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Alicia La Piñata y Una Serie de Problemas

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Alicia, la piñata y una

serie de problemas
Juana Inés Dehesa

Ilustraciones de
Mariana Villanueva Segovia
Alicia, la piñata y una
serie de problemas
Juana Inés Dehesa

Ilustraciones de
Mariana Villanueva Segovia
Dehesa, Juana Inés
Alicia, la piñata y una serie de problemas / Juana Inés Dehesa ; ilus. de
Mariana Villanueva Segovia. – 2a ed. – México : Ediciones SM, 2016 ; 142 p. : il. ;
19 x 12 cm. – (El barco de vapor. Naranja ; 68 M)

ISBN : 978-607-24-2170-7

1. Literatura mexicana. 2. Humor – Literatura infantil. 3. Fiestas infantiles –


Literatura infantil. I. Villanueva Segovia, Mariana, il. II. t. III. Ser.

Dewey 863 D44

© Juana Inés Dehesa, 2014


Ilustraciones: Mariana Villanueva Segovia

Gerencia de Literatura Infantil y Juvenil: Ana María Echevarría


Coordinación editorial: Olga Correa Inostroza
Edición: Federico Ponce de León
Diagramación: Magali Gallegos Vázquez

Primera edición, 2014


Segunda edición, 2016
D. R. © SM de Ediciones, S. A. de C. V., 2014
Magdalena 211, Colonia del Valle,
03100, México, D. F.
Tel.: (55) 1087 8400
Para conocer SM, su fondo editorial y sus servicios: www.ediciones-sm.com.mx

ISBN 978-607-24-2170-7
ISBN 978-968-779-176-0 de la colección El Barco de Vapor

Miembro de la Cámara Nacional de la Industria Editorial Mexicana


Registro número 2830

Prohibida la reproducción total o parcial de este libro, su tratamiento


informático, o la transmisión por cualquier forma o por cualquier medio,
ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos,
sin el permiso previo y por escrito de los titulares del copyright.

La marca El Barco de Vapor® es propiedad de Fundación Santa María. Prohibida su


reproducción total o parcial.

Impreso en México / Printed in Mexico


1

Mi problema es que me tomo muy en serio mis


cumpleaños.
Todo empezó cuando cumplí tres y mi mamá
me llevó a escoger mi piñata y mi pastel. Había
tantas opciones que se me hizo injusto escoger
una sola cosa de cada una. Lo que había que hacer
era una fiesta diferente cada día: así cada piñata
y cada pastel tendrían su oportunidad. Era muy
buena idea, pero, como suele pasar con mis grandes
ideas, mis papás no estuvieron de acuerdo: dijeron
que con una fiesta al año era más que suficiente.
—¡Claro que no es suficiente! —les expliqué—.
¿Cómo en una sola fiesta voy a tener todos los
pasteles y todos los brincolines y todos los dulces
y todo? ¡No hay modo de que escoja solo uno de
cada uno!
Me contestaron que sí había modo, que lo pen-
sara bien.

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Y yo, que soy muy obediente, me dediqué a
pensarlo bien. Lo pensaba bien todo el día, casi
a todas horas. Si me invitaban a una fiesta, yo ya
pensaba bien en la siguiente.
Hasta que unos años después, la maestra mandó
llamar a mi mamá; todo porque en la mitad de la
ceremonia cívica dejé de cantar el himno y me
salí de mi lugar en la fila para irle a preguntar a
Sandrita, mi mejor amiga, si pensaba que todos
los betunes azules te dejaban la lengua pintada de
morado o nomás el del pastel de Sanborns.
De nada sirvió que yo dijera que de todas mane-
ras cantamos el himno cada lunes de cada semana
de cada año, que por un lunes que me distrajera
no iba a pasar nada. Mi mamá decidió que, a mi
edad, yo ya tenía un problema de fiestitis, y que
para que ya no pasaran esas cosas, íbamos a llegar
a un acuerdo: nada de platicar de la fiesta antes
del Día de Reyes. Como mi cumpleaños es el diez
de marzo, dijo, teníamos dos meses para planear
todo y que la fiesta fuera un éxito. Yo no estaba tan
segura, pero no me estaba preguntando.
Desde entonces, cada vez que mamá me recogía
de una fiesta y yo empezaba a decir algo como:
no quiero que en mi fiesta haya chicles, porque a
Rodrigo le gusta pegárselos en el pelo a las niñas,

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me tenía que quedar callada; si no, mamá levantaba
su dedito y decía: “No, no, no: hasta Reyes”.
Por eso el 6 de enero era mi día favorito. No
solo porque venían los Reyes, me traían regalos y
partía la rosca con mis papás y la abuela, sino por-
que aprovechaba para decirles todo lo que quería
hacer en mi fiesta. Ellos ponían caras muy serias
y lo discutíamos todo: el color de las servilletas, la
lista de invitados, el sabor del pastel… Era increíble.
Pero el año en que cumplí diez todo fue distinto.

