenga a mi pequeña entre los
brazos.

—¿Dónde está? —pregunto más brusco de lo


que pretendía.

—Está en el cuarto de las siestas con una


profesora. Tranquilo, señor Scott, es muy habitual
a esa edad tener fiebre.

—Sí... bueno... no estoy aún habituado a la


vida de padre, ya lo sabe, y me asusta que le pueda
pasar algo a la niña.

—Seguramente sea un estirón. En un par de


días estará perfectamente.

—¿Cree usted que será así?

—Estoy segura. Llévela al hospital en cuanto


salga de aquí para que le bajen la fiebre y váyase a
casa. Prepárele un vaso de leche caliente y
mímela. Verá que mañana se encuentra mucho
mejor.
—De acuerdo. Gracias por todo, de verdad.

—No tiene que darlas, sé que es muy difícil la


situación en la que está, pero poco a poco
aprenderá. Sea paciente consigo mismo.

La acompaño por el ancho pasillo hasta una


pequeña habitación que está a oscuras.
Veo la silueta de una mujer, que acuna a mi
pequeña con ternura mientras le canta bajito. Y
es en ese momento en el que me quedo en
estado de shock... esa mujer es Lucía.

Capítulo 09

(Adrián)

Se acerco lentamente a Lucía y la oigo cantarle


bajito a Eva. No sé por qué, pero no me sorprende
que sea así de tierna y dulce con la niña. Quizás
quiere tener hijos, pero el desalmado de su ex le
ha hecho más daño del que puede llegar a
imaginarse. Capullo... tenía ganas de que no
firmase el divorcio para romperle los dientes al
salir del juzgado.

—Esta niña tiene sueño, tiene ganas de dormir,


tiene un ojito cerrado, el otro no lo puede abrir.
Duérmete mi niña, duérmete mi sol, duérmete
pedazo de mi corazón —la voz de Lucía es suave,
armónica.

—Lucía... han venido a por la niña —susurra


la directora en vis-tas de que Eva duerme.

Ella se da la vuelta... y se queda con los ojos


como platos al ver que soy el responsable de la
niña.

—¿Adrián? —pregunta extrañada.

—¿Os conocéis? —la directora nos mira


extrañada.

—Hola de nuevo, Lucía —me vuelvo hacia la


directora—. En efecto, soy su abogado.

—Así que tú eres el hombre que la ha salvado


de su desastroso matrimonio... —sonrío sin poder
evitarlo.

—Eso parece.

—Aquí tienes a tu hija —comenta Lucía


tendiéndome a la niña—. Acaba de dormirse, ha
estado llamando a su madre todo el tiempo.

—No es mi hija —digo con el dolor reflejado


en mi rostro—. Es mi sobrina. Mi hermana murió
hace un par de años.

—Lo... lo siento mucho —susurra Lucía


compungida.

Solo atino a hacerle un gesto de asentimiento


con la cabeza. El dolor me cierra la garganta.

Parece que fue ayer cuando Eva reía a mi lado,


y ahora es solo un recuerdo en mi mente.

—¿Estás bien? —la mano de Lucía en mi


hombro me saca de mi ensimismamiento.

—Lo siento... aún es demasiado doloroso.

—Yo terminé mi turno hace un rato... ¿Quieres


que te acompañe al hospital?

Me quedo mirando esos ojos azules que me


vuelven loco lle-nos de ternura, y sé que va a ser
imposible alejarme de su dueña.

—Te lo agradecería mucho.

Lucía recoge sus cosas y me acompaña a llevar


a Eva al hospital. En el coche se instala el silencio
entre los dos, un silencio cómodo, después de lo
que pasó entre nosotros esta mañana.

Entramos en la consulta del médico.


Agradezco su apoyo, no podría hacerlo solo.
Tras un reconocimiento exhaustivo, el médi-co
nos dice que Eva tiene una simple gastroenteritis.
Dieta blanda, Acuarius y reposo un par de días.

Nos subimos en el coche y pongo rumbo a casa


de Lucía, que tras la visita me ha dado la
dirección. Pero en la puerta de su casa me paro y
me giro hacia ella.

—Lucía... ¿puedo pedirte un favor?

—Claro... si está en mi mano...

—Quédate con Eva y conmigo esta noche.


Mi petición la descoloca, puedo ver en su
rostro reflejado el aturdimiento, pero asiente
sutilmente con la cabeza.

—Sí, claro. Me quedaré con vosotros.

—No sabes lo que significa para mí. Es la


primera vez desde que tengo a Eva que enferma,
y...
—Tranquilo, te echaré un cable.

Lucía sube y vuelve un rato después con una


bolsa de mano. En cuanto llegamos a mi casa, le
muestro la habitación en la que va a dormir y, tras
acostar a Eva en mi cama, me cambio de ropa.

Tener a una niña pequeña me ha obligado a


aprender a defen-derme en la cocina, y en un
momento tengo algo preparado para cenar con
Lucía: puré de patatas y unos filetes de ternera.

—¿Cómo ocurrió? —no tiene que decir nada


más, sé que se refiere a la muerte de mi hermana.

—Un camión arroyó su coche. Mi hermana Eva


murió en el acto, y la niña pasó varias semanas en
el hospital.

—Debe ser duro criar solo a una niña.

—Mucho, sobre todo al principio. Eva no


entendía por qué su madre la había abandonado.
Me costó mucho hacerle entender que no había
sido así. Y luego está el hacerte a la idea de ser
padre soltero. Ese accidente cambió mi vida.

—¿Y no tienes familia que te ayude?

—No, solo estamos Eva y yo. Mi amigo


Marcos hace de tío honorífico. La verdad es que
de no ser por él no habría podido hacerlo todo yo
solo. Es quien se queda con Lucía si tardo en el
bufete, y quien me enseñó a cambiar pañales y
hacer bibe-rones.

—¿Tiene hijos?

—Sobrinos. Y sus hermanos son muy


propensos a dejarle con ellos cuando quieren
disfrutar de sus parejas.

El silencio vuelve a instalarse entre nosotros.


Lucía está un poco cabizbaja, y me muero de ganas
de saber si es por el encuentro de esta mañana por
lo que está tan incómoda.

—¿Qué ocurre? —le pregunto cuando la


incertidumbre amenaza con asfixiarme.

—Quería pedirte disculpas —su confesión me


sorprende.

—¿A mí? ¿Por qué?

—Porque cuando has venido a por la niña al


colegio he pensado de ti lo peor.

Sonrío sin poder remediarlo y continúo dando


buena cuenta de mi cena sin contestarle.

—¿No quieres saber lo que pensé?

—Me hago una idea, nena. Y estabas en todo tu


derecho de pensarlo.

—No he podido quitarme de la cabeza nuestro


encuentro de esta mañana —reconoce en un
susurro.

Dejo el tenedor en el plato, alejo mi silla de la


mesa y le indi-co con un gesto que se acerque.
Cuando lo hace, la siento en mi regazo y la abrazo
con fuerza.

—Yo tampoco he podido olvidarlo, ¿sabes? Te


aseguro que he tenido que comportarme como un
puto adolescente para poder asistir a una reunión
importante sin la erección perenne que me ha
causado probarte.

Pego mi boca a la suya y me recreo en su


sabor, en su dulzura. Mi boca recorre la suya
despacio, hurgando en todos los recovecos para
aprender su forma, arrancando gemidos de Lucía, y
míos también.
Recorro con suaves toques de mis labios su
cara y su cue-llo. Ella echa la cabeza hacia atrás
para facilitarme el acceso, y mi mano sube
lentamente por sus costillas hasta acunar su pecho
suavemente.
—¡Dios, cariño! Me vuelves completamente
loco.

El llanto de Eva nos separa como si nos


hubiésemos quemado. La pequeña entra en el salón
poco después hecha un mar de lágrimas.

—Tío... me duele la barriguita —llora entre


hipidos.

Lucía se levanta de mi regazo y corre a


abrazarla, y yo me quedo frustrado, por segunda
vez en el día.

—Y van dos —suspiro entre dientes—. Ven


aquí, cielo.

—No —me sorprende diciendo—. Quiero a la


seño Lucía, que huele a mamá.

Ella coge a la niña en brazos sonriendo y se


sienta en mis rodillas. No puedo quitarme el nudo
que se me ha hecho en la garganta al oírla decir
eso, así que las abrazo con fuerza a ambas y beso a
Eva en su regordeta mejilla.

—Vamos a la cama, ¿de acuerdo?

La pequeña se abraza a mi cuello y entierra su


carita de ángel en mi pelo, que es su debilidad.
Puede pasarse las horas muertas simplemente
sintiendo su tacto entre los dedos.
Nos tumbamos en la cama y comienzo a
hacerle círculos suaves en su tripita, pero sigue
gimiendo por el dolor. Ya no sé qué más hacer,
pero Lucía me sorprende solucionando el
problema rápidamente.

—Cierra los ojos, Eva.

La niña los cierra obediente, y ella sopla


despacio en su tripa, tras lo cual canturrea.

—Un ángel pasó y con su beso el dolor se


llevó.
Eva sonríe... ¡Sonríe! y se queda dormida en el
acto. La muy traviesa...

—Lo veo y no lo creo —aún sigo asombrado


por el desparpajo de mi sobrina.

—Siempre funciona... es mi As en la manga


para cuando los niños se caen en el recreo.

—¿Y también sirve para los adultos? —mi


tono se ha vuelto más juguetón... y mi miembro
también.

—Nunca lo he puesto en práctica con un


adulto...

—Lucía... —señalo mi cuello— me duele


aquí.

—La niña está aquí, así que no te pases —


responde con una ri-sita.
—¡Qué remedio! Tendré que conformarme con
dormir. Buenas noches, cielo.

—Buenas noches, Adrián.

Capítulo 10

(Lucía)

Me despierto con la cabeza apoyada en el


hombro de Adrián y con el pequeño cuerpo de Eva
envolviéndome. Miro la hora en el reloj de la
mesilla y descubro que son casi las siete de la
mañana. Giro la cabeza y veo al hermoso hombre
que tengo al lado. Su preciosa melena enmarca su
cara, parece muy joven y relajado.

Ayer acepté quedarme a dormir porque me


angustió mucho verle sufrir. Lo que tiene Eva es
algo normal, pero entiendo su preocupación.

La sorpresa que me llevé ayer cuando vino al


colegio a recoger a la niña fue enorme.
Lógicamente pensé que era su hija, el parecido
es notable. Ambos son rubios. A los dos se les riza
el pelo a la altura de los hombros. Tienen los
mismos ojos azules y la misma preciosa sonrisa.
Adrián debió parecerse mucho a su hermana y Eva
tiene que ser la viva imagen de su madre. Tiene
que ser muy duro para él ver a su hermana en la
cara de la niña diariamente.

Eva se mueve soltándome al ponerse de lado


dándome la espalda. Tras ser liberada me giro
para mirar la preciosa cara de mi dios, pero mi
inspección no dura mucho porque sus largas
pestañas se agitan y separan dejándome ver sus
preciosos ojos.

—Buenos días, preciosa —se acerca y me da


un sutil beso en los labios—. ¿Qué hora es?

—Bueno días, guapo. Son las siete.

—No me puedo creer que estés aquí —sonrío,


yo tampoco me lo puedo creer.
Une sus labios a los míos. Sus suaves besos
son tiernos, su juguetona lengua me persuade para
que abra la boca y la deje en-trar. Nos enredamos
en un beso lento y sensual.
Nunca nadie me ha besado así, es un beso
perfecto, que sube de intensidad poco a poco.

Su mano me abraza por la cintura hasta posarse


en mi trasero. Lo estruja y tira de mí hasta que
nuestros cuerpos se tocan por completo y noto su
dura erección matutina. Mis manos vuelan hasta su
pelo enredándose entre sus rubios mechones.
Abandona mi boca y le dedica toda su atención a
mí cuello. La mano que tie-ne libre me acaricia el
pecho haciendo que tenga que morderme los labios
para no gemir y despertar a la niña. ¡La niña!

—A… Adrián, debemos parar —no sé de


dónde saco las fuerza para poder hablar— . La…
la niña está en la cama.

—Vayamos al baño —susurra contra mi cuello.


Al no obtener respuesta por mi parte levanta la
cabeza y me mira con intensidad.

—De acuerdo —acepto.

Nos levantamos de la cama con cuidado de no


despertar a Eva y como si fuésemos dos
adolescentes nos metemos en el cuarto de baño.

—Tendrá que ser rápido, preciosa.

Me aprisiona contra la pared. Rápidamente


nuestras bocas se vuelven a unir. Mis manos
vuelven a agarrarse a su pelo mientras que las
suyas acarician todo mi cuerpo. Agarra el bajo de
mi camiseta y me la quita de golpe dejando al aire
mis pechos.

—Perfectos —dice bajando la cabeza para


apoderarse de mis pezones.

Jadeo agarrándome a sus hombros mientras me


arqueo para pegar más mi pecho a su boca. Sin
retirarse, baja mis pantalones arrastrando con
ellos mis bragas.

—Eres perfecta —repite volviendo a mi boca.

Sin pensarlo me arrodillo ante él y le bajo los


pantalones arrastrando su ropa interior a la vez. Su
gran erección queda firme ante mí. Es tal y como
me imaginaba, grande y grueso, y está totalmente
listo para mí. Acerco mi boca a su miembro para
pasar la lengua lentamente por toda su longitud.
Adrián gime quedamen-te, es un sonido ronco y
sensual. Vuelvo a la punta lamiendo la gruesa vena
que sobresale hinchada. Separo los labios y la
meto en mi boca lentamente.

—¡Joder! —jadea.

La meto hasta el fondo, hasta que toca el final


de mi garganta haciéndome gemir a mí también. Su
respiración es una auténtica locomotora, exhala a
la vez que rodeo con la lengua la punta an-tes de
volver a meterlo en mi boca. De repente me agarra
de los hombros y tira de mí para que me ponga en
pie.

Aprisiona mis nalgas entre sus enormes manos


y tira de ella para que le rodee la cintura con las
piernas.

—No puedo más, necesito entrar en ti… —


empieza a entrar poco a poco— hasta el fondo —
adelanta las cadera de golpe y se mete hasta el
fondo, como ha prometido.

—¡Adri! —Jadeo echando la cabeza hacia


atrás.

Aprovecha mi postura para apoderarse de mi


garganta mientras entra y sale con rapidez. Los
jadeos empiezan a subir de vo-lumen, así que
abandona mi cuello y vuelve besarme para bebér-
selos.

—No… no puedo… más —llego al orgasmo.


Un orgasmo fuerte, intenso, maravilloso.

Tras unas penetraciones más sale de mí y se


corre en el suelo sin soltarme.

—No es así como había planeado nuestra


primera vez —susurra besando mis labios con
ternura.

—Bueno, es lo que tienen los niños —le miro


con una sonrisa de satisfacción—. No se puede
planear nada.

Me devuelve la sonrisa, una sonrisa preciosa,


que podría enamorar a cualquiera. Nos separamos
de la pared y me deja en el suelo. Repasa mi
cuerpo desnudo de arriba abajo con descaro
mientras acaricia mi depilado monte de Venus.

—Me encanta —murmura besándome—.


Mejor métete en la du-cha antes de que te vuelva a
follar —dice dándome un azote.
—Por cierto —digo encaminándome a la
ducha —, llevo un DIU. No hacía falta que
armaras tanto estropicio.

Riendo me alejo de él y me meto en la ducha.

—Lo he pensado mejor —dice metiéndose en


la ducha conmigo.

Me abraza por detrás, empieza a acariciarme


el vientre, baja por los muslos…

—¡Tío! —oímos como le llama la niña.

—¡No puede ser! —balbucea Adrián contra mi


cuello.

—Te lo dije —río antes de que salga del baño.

Cuando entro en la cocina Adrián está sentado


en una silla con la niña en brazos.

—¿Cómo está mi pequeña princesa? —


pregunto agachándome delante de ellos.

La niña levanta la cabeza del cuello de su tío y


me echa los brazos al cuello para que la coja.

—¿Te duele la tripa? —pregunto sentándome


en una silla con ella.

Niega lentamente con la cabeza sin levantarla


de su escondite.

—¿Qué quieres desayunar? —me pregunta


Adrián.

—Un café con leche, por favor.

—Yo también tengo hambre —protesta Eva.

Adrián me mira sin saber qué hacer.


—Un poquito de jamón de york y un vasito de
Acuarius —le digo.

Rápidamente prepara mi café y deja un plato y


un vaso con el desayuno de la niña.

—Eva —dice sentándose frente a nosotras—.


Hoy te vas a quedar con el tío Marcos.

—¡Pero yo quiero ir al cole con Lucía! —


protesta la enana.

—Cariño —intervengo—. Aún estas enferma.


Quédate hoy con el tío Marcos y esta noche te
llamo par ver cómo estás ¿Vale?

—¿De verdad me vas a llamar? —me mira con


una sonrisa.

—Claro que sí.

Después del desayuno nos montamos en el


coche de Adrián y nos encaminamos a la que
supongo que es la casa del tío Marcos. Nos
paramos ante un moderno edificio, donde un
hombre (el tío Marcos según me informa Eva con
su grito) nos espera.
—Marcos, esta es Lucía —nos presenta
Adrián—. Lucía, este es mi amigo Marcos.

—Encantada —digo dándole dos besos.

—Igualmente —responde.

Mientras Adrián le da las indicaciones


necesarias de los me-dicamentos de Eva, observo
a Marcos. Es un chico casi tan alto como su amigo.
Lleva el pelo castaño oscuro un poco largo con un
flequillo de lado que tapa media frente. Tiene la
mandíbula cuadrada un poco marcada cubierta por
una barba de un par de días. Sus ojos azules, casi
grises, quedan un poco escondidos tras unas gafas
de montura cuadrada negra. Parece simpático y
alegre.
No ha dado la impresión de haberse
sorprendido al verme.

Tras despedirnos de Eva, y tras haberle jurado


que antes de que se acueste la llamaré, nos
montamos de nuevo en el coche. Adrián se ha
empeñado en llevarme al trabajo, ya que ayer deje
allí mi coche.

—Oye… Si te hace sentir incómodo no llamo a


la niña esta noche —digo cuando aparca frente al
colegio.

—Preciosa, ya estoy deseando que llegue esa


llamada.

Se acerca lentamente, como con miedo a que


rechace lo que está a punto de hacer, pero no
pienso hacerlo, lo deseo. Junta sus labios con los
míos y nos saboreamos sin prisa.
Me encanta cómo besa, todos sus besos son
perfectos.

—Me tengo que ir —murmuro sin separar


nuestros labios.

—Ha sido un auténtico placer despertarme


contigo —suspira.
—Lo mismo digo.

Le doy un último beso y salgo del coche.

Paso todo el día con una enorme sonrisa.


Recordar el día de ayer hace que me dé cuenta de
que he desperdiciado trece años de mi vida con un
hombre que no me valoraba.
Pero sí que tengo que agradecerle una cosa a
Raúl, bueno a Raúl no, al destino: gracias a los
trece años de mierda que pasé con él he conocido
a Adrián y a Eva. No sé si nos volveremos a ver,
solo sé que al menos hablaremos una vez más esta
noche. He decidido vivir el día a día.

Después de pasar la tarde con Rubén y ponerle


al día con lo ocurrido en la última semana, llego a
casa. Cuando llamo a Eva me cuenta todo lo que
ha hecho en casa de su tío Marcos. También hablo
con Adrián.

—¿Qué tal ha ido el día? —pregunto.


—Bien —suspira—. No he podido dejar de
pensar en ti.

—A mí me ha pasado lo mismo —reconozco.

—¿Cuándo voy a volver a verte? —pregunta


con voz ronca.

—No lo sé, eso se lo dejaré al destino.


—Pues espero que sea bueno y te traiga a mis
brazos pronto.

—Te tengo que dejar, me llama mi madre por


Skype.

—Vale, preciosa. No dejes de soñar conmigo


—se despide.

—Ni tú conmigo.

Cuelgo y contesto la llamada de mi madre.


Una hora después estoy en la cama
rememorando todos los momentos que he
compartido con Adrián desde que entré en su
despacho por primera vez. Yo también espero que
el destino nos vuelva a reunir pronto.

Capítulo 11

Miércoles por la mañana

Adrián: Buenos días, preciosa ¿Qué tal has


dormido sin mí?

Lucía: Buenos días, guapo. Me faltaba algo ¿Y


tú?

Adrián: Me faltaban un par de almohadas ;)


Lucía: Jajaja. ¿Cómo está Eva?

Adrián: Mejor… Ya no tiene fiebre. Te echa


de menos.

Lucía: Me alegro de que esté mejor. Dile que


la echo de menos. Y a ti también.

Adrián: ¿Te han llegado ya los papeles


firmados por el juez?

Lucía: No me ha llegado nada aún. Miraré


cuando llegue a casa.

Adrián: No puedo sacarme de la ca-beza tu


cuerpo.

Lucía: Ni yo puedo sacarte a ti de la mía. Me


hiciste sentir especial. Nunca me había sentido así.

Adrián: Eres especial… que no te quepa la


menor duda.

Lucía: Para ti puede.

Adrián: Créeme… lo eres. Nunca me había


sentido así con una mujer. Te juro que habría
matado a Eva cuando nos interrumpió el otro día.
Lucía: Jajaja, pobre, estaba mala. Y ya te dije
que es lo que hay habiendo niños en casa. Pero
reconozco que yo también la habría matado.

Adrián: En dos años es la primera vez que me


pillan in fraganti. Jajaja.

Lucía: Y si no tienes cuidado no será la


última. Te tengo que dejar. Ya acaba el recreo. Un
beso.

Adrián: Si me pilla será contigo… voy a


apuntar todos los besos y me los cobraré cuando te
vea.

Lucía: Trato hecho.

Miércoles por la noche

Lucía: Acabo de volver de la oficina de


correos ¡¡¡¡Ya soy libre!!!!

Adrián: Por fin eres total y completamente


mía.

Lucía: ¿Tuya?

Adrián: Mía… como quiero hacerte desde el


primer momento que te vi.

Lucía: Bueno… eso quizás tengamos que


hablarlo.

Adrián: No te hagas la dura… tu también me


deseas… más de lo que estás dispuesta a admitir.

Lucía: Admito que te deseo. Pero de ahí a


considerarme tuya va un mundo.

Adrián: Cielo… yo no soy de rollos de una


noche. Si me acuesto contigo es porque voy en
serio.

Lucía: Cariño, tienes que entender que


empiezo a ser libre después de trece años de
mierda.
Adrián: Reconoce que te mueres por tener mi
polla dentro de ti y porque mi lengua recorra ese
dulce coño que tie-nes...

Lucía: Grrrr. ¿No será que eres tú quien se


muere porque te toque como el otro día?
¿Porque mis manos desa-brochen tu cremallera
y mi boca chu-pe tu polla hasta hacer que te
corras?

Adrián: Reconozco que me muero de ganas de


sentirte en mi piel. ¿Qué llevas puesto?

Lucía: Ahora mismo… una camiseta y unas


braguitas ¿Y tú?

Adrián: Nada, estoy completamente desnudo


en mi habitación.

Lucía: ¿Ah, sí? ¿Esperas a alguien?

Adrián: A ti. ¿Vas a venir a hacerme


compañía?

Lucía: No puedo. Mañana tengo que madrugar


porque me voy de excursión. Pero si quieres te
cuento lo que te haría.

Adrián: Ilumíname, cielo.

Lucía: Empezaría besando esa boca tan dulce


que tienes... Bajaría por tu cuello hasta llegar a tus
pezones, don-de lamería y mordería hasta hacerte
gemir.

Adrián: Mmm… sigue, nena. Ya me tienes


duro como una piedra.

Lucía: Iría resiguiendo tus abdominales, uno a


uno, hasta llegar a tu miembro.

