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Miguel Martinez M Un Nuevo Paradigma

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UN NUEVO

PARADIGMA

Para la Ciencia del Tercer Milenio *


Miguel Martínez Miguélez

http://miguelmartinezm.atspace.com/unnuevoparadigma.html

02/02/12

“Muchas cosas que hoy son verdad no lo serán

mañana. Quizás, la lógica formal quede degradada a un

método escolar

para que los niños entiendan cómo era

la antigua y abolida costumbre de equivocarse”.

G. GARCÍA MÁRQUEZ: Prefacio para un Nuevo Milenio , 1990

1. La Racionalidad Humana
Newton, en su humildad y consciente de sus limitaciones, solía decir que si él había
logrado ver más lejos que los demás era porque se había subido sobre los hombros de
gigantes, aludiendo con ello a Copérnico, Kepler, Galileo y otros.

A lo largo de las últimas cuatro décadas, se han ido dando las condiciones necesarias y
suficientes para que todo investigador serio y de reflexión profunda, pueda, a través de las
bibliotecas, las revistas y los congresos, subirse sobre los hombros de docenas de pensadores
eminentes. Y, desde esa atalaya, le es posible divisar grandes coincidencias de ideas y
marcadas líneas confluyentes de un nuevo modo de pensar, de una nueva manera de mirar las
cosas, de una nueva racionalidad científica y, en síntesis, de una nueva ciencia. Esta ciencia
presenta notables diferencias con el modo de pensar tradicional, clásico, lógico-positivista.

El escritor y presidente de la República Checa, Vaclav Havel, habla del “doloroso parto
de una nueva era”. Y dice que “hay razones para creer que la edad moderna ha terminado”, y
que “muchos signos indican que en verdad estamos atravesando un período de transición en el
cual algo se está yendo y otra cosa está naciendo mediante un parto doloroso”.

“Estamos llegando al final de la ciencia convencional” (Prigogine, 1994b, pág. 40); es


decir, de la ciencia determinista, lineal y homogénea, y presenciamos el surgimiento de una
conciencia de la discontinuidad, de la no linealidad, de la diferencia y de la necesidad del
diálogo.

La racionalidad científica clásica siempre ha valorado, privilegiado, defendido y


propugnado la objetividad del conocimiento, el determinismo de los fenómenos, la
experiencia sensible, la cuantificación aleatoria de las medidas, la lógica formal
aristotélica y la verificación empírica. Pero la complejidad de las nuevas realidades
emergentes durante este siglo, su fuerte interdependencia y sus interacciones ocultas, por una
parte, y, por la otra, el descubrimiento de la riqueza y dotación insospechada de la
capacidad creadora y de los procesos cognitivos del cerebro humano, postulan una nueva
conciencia y un paradigma de la racionalidad acorde con ambos grupos de realidades.

Es deber de la ciencia ofrecer una explicación rigurosa y completa de la complejidad de


los hechos que componen el mundo actual e idear teorías y modelos intelectualmente
satisfactorios para nuestra mente inquisitiva. Esto exigirá estructurar un paradigma epistémico
que coordine e integre, en un todo coherente y lógico, los principios o postulados en que se
apoyan los conocimientos que se presentan con fuerte solidez, estabilidad y evidencia, ya sea
que provengan de la filosofía, de la ciencia o del arte. Pero la interdependencia de las
realidades exigirá que este paradigma vaya más allá de la multidisciplinariedad y llegue a una
verdadera interdisciplinariedad, lo cual constituirá un gran desafío para la ciencia del siglo
XXI, que deberá explicar todo lo que es “real”.

El problema radical que nos ocupa aquí reside en el hecho de que nuestro aparato
conceptual clásico –que creemos riguroso, por su objetividad, determinismo, lógica formal y
verificación– resulta corto, insuficiente e inadecuado para simbolizar o modelar realidades que
se nos han ido imponiendo, sobre todo a lo largo de este siglo, ya sea en el mundo subatómico
de la física, como en el de las ciencias de la vida y en las ciencias sociales. Para representarlas
adecuadamente necesitamos conceptos muy distintos a los actuales y mucho más
interrelacionados, capaces de darnos explicaciones globales y unificadas.

Una actividad recurrente del investigador prudente debe ser el revisar y analizar la firmeza
del terreno que pisa y la fuerza y dirección de las corrientes de las aguas en que se mueve, es
decir, la solidez de los supuestos que acepta y el nivel de credibilidad de sus postulados y
axiomas básicos. Sólo así podrá evitar el fatal peligro de construir sobre arena.

La crisis de los paradigmas científicos, que empieza a plantearse abiertamente a mediados


de este siglo, en nuestros días ha estallado de manera incontenible e inocultable. Hoy, ningún
pensador, medianamente responsable, puede seguir transitando, con la tranquila seguridad de
otros tiempos, los caminos trillados.

No solamente estamos ante una crisis de los fundamentos del conocimiento científico, sino
también del filosófico, y, en general, ante una crisis de los fundamentos del pensamiento. Una
crisis que genera incertidumbre en las cosas fundamentales que afectan al ser humano. Y esto,
precisa y paradójicamente, en un momento en que la explosión y el volumen de los
conocimientos parecieran no tener límites.
En la actividad académica se ha vuelto imperioso desnudar las contradicciones, las aporías,
las parcialidades y las insuficiencias del paradigma que ha dominado, desde el Renacimiento,
el conocimiento científico.

El término ‘paradigma’, aquí, desborda los límites que le fijara Kuhn en su célebre obra
(1978, orig. 1962). No se limita a cada una de las distintas disciplinas científicas, sino que
incluye la totalidad de la ciencia y su racionalidad. Los resabios positivistas de Kuhn han de
ser aquí plenamente superados. No están en crisis los paradigmas de las ciencias, sino el
paradigma de la ciencia en cuanto modo de conocer.

Un paradigma científico puede definirse como un principio de distinciones-relaciones-


oposiciones fundamentales entre algunas nociones matrices que generan y controlan el
pensamiento, es decir, la constitución de teorías y la producción de los discursos de los miem-
bros de una comunidad científica determinada (Morin, 1982). El paradigma se convierte, así,
en un principio rector del conocimiento y de la existencia humana. De aquí nace la
intraducibilidad y la incomunicabilidad de los diferentes paradigmas y las dificultades de
comprensión entre dos personas ubicadas en paradigmas alternos.

Ahora bien, toda estructura cognoscitiva generalizada, o modo de conocer, en el ámbito de


una determinada comunidad o sociedad, se origina o es producida por una matriz epistémica.

La matriz epistémica es, por lo tanto, el trasfondo existencial y vivencial, el mundo de


vida y, a su vez, la fuente que origina y rige el modo general de conocer, propio de un de-
terminado período histórico-cultural y ubicado también dentro de una geografía específica, y,
en su esencia, consiste en el modo propio y peculiar, que tiene un grupo humano, de asignar
significados a las cosas y a los eventos, es decir, en su capacidad y forma de simbolizar la
realidad. En el fondo, ésta es la habilidad específica del homo sapiens, que, en la dialéctica y
proceso histórico-social de cada grupo étnico, civilización o cultura, ha ido generando o
estructurando su matriz epistémica.

La matriz epistémica, por consiguiente, es un sistema de condiciones del pensar, prelógico


o preconceptual, generalmente inconsciente, que constituye “la misma vida” y “el modo de
ser”, y que da origen a una Weltanschauung o cosmovisión, a una mentalidad e ideología
específicas, a un Zeitgeist o espíritu del tiempo, a un paradigma científico, a cierto grupo de
teorías y, en último término, también a un método y a unas técnicas o estrategias adecuadas
para investigar la naturaleza de una realidad natural o social. En una palabra, que la verdad del
discurso no está en el método sino en la episteme que lo define.

El estilo de abordaje de esta tarea implica algo más que una interdisciplinariedad y que
podría llamarse transdisciplinariedad o metadisciplinariedad, donde las distintas disciplinas
están gestálticamente relacionadas unas con otras y transcendidas, en cuanto la gestalt
resultante es una cualidad superior a la suma de sus partes.

“La aspiración propia de un metafísico -dice Popper- es reunir todos los aspectos
verdaderos del mundo (y no solamente los científicos) en una imagen unificadora que le
ilumine a él y a los demás y que pueda un día convertirse en parte de una imagen aún más
amplia, una imagen mejor, más verdadera” (1985, p. 222).

