Brodsky - La Regulaciã N de La Responsabilidad Civil Extracontractual en El DIPr Argentino...
Brodsky - La Regulaciã N de La Responsabilidad Civil Extracontractual en El DIPr Argentino...
Brodsky - La Regulaciã N de La Responsabilidad Civil Extracontractual en El DIPr Argentino...
1
En adelante, también “CCCN” o “el nuevo Código”.
1
II. Los casos de Derecho Internacional Privado y su importancia en la
actualidad
2
En adelante, también “DIPr”.
3
Me referiré en el próximo acápite a la distinción entre “fuente interna” y “fuente convencional”.
2
“parte general”, tales como el modo en que corresponde aplicar el derecho extranjero
cuando resulta designado por la norma indirecta o de conflicto o la “cláusula de
excepción”; etcétera.
No obstante, estoy convencido (porque así me lo demuestra la experiencia
cotidiana) de que sería muy difícil, para cualquiera que no se haya dedicado a estudiar la
materia con detenimiento, seguir el desarrollo del artículo. Incluso para operadores
jurídicos de vasta trayectoria, el DIPr aparece muchas veces como un ámbito árido y
ajeno, incomprensible e inextricable.
No es del caso profundizar aquí sobre los porqués de esta circunstancia 4, pero sí
creo importante poner de manifiesto que los casos de DIPr son una realidad (en el
sentido de que “existen”, es decir, efectivamente se suscitan en la práctica cotidiana), y
que gracias al exponencial avance de la tecnología, cada vez más situaciones y
relaciones jurídicas caerán en el ámbito de la ciencia iusprivatista internacional. En
consecuencia, su adecuado manejo no puede ser ya considerado como un sutil y
desafiante ejercicio intelectual para gourmands del Derecho, sino un imperativo
ineludible para cualquier operador jurídico.
En definitiva, el Derecho Internacional Privado comprende el estudio de los casos
que presentan al menos un elemento relevante de extranjería (es decir, uno o más
presupuestos fácticos –entre los considerados relevantes por el propio ordenamiento
jurídico– localizados en un Estado foráneo), y en los que se encuentra en juego el
interés de al menos un particular (esto es, de una persona física o jurídica privada). 5
Para ilustrarlo con un ejemplo y situarnos ya en el tema específico de este
artículo: un siniestro vial 6 en el que participan un conductor y un peatón argentinos,
domiciliados en Buenos Aires, provocado por un automóvil registrado en nuestro país y
que tiene lugar en una esquina del barrio de Caballito, constituye un caso totalmente
interno. No caben dudas de que los jueces argentinos (en particular, los de la Ciudad de
4
Probablemente, el carácter obligatorio u optativo de la materia en los planes de estudio para las carreras
de Abogacía o de Derecho sea un factor de relevancia, como así también la frecuencia con que se dictan
asignaturas sobre DIPr general o vinculado a un tema específico en los cursos de posgrado sobre las más
diversas ramas jurídicas.
5
La redacción es propia, aunque parte de la concepción de Biocca, Stella M., Cárdenas, Sara L. y Basz,
Victoria, Lecciones de derecho internacional privado, Universidad, Buenos Aires, 1997, p. 20.
6
Siguiendo a Wierzba, prefiero este término a “accidentes” para referirme a sucesos que no son producto
del azar o de la fatalidad, sino consecuencia de una cadena causal de eventos y circunstancias en las
cuales se puede intervenir para evitar o mitigar sus consecuencias. Esta terminología tiene especial
relevancia en materia de “colisiones de vehículos a motor” o “siniestros viales”, que son ampliamente
denominados “accidentes de tránsito” (véase Wierzba, Sandra M., “Responsabilidad civil de los
proveedores de bebidas alcohólicas por daños en colisiones de vehículos”, La Ley, 2009-A, p. 1179 y ss.).
3
Buenos Aires) serán competentes para resolverlo, y que habrán de aplicar el
ordenamiento jurídico nacional de fondo (el Código Civil y Comercial, la Ley Nacional
de Tránsito, etcétera).
Ahora bien: pensemos por un momento que el mismo hecho se hubiera producido
en la ciudad uruguaya de Colonia, mientras la víctima y el dañador se encontraban de
vacaciones. En este caso, la demanda de daños y perjuicios ¿debe entablarse ante los
tribunales de Uruguay, o en los de nuestro país? ¿O asiste al damnificado la alternativa
de optar por una u otra posibilidad? En cada caso, ¿qué derecho aplicará el juez que
entienda en la controversia para determinar la configuración de la responsabilidad civil
y, en su caso, la extensión del resarcimiento adeudado por el responsable? Y una vez
dictada la sentencia definitiva, por hipótesis, por los jueces uruguayos, ¿será susceptible
de reconocimiento y ejecución —y de ser así, en qué condiciones y bajo qué recaudos—
en el territorio argentino, donde seguramente el demandado-condenado tendrá bienes
que se podrán agredir para forzar el pago de la indemnización ordenada?
