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Argentina - Clases Sociales - Alimentacion

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En Argentina, la relación entre clases sociales y alimentación es compleja y está influida por

diversos factores, como la economía, la cultura, la geografía y las políticas públicas. A


continuación, se proporciona una visión general de cómo las clases sociales pueden influir en
los hábitos alimenticios en Argentina:
 Acceso a alimentos de calidad:
 Clase alta: Por lo general, tiene un mayor poder adquisitivo, lo que les permite
acceder a una variedad de alimentos frescos, orgánicos y de alta calidad.
Pueden permitirse consumir alimentos importados y productos gourmet.
 Clase media: Aunque tienen un acceso relativamente bueno a alimentos,
pueden tener restricciones presupuestarias que limitan la compra de productos
más caros. Sin embargo, suelen tener una dieta más equilibrada en
comparación con las clases más bajas.
 Clase baja: Puede enfrentar dificultades para acceder a alimentos de calidad
debido a limitaciones económicas. Esto puede llevar a una dieta menos variada
y nutricionalmente deficiente.
 Preferencias culturales y regionales:
 Las preferencias alimenticias en Argentina también están influenciadas por
factores culturales y regionales. Por ejemplo, las regiones agrícolas pueden
tener dietas más basadas en productos frescos, mientras que en áreas urbanas
puede haber una mayor disponibilidad de alimentos procesados.
 Impacto de políticas públicas:
 Las políticas gubernamentales pueden tener un impacto significativo en la
disponibilidad y accesibilidad de alimentos para diferentes clases sociales.
Subsidios, programas de asistencia alimentaria y regulaciones de precios
pueden influir en la capacidad de las personas para acceder a una
alimentación adecuada.
 Desigualdades en la salud:
 Las disparidades en la alimentación pueden contribuir a desigualdades en la
salud entre diferentes clases sociales. Las personas de clases más bajas pueden
enfrentar un mayor riesgo de malnutrición y enfermedades relacionadas con la
dieta.
 Cambio en los patrones de consumo:
 Las clases sociales también pueden tener diferentes patrones de consumo.
Mientras que algunos grupos pueden preferir alimentos más tradicionales y
locales, otros pueden adoptar dietas más occidentalizadas, con un mayor
consumo de alimentos procesados.
En Argentina, existe una gran brecha entre las clases sociales y esto se refleja en los hábitos
alimentarios de la población. Las personas de bajos ingresos suelen tener una dieta menos
variada y equilibrada, consumiendo alimentos con alto contenido calórico y bajo valor
nutricional, como harinas refinadas, grasas saturadas y azúcares.
Por otro lado, las personas de clase media y alta tienen una mayor accesibilidad a alimentos
frescos y saludables, como frutas, verduras y proteínas magras. Además, tienen la posibilidad
de pagar por servicios de alimentación personalizados y de calidad.
Esta situación se debe en gran parte a la desigualdad económica y social que existe en el país,
donde el acceso a una alimentación saludable y equilibrada está limitado para gran parte de la
población. Es necesario implementar políticas públicas que promuevan la alimentación
saludable y accesible para todos los argentinos, independientemente de su nivel
socioeconómico.
La relación entre clases sociales y alimentación en Argentina es multifacética y está
influenciada por una variedad de factores. Las políticas gubernamentales, la economía, la
cultura y las preferencias personales juegan un papel crucial en determinar los hábitos
alimenticios de diferentes segmentos de la población.
Puede decirse que las clases sociales están compuestas por tres tipos:
la clase alta, es un grupo minoritario compuesto por los dueños y directivos de empresas
grandes y medianas junto con los funcionarios de alto poder adquisitivo; la clase media, que
contiene la mayor parte de la población y la integran los dueños de pequeñas empresas (los
cuentapropistas), también dentro de ella se encuentran los profesionales, los técnicos y los
jefes asalariados, y además los trabajadores no manuales de rutina, es decir, trabajadores
administrativos y de comercio; y la clase baja o sectores populares, donde se encuentra la
parte de la población que está por debajo de la línea de pobreza, dado que su poder
adquisitivo no le permite llegar a la canasta básica y está conformada por los trabajadores
manuales calificados, como obreros, electricistas, herreros, etc., junto con los trabajadores
por cuenta propia con oficio, y los trabajadores manuales no calificados y marginales.
