Location via proxy:   [ UP ]  
[Report a bug]   [Manage cookies]                

El Campito Cap 5

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 14

CAPÍTULO 5: La Batalla del Mercado Central.

Juan Diego cuenta que el año pasado, en cuarto, casi lo expulsan


junto a Pity, sin embargo, se salvó por 5 amonestaciones.
Incardona comenta que esa semana que faltaba para volver a ver a
Carlitos, se escapó de la escuela todos los días. Pasó la semana entre
rateos, salidas con amigos y mucha ansiedad.
El sábado a la noche, Juan Diego se juntó con Moncho y Leticia, para
escribir la historia de Carlitos. Pero, no lograban mantener su encanto,
no era lo mismo contarla que escribirla.
Después de haberlo esperado tanto, llegó el domingo. Tantas
personas esperaban la llegada de Carlitos, para contrarrestar la
inquietud de la gente, usaron la música, y rápido se convirtió en una
cantata. Al llegar Carlitos, la gente se sentó en el piso para escucharlo.
Carlitos se mantuvo de pie para que los de atrás pudieran oírlo bien,
sin embargo, no era suficiente, por lo que unos chicos de Pocas
Nueces le entregaron un amplificador, dos parlantes y un micrófono.
Así Carlitos sigue con su historia. Esta sigue con una manifestación
peronista. Muchos animales los seguían por curiosidad. De repente,
un explorador enviado por Cardenal, le dice algo al Caudillo, y este
último da la orden de alto. Del mismo lugar de donde salió el
explorador, salen cien hombres uniformados con delantales blancos y
provistos de portafolios-botiquines pintados con cruces rojas. Se
trataba de médicos peronistas. Luego formaron una fila frente a la
multitud y levantaron dos banderas. Una de ellas decía “Barrio Ramón
Carrillo Presente” y la otra “Barrio Ricardo Finochietto Presente”. La
multitud, después de un rato, siguió marchando.
El Matanza, a este punto, tenía aspecto de pantano, de un largo alud
de barro cayendo en cámara lenta hacia la Capital. Al otro lado del río,
se veían basurales y quemas cubriendo las cuestas.
No había noticias del Esperpento o de enemigos. Según los espías, el
Esperpento se había reunido con el resto de las fuerzas oligarcas en
los campos y las naves del Mercado Central.
Caminaron hasta encontrarse con el fin del Matanza, así que le dieron
la espalda. Se pusieron de nuevo en movimiento, hasta encontrarse
con el puente de sogas de los enanos. Donde Cardenal envió dos
enanos y Teresa envió dos censistas, para que fueran a investigar.
Carlitos cruza miradas con Candela, y le cuenta al Cantor y a Gorja
que está enamorado.
Avanzaron, y cruzaron por uno de los Barrios Públicos, la gente era
vieja y pobre, los perros eran flacos y sarnosos. Por orden del
Cardenal, fueron a los camiones y bajaron cajas de comida y
medicamentos, que fueron entregadas a la gente del barrio.
Trescientos metros antes de llegar, dejaron la orilla y subieron a la
calle de Budge. En pocas cuadras, salieron al Camino Negro. Las
personas del lugar se mostraban confundidas, al ver una multitud
desconocida marchando por sus calles.
Entraron a General Paz, bajaron de la avenida por el lado de
Provincia, para reagruparse en los primeros potreros del Barrio
Sarmiento. Por los cañaverales, llegaron otra vez a la orilla del
Matanza. Los camiones, por su parte, tomaron la entrada del Barrio
Sarmiento para después conectar con una calle de tierra que los
llevaría hasta el punto de reunión.
De un costado, apareció una de las censistas enviadas por Teresa,
tenía el uniforme manchado con sangre. Antes de morir, logró contar
que había logrado llegar hasta la villa emplazada frente al Mercado
Central, que allí había visto tropas y tanques moviéndose hacia el
Mercado, y que el monstruo iba con ellos. También contó que los dos
enanos y la otra censista que iban con ellas habían muerto. Esto
mandó una ola de tristeza que parecía que se iba propagando con el
viento.