Estas son las preguntas que hacen al objeto del Derecho Internacional Privado, y
cuya respuesta debe hallarse a partir de un razonamiento que respete las reglas y los
principios propios de esta particular rama jurídica.
4
Comercial Internacional y de Derecho Comercial Terrestre Internacional de Montevideo
de 1889 y 1940, respectivamente.
Así pues, cuando a un caso iusprivatista internacional le sea aplicable un tratado
internacional (“fuente convencional” de DIPr), éste habrá de constituir el marco jurídico
con prescindencia del derecho interno nacional. Únicamente en defecto de tal hipótesis,
subsidiariamente, el caso se resuelve por aplicación de la normativa vigente a nivel
doméstico (“fuente interna” de DIPr).
Por cierto que la aplicación de un convenio internacional a un caso de Derecho
Internacional Privado requiere la verificación de tres requisitos: el del ámbito material
(el instrumento debe regular la materia de que se trate –cheques, ejecución de medidas
cautelares, eficacia extraterritorial de sentencias y laudos extranjeros, alimentos, etc.–),
el del ámbito espacial o territorial (el tratado debe vincularnos, en principio, 7 con el
Estado extranjero conectado con el caso, en el sentido de que el instrumento debe estar
vigente en ambos países) y el del ámbito temporal (la convención debe haber entrado en
vigencia, de conformidad con las reglas del Derecho Internacional Público en esta
materia).
La solución mencionada fluye nítidamente del nuevo Código, en cuanto dispone
que “las normas jurídicas aplicables a situaciones vinculadas con varios ordenamientos
jurídicos nacionales se determinan por los tratados y las convenciones internacionales
vigentes de aplicación en el caso y, en defecto de normas de fuente internacional, se
aplican las normas del derecho internacional privado argentino de fuente interna” (art.
2594, relativo al derecho aplicable) y que “la jurisdicción internacional de los jueces
argentinos, no mediando tratados internacionales y en ausencia de acuerdo de partes en
materias disponibles para la prórroga de jurisdicción, se atribuye conforme a las reglas
del presente Código y a las leyes especiales que sean de aplicación” (art. 2601,
vinculado a la competencia judicial internacional). La subsidiariedad de la fuente
interna (CCCN) frente a la fuente convencional (convenios internacionales) queda
entonces fuera de toda duda, y es además coherente con la primera oración que da inicio
al CCCN: “los casos que este Código rige deben ser resueltos según las leyes que
resulten aplicables, conforme con la Constitución Nacional y los tratados de derechos
humanos en los que la República sea parte…” (art. 1).
7
Si bien no es ésta la regla general, existen tratados de aplicación universal o erga omnes, cuya
aplicación es independiente de la circunstancia de que el instrumento esté vigente o no en el país
extranjero vinculado al supuesto multinacional.
5
Por lo demás, la primacía de los tratados respecto a las leyes había sido afirmada
en la jurisprudencia de la Corte Suprema de Justicia de la Nación en el caso
“Ekmekdjian c/ Sofovich” de 1992, y notablemente, consagrada en la reforma de 1994
de la Constitución Nacional, que en el art. 75, inc. 22 de su texto determinó sin dejar
lugar a la duda que los tratados internacionales y de los concordatos celebrados con la
Santa Sede prevalecen frente a las leyes internas. Por ello, la premisa fundamental
según la cual el derecho internacional tiene primacía sobre el ordenamiento jurídico
interno argentino no es una innovación de las normas de DIPr del nuevo Código, sino
que éstas no hacen más que reafirmar, reiterar o recordar una realidad ya vigente hace
un cuarto de siglo.
Más desde la perspectiva del Derecho de las Obligaciones que desde la disciplina
iusprivatista internacional, podríamos comenzar por preguntarnos acerca de esos
fenómenos que son las obligaciones (contractuales y extracontractuales) y la
responsabilidad civil (contractual y extracontractual). Del mismo modo, ambas figuras
suelen ser concebidas, desarrolladas y abordadas con una determinada metodología por
un cuerpo sistemático de normas que regula los aspectos del Derecho Privado —entre
nosotros, el reciente Código Civil y Comercial de la Nación—.
