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Unidad 3

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UNIDAD 3: DE LA RESPONSABILIDAD

EXTRACONTRACTUAL

Concepto de Responsabilidad.

Dentro del ámbito jurídico podemos afirmar que una persona


tiene responsabilidad cuando está obligada a resarcir, reparar
o indemnizar todo perjuicio causado a otra, sea porque
habiendo contratado con él, incumplió alguna obligación
derivada de ese contrato, sea porque incurrió en una
conducta culpable o dolosa que le ha producido daño, sea
porque incumplió una obligación derivada de la ley o un
cuasicontrato.

En Chile, no existen las llamadas “indemnizaciones


punitivas”, que se caracterizan porque exceden del perjuicio
efectivo sufrido por la victima y que cumplen una función
vindicativa y preventiva.

Tipos de responsabilidad.

Responsabilidad: Penal y Civil. Ésta última, a su vez, puede


ser: a) Contractual; b) Extracontractual; c) precontractual y
d) poscontractual.

La Responsabilidad Penal proviene de la comisión de un


delito o cuasidelito penal, es decir, toda acción u omisión
voluntaria penada por la ley. La responsabilidad penal es
ajena a la idea de daño. La ley sanción delitos o cuasidelitos
que pueden no causar daño, como, por ejemplo, la
conducción en estado de ebriedad. Lo que tipifica la
responsabilidad penal es que se trate de una conducta penada
por la ley. Ninguna acción puede ser castigada si falta un
texto legal que la prohíba o sancione.

Noción de Responsabilidad Civil.

En términos generales podemos decir que “una persona es


responsable civilmente siempre que debe reparar un daño”.
Cuando una persona ocasiona un daño a otra, surge entre
ellas una obligación, en que la víctima pasa a ser el acreedor
y el causante del daño el deudor. El artículo 1437 del Código
Civil expresa lo que venimos diciendo al establecer que las
obligaciones nacen “a consecuencia de un hecho que ha
inferido injuria o daño a otra persona, como en los delitos y
cuasidelitos…”

Pablo Rodríguez define la Responsabilidad civil diciendo


que “consiste en el deber jurídico de reparar los daños o
perjuicios que se producen con ocasión del incumplimiento
de una obligación”, entendiendo por obligación “un deber de
conducta tipificado en la ley: “Si dicha conducta no se
despliega, quien la infringe debe indemnizar los perjuicios
que de ello se siguen”.

Lo que caracteriza la responsabilidad civil es el daño. Si éste


falta no hay responsabilidad civil. Sin embargo, se ha
sostenido que en la responsabilidad contractual mas
importante que el daño es el incumplimiento culpable de una
obligación, lo que aparecería confirmado por los artículos
1542 (Clausula Penal), y 1559 nº2 (Evaluación de perjuicios
legales), casos en que existe responsabilidad sin daño
efectivo. El profesor Ramos Pazos piensa que los casos
mencionados anteriormente mas que constituir excepciones a
la regla de que no hay responsabilidad civil sin daño, lo que
hacen es establecer verdaderas presunciones de derecho de la
existencia de perjuicios.

En el caso de que el daño provenga de no haberse cumplido


una obligación contractual o de haberse cumplido imperfecta
o tardíamente, estamos frente a la responsabilidad
contractual que se manifiesta en la obligación de indemnizar
perjuicios (Art.1556). Nótese que no basta con que las
personas se encuentren ligadas por un contrato para estimar
que la responsabilidad es contractual porque, como dice
Ducci Claro, “aunque dos personas se encuentren ligadas por
un contrato, si el daño que una causa a la otra no proviene de
la violación de una obligación contractual, estaremos en
presencia de una responsabilidad extracontractual y no de
responsabilidad contractual.

La responsabilidad será extracontractual cuando con dolo o


culpa se causa daño a otro, que no importe incumplimiento
de un contrato.

La diferencia entre la responsabilidad civil contractual y


extracontractual es clara: En la primera se ha incumplido,
culpable o dolosamente, una obligación derivada de un
contrato. Si ese incumplimiento causa perjuicios, éstos
deben ser indemnizados. En eso estriba la responsabilidad
contractual. Alessandri enseña que “la responsabilidad
contractual es la que proviene de la violación de un contrato:
consiste – dice – en la obligación de indemnizar al acreedor
el perjuicio que le causa el incumplimiento del contrato o su
cumplimiento tardío o imperfecto (art.1556). En la
responsabilidad extracontractual, en cambio, el daño
proviene de la comisión de un delito o cuasidelito civil, esto
es, un hecho ilícito cometido con intención de dañar que
causa daño (delito civil, art.2284, Inc.3) o de un hecho ilícito
culpable, cometido sin intención de dañar, que causa daño
(cuasidelito civil, art.2284, Inc.4). El artículo 2314 del
Código Civil expresa que: “El que ha cometido un delito o
cuasidelito que ha inferido daño a otro es obligado a la
indemnización, sin perjuicio de la pena que la impongan las
leyes por el delito o cuasidelito”. La misma idea está
reiterada en el artículo 2329 primera parte: “Por regla
general, todo daño que pueda imputarse a malicia o
negligencia de otra persona debe ser reparado por ésta”.

Responsabilidad Precontractual.

Según la doctrina, ella se va a producir en aquellos negocios


que por su carácter complejo no pueden ser concluidos en un
solo acto, pues presuponen prolongadas conversaciones
previas. Un autor explica que estos tratos preliminares
resultan forzosos en ciertos contratos por su gran
importancia o compleja elaboración, y cita como ejemplos
proyectos de empréstitos, la fundación de sociedades. Se la
ha definido “como aquella en que incurre una parte si con
dolo o culpa causa a la otra un daño injusto en el desarrollo
de la formación del contrato o en el período previo de las
tratativas o negociaciones preliminares”.

El Código Civil no reglamenta en forma especial este tipo de


responsabilidad, vacío que suple, en algunos aspectos, el
Código de Comercio, en sus artículos 98 y 100. Según el
primero, si el destinatario de la oferta da extemporáneamente
su aceptación, el proponente será obligado, bajo
responsabilidad de daños y perjuicios, a dar pronto aviso de
su retractación (art.98 inc. final). El segundo agrega que “la
retractación tempestiva impone al proponente la obligación
de indemnizar los gastos que la persona a quien fue
encaminada la propuesta hubiere hecho, y los daños y
perjuicios que hubiere sufrido” (Art.100 inc.1º).

Fundamentos de la Responsabilidad Precontractual, en


los casos no cubiertos por el Código de Comercio.

Se estima que la responsabilidad precontractual puede


afincarse en el artículo 1546 del Código Civil, pues si bien
esta disposición está referida a la ejecución de los contratos
– “Los contratos deben ejecutarse de buena fe” – consagra
un principio de aplicación mas amplia que debe presidir la
relación negocial en todo su desarrollo. También puede
fundarse en las normas de responsabilidad extracontractual
según las cuales todo el que culpablemente causa un daño a
otro debe indemnizarlo.

Responsabilidad Poscontractual.

En ciertos casos una de las partes de un contrato puede


responder a la otra con posterioridad a su extinción. En
principio, podría parecer que terminado el contrato ya no
habría ningún tipo de vinculación ni obligación entre las
partes; pero existen situaciones donde no obstante la
finalización del contrato, siguen vigentes ciertas
obligaciones.

Diferencias entre la responsabilidad contractual y


extracontractual.

Entre estos dos tipos de responsabilidad hay claras


diferencias que derivan de que en la responsabilidad
contractual existe entre las partes un vínculo jurídico
preexistente, que crea una obligación que una de ellas no
cumple. En cambio, en la extracontractual no existe ninguna
relación jurídica previa. Se trata de personas extrañas. Lo
que ocurre es que una de ellas, actuando con dolo o culpa,
causa un daño a la otra, y de allí surge la obligación de
indemnizar, que tiene su fuente en el hecho ilícito.
Recordemos que el artículo 1437 menciona entre las fuentes
de las obligaciones a los delitos y cuasidelitos, definidos en
el artículo 2284 incisos 3 y 4.

Diferencias:

a.- En materia de capacidad: La responsabilidad contractual


supone en las partes capacidad para contratar, esto es, en
términos generales, 18 años de edad (art.26). En la
extracontractual, la plena capacidad se adquiere a los 16
años, pero el mayor de 7 años y menor de 16 puede ser capaz
si el tribunal determina que obró con discernimiento
(art.2319).

b.- En materia de culpa: En la responsabilidad contractual la


culpa admite grados: grave, leve y levísima (art.44). Ello se
explica porque al existir un contrato entre las partes, la ley
les exige diversos grados de cuidado, según sea la naturaleza
del contrato. Así, en aquellos que solo favorezca al deudor
(comodato por ejemplo), tiene éste un grado mayor de
responsabilidad, debiendo actuar “con aquella esmerada
diligencia que un hombre juicioso emplea en la
administración de sus negocios importantes” (lo que
significa que responde hasta de culpa levísima; en aquellos
en que solo se favorezca al acreedor (depósito, por ejemplo)
la responsabilidad del deudor es menor, respondiendo
únicamente si ha actuado sin el cuidado “que aún las
personas negligentes y de poca prudencia suelen emplear en
sus negocios propios (es decir responde solo de culpa grave);
y, finalmente si el contrato favorece a ambas partes, el
deudor solo va a responder si actuó sin aquella diligencia o
cuidado que los hombres emplean ordinariamente en sus
negocios propios (artículos 44 y 1547). De acuerdo a lo que
venimos diciendo, en materia contractual no toda culpa hace
incurrir en responsabilidad al deudor, ello dependerá del
grado de cuidado que según la naturaleza del contrato estaba
obligado a observar.

En cambio, como en la responsabilidad extracontractual no


existe un vínculo jurídico previo, no puede haber diversos
grados de cuidado. Por ello, cualquier falta de diligencia,
cualquier descuido o negligencia que cause perjuicios a otro,
genera la obligación de indemnizar.

c.- En la responsabilidad contractual es necesario constituir


en mora al deudor: Ya que del artículo 1557 señala que “se
debe la indemnización de perjuicios desde que el deudor se
ha constituido en mora”. No acontece lo mismo en la
responsabilidad extracontractual, en que la obligación de
indemnizar deriva de la sola existencia del hecho ilícito, por
lo que, como lo ha dicho la jurisprudencia, su autor está en
mora de indemnizar el daño de pleno derecho.

d.- En cuanto a la extensión de la reparación: En la


responsabilidad contractual, la regla es que el deudor
responde de los perjuicios directos previstos, salvo que haya
actuado con dolo, caso en que también pasa a responder de
los perjuicios directos imprevistos (Art.1558). Aun cuando
algunos lo discuten, debe también responder del daño moral
siempre que, por la naturaleza del contrato, su infracción sea
capaz de producir ese tipo de daño. En la responsabilidad
extracontractual, en cambio, se responde de todo daño
sufrido por la víctima, por lo que no hay ninguna duda que la
indemnización abarca el daño moral, pues el artículo 2329 es
muy claro al señalar que “por regla general todo daño que
pueda imputarse a malicia o negligencia de otra persona,
debe ser reparado por ésta”.

Cabe agregar que, en la actualidad, tanto doctrina como


jurisprudencia, dan lugar a la indemnización del daño moral
en la responsabilidad contractual.

e.- En cuanto a la solidaridad: Cuando el hecho ilícito es


cometido por varias personas, la responsabilidad de cada uno
de ellos es solidaria (Art.2317). No ocurre lo mismo en la
responsabilidad contractual, en que cada uno responde por
su cuota, a menos que se haya estipulado lo contrario o lo
disponga la ley (Art.1511). Es útil precisar que hay quienes
piensan que, si el incumplimiento contractual se produce con
dolo o culpa grave, la responsabilidad sería solidaria. Ello en
virtud del artículo 2317 Inc.2º C.c., norma que a pesar de
estar ubicada en el título de la responsabilidad
extracontractual, tendría aplicación en la responsabilidad
contractual porque de no entender que tiene ese alcance,
carecería de utilidad desde el momento que no haría otra
cosa que repetir lo dicho en el inciso primero.

f.- En lo relativo a la prueba: En este punto se halla la


diferencia más relevante entre ambos tipos de
responsabilidad, pues en la extracontractual, la culpa debe
probarla quien alega la existencia del hecho ilícito, ya que
constituye un elemento de la acción (art.1698 cc). No ocurre
lo mismo en la responsabilidad contractual, ya que al
establecer el artículo 1547 que “la prueba de la diligencia o
cuidado incumbe al que ha debido emplearlo” está
invirtiendo el onus probandi. De acuerdo a esta disposición,
es el contratante que incumple el que tiene que probar que
actuó con la debida diligencia, lo que implica afirmar que la
ley presume su culpa. Lo único que debe probar el actor es la
existencia del contrato, fuente de la obligación incumplida.
El artículo 1671, al tratar de la pérdida de la especie o
cuerpo cierto que se debe, confirma el mismo principio:
“Siempre que la cosa perece en poder del deudor, se presume
que ha sido por hecho o culpa suya”.

g.- En materia de prescripción: La prescripción de las


acciones para hace efectiva la responsabilidad contractual se
rige por norma del artículo 2515 Cc., es decir, que será por
regla general de 5 años contados desde que la obligación se
hizo exigible. En cambio, la acción para hacer efectiva la
responsabilidad extracontractual prescribe en 4 años,
contados desde la perpetración del hecho (Art.2332).