Adrián: Mmm… ¿Sabes lo que estoy


haciendo? Me estoy tocando imagi-nándote.Quiero
que te desnudes y ha-gas lo mismo.
Lucía: Te Daría un mordisco en la punta y
luego me la metería entera en la boca…hasta el
fondo. No, hoy es solo para ti.

Adrián: Eres perversa.

Lucía: La saco muy despacio hasta la punta y


te acaricio con la lengua. La vuelvo a meter muy
dentro, hasta que tocas el fondo de mi garganta.

Adrián: Mmm… me vuelves loco, nena.

Lucía: Yo también estoy caliente. Me pone


muy cachonda oír tus gemidos cada vez que te
meto en mi boca.
Adrián: Es que me siento en el paraíso ahí
dentro… Si de mí dependiera no saldría nunca de
tu coñito delicioso, cariño.

Lucía: Bajo una de mis manos hacia mi sexo a


la vez que vuelvo a la pun-ta. Estoy húmeda
Adrián, muy húme-da. Me meto dos dedos y los
saco a la misma velocidad que te chupo. Cada vez
más y más rápido.

Adrián: Voy a correrme, nena… estoy a


punto…

Lucía: Mmmm… sí, yo también, vamos,


córrete y deja que te pruebe.

Adrián: Oh, Dios, nena… necesito follarte…


Necesito enterrarme en ti y no salir hasta mañana.

Lucía: ¿Te ha gustado?

Adrián: Mucho… nunca el sexo telefónico me


había parecido tan… erótico.

Lucía: Pues imagina lo erótico que será


cuando lo haga en persona.

Adrián: Cuento los minutos para volver a


verte…
Lucía: ¿Tanto necesitas mi cuerpo?

Adrián: Te necesito entera… no solo tu


cuerpo. No sé que me has hecho, preciosa.

Lucía: Se llama sexo telefónico. Jajaja.

Adrián: Se llama hechizo.

Lucía: Eres un poco exagerado.

Adrián: ¿Eso crees? Tengo todo el tiempo del


mundo para demostrárte-lo.

Lucía: Suena bien. ¿Tienes planes para el


sábado?

Adrián: He quedado con Marcos para salir.


Pero puedes venirte si quieres.

Lucía: Voy a ir con mis amigos a la playa.


Podemos vernos por la noche.
Adrián: Con una condición.

Lucía: Pide por esa boquita.

Adrián: Que te quedes en mi casa. Necesito


disfrutarte mucho tiempo y Eva estará con mi
vecina hasta la tarde del domingo.

Lucía: Está bien. Como el señor abogado


quiera.

Adrián: Pero te aviso de que no voy a dejarte


pegar ojo…

Lucía: No tenía intención de hacerlo.

Adrián: Voy a follarte hasta que me supliques


que pare.

Lucía: Estas muy seguro de poder aguantar mi


ritmo.
Adrián: Jajaja, nena… aún no has visto nada.

Lucía: Tu tampoco ;)
Adrián: Estoy deseando descubrirte.

Lucía: Y yo que me descubras. Me haces


sentir… diferente.

Adrián: Quiero hacerte volar.

Lucía: ¿Quieres ser mi Súper Man?

Adrián: Me parezco más a Thor. Jaja-ja.

Lucía: Entonces serás mi Dios.

Adrián: Aquí la única diosa que hay eres tú.

Lucía: Por algo el destino nos ha unido.


Hacemos buena pareja.
Adrián: Espero que sigas pensando eso
durante mucho tiempo.

Lucía: Y yo espero seguir siento tu diosa por


mucho tiempo.

Adrián: Debo irme. Eva me reclama. Que


descanses, princesa.

Lucía: Dale un beso de mi parte.

Adrián: Y ¿Para mí no hay beso?

Lucía: Para ti uno grande y húmedo.

Adrián: ¿Dónde?

Lucía: Donde tú quieras.

Adrián: Ya te lo diré cuando te vea.

Lucía: Lo espero ansiosa.


Jueves por la tarde

Adrián: Buenas tardes, preciosa… ¿Saliste


viva de la excursión?

Lucía: Hola, guapo. Agotada, pero viva.

Adrián: He pensado que el sábado puedo


recogerte y cenamos en mi casa antes de quedar
con Marcos.

Lucía: He quedado con mis amigos. Te lo dije,


¿recuerdas?

Adrián: Cierto, lo había olvidado… Tendré


que cenarte más tarde… aunque no sé si podré
resistirme a encerrarte conmigo en los servicios…

Lucía: Todo se puede negociar.

Adrián: ¿Eres morbosa, Lucía?


Lucía: Hasta que llegaste tu a mi vida, no.

Adrián: Te he vuelto atrevida… eso me gusta.


Quizás podamos explorar tu sexualidad juntos…
Lucía: ¿Qué tienes en mente?

Adrián: Nada en concreto. ¿Cuál es tu


fantasía?

Lucía: Me da vergüenza contártelo.

Adrián: Entre nosotros no hay lugar para la


vergüenza. Dispara.

Lucía: Bueno… cuando iba camino a casa de


mis padres tuve una fantasía.

Adrián: ¿Qué tipo de fantasía?

Lucía: Algo que siempre me ha llamado la


atención, pero que con Raúl no me apetecía
probar.
Adrián: Deja de dar rodeos, cariño. Mi única
misión como superhéroe es satisfacerte.

Lucía: Un trío.

Adrián: ¡Joder, nena! Acabas de hacer que me


ponga muy duro… ¿Qué tipo de trío?

Lucía: Tu, yo y otro hombre.

Adrián: Dios… vas a hacer que vaya a tú casa


a empotrarte contra la pared.

Lucía: Lo vamos a tener que dejar para otro


día. Hoy estoy demasiado cansada.

Adrián: ¿Demasiado cansada o tienes miedo?

Lucía: ¿Miedo de ti? No me hagas reír.

Adrián: Miedo de lo que puedas lle-gar a


sentir entre mis brazos.

Lucía: Ahora mismo solo estoy preparada


para sentir una cosa.

Adrián: ¿El qué?

Lucía: Todo el placer que me puedas


proporcionar.

Adrián: ¿Estas preparada?

Lucía: Llevo demasiado tiempo an-siándolo.

Adrián: Quiero follarte de todas las formas


posibles… pero el precio puede ser muy alto.

Lucía: ¿Cuán alto puede ser?

Adrián: Eso no puedo decírtelo… si te


arriesgas a estar conmigo lo descubrirás.
Lucía: No se si estoy lista para un
compromiso así.

Adrián: Hagamos un trato. Inténtalo, y si no te


sientes capaz de seguir adelante, te dejaré
escapar… hasta que lo estés.

Lucía: De acuerdo.

Adrián: ¿¿¿De acuerdo??? No sabes lo feliz


que acabas de hacerme, cielo.

Lucía: Cuando decidí divorciarme me prometí


a mi misma que sería feliz. Y tú me haces sentir
así.

Adrián: Aún no he hecho nada para hacerte


sentir así…

Lucía: Con prestarme atención has hecho


mucho.
Adrián: Créeme, preciosa… aún voy a
prestarte mucha más cuando te tenga desnuda en mi
cama.

Lucía: Al final mando a la mierda la cena y


voy a tu casa.

Adrián: Sería la mejor decisión que has


tomado en tu vida. Quiero saborearte…otra vez.

Lucía: Yo me muero por saborearte a ti una y


otra, y otra, y otra vez.

Adrián: Jajaja, creo que eso va a gustarme


verlo…

Lucía: Lo verás.

Adrián: me pongo cachondo solo de


imaginarte de rodillas con mi polla en esa dulce
boca…
Lucía: Mmmm… Yo también me pongo
cachonda imaginándome tus gemidos, cómo te
agarras a mi pelo para que no pare…

Adrián: Cielo… ya estoy bastante


desesperado sin verte hasta el sábado… Si
seguimos por ahí lo estaré más si cabe.

Lucía: Entonces no quieras saber lo que he


comprado cuando venía a casa.

Adrián: Mmmm… ¿Has sido mala, Lucía?

Lucía: Puede. Depende de lo que consideres


ser mala.

Adrián: A ver, cielo… ¿Qué has comprado?

Lucía: Me he comprado un amiguito que


funciona con pilas.

Adrián: Dios, preciosa… eso es ser muy, muy


mala… ¿Y qué vas a hacer con él?

Lucía: Pues me lo voy a pasar muy, muy bien.

Adrián: Cuéntame cómo lo harás.

Lucía: Lo primero que voy a hacer es


desnudarme.

Adrián: Pero hazlo muy despacio.

Lucía: Ahora voy a tumbarme en la cama.

Adrián: Mmmm… como me pones, cielo.

Lucía: Me meto dos dedos en la boca y los


bajo por mi cuello. Llego a mis pechos y los
acaricio despacio apre-tándome los pezones.

Adrián: Mmmm…sí, nena, sigue. Dime cómo


estás de mojada.
Lucía: Aprieto con más fuerza… mmmm… me
encanta. Estoy muy mojada, Adrián.

Adrián: Enciende el juguetito y pásalo por tus


pezones…
Lucía: Ooohhh… Dios…

Adrián: Ahora deslízalo despacio hasta tu


ombligo… Sigue bajando, pero no roces tu
clítoris… sostenlo sobre tus labios.

Lucía: No… no puedo, lo necesito.

Adrián: Resiste… merecerá la pena. Ahora


introdúcelo entre tus labios y roza tu botoncito
suavemente…

Lucía: ¡Síííí!

Adrián: Y mételo dentro de tu delicioso


coñito. Estas muy, muy mojada, ¿eh?
Vamos, princesa… córrete para mí.
Lucía: ¡Joder! Tenemos que dejar de hacer
esto.

Adrián: ¿Lo has hecho?

Lucía: ¿Tú qué crees? Ahora mismo no puedo


moverme. Pero te necesito a ti.

Adrián: Pues imagina lo que sentirás. Cuando


sea yo quien te folle.

Lucía: Si pudiera moverme iría a que me lo


demostraras.

Adrián: Si no tuviese aquí a Eva te ibas a


enterar.

Lucía: No se si sentirme aliviada o


decepcionada.

Adrián: Yo me siento muy decepcio-nado,


créeme.

Lucía: ¿Decepcionado o frustrado?

Adrián: Ambas cosas… muy, muy frustrado,


sin duda.

Lucía: ¿No te has tocado?

Adrián: Tengo a Eva dormida a mi lado… no


creo que sea correcto.

Lucía: ¿Está mala otra vez?

Adrián: No…solo está mimosa. Le ha dado un


ataque de Adrianitis.

Lucía: Jajaja, que suerte tiene.

Adrián: El sábado la suerte vas a tenerla tú.


No vas a escaparte aunque quieras.
Lucía: No quiero escapar. Quiero que me
enseñes qué harías si me da a mí también un ataque
de Adrianitis.

Adrián: Cielo… te tumbaría en mi cama y te


comería a besos por todo tu delicioso cuerpo.
Pasaría mi len-gua por todos los lugares que te
hacen retorcerte de placer... Separaría tus labios
con los dedos para lamerte ese coño que me
vuelve loco...

Lucía: Vale, vale… prefiero que me lo


muestres en carne y hueso, que yo estoy demasiado
cansada y tú tienes a Eva al lado.

Adrián: Jajaja, rectificar es de sabios, ricura.

Lucía: Lo sé. Pero no quiero dormir-me


frustrada.

Adrián: Entonces voy a dejarte ir con


Morfeo… por ahora. Que descanses guapísima.
Lucía: Buenas noches… Thor...
Viernes noche

Lucía: Hola, guapo ¿Cómo estás?

Adrián: Estamos jugando a las princesas…


¿Te apuntas?

Lucía: Jajaja ¿Tú eres el príncipe o el pony?

Adrián: Soy una de las princesas… y no se te


ocurra reírte.

Lucía: Jamás me reiría de ti. Aunque tienes


que estar de mono...

Adrián: Te aseguro que si me vieras te


partirías.

Lucía: ¿Llevas coronita y todo?

Adrián: Y las uñas pintadas de rosa. Espero


que esto se quite.
Lucía: Tienes que estar la mar de mono.
Mañana deberías salir así. Seguro que triunfas.

Adrián: Yo solo quiero triunfar con una


mujer… y la tendré a mi lado.

Lucía: ¿Ya has escogido víctima?

Adrián: Pues la chica que no viene porque ha


quedado para cenar. Por cierto ¿Quién es el
afortunado?

Lucía: Se llama Rubén.

Adrián: ¿Y quién es ese tal Rubén? ¿Debo


preocuparme?

Lucía: Noooo… es mi amigo.

Adrián: Amigo… amigo ¿O tiene algún


derecho?
Lucía: Es gay y lo conozco desde primaria.
¿Celoso?

Adrián: Ahora ya no. Pero reconozco que me


han entrado ganas de parirle los dientes.

Lucía: Vamos a salir para celebrar mi recién


estrenada libertad.

Adrián: Me alegro, preciosa. Diviértete…


Pero solo con tu amigo. Jajaja.

Lucía: ¿Sólo?

Adrián: Cielo… ya te he dicho que eres mía.


No quiero a ningún tío baboseando a tu alrededor.

Lucía: Entonces debería cambiarme.

Adrián: ¿Tan sexy te has puesto?


Lucía: Pantalones pitillo ajustados blancos,
camiseta blanca sin tirantes y tacones de aguja
rojos.

Adrián: Mmmm…Seguro que estas para


comente.

Lucía: Según se mire. Lo ha escogido Rubén,


yo me veo como un montón de merengue.

Adrián: Mmmm… deliciosa… no te


cambies… pero mándame una foto después.

Lucía: Si este te gusta, con el de ma-ñana vas


a alucinar. Lo he comprado solo para ti.

Adrián: ¿¿Si?? Dame un adelanto, anda.

Lucía: Rojo, corto y encaje.

Adrián: Dios, nena… vas a causarme un


infarto.
Lucía: Yo quería causarte otra cosa.

Adrián: Lo harás, nena… Me muero de ganas


de tenerte para mí solo.

Lucía: Aún tendrás que esperar un poco más.


Ahora voy a tener que dejarte, Rubén me está
metiendo….prisa.

Adrián: Más le vale que solo te meta eso…


porque la oferta de dejarlo sin dientes sigue en
pie.

Lucía: Jajaja. Bueno, guapo ya nos vamos.

Adrián: No seas demasiado mala sin mí.

Lucía: Yo siempre soy buena.

Adrián: Conmigo eres muy mala... y me


encanta. Diviértete cariño.
Lucía: Lo haré. Piensa en mí esta no-che.
Luego te mando la foto. Un beso.

Capítulo 12

(Adrián)

Apenas quedan unas horas para volver a ver a


Lucía. Estos días han sido un infierno para mí.
Probar su sabor ha sido la mejor experiencia que
he tenido en la vida, y después he tenido que estar
tres putos días sin ella.

Pero eso se va a acabar. Lo que le dije por


mensajes es cierto: desde que me enterré por
primera vez en su interior nos pertene-cemos, y
eso implica no estar separados tanto tiempo.
Además, Eva ha estado insoportable por no poder
verla. Ahora sé que la seño Lucía a quien tanto
adora desde que la metí en ese colegio es la misma
Lucía que me quita el sueño.
De tal palo tal astilla.
Marcos ha llegado hace un rato, y mientras yo
estoy perdido en mis pensamientos dentro de la
ducha él estará saqueándo-me la nevera como
siempre hace. Como amigo es el mejor, pero como
amo de casa es todo un desastre. Su nevera nunca
tiene más que unas cervezas y varios envases de
comida precocinada, y su casa... Solo limpia en
condiciones cuando sabe que se va a quedar con
Eva.

Cuando salgo de mi dormitorio listo para irnos


me lo encuentro en el sofá con un plato de lasaña
que sobró de la comida y una cerveza en la mano.

—Supongo que no iremos a cenar... visto lo


visto —le digo con ironía.

—No me jodas, macho... esto solo es un


aperitivo.

—Aperitivo te voy a dar yo a ti... anda vamos.


Cenamos en un japonés y a las doce de la
noche ya estamos de camino a la discoteca.
Busco a Lucía por el local, sin éxito.
Posiblemente aún no haya llegado, así que me
encamino hacia la barra para pedirme una cerveza.

—Oye, tío, ¿esa no es Lucía? —me pregunta


Marcos señalando hacia la pista de baile.

Miro hacia donde me señala... y allí está ella.


Tan guapa... con un vestidito minúsculo rojo y unos
tacones de aguja que despier-tan mis fantasías más
perversas. Sus deliciosas curvas se insinúan entre
el encaje tentándome, llamándome... y sus piernas
infinitas me hacen imaginarlas enroscadas en mi
cintura mientras me entierro en ella una y otra
vez...

Pero no está sola... y eso me enciende más de


lo que esperaba. Un tío moreno, más bajo que yo
(todo el mundo lo es, a decir ver-dad) la tiene
rodeada de la cintura y pega su pelvis al culo de
Lu-cía de una manera nada homosexual. Atrae las
miradas de todas las chicas a su alrededor, así que
no debe ser demasiado feo. Sus ojos claros la
miran con diversión, y cuando sus manos
ascienden más de lo que me gustaría por sus
costados suelto de un golpe la cerveza en la barra
y me acerco con paso decidido.

Apenas estoy a un par de pasos de ellos le


aparto suavemente de Lucía y tras un leve
movimiento de cabeza hacia el tío la aprisiono
entre mis brazos y le doy el beso que llevo
ansiando desde el martes. ¡Dios! ¡Cómo echaba de
menos sus labios! Su lengua se enrosca con la mía
con ansia, y sus brazos me rodean los hombros
pegándome a su cuerpo. Me ha echado de menos...
por supuesto. No soy el único preso de este
sinsentido, de este hambre desesperada que siento
por ella.

—Déjala respirar, macho... vas a ahogarla —


es Marcos, que debe haberme seguido.

Separo mi boca de la suya con reticencia,


apoyo mi frente en la suya y le sonrío embelesado.
Ella me devuelve la sonrisa, pero se separa de mí
para saludar a Marcos y presentarnos a su amigo.

—Rubén, ellos son Marcos y Adrián.


Estrecho la mano de Rubén sin mucho
entusiasmo, aunque Marcos es el perfecto
relaciones públicas y comienza a hablar
animadamente con él.

—Ey... ¿qué pasa? —Lucía parece ser muy


suspicaz, porque se ha dado cuenta de mi estado
de ánimo.

—Ayer me quedé esperando la foto —contesto


sin pensar.

—Lo siento, se me olvidó.

—Supongo que estuviste demasiado ocupada.

—¿Cómo?
—Ese amigo tuyo... la verdad es que no me
parece demasiado gay.

Ella suelta una carcajada que reverbera en


todo mí ser. La miro entre ofuscado y furioso.
¿Pero qué coño?... me muero de celos.

—¿Estás celoso?

—No digas tonterías.

—¡Oh! ¡Sí que lo estás!

—¡Sí, maldita sea! Ver cómo te tocaba casi me


hace perder la cabeza.

—¡Es gay!

—Eso dice...

—Para... Adrián, en serio... no tienes nada que


temer. De nadie, pero mucho menos de él.
Me abraza suavemente y me pierdo en el olor
de su pelo. Necesito sentirla ya... no puedo esperar
ni un segundo más.

—Vámonos de aquí —le pido en un susurro.

—Acabamos de llegar... y nuestros amigos


están aquí.

—Necesito hacerte el amor ya, preciosa. O nos


vamos o te meto en los baños y no respondo de
mis actos.

—¿En los baños? —pregunta relamiéndose.

—Dios... eres toda una exhibicionista...


Vamos.

Entrelazo mis dedos con los suyos y voy


tirando de ella hasta los servicios de las chicas,
pero están a reventar, así que cambio de dirección
y me cuelo en el baño de los chicos, en ese
cubículo que nadie usa pero que siempre está ahí.
Hay varios tipos meando y se me quedan mirando
con una sonrisa lasciva, pero me importa una
mierda lo que piensen de nosotros. Más de uno se
morirá de envidia por no ser ellos los que entran
en ese cubículo con Lucía, de eso estoy seguro.

En cuanto cierro la puerta tras nosotros ataco


su boca con desesperación... me encanta su sabor a
cerezas maduras. Mi lengua saquea, mis manos
recorren su cuerpo con frenesí, y le subo la falda
del minúsculo vestido de un tirón, dejándola
desnuda hasta la cintura.

El tanga transparente que lleva debajo me deja


sin respiración. Puedo vislumbrar su monte de
Venus depilado tras la ínfima tela, y mi mano
acaricia con suavidad sobre ella, sin apenas
rozarla.

—Me encanta este tanga, cielo... me vuelve


loco.

Con cuidado bajo la cremallera del vestido y


libero de su pri-sión sus pechos firmes, y mi
lengua se da un auténtico festín con esos pezones
rosados, que me esperaban enhiestos.
Los rodeo con suavidad, los muerdo, y de su
boca escapan gemidos de puro placer.

—¡Oh... joder Adrián... me encanta!

Cuelo un dedo por el borde del tanguita y


acaricio con suavidad su botón, que ya está
hinchado y expectante, antes de intro-ducirlo
suavemente en su coñito delicioso.
—Mmm...Qué mojada estás... quiero
saborearte.

—¡No hay tiempo! ¡Fóllame!

—¡Cómo me pone escucharte decir tacos


mientras te toco!

Sin más preámbulos, me bajo la cremallera de


los vaqueros y me entierro en ella hasta el fondo.
Dios... qué bien se está aquí... saboreo su boca
despacio, sin moverme en su interior, acaricián-
dole el cuello. Pero ella me insta a moverme, y mi
cuerpo ya me pide que lo haga, así que comienzo
el baile que desde el principio de los tiempos el
hombre conoce de manera instintiva.

Mis caderas se mueven despacio, entrando y


saliendo de ella sin cesar. Mi boca se bebe sus
gemidos, y mis manos aprisionan su culo prieto
para sostenerla. Sus brazos se enroscan en mi cue-
llo y me tira del pelo en un intento de sostenerse, y
a mí me pone más cachondo si cabe.

Recorro su cuello con mi lengua, con mis


dientes, antes de volver sobre mis pasos y
devorarle la boca. Mi lengua se enrosca con la
suya en una lucha de lo más erótica, y mis
embestidas aumentan de intensidad... cada vez más
deprisa, más profundas... La echaba tanto de
menos... sus gemidos ahogados me avisan de que
se está acercando su orgasmo, y combino el dulce
vaivén con movimientos en círculo que rozan su
punto G y la catapultan al Nirvana.
Tras un par de embestidas más, me reúno con
ella. Cuando recupero la razón... aunque no la
cordura, la beso en los labios sin haber salido aún
de su interior. Necesito sentirla más cerca... mucho
más cerca... pero tiene razón, nuestros amigos
esperan y no podemos desaparecer sin más.

La ayudo a colocarse la ropa, me recompongo


la mía y tras un fugaz beso salimos del habitáculo.
Un coro de ovaciones y aplausos nos recibe, y si
bien yo no puedo dejar de sonreír con auténtica
satisfacción masculina, ella entierra su cara en mi
pecho muerta de vergüenza.

—¡Así se hace, hombre!

—¡Vaya monumento que te has calzado,


colega!

—¡Eso es un polvo, sí señor!

—¡Yo quiero una así para Navidad!


Cuando nos acercamos a nuestros amigos
ambos me miran cómplices con una sonrisa de
oreja a oreja. El amigo de Lucía se aparta de
nosotros para ligar con otro chico (realmente es
gay... y yo gilipollas) mientras que Marcos, Lucía
y yo nos sentamos en una mesa a tomarnos una
copa.

—Así que ya eres oficialmente una mujer libre


—comenta Mar-cos.

—Sí... por fin, y con las mejores condiciones


que pudiese de-sear. Todo se lo debo a Adrián.

—Merecías ser libre, y no pensaba dejar que


ese desgraciado se quedase con lo que te
pertenece por derecho —comento sin darle
importancia.

