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Tao Te Ching TR - Zaidenwerg

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EL

CAMINO
Lao-Tse

Versiones del Tao Te Ching de Ezequiel Zaidenwerg


A Nicanor, que lo soñó primero.
I

El camino que puede transitarse:


ése no es el camino.

El nombre que se puede pronunciar:


ése no es el camino.

El principio del cielo y de la tierra


es innombrable:
los nombres son la madre
de las cosas.

Si no se lo desea,
se ve lo que está oculto;
y, cuando lo que mira es el deseo,
apenas puede verse lo deseado.

Existe lo diverso,
pero el principio es uno
aunque los nombres cambien.

Misterio de misterios,
la puerta a lo escondido.
II

Que todo el mundo sepa lo que es bello


es fealdad.

Que todo el mundo sepa lo que es bueno:


eso es el mal.

Ser y no ser no son incompatibles.

Lo difícil es fácil si es difícil.

Si es largo, es corto; y cuando es bajo, es alto.

La voz siempre es concierto; el después, antes.

Ser sabio no es decir que se hace algo.

Es desear lo que llega cuando llegue:


desear sin poseer, actuar sin culpa.

Hacer las cosas y dejarlas ir,


porque el dejarse ir las vuelve cosas.
III

No ensalzar la virtud frena la envidia.

No valorar lo escaso impide el robo.

No exhibir lo deseable es un alivio.

En el gobierno, el sabio
vacía el corazón, llena la panza,
aplaca la ambición,
fortalece los huesos,
refrena el apetito por saber
y amortigua el afán de los que saben.

Al actuar sin hacer, todo está en orden.


IV

Como un hueco, el camino


se usa y no se agota.
Por su profundidad, parece ser
el origen de todo lo que existe.

Desafila su filo,
suelta sus ataduras,
atenúa su brillo
y se hace uno con su propio polvo.

Es tan hondo que ahí se queda, quieto.


No se sabe de quién pueda ser hijo.
Parece que antecