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José Joaquín Olmedo

La victoria de Junín
Canto a Bolívar

El trueno horrendo que en fragor revienta


y sordo retumbando se dilata
por la inflamada esfera,
al Dios anuncia que en el cielo impera.

Y el rayo que en Junín rompe y ahuyenta 5


la hispana muchedumbre
que, más feroz que nunca, amenazaba,
a sangre y fuego, eterna servidumbre,
y el canto de victoria
que en ecos mil discurre, ensordeciendo 10
el hondo valle y enriscada cumbre,
proclaman a Bolívar en la tierra
árbitro de la paz y de la guerra.

Las soberbias pirámides que al cielo


el arte humano osado levantaba 15
para hablar a los siglos y naciones
-templos do esclavas manos
deificaban en pompa a sus tiranos-,
ludibrio son del tiempo, que con su ala
débil, las toca y las derriba al suelo, 20
después que en fácil juego el fugaz viento
borró sus mentirosas inscripciones;
y bajo los escombros, confundido
entre la sombra del eterno olvido
-¡oh de ambición y de miseria ejemplo!- 25
el sacerdote yace, el dios y el templo.
Mas los sublimes montes, cuya frente
a la región etérea se levanta,
que ven las tempestades a su planta
brillar, rugir, romperse, disiparse, 30
los Andes, las enormes, estupendas
moles sentadas sobre bases de oro,
la tierra con su peso equilibrando,
jamás se moverán. Ellos, burlando
de ajena envidia y del protervo tiempo 35
la furia y el poder, serán eternos
de libertad y de victoria heraldos,
que con eco profundo,
a la postrema edad dirán del mundo:

«Nosotros vimos de Junín el campo, 40


vimos que al desplegarse
del Perú y de Colombia las banderas,
se turban las legiones altaneras,
huye el fiero español despavorido,
o pide paz rendido. 45
Venció Bolívar, el Perú fue libre,
y en triunfal pompa Libertad sagrada
en el templo del Sol fue colocada.»

¿Quién me dará templar el voraz fuego


en que ardo todo yo? Trémula, incierta, 50
torpe la mano va sobre la lira
dando discorde son. ¿Quién me liberta
del dios que me fatiga...?

Siento unas veces la rebelde Musa,


cual bacante en furor, vagar incierta 55
por medio de las plazas bulliciosas,
o sola por las selvas silenciosas,
o las risueñas playas
que manso lame el caudaloso Guayas;
otras el vuelo arrebatada tiende 60
sobre los montes, y de allí desciende
al campo de Junín, y ardiendo en ira,
los numerosos escuadrones mira,
que el odiado pendón de España arbolan,
y en cristado morrión y peto armada, 65
cual amazona fiera,
se mezcla entre las filas la primera
de todos los guerreros,
y a combatir con ellos se adelanta,
triunfa con ellos y sus triunfos canta. 70

Tal en los siglos de virtud y gloria,


donde el guerrero sólo y el poeta
eran dignos de honor y de memoria,
la musa audaz de Píndaro divino,
cual intrépido atleta, 75
en inmortal porfía
al griego estadio concurrir solía;
y en estro hirviendo y en amor de fama
y del metro y del número impaciente,
pulsa su lira de oro sonorosa 80
y alto asiento concede entre los dioses
al que fuera en la lid más valeroso,
o al más afortunado;
pero luego, envidiosa
de la inmortalidad que les ha dado, 85
ciega se lanza al circo polvoroso,
las alas rapidísimas agita
y al carro vencedor se precipita,
y desatando armónicos raudales
pide, disputa, gana, 90
o arrebata la palma a sus rivales.

¿Quién es aquel que el paso lento mueve


sobre el collado que a Junín domina?
¿que el campo desde allí mide, y el sitio
del combatir y del vencer desina? 95
¿que la hueste contraría observa, cuenta,
y en su mente la rompe y desordena,
y a los más bravos a morir condena,
cual águila caudal que se complace
del alto cielo en divisar la presa 100
que entre el rebaño mal segura pace?
¿Quién el que ya desciende
pronto y apercibido a la pelea?
Preñada en tempestades le rodea
nube tremenda; el brillo de su espada 105
es el vivo reflejo de la gloria;
su voz un trueno, su mirada un rayo.
¿Quién aquél que al trabarse la batalla,
ufano como nuncio de victoria,
un corcel impetuoso fatigando, 110
discurre sin cesar por toda parte...?
¿Quién sino el hijo de Colombia y Marte?