La clase social se diferencia de otros tipos de estratificación (esclavitud, castas, estamentos)
ya que ésta se relaciona con el poder adquisitivo, es decir está íntimamente en contacto con
el aspecto económico del individuo. Además, en este sistema de estratificación está la
posibilidad de movilidad social (tanto de ascenso como descenso) lo cual, por ejemplo, no se
da en el sistema de castas donde el individuo nace y muere en el mismo estrato social.
Además, para definir en qué clase social se encuentra cada persona se realiza una
investigación a partir de la línea de pobreza que es la determinación de una canasta básica
de bienes y servicios que tienen pautas culturales de consumo de una sociedad en un
momento histórico determinado. Serían parte de la clase social baja aquellos hogares con
ingresos inferiores al valor de esta línea de pobreza en la medida que no pueden cubrir el
costo de la canasta. Otra forma de medición es el análisis acerca de la falta de acceso a
ciertos tipos de servicios como la vivienda, agua potable, electricidad, educación y salud,
entre otros. Pertenecen a la clase social baja, aquellas personas que no accedan a algunas
de todas Las necesidades definidas como básicas
La clase media en nuestro país se caracteriza por ser mayoritaria respecto a las otras clases
sociales y a la clase media de otros países latinoamericanos. En las décadas de los 70 ́ y 80 ́,
el desempleo no fue notorio debido a la presencia de los cuentapropistas, quienes optaron
por invertir toda la indemnización del despido en una actividad independiente, como por
ejemplo la prestación de un servicio (transporte de pasajeros), para tener un medio de
subsistencia. Durante esos años, la clase media creció, ya que los cuentapropistas disponían
de un ingreso promedio más elevado que el percibido por los asalariados, logrando una
continuidad en sus actividades y exhibiendo una elevada integración en el medio social.
Estos mismos incrementaron su participación en el mercado y representan una forma de
inserción en este. La clase media existe, pero como identidad; no hay un grupo sociocultural
concreto de la población que sea una clase como tal. Es una identidad que, sin embargo, no
tiene por detrás una verdadera clase. Es un conjunto de ideas acerca de qué significa ser de
clase media que mucha gente comparte; pero que no necesariamente tiene mucho en común
entre sí o lo suficiente en común para considerarse verdaderamente una clase social. Puede
ser caracterizada de acuerdo a su relación con el desarrollo del capitalismo y el modelo
económico, así como también por condicionantes sociales y culturales que afectan su
desarrollo, como las inmigraciones masivas. A su vez, para investigar las características de la
clase media es necesario considerar la gran heterogeneidad presente en la población
homologada en esa categoría.
La clase media en Argentina, según los tres entrevistados en los “Mitos de la clase media”,
comparte determinados requisitos, pero más bien existe como identidad. La categoría de
clase media no es meramente descriptiva de la realidad, sino que produce una realidad,
recorta un tercer espacio, una clase intermedia entre la clase alta y la clase baja. Lo que hace
es disparar una imagen mental de que la sociedad se divide en un arriba, en un medio y en
un abajo, que se trata puramente de una imagen ya que la realidad no indica eso. De modo
que esa categoría recorta esa distinción en tres y además asocia el espacio intermedio con el
espacio del equilibrio, del justo medio entre extremos, lo cual puede explicar porque tanta
gente se atribuye para sí el pertenecer a la clase media y encuentra esa necesidad de
distinguirse, ya que ese equilibrio es un baluarte de garantía moral. En ese sentido es que la
propia categoría de clase media sostiene sentidos ideológicos y políticos, y valoriza
determinado conjunto de la población por encima de los demás.
Un ejemplo de esa necesidad de distinción de la clase media respecto a las demás, es el caso
de los diseñadores de clase media, que buscan diferenciarse de otras personas respecto de
los procesos productivos y de consumo, como de los empresarios y de los comerciantes.
la idea de la clase media no se encuentra en términos reales ni existe en términos concretos,
es una construcción imaginada que remite a los inmigrantes europeos. Hay requisitos para
pertenecer a la clase media, pero en términos reales hay mucha gente que se considera
dentro de esta clase porque es un intermedio, no es ni un extremo (clase alta) ni el otro
(clase baja). Hay una especificidad que puede definirse histórica y cultural propia del
desarrollo argentino en relación con qué se entiende por clase media. Está vinculado con
cuestiones centrales como el origen y desarrollo de la Nación, el papel de la inmigración y
particularmente de esta inmigración europea a la cual se le atribuyen ciertos valores
morales de superioridad respecto de otros contingentes poblacionales; valores centrados en
el esfuerzo, el sacrificio y vinculado con el relato de la movilidad social ascendente. La clase
media permite una forma de identificación con determinados orígenes y con determinados
modos de ascender socialmente y no otros (según si se habla de migraciones europeas o
latinoamericanas).