Consecuencia importante de ser responsabilidades


distintas.

Estando reguladas la responsabilidad contractual y


extracontractual por reglas diferentes se debe entender que
quien demanda indemnización de perjuicios debe precisar
qué responsabilidad está invocando, puesto que la fuente de
la obligación en uno y otro caso es distinta. En una es el
incumplimiento de un contrato, en el otro, la existencia de un
delito o cuasidelito. La causa de pedir – fundamento
inmediato del derecho deducido en juicio, según el art.177
CPC inc. Final – no es la misma. No se trata simplemente de
aplicar el aforismo “iura novit curia”, según el cual las partes
señalan los hechos y el derecho lo aplica el juez, pues éste
debe indicar en su fallo “las consideraciones de hecho y de
derecho que sirven de fundamento a su sentencia (Art.170
Nº4 CPC). Naturalmente que puede demandarse un tipo de
indemnización y, en subsidio, la otra.
Se ha fallado que si bien son distintas las responsabilidades
contractual y extracontractual, en la medida que ambas
pueden justificar de diversa manera la indemnización que en
uno y otro caso se demande, no lo es menos que cualquiera
sea la sede en que se invoque la reparación, esa siempre será
una misma: el resarcimiento de los perjuicios causados por
un ilícito del demandado, sin que haga diferencia alguna la
naturaleza de las normas infringidas por el agente del daño;
en consecuencia, a lo sumo, podría convenirse que en la
alegación de una u otra responsabilidad podría constituir una
diversa causa de pedir, pero no un diferente objeto o cosa
pedida.

Responsabilidad legal.

El que incumple una obligación legal incurre en


responsabilidad. Pablo Rodríguez enfatiza que las
obligaciones legales pueden nacer directamente de la ley,
“con independencia de la conducta o de los actos que ejecuta
el sujeto que soporta el deber de conducta”; o como
consecuencia de que el sujeto describa la hipótesis contenida
en la ley. Pone como ejemplo del primer caso el artículo
2125 inc.2º; y como ejemplo del segundo, el inciso 1º de la
misma norma. Esta disposición establece en su inciso 1º que
“las personas que por su profesión u oficio se encargan de
negocios ajenos, están obligados a declarar lo más pronto
posible si aceptan o no el encargo que una persona ausente
les hace y transcurrido un término razonable, su silencio se
mirará como aceptación. Y en el inciso 2º agrega que “aún
cuando se excusen del encargo, deberán tomar las
providencias conservativas urgentes que requiera el negocio
que se les encomienda”. La responsabilidad que se genera en
ambos incisos tiene su origen en la ley. En el caso del inciso
1º, la ley ha establecido una forma especial de reparación,
que consiste en tener al silencio como aceptación; y en el
inciso 2º, el incumplimiento de la obligación que allí se
consigna genera la obligación de indemnizar perjuicios,
obligación que tiene su fuente directamente en la ley. Este
autor señala algunas características de las obligaciones
legales:

1.- Pueden hallarse sujetas al sistema objetivo o subjetivo de


responsabilidad;

2.- No se presumen y deben estar contempladas en la ley o


imponerse en una sentencia judicial que integra alguna
laguna legal;

3.- Se rigen por las disposiciones generales del Código Civil


y por sus leyes complementarias, si las hubiere;

4.- Deben considerarse obligaciones legales las que nacen de


la costumbre, por cuanto ésta sólo tiene fuerza jurídica
cuando la ley se remite a ella (en derecho civil) o en el
silencio de la ley (en materia comercial), en ambos casos por
mandato normativo expreso.

Responsabilidad cuasicontractual.

En Chile, el artículo 1437 contempla, entre las fuentes de las


obligaciones, a los cuasicontratos. El código no los define,
pero señala sus elementos en los artículos 1437 y 2284.
Estas disposiciones llevan a Stitchkin a conceptualizarlas
como “el hecho voluntario, lícito, no convencional, que
genera obligaciones”. Para él, las obligaciones derivadas de
los cuasicontratos son legales. Según Pablo Rodríguez, en
los cuasicontratos la obligación nace “precisamente, por el
hecho de desarrollarse una hipótesis descrita en la ley y que
no importa la celebración de un contrato ni la ejecución de
un hecho ilícito”. Luego, para este profesor la
responsabilidad derivada de los cuasicontratos es un tipo de
responsabilidad legal que se va a producir únicamente
cuando el sujeto ejecute la conducta descrita en la hipótesis
legal. En los cuasicontratos – dice este autor – “antes de que
nazca la obligación, se atraviesa por la ejecución de la
conducta descrita en la hipótesis, lo que no sucede en la
obligación propiamente legal, en que se impone un deber de
conducta con prescindencia absoluta del sujeto que actúa
como destinatario de la norma”.

Responsabilidad de Derecho Común.

El artículo 1547 al establecer los distintos grados de culpa se


refiere a los contratos, pero no ha considerado lo que ocurre
con las obligaciones generadas por los cuasicontratos o por
la ley. Ello plantea la interrogante de saber por qué reglas se
rige la responsabilidad generada por el incumplimiento de
este tipo de obligaciones, ¿por las de la delictual o de la
contractual? En esta materia la doctrina está dividida.

Alessandri afirma que el derecho común en materia de


responsabilidad está constituido por las normas de la
responsabilidad contractual, opinión que funda en dos
ordenes de consideraciones:

1.- Que en Chile – a diferencia de lo que ocurre en Francia –


el código de ocupa de la responsabilidad en el Título XII del
Libro IV, bajo el epígrafe “Del efecto de las obligaciones”,
sin referirlas a una especie determinada, por lo que fuerza
concluir es su aplicación general.
2.- Porque el Título XXXV del libro IV del Código Civil es
muy claro en cuanto a que la responsabilidad de que allí se
trata es únicamente la proveniente de los delitos y
cuasidelitos, pues esa es la denominación del título y en
varias disposiciones se reitera la misma idea.

El hecho de haberse reglado separadamente la


responsabilidad extracontractual lleva a concluir que se trata
de normas excepcionales que, por lo mismo, no se pueden
extender a las obligaciones derivadas de los cuasicontratos o
de la ley.

De igual forma opina Claro Solar: “El código aplica a los


cuasicontratos las reglas establecidas en el artículo 1547.

Del Cúmulo u opción de responsabilidades.

Como explica Alessandri “el problema del cúmulo consiste


simplemente en determinar si la infracción de una obligación
contractual, cuasicontractual o legal puede dar origen a una u
otra responsabilidad indistintamente o sólo a la contractual,
es decir, si el daño que proviene de esa infracción da al
acreedor el derecho de elegir entre ambas responsabilidades
y demandar indemnización de acuerdo con la que más le
convenga”. Agrega que, “este problema no es propiamente
de cúmulo de ambas responsabilidades, como se la
denomina de ordinario, sino de opción entre una y otra”.

Pedro Zelaya, por su parte, explica que el problema del


cúmulo de responsabilidades se puede sintetizar en una
pregunta “¿puede una parte del contrato (el acreedor) que ha
sido víctima de un daño como consecuencia de la conducta
dolosa o culpable de la otra parte (deudor), prescindir de la
normativa contractual (responsabilidad contractual) y
demandar la indemnización fundado en la responsabilidad
extracontractual de la otra? Mas adelante da el siguiente
concepto del Cúmulo de Responsabilidades: “En términos
generales, el llamado cúmulo u opción de responsabilidad se
presenta toda vez que la infracción de una obligación
preexistente entre las partes (incumplimiento del deudor que
da origen a la responsabilidad contractual) constituye – al
mismo tiempo – un delito o cuasidelito civil”. Agrega que
“se le suele denominar también – con mayor precisión – la
concurrencia de responsabilidades o bien, la concurrencia de
la responsabilidad aquiliana con la contractual”.

Hay consenso en la doctrina nacional en orden a que no se


puede aceptar el cúmulo de responsabilidades, por lo que, si
el perjuicio deriva de un incumplimiento contractual, la
indemnización se rige por las reglas de la responsabilidad
contractual. Ello en razón de que “las disposiciones
generales en materia de responsabilidad contractual que
establece la ley o las estipulaciones que las partes hayan
convenido para modificarlas, forman parte de la ley del
contrato que obliga a los contratantes en los términos que
establecen los artículos 1545 y 1546 del Código Civil y a la
cual éstos no pueden sustraerse”. A lo anterior cabe agregar
que en diversos contratos el Código da reglas especiales, que
dejarían de tener aplicación si se admitiera accionar por las
reglas de la responsabilidad delictual.

Como se ha señalado, la doctrina concuerda en que lo que se


ha dado en llamar el Cúmulo de Responsabilidades,
constituye solo un problema de opción. Aceptar el cúmulo
significa aceptar que los perjuicios causados por el
incumplimiento de una obligación contractual pueden ser
demandados indistintamente por las reglas de la
responsabilidad contractual o extracontractual.

De ninguna manera puede entenderse que aceptar el cúmulo


signifique permitir la acumulación o superposición de
responsabilidades, es decir, que pudieren demandarse ambas.
Ello importaría un enriquecimiento sin causa que nuestra
legislación no admite. Es importante si dejar establecido que
– como lo observa Alessandri – si aparte de los perjuicios
producidos por la inejecución de un contrato se generan
otros ajenos al incumplimiento, por culpa o dolo del deudor,
“habrá lugar a ambas responsabilidades: la contractual por el
perjuicio proveniente de esa inejecución y la delictual o
cuasidelictual por el otro daño”.

La posición que se adopte frente al problema del cúmulo es


importante, desde que, como se ha visto, hay marcadas
diferencias entre ambos tipos de responsabilidades, por lo
que no da lo mismo aplicar las reglas de una o de otra.

La jurisprudencia en forma reiterada ha rechazado el cúmulo


de responsabilidades. Excepcionalmente nuestros tribunales
lo han aceptado.

Excepciones en que se acepta el Cúmulo.

Alessandri señala como excepciones, en que procede el


cúmulo:

1.- Cuando así lo han estipulado las partes;


2.- Cuando la inejecución de la obligación constituye a la
vez un delito o cuasidelito penal.
DE LA RESPONSABILIDAD
EXTRACONTRACTUAL.

Se entiende por responsabilidad extracontractual la que


proviene de la comisión de un hecho ilícito que cause daño a
otro, es decir, de un delito o cuasidelito civil (Art.2314 y
2284 Código Civil).
Se ha fallado que cuando se invoca la responsabilidad
extracontractual, se debe describir y señalar
determinadamente el presunto hecho ilícito en que se funda
la demanda, vale decir, cuál es el delito o cuasidelito, penal o
civil, que genera la obligación de indemnizar, todo ello
conforme al artículo 1437 del Código Civil que en forma
perentoria establece cuales son las fuentes de las
obligaciones en nuestro sistema legal.

Fundamentos de la Responsabilidad Extracontractual.

Dos teorías se han dado para fundar la responsabilidad


extracontractual: la subjetiva o clásica y la objetiva o del
riesgo creado.

La teoría clásica o subjetiva se sustenta en la culpabilidad


del autor, de tal suerte que sólo cabe la indemnización si se
actúa con dolo o culpa, lo que debe ser probado por la
victima.

De acuerdo a la teoría objetiva o del riesgo creado, debe


responder del daño, quien crea el riesgo, sin que tenga
importancia la culpabilidad del agente.

En la antigüedad, la víctima obtenía la reparación


recurriendo a la venganza, con lo que la responsabilidad
estaba desligada de la idea de culpa: “se presentaba como
una reacción de la víctima contra la causa aparente del daño;
de la misma manera que un niño se vuelve contra el objeto
que lo ha herido, así el hombre de poca cultura exige
reparación de todo atentado a su persona o a los suyos;
devuelve golpe por golpe.

“La responsabilidad era la expresión jurídica de la vindicta


privada”. De esa forma la responsabilidad era objetiva,
quedando el autor del daño obligado a la reparación,
cualquiera fuera la forma en que se hubiere producido el
hecho.

Solo en una etapa posterior entra en juego la idea de la


imputabilidad, según la cual solo se debe responder cuando
el daño es la consecuencia de una conducta culpable del
autor. Nace así la teoría subjetiva de la responsabilidad.
“Según ella, como los hombres pueden actuar libre e
independientemente, cada uno debe recoger los beneficios
que le proporcionen la suerte o su actividad y soportar los
daños causados por la naturaleza o el hecho ajeno. No basta
que un individuo sufra un daño en su persona o bienes para
que su autor deba repararlo, es menester que provenga de un
hecho doloso o culpable, sin dolo o culpa no hay
responsabilidad”.

La teoría subjetiva, llamada también clásica, es una clara


manifestación de los principios liberales e individualistas en
boga en la primera mitad del siglo XIX. Pero el Derecho es
reflejo de la sociedad. Por ello esta concepción subjetiva no
resulta satisfactoria cuando adviene el maquinismo con todas
sus transformaciones en las relaciones “empresa-trabajador”.
Las falencias de la tesis subjetiva se aprecian primero en los
accidentes de trabajo. La responsabilidad sustentada en la
culpabilidad obliga a la víctima a probar el dolo o la culpa
del autor, de donde viene a resultar que en la mayoría de los
casos no obtiene reparación por no haber podido probar esta
culpabilidad (Prueba diabólica). Por ello se hace necesario
fundar la responsabilidad, no ya en la culpabilidad del
agente, sino en el hecho de que debe responder quien crea el
riesgo, lo que parece justo, ya que es él quien se beneficia
con la actividad que genera ese riesgo.