—Estoy de suerte... no todos los días se


conocen a chicas preciosas que sean libres —
suelta Marcos guiñándole un ojo a mi chica.
—Gracias —sonríe ella.

—Marcos... olvídate de ella.

—¿Por qué? No es de tu propiedad, que yo


sepa.

—Marcos...

—Ey chicos... haya paz. Todo se puede


hablar... —ahora es Lucía quien nos guiña el ojo.

Su comentario hace que mi miembro cobre


vida de nuevo. Recuerdo perfectamente la
conversación que tuvimos por Whatsapp respecto
al tema...Ella, Marcos y yo... Mmm. Si hay algún
tío con el que puedo hacerlo es Marcos. De hecho
ya lo hemos hecho en alguna ocasión. Pero claro,
no había sentimientos de por medio...

Paseo mi mano suavemente por su muslo, y


cuando estoy a punto de llegar al borde del vestido
el demonio su amigo se acer-ca a nosotros.

—Chicos... yo me marcho.

—¿Ya? —Lucía parece un poco nerviosa, y yo


me regodeo en silencio.

—Nena... me ha salido un plan mejor.


Encantado de conoceros, chicos. Nos vemos otro
día —nos dice a Marcos y a mí.

Unos minutos después Rubén vuelve con una


bolsa, que le da a Lucía tras decirle algo al oído
que la hace reír.

Tras la marcha de Rubén, Marcos se despide


de nosotros para dedicarse a la caza de una nueva
mujer, y Lucía y yo nos dirigimos al aparcamiento
cogidos de la mano.

Aprisiono a Lucía contra el coche y la beso de


nuevo... demasiado tiempo sin saborearla me va a
volver loco. Recorro con mi lengua cada recoveco
de su dulce boca, y ella, con un gemido ronco, se
agarra a mis hombros para no perder el equilibrio.

Ahondo el beso, succiono su lengua con


suavidad y muerdo suavemente sus labios antes de
enterrar mi lengua de nuevo junto a la suya. Me
estoy excitando tanto...

—¿Estás preparada para pasar la noche


conmigo?

—Eso ha sonado terrorífico —bromea.

—Hablo en serio, Lucía. Acabas de salir de un


matrimonio complicado y necesito saber si pasar
la noche juntos no va a perjudicarme.

—Hasta ahora no me has demostrado ser un


negado en el sexo...

—Créeme, cielo... aún no has visto nada. Pero


no me refería a eso y lo sabes —sé que estoy
presionando demasiado, pero necesito que esté
segura de lo que va a pasar.

—Yo... creo que sí.

—Si en algún momento te ves superada por lo


que pase entre nosotros solo tienes que decírmelo.
Lo sabes, ¿verdad?

—Lo sé —susurra un segundo antes de unir su


boca a la mía.

Termino el beso con reticencia, pero si


seguimos así voy a terminar echándole otro polvo
exprés en el coche, y necesito hacerle el amor de
una vez por todas, así que nos montamos en el
coche y nos dirigimos a mi casa.

En cuanto cruzamos la entrada la apoyo contra


la pared y vuelvo a besarla, esta vez con
parsimonia, rozando apenas sus labios, pasando
suavemente los míos por su mejilla... el lóbulo de
su oreja... su cuello...
—Mmm... Me encanta... —susurra
embelesada.

Sonrío ante sus palabras suspiradas, la


envuelvo en mis bra-zos y me dirijo con ella a mi
dormitorio. Mis manos la desvisten despacio
mientras mis ojos no se apartan de los suyos.
Con cada prenda que resbala por su piel mi
respiración se acelera, y verla desnuda en todo su
esplendor hace que casi pierda la cabeza.

—¡Joder! Eres absolutamente perfecta...

—No es verdad —replica sonriendo.

—¡Oh! Sí que lo es... preciosa y perfecta.

Con mucho cuidado la insto con mi cuerpo a


tumbarse en la cama, y me coloco sobre ella,
aunque sigo vestido. El confinamiento de mis
pantalones me está haciendo pedazos, pero
necesito serenarme, y desnudo sobre ella no es la
mejor manera de hacerlo.
Recorro toda su silueta con la palma de la
mano, desde el hombro hasta el tobillo, y cuando
vuelvo a acercarme a su pecho, Lucía contiene la
respiración. Sonrío, y con mi boca recorro sus
costillas, haciendo que se retuerza y se muera de la
risa.

—No... ¿Cosquillas? —pregunto.

—¡Sí! ¡Para!

—Mmm... Ya pensaré cómo sacarle partido a


este descubri-miento...

Mis caricias se vuelven más certeras, más


deliciosas para ella. Con el pulgar acaricio
suavemente uno de sus pezones a la vez que me
introduzco el otro en la boca. Hago círculos en
ambas crestas, y el cuerpo de lucía se arquea en
busca de más.

—¡Oh, Dios! ¡Me encanta! ¡Sigue... no pares!


Deslizo mi lengua lentamente por su estómago,
deteniéndome en su ombligo, y sigo bajando más y
más... hasta que descubro su monte de Venus...
suave como la seda. Recorro su abertura
lentamente, arrancándole un grito ahogado, y
separo sus labios con mis dedos para darme un
festín en ese paraíso del que me estoy haciendo
adicto.

Recorro con la lengua su longitud, desde el


clítoris hasta su vagina, una y otra vez.
Ella se retuerce, se arquea y gime extasiada
mientras la acerco al primer orgasmo de la noche.
Me dedico por completo a su hinchado botón a
la vez que con dos dedos la pene-tro suavemente.
Alterno mis lengüetazos con los movimientos de
mis dedos, y ella llega al orgasmo en apenas unos
segundos. Pero no he terminado ni por asomo, y
continúo lamiendo su clítoris y estimulando su
punto G hasta que otro orgasmo la recorre de los
pies a la cabeza.
Me tumbo a su lado con una sonrisa satisfecha
en mis labios y una erección de mil demonios.
Acaricio suavemente su estómago esperando a que
se tranquilice, y ella me mira a los ojos y se echa a
reír.

—¿Te divierte?

—No... Es que nunca había experimentado dos


orgasmos seguidos... ha sido una experiencia
nueva y emocionante.

—No va a ser la única experiencia nueva y


emocionante que vivas conmigo. Dime...
¿qué te parece Marcos?

—Adrián... ¿Estoy a medio polvo contigo y me


preguntas si me gusta otro hombre?

—¿Qué te parecería hacer un trío con él?

—Estás de broma... —dice ella abriendo


mucho los ojos.
—Lo digo en serio... no es la primera vez que
lo haríamos.

—¿Has compartido a tus chicas con Marcos?

—No... Nunca lo hemos hecho con alguien que


nos importe a alguno de los dos. Pero quiero
cumplirte esa fantasía, cielo, y es el único hombre
del que me fío lo bastante como para dejarte en sus
manos.

—Yo... necesito pensarlo, Adrián. Si bien es


una fantasía, jamás pensé que la fuese a llevar a
cabo. No sé si seré capaz de hacerlo.

—Y yo no estoy seguro de poder soportar que


Marcos te toque, pero si es lo que quieres lo
intentaré. Piénsalo, ¿de acuerdo? No hay prisa.
Ahora —susurro colocándome sobre ella de nue-
vo— eres total y absolutamente mía.

—De eso nada —me sorprende tumbándome


en la cama y po-niéndose a horcajadas sobre mí—.
Ahora me toca a mí.

Sentir sus manos recorrer mi cuerpo va a


catapultarme al orgasmo sin necesidad de que se
acerquen a mi duro miembro. Su lengua juguetona
acaricia mis tetillas, que no sabía que eran tan
sensibles, y su mano repta por mi abdomen hasta
posarse sobre mi erección.
Comienza un vaivén delicioso sobre el
vaquero, y yo necesito enterrarme en ella.

Cuando desabrocha la cremallera y libera mi


erección, esta salta sobre su palma, con la punta ya
perlada, reclamando sus atenciones. Cuando su
lengua la recorre perezosa por toda su extensión,
un grito escapa de mi garganta. Jamás algo que he
experimentado millones de veces con diferentes
mujeres me había resultado tan placentero.

La boca de Lucía crea su magia sobre mi


miembro chupan-do, lamiendo, succionándolo
como nunca antes lo habían hecho. ¡Dios!... qué
bien lo hace... Su boca se desliza por toda mi
longitud una y otra vez, haciendo que pierda la
cordura, y cuando su lengua traviesa se une a la
succión de sus dulces labios solo puedo soltar un
grito.

Cuando estoy a punto de perder el control e


intento salir de su boca, ella me sujeta fuerte, y me
corro dentro de ella, que se relame los fluidos que
han escapado de su boca como una gatita traviesa.

La acerco a mi boca, le doy un beso y la


acurruco a mi lado un segundo, lo justo para
recuperar la cordura, pero casi sin darnos cuenta
nos quedamos completamente dormidos.

Capítulo 13

(Adrián)

La luz de la mañana se filtra por la persiana a


medio subir. Me despierto con un haz de luz que
impacta directamente sobre mis ojos, y en el reloj
apenas marcan las siete de la mañana. Miro a mi
lado... y allí está Lucía. Parece un ángel ahí
dormida, tan... perfecta. Sus pestañas descansan
suavemente en sus mejillas sonrosadas, y sus
labios carnosos están un poco entreabier-tos,
dejando escapar el aire entre ellos con suavidad.
Una de sus manos descansa bajo su cabeza, y la
otra la tiene apoyada en mi abdomen. El tacto de
su piel hace que me sienta sereno, en paz conmigo
mismo.

Acaricio suavemente su antebrazo, y sonrío al


descubrir que mi caricia le pone la piel de gallina.
Podría pasarme el día así, tan solo mirándola... sus
pestañas aletean sobre sus mejillas antes de que
esos preciosos ojos se fijen en mí, y una sonrisa
perezosa se dibuja en sus labios.

—Buenos días —susurra.

—Buenos días, preciosa.

Me acerco lentamente a su boca y la beso


despacio una, dos, tres veces... y ahondo el beso.
126

Mi lengua se introduce tímida en su boca y


comienza a bailar con la suya. Sus manos recorren
mi pecho y se enredan en mi pelo, y las mías la
abrazan con fuerza y la pegan a mi cuerpo.

Continuamos besándonos mucho... mucho


tiempo. Los besos perezosos dan paso a otros más
apasionados, las caricias sutiles pasan a ser
sensuales, y nuestros cuerpos se enredan en
respuesta.

Sus manos me acarician la espalda, las mías


acarician su pe-cho desnudo. Su boca baja hasta
mi cuello, la mía hasta coger un pezón entre los
dientes. Ella me acaricia la erección suavemente, y
yo introduzco dos dedos en su canal empapado.

No puedo esperar más, necesito hacerle el


amor. Con cuidado le abro las piernas y me
introduzco en ella despacio, centímetro a
centímetro, arrancándole suaves gemidos que me
bebo de sus labios.

—Mmm... Esto es el Paraíso —le digo al oído.

—¡Dios... sí, Adrián! ¡No pares de moverte!

—Te gusta suave, ¿eh, gatita?

—Me encanta de todas formas cuando es


contigo.

Sus palabras me llegan al alma. Vuelvo a


besarla y continúo con mis embestidas, cada vez
más deprisa, con más urgencia, y cuando su cuerpo
se tensa presa de su orgasmo catapulta al mío al
mismo lugar.

Cuando recupero la conciencia sigo enterrado


en ella, pero no pienso moverme.
Acaricio su mejilla sonriendo, y vuelvo a
besarla de nuevo, esta vez con más fuerza, con un
anhelo que no conocía. Ella vuelve a excitarse, y
mi miembro vuelve a endurecerse en su interior
cuando eleva las caderas. Comienzo a moverme de
nuevo, y saliéndome de repente de ella, le doy la
vuelta y la tumbo de espaldas. Coloco un cojín
bajo su vientre y vuelvo a penetrarla, uniendo mi
cuerpo al de ella en toda su extensión. Alterno
suaves besos en su preciosa boca con mordiscos
en su nuca, y alcanza el orgasmo antes de lo que
esperaba. Tras unas pocas embestidas más, soy yo
quien llega a la cumbre, con la convicción de que
ella es la mujer que llevo tanto tiempo buscando.
Tras una ducha entre caricias y risas, nos
dirigimos a casa de mi vecina a recoger a Eva. La
niña grita contenta de alegría cuando ve a Lucía, se
tira a sus brazos y la abraza con emoción
diciéndole que la quiere, y aprovecho la
oportunidad para invitarla a comer con nosotros.
Mientras Eva le enseña todas sus muñecas yo voy
preparando la comida: una ensalada, y mi
especialidad, solomillo en salsa de setas.

Lucía me observa tiempo después apoyada en


la encimera de la cocina, y no puedo
concentrarme, porque si no fuera porque Eva juega
a dos metros de nosotros la sentaba encima y me la
follaba de nuevo.

—Estás jugando con fuego, pequeña.

—¿Yo? ¿Qué estoy haciendo?

—Deja de mirarme así —la sonrisa ya no


puede abandonar mis labios... ni los suyos.

—¿Y cómo le miro, señor abogado?

Me acerco a ella con la mirada fija en su boca,


y cuando mi miembro erecto roza su pierna
desnuda, acerco mi boca a su oído.

—Como si quisieras que te comiese de nuevo.

—Eres un provocador.

—¿Yo? Eres tú la que me mira de esa manera.


—Sabes que me excitas y lo usas en mi contra.

—Anoche no te quejabas... —Lucía suelta una


carcajada.

—Sinceramente me sorprende esta nueva


faceta tuya —cambia de tema la muy descarada.

—¿La de cocinero sexy?

—La de padre responsable.

Sin poder evitarlo me acerco a ella y la beso


en los labios. Voy a hacerme adicto a su boca de
seguir así...

—Tío Adrián... ¿por qué besas a mi seño en la


boca? Eso da asco —dice Eva con la cara
arrugada.

—La beso porque ella me gusta mucho, y yo a


ella también. Y ya hablaremos cuando tú empieces
a besar a los chicos, seño-rita. Te haré tragarte
esas palabras. —me acuclillo ante ella para
hacerle cosquillas.

—Entonces... ¿La seño Lucía es tu novia?

—Eso creo —respondo inseguro.

Lucía me dedica una mirada extraña, pero se


acerca a la niña. Tras cogerla en brazos, se apoya
de nuevo en la encimera.

—Cielo, eso aún lo tenemos que hablar tu tío y


yo.

—Entonces... ¿te puedo llamar tía Lucía?

—Eva... para —le regaño.

Sé que Lucía está ahora mismo un poco


incómoda, y no quie-ro forzar la situación más de
la cuenta, pero ella me ignora y le responde.

—Puedes llamarme como quieras, Eva, pero


en el cole sigo siendo la seño, ¿de acuerdo?

El resto del día ha sido perfecto, como ella.


Tras comer he-mos salido a dar un paseo.
Hemos reído comiendo helado, hemos
disfrutado probándole a Eva modelitos, yo he
disfrutado más que nadie cuando los modelitos se
los probaba Lucía...

A la hora de la cena he llevado a mis dos


chicas a cenar una pizza, y cuando hemos llegado
al portal de Lucía, Eva ya hacía rato que estaba en
los brazos de Morfeo. Rodeo el coche para
disfrutar de Lucía una última vez. La apoyo
suavemente en el capó y vuelvo a besarla como
esta mañana, porque en presencia de la enana no
he podido pasar de los piquitos inocentes. Me
sorprende al hundir la nariz en mi pelo e inspirar
hondo.

—¿Y eso? —pregunto extrañado.

—Es para recordar tu olor hasta que volvamos


a vernos.

—Lucía... no pensarás tenerme otra semana


como la pasada ¿verdad?

—Espero que no...

—Vamos... yo tenía pensado vernos mañana...

—Imposible. Tengo muchas cosas que hacer


mañana.

—¿Y no puedes hacerle un hueco a tu chico?

—Respecto a eso... creo que estamos yendo


demasiado deprisa, Adrián.

—Nena, relájate... solo estamos saliendo


juntos. Veamos dónde nos lleva esto sin presiones,
¿de acuerdo?

—Está bien. Es que... estoy un poco asustada,


eso es todo.
—Pues no tienes por qué estarlo.
Tranquilízate, disfruta del tiempo que pasemos
juntos y no pienses en el futuro. Porque yo no lo
hago.

—Está bien, lo intentaré.

—Buena chica —susurro antes de volver a


apoderarme de sus labios—. Buenas noches.

—Buenas noches, Adrián.

Me monto al volante de nuevo, y Lucía abre la


puerta de atrás, le coloca el pelo a Eva y la besa
suavemente en la frente.

—Dulces sueños, mi princesita de cuento —


susurra.

Y es en ese preciso momento en el que me doy


cuenta de algo realmente impactante para mí. No
sé cómo, ni cuándo, ni siquiera por qué, pero estoy
irremediablemente enamorado de Lucía.

Capítulo 14

(Lucía)

Lunes. La gente siempre odia los lunes, pero


como yo siempre voy a contra corriente, a mí me
encantan. Antes era porque perdía de vista a Raúl,
ahora es porque puedo ver a Eva.
Aunque no esté segura de lo que siento por
Adrián, sí sé que quiero a Eva con toda mi alma.
La niña es todo amor, y a pesar de todo lo que
ha sufrido en su corta vida, sé que es feliz.

Adrián es un gran padre para ella. Me pregunto


cómo sería criar a un niño nuestro.
Viendo lo bien que lo está haciendo con Eva
estoy segura de que sería un padre ejemplar.
¡Mierda! ¿Se puede saber en qué estoy
pensando? Ni siquiera sé lo que siento por él ¿y ya
pienso en niños? Debe de ser mi reloj biológico,
que me avisa de que se acerca el momento de ser
madre. Pero no es momento para pensar en eso.

Las clases con mis niños son divertidas, como


siempre. Los voy a echar de menos cuando acabe
el curso, pero me reconforta saber que el año que
viene seré la profesora de Eva.

Hoy no me toca vigilar el patio, pero


igualmente salgo. Me acerco a la pared baja que
separa el patio de los niños de preesco-lar, y allí
está mi pequeña princesa. Ríe a carcajadas
mientras jue-ga al pilla—pilla con sus amiguitos.
Me quedo absorta mirándola reír hasta que la
vibración de mi móvil me despierta. Miro la pan-
talla y sin poder remediarlo sonrío cuando veo el
nombre Adrián.

—Hola, guapo —saludo al descolgar.

—Hola, preciosa ¿Cómo estás?

—Bien ¿Sabes? Estoy viendo cómo juega Eva.


—¿Ah sí? Qué casualidad, te llamaba por ella.
Para pedirte un favor.

—¿Qué ocurre? —pregunto preocupada.

—Pues me ha surgido una comida de trabajo


muy importante a la que no puedo faltar.
He llamado a Marcos, pero no puede ir a
recogerla y he pensado que…

—Tranquilo —le corto—. No te preocupes.


Mis niños tienen in-glés a última hora, así que la
puedo recoger. Nos iremos a mi casa y comeremos
allí mientras te esperamos.

—Intentaré librarme lo antes posible. Si no


fuera un cliente tan importante no iba.

—Ya te he dicho que estés tranquilo. Eva


estará bien conmigo ¿O es que no te fías de mí?

—Tú y Marcos sois las únicas personas de las


que me fío al cien por cien, no digas tonterías.
—Ya que hablamos quería preguntarte una
cosa —cojo aire, no sé porqué me pone nerviosa
esta conversación— ¿A cuánto asciende tu factura
por el juicio?

—¿Cómo? —pregunta sorprendido— No me


debes nada, nena.

—¡Claro que te debo! Hiciste un trabajo y yo


debo abonar la factura como cualquier otro cliente
haría.

—Sí, hice un trabajo, pero tú no eres un cliente


cualquiera.

—¿Y que tengo yo de especial?

—Pues porque estoy… —se calla de repente


— Bueno, si te empeñas en pagar me lo puedes
pagar en carne.

—Pero eso no…


—Eso —me corta— es todo lo que pienso
aceptar.

—Está bien —miento—. Te tengo que dejar, ya


acaba el recreo. Llama al colegio para que sepan
que voy a recoger a Eva.

—Está bien —suspira—. Luego nos vemos,


cariño.

—Adiós.

Acaba de llegar Rocío, la profesora de inglés.


Por fin el lunes llega a su fin. Después de la
llamada de Adrián no he podido concentrarme del
todo. No me gusta mucho la idea de que quiera que
le pague con mi cuerpo.

—Hola Lucía —saluda Laura, la profesora de


Eva— ¿Qué necesitas?

—Vengo a recoger a Eva Scott.


—No pensé que fueras amiga de Adrián —
dice con cara de boba.

—Bueno, no creo que haya mucha gente que se


apellide Kirchner.

—¡Eva! —grita de repente, sobresaltándome—


Han venido a bus-carte.

Mi pequeña princesa sale por la puerta con su


mochila de princesas colgada de sus pequeños
hombros.

—¡¡Lucía!! —grita cuando me ve.

La cojo en brazos cuando llega a mi lado y la


abrazo con fuer-za cuando me da un beso en la
mejilla.

—¿De qué conoces a Adrián? —pregunta la


profesora de la niña.
—No es asunto tuyo —respondo secamente—.
Y la próxima vez que le grites a la niña de esa
manera me encargaré de que Adrián se entere.
Ahora, si me disculpas…

Me doy la vuelta dejando a Laura con la boca


abierta. Así se pensará dos veces volver a tratar
mal a mi pequeña.

Salgo del colegio explicándole a Eva por qué


la he recogido yo, y como me esperaba, a ella no
le importa en absoluto.

He preparado unos macarrones con carne para


comer, a petición de la niña. Cuando terminamos
el mousse de chocolate que nos hemos comido de
postre, me siento en el sofá y Eva se tumba a mi
lado apoyando la cabeza en mi regazo, donde se
queda dormida enseguida.

El telefonillo suena despertándome. Miro a


Eva que aún duer-me tranquila y me levanto con
cuidado de no despertarla.
—Lucía, soy Adrián.

Abro sin pensar y salgo al rellano para


esperarle. En cuanto le veo una sonrisa tonta se
dibuja en mis labios. Se acerca sonriente también
y sin esperar pega sus labios a los míos.
Su beso es voraz, apasionado, como él.

—¿Qué tal se ha portado? —pregunta entrando


en casa.

—Muy bien. Hemos comido y enseguida se ha


quedado dormida.

Se inclina sobre la pitufa que duerme a pierna


suelta y le da un tierno beso en la frente.

Me meto en la cocina para preparar café y noto


como él me sigue. Se instala ente nosotros un
incómodo silencio del que ninguno de los dos sabe
cómo salir.135
—¿Qué tal fue la comida? —pregunto al fin.

—Bien, pero habría preferido comer con


vosotras.

Le miro sonriendo. Por muy mal que me sienta


siempre consigue sacarme una sonrisa. Además de
guapo, es divertido y muy, muy tierno, aunque no
lo parezca.

Pasa sus brazos alrededor de mi cintura y me


pega a su pecho,
—Oye, quiero disculparme —empieza a hablar
en un susurro—. Esta mañana no me he explicado
bien. No quería decir que podrías pagarme
acostándote conmigo.

—¿Qué querías decir entonces?

—Quería decir —susurra aclarándose la


garganta— que tu compañía es suficiente pago.
Poder pasar el tiempo contigo, disfrutar de tu
compañía, es la mayor recompensa que puedo
obtener.

Sus palabras me calan hondo. No quiero darle


doble sentido, pero mi corazón brinca de emoción.

—A mí también me gusta pasar tiempo con


vosotros —confieso.

Seguimos abrazados unos minutos más. Estoy


demasiado có-moda entre sus brazos para
moverme.

—¿Qué tienes pensado hacer esta tarde? —


pregunta él de repente.

—Pensaba ir a la inmobiliaria.

—¿Vas a vender la casa?

—Sí. No puedo vivir en esta casa sin recordar


las traiciones de Raúl.

—Está bien, iremos contigo si quieres.