Sonó su voz: «Peruanos,


mirad allí los duros opresores
de vuestra patria; bravos Colombianos 115
en cien crudas batallas vencedores,
mirad allí los enemigos fieros
que buscando venís desde Orinoco:
suya es la fuerza y el valor es vuestro,
vuestra será la gloria; 120
pues lidiar con valor y por la patria
es el mejor presagio de victoria.
Acometed, que siempre
de quien se atreve más el triunfo ha sido;
quien no espera vencer, ya está vencido.» 125

Dice, y al punto, cual fugaces carros,


que dada la señal, parten y en densos
de arena y polvo torbellinos ruedan,
arden los ejes, se estremece el suelo,
estrépito confuso asorda el cielo, 130
y en medio del afán cada cual teme
que los demás adelantarse puedan:
así los ordenados escuadrones
que del iris reflejan los colores
o la imagen del sol en sus pendones, 135
se avanzan a la lid. ¡Oh! ¡quién temiera,
quién, que su ímpetu mismo los perdiera!

¡Perderse! no, jamás; que en la pelea


los arrastra y anima e importuna
de Bolívar el genio y la fortuna. 140
Llama improviso al bravo Necochea,
y mostrándole el campo,
partir, acometer, vencer le manda,
y el guerrero esforzado,
otra vez vencedor, y otra cantado, 145
dentro en el corazón por patria jura
cumplir la orden fatal, y a la victoria
o a noble y cierta muerte se apresura.

Ya el formidable estruendo
del atambor en uno y otro bando 150
y el son de las trompetas clamoroso,
y el relinchar del alazán fogoso,
que erguida la cerviz y el ojo ardiendo
en bélico furor, salta impaciente
do más se encruelece la pelea, 155
y el silbo de las balas, que rasgando
el aire, llevan por doquier la muerte,
y el choque asaz horrendo
de selvas densas de ferradas picas,
y el brillo y estridor de los aceros 160
que al sol reflectan sanguinosos visos,
y espadas, lanzas, miembros esparcidos
o en torrentes de sangre arrebatados,
y el violento tropel de los guerreros
que más feroces mientras más heridos, 165
dando y volviendo el golpe redoblado,
mueren, mas no se rinden... todo anuncia
que el momento ha llegado,
en el gran libro del destino escrito,
de la venganza al pueblo americano, 170
de mengua y de baldón al castellano.

Si el fanatismo con sus furias todas,


hijas del negro averno, me inflamara,
y mi pecho y mi musa enardeciera
en tartáreo furor, del león de España, 175
al ver dudoso el triunfo, me atreviera
a pintar el rencor y horrible saña.
Ruge atroz, y cobrando
más fuerza en su despecho, se abalanza,
abriéndose ancha calle entre las haces, 180
por medio el fuego y contrapuestas lanzas;
rayos respira, mortandad y estrago,
y sin pararse a devorar la presa,
prosigue en su furor, y en cada huella
deja de negra sangre un hondo lago. 185

En tanto el Argentino valeroso


recuerda que vencer se le ha mandado,
y no ya cual caudillo, cual soldado
los formidables ímpetus contiene
y uno en contra de ciento se sostiene, 190
como tigre furiosa
de rabiosos mastines acosada,
que guardan el redil, mata, destroza,
ahuyenta sus contrarios, y aunque herida,
sale con la victoria y con la vida. 195
Oh capitán valiente,
blasón ilustre de tu ilustre patria,
no morirás, tu nombre eternamente
en nuestros fastos sonará glorioso,
y bellas ninfas de tu Plata undoso 200
a tu gloria darán sonoro canto
y a tu ingrato destino acerbo llanto.7

Ya el intrépido Miller aparece


y el desigual combate restablece.
Bajo su mando ufana 205
marchar se ve la juventud peruana
ardiente, firme, a perecer resuelta,
si acaso el hado infiel vencer le niega.
En el arduo conflicto opone ciega
a los adversos dardos firmes pechos, 210
y otro nombre conquista con sus hechos

¿Son ésos los garzones delicados


entre seda y aromas arrullados?
¿los hijos del placer son esos fieros?
Sí, que los que antes desatar no osaban 215
los dulces lazos de jazmín y rosa
con que amor y placer los enredaban,
hoy ya con mano fuerte
la cadena quebrantan ponderosa
que ató sus pies, y vuelan denodados 220
a los campos de muerte y gloria cierta,
apenas la alta fama los despierta
de los guerreros que su cara patria
en tres lustros de sangre libertaron,
y apenas el querido 225
nombre de libertad su pecho inflama,
y de amor patrio la celeste llama
prende en su corazón adormecido.

