04 +holmes+ (51-68)
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Diana HOLMES
University of Leeds (Reino Unido)
Resumen: Los efectos de la lectura en el sujeto que lee han sido poco estudiados por la crítica y
la teoría literarias. Cuando en los años 1970 y 1980, la teoría de la recepción se interesó por el papel
del lector en la construcción del sentido del texto, este se deducía principalmente del propio texto,
como abstracción, y no estaba situado desde el punto de vista social –en términos de clase, raza o
capital cultural– o de género. Sin embargo, la crítica feminista, a partir de 1970, aunque con
antecedentes notables, partía de la premisa de que tanto la lectura como la escritura también debían ser
objeto de análisis. En efecto, eran conscientes de que la cultura patriarcal se basaba y era transmitida
en parte a través de la literatura. Por tanto, lo literario debía ser revisado críticamente por las mujeres,
que tomarían así consciencia de la ideología masculinista. A su vez, la escritura de las mujeres debía
no solo ser rescatada del desprecio crítico sino también promovida activamente. La figura de la lectora
se convirtió así en uno de los objetos centrales de la teoría literaria feminista, con un interés especial
en el género literario que las mujeres más habían producido y leído desde el siglo XIX, esto es, la
novela. En el presente artículo, mi objetivo es trazar, al menos en líneas generales, la historia de las
teorías feministas que se ocupan de los efectos de la lectura de novelas en la lectora, a partir de la
crítica anglófona y francófona, por ser las más influyentes en un corpus amplio y multilingüe. Así, el
trabajo muestra cómo la teoría literaria feminista ha convertido al sujeto que lee en un actor esencial
en el proceso de creación de sentido y ha sustituido al lector abstracto y singular de la teoría de la
recepción por una pluralidad de lectoras y lectores cuya relación con el texto varía en función de su
sexo y, también, de otros elementos de su identidad como la raza y la clase social. A partir de una
cadena de escritos feministas, desde Virginia Woolf y Simone de Beauvoir hasta trabajos recientes
sobre la literatura popular y la novela middlebrow, este artículo muestra cómo las críticas feministas
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han logrado transformar radicalmente nuestra manera de entender la figura de la lectora, afirmando así
el significado político de la lectura.
Palabras clave: lectura, recepción, feminismo, novela popular, middlebrow, praxis, empatía,
inmersión narrativa, gusto, resistencia, patriarcado.
Abstract: The effects of reading on the reader have been remarkably little studied in literary
criticism and theory. When, notably in the 1970s and 80s, reader-response theory brought the reader’s
role in the construction of a text’s meaning to critical attention, that reader was largely deduced from
the text itself and thus neither socially situated - in terms of class, ethnicity, degree of cultural capital
- nor gendered. However feminist criticism, beginning in the 1970s though with significant
antecedents, began from the premise that reading as well as writing mattered: that patriarchal culture
was sustained and transmitted in part through its literature, which must be subjected to sceptical
readings by women alert to the workings of masculinist ideology, while at the same time women’s
own writing should be rescued from critical deprecation and its contemporary practice promoted. The
woman reader became one central focus of feminist literary study, with a particular emphasis on the
genre that women have most extensively practised and read from the nineteenth century on, namely
the novel. This article traces the history of feminist theorising of the effects on the reader of reading
narrative fiction, with reference mainly to anglophone and francophone feminist criticism, arguably
the most influential in a large and multi-lingual body of work. It illuminates the ways in which feminist
literary theory has made the reader a significant agent in the way that a text produces meaning, and
has replaced the abstract, singular reader of reader-response theory with a plurality of readers whose
relationship to the text differs according to their sex (and, by implication, other elements of identity
including ethnicity and class). By focusing on an interweaving chain of feminist writings, from
Virginia Woolf and Simone de Beauvoir to contemporary work on the popular and middlebrow novel,
this article shows how feminist critics have radically re-thought what it means to read a novel as a
woman, and affirmed the political significance of reading.
Key Words: reader, reception, feminist, popular novel, middlebrow, praxis, empathy,
immersion, taste, narrative, patriarchy, resistance.
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La teoría literaria feminista y la figura de la lectora
L os efectos de la lectura en el sujeto que lee han sido poco estudiados por la crítica y la teoría
literarias. Cuando, concretamente en los años 1970 y 19801, la teoría de la recepción se interesó
por el papel del lector en la construcción del sentido del texto, este se deducía principalmente
del propio texto, como abstracción, y no estaba situado desde el punto de vista social –en términos de
clase, raza o capital cultural– o de género. Sin embargo, la crítica feminista, a partir de 1970, aunque
con antecedentes notables, partía de la premisa de que tanto la lectura como la escritura también debían
ser objeto de análisis. En efecto, eran conscientes de que la cultura patriarcal se basaba y era
transmitida en parte a través de la literatura. Por tanto, lo literario debía ser revisado críticamente por
las mujeres, conscientes de la ideología masculinista que domina la sociedad patriarcal. A su vez, la
escritura de las mujeres debía no solo ser rescatada del desprecio crítico sino también promovida a fin
de que las mujeres tuviesen “una literatura propia”2. La lectora se convirtió así en uno de los objetos
centrales de la teoría literaria feminista, con un interés especial en el género literario que las mujeres
más habían producido y leído desde el siglo XIX, esto es, la novela. En el presente artículo, mi objetivo
es trazar, al menos en líneas generales, la historia de las teorías feministas que se ocupan de los efectos
de la lectura de novelas en la lectora, a partir de la crítica anglófona y francófona, por ser las más
influyentes en un corpus amplio y multilingüe. Aunque en esta historia utilizaré un marco cronológico,
varios de los modelos de análisis de la relación entre texto y lectora han coexistido y han establecido
diálogos entre sí, dando en ocasiones lugar a enfoques críticos comunes.
1
Véase por ejemplo Iser o Freund.