Pero un paradigma de tal naturaleza no podría limitarse a los conocimientos que se logran
por deducción (conclusiones derivadas de premisas, postulados, principios básicos, etc.) o por
inducción (generalizaciones o inferencias de casos particulares), sino que se apoyaría en una
idea matriz: la coherencia lógica y sistémica de un todo integrado .

2. Paradigmas en la Cultura Occidental


Cuatro son, básicamente, las orientaciones epistémicas, en la secuencia histórica del
pensamiento de la cultura occidental, que se podrían calificar como “paradigmas
epistémicos”: el paradigma teológico, el filosófico, el científico-positivista y el
postpositivista.

2.1. Paradigma Teológico.


El primero de estos paradigmas, el teológico, tiene en la Religión su núcleo central.
Augusto Comte lo llamará la etapa teológica. Arranca ya desde el mundo judío y se desarrolla
con el Cristianismo. Los conceptos de creación y finitud, de un orden cósmico establecido por
Dios, de sabiduría y voluntad divinas, revelados en la Biblia e interpretadas por sus
representantes, eran los “donadores” universales de significado. La cultura helénica le
proporcionará el formalismo, la sistematicidad y cierto gusto por el experimentalismo.

Con la creación de las universidades durante la edad media, por obra de la Iglesia, esta
estructura lógica, que ya había asimilado los autores griegos, adquirirá plena consistencia y
robustez, hasta el punto de pensar que aun las mismas ciencias naturales, como la astronomía
y la física, no podían afirmar nada que contradijera a la teología, lo escrito en la Biblia, ya que
era “palabra de Dios”: la teología era la reina de las ciencias , a la cual debían supeditarse la
rectitud y grado de verdad de las demás disciplinas. El proceso a Galileo -por sostener el
“movimiento de la Tierra y no del Sol” que a los teólogos le parecía oponerse a la expresión
bíblica de Josué: “detente, oh Sol (...) y el Sol se detuvo (...) y se paró en medio del cielo”
(Josué, 10, 12-13)- fue una prueba clara que señalaba cuál era el principio rector del saber y la
lógica que había que seguir para alcanzarlo.

La visión que se tiene del hombre es la de un ser privilegiado que participa de la filiación
divina, y todos los hombres juntos forman una comunidad unida por la fraternidad universal.
Esta fraternidad da origen a una ética centrada en el amor que deberá caracterizar la cultura
cristiana.

2.2 Paradigma Filosófico.


Durante los últimos siglos de la edad media, XIII y XIV, y especialmente en el
Renacimiento, el punto de apoyo, el fulcro, el referente lógico, va pasando de la religión a la
razón, de la teología a la filosofía y a la ciencia. El hombre occidental comenzará a aceptar las
ideas en la medida en que concuerden con su lógica y razonamiento, con sus argumentos de
razón, y no por tradición o por exigencias dogmáticas, sean religiosas o de otro tipo. La
misma
reforma Protestante echará por tierra precisamente una buena cantidad de estos dogmas
religiosos porque no concuerdan con sus razones.

Tanto Bacon como Galileo, con sus métodos experimentales y de observación de la


naturaleza, van desplazando a Aristóteles; Newton realiza su trascendental descubrimiento de
la ley de gravedad, valorando más los datos observados directamente en la naturaleza que los
estudios basados en la revelación y en las obras de la antigüedad. Así, los hombres de estos
siglos, animados por una profunda confianza en las facultades de la inteligencia humana para
descubrir las leyes de la naturaleza mediante la observación y la razón, fueron poniendo en
duda, poco a poco, la gran mayoría de las creencias sostenidas hasta entonces.

Si durante el Renacimiento el principio de experimentación junto con la perspectiva del


arte dan inicio a la idea del progreso, en el siglo XVIII la razón moderna llega a todas partes:
invade todas las realizaciones intelectuales, científicas, industriales, político-sociales, artísticas
e institucionales del Occidente. Se había llegado a la apoteosis de la diosa razón.

Pero, sobre todo, esta ilustración, por su carácter innovador y revolucionario, se enfrentó
con la religión cristiana, a quien no le reconoce ya un poder integrador como donador universal
y último de sentido de las realidades.

En este paradigma modernista, la religión pasa a ser un asunto de opción personal y,


consiguientemente, se recluye cada vez más en el ámbito de la esfera privada. La función que
todavía puede desempeñar es la de ayudar, comprender y consolar al hombre en medio de sus
dificultades y vaivenes existenciales.

2.3 Paradigma Científico-Positivista.


La idea central de la filosofía positivista sostiene que fuera de nosotros existe una realidad
totalmente hecha, acabada y plenamente externa y objetiva, y que nuestro aparato cognoscitivo
es como un espejo que la refleja dentro de sí, o como una cámara fotográfica que copia
pequeñas imágenes de esa realidad exterior. De esta forma, ser objetivo es copiar bien esa
realidad sin deformarla, y la verdad consistiría en la fidelidad de nuestra imagen interior a la
realidad que representa.

Este paradigma pudiéramos llamarlo newtoniano-cartesiano, porque son Newton y


Descartes los que le dan las bases, física y filosófica, respectivamente, aunque su origen se
remonta a los griegos, los cuales creían que sus teoremas matemáticos eran expresiones de
verdades eternas y exactas del mundo real. Alfred Korzybski plantea, en su Semántica General
(1937), que el pensamiento aristotélico ha confundido el mapa con el territorio, es decir, las
palabras o conceptos con la realidad; así, manipulando el mapa pensaban manipular la
realidad. El lenguaje existente no es en su estructura similar a los hechos; por eso, los describe
mal.

Pero fue Descartes quien estableció un dualismo absoluto entre la mente (res cogitans) y
la materia (res extensa), que condujo a la creencia según la cual el mundo material puede
ser descrito objetivamente, sin referencia alguna al sujeto observador.
Este enfoque constituyó el paradigma conceptual de la ciencia durante casi tres siglos,
pero se radicalizó, sobre todo, durante la segunda parte del siglo pasado y primera de éste. El
legado cartesiano ha llegado a tener mayor trascendencia negativa a lo largo de la historia que
la misma visión mecanicista newtoniana del mundo. Hasta el mismo Einstein ha sido
considerado por algunos físicos-epistemólogos como incapaz de liberarse por completo durante
casi toda su vida del hechizo del dualismo cartesiano (Capra, 1985, p. 90).

Si tuviéramos que sintetizar en pocos conceptos este modelo o paradigma “newtoniano-


cartesiano”, señalaríamos que valora, privilegia y propugna la objetividad del conocimiento, el
determinismo de los fenómenos, la experiencia sensible, la cuantificación aleatoria de las me-
didas, la lógica formal y la “verificación empírica”.

El paradigma positivista -señala el físico Fritjof Capra- ha dominado nuestra cultura


durante varios siglos, ha ido formando la sociedad occidental moderna y ha influido
significativamente en el resto del mundo. Este paradigma consiste, entre otras cosas, en la
visión del universo como si fuese un sistema mecánico, la visión del cuerpo humano como si
fuese una máquina, la visión de la vida social como si tuviese que ser forzosamente una lucha
competitiva por la existencia, la creencia en el progreso material ilimitado, que debe alcanzarse
mediante el crecimiento económico y tecnológico, y la creencia de que el sometimiento de la
mujer al hombre es consecuencia de una ley básica de la naturaleza. En los últimos decenios,
todas estas suposiciones se han visto severamente puestas en tela de juicio y necesitadas de
una revisión radical (en: Pigem, 1991, p. 28).

Pero ya en las tres primeras décadas del siglo XX los físicos hacen una revolución de los
conceptos fundamentales de la física; esta revolución implica que las exigencias e ideales
positivistas no son sostenibles ni siquiera en la física: Einstein relativiza los conceptos de
espa- cio y de tiempo (no son absolutos, sino que dependen del observador) e invierte gran
parte de la física de Newton; Heisenberg introduce el principio de indeterminación o de
incertidumbre (el observador afecta y cambia la realidad que estudia) y acaba con el
principio de causalidad; Pauli formula el principio de exclusión (hay leyes-sistema que no son
derivables de las leyes de sus componentes) que nos ayuda a comprender la aparición de
fenómenos cualitativamente nuevos y nos da conceptos explicativos distintos,
característicos de niveles superiores de organización; Niels Bohr establece el principio de
complementariedad: puede haber dos expli- caciones opuestas para los mismos fenómenos
físicos y, por extensión, quizá, para todo fenómeno; Max Planck, Schrödinger y otros
físicos, descubren, con la mecánica cuántica, un conjunto de relaciones que gobiernan el
mundo subatómico, similar al que Newton descubrió para los grandes cuerpos, y afirman que
la nueva física debe estudiar la naturaleza de un nume- roso grupo de entes que son
inobservables, ya que la realidad física ha tomado cualidades que están bastante alejadas de la
experiencia sensorial directa.