Cuando el Matancero se acabó, volvieron a caminar. Las censistas,
llenas de pena y bronca, juraron venganza. Al llegar al punto de
reunión, las censistas pusieron el cuerpo en uno de los camiones y lo
taparon con una manta. Encima dejaron flores, que arrancaron de los
alrededores.
Tomaron agua y comieron galletitas, Carlitos no se atrevió a hablarle a
Candela, quién estaba cabizbaja y apenada. Al rato, algunos
representantes encabezados por Cardenal, empezaron a repartir
armas. Había gran variedad, semejante armamento era parte del
arsenal que Evita le había comprado al Príncipe de Holanda y que
después le dio a la CGT.
Cardenal cuenta que las armas no habían sido usadas antes ya que
nadie sabía el paradero de las mismas y quien sí lo sabía era Espejo,
sin embargo, este fue encarcelado. También los peronistas de Evita
habían quedado aislados en los campitos del sudoeste. Pero parecía
que ya había llegado el tiempo para usar esas armas.
La gente, con las armas apuntando al cielo, gritaban “¡Viva la señora
Eva Perón!” así se fueron acumulando más vivas, a José Espejo, a
Mercante, a la censista Teresa Adelina y al caudillo Cardenal. Se
sumaron trabajadores, cientos de obreros y campesinos con muchos
bombos.
A los recién llegados también se les entregó armas. Acto seguido, los
caudillos decidieron separar la milicia en tres grupos: las censistas, al
mando de Teresa; los enanos de Cardenal y las legiones
descamisadas.
Este último grupo era liberado por “El Paisano”, así le decían sus
seguidores. Era un hombre viejo, que había venido desde Lincoln,
provincia de Buenos Aires.
Su apodo se debía a que según contaban los campesinos, se la
pasaba hablando de la suerte de los paisanos, de que había que
mejorar el destino de los paisanos. Además, se repartirían los médicos
entre los tres grupos, y también dejarían un campamento en la
retaguardia.
Nuevamente, se armó un grupo de avanzada, para que fuera a
explorar la zona y luego diera aviso a las distintas alas del ejército
popular. Esta decisión era peligrosa, lo que la hacía así era el
sentimiento que había dejado la pérdida de los enanos y las censistas.
Carlitos se junta con Gorja, Aldo el enano gigante, Ramón el enano
bombero, el gato montés, el Cantor, Catalina y Candela. Cuando
Carlitos vió que Candela se sumaba a su grupo, por una parte sintió
una gran emoción ya que esta era su oportunidad para conocerla. Por
otra parte, sentía preocupación, tenía miedo de que le pasara algo.
Al salir, el enano gigante llevaba una mochila con comida y el enano
bombero portaba una con medicamentos y vendajes. Los demás
llevaban una pistola y una cantimplora con agua.
Fueron despedidos en silencio por los militares, se van avanzando por
los terrenos áridos, después rodearon la loma donde se hallaba el
puente de sogas y siguieron por un caminito protegido por, al norte,
barrancos naturales, y al sur, por una franja de cañaverales y juncales
de diez o quince metros de ancho que nos separaba del agua. De a
poco los barrancos fueron perdiendo altura y las plantas de las orillas
iban desapareciendo.
Luego de un rato, llegaron a una playa cubierta completamente de
basura. Carlitos comenta que al pisar el suelo, te hundías, como si
fuera arena movediza. El lugar se encontraba lleno de objetos
fundidos y otros a medio fundir, caminar por allí se volvía cada vez
más difícil, las piernas se acalambraban por el esfuerzo y el cuerpo se
cansaba por la gimnasia y el sol.
Para calmar el ánimo de todos, el Cantor, en voz baja, cantaba. El
Cantor y Catalina cruzaban miradas, mientras Candela miraba a
Carlitos. Quien decidió encararla, aunque se paralizaba
completamente tan solo al pensamiento de ella. Pero, esto fue
seguido por silencio, ya que Carlitos se había paralizado.
El pie de Candela se había quedado atascado, y todos contaban con
Carlitos para que este resuelva la situación. Así es como Carlitos nota
que el pie de Candela se encontraba entre dos piedras, y movió la
más liviana. Candela pudo sacar su pie, y le agradeció a Carlitos con
un beso en la mejilla.