Tal el joven Aquiles


que en infame disfraz y en ocio blando 230
de lánguidos suspiros,
los destinos de Grecia dilatando,
vive cautivo en la beldad de Sciros:
los ojos pace en el vistoso alarde
de arreos y de galas femeniles 235
que de India y Tiro y Menfis opulenta
curiosos mercadantes le encarecen;
mas a su vista apenas resplandecen
pavés, espada y yelmo, que entre gasas
el Itacense astuto le presenta, 240
pásmase... se recobra, y con violenta
mano el templado acero arrebatando,
rasga y arroja las indignas tocas,
parte, traspasa el mar y en la troyana
arena muerte, asolación, espanto 245
difunde por doquier; todo le cede...
aun Héctor retrocede...
y cae al fin, y en derredor tres veces
su sangriento cadáver profanado,
al veloz carro atado 250
del vencedor inexorable y duro,
el polvo barre del sagrado muro.

Ora mi lira resonar debía


del nombre y las hazañas portentosas
de tantos capitanes, que este día 255
la palma del valor se disputaron
digna de todos... Carvajal... y Silva...
y Suárez... y otros mil... Mas de improviso
la espada de Bolívar aparece
y a todos los guerreros, 260
como el sol a los astros, oscurece.

Yo acaso más osado le cantara,


si la meonia Musa me prestara
la resonante trompa que otro tiempo
cantaba al crudo Marte entre los Traces, 265
bien animando las terribles haces,
bien los fieros caballos, que la lumbre
de la égida de Palas espantaba.

Tal el héroe brillaba


por las primeras filas discurriendo. 270
Se oye su voz, su acero resplandece,
do más la pugna y el peligro crece.
Nada le puede resistir... Y es fama.
-¡oh portento inaudito!
que el bello nombre de Colombia escrito 275
sobre su frente, en torno despedía
rayos de luz tan viva y refulgente
que, deslumbrado el español, desmaya,
tiembla, pierde la voz, el movimiento,
sólo para la fuga tiene aliento. 280
Así cuando en la noche algún malvado
va a descargar el brazo levantado,
si de improviso lanza un rayo el cielo,
se pasma y el puñal trémulo suelta,
hielo mortal a su furor sucede, 285
tiembla y horrorizado retrocede.
Ya no hay más combatir. El enemigo
el campo todo y la victoria cede;
huye cual ciervo herido, y a donde huye,
allí encuentra la muerte. Los caballos 290
que fueron su esperanza en la pelea,
heridos, espantados, por el campo
o entre las filas vagan, salpicando
el suelo en sangre que su crin gotea,
derriban al jinete, lo atropellan, 295
y las catervas van despavoridas,
o unas en otras con terror se estrellan.

Crece la confusión, crece el espanto,


y al impulso del aire, que vibrando
sube en clamores y alaridos lleno, 300
tremen las cumbres que respeta el trueno.
Y discurriendo el vencedor en tanto
por cimas de cadáveres y heridos,
postra al que huye, perdona a los rendidos

Padre del universo, Sol radioso, 305


dios del Perú, modera omnipotente
el ardor de tu carro impetüoso,
y no escondas tu luz indeficiente...
Una hora más de luz... -Pero esta hora
no fue la del destino. El dios oía 310
el voto de su pueblo; y de la frente
el cerco de diamante desceñía.
En fugaz rayo el horizonte dora,
en mayor disco menos luz ofrece
y veloz tras los Andes se oscurece. 315

Tendió su manto lóbrego la noche:


y las reliquias del perdido bando,
con sus tristes y atónitos caudillos,
corren sin saber dónde, espavoridas,
y de su sombra misma se estremecen; 320
y al fin en las tinieblas ocultando
su afrenta y su pavor, desaparecen.
¡Victoria por la patria! ¡oh Dios, victoria!
¡Triunfo a Colombia y a Bolívar gloria!

Ya el ronco parche y el clarín sonoro 325


no a presagiar batalla y muerte suena
ni a enfurecer las almas, mas se estrena
en alentar el bullicioso coro
de vivas y patrióticas canciones.
Arden cien pinos, y a su luz, las sombras 330
huyeron, cual poco antes desbandadas
huyeron de la espada de Colombia
las vandálicas huestes debeladas.

En torno de la lumbre,
el nombre de Bolívar repitiendo 335
y las hazañas de tan claro día,
los jefes y la alegre muchedumbre
consumen en acordes libaciones
de Baco y Ceres los celestes dones.