Por esto, el mismo Heisenberg (1958a) dice que “la realidad objetiva se ha evaporado” y
que “lo que nosotros observamos no es la naturaleza en sí, sino la naturaleza expuesta a
nuestro método de interrogación” (1958b, pág. 58).

Pero, en las últimas décadas, el desafío al modelo clásico de ciencia y a su


correspondiente paradigma ha ido mucho más lejos. La nueva física y la reciente neurociencia
nos ofrecen “hechos desafiantes” que hacen ver que la información entre partículas
subatómicas circula de maneras no conformes con las ideas clásicas del principio de
causalidad; que, al cambiar una partícula (por ejemplo, su spin o rotación: experimento EPR),
modifica instantáneamente a otra a distancia sin señales ordinarias que se propaguen dentro del
espacio-tiempo; que esa transferencia de información va a una velocidad supralumínica,
incomprensible con los parámetros de la física clásica; que esta información sigue unas
coordenadas temporales (hacia atrás y hacia adelante en el tiempo); que el observador no sólo
afecta al fenómeno que estudia, sino que en parte también lo crea con su pensamiento al emitir
éste unas partículas (los psitrones) que interactúan con el objeto; que nada en el Universo está
aislado y todo lo que en él “convive” está, de un modo u otro, interconectado mediante un
permanente, instantáneo y hasta sincrónico intercambio de información. Éstos y otros muchos
hechos no son imaginaciones de “visionarios”, ni sólo hipotéticas lucubraciones teóricas, sino
conclusiones de científicos de primer plano, que demuestran sus teorías con centenares de
páginas de complejos cálculos matemáticos.

Estos principios se aplican a partículas y acontecimientos microscópicos; pero estos acon-


tecimientos tan pequeños no son, en modo alguno, insignificantes. Son precisamente el tipo
de acontecimientos que se producen en los nervios y en el cerebro, como también en los
genes, y, en general, son la base que constituye toda materia del cosmos y todo tipo de
movimiento y forma de energía.

Si todo esto es cierto para la más objetivable de las ciencias, la física, con mayor razón lo
será para las ciencias humanas, que llevan en sus entrañas la necesidad de una continua
autorreferencia, y donde el hombre es sujeto y objeto de su investigación. El observador no
sólo no está aislado del fenómeno que estudia, sino que forma parte de él. El fenómeno lo
afecta, y él, a su vez, influencia al fenómeno.

Estas ideas nos llevan a tener muy presente la tesis de Protágoras: “el hombre es la
medida de todas las cosas”. Y entre esas “cosas” están también los instrumentos de medición,
que él crea, evalúa y repara. Pero si el hombre es la medida, entonces será muy arriesgado
medir al hombre, pues no tendremos un “metro” para hacerlo.

2.4 Paradigma Postpositivista.


La orientación postpositivista comienza a gestarse hacia fines del siglo pasado e inicia su
desarrollo en las décadas de los años 50 y 60 de éste. La gestación la inician las obras de
autores como Dilthey, Wundt, Brentano, Ehrenfels, Husserl, Max Weber y William James. A
su desarrollo en este siglo contribuyen de manera fundamental la obra de los físicos durante las
primeras tres décadas, la filosofía de la ciencia de Wittgenstein y la biología de Bertalanffy
en los años 30 y 40, y las obras de autores como Toulmin, Hanson, Kuhn, Feyerabend,
Lakatos, Polanyi y Popper, entre otros, publicadas, en su gran mayoría, en los años 50 y 60.
Igualmente, lo hacen de manera sostenida y firme otros autores que contribuyeron a crear y
difundir la Psicología de la Gestalt, el Estructuralismo francés y el Enfoque Sistémico.

Todos estos autores, de una u otra forma, asientan su ideología sobre la base de uno o
varios de los “postulados” que ilustramos en la parte que sigue.
Pero el autor que testimonia, de manera ejemplar, con su vida y con su obra, el cambio
radical del paradigma positivista al postpositivista, es el vienés Ludwig Wittgenstein.

Wittgenstein sostenía en el Tratado que había un grupo numeroso de palabras y


proposiciones que designaban directamente partes de la realidad . Este supuesto hecho era la
base del positivismo lógico y, por derivación, de las “definiciones operacionales”, ya que
“enlazaba” las proposiciones con la realidad. En la doctrina del Tratado se apoyaron, como en
una “biblia”, las ideas fundamentales del “método científico” difundidas en todos nuestros
medios académicos.

Pero desde 1930 en adelante, Wittgenstein comienza a cuestionar, en sus clases en la


Universidad de Cambridge, sus propias ideas, y a sostener, poco a poco, una posición que
llega a ser radicalmente opuesta a la del Tratado: niega que haya tal relación directa entre
una palabra o proposición y un objeto; afirma que las palabras no tienen referentes directos;
sos- tiene que los significados de las palabras o de las proposiciones se encuentran
determinados por los diferentes contextos en que ellas son usadas; que los significados no
tienen linderos rígidos, y que éstos están formados por el contorno y las circunstancias en que
se emplean las palabras; que, consiguientemente, un nombre no puede representar o estar en
lugar de una cosa y otro en lugar de otra, ya que el referente particular de un nombre se halla
determinado por el modo en que el término es usado. En resumen, Wittgenstein dice que
“en el lenguaje jugamos juegos con palabras” y que usamos a éstas de acuerdo a las reglas
convencionales prees- tablecidas en cada lenguaje (Investigaciones Filosóficas, 1953).

De esta forma, la orientación postpositivista efectúa un rescate del sujeto y de su


importancia. Así, la observación no sería pura e inmaculada, sino que implicaría una inserción
de lo observado en un marco referencial o fondo, constituido por nuestros valores, intereses,
actitudes y creencias, que es el que le daría el sentido que tiene para nosotros. De ahí, la frase
de Polanyi: “todo conocimiento es conocimiento personal” (y así titula su obra fundamental:
Personal Knowledge, 1958).

3. Postulados Básicos del Nuevo Paradigma


Cinco serían, a nuestro modo de ver, los principios o “postulados” fundamentales y más
universales, es decir, los principios de inteligibilidad del paradigma emergente: dos de
naturaleza o base más bien ontológica, que serían la tendencia universal al orden en los
sistemas abiertos y la ontología sistémica, y tres de naturaleza epistemológica, el conocimiento
personal, la metacomunicación del lenguaje total y el principio de complementariedad. Cada
uno de estos principios tiene, de por sí, la virtualidad suficiente para exigir el cambio y
superación del paradigma clásico.

3.1. Tendencia al orden en los sistemas abiertos


Ésta es la tesis fundamental de Ilya Prigogine (1986, 1988, 1994a), la que le hizo acreedor
del Premio Nobel, y está relacionada con su “teoría de las estructuras disipativas”.

En el otorgamiento del Premio Nobel, el Comité Evaluador informó que lo honraba con tal
premio por crear teorías que salvan la brecha entre varias ciencias, es decir, entre varios
niveles y realidades en la naturaleza. Esta teoría desmiente la tesis de la ciencia tradicional,
para la cual la emergencia de lo nuevo era una pura ilusión, y consideraba la vida en el
Universo como un fenómeno fruto del azar, raro e inútil, como una anomalía accidental en una
lucha quijotesca contra el absoluto dictamen de la segunda ley de la termodinámica y de la
entropía.

Quizá esta teoría llegue a tener un impacto en la ciencia en general como la tuvo la de
Einstein en la física, ya que cubre la crítica brecha entre la física y la biología, y es el lazo
entre los sistemas vivos y el universo aparentemente sin vida en que se desarrollan. También
explica los “procesos irreversibles” en la naturaleza, es decir, el movimiento hacia niveles de
vida y organización siempre más altos.

La teoría de Prigogine resuelve el enigma fundamental de cómo los seres vivos “van
hacia arriba” en un universo en que todo parece “ir hacia abajo”.