2
El rompedor estudio de Elaine Showalter sobre las novelistas británicas llevaba por título A Literature of Their Own:
British Women Novelists from Bronte to Lessing (Showalter).
3
Virginia Woolf publicó su estudio A Room of One’s Own en 1929.
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lectoras. Woolf demostró hasta qué punto la literatura legitimada encarna una visión del mundo que
ensalza a los hombres y reduce a las mujeres a ser espejos que tienen la capacidad mágica y placentera
de reflejar la figura masculina en el doble de su tamaño (“looking-glasses possessing the magic and
delicious power of reflecting the figure of man at twice its natural size”) (Woolf 25), creando así en el
lector masculino la confianza en sí mismo que se deriva de ser presentado como superior. La vida, para
Woolf, necesita de la confianza en uno mismo (29), por lo que los textos en los que las mujeres
ocupaban papeles secundarios tenían un efecto negativo en las lectoras. La lectora de textos de
literatura masculina, prácticamente sinónimo de literatura a secas, necesitaba así desarrollar una
mirada aguda y escéptica, y esa necesidad era imperiosa para que las propias mujeres escribiesen y
fuesen, por tanto, leídas.
Corrían los años 1920 cuando Woolf demostró exquisita y cáusticamente que las mujeres debían
realizar una lectura feminista escéptica y que las mujeres tenían que escribir y tener un público lector
femenino. Dos décadas más tarde, en su mundialmente conocido Le Deuxième Sexe (1949), Simone
de Beauvoir también defendió y puso en práctica una lectura feminista del canon literario masculino.
En la parte dedicada a los “Mitos”, Beauvoir se interesa por cinco reconocidos autores, cuatro franceses
(Henry de Montherlant, Paul Claudel, André Breton y Stendhal) y un inglés (D.H. Lawrence), y
muestra que las mujeres que aparecen en la literatura masculina ocupan el papel del otro con respecto
al hombre4: proyecta en ella lo que desea y lo que teme… ella es todo. Pero es todo en el modo de lo
inesencial: ella es el Otro (“Il projette en elle ce qu’il désire et ce qu’il craint, ce qu’il aime et ce qu’il
hait. […] elle est tout. Seulement elle est tout sur le mode de l’inessentiel: elle est tout l’Autre”)
(Beauvoir 318). Las mujeres no aparecen representadas como sujetos que buscan dar un significado a
su propia existencia. De este modo, al estar educadas en la lectura de un canon escrito casi
exclusivamente por hombres y que encarna la sensibilidad masculina, puede que las mujeres acepten
la identificación entre esta literatura y la “buena” literatura, pero no podrán nunca encontrar en ella la
materia para afirmar o explorar su propia existencia como sujetos. Como en el caso de Woolf, en su
escritura Beauvoir ofrece a los lectores una visión del mundo desde una perspectiva tanto femenina
como masculina.
4
Beauvoir hace una excepción con Stendhal, cuyos personajes femeninos son de “carne y hueso” (“de chair et d’os”) (376),
“seres humanos” (“un être humain”) (389), que viven el mismo drama existencial sobre la libertad y la contingencia al
igual que los masculinos.
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La teoría literaria feminista y la figura de la lectora
por lectores “cool” y sexualmente liberados. Sexual Politics estaba basado en la tesis doctoral de Millet
y sentó las bases de muchas otras revisiones de aclamados escritores en trabajos de postgrado y críticas
publicadas5. Por su parte, en The Resisting Reader, publicado en 1978, Judith Fetterley puso nombre
al tipo de lectura que reclamaba una política feminista en el contexto de la sociedad patriarcal. Fetterley
recalcaba la importancia política de la lectura y llamaba la atención sobre sus efectos innegables en el
lector/la lectora, no solo desde un punto de vista intelectual, sino también desde una perspectiva
existencial más profunda. Para Fetterley, el paso de la obediencia a la resistencia en la lectura
constituye un acto de supervivencia (Fetterley viii). A partir del trabajo de la poeta y ensayista
feminista Adrienne Rich, Fetterley anunciaba que su libro estaba basado en la premisa de que lo que
leemos nos afecta, nos embebe, en palabras de Rich, de sus presupuestos, y para no ahogarnos,
debemos aprender a re-leer (“affects us – drenches us, to use Rich’s language, in its assumptions, and
that to avoid drowning in this drench of assumptions we must learn to re-read” (viii). De este modo,
su objetivo, cumplido con creces en su libro, es poner en evidencia la masculinidad de la literatura
norteamericana, por mucho que insista en su propia universalidad (xii).
Parte de la argumentación de Fetterley, construida a partir de reflexiones previas de otras
feministas6, es que, a través del sistema educativo y social, como insidiosos procesos de aculturación,
a las mujeres se les enseña a pensar y a leer como hombres. Así, demuestra que los textos canónicos
norteamericanos estudiados en The Resisting Reader se dirigen a un lector implícitamente masculino.
De hecho, considera que para realizar estudios de literatura con éxito (o incluso para hablar con otros
lectores informados), una mujer debe asumir la perspectiva “neutra” del lector implícito del texto. Pero
la identificación con esa perspectiva, androcéntrica como poco o abiertamente misógina, supone un
perjuicio para la autoestima y el sentimiento de identidad de las mujeres. Por tanto, resulta urgente
rechazar el consentimiento y adoptar una perspectiva de resistencia. Este análisis conecta directamente
con las tendencias en los estudios sobre cine en la misma época. El tan influyente artículo de Laura
Mulvey, publicado por primera vez en 1975 “Visual pleasure and narrative cinema”, afirmaba que el
cine hollywoodiense, mediante mecanismos específicos del lenguaje cinematográfico (profundidad del
campo, punto de vista, encuadre, movimiento de la cámara), situaba a los espectadores en la
perspectiva del héroe masculino como sujeto, mientras que las protagonistas eran representadas como
objetos de deseo o de otras emociones más complejas. Para disfrutar del placer de la película, la
espectadora debía, pues, realizar un proceso inconsciente transgénerico. De este modo, la toma de
conciencia de estas técnicas narrativas y de la trama impuesta desde una perspectiva masculina
pretendidamente universal, convertía a la espectadora en una espectadora “resistente”.
