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Agrandar El Corazon

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opusdei.

org

Conferencia del
Prelado: «Agrandar el
corazón»
Algunas consideraciones de Mons.
Fernando Ocáriz, prelado del Opus
Dei, sobre la acción social del
cristiano a la luz del mensaje de san
Josemaría, que tuvo lugar en la
jornada #BeToCare, en la que
participaron 200 emprendedores
sociales de 30 países.

22/01/2023

Sumario

Introducción
La dimensión espiritual
La dimensión profesional
La dimensión personal
La dimensión colectiva
En el horizonte del centenario del
Opus Dei (2028-2030)

Con motivo del décimo aniversario de


Harambee, Mons. Javier Echevarría
pronunció la conferencia El corazón
cristiano, motor del desarrollo social[1].
Al cumplirse 20 años de la misma
iniciativa y en el marco de esta
Jornada sobre innovación social,
quisiera continuar las reflexiones de
mi predecesor. A la luz de la doctrina
social de la Iglesia y del mensaje de
san Josemaría, me detendré sobre la
dimensión social de la vocación
cristiana.

Hace diez años, don Javier nos


recordaba que el diálogo entre Jesús
y un doctor de la Ley expresa que el
amor a Dios es inseparable del amor
a los demás: “cuando un doctor de la
ley le preguntó cuál era el primer
mandamiento, el Señor no se limitó a
indicar que el amor a Dios es el más
grande y primer mandamiento, sino
que añadió la necesidad de amar al
prójimo como mandamiento incluido
en el primero (Mt 22, 35-39)” .
[2]

Es importante tener presente la


dimensión relacional de la persona.
Benedicto XVI, en la encíclica Caritas
in veritate, afirma que “la criatura
humana, en cuanto de naturaleza
espiritual, se realiza en las relaciones
interpersonales. Cuanto más las vive
de manera auténtica, tanto más
madura también en la propia
identidad personal”. Esta realidad
“obliga a una profundización crítica y
valorativa de la categoría de la
relación (…)” y ayuda a “captar con
claridad la dignidad trascendente del
hombre”[3].

Vosotros, con modos y perspectivas


muy diversas, os dedicáis
profesionalmente a cuidar y
dignificar personas, especialmente a
las más necesitadas. Sabéis por
experiencia que, aunque las
instituciones y las estructuras sean
necesarias, para lograr el verdadero
desarrollo integral, es preciso
también el encuentro entre personas,
crear los contextos y las condiciones
para que el desarrollo pueda ocurrir,
para que la persona tenga la
oportunidad de perfeccionarse en
todas sus dimensiones. Como
discípulos de Jesucristo, estamos
llamados por un nuevo título -el de
cristianos- a cuidar a las personas, a
cuidar el mundo.

¿Qué vemos en el mundo? Junto a


nuevas posibilidades de promoción
humana ofrecidas por los avances en
salud, tecnología, comunicaciones y
tantos ejemplos inspiradores, afloran
las injusticias y heridas por las que
sangra la humanidad. “En el mundo
actual, la pobreza presenta muchos
rostros diversos: enfermos y ancianos
que son tratados con indiferencia, la
soledad que experimentan muchas
personas abandonadas, el drama de
los refugiados, la miseria en la que
vive buena parte de la humanidad
como consecuencia muchas veces de
injusticias que claman al Cielo”[4].

Como os decía también en una carta


de 2017, “Nada de esto nos puede
resultar indiferente”, todos y todas
estamos llamados a “poner en
movimiento la «imaginación de la
caridad» para llevar el bálsamo de la
ternura de Dios a todos nuestros
hermanos que pasan necesidad”[5].

Cuando los seres humanos ignoran o


se desentienden de su condición de
ser hijos de Dios, todas sus relaciones
quedan afectadas: con uno mismo,
con los demás y con la creación.
Como ha dicho el Papa Francisco, la
interdependencia se transforma en
dependencias, “perdemos esta
armonía de interdependencia en la
solidaridad”[6].

Somos corresponsables de cuidar el


mundo, estableciendo relaciones
fundadas en la caridad, la justicia y el
respeto, especialmente superando la
enfermedad de la indiferencia. San
Juan Pablo II escribió: “Sí, cada
hombre es «guarda de su hermano»,
porque Dios confía el hombre al
hombre”[7].