«Victoria, paz -clamaban-, 340


paz para siempre. Furia de la guerra,
húndete al hondo averno derrocada.
Ya cesa el mal y el llanto de la tierra.
Paz para siempre. La sanguínea espada,
o cubierta de orín ignominioso, 345
o en el útil arado transformada
nuevas leyes dará. Las varias gentes
del mundo, que a despecho de los cielos
y del ignoto ponto proceloso,
abrió a Colón su audacia o su codicia, 350
todas ya para siempre recobraron
en Junín libertad, gloria y reposo.»

«Gloria, mas no reposo» -de repente


clamó una voz de lo alto de los cielos-;
y a los ecos los ecos por tres veces 355
«Gloria, mas no reposo», respondieron.
El suelo tiembla, y cual fulgentes faros,
de los Andes las cúspides ardieron;
y de la noche el pavoroso manto
se transparenta y rásgase y el éter 360
allá lejos purísimo aparece,
y en rósea luz bañado resplandece.
Cuando improviso, veneranda Sombra,
en faz serena y ademán augusto,
entre cándidas nubes se levanta: 365
del hombro izquierdo nebuloso manto
pende, y su diestra aéreo cetro rige;
su mirar noble, pero no sañudo;
y nieblas figuraban a su planta
penacho, arco, carcaj, flechas y escudo; 370
una zona de estrellas
glorificaba en derredor su frente
y la borla imperial de ella pendiente.

Miró a Junín, y plácida sonrisa


vagó sobre su faz. «Hijos -decía- 375
generación del sol afortunada,
que con placer yo puedo llamar mía,
yo soy Huayna-Cápac, soy el postrero
del vástago sagrado;
dichoso rey, mas padre desgraciado. 380
De esta mansión de paz y luz he visto
correr las tres centurias
de maldición, de sangre y servidumbre
y el imperio regido por las Furias.

No hay punto en estos valles y estos cerros 385


que no mande tristísimas memorias.
Torrentes mil de sangre se cruzaron
aquí y allí; las tribus numerosas
al ruido del cañón se disiparon,
y los restos mortales de mi gente 390
aun a las mismas rocas fecundaron.
Más allá un hijo expira entre los hierros
de su sagrada majestad indignos...
Un insolente y vil aventurero
y un iracundo sacerdote fueron 395
de un poderoso Rey los asesinos...
¡Tantos horrores y maldades tantas
por el oro que hollaban nuestras plantas!

Y mi Huáscar también... ¡Yo no vivía!


Que de vivir, lo juro, bastaría, 400
sobrara a debelar la hidra española
ésta mi diestra triunfadora, sola.
Y nuestro suelo, que ama sobre todos
el Sol mi padre, en el estrago fiero
no fue, ¡oh dolor!, ni el solo, ni el primero: 405
que mis caros hermanos
el gran Guatimozín y Motezuma
conmigo el caso acerbo lamentaron
de su nefaria muerte y cautiverio,
y la devastación del grande imperio, 410
en riqueza y poder igual al mío...
Hoy, con noble desdén, ambos recuerdan
el ultraje inaudito, y entre fiestas
alevosas el dardo prevenido
y el lecho en vivas ascuas encendido. 415

¡Guerra al usurpador! -¿Qué le debemos?


¿luces, costumbres, religión o leyes...?
¡Si ellos fueron estúpidos, viciosos,
feroces y por fin supersticiosos!
¿Qué religión? ¿la de Jesús?... ¡Blasfemos! 420
Sangre, plomo veloz, cadenas fueron
los sacramentos santos que trajeron.
¡Oh religión! ¡oh fuente pura y santa
de amor y de consuelo para el hombre!
¡cuántos males se hicieron en tu nombre! 425
¿Y qué lazos de amor...? Por los oficios
de la hospitalidad más generosa
hierros nos dan, por gratitud, suplicios.
Todos, sí, todos; menos uno sólo:
el mártir del amor americano, 430
de paz, de caridad apóstol santo,
divino Casas, de otra patria digno;
nos amó hasta morir. Por tanto ahora
en el empíreo entre los Incas mora.

En tanto la hora inevitable vino 435


que con diamante señaló el destino
a la venganza y gloria de mi pueblo:
y se alza el vengador. Desde otros mares,
como sonante tempestad, se acerca,
y fulminó; y del Inca en la Peana 440
que el tiempo y un poder furial profana,
cual de un dios irritado en los altares,
las víctimas cayeron a millares.
«¡Oh campos de Junín!... ¡Oh predilecto
Hijo y Amigo y Vengador del Inca! 445
¡Oh pueblos, que formáis un pueblo sólo
y una familia, y todos sois mis hijos!
vivid, triunfad...»
El Inca esclarecido
iba a seguir, mas de repente queda 450
en éxtasis profundo embebecido:
atónito, en el cielo
ambos ojos inmóviles ponía,
y en la improvisa inspiración absorto,
la sombra de una estatua parecía. 455

Cobró la voz al fin. «Pueblos -decía-


la página fatal ante mis ojos
desenvolvió el destino, salpicada
toda en purpúrea sangre, mas en torno
también en bello resplandor bañada. 460
Jefe de mi nación, nobles guerreros,
oíd cuanto mi oráculo os previene,
y requerid los ínclitos aceros,
y en vez de cantos nueva alarma suene;
que en otros campos de inmortal memoria 465
la Patria os pide, y el destino os manda
otro afán, nueva lid, mayor victoria.»

