Vayamos Por Partes
Vayamos Por Partes
Vayamos Por Partes
El País 15/10/2023
Las mujeres estamos alcanzando también cierta igualdad en un registro que no me gusta ni
pizca: el de la violencia. Aún estoy horrorizada con ese suceso de un instituto de San Blas, en
Madrid, en el que una niña de 12 años fue arrastrada de los pelos y golpeada brutalmente por
otra chica. Es un tema complejo, porque tanto la madre como varios compañeros de la
agresora dicen que ésta llevaba un año siendo acosada por la ahora agredida. De hecho, si se
pasa el vídeo completo se ve con claridad cómo la chica que después sería arrastrada de los
pelos persigue a la otra niña, que se diría que lo único que intenta es marcharse de allí; y cómo
la perseguidora la fastidia y le da algún empujón y se inclina intimidantemente sobre ella (la
agredida es mucho más alta que la agresora), hasta que la adolescente acosada se revuelve y
se convierte por desgracia en verdugo. Todo esto ya es muy triste, pero lo que espeluzna de
verdad son las voces de las niñas que están contemplando y grabando la escena, chilliditos de
excitación feliz, gorjeos alegres de adolescentes monísimas que aúllan “¡mátala!”. Eso es lo
que me heló la sangre. Más aún: estas espectadoras feroces eran al parecer amigas de la
golpeada (pese a lo cual se tronchan con la paliza), de modo que cabría la posibilidad de que
formaran parte de una cohorte de acosadoras, porque su completa falta de empatía hace temer
de ellas lo peor. Sus divertidas risas dan más miedo que la niña del exorcista.
El atosigamiento de los compañeros de clase es una crueldad que se paga muy cara y que no
podemos permitirnos. Todo el sistema educativo debería estar centrado en impedirlo, porque
causa un sufrimiento colosal, produce daños a veces irreparables, origina suicidios y contribuye
a la barbarie. Se sabe que tras las sangrientas matanzas en las escuelas de Estados Unidos
suele haber un tema previo de acoso contra el agresor. Por supuesto esto no justifica que
agarres un rifle y le revientes la cabeza a una docena de compañeros; hay niños y niñas
hostigados en la infancia que consiguen hacer de su vida una obra de arte, como la gran Irene
Vallejo. Pero hay otros casos en los que las circunstancias se cierran sobre las víctimas como
un cepo letal.
En España nos estamos poniendo al día en el penoso ranking de asaltos cometidos por
escolares, como se demostró hace un par de semanas en un instituto de Jerez, cuando un
adolescente de 14 años apuñaló a tres profesores y dos alumnos (por cierto que, aunque las
autoridades lo niegan, hay compañeros que dicen que el asaltante, que tenía necesidades
educativas especiales, sufría burlas por parte de otros chicos). No es un caso aislado: en 2015,
un chaval de 13 años armado con una ballesta y un machete mató a un profesor e hirió a
cuatro personas más. En 2017, otro escolar hirió con un cuchillo a cinco alumnos en Alicante; y
en 2019, un alumno de 3º de la ESO apuñaló a su profesora en Valencia. Estoy convencida de
que, si en España corrieran las armas de fuego con tanta facilidad como corren en Estados
Unidos, podríamos estar lamentando ya alguna matanza. Aunque la abundancia de armas
blancas es suficiente pesadilla. La Fiscalía General del Estado, en su memoria de 2022,
manifestó su preocupación “casi unánime” por el “incremento y auge de todo tipo de conductas
cada vez más violentas” cometidas por niños y adolescentes (lo cuenta Jesús A. Cañas en EL
PAÍS).
Niños asilvestrados, socialmente aislados, amorrados a las pantallas desde que son pequeños
para que no fastidien, a menudo poco atendidos por unos padres que quizá estén
sobrepasados, niños que ven porno desde los 11 años (el 17% comienza a los ocho), niños en
epidemia de agresividad. Ahí están esas decenas de chicas de Almendralejo desnudadas
artificialmente con la IA por chavales menores de 14 años; o los asaltos sexuales cometidos en
grupo, con violadores cada vez más jóvenes. O los casi 5.000 adolescentes denunciados cada
año en España por maltratar a sus padres, una brutalidad aterradora cuya incidencia ha
aumentado un 400% en la última década. Son cifras que dan miedo y que volveré a tratar en
otro artículo para intentar entenderlas. Hoy me concentraré en exigir una lucha radical,
colectiva e implacable contra el abuso escolar. Creo que eso ayudaría bastante. Vayamos por
partes.