El Día de Reyes antes de mi fiesta de diez está-


bamos esperando a la abuela para partir la rosca,
como siempre. Mamá preparaba el chocolate en
la cocina y yo le ayudaba a poner la mesa. Puse
un plato en cada lugar, menos en el de papá. Él
no iba a venir. Me había llamado en la mañana
para decirme que no podía. Yo ya no le quise de-
cir que era el día de planear mi fiesta. Tal vez ya
le aburría, tal vez creía que yo ya estaba grande
para esas cosas.
Y sí, ya estaba grande: los Reyes me habían
traído una bicicleta sin rueditas. Iba a cumplir
diez años. Pero de todas maneras quería que fuera
como siempre, que discutiéramos por qué tenía que
invitar a mi primo Toby y de qué sabor iba a ser

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la gelatina. Quería que todos volviéramos a estar
de buenas, que se nos quitara lo tristes.
Estaba pensando en todo eso mientras doblaba
las servilletas y las ponía debajo de cada tenedor.
De pronto oí que un coche se estacionaba enfrente
de la casa y se bajaba alguien con unos tacones
que hacían mucho ruido. ¡La abuela! Corrí a
abrirle la puerta.
—¡Hola, mi reina! ¿Cómo estás? —Traía en
las manos una pila de cajas: una era de la rosca,
y los demás eran unos paquetes que tenía que
sostener con la barbilla. Detrás de los lentes se le
veían unos ojos verdes, como los míos, pero más
grandotes—. ¿Me ayudas con esto?
Me dio los paquetes. El de arriba tenía una es-
tampa con un camello, un caballo y un elefante que
decía “Para Alicia, de Melchor, Gaspar y Baltazar”.
—Ese te lo dejaron los Reyes en mi casa, al rato
lo abres. —A la abuela no se le iba una.
Entramos a la sala y dejamos todo. Pusimos la
rosca en un platón y ayudamos a mi mamá a ser-
vir el chocolate. Antes de sentarnos, la abuela nos
pasó nuestros regalos. Yo abrí el mío rapidísimo.
Era una libreta color rosa clarito y unas plumas
de muchos colores. Se me hizo aburridísimo. Era
muy aburrido que los Reyes me trajeran cosas para

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la escuela, pero como mi mamá y la abuela me
estaban viendo, tuve que poner cara de emoción.
—Gracias, abuela —dije, la muy hipócrita.
—De nada, mi reina. Pero ábrela.
La abrí y vi que no era una libreta como las de
la escuela: tenía hojas de muchos colores. En la
primera página decía, con la letra parejita de la
abuela: “Fiesta de 10 de Alicia Cuesta”.
—Tiene hojas de diferentes colores para que
vayas apuntando cada cosa: el lugar, los invitados
y sus teléfonos, el sabor del pastel y la dirección
de la panadería… Es una libreta de profesional,
¿viste?
Pasé las hojas con cuidado. Una decía Invitados;
otra, Pastel; otra, Piñata, y así. Me dieron ganas
de empezar a llenarla en ese instante, pero mi
mamá me dijo que la dejara, que se iba a llenar
de chocolate.
Luego le tocó abrir su regalo a mi mamá. No
le fue tan bien: le trajeron un libro. Lo desenvol-
vió, y luego, luego lo volvió a tapar con el papel.
Alcancé a leer que decía algo de los divorcios. Su
Gracias fue todavía más hipócrita que el mío. Se
le pusieron los ojos brillantes y la boca chiquita.
Cada quien partió su pedazo de rosca sin mu-
chas fiestas y nos quedamos calladas, como si de

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pronto hubiera llegado una nubecita negra sobre
nosotras. Me empecé a sentir nerviosa, así que me
puse a hablar como loca. Les conté que mi amiga
Laura el otro día leyó en una revista que una señora
le había puesto a su hijo Andrea.
—¡Qué mensa! —dije mientras le quitaba a
mi pedazo de rosca las cositas verdes. Me chocan.
La abuela se rio.
—No, mi reina. Debió de ser Carolina de Móna-
co. Ella tiene un hijo que se llama Andrea, pero en
su país ese es nombre de hombre. Como Andrés.
—Pues no sé si sea la misma, pero le voy a
preguntar a Laura. ¿Cómo dices que se llama?
¿Carolina qué?
—De Mónaco, mi reina, de Mó-na-co —aclaró
la abuela—. Mónaco es un principado. Hazte de
cuenta un reino, pero chiquitito, chiquitito.
—¿Un reino? ¿Como los de los cuentos? —Me
encantan los cuentos.
—Exactamente, como los de los cuentos. Y ella
es una princesa.
—¿Una princesa de verdad?
—Bueno… —dijo mi mamá, con el tono que
usa cuando quiere decir “Pues ni tanto”.
—Me perdonas, pero es una princesa de verdad
—Mi abuela vio a mi mamá con cara de mamá—.

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Su mamá era actriz, Grace Kelly, y era primorosa,
mi reina, primorosa. Tan primorosa que un prín-
cipe, el príncipe Rainiero de Mónaco, se enamoró
de ella, se casaron y tuvieron tres hijos: Carolina,
Estefanía y Alberto. Bueno, a tu mamá de más
joven le decían que se parecía mucho a Carolina
de Mónaco.
—¿Es cierto, ma’? —La abuela de pronto es
medio mentirosa; ya la he cachado otras veces.
Mamá puso los ojos al revés y dijo:
—Bueno, sí. Pero su vida no es tan de cuento,
¿eh? A la pobre le han pasado cosas horribles: unos
maridos se le mueren y los que no se mueren la
dejan. Puras tragedias.
Eso no le gustó a la abuela. Se puso muy seria.
—A pesar de todo, sigue viéndose muy guapa y
muy sonriente. Sale cada semana en el Hola, elegan-
tísima, sin importarle lo que pase con los maridos.
Y es muy buena madre. Es todo un ejemplo, m’ijita.
La abuela, además de ser medio mentirosa, a
veces habla como si estuviera en la tele, y eso no
me gusta, pero ahora hasta yo le di la razón, pues
mi mamá estaba de un humor que no se aguantaba
ni ella sola (y por si fuera poco, llevaba desde no-
viembre con los mismos pantalones de mezclilla).
Mamá se frotó la cara con las manos.

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—Está bien, está bien —dijo sonriendo un
poquito—. Ya entendí. Seguro que después de leer
el libro que me trajeron los Reyes me van a dar
ganas de ponerme sombreros y de ir a las carreras
de coches, así como a Carolina. Pero mientras, ¿por
qué no me ayudan a levantar los platos?
Como que se le olvidaba algo…
—¿Y lo de mi fiesta? —pregunté.
—Claro, Ali, lo de tu fiesta. Ándale, trae tu
libreta.
Y aunque ese año solo éramos las tres, empeza-
mos a planear mi fiesta, que también sería la de
Carolina de Mónaco.

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2

Al día siguiente regresábamos de las vacaciones


de diciembre, y todos los niños del camión presu-
mían sus regalos de Reyes. Yo me senté en mi lu-
gar, en la tercera fila, detrás de Laura y Sandrita.
Laura y Sandrita son mis mejores amigas
desde primero de primaria. Nos conocimos el
primer día de clases. Como éramos las más chi-
cas, doña Mode, la encargada, nos sentó a las
tres juntas y nos llevamos muy bien. Este año
somos las únicas de tercero, y ya somos mejores
amigas. Claro que a veces nos enojamos, sobre
todo porque a Sandrita siempre le gusta hacer
lo que ella quiere, y Laura nunca dice nada, pero
la mayoría de las veces nos divertimos mucho.
Sandrita dice que como ella es güera, Laura de
pelo café y yo de pelo negro, podríamos hasta
hacer un grupo y que ella cantara, pero no estoy
tan segura: Sandrita canta muy feo. Nunca se

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lo hemos dicho ni se lo diríamos. Fuera de esas
cosas, nos lo contamos todo.
Ese día Laura llevaba una caja llena de estam-
pas que le habían traído los Reyes, y Sandrita, un
pintalabios y un barniz de uñas que le habían
dado de Navidad. Yo, claro, llevaba la libreta de
mi fiesta, así que cada quien pegó una estampa
en su mochila, Laura y yo nos pintamos la boca;
Sandrita, las uñas, y les platiqué de mi fiesta de diez.
—Dice mi mamá que me avises qué día va a ser,
porque en marzo mis primos hacen muchísimas
fiestas —dijo Sandrita. Agitaba las manos como
loca, según ella para que se le secaran las uñas.
Agarré mi libreta con cara de profesional, me
chupé un dedo como le hace la secretaria de la
dirección y empecé a pasar hojas.
—Vamos a ver —dije—, aquí está: sábado doce
de marzo a las cuatro en punto.
—Bueno, luego le digo a mi mamá.
—De todas maneras les voy a mandar una
invitación. Mira, aquí está apuntado, donde dice
Pendientes.
—¿A ver? ¿Qué más dice en tu libreta, Ali?
—Muchas cosas. Mira, aquí está para que pongas
de qué vas a querer el pastel, que yo creo que va a
ser de chocolate, de uno que siempre compramos

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Alicia no quiere saber
de los problemas de sus
9+
papás. Allá ellos si no le
dan importancia a su fiesta
de cumpleaños. Ella se lo
tomará en serio. Planeará
el festejo como una
profesional. Pero no contaba
con que la piñata pasaría
de ser un mero contenedor
de dulces a una princesa
mundialmente famosa.

Como
los adultos
se lo toman muy a
la ligera, Alicia tendrá
que cuidar hasta el último
detalle de su fiesta de
cumpleaños.

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