—Me encantaría.

Sonriendo atrapa mi cara entre sus manos y me


besa. Contenta por el contacto separo los labios
dejando que su lengua juegue con la mía. De
repente me levanta, me sienta en la encimera para
que estemos a la misma altura. Sin pensarlo separo
las piernas para dejarle hueco, un hueco que no
desaprovecha. El beso se vuelve más fogoso, más
intenso. Con sus dos manos agarra mí trasero y me
acerca a él bruscamente haciendo que su dura
erección roce mi sexo.

—Necesito estar dentro de ti… Vamos a tu


habitación —susurra contra mis labios.

Asiento, y cogiéndome en brazos me lleva a mi


dormitorio, no sin antes echarle un vistazo a Eva.
Una vez dentro me deja en la cama y empieza a
desnudarme con rapidez.

—¿Tienes prisa? —pregunto riendo.


—Sí —responde desnudándose él—. Hay que
aprovechar que la niña duerme. Si nos interrumpe
de nuevo me volveré loco.

Una vez que está denudo se tumba sobre mí, y


tras comprobar que estoy lista para recibirle
empieza a penetrarme. Es una sensación increíble.
Nunca me sentí así cuando estaba con Raúl.
Aunque sus penetraciones sean fuertes y rápidas,
siempre está pendiente de mí, me hace sentir
especial, reverenciada, de hacer que me sienta la
mujer más maravillosa del mundo.

Nos bebemos los gemidos del otro intentando


hacer el menor ruido posible. Mis manos se
aferran a su pelo con fuerza, posiblemente le esté
haciendo daño, pero no dice nada. No hablamos,
la pasión nos consume dejándonos sin palabras,
hasta que noto cono un tsunami crece en mi interior
a pasos agigantados.

—Vamos, nena, córrete conmigo.


—Sí, por favor.

Aumenta el ritmo hasta extremos que creía


imposibles.

—Ahora, nena —jadea.

Al dejarme ir le muerdo el hombro con fuerza


para reprimir el grito que amenaza con escapar de
mi garganta. Adrián gruñe contra mi cuello, un
sonido ronco, el sonido más sensual que he oído
en toda mi vida.

Poco a poco ralentiza el movimiento de sus


caderas y sin salir de mí levanta su hercúleo
cuerpo quedando apoyado en los antebrazos.

—Estoy en el paraíso —susurra aún


moviéndose ligeramente en mi interior.

Sonrío, es todo lo que puedo hacer. Mi cuerpo


se ha quedado sin fuerzas y mi voz ha
desaparecido por completo.

—Así, sonrosada, con los ojos brillantes, el


pelo esparcido en-marcando tu cara y con esa
preciosa sonrisa pereces un ángel.

Mi sonrisa se amplía más, no recuerdo cuando


fue la última vez que sonreí tanto, ni la que fui tan
feliz.138

Suspirando sale de mi interior y me ayuda a


levantarme. Una vez aseados y vestidos volvemos
al salón donde Eva aún duerme.

Cuando salimos de la inmobiliaria (donde


hemos dejado claro lo que quiero y aclarado unas
cuantas condiciones), nos dirigimos hacia el
parque preferido de Eva. Mientras Adrián habla
por teléfono me siento en un banco a observar a mi
pequeña princesa. Ver a la niña jugar y reír es una
de la imágenes más bellas que he tenido el placer
de disfrutar.
—Lucía —dice Adrián sentándose a mi lado
en el banco tras col-gar el teléfono—.
Era Marcos, quería invitarnos a su casa de la
playa este fin de semana ¿Te apetece ir?

—¡Claro! Será divertido.

Capítulo 15

(Lucía)

Llevo toda la semana deseando que llegue el


viernes, no porque se acabe la semana, sino
porque quedamos en salir después de comer. Y
aquí estamos, en Calahonda, en un apartamento de
dos dormitorios, donde todo es blanco, y cuando
digo todo es todo: paredes, sofás, las sabanas de
las camas, los muebles, la cocina… todo. Se nota
que es el picadero de un hombre, Marcos no se ha
molestado mucho con la decoración.

—Lucía duerme conmigo —anuncia Eva


poniendo los brazos en jarras.
Todos reímos ante la cara seria de la niña.

—Eva —Adrián se agacha ante ella— ¿Puedo


dormir con vosotras?

La niña le mira con cara seria, casi enfadada.


Al final levantando las manos con gesto resignado
dice:

—Está bien. Duermes con nosotras, pero Lucía


es mía, no la puedes tocar, que te quede claro.

Volvemos a reír. Mi pequeña princesa tiene un


sentido del hu-mor muy grande.

Aunque estamos en abril, el día es bastante


caluroso, así que decido que lo que nos queda de
tarde Eva y yo lo vamos a em-plear en irnos de
compras. Creo que la niña necesita pasar un rato
de chicas. Los chicos se quedan en casa, esta tarde
es solo para nosotras.
Pasamos por varias tiendas, donde compramos
de todo para nosotras y un par de regalos para los
chicos. Eva parece agotada, por lo que nos
sentamos en una terraza para comernos un helado.

—¿Por qué no quieres ser la novia del tío


Adri? —pregunta la renacuaja.

—A ver, mi niña… No es que no quiera, es


que aún es muy pronto para eso.

—¿No nos quieres?

Sus preciosos ojos azules, tan parecidos a los


de Adrián, se llenan de lágrimas.

—Ven —le digo dándome unos golpes en el


regazo.

Cuando se sienta sobre mí le aparto los rizos


de la cara y le doy un beso en su pequeña mejilla
regordeta.
—Mi niña, claro que os quiero, sobre todo a ti.
Pero cuando eres mayor las cosas no son tan
fáciles. Yo siempre te voy a querer ¿está claro?

Me mira solemne, asiente y me abraza con


fuerza.

Después de nuestra pequeña charla volvemos a


casa dando un paseo mientras miramos escaparates
de forma distraída. En una de las tiendas veo un
vestido, bueno, siendo sinceros encuentro “El
Vestido”. De color azul hielo, largo por la rodilla
con una abertura sobre el muslo izquierdo que
llega casi a la cadera. La parte de arriba tiene un
escote en forma de corazón y en la espalda lleva
unos lazos, como los de los corsés antiguos.
Cuanto más aprietas los lazos más se realzan las
curvas del pecho y la cintura. Creo que es el
vestido perfecto para volver loco a Adrián.

—¡Estas preciosísima! —exclama Eva


saltando ilusionada cuan-do me lo ve puesto.
—Gracias. Pero tú sí que estas preciosa con tu
vestido nuevo.

Volvemos a casa, contentas con nuestras


compras, con el tiempo justo para prepararnos
para la cena. Decido reservar el vestido nuevo
para la próxima vez que podamos salir de noche,
no es el momento para volverlo loco. Cenamos en
un restaurante de la zona, la comida está muy
buena, y la conversación hace que las horas pasen
volando.

Llegamos a casa después de cenar y Eva


rápidamente se aga-rra a mí.
—Duermes conmigo ¿verdad? —pregunta
sonriendo.

—Ya te he dicho esta tarde que sí, pero el tío


Adri también duer-me con nosotras.

A regañadientes la niña acepta. Nos metemos


en la cama ya con nuestros pijamas puestos, y al
momento tío y sobrina se abrazan a mí.
Me despierto muerta de calor. Estoy tumbada
boca arriba con la cabeza de Adrián apoyada en un
hombro.

Su pausada respiración me hace cosquillas en


el cuello. Eva está en la misma posición que su tío,
con la diferencia de que la manita de Eva descansa
sobre la cabeza de Adrián y la de este sobre mi
vientre.

Con el confinamiento en el que estoy metida


por mis dos ru-bios preferidos, lo único que puedo
hacer es mirar el techo, pero mi vejiga está a punto
de estallar, así que separo a Eva de mi cuer-po sin
esfuerzo y con mucho cuidado. Adrián es harina de
otro costal. Cuando nota que me muevo aprieta
más su abrazo, pero tras moverme cual lagartija
consigo zafarme de él.

En cuanto estoy de pie frente a la cama, Adrián


palpa el lugar donde hasta hace unos segundos me
encontraba yo. Como no me encuentra estira un
poco más el brazo y llega a tocar a Eva, que como
atraída por un imán, se acerca a su tío y ambos se
abrazan. Sin poder evitarlo cojo el teléfono y les
hago una silenciosa foto antes de salir corriendo
en dirección al cuarto de baño. Cuando salgo voy
a la cocina para desayunar, me ruge el estómago.

Estoy comiendo mi segunda tostada cuando


Marcos entra vestido tan solo con unos pantalones
cortos.

—Buenos días, Lucía.

—Buenos días.

—¿Aún duermen los rubiales?

—Sí —río.

—He pensado que hoy podríamos bajar a la


playa con mi hermana y sus niños.

—Me da igual. Como vosotros queráis.


Sonriendo se prepara su desayuno y se sienta
frente a mí. Charlamos poco. Marcos simplemente
me mira y sonríe. Un recuerdo fugaz pasa por mi
cabeza: Adrián y yo en su cama, la primera noche
que pasamos juntos y… una pregunta sobre
Marcos. ¡No puede ser!
¿Se lo habrá dicho? Sonrío ¡Son hombres!,
seguro que sí se lo ha contado. La idea de verme
entre Marcos y Adrián hace que algo palpite entre
mis piernas.

Siempre me han llamado la atención los tríos,


pero la verdad es que verme entre dos hombres y
que uno de ellos fuese Raúl me cortaba el rollo.
Sin embargo, que uno de ellos sea Adrián me
enciende por dentro.

Le hago a Marcos un escaneo completo. No es


tan musculoso como Adrián, pero aún así tiene
todos los músculos definidos. Sus abdominales
marcados no sobresalen tanto y la V
que tanto me gusta no es tan prominente, pero
su atractivo rostro y su pícara sonrisa son casi tan
atrayentes.

Alzo los ojos de nuevo hacia la cara de


Marcos y veo que su sonrisa se ha ampliado
notablemente. Ha debido percatarse de mi
escrutinio. La antigua Lucía se sonrojaría, pediría
perdón y apartaría la mirada avergonzada, pero la
Lucía que soy ahora no hace ninguna de esas
cosas, lo que hago es sostenerle la mirada y
sonreírle. Tampoco es que haya hecho nada malo.

—Buenos días, cariño —saluda Adrián


dándome un beso en la sien.

—Buenos días, guapo —sonrío.

—Le estaba comentando a Lucía que cuando la


pequeña princesa se levante podríamos ir la playa
con mi hermana y sus monstruitos.

—Me parece perfecto —responde Adrián.


—Desayuna mientras yo iré a despertar a Eva
—tercio.

Pasamos un día divertido en la playa. Mientras


los niños jugaban con los chicos en el agua,
Miranda, la hermana de de Marcos, me ha hecho
un tercer grado al que he contestado con gusto. Se
nota que se preocupa por Adrián y por Eva, y eso
es respetable.

A la hora de volver a casa Miranda le pide a


Adrián quedarse con Eva por la noche.

—¡Venga, Adri! Sabes que en casa va a estar


bien. Además Ruth y ella apenas se ven, déjalas
que pasen una noche juntas.

—Estará bien —le tranquilizo.

—Venga tío, así esta noche podemos salir los


tres de fiesta. —ter-cia Marcos.

—Está bien —dice al fin.


Después de advertir a Eva que tiene que
portarse bien y darle un millón de besos, nos
dirigimos los tres al apartamento de Mar-cos.

Me meto en la ducha nada más llegar para


empezar a arreglar-me para la noche, hoy sí que
voy a estrenar mi vestido nuevo

—Por fin eres sólo mía —susurra Adrián en


mí oído entrando en la ducha.

No pierde el tiempo y empieza a acariciar todo


mi cuerpo con sus grandes manos.

—Separa las piernas —ordena


mordisqueándome el cuello.

Cuando lo hago entra en mí de manera


dolorosamente lenta.

—Vuelvo a estar en el puto paraíso —jadea.


Mi respiración se acelera a la vez que sus
acometidas. No ha habido preliminares, ni dulzura,
esta vez solo hay pasión y lujuria. Se mueve con
fuerza y rapidez dentro y fuera de mí, hasta que de
manera inesperada me corro gritando su nombre.
Cuan-do vuelvo del limbo noto como su semen me
inunda por dentro mientras, entre respiraciones
entrecortadas, dice mi nombre.

Entre besos y risas acabamos de ducharnos.


Tengo que reconocer que pasar tiempo con Adrián
me gusta, y por supuesto, además de ser un dios
griego, es un dios del sexo, que siempre, siempre
me hace disfrutar.

Estoy terminando de maquillarme en el cuarto


de baño cuan-do la cabeza de Adrián aparece por
la puerta.

—Cariño ¿Te queda mucho?

—Vestirme —respondo al terminar de de


aplicarme el brillo de labios.
—Mmm... mejor quédate como estás —susurra
recorriendo mis costados desnudos con sus manos
— y nos quedamos aquí.

—Fuera, demonio —contesto riendo—. Quiero


salir a parármelo bien.

Diez minutos después salgo de la habitación


con mi vestido nuevo puesto y sobre unos tacones
de aguja blancos. Al llegar al salón me encuentro a
los chicos apoyados en la barandilla de la terraza
mientras hablan. Al estar de espaldas a mí no me
han visto aún, así que aprovecho y pongo el peso
del cuerpo sobre el pie derecho para que mi pierna
izquierda quede, prácticamente entera, al
descubierto.

—¿Nos vamos? —pregunto con


despreocupación.

Al oírme ambos se vuelven, y abren unos ojos


como platos al mismo tiempo.
—Madre mía —susurra Marcos.

—Estás impresionante —susurra su amigo.

—¡Bah! —le quito importancia con un gesto de


la mano.

Me giro y al oír como ambos cogen aire


bruscamente sonrío. He conseguido mi objetivo.

Me llevan a un restaurante italiano muy íntimo.


Nos sientan en una pequeña mesa circular que
tiene una vela en el centro. La conversación
básicamente la llevan ellos dos. Yo me contento
con oirles. Se pasan la noche contándome
infinidad de anécdotas de sus correrías en el
instituto que me hacen llorar de risa.

En un momento de la velada Marcos se


disculpa para ir al servicio, momento que Adrián
aprovecha para hacerse con mi cuello.
—Nena —beso— estás —beso— simplemente
—beso— impresionante.

Pasa de mi cuello y besa mis labios. Su lengua


entra en mi boca sin necesidad de permiso. Me
besa con fuerza mientras, lentamente, sube la mano
que tenía apoyada en mi rodilla. Ambos
suspiramos cuando llega al final de la abertura del
vestido, pero no se detiene ahí y sigue subiendo.
147

Inconscientemente mis piernas se abren para


dejarle espacio, que él aprovecha rápidamente.
Roza la costura de mi tanga, que ya está
empapado, lo aparta y mete un dedo dentro de mí,
haciendo que gima en su boca. Lo saca lentamente
y, con la misma lentitud, lo vuelve a meter.

—O paráis ahora, o me dejáis que me una —


dice Marcos en voz baja para que solo lo oigamos
nosotros.

Con una sonrisita tonta nos separamos. Pero el


descarado de Adrián se mete en la boca el dedo
que acaba de sacar de mi interior. Marcos suelta
una carcajada ante este gesto y yo, sin poder
evitarlo, escondo la cara entre las manos
avergonzada.

Después de la cena vamos a tomar unas copas


al pub Mille-nium. Por fuera parece un cortijo,
pero por dentro la barra y las luces azules lo hace
un local muy agradable e íntimo.

Nos colocamos en un extremo de la barra, en


el más oscuro. Nos pedimos unas copas y poco
después la mujer que hay detrás de mí deja libre el
taburete, que sin dudar cojo para sentarme. Al
hacerlo cruzo las piernas dejando mi pierna al
descubierto. Me río cuando mis acompañantes la
miran con descaro.

La noche va avanzando y el alcohol empieza a


hacer mella en mi vergüenza. Cojo a Adrián por la
cintura del vaquero y lo atraigo entre mis piernas
cortando de manera tajante la conversación que
estaba manteniendo con Marcos. Uno nuestras
bocas con ansia, y él me abraza con fuerza. Lo que
me ha hecho en el restaurante me ha puesto muy
cachonda, Y me ha dejado muy… muy insatisfecha.
Juego con su lengua y cuando me devuelve el beso
gimo.
Agarra mi trasero con amabas manos y lo
aprieta.

—Nena, para —dice separando nuestras bocas


—. No quisiera te-ner que follarte otra vez en los
servicios de un bar.

Suelto una carcajada y dejo que se separe de


mí. Al mirar a Marcos veo la lujuria en su mirada,
entonces sé lo que quiero y lo que voy a hacer.

Me levanto del taburete y empiezo a bailar


todo lo que sue-na. Rechazo la oferta de Adrián de
una nueva ronda, para lo que tengo pensado
necesito estar serena. Bueno, todo lo serena que
puedo estar ahora mismo. Entonces el destino hace
de las suyas, haciendo que el DJ pinche Since I
don´t have you de los Guns NŔoses.

El sensual ritmo me envuelve, y empiezo a


mover las caderas de manera sensual. Me pongo
entre los dos amigos que han vuelto a retomar su
conversación, quedando a propósito de espaldas a
Marcos.

Adrián me devora con la mirada. Repasa todo


mi cuerpo con descaro, calentándome por donde
pasa. Para provocarle más, doy un paso atrás y
quedo pegada a Marcos, que intenta apartarse,
pero se lo impido levantando los brazos y
agarrándome a su cue-llo. Restriego mi trasero
contra él, y poco después noto su erección
apretada contra sus pantalones.

La mirada de Adrián arde, no sabría decir si es


por excitación, celos o enfado. Marcos entra en el
juego agarrándome de la cintura con sus dos
manos, momento en el que atraigo a Adrián hacia
mí y le beso. Rápidamente me devuelve el beso y
pega su cuerpo al mío. Me encuentro pegada a dos
hombres que mueven sus caderas al ritmo de las
mías, presionando sus erecciones contra mí.

Adrián sube sus manos lentamente hasta que


agarra mis pechos y los aprieta. Marcos pasa sus
manos de mi cintura hacia mi trasero y lo masajea,
a la vez que empieza a besar mi cuello. Esto es lo
que deseo. Y lo deseo ya.

—¿Vamos a casa? —pregunta Adrián junto a


mis labios.

Asiento y tras hacerle un gesto a Marcos nos


marchamos los tres hacia el apartamento.
En cuanto entramos en el ascensor em-pujo a
los dos hombres que están conmigo contra la pared
y mientras ellos besan mi cuello y tocan todo mi
cuerpo yo masajeo sus erecciones.

Ambos están ya preparados para hacerme suya


y yo lo espero con ansias. Unos dedos, no sé de
quién, apartan mi tanga y tocan mi ya hinchado
clítoris. La campana del ascensor nos informa de
que hemos llegado a nuestro destino. Eso hace que
mi sangre hierva de expectación.

Entramos a la casa y rápidamente Adrián se


pone a mi espalda girándome para que quede
frente a Marcos.

—¿Estás segura de esto? —pregunta Adrián en


mi oído.

—Lo deseo Adrián, os deseo a los dos.

Empieza a desabrochar las cuerdas traseras de


mi vestido y cuando acaba lo deja caer al suelo
dejándome vestida solamente por un tanga de
encaje blanco. Marcos repasa todo mi cuerpo sin
pudor deteniéndose en mi pecho. Las manos de
Adrián suben por mi estómago hasta alcanzar el
punto donde mira Marcos y las acaricia sin
prisa.150

De repente Adrián me gira y las manos de


Marcos rápidamente agarran mi trasero.
Mi Dios griego pega su boca la mía y me besa
con pasión. Empieza a empujarme suavemente
hacia atrás pegando mi cuerpo al de Marcos. Éste
me levanta para que rodee las caderas de Adrián
con las piernas. Sin perder el tiempo Adrián se
desabrocha los vaqueros mientras Marcos rasga
mi tanga y lo deja caer al suelo. Mi Dios griego
empieza a entrar en mí mientras yo apoyo la
espalda en el pecho de Marcos y este aprovecha
para darse un festín con mi cuello mientras
masajea mis pechos. Adrián entra y sale de mí con
rapidez devorando mi boca.

—Más fuerte —suplico.

Marcos agarra mis piernas por detrás de las


rodillas y me separa de la cintura de Adrián
abriendo mis piernas al máximo, cosa que hace
que pueda entrar hasta lo más hondo de mi interior,
hasta estar completamente dentro de mí, y dándole
más libertad de movimientos. Apoya las manos en
la pared en la que estamos apoyados y yo agarro
con las mías el cuello de Marcos quedando
completamente a merced de estos dos hombres que
me tratan como si no pesara nada. Con cada
penetración subo y bajo y me restriego contra la
erección de Marcos que jadea en mí oído. Antes
de lo que espero el orgasmo llega arrastrando a
Adrián conmigo.

Cuando recupero un poco el aliento me dejan


en el suelo tratando de recuperar el equilibrio.

—Dios, preciosa, vas a volverme loco. Ahora


—dice dándome la vuelta— Marcos también
quiere correrse.

Marcos sonríe y yo le devuelvo la sonrisa.151


—Venga, nena —Adrián me empuja hacia su
amigo—, dale el mismo placer que me das a mí.

Me acerco y lentamente desnudo al moreno que


me mira con pasión. Cuando le tengo totalmente
desnudo me arrodillo ante él y me meto su
miembro en la boca. No es tan ancho como Adrián,
pero sí es igual de largo. Lamo desde la base hasta
la punta oyén-dole inspirar profundamente.

—Métetela entera —ordena Adrián


suavemente en mí oído.

Cuando lo hago Marcos maldice y Adrián mete


dos dedos dentro de mí con fuerza.

—Estas empapada de mí semen —Adri vuelve


a la carga—. Me vuelve loco notar mi corrida
dentro de ti.

Mete y saca los dedos con rapidez instándome


a que chupe a Marcos a la misma velocidad.

—¡Joder, preciosa! Qué bien la chupas —


jadea Marcos— ¡Me corro!

Sale de mi boca y se corre sobre mi pecho.


Notar el calor de la simiente sobre mí hace que
estalle en un nuevo orgasmo. Marcos se agacha
quedando de rodillas ante mí.
—Eres impresionante —dice besándome.

—Sí que lo es —confirma Adrián besando mi


cuello. Marcos deshace el beso—. Y
es toda mía, que no se te olvide.

—Tranquilo, fiera… lo sé.

Vamos derechos al dormitorio de Marcos y al


llegar me tiro boca arriba en la cama.
Los chicos se quedan a los pies de la cama
mirándome. Me siento traviesa, y empiezo a
extender la simiente que Marcos ha dejado en mi
pecho. Lo restriego por mis pechos masajeándolos
y apretando mis pezones con fuerza. Adrián le
susurra algo al oído a su amigo y sonriendo ambos
me miran.

Adrián se sienta a mi lado con la espalda


apoyada en el cabe-cero de la cama.

—Ven —me dice—, siéntate sobre mí


Hago lo que me pide, pero en vez de sentarme
cara a él me hace sentar dándole la espalda. Abre
mis piernas dejando todo mi sexo a la vista de
Marcos que se acerca con una toalla húmeda. Con
delicadeza limpia mi sexo, el interior de mis
muslos y mi pecho. Cuando termina tira la toalla al
suelo y pasa un dedo de arriba hacia abajo, desde
la entrada de mi sexo hasta mi depilado monte de
Venus una y otra vez. De improviso pega su boca a
mi anhelante sexo. Empieza pasando la lengua
lentamente por mi botón del placer, pero cuando
Adrián me abre las piernas un poco más el ataque
de Marcos se convierte más voraz. Jadeo sin
pudor, la boca de Marcos unida a los besos que
Adrián reparte por mi cuello me están volviendo
loca.

—No puedo más —dice Adrián.