Un ejemplo de la aspiración a la movilidad social se da en los trabajadores de la
construcción latinoamericanos que entendían la migración como una posibilidad de
progreso, apegados a la idea de poder ascender en un oficio en un rubro que lo permite, y de
esa forma ascender también socialmente.
Hacia los comienzos de la década del 40 ́ Argentina alcanzó una situación de pleno empleo.
El crecimiento de la economía estuvo caracterizado por la restricción externa, tanto la
producción como la demanda de trabajo aumentó de manera continua. La exportación de
carnes argentinas, eje principal del modelo agroexportador, se convirtió en uno de los
factores que motivó la migración interna, es decir el traslado de la población del campo a las
ciudades. La industria era sinónimo de empleo, fue el motor del mismo por lo que los
trabajadores eran atraídos por la demanda fabril. A fines del siglo XIX, la expansión de las
exportaciones argentinas de carne y cereales aceleró la concentración urbana. Esto motivó
que los transportes, las comunicaciones y otras actividades se desarrollaron en función del
modelo agroexportador. La movilidad social se fue evidenciando a través de las actividades
de la gente. Las ocupaciones secundarias (industrias y manufacturas), junto con algunos
servicios fueron conformando la clase obrera. Y las llamadas "terciarias", como las finanzas y
la administración pública, a cargo de comerciantes, pequeños empresarios, profesionales
técnicos y asalariados, dieron origen a la clase media. La inmigración europea, junto con la
urbanización, la movilidad social, y la modernización, contribuyeron a la formación de esa
clase, que funda esas ideas de posibilidad de ascenso social mediante el sacrificio y el
esfuerzo, que luego pasaron a conformar la identidad de clase.
Los primeros son los que ya estaban en el estrato de sectores populares y que no tuvieron la
posibilidad de ascender, y también se puede decir que descendieron aún más. Los “nuevos
pobres” eran parte de la clase media, la cual fue la más afectada. No era una pobreza
heredada sino adquirida. Si bien una minoría ascendió al estrato de la clase alta, fue una
muy pequeña parte de la población. La mayoría de la clase media descendió a la clase baja o
sector popular ya que luego de la crisis su poder adquisitivo bajó notablemente. Los nuevos
pobres se asemejan a los pobres estructurales en relación a los ingresos, pero se distinguen
en lo que respecta a su capital cultural y social, a los recursos intelectuales.
Esta evolución de la pobreza, ocurrió entre varias causas, por las políticas de ajuste que se
desarrollaron a partir de los 90 ́ para resolver la crisis generada por las políticas del Estado
Benefactor, que repercutió principalmente en la clase trabajadora, sobre todo en lo que
respecta a la garantía de empleo, y un retroceso en los derechos adquiridos durante el
Estado Benefactor. El sector privado y financiero ocupa el lugar que ocupaba el Estado. Se
levantan las trabas a la industria internacional y compite la industria nacional con la
internacional, lo cual resultó destructivo para la industria nacional porque el precio de los
productos importados era más barato. Las causas principales que llegaron a las grandes
modificaciones en la estructura social argentina fueron la concentración económica, la
contracción del estado y el retiro de sus funciones redistributivas, el aumento del desempleo
y precarización del trabajo, y la caída extrema del ingreso (más que nada de la clase media).
Por las medidas tomadas a mediados de 1970, el sector industrial entró en una gran crisis
sufrida por las pequeñas y medianas empresas por la concentración y centralización del
capital económico en grandes grupos. El Estado tuvo un rol fundamental en esta crisis ya que
la deuda externa se estatizó, comenzando a ser pagada por los ciudadanos, lo cual agravaba
las situaciones económicas. A partir de lo planteado podemos reflexionar acerca de cómo a
lo largo de la historia las políticas públicas y económicas modifican las condiciones de la
clase media, la cual tiende a descender; en este caso produciendo que la clase baja incorpore
“nuevos pobres”.