A los efectos de este trabajo, 8 podemos considerar a la obligación como una
relación jurídica en virtud de la cual una o más personas (denominadas acreedor o
acreedores) tienen un derecho subjetivo para exigir de otra u otras personas (llamadas
deudor o deudores) una prestación patrimonialmente valorable, destinada a satisfacer un
interés lícito (susceptible o no de apreciación pecuniaria) de aquéllos (los acreedores); y
en caso de que los obligados al pago no cumplan voluntariamente con lo comprometido,
el ordenamiento jurídico pone a disposición de los acreedores las vías legales
pertinentes para procurarse coactivamente la satisfacción de su interés, ya sea en especie
8
Por un lado, no es éste el espacio para citar las decenas de posibles definiciones de “obligación” que han
brindado los juristas, tarea que resultaría harto farragosa; por otra parte, entiendo que, además, ello sería
fútil, por cuanto pretender capturar en conjuntos cerrados, estáticos y casi arbitrarios de palabras, la
esencia de fenómenos jurídicos complejos, dinámicos y cambiantes, constituye una labor casi siempre
destinada al fracaso.
6
o por un sucedáneo o equivalente, ya de los mismos deudores o de un tercero a su
costa. 9
Por otra parte, la responsabilidad civil se ha entendido tradicionalmente 10 como la
obligación de toda persona de resarcir o indemnizar el daño injustamente causado a
otra; se basa en una noción muy intuitiva por la cual los seres humanos debemos
hacernos cargo de nuestros actos (“responder” por ellos, precisamente), y cuando esas
acciones generan en un tercero un perjuicio injustificado (verdadero límite de la
autonomía personal —arg. art. 19, Constitución Nacional—), pues habrá que repararlo
del modo más acabado posible (se intenta “borrar” el daño: de allí la etimología de in-
demnizar).
A su vez, las obligaciones pueden ser contractuales o extracontractuales, según
provengan o no de un acto jurídico bilateral (o plurilateral) de contenido patrimonial,
apto para generarlas y destinado a tal fin; es decir, de un contrato como fuente —causa
fuente— de obligaciones. El contrato de compraventa, de locación, de donación, de
cesión de derechos, de mandato, de depósito, de mutuo, de comodato, de fianza, etc.,
hacen nacer obligaciones en cabeza de una o de las dos (o más) partes que prestan su
consentimiento. En cambio, el ámbito de las obligaciones extracontractuales comprende
a las que nacen sin convención, incluyendo las tradicionalmente denominadas
delictuales, cuasidelictuales, cuasicontractuales y las puramente legales. 11
Consiguientemente, la responsabilidad civil (entendida, insisto, en su sentido
clásico) puede ser contractual o extracontractual, según sea que se configure a partir del
incumplimiento de las prestaciones específicas comprometidas en un convenio, o bien
9
No incluyo aquí referencia bibliográfica alguna porque dicha noción proviene de mi experiencia como
estudiante y como estudioso de la materia (aunque es justo aclarar que mi formación como docente de
Obligaciones y de Daños es tributaria, en términos generales, de las líneas doctrinarias de Bueres,
Boragina, Meza, Pizarro, Vallespinos y Wierzba).
10
Párrafo aparte merecería la profundización en dos importantes funciones que hoy en día se asigna —en
mayor o menor medida— a la responsabilidad civil, diversas a la clásica resarcitoria. Me refiero a la
función preventiva y a la función disuasiva o aun punitiva de aquel fenómeno. Si bien no puedo
explayarme aquí sobre el tema, me limito a comentar que el nuevo Código ha contemplado de modo muy
relevante la función preventiva de la responsabilidad civil en los arts. 1710 a 1713, y ha descartado los
“daños punitivos” del derecho común (más allá de los arts. 1714 y 1715 del ordenamiento, que a pesar de
referirse a la “punición excesiva” regulan –desde mi punto de vista– un fenómeno muy distinto; y sin
perjuicio, a su vez, del art. 52 bis de la Ley de Defensa del Consumidor, ya vigente desde 2008, que sí
recepta y regula una multa civil pero únicamente en el subsistema de los consumidores).
11
Sobre esta última categoría, no hay consenso acerca de si las obligaciones ex lege existen como tales;
esto es, si las normas jurídicas son fuentes en sí mismas, directas y autónomas de obligaciones. Ver al
respecto, por ejemplo: Alterini, Atilio A., Ameal, Oscar J. y López Cabana, Roberto M., Derecho de
Obligaciones: Civiles y Comerciales, 4ª ed. act., Abeledo Perrot, Buenos Aires, 2008; Pizarro, Ramón D.
y Vallespinos, Carlos G., Instituciones de Derecho Privado. Obligaciones, Hammurabi, Buenos Aires
1999.
7
por la violación del principio general según el cual no se debe dañar al prójimo (non
alterum laedere o naeminen laedere).
