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Rosario Meditado de Gozo (San Juan Xxiii)

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Primer misterio

La Encarnación del Hijo de Dios


Contemplación

El primer punto luminoso para unir el cielo y


la tierra. El primero de la serie de
acontecimientos que son los más grandes de
los siglos.

El Hijo de Dios, Verbo del Padre, “por quien fueron hechas todas las
cosas” en la creación, toma naturaleza humana en este misterio. Se
hace hombre Él mismo para poder ser redentor del hombre y de la
humanidad entera, y su salvador.

María Inmaculada, flor de la creación, la más bella y fragante,


respondiendo al ángel: “He aquí la esclava del Señor”, acepta el honor
de la maternidad divina que se cumple en ella al instante. Al pie de la
cruz seremos con Jesús, que es concebido en su seno, hijos de María.
Desde hoy será ella Madre de Dios y luego madre nuestra.

¡Oh sublimidad!, ¡oh ternura de este misterio!

Reflexión

Reflexionando sobre esto, nuestro primer deber inolvidable es


dar gracias a Dios, porque se ha dignado venir a salvarnos. Por esto se
ha hecho hombre, hermano nuestro. Igual a nosotros en cuanto a
nacer de una mujer, de la que nos ha hecho hijos de adopción al pie
de la cruz. Hijos adoptivos de su Padre celestial, ha querido que lo
seamos igualmente de su misma madre.

Intención

Sea la intención de nuestra oración, al contemplar este


primer misterio que se nos ofrece a la meditación, además de dar
gracias continuamente, un esfuerzo, en verdad sincero y leal, de
humildad, de pureza, de caridad, virtudes de las que nos da tan alto
ejemplo la Virgen bendita.
Segundo Misterio

La Visitación de Nuestra
Señora

Contemplación
Qué suavidad, qué gracia en esta visita de
tres meses, que María hizo a su prima.
Una y otra, bendecidas con una
maternidad que se cumpliría a no tardar.
La de la Virgen María, la más sagrada
maternidad de cuanto se pueda soñar
sobre la tierra. Dulce encanto en las
palabras que se dicen como un cántico. De una parte, “bendita tú entre
las mujeres”. Y de la otra, “porque ha mirado la humildad de su sierva,
por eso me llamarán bienaventurada todas las generaciones”.

Reflexión

Cuanto sucede aquí, en Ain-Karem, en el monte Hebrón, presenta, con


luz celeste y al mismo tiempo muy humana, qué relaciones son las que
unen entre sí a las buenas familias cristianas, educadas en la antigua
escuela del Rosario. Rosario recitado cada noche en casa, en el círculo
de los íntimos. Rosario recitado, no en una ni en cien, ni en mil familias,
sino por todas y por todos, y en todos los lugares de la tierra, allí donde
uno cualquiera de nosotros “sufre, lucha y ora”, fiel a una inspiración
de lo alto, como el sacerdocio, la caridad misionera, la prosecución de
un ideal de apostolado.

Intención

Bello es confundirse durante las diez avemarías del misterio


con tantas y tantas almas, unidas por vínculos de sangre, o
domésticos, en una relación que santifica y por lo mismo consolida el
amor de las personas amadas: con padres e hijos, hermanos y
parientes, vecinos. Todo esto, con la finalidad y el propósito vivido de
sostener, aumentar y hacer más viva la presencia de la caridad con
todos, cuyo ejercicio proporciona la alegría más profunda y es el mayor
honor de la vida.
Tercer Misterio

El nacimiento de Jesús en Belén


Contemplación

A su tiempo, según ley de la naturaleza


humana asumida por el Verbo de Dios, hecho
hombre, sale del tabernáculo santo, el seno
inmaculado de María. Hace su primera
aparición al mundo en un pesebre. Allí las bestias rumian el heno. Y
todo es en derredor silencio, pobreza, sencillez, inocencia. Voces de
ángeles surcan el aire anunciando la paz. Aquella paz de la que es
portador para el universo el niño que acaba de nacer. Los primeros
adoradores son María su madre, y San José, el padre adoptivo. Luego,
pastores que han bajado del monte, invitados por voces de ángeles.
Vendrá más tarde una caravana de gente ilustre, precedida desde lejos
por una estrella, y ofrecerá regalos valiosos, llenos de simbolismo, de
interés. En la noche de Belén todo habla de universalidad.

Reflexión

En este misterio no quede una sola rodilla sin doblarse ante la


cuna, en gesto de adoración. Nadie se quede sin ver los ojos del divino
Niño que miran lejos, como queriendo ver, uno a uno, todos los pueblos
de la tierra. Van pasando uno a uno ante su presencia, como en una
revista, y los reconoce a todos: hebreos, romanos, griegos, chinos,
indios, pueblos de África, de cualquier región de la tierra, o época de
la historia. Las regiones más distantes y desérticas, las más remotas e
inexploradas; los tiempos pasados, el presente, y los tiempos por
venir.

Intención

En el transcurso de las diez Avemarías, nos gusta encomendar


a Jesús que nace, el incontable número de niños -¡cuántos son!,
muchedumbre interminable- que han nacido en las últimas veinticuatro
horas, de día o de noche, de la raza que sean, aquí y allí, un poco por
toda la tierra. ¡Cuántos son! Todos ellos pertenecen, de derecho,
bautizados o no, a Jesús, el niño que acaba de nacer en Belén. Están
llamados al reconocimiento de su dominio, que es el mayor y más dulce
que pueda darse en el corazón del hombre, o en la historia del mundo:
único dominio digno de Dios y de los hombres. Reino de luz y de paz,
el reino que pedimos en el Padrenuestro.
Cuarto Misterio

La presentación de Jesús en el
templo
Contemplación

Jesús, en brazos de su madre, es


presentado al sacerdote, y extiende sus
brazos hacia delante. Es el encuentro de los
dos Testamentos. Él, gloria del pueblo elegido, hijo de María, está
dispuesto a ser “luz y revelación de las gentes”. Está presente y ofrece
también san José, que participa por igual en el rito de las ofrendas
legales de rigor.

Reflexión e intención

De manera diferente, pero semejante en cuanto al sentido de


la ofrenda, el episodio se renueva continuamente en la Iglesia, o por
mejor decir, es algo constante en ella. Será muy grato contemplar,
durante las diez Avemarías, el campo que germina, la cosecha que se
alza. “Mirad los campos que ya están amarillos para la siega”. Me
refiero a la alegre esperanza que se ve nacer del sacerdocio, de todos
los seminaristas del mundo, tan numerosos en el reino de Dios, y sin
embargo no suficientes aún. Jóvenes del seminario, de las casas
religiosas, seminarios de misiones, y aun en las universidades
católicas. ¿Por qué no aquí, si son cristianos, llamados también ellos a
ser apóstoles? Y la alegre esperanza de tantas iniciativas de apostolado
de los seglares, imprescindibles en el mañana. Apostolado que, no
obstante, las dificultades y pruebas de su expansión, ofrece, y jamás
dejará de ofrecer, un espectáculo tan conmovedor que arranca
palabras de alegría y admiración.

“Luz y revelación de las gentes”, gloria de pueblo elegido.


Quinto Misterio

El niño Jesús perdido y


hallado en el templo
Contemplación

Jesús tiene ya doce años. María


y José lo acompañan a Jerusalén para la
oración ritual. Inesperadamente, se
oculta a sus ojos, tan vigilantes y
amorosos. Gran preocupación y una búsqueda que se prolonga en vano
durante tres días. A la pena sucede la alegría de encontrarlo
precisamente en los atrios que rodean el templo. Habla con los
doctores de la Ley. San Lucas lo presenta con palabras expresivas y
con precisión muy cuidada. Lo encontraron, dice, sentado en medio de
los doctores, “escuchando y preguntándoles”. Un encuentro con los
doctores importaba entonces mucho, lo encerraba todo: conocimiento,
sabiduría, normas de vida práctica, a la luz del Antiguo Testamento.

Reflexión

El deber de la inteligencia humana es el mismo en todo tiempo:


recoger la sabiduría del pasado, transmitir la buena doctrina, hacer
avanzar, con firmeza y humildad, la investigación científica. Nosotros
morimos uno tras otro. Vamos hacia Dios. La humanidad, en cambio,
mira al porvenir. Cristo no está jamás ausente, ni del conocimiento
sobrenatural, ni en el ámbito del natural. Está siempre en el juego, en
su puesto. “Uno solo es vuestro maestro, Cristo”.

Intención

Ésta, que es la quinta decena, última de los misterios gozosos,


reservémosla, con una intención especialísima, a favor de todos
aquellos que han sido llamados por Dios al servicio de la verdad: en la
investigación o la enseñanza. Todos ellos están llamados a imitar a
Jesucristo: los intelectuales, profesores, periodistas.

Si, sí, recemos por todos ellos: recemos por ellos, sean
sacerdotes o seglares; para que sepan escuchar la verdad; y cuánta
pureza de corazón se necesita para que sepan comprenderla; y cuánta
humildad íntima de pensamiento es necesaria para que sepan
defenderla, ya que desde entonces se hace inevitable la obediencia,
que fue la fuerza de Jesús, y es la fuerza de los santos. Sólo la
obediencia obtiene la paz, es decir, la victoria.

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