Al ver que Carlitos se había quedado entorpecido por la acción de la
joven, el Cantor sugirió que siguieran caminando. Poco a poco los
cuerpos se fueron desenterrando. Después de llevar un tiempo
caminando y haberse cruzado con un monolito, el grupo supone que
habían llegado a la altura del Mercado Central, así que empezaron a
caminar hacia la derecha y en subida. El suelo comenzaba a cubrirse
de pasto y plantas.
Cruzaron una zanja artificial y se encontraron con una localidad en
ruinas, casi todo se encontraba derrumbado, sin embargo, todavía se
conservaban algunos ambientes de las plantas bajas. En estas ruinas,
habitaba un grupo de gente, que comenzó a perseguir al grupo, y los
encerraron en una ronda. Los ataron de las manos y los llevaron a las
ruinas. El grupo se tranquilizó al ver dos cuadros de Evita y Perón en
el lugar.
Un hombre de las ruinas por fin habló, presentándose como don
Alfredo, decía haber dedicado su vida al pugilismo. Era peronista de
ley y ocupaba el cargo de Delegado Municipal, después de haberse
presentado, preguntó: “Ustedes qué hacen acá y qué es lo que
buscan?”. Gorja fue quien respondió, explicó toda su situación, ni bien
terminó, don Alfredo le ordenó a su gente que los desataran y le
devolvieran sus cosas.
Don Alfredo le comentó al grupo que no estaba al tanto de todo lo que
estaba ocurriendo, y anunció que ellos también marcharían a la guerra
en defensa de la causa peronista.
Finalmente salieron del edificio, y volvieron a su camino, en dirección
al Mercado. El grupo empezó a dar vueltas, debido a que mientras
más avanzaban, la maleza se volvía cada vez más alta y enredada.
Así fue como a Ramón el enano bombero se le ocurrió cortar
pequeños trozos de venda e ir atando las cañas, para tener puntos de
referencia, pero el grupo aún así seguía perdido. Ante esta situación,
pusieron al gato montés adelante de la columna para que los guiara.
Al cabo de un rato, la maleza acabó, por fin habían salido de ese
laberinto vegetal.
El cantor avisó que debajo del precipicio corría un camino. Era una
Changuisenda, por ella, volvían de la zona del Mercado Central
cientos de changarines corriendo desesperados. De los cielos bajó un
sonido fuerte y poderoso, y al mirar al cielo vieron que apareció entre
las nubes una flotilla de aviones, compuesta por 34 aviones. Eran
naves de la Marina de Guerra argentina.
Empezaron a bombadear la Changuisenda. Algunos changarines se
tiraban al suelo entre piedras, otros seguían huyendo por el camino y
otras decidieron treparse al precipicio. Muchos cayeron heridos, o
hasta muertos. Las censistas se asomaron al precipicio, e incluso
bajaron unos metros, para ayudar a quienes querían subir. Carlitos se
acercó a Candela, porque quería cuidarla, pero se resbaló y cayó por
la pendiente, rodó hasta el fondo. Carlitos tenía que salir de ahí lo
antes posible, pero sintió que alguien lo empujaba desde atrás,
cuando miró a un costado, se dio cuenta de que era Candela, quien
había bajado por el precipicio.
Una bomba explotó cerca de Candela y Carlitos, la joven había
salvado a Moreno, empezaron a arrastrase por el suelo y cruzaron la
Changuisenda de lado a lado, lo más rápido que pudieron. Otra bomba
cayó, pero cayó lejos, esta era una bomba incendiaria, y fue dejando
en llamas una buena parte del campito. Algunos changarines murieron
abrazados por el fuego.
Casi de milagro, aparecen en el aire nuevos aviones, que abrieron
fuego contras las naves de la Marina de Guerra. Era la Fuerza Aérea
leal al peronismo, se desató un combate en el aire. Carlitos le
pregunta a Candela si está bien, ella responde que sí, y que esto se
debe a él. Carlitos cuenta que no se atrevió a besarla, se limitó a
mirarla fijo.