Representaciones
Comprenden visiones acerca de la vida, las edades, los géneros, la salud y el cuerpo que
funcionan como “principios de incorporación” de la comida construyendo “gustos de clase”
donde cada sector se reconoce y se diferencia. Las representaciones de los alimentos, de las
comidas y los cuerpos sustentan la pertenencia a un sector identificando a los que son, piensan
y comen “como nosotros” separándonos de los que no son, no comen y no piensan, es decir,
“son los otros”. Y en esta clasificación entre “nosotros y los otros”, cada grupo llenará el
“nosotros” de condiciones positivas que sostengan su identidad, diferenciándose de “los otros”
que por no compartir “nuestra” idea del mundo, “no saben pensar, ni comer, ni vivir”. Hemos
encontrado tres representaciones del cuerpo que funcionan como principio de inclusión de tres
tipos de alimentos, que se organizan en tres tipos de comensalidad, que se verifican
fundamentalmente por la pertenencia a cierto sector de ingresos. Aunque los límites son
difusos, podemos describir:
Cuerpo Fuerte=alimentos rendidores= comensalidad colectiva
La primera representación es el “cuerpo fuerte” de lo hogares de menores ingresos. Ideal de
cuerpo fuerte que se verifica en las formas, la postura y la actividad, seguramente relacionado
con el valor de mercado del cuerpo ya que para los trabajos mano de obra intensivos que
realiza este sector, un cuerpo esbelto no sería elegible por los empleadores. Este cuerpo fuerte
es una representación que mucho tiene de aspiración porque el sector de más bajos ingresos se
enferma más, se atiende menos, se muere más y más joven que el resto.
Para alimentar a este “cuerpo fuerte” se necesita un tipo de alimentos, también “fuertes”
como la carne, los fideos, etc. el principio de incorporación que los rige es que sean alimentos
“rendidores” y esto quiere decir que sean “baratos”, “que llenen” y “que gusten”. Analizando la
base material de estas representaciones se observa que las canastas de los pobres
efectivamente logran mayor cantidad de alimentos a menor precio: son baratas (aunque no
nutricionalmente adecuadas porque ese sesgo hacia los alimentos de menor precio las
desbalancea hacia panificados, harinas, papas, grasa, azúcar, yerba, etc. los productos más
económicos y las vacía de carnes, frutas y verduras, lácteos industrializados, cuyos precios son
mayores). Llenan: Se componen de los alimentos que dan mayor sensación de saciedad (fideos,
papas, panificados, carnes grasas, y azúcares). El mercado de los pobres, además, provee al
“gusto pobre” con productos más grasos y azucarados a menor precio que los de consumo
indiferenciado masivo. Además, de nada serviría que un alimento fuera barato y llenara si
quedara en el plato y no se comiera porque no es rico. Sobre los alimentos rendidores han
construido un “gusto de lo necesario” que hace que se prefiera lo que de todas maneras se
estaría obligado a comer, admitiendo la monotonía como una virtud y protegiendo de la
frustración de desear lo imposible

Al comensal de otros sectores de ingresos, la “construcción social del gusto” le parece un


imposible porque ve en este gusto la última y más recóndita expresión de su subjetividad. La
idea de que se aprende a gustar como se aprende a hablar, internalizando las categorías de un
grupo social que a todos nos antecede, resulta particularmente conflictiva. Sin embargo,
debemos admitir que internalizamos las categorías de la cocina a través de los platos que se
ofrecen en el hogar, platos que llegan a esa mesa por una particular combinación de
posibilidades de acceso y representaciones del mundo que hace que “nuestra familia coma
así”. Y esa internalización de los platos que nuestra familia puede comer da forma a una
gramática culinaria que enlaza ciertos sabores y ciertas combinaciones y nos une a los que
tienen los mismos gustos y estan similares condiciones. Los gustos identifican a los que los
comparten diferenciando y excluyendo a los que no lo hacen, y sus consecuencias cristalizan en
tipos de alimentos, y combinaciones de sabores y texturas en platos que definen diferentes
formas de comer, de vivir y de enfermar (en tanto la alimentación es un factor pre-patológico
por excelencia 37 . Estos alimentos rendidores se consumen en forma de “comida de olla” la
mejor opción para combinar pocas hornallas, poco menaje y poco tiempo de la mujer que al
mismo tiempo es madre-cocinera-trabajadora y ama de casa. Esta comida de olla (guisos y
sopas) se consumen en un tipo de comensalidad que trasciende a la familia y se abre a “los
compañeros” porque donde la comida es un valor no se le niega a nadie un plato, todos los que
están son bienvenidos. Las comidas se estiran con agua y pan y los lazos se afianzan cuando se
pasa a ser “como de la familia” marcando la solidaridad de la pobreza frente a la
individualidad excluyente de los otros sectores. Los comedores populares, repiten las mismas
pautas de la comida “rendidora” es decir colectiva, monótona y saturada de hidratos y grasas.
