El Mago - Noah Evans
El Mago - Noah Evans
El Mago - Noah Evans
Después de varios
intentos de proyectos laborales fallidos, llega la oportunidad de su vida para
demostrarse que no es una completa inútil, y una productora le encarga un
documental sobre la vida circense, que puede abrirle las puertas del
periodismo en televisión. Para ello tendrá que convivir en el circo italiano
Caruso, adaptándose a una vida muy lejana a la que está acostumbrada, y
entre gente con cualidades más que extraordinarias. Pero solo necesita un día
en el circo para darse cuenta de la realidad que tiene ante sus ojos: Un circo
en ruinas, el control supremo por parte de la reciente productora, y
demasiadas desgracias personales a su alrededor. Un simple documental va a
resultarle tremendamente complicado.
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Noah Evans
El Mago
Las Unicornio - 03
ePub r1.0
Titivillus 25.07.2021
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Noah Evans, 2021
Diseño portadilla VIII Aniversario: lvs008
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Prólogo
Era la primera vez que lograba cerrar una maleta sin tener que sentarse
encima. Tenía dos delante de ella, a dos metros de la puerta. Vicky las miró y
suspiró. Dos maletas negras, semirrígidas y con una cremallera un tanto dura.
Muy lejos estaban de las llamativas maletas de Luis Vuitton que guardaba en
el trastero del ático.
Se giró para mirarse en el mural del espejo de la entrada. No había
logrado colocarse bien las horquillas y el flequillo se le veía demasiado
abombado. Soltó el maletín en el suelo para arreglarse el pelo. Su teléfono
sonaba, un sonido que conocía bien. Videollamada de las locas del chat.
Sonrió al descolgar y allí vio los cuatro recuadros.
—Rapidito, chicas, que no tengo mucho tiempo —comenzó Natalia. La
vio fruncir el ceño hacia la cámara y abrir la boca—. La madre que te parió,
Vicky.
Vicky rio mientras se miraba en el espejo de reojo.
—Qué fuerte. —Mayte había abierto con fuerza sus ojos, ya de por sí
grandes, y parecía un meme.
Claudia observaba la imagen en silencio, esperando su turno.
—Tía, te operaste la miopía en primero de carrera, ¿qué coño haces con
gafas? —dijo cuando se hubo repuesto de la sorpresa.
Vicky arqueó levemente las cejas tras aquellas gafas circulares y doradas.
—Os presento a la nueva Victoria —les dijo.
Natalia aún conservaba el ceño fruncido.
—La nueva Victoria parece haber salido de Grease —dijo La Fatalé.
Vicky se encogió de hombros. Natalia seguía observándola.
—Esa mierda que te pincharon en los labios y que hizo que se te pusieran
como dos salchichas, se ha ido, gracias a Dios. Pero… ¿dónde están la otra
mitad de tus tetas?
Vicky comenzó a reír.
—Teníais todas razón, son enormes y una horterada. —Se giró para verse
de perfil—. No necesitaba más de una copa B. Así que me he puesto un
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sujetador reductor.
Claudia sonrió.
—¿Estás mejor? ¿Te sirvió la terapia? —le preguntó su amiga.
—La terapia la dejé a los dos meses de empezar. —Levantó la mano
quitándole importancia—. No necesito pagar a nadie para que me diga que
soy una vaga y que necesito hacer algo con mi vida. Para eso ya os tengo a
vosotras.
Natalia seguía mirándola de aquella manera extraña. Una mirada nívea
que podía sentir atravesando su piel y clavándose dentro como finas agujas.
—Estás diciendo que… —comenzó La Fatalé—. ¿Te vas a tomar en serio
este trabajo?
Vicky asintió.
—¿Como cuando decidiste comenzar pintura creativa? —preguntó Mayte.
—¿Como cuando decidiste estudiar chino mandarín?
—¿Como cuando dijiste que tu sitio estaba en el periodismo de deporte?
—¿Como cuando dijiste que harías un canal de YouTube?
—Vale, vaaaaale. —Suspiró—. No me deis más caña. Lleváis razón.
Todas lleváis razón.
—¿Cómo conseguiste el trabajo? —preguntó Natalia.
Vicky se puso la mano en la frente.
—Por un enchufe, como siempre, sí —reconoció—. Un enchufe muy
gordo.
Claudia se acercó a la cámara, Vicky dedujo que quería verla al completo.
Una falda de vuelo hasta la rodilla color camel y una rebeca de algodón con
botones delanteros sobre una camiseta ajustada de manga corta. En los pies
llevaba unos zapatos tipo salón de tacón corto.
—Bueno —dijo sonriendo con ironía—. Tenemos que reconocer que es la
primera vez que el cambio es verdaderamente notable. —Torció los labios—.
Yo me inclino por darle un voto de confianza esta vez.
Vicky sonrió, agradeciendo el apoyo de Claudia.
—Vale —confirmó Mayte—. Una vez más, Vicky.
Natalia seguía en silencio, Vicky esperaba su veredicto. Que La Fatalé no
dijera nada, le causaba desconcierto. Cuando era su voz y su criterio el que
más necesitaba. Las tres la miraron.
—Yo creo —comenzó—. Que ponerte unas gafas sin graduación, peinarte
a la moda de los setenta y usar esas rebecas de maestra de internado antiguo,
no te va a servir para cambiar nada —sentenció—. Pero si eso te hace
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recordar que no puedes volver a hundirte en la mierda de estos meses atrás,
adelante.
No era mucho, pero se conformaba con las palabras de Natalia.
—Ahora bien, ¿cuál es exactamente el trabajo? —añadió.
Vicky negó levemente con la cabeza.
—Es algo sencillo —comenzó—. Convivir un mes en un circo para
preparar el documental, luego grabaríamos unos cuatro días y a casa.
—Convivir en un circo. —Claudia sonrió—. Qué pasada.
Natalia negó con la cabeza.
—Van a meterla en una caravana con la mitad de metros que su cuarto de
baño. ¿Algo sencillo? Ya veremos.
—Hemos dicho que vamos a darle un voto de confianza —intervino
Mayte.
Natalia negó con el dedo índice.
—Eso lo habéis dicho vosotras dos, yo aún no he dicho nada de eso —dijo
firme.
Vicky se mordió el labio. La aprobación de Natalia siempre era la más
dura de conseguir. De hecho, nunca la había conseguido en sus otros intentos
por esa misma razón, pensaba que sería buen augurio que esta vez le mostrase
algún apoyo.
—Lo sé. Inmadura, vaga, infantil, payasa… vivo en una realidad
distorsionada —les dijo suspirando.
—Bueno. —Mayte sonrió—. Todo eso en un circo pasará desapercibido,
¿no?
—¿Qué crees que va a encontrar en un circo? —preguntó Natalia
dejándose caer en la silla.
—Pues música, colorido… —respondía Mayte.
Natalia sacudió la mano.
—La última vez que fuisteis a un circo tendríais… ¿ocho años? —La
cortó Natalia—. Música, colorido, ok, así suelen ser las funciones. Pero en un
circo hay personas.
Miró a Vicky.
—La caprichosa hija de un multimillonario. ¿Cuántas veces le pidió a su
padre que la llevara a un circo?
Vicky bajó la cabeza.
—Muchas —respondió.
—Y ahora, a los veintiocho años, vuelves a un circo escondida tras unas
gafas, como si con un simple cambio de look y apartando la ropa de marca,
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pudieses esconder lo que verdaderamente eres. ¿Te avergüenza, Vicky?
Vicky negó con la cabeza.
—No es eso, sabes que llevo tiempo intentando encontrar el camino. —
Cuando Natalia comenzaba con aquel semblante, apenas era capaz de unir las
palabras—. Lo necesito.
Y sabía que sus amigas eran conscientes de ello.
—Necesito encontrar el camino —insistió—. Mi padre construyó un
imperio. Y mis hermanos han sabido aprovecharlo para construir el suyo
propio. Pero yo… —Se llevó de nuevo la mano a la frente.
—Esta vez va a salir bien —le dijo Mayte—. A mí ese cambio me ha
encantado. No le eches cuenta a Natalia.
—El cambio de fuera no tiene importancia. —Natalia agarró un boli.
—Natalia, quitas las ganas de vivir —protestó Claudia—. Eres muy dura
con Vicky.
Natalia miró el bolígrafo sin prestar atención a la regañina de su amiga.
—Bueno, chicas, me tengo que ir. —Sacudió la mano en una despedida
—. Deseadme suerte al menos.
—Suerte —le dijo Mayte sonriendo.
—Suerte. —Claudia le lanzó un beso.
Natalia seguía en silencio, Vicky esperó unos segundos. Pero ella seguía
atenta a su bolígrafo, inmóvil.
—Avisa cuando llegues. —Fue lo único que dijo antes de colgar la
llamada.
El recuadro de Natalia quedó oscuro. Ya solo quedaban las otras.
—Ánimo, Vicky. Sabemos que te irá bien —insistió Claudia.
Vicky asintió intentando sonreír. Pero tenía cierta pena en la garganta.
Realmente necesitaba la aprobación de Natalia.
—Queremos saberlo todo como siempre, ¿te enteras? —pidió Mayte—.
Así que, aquí estaremos todo lo posible. El pacto de las unicornio. No estás
sola.
Aquellas palabras la hicieron sonreír.
—Gracias, chicas. —Les lazó un beso—. Os quiero.
Ambas desaparecieron. Vicky se quedó de nuevo frente al espejo
observando su imagen. Se quitó las gafas, suspiró y volvió a colocárselas.
Natalia llevaba razón, el cambio de fuera no tenía importancia mientras no
cambiase el interior. Y ese lo tenía bastante acomodado y atrofiado.
Miró la hora, tenía que irse. Cogió sus maletas, activó la alarma y salió del
ático.
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Su avión aterrizó en Roma y un taxi la llevó hasta las afueras. Según le había
explicado la agencia, el circo era de origen italiano, pero en aquellos
ambientes era normal la mezcla de culturas. Así que el idioma que utilizaría
sería el inglés. Agradeció haber tenido una educación multilingüe y sus
numerosos viajes a todas partes del mundo. Dominar cinco idiomas de
manera casi innata era una de las ventajas de haber recibido una educación
privilegiada. Algo que agradecer a su padre, que había puesto todo de su parte
para que sus tres hijos pudiesen llegar lejos. Sus hermanos estaban en ello,
pero ella no había encontrado su sitio. Su padre siempre criticaba su actitud,
diferente a sus hermanos. Natalia siempre le decía que la diferencia era que
sus hermanos sí tenían edad consciente cuando su padre trabajó su imperio, y
ella prácticamente nació teniéndolo todo. Creció sin límites de ningún tipo. La
vida para ella era un juego constante, en el que hacer y deshacer a su antojo
no tenía consecuencias. Inmadurez, ausencia de obligaciones y reglas que la
llevaron a caer en una decepción cuando la locura de la juventud pasó de
largo, y se topó con que no sabía qué hacer con su vida. O lo que era aún
peor, que no se sentía capaz de hacer nada que le supusiera salir de su zona de
confort. La zona de confort estaba claramente delimitada a salir con amigos,
ir de compras o ver series en la tele. Llevaba unos dos años viviendo fuera del
núcleo familiar, un consejo inútil de su terapeuta, que solo la hizo sentirse
más sola y bombardear a sus amigas a todas horas en aquel chat en el que la
distancia no era un obstáculo.
Pero todas sus amigas habían encontrado un camino, una motivación. Y
aquello no hacía más que aumentar su sensación de parecer estancada. Había
probado varios proyectos, pero todos quedaron atrás en un intento de salir de
aquel agujero que ella misma había cavado con sus propias manos. Quizás
aquella hazaña era lo único que había logrado hacer por sí misma, sin ayuda
de nadie.
Pero se acabó. Una última oportunidad.
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Su padre y sus hermanos no creían ya en ella. De hecho, no hacía mucho
que su padre le confesó que en el testamento ella era a la única de sus hijos a
la que le había puesto un administrador. Para que, tras su muerte, fuera al
menos capaz de conservar el patrimonio lo que le quedara de vida y no lo
consumiese en unos años.
Suspiró. Tampoco sus amigas, aquella familia de locas, creían en ella,
aunque Claudia y Mayte no dejaban de animarla. Natalia, más directa y
sincera, no disimulaba su disgusto cada vez que emprendía algo. Pero esta vez
era diferente. Se había dispuesto a cambiar, a madurar en la medida de lo
posible, a no tomarse la vida a broma.
De momento había comenzado por un cambio por fuera, un lavado de
imagen más maduro, menos superficial, menos llamativo. Se miró de reojo en
el reflejo del coche, el flequillo había vuelto a abombarse, quizás por haberse
recostado en el avión. Sacó más horquillas del bolso y lo arregló en la medida
de lo posible. Recordó a las locas y la observación de Natalia diciendo que
parecía salida de la película Grease. Cogió la parte suelta y la recogió en un
moño bajo informal. Así estaba mejor, al menos le daba un aspecto más serio
y profesional, que era la primera impresión que quería dar en el circo Caruso.
El circo estaba en una parcela a las afueras de Roma, aún no habían
comenzado la gira. La productora había elegido aquel circo en concreto
porque era de los pocos que habían accedido a dejar grabar un documental de
aquella naturaleza, y porque aquel año, celebraba su cuarenta aniversario.
Desde la carretera ya podía apreciar la pradera llena de numerosas carpas,
caravanas, tráileres y autocaravanas. Hasta lo que sabía, aún estaban
preparando el espectáculo. La gira estaba prevista para empezar en cuatro
semanas, justo cuando comenzaba su reportaje.
El taxi se detuvo, pagó. Y tal y como el taxista le puso las maletas en el
suelo, se quedó sola, frente a la puerta de una valla que delimitaba la finca.
Envió un mensaje al único contacto que le habían dado del personal de
circo. Una mujer llamada Adela.
Era primavera y a pleno sol, la rebeca de algodón comenzaba a darle
calor. Nadie respondía al mensaje. Podía oír el sonido de fondo en el interior
de las carpas a pesar de estar alejadas de la puerta. La finca era realmente
extensa, desprovista de árboles, un solar no muy cuidado por lo que había
podido comprobar. Rodeado de solares similares también sin edificar.
En medio del puto campo, con estas pintas y sabe Dios cuándo van a
recibirme.
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En el móvil solo había mensajes del chat de las locas. Adela no daba
señales de vida. Esperó unos veinte minutos y envió un segundo mensaje
mientras daba vueltas alrededor de sus dos maletas. Se detuvo a leer un
mensaje de Claudia preguntando por su llegada.
Vicky movió la mano para espantar una mosca molesta que zumbaba
cerca de su oído. Se acercó el móvil a la boca, presionando el botón de grabar,
pero una segunda mosca la invadió por el lado contrario. Movió el móvil y
enseguida dio un salto hacia atrás.
Su puta madre, es una avispa.
Se alejó de las maletas en un correteo bochornoso. Los zumbidos se
multiplicaron a su alrededor.
Me cago en la leche.
Supuso que tendría que ser el perfume lo que hacía que aquellos insectos
la confundieran con una flor. Volvió a dirigirse hacia las maletas y las arrastró
hasta la puerta. La empujó, estaba cerrada con una cadena. Resopló. Las
moscas la estaban poniendo realmente nerviosa y al ser consciente de que no
sabía distinguir el sonido de una avispa y una mosca, no se atrevía a hacer
aspavientos con las manos.
Tumbó una de las maletas y se sentó encima. Ni una sombra a kilómetros,
si tardaban mucho en abrirle, a aquellas horas del mediodía y a pleno sol y sin
agua, la tendrían que recoger con una cucharilla. Se quitó la rebeca.
—Tías, aquí estoy en medio del campo, en la puerta de un solar lleno de
caravanas y carpas. Media hora y solo han venido las moscas a recibirme.
Envió el mensaje. Con el sol apenas podía ver la pantalla del móvil. Las
moscas la estaban desesperando.
—¿En serio? —Fue Claudia la primera en responder—. Mira a ver si te
has equivocado de número. Que de ti no me extrañaría.
Entró un audio de Mayte, pero no había grabado sonido.
Mayte no da una con el audio.
Las moscas seguían molestando en sus oídos y ya no las soportaba más.
Se puso la rebeca en la cabeza para cubrirse la cara con ella. La sombra le
permitía ver mejor la pantalla y, al menos, disipaba el sonido de las moscas.
Tengo que estar ridícula.
Envió un tercer mensaje a Adela, e incluso le hizo una llamada que esta
no respondió. Decidió esperar un rato más para seguir insistiendo. Miró el
reloj, una hora allí sentada. El calor y la sed comenzaban a hacer estragos.
—¿Sigues en la calle? —preguntó Mayte.
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—Ojalá estuviese en la calle. —Levantó la rebeca para mirar hacia las
carpas. No parecía haber nadie por allí—. En una calle al menos habría algún
sitio donde comprar agua.
—¿Has llamado al teléfono? —Esta era Claudia de nuevo.
—Claro que he llamado. —Resopló—. Pasan de mí.
Las suelas de sus zapatos rechinaban en la arena del suelo.
—Pues nada, a esperar hasta que salga alguien. —Llegó un nuevo audio
de Claudia—. Tía, pega voces a ver si te escuchan.
—No pienso llegar como una loca, ni hablar —respondió con rapidez—.
Prefiero esperar. He dicho que me lo voy a tomar en serio. Profesional.
Negó con la cabeza aún cubierta con la rebeca.
—Pues te van a comer las moscas —le dijo Claudia.
Literalmente.
Las chicas se despidieron. Vicky insistió con un par de llamadas más,
pero quien quisiera que fuese Adela, seguía sin responder. Tampoco
respondía a los mensajes. El tiempo pasaba despacio y su estómago emitía
ruidos, era la hora del almuerzo. Había desayunado temprano aquella mañana.
Miró la hora unas cinco veces, llevaba allí dos horas y media. Le sudaban
hasta las orejas.
Esto es una tomadura de pelo.
Se quitó la rebeca de la cabeza y se puso en pie. Volvió a empujar la
puerta, pero la cadena la hizo rebotar y colocarse de nuevo en su lugar.
—¿Hay alguien? —gritó y se sintió ridícula.
Volvió a empujar la puerta, esta vez con más fuerza.
—¿Me escucha alguien? —gritó una segunda vez y su grito sonó algo más
desesperado.
A tomar por culo. Cojo un taxi y me vuelvo. Menuda mierda de trabajo.
Su móvil sonó. Miró la pantalla deseando de que fuese Adela. Pero era un
nuevo audio del chat.
—Acabo de escucharos. —Era la voz inconfundible de La Fatalé—. Si no
he calculado mal, llevas dos horas y tres cuartos en medio del campo.
—Sí, parece que se han reído de mí —respondió desesperada.
Natalia le puso un emoticono riendo.
—No te rías, esto es una mierda de campo lleno de moscas. —Movió la
mano para espantarlas, mirando desconfiada por si alguna de ellas era otra
cosa—. Y de bichos de todos los colores.
Más emoticonos de La Fatalé.
—¿Qué esperabas? ¿Unas vacaciones? Es trabajo, Vicky.
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Vicky seguía sacudiendo la mano cerca de su oído derecho.
—No, pero al menos que me recibieran —protestó.
—Porque eres alguien sumamente importante para esa compañía supongo,
¿no? Deben de recibirte con todo tipo de detalles. Lo mismo te tienden en el
suelo una alfombra roja para que llegues hasta tu caravana.
Las palabras de Natalia aumentaron su cabreo.
—Solo esperaba que me abriesen la puñetera puerta —le respondió—. Y
entrar y comenzar mi trabajo.
—Pero no te la abren y estás a punto de llamar a un taxi para que te
recoja.
Joder, pues sí. Lo de esta tía es sobrenatural.
—¿Y qué hago? Estoy sudando la hostia aquí a pleno sol y rodeada de
bichos. —Volvió a espantar las moscas, pero una de ellas no era una mosca.
Vicky se quedó inmóvil mientras la avispa inspeccionaba de cerca sus
pendientes. Contuvo la respiración y cerró los ojos mientras oía el zumbido en
el oído.
Vete, vete, vete.
Notó un nuevo audio y este saltó de manera automática.
—Entre tú y ese trabajo en el que tan decidida estabas hace unas horas,
solo hay una puñetera puerta, seguramente de barrotes. —La voz de Natalia
era tremendamente solemne. Le encantaba oírla. Siempre anheló aquella
manera de hablar—. Solo una puerta, Vicky. ¿Qué es eso?
La avispa se había alejado, Vicky abrió los ojos. Era una verja vieja y
oxidada de barrotes verticales y los atravesaba uno largo en diagonal.
—Pero si lo prefieres, llama a un taxi y que te lleve de vuelta al
aeropuerto —añadió Natalia.
Apretó los dientes. Natalia era irónica, le encantaba cabrearla. Resopló
con fuerza.
—Vale, lo que tú digas, Fatalé. A ver si al menos no empiezo partiéndome
una pierna.
Soltó el móvil dentro del bolso. Arrastró la primera maleta algo más
alejada de la puerta y la cogió en peso. Se alegró de no haberla llevado tan
cargada como solía hacer en todos sus viajes. Parecía que al menos el cambio
radical por fuera comenzaba a surtir efecto de alguna forma. Levantándola era
difícil pasarla al otro lado, no llegaba. Tendría que lanzarla.
Empujó la puerta una última vez, zarandeándola para hacer ruido.
—¿Hay alguien? —gritó con más fuerza que las veces anteriores.
A la mierda. Me salto la valla.
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Cogió por un asa la maleta y se alejó de la puerta dándole la espalda,
tendría que aprovechar la inercia del giro para lanzarla hasta el otro lado.
Una, dos y… ¡tres!
Giró su cuerpo con rapidez y la maleta troley voló por encima de la
puerta. Oyó un grito. Vicky gritó a su vez.
Hostiaaaaaaas.
La maleta había caído sobre una mujer que llegaba por el camino de arena
hacia la puerta. No pudo ver si era joven o mayor, estaba en el suelo y la
maleta le cubría la cara y el torso hasta las caderas, solo podía ver sus piernas
y unos zapatos de salón negros.
¡Ay! Que la he matao. No se mueve. La he matao.
Se subió a la puerta y apoyando los pies en la barra diagonal, consiguió
llegar hasta arriba y pasar al otro lado.
Sigue sin moverse. La he matao.
Bajó de la mitad de la verja de un salto hasta el suelo.
Sin ni siquiera poner un pie dentro del puto circo, ya la estoy liando.
Quitó la maleta de encima de la mujer. Oyó voces procedentes de la carpa.
Estaba acuclillada junto a la señora. Tendría unos cincuenta y cinco años bien
llevados, por lo que estaba comprobando. No estaba inconsciente del todo.
—¿Está bien? —le preguntó en su mejor inglés.
Las voces se acercaban. No fue capaz de levantar la cabeza para mirar a
quienes se acercaban. El bochorno había aumentado su sudoración de manera
considerable. Enseguida se vio rodeada de gente.
No había nadie y ahora aparecen todos, joder.
—Señora, ¿se encuentra bien? —Volvió a preguntar.
Qué vergüenza, por Dios.
Un joven se inclinó hacia la mujer.
—¿Mamá? —Le dio una palmada en la cara. Luego levantó la mirada
hacia Vicky con el rostro tenso.
—No la había visto, yo…
Él ignoró sus excusas y enseguida incorporó a la mujer. Un hombre algo
más mayor y muy bajito, llevó una botella de agua.
—Lo siento —decía Vicky a la señora, esta la miró, pero era evidente que
aún no se había repuesto del golpe.
Se oían murmullos, varios hablaban. Oyó una mezcla extraña de idiomas:
inglés, italiano y otro más que no entendía.
—Yo la acompaño al médico —le dijo ayudándola a incorporarse.
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La mujer pareció volver en sí por un momento y la miró de reojo. Una
mirada que a Vicky no le gustó en absoluto.
Vicky levantó las cejas intimidada y miró a su alrededor. Había un grupo
de jóvenes vestidos con mallas y varios con monos blancos de trabajo. Y otra
mujer, de una edad similar a la que había golpeado, se le acercó.
Vicky intentó evitar las miradas de reproche a su alrededor y atendió a la
mujer que le acababa de agarrar del brazo.
—Tú debes de ser Victoria —le dijo.
Voy a llamar a un taxi y me piro de aquí de inmediato.
Se puso en pie comprobando que la mujer que había caído al suelo ya se
levantaba con la ayuda de su hijo, que llevaba las mismas mallas que el resto
de jóvenes.
Quiero morirme ahora mismo.
—Sí, soy Victoria —le respondió.
El joven que sujetaba a su madre la miró.
—La periodista. —A pesar de haber dicho claramente «periodista», sonó
a «la intrusa», «la mierda» que estaban esperando que llegara.
—Sí —respondió Vicky. Miró a la mujer, que ya le regresaba el color a la
cara, aunque tenía la parte superior de la frente colorada del golpe. Recordó
que la parte interior de la maleta estaba reforzada con una placa dura.
Y menos mal que no era una rígida de las que suelo llevar.
—¿Ella es Adela? —preguntó casi con timidez mirando a la mujer que le
cogía del brazo.
—Yo soy Adela —le dijo—. Ella es Cornelia, la mujer de Fausto Caruso,
el director del circo.
La madre que me parió.
No se llevó la mano a la frente porque estaba rodeada de gente y todos la
miraban atónitos.
Y la madre que parió a La Fatalé por darme la idea.
—De verdad que lo siento —insistió con la mujer y su hijo.
—Él es Luciano Caruso —le presentó Adela al hijo de Cornelia—. Es el
encargado de los trapecistas.
Luciano la miró sin ni siquiera sonreír.
Está bueno, pero con esa cara de estúpido no da ni morbo. Claro que
tampoco sé la cara que tendría si yo no hubiese noqueado a su madre.
—Encantada —les dijo a ambos.
Cornelia la miró de reojo. Simplemente hizo un gesto con la cabeza, algo
que Vicky tomó como la mayor cordialidad que podría tener después del
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golpe.
—Cogemos el coche y vamos a que te miren eso —le dijo Luciano a su
madre.
Ella negó con la cabeza.
—Estoy bien, solo me duele el cuello —respondió.
—Sería mejor que te lo viese un médico. —La llevaba hacia dentro.
—Si queréis, puedo…
Pasaron de ella por completo.
Acompañaros.
El grupo de trapecistas los siguieron. Vicky se quedó junto a Adela allí en
medio.
—La culpa en parte es mía —le dijo la mujer—. Se me olvidó por
completo que llegabas hoy.
Adela se dirigió hacia la cadena de la verja y la abrió.
—Dejé el móvil en la caravana —añadió cogiendo la otra maleta de Vicky
—. ¿Llevas mucho tiempo esperando?
Vicky miraba tras de sí a la comitiva que ya había entrado en una de las
carpas.
—Unas tres horas casi —respondió sin mirar a Adela.
Joder, qué vergüenza, por Dios.
—De verdad que lo siento —dijo a Adela, ya no sabía cómo disculparse
—. Puedo llamar a un taxi y llevarla a un médico si…
—Ellos se encararán de Cornelia, no te preocupes. —La cortó Adela
sonriendo.
Vicky giró la cabeza hacia Adela. De todos los que la habían rodeado, ella
era la única que no parecía darle importancia a lo ocurrido. De hecho, no le
prestó atención ninguna a Cornelia.
—Bienvenida al circo Caruso —le dijo Adela poniendo la segunda maleta
de Vicky delante de ella—. Espero que estés cómoda entre nosotros.
Comodísima voy a estar, si ya he empezado de lujo con la mujer del jefe.
—Gracias. —Volvió a mirar hacia la carpa.
—Vamos dentro, voy a enseñarte las instalaciones —decía Adela tirando
de una maleta mientras Vicky recogía del suelo la otra. Oía su móvil vibrar en
el interior del bolso, pero lo ignoró. Supuso que sus amigas estarían
interesadas en cómo había ido el salto de valla.
Hubiese preferido partirme una pierna.
Bajó la cabeza abochornada en cuanto entraron en la carpa. Había cables,
focos, grúas y mucha gente.
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—Esta es la carpa de los acróbatas —explicaba Cornelia—. Aquí es
donde suelen ensayar. Sabrás que estamos preparando un nuevo espectáculo,
por eso quizás encuentres un ambiente ciertamente tenso estos días. —Se
detuvo para mirar a Vicky—. Los nervios.
Vicky asintió, colocándose bien las gafas que se habían resbalado hasta la
punta de su nariz.
Pudo ver a más personajes ataviados con los mismos monos que llevaban
los que salieron a atender a Cornelia. Había algunos a unos metros de altura.
Estuvo a punto de abrir la boca sorprendida de lo que estaban haciendo, pero
Adela le dio un toque en el brazo para que la siguiera.
Entraron en una segunda carpa. Esta estaba más tranquila, aunque también
tuvo que sortear tubos.
—Aquí hay una mezcla de números —continuó la mujer—. Desde que el
circo decidió eliminar los números con animales, hemos tenido que ir
incorporando otro tipo de números. Fuego, malabares, músicos, etc.
Adela volvió a tirar de ella, pero Vicky se detuvo. Del techo colgaba una
tela de un azul intenso. Enganchada a ella había una joven vestida con unos
shorts cortos.
Qué puta pasada.
La chica había enredado sus piernas a la tela y giraba alrededor de la pista.
¡Qué puta maravillosa pasada!
Adela miró a la joven y luego a Vicky. Sonrió.
—Hay números verdaderamente sorprendentes —le dijo—. Ya los irás
conociendo uno por uno. No sé exactamente en qué consiste el trabajo que
vas a realizar aquí.
—Es un documental. —Vicky no dejaba de mirar a la chica que ahora se
había abierto de piernas en la tela y se había quedado sujeta por los tobillos.
—Úrsula no nos los ha explicado bien —añadió Adela—. ¿Has hablado
con ella?
Vicky reaccionó a la pregunta.
Ni puta idea de quién es Úrsula. Nadie ha hablado conmigo.
Negó con la cabeza.
—Es la productora del espectáculo —le dijo Adela al comprobar que
realmente no sabía nada—. Pensaba que ella ya había hablado contigo.
Vicky entornó los ojos hacia Adela.
—¿Tú también haces un número? —preguntó con interés. La gente
pintoresca con habilidades especiales siempre le llamó la atención.
Adela negó con la cabeza.
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—En este nuevo espectáculo no —le respondió la mujer—. Durante más
de treinta años me he dedicado a números con perros. Pero Úrsula ha decidido
que está ya anticuado y… —La vio coger aire—. Ahora me encargo de que
todos tengan lo que necesitan.
Parte del servicio, entendido.
—¿Entrenabas perros? —dijo Vicky sonriendo y Adela asintió—. Tengo
un hermano adiestrador de perros.
La mujer hizo un gesto extraño con la cara.
—No es exactamente ese tipo de adiestramiento —le respondió riendo la
mujer—. Aún viven en el circo. Un día puedo enseñártelo.
Vicky sonrió. Claro que quería verlo, quería ver absolutamente todo lo
extraordinario que podía hacer aquella gente.
—Adela. —Oyó una voz firme, parecida al tono solemne de Natalia.
Vicky se giró. Una mujer de altura media, algo más joven que Vicky y
con un modelazo que juraría que lo tenía también en su vestidor, se acercó a
ellas.
La joven miró a Vicky con interés, reparando en sus zapatos.
Soy más alta que tú, sí.
—¿La periodista? —le preguntó a Vicky sin ni siquiera tenderle la mano
—. Soy Úrsula, la productora.
Vicky sonrió asintiendo.
—Ya me han contado que tu llegada ha sido algo… indiscreta —dijo con
ironía y Vicky se ruborizó.
La joven se giró levemente hacia Vicky.
—Fue idea mía que estés aquí, así que intenta pasar desapercibida. —La
señaló con el dedo y Vicky no supo si aquella advertencia era una especie de
ironía y debía reír para agradarle.
—Ha sido un accidente, de verdad que lo siento. —No sabía ya cómo
disculparse con aquella gente.
—¡Úrsula! —La llamaban.
—Adela te enseñará el resto de las instalaciones —le dijo la joven
alejándose de ellas—. Ya hablaré contigo del documental.
Vicky la observó alejarse con andares decididos.
Pisa con garbo la chica. Productora, de unos veinticinco… esta tía es de
pasta.
Sacudió la cabeza para volver a la realidad. Por un momento había visto
algo que ya reconocía en aquella Úrsula decidida y segura, joven pero que
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hablaba con una rectitud que solo había visto en poderosos como su padre o
similares.
Cogió aire y llenó sus pulmones antes de seguir a Adela.
—Vamos a tu caravana —le decía Adela—. Así podemos soltar tus cosas.
Salieron de la carpa y llegaron a otra zona cubierta, una especie de
comedor enorme. También lo atravesaron y llegaron hasta las caravanas y los
tráileres, la carpa era enorme, diez veces más que las anteriores. Bajo ella
estaban las pequeñas viviendas de los trabajadores del circo.
Vicky arqueó las cejas. Adela señaló a un lado una enorme casa
prefabricada.
—Ese es el despacho de Úrsula y ese de ahí el de Fausto Caruso. —La
miró de reojo—. Creo que es mejor que dejes pasar unas horas antes de
conocerlo.
Adela se apartó de inmediato y Vicky se sobresaltó. Un joven pasaba a
toda velocidad en silla de ruedas.
¿Este también tiene número?
Vicky se apartó con rapidez para dejarlo pasar si no quería ser arrollada,
él ni siquiera se detuvo en ellas. Iba veloz hacia la carpa comedor.
—Él es Adam Caruso, el hijo mayor de Fausto —le explicó Adela al ver
la cara de sorpresa de Vicky. Pero no dejaba de ser llamativo que el director
de un circo tuviese un hijo trapecista y otro en silla de ruedas. No hizo
comentarios al respecto—. Espera un momento.
Adela se alejó y se perdió entre las caravanas. Vicky se quedó entre sus
dos maletas. Vio a un joven acercarse. Era muy delgado, alto y de pelo rubio
pajizo.
Llevaba un pantalón vaquero y una camiseta blanca con la tela algo
pasada.
—¿La periodista? —le preguntó tendiéndole la mano con una amplia
sonrisa.
Vicky se fijó en sus paletas separadas. Supuso que tendría más o menos su
edad.
—Mi nombre es Matteo. —Le apretó la mano—. Soy uno de los payasos
del circo.
Entonces nos llevaremos de maravilla.
—Victoria —respondió ella.
—Bienvenida al circo Caruso —le dijo él adelantándose unos pasos—. Lo
que necesites de los de mi gremio, estamos a tu disposición.
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Vicky arqueó las cejas, sorprendida por la cordialidad, que era de
agradecer. Aparte de Adela, nadie había hecho el intento de acercarse a ella y
no los culpaba, con aquella gloriosa entrada en el circo ya tendría para unos
días de poca hospitalidad.
—Ya me he enterado de lo de Cornelia. —El payaso sacudió la cabeza—.
No ha estado mal.
Matteo apretó el puño mientras hacía una mueca. Vicky se quedó
contrariada.
—Lo que necesites —le repitió ya a unos metros de ella.
Joder. Me parece que aquí esa tal Cornelia no es tan apreciada por
todos.
Aunque los trapecistas la hubiesen mirado como si fuese una asesina en
serie, pudo comprobar que Cornelia no era tan apreciada por todos. Adela
tampoco pareció darle importancia.
Vicky se giró hacia el otro lado, por donde se había perdido Adela, pero
esta no volvía. Había gente que pasaba de un lado a otro. Intentaba no
mirarlos, todo el mundo sabía ya del desafortunado incidente.
Oyó un ruido procedente del suelo, continuo, grave, casi inapreciable
entre el murmullo de las conversaciones que la rodeaban. Bajó la cabeza y
entornó los ojos.
Una bola rodaba despacio, en línea recta, acercándose a ella por la
izquierda. Alzó las cejas sin dejar de observarla, podía ver reflejada la luz en
la curvatura del cristal, lo que producía una especie de destello de colores
similares a las pompas de jabón.
La esfera seguía rodando, por un momento pensó que chocaría con uno de
sus pies, pero esta pasó a escasos milímetros de él y se detuvo justo delante de
ella, entre las dos puntas de sus zapatos.
Entreabrió los labios y cogió aire.
Que mal rollitooooooooo.
Miró a su alrededor, nadie parecía estar buscándola. Vicky se inclinó en el
suelo y acercó un dedo hacia la esfera. Le dio un pequeño toque y esta se
desplazó unos centímetros. Una imagen se le vino a la cabeza y no pudo
evitar sonreír.
El rey de los Goblins.
Dentro del laberinto, una de sus películas preferidas. Su niñez, cuando la
fantasía era un don mágico y no un lastre que impedía madurar, cuando se
podía permitir tener miles de sueños sin que nadie le reprochase tener la
cabeza rellena de demasiados pájaros. El tiempo mágico de la fantasía y los
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sueños había expirado para ella, como le había dicho su padre unos años atrás,
cuando llegó la hora de enfrentarse a la realidad.
Movía la bola con el dedo para acercarla de nuevo hacia ella. Llevaba
unos años en el mundo real, los suficientes para comprobar que ese mundo no
le gustaba. Sus amigas no habían cesado en su intento de ayudarla a encontrar
un camino que le motivase y la sacara de aquellos pensamientos extraños, la
sensación de inutilidad permanente.
Cogió la bola con la mano y la miró de cerca, podía verse reflejada en
ella.
El mundo real no tiene nada de extraordinario.
Adela ya se acercaba, Vicky levantó la cabeza y se puso en pie en cuanto
la mujer se detuvo junto a las maletas.
—He ido a buscar la llave de la caravana —le dijo alzando un llavero—.
Vamos.
Entre tanto tráiler, casas prefabricadas y caravanas, no sabía cómo iba a
encontrar la suya por sí misma. Anduvieron por una calle hasta el final de la
gigantesca carpa. Adela se detuvo ante una.
¿En serio?
No sabía qué leches habría dentro, pero dudada de que su cuerpo cupiera
tumbado dentro de aquel cacharro.
—Parece pequeña. —Era evidente que su cara le había delatado los
pensamientos—. Pero tiene de todo.
De todo en miniatura, me imagino.
La mujer abrió la caravana y le dejó paso. Una cama individual, una
pequeña mesa para trabajar, un armario de medio metro de ancho y una puerta
que supuso que sería el baño.
De perfil lo mismo puedo ducharme.
—El depósito de agua caliente no es muy grande —le advirtió la mujer—.
Tenlo en cuenta cuando te estés duchando.
Vicky intentó sonreír, no podía ser desagradecida cuando aquella gente la
estaba acogiendo, supuso, de la mejor manera dentro de las posibilidades que
tendrían en su mano. Aunque había visto al comienzo de la carpa casas
enormes, que supuso que serían las de las estrellas del espectáculo. Pero la
suya era una más de un par de docenas exactamente iguales, que más le
recordaban a los baños púbicos de PVC, que a una vivienda.
Solo un mes, tampoco voy a morirme.
—Suelta tus cosas y ahora vuelvo a por ti para seguir enseñándote —le
dijo la mujer.
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Adela la dejó sola y Vicky metió dentro ambas maletas, cogió las llaves
de la cerradura antes de entrar.
Madre mía, esto es un tercio de mi vestidor.
La sensación de ahogo allí dentro aumentó. Abrió una ventana y giró
sobre sí misma.
Dos pasos de un lado a otro.
La puerta del armario estaba cubierta por un espejo y se miró. Ya no
recordaba su renovado look y casi se sobresaltó al verse. Natalia llevaba
razón, parecía una maestra de escuela antigua. Ni siquiera le había dado
tiempo a abrocharse la rebeca después del incidente, y aquello la llevó a
recordar que la estrechez de la caravana no tenía demasiada importancia
comparada con su hazaña en la llegada. Se llevó las manos a la frente.
Si es que soy un desastre. No tengo remedio.
Abrió el armario. Unas cuantas perchas de plástico para colocar lo que
llevaba. Abrió la maleta, sacó su portátil y el iPad, y los colocó en la mesa.
Miró el interior del armario. A ver qué Tetris se le ocurría para meter allí su
ropa.
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La estrechez de aquel lugar hizo que el bolso rozara lo que tenía en la
mesa. Un bote de colonia se volcó y le dio a la esfera de cristal que había
encontrado en el suelo. La agarró antes de que cayese de la mesa. Comprobó
que el bote no se había roto y guardó la bola junto con el móvil en el bolso, y
se dispuso a abrir la puerta de la caravana.
—¿Todo bien? —preguntó Adela.
Hostias, las putas gafas.
Dejó la puerta entreabierta mientras las cogía de la mesa y se las colocaba.
Vio cómo Adela se asomó al interior de la caravana.
—Todo bien —le respondió saliendo de nuevo y cerrando la puerta.
He tenido que hacer malabares para que las cremas me entren en el
mueble del baño, y apenas puedo moverme con las dos maletas ahí en medio,
pero bien.
Sonrió a Adela, aquella sonrisa que siempre le funcionaba.
—Vamos, entonces —le dijo la mujer—. ¿Cómo es exactamente el tipo de
documental que vais a hacer?
—A mi productora le interesa lo que hay detrás del espectáculo, las
personas —respondió—. Rodaremos en el aniversario y en las primeras
funciones de la gira. También necesito varias entrevistas, artistas de manera
aleatoria que cuenten su historia.
Adela asentía. La llevó hasta otra de las carpas. Un lanzador de cuchillos
y varios malabaristas. El sonido de los cuchillos clavándose en el tapiz
retumbaba en la carpa.
Qué mal rollo da ese.
—Aquí tienes artistas donde elegir —le dijo Adela.
Su mirada se desvió hacia otro hombre extremadamente delgado que
plegaba su cuerpo junto a un tubo.
—Shira, el hombre sin huesos —dijo Adela viendo que Vicky se había
fijado en él.
Da peor rollo que el otro.
Intentó disimular el gesto al ver cómo doblaba los codos para introducirse
en el tubo. Le dolió hasta la barriga mirándolo. Miró hacia el lanzador de
cuchillos.
—Él es Dylan, su mejor número es con el fuego, aunque no se le dan mal
los cuchillos —añadió Adela.
Vicky giró su cuerpo, varios malabaristas se pasaban aros unos a otros.
—Este número va a quedar de maravilla —continuaba Adela mientras
Vicky volvía a girarse para mirar al resto—. Tiene un juego de luces
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espectacular, los aros brillan y…
La voz de Adela pareció alejarse, apenas podía escucharla en un
murmullo a pesar de estar cerca de su oído. Su mirada se había perdido
completamente en aquellos destellos de colores que reflejaban la luz. Parecían
pompas de jabón, ligeras, flotantes, giraban unas con otras en una oleada
constante, sin detenerse y sin dejar de reflejar la luz, a veces transparentes,
otras más opacas.
—Victoria. —Se sobresaltó al escuchar su nombre y se giró hacia Adela.
La mujer sonrió y dirigió la mirada tras Vicky.
—Andrea Caruso, el otro hijo del director —le dijo la mujer.
Tuvo que hacer un esfuerzo por volver en sí, por retomar la atención.
Sintió algo en el pecho a la vez que retumbaba el sonido de otro cuchillo al
clavarse en el tapiz, como si este se hubiese clavado en ella produciendo una
corriente que le aceleró las pulsaciones.
Se giró de nuevo para mirar tras de sí y con su gesto las bolas se
detuvieron impidiéndole volver a quedar embelesada con ella. Entornó los
ojos hacia él.
—Vamos —dijo la mujer dándole un toque en el hombro.
—¿Malabarista? —preguntó Vicky aún sin moverse.
Adela se inclinó hacia ella mientras la rebasaba.
—Mago —lo dijo cerca de su oído.
Jo-der.
Andrea levantó los ojos hacia ella y Vicky fue consciente de que las
esferas no eran las únicas capaces de reflejar la luz en aquella carpa. Otro
cuchillo volvió a clavarse en el tapiz y con él, la sensación en el pecho de
Vicky aumentó.
Desvió la vista hacia las bolas que comenzaban a moverse de nuevo, esta
vez acercándose a ella, en un suave pero continuo movimiento sobre la mano
de Andrea.
—La periodista. —Su voz grave y tranquila acompañaba a la sensación
que le producía verlas girar. Ahora, más cerca, también podía apreciar el
sonido que hacían al rozarse. Otro cuchillo se clavó en el tapiz, debía de ser
más grande que los anteriores porque esta vez resonó como un trueno. Y lo
sintió llegar hasta sus costillas.
—El Mago. —Sonrió apartando la mirada de las bolas y dirigiéndola a él.
En la lejanía le habían parecido azules, similares a los ojos de Natalia.
Pero era un iris color esmeralda con motas doradas, rodeado por un aro negro.
Pocos trucos le harán falta a este. Madreeeeee, qué espectáculo.
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Se irguió ante él sin ser realmente consciente de que no llevaba sus
enormes tacones, ni aquellos escotes que tanto le gustaba mostrar a los
hombres atractivos, tampoco llamativos complementos, ni siquiera mucho
maquillaje. Natural, simple y seria, era la imagen que quería dar mientras
estuviese entre aquella gente peculiar. «La periodista», sonaba bien. Sonaba a
formación, esfuerzo y trabajo. Salvo de lo primero, carecía de lo demás, pero
ellos no lo sabían.
Ni lo sabrán. Voy a hacer un trabajo impecable.
Oyó las bolas rozarse de nuevo unas con otras y las miró en un acto
reflejo. Andrea las detuvo.
—¿Qué pasa? ¿En tu mundo no hay magos? —le preguntó con ironía.
¿Se lo tiene subidito el tío, o es que parezco demasiado imbécil mirando
las putas bolas?
—Hay tres —respondió alzando las cejas y él entornó los ojos—. Si te
portas bien, una vez al año te traen regalos.
Pero para alelarme del todo, necesitarás más que unas cuantas bolas
dando vueltas.
Se giró para seguir a Adela, que ya se había adelantado unos pasos.
Mientras él contenía la sonrisa.
—A pesar de haber oído que tu llegada ha sido algo aparatosa —le dijo
sonriendo. Muchas sonrisas como aquella y sus padres, ambos dentistas,
estarían arruinados—. Bienvenida.
Vicky le devolvió la sonrisa. Dio unos pasos y se detuvo para meter la
mano en el bolso. Se giró hacia Andrea.
—Te falta una —dijo lanzándosela con cuidado.
Andrea puso la palma y controló la esfera, luego giró la mano y esta rodó
por el torso de su mano, volvió a girar la muñeca y la bola cayó de nuevo en
su palma para luego rodar hasta las otras y unirse en aquel baile de destellos.
Y yo solo traigo una docena de bragas.
Abrió la boca para coger aire. Lo vio mirarla de reojo, ya no sonaban los
cuchillos en la carpa, pero ella los seguía sintiendo uno a uno.
Tuvo que buscar a Adela con la mirada, por un momento había perdido la
consciencia de que ella la acompañaba. Un joven con peto vaquero se cruzó
con ella. Lo reconoció enseguida, Matteo.
Se alegró de verlo y le lanzó una sonrisa sincera.
—¿Quieres comer algo? —le preguntó él.
—Eso mismo iba a preguntarle yo. —Adela se había acercado—. Ha
pasado la hora de la comida en la puerta.
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Adela hizo una mueca de lamento y Vicky negó con la cabeza, quitándole
importancia.
—¿Está bien Cornelia? —preguntó y notó cómo sus mejillas se
ruborizaban, aunque supuso que ya las tendría algo encendida de antes.
Matteo y Adela se miraron.
—No la he vuelto a ver —dijo el muchacho. Adela tampoco la había
visto.
—Lo mismo está en el comedor con Úrsula. —Adela tiró de ella.
Llegaron a la carpa del comedor. Olía a leche caliente, cacao y café
molido. Su estómago hizo acto de presencia con un rugido que ni Nanuk en
sus peores momentos.
Matteo le enseñó la especie de buffet libre que tenían en el circo. Dónde
solían colocar cada cosa y un resumen del menú que solían comer. Dieta
parecida a la que hacían los deportistas, al fin y al cabo, era algo similar lo
que habitaba allí.
Vio a la joven de los shorts que se colgaba de las telas. Vicky se fijó en
sus piernas. Ella siempre fue demasiado delgada y le llamaban la atención las
piernas musculosas y contorneadas. Por mucho que su hermano hubiera
puesto de su parte en entrenarla, nunca consiguió ensancharlas lo suficiente.
La joven la miró, eran más o menos de la misma altura. Tenía unos bonitos
ojos castaños algo rasgados y las facciones pequeñas, le recordaba a Claudia.
Se detuvo junto a Matteo.
—La periodista —dijo sonriendo.
—Ella es Ninette. —La presentó Matteo.
Ninette hizo un gesto con la cabeza, el que hacen los artistas cuando
acaban su número. Pero Vicky lo notó elegante, una forma de mover el cuello
poco común. Aquella chica llamaba su atención sobremanera.
—Es maravilloso lo que haces —le dijo Vicky—. Realmente
impresionante.
Ninette amplió su sonrisa, pero la notó forzada, como si no creyese su
halago como algo sincero. Vicky entornó los ojos, extrañada por su reacción.
—No hemos vuelto a ver a Cornelia, ¿sabes algo? —le preguntó Adela.
—Está bien, no ha querido ir al médico —le dijo Ninette dando unos
pasos hacia atrás para alejarse de ellos—. Voy a buscar a Luciano.
Volvió a sonreír a Vicky.
—Bienvenida al circo Caruso —dijo antes de marcharse.
Vicky la observó mientras se alejaba fuera de la carpa.
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—Es la novia de Luciano —le dijo Matteo en un susurro—. Y sí, lo que
hace es realmente maravilloso.
Vicky lo miró de reojo. Matteo también había sido consciente de la
reacción de Ninette a su halago.
Se acercaron a la zona donde procedía el olor a cacao y café.
—¿De dónde es? —preguntó Vicky.
—De Rusia —respondió Adela.
Vicky sacó su libreta del bolso y un boli. Matteo la miró con interés.
Cuando acabó de apuntar el nombre en el cuaderno, lo guardó. Adela y
Matteo la miraban perplejos.
—Creo que ya he elegido a mi primer personaje del documental —les dijo
y torció el labio.
Y al segundo también. Al primero no he tenido ni que apuntarlo.
Matteo y Adela sonrieron.
—¿Fausto y Cornelia hacen algún número? —preguntó y Adela negó con
la cabeza.
—Fausto hace tiempo que no actúa. Cornelia nunca ha sido artista —
respondió Adela.
Vicky alzó las cejas, sorprendida. Mujer y madre de artistas, y no tenía un
don entre gente peculiar y extraordinaria. No lograba encajarlo.
Notó algo en sus tobillos y se giró. La rueda de la silla del otro hijo de
Caruso le rozaba el talón. Enseguida se apartó y tocó el mango para empujar y
ayudarlo a pasar.
El joven detuvo la silla y le lanzó una mirada poco hospitalaria. Vicky
apartó la mano, como si la silla fuera fuego.
—Gracias, pero no soy un inútil —dijo en tono regio. Volvió a hacer
rodar la silla—. Aunque lo parezca.
Vicky abrió la boca, abochornada, mientras él se alejaba. Adela la miró
con gran apuro.
—Eso es porque… ¿he golpeado con una maleta a su madre? —preguntó
con los ojos brillantes.
Matteo le cogió el antebrazo y se lo apretó.
—No lleva mucho tiempo así y se está adaptando —le dijo.
El lanzador de cuchillos estaba lejos, pero aún sentía la sensación de tener
la espalda en el tapiz. Esta vez había recibido el cuchillo en un costado.
—Y Cornelia no es su madre. Créeme, le importa poco que la hayas
tumbado con una maleta.
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Vicky aún digería lo que acababa de escuchar. Que llevase poco tiempo
en una silla explicaba la buena forma física que mantenía a pesar de estar
impedido.
—¿Qué era? —preguntó, aunque ya se lo imaginaba.
—Trapecista. —Matteo le soltó el antebrazo—. El mejor que hayas visto.
Joder.
Enseguida se le vino a la mente su documental y la historia que podía
trabajar en él, pero se abochornó con rapidez de su propia idea. Nunca le
gustó vender las miserias ajenas.
Los ojos brillantes por la vergüenza aumentaron su brillo, en esta ocasión
por otro sentimiento. Uno más oscuro y profundo.
—¿Y no hay vuelta atrás? —No sabía de qué otra forma preguntarlo.
—Nunca lo ha dicho, pero por su actitud, todos deducimos que no la hay.
—Matteo miró a Adam, que estaba al otro lado de comedor—. Él no tenía ese
carácter antes.
Vicky entornó los ojos hacia él.
—Dos trapecistas y un mago —musitó Vicky, enseguida sacudió la
cabeza, pensaba que estaba hablando para sí, pero lo había dicho en voz alta.
Aquí más me vale que controle la conexión entre mi cabeza y mi lengua, o
mal lo llevo.
Adela tiró de ella hacia las tazas.
—Te dejo con Matteo, tengo que hacer un par de cosas, creo que él te
puede enseñar lo que te queda por saber. —Se colocó ante Vicky—. No todo
el mundo está de acuerdo con tu presencia aquí, ni con ese documental —le
advirtió—. Así que no esperes que todos colaboren.
Vicky asintió.
—Cualquier cosa, andaré de aquí a allí —añadió la mujer y Vicky sonrió.
Adela se marchó y Matteo la siguió con la vista. Luego se inclinó hacia
Vicky.
—Ella hubiese sido un buen personaje para tu documental —le susurró—.
Pero puedes deducir qué han hecho con ella.
Vicky frunció el ceño.
—Ha habido muchos cambios últimamente en el circo —añadió—.
Demasiados cambios.
Vicky rellenó la taza y cogió un plato de rosquillas, siguió a Matteo hasta
una de las mesas.
—Con esto de adaptarse y renovar, muchos se han quedado atrás —decía
el joven—. Hasta yo pensé que me quedaría fuera del nuevo espectáculo.
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—¿Tú? —Se extrañó ella. No concebía un circo sin payasos.
—Ya nadie aprecia la risa. —Matteo mojó una rosquilla en la taza.
—Son necesarias. —Ella lo imitó y sintió la mirada de Matteo sobre ella
—. De hecho, serás otro de mis personajes del documental.
—¿A quién le interesa un estúpido payaso? —preguntó con la boca llena.
Vicky frunció el ceño.
Aquí tenéis todos el ego por el suelo. Salvo los Caruso, estáis todos
hechos una puta mierda.
Vicky no respondió y sacó su libreta. Apuntó su nombre y profesión para
que él lo viese y guardó la libreta.
—Dime, ¿qué más puede interesarle a la gente? —le preguntó ella.
—A Ninette ya la tienes. —Sonrió—. El del fuego no puede faltar. Al
contorsionista… —Entornó los ojos—. El mago.
El lanzador de cuchillos debía de tener buena puntería, porque esa vez fue
directo a la parte alta del pecho.
—Otro Caruso. —Mojó de nuevo la rosquilla.
—Es el Caruso más amable que vas a encontrar aquí —respondió Matteo
y Vicky alzó la vista hacia él—. Pero no sé si querrá participar en algo así.
Desde luego que los otros dos Caruso no pueden ser más capullos.
Aunque ambos tengan sus razones, ser capullo es ser capullo y punto.
—Todos los trapecistas colaborarán —añadió Matteo—. Suelen dejarse
llevar por las ideas de Úrsula.
Movió la rosquilla hacia Adam.
—Aunque a veces acabe en algo así.
Vicky abrió la boca, pero no fue capaz de pronunciar palabra. No era
educado preguntar qué había pasado. Pero saberlo se acababa de convertir en
una necesidad.
Sacó su libreta enseguida.
—Me has dicho que el del fuego —dijo con el boli en la mano.
—Dylan, es el que has visto lanzando cuchillos —explicaba Matteo.
Y no deja de clavármelos uno a uno.
—El contorsionista es…
—Shira. —Matteo miraba el cuaderno.
—¿El mago? —Esperó a que dijera el nombre antes de escribirlo.
—Andrea —continuó Matteo.
Vicky contuvo la sonrisa al escribirlo.
—¿Y de los trapecistas? —preguntó apartando el boli del cuaderno.
—El ideal sería Adam, pero ya no puede ser, así que… Luciano.
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Vicky miró de reojo a Adam, estaba segura de que su historia era mucho
más interesante que la del estúpido de Luciano. Sintió a Matteo chocar la
mano contra alguien y el gesto la sacó de sus pensamientos. Vicky se giró
enseguida y se recolocó en la silla.
—Estás en la lista —dijo Matteo riendo.
Andrea miró el cuaderno y Vicky sintió las ganas de cerrarlo de golpe. Él
la miró frunciendo el ceño.
Ni que fuera una lista de pretendientes. No me tiene por qué abochornar
en absoluto. Es trabajo, coño. Será la poca costumbre que tengo de trabajar.
—¿Y para qué es exactamente esa lista? —le preguntó él, altivo,
apoyando las manos en la mesa.
Por lo menos no trae las bolas, lo cual sería menos tenso si no me hubiese
plantado la varita mágica tan cerca de mí.
Levantó los ojos hacia él.
—Necesito protagonistas para el documental —le explicó cerrando el
cuaderno—. Sois muchos y necesito los que más llamen la atención.
No tendría que haber dicho eso último.
Intentó no hacer ningún gesto con la cara que delatara sus pensamientos.
Él mantenía el ceño fruncido. Sintió el arrebato de echarle las culpas a Matteo
de que él estuviese en esa lista. De todos modos, él se lo había sugerido, sería
una buena forma de excusarse.
—¿Y qué exactamente llamaría la atención de mí? —preguntó con ironía.
—Va relacionado con tu pregunta de antes —le respondió con tanta
seguridad como pudo—. En mi mundo no abundan los magos.
—Solo tres, ya. —Rio. Luego negó con la cabeza—. Comenzando porque
no pienso colaborar en nada ideado por Úrsula, sigo por el hecho de que
Úrsula tampoco creo que te permita incluirme en el documental, tampoco me
gusta esa obsesión que tenéis los de ese mundo tuyo por averiguar dónde está
la trampa del truco y desvalorar la magia llamándola engaño.
—No me interesan los trucos. —Volvió a coger otra rosquilla apartando la
mirada de él. Eran de canela, estaban realmente buenas, algo en lo que
concentrarse ante dos ojos enormes y transparentes a la luz de los focos de la
carpa. No quería alcanzar a imaginárselos al sol—. No me importan los
bolsillos que lleve tu chaqueta, ni la maquinaria que utilices para tus números.
Solo me interesa tu historia y el resultado.
Andrea se inclinó hacia Vicky.
—Mi historia no tiene nada de extraordinario y en cuanto al resultado, ni
siquiera lo has visto —le dijo en tono vacilante.
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—Puedo hacerme una idea, me gustan esas bolas.
Y aparta ya la varita que me está poniendo nerviosa.
—Pero me limitan el uso de esas bolas —añadió él inclinándose hacia
Vicky.
—No deberían —intervino Matteo y Vicky se lo agradeció, porque ella ya
no sabía qué responder—. Tengo aquí el proyecto para que se lo enseñes a
Úrsula, el que diseñamos.
—No escuchará nada que yo le proponga —rebatió.
Tiene mal rollo de cojones con la Úrsula esa.
—Pero será mejor que lo hagas tú a que se lo presente un payaso como yo
—le dijo Matteo sacando de su bolsillo unas hojas—. Mira, esta es la esfera
gigante y esto es…
Algo llamó la atención de Vicky a lo lejos, la voz de Matteo se perdía
mientras entornaba los ojos hacia la joven de los shorts, que atravesaba la
carpa a gran velocidad. No pudo interpretar el gesto de su cara, iba demasiado
rápido. Se cruzó con Adam, lo vio girar la silla levemente hacia ella. Pero
Ninette ni siquiera se detuvo, salió de la carpa a la misma velocidad con la
que había entrado.
Una mujer que es capaz de hacer cosas extraordinarias, ¿de qué huye?
Le llamó la atención su expresión. ¿Lloraba? Quizás estaba a punto de
hacerlo en aquella carrera para atravesar la carpa entre el ir y venir del resto.
Solo Adam y Vicky parecieron darse cuenta. Matteo seguía hablándole a
Andrea. Cuando Vicky fue consciente de que aún seguía en la mesa, con un
último trozo de rosquilla en la mano, y con la «varita mágica del mago» a
unos escasos centímetros de su brazo, ya Matteo garabateaba en unos planos
con su boli.
Había una gran bola dibujada con una precisión y perspectiva digna de un
profesional bien cualificado. Había un monigote junto a ella, supuso que
representaba a una persona, seguramente al mago, lo cual indicaba que la
esfera sería de gran altura, tanto como para que una persona entrase dentro.
Atendió por un momento a la explicación de Matteo.
—Ninette sería la perfecta. —Lo oyó decir.
Una acróbata y un mago en un escenario, no sonaba mal. Miró a su
alrededor, a pesar de que todos ellos llevaban ropa deportiva o de calle, de
que parecían gente corriente que podía encontrar en cualquier lugar, fue
consciente de que estaba rodeada de personas extraordinarias, capaces de
hacer cosas inusuales y asombrosas.
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Bajó la cabeza. Sentirse pequeña entre personas con dotes de aquel calibre
no era difícil. El sonido de unos tacones hizo que elevara su vista. Ya
recordaba el conjunto de Elizabetta Franchi de la temporada del anterior año
que Úrsula llevaba puesto. Lo tenía en su vestidor, pero en otro color. Le
encantaba aquella diseñadora italiana y supuso que a Úrsula, al ser de la
misma tierra, aún le gustaría más.
Úrsula se apoyó al otro lado de la mesa, frente al mago, justo en la misma
postura que él. La vio con intención de dirigirse a ella sin reparar en el resto,
pero enseguida su mirada se dirigió hacia el dibujo de Matteo.
Vicky miró de reojo al payaso, que cruzó una leve mirada con el mago.
No entendía si ambos necesitaban presentarle el proyecto a Úrsula, cómo
podían estar incómodos con que los pillara con el proyecto entre las manos.
—Otra vez inventando gilipolleces. —Le soltó a Matteo.
Ahora sí lo entiendo.
Vio a Matteo abochornado bajar la cabeza.
—Gilipolleces tremendamente caras por lo que veo —añadió la joven.
Y ella es tremendamente brusca.
Vicky se mordió el labio mientras Matteo doblaba el dibujo.
—¿Pensabais decírmelo o ibais a montarlo por vuestra cuenta? —Úrsula
levantó la mirada hacia Andrea—. Claro que ibais a decírmelo. La factura
corre por mi cuenta, ¿me equivoco?
Levantó su dedo índice.
—No habrá cambios en tus números —añadió mirando a Andrea y este se
retiró levemente de la mesa sin dejar de mirar a Úrsula—. Ya has salido
demasiado caro.
Vicky permanecía sentada en medio de ambos, sus ojos estaban justo a la
altura de sus caderas.
La varita se retira del chumino, gesto de rechazo. O tienen lío, o tuvieron
lío, o tendrán lío.
Hizo una mueca y apoyó la espalda en el respaldo de la silla. Levantó los
ojos hacia ellos, el mal rollo entre aquellos dos encajaba a la perfección con
aquella nueva teoría.
—Lo que digas —respondió él con ironía dando unos pasos hacia atrás.
Luego miró a Vicky—. Puedes tacharme de esa lista.
Fantástico, y la mierda entre ellos me salpica.
Vicky alzó las cejas mirando a Matteo, este se encogió de hombros. Una
vez que el mago estuvo lejos, Úrsula se inclinó hacia Vicky.
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—Ni te preocupes —le dijo ella—. Yo te daré la lista de las personas
sobre las que vas a trabajar.
¿Cómorrr?
Vicky la miró de reojo. Si la había oído bien, ella le daría la lista.
Para una vez que he decidido hacer algo por mí misma, ¿esta piensa
meter las narices?
Su documental era parte de la publicidad de aquella nueva gira que
estaban preparando, una gran publicidad ya que se emitiría en varios idiomas.
Era lógico que Úrsula se cerciorara de que saliera bien, contaba con ello. Pero
no sonaba a asesoramiento o supervisión su frase, sonaba a algo más que no le
gustaba en absoluto.
—Y tú. —Úrsula se dirigió hacia Matteo—. Tira eso.
Úrsula les dio la espalda y se marchó con los mismos andares apresurados
con los que se había acercado a ellos. Vicky cogió aire y miró a Matteo.
—¿No había dicho antes que no me echaría cuenta? —le dijo a Vicky.
Vicky ladeó la cabeza alargando la mano hacia la hoja y la desplegó.
—Me gustan las esferas. —Sonrió mirando el dibujo.
Matteo sonrió levemente.
—Es algo que hemos ideado Andrea y yo, pero ya has oído a la jefa. —Lo
giró para ponerlo de cara a ella.
Vicky lo arrastró hacia sí para verlo mejor.
—Andrea es capaz de hacer cosas que ni imaginas —añadió Matteo.
Y prefiero no imaginar. Sí, es mejor. La imaginación es infinita y
traicionera.
—Esto sería… —Matteo se tapó la cara con las manos—. Veo las luces,
veo a Ninette dentro.
Vicky levantó los ojos hacia él. Realmente pensaba que Ninette haría algo
desde fuera, era una acróbata. No tenía sentido encerrarla en una jaula de
cristal.
Matteo apartó las manos de su cara, pareció entender la expresión de
Vicky.
—Ninette no siempre perteneció a un circo. Lleva aquí un par de años —
le explicó Matteo.
Pues si en un par de años es capaz de hacer lo que he visto, cuando pasen
tres años más, ni imagino.
—Era bailarina de ballet —dijo a la vez que señalaba la esfera del dibujo
—. ¿La ves ahora?
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El vello se le erizó, como si desde las cortinas de la carpa hubiese entrado
una corriente de aire.
—¿Y por qué no le presentáis esto al director? —Cogió el papel sintiendo
una necesidad extraña. No alcanzaba su conocimiento al funcionamiento de
luces, al juego que formarían esos efectos junto a la música, junto a una
bailarina con un vestido dorado, y un mago. Pero la idea le estaba encantando.
—Porque el director solo se encarga de dirigir y es Úrsula la que controla
el espectáculo.
La pasta manda. Don dinero, viejo conocido mío.
—Pero Úrsula tiene una visión de espectáculo muy diferente a la mía y…
—Miró de reojo hacia donde se había dirigido la muchacha—. No suele
aceptar muchas sugerencias.
Levantó enseguida las manos.
—No es que ella lo haga mal. —Le vio terror en los ojos. También
reconocía esa expresión. Pasaba en todas las empresas cuando no tenían un
enchufe con las altas esferas. Una crítica costaba el puesto—. De hecho, es
mérito suyo que el circo esté en pie a día de hoy.
Vicky entornó los ojos, Matteo acaba de trazarle el boceto del «Cuadro
Caruso».
—Quiero decir…
—Que el circo iba a pique y ella lo rescató. —Vicky acabó la frase y
Matteo se sobresaltó.
Era evidente que estaba incómodo al darle aquella información y ahora se
sentía arrepentido, abochornado y temeroso de que alguien lo hubiese
escuchado. Su mirada se dirigió enseguida hacia los trapecistas.
Joder, aquí me parece que hay material para un documental, pero de tres
temporadas.
Él abrió la boca apurado para añadir algo más. Vicky levantó una mano.
—Tranquilo, las cuentas del circo no son relevantes para el documental
que quiero hacer. —Sonrió—. Y quien las paga tampoco.
Matteo resopló tranquilo. Vicky bajó los ojos hacia el proyecto.
—Y me parece un número muy interesante. —Torció los labios—. Claro
que soy periodista y no tengo ni idea de este mundo.
Matteo sonrió agradecido, volviendo a coger su dibujo y doblándolo.
—Ya lo creo que no tienes ni idea —le respondió—. Yo llevo toda la vida
aquí y tampoco la tengo.
Lo vio suspirar.
—¿Naciste aquí? —Se interesó Vicky.
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Él asintió con la cabeza.
—Mis padres siempre trabajaron para Caruso. —Sacudió la mano—.
Ahora están jubilados, pero ambos eran malabaristas.
Se encogió de hombros.
—Yo jamás conseguí dominar tres aros, ni siquiera dos. —Rio—. Ni tenía
puntería para lanzar cuchillos, las alturas me dan miedo, y no sé sacar cartas
de la manga.
Vicky frunció el ceño escuchándolo. La voz de Matteo reflejaba
bochorno.
—Fausto y mis padres lo intentaron todo, pero la verdad es que no tenía
habilidad para nada. —Miró a su alrededor—. Es muy difícil sobrevivir aquí
cuando no tienes un don.
Bajó los ojos.
—Úrsula no te dejará incluirme en el documental, así que puedes
borrarme de la lista —le dijo. Mismas palabras que el mago, pero sin
pedantería. Con humildad, abochornado.
Vicky negó con la cabeza.
—No sabes la falta que hacen las risas desde donde yo vengo. —Le apretó
con la mano el brazo.
Matteo hizo una leve mueca cordial, quizás por compromiso. Luego se
levantó.
—Voy a enseñarte el resto del circo —dijo tirando de ella.
Vicky lo siguió pasando de nuevo junto a Adam, esta vez Vicky tuvo
sumo cuidado para ni siquiera rozar su silla. Vio a Adam mirarla de reojo con
recelo.
Está claro que aquí soy un estorbo para la mayoría.
Matteo la llevó por las distintas carpas, comenzaba a familiarizarse con
algunos pasillos. Con paredes de tela agradeció que fuese primavera. En
invierno y con lo friolera que era, no quería ni imaginarse lo que llegaría a ser
estar allí en medio del campo.
—Esta es la zona de los directivos y de las estrellas del espectáculo —le
dijo cuando llegaron a las viviendas prefabricadas.
Vicky las recorrió con la mirada. Eran enormes, largas como tráileres y
anchas. A su lado, la suya era tan solo una esfera como la del dibujo de
Matteo.
Ladeó la cabeza mirando la más grande de todas.
—Esa es la de Úrsula, supongo. —Alzó las cejas y Matteo se sobresaltó
por el acierto. Vicky sacó su libreta.
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Si no hay que ser muy despierta para comprobar cómo se maneja aquí el
cotarro.
—Creo que he completado mi lista —dijo dándole la espalda a Matteo.
Pero él la rodeó para asomarse a la libreta.
—Úrsula tendrá que aprobar tu lista y ya te adelanto que no va a estar de
acuerdo con la mayoría —le advirtió esperando qué más iba a escribir en la
libreta.
Vicky entornó los ojos.
¿Que no qué? Pues sí que está funcionando esta indumentaria de maestra
antigua. No tienes ni idea, chaval.
—¿Úrsula no va a estar en tu lista? —Se extrañó él.
Vicky negó con la cabeza.
—Aparecerá en mi documental, tendrá su entrevista, pero nada más. No
creo que tenga relevancia su historia. —Se inclinó levemente hacia él—. Ella
no pertenece a este mundo vuestro.
Alzó las cejas de nuevo, esperando respuesta. El payaso entornó los ojos
hacia ella. Quizás por un momento logró ver a la verdadera Vicky debajo de
aquella apariencia seria, sofisticada y profesional. Enseguida apartó la mirada
y agarró su libreta. Oía los tacones de Úrsula.
Ella pasó por delante de ellos, sin detenerse, en dirección hacia la oficina
de Fausto. Era al último al que Vicky conocería y aunque no estaba nerviosa,
no le era del todo agradable presentarse ante él después de su gloriosa entrada
con Cornelia.
Vicky torció los labios mientras observaba a Úrsula entrar.
—¿Me recibirá bien el director? —preguntó e hizo un esfuerzo por
contener la sonrisa.
Matteo no pudo contenerla.
—Cornelia está bien, no ha sido nada —dijo él con sonrisa irónica.
Vicky ladeó la cabeza sin dejar de mirar la puerta de la oficina. Luego
miró a Matteo, este seguía divertido.
—¿Qué? —Vicky dio un paso atrás para dirigirse hacia la oficina.
—Que has hecho lo que muchos sueñan, pero no se atreven —respondió
alejándose de Vicky.
Esta vez le costó más contener la sonrisa.
—Lanzáis cuchillos de fuego, hacéis piruetas en el aire, magia,
acrobacias, malabares… —Hizo un gesto extrañada—. Pero no os atrevéis.
Miró de reojo hacia la oficina.
—Suerte —le dijo Matteo antes de dejarla sola.
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Vicky lo observó alejarse. Luego su mirada se dirigió hacia la puerta de
cristal. Cogió aire.
Vale, le has estampado a la esposa una maleta en la cara, pero tienes que
echarle morro. No te queda otra.
Se dispuso a subir los escalones metálicos, pero oyó algo a su espalda. Se
giró enseguida, casi sobresaltada.
Buscó con la mirada y la localizó enseguida. Venía rodando hacia ella,
como lo había hecho a su llegada aquel medio día.
Sus ojos la siguieron todo el tiempo mientras la bola rodaba cada vez más
despacio hasta detenerse frente a sus pies.
No pudo aguantar la sonrisa al ser consciente de que era complicado que
un mago perdiese dos bolas en pocas horas, y aún más que ambas fueran a
parar a ella.
Tiene guasita el mago. Me gusta.
Sin embargo, comprobó que su dueño no estaba por allí, o al menos no en
un lugar en el que pudiese verlo. Se inclinó hacia la esfera y la tocó con la
punta de los dedos. Un cosquilleo extraño llegó hasta su muñeca. La cogió y
se puso en pie. Pudo ver su imagen reflejada en la curvatura, sus gafas se
veían demasiado grandes para su cara, supuso que era la perspectiva curva del
reflejo. Su sonrisa aumentó.
Volvió a comprobar que él no andaba por allí. La puerta se abrió y se
sobresaltó. Se apartó de inmediato. Era Adam, que salía de la oficina de su
padre y, aunque su semblante ya sabía que era regio, algo habría pasado
dentro porque salió echando fuego por los agujeros de la nariz.
Las ruedas rodaron con rapidez por la rampa lateral y Vicky tuvo que
retirar un pie para que no le pasara por encima. Ni siquiera reparó en ella más
de un fragmento de segundo. Vicky frunció el ceño, intentando comprender
que la adaptación de aquel joven a su nueva situación aún le llevaría mucho
tiempo.
Tras él salió Úrsula. Esta sí reparó en Vicky, sobre todo en su mano,
donde llevaba la bola. Y Vicky vio cómo los ojos azules de Úrsula cambiaron
de expresión, a una parecida a la que había mantenido ante Matteo y Andrea.
La joven alzó su mirada hacia la cara de Vicky y la miró con curiosidad, una
curiosidad extraña, la que solían tener las personas cuando acababan de
descubrir que algo no era lo que parecía en un primer momento.
A Vicky se le despejaron todas las dudas.
Esta y el mago tuvieron lío.
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Dio un paso atrás para dejar pasar a Úrsula, ignorando aquella forma de
mirarla.
—¿Qué te está pareciendo el circo Caruso? —preguntó la joven y en su
voz notó curiosidad.
—Está lleno de personas extraordinarias, no esperaba menos. —La
sonrisa ingenua nunca solía fallarle. Le permitía el margen justo para
comprobar cómo se comportaban las personas ante alguien con las neuronas
justas. Los necios siempre solían ser testigos de lo más cercano a la realidad.
Nadie perdía el tiempo en esforzarse en aparentar ante un tonto.
La vio bajar la vista hacia su mano.
—Para que la mayoría no quisiese ese estúpido documental y que tu
presencia aquí fuese un estorbo —añadió Úrsula observando su cara con la
misma expresión interesada—. Me está sorprendiendo la buena acogida que te
están dando.
Úrsula entornó levemente los ojos hacia Vicky.
—Y le daré las gracias por ello al señor Caruso ahora mismo. —Se
apresuró a decir.
Vicky alargó la mano hacia el pomo de la puerta del despacho de Fausto.
Necesitaba que aquella tensión extraña que le estaba produciendo Úrsula se
acabara, no sabía hasta qué punto unas gafas doradas, un moño y un conjunto
a lo Grease, podrían contener su lengua.
—No está de humor ahora —le advirtió Úrsula—. Yo que tú, esperaría a
otro momento.
Os estáis perfilando unos a otros de maravilla. Mañana mismo podría
hacer el documental.
—Seguro que me he visto en peores —respondió Vicky con seguridad
girando el pomo.
—Tú misma. —Se alejó de ella—. No sé si te habrás visto en peores.
Úrsula echó una sonrisa burlona, chulesca. No le estaba gustando su
actitud, la estaba tratando con la misma superioridad con la que trataba a
Matteo y al resto. Y ella no era el resto, no era empleada del circo. Al
contrario, el circo necesitaba de su documental y era su productora la que les
pagaba por hacerlo.
Bajó la mirada hacia la bola, estaba segura de que aquel objeto había sido
el detonante del cambio de actitud de Úrsula. La apretó en su mano y levantó
la cabeza hacia la mujer.
—Asesinos y criminales —respondió tranquila y Úrsula dejó de reír—.
Claro que me he visto en peores.
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Le lanzó una de sus sonrisas dulces e inocentes, esas solían cabrear a las
personas altivas como Úrsula. La joven no respondió nada más. Hizo un gesto
con la cara señalándole la puerta para que entrase y se alejó.
El pecho de Vicky se abrió dentro de aquel apretado sujetador. Cuando
sus allegados le decían que el trabajo producía una satisfacción personal
insuperable, nunca creyó que fuera cierto hasta aquel momento. Había
trabajado poco en su vida, cierto era. Pero su única experiencia anterior como
periodista había sido intensa e intuitiva al límite. Y dejar con la boca abierta y
sin palabras a Úrsula, no tenía precio.