Es bien sabido que, entre nosotros, Vélez Sarsfield se había ocupado de regular la
responsabilidad civil contractual y la extracontractual por separado, en distintas partes
del Código y con prescripciones diversas en uno y otro ámbito. No es tampoco ninguna
novedad que la doctrina nacional venía clamando, al menos durante los últimos veinte
años, por la unificación de ambos regímenes, sosteniendo que debían coincidir las
soluciones en la teoría y por ende también en la práctica —sin perjuicio de que ciertos
aspectos, tales como el plazo genérico de la prescripción liberatoria y la extensión del
resarcimiento, efectivamente diferían con claridad en la letra del ordenamiento
derogado—. Así es como haciendo eco de estas ideas prácticamente unánimes entre los
juristas argentinos, la Comisión de Reformas trató el fenómeno de la responsabilidad
civil en un único capítulo, sin distinguir en principio aquella que proviene de un
incumplimiento obligacional de la que deriva de la conculcación del naeminen laedere.
No obstante, como agudamente se ha señalado en los Fundamentos del nuevo
Código, la unificación de ambos regímenes (que refleja la teoría de la unidad del
fenómeno resarcitorio) no significa la homogeneización de dos realidades diversas
como lo son la responsabilidad civil contractual y la extracontractual. En otras palabras,
el CCCN deja sin efecto ciertas grandes diferencias antes existentes, pero subsisten
otras, tales como el factor de atribución de responsabilidad (la clasificación de
obligaciones de medios y de resultado, que generan responsabilidad subjetiva y objetiva
respectivamente, corresponde a las obligaciones contractuales), los alcances de la
ilicitud (en la esfera aquiliana es atípica, bastando la violación del deber general de no
dañar a otro, mientras que en el terreno contractual se debe verificar la infracción de una
obligación específica) 12 y, aunque en un sentido distinto al del Código Civil, la
extensión del resarcimiento (el dolo la amplía únicamente en el terreno de la
responsabilidad contractual, al obligar al deudor a responder por las consecuencias
previstas y previsibles no solamente al momento de celebrar el convenio, sino también
al momento del incumplimiento –art. 1728, CCCN–).
Pues bien: precisamente, otra de esas áreas puntuales donde persisten divergencias
es el Derecho Internacional Privado. Y es que desde hace mucho tiempo, y no sólo entre
nosotros sino también a nivel de derecho comparado, se ha considerado que los criterios
12
Wierzba, Sandra M., Obligaciones Civiles y Comerciales. Según el nuevo Código Civil y Comercial de
la Nación, Abeledo Perrot, Buenos Aires, 2015.
8
que permiten resolver adecuadamente el fenómeno de la responsabilidad obligacional y
la extraobligacional son diversos en la esfera del DIPr. Así se ha hecho también en el
nuevo Código: en el primer caso, se aplican las disposiciones sobre contratos, lo mismo
al incumplimiento que a su validez, naturaleza y efectos. Aquí, los parámetros más
relevantes —con ciertas reglas de primacía y subsidiariedad en las que no es del caso
ahondar aquí— son la autonomía de la voluntad, el lugar de cumplimiento del acuerdo,
el domicilio de las partes y el lugar de celebración del contrato. En cambio, en la faz
aquiliana, no hay alusión alguna a la autonomía de la voluntad, y los criterios
contemplados tienen que ver con el lugar de generación del daño y el de producción de
sus consecuencias dañosas directas, así como con el domicilio de las partes.
Como última digresión, quisiera puntualizar que la Sección 13ª de la “parte
especial” del Título IV del Libro Sexto, que regula —como se ha visto— la
responsabilidad extracontractual, se ha dado en denominar “responsabilidad civil”. Si
bien esto es usual entre los especialistas en Derecho Internacional Privado,
técnicamente, entiendo que cualquier deber jurídico de resarcir, ya sea que emerja del
incumplimiento de una obligación contractual o de la violación del deber genérico de no
perjudicar a otros, supone de por sí responsabilidad civil. En consecuencia, habría sido
más precisa —y lo sería siempre, al referirse a este tema— la alusión a la
responsabilidad civil extracontractual.
¿Cuáles son los tratados internacionales más usuales y relevantes que, de resultar
aplicables a un caso de responsabilidad extracontractual con elementos internacionales,
deberían invocarse para resolverlo, desplazando las normas de fondo del CCCN u otras
del derecho interno nacional?
En primer lugar, se encuentran vigentes en nuestro país los conocidos Tratados de
Derecho Civil Internacional de Montevideo de 1889 y de 1940. El primer instrumento
nos vincula con Colombia, Bolivia y Perú, y el segundo con Uruguay y Paraguay (estos
últimos habían ratificado también la versión decimonónica, pero se aplica el
instrumento de 1940 por imperio de la regla según la cual el tratado ratificado con
posterioridad prevalece frente al anterior, vis-à-vis).