5
Como nota autobiográfica, me gustaría apuntar que mi tesis doctoral surgió de mi lectura entusiasta de obras como la de
Kate Millet y de un cierto zeitgeist propio de la mitad de los años 1970. Con el título “The Image of Woman in inter-war
French fiction” (el uso del singular está relacionado con el discurso de la época), analizaba la representación de las mujeres
en seis novelistas masculinos, que contrastaba con las que presentaban las novelas sentimentales leídas por tantas mujeres
en el período de entre guerras, con un interés final por la ginocrítica, centrada en la obra de Colette.
6
La investigación feminista siempre ha sido una empresa colectiva, porque partía de lo que parecía un lienzo en blanco,
aunque, posteriormente, se buscaran y encontraran precursoras feministas olvidadas. Fetterley cita, por ejemplo, el libro
de Mary Ellmann de 1968 Thinking About Women.
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7
Woolf afirma que el reflejo en el espejo es de importancia esencial porque carga la vitalidad, estimula el sistema nervioso
(“the looking-glass vision is of supreme importance because it charges the vitality; it stimulates the nervous system”) (30).
8
“Los admirables resultados de los estudios feministas son una buena prueba del regreso del lector, cuya voz había sido
tradicionalmente silenciada” (“The remarkable recent output of feminist studies is eloquent testimony to a return of the
reader whose voice has traditionally been silenced”) (Freund 164).
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La teoría literaria feminista y la figura de la lectora
de la lectura asumían tácitamente que el lector es masculino y se preguntaba qué implicaría que el
lector avezado fuera una mujer (“the informed reader of a work of literature is a woman”) (Culler
509). Culler analizó el pensamiento feminista sobre el papel de la lectura en Beauvoir, Millett y
Fetterley y reconoció con acierto que la teoría feminista de la recepción no propone conclusiones
esencialistas sobre la relación entre género y lectura. Así, propone que el género del lector es fruto
tanto de la formación como de la forma en que el texto sitúa al lector a este respecto. Una lectora puede
leer y, de hecho, lo hace a menudo, “como hombre”. De este modo, leer “como mujer” requiere una
actitud consciente9. Convertirse en un lector resistente no implicaría situarse en una definición
auténtica de la identidad sexual, sino ejercer un juicio crítico. Por ello, insta a los lectores de ambos
sexos a cuestionar los prejuicios literarios y políticos en los que ha basado su lectura (“men and women
– (to) question the literary and political assumptions on which their reading has been based”) (514).
La crítica feminista también se interesó por el papel activo del lector en la construcción del
sentido y en los efectos de la literatura. Así, Patrocinio P. Schweickart, en un artículo publicado en
1986, señaló que tanto la teoría de la recepción como la crítica de la recepción cuestionaban la
fetichización del texto y la “ilusión de la objetividad” (Schweickart 531). Sin embargo, también
presentó con elocuencia sus diferencias en términos políticos:
Debemos recordar que la crítica feminista es una forma de praxis. El objetivo no es simplemente
interpretar la literatura de distinto modo, sino cambiar el mundo. No podemos ignorar la práctica de la lectura,
ya que es en la lectura donde la literatura se configura como praxis. La literatura actúa sobre el mundo al
actuar en los lectores. (Feminist criticism, we should remember, is a mode of praxis. The point is not merely
to interpret literature in various ways, the point is to change the world. We cannot afford to ignore the
activity of reading, for it is here that literature is realized as praxis. Literature acts on the world by acting
on its readers.) (531)
9
Algunas teóricas feministas han señalado que una mujer también podía escribir como un hombre, y que un hombre
también podía escribir como una mujer. En su famoso ensayo “Le Rire de la Méduse”, Hélène Cixous afirmaba que en la
literatura francesa, las únicas inscripciones de la feminidad corrían a cargo de Colette, Marguerite Duras… y Jean Genet…”
(Cixous 878-79).
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Así pues, la lectora feminista de Schweickart lee tanto a escritores como a escritoras, atenta, en
el caso de los primeros ante la posibilidad, que no certeza, de su complicidad con la ideología patriarcal
(535), pero también abierta a las emociones que suscitan en ambos sexos. Cuando lee a autoras, se
pone de manifiesto que el canon androcéntrico ha tenido consecuencias no solo en lo que leemos sino
también en cómo lo leemos. La lectura es una actividad aprendida, socializada. Las estrategias de
lectura androcéntrica tienden a concebir la actividad lectora en una lucha con el texto, lo que se ve
replicado en cierta medida en el modelo de la lectora feminista resistente. n altera dicho modelo al
reconocer que incluso cuando leen atentamente a escritores androcéntricos, las lectoras pueden sentir
el placer de la identificación emocional en algunos elementos del texto. Sin embargo, se pregunta si
también es necesario revisar nuestras estrategias de lectura cuando leemos a autoras y si algo cambia
cuando una lectora lee un texto escrito por una mujer. La lectora feminista partirá seguramente de una
actitud de complicidad y no de sospecha, en el sentido en que buscará defender el texto frente a
distorsiones y trivializaciones patriarcales. Al ser consciente de las dificultades a las que se enfrentan
las escritoras, una lectura feminista implicará un estudio del contexto socio-histórico de producción.