Perdieron a los aviones de vista, aunque todavía se seguían
escuchando. Minutos después, estallaron nuevos proyectiles al borde
del camino. Del lado del Mercado, apareció una veintena de tanques
del ejército argentino, algunos avanzando por la Changuisenda, otros
a campo traviesa por el lado oeste. Detrás de los blindados, marchaba
una columna de más o menos doscientos soldados.
La primera fila abrió fuego contra los changarines, varios cayeron
muertos, o heridos. Carlitos y los demás que estaban atrás empezaron
a correr por la misma Changuisenda, en dirección al río Matanza. Iban
Carlitos, Candela y el gato montés juntos, mientras el resto iba un
poco atrás.
Empezaron a correr en zigzag, pero los infantes tiraban más veces y
por eso seguían dando en los blancos. Dos changarines murieron por
tiros en la espalda, tirando sus changuitos y haciéndolos rodar. Cada
vez estaban más cansados, las piernas no les respondían, los tenían
casi encima.
Al pegar la vuelta, se encontraron con una formación nueva de
soldados, que también estaban acompañados por tanques y carros
blindados. Para la sorpresa de todos, hasta de los lectores, la tropa no
les disparó, pero les ordenó que se tiraran cuerpo a tierra. Todos
obedecieron, los soldados empezaron a disparar contra los
perseguidores, que fueron cayendo de a grupos.
Una vez que los soldados fueron vencidos, las censistas se abrazaron,
los changarines empezaron a recoger la mercadería tirada, los
enanos, el Cantor y Carlitos se sumaron y formaron una ronda, con las
cabezas hacia adentro. Le agradecieron a los soldados por salvarlos.
Gorja se encontraba charlando con Oscar Lorenzo, un teniente
coronel, el teniente dijo que intentarían tomar la Changuisenda y
asegurarla. Todavía el esperpento no había sido visto, pero sí habían
rumores, según Lorenzo.
Los espías de Barrios Bustos discutían sobre qué les convenía hacer y
qué no, descartaron los caminos a campo traviesa, ya que nadie
conocía bien la zona. Decidieron acompañar a los soldados y luchar
junto a ellos, la manera más directa de acercarse al Mercado era
tomando la Changuinsenda.
Al mostrarles las armas que tenía el grupo, dijeron que no era
suficiente y armaron a cada uno con un fusil y un par de granadas.
Aldo el gigante agarró una ametralladora. Ahí fue cuando se escuchó
un rumor, los militares tomaron posiciones y apuntaron. Tiempo
después, apareció una bandera que decía “Sindicato Luz y Fuerza de
Morón”. Los militares peronistas bajaron sus armas y recibieron a unos
setenta obreros. También se les entregó armas, y quienes no tenían
nada, recibieron fusiles.
Oscar Lorenzo explicó el plan a la tropa y a la milicia, y los dividió a
todos en 4 grupos. El primero sería la carnada, el segundo avanzaría
formando un abanico por la zona de los pedregales, al oeste. El
tercero, conformado por unos 50 hombres, subiría al barranco y desde
allí dominaría la zona, con bazucas y armas antitanques. Por último, el
cuarto, de más o menos 100 hombres, se quedaría allí mismo, en la
curva detrás del barranco.
Se pusieron en movimiento, el grupo en el que estaba Carlitos, salió
del camino y entró en el pedregal. El objetivo era que la vanguardia
fuera por la Changuisenda y llamara la atención del enemigo,
esperando a que este cometa el error de perseguirla hasta la zona
estaba escondido el grupo de Carlitos. Luego de un rato, Carlitos
observó que todo sucedía tal cual lo habían planeado.
Aldo el enano gigante, quien ya no estaba en posición cuerpo a tierra,
decía que había encontrado oro. Gorja, confirmó que sí era oro. Todos
se acercaron para presenciar el descubrimiento. Como se esperaba,
los hombres se empezaron a tirar como dominós sobre el oro, sin
embargo, el Cantor descubrió que se trataba de oro de los tontos. La
piedra perdió todo su valor, y los hombres toda su locura, en
segundos.