Guardó la bola en su bolso.
Con que está molesta por el mago. Lo de siempre, los hombres inician
guerras absurdas entre mujeres. Y yo que he llegado aquí por casualidad, me
tengo que llevar los dardos.
Aquel pensamiento amplió el cosquilleo de sus muñecas al dejar la esfera
caer entre sus cosas. Cogió aire y llamó a la puerta.
—¿Me vais a dejar en paz de una puta vez hoy? —Oyó al otro lado.
Simpatía en estado puro.
Sin embargo, abrió la puerta decidida. Se encontró a un hombre de una
edad cercana a la de su padre, sentado en una mesa.
—¡Ah, eres tú! Pasa —añadió él en tono poco cordial.
—Soy la…
—La periodista, lo sé. —La cortó.
Vicky apretó los dientes mientras cerraba la puerta tras ella.
Aquí son todos unos capullos.
—Siento mucho lo de su esposa —comenzó.
—Ya, ya. —La calló.
Fausto Caruso la miró serio. Un hombre con demasiadas canas y el rostro
algo envejecido para su edad, sin embargo, pudo apreciar que años atrás tuvo
que ser tan atractivo como su hijo mago. Pero los ojos de Fausto eran oscuros,
una oscuridad que desprendía su propia presencia. Y Vicky pudo percibir la
ansiedad y la presión arrastrada durante años. Podía olerlo entre aquel aroma
a ambientador con olor a pino, que más correspondía al olor de un baño que al
de un despacho.
—Voy a ser claro contigo y espero que me des los menos dolores de
cabeza posibles mientras estés entre nosotros —comenzó—. No estaba a
favor de tu reportaje, pero Úrsula ha insistido una y otra vez.
Y ella manda, ya.
—No quiero que vendas las miserias de mi circo, ¿está claro?
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Vicky entornó los ojos hacia él.
—Está claro —repitió.
—No eres bienvenida, pero al parecer tu medio da publicidad y la
necesitamos. Así que no esperes cordialidad, ni simpatía, ni cercanía, ni
amistad por parte de los que habitamos aquí.
—He venido a trabajar, señor Caruso. Realmente no espero más que hacer
bien mi trabajo.
Se hizo el silencio un instante. Parecía que su respuesta fue rotunda, más
de lo que aquel hombre esperaba.
—Y yo espero que tu trabajo no nos perjudique más de lo que pueda
beneficiarnos.
Vicky negó con la cabeza.
—Pondré de mi parte, tiene mi compromiso —añadió Vicky.
—El compromiso de los de tu gremio no goza de buena reputación —
respondió Caruso—. Todos sabemos lo que buscáis los periodistas, y lo que
realmente le gusta al público al que entretenéis. Ahora te harás la tonta y me
dirás que no sabes de lo que hablo.
Vicky negó con la cabeza.
—Claro que lo sé —respondió, y eso que su lema en situaciones tensas
solía ser «hacerse la tonta»—. Un circo arruinado bajo el mandato de una
productora que no todos los trabajadores aceptan, un trapecista que ha
quedado en silla de ruedas, un director con tres hijos, pero solo uno de su
actual mujer. —Alzó las cejas—. Lo de su hijo mago y la productora aún no
lo tengo claro. —Sacudió la cabeza—. Claro que sé lo que entretiene a mi
público.
Todo eso en medio día y me queda aquí un mes.
Fausto arqueó las cejas sorprendido y hasta abochornado.
Tienes el circo lleno de mierda, y yo podría convertir los mojones en oro.
—Porque estoy convencida de que vendería —continuó—. Pero le repito
que no es el tipo de documental que vengo a hacer.
Lo vio resoplar.
—Por eso no quería a ratas de tu gremio por aquí —farfulló indicándole
con la mano que se marchara—. Encontráis la mierda exacta en un
estercolero.
Vicky se giró dándole la espalda.
—Espero no ser una rata molesta —le dijo en el tono más cordial en el
que pudo ante tal trato.
—Claro que lo serás. —Lo oyó decir a su espalda.
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Vicky fue a abrir la puerta, pero esta se abrió. Se encontró de frente con
Andrea. Se sorprendió de verlo, pero no vio sorpresa en la expresión de él al
encontrarla allí.
—Pensaba que Adam estaba aquí —le dijo a su padre.
—Se ha ido hace un momento —respondió el director en el mismo tono
en el que le hablaba a Vicky, sin ni siquiera levantar la mirada hacia su hijo.
Aquí… ¿hay alguien que tenga una relación normal? Distancia y mal
rollo por todas partes. Menuda mierda de circo, normal que estén en la
ruina.
Andrea se apartó para dejar salir a Vicky. Para su sorpresa, él cerró la
puerta en cuanto ella hubo salido, quedándose también fuera.
—Como ves, es así con todo el mundo —le dijo Andrea.
—Y por mi parte no hay ningún problema. —Vicky dio unos pasos hacia
delante.
Este se cree que me voy a sentir amedrentada por el padre. Un estúpido
más, un estúpido menos, qué poco me conocen.
—¿Me has borrado ya de la lista? —preguntó él con ironía.
Vicky se giró para no darle la espalda.
—¿Por qué iba a borrarte de la lista? —respondió y él frunció el ceño.
Quiero a esos ojos en mi documental. Los quiero para verlos una y otra
vez.
—No quieres participar en nada ideado por Úrsula, ni ella dejará que estés
en él, ya. —Buscaba en su bolso la esfera—. Pero no es su trabajo, es el mío.
Sacó la esfera y se la tendió a Andrea.
—Úrsula está acostumbrada a abrir la boca y obtener lo que quiere —dijo
él rozando la bola con los dedos y haciéndola resbalar hasta caer en su palma.
Vicky volvió a sentir aquel cosquilleo en las muñecas y le estaba encantando
la sensación—. Claro que será su trabajo y su documental.
Vicky se mordió el labio inferior pensando en lo que fuese que pasara
entre Úrsula y el mago. Su imaginación en aquellos asuntos funcionaban
rápido encajando las miles de posibilidades.
Negó con la cabeza mientras regresaba a la conversación.
—Úrsula solo quiere un documental que promocione vuestra nueva gira.
—Sonrió levemente—. Lo que contenga lo decidiré yo.
Se miró la mano, el cosquilleo de la muñeca no se le quitaba, no podía
creer que aquello fuera solo la respuesta de su cuerpo a algo inmaterial,
invisible, que producían aquellas esferas y su dueño. Quizás tuviesen dentro
algún imán o mecanismo y él podía controlarlas, y por esa razón siempre se
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detenían entre sus pies. Si era así, prefería no descubrirlo. Siempre le gustó
creer en la magia.
Comprobó que Andrea la observaba mientras ella se miraba la muñeca.
Aquello hizo que el cosquilleo se extendiera por su antebrazo. Contuvo el aire
y levantó los ojos.
Yo creo que no son las bolas. Qué coño van a ser las bolas. Es él.
—¿Decidir en el Circo Caruso? —Rio Andrea—. Solo llevas medio día
aquí. Te aseguro que mañana pensarás de otro modo.
No tienes ni idea.
—La gente de tu mundo siente curiosidad por mi mundo. —Se pasó la
bola de una mano a otra. Fue moverla y Vicky clavó sus ojos en ella—. Les
interesa cómo vivimos, qué hacemos aquí, y cómo hemos llegado a hacer las
cosas que hacemos.
Se sintió estúpida al no poder dejar de seguir con la mirada aquel
movimiento, sacudió levemente la cabeza y levantó los ojos hacia él.
—Por esa razón estoy aquí —dijo manteniéndole la mirada.
Y mantenerle la mirada es difícil de cojones. Menudo tigre.
Él negó con la cabeza.
—No importa lo que les muestres. Jamás entenderán nada sobre nosotros.
Siempre seremos solo un espectáculo.
Lanzó la bola hacia arriba para volver a atraparla en el aire mientras daba
un paso hacia atrás. Vio que Andrea dirigió la mirada hacia la enorme casa
móvil de Úrsula.
—Ni siquiera ella lo entiende por mucho empeño que le ponga —añadió.
Vicky miró también la casa móvil.
—No lo entiende, ¿porque no es capaz de hacer cosas extraordinarias? —
preguntó entornando los ojos con curiosidad.
Vio una media sonrisa en Andrea ante su pregunta.
—Las personas no nacen extraordinarias —respondió—. Eliges un
camino, el que quieras, y tienes que seguirlo con todas las consecuencias.
Dedicar toda una vida a recorrerlo. ¿Naciste periodista?
Vicky negó con la cabeza.
—Aquí pasa lo mismo —añadió. Luego ladeó la cabeza hacia la casa
móvil—. Ella no eligió ningún camino. Nunca le hizo falta. Llegó directa
hasta donde está.
Como yo.
El mago se alejaba de ella sin darle la espalda. Vicky se mordió el labio
de nuevo. Úrsula era más similar a ella de lo que podía parecer a simple vista,
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o al menos, a la vista de aquella gente. Ella se había visto reflejada en ella en
cuanto la vio.
Bajó la cabeza, avergonzada, aunque era consciente de que Andrea no
sabía nada sobre ella. El desconocimiento o la imagen que pudiesen tener de
ella no era suficiente para que el bochorno y su sensación de inutilidad se
disipara. Natalia tenía razón una vez más. Unas estúpidas gafas, un moño y
ropa clásica, no servían para nada.
—¿Y qué es lo que pasa cuando se llega sin recorrer un camino? —Se
atrevió a preguntar. Necesitaba preguntarlo.
Andrea ya se marchaba y se giró de nuevo hacia ella, sorprendido por la
pregunta. Vicky esperó la respuesta en silencio mientras Andrea volvía a
acercarse a ella.
—En unos días vas a comprobarlo —respondió alzando la mirada tras el
hombro de Vicky.
Ella se giró, ya conocía el sonido de la silla de Adam. Regresaba hacia las
carpas. Llevaba la misma cara de enfado con la que salió de la oficina de su
padre.
Se oyó una voz, alguien hablaba con rapidez en italiano. Demasiado fuerte
para ser una charla cordial. Una de las puertas de las casas móviles se abrió.
Adam giró la silla enseguida hacia el sonido.
Ninette salió de una de las casas, lo hizo con agilidad y rapidez, casi
flotando igual que podía hacerlo en el aire entre telas. Pero esta vez volvía a
huir atravesando el pasillo. Entonces Vicky logró deducir qué le ocurría a la
mujer extraordinaria.
Los Caruso me están cayendo como el culo.
Miró a Andrea de reojo.
Bueno, este Caruso no.
—¿Cómo se sobrevive a dos hermanos con semejante genio? —Entornó
los ojos hacia la casa móvil de donde había salido Ninette.
Luego se sobresaltó por su propia estupidez, tan típica de Vicky. Acaba de
salirse del papel. Y no podía salirse del papel, o la acabaría cagando del todo.
Si dejaba entrever a aquella gente a la verdadera Vicky, se perdería la
profesionalidad y su objetivo allí. Acabaría peor vista que Úrsula, al menos a
esta le temían, era necesaria para que todos conservasen el trabajo. Pero ella
era ya de por sí un estorbo, no quería que encima se enterasen de que el
estorbo era, además, inútil.
—Es fácil si no eres exactamente su hermano —respondió tranquilo y
Vicky se giró enseguida hacia él.
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Acabo de meter la pata hasta el culo.
Andrea miraba hacia un lado pensativo y ella lamentó aún más su
desafortunado comentario. No fallaba, en cuanto «La Vicky» sobresalía un
poco, se salpicaba de mierda. No supo si disculparse por su indiscreción.
Decidió que lo mejor era mantenerse con seguridad, sin dar importancia al
comentario. No podía añadir nada a aquella respuesta.
Voy a parecer una cotilla.
Pero lo cierto era que no podía remediar ser una cotilla y quería saber.
Ya se lo sacaré a Matteo.
Guardó silencio sin hacer ningún gesto, a pesar de que él la estaba
observando. Dio unos pasos para apartarse de él.
—Ha sido demasiada información por hoy. —Se excusó mientras se
alejaba.
—Demasiada información —repitió él con ironía—. ¿Es tu trabajo, no?
Lleva razón. Soy periodista, cómo coño voy a quejarme de demasiada
información. Seré idiota.
—Por eso voy ahora mismo a pasarla toda al ordenador —añadió
enseguida frunciendo el ceño—. Voy a hacer un guion.
—Es bueno planificar, sí. —Seguía con su extraño tono irónico.
—Por supuesto —respondió Vicky—. Hasta mañana.
Se irguió para seguir pasillo abajo.
—No es por ahí —le dijo él y ella se detuvo.
Andrea le señaló el camino por donde había huido Ninette.
—Quizás le deberías pedir a Matteo que te dibuje un plano para no
perderte. —Alzó las cejas.
Ella lo miró de reojo mientras cambiaba de dirección. Arrugó la cara en
una mueca cuando lo tuvo a su espalda, la misma mueca que solía hacerle a
su padre cuando este le reñía en la adolescencia.
Cambio de opinión. Los Caruso me caen como el culo, todos sin
excepción.
Se detuvo de repente. Acababa de descubrir por qué se había equivocado
de camino y por qué aquellos pasillos eran tan liosos.
La madre que me parió.
De un metro de ancho y unos dos de largo, había un espejo que reflejaba
las casas móviles. Algo más adelante había otro que reflejaba la misma calle.
Era como un laberinto de feria, de esos en los que los espejos confundían el
camino. Seguramente tendrían su función en el espectáculo, como tantos
trastos que había sueltos por allí.
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Miró a Andrea a través del espejo mientras sentía la cara ardiendo.
Y mira que es difícil que yo pase vergüenza.
Pero a él no había parecido ofenderle su morisqueta a pesar de haberla
visto claramente en el espejo. Al contrario, parecía divertido, su sonrisa
irónica la hizo sentir aún peor.
Suspiró.
La estoy cagando por segundos.
Se colocó bien las gafas y siguió su camino. Tardó más de lo que esperaba
en encontrar su caravana.
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3
Había conseguido hacer un guion con los protagonistas del documental que
ella quería hacer, no sabía lo que le sugeriría Úrsula. Adela había ido a verla
para comprobar que todo iba bien y le había avisado de la hora de la cena.
Se había dado una ducha. Aquel baño era realmente incómodo.
Demasiado estrecho, cuando se duchaba mojaba el diminuto WC, y apenas
entraba de lado. Fuera como fuese, había mojado más allá de la puerta y ahora
el agua se extendía por el suelo de la caravana.
Con el pelo aún mojado y un vestido azul marino de algodón de manga
larga, salió a buscar algo con lo que secarlo. Se cruzó con una pareja que ya le
sonaba de las carpas y les preguntó. Le señalaron unas casetillas de rayas,
parecidas a las que había en las playas británicas, donde se almacenaban cosas
para la limpieza.
Abrió una de ellas, allí había trastos de todo tipo: escobones, plumeros,
barreños, y algunos mochos de fregonas.
No tienen palo. Los habrán cogido todos los Caruso, eso explica la cara
que tienen.
Cogió uno de los mochos. El único momento en su vida que recordó haber
cogido un mocho de fregona fue para ponérselo en la cabeza y asustar a su
hermano. Resopló.
¿Dónde hay un puto palo?
Trasteó a oscuras en la casetilla. Encontró un palo, pero estaba ya
ocupado con una mopa. Pisó la mopa con los pies para girarlo. El olor a
amoniaco allí dentro era intenso y le estaba dando fatiga.
Justo cuando el palo pareció desprenderse de la mopa, la luz de la casetilla
se encendió. Vicky dio un grito.
—Con la luz apagada te será difícil encontrar nada aquí. —Andrea tenía
aún la mano en una cuerda que accionaba una bombilla amarillenta—.
Aunque sin gafas tampoco creo que vayas a encontrar nada.
Lo de las gafas no era buena idea, ya las locas me dijeron que era una
estupidez.
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Miró a Andrea desconcertada.
¿Y este de dónde ha salido? ¿También se teletransporta?
Guiñó los ojos levemente a ver si así subsanaba el olvido, como si el
esfuerzo la hiciese verlo con más claridad.
—El suelo se ha inundado y he tenido que salir corriendo. —Se excusó—.
Y tampoco veo tan mal sin las gafas.
Él asintió con la cabeza casi divertido, luego miró el palo que Vicky había
liberado ya por completo. Ella cogió el mocho y salió de casetilla con rapidez,
antes de que le subieran los colores. Andrea se apartó para dejarla pasar.
—¿No necesitas un cubo? —le preguntó con ironía.
Cierto, un cubo. Las fregonas se usan con cubos. Madre mía cuando me
toque lavar la ropa.
Se giró, Andrea ya le tendía un cubo por el asa.
—No te recomiendo que llegues tarde a las comidas —le advirtió—. Lo
mejor suele acabarse pronto.
Vicky alzó las cejas.
—Victoria, te estaba buscando. —Matteo, que pasaba por allí, se detuvo
junto a ellos—. Te aconsejo que no te demores en la cena.
—Ya, ya me han advertido. —Miró de reojo a Andrea y este contuvo la
sonrisa—. Enseguida voy.
Se apartó de ellos y llegó hasta la caravana, secó el suelo como pudo y se
dispuso para sacar el cubo con el agua sobrante.
¿El agua del baño tiene que salir oscura?
Prefirió no valorar que le hubiesen dado un habitáculo sin limpiar. Hizo
una mueca mirando el cubo y se fue hacia las casetillas de la limpieza. Lo
soltó en la primera que encontró.
A tomar por culo.
Cerró la puerta de golpe. Se sobresaltó con la presencia de alguien, casi
dio un grito.
Aquí aparecen todos de la nada.
Era la joven de los shorts. Aún llevaba la misma ropa con la que la había
visto por la tarde. Unos pantalones diminutos, como los que solían llevar las
jugadoras de vóley, y una camiseta de sisa ancha. La joven en cuanto la vio,
enseguida se metió por una de las calles.
Vicky entornó los ojos hacia ella. Dio unos pasos hacia la calle por donde
se metió Ninette. La encontró apoyada en la pared, tras las casetillas.
Ninette tenía el pelo castaño abundante y lleno de ondas, como podía
apreciar, naturales. Le encantaban aquel tipo de melenas, ella siempre fue
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escasa de pelo y aunque probó las extensiones más de una vez, no podía
soportar los picores que le causaban.
—¿Ninette? —La llamó.
La joven levantó una mano hacia ella para que se detuviese. Vicky ladeó
la cabeza. La joven tenía las mejillas enrojecidas, sin lugar a dudas, había
llorado y mucho. Pero Vicky ignoró su gesto y su estado.
—Necesitaba hablar contigo, había pensado en…
—Ahora no, por favor —le pidió girándose para darle la espalda.
—No, quizás no es un buen momento ahora. —Vicky también se giró sin
apartar la vista de ella—. Pero cada vez que te he visto hoy, pareces estar
huyendo de algo. —Hizo una mueca—. Así que si hay en este circo algo
invisible y peligroso que persigue a damiselas, dímelo, porque ahora mismo
hago las maletas y me largo.
La vio contener la sonrisa con sus palabras.
Ahora mejor.
Vicky sonrió. Se acercó a ella un poco más. Sentía un aura a su alrededor
que no debía traspasar, así que se detuvo a cierta distancia.
—Solo llevo medio día en el circo —comenzó de nuevo—. Pero entre
todas las personas extraordinarias que he conocido hoy, tú me has llamado
verdaderamente la atención.
Y el mago. Ese me ha llamado demasiadas cosas.
Ninette negó con la cabeza.
—Hay muchas personas que hacen lo mismo que yo, eso no tiene nada de
extraordinario. —Bajó la cabeza y se puso la mano en la frente—. Hay
muchas personas que lo practican en el mundo, demasiadas.
Vicky entornó los ojos.
—No es solo eso lo que me ha llamado la atención —añadió y bajó
levemente la cabeza para ver mejor la cara de Ninette—. Me encantaría que
fueses uno de los personajes principales de mi documental.
Tenía claro que la quería en su documental, pero eso de personaje
principal fue algo improvisado que se le acababa de ocurrir y ni siquiera le
encontró un porqué a aquel sentimiento. La chica levantó la cabeza y la miró
como si hubiese enloquecido.
—¿Yo? —Negó levemente asustada—. Yo no…
Vicky alzó las cejas.
—Tu no, ¿qué? —La cortó.
—No creo que le interese a nadie. —Miró a un lado—. Aquí los hay
mucho mejores.
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Vicky dio unos pasos más hacia Ninette, acababa de atravesar aquel aura
infranqueable e invisible de las personas que pasaban malos momentos.
—¿A quién me aconsejarías tú? —preguntó, aunque ya sabía la respuesta.
—A Luciano —respondió enseguida.
Los monos enormes que gritan a muchachas dulces no me interesan en
absoluto.
—Sí, es el mejor trapecista, me han dicho —respondió—. ¿Mejor que
Adam?
Ninette abrió la boca para responder, pero la cerró de repente.
—Adam ya no es un trapecista, ya —añadió Vicky.
Vio a Ninette cruzarse de brazos, la joven miró de reojo a ver si había
alguien más en el pasillo, pero al parecer estaban todos en la cena. A Vicky le
llamó la atención su gesto, en todo el día no había visto a Ninette en
compañía de nadie, a pesar de que todos solían ir en grupos.
—Después de un día de trabajo no creo que quieras demorarte en la cena
—le dijo Vicky—. Ya me han advertido que el tiempo apremia en ese sentido.
Pero la chica no reaccionó a su comentario. Seguía con los brazos
cruzados. Vicky observó que tenía el vello erizado.
—Si quieres espero a que cojas una chaqueta y vamos juntas. —Torció los
labios—. Así no me pierdo entre el laberinto de espejos.
Ninette negó levemente con la cabeza.
Es tarde y ha refrescado. Llevas la misma ropa que este mediodía cuando
el sol daba de pleno en estas lonas. Estás muerta de frío.
Alzó la mano hasta el brazo de la chica y comprobó que estaba helada.
—Voy a sacarte algo para que te lo pongas —le dijo y no fue una
proposición, sonó tan rotunda que Ninette se sobresaltó.
Se dio prisa en entrar y salir de aquella caravana diminuta, temiendo que
la chica volviera a escabullirse. Su mente creativa ya comenzaba a funcionar
sobre las razones por las que aquella muchacha estaba en aquel estado y la
razón le hervía la sangre.
Regresó junto a Ninette, se alegró de que aún estuviese allí. Le acercó un
cárdigan gris. Hizo un ademán con la mano.
—No es que te pegue mucho con la ropa, pero… —No fue capaz de
terminar la frase. Otra vez se volvió a reconocer como Vicky. Cerró los labios
de golpe mientras Ninette alzaba las cejas—. Abriga, abriga bien.
Ninette se colocó el cárdigan. Le quedaba algo largo de mangas y más
largo que los shorts. Hasta en la estatura le recordaba a Claudia. Sonrió al
mirarla.
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—Ahora sí, ¿vamos a cenar? —le dijo y Ninette la miró sin devolverle la
sonrisa. Apenas había balbuceado un leve «gracias».
Con lo fácil que es mandar a la mierda a capullos como ese. Ainss, si no
estuviese aquí como periodista…
Como la joven no reaccionó, Vicky tiró de su brazo y la sacó de aquel
estrecho pasillo.
—Vamos —le dijo con un segundo tirón.
—No es buena idea —respondió Ninette.
—¿Cenar? Yo pensaba que era necesario para subsistir.
La vio contener la sonrisa.
Ser Vicky, a veces, es fantástico.
—Que yo forme parte del trabajo ese que vas a hacer —añadió Ninette—.
No sé si Úrsula lo aprobará.
—Úrsula firmó un contrato, ¿sabes? No necesito aprobaciones de nadie.
Ninette alzó las cejas y tragó saliva.
—Tampoco sé si a Luciano le hará gracia que yo participe.
Eso lo imaginaba yo. Y ya te adelanto que no.
—Tampoco manda en mi documental. —Hizo un ademán con la mano.
Acababan de llegar a la carpa del buffet. Vicky recorrió las mesas con la
mirada, estaban todas ocupadas. Realmente albergaba la esperanza de
encontrar un lugar apartado para cenar a solas con Ninette y hablar algo más
con ella. Sentía cierta necesidad de acercarse a la joven de alguna manera. No
se paró a buscarle explicación a aquel sentimiento, nunca se detenía en esos
absurdos. Lo sentía y punto.
Ninette estaba a su lado con los brazos cruzados. Vio en una mesa a
Úrsula con los diferentes trapecistas, entre ellos Luciano. Este había
levantado la cabeza hacia Ninette y observó su vestimenta. Vicky miró de
reojo la reacción de la joven, ella esperaba deseosa alguna señal por parte de
Luciano, pero este apartó la vista con los labios apretados, ignorándola por
completo.
Hasta sin hablar se puede insultar.
Cogió aire por la boca mientras sentía cierto ardor en el pecho. Tiró de
Ninette con suavidad en cuanto divisó a Matteo. Tuvo que contener la sonrisa
cuando vio que este estaba sentado con Andrea.
Notó que Ninette no avanzaba.
Con esta me va a costar trabajo. Está peor de lo que imaginaba.
Entornó los ojos hacia Luciano.
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Qué suerte tienes de que yo haya venido a trabajar. Anda, que si me pillas
en mi salsa y con una botella de Moet, te ibas a cagar.
Tiró con más fuerza de Ninette mientras daba un paso hacia delante y se
chocó con alguien. Se giró enseguida y sujetó a la mujer para que no cayese
de espaldas.
Esto no puede estar pasando.
Se hizo el silencio en la sala y todos los ojos se dirigieron hacia ellas.
—Lo siento —le dijo a Cornelia, que le lanzó una mirada de reproche.
La mujer la soltó en cuanto recuperó el equilibrio.
—Y siento también lo de esta mañana —añadió.
Cornelia la miró en silencio.
—Úrsula dice que tu trabajo va a ser beneficioso para la gira. —Cornelia
entornó los ojos—. También dice que los periodistas son observadores
silenciosos, casi invisibles, y que ni siquiera notaremos tu presencia.
Vicky abrió la boca para replicar, pero llevaba razón, en eso consistía su
trabajo. En observar siendo invisible.
—Pues eso es lo que espero —añadió la mujer con firmeza—. Que seas
invisible.
Vicky estaba a punto de preguntarle si estaba mejor del golpe, pero las
ganas de interesarse por ella se desvanecieron de repente. Cornelia dio unos
pasos para alejarse, pero fue consciente de la presencia de Ninette.
—Y tú —le dijo a la joven—. Espero que pongas de tu parte para no
desconcentrar a mi hijo con vuestras discusiones estúpidas. No quiero que
acabe como Adam.
Ninette no respondió y Vicky deseó de nuevo tener la maleta a mano para
volvérsela a lanzar a la cabeza, pero aún con más fuerza.
Vaya pedazo de estúpida.
Cornelia se fue camino a la mesa de Úrsula, Vicky pudo ver cómo su
rostro cambiaba de expresión. La mujer había alargado la mano hacia la nuca
de su hijo y se dirigía sonriente a Úrsula.
Invisible. Qué mal lo voy a pasar aquí.
Algo más de medio día y ya echaba de menos ser Vicky. Cogió aire por la
boca y lo echó de golpe. No soltaba a Ninette, la veía con la intención de
seguir a Cornelia hasta la mesa de Luciano. Tiró de nuevo de ella, esta vez
con más suavidad. Tuvo que frenar de nuevo, esta vez logró no chocar contra
la silla de Adam y que este le soltase otro improperio.
Qué agobio de circo, por Dios.
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Vio a Adam mirar de reojo a Ninette y enseguida dirigir la mirada hacia la
mesa de su hermano Luciano. Su silla se atascó entre una mesa y un barrote
de la carpa. Adam movió las ruedas, pero no se liberó en el primer intento,
tampoco en el segundo. Y Vicky comenzó a angustiarse al verlo entrillado.
Alargó la mano despacio hacia la silla, vio la expresión de terror de
Ninette, casi le decía con sus ojos que no la tocase.
—Estoy convencida de que puedes hacerlo solo —soltó agarrando los
puños con fuerza—. Pero para entonces ya se habrá terminado la comida y
creo que los tres estamos sin cenar.
Adam se giró para comprobar quién cometía tal osadía, Vicky no le
miraba la cara, estaba concentrada en sacarlo del entramado. Tuvo que alzarlo
levemente y lo dejó caer, pesaba demasiado, la silla sonó contra el suelo.
Volvió a sentir las miradas a su alrededor. El chico abrió la boca para
protestar, pero Vicky empujó la silla en dirección al pasillo de mesas. Lo hizo
con fuerza, casi lanzándolo. No supo si fue capaz de calcular bien la distancia,
pero la silla de Adam se detuvo a medio metro de Matteo y su hermano mago.
Así que tiró de nuevo de Ninette y llegaron hasta la mesa. Se dirigió hacia
Adam.
—Tengo el cupo de bochornos del día cubierto —le dijo apoyándose en el
reposabrazos de la silla—. Y los Caruso estáis resultando tremendamente
desagradables.
Miró hacia Matteo y Andrea.
—Así que cenamos tranquilos, y mañana me seguís diciendo que no soy
bienvenida, y que soy un estorbo, y que no pensáis colaborar en mi trabajo
aquí. ¿Es muy insoportable depender de Úrsula y sus ideas?
Vio cómo la cara de Ninette emblanquecía al escucharla decir aquello.
Matteo bajó la cabeza. Sin embargo, Andrea frunció el ceño mirando a Vicky.
Adam, dentro de su inmovilidad, pareció quedar petrificado. Miró de
reojo a Ninette, que con la cabeza baja se sentaba en una de las sillas. Luego
miró a Vicky entornando los ojos, esta vez no era una mirada de reproche, vio
cómo su enfado se disipó levemente.
En la mesa, Matteo y Andrea tenían una amplia bandeja con un popurrí de
cosas. Vicky pensó que habría suficiente comida, al menos a ella se le habían
quitado las ganas de comer, y eso para su estómago ya era difícil.
—Bienvenida al circo Caruso. —Oyó la voz irónica de Andrea en cuanto
se sentó, estaba entre Adam y Matteo.
—Un placer —respondió resoplando.
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La «imagen Victoria» le había dado para media tarde. Aquella gente se lo
estaba poniendo tremendamente difícil.
—¿No te ha gustado el circo? —Andrea tenía el ceño fruncido.
Vicky le lanzó una mirada de reproche.
—No es exactamente lo que esperaba. —Miró a su alrededor—. Pero mi
trabajo es sacar en escena lo mejor de vosotros.
—En algunos te va a costar —intervino Matteo con una breve risa.
Vicky alzó las cejas. Por primera vez en su vida estaba conociendo la
ansiedad provocada por una situación real, y no por estupideces que
imaginaba su mente.
Dirigió sus ojos hacia Ninette, habría un ser maravilloso debajo de aquella
ruina de muchacha. Luego miró a Andrea, prefería no pensar qué había tras
aquella mirada felina. Frente a ella estaba Matteo, un payaso cuyas
aspiraciones estaban lejos de su trabajo. Y lo de Adam ya eran palabras
mayores.
Resopló a pesar de que los cuatro la estaban observando. Lo del resto era
de narices también. Úrsula, Fausto Caruso, Cornelia, Luciano y los demás
monos trapecistas. Soltó la gamba rebozada medio fría que había cogido con
la mano.
—Haré lo que pueda —respondió.
Vio a Ninette mirar tras de sí a la otra mesa.
—Come, anda. —Intentó distraerla y que dejara de observar a Luciano.
Este no parecía afectado por la discusión o lo que tuviese con Ninette. Ni
mucho menos preocupado por el estado en el que se encontraba ella.
—Tengo una amiga en Londres con un bebé de año y medio que cuando
se enfadaba, se daba cabezazos contra el suelo —le dijo a Ninette y esta la
miró, extrañada por el comentario sin venir a cuento. Vicky, sin embargo,
sonrió—. Una psicóloga infantil les dijo que era muy usual esa reacción en
niños siempre y cuando tuviese espectadores. —Guiñó los ojos—. Unos
espectadores en concreto: sus padres.
Matteo, Andrea y Adam también atendieron a su relato.
—En cuanto sus padres se iban y él comprobaba que no lo miraban,
dejaba de autolesionarse y comenzaba a jugar. —Vicky alzó las cejas—. Su
única intención era castigar a sus padres cuando no conseguía algo, asustarlos
con el temor a que se hiciese daño. Mi amiga dice que en cuanto lo dejaron
solo unas cuantas veces cuando comenzaba a darse golpes, el crío perdió
aquella horrorosa costumbre. Ahora es un león tranquilo.
Levantó el dedo índice.
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—Yo soy su madrina. —Sonrió. Luego miró hacia Luciano—. Solo está
enfadado cuando sabe que tú lo estás mirando.
Ninette se sobresaltó al oírla decir aquello. Negó con la cabeza intentando
rebatirle. Vicky alzó una mano.
—Todos hemos oído los gritos hoy —intervino Adam. Vicky notó que
estaba deseando intervenir.
Se giró hacia él.
Desde esta mañana querías hablar con ella. No dejas que nadie toque la
silla, tienes malas contestaciones, genio, y sueles permanecer con un enfado
constante. Pero querías hablar con Ninette porque has notado lo mismo que
yo. Aún queda algo salvable de ti ahí dentro.
—Menuda imagen que estamos dando —dijo Matteo recostándose en la
silla.
—Podéis actuar durante dos o tres horas de espectáculo —respondió
Vicky—. Pero yo he venido a ver la realidad.
Ladeó la cabeza.
—Y una vez descubierta, creo que vamos a tener que hacer magia para
darle un poco la vuelta. —Miró de reojo a Andrea y este contuvo la sonrisa.
Vicky se dirigió hacia Adam.
—Aún tengo un hueco entre mis protagonistas —le propuso.
Vio a Matteo abrir la boca. Andrea alzó las cejas, sorprendido por la
frescura de Vicky.
—Ya sé por dónde vas —protestó Adam negando con la cabeza.
—No pienso vender miserias —añadió ella—. Quiero al mejor trapecista
y dicen que eres tú.
Adam miró su silla.
—¿Sí? ¿Soy un trapecista? —le respondió de mala forma—. ¿Estás de
broma?
Lo vio dirigir sus manos hacia la rueda de la silla, su rostro se enrojecía
por momentos. Vicky sujetó la silla para impedirle moverse.
—¿Qué eres? —preguntó ella sin soltar la rueda.
—Lo que ves. —Él se inclinó hacia ella, fulminándole con la mirada—.
Un puto inútil.
Vicky soltó la silla.
—Podríamos obviar la silla y lo que te llevó a ella. Entre tú y Luciano. —
Miró hacia Ninette, luego volvió a dirigirse hacia Adam—. Te prefiero a ti.
Esperó a que Adam moviese las ruedas para irse. Pero este no se movió.
Sentía los ojos de tigre de Andrea clavados en ella.
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—He venido a un circo en ruinas y los únicos que pienso que podrían
salvar el documental no quieren colaborar —continuó. Levantó la cabeza
hacia Matteo—. Tú porque no crees que tengas el suficiente talento para algo
como lo que voy a hacer. —Luego miró a Andrea—. Tú por una absurda
guerra con Úrsula. —No se detuvo en él y siguió con Ninette—. Tú porque no
sabes si a Luciano le parecerá bien que destaques demasiado. —Ignoró la
expresión de miedo de la chica para dirigirse finalmente a Adam—. Y tú
porque te sientes un inútil.
Los vio perplejos. Lejos de abochornarse ni sonrojarse, se acomodó en el
respaldo de la silla.
A tomar por culo la periodista correcta. Mola ser Vicky.
—La verdad es que esperaba encontrarme otra cosa, tenéis un mal rollo de
la leche. —Arrugó la nariz y vio a Ninette taparse la boca para ocultar la
sonrisa. Andrea seguía mirándola con las cejas alzadas.
Aquí nadie se ríe una mierda, normal que estéis en la ruina.
—Y si no me ayudáis a mostrar algo de luz, va a salir una reverendísima
porquería —concluyó y torció los labios. Alzó las cejas—. Os quiero a los
cuatro, así que tenéis unos días para pensarlo.
Se giró para mirar al grupo de Úrsula y los trapecistas.
—O vosotros, o ellos —murmuró entornando los ojos y recordando las
palabras de Úrsula en cuanto al documental. Se fijó en cómo Cornelia ponía
una mano en el hombro de Úrsula. Su gesto, su sonrisa, desprendían una
adulación exagerada.
Es mi documental, y en mi documental soy Dios.
Medio día había sido suficiente para calarlos a todos, y algunos
provocaban en ella una honda que hacía que su sangre hirviese con hilos de
ira sin aparente motivo.
Menudo mes me espera.
No dejaba de observarlos mientras en su mesa unos se miraban a otros en
silencio. Vicky resopló y se levantó de la silla.
—Yo he tenido bastante por hoy —les dijo—. Mañana más, supongo.
Les hizo un gesto para despedirse. Vio a Andrea seguirla con la mirada
mientras ella salía deprisa de la carpa. Esperaba no perderse en el laberinto en
el que estaba su caravana. Sorteó las esquinas de los espejos, rebasó las
casetillas de la limpieza y llegó hasta aquella puerta cuya cerradura estaba
oxidada y, por lo tanto, bastante dura.
Cerró con fuerza para que la puerta no se quedara cogida y se apoyó en la
mesa donde tenía el ordenador. Aspiró hondo un par de veces. Se quitó las
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gafas y las dejó caer en la mesa.
¿A quién quiero engañar? No puedo ser Victoria ni aunque me lo
proponga.
Ser Victoria significaba ser una periodista normal. Llegar allí con una
maleta, ser invisible como decía Cornelia. Observar y callar. No establecer
vínculos, ni expresar opiniones subjetivas, ni reflejar lo que aguardaban sus
pensamientos.
Cerró los ojos.
Por esa razón nunca encajé bien en ningún trabajo como periodista.
Pensó en un nuevo fracaso y el pánico la invadió. El voto de confianza
que le habían dado sus hermanos o sus dos amigas, se perdería otra vez como
las veces anteriores. Y llevarían razón Natalia o su padre, cuando no creyeron
en ella cuando aceptó el trabajo.
Un circo, algo fácil a simple vista.
Su teléfono sonaba sin parar. Le extrañó tener tantos WhatsApp sin leer.
Normalmente era ella la que colapsaba el chat. Pero esta vez sus amigas
preguntaban sin parar qué era lo que había pasado.
Abrió el chat de las locas. Querían una videollamada antes de dormir. No
estaba en su mejor momento. Demasiada información, demasiadas
sensaciones que aún tenía que digerir.
«Un circo». Repetía en su mente. Allí, en su memoria, permanecían las
imágenes de luces, de las risas y de espectáculos maravillosos que
contemplaba de niña. Tras ese espectáculo suponía que encontraría a personas
extraordinarias a las que había idealizado. No eran reales más allá del
maquillaje de purpurina y de aquellos trajes brillantes. Quizás los imaginó
viviendo en una burbuja, en una especie de limbo entre el mundo civilizado y
la fantasía.
Volvió a suspirar. Se sentó frente a la mesa y colocó el iPad en el soporte.
Le dio al botón de llamada en grupo. Mayte fue la primera en descolgar,
luego Claudia apareció en la cuadrícula. Finalmente, Natalia con expresión
divertida.
—Primera noche en el circo —le dijo Claudia con una sonrisa—. Cuenta.
Vicky expulsó aire y vio a Natalia asentir en un «lo sabía desde antes de
que llegases allí».
—No es lo que esperaba —confesó.
—Claro que no. —La Fatalé no tardó en responder.
Vicky puso los codos en la mesa y se sujetó la cabeza con las manos.
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—No empieces a echarme la bronca, que de verdad me estoy agobiando.
—Levantó la cabeza y dejó caer la espalda en el respaldo.
—Pero ¿qué es lo que pasa? —Mayte tenía el ceño fruncido.
—Que Vicky esperaba una extensión de un espectáculo como los que veía
de niña. —Se oyó la risa de Natalia.
—¿Ha sido por lo de la mujer del director? —preguntó Claudia—. Fue sin
querer, le hubiese pasado a cualquiera.
—No, no le hubiese pasado a cualquiera —aclaró Mayte—. Pero se ha
disculpado y la mujer al parecer está bien, ¿no?
Vicky asintió, volvió a suspirar. Levantó los ojos hacia el iPad. En cuatro
recuadros podría ver a las cuatro juntas, de la única forma que podían estar
juntas de momento.
—¿Qué es lo que has encontrado que no esperabas, Vicky? —preguntó
Claudia seria.
Vicky meditó un instante, buscando la forma correcta de explicarlo.
Solo hay una forma de explicarlo, clara y directa.
—Dos brujas, un genio que se cree estúpido, una mujer capaz de hacer
cosas extraordinarias pero que tiene miedo a todo, un chaval inmóvil, y un
mago. —Negó con la cabeza y se llevó la mano a la frente—. Esto no es un
circo, chicas. Esto es el puñetero mundo de Oz.
Hasta Natalia levantó las cejas. Claudia rompió a carcajadas. Vicky hizo
un ademán con la cabeza.
—Y salvo a las brujas. —Encogió la cara—. Los quiero a todos en mi
documental, pero ninguno tiene mucho ímpetu en colaborar.
Las cejas de Natalia se levantaron aún más.
—Observar, recabar información objetiva, ser invisible —continuó Vicky
—. Una de las brujas me ha dejado muy claro cuál es mi papel aquí. La otra
parece querer dirigirme el documental a su conveniencia y antojo, con sus
personajes principales, una idea que está bastante lejos de lo que quiero hacer.
—Hizo un ademán con la mano—. Y no es precisamente de las personas que
están acostumbradas a que alguien la contradiga. —Frunció el ceño—.
Algunos le tienen realmente miedo. Ya sabéis, quien tiene el dinero, tiene el
poder. Y aquí hasta el director es una marioneta.
Claudia asintió. Natalia estaba callada y eso no era buena señal.
—¿Y por qué has elegido a esas personas en concreto y no otras? —
preguntó Mayte con curiosidad.
Vicky miró hacia un lado.
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—He estado toda la tarde ojeando. —Desplazó las gafas en la mesa—. Ni
siquiera recuerdo a la mayoría que me han presentado. Pero ellos me han
llamado la atención desde un principio. Razones que no sé explicar,
sensaciones quizás. No me preguntéis.
—Sensaciones que no sabe explicar —intervino Natalia al fin. Vicky la
miró enseguida poniendo toda su atención en ella—. Habéis escuchado como
yo cómo nos ha ido nombrando uno por uno a cada uno de ellos. —Entornó
los ojos hacia Vicky, esta se removió en el asiento—. Razones que desconoce.
Vicky frunció el ceño, contrariada con la ironía de Natalia.
—Eres incapaz de ser objetiva, Vicky —le dijo Natalia—. El circo no es
lo que esperabas porque imaginabas una nube y te has encontrado con
personas reales. Y dentro de esas personas reales, estas te han parecido
diferentes. Nos lo has dejado claro: el espantapájaros, el león cobarde, el
hombre de hojalata. Personas que por alguna razón te han transmitido que
poseen una necesidad que quizás ni siquiera ellos sean conscientes de que la
tienen. Por mucho que lo intentes, no puedes dejar de ser la Vicky que
conocemos.
Natalia negó con la cabeza.
—Elegiste el periodismo porque por aquel entonces te hacía ilusión salir
en la tele, pero careces de las cualidades necesarias para ser imparcial —
continuó y sus amigas rieron. Natalia alzó las cejas—. Y como según tu
resumen, el mago no tiene ninguna necesidad aparente. —La señaló con el
dedo—. Lo has elegido porque te ha molado.
Hija de puta, no sé cómo lo hace, pero es sobrenatural.
Natalia encogió la cara satisfecha. Mayte y Claudia abrieron la boca.
Claudia rompió a carcajadas de nuevo.
—Dime que la de la maleta, la mujer del director, era una de las brujas —
preguntó Claudia y Vicky asintió—. ¿En serio? ¿Y la has tumbado como
Dorothy a la bruja del Este?
—Sí, solo se le veían las piernas bajo la maleta —respondió Vicky.
Mayte rompió a carcajadas. Hasta Natalia se tapó la cara con la mano.
—Joder, sí que estás en el puñetero mundo de Oz. —Claudia se limpiaba
las lágrimas.
Natalia se había cruzado de brazos.
—Llevas diciéndonos un año que necesitabas encontrar un camino —le
dijo Natalia. Levantó la mano para señalarla—. Ya lo tienes y está hecho de
baldosas amarillas, así que intenta no perderte.
Claudia ya se había recuperado de la risa.
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—A la mierda las brujas —dijo Claudia—. Háblanos del mago.
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Sonó el despertador del móvil. Cuando abrió los ojos y vio el techo tan bajo
de la caravana, dio tal salto que casi se puso en pie.
Hostias, que estoy en el puto circo.
Por un momento se hacía en Madrid. Le dolía el lateral derecho del cuello,
la almohada y el colchón no eran del todo cómodos. Ladeó la cabeza y oyó el
leve crujir de las vértebras cervicales.
Yo paso de estar así un mes. Hoy mismo pregunto si alguna empresa de
mensajería llega hasta aquí y compro una almohada.
Apretó con una mano el colchón, sumamente fino.
Cuando dormía sobre los aislantes y sacos de los campamentos, no me
resultaban tan incómodos.
Supuso que la diferencia radicaba en los veinte años de diferencia. Abrió
el armario y cogió la ropa del día. Una camisa y otra nueva falda de vuelo con
rebeca. Segundo día y ya comenzaba a lamentarse de aquella estúpida falsa
apariencia.
Al menos tendría que haber escogido un atuendo sport como Claudia.
Aquí hubiese desentonado menos con las mallas de unicornio que con esto.
Se rio con su propio pensamiento. Se cogió las horquillas y se maquilló de
la misma forma suave con la que lo había hecho el día anterior. Salió de la
caravana.
La gente andaba apresurada, se notaba que las mañanas eran de trabajo. El
murmullo era notable en la carpa. Sonido de hierros mezclado con algún
motor. Más voces en italiano.
Con el móvil aún en la mano y su bolso en la otra, se dirigió hacia la carpa
del buffet. Olía a café y pan tostado. Apenas había cenado, su estómago rugía.
—Victoria. —Llevaba poco tiempo allí, pero podía reconocer ciertos
timbres de voz. Uno solemne y altivo.
Se giró hacia Úrsula.
—Aquí tienes a los artistas sobre los que vas a trabajar. Ya he hablado con
ellos y colaborarán tal y como necesitas. —Le tendió un sobre de plástico, de
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esos sobres de vinilo con broche, de un estampado lila romántico y alegre.
Vicky lo cogió.
—Las estrellas del espectáculo —añadió Úrsula.
Entornó los ojos hacia el sobre.
Estrellas del espectáculo.
Úrsula esperaba con impaciencia a que abriese el sobre. Leyó los
nombres, eran cinco, por supuesto, Luciano uno de ellos. Y hasta estaba la
propia Úrsula.
Los monos alados de la bruja del Oeste. No me interesa ninguno.
Levantó los ojos hacia Úrsula.
¿Se lo digo ahora?
—Buenos artistas —le dijo Úrsula, quizás entendiendo la expresión
indiferente de Vicky—. Te estoy facilitando las cosas, los conozco bien a
todos y son los que mejor papel harían en un reportaje. Y ya te garantizo que
van a colaborar. ¿Qué más quieres?
—Necesito unos días para seguir observando —le soltó devolviéndole el
sobre—. Gracias de todas formas.
Úrsula entornó los ojos, no cogió el sobre. Vicky bajó los ojos hasta los
zapatos de la joven. Una maravillosa pieza en blanco y dorado. Aquella mujer
tenía gran gusto, uno muy parecido al de ella misma.
Y soberbia, y suficiencia.
Demasiadas cualidades que reconocía. Subió de nuevo los ojos hasta
Úrsula. Al fin recogió el sobre, un gesto rápido, casi arrebatándoselo de la
mano.
—Pensaba que el mayor problema del documental sería la falta de
disposición de mis artistas —dijo Úrsula—. Jamás esperé que se le añadiese
la falta de colaboración de la persona que me han enviado.
Vicky, sin embargo, alzó las cejas ante tal fresca, con aquella expresión
ingenua que siempre le funcionaba. La aprendió de una actriz venerada por su
madre: Marilyn Monroe. Ambas tenían las cejas triangulares, lo cual le
facilitaba que el gesto se mostrase más verosímil.
—Algo que comunicaré a la productora de inmediato —soltó la joven
girándose y dándole la espalda—. Que pases buen día.
La vio alejarse con aquellos andares seguros y prepotentes. Cogió aire por
la boca y suspiró. Quizás Úrsula pensaba que sus palabras amenazantes
surtirían algún efecto en ella, casi le divirtió el intento de la chica de
amedrentarla con el trabajo. La observaba de lejos, el conjunto de dos piezas
blanco y dorado era realmente maravilloso. El dinero daba seguridad, sin
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ninguna duda lo había vivido en su propia piel. También otorgaba libertad de
hacer lo que a uno le viniese en gana, también conocía aquel privilegio. Y,
por supuesto, daba poder para amedrentar a personas en una situación más
desfavorable.
Y entendió el miedo de Matteo de que lo despidiesen, quizás también
Ninette y sus problemas con Luciano la llevaran a temer quedarse fuera. Si
Úrsula no dudaba en amenazarla a ella, ajena a la empresa, no alcanzaba a
imaginar qué haría con los de dentro.
Miró su móvil y lo desbloqueó.
«Buenos días. Suerte en Oz». Era el mensaje que le había enviado
Claudia.
Sonrió.
Sintió cómo la rebasan con rapidez, hasta pudo percibir cierto aire de la
velocidad. Levantó la cabeza con un leve sobresalto. Andrea se había girado
de cara a ella sin detenerse.
—No sé qué le habrás dicho —dijo con una sonrisa maliciosa—. Pero me
gusta.
Lo vio reír y seguir su camino. Las amenazas de Úrsula no le habían
producido nada, pero la sonrisa del mago era capaz de formar un tornado en
su ombligo que se ampliaba en el pecho. Podía sentir girar dentro de ella las
esferas, con tanta ligereza como las hacía girar su dueño.
Tú sí que me gustas.
Apretó los labios. Recordó su conversación con las locas la noche
anterior.
«Como cuando quiero un bolso, unos zapatos o una pulsera. Solo que
esta vez está en el escaparate de una tienda en la que no puedo comprar».
Aquellas habían sido sus palabras exactas para explicarles a sus amigas la
situación. Todas la entendieron, ya eran dos las que habían pasado por algo
similar y ella misma era la que solía animarlas. Ahora era consciente de sus
propias burradas. Negó con la cabeza. Tenía que mantenerse objetiva en ese
sentido si esta vez quería cumplir con el trabajo como se había prometido.
Llegó hasta la carpa. Estaba tan concurrida como a la hora de la cena.
Buscó con la mirada al mago, pero él no estaba allí.
¿Qué más da? De todas formas, no me iba a sentar con él.
Pero aquello no mejoró su decepción. Tampoco encontró a Ninette, a
pesar de que sí estaba Luciano. Cornelia parecía ser la guarda de su hijo. Le
llevaba las tostadas a la mesa.
No se vaya a romper la espalda al ir él a por ellas.
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Pero sí que había alguien con la espalda rota recogiendo sus tostadas. Se
dirigió hacia él con decisión.
—Buenos días —le dijo a Adam.
Él la miró de reojo. Lo notó balbucear un extraño buenos días.
Los serán para mí, ya. Estás cabreado con la vida, no me lo jures.
Adam giró las ruedas de su silla y se alejó de allí con su plato en la mano.
Vicky lo vio situarse en una mesa sin más compañía. Observó que solo había
llevado las tostadas. Cogió una bandeja. Leche con cacao, café y agua
hirviendo con varios sobres de infusiones, tres rebanas de pan y porciones, y
no tardó en llegar hasta la mesa de Adam para plantar en medio de ambos la
bandeja.
—Para ahorrarte el viaje —le dijo y lo vio apretar los labios.
—No hace falta —respondió.
—No, no hace falta. De todos modos, es un gesto a agradecer aún para
alguien que tenga facilidad para moverse.
Adam apartó de él la bandeja.
—Pues siento ser un maleducado. —Miraba los distintos vasos que Vicky
había llevado—. Pero suelo desayunar con zumo.
Coño, lo único del buffet que no he traído.
Dirigió la mirada hacia la máquina amarilla del zumo, de esas automáticas
que cortaban las naranjas y las exprimían en segundos. Se alzó para
levantarse.
—Ni se te ocurra, voy yo —le dijo él moviendo la silla.
Vicky suspiró. Volvió a poner el culo en la silla.
—Vale, pues trae dos —dijo con frescura.
—¿Cómo? —Adam detuvo la silla.
—Que quiero uno también —le dijo. Adam alzó las cejas—. ¿Puedes
traérmelo?
No le respondió y giró las ruedas avanzando hacia la máquina. Había
notado cómo desde que se acercó a Adam, la gente de su alrededor la
observaba con interés y no solo por ser la intrusa. Aunque supuso que el mal
carácter del extrapecista era más que conocido por todos.
Adam llevaba las dos copas de zumo cruzadas en su mano izquierda,
mientras giraba la rueda de la silla con la derecha. Vicky lo miró satisfecha.
Lo observó sin moverse mientras él ponía las copas en la mesa. Lo vio
cabreado, tanto como esperaba.
—Gracias —dijo cogiendo una de ellas.
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Él no le respondió con ningún gesto. El hecho de que Adam llevara las
dos copas de zumo había causado aún más interés a su alrededor. Incluso oyó
murmullos.
—Me gusta desayunar solo. —Lo oyó decir—. No pienses que por ser
amable conmigo, voy a aceptar colaborar en ese estúpido reportaje.
—No me he sentado aquí para convencerte, de hecho, no pienso
convencerte —respondió untando sus tostadas y lo vio sobresaltarse—. Mi
trabajo no es convencer, es preguntar y saber. Y por eso estoy aquí, en tu
mesa. Soy un incordio, no me lo digas.
Adam entornó los ojos hacia ella. Era de los tres hermanos, el más
parecido físicamente a su padre. Sus ojos oscuros, la cara alargada y hasta su
expresión huraña.
—¿Quieres que te cuente cómo acabé en una puta silla? —dijo de mala
forma.
—No, eso se lo preguntaré a otros. —Dio un bocado a su tostada. Negó
con la cabeza, aquella mantequilla sabía realmente extraña. La expresión de
enfado de Adam se difuminó ante su mueca de asco—. ¿Qué leches es esto?
Miró la etiqueta de la porción. «Crema de cacahuete».
Su puta madre.
Bebió un sorbo de zumo. Aquello era pastoso a más no poder.
—Calorías para aguantar las horas de entrenamiento —dijo Adam
mirando las tostadas de Vicky.
Ella lo miró sorprendida. El tono de Adam había cambiado por un
momento. Pudo notar su ceño relajado, una voz diferente.
Salvable.
Enseguida su expresión se tornó a la de antes.
Salvable con cierta dificultad. Pero no está todo perdido.
—Así que vas a preguntar a otros sobre mí. —Arqueó los labios, ofendido
—. Extraña forma de trabajar de un periodista.
—No es extraña. Tú no piensas contarme nada que yo quiera saber sobre
ti. —Alzó las manos—. Ninette tampoco va a contarme nada relevante sobre
ella. —Apartaba la crema de cacahuete del pan—. Matteo tampoco lo hará,
creo que él ni siquiera es consciente de lo relevante que hay en él. Y Andrea.
—Hizo una mueca—. Hasta que no tenga a Úrsula en contra del documental,
no va a soltar absolutamente nada.
Ladeó la cabeza y dio un nuevo mordisco a la tostada, esta vez con poca
crema de cacahuete. Le supo mejor.
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—Así que tú me contarás sobre Ninette, Ninette sobre Matteo, Matteo
sobre Andrea, y tu hermano sobre ti.
Alzó las cejas mirando la expresión contrariada de Adam.
—¿Extraña forma de trabajar? —Vicky negó con la cabeza—. Seguro que
es más efectiva que perder el tiempo insistiendo con vosotros.
Adam negó con la cabeza. Casi lo pudo ver contener la sonrisa.
—¿Por qué nosotros? —Miró hacia la mesa de su hermano Luciano—.
Tienes a las estrellas de Úrsula dispuestas a hacerlo sin rechistar.
Vicky sonrió.
—Pero es mi documental. —Lo corrigió. Adam volvió a sobresaltarse.
—Te dan el trabajo en bandeja ¿y prefieres complicaciones? —Se extrañó
él.
Vicky hizo un ademán con la mano.
—Una amiga me enseñó que no hay que fiarse de lo que te ponen en
bandeja —respondió recordando su aventura con Natalia.
Adam abrió los ojos de forma exagerada. Pudo ver bien sus ojos azules,
eran realmente bonitos, aunque aún distaban de los de Andrea.
—Y no habrá complicaciones —añadió.
Sintió su móvil sonar en el interior del bolso. Se limpió las manos con
rapidez y lo cogió.
—¿Cati? Dime. —Era una de las encargadas de la productora, un imperio
familiar bastante cercano al suyo.
—¿Ya la estás liando, Vicky? —le soltó en cuando respondió.
—¿Yo? Si acabo de llegar. —Hizo una mueca a Adam, que estaba
contrariado. Entonces recordó que seguramente él no entendía el español.
—Pues ya han llamado desde el circo pidiendo un cambio de periodista —
dijo Cati.
Pues sí que vuelan rápido las escobas.
—¿Y qué le habéis dicho? —Sonrió divertida por las molestias inmediatas
que se había tomado Úrsula.
—Que no es posible un cambio —respondió Cati.
Ser hija del dueño de un imperio de clínicas estéticas y dentales, tiene su
punto.
—Pero intenta dar los menos problemas posibles, por favor. Te hemos
dado un trabajo fácil.
Los cojones fácil.
—Vicky. —Le recordó al tono que usaba su padre—. Tienes una imagen
brutal para televisión. Esta es una buena oportunidad. Hazlo bien y no te
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faltará trabajo los próximos años. Eso lo sabes.
—Voy a hacerlo bien —respondió.
Oyó a Cati suspirar.
—Espero que no me llamen más. —La oyó protestar.
No prometo nada.
—Todo irá bien —respondió.
Se despidió de Cati y colgó. Alzó la mano hacia Adam.
—Pues no, no soy bienvenida aquí —le dijo y guardó el móvil.
—Sigue las directrices de Úrsula, será mejor para todos. —Ni siquiera la
miró. Se acababa su tostada. Parecía tener prisa.
—¿Cuál es tu trabajo ahora? —le preguntó y Adam casi se atragantó.
—Es evidente. —Dejó caer lo que le quedaba de tostada en el plato—.
Ninguno.
—¿Y por qué desayunas como si alguien fuese a robarte la tostada? Vas a
atragantarte. —Le acercó el agua.
—Porque no me agrada estar acompañado y quiero irme cuanto antes —
respondió rechazando el agua.
—De eso nada. —Negó con el dedo índice y Adam volvió a apretar los
labios—. Necesito que me hables de Ninette.
Lo vio apretar aún más los labios.
—Un disparate —farfulló mientras giraba hacia atrás las ruedas de las
sillas para retirarse de la mesa.
—¿Qué es un disparate? —preguntó Vicky levantándose para seguirlo.
—Tú —respondió él cogiendo velocidad por el pasillo entre las mesas.
Luciano los miró al pasar. Vicky ignoró su mirada, supuso que ya sabía su
rechazo a la propuesta de Úrsula. Apresuró el paso tras Adam, que ya salía de
la carpa.
—Cierto, soy un disparate. —Lo adelantó y se puso delante de él
cortándole el paso. Adam tuvo que frenar.
—Déjalo ya —protestó—. Ya has visto que este absurdo te traerá
problemas. Así que deja de insistir y ve a lo seguro. Y lo más importante,
déjanos en paz.
—Antes quiero comprobar si los problemas merecen la pena. —Apoyó las
manos en los reposabrazos de la silla de ruedas.
Vio a Adam encogerse ante la invasión de espacio por parte de ella.
—¿Mereció la pena? —le preguntó decidida.
—¿Qué dices? —Le apartó ambas manos de su silla.
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—Sabes bien lo que te digo. —Abrió las piernas cortándole el paso por
completo—. ¿Mereció la pena volar para acabar sin alas?
Lo vio apartar la mirada.
—¿No decías que ibas a preguntarle a Matteo sobre mí? —le reprochó.
—Pero esta pregunta solo la puedes responder tú.
—No íbamos a hablar de la silla, ¿verdad? Ya tienes mi respuesta sobre el
documental. —Giró las ruedas para rodear a Vicky—. Y es un no.
Adam se alejó de ella. El móvil de Vicky vibró.
«¿Cómo va la cosa?». Preguntaba Mayte en un mensaje.
«Empiezo a lo grande, chicas. La bruja del Oeste ya quiere echarme de
Oz, me acaban de llamar de la productora».
«¿Un solo día? ¿Qué has hecho, Vicky? Aparte de escalabrar a la mujer
del director».
«A la productora del espectáculo no le ha gustado que rechace sus
sugerencias. Pero con eso ya contaba».
«¿No le gustan tus candidatos?».
«No se lo he dicho, pero se los imagina. Y la veo muy decidida a imponer
los suyos».
«A ver si va a llevar ella razón y has escogido a los frikis más mataos de
todo el circo. ¿Te has parado a pensarlo?». Intervino Natalia.
«No son unos mataos, confiad en mí. Pero lo voy a tener difícil, no hay
quien demonios mueva al hombre de hojalata».
«Menuda Dorothy de pacotilla que estás hecha». Natalia acompañó su
comentario con emoticonos.
«A ti me gustaría verte aquí».
Resopló. El sol comenzaba a calentar el techo de la carpa y la rebeca le
sobraba. Se la sacó de un hombro y la resbaló del brazo mientras esperaba
más mensajes de sus amigas. Sacó el otro brazo y este chocó con alguien. Se
sobresaltó.
El rostro de Luciano era ancho, al contrario que el de sus hermanos.
También contrastaban sus ojos oscuros y la piel algo más tostada. Con aquel
mono de licra, podía verle los hombros enormes. Era más alto que Andrea,
unos notables centímetros, desconocía si Adam en pie tendría tremenda
estatura. Se fijó en sus trapecios, salían desde su ancho cuello en una extraña
forma descendente. Lo miró a los ojos con descaro.
Un auténtico orangután.
—Parece que tus intenciones giran en torno a Ninette —le dijo él en tono
recto, altivo. Luciano mantenía la barbilla alta y miraba hacia abajo para
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clavarle los ojos. Los tacones de Vicky no eran suficientes para igualarlo,
apenas le llegaba a la barbilla—. Su respuesta a lo que te propones es no. Así
que, ni te acerques a ella.
La rebasó y se alejó antes de que Vicky pudiese pronunciar palabra. Ella
lo miraba alejarse con el ceño fruncido. Desconocía si las rarezas en los
andares del trapecista tendrían algo que ver con el excesivo músculo
abductor. Fue consciente de que sus andares eran bien cercanos a los de un
primate. Entornó los ojos hacia él.
No lo entiendo. Un tío que está bueno y, sin embargo, si yo tuviese que
echarle algo, sería una bolsa de cacahuetes.
Hizo una mueca de asco. Luego recordó las palabras del trapecista.
Resopló.
Pierdo también a mi leona cobarde.
Se mordió el labio inferior. Esta vez fue Úrsula la que pasó por su lado
con su espectacular traje banco y dorado. Esta la miró y esbozó una sonrisa de
suficiencia.
Tu puta madre.
Su móvil sonó.
«No te rindas». Fueron las palabras de Claudia. La verdad es que al menos
tenía que agradecerle que acertara en el momento de decírselas.
«La leona tampoco quiere participar. Ha ganado el miedo».
Dio unos pasos hacia la otra carpa, donde ya habían comenzado los
ensayos y entrenamientos de algunos artistas.
«Recuerda esto: en caso de angustia, duda, desesperación, o anhelo de
abandono; busca al mago». Claudia lo acompañó con emoticonos. «En el
cuento funcionaba, ¿no?».
«Claudia, se te ha ido la pinza y mucho». Intervenía Mayte. «Es Vicky, tú
dile más veces eso de buscar al mago. Que nos podemos hacer una idea de
cómo puede acabar».
«¿Haciendo trucos con varita mágica?». Fue la respuesta de Claudia.
«Tías, ¿podemos tener alguna conversación seria en este chat?». Natalia
intervino con un emoticono de stop. «Para una vez que Vicky necesita
seriedad».
Los emoticonos se multiplicaron.
«Vicky». Era Claudia de nuevo. «Ahora en serio. Si de verdad estás en
Oz, busca al mago».
Tuvo que sonreír con el mensaje y con su sonrisa regresaba aquel
cosquilleo en las muñecas. Su mirada enseguida se dirigió hacia el suelo. No
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había rastro de Andrea, ni tampoco de aquellas esferas cuya presencia
precedían. Recorrió la carpa, saliendo y entrando en otra. «Busca al Mago».
Buscar al mago.
Sonaba bien. Su angustia se difuminaba y el ardor que le había dejado
Luciano en el pecho, y la decepción de Adam, se alejaban para dar paso a
algo que podía mantener la luz encendida.
Tengo aún veintinueve días por delante.
Entonces lo vio. Estaba junto a Matteo. Tenían unos papeles sobre una
mesa, el payaso explicaba mientras dibujaba en un plano. Andrea tenía una
baraja de cartas y se las pasaba de una mano a otra de una forma muy
peculiar, volaba una tras otra hasta quedar completamente encajadas en la
baraja de nuevo.
Ya no solo son las bolas. Ahora también voy a parecer imbécil mirando
hipnotizada las cartas.
—Ya he pedido el presupuesto. Con un adelanto, nos lo tendrían listo para
la gira y Úrsula solo tendría que poner el resto. Quizás así, sí acepte. —Oía
decir a Matteo.
Andrea levantó los ojos hacia Vicky. Lo hizo tranquilo, a pesar de no
haberla mirado, pudo apreciar que era consciente de que ella se acercaba.
Matteo, sin embargo, se sobresaltó.
—No te había visto —dijo Matteo, lo vio aliviado de que fuese ella,
quizás esperaba a la bruja del Oeste.
—Porque soy invisible —respondió Vicky y vio a Andrea sonreír—. O al
menos debo serlo.
Alzó las cejas hacia Matteo.
—Ni una palabra de esto a Úrsula —le pidió el payaso.
Vicky negó con la cabeza.
—Soy la periodista, mi misión es solo observar. —Se apoyó en una de las
barras de la carpa, a medio metro de la mesa.
Matteo miró a Andrea contrariado, sin saber si continuar o no. Este le hizo
un gesto para que siguiese.
—Pagamos un tercio. —Lo vio dibujar en el papel—. He hablado con
ellos y con ciertos recortes tendríamos suficiente.
—No la quiero con recortes. —Lo cortó Andrea.
—Pues tendrás que conformarte con la opción recortada o con nada. No
podemos convencer a Úrsula de otro modo.
Vicky miraba la expresión de uno y otro. Realmente comenzó a sentirse
transparente mientras ellos seguían con su conversación. Giró su cabeza al oír
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la silla de Adam cruzar la carpa. Él ni siquiera reparó en ella. A lo lejos, en
una puerta, pudo reconocer la silueta de Ninette. En cuanto se cruzó con los
ojos de Vicky, desvió su cuerpo y se perdió en el pasillo.
Invisible. Mi nuevo superpoder.
Hizo una leve mueca. Volvió a centrar su atención en Andrea y Matteo.
Ahora ambos miraban lo que parecía un albarán o factura. Hablaban de
cantidades y números. Le sorprendió que los precios de aquel tipo de
maquinarias o dispositivos fuesen tan elevados. Y en parte entendió la postura
de Úrsula. Con lo que costaba aquel aparato, tendría para unos cuantos
modelazos como el blanco y dorado de aquel día.
Matteo recogió sus cosas. Miró a Vicky casi con una expresión de
disculpa cuando pasó por su lado.
—Te dije que te ayudaría en todo lo que estuviese en mi mano —le dijo y
negó levemente con la cabeza.
Matteo se mordió el labio inferior.
—Lo entiendo. —No hizo falta que continuase. Supuso que el poder de
Úrsula era lo suficientemente grande allí dentro como para vetarla. Había
diferentes maneras de imponerle en su trabajo y estaba comprobando que no
iba a demorarse en desplegar su poder ante ella.
Vicky se cruzó de brazos sin dejar de mirar a Matteo alejarse. Luego
dirigió los ojos hacia Andrea. Solo le quedaba él o sucumbir a los deseos de
Úrsula.
Busca al mago.
Recordaba que el mago era el único en Oz que no temía a las brujas.
Tampoco Andrea parecía temer a Úrsula.
Las cartas volaron de una mano a otra de Andrea. Vicky sonrió.
—También cartas —dijo ella.
Él frunció el ceño, mirándola.
—Cartas, aros, una varita mágica, una chistera —enumeró acercándose a
ella—. Lo que viene a ser un mago.
No me nombres la varita que se me distorsionan los pensamientos.
Andrea había rodeado la mesa, estaba frente a ella.
—¿Puedes hacer desaparecer cosas? —le preguntó Vicky.
—¿Qué tipo de cosas? —A pesar de que el tono de Vicky no tuvo una
pizca de ironía, él pareció entender el verdadero significado de la pregunta.
—Cosas molestas. —Esta vez tuvo que sonreír.
Andrea negó con la cabeza.
—Ya me gustaría. —Rio él también bajando la cabeza.
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Levanta los ojos. Alégrame el día.
Andrea la miró. Con la luz del día, el color esmeralda de sus ojos era
realmente llamativo. Podría perderse en las distintas motas de sus iris.
—¿Ya has cambiado de opinión respecto al reportaje? —Andrea soltó las
cartas en la mesa.
Vicky entornó los ojos hacia una caja de cartón que había sobre ella.
Podía ver los aros y una chistera negra. Desconocía el atuendo que pudiera
tener Andrea para los espectáculos, pero fuera como fuese, estaba deseando
verlo.
No respondió a la pregunta de Andrea. Él frunció el ceño.
—¿Con todos en contra? ¿Qué clase de documental vas a hacer si nadie
colabora? —Se giró para guardar las cosas en la caja.
—Llevo aquí un día —respondió—. Me quedan veintinueve para empezar
a grabar.
Él la miró de reojo.
—Y te sobran veintinueve —dijo—. No habrá mucho más, aunque pasen
los días.
Vicky alzó las cejas.
—¿Esa varita funciona? —dijo ella inclinándose hacia la caja para ver
bien lo que había dentro.
Andrea rio.
—La magia es completamente inútil en el mundo real. —Cogió la varita y
se la tendió a Vicky—. Pero si quieres lanzársela a alguien…
Vicky aguantó la risa mientras cogía la varita. Era ligera, supuso que
estaba hueca por dentro y ese detalle sería parte del truco. Se la devolvió a
Andrea.
—Aunque tu maleta es más efectiva. —Rio él.
Vicky tuvo que girar la cabeza para reír. Notó la punta de la varita bajo su
barbilla, se dejó mover la cabeza hacia Andrea de forma casi inconsciente.
Las bragas, Vicky, las bragas.
No sabía qué tipo de hipnotismo le producía aquel hombre, pero le estaba
encantando.
—Déjate conducir por Úrsula —añadió él moviendo la varita bajo su
barbilla, y con ella haciendo que Vicky girase la cabeza de nuevo lentamente
—. Es lo que ella hace con todos.
Pero ella no tiene tus ojos ni una varita mágica. La lleva clara conmigo.
Andrea apartó la varita de su barbilla y sonrió.
Vicky entornó los ojos.
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—Pero contigo no —le rebatió.
—Y así me va. —Dejó caer la varita en la caja.
Vicky volvió a inclinarse sobre la caja.
—¿Cómo acabó Úrsula aquí? —preguntó. Le mataba la curiosidad.
Andrea agarró la caja y la levantó para apilarla junto a otras a un lado de
la carpa.
—Su padre es un empresario muy conocido en Italia —comenzó Andrea
—. A ella, al parecer, le gustaban los circos de niña y en uno de sus
cumpleaños, él nos contrató para ser parte de la fiesta de cumpleaños que le
había preparado en su mansión de Milán. Por entonces el circo estaba a punto
de desaparecer y mi padre aceptó el trabajo. —Se irguió después de soltar la
caja—. Y a Úrsula le gustó tanto la sorpresa, que pidió a su padre comprar el
circo para ella.
Vicky alzó las cejas.
Y yo pensaba que le pedía cosas absurdas a mi padre. Esta tía me echa la
pata.
—No comprarlo literalmente, conservaría el nombre, algunos números,
aunque completamente renovado a su gusto —continuó—. Y aquí la tienes.
—¿Y entendía de circos? —Oír aquello hacía que sus locuras no lo
pareciesen tanto.
—Antes del circo había comenzado decenas de cosas. —Andrea miró
hacia la puerta de la carpa—. Diseñadora de ropa, una línea de cosmética, una
revista de moda… —Negó con la cabeza—. Pensábamos que su «nueva
afición» duraría poco tiempo. Que esto sería tan pasajero como sus proyectos
anteriores, pero que al menos nos ayudaría a relanzarnos. Pero han pasado dos
años. —Ladeó la cabeza—. Y yo no creo ni que considere el irse.
Ahora entendía el mal humor de Fausto Caruso. Tener a aquella niña
ricachona adueñada de su proyecto y sin posibilidades de echarla de allí.
Aunque Cornelia parecía estar encantada con ella.
—Aquí tiene todo lo que quiere en su vida. —Cogió otra caja y la apiló
sobre las anteriores—. Títeres y marionetas.
Vicky entornó los ojos hacia él.
—¿Y cuándo decidiste dejar de ser una marioneta? —preguntó y él se
sobresaltó girándose hacia ella.
Deducir se me da de maravilla. Venga, dime, ¿cuándo acabó vuestro lío?
—Hace unos meses —respondió desviando la vista y volviendo a andar
hacia la mesa.
Así que no era un lío. Era más que un lío. Esto se pone fino.
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—¿Desde el accidente de Adam? —preguntó de nuevo y recibió una
mirada extraña de Andrea. Acababa de pasarse con la pregunta, le había
quedado claro.
—Algo después. —Lo vio apretar la mandíbula.
Qué pena que Matteo esté completamente cagado con la puta bruja. Aquí
hay una madeja para desenliar más grande de lo que esperaba. Y a este no
puedo pregúntaselo todo.
Andrea se dirigió hacia unas cortinas, supuso que para sacar más material.
Vicky se asomó a la caja superior, la última que había colocado el mago. Allí
estaban las esferas transparentes.
Y lo que me mola a mí esto.
Miró de reojo a Andrea, se había perdido tras aquellas cortinas negras,
aunque se oía trastear al otro lado. Vicky se mordió el labio inferior.
Y Úrsula se las limita…
Cogió una y miró a través de ella. Podían verse las cosas del revés a través
del cristal curvo. Su cabeza comenzó a valorar las distintas posibilidades que
tenía con el documental. Podía seguir con su empeño e insistir hasta que
Úrsula estallase, y Adam y el resto la mandase al mismísimo carajo. Entonces
acabaría como siempre: cagándose en la puta madre de Úrsula y haciendo las
maletas sin documental.
Ladeó la cabeza mirando la esfera, la mirase desde la postura que la
mirase, las cosas seguían del revés. Entornó los ojos fijándose en los
elementos de la carpa reflejados pequeños y bocabajo. Apartó la mirada de la
bola para verlos sin filtro curvo.
Sin embargo, cada uno sigue en su lugar.
Si algo había aprendido de su intensa aventura con Natalia, había sido la
posibilidad de jugar.
Del revés. Eso es. Gracias, Fatalé.
Sonrió complacida ante sus pensamientos. Hizo resbalar la bola por su
mano, como hacía Andrea. A simple vista parecía fácil, pero aquel cachivache
era excesivamente suave y ligero. Cayó al suelo.
Hostias, que lo he cascao.
Miró de reojo, la cortina se movía, Andrea seguía trasteando dentro.
Vicky apretó la lengua entre sus dientes y recogió la esfera del suelo. La
grieta era notable, cogía media esfera.
La leche.
Podía echarla en la caja con el resto, se asomó para verlas. Había muchas,
pasaría desapercibida. La miró un instante. Todas eran completamente
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transparentes. Saltaría a la vista enseguida, así que la guardó en el bolso.
Se irguió cuando vio a Andrea aparecer entre las cortinas negras. Lo miró
de reojo. Si la había visto guardarse la bola, no hizo ningún gesto al respecto.
Sin embargo, sí que se asomó a la caja junto a la que estaba Vicky, donde se
guardaban el resto de ellas.
—¿Por qué a Úrsula no le gustan? —preguntó con curiosidad. Lo vio
sonreír levemente, no sabía si por la pregunta o porque era consciente de que
faltaba una.
—¿Que no le gustan? —Vicky se sorprendió de sus palabras—. En parte,
fueron estas bolas las que la atrajeron hasta aquí.
Ella frunció el ceño. No esperaba esa respuesta. Aquello hacía que el
puzle se desmontase y se volviese a construir dentro de su cabeza.
—Úrsula es caprichosa, antojadiza —continuó él girándose para ponerse
frente a Vicky—. Si le gusta algo quiere tenerlo y controlarlo a toda costa.
Nació teniéndolo todo con tan solo desearlo. Es una forma de hacer magia en
tu mundo, supongo. En el mío nada de eso vale más que para romper cosas.