Asimismo, Schweickart esboza un modo de lectura alternativo que sustituye la “dialéctica del control”,
en la que o el texto (según el modelo del New Criticism) o el lector (según el modelo de la teoría de la
recepción) controlan el proceso de lectura, sustituyéndola por una “dialéctica de la comunicación” que
concibe la lectura en un encuentro intersubjetivo y no intrínsecamente conflictivo. Schweickart se
refiere también a la teoría de género de psicólogas y sociólogas como Carol Gilligan y Nancy
Chodorow, que conciben la masculinidad en las culturas patriarcales como individuación y separación,
mientras que el desarrollo psicosocial de las chicas produce separaciones del sujeto más flexibles, en
las que se valora más las relaciones10. El concepto de “dialéctica de la comunicación” propuesto por
Scheiwckart implica que la lectura no solo debe verse en términos de lucha, en el que el texto amenaza
con tomar el control de la conciencia del lector y en el que este o esta intenta descifrar sus estrategias.
La lectura, y más específicamente, para la lectora feminista cuando lee textos de una autora, también
puede suponer el placer de desbordar los límites de la propia subjetividad y entrar en el mundo mental
del otro. En la lectura feminista no se trata de abandonar la atención crítica, pero si la lectura debe ser
una forma de praxis feminista, no solo debe cuestionar el canon, sino plantearse el propio proceso de
lectura y el tipo de relación con los otros en la que se basa.
10
Ver Chodorow y también Gilligan.
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La teoría literaria feminista y la figura de la lectora
lectura es tanto una actividad intelectual como una fuente de placer. Sin embargo, es sabido 11 que las
mujeres son las mayores consumidoras de ficción, tanto popular como “literaria” y que sus lecturas
incluyen géneros comerciales, como thrillers, policiacos, y concretamente novela sentimental
(romance). Mientras la teoría literaria se interesaba por las estrategias de lectura en función del género,
los Cultural Studies12 (Estudios Culturales) enfocaban su análisis a las dinámicas políticas de la cultura
de masas contemporánea, e incluían los Women Studies (Estudios sobre las Mujeres) como una línea
fundamental de su trabajo, estudiando así a las autoras y lectoras de revistas, best-sellers y novela
sentimental.
La novela sentimental es el género con más éxito entre las lectoras y, en consecuencia, el que
más atención ha recibido por parte de la crítica feminista. Interpretado como un género reaccionario,
diseñado para glorificar el poder masculino y situar la más alta aspiración femenina en encontrar y
conservar a un hombre, la novela sentimental quedó fuera de los análisis de la crítica literaria feminista.
Sin embargo, Ann Snitow, cofundadora del New York Radical Feminists, en un artículo publicado en
1979, ya señalaba que la falta de atención crítica a este género leído vorazmente por millones de
mujeres sería, como poco, un descuido imperdonable (“it would be at best grossly incurious, and at
worst sadly limited, for literary critics to ignore a genre that millions and millions of women read
voraciously” (Snitow 308). Las lectoras que leen, no para estudiar sino como pasatiempo deleitable,
empezaron entonces a ser objeto de atención. A partir de las novelas Harlequín, la serie global con más
éxito, entonces y ahora, desde el punto de vista del placer que producía en las lectoras, Snitow definió
el género de la novela sentimental como una fórmula hábil que articulaba con acierto las
contradicciones en la vida de las mujeres. En sus tramas formularias, se narra el encuentro entre una
mujer inteligente, bella y sexualmente ingenua (en los 197013) y un hombre arrogante, altamente viril
y deseable. El arco narrativo muestra cómo la protagonista descubre paulatinamente la ternura y el
amor que se esconden bajo la dura masculinidad del hombre y concluye felizmente con una boda que
le promete proporcionarle una intensa plenitud sexual. Snitow considera que este tipo de textos no solo
proporciona una forma de satisfacer sus fantasías heterosexuales, tanto afectivas como sexuales, sino
que también supone un reconocimiento tácito de la insatisfacción de las lectoras con respecto a la
cultura misógina en la que viven. Así, para Snitow, las novelas Harlequín son pornografía para
mujeres, libros sobre sexo para personas que tienen muchas razones para preocuparse por el sexo
(“pornography for women”, “sex books for people who have plenty of good reasons for worrying about
sex”) (320). Loving with a Vengeance: Mass-Produced Fantasies for Women (1982), de Tania
11
Por ejemplo, en Francia, el Centre National du Livre realiza estudios periódicos sobre las prácticas de lectura y
sistemáticamente confirma niveles superiores de lectura entre las mujeres. En el Reino Unido, el fenómeno es parecido,
como demuestra YouGov 2020. Ver también Taylor.
12
El Centre for Contemporary Cultural Studies fue fundado en la Universidad de Birmingham, en Reino Unido, en 1964.
El teórico de la cultura Stuart Hall tomó las riendas del centro en 1971. Los Estudios Culturales se extendieron rápidamente
en Estados Unidos y Australia. En Europa, concretamente en Francia, se ha tardado bastante más en dedicar un estudio
académico serio a las formas populares de la cultura.
13
Las novelas Harlequín se acoplan estratégicamente a los cambios en costumbres sociales y sus heroínas, al menos en la
mayoría de las series, ya no son ingenuas sexualmente. Sin embargo, en general, siguen teniendo menos experiencia sexual
que los héroes.
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Modleski, fue otra contribución temprana al estudio de la psicología de la interacción entre las lectoras
y los textos (Modleski 31). La autora se basaba en la idea de que si tantas mujeres leían novela
sentimental, la crítica feminista debía asumir que dichas novelas les proporcionaban un papel real.
Modleski consideraba concretamente que la lectora de novela sentimental se sumergía en un intenso
proceso psicológico, en el que la negociación entre el deseo amoroso y sexual de la heroína y la
masculinidad arrogante del héroe, resuelta en un final feliz, representaba tanto una protesta como una
afirmación sobre la condición femenina (“as much a protest as an endorsement of the feminine
condition”) (58).