Críticas a la teoría objetiva o del riesgo creado.

La teoría objetiva no ha estado exenta de críticas. En efecto


se ha dicho:

1.- Que al suprimir el elemento culpabilidad quita el


fundamento moral a la obligación de indemnizar. El autor
del daño debe responder porque actuó mal y con ello causó
un daño a otro;

2.- Que frena la iniciativa empresarial, ya que las personas


evitarán desarrollar aquellas actividades peligrosas que
puedan llegar a generar el pago de fuertes indemnizaciones;

3.- Que con ella se favorece la actitud irresponsable de los


empresarios, pues estos, para prevenir el pago de
indemnizaciones, tomarán seguros lo que los inducirá a
actuar en forma menos prudente;

4.- Que no simplifica el problema de la responsabilidad,


porque normalmente el daño es generado por diversas
causas, resultando poco equitativo que sólo deba responder
el que generó la actividad que lo produjo;
5.- Que la afirmación de que es justo que responda del daño
el que desarrollo la actividad peligrosa porque él es el que se
beneficia, no es totalmente correcta ya que parte de los
beneficios van a la colectividad sea en forma de impuestos,
puestos de trabajo, etc.
Conclusiones.

La doctrina concluye que ambas doctrinas presentan ventajas


y desventajas. Sin duda, la objetiva facilita a las víctimas el
pago de las indemnizaciones por los perjuicios sufridos y
tiene un innegable fondo de justicia, pues, como dice
Alessandri: “Si el hombre con su actividad puede obtener un
provecho o beneficio, justo es que repare los daños que así
causa”. Pero, por otra parte, la responsabilidad subjetiva no
puede ser desechada. Por el contrario, “hay conveniencia en
conservarla como principio general de responsabilidad,
porque, a diferencia de la responsabilidad objetiva, descansa
en un valor humano, cual es la conducta del agente, y para
una sociedad, como la nuestra, que atribuye la debida
importancia a los valores espirituales, ésta es una razón
digna de considerarse”. En el mismo sentido Joserrand: “La
responsabilidad objetiva nunca destronará completamente a
la responsabilidad subjetiva; no es de desear que la noción
de riesgo venza inexorablemente a la de culpa; es incluso
digno de notarse que la tesis del abuso de los derechos haya
suministrado a la responsabilidad subjetiva un elemento
nuevo y le haya permitido desarrollarse en esa dirección.
Pero la tendencia actual – agrega – es particularmente
favorable a la responsabilidad objetiva.

La doctrina nacional y extranjera concuerdan en que “ambas


teorías no son incompatibles y se complementan muy bien:
subjetiva u objetiva, toda teoría sobre responsabilidad tiende
a ese fin, siempre perseguido, jamás logrado plenamente: el
equilibrio perfecto, aunque inestable de los intereses y de los
derechos.

Teoría seguida por el Código Civil.

Nuestro Código civil, dada la época de su promulgación,


sigue, como lo hemos señalado, la teoría clásica o subjetiva
fundada en la culpabilidad del autor. Así aparece de
manifiesto al relacionar los artículos 2314 y 2284.

Sin embargo, existen en nuestro ordenamiento positivo


diferentes leyes inspiradas en la teoría del riesgo creado. Así,
por ejemplo, ocurre con algunas normas del Código
Aeronáutico y otras normas del la Ley Nº18.290.

Requisitos de la Responsabilidad Extracontractual.

A.- Capacidad del autor del hecho ilícito;


B.- Imputabilidad, esto es, culpa o dolo del autor.
C.- Nexo causal, entre el hecho u omisión dolosa o culpable
del daño;
D.- Existencia de un daño.

Mientras no se cumplan los requisitos mencionados no cabe


la indemnización. Aparentemente parece una simpleza el
señalar que mientras no concurran todos los requisitos no
nace la obligación de indemnizar. Sin embargo, es útil
consignarlo porque cobra especial importancia en algunos
aspectos, como por ejemplo la fecha desde el cual debe
contarse el plazo de prescripción del artículo 2332 del
Código Civil. En efecto, generalmente se ha entendido que
los 4 años que esa norma señala corren desde que se cometió
el hecho material del cual derivaron los perjuicios, lo que no
admite dudas en el caso en que éstos se produzcan
simultáneamente con la realización del hecho, pero que pasa
a ser dudoso cuando sobrevienen con posterioridad.

A- Capacidad delictual o cuasidelictual.

El primer requisito de la responsabilidad extracontractual es


que el autor sea capaz de delito o cuasidelito. Al igual que en
materia contractual, la regla general es la capacidad; la
excepción, la incapacidad.

Son incapaces:
1.- Los dementes.
2.- Los menores de 7 años.
3.- Las mayores de 7 años y los menores de 16 años, que
hayan actuado sin discernimiento.
1.1. Dementes

Es sabido que para nuestro Código Civil son dementes


aquellas personas que por cualquier motivo se hallan
privadas totalmente de razón, se encuentren declaradas o no
en interdicción. No rige en esta materia el artículo 465 del
Código Civil, por ser aplicable esa norma únicamente a la
capacidad para celebrar actos y contratos. Las únicas
exigencias de la ley es que la demencia sea total y existe al
momento de la comisión del hecho ilícito. No es necesario
que la demencia sea permanente. Pablo Rodríguez estima
que el artículo 465 es una disposición más procesal que civil,
por lo que le parece perfectamente aplicable el artículo 2319.
No desconoce que la norma está concebida para “los actos o
contratos”, pero como donde existe la misma razón debe
existir la misma disposición, no ve inconvenientes en aceptar
la aplicación del artículo 465 eximiendo con ello al
representante del demente del peso de la prueba cuando
existe decreto de interdicción. Además, así se evita que un
litigante incurra en gastos innecesarios.

El Código Civil no resuelve lo que ocurre con aquellas


personas que actúan en estado de inconsciencia por otras
razones (drogados, hipnotizados). Sólo se refiere al caso del
ebrio, estableciendo en el artículo 2318 que “es responsable
del daño causado por su delito o cuasidelito”. Esta
disposición si bien solo está referida al ebrio, se inspira en
un principio más general, por lo que es perfectamente
aplicable al drogado y a todos aquellos que caen en estado
de inconsciencia por su propia decisión. Como observa
Pablo Rodríguez, cuando el estado de inconsciencia no es la
consecuencia de un acto voluntario del autor, sino que
proviene de un tercero “opera una causa de inimputabilidad,
porque el autor del daño se encuentra en la misma situación
que un demente o un infante respecto del ilícito civil”,
agregando que “la acción indemnizatoria, en este caso, debe
ser dirigida en contra de la persona que colocó al autor del
daño en la situación de inconsciencia.
1.2. Menores de 7 años (infantes)

Estas personas son incapaces de delitos o cuasidelitos, por


carecer absolutamente de discernimiento. Por la misma
razón el artículo 723 los declara incapaces de adquirir la
posesión de cosas muebles, para sí o para otros.
1.3. Mayor de 7 años y menor de 16 que haya obrado con discernimiento.

Así lo establece el artículo 2319 inc.2º: “Queda a la


prudencia del juez determinar si el menor de dieciséis años
ha cometido el delito o cuasidelito sin discernimiento: y en
este caso se seguirá la regla del inciso anterior”, lo que
quiere decir que son incapaces de delito o cuasidelito.
1.3.1. Responsabilidad de los terceros a cargo de los incapaces.

El artículo 2319 señala que por los daños causados por estas
personas – los incapaces – responderán “las personas a cuyo
cargo estén, si pudiere imputárseles negligencia”. Nótese
que el guardián del incapaz va a responder solo si se pudiere
imputárseles negligencia lo que nos lleva a concluir que, en
definitiva, está respondiendo de un hecho propio: no haber
cumplido adecuadamente con el deber de cuidado. Y tanto es
así que no va a tener derecho para dirigirse sobre los bienes
del incapaz (art.2325).

B.- Imputabilidad

Es el segundo elemento o requisito de la responsabilidad


extracontractual. No basta con causar daño a otro para que se
genere la obligación de indemnizar. Es necesario que el acto
o hecho que produce el daño sea el resultado de una
conducta dolosa o culpable del actor. Así resulta de
relacionar los artículos 2314 con el 2284 inciso 3º y 4º. La
primera de estas normas expresa que “el que ha cometido un
delito o cuasidelito que ha inferido daño a otro, es obligado a
la indemnización. Luego se responde por haber incurrido en
delito o cuasidelito, y en conformidad al artículo 2284, en el
primer caso hay intención de dañar (dolo) y en el cuasidelito,
un hecho culpable.
Del dolo.

El dolo o malicia consiste – dice el artículo 44 del Código


Civil – en la intención positiva de inferir injuria en la
persona o propiedad de otro. Dicho de otro modo, el autor
causa un daño en forma deliberada. El dolo puede ser
positivo o negativo. El primero consiste en la ejecución de
un hecho; el segundo en una omisión o abstención como, por
ejemplo, el que pudiendo salvar a alguien que se está
ahogando nada hace justamente para que se ahogue. Si no
actúa por temor, evidentemente no hay dolo.

El dolo puede ser directo o eventual, creación este último del


Derecho Penal. Se actúa con dolo directo cuando se causa un
mal con la clara intención – intención positiva – de causarlo.
Al lado de esta concepción románica del dolo está lo que la
doctrina llama dolo eventual, es decir, aquel que realiza una
acción u omisión, sin ánimo de causar daño, pero
representándose la posibilidad de que su actuar puede
causarlo. Al comportarse de esa manera actúa con dolo
eventual.

La pregunta que cabe formular es si este dolo eventual es


suficiente para que el acto sea imputable al autor. Se
pronuncia por la negativa Alessandri: “Si el autor del hecho
u omisión no quiso el daño, si el móvil de su conducta no fue
causarlo sino otro diverso, aunque haya podido preverlo o
haya obrado a sabiendas de que su acción u omisión debería
originar el daño, no hay dolo. No basta la conciencia de que
se pueda causar un daño, es menester la intención de dañar”
(Art.2284).

Una opinión distinta sustenta Pablo Rodríguez: “El dolo en


cuanto intención positiva de inferir injuria a la persona o
propiedad de otro se satisface siempre que el autor del hecho
(acción u omisión) se encuentre en situación de: a) Prever
racionalmente el resultado dañoso, por lo menos como
probable (lo cual supone descubrir la cadena causal que
desemboca en la consecuencia dañosa; b) Aceptar este
resultado y, por lo mismo, asumir que el perjuicio obedece a
esa y no otra acción complementaria o conjunta y; c) Estar
en situación de optar por una conducta opuesta que excluya
el daño”. Para este autor su posición parece respaldada por
varias disposiciones del Código Civil: El artículo 1558 que
estaría demostrando “que el dolo para nuestro legislador va
incluso más allá de la previsibilidad en materia de perjuicios
contractuales, ya que hace responsable de todos los
perjuicios previstos al deudor que incurra en culpa”; el
artículo 1468 “conforme al cual no podrá repetirse lo que se
haya dado o pagado por un objeto o causa ilícita a
sabiendas”.
El dolo se aprecia en concreto.

Esto significa que el Tribunal, en cada caso particular, y


atendiendo a los móviles del autor, deberá verificar si se
cumplen los requisitos que tipifican el dolo.
Prueba del dolo.

El dolo, dice el artículo 1459, no se presume. Por


consiguiente, deberá probarlo quien lo alegue.
De la culpa.

Alessandri, tomando en pie el artículo 44 del Código Civil,


define la culpa como la falta de aquella diligencia o cuidado
que los hombres prudentes emplean ordinariamente en sus
actos y negocios propios. Los artículos 2319 y 2329 la hacen
sinónima de descuido o negligencia.

Distintas sentencias de nuestros tribunales coinciden en que


la culpa implica una actitud descuidada, negligente, falta de
previsión. Así, por ejemplo, se ha fallado que “la culpa
consiste en la falta de previsión o cuidado; es un concepto
jurídico caracterizado siempre (ya se trate de culpa penal o
civil, contractual o extracontractual) por la falta de cuidado o
diligencia, descuido o imprudencia que produce un daño sin
intención de causarlo”.

Culpa contractual y extracontractual.

Concordamos con Alessandri en que la culpa es una misma


en materia contractual y extracontractual, pues en ambas
importa una conducta descuidada, negligente, falta de
previsión, imprudente. Cierto es que en la primera existe una
graduación, que no se encuentra en la extracontractual, pero
ello se explica porque en aquella las partes están unidas por
un vínculo jurídico que impone al deudor un deber de
cuidado distinto según el tipo de contrato de que se trate
(Art.1547).

La pregunta que cabe formular es de qué culpa se responde


en materia extracontractual. Rodríguez Grez afirma que se
responde del cuidado que dispone la ley en cada caso “como
sucede, por ejemplo, tratándose de la culpa contra la
legalidad y de una diligencia general o deber de cuidado y
prudencia impuesto por los estándares habituales existentes
en la sociedad”.
La culpa se aprecia en abstracto

La doctrina está de acuerdo en que la culpa se debe apreciar


en abstracto, esto es, comparándola con un modelo ideal que,
según Alessandri, debe ser “un hombre prudente de idéntica
profesión u oficio colocado en el mismo lugar, tiempo y
demás circunstancias externas de aquel ¿Qué habría hecho
este en su caso? ¿Habría obrado en igual forma o habría
tomado otras precauciones? Si lo primero, no hay culpa, en
caso contrario si.