Los principios que rigen las estructuras disipativas nos ayudan a entender los profundos
cambios en psicología, aprendizaje, salud, sociología y aun en política y economía. Para
comprender la idea central de la teoría, recordemos que en un nivel profundo de la naturaleza
nada está fijo; todo está en un movimiento continuo; aun una roca es una danza continua de
partículas subatómicas. Por otra parte, algunas formas de la naturaleza son sistemas
abiertos, es decir, están envueltos en un cambio continuo de energía con el medio que los
rodea. Una semilla, un huevo, como cualquier otro ser vivo, son todos sistemas abiertos.

Prigogine llama a los sistemas abiertos “estructuras disipativas”, es decir, que su forma
o estructura se mantiene por una continua “disipación” (o consumo) de energía.

Cuanto más compleja sea una estructura disipativa, más energía necesita para mantener
todas sus conexiones. Por ello, también es más vulnerable a las fluctuaciones internas. Se dice,
entonces, que está “más lejos del equilibrio”. Debido a que estas conexiones solamente
pueden ser sostenidas por el flujo de energía, el sistema está siempre fluyendo. Cuanto
más coherente o intrincadamente conectada esté una estructura, más inestable es. Así, al
aumentar la coherencia se aumenta la inestabilidad. Pero, esta inestabilidad es la clave de la
transfor- mación. La disipación de la energía, como demostró Prigogine con refinados
procedimientos matemáticos, crea el potencial para un repentino reordenamiento.

Cuando las partes se reorganizan, forman una nueva entidad y el sistema adquiere un or-
den superior, más integrado y conectado que el anterior; pero éste requiere un mayor flujo de
energía para su mantenimiento, lo que lo hace, a su vez, menos estable, y así sucesivamente.

Las ideas de Prigogine son más completas que las de Darwin y están más centradas en la
raíz del problema. En efecto, Darwin ponía el origen de la variación en el ambiente, mientras
que con el pasar del tiempo y análisis posteriores, el principio de la transformación se ha ido
considerando cada vez más como un principio interno de la “cosa viva” en sí misma, como
demuestra Prigogine.
La aparición de esta actividad coherente de la materia -las “estructuras disipativas”- nos
impone un cambio de perspectiva, de enfoque, en el sentido de que debemos reconocer que
nos permite hablar de estructuras en desequilibrio como fenómenos de “autoorganización”.

Todo esto implica la inversión del paradigma clásico que se identificaba con la entropía y
la evolución degradante, donde la relación causa-efecto, en sentido unidireccional, constituiría
su ley fundamental.

3.2. Ontología Sistémica


Cuando una entidad es una composición o agregado de elementos (diversidad de partes no
relacionadas), puede ser, en general, estudiada adecuadamente bajo la guía de los parámetros
de la ciencia cuantitativa tradicional, en la que la matemática y las técnicas probabilitarias
juegan el papel principal; cuando, en cambio, una realidad no es una yuxtaposición de
elementos, sino que sus “partes constituyentes” forman una totalidad organizada con fuerte
interacción entre sí, es decir, constituyen un sistema, su estudio y comprensión requiere la
captación de esa estructura dinámica interna que la caracteriza y, para ello, requiere una meto-
dología estructural-sistémica. Ya Bertalanffy había señalado que “la Teoría General de
Sistemas -como la concibió él originariamente y no como la han divulgado después muchos
autores que él desautoriza (1981, p. 49)- estaba destinada a jugar un papel análogo al que jugó
la lógica aristotélica en la ciencia clásica” (Thuillier, 1975, p. 86).

Hay dos clases básicas de sistemas: los lineales y los no-lineales. Los sistemas lineales no
presentan “sorpresas”, ya que fundamentalmente son “agregados”, por la poca interacción
entre las partes: se pueden descomponer en sus elementos y recomponer de nuevo, un pequeño
cambio en una interacción produce un pequeño cambio en la solución, el determinismo está
siempre presente y, reduciendo las interacciones a valores muy pequeños, puede considerarse
que el sistema está compuesto de partes independientes. El mundo de los sistemas no-lineales,
en cambio, es totalmente diferente: puede ser impredecible, violento y dramático, un pequeño
cambio en un parámetro puede hacer variar la solución poco a poco y, de golpe, variar a un
tipo totalmente nuevo de solución, como cuando, en la física cuántica, se dan los “saltos
cuánticos”, que son un suceso absolutamente impredecible que no está controlado por las
leyes causales, sino solamente por las leyes de la probabilidad.

Estos sistemas deben ser captados desde adentro y su situación debe evaluarse parale-
lamente con su desarrollo. Ahora bien, nuestro universo está constituido básicamente por
sistemas no-lineales en todos sus niveles: físico, químico, biológico, psicológico y socio-
cultural. “Si observamos nuestro entorno vemos que estamos inmersos en un mundo de
sistemas. Al considerar un árbol, un libro, un área urbana, cualquier aparato, una comunidad
social, nuestro lenguaje, un animal, el firmamento, en todos ellos encontramos un rasgo
común: se trata de entidades complejas, formadas por partes en interacción mutua, cuya
identidad resulta de una adecuada armonía entre sus constituyentes, y dotadas de una sustanti-
vidad propia que transciende a la de esas partes; se trata, en suma, de lo que, de una manera
genérica, denominamos sistemas” (Aracil, 1986, p. 13).

Según Capra (1992), la teoría cuántica demuestra que “todas las partículas se componen
dinámicamente unas de otras de manera autoconsistente, y, en ese sentido, puede decirse que
‘contienen’ la una a la otra”. De esta forma, la física (la nueva física) es un modelo de ciencia
para los nuevos conceptos y métodos de otras disciplinas.

Si el valor de cada elemento de una estructura dinámica o sistema está íntimamente


relacionado con los demás, si todo es función de todo, y si cada elemento es necesario para
definir a los otros, no podrá ser visto ni entendido “en sí”, en forma aislada, sino a través de la
posición y de la función o papel que desempeña en la estructura.

Pero el paradigma de la ciencia tradicional se apoya en la matemática como en su pilar


central. El método científico está ligado con un alto nivel de abstracción matemática. Las
contribuciones de los griegos dieron una fuerte fundamentación al conocimiento matemático;
pero fue Galileo quien dijo que Dios había creado un mundo regido por leyes
matemáticas y fue Descartes el que elevó este tipo de razonamiento a una posición
epistemológica especial con su mathesis universalis, pues y pensaba que toda ciencia debía imitar
a la matemática. Pero la característica esencial de la matemática, la que la define totalmente
es la que se deriva de las leyes aditiva, conmutativa, asociativa y distributiva aplicadas a sus
elementos.

Estas leyes, en cambio, no se pueden aplicar a los sistemas o estructuras dinámicas, ya


que su naturaleza íntima, su entidad esencial está constituida por la relación entre las partes,
y no por éstas tomadas en sí. El punto crucial y limitante de la matemática se debe a su
carácter abstracto. La abstracción es la posibilidad de considerar un objeto o un grupo de
objetos desde un solo punto de vista, prescindiendo de todas las restantes particularidades que
pueda tener. Así, Hegel critica la matemática, como instrumento cognoscitivo universal, por
“el carácter inesencial y aconceptual de la relación cuantitativa” (1966, p. 30); por su parte,
Einstein solía repetir que “en la medida en que las leyes de la matemática se refieren a la
realidad, no son ciertas, y en la medida en que son ciertas, no se refieren a la realidad”
(Davies, 1973, p.1).

Todas las técnicas multivariables -análisis factorial, análisis de regresión múltiple, análisis
de vías, análisis de varianza, análisis discriminante, la correlación canónica, el “cluster ana-
lysis”, etc.- se apoyan en un concepto central: el coeficiente de correlación, que es como el
corazón del análisis multivariado. Pero las medidas para determinar la correlación se toman a
cada sujeto por lo que es en sí, aisladamente : las medidas, por ejemplo, para calcular la co-
rrelación entre la inteligencia de los padres y la de los hijos, se toman a cada padre y a cada
hijo independientemente. El coeficiente de esta correlación representa, así, el paralelismo entre
las dos series de medidas. El valor, en cambio, de un “elemento” o constituyente de un
sistema o estructura dinámica, lo determinan los nexos, la red de relaciones y el estado de los
otros miembros del sistema: una misma jugada, por ejemplo, de un futbolista puede ser
genial, puede ser nula y puede ser también fatal para su equipo; todo depende de la ubicación
que tienen en ese momento sus compañeros. La jugada en sí misma no podría valorarse. Lo que
se valora, entonces, es el nivel de sintonía de la jugada con todo el equipo, es decir, su
acuerdo y entendimiento con los otros miembros.