Vicky sintió una punzada en el pecho. Notó un leve ardor en las mejillas y
los ojos brillantes. Un bochorno que no le correspondía y que nada tenía que
ver con el haber roto una bola.
Bajó los ojos. Aquellas palabras también podrían describirla a ella. Tener
privilegios, acceso a todo lo impensable. Abrió la boca para espirar el aire.
Andrea bajó la vista hacia su bolso.
—¿Por qué te la llevas? —preguntó.
Ella levantó los ojos hacia él, sobresaltada. Entre unos y otros, por fuera y
por dentro, le iban a poner difícil el alejar las ganas de abandonar. Negó
levemente con la cabeza mientras metía la mano en su bolso.
—Ha sido sin querer, lo siento. —La sacó y la tendió en su palma hacia
Andrea.
Él observó la bola. Estaba resquebrajada, era evidente a simple vista.
Vicky prefería fijar su mirada en la bola que en su dueño. Le ardían hasta las
orejas.
—No está rota del todo. —Puso una mano sujetando la de Vicky, con la
otra cogió la bola y la movió en su otra mano—. Ahora solo es diferente al
resto.
Hizo aquel movimiento que había intentado Vicky. Se veía tan ligero y
fácil en la mano de Andrea… Ella dejó caer el peso de su mano sobre la de él.
El tacto de la palma del mago era tan suave como el del cristal de la bola.
Sentía que hasta su propia mano podría resbalar por la de él, haciendo aquel
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mismo balanceo. Él dejó caer la bola de nuevo sobre la palma de Vicky. Pero
esta vez la esfera no se quedó quieta, podía moverse, o era él el que la movía
de algún modo. Con una mano emparedada entre el mago y el cristal, no tardó
en sentir el cosquilleo en la muñeca y el vello entero se le erizó. Andrea puso
la otra mano sobre la esfera. Vicky la sintió levitar un instante para luego
volver a caer sobre su palma. La sensación de la muñeca enseguida invadió
por completo el resto de su cuerpo.
Él retiró la mano que cubría la bola y la dejó a la vista de Vicky. Ella alzó
las cejas y los ojos le brillaron al verla. Dentro de la bola había una pequeña
flor rosa. Estaba convencida de que se le habría quedado una expresión de
imbécil monumental.
Andrea quitó la mano que tenía bajo la suya. Vicky agarró bien la bola
para que no volviese a caer al suelo. Aún conservaba la grieta, era la misma
bola, la había sentido todo el tiempo en la mano, no la había perdido de vista,
ni del tacto, apenas un fragmento de segundo en el que él la había hecho
levitar. Abrió la boca para hiperventilar.
—Ser diferente puede considerarse un defecto, o podemos hacer que se
convierta en algo extraordinario. —Sonrió dando un paso atrás para apartarse
de ella—. Puedes quedártela.
Y tú puedes quedarte con mis bragas si quieres.
Vicky seguía petrificada mirando la esfera, la flor estaba dentro, en medio
del cristal, tan inmóvil como ella. No había huecos ni más ranuras que la
rotura de la caída y lo que fuese aquel truco había ocurrido delante de sus
ojos, en un fragmento de segundo. Seguía hiperventilando. Notaba cómo la
sonrisa de Andrea se había ampliado al observarla. Levantó los ojos hacia él,
sabía que no podía ocultar el asombro. Tenía el pulso acelerado y sentía las
piernas ligeras, como cuando montaba en aquellas atracciones que solo
sujetaban el torso y dejaban los pies colgando. Ella, a la que solían llamar el
Hada Madrina, acababa de descubrir la verdadera magia. Andrea llevaba
razón, la magia en el mundo civilizado iba a unida al poder, a las
posibilidades, y a un dinero que ni siquiera le pertenecía si no era por sangre.
Fue consciente de la verdadera magia y vio con claridad que ella no la
poseía. Tan claro como había podido ver a través de la esfera qué hacer con el
circo, con Úrsula, y con el documental.
Busca al mago.
Sus amigas no pudieron ser más acertadas en todos los sentidos. Su mente
se había despejado por completo. Las trabas que le habían puesto en el circo
dejaban de tener importancia, esas pertenecían al mundo real y acababa de
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descubrir otro mundo paralelo que le atraía tanto como aquellas cosas
circulares que Andrea hacía flotar.
Sonrió. Úrsula no tenía poder en aquel mundo si no era para romperlo.
—Gracias —dijo apretando la esfera en su mano.
Andrea inclinó la cabeza de esa forma que hacían los artistas en los
espectáculos para agradecer los aplausos. Ella bajó los ojos hasta su propia
mano, observando la flor rosa.
—En el mundo civilizado, la fantasía es inmadurez y volar es tener la
cabeza llena de pájaros. —Sonrió—. Y es cierto, allí hay otro tipo de magia.
Así que creo que es mejor dejarme dirigir por Úrsula —añadió levantando la
bola.
No vio reacción de decepción en él, quizás lo contrario.
Del revés.
Vicky dio un paso atrás para marcharse.
—Nos vemos a la hora de comer. —Lo oyó decir y tuvo que contener la
sonrisa—. Ya sabes eso de no llegar tarde a las comidas.
Ella asintió y salió de la carpa, aun apretando la esfera en la mano. Cogió
su móvil y se lo llevó a la boca sin dejar de caminar hasta donde estaban los
tráileres y las caravanas.
—¿Me llamáis el Hada Madrina? ¿A mí? No tenéis ni idea. Chicas, no sé
si es Oz o en qué clase de mundo estoy ahora mismo, pero esto está lleno de
personas verdaderamente extraordinarias.
Soltó el botón del audio para que se enviase. Bajó los ojos hacia su otra
mano, el cosquilleo no se iba, al contrario, aumentaba. Sonrió.
Busca al mago.
Guardó la bola en el bolso.
He encontrado el camino de baldosas amarillas.
Se detuvo frente a la oficina de Úrsula.
Veintinueve días.
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—Publicidad, ya. —Vicky se giró para irse.
—Por cierto —dijo Úrsula y Vicky se detuvo—. Andrea no está ni estará
en ese documental.
Vicky ya con el pomo de la puerta en la mano, giró su cabeza hacia
Úrsula.
—Así que no pierdas tu tiempo de trabajo con él —añadió.
¿Y el tiempo que no trabaje? ¿Tampoco?
Levantó la carpeta.
—Voy a centrarme en esto —respondió—. Cualquier cosa que quieras
añadir, dímelo.
Salió del despacho.
Qué tía más cabrona.
Tuvo que contener la risa. En otras circunstancias, le encantaban aquellos
arrebatos de celos en las mujeres y aún más aumentarlos. Le divertían, fuese
con ella misma o con sus amigas. Le gustaba ver aquella forma de reaccionar
soberbia a la que nunca le había encontrado explicación. Puesto que si un
hombre decide ya no estar al lado de una mujer y acercarse a otras, es porque
esa mujer pertenece a un tiempo pasado en su vida.
Y ahora puedo ver que él lo tiene claro, pero que ella no lo digiere.
Recordó la esfera de la flor rosa y se imaginó la cara de Úrsula si la
hubiese visto. Quizás alguno de sus monos alados sí que lo había visto y se lo
habría chivado, tenía muchos en el circo. Y ahora ella misma tendría que
pasar tiempo con ellos.
Leyó los nombres de la lista.
Bien, pues empecemos.
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No se asombró de que lo supiese. Ella siempre tenía formas de enterarse
de todo.
—Puedes tirarlo cuando quieras. —Miró hacia el interior de la oficina—.
Tienes mi negativa y la suya.
Volvió a mirar a Andrea.
—Deja de inventar a mis espaldas. —Sonó firme.
—Esto era cosa de Matteo y mía.
—Pero es mi espectáculo, el que yo pago y por lo que aún este circo sigue
vivo.
Andrea inclinó su cuerpo hacia Úrsula.
—Pues déjalo morir —respondió—. Sería mejor para todos.
—¡Andrea! —Oyó a su padre desde el interior llamarlo.
Úrsula hizo una mueca y bajó los escalones para irse. Andrea la miró
espirando aire. Realmente albergaba la esperanza de que ella se acabaría
aburriendo allí, pero lejos de eso, estaba más aferrada que nunca a su puesto
de poder. Y sabía que él era la razón. No podía tenerlo a él, pero podía
poseerlos a todos. Esa era la forma de pensar de aquella mujer. Y entre sus
nuevos caprichos estaba que él se arrepintiese cada día de haberla dejado.
—¡Andrea! —La voz de su padre no sonaba afable. Aunque nunca fue
afable cuando se dirigía a él, por mucho que hiciese memoria.
Entró en el despacho y cerró la puerta. Su padre negaba con la cabeza.
—Cada día nuevos problemas —protestó—. ¿Cómo se te ocurre diseñar
esa estupidez con Matteo?
—No es una estupidez. Es un número diferente, original. —Se detuvo al
recibir la mirada fulminante de su padre.
—Una estupidez como tantas que llevas en este circo. —Lo cortó.
Andrea apretó los labios. Había estado toda la vida intentando demostrar
que era tan hijo suyo como los otros dos. Cierto que no siguió la tradición
familiar como trapecista, pero en lo suyo era bueno, había trabajado duro
durante años para serlo. A pesar de ello, nunca fue suficiente para contentar a
su padre. Él siempre lo miró como a uno más, no como al resto de sus hijos.
Quizás fuera, en un principio, por temor a Cornelia, pero con el tiempo fue
tratándolo igual que lo hacía ella. Como si no existiese la mayor parte del
tiempo salvo cuando había que reprenderle algo.
Y cuando apareció Úrsula, en el peor momento económico del circo y que
él fuese la razón del interés de la joven en ayudarlos, albergó la esperanza de
que su padre, por una sola vez, se sintiese orgulloso y lo mirase como algo
útil dentro del negocio familiar. Pero las consecuencias de dejar entrar a
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Úrsula en sus vidas fueron caras, principalmente para Adam. Y su padre
ahora, además, lo culpaba de todo. De haber perdido el control del fruto de
toda una vida, de ver a un hijo en una silla.
Espiró con aquella punzada en el pecho que le producía estar frente a su
padre.
—Si te importamos algo —añadió Fausto Caruso—. Deja de enfadar a
Úrsula. Poco me importa el juego que andes haciendo con ella, ni lo que
buscas. Así que déjalo ya.
Andrea negó con la cabeza.
—No estoy jugando. Acabó, no hay más.
—Ya lo creo que no hay más. —Fausto se levantó—. Por eso tu hermano
está como está.
Andrea se giró para darle la espalda. Había perdido la cuenta de las veces
que su padre le había echado en cara que Úrsula decidiese dejar de contribuir
a los estudios sobre Adam. Justo en el momento en el que él se distanciase
para siempre de ella. Aquel fue uno de los castigos que ella impuso contra él,
el que precedería a la tensión posterior.
—No tengo nada más que hablar —respondió Andrea dirigiéndose hacia
la puerta.
—Sí, sí tienes algo más de qué hablar —dijo Fausto y su hijo se giró hacia
él—. Esa periodista, ya te he visto hablando demasiado con ella.
Entendió que Cornelia o Úrsula habrían hecho algún comentario al
respecto.
—Pero si lleva aquí un día. —Se defendió.
—Ya viste el resultado de dejar que alguien de fuera metiera sus narices
aquí dentro. No vuelvas a cometer el mismo error. —Fue duro, rotundo, firme
—. No habrá más oportunidades, Andrea.
Que su padre lo amenazase con echarlo, tampoco era algo que ya le
doliese. Nunca sería más doloroso que cuando Cornelia lo amenazó, delante
del propio Fausto, y este no lo defendió. Desde aquel día se hizo inmune a sus
amenazas.
Ya no esperaba nada de su padre. Adam, Matteo y Adela eran la única
familia que le quedaba allí, y a Adam ya lo había perdido por completo. A él
tenía que agradecerle que ahora llevase también el apellido Caruso, a lo que
siempre se opusieron Cornelia y Luciano. Pero solo logró devolvérselo
metiendo la oscuridad en el circo y dejándolo inmóvil, no lo culpaba por
distanciarse de él. Adam llevaba razón, su padre llevaba razón en ese sentido.
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Úrsula no estaría allí si no fuese por él y el circo quizás estaría mejor
desaparecido.
—Tú nos metiste en esto y luego lo empeoraste con creces —seguía
reprochándole—. Así que ahora déjate de trucos e idioteces con esa mujer.
Solo hará que Úrsula se cabree más y lo pague con todos nosotros.
Andrea sacudió la cabeza abriendo la puerta para salir.
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Tal y como le había dicho Úrsula, los monos alados estuvieron encantados de
colaborar con ella. Uno de ellos era malabarista, otro un comefuego, y una de
las parejas de piruetas de Luciano.
Aún le quedaban varios más. Úrsula había decido que nadie tuviese
demasiado protagonismo y por eso fue aumentando la lista a medida que
avanzaban los días. Una visión global, le dijo. Supuso que sería la propia
Úrsula la que diese esa visión global durante la grabación según el planning
que le había hecho.
A la carpeta de «sugerencias de personajes», se le habían unido guiones y
una serie de ideas que Vicky ni siquiera le rebatió, aunque supiese que eso
estaba bien lejos de lo que se solía hacer en un programa de televisión. A
Úrsula se le iba la cabeza por días, a veces hasta se contradecía a sí misma y
le ofrecía ideas contrarias a las del día anterior, lo cual anulaba parte del
trabajo que iba haciendo. Vicky sabía que, si seguía trabajando según las
directrices de Úrsula, llegaría la hora de grabar con los cámaras y aún no
tendrían nada claro.
Vicky se había transformado en una especie de seguidora de ideas de
Úrsula. Silenciosa, invisible, trabajadora como no lo había sido en su vida,
recibía cada idea y hacía lo necesario para cambiar todo lo planeado y
volverlo a rehacer a su gusto. Si había algo que se le diese bien en la vida, era
hacer teatro. Su madre siempre le dijo que hubiese sido una buena actriz.
Quizás la timidez de sus primeros años no le permitió soñar con aquel tipo de
trabajo y como una cámara, al fin y al cabo, era una cámara, pues se inclinó
por el periodismo. Sin embargo, jamás pensó que aquella profesión la llevaría
a acabar en un circo.
Aunque con lo payasa que soy, tampoco es algo disparatado.
—Victoria. —La llamaba en cuanto se la cruzaba—. Quiero que hagas un
montaje con la entrevista de cada artista y su número. He pensado que
Lucinda sería también una buena opción. Prepara una entrevista con Lucinda.
Lo que tú digas.
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—Victoria. —Comenzaba a odiar su propio nombre—. ¿Qué haces
perdiendo el tiempo con los empleados de vestuario? No vas a grabar a las
costureras. Vete con los malabaristas.
Voy volando.
—Victoria. —Parecía tenerle puesto un GPS en cuanto se salía de lo
ordenado—. Los juegos de espejos no interesan. Ve con Luciano.
Sí, señora.
—Victoria. —Lo pronunciaba perfecto para ser italiana—. Ya no quiero a
Lucinda en el reportaje. Mejor Cristaline. Sí, ella es mucho más interesante.
Lo imaginé cuando Lucinda te dijo esta mañana que no pensaba ponerse
ese bodrio de traje de fantoche que le has diseñado.
—Victoria. —La voz de Úrsula resonaba en su cabeza—. Ya tenemos
fecha para el aniversario Caruso en Milán. He conseguido que vengan
personalidades de toda Italia. Quiero que grabes allí. Será una gran
presentación del espectáculo.
Eso no estaría mal. Joder, una vez que dice algo con sentido.
—¿Victoria? ¿Qué haces en esta carpa? —Solía preguntarle cada vez que
se asomaba a la carpa donde solía ensayar Andrea—. Prepara las preguntas a
mi entrevista. Quiero tenerlas ya.
Esto no está pagado. Ni con el tesoro del Carambolo me pagan a mí por
soportar a esta.
Sin embargo, su plan de seguir al pie de la letra las órdenes de Úrsula, no
había surtido el efecto que esperaba. Úrsula parecía haber tomado el control
de su entorno hasta en las horas fuera de trabajo. Ninette desviaba la mirada
en cuanto la veía pasar. Matteo no desviaba la mirada, pero no cruzaba más
que un saludo rápido con ella. Adam sí la miraba, pero si había algún saludo
por su parte, este era inaudible e invisible. Y ya lo de Andrea eran palabras
mayores, este parecía evaporado la mayor parte del tiempo. Su primera
semana en el circo había sido completamente inútil, no tenía nada de trabajo
real que pudiese comenzar de manera decente, solo una pila de entrevistas
para tirar a la basura, y encima se había aburrido como una ostra.
Sorteaba con los pies algunos cables y llegó hasta las caravanas. Quería
soltar su maletín antes de ir a comer. Se equivocó de camino una vez más,
aquellos malditos espejos estaban colocados a mala leche. Tuvo que llegar
hasta el final de la carpa para dar la vuelta y finalmente entrar en su calle.
Justo en la esquina había una especie de cerca. Cinco Yorkshire que estaban
en su interior comenzaron a ladrarle. Acostumbrada a los perros enormes que
entrenaba su hermano y a Nanuk, el perro Inuit de Natalia, aquellas
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miniaturas defendiendo su cerca no dejaban de ser tremendamente graciosas.
Enseguida vio aparecer a Adela callándolos.
—Son inofensivos —le dijo la mujer atrayéndolos hacia ella con algo que
se sacó de su bolsillo.
—Con ese tamaño no esperaba otra cosa. —Rio Vicky acercándose aún
más a la pequeña valla.
Se apoyó en la madera y los miró. Todos eran negro y fuego, un hermoso
pelaje bien cuidado.
—¿Trabajabas con ellos? —preguntó recordando lo que Adela le había
contado el día que llegó.
—Esta es la tercera generación con la que he trabajado. —Adela se
inclinó en el suelo y cogió a uno de ellos—. El abuelo de este era
extraordinario. Fue el que me metió en este lío.
Vicky sonrió. Adela lo acarició y lo volvió a poner en el suelo. Luego se
acercó a Vicky.
—¿Tienes perro? —preguntó.
Vicky negó con la cabeza.
—Vivo sola —respondió—. Pero suelo tener contacto con algunos perros
de mi hermano. —Torció los labios—. Más o menos. Aunque sus perros son
enormes y sus trucos van más destinados a los cuellos ajenos.
Adela se llevó las manos a la boca.
—Entrena perros para fuerzas de seguridad, brigadas de rescate y
antidrogas. Y tiene una organización en la que preparan perros para la defensa
de mujeres maltratadas y amenazadas por sus exparejas.
Sonrió orgullosa.
—Los he visto en acción y son tremendamente útiles. —Apretó los
dientes sonriendo y recordando a Nanuk.
Uno de los perros de Adela se alzó en las patas traseras para oler a Vicky.
Esta bajó la mano hasta él para dejarse oler.
—Ese es el problema de los míos. Son inútiles según Úrsula. —Los miró
con una expresión apurada que Vicky pudo entender—. De momento me deja
tenerlos aquí, pero ya me ha dicho que los dé en adopción antes de comenzar
la gira.
La joven frunció el ceño. Supuso que, para una persona dedicada a los
animales, separarse de ellos sería algo impensable.
—Pero los necesitarás cuando recuperes tu número —respondió Vicky.
La mujer negó con la cabeza.
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—Los años que me queden en este circo creo que está quedado claro cuál
es mi trabajo. —Volvió a mirar a sus perros y suspiró.
—Sigo pensando que, aun así, deben seguir contigo. —Bajó la otra mano
hasta otro—. Son parte del circo, ¿no?
—Y de mí. —Se inclinó de nuevo en el suelo para darles algo más. Vicky
pudo ver que eran diminutas galletas.
—¿Úrsula lo sabe? —preguntó y Adela alzó los ojos hacia ella.
—Ya se lo he dicho varias veces, pero no atiende a razones. —Suspiró.
La Úrsula de los cojones, el por culo que está dando a esta pobre gente.
—Para ella no son diferentes a toda esa decoración de números
desahuciados de los que nos hemos deshecho.
Adela se mordió el labio inferior. Vicky se apoyó con ambos brazos en la
valla.
—¿Y no has pensado en tomar tú el mismo destino que esos decorados?
—preguntó y la mujer la miró con una expresión extraña.
—Fueron a un basurero.
—No, no me refiero a eso. —Inclinó su cuerpo para dejar el peso sobre la
madera—. Me refiero a salir de aquí.
La vio coger aire de manera profunda.
—Después de tantos años aquí, no sé cómo me desenvolvería ahí fuera.
—Esbozó una leve sonrisa—. Es algo que tendría que pensar bien.
Se puso en pie.
—Date prisa, o cuando llegues al comedor estará lleno. Y ya sabes que
después de una mañana de trabajo, devoran.
Vicky acarició a uno de los pequeños perros y se apartó de la valla.
—Si no vuelvo a perderme, creo que llegaré a buena hora —respondió y
Adela rio.
Siguió caminando hasta su caravana, allí soltó el maletín. Cogió el móvil,
como siempre, eran los mejores momentos del día. Allí podía desahogarse a
gusto, soltar improperios, disparates y echar unas carcajadas.
—Estoy hasta el coño de la Úrsula de las narices —grabó—. Me trata
como una empleada más y ya sabes el trato que le da a los empleados.
—Decidiste seguirle el juego, ¿qué esperabas? —Se oyó la voz de Natalia.
—Esperaba que eso me diese margen para trabajar de verdad —respondió.
—Vicky, «trabajar». —El audio de Natalia llegó con rapidez—. Trabajar
no es esperar a que las cosas caigan del cielo. Trabajar es ponerle empeño,
empeño de verdad. Como cuando le das la tabarra a tu padre porque quieres
un coche nuevo.
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Apretó los labios con fuerza. A veces Natalia y sus palabras de dura
ironía, le producían el mismo calor en el pecho que Úrsula o Luciano Caruso.
—Me están ignorando los tres. Es como si fuese una apestada, o de verdad
fuese invisible —rebatió.
—Busca al mago. —Sonó la voz rápida de Claudia en un audio de
segundos. Supuso que estaría con los niños. Sus audios se abreviaban al
máximo cuando estaba con ellos.
—Encontrar al mago es difícil como no imaginas. No sé dónde se mete.
Ayer no lo vi en todo el día. Ni siquiera lo veo en el comedor. Y cuando lo
veo, se evapora a los pocos segundos. Me estoy agobiando, no avanzo una
mierda. Y soportar a Úrsula es complicado de cojones.
Resopló. Tenía que darse prisa o quedarían los restos de comida. Cuando
se paraba a pensar que pasaban los días y estaba exactamente igual que al
principio, comenzaba la presión en el pecho. Esa ansiedad que experimentó
tantas veces en el ático de Madrid.
Entró un audio de Mayte, como casi siempre, sin sonido.
—Mayte, cómprate un móvil nuevo. —Se oyó decir a Natalia.
Volvió a entrar el audio de Mayte.
—Se me acaba de venir a la mente el camino de baldosas amarillas. En la
película, el inicio del camino tenía forma de espiral. Vicky se ha quedado en
la espiral.
—Lo que viene a decir Mayte, con palabras bonitas, es que no avanzas
una mierda porque no estás haciendo una mierda. —Natalia entraba a matar
en cada uno de sus audios—. Invisible, una apestada, me ignoran, pasan de
mí, el mago se evapora. ¡Venga ya! Comienza a andar.
Vicky se sentó en la cama. Ya comenzaba a acostumbrarse a aquel
colchón demasiado fino.
—No habéis visto lo que yo. Comienzo a entender el miedo que todos le
tienen a Úrsula. Para ella este circo y todos los que lo componen no dejan de
ser un juguete, un juguete que no permite que nadie toque. En cuanto
comience a andar, no me va a dejar avanzar demasiado.
Se hizo el silencio. Supuso que ya se habrían marchado, así que se levantó
para salir. Sin embargo, llegó un nuevo audio de Natalia.
—Recuerda a la bruja del Oeste. —No había ironía ni dureza. Era la voz
grave y tranquila de Natalia, la que podía erizarle el vello y hacer que le
brillasen los ojos. Una aguja, una inyección directa al pecho, que lo hacía
grande hasta explotar—. Ella sabía que Dorothy desconocía el poder que
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llevaba en sus pies y que por eso sería fácil vencerla. ¿Necesitas unos zapatos
plata o rojos? Camina.
Notó cierto picor en la garganta. Mayte y Claudia permanecían en
silencio, quizás ellas sí se hubiesen marchado, o bien estaban sin palabras
como ella. ¿Por primera vez desde que comenzó su aventura profesional,
Natalia la estaba apoyando? ¿Era un voto de confianza?
Se agarró al armario, notó cierta humedad en los ojos. En medio de la
soledad extrema y la sensación de fracaso, necesitaba la voz de Natalia
diciéndoselo claro. Se acercó el móvil a la boca.
—Dímelo, Natalia —le pidió.
No tardó en llegar el audio.
—De eso nada. —Resopló al oírla—. Sigue el camino de baldosas
amarillas y ya veremos.
Natalia dejó de estar en línea. Miró la hora, ya iba tarde.
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Mientras se ponía en la cola con una bandeja, echó una ojeada a las mesas.
Encontró a Matteo en una de ellas, dibujando en aquellas grandes hojas que
siempre lo acompañaban.
Con que el camino de baldosas amarillas, ¿no? Pues empecemos. Paso
uno, el espantapájaros.
En cuanto llenó la bandeja, se dirigió hacia él. Vio cómo el rostro de
Matteo emblanquecía cuando la vio sentarse frente a él.
—Llevo una semana trabajando según las directrices de Úrsula. —Se
apresuró a explicarle—. ¿También te tiene prohibido hablar conmigo? Me
evitas todo el tiempo. ¿Qué coño te dijo Úrsula sobre mí?
Lo vio hacer una mueca.
—Solo dijo que cuando se emitiera ese documental, yo estaría en un
albergue para los sin techo si participaba en él.
Vicky frunció el ceño.
Hay que ser hija de puta.
—Pero ya no vas a participar en el documental, así que… —Levantó
ambas manos—. Harás la gira. Y podrás hablar conmigo, supongo.
La Fatalé llevaba razón, joder. He estado perdiendo el tiempo como una
imbécil sin avanzar una mierda. Con lo fácil que era.
Removió el caldo y miró de reojo el filete de pollo.
Tiene pinta de estar seco de la leche.
Se lamentó de no haber cogido pasta, pero ahora la cola era aún más larga
y pasaba de volver a esperar y comerse la comida fría.
—¿Y a ti qué te hizo cambiar de opinión? —preguntó Matteo con
curiosidad—. Al principio parecías muy decidida a no dejar que ella dirigiese
tu trabajo.
Vicky sonrió.
—Una llamada de mi jefa me aclaró un poco las ideas.
Sonaba convincente y Matteo pareció estar satisfecho con la respuesta.
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—No hay nada que hacer contra Úrsula. —Miró de reojo hacia la mesa
donde se sentaban Cornelia y Fausto. Vicky tuvo que girarse para ver lo que
observaba Matteo—. Fausto cayó en la ruina. Cornelia no se adapta a ese
nuevo modo de vida de un circo con pocas ganancias…
Mantener el Botox cada seis meses es lo que tiene, una necesidad de flujo
de dinero continuo.
—Y la alternativa fue una niña malcriada —intervino Vicky.
Matteo alzó las cejas, casi le daba miedo asentir a aquellas palabras.
—Al principio no lo vimos mal, ella parecía otra cosa. Pero poco a poco
fue ganando confianza aquí dentro y empezó a cambiar las cosas. Luego pasó
lo de Adam.
—¿Fue su culpa? —Estaba deseosa de preguntar aquello.
—Fue ella quien compró aquellos nuevos aparatos, sí. Era un buen
número, pero los trapecistas nunca habían trabajado con ellos. Así que fue
Adam el primero en probarlos. Al principio fue bien, pero un día, en un
ensayo. —Abrió las manos y las movió en el aire—. La red falló y… bueno,
ya lo has visto. Realmente no tuvo la culpa de forma directa.
Vicky negó con la cabeza. Era cierto, no fue su culpa. Pero aún no
entendía ciertas cosas.
—¿Y por qué Adam no está haciendo ningún tipo de terapia? —Matteo
alzó las cejas de nuevo con sus palabras. Aunque Adam la hubiese ignorado
por completo, ella no había dejado de observarlo. En ningún momento lo vio
ejercitarse ni recibir la visita de ningún terapeuta—. Hace de eso, ¿un año?
—Algo menos —respondió enseguida Matteo.
—Y no hay cirugías, ni tratamiento, ni un rehabilitador, ¿nada? —Se
inclinó hacia delante—. Llevo toda la vida rodeada de médicos de todo tipo.
Es imposible que lo sienten en una silla y ahí quedó. Va a atrofiarse por
completo.
—Yo no entiendo nada de eso. Adam no habla con nadie sobre el tema.
—Miró a su alrededor, comprobando que nadie los oía—. Pero sé que hubo
problemas con el seguro. Al parecer, aquellos artilugios no estaban
homologados, no pasaron ningún control, y se lavaron las manos.
—¿Qué importa el seguro? —Se cruzó de brazos.
—¿Qué importa? —Matteo negó con la cabeza—. Un trapecista inútil con
un padre arruinado. ¿Quién paga las terapias?
Vicky alzó las cejas.
—Pues la persona que se ha hecho cargo del circo y de todo lo que hay
dentro —respondió Vicky.
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Matteo negó con la cabeza. Abrió la boca para añadir algo más, pero
enseguida alguien puso la bandeja en la mesa de manera sonora. Los orificios
de la nariz de Vicky se redondearon. Andrea sí había escogido pasta. Olía de
maravilla.
La conversación sobre Adam se detuvo y Vicky entendió que no debía
retomarla. De hecho, aquella conversación se había cortado gracias a un
repentino bandejazo en la mesa. Fue consciente de que los habían escuchado,
al menos una persona: el mago. Si Matteo y ella hubiesen estado hablando de
otra cosa, el mago habría pasado de largo, como solía hacer siempre las pocas
veces que se había dejado ver.
—¿Ha ido bien con tus nuevos elegidos para el documental? —le
preguntó con ironía.
La joven sonrió.
—Muy bien, sí. —Miró de reojo a Andrea.
Ahí está Ciudad Esmeralda.
No podían ser otra cosa aquellos ojos. Si el camino de baldosas amarillas
la llevaba hasta allí, miedo le daba recorrerlo.
—Ya he hablado con… —Matteo se dirigía hacia Andrea e hizo un
ademán con la cabeza hacia sus papeles—. La tendrán en un par de semanas.
Él asintió.
—¿Esa es la esfera gigante de la que me hablaste? —preguntó Vicky.
Matteo le acercó los papeles. Vio a Andrea hacer un gesto extraño, un
intento de detenerlo, pero Vicky fue más veloz y los cogió para ponerlos
frente a ella.
Todo lo que no quieras que alguien vea, provoca más curiosidad. Esto es
de primero de básica en el mundo civilizado, señor mago.
—Esta es la primera que diseñé, pero se nos fue de presupuesto —decía
Matteo y Vicky comprobó que tenía escrito el presupuesto—. Esta es la que
hemos elegido.
—Y todo esto a las espaldas de Úrsula. —Ella entornó ambos ojos. Los
vio a los dos desviar la mirada—. Sin embargo, me decís a mí que es
imposible ir en contra de ella. Buen ejemplo, sí. ¿Tenéis plan B? —preguntó
Vicky con frescura—. Por si os despide, digo.
Matteo rio.
—A este no va a despedirlo en la vida —dijo señalando a Andrea—. A mí
en cuanto tenga ocasión.
Claro que no va a despedirlo en la vida. Perdería el control sobre él. Si
no deja tocar este circo, ni me imagino lo que es para ella que lo toquen a él.
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Aquel pensamiento le produjo una sensación placentera en el estómago.
Anda que si esto me llega a coger en mi mundo de unicornios,
acompañada de mis locas y con una botella de Moet, hubiese sido
tremendamente divertido.
Volvió a mirar a Andrea de reojo.
Porque este no se me iría de rositas y, por ende, la Úrsula tampoco.
Tuvo que expulsar el aire con cuidado para que no fuese notable. En
aquella materia, los pensamientos se le sucedían demasiado rápido.
A estas horas el calor que hace bajo las carpas.
Le ardía hasta la nuca. Se abanicó con la servilleta, lograba centrarse de
nuevo en la conversación.
—Y esto lo he diseñado para Ninette. —Le enseñaba Matteo—. Sería un
número precioso. Ella iría completamente pintada de dorado.
Vicky entornó los ojos mirando los dibujos.
—¿Una mariposa? —Los dibujos se sucedían tomando forma. Podía verla
bien, una crisálida que iba evolucionando.
Luciano no la dejaría salir del capullo. Las mariposas vuelan y no podría
atraparla ni tenerla bajo su mando.
La buscó con la mirada. Allí estaba, entre monos alados. A un lado de la
mesa, junto con Cornelia y Fausto. Luciano estaba al otro lado, hablando con
Úrsula y el resto.
—¿Y Adam? —preguntó. No lo había visto en el comedor.
—Cuando yo he llegado, él ya salía —respondió Matteo.
Vicky dirigió sus ojos hacia los de Andrea.
—Tengo dos hermanos, como tú —le dijo—. Uno es entrenador personal.
Tiene un gimnasio, trabaja todo el día, de lunes a domingo. —Acabó aquel
filete seco y dejó los cubiertos sobre el plato—. El otro es entrenador de
perros. También trabaja todo el día, de hecho, tiene varios trabajos, uno de
ellos voluntario. Y yo ando de un lado para otro siempre, como ahora.
Andrea la miraba perplejo.
—Y a pesar de eso hablamos cada día. De hecho, no puedo dormir si mis
hermanos mayores no me dan las buenas noches, y me recuerdan que el
monstruo del armario no existe. —Vio que Andrea contuvo la sonrisa—.
Vosotros, sin embargo, vivís aquí los tres y no cruzáis palabra. No deja de ser
llamativo.
Vio a Matteo apresurarse de forma exagerada con el postre.
Se pira. Linea roja, Vicky. Tema delicado. Aquí hay hilos por todas
partes.
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—Yo os veo luego. —Se excusó.
—Ya te dije que no son del todo mis hermanos. —Desvió la mirada de
Vicky—. Adam es el mayor. Su madre murió de un cáncer fulminante. Luego
mi padre se casó con Cornelia.
Hostias.
—Ellos no tuvieron hijos los primeros años —continuó—. Sin embargo,
mi padre sí que me tuvo a mí. Soy hijo del director del circo y una bailarina.
La madre que me parió. Pa’ qué pregunto.
—Luego nació Luciano —añadió. Miró hacia la mesa donde estaba su
padre—. No es fácil tener que demostrar continuamente que soy tan hijo suyo
como el resto.
Vio a Andrea coger la bandeja y levantarse. Vicky lo agarró por instinto.
Un gesto inconsciente, como un reflejo. Andrea volvió a sentarse, o más bien,
la forma de engancharlo de ella lo hizo regresar a la silla. Él miraba la mano
de Vicky con las cejas alzadas, sorprendido por su gesto.
Da igual cómo me mires, no tengo vergüenza.
—Lo siento, a veces pregunto demasiado. —Se disculpó.
—No lo sientas. No es tu culpa que las respuestas no sean las esperadas
—concluyó él.
—¿Tu madre sigue en el circo? —Sabía que tampoco debía preguntarlo.
El talante fresco del mago se había disipado, dejando una estela oscura,
extraña, la misma estela triste que desprendía Ninette y que desprendían
Adam y Matteo.
Vicky fue consciente de que aún le agarraba la muñeca. Dejó resbalar sus
dedos para retirar su mano de él.
—Cornelia la despidió enseguida —continuó—. Supongo que nadie
esperaba que me dejase atrás, ni siquiera mi padre. Yo tenía unos meses de
edad. Adela se hizo cargo de mí.
Miró de reojo a su padre y Cornelia.
—Ella aceptaba a Adam, aunque siempre hizo distinción con Luciano.
Pero no me aceptó a mí. —Levantó los ojos hacia Vicky—. Hasta hace un par
de años no llevé el apellido Caruso. Y aún no reconozco ese apellido en mí.
Sigo siendo Andrea Valenti.
Vicky supuso que sentirse diferente al resto de hermanos durante toda la
vida, no habría sido fácil en un mundo cerrado como aquel. La sombra de dos
hermanos, quizás el desprecio de una madrastra que no tenía el valor
suficiente de reprocharle a su marido una infidelidad, y que pagaba su
frustración con el hijo bastardo.
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Algo que le pega sobremanera a esa mujer absurda y superficial.
Volvió a acercar su mano a la muñeca de Andrea y sacó de su bolso la
bola. Lo vio sorprenderse porque aún la llevase consigo. Lo cierto era que
Vicky no se separó de ella desde el momento en el que él se la regaló. Lo
último que veía antes de cerrar los ojos y lo primero al abrirlos. Algo que
sumar a las unicornio, a la hora de no sentirse sola.
—Ser diferente puede convertirse en algo extraordinario —repitió las
palabras de Andrea, que ahora entendía mejor, mientras miraba la flor en el
interior de la esfera—. Yo también soy diferente a mis hermanos. Ellos son
gemelos, eso siempre desplaza al que está fuera de ese vínculo. No puedo
competir con ellos, ¿sabes? Ellos nacieron juntos. —Su ironía lo hizo sonreír
—. La diferencia es que yo no tengo nada de extraordinario.
Soy la hija inútil, la vaga, la caprichosa. Esa ha sido mi vida.
Retiró la mano de la muñeca de Andrea. Lo vio levantar los ojos hacia el
frente. Úrsula los observaba. Vicky la miró de reojo.
¿Victoria? ¿Qué haces ahí?
Pudo oírla en el interior de su cabeza. Todo intento de Úrsula de ocultar
su desagrado a lo que estaba presenciando, fue en vano. Vicky sabía que no le
gustaba en absoluto que ella se acercase al mago y aún menos el objeto
«especial» y tuneado que ella había sacado de su bolso.
Ya te pueden dar por delante y por detrás. Arrea, bonita.
La ignoró y volvió a dirigirse hacia Andrea. Sin embargo, a este sí parecía
importarle que Úrsula los estuviese viendo. Lo veía tensarse por momentos.
—¿No intenstaste ser trapecista? —preguntó sabiendo que él estaba
deseando marcharse.
Andrea negó con la cabeza.
—Lo tenía claro desde el principio —respondió—. Puedes preguntarle a
Adela.
Ella sonrió imaginándolo de niño y aquello la llevó a recordar los trucos
de magia de aquel juguete que le regalaron una vez. A pesar de ser infantiles
y sencillos, ella solía ser un completo desastre. Sacudió la cabeza intentando
volver a su conversación con Andrea.
—¿Tienes algún contacto con tu madre? —preguntó. Ya había pasado la
barrera, qué más daba indagar algo más.
El mago bajó la vista.
—Ella no apareció nunca más. —Fue su respuesta.
Vicky entornó los ojos.
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—¿Nunca te ha entrado curiosidad por saber de ella? —Se extrañó y él
negó con la cabeza.
Siendo ella curiosa al límite, no lograba entenderlo.
—Si no volvió es porque no quiere ningún vínculo conmigo. ¿Por qué
buscarla? —dijo cogiendo la esfera que Vicky había puesto en la mesa.
—Por egoísmo —respondió Vicky y él alzó las cejas, sorprendido—. Que
ella no quisiera volver no significa que tú no necesites saber.
—Yo no necesito nada, créeme —intervino él con rapidez. Demasiada
rapidez, como solía hacerlo Natalia cuando su soberbia la alzaba demasiado
del suelo. Y ella ya sabía lo que aquello significaba.
—Es bueno no necesitar nada. —Vicky volcó el vaso de plástico vacío del
flan y lo estrujó contra la bandeja—. Os veo a todos aquí realmente
autosuficientes.
Sonrió a su propia ironía.
—No esperabas tanta mierda, no me digas más. —La acompañó en la
ironía.
Ella alzó las cejas hacia la mesa de Úrsula, Cornelia, Luciano y Fausto.
Ladeó la cabeza mientras los miraba.
—No es tanta —respondió—. Unos pocos nunca pueden apestar tanto.
—Cuando mandan sí que pueden —rebatió.
Vicky volvió a sentir la mirada de Úrsula. Lejos de incomodarla, la hacía
querer permanecer allí más tiempo. Sin embargo, sí que notaba a Andrea
tensarse cuando Úrsula miraba.
—He estado hablando con Adela. —Volvió a comenzar Vicky antes de
que Andrea tuviese oportunidad de escapar—. Me ha contado lo de los perros.
—Eso es solo un ejemplo. —Andrea soltó la esfera que rodó por la mesa
hasta Vicky, ella la detuvo con el dedo índice—. Adela es una más de tantos
aquí.
—¿Es lo que teméis Matteo y tú? —Vicky alzó las cejas.
Andrea negó con la cabeza.
—Eso es lo que teme Matteo. —Bajó los ojos de nuevo—. Y si te soy
sincero, es lo que pienso que terminará pasando.
Lo vio mirar de reojo a Úrsula.
—Ella siempre termina eliminando todo lo bueno que queda aquí —lo
dijo en voz baja, casi en un susurro.
Por eso te tensa que te vea hablando conmigo. Y esa es la razón por la
que piensas que va a eliminar a Matteo, que es alguien cercano a ti.
Represalias contra los que te rodean; Adela que es como una madre, Matteo,
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que parece ser un buen amigo, e incluso yo puedo causar represalias si
sigues regalándome esferas con flores dentro.
Vicky bajó los ojos.
—Y aun así nadie piensa en irse. —Se extrañó.
Andrea la miró como si estuviese diciendo un disparate.
—Este es nuestro mundo, ¿qué hacemos fuera de aquí? —respondió.
—Lo que hace todo el mundo fuera de aquí. —Su frescura hizo que él se
sobresaltara—. Podéis buscar trabajo en otro circo, o simplemente dedicaros a
otra cosa. El fin del mundo no está en la puerta de estas carpas.
Andrea se levantó enseguida, esta vez no fue capaz de agarrarlo. Luego se
inclinó hacia Vicky.
—Cuando no perteneces a esto, nunca entenderás lo que significa para los
que estamos dentro —le reprochó.
Ya se me fue la lengua. Es cuestión de tiempo cuando hablo demasiado.
No volveré a echarle la culpa al Vodka o al Moet. Soy así, es innato.
—Ese ha sido uno de los problemas de Úrsula —añadió—. Y esa es la
razón por la que nadie esté de acuerdo con que estés aquí, ni para lo que estás
aquí.
Hala. Ya se me ha cabreado el mago.
Lo vio alejarse de las mesas y salir de la carpa. Observó que Úrsula
también lo miraba.
Vicky suspiró. Guardó la bola en el bolso y sacó el móvil.
«Soy una Dorothy de pacotilla, como dice Natalia. Se me ha cabreao hasta
el mago».
A esa hora nadie estaría pendiente del móvil, así que no esperó respuesta
y lo guardó. Se levantó para dejar la bandeja vacía con el resto y salió de la
carpa, pero por el lado contrario, por la que llevaba al campo, donde noqueó a
Cornelia con la maleta.
Soy un puñetero desastre.
Por un momento imaginó allí a sus amigas. A Natalia seguramente le
hubiese llevado un par de días prender fuego a las carpas y entonces todos
hubiesen colaborado con ella. Mayte hubiese hecho su trabajo como un
autómata, siguiendo las indicaciones de Úrsula sin inmutarse, como había
hecho ella toda la semana. Y, a pesar de las trabas, hubiese hecho un reportaje
bueno con tan pocas herramientas. Claudia, sin embargo, hubiese luchado por
hacer dos documentales, uno oficial a los ojos de todos, y otro sutil
extraoficial. Y podía imaginarse la mezcla en el montaje final.
Rio a sus propios pensamientos.
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Pero yo soy Vicky.
Y no sabía qué podría hacer Vicky en medio de aquella gente, de sus
conflictos internos, de un mundo que desconocía y que tal y como le había
dicho Andrea, no comprendía. Supuso que para ellos la única vida era esa, no
había más fuera de las carpas.
¿Estos no saben lo que es una juerga? ¿Un resort? Joder, la vida fuera
de aquí es maravillosa.
—¿Victoria? —Se sobresaltó con la voz de Úrsula. Se giró hacia ella.
Estaba acompañada de Cornelia, que tras la comida, gustaba de fumar una
especie de finos puros mentolados en aquella parte de la parcela. Supuso que
era lo que había salido a hacer el día que ella la golpeó con la maleta.
A pesar de tener frente a ella a dos de las personas menos gratas de todo el
circo, logró sonreír. No solía gustarle cómo la miraba Cornelia, mujer alta y
elegante, bien cuidada para su edad. Ni siquiera parecía vivir en un circo, más
bien podría imaginarla en un club social fumando con amigas y tomando café.
Con media melena oscura y recta, tan planchada que parecía una peluca, solía
mirarla con sus ojos oscuros y pequeños. Una versión femenina y más
atractiva del orangután Luciano.
Úrsula también tenía el pelo castaño, cortado a capas hasta mitad de la
espalda. Tenía que reconocerlo, por fuera era hermosa. De hecho, tenía unos
de los labios más sensuales que había visto, quizás estaban en el pódium justo
detrás de los de Natalia. Unos labios gruesos que ya intentó emular, pero con
los que no obtuvo buen resultado. Al fin y al cabo, no había forma de imitar la
belleza natural.
Los ojos de Úrsula eran también castaños y enormes, como los de Mayte.
Aunque la mirada de Úrsula era más despierta, menos dulce y más
escudriñadora. Era exactamente lo que estaba haciendo ahora, mirarla con
aquel interés extraño que le producía Vicky cuando Andrea había estado
cerca.
—Creo que quedó claro desde un principio que Andrea y Matteo no son
parte de tu trabajo —le dijo y Vicky asintió sin dejar de sonreír—. ¿Por qué
pierdes el tiempo con ellos? Te he dicho que todo lo que necesites saber de
este circo, seremos Cornelia, Fausto, Luciano o yo los que te informaremos.
—No tengo costumbre de trabajar durante las comidas —respondió y vio
cómo Úrsula apretaba los labios. Aquella muchacha tenía un gran problema
de contención. Lo había visto en demasiadas compañeras de aquel colegio
elitista y especial al que la llevaban sus padres. Por eso eligió una universidad
pública, se sentía más cómoda entre otro tipo de gente—. Pero, aun así,
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pienso que teniendo una visión menos segmentada del circo me facilitaría el
trabajo.
—¿Más fácil lo quieres? —Alargó la mano para que Cornelia le diera uno
de sus puros—. Si poco más y tendría que ser yo la que cobrase lo que sea
que te paguen por este trabajo.
Lo que sea que me paguen.
Reconoció el tono con el que Úrsula lo decía. Toda una vida entre lujos,
una realidad distorsionada. El dinero perdía valor cuando se tenía una tarjeta
de crédito con pocos límites que parecía producir dinero por arte de magia. El
valor del dinero se distorsionaba tanto, que no se paraba a pensar que había
gente trabajando durante un año para ganar lo que ella podía gastarse en un
día de compras, en un viaje corto, o en cualquier estupidez. Estaba claro que
para Úrsula aquel «lo que sea que te paguen», era una miseria.
Y para mí también.
No lo hacía por dinero, lo hacía por otro tipo de necesidad, una necesidad
profunda que nacía desde dentro, en el centro del estómago, desde las
entrañas. Le había costado un tiempo diferenciar el «querer» del «necesitar».
Quizás por eso esta vez se enfrentaba al nuevo reto con algo de más fuerza
que lo emprendido otras veces, y por eso su miedo a fallar era también mayor.
Úrsula echó un vistazo al bolso de Vicky.
—También quería decirte otra cosa. —La joven la miró a los ojos—.
Apropiarse del material del circo tampoco creo que sea relevante para tu
trabajo.
Vicky espiró aire. Si Úrsula se estaba refiriendo a la esfera de Andrea, no
sabía cómo iba a terminar aquella conversación, porque no estaba dispuesta a
dársela. Desde que Andrea se la regalase no se había separado de ella, una
especie de talismán que le gustaba mirar por las noches, a través del cual
podía ver como real todo lo que se le había pasado por la cabeza desde que
había puesto un pie en el circo Caruso.
Vicky señaló hacia las carpas.
—No cabe mucho más que mis maletas en esa caravana —le dijo con
cierto todo irónico—. En ese sentido puedes estar tranquila.
—Pero hay cosas pequeñas que caben en un bolso —replicó y Vicky alzó
las cejas, cada vez le gustaba más usar aquella expresión ingenua de «no sé lo
que me dices».
Vio a Cornelia dirigir la mirada también hacia el enorme bolso shopper de
Vicky.
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—Quiero que quede claro que este circo y todo lo que hay en él, es mío —
añadió—. No puedo permitir que uses de souvenir materiales que
necesitamos.
Ojo a la frase. Tiene migas. Todo lo que hay en el circo es suyo. Me está
diciendo en mi puta cara que el mago también es suyo.
Tuvo que hacer un gran esfuerzo por contener la sonrisa. Era divertido
pensar en lo que solía disfrutar con aquellas situaciones de soberbia y celos en
otras circunstancias, y lo complicado que eran manejarlas en un ámbito
profesional.
¿Y si asomo a Vicky por la puerta? ¿La dejo para que la vea? Solo un
momento. Aquí delante de Cornelia. Las brujas del Este y del Oeste. A Vicky
le resbaláis las dos por el unicornio.
Cogió aire.
Venga va, asomo la patita por debajo de la puerta.
—Salvo lo necesario para mi trabajo, no quiero nada que tú poseas. Y eso
que me encantan tus trajes y tus zapatos —respondió con cierta frescura—.
¿Hay algo que yo tenga que quieras tú? Quitando los guiones de las
entrevistas.
Vio un leve sobresalto en Úrsula. Cornelia abrió la boca sorprendida por
la frescura. Vicky enseguida volvió a poner la expresión ingenua del
comienzo.
—Lo que sea, solo tienes que pedírmelo —añadió ya con otro tono más
dócil.
Dio unos pasos hacia atrás. Úrsula miró de nuevo hacia el bolso. Vicky
sabía que con aquellas palabras, la bruja del Oeste tendría que pedirle la
esfera explícitamente. Algo complicado para alguien altivo, pedante y
soberbio. Úrsula estaba acostumbrada a que en cuanto se envalentonaba con
alguien, este enseguida la complacía y se disculpaba por respirar y existir.
Pero tenía delante a Vicky, el ser transparente, invisible e insonoro que le
habían enviado de la productora, que la retaba a rebajarse hasta el punto del
bochorno si quería conseguir eso que llevaba dentro del bolso.
Esperó paciente a que Úrsula reaccionara.
Eres consciente de que sé lo que quieres. Pídeme la esfera que me regaló
el mago.
Úrsula miró la hora.
—Ya ha acabado la hora de comer —dijo—. Vuelve al trabajo.
Que aquella niñata engreída le hablase como si mandase en ella de alguna
forma, era algo que le removía el estómago y le producía ganas de pearse. La
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vio tirar el puro al suelo y pisarlo con más ímpetu de la cuenta. Vicky se giró
para darles la espalda y soltó la sonrisa contenida. La sensación de haberle
causado cierta tensión a Úrsula le estaba encantando.
Mola ser Vicky.
Se metió de nuevo en las carpas. Su sonrisa se amplió sin poder
remediarlo.
Mola mucho ser Vicky.
Se tapó la cara con la mano sin dejar de reír.
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Úrsula le había dado más trabajo de la cuenta aquella tarde. Supuso que era en
represalia por lo de después de la comida. Le había hecho trabajar con nuevos
artistas. Conversaciones y preguntas que ella anotaba en sus libretas. Después
de una semana, casi que podía decir que los conocía a todos, aunque a veces
se le cruzaban los nombres o las historias; algunas aburridas, otras
interesantes, otras simplemente historias.
Había llegado tarde a la cena, el salón ya estaba vacío y solo quedaban
biscotes y algo de paté. A aquella hora, la mayoría se retiraba a ver la tele o a
dormir. Le resultaba extraño que después de llevar un año enlazando series de
televisión una tras otra, no las echase de menos desde que estaba allí. Era
impensable, no podría concentrarse en ninguna historia y menos teniendo
tantas personas dentro de su cabeza.
Por las noches, antes de dormir, ordenaba el trabajo que tendría que tirar a
la basura al día siguiente, investigaba por Internet sobre otros circos, y hacía
los informes periódicos que tenía que enviar a la productora. Cati parecía
estar satisfecha, al parecer, Úrsula no la había vuelto a llamar hasta aquella
misma tarde. Tenía cierto interés por si los cámaras podían comenzar a grabar
en la gala del aniversario del circo Caruso que preparaban en Milán. Un
espectáculo cerrado para unos pocos donde presentarían la gira. Una fiesta, un
banquete para gente importante, periodistas y más cámaras de televisión. El
postureo que tanto le gustaba a Úrsula.
Había podido ver los números, a pesar de no entender absolutamente nada
de aquel mundo, le habían parecido bastante buenos. Y eso que los había visto
en vasto, sin las luces, ni los trajes, ni la música. Los que componían el circo
eran buenos artistas a pesar de haber caído en la ruina. Y se les veía
entregados a su trabajo, incluso con Úrsula tensándolos hasta el límite.
Oyó la silla de Adam camino a las caravanas. Estaba todo más silencioso
que de costumbre y el sonido parecía retumbar. Vicky alzó la mano hacia él
para saludarlo, pero este apartó la vista de ella sin hacer gesto alguno.
Con este no hay forma.
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Tras él pasó un grupo de trabajadores. Los andares con las puntas de los
pies hacia fuera de Luciano formaban una silueta inconfundible. Junto a él iba
Ninette, a ella no había conseguido acercarse ninguno de los días. Vicky les
dio las buenas noches y los vio alejarse. Se detuvo y entornó los ojos hacia
ellos. Sintió algo frío en el empeine del pie y enseguida lo apartó.
Coño.
Era la diminuta nariz húmeda de uno de los perros de Adela.
¿Qué hace aquí? Se habrá despistado.
Adela solía pasearlos a aquellas horas fuera de las carpas. Era el momento
en el que más solitario estaban los alrededores del circo, ningún camión,
coche o furgoneta se movía, y ellos tampoco molestaban a nadie.
El perro se apartó de Vicky con la nariz pegada al suelo camino a la carpa
del buffet, aún olía a salchichas cocidas con vino, un olor que a la propia
Vicky le hacía rugir el estómago. Salchichas que no llego a catar esa noche,
pero que le encantaba comer junto a la ensalada.
—Psshh —llamó al perro. No sabía el nombre. Pero el animal ni se giró
para mirarla—. Eh, ven aquí. No puedes entrar ahí.
Dio unos pasos hacia él.
—Psshhh. —Esta vez el animal, que no levantaba un palmo del suelo, la
miró un instante. Volvió a pegar su nariz al suelo, oliendo como un loco.
Vicky anduvo rápida hacia él—. Como Úrsula te vea por aquí, mañana
comeremos Yorkshire a la barbacoa. Ven aquí, no seas tonto.
Se inclinó y lo cogió en brazos. Era tremendamente ligero, no llegaría al
par de kilos. Vicky lo giró para ponerlo de cara a ella.
—Hay una bruja por aquí que no os quiere —le susurró—. Así que como
te vea fuera de tu cerca o lejos de Adela, acabarás al otro lado de la puerta de
la parcela. Y hay moscas, y avispas, y de día hace un calor horrible.
Sonrió ante los ojos negros y redondos del perro, parecían dos botones
curvos. Este le respondió sacando la lengua que llegó hasta su nariz, un
lametazo rasposo y demasiado húmedo. Vicky la encogió enseguida y se la
limpió con una mano.
Cogió al perro con un brazo y miró los pasillos, no sabía si con la tenue
luz que a aquellas horas alumbraban las carpas, sería capaz de llegar hasta
Adela.
—Podemos pegarnos media noche dando vueltas.
Decidió llamarla al móvil, pero Adela nunca lo cogía. Hizo dos llamadas
y desistió. El perro olía interesado el móvil de Vicky. Oyó unos pasos. Notó
el culo del perro moverse, supuso que el olor le era familiar y movía el rabo.
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Vicky giró la cabeza, Andrea pasaba veloz por delante de ellos. Iba a
pasar de largo, como siempre hacía cuando se la cruzaba, pero su mirada
reparó en el perro, alzó las cejas y se detuvo.
—Otra vez se ha escapado. —Lo oyó decir acercándose a ella.
—Intento hablar con Adela, pero… —Alzó su móvil. Andrea pareció
entenderla.
—Ya lo llevo yo —le dijo mirando a su alrededor—. Como lo vea Úrsula
por aquí, mañana están todos en la calle.
—¿Hay algo que a Úrsula le guste de este circo? —Vicky sonrió con
ironía.
Andrea, que había alargado los brazos para coger al perro, se detuvo para
mirarla con el ceño fruncido. Se oyó un gruñido procedente de la garganta del
perro. Vicky recordó el gruñido de Nanuk, o el de los perros que entrenaba su
hermano. Aquel gruñido era tan poco amenazante que tuvo que reír.
—¿No quiere volver? —preguntó ella mirando de reojo al mago para
comprobar si el enfado con ella se le había pasado.
Pero Andrea ni siquiera la miraba a ella.
—Prefiere curiosear por donde no debe. —Ignoró el gruñido del perro y lo
cogió. Vicky notó el roce en el brazo de las manos de Andrea. Luego dejó de
sentir el leve peso del animal y el calor que este desprendía se alejó. No
recordaba que antes de encontrar al perro tuviese frío con la rebeca de
algodón. Sin embargo, ahora su brazo comenzaba a enfriarse con rapidez. Se
quedó mirándose el antebrazo, pendiente de la sensación.
Volvió a oír el gruñido del perro y levantó los ojos. Aquel animal
diminuto se retorcía resistiéndose a las manos del mago, que a pesar de ser
tremendamente diestro con bolas, cartas y aros, se veían torpes agarrando al
perro. Andrea tuvo que inclinarse para que el perro, que se había lanzado al
suelo desde sus manos, no se diese tremenda caída.
Lo oyó soltar un improperio. Vicky apretó los labios para no reír. El perro
rodeó a Vicky y se sentó tras ella. Él suspiró.
—Es difícil de atrapar —le dijo a Vicky.
—Sí, con ese tamaño de patas debe correr muy rápido —respondió y él la
miró de reojo.
—Es ese tamaño el que le permite esconderse. —A Andrea no pareció
hacerle mucha gracia la ironía de Vicky y se inclinó hacia el perro—. Es muy
joven, solo seis meses. No hace caso a nadie.
Vicky se giró para mirar al animal.
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—¿Cómo se llama? —preguntó observando de nuevo los ojos redondos y
brillantes del perro. Sin duda era un peluche enano con dos botones por ojos.
—Ludo.
Ella se sobresaltó y miró enseguida a Andrea. Él alzó las cejas,
desconcertado por su reacción.
Haces los mismos trucos que el rey de los Goblins. Y ahora este perro se
llama como mi bicho superpreferido de Dentro del Laberinto. ¿Hola? Lo
tengo de figura de resina, de peluche, y de Funko Pop. O sea…
—Que me gusta el nombre. —Excusó su reacción.
Se oyeron risas y unos pasos. El sonido de unos tacones y solo había dos
mujeres en el circo que usasen tacones altos que sonasen así al pisar.
—Que no lo vea —dijo Andrea inclinándose hacia Ludo, pero este se zafó
de él de nuevo.
Vicky se inclinó también y ella sí logró alcanzarlo. Se puso derecha y se
pegó de frente a Andrea para darle la espalda a Úrsula y Cornelia, que ya
estarían cerca de ellos. Interpuso el bolso entre su cuerpo y el del mago, y
echó a Ludo dentro. Enseguida se colgó el asa en el hombro y el bolso cayó a
un lado con cierta diferencia de peso al que estaba acostumbrada.
Miró a Andrea con el pulso que se le iba a salir del pecho y pudo
comprobar en los ojos del mago que él no estaba muy diferente a ella.
No entiendo por qué me produce presión esta tía. Si a mí no puede
hacerme nada.
Lo vio desviar la vista con incomodidad y Vicky cerró los ojos.
No sé si es mejor que hubiese visto al perro.
Fue consciente de que si no hubiese llevado sujetador reductor, su pecho
estaría pegado al de Andrea. Si bajaba la cabeza, rozaría con la frente la nariz
del mago. Y pesar de que Natalia soliera decirle que tenía la cara de lona
dura, no era capaz de darse la vuelta para mirar a las dos mujeres, que por el
olor que desprendían, vendrían de fumar desde la puerta de la carpa.
Fue Andrea el primero en retirarse. Oyó un «buenas noches» en un tono
que desprendía lo que de verdad sentía Úrsula al verlos en aquella situación.
Ludo, ni respires.
Con el cabreo que tendría Úrsula, si encima veía a uno de los perros de
Adela suelto por el circo, no quería ni imaginar dónde irían todos de
inmediato. Siete días habían sido suficientes para conocer la respuesta de
Úrsula a cada estímulo. Supuso que si de Andrea se trataba, esas reacciones
aumentarían sobremanera. El sonido de los tacones se detuvo y no tuvo más
remedio que girarse.
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—Victoria. —Hasta comenzaba a odiar su nombre cuando lo pronunciaba
Úrsula—. Sí, quiero algo que tienes. —Dirigió la mirada hacia el bolso de
Vicky. Ella notó la tensión en Andrea y aquello hizo que también se reflejase
en su propio pecho—. Algo que llevas en el bolso.
Él enseguida miró a Vicky mientras ella separaba las asas. Metió la mano
dentro de él, notó la lengua húmeda de Ludo sin parar mientras buscaba la
esfera.
—Úrsula. —Oyó decir a Andrea, pero se apresuró a empujarlo con
disimulo. Aunque su gesto no escapó a los ojos de la joven, que pareció
aumentar aún más su enfado.
Vicky sacó la bola y se la ofreció en su palma.
Ahí la tienes. Puedes metértela esta noche si te urge. Aunque yo las
prefiero de silicona.
Aquella hubiese sido su respuesta y de buen gusto la hubiese dado en voz
alta de no estar allí por un trabajo en el que se había propuesto no fracasar.
Úrsula miró a Andrea mientras cogía la bola de la mano de Vicky, parecía
satisfecha.
—Mi material —dijo ya con la bola en la mano—. Yo decido en qué
emplearlo.
Cornelia dio unos pasos para rebasarlos mientras negaba con la cabeza,
como si lo que sea que significase aquello fuera una aberración.
A la tía palmera esta la tengo atragantada también.
Notó un movimiento en el interior de su bolso, volvió a colgárselo en el
hombro esperando que ninguna de las dos notase nada. Miró de reojo a
Andrea, este no respondió a Úrsula, él miraba su esfera. Podía apreciarse bien
la grieta que le había hecho Vicky al dejarla caer. La bola crujió de repente y
se partió en tres trozos, que se abrieron como gajos de naranja. Vicky pudo
apreciar la pequeña flor de dentro, ya liberada del cristal. Una flor seca de un
color rosa claro.
Úrsula dirigió los ojos hacia la palma de su mano.
Te acaba de decir quién es el dueño de las bolas y que no te pertenecen.
Ahora es cuando la niña caprichosa empieza a berrear.
La vio lanzarle una mirada a Andrea que bien hubiesen sido cuchillos de
los que lanzaban contra el tapiz. Hasta Vicky pudo oírlos clavarse dentro de
su cabeza. Pero Úrsula no dijo nada más, supuso que el bochorno le había
aumentado la ira de manera considerable, así que siguió su camino tras
Cornelia.
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En cuanto se alejaron lo suficiente, Vicky se quitó una de las asas del
bolso para que se abriese. Con el ímpetu porque no viese al perro, no sabía si
lo tendría medio asfixiado allí dentro. Oyó a Andrea resoplar. Ludo se asomó
por el borde del bolso.
—¿Cómo leches has roto la bola? —le preguntó al mago sin reponerse
aún de lo que había visto.
Él la miró con una expresión de sorpresa parecida a la de ella.
—¿Cómo has hecho tú desaparecer a un perro? —respondió y ella sonrió.
La tensión se había disipado por completo y daba paso a una oleada que la
empujaba a sonreír sin remedio mientras espiraba aire de forma placentera.
Andrea acercó la mano al bolso de Vicky para coger a Ludo, pero este
volvió a gruñir. De nada le sirvió, acabó en una de las manos de Andrea.
Vicky le acarició la cabeza.
—No vuelvas a escaparte —le dijo a Ludo cogiéndole los pelillos bajo su
hocico. Los ojos redondos del perro se dirigieron a ella—. Siempre no va a
haber un mago cerca, ni una periodista con un bolso enorme. —Andrea rio al
escucharla.
Que es capaz de hacer desaparecer a perros y hace sonreír a magos
enfadados.
—Gracias —le dijo él sin perder aquella sonrisa tranquila, mientras daba
unos pasos para alejarse de ella.
Vicky hizo un ademán con la mano, quitándole importancia. Volvió a oír
los tacones a lo lejos mientras Andrea se perdía por los pasillos. Úrsula quería
cerciorarse de qué camino cogería cada uno de ellos. Supuso que en los
próximos días, el enfado de Úrsula pasaría factura también sobre ella.
Pero a mí las brujas no me dan ningún miedo.
Se dirigió hacia su caravana, lo había hecho sin perderse, por primera vez
desde que pisase el circo. Sobre el escalón para acceder al habitáculo brillaba
una nueva esfera, esta vez sin grieta alguna. La flor de su interior era de un
rosa más intenso, casi fucsia, lo que la hacía aún más llamativa que la que se
había roto en pedazos momentos antes. La cogió y volvió a sentir el
cosquilleo en la muñeca.
Sigue el camino de baldosas amarillas.
Se giró para mirar a un lado y a otro del pasillo, no había nadie, aunque
supuso que el dueño de las bolas no andaría lejos.
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—En parte, estas locas llevan razón. Úrsula posiblemente comenzó su
cabreo el primer día que te vio con una bola del mago. Si la memoria no me
falla, en la puerta de Caruso. Sin embargo, era una bola como cualquier otra,
vacía —decía La Fatalé—. Pero esa bola regresó a su dueño y después
recibiste una segunda bola, esta vez no estaba vacía, y por lo que se apreciaba
a través de la cámara, la flor era de un color rosado. Un regalo de ese mago
que a veces te huye. Sin embargo, la bola llega a manos equivocadas y la hace
estallar. No le pertenece a esa nueva dueña, no la hizo para ella, sino para ti.
Y ahora te acaba enviando una bola con una flor de color más intenso. ¿Sois
lelas?
El audio se acabó y nadie más tuvo que añadir nada. Vicky estaba de
nuevo en el baño, se había ido escondiendo en aquel pequeño habitáculo a
medida que iba entendiendo las palabras de Natalia. Levantó los ojos para
mirarse en el espejo, hiperventilaba. Sin embargo, un nuevo sonido hizo que
se asomase de nuevo.
—Sí. Sois lelas. Las tres. Tú más que ninguna, Vicky. Está claro que hay
una conexión mágica entre él y esas bolas. —Se oyó resoplar—. Bueno,
realmente es una conexión mecánica con algún tipo de dispositivo, pero no
vamos a romper el truco.
Vicky hizo una mueca de desagrado.
—Pensemos que hay una conexión mágica —rectificó Natalia—. Por
alguna razón no se acerca a ti, pero lo está haciendo de la única forma que
sabe, que siente, o que puede. Es un mensaje, Vicky. Tómalo como quieras.
Mi teoría es que le molas más cada día. Pero que no le molas todos los días.
—Natalia —le respondió Vicky—. No sé si eres consciente de que no me
ayudas. Siempre haces lo mismo: primero me abres el camino de algo bueno
que ni siquiera se me pasa por la cabeza, pero luego me hundes.
—Último audio que ya voy tarde. Voy a decírtelo claro. No confío en que
vayas a conseguir una mierda y el tiempo me está dando la razón. Y me dan
lo mismo esas estúpidas gafas, el peinado de los setenta o la ropa de
estudiante de Grease. Lo que me importa es esa personalidad irreal que te has
montado para nada. ¿No lo ves? ¿En serio no lo veis ninguna? Solo avanzas
cuando eres Vicky. No se trata de hacer ese trabajo siendo otra persona. Se
trata de hacer lo que puedas siendo tú. Cuando eres tú, la esfera deja de estar
vacía, y cada vez que eres tú, su interior cambia. Míralo por donde quieras.
El audio de Natalia se acabó y se hizo el silencio. El tiempo justo para que
todas se repusiesen de las palabras de Natalia. Vicky cogió el móvil con cierto
tembleque en la mano.
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—¿Me estás diciendo que me comporte como siempre? ¿Tú?
Abrió los labios y apretó los dientes. Natalia era, sin duda, la que más
caña le daba siempre con que tenía que hacer algo con su vida, dar un cambio
drástico.
—¿Yo? No he dicho absolutamente nada.
Vicky negó con la cabeza.
—Vale. —Era Mayte—. La pregunta es: ¿Qué diría Vicky ahora mismo?
Ladeó la cabeza para reír mientras guardaba las cosas en su bolso.
—Lo que diría sobre el mago, me lo reservo. —Guardó la esfera mientras
llovían los emoticonos—. En cuanto al resto: «Preparadse, que voy».
Se miró al espejo y sonrió.
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La mañana había sido una más de las que llevaba allí. Nada relevante. Úrsula
la había ignorado por completo, algo que agradeció. Al menos no andaba tras
ella llamándola sin parar como si fuese su secretaria.
Después del almuerzo salió de la carpa, justo donde Úrsula y Cornelia
salían a fumar. Pero ya hacía rato que las había visto entrar.
Enseguida las moscas la rodearon atraídas por su perfume floral, como
habían hecho el primer día. Supuso que estar cerca de los contenedores de
basura tampoco ayudaba mucho.
Acabo de descubrir que el dicho «me comían las moscas», en
circunstancias como esta, es literal.
Rodeó la carpa hacia la otra parte del campo ya sin grúas ni coches, donde
el aire corría un poco y hacía que el sol no diese tan fuerte.
Encontró a Adam en su silla. Estaba parado mirando el campo, no eran
unas vistas espectaculares, pero al menos era mejor que las lonas y las
caravanas.
A ti te estaba buscando.
Él se sobresaltó al verla.
Y haces bien en sobresaltarte.
—¿Qué haces aquí? —preguntó con el mismo tono poco cordial de
siempre.
—Tomar el aire. Lo mismo que tú, deduzco. —Se acercó a él.
Adam se giró aterrorizado viéndole las intenciones. Pero Vicky ignoró su
gesto y agarró el manillar de la silla y lo empujó.
Hostias, pues sí que está duro esto. Entre lo que pesa y el suelo del campo
me voy a joder bien la espalda.
—¿Qué haces? —protestó.
Seguir el camino de baldosas amarillas.
—Para. —Sonó a orden.
—No voy a lanzarte por la pradera, tranquilo —respondió ella con ironía.
—Nadie me echaría en falta. —Volvió a apoyar la espalda en la silla.
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—Pero yo necesito que me aclares algunas cosas antes —dijo ella—.
Luego si quieres buscamos un barranco y te ayudo a tirarte.
Él volvió a girarse en la silla para mirarla con ambos ojos guiñados.
Sí, hoy no traigo la máscara. Soy Vicky. Encantada de conocerte.
Empujó a Adam, alejándolo de la carpa.
—Vas a lastimarte la espalda.
—A nadie le importaría tampoco. Soy tan invisible como tú aquí.
No responde. Ahí le he dao.
—¿Y qué quieres saber? ¡Para ya!
—Antes vamos a acercarnos más a la pendiente. —Notaba cómo
empezaba a sudarle la espalda. Adam se giró de nuevo, esta vez aún más
sorprendido.
Era una ladera empinada con algo de hierba seca y roca. Ahí tuvo algo de
más facilidad al empujar la silla aprovechando la inclinación de la pendiente.
—Para ya, luego nos va a costar volver —protestaba.
—Pues llamas a tu hermano el forzudo y que nos ayude.
—¿A Luciano? Él preferiría que me dejases caer por aquí.
—¿Por qué? Ya no tiene que competir contigo —dijo Vicky ya con las
sienes sudorosas. Adam se sobresaltó con sus palabras. Cuando él se giraba la
silla cedía con más facilidad.
—¿Quién te lo ha dicho? ¿Andrea?
—La verdad es que no me lo ha dicho nadie. Pero no es difícil deducirlo.
—Ha sido Andrea, ya lo he visto un par de veces hablando contigo. —
Negó con la cabeza. Lo vio morderse el labio inferior—. Es su problema,
piensa que todo el mundo es… —Negó con la cabeza de nuevo, esta vez en
un gesto rápido, desprendía reproche, coraje, decepción—. Por eso hemos
llegado a esto.
Pufff, mal rollo también entre estos dos. ¿Más mierda por ahí?
Detuvo la silla, pero no podía soltarla o Adam rodaría. Buscaba algún tipo
de mecanismo de freno. Adam agarró una palanca y tiró. Se oyó el anclaje de
la silla.
—Mejor así —dijo ella mirando la palanca—. Si quitas el freno yo no
habré tenido nada que ver.
Levantó las manos. Adam volvió a guiñar ambos ojos sin dar crédito a lo
que oía.
—¿Me dejarás en paz? —preguntó.
Ella alzó las cejas.
—Si te respondo a lo que cojones quieras saber. ¿Me dejarás en paz?
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Vicky se mordió el labio inferior y miró hacia un lado. Las gafas se les
resbalaban de la nariz con el sudor. Se las quitó, eran terriblemente molestas.
—Tenía pensado preguntarte ciertas cosas, pero tu hermano ayer me dijo
algo que me ha hecho pensar y ahora me suceden otras cuestiones —dijo y
Adam alzó las cejas.
—Me dijiste que me preguntarías sobre Ninette, no sobre mi hermano. —
Adam se cruzó de brazos.
Más mierda, venga.
Vicky se quedó mirándolo allí anclado con los brazos cruzados y con una
expresión de cabreo aún mayor a la que le vio a Andrea el día anterior. Ella se
sentó sobre una piedra algo estrecha e incómoda. Pero al menos era mejor que
estar de pie. Esperó un rato en silencio. Solo se escuchaban los insectos a su
alrededor.
—¿Vas a preguntar ya? ¿O vas a esperar a que nos derritamos los dos? —
dijo él y su tono sonó a niño frustrado.
Vicky contuvo la sonrisa. La verdad era que a pleno sol hacía un calor de
la leche.
—Estoy esperando a que descruces los brazos —respondió tranquila.
Él la miró como si hubiese dicho un disparate. Luego puso el codo en el
reposabrazos y apoyó la frente en su mano.
—Ya lo que nos hacía falta. —Lo oyó murmurar—. Encima nos mandan a
una pirada.
Vicky torció los labios. Adam negó con la cabeza.
—¿Y todo esto no puedes preguntárselo a otro? —Adam guiñó los ojos de
nuevo. Repetía tanto aquel gesto que Vicky supuso que necesitaba un
oculista. La joven negó con la cabeza.
—Llevo aquí una semana y dos días. —Ladeó la cabeza—. Pero solo he
recibido información sesgada, modificada y adaptada a quien mueve los hilos
de las marionetas. —Negó levemente—. Matteo teme irse de la lengua y que
Úrsula se moleste. Ninette teme que hasta sus pensamientos enfaden a tu
hermano, así que imagínate verbalizarlos. Y Andrea tiende a huir de mí.
—Y hace bien. —Lo oyó murmurar mirándola de reojo.
Ella inclinó su cuerpo hacia delante y pegó el pecho en las rodillas. Ignoró
el murmullo de Adam.
—Tu madrastra solo sabe contarme las grandezas de tu hermano —
continuó—. Tu padre habla poco, solo murmura cosas extrañas, algo parecido
a lo que tú haces. —Volvió a contener la sonrisa—. Y Adela está demasiado
sumida en la preocupación de su futuro inmediato o más bien en el de los
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perros que dependen de ella. El resto de trabajadores y artistas no andan
mucho más libres. Nadie está en condiciones de ayudarme.
—Y yo sí. —La ironía de Adam era más que evidente.
—Sí. —Ella respondió con frescura, tanto que él se sobresaltó.
—¿Por qué yo? —Volvió a cruzarse de brazos.
—Porque naciste aquí, sabes todo lo que hay que saber de este circo. Y
tienes más tiempo que otros para observar. —Ahora fue ella la que guiñó
ambos ojos hacia Adam—. Me eres más útil que el resto.
Vicky apoyó los antebrazos sobre sus propios muslos.
—Ninette era bailarina —añadió y lo vio mirarla de reojo—. Tu hermano
dice que el problema de Úrsula es no haber nacido aquí y no pertenecer a este
mundo. ¿Por qué Ninette no tiene ese problema?
Adam bajó la cabeza y apretó la mandíbula.
—Es diferente. —Al fin pudo apreciar un cambio en su tono de voz—.
Ninette nació en Rusia y creció en un orfanato hasta que entró en la escuela
de danza. No sé si sabes cómo son ese tipo de escuelas, las niñas viven allí y
el tiempo que no estudian, trabajan. Trabajo y sacrificio, dos palabras que
Úrsula desconoce.
Adam seguía sin levantar la cabeza. Vicky se inclinó un poco más para
verle la cara. Él se sobresaltó al verla tan cerca. Lo vio querer rodar la silla,
pero esta estaba frenada.
—¿Cómo acabó aquí? —preguntó, aunque podía imaginarlo.
—Luciano la conoció en una convención. Ella estaba de gira con una
compañía de ballet. Aquí siempre hubo bailarinas así que se unió al circo,
pero luego comenzó con lo que has visto que hace.