Mientras el Cantor firmaba otro autógrafo, pudieron ver que el primer
grupo peronista se internaba por la Changuisenda, hacia el Mercado.
En menos de cinco minutos, un montón de soldados y tanques del
ejército, que empezaron a avanzar sobre ellos. La avanzada peronista
retrocedió y de a poco los fueron guiando hacia donde se encontraba
Carlitos. La avanzada llegó a la curva y se refugió detrás del barranco,
donde estaba el campamento base, los enemigos los persiguieron y a
medida que fueron avanzando, fueron encerrándose dentro del
abanico de fuerzas.
Cuando el enemigo se encontraba cerca de donde estaba Carlitos y su
grupo, los oficiales peronistas dieron la orden y abrieron fuego. Los
enemigos se dividieron en tres columnas, la primera siguió adelante
por el camino, esta columna fue emboscada por desde arriba por las
bazucas y las armas antitanques, y desde abajo por el grupo que
había hecho de carnada.
La segunda columna se mantenía contestando el fuego desde la
Changuisenda, y la tercera escapaba en desorden, hacia el Mercado.
Ambas fueron confrontadas por el grupo de Carlitos. En menos de una
hora, la batalla había quedado resuelta. Al finalizar todo, se reunieron
debajo del precipicio, donde las fuerzas cívico-militares se
reagruparon. Sin perder tiempo, la Resistencia avanzó hacia el
Mercado Central.
En el camino se podían observar ropa, objetos personales tirados y
casas derrumbadas. Mientras tanto, las interacciones entre Carlitos y
Candela aumentaban.
Mientras Carlitos y Gorja hablaban sobre donde se encontraba
enterrado el cuerpo de Ramos Mejía, Aldo el enano gigante los
interrumpe, avisando sobre que del otro lado, una larga línea de
militares y gendarmes, en apariencia, era una fuerza mucho mayor a
la que se habían enfrentado en la Changuisenda. Carlitos seguía
sintiéndose optimista, ya que a la tropa peronista que ya tenían, se le
sumarían los enanos de Cardenal Mercante, las censistas de Teresa
Adelina y las legiones descamisadas de El Paisano.
Un grupo de peronistas había aparecido, estos se encontraban
exhaustos y alguno estaban malheridos. Pronto, aparecen sus
perseguidores entre los árboles de Don Bosco. La Resistencia avanzó
a bloque, los tanques y blindados iban adelante, la infantería y la
milicia detrás. Al llegar a donde se encontraban los jóvenes, abrieron
una brecha para que estos se metieran adentro. El enemigo, al ver
esto, retrocedieron y se ocultaron otra vez en las arboledas.
Una de los jóvenes se presentó como Esther y ni bien se recuperó,
pidió un arma, se le fue entregado un fusil. Pidió fusiles para sus
compañeros y como no había para todos, eligió a 30 de ellos para que
también se les entregara un fusil.
Ahora estaban camino hacia la Arboleda, Carlitos recuerda que su
barrio natal se encuentra cerca de allí, y recuerda a su gente,
preguntándose como estarían.
De repente, se produjo una gran explosión entre las filas, dejó un total
de diez o doce hombres caídos. Un rato después, empezaron a tirar
bombas por todos lados, dos tanques habían quedado envueltos en
llamas y varios soldados murieron calcinados. Estaban disparando con
artillería pesada, tenían que avanzar lo más rápido posible. Las
columnas de Barrios Bustos acababan de llegar, había comenzado la
batalla entre peronistas y antiperonistas.
Hasta ese entonces, la batalla se desarrollaba de la siguiente manera:
había dos frentes, en uno peleaban las columnas de los Barrios
Bustos contra gendarmes y soldados del Ejército Argentino; y en el
otro peleaban las fuerzas cívico-militares de la Resistencia. Una parte
de la Changuisenda había quedado liberada, aviones aparecían y
desaparecían.
Lograron levantar a los heridos y los cargaron en tres camiones, que
marcharon hacia el sur. Lamentablemente, no pudieron levantar a los
muertos. Sin tener otra opción, frenaron la retirada y nos dirigimos otra
vez hacia Don Bosco, se metieron entre los árboles, que pronto se
quebrarían o prenderían fuego, por la artillería. Pasaron la arboleda y
entraron a las playas y jardines. Allí los esperaban cientos de armas
livianas, volvieron a meterse en el pequeño bosque.