El principio de exclusión de Pauli establece que las leyes-sistema no son derivables de las
leyes que rigen a sus componentes. Las propiedades de un átomo en cuanto un todo se
gobiernan por leyes no relacionadas con aquellas que rigen a sus “partes” separadas; el todo es
explicado por conceptos característicos de niveles superiores de organización.
Si en las ciencias físicas encontramos realidades que necesitan ser abordadas con un
enfoque estructural-sistémico, porque no son simples agregados de elementos, como, por eje-
mplo, un átomo o el sistema solar o un campo electromagnético, ya que no son meros concep-
tos de cosas, sino, básicamente, conceptos de relación, con mucha mayor razón encontraremos
estas estructuras y sistemas en las ciencias biológicas, que se guían por procesos irreductibles
a la simple relación matemática o lineal-causal, como la morfogénesis, la equifinalidad, la
reproducción, el desarrollo, la entropía negativa, etc. Y, sobre todo, debemos reconocer esta
situación en las ciencias del comportamiento y en las ciencias sociales, las cuales añaden a
todo esto el estudio de los procesos conscientes, los de intencionalidad, elección y autodeter-
minación, los procesos creadores, los de autorrealización y toda la amplísima gama de las
actitudes y sentimientos humanos.

Cada uno de estos procesos es ya en sí de un orden tal de complejidad que todo modelo
matemático o formalización resulta ser una sobresimplificación de lo que representa, ya que
empobrece grandemente el contenido y significación de las entidades. Más aún se evidenciará
esta situación cuando estos procesos se entrelazan, interactúan y forman un todo coherente y
lógico, como es una persona, una familia, un grupo social y hasta una cultura específica.

En la medida en que ascendemos en la escala biológica, psicológica y social, en la medida


en que el número de las partes constituyentes o variables y la interacción entre ellas aumentan,
la utilidad, incluso de las técnicas estadísticas multivariables más refinadas, decrece
rápidamente y su inadecuación se pone de manifiesto. De aquí, la necesidad imperiosa e
insoslayable de recurrir a metodologías aptas para captar los nexos estructurales y sistémicos,
como son, en general, las metodologías cualitativas.

3.3. Conocimiento personal


Para el mundo antiguo -señala Ortega y Gasset (1981)- las cosas estaban ahí fuera por sí
mismas, en forma ingenua, apoyándose las unas a las otras, haciéndose posibles las unas a las
otras, y todas juntas formaban el universo... Y el sujeto no era sino una pequeña parte de ese
universo, y su conciencia un espejo donde los trozos de ese universo se reflejaban. La función
del pensar no consistía más que en un encontrar las cosas que ahí estaban, un tropezar con
ellas. Así, el conocimiento no era sino un re-presentar esas cosas en la mente, con una
buena adecuación a las mismas, para ser objetivos. No cabía situación más humilde para el yo,
ya que lo reducía a una cámara fotográfica.

Y ésta es la analogía (cámara oscura) que utilizará después Locke y el empirismo inglés
para concebir el intelecto humano; analogía que, a su vez, será la base del positivismo más
radical del siglo XIX y parte del XX.

Pero la filosofía clásica escolástica había profundizado mucho la relación sujeto-objeto en


el proceso cognoscitivo, tanto desde el punto de vista filosófico como psicológico, y había
llegado a una conclusión que concretó en un aforismo: quidquid recipitur ad modum
recipientis recipitur (lo que se recibe, se recibe de acuerdo a la forma del recipiente);
epistemológicamente: el sujeto da la forma, moldea o estructura el objeto percibido de acuerdo
a sus características idiosincrásicas.
Éste es un cambio radical de la concepción anterior, y se refuerza, indirectamente, cuando
Copérnico, ante 79 problemas de astronomía, que se habían acumulado y no tenían solución
en el sistema tolemaico, geocéntrico, pensó si no sería que el movimiento del Sol, que cada
día salía, subía, bajaba y se ocultaba, estaría, más bien, en el observador, que giraba con la
Tierra, y no en el Sol.

Este cambio copernicano no será sólo un cambio astronómico, será también un cambio
epistemológico, paradigmático, de incalculables consecuencias.

Así, Kant, dos siglos y medio después, en la Crítica de la Razón Pura, introduce una
auténtica revolución epistemológica general. Para él, la mente humana es un participante
activo y formativo de lo que ella conoce. La mente construye su objeto informando la materia
amorfa por medio de formas personales o categorías y como si le inyectara sus propias leyes.
El intelecto es, entonces, de por sí, un constitutivo de su mundo. Y estas ideas no se quedan
encerradas en el ámbito filosófico, sino que trascienden a la cultura general y cristalizan en el
general y universal proverbio: “todas las cosas son del color de la lente con que se miran”.

Hacia fines del siglo pasado, la Psicología de la Gestalt estudiará muy a fondo y
experimentalmente el proceso de la percepción y demostrará que el fondo de la figura o el
contexto de lo percibido, que son los que le dan el significado, serán principalmente obra del
sujeto, y, de esta manera, coincidirá, básicamente, con las ideas de Kant.

En sentido técnico, diremos que en toda observación preexisten unos factores


estructurantes del pensamiento, una realidad mental fundante o constituyente, un trasfondo u
horizonte previo, en los cuales se inserta, que son los que le dan un sentido. Los mecanismos
psicofisiológicos tienen una tendencia natural a funcionar con bloques de información. El dato
o señal que viene de la apariencia del objeto, de las palabras de un interlocutor o de nuestra
memoria activa ese bloque de conocimientos , y esta adscripción del signo o dato en una clase
de experiencia o categoría le da el “significado”, pues lo integra en su estructura o contexto.

A principios de este siglo, estas mismas ideas se hacen presentes y se constatan en el


estudio aun de la naturaleza misma del átomo. En efecto, el aspecto crucial de la teoría
cuántica es que el observador no sólo es necesario para observar las propiedades de los
fenómenos atómicos, sino también para provocar la aparición de estas propiedades. Por
ejemplo, mi decisión consciente -dice Capra- sobre la manera de observar un electrón determi-
nará hasta cierto punto las propiedades (percibidas) de este electrón. Si le hago una pregunta
considerándolo como partícula, me responderá como partícula; si, en cambio, le hago una pre-
gunta considerándolo una onda, me responderá como onda. El electrón no tiene propiedades
objetivas que no dependan de mi mente. En física atómica es imposible mantener la distinción
cartesiana entre la mente y la materia, entre el observador y lo observado (1985, p. 95).

Estas ideas son avaladas hoy día también por los estudios de la Neurociencia (Popper-
Eccles, 1980), que señalan que

...antes de que pueda darme cuenta de lo que es un dato de los sentidos para mí (antes incluso de
que me sea “dado”), hay un centenar de pasos de toma y dame que son el resultado del reto lanzado
a nuestros sentidos y a nuestro cerebro... Toda experiencia está ya interpretada por el sistema
nervioso cien -o mil- veces antes de que se haga experiencia consciente (pp. 483-4).
Sin embargo, es muy conveniente advertir que en este diálogo entre el sujeto y el objeto,
donde interactúan dialécticamente el polo de la componente “externa” (el objeto: con sus
características y peculiaridades propias) y el polo de la componente “interna” (el sujeto: con
sus factores culturales y psicológicos personales), puede darse una diferencia muy notable en
la conceptualización o categorización resultante que se haga del objeto. En la medida en que
el objeto percibido pertenezca a los niveles inferiores de organización (física, química,
biología, etc.) la componente “exterior” jugará un papel preponderante y, por esto, será más
fácil lograr un mayor consenso entre diferentes sujetos o investigadores; en la medida, en
cambio, en que ese objeto de estudio corresponda a niveles superiores de organización
(psicología, sociología, economía, política, etc.), donde las posibilidades de relacionar sus
elementos crece indefinidamente, la componente “interior” será determinante en la estructuración
del concepto, modelo o teoría que resultará del proceso cognoscitivo; de aquí, que la amplitud
del consenso sea, en este caso, inferior.