Las legiones atónitas oían:


mas luego que se anuncia otro combate,
se alzan, arman, y al orden de batalla 470
ufanas y prestísimas corrieran
y ya de acometer la voz esperan.

Reina el silencio; mas de su alta nube


el Inca exclama: «De ese ardor es digna
la ardua lid que os espera; 475
ardua, terrible, pero al fin postrera.
Ese adalid vencido
vuela en su fuga a mi sagrada Cuzco,
y en su furia insensata,
gentes, armas, tesoros arrebata, 480
y a nuevo azar entrega su fortuna;
venganza, indignación, furor le inflaman
y allá en su pecho hirvieron, como fuegos
que de un volcán en las entrañas braman.
Marcha; y el mismo campo donde ciegos 485
en sangrienta porfía
los primeros tiranos disputaron
cuál de ellos solo dominar debía
-pues el poder y el oro dividido
templar su ardiente fiebre no podía-, 490
en ese campo, que a discordia ajena
debió su infausto nombre y la cadena
que después arrastró todo el imperio,
allí, no sin misterio,
venganza y gloria nos darán los cielos. 495
¡Oh valle de Ayacucho bienhadado!
Campo serás de gloria y de venganza...
Mas no sin sangre... ¡Yo me estremeciera
si mi ser inmortal no lo impidiera!

Allí Bolívar en su heroica mente 500


mayores pensamientos revolviendo,
el nuevo triunfo trazará, y haciendo
de su genio y poder un nuevo ensayo,
al joven Sucre prestará su rayo,
al joven animoso, 505
a quien del Ecuador montes y ríos
dos veces aclamaron victorioso.
Ya se verá en la frente del guerrero
toda el alma del héroe reflejada,
que él le quiso infundir de una mirada. 510

Como torrentes desde la alta cumbre


al valle en mil raudales despeñados,
vendrán los hijos de la infanda Iberia,
soberbios en su fiera muchedumbre,
cuando a su encuentro volará impaciente 515
tu juventud, Colombia belicosa,
y la tuya, ¡oh Perú! de fama ansiosa,
y el caudillo impertérrito a su frente.

¡Atroz, horrendo choque, de azar lleno!


Cual aturde y espanta en su estallido 520
de hórrida tempestad el postrer trueno.
Arder en fuego el aire,
en humo y polvo oscurecerse el cielo
y, con la sangre en que rebosa el suelo,
se verá al Apurímac de repente 525
embravecer su rápida corriente.

Mientras por sierras y hondos precipicios,


a la hueste enemiga
el impaciente Córdova fatiga,
Córdova, a quien inflama 530
fuego de edad y amor de patria y fama,
Córdova, en cuyas sienes con bello arte
crecen y se entrelazan
tu mirto, Venus, tus laureles, Marte.
Con su Miller los Húsares recuerdan 535
el nombre de Junín, Vargas su nombre,
y Vencedor el suyo con su Lara
en cien hazañas cada cual más clara.
Allá por otra parte,
sereno, pero siempre infatigable, 540
terrible cual su nombre, batallando
se presenta La Mar, y se apresura
la tarda rota del protervo bando.
Era su antiguo voto, por la patria
combatir y morir; Dios complacido 545
combatir y vencer le ha concedido.
Mártir del pundonor, he aquí tu día:
ya la calumnia impía
bajo tu pie bramando confundida,
te sonríe la Patria agradecida; 550
y tu nombre glorioso,
el armónico canto que resuena
en las floridas margenes del Guayas
que por oírlo su corriente enfrena,
se mezclará, y el pecho de tu amigo, 555
tus hazañas cantando y tu ventura,
palpitará de gozo y de ternura.

