GUIÓN DE TEATRO-LA CASA DE BERNARDA ALBA Copiaaaa
GUIÓN DE TEATRO-LA CASA DE BERNARDA ALBA Copiaaaa
GUIÓN DE TEATRO-LA CASA DE BERNARDA ALBA Copiaaaa
GRUPO 311
2023
1
PERSONAJES:
Bernarda: Alexis.
María Josefa (madre de Bernarda): Arath
Angustias: Frida
Magdalena: Yamilet.
Amelia: Vanessa.
Martirio: Frida F.
Adela: Valentina.
La Poncia: Rodrigo.
Criada: Michelle.
Prudencia: Aurora.
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PRIMER ACTO
(Interior de la casa de Bernarda. Habitación blanca. Puestas con cortinas. Mesa y sillas.
Decoración con cuadros con paisajes. Un silencio abrumador se extiende en escena. Al
levantarse el telón, la escena esta sola. Se oyen campanas de fondo.)
(Sale la Criada)
CRIADA. – Ya tengo el bendito “tin-tin” de las campanas metido en las sienes
LA PONCIA. – (sale dando bocado a un pan) Ya van sonando más de dos horas. En el
primer rezo se quería dormir Magdalena
CRIADA. – Es la que está más sola...
LA PONCIA. – ¡Era la única que quería al padre! ¡Gracias a Dios que por fin estamos
solas! Yo he venido a comer.
CRIADA. – ¡Si te viera Bernarda!...
LA PONCIA. – ¡Lo que ella quiere es que todas nos moramos de hambre!
CRIADA. – (Con tristeza ansiosa) ¿Por qué no me das para mi niña, Poncia?
LA PONCIA. – Toma (estirando una bolsa de garbanzos), llévate un puñado, al cabo que
hoy no se dará cuenta.
(Suena una voz en el interior)
MARÍA JOSEFA. – (Dese el interior) ¡Bernarda!
LA PONCIA. – ¡La vieja! ¿Está bien encerrada?
CRIADA. – Con dos vueltas de llave.
LA PONCIA. – Pero debes atrancar la puerta.
(Voz) MARÍA JOSEFA. – ¡Bernarda!
LA PONCIA. – (A voces) ¡Ya viene! (A la Criada) Limpia bien todo. Pobre de ti si
Bernarda no ve relucientes las cosas.
CRIADA. – ¡Que mujer!
LA PONCIA. – ¡No tiene corazón!
CRIADA. – Me sangran las manos de fregar todo.
LA PONCIA. – Ella, la más aseada; la más decente. ¡Buen descanso ganó su pobre marido!
3
(Se callan las campanas)
CRIADA. – (con intención) Contigo se porta bien.
LA PONCIA. – He dedicado treinta años lavando sus sabanas; comiendo sus sobras, noches
en vela; siempre llevándole el chisme; le he entregado mi vida entera, y, sin embargo,
¡Maldita sea!
CRIADA. – ¡Mujer!
LA PONCIA. – Pero soy buena perra; ladro cuando me lo dicen; mis hijos trabajan en sus
tierras, pero un día me hartaré.
CRIADA. – Y ese día…
LA PONCIA. – Le estaré escupiendo un año entero. “Bernarda, por esto, por aquello, por lo
otro”. Pero no le envidio la vida. Le quedan cinco mujeres, cinco hijas feas, quitando a
Angustias, que es hija del primer marido y tiene dinero, pero las demás ni que hablar.
CRIADA. – ¡Ya quisiera tener yo lo que ellas!
LA PONCIA. – Lo único que tenemos son nuestras manos y un espacio en algún panteón.
CRIADA. – Ésa es la única tierra que nos dejan a las que no tenemos nada.
(Suenan las campanas. Sale Poncia)
(Vuelven a sonar las campanas)
CRIADA. – (Gritando) Antonio María Benavides ¡Ya no volverás a levantarme las faldas
detrás de las puertas de tu corral! ¡Ay, Antonio, que ya no verás estas paredes! Yo fui la que
más te quiso de las que te sirvieron (tirándose del cabello)
(Aparece Bernarda y sus cincos hijas)
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MAGDALENA. – (A Angustias) Pepe el Romano estaba con los hombres del duelo.
BERNARDA. – Ella ha visto a su madre. A Pepe no lo he visto ni yo.
ANGUSTIAS. – Me pareció
BERNARDA. – Las mujeres en la iglesia no deben de mirar hombres. (con autoridad)
LA PONCIA. – (entre dientes) ¡Mujeres impúdicas! (Se va)
BERNARDA. – ¡Descansa en paz con la santa compañía de cabecera, con el ángel San
Miguel y su espada justiciera! Concede el reposo a tu sirvo Antonio María Benavides y dale
la corona de tu santa gloria.
Todas: Amén.
LA PONCIA. – (Entrando con una bolsa) Es de parte de los hombres, para los rezos.
BERNARDA. – Dales las gracias y échales una copa de aguardiente.
ANGUSTIAS. – (A Magdalena) Magdalena…
BERNARDA. – (A Magdalena, que inicia en llanto) ¡Shh!
(Sale Angustias)
LA PONCIA. – No tendrás ninguna queja. Ha venido todo el pueblo.
BERNARDA. – Sí, a llenar mi casa con el veneno de sus lenguas.
AMELIA. – ¡Madre, no hable usted así!
BERNARDA. – Es así como se tiene que hablar en este maldito pueblo. Niña, dame el
abanico.
ADELA. – Tome usted. (Le da un abanico, color rojo vibrante)
BERNARDA. – (Arrojando al suelo el abanico) ¿Es éste el abanico que se da a una viuda?
Dame uno negro y aprende a respetar el luto de tu padre.
MARTIRIO. – Tome usted el mío
BERNARDA. – ¿Y tú?
MARTIRIO. – Yo no tengo calor.
BERNARDA. – Pues busca otro que te hará falta. En ocho años que dure el luto de tu
padre. En esta casa no ha de entrar ni el viento de la calle, por lo mientras pueden empezar
a bordar el vestido de novia. Magdalena puede bordarlas.
MAGDALENA. – Lo mismo me da.
5
ADELA. – (Agría) Si no lo quieres hacer, está bien. Así las tuyas lucirán más.