Ambas convenciones adoptan el tradicional criterio de la lex loci delicti commissi,
9
(denominada en ocasiones “lex loci delicti” o simplemente “lex loci”), que toma en
cuenta el lugar de producción del hecho como parámetro básico para determinar el
derecho aplicable, y que es adoptado por la mayoría de los sistemas jurídicos puesto que
refleja el nexo natural entre los actos ilícitos y el ordenamiento jurídico del lugar en el
que suceden. 13 Así, el artículo 38 del Tratado de 1889 dispone que las obligaciones que
nacen sin convención están regidas por la ley del lugar en donde se produjo el hecho
lícito o ilícito de que proceden, en tanto que el artículo 43 del Tratado de 1940 reitera la
fórmula, y agrega: “y en su caso, por la ley que regula las relaciones jurídicas a que
responden”. 14
En lo atinente a la competencia judicial internacional, el artículo 56 de ambos
Tratados atribuye jurisdicción 15 a los “jueces del lugar a cuya ley está sujeto el acto
jurídico materia del juicio”, que serán los del Estado donde se produjo el hecho lícito o
ilícito (arts. 38 y 43, respectivamente; ésta es la figura del forum causae, y marca un
“paralelisimo” entre forum et ius), o en su caso, los que entiendan en las relaciones
jurídicas antecedentes. El inciso 2° da la opción al actor de interponer la acción ante los
jueces del domicilio del demandado (se trata del criterio general en materia de acciones
personales). Finalmente, el inciso 3° del artículo 56 del Tratado de 1940 permite la
prórroga territorial de jurisdicción post litem, aunque de un modo sumamente
restrictivo, por cuanto exige que la voluntad del demandado se exprese siempre en
forma positiva y no ficta.
En resumen, y dejando de lado los supuestos excepcionales contemplados por la
13
Fresnedo de Aguirre, Cecilia, “Obligaciones extracontractuales”, en Fernández Arroyo, Diego P.,
(coord.), Derecho Internacional Privado de los Estados del Mercosur, Zavalía, Buenos Aires, 2003, pp.
1157-1162.
14
Aunque se trata de una cuestión un tanto técnica, el agregado (precursor para la época) avizora aquellos
casos en los que la existencia de una relación previa entre las partes (por ejemplo, a raíz de un contrato en
ocasión del cual se ha producido un daño distinto al generado por la inejecución de la prestación
comprometida) puede dar lugar a una vinculación lo suficientemente estrecha como para justificar la
aplicación de la ley que rige la vinculación antecedente (en este sentido se orienta la presunción que
concreta el juego de la cláusula de escape contenida en el art. 4, ap. 3 del Reglamento “Roma II”; ver, al
respecto, Garcimartín Alférez, Francisco J., Derecho Internacional Privado, 3ª edición, Civitas-Thomson
Reuters, Pamplona, 2016, pp. 400-401).
15
Utilizo indistintamente los términos “jurisdicción” y “competencia” porque es lo usual en Derecho
Internacional Privado. En cambio, en el derecho procesal (interno) de los países latinoamericanos, la
sinonimia entre “competencia” y “jurisdicción” responde sólo a una de las posibles acepciones de ésta
última: otros de significados de “jurisdicción” comprenden (i) la vinculación a un ámbito territorial
determinado –p. ej. realizarse una diligencia en otra jurisdicción–; (ii) la prerrogativa, autoridad o poder
de determinados órganos para juzgar controversias con fuerza vinculante para las partes; y (iii) como
función derivada del principio de división de poderes, en virtud de la cual los órganos jurisdiccionales
poseen la facultad pero también el deber de resolver los litigios que a ellos someten los particulares (cfr.
Couture, Eduardo J., Fundamentos del Derecho Procesal Civil, 3ª edición. Buenos Aires, Depalma, 1958,
pp. 27-31).
10
versión de 1940 (el agregado al art. 43 y el inciso 3° del art. 56), el sistema de los
tratados de Montevideo puede resumirse del siguiente modo: (i) el actor puede entablar
la demanda ante los jueces del lugar de producción del hecho dañoso, o bien –a su
elección– ante los del domicilio del demandado; y (ii) el magistrado que entienda en el
caso (que deberá afirmar su competencia internacional sobre la base de al menos uno de
los criterios mencionados anteriormente) deberá resolver de acuerdo al derecho vigente
en el lugar donde el hecho ilícito tuvo lugar.
Por otra parte, no ya en materia de responsabilidad civil extracontractual en
general sino en un ámbito específico y delimitado, rige el Convenio sobre
responsabilidad civil emergente de accidentes de tránsito, entre la República Oriental
del Uruguay y la República Argentina; convenio bilateral aprobado por Uruguay por ley
16.522, y por Argentina a través de la ley 24.106. No obstante, este tratado fue
ampliado a todos los Estados parte del Mercosur, a través del Protocolo de San Luis en
materia de responsabilidad civil emergente de accidentes de tránsito entre los Estados
parte del Mercosur, aprobado por Decisión del Consejo Mercado Común N° 1/96. Este
tratado recoge, con pocos agregados, las soluciones del convenio bilateral de 1991.