Parecía que estaban perdidos, pero el teniente coronel Lorenzo,
estaba improvisando un plan, este consistía en formar dos filas, los
tanques y blindados adelante, la infantería y la milicia detrás. Una vez
que los vehículos estuvieron en línea, salieron todos juntos hacia los
jardines, los paramilitares abrieron fuego, pero sus armas eran inútiles
contra las carrocerías blindadas. Los tanques apuntaron contra los
vestuarios y las distintas edificaciones, los francotiradores que estaban
en los techos empezaban a escapar.
Lorenzo ordenó que soldados y guerrilleros se pusieran de pie y que
una mitad marchara hacia adelante y la otra hacia la punta sur de la
arboleda. Los espías de los Barrios Bustos fueron con el segundo
grupo. Llegaron al final de los árboles, vieron a paramilitares
escapando, les lanzaron granadas y les dispararon, muy pocos
sobrevivieron. Revisaron las pertenencias de los muertos, capturaron
fusiles FAL y municiones.
Se volvieron a reunir, en el centro del Polideportivo, desde allí
pudieron ver los cañones de la artillería enemiga, alrededor había una
gran cantidad de militares. Al notar que sus paramilitares ya no se
encontraban en la zona de fuego, por haber fallecido o escapado, la
artillería empezó a golpearlos de nuevo. Lorenzo ordenó que repitieran
la estratégica anterior, y aunque fuera una idea peligrosa, los tanques
aceleraron y los soldados y trabajadores se tiraron al piso. Las
divisiones enemigas se abrieron provisoriamente, pero nunca dejaron
de atacar.
Tenían unidades mucho más modernas y poderosas, tenían una gran
ventaja, aun así los peronistas no se rendían. Cuanto todo parecía
perdido, nuevamente ocurrió un milagro, una flotilla de aviones se
lanzó en picada sobre la retaguardia enemiga, bombardeando la
artillería y ametrallando sus dos divisiones. Ahora los tanques
contrarios quedaban solos frente a los de la tropa peronista. El
teniente coronel Oscar Lorenzo y una tropa de elite de la Resistencia
se adelantaron, con bazucar, explosivos y proyectiles que martillaban
a mano y explotaban al implantar.
Se infiltraron en la batalla de tanques y se dividieron en pequeñas
patrullas, corrían de un lado a otro, disparando contra los Tanques
Argentinos Medianos rivales del Ejército Argentino. Carlitos menciona
que ahora la guerra se inclinaba para su lado.
La flotilla y los aviones que habían despegado desde una calle muerta
entre los Barrios Bustos, eran gracias a la Señora.
Incitados por Esther, la milicia y la infantería se pusieron de pie y
avanzaron por una franja paralela a la Riccheri, buscando a los
militares de Campo de Mayo, y los atacaron de frente. Carlitos cuenta
que desgarraron a sangre y fuego al ejército de la oligarquía. Hasta
Candela, la dulce censista, se había convertido en una guerrera
dispuesta a todo.
Gorja se encontraba en una situación complicada, donde un militar
intentaba matarlo, y nadie tenía municiones para defender al enano.
Ahí fue donde Carlitos corrió hasta el militar y le clavó su bayoneta en
el estómago, también giró la cuchilla dentro del hombre,
destrozándolo.
Ya no quedaba olor a pólvora, ni a sangre, ni a carne quemada. Ya no
se oían insultos, llantos, ni gritos de dolor. Era una guerra librada en
paz. En medio de aquella mañana, Carlitos volvió a ver al gato
montés, quién se miraba perdido. Los vecinos del barrio fueron
quienes terminaron de matar a los militares que estaban intentando
escapar.
La tristeza que generaba tanta muerte, y ver la caballería casi
destruida, fue sacudida por la euforia de haber ganado aquella guerra.
La gran mayoría se había quedado sin municiones, pero seguían
optimistas, por haberle ganado a una tropa superior y porque las
columnas de los Barrios Bustos que traían las armas de Evita.