MAGDALENA. – Ni las mías, ni las de ustedes. Sé que yo no me voy a casar. Prefiero
llevar sacos al molino. Todo menos estar sentada días y días dentro de esta sala oscura.
BERNARDA. – Esto tiene ser mujer.
MAGDALENA. – Malditas sean las mujeres.
BERNARDA. – Aquí se hace lo que yo mando. Ya no puedes ir con el cuento a tu padre.
Hilo y aguja para las hembras. Látigo y mula para el varón.
(Sale Adela)
(Voz) MARÍA JOSEFA. – ¡Bernarda! ¡Déjame salir!
BERNARDA. – (En voz alta) ¡Déjenla ya!
(Entra la Criada)
CRIADA. – Me ha costado mucho sujetarla. A pesar de sus ochenta años, sigue fuerte como
roble.
BERNARDA. – (A la Criada) Déjala que se desahogue en el patio.
CRIADA. – Ha sacado sus joyas y se ha puesto sus aretes de amatista y me ha dicho que se
quiere casar.
(Las hijas ríen)
(Entra Adela)
ADELA. – He visto a Agustias asomada y justo los hombres se acaban de ir.
BERNARDA. – ¿Y tú qué, también fuiste de chismosa?
ADELA. – (con intención) Todavía había un grupo parado por fuera.
BERNARDA. – (Furiosa) ¡Angustias! ¡Angustias!
(Entra Angustias)
ANGUSTIAS. – Mande usted.
BERNARDA. – ¿Qué mirabas y a quién?
ANGUSTIAS. –A nadie.
BERNARDA. – ¿Es decente que una mujer de tu clase vaya detrás de un hombre el día de
la misa de su padre? ¡Contesta! ¿A quién mirabas?
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ANGUSTIAS. – (Nerviosa) ¡Te he dicho que a nadie!
BERNARDA. – (Avanzando y golpeándola) ¡Mujerzuela!
LA PONCIA. – (corriendo y sujetando a Bernarda) ¡Bernarda, cálmate!
(Angustias llora)
BERNARDA. – ¡Fuera de aquí todas!
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BERNARDA. – Los hombres de aquí no son de su clase. ¿Es que quieres que las entregue a
cualquiera?
LA PONCIA. – Debías haberte ido a otro pueblo.
BERNARDA. – ¡Calla esa lengua!
LA PONCIA. – Contigo no se puede hablar. ¿Tenemos o no confianza?
BERNARDA. – Me sirves y te pago. ¡Nada más!
(Entra la Criada)
CRIADA. – Ha llegado Don Arturo que viene a arreglar las particiones.
BERNARDA. – Vamos (A la criada) Tú, empieza a blanquear el patio. (A la Poncia) Y tú,
ve guardando toda la ropa del muerto.
(Entran Amelia y Martirio y salen Bernarda, La Poncia y la Criada)
AMELIA. – ¿Tomaste tus medicinas?
MARTIRIO. – ¡Para lo que me van a servir!
AMELIA. – ¿Pero las has tomado?
MARTIRIO. – Yo hago las cosas sin fe, pero como un reloj. Yo me siento igual.
AMELIA. – Oye, ¿te diste cuenta de que Adelaida no estuvo en el duelo?
MARTIRIO. – Ya sabía. Su novio no la deja salir ni a esquina. Antes era alegre y ahora ni
polvo se echa en la cara.
AMELIA. – Ya no sabe una si es mejor tener o no novio.
MARTIRIO. – Es lo mismo.
AMELIA. – De todo tiene la culpa la crítica que no nos deja vivir. Adelaida habrá pasado
un mal rato.
MARTIRIO. – Le tiene miedo a nuestra madre, ella es la única que sabe toda la historia de
su padre y el origen de sus tierras. Su padre mató en Cuba al marido de su primera mujer y
luego la abandonó y se fue con otra que tenía una hija y luego tuvo relaciones con esta
muchacha, que es la madre de Adelaida y se casó con ella después de haber muerto loca la
segunda mujer.
AMELIA. – Y ese infame ¿Por qué no está en la cárcel?
MARTIRIO. – Porque los hombres se tapan unos a otros las cosas de este tipo, nadie es
capaz de delatarse, las cosas se repiten todo es una terrible repetición.
AMELIA. – ¡Que cosa más horrible!
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MARTIRIO. – Es preferible no ver a un hombre nunca. Siempre tuve miedo de crecer por
temor de encontrarme de pronto abrazada por ellos. Dios me ha hecho fea y los ha apartado
definitivamente de mí.
AMELIA. – ¡Eso no digas! Enrique Humanas estuvo detrás de ti y le gustabas.
MARTIRIO. – ¡Invenciones de la gente! Fue cosa de lenguas. Porque luego se casó con
otra que tenía más que yo.
AMELIA. – Y fea como un demonio.
MARTIRIO. – ¡Qué les importa a ellos la fealdad! A ellos les importan las tierras, las
yuntas y una perra sumisa que les dé de comer.
(Entra Magdalena)
MAGDALENA. – ¿Qué están haciendo?
MARTIRIO. – Aquí, nomás.
AMELIA. – ¿Y tú?
MAGDALENA. – Vengo de ver los cuadros bordados de nuestra abuela, que tanto nos
gustaba cuando éramos niñas. Aquella era una época más alegre. Cuando una boda duraba
10 días y no había malas lenguas. Hoy hay más finura, las novias se ponen velo blanco y se
bebe vino fino, pero nos pudrimos por el qué dirán.
AMELIA. – (A Magdalena) Tienes desamarrados los cordones de un zapato.
MAGDALENA. – ¡Qué más da!
AMELIA. – Te los vas a pisar y te vas a caer…
MAGDALENA. – ¡Una menos!
MARTIRIO. – ¿Y Adela? ¡Ah! Se puso el traje verde que se hizo para su cumpleaños y se
ha ido al corral y ha empezado a voces “¡Gallinas, mírenme! (ríe).
AMELIA. – ¡Si la hubiera visto mi madre!
MAGDALENA. – Pobrecita. Es la más joven de nosotras y tiene ilusión. Daría todo por
verla feliz (pausa).
(Entra Angustias con unas telas blancas en la mano)
ANGUSTIAS. – ¿Qué hora es?