—Abandonó una compañía de ballet para venirse aquí —confirmó ella.
Qué bonito. Para estar junto al príncipe azul. Pero el príncipe azul
resultó estar hecho en escala de grises.
Cerró los ojos recordando en el estado en el que encontró a Ninette la
primera noche.
—¿Y Luciano era así de capullo ya de antes? ¿O necesita de Ninette para
sentirse importante? —soltó y Adam levantó la cabeza con rapidez hacia ella.
—Luciano siempre ha sido diferente a Andrea o a mí —respondió sin
ofenderse en absoluto—. Cornelia también ha puesto de su parte para que así
sea.
—Para diferenciarlo. —Alzó las cejas.
Adam volvió a guiñar los ojos.
—¿Qué tiene que ver esto con el documental? —protestó.
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—Tengo que construir la historia del circo Caruso. De cómo y qué os ha
llevado hasta aquí —explicó—. No voy a contar que estáis de mierda hasta el
cuello ni que una niñata caprichosa y sin experiencia ni más méritos que el
dinero os dirige. Pero necesito entenderos para hacerlo bien.
Vicky cogió aire y resopló.
—Me esperaba algo más sencillo —confesó con media sonrisa y casi
pudo ver a Adam sonreír.
—No sé lo que esperabas, pero esto es lo que hay.
Aquí nadie es feliz, ni siquiera los malos como en los cuentos.
Sonrió a sus propios pensamientos.
—Si lo haces como te dice Úrsula será sencillo —le dijo.
—Tu hermano dice que Úrsula suele destruir todo lo bueno. —Cortó una
rama que había junto a su pie.
—Mi hermano dice la verdad. —Adam volvió a mirar hacia la ladera.
Por un momento Vicky lo observó. Ahora sí parecía estar relajado, la
satisfacción de haber conseguido que Adam diese un pequeño e inapreciable
paso hacia ella la inundó.
—¿Qué clase de documental voy a hacer entonces si hago lo que dice
Úrsula? —Partió de nuevo la rama y suspiró. Lo vio mirarla de reojo.
—¿Qué tiempo vas a estar aquí? ¿Un mes y poco más? Sé inteligente. Haz
el trabajo que te permitan hacer. Vete y olvídate de nosotros.
Vicky tuvo que reír a pesar de que esta vez la voz de Adam no tenía una
pizca de ironía.
—Llevo aquí poco más de una semana. Dentro de un mes. —Torció los
labios—. Estaréis todos en mis pesadillas.
Esta vez Adam no pudo contener la risa.
El hombre de hojalata comienza a moverse despacio.
—Sigo queriendo a Ninette en mi trabajo —murmuró Vicky. Dirigió los
ojos hacia Adam—. ¿Cómo puedo convencerla?
—No hay forma de convencerla —respondió—. Están Úrsula y Luciano.
—Negó con la cabeza—. Ya has visto a Matteo y solo tiene encima a Úrsula.
Suma a mi hermano.
—Pero Ninette sí tiene a dónde ir fuera de aquí. Ya ha conocido el otro
mundo. No es como Matteo.
Lo vio fruncir el ceño.
—Ninette lleva sola desde que nació —intervino Adam tranquilo—. Ha
conocido el otro mundo como tú dices, pero estaba vacío. Aquí tiene una
familia.
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Vicky lanzó la rama y esta rebotó contra una piedra.
—Pues menuda familia. —Negó con la cabeza, ni siquiera Cornelia la
trataba bien—. Ser el saco de frustraciones de los demás no es ser parte de
una familia.
Aguantó con frescura la mirada sorprendida de Adam.
Para qué andarse con correcciones. Lo pienso, lo suelto. ¿Hola? Soy
Vicky.
Alzó las cejas hacia Adam por si este tenía algo que objetar.
—Llevas razón, pero no hay nada que hacer, créeme. Lo han intentado
Andrea y Matteo, y yo también lo intenté. No ha habido forma.
—A lo mejor no habéis dado con la forma. —Volvió a recibir la misma
mirada de sorpresa—. Para ser personas de trabajo y sacrificio os rendís
demasiado rápido.
Adam apretó la mandíbula.
—Y tú eres demasiado insistente. —Lo vio quitar el freno de la silla—. Y
ya te he dado demasiado de mi inútil tiempo.
Vicky no se movió de su lugar. Observaba cómo Adam, con gran
dificultad, intentaba girar la silla sin dejarse caer por la pendiente. La joven
volvió a apoyar los antebrazos sobre los muslos. La dificultad que tenía Adam
era considerable. Esperó con paciencia.
Espero que no salga rodando porque entonces ya sí que la lío parda.
Él le lanzó una mirada de reproche, dudó si era por llevarlo hasta allí o
por no ayudarlo.
—¿Te divierte? —Le caía el sudor por las sienes.
—No. —Fue rotunda—. Pero no me pides ayuda, así que seguramente no
la necesites.
Se puso en pie y dio unos pasos.
—Y encima te vas —protestó.
Vicky se giró hacia él. Adam ya le había dado la vuelta a la silla y había
avanzado algo, pero su peso era demasiado para ir contra la pendiente.
—Te rindes —le dijo ella.
—No me rindo, ¿no ves que no puedo? Ni siquiera creo que podamos los
dos —farfulló mientras echaba de nuevo el freno.
—¿Por qué no haces terapia? —preguntó y él volvió a guiñar ambos ojos.
—Porque es para nada, ¿sabes lo que es roto? ¿Inservible?
—Que no puedas volver a hacer esas cosas que hacen tus compañeros no
significa ser inservible.
Adam negó con la cabeza.
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—No hay arreglo para mí. —Exhaló aire con fuerza. Realmente había
sido costoso para él darse la vuelta.
—En menos de un año no se sabe aún si hay o no arreglo. —Adam hizo
un movimiento brusco que hizo que la silla se desplazase aún con el freno
echado. Vicky corrió para detenerla.
Hostias, ahora sí que pesa.
—Te lo he dicho antes, que no podríamos volver. Pero eres…
—Una pirada, ya lo has dicho antes. —Empujaba, pero apenas conseguía
que avanzaran.
—Vamos a caer los dos —seguía protestando él.
—Eras trapecista, no me digas que te da miedo una caída desde una silla.
Lo oyó resoplar.
—¿Por qué leches no haces terapia? —Volvió a repetir ella—. Recorrer
especialistas, siempre hay algo que hacer.
—¿También eres médico?
—No, pero el entorno de mis padres está rodeado de ellos —respondió—.
Hay prótesis y andadores.
—¿Qué dices? —Negó con la cabeza.
—¿Es mejor una silla sin más? —Resopló. Ahora sí que el sudor le caía
por la espalda.
—Sola no puedes.
—Dándome esos ánimos seguro que caemos los dos, sí. —Espiró con
fuerza—. Echa el freno un momento.
Se detuvo a tomar el aliento. Adam la observaba perplejo. Sin duda estaba
viendo la realidad de la periodista y no daba crédito. Ella lo miró agarrando la
silla.
—O empujamos a la vez, o rodamos hasta el final de la pradera —le
advirtió—. Y después del número de Cornelia, si te dejo peor de lo que estás,
van a pensar todos que me ha enviado la competencia.
Esta vez la risa de Adam no se quedó en un intento. Se tapó la cara con
una mano.
—¿Eras la única periodista libre de tu productora? ¿O estaban deseando
perderte de vista? —le soltó él sin dejar de reír.
Ella sacudió la mano.
—¿Preparado? —Empujaron a la vez y la silla se movió.
Fue duro y tuvieron que detenerse de vez en cuando para que Vicky
cogiese aliento, pero llegaron hasta el final. Una vez en la zona de los
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tráileres, Adam pudo tomar solo el control de la silla. Vicky tenía la espalda
completamente mojada e hiperventilaba.
—Ya he descubierto una manera de que estés callada —dijo Adam con
ironía girando la silla.
Pero para sorpresa de Vicky no avanzó con ella para perderse de su vista.
Estaba esperando a que ella recuperara la respiración. Adam miró el camino
recorrido, la pendiente era considerable.
—No andas mal de fuerza —dijo.
Ella negó con la cabeza.
—Uno de mis hermanos es entrenador personal. —Vicky también miró la
pendiente—. Pero esto… —Resopló.
Adam esbozó una leve sonrisa.
—Creo que tengo algo que puede ayudarte. —Vicky se sobresaltó con el
ofrecimiento de Adam. Él desplazó las ruedas—. Voy a buscarlos, luego te
los doy.
La joven alzó las cejas mirando perpleja cómo Adam se perdía entre los
tráileres. Al ahogo se le unió cierto escozor en la garganta y le brillaron los
ojos.
Hostias.
Seguía hiperventilando.
Se mueve. He logrado mover al hombre de hojalata.
Espiraba con fuerza y más alivio. Se llevó las manos a las sienes.
Puffff.
Se giró hacia las enormes carpas y se mordió el labio. La positividad
volvió a inundarla.
Ahora solo me quedan el espantapájaros y la leona.
Arrugó la nariz.
E ir sorteando a las dos brujas y a los monos alados.
Arrugó aún más la nariz.
Y el mago.
La positividad momentánea se iba disipando. Su respiración se
normalizaba, pero aún respiraba con fuerza por la boca. Cogió el móvil.
—Soy un crack. —Grabó—. Me he jodido la espalda, pero soy un puto
crack, ¿lo sabéis?
Comenzó a reír mientras guardaba el móvil. Luego recordó que le faltaba
algo.
Hostias, las putas gafas otra vez.
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Miró hacia la ladera. Recordaba habérselas quitado, pero juraba que se las
había vuelto a poner. Resopló con fuerza.
Qué coño un crack. Soy un desastre, no tengo remedio.
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Subía los peldaños que llevaban a la oficina del director, pero frenó en seco
antes de chocar con Andrea.
Joder.
El mago casi ni la miró. Lo vio enrollar los papeles que llevaba en la
mano y tirarlos al contenedor que había junto a las escaleras.
—Suerte con él —le dijo sin detenerse.
Vicky lo miró entornando los ojos. Reconocía los papeles que había tirado
a la basura, ya los había visto en la mesa del comedor. Dirigió la mirada hacia
el contenedor.
—No tengo tiempo para pamplinas ahora. —Oyó decir a Fausto cerrando
la puerta que su hijo había dejado abierta—. Ven mañana.
Vicky cerró los ojos con el sonido del portazo. Cogió aire y bajó los
escalones.
Y que yo tenga que soportar que los tontos estos me traten así.
Hizo una mueca hacia la puerta.
Ni el imperio de Úrsula es tan grande como el tercio que voy a heredar
yo.
Sacudió la cabeza. Había estado indagando por Internet quién era Úrsula.
Y cierto que su padre tenía negocios y numerosas acciones en empresas
importantes, pero no alcanzaba al imperio de su familia. Algo que no pensaba
ni mencionar en el tiempo que estuviese allí. Ya había podido apreciar que ser
una mujer similar a Úrsula produciría rechazo. Y entonces podía despedirse
por completo del trabajo que quería hacer.
Echaba de menos su vestidor, la bañera de hidromasaje y, sobre todo, su
cama de dos por dos metros. Miró de reojo el gran habitáculo de Úrsula.
Se iba a cagar esta con los modelazos que tengo en Madrid.
Hizo otra mueca dirigida a la puerta de Úrsula. Se apoyó en el container
de plástico para bajar los escalones, pero se detuvo y abrió la tapa. Pudo ver el
papel hecho una bola casi en el fondo. Se inclinó a ver si llegaba a alcanzarlo.
¿Es por el dinero, Úrsula? ¿O es por joderlo a él?
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Por mucho que estirase el brazo apenas llegaba a rozarlo con la punta de
los dedos. Se inclinó aún más hasta que metió medio cuerpo dentro. Había
restos de alguna comida en la basura porque el olor era vomitivo. Aguantó la
respiración, casi lo alcanzaba, solo tenía que inclinar el contenedor. Pero no
contaba con que este tuviese ruedas. Así que en cuanto lo levantó un ápice del
suelo, rodó y su cuerpo basculó tras él. No le dio tiempo de recobrar el
equilibrio, el container se volcó y ella cayó desde los escalones aún con
medio cuerpo dentro.
Vaya pedazo de hostia.
Tuvo que agradecer que el plástico duro cubriese su cabeza, dar contra el
suelo hubiese sido peor. Tuvo suerte de que estuviese medio vacío, no quería
ni imaginar que encima de la caída se hubiese visto envuelta en basura.
—¿Estás bien? —Era la voz de Adam.
Vicky sacó la cabeza del contenedor. Esperaba no tener nada pegado en el
pelo y aún menos que la falda midi de vuelo no le hubiese jugado una mala
pasada.
—¿Qué haces? —le preguntó con aquella expresión de ojos guiñados que
ya le era familiar.
Lo que suelo hacer siempre, el imbécil. Y eso que no traigo botellas de
vodka. Ibais a ver un espectáculo de verdad.
Agradeció que al menos el mago no estuviese cerca para verla.
—Iba a tirar un pañuelo a la basura, pero se me ha escapado el móvil. —
Se excusó cogiendo el bolso que había caído a un lado.
La esfera de Andrea había rodado hasta la silla de Adam. Este se inclinó
desde su silla para cogerla. Vicky aprovechó para guardar los papeles
arrugados en el bolso, notó algo blanducho pegado a ellos, pero no tuvo
tiempo de quitarlo. Adam ya se ponía derecho y no quería que la viese
guardando nada que no fuese un móvil.
Qué asco, por Dios.
No quería imaginar qué habría metido en el bolso junto a la bola de papel.
Se llevó los dedos con disimulo hasta la nariz temiendo comprobar qué leches
era aquello blando y pegajoso.
Plátano.
No sabía si sonreír con la alegría de que no fuese algo peor, aunque
tampoco le hacía gracia llevar un trozo de plátano pasado y sin piel dentro del
bolso.
Me va a poner perdido todo lo que llevo dentro.
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Sonrió a Adam, sin embargo. Este ahora miraba la esfera y la flor de su
interior.
—Tiras el móvil a la basura y olvidas las gafas en lugares extraños. —Rio
levemente—. Claro que querían perderte de vista.
Le dio a Vicky sus gafas doradas.
—Llevo toda la tarde clavándome algo en la espalda —añadió—. Aunque
no creo que las echases de menos. Tu miopía debe de ser casi inexistente.
Vicky torció los labios cogiendo las gafas.
¿Y lo bien que me sientan?
—Toma. —Adam cogió tres libros que llevaba sobre sus muslos—. Aquí
tendrás material para al menos iniciarte.
Vicky frunció el ceño mirándolos. Libros sobre circos antiguos, el origen
de aquel mundo.
Adam, eres Dios.
Se apresuró a cogerlos y le dio las gracias. No podía meterlos en el bolso
o se los devolvería hechos una pena.
—Espero que te ayuden —añadió él. Finalmente le devolvió la bola.
Guardó la bola en el bolso con gran pena. Iba a ponerse perdida de
plátano, como todo lo que llevase dentro.
Toallitas húmedas, la solución para todo. Las inventaron los dioses.
Le dio las gracias a Adam y este giró las ruedas para seguir el camino
hacia la otra carpa. Aunque antes se detuvo ante la puerta de su padre. Luego
miró a Vicky de reojo.
—A lo mejor tienes razón y nos rendimos demasiado pronto.
Vicky alzó las cejas y abrió la boca para responder. Siendo sincera con
ella misma y siendo consciente ahora de la sarta de sandeces que le había
soltado a Adam en el campo, si este le hubiese dado con una piedra en la
cabeza ni se lo hubiese reprochado.
Adam negó con la cabeza antes de que ella pudiese disculparse y siguió su
camino.
Vicky miró el contenedor aún en el suelo. Los tres escalones tenían una
altura considerable, agradeció no haberse hecho daño. Se sobresaltó al oír la
puerta de Úrsula abrirse. Esta salió con rapidez y la miró de reojo. La vio
detenerse, mirar el contenedor y luego a ella con una expresión extraña.
—Me he resbalado en los escalones. —Se apresuró a explicar—. Y me
agarré al contenedor.
La joven frunció el ceño, mirándola como si fuese lela.
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—No estoy muy acostumbrada a estos escalones de chapa que tenéis por
aquí —añadió.
Úrsula sacudió la cabeza.
—¿Y qué haces parada? Recógelo —le soltó mientras daba unos pasos.
Vicky abrió la boca más sorprendida que indignada con el descaro y la
forma de hablarle de aquella mujer que ya le daba la espalda.
Qué-pedazo-de-capulla.
Se inclinó para poner derecho el contenedor.
Iba a recogerlo, lo he tirado yo. Pero vaya forma de decírmelo.
Negó con la cabeza mientras ponía aquello en pie.
Y menuda peste a plátano me está quedando en el bolso.
Oyó una voz, cada vez la reconocía mejor. Era la voz de Luciano, después
de haber hablado con él varias veces podía diferenciar que esa voz no era para
cuando le hablaba a los demás. Sino cuando le hablaba a Ninette.
—¿No pensabas decírmelo? —Oyó ya claramente en italiano.
Vicky se entremetió entre unas casas prefabricadas.
—Era un proyecto, no había nada decidido. —La oyó responder despacio
y tranquila.
—Tira de una vez esas estúpidas zapatillas —decía él—. Tíralas, no vas a
volver a ponértelas.
—No quiero tirarlas. —Ahora sí que la voz de ella dejaba de sonar
tranquila. Comenzaba la angustia. Vicky notó cómo sus pulsaciones se
aceleraban hasta quemarle en el pecho.
—¿Por qué? ¿Piensas volver a los teatros? ¿Es por eso? —La voz de
Luciano cada vez subía más de tono.
—No pienso volver a los teatros, no es por eso.
—Claro que es por eso —rebatía—. ¿Ah no? Demuéstralo y tira toda esa
mierda.
Se oyó un portazo.
No hay por dónde coger a este tío.
Se oyó otra vez la puerta, un abrir y cerrar rápido.
—Tíralas de una vez. —Lo volvió a escuchar, esta vez más alterado.
Voy a salir a ver si conmigo delante se corta ya. Porque yo esto no lo
soporto.
Se los encontró de frente. Ninette estaba en el último escalón por el que se
accedía a la casa, Luciano estaba dentro. La puerta estaba abierta, los portazos
supuso que serían de empujar ella desde fuera y él desde dentro.
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Enseguida se fijó en las manos de Ninette. Llevaba unas zapatillas de
tacos de ballet, cogidas por las cintas. Tenían la punta algo sucia, no sabía por
qué, pero le alegraba saber que aún las usaba.
Les sonrió a ambos mientras se colocaba frente a ellos. Luciano la miraba
deseando que se marchase.
Pero voy a estorbar aquí un poco más.
Miró las zapatillas deteniéndose en ellas el tiempo suficiente para que
Luciano pudiese comprobar que las había visto.
—Bailarina, ya me lo han dicho —dijo y vio cómo el tono rojo de la tez
de Luciano se volvía más llamativo—. Es la hora de la merienda, ¿me
acompañas?
Ninette miró a Luciano sin saber qué responder, pero Vicky alargó las
manos hacia las zapatillas y se las quitó de las manos.
—Me encantan —añadió sabiendo que Luciano iba a explotar de la ira—.
Yo hice danza cuando era niña. No usaba de estas, las mías eran de media
punta. Mi profesora decía que debía trabajar años para conseguir ponerme de
puntillas. ¿Con que edad lo hiciste tú?
—Nueve —lo dijo bajito, mientras desviaba la vista hacia un lado.
Vicky frunció el ceño.
—Hubieses superado las expectativas de mi profesora con sus alumnas.
¿Es normal que alguien con nueve años se mantenga en punta?
Ninette no la miraba, ni siquiera respondió. Vicky miró de reojo a
Luciano.
—Debe ser un genio del ballet, ¿no? —La pregunta la dirigió hacia él, que
tampoco respondió—. ¿Tienes vídeos? Me encantaría verlos. —Se dirigió de
nuevo a Ninette. Esta volvió a mirar a Luciano—. ¿Los tiene?
La mandíbula de Luciano se movió. Luego se metió dentro y cerró la
puerta dejándolas en la calle.
—Vamos a merendar. —Vicky tiró de ella.
—No tengo hambre.
—Nunca tienes hambre y acabarás cayendo de las telas. —Tiró de ella de
nuevo—. Pero antes voy a soltar esto y el bolso.
El bolso comenzaba a desprender cierto olor dulzón que desagradaba.
Notó que Ninette apreció algo.
—Olvidé un plátano dentro este medio día —le dijo guiñando los dos ojos
—. No quieras saber qué ha pasado con él.
La vio contener la sonrisa.
No hay nada que hacer por ella, dice Adam. Qué poco espíritu tienen.
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—Dime, ¿hay vídeos o no? —preguntó.
—Sí, los hay. —La chica se había cruzado de brazos y miraba al suelo
mientras andaba a su lado.
—¿Y vestidos? ¿Guardas alguno?
—Solo uno —respondió.
Llegaron hasta la caravana de Vicky. Esta le dio las zapatillas a Ninette.
—Tardo dos segundos. Póntelas, quiero verlo —le pidió.
No le vio ningún entusiasmo, sin embargo, ignoró su expresión y entró a
soltar los libros y cambiar el bolso. Cuando salió, Ninette estaba sentada en el
escalón que accedía a la caravana atándose las zapatillas.
Vicky sonrió satisfecha. La rodeó y se puso frente a ella mientras limpiaba
la esfera de Andrea con una toallita, la guardó y se inclinó en el suelo, junto a
los pies de Ninette.
—Te formaste en una de esas escuelas rusas —le dijo tocando las
zapatillas—. Dicen que las alumnas tenéis que pasar pruebas durísimas para
ser admitidas a pesar de ser niñas. —Tocó la puta de las zapatillas—. ¿Cómo
era estar dentro?
—Yo vivía en un orfanato, para mí fue como Howard para Harry Potter
—respondió y Vicky comenzó a reír.
—Entonces debió de ser una alegría superar las pruebas de acceso —
intervino Vicky—. ¿Recuerdas ese día?
Dio una palmada al empeine de Ninette mientras ella asentía.
—Cómo olvidarlo —dijo la chica.
Vicky entornó los ojos.
—¿Qué edad tienes?
—Veintitrés.
Vicky sonrió, asintiendo.
—Cada vez que alguien, quien sea, te sugiera tirar a la basura las
zapatillas y todo lo que eso conlleva. —La vio encogerse al oírla—, recuerda
el día que te dijeron que estabas admitida.
Vicky se puso en pie sin dejar de mirarla. Si las piernas de Ninette ya
impresionaban con unas deportivas, con aquellas zapatillas pasaban a otro
nivel. La joven se puso en pie y se alzó en las puntas.
—Desde el primer día supe que jamás sería «primera bailarina» —dijo
Ninette y Vicky la miró sorprendida—. Hay que reunir una serie de aptitudes
y yo no tenía la estatura. Pero, aun así, no me importó. Ser parte del reparto
también era un regalo.
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En punta aún Vicky era más alta que ella. Eran una pena esos cuantos
centímetros de estatura. Aquella chica era hermosa y de perfil elegante,
hubiese sido una belleza de primera bailarina.
Ninette volvió a bajar sus talones y se inclinó para desabrochárselas.
—¿Hubieses dicho que sí? —preguntó Vicky y Ninette se sobresaltó—. A
la propuesta de Matteo y Andrea, ¿la hubieses aceptado?
Ninette inclinó la cabeza y Vicky le puso un dedo en la barbilla y se la
levantó.
—Vale, no lo digas. —No quitaba el dedo de debajo de su barbilla—.
Solo mírame y piensa en la respuesta. Sin pensar en nadie más, solo en ti.
Vio el brillo en los ojos de la muchacha.
Era evidente.
El brillo en los ojos de Ninette aumentó. Vicky miro a su alrededor, el
olor a cacao, leche y café significaba demasiada gente en los pasillos. Tiró de
Ninette hacia el interior de su caravana y cerró la puerta. La chica aumentó el
llanto, era lo que Vicky quería evitar que viese el resto.
—Tranquila, siéntate —le dijo.
Ninette se sentó en la cama y Vicky en el asiento de la mesa donde había
dejado los libros. Sacudió la mano en el aire.
—Acaba cuando quieras. No hay prisa —añadió y Ninette la miró
sorprendida—. Venga ya. No me conoces de nada, pero te puedo asegurar que
he visto llorar a más gente de la que recuerdo. No me sorprendo ni me asusto.
Hasta las piedras lloran, ni te imaginas.
Sintió que aquello no disipaba el bochorno de Ninette.
—Si tuviese Moet o Vodka… —dijo y Ninette alzó las cejas casi asustada
—. Es broma.
No, no es broma. Te digo yo que echaríamos unas risas aunque ahora te
parezca imposible reír a carcajadas.
El móvil de Vicky vibró.
—Con permiso —le dijo a Ninette levantando el móvil—. Una urgencia.
Era un audio. Siendo Ninette rusa, hablando italiano e inglés, supuso que
no entendería una mierda de español. Así que activó el audio de Claudia.
—¿Entonces volverá eso de ponerse un vestido de Lagerfeld y cagarse en
su puta madre? —Se oyó claramente en la pequeña caravana la voz de
Claudia. No vio reacción alguna en Ninette, así que no lo había entendido.
Se acercó el móvil a la boca.
—De momento olvida los Lagerfeld y todo eso. Solo estoy yo, esa bruja
que me toca los cojones y demasiados imbéciles. Pero no ha sido tan mal día.
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Aunque tengo aquí ahora mismo llorando a la leona.
—¿Ahí? ¿Contigo? —Se sorprendió Claudia.
—Sí, saludad. —Acercó el móvil a Ninette—. Pero habladle en inglés.
Ninette levantó la cabeza contrariada.
Se fueron sucediendo los audios de cada una saludando a Ninette. Vicky
pulsó el botón y le indicó con la mano que saludase.
—Hola, soy Ninette. —Se apartó del móvil como si este fuese un aparato
del demonio.
Vicky ladeó la cabeza con expresión picaresca.
—Mis ángeles de la guarda —le explicó—. Las unicornio.
Ninette frunció el ceño.
—Amigas, amigas de las de verdad. —Ladeó la cabeza hacia Ninette.
Le dio a Ninette en la barbilla con el móvil.
—Tenemos la costumbre de hablar durante todo el día, cada vez que
podemos en este chat —comenzó—. ¿Sabes por qué? Nunca podemos estar
juntas, cada una ha seguido un camino y la distancia no nos permite reunirnos
en la realidad. Al principio el estar separadas fue difícil, los caminos de cada
una de nosotras son todos en solitario y es complicado enfrentar las cosas
cuando te sientes sola. Entonces llegamos a un acuerdo y era contar dónde
estábamos, qué hacíamos o de qué personas estábamos rodeadas en cada
momento. Es como tener una cámara acompañándote todo el día y que las
demás puedan verlo. Descubrimos hace tiempo que era una manera de no
sentirnos solas jamás. Al final del día puedo hablar con ellas de ti, de
cualquiera que habite en este circo y es como si os conociesen. Y puedo
meditar, ver las cosas desde otra perspectiva. Si estoy decaída, ellas me
levantan. Si decido abandonar, ellas harán lo posible para que yo siga
adelante.
Ninette se limpiaba las lágrimas, sus ojos estaban abiertos como platos
mirando a Vicky.
—Aunque me veas deambulando por este circo sin compañía, nunca estoy
sola.
La muchacha sonrió. Vicky le echó el pelo hacia atrás.
—Cuando estoy enfadada, asustada, o cuando tengo ganas de llorar. —
Miró su móvil—, acudo a ellas. No tengo que esperar a una hora concreta,
solo tengo que escribir o enviar un audio. Y me siento mejor.
Ninette miró el móvil con las cejas alzadas. Ya no tenía lágrimas, ahora
miraba el teléfono con la boca entreabierta.
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—Las cuatro nos dimos cuenta de que cuando estamos solas solemos
perder demasiado el tiempo lamentándonos y reprochándonos, al fin y al
cabo, tratándonos mal a nosotras mismas. En compañía se disipa el miedo, se
aclaran las dudas y se forja una armadura. Solemos buscar soluciones, que es
de lo que se trata, porque complicaciones tendremos siempre, a cada paso.
La joven frunció el ceño con desconfianza.
—No toda compañía es capaz de hacer eso —rebatió la joven—. Llevo
toda la vida rodeada de gente. El orfanato, la escuela de danza, la compañía
de ballet y este circo. —Negó con la cabeza—. Siempre he estado sola.
Vicky le agarró el brazo para que se levantase.
—Claro que todas las compañías no son iguales. Por eso tienes la libertad
de elegirlas. —Entornó los ojos sonriendo—. Libertad. —Cogió las zapatillas
de ballet que Ninette ya había dejado en el suelo e hizo un nudo con las cintas
—. La que seguramente sientes cuando andas dando vueltas por esas telas o
sobre estos tacos.
Estiró las cintas con el nudo hecho, había quedado un asa y se las colgó en
el hombro a Ninette.
—Tú elegiste el ballet porque te daba algo que necesitabas. —Le colocaba
las zapatillas sobre la espalda—. Tienes que hacer lo mismo con todo lo
demás.
Abrió la puerta.
—Ahora sí, ¿vamos a comer algo?
Ninette se miró cómo las zapatillas colgaban de su espalda y hombro.
Vicky la vio dudosa de salir allí, con temor de que pudiesen verla. Vicky tiró
de ella.
Teme que explote el orangután.
No sabía el límite que podía tener el enfado de Luciano. No creyó que
llegase más que a los gritos. A pesar de que Ninette dijera que estaba sola
sabía que había al menos tres personas que vigilaban aquel tema de cerca.
Adam se lo había dejado caer, Matteo, Andrea y él. Hubiesen intervenido con
más ímpetu si la cosa llegaba a más. De todos modos, a sus ojos la forma con
la que Luciano trataba a Ninette no tenía nombre. Y ya que su propia madre
lo respaldase era para plantar un pino en medio del pasillo Caruso. De esos
abundantes después de unos días de estreñimiento.
Vicky cerró la puerta. Aquel pensamiento la llevó a recordar que no había
plantado ninguno desde hacía dos días. Siempre le costó hacer de cuerpo en
sitios ajenos y aquel baño era realmente estrecho e incómodo. Ya los
compartidos de las carpas mejor no considerarlos.
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Llegaron a la carpa del buffet. Úrsula se había cambiado de ropa. Ahora
llevaba un vestido vaquero con botones delante.
Ese también lo tengo, creo.
Entornó los ojos.
Pero yo lo conjunto mejor.
Cogió las mismas rosquillas que solía merendar y se sentó. Vio a Ninette
mirar de lejos la mesa de Luciano. Matteo pasó por su lado y las miró,
contrariado.
—Puedes sentarte —invitó Vicky—. A no ser que una nueva orden te
impida hablar conmigo.
Él frunció el ceño pensativo, estaba claro que no se atrevía a sentarse.
Ya le era familiar el sonido de las ruedas de la silla de Adam. Se giró
hacia él, también le contrarió ver a Ninette con Vicky. Esta le sonrió con
suficiencia.
Soy más efectiva que vosotros tres.
—Iba a ir a por un zumo —le dijo al trapecista—. Pero seguro que
entiendes la máquina mejor que yo.
Él abrió la boca para replicar, pero Vicky lo ignoró. Andrea pasaba por el
otro lado de la mesa. Ella enseguida apoyó el codo en la mesa y dejó caer la
barbilla en su mano para mirarlo con cierto descaro. Lo miró orgullosa de
tener a aquellos tres reunidos y de que él lo viese. Se mordió el labio inferior
conteniendo la sonrisa mientras Andrea la miraba de reojo.
—Veintidós días y medio —le dijo Vicky. Era el tiempo que le quedaba
allí. Lo vio girar la cabeza hacia un lado para reír.
Andrea se inclinó y puso las manos en la mesa para mirarla.
Por algo soy el Hada Madrina. Ahora enfádate otra vez, quiero volver a
probar lo que tardo en quitarte un mosqueo.
Adam ya volvía con los zumos. Vicky comprobó que llevaba tres, todo un
logro con una sola mano. Le ayudó a ponerlos en la mesa y él arrastró uno
hasta Ninette.
—Gracias —dijo Vicky mirando a Ninette y haciendo un gesto con la
cabeza hacia Adam.
Ninette, que estaba pensativa, se sobresaltó.
—Gracias —añadió Ninette en cuanto fue consciente del detalle.
Vicky entornó los ojos.
Vaya panda. Aquí tengo trabajo de sobra.
Matteo seguía en pie. Ni iba a por rosquillas ni café, pero tampoco se
sentaba.
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—Matteo —lo llamó—. Te vas a quedar sin nada.
Este reaccionó y dio unos pasos hacia las bandejas de la comida. Vicky
miró a Andrea, este tampoco se movía.
—¿Intentas atraer una silla con la mente o algo así? —preguntó ella
riendo. Hasta Adam pareció reír.
Andrea entornó los ojos, una expresión parecida a la que hacía Adam
cuando ella decía alguna estupidez. Vicky estiró un pie y le dio con la punta
del zapato a una silla de la mesa contigua, esta se desplazó hasta Andrea
chocando contra sus piernas. La risa de Adam aumentó.
—No quería una silla —soltó él. Luego se detuvo en su hermano. Vicky
miró a Adam de reojo. Era cierto, reía. Andrea frunció el ceño agarrando la
silla y la colocó bien para sentarse.
Notó el desconcierto en Andrea mientras miraba a Adam. El trapecista
había cogido una de las zapatillas que Ninette llevaba colgadas del hombro.
Vicky dio con el codo un sutil toque al brazo de Andrea para atraer su
atención.
—La magia en el mundo real es inútil, ¿no? —susurró sin mirarlo. Matteo
ya se sentaba al otro lado de Vicky. Ella levantó la mirada hacia el mago. Los
ojos de Andrea bajo aquella carpa banca le hicieron comprobar de primera
mano dónde estaba Ciudad Esmeralda en aquel extraño cuento—. No tienes
ni idea.
Apartó la vista de él. No quería ver su expresión y aún menos su sonrisa.
Se mordió el labio.
—¿Poco más de una semana aquí y ya entiendes de magia? —respondió.
Magia la que te daría yo en otras circunstancias. Así que mejor cállate.
Pensamientos encadenados que tenía que parar de inmediato. El calor bajo
la lona ya era suficiente.
—Tu hermano me ha dejado unos libros, en unos días sabré algo más —
respondió y Andrea alzó las cejas.
Miró a Adam aún más sorprendido que antes. Él hablaba con Ninette y no
era consciente de la mirada de su hermano.
—Pues sí que se te dan bien los hechizos —dijo casi impresionado—. Con
lo cual, lo mejor es permanecer lejos de ti.
Lo vio alzarse en el asiento para irse.
—Un mago que teme a los hechizos. —Rio.
Andrea volvió a acomodarse en el asiento al oírla. Matteo, que sí que los
estaba escuchando, parecía divertido.
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—No temo a los hechizos, pero no tengo buena experiencia con las brujas
—respondió con ironía inclinándose levemente hacia ella.
Vicky se giró para mirar la mesa de los otros Caruso donde estaba el resto
de la familia y Úrsula.
—Por eso no te preocupes. —Vicky volvió a dirigirse hacia él—. «Solo
las brujas malas son feas».
Matteo casi se atragantó con la rosquilla. Andrea giró la cabeza para reír.
Ando fina. Ha tenido que ser del subidón de esta mañana con Natalia y el
haber conseguido «avanzar algo» con Ninette y Adam. En cuanto me dan
carrete no respondo.
—¿Quién dice eso? —intervino Adam. No sabía en qué momento Ninette
y él habían terminado la conversación y los atendían a ellos.
—Lyman Frank Baum, el autor de El maravilloso mundo de Oz. —Lo
miró con picaresca—. Pensaba que te gustaban los libros.
—Ese en concreto no lo he leído. —Los cuatro rieron. Adam cogió su
móvil—. Pero ahora mismo voy a pedirlo.
Vicky miró a Matteo.
—Siento lo de vuestro proyecto —dijo.
Matteo negó con la cabeza.
—Ya estoy acostumbrado. —Matteo miró a Andrea—. Nunca hacen caso
a nada de lo que propongo, ni lo miran.
—¿Qué era? —preguntó Adam y Matteo miró a Andrea. Este negó con la
cabeza.
—Lo tiré a la basura. —La decepción se apreciaba en la cara de Matteo al
oírlo—. Era para nada insistir.
Matteo suspiró.
—Puedes volver a dibujarlo —dijo Vicky—. Será por dibujos. —Le
empujó con el hombro—. Y por proyectos —añadió.
—Sí, tengo un cajón lleno de proyectos. —Matteo se oyó desesperado.
Adam miraba a Matteo, no tenía ni idea de qué proyecto hablaban. Vicky
sacó la esfera del bolso y la puso en el centro de la mesa.
—Imagínala a tamaño grande —explicó ella—. Y que la flor es Ninette.
Ella la hizo girar con la mano como si fuese una peonza, dio unas cuantas
vueltas y estaba a punto de detenerse. Pero Andrea se puso en pie. Vicky
entreabrió los labios, el cosquilleo sobrevenía. La bola giraba sobre sí misma
ahora con más velocidad. Vicky se inclinó hacia delante, perpleja, Andrea
podía moverla sin tocarla.
Ay, madre.
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La carpa desapareció y con ella el murmullo de los que estaban dentro. Y
también Matteo y Adam, y Ninette, y hasta la mesa pareció desaparecer. La
esfera levitaba. El pulso se le aceleró y se le humedecieron los ojos hasta el
punto de que se le enturbió la vista, ni siquiera era capaz de pestañear. Andrea
cogió la bola en el aire.
Y en cuanto el mago atrapó la bola regresó la carpa, el murmullo, la mesa
y sus acompañantes. Pero ella aún hiperventilaba como si acabase de empujar
a Adam por la cuesta hasta las carpas.
Desconocía si los demás estaban acostumbrados a aquellas dotes de
Andrea, pero su pecho desde luego que no, ni su estómago, y ya no quería ni
pensar en las partes de más abajo de su cuerpo. Cogió aire hasta inflar los
mofletes. Andrea la miró divertido.
—¿Os han dicho que no a esto? —Adam no salía de su asombro.
—Ya los has oído —respondió Vicky—. Son los parias del circo.
Adam estaba perplejo.
—Es realmente grandioso, no pueden decirle que no a esto. —Miró a
Ninette—. Sería…
Ella negó con la cabeza.
—Tú lo has dicho, «sería». —Lo cortó su hermano—. Pero no lo va a ser.
Vicky puso la palma de la mano para que Andrea le devolviese su esfera.
Lo que se da no se quita y si se quita, estalla y se rompe. Trae pa’ acá.
Él la dejó caer en su mano.
—Esta me da suerte. —Excusó su forma de pedírsela.
—Chicos, insistid —continuaba Adam—. Para la fiesta del aniversario
sería brutal. Además, podéis contar conmigo. —Levantó las manos. Vicky vio
cómo Andrea alzaba las cejas con las palabras de su hermano—. Puedo
ayudaros a presionar un poco.
No está acostumbrado a que su hermano le eche una mano.
Sonrió, aquella sensación que le comenzaban a producir las reacciones de
unos con otros le estaba encantando. Ninette miró la hora. El descanso se
acababa.
—Yo tengo que irme —dijo levantándose. Adam le cogió una mano.
—Tú, ¿aceptarías ser parte del número? —le preguntó el trapecista.
Ella lo miró, contrariada.
Venga, Ninette, responde.
Adam dirigió su mirada hacia las zapatillas de ballet.
—Ya te han dicho que no va a poder ser. —Fue su respuesta y Vicky
resopló.
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No pasa nada, solo ha sido el primer día con el Hada Madrina. Hacen
falta algunos más para que la leona ruja.
Ninette soltó despacio la mano de Adam y se marchó. Vicky la siguió con
la mirada. La chica ni siquiera se detuvo en la mesa de Luciano, pasó de largo
sin mirarlos.
Bien. Que se note que algo, por poco que sea, está cambiando.
Se volvió hacia los otros tres.
—Insistid —dijo ella también—. Si os sirve de algo mi ayuda, contad con
ella.
Miró a Adam de reojo.
—También soy una paria aquí. Pero puedo ser tremendamente persuasiva.
—Lo vio reír con sus palabras.
Matteo se levantó también.
—Voy a buscar a los míos. —Miró a Vicky—. Ya he visto que ninguno
estará en el documental de Úrsula. No le interesamos a nadie.
Vicky le hizo un ademán con la mano indicándole que acababa de decir
una sandez.
—Y yo voy a ver qué andan haciendo los míos —dijo Adam girando las
ruedas de su silla—. Aunque os parezca masoquista me gusta verlos ensayar
—añadió rodando hacia el pasillo.
Vicky lo siguió con la mirada y luego se giró hacia Andrea.
—La soledad del mago —dijo. Era el único que no tenía compañía alguna
en su número.
—Mejor así, créeme. —Se levantó y ella lo imitó.
Cuando Andrea vio la acción de Vicky, se detuvo. Ella sintió una especie
de halo de rechazo, era evidente que él no quería que lo siguiese ni siquiera
hasta la puerta de la carpa. Verlo con intenciones de huir aumentó las suyas
de seguirlo.
No hagas eso conmigo, que estás a punto de despertar a un monstruo.
Tuvo que contener la risa y se pegó a él aún más.
Me encanta.
Él la miró contrariado.
—¿No tienes que seguir trabajando? —Andrea ladeó la cabeza hacia la
mesa de los monos alados.
—Es precisamente lo que estoy haciendo ahora mismo. —Cada vez se
notaba más fresca. Natalia llevaba razón, no conseguiría absolutamente nada
intentando ser alguien que no era. Además, era tremendamente aburrido.
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—El mago no estará en el documental —le aclaró él, mismas palabras de
Úrsula, y ella sonrió.
Vicky se cruzó de brazos.
—Ni el joven que está en la silla, ni la novia del trapecista, ni tampoco el
payaso. —Entornó los ojos hacia Andrea.
Él negó con la cabeza a la ironía de Vicky.
—Das auténtico miedo. —Tuvo que reír él. La rebasó aligerando el paso.
Ella corrió para ponerse de nuevo a su lado sin importarle estar a la vista de
Úrsula.
Sí, es lo que parece. Estoy persiguiendo a tu mago.
Salieron, desconocía hacia dónde se dirigía Andrea, pero iba junto a él.
—Necesito un favor —pidió Vicky y Andrea se detuvo. Ella temió que el
perfume volviese a atraer a insectos en presencia del mago y que él pudiese
ver sus bochornosas reacciones a los bichos.
Miró a su alrededor, a aquella hora de la tarde parecían haberse
dispersado.
—¿De mí? —Se sorprendió él.
—No se me ocurre nadie más. —Encogió la parte derecha de sus labios y
se le formó un hoyuelo en esa mejilla.
—Tienes a Úrsula. Ahora que vas a hacer lo que ella quiere no te pondrá
impedimento en nada.
Vicky alzó las cejas y él la entendió enseguida.
—No es sobre el documental precisamente —añadió ella—. Es sobre tu
hermano.
Levantó ambas manos ante la expresión de Andrea. Sabía que a veces su
empeño y efusividad podrían malinterpretarse.
—Me resulta llamativo que se cayese y quedase en la silla sin más. —Se
apresuró a decir.
Bajó la cabeza, no lo estaba arreglando.
Que se va a pensar este que quiero lío con el hermano.
—Sé cómo fue, sé lo que pasó con el seguro. —Hizo un ademán con la
mano ante el gesto de sorpresa de Andrea—. Pero ¿por qué no buscó ayuda
por su cuenta?
Andrea miró a un lado, no respondió. Luego rebasó a Vicky y siguió
caminando hacia unos tráileres que había al fondo de la parcela.
¿Otra vez se ha cabreado? Me han dado el mejor trabajo del mundo.
A aquellas horas el calor se había ido por completo y corría la brisa.
Hubiese agradecido una rebeca. Sin embargo, se alejó de las carpas tras él.
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—Si sigue así, sin tratamiento, va a acabar…
—Ya sé cómo va a acabar. —La cortó él abriendo la puerta trasera de uno
de los camiones.
Vicky miró lo que había dentro, más trastos como los que llenaban las
carpas. Reconoció cierta caja que formaba cuadros, esas en las que los magos
metían a alguien y luego desplazaban las partes centrales haciendo el efecto
de desmontar un cuerpo. Se sacudió, siempre le dio reparo aquel número.
—Me alegra que lo sepas. —Él entró y ella se quedó en la puerta—. Así
me ahorro explicártelo.
Él se giró hacia ella ante su frescura. Ahora sí se veía realmente enfadado.
—¿Sabes por qué acabó así? —replicó—. Porque cometí el error de dejar
a alguien de fuera meter las narices aquí dentro. Y no se volverá a repetir.
Vicky abrió la boca para responder, pero Andrea ya le había dado la
espalda. Así que dio un salto hacia dentro del camión. Él frunció el ceño ante
el gesto descarado de la joven a pesar de haber recibido una respuesta un
tanto grosera.
—A mí me importa poco a quién metieras en el circo ni el por qué, y
mucho menos el poder que le dieseis dentro entre todos —replicó ella—. Yo
solo quiero que me consigas los estudios que le hicieron a tu hermano.
Metió la mano en su bolso y sacó un pendrive.
—No puedo pedírselos a nadie más. —Abrió la palma para que él lo
cogiese.
Lo vio contrariado mirando el pequeño chip de memoria.
—Quiero que los vea alguien que conozco —añadió.
Ahora es cuando se te tiene que caer la cara a trozos de la vergüenza, con
lo estúpido que acabas de ser conmigo.
Lo vio coger el chip.
—Siento haberte… —comenzó a disculparse.
—Bla, bla. —Lo cortó saltando fuera del camión.
Oyó el sonido a su espalda de los pies de Andrea sobre la hierba. También
había salido del camión. Se giró para ponerse frente a él.
Vicky hizo un gran esfuerzo por no sonreír, pero le encantaba la forma en
la que él la estaba mirando, exactamente la misma mirada que la noche
anterior tras lo de Ludo. Y aquello en las muñecas que le producían las bolas
al moverse no tardó en aparecer.
—Hacía mucho que no veía a mi hermano reír ni mucho menos estar
cómodo rodeado de gente —confesó Andrea.
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—No es solo mérito mío. —Ahora sí sonrió—. Creo que le encanta todo
lo que se balancea en las alturas.
Mi leona cobarde es toda una hermosura.
Andrea alzó las cejas con las palabras de Vicky y parecieron gustarle.
Entendió que él no había sido consciente de ello hasta ese momento, quizás
nadie en el circo lo habría notado. Adam no es que fuese completamente
invisible para el resto, pero nadie quería mirarlo por un motivo evidente. La
reacción que el trapecista solía tener con todos: miradas, acercamientos. Un
aura que no se debía traspasar.
—Veintidós días —repitió él con media sonrisa.
Se giró para coger unas cuerdas y cerró el camión. Vicky observó las
cuerdas.
—¿También escapista? —Alargó la mano para tocarlas. Parecían unas
cuerdas comunes.
—Y de los buenos. —Rio él.
Se me están disparando los pensamientos. No puede ser.
Se mordió el labio inferior.
—Pues eso sí es útil en el mundo real. —Lo miró de reojo mientras
regresaban a la carpa—. ¿Puedes escapar de periodistas molestas que hacen
preguntas incómodas?
Lo vio sonreír. Andrea se detuvo y Vicky se paró junto a él con
curiosidad.
—Sí, si son lo suficientemente molestas.
—No si le pongo empeño. —Rio ella.
Él asintió con ironía mientras pasaba las cuerdas por la espalda de Vicky.
—No querías que te siguiese. —Sonrió y la expresión de él lo confirmó.
Andrea hizo un nudo y las cuerdas envolvieron su cintura—. Y no quieres que
te siga ahora.
—No quiero que te metas en problemas. —Volvió a tirar de las cuerdas y
estas se apretaron en los muslos de Vicky.
Busca al mago. Los consejos de las locas suelen llevar directo a los
problemas.
Volvió a pasarle las cuerdas por la espalda y esta vez se acercó tanto que
pudo olerlo.
Me están entrando unas ganas terribles de seguir el camino hasta Ciudad
Esmeralda.
Volvió a sentir cómo las cuerdas le apretaban, esta vez a la altura del
pecho. En esa parte eran más incómodas, ya bastante tenía con el sujetador
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reductor. Miró a Andrea, estaba realmente cerca y pudo fijarse en su
mandíbula, en el perfil de su nariz o en la fina barbilla.
Llegar a Ciudad Esmeralda.
Dejó caer el bolso al suelo mientras volvía a sentir una nueva vuelta de las
cuerdas. Lo miró a los ojos, si bajo la carpa le gustaban, a la luz del sol eran
una completa locura.
Al fin y al cabo, nunca me dieron miedo las brujas.
Andrea volvió a tirar y esta vez todas las vueltas de cuerda alrededor de su
cuerpo se tensaron.
—¿Me vas a enseñar a escapar? —preguntó sonriendo.
Él negó con la cabeza y Vicky frunció el ceño sin entenderlo.
—Yo soy el escapista —respondió soltando la cuerda—. Y es lo que voy
a hacer, escapar.
Se apartó de ella sin dejar de sonreír con satisfacción.
La madre que lo parió.
Vicky intentó dar un paso, pero no podía desplazarse más que unos pocos
centímetros y con el riesgo de perder el equilibrio y caer. Lo miró contrariada
aunque comenzaba a subirle cierto enfado que le haría soltar una de sus
burradas. Sin embargo, la sonrisa burlona de Andrea no desaparecía con la
expresión de Vicky. Seguía alejándose de ella y le dio la espalda para seguir
su camino.
—¿Piensas dejarme aquí? —Dio un par de saltos para comprobar si así
podía desplazarse mejor.
Y a ver cómo cojo el puto bolso.
—¡Andrea! —lo llamó.
Él no atendía a sus voces.
Cuando les cuente esto a las locas no se lo van a creer. Me acaba de
convertir en un gusano.
Dio dos saltos más.
Esto es hacer el capullo literalmente.
Levantó los ojos hacia Andrea.
—¡Eh! —lo llamó y esta vez sí se giró hacia ella, él estaba ya en la puerta
de la carpa.
Intentó erguirse, pero por mucho que lo hiciese seguramente estaría igual
de ridícula.
Y me he dejado atar como una imbécil.
Lo miró con furia y él retomó la risa.
La próxima vez vas a hipnotizar a tu puñ…
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Andrea alzó una mano y chasqueó los dedos. Las cuerdas se aflojaron y
cayeron al suelo de inmediato.
Hostias.
Bajó la mirada para verlas en el suelo, luego volvió a mirar a Andrea. No
sabía si ahora se sentía más ridícula que envuelta en cuerdas. Él aumentó la
risa y entró en la carpa.
Vicky volvió a mirar las cuerdas.
Qué fuerte.
Recogió el bolso y las cuerdas sabiendo que no había forma de recoger las
bragas porque las había perdido por completo. Comprobó que las cuerdas
eran aparentemente normales, como tantas que había cogido otras veces. Aun
así tiró de ellas dos veces para cerciorarse.
De esta o salgo cuerda, o este tío me tara del todo.
Resopló.
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—Y todo eso te da un morbo que te cagas —añadió Claudia.
—Exacto —confesó y las carcajadas resonaron de nuevo. Vicky se tapó la
cara con las dos manos—. No quiero ser Vicky.
—¡Qué dices! Con las risas que echamos —le decía Claudia.
—Eso es, la payasa del grupo. —No se quitaba las manos de la cara.
Resopló.
—Yo todavía no me explico cómo te has dejado atar así por las buenas —
intervino Natalia.
Vicky movió la mano.
—Que me hipnotiza, es ilusionista o yo que sé. Me deja tonta. No tenéis
ni idea. Ya en la carpa hizo algo parecido. —Resopló.
—Eso está bien —dijo Claudia con ironía—. Si intenta algo más intenso,
puedes hacerte la loca.
Todas volvieron a reír y Vicky se tapó la cara. Negó con la cabeza.
—Y verás la bruja del Oeste. —Ella también tuvo que reír—. Hoy con el
subidón me he vacilado más de la cuenta. Tiene que estar fina. Mañana me
llamará Cati de la productora, no tengo dudas.
—Es lo que te ha dicho el mago, no quiere que te metas en problemas. —
Mayte torció los labios.
—¿Tienes ahí unos zapatos rojos? —Natalia sonrió con malicia—. Los
vas a necesitar.
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—Me ha surgido una duda esta mañana —le dijo—. ¿Quién se encarga de
la compra del material?
Matteo frunció el ceño, sorprendido por la pregunta.
—Úrsula. —Hizo una mueca.
—¿Y antes de Úrsula? —Mojó otra galleta.
—El encargado de cada número —respondió Matteo.
Vicky entornó los ojos.
A ver cómo consigo que no se me vea el plumero.
—Entones entiendo que los proveedores son diferentes. —Cortó la frase
para que él continuase y le hizo un gesto con la mano por si no lo había
pillado.
—Antes sí —comenzó Matteo—. Cada encargado era el especialista y el
que se encargaba del material y maquinaria. Cada uno tenía su fabricante.
Vicky sacó la libreta.
—Pero Úrsula comenzó a pedir presupuestos por su cuenta. —Matteo se
detuvo mientras observaba a Vicky pintar—. Hay que saber a quién pedirle la
maquinaria.
Ella alzó las cejas. Viendo a Adam, era evidente lo que Matteo quería
decir.
—Y los proveedores de ahora, ¿son buenos?
Matteo ladeó la cabeza.
—A mí los últimos con los que negocia Úrsula no me gustan. Después de
lo de Adam tendría que mirar más por la calidad que por el dinero.
—Ese proyecto tuyo, la esfera, ¿el presupuesto es de ese fabricante que no
te gusta?
—Pedí varios presupuestos. La versión simple sí era de ese fabricante.
Había otra versión, pero esa solo puede fabricarla una empresa en concreto,
en Japón. Los mismos que hicieron las esferas de Andrea.
No me nombres las esferas de Andrea.
Vicky le tendió la libreta.
—¿Puedes explicarme la diferencia entre las dos versiones? —pidió.
Matteo garabateaba, acompañando sus explicaciones. Hasta pintó las telas
de Ninette, sobre las que volaría cuando saliera de la bola gigante. La cabeza
de Vicky fue construyendo las imágenes según el payaso narraba. Aquello era
mucho mejor de lo que en un principio pensaba.
—Pero no lo quieren —concluyó él.
—¿Se lo habéis explicado así?
Él negó con la cabeza.
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—Ya te he dicho otras veces que a mí no se me tiene en cuenta y Andrea
no lo tiene fácil tampoco.
Vicky miró la libreta.
—Apúntame el nombre de la empresa —le pidió—. Quiero indagar sobre
fabricantes de este tipo de aparatos. He estado hablando con la productora y
hemos tenido la idea de ampliar algo más el reportaje. Unos compañeros se
pondrán en ello. Sería interesante visitar esas fábricas. —Sacudió la mano.
La trola ha quedado bastante creíble.
Matteo apuntó un nombre.
—Ponme la empresa buena —añadió ella—. No voy a hacer viajar a un
compañero hasta Japón para grabar a una fábrica mediocre.
Matteo negó con la cabeza.
—Son los mejores —dijo—. Andrea solo quiere trabajar con ellos, pero
no sé qué va a hacer a partir de ahora. Úrsula no está por la labor de invertir
en él.
Las últimas bolas mágicas que le quedan. Y yo casqué una.
—¿Y el vestuario? —Se asomó a la libreta.
—Lo mismo, antes podíamos elegir. —Le hizo un gesto con la cabeza.
Úrsula, ya.
Vicky le señaló el cuaderno.
—Ponme la empresa también —dijo.
Matteo anotó un nombre. Vicky cogió la libreta.
—¿El diseño del traje se lo dais vosotros o lo hacen ellos? —Faltaba el
último elemento.
—Pueden hacerlo ellos, pero yo había pensado —le quitó el cuaderno a
Vicky—, algo como esto.
Ella observó cómo dibujaba el traje: un vestido de bailarina con varias
capas en la falda y las alas de mariposa.
—¿No importa el color? —preguntó y él alzó la cabeza, extrañado—.
Quiero decir que las mariposas son de colores.
Matteo frunció el ceño, pensativo.
—El color da igual —dijo él—. Hay telas con las que se pueden hacer
juegos de luces, suelen ser neutras, una especie de beige. Y la luz es la que le
da el color.
Vicky recordó uno de los números de Eurovisión. No recordaba el país, ni
el artista, ni la canción, pero sí aquel juego de luces en un vestido.
—Es así cómo lo imaginé. —Apoyó la mano en la barbilla—. Perfecto.
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Vicky sonrió observando el rostro de Matteo mientras visualizaba su
creación. Sabía que él era capaz de verlo real dentro de su cabeza, así eran las
personas creativas. Y a juzgar por su expresión, lo que estaba viendo tendría
que ser tremendamente maravilloso.
—Yo tengo que irme —le dijo Vicky levantándose.
Que la bruja me tendrá hoy preparada otra tanda de biografías. Es peor
que mi jefa.
—Ojalá pudiese darte algo como eso para tu reportaje —le dijo Matteo
sonriendo y Vicky le devolvió la sonrisa—. Pero solo hay lo que ves.
Yo veo demasiadas cosas. Siempre fue mi problema.
Le dio un golpe en el hombro a Matteo y se fue hacia el pasillo para
cambiar de carpa. Vio un grupo de gente más numeroso de lo habitual. Se
acercó enseguida.
—Llevo diez años de mi vida aquí. —Oyó—. Y aposté por este circo
cuando se hundió.
—Lo siento, Lucinda. —La voz era de Fausto Caruso.
Que despedían a Lucinda lo estaba yo viendo venir. Todo el que vacila un
poco a la bruja, termina en la calle.
—Todos los espectáculos están cubiertos a estas fechas —reprochaba la
mujer a gritos—. Hasta el próximo invierno no encontraré trabajo.
Vicky noto cómo le tiraban del brazo. No le dio tiempo a reaccionar, su
cuerpo atravesó unas cortinas negras. Se vio en un habitáculo pequeño y lleno
de trastos.
—¿Así es cómo haces desaparecer personas? —le dijo a Andrea riendo.
Y su risa hizo que se disipase la tensión de tener su cuerpo pegado al de
él. Dejó que fuese Andrea el que se apartase de ella. El mago le cogió la mano
y se la alzó.
—Aquí tienes los estudios que le hicieron a mi hermano. —Le puso en la
mano el pendrive y se la cerró.
Vicky notó que le cerró el puño más fuerte de lo que debiera, como si no
quisiera que aquel chip de memoria se le perdiese o cayese al suelo. Ella se
miró la mano, se estaba clavando aquel cacharro. Luego miró a Andrea, este
tenía una expresión extraña y le notó cierta oscuridad bajo los ojos.
No ha dormido una mierda.
Alzó las cejas sin dejar de mirarlo, lo notaba con cierto bochorno.
—¿Has tenido que robar esto de madrugada? —Tuvo que desechar la
ironía de la frase, desconcertada con el comportamiento del mago.
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Andrea giró la cabeza, era evidente que no quería que Vicky lo siguiese
observando de aquella manera.
—Crees que esa persona que conoces, ¿puede ayudarlo? —preguntó.
—Claro que sí. —Se miró la mano de nuevo, envuelta en la de Andrea,
que no dejaba de hacerle presión—. Pero si sigues apretándome, lo
romperemos y no podré enviar nada.
Él retiró la mano de inmediato.
—Perdona. —En la disculpa notó cómo aumentaba su bochorno.
Vicky entornó los ojos hacia él. Lo vio tomar aire despacio y de manera
profunda. Andrea al fin giró la cara hacia ella.
—En cuanto sepas lo que necesite y cuánto cuesta, quiero que me lo digas
a mí. Ni a mi padre, ni a Adam, ni mucho menos a Úrsula.
Vicky asintió despacio mientras Andrea se apoyaba en la pared. El mago
levantó la cabeza para volver a coger aire. Vicky miró a su alrededor, aquel
lugar era sumamente pequeño y hasta a ella le faltaba el aire.
—Ahora vete, antes de que te vea Úrsula aquí —añadió.
Vicky se cruzó de brazos sin moverse del sitio.
—Ya has visto lo que ha hecho con Lucinda esta mañana. —Andrea hizo
un ademán con la cabeza señalándole el exterior.
—A mí no puede echarme, ¿qué va a hacer? ¿Convertirme en sapo? —le
soltó aún cruzada de brazos.
Andrea se tapó la cara con la mano, solo fue capaz de sacarle una leve
sonrisa que enseguida desapareció.
—Ahora dame otra razón para que te deje aquí solo mientras te da… —
Guiñó ambos ojos—. No sé si es asma, una crisis de ansiedad… —Guiñó aún
más los ojos mientras Andrea volvía a girar la cabeza para que no lo mirase
—. ¿Qué te pasa?
Andrea resbaló la espalda por la pared hasta que se sentó en el suelo.
—Vete, Victoria, por favor. —Encogió las rodillas.
Vicky se acuclilló frente a él.
—Me repiten demasiado ese nombre aquí. —Inclinó la cabeza para
encontrar su cara—. Vicky mejor.
Lo oyó espirar aire tan fuerte que llegó hasta ella y le movió la parte
izquierda del pelo.
—¿Por qué haces esto? —Andrea levantó los ojos hacia la joven.
—¿Esconderme en un cuarto oscuro contigo? No suelo esconderme en
cuartos oscuros con nadie. Lo hice porque me hiciste aparecer aquí —
respondió y ahora sí lo pudo ver reír.
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No es asma ni ataque de ansiedad. Llevas un peso encima que te rompe la
espalda. Como la tiene rota tu hermano.
Andrea negó con la cabeza.
—Me refiero a lo de mi hermano —añadió él, pero Vicky sabía desde el
principio a lo que se refería.
Ella se sentó en el suelo frente a él, también apoyó la espalda en la pared y
encogió las piernas. Las puntas de sus zapatos rozaban con las del mago.
—Porque os veo perdiendo el tiempo en reproches en vez de emplearlo en
buscar soluciones —respondió.
Andrea dirigió los ojos hacia la mano de Vicky, donde aún llevaba el
pendrive.
—¿Sabes por qué tengo todo eso? —comenzó él. Ella abrió la mano para
mirar el chip—. Fui con mi hermano a todos los especialistas a que le hiciesen
todo tipo de estudios. —Negó con la cabeza—. Unos fueron más optimistas
que otros, pero al menos todos coincidían en que podría lograr ponerse en pie.
Andrea tuvo que dejar de hablar y de nuevo aspiró hondo.
—Úrsula compró el material equivocado. —Bajó los ojos—. Aun así, no
es su culpa, la engañaron. No hubo seguro ni indemnización. La única
solución de Adam era denunciar al circo y a su propio padre, y no quería.
Entonces Úrsula se ofreció a correr con los gastos.
Vicky frunció el ceño y despegó la espalda de la pared para inclinarse
hacia delante.
—Mi relación con Úrsula no estaba en su mejor momento —continuó—.
Lo de Adam me terminó de descubrir el mal que yo había traído al circo. —
Volvió a tomar aire—. Y Úrsula se negó a pagar el tratamiento de mi
hermano. Mi padre me culpa de haberlo convertido en un sainete. Me culpa
de que una desconocida sin experiencia maneje el circo a su antojo, y me
culpa de lo de Adam. Tanto de la caída como de que no haya recibido
tratamiento.
Negó con la cabeza.
—Que mi padre me evite es algo a lo que ya estaba acostumbrado. Pero
no soporto ver así a mi hermano —confesó—. Él también me culpa de alguna
manera. Adam no es así, nunca ha sido así. Está muerto y yo he perdido a mi
único hermano.
Vicky supuso que Luciano nunca fue un hermano aunque compartieran
apellido.
—Adam le insistió a mi padre durante años para que yo llevase el apellido
Caruso. Aunque eso significara un tercio del circo cuando mi padre no
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estuviese. Luciano siempre se opuso y aún más Cornelia. Pero a Adam nunca
le importó compartir nada conmigo. Y así se lo he agradecido yo.
Apoyó la cabeza en la pared de nuevo.
—Podría haber esperado a que Adam terminase el tratamiento como me
reprocha mi padre en cuanto tiene ocasión. —Miró a Vicky—. Pero me estaba
ahogando. Y lo de Adam fue el castigo que Úrsula decidió para mí.
Andrea volvió a aspirar y espirar con fuerza.
—Todo lo que he ganado en el circo desde aquel día lo tengo guardado
para Adam —le dijo—. No es suficiente, pero pediré un préstamo, lo que sea.
Si hay algo que pueda hacer por mi hermano.
Ella lo observó en silencio. Era extraño, llevaba allí un rato con él y no se
le habían desviado los pensamientos. Solo atendía y escuchaba mientras
percibía aquel halo de tristeza y culpa que desprendía Andrea.
—Pero tampoco sé cómo hacerlo sin que Úrsula se entere de nada —
añadió—. En cuanto se entere hará lo posible por bloquearlo. Tener a mi
hermano en ese estado es mi castigo, mi castigo para siempre.
Vicky bajó los ojos.
—Veintidós días —murmuró. Era poco tiempo, luego eran unos días más
para grabar, pero, aun así, en total no pasarían de las cuatro semanas, cinco si
se dejaba llevar con el rodaje. Eso para una terapia era una mierda—. Pero es
algo.
Andrea la observaba murmurar sin entender, aunque el español se
pareciese bastante al italiano. Vicky sacudió la cabeza.
—Mientras yo esté aquí no habrá problema —dijo—. Ya pensaremos
después.
Andrea frunció el ceñó sin comprenderla.
—Hice desaparecer a un perro, puedo hechizar a un terapeuta para que no
lo reconozcan, no me subestimes —añadió y Andrea rio. Ella hizo una mueca.
Lo vio mirarla en silencio. De nuevo la misma mirada que la noche de
Ludo o de la tarde anterior cuando le pidió los estudios médicos de su
hermano.
—Tu trabajo no es hacer desaparecer perros, ni hechizar a terapeutas, ni
traer al mundo real a mi hermano, ni acompañar a Ninette en un momento
malo. —Lo oyó decir.
—Cierto, me siento completamente explotada —respondió con ironía y él
rio de nuevo.
Y me encanta que rías.
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—¿Sabes que en todo este tiempo nadie ha conseguido atravesar esa aura
de Adam? Ni siquiera mi padre. Ni Matteo, ni yo, que llevamos toda la vida
juntos.
Vicky movió la mano.
—Soy persuasiva. —Andrea volvió a reír—. Y él no es un escapista
experto.
El mago aumentó la risa. Ella se mordió el labio.
—No voy a dejarme atar de nuevo, así que ve inventando otro truco
conmigo —añadió y esta vez él dio unas carcajadas.
Vicky sacó la bola del bolso, la puso en el suelo y la hizo rodar hasta él.
Andrea la detuvo con los dedos.
—Me gusta más que la otra —dijo ella recordando las palabras de Natalia
y lo vio sonreír—. Gracias. Siempre quise una bola mágica.
Andrea frunció el ceño.
—No es una bola mágica —respondió y ella se inclinó de nuevo hacia
delante. Andrea bajó los ojos hacia la bola—. Funcionan por ondas. Esto… —
Se sacaba algo del bolsillo.
—Cállate la boca y guarda eso. —Vicky desvió la vista enseguida para no
verlo. Lo señaló con el dedo—. No me lo estropees.
El mago volvió a reír. Levantó la mano y la bola fue rodando de nuevo
hasta su dueña. No le interesaba saber cómo hacía aquello, no quería
encontrarle explicación. Le gustaba que fuera así y le gustaba sentir el
cosquilleo que le producía en las muñecas y el tornado en el ombligo. No
necesitaba más. Si la magia desaparecía, quizás las buenas sensaciones
también. Aunque cada día tenía menos dudas de que esas sensaciones las
producía Andrea y no sus artilugios. O eso, o ella era sensible también a las
ondas del aparato.
Volvió a hacer rodar la bola hacía él. Parecían imbéciles, dos niños
pequeños jugando a pasarse la bola a pesar de rondar los treinta. Ser
consciente de ello lo hacía aún más divertido a sus ojos. Un cuarto estrecho,
con poca luz, y a tan corta distancia del mago. Las locas no la creerían cuando
les dijese en qué ocuparon el tiempo después de hablar.
La bola regresó de nuevo a Vicky. Andrea ni siquiera la tocaba,
simplemente la detenía cuando llegaba hasta él y la enviaba de vuelta.
Lo dicho, como dos imbéciles. Sin varita ni polvos mágicos. Una pérdida
de tiempo.
Sonrió a sus pensamientos. La antigua Vicky estaba cambiando sin duda.
Esa vez, cuando la bola regresó a ella, la cogió. No quería irse, hubiese estado
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allí toda la mañana jugando a un juego absurdo con Andrea, pero tenía que
irse. Trabajar significaba no poder hacer lo que le diese la gana. Quizás era la
primera vez que se apartaba de la compañía de un hombre en contra de su
voluntad. Lamentó que precisamente ese hombre fuese el mago.
Andrea reconoció el gesto de Vicky y se incorporó con rapidez. Le tendió
la mano para ayudarla y ella no se la rechazó. En cuanto lo sintió tirar de ella
se alzó a pesar de tener margen de espacio y pegó su cuerpo a él.
Y te libras de más por este sostén del demonio. Lo ibas a flipar, magia
estética. Dos obras de arte. Con lo que te gustan las bolas…
Lo miró sonriendo a pesar de tener la barbilla de Andrea demasiado cerca
de su nariz.
—Si encuentras por ahí a un sapo con unas gafas y una libreta, es porque
Úrsula se ha enterado de que llevo un rato aquí dentro contigo. —Le guiñó un
ojo.
Andrea le dio un toque en la nariz y ella contuvo el aire con el gesto.
—No bromees con eso —le advirtió—. Es aún más persuasiva que tú.
Conseguirá que te echen.
Vicky negó con la cabeza.
—No la hay más pelmaza, te lo aseguro. —Rio saliendo de las cortinas.
Se detuvo para observar quienes había en la carpa. Ningún mono alado a
la vista, buena noticia. Anduvo unos pasos mientras oía a Andrea salir a su
espalda.
Este tendría que haber esperado más tiempo dentro, así nos pillan fijo. Lo
cual a mí me es completamente indiferente. Pero no sé qué más castigo puede
darle a él la imbécil esa.
Apresuró el paso. Podía ver la oficina de Úrsula. Enseguida su mirada
reparó en una pequeña montaña de pelo marrón.
La madre que lo parió. Otra vez se ha escapado.
Aligeró aún más y se inclinó cogiendo a Ludo, que lo pilló de improviso,
sin ni siquiera detenerse. Lo dejó caer en el interior del bolso. Se alegraba de
usar un shopper enorme sin cremallera para llevar los cuadernos. Giró su
cabeza hacia Andrea, este reía. Vicky se encogió de hombros.
Tuvo que entremeterse entre los pasillos de espejos dirección a la cerca de
Adela.
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Veinte días.
Repetía su mente. Llevaba un cuaderno con las cosas del trabajo. Cada
vez se acostaba más tarde terminando los informes. Cati parecía estar
satisfecha y los libros de Adam le estaban ayudando mucho. Había puesto al
corriente a su jefa de que estaba preparando algunos cambios finales, pero aún
no estaban definidos. Aquello no parecía hacerle mucha gracia a la jefa, pero
le dio un voto de confianza. Además, le habían ofrecido un segundo reportaje
en una revista. Dos trabajos en uno, caído del cielo. El escrito era sumamente
fácil y era una buena revista. Tenía material suficiente para hacerlo bien.
Su padre había vuelto a llamarla para felicitarla. Al parecer Cati le había
dedicado unas buenas palabras y estaba tremendamente satisfecho con la
colaboración en la revista. Algo que le subió aún más el ánimo.
«Cuando tu padre sea consciente de todo lo que estás haciendo lo vas a
flipar, loca». Le había escrito Claudia.
«No me amargues ahora. Intento encontrar al mago».
«Eso suena bien». Había escrito Mayte.
«¿Tu padre sabe lo del hombre de hojalata?».
«Claro que lo sabe. Le expliqué lo de Adam, de todas formas se lo iba a
decir mi padrino».
«¿Y qué ha dicho?».
«Un montón de cosas que no entiendo, pero hoy llega el rehabilitador para
comenzar y medirle para las prótesis».
«Digo tu padre».
«Que no tengo remedio. Pero que no puede reñirme por algo como eso».
«Tu padre, ¿puede adoptarme?».
«Con una loca creo que tiene bastante».
Sabía que Andrea dormía a dos casas de Adela. Una de las veces que
devolvió a Ludo a la cerca pudo verlo.
Rodeó la casa de Adela. Los perros le ladraban como siempre. Ludo
saltaba sobre uno de los tubos de juego que tenía Adela para hacerse notar.
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—No hace falta que hagas eso, te veo siempre. —A pesar de ser el más
pequeño en tamaño era el primero que acudía a ella siempre. Adela le decía
que era un perro sumamente difícil, independiente, y que su tendencia al
escape le traería problemas. Podría acabar atropellado fuera de las carpas o a
la vista de Úrsula. Una de las condiciones que le imponía a Adela era que los
perros no podían deambular por el circo. Le daban tremendo asco los
animales, su olor y, mucho más, sus defecaciones.
Vicky no tenía dudas de que, de haber sido perro, le hubiese dejado a
Úrsula tremendo regalo puntiagudo y humeante en su puerta. Pero para un
humano eso se hacía complicado sin ser descubierto.
Observó cómo Ludo empujaba el tubo hasta colocarlo pegado a la valla.
Allí se subía encima y desde ahí saltaba fuera. Esta vez cayó dando una vuelta
en el suelo y emitiendo un gemido.
—Si es que te vas a matar en una de estas, so loco —le dijo.
Enseguida corrió hasta ella para saludarla. Le encantaba la cara de aquel
perro. No sabía si era realmente un Yorkshire enano. Tenía las patas muy
cortas, pero más anchas que el resto. Y la cara era como la de un Ewok de
morro más chato. A sus amigas se lo había descrito como el perro de la
película Mejor imposible, era exactamente igual.
Lo cogió para meterlo de nuevo en la cerca, pero el perro se lanzó directo
a su bolso.
—Como si no fuese bastante con el peso de las libretas —protestó ella. Lo
miró, él se había sentado entre las numerosas cosas que solía llevar en el
bolso y la miraba con cara de pena.
—Eso es trampa —le dijo—. Con esa cara llevas ventaja.
—Son unos magníficos actores. —Oyó la voz de Andrea y levantó la
cabeza abochornada por estar hablándole a un perro—. Solo quiere que lo
transportes hasta donde le interese ir.
Vicky bajó los ojos de nuevo hacia el perro.
—Le has descubierto un medio de transporte cómodo y sin riesgos. —
Aunque seguía mirando a Ludo, el olor le indicaba que Andrea estaba ya
cerca—. Por eso te busca todo el tiempo.
Ella sonrió.
—Fantástico —respondió suspirando—. Ahora si lo pilla Úrsula será
culpa mía.
Ludo apoyó las patas delanteras en el borde del bolso y asomó la cabeza.
Vicky lo miró de reojo. Parecía más un muñeco que un perro en aquella
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postura, y la imagen hizo que parte del peso del bolso dejara de tener
importancia.
Andrea acercó la mano para cogerlo, pero el perro gruñó y esta vez se
lanzó a su dedo para morderle. El mago apartó la mano, pero Ludo había sido
más rápido. Vicky abrió la boca mientras apretaba los dientes y Andrea se
miraba el diminuto mordisco en la mano. Ludo solo le había clavado los
colmillos que tendrían que ser como agujas, pero no lograron hacerle herida
alguna. Un simple marcaje en señal de protesta.
—Es la segunda vez que me muerde en dos días —dijo él.
—Un auténtico peligro de perro. —La ironía de Vicky hizo que él
levantase la cabeza hacia ella—. Cuéntaselo a Úrsula. Lo mismo ahora sí deja
que los perros se queden.
Me encanta que sonrías.
A Andrea ya no le hacían falta bolas ni trucos para hacerle sentir el
hormigueo en las muñecas y el tornado en el ombligo. Con mirarla era
suficiente.
—El rehabilitador está ya en el hotel —le dijo al mago—. Esta tarde viene
para medir a Adam y empezar el tratamiento. —Torció lo labios—. Pero
tenemos un problema.
Él asintió con la cabeza.
—Úrsula —dijo.
¿Úrsula un problema para mí? Y una mierda, ya quisiera esa.
Ella negó con la cabeza moviendo una mano.
—Eso déjamelo a mí. El problema es tu hermano. —Alzó las cejas y
Andrea bajó la mirada—. No sabe nada. Me dijiste ayer que lo hablarías con
él.
—No esperaba que llegase tan rápido. —Se apartó de Vicky con cierto
bochorno.
—Claro, no hay prisa. Yo voy a estar aquí toda la vida. —Frunció el ceño
—. No van a ser más de cinco semanas. Y cuando yo no esté no sé cómo lo
vais a hacer.
Vicky desvió la mirada y se puso la mano en la frente. El médico, su
padrino, le había dado plazos muy largos. Aún no había meditado bien qué
haría cuando ella tuviese que regresar. En cuanto a Andrea, no sabía hasta qué
punto él conocía los precios de un rehabilitador alojado en un hotel para
dedicarse en exclusiva a Adam. Vicky no había tenido más remedio que
aceptar el dinero de Andrea o sospecharía algo raro. Así que, sin saberlo, el
mago pagaba el hotel del profesional.