Carlitos se acerca a Candela y la abraza, esta apoya su cabeza en el
pecho de Carlitos, le arregló un poco el pelo y le limpió las manos con
el agua de una cantimplora, y se pusieron a charlar. Hablan sobre
seguir viéndose, sobre la vida de Candela y también sobre la de
Carlitos.
Atravesaron la arboleda y el arroyo de Don Bosco, después la vía de
trocha angosta que une Haedo con Temperley y finalmente se fueron
por los jardines de la Chacra de los Tapiales y en las calles internas
del Mercado. Llegaron a la avenida principal, en el medio del Mercado
Central, y observaron que el enemigo se había dividido en dos filas.
Estaban muy bien armados, avanzar era un suicidio.
Oscar Lorenzo rápido ordenó que todos se escondieran detrás de dos
grandes naves de verdulería, pero ya los habían visto y su fila más
cercana se preparaba para enfrentarlos. Después el teniente coronel
ordenó que se separaran en dos grupos, ambas columnas debían
mostrarse, para que los enemigos los persiguieran, pero sin presentar
batalla.
Se pusieron en movimiento, recorrieron los primeros doscientos
metros, el enemigo decidió dividirse en partes iguales, para perseguir
a los dos grupos. Varios de los hombres peronistas empezaron a caer,
Lorenzo ordenó que mantuvieran el paso, siguiendo el plan.
Cada vez se acercaban más al enemigo, algunos rezaban, otros
lloraban y otros solo gritaban. A los peronistas no les quedaban
esperanzas, los estaban matando a todos, el teniente como muchos
de sus compañeros, dio su vida.
Resulta que Lorenzo quería que el enemigo sí o sí pase por un lugar,
ya que había enviado a un grupo de élite a dinamitar ambos cordones
edificios y a enterrar minas terrestres en sus jardines aleñados, ahora
su plan empezaba a tener sentido.
Cuando los militares y gendarmes llegaron a las zonas preparadas, los
zapadores, ocultos, detonaron las cargas. Mientras eso sucedía, los
siete blindados salieron de sus escondites y avanzaron, tomando
posición en el centro del campo. Apuntaron hacia las dos alas rivales y
abrieron fuego. Gracias a Lorenzo, habían derrotado a una de las filas
contrarias.
Surgió una nueva líder, Esther, que ahora tomaba el mando de los
siete blindados y de las fuerzas combinadas de la Resistencia. Esther
ordenó que los hombres salieran por el lado este, y una vez afuera,
bordearon el Barrio Juan Manuel de Rosas, acercándose con cuidado
a Las Achiras. De pronto, un poderoso grito resonó en el Conurbano
Bonaerense, era el Esperpento. Militares y gendarmes aprovechaban
la confusión que reinaba para disparar abiertamente.
No quedaban más municiones, así que Esther los reunió a todos
detrás de los blindados y les dijo que lo primero que podíamos hacer
es distraer al Esperpento y alejarlo de allí. No quedaba otra alternativa,
así que se pusieron manos a la obra y se acercaron varios metros,
cantando y haciendo alboroto.
La fuerza del enemigo estaba integrada solamente por infantería. El
Esperpento empezó a encarar hacia Carlitos y su grupo. Esther llamó
a los tres enanos, Gorja, Aldo y Ramón, les encomendó la misión de
cruzar la plaza hasta el otro lado de la villa, para que le avisaran a
Cardenal y a los demás de nuestras intenciones. Cuando estos
estaban a medio camino, Cardenal ya se había dado cuenta de la
maniobra, y por eso ordenó el movimiento de sus fuerzas.
Pronto, los primeros intercambios de disparos se convierten en una
lucha sin cuartel. Habiendo quitado al monstruo, las columnas de los
Barrios Bustos castigaban a la infantería rival. La tropa peronista ahora
se había convertido en el blanco del Esperpento, quien era controlado
a control remoto por los médicos del Hospital Militar.
Aplastándolos con sus pisadas, el monstruo mataba a unos hombres.