3.4. Meta-comunicación del Lenguaje Total


El problema que plantea el lenguaje es el siguiente: ¿de qué manera refleja el lenguaje la
realidad?, ¿qué sentido tienen la noción de “reflejo”, y la noción de “realidad”? Una des-
cripción del mundo implica al observador que, a su vez, es parte del mundo.

La postura de Wittgenstein sostenía que no hay ningún segundo lenguaje por el que
podamos comprobar la conformidad de nuestro lenguaje con la realidad.

Pero en toda comunicación siempre hay una meta-comunicación -comunicación acerca de


la comunicación- que acompaña al mensaje. La meta-comunicación generalmente es no-verbal
(como la que proviene de la expresión facial, gestual, mímica, de la entonación, del contexto,
etc.). Esta meta-comunicación altera, precisa, complementa y, sobre todo, ofrece el sentido o
significado del mensaje. Así, la metacomunicación hace que la comunicación total o lenguaje
total de los seres humanos sea mucho más rico que el simple lenguaje que se rige por reglas
sintácticas o lógicas. No todo en el lenguaje es lenguaje; es decir, no todo lo que hay en el
lenguaje total es lenguaje gramatical.

El lenguaje total tiene, además, otra característica esencial que lo ubica en un elevado
pedestal y lo convierte en otro postulado básico de la actividad intelectual del ser humano:
su capacidad autocrítica, es decir, la capacidad de poner en crisis sus propios fundamentos.

El papel activo de la mente autoconsciente consiste precisamente en que se ubica en el


nivel más alto de la jerarquía de controles, desde el cual el “yo” ejerce una función maestra,
superior, interpretativa, autocrítica y controladora de toda actividad cerebral.

El ser humano tiene, a través del lenguaje, entre su riqueza y dotación, la capacidad de
referirse a sí mismo.
Las ciencias humanas se negarían a sí mismas si eliminaran la auto-referencia, es decir, si
evadieran el análisis y el estudio de las facultades cognoscitivas del hombre y el examen
crítico de sus propios fundamentos.

Conforme a la lógica de Tarski, un sistema semántico no se puede explicar totalmente a sí


mismo. Conforme al teorema de Gödel, un sistema formalizado complejo no puede contener en
sí mismo la prueba de su validez, ya que tendrá al menos una proposición que no podrá ser
demostrada, proposición indecidible que pondrá en juego la propia consistencia del sis tema. En
síntesis, ningún sistema cognitivo puede conocerse exhaustivamente ni validarse completamen-
te partiendo de sus propios medios de conocer. Sin embargo, tanto la lógica de Tarski como el
teorema de Gödel nos dicen que es, eventualmente, posible remediar la insuficiencia
auto- cognitiva convirtiendo el sistema cognitivo en objeto de análisis y reflexión a través de
un meta-sistema que pueda abrazarlo (Morin, 1988, p. 25). De esta manera, las reglas, principios,
axiomas, parámetros, repertorio, lógica y los mismos paradigmas que rigen el conocimiento
pueden ser objeto de examen de un conocimiento de “segundo grado”.

Al cobrar conciencia de esta extraordinaria dotación humana, percibimos también que la


auto-limitación que nos imponen las antinomias, paradojas y aporías del proceso cognoscitivo
humano, aun cuando siga siendo una limitación, esa auto-limitación es crítica y, por lo tanto,
sólo parcial, es decir, no desemboca en un relativismo radical.

3.5. Principio de Complementariedad


En esencia, este principio subraya la incapacidad humana de agotar la realidad con una
sola perspectiva, punto de vista, enfoque, óptica o abordaje, es decir, con un solo intento de
captarla. La descripción más rica de cualquier entidad, sea física o humana, se lograría al inte-
grar en un todo coherente y lógico los aportes de diferentes personas, filosofías, métodos y
disciplinas.

La verdadera lección del principio de complementariedad, la que puede ser traducida a


muchos campos del conocimiento, es sin duda esta riqueza de lo real que desborda toda
lengua, toda estructura lógica, toda clarificación conceptual. Ya Aristóteles había señalado que
el ser no se da nunca a sí mismo como tal, sino sólo por medio de diferentes aspectos o
categorías. Es decir, que el ser es, en definitiva, muy evasivo.

Cada uno de nosotros puede expresar solamente, en su juego intelectual y lingüístico, una
parte de esa realidad, ya que no posee la totalidad de sus elementos, ni, mucho menos, de
las relaciones entre ellos. Así como hay 360 ángulos diferentes para ver la estatua ecuestre
que está en el centro de la plaza -y esto, sólo en el plano horizontal, ya que cambiando de
plano serían infinitos-, así puede haber muchas perspectivas complementarias y
enriquecedoras de examinar toda realidad compleja.

Nos encontramos aquí en la misma situación que el espectador que presencia la


exhibición de una obra teatral. Él no puede ocupar sino una butaca y, por consiguiente, no
puede tener más de un punto de vista. Ese puesto puede ser muy bueno para captar
algunas escenas y, quizá, no tan bueno o, incluso, muy malo para otras. Cuando la obra
teatral, en cambio, es transmitida por TV, se colocan 6 u 8 camarógrafos en los puntos más
antagónicos y opuestos, y
el director de la transmisión va escogiendo y alternando sucesivamente los enfoques de las
diferentes cámaras. Así, tenemos la visión desde la izquierda, desde la derecha, desde el
centro, de cerca, de lejos, etc. como si saltáramos de una butaca a otra; es decir, tenemos la
complementariedad y riqueza de diferentes puntos de vista. Esta misma lógica es la que usa el
buen fotógrafo cuando en una fiesta, para capturar las mejores escenas, se mueve ágilmente en
todo el espacio disponible. Sólo así podrá después crear un bello álbum de la fiesta.

Todo ser humano ha nacido y crecido en un contexto y en unas coordenadas socio-


históricas que implican unos valores, intereses, fines, propósitos, deseos, necesidades, inten-
ciones, temores, etc. y ha tenido una educación y una formación con experiencias muy
particulares y personales. Todo esto equivale a habernos sentado en una determinada butaca
para presenciar y vivir el espectáculo teatral de la vida. Por esto, sólo con el diálogo y con
el intercambio con los otros espectadores -especialmente con aquellos ubicados en posiciones
contrarias- podemos lograr enriquecer y complementar nuestra percepción de la realidad. No es
suficiente que nos imaginemos cómo serían las cosas desde otros puntos de vista, aunque ello,
sin duda, nos ayuda.

El principio de complementariedad no sólo se hizo famoso en la física, para dirimir una de


sus fundamentales controversias y generando una formidable revolución epistémica, sino que,
aplicado a la comprensión de las realidades en general, podemos concretarlo en los siguientes
puntos: a) un determinado fenómeno se manifiesta al observador en modos conflictivos; b) la
descripción de este fenómeno depende del modo de observarlo; c) cada descripción es
“racional”, esto es, tiene una lógica consistente; d) ningún modelo puede subsumirse o
incluirse en otro; e) ya que, supuestamente, se refieren a una misma realidad, las descripciones
complementarias no son independientes una de otra; f) los modos alternos de descripción
llevan a predicciones, a veces, incompatibles; g) ninguno de los modelos complementarios de
un determinado fenómeno es completo (Ornstein, 1973, p. 31).

En consecuencia, es necesario enfatizar que resulta muy difícil, cuando no imposible, que
se pueda siempre demostrar la prioridad o exclusividad de una determinada disciplina, teoría,
modelo o método (o cualquier otro instrumento conceptual que se quiera usar) para la
interpretación de una realidad específica, especialmente cuando esa conceptualización es muy
simple o reduce esa realidad a niveles inferiores de organización, como son los biológicos, los
químicos o los físicos.

En conclusión, el paradigma postpositivista es un paradigma enteramente nuevo, no


reconciliable con otros y, menos, con el positivista. Los acercamientos, acomodaciones y
compromisos no son aquí más posibles que entre la astronomía ptolemaica y la de Galileo,
entre la teoría del flogisto y la del oxígeno, entre la física newtoniana y la mecánica cuántica o
entre un motor de explosión y uno eléctrico. Se trata de un sistema de ideas basado
fundamentalmente en supuestos no sólo diferentes, sino también contrastantes. No se pueden
integrar y seguir dos paradigmas al mismo tiempo, como no se puede jugar al ajedrez con dos
sistemas de reglas diferentes.
Un nuevo paradigma exige el derrocamiento del viejo, y no precisamente una adición a
las teorías precedentes. Los datos familiares son vistos de una manera enteramente nueva y los
términos antiguos adquieren una significación diferente.