En términos parecidos Pablo Rodríguez: “La culpa se


apreciará conforme al deber de cuidado y diligencia que a
cada cual corresponde en la comunidad, atendiendo a su
ubicación, actividades, nivel cultural, grado educacional,
etc”.
Prueba de la culpabilidad.

Quien demanda indemnización por responsabilidad


extracontractual tiene que probar el dolo (Art.1549) o la
culpa del autor de los daños. Respecto de la culpa, es bueno
recordar que al revés de lo que ocurre en la responsabilidad
contractual, en la extracontractual no se presume, por lo que
debe probarse. Ello, por aplicación de lo dispuesto en el
artículo 1698 del Código Civil. Justamente es este problema
probatorio el mayor inconveniente que presenta el sistema de
responsabilidad subjetiva, pues la prueba en muchos casos
no es fácil, lo que conduce a que la víctima no pueda obtener
la indemnización por el daño sufrido. Como una manera de
paliar este grave inconveniente se establecen presunciones
de culpabilidad. Es lo que hace nuestro código civil en los
artículos 2320 a 2323 y 2326 a 2329.

Presunciones de responsabilidad.

Alessandri agrupa estas presunciones en tres categorías:


1.- Por hecho propio (Art.2329).
2.- Por el hecho ajeno (Art.2320, 2321 y 2322).
3.- Por el hecho de las cosas (Art.2323, 2324, 2326, 2327 y
2328).

Presunciones de responsabilidad por hecho propio.

Según Alessandri, el artículo 2329 establece “una presunción


de culpabilidad cuando el daño proviene de un hecho que,
por su naturaleza o por las circunstancias en que se realizó,
es susceptible de atribuirse a culpa o dolo del agente…”. Y
el ejemplo que coloca es el siguiente: Cuando se produce un
choque de trenes, la víctima no tiene porque probar la culpa
de la empresa o de sus dependientes, bastándole con
acreditar el choque y el daño sufrido, por cuanto este hecho
– el choque – por su naturaleza, supone culpa, pues los
trenes deben funcionar en condiciones de no chocar.

Para la cabal comprensión de esta materia es necesario


transcribir el artículo 2329: “Por regla general todo daño que
pueda imputarse a malicia o negligencia de otra persona,
debe ser reparado por ésta”.

Son especialmente obligados a esta reparación:

1.- El que dispara imprudentemente un arma de fuego.


2.- El que remueve las lozas de una acequia o cañería en
calle o camino, sin las precauciones necesarias para que no
caigan los que por allí transitan de día o de noche.
3.- El que, obligado a la construcción o reparación de un
acueducto o puente que atraviesa un camino, lo tiene en
estado de causar daño a los que transitan por él.

La tesis de que el artículo 2329 contiene una presunción de


responsabilidad por hecho propio, no es generalmente
aceptada y, de hecho, no ha tenido acogida en la
jurisprudencia nacional. Veamos, en todo caso, las razones
que da Alessandri en defensa de su posición:

1.- La ubicación del artículo 2329. Esta disposición está


colocada después que el código trata en los artículos 2320 a
2328 los casos de las presunciones por hecho ajeno, por la
ruina de un edificio de que es dueño, por los daños causados
por animal de que se sirve o por las cosas que caen o se
arrojan de la parte superior de aquél, y comienza diciendo:
“Por regla general…”. La colocación de esta norma y la
frase con que se inicia hacen sostener – dice Alessandri –
que el artículo 2329 quiso dictar una regla que comprendiere
los demás casos análogos que pudiesen haberse omitido.
Con ello “quiso significar que lo que ocurre en los casos de
los artículos anteriores ocurren también en él y como en
ellos la responsabilidad se presume…”. De lo contrario –
agrega – sería inexplicable el empleo de la expresión “por
regla general”.

2.- De no entenderse el artículo 2329 en el sentido que se


acaba de indicar, carecería de utilidad, pues no haría más que
repetir lo ya dicho en el artículo 2314, en orden a que quien
causa un daño a otro debe indemnizarlo.

3.- La redacción del artículo 2329 conduce a la misma


conclusión. En efecto, no dice que “todo daño causado,
cometido u ocasionado por malicia o negligencia de una
persona” ni que “todo daño proveniente de la malicia o
negligencia de otro”, sino que emplea la forma subjuntiva
“pueda” que es sinónimo de otras: “que sea posible”, “que
sea susceptible”, con lo que está dando la idea de algo que
“puede ser”.
Carlos Ducci da al artículo 2329 un alcance distinto,
parecido, pero más limitado, que el que le da Alessandri.
Según él estaría consagrando una presunción de
responsabilidad en el caso de las actividades peligrosas
“Quien crea una situación peligrosa, tiene el deber de
restablecer la seguridad de los terceros aumentando su
diligencia”. Como esta diligencia particular constituye un
concepto positivo y no negativo, la prueba de ella debe
corresponder al que crea la situación peligrosa”. “Se produce
así – dice – una cadena lógica de conceptos. La mayor
peligrosidad requiere una mayor diligencia; la mayor
diligencia implica el peso de la prueba. Del peso de la
prueba derivan las presunciones de la responsabilidad. En
último término, puede llegar a la responsabilidad legal u
objetiva en los casos previstos por la ley”.

Por su parte, Ramón Meza Barros interpreta el artículo 2329


de una manera diferente. A su juicio, en el inciso primero
repite la regla general del artículo 2314, y en el inciso
segundo contempla excepciones a esa regla, en cuanto se
estaría presumiendo la culpa del agente. Así lo estaría
demostrando el término “especialmente”, pues lo “especial”
significa aquello que se diferencia de lo común, ordinario o
general.

La jurisprudencia nacional, en general, se ha pronunciado


por la tesis de que el artículo 2329 solo reitera o repite lo
dicho en el artículo 2314.

Es indudable que al darse al artículo 2329 la interpretación


que sustentan Alessandri o Ducci, la norma pasa a tener
evidente utilidad pues, como observa Alessandri “el campo
de aplicación de la responsabilidad se ampliaría
enormemente, porque las más de las veces el daño proviene
de un hecho demostrativo de culpa por sí solo. La
responsabilidad presunta pasaría a ser así la regla general y
el principio de que no hay responsabilidad delictual o
cuasidelictual sin que se pruebe dolo o culpa, la excepción.

Presunciones de responsabilidad por hecho ajeno.

La regla es que únicamente se responda por hechos propios.


Sin embargo, en forma excepcional, se pasa a responder por
hechos ajenos cuando el hecho ilícito es cometido por una
persona que está al cuidado o bajo la dependencia o
vigilancia de otra. Esta materia está tratada en los artículos
2320 y siguientes del Código Civil.

¿Por qué se habla de presunciones de responsabilidad por


hecho ajeno? Porque acreditado que el hecho ilícito fue
cometido por el “dependiente”, debe responder “el principal”
por cuanto no cumplió debidamente con su obligación de
cuidado. En esa forma la ley está presumiendo la
culpabilidad del principal. Como observa Alessandri, “en
realidad es incorrecto hablar de responsabilidad por el hecho
ajeno. El que tiene bajo su cuidado o dependencia a una
persona que causa un daño, no responde del hecho de ésta,
sino del suyo propio, cual es la falta de vigilancia que sobre
ella debía ejercer”. “La responsabilidad por el hecho ajeno
tiene, pues, por fundamento la culpa de la persona sobre
quien pesa; pero la víctima no necesita probarla, se presume.
En esto consiste la excepción al derecho común”.

Análisis del artículo 2320.

El artículo 2320 no es taxativo, pues en su inciso 1º


establece la regla general de que “toda persona es
responsable no sólo de sus propias acciones, sino del hecho
de aquellos que estuvieren a su cuidado” para contemplar en
los incisos siguientes ejemplos de tales situaciones de
dependencia.
Requisitos para que opere la responsabilidad por hecho ajeno.

Antes de referirnos a cada uno de los casos del artículo 2320,


es necesario precisar cuales son los requisitos para que se
genere esta responsabilidad por hecho ajeno: a) que exista un
vinculo de subordinación o dependencia entre dos personas;
b) que este vínculo sea de derecho privado; c) que ambas
personas sean capaces de delito o cuasidelito; d) que el
subordinado o dependiente haya cometido un hecho ilícito;
e) que la víctima pruebe la responsabilidad del subordinado
o dependiente.

Respecto al primer requisito es evidente, pues, justamente, la


responsabilidad del principal se funda en la existencia de
esta dependencia. No importa la razón, la naturaleza ni el
origen de ella.

En cuanto al segundo requisito – que el vínculo sea de


derecho privado – se explica porque si es de derecho
público, las reglas de la responsabilidad son distintas. En tal
caso habrá responsabilidad del Estado que se rige por reglas
diferentes.

Respecto al tercer requisito (que ambas personas sean


capaces de delito o cuasidelito), tanto el principal como el
dependiente deben ser capaces de delito o cuasidelito. Por
consiguiente, si el subordinado es incapaz de delito o
cuasidelito, no cabe presumir la responsabilidad de quien lo
tiene a su cuidado. Así resulta de comparar los artículos
2320 a 2322 con el artículo 2319. “En conformidad a este
último el guardián de un demente, de un infante o de un
menor de dieciséis años que obró sin discernimiento, es
responsable del daño que éstos causen si puede imputárseles
negligencia, es decir, a condición de probársele culpa, y este
artículo, por ser especial, prevalece sobre aquéllos.

En cuanto al cuarto requisito – comisión de un delito o


cuasidelito por el subordinado – es evidente, pues el
principal sólo responde por los hechos ilícitos de la persona
que está bajo su cuidado. Así aparece en el artículo 2321 al
responsabilizar a los padres por los delitos o cuasidelitos
cometidos por sus hijos menores.

Finalmente, debe tenerse presente – y este es el último


requisito – que lo que presume la ley es la responsabilidad
del principal, no la del subordinado, por lo que la de este
último debe probarse. Como dice Alessandri, “será menester
que la víctima pruebe estos tres elementos: el dolo o la culpa
del subordinado o dependiente, el daño causado y la relación
causal entre aquél o aquella y éste”.
Las presunciones de culpa son simplemente legales

Probándose los requisitos recién tratados, se presume la


culpa del principal y la relación causal entre esta culpa y el
daño “es decir, que de parte de esa persona (principal) hubo
falta de vigilancia y que esta falta de vigilancia fue la causa
del daño irrogado por el subordinado o dependiente”.

Del inciso final del artículo 2320 se desprende que estas


presunciones son simplemente legales, quedando desvirtuada
si el principal prueba que “con la autoridad y cuidado que su
respectiva calidad les confiere y prescribe, no hubieren
podido impedir el hecho” (Art.2320 inc. Final).

Excepciones en que no se permite destruir la presunción.

No se admite probar en contrario, en dos casos: a) si el


hecho causante del daño lo realizó el subordinado por orden
del principal; b) cuando el delito o cuasidelito cometido por
el hijo menor conocidamente provengan de mala educación,
o de los hábitos viciosos que les han dejado adquirir. En este
último caso, se trata de una verdadera presunción de
derecho, como lo demuestra la expresión “siempre”.
Las presunciones de responsabilidad que se están estudiando no privan a la víctima de su
derecho para dirigirse en contra del causante del daño (el subordinado).

El hecho de que la víctima pueda accionar en contra del


principal, no lo privan de su acción en contra del autor del
hecho ilícito. Así, por ejemplo, el empresario responde de la
culpa de sus dependientes, por lo que la víctima puede
demandar al primero, pero si quiere puede demandar
conjuntamente o separadamente a los dos. Lo único que le
está vedado es accionar en contra de ambos por el total, pues
estaría pretendiendo una doble indemnización. Cabe agregar
que si bien se puede demanda a ambos, no hay solidaridad.

Esta regla tiene como excepción el artículo 2321: cuando el


delito o cuasidelito cometido por el hijo menor provengan de
la mala educación o de los hábitos viciosos que su padre le
ha dejado adquirir, caso en que también se puede demandar
al padre, puesto que de conformidad a este artículo “los
padres son siempre responsables de los delitos o cuasidelitos
cometidos por sus hijos” que sean consecuencia de ello.
Cabe agregar que, si bien se puede demandar a ambos, no se
pueden acumular las indemnizaciones.

Casos contemplados en los artículos 2320 y 2322.


Responsabilidad de los padres por el hecho de sus hijos menores.

“El padre, y a falta de éste la madre, es responsable del


hecho de los hijos menores que habiten la misma casa”
(Art.2320 inc.2º). El fundamento de esta responsabilidad
descansa en los artículos 222 y 224 del Código Civil. Según
el primero, los hijos deben respeto y obediencia a sus padres
y, según el segundo, “toca de consuno a los padres, o al
padre o madre sobreviviente, el cuidado personal de la
crianza y educación de sus hijos” (inc.1º).