Buena parte de las iniciativas a las


que representáis han nacido por
inspiración de san Josemaría. Y
muchos de vosotros, a partir de la
misma inspiración, trabajáis en
organizaciones de signos y
orientaciones diversas porque os
habéis sentido empujados a “hacer
algo”, a no quedaros con los brazos
cruzados.

Está en el núcleo del espíritu del Opus


Dei convertir las realidades
ordinarias en lugar de encuentro con
Dios y de servicio a los demás; la
aspiración de personas maduras,
sensibles hacia los demás y
profesionalmente competentes, que
buscan hacer del mundo un lugar
más justo y fraterno. “Amar al mundo
apasionadamente”, implica
conocerlo, cuidarlo y servirlo.

La actitud ante las necesidades


sociales la resumía san Josemaría en
una carta publicada en los años 50
del siglo pasado: “Un cristiano no
puede ser individualista, no puede
desentenderse de los demás, no
puede vivir egoístamente, de
espaldas al mundo: es esencialmente
social, miembro responsable del
Cuerpo Místico de Cristo” .
[8]

De la mano del fundador del Opus


Dei, en esta sesión me detendré en
cuatro dimensiones: la espiritual, la
profesional, la personal y la colectiva.

La dimensión espiritual

Podría parecer utópico pensar que


somos capaces de hacer algo para
paliar el sufrimiento de la
humanidad. Sin embargo, sabemos
que es Jesús quien carga con el dolor
humano. Las llagas en su costado, en
sus manos y en sus pies recuerdan las
llagas del mundo. Y Jesús nos ha
dicho: “lo que hicisteis con uno de
estos conmigo lo hicisteis”[9].

El camino de identificación con Cristo


va transformando el corazón
humano y lo abre a la caridad. La
unión con el Señor, en los
sacramentos y en la oración, lleva a
descubrir al prójimo y sus
necesidades y a prestar menos
atención a uno mismo. La caridad
cambia la mirada. “La caridad de
Cristo no es solo un buen sentimiento
en relación al prójimo; no se para en
el gusto por la filantropía. La caridad,
infundida por Dios en el alma,
transforma desde dentro la
inteligencia y la voluntad:
fundamenta sobrenaturalmente la
amistad y la alegría de obrar bien”[10].

Hace un tiempo, en una carta os


invitaba a pedir al Señor que nos
agrandara el corazón, que nos diera
un corazón a su medida “para que
entren en él todas las necesidades, los
dolores, los sufrimientos de los
hombres y las mujeres de nuestro
tiempo, especialmente de los más
débiles”[11]. Un corazón orante, en
medio del mundo, que sostiene y
acompaña a los demás en sus
necesidades.

La identificación con Jesús nos abre a


las necesidades de los demás. Al
mismo tiempo, el contacto con el
necesitado, nos lleva a Jesús. Por eso,
san Josemaría escribía: “Los pobres —
decía aquel amigo nuestro— son mi
mejor libro espiritual y el motivo
principal para mis oraciones. Me
duelen ellos, y Cristo me duele con
ellos. Y, porque me duele, comprendo
que le amo y que les amo”[12].

Jesús tuvo predilección por los pobres


y por quienes sufrían, pero también
quiso ser él mismo necesitado y
víctima. En la persona que sufre se
entrevé a Jesús que nos habla.
¿Sabemos aprender de los pobres,
encontrar en ellos el rostro de Cristo
y -como dice el Papa Francisco-
"dejarnos evangelizar por ellos"?[13].
Desde la primitiva Iglesia se ha
entendido que el mensaje Evangélico
pasaba por la preocupación por los
pobres y que es un signo reconocible
de identidad cristiana y un elemento
de credibilidad[14].

La dimensión profesional

Deseamos poner a Cristo en el


corazón de todas las actividades
humanas, santificando el trabajo
profesional y los deberes ordinarios
del cristiano. Esta misión se
desarrolla en medio de la calle, en la
sociedad, especialmente con el
trabajo. Como nos recuerda san
Josemaría, “el trabajo corriente —sea
humanamente humilde o brillante—
es de un gran valor y puede ser un
medio eficacísimo para amar y servir
a Dios y a los demás hombres”. E
invita a todos “a trabajar —con plena
autonomía, del modo que les parezca
mejor— para borrar las
incomprensiones y las intolerancias
entre los hombres y para que la
sociedad sea más justa”[15].