El “Protocolo de San Luis” determina el derecho aplicable y la competencia
judicial internacional en casos de responsabilidad civil emergente de accidentes de
tránsito ocurridos en territorio de un Estado Parte, en los que participen o resulten
afectadas personas domiciliadas en otro Estado Parte (art. 1). La ley aplicable (y que
determina una importante serie de aspectos vinculados al resarcimiento, que se
enumeran en el art. 6) es el derecho interno del Estado en que las partes tengan su
domicilio común (lex communis), y en su defecto (esto es, en la hipótesis de que sus
domicilios estén situados en países diferentes), rige la ley del Estado en cuyo territorio
se produjo el accidente (art. 3). Finalmente, en lo relativo a la jurisdicción internacional,
el actor puede optar por interponer la demanda ante los tribunales del Estado Parte en
cuyo territorio se produjo el siniestro, o bien en el del domicilio del demandado, o bien
en el de su propio domicilio (forum actoris).
Cabe aclarar que, en su concreto ámbito material de aplicación (la responsabilidad
civil originada en accidentes viales) y en relación a Uruguay y a Paraguay, el “Protocolo
de San Luis” prevalece sobre el “Tratado de Montevideo” de 1940, habida cuenta de su
posterior vigencia en el tiempo y de su especificidad temática.
Existen otros tratados en vigor en nuestro país, aunque por su mayor
especificidad y la menor frecuencia de su aplicación práctica, no serán estudiados
11
dentro de los límites del presente comentario 16.
V. Fuente interna: los arts. 2656 y 2657 del Código Civil y Comercial de la
Nación
1. Juez competente
12
domicilio del demandado. Se trata de un criterio tradicional y completamente plausible
(constituye el “foro general” en materia de acciones personales), puesto que plasma en
la norma ciertos valores jurídicos esenciales del Derecho Internacional Privado: (i) se
garantiza la defensa en juicio del demandado, ya que éste mal podría alegar indefensión
justamente en su propio domicilio; y (ii) se resguarda el principio de efectividad de las
decisiones, pues sabiendo que el acreedor tendrá un evidente interés en obtener una
sentencia susceptible de eficaz ejecución sobre los bienes del deudor eventualmente
condenado al cumplimiento, el lugar de su domicilio constituye sin dudas aquél en el
cual las probabilidades de existencia de bienes y, por tanto, de ejecución son más
efectivas. 18
Por otra parte, razones de proximidad conducen a dotar de competencia a los
tribunales del lugar donde el daño se produce, y así lo hace el segundo inciso del art.
2656. Típicamente, los jueces de este lugar son cercanos a los hechos que dan lugar al
litigio, reduciéndose además los costos de instrucción del proceso, y en consecuencia,
contribuyendo a una resolución más eficiente del fondo de la controversia. Y más aún,
es un foro razonable en términos materiales: de acuerdo a un principio de
autorresponsabilidad del autor del daño, quien con su comportamiento causa un
perjuicio en un lugar, debe responder en ese lugar por ese daño, asumiendo así la “carga
de internacionalidad jurisdiccional” asociada y procurándose incentivar la
internalización de las externalidades negativas transfronterizas en las operaciones
civiles y comerciales. 19
En síntesis, el nuevo Código determina la competencia judicial internacional en
esta materia de acuerdo a dos criterios relevantes (cada uno, por sus propias razones): el
domicilio del demandado y el lugar de producción del daño. Ahora bien, en este último
caso (y según surge de la letra del precepto, transcripto en el acápite II de este trabajo),
el nuevo Código ha calificado al lugar de producción del daño en base a una doble
alternativa: o bien allí donde tiene lugar el hecho generador del perjuicio, o bien donde
se producen los efectos lesivos de aquél, en la medida en que sean directos.
Por supuesto, sería posible que ambos coincidieran, y ello ocurre con frecuencia;
pero uno y otro podrían estar disociados, como en el conocido caso resuelto por el
Tribunal de Justicia de las Comunidades Europeas –asunto 21/76, “Bier BV v Mines de
18
Boggiano, Antonio, Derecho Internacional Privado. En la estructura jurídica del mundo actual. 3ª ed.,
Abeledo Perrot, Buenos Aires, 1993.
19
Garcimartín Alférez, Francisco José, Derecho internacional privado, Civitas, Pamplona, 2012, pp. 99-
100.
13
potasse d’Alsace SA–, en el que la conducta de haber vertido contaminantes en un
Estado río arriba, produjo daños a empresas y agricultores de otro país, que se servían
de esas aguas río abajo. La solución recogida en el CCCN, que consagra lo que podría
denominarse una “teoría de la ubicuidad” en esta cuestión, se orienta decididamente a
ofrecer al actor una opción más con miras a garantizar su acceso a la jurisdicción
(gracias a una mayor apertura de foros disponibles).