El único requisito que exige el artículo 2320 inc.2º es que el


hijo menor habite en la misma casa de su padre o de su
madre. Si el hijo menor tiene un peculio profesional o
industrial y, dentro de él, comete un hecho ilícito, se afirma
que el padre no tiene responsabilidad por cuanto el hijo se
mira como mayor de edad para la administración y goce de
este peculio (Art.251).

Nos asisten dudas de que ello sea así, desde que el


fundamento de la responsabilidad de los padres no se basa en
la patria potestad, sino en el deber de cuidado y el peculio
profesional no tiene relación con este deber de cuidado, sino
con la administración y goce de los bienes del hijo.

Recordemos que en conformidad al artículo 2321 “los padres


serán siempre responsables de los delitos o cuasidelitos
cometidos por sus hijos menores, y que conocidamente
provengan de mala educación o de los hábitos viciosos que
le han dejado adquirir”.
Responsabilidad de los tutores o curadores por el hecho de sus pupilos.

El tutor o curador es responsable de la conducta del pupilo


que vive bajo su dependencia y cuidado (Art.230 inc. 3º).
Nótese que el pupilo tiene que vivir bajo la dependencia o
cuidado de su guardador, pero no es necesario que vivan en
la misma casa, pues la ley no lo exige.

En el caso de los curadores, éstos van a responder


únicamente cuando se trate de curadores generales o
interinos, pues son los únicos que pueden tener al pupilo
bajo su dependencia y cuidado. Por consiguiente, quedan
excluidos de la regla los curadores adjuntos, de bienes y
especiales, pues todos estos tienen que ver con los bienes y
no con la persona del pupilo.

No se debe olvidar que si el pupilo es alguno de los


incapaces indicados en el 2319 (dementes, infantes o menor
de 16 años que actuó sin discernimiento), el tutor o curador
no va a responder de sus hechos, salvo en cuanto se les
probare su propia negligencia (Art.2319 inc.1º).
Responsabilidad de los jefes de colegios por el hecho de sus discípulos.

El artículo 2320 inc.4ºestablece que “los jefes de colegios y


escuelas responden por el hecho de sus discípulos, mientras
estén bajo su cuidado”.

Respecto de esta causal, cabe tener presente:

a) Que esta responsabilidad se produce únicamente cuando


el hecho ilícito ocurre mientras el discípulo está bajo el
cuidado del colegio, lo que normalmente va a ocurrir desde
que el alumno ingresa hasta que sale del establecimiento, a
menos que el colegio haya asumido el deber de cuidado
como podría ser el caso de los paseos de curso, o cuando los
alumnos son llevados a sus casas en vehículos del mismo
colegio.

b) Que esta responsabilidad no tiene relación con la edad del


discípulo.

c) Que este caso no cubre los daños que el discípulo pueda


causar asimismo, pues debe recordarse que se esta tratando
de los casos de responsabilidad por hecho ajeno. De modo
que, si el alumno se accidenta en el colegio, podrá existir
responsabilidad contractual del establecimiento si se estima
que el contrato de educación engendra la obligación de
seguridad; o, en caso contrario, responsabilidad
extracontractual directa – no compleja – del colegio si el
hecho se debe a culpa o negligencia de este;

d) Esta presunción tiene aplicación cualquiera sea el colegio,


esto es, cubre desde la educación parvularia a universitaria,
sin importar si se trata de un establecimiento gratuito o
pagado; y la responsabilidad corresponde a los jefes de los
colegios o escuelas, cualquiera sea su denominación
(directores, rectores, etc).
Responsabilidad de los artesanos y empresarios por el hecho de sus aprendices o dependientes.

Por “artesano” según el diccionario, debemos entender a la


persona que ejercita un arte u oficio meramente mecánico; y
por “empresario”, según el mismo diccionario, la “persona
que por concesión o por contrata ejecuta una obra o explota
un servicio público” o “la persona que abre al público y
explota un espectáculo o diversión”.
Respecto a este caso deberá tenerse presente:

a) Que esta responsabilidad solo se produce si el aprendiz o


dependiente se encuentra bajo la dependencia o cuidado del
artesano o empresario;

b) Que no cubre los daños que el aprendiz o dependiente se


cause asimismo. Si estas personas se accidentan, se aplicarán
reglas de responsabilidad contractual si había contrato de
trabajo o las de la responsabilidad extracontractual directa
(no compleja);

c) Que esta responsabilidad cesa si los empresarios o


artesanos prueban que no pudieran impedir el hecho “con la
autoridad y cuidado que su respectiva calidad les confiere”
(Art.2320 inc. Final).

Responsabilidad de los amos por el hecho de sus criados o dependientes.

Según el art.2322 “los amos responderán de la conducta de


sus criados y sirvientes, en el ejercicio de sus respectivas
funciones; y esto, aunque el hecho de que se trate no se haya
producido a su vista” (inc.1º).

El fundamento de esta responsabilidad “la culpa in eligendo”


y “la culpa in vigilando” que se atribuye al amo: la ley
presume que si un criado o sirviente comete un delito
cuasidelito en el ejercicio de sus funciones es porque aquel
no lo vigiló o dirigió debidamente o porque eligió como tal a
un individuo incompetente o sin las condiciones requeridas.
Respecto del caso que estamos tratando, deberá tenerse
presente:

a) Que el amo solo responde si el hecho lo realiza el criado o


sirviente en el ejercicio de sus respectivas funciones. Por
consiguiente, si no hay nexo causalidad entre esas funciones
y el daño, no hay responsabilidad compleja;

b) No responde el amo si prueba que el criado o sirviente


cuando causó el daño ejercía sus funciones de un modo
impropio, que no tenía medio de prevenir o impedir,
empleando el cuidado ordinario y autoridad competente. En
este caso toda la responsabilidad caerá sobre los dichos
criados o sirvientes (art.2322 inc.2).

Presunciones de responsabilidad por hecho de las cosas.

El dueño o el que se sirva de una cosa, debe cuidar que ésta


se mantenga en buen estado para no causar daños a terceros,
de tal suerte que si alguno se produce se presume su
culpabilidad.
La responsabilidad por el hecho de las cosas es taxativa.

Ocurre lo contrario de lo que sucede con la responsabilidad


por hecho ajeno, en que el art. 2320 se limita a poner
ejemplos. Aquí los casos son taxativos. Ello, porque falta
aquí una norma como del inc.1º del art. 2320. El código trata
las siguientes situaciones:

a) Daño causado por un animal (art.2326 y 2327);

b) Daño ocasionado por la ruina de un edificio (art.2323 y


2324), y

c) Daño causado por una cosa que se cae o se arroja de la


parte superior de un edificio (art.2328).
a.- Responsabilidad por el hecho de los animales.

La ley regula dos situaciones: La primera en el artículo 2326


y la segunda en el art. 2327.

El artículo 2326 prescribe: “El dueño de un animal es


responsable de los daños causados por el mismo animal, aún
después que se haya soltado o extraviado; salvo que la
soltura, extravío o daño no pueda imputarse a culpa del
dueño o del dependiente encargado de la guarda o servicio
del animal” (inc.1º). “Lo que se dice del dueño se aplica a
toda persona que se sirva de un animal ajeno; salva su acción
contra el dueño, si el daño ha sobrevenido por una calidad o
vicio del animal, que el dueño con mediano cuidado o
prudencia debió conocer o prever, y de que no le dio
conocimiento” (inc.2º).

El artículo 2327 se refiere al daño causado por un animal


fiero. Dice “el daño causado por un animal fiero, de que no
se reporta utilidad para la guarda o servicio de un predio,
será siempre imputable al que lo tenga, y si alegare que no le
fue posible evitar el daño no será oído”. En relación con este
último caso, deberá tenerse presente:

1- Que se entiende por animal feroz o peligroso, como los


leones, tigres, etc. Animal fiero no es sinónimo de animal
salvaje o bravío, pues por tal, el art. 608 entiende “los que
viven libres e independientes del hombre.
2- Que la responsabilidad es de quien tiene el animal,
aunque no sea el dueño ni se sirva de él.

3- Que la presunción de culpabilidad del que tiene el animal


es de derecho, pues no admite prueba en contrario. Algunos
piensan que se trata de un verdadero caso de responsabilidad
objetiva, puesto que se debe indemnizar prescindiéndose del
elemento culpabilidad.
b.- Responsabilidad por los daños provenientes de la ruina de un edificio.

Trata de esta presunción de responsabilidad el artículo 2323:


“El dueño de un edificio es responsable a terceros (que no se
hallen en el caso del artículo 934), de los daños que ocasione
su ruina acaecida por haber omitido las necesarias
reparaciones, o por haber faltado de otra manera al cuidado
de un buen padre de familia” (inc.1). “Si el edificio
perteneciere a dos o más personas proindiviso, se dividirá
entre ellas la indemnización a prorrata de sus cuotas de
dominio” (inc.2º).

La frase que el inciso 1º contiene entre paréntesis: “que no se


hallen en el caso del artículo 934”, significa que, si la
víctima es un vecino, sólo se le va a indemnizar si hubiere
notificado la correspondiente querella de obra ruinosa. Ello,
porque en su condición de vecino debió interponer esta
acción para que el edificio fuere demolido o reparado. Si no
lo hizo actúo negligentemente y, por ello, producido el daño,
no tiene derecho a demandar indemnización.

Para terminar con este punto, señalemos que si la ruina del


edificio proviene exclusivamente de una fuerza mayor o caso
fortuito (terremoto, incendio, derrumbe de un edificio
vecino, etc) no opera la regla del artículo 2323, pues tal
ruina no se debe al hecho de “haberse omitido las necesarias
reparaciones o por haber faltado de otra manera al cuidado
de un buen padre de familia”.

Ruina proveniente de un vicio de construcción.

Esta situación la reglamenta el artículo 2324: “Si el daño


causado por la ruina de un edificio proviniere de un vicio de
construcción, tendrá lugar la responsabilidad prescrita en la
regla 3º del artículo 2003”, esto es, responderá el empresario
que hizo la obra o suministró los materiales. También
responderá en este caso el que se encargó de la construcción
del edificio en calidad de arquitecto (art.2004). Corral
Talciani señala que “pueden ser demandados directamente
por el perjudicado tanto el constructor como los proyectistas
(o arquitectos). Aunque la norma parece restringirse a los
contratos de construcción pactados a suma alzada, la norma
del artículo 2324 extiende su régimen a todo edificio
cualquiera sea la modalidad del contrato de construcción.

Responsabilidad por el daño causado por una cosa que


cae o se arroja de la parte superior de un edificio.

Este caso lo trata el artículo 2328, en los siguientes términos:


“ El daño causado por una cosa que cae o se arroja de la
parte superior de un edificio, es imputable a todas las
personas que habitan la misma parte del edificio, y la
indemnización se dividirá entre todas ellas, a menos que se
pruebe que el hecho se debe a la culpa o mala intención de
alguna persona exclusivamente, en cuyo caso será
responsable esta sola” (Inc.1º).

Para que opere la norma recién transcrita en necesario,


entonces, de la concurrencia de los siguientes requisitos:
1. Que el daño lo cause una cosa que cae o se arroja de un
edificio.
2.- Que dicha cosa caiga o se arroje de la parte superior de
un edificio.
3.- Que esa parte del edificio esté habitada.

La cosa que cae no puede ser parte del mismo edificio (caída
de una cornisa, por ejemplo) pues en tal caso nos
encontraríamos en la situación prevista en el artículo 2323.
Acción popular para evitar la caída de una cosa de la
parte superior de un edificio.

El inciso 2º del art. 2328 establece que “Si hubiera alguna


cosa que, de la parte superior de un edificio o de otro paraje
elevado, amanece caído y daño, podrá ser obligado a
removerla el dueño del edificio o del sitio, o su inquilino o la
persona a quien perteneciere la cosa o que se sirviere de ella;
y cualquiera del pueblo tendrá derecho para pedir la
remoción”. Este es un caso en que la ley considera el daño
eventual, para los efectos de precaverlo, no de indemnizarlo.

Causales eximentes de responsabilidad.

Según Alessandri, el autor del daño no está obligado a


indemnizar en dos casos:

1.- Cuando ha habido ausencia de dolo o culpa.


2.- Cuando se hubiere establecido una cláusula de
irresponsabilidad.

En términos generales, se puede afirmar que no hay


obligación de indemnizar si a pesar de haberse causado un
daño, la conducta del agente no es antijurídica, como podría
ser el caso del médico que por salvar a la madre deba matar
a la criatura que lleva en su seno; o la del que se ve obligado
a destruir una vivienda para evitar la propagación del fuego
de una casa vecina. Detengámonos en el caso fortuito o
fuerza mayor.
Caso fortuito o fuerza mayor.

Como es sabido, está definido en el artículo 45 del Código


Civil como “el imprevisto a que no es posible resistir, como
un naufragio, un terremoto”.

Sus características son, ser imprevisto, es decir, que no haya


razones para estimar que el hecho va a ocurrir es irresistible,
o sea, que no es posible evitar sus consecuencias. Por
excepción se responde del caso fortuito, en la situación
contemplada en el artículo 2327: “es el caso del daño
causado por un animal fiero, de que no se reporta utilidad
para guarda o servicio de un predio, será siempre imputable
al que lo tenga, y si alegare que no le fue posible evitar el
daño, no será oído”.

Clausula de irresponsabilidad.

Se le define como “aquella por la cual la futura víctima


releva totalmente al futuro autor del daño de su obligación
de repararlo si éste llega a producirse”.