Lo grande y peligroso
hiela al cobarde, irrita al animoso.
¡Qué intrepidez! ¡qué súbito coraje 560
el brazo agita y en el pecho prende
del que su patria y libertad defiende!
El menor resistir es nuevo ultraje.
El jinete impetuoso,
el fulmíneo arcabuz de sí arrojando, 565
lánzase a tierra con el hierro en mano,
pues le parece en trance tan dudoso
lento el caballo, perezoso el plomo.
Crece el ardor. Ya cede en toda parte
el número al valor, la fuerza al arte. 570

Y el Ibero arrogante en las memorias


de sus pasadas glorias,
firme, feroz resiste, ya en idea,
bajo triunfales arcos, que alzar debe
la sojuzgada Lima, se pasea. 575
Mas su afán, su ilusión, sus artes... nada;
ni la resuelta y numerosa tropa
le sirve. Cede al ímpetu tremendo;
y el arma de Baylén rindió cayendo
el vencedor del vencedor de Europa. 580
Perdió el valor, mas no las iras pierde,
y en furibunda rabia el polvo muerde;
alza el párpado grave, y sanguinosos
ruedan sus ojos y sus dientes crujen;
mira la luz, se indigna de mirarla, 585
acusa, insulta al cielo, y de sus labios
cárdenos, espumosos,
votos y negra sangre y hiel brotando,
en vano un vengador muere invocando.

¡Ah! ya diviso míseras reliquias, 590


con todos sus caudillos humillados,
venir pidiendo paz; y generoso,
en nombre de Bolívar y la Patria,
no se la niega el Vencedor glorioso,
y su triunfo sangriento 595
con el ramo feliz de paz corona.
Que si Patria y honor le arman la mano
arde en venganza el pecho americano,
y cuando vence, todo lo perdona.

Las voces, el clamor de los que vencen, 600


y de Quinó las ásperas montañas
y los cóncavos senos de la tierra
y los ecos sin fin de la ardua sierra,
todos repiten sin cesar: ¡Victoria!

Y las bullentes linfas de Apurímac 605


a las fugaces linfas de Ucayale
se unen, y unidas, llevan presurosas,
en sonante murmullo y alba espuma,
con palmas en las manos y coronas,
esta nueva feliz al Amazonas. 610
Y el espléndido rey al punto ordena
a sus delfines, ninfas y sirenas
que, en clamorosos plácidos cantares,
tan gran victoria anuncien a los mares.

¡Salud, oh Vencedor! ¡oh Sucre! vence, 615


y de nuevo laurel orla tu frente;
alta esperanza de tu insigne patria,
como la palma al margen de un torrente
crece tu nombre..., y sola, en este día
tu gloria, sin Bolívar, brillaría. 620
Tal se ve Héspero arder en su carrera,
que del nocturno cielo
suyo el imperio sin la luna fuera.
Por las manos de Sucre la Victoria
ciñe a Bolívar lauro inmarcesible. 625
¡Oh Triunfador! la palma de Ayacucho,
fatiga eterna al bronce de la Fama,
segunda vez Libertador te aclama.

Esta es la hora feliz. Desde aquí empieza


la nueva edad al Inca prometida 630
de libertad, de paz y de grandeza.
Rompiste la cadena aborrecida,
la rebelde serviz hispana hollaste,
grande gloria alcanzaste;
pero mayor te espera, si a mi Pueblo, 635
así cual a la guerra lo conformas
y a conquistar su libertad le empeñas,
la rara y ardua ciencia
de merecer la paz y vivir libre,
con voz y ejemplo y con poder le enseñas, 640

Yo con riendas de seda regí el pueblo,


y cual padre le amé, mas no quisiera
que el cetro de los Incas renaciera;
que ya se vio algún Inca, que teniendo
el terrible poder todo en su mano, 645
comenzó padre y acabó tirano.
Yo fui conquistador, ya me avergüenzo
del glorioso y sangriento ministerio,
pues un conquistador, el más humano,
formar, mas no regir debe un imperio. 650

Por no trillada senda, de la gloria


al templo vuelas, ínclito Bolívar:
que ese poder tremendo que te fía
de los Padres el íntegro senado,
si otro tiempo perder a Roma pudo, 655
en su potente mano
es a la Libertad del Pueblo escudo.

¡Oh Libertad! el Héroe que podía


ser el brazo de Marte sanguinario,
ése es tu sacerdote más celoso, 660
y el primero que toma el incensario
y a tus aras se inclina silencioso.
¡Oh Libertad! si al pueblo americano
la solemne misión ha dado el cielo
de domeñar el monstruo de la guerra 665
y dilatar tu imperio soberano
por las regiones todas de la tierra
y por las ondas todas de los mares,
no temas, con este héroe, que algún día
eclipse el ciego error tus resplandores, 670
superstición profane tus altares,
ni que insulte tu ley la tiranía;
ya tu imperio y tu culto son eternos.
Y cual restauras en su antigua gloria
del santo y poderoso 675
Pacha-Cámac el templo portentoso,28
tiempo vendrá, mi oráculo no miente,
en que darás a pueblos destronados
su majestad ingénita y su solio,
animarás las ruinas de Cartago, 680
relevarás en Grecia el Areópago,
y en la humillada Roma el Capitolio.