Para quien desea seguir a Cristo,


cualquier trabajo es una oportunidad
de servir a los demás y especialmente
a los más necesitados. Hay
profesiones en las que esta
repercusión social se da de un modo
más inmediato o evidente, como en
vuestro caso, el trabajo en
organizaciones centradas en mejorar
las condiciones de vida de personas o
grupos desfavorecidos. Pero esta
dimensión de servicio no es solo para
algunos, ha de estar presente en
cualquier trabajo honrado.
Desde que san Josemaría comenzó a
difundir su mensaje, decía que para
santificar el mundo no era necesario
cambiar de lugar, profesión o
ambiente. Se trata de cambiar uno
mismo en el lugar en el que se
encuentra.

En el ideal cristiano del trabajo


confluyen la caridad y la justicia.
Lejos de las lógicas del “éxito”, el
servicio a los demás es el mejor
parámetro del desempeño laboral de
un cristiano. Satisfacer las exigencias
de la justicia en el trabajo profesional
es un objetivo alto y ambicioso;
cumplir con las propias obligaciones
no siempre es fácil y la caridad va
siempre más lejos, pidiendo a cada
una y a cada uno salir generosamente
de uno mismo hacia los demás.

En la parábola del buen samaritano,


el posadero pasa como en segundo
plano: solo se dice que actuó
profesionalmente. Su conducta nos
recuerda que el ejercicio de cualquier
tarea profesional nos da ocasión de
servir a quienes padecen necesidad.
A veces, podría insinuarse la
tentación de “refugiarse en el
trabajo”, en el sentido de no
descubrir su dimensión social
transformadora, conformándonos
con un falso espiritualismo. El
trabajo santificado es siempre una
palanca de transformación del
mundo, y el medio habitual a través
del cual se deberían producir los
cambios que dignifican la vida de las
personas, de modo que la caridad y la
justicia empapen verdaderamente
todas las relaciones. El trabajo así
realizado podrá contribuir a purificar
las estructuras de pecado[16],
convirtiéndolas en estructuras donde
el desarrollo humano integral sea
una posibilidad real.

La fe nos ayuda a mantener la


confianza en el futuro. Como
aseguraba san Josemaría, “nuestra
labor apostólica contribuirá a la paz,
a la colaboración de los hombres
entre sí, a la justicia, a evitar la
guerra, a evitar el aislamiento, a
evitar el egoísmo nacional y los
egoísmos personales: porque todos se
darán cuenta de que forman parte de
toda la gran familia humana, que
está dirigida por voluntad de Dios a la
perfección. Así contribuiremos a
quitar esta angustia, este temor por
un futuro de rencores fratricidas, y a
confirmar en las almas y la sociedad
la paz y la concordia: la tolerancia, la
comprensión, el trato, el amor” .
[17]

La dimensión personal

El mensaje del Opus Dei nos impulsa


a esforzarnos por la transformación
del mundo a través del trabajo. Esto
incluye también “tener compasión”,
como el samaritano[18], como
exigencia del amor, que lleva la ley
(“lo obligatorio”), a su plenitud . El
[19]

amor hace que nuestra libertad se


encuentre cada vez más dispuesta y
preparada para hacer el bien.

Escribía san Josemaría en una carta


fechada en 1942: “La generalización
de los remedios sociales contra las
plagas del sufrimiento o de la
indigencia –que hacen posible hoy
alcanzar resultados humanitarios,
que en otros tiempos ni se soñaban–,
no podrá suplantar nunca la ternura
eficaz –humana y sobrenatural– de
este contacto inmediato, personal,
con el prójimo: con aquel pobre de un
barrio cercano, con aquel otro
enfermo que vive su dolor en un
hospital inmenso (…)”[20].