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Entornó los ojos hacia Andrea. Era evidente que le iba a costar hablar con
su hermano. Ella negó con la cabeza.
—Pues sí que se te da bien el escape. No me sirves —le soltó y sus
palabras sobresaltaron al mago. Vicky enseguida reaccionó—. Para
convencerlo, digo.
No pienso enumerarte para todas las cosas que me servirías.
Rio mirándolo y él guiñó los ojos hacia ella.
Y aún no has visto ni media Vicky.
—Necesitamos magia de la del mundo real —añadió colgándose el asa del
bolso bien. Ludo seguía asomado.
—Y tú eres experta en ese tipo de magia, ¿no? —dijo y ella sonrió ante la
ironía del mago.
—Ya lo verás. —Dio un segundo paso atrás—. A las cinco en la caseta de
tu hermano.
Él no pareció muy convencido. Vicky se dirigió hacia el pasillo y Andrea
abrió la boca para decirle algo, aunque ella ya sabía que era para avisarle de
que aún llevaba a Ludo dentro del bolso. Ella hizo un ademán con la mano.
—Mientras esté ahí no andará deambulando. —Se apresuró a decir.
Tuvo que aguantar la risa ante la expresión de Andrea.
—Van a convertirte en sapo, ¿lo sabes? —le advirtió.
Vicky se detuvo y se giró de nuevo hacia él.
—Entonces le pediremos a Matteo que nos monte un número sobre un
sapo que salta a través de tus aros —respondió. Andrea negó con la cabeza—.
Siempre hay alternativas.
Él tuvo que reír. Vicky volvió a girarse, pero Andrea le cogió la mano
para detenerla. En ese momento en la expresión del mago había desaparecido
la ironía.
—Arriesgas demasiado —le dijo a la joven.
El hormigueo de las muñecas se hizo más intenso y no era solo porque él
la estuviese tocando. Su tono serio, sereno y, sobre todo, sincero, le transmitió
preocupación real. Andrea apenas la conocía, pero temía represalias contra
ella. Y ser consciente de ello hizo que el tornado del ombligo la azotara con
fuerza.
No arriesgo nada.
Arriesgaba una discusión con Úrsula y que Cati volviese a llamarla. A las
malas renunciar al reportaje y volver a casa con el rabo entre las patas. Pero lo
haría sabiendo que había hecho lo que sentía hacer, como siempre. Moverse
por impulsos y estímulos sin explicación, no había cambiado un ápice. Seguía
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siendo quien era, sin remedio. Pero ahora ser quien era la hacía sentirse bien.
Era eso lo que le quiso decir Natalia en el chat, no se trataba de hacer lo
correcto e impecable siendo alguien que no era. Se trataba de hacerlo lo mejor
posible siendo ella. Y ella nunca podría mirar a un lado en ciertos asuntos.
Claro que no estaba arriesgando nada, al contrario. Estaba salvándose a sí
misma. Mientras estaba allí, en el circo, trabajando en su reportaje e ideando
cómo ayudar a Adam, a Ninette, a Matteo, o a Adela, no se sentía una inútil.
Bajó la cabeza. Le encantaba que él aún no la hubiese soltado. Le gustaba
notar el tacto suave de la mano de Andrea.
—Lo que hago no tiene importancia, créeme —respondió.
Andrea miró hacia el bolso de Vicky y en cuanto Ludo vio que el mago lo
miraba se escondió por completo. Tuvo que reír.
Cada vez que el mago ríe, no me siento una inútil.
Se giró y fue soltando la mano de él mientras se alejaba. Y mientras lo
hacía fue consciente de cómo se despegaba de la sensación cálida que le
desprendía el tacto de Andrea. Resopló en cuanto dio unos pasos lejos de él.
Ya se estaba habituando a los pasillos, las casas prefabricadas, las
caravanas y los trastos. Estuvo a punto de pedirle a Matteo un mapa, pero ya
no le hacía falta.
Llegó hasta la casa de Adam, él no tenía escalones, tan solo una rampa. Su
puerta era visiblemente más ancha, adaptada a su nueva situación. Llamó a la
puerta. Tardó unos instantes en abrir y la miró perplejo.
—¿Tienes un momento? —le preguntó y él retiró la silla de la puerta para
dejarla pasar.
La casa de Adam era más amplia de lo que parecía por fuera. Tenía una
especie de salón con un sofá y una tele. Y dos puertas, supuso que una daría
al dormitorio y la otra al baño. Esperaba encontrar tantos libros como
encontró.
Adam vio que ella había reparado en ellos.
—¿Necesitas algo más? —preguntó cerrando la puerta.
Vicky se giró para colocarse frente a él.
—Realmente sí, pero no es sobre mi reportaje. —Levantó la barbilla y
entornó los ojos hacia abajo para mirarlo—. Es sobre Ninette.
Adam frunció el ceño, era evidente que era una sugerencia que no
entendía.
—Me dijiste que ya habíais intentado ayudarla y no fue posible —
comenzó—. En mi opinión, no insististeis lo suficiente.
Lo vio apartar la vista de ella.
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Eso es. Si te avergüenzas me será más fácil.
—Sigo viendo cómo la trata tu hermano y no me gusta.
—A mí tampoco. —Fue tan rápido en replicar que Vicky sonrió.
—En estos días que he podido hablar con ella me he dado cuenta de que el
principal problema de Ninette es estar sola. —Adam seguía sin mirar a Vicky
—. Lleva tantos años sola que ni siquiera sabe lo que es tener compañía. La
soledad lleva a una necesidad y esa necesidad lleva a una dependencia.
Tuvo que dar unos pasos para ponerse a la vista de Adam y este levantó
los ojos.
—¿Y qué pretendes que haga yo? —Le notó el cambio en su voz. De
nuevo parecía estar enfadado como los primeros días—. Solo conseguiré
discutir con Luciano. Y luego ella lo defiende y se pone de parte de él.
—¿Luciano? Claro que lo defiende, es su Dios, su protector todo
poderoso. La tela con la que se balancea en el mundo real. Pero él no es un
Dios ni un protector, y esa tela a la que ella cree estar sujeta no existe, por eso
se cae todo el tiempo, sin parar. —Negó con la cabeza—. Yo no quiero que
hagas nada con Luciano. —Él frunció el ceño, desconcertado—. Pretendo que
la acompañes a ella. Al principio, lo mismo le costará. No es muy dada a
abrirse y… tiene tremendo miedo a tu hermano. Es terror, un miedo atroz a
que se enfade con ella, ¿sabes por qué?
—¿Teme que le pegue?
Vicky negó con la cabeza.
—Lo que tu hermano hace con Ninette le duele más que un golpe. La
castiga haciéndole el vacío y haciendo que su dependencia penda de un hilo.
Juega con su miedo a estar sola, cuando la realidad es que tu hermano no es
ninguna compañía.
Dejó unos instantes para que Adam meditase sus palabras.
—Quiero que Ninette compruebe lo que es estar en compañía —añadió.
—¿Y piensas que va a querer pasar tiempo conmigo? ¿Que Luciano va a
dejarla? No conoces a mi hermano.
—Tu hermano no me preocupa, siempre se le podría poner una excusa
durante algún tiempo. Y si se enfada con ella, pues ya tenemos eso
adelantado.
Adam abrió la boca para replicar. Vicky le dio la espalda girándose hacia
la puerta.
—Esta tarde te la traigo a las cinco. No seas pelmazo, no la aburras y,
sobre todo, motívala. —Ladeó la cabeza para mirar al trapecista—.
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Motivación: tener un objetivo o sentirte útil para hacer algo importante. Eso
suele hacer emerger el valor y la fuerza. Tú en eso eres un experto.
Adam se inclinó hacia delante.
—¿Llevas en el bolso a un perro de Adela? —dijo con ambos ojos
guiñados.
Vicky se miró el bolso, Ludo se había asomado. Ella le quitó las patas del
borde para que se metiese dentro.
—Sí.
Eso, mírame como si estuviese loca. Pero tiene su explicación, no deja de
perseguirme por el circo y como lo vean lo van a mandar a la calle.
Abrió la puerta y salió.
—A las cinco —repitió.
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—Entornó los ojos hacia Úrsula—. He pensado que es mejor que no haga
perder el tiempo a los artistas con los que ya trabajamos.
Volvió a mirar a las dos mujeres.
—Había pensado en Ninette o en Andrea. —Vio el rostro de Úrsula
transformarse de inmediato—. Lucas trae medidores y varios trastos. Adam
me ha dado permiso para que deje el material en su casa. ¿Lo ves bien?
Úrsula miró a Ninette, que daba vueltas sin parar.
—Y también, como tiene tiempo libre ha accedido a hacer de traductor —
añadió—. Del español al italiano no hay mucha diferencia. Al menos
diferencia con el ruso o el inglés, en el caso de que tuviese que trabajar con
Ninette.
Contuvo el aire. Ninette no entendía mal el italiano. Era la parte más coja
de su invento.
—Cuenta con Ninette —respondió Úrsula.
Ninette o Andrea, no había forma de que no metieses el pie en el cepo.
—Perfecto. —Se apresuró a aceptar—. Pondré de mi parte para que Lucas
no interfiera.
Se apartó de ellas.
—Victoria —la llamó en cuanto se hubo girado—. ¿Qué parte de tu
trabajo hacías con Andrea en uno de los almacenes la otra mañana?
Vicky se giró enseguida.
—Me estuvo enseñando el funcionamiento de las esferas y ese aparato
que lleva en el bolsillo. —Contaba con que de un momento a otro se lo
referiría. Demasiados ojos en el circo—. Ya sabes cómo es la gente de fuera,
les encanta considerar la magia como un engaño.
Úrsula entornó los ojos observándola con atención.
—Tengo a otro compañero investigando sobre fabricantes japoneses, los
que hicieron esas esferas. Pero para el reportaje escrito. —La señaló con el
dedo índice—. No se grabará magia en el circo Caruso.
Apretó el bolso, lo último que quería era que Ludo asomase la cabeza por
él ahora que la jugada le había salido de final de Eurocopa.
—¿Puedo quedarme con Ninette entonces? —preguntó con rapidez.
Úrsula dirigió los ojos hacia la joven.
—Toda tuya, pero que no pierda demasiado el tiempo —añadió. Vicky
negó efusivamente con la cabeza.
—Un rato por las tardes. —Se apresuró a explicar—. Ya te he dicho que
ese tío es un flojo. —Volvió a hacer una mueca—. Ya lo comprobarás. No
paseará mucho por el circo.
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Úrsula asintió seria. Esperó inmóvil a que fuesen ellas ahora las que se
alejasen.
Os la he metido doblada a las dos. Voy a tener que ir apuntando las
trolas en la libreta. Estoy viendo que me voy a hacer un lío y voy a acabar
metiendo la pata.
Entre lo que tenía planeado y lo que iba improvisando, teniendo en cuenta
que a cada uno le estaba contando una película diferente, se estaba enredando
de verdad. Y tenía que sumar lo que aún le quedaba por delante.
Resopló. Su móvil vibró en su bolso y notó a Ludo moverse.
«Y cuando se descubra el pastel y se líe parda, ¿qué vas a hacer?». Era la
pregunta de Natalia.
«Si retirarme es lo que esperas oír, que sepas que es lo último que
considero. Ya sabes que ando corta de vergüenza».
Llovieron los emoticonos.
«Eres un puto huracán». Le decía La Fatalé.
«Soy el aire, ¿no? Claudia provocó un tsunami. Tú los hiciste arder en
llamas. ¿Por qué no puedo yo poner a esta gente patas arriba?».
Volvieron a llover los emoticonos. Vicky miró de reojo a Ninette, que
bajaba de las telas lentamente.
«Os dejo que mi mariposa está a punto de posarse».
En cuanto la chica puso sus pies descalzos en el suelo se acercó a ella con
tanta rapidez que la asustó.
—Necesito hablar contigo un momento —le dijo y vio menos susto en los
ojos de Ninette del que esperaba. Algo que le alegró—. Pero no aquí. Mejor
fuera.
Esperó a que la chica se colocase unas deportivas. Salieron de las carpas y
como a esa hora sí había jaleo también fuera procuró alejarse tanto como lo
hizo aquel día con Adam. Vicky encontró la misma piedra en la que se sentó
la otra vez y allí plantó el culo.
Breve, porque aquí nos derretimos las dos.
—Le acabo de soltar una trola de la leche a Úrsula. —No se anduvo con
rodeos y Ninette se sobresaltó.
La vio girar su cuerpo e inclinar uno de sus pies preparada para huir, no
quería seguir escuchando.
—Si es sobre ese documental, yo no puedo…
—No es para ese estúpido documental. —La cortó Vicky y Ninette se
detuvo—. Ahora quiero saber si puedo confiar en ti, o si el miedo que le
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tienes a ese primate de novio tuyo va a hacer que todo el esfuerzo que vamos
a hacer por Adam se vaya al garete.
Los ojos de Ninette se abrieron como platos.
—Adam puede volver a ponerse en pie —siguió Vicky sin darle margen a
responder o huir—. Un familiar mío trabaja en ese campo y esta tarde llega un
rehabilitador. Le harán unas prótesis y podrá andar dentro de un tiempo.
Andrea corre con los gastos.
En una pequeña participación.
—Pero si Úrsula se entera de algo, lo impedirá —continuaba—. Si su
palmera Cornelia se entera, no tardará en contárselo a Úrsula. Y si Luciano se
entera, correría a contárselo a su madre. Con lo cual, estaremos jodidos.
Ninette alzó las cejas, volvía a estar tan asustada como de costumbre.
Vicky se puso en pie por si tenía que detenerla si salía corriendo.
—¿Sabes por qué Úrsula no quiere que Adam haga tratamiento? Porque
quiere que Andrea no deje de culparse por verlo en una silla de ruedas. El
castigo de Andrea es el castigo del propio Adam. No es una cura, él no
volverá a volar como hace Luciano o como haces tú. Solo podrá ponerse en
pie, andar primero con andador y luego sin ayuda. Llevar una vida medio
normal. Pero ni siquiera se le permite eso.
Cogió el brazo de Ninette para asegurarse de que no saldría corriendo.
Con semejantes piernas sería rápida de cojones y no la alcanzaría.
—Adam necesita ayuda —añadió.
Ninette miraba al suelo.
—¿Y qué tengo que ver yo? —preguntó desconcertada.
—Que Andrea y él no tienen buena relación desde hace un tiempo. Y
Adam no aceptará lo que le brinda su hermano. Está completamente cerrado a
su situación. Imagínalo en el fondo de un agujero, oscuro y solitario. Es
imposible salir de ahí sin ayuda cuando ni siquiera estás entero.
Ninette asintió despacio.
Algo parecido a lo tuyo, solo que lo de él se ve por fuera y lo tuyo no.
—Andrea solo no podrá convencerlo y yo soy una desconocida. Pero tú
perteneces a «la familia» —siguió y al oírla Ninette levantó la cara enseguida.
Vicky sonrió al ver la expresión de la chica a sus últimas palabras—. Puedes
ayudarlo. Te he conseguido un salvoconducto para que estés con él y con el
rehabilitador el tiempo suficiente mientras yo esté por aquí. No será fácil ni
rápido. Adam tendrá que soportar dolores y habrá veces que tendrás que
sostenerlo por fuera y por dentro. Se caerá hasta que se haga a la prótesis. —
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Se apartó un poco para mirar las piernas de Ninette—. Aunque no creo que te
cueste levantarlo.
Apretó el brazo de Ninette.
—Pero tarde o temprano se pondrá en pie —concluyó—. ¿Puedo contar
contigo?
Ninette apartó la mirada.
—¿Y si se entera Úrsula? —preguntó la joven.
—Ninette, mírame —le pidió, pero la chica seguía inmóvil.
Vicky le cogió la barbilla y la obligó a mirarla.
—Confía en mí —le dijo intentando imitar el tono de voz de Natalia—.
Solo confía en mí como yo estoy confiando en ti ahora mismo.
Le cogió ambas manos.
—¿Recuerdas lo que te dije el otro día sobre las unicornio? —le preguntó
y Ninette asintió con la cabeza—. Ahora tú debes de ser el unicornio de
Adam.
Ninette volvió a bajar los ojos.
—En compañía se disipa el miedo —recordó—. Si quiere abandonar…
—Exacto. —La cortó Vicky.
Ninette levantó los ojos despacio hacia los de Vicky.
—¿Y si soy yo la que tiene miedo? —preguntó la joven con voz tenue.
—Cuando tengas miedo piensa que somos varios los que nos estamos
tirando al hoyo contigo. Andrea, Matteo, Adam y yo. Así que ni siquiera a las
malas estarás sola. —Le apretó las manos—. Hasta cuando estés sola frente a
Luciano estaremos contigo de algún modo. Si nos pillan. —Ladeó la cabeza
—. Ya improvisaremos.
Ninette pronunció una leve sonrisa.
—¿Puedo contar contigo? —preguntó Vicky y Ninette asintió.
El bolso de Vicky se movió y Ludo asomó la cabeza. Ninette enseguida se
fijó en él, desconcertada.
—Considéralo parte de los que tendríamos problemas si nos descubren. —
Rio Vicky acariciando la cabeza del perro. Ninette rio también.
—Úrsula no los quiere aquí —le confirmó la chica.
—Y estoy intentando pensar en cómo ayudar a Adela. —Suspiró mirando
de nuevo a Ninette.
Pero es que sois tantos que no sé ni por dónde empezar. Y el tiempo pasa
y es finito.
—Ahora voy a explicarte cómo lo vamos a hacer y qué es lo que tendrás
que decirle a los demás —comenzó.
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No sabía cómo se desenvolvería Ninette frente a Luciano y a Úrsula con
tantísima inseguridad y teniendo que inventar cada día. Contaba con ello, con
que pudiese meter la pata. En fin, fuera como fuese, no le quedaba otra que
arriesgarse.
Tiró de ella de nuevo hacia las carpas mientras le explicaba cuál era el
plan.
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Esperaba a Lucas en la verja. Adela le había dejado las llaves de las cadenas.
El taxi llegó a la hora prevista. Lo vio descargar varias maletas, una de ellas
bastante aparatosa.
—La leche —profirió ella en cuanto tiró de uno de los bultos.
—Traigo la cam…
—La cámara, ya. —Lo cortó ella.
Lucas alzó las cejas. Vicky ya le había explicado por teléfono cuál era su
papel allí. Aun así el joven estaba contrariado.
Lucas era uno de los mejores rehabilitadores de su padrino. El trabajo lo
comenzaría él al menos durante unas semanas. Luego tendrían que sustituirlo
ya que era necesario en Madrid. Vicky lo conocía de haberlo visto alguna vez,
no era alguien con quien tuviese confianza y supuso que oírla decir que iba
meterlo allí dentro de una manera un tanto fraudulenta no le hacía ninguna
gracia.
—Mejor no abras la boca —le dijo cargando con los bultos.
Entre los dos apenas eran capaces de cargar con todos los aparatos. En
cuanto entraron en la carpa, Lucas quedó perplejo mirando a su alrededor.
Vicky supuso que ella tendría la misma cara de imbécil el primer día.
Atravesaron las carpas hasta llegar a la última, la de las casas. Pasaron por
delante de las oficinas de Caruso y Úrsula.
Delante de sus puñeteras caras.
Úrsula estaba en la puerta de Fausto y se giró para verlos pasar. Vicky ni
siquiera reparó en ellos. Aquellos bultos enfundados parecerían cualquier
cosa. Por mucha imaginación que ellos le echasen, nunca imaginarían lo que
iba dentro.
Vio a Ninette saliendo de su casa y los miró contrariada. No se esperaría
tal cantidad de parafernalia y no tardó en cogerle a Vicky algunas cosas.
Gesto que le agradeció, le dolían ya hasta las muñecas y le estaba costando
trabajo no aplastar a Ludo dentro del bolso.
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Se detuvieron en la puerta de Adam. Según sus cálculos Matteo y Andrea
ya estarían dentro. No tenía ni idea de qué le habrían dicho a Adam para que
los dejara entrar. En la comida cada uno de ellos se sentó en una punta de la
carpa para no levantar sospechas.
Tampoco sabía hasta qué punto Matteo sabría del plan ni siquiera Andrea
era consciente de lo que Vicky le había dicho a Úrsula. No había querido
acercarse al mago, el cabreo de Úrsula le dificultaría las cosas.
Fue Matteo quien abrió la puerta. Vicky vio a Andrea sentado en el sofá,
tenía los antebrazos apoyados en los muslos. Por un momento vio a un
Andrea real, quizás la primera vez que no lo veía en pasillos llenos de trastos
o en la carpa. Aquello era lo más parecido a una casa que podía encontrar allí,
una imagen a la que no estaba acostumbrada. No pudo describir la sensación,
pero el mago acababa de traspasar el fino velo entre el mundo de fantasía y el
mundo de Vicky. Y en su propio mundo Andrea podía dejar de estar en el
escaparate de una tienda en la que ella no podía comprar.
Recibió un latigazo en el pecho que no tuvo tiempo a digerir. Adam los
miraba con las cejas alzadas. El trapecista se detuvo en el desconocido que las
acompañaba.
Este es el momento en el que tener la cara de lona dura es una ventaja.
—Pasad —les dijo Vicky a Ninette y Lucas.
Adam abrió la boca, seguramente para protestar. Llevaban tantos trastos
que Vicky no supo cómo podría moverse con la silla allí en medio. Colocó
uno de los bultos en la puerta, así Adam no podría escapar.
—Lucas, este es Adam —le dijo con una amplia sonrisa, aquella que
siempre funcionaba, pero no surtió efecto en Adam, que comenzaba a
emblanquecer siendo consciente de la encerrona que acababan de hacerle
todos.
Vicky señaló a Adam con el dedo índice. Vio de reojo que Andrea la
miraba esperando a ver cómo lograría deshacer el entuerto. Su expresión
medio divertida, medio contrariada y altamente sorprendida al ver a Ninette,
la hizo que volviese a azotarla el tornado. Los cuchillos se clavaban en el
tapiz uno tras otro y sin parar.
—Todos los que estamos aquí tenemos un marrón de narices —le soltó a
Adam antes de que él pudiese decir nada. Sintió en el bolso cómo Ludo se
asomaba para comprobar dónde estaban aunque supuso que, por el olor, ya
sabía que no había brujas cerca. Vio la cara de Lucas emblanquecer—. Menos
tú. —Se apresuró a decirle—. Tú no cuentas—. Volvió a mirar a Adam—.
Así que pon de tu parte para que al menos merezca la pena.
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Adam frunció el ceño. Le lanzó a su hermano una mirada de reproche.
—Sí, él tiene toda la culpa —añadió con frescura—. Es el que va a pagar
el tratamiento. Enfádate, grítale, insúltalo cuanto quieras. Discutid mientras
nosotros vamos montando la camilla. Matteo, cierra las persianas.
Les dio la espalda dejando a Adam, Matteo y Andrea con la boca
entreabierta.
—¿Habéis organizado todo esto sin pedirme permiso? —protestó Adam.
—Sí —respondió Vicky ayudando a Lucas a sacar la camilla de la funda
—. Lucas ha venido desde España y se dedicará a ti durante unas cuatro
semanas. —Se giró para mirarlo—. En unos días tendrás aquí unas prótesis
para las piernas. Va a ser su trabajo, enseñarte a andar con ellas. Y Ninette va
a ayudarlo.
Le guiñó el ojo a Adam. Este ahora abrió la boca ampliamente.
—¿Y si yo no quiero? —Movió su silla por el concurrido espacio que le
dejaban los bultos.
—Entonces Lucas habrá perdido el tiempo. Yo habré perdido una mañana
inventando qué excusa ponerle a Úrsula para que Ninette y él pasen las tardes
contigo. Tu hermano habrá perdido dinero. Y Ninette habrá perdido la
oportunidad de hacer algo por ti y por ella misma.
Notó cómo Ninette se sobresaltó con sus palabras. Adam miró a Ninette.
—¿Tú has accedido a esto? —le preguntó sorprendido.
Ninette asintió con cierto bochorno.
—Quiero que vuelvas a andar —le dijo la chica en un tono tenue, como si
alguien peligroso pudiese escucharla.
Lucas desplegó las patas de la camilla y le dio la vuelta. Era grande y
ocupaba gran parte del salón.
Lucas se irguió hacia Adam.
—Habrá que subirte aquí —le dijo. Andrea y Matteo enseguida se
dispusieron a levantarse para ayudar, pero Vicky levantó las manos hacia
ellos.
—Lucas ya trae ayudante. —Sonrió ella sin dejar de mirar a Adam. El
trapecista enseguida miró a Ninette.
La joven se puso al lado de Lucas.
—Es técnica además de fuerza —le dijo Lucas a Ninette.
—No subestimes las piernas de Wonderwoman. —Lo cortó Vicky y vio
cómo hasta Adam contuvo la sonrisa.
Lucas le dio una serie de explicaciones a Ninette. Unas maniobras que
tendrían que llevar a cabo al mismo tiempo. Adam también tenía su función.
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No tardaron en tenerlo sentado en la camilla. Vicky fue consciente de que en
pie sería tremendamente alto, aún más que Luciano.
Dio unos pasos atrás para retirarse de la camilla y dejar a Lucas trabajar.
Lo vio tocar las rodillas de Adam, los tobillos. Él seguía en silencio. Cuando
Lucas le pidió que se tumbase, Vicky aprovechó para mirar a Andrea. Este le
sonrió levemente.
¿Ves? Esto es magia del mundo real.
Ninette era la pieza clave, no tenía dudas. Adam sabía que no lo había
engañado por completo. Le hizo comprometerse a acompañar a Ninette,
acercarse a ella un rato cada día. Era precisamente lo que iba a hacer de
manera indirecta. También era consciente de que Adam sabía la consecuencia
para la joven si Luciano se enteraba de lo que estaba haciendo en la caseta. Y
de todo lo que estaban arriesgando los presentes. Por mucho mal genio que
demostrase y por muy asocial que se comportara, Vicky estaba convencida de
que había algo dentro de él guardado en una caja, y era grande y glorioso.
Adam nunca consentiría que todos arriesgasen demasiado para que él y una
soberbia irreal e inventada, que usaba como armadura, lo echara todo por la
borda.
Lucas le explicaba a Adam, que aún estaba estupefacto, lo que iban a
hacer y el funcionamiento de las prótesis. Lo que podrían alcanzar a pesar de
su rotura y el camino para llegar a ello.
Andrea y Matteo estaban ya de pie escuchando a Lucas. Adam miró a su
hermano.
—Y todo esto para tan solo ponerme de pie. Andar con un andador
durante meses. —Espiró aire con fuerza.
Ninette se inclinó sobre la cara de Adam y este la miró.
—No es solo ponerse en pie o andar con ayuda —le dijo ella y hasta
Vicky alzó las cejas—. Es llegar al límite que se te permite después de lo que
te ha pasado. —Puso una de sus manos en el hombro de Adam—. La
directora de la escuela de danza solía decirnos que en el agua, cuando dejas de
moverte, te hundes. Que nuestra carrera artística era como estar en el agua. Y
que nuestra propia vida, para siempre, era estar en medio del mar. Y tú llevas
meses sin moverte. —Sonrió—. Ninguno de los que estamos aquí queremos
que te hundas.
Vio a Adam mirar a Ninette.
—¿Tú has valorado las consecuencias? —le preguntó y Ninette desvió la
vista. Adam señaló a Vicky—. Porque esa es capaz de enredar hasta el tronco
de un roble de cien años.
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Vio de reojo cómo Andrea giraba la cabeza y se tapaba la boca para reír.
Una descripción acertada más, sobre mis facultades, que agregar al libro
Vicky.
—¿Las estás valorando tú? —respondió Ninette.
Joder, qué buen fichaje he hecho.
Adam guardó silencio. Vicky aprovechó para empujar a Lucas.
—Ve midiéndolo. —Se apresuró a decir, ahora que el hombre de hojalata
parecía estar blandito. Desconocía el tiempo que le duraría aquel estado.
El tiempo que Ninette esté en esa postura mirándolo.
Notó a Andrea pegarse a su espalda y cogerle con los dedos el antebrazo.
Abrió la boca y contuvo la respiración al notarlo cerca de su oído.
—Claro que eres experta en la magia del mundo real —le susurró.
Vicky tuvo que sonreír. Lo miró de reojo.
Porque esto parece el camarote de los hermanos Marx con tanta gente.
Pero no te atrevas a mirarme así cuando estemos sin compañía.
Andrea se apartó de ella y al apartar la mano notó un leve roce, quizás un
amago de caricia justo en la parte final del antebrazo. Una parte sensible al
más mínimo contacto. Se le erizó el vello.
Él miró a Ludo, que aún estaba asomado en el bolso. Intentó acariciarlo,
pero recibió otro marcaje del perro que esa vez logró zafarse. Hasta Adam,
Lucas, Matteo y Ninette miraron.
—Vaya genio para tan poco tamaño. —Lucas reía. Enseguida volvió a
concentrarse en las piernas de Adam.
La cabeza de Ludo no era más grande que un puño y sus dientes eran
diminutos. Aun así, sus finos dientes no eran del todo inofensivos por mucho
que Vicky bromeara sobre ello. Un tamaño pequeño le permitía ciertas
libertades que no se le consentiría a un perro de tamaño mayor.
—Ya he hablado con mi hermano hoy. —Ella dio unas palmadas en la
cabeza de Ludo—. Adela va a dejármelo unos días y a ver lo que podemos
hacer con él.
Andrea acercó despacio un dedo hacia Ludo. A medida que se iba
acercando el gruñido del perro aumentaba.
—El resto de los perros de Adela no son así —decía él mientras Ludo ya
empezaba a enseñarle los dientes—. Llevo toda la vida con ellos, este es
diferente. Desobediente, independiente, testarudo.
—Ser diferente no tiene por qué ser malo. —Vicky recordó las propias
palabras de Andrea mientras lo sacó del bolso. Andrea se fijó en que el perro
en las manos de Vicky parecía completamente inofensivo. Alzó a Ludo y lo
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puso de cara a ella. Tuvo que echar la cabeza hacia atrás, ya sabía que cada
vez que lo ponía en aquella postura no tardaba en sacar la lengua y lamerle la
nariz.
Sonrió al ver su cara. Era lo que le provocaba la cara chata y peluda de
aquel híbrido de Ewok y perro, una sonrisa que no podía remediar.
—Hasta a él le has echado un hechizo —dijo. Vicky vio como el perro
miró a Andrea de reojo, una mirada de desconfianza, temiendo que le
volviese a acercar las manos. Era la primera vez que veía la parte blanca de
los ojos de Ludo. Le hizo tanta gracia la expresión del perro que tuvo que
aguantar las carcajadas.
—El hechizo consiste en que se porte así con todo el mundo, no solo
conmigo —respondió ella.
—¿Y tu hermano le ve solución? —Se extrañó él.
Vicky asintió con la cabeza.
—Partimos con la ventaja de que podemos ir probando con él tantas veces
como queramos. —Rio ella—. No sabes el trabajo que le cuesta a mi hermano
encontrar voluntarios para socializar a los Rottweiler.
Andrea alzó las cejas guiñando los ojos. Vicky lo vio contener la sonrisa.
Ella acababa de caer en la cuenta de que nunca le había dicho a Andrea a qué
se dedicaba su hermano. Era algo que solo había hablado con Adela. Ser
consciente de que el mago había mantenido una conversación sobre ella con
alguien, hizo que el tornado la azotase de nuevo.
—¿Y qué clase de hechizo has usado con Úrsula para que no se dé cuenta
de esto? —preguntó él con una curiosidad divertida.
Le hizo un resumen y Andrea pareció satisfecho.
—¿Tan segura estabas de que no me elegiría a mí? —respondió él a su
relato.
—Si no vuelves a hacerme aparecer en cuartos estrechos y oscuros
contigo, no tendré muchos más problemas con ella —le susurró y él rio.
Lucas volvió a sentar a Adam.
—En pocos días estarán aquí los portes —dijo el terapeuta—. Pero
podemos ir empezando a trabajar mientras.
Vicky supo que era hora de marcharse.
—Ninette. —La llamó—. Acompaña luego a Lucas hasta la puerta, pero
antes enséñale el circo.
Le guiñó un ojo y la joven asintió. Era bueno que vieran a Ninette en
compañía de Lucas.
Matteo fue el primero en salir.
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—Estarán preguntando dónde ando —dijo haciendo una mueca—. O
quizás no. —Negó con la cabeza—. De todos modos, tengo que irme.
Alargó la mano hacia Vicky e hizo un gesto con la cabeza. Una especie de
señal de agradecimiento. Ella metió de nuevo a Ludo en el bolso mientras
Andrea la observaba.
Luego abrió la puerta para dejarla salir primero. En cuanto salió el mago
se puso junto a ella. Ya olía a leche con cacao y café.
—¿Te apetecen unas rosquillas? —preguntó Andrea.
A Vicky le hizo gracia que, a pesar de apenas cruzárselo en el comedor, él
fuese consciente de lo que ella solía merendar cada tarde. El tornado se hacía
intenso. Se le vino a la mente de nuevo las palabras de Natalia: «Cada vez que
eres Vicky el interior de la esfera cambia de color».
Abrió la boca para coger aire. Sintió a Ludo sacar la cabeza con el olor,
pero ella movió el bolso para que se metiera de nuevo dentro.
—¿Ya no te importa que me conviertan en sapo? —respondió con ironía y
él rio.
—No me disgusta la idea del número de los aros. —La risa de Vicky
aumentó—. Pero mientras Úrsula esté pendiente de nosotros menos
posibilidades hay de que se entere de lo de Adam. Y creo que tú y yo le
tenemos el mismo miedo.
Vicky se apartó un poco de él mientras le observaba la cara. Con aquella
sonrisa la invitación a rosquillas parecía el más maravilloso plan al que la
hubiesen invitado en su vida. Asintió y Andrea le empujó con su hombro para
que se dirigiese hacia la carpa del buffet.
Pasaron por delante de la puerta de la oficina de Úrsula y Vicky vio que
había alguien en la puerta, Cornelia hablaba desde el exterior con ella. Supuso
que con la puerta abierta los vio pasar. Miró de reojo a Andrea, él también fue
consciente de ello.
—No ha sido mala idea —dijo Vicky—. No se te daría mal la magia en
mi mundo.
Lo vio sonreír de nuevo.
—La magia en tu mundo, ¿consiste en el engaño?
Vicky negó con la cabeza.
—No exactamente en el engaño. —Se echó el bolso hacia la espalda para
que Ludo tuviese más espacio que bajo su brazo—. Solo tienes que ponerle
delante lo que quiere ver, el resto se forma solo.
Andrea frunció el ceño sin entender.
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—Pero Úrsula no quiere ver esto. —La rodeó por la espalda para acercarla
a la bandeja de rosquillas.
Ay, madre. Que voy a llegar a Ciudad Esmeralda sin frenos.
Vicky llegó hasta la mesa de rosquillas y sacudió la cabeza para liberar
pensamientos extraños. Cogió la merienda y buscó una mesa. Andrea llevó
los zumos.
Está en todo.
—¿Nunca has tenido miedo a la oscuridad? —preguntó Vicky—. Cuando
estás en la cama y hay una toalla colgada en el pomo de la puerta, la sombra
toma una forma monstruosa. Sigue siendo una toalla, pero ves un monstruo.
Pues nosotros ahora mismo somos esa toalla para Úrsula. Ella teme ver un
acercamiento tuyo con cualquier mujer y en cuanto te ve hablando conmigo,
su imaginación hace el resto. ¿Es así cómo funcionan tus trucos?
Andrea alzó las cejas.
—¿Mis trucos? —Se extrañó.
—¿Ilusionismo? —Él negó con la cabeza—. ¿Hipnotismo?
El mago se echó a reír.
Entonces ¿qué coño me hiciste con las putas cuerdas?
—Nunca he hipnotizado a nadie que yo sepa. —Guiñó levemente los ojos
—. Tienes una visión distorsionada de la magia de espectáculo.
Vicky tragó saliva.
Entonces fue todo mi imaginación.
Apoyó el codo en la mesa y la barbilla en el torso de su mano, y lo miró
con interés.
Y yo creyendo que hipnotizaba mis bragas.
Vio a Úrsula entrar en la carpa. Estaba segura de que quería seguir
observándolos. Andrea fue también consciente de su entrada. Miró a Vicky.
—¿Ella puede hacer que te echen de la productora? —preguntó.
—Aunque prenda en llamas las carpas no me echarían. —No pudo evitar
la sonrisa.
—¿Y por qué entonces haces lo que te dice? ¿Por qué te dejas mandar de
esa manera?
A Vicky volvió a sorprenderle que Andrea fuese conocedor del trato que
Úrsula tenía con ella.
—Porque era la única forma. —Sonrió. No había cogido muchas
rosquillas o se las había comido sin conocimiento.
—¿La única forma de poder trabajar?
Vicky hizo un ademán con la mano.
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—La única forma de que me dejara vía libre en mi trabajo —respondió y
el rostro de Andrea reaccionó a sus palabras. Vicky sintió cierto orgullo ante
la mirada impresionada del mago—. Y la única forma de poder acercarme a
vosotros.
Desvió la vista con cierto bochorno, pero él pareció divertido.
—Veinte días —añadió Vicky recordándole a Andrea los días que le
quedaban allí.
Se hizo el silencio un instante, el que Vicky permitió que él la siguiese
observando. Si Úrsula podía ver a Andrea de frente, supuso que saldría
ardiendo sola. Aquel pensamiento la divirtió sobremanera.
—¿Cuál fue tu anterior trabajo? —preguntó el mago. Cada vez le veía
más curiosidad en su voz.
—Algo diferente. —Alzó los ojos hacia él—. Matones y narcos.
La expresión impresionada de Andrea aumentó en gran medida.
—Ahora no me sorprende que no tengas miedo aquí —dijo cuando pudo
hablar.
Vicky negó con la cabeza, confirmándolo.
Lo único que temo son las represalias contra vosotros.
Acabaron las rosquillas. Pero no quería abandonar la compañía del mago.
Y no era por Úrsula para su sorpresa. Por mucho que le divirtieran aquellos
juegos en otras situaciones, esta vez Úrsula no solo había pasado a un
segundo plano. No existía. Aunque no hubiese existido Úrsula ella tampoco
hubiese querido prescindir de su compañía.
Andrea se puso en pie y dejó las bandejas con el resto que estaban sucias.
—Vamos —le dijo a Vicky y ella se levantó de inmediato.
Y no es hipnotismo.
Tuvo que contener la risa. Miró a Andrea que caminaba a su lado.
—¿Quieres volver a probar nuevos números de escape? —preguntó con
un tono que ya Andrea conocía bien.
Él giró su cabeza hacia ella.
—¿Qué te dice que quiera escapar?
Vicky se detuvo.
Encaja eso sin volar.
Él tiró de ella.
Sin bragas soy muy peligrosa. Te aviso.
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—Los estoy ayudando. —Volvió a dejar caer su barbilla en Ludo—. Ser
Vicky, como me dijiste.
Natalia negó enseguida con la cabeza.
—Yo no te dije nada de eso. —Rio su amiga.
—¿Y dónde está el cacharro ese que has comprado? —preguntaba Mayte.
—Lo están fabricando —respondió—. Estará en Milán cuando lleguemos
y casi lo prefiero. Úrsula se alojará en su casa familiar y estará muy ocupada
esos dos días hasta la fiesta de aniversario. Es el momento perfecto.
—Sí, pero ¿cómo piensas hacerlo? ¿Un paquete anónimo?
Vicky negó con la cabeza.
—Tengo una idea, pero aún… —Sacudió la cabeza—. Estoy iniciando
demasiadas cosas y ni siquiera sé cómo organizarlas, y… tengo un lío de
narices. —Resopló. Quedó pensativa un instante—. A los de vestuario les he
pedido también un traje para Andrea. —Sonrió—. Hasta uno para Adela y la
familia de Ludo.
Natalia entornó los ojos.
—¿Otro número creado por Matteo? —preguntó y Vicky negó con la
cabeza.
—Ha sido idea mía.
—¿Ahora también diseñas espectáculos?
—No es un número, solo es un traje. —Rio—. Les he pedido un traje de
bruja buena del norte o Hada Glinda, como queráis llamarla. Y varios trajes
de Munchkind de tamaño Yorkshire enano.
Mayte y Claudia rompieron en carcajadas.
—Tía, eres la puta leche —le dijo Claudia.
Vicky encogió los hombros.
—Caminas en busca de Ciudad Esmeralda con un perro metido en el
bolso mientras la bruja del Oeste te acecha. Ayudas a que un hombre relleno
de paja pueda demostrar su verdadera valía, intentas darle valor a una leona
miedosa, y estás decidida a darle movimiento y sentimiento a un hombre de
hojalata petrificado. —Claudia sonrió señalándola con el dedo—. ¿Ahora el
Hada Glinda y los Munchkin? Dime cuándo actúan en Londres. Porque
pienso comprar las entradas en primera fila.
—¿Y en algún capítulo del cuento Dorothy se empotra al mago? —
intervino Natalia y hasta Vicky se tapó la cara.
—Ya está La Fatalé cortando el rollo. —Claudia movió la mano—. Tía, es
un cuento para niños.
—Yo no he hecho nada. —Se defendió Vicky.
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—Pero te encantaría. —Natalia alzo las cejas.
—Lo que me encantaría o no, es irrelevante.
—Cuando eres Vicky no es irrelevante. —Era inútil rebatir con Natalia,
podrían estar así hasta la mañana siguiente.
—Vicky está cambiando, está madurando. —Mayte le echó un cable.
—Vicky está intentando que un grupo de artistas haga un número no
aprobado por el director y la productora. Eso sin contar con lo de Adam. —
Asintió de nuevo lentamente—. Le falta el Moet y el Vodka. Es el único
cambio.
Vicky resopló.
—Pero sigue el camino de baldosas amarillas. —Natalia movió la mano
—. Quiero seguir viendo «El puñetero mundo de Oz». —Entornó los ojos—.
A ver cómo acaba.
Hasta Vicky tuvo que reír.
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todo bien ningún idioma compatible con ellos así que no pudieron hacerle
demasiadas preguntas y ella traducía a su conveniencia.
Sin embargo, con Adam no hacía falta mucha destreza en el habla. Solo
con señales, Lucas le iba indicando cómo ponerse y la terapia avanzaba.
Vicky los miró.
—Ahora voy yo —les dijo y ellos se marcharon.
Andrea tiró de ella y la llevó a la otra parte de la parcela. Donde aquella
vez la ató con las cuerdas. Esta vez rodearon un tráiler. Allí al menos había
sombra bajo un árbol, algo que agradecer a aquella hora de la tarde.
Vicky puso a Ludo en el suelo. Andrea se acuclilló frente a él mientras
Vicky sacaba el móvil para grabar. En cuanto Andrea acercaba la mano para
acariciarlo él comenzaba a gruñir.
—Yo le he dado biberones a este perro —protestó—. ¿Por qué me hace
esto?
¿Biberones? Seríais una estampa.
Sonrió al imaginarlos.
—No sabemos quién es el padre de Ludo. Una de las perras de Adela se
escapó, fue precisamente en Milán. La dimos por perdida, ya nos
marchábamos cuando ella apareció. A los dos meses y poco nació Ludo.
Vicky entornó los ojos hacia el perro.
—La madre murió y si te soy sincero pensábamos que Ludo también
moriría. —Al ver que el perro se alteraba demasiado, desistió y apartó la
mano—. Tuvimos que criarlo a base de biberones. —Lo vio hacer una mueca
—. Matteo, Adela y yo nos turnábamos. No sabes lo difícil que es darle un
biberón cada tres horas en un sitio como este. —Rio y se tapó la cara—.
Había veces que no nos coordinábamos bien y hacía doble toma.
Vicky rio al escucharlo.
—Es más pequeño que el resto y aunque es joven no crecerá mucho más
—continuó—. Pero su carácter es tremendamente difícil. Ni siquiera obedece
a Adela. No es sociable con los otros perros. —Alzó los ojos hacia Vicky—.
Parece que solo le gustas tú.
Vicky se acuclilló también. Alargó la mano hacia el perro y este se dejó
tocar sin emitir ningún sonido. Sin embargo, recordó que el primer día que se
encontró con Ludo, este movía el rabo cuando olió a Andrea.
—La teoría de mi hermano es que os relaciona fuera de la cerca, con
volver a la cerca —le dijo Vicky—. No es que no os quiera realmente. Sois
algo así como unos «cortarrollos».
Ella lo acariciaba.
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—Luego, contigo se le sumó el relacionarte con sacarlo del bolso. El
bolso ahora es parte de su dominio. Es su reino, en mi bolso es Dios —añadió
y Andrea sonrió—. A pesar de no medir un palmo es un macho alfa con un
carácter un tanto independiente. No considera al resto de los perros de Adela
su familia o su manada.
Volvió a acariciar al perro.
—Mucha gente relaciona a los perros alfa con agresividad. Y no tiene
nada que ver. Una amiga mía tiene el perro más dominante que puedas
imaginar. Y pesa más de cincuenta kilos.
Andrea alzó las cejas.
—Y nunca ha agredido a nadie si no se lo ordenan —añadió y él alzó aún
más las cejas. Vicky movió la mano para que olvidase el ejemplo—. Mi
hermano ha tenido numerosos perros y ha adiestrado a cientos. No hay dos
perros iguales. No podemos mirarlos y querer que sean como nosotros
queramos, simplemente entenderlos, adelantarnos a sus reacciones y
corregirlos. Son muy simples, estímulo, consecuencia. Si cambiamos la
consecuencia, poco a poco se va consiguiendo una convivencia civilizada.
Cuando Ludo comience a relacionarte con algo divertido o que le guste,
dejará de intentar morderte cuando lo cojas.
Andrea la miró algo decepcionado.
—Si me encuentro a Ludo en el pasillo no puedo ponerme a jugar con él.
Urge quitarlo de en medio.
—Pero puedes darle alguna chuche que le guste camino a la cerca —
rebatió ella.
—Tú no le das chuches —le reprochó.
—Pero lo paseo, percibe olores que le interesan y a veces le cae un trozo
de algo de la comida. Todo eso estando protegido en el interior de un
habitáculo que lo hace invisible ante la gente que lo lleváis directo a la cárcel.
Sois como esa tarjeta del Monopoly: «Vaya a la cárcel. Vaya directamente a
la cárcel, sin pasar por la casilla de salida, y sin cobrar».
Andrea rio ante su comparativa. Acercó de nuevo su mano hacia el perro.
—No se siente parte de la manada —repitió.
Vicky bajó la vista hacia el perro. La frase tenía un significado amplio si
lo decía Andrea.
—Puedo entenderlo —añadió y ladeó la cabeza para reír. Miró a Vicky—.
Supongo que es como yo.
Ludo se sentó, contrariado. Quizás estuviese esperando a que Andrea
intentase cogerlo y llevárselo de nuevo. Ya no le rehuía como hacía los
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primeros días, ahora había probado una técnica más efectiva: el mordisco.
—¿También muerdes a los Caruso? —Ella miraba a Ludo, pero sabía que
Andrea sonreía.
—Durante un tiempo, sí —respondió—. Yo siempre viví aparte de la
familia Caruso. Cornelia no quería tenerme cerca, ella quería enviarme a un
orfanato. Pero Adela se ofreció a hacerse cargo de mí y mi padre lo aceptó.
Los primeros años viví con Adela, los padres de Matteo también pusieron de
su parte para ayudarla conmigo en la etapa más difícil.
Andrea se sentó en el suelo y apoyó la espalda en el tronco del árbol.
—Ahora no hay niños en el circo, pero en aquella época éramos varios —
continuó—. Adam y Luciano nunca jugaban con nosotros, siempre solían
estar aparte. Pero un día Adam vino a buscarnos y eligió quedarse con
nosotros.
—¿Siempre supiste que eras hijo de Fausto? —Era una parte de la historia
que tenía turbia y tenía curiosidad por aclararla.
El mago asintió.
—Yo era Andrea Valenti, pero Adela nunca me ocultó quien era mi padre.
Incluso me solía hablar de mi madre, Mónica Valenti. —Hizo un ademán con
la mano—. Mi padre solía evitarme siempre, crecí con cierto respeto hacia él,
casi miedo. —Entornó los ojos hacia el perro—. Me sentía con una necesidad
constante de contentarlo con alguna habilidad. Adam y Luciano parecían estar
destinados a hacer cosas extraordinarias, pero yo parecía ser invisible para el
director del circo. Pensaba que, si lograba resaltar en algo, lograría ser un hijo
más. —Negó con la cabeza—. Aunque pudiese hacer levitar todo el circo
nunca seré un hijo más para él. Soy un error en su vida, un estorbo que no
tuvo más remedio que aceptar. Él no era partidario de enviarme al orfanato,
pero tampoco es que me quisiese aquí.
Vicky se sentó en el suelo, sabía que se clavaría en el culo las decenas de
chinas, pero ya le dolían las rodillas y no pensaba quitarse de allí ahora que
Andrea le estaba revelando esa parte que estaba deseando descubrir.
—Recuerdo que Cornelia le dijo a Adela que no quería verme ni siquiera
cerca de su caseta. —Miró de nuevo a Ludo—. Pero a mí me gustaba
deambular por el circo. Observar el trabajo de mi padre, cómo enseñaba a mis
hermanos a columpiarse en el aire…
—Pero tú no querías ser trapecista. —Entornó los ojos hacia él.
Andrea se encogió de hombros.
—Siempre me gustó la magia. Nunca consideré ser trapecista —seguía él
—. Pero si él me hubiese enseñado junto a Luciano y Adam, no sé lo que
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hubiese pasado.
Levantó los ojos hacia Vicky y esta encogió la comisura de sus labios
hacia el moflete derecho.
—La magia mola más —le dijo.
Y no lo dijo solo para contentarlo. No se imaginaba a Andrea vestido de
mono alado. Lo prefería haciendo flotar esferas de cristal, manejando de
aquella manera las cartas o sacando cosas de la chistera.
—¿Adela conocía bien a tu madre? —preguntó.
—Eran amigas. —Andrea desvió la mirada—. Adela sabía lo de mi padre
y ella, y por supuesto, también lo que pasaría si Cornelia se enteraba. —
Resopló—. Y pasó.
—¿Qué razones te dio Adela por las que tu madre te dejó atrás?
Andrea negó con la cabeza.
—Adela no esperaba que mi madre me dejase atrás. —Volvió a acercar la
mano hacia Ludo y regresó el gruñido—. Fue todo muy rápido. Tuvo que irse
una madrugada y le dejó una nota a Adela diciendo que se encargase de mí.
—¿Y no sientes curiosidad? —Ya era la segunda vez que se lo refería—.
¿Por qué te dejó? ¿Qué ha sido de ella? ¿Si tienes más hermanos?
Andrea negó con la cabeza.
—No tengo hijos, pero ni siquiera sería capaz de abandonar a un perro. —
Tiró levemente de una de las orejas de Ludo—. Menos a un hermano o a un
amigo, ¿qué razones se pueden tener para abandonar a un hijo?
—Miedo, desesperación, inseguridad, pobreza extrema, imposibilidad de
darle una vida digna, temer que acabase en un orfanato… —rebatió ella y él
se sobresaltó.
—¿Y cómo pensaba que sería mi situación aquí con alguien como
Cornelia? Hubiese sido mejor un orfanato. He tenido que soportar el reproche
y la vergüenza de algo que no fue mi culpa, durante años. No he tenido
madre, no he tenido padre. Y durante mucho tiempo no tuve hermanos.
—Tuviste a Adela y a Matteo. —Torció los labios.
Andrea apretó la mandíbula y levantó la cabeza para mirar a Vicky.
—Ella sabía bien cómo funcionaba el circo. El poder de Cornelia. Tú la
conoces de unos pocos días. ¿Hubieses hecho lo mismo?
Vicky negó con la cabeza.
—Pero yo no pertenezco a este mundo y no lo entiendo, como tú me
dijiste. —Le recordó aquel enfado cuando ella sugirió que se fuesen si no
aguantaban las presiones de Úrsula—. Nadie quiere verse fuera de aquí por
las razones que sean.
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Lo vio bajar la cabeza, abochornado.
—Respetas y defiendes que alguien no pueda marcharse con un grupo de
perros como Adela o solo como Matteo. Vivir fuera de aquí con un trabajo
que nada tenga que ver con una carpa y un escenario. Pero le reprochas a ella
que no fuese capaz de llevarte consigo.
La mandíbula de Andrea se apretó aún más.
—¿Ves bien lo que hizo? —Sonó a reproche.
Vicky negó con la cabeza. Sabía que el mago se estaba alterando, era un
tema delicado, inmoral hasta para ella misma. Pero no había que tener un
instinto analista sobrenatural como el de Natalia para saber que para Andrea
era una carencia que aún en la edad adulta no había podido reparar. Ahora
entendía algunas cosas sobre el mago. En el chat de amigas Natalia decía que
no terminaba de cuadrarle cómo un perfil como el que tenía Andrea, pudo
haberse fijado un día en Úrsula, a pesar de que ella al principio tuviese bien
enmascarado su carácter. La relación de Úrsula y Andrea no debía de ser muy
diferente a la de Ninette y Luciano. Ambos se habían aprovechado de una
necesidad, de una carencia. Y tanto Ninette como Andrea se habían ahogado.
—Lo que hizo ya no tiene solución —le dijo ella—. No podemos cambiar
la realidad.
Él la miró de reojo con cierta desconfianza y aún ofendido, enfadado, o lo
que fuese que le provocara que Vicky no hubiese puesto a parir a la madre
que lo había abandonado.
—Y la realidad es que durante años le has recordado a tu madrastra que su
marido un día la engañó con otra mujer —añadió—. Por mucho que quisiera
alejarte tuvo que verte día tras día hasta que lograste hacerte tu propio hueco
en el circo, e incluso llevar el apellido Caruso. —Vicky volvió a acariciar a
Ludo—. Y no tienes ningún parecido con tu padre, así que lo más probable es
que te parezcas a tu madre y eso empeore las cosas.
Lo vio apretar los labios de nuevo.
—No es tu culpa, claro que no —continuó ella—. Pero no puedes evitar
joderles solo con existir. ¿Tu padre pensaba que con ignorarte desaparecerías
y su error estaría subsanado? —Entornó los ojos hacia Andrea—. Cornelia es
una bruja de tres al cuarto. Cualquier mujer hubiese dejado a su marido
después de una traición así, pero mucho me temo que era más fácil quedarse
en el circo, disfrutar de la recaudación de la taquilla, y pagar contigo el error
de tu padre.
Vicky tuvo que parar para coger aire. Por un momento se sintió Natalia
lanzando palabras duras como los cuchillos que se clavaban en el tapiz las
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mañanas de los ensayos. Andrea se levantó dándole la espalda. Vicky alzó los
ojos hacia él. Se había apoyado en el árbol y ella seguía en el suelo.
No era el momento, pero no pudo evitar aprovechar un ángulo de visión
privilegiado de cierta parte trasera que marcaba bien los jeans de Andrea.
Vicky apoyó la frente en su mano.
No tengo remedio.
Apartó la mirada de él y la dirigió hacia el perro, era consciente de que
tendría un cabreo de narices por todo lo que le había dicho.
—Siempre me sentí un estorbo —dijo al fin.
Voy a ponerme en pie porque desde aquí abajo con este de espaldas, es
imposible concentrarme. Y el tema es serio.
—Y era un sentimiento real, siempre fuiste un estorbo. —Él se giró
sobresaltado por su frescura—. Tu madre te dejó abandonado aquí, tu padre te
ignoraba y tu madrastra te ha despreciado siempre. Es la realidad que no
puedes cambiar, no es tu culpa, por lo tanto, no tienes por qué agradar a tu
padre, ni tratar de ser parte del clan Caruso, ni estás obligado a demostrar que
mereces un puesto en el circo más que cualquier otro.
Dio unos pasos hacia él. Tenía la barbilla muy cerca del hombro de
Andrea.
—Pero toda la culpa la concentras en tu madre, el centro de todos tus
males o lo que sea que haya provocado tu situación, y no es así. Porque si tu
padre hubiese hecho frente a su responsabilidad y Cornelia hubiese sido
encantadora, tú no tendrías ahora tanto resentimiento. La culpa no es tuya,
Andrea, como tampoco es solo de tu madre. La culpa es también de todos los
demás.
Alargó una mano hacia el antebrazo con el que él se agarraba al árbol.
—No puedes cambiar la realidad aunque no sea la que tú quisieras. Pero
puedes elegir la mejor forma de vivirla —añadió, él volvió a girar su cabeza
hacia ella y Vicky fue consciente de que quizás se había excedido en su
cercanía. Mientras él miraba al frente no lo había notado, pero tenía los ojos
atigrados del mago tremendamente cerca—. Es precisamente lo que todos
estamos intentando que haga Adam. Aceptar y elegir. Tú tampoco estás solo.
Apretó el antebrazo del mago y lo vio sonreír levemente.
—Adam fue el único Caruso que me hacía sentir precisamente eso. Por
eso todo lo que ha pasado…
—No fuiste tú, no fue nadie. —Lo cortó Vicky.
—Para mi padre sí fui yo el culpable. —Volvió a mirar hacia otro lado y
Vicky lo vio cerrar los ojos.
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—Es otra forma de hacerte desaparecer. —Le dio un toque en el hombro.
—Él hubiese preferido que me hubiera pasado a mí.
—¿Te lo ha dicho? —Ella alzó las cejas esperando una respuesta. Andrea
negó con la cabeza.
—Hubieses sido un doble estorbo. No lo piensa. —Volvió a recibir la
mirada del mago y ella le sonrió.
La miró de una forma extraña. Por un lado, Vicky reconoció aquella
mirada, la que le lanzaba todo el mundo cuando decía alguna estupidez. Pero
sus estupideces siempre tenían sentido.
—Tienes una forma un tanto peculiar de ver las cosas —dijo echándole un
vistazo a Ludo—. Hasta las cosas malas, las que duelen. —Luego la miró a
ella entornando levemente los ojos—. Y también tienes una forma extraña de
decirlas. Como si tampoco les doliese a quien las oye.
—Cuando aceptas la realidad deja de doler y te liberas. Ninette aún no
acepta del todo que El Salvador de su soledad es un miserable y se
autocastiga permaneciendo al lado él a pesar de las consecuencias. Tu
hermano no acepta que está impedido y por eso se castiga a permanecer en la
silla a perpetuidad. Y lo de Matteo no es tan fácil de ver a simple vista, pero
él también se castiga a sí mismo cuando dice que no volverá a crear ningún
número. —Él frunció el ceño—. Es un castigo a su ingenio y creatividad, y si
no pone remedio acabará creyendo que es tonto y actuando como un tonto.
Cuando son los que le rechazan sus proyectos los que lo hacen pensar así.
Vicky se dejó caer en el tronco del árbol.
—¿Cuál es tu realidad, Mago? —preguntó.
Guiñó levemente los ojos hacia él esperando su respuesta. Andrea bajó la
cabeza. Vicky lo observaba tomar aire de manera profunda.
—La que te hace castigarte sin remedio —añadió ella.
Andrea dejó resbalar la mano por el tronco del árbol y lo soltó. Vicky vio
cómo le brillaban los ojos. Sintió que se había excedido, había traspasado la
línea, llegado demasiado dentro, y ahora se encontraba en un lugar que no le
correspondía. Lo correcto era retirarse, dejar al mago solo con sus
pensamientos, con sus sentimientos, su culpa y sus frustraciones. Si tenía dos
dedos de consideración, no debía ni de estar mirándolo.
Levantó la espalda del tronco del árbol, tenía que marcharse. Se apartó de
Andrea, pero sintió su mano agarrando la suya y la apretó. Lo miró
sobresaltada, él no se había movido un ápice, seguía erguido mirando hacia la
ladera, donde no había más que piedras y algunos setos hasta que se perdía la
vista. Lo oyó coger aire de nuevo.
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—Fui abandonado por mi madre —comenzó—. Ignorado por mi padre y
despreciado por una madrastra y uno de mis hermanos. He vivido todos estos
años. —Giró la cabeza hacia Vicky—. Soportando una vergüenza que no me
correspondía, viéndome con obligaciones que no me correspondían, buscando
de alguna forma la aceptación de mi padre porque pensaba que así
conseguiría una familia. Nunca dejé que Adela ocupara el lugar que otros
dejaron vacío. Pensaba que, si no era merecedor de mi propia familia, nunca
debería de tener ninguna otra. La primera vez que Adam me llamó hermano
fue el día más feliz de mi vida. —Vicky sonrió al oírlo—. Cuando mi padre
cayó en la ruina y estuvimos a punto de perder el circo, conocí a Úrsula.
Vicky notó cierta tensión en él al nombrarla.
—Abrí una puerta que jamás le había abierto a nadie, ni dentro ni fuera
del circo. La soledad desapareció y me sentí capaz de ayudar a mi familia, al
circo Caruso, y de ganarme el respeto que buscaba de mi padre. Pero la
compañía no resultó la que esperaba o creí ver en un principio. No salvé el
circo, lo sometí. Y la persona más importante en mi vida, Adam, cayó y se
rompió. Me castigo pensando que la evasión de mi padre o los desprecios de
Cornelia, o incluso la decisión que tomó mi madre cuando me abandonó, es lo
correcto, lo que merezco. Que llevan razón cuando me sienten un estorbo.
Vicky le apretó la mano. Ni siquiera ella esperaba que el mago se
sincerara de aquella manera. No le habría sido fácil y menos en presencia de
alguien que no conocía del todo.
—Cuando aceptas la verdad te liberas —repitió las palabras de Vicky
mientras se giraba para ponerse frente a ella. Lo vio respirar levemente—.
Pero yo me ahogo.
Vio más intensa la transparencia del iris, algo que reconocía que ocurría
con los ojos claros cuando iniciaban el exceso de humedad, tal y como vio los
de Natalia un año atrás.
Trató de disimular que era consciente del estado de sus ojos. Sin soltarle
la mano alzó la otra hasta su cara y le apoyó la mano en su mejilla izquierda.
—Respira —dijo y él cogió aire por la nariz. No vio que pudiese ser una
respiración profunda. Pero le sonrió—. Otra vez.
Le acarició con el pulgar mientras lo sentía respirar de nuevo.
Muy bien.
No tuvo que repetírselo, solo inclinar la cabeza en un gesto para que él la
entendiese. La parte inferior de los ojos de Andrea se iba llenando y Vicky
sabía que con solo moverlos levemente, rebosarían. Andrea también lo notó y
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movió el cuerpo para darle la espalda a Vicky. Pero ella le apretó la mano y
tiró de él para que no se moviese.
—Respira —le dijo tranquila.
Fue el ojo derecho de Andrea el primero en derramarse. Lo vio con la
intención de limpiarse, pero ella le retuvo la mano y la lágrima resbaló hasta
su mandíbula. El izquierdo también rebosó. El reflejo de Andrea fue el mismo
y Vicky lo detuvo de nuevo.
—¿Por qué? —reprochó con la voz tenue y giró la cabeza, aunque ella no
lo dejase girarse por completo. Aquel movimiento hizo que más lágrimas
cayesen.
—Porque quiero que veas lo que está haciendo tu castigo —respondió
apretándole ambas manos para que él no pudiese limpiarse la cara—. Eso no
es culpa de tu madre, ni de Cornelia, ni de Fausto, ni de Luciano, ni siquiera
de Úrsula. Lo estás haciendo tú.
Andrea la miró de nuevo. Intentaba mantener los labios apretados. Vicky
sabía que cuanto más retuviese el llanto más fuerte explotaría después.
—Respira —le repitió.
Andrea negó con la cabeza. Le vio cierto temblor en los labios. Tenía dos
opciones: marcharse y dejarlo solo, que se desahogase en soledad, sin
bochorno, sin que nadie lo estuviese mirando. O una segunda, la que ella solía
hacer con toda la gente que le importaba. Le soltó las manos y se pegó a él
para meterle el hombro bajo la barbilla y rodearlo con los brazos. Ese gesto,
el que usaba con las personas que quería, el que hacía explotar los llantos, la
única alternativa al ahogo.
Esperó inmóvil y paciente a que él la rodease a ella. Sabía que las
personas más sensibles, los que más solían ocultar sus sentimientos blandos,
se resistían durante más tiempo a dejarse caer en ella. Lo oyó coger aire junto
a su oído.
No puedes, te ahogas, solo te queda llorar.
—Después podrás respirar —susurró.
Andrea no respondió. Lo sintió moverse. Primero un brazo y luego un
segundo, su cintura eran tan estrecha que se vio envuelta por completo. Eran
los momentos en los que se alegraba de ser sumamente delgada y fácil de
abrazar.
Esperó en silencio hasta que él se apartó levemente. Sabía que él había
puesto de su parte para cortarlo cuanto antes. Ella apoyó su frente en la de
Andrea.
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—Respira ahora —pidió y él sonrió. Ella también sonrió satisfecha al
verlo coger aire. Alejó su frente de la de él.
Lo miró mientras dejaba caer los brazos y él no tuvo más remedio que
soltarla aunque se demoró algo más que ella. El gesto la hizo sonreír de
nuevo.
Esto también es magia del mundo real. La magia más poderosa de todas.
Pero era algo que no podía decirle en voz alta. Aunque supuso que
tampoco haría falta, él lo sabía o lo imaginaba, o quizás acababa de
descubrirlo. Tampoco era conocedora de hasta qué punto se extendía aquella
soledad extraña del mago. Ni si alguna vez alguien cercano le descubrió
aquella magia. Apostaba porque Adam sí era capaz de transmitirlo. De Úrsula
no tenía dudas.
Ella no haría esta magia ni con los zapatos mágicos.
—Gracias —dijo con cierto bochorno, todavía estrujándose los lagrimales
con los dedos.
Sí, exprime, hijo. No vaya a ser que te lo noten cuando volvamos.
El móvil de Vicky sonó, se sobresaltó al oírlo. Era Lucas. Le pedía que
fuese con Andrea a la caseta de Adam. Ella le enseñó el mensaje a Andrea,
luego recordó que no entendía el español.
—Que vayamos con tu hermano —le dijo.
Andrea asintió. Vicky bajó la vista buscando a Ludo. El perro levantaba la
pata echando pequeños orines alrededor del árbol.
—Ya vale. El árbol es tuyo, entendido. —Lo cogió por las axilas y lo puso
frente a Andrea—. ¿Lo sujetas así?
Andrea lo cogió de la misma postura que le había dicho Vicky y el perro
no tardó en protestar e intentar zafarse. Vicky rebuscó en el bolso y sacó un
paquete de toallitas húmedas. Andrea frunció el ceño.
—Que me llene el bolso de arena, vale. Pero los orines no lo permito —
dijo sacando una. El mago dio una carcajada. Ludo tenía el cuerpo colgando
desde las axilas y se movía sin parar. En cuanto sintió la toallita fría dejó de
moverse y se quedó petrificado. Ya comenzaba a acostumbrarse al aseo.
—¿Ves? —decía ella—. Si se deja limpiar, lo dejo entrar al bolso. Si no,
lo pongo en el suelo y me voy.
Vicky sacó una segunda toallita y le limpió las almohadillas. Luego abrió
el bolso para que Andrea lo echase dentro.
—Así sumas algún punto —dijo y él rio.
Rodearon el árbol y atravesaron la parte de los camiones. Vicky desechó
las toallitas sucias en el primer contenedor que encontró.
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Se cruzaron con Úrsula en la segunda carpa. Que miró a uno y a otro con
curiosidad al verlos con tanta prisa.
—Victoria. —La llamó.
Vio cómo Andrea también se detuvo a pesar de no haber sido llamado.
—Tu compañero, ¿cuándo demonios va a acabar? —preguntó seria,
ignorando la presencia de Andrea.
—La verdad es que no tengo ni idea —respondió encogiéndose de
hombros—. Cuando lleguen los cámaras, supongo.
—Dijiste que sería poco tiempo, que era un vago. Pero no falta ni un día.
—Sonó a reproche, como si Lucas fuese un estorbo cuando era
completamente invisible para todos.
—Pero Roma es preciosa y unas vacaciones por un par de horas de trabajo
al día no están mal. —Acompañó su comentario con una sonrisa—. Ahora
mismo iba a ir a verle. Necesito hablar con él de algunas cosas.
—¿Qué cosas? —Úrsula se cruzó de brazos.
—Cosas técnicas complicadas de explicar. —Dio unos pasos alejándose
de ella—. Ni siquiera creo que las vaya a entender él.
No le dio margen de preguntar nada más. Se alejó de Úrsula y salió de la
carpa seguida de Andrea. Resopló en cuanto llegaron al pasillo de las casas.
—No la subestimes —advirtió Andrea echando un vistazo tras de sí.
Vicky negó con la cabeza.
—Es ella la que me subestima a mí. —Rio mientras llamaba a la puerta de
la caseta de Adam.
Ninette les abrió con una amplia sonrisa y los dejó entrar. Lucas se puso
frente a ellos. Adam estaba sentado en la camilla, tenía las prótesis puestas,
unas tiras forradas de cuero marrón y correas atadas desde los lumbares y las
caderas, y que iban por toda la pierna.
—Creo que podemos probar ya —dijo Lucas y la sonrisa de Vicky se
amplió sin dejar de mirar aquellas tiras de cuero.
Vicky se cruzó de brazos frente a Adam.
—Voy a resolver mi duda de si eres más alto que Luciano —le dijo a
Adam, y este y Andrea rieron.
Lucas se interpuso entre ella y Adam.
—Vente al filo de la camilla. —Vicky no tuvo que traducir, Adam se fue
resbalando ayudándose con los brazos.
Lucas le cogió las caderas y las atrajo hacia él. Adam seguía sujetando su
peso con los brazos mientras sus pies resbalaban hasta el suelo.
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—Al principio vas a marearte. —Esta vez Vicky sí tuvo que traducirlo—.
Por eso debemos de empezar poco a poco. —Se giró hacia Ninette—. Tendrá
que hacerlo también por la mañana, buscad la manera.
Las puntas de los pies de Adam tocaron el suelo. Vicky miró de reojo a
Andrea, que observaba en silencio los pies de su hermano.
Luego apoyó la planta completa. Sus piernas no tardaron en arquearse
levemente y su cuerpo basculó.
—No tengas miedo, no van a arquearse del todo, confía —decía Lucas.
Ninette se colocó frente a él, junto a Lucas. Adam se empujó hacia el
frente. Enseguida basculó demasiado. Vicky y Andrea también acudieron a él,
pero fue Ninette la que cargaba con todo su peso. Vicky observó las piernas
flexionadas de la chica, como si estuviese haciendo una sentadilla.
Vicky se retiró observando las piernas y los músculos de Ninette, que
levemente alzó a Adam hasta apoyarlo de nuevo en la camilla.
Esto es perfecto.
Adam se apoyaba en los hombros de la menuda Ninette. Y una vez
derecho, la miró. A Vicky le brillaron los ojos. Miró de reojo a Andrea, que
había girado su cabeza sonriendo.
Entre la llorera de antes y esto, me voy a cargar al mago hoy.
Versionando cuentos soy un desastre.
Miró de nuevo hacia Ninette y Adam. Ella seguía sosteniéndolo y él
pareció encontrar en ella un punto fiable de apoyo.
Qué dices un desastre. Esto es maravilloso.
Dio unos pasos hacia ellos mientras el brillo de sus ojos aumentó. Adam
miraba desde arriba a Ninette, la cara de la joven apenas demostraba el
esfuerzo que estaba haciendo al sostenerlo. Estaba feliz, orgullosa,
emocionada, quizás más que ninguno, incluyendo al propio Adam. Vicky
estaba segura de que él era menos consciente de que estaba en pie, que de
tener tan cerca a Ninette. Estaba claro que mientras miraba los ojos de
Ninette, el mareo de la verticalidad que decía Lucas se disipaba.
Magia del mundo real.
El mundo real estaba lleno de personas capaces de desprender magia. Solo
había que saber rodearse de ellas. Ninette apoyó de nuevo a Adam en la
camilla mientras Lucas le acercaba el andador.
—Pero mejor con esto porque vas a acabar con su espalda. —Rio Lucas,
pero nadie, excepto Vicky, lo entendió.
Estoy segura de que él la prefiere a ella que a ese cacharro.
Adam giró la cabeza hacia Vicky.
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—Sí, eres más alto que Luciano. —Se apresuró a decir y todos rieron.
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Notó que había menos trastos cada día. Comenzaban a preparar la marcha a
Milán. Algunas mañanas había que ir a sustituir a Ninette para levantar a
Adam, eran siempre Matteo o Andrea los que iban cuando la chica no podía.
Pero aquella mañana les había sido imposible a ninguno de los tres. Los
ensayos generales habían comenzado y debían estar presentes.
Vicky había recibido un correo de la empresa de Japón. Su envío ya
estaba en Italia y lo entregarían en Milán. Las locas ya le habían dicho que
había apurado demasiado el tiempo y aún no había ideado el plan para
entregárselo a Matteo, Andrea y Ninette. Y llevaban razón. Úrsula no dejaba
de observarla de cerca, cada vez más de cerca. Ya no era extraño verla pasear
con Matteo, empujando la silla de Adam, merendando con Ninette o hablando
con el mago. Sobre todo, en las cenas, tenían una mesa habitual con cuatro
sillas y un hueco libre para Adam. La última semana habían cenado los cinco
juntos todas las noches ante la vista de la bruja del Oeste y sus monos alados.
También descubrió que Fausto Caruso no veía con buenos ojos su
acercamiento hacia sus hijos a pesar de comprobar que Adam se estaba
integrando de nuevo en el mundo social. Y algo muy llamativo, comprobó
que la mejora anímica de Adam no fue del todo del agrado de Cornelia y, aún
menos, de Luciano. Quizás para ellos que Adam volviese a ser él hacía de
nuevo tambalear el trono que la madrastra había hecho para su hijo. Ahora era
el principal protagonista del espectáculo, aunque este estuviese en ruinas y
mantenido por una joven demasiado empoderada.
Fue precisamente con Luciano con quien se cruzó primero.
—¿Has visto a Ninette? —le preguntó él con el ceño fruncido, como
siempre que pronunciaba el hermoso nombre de la joven.
Vicky negó con la cabeza.
—Se pierde y no sé dónde demonios se mete. —Lo oyó protestar en
italiano.
¿Se lo digo?
—Búscala en el techo de la carpa —respondió con ironía.
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Él entornó los ojos hacia ella.
—Ese Lucas amigo tuyo, ¿cuándo va a acabar de trabajar con ella? —Esta
vez su tono cambió a algo más brusco.
—La verdad es que no tengo ni idea.
Luciano asintió con la cabeza despacio, le recordó al gesto de Natalia
cuando no se creía algo.
—Pues se acabó —le dijo y la señaló con el dedo—. No quiero a ese tío
cerca de ella. Y a ti tampoco.
Vicky se cruzó de brazos.
—En el contrato que este circo firmó con mi productora no vi que
apareciese tu nombre por ningún lado. —Lo miró a los ojos y eso que estaban
altos—. Lo que tú quieras o no, es irrelevante.
Él se inclinó hacia ella.
—Si se trata de Ninette, sí que es relevante —soltó. Luego se alejó de ella,
mirándola de arriba a abajo—. A mí no me engañas, periodista. Puedo ver lo
que hay detrás de esas gafas doradas.
Eso sí que no, ni lo imaginas. ¿Te lo enseño?
—Y lo que tienes o lo que buscas con Andrea —añadió.
¿Ves? Ahí le has dao. Muy bien, chaval.
—No me engañas —concluyó decidido con más cara de primate que
nunca.
Vicky contuvo la sonrisa y cogió aire.
Vale, te lo enseño.
Se quitó las gafas y apoyó la patilla en el labio inferior.
—Llevas razón. —Guiñó ambos ojos hacia él—. No soy lo que parece. —
Se inclinó levemente hacia él—. Y sí, me encantan las varitas mágicas.
Dio unas carcajadas mientras rebasaba al primate que había dejado
petrificado. Lo miró de reojo sin dejar de seguir su camino.
A mí monos alados. Cuéntaselo a la jefa. Me resbalan todos los mataos
estos.
Llamó a la puerta de Adam. Él no tardó en abrir. Tenían un grupo de
WhatsApp donde estaban Adam, Matteo, Andrea y ella. Ninette no se atrevió
a entrar por si lo veía Luciano. Era ahí donde acordaban quién ayudaba a
Adam por la mañana.
—Existe la posibilidad, bastante grande, de que caigamos al suelo —
advirtió ella y Adam rio—. No tengo las piernas de Ninette.
—Ya he mejorado —dijo orgulloso.
Vicky lo miró y suspiró.
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No me queda otra que hacerlo. Adam es la única posibilidad por más que
siga pensando.
Agarró los reposabrazos de la silla y lo retiró del andador. Él ya tenía las
correas puestas.
—Antes tengo que hablar contigo —dijo ella—. Pero prométeme no
asustarte, no invitarme a salir, no enfadarte ni salir corriendo —pidió.
El guiñó ambos ojos, otra vez le parecía una estupidez.
—Te prometo no salir corriendo —respondió entre risas.
Vicky negó con la cabeza. Se quitó las gafas y las dejó en la mesa.
Levantó las manos.
—¿Qué te pasa, Vicky? —preguntó acercando su silla a ella.
—Tu hermano Luciano no quiere que nos acerquemos a Ninette ni Lucas
ni yo. —Vio la decepción en Adam—. Dice que no puedo engañarlo. Que
puede ver lo que soy.
Se inclinó hacia Adam y apoyó las manos en la silla.
—No tiene ni idea de qué soy, pero lleva razón. —Se irguió y le dio la
espalda a Adam. Cogió las gafas de la mesa y las lanzó unos centímetros más
lejos.