Fue a principios de los años 1980 cuando una socióloga feminista, Janice Radway, propuso que,
en lugar de formular hipótesis sobre las respuestas de las lectoras, se debería consultar directamente a
las lectoras que leen novelas sentimentales de forma regular. Señalaba que, aunque intentaran tomar
el placer de las lectoras en serio, las estudiosas pertenecían a una comunidad interpretativa diferente
al de dichas lectoras. De este modo, Radway, en un trabajo que se convertiría en un referente del
género, realizó un estudio etnográfico de un grupo de lectoras de novela sentimental del medio oeste
de Estados Unidos, con entrevistas en las que las propias lectoras ofrecían su percepción sobre dichos
textos. Dichas respuestas introdujeron una dimensión que había sido apuntada por Woolf en su
concepto del “cuarto propio” pero que hasta el momento había sido poco explorada: se trataba de
concebir la lectura dentro de su contexto material. La comunidad que estudió Radway estaba formada
por lectoras que trabajaban fuera del hogar y que eran responsables de las tareas domésticas y del
cuidado de su maridos e hijos. Valoraban, pues, el tiempo que le dedicaban a la lectura como un
pequeño acto de independencia, como una vía de escape literal (al no estar disponible para los otros)
y simbólicamente. Asimismo, cuestionaban el hecho de que todas las novelas sentimentales, al ser
productos en serie, fuesen idénticas, y subrayaban su propio criterio para determinar cuáles eras las
“buenas” novelas sentimentales, matizando de este modo el análisis de Radway. Reading the Romance
también identificó otros elementos que contribuían al placer de la lectura de este tipo de textos. El
género proporcionaba un placer erótico indirecto en una cultura en la que la sexualidad femenina estaba
constreñida y en la que la masculinidad normativa dificultaba la compatibilidad heterosexual.
Asimismo, proporcionaba una experiencia imaginaria en la que las lectoras dejaban de ser el sujeto de
los cuidados para convertirse en su objeto. En efecto, las lectoras estudiadas por Radway solían ser las
responsables de cuidar a su familia. Al identificarse con las heroínas de las novelas sentimentales,
podían gozar del placer de ser cuidadas por un héroe que, bajo su musculoso atractivo sexual escondía,
una gran capacidad para la ternura y el amor incondicional. La innovadora metodología de Radway
contribuyó a ampliar y a refinar el estudio feminista de la lectura popular; su análisis coincidía en gran
medida con el de Snitow y Modleski. Así, para sus lectoras, la novela sentimental satisfacía
imaginariamente las necesidades psicológicas creadas por una cultura patriarcal que era incapaz de
satisfacer dichas necesidades “satisf(ied) vicariously those psychological needs created in her by a
patriarchal culture unable to fulfil them” (333). La lectura masiva de novelas sentimentales contribuía
a mantener el patriarcado en la medida en que las satisfacciones que suscitaba evitaban tener que
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presentar dichas necesidades en el mundo real (“staved off the necessity of presenting those needs as
demands in the real world”), pero también proporcionaba un sentido de comunidad femenina, afirmaba
el deseo de plenitud personal y, en definitiva, constituía un pasatiempo “reparador” (“restorative
pastime”) (334).
Los Estudios Culturales, con su análisis detallado de lo que la lectura representa para el lector de
novelas común u ordinario, supuso y sigue suponiendo una línea central de la crítica y la teoría literaria
feministas en torno a la lectura. Este enfoque era (y sigue siendo) poco común más allá del ámbito
anglófono14. Sin embargo, ciertos académicos reconocieron la importancia de estudiar los géneros
tradicionalmente considerados menores o triviales en la medida en que estos habían sido cultivados y
leídos mayoritariamente por mujeres. En Francia, la política y académica Ellen Constans, cofundadora
del Centre de Recherches sur les Littératures Populaires, organizó un congreso sobre novela
sentimental en 1989 que sirvió de base para un libro colectivo, seguido por la monografía Parlez-moi
d’amour (1999). El trabajo de Constans no aborda directamente las relaciones entre las lectoras y la
lectura, pero reunió a los críticos francófonos (a menudo en contra del establishment académico que
rehusaba estudiar textos no canónicos) que trabajan sobre los géneros más populares entre las mujeres
y se preguntó por los motivos que llevaban a las mujeres a leer historias de amor. El capítulo de
Constans, por ejemplo, situaba uno de los placeres de este tipo de lectura en el subtexto erótico
existente en las novelas respetables, de sustrato católico, de Delly, el autor más popular de novela
sentimental en el siglo XX en Francia. Los críticos francófonos, a partir de un corpus diferente,
llegaron también a la conclusión de que la novela sentimental de masa ofrecía a sus lectoras el placer
imaginario de la combinación perfecta entre el imperativo individual de la plenitud sentimental y
erótica, y el imperativo social de ocupar un lugar en el orden social (“offers its readers the imaginary
pleasure of a perfect convergence between the selfish imperative towards emotional and erotic
fulfilment, and the social imperative to take one’s place in the social order”) (Holmes 18).
14
Como ya señaló un sociólogo de la cultura francés en 2005, en Francia (y lo mismo cabría decirse de otros países
europeos), las culturas populares no se estudian, se conciben en un único discurso de deploración (“les cultures populaires
ne sont pas étudiées, elles sont prises dans un discours de déploration” (Pasquier 62).
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otros, sin reconocer, pues, el patrimonio común que compartían la crítica y sus objetos de estudio. Así,
habría que reconocer cómo nosotras también formamos parte de las estructuras que analizamos, en
resumen, cómo nuestras propias fantasías, a pesar de nuestros queridos ideales feministas, hacen que
nos parezcamos a las mujeres que estudiamos (“how we ourselves are implicated within those very
structures we set out to analyze (…) – in short, how much our fantasy lives, for all our cherished
feminist ideals, may resemble those of the women we study” (Modleski “Feminism without Women”,
344-5). En otras palabras, el estudio de los textos debe considerar la respuesta subjetiva de la crítica
ante el texto, ya sea “literario” o popular; un estudio feminista de la lectura requiere tomar conciencia
de la relación entre la propia respuesta y la de los lectoras comunes u ordinarias.