Se presenta ante nosotros un


panorama amplísimo en la familia y
en la sociedad, y un corazón
ensanchado, tratará de cuidar con
esmero a sus padres ancianos, dar
limosna, interesarse por los
problemas de los vecinos, rezar por
un amigo agobiado por una
preocupación, visitar un pariente
enfermo en el hospital o en su casa,
pararse a hablar con una persona que
vive en la calle a la que vemos
habitualmente, escuchar
pacientemente, etc., etc.

De ordinario, no se trata de sumar


nuevas tareas a las que ya
realizamos; se trata más bien de
procurar manifestar desde la propia
identidad el amor de Cristo a los
demás. La pregunta sobre la caridad
no es solo qué tengo que hacer sino,
antes, quién soy para el otro y quién
es el otro para mí.

En este cultivo diario de la


solidaridad, nos encontramos con los
demás y así las necesidades de otros
se convierten también en un punto
de encuentro entre personas de
buena voluntad, cristianos o no, pero
unidos ante las situaciones de
pobreza e injusticia.

Este diálogo con la necesidad y la


vulnerabilidad, seguramente tendrá
como resultados una piel sensible y
una vida de oración cercana a la
realidad. Estaremos preparados para
tomar decisiones de mayor
austeridad personal, evitando el
consumismo, el atractivo de la
novedad, el lujo… y sabremos
renunciar a bienes innecesarios que
quizá nos podríamos permitir por
nuestra situación profesional.
Seremos así permeables al cambio
personal, a tener los oídos abiertos al
Espíritu Santo y escuchar lo que nos
dice a través la pobreza.

La relación de Cristo con los


necesitados es uno a uno.
Ciertamente, las obras colectivas son
necesarias, pero la caridad es
personal, porque así es nuestra
relación con Dios. En una cristiana o
en un cristiano maduro, el despliegue
de las obras de misericordia vividas
[21]

personalmente fluye de manera


orgánica, al igual que un árbol que,
mientras crece, da más fruto y
sombra. Desde esta perspectiva, se
percibe también la
complementariedad que existe entre
las diversas manifestaciones del
apostolado personal y la generosidad
con los necesitados.

San Josemaría describía la


trascendencia social de la caridad
personal en medio del mundo,
acudiendo al ejemplo de los fieles de
la primitiva Iglesia: “así actuaron los
primeros cristianos. No tenían, por
razón de su vocación sobrenatural,
programas sociales ni humanos que
cumplir; pero estaban penetrados de
un espíritu, de una concepción de la
vida y del mundo, que no podía dejar
de tener consecuencias en la sociedad
en que se movían” .
[22]

La dimensión colectiva

No quiero dejar de agradecer el bien


que hacéis a través de las labores
inspiradas por san Josemaría y a
quienes trabajáis, también inspirados
por él, en distintas organizaciones
que prestan un servicio directo a los
más necesitados. Pienso en aquel
joven sacerdote que cuidaba pobres y
enfermos en el Madrid de los años 30
del siglo XX. La “piedra caída en el
lago” ha llegado lejos. Aunque
[23]

somos conscientes de nuestras


limitaciones, damos gracias a Dios y
le pedimos ayuda para mejorar y
continuar.

Las obras colectivas mantienen viva


la sensibilidad social cristiana y son
una expresión civil y pública de
misericordia. Como dice el Compendio
de la doctrina social de la Iglesia, “en
muchos aspectos, el prójimo que
tenemos que amar se presenta “en
sociedad” (...): amarlo en el plano
social significa, según las situaciones,
servirse de las mediaciones sociales
para mejorar su vida, o bien eliminar
los factores sociales que causan su
indigencia. La obra de misericordia
con la que se responde aquí y ahora a
una necesidad real y urgente del
prójimo es, indudablemente, un acto
de caridad; pero es un acto de
caridad igualmente indispensable el
esfuerzo dirigido a organizar y
estructurar la sociedad de modo que
el prójimo no tenga que padecer la
miseria, sobre todo cuando ésta se
convierte en la situación en que se
debaten un inmenso número de
personas y hasta de pueblos enteros,
situación que asume, hoy, las
proporciones de una verdadera y
propia cuestión social mundial”[24].

San Josemaría recordaba que “el


Opus Dei [ha de estar presente]
donde hay pobreza, donde hay falta
de trabajo, donde hay tristeza, donde
hay dolor, para que el dolor se lleve
con alegría, para que la pobreza
desaparezca, para que no falte
trabajo —porque formamos a la
gente de manera que lo pueda tener
—, para que metamos a Cristo en la
vida de cada uno, en la medida en
que quiera, porque somos muy
amigos de la libertad” .Con las
[25]

limitaciones propias de las


instituciones humanas, las realidades
colectivas promovidas por los fieles
del Opus Dei tratan también de
encarnar y expresar el espíritu de
servicio en el ámbito social.

En vuestra actividad se fusionan


todas las dimensiones que
consideramos: fundamento
espiritual, trabajo profesional y
cuidado de los necesitados tomados
como grupo (caridad social) en el que
se afirma también la dignidad de
cada uno (caridad personal). Se une
así la necesaria competencia
profesional de un área que requiere
cada vez más especialización, con el
espíritu cristiano expresado en las
obras de misericordia. Se podría
decir que quienes promovéis o
colaboráis con estas labores aspiráis
a ser al mismo tiempo samaritanos y
posaderos.

Por otra parte, cada labor colectiva, y


no sólo las directamente percibidas
como “sociales”, puede tener una
dimensión social explícita, una
preocupación por el entorno, unos
fines de servicio a los demás, un
modo de relacionarse con los pobres,
una intención de reconciliar al
mundo con Dios… Toda obra
colectiva de inspiración cristiana (un
colegio, una universidad, una escuela
de negocios, un hospital, una
residencia, etc.), aunque su misión
inmediata no consista en favorecer
colectivos necesitados, ha de integrar
en su ethos este rasgo central del
cristianismo que es la caridad social.

En este sentido, es lógico que cada


labor colectiva se pregunte
habitualmente sobre las expresiones
prácticas y tangibles de su
contribución social y de su servicio a
las personas más necesitadas. Esa
contribución es un efecto connatural
de esa actividad, no un simple
añadido.

Conviene preguntarse, “desde que


existe esta iniciativa, ¿a qué
necesidades sociales procura dar
respuesta?, ¿en qué ha mejorado el
entorno?” El Señor nos pide que,
desde la imaginación de la caridad,
reflexionemos sobre este aspecto en
cada labor.

En el horizonte del centenario


del Opus Dei (2028-2030)

Los próximos años ofrecen una


ocasión especial para revitalizar el
servicio a los necesitados de manera
personal o colectiva, tomando una
mayor conciencia de su importancia
en el mensaje de san Josemaría. En
esto, son especialmente valiosas las
ideas y propuestas de quienes os
dedicáis de un modo inmediato a este
ámbito.

Junto a los temas que propondréis,


sugiero dos posibles líneas de
reflexión.
Trabajar con otros. San Josemaría
animó siempre a los fieles de la Obra
a abrirse en abanico, a trabajar con
muchas otras personas, también no
católicas y no cristianas, en proyectos
de servicio. La globalización ha
provocado que la distribución de los
recursos, las migraciones, la falta de
acceso a la educación, la
concatenación de crisis económicas,
las pandemias y otros desafíos,
afecten cada vez a más personas. Se
percibe vivamente la dependencia
mutua de la familia humana y se
mira el mundo como un hogar
compartido. Cada vez se hacen más
indispensables las instituciones de
desarrollo de todo tipo y se abre paso
la idea de colaboración y
coordinación de conocimientos y
esfuerzos. En un momento en el que
el sufrimiento es en cierto modo
global, deberíamos sentirnos más que
nunca hijos de un mismo Padre.

Investigación y estudio. Vuestra labor


os coloca en observatorios desde los
que podéis atisbar tendencias de
futuro. Esa posición, unida a
dilatadas experiencias de trabajo en
el área de desarrollo en diferentes
culturas y países, permite pensar en
espacios específicos de investigación
y estudio. Esto podría dar lugar a
propuestas de buenas prácticas,
programas de formación de
voluntarios, tareas de consultoría,
convocatorias de congresos y
encuentros con instituciones
similares por la materia o afinidades
regionales, acuerdos con centros
académicos para profundizar sobre
temas sociales desde distintas
perspectivas, aunando el trabajo
sobre el terreno con la investigación
académica. Estas posibilidades
recuerdan la aspiración de san
Josemaría, que veía a los cristianos
“in ipso ortu rerum novarum”, en el
mismo origen de los cambios sociales.

Desearía concluir con otras palabras


fuertes y estimulantes de san
Josemaría: “Un hombre o una
sociedad que no reaccione ante las
tribulaciones o las injusticias, y que
no se esfuerce por aliviarlas, no son
un hombre o una sociedad a la
medida del amor del Corazón de
Cristo. Los cristianos —conservando
siempre la más amplia libertad a la
hora de estudiar y de llevar a la
práctica las diversas soluciones y, por
tanto, con un lógico pluralismo—,
han de coincidir en el idéntico afán
de servir a la humanidad. De otro
modo, su cristianismo no será la
Palabra y la Vida de Jesús: será un
disfraz, un engaño de cara a Dios y de
cara a los hombres” .
[26]

Ojalá, la reflexión que comenzáis hoy


con vistas al centenario de la Obra,
sirva para profundizar en esta
llamada de nuestro fundador, y a
concretarla en el plano espiritual y
personal, en el trabajo profesional y
en todas las iniciativas sociales y
educativas que, de un modo u otro,
encuentran inspiración en su
mensaje. En este campo, como en
otros, se pueden aplicar las palabras
de san Josemaría: está todo hecho y
está todo por hacer. Seguro que nos
animaría a seguir soñando.
Javier Echevarría, conferencia El
[1]

corazón cristiano, motor del


desarrollo social, octubre 2012,
Pontificia Universidad de la Santa
Cruz.

[2] Ibíd.

Benedicto XVI,Caritas in veritate,


[3]

29-06-2009, n. 53, subrayado en el


original.

Fernando Ocáriz, Carta pastoral, 14-


[4]

II-2017, n. 31.

Ibíd.
[5]

Francisco,Audiencia general, 2-IX-


[6]

2020.

San Juan Pablo II, encíclica


[7]

Evangelium vitae, 25-III-1995, n. 19.

San Josemaría, Cartas (Vol. I),


[8]

edición crítica y anotada, preparada


por Luis Cano, Rialp, Madrid 1ª
edición, 2020, Carta n. 3, 37d, p. 188.
[9]
Mt 25, 40.
[10]
San Josemaría Escrivá, Es Cristo
que pasa, edición critico-histórica
preparada por Antonio Aranda, Rialp,
2013, Madrid, homilía El respeto
cristiano a la persona y su libertad,
71d, p. 442.

Fernando Ocáriz, Carta pastoral,


[11]

14-II-2017, n. 31.

San Josemaría, Surco, n. 827.


[12]

Francisco, Mensaje V Jornada


[13]

mundial de los Pobres, 14-XI-2021.

Cfr. Benedicto XVI, encíclica Deus


[14]

caritas est, 25-XII-2005, n. 20.

San Josemaría, Conversaciones con


[15]

monseñor Escrivá de Balaguer, edición


crítico-histórica preparada bajo la
dirección de José Luis Illanes, Rialp,
Madrid, 2012, n. 56.

Cfr. San Juan Pablo II,


[16]

encíclicaSollicitudo rei socialis, 30-XII-


1987, n. 36.

San Josemaría, cit., Cartas (Vol. I),


[17]

Carta n. 3, n. 38a y 38b, pp. 188-189.


Cfr. Lc 10, 33.
[18]

Cfr. Rom 13, 8-10.


[19]

San Josemaría,Carta 24-X-1942, n.


[20]

44: AGP, serie A.3, 91-7-2.

Cfr. Catecismo de la Iglesia


[21]

Católica, n. 2447.

San Josemaría, Carta 9-I-1959, n.


[22]

22.
[23]
San Josemaría, Camino, n. 831.

Compendio de la doctrina social de


[24]

la Iglesia, n. 208.

San Josemaría, Una mirada hacia el


[25]

futuro desde el corazón de Vallecas,


Madrid, 1998, p. 135 (palabras
pronunciadas el 1-X-1967).

San Josemaría, Es Cristo que pasa,


[26]

cit., n. 167.

Fernando Ocáriz, prelado del Opus Dei


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corazon/ (06/11/2023)

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