Marcos se separa de mí haciéndome gemir de


frustración. Frustración que no dura mucho porque
Adrián me levanta y con un dedo empieza a untar
lubricante en mi ano.
—Alguna vez…

—Sí —le corto—. Ya he practicado sexo anal


y me gusta, así que hazlo de una vez.

Jadeando empieza a entrar en mí. El sexo anal


siempre me ha resultado placentero, bueno todo lo
placentero que me podía resultar el sexo en
general con Raúl.

Cuando está totalmente dentro de mí estoy a


punto de tener un orgasmo.

No se mueve, solo se queda ahí quieto


mientras Marcos vuel-ve a pegar su boca a mi
sexo. Con las lamidas de Marcos mis caderas se
empiezan a mover haciendo que Adrián se mueva
leve-mente dentro de mí. El orgasmo me asalta de
manera arrolladora. Grito incoherencias, me
muevo sobre Adrián mientras agarro el pelo de
Marcos para impedir que se separe de mí, hasta
que la tormenta amaina.
Vuelvo a mi ser cuando noto que Adrián, sin
salir de mi interior, se mueve quedando tumbado
en la cama, dejándome tumbada sobre él. Marcos
se sitúa entre nuestras puertas abiertas, y mientras
agarra mis caderas con fuerza empieza a entrar en
mí. Nunca había experimentado una doble
penetración y he de reconocer que es una
sensación indescriptible.

Adrián no se mueve, sólo me besa y pellizca


mis pezones mientras deja que sea Marcos quien
me mueva, haciendo que am-bos amigos me
penetren al unísono. Mi Dios griego se bebe mis
gemidos metiendo y sacando la lengua de mi boca,
haciéndome el amor con ella.

El orgasmo se aproxima, lo noto, la sensación


de las fuertes penetraciones de mis dos hombres es
demasiado para mí y estallo llevándome conmigo
a mis dos amantes de esta noche.

Capítulo 16
(Adrián)

Me despierto solo en la cama con Lucía. Ella


aún duerme, y disfruto mirándola un segundo. Sus
facciones relajadas por el sueño la hacen parecer
más niña, más inocente…
cualquiera lo diría la noche anterior.

Me ha dejado sorprendido. Jamás imaginé que


disfrutase de las mismas cosas que yo en el sexo.
Ver como Marcos la follaba fue más de lo que
podía soportar. Estuve a punto de correrme más de
una vez solo con verles disfrutar.

Cuando mi chica sacó a la diablesa que lleva


dentro me sentí el hombre más afortunado del
mundo, no siempre encuentras a una mujer que te
complementa a la perfección en todo.

Sus pestañas aletean y me muestran esos ojos


que me vuelven loco, y una sonrisa perezosa
asoma en sus labios un segundo an-tes de que yo
los saboree con mi lengua. No lo puedo evitar, sus
besos son mi droga, soy adicto a ellos.

Instintivamente ella enreda los dedos en mi


pelo, y mi libido se dispara… otra vez.
No consigo saciarme de ella. Mis manos
recorren su cintura hasta la espalda para pegarla
más a mi cuerpo.

Su curvilíneo cuerpo se adapta al mío a la


perfección. Ella gime y eleva las caderas,
restregándose contra mi erección. Ya está húmeda
y dispuesta, ¡Joder! Va a volverme completamente
loco.

Comienzo un reguero de besos que van desde


su cuello hasta sus pechos, redondos y firmes,
donde me doy un festín en esos pezoncitos rosados
que se elevan en una silenciosa plegaria. Los
chupo con ansia y los muerdo suavemente antes de
soplar despacio sobre ellos.

—¡Dios, Adrián… me vuelves loca!


Su voz estrangulada me hace sonreír, y
continúo mi camino por su cuerpo hasta su
ombligo, donde hago una breve parada para
saborear el pequeño recoveco. Es una parte del
cuerpo en la que nunca me fijo, y ni mucho menos
me entretengo, pero absolutamente todo el cuerpo
de Lucía me enciende y es digno de ser adorado.
Sigo bajando… pero esquivo su sexo, y ella gime
frustrada, tirándome del pelo para modificar mi
camino.

Continúo besando su pierna, y cuando llego al


hueco de la rodilla succiono despacio,
consiguiendo que se arquee en respuesta. Sigo mi
camino hasta el tobillo, el empeine del pie, esos
dedos juguetones… los chupo uno a uno sin
apartar mi mirada de la suya, y presto la misma
atención al otro pie.

Subo por su otra pierna repitiendo las mismas


caricias, y cuan-do llego a su ingle succiono con
fuerza para dejarle la marca de mi pasión antes de
lamerla donde tanto ansía.
Al primer contacto de mi lengua ella grita y se
arquea, y con cada lengüetazo su cuer-po se
retuerce un poco más. 157

Chupo, muerdo su clítoris mientras dos dedos


se introducen en su dulce canal, inundado ya por su
excitación, y continúo mi ataque hasta que su
cuerpo se tensa, sus manos me aprietan contra su
sexo y ella se convulsiona en un orgasmo.

Levanto la cabeza sonriente y veo a Marcos


apoyado en el quicio de la puerta, mirándonos
sonriente… y claramente excitado. Le hago una
ligera seña con la cabeza y sus pantalones caen al
suelo cuando se acerca despacio y pasa su dedo
índice por la pierna de Lucía, continuando por su
abdomen y terminando en uno de sus pezones.

—Buenos días preciosa —dice sonriendo—.


Me voy un momento y empezáis la fiesta sin mí…

—No he podido resistirme —contesto —. La


he visto tan apeteci-ble que me he dado un
pequeño festín.

—Ya veo… ¿Puedo unirme?

Miro a Lucía que sonríe traviesa.

—Sírvete —respondo sentándome sobre los


talones.

Marcos se arrodilla en la cama y acerca su


boca a uno de sus rosados pezones. Lo lame con
los ojos cerrados, y me ofrece el otro apretando el
otro pecho entre sus dedos. Me acerco lentamente
y sin apartar la mirada de la de Lucía comienzo a
succio-narlo. Ella ya vuelve a estar dispuesta, y
hundo mis dedos en su interior, ya húmedo y
caliente.

Marcos acaricia su clítoris con un dedo, y


Lucía grita y se retuerce sorprendida por la
intensidad del orgasmo que la recorre. Son
sensaciones nuevas para ella, y en mi interior me
siento eufórico por ser yo quien se las muestre.
Por ser el único que ha conseguido que muestre a
su gatita traviesa.

La levanto sin esfuerzo y la pongo a cuatro


patas para colarme muy despacio en su interior.
Ver como disfruta de lo que hacemos con su
cuerpo me está llevando al límite, necesito follarla
con fuerza. Marcos se sitúa frente a ella y la
sostiene del pelo para meterle su polla en la boca
hasta el fondo. Nos miramos con pura satisfacción
masculina y comenzamos a movernos al unísono.
Al principio son movimientos lentos, para que se
acostumbre a nosotros, pero poco a poco
aumentamos el ritmo, sus gemidos nos lo piden con
urgencia. Mis embestidas se alternan con las
suyas, en una perfecta sincronía, y mi chica se
bambolea entre nosotros gimiendo extasiada. Tras
unas cuantas embestidas más, nos co-rremos los
tres al unísono.

Me levanto de la cama y cojo a Lucía en


brazos para meterla en la ducha. Marcos se marcha
para dejarnos intimidad, sabe que estos momentos
son solo nuestros. La enjabono suavemente entre
besos y arrumacos. Está muy cansada, y apenas
puede sostenerse en pie.

Cuando termino de secarla la tumbo a mi lado


en la cama, y ella apoya la cabeza en mi pecho.
Permanecemos largo rato así, simplemente
acariciándonos, y poco a poco nos quedamos
dormidos.

Me despierta el sonido de la cafetera. Estoy


solo en la cama, así que me doy una ducha rápida y
salgo al salón. Marcos y Lu-cía están charlando
tomándose el café en la cocina, él sentado en una
silla, y ella enfrente suya sentada sobre la
encimera mientras balancea las piernas, y por una
fracción de segundo siento unos celos
inexplicables atenazarme las entrañas. Pero esos
celos des-aparecen cuando ella me ve y se
abalanza sobre mí para darme la bienvenida.

—Buenos días dormilón —susurra antes de


besarme.

—Buenos días, preciosa. ¿Qué hora es? —


contesto.

—Son las doce y cuarto —responde Marcos


pasándome un café.

—Tenemos que ir a por la niña —digo sin


muchas ganas.

—Mi hermana ha llamado hace unas horas. Se


las va a llevar a comer a no sé dónde, así que
hasta las cinco no tenemos que recogerla.

—Entonces tenemos unas horas para disfrutar


de la playa —beso a mi chica—. Coge unas
toallas, nena.

Decidimos relajarnos en la playa hasta la hora


de comer, pero Marcos se excusa y quedamos en
que nos encontraremos con él en el chiringuito a
las dos.
Lucía y yo pasamos un buen rato tumbados en
la arena, simplemente besándonos, acariciándonos
y hablando. Pero ella se levanta juguetona y sin
previo aviso me vuelca una botella de agua helada
en el estómago.

—¡Ahora verás! —grito antes de salir tras


ella.

Corremos un buen rato riendo, esquivándonos,


pero mis zan-cadas son mucho más grandes que las
de ella y en una recta la alcanzo sin dificultad, me
la cargo al hombro y me dirijo al agua.

—¡No, Adri! ¡Está helada! —grita entre risas.

—¿Y la botella no?

—¡Suéltame! ¡Era una broma!160

—¿Broma? Vas a pagar con creces el haber


convertido a Nessie en un Gusiluz.
Sin más, me dejo caer en el agua arrastrándola
conmigo. Cuan-do mi chica emerge, cual sirena, se
agarra con brazos y piernas a mí. Me besa con
lujuria y pasión, y Nessie vuelve a su estado
natural desde que la conocí, es decir, duro como
una piedra.

Jugamos un rato más hasta que nos secamos


para ir a comer. Marcos ya está apoyado en la
barra, y mi chica se acerca y le besa en la mejilla.

—Te has perdido la diversión —le recrimina.

—Tenía cosas que hacer, preciosa. Pero ya soy


todo tuyo hasta las cinco.

Comemos una paella que está de muerte y


vamos a pasear y ver las tiendas que permanecen
abiertas para los turistas. Mi chica se queda
mirando en un puesto unos colgantes hechos de
conchas marinas, y cuando consigo escaparme un
momento me acerco a comprarle uno. Le pido al
vendedor que le grabe un “Te quiero” en su
reverso, es hora de revelar mis sentimientos.

Pasamos el resto del tiempo comprando


tonterías para Eva, y a las cuatro y media vamos a
casa de la hermana de Marcos a recogerla. Se
terminó nuestro fin de semana sexual.

Capítulo 17

(Lucía)

Llegamos a las diez de la noche a Granada.


Hemos sali-do después de cenar de casa de
Miranda, la hermana de Marcos, y Eva se ha
quedado dormida nada más subir al coche.
Según nos ha contado cuando hemos ido a
buscarla, ha sido un día “perfectísimo” (palabras
textuales).

—¿Te quedas esta noche? —pregunta Adrián


tras aparcar el co-che.
—Si me dejas, sí.

—¿Si te dejo? ¡Ja! Entonces no te vas a ir


nunca, que lo sepas.

Entramos por la puerta del apartamento de


Adrián, yo cargada con las maletas y Adrián
llevando en brazos a Eva, que sigue dormida. Es
alucinante el sueño tan profundo que tiene, ni
siquiera cuando la hemos sacado del coche se ha
despertado.

Dejo que acueste a la niña y me voy al baño


para darme una ducha rápida. Cuando llego al
salón me encuentro a mi dios grie-go sentado en el
sillón alumbrado únicamente por la luz de dos
velas colocadas en la mesa de centro.

—Ten —susurra ofreciéndome una copa de


vino.162

La cojo y me siento a su lado mientras doy un


sorbo. No entiendo de vinos, y me gusta más el
vino blanco, pero he de reconocer que el tinto que
hay en la copa está delicioso.

—¿Lo has pasado bien este fin de semana? —


me pregunta… ¿Nervioso?

—Sí, ha sido… interesante y divertido.

Rompemos a reír, pero no muy alto porque no


queremos despertar a Eva.

—Te confiero que la Lucía que he conocido


estos días me ha sorprendido, y mucho —bajo la
mirada avergonzada—. Oye, mí-rame. La sorpresa
ha sido muy grata. Me gusta que saques la diablilla
que llevas dentro.

Noto como el calor fluye por mis mejillas…y


por mi entrepierna. Recordar lo que pasó el
sábado por la noche, y esta maña-na, me
revoluciona la sangre a la vez que me humedezco.

Se acerca lentamente y tras darme un ligero


beso en los labios me quita la copa de las manos y
la deja sobre la mesa junto a la suya.

—Te he comprado una cosa. Cuando la vi no


pude resistirme.

Le miro expectante ¿Qué me habrá comprado?


¿Es por eso que parece tan nervios?
Con un movimiento fluido recoge su preciosa
melena en un moño descuidado y saca de su
espalda una pequeña cajita.

Estoy empezando a ponerme muy nerviosa, no


sé por qué. Me tiende la caja con una sonrisita
cohibida y yo la cojo dubitativa.

—Tranquila, cielo. No es un anillo…de


momento.

Miro sus preciosos ojos sorprendida ¿De


momento? Vuelvo a mirar la caja y la abro con
manos temblorosas. En su interior hay un colgante
en forma de concha unido a una sencilla cadena de
plata. Recuerdo haberlos visto en un puesto esta
misma mañana. Me llamaron la atención porque
me parecieron muy originales. Lo saco con
cuidado, como si fuese la pieza más delicada del
mundo. Le doy la vuelta y el aire escapa por
completo de mis pulmones cuando veo dos
palabras escritas: TE QUIERO.

Me he quedado helada ¿Me quiere? ¡Si hace


diez minutos que nos conocemos!

—Permíteme —coge el colgante de mis manos


y me lo coloca alrededor del cuello— . Sé que
puede parecer pronto para esto. Pero necesito que
sepas que te quiero —coge mis manos y me besa
los nudillos—. No hace falta que digas nada. Sé
que necesitas tiempo y yo te voy a dar todo el que
sea preciso.

—Gracias —es todo lo que mi estrangulada


garganta es capaz de articular.

—Vayamos a dormir. Pareces cansada.


—Sí, la verdad es que me caigo de sueño —
miento.

Tras lavarme los dientes me pongo un pijama


corto y me acurruco contra el pecho del hombre
que acaba de declararme su amor.

Adrián me acaricia lánguidamente la espalda y


poco a poco noto como su respiración se vuelve
más regular y profunda. Yo no puedo dormir.

Se supone que esto iba a ser una aventura… no


puedo atarme a nadie tan pronto.
Además, no nos podemos precipitar, porque
está Eva en medio de todo. Aún nos podemos
separar sin que la niña sufra, pero ni me quedo
más tiempo y Adrián se cansa de mí la pequeña
princesa sufrirá, y yo no quiero que eso pase
jamás. Sé que eso acabará pasando, porque Adrián
se cansará de mí, eso es lo que le pasó a Raúl. No
soy una buena esposa, si lo fuera aún tendría a mí
marido enamorado de mí y no tendría que haber
bus-cado nada fuera de casa. Si yo se lo hubiese
dado Raúl habría sido plenamente mío, y eso es lo
que le pasará a Adrián. Llegará un momento en el
que no tenga suficiente conmigo e irá a buscarlo en
los brazos de otra, y entonces, para que Eva no
sufra, yo tendré que hacer la vista gorda y viviré
iguala de desgraciada con Adrián de o que fui con
Raúl. “Pero eso no lo puedes saber” dice la voz de
mi conciencia, y tiene razón, no lo puedo saber, lo
que sí sé es que debería haberme esforzado más en
mi matrimonio.

Los días van pasando y cada vez paso menos


tiempo en casa de Adrián, me siento mal
haciéndolo. Tengo la sensación de estar
engañándole.

Hoy me toca vigilar el recreo e intento no


acercarme donde Eva juega con sus amigos.
Estoy triste porque quiero mucho a la niña,
pero Adrián es un hombre maravilloso y no quiero
que se encariñe más conmigo, al menos hasta que
yo esté preparada para sentir lo mismo que dice él
sentir por mí.

Me quedo embobada mirando a los niños


jugar, estamos ya a mediados de mayo y la llegada
del sol los hace sonreír más. Nun-ca he tenido
mucho instinto maternal, a pensar de trabajar con
ni-ños pequeños, pero llevo un tiempo pensando
en ello, estaría bien sentir a un pequeño ser dentro
de mí, una personita engendrada con el gran amor
de mi vida. “¡Deja de pensar eso!” me grita mi
conciencia, y debo hacerlo, el amor de mi vida no
llegará porque no me lo merezco. No soy buena
mujer, por lo que no seré buena madre.

Un mensaje me libera de mis traumáticos


pensamientos.

Hola preciosa. Hoy tengo trabajo y Marcos


quiere pasar un rato con Eva, así que irá él a
buscarla ¿Nos vemos esta noche? Te echo de
menos. TQ

Me muero por verle, por volver a sentir su


calor. Me muero porque sus manos me acaricien la
espalda hasta que me quede dormida. Deseo jugar
con Eva y que me dé un beso de buenas noches
cuando la acompaño a la cama. Deseo, deseo,
deseo… pero lo que yo deseo no es importante. Lo
importante es que ellos sean felices y conmigo no
lo van a ser.
Por esa razón decido mentir a Adrián.

Lo tendremos que dejar para otro día. Tengo


cosas que preparar y estoy muy cansada.
Dale un beso a Eva

Yo no le pongo “Te quiero”, ni un beso, ni


nada. Me siento mal, despreciable, pero es lo
mejor… para ellos.

Llega la hora de salir y tras acompañar a mis


niños a la puerta me escondo, no tengo fueras para
encontrarme con Marcos.

Cuando el colegio está casi vacío salgo para


irme a casa. Al llegar al coche veo a alguien
apoyado en él con un ramo de rosas. 166

Me quedo congelada a medio paso, Raúl sujeta


las rosas mientras se acerca a mí. Me besa en la
mejilla y me tiende el ramo.

—Hola mi amor —no puedo hablar, sigo


alucinada—. Feliz aniversario.

—Raúl —recupero la voz—. Ya no es nuestro


aniversario.
—Sí que lo es. Deja que te invite a comer y te
cuente por qué aún para mí lo es.

No sé qué hacer, Raúl nunca ha tenido un


detalle así conmigo, nunca se ha acordado del día
del aniversario de cuando empezamos la relación.
Según decía, el único aniversario que debíamos
celebrar era el de nuestra boda. Pero aquí está.
Hoy hace trece años que me pidió que fuera su
novia oficial y que me dijo que me quería.

—Está bien —acepto al fin.

Me lleva al restaurante que me llevó la noche


que me pidió que me casara con él.
Miles de recuerdos me asaltan, y no sé por qué
razón todos son buenos.

Es como si mi cabeza, al ver el detalle que ha


tenido con las flores, se olvidase de todo el
sufrimiento que pasé.
—¿Te acuerdas de la primera vez que
estuvimos aquí? —Asiento sin dejar de comer—
Ese día me hiciste el hombre más feliz del mundo
por segunda vez.

—No mientas Raúl. Nunca fuste feliz conmigo.

—¡Claro que sí! —responde ofendido.

—Entonces… ¿Por qué te tirabas a otras? ¡Y


en nuestra cama!

—Baja la voz, por favor. No tengo excusa para


mí comportamiento. Tenía un problema…

—¿Tenías?

—Sí, este tiempo que hemos estado separados


he estado yendo a un psicólogo. Me ayudó a
comprender por qué me comportaba así contigo. Y
me hizo ver que tú me haces mucho bien y que eres
el amor de mi vida.
Estoy anonadada, Raúl nunca ha sido un
hombre muy expre-sivo.

—Lucía… Te quiero —continúa—. Siempre te


he amado más que a nada en el mundo. Sé que no
lo merezco pero… dame otra oportunidad, por
favor.

Las lágrimas inundan mis ojos y poco después


ruedan por mis mejillas. No son lágrimas de
alegría, sino de pena. Pena porque no puedo dejar
de pensar de Adrián, porque Raúl me está pidien-
do que vuelva con él, me está dando la
oportunidad de que sea una buena esposa, me da la
oportunidad de hacer las cosas bien.

—Está bien —concedo al fin—. Pero las cosas


no pueden ser como antes.

—No lo serán. Te lo aseguro. Ahora tengo un


trabajo y me voy a desvivir por hacerte feliz.

Me besa los nudillos sonriendo mientras


susurra una y otra vez que me quiere.

Salimos del restaurante y nos vamos directos a


mi casa. Pasamos la tarde en el sofá viendo la
televisión hasta que el sueño me puede y nos
vamos a la cama. Raúl no se molesta cuando
rechazo su ofrecimiento de recordarme lo que
sentía cuando estaba dentro de mí, por alguna
broma del destino esta mañana he empezado con el
periodo, pero hay cosas contra las que no se
pueden hacer anda.

Nada más tumbarnos en la cama Raúl me


abraza y de inmediato siento la diferencia ente él y
los brazos de Adrián. “¡Deja de pensar en él!”
frita mi conciencia y, como siempre, tiene razón.
He decidido darle otra oportunidad a Raúl y lo
que es más importante, me he obligado a dejar que
Adrián encuentre a su mujer ideal, esa que será
capaz de hacerle plenamente feliz, esa que no soy
yo. Con lágrimas en los ojos me cercioro de que
Raúl se ha dormido y cojo el teléfono para
mandarle un mensaje a Adrián, uno que me mata
por dentro, pero es lo que debo hacer.

Siento mucho hacer esto con un mensaje,


pero no tengo fuerzas de decírtelo a la cara.
Debemos dejar de vernos. Será lo mejor para ti
y para Eva. No os conviene tenerme en vuestras
vidas. Siempre os recordaré y os tendré cariño.
Pero confía en mí, sin mí estaréis mejor.

Capítulo 18

(Adrián)

Va a estallarme la cabeza. Hace una semana


que volvimos de la playa, y Lucía cada vez se
aleja más de mí. ¿Qué demonios le pasa? Creía
que todo estaba bien entre nosotros.

¿Hice algo mal? Quizás me pasé al proponerle


hacer el trío con Marcos… pero fue ella quien dijo
que esa era su fantasía, ¿no? Necesito salir de
aquí.
En cuanto salgo por la puerta suena mi móvil.

—¿Alguna novedad? —pregunta Marcos al


otro lado de la línea.

—Nada —suspiro—. Parece que me rehúye


cuando voy a recoger a Eva. Llevo ya cuatro días
sin verla.

—Joder, macho… ¿y has hablado con ella por


teléfono?

—Claro que lo he hecho. Pero siempre tiene


alguna excusa para no vernos. La noto muy fría,
tío. Y eso no me gusta.

—¿Quieres que hable yo con ella? Hoy no


tengo nada que ha-cer, y pudo ir a recoger a Eva y
aprovechar para sonsacarle qué le pasa.

—Me harías un gran favor, Tío. Estoy


empezando a desespe-rarme.
—En cuanto sepa algo te aviso. Hasta luego.

—Adiós.

Cuando llego a casa me pongo el chándal y


antes de ir a ma-chacarme un poco al gimnasio le
mando un mensaje a Lucía.

Hola preciosa. Hoy tengo trabajo y Marcos


quiere pasar un rato con Eva, así que irá él a
buscarla ¿Nos vemos esta noche? Te echo de
menos. TQ

Su respuesta no se hace de rogar, y me deja de


nuevo cabreado y frustrado.

Lo tendremos que dejar para otro día. Tengo


cosas que preparar y estoy muy cansada.
Dale un beso a Eva

¡Joder! ¡¿Pero qué cojones pasa?! ¿Dale un


beso a Eva? ¡¿Y qué pasa conmigo?!
Estoy empezando a cansarme de su
comportamiento. Como no le diga nada a Marcos
mañana me planto en su casa a pedirle
explicaciones.

Me paso dos horas en el gimnasio, pero ni


siquiera el duro esfuerzo físico me hace dejar de
pensar en ella. Cuando llego a casa encuentro a
Marcos y Eva enfrascados en preparar la comi-da.
Tras darle un beso a mi niña la mando a ver los
dibujos.

Saco de la nevera dos cervezas y le paso una a


Marcos, que está terminando de preparar los
espaguetis.

—¿Y bien?

—Lo siento, macho. No ha salido a la puerta


siquiera. He estado esperándola más de un cuarto
de hora, pero no ha dado señales de vida.

—¡Joder! —grito frustrado.

—Shh… no alces la voz. La niña no tiene por


qué enterarse.

—Mañana me presento en su casa a pedirle


explicaciones. Ya estoy harto de tanta tontería.

—Si te hubieses comportado como un capullo


lo entendería, pero…

—Sea lo que sea debería tener el valor de


decírmelo y darme la oportunidad de arreglarlo.

El resto del día pasa como últimamente: sin


señales de ella. Le he mandado mil mensajes y no
me ha respondido a ninguno, a pesar de que los ha
leído todos.

Ya hace horas que Eva duerme, pero yo no


puedo conciliar el sueño. No dejo de pensar en lo
que puede pasarle a Lucía. Todo iba tan bien…
¡Joder! La noche que volvimos le confesé que es-
taba enamorado de ella, pero no le metí prisa, sé
que necesita tiempo. ¿Será eso? Quizás me he
precipitado un poco.

Mi teléfono suena. La sonrisa que surge en mis


labios cuando leo que es ella se borra de
inmediato cuando leo su mensaje.

Siento mucho hacer esto con un mensaje,


pero no tengo fuerzas de decírtelo a la cara.
Debemos dejar de vernos. Será lo mejor para ti
y para Eva. No os conviene tenerme en vuestras
vidas. Siempre os recordaré y os tendré cariño.
Pero confía en mí, sin mí estaréis mejor.

¿Me está dejando? ¡Me deja por un puto


Whatsapp! ¿Pero qué cojones pasa? Intento
llamarla una y otra vez, pero no coge el teléfono. A
la quinta vez que la llamo está apagado.
Golpeo la almohada frustrado. Esto no va a
quedarse así. Mañana va a explicármelo todo.

Me levanto antes de que amanezca, no he


podido pegar ojo. El espejo me devuelve mi rostro
demacrado, surcado por enormes ojeras fruto de la
desesperación. Tras darme una ducha me preparo
un café bien cargado y voy a despertar a mi
princesa con la mejor cara que puedo.

—Dormilona despierta —ella se despereza y


se sienta en la cama amodorrada aún— . Vas a
llegar tarde al cole.

—Tío Adri… ¿Qué le pasa a la seño Lucía?

—Nada, cariño. ¿Por qué lo preguntas?

—Está siempre triste, y ayer Sandra y yo la


vimos llorando el baño.

—A lo mejor le duele la tripa —miento.

—¿Qué le has hecho? —pregunta enfadada


cruzándose de bra-zos.

—¿Yo? ¿Por qué crees que le he hecho algo


yo?

—Antes venía a casa y dormía con nosotros.


Pero ya no quiere venir. Siempre me dice que no
puede.

—Nena, Lucía tiene mucho trabajo, y no puede


estar siempre con nosotros. A lo mejor hoy puede
venir. ¿Por qué no le preguntas?

Eva asiente y se viste mucho más animada. Sé


que he sido un cabrón, pero si ella me ha dejado
que sea ella quien le dé explicaciones a Eva.

Como cada día intento verla aparecer cuando


dejo a la niña en el colegio, pero es inútil. Voy a
volverme loco toda la mañana sin saber nada de
ella.

A la hora de recoger a mi princesa intento


hablar con ella, pero la directora me informa de
que hoy se ha marchado antes a casa porque se
encontraba indispuesta.

¡Maldita mujer! ¡Es más escurridiza que una


anguila! A las seis dejo a Marcos con la niña y me
dirijo a su casa. Se acabaron los juegos, necesito
una explicación.

Pero en cuanto aparco el coche en su puerta las


respuestas lle-gan a mí como un mazazo. Veo a
Lucía salir de su casa abrazada a otro hombre.
Aunque aparenta estar feliz, en sus ojos puedo ver
tristeza, tanta tristeza…

Salgo del coche sin pensarlo y me enfrento a


ellos.

—Lucía… ¿qué demonios es esto? —pregunto.

—¡Adrian! —su cara de sorpresa es todo un


poema.
—¿Me has dejado por este? —digo con
desprecio.

—¿Y tú quién coño eres? —suelta el


desgraciado.
—¿Y a ti que te importa? —me vuelvo hacia
ella— ¡Contesta!

—Adrian, yo…

—Podías haber tenido los cojones de dejarme


cara a cara, ¿no crees? Creo que al menos me
merecía eso.

—Déjala en paz, imbécil —grita el gilipollas.

Me vuelvo a mirarlo. No me llega a la


barbilla, y encima es un enclenque. Que me haya
cambiado por algo así me cabrea, y que el
gilipollas se atreva a echarme cara ha sido la gota
que colma el vaso.

Estampo el puño en la nariz de su nuevo novio


y me vuelvo para irme por donde he venido. La
oigo llamarme a voces, pero ya no me importa lo
que tenga que decirme.

Conduzco como alma que lleva el diablo, sin


mirar donde me dirijo, sin percatarme de que la
policía lleva rato detrás de mí con las luces
encendidas. Por si no tuviese bastante, me ponen
una multa por exceso de velocidad.

Llego a casa destrozado. En cuanto Marcos me


ve, se acerca y me da un abrazo, algo que necesito
desesperadamente en este momento.

—¿Qué ha pasado, Adri?

—Me ha dejado, tío. Me ha dejado por otro.

—¡¿Cómo?!

—Salía con él de su casa cuando llegué. Me


dejó anoche por Whatsapp. ¡Con un puto
Whatsapp!
—Adrian, si es así no merece la pena.

—Pero la quiero. La quiero tanto que duele. Y


no sé cómo voy poder superarlo.

Capítulo 19

(Lucía)

Hace una semana que decidí dejar al amor de


mi vida para volver con Raúl. Sí, he dicho que
Adrián es el amor de mi vida, y siempre lo será.
Es el hombre más maravilloso, amable, cariñoso,
divertido, atento y fogoso que jamás he conocido.
Pero yo no soy buena para él. Se merece algo
mucho mejor que yo.

El último encuentro que tuve con él fue cuando


me pidió explicaciones y en el que en un arranque
de furia le rompió la nariz a Raúl. Se merecía las
explicaciones que me pidió, pero me quedé en
estado de shock cuando le vi y no me salían las
palabras.

Hace dos días que acabe con el periodo, pero


aún no estoy preparada para acostarme con Raúl.
A pesar de que estuvimos trece años juntos, para
mí es como un extraño.

Hoy me he levantado mal, tengo el estomago


revuelto, estoy mareada y he vomitado ya dos
veces. Al ver mi estado la directora me ha
mandado a casa. Cuando llego no hay nadie, Raúl
está en el trabajo. En cuanto llega se sorprende al
verme, pero enseguida se desvive por mí.

Me pregunta qué me pasa y se ofrece para


llevarme al médico, pero aunque sé que es por los
nervios, le digo que será una gastroenteritis, que
hay varios niños malos y me lo habrán pegado.
Parece que no está muy conforme con mi excusa,
pero no vuelve a insistir.

Consigo pasar la semana, la última del curso.


Hoy por mucho que quiera no me puedo esconder,
debo estar con mis niños en la fiesta de fin de
curso. Rezo en silencio porque Adrián tenga
trabajo y no pueda venir.

Alguien se abraza a mi pierna, sonrío pensando


que es uno de mis alumnos, pero me equivoco, la
personita que se agarra mí como si le fuera la vida
en ello es Eva. Me mira con una sonrisa en su
precioso rostro.

—Hola, Lucía —grita por encima del bullicio.

Me agacho para estar a su altura, aunque no


sea buena para ella la sigo queriendo con toda mi
alma.

—Hola, preciosa ¿Cómo estás?

—Triste —responde haciendo un puchero—.


Ya no quieres dormir con nosotros ¿Por qué?

Ver su lindo rostro surcado por el dolor y la


pena me está matando.
—Cariño, no puedo dormir con vosotros
porque tengo muchas cosas que hacer.

—Pero ya se acaba el cole, ya puedes, no


tienes que trabajar…

—Eva —la potente voz de Adrián nos asusta a


ambas—. Tenemos que irnos.

—Tío Adri, pero yo quiero quedarme un rato


más.

Me pongo de pie mientras veo como tío y


sobrina se retan con la mirada.

—Ve a por tus cosas, por favor —Adrián es el


primero en romper el tenso silencio.

Cuando, enfurruñada, Eva se marcha, Adrián


se encara conmigo, pero yo no puedo mirarle a los
ojos.
—Me debes una explicación, al menos.

—No sé qué quieres que te diga —respondo


aún sin mirarle.

—Quiero que me expliques por qué me has


dejado ¡Y por un puto mensaje!

—Adrián…yo…

—¿Quién era ese payaso con el que ibas el


otro día?

—Era Raúl.
—¿Raúl? ¿Tú ex? —su voz delata toda su
confusión.

—Sí —susurro.

—¿Me has dejado por él? ¡¿Por el que hacía tu


vida tan desgraciada?!

—Estáis mejor sin mí, Adrián. No soy buena


para vosotros.

Alzo la vista y me encuentro con la mirada


atormentada de un hombre con el corazón
destrozado.

—Tienes razón —dice al fin rompiendo el


contacto visual. Estamos mejor sin ti.

Se da la vuelta y cogiendo a Eva en brazos


sale de mi vida. Me quedo mirando como el único
hombre que siempre estará en mi corazón se
marcha de mi vida para siempre. Tras no se cuanto
tiempo mirando la nada, tengo que salir corriendo
al servicio para vomitar.

Cuando llego a casa exhausta, Raúl está


esperándome sentado en el sofá con cara de pocos
amigos, pero hoy no me encuentro bien, no tengo
ánimos de discutir. Solo quiero acostarme y llorar
tranquilamente mi pérdida. Pero Raúl tiene otros
planes para mí.
—¿Qué hacía ese tío en el colegio? —pregunta
mirándome con furia.

Sé a quién se refiere, así que no intento


hacerme la loca. Ade-más la Lucía sumisa que él
conocía murió cuando entré en el despacho de
Adrián para pedir el divorcio.

—Estaba allí porque su sobrina va a ese


colegio —digo con toda la calma que estado me
permite.

—¡¡Mientes!! Os he visto hablando ¿Te lo


estas follando?

—¿Cómo? —estoy totalmente desconcertada.

—¡Te estás acostando con él! —ahora lo


afirma— ¡Por eso no quieres follar conmigo, ya
estas suficiente saciada con él! No me lo puedo
creer. Tienes que dejar de verle ¡Te lo ordeno! No
puedo estar con una persona infiel. ¡Eres mía,
joder!
—¿Me ordenas? ¿Tú me ordenas? ¡Tú, que
estando casado conmigo te follabas a todo lo que
podías! —exploto— No tienes derecho a echarme
nada en cara, y menos aún a ordenarme nada.

—¿Por eso lo haces, para vengarte? Eres mía


¡Joder! —grita fue-ra de sí.

—No. No me vengo de nadie, porque entre


Adrián y yo no hay nada. Y ahora veo claro que
esto fue otro error, uno más de los miles que he
cometido. Lárgate.

Ahora lo veo todo claro. Ahora comprendo


que cometí un te-rrible error volviendo con Raúl,
pero el mayor error ha sido alejar a Adrián de mi
lado. Pero ya es tarde, ya he perdido a Adrián para
siempre. No querrá volver a verme después de
todo el daño que le he hecho, y no se lo reprocho.

Tras unas horas llenas de ruegos y reproches


por su parte, Raúl por fin se ha marchado. En un
último intento de mantener su dignidad me ha
advertido que si se iba no pensaba perdonarme. Yo
no he dicho nada porque él no es la persona con la
que quiero estar.
Miro la nada recordando los buenos momentos
que he pasa-do con Adrián y con Eva.
Curiosamente son ellos los que ocupan mi
mente… y mi corazón.

La noche empieza a caer y el salón, en el que


aún estoy sentada, se sume en la penumbra. De
pronto me siento ahogada, apri-sionada entre estas
cuatro paredes. No puedo seguir aquí, necesito
desaparecer, reponerme y hacerme a la idea de que
siempre estaré sola.

Cojo el ordenador y reservo un hotel lejos de


aquí... en Valencia. Hago la maleta dejándola lista
para partir a la mañana siguiente.

No le digo a nadie dónde voy, ni siquiera a mi


querido Rubén, pero para que no se preocupe le
mando un mensaje:
Hola. Solo quiero que sepas que me marcho.
No sé cuánto tiempo voy a estar fuera. Necesito
estar sola. No te preocupes. Volveré a estar
bien. Iré mandándote mensajes para que sepas
que sigo viva. Pero por favor, no me llames. TQ

Tras mandarle el mensaje apago el teléfono y


me tumbo en la cama, llorando por todo lo que he
perdido.

Capítulo 20

(Lucía)

Llevo cuatro semanas en Valencia. Todos los


días escribo a Rubén diciéndole lo mismo: “Estoy
viva, no llames a la policía. Pronto. TQ”. Y tras
recibir el mensaje Rubén me llama, pero no le
contesto.

No estoy mejor, empiezo a hacerme a la idea


de que he perdido a Adrián para siempre, pero eso
no le aleja de mi mente ni un minuto.

Sigo vomitando y encontrándome mal.


Necesito estar con alguien que no me juzgue,
alguien que no me pregunte por Adrián y que me
dé su cariño incondicionalmente. Decidida reservo
un billete de autobús desde Granada a Madrid, y
un billete de avión desde Madrid a Berlín. Recojo
todas las cosas que tengo en la habitación y tras
pagar la cuenta del hotel me monto en el coche
para dirigirme a casa.

Cuando llego estoy rendida, pero meto alguna


cosas más en la maleta y tras llamar un taxi, me
dirijo a la estación de autobuses.

Una vez que estamos ya en marcha le mando un


mensaje a mi madre:
Hola. Esta noche cojo un vuelo para ir a
casa

Y otro a Rubén:
Me voy a pasar unos días a Berlín con mis
padres

Mi madre contesta enseguida diciéndome que


me espera en-cantada. Pero Rubén prefiere
llamarme, como siempre, aunque a diferencia de
las otras mil veces que me ha llamado, esta vez se
lo cojo.

—Hola —saludo tímidamente.

—¡Por fin! ¿Quieres hacer el favor de


contarme que está pasando?

—Pues… que yo…

—Nena, por favor, me tienes muy preocupado,


cuéntamelo.

—Estoy bien —suspiro, cojo aire dispuesta a


hacerle un resumen de todo—. Adrián me dijo que
me quería, me agobié, Raúl me pidió una segunda
oportunidad y como descubrí que no soy buena
para Adrián y Eva se la di. Duramos dos semanas
por-que me acusó de serle infiel. Le mandé a la
mierda y me largué para intentar reconstruirme un
poco.

Acabo el relato sin aire y con la mujer mayor


que tengo al lado más intensada en mi
conversación que en su revista.

—Vaya —susurra sorprendido— ¿Por qué no


me lo has contado antes?

—Porque no tenía fuerzas, Rubén.

—Pero cielo… ¡tendría que estar contigo! No


deberías pasar por esto tu sola. ¡Un momento! —
grita de pronto— ¿Has dicho que no eres buena
para Adrián? ¿Por qué coño has dicho eso? ¿Estás
tonta o qué?183

—Pues porque es verdad. No supe ser buena


mujer con Raúl. Por eso no puedo ser buena para
Adrián y aún menos puedo ser buena madre par a
Eva.

—Lucía, nena, mi niña. Tu eres la mejor mujer


y la mejor persona que he conocido y que
conoceré jamás. Tienes que darte cuenta de eso. Y
cuando lo hagas Adrián te estará esperando.

—No, Rubén. A Adrián lo he perdido para


siempre.
Después de un rato más hablando con mi mejor
amigo cuelgo y me quedo mirando el paisaje que
pasa a toda velocidad.

—Si la única razón por la que dejaste a ese


chico fueron tus miedos solo tienes que decírselo y
seguro que vuelve a tu lado.

La que habla es la viejecita que está a mi lado,


que aprieta mi mano con cariño. Sonrío sin ganas
de hablar de mi vida con ella y cierro los ojos.

Ya estoy en un taxi llegando a casa de mis


padres. Durante el vuelo he tenido que levantarme
dos veces, la primera para vaciar mi estómago y la
segunda para ahogarme con las arcadas, los
malditos nervios me van a matar.

Por el camino recuerdo como fue la última vez


que estuve aquí. Fue cuando Adrián me dejó claro
que estaba interesado en mí y cuando le confesé
que me gustaba. También fue estando aquí la
primera vez que mantuve una conversación
caliente con él y la primera vez que me masturbé
pensando en sus manos, demasiadas primeras
veces. Creo que no ha sido buena idea venir.

Abro la puerta con mis llaves y el abrazo de


mi madre no se hace esperar… y la lágrimas
tampoco. 184

Lloro abrazada a mí madre, no sabía cuánto la


necesitaba.

—¿Qué te pasa mi niña? ¿Por qué esas


lágrimas?
—Porque… porque te echaba de menos —
miento.

Sus brazos se aprietan más a mí alrededor.

—Ya está… ya está… ya estás en casa. Mamá


cuidará de ti.

Pasamos al salón y sentada espero a mi padre


mientras mi ma-dre prepara mi cena favorita:
Merluza en salsa verde con gambas y almejas.

Cuando mi padre llega se sorprende al verme,


pero tras echarle un ojo a mi madre me abraza sin
preguntar nada, cosa que le agradezco en el alma.

Cenamos tranquilos. Aunque mi madre me hace


cientos de preguntas sobre el trabajo no intenta
indagar en mi pena.

Tras despedirme de mis padres con una


sonrisa, algo forzada, me meto en la cama.
Aunque es viernes por la noche, debo informar
a Rubén de que estoy sana y salva.

Hola. Ya estoy en casa de mis padres. El viaje


ha ido bien. No te preocupes por mí, en breve
estaré dándote el coñazo de nuevo

Sé que esto último va a ser difícil porque


cuando dejé que Adrián se marchara mí corazón se
fue con él.

Llevo dos días en Berlín, y mi estado no ha


mejorado, creí que estando aquí los nervios
mejorarían y mi estómago se asentaría, pero no ha
sido así. Vomito cada vez que como y no puedo
entrar en la cocina sin querer salir corriendo al
cuarto de baño.

—Cariño —mi madre se sienta a mi lado en el


sofá—. He visto que no te encuentras bien
últimamente. Y quería… bueno… yo… quería
saber si tienes algo que contarme.

Mi querida madre siempre ha sido muy


intuitiva, no sé cómo he llegado a pensar que no se
daría cuenta. Suspiro resignada y le cuento todo.
Lo que pasé con Raúl durante todo nuestro
matrimonio. Lo que sentí cuando conocí a Adrián.
Le cuento lo bien que me sentía cuando estábamos
juntos y lo feliz que me hacía oír reír a Eva. Hablo
del fin de semana que pasamos en la casa de
Marcos (obviamente me salto el detalle de la
noche que pasamos los tres juntos). Después
revelo mis miedos e inseguridades y todo lo que
pasó tras el encuentro con Raúl.

Termino mi monólogo hablándole sobre lo


ocurrido en la fies-ta del colegio y la discusión
con Raúl.
—Después de eso —finalizo—, me marché un
mes a Valencia, y cuando la soledad me pudo Vine
aquí.

Mi madre me mira comprensiva y sin perder


tiempo me abra-za. Las lágrimas ruedan en
cascada por mis mejillas.
—Cariño… tranquilízate. Es normal que te
agobiaras, te dio miedo volver a confiar en los
hombres y es totalmente comprensible. Estoy
segura de que si le cuentas a Adrián lo que pasó
exactamente volverá contigo.

—No, mamá. Tú no viste la cara que tenía la


última vez que nos vimos.

—Bueno, eso ya lo arreglaremos, confía en mí.


Pero yo… quería preguntarte otra cosa —está
insegura, y eso me pone atenta— Bueno…
¿Cuándo tuviste el periodo por última vez?

Levanto la cabeza de su escondite, o sea del


cuello de mi ma-dre, y la miro desconcertada. Es
una pregunta de lo más extraña.

—Venga, cariño, piensa.

Hago memoria y ¡OH! ¡Llevo una semana de


retraso! Mis ojos se abren al máximo.
He estado tan sumida en la pena que no me he
acordado de nada más que no fuera Adrián.

—Vale, no te asustes. Ahora vamos a la


farmacia y salimos de dudas.

Así hacemos. Nos montamos en el coche y


vamos en silencio hasta la farmacia más cercana.
Una vez de vuelta en casa cojo las tres cajas que
contienen las pruebas de embarazo y me encierro
en el baño. Mi madre ha insistido en que con una
era suficiente, pero creo que tres siguen siendo
pocas.

Leo las instrucciones, no hay que ser muy listo


para saber cómo usarlas, pero por si acaso.
Permanezco los cinco minutos que hay que esperar
sentada en el borde de la bañera con la cabeza
apoyada en las manos.

Si las pruebas son positivas sé quién es el


padre, no tengo ninguna duda. Solo me he acostado
con Adrián, durante el poco tiempo que estuve con
Raúl no compartimos esa intimidad porque…
¡porque ya me encontraba mal!

Han pasado los cinco minutos, miro las


pruebas. Hay decisión unánime, se han puesto de
acuerdo en decir que estoy embarazada.

Capítulo 21

(Adrián)

Hace casi un mes que mi vida se ha ido a la


mierda. Perder a mi hermana fue lo peor que me
podía pasar, pero estar separado de Lucía es la
peor tortura que el destino podía impo-nerme.

Llevo dos semanas sin salir de casa. Estoy


cabreado, destrozado, hundido… y Eva no me
ayuda demasiado. Sé que la pequeña está
pasándolo tan mal como yo, pero su insistencia en
ver a Lu-cía está acabando con mi paciencia.

Que me haya dejado por el hombre que


convirtió su vida en un infierno es algo que aún no
consigo entender. Entendería que se hubiese
asustado por lo deprisa que iba nuestra relación,
por-que hubiese conocido a otro, ¿pero esto? Esto
no tiene ni pies ni cabeza.

Tampoco entiendo su cara de tristeza cuando


me enfrenté a ellos en su casa. Debería estar feliz
si es a él a quien quiere, ¿no? Pero en vez de eso
estaba decaída, triste. Llevo muchas noches sin
pegar ojo pensando en todos los detalles, sin
llegar a ninguna conclusión.

Por si esto fuera poco, Eva lleva todo el puto


mes sin hablar-me para nada que no sea echarme
en cara que le he hecho daño a Lucía. Si ella
supiera… es irónico que me culpe a mí de lo que
ha hecho su querida Lucía conmigo: hundirme en la
mierda.

Por enésima vez desde que desapareció de


nuestras vidas mi pequeña se sienta frente a mí con
los brazos cruzados y mirada asesina. Suspiro
resignado… me toca otra pataleta.
—¿Qué ocurre princesa? —pregunto con la
mejor sonrisa que puedo esbozar dadas las
circunstancias.

—Llama a Lucía. ¡Ahora!.

—Nena, ya te he explicado muchas veces que


Lucía no va a volver a quedarse a dormir con
nosotros. No insistas más.

—Pero yo la quiero, tío Adri. ¿Es que tú no la


quieres?

—Claro que la quiero, princesa, pero ella ha


decidido no que-rernos a nosotros.

—¡Eso es mentira! ¡Lucía me quiere!

—Eva… basta ya.

—¡Ella quería estar con nosotros! ¡Ella me


dijo que me quería!
—Eva… para —mi paciencia está llegando a
su límite.

—¡Todo es por tu culpa! ¡Volvía a tener mamá


y lo has estro-peado! ¡Te odio!

—¡¡Se acabó!! ¡¡A tu cuarto!! —el grito sale de


mis labios antes de que pueda reprimirlo —¡¡Estás
castigada!!

Eva me mira asustada, nunca le había gritado.


Un puchero despunta en sus labios regordetes antes
de salir corriendo, cerran-do su cuarto de un
portazo.

Echo a correr tras ella, pero su llanto me


detiene en seco en la puerta de su habitación.
¿Qué cojones me pasa? Eva es solo una niña y
no entiende de amores ni de rupturas.191

Mi pobre pequeña se encariñó con Lucía, y


ahora no solo paga las consecuencias de nuestra
ruptura, sino que tiene que lidiar con mi mal
humor.

Apoyo la espalda en la pared del pasillo. Su


llanto desgarrado me está matando, jamás la había
escuchado llorar así. Cuando mi hermana murió
ella era demasiado pequeña, y desde entonces me
he desvivido para que mi pequeña princesa no
suelte ni una sola lágrima.

Tengo que tranquilizarme, tengo que dejar salir


toda la rabia antes de hacerle más daño a Eva. Me
dejo resbalar por la pared, y termino sentado en el
suelo, llorando tanto como ella.
Una hora después pego suavemente en la
puerta de su habitación. Eva se ha quedado
dormida llorando, su carita hinchada lo demuestra.
La cojo en brazos suavemente, y sonrío cuando se
abraza a mí con un suspiro ahogado al intentar
apoyarla en mi cama.

Necesito tenerla entre mis brazos, necesito el


consuelo de mi pequeño ángel. Cuando mi hermana
murió el cuerpecito de su bebé acurrucado contra
mi pecho aligeraba el peso que me hun-día, y sé
que esta vez ocurrirá lo mismo. Me quedo dormido
con su pequeña cabeza apoyada en mi brazo y su
manita regordeta aprisionando mi camisa.

Me despierto con el sonido de la puerta de la


calle al cerrarse. Deshago con cuidado el agarre
de Eva y me dirijo al salón para ver a Marcos, que
trae la cena como las últimas dos semanas.

—Hola —digo antes de coger una cerveza del


frigorífico.192

—¿Estabas durmiendo? —pregunta extrañado.

—Sí. Eva y yo no hemos tenido nuestro mejor


día. Lidiar con ella es demasiado agotador.

—¿Otra rabieta?

—Sí, pero esta vez le he gritado, y me he


sentido fatal cuando se ha ido llorando. No puedo
seguir así, macho. Lucía va a terminar con mi
familia.

—Tú eres quien debe impedirlo. Ella ya no


está, así que supéra-lo de una puta vez.

—Ni que fuera tan fácil —resoplo.

—No sé si lo es o no, nunca he estado


enamorado de esa manera enfermiza, tío. Pero
podrías empezar a superarlo saliendo con alguien.

—¿Con quién? Lo único que hago es trabajar y


cuidar de Eva. No tengo vida más allá de eso.

—¿No tienes ninguna clienta soltera y guapa?

—A ver… déjame que piense… Sí, tengo una.


La señora Martín… soltera, millonaria… y con
ochenta años.

—Joder, macho… vaya trabajo de mierda que


tienes.
—Soy abogado, no consultor matrimonial.

—¿Qué te parece Linda?

—¿Qué Linda, Marcos? —mi tono ya empieza


a denotar la exas-peración.

—La cajera. Con la que hicimos el trío.

—¿Tu amiga?

—Esa misma. Cuando la llevé a casa mostró


interés por ti, y…

—Pero Marcos, no…

—Queda con ella. Invítala a cenar. Fóllatela si


es eso lo que quieres. Pero distráete, joder.

—Pero esa tía no sirve para tener nada serio


con ella, Marcos.
—¿Y quién ha hablado de relación? ¡Disfruta
un poco de la vida, Adrián!

—Tengo que pensar en Eva, Marcos.

—Eva sobrevivirá sin una madre, Adrián.


Nosotros dos estamos criándola bastante bien sin
ayuda.

—¡Está bien, está bien! Pero no pienso quedar


solo con ella. Tengo ganas de jugar.

—¿Jugar? ¿Estás seguro?

—Lucía me dejó por su ex, Marcos. No tengo


que guardarle la cara a nadie.

Dos horas después me encuentro mirando mi


reflejo en el es-pejo de mi vestidor. No sé si estoy
haciendo lo correcto, pero necesito salir de la
rutina, olvidarme de Lucía y deshacerme de las
ganas de follármela.
Marcos llega diez minutos después. Se ha
encargado de llevar a Eva a casa de su hermana.
Al menos con su sobrina mi pequeña se olvida por
unos instantes de Lucía.

¡Joder! ¿Es que siempre tiene que estar


rondándome la cabeza? Cojo las llaves de mi
coche y me acerco al salón, donde mi amigo está
sirviendo dos copas de whisky.

—¿No empiezas pronto con el alcohol? —


bromeo.

—Es más por ti que por mí. Yo no tengo


problemas en follármela, está buenísima.
Pero tú tienes cosas que olvidar.

Levanto mi copa en un brindis silencioso y la


vacío de un solo trago. El alcohol calienta mis
huesos, que llevaban fríos toda la noche. Vuelvo a
llenarme la copa antes de sentarme en el sofá a ver
la hora.

—¿A qué hora has quedado con ella? —


pregunto.194

—Falta aún una hora. La recogeremos en su


piso y nos iremos a mi casa.

—Directo al grano, ¿eh?

—Ella sabe a lo que viene, Adri. Lo quiere


tanto como nosotros.

Me quedo mirando al vacío. ¿Es esto


realmente lo que quiero? No puedo sacarme a
Lucía de la cabeza, y mi conciencia me avisa de
que no voy a sentirme bien con ello. Aún estoy a
tiempo de dar marcha atrás…

—¡Eh, eh! —dice Marcos chasqueado los


dedos frente a mí —Nada de arrepentimientos,
macho. Ella te abandonó, ¿recuerdas? Lucía eligió,
y tú debes seguir adelante con tu vida.

Marcos tiene razón, como siempre. No es


momento de ponerse a pensar en Lucía.
Apuro mi segunda copa y nos vamos. La casa
de Linda está en el centro de la ciudad. Es una
casa antigua, y el orden brilla por su ausencia.

Las paredes están decoradas con miles de


fotos de su dueña de juerga en juerga, y el salón,
que es lo único que consigo ver desde la puerta, es
un caos de colores chillones.

Linda se acerca a nosotros y le mete la lengua


con descaro en la boca de Marcos.
Apenas lleva ropa. Un vestido de cuero que
deja al descubierto parte de sus pechos y el filo de
las medias de liga. En otra época este tipo de
mujer me excitaba, pero ahora simplemente me es
indiferente.

La saludo con un beso en la mejilla, no pienso


compartir con ella las babas de mi mejor amigo, y
nos dirigimos a casa de Mar-cos.

Nada más llegar me acerco al mueble bar a


servirme una copa de Whisky. Dios…
esto me está resultando más complicado de lo
que imaginaba.

Marcos no pierde el tiempo con los


preliminares y ataca su boca mientras le sube el
vestido hasta dejar al aire su culo desnudo, y ella
le echa los brazos al cuello pegando su cuerpo al
de mi amigo.

Me acomodo en el más pequeño de los sofás y


observo el es-pectáculo saboreando el licor.
Marcos se sienta en el otro sofá y Linda se sienta a
horcajadas sobre él.

Verlos enrollarse debería excitarme, pero la


verdad es que no siento absolutamente nada. Las
manos de mi amigo suben por la espalda de Linda,
y con un gesto casi imperceptible me anima a
unirme a ellos. No me apetece lo más mínimo,
pero eso es a lo que he venido, ¿no?

Me acerco lentamente y paso el dedo índice


por el centro de la espalda de Linda antes de
sentarme junto a ellos. La mujer me mira sonriente,
llena de deseo, y une sus labios a los míos. El
recuerdo de Lucía me invade la mente, y me aparto
de ella como si me hubiese quemado.

¿Pero qué cojones estoy haciendo? ¿Cómo he


sido tan iluso de pensar que podría acostarme con
otra mujer que no fuese Lucía? Sonrío y vuelvo a
mi posición inicial.

—Esta noche no, preciosa. Mejor os observo


desde aquí.

Ella se encoje de hombros y se centra de nuevo


en Marcos. Por lo que veo le da lo mismo hacer un
trío que ser observada, porque no ha dicho ni
media palabra.

Permanezco sentado pacientemente, sin apenas


prestar atención a los gritos y los gemidos de
placer que escapan de las bocas de mis
acompañantes. Solo puedo pensar en ella.
En sus ojos, en su boca sonrosada, en su
cuerpo retorciéndose bajo el mío…

Sin apenas darme cuenta mi mano viaja hasta


la cremallera de mi pantalón y se interna en mis
calzoncillos. Imagino que su mano es la mía, que
se mueve lentamente apretando mi polla erecta.

Imagino que sus labios se cierran sobre mi


glande, y la succión de su boca poco a poco me
lleva a la locura. Con un grito ahogado me corro
pensando en Lucía, la mujer que me ha roto el
corazón.

Capítulo 22

(Eva)

Quiero ver a Lucía, pero tío Adri no quiere.


Hace mucho que Lucía no viene a dormir con
nosotros, y el otro día iba a beber agua al baño
con mi amiga y la vimos llorando. Ella hizo como
si no pasara nada, pero yo sé que estaba llorando.
Se-guro que tío Adri le ha hecho algo y que por
eso esta triste y no quiere dormir con nosotros.

Ella me quiere, me lo dijo muchas veces y la


creo, Lucía nun-ca me mentiría. Yo la quiero
muchísimo, es como mi mamá, iba a preguntarle si
me dejaba llamarla mamá, pero como ya no vie-ne
no se lo puedo preguntar. Con quien sí puedo
hablar es con el tío Adri, y voy a hacer que la
llame para que vuelva con nosotros.

¡¡¡Odio al tío Adri!!! Nunca me ha gritado…


hasta hoy. Solo le he pedido que llame a Lucía,
¡quiero hablar con ella!, pero él se ha enfadado y
me ha gritado muy fuerte. Yo me he escondido en
mi habitación, debajo de mi edredón de princesas.
¡No quiero verle! No pienso hablarle nunca jamás.

Tío Adri y tío Marcos se van esta noche a


tomar unas copas (como ellos dicen) y a mí me han
dejado con Rosa, nuestra veci-na. Es una señora
muy vieja, que tiene muchos juguetes de sus nietos,
pero hoy no quiero jugar.
—A ver, mi niña ¿Qué quieres que hagamos
hoy? —me pregunta Rosa.

—Me da igual.

—Cuéntame que te pasa, mi niña.

—Pues, es que estoy enfadadísima con el tío


Adri.

—¿Y eso por qué? —pregunta sentándose a mi


lado.

—¡Porque es tonto! Lucía venía a dormir con


nosotros y él ha hecho que se enfade y ya no quiere
venir. Y encima me ha gritado.

—Bueno, mi niña. No te enfades con tu tío. Él


te quiere mucho y seguro que te ha gritado porque
estaba enfadado, y triste, porque Lucía no duerme
con vosotros.

—Pero si la llama y le dice que la queremos y


que queremos que vuelva a dormir con nosotros
seguro que vuelve.

—Eva, cuando eres mayor las cosas no son tan


sencillas. Si el tío Adri no lo hace es por una
razón que tú no entiendes.

Hoy el tío Adri me lleva a comer una


hamburguesa. Me gustan las hamburguesas, y jugar
en la piscina de bolas que hay, pero sigo muy
enfadada con él.

Me ha dicho que me va a hacer caso. Va a


decirle a Lucía que la queremos, ella se piensa que
no es así, ¡¡que tonta!! ¡Si la queremos muchísimo!

Tío Adri ya no es tan malo, ahora ya le hablo,


por fin va a llevarme a ver a Lucía, lo malo es que
tenemos que coger un avión y volar muy lejos,
porque Lucía se fue con sus papás y no me lo
dijo.199

—Mira, Eva —me dice el tío Adri cuando


estoy jugando con el tío Marcos. —Ya tengo los
billetes de avión.

—¡¡Qué bien!! ¿Ya nos vamos? Tengo que


hacer la maleta.

—Se ve que ya te habla —dice el tío Marcos


mientras se ríe.

—Claro —contesta tío Adri —Voy a llevarla a


ver a Lucía, vuelvo a ser su héroe.

—¡Venga, vamos! —insisto— tenemos que


hacer la maleta para poder irnos.

—Espera, cielo. Aún no nos podemos ir.

—¿Por qué? ¿Otra vez te has enfadado con


ella?
—No, mi amor. Es que no había vuelos libres
hasta el viernes —dice tío Adri cogiéndome en
brazos.
—Vale, pero hay que hacer la maleta, para que
así no nos deje-mos nada.

Tío Adri y tío Marcos se ríen, no se de qué,


porque si se nos olvida algo no vamos a poder
volver a buscarlo, porque tío Adri me ha dicho
que donde vamos está muy lejos.

—Tienes muchas ganas de ver a Lucía


¿verdad? —me pregunta el tío Marcos haciéndome
cosquillas.

—Síííí, le voy a dar un súper abrazo de oso.

Después de comer nos sentamos a ver los


dibujos, y cuando mis tíos creen que estoy dormida
les oigo hablar.

—¿Estás seguro de lo que vas ha hacer? —


pregunta tío Marcos.

—La verdad es que no —responde tío Adri—.


No sé si querrá ver-me. No sé si querrá estar con
nosotros. Puede que Rubén esté equivocado, y que
Lucía no esté tan mal como dice, pero… tengo que
intentarlo. Lucía es la mujer de mi vida y no voy a
dejarla escapar sin luchar.

—Yo te apoyo en todas tus decisiones, lo


sabes. Pero piensa que Eva está en medio de todo
esto, y ella ya lo está pasando suficientemente mal.

—Lo sé, y es lo que más me preocupa, tío.


Pero sé que ella también necesita verla. Si todo
esto no sale bien… bueno, será más fácil
explicarle por qué.

No sé qué significan muchas cosas de las que


están diciendo, pero sé que Lucía se va a poner
súper contenta de vernos y que nunca nos va a
volver a dejar solos.

Como tío Adri sigue yendo a trabajar me


quedo todas las mañanas con tío Marcos.
Mola quedarse con él. Me deja hacer lo que
quiera y ver la película que quiera, así que
siempre veo la peli de La Cenicienta, porque es la
mejor que hay en el mundo mundial.

Mientras veo la peli en el sofá tío Marcos


habla por teléfono con una tal Linda.

—Lo sé… Eso no lo sé… Jajaja… Se van a


Berlín el viernes a por ella… Eso parece… No
creo que ella se preste a eso… Eso sí, no pierdes
nada por intentarlo… Bueno, eso siempre lo
podemos hacer tú y yo, sin que él este presente…
Te tengo que dejar, que tengo aquí conmigo a la
niña… Sí, claro, nos vemos el viernes por la
noche… Te aseguro que vas a pasar la mejor
noche de tu vida.

No sé de qué habla, pero me alegro de que


cuelgue el teléfono, con su charla no me deja oír la
peli.

—Venga, tío Adri ¡Despierta! Tenemos que ir a


coger el avión para ir a ver a Lucía.201
—Buenos días, mi pequeña princesa. Se nota
que tienes ganas de ir.

—Síííí.

Nunca he subido a un avión y desde la ventana


tío Adri me los enseña. ¡Son súper grandes!, deben
de entrar un millón de personas dentro.

—Vale —me dice tío Adri—, ahora es muy


importante que no te separes de mí. Aquí hay
mucha gente y te podrías perder, ¿de acuerdo?

—Vale, no me voy a soltar de tu mano, nunca.

Una señora muy antipática nos quita los


billetes y nos dice que pasemos por una puerta.
Estoy muy contenta, ¡voy a ver a Lucía! y además
voy a montar en un avión ¡Que chuliiiiii!

Tío Adri me dice en que asiento me tengo que


sentar. Me abrocha el cinturón y me mira
sonriendo.
Desde que me dijo que íbamos a ir a ver a
Lucía ya no grita,y no está triste. Siempre sonríe…
como antes. Vuelve a jugar conmigo a las
princesas, y siempre que vuelve de trabajar nos
vamos al parque. Me empuja súper alto en el
columpio y me hace reír.

Sé que tío Adri quiere mucho a Lucía, casi


tanto como yo, pero no tanto como yo.
Nadie quiere a Lucía tanto como yo. Quiero
que sea mi mamá, y cuando la vea se lo voy a
decir, así sabrá que la queremos y no se volverá a
ir nunca más.

Capítulo 23

(Lucía)

¡Estoy embarazada! ¿Qué voy a hacer? Lo


único que tengo claro es que lo voy a tener.
Por mucho que me cueste mirarle y acordarme
de quién es su padre, sé que lo voy a querer
siempre. Y ahora ¿qué? ¿Se lo digo a Adrián?
Seguramente no quiera hablar conmigo. Estoy
convencida de que ni me cogerá el teléfono.

Ya habrá rehecho su vida. Lo más probable es


que ya esté tratando a otra como a una reina, igual
que lo hizo conmigo. Sí, seguro que ya es tarde.
¡No sé qué hacer! Bueno, lo primero es darle la
noticia a mi madre, seguro que ella sabrá decirme
qué tengo que hacer ahora, al menos sé que cuento
con ellos aunque vivan lejos.

Cojo una de las pruebas y salgo del cuarto de


baño. Comienzo a bajar las escaleras pensando
que lo mejor será que me venga a vivir aquí con
mis padres, en España ya no tengo nada y lo mejor
será poner toda la distancia posible entre Adrián y
yo.

Una sensación bien conocida recorre mi cuer-


po. Es la misma sensación electrizante que me re-
corrió justo antes de entrar en el despacho de
Adrián ¿Qué querrá decirme el destino? La
respuesta no se hace esperar. Cuando llego al
último escalón levanto la mirada esperando
encontrarme con la cara preocupada de mi madre,
pero para mi sorpresa, lo que me encuentro es un
Adrián guapísimo, vestido con unos vaqueros
negros y una camisa azul claro. Me quedo pa-
ralizada, la falta de sueño debe estar pasándome
factura, Adrián no puede estar en el salón de mis
padres con cara de alucinado y los ojos abiertos
de par en par.
Entonces reacciono, Adrián sí que está aquí,
yo estoy embarazada de él y llevo la prueba en la
mano.

Rápidamente guardo el test en el bolsillo


trasero de mi pantalón un segundo antes de que
Adrián empiece a andar hacia mí. Aunque no llega
ni a dar un par de pasos porque una voz le detiene
en el acto.

—¡¡¡Lucía!!! —el grito de Eva hace que desvíe


la mirada de Adrián.
Veo como un pequeño cuerpo lleno de rizos
rubios viene corriendo hacia mí. Me arrodillo en
el suelo y abro los brazos esperando a que llegue
mi pequeña princesa. La abrazo con fuerza cuando
su diminuto cuerpo choca contra el mío.

Mi niña empieza a llorar sin control, y yo no


puedo evitar que se me derramen las lágrimas.

Ambas lloramos durante no sé cuánto tiempo.


Mis intentos de estar alejada de ellos han sido en
vano, y las lágrimas que mojan mi camiseta
demuestran que lo único que he hecho ha sido
hacerles daño. Hacernos daño a todos.

—No te vuelvas a ir ¿Vale? —dice mi niña sin


levantar la cabeza de mi cuello y sin dejar de
llorar.

—Shh… ya está, mi niña. Ya estoy aquí.

Levanto la mirada y veo la pregunta en los ojos


de mi madre. Mirándola asiento y en su cariñoso
rostro aparece una sonrisa. Se acerca a nosotras
aún sonriendo, y tras limpiarle la nariz a Eva, cual
abuela devota, intenta arrancarla de mis brazos,
pero ella se resiste.

—Venga, Eva, vamos a preparar unas galletas


para el abuelo Norbert —dice mi madre intentando
soltarla.

—¿Abuelo? —pregunto desorientada.

—¡Síííí! —Dice Eva enseñándome una


preciosa sonrisa— La abuela Cathy me ha dicho
que al abuelo le gustan las galletas de chocolate
¡igual que a mí!
Vuelvo a mirar a mi madre que aún sonríe y
luego miro a Adrián que no ha abierto la boca aún,
ni siquiera sonríe, pero las lágrimas no
derramadas de sus ojos me dicen que está
contento.

—Venga, Eva —dice Adrián al fin—. Ve con


la abuela a preparar las galletas, que Lucía y yo
tenemos que hablar.

La pequeña se gira para volver a mirarme y


colocando sus dos manos en mis mejillas pone la
cara más seria que es capaz.

—Prométeme que no te vas a ir nunca jamás, y


también que vas a dormir con nosotros otra vez.

Me quedo embobada mirando sus bonitos ojos.


No sé qué contestarle. No creo que Adrián haya
venido hasta aquí solo para pedirme
explicaciones, y del embarazo nadie sabe nada, así
que supongo que podría prometerle a Eva lo que
me pide, pero ya le he hecho bastante daño, por lo
que prefiero ser cauta.

—Te prometo que no me voy a ir, si tú, y el tío


Adri, no queréis —contesto al fin.

Me mira unos segundos más, se levanta y


cogiendo la mano de mi madre se marchan hacia la
cocina. Yo me quedo donde es-toy, arrodillada en
el suelo. No me atrevo a mirar a Adrián.

—Ven —me tiende una mano, pero no soy


capaz de cogerla.

Oigo como suspira y se arrodilla frente a mí.

—Nena, tenemos que hablar…de todo.

¿Nena? ¿Acaba de llamarme nena? Levanto la


vista sorprendida. Vuelve a tenderme la mano y
esta vez la acepto sin pensar.

—¿Puedo invitarte a comer? —pregunta


cuando estamos ergui-dos.

—No creo que a Eva le haga mucha gracia que


nos vayamos sin ella.

—Tienes razón —sonríe—, pero tenemos que


hablar.

—Vayamos a mi dormitorio.
Cuando llegamos cierro la puerta y me siento
en la cama con las piernas cruzadas, mientras que
Adrián se sienta en la silla del escritorio. Nos
miramos fijamente, aún no me puedo creer que esté
aquí. Suspiro, cojo aire y rompo el silencio.

—¿Cómo sabías dónde estaba? ¿Y qué hacéis


aquí?207

—No importa cómo me enteré, el caso es que


estoy aquí, y necesito que me des algunas
explicaciones.

—Está bien —suspiro—. Me asusté, Adrián.


Cuando me dijiste que me querías me asusté,
porque yo empezaba a sentir lo mis-mo por ti.
Pero los años que pasé con Raúl me pasaron más
factura de lo que pensaba…

—Continúa. Te escucho.

—Empecé a pensar que estaríais mejor sin mí.


Me culpé de no haber sabido hacer feliz a mi
marido, de no darle todo lo que necesitaba. Por
eso se iba con otras mujeres. Tú eres un gran
hombre y un gran padre, y no quería que os atarais
a mí para que, tiempo después, te dieras cuenta de
que no soy suficiente para ti y fueras a satisfacerte
con otras porque serías incapaz de dejarme y hacer
que Eva sufriera. Por eso me fui.

—Me condenaste, Lucía. Me condenaste por lo


que hizo contigo tu ex. ¡Si hubieses hablado
conmigo nos habríamos ahorrado toda esta mierda,
Lucia! ¿Y por qué cojones volviste con él?

—Pensé que me lo merecía. Si no conseguía


ser una buena es-posa, no debía estar con nadie.
Lo siento.