En 1997, Lynne Pearce, en Feminism and the Politics of Reading, retomó una de las cuestiones
que subyace en los trabajos feministas sobre la novela sentimental, y que ya había sido abordada
anteriormente, por ejemplo, cuando Fetterley habla de los lectores “embebidos” en el texto, o cuando
Schweickart alude a la “intersubjetividad”: la idea de que, en todas las teorías de la lectura, la cognición
ha sido antepuesta al sentimiento. Las respuestas emocionales ante el texto han sido asociadas con una
propensión “femenina” al abandono, a “dejarse llevar” por el texto, mientras que la respuesta cognitiva
se corresponde más con el ámbito tradicionalmente masculino del raciocinio y el control. Pearce, sin
establecer distinciones netas entre su actividad como crítica y como lectora, examina la experiencia de
lo que denomina “encantamiento” (“enchantment”) de la lectura, la sensación, difícil de traducir en
términos académicos, de abandonarse en el texto. Para Pearce, el encantamiento no constituye una
actitud pasiva: la lectora o el lector no solo recibe el texto, sino que debe proyectar sus propios deseos
y fantasías para que el texto funcione. Ello requiere una participación activa por su parte, para llegar
al enamoramiento (“active collusion in his/her own enamoration”) (Pearce 106). Asimismo, Pearce
señala que la experiencia de ser “encantado” por una obra de ficción no solo se realiza a través de la
identificación: el paso imaginario desde la propia vida a la de un mundo de ficción requiere la
descripción de un lugar y un tiempo y la creación de toda una “estructura del sentimiento” (“structure
of feeling”) (116).
La noción de encantamiento de Pearce prefigura el trabajo narratológico de Marie-Laure Ryan,
que no adopta una postura feminista explícita, pero cuyo trabajo sobre los textos resulta muy relevante
para los estudios feministas sobre la lectura, sobre todo por su interés por el tan ampliamente denigrado
componente afectivo. Ryan llama la atención sobre el desprecio de la crítica modernista y
postmodernista ante el modo de lectura inmersivo, que tan hábilmente desarrolló la novela realista15 y
sus descendientes populares. Efectivamente, la experiencia de “sumergirse” en una historia, de verse
transportado imaginariamente en un mundo de ficción puede convertirse en una aventura estimulante
(“an adventurous and invigorating experience”) (11), capaz de ampliar la percepción cognitiva,
emocional e incluso sensorial del lector por medio de la estimulación imaginaria. El modelo narrativo
de Ryan insiste en la combinación de la inmersión con la interacción: el trance (entrancement)
15
Ryan realiza una estudio profundo y convincente de las estrategias narrativas que producen en los lectores la sensación
de “sumergirse” en el mundo ficcional.
Tropelías. Revista de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada, 36 (2021) 63
La teoría literaria feminista y la figura de la lectora
placentero junto con un grado de conciencia acerca del proceso de ficción, por tanto, con “interacción”.
El lector que se sumerge en una novela asume un papel pasivo placentero – se deja llevar –pero también
proyecta activamente sus propios deseos, miedos y conciencia cognitiva.
Modleski, Pearce y Ryan, junto con muchas otras críticas feministas, coinciden en su interés en
la dimensión afectiva e inmersiva de la lectura, en un contexto intelectual en el que el mayor valor
residía en una lectura cognitiva y distanciada, reflexiva y en el que, consecuentemente, dejarse llevar
por la historia era considerado como mera pasividad. También coinciden en su rechazo implícito o
explícito a la distinción entre la lectora “común” (para utilizar la expresión de Virginia Woolf) y la
crítica. Así, más allá de sus diferencias de orden social, la crítica literaria comparte con la lectora
común el gusto por los libros, siendo probablemente dicho gusto el que la haya llevado a los estudios
literarios. Ambas comparten, también, el mismo legado de la cultura patriarcal. En efecto, la mayoría
de nosotras sabemos qué es una respuesta emocional ante una novela, entendemos qué significa
“perderse en un libro”, hasta el punto de hacer desaparecer el contexto material y social en que leemos.
No obstante, el gusto de las críticas feministas no suele coincidir con el de las lectoras de Radway, por
ejemplo, en su preferencia por la serie Harlequin. Sin embargo, existe un género en el que los gustos
“populares” y los gustos “literarios” coinciden. Al analizar por qué leen las mujeres, qué efectos tiene
la lectura sobre ellas, y la relación entre la lectura crítica y la lectura estándar, algunas estudiosas
feministas se han interesado por un tipo de novelas con éxito comercial, mayoritariamente ignorado
por la crítica por ser “literatura de mujeres”. Se trata de novelas que cuentan una historia que
“engancha”, que trata cuestiones importantes, pero sin exigir un esfuerzo intelectual que impida la
inmersión y que, tanto históricamente como ahora, es escrito y leído mayoritariamente por mujeres.
La lengua inglesa tiene un término muy útil para designar este tipo de textos híbridos: literatura
“middlebrow”, sin traducción directa en español, pero que podríamos designar como literatura de “en
medio”.