Para los comedores institucionales es importante seguir las pautas de alimentación del grupo
porque no pueden pagar el precio del rechazo, por otro lado son efectivamente las comidas de
menor precio. Pero el costo que pagan por no innovar, por no ofrecer alternativas, también es
un costo social, porque la restricción del conflicto que significa no abrir el abanico de
posibilidades impide repensar la comida y sus derivaciones. Si las normas y valores son “capital
social” estas instituciones asistenciales que cristalizan las representaciones populares
sancionándolas como “la comida popular-institucional” ayudan a empobrecer el capital
cultural porque clausuran opciones. Habíamos dicho que el gusto encubre como individual un
hecho social, pero vuelve a su matriz social cuando se analizan las consecuencias de este gusto
que se observan por sus resultados en los cuerpos (y en sus patologías). La identificación
positiva de sí mismos como “fuertes” y “francos” se transformará en “gordos” por el volumen y
“brutos” por las maneras, en la mirada de los otros. Ya que la base de la pirámide de ingresos
también define por la negativa las cualidades que hay que tener para separarse, para no ser,
no estar en el peor lugar de la escala social.
Debemos concluir que las restricciones alimentarias que encubren los alimentos “rendidores”
forman dietas monótonas, restringidas a 22 productos, donde priman los hidratos y las grasas,
el hecho que rindan por baratos, que llenan y que gustan hace que se repitan en las comidas de
olla cotidianas generando dietas pobres sin los nutrientes necesarios y con excesos peligrosos.
Estudios nutricionales señalan carencias de calcio y de hierro junto a vitaminas y minerales de
alimentos protectores (frutas y verduras) cuyo precio, sensación de saciedad y gusto los
convierten en cuasi exóticos en la canasta de los pobres. Esto tiene consecuencias, y se
advierten en los cuerpos, más gruesos por el exceso de grasas e hidratos ricos en energía, y
más bajos que el resto de la población, “acortados” que no han llegado a desarrollar el
potencial genético de altura, desnutridos crónicos, con un déficit de talla marcado desde la
niñez. Estos “cuerpos fuertes” –dentro de su propio sistema clasificatorio- se convierten en
“gordos” desde la mirada de los otros sectores, y “flojos”, cuando su debilidad no se
correlaciona con su tamaño (gordos panza de agua)
Cuerpo lindo=alimentos ricos=comensalidad familiar
Para los sectores de ingresos medios la representación del ideal del cuerpo es la belleza de sus
formas (identificada con la flacura). El principio de incorporación en la comida se basa en que
―es rica‖, representando las tendencias mas estables del patrón alimentario rioplatense,
aunque podamos identificar varios cursos de acción a la hora de comer, según pertenezcan a
hogares empobrecidos, conservadores o innovadores. Es el grupo que presenta la peor de las
cargas porque sostener un cuerpo lindo (que en su expresión física es flaco) teniendo como
principio de inclusión de los alimentos “lo rico” (identificado con las grasas, azúcares, pastas y
carnes rojas) está cerca de ser una misión imposible. Por eso son grandes consumidores de
(cualquier tipo de) dietas que se viven como momentos de abstinencia entre atracones. La
comensalidad, en tanto, es familiar. La mesa es un altar donde las mujeres dejan su tiempo, su
arte, su historia y su recuerdo. A este entorno valorizado tanto por la comida como por la
situación se accede por invitación y luego de dar señales de pertenencia (un novio/a por
ejemplo). Frente al “todo se mezcla en el estómago” de los anteriores, en los platos y la mesa
de los cultores del cuerpo lindo, rigen normas de separación estricta de alimentos, platos,
servicio, texturas, bebidas, temperaturas y sabores. La comensalidad familiar, real o simbólica,
se supone patrimonio de este sector, frente a la comensalidad colectiva de los mas pobres o la
individual de los mas ricos, el sector de ingresos medios se piensa a si mismo como el último
baluarte de la mesa familiar, aunque en esa mesa mande el televisor y las novelas
costumbristas de la hora de la cena.