—Que eres todo un personaje ya lo sabemos todos. —Rio Adam—. Que
te enviaron de esa productora porque no sabrían qué hacer contigo también lo
imaginamos.
Vicky se giró hacia Adam.
—¿Qué tiempo se tarda en ensayar un número como el que planificó
Matteo? —le soltó y Adam se sobresaltó.
—No sé, realmente no tiene más dificultad que la puesta en escena. Es
todo mecánico salvo lo de Ninette, pero eso ella sabe ya hacerlo. Así que…
—Tengo una carga que viene desde Japón y que espera en Milán. —Lo
cortó y él alzó las cejas—. No sé si viene como un juguete de Lego y hay que
montarlo, o es un tráiler, o un camión, o un contenedor de puerto. No tengo ni
puñetera idea de qué es lo que he comprado.
Adam estaba inmóvil y no era solo por estar impedido.
—El día que me caí en el contenedor de basura. —Se apresuró a decir.
Resopló—. Vi que tu hermano salía del despacho de tu padre y que tiró los
papeles a la basura. Luego le pedí a Matteo que me diese el nombre de la
empresa. Les pasé el presupuesto de la basura y compré todo eso que ponía en
el proyecto.
Adam la miraba estupefacto, no reaccionaba, no movía ni un músculo de
la cara. Ella se apoyó con las manos en la mesa y lo miró.
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—Yo tampoco entiendo por qué les dijeron que no —añadió y torció los
labios. Luego dirigió la mirada hacia las gafas—. No necesito gafas, pero eso
ya lo sabes. —Se miró el cuerpo—. No suelo usar esta ropa setentera aunque
me empieza a molar. —Alzó las cejas ante la estupidez que acababa de decir.
Levantó las manos de la mesa y se alejó de ella.
—Mi nombre es Victoria Cánovas-Pellicer, como las clínicas Cánovas-
Pellicer. ¿Te suenan?
Los ojos de Adam se abrieron como platos.
¿Cuál es tu realidad, Vicky?
Volvió a poner la mano en la mesa.
—Tengo la carrera de periodismo, un máster, pero en la vida he sido
periodista. —No se atrevía ni a mirarlo—. Crecí sin límites, el único esfuerzo
que he tenido que hacer para conseguir algo en toda mi vida ha sido abrir la
boca. Vaga, caprichosa y superficial, me he dedicado a divertirme y tengo
cierta obsesión por coleccionar bolsos y zapatos que ni siquiera utilizo más de
una vez.
Apoyó la otra mano sobre la mesa.
—He intentado varias veces comenzar proyectos respaldados por mi
padre, pero los abandoné. ¿Te suena de algo? —Levantó los ojos hacia Adam,
que seguía sin reaccionar—. Soy una inútil o eso es lo que siento cuando
todos me dicen que tengo que hacer algo con mi vida. Este reportaje es mi
última oportunidad para demostrar que sé hacer algo por mí misma. —Negó
con la cabeza—. Por mucho que Úrsula se quejase sobre mí nunca me
echarían del trabajo. Por eso no le tengo miedo ni a ella, ni a tu padre, ni a tu
madrastra. Mi apellido me hace inmune.
Lanzó las gafas aún más lejos.
—Soy igual que la miserable que manda en este circo.
Cerró los ojos. Lo había soltado, y parte del bochorno y del peso que eso
le suponía se liberó.
Adam apretó los labios.
—Mi terapia…
—Lucas es del equipo de mi padrino —añadió—. Tu hermano cree que
está pagando el tratamiento, pero lo cierto es… —Suspiró de nuevo—. Que
solo está pagando el hotel de Lucas. —Miró a Adam enseguida—. Y tiene
que seguir creyendo que es así.
Adam desvió la mirada.
—Me quedan aquí diez días —añadió—. Y es la primera vez que estoy
haciendo algo que siento que está bien. Me veo capaz de terminar el trabajo,
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luego me iré y no volveréis a saber de mí. Nadie puede enterarse de esto.
Adam volvió a mirarla desconcertado.
—Nadie me querrá si saben que soy un reflejo de Úrsula. —Notó la
quemazón en la garganta, casi no pudo terminar la frase. Empezó segura y
decidida. No sintió el bochorno que esperaba cuando confesó quién era y qué
era. Pero la invadió algo que no esperaba. Algo que le presionaba el pecho y
le provocaba picazón en la garganta. Cerró los ojos—. Me gusta lo que veis
cuando me miráis —añadió sintiendo que el ardor le subía hasta los ojos y
bajo los párpados—. Quiero que siga siendo así hasta que me vaya.
Abrió los ojos hacia Adam.
—Nunca me había pasado, ser respetada por mí misma, solo por mí. —Le
brillaron los ojos—. Sin nada más.
Comenzó a respirar por la boca.
—Por favor, déjame sentirme así unos días más. —El brillo de sus ojos
aumentó—. Porque cuando regrese a Madrid volveré a ser lo que era antes. Y
volveré a sentir lo que sentía antes.
Tuvo que sorber la nariz. Cerró los ojos de nuevo, el aire que espiraba era
caliente. Pasaron por su mente los días que estuvo en el circo desde su
llegada. La periodista, aunque fuese en el tono peyorativo que solían usar con
ella, sonaba bien dentro de su cabeza. La idea que tenían todos de ella, una
profesional, la forma de mirarla. No podría soportar cambiar ante sus ojos,
huiría sin dudarlo. Volvió a coger aire, menos aún quería que se enterase
Andrea. Era el que estaba más arrepentido de haber permitido dejar que se
acercase a él y al circo alguien como Úrsula. Si se enteraba de que ella era
una versión aún más aumentada de Úrsula la rechazaría sin remedio.
—Solo unos días más —murmuró.
Sintió una mano en el hombro y se sobresaltó. Abrió los ojos de repente.
Adam estaba de pie junto a ella y basculaba de frente.
Fue rápida, lo agarró enseguida para que no cayese al suelo.
—¿Cómo dices que te sientes? —preguntó él mientras ella intentaba
ponerlo derecho.
—Aceptada siendo simplemente yo. —Iba a caer de espaldas con Adam
encima. Hizo fuerza—. Respetada por tener una profesión. —Tuvo que poner
una pierna atrás para hacer contrapeso. Adam era enorme y pesaba como si
fuese de yeso—. Útil.
—¿Útil? —repitió—. Vamos a caernos.
Inclinó las piernas como veía que hacía Ninette. Las sentadillas que
siempre le hacía hacer su hermano con una barra y discos a los lados. Pero los
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discos no pesaban tanto como Adam. Intentó levantarlo y solo fue capaz de
desplazarlo unos centímetros.
—Agárrate al andador —pidió mientras sus piernas cedían.
—Caprichosa, vaga, superficial, ¿también egoísta? —preguntaba él
dejando todo su peso en ella—. Un claro reflejo de Úrsula.
—Adam, nos vamos a caer. —Casi no podía hablar.
—Te gusta lo que vemos cuando te miramos —seguía, parecía no
importarle que Vicky estaba al límite de poder sostenerlo—. ¿Te gusta
también lo que ve Andrea cuando te mira?
Vicky se sobresaltó y levantó la cara para mirarlo. Su cuerpo basculó del
todo y se cayeron al suelo. Adam puso la mano bajo su cabeza y le amortiguo
la caída.
—¿Estás loco? —protestó empujándolo en el suelo mientras él reía.
—Me he caído de sitios más altos y no voy a romperme más de lo que
estoy —respondió.
Vicky resopló mientras se sentaba en el suelo.
—Vas a decírselo a todos. —Apartó la mirada de él.
—Mírame —le pidió. Adam la miraba con una expresión divertida—.
Repítelo. «Soy un reflejo de Úrsula».
Vicky guiñó ambos ojos como hacía él cuando ella desvariaba.
—Llevas tres semanas soportando que Úrsula te hable como si fueses su
secretaria, y esas palabras tan amables que te dedica mi padre, ¿solo por
sentirte útil? Tres semanas durmiendo en una caravana de un par de metros.
¿Vives en una mansión?
Ella bajó la cabeza.
—En un ático de cuatrocientos metros. —Cogió aire por la nariz.
—¿Por sentirte útil? —Seguía riendo.
Vicky encogió las piernas y apoyó la frente en las rodillas.
—No es tan disparatado. —Se defendió.
—Es un auténtico disparate. —Notó un golpe en el hombro.
—Ya me lo dijiste una vez, soy un disparate. Estoy de acuerdo.
—El disparate es que te sientas un reflejo de Úrsula —dijo Adam y Vicky
levantó la cabeza enseguida.
—Dime qué diferencia hay entre esa inútil que dices que eres y entre esta
periodista que ha hecho que yo vuelva a ponerme en pie, que Ninette
comience a hacer más de lo que permitía Luciano, que Matteo pueda ver
hecho realidad su sueño, o que mi hermano no sienta esa culpa que lo estaba
matando.
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Vicky abrió la boca para responder pero volvió a cerrarla.
—Tenía pensado decirte antes de que te fueses, que me alegraba de que
no hubiese nadie más en la productora o que quisieran perderte un tiempo de
vista —continuó riendo—. Sea como haya sido, me alegro de que te enviasen
a ti. —La miró sonriendo—. Y si vuelves a sentirte inútil cuando regreses,
piensa que ningún otro periodista hubiese sido tan útil aquí dentro.
Ella sonrió y volvieron a brillarle los ojos.
—Y ¿qué vamos a decirles al resto? ¿De dónde han salido los materiales
del número? —le dijo y Vicky se tapó la cara para reír. Que Adam accediera a
ayudarla le quitaba una segunda capa de piedras que llevaba sobre la espalda.
—Que los has pagado tú —dijo y el alzó las cejas—. Que lo estabas
guardando para tu rehabilitación o lo que sea. Pero como ahora lo paga
Andrea, que lo has gastado en eso. Invéntate cualquier cosa. Pero es un regalo
tuyo.
Adam asentía lentamente.
—A mí me dices que paga Andrea, a él que pago yo, y a todo el circo que
Lucas es un compañero de la productora. —Adam se tapó la cara para reír—.
¿Y qué piensas decir cuándo comiencen el número en plena actuación y todos
vean que lo han preparado a escondidas?
Vicky alzo las cejas.
—Pensad algo vosotros. —Movió la mano—. Todo no lo voy a hacer yo,
¿no?
La risa de Adam aumentó.
—En la fiesta del aniversario —dijo convencido.
Vicky asintió.
—Allí comenzará mi reportaje. —Ladeó la cabeza.
Se hizo el silencio un instante. Lo vio pensativo mirando sus piernas
extendidas en el suelo. Se palmeó las rodillas y la miró de reojo.
—Cuenta conmigo. —Lo oyó decir y ella se sobresaltó—. Y con mi silla
o con mi andador, lo que prefieras.
Vicky alzó las cejas tanto que pensó que se le separarían los párpados de
las cuencas.
—No me importa —repitió.
Ella se puso de rodillas sin dejar de mirarlo.
—¿En serio? —No daba crédito.
—Lo que necesites —añadió convencido.
Vicky se tapó la cara con las manos, reía. Luego miró a Adam y frunció el
ceño levemente. El hombre de hojalata se había movido, se había movido
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mucho más de lo que esperaba cuando planeó llevar a cabo aquella locura en
el circo. Ya no era un hombre hechizado, petrificado, vacío. Le brillaron los
ojos y regresaron aquellos picores en la base de la garganta. Se lanzó a darle
un abrazo de forma tan efusiva que cayeron de espaldas.
—Perdón, perdón, perdón. —Se incorporó enseguida. Miró hacia la mesa
—. Volveremos a intentarlo.
Adam levantó las manos.
—De eso nada, llama a mi hermano —dijo y Vicky rompió en carcajadas.
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en ocasiones, estropearles el plan. Volvería a aquel limbo que hacía que no
notase el tiempo que la hizo crecer, que la hizo mayor. Y una vez fue
consciente supo que su madurez no estaba a la altura, ni sus habilidades, ni
mucho menos su capacidad.
—Nada de esto te corresponde. —Oyó decir a Andrea y aquello en su
pecho se hizo intenso.
Liberarse de un peso, de la culpa, de su realidad. Ella tampoco era capaz
de aceptar la suya. Huía de ella sin querer pensar en su regreso a Madrid,
como si eso fuese algo lejano cuando lo sentía cerca. Aferrándose a esos
últimos días en los que podía sentirse bien.
Miró al mago y sonrió sabiendo que la vuelta al mundo real sería ver ese
mundo aún más vacío y sin sentido. Andrea se inclinó hacia ella.
—Me está encantando la magia del mundo real —susurró y ella se
sobresaltó.
No le dio tiempo a reaccionar. Andrea la rodeó por la cintura y la pegó a
él. Acercó los labios a su oído.
—Gracias —añadió.
Soltó a Vicky, que sintió el cuerpo flojo, como si se hubiese tomado una
pastilla de las del terapeuta emocional, pero tipo flash. Andrea entró en la
caseta de Adam y cerró la puerta.
El camino llegaba a su fin, llegaba a Ciudad Esmeralda. El cuento
acababa.
Se está mejor en casa que en ninguna parte.
Suspiró.
Y una mierda.
Estaba mejor entre brujas, monos alados, el espantapájaros, un león
cobarde, un hombre de hojalata, y un mago.
En el mundo civilizado no hay brujas ni magos.
El mundo civilizado no le gustaba, comenzaba a detestarlo.
Bajó la rampa hasta el pasillo. Su bolso pesaba menos que de costumbre.
Su hermano le había dicho que los días que le restaban allí tendría que ir
independizando a Ludo de ella. Así que a ratos lo dejaba en la cerca de Adela.
Cada día el perro pasaría más tiempo con los suyos, hasta que ya no se
acordara de ella, ni de su bolso, ni de las toallas higiénicas, ni de los
achuchones por las noches, ni de sus conversaciones con una humana que
hablaba como si él la pudiese entender.
Le brillaron los ojos camino de la cerca de Adela.
Llevaría a Ludo en el bolso toda mi vida.
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Adela llevaría tiempo esperándola. Ludo daba carreras hiperactivo por la
cerca. Unos extraños nervios que le sobrevenían cuando Vicky tardaba
demasiado y lo cierto era que cada vez tendría que tardar más en ir a por él.
En cuanto notó el olor a Vicky comenzó a saltar llorando. Un llanto un
tanto exagerado, como si alguien le hubiese pisado una pata.
—No creas nada —advirtió Adela—. Lo hace para llamar tu atención.
Vicky contuvo el aire. Su hermano ya le había puesto en sobre aviso al
respecto. Así que hablaría con Adela ignorando a Ludo hasta que este dejase
de llorar y de saltar, y se sentase tranquilo esperando a que lo cogiese.
—Adela, ¿tienes un momento? —preguntó haciendo un gran esfuerzo
para ignorar al perro, que saltaba hasta la altura de sus muslos.
La mujer frunció el ceño contrariada. Luego dio unos pasos y le indicó a
Vicky que la siguiese. Rodearon la caseta, nunca había estado en aquella parte
trasera. Había mesas y sillas, varias casetas formaban una especie de patio.
Ahora entendía por qué los pasillos eran curvos. Todas las casetas formaban
pequeñas urbanizaciones. Vicky supuso que era allí donde se irían los
trabajadores por las noches después de cenar cuando todo el mundo
desaparecía.
Miró de reojo hacia la caseta de Andrea. La puerta trasera estaba cerrada,
había una lámpara sobre la puerta. Lamentó que a ella la dejasen aparte en el
alojamiento y perderse aquella parte de la vida circense, la que más se
asemejaba a la del mundo real y familiar.
—Dime —dijo la mujer sentándose en una silla de plástico. Vicky se
sentó en otra que estaba frente a Adela.
—Es sobre Andrea. —No supo interpretar la expresión de la mujer.
Supuso que después de tantos días cenando en grupo con ellos, de los paseos
con el mago a la caseta de Adam y demás, si la imaginación de los habitantes
del circo era parecida a la de ella misma, a nadie le cogería por sorpresa que
se interesase por él. Ya sabía por Matteo que al mago nunca le faltaron
pretendientas allí dentro, la mayoría de ellas eran artistas que llegaron,
trabajaron un par de temporadas y luego se marcharon. También sabía que
resaltables en su vida solo hubo una, Úrsula, o al menos con la que duró más
tiempo. Aunque Matteo solía referirle a una tal Sofía que llegó a convivir con
Andrea toda una gira. Pero nada de eso era lo que la llevó hasta Adela.
—Háblame de Mónica Valenti —añadió Vicky y Adela se sobresaltó. Era
evidente que hacía mucho tiempo que no oía a nadie pronunciar aquel
nombre.
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—No es algo que me corresponda a mí contar. —Se excusó la mujer—. Y
menos a una periodista.
Vicky se inclinó hacia delante.
—Sé que te encargaste de Andrea cuando ella se fue. Eso hace que tengas
cierta debilidad, llámalo vinculo fraternal o lo que sea por él. —Entornó los
ojos hacia la mujer—. ¿Cómo era la mujer que lo abandonó?
Adela negó con la cabeza.
—No quiero hablar sobre eso. —Adela se levantó enseguida, tensa, poco
cordial.
Vicky se levantó a la par.
—¿Por qué? —Siguió a Adela.
—Porque ese nombre se dejó de pronunciar hace mucho tiempo.
Vicky recodó la loca teoría de Natalia, la teoría tarada de Fatalé cuando se
metía en su papel de investigación: alguien le dio un mal porrazo y la tiraron a
un contenedor.
—¿Está muerta? ¿Es eso lo que intentáis ocultar los que no queréis que se
nombre? —soltó sabiendo que eso era disparatado y posiblemente mentira,
pero necesitaba llamar la atención de la mujer sobremanera. Ahora tendría
que rebatirle y solo había una forma de hacerlo: contándole lo que quería
saber. Adela se giró hacia ella—. Desapareció, ¿no? ¿En el buen sentido?
Adela emblanqueció.
—Nadie la mató si es lo que quieres decir —rebatió enseguida—.
Cornelia la echó del circo. La echó sin previo aviso. Le puso las maletas en la
calle aprovechando que Fausto estaba de viaje. —Resopló.
Vicky se volvió a sentar en la silla con expresión satisfecha. Adela la miró
con desconfianza y se sentó a su lado.
—¿Qué clase de reportaje piensas hacer en realidad? —le dijo la mujer en
un reproche.
Vicky negó con la cabeza.
—Olvida lo que soy, no estoy aquí como periodista. Solo quiero saber —
respondió—. Quién y por qué lo dejó solo.
Adela suspiró.
—¿Qué interés tienes en Andrea? —La mujer desvió la mirada. Vicky se
irguió en la silla recolocándose con cierto bochorno. Era la primera vez que
alguien cercano a una figura «materna» le hacía aquella pregunta sobre un
hombre.
Bajó los ojos.
—Se ahoga —respondió y Adela la miró con interés.
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—Él no quiere saber nada de ella ni porqué ni dónde se fue. —Adela fue
recta, rotunda.
Vicky volvió a inclinarse en la silla.
—Solo quiero saber si era una mujer de la que esperabas que fuese a hacer
algo como eso —insistió Vicky y Adela ladeó la cabeza y la miró de reojo—.
Joder, si era una golfa que encandiló al director del circo aunque él estuviese
casado.
Adela volvió a mirarla de la misma forma que lo hizo cuando ella sugirió
que Mónica estaba muerta.
—Mónica tenía veinte años, claro que no era una golfa. —Resopló—. Era
Fausto el que estaba acostumbrado a encandilar a jóvenes artistas que
llegaban al circo. Sobre todo, jóvenes que estaban solas, inocentes, con poca
experiencia de vida y de hombres.
Vicky se cruzó de brazos.
—Algo así como Ninette —confirmó y Adela no añadió nada a sus
palabras, lo cual quería decir que lo había clavado.
—Ella se ilusionó con Fausto, era bailarina. —Negó con la cabeza—. Yo
había visto la misma historia varias veces y le dije a Mónica que en cuanto la
temporada acabase, él la acabaría sustituyendo por otra.
—¿Cornelia permitía eso? —Se extrañó.
—Cornelia no era consciente de aquellas cosas, ella por aquel entonces ni
siquiera vivía en el circo. Estaba en Milán con tratamientos de fertilidad.
Vicky apoyó la espalda en la silla.
—Pero Fausto esa vez parecía estar más ilusionado de la cuenta con
Mónica. De hecho, volvió a renovar la temporada siguiente en el circo. Y
poco tiempo después se quedó embarazada de Andrea. Cuando Cornelia se
enteró, Mónica ya estaba embarazada. Amenazó a Fausto con prenderle fuego
a las carpas, pedirle el divorcio y llevarse la mitad del entonces bien avenido
espectáculo Caruso. —Se detuvo para coger aire—. Fausto le decía a Mónica
que no se preocupase, que acabaría arreglando las cosas con Cornelia, que
aceptaría el divorcio y entonces podrían casarse.
Esto sí que no lo esperaba. Le pegaba más eso de encandilar a jóvenes,
embarazarlas, y tirarlas a la basura.
—Pero Fausto marchó a firmar los contratos de la nueva gira. Cornelia
aprovechó para viajar hasta aquí, donde estábamos ya preparando el nuevo
espectáculo y echar a Mónica del circo. Cornelia aún no se había divorciado y
era tan dueña del circo como Fausto. Tenía el poder suficiente para echarla.
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Una noche cuando regresé a mi caseta, me encontré a Andrea en mi cama y
una nota de Mónica. No hubo más.
—¿En la nota explicó algo de a dónde iba? —Adela negó con la cabeza.
—Ella no tenía familia. Se crió en un orfanato. Era lo que decía en la nota;
Andrea debe permanecer en el circo. Sé que no quería que acabase en un
lugar de esos aunque ella tiene una idea diferente a lo que es un orfanato de
hoy día. No tuvo una buena vida. Y no tengo ni idea de la que ha tenido
después. Andrea nunca se ha interesado por este tema. Lo borró de su cabeza.
Su familia somos nosotros.
Vicky bajó los ojos.
—Vuelvo a repetírtelo, ¿qué interés tienes en Andrea? —Ahora fue Adela
la que se cruzó de brazos.
Ella se levantó enseguida.
—Esa es la pregunta que le encantaría hacerme Úrsula. —Rio Vicky y vio
a Adela contener la sonrisa.
La mujer se levantó enseguida.
—Esa forma tan suelta de zafarte de preguntas incómodas solo te sirve
con la juventud. Yo soy ya casi una vieja. —La seguía hasta la cerca—. ¿Qué
es lo que te pasa con el mago?
Vicky se tapó la cara con la mano sin dejar de apresurare hacia la cerca.
Lo negaré hasta la muerte.
Ludo volvía a saltar y lo cogió en el aire.
—Luego lo traigo —le gritó a Adela.
—Hey, niña. —Adela se detuvo y le lanzó una mirada firme—. He vivido
aquí demasiados años. Y he visto demasiadas cosas. —Ladeó la cabeza hacia
Vicky y ella se mordió el labio inferior—. La gente habla, rumorea. Pero a mí
nada de eso me sirve.
Entornó los ojos hacia Vicky.
—Te gusta el mago. —Vicky se sobresaltó—. Claro que te gusta el mago.
Se giró dándole la espalda mientras negaba efusivamente con la cabeza.
—¿No sientes curiosidad por saber si al mago le gustas tú? —añadió
Adela.
Vicky giró la cabeza con rapidez hacia ella. Adela rompió a carcajadas
con su gesto.
Mierda, caí. Como una niña de diez años, con la edad que tengo, qué
vergüenza.
Se giró de nuevo para seguir su camino. Notó cómo le ardían hasta las
orejas, una sensación que solía experimentar poco. El bochorno no formaba
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parte de su vida diaria.
Cogió el móvil, buscó en la agenda, y se lo llevó hasta el oído.
—Dime, loca. —Oyó la voz de Natalia.
—Necesito un favor de amiga. —Torció los labios.
—Un favor, ¿de los que te meten en líos?
—No. —Resopló.
—Vale, dime.
—A ver cómo de buena eres en el centro nacional de investigación. —
Sonrió—. Necesito localizar a una persona.
—¿En qué país está?
—No tengo ni idea.
—Joder, pues sí que me lo pones fácil.
—Ni siquiera sé si vive.
—No me jodas, ¿la madre del mago? No te metas en marrones.
—No es un marrón.
—Si no la localizo y ha desaparecido por completo, mi teoría de loca
comenzaría a tener sentido. Entonces quiere decir que estás en un circo con
algún psicópata que se ha ido de rositas por un delito. Y tendré que ir a
visitarte con Nanuk y adiós a tu maravilloso mundo de Oz.
—No la mató nadie. Cornelia es mala, pero no una asesina.
—Tú misma. Nombre.
—Mónica Valenti. Creció en un orfanato. —Hizo cuentas con los dedos
—. Veinte años, Andrea treinta… tendrá unos cincuenta y uno como máximo
ahora. Trabajó dos temporadas para el circo Caruso, quizás así te sea más
fácil localizarla.
—Ok. En cuanto lo tenga te lo envío.
—Luego hablamos, un beso.
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—A lo que íbamos. —Natalia volvió a dirigirse a Vicky—. La involución
de Vicky.
Vicky negó con el dedo.
—No es una involución —añadió Natalia—. ¿Entonces qué es? —
Entornó los ojos—. ¿Te da miedo llegar a Ciudad Esmeralda?
—Allí tiene que haber polvos mágicos —dijo Mayte y Vicky la miró con
el ceño fruncido. No era el tipo de comentarios que solía hacer su amiga más
sensata.
Las tres la miraban serias, con interés.
—Me estáis dando un mal rollo de la leche, ¿qué os pasa?
—Que sigues sin ser tú. —Claudia fue la primera en hablar.
—Que aquí no pasa nada con el mago —añadió Mayte—. Te mola, pero
no haces ni el intento de seducirlo. Y el cuento se acaba.
—No le pones las tetas en la cara y eso nos chirría —concluyó Natalia.
Vicky movió la mano en el aire.
—No quiero nada de eso con él. No es difícil de entender. Ya os lo dije
los primeros días.
—«Te dejaría una tara pa’ tó la vida». —Recordó Claudia.
—«Un bolso de una tienda donde no puedes comprar». —Recordó Mayte.
—Entonces, ¿por qué te tomas tantas molestias con él? —Natalia sonrió y
Vicky se arrepintió de haber recurrido a ella y que supiese su interés.
—Lo hago con todos —respondió enseguida—. Intento ayudar a todos por
igual.
Vio a Natalia entornar los ojos y estuvo a punto de cortar la videollamada
y zafarse de lo que fuese que estuviera a punto de decir.
—Ayudas a todos. —Negó con la cabeza—. Has ideado un plan para que
unos se ayuden a otros. —Natalia bajó la barbilla y la miró con interés—.
Pero con el mago no delegas esa ayuda en nadie. Solo lo haces tú.
Vicky abrió la boca para replicar. Si hubiese tenido a Ludo cerca, le
hubiese hundido la cara en el pelaje del lomo. Cerró la boca.
—No quieres llegar a Ciudad Esmeralda porque sabes que allí acaba todo
—añadió Natalia.
Se hizo el silencio.
—Por primera vez meditas las consecuencias. —Oyó de nuevo la voz de
Natalia—. No te importa quien sea ni qué vaya a hacer con su vida cuando tú
no estés. Estás convencida de que pertenece a otro mundo que es diferente al
tuyo y no puedes entrar en él. Pero, aun así, quieres ayudarlo.
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Se oyó un suspiro, no supo de quién sería. No las miraba, sentía cómo se
le humedecían los ojos. Y esta vez, y eso era raro en el chat, no era de la risa.
—Te ha despertado un sentimiento diferente que el resto de hombres que
has conocido —añadió Claudia—. Con este no priman las posibilidades
amorosas ni sexuales. Va mucho más allá. Quieres salvarlo.
—Por eso no quiero que se entere de que soy el espejo de Úrsula. —Negó
con la cabeza—. No se dejaría ayudar.
Apoyó los codos en la mesa y apoyó la frente en las manos.
—Esa carencia que has descubierto en Andrea, Úrsula la aprovechó para
entrar en su mundo y adueñarse de él a su conveniencia y ahogarlo aún más.
Algo parecido a lo que hace Luciano con Ninette. Tú quieres liberarlo para
que pueda vivir mejor a sabiendas de que va a vivir al margen de ti. Y
comprobando que, cuanto más cerca estás de él mientras lo ayudas, más
difícil te será volver a casa. No vuelvas a decir que te pareces a Úrsula.
Levantó los ojos hacia Natalia, la humedad en ellos se hizo intensa.
Se sobresaltó cuando llamaron a la puerta.
—Chicas, os tengo que dejar —les dijo y cortó la llamada.
Se levantó y abrió la puerta. Era Adam, le extrañó verlo allí cuando aún
faltaba un rato hasta la hora de la comida.
Vicky salió de la caravana.
—No sé si es buena idea que Ninette siga ayudándome —dijo y ella
frunció el ceño—. Los gritos de Luciano se oyen en todo el pasillo.
Vicky intentó agudizar el oído, pero a tanta distancia supuso que las voces
se perderían.
—Y yo… —Miró los reposabrazos de la silla—. No estoy en condiciones
de ayudarla.
—Voy yo. —Se adelantó Vicky, pero Adam la enganchó por la falda y la
trajo de vuelta—. No te metas. Hoy está más exaltado que otras veces.
Vicky resopló y se sentó en el escalón de metal.
—¿Por qué nadie le ayuda? —preguntó Vicky.
—Porque es el hijo del director y está protegido por Úrsula.
—Como si puede ser el hijo de Dios. No es una excusa. —Se puso en pie
—. A mí no me vale esa excusa.
Adam la miró.
—No quiero que Ninette me siga ayudando —dijo Adam y Vicky abrió la
boca—. No es bueno para ella. Ni tampoco para mí.
Vicky se puso frente a él.
—Discrepo. —Se cruzó de brazos y él giró la cabeza.
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—Yo no debería de tener derecho ni a mirarla —confesó.
—¿Por qué?
Adam dio una palmada en la silla.
—El soldadito de plomo, ¿tampoco conoces ese cuento? —Adam la miró
de reojo—. El soldado con tara no dejaba de mirar a la bailarina.
—El ejemplo exacto. Terminaron los dos quemados en la chimenea.
Vicky se acuclilló frente a Adam.
—El duende, la envidia, no podía soportar que la bailarina pudiera
enamorarse de un soldado cojo de una pata. Como si por ese defecto ya no
tuviese derecho a tener ciertos sentimientos ni a producirlos en otros.
Adam volvió a mover la cabeza para no mirarla.
—¿Tienes miedo al duende?
—Tengo miedo a que, por mi culpa, el duende le haga daño a la bailarina
y yo no pueda impedirlo. —Lo vio coger aire—. No lo soportaría.
—Tu hermano es un miserable, tú no tienes la culpa. —Ella movió la silla
hasta que la cara de Adam volvió a estar frente a ella—. Y Ninette necesita
salir de ese pozo de mierda en el que la han metido.
Adam se palpó las piernas.
—Por eso necesita a alguien que pueda tirar de ella y sacarla de allí. Yo ni
siquiera puedo tirar de mí mismo.
—Ella te ha demostrado que tiene fuerza para sosteneros a los dos —
respondió y Adam alzó las cejas.
Vicky dio unos pasos retirándose de él.
—¿Y si esta vez lanzamos nosotros al duende a la chimenea? —le
propuso.
Le hizo un gesto con la cabeza para que la siguiese.
—Estás confundida —dijo él y Vicky, que ya había dado unos pasos, se
detuvo—. Esta bailarina no quiere al soldado con tara.
Vicky negó con la cabeza. Se acercó a Adam y apoyó las manos en el
reposabrazos.
—Esta bailarina ni siquiera es capaz de quererse a ella misma. Está rota,
la misma rotura que llevas tú por fuera la tiene ella por dentro. Por eso está
con tu hermano. Eso no es amor ni se le parece. Alguien en ese estado es
incapaz de moverse por otra cosa que no sea miedo. Has conseguido que
comience a hacerse con algo de valor. Por eso Luciano está más exaltado que
de costumbre. Necesita aumentar la voz y la agresividad para volver a
doblegarla. La leona ruge. No necesita que tú le salves de tu hermano. —Se
irguió—. En mis cuentos todas las princesas se salvan solas.
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Dio unos pasos hacia atrás para coger el pasillo hacia la caseta de Ninette.
No esperó a Adam, se apresuró. A medida que se acercaba podía apreciar los
gritos. Luciano estaba notablemente más alterado que de costumbre, la leona
le habría rugido de verdad.
Se detuvo en cuanto los vio en medio del pasillo. Ninette llevaba varias
bolsas y una maleta.
Pero menuda leona.
Sonrió al verla. Luciano gritaba tras ella. Hasta Cornelia estaba junto a su
hijo.
—A ver lo que tardas en volver, ¿dónde vas a ir? No tienes nada.
—Desagradecida, desgraciada. —La increpaba Cornelia.
Vicky oyó la silla de Adam detenerse a su espalda.
—¿Tienes hueco en tu caseta para alguien más? —preguntó y Adam alzó
las cejas sorprendido—. Creo que sí. Ve con ella.
Vio a Matteo y Andrea llegar corriendo desde otra de las carpas. Ninette
se marchaba por el pasillo cargando con su maleta y el resto de sus cosas.
—Vas a volver —gritó Luciano.
Vicky ya estaba frente a él y se puso las manos en la cintura. Comprobó
cómo Matteo y Andrea frenaron en seco al verla.
—¿Y por qué iba a volver contigo? Si eres un capullo. —Le increpó ella.
Luciano la miró apretando la mandíbula. Vio a Cornelia abrir la boca para
responder, pero Vicky levantó la mano para que callase—. Claro que tiene
donde ir. Podría estar bailando de teatro en teatro, y está en esta mierda de
circo en ruinas por ti.
Dio un paso atrás.
—Pero ya ha descubierto que no merece la pena —añadió.
—¡Desvergonzada! —Cornelia no pudo contenerse más. Vicky la miró.
La periodista se acercó a ella tanto que Cornelia tuvo que arquear la
espalda para alejarse de su cara.
—Sé lo de Mónica Valenti y puedo encontrarla —susurró. Supuso que ni
Luciano podría enterarse a pesar de estar a su lado. Vicky dio un paso atrás
para comprobar cómo la tez de Cornelia emblanquecía—. Si vuelves a
insultarme, insultar a Ninette, o que este Neanderthall de hijo que tienes
levante un ápice la voz a su… —Miró que Ninette estaba ya casi al final del
pasillo—. Exnovia, haré un anexo muy interesante en mi reportaje. Esas cosas
les encantan a los espectadores. —Entornó los ojos—. Las brujas siempre
venden.
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Cogió aire con suficiencia. Cada vez que Andrea le contaba experiencias
de su niñez su odio hacia Cornelia crecía. Por mucho que intentase empatizar
con ella y el dolor de una traición por parte de su marido en plena crisis de
infertilidad, seguía sin entender cómo no cesó en reflejar su odio contra un
niño que no tuvo culpa de los actos de sus padres.
—Cornelia. Corne, del latín, «Cornu», que significa cuerno. Menudo
juego de palabras. Esas cosas encantan en Twitter. —Improvisar respuestas
que joden, siempre fue su fuerte.
Luciano dio unos pasos hacia Vicky y su madre le puso la mano en el
hombro para detenerlo.
Hechizo de inmunidad. La magia me encanta.
—Que comience a respetar a la bailarina. —Miró a Luciano. Ganas de
golpearla no le faltaban, su cara lo reflejaba a la perfección.
Se alejó de ellos y se dirigió hacia Matteo y Andrea. Matteo la miraba con
cierta admiración, como si fuese Hulk y hubiese echado abajo la carpa.
Andrea, sin embargo, la miraba contrariado.
—¿Qué le has dicho? —preguntó con curiosidad.
Vicky sonrió.
—Magia del mundo real. —Movió la mano quitándole importancia.
—Ninette puede quedarse en casa de Adela —dijo Matteo.
Vicky negó con la cabeza.
—Ya tiene sitio. Por eso no os preocupéis. —Alzó las cejas—. ¿Comemos
ya? Adam y Ninette vienen en un rato.
Los rebasó. Andrea la miró aún con desconfianza.
—Vamos. —Los llamó Vicky unos metros más adelante.
Andrea echó un vistazo hacia el pasillo, ya no se veía ni a Ninette ni a
Adam. Luego siguió a la periodista.
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Durante la cena había visto darle a Andrea un codazo a Matteo cada vez que
este refería algo sobre Úrsula. Por lo que había podido deducir, durante el
ensayo general, habría arremetido contra Andrea varias veces y aquello acabó
en su despacho, donde los gritos se oían desde fuera.
Menuda mierda de apertura de gira y celebración de aniversario.
No podía imaginar cómo se podría dar un buen espectáculo con aquel
ambiente en su interior. Era imposible transmitir lo que se necesitaba en un
circo si las carpas ardían continuamente entre números.
Ninette se había trasladado a la caseta de Adam, solo sería una noche. Ya
en la gira pasaría a ocupar otro espacio con el resto de trabajadores. Todo el
mundo empaquetaba sus cosas y la parcela se había llenado de más camiones
y autocaravanas.
Matteo le había explicado a Vicky que los artistas de primera línea y los
directivos se alojaban en hoteles durante la gira. Mucho más cómodo, pero
bajo su punto de vista un derroche más por parte de Úrsula y Cornelia, que
anteponían su comodidad al bien del circo.
Si era sincera, dudaba que con aquel ambiente y el espectáculo
consecuente pudiesen hacer frente al gasto, que supuso, conllevaba una gira:
anuncios, carteles, transporte, etc. No era problema de talento ni mucho
menos de la calidad de los números. Pero eran representaciones vacías,
superficiales, sin sentimiento. Así lo percibía ella cuando presenció algún
ensayo general ya con las luces, el vestuario, decorado y música. Superfluo,
con un lujo excesivo que no concordaba con el mundo irreal y mágico. Úrsula
no había montado un espectáculo para la diversión de los ojos que lo miran,
sino una ostentación de poder y riqueza sobre el que solo se beneficiaba su
ego y ella misma.
Andrea había terminado pronto de cenar y se había marchado. Vicky
desconocía si lo había hecho a aquella especie de patio que tenían entre las
casetas. Cuando fue a soltar a Ludo no oyó más ruido que el de gente
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transportando paquetes y maletas de un lado a otro. Los pasillos parecían más
anchos y fríos a pesar de que las noches eran más cálidas.
Buscaba un container para echar la bolsa con las cacas de Ludo como
aquel en el que una vez cayó dentro. Parecían haber desaparecido junto con
los espejos y los trastos. Ella también tenía sus cosas empaquetadas. A la
mañana siguiente iría a la estación a tomar cualquier tren que encontrase hasta
Milán. Mientras que llegase antes de la noche estaba satisfecha. Era a última
hora de la tarde cuando Adam pensó que era buen momento para enseñarles al
resto aquel container enorme en el que estaba la maquinaria del nuevo
número. Cuando todos estuviesen atareados estableciéndose, otros
recorriendo Milán, y Úrsula visitando a su familia. Con Cornelia y Fausto en
un hotel, lejos de los ojos de Luciano o de los palmeros de Úrsula que
preferían la comodidad a las carpas.
Había luz en el despacho de Fausto. Podía oír voces más altas de lo
habitual. Era la voz del director del circo.
Se acercó a ver si podía oírlo mejor.
—Te has ido de la lengua demasiado. —Oía decir a Fausto.
Vicky se entremetió entre las casas metálicas que formaban las oficinas
similares a las oficinas de las construcciones metálicas de color crema. Cerca
de la ventana podía oírlo mejor.
—Ha amenazado a Cornelia con contar lo de tu madre en el reportaje.
—Yo no he contado nada que no sepamos todos. —Era la voz de Andrea
—. Cornelia la echó y se fue. No hay nada más. ¿O sí?
Se oyó un golpe, como si una carpeta hubiese caído con fuerza sobre la
mesa.
—Pero es suficiente para que una rata periodista le dé la vuelta y se
invente una historia que nos hundiría aún más.
—No uses ese tono con ella. —Vicky sonrió al escucharlo.
—¿Ves cómo has sido tú? ¿Qué intentabas? ¿Darle pena? Es lo que
hiciste con Úrsula, ir de desamparado. ¿O es a Cornelia a la que intentas
hundir? ¿Quieres vengarte?
—Jamás he querido vengarme de Cornelia. —Andrea parecía tranquilo.
—Desde que te vi acercarte a la periodista sabía que nos ibas a meter en
un lío aún peor que el de Úrsula.
—Pero ¿qué estás diciendo?
—¡Que vas a acabar hundiéndonos a todos! Que no sé a qué juegas. Es
periodista, Andrea. Todo lo que digas o hagas podrá usarlo a favor o en contra
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nuestra. ¿No te basta con habernos vendido a una niñata? ¿Quieres vendernos
también ahora a los medios?
—Te estás equivocando con Vicky. —Notaba al mago más lejos. Estaría
ya en la puerta—. Ella no es Úrsula.
Se le rizó el vello al escucharlo. Espiró por la boca con fuerza.
—Estoy de acuerdo, no es Úrsula. Al menos la otra tenía dinero. —Otra
vez el sonido de las carpetas.
—¿Otra vez con eso? —De nuevo se escuchaba a Andrea cerca.
—Sí, otra vez. Tú nos metiste en esto y tú nos tienes que sacar. Pero
primero rechazas a Úrsula y ahora no te ocultas en lo que sea que te traes con
la periodista, poco favor nos estás haciendo.
—Te da igual lo que sea de mí, solo te importa tu puñetero circo —
protestó Andrea.
—¡Claro que me importa mi puñetero circo! ¿Ves cómo estamos? Los
trabajadores no soportan a Úrsula. Se irán en cuanto puedan entrar en otro
espectáculo. Y tú tienes la culpa. ¡Tú! Hiciste de mi circo un infierno.
—¡Siempre fue un infierno! —Vicky se sobresaltó.
—Tendría que haber dejado que Cornelia te llevase a un orfanato. —
Fausto fue rotundo.
Será cabrón. ¿A que entro?
Se hizo el silencio. Vicky se apoyó en la pared metálica.
—Hubiese sido mejor para todos —respondió Andrea al fin, tranquilo.
—¡Andrea! —Fausto también tendría que estar ya en la puerta.
Mierda.
Se entremetió más entre las paredes para que no la viesen. Se alzó en el
suelo para asomarse por la ventana. Andrea estaba ya fuera de la oficina y
Fausto estaba en el umbral. La ventana estaba abierta y podía oírlos.
—Aléjate de esa mujer, ¿me estás escuchando? ¡No nos busques más
ruinas! Mira lo que ha hecho con Ninette.
—Ella no ha hecho nada malo. Tu hijo es un miserable.
—Solo quiere información del circo para utilizarla en nuestra contra. Por
eso se ha acercado a Adam. La miseria vende y es lo único que le importa. Y
tú no lo ves, te engaña como a un imbécil.
—No tienes ni idea de cómo es Vicky, así que ni la nombres.
Vicky asomó la cabeza entre los barrotes. Bajo la ventana había un
archivador. Se mordió el labio inferior.
Claro que no tienes ni idea de cómo es Vicky. Te vas a cagar, Fausto
Caruso.
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Se llevó la mano hacia el bolso. Colgando del asa tenía la pequeña bolsa
de plástico que Adela solía darle para las cacas de Ludo.
Qué pena que este no cague kilos de mierda como Nanuk.
Recordaba la bolsa pala que tenía que llevar Natalia cuando lo sacaba a
pasear.
—Acabarás haciendo trucos de magia en la calle.
—No me importaría. —Se sobresaltó.
Levantó los ojos, por un momento pensó que estaban de nuevo dentro.
Pero no, seguían en la puerta con la disputa. Podía escuchar como Andrea le
decía que ya estaba harto de que lo amenazase con echarlo, que solo lo
mantenía allí con la esperanza de que volviera con Úrsula y salvara el circo.
Vicky rompió la bolsa y la sacudió. Las pequeñas bolas cayeron unas por
detrás del archivador, otras se perdieron entre unas carpetas. Y una última
cayó en el primer cajón que estaba entreabierto.
Traga, traga. Que lo que no se vomita, se caga.
Recordó las palabras de su nana Dori respecto a su forma exagerada de
comer. Le sobrevino una carcajada y se tapó la boca intentando no hacer
ruido. Levantó de nuevo los ojos hacia la puerta. Veía la espalda de Fausto.
Sacó la lengua en una mueca. Él seguía en reproches con su hijo.
Sacó la cabeza despacio de entre los barrotes de nuevo, pero una de las
ornamentaciones curvas chocó en la parte superior cerca del flequillo.
Coscorrón del bueno.
Apretó los dientes.
—¿Te gusta la periodista? ¿Es eso?
Quedó inmóvil, alzó las cejas y el pulso se le aceleró. El dolor del golpe
desapareció de inmediato.
—No tengo que darte explicaciones, nunca te importaron.
—Me importa cada vez que nos afecte a todos. ¿Qué crees que va a hacer
Úrsula?
—Espero que marcharse de una vez.
—¿Y dejarnos en la ruina? —De nuevo la voz de Fausto resonó.
—¡Ruina! ¡Ruina! Es lo único que te importa. Yo no arruiné el circo.
Fuisteis tú y Cornelia. —En ese momento era Andrea el que levantaba la voz
—. Yo solo intenté salvarlo.
—¡Pues sálvalo!
—No de esa manera. —La voz de Andrea se alejaba—. Prefiero hacer
trucos de magia en la calle, como tú dices.
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Vicky rodeó la oficina, pasó por la parte trasera un par de casas más y
salió por el pasillo. Se colgó bien el bolso y se dirigió hacia la puerta donde
padre e hijo seguían enzarzados.
Se colocó a la vista de Fausto con aquella expresión ingenua que hacía
que aquel hombre se desconcertara y se enfureciera, ya sabía de sobra que de
ingenua no tenía un pelo. Cornelia había salido corriendo a chivarse, y
también lo haría Luciano el día que la increpó y ella le respondió como se
merecía.
El director la miró con desprecio.
—Maldita sea la hora que llegaste a este circo —le dijo con la tez
enrojecida.
—A ella no la metas. —Se apresuró a decir Andrea.
—Pues que no se meta en nuestros asuntos.
Vicky volvió a dar unos pasos hacia ellos.
—Todo lo que pase será tu culpa —respondió Fausto echando una mirada
enfurecida a su hijo antes de entrar en la oficina.
Vicky se colocó junto a Andrea y miró al director ladeando la cabeza.
—Que haya demasiada mierda en este circo no es culpa de tu hijo mago
—intervino sin quitarse de la cabeza las bolas de Ludo que le había dejado
caer por la ventana. Hizo un gran esfuerzo por contener la sonrisa.
Fausto apretó la mandíbula como la apretaba Luciano cuando se cabreaba.
—Es mierda antigua, de la que apesta —añadió.
Mañana apestará mucho más. Y cuando regreses de la gira y el calor de
la chapa haga su parte no se va a poder entrar en ese despacho.
—¡Termina ya el trabajo que tengas que hacer! —le gritó—. Y
desaparece. —Dio un portazo.
Pero la mierda ya la tienes dentro aunque yo me vaya.
Tuvo que contener la sonrisa de nuevo. Miró a Andrea.
—Supongo que te pagarán bien este trabajo, ¿no?
Vicky encogió la nariz y negó con la cabeza. No sabía ni la cantidad de
dinero por la que estaba haciendo aquello. La nómina la había domiciliado en
la organización de perros de su hermano. Los que salvaban a mujeres de la
violencia de sus exparejas. No eran gran aporte, supuso, al menos no un
aporte notable, pero su hermano lo apreció más que las donaciones que ella
hacía con el dinero que su padre dejaba que manejase. Y ahora que lo pensaba
bien, estaba claro que ese dinero tenía un gran valor si contaba lo que había
soportado aquellas semanas por parte de algunos y algunas.
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Pero si miraba hacia el otro lado, el bueno, lo hubiese hecho sin cobrar,
sin pensarlo. Sonrió a Andrea.
—Mañana a Milán —le dijo viendo como el pecho de Andrea se movía
fuerte en cada respiración.
—¿Ya tienes los billetes de tren? —preguntó él haciendo un gran esfuerzo
por dedicarle una media sonrisa. No le salió del todo creíble. Era imposible
sonreír de alguna manera después de haber soportado lo que había dicho
Fausto.
Vicky negó con la cabeza.
—Mañana iré a la estación y me montaré en el tren en el que no se
monten ellos. —Ladeó la cabeza hacia la oficina. Ahora sí que Andrea sonrió
con más naturalidad.
Y esta sensación me encanta.
—Ven —dijo él dándole un toque en el brazo.
Lo siguió hasta fuera de las carpas. Anduvieron entre la numerosa hilera
de camiones y furgonetas. Andrea se detuvo delante de una autocaravana.
—La compré hace dos años y medio —explicó. Vicky la miró sonriendo
—. La idea era que fuese para Matteo y para mí. No solo para las giras,
también para hacer viajes. Pero lleva guardada un tiempo. —Bajó la cabeza
—. A Úrsula no le gustaba la idea.
La abrió con la llave. Vicky entornó los ojos mientras él encendía la luz.
—Mis primeras vacaciones con mis amigas fueron en una de estas. —Él
ya estaba dentro y se asomó al escucharla. Ella alzó las cejas—. La idea fue
de Claudia: un verano recorriendo Europa. Había trazado un mapa con un
montón de sitios para visitar. —Hizo una mueca—. No hicimos ni medio
recorrido, nos perdimos la leche de veces.
Se tapó la boca para aguantar las carcajadas que le producían los
recuerdos.
—Fueron las mejores vacaciones de mi vida.
Y mira que las he tenido mayúsculas.
Recordaba abrir los ojos por la mañana y que alguna soltase alguna
burrada y medio mearse encima. Era más grande que la de Andrea, por dentro
parecía la habitación de un hotel con sillones de piel y un minibar que
llevaban más lleno que el propio frigorífico. Las imágenes le sucedieron unas
tras otra y se tapó los ojos.
—¿Tus amigas son parecidas a ti? —preguntó él divertido sin dejar de
observarla.
Vicky se encogió de hombros.
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—La verdad es que no nos parecemos en nada. —Comenzó a reír—. Por
eso nos gusta estar juntas. Aunque sea mediante la tecnología.
—¿Les has hablado del ambiente hostil en el que le estás trabajando? —
Le tendió la mano y ella se la cogió. Tiró de ella para que entrase.
—Siiii —respondió entrando en la casa con ruedas.
Estaba claro que Andrea la había usado poco. Olía a nuevo a pesar de
deber llevar guardada dos años.
Andrea bajó una escalera que estaba pegada en el techo.
—¿Y qué te dicen? —Subía los peldaños. En el techo había un mango,
una especie de puerta. La abrió y siguió subiendo.
Alaaa, esto no lo tenía la nuestra.
Se subió a la escalera y Andrea la ayudó para salir al exterior. Vicky gateó
por el techo de la autocaravana y se sentó. Andrea se sentó junto a ella.
—Seguro que te dicen que nos mandes a la mierda a todos. —Rio él.
—No, a todos no —respondió y él aumentó la risa.
Lo vio respirar profundo y se fijó en su pecho, este rebotó en el
movimiento. Andrea podía reír, pero aún no estaba bien.
—Pronto volverás con ellas, ¿no? —siguió él—. Cuando regreses.
Vicky encogió las rodillas y negó con la cabeza.
—Una está en Londres, es corresponsal. —Ladeó la cabeza—. Otra está
en todas partes y en ninguna, tiene un trabajo de los que no se puede hablar.
—Entornó los ojos hacia el mago, que la escuchaba con atención—. La otra
vive en Barcelona. Era periodista como yo, luego estudió interpretación y
traducción, y ahora es traductora de textos en una editorial. —Suspiró—. Soy
la única que está siempre en Madrid —añadió.
La más inútil.
—Bueno, ahora no —intervino él y ella lo miró de reojo—. Si mañana te
levantas temprano no hace falta que vayas a la estación. Puedes venir
conmigo. —Se giró hacia ella y la señaló—. Pero no puedes retrasarte. He
notado que se te pegan las sábanas por la mañana.
Vicky abrió la boca para replicar a aquella afirmación. Aquella podría ser
la explicación del por qué no solía verlo a la hora de desayunar.
—No me levanto tarde. —Se defendió—. Seguro que eres tú el que te
levantas demasiado temprano.
Andrea rio.
—Vale. —Aceptó ella. Le gustaba la idea.
El teléfono de Vicky emitió un sonido. No era el sonido del chat, eran las
primeras notas de la banda sonora de la película El padrino.
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Mensaje de La Fatalé.
Cogió el móvil y lo desbloqueó.
«Tienes la estrella en el culo. Está viva y está en Milán».
Natalia seguía escribiendo así que se apresuró a quitar el sonido y
bloquearlo. No quería que Andrea viese un ápice de lo que Natalia iba a
decirle sobre Mónica Valenti.
Él observaba cómo Vicky guardaba de nuevo el móvil, quizás había
notado la prisa que tuvo en quitarlo de en medio.
—¿Y hay alguna razón por la que siempre estés en Madrid? —preguntó
mirando el bolso de Vicky.
Ahora se cree que tengo un lío, un novio o algo.
—Aparte de tener dos hermanos maravillosos y unos padres que aún creen
que tengo quince años. —Sacudió la cabeza y él rio—. Pero de momento todo
apunta a que Madrid será mi destino una temporada.
Giró la cabeza hacia la carpa.
—Aunque si hago una basura de reportaje me costará lo suyo encontrar a
alguien que me contrate. —Se encogió de hombros.
—Estoy convencido de que vas a hacer un buen trabajo.
Alguien que confía en mí. A eso me refiero cuando digo que me encanta lo
que ve cuando me mira.
—Y yo estoy convencida de que vas a hacer una gira impecable —añadió
—. Espero que el reportaje os ayude.
—¿Es verdad que amenazaste a Cornelia con contar lo de mi madre?
Vicky metió la mano en el bolso.
—Para repartir magia del mundo real, a veces es necesario apoyarse en
algún extra como haces tú con eso que llevas en el bolsillo —respondió
dándole la bola y él volvió a sonreír al escucharla—. ¿Podrás moverla desde
aquí cuando esté en Madrid?
Andrea aumentó la risa y puso la mano bajo la de Vicky. Ella notó que la
bola vibraba en su palma, ya no le producía aquel cosquilleo, había
comprobado con creces que no eran las esferas, sino el hombre que las
controlaba.
Notó cómo el cristal se despegaba de su mano y se alzaba levemente.
Ya se me están aflojando las bragas.
—Hay más —dijo él.
Vicky entornó los ojos hacia la bola. Comenzaba a brillar su interior, un
brillo que se hacía intenso como si dentro hubiese una estrella de las que los
rodeaban a aquellas horas de la noche.
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La luz daba vueltas en el interior del cristal rodeando la flor fucsia.
Andrea le cogió la otra mano y la puso junto a la anterior, sobre donde flotaba
la esfera en medio de ellos dos. La bola se alzó aún más, el destello
moviéndose dentro del cristal hacía parecer que estaba girando, un efecto
óptico que, en la oscuridad de la noche, era más que maravilloso. Por un
momento apartó los ojos de la esfera y miró a Andrea, cuyo rostro estaba
iluminado solo por la luz a través del cristal, como supuso que también
ocurriría con ella.
Fue consciente de que él no observaba la esfera, la observaba a ella. El
pulso se le aceleró sobremanera. El tornado que le producía el mago y que
comenzaba justo en el ombligo se hizo intenso cuando se abrió en su pecho
hasta notar punzadas en el esternón. Tuvo que abrir la boca para coger aire.
—No sabía que también existía la magia fuera de aquí —dijo él.
Pero ella ni siquiera sonrió.
Vicky, ni te muevas.
Notó cómo le brillaban los ojos y regresaba la picazón en la base de la
garganta. «No eres Vicky». Sus amigas llevaban razón, pero no podía ser
Vicky. Tenía que quedarse inmóvil sin dejar entrever lo más mínimo de lo
que estaba percibiendo su cuerpo. No podía ser Vicky con Andrea, no en
aquel sentido. Natalia había acertado, por primera vez meditaba las
consecuencias. En Ciudad Esmeralda acababa todo.
El cuento se acaba.
Dejó caer el peso de sus manos en las palmas de Andrea y bajó los ojos
hacia la flor.
Roja.
Seguía respirando por la boca mientras el tornado giraba con fuerza en su
interior y con él arrastraba la casa de Dorothy, la mujer de la bicicleta, y hasta
a la bruja del Este en escoba. El brillo de los ojos aumentó. Andrea le estaba
poniendo terriblemente difícil no ser Vicky. Porque jugaba con todos los
elementos que siempre le encantaron en su vida. No quería zapatos rojos ni
golpes de talón, en casa nunca se estaría mejor que en ninguna parte. Ella
nunca perteneció al mundo civilizado.
Por eso soy el aire.
Era el elemento que le tocó en aquel grupo de amigas. Notó cómo las
manos de Andrea envolvían levemente las suyas.
No, por favor.
Estaba acostumbrada a rehuir de hombres que no le gustaban y estaba
acostumbrada a seducir a hombres que sí. Pero ahora debía de huir de un
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hombre que le transmitía una mezcla de sentimientos de todo lo que solía
hacerla feliz. Sentimientos que nunca pensó que podrían darse de una vez y
que hacían que sacase lo mejor de ella: afectividad, calidez, cercanía como
sentía en familia. Confianza y seguridad, como le transmitía la amistad que
tenía con las locas. A todo eso podía sumarle el torbellino en su pecho que
formaba Andrea cuando estaba cerca, la satisfacción de hacerlo sonreír
cuando no se encontraba bien, la atracción cuando tenía cerca Ciudad
Esmeralda, y la magia.
La esfera parecía girar cada vez más rápido mientras la luz rodeaba la flor
roja. «Cada vez que te comportas como Vicky su interior cambia de color».
Oía en su mente la voz de Natalia. Pero no podía ir más allá en aquel sentido.
«Aquí no pasa nada con el mago. Y el cuento se acaba». La voz de Mayte
llegó hasta su cabeza. Levantó los ojos hacia Andrea de nuevo, aquella orden
que había hecho a su cuerpo de no moverse no había funcionado. Había
basculado su cuerpo lo suficiente como para que su frente estuviese a unos
centímetros de él.
Jamás imaginé tan brillante a Ciudad Esmeralda.
Podría estar hasta el amanecer frente a Andrea mientras la esfera giraba e
iluminaba los ojos del mago. Le gustaba Ciudad Esmeralda, pero no podía
poner un pie en ella. Bajó la barbilla despacio, su frente rozaba la de él. Fijó
los ojos en la bola que estaba a la altura de su pecho, la luz era más tenue,
supuso que sería parte del truco, la luz perfecta para completarlo con magia
del mundo real, la suya. Notó la frente de él apretarse contra la de ella, quizás
no esperaba su reacción y estaba decepcionado. O quizás sí era algo que
esperaba, pero tenía que intentarlo. Cerró los ojos y dejó el peso de su cabeza
caer contra la de él.
No puedo.
La luz de la esfera se fue apagando a medida que descendía hasta que
volvió a sentir el cristal entre las palmas de sus manos. Estaba templado. Un
frío extraño le sobrevino por la espalda en cuanto la luz se apagó. La magia
desaparecía, tanto la del mundo real como la de Andrea.
Notaba su pecho moverse al respirar, como había visto que hacía el pecho
de Andrea tras discutir con su padre. Era ella la que ahora se ahogaba. Cerró
la mano para envolver la bola, se le había erizado el vello del frío, volvió a
cerrar los ojos.
Notó que Andrea separaba su frente de la de ella, también dejó de sentir
una de sus manos. No quería abrir los ojos, hasta le daba vergüenza mirarlo a
la cara después de haber roto el momento de aquella manera.
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Notó cierta calidez en la mejilla. Abrió al fin los ojos. Andrea la miraba
de la misma manera que lo había hecho todo el tiempo. Ni ofendido ni
decepcionado, como si no hubiese pasado absolutamente nada entre ellos
sobre la esfera que flotaba.
—Respira —dijo él.
A Vicky le brillaron los ojos. Cogió aire despacio por la nariz. El frío
aumentó y comenzaba a sentir cierta presión en el pecho. Lo vio sonreír.
No puede ser.
Aunque ella no había querido besarlo, el mago sonreía. La presión del
pecho aumentó y también el escozor de la garganta, y con ellos, la humedad
de los ojos.
—Respira —repitió.
Ahora no podía disculparse, no podía hacer referencia a nada. Él actuaba
como si no hubiese pasado nada, como si hubiese sido un limbo, un lapsus.
Andrea le apretó la mano.
Las locas no van a dar crédito.
Lo había hecho peor que ninguna, estaba claro. Ni siquiera Natalia en su
peor situación había cometido una estupidez igual. Ella siempre las arengaba
a ir adelante sin importar las consecuencias. Y ahora ella no era capaz de
enfrentarse a las consecuencias.
Además de inútil, resulta que soy cobarde, estúpida y con pocos
sentimientos.
Y se sintió el espantapájaros, y el hombre de hojalata, y el león cobarde.
Hasta la bruja del Oeste, que no dejaba de recodarle a ella. Toda ella era el
mundo de Oz, pero el suyo estaba lejos de ser maravilloso, faltaba la magia, el
mago, y una ciudad que tenía el color de sus ojos.
Miraba a Andrea sintiendo que lo que él veía en ella era mentira. El dolor
en su pecho aumentó y también el ahogo. Miró la esfera, temía que él ahora la
rompiese como había hecho con la que cogió Úrsula. Era lo que Andrea debía
de hacer, ella no era lo que aparentaba ser y lo que fuese que le gustase de ella
era humo, falso, una mentira, no existía. Si él pensaba romper la bola
guardaría los trozos, los guardaría toda la vida.
Tuvo que coger aire mientras cerraba los ojos, sintiendo cómo él no
dejaba de observarla.
Lo tiene que estar flipando. Esta forma de actuar tan infantil y extraña.
Miró al mago. Si estaba sorprendido, su rostro no lo mostraba.
—No llegues tarde mañana —repitió.
Ella negó con la cabeza riendo.
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Había sido puntual a pesar de haber estado hasta tarde enredada en el chat de
las amigas contado las peripecias de la noche anterior. Habían reído hasta el
ahogo con las bolas de mierda de Ludo que Vicky le había dejado a Fausto, y
le habían lanzado cuchillos a matar cuando les contó su forma de actuar con
el mago.
Pero allí estaba con sus dos maletas mientras Andrea arrancaba la
autocaravana. Temió por un momento que una vez que él digiriese aquella
especie de rechazo sutil, hubiese cambiado sus humos o su forma de actuar
con ella. Pero nada más lejos, él parecía feliz de emprender el camino hacia
Milán.
Y eso que no sabe lo que le espera en Milán.
Aún tenía un par de sorpresas para Andrea antes del aniversario del circo.
A Vicky también le esperaba algo importante: el trabajo real. Al fin la
grabación. Había preparado su verdadero documental a la sombra sin
consultar absolutamente con nadie. No había desechado por completo las
sugerencias de Úrsula, pero el supuesto documental que aquella niña
caprichosa y soberbia esperaba, estaba muy lejos, a millones de kilómetros de
lo que Vicky iba a hacer. Encajar a Adam en su trabajo no había tenido
dificultad. Tanto él, como Ninette, como Matteo, y como Andrea, siempre
estuvieron presentes en su proyecto. Ese trabajo ya lo tenía adelantado y
esperando hasta que cada uno de ellos cambiase de opinión.
Pensaba que después de lo de la noche anterior, las casi siete horas de
camino iban a ser incómodas. Pero compartir con Andrea un espacio reducido
mientras él conducía no tenía nada de incómodo, sobre todo, cuando ninguno
de los dos hizo referencia alguna a la magia sobre el techo de la autocaravana.
Solo Vicky se tensó un poco por el extraño interés repentino del mago
sobre ella.
—Eres tú la periodista y eres la que haces las preguntas —había dicho—.
Pero nosotros no sabemos nada de ti.
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Vicky le habló de la facultad, de las locas del unicornio, de un chat
sagrado, de sus hermanos e incluso sobre sus padres. Y hasta llegó a hacerle
una confesión.
—No es que mi padre sea exactamente exigente conmigo. Pero tengo el
listón tan alto que siento que nada de lo que pueda hacer será nunca
suficiente. —Fueron sus palabras.
—No tengo dudas de que está enormemente orgulloso de la hija que tiene
—había respondido él.
Pero Andrea no tenía ni idea de su realidad. Agradeció sus palabras,
sonaban bonitas. Pero no eran ciertas.
Las siete horas de camino sumadas a un par de descansos que hicieron
para desayunar y comer, se hicieron terriblemente cortas. Y llegaron a Milán.
Vicky reconocía la ciudad, había estado allí demasiadas veces. Le gustaban
los teatros de ópera y música clásica, las tiendas exclusivas, y adoraba
algunos restaurantes. Sin duda era una de sus ciudades favoritas del mundo.
Andrea condujo hasta un claro donde ya estaban montadas las carpas. Los
tráileres y montadores solo habían salido un par de días antes, pero al parecer
no necesitaban más tiempo para montar aquella carpa circular enorme con el
cartel en el frente del circo Caruso. También había visto por el camino
numerosos carteles y banderolas anunciando el espectáculo.
Pasaron por delante de la puerta de la carpa. A Vicky se le erizó el vello.
Después de tantos días con ellos los había normalizado. En su mente se
habían transformado en gente peculiar que vivían en una parcela en medio del
campo. Ahora al ver la carpa era consciente de que era un circo, el que le
habían enviado a indagar y a hacer un buen documental.
En la parte trasera estaban las viviendas con ruedas de los empleados.
Andrea buscó un hueco y aparcó. Era terriblemente tranquilizador saber que
ni Úrsula ni ningún molesto Caruso estarían allí rondando durante todo el día.
Adam le había enviado un mensaje hacía rato. Matteo y él ya estaban allí.
Ninette había viajado con ellos, quizás ella y Andrea se habían demorado
demasiado en la comida. Pero lo prefería así, Adam ya había recibido la
maquinaria, era lo primero que hizo al llegar a Milán. Y Vicky prefería no
estar allí cuando eso sucediese.
En cuanto bajó del vehículo vio a Adam acercarse en su silla con una
sonrisa radiante. Rebasó a Vicky guiñándole un ojo y se dirigió hacia su
hermano.
—Estaba impaciente por que llegases —le dijo—. Quiero enseñarte algo.
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Vicky contuvo la sonrisa ante la expresión del mago. Siguieron a Adam
entre numerosos vehículos aparcados en línea formando pasillos y llegaron al
final, donde acababa el asentamiento circense.
Era un contenedor de chapa enorme de los que solía ver en los puertos de
carga.
—¿Os habéis perdido por el camino? —Oyó la voz de Matteo a su
espalda.
Vicky miró la hora, tampoco se habían demorado en exceso. No había
prisa por llegar aunque supuso que en los días previos a la primera actuación,
la hora estaría ajustada para ensayos y pruebas de todo tipo.
Ninette se acercaba junto a Matteo y miraba el container con
desconfianza.
—Quería que estuvieseis los tres para verlo a la vez —añadió Adam
accionando la cerradura—. Pero no puede verlo nadie más hasta el
aniversario.
Abrió la puerta, tuvo que rodar la silla para que esta cediera. Andrea fue
en su ayuda, no podía solo.
Matteo abrió la boca y estiró los párpados haciendo que sus ojos fuesen
más saltones que nunca. Le recordó a los ojos de Ludo cuando Andrea quería
cogerlo.
Miró de reojo al mago, se había quedado inmóvil, estaba más adelantado a
ella, lamentó no poder verle la cara. Ninette tenía una extraña sonrisa, con los
ojos algo entornados, como si lo que hubiese dentro de aquel contenedor
fuese una luz resplandeciente en medio de la oscuridad. Vicky supuso que eso
era realmente para ella.
Andrea miró a Adam buscando una explicación.
—Os lo merecéis —dijo el trapecista rodando la silla hacia el interior. Allí
dentro cogió una caja y se la puso en las piernas. Rodó de nuevo hacia Andrea
—. Última generación. —Le dio la caja—. Harás maravillas con estas.
Vicky contuvo la sonrisa. Ahora Andrea podría tirar a tomar por culo las
bolas de Úrsula. No le debería nada.
—Dentro tienes también la ropa del número —le dijo Adam a su
hermano. Luego se dirigió hacia Ninette—. También las tuyas.
Adam vio que Vicky hacía un gesto con los ojos.
—La tuya, quería decir. —Adam bajó la cabeza, contrariado.
Vicky aprovechó el estado de shock del resto y llamó la atención de
Adam. Vocalizó lo más claro que pudo para que le leyese los labios.
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—También hay un regalo para Adela —añadió guiñando ambos ojos
hacia Vicky.
—¿Por qué? —preguntó Andrea sin dejar de mirar la esfera enorme
encajada en corcho blanco.
—Porque lleva muchos años con nosotros y… —Vio a Adam sin saber
que decir.
—Digo esto. —Lo cortó Andrea.
—Ya os lo he dicho, os lo merecéis —respondió.
—No nos debes nada —dijo su hermano—. No hemos hecho nada que…
—Ya lo tenéis. Es vuestro. —En esa ocasión fue Adam quien lo cortó—.
Ahora buscad la manera de montarlo y usarlo en el aniversario sin que Úrsula
se entere.
Andrea negó con la cabeza.
—Pero en cuanto lo vea en el aniversario no dejará que lo usemos más —
rebatió Andrea.
—Lo grabaré y lo utilizaré en el documental. No tendrá más remedio que
dejaros usarlo en cada actuación —respondió Vicky y Andrea se giró hacia
ella—. La gente que acuda al circo Caruso buscando lo que vio en televisión,
querrá ver exactamente lo que vio en televisión.
Andrea frunció el ceño.
—¿Tú lo sabías? —Sonó a reproche.
Vicky desvió la mirada. Señaló hacia la hilera de casas rodantes.
—Voy a buscar a Ludo —dijo mordiéndose el labio—. Tenéis un marrón
de narices ahora. —Miró el interior del container—. A ver cómo sacáis eso de
ahí, lo montáis, y ensayáis el número.
Miró de reojo a Matteo.
—Será un gran número, el que soñaste —dijo antes de girarse y dejarlos
solos.
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—Mañana estarán aquí las cámaras. —Vicky lo señaló con el dedo—. No
te quepa duda de que no se perderán ni un minuto de lo que sea que montéis.
Matteo la miró de reojo.
—Estaré presente de alguna forma en el documental —dijo el payaso.
Vicky se mordió el labio.
—El artífice del número debería de estar más que simplemente presente
—respondió y Matteo bajó la cabeza.
Ninette también la miraba.
—¿Tienes aún hueco para una bailarina aeroacróbata? —preguntó la
joven y Vicky sonrió.
—Nadie ocupó nunca tu hueco.
Ninette sonrió satisfecha.
—Elegí libertad. —Recorrió con la mirada buscando si Úrsula, Cornelia,
Luciano o Fausto habían llegado ya—. Sin miedo.
Vicky la empujó con el hombro. Luego entornó los ojos hacia Andrea y
Matteo. Andrea giró la cabeza para evitar su mirada. Matteo sacudió la cabeza
y Vicky resopló.
—Dos de cuatro, tampoco está mal. —La consoló Adam y Ninette rio.
Vicky encogió los hombros. Matteo fue el primero en levantarse.
—La esfera la hemos guardado de nuevo y solo queda la grúa, pero nadie
va a reparar en ella —dijo—. Así que hoy a ensayar como siempre.
Les echó una sonrisa a todos y se marchó. Ninette también se levantó.
—Yo me acostaría de nuevo. Dos días así y me quedaré dormida en la
bola. —Adam rio al escucharla—. No habrá mariposa, solo un gusano
durmiendo.
Adam retiró su silla.
—Y yo a ver qué me invento para que nadie entre en el escondite. —
Resopló—. Van a ser los dos días más largos de mi vida.
Vicky estaba deseando quedarse sola con Andrea.
—Lo que vamos a hacer es un disparate —dijo él—. Y no sé hasta qué
punto tu documental puede disuadir a Úrsula. Temo que lo pague con Matteo.
—Esa parte me la dejas a mí. —Él levantó los ojos hacia ella—. Soy
especialista en hechizos inmunizadores. Mira lo tranquila que está Ninette.
Andrea no pudo contener la risa.
—¿Cómo van las bolas nuevas? —Sabía que eran más avanzadas que las
anteriores y que costaban un pastizal, pero no tenía ni idea de lo que podían
hacer.
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—Son una maravilla. —Andrea sonrió—. Son más complicadas de
utilizar, llevan un control doble, pero… las acabaré dominando.
Esos controles que están directamente conectados con las gomillas de mis
bragas. Doble, me encanta la idea. Saldrán volando.
—No sé por qué Adam ha hecho esto. No tiene que agradecernos nada —
añadió él.
Vicky entornó los ojos. Tenía que darse prisa o se le pasaría la hora.
—¿Tienes muy ocupada la mañana? —le preguntó y él la miró
desconfiado—. Tengo que hacer una visita a una conocida y me vendría bien
que me acompañases.
—¿Yo? —Frunció el ceño.
—Sí. —Tenía que ser firme. Que le temblasen las rodillas no podía ser un
impedimento—. No te ocupará mucho tiempo.
Andrea alzó las cejas.
—De hecho, si nos vamos ahora mismo llegaremos a media mañana. —
Tiró de la manga de Andrea.
—Por eso hoy sí te has levantado temprano —dijo con ironía
levantándose.
—No. —Encogió la nariz—. Tus compañeras de espectáculo son muy
ruidosas.
Andrea rio.
—Ya me parecía a mí —respondió dejándose llevar por el segundo tirón
de Vicky—. Si es alguno de tus trucos para convencerme de que aporte en tu
documental, es inútil.
Qué dices, chaval. Esto es magia a otro nivel.
Ella sonrió tirando de él de nuevo.
Atravesaron la carpa principal. Era considerablemente más grande que las
de la parcela. El centro de la pista estaba lleno de cuerdas y grúas. Seguían
montando cosas.
Justo en la puerta se cruzaron con Úrsula y Fausto, que llegaban a
supervisar los ensayos.
La bruja, ya estaba tardando.
—Buenos días —les dijo Vicky sonriendo con frescura.
—¿Dónde vas? Hay ensayo en una hora. —Fausto se dirigió hacia su hijo.
—Soy de los últimos. —Andrea ni siquiera los miró—. Creo que estaré de
vuelta.
Alzó las cejas hacia Vicky, ella asintió. Vio a Úrsula abrir la boca para
añadir algo.
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—¿Hoy no trabajas? —preguntó entornando los ojos hacia Vicky.
—Mi trabajo está acabado —respondió—. Mañana vienen los cámaras y
comenzaremos con el resto.
—¿Entonces qué haces aquí? —Su tono había perdido cordialidad por
completo.
—Seguir observando.
Vicky siguió su camino. Salieron de la carpa.
—Te gusta el alto riesgo, ¿no? —Reía Andrea.
—No te puedes hacer una idea de cuántas como ella me he cruzado en mi
vida. —Atravesaron la puerta de hierro y llegaron a la carretera. Vicky miraba
su móvil. Había pedido un taxi para una hora concreta, pero la aplicación le
decía que aún estaba de camino.
—No creo que sean ni siquiera similares. —Andrea miró a ambos lados
de la carretera—. ¿Y a dónde vamos exactamente? —preguntó mientras
Vicky no dejaba de mirar el mapa que le decía que el taxi estaba a dos
rotondas de ellos.
—Ya está aquí el taxi. —Realmente le temblaban las rodillas. No sabía
cuál podría ser la reacción de Andrea cuando fuese consciente de lo que iba a
pasar.
Notaba el pulso acelerado. Vio al taxi llegar y levantó la mano para que se
detuviese. En unos veinte minutos llegaron a una calle de casas grandes de
unas tres plantas. Casas de estilo clásico, pero señoriales. Clase alta, de las
que Vicky conocía bien aunque no estuviesen al nivel de Úrsula o del suyo
propio.
El taxi se detuvo ante una fachada celeste claro. Vicky le dio la tarjeta al
taxista y se apresuró a bajar. Andrea se había bajado por el otro lado.
—Pensaba que íbamos a una cafetería o algo por el estilo. —Se extrañó él
—. Yo te espero fuera.
Ella le cogió de nuevo de la manga.
—De eso nada, me has dicho que vendrías conmigo.
—Yo no te he dicho que vendría.
—Me has seguido, que es lo mismo.
—Me has llevado a tirones.
Andrea entornó los ojos.
—Haber usado las cuerdas —le soltó con ironía mientras llamaba al
timbre y él no pudo contener la sonrisa.
Le abrieron la puerta. Era una señora del servicio.
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—¿Victoria? —preguntó la mujer y Vicky asintió—. La señora está
dentro. Entren, por favor.
Miró de reojo a Andrea antes de subir el escalón y volvió a engancharlo
de la manga, no le veía mucha disposición de entrar. Accedieron a un gran
salón. Una mujer de mediana edad, con el pelo liso y recto los recibió.
—No os esperaba tan pronto —le dijo a Vicky y esta le sonrió—.
Encantada.
Le tendió la mano a Vicky.
—Es un placer —añadió la mujer.
A que la estirada esta mete la pata.
—El placer es mío. —La mujer tardó en soltarle la mano. Luego miró a
Andrea con interés.
—Venid conmigo —les dijo.