Desde una lectura empática pero distanciada, propia de la crítica en Reading the Romance, la
propia Janice Radway se presentó abiertamente como una lectora voraz de novelas middlebrow, pero
cuya formación la había llevado a renunciar y menospreciar su placer lector en favor de una concepción
técnica de lo literario” (“particular, highly technical conception of the literary” (Radway A Feeling
for Books, 7) dominante en los estudios literarios hasta el momento. En A Feeling for Books definió y
defendió los placeres característicos de una lectura middlebrow (“the pleasures of a characteristically
middlebrow way of reading”) (12), principalmente a través de su estudio del American Book of the
Month Club, un grupo de lectura esencial para entender los hábitos lectores de la clase media
estadounidense en las décadas centrales del siglo XX. En el libro, analizó su propio placer como
lectora, así como el éxito del Club a la hora de identificar y responder a las expectativas de las lectoras
mainstream. En ambos subrayó la importancia de la inmersividad y los elementos afectivos en la
experiencia táctil, sensual, profundamente emocional de verse atrapada en un libro (“that tactile,
sensuous, profoundly emotional experience of being captured by a book”) (13). También analizó en
qué medida las mujeres participaban en la producción (autoría y gestión) y consumo (público lector)
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Diane Holmes
en el Club. Asimismo, estudió el sesgo de género de muchas de las críticas al Club realizadas por los
defensores de la “alta cultura”, que temían que la literatura fuese objeto de la mercantilización impuesta
por las exigencias de un público de masas –en este caso, en gran parte femenino–. Frente a la
experimentación formal y la temática exigente que definían al lector como un interlocutor cerebral,
respetuoso de la identidad individual masculina “individuated male selfhood” (216), el Book of the
Month favorecía, por el contrario, la legibilidad cultural, una sensación de conexión empática con el
texto e invitaba a ser “capturado por el libro” tanto sensorial como emocionalmente. Esto suponía una
relación muy diferente con la lectora o el lector y se percibía como una amenaza ante las jerarquías
culturales y de género.
La posición de Radway como lectora crítica y como lectora en el sentido común de la palabra se
ha hecho más frecuente en la crítica feminista del siglo XXI. Así, la investigación en Estudios Ingleses
ha empezado a interesarse por un corpus “middlebrow” compuesto por novelas con gran éxito
comercial a la vez que “serias”, y por tanto, minusvaloradas críticamente. En este sentido, en 2008 se
creó el Middlebrow Network en 2008, con el objetivo de “convertir el ‘middlebrow’ en un tema de
investigación legítimo (“raise the profile of middlebrow as a legitimate research theme”
(https://www.middlebrow-network.com/Home.aspx), con especial atención a la literatura y las
cuestiones de género y raza dentro de los textos middlebrow. La crítica feminista al middlebrow adopta
tanto un enfoque contemporáneo como histórico, como demuestra el trabajo de Nicola Humble en The
Feminine Middlebrow Novel, 1920s to 1950s Class, Domesticity, and Bohemianism16.
En un artículo posterior, Humble retoma uno de los elementos anteriores de la crítica feminista
y que ya figuraba implícitamente en el cuarto propio de Woolf y en Radway, concretamente en su
interés por el contexto material de las lectoras de novela sentimental. Así, en “Sitting Forward or
Sitting Back”, Humble reflexiona sobre cuántas de nosotras hemos adquirido respetabilidad intelectual
y un estatus social más elevado al convertirnos en académicas, un proceso que implica aprender nuevas
técnicas de lectura “highbrow” y que caracteriza por medio de la posición física que adoptamos para
leer. Así, la estudiante o la investigadora se sienta erguida ante una mesa, con lápiz y papel,
olvidándose de su cuerpo en la medida de lo posible. Por el contrario, la lectora por placer se reclina,
quizás se acuesta, combinando así el placer de la lectura con el de la relajación corporal. Esta segunda
postura favorece la inmersión en la lectura, el viaje “táctil, sensual, profundamente emocional” del que
hablaba Radway. La primera postura, por su parte, favorece un contacto racional o cerebral con el
texto. La distinción entre estas dos formas de lectura tiene mucho que ver con la clase y el estatus
profesional: la lectura reclinada conlleva el estigma de la pasividad, el placer corporal frente al placer
cerebral, el abandono ante el poder de la imaginación ajena. Humble deplora haber perdido su
capacidad para “adentrarse de nuevo en la práctica de la lectura que implicaba rendición, inmersión e
identificación que tanto había disfrutado antes de formación como lectora académica (“think myself
back into the surrendered, immersed, identificatory reading practices I once enjoyed”) (Humble
16
En Middlebrow Matters, se examina la novela middlebrow escrita por autoras francesas, desde finales del siglo XIX
hasta la actualidad (Holmes Middlebrow…).
Tropelías. Revista de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada, 36 (2021) 65
La teoría literaria feminista y la figura de la lectora
“Sitting” 47)17. Pero si la investigación feminista quiere incluir en el ámbito de la crítica literaria las
cualidades particulares de la lectura –sobre todo la emoción y la empatía–, caracterizadas como
femeninas y, por tanto, tradicionalmente denigradas, entonces la postura de la lectura relajada debe ser
tenida en cuenta.
Resulta políticamente significativo rescatar del desprecio crítico un modo de lectura
ampliamente despreciado por su naturaleza supuestamente femenina. Recientemente, se ha prestado
mucha atención a la capacidad de la lectura de ficción para promover la empatía. Por ejemplo, en
Empathy and the Novel, Suzanne Keane se plantea hasta qué punto las novelas amplían el sentido de
la humanidad compartida en los lectores más allá de los límites predecibles (“novels […)] extend
readers’ sense of shared humanity beyond the predictable limitations”). En tal caso, las técnicas
narrativas que logran tal desarrollo empático deberían ser especialmente valoradas (“the narrative
techniques involved in such an accomplishment should be especially prized”) (Keane xi). Escribir una
historia de tal manera que el lector experimente el mundo a través de una conciencia más allá de la
suya, que viva, vicaria pero intensamente, los acontecimientos vitales y las emociones de otra
subjetividad, es un logro notable. Valorar esta dimensión empática de la lectura de ficción significa
valorar el tipo de lectura inmersiva, identificadora y emocional que facilita –quizá de forma exclusiva–
la lectura relajada, y también valorar los tipos de ficciones “digeribles” (“digestible”) (Humble) que
invitan a una lectura “que se rinde” (“surrendered”) frente a una lectura distanciada. También significa
ampliar el estudio de la literatura para incluir los libros elegidos por un público femenino popular y
middlebrow.