El cambio de paradigma, en una persona, aunque madura lentamente, se efectúa de golpe,


como el trueque de una forma visual, como el cambio de gestalt o el cambio en una
conversión religiosa o ideológica. La rivalidad entre paradigmas no es la clase de batallas que
pueden ganarse con demostraciones... y, menos aún, con imposiciones; sólo la favorece una
auténtica y sincera invitación a ver las cosas como las vemos nosotros, seguros de que en la
medida en que ello sea beneficioso para alguien, llegará a hacer el cambio de gestalt.

4. Implicaciones para la Investigación


El modelo de ciencia que se originó a partir del Renacimiento sirvió de base para el
avance científico y tecnológico de los siglos posteriores. Sin embargo, la explosión de los
conocimientos, de las disciplinas, de las especialidades y de los enfoques que se ha dado en el
siglo XX y la reflexión epistemológica encuentran ese modelo tradicional de ciencia no sólo
insuficiente, sino, sobre todo, inhibidor de lo que podría ser un verdadero progreso, tanto
particular como integrado, de las diferentes áreas del saber.

Es de esperar que el nuevo paradigma emergente sea el que nos permita superar el
realismo ingenuo, salir de la asfixia reduccionista y entrar en la lógica de una coherencia inte-
gral, sistémica y ecológica, es decir, entrar en una ciencia más universal e integradora, en una
ciencia verdaderamente interdisciplinaria.

La naturaleza es un todo polisistémico que se rebela cuando es reducido a sus elementos.


Y se rebela, precisamente, porque, así, reducido, pierde las cualidades emergentes del “todo” y
la acción de éstas sobre cada una de las partes.

Este “todo polisistémico”, que constituye la naturaleza global, nos obliga, incluso, a dar
un paso más en esta dirección. Nos obliga a adoptar una metodología interdisciplinaria para
poder captar la riqueza de la interacción entre los diferentes subsistemas que estudian las
disciplinas particulares. No se trata simplemente de sumar varias disciplinas, agrupando sus
esfuerzos para la solución de un determinado problema, es decir, no se trata de usar una cierta
multidisciplinariedad, como se hace frecuentemente. La interdisciplinariedad exige respetar la
interacción entre los objetos de estudio de las diferentes disciplinas y lograr la integración de
sus aportes respectivos en un todo coherente y lógico. Esto implica, para cada disciplina, la
revisión, reformulación y redefinición de sus propias estructuras lógicas individuales, que
fueron establecidas aislada e independientemente del sistema global con el que interactúan. Es
decir, que sus conclusiones particulares ni siquiera serían “verdad” en sentido pleno.

Las estructuras lógicas individuales pueden conducir a cometer un error fatal, como hace
el sistema inmunológico que, aunque funcione maravillosamente para expulsar toda intrusión
extraña en el organismo, procede de igual forma cuando rechaza el corazón que se le ha trans-
plantado a un organismo para salvarlo. En la lógica del sistema inmunológico no cabe esta
situación: ¡ese corazón es un cuerpo extraño... y punto! La ciencia universal que necesitamos
hoy día debe romper e ir más allá del cerco de cada disciplina.

Teniendo esto presente, nos preguntamos: ¿qué es, entonces, un conocimiento


interdisciplinario, una visión interdisciplinaria de un hecho o de una realidad cualquiera? Sería
la aprehensión de ese hecho o de esa realidad en un “contexto más amplio”, y ese contexto lo
ofrecerían las diferentes disciplinas invocadas en el acto cognoscitivo, las cuales interactúan
formando o constituyendo un todo con sentido para nosotros. Así, por ejemplo, un acto
criminal, cometido por un delincuente, sería mejor “conocido” o “comprendido” en la medida
en que se ilumine toda la red de relaciones que dicho acto tiene con las áreas de estudio que
constituyen el objeto de diferentes disciplinas: taras hereditarias (genética), nexos psicológicos
(psicología), ambiente socioeconómico (sociología), carencia afectiva (educación), etc.

El traer a colación todas estas disciplinas, permitirá “conocer más profundamente” el acto
criminal, añadiéndole relaciones o elementos “atenuantes” o “agravantes”, según el caso. Esto
es precisamente lo que hace el juez sabio en un proceso judicial para encontrar la “verdad”
de los hechos y emitir un veredicto justo: mediante el uso de un procedimiento argumentativo
y a través de un conflicto de interpretaciones (refutación de excusas, pruebas de testigos,
demostraciones del abogado acusador o defensor, rechazo de falsas evidencias, etc.) llega a
establecer la interpretación final, el veredicto (dicho verdadero), el cual, sin embargo, es
todavía apelable.

Este procedimiento del juez es, en cierto modo, un modelo ejemplar del nuevo paradigma,
ya que: (1) su forma es plenamente dialéctica (cada cosa va influyendo y cambiando el curso
de las demás); (2) un dato, un hecho o una prueba pueden cambiar totalmente la interpretación
del conjunto; (3) se llevan a sus posiciones extremas y consecuencias las dos visiones
fundamentales del problema (culpabilidad o inocencia del reo), por las partes acusadora y
defensora, y (4) toda interpretación será siempre relativa y provisional.

Podríamos, incluso, ir más allá y afirmar que la mente humana, en su actividad normal y
cotidiana, sigue las líneas matrices del nuevo paradigma. En efecto, en toda toma de
decisiones, la mente estudia, analiza, compara, evalúa y pondera los pro y los contra, las
ventajas y desventajas de cada opción o alternativa, y su decisión es tanto más sabia cuantos
más hayan sido los ángulos y perspectivas bajo los cuales haya sido analizado el problema en
cuestión. Por consiguiente, la investigación científica con el nuevo paradigma consistiría,
básicamente, en llevar este proceso natural a un mayor nivel de rigurosidad, sistematicidad y
criticidad. Esto es precisamente lo que tratan de hacer las metodologías que adoptan un
enfoque hermenéutico, fenomenológico, etnográfico, etc., es decir, un enfoque cualitativo que
es, en su esencia, estructural-sistémico (ver Martínez M., 1994, 1996).

De esta manera, la intuición creadora se podría explicar como el resultado de un


conocimiento tácito (en el sentido que le da Polanyi, 1969) que emerge naturalmente cuando
adoptamos un enfoque interdisciplinario o, dentro de una sola disciplina, una perspectiva más
amplia y rica en información. Sería algo similar a una visión binocular, donde la visión
combinada del ojo derecho e izquierdo produce una percepción tridimensional, no porque los
dos ojos vean lados diferentes, sino porque las diferencias entre las dos imágenes capacitan al
cerebro para computar una dimensión que es, en sí, invisible.

En el campo académico, la fragmentación del saber en múltiples disciplinas no es algo


natural sino algo debido a las limitaciones de nuestra mente. Ya Santo Tomás en su tiempo
tomó conciencia de esta realidad: “lo que constituye la diversidad de las ciencias -dice él- es
el distinto punto de vista bajo el que se mira lo cognoscible” (Suma Teológica, I, q.1, a.1).

Por lo tanto, cada disciplina deberá hacer una revisión, una reformulación o una
redefinición de sus propias estructuras lógicas individuales, ya que sus conclusiones, en la
medida en que hayan cortado los lazos de interconexión con el sistema global de que forman
parte, serán parcial o totalmente erróneas.

Estamos poco habituados todavía al pensamiento “sistémico-ecológico”. El pensar con


esta categoría básica, cambia en gran medida nuestra apreciación y conceptualización de la
realidad. Pero nuestra mente no sigue sólo una vía causal, lineal, unidireccional, sino, también,
y, a veces, sobre todo, un enfoque modular, estructural, dialéctico, gestáltico,
interdisciplinario, donde todo afecta e interactúa con todo, donde cada elemento no sólo se de-
fine por lo que es o representa en sí mismo, sino, y especialmente, por su red de relaciones
con todos los demás.