En definitiva, el art. 2656 acuerda a la víctima una triple opción, que aquélla
puede ejercer libremente a la hora de interponer la demanda: es viable incoarla ante los
jueces del domicilio del demandado, ante los del lugar en el que se produjo el hecho
generador del daño o ante los de donde se manifestaron sus consecuencias dañosas
directas. Este último punto, empero, es importante: la alusión a los efectos dañosos
directos, y no de cualquier tipo, responde a que una lesión sufrida indirectamente por la
víctima escaparía a la órbita de control del demandado, en detrimento de la necesaria
previsibilidad con la que debe contar el contacto jurisdiccional.
2. Derecho aplicable
14
hecho generador del daño y cualesquiera que sean el país o los países en que se
producen las consecuencias indirectas del hecho en cuestión. En consecuencia, lo
determinante es dónde realmente se produce el menoscabo, y no dónde se ha generado,
en caso que los dos lugares no coincidan.
Es importante notar que aquí no juega la “teoría de la ubicuidad” explicada al
referirnos al art. 2656, inc. “b”, relativo a la competencia judicial internacional. Ello es
así, porque la apertura de foros alternativos como posibles jurisdicciones en las que
entablar la demanda (en la medida en que sean razonables y previsibles) posibilita el
ejercicio de un derecho fundamental como lo es el acceso a la justicia; en tanto que para
el derecho aplicable –puesto que es el que en definitiva dará solución al caso– se busca
la mayor previsibilidad inicial que otorga derivarlo de un único punto de conexión. 20 En
otras palabras, ante un supuesto de daños y perjuicios transfronterizo, el magistrado no
puede optar por aplicar el derecho del país donde se produjo el hecho generador del
daño o el del Estado donde se manifestaron sus consecuencias directas, sino que debe
acudir a este último.
No obstante ello, y en la misma línea que lo previsto en el Protocolo de San Luis,
el criterio clásico de la lex loci delicti aparece flexibilizado por la hipótesis de que
ambas partes (damnificado y pretenso responsable) tengan su domicilio en el mismo
país al momento de producirse el daño. En este caso, rige la ley del domicilio común
(criterio de la lex communis), puesto que el legislador ha entendido que esa conexión
resulta lo suficientemente estrecha con el caso como para resolverlo por el derecho de
ese país.
Así, respecto del criterio del domicilio común se ha argumentado a su favor que
“al estar las dos partes domiciliadas en el mismo Estado, éste constituye el contexto
social común a ambas, y su derecho estaría tomando en cuenta los intereses de ambas.
Otra ventaja sería que habría una coincidencia entre este derecho común y la lex fori
(Boggiano). El domicilio común de las partes constituye un elemento decisivo para la
localización del delito, para determinar el centro de gravedad de la situación litigiosa;
este elemento inclina con frecuencia la balanza a favor de una ley que no es la del lugar
del accidente” 21.
Así pues, el art. 2657 podría conducir a la aplicación del derecho interno nacional,
20
En los casos en los que el ordenamiento jurídico contempla distintas legislaciones como potencialmente
aplicables (a través de diversos puntos de contacto rígidos), generalmente la propia norma contiene una
pauta dirigida al juez a los efectos de orientarlo en la elección.
21
Fresnedo de Aguirre, Cecilia, “Obligaciones extracontractuales”, cit., p. 1170.
15
o bien a un ordenamiento jurídico de fondo extranjero, según se halle o no en la
Argentina el domicilio común de las partes o, en su defecto, el lugar de producción del
daño.
Ahora bien, en el segundo caso, resulta necesario recurrir a lo dispuesto en la
“parte general” de Derecho Internacional Privado en el nuevo Código (Capítulo 1 del
Título IV del Libro Sexto), y en particular al artículo 2595, inc. “a”, que se refiere a la
aplicación del derecho extranjero.
En este sentido, interesa destacar que el nuevo Código modifica sustancialmente
la previsión del artículo 13 del ordenamiento derogado, el cual (a pesar de la unánime
oposición de la doctrina especializada moderna) exigía petición y prueba del derecho
extranjero por parte del litigante interesado en su aplicación. Por el contrario, y aunque
hay que reconocer que el principio de la oficialidad no surge tan nítidamente de la
redacción de la nueva norma como sería deseable 22, la actual redacción del art. 2595
refleja el deber de los jueces de aplicar de oficio el derecho extranjero cuando a él
conduzca la norma de conflicto pertinente (en este tema, el art. 2657 del CCCN). Ello,
sin perjuicio –desde ya– de que la parte interesada pueda alegar y probar (en rigor,
“informar”, ya que no se trata de un hecho) la legislación foránea.