Tuya será, Bolívar, esta gloria,


tuya romper el yugo de los reyes
y, a su despecho, entronizar las leyes; 685
y la discordia en áspides crinada,
por tu brazo en cien nudos aherrojada,
ante los haces santos confundidas
harás temblar las armas parricidas.

Ya las hondas entrañas de la tierra 690


en larga vena ofrecen el tesoro
que en ellas guarda el Sol, y nuestros montes
los valles regarán con lava de oro.
Y el Pueblo primogénito dichoso
de Libertad, que sobre todo tanto 695
por su poder y gloria se enaltece,
como entre sus estrellas,
la estrella de Virginia resplandece,
nos da el ósculo santo
de amistad fraternal. Y las naciones 700
del remoto hemisferio celebrado,
al contemplar el vuelo arrebatado
de nuestras musas y artes,
como iguales amigos nos saludan;
con el tridente abriendo la carrera, 705
la Reina de los mares, la primera.

Será perpetua, ¡oh pueblos! esta gloria


y vuestra libertad incontrastable
contra el poder y liga detestable
de todos los tiranos conjurados 710
si en lazo federal, de polo a polo,
en la guerra y la paz vivís unidos;
vuestra fuerza es la unión. Unión, ¡oh pueblos!
para ser libres y jamás vencidos.
Esta unión, este lazo poderoso 715
la gran cadena de los Andes sea,
que en fortísimo enlace, se dilatan
del uno al otro mar. Las tempestades
del cielo ardiendo en fuego se arrebatan,
erupciones volcánicas arrasan 720
campos, pueblos, vastísimas regiones,
y amenazan horrendas convulsiones
el globo destrozar desde el profundo;
ellos, empero, firmes y serenos
ven el estrago funeral del mundo. 725

Esta es, Bolívar, aun mayor hazaña


que destrozar el férreo cetro a España,
y es digna de ti solo; en tanto, triunfa...
Ya se alzan los magníficos trofeos
y tu nombre, aclamado 730
por las vecinas y remotas gentes
en lenguas, voces, metros diferentes,
recorrerá la serie de los siglos
en las alas del canto arrebatado
Y en medio del concento numeroso 735
la voz del Guayas crece
y a las más resonantes enmudece.

Tú la salud y honor de nuestro pueblo


serás viviendo, y Ángel poderoso
que lo proteja, cuando 740
tarde al empíreo el vuelo arrebatares
y entre los claros Incas
a la diestra de Manco te sentares .

Así place al destino, ¡Oh! ved al cóndor,


al peruviano rey del pueblo aerio, 745
a quien ya cede el águila el imperio,
vedle cuál desplegando en nuevas galas
las espléndidas alas,
sublime a la región del sol se eleva
y el alto augurio que os revelo aprueba. 750
Marchad, marchad, guerreros,
y apresurad el día de la gloria;
que en la fragosa margen de Apurímac
con palmas os espera la victoria».
Dijo el Inca; y las bóvedas etéreas 755
de par en par se abrieron,
en viva luz y resplandor brillaron
y en celestiales cantos resonaron.
Era el coro de cándidas Vestales,
las vírgenes del Sol, que rodeando 760
al Inca como a Sumo Sacerdote,
en gozo santo y ecos virginales
en torno van cantando
del Sol las alabanzas inmortales.

«Alma eterna del mundo, 765


dios santo del Perú, Padre del Inca,
en tu giro fecundo
gózate sin cesar, Luz bienhechora
viendo ya libre el pueblo que te adora.

La tiniebla de sangre y servidumbre 770


que ofuscaba la lumbre
de tu radiante faz pura y serena
se disipó, y en cantos se convierte
la querella de muerte
y el ruido antiguo de servil cadena. 775

Aquí la Libertad buscó un asilo,


amable peregrina,
y ya lo encuentra plácido y tranquilo,
y aquí poner la diosa
quiere su templo y ara milagrosa; 780
aquí olvidada de su cara Helvecia,
se viene a consolar de la ruina
y en todos sus oráculos proclama
que al Madalén y al Rímac bullicioso
ya sobre el Tíber y el Eurotas ama. 785

¡Oh Padre! ¡oh claro Sol! no desampares


este suelo jamás, ni estos altares.