En la responsabilidad contractual se aceptan en virtud de lo


dispuesto en el artículo 1545 del Código Civil, sin más
limites que el que no pueden significar una renuncia
anticipada del dolo o a la culpa grave (por equivaler esta
última al primero, art.44 inc.2º del Código Civil). La
pregunta que cabe formular es si deben admitir este tipo de
cláusulas en la responsabilidad extracontractual.

Para dar adecuada respuesta a esta pregunta, Pablo


Rodríguez distingue entre los daños a las personas y a las
cosas y los que provienen de la comisión de un delito o
cuasidelito. Les niega valor a las cláusulas de
irresponsabilidad o responsabilidad atenuada en materia
delictual civil, porque “es principio de orden público que la
condonación del dolo futuro no vale. Si ello se aceptara se
estaría contraviniendo lo dispuesto en el artículo 1465 del
Código Civil y, lo más importante, se admitiría la regulación
de un hecho contrario a derecho y, por lo mismo, al margen
de toda reglamentación”. También les niega valor cuando
proviene de un hecho ejecutado con culpa inexcusable o
cuando se trata de daños en la persona. El fundamento en
este último caso es que la persona humana no está en el
comercio humano, de tal suerte que no puede disponerse en
modo alguno de su integridad, salvo que se trate de la
donación de órganos.

Las cláusulas que presentan problema son aquellas en que se


libera de responsabilidad por daños causados en una cosa
por culpa excusable (es decir, con ausencia de dolo o culpa
grave). Su validez es discutible. Alessandri les da valor por
no estar prohibidas por la ley ni contravenir el orden público.
Opinión contraria sustenta Pablo Rodríguez fundado en que
“los derechos que confieren los artículos 2314 y siguientes
del Código Civil no miran sólo al interés individual del
titular y, por lo mismo, no pueden ellos renunciarse
anticipadamente por medio de una cláusula de
irresponsabilidad”. Personalmente, nos parece más ajustada
a derecho esta última opinión.

Existencia de un daño.
El tercer requisito de la responsabilidad extracontractual es
la existencia de un daño. No se trata, sin duda, de un
requisito menor, desde que precisamente lo que se indemniza
es el daño producido a la víctima. Tan fundamental es que se
ha sostenido que “el daño, más que elemento de
responsabilidad civil, es un presupuesto de ella, sea
contractual o extracontractual”. En el mismo sentido Díez y
la jurisprudencia. Prácticamente todos los artículos del título
XXV hacen referencia a esta exigencia. Sin duda los más
explícitos son el 2314: “Por regla general todo daño que
pueda imputarse a malicia o negligencia de otra persona,
debe ser reparado por ésta…”.
La doctrina ha tratado de precisar en qué consiste realmente
este requisito. Y las opiniones son variadas. Así, para Arturo
Alessandri, “daño es todo detrimento, perjuicio, menoscabo,
dolor o molestia que sufre un individuo en su persona,
bienes, libertad, honor, crédito afecto, creencias, etc”. El
daño supone la destrucción o disminución, por insignificante
que sea, de toda ventaja, beneficio patrimonial o
extrapatrimonial de que goza un individuo. Su cuantía y la
mayor o menor dificultad para acreditarlo y apreciarlo son
indiferentes, la ley no los considera. Y agrega que “no es
necesario que el perjuicio, detrimento o menoscabo consista
en la lesión o pérdida de un derecho de que la víctima sea
dueña o poseedora”.

Fueyo entiende por daño “la violación de uno o de varios


derechos subjetivos que integran la personalidad jurídica de
un sujeto”. Según Jose Luis Díez, para que haya daño basta
un menoscabo, detrimento, lesión, molestia o perturbación
de un simple interés del que sea titular una persona o la
situación de hecho en que se encuentre”.
Como se puede apreciar, para algunos el daño supone la
lesión de un derecho subjetivo. En cambio, para otros, la
mayoría, basta que se afecte un interés del sujeto, que Díez
define como “todo lo que es útil, cualquier cosa, aunque no
sea pecuniariamente valuable, con tal que sea un bien para
que el sujeto satisfaga una necesidad, cause felicidad y
rechace un dolor”. Pero este interés tiene además que ser
lícito o legítimo. Y esta exigencia de que el interés sea lícito
o legítimo, se ha planteado reiteradamente tanto en la
doctrina nacional como extranjera a propósito de diversas
situaciones, especialmente tratándose de indemnizaciones
demandadas por concubinos. Al respecto, Alessandri es
categórico en afirmar que en tal caso no proceden las
indemnizaciones demandadas.

Requisitos del daño.

Para que el daño sea indemnizable, debe cumplir diversos


requisitos:

1.- Debe ser ocasionado por una persona distinta del


ofendido y ello explica que el monto de la indemnización se
reduzca si en el hecho hubo responsabilidad de la víctima
(Art.2330).
2.- Debe ser anormal, de donde se sigue que no dan derecho
a indemnización aquellas molestias propias de la vida en
sociedad, como serían, por ejemplo, los ruidos molestos
producidos con ocasión de la construcción de un edificio.
3.- Debe afectar un interés lícito de la víctima.
4.- El daño debe ser cierto.
5.- El daño debe ser directo.
6.- No debe encontrarse reparado.
El daño debe ser cierto.
Así lo entiende la doctrina: Pablo Rodríguez, Alessandri.
Este requisito se desprende del empleo de diversas formas
verbales “inferido”, “causado”, “sufrido” contempladas en
los artículos 1437, 2314, 2315, 2318, 2319, 2325 a 2328.

Es indemnizable tanto el daño presente como el daño futuro.


Por consiguiente, no procede indemnizar el daño eventual o
hipotético, sin perjuicio de que se considere para otros
efectos (acción popular en los casos de los artículos 948,
2328 inc.2º y 2333). Este requisito adquiere especial
connotación en el caso de la indemnización del lucro cesante
por cuanto éste, por su propia naturaleza, presenta ciertos
visos de incertidumbre, que ha llevado a Gatica Pacheco a
sostener que “la prueba que al respecto se rinda no puede ser
examinada con el mismo rigor que tratándose del daño
emergente”.

En relación con este punto, en doctrina se plantea si debe


indemnizarse la pérdida de “una chance”, entendida ésta
como “una expectativa de ganancia o una probabilidad mas
o menos cierta de pérdida”.
El daño debe ser directo.

Ello significa que debe ser la consecuencia inmediata y


necesaria del hecho que la provoca. Este requisito se verá
cuando se estudie el nexo causal.
El daño no debe encontrarse reparado.

Parece evidente que, si el daño ha sido reparado, la víctima


no puede pretender que se le vuelva a indemnizar, pues
importaría un enriquecimiento sin causa. Este requisito cobra
importancia en materia de seguros.
Naturaleza de los daños.

El artículo 2329 inc.1º expresa que “por regla general todo


daño que pueda imputarse a malicia o negligencia de otra
persona, debe ser reparado por ésta”, de donde se desprende
que deben ser indemnizados tanto los daños materiales como
los morales.

Daño material.

El daño material “consiste en una lesión pecuniaria, en una


disminución del patrimonio. Pablo Rodríguez agrega que se
debe indemnizar tanto el daño presente como el futuro,
siempre que se tenga la certeza que se producirá; si no existe
tal certeza el daño es incierto y no es indemnizable. La
doctrina entiende que este daño puede recaer tanto en la
persona como en las cosas, pues la ley no distingue, y
porque ello se desprende tanto del artículo 44 inciso final del
Código Civil, que define dolo “como la intención positiva de
inferir injuria a la persona o propiedad de otro” como del
artículo 2329 que hace indemnizable “todo daño”. Esta
distinción, sin embargo, cobra importancia cuando se trata
de avaluarlo. Para evitar confusiones, parece de interés
señalar que el daño en la persona puede ser tanto material
como moral, y será del primer tipo cuando incapacita a la
víctima para trabajar o le limita su capacidad de trabajo. Se
ha fallado que “la pérdida de una pierna ocasiona no sólo
daños de orden material por la falta de ella – falta que trae
como consecuencia una disminución de la capacidad para
trabajar y aun para vivir – sino que produce también una
disminución de la capacidad psíquica del individuo, por
cuanto se ve en situación precaria, que lo puede llevar hasta
la mendicidad y que lo mantiene en un estado de
pesadumbre y sufrimiento”.

El daño material puede ser de dos clases: daño emergente y


lucro cesante, distinción que si bien el código hace a
propósito de la responsabilidad contractual – artículo 1556 –
es también aplicable a la responsabilidad extracontractual.
Daño emergente

Es el detrimento patrimonial efectivo que sufre la víctima.


Así, por ejemplo, constituye daño emergente el menor valor
del vehículo chocado. Como dice Rodríguez Grez, “es la
diferencia que se produce en el activo del patrimonio de una
persona, como consecuencia del ilícito civil, entre su valor
original (anterior al hecho que se reprocha) y el valor actual
(posterior al mismo hecho”.
Lucro cesante

Consiste en la privación de una ventaja económica que,


como consecuencia del ilícito, la víctima no va a poder
lograr. Siempre constituye un daño futuro y, por lo mismo,
es difícil calcularlo.

Daño moral

El Código Civil no contempló la indemnización del daño


moral. Han sido los tribunales los que, por razones de
equidad, lo fueron incorporando a nuestro mundo jurídico.
En el caso de la responsabilidad extracontractual, lo
fundaron en el artículo 2329 inc.1º: “Por regla general, todo
daño que pueda imputarse a malicia o negligencia de otra
persona, debe ser reparado por ésta”. Por faltar en la
responsabilidad contractual una disposición equivalente al
artículo 2329, los tribunales durante muchos años se negaron
a admitir la indemnización del daño moral cuando se
incumplía un contrato.

Hoy parece insostenible mantener una postura contraria a la


reparación del daño moral tanto en la responsabilidad
contractual como extracontractual, dentro del ordenamiento
jurídico chileno.
Concepto de daño moral

La primera cuestión que debe analizarse es lo que se


entiende por daño moral. Y al respecto hay distintas
posiciones que se pueden resumir del modo siguiente:

1.- Tesis según la cual el daño moral consiste y encuentra su


fundamento en el sufrimiento, dolor o molestia que el hecho
ilícito ocasiona en la sensibilidad física o en los sentimientos
o afectos de una persona. Como observa Díez Schwerter se
toma el término dolor en un sentido amplio, comprensivo del
miedo, la emoción, la vergüenza, la pena física o moral
ocasionada por el hecho dañoso”, agregando que, entendido
así, el perjuicio moral no es más que el pretium doloris, o
“dinero o precio del llanto”.

Esta es la teoría aceptada mayoritariamente en nuestro país.


Sin embargo, es objeto de varias críticas, entre otras, que no
es aplicable a las personas jurídicas, por cuanto éstas no
pueden experimentar dolor; y además porque no cubre todos
los perjuicios extrapatrimoniales, quedando excluidos, por
ejemplo, los estéticos o las molestias causadas por la
alteración en las condiciones de vida.

2.- Doctrina según la cual el daño moral importa una lesión a


un derecho extrapatrimonial de la víctima. Los que la
sustentan hacen la distinción entre los daños materiales y
morales. Los que causan agravio a los primeros originan un
daño patrimonial, en tanto que el atentado a los segundos
engendra un daño extrapatrimonial o moral.

Díez Schwerter critica esta postura porque: a) “En ciertos


casos la lesión a un derecho extrapatrimonial genera, a más
del consiguiente perjuicio moral, un daño patrimonial”.
Como ocurre, ejemplo – agrega – en la mayoría de los
atentados contra la vida, salud o integridad física, que de
ordinario acarrearán daños emergentes (gastos médicos o
fúnebres) y lucro cesante (lo que la víctima directa o
indirectamente dejó de percibir a raíz del hecho ilícito) y b)
porque no es sostenible “dentro de un sistema positivo como
el nuestro, en donde no existe disposición legal alguna que
exija lesión de un derecho (sea patrimonial o
extrapatrimonial) para que se configure un daño”.

3.- Tesis según la cual, para que haya daño moral basta que
se lesione un interés extrapatrimonial de la víctima,
definidos por Díez como aquellos “que afectan a la persona
y lo que tiene la persona pero que es insustituible por un
valor en moneda, desde que no se pueden medir con ese
elemento del cambio”.

Para Pablo Rodríguez “existen intereses que, aun cuando no


conformen derechos subjetivos, por presentar preferencias,
proyectos, expectativas, deseos, etc, de la persona humana y
no contradecir el sistema jurídico positivo, pueden provocar
un daño cuando son negados o conculcados por un hecho
imputable a otro sujeto”. El daño moral – afirma – “afecta,
por lo mismo a los derechos extrapatrimoniales como a los
intereses extrapatrimoniales que están integrados a la
persona como tal y, por lo tanto, su lesión puede importar un
perjuicio reparable”.

Valoración y prueba de los perjuicios.