—¡Joder! —se sienta a mi lado en la cama y


coge mis manos— Lucía… ¿no te das cuenta de
que no puedo vivir sin ti? Eres la mujer más
maravillosa que he conocido en mi vida, y si ese
cabrón no supo valorarte no fue por culpa tuya. Tu
destino era estar conmigo, nena, no con él.
Perdóname, mi amor.

—¿Que te perdone? ¿Por qué?

—Porque no fui capaz de darme cuenta de todo


lo que estabas sufriendo.

Se acerca a mí lentamente, como con miedo a


que rechace el beso que tanto ansío.
Cuando al fin une nuestros labios una lágrima
resbala por mi mejilla. Ya estoy cansada de luchar
contra lo que siento por él.208

—No llores, cariño.

—Te… te quiero Adrián. Te amo como jamás


he amado a nadie. Siento mucho todo el daño que
te he…

No me deja terminar. Vuelve a unir nuestros


labios, pero esta vez no es un beso tierno, sino
mucho más pasional. Tira de mí y me sienta en su
regazo mientras hundo los dedos en su pelo y su
lengua busca a la mía.

—Nena —se separa de mí—, aún nos queda


algo más de lo que hablar.

Noto como baja una mano hasta mi trasero y


saca la prueba que había olvidado que llevaba en
el bolsillo. La mira atentamente y vuelve a mírame
a mí.

—Es tuyo —confirmo.

—¿Cómo puedes estar tan segura de eso?

No me cree, y lo entiendo. Tiene todo el


derecho del mundo a desconfiar de mí. Si no
quiere saber nada de mí y del niño le deja-ré
marchar, pero no sin antes darle las explicaciones
que merece.

—En el último año y medio solo me he


acostado contigo y con Marcos, y el llevaba
protección —susurro.

—Cuando me dejaste no…

—No —le corto—. Solo estuvimos dos


semanas. La primera estu-ve con la regla y la
segunda empecé a encontrarme mal y a vomitar a
diario. Adrián…yo… no voy a pedirte nada. Si
quieres que hagamos una prueba de paternidad no
me opondré, aunque yo no tengo ninguna duda. Y si
no quieres saber nada de mí, no voy a intentar
retenerte, saldré adelante…

—Cállate —la contundencia de su voz me deja


muda—deja de decir gilipolleces.
Confío en ti, y si tú estás segura de que es mío,
yo también. Te quiero y jamás, ¿me oyes?
Jamás voy a dejarte escapar de nuevo.

Me abrazo a él con fuerza, notando como el


peso que atenaza mi alma disminuye y como el
calor vuelve a mi cuerpo.
—No vuelvas a irte nunca, nena —susurra
contra mi cuello.

Unos minutos después, o tal vez hayan sido


horas, me des-pego un poco del amor de mi vida.
Él, con cariño, me seca las lágrimas y dice
mientras sonríe:
—Ahora debemos bajar, hablar con tus padres
y con Eva, y vol-ver a casa lo antes posible para
que pueda cuidar de vosotros como os merecéis.

Posa su mano en mí vientre y la mirada se le


ilumina.

Bajamos de nuevo al salón donde están mis


padres jugando con Eva mientras ríen.
Nos sentamos junto a ellos y Eva en cuan-to
nos ve, se tira a mis brazos.

—Hola, soy Adrián —se presenta a mi padre


tendiéndole la mano.

Mi padre se la estrecha mientras le examina


atentamente, intentando entrever algo que no le
guste. Mi madre nos sonríe y me anima a que les
explique lo que pasa.210

—Bueno…por dónde empezar… a ver —me


aclaro la garganta y empiezo —Adrián fue el
abogado que llevó mi divorcio, pero cuando nos
conocimos mejor se convirtió en alguien muy
especial para mí. Aunque ya llevábamos un par de
meses juntos, empezó a ponerse la cosa seria muy
rápidamente, me dio mie-do no estar a la altura de
la situación y me alejé de ellos.

Adrián entrelaza sus dedos con los míos, pero


no me mira, mantiene la mirada en Eva, que está
acurrucada contra mí.

—Mi niña —dice mi padre—, Raúl fue un


Arschloch que no supo tratarte como mereces, y
solo Dios sabe lo que le haría si le tuviera delante.
Pero no todos los hombres somos iguales. Se nota
que Adrián es un hombre de verdad, que te quiere
y que, por la cuenta que le trae, cuidará bien de ti.
Además, está haciendo un buen trabajo criando a
esta belleza.
Estoy seguro que será muy buen padre para mis
nietos.

Las palabras de mi padre me hacen llorar…


otra vez. Siempre he oído que las embarazadas son
muy sensibles, pero no me podía imaginar que
lloraría tanto.

—Hay algo más que tengo que contaros —digo


en voz baja—. Bueno…

—Venga, cariño, díselo —me anima Adrián.

—Adrián y yo vamos a tener un bebe.

Mis padres sonríen encantados, se nota que


Adrián les gusta. La que nos sorprende es Eva, que
sale de su escondite y me mira con una expresión
que no sabría describir.

—¿Vais a tener un bebe? —pregunta la


pequeña.

—Sí, mi amor —responde Adrián por mí.

—Entonces ya no me vais a querer a mí —


contesta con un puchero.

Quedo horrorizada ante la reflexión de mi


pequeña princesa.

—Mírame, Eva —ordena Adrián con suavidad


—. Siempre te va-mos a querer, porque eres mi
pequeña princesa. Y cuando naz-ca el bebé serás
la hermana mayor, y tendrás que quererle
muchísimo para que nunca se ponga triste. ¿Lo
harás, princesa?

—¿Hermana mayor? ¡Pero si eres mi tío!

—¿Y qué te parece si cuando volvamos a casa


me convierto en tu papá? Arreglaremos los
papeles para que seas mi hija de verdad.
—¿Y tú serás mi mamá? —me pregunta.

—Mi pequeña princesa, Siempre serás mi


niña. Me va a gustar mucho ser tu mamá.

Después de la importante conversación y de


comer el rico asado de mi madre, Adrián, Eva y yo
nos metemos en mi cama para descansar. Eva se
tumba entre nosotros y se queda dormida abrazada
a mí.

Adrián acaricia mi vientre suavemente y tras


darme un beso en la sien susurra:
—Descansa, mamá, yo cuidaré de vosotras.

Capítulo 24

(Adrián)

Estoy muy nervioso. Esta noche me lo juego


todo, y la verdad es que no las llevo todas
conmigo.
Hace ya siete meses que Lucía y yo vivimos
juntos. Vendí mi apartamento de soltero para irnos
todos a vivir a una casa mucho más grande, con un
enorme jardín para que mis hijas puedan jugar.
Eva está emocionadísima con su nuevo cuarto,
todo pintado de rosa y con princesas Disney por
doquier.

Ha sido un gran trabajo remodelar la casa a


nuestro gusto. Lucía se ha empeñado en que lo
hagamos todo nosotros, sin decoradores de por
medio. “Tiene que ser un hogar” es la letanía que
me soltaba cada vez que insistía en llamar a
alguien para que nos echase una mano.

De ser un prestigioso abogado he pasado a ser


todo un manitas: pintor, electricista, fontanero y
hasta albañil. Gracias a Dios que Marcos se ha
volcado de lleno en ayudarnos, igual que Rubén,
aunque él se entretiene más consintiendo a Eva que
echándonos una mano.

El cuarto de la pequeña está listo también. Ese


cuarto ha sido hecho tal y como Lucía y Eva han
querido, no me han dejado me-ter baza. He pasado
de ser el héroe de la película al sirviente de estas
dos princesas… y sinceramente me ha encantado.

Me encanta mi nueva vida. Desde que


volvimos de Alemania todo ha ido sobre ruedas
entre Lucía y yo. Parece que sus miedos van
desapareciendo poco a poco, y verla tan feliz, tan
entregada a mí y a la niña me demuestra que es la
mujer de mi vida.

En cuanto al sexo… me parece que la voy a


dejar embarazada de nuevo en cuanto tenga al
bebé, porque las hormonas han convertido a mi
chica en una diosa del sexo. De vez en cuando
compartimos nuestra intimidad con Marcos,
aunque ahora con mucha menos frecuencia.

Ayer mismo tuvimos una buena sesión de sexo


en grupo… y fue impresionante.
Aunque ambos somos muy cuidadosos porque
el embarazo ya está avanzado y podemos hacerles
daño, sí que disfrutamos de nuestro Mènage à
trois.

Lucía continuó con las náuseas matutinas hasta


el cuarto mes, pero a partir de entonces el
embarazo ha sido muy tranquilo. Lo que peor llevo
son los antojos… de madrugada. Más de una vez
he tenido que ir a comprar a la gasolinera algún
dulce vestido con un pijama y mi abrigo… Ella se
muere de risa cuando me ve salir así por la puerta,
pero lo que no sabe es que por verla reír soy capaz
de cualquier cosa… hasta de hacer el ridículo.

Eva está en su pequeña nube desde que


volvimos de Alemania. Tener a sus abuelos Cathy
y Norbert ha sido toda una bendi-ción para ella.
Los llama a diario por Skype solo para contarles
cómo le ha ido en el colegio o para enseñarles su
nuevo libro de princesas. Y a ellos se le cae la
baba con su nueva nieta. La mi-man, la consienten
en exceso. Lucía tuvo que ponerse seria con ellos,
porque habían cogido la costumbre de mandarle un
paquete semanal repleto de regalos.
Mi nueva hija se llamará Judith. Sí, es una
niña. No sé quién lloró más cuando el obstetra nos
dio la noticia. En esa visita de-cidimos llevar a
Eva con nosotros, y fue la experiencia más
emocionante de mi vida. Ver su carita de asombro
cuando el doctor le mostró a su nueva hermanita no
tiene precio.

—Adrián… ¡Vamos!

La voz de mi chica me saca de mi


ensimismamiento. Ella cree que vamos a cenar con
Marcos, que nos quiere presentar a su nue-va
chica, pero nada más lejos de la realidad.
Marcos no se atará a una chica a no ser que
conozca un amor como el que yo tengo con Lucía,
y para eso queda aún mucho tiempo, pero de
corazón espe-ro que consiga tener lo que nosotros
tenemos. Mi amigo se llevó a mi princesa con la
excusa de pasar tiempo con ella, y Lucía cree que
nos encontraremos con ellos en el restaurante.
La llevo a cenar al Gondoliere, un restaurante
italiano bastante elegante. Estoy decidido a pedirle
matrimonio, esta misma no-che. Ya esperé
demasiado tiempo. Le di siete meses para aceptar
que lo nuestro no tiene fecha de caducidad, siete
meses para que me crea cuando le digo que estoy
enamorado de ella.

Cuando bajo al salón me quedo con la boca


abierta. Mi mujer no podía estar más
impresionante. Se ha puesto un vestido corto de
gasa rojo, con mangas anchas y cruzado por debajo
de sus pe-chos, que ahora están mucho más llenos
de lo normal y me traen de cabeza.
Sonríe irónica cuando me ve babear
imaginando el banquete que me voy a dar con ellos
más tarde.

—¿Nos vamos ya? Vamos a llegar tarde y nos


están esperando.

La cojo por la cintura y acerco mis labios a los


suyos para saborearla. Su abultado vientre se
interpone entre nosotros, pero no me quejo porque
ahí dentro, calentita y cuidada está mi bebe. Jamás
podré cansarme de besarla, de acariciarla, de
hacerle el amor. Separo mis labios de los de ella,
no sin esfuerzo.

—Estás preciosa, cariño. Me dejas sin


respiración.

—Exagerado —contesta tras sonreírme y pasar


las manos por las solapas de mi chaqueta.

—Vamos, o al final vamos a pasar la noche en


la cama desde ahora mismo.

—¿Puedo elegir?

—Mala…—susurro.

La cena está deliciosa, pero apenas presto


atención a lo que como. Su cara me llama, sus ojos
brillantes de felicidad me dejan sin respiración y
su preciosa sonrisa me hipnotiza.
Tras el postre, el camarero trae una botella de
champán. Es la hora. Saco con cuidado la cajita
del bolsillo interior de mi americana y me coloco
de rodillas junto a la mesa.

—Adrián… ¿pero qué…

—Nena, llevamos siete meses viviendo juntos,


siete meses sien-do una familia. Han sido los siete
meses más felices de mi vida, y necesito ser feliz
mucho tiempo más. Lucía, sé que necesitabas
tiempo, y he intentado dártelo, pero creo que ya va
siendo el momento de formalizar nuestra relación.
Cariño, ¿quieres casarte conmigo?

La cara de Lucía se contrae de manera extraña,


se sostiene el vientre y me mira horrorizada. Mi
corazón se detiene. ¿Va a decirme que no?

—¡Mierda, Adrián!

—Lucía… creo que ya te he demostrado que…


—¡Cállate, joder!

—¿Lucía? ¿Qué…

El vestido de Lucía va oscureciéndose por


momentos a la altu-ra de sus piernas. Ella se
aprieta el vientre antes de volver a gritar. Y yo
acabo de acojonarme.

—Adrián... —dice entrecortadamente— ¡El


bebé está llegando!

(Lucía)

Adrián conduce como un loco. Cada vez que


gimo, porque tengo una contracción me mira
preocupado.

—Nena, respira. Ya casi llegamos —dice


preocupado.

Vuelvo a gemir, otra contracción justo cuando


suena el teléfono de Adrián, que pone el manos
libres.

—Hola, tío —saluda Marcos alegremente—


¿Qué tal fue? ¿Ya se lo has dicho?

—¡Marcos!, escucha. Vamos camino del


hospital.

—¡¡Mierda!! —grito a causa de otra


contracción.

—¿Qué pasa? ¿Por qué cojones grita así


Lucía? —pregunta Mar-cos, ahora preocupado.

—Se ha puesto de parto en el restaurante. ¡El


bebé ya casi está aquí!

—Bien, visto a Eva y nos vemos allí.


Tranquilízate, tío… que vas conduciendo.

—¿¿Que me tranquilice?? ¿Pero tú has visto


como grita?
—Es normal. Adrián, es normal… todas las
embarazadas gritan así.

—¿En serio?

—¡Joder, que sí!

—Vale. Llama a Rubén y a los padres de


Lucía, por favor.

Llegamos al hospital en cuestión de minutos.


Tras sentarme en una silla de ruedas, porque el
dolor es cada vez más fuerte, Adrián va a rellenar
los papeles del ingreso.

Ya estoy en una cama suplicando a todos los


santos porque me pongan la epidural.

—Bueno, vamos a ver cómo vas —comenta la


doctora entrando en la habitación.

El dolor es muy fuerte, pero ver la cara de


sufrimiento de Adrián me está matando.
No puedo verle sufrir.

—Vale —vuelve a decir la doctora tras meter


la mano entre mis piernas—. Ya podemos ponerte
la epidural. Voy a llamar al anestesista.

Suspiro aliviada, por fin van a hacer que el


dolor se vaya. Adrián no se separa de mi lado ni
un momento. Deja que le aprie-te la mano sin
rechistar. Intenta tranquilizarme, y me ordena que
respire cuando vuelve el dolor.

La puerta se abre y entra un médico seguido de


una enfermera.

—Nena —susurra Adrián junto a mi boca—


necesito un minuto. Voy a ver a Eva y cuando
acaben vuelvo ¿Vale?

—Sí, tranquilo. Ve a ver a la niña y dile que


estoy bien y que la quiero mucho.
Como me ha prometido, Adrián entra nada más
sale el anestesista. El dolor empieza a remitir.
Notar cómo se me empiezan a dormir las piernas
hace que me dé un ataque de risa.

—Nena, ¿Qué te pasa? ¿Qué tienes? —


pobrecito mío, está aco-jonado.

—Tranquilo, mi vida. Es que… es que no


siento las piernas.

Vuelvo a reír, el ataque de histeria es cada vez


más fuerte, pero ayuda a que los nervios se disipen
un poco. Al ver que ya no siento dolor, Adrián se
relaja y ríe conmigo.

—Mmm… ahora puedo meterte mano y no te


darías cuenta —bromea.

—Si metes ahí la mano, Judith te la sacará de


una patada.

Una vez esfumado todo el dolor, y habiéndonos


relajado los dos, todo pasa muy rápido. Adrián
sale de vez en cuando para informar a los que
están en la sala de espera.

Cuando quiero darme cuenta tengo que


empezar a empujar. Adrián me anima, y si no fuera
porque tengo que concentrarme en empujar, me
daría la risa, otra vez, al oír a mi hombre respirar
a la par que yo, y contar hasta diez lentamente
mientras me pide que empuje con fuerza.
Poco después Adrián abre los ojos al máximo,
y yo noto como mi bebe sale de mí.

—Ya está aquí, cariño —dice Adrián


besándome una y otra vez— ¿Oyes como llora
nuestra segunda niña?

—¿Quiere la mamá coger a su pequeña? —


pregunta una enfermera.

—Por favor —suplico.

Me ponen en los brazos a nuestra pequeña.


Tiene poquito pelo, y es sorprendentemente
parecida su padre.

Cuando vuelvo a la habitación, todos están ya


esperándome. Eva se acerca a la cuna de su
hermanita y acaricia su cabeza con mucho cuidado
antes de darle un beso en su carita rechoncha.

—Hola, Judith. Soy Eva, tu hermana mayor. Y


te voy a querer muchisísimo y no voy a dejar que
nadie te haga daño.

Miro al amor de mi vida y veo como le caen


lágrimas de felicidad por las mejillas.

—Mis niñas —susurra antes de coger a Eva y


sentarla en la cama junto a mí.

—Te quiero Adrián.

—Te quiero Lucía.

Epílogo
(Eva)

La abuela Cathy ya me ha ayudado a vestirme y


ahora está vistiendo a la tata Judith.
Mamá me dijo que si quería po-díamos llevar
vestidos diferentes, pero a mí me gusta que la tata
se vista como yo.

Hace pocos días celebramos que Judith


cumplió dos años y los abuelos nos regalaron un
montón de ropa a las dos para que fuéramos
iguales, pero la mía es más grande porque yo ya
tengo siete años.

Cuando las dos estamos vestidas y súper


peinadas y guapísimas entra mamá.

—¿Quiénes son estas dos princesas tan


guapas?

—¡¡Mamá!! —gritamos Judith y yo a la vez


que nos tiramos so-bre ella.
Me gusta mucho cuando lo hacemos, porque
mamá nos hace cosquillas y nos reímos mucho.

—Venga, venga. Vale ya, que mamá se tiene


que vestir —nos dice la abuela.

—Un poco más, abu —pido riendo.

Mamá al escucharme vuelve a hacerme


cosquillas igual que a la tata y nos reímos más.

—¿No queréis ver a mamá con el vestido de


novia? Que papá os está esperando y se va a poner
nervioso si sus princesas no aparecen.

La boda es un rollo. El señor cura habla mucho


y hace que nos pongamos de pie muchas veces. Lo
único que me gusta es ver a mamá y a papá sonreír.
¡Ah! Y cuando Judith y yo nos acercamos para
darle a papá los anillos, así puedo enseñar el
vestido tan preciosísimo que llevo.
Cuando, por fin, el señor cura deja que nos
vayamos, nos hacemos un montón de fotos.
Primero se las hacen mamá y papá solos. Se miran,
se ríen y… ¡se dan besos en la boca! ¡Puaggg qué
asco!

Papá me dijo que eso no es malo, siempre que


lo hagas cuando tienes más de veinte años y
quieres mucho, muchísimo a la otra persona. Pero
es asqueroso, así que nunca le voy a dar un beso
en la boca a ningún chico.

Después nos hacemos fotos con ellos. Papá me


coge a mí y mamá coge a Judith. El señor de la
cámara dice que tenemos que sonreír, todo el rato
dice lo mismo, pero yo ya tengo hambre y me
quiero ir a comer.

—Venga, princesa —me dice papá—, enséñale


al fotógrafo la bo-nita sonrisa que tiene mi niña.

Su niña soy yo, a Judith la llama “mi


princesa”. Qué cursi es papá, pero como soy feliz
por tener papá y mamá pues sonrío.

Por fin el señor de la cámara nos ha dejado


irnos y ya estamos comiendo. Mamá ha hecho que
nos pongan lo que nos gusta para comer, así que yo
estoy comiendo macarrones con tomate.

Cuando el camarero nos trae el helado de


chocolate, otros señores traen una súper tarta para
que papá y mamá la corten con una espada muy
grande, pero antes de hacerlo nos cogen a la tata y
a mí en brazos (esta vez mamá me coge a mí) y nos
enseñan los muñecos que hay encima de la tarta.
Hay un muñeco vestido de negro como papá (y
tiene el pelo largo como él) y una muñeca que
lleva un vestido blanco como el de mamá. Pero no
están so-los, también hay dos muñecas más
pequeñas vestidas iguales, una más grande que la
otra.
—¡Esa soy yo! —digo contenta— ¡Y esa es
Judith!

Todo el mundo se ríe, papá más que nadie.


—Claro que sois vosotras —dice papá
dándome un beso a mí, otro a la tata y otro a mamá
—. Me he casado con tres princesas.

—¡Cuidado Adrián! —grita la abu.

Miro a papá y veo como Judith mete la mano


en la tarta y luego se la chupa mientras se ríe.
Mamá también se ríe mucho.

—Venga —me dice mamá—, pruébala tú


también.

Lo hago y después meto el dedo otra vez para


que mamá la pruebe también.

—Lucía, ¡no la animes! —la regaña la abu.

Todos nos reímos porque Judith hace lo


mismo, mete toda la mano en la tarta y se la ofrece
a papá para que se la chupe.
Cuando todo el mundo deja de reír (la abu
aunque parecía enfadada también se ha reído),
mamá me sienta en la mesa.

—Podéis prestarme un momento de atención


—dice papá en voz muy alta—. Mi preciosa
esposa quiere anunciaros algo.

Le da un beso en la boca, otra vez, y luego la


abraza con un brazo mientras que con el otro
agarra a Judith.

—Bueno, ya que estamos todos juntos —dice


mamá—, creo que es el momento perfecto para
deciros que… ¡Estoy embarazada!

Todo el mundo aplaude feliz. ¡Yo estoy feliz!


Voy a tener otra hermana.

—Enhorabuena, chicos —dice el tío Marcos


—. Espero que esta vez sea un niño, ya tenéis
demasiadas niñas.
—No le hagas caso al tío Marcos, mamá. Yo
quiero otra hermana para que se pueda poner los
mismo vestidos que la tata y yo.

Después de la comida ponen música. Aunque


quiero bailar con mamá, la abu me dice que
primero tienen que bailar mamá y papá solos.
Ellos sonríen, se miran a los ojos y se dan besos
en la boca, otra vez. Se abrazan y se dicen cosas al
oído. No entiendo por qué se ríen tanto, pero me
gusta verles felices.

Cuando acaba la canción los abuelos nos


llevan a la tata y a mí con ellos. Papá me coge a mí
y mamá coge a Judith. Los cuatro nos abrazamos y
bailamos juntos.

Después bailo con todos, con Judith, con el tío


Marcos, con el tío Rubén, con los abuelos, sola
con mamá y luego sola con papá.

—Mi amor, ¿Eres feliz? —me pregunta.


—Muchisísimo.

—¿Te hace ilusión que mamá vaya a tener otro


bebe?

—¡¡Sí!! Pero solo si es niña —papá se ríe.

—¿Y si es un niño?

—Bueno…pues… ¡que no toque mis muñecas!,


esas solo se las dejo a Judith. A él le compras
muchos coches para que también tenga juguetes.

Papá vuelve a reír y me da un beso y yo le doy


otro más fuerte.

Antes de que Lucía quisiera dormir con


nosotros solo tenía al tío Adri y al tío Marcos.
Ahora tengo al tío Marcos y al tío Rubén,
además de un papá, una mamá, una hermana y un
bebe que no sé cuando conoceré, por eso soy
súper feliz.
Ahora ningún niño del cole puede decirme que
nadie me quiere… ¡porque tengo una familia
gigante!

Y colorín, colorado, el destino ha hablado.

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