Tu vivífico ardor todos los seres


anima y reproduce: por ti viven
y acción, salud, placer, beldad reciben. 790
Tú al labrador despiertas
y a las aves canoras
en tus primeras horas,
y son tuyos sus cantos matinales;
por ti siente el guerrero 795
en amor patrio enardecida el alma,
y al pie de tu ara rinde placentero
su laurel y su palma,
y tuyos son sus cánticos marciales.

Fecunda, ¡oh Sol! tu tierra, 800


y los males repara de la guerra.

Da a nuestros campos frutos abundosos,


aunque niegues el brillo a los metales,
da naves a los puertos,
pueblos a los desiertos, 805
a las armas victoria,
alas al genio y a las Musas gloria.

Dios del Perú, sostén, salva, conforta


el brazo que te venga,
no para nuevas lides sanguinosas, 810
que miran con horror madres y esposas,
sino para poner a olas civiles
límites ciertos, y que en paz florezcan
de la alma paz los dones soberanos,
y arredre a sediciosos y a tiranos. 815
Brilla con nueva luz, Rey de los cielos,
brilla con nueva luz en aquel día
del triunfo que magnífica prepara
a su Libertador la patria mía.
¡Pompa digna del Inca y del imperio 820
que hoy de su ruina a nuevo ser revive!

Abre tus puertas, opulenta Lima,


abate tus murallas y recibe
al noble triunfador que rodeado
de pueblos numerosos, y aclamado 825
Ángel de la esperanza
y Genio de la paz y de la gloria,
en inefable majestad avanza.
Las musas y las artes revolando
en torno van del carro esplendoroso, 830
y los pendones patrios vencedores
al aire vago ondean, ostentando
del sol la imagen, de iris los colores.
Y en ágil planta y en gentiles formas
dando al viento el cabello desparcido, 835
de flores matizado.
cual las horas del sol, raudas y bellas,
saltan en derredor lindas doncellas
en giro no estudiado;
las glorias de su patria 840
en sus patrios cantares celebrando
y en sus pulidas manos levantando,
albos y tersos como el seno de ellas
cien primorosos vasos de alabastro
que espiran fragantísimos aromas, 845
y de su centro se derrama y sube
por los cerúleos ámbitos del cielo
de ondoso incienso transparente nube,

Cierran la Pompa espléndidos trofeos


y por delante en larga serie marchan 850
humildes confundidos
los pueblos y los jefes ya vencidos:
allá procede el Ástur belicoso,
allí va el Catalán infatigable
y el agreste Celtíbero indomable 855
y el Cántabro feroz, que a la romana
cadena el cuello sujetó el postrero,
y el Andaluz liviano
y el adusto, severo Castellano;
ya el áureo Tajo cetro y nombre cede, 860
y las que antes, graciosas
fueron honor del fabuloso suelo,
Ninfas del Tormes y el Genil, en duelo
se esconden silenciosas;
y el grande Betis viendo ya marchita 865
su sacra oliva, menos orgulloso,
paga su antiguo feudo al mar undoso.

El sol suspenso en la mitad del cielo


aplaudirá esta pompa -¡Oh Sol! ¡oh Padre!
tu luz rompa y disipe 870
las sombras del antiguo cautiverio,
tu luz nos dé el imperio,
tu luz la libertad nos restituya;
tuya es la tierra y la victoria es tuya».

Cesó el canto; los cielos aplaudieron 875


y en plácido fulgor resplandecieron.
Todos quedan atónitos; y en tanto
tras la dorada nube el Inca santo
y las santas Vestales se escondieron.
Mas ¿cuál audacia te elevó a los cielos, 880
humilde musa mía? ¡Oh! no reveles
a los seres mortales
en débil canto, arcanos celestiales.
Y ciñan otros la apolínea rama
y siéntense a la mesa de los dioses, 885
y los arrulle la parlera fama,
que es la gloria y tormento de la vida;
yo volveré a mi flauta conocida,
libre vagando por el bosque umbrío
de naranjos y opacos tamarindos, 890
o entre el rosal pintado y oloroso
que matiza la margen de mi río,
o entre risueños campos, do en pomposo
trono piramidal y alta corona,
la piña ostenta el cetro de Pomona,36 895
y me diré feliz si mereciere,
el colgar esta lira en que he cantado
en tono menos dino
la gloria y el destino
del venturoso pueblo americano, 900
yo me diré feliz si mereciere
por premio a mi osadía
una mirada tierna de las Gracias
y el aprecio y amor de mis hermanos,
una sonrisa de la Patria mía, 905
y el odio y el furor de los tiranos.

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