¿Cómo se avalúan los perjuicios? Se debe distinguir entre el


daño emergente, el lucro cesante y el daño moral:

a) Valoración y prueba del daño emergente: El daño


emergente por su propia naturaleza no crea problemas. Podrá
probarse con facturas de hospital, peritajes, testigos, etc.,
según el ilícito de que se trate. La prueba testimonial no
tiene las limitaciones de los artículos 1709 y 1710 del
Código Civil, por cuanto éstas sólo rigen para la prueba de
los actos y contratos.

b) Valoración y prueba del lucro cesante: En el caso del


lucro cesante, la valoración es más difícil, por su naturaleza
eventual. Sergio Gatica expresa que “el lucro cesante, a
diferencia del daño emergente, es difícil de establecer, por su
carácter esencialmente eventual que lo transforma en un
principio jurídico lleno de vaguedades e incertidumbres”.

Valoración y prueba del daño moral.

Si es difícil valorizar el lucro cesante, mayores problemas


presenta cuantificar el daño extrapatrimonial dada su
naturaleza netamente subjetiva. Por ello, la jurisprudencia
nacional en forma reiterada ha venido estimando que es
facultad de los jueces apreciarlo discrecionalmente.

La solución anterior con ser cómoda, es peligrosa en


extremo, pues conduce a que para casos similares se fijen
indemnizaciones muy diferentes, lo que resulta
manifiestamente injusto. Cabe agregar que la situación que
venimos reseñando ocurre en casi todas las legislaciones,
sean de raíces romano – germánicas o del common law.

En Chile, la determinación del quantum queda entregada por


entero, sin limitaciones, a los tribunales, con el agravante de
que, al revés de lo que ocurre en la generalidad de los países,
se admite que la fijación que hacen los tribunales de fondo
pueda ser revisada por el tribunal de casación.

Algunas características de la fijación del quantum del


daño moral en Chile.

Podemos señalar como características más destacadas las


siguientes:

1.- La fijación la hace discrecionalmente el tribunal sin


ceñirse a ningún parámetro, sin mas limitaciones que el que
debe hacerlo con equidad y en conformidad al mérito del
proceso. Se ha fallado que la ley no entrega parámetros para
determinar el daño moral, daño que comprende distintos
tipos, por lo cual toca al juez determinar las circunstancias
de hecho que permiten inferir su efectiva ocurrencia y
determinar su monto.

2.- Dada su naturaleza esencialmente espiritual, se estima


que no es necesario probarlo, debiendo el tribunal
presumirlo, considerando el dolor producido a la víctima y,
en su caso, las relaciones de parentesco existente entre el
actor y la víctima.

3.- En muchos casos, la fijación del monto se hace sin


reparar que la indemnización debe cumplir una función
reparadora, no punitiva, por lo que no debiera ser
considerada, para su regulación la situación económica de
las partes.

4.- La reparación debe ser integral. Se ha resuelto que “el


daño moral sólo puede ser objeto de compensación de dos
maneras: mediante el pago de una suma de dinero o la
entrega de bienes o servicios apreciables en dinero y
mediante la realización de actos u obras de alcance o
repercusión públicos, como la recuperación de la memoria
de las víctimas, el restablecimiento de su dignidad.

5.- La indemnización del daño moral no tiene carácter


reparatorio, puesto que el pago de una indemnización en
dinero, no borra el daño. Si el hecho causó la muerte de un
hijo o la pérdida de un brazo o de una pierna, no es posible
volver a la situación anterior. Sólo cumple una finalidad
satisfactiva en el sentido que “gracias al dinero, la víctima
que lo recibe puede procurarse satisfacciones materiales y
espirituales”.

Época a la que debe estarse para el cálculo de los daños.

Debemos distinguir entre daño material y daño moral.

a) Momento al que debe estarse para fijar el daño material:


No está dicho en la ley a que momento debe estarse para la
determinación del monto de los perjuicios, lo que tiene
trascendencia, entre otras cosas, para saber desde cuándo
deben computarse los reajustes e intereses. Para resolver el
problema se barajan distintas alternativas:

1.- Que el monto se determine considerando el momento de


ocurrir el hecho ilícito;
2.- Que se esté al momento que el daño se produce;
3.- Que el monto se determine atendiendo a la fecha de la
sentencia.

Según Alessandri “el juez debe regular la indemnización


según el monto del daño al tiempo del delito o cuasidelito: si
éste recae sobre una cosa, la indemnización se determinará
por el valor que entonces tenía la cosa”.

Una opinión distinta sustenta Díez Schwerter, quien señala


que “el juez evalúa los perjuicios materiales en la sentencia;
allí determina el quale y el quantum (es decir, en que
consisten – daño emergente o lucro cesante – y su valor
expresado en dinero); pero ello no implica que deba hacerlo,
necesariamente, en relación a ese “tiempo presente” (el de la
sentencia), pudiendo recurrir a otras alternativas, como
situarse en un “tiempo pasado” (por ejemplo, el de la
comisión del hecho ilícito, el de la realización del daño o el
de la demanda) o incluso en uno “futuro” (aquel que se
espera que se verifique el daño futuro). Explica que para
evaluar los perjuicios materiales el juez debe colocarse en el
momento en que estos se produjeron, pues el derecho a la
reparación y la obligación correlativa nacen al producirse el
daño (ni antes ni después), más aún cuando es en ese instante
que existen “las constancias materiales que lo constituyen y
los factores económicos que en ese mismo momento
determinaban su valor y que permiten probarlo”. Este
profesor agrega que esta solución no presenta problemas
tratándose de daños materiales actuales (constituyan daño
emergente o lucro cesante), pero admite que en el caso de
perjuicios materiales futuros (daño emergente o lucro
cesante), el panorama pudiera ser algo más oscuro.

En el mismo sentido Pablo Rodríguez: “nosotros creemos,


contra la doctrina mayoritaria, que el juez debe colocarse en
el momento en que se consuma el ilícito, ni antes ni
después…” (y el ilícito según este autor, se consuma cuando
se genera el daño). Funda su opinión entre otras, en las
siguientes razones:

1.- El momento en que se consuma el delito o cuasidelito es


el que marca el punto de partida de los daños que deben
indemnizarse. Al concluir todos los requisitos del ilícito es
posible determinar el daño presente, el daño futuro y
proyectar el daño moral, atendiendo a los elementos antes
enumerados.

2.- Todo daño que sobrevenga después de consumado el


delito o cuasidelito civil, es una consecuencia directa de él y,
por lo mismo, debe ser reparado. En otras palabras, la
indemnización comprende todos los daños ciertos y directos
que se siguen del ilícito, y ello está determinado, al menos
virtualmente, al momento en que éste se consuma.

3.- La demanda – recalca este autor – no marca el instante en


que se causan los daños, mucho menos la sentencia de
primera o segunda instancia o su ejecutoria.

La tendencia generalizada en el derecho extranjero es


entender que los daños y su monto expresado en dinero, se
deben estimar al momento de dictarse sentencia.
Momento al que debe estarse para la fijación del daño
extrapatrimonial.

Se entiende que esta apreciación debe hacerse al momento


en que se dicta sentencia.

Reajuste e intereses. Fechas desde y hasta las cuales se


deben computar.

Como la indemnización debe ser íntegra, las sumas


ordenadas a pagar deben serlo reajustadas y con intereses.
Respecto a los reajustes, no es que de accederse a ellos
cambie el monto del daño, sino que “es su valor el que ha
variado como consecuencia de haberse modificado el poder
adquisitivo de la moneda; su depreciación produce ese
aumento de valor, y como la víctima tiene derecho a la
íntegra reparación, tales variaciones han debido
considerarse, si así se solicita y en la medida en que se hayan
establecido en el proceso. En cuanto a la fecha desde la cual
se deben calcular los reajustes, nuestros tribunales han
tenido pronunciamientos muy diversos. A nuestro juicio, el
reajuste debe operar a partir del momento en que éstos se
determinaron y hasta que la indemnización se pague.
Respecto al pago de los intereses, somos de opinión que
éstos sólo pueden ordenarse si son demandados; que su
cálculo debe hacerse a partir desde que quede ejecutoriada la
sentencia que ordena su pago; y que los intereses a pagar son
los corrientes para operaciones reajustables.

Nexo causal.

Este requisito, que también se exige para la responsabilidad


contractual, no ha sido definido por el Legislador. La Corte
Suprema ha dicho que “debe entenderse que entre un acto
ilícito y un determinado daño hay relación causal cuando el
primero engendra el segundo, y éste no puede darse sin
aquél, en otros términos, existe relación de causalidad
cuando el hecho doloso o culposo es la causa directa y
necesaria del daño. Debe haber una relación de causa a
efecto. Se desprende del artículo 2314: “el que ha cometido
un delito o cuasidelito que ha inferido daño a otro” y de
varias otras disposiciones: 2316 “es obligado a la
indemnización el que hizo el daño; 2318 “el ebrio es
responsable del daño causado por su delito o cuasidelito”;
2329 “por regla general todo daño que pueda imputarse a
malicia o negligencia de otra persona, debe ser reparado por
éstas”.

Pluralidad de causas. Problema de las concausas.

Si el daño proviene de una sola causa el problema es simple.


Pero, como dice un autor “los hechos son siempre
fenómenos complejos por la concurrencia de circunstancias
diversas que actúan como condición del resultado, o sea, en
nuestro caso, del daño cuya reparación se pretende”.

Como observan Mazeaud y Tunc desde el instante en que se


examinan de manera un poco atenta las circunstancias en
que se ha realizado el daño, se advierte casi siempre que ese
daño se halla lejos de tener por causa un solo
acontecimiento, una sola acción. Son múltiples los hechos
que han concurrido a su realización y sin la conjunción
desventurada de los cuales no se habría producido.

Doctrinas para resolver el problema de las concausas.

Las teorías más conocidas son: la de la “Equivalencia de las


condiciones”; la de la “causa próxima”; la de la “Condición
preponderante”; la de la “Causa eficiente”; la de la “Causa
adecuada”.

Teoría de la equivalencia de las condiciones (Condictio


sine quanon).

En el plano filosófico fue elaborada por Stuart Mill, para


quien los acontecimientos se dan tan solo en sucesión, y aún
cuando ésta sea invariable, no caber afirmar que uno sea la
razón de otro. La causa, filosóficamente hablando, es la
suma de las condiciones de toda naturaleza, que, siendo
realizadas, hacen que siga el consiguiente, de toda
necesidad. Este pensamiento tuvo repercusiones jurídicas,
especialmente en la doctrina alemana, y primero en el
Derecho Penal, con Von Buri, a fines del siglo XIX, para la
cual todo efecto es resultante de conjugación de todas las
condiciones, que deben ser consideradas equivalentes en lo
causal y en lo jurídico, de manera que constituyen “condictio
sine quanon” del resultado final. Nuestros tribunales aplican
esta doctrina.

Alterini señala que, en la práctica, esta teoría conduce a


soluciones inaceptables. “Así, por ejemplo, dice, respondería
de homicidio quien infirió a una persona una lesión que
determinó que debiera ser llevada al hospital donde murió
víctima de un incendio”.

Esta teoría fue objeto de varios retoques que modificaron su


versión original dando lugar a otras doctrinas que, en forma
resumida, veremos ahora.

Teoría de la causa próxima.


Para ésta sólo constituye “causa” aquella de las diversas
condiciones necesarias de un resultado que se haya
temporalmente más próxima a éste; las otras son
simplemente “condiciones”.

Se le critica porque “no siempre la condición última es la


que verdaderamente causó el daño: por ejemplo, si una
persona, dolosa o culpablemente, cambia el remedio que
debe suministrarse a un enfermo por una sustancia tóxica, y
la enfermera, ignorando la sustitución, se la da al enfermo y
éste muere; el causante o autor de la muerte no se, por cierto,
la enfermera – que puso la condición más próxima – sino
aquella otra persona que realizó el cambio”.

Teoría de la condición preponderante.

“La causa, según esta teoría, resulta ser aquella condición


que rompe el equilibrio entre los factores favorables y
contrarios a la producción del daño, influyendo
decisivamente en el resultado”.
Teoría de la causa eficiente.

Es enunciada por Birkmeyer, quien parte de la base de que


todas las condiciones no tienen la misma eficacia en la
producción del resultado, por lo que no son equivalentes. Por
ejemplo, “si una persona proporciona fósforos a otra, y ésta
causa un incendio, ambas acciones – la del que suministró
las cerillas, y la del incendiario – son condiciones
inexcusables para que se produzca el efecto; pero debe
considerárselo causado por el hecho de quién provocó el
fuego, por ser la condición más activa o eficaz”.

Se observa a esta posición diciendo que es imposible


establecer la mayor eficiencia de una condición sobre otra.
Teoría de la causa adecuada.

Formulada por Von Kries y es la que se impone hoy día.


Según ella “no todas las condiciones necesarias para un
resultado son equivalentes. Aquella que según el curso
natural y ordinario de las cosas es idónea para producir el
resultado, esa es la causa. Las demás condiciones que no
producen normal y regularmente ese efecto son solamente
condiciones o antecedentes o factores concurrentes”.

Agrega este autor que “para establecer cual es la causa


conforme a esta teoría, debe formularse un juicio de
probabilidad, o sea, considerar que acción u omisión del
presunto responsable era idónea para producir regular o
normalmente el resultado dañoso”.

Relación ente causalidad y nexo causal.

En los casos de responsabilidad subjetiva, que constituyen


en Chile la regla general, la separación entre culpabilidad y
nexo causal es clara. Ello significa que, aunque el hecho
cause daño y sea realizado con culpa o dolo no existe
obligación de indemnizar si falta el nexo causal, es decir, si
el daño no es la consecuencia del hecho ilícito.