Las mujeres, tal y como ha sido ampliamente demostrado18, leen considerablemente más que los
hombres, sobre todo novelas. Como lectoras por placer, leen de forma tanto emocional como
intelectual. El estudio feminista de la “lectora” se ha dirigido a rescatar la dimensión afectiva en la
relación entre lectura y texto y también a deshacer las barreras entre la crítica, autorizada por su
posición académica, y la lectora “ordinaria” o “común” como objeto de estudio. El contexto de lectura
también ha sido objeto de atención, no solo en lo que respecta a la realidad material del acto lector,
sino también en el reconocimiento del papel central de las mujeres en el edificio de la literatura como
institución: porque las mujeres no solo leen más, independientemente de las diferencias de raza, edad
y clase social, sino que también, como bien demuestra Helen Taylor en Why Women Read Fiction, son
piezas clave en grupos de lectura, festivales, bibliotecas literarios y también en la industria editorial
(Taylor 4-5). Como apuntaba ya el famoso novelista británico Ian McEwan en un célebre artículo,
cuando las mujeres dejen de leer, la novela estará muerta (“When women stop reading, the novel will
be dead”) (Taylor 3).
De este modo, la investigación feminista se ha interesado por toda la infraestructura que sostiene
la cultura literaria, como en libro de Taylor o en The New Literary Middlebrow, de Beth Driscoll, que
17
Janice Radway expresa una nostalgia parecida por una forma de lectura perdida en A Feeling for Books. Pero no todas
las académicas pierden esta capacidad de recuperar esa lectura “middlebrow”: véase Middlebrow Matters (Holmes 2018).
18
Ver nota 11.
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Diane Holmes
estudia las instituciones y las prácticas que permiten el compromiso contemporáneo con la literatura,
respondiendo y formando a la vez el gusto middlebrow, desde la industria editorial hasta grupos de
lectura televisados, pasando por blogs de lectores. En cuanto a la relación entre la lectura y el texto,
aunque el lector implícito (deducible del propio texto) sigue siendo utilizado regularmente en el estudio
de la literatura, existe cada vez más una conciencia de la diversidad de los lectores, en plural, y de sus
respuestas activas y forzosamente diversas. El desarrollo de las redes sociales ha facilitado mucho el
acceso a dichas respuestas, para las que antes había que realizar costosas encuestas y entrevistas.
Ahora, las lectoras escriben y hablan entre sí en blogs literarios y presentan sus opiniones en sitios web
específicos, tales como Babelio en Francia o Goodreads en Estados Unidos y en otros países. Aunque
la lectura sigue siendo una experiencia muy privada –lo que explica en parte que durante tanto tiempo
haya representado una vía de escape para las mujeres constantemente solicitadas para el cuidado ajeno–
también es una actividad compartida, por medio del intercambio de libros y de conversaciones en clubs
o tertulias literarias, tanto presenciales como en línea. De este modo, la estudiosa de la literaria
feminista puede verse no solo como alguien que analiza el texto y sus lectoras desde fuera, sino también
como participante en la conversación. En un estudio publicado en 2019, Beth Driscoll y DeNel Sedo
analizaban cómo los clubs de lectura en línea crean “una esfera pública íntima” y cómo consolidan la
agencia de las lectoras que disponen de poca visibilidad y autoridad en las instituciones literarias
formales “low visibility and authority within the formal institutions of literary culture” (Driscoll and
Sedo 249).
Conclusión
El feminismo pretende aportar una visión crítica de la cultura patriarcal. En la esfera literaria,
esto significa re-leer el canon de las grandes obras literarias a fin de identificar su visión masculinista
del mundo, y formular un imperativo para que las mujeres se conviertan en “lectoras resistentes”.
También significa re-pensar las estrategias de lectura normativa tradicionales interiorizadas a través
de la formación académica; significa asimismo re-evaluar la respuesta emocional, inmersiva ante la
literatura, que ha sido caracterizada como femenina, no profesional y trivial, y que aun así es esencial
para entender el placer que sienten la mayoría de los lectores de novelas. En efecto, la mayoría de las
veces, la experiencia táctil, sensual y placentera de verse atrapada por un libro a la que alude Radway
es la que ha llevado a la lectora a dedicarse a la crítica literaria. Leer con sentimiento, cruzar las barreras
de la propia subjetividad y sumergirse en otra experiencia del mundo, a través de ojos ajenos pero de
forma intensa, desde un punto de vista diferente al propio, expande y amplía lo individual y tiene,
consecuentemente, una función ética. Las investigadoras feministas se han situado a la vanguardia de
los intentos de conceptualización de la lectura como práctica que ejerce un profundo efecto en la
psicología y en los valores del sujeto que lee. El feminismo también ha sido esencial para reconocer el
papel de “la lectora” o “el lector”, pero también ha contribuido a revelar que, en realidad, dicha
categoría encierra a “las lectoras” o “los lectores”, en su diversidad. En este sentido, el feminismo ha
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La teoría literaria feminista y la figura de la lectora
propiciado el estudio tanto de los textos que leen una mayoría de los lectores –dado que la mayoría de
los lectores son lectoras, ha contribuido a una saludable feminización del canon–, como al interés por
la recepción de los textos por el público mayoritario o popular.
Bajo las distintas etapas de las teorías feministas sobre la lectura y los enfoques críticos que han
generado, subyace un compromiso coherente con lo que Patrocinio Schweickart denominó “la crítica
feminista (como) un modo de praxis” (“feminist criticism (as) a mode of praxis”). Para ella, no se trata
simplemente de interpretar la literatura, sino de cambiar el mundo (Schweickart 531). Y es que,
parafraseando a Schweickart, no podemos permitirnos el lujo de ignorar la actividad de la lectura,
porque, en definitiva, la literatura actúa sobre el mundo actuando sobre sus lectores (Schweickart 531).
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