Esta orientación metodológica hace énfasis en la importancia de los enfoques estructural,


sistémico, gestáltico y humanista para una adecuada comprensión de las realidades más
típicamente humanas; en la importancia de adoptar inicialmente una actitud exploratoria y de
apertura mental para comprender estas realidades así como existen y se presentan en sí mis-
mas, sin contaminación de medidas formales o problemas y variables preconcebidos (pers-
pectiva fenomenológica); en la conveniencia de captar los eventos con el significado que
tienen para quienes están en ese medio; en el uso de un marco interpretativo que destaca el
papel importante del conjunto de variables en su contexto natural y dentro de su sistema
funcional; y en la descripción de los resultados con riqueza de detalles y tan vívidamente que
el lector pueda tener una vivencia profunda de lo que es esa realidad (enfoque etnográfico).

Ahora bien, todo esto no es posible de lograr con una lógica simple, puramente deductiva
o inductiva; requiere una lógica dialéctica, en la cual las partes son comprendidas desde el
punto de vista del todo y viceversa. En efecto, la lógica dialéctica supera la causación
lineal, unidireccional, explicando los sistemas auto-correctivos, de retro-alimentación y
pro- alimentación, los circuitos recurrentes y aun ciertas argumentaciones que parecieran
ser “circulares”.

Por esto, se necesita una lógica más completa, una lógica de la transformación y de la
interdependencia, una lógica que sea sensible a esa complicada red dinámica de sucesos que
constituye nuestra realidad. Necesitaríamos, para nuestro cerebro, un nuevo “sistema
operativo”, un nuevo “software”: pero, notaríamos –como ya señaló Galileo en su tiempo
cuando no le comprendían las ideas heliocéntricas– que para ello “es preciso, en primer lugar,
aprender a rehacer el cerebro de los hombres ” (1968, pág. 119).
5. Conclusión
Esta teoría de la racionalidad o esquema de comprensión e inteligibilidad de la realidad
constituye un paradigma emergente, es decir, un paradigma que brota de la dinámica y dia-
léctica histórica de la vida humana y se impone, cada vez con más fuerza y poder convincente,
a nuestra mente inquisitiva.

Su fuerza y su poder radican en la solidez de la idea central de los cinco principios


fundamentales o “postulados” descritos.

La tendencia al orden en los sistemas abiertos supera el carácter simplista de la explica-


ción causal lineal y unidireccional y la ley de la entropía, establecida por el segundo principio
de la termodinámica (ley de degradación constante), y nos pone ante el hecho cotidiano de la
emergencia de lo nuevo y de lo imprevisto, como fuentes de nueva coherencia.

La ontología sistémica y su consiguiente metodología interdisciplinaria cambian


radicalmente la conceptualización de toda entidad. En las ciencias humanas, por ejemplo, las
acciones pierden el valor que tienen por lo que son en sí, aisladamente, y son vistas e
interpretadas por la función que desempeñan en la estructura total de la personalidad. El acto
humano se define por la red de relaciones que lo liga al todo. El acto en sí no es algo
humano: lo que lo hace humano es la intención que lo anima, el significado que tiene para un
actor, el propósito que alberga, la meta que persigue; en una palabra, la función que
desempeña en la estructura de su personalidad.

El conocimiento personal supera la imagen simplista que tenían los antiguos y la misma
orientación positivista de un proceso tan complejo como es el proceso cognoscitivo, y resalta
la dialéctica que se da entre el objeto y el sujeto y, sobre todo, el papel decisivo que juegan la
cultura, la ideología y los valores del sujeto en la conceptualización y teorización de las
realidades complejas.

La meta-comunicación y la auto-referencia nos ponen frente a una riqueza y dotación


del espíritu humano que parecen ilimitados por su capacidad crítica y cuestionadora, aun de sus
propias bases y fundamentos, por su poder creador, por su habilidad para ascender a un
segundo y tercer nivel de conocimiento y por su aptitud para comunicar a los semejantes el
fruto de ese conocimiento.

A su vez, el principio de complementariedad -que, en cierto modo, es un corolario de la


ontología sistémica, ya que el todo (el sistema, la estructura) es producido por la actividad
cognitiva individual- trata de integrar en forma coherente y lógica las percepciones de varios
observadores, con sus filosofías, enfoques y métodos, consciente de que todo conocimiento es
relativo a la matriz epistémica de que parte y, por eso mismo, ofrece un valioso aporte para
una interpretación más rica y más completa de la realidad que, a su vez, será una visión
interdisciplinaria. Esta tarea que en sí pudiera asustar a cualquiera, quizá no sea esencialmente
diferente de la que realiza el fotógrafo aludido al crear su álbum de la fiesta. Sin embargo,
implica el paso de una teoría de la racionalidad lineal, inductivo-deductiva, a una estructural-
sistémica.
La epistemología actual ha ido logrando una serie de metas que pueden formar ya un
conjunto de postulados irrenunciables, como los siguientes: toda observación es relativa al
punto de vista del observador (Einstein); toda observación se hace desde una teoría
(Hanson); toda observación afecta al fenómeno observado (Heisenberg); no existen
hechos, sólo interpretaciones (Nietzsche); estamos condenados al significado (Merleau-
Ponty); ningún lenguaje consistente puede contener los medios necesarios para definir su
propia semántica (Tarski); ninguna ciencia está capacitada para demostrar científicamente
su propia base (Descartes); ningún sistema matemático puede probar los axiomas en que se
basa (Gödel); la pregunta ¿qué es la ciencia? no tiene una respuesta científica (Morin). Estas
ideas matrices conforman una plataforma y una base lógica conceptual para asentar todo
proceso racional con pretensión “científica”, pero coliden con los parámetros de la
racionalidad científica clásica tradicional.

A pesar de que llevamos ya casi un siglo desde los años en que se realizó la más grande
de las revoluciones en la ciencia (en la física), más de 50 años de la superación del
positivismo lógico y casi 30 desde la fecha en que se levantó su acta de defunción, “por
dificultades internas insuperables”, en un Simposio Internacional sobre Filosofía de la
Ciencia (Urbana, EE.UU., 1969; ver Suppe, 1979), -con el consiguiente abandono ideológico
por parte de la gran mayoría de los epistemólogos-, frecuentemente, muchos académicos se
encuentran en graves aprietos conceptuales -epistemológicos y metodológicos-, comprensibles
y justificables en personas de avanzada edad, pero no tanto en las mentes jóvenes que no
deseen envejecer prematuramente.

Quizá, esté sucediendo aquí lo mismo que pasó en tiempos de Copérnico con el
paradigma geocéntrico de Ptolomeo: aunque el cambio y adopción del paradigma heliocéntrico era
claro y lógico bajo el punto de vista conceptual, la inercia mental, las rutinas y los hábitos
intelectuales, por un lado, y, por el otro, los intereses creados retardaron por más de un siglo
su aceptación.

Parece evidente que cada vez es más imperiosa la necesidad de un cambio fundamental de
paradigma científico. Los modelos positivistas y mecanicistas quedarían ubicados dentro del
gran paradigma del futuro, al igual que la física newtoniana quedó integrada dentro de la
relativista moderna como un caso de ella. Asimismo, la lógica clásica y los axiomas aristoté-
licos, aunque indispensables para verificar enunciados parciales, darían paso a procesos
racionales menos rigidizantes y asfixiantes a la hora de enfrentar un enunciado complejo o
global.

Lo más claro que emerge de todo este panorama es que el término “ciencia” debe ser
revisado. Si lo seguimos usando en su sentido tradicional restringido de “comprobación
empírica”, tendremos que concluir que esa ciencia nos sirve muy poco en el estudio de un gran
volumen de realidades que hoy constituyen nuestro mundo actual. Pero si queremos abarcar
ese amplio panorama de intereses, ese vasto radio de lo cognoscible, entonces tenemos que
extender el concepto de ciencia, y también de su lógica, hasta comprender todo lo que nuestra
mente logra a través de un procedimiento riguroso, sistemático y crítico, y que, a su vez, es
consciente de los postulados que asume.
Por todo ello, cabe concluir enfatizando que la ciencia no alberga ningún absoluto ni
ninguna verdad final. Tiene sus comienzos en compromisos con postulados y presupuestos, los
cuales serán modificados en la medida en que nuevos hechos contradigan las consecuencias
derivadas de ellos. La ciencia tendrá problemas eternos pero no podrá dar respuestas eternas.
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* Síntesis de la obra “ EL PARADIGMA EMERGENTE: Hacia una Nueva Teoría de la Racionalidad Científica”, 2da edición,
México: Editorial Trillas, 1997.

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