Cuerpos sanos=alimentos light=
comensalidad individual Rigen en el sector de mayores ingresos las representaciones del
cuerpo ―sano”, la que se identifica con la preocupación por estar delgados (igual que el
anterior) que en este tiempo se asocia tanto a la estética como a la salud. Siguiendo este único
principio de incorporación: alimentos light, preferirán productos sin grasas ( una verdadera
lipofobia) y sin azúcar, organizadas en un tipo de comensalidad donde predominan los platos
individuales, aún en comidas familiares. Tarteletas, ensaladas compuestas, omellet, creps,
tortillas, son platos individuales que se preparan siguendo el gusto o la necesidad de cada
comensal. Y cada comensal debe comer lo que quiere o puede, poniendo del lado del sujeto la
decisión de que comer y cuanto comer, porque la lógica del plato individual impide hacer un 44
omellet con tres cuartos de huevo. En este sector se comparte la mesa no necesariamente la
comida, y en esto se diferencia radicalmente de los anteriores. Así podemos encontrar en una
cena familiar, a la madre comiendo un plato según la dieta de saturno, al padre otro bajo en
colesterol, un hijo con dieta para deportista de alto rendimiento y una hija vegetariana ovo-
láctea. Se comparte la mesa, pero la comida es individual, cada uno ha elegido según su
necesidad, gustos, creencias y con ellas deberá comer y más importante saber cuándo dejar de
comer. Esta tendencia a posponer el placer en la comida, pensando en la salud futura hace que
su consumo tenga la característica de un régimen de vida. Observamos una aspiración de
controlar el cuerpo, (sus formas, su salud) a través de la dieta y la actividad física. Ahora bien,
basados en esta característica de diferir el goce, identificamos en este sector cierto valor moral
adscripto a la elección y a la privación alimentaria (pudiendo comer hasta rodar eligen ser
flacos) y al “trabajo” (en gimnasia, deportes, cirugías y arreglos corporales) ligados a la
delgadez. Es justamente desde esta concepción del logro de un cuerpo sano como valor moral
que se juzga negativamente al pobre gordo pobre que no puede otra cosa que serlo por las
condiciones de su acceso. Estos rasgos particulares de las representaciones de cada sector de
ingresos se superponen a la crisis global de comensalidad que compartimos. Nuestra
alimentación industrial nos inunda de productos atractivos pero insípidos, los alimentos
“naturales” son una rareza, las manzanas son hermosas para mirar, pero saben a corcho al
comerlas, además quién sabe qué productos han utilizado en su cultivo si aquí se comercializan
sustancias que en otros países están recontra-prohibidas 39. En todos los puntos cardinales
encontamos lo mismo perdiendo las producciones y los sabores locales, en todos lados
productos similares (cuatro tipos latas de tomates: enteros, puré, en trozos y condimentados),
para los que puedan pagarlos. Pero si bien la desconfianza y la baja de las cualidades
gustativas nos identifica al mundo, la confianza en los “sistemas expertos” nos diferencia.
Sospechamos que bajo la desinformación está la trampa ya que no podemos comparar el
rotulado de nuestros alimentos (algunos expresan su fórmula en gramos, otros por porción,
otros en porcentaje de las necesidades) sospechamos que el estado no controla y la industria
solo busca su ganancia por lo que a nadie le interesa que sepamos qué comemos. sumando
infiernos a los infiernos de la comida industrial. Como en todo el mundo la representación de la
comensalidad visualizada en la mesa familiar está retrocediendo. Todos los sectores picotean,
los pobres: pan frente a la bolsa, los otros: chocolate frente al kiosko o un mix de todo frente a
la heladera. La soledad del comensal moderno hace que se pueda comer solo en la mismísima
mesa, cuando la familia en pleno se entrega durante la cena al consumo de las novelas (eso si
costumbristas) de la noche televisiva. Así cada uno frente a su plato y frente al televisor,
masificado en su soledad tecnológica, cumple con el vaciamiento de contenido de la mesa,
donde no solo se servía comida sino historia, roles, socialización en fin, que formaba parte de la
identidad, no como “materia de estudio” sino como “vivencia cotidiana” . Comentarios sobre
los otros, recuerdos, historias que se compartían con la comida y transmitían “nuestra” manera
de ver el mundo e interpretar la realidad, desaparecen o solo tienen lugar estimulados por
alguna situación de los personajes y durante las tandas publicitarias (si es que no se hace
zapping para buscar otra cosa).

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