En el sistema de la responsabilidad subjetiva la búsqueda de


la causalidad es relativamente simple porque en la
generalidad de los casos la denominada equivalencia de las
condiciones es un criterio que responde satisfactoriamente a
las necesidades del juez que ha de resolver el caso. El que
realiza un hecho ilícito, es decir, culpable o doloso, es
responsable de todo daño que no se habría producido si
aquel hecho no ocurre. Señala Ramón Domínguez Águila
que lo anterior se explica porque la responsabilidad subjetiva
se funda en el elemento de “previsibilidad”, por lo que la
relación de causalidad se puede establecer sin graves
inconvenientes aplicando la teoría de la equivalencia de las
condiciones. “La falta de previsibilidad actúa entonces –
dice – de una doble manera: por una parte, para determinar si
la conducta observada por el demandado fue o no culpable,
en el sentido de si pudo y debió prever que ese acto podía
causar daño y por otra, para fijar la extensión del daño
reparable con el fin de no extender la responsabilidad a
daños remotos”.

Efectos de la responsabilidad extracontractual.

El efecto propio de la responsabilidad extracontractual es


generar la obligación de indemnizar íntegramente los
perjuicios causados a la víctima (art.1437, 2314, 2329). La
indemnización debe ser completa, salvo que el que lo ha
sufrido se haya expuesto imprudentemente (art.2330).

De la acción de responsabilidad extracontractual.

El hecho ilícito genera para el autor la obligación de


indemnizar a la víctima y para esta última el derecho
personal correlativo para exigir la reparación íntegra del
daño que se le ha producido. Así resulta de los artículos 578,
1437, 2284 y 2314 del Código Civil. Y en conformidad a la
parte final del artículo 578, de este derecho nace la acción
personal para exigir la indemnización perjuicios
correspondiente.

Características de la indemnización de perjuicios.

1.- Es personal, porque solo puede reclamarse del autor del


daño;
2.- Es mueble, porque persigue una reparación pecuniaria.
(art.580) o la ejecución de hechos destinados a hacer cesar o
impedir el daño y los hechos que se deben se reputan
muebles (art.581).
3.- Es patrimonial, lo que implica que es transmisible,
comerciable, renunciable y prescriptible.

Titulares de la acción.

En principio – dice Alessandri – esta acción sólo compete a


quien ha sufrido o teme un daño y solamente a él; sin interés
no hay acción.

Ahora, como el daño puede ser contingente o producido, es


necesario formular algunas precisiones:

a) Si el daño es contingente, debe subdistinguirse según


amenace a persona determinada o indeterminada. En el
primer caso la acción compete sólo a esas personas. Así
ocurre en el caso del artículo 932. En el segundo, hay por lo
general acción popular, como ocurre en los casos tratados en
los artículos 948 y 2328 inc.2º (Art.2333).

b) Si el daño se ha producido, la acción compete


exclusivamente a quien lo sufrió, a menos que lo haga en su
nombre o como heredero, legatario o cesionario suyo. Nadie
más tendría el interés jurídico necesario para intentar la
acción.

Ahora la víctima puede ser una o varias personas. La


primera situación no genera problemas. Cuando los
perjudicados son varios, todos tiene derecho a que se les
indemnicen los perjuicios que se le han causado. Por
consiguiente, habrá tantas indemnizaciones distintas como
personas damnificadas.

En el caso de pluralidad de víctimas éstas pueden ser


afectadas de distinta manera, sea porque cada una ejerce, con
relación a la cosa, derechos diferentes, sea porque el daño
causado a una repercute en otra. Y debe además distinguirse
según el daño recaiga en una cosa o en una persona; y en
este último caso si el daño es moral o material.

Daño material en las cosas.

En este supuesto, se aplica el artículo 2315 del Código Civil:


puede pedir esta indemnización no sólo el que es dueño o
poseedor de la cosa que ha sufrido el daño, o su heredero,
sino el usufructuario, el habitador o el usuario, si el daño
irroga perjuicio a su derecho de usufructo o de habitación o
uso. Puede pedirla en otros casos el que tiene la cosa con
obligación de responder de ella; pero sólo en ausencia del
dueño.

Daño material en las personas.

Respecto del daño material producido en una persona, tienen


acción para demandar:

a) La víctima inmediata y directa del ilícito, y


b) La víctima mediata o indirecta del mismo, cuando con
motivo del delito o cuasidelito, queda privado de la ayuda
económica que le proporcionaba la víctima principal.

Daño extrapatrimonial o moral.


Puede demandarlo todo aquel que ha visto lesionado un
interés extrapatrimonial. Por consiguiente, tienen acción
tanto las personas naturales como las jurídicas. Estas
últimas, cuando se vea afectado su prestigio comercial.

En el caso de las personas naturales tienen acción por daño


moral no sólo las víctimas directas del ilícito o sus
herederos, sino también las denominadas “víctimas por
repercusión”, esto es, “todos aquellos que, sin tener la
calidad de víctimas inmediatas o directas, también lo sufren
en razón de que el daño inferido a las víctimas directas lo
hiere en sus propios sentimientos o afectos o les lesiona
algún interés o derecho extrapatrimonial del que son
titulares.

Es claro que en el caso de las “victimas por repercusión”,


tienen que probar haber sufrido real y efectivamente.

La acción de responsabilidad extracontractual es


transmisible.

La acción derivada de un hecho ilícito es transmisible por


testamento o ab intestato, a título singular o universal. Luego
pueden ejercitarla tanto los herederos como los legatarios.

Si la víctima fue íntegramente indemnizada por el autor del


ilícito, no podrá dirigirse en contra de quien obtuvo
provecho del dolo ajeno, pues habría enriquecimiento sin
causa.

¿Es transmisible la acción de responsabilidad por daño


moral?

Para el análisis de este problema debemos hacer algunas


distinciones: a) la víctima fallece cuando ya hay sentencia
que acoge la demanda por daño moral; b) caso en que la
víctima demanda en vida, pero fallece durante el pleito; c)
caso en que la víctima fallece antes de deducir la acción.

El caso a) es el más simple de todos. Ninguna duda cabe que


si la sentencia ordenó pagar a la víctima directa una
indemnización por cualquier tipo de daño (material o moral),
si ésta fallece, la acción para cobrar la indemnización se
transmite a sus herederos (Art.1097 C.C.).

El caso b) tampoco presenta problemas. Si la víctima directa


litigaba por si sola, se aplica el artículo 5 del Código de
Procedimiento Civil y si lo hacía a través de mandatario
judicial este mandato se mantiene.

Los problemas lo plantean el caso c), esto es, cuando la


víctima fallece sin haber interpuesto la demanda. La
pregunta que cabe formular es si en este supuesto ¿pueden
sus herederos demandar el daño moral sufrido por la víctima
directa? Para algunos, sus herederos pueden hacerlo.
Argumentan que en caso contrario “el autor de un accidente
mortal sería tratado mejor que el autor de lesiones no
mortales, ya que, muerta la víctima, el autor quedaría a salvo
de toda demanda”. Agregan que “la víctima adquiere un
derecho de reparación desde que el daño se produce y este
derecho es un verdadero crédito de indemnización que, por
lo mismo, forma parte del patrimonio de la víctima como
cualquier otro crédito. Si bien el sufrimiento experimentado
por la víctima es personal, el crédito de reparación que ese
daño genera no lo es y se refiere al sufrimiento pasado que
ya generó el derecho a indemnización. Como los herederos
son continuadores del difunto, ese crédito pasa a ellos y
pueden, por él, deducir la acción pertinente”.
Pablo Rodríguez categóricamente admite que en el caso que
estamos tratando puedan los herederos demandar.

Ramón Domínguez es de opinión de que esta acción es


intransmisible. Sostiene que “el fundamento personalísimo
del daño a reparar y la finalidad perseguida con la
indemnización no se avienen con un ejercicio de la acción
por quienes no han sufrido el daño”. Agrega que “admitir la
transmisibilidad es llevar el principio de la continuación del
causante por sus herederos a extremos impropios y que sólo
se explican por una mercantilización exagerada del tema de
la responsabilidad civil.

Titular pasivo de la acción de indemnización de


perjuicios.

La norma básica en esta materia es el artículo 2316: “Es


obligado a la indemnización el que hizo el daño y sus
herederos”. “El que recibe provecho del dolo ajeno, sin ser
cómplice en él, sólo es obligado hasta concurrencia de lo que
valga el provecho”.

Luego, de acuerdo a esta disposición son sujetos pasivos de


la responsabilidad extracontractual: a) El autor del daño; b)
Sus herederos; c) El que recibe provecho del dolo ajeno y
sus herederos, pero sólo hasta el monto del provecho.

1.- Autor del daño.

Para los efectos de la responsabilidad civil, debe


comprenderse entendido dentro de la voz “autor” no sólo al
que materialmente cometió el ilícito, sino también a los
cómplices y encubridores.
Como expresa Alessandri, ello se desprende del propio
artículo 2316 “pues éste limita la responsabilidad del que
obtuvo provecho siempre que no sea cómplice en el dolo, de
donde se infiere que si lo es, su responsabilidad es completa,
de acuerdo a la regla general del inciso 1º del mismo
artículo”.

2.- Herederos del autor del ilícito.

Los herederos del autor del delito o cuasidelito responden


porque representan a la persona del causante y le suceden en
todas sus obligaciones transmisibles (art.1097).

Alessandri aclara que lo sucesores a título singular


(cesionario, legatarios, adquirentes) no tienen
responsabilidad, porque no representan a la persona del
causante.

3.- Persona que recibe provecho del dolo ajeno.

Según el artículo 2316, responden también los que sin ser


cómplices reciben provecho del dolo ajeno, pero hasta el
monto del provecho. Esta norma tiene por fundamento el
principio del enriquecimiento sin causa. La misma idea se
encuentra en la responsabilidad contractual (Art.1458 inc2º).
Reiteramos que si quien recibe provecho del dolo ajeno
interviene como cómplice, responde de la totalidad de los
perjuicios.

Alessandri afirma que el artículo 2316 inc.2º es un precepto


excepcional, por lo que no comprende a quién recibe
provecho de la culpa ajena, aunque sea lata.
Este caso plantea el problema de determinar en contra de
quien se debe dirigir la acción. Al respecto encontramos dos
opiniones. Para Alessandri se puede dirigir directamente en
contra de quien se aprovecha del dolo, “aunque no se haya
declarado previamente la existencia del delito y la
consiguiente responsabilidad del autor”.

En cambio, Carlos Ducci estima que para que pueda


interponerse la acción de reparación contra el que recibe
provecho del dolo ajeno, es preciso que con anterioridad se
haya establecido que existe un delito y que es responsable de
éste su autor.

Si la víctima fue íntegramente indemnizada por el autor del


ilícito no podrá dirigirse en contra de quien obtuvo provecho
del dolo ajeno, pues habría un enriquecimiento sin causa.

4.- Personas civilmente responsables.

La acción de responsabilidad extracontractual se puede


dirigir, también, en contra de las personas en conformidad a
los dispuesto en los artículos 2320 al 2322, responden del
hecho de otras personas.

Responsabilidad solidaria en el caso de pluralidad de


autores.

Si los autores del ilícito son dos o más personas, todos ellos
responden solidariamente de todo perjuicio (art.2317).
Alessandri, aclara que la solidaridad afecta a todos los que
hayan intervenido en la comisión del delito o cuasidelito,
como autores, cómplices o encubridores; unos y otros lo han
cometido, cada uno dentro de su radio de acción. Ducci
afirma que la solidaridad no alcanza a los encubridores.
Extinción de la responsabilidad extracontractual.

La obligación de indemnizar perjuicios se extingue por los


modos generales contemplados para cualquier obligación.
Por su importancia debemos referirnos a tres modos: a) La
transacción; b) La renuncia; c) La prescripción.

1.- Extinción de la responsabilidad civil por transacción.

El artículo 2449 contempla expresamente el caso de la


transacción: “La transacción puede recaer sobre la acción
civil que nace de un delito; pero sin perjuicio de la acción
criminal” y solo produce efectos entre los que la celebraron.

La transacción tiene efectos relativos. El artículo 2461 es


claro: “La transacción no surte efecto sino entre los
contratantes”. “Si son muchos los principales interesados en
el negocio sobre el cual se transige, la transacción consentida
por uno de ellos no perjudica ni aprovecha a los otros; salvo,
empero, los efectos de la novación en el caso de
solidaridad”.

2.- Extinción de la responsabilidad extracontractual por


renuncia.

Nada impide que el titular de la acción de indemnización


renuncie. Ello en conformidad a lo establecido en el artículo
12 del Código Civil: “Podrán renunciarse los derechos
conferidos por las leyes, con tal que sólo miren al interés
individual del renunciante, y que no esté prohibida su
renuncia”. Claro está que esta renuncia sólo puede hacerse
después de ocurrido el hecho ilícito, pues antes no ha nacido
el derecho”.
La renuncia no requiere de formalidad alguna, pero su
prueba queda sometida a la limitación de los artículos 1708 y
1709 del Código Civil.

3.- Extinción de la responsabilidad extracontractual por


prescripción.

El artículo 2332 prescribe que “las acciones que concede


este título por daño o dolo, prescriben en cuatro años
contados desde la perpetración del acto”.

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