Por lo demás, si bien el artículo 2595 habilita al juez a aplicar el derecho de fondo
argentino siempre que “el derecho extranjero no pueda ser establecido”, lo cierto es que
esta situación debería ser muy poco frecuente si se tiene en cuenta que el juez dispone
de varios recursos, incluyendo los medios electrónicos, para conocer el contenido, la
vigencia y el alcance del derecho foráneo.
Finalmente, a la hora de determinar la ley aplicable a un caso de responsabilidad
extracontractual, resulta relevante lo dispuesto en el artículo 2597 del nuevo Código
(también situado en la “parte general” de DIPr), que le brinda al juez una “válvula de
escape” para aquellos casos en los que el art. 2597 conduzca a un derecho poco
vinculado con el caso, mientras que otro ordenamiento jurídico se presente
estrechamente relacionado a aquél. Este criterio fue seguido en el conocido caso
“Babcock v. Jackson” (New York Court of Appeals, 1963) 23, en el cual el tribunal
22
Perugini Zanetti, Alicia M., “Panorama general del Capítulo I del Título IV del Proyecto de Código
Civil y Comercial de la Nación”, Análisis del proyecto de nuevo Código Civil y Comercial 2012, El
Derecho, Buenos Aires, 2012, p. 665, en:
http://bibliotecadigital.uca.edu.ar/repositorio/contribuciones/panorama-general-capitulo-i-titulo-iv.pdf.
23
“Georgia W. Babcock, Appellant, v Mabel B. Jackson, as Executrix of William H. Jackson, Deceased,
Respondent”, Court of Appeals of New York, 9 de mayo de 1963. El viernes 16 de septiembre de 1960, la
señorita Georgia Babcock y sus amigos, los señores William Jackson, todos residentes en Rochester,
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entendió que los contactos más significativos con el caso eran el domicilio de las partes,
el lugar de matrícula del automóvil, la ubicación del garaje donde éste se guardaba, el
lugar donde estaba asegurado y el punto de partida y de destino (todos ellos en el Estado
de Nueva York), y no el lugar donde fortuitamente había ocurrido el accidente
(Ontario). En consecuencia se aplicaron las leyes de aquélla jurisdicción para resolver el
caso.
Lo expuesto, por cierto, refleja la opinión actual de la mayoría de los especialistas
en la materia de nuestro país, puesto que en el XXVIII Congreso Argentino de Derecho
Internacional realizado por la Asociación Argentina de Derecho Internacional en la
Universidad Nacional de La Matanza, del 8 al 10 de septiembre de 2016, se expresó en
las conclusiones de la Sección Derecho Internacional Privado que “los artículos 2656 y
2657 del CCCN deben ser interpretados en forma intrasistemática, aprovechando la
flexibilidad del sistema que resulta de la integración con los institutos previstos en las
disposiciones generales (especialmente, los referidos a la aplicación del derecho
extranjero, a la adaptación y a la cláusula de excepción), teniendo en cuenta la
especificidad de la categoría”.
Como colofón del análisis, estimo que debe ante todo celebrarse la inclusión de
normas de Derecho Internacional Privado sobre competencia judicial internacional y
derecho aplicable en materia de responsabilidad civil (extracontractual) en el reciente
Código Civil y Comercial de la Nación. Se trataba, por cierto, de una de las más
significativas asignaturas pendientes en la fuente normativa interna.
Asimismo, considero plausibles, porque resultan razonables y recogen los
modernos criterios en este tema, las respectivas redacciones de los arts. 2656 y 2657 del
nuevo Código.
Quedará pendiente en el futuro, eso sí, adaptar esas soluciones generales a las
realidades divergentes, particulares y complejas que pueden presentarse en el inagotable
dejaron esa ciudad en el automóvil del señor Jackson, con la señorita Babcock como invitada, para ir a un
viaje de fin de semana a Canadá. Algunas horas más tarde, el Sr. Jackson estaba conduciendo en la
Provincia de Ontario, y al parecer perdió el control del coche, que se salió de la carretera y chocó contra
un muro de piedra adyacente, y la señorita Babcock resultó gravemente herida. A su regreso a Nueva
York, interpuso una acción contra William Jackson, alegando negligencia de su parte en la conducción de
su automóvil. El ordenamiento de Ontario no le reconocía derecho a una indemnización, mientras que la
ley de Nueva York contemplaba dicho derecho.
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espectro de casos con entidad para generar obligaciones extracontractuales. Pero ello no
es más, a todo evento, que uno de los tantos desafíos que supone para los operadores
jurídicos (abogados, funcionarios judiciales y magistrados, funcionarios de la
Administración Pública) y, por qué no, para los estudiosos y profesores de Derecho, la
vigencia de un nuevo Código sobre el cual, por ser tan novel, es mucho menos aun lo
que se dijo que lo que resta por decir.
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