MAGDALENA. – Ya deben ser las doce.
ANGUSTIAS. – ¿Tanto?
AMELIA. – Las terminaremos al atardecer.
(Sale Angustias)
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MAGDALENA. – (Haciendo las sábanas y con intención) ¿Ya saben la cosa?
AMELIA. – No.
MARTIRIO. – No sé a qué te refieres.
MAGDALENA. – No se hagan, que saben más que yo. ¡Lo de Pepe el Romano!
MARTIRIO. – Ah…
MAGDALENA. - Ah. Ya se comenta por el pueblo. Pepe quiere casarse con Angustias.
MARTIRIO. – Yo me alegro, es buen hombre.
AMELIA. – Yo también. Angustias tiene buena condición.
MAGDALENA. – Ninguna de las dos se alegran… Si el tipo viniera por Angustias como
mujer, yo me alegraría, pero viene por el dinero. A decir verdad, aunque ella sea nuestra
hermana, es una vieja enfermiza que ha tenido menos méritos que nosotras.
MARTIRIO. –No hables así.
AMELIA. – ¡Mentiras no dijo! Angustias tiene todo el dinero de su padre y es la única rica
de la casa, por eso, ahora que nuestro padre no está, vienen por ella.
MAGDALENA. – Pepe el Romano tiene veinticinco años y es el más decente. Lo natural
sería que te pretendiera a ti, Amelia. O a nuestra Adela que tiene veintitantos, pero no a que
venga por lo más oscuro de la casa.
MARTIRIO. – ¡A lo mejor a él le gusta Angustias!
MAGDALENA. – (se lleva las manos a la cabeza en forma de decepción)
(Entra Adela)
ADELA. – (suspirando) Este luto ha pasado en la peor época de mi vida que me pudo haber
tocado.
MAGDALENA. –Ya te acostumbraras.
ADELA. – (Llorando) No me acostumbraré. No puedo estar encerrada y pudrirme en esta
casa, así como ustedes. Mañana me pondré mi vestido verde y me iré a dar una vuelta.
¡Quiero salir!
(Entra la Criada)
CRIADA. – ¡Pepe el Romano viene por lo alto de la calle!
MAGDALENA. – ¡Vamos a verlo!
(Amelia, Martirio y Magdalena salen apresuradas)
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CRIADA. – (A Adela) ¿Tú no vas?
ADELA. – No me importa.
CRIADA. – Va a dar vuelta a la esquina, desde la ventana de tu cuarto se verá mejor (Sale
la criada)
(Adela se queda dudando; después de un instante se va y sale de escena)
(Entran Bernarda y La Poncia)
BERNARDA. – ¡Malditas particiones!
LA PONCIA. – ¡Cuánto dinero le queda a Angustias! Y a las otras bastante menos…
BERNARDA. – Ya me lo dijiste tres veces y no te he querido responder. Les queda mucho
menos. No me lo recuerdes.
(Sale Angustias muy arreglada y peinada sin el pañuelo de luto en la cabeza).
BERNARDA. – ¡Angustias! (levantando la voz) ¿Has tenido el valor de lavarte la cara en
el luto de tu padre?
ANGUSTIAS. – Mi padre murió hace mucho tiempo. Benavides no era mi padre.
BERNARDA. – Más le debes a él que al tuyo. Gracias a este hombre tienes hecha tu
fortuna.
ANGUSTIAS. – ¡Eso lo tenemos que ver! Madre, déjeme salir
BERNARDA. – ¿Salir? Después de que te hayas quitado esos polvos en la cara (se acerca
agresivamente y le quita con un pañuelo los polvos)
LA PONCIA. – ¡Bernarda, no seas agresiva!
(Bernarda se aleja de Angustias)
BERNARDA. – Aunque mi madre está loca, yo no, y sé perfectamente lo que hago
(Entran todas)
MAGDALENA. – ¿Qué pasa?
BERNARDA. – No pasa nada.
MAGDALENA. – (A Angustias) Si es por las reparticiones, puedes quedarte con todo.
ANGUSTIAS. – Cállate.
BERNARDA. –¡Hasta creen que van a poder conmigo! Hasta que salga de esta casa por los
pies delante, mandaré en lo mío y en lo de ustedes.
11
(Se oyen unas voces y entra en escena María Josefa. Con flores en la cabeza)
MARÍA JOSEFA. – Bernarda, ¿Dónde está mi pañoleta? No quiero que nada mío sea para
ustedes, porque ninguna de ustedes va a casarse ¡Ninguna!
BERNARDA. – (A la Criada) ¿Por qué la dejaste entrar?
CRIADA. – (temblando) ¡Se me escapó!
MARÍA JOSEFA. – Me escape porque me quiero casar, porque me voy a casar con un
varón hermoso a la orilla del mar, ya que aquí los hombres huyen de las mujeres.
BERNARDA. – ¡Calle usted, madre!
MARÍA JOSEFA. – ¡No! ¡No me callo! No quiero ver a estas mujeres solteronas,
haciéndose polvo el corazón.
BERNARDA. – ¡Enciérrala!
MARÍA JOSEFA. – ¡Déjame salir, Bernarda!
(La Criada toma a María Josefa)
BERNARDA. – ¡Ayúdenla! (Todas arrastran a la vieja)
MARÍA JOSEFA. – (descontrolada) ¡Quiero irme de aquí! ¡Bernarda! ¡A casarme a la orilla
del mar, a la orilla del mar!
CIERRA TELÓN
ACTO DOS
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MAGDALENA. – Todas, menos Angustias.
ANGUSTIAS. – Yo estoy perfectamente, duela a quien le duela. Afortunadamente, pronto
saldré de este abrumante infierno.
MAGDALENA. – ¡A lo mejor no sales!
MARTIRIO. – ¡Déjenlo ya por la paz!
ANGUSTIAS. – Mas vale tener dinero que ser atractiva.
MAGDALENA. – Como si eso me importara, solo tienes dinero por la herencia de
Benavides, que ni tu padre era.
AMELIA (A LA PONCHA). - ¿Podrás abrir la puerta del patio? A ver si asi nos entra algo
de aire fresco.
(La CRIADA lo hace)
MARTIRIO. – Anoche no pude dormir por el abrumante calor, no creo soportar estar 8 años
en estas condiciones.
LA PONCIA. - También me levante yo a eso de la una de la madrugada hacia demasiado
calor, y aún estaba Angustias con Pepe en la ventana.
MAGDALENA. - (Con ironía) ¿Tan tarde? ¿A qué hora se fue?
AMELIA. - Se marcho a eso de la una y media.
ANGUSTIAS. - ¿Tú como lo sabes?
AMELIA. - Lo sentir toser y oí los pasos de su caballo.
LA PONCIA. - Pero si yo lo sentí marchar a eso de las cuatro.
ANGUSTIAS. - (Afirmando lo que dijo Amelia) No sería el.
LA PONCIA. - Estoy segura.
AMELIA. - Yo también lo escuche a esas horas.
MAGDALENA. - ¡Que raro!
(La Criada sale de escena)
(Pausa)
LA PONCIA. - Oye, Angustias, Pero ¿qué te ha dicho la primera vez que se vieron?
ANGUSTIAS. - Nada ¿Qué querías que me dijera? Solo cosas que iban saliendo en la
plática.
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MARTIRIO. - Para mí es raro ver a dos personas que apenas se conocen siendo ya novios.
ANGUSTIAS. - Pues para mí no, porque cuando un hombre se acerca a una ventana ya
sabe a lo que va, y que se le dirá que sí.
MARTIRIO. - Bueno, pero el tendrá que hacer su esfuerzo y decírtelo.
ANGUSTIAS. - ¡Claro!
AMELIA. - (Curiosa) ¿Y cómo te lo ha dicho?
ANGUSTIAS. - Solo dijo “Ya sabes que ando detrás de ti, quiero a una buena mujer,
modosa, y esa eres tú, claro, si tú me das la oportunidad”.
AMELIA. - ¡A mí me darían vergüenza esas situaciones!
ANGUSTIAS. - A mí también, pero hay que pasarlas, y siempre habló él.
MARTIRIO. - ¿Y tú?
ANGUSTIAS. - Yo no puedo, en absoluto, casi me da un infarto, era la primera vez que
estaba sola con un hombre, y a altas horas de la noche.
MAGDALENA. - Y es atractivo.
ANGUSTIAS. - No tiene un mal tipo.
LA PONCIA. - Esas cosas pasan entre gente más instruida, que hablan sin pelos en la
lengua…. La primera vez que mi marido Evaristo vino a mi ventana, fue tan divertido
(recordando)… jajaja
(Todas ríen)
(Amelia corre haca la puerta)
AMELIA. – (Exaltada) Por un momento creí que llegaba nuestra madre.
MAGDALENA. – ¡Buenas nos hubiera puesto!
(Siguen riendo)
MAGDALENA. – Adela, no deberías de perderte esto. (grita)
(PAUSA)
MAGDALENA. – Iré a verla (Sale de escena en busca de Adela)
ANGUSTIAS. – La envidia la carcome.
AMELIA. – No exageres.
ANGUSTIAS. - Se le nota a leguas.
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(Sale MAGDALENA y entra a escena con ADELA)
ADELA. - No he amanecido muy bien este día.
MARTIRIO. - ¿Acaso no has dormido bien? (intentando molestarla)
ADELA. - (Molesta y casi gritando) ¡déjenme ya, lo que haga o no con mi cuerpo o mi
vida, no debería de importarles!
MARTIRIO. - ¡Solo nos preocupamos por ti!
ADELA. - ¡Mejor métanse en sus asuntos!
CRIADA. - (Entra a escena) Bernarda les llama.
(Salen de escena menos La Poncia y Adela)
(Al salir MARTIRIO ve directamente a Adela)
ADELA. - ¡Deja de mirarme!
(MARTIRIO SE VA)
LA PONCIA. - Se procura por ti, es la que más te quiere, y la desprecias de esa manera.
ADELA. - Es frustrante, siempre me sigue, y si me quisiera no me diría “¡Qué mala cara
tienes hoy!” “¡Que lastima de cuerpo, que no será para nadie!” ¡Y no! Mi cuerpo es de
quien yo quiera.
LA PONCIA. - (Con intención y en voz baja) De Pepe ¿No es así?
ADELA. - Pero ¿qué dices?
LA PONCIA. - La verdad.
ADELA. - ¡Calla!
LA PONCIA. - (Alto) ¿Crees que no me he fijado?
ADELA. - ¡Baja la voz!
LA PONCIA. - ¡Aleja esos pensamientos!
ADELA. - ¿Qué sabes tu?
LA PONCIA. - ¡Lo suficiente! Mas sabe el diablo por viejo que por diablo. Y más te vale
que dejes en paz a tu hermana y a Pepe, y si te gusta, te aguantas.
(ADELA empieza a llorar)
ADELA. - ¡Calla!
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LA PONCIA. - ¡No callo!
ADELA. - Es inútil tu consejo, mi madre haría de todo por evitarlo ¿Y tú que podrías decir
de mí? ¿Qué no salgo de mi dormitorio? No tienes nada que decir en contra mía, soy más
lista que tú.
LA PONCIA. - No me desafíes Adela, no me desafíes (advirtiéndola) Porque yo puedo
hacer que esta casa se ponga patas arriba en el momento en que yo abra la boca.
ADELA. - Nadie podrá evitar que suceda lo que tiene que suceder.
LA PONCIA. - ¡Tanto te gusta ese hombre!
ADELA. - ¡Tanto! Ese hombre es todo lo que quiero en esta vida.
LA PONCIA. - ¡Pero qué dices, niña!
ADELA. - ¡Y chitón!
LA PONCIA. - ¡Ya lo veremos!
(Entran MARTIRIO, AMELIA y MAGDALENA)
(Se oyen un ritmo lejanos, como a través de varios muros)
MAGDALENA. - Son los hombres que vienen del trabajo.
MARTIRIO. - ¡Con este sol!
ADELA. - (sentándose) ¡Ay, quien pudiera salir a los campos!
(Se oye un cantar a lejano que se va acercando poco a poco)
LA PONICA. - Son ellos. Traen unos cantos hermosos.
AMELIA. - ¡Y no les importa el calor!
ADELA. - Me gustaría cantar junto con ellos. Asi se olvida lo que nos atormenta.
MARTIRIO. - ¿Qué tienes tu que olvidar?
ADELA. - Cada una sabe sus cosas
(Se va alejando el cantar)
LA PONCIA. - Están dando vuelta a la esquina.
ADELA. - Vamos a verlos por la ventana de mi dormitorio.
(Se van las 3, a excepción de MARTIRIO y AMELIA)
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MARTIRIO. - ¡Claro! (pausa) Oye Amelia (intentando sacar conversación) ¿A qué hora
dormiste anoche?
AMELIA. - No se. Yo duerno como tronco. ¿Por qué?
MARTIRIO. - Por nada, es que me pareció oír gente en el corral.
AMELIA. - ¿Sí? ¿No serán los jornaleros? (caminando hacia la puerta)
MARTIRIO. - Lo dudo, ellos se llegan a las seis.
MARTIRIO. - Amelia (indecisa)
AMELIA. - (En la puerta) ¿Sí?
(Pausa)
MARTIRIO. - Nada
(Pausa)
MARTIRIO. - ¿Por qué llamaste?
(Pausa)
MARTIRIO. - Se me escapo. No me di cuenta
(Pausa)
(ANGUSTIAS entra furiosa en escena, de modo que se corta ese contraste de silencio)
¿Dónde está el retrato de Pepe que tenía debajo de mi almohada? ¿Quién lo tiene?
MARTIRIO. - Ninguna (mostrando seguridad)
ANGUSTIAS. - ¿Dónde está el retrato? (furiosa)
(Entran LA PONCIA, MAGDALENA y ADELA)
ADELA. - ¿Qué retrato?
ANGUSTIAS. - Estaba en mi cuarto y ya no está
LA PONCIA. - ¡Tiene que aparecer! (Mirando a ADELA)
ANGUSTIAS. - ¡¿Quién lo tiene?!
ADELA. - (Mirando a MARTIRIO) ¡Todas menos yo!
MARTIRIO. - (Con ironía) ¡Sí claro!
BERNARDA. - (Entrando) ¡¿Pero que escandalo es este?!
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ANGUSTIAS. - Me han quitado el retrato de mi novio.
BERNARDA. - ¿Quién ha sido? (silencio) ¡Contestarme! (Silencio) (A PONCIA) Registra
los cuartos, ese retrato tiene que aparecer.
(Sale PONCIA)
BERNARDA. - (A ANGUSTIAS) ¿Estás segura?
ANGUSTIAS. – Sí.
BERNARDA. - ¿Lo has buscado bien?
ANGUSTIAS. - Si, madre.
(Silencio incómodo)
(Entra PONCIA a escena)
BERNARDA. - (A LA PONCIA) ¿No lo encuentras?
LA PONCIA. - (Mostrando el retrato) Aquí esta.
BERNARDA. - ¿Dónde los has encontrado?
LA PONCIA. - Estaba… (extrañada) Entre las sábanas de la cama de Martirio.
BERNARDA. - (A MARTIRIO) ¿Es verdad?
MARTIRIO. - ¡Es verdad!
BERNARDA. - (Avanzando y golpeando a MARTIRIO) ¡¿Qué te pasa?! ¡Mosca muerta!
MARTIRIO. - (molesta) ¡No me pegue, madre!
ANGUSTIAS. - (Agarrando a BERNARDA) Déjala ya ¡Por favor!
BERNARDA. - ¿Por qué has tomado el retrato?
MARTIRIO. - Solo quería hacerle una broma a mi hermana ¿Yo para que lo quiero?
ADELA. - (Saltando llena de celos) No ha sido una broma, tú nunca has sido asi, ha sido
otra cosa. ¡Dilo ya!
MARTIRIO. - ¡Calla y no me hagas hablar, que, si yo hablo, te hundes conmigo!
ADELA. - ¡No tienes nada que decir contra mi!
ANGUSTIAS. - Yo no tengo la culpa de que Pepe el Romano se haya fijado en mí y no en
ustedes.
ADELA. - ¡Solo se ha fijado en ti por tu dinero!
18
BERNARDA. - ¡Silencio! Sabía que esto pasaría, pero no tan pronto (frustrada) ¡Fuera de
aquí!
(Salen todas a excepción de BERNARDA y LA PONCIA)
(BERNARDA se sienta frustrada)
¡Tendré que sentarle la mano!
LA PONCIA. - ¿Puedo hablar?
BERNARDA. - Habla, siento que hayas oído. Nunca está bien que una extraña escuche
problemas familiares.
LA PONCIA. - Lo visto, visto esta.
BERNARDA. - Angustias tiene que casarse en seguida.
LA PONCIA. - Claro; hay que retirarla de aquí.
BERNARDA. - No a ella. ¡A él!
LA PONCIA. - Siempre has sido lista, pero ahora que se trata de tus hijas estas ciega.
BERNARDA. - ¿Te refieres a Martirio?
LA PONCIA. - No lo sé…(curiosa) ¿Por qué habrá escondido el retrato?
BERNARDA. - (Defendiendo a Martirio) Bueno… ella ha dicho que solo ha sido una
broma.
LA PONCIA. - ¿Tú le crees?
BERNARDA. - (A la defensiva) No lo creo ¡Es asi!
LA PONCIA-. (En un todo frio y con crueldad) Bernarda, aquí pasa algo grave. No es por
querer echarte tierra, pero tú no has dejado a tus hijas libres, sabes que Martirio es
enamoradiza. Incluso tú fuiste la que alejó a Enrique Humanas.
BERNARDA. - ¡Y volvería a impedirlo!¡Mi sangre no se junta con los Humanas! Aquí no
pasa nada. Y si pasa algún día, estate segura de que no saldrá de estas paredes.
LA PONCIA. - Eso no lo sé yo. En el pueblo hay gente que se da cuenta de todo, por más
que lo queramos ocultar.
BERNARDA. - ¡Eso quisieras tú! ¡Cómo gozarías de vernos a mí y a mis hijas en boca de
todos!
LA PONCIA. - ¡Nadie conoce su fin!
BERNARDA. - ¡Yo si se mi fin!¡Y el de mis hijas! ¡Y te aseguro que ese no es!
19
(Pausa)
BERNARDA. - ¡Por encima de mí, nadie pasa!
LA PONCIA. - Ayer me contó mi hijo mayor que los vio hablando a eso de las cuatro y
media de la madrugada.
BERNARDA. - ¿¡A las cuatro y media!?
ANGUSTIAS. - (Entrando en escena) ¡Mentira!
LA PONCIA. - Eso me contaron.
BERNARDA. - (A ANGUSTIAS) ¡Habla!
ANGUSTIAS. - Pepe lleva más de una semana marchándose a la una. Que dios me mate si
miento.
MARTIRIO. - (Entrando en escena) Yo también sentí marcharse a las cuatro.
BERNARDA. - ¿Lo viste con tus propios ojos?
MARTIRIO. - No quise asomarme, pero los he escuchado por la ventana del callejón.
ANGUSTIAS. - Yo hablo por la ventana de mi dormitorio.
(ADELA entra en escena y se pone a escuchar)
MARTIRIO. - Entonces….
BERNARDA. - ¿Qué es lo que pasa aquí?
LA PONCIA. - ¡Dios sabrá! Pero, desde luego, Pepe estaba a las cuatro de la madrugada en
una ventana de tu casa.
BERNARDA. - ¡Yo sabré enterarme! ¡Nadie hablará de este asunto!
MARTIRIO. - A mí no me gusta mentir, yo digo la verdad.
LA PONCIA. - Y algo habrá.
ANGUSTIAS. - Yo tengo derecho a enterarme.
BERNARDA. - Tú no tienes más derecho más que obedecer. (A LA PONCIA). Y tú metete
en tus propios asuntos. ¡Aquí no se volver a dar un paso sin que yo lo sienta!
CRIADA. - (Entrando a escena) En lo alto de la calle hay un gran gentío y todos los
vecinos están en sus puertas.
BERNARDA. - (A PONCIA) ¡Corre a enterarte de lo que pasa!
(Las mujeres corren para salir)
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¿Dónde van? Siempre os supe, mujeres entrometidas y rompedoras de su luto. ¡Vosotras
quédense aquí!
(MARTIRIO se lleva a un rincón a ADELA para hablar)
MARTIRIO. - (Tratando de que las demás no escuchen) Agradece que no desaté mi lengua.
ADELA. - También hubiera hablado yo.
MARTIRIO. - ¿Y qué dirías? ¡Querer no es hacer!
ADELA. - Hace la que puede y la que se adelanta. Tú querías, pero no has podido.
MARTIRIO. - No seguirás mucho tiempo.
ADELA. - ¡Lo tendré todo!
MARTIRIO. - Yo lo voy a impedir.
ADELA. - (Suplicante) ¡Martirio, déjame!
MARTIRIO. - ¡De ninguna manera!
ADELA. - ¡Él me quiere para su casa!
(
3
(En el centro, una mesa con un quinqué, donde están comiendo Bernarda y sus hijas. La
Poncia las sirve. Prudencia está sentada aparte. hay un gran silencio, interrumpido por el
ruido de platos y cubiertos).
PRUDENCIA. - Ya me voy. Les he hecho una visita larga. (Se levanta.)
BERNARDA. - Espérate, mujer. No nos vemos nunca.
(PRUDENCIA se sienta.)
BERNARDA. - ¿Y tu marido cómo sigue?
PRUDENCIA. - (Gesto desigual) Igual.
BERNARDA. - Tampoco lo vemos.
PRUDENCIA. - Ya sabes sus costumbres. Desde que se peleó con sus hermanos por la
herencia no ha salido por la puerta de la calle.
BERNARDA. - Es un verdadero hombre. ¿Y con tu hija?
PRUDENCIA. - No la ha perdonado.
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BERNARDA. - Hace bien. Una hija que desobedece deja de ser hija para convertirse en
una enemiga.
PRUDENCIA. - No me queda más consuelo que refugiarme en la iglesia, pero como me
estoy quedando sin vista tendré que dejar de venir.
PRUDENCIA. - Y Angustias, ¿cuándo se casa?
BERNARDA. - Vienen a pedirla dentro de tres días.
PRUDENCIA. - (A Angustias) ¡Estarás contenta!
ANGUSTIAS. - ¡Claro!
PRUDENCIA. - (A ANGUSTIAS.) ¿Te ha regalado ya el anillo?
ANGUSTIAS. - Mírelo usted. (Le extiende la mano)
PRUDENCIA. - Es precioso. Tres perlas. En mi tiempo las perlas significaban lágrimas.
ANGUSTIAS. - Pero ya las cosas han cambiado.
ADELA. - Yo creo que no. Las cosas significan siempre lo mismo. Los anillos de pedida
deben ser de diamantes.
PRUDENCIA. - Es más propio.
BERNARDA. - Con perlas o sin ellas, las cosas son como uno se las propone.
MARTIRIO. - O como Dios dispone.
(Se oyen campanas)
PRUDENCIA. - El último toque. (A ANGUSTIAS.) Ya vendré a que me enseñes la ropa.
ANGUSTIAS. - Cuando usted quiera.
PRUDENCIA. - Buenas noches nos dé Dios.
BERNARDA. - Adiós, Prudencia.
LAS CINCO A LA VEZ. - Vaya usted con Dios.
(Pausa. Sale PRUDENCIA.)
BERNARDA. - Ya hemos comido.
(Se levantan.)
ADELA. - Voy a caminar hasta el portón para estirar las piernas y tomar un poco de fresco.
AMELIA. - Yo voy contigo.
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MARTIRIO. - Y yo.
ADELA. - (Con odio contenido.) No me voy a perder.
AMELIA. - La noche quiere compañía.
(Salen MARTIRIO, ADELA y AMELIA)
(BERNARDA se sienta y ANGUSTIAS y MAGDALENA están arreglando la mesa.)
MAGDALENA.- Hasta mañana madre
(MAGDALENA termina la maesa y sale de escena)
BERNARDA. - Ya te he dicho que quiero que hables con tu hermana, Martirio. Lo que
pasó del retrato fue una broma y lo debes olvidar.
ANGUSTIAS. - Usted sabe que ella no me quiere.
BERNARDA. - Cada uno sabe lo que piensa por dentro. Yo no me meto en los corazones,
pero quiero buena fachada y armonía familiar. ¿Lo entiendes?
ANGUSTIAS. - Sí, madre
BERNARDA. - ¿A qué hora terminaste anoche de hablar?
ANGUSTIAS. - A las doce y media.
BERNARDA. - ¿Qué cuenta Pepe?
ANGUSTIAS. - Yo lo encuentro distraído. Me habla siempre como pensando en otra cosa.
Si le pregunto qué le pasa, me contesta: «Los hombres tenemos nuestras preocupaciones».
BERNARDA. - No le debes preguntar. Y cuando te cases, menos. Habla si él habla y
míralo cuando te mire. Así no tendrás disgustos.
ANGUSTIAS. - Yo creo, madre, que él me oculta muchas cosas.
BERNARDA. - No procures descubrirlas, no le preguntes y, que no te vea llorar jamás.
ANGUSTIAS. - Debía estar contenta y no lo estoy.
BERNARDA. - Eso es lo mismo.
¿Viene esta noche?
ANGUSTIAS. - No. Fue con su madre a la capital.
BERNARDA. - Así nos acostaremos antes.
(Entran ADELA, MARTIRIO y AMELIA.)
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AMELIA. - ¡Qué noche más oscura!
ADELA. - No se ve a dos pasos de distancia.
MARTIRIO. - Una buena noche para ladrones.
ADELA. - ¿Es que no te gustan a ti?
MARTIRIO. - A mí las cosas del cielo no me importan nada. Con lo que pasa dentro de las
habitaciones tengo bastante.
ADELA. - Así te va a ti.
BERNARDA. - A ella le va en lo suyo como a ti en lo tuyo.
ANGUSTIAS. - Buenas noches.
ADELA. - ¿Ya te acuestas?
ANGUSTIAS. - Sí. Esta noche no viene Pepe. (Sale.)
AMELIA. - Buenas noches. (Se va.)
BERNARDA. - Andar vosotras también.
MARTIRIO. - ¿Cómo es que esta noche no viene el novio de Angustias?
BERNARDA. - Fue de viaje.
MARTIRIO. - (Mirando a ADELA.) ¡Ah!
ADELA. - Hasta mañana. (Sale.)
(MARTIRIO bebe agua y sale lentamente, mirando hacia la ventana del corral.)
LA PONCIA. - (Entrando en escena) ¿Estás todavía aquí?
BERNARDA. – Estoy disfrutando este silencio y sin lograr ver por parte alguna «la cosa
tan grande» que aquí pasa, según tú.
LA PONCIA. - Bernarda, dejemos esa conversación.
BERNARDA. - En esta casa no hay un sí ni un no. Mi vigilancia lo puede todo.
LA PONCIA. - No pasa nada por fuera. Eso es verdad. Pero ni tú ni nadie puede vigilar por
lo que siente el corazón.
BERNARDA. - Ahora te has vuelto callada.
LA PONCIA. - Me estoy en mi sitio y en paz.
BERNARDA. - ¿Sigue tu hijo viendo a Pepe a las cuatro de la mañana?
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LA PONCIA. - No dice nada.
BERNARDA. - Porque no pueden. A la vigilancia de mis ojos se debe esto.
LA PONCIA. - Bernarda, yo no quiero hablar porque temo tus intenciones. Pero no estés
segura.
BERNARDA. - Aquí no pasa nada. Siempre estoy alerta.
LA PONCIA. - Pues mejor para ti.
CRIADA. - (Entrando.) Ya terminé de fregar los platos. ¿Manda usted algo, Bernarda?
BERNARDA. - (Levantándose.) Nada. Voy a descansar. (Se va.)
CRIADA. - Es tan orgullosa que ella misma se pone una venda en los ojos.
LA PONCIA. - Yo no puedo hacer nada. Quise hacer que viera las cosas, pero ya me
asustan demasiado. ¿Tú ves este silencio? Pues hay una tormenta en cada cuarto. El día que
estallen ardera troya.
CRIADA. - ¡Es que son malas!
LA PONCIA. - Son mujeres sin hombre, nada más. En estas cuestiones se olvida hasta la
sangre. ¡Chisss! (Escucha.)
CRIADA. - ¿Qué pasa?
LA PONCIA. - (Se levanta.) Están ladrando los perros.
CRIADA. - Debe haber pasado alguien por el portón.
(Sale ADELA pijama.)
LA PONCIA. - ¿No te habías acostado?
ADELA. - Voy a beber agua. (Bebe en un vaso de la mesa.)
LA PONCIA. - Yo te suponía dormida.
ADELA. - Me despertó la sed. Y ustedes, ¿no descansan?
CRIADA. – En unos instantes.
(Sale ADELA.)
LA PONCIA. - Vámonos.
(Salen.)
(La escena queda casi a oscuras. Entra MARÍA JOSEFA con una oveja en los brazos.)
Ovejita, niño mío,
vámonos a la orilla del mar.
La hormiguita estará25en su puerta,
yo te tendré que alimentar.
Bernarda,
cara de leoparda.
(Entra MARTIRIO y se encuentran en la puerta.)
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quiero casas, pero casas abiertas y las vecinas acostadas en sus camas con sus niños
chiquitos y los hombres fuera sentados en sus sillas.
MARTIRIO. - Vamos. Váyase a la cama. (La empuja.)
MARÍA JOSEFA. - Sí, pero luego tú me abrirás, ¿verdad?
MARTIRIO. - Seguro.
MARÍA JOSEFA: (llorando) Ovejita, niño mío. Vámonos a la orilla del mar. La hormiguita
estará en su puerta, yo te tendré que alimentar.
(MARTIRIO cierra la puerta por donde ha salido MARÍA JOSEFA y entra Adela.)
MARTIRIO. - (En voz baja.) Adela. (Pausa. En voz alta.) ¡Adela!
(Aparece ADELA. Viene un poco despeinada.)
MARTIRIO. - ¿Buscabas a Pepe? ¡Deja ya a ese hombre!
ADELA. - ¿Quién eres tú para decírmelo?
MARTIRIO. - No es ése el sitio de una mujer honrada. Esto no puede seguir así.
ADELA. - Esto no es más que el comienzo. He tenido fuerza para adelantarme.
MARTIRIO. - Ese hombre sin alma vino por otra. Tú te has atravesado.
ADELA. - Vino por el dinero, pero sus ojos los puso siempre en mí.
MARTIRIO. - Yo no permitiré que lo arrebates. Él se casará con Angustias.
ADELA. - Sabes mejor que yo que no la quiere.
MARTIRIO. - Lo sé.
ADELA. - Sabes, porque lo has visto, me quiere a mí.
MARTIRIO. - (Despechada.) Sí.
ADELA. - (Acercándose.) Me quiere a mí. Me quiere a mí.
MARTIRIO. – ¡Ya no me lo repitas!
ADELA. - Por eso procuras que no vaya con él. No te importa que abrace a la que no
quiere; a mí, tampoco. Ya puede estar cien años con Angustias, pero que me abrace a mí se
te hace terrible, porque tú lo quieres también.
MARTIRIO. - (Dramática.) ¡Sí! ¡Le quiero!
ADELA. - (En un arranque y abrazándola.) Martirio, Martirio, yo no tengo la culpa.
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MARTIRIO. - ¡No me abraces! (alejándola) No me derrumbare frente a ti. Aunque quisiera
verte como hermana, no te miro ya más que como mujer.
ADELA. - Pepe el Romano es mío.
MARTIRIO. - ¡No será!
ADELA. – ¡Ya no me importara lo que dirá la gente sobre mí, yo quiero estar con él!
MARTIRIO. - ¡Calla!
ADELA. - Sí. Sí. (En voz baja.) Vamos a dormir, vamos a dejar que se case con Angustias,
ya no me importa, pero yo me iré a una casita sola donde él me verá cuando quiera, cuando
le venga en gana.
MARTIRIO. - Eso no pasará mientras yo tenga una gota de sangre en el cuerpo. Tengo el
corazón lleno de una fuerza tan mala, que, sin quererlo yo, a mí misma me ahoga.
ADELA. - Nos enseñan a querer a las hermanas. Dios me ha debido dejar sola en medio de
la oscuridad, porque te veo como si no te hubiera visto nunca.
(Se oye un silbido y ADELA corre a la puerta, pero MARTIRIO se le pone delante.)
MARTIRIO. - ¿Dónde vas?
ADELA. - ¡Quítate de la puerta!
MARTIRIO. - ¡Pasa si puedes!
ADELA. - ¡Aparta! (Lucha.)
MARTIRIO. - (A voces.) ¡Madre, madre!
(Aparece BERNARDA. Sale en pijama, con un mantón negro.)
BERNARDA. - Quietas, quietas.
MARTIRIO. - (Señalando a ADELA.) ¡Estaba con él! ¡Mira esa pijama llena de paja
de trigo!
BERNARDA. - ¡Ésa es la cama de las moscas muertas! (Se dirige furiosa hacia ADELA.)
ADELA. - (Haciéndole frente (ADELA arrebata un bastón a su madre y lo parte en dos.)
Esto hago yo con la vara de la dominadora. No dé usted un paso más. En mí no manda
nadie más que Pepe.
MAGDALENA. - (Entrando.) ¡Adela!
(Entran LA PONCIA y ANGUSTIAS.)
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ADELA. - Yo soy su mujer. (A ANGUSTIAS.) Entérate tú y ve al corral a decírselo. Él
dominará toda esta casa. Ahí fuera está, respirando como si fuera un león.
ANGUSTIAS. - ¡Dios mío!
BERNARDA. - ¡La escopeta! ¿Dónde está la escopeta? (Sale corriendo.)
(Sale detrás MARTIRIO. Aparece AMELIA por el fondo, que mira aterrada con la cabeza
sobre la pared.)
ADELA. - ¡Nadie podrá conmigo! (Va a salir.)
ANGUSTIAS. - (Sujetándola.) De aquí no sales con tu cuerpo en triunfo. ¡Ladrona!
¡Deshonra de nuestra casa!
MAGDALENA. - ¡Déjala que se vaya donde no la veamos nunca más!
(Suena un disparo.)
BERNARDA. - (Entrando.) Atrévete a buscarlo ahora.
MARTIRIO. - (Entrando.) Se acabó Pepe el Romano.
ADELA. - ¡Pepe! ¡Dios mío! ¡Pepe! (Sale corriendo.)
LA PONCIA. - ¿Pero lo habéis matado?
MARTIRIO. - No. Salió montado en su caballo.
BERNARDA. - No fue culpa mía. Una mujer no sabe apuntar.
MAGDALENA. - ¿Por qué lo has dicho entonces?
MARTIRIO. - ¡Por ella!
LA PONCIA. - Maldita.
MAGDALENA. - ¡Endemoniada!
BERNARDA. - Aunque es mejor así.
(Suena un golpe.)
¡Adela, Adela!
LA PONCIA. - (En la puerta.) ¡Abre!
BERNARDA. - Abre. No creas que los muros defienden de la vergüenza.
BERNARDA. - (En voz baja como un rugido.) ¡Abre, porque echaré abajo la puerta!
(Pausa. Todo queda en silencio.) ¡Adela! (Se retira de la puerta.) ¡Trae un martillo!
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(LA PONCIA da un empujón y entra. Al entrar da un grito y sale.)
LA PONCIA. - (Se lleva las manos a la boca.) ¡Nunca tengamos ese fin!
(Las HERMANAS se echan hacia atrás. La CRIADA se persigna. BERNARDA da un grito
y avanza.)
LA PONCIA. - ¡No entres!
BERNARDA. - ¡No! ¡Descolgarla! ¡Mi hija ha muerto virgen! llévenla a su cuarto y
vestirla como una doncella. ¡Nadie diga nada! Ella ha muerto virgen. Avisen a la iglesia,
para que al amanecer suenen las campanas.
MARTIRIO. - Dichosa ella mil veces que lo pudo tener.
BERNARDA. - Y no quiero llantos. La muerte hay que mirarla cara a cara.
¡Silencio! (A otra HIJA.) ¡A callar he dicho! (A otra HIJA.) ¡Las lágrimas cuando estés
sola! Nos hundiremos todas en un mar de luto. Ella, la hija menor de Bernarda Alba, ha
muerto virgen. ¿Me habéis oído? ¡Silencio, silencio he dicho! ¡Silencio!
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