Los demás solo se mostraban asombrados ante tal escena. Al
terminar con sus primeras víctimas, ojeo a Carlitos y su grupo, al ver
que Candela y Carlitos tenían al gato montés, el Esperpento empezó a
caminar hacia ellos.
Al ver semejante situación, Esther ordenó el retiro a toda velocidad, sin
embargo, el Esperpento los fue cazando uno por uno. Varios
montoneros cruzaron el campo esquivando al monstruo, y llegaron
hasta el lugar donde se refugiaban los médicos del Hospital Militar.
Lograron reducir a los custodios, que eran cinco, a cuchillazos, uno de
ellos, en el forcejeo, disparó una bala que paró en el vientre de Esther,
quien se desangró hasta morir.
Excitados por la muerte de Esther, los montoneros se vengaron sin
piedad, matándolos a golpes y patadas, para después destruir todo su
equipo. Querían huir con el cuerpo de Esther lo antes posible, pero el
Esperpento empezó a ir hacia ellos. Corrieron hacia adentro de Las
Achiras, desaparecieron de su vista, pero aun así seguía rondándolos.
De a poco, el grupo fue llegando a la retaguardia, allí se encontraron
con los tres enanos y una censista llevó el cuerpo de Esther a una
zona segura.
Carlitos se pierde en el pensamiento de Candela, sueña con vivir con
ella y el gato montés. También cuenta que se imaginaba a ellos con
hijos. De tanto soñar, Carlitos empezó a tararea, y el Cantor al
escucharlo, levantó la voz.
En dirección al Matanza, el peronismo ganaba terreno y de a poco
lograba vencer a la Gendarmería y las tropas del Ejército. Primero se
vio una bandera blanca, luego se oyó un alto al fuego y finalmente
victoria. Los enemigos salían con los brazos en alto, desarmados y las
banderas de la oligarquía.
Lo que quedaba de la villa en Las Achiras era un montón de
escombros y de muertos. El Cantor iba haciendo lo que mejor sabía
hacer y con una “actitud nueva”, apareció el Esperpento, atraído por la
voz del hombre. La gente, asustada, comienza a correr y gritar, lo que
asusta el monstruo y hace que se ponga listo para atacar. Cardenal
ordenó que nadie disparara ni atacara, pero su orden llegaba tarde
porque alguien ya le había disparado un fusil, y por esto, el
Esperpento comenzó a caminar y a apoyar sus pies sobre las filas de
militantes peronistas.
El Cantor logró calmar al monstruo, parecía que estaba hipnotizado
por la voz del Cantor. Se fue reuniendo gente del barrio, y juntos
cantaban marchas peronistas, el Esperpento se mostró conmovido y
empezó a llorisquear. El Cantor siguió adelante, acompañado por los
sobrevivientes de la batalla, que celebraban la victoria.
La multitud comenzó a festejar, saltando y a los gritos. Mientras,
Carlitos se acercó a Candela y la tomó de la cintura, se miraron a los
ojos y se besaron. Todo iba desapareciendo, las imágenes y los
sonidos parecían ser cosas de otra vida. De pronto, el Esperpento se
despertó y volvió a ponerse de pie, el Cantor se fue alejando junto con
el monstruo.
Candela y Carlitos acordaron verse en un mes, ya que ella debía irse
con las censistas a atender sus asuntos, mientras que Carlitos volvería
a su barrio natal, La Sudoeste, para reencontrarse con su gente.
Carlitos se despidió de los demás y con el gato montés se fue hacia el
arroyo de Don Bosco. Paso a paso, se fueron acercando a La
Sudoeste, Carlitos siguió solo ya que al gato no le agradaba entrar a
los barrios, al parecer todo estaba bien en el barrio, la guerra no
parecía haberlos afectado.
Volviendo al presente, Carlitos guardó silencio y dejó el micrófono
sobre un parlante, eran las seis de la mañana. Carlitos le pregunta a
Juan Diego si a este le gustaría conocer el campito, Incardona
contestó que le gustaría mucho. La gente de a poco empezó a
aplaudir y gritar.
Entre todos fueron reconstruyendo los hechos desde su punto de vista
y desde su barrio. La gente abrió paso y Carlitos se marchó.

También podría gustarte