Siguieron a la mujer por un pasillo lleno de puertas blancas. Abrió una de
ellas. Era una habitación pequeña decorada en amarillo y tono salmón. Había
un sofá, dos sillones y una mesa redonda central.
—Esperad aquí, ahora viene —dijo la mujer y los dejó solos.
Vicky le dio las gracias. Andrea estaba delante de la puerta sin atreverse a
adentrarse en la sala. Ella tuvo que empujarlo.
—Tendría que haber esperado fuera —protestó.
—Confía en mí. —Volvió a empujarlo hasta el sofá.
Andrea se giró para sentarse.
—Presiento que confiar en ti no es algo bueno —respondió.
Ya me va conociendo.
Ella se sentó a su lado, procuró pegarse lo máximo posible a él por si salía
corriendo. Andrea fue consciente de su acción y alzó las cejas hacia ella.
Vicky lo ignoró.
La puerta se abrió de nuevo. Una mujer uniformada de la misma manera
que la que les había abierto la puerta se dispuso a entrar. Vicky dirigió
enseguida los ojos hacia su cara. Podía comprobar de dónde procedía Ciudad
Esmeralda, siempre tuvo ese presentimiento, uno de los motivos por los que
Cornelia sentía aquel odio por Andrea: era demasiado parecido a su madre.
La mujer se acercó a la mesa y se colocó frente a ellos.
—Andrea. —Vicky se fijó en el pecho de la mujer aunque no se atrevía a
mirarlos directamente, el movimiento acelerado de su respiración podía
indicarle que estaba nerviosa. Vicky alargó la mano para coger la del mago,
prefería tenerlo sujeto—. Ella es Mónica Valenti.
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No tenía pensado hacer una presentación tan escueta, vacía y sosa. Pero
necesitaba algo rápido. Se mordió el labio ante la mirada de reproche de
Andrea. Hizo el intento de levantarse, pero ella pasó la pierna sobre los
tobillos de él y le cogió la mano con fuerza.
Lo vio negar con la cabeza, tenía la mandíbula apretada como hacían su
padre o su hermano cuando se enfadaban.
—Confía en mí —le susurró.
Consiguió liberar sus piernas y se levantó. La mujer levantó los ojos hacia
él. Andrea la miró un instante. Realmente sus ojos eran del mismo color.
Volvió a coger la mano del mago, pero este se la apartó.
—Lo siento, pero no puedo —le dijo a Vicky.
Rodeó la mesa, la mujer seguía mirándolo. Vicky notó cómo los ojos de
Mónica brillaban y aún hacía más intenso el llamativo color, como le ocurría
a su hijo.
—No te vayas, por favor. —Ahora fue Mónica la que lo sujetó.
Andrea se giró hacia ella. Medio metro lo separaba de la mujer. Vicky
pudo apreciar que los ojos de la madre se llenaban de lágrimas.
—Por favor —insistió.
Ni por favor ni leches.
Se levantó, volvió a agarrar al mago y tiró de él hasta el sofá. Tan brusca
que cayó de culo en los mullidos cojines. Se oyó un leve crujido procedente
del sofá.
Encima le vamos a partir el sofá a la señora.
Vicky pasó la mano tras el antebrazo de él para sujetarlo por si acaso
volvía a levantarse, formándole una especie de cepo con el codo mientras lo
agarraba por la muñeca. Miró a Mónica satisfecha. La mujer aún miraba
desconfiada a su hijo temiendo que volviese a levantarse. Ella se sentó en uno
de los sillones. Vicky se quedó en medio de los dos, supuso que ella no se
fiaba de sentarse muy cerca de Andrea.
Vio a Mónica girarse hacia un pequeño mueble que había junto al sillón,
una mesa antigua sobre la que había un teléfono de los que solo se veían en
tiendas de antigüedades. Mónica abrió un cajón y sacó una especie de libro de
tapas de cartón tan repleto que tenía los bordes rotos. Lo puso sobre la mesa.
Andrea miró el libro, seguía con la mandíbula apretada, pero Vicky notó
cómo su respiración también se aceleraba. Palpó con la mano en la muñeca
del mago, si se concentraba bien podía notar su pulso.
—No es la primera vez que te veo, Andrea —comenzó la mujer y él la
miró de reojo. La mujer empujó el libro a través de la mesa hacia su hijo. Pero
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este no lo tocaba. Vicky tampoco se atrevió a soltarlo para abrirlo—. Una vez
al año.
Pero la curiosidad pudo más. Sin soltar al mago, con la otra mano abrió la
tapa del libro. En cada página estaba escrito el año de la gira. En la primera
página, Andrea solo tendría unos doce años, ya se veía en medio de la pista
haciendo algún truco. Vicky pasó despacio alguna página más para que él las
fuese viendo, aunque seguía sin querer mirarlo y con la mandíbula apretada.
—Me alegra que te hayas convertido en una de las estrellas del circo, no
esperaba menos —añadió Mónica.
Pero él no respondía.
—Andrea. —Lo llamó y él sí pareció reaccionar y la miró—. Respeto si
no quieres saber de mí. Lo entiendo y lo asumo. Pero solo permíteme que te
cuente qué pasó, por qué lo hice y qué…
—No me importa. —La cortó y recibió un pellizco en el lateral en el
muslo tan fuerte que hasta se levantó levemente del sofá. Miró a Vicky con un
reproche similar al del principio.
Vicky miró a Mónica y le hizo una señal con la mano para que siguiese
hablando.
Que como te interrumpa otra vez le doy otro aún peor.
Preparó la mano en el muslo del mago. Él negó levemente con la cabeza
mirándola de reojo.
—Sí, te llevé conmigo —dijo la mujer y Andrea y Vicky se giraron para
mirarla a la vez.
Esto sí que no lo esperaba.
Apretó la muñeca de Andrea, claro que pudo notar sus pulsaciones. Se
habían acelerado tanto como las suyas propias.
—Tu padre se había marchado a cerrar algunos contratos. Y a los pocos
días apareció Cornelia, nadie la esperaba. Ella nunca solía estar allí, detestaba
las carpas, el circo y a todos los que lo componíamos. —Mónica suspiró—.
Me gritó e insultó durante demasiado tiempo, pero con eso ya contaba. Me
dijo que había preparado los papeles del despido y que me fuera de allí. No
me dejó ni siquiera contactar con tu padre para decírselo.
Se detuvo a respirar. Vicky observó cómo a la mujer le temblaban las
manos.
—Firmé los papeles, hice las maletas y me fui del circo contigo —
continuó—. Cogimos el primer tren hasta aquí, hasta Milán. Según lo que me
explicó tu padre días antes era su primer destino. Quería encontrarlo y decirle
lo que había pasado con Cornelia.
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Mónica negó con la cabeza.
—Pasamos la primera noche en una pensión —seguía. Andrea no dejaba
de mirarla—. A la mañana siguiente fui al banco a por más dinero. Sabía que
no sería fácil dar con tu padre y aún faltaban unas semanas para que regresase
a Roma. Necesitábamos algún sitio para quedarnos un tiempo. Pero alguien
había bloqueado mis cuentas.
Los ojos se le llenaron de lágrimas.
—No firmé solo un despido. —Negó con la cabeza—. Firmé una
indemnización por más del doble de dinero del que yo tenía en ese momento.
El embargo fue inmediato.
Vicky miró de reojo a Andrea.
—Cornelia se aseguró de que yo ni siquiera pudiese regresar a Roma —
continuó—. Tenía dos opciones: llevarte a asuntos sociales y que se hiciesen
cargo de ti. O intentar de alguna forma llevarte de nuevo hasta el circo y
dejarte a cargo de alguien de confianza hasta que pudiese ir a por ti.
Se hizo el silencio mientras la mujer se tomaba su tiempo para proseguir.
—Pedí dinero por la calle durante todo el día para reunir lo que me faltaba
para el billete. —Cogió aire de nuevo—. Temí que llegase la noche y pasarla
contigo en la calle. Pero pude coger el último tren de la tarde. Y te dejé sobre
la cama de Adela, junto a la nota.
Vicky volvió a mirar a Andrea de reojo. La mandíbula se le había
relajado.
—Me costó meses salir de la calle. Era imposible regresar a por ti —
siguió—. Pero pasó el tiempo y seguí sin regresar, para eso no pido perdón.
No lo tengo. Puedo hacerme una idea de lo que ha tenido que ser para ti tener
que convivir con Cornelia. Sin embargo, sabía que en el circo tendrías mejor
vida de la que yo te podría dar. Y que tu padre cuidaría de ti.
Andrea bajó la cabeza al escucharla. Vicky alzó el dedo índice y negó con
él. Vio la sorpresa en el rostro de Mónica.
—Tu padre te adoraba —añadió.
Pues lo ha disimulado muy bien todos estos años.
Vicky volvió a negar con disimulo.
—Te adoraba —insistió.
Vicky hizo una mueca torciendo los labios, luego sacudió la cabeza.
Resbaló la mano por la muñeca de Andrea hasta su mano y se la cogió.
—Lo siento. —Oyó decir a la mujer.
Lo sintió moverse a su derecha. No le soltó la mano, pero con la que le
quedaba libre pasó una página de libro.
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—Pensaba que todo iba bien —dijo Mónica y esta vez miró a Vicky
directamente. Esta volvió a negar con la cabeza.
Andrea pasó una segunda página en silencio. Luego una tercera. A Vicky
le hubiese gustado ver el álbum con detenimiento, pero no podía ponerse a
curiosear en una situación como aquella.
—Sé que nada de lo que haga va a arreglar… —Mónica se llevó la mano
a la boca. Los ojos se le llenaron de lágrimas de manera más pronunciada.
Andrea seguía en silencio—. No tengo derecho a pedirte perdón. Pero aquí
estaré. Andrea, mírame.
Noto cómo él le apretaba la mano mientras alzaba los ojos hacia su madre.
—Ya sabes dónde estoy —le dijo—. Si con el tiempo quieres hablar, aquí
estaré.
Andrea seguía sin responder. Vicky notó de nuevo cómo él la apretaba. Se
levantó de repente.
—Tenemos que irnos. —Fue lo único que dijo.
Mónica asintió. Vicky se levantó y se situó tras él.
—Gracias por recibirnos —dijo ella sonriendo levemente.
Notó que Andrea tiraba de su mano. No la soltaba. Salió de la sala
dejando dentro a Mónica. Llegaron al salón. No pudo despedirse de la señora,
Andrea no le dio margen de detenerse. Vicky le dio también las gracias de
lejos. Le había enviado un pack de rejuvenecimiento de la cínica de Milán de
su familia, como regalo por haber accedido a recibirlos en su casa y
permitirles hablar allí con Mónica.
Salieron a la calle y Andrea apresuró el paso calle abajo. Iba tan rápido
que Vicky se quedó atrás y tenía que trotar aún con el mago tirando de su
mano. Ella se apresuró para ponerse junto a él. No tenía mucha expresión de
enfado, algo que le alegró sobremanera. Porque después de llevarlo allí
mediante engaños supuso que el cabreo iba a ser de monumento.
Sin mediar palabra, Andrea llegó hasta el final de la calle, cruzó hasta el
otro lado de la acera y siguió caminando al mismo paso apresurado, sin
rumbo. Vicky no dijo nada, no importaba dónde llegasen, ya volverían al
circo. Andrea necesitaba su tiempo para digerir.
Volvieron a cruzar otra avenida y se metieron en otra calle de casas.
Entonces él se detuvo y se giró para ponerse frente a ella. Hiperventilaba,
como también hiperventilaba ella, en el caso de Vicky más por la carrera que
por los nervios.
Andrea le cogió la otra mano y se la puso sobre la mejilla, apretándola
levemente contra la cara. Vicky notaba la cara del mago ardiendo. Lo vio
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inspirar con fuerza.
Respira.
Reconocer el gesto hizo que le sobreviniese aquella desagradable
sensación en la garganta. Ver los ojos brillantes del mago tampoco ayudaba.
Él volvió a inspirar con fuerza.
Muy bien.
Ella le sonrió aunque esta vez vio que el pecho de él se encogía al tomar
aire. Andrea cerró los ojos y volvió a tomar aire. Vicky le apretó la mano. Él
abrió los ojos y la miró mientras inclinaba su frente hacia la de ella. Aguantó
el leve peso que Andrea dejaba hacer sobre ella.
—Gracias. —Lo oyó decir.
Ella le sonrió.
—¿Duele menos? —preguntó Vicky.
—Ahora mismo no —respondió volviendo a coger aire.
Ella le dio un toque con la nariz en la de él y metió la cara bajo la barbilla
del mago. El peso sobre ella fue más notable.
—Gracias. —Lo notó apretarla.
El teléfono de Andrea sonó y Vicky se sobresaltó.
«Media hora». Pudo leer en un mensaje emitido por Matteo. Ella le hizo
una mueca mientras se apresuraba a pedir un taxi. En media hora era el tuno
de Andrea en el ensayo general.
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aniversario.
Se acercó y se colocó junto a Adela. Agradeció entender el italiano.
—Seguramente se han confundido al avisaros —interrumpió a Adela—.
Estos perros tienen dueño.
Uno de los hombres la miró confuso. Luego miró su libreta.
—Aquí dicen que la propietaria es Úrsula Montaneri. Y que solicita la
retirada de los animales —respondió.
Vicky frunció el ceño.
—¿Están a nombre de Úrsula? —preguntó a Adela y esta negó.
Vicky se dirigió de nuevo a los hombres.
—La señorita Montaneri no es dueña de estos animales. Y la dueña no ha
pedido ninguna recogida, ni va a donarlos, ni a abandonarlos. Ni se le pasa
por la cabeza que se los lleven los laceros. Le han tomado el pelo,
seguramente.
Los hombres se miraron uno al otro.
—Nos han dado la dirección y la hora en la que tendríamos que estar aquí.
—Miraron la cerca—. Y el número de perros y descripción coinciden.
—Descripción —repitió Vicky—. Una descripción que encajaría con
cualquier perro. —Se quitó a Ludo del cuello—. Pelo, cuatro patas, un hocico
y un rabo.
—Nos dijeron Yorkshire —le aclaró el hombre.
—¿Usted ve aquí un Yorkshire? Supongo que si le hubiesen dicho un
Ewok de Stars Wars hubiese sido más acertado. Pero entonces hubiesen
deducido que era una broma.
Los hombres volvieron a mirarse.
—Necesitamos hablar antes con el encargado del circo —dijo uno de ellos
y Vicky vio cómo la cara de Adela emblanquecía.
—En la carpa principal tienen al director y también a la persona que les ha
hecho perder el tiempo —les explicó Vicky.
El hombre asintió y le dio un toque en el brazo a su compañero para que
lo siguiese. Adela se giró enseguida hacia Vicky.
—¿Estás loca? —reprochó la mujer—. ¿Por qué les has dicho eso?
—Porque estabas a punto de entregarles a tus perros —respondió Vicky
metiendo a Ludo en el bolso de nuevo.
—No puedo hacer nada. Úrsula me dijo esta mañana que esta tarde
vendrían a por ellos. —La mujer se giró para darle la espalda mientras se
limpiaba de nuevo con el pañuelo.
—¿Quieres que se vayan?
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—No. —Adela fue rotunda.
Vicky sonrió.
—Pues déjame a mí. —Dio unos pasos para dirigirse hacia la carpa
principal.
—No puedes hacer nada —le advirtió Adela—. Menos ahora, estará
furiosa.
La sonrisa de Vicky aumentó.
—O se van ellos, o me voy yo con ellos —añadió Adela—. Esas eran mis
opciones.
Vicky negó con el dedo índice.
—Siempre hay opciones. —Se giró para entrar en la carpa.
—Vicky, no lo empeores. —Sintió la mano de Adela en el brazo.
Miró a la mujer a los ojos.
—Confía en mí. —Volvió a sonreír.
—¿Por qué haces todo lo que haces? —Adela entornó los ojos con
curiosidad.
Vicky negó levemente con la cabeza. Se liberó de Adela y entró en la
carpa. No le hizo falta avanzar mucho. Úrsula ya se dirigía hacia ella,
acompañada de los empleados de la perrera.
—Victoria. —La llamó con el mismo desprecio que llamaba a Adela, a
Matteo o a otros empleados que no tragaba—. ¿En qué momento te han dado
derecho para decidir qué se hace en este circo?
Vicky alzó sus cejas triangulares. Le encantaba como esa expresión
enfurecía a los que la miraban.
—Los perros se van ahora mismo —añadió colocándose frente a ella tan
cerca que el pecho de Vicky casi rozaba los hombros de Úrsula.
—Igual que se fue Lucinda, que se iría Adela si no acepta tus variables y
estúpidas decisiones, o que se irá Matteo. —Guiñó ambos ojos—. No sé qué
excusas buscarás para echarlo.
Úrsula se sobresaltó al oírla.
—Poco a poco te estás quitando la máscara para ser la rata periodista que
advirtió Fausto —replicó la joven—. Tu compañero me ha dicho lo de Ninette
y lo de Adam. Ellos no estaban en el trato.
—¿Qué trato? —Vicky se apartó de ella—. ¿El contrato? No recuerdo
ningún nombre en el contrato, salvo tu firma y la de Fausto.
Úrsula se puso las manos en la cintura. Vio que su tez se iba tornando
rosácea.
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—En lo que quedé contigo que íbamos a hacer. —La fulminó con la
mirada.
—No soy tu empleada, no pagas mis servicios. —Vicky sonrió—. Al
contrario, es mi productora la que paga mi estancia aquí. No leí ningún
epígrafe que me indicase que tenía que seguir las indicaciones de una joven
arrogante, soberbia y caprichosa, que compró un circo arruinado y que ha
impuesto aquí una dictadura. Con artistas despechados, despedidos, o en silla
de ruedas. —Tragó saliva—. Puedo hacer el documental que quiera.
Los orificios de la nariz de Úrsula se redondearon al respirar. Estaba
completamente enrojecida.
Vaya vena que le sale en la frente cuando se cabrea. Qué heavy.
—Amenazaste a Cornelia, ¿intentas hacer lo mismo conmigo? —Pero
Úrsula seguía vacilante, altiva, la misma actitud que siempre.
Vicky alzó levemente los hombros.
—Sí —le confirmó y contuvo la risa. Luego entornó los ojos hacia Úrsula
—. Echa a los perros del circo, despide a Matteo, a Adela, o a cualquiera que
integre el circo Caruso, y me aseguraré de que no tengas público aunque
regales las entradas.
Inclinó la cabeza para despedirse de ella. Luego miró a los dos empleados
de la perrera.
—Siento que hayáis perdido el tiempo —les dijo antes de marcharse.
Se giró dándole la espalda a Úrsula. Vio a Adam a unos metros de ellas,
aún tenía la boca abierta. Vicky se dirigió hacia él y cuando lo rebasó giró la
silla para seguirla.
—Lo tuyo es muy fuerte —le dijo.
Vicky levantó la mano.
—Las brujas se me dan de maravilla, lo sé. —Rio ella.
—En serio, ¿pueden echarte por esto? —Adam miró tras de sí, donde aún
estaba Úrsula recuperándose del debate.
—¿Echarme? Si mi productora supiese la mierda que tenéis aquí, me
arengaría a otro tipo de documental. Las miserias siempre venden. —Sacudió
la mano—. Y aquí tenéis más miseria que espectáculo. —Rio—. La verdad es
que saldría un reportaje de la leche.
Adam frunció el ceño.
—Al menos os aseguráis de que este año ella no podrá asustar a nadie. —
Vicky se detuvo y miró a Adam—. Le acabo de regalar inmunidad a tu gente.
—Ya, esa afición tuya por los regalos. —Rio.
Vicky se llevó el dedo índice a los labios y Adam asintió.
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Vicky entornó los ojos.
—Puedo hacer que desaparezca todo —respondió y movió las cejas—. Un
hechizo que no suele fallar.
Puso de nuevo la mano en el hombro del mago y esta vez la resbaló hasta
su nuca, tenía el torso completamente pegado al de él. Andrea le puso la mano
en la parte trasera de su cintura y frunció el ceño.
—El hechizo es para ella, ¿no? —dijo con apuro y Vicky rio.
No hizo falta mirar para saber que su risa atrajo la mirada de Úrsula.
Perfecto.
Dejó caer levemente su peso en Andrea. Parte de las luces de la carpa se
apagaron, así lo tendría aún más fácil. Su cara estaba a solo unos centímetros
de él.
—Tengo una amiga que dice que los celos son poderosos. Que los celos
ciegan y no permiten ver lo más evidente, lo que tienes delante de tus ojos —
añadió sacando con la mano libre la esfera de su bolso—. Ahora mismo acaba
de desaparecer todo para ella. —Sonrió—. Salvo nosotros dos. —Abrió la
palma para enseñarle la esfera a Andrea—. Haz tú el resto.
Andrea sonrió al entenderla. Colocó su mano debajo de la de Vicky y ella
inclinó su cabeza hasta lograr hacerse hueco bajo su barbilla. No tardó en
notar vibrar la bola y esta, ya encendida, ascendió levemente. Aunque Úrsula
estuviese lejos y las luces estuviesen medio apagadas, aquella pequeña luz era
suficiente para que apreciara sus siluetas.
Sintió la risa de Andrea. Levantó la cabeza y lo miró. Él volvía a
observarla de aquella manera que le encantaba. Notó que la apretaba hacia él.
Ya era suficiente. No hacía falta más. Que con el rollo de despistar a
Úrsula vamos a terminar de aquella manera.
—Tu magia funciona siempre —dijo él mirando de reojo hacia el centro
de la carpa. Úrsula se alejaba hacia la salida aunque aún se volvía a mirarlos
cuando daba unos pocos pasos—. No sé cómo lo haces, pero cuando estás
cerca todo va bien.
Vicky miró hacia la puerta principal de la carpa sin mover la cabeza.
Úrsula se había detenido de nuevo, justo con un pie en la salida.
—Eres la primera persona que conozco que puede hacer magia de verdad
—añadió. Y Vicky sonrió bajando los ojos.
El Hada Madrina.
Levantó la cabeza y se encontró con una Ciudad Esmeralda
inesperadamente cerca. Andrea inclinó la cabeza hacia ella y Vicky alzó la
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mano con rapidez para agarrar la esfera en el aire, envolviéndola por
completo para que dejase de iluminarlos.
Contuvo el aire y encogió el estómago antes de sentir los labios de Andrea
encajarse en los suyos.
El teatrillo para que lo vea Úrsula nos ha salido de escándalo.
Aunque ella sabía que de teatro no tenía mucho. Esperó a que Andrea se
separase, no se atrevía a moverse un ápice, no se fiaba de ella misma.
Sintió la mano de Andrea en su espalda, que la empujó para que se dejase
caer sobre él por completo y notó cómo le apoyaba la barbilla en la frente. El
olor del cuello del mago se hizo intenso, tanto que tuvo que bajar la cabeza y
apoyar la cara en su pecho o sus pensamientos se dispararían sin remedio. Y
esos no solía controlarlos. Miró de nuevo hacia la puerta de la carpa. Úrsula
ya no estaba. Ya no tenía sentido que Andrea siguiese con aquello. Pero no
notó ningún intento por separarse de ella.
—Hoy he estado pensando —dijo sin soltarla—. Creo que, dentro de un
tiempo, volveré a hablar con ella.
«Ella». Sabía que era Mónica.
—Solo necesito tiempo —añadió—. Después de la gira quizás.
Vicky asintió sin separar la cara de la camisa del mago. Cerró los ojos y
bajó la mano desde su hombro hasta la cintura para acomodarse mejor.
Y ya se me está yendo la pinza de mala forma.
Se apartó de él y cogió aire.
—La cena. —No sabía qué otra cosa decirle.
—Cierto. —Se pegó a su espalda envolviéndola por completo. Así no
podía andar.
Tengo que perfeccionar el escapismo. Esa magia no la pillo bien.
Notó los labios del mago entre el cuello y el hombro.
Tampoco es que tenga mucho ímpetu en escapar.
Suspiró.
—La cena —repitió, a ver si funcionaba.
—Sí —respondió Andrea sin soltarla. Notó de nuevo sus labios, esta vez
más cerca de la nuca.
Nada, no hay forma.
Se sacudió liberándose.
—Ya. —Se giró para ponerse frente a él—. Quieto.
Andrea rio.
—Misma palabra y mismo tono que usas con Ludo. —Aumentó su risa.
Vicky ladeó la cabeza.
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Si la culpa la tengo yo. Es lo que pasa cuando alguien pasa tiempo
conmigo, acaban como yo.
Ella le lanzo una mirada de reproche.
—La cena, ya. —Entornó los ojos con ironía.
Vicky asintió mientras él se acercaba de nuevo a ella. La rebasó, sin
embargo, y tiró de su mano. Le puso una mano en la cara y la besó de nuevo.
Esta vez fueron varios besos más breves que el anterior, pero Vicky notó que
cada vez ambos entreabrían más los labios y eso significaba peligro para su
control. Por mucho que quisiera ocultar a Vicky, aquella faceta de ella era
terriblemente ligera y difícil de atrapar.
Soy aire, no se puede atrapar el aire con una mano.
Estuvo a punto de envolverle el cuello con las manos y lanzarse a su boca
sin timidez alguna, como lo hubiese hecho en otros tiempos no muy lejanos,
antes de ser «la periodista».
Andrea le dio un roce de nariz y volvió a darle un beso leve tan sonoro
que supuso que llegaría hasta los escasos montadores que estaban en el
interior de la carpa. Luego se retiró de ella y la atrajo hasta fuera para ir al
buffet.
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Después de la cena Adam les pidió que fuesen un momento a su porche. Allí
había una mesa cuadrada con un banco de plástico a cada lado. A un lado se
sentaron Matteo y Ninette. Adam subió por la rampa y se metió dentro. Vicky
se sentó frente a Ninette y notó cómo Andrea pasaba la pierna a un lado del
banco, sentándose a horcajadas de perfil al resto y de cara a ella.
A pesar de haberse comportado de una manera natural en el comedor,
ahora a solas con el resto no pareció intimidarse en absoluto y se pegó a ella.
Aparta la varita de mi cadera.
Lo miró de reojo, Andrea pegó su pecho en el hombro de Vicky y le pasó
el brazo tras la espalda. Aunque Natalia solía decirle que tenía la cara de lona
dura, sintió que se ruborizaba al estar a la vista de Matteo y Ninette. Así que
se apartó con disimulo.
La expresión de Ninette no era de sorpresa. Las mujeres tenían un don en
aquellos asuntos. Matteo, sin embargo, lo debería de estar flipando aunque
intentó no observarlos demasiado. Adam no tardó en salir arrastrando su
andador a un lado de la silla. Se colocó frente a ellos.
Vicky vio a Adam mirar a Andrea y sonreír con disimulo. Él no estaba
sorprendido y ella sintió una curiosidad arrebatadora por saber cuáles habrían
sido las conversaciones de los hermanos sobre ella. Algo que le extrañó
porque Andrea solo podía ver una parte de ella, algo que bajo su punto de
vista no era del todo real, cosa que no la hacía sentir bien. Sin embargo,
Adam sí sabía quién era y qué había detrás de aquellas gafas doradas y de sus
faldas de vuelo. ¿A pesar de eso le habría dicho algo bueno a su hermano
sobre ella?
El trapecista puso el andador en el suelo.
—Mirad —les dijo sin dejar de sonreír y atándose las correas de los
soportes.
Vicky entornó los ojos mientras él apoyaba ambas manos en el andador.
Adam colocó los pies en el suelo con firmeza, completamente alineados y se
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alzó. Que Adam se pusiese en pie apoyado en el andador no era nada nuevo
para ellos. Llevaba unos pocos días que podía sostenerse solo.
—Lucas lo está flipando —dijo Adam—. Y yo también.
Desplazó el andador logrando mantener el equilibrio en pie sin ningún
apoyo el fragmento de segundo que lo levantó del suelo para volverlo a
colocar más adelante. Vicky abrió la boca. Adam logró mover las caderas,
aunque con las piernas juntas, y desplazarse unos centímetros ayudado con
los brazos. Se oyó un pequeño grito de Ninette, que se había llevado la mano
a la boca. Vicky miró de reojo a Andrea, él tenía la boca entreabierta y le
brillaban los ojos.
Adam volvió a repetir el movimiento y de nuevo se desplazó. Los miró.
—Ya no necesito la silla para desplazarme. —Hizo una mueca—. Si no
tengo mucha prisa, claro.
Los cuatro rieron. La verdad era que a aquel paso no es que fuese a llegar
muy lejos en poco tiempo, pero al menos era algo.
Se acercó a la mesa y se puso frente a los cuatro.
—Ya no hará falta sacar la silla en tu reportaje. —Le guiñó un ojo—. Me
gusta más este cacharro.
Apoyó los antebrazos en el andador y se inclinó para apoyarse en ellos.
—¿Cuándo piensas decírselo a tu padre? —preguntó Matteo.
Adam se encogió de hombros.
—Pronto. —Sonrió hacia Vicky—. Me verá, no queda otra.
—Sí. —Rio Matteo—. Ahora que Vicky nos ha dado inmunidad sobre
Úrsula es buen momento.
—Inmunidad. —Andrea hizo una mueca—. Cuando vea lo que hemos
preparado no sé si le importará que le hundan la gira.
Volvieron a reír. Ninette se levantó enseguida.
—A la misma hora, ¿no? —preguntó y ellos asintieron—. Me voy a
descansar.
—Sí. —Matteo se levantó—. Entre media noche sin dormir y los nervios
estoy… —Bostezó.
Adam hizo un ademán con la mano.
—Ya quisiera yo estar cansado. —Resopló—. Estoy harto de no hacer
nada.
Vicky entornó los ojos, mirándolo.
—¿No has pensado en ocupar otro tipo de puesto en el circo? —preguntó
con curiosidad y Adam guiñó levemente los ojos.
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—El único puesto que habrá libre es el de marioneta de Úrsula cuando mi
padre se jubile. Y Cornelia ni siquiera permitiría eso. Será Luciano el
próximo director del circo Caruso.
—Ya. —Vicky torció los labios. También se levantó. Notaba vibrar su
móvil. Era la hora de las locas, algo sagrado antes de irse a dormir o a lo que
fuese a hacer cada una.
Vio que Andrea se levantó a su par.
No, no. Tú te quedas aquí a hacerle compañía a tu hermano. Que esta es
la hora tonta y puedo hacer tonterías a pares.
—Os veo mañana. —Se apresuró a decir y vio que Adam miró a su
hermano algo decepcionado.
Levantó una mano para despedirse. Vio a Andrea inclinarse levemente
hacia ella.
Que no, que no.
Dio un paso atrás para retirarse.
—Que descaséis y suerte esta noche. —Les guiñó un ojo.
Se alejó aún más de ellos, cruzó al otro lado de la hilera de autocaravanas
y se entremetió por ellas hasta llegar a las de la productora.
Sus compañeros no estaban, no había luz alguna. Necesitó un rato para
poder abrir la cerradura. No le gustaba el ambientador de aquel lugar,
demasiado cítrico, siempre prefirió la canela y la vainilla.
Cogió su móvil. Sus amigas se habían extrañado de que llevase todo el día
tan ausente.
«Llegué hasta Ciudad Esmeralda». Cerró los ojos para no ver la lluvia de
emoticonos.
—No jodas. —El audio de Claudia saltó enseguida—. ¿Por fin te has
empotrado a El Mago?
Se oyó su risa. Vicky suspiró. Le respondió con un emoticono. Luego se
acercó el móvil a la boca.
—Si habéis hecho apuestas en algún chat alternativo, que sepáis que es
para nada. Esta Vicky no va a ir más allá.
Mayte puso un emoticono de decepción.
—Esta vez es diferente. Lo miro y no pienso en… ¡qué leches! Sí lo
pienso. Pero no es lo que quiero. —Miró a través de la pequeña ventana. Se
veían las hileras de autocaravanas con pequeñas luces en los porches—. Es un
sentimiento diferente. Solo pienso en la manera de que él vea que todo puede
ser mejor. Y lo estoy consiguiendo. No puedo cagarla con egoísmo.
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—Le vas a dar polvos mágicos, claro que El Mago lo va a ver todo mejor.
—Reía Natalia.
Tuvo que reír con las palabras de Natalia.
—Te conozco —respondió—. Estás deseando que la cague, Fatalé. Para
luego echármelo en cara.
—Para ti eso nunca fue cagarla así que no sé de qué me hablas.
—Que estás deseando que yo sea Vicky al completo para luego decirme
que todo esto lo sabías. Y no lo vas a conseguir.
—Ya. —La respuesta fue como si su amiga no la estuviese escuchando.
Vicky suspiró.
—No sé realmente hasta qué punto estoy ayudando o no a esta gente. Solo
deseo que salga bien. —Abrió la boca para coger aire—. Necesito que salga
bien.
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Sintió un pellizco justo tras el ombligo, como si una hernia molesta
quisiese sobresalir y algo lo impidiera. El pulso se le aceleró y sintió una
fuerte presión en el pecho, sensación desagradable que presagiaba algo
incómodo. Presagio que le confirmó la mirada de Úrsula.
—Hasta anoche no supe del honor que hemos tenido este tiempo en el
circo Caruso —añadió.
Mierda.
Abrió la boca para tomar aire. Úrsula dio unos pasos hacia ella. Los
artistas se separaron e hicieron un camino invisible entre Vicky y la joven
productora.
—Una vulgar periodista. —Negó con la cabeza. Se giró dándole la
espalda y tendió una mano hacia ella, la agarró de un brazo y tiró para llevarla
a un lugar algo más visible—. Tenemos el honor de tener en el circo a
Victoria Cánovas-Pellicer. Los Cánovas-Pellicer, los de las clínicas, los
edificios enormes… En fin, una de las familias más ricas de Europa.
La madre que la parió.
Úrsula hizo una leve reverencia.
—Ahora entiendo muchas cosas de ti —le dijo colocándose frente a
Vicky. Había bajado la voz—. Hasta puedo reconocerlas.
Úrsula sonrió y se apartó de ella volviéndose a dirigir al resto, que
murmuraban sin parar.
—Así que no tengo dudas de que hará un buen trabajo —añadió—. Un
trabajo acorde con el talento que le viene por sangre.
Se le da bien tocar los cojones. En eso sí que nos parecemos.
Vicky estaba tan contrariada que no fue capaz de sonreírle de la manera
que le gustaba, ni de alzarle las cejas, ni siquiera de mirarla. Ni a ella, ni a
ellos, y mucho menos a Andrea.
Esto sí que es una metedura de pata y no los polvos mágicos.
Resopló, las miradas de su alrededor le decían que el cuento se acababa,
solo le quedaban los tres golpes de talón. Había dejado de ser la periodista y
ahora era la hija de un magnate con un apellido demasiado conocido. Pero
notó que al estar refugiada tras una mujer normal como tantas, había perdido
cierta habilidad para soportar aquel tipo de reacción que causaba en la gente,
sin importarle en absoluto. La nueva Vicky, la que le estaba haciendo sentir
de una forma diferente, se había difuminado y desaparecido de inmediato.
Miró a Úrsula de reojo. Comprobó que también aquella bruja, como era
lógico, sabía lanzar hechizos y hacer magia. Magia de la que hace desaparecer
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la felicidad y la ilusión, y hace que te rodee la pena, la oscuridad y el
bochorno.
Vergüenza de ser quien era, como si ese hecho pudiese ofender a alguien,
como si haber nacido en un lugar concreto fuese algo que reprocharle. Se
sintió miserable, mentirosa y, sobre todo, sintió que el hechizo desaparecía de
la misma manera que cuando La Cenicienta regresaba del baile y la carroza se
rompía en trozos. Solo que ella antes del hechizo era la princesa. Ahora se
tornó la realidad ante los que la miraban, incluido Andrea.
A él sí que no era capaz de mirarlo.
Por esa razón no quería poner un pie en Ciudad Esmeralda.
Entre otras cosas, sentía que no era del todo sincera con Andrea. Sabía
que él veía algo en ella que no existía. La niña rica, la caprichosa, la vana, la
vaga, la superficial. La que había conseguido todo tan solo abriendo la boca.
Eso es lo que era y ahora así podía verla él.
Unas palmadas de Úrsula la sobresaltaron.
—Ya está bien de perder el tiempo. ¡Comenzamos! —La oyó decir y
enseguida se apartó de la pista.
Vio a Andrea salir de la carpa quitándose la chistera. Vicky cogió aire, no
le quedaba más remedio que enfrentarse también a su realidad. Así que se
dirigió también hacia la salida. Adam la seguía en su silla, siendo consciente
de que ella seguía a su hermano.
Vicky tuvo que morderse el labio al sentir la mirada de satisfacción de
Úrsula. Si cabrear a Andrea y joderla a ella era lo que quería, esa parte parecía
que la tenía más que conseguida.
Andrea llegó hasta la cancela de la salida. Estaba cerrada con cadenas.
Vicky lo vio moverlas, como si quisiese abrir a la fuerza. La puerta rebotó y
volvió a su lugar produciendo cierto ruido.
El mago se giró hacia Vicky y cogió aire. Dirigió los ojos hacia su
hermano primero.
—¿Tú lo sabías? —preguntó. Claro que estaba furioso, aún más de lo que
Vicky esperaba.
Adam no respondió. Andrea miró a Vicky.
—Me has tomado por imbécil —dijo en un claro tono de reproche—. El
tratamiento de mi hermano, ahora puedo entender que los precios que trajiste
estuviesen tan lejos de los que nos dieron en su momento. —El pecho de
Andrea se movía con cada respiración—. ¡La maldita esfera! Las bolas. —
Entornó los ojos—. Y hasta lo de mi madre. Un honor, dijo aquella mujer.
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Vicky dio un paso hacia él, pero Andrea levantó la mano para que no se
acercase más.
—En eso consiste tu magia —añadió—. En engaños.
Él les dio la espalda.
—No contéis conmigo para ese número —dijo furioso.
Vicky frunció el ceño, abrió la boca para responder, pero notó la mano de
Adam en un gesto para que callase. Lo miró de reojo y él movió la cabeza
para que se retirase. Adam giró la silla para seguirla y dejar a su hermano
solo.
Matteo y Ninette estaban a medio camino entre la carpa y la verja. En
cuanto llegó hasta ellos vio la mirada sorprendida del payaso.
—No me mires así —dijo Vicky—. Soy la misma de siempre.
Se giró de nuevo hacia Andrea, él se había apoyado en los barrotes de la
puerta con la cabeza ligeramente inclinada.
Respira.
Le brillaron los ojos al ser consciente de que todo había cambiado.
Recordó la noche anterior en la carpa con Andrea y recordó el momento en el
que Adam les enseñó que podía mantenerse en pie unos segundos. Le
sobrevino la quemazón en la garganta, esa sensación ya no volvería.
Abrió la boca para respirar. Notó una mano en el hombro, era la pequeña
pero fuerte mano de Ninette. Vicky la miró.
—No soy como Úrsula —dijo ella en un intento de defenderse de alguna
manera, aunque no sabía ni de qué se estaba defendiendo. Quizás de ella
misma, de aquel sentimiento de culpa, de aquel maltrato constante contra ella
misma en el que no dejaba de llamarse inútil o vaga.
Sintió la barbilla de Ninette en su hombro. Matteo se puso frente a ella.
—Claro que no. —Sonrió—. Con ella no nos reímos una mierda.
Casi logró que ella sonriese. Notó la mano de Adam apretar la suya.
—¿Está muy enfadado? —le preguntó ella, pero ya sabía la respuesta.
Adam sabía más de Andrea que ninguno de ellos. Miró de reojo a su
hermano.
—Necesitarás demasiada magia —respondió con ironía—. Luego hablaré
con él.
Vicky cogió aire aunque este rebotaba y salía sin pasar por los pulmones.
Notó un cosquilleo en el pie.
—Otra vez se ha escapado este —dijo inclinándose en el suelo para coger
a Ludo.
—Otro que tiene impunidad ahora —dijo Matteo.
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Vicky alzó a Ludo y le miró la cara. Él, como siempre, sacó la lengua a
ver si lograba llegar hasta su nariz para lamerla. Esta vez sí logró sonreír. A
Ludo le importaba poco quién era ella o lo que había hecho en su vida. Si era
una Cánovas-Pellicer o si dormía en la calle. Para él era Vicky, algo parecido
a Dios. Entendió cómo su hermano sentía tanta fascinación por aquellos
animales desinteresados, sinceros, humildes y tremendamente cariñosos.
Lo estrujó y lo besó en la cabeza. Cuando Ludo se metía bajo su cuello la
sensación de calidez era más que placentera. Hasta el pulso se calmó
levemente. Volvió a girarse hacia el mago, esta vez lo pilló mirándolos, pero
enseguida desvió su cabeza hacia la carretera. Ella volvió a suspirar.
—Mi magia ya no sirve con tu hermano —le confesó a Adam—. Una vez
descubierto el truco deja de ser magia.
Matteo se cruzó de brazos.
—Pues lo atamos entre los tres —propuso—. Y lo dejamos tras las
cortinas hasta la hora de la actuación.
Adam y Ninette rieron. Vicky no fue capaz y solo hizo una mueca.
—Es escapista —respondió.
Matteo hizo un gesto con la mano.
—Es verdad, soy tonto hasta para dar ideas absurdas. —Negó con la
cabeza.
Le echó el brazo por los hombros a Vicky.
—Es hora de las rosquillas —dijo.
—La verdad es que tengo hambre. —Ninette pasó el brazo por la espalda
de Vicky al otro lado.
Adam se adelantó en su silla, esperó a que ellos tres comenzaran a andar y
cuando lo rebasaron los siguió. Vicky volvió a girar la cabeza para mirar a
Andrea. El mago los miraba de nuevo mientras se alejaban. Ella bajó la
cabeza. Ciudad Esmeralda se alejaba.
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—No puedo. —Algunas lágrimas cayeron por sus mejillas.
Se puso la mano en la cara. Todo por lo que se culpaba los últimos años se
hizo intenso y la abochornaba sobremanera. Quería salir huyendo de allí,
abandonar el reportaje, no volver a ver la cara de satisfacción de Úrsula
sabiendo que la había vencido, no volver a ponerse frente a Andrea y
comprobar que lo que veía en ella ya no era extraordinario.
—Te doy una hora. —Oyó de nuevo la voz de Natalia—. Llora, patalea,
haz las maletas, lo que quieras. Pero en una hora voy a llamarte y me lo vas a
coger.
Ni le respondió, tiró el móvil en la cama y se tumbó. Notaba como Ludo
saltaba intentando subirse sin éxito. Lo ayudó con la mano. Tuvo que apartar
la cara, la lengua ardiendo del perro le lamía las mejillas sin parar. Supuso
que la sal de las lágrimas para él era algo que sabía bien, porque nunca le
había chupado con tanto ímpetu.
O eso o sabe lo que me pasa.
Su hermano siempre le decía que entre los perros y sus dueños se formaba
un vínculo que rozaba lo sobrenatural. Los animales podían detectar el estado
de ánimo con tan solo mirarlos. Para ellos no existía la hipocresía ni el «estoy
bien para no preocupar». Ellos veían la realidad, sin humo, sin máscaras.
Suspiró apartando al perro de su cara. Él le miró los ojos, como si quisiese
comprobar si sus gestos habían podido mejorarla.
Vicky sonrió, sin embargo.
—Me encanta lo que ves cuando me miras —dijo recordando la sensación
pasada en el circo.
Ludo desconocía el cambio que había surtido su imagen para todos. Lo
acarició y él movió el rabo. Para él todo seguía igual. Le rascó bajo la
barbilla.
—Todo sigue igual para ti.
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Andrea dio unos pasos más alejándose de la carpa. Necesitaba que el
viento se hiciese más intenso. Adam lo siguió.
—Es con encontrarme dos veces en la misma situación cuando me
prometí que no me volvería a pasar algo similar —confesó Andrea. Negó con
la cabeza—. Vicky era diferente.
—Lo sigue siendo.
El mago negó con la cabeza de nuevo.
—Le he devuelto las esferas —dijo Andrea y Adam resopló—. Y no
pienso participar en ese número. Prometí no repetir errores. Los estoy
pagando caros.
—Vicky no es Úrsula y lo sabes. Por eso estás tan enfadado. Porque no
eres capaz de aceptar que te has enamorado de otra mujer que vive con
demasiadas facilidades en la vida. Lo que odias, lo que Úrsula te ha hecho
odiar. Pero ahora ves que puede no tener nada de malo. Va en contra de toda
esa mierda que tienes metida en la cabeza. Y te cabreas. Y con el cabreo jodes
a Vicky, que no tiene la culpa de que tu ex sea una miserable controladora,
posesiva y caprichosa. También jodes a Matteo y el ver cumplido su sueño de
tener al fin un proyecto suyo en escena. Y jodes a Ninette, que ha conseguido
salir de la crisálida y quiere que lo vean todos.
Andrea apretó de nuevo la mandíbula.
—No puedo actuar como si nada hubiese cambiado. Lo siento, pero no
puedo si es lo que me pides.
—Yo solo te pido que aceptes hacer el número mañana —respondió su
hermano—. Con Vicky puedes actuar como te dé la gana.
Andrea lo miró de reojo. Adam se acercó a él.
—Puedes hacer lo que quieras respecto a ella —añadió Adam—. Sigue
enfadado, ignórala, huye. —Se encogió los hombros—. No va a servirte de
nada. —Giró su silla. Andrea se sobresaltó con sus palabras. Adam lo miró
con ironía—. Eres mago, pero su magia es más efectiva. No tienes nada que
hacer contra ella.
Adam comenzó a reír mientras giraba las ruedas de su silla.
—Voy a darles una alegría a Ninette y Matteo. —Adam ya le hablaba
desde dentro de la carpa.
Andrea negó con la cabeza. Volvió a resoplar.
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acaba cuando pongas un pie en Madrid. Pero sigues ahí, con lo cual, aún estás
en Oz.
Vicky la miró con interés.
—Me acabas de decir que haga las maletas —respondió alzando las cejas.
—No, de eso nada. Solo quiero que guardes todo lo que te hace no ser tú
—continuó Natalia—. Tú has decidido que sea un estilo, hay personas que se
meten en jaulas invisibles. —Natalia negó con la cabeza—. Queremos que
seas tú por fuera y por dentro, sin límites. Vicky, siempre has sido capaz de
hacer cosas maravillosas. Por eso eres el Hada Madrina, nada más tienes que
ver el cambio que ha dado la situación para muchos en el circo desde que
llegaste. Recuerda el primer día y cómo encontraste a Ninette, a Adam, a
Matteo… Y míralos hoy.
—Pero con el mago la he cagado. —Torció los labios.
Natalia sonrió al escucharla.
—Está enfadado, no lo esperaba. Pero no contigo, con el mundo en
general. Algo parecido a como encontraste a Adam al principio. Andrea acaba
de poner un pie en el mundo real y la parte del mundo real que él ha conocido
hasta ahora no ha sido buena. Necesita magia de la de verdad. —Sacudió la
mano—. No te hablo de polvos mágicos, que también. —Hizo una mueca y
Vicky rio—. ¿Ha roto tu esfera?
Vicky miró sobre la mesa donde solía dejarla. Negó con la cabeza.
—Pero me ha devuelto las que compré.
—Fantástico. —Natalia volvió a sacudir la mano—. Seguro que les
buscarás buena utilidad.
La risa de Vicky aumentó.
—La Vicky que todas conocemos no se deja vencer por brujas. Ya te dije
que en el cuento de Oz la bruja del Oeste pensaba que era fácil vencer a
Dorothy porque ella no era consciente del poder que llevaba puesto en los
pies. Es lo mismo que te pasa a ti. No sabes el don real que tienes. Despiertas
un sentimiento especial en todos los que te conocen. —Sonrió—. Siempre
fuiste la preferida de todas. Claro que no estaba a favor de este proyecto que
has emprendido. Jamás estaría de acuerdo en que emprendas nada que
conlleve cambiar un ápice.
Vicky apoyó el codo en la cama y dejó caer la cara en su mano.
—Pero Vicky siempre la lía —rebatió.
—¿Y? —preguntó Natalia sonriendo con malicia.
Vicky levantó una mano. Ella siempre solía dar la misma respuesta a eso.
—Que les den a todos —añadió y Natalia rompió a carcajadas.
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—Eso es. Vicky no pide permiso para ser como es —dijo su amiga—. No
importa que sea un trabajo, una juerga, un circo, o un barco de mafiosos.
Vicky sonrió.
—Así que vete a por un Lagerfeld y te plantas delante de la bruja, y…
—Ya, ya. —Reía Vicky.
Natalia entornó los ojos.
—Mañana empiezas a grabar. —La señaló con el boli—. A por ello.
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Después de hablar con Natalia ya era demasiado tarde. Preparó bien el trabajo
del día siguiente para dárselo a sus compañeros. Envió los últimos informes a
Cati y el trabajo terminado de la revista. Y tal y como le había dicho Natalia
hizo las maletas.
El despertador sonó demasiado temprano. Cuando abrió los ojos vio que
Ludo había logrado subirse a la cama en algún momento de la noche y se
había enroscado en un lado de la almohada.
Se vistió y salió fuera bordeando la parcela hasta llegar a la puerta de la
valla que cercaba el circo. A primeras horas de la mañana siempre estaba
abierta. Puso un momento a Ludo en el suelo para que hiciese sus
necesidades. Vio de lejos a Úrsula hablando con los técnicos de las luces y
entornó los ojos hacia ella.
La bruja pensaba que Dorothy era débil.
Sonrió. Ludo había terminado. Lo limpió y lo volvió a meter en el bolso.
—Buscaremos uno más cómodo —le dijo al soltarlo dentro—. Y un
collar. —Le dio un toque en la nariz—. No voy a vestirte de fantoche aunque
me tiente. —Sonrió. El perro seguía mirándola con aquellos ojos negros y
redondos como botones—. Me ves.
Los perros siempre veían la realidad.
—Me ves y te gusto. —Sonrió de nuevo.
El taxi que había pedido ya llegaba. Estuvo toda la mañana comprando
todo lo que necesitaba para el resto de días que le quedaban allí. También se
detuvo en una tienda de animales. Un collar de cristales rojos de lo más
llamativo con una chapa que le grabaron sobre la marcha. Compró algunos
bolsos porta perros. Y pasó de largo por la sección de ropa porque si la idea le
tentaba al imaginarlo, ver aquella ropa diminuta fue una locura.
Almorzó sola en la terraza de uno de sus restaurantes favoritos. Se hizo
varios selfis con Ludo y se los envió a sus amigas.
«Hoy se te ve mejor». Le había dicho Natalia.
«Hemos quedado a las cinco para una videollamada». Le advirtió Mayte.
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Vicky miró la hora. Debía de darse prisa si quería llegar a tiempo. Cogió
de nuevo un taxi y regresó al circo. Ludo ya iba en uno de los bolsos que
había comprado con una ventana donde podía asomarse cuando quería
curiosear.
Volvió a bordear la parcela lejos de la carpa donde a aquella hora estarían
todos. En la puerta de la autocaravana de la productora estaban todos sus
bultos. Las tiendas habían sido rápidas en el envío, tanto que habían llegado
antes que ella.
Metió las cajas y bolsas dentro.
—Vicky. —La voz de Adela la sobresaltó. La mujer sonrió mirando el
bolso donde llevaba a Ludo. Ella también llevaba una caja—. Ha llegado esto
para ti hoy.
Vicky frunció el ceño mirando el papel marrón en el que estaba envuelta.
A un lado tenía pegado un sobre. Cogió la caja y la metió dentro
agradeciéndole a Adela el habérsela hecho llegar. Cerró la puerta y soltó el
bolso con Ludo dentro, encima de la cama.
«A las cinco tenemos videollamada. Ni se te ocurra abrirlo antes».
Sonrió mirando el paquete. Fuera lo que fuese lo que le habían enviado las
locas estaba deseosa de verlo. Miró el reloj, aún le quedaban quince minutos.
Preparó el iPad en el soporte sobre la mesa y se sentó frente a él. Allí esperó
mirando la pantalla con los brazos apoyados sobre la enorme caja sin dejar de
pensar qué demonios le habrían enviado las locas.
Pudo ver a Claudia en línea. Aquel símbolo que le agradaba tanto ver.
Odiaba cuando el chat estaba vacío. Mayte fue la segunda en hacer que se
encendiera su símbolo. No le dio tiempo de ver el de Natalia, saltó la llamada
de inmediato.
Vio las caras sonrientes de sus amigas y no pudo evitar devolverles la
sonrisa. Estaban ilusionadas, ansiosas por algo.
—¿Qué clase de locura habéis preparado para mí? —Dio dos golpes a la
caja con la palma de la mano.
Claudia empezó a reír.
—No somos las únicas que tenemos Hada Madrina —dijo Claudia—. De
hecho, tú tienes tres. Como la princesa Aurora.
Vicky apoyó la frente en las manos.
—Hoy nos sentimos como sueles sentirte tú cuando lo haces con nosotras
—intervino Mayte—. Y es una pasada.
Natalia reía.
—Venga, ábrelo —le dijo—. Queremos verte la cara.
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Vicky rompió el papel marrón que dejaba al descubierto una caja blanca
con tapa.
—Me estoy poniendo nerviosa, que lo sepáis —les confesó.
Levantó la tapa. Había un vestido celeste, al menos podía ver la parte
superior, un top sobre tul del mismo color. Un tul suave y frondoso con algo
de brillo. Vicky dio un grito sacándolo de la caja.
—Como últimamente no sé qué te ha dado con los vuelos… —decía
Mayte.
Lo cogió con los dedos. La parte superior tenía mangas a la sisa con un
escote de ondas en forma de corazón. La parte inferior era de un tul
excesivamente frondoso que formaba ondas. Una auténtica pasada. Hasta con
la luz que entraba de las ventanas podía notarse el brillo de la tela, de un tono
celeste pastel que le encantaba.
—Me encanta —les dijo.
—Pues hay más —anunció Claudia.
Vicky miró la caja. Otras dos más pequeñas que estaban bajo el vestido.
Una de ellas tenía una forma alargada. Se sentó de nuevo.
—Acércate a la cámara que quiero verte la cara —decía Mayte.
Vicky cogió la caja alargada. Era una caja de zapatos, no había dudas.
Miró a sus tres amigas, todas estaban cerca de la pantalla y ni siquiera
pestañeaban.
Por primera vez, les temo.
Hizo una mueca mirando la caja, puso la mano sobre la tapa y la destapó
con cuidado, como si de dentro pudiese salir un dragón echando fuego. Dio
tal grito que hasta Ludo se asustó.
—No puede ser, no puede ser. —Levantó el culo del asiento de un salto
—. ¿De dónde demonios…?
Sacó uno de los zapatos de la caja. Entre el tacón y la plataforma no supo
si la alzarían del suelo unos diez centímetros. Eran de puntas redondeadas y
estaban hechos de diminutos cristales rojos que producían destellos con la luz.
—La madre que os parió —les dijo y todas rompieron a carcajadas.
Natalia se apoyó en el respaldo del asiento, satisfecha.
—Necesitabas unos zapatos rojos —dijo La Fatalé con aquel tono
solemne—. Ahí están.
—Estuvimos debatiendo —continuó Mayte—. En el libro son plateados y
en la peli rojos. —La miró con picaresca—. Pero siempre te gustaron las
cosas cantosas.
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—Se te verá a kilómetros, tu cámara no tendrá problemas esta noche. —
Claudia le sonrió satisfecha.
—Chicas… —Se sorbió los mocos mientras giraba el zapato para
admirarlo desde todos los ángulos. No pudo seguir hablando. Se llevo una
mano a su ojo izquierdo.
—Hay más. —Claudia intentaba ver la caja desde su pantalla. Vicky soltó
el zapato junto al otro y cogió la caja más pequeña.
Se hizo el silencio. Por el tamaño debía de ser un colgante o algún
complemento. Abrió la pequeña caja. Era una pulsera rígida, lisa, con un
broche circular. De ella colgaba una medalla redonda con un unicornio.
Comenzó a reír aunque sus ojos estaban llenos de lágrimas.
—Cada vez estamos más ocupadas —decía Natalia—. Hasta tú sueles
estar ausente en el chat.
—Es una forma de tenernos presentes siempre —intervino Claudia—. Las
cuatro.
Vicky cogió la pulsera para mirar bien el unicornio.
—Las unicornio —dijo—. ¿Por qué solo hay uno?
Alzó los ojos hacia el iPad. Claudia, Natalia y Mayte sonreían. Las tres
alzaron sus manos izquierdas. Vicky notó cómo la humedad se derramó de
sus ojos. No podía verlos con claridad, pero podía apreciar la forma. Cada una
llevaba una pulsera igual a la que le habían regalado.
—Hay cuatro —dijo Claudia—. El mío tiene el esmalte del fondo azul.
—El mío lo tiene marrón —dijo Mayte.
Natalia rio moviendo su mano para que el unicornio se moviese.
—Rojo —añadió a su gesto.
Vicky bajó los ojos hacia el suyo.
Blanco.
—Y ahora te dejamos para que muevas la varita y hagas el resto del
hechizo. —Claudia guiñó un ojo.
—Ya veremos las grabaciones. —Mayte le dijo adiós con la mano.
Natalia miró la hora, luego miró a Vicky.
—Sigue el camino de baldosas amarillas. —Sonrió.
Vicky se tapó la cara para reír.
—Sin límites —añadió con su voz grave.
Se lanzaron besos y la llamada acabó.
Vicky miró el vestido y los zapatos. La pulsera no era ni capaz de mirarla
porque la hacía llorar sin remedio. Las echaba de menos. Ya quisiera que
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hubiese un hechizo que las transportara a todas allí. Juntas sí que sería una
fiesta de aniversario de la leche.
Las cabronas podrían haberme enviado una botella de Moet.
Rio mientras se limpiaba las lágrimas. Cogió aire y suspiró. Se levantó y
se miró al espejo. Su móvil sonó de nuevo. Natalia les había enviado una
canción. Mi reflejo, la banda sonora de Mulán.
Vicky lo accionó.
«Mi reflejo no mostró quien soy en verdad». Oyó de la voz de Christina
Aguilera. «No quiero aparentar, quiero ser realidad».
Qué cabrona es La Fatalé.
Se limpió de nuevo las lágrimas. Cogió su móvil y buscó en la agenda a
su padre. Él, a pesar de estar siempre ocupado, no solía tardar en responderle.
—Vicky —comenzó—. ¿No empezabas hoy el rodaje?
—Sí.
—¿Y qué haces que no andas trabajando? —Notó la ironía en su voz.
—La fiesta de aniversario empieza en un par de horas —le dijo
levantando los ojos hacia el espejo.
—Y necesitarás al menos una hora para elegir el vestido, ¿no? —
respondió él riendo.
Ella frunció el ceño.
—Papá. —A pesar del visible buen humor de su padre, ella no quiso
seguirle las bromas—. ¿Estás orgulloso de mí?
Lo oyó reírse.
—Siempre me dices que tengo que hacer algo con mi vida y lo estoy
haciendo. ¿Estás orgulloso? ¿Es lo que querías?
—Vicky —comenzó—. Siempre te he dicho que tienes que hacer algo con
tu vida. Pero nunca me referí al trabajo. Me refería a que hicieses lo mismo
que han hecho tus hermanos.
Ella torció los labios.
—Ellos trabajan. —Entornó los ojos hacia su reflejo y se soltó las
horquillas del pelo.
—No es eso. Ellos hacen lo que les hace felices. No siempre los
gimnasios de tu hermano le rentaron. Y ni te voy a decir lo que cuesta cada
mes mantener la organización de tu otro hermano. Pero eso es lo de menos.
—Lo oyó suspirar—. Hay una cosa que tu madre y yo tuvimos clara desde el
principio y era que todo lo que hiciéramos en la vida, lo haríamos para
vosotros. Es lo que queríamos regalaros durante toda la vida.
—Lujos. —Bajó los ojos.
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—No, eso es una parte inherente a nuestro verdadero propósito —siguió
su padre—. Queríamos para vosotros libertad. La libertad de dedicar vuestra
vida a lo que más os guste, a lo que os haga felices. No importa si es un
trabajo que produzca millones o un trabajo con un sueldo pequeño. El dinero
es solo dinero. Aunque parezca lo contrario o se mida de otra manera, el éxito
no tiene nada que ver con el dinero que produzca lo que haces, sino en cómo
te hace sentir.
Vicky sonrió.
—Tengo amigos que han creado imperios, pero necesitan tomar
medicación; depresión, ansiedad, tensión. Algunos mueren demasiado pronto
como para poder disfrutar de su creación. Yo he vivido la mayor parte de
vuestra infancia viajando de un lado para otro. Tu madre apenas os veía.
Hemos perdido tiempos que no volverán. A eso súmale el miedo de no estar a
la altura continuamente, de fallar, de no saber mantener un negocio tan grande
y de fracasar. Tu madre y yo llevamos esa carga durante años.
Ladeó la cabeza. Era la primera vez que lo veía de ese modo.
—Nuestra mejor obra no fueron las clínicas ni hacer patrimonio. Nuestra
mejor obra sois vosotros. Y es lo que proyectamos, manteneros al margen del
negocio y haceros libres. Libres de ser medidos y valorados. Libres de más
exigencias que las que os pongáis vosotros mismos. —Rio—. Sea lo que sea
que estés haciendo allí te hace feliz. Te lo he notado estas últimas semanas.
No me importa si Cati me llama y me dice que tu documental es invendible.
Sé que has dado lo mejor de ti en todos los sentidos durante tu estancia en el
circo, me es suficiente.
Sonrió al escucharlo.
—Y en cuanto a que si estoy orgulloso de ti. —Rio—. Siempre lo he
estado.
Frunció el ceño, contrariada.
—Nunca tuviste ni una sola pataleta cuando te dijimos que no a algo.
Jamás nos hablaste mal ni hiciste el más mínimo gesto de enfado en los
castigos. Eres familiar, cariñosa, y tienes cierta debilidad por ser feliz
haciendo felices a otros. No podía tener mejor hija.
Sacudió la cabeza.
—¿Y cuándo me he metido en líos? —preguntó y su padre rompió a
carcajadas.
—Sí, siempre has dado más problemas que tus hermanos, pero eso no te
hace peor —respondió—. Nunca le dimos importancia.
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—Pues para no darle importancia bien que me imponíais castigos. —Hizo
una mueca.
—Somos tus padres, ¿qué podríamos hacer? —Seguía riendo. La risa de
su padre se detuvo—. Tengo que dejarte. Me esperan los contables. Te quiero,
hija.
—Te quiero.
Sonrió soltando el móvil en la mesa junto a la pulsera. Se sentía
afortunada. Tenía una familia maravillosa, era la debilidad de sus padres y de
sus hermanos. También tenía tres amigas que eran una especie de extensión
de la familia, de la que se puede elegir.
Ellos ven todo lo bueno que hay en mí.
Miró a Ludo que estaba echado y no dejaba de mirarla.
Me encanta lo que ven cuando me miran.
Cogió la pulsera y se la puso. Sonrió al mirar el unicornio.
Mi realidad: Soy una Cánovas-Pellicer y una loca unicornio.
Sonrió mientras se miraba al espejo.
Y un Hada Madrina.
Se desabrochaba el vestido de botones y dejó al aire el sostén reductor.
Quitó los corchetes y se liberó. Aquello era peor que una puñetera faja. Su
pecho sobresalió en el escote. Sonrió de nuevo.
Esta soy yo.
Cogió aire y este entró pleno hasta sus pulmones. Podía sentirse
afortunada, querida, respaldada, fuerte.
Esta soy yo.
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placas que las controlaban por ondas, porque salvo el día que él quiso
enseñárselo, no lo había visto ni siquiera de refilón.
Ludo se resistió, pero logró dejarlo con el resto de perros. Se giró hacia la
carpa.
Pues allá voy.
Le encantaba el volumen de las ondas de tul de la parte de abajo del
vestido y el contraste del tono pastel de la tela con los cristales rojos de los
zapatos. Se detuvo en la puerta de la carpa. Había cambiado de manera
considerable. Había un telón negro en la pista que la hacía parecer un teatro.
En semicírculo estaban los asientos del público, pero aún no comenzaba la
función y estaba todo el mundo repartido.
Olvidaba lo que solía ocurrir cuando se era demasiado alta y además se
calzaba con unos tacones enormes con plataforma. Si a eso se le sumaba una
delantera redonda sin impedimentos, era imposible pasar desapercibido. Notó
las miradas de todos y hasta el murmullo se hizo leve.
Pues sí que mola ser Vicky.
Dio unos pasos para entrar con decisión y enseguida divisó a Matteo y a
Adam. Los ojos saltones de Matteo se abrieron como platos al verla. Vicky
tuvo que contener la risa. Para ella también era extraño verlos vestidos con
elegantes trajes: Adam en gris y Matteo en azul.
Adam dirigió enseguida sus ojos hacia los zapatos, supuso que desde la
perspectiva a la altura de la silla, eran más llamativos que su escote. Lo vio
guiñar ambos ojos hacia ellos. Matteo al ver a Adam también se detuvo en los
destellos rojos que producían cuando ella andaba. Vicky se situó frente a
ellos, puso un pie al lado del otro, se alzó en las puntas y giró los dos tobillos
a la vez. Un golpe de talón, dos, y tres.
—Con dos brujas dando vueltas por aquí he tenido que recurrir a un
elemento extra —les dijo. Adam giró la cabeza para reír.
Colgó la bolsa que portaba la caja de las bolas en el mango de la silla de
Adam.
—¿Ahora soy también una carretilla? —Se giró para mirar el mango con
la bolsa colgada.
—Son de cristal, pesan la hostia para llevarlas a cuestas. —Levantó el
dedo—. Además, necesito ambas manos para el micro.
Volvió a mirar a su alrededor. No vio a sus compañeros, tampoco a
Ninette ni a Andrea.
—¿Y para qué las has traído? —Adam rodó la silla para comprobar el
peso.
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—Para El Mago —respondió sin dejar de observar a los invitados. Matteo
y Adam la miraron como si estuviese desvariando.
—¿Y dónde están Ninette y Andrea? —preguntó.
Adam y Matteo se miraron.
—Andrea en los camerinos. Ninette ahora vendrá —respondió Matteo.
Vicky observó cómo varios camareros de un catering repartían aperitivos
y copas entre los invitados.
—Gente influyente de Milán. —Matteo se inclinó a su oído—. Los
invitados de Úrsula.
La buscó entre ellos. Adam le dio un toque en la muñeca y ella lo miró.
—Esa es su familia —dijo dirigiendo sus ojos hacia un hombre que
hablaba con Fausto Caruso y con Cornelia. Había una mujer que no conocía,
rubia y elegante. Ella hablaba con una joven de unos diecisiete años con el
rostro muy parecido al de Úrsula, aunque con un pelo de un castaño más
claro.
Los invitados comenzaron a tomar asiento entre el público.
—Vamos —les dijo Matteo—. Quiero estar en primera fila.
Los acompañó hasta las gradas. Allí vio un lugar reservado para los
periodistas. Había algunas cámaras, entre ellas su compañero, que controlaba
la grúa. El otro estaba a un lado de la pista haciendo pruebas de grabación.
—Aquí —dijo Matteo—. Es perfecto.
Y Vicky no lo dudaba, justo frente al centro de la pista. Se oía una música
instrumental que ya había escuchado en los ensayos. Las cortinas negras se
movían levemente, imaginó el ir y venir tras ellas en los camerinos y pasillos
interiores.
Notó un roce tras de sí y se sobresaltó. Se giró, era Ninette. Vicky sonrió
satisfecha. Era evidente que no podía ponerse la ropa de mariposa todavía,
pero llevaba un maquillaje muy llamativo y el pelo rizado con unas horquillas
en la parte delantera que le apartaban el pelo de la cara y se lo dejaba muy
abultado por detrás. Imaginó que ya vestida parecería más un hada que una
mariposa.
O un león.
La joven la miró perpleja, no sabía si le había impresionado más su escote
o sus zapatos.
Ninette se sentó entre Adam y Matteo. Vicky puso una mano en el
hombro de Adam.
—Vengo en cuanto empiece el espectáculo. —Entornó los ojos hacia las
cortinas—. Comienza mi trabajo.
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Resopló y ellos rieron.
—Lo harás de maravilla. —Adam miró sus zapatos—. Además, tu cámara
no tendrá problemas para encontrarte entre la gente.
Vicky sonrió apretando los dientes, luego encogió la nariz y se giró para
acudir hacia su compañero, el que estaba a pie de pista.
—¿Preparado? —preguntó.
Él sonrió dándole el micrófono.
—Cuando quieras —respondió mientras ella buscaba la cámara grúa.
Sintió una leve punzada en el pecho. Dio unos pasos hacia la pista y se
subió a ella. Aquel lugar cambiaba por completo cuando había público
alrededor. No podía negar que infundía algo de respeto. Fue girando la cabeza
para recorrer las gradas.
Madre mía.
Bajó los ojos hacia su compañero. El piloto de la cámara estaba aún rojo.
Él le dio el auricular y ella se lo colocó poniendo cuidado de no engancharlo
con el pendiente. Esperaba que el choque con la lágrima de cristal no hiciese
algún sonido molesto en el audio. Fijó sus ojos en la luz mientras se
concentraba en su respiración.
Estás a un paso de conseguirlo.
Notó cómo se le erizaba el vello de los brazos al pensarlo. La música
acompañaba a aquel sentimiento de orgullo y mientras se acercaba el micro a
la boca puso su mejor sonrisa. Podía ver su reflejo en el cristal de la cámara,
las formas de un vestido completamente ostentoso, las ondas del pelo y unos
zapatos que reflejaban en destellos la luz de los focos, sin duda era ella.
El piloto se puso en verde.
—Victoria Cánovas-Pellicer. —Oyó decir al cámara su nombre tras la
fecha y la hora. Marcar el orden de los vídeos para el montaje posterior.
Su sonrisa se amplió.
Vamos, Vicky.
Comenzó con el guion que había preparado. No tenía el timbre solemne y
grave de Natalia, pero se oía bien. Ni demasiado rápida ni demasiado lenta,
tranquila, simpática, natural y sin perder la sonrisa. El cámara la seguía por la
pista mientras ella narraba la historia del circo y los artistas que habían pasado
por él.
Cuando fue consciente ya estaba en medio de la pista y su compañero
grababa las cortinas y al público que ya estaba al completo colocados en sus
asientos. Vicky sabía que era el momento de retirarse de la pista. Fue
caminando sin darle la espalda al cámara y bajó de la pista sin dejar de hablar,
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sin perder la sonrisa y sin dar un solo traspiés a pesar de que hubiese
escalones.
El cámara la rodeó hasta ponerse frente a ella. Tras su espalda las luces
bajaban levemente. Miró de reojo, las cortinas se abrían. Fausto y Úrsula
fueron los primeros en salir y comenzaron los aplausos.
Vicky tuvo que detenerse en su guion cuando los vio con micrófonos.
¿En serio? ¿Nos van a dar un sermón ahora? Esto lo quito yo del
reportaje.
Se limitaron a hablar de los inicios del circo, de la trayectoria y de los
personajes que habían pasado por allí.
Lo mismo que he dicho yo, pero con menos arte y con menos gracia.
Tuvo que contener la mueca porque el cámara grababa su perfil. Se fijó en
el vestido negro de Úrsula, un vestido ajustado hasta la rodilla con unas
cuerdas por delante que le ceñían el talle.
Esta también ha venido customizada de Oz. Bruja del Oeste modo hot.
Se reanudaron los aplausos y comenzaron a salir los artistas en fila. Alzó
las cejas y contuvo el aire. Apretó el micro. El brillo de la tela azul de las
solapas del traje del mago se acentuaba con los focos de la pista. Nunca le
gustaron las pajaritas en los trajes de hombre, pero nada que se pusiese
Andrea le podía quedar mal. Si ya le gustaba con los jeans, y las camisetas o
camisas que llevaba a diario, vestido de mago era otro nivel.
Las piruetas, el fuego y los lazos que volaban formando espirales
desaparecieron. Solo podía verlo a él y a aquellas bolas de cristal que parecían
flotar en sus manos. Entornó los ojos hacia ellas, ya conocía los trucos de
Andrea. No le sorprendió cuando una de ellas levitó y la atrapó en el aire.
Aunque se oyó alguna ovación.
Tendría que haberme comprado unas bragas de cuello vuelto.
Tuvo que hacer un gran esfuerzo por girarse para darles la espalda y le
costó retomar el guion, por un momento había olvidado hasta qué era lo que
tocaba. Pero fijó de nuevo su mirada en la cámara mientras a su espalda ellos
volvían a perderse entre las cortinas.
Continuó durante unos minutos más hasta que las luces se apagaron por
completo. El piloto de la cámara se tornó rojo.
—¿Los camerinos? —preguntó su compañero.
Sí, sí, los camerinos. Buena idea.
Sacudió la cabeza.
—Hoy no —dijo. No tocaba. Estaban escondiendo uno de los números, no
podía meterse allí dentro con una cámara—. A partir de mañana, cuando estén
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todos los artistas.
Notaba cómo le ardía la cara.
—Graba los números y luego seguimos —le indicó y él asintió.
Regresaba de nuevo junto a Adam y Matteo, quería estar con ellos cuando
comenzara la sorpresa. Estaba oscuro y tenía que ir mirando el suelo para no
tropezar con ninguna pata de las gradas. Se encontró con unos zapatos de
punta negros.
Alzó las cejas y levantó los ojos.
—Creo que está bien señalizado el sitio de la prensa —le dijo Úrsula.
Vicky guiñó ambos ojos mirándola como solía hacer Adam con ella y sus
estupideces.
—Demasiadas cámaras y cables, muy concurrido —respondió. Tuvo que
inclinarse. Ahora con los tacones la diferencia de estatura era más que notable
—. Y este vestido necesita mucho espacio.
La rodeó despacio, dejando que Úrsula la mirase bien en todos los
ángulos.
Y lo que hay medio fuera y medio dentro también.
—Victoria. —La llamó y Vicky se detuvo—. Siento curiosidad. ¿Has
notado algún cambio en los demás ahora que todos sabemos que no eres una
mujer cualquiera?
Es bien hija de puta.
—Sé lo que es —añadió—. Esas cosas siempre crean alguna reacción que
no queremos.
—Mi relación con la mayoría de tus trabajadores es únicamente laboral y
no ha habido cambios. Con la minoría, que la relación va más allá, tampoco
ha habido cambios. —Miró hacia las cortinas—. En cuanto a El Mago, que
creo que es el verdadero objetivo de tu pregunta, te lo diré en un rato. —
Úrsula alzó las cejas con la frescura.
La bruja la cogió del brazo, impidiéndole avanzar.
—Solo te quedan unos días aquí, ¿qué es lo que buscas? —Clavó sus ojos
en ella.
—Todo eso que se te pasa por la cabeza. —Volvió a mirar hacia las
cortinas—. Y otras cosas que seguramente ni se te pasan por la cabeza.
Vicky rio y Úrsula retiró su mano, como si Vicky pudiese contagiarle una
enfermedad mortal. La joven se irguió aunque por mucho que se estirase
seguiría viéndose pequeñita cerca de Vicky.
—Llevas razón cuando me dices que firmé un contrato con pocas
condiciones —le dijo ya en un tono algo acalorado—. Pero hay una cosa bien
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clara. La fecha del día que desaparecerás.
Vicky alzó el dedo índice.
—Sí, ese día podrás seguir jugando al circo Playmobil sin mi presencia
aquí. —Giró el dedo—. Pero las otras condiciones, las mías. —Entornó los
ojos—. Continúan hasta el final de la temporada.
Comenzó a sonar la música del comienzo del espectáculo.
—Maldita rata. —La oyó murmurar.
—Que yo haga mi trabajo con la libertad que merezco te molesta. —Dio
un paso atrás y negó con la cabeza riendo—. Te encanta tocar la flauta y que
todos bailen. Pero la tocas mal. Terrible.
Dio unos pasos para alejarse de Úrsula. La dejó allí en medio,
completamente enrojecida de furia y con el pecho acelerado.
Pero lo que le cabrea de verdad es que yo pueda ventilarme al mago.
Negó con la cabeza. La soberbia y pedantería de una mujer que lo tenía
todo, pero que no podía hacer nada para controlarlo a él más que patalear e
intentar meter la pata.
Penoso, de verdad.
Se sorprendió de ver a Andrea junto a Matteo, Ninette y Adam. Pensaba
que estaría dentro todo el tiempo. No se había sentado, estaba de pie,
inclinado sobre la silla de Adam. Levantó la mirada hacia Vicky y lo vio girar
la cabeza hacia el otro lado.
Pero la ha girado lento. Salvable.
Se puso en pie frente a él para que le dejase paso. Con los tacones lo
igualaba en altura. De cerca le gustaba aún más con aquella ropa.
Esta noche te dejas la chistera puesta.
Tuvo que contener la risa. Él, sin embargo, estaba serio, intentaba no
mirarla a pesar de que tuvo que erguirse para que ella pasase para tomar
asiento.
¿No quieres mirarme? No conoces mi magia.
Vicky levantó la barbilla y estiró los hombros. Se dispuso a pasar de cara
a él por aquel pasillo estrecho en el que no cabían los dos. Sin sujetador
reductor era fácil plantarle el mostrador cerca de su cara.
Levanta los ojos a la de una…
Pasó demorándose, hasta notó el roce de las solapas del traje del mago.
Levanta los ojos a la de dos…
Se detuvo justo cuando estuvo frente a él. Tuvo que arquearse para que el
ala de la chistera no le diese en la cara. Reconoció su olor, el que le había
dejado impregnado en su vestido la otra noche.
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Y a la de tres.
Andrea no podía mantener la mirada baja, era imposible, no era educado.
Subió los ojos enseguida.
Acabo de descubrir que tienes debilidad por las formas redondas en todos
los ámbitos.
Sonrió complacida. Aunque él seguía serio y desviaba la mirada hacia un
lado.
Mejor me lo pones.
Sacudió la cabeza para detener los pensamientos. Y con su gesto él la
miró. Vicky no le dijo nada, al fin se desplazó un poco más hasta sentarse
entre Adam y Matteo. Se cruzó de piernas, el tul se abrió extendiéndose a
ambos lados y sus zapatos brillaron. Miró de reojo al mago.
Te pillé.
Contuvo la sonrisa. La luz se apagó aún más y la música subió, retumbaba
por toda la carpa. El primer número fueron aros de fuego. Un juego de luces y
colores bastante entretenido. La oscuridad lo hacía algo más intenso. Matteo
fue explicándole algunas cosas que él creía que mejorarían el número.
Algunas de ellas no las logró entender ni imaginar, pero otras más evidentes
sí que las consideró. Adam debatía con Matteo sobre una de mezclas de
números y combinaciones de artistas. Ahí se perdió por completo y fueron
pasando los números uno tras otro.
Vio a Andrea tocar el hombro de Ninette. Se tenían que marchar. Notó la
tensión en Matteo y hasta ella misma se contagió y comenzó a sentir una leve
ligereza en las piernas.
Dejaron paso a Ninette. Adam le apretó la mano cuando ella pasó por
delante de él y Ninette le sonrió.
Son tan monos.
Vicky sonrió como una imbécil.
Los cabrones estos me van a hacer llorar lo más grande cuando me vaya.
Miró a Matteo, él se había cruzado de piernas y apoyaba la sien en su
mano, estaba tremendamente nervioso. Andrea y Ninette se perdieron hacia
los camerinos.
Y lo bien que le queda el traje.
Vicky alzó las cejas ante la mirada de Adam. Por un momento la
expresión burlona del trapecista le hizo creer que había podido leer sus
pensamientos.
No ha leído nada. Si pudiera leerlos, su expresión sería mucho peor.
—Te encanta mi hermano —le susurró.
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—Sí. —Fue rotunda y él sonrió con su frescura.
—Necesita asimilarlo, dale tiempo. —Volvió a decirle él. La música se
había detenido por el cambio de número y Matteo lo oyó.
Vicky se ladeó hacia Adam.
—No hay tiempo, esto se acaba.
Él la miró con el ceño fruncido.
—Iremos a Madrid tres días —le dijo él y Vicky asintió.
—Dentro de tres meses. —Sonrió—. Lo tengo apuntado en la agenda.
Compraré entradas en todas las funciones.
Adam rompió en carcajadas.
—Me encantará veros. —Le cogió una mano—. Además, ya os haré
alguna que otra visita sorpresa. A Úrsula le encantará verme también.
Hasta Matteo rio. Vicky lo miró con picaresca.
—¿Cotilleando? —le soltó.
Matteo desvió la mirada enseguida. Adam y Vicky se miraron y ella negó
con la cabeza. Realmente le daba igual que Matteo se enterase. Se solía hacer
el tonto, pero de sobra sabía lo que había dentro de aquella cabeza rellena
aparentemente de paja.
Y llegó la hora. Apretó la mano de Adam y alargó la otra hacia la mano de
Matteo.
—Chicos —dijo—. Ahí está nuestra locura.
Notó que ambos la apretaban. Reconoció la música. Matteo le había hecho
escuchar todas las que barajaba. Hasta última hora no lo tuvo claro.
No tenía ni idea en qué consistía el número. Las cortinas negras rodeaban
la pista por completo. Notó cómo las pulsaciones se aceleraban. Se abrieron y
un foco iluminó a Andrea.
—Esta parte la hemos dejado igual —explicó Matteo—. Temíamos que
Úrsula detuviese el número.
—Esto está lleno de amigos suyos. No va a detener nada. Aquí las
apariencias lo son todo —dijo Vicky.
Entornó los ojos hacia El Mago. La parte de los aros no le hacía tanta
gracia. Sabía que a Andrea tampoco, Úrsula lo obligaba. Los fue enlazando
unos con otros hasta formar una cadena. Luego la hizo flotar y desaparecer.
Se oyeron los aplausos.
—Ahora. —Oyó decir a Matteo.
Notó cómo al payaso le sudaban las manos. Se inclinó hacia delante como
si por unos centímetros pudiese verlo mejor.
Rebirth. Renacer.
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Cuando Matteo se la enseñó, ella la buscó y la escuchó varias veces. Le
brillaron los ojos. Matteo no podía haber escogido mejor. Era exactamente lo
que representaba a todos: al payaso que nadie echaba cuenta, al trapecista
inválido, a la bailarina aprisionada, y al Mago.
Las bolas de cristal parecían pompas de jabón con aquellas luces. Vicky
podía dejarse hipnotizar sin esfuerzo. Todo desapareció como aquella vez en
el buffet, la gente, las gradas, la carpa, todo, salvo la música y él.
Abrió la boca para respirar. Las manos se le resbalaban de las de Adam y
Matteo, supuso que ella también sudaba. La música subió con aquella melodía
que podía transportar a otro mundo, el de Andrea. Un verdadero renacer, un
resurgir. Las tres bolas volaron a la vez a su alrededor, Vicky no pestañeaba.
Una de ellas, la del centro, comenzó a llenarse de una especie de humo azul.
No dejaba de girar sobre sí misma y se alzaba a la vez que las otras caían al
suelo. Y se alzó tanto que se perdió a través de las telas del techo.
Vio a Andrea dar un paso atrás.
—Matteo —murmuró Vicky impresionada mientras le brillaban los ojos
viendo cómo la esfera enorme bajaba con el mismo humo en su interior. No
se veía absolutamente nada de dónde pendía hasta la grúa. Estaba perfecto.
No podía ni siquiera pararse a imaginar la cara que estaría poniendo Úrsula,
no merecía perder ni un segundo de aquello.
La esfera se detuvo a la altura del pecho de Andrea y el humo se difuminó
levemente dejando ver la crisálida. Entonces varias bolas rodaron por el suelo
hacia él y lo rodearon. La música volvió a sonar con aquel estribillo
embaucador y todas las bolas se levantaron alrededor de la grande y
comenzaron a girar en el aire. El humo azul se hizo intenso alrededor de
Ninette. Las esferas cada vez giraban más rápido.
Y el humo desapareció.
Qué puto genio.
Se oyeron los aplausos. El traje de Ninette con aquel juego de luces era
más que espectacular. Ahora sabía por qué Matteo le había dado el juego en
azul. La culpa fue de ella al escoger el traje de Andrea.
Ninette estaba de puntillas en una postura realmente complicada teniendo
en cuenta que la base era curva. Pero no perdió el equilibrio un ápice.
La esfera comenzó a subir despacio mientras ella iba levantando un pie,
formando con su cuerpo aquellas figuras que solían tener las bailarinas de
porcelana. Vicky sonrió.
Ella tiene su propio cuento.
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Tenía junto a ella al soldadito defectuoso admirando a la bailarina. Supuso
que el duende Luciano no andaría muy lejos.
Y los lanzaría a los dos al fuego sin dudarlo.
El final de la música era maravilloso, se detuvo un segundo para luego
romper con fuerza. Ninette estaba ya fuera y colgada de las telas dando
vueltas alrededor de la esfera. Se oían los aplausos con fuerza. Los giros de
Ninette aumentaron en extensión, casi podía pasar por encima de ellos tan
solo sostenida por sus piernas. La mariposa volaba libre.
Vicky notó una lágrima por la mejilla derecha, Ninette volvía a pasar
sobre ellos.
Es tu historia. Pero ya eres libre.
Soltó las manos de Matteo y de Adam para aplaudir. Sus lágrimas
aumentaron cuando oyó los vítores del público. Ninette se posó en el suelo
junto a Andrea. Lo aplausos no cesaron, al contrario, aumentaron más. Vicky
zarandeó a Matteo.
—Eres un puto genio —le dijo.
Él se limpiaba las lágrimas. Verlo así hizo que a Vicky le ardiera aún más
la garganta. Adam se inclinó hacia ellos.
—Ahora Úrsula se la va a liar —les dijo—. Así que, rápido.
Vicky se levantó y pasó por delante.
—Déjame a mí delante que llevo los zapatos mágicos —les dijo y ambos
rieron.
El espectáculo había acabado. Las luces se encendieron y tal y como lo
hicieron, Vicky dio un salto hacia la pista. Le hizo una señal a su compañero
cámara, que enseguida estuvo preparado.
Ni píngano ni hostias.
No sabía dónde lo había dejado. Los artistas estaban todos en los
camerinos, hacia donde vio a Úrsula dirigirse a paso apresurado.
—Vicky. —La llamó Adam a su espalda, pero ella ya había visto a la
bruja.
Agarró al cámara por el polo.
—Graba. —Lo empujó hacia Úrsula.
Tuvo que girar la cabeza para que no la deslumbrase el foco de la cámara.
Vicky le metió el micro casi en la boca.
—Estamos con la directora del espectáculo —le decía Vicky a la cámara.
Miró a Úrsula, pero no podía ocultar su estado: enfurecida, acalorada,
completamente llena de ira.
Y la soberbia le pudo.
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—Os habéis reído de mí delante de mi cara —le soltó sin importarle la
cámara—. Dije que no y lo habéis hecho a mis espaldas. —La señaló con el
dedo—. ¡Deja de meter las narices en mi circo!
Adam puso la silla delante de Úrsula, pero ella lo rodeó y siguió camino
de los camerinos. Vicky le dijo al cámara que cortase la grabación. Úrsula ya
estaba tras las cortinas y ellos iban tras ella.
—¡Y tú! —se dirigió a Matteo—. El más inútil de todos, ¿qué pretendías?
¿Tú minuto de gloria?
Vicky sacó la caja de las esferas de la bolsa, que colgaba del asiento de
Adam. Metió la mano para coger una, pero Adam le sujetó la muñeca.
—No —le dijo él firme y Vicky se sobresaltó.
Alzó las cejas, abochornada. El trapecista parecía que sí era capaz de
leerle la mente y en ese momento estaba decidida a estrellarle una bola en la
cabeza a Úrsula.
—Vale. —Levantó la mano—. Por el aire no.
Se mordió el labio inferior.
—¡Andrea! —La oyó gritar mientras andaba con paso apresurado hacia el
camerino del mago.
Volcó la caja de las bolas.
—A tomar por culo. —La vació entera antes de que Adam pudiese
detenerla.
Y rodaron como en los bolos, solo que esta vez había muchas y un solo
bolo al que tirar, con lo cual no había margen de fallo.
Tenía que reconocer que no esperaba una caída tan aparatosa, también un
estrecho pasillo colaboró en gran medida.
—¡Úrsula! —Oyó el grito de Cornelia.
Fausto y Luciano corrieron a recogerla del suelo.
—¡Andrea! —Oyó gritar a Fausto.
Y el tío mierda este ya está echándole las culpas al hijo, como siempre.
Vicky cogió los mandos que controlaban las bolas y los accionó. Úrsula
aún estaba en el suelo. Las bolas rodaban hacia Vicky.
—He sido yo —dijo sacudiendo el mando—. No consigo controlar estos
cacharros.
Ellos le lanzaron una mirada que bien la hubiese partido en dos.
—Así que mejor se las llevo a El Mago. —Sorteó a Úrsula, que aún yacía
en el suelo. Rodeó a Luciano, que estaba inclinado junto a ella. Y miró con
frescura a Fausto—. Ha sido un gran espectáculo. Las grabaciones han salido
perfectas. —Bajó los ojos hacia Úrsula—. Esta parte no se ha grabado. —Se
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giró para andar de espaldas mientras los miraba a los cuatro. Las bolas la
seguían en su camino—. Está todo hasta que comenzaste a gritar.
Sonrió y les dio la espalda siguiendo su camino por el pasillo hasta el
último camerino.
Pues sí que se me dan bien las brujas.
Rio sin dejar de avanzar. Vio la puerta de El Mago, tras ella estaba Ciudad
Esmeralda. Sonrió con malicia antes de abrir.
Andrea estaba solo como esperaba. Pero él no parecía esperarla a ella.
Quizás esperaba a Úrsula y su enfado.
Pero Úrsula está en un estado parecido al de Cornelia el primer día.
Cerró la puerta cuando todas las bolas rodaron dentro. Andrea las miró
una por una, luego levantó los ojos hacia Vicky. Tuvo que contener la sonrisa
al verlo tan contrariado.
—¿Qué haces? —Dio un paso atrás mientras Vicky se acercaba a él.
—Ser yo. —Alzó los controles de las bolas para que él los viese.
Andrea dio otro paso atrás, pero ya solo estaba la pared. Vicky pegó su
cuerpo al de él. Con el pecho liberado era más fácil y tremendamente más
morboso.
—Vicky, no —le dijo él.
—¿No qué? —Le dio con la mano en la chistera y esta cayó al suelo.
—Úrsula va a venir…
—Úrsula no es una amenaza hasta dentro de un rato. —Rio ella.
Metió el muslo entre las piernas del mago para pegarse más. Andrea abrió
la boca para replicar, pero no le dio margen. Pegó sus labios contra los de él
dejando caer el peso de su cuerpo sobre El Mago. Recorrió despacio con la
lengua cada rincón de su boca hasta que notó que algo se endurecía en su
muslo. Cuando creyó que era suficiente se retiró.
Si antes estaba contrariado, ahora no sabría decir qué expresión tenía El
Mago. Vicky le metió los controles de las esferas en el bolsillo superior de la
chaqueta y dio un paso atrás para separar sus cuerpos. Él se quedó inmóvil,
aún pegado a la pared.
—Y ya que se te dan bien los controles remotos… —Sonrió y le tendió un
pequeño mando.
Andrea alzó las cejas. Era pequeño, como un llavero, similar al mando de
un garaje con un botón superior y tres debajo: verde, amarillo y rojo.
Él cogió el mando y levantó los ojos hacia Vicky. Frunció el ceño.
—¿Qué es? —Lo vio dudoso de querer saberlo.
—Prueba. —Ella miraba el mando en la mano del mago.
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Andrea le dio al botón y se escuchó una tenue vibración. Vicky se
sobresaltó y él enseguida volvió a pulsar el botón para apagarlo. La miró y
ella tuvo que hacer un gran esfuerzo por no romper en carcajadas ante la
expresión de Andrea.
—Esos botones de abajo considéralos como un semáforo —le dijo sin
pizca de bochorno. Entornó levemente los ojos—. Intenta evitar el rojo si
tengo gente alrededor.
Le dio la espalda, no estaba segura de poder aguantar la risa si seguía
mirándolo. Llegó hasta la puerta y se volvió para mirarlo una vez más.
Esto no tiene precio. Ser Vicky es la leche.
—El alcance es de pocos metros. —Le guiñó un ojo.
Salió y cerró la puerta estando segura de que lo acababa de dejar
completamente flipando. Sacó el móvil del bolso y se lo llevó a la boca.
—Dadme unos zapatos rojos y dominaré el mundo. —Rio—. Vuelvo a ser
yo. No os quepa duda.
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La primera entrevista que rodó fue la de Matteo. Allí mismo, mientras que los
invitados volvían a repartirse por la carpa y disfrutaban del buffet.
Andrea tardó en salir del camerino, fue de los últimos. Vicky supuso que
tardaría en reponerse. Adam no estaba por allí, había ido a por los soportes.
Aún quedaba alguna sorpresa para los Caruso.
Acabó de grabar y le dijo a su compañero que hiciese un rodaje rápido de
la carpa y los invitados, y que seguirían al día siguiente. Soltó el micro a un
lado de la cámara.
Al parecer el número de Andrea y Ninette había tenido gran aceptación
entre los invitados, no podía ser de otra manera. No habían cesado las
felicitaciones a la chica y estaba abrumada, hasta agobiada. Luciano no dejaba
de mirarla en la distancia, su cara ardía. Quizás él sí había entendido el
mensaje del número: volar libre.
Vicky miró la hora en el móvil. Tenía un montón de mensajes de las
locas, pero no podía detenerse a leerlos. Cuando les contase, seguramente se
morirían de la risa. Por muchas que fueran sus anécdotas en el palmarés
siempre lograba sorprenderlas.
Sintió el vibrador en el clítoris y se sobresaltó. Fueron solo unos
segundos, pero no lo esperaba. Sonrió con malicia. Calculó que era el verde,
fue una auténtica sorpresa que El Mago se hubiese atrevido a accionarlo.
Le va la marcha.
Se giró, El Mago la había rebasado, ni siquiera se había detenido en ella.
Aparentemente la ignoraba, al menos a los ojos de todos. Entornó los ojos
hacia él mientras se le dispararon los pensamientos.
Nunca dudé de que Ciudad Esmeralda estaría llena de sorpresas.
Sabía que Andrea era sensible y estaba lleno de sombras, marcado por una
infancia y vida llena de pruebas, y demasiadas carencias. Y ella estaba
dispuesta a abrirle todas las puertas de aquella magia real que él desconocía a
pesar de ser un mago. Fue un detalle por su parte que al menos esperase a que
ella terminase su trabajo. De otro modo, delante de una cámara, podría salir
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cualquier cosa salvo una entrevista decente. Y ya lo decía Natalia: «Es
imposible hacer nada serio con Vicky cerca».
Abrió el chat y se acercó el móvil a la boca riendo.
—Le he dado el mando de «Dios» a El Mago. Y parece que le ha gustado.
Llovieron los emoticonos.
«¿Por qué lo llamáis “Dios”?». Preguntaba Mayte.
«Esta tía no lo ha probado todavía». Respondió Claudia.
«Pues no, no lo he sacado de la caja».
«Megaorgasmos en menos de un minuto». Escribió Natalia. «Es Dios».
Tuvo que reír con los comentarios.
«Estás como una cabra. ¿Cómo le das el mando a El Mago en medio de
una fiesta? Entre los invitados con cara de satirona, ¿eso te pone? ¿En
serio?». Le reñía Claudia.
«Tiene su punto». Intervino Natalia. «Máxime con Úrsula cerca».
Llovieron los emoticonos de nuevo.
Bajó los ojos hacia sus zapatos, realmente le estaban dando confianza y
poder. Y con ello, suerte y optimismo. Y todo eso llevaba a diversión y risas.
Las que siempre la acompañaban cuando todo iba bien, cuando se sentía feliz.
Y recordó las palabras de su padre: «Siempre que hagas algo que te haga
feliz, no importa lo que sea».
Y ese lo que sea podía ser un trabajo profesional, ayudar a los que
necesitaban algo, hacer feliz a alguien que está sumido en una oscuridad
invisible para otros, pero que ella era capaz de ver. Mismo circo, misma
gente, y cada vez veía más luces y colores a su alrededor. Ver a Ninette volar
como una mariposa completamente liberada de un opresor y tirano como era
Luciano. Ver a Matteo llorar siendo consciente de que su don era real y no un
deseo imaginario. La sonrisa que Ninette le había dedicado a Adam antes de
entrar en el camerino decidida a volar. O ver a Adam guardar el equilibrio sin
ayuda de nadie.
Bajó los ojos hasta sus zapatos. Había logrado noquear a dos brujas: la del
Este y del Oeste, tal y como se merecían. Y con la rebeldía de un número que
rechazaron le había demostrado a Fausto que su hijo bastardo, el culpable de
las desgracias del circo, tenía un talento que, eliminándole los límites, podía
eclipsar al resto del circo Caruso.
Golpeó un talón con otro tres veces aunque no era la hora de llegar a casa,
aún le quedaban siete días por delante para seguir por allí siendo quien era.
Ya se había lamentado bastante por algo que no podía remediar. Ahora no
entendía cómo había podido lamentarse por ser quién era, cuando ser así es lo
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que le proporcionaba su propia felicidad y, además, tenía el don de
transmitírsela a los demás.
Levantó la barbilla estando orgullosa de ser una Cánovas-Pellicer ahora
que sabía que la intención de sus padres siempre fue hacerla libre, libre para
hacer lo que quisiese sin límites, sin reproches, sin pedir permiso y sin buscar
ser aceptada en ninguna parte. Y le importaba poco no ser aceptada en el
mundo civilizado, ella nunca perteneció a él. Le era suficiente el ser aceptada
por su familia, por sus tres locas y por los nuevos amigos que había hecho en
el circo. Y en cuanto a Andrea, una nueva vibración del aparato le decía que
comenzaba a aceptarla también tal y como era. Sin reglas, sin condiciones, sin
tapujos, y con muy poca vergüenza.
Amarillo, esto se pone interesante.
Esperaba no tener que lamentarse de haberle otorgado tan atrayente poder
a El Mago con demasiada gente alrededor. Lo buscó con la mirada y lo pilló
observándola de lejos. El aparato tenía más alcance del que esperaba, al
menos cinco metros. Aquellos cacharros los hacían cada vez más avanzados.
Andrea no lo apagaba.
La madre que lo parió.
Ya notaba cómo la pierna derecha se le comenzaba a aflojar. Le hizo una
señal de tijeras con la mano y él comenzó a reír.
Si aquí el que no corre vuela. Con lo modosito que parecía con las bolas.
Resopló. Oyó una voz a su derecha. Matteo se acercaba a ella.
—Me está felicitando todo el mundo —le decía con la sonrisa más
radiante que había visto en él desde que pisase el circo—. Les ha encantado.
—Eres un genio. —Le dio con el dedo en la sien—. A ver si te enteras de
una vez.
Él alzó las cejas.
—Úrsula quiere crujirme, y a Andrea, y a Adam, y a ti. —Hizo una
mueca.
—¿Dónde está? —Echó un vistazo.
—En los camerinos, al parecer se ha torcido un tobillo.
—¿Tú eres Victoria? —Oyó a su espalda.
Vicky se giró sonriendo, pero se quedó petrificada cuando se vio frente a
la madre y la hermana de Úrsula. La mujer le tendió la mano sonriendo.
Esta no sabe aún que he escoñado a la hija.
—Soy la madre de Úrsula. —Se presentó—. Y ella es mi hija, Helena.
La joven sonrió. Era mucho más guapa que su hermana.
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—Soy clienta asidua de una de tus clínicas de aquí de Milán —le dijo la
mujer—. Maravillosos profesionales.
—Gracias. —Vicky le estrechó la mano—. Está usted estupenda.
No podía decirle otra cosa a aquella mujer que la saludaba tan efusiva.
—Es maravilloso lo que ha hecho mi hija con este circo, ¿verdad? —
añadió la mujer mirando la carpa.
Siiii, es un auténtico milagro.
—Tiene muy buenos artistas. —Suspiró.
El padre de Úrsula también se acercó y le tendió la mano.
—Encantado de conocerla —dijo el hombre—. Y enhorabuena por el
éxito de las clínicas.
Estos no tienen ni idea del plan que tiene aquí la hija.
—No tiene que dármela, son mis padres los que…
Notó una leve vibración en el aparato.
Qué cabrón.
—Los que trabajan en las clínicas. —Terminó la frase.
Tenía que retirarse de ellos con rapidez. El Mago comenzaba a darle
velocidad al cacharro.
—Han montado un espectáculo precioso —continuó la mujer—. Espero
que puedas difundirlo bien en ese reportaje.
—Claro. —La pierna derecha se le comenzaba a aflojar. Aquel aparato se
había desplazado algunos milímetros.
Este no tiene ni puñetera idea de lo que llevo puesto.
No sabía qué idea podía tener Andrea de lo que era un vibrador de última
generación con succionador integrado.
—Cuando Úrsula nos dijo que quería contratar el circo tuve mis dudas —
le decía el padre—. Sabes cómo son los negocios, y un circo… —Negó con la
cabeza.
La mujer movió las manos.
—Ese dichoso mago le llenó la cabeza de pájaros. —Resopló.
Vicky se sobresaltó.
No me toques a El Mago.
—Y ella se obsesionó con el circo. Con el futuro que tenía como
diseñadora —añadió la señora.
—Eso es algo que puede retomar, anímela. —Dio un paso atrás,
necesitaba irse, algo de urgencia máxima.
—Sí, eso pensamos. Es lo que debería de hacer, ¿verdad? —La mujer
estaba deseando que Vicky le diese la razón.
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Vicky asintió sin ser consciente de su movimiento. Ni siquiera estaba
segura de que su pierna derecha respondiese, notaba un ligero calambre frío
en la ingle.
Ay, madre.
—Nosotros lo sabíamos desde un principio: que, en cuanto ese mago le
sacara el dinero para recuperar el circo, la dejaría. —La mujer se cruzó de
brazos.
—¿Cómo? —Por un momento hasta olvidó el vibrador.
—Que es lo que buscaba esta gente, un patrocinador. Y mi hija es… —
Negó con la cabeza—. Le encanta ayudar, ¿sabes? Y estos estaban en la
ruina. La engañaron, la embaucaron. —Volvió a negar con la cabeza—. Pero,
aun así, has comprobado el espectáculo tan bonito que ha montado. Estamos
muy orgullosos de ella.
Vicky frunció el ceño.
—No sé qué película habrán visto ustedes, pero les puedo asegurar que…
—¡Victoria! —Oyó la voz de Úrsula.
Se encogió cuando la vibración ascendió. Y tanto que Andrea ignoraba lo
que era aquello. A aquel nivel la vibración era apreciable al oído de forma
más intensa. No sabía si con el murmullo era diferente.
Levantó la cabeza. Úrsula cojeaba hacia ella.
—Me has dejado caer aposta con las malditas bolas. —La acusó—. Y tu
apellido no va a librarte de que denuncie a la productora.
Vicky se irguió aprovechando que Andrea había bajado al nivel amarillo
de nuevo, o al verde, ya no estaba segura. Exhaló aire por la boca.
He creado a un monstruo.
Úrsula ya estaba frente a ella. Vicky abrió la boca para replicarle.
—Una denuncia por un tobillo lastimado. —Oyó la voz de Adam a su
espada.
Se giró, Ninette iba con él. Vicky se apartó para que Úrsula lo viese bien.
La bailarina le puso el andador delante de la silla. Adam se agarró a él y se
alzó en pie.
Si Vicky era alta cerca de Úrsula, Adam parecía un gigante.
—Una denuncia por un error con consecuencias peores —añadió Adam.
Úrsula miró las piernas de Adam con las cuencas de los ojos
completamente curvadas. Vicky reconoció en su mirada la ira al ser
consciente de que su castigo, el que quería para El Mago, estaba
desapareciendo. El padre de Úrsula se colocó delante de su hija.
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—¿Estás amenazando a mi hija? Después de lo que ha hecho por todos
vosotros. —Se encaró el hombre, que no alcanzaba con la cabeza ni el pecho
de Adam.
—Tiene usted delante lo que ha hecho por mí —respondió él tranquilo.
El hombre lo señaló con el dedo. Vicky entornó los ojos hacia él, le
recodaba terriblemente al tío de Harry Potter y le producía la misma
repugnancia.
—Lo que queréis todos vosotros es más dinero —protestó—. Es lo único
que os ha interesado de mi hija. Tu hermano la embaucó para que invirtiese
en este circo de mierda.
Andrea apareció tras Adam y se colocó delante de su hermano. El padre
de Úrsula dio un paso hacia atrás.
—Nadie engañó a Úrsula —respondió—. Y si hubiésemos sabido lo que
pretendía hacer con todos nosotros, nunca la hubiese dejado poner un pie aquí
dentro.
—Te has aprovechado de ella —seguía el hombre acalorado—. Eras un
muerto de hambre.
—Nunca me interesó el dinero de su hija.
—Por supuesto que te interesaba, querías que yo pagase la terapia de tu
hermano. —Señaló a Adam—. No pondré un euro más en este circo. Ni en
ninguno de los Caruso.
Miró a Andrea de arriba a abajo.
—Siendo usted empresario, muestra muy poco respeto por las empresas
que se vienen abajo —intervino Vicky y él la miró contrariado.
—No te dejes engañar por esta gente —le advirtió—. Ni mucho menos
por este. —Miró a Andrea—. A saber qué trucos usó con mi hija.
—Su magia no sirve en el mundo real. —Vicky se puso junto a Andrea—.
No usó ningún truco con su hija. —Miró a Úrsula, que había emblanquecido
—. Desde que compró este circo a Fausto, su hija ha mostrado el mismo
respeto por los que lo habitan que el que está mostrando usted ahora mismo.
—Volvió a mirarlo—. Puede comprar una carpa, material, disfraces. Pero la
mayoría de personas no tienen precio aunque usted y ella piensen que el
mundo debe de estar agradecido con ustedes por el mero hecho de tener
dinero. ¿Piensan que son solidarios? ¿Que ayudan? —Puso una mano en el
andador de Adam—. Dígame solo una de las maravillas que Úrsula ha
logrado en este circo.
—¡Estaba en ruinas! ¡Hundido!
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—Y por esa razón merecían la opresión, las condiciones, las advertencias,
el control y las amenazas. —Entornó los ojos—. Y las consecuencias. —Dio
una palmada al andador de Adam.
—¿Insinúas que mi hija es la culpable de lo que le pasó a él?
Vicky negó con la cabeza.
—Ella no tuvo la culpa. —Lo miró a los ojos, unos ojos pequeños y
oscuros—. La tuvo usted.
El hombre se sobresaltó.
—¡Ey! —Úrsula se colocó delante de su padre—. Ni se te ocurra
emprenderla con mi padre, rata periodista.
Se giró hacia su progenitor.
—Amenaza con hacer un documental lleno de mentiras para hundirme.
—¿Cómo? —La madre se colocó junto a su hija.
Andrea también puso la mano al otro lado del andador de Adam.
—¿Esto es una mentira?
—¡Te estoy diciendo, infeliz de mierda, que eso no fue culpa de mi hija!
—Miró a Vicky—. Y tú me acusas a mí.
—Sí, todo el mal que su hija ha hecho a este circo… —Tiró de Matteo,
que estaba a su espalda—. A él. —Lo puso a su lado—. A él. —Tocó a Adam
—. A él. —Señaló a Andrea—. A la señora de los perros, o a todos los que ha
despedido…
—Ya, unos vagos problemáticos. —La cortó el.
—La culpa la sigue teniendo usted —añadió Vicky.
Giró a Matteo y empujó el andador de Adam para que se alejasen. Ninette
llevaba ya rato intentando llevárselos de allí.
—A los hijos hay que saber decirles que no a los caprichos —añadió
Vicky—. Usted nunca pensó en la felicidad de su hija, sino en el poder que
podía darle con su dinero. Sin pensar las consecuencias que eso tendría en
otros. Pero los muertos de hambre, los infelices y los empresarios arruinados,
no tienen derecho más que a estar agradecidos con lo que usted o su hija
quieran darles, según su ideología.
Les dio la espalda.
—Y tú. —Vicky notó un toque en el hombro. Úrsula la hizo girarse—.
Pedazo de imbécil, lo de mi tobillo…
Vicky sacudió la mano.
—Te enviaré un tratamiento de regalo para tu madre por las molestias. —
Se liberó de Úrsula.
—¿Te crees que soy idiota? —Ella se puso las manos en la cintura.
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—Sí, casi todo el tiempo. —Notó la mano de Andrea en su brazo para
apartarla de Úrsula, pero ella se liberó.
—No tienes poder absoluto para hacer lo que te dé la gana, ¿lo sabes?
—Nunca lo he tenido. —Miró de reojo al padre que hiperventilaba,
furioso.
Notó el vibrador accionarse, esta vez al nivel máximo y el calambre frío le
invadió la pierna desde la ingle hasta el tobillo. Andrea se buscó una forma
alternativa para que se alejase de aquella gente.
Se encorvó poniéndose la mano en la barriga. Miró a Andrea, él estaba ya
a unos metros, con Matteo y Adam. Úrsula se quedó contrariada.
—Te vi las intenciones desde el primer día, pero no estaba segura de qué
pretendías exactamente —le decía Úrsula—. El Mago, ser aceptada, ahora
estoy convencida. Quieres ser yo.
Vicky levantó la cabeza y alzó las cejas.
—¿Ser tú? —Logró ponerse derecha—. Pedante, soberbia, egoísta,
altanera, caprichosa. ¿Cómo voy a querer ser como tú?
Volvió a encogerse, no sabía dónde demonios le habría dado Andrea, pero
aquel calambre frío aumentaba.
—¿Qué demonios te pasa? —Úrsula la empujó en un hombro—.
¿También te ríes de nosotros?
Vicky se giró hacia Andrea.
—¡Vale ya! —le gritó y El Mago alzó las cejas.
Resopló al notar el descenso. Expiró de nuevo, el estómago se le aflojaba.
Miró a Úrsula.
—Podría decirte que son gases —respondió Vicky ya derecha de nuevo
—. Pero lo cierto es que llevo un óvalo de silicona en la vagina. —Los cuatro
emblanquecieron. Vicky sonrió—. De ese óvalo cuelga una especie de gancho
que hace contacto con el clítoris, vibra y lo succiona. —Vio cómo la madre de
Úrsula tiraba de su hija menor para apartarla—. A usted le encantaría, señora.
No creo que este haga grandes hazañas.
El padre de Úrsula se sobresaltó. Vicky entornó los ojos hacia Úrsula, que
estaba tan abochornada que no podía responder.
—¿Puedes oírlo vibrar? Mejor no te digo quién tiene el control remoto —
añadió Vicky y luego frunció el ceño—. ¿Cómo voy a querer ser tú?
Negó con la cabeza encogiendo la nariz.
—Cuando la verdad es que me encanta ser yo. —Sonrió.
Dio unos pasos atrás para retirarse de ellos. Vio la calva brillante del
padre de Úrsula completamente roja.
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Los he dejado congelados. Otro super hechizo.
Se dio la vuelta y rio. Llegó hasta Adam, Matteo, Ninette, y Andrea.
—Gracias —le dijo Adam.
—No es nada. Se me da bien poner en su sitio a la gentuza de la alta
sociedad. —Rio—. Me ha costado años de formación.
Ellos rieron.
—Os han tocado unos tremendamente capullos. —Entornó los ojos hacia
ellos. La madre de Úrsula tenía la mano en la frente.
Vicky bajó la cabeza y levantó los ojos hacia El Mago.
—Ya te vale —susurró.
—Quería que te fueras de ahí —replicó él.
—Me estoy planteando pedirte que me lo devuelvas —advirtió apretado
los dientes.
Andrea negó con la cabeza con sonrisa maliciosa.
—De eso nada. —Se tocó el bolsillo derecho de la chaqueta.
Vicky rio con su gesto.
Le va la marcha más de lo que esperaba.
—Pues no subestimes el poder de «Dios» o tendrás un auténtico
espectáculo aquí en medio —respondió y él alzó las cejas—. Apaga ya eso.
—¿De qué estáis hablando? —preguntó Adam.
Andrea y Vicky se miraron.
—¿Adam? —La voz de Fausto Caruso los sobresaltó.
Fausto se detuvo a dos metros de ellos, miraba perplejo a su hijo.
—¿Desde cuándo…?
Adam sonrió.
—Andrea llevaba razón cuando era pequeño. —Lo cortó su hijo y Fausto
miró a Andrea, contrariado—. La magia existe.
El Mago comenzó a reír.
—Solo hay que rodearse de las personas adecuadas —añadió el trapecista.
—Las Hadas Madrinas —le susurró Vicky a Andrea y este la miró
contrariado—. Yo tengo tres.
Lo vio reír.
Se sobresaltó con la voz de Luciano.
—¿A qué estás jugando? —Se dirigía a Ninette.
La joven se giró hacia él.
—Dejé de jugar hace años. —La oyó responder.
—¿Eso es lo que hacías cuando desaparecías? ¿Ensayar a escondidas?
Vicky se alzó de puntillas para verlo, Adam ocupaba casi todo el espacio.
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—Eres tonto hasta para deducir —le soltó a Luciano y este la miró—.
Cuando ensayaba este número ya te había mandado a tomar por culo. Cuando
desaparecía, ayudaba a tu hermano… ¿lo ves?
Luciano miró las piernas de Adam y no le extrañó no ver alegría en su
expresión. Tampoco en la de Cornelia, que estaba más cerca de Vicky.
—Eres una descarada y tienes muy poca vergüenza para pertenecer a la
alta sociedad —le dijo la mujer.
—Y tú demasiado estirada y soberbia para tener que depender de hacerle
la pelota a gentuza como esa. —Hizo una mueca y sacudió la cabeza—.
Recoger las migajas a cambio de ciertas condiciones es peor que estar en la
miseria. —Movió una mano—. Busca alternativas menos humillantes.
Cornelia abrió la boca para replicar. Pero una voz de Luciano la hizo
callar.
—¿Que te vas? —Lo oyó decir.
Vicky enseguida miró a Ninette.
—Renuncio a mi contrato. Vuelvo a los teatros —respondió ella.
Vicky dirigió sus ojos hacia Adam. Este no pareció estar sorprendido,
entendió que él ya lo sabía, ella se lo habría contado.
Mi leona, ¿se va?
Alzó las cejas. La mariposa volaba y ella era lo que quería para Ninette,
pero no esperaba que volara lejos. Sintió la decepción en el pecho y en el
estómago. Su imaginación había diseñado otra realidad futura para Ninette e
incluso albergó la esperanza de algunas cosas que ahora le dolía hasta pensar.
Exhaló aire despacio.
—Ni te acerques a mí. —La oía decir.
Libertad.
Aunque le doliese la decisión de Ninette tenía que respetarlo.
Seguramente era algo que la muchacha necesitaba.
Vio a Luciano apretar la mandíbula.
—Cuando tengas que dormir en la calle, volverás. —Lo oyó decir.
Vicky se alzó de nuevo de puntillas.
—En la calle no, tiene un ático en Madrid donde puede dormir cuando
quiera —intervino.
Sintió la mirada de Luciano.
Cuchillos, cuchillos.
Él negó con la cabeza y se fue. Su madre corrió tras él.
Hala, vete a hacer el mono a otro sitio.
—Sea como sea —añadió Fausto—. Buen trabajo.
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Se alejó de ellos. Vicky entornó los ojos hacia él.
—¿Tiene algún tipo de parálisis selectiva en la cara? —preguntó y Andrea
contuvo la risa—. No es capaz de poner una expresión positiva.
—Creo que hace tanto tiempo que las ha olvidado —respondió Andrea.
Vicky se sobresaltó al sentir algo húmedo en el empeine.
—Ludo. —Frunció el ceño—. ¿Cómo haces para escaparte siempre?
—Tiene la misma habilidad de su dueña para salirse con la suya. —El
Mago la empujó levemente.
Vicky se inclinó para cogerlo.
—Yo no soy su dueña. —Se irguió mirando al perro y esquivando su
lengua—. Pues en este bolso no cabes.
—Para él sí lo eres —añadió él acariciándolo y el perro le gruñó—. Y yo
ya no sé qué hacer con él.
Vicky rio. Adela llegaba recorriendo con la mirada el suelo. Matteo la
llamó para que atendiese y le señaló a Vicky. La mujer resopló.
Vicky los miró a los cuatro. Ninette aún llevaba aquel traje beige de
bailarina que contrastaba con el gris plateado del traje de Adam y el azul de
Matteo.
No puede ser.
Contuvo la sonrisa.
—¿Podemos hacernos una foto? —preguntó y vio a Adam mirarla con los
ojos guiñados—. Quiero que unas personas os conozcan.
Sacó su móvil y se lo dio a Adela, que iba a recoger a Ludo. Vicky se
puso en un extremo, medio de perfil, cogiendo a Ludo con una mano.
Lo van a flipar.
Inclinó uno de los zapatos para que brillasen con la luz de los focos. Adela
al parecer solo tomó una foto. Aquella mujer y las tecnologías no iban muy
unidas.
—No sé qué hacer con él —dijo la mujer mirando al perro—. Un día de
estos se perderá.
Alzó los ojos hacia Vicky y cogió aire.
—¿Tienes sitio donde vives en Madrid? —le preguntó la mujer y Vicky
sintió cómo en el pecho se le abría algo invisible. Apretó a Ludo contra ella.
—Más de cuatrocientos metros —respondió riendo.
Adela cogió la barbilla de Ludo.
—Vas a vivir como un rey —le dijo.
A Vicky le brillaron los ojos. La idea de regresar a casa con Ludo se hacía
menos oscura. Ludo le recordaría a ellos todo el tiempo, era un trozo de circo
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que se llevaba con ella. Inclinó la cabeza y besó la cabeza del perro.
—Adela. —Oyeron la voz de mando de Úrsula—. ¿Qué hace un perro
tuyo en la carpa?
Tiene un don. Qué oportuna es. Atrae los zascas sola.
Se giró hacia Úrsula despacio para que ella pudiese observar bien el perro.
—Es mi perro. —Sonaba bien. Le gustaba. No había tenido un perro ni
ninguna mascota propia porque nunca confió en que pudiese ser capaz de
cuidarla bien.
Úrsula la miró apretando los labios.
No pongas esa cara de envidiosa, si ni siquiera te gustan los perros.
Vicky negó con la cabeza.
—Aunque sea tu perro, no quiero perros en mi carpa. —Notó el marcaje
en el «mi».
Úrsula se fue, notó que cojeaba menos. No sería una lesión, solo un dolor
pasajero. Ni dos días de cojera.
Tengo que perfeccionar el bloqueo de brujas.
Andrea cogió a Ludo e ignoró su gruñido. Se lo dio a Adela para sorpresa
de Vicky.
—Pero esta noche que duerma con su familia para despedirse —le dijo.
Vicky alzó las cejas.
A este le he dado el mando y no hay quien lo pare. No quiere ni al perro
de testigo.
Contuvo la sonrisa. Andrea tiró de ella y hasta Adela alzó las cejas con el
gesto. Adam se echó a reír.
Andrea la sacó de la carpa, lo de fuera estaba oscuro, estaban todos
dentro. Se colocó delante de ella.
—Tiras al suelo a brujas, puedes hacer desaparecer cosas, petrificar a la
mala gente, que alguien cumpla un sueño, que otro se enfrente a su realidad
aunque sea dura, y hasta que cierta joven logre salvarse a sí misma y salga
volando. —Hacía que Vicky anduviera hacia atrás hasta que su espalda chocó
contra un poste—. Hasta puedes atraer a alguien que quiere alejarse todo el
rato, sin que te haga falta ningún control remoto.
Te he puesto como un becerro y contra la calentura no se puede hacer
nada. Es el mayor poder de todos.
—Y yo pensaba que era mago. —Rio rodeándola por completo.
Vicky entreabrió la boca para replicar, pero Andrea aprovechó el gesto
para besarla. Esta vez fue él el que se apretó contra ella. Sentía la lengua de El
Mago ardiendo en el interior de su boca y el calor se trasladó de inmediato
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hasta su entrepierna, donde aún llevaba metido el óvalo de silicona. Lo apretó
con tanta fuerza, que casi lo sacó de su sitio. Lo sintió vibrar, un botón
aleatorio, alejó a El Mago de ella.
—Eso es trampa —le dijo y él rio.
Alzó el mando.
—¿Esto no es magia del mundo real? —preguntó tirando de nuevo de su
mano—. Empieza a interesarme.
Lo vio mirar el mando con malicia.
—Ni se te ocurra. —Intentó quitarle el mando, pero él apartó la mano.
—Tú me lo has dado y ahora es mío.
Maldita la hora.
Aquellos calambres no eran normales ni para «Dios». Supuso que era la
mezcla del aparato y El Mago.
Vicky abrió la puerta de su autocaravana, no era tan amplia como la de
Andrea, pero la cama era enorme, suficiente.
Él entró tan pegado a ella que casi la tiró contra el armario. Aún había
bolsas de sus compras por el medio, ella nunca recogía nada. Otra de sus
malas costumbres de niña privilegiada.
—No traes la chistera —le dijo con ironía y le encantó su expresión al
mirarla.
—Das verdadero miedo.
Lo atrajo hacia ella con los brazos.
—Doy demasiadas cosas, pero miedo no —respondió y se mordió el labio
con malicia.
—¿No? —Volvió a darle a otro botón. Vicky notaba cómo se aflojaban
ambas piernas. En el silencio se oía bien la vibración.
Exhaló aire con fuerza mientras Andrea le bajaba la cremallera del vestido
y eso que era difícil de encontrar. Si él no apagaba el vibrador, no sería capaz
ni de quitarle la camisa antes del primer orgasmo. Pero Andrea volvió a darle
al botón y aquello se detuvo.
El vestido resbaló y cayó al suelo. Lo vio mirarla desnuda.
—Debilidad por las formas redondas —dijo ella y él rio.
Aprovechó que él estaba ensimismado y le quitó el mando para lanzarlo
hacia la cama. Pero no pareció importarle, le acarició el pecho. Vicky apoyó
la espalda en la pared y levantó la barbilla, la habilidad que Andrea tenía con
las bolas podía notarse hasta en su forma de tocarla. Le quitó la chaqueta y
dudó si le había desabrochado los botones o se los había descosido. Notó la
lengua del mago en su cuello.
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—¿Qué es exactamente lo que controlaba eso? —Metió una mano por
dentro de sus bragas.
Lo sintió palparla hasta encontrarlo. Luego lo siguió con los dedos hasta
su vagina. Vio en su cara la sorpresa de que el cacharro lo tuviese dentro. Tiró
de él para sacarlo, pesaba más de lo que esperaba, otra de las partes de su
utilidad: endurecer los músculos de la vagina.
Andrea lo miró con curiosidad. Era de una tonalidad verde agua, un color
similar a los ojos de El Mago cuando le daba la luz.
Te presento a «Dios».
La miró con el ceño fruncido.
—¿Qué hace?
—Multiorgasmos en pocos minutos. —Se lo quitó y lo tiró también, sonó
al caer como una piedra. Le importaba poco si se había estropeado. Ahora
tenía algo que le interesaba más.
—Me lo pone tremendamente difícil —dijo él y Vicky rio—. ¿Se puede
competir con eso?
—Eso es un juego. —Le desabrochó el pantalón—. Prefiero la varita
mágica.
Palpó dentro, la tenía completamente dura.
Y vaya varita mágica. Si lo llego a saber iba a esperar al final del cuento
Rita la Cantaora. Hubiese llegado a Ciudad Esmeralda el primer día.
Haciendo los cien metros lisos.
Sonrió con picaresca. Si no se quitaba pronto las bragas, las iba a dejar
para tirarlas a la basura.
Andrea la cogió y ella abrió las piernas. Una vez descubierto donde
residía cierta parte de magia, la atraía sin necesidad de control remoto. Pegó
su vagina a él, a pesar de que ambos aún llevaban ropa interior, podía notarla
y se rozó con ella.
Si seguían así, ella tendría que tirar las bragas y él rompería el bóxer. Rio
a sus pensamientos. Andrea la dejó caer en la cama y fue ella misma la que se
quitó las bragas y, tal y como suponía, sería mejor tirarlas que lavarlas.
Miró a Andrea que también se había desvestido.
Perfecto en todos los sentidos.
Se tumbó sobre ella y la miró a los ojos. Vicky fue consciente de que él
reunía todo lo que a ella solía gustarle en un hombre. Lo rodeó por la cintura
con los brazos y se colocó bien. Clavó sus ojos en Ciudad Esmeralda, no
tardó en sentirlo dentro. Alzó sus caderas, pero él la sujetó para que no se
moviese, aún había más. Andrea volvió a empujar y se encajó por completo.
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Él la miró para ver su reacción, pero ella levantó las caderas para que la
embistiese, apretando la vagina con fuerza. Espiró con ganas y sintió el
aliento de Andrea en el cuello. Volvió a sentir el movimiento de Andrea
mientras aquello se movía en su interior provocando más fuerte que nunca
aquel tornado en el centro de su cuerpo, justo debajo de su ombligo. El Mago
fue haciendo desaparecer cada elemento que los rodeaba con cada
movimiento y, por un momento, hasta Ciudad Esmeralda desapareció.
Gritó, gritó tan fuerte que él tuvo que taparle la boca con los labios. Lo
miró con la respiración acelerada. Volvió a lamentar el haber llegado tan tarde
a Ciudad Esmeralda. Le estaban encantando los polvos mágicos.
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Vicky estaba tumbada en la cama bocabajo. Andrea hacía rodar las esferas
por su espalda, desde los hombros hasta la cima de sus glúteos. Le encantaba
cuando le hacía eso. Era su última noche en Ciudad Esmeralda y habían
vuelto rápido de la cena, aunque ningún día solían demorarse. Vicky ya había
terminado el trabajo, solo le quedaba un último rodaje a la mañana siguiente:
la entrevista de El Mago.
Consiguió el reportaje que se proponía con Ninette, con Adam y
finalmente con Matteo. Y a última hora, persuadiéndolo con malas artes hizo
que Andrea aceptase. Aunque a él parecía no importarle dejarse embaucar.
Era más, disfrutó de la persuasión todo lo que pudo.
—¿Y no hay nada como eso tuyo, pero para mí? —preguntó y Vicky se
echó a reír—. ¿Cómo lo llamas? ¿Dios?
Ella entornó los ojos con picaresca.
—No tengo ni idea, pero, de todos modos, «Dios» es la mano para los
hombres.
Andrea le dio una palmada en el culo como protesta.
—El sado no me va. —Rio Vicky con ironía y lo hizo reír también.
Se dio la vuelta y las bolas se extendieron por la cama.
—Iré a verte. A donde estés.
—Una vez al mes, ya. —Lo notó aspirar aire.
—Pues prepárate bien para esa vez al mes. —Se incorporó para empujarlo
hacia ella. Andrea cayó sobre su cuerpo.
—Y cuando acabes la gira te pasas por Madrid —añadió.
—Te llevas a Ludo, Adam se quedará mes y medio en tu casa cuando se
opere, y has ofrecido tu casa a Ninette. —Notaba la ironía en su voz—.
¿Cabemos todos? Podemos poner una carpa en tu terraza.
Ella rompió a carcajadas.
—No me hace ninguna gracia. —Andrea se sujetó con los brazos para
separarse unos centímetros de ella.
—¿Poner una carpa en mi terraza?
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Él le hizo un gesto de reproche, no tuvo más remedio que ponerse seria.
—No saber cuándo y cómo te voy a ver.
Ella torció los labios. A ella tampoco le gustaba la idea. Aún no sabía los
próximos trabajos que le daría la productora. Aun así, ya adaptaría la agenda a
la de él.
—Tienes días libres —dijo ella pasándole el dedo por el pecho—. Puedo
viajar y puedes viajar. Todo es adaptable.
Rodeó la cintura de El Mago con las piernas y cruzó los pies en su
espalda. Hizo fuerza y él se tuvo que dejar caer sobre ella. Le resultaba
extraño que no estuviese preparándose por allí abajo, tardaba poco en
recuperarse entre uno y otro de sus polvos mágicos. No tenía que ser muy
intuitiva para saber que le preocupaba algo que no lo dejaba concentrarse en
nada más. Y la preocupación era ella.
Supuso que era parte de la carencia de Andrea, Natalia se lo advirtió
desde días atrás, no era un hombre como el resto que había conocido. Este se
aferraría a ella tanto como lo había hecho Ludo.
«Te vas y lo dejas en Oz con dos brujas que se empoderan cuando tú no
estás. Teme de nuevo la oscuridad, el control, y todo lo que tenía cuando tu
llegaste».
Notar aquel sentimiento en él le transmitió una sensación extraña. Lo
abrazó y le besó la frente.
—Nada va a ser igual que antes —le dijo sonriendo.
—No sé cuánto pueden durar tus hechizos cuando no estés.
Vicky tuvo que reír.
—Siempre habrá un avión hasta Madrid. —Le cogió la barbilla y
zarandeó su cara. Tampoco ella se imaginaba veinticuatro horas después en su
ático de Madrid en una cama de dos metros vacía. Ludo no la rellenaría lo
suficiente.
Giró su cuerpo y Andrea cayó a su lado. Puso la barbilla sobre su pecho.
—Será mucho mejor de lo que piensas, ya verás —dijo ella sonriendo.
Él sonrió levemente.
—Cuando lo dices hasta suena a verdad.
Ni te imaginas. Mis hechizos son más fuertes de lo que crees.
Andrea le acarició la cara sin dejar de observarla, como si quisiese
memorizarla para el tiempo que estuviese lejos. Le pasó un dedo por los
labios.
Me encanta lo que ve cuando me mira.
Ahora, al completo, seguía mirándola de aquella manera.
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—Eres maravillosa —dijo y ella sonrió—. Todo es mejor cuando estás tú.
La besó.
—Te quiero, Vicky.
Ella se quedó inmóvil.
No me digas eso que me hago un tour de hotel en hotel durante toda la
gira.
Apoyó la mejilla en el pecho de él. Natalia le había dicho que, llegados a
ese punto, si él le expresaba sus sentimientos así, era mejor que ella se callara.
No entendía muy bien el rollo psicológico que le explicó La Fatalé. Pero le
aconsejó que lo hiciese desde Madrid, cuando ya no estuviese allí. Y sería
más fácil para Andrea.
Cerró los ojos.
—Te quiero —respondió.
No vaya a ser que Natalia se equivoque y se crea que no lo quiero.
La rodeó con los brazos y la apretó.
—¿Y ahora quién te deja ir mañana?
Puta Fatalé, que siempre lleva razón.
Se concentró en la respiración de Andrea mientras él le acariciaba la
cabeza.
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La pegó a la pared y se apretó contra ella pasando una mano por su vagina
por encima del pantalón elástico. Se apartó de ella y la miró decepcionado.
—¿No lo llevas? —le preguntó.
Ella alzó las cejas.
—¿Crees que entra algo debajo de esta ropa? —respondió y él la miró de
arriba abajo.
—Llevo toda la mañana haciendo el imbécil —dijo y ella rompió en
carcajadas.
El metió el dedo por su escote y lo bordeó.
—Tú todavía no eres consciente de lo que me provocas.
Y me encanta, me encanta, me encanta.
Lo empujó con la frente.
Pero ya no hay tiempo. Tengo que facturar maletas y ya voy tarde.
Miró los ojos de Andrea, ni siquiera le importaba dejar las maletas atrás.
Sacudió la cabeza y lo apartó para salir. Él la volvió a llevar hasta la pared,
pero esta vez no se apretó contra ella, solo la miró. Le cogió la cara para darle
un beso.
—Treinta días —le recordó y ella sonrió.
—El mando —pidió poniendo la mano y Andrea negó con la cabeza
girándose para salir. Ella frunció el ceño y lo siguió hasta fuera—. Sin mando
no funciona.
Él cogió las maletas y Vicky se puso delante.
Esto lo estaba viendo yo venir.
—Compraré otro con APP —le dijo y él rompió en carcajadas.
Cogió una de sus maletas y tiró de ella. Entraron en la carpa. Dentro los
esperaban Ninette, Matteo y Adam. Ninette aún estaba en el circo, en unos
días tenía unas pruebas para una nueva compañía de ballet. La veía ilusionada
desde que la llamaron para citarla, su expresión había cambiado por completo.
Atravesaron la primera carpa y vio de lejos a Úrsula. Esta le sonrió con
satisfacción y le dijo adiós con la mano.
Tu puta madre.
Vicky se detuvo.
—Tengo que despedirme del señor Caruso. —No sabía quién estaba más
sorprendido, si Adam o Andrea.
—¿Seguro? —Se extrañó Matteo.
—Sí. —Soltó la maleta y se dirigió hacia la oficina del director.
Era mucho más pequeña que la de Roma, esta era portátil. Fausto estaba
con la misma cara de enfurruñado de siempre mirando datos en un ordenador.
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Las ventas de entradas deben de ir como el culo.
—¿Todavía andas por aquí? —Fue su saludo.
—Mi avión sale en un rato.
—Date prisa, no vayas a perderlo. —Alzó una mano para decirle adiós.
Vicky no perdió tiempo, no lo tenía. Sacó unos papeles del bolso y se los
puso a Fausto delante. El hombre miró los papeles.
—Ya firmé todo lo de la productora. No pienso firmar nada más.
—No son los papeles de la productora.
Levantó la cabeza, contrariado, y luego miró los papeles.
—Es tu jubilación —añadió. Fausto se puso las gafas para ver mejor—.
Rescindirás el contrato con Úrsula y la indemnizarás. El contrato que firmarás
conmigo solo tiene una cláusula. El circo pasará a ser de Adam y de Andrea,
Matteo sería el nuevo director de espectáculo. Y tú y Cornelia os retirareis a
descansar.
Fausto alzó las cejas.
—No me fío de ti, seguro que tiene letra pequeña. —Refunfuñó.
—La única letra pequeña. —Pasó los papeles y le señaló—. Y no es
pequeña, está en grande, es que un diez por ciento de los beneficios serán
donados a Wonderdogwoman, la asociación de mi hermano.
Fausto volvió a mirar el contrato.
—Esto es un precontrato, abajo tienes el número del notario para firmar
los oficiales y recibirás el dinero.
Fausto negó con la cabeza.
—¿Y Luciano?
Vicky alzó las cejas.
—Sus hermanos decidirán si seguirá trabajando o no.
—Desheredar a uno de mis hijos.
—No vas a desheredarlo. Vendes el circo al completo a dos compradores
que son tus hijos. Y a Luciano puedes darle una parte de tu jubilación. O eso
o le dejas esta ruina a los tres. En teoría ese dinero vale más que este circo. —
Movió la mano—. Tiene más deudas de las que esperaba y Úrsula no ha
quitado ninguna.
Esperó a que Fausto leyera el contrato.
—No tienes que firmarlo ahora mismo —dijo Vicky dando un paso hacia
la puerta—. Ya dejé un poder en el notario y tiene tu cheque. Cuando decidas
firmarlo, las tres copias, les das una a Adam y otra a Andrea. Ellos no saben
nada, así que espera a perderme de vista.
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—¿Por qué lo haces? —preguntó y por primera vez lo vio expresar algo
que no fuese enfado.
Vicky negó con la cabeza y se acercó de nuevo a la mesa. Sacó una tarjeta
del bolso y cogió uno de los bolígrafos de la mesa. Miró en su móvil y anotó
un número.
—Es el número de Mónica Valenti. —Lo vio sobresaltarse en cuanto la
nombró—. Andrea ya ha hablado con ella. Y volverá a hacerlo en un tiempo.
Esta vez le dio la espalda a Fausto para salir.
—Gracias. —Lo oyó decir.
Se giró hacia él. Era un imbécil, supuso que habría sido un gran esfuerzo
decirle aquella palabra. No le respondió y salió fuera, donde aún la esperaban
todos.
—¿Te ha dicho que se ha quitado un peso de encima? —preguntó Adam
irónico.
—No, pero se ha quitado un peso de encima —respondió sonriendo.
—Estaba deseando que te fueras —añadió Matteo.
Vicky se giró para buscar a Úrsula con la mirada.
—Y no es el único. —La encontró. Vicky también le sonrió y le dijo adiós
con la mano.
Yo sí que sé echar hechizos de verdad. Bruja de pacotilla…
No había visto a Fausto firmar el contrato y aún quedaba Cornelia. Pero
no tenía dudas de que, aunque le costase un disgusto con su mujer, accedería.
Una jubilación sin problemas económicos, quitarse la carga y la presión. La
salvación para Fausto.
Mirarlos sabiendo que todo lo que les preocupaba iba a desaparecer hizo
que le brillasen los ojos.
Y no volver a ver a la tipa esta.
Cogió aire y siguió andando hasta la salida. En la puerta estaba Adela con
el transportín de Ludo. Lo vio mirar por la rejilla. Se detuvo para despedirse
de Ninette, Adam y Matteo.
Ninette le dio un abrazo que hasta le crujió la espalda.
—Lo vas a conseguir —le dijo Vicky.
La joven la abrazó otra vez y de nuevo notó que le crujía el hombro. Alzó
las cejas, lo de aquella muchacha era sobrenatural. Jamás se caería de las
telas.
—Vuela —añadió Vicky.
Matteo fue más suave al darle el abrazo.
—Te vemos pronto —dijo.
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—Es lo primero que voy a hacer cuando llegue a Madrid, hacerme el plan
del tour. —Le guiñó un ojo y él sonrió.
Se inclinó para darle un abrazo a Adam, pero este la detuvo. Echó el freno
a la silla y se sujetó a los reposabrazos para ponerse en pie. Vicky lo sujetó.
—Nos vamos a caer —le advirtió ella.
—El suelo no está lejos —respondió el trapecista y su hermano sonrió.
Notó el peso del enorme Adam y tuvo que atrasar una pierna para guardar
el equilibrio. Sintió un beso sonoro en la sien. Ella acercó su boca al oído de
él.
—Volverá —le susurró y él se apartó para mirarla con los ojos guiñados.
Andrea tuvo que sujetarlo para que no se cayese de espaldas.
Entre Ninette y Matteo lo ayudaron para que Vicky pudiese quitarse. Ella
miró de reojo a Andrea que ya tiraba de una de sus maletas hacia la puerta
donde estaba Adela. Vicky caminó a su lado.
—Llama cuando llegues —dijo él.
—¿Qué dices? Dentro de un rato me aburriré en el aeropuerto y empezaré
a darte por saco con los mensajes. No te puedes hacer una idea de lo plasta
que soy.
Andrea rio.
—Como ese grupo que tienes, que está todo el día sonando.
—No, ese es otro nivel. Multiplícame por cuatro.
Levantó los ojos hacia Adela. El taxi ya llegaba, antes de lo previsto.
Mejor, cuanto más rápido, mejor.
Le dio un beso a Adela y ella le dio a Ludo en el transportín. Andrea le
pasó el brazo por los hombros y le dio un beso en la sien. Vicky se giró hacia
la carpa. Aún Ninette y Matteo sostenían en pie a Adam.
El espantapájaros, el león, y el hombre de hojalata.
Miró a Adela y Andrea.
El Hada Glinda y El Mago.
Bajó los ojos hasta Ludo.
Pues se acabó.
Cogió aire y no le dio tiempo a expulsarlo. Andrea le dio un último beso.
—Buen viaje —le dijo—. Treinta días —añadió en un susurró.
Vicky le guiñó un ojo antes de cruzar la verja. El taxista acudió a por las
dos maletas y ella tuvo tiempo de mirarlos de nuevo.
Se está mejor en casa que en ninguna parte. Se está mejor en casa que en
ninguna parte. Se está mejor en casa que en… Y una mierda.
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Les dijo adiós con la mano antes de entrar en el coche. Se puso el
transportín del perro sobre las piernas. Echó una última sonrisa a Andrea.
El taxista no se demoró en poner el coche en marcha y la carpa se hizo
pequeña hasta que se perdió entre el resto de edificios.
Cogió su móvil.
—Venga, ya ha acabado todo. Así que contadme. Qué habéis apostado en
el chat alternativo, que teorías teníais, y quién llevaba la razón.
Sonrió mientras se enviaba el audio. Miró tras de sí, ya no se veía
absolutamente nada de la carpa.
Treinta días.
Estaba deseando volver a ellos.
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cariño excesivo y una lista de reproches que le había dicho. Pero era cierto
que desde que regresó a Madrid ella también desarrolló una especie de
vínculo especial con Ludo. Él era parte de aquel mundo que tanto le gustó
descubrir y para qué negarlo, lo echaba de menos. Lo echaba de menos
sobremanera. Ahora el ático le parecía demasiado grande y más oscuro y
silencioso que antes.
Ludo se detuvo y ella esperó a que oliese lo que fuera que llamaba su
atención. Otra de las cosas que le decía su hermano era que tenía que ser ella
quien tenía que pasear al perro y no al contrario. Pero Vicky pensaba que el
que te llevasen por la calle y no te dejasen ni pararte en un escaparate era un
tremendo aburrimiento. Los olores serían para Ludo lo que para ella era una
tienda de bolsos.
El perro siguió oliendo, se ponía nervioso, movía las patas sin parar,
levantándolas y poniéndolas en el suelo. Movió el rabo y dio un ladrido.
Siguió oliendo.
Orina de perra en celo fijo. En ninguna especie falla, el poder más
ancestral y poderoso.
Tiró de Ludo, pero este no se movía, le interesaba más el olor. Al final
tuvo que tirar y obligarlo a seguir.
Ya se nos ha puesto en rojo el semáforo.
Regresó a la acera. Ludo ladró de nuevo y Vicky siguió la mirada del
perro. Abrió la boca y se la tapó con la mano mientras sentía aquel cosquilleo
en las muñecas. Se acuclilló en el suelo junto al perro hasta que la esfera fue
acercándose a ellos despacio, decidida, sin desviarse lo más mínimo. Se
detuvo a unos centímetros de ellos.
Vicky sonrió mientras alargaba la mano.
—Ludo, el rey de los Goblins está cerca. —Al cogerla sintió de nuevo
cómo le transmitía la vibración al resto del brazo y al pecho. Y se le aflojaron
las piernas.
Miró hacia ambos lados de la avenida. No había ni rastro de Andrea,
observó la esfera. Estaba vacía, como la primera que le envió.
Se oyó un murmullo a su espalda, comenzaba al principio de la avenida.
Entornó los ojos. Se oía la música de lejos y Ludo empezó a ladrar.
La madre que los parió.
Malabaristas y acróbatas con trajes dorados, lanza fuegos y varios
personajes cuya ropa no reconocía, pero sí sus habilidades. Se acercaban en
una comitiva acompañada por música. Enseguida la avenida, ya de por sí
concurrida, se llenó de curiosos que grababan con los móviles.
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Vicky alzó las cejas.
Más llamativo que los carteles. Buena idea, Matteo.
Se acercó buscando entre ellos una chistera. Pero no había Mago en
aquella comitiva. Bajó los ojos hacia Ludo, el perro se había dado la vuelta
moviendo el rabo. Vicky se giró, pero no le dio tiempo. Lo notó a su espalda.
El tornado del estómago se hizo intenso, demasiados días viéndolo a través de
un teléfono donde no se nota el olor ni el tacto, ni mucho menos su calor.
Notó la barbilla de Andrea en su hombro mientras la abrazaba por la espalda.
—Hemos decidido cambiar el itinerario y empezar por el final, o por el
principio de Europa, según se mire —dijo y Vicky sonrió.
Andrea aflojó los brazos para que ella pudiese moverse, enseguida se giró
para ponerse frente a él y le rodeó el cuello. Él la alzó del suelo a la vez que le
daba un beso. La puso de nuevo en el suelo, pero Vicky se negaba a soltarlo.
—No pienso soltarte en las próximas… tres horas —dijo y él sonrió.
Volvió a besarla, pero esta vez se detuvo más tiempo en ella. Cuando
Vicky ya comenzaba a pensar en salir corriendo con Andrea y subir al ático,
él se retiró. Pero ella volvió a él. Él se dejó besar, pero sin mucha demora. Era
evidente que quería decirle algo y ella no lo dejaba. Lo miró sonriendo con
malicia.
—¿Ya? —Le encantó su expresión al decirlo. Vicky rozó su nariz con la
de él.
Dejó de apretar su cuerpo contra el de El Mago y bajó los brazos hasta su
pecho.
—Ya. —Rio ella—. Pero por poco tiempo. Sé rápido.
Andrea negó con la cabeza riendo. Luego la agarró y la giró levemente
para que mirarse la comitiva que ya los rebasaba. La música sonaba fuerte,
era complicado escucharlo si pensaba hablar. Pero él pegó la boca a su oído.
—No hemos elegido Madrid de manera aleatoria —comenzó y ella sonrió
al escucharlo—. Tampoco hemos venido como comienzo de gira.
—¿Ah no? —Dejó caer su espalda en él—. Pasabais por aquí.
Andrea la giró para ponerla frente a él y le sonrió.
—Hemos venido a por ti. —Vicky alzó las cejas.
Contuvo el aire y si él no la tuviese agarrada, se habría caído al suelo.
—¿Quieres venir conmigo? —le preguntó—. Ten en cuenta que conlleva
entrar en mi mundo.
—Un hogar en ninguna parte —añadió ella.
—Eso es.
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Vicky bajó la cabeza hacia sus manos. Con una agarraba la camisa del
mago y con la otra la esfera que le había hecho llegar rodando.
—¿Dejarías tu mundo y te vendrías al mío?
Alzó los ojos hacia él.
—En mi mundo no hay magos. —Miró hacia un lado y él rio.
—Decías que había tres.
Vicky movió la mano.
—Desaparecen cuando cumples nueve o diez años.
Él asintió despacio. Vicky frunció el ceño.
—No pienso renunciar a los resorts, ni a las juergas, ni a las comidas con
mi familia en cuanto el tiempo lo permita —le advirtió.
—Y yo me apuntaré a todo eso. —Entornó los ojos hacia ella,
observándola en silencio. La dejó meditar.
—Se está mejor en casa que en ninguna parte. —Sonrió alzando la bola.
Podía ver a través de ella a Andrea bocabajo—. Un hogar en ninguna parte.
—Sonrió—. Del revés.
La apretó.
—¿Eso es un sí? —Fruncía el ceño, contrariado.
—¿Quieres tú dejarme entrar en tu mundo?
—Sí, y cerrar la puerta y tirar la llave al mar —respondió.
Vicky rio.
—Eso lo dices porque has pasado poco tiempo conmigo —dijo con ironía
y él negó con la cabeza.
—Ponlo por escrito. —Inclinó la cabeza para apoyar su frente en la de ella
—. Lo firmo ahora mismo, de por vida.
Vicky hizo una mueca y se llevó una mano a la cara.
—¿Nunca te han dicho nada así? —Reía él.
—Sí. —Acompañó con un gesto de cabeza—. Pero es la primera vez que
suena real.
Andrea sonrió. Puso una mano envolviendo la suya, que agarraba la bola.
Vicky la notó levantarse de su mano. Bajó los ojos para ver lo que ahora
habría dentro.
Tres flores.
Tres rosas rojas enlazadas. Andrea apartó su mano y volvió a colocarla a
su espalda. Ella fijó la vista en ellas.
—Haz las maletas —le dijo él. Luego frunció el ceño mirándole—.
¿Tengo que pedirle algún tipo de permiso a tu padre, hacerle alguna promesa,
firmarle algún contrato?
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Ella negó con la cabeza sin dejar de mirar la bola y las tres flores dentro.
—¿Me aceptará?
—Claro que sí. —Levantó la cabeza y lo empujó por la tontería que
acababa de decir.
Mi padre se parece tanto al padre de Úrsula como yo a su hija.
—Ni lo dudes. —Lo señaló con el dedo.
Andrea volvió a besarla. Luego le cogió la mano.
—Las maletas. —Recordó ella—. Hay que subir.
Sonrió con ironía.
—¿Me ayudarás con ellas, no? —Él asintió despacio.
Volvió a alzarla en el suelo. Vicky le rodeó el cuello.
—Solo tienes que coger lo justo que necesites para la gira. Después
volverás aquí.
—Yo necesito muchas cosas —le advirtió.
La soltó y miró de reojo a Ludo.
—Vuelves al circo —le dijo riendo.
Vicky tiró de él para que la siguiese.
—¿Me enseñarás tus trucos? —le preguntó mientras entraban en el portal.
—Nunca. —En el ascensor se pegó a ella—. No podría sorprenderte.
La besó y apretó su cuerpo al de ella. Vicky lo notó entrar en un estado
que solía encantarle. Eran solo unos cuantos pisos para llegar hasta arriba,
pero hasta ese tiempo se le hizo largo.
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Epílogo
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—Me estás diciendo… —Vicky entornó los ojos—. ¿Que vas a enviar a
tu amiga más centrada a la casa de un escritor mojabragas que escribe sobre
monstruos, psicópatas y fantasmas, y que vive en un castillo lleno de gárgolas
rollo Drácula? —Dio unos gritos y se alzó de puntillas—. Yo esto no me lo
pierdo.
—Yo todavía no me lo creo. —Entró un escueto audio de Mayte.
—¿Que vas a traducir a uno de los escritores más vendidos del mundo?
¿O que te mudas a casa de un mojabragas? —Miró de reojo a la niña, era una
suerte que aún no la entendiese.
—Chicas, fuera bromas, por favor. Os lo pido en serio, que es un trabajo
que me va a abrir muchas puertas.
—Te voy a decir yo lo que te va a abrir. —Miró de nuevo de reojo a la
niña.
Llovieron los emoticonos.
—¿Pero está soltero? —preguntó Natalia.
—Casado no está, y yo no vi allí a más mujeres que las trabajadoras de la
casa. No sé si tendrá novia.
—¿Qué más da? —grababa Vicky—. Lyon tenía novia.
—Las brujas no cuentan como novias —rebatió Claudia.
—Cierto —rectificó enseguida Vicky.
—Mayte, te envío un móvil en condiciones, que si no, no nos vamos a
enterar una mierda de todo lo que te pase. ¡Thomas Damon! Verás cuando se
lo diga a Adam, tiene todos sus libros.
Encontró la cerca de los perros de Adela y metió a la niña dentro.
—Corred, insensatos —les dijo—. Que viene el troll pegapellizcos.
Los perros enseguida se esparcieron. Ludo, sin embargo, no huyó. Él
aguantaba todos los pellizcos, por fuertes que fuesen, sin emitir ni un solo
gruñido. El genio y los gruñidos los reservaba todos para Andrea.
Sintió un empujón. Andrea casi la dejó caer de boca a la cerca.
—¡Adela! —La llamó él y la mujer respondió desde dentro—. Te dejamos
aquí a la niña, ven antes de que les haga calvas a los perros.
Le hizo una mueca a Vicky. Era cierto que la niña los intentaba coger y
ahí se escapaban los pellizcos, pero lo de las calvas era una exageración. Tiró
de Vicky mientras ella se llevaba el móvil a la boca.
—Chicas, os tengo que dejar. Mayte, recuerda, en directo, ¿vale?
—Todo, todo, en directo no. —Reía Natalia.
—Voy a abandonar el chat como sigáis así.
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—Menuda sosa —grababa Vicky mientras entraba en el camerino con El
Mago—. Tienes treinta y uno, ya habrás recuperado hasta el virgo.
Se oyó la risa de Claudia.
—Y el Lyon, conociéndonos, ¿cómo accede a meter a una unicornio en
casa de un tío de esos? —Vicky sintió a Andrea a su espalda. Le hizo una
señal con la mano para que parase.
—Porque dice que de la única que se fía es de Mayte.
—¿Con nosotras tres alrededor? Hombre de poca fe.
—¿Veis? Tenéis que dejar las bromas. Ese escritor podría tener a los
mejores traductores del mundo y me ha aceptado a mí.
—Las otras no estarían tan buenas. —Volvió a levantar la mano para que
Andrea parase.
—No ha visto fotos de Mayte —explicó Claudia.
—Es porque me ha recomendado Lyon. Y no vais a meter la pata ninguna
de vosotras. Voy a ser correcta y profesional como he sido siempre. Y no se
habla más.
—Mayte. —Se acercó el móvil a la boca—. No te escuchamos. —Se tapó
la boca con la mano para que no se le escuchara la risa—. Ya le ha dado a
algo y no graba bien el micro.
—Yo oía así como una psicofonía —intervino La Fatalé y Vicky hasta dio
una carcajada.
—Bueno, la semana que viene empieza. Así que atentas al chat —decía
Claudia.
—Unicornio forever —dijo Vicky.
—Os quiero, chicas. —Se despidió La Fatalé.
—Yo también os quiero —dijo Mayte.
—Mayte, no se escucha —grabó Claudia y Vicky dio otra carcajada—. Os
quiero. Unicornio forever, ahí, en un castillo encantado.
Llovieron los emoticonos.
—¿Qué es lo que pasa? —preguntó por fin, pudiendo alcanzar el cuello de
Vicky.
—Mayte va a hacer una traducción a Thomas Damon.
Andrea se apartó de ella.
—¿El de los libros? —Vicky asintió.
—Y se la lleva a su casa. —Ella alzó las cejas con ironía.
—Va a meter a una unicornio, ¿en su casa? —Rio él divertido.
Ella le rodeó el cuello.
—¿Algo que objetar a las unicornio? —Entornó los ojos.
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Andrea tiró del escote de su vestido y sobresalió el encaje del sujetador.
—Nada. —La cogió y la sentó en la mesa—. Absolutamente nada.
Se inclinó sobre ella y la obligó a tumbar la espalda sin dejar de besarla.
La puerta se abrió y se sobresaltaron. Adam enseguida se giró y cerró la
puerta dando un portazo.
Vicky y Andrea se miraron apretando los dientes.
—Poned un cartel. —Lo oyeron protestar—. Que siempre os pillo igual.
Rompieron en carcajadas.
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Nota de la autora
Gracias por leer El Mago y espero que hayas disfrutado con su lectura. Si te
ha gustado la novela, te agradecería que dejaras un comentario al respecto en
Amazon.
Si es la primera novela mía que lees, tienes disponible muchas más. Para
encontrarlas, solo tienes que escribir en el buscador de Kindle: Noah Evans.
También puedes seguirme en Facebook e Instagram si quieres
comentarme algo sobre la historia, o si te interesa estar al día de próximas
publicaciones. Suelo publicar una novedad cada mes.
También está disponible la historia de Natalia La Fatalé en «El Malo», y
la de Claudia, «Mr Lyon». Próximas publicaciones; marzo 2021 «El
Fantasma de Venecia», abril 2021 «Mr Damon», la historia de Mayte.
Está previsto que Ninette, personaje que has conocido en esta novela,
también tenga novela propia.
Y a mi querida familia Noah: Gracias por seguir conmigo en cada nueva
novela, por leerlas, recomendarlas, y por todo el apoyo que estoy recibiendo.
Vosotras sí que estáis haciendo magia con mis obras. Es un placer escribir
para vosotras. Vendrán muchas más, quedan mil sueños por escribir.
Un abrazo, Noah.
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