El Zorro y El Cuervo
El Zorro y El Cuervo
El Zorro y El Cuervo
Cuento interactivo
Cierto día, un feo y negro cuervo consiguió robar un apetitoso trozo de carne a unos
pastores que estaban en el campo preparando la comida. En cuanto atrapó el delicioso
manjar, voló rápidamente al árbol más seguro y se posó en una rama, desde la cual los
demás cuervos podían verle bien ¡Qué orgulloso se sentía del botín que llevaba en su pico!
Un zorro que pasaba por allí vio al pájaro en lo alto y comenzó a relamerse pensando en lo
rico que debía ser ese bocado. Decidido a hacerse con el botín, tramó un astuto plan para
robárselo al pajarraco. Con sigilo, se acercó a los pies del árbol y comenzó a decirle las
cosas más bonitas que se le ocurrieron.
– ¡Pero ¡qué bello eres, amigo cuervo! – dijo el zorro en voz alta para que sus halagos se
escucharan bien – He visto pájaros hermosos, pero ninguno como tú ¿Te has fijado cómo
brillan tus plumas bajo la luz del sol? ¡Son de color azabache! Deberías dejarte ver más por
aquí para que todos podamos admirarte.
El cuervo escuchaba atentamente y disfrutaba de los lindos piropos que le decía el zorro.
– ¡Vaya! – pensaba – Nunca me han dicho cosas tan bonitas ¡Qué zorro más simpático!
El zorro continuó con los halagos.
– Eres bello pero también he visto cómo vuelas. Nadie te gana en elegancia cuando surcas
el cielo ¡Hasta el águila te tiene envidia!
El cuervo no podía sentirse mejor. Oír todas esas cosas le agradaba muchísimo y
disfrutaba siendo el centro de atención. Los cuervos de alrededor no quitaban ojo a lo que
estaba sucediendo y comenzaron a graznar. Sus potentes chillidos taparon el canto de los
pajarillos que por allí andaban. Para el zorro, fue una oportunidad de oro.
– ¡Qué delicia escuchar a tus amigos los cuervos! – le dijo el muy ladino – Su voz es
hermosa y potente ¡Es una pena que tú no sepas cantar como ellos!
El cuervo comenzó a ponerse nervioso. Con la carne aún en el pico, se moría de ganas de
demostrarle al zorro que él también tenía una bella voz. Mientras, el zorro seguía con su
discurso.
– En fin… Me da rabia que a pesar de tener ese cuerpo tan esbelto y tanta gracia para
volar, no sepas deleitarnos con una hermosa melodía – dijo el astuto zorro, fingiendo
desilusión.
¡El cuervo ya no pudo más! Estaba inflado de vanidad ¡No podía consentir que el zorro se
fuera sin escucharle! Instintivamente, abrió el pico y estirándose como si fuera un auténtico
ruiseñor, comenzó graznar lo más fuerte que pudo. Sin darse cuenta, soltó el trozo de
carne, que fue a parar directamente a la boca del zorro. Cuando se dio cuenta de su
metedura de pata, ya era demasiado tarde: el zorro se zampaba su comida y todos los
cuervos se partían de risa.
Satisfecho, el zorro le dedicó unas palabras burlonas pero ciertas.
– ¡Ay, cuervo! ¡Eres presumido pero muy poco inteligente! Ser tan vanidoso sólo te traerá
problemas. La próxima vez, no hagas caso de los que como yo, te dicen las cosas que
quieres escuchar para conseguir algo.
Le dedicó un guiño y entre risitas se alejó, dejando al cuervo sonrojado por la vergüenza.
Moraleja: en la vida hay que tener cuidado con las personas que nos adulan y nos dicen
demasiadas cosas bonitas sin motivo, porque a lo mejor sólo pretenden engañarnos y
conseguir algo de nosotros.
El asno y su sombra
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Cuento interactivo
Sucedió una vez, hace muchísimos años, que un hombre necesitaba ir a una ciudad lejos
de su casa. Era comerciante y tenía que comprar telas a buen precio para luego venderlas
en su propia tienda. Debido a que había mucha distancia y el viaje duraba varias horas,
decidió alquilar un asno para ir cómodamente sentado.
Partieron a primera hora de la mañana hacia su destino y todo iba bien hasta que, al
mediodía, el sol comenzó a calentar con demasiada fuerza. El verano era implacable por
aquellos lugares donde sólo se veían llanuras desérticas, despobladas de árboles y
vegetación. Apretaba tanto el calor, que el viajero y el dueño del asno se vieron obligados a
parar a descansar. Tenían que protegerse del bochorno y la única solución era refugiarse
bajo la sombra del animal.
El problema fue que sólo había sitio para uno de los dos debajo de la panza del asno, que
sin moverse, permanecía obediente erguido sobre sus cuatro patas. Agotados, sedientos y
bañados en sudor, comenzaron a discutir violentamente.
– ¡Si alguien tiene que protegerse del sol debajo del burro, ese soy yo! – manifestó el
viajero.
– ¡De eso nada! Ese privilegio me corresponde a mí – opinó el dueño subiendo el tono de
voz.
– ¡Yo lo he alquilado y tengo todo el derecho, que para eso te pagué cinco monedas de
plata!
– ¡Tú lo has dicho! Has alquilado el derecho a viajar en él pero no su sombra, así que como
este animal es mío, soy yo quien se tumbará debajo de su tripa a descansar un rato.
Los dos hombres se gritaban el uno al otro enfurecidos. Ninguno quería dar su brazo a
torcer. De las palabras pasaron a los mamporros y empezaron a volar los puñetazos entre
ellos.
El asno, asustado por los golpes y los gritos, echó a correr sin que los hombres se
percataran. Cuando la pelea acabó, los dos estaban llenos de magulladuras y moratones.
Acabaron con el cuerpo dolorido sin que hubiera un claro vencedor. Fue entonces cuando
se dieron cuenta de que el burro había huido dejándoles a los dos tirados en medio de la
nada, sin sombra, y tan sólo con sus pies para poder irse de allí. Sin decir ni una palabra,
se miraron y reanudaron el camino bajo el ardiente sol, avergonzados por su mal
comportamiento.
Moraleja: recuerda que es muy feo ser egoísta y pensar sólo en ti mismo. Hay que saber
compartir porque, si no, corres el riesgo de quedarte sin nada.
El tigre hambriento y el zorro astuto
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Audiolibro
Cuento interactivo
En cierta ocasión, un tigre se paseaba por los bosques de China. Estaba muy hambriento
porque en las últimas horas no había conseguido ninguna presa que llevarse a la boca.
Cuando ya había perdido toda esperanza, algo se movió entre la maleza. Para su
sorpresa, descubrió que era un pequeño zorro que estaba de espaldas, totalmente ajeno al
peligro. Se acercó sigilosamente, calculó la distancia de salto, y se lanzó de manera
precisa sobre el despistado animal.
El pobre zorro no tenía escapatoria posible. Sentía las fauces del enorme tigre apretándole
la piel del cuello y casi no podía respirar. Sólo tenía una pequeña posibilidad de salvación:
echar mano de su imaginación y, sobre todo, de su astucia.
Sin pensárselo dos veces, le dijo al tigre:– ¡Eh, amigo! ¡Ni se te ocurra hacerme daño!
El felino escuchó la vocecilla del zorro y estuvo a punto de partirse de risa ¡Tenía mucha
gracia que un animalejo tan simplón, pequeño e indefenso, le dijera lo que tenía que hacer!
Pero el zorrito, siguió hablando.
– Por si no lo sabes, soy el rey de los animales ¡Ni siquiera el enorme elefante puede
conmigo, así que tú mucho menos!
El tigre, por supuesto, no le creyó, pero empezó a sentir curiosidad y decidió seguir la
conversación, a ver qué otras tonterías le contaba.
– ¿El rey de los animales? ¡Ja, ja, ja! ¡Ay, que gracioso eres!
El zorro sudaba a mares, pero intentó disimular el nerviosismo que le recorría el cuerpo
todo lo que pudo. Carraspeó para aclararse la voz e intentando parecer muy seguro de sí
mismo, replicó:
– ¡Por supuesto que lo soy! ¡Todos por aquí me tienen miedo, mucho miedo! Si quieres, te
lo demostraré, pero tienes que soltarme. Tranquilo, podrás ir detrás de mí y así te
asegurarás de que yo no huya.
El tigre dudó un poco, pero su intriga iba en aumento y no podía quedarse con las ganas
de averiguar si ese zorrito parlanchín le decía la verdad.
– ¡Está bien, pero si intentas jugármela, te arrepentirás!
El tigre abrió las fauces y el zorro cayó al suelo sobre las cuatro patas que todavía le
temblaban por el miedo. Se sacudió un poco el pelaje y le dijo al felino:
– Ahora vas a ver cómo todos los animales me temen y echan a correr en cuanto me ven.
Tú ven detrás de mí ¿De acuerdo?
– Muy bien… ¡Camina, que no tengo toda la tarde!
El zorro comenzó a andar con la cabeza muy estirada y dándose aires de grandeza,
seguido muy de cerca por el temible tigre. Tal y como había asegurado, a su paso los
animales se apartaron y huyeron despavoridos.
Los pájaros se escondieron en sus nidos, los monos treparon por los árboles chillando para
avisar a sus compañeros y los topos se metieron en profundas galerías subterráneas. Los
que no podían correr, buscaron la manera de zafarse del peligro, como las serpientes, que
se quedaron quietas como estatuas para pasar desapercibidas.
¡El tigre no se lo podía creer! ¡Era cierto que ese pequeño zorro era un auténtico jefe y que
causaba temor sobre el resto de animales!
¿Y vosotros? … ¿También os habéis tragado la mentira del zorro?… Seguro que ya os
habéis dado cuenta del truco que utilizó: sabía que si caminaba con un tigre detrás, los
animales no huirían de él, sino del fiero felino que le pisaba los talones.
Como era un zorro listo, el plan funcionó: allí no quedaba un alma y el tigre se preguntaba
por qué un insignificante zorro podía espantar a otros animales mucho más fuertes y
grandes que él. Tan alucinado estaba, que se despistó. El zorrito aprovechó la oportunidad,
echó a correr, se internó en la oscuridad del bosque, y consiguió salvar su vida.
Moraleja: La inteligencia y la astucia son más importantes que la fuerza. Nunca pienses
que una persona, por ser más pequeña o aparentemente más débil, es menos válida que
tú.
Cuento interactivo
Hace muchos años vivía en la India un rico comerciante de telas. Vendía unos tejidos tan
suaves y primorosos que eran reclamados por las damas más importantes del país y, por
tanto, se veía obligado a viajar a menudo.
Su hogar era grande y seguro, pero el hombre estaba un poco preocupado. Se rumoreaba
que últimamente había ladrones merodeando por el vecindario y se sentía intranquilo ¿Y si
entraban a robarle durante su ausencia? Antes de partir, se acercó a casa de su mejor
amigo para pedirle un gran favor.
– Amigo, como sabes, tengo que irme y temo que los ladrones asalten mi casa y roben mi
caja de monedas de oro ¡Son todos los ahorros que tengo! Vengo a pedirte que la guardes
tú porque eres la persona en quien más confío.
– ¡Por supuesto! Vete tranquilo que yo la mantendré a buen recaudo hasta que vuelvas.
El comerciante se fue de viaje hizo sus negocios y una semana después regresó al pueblo.
Lo primero que hizo fue pasarse por casa de su amigo.
– ¡Hola! Acabo de llegar y vengo a recoger la caja de monedas.
– ¡Bienvenido! Me alegro de verte, pero… me temo que tengo malas noticias para ti – dijo
con tono– ¿Cómo? ¿Qué pasa? ¿Algo no ha ido bien?…– Pues la verdad es que no…
Guardé las monedas que me diste dentro de un cofre cerrado con llave, pero vinieron las
ratas, lo agujerearon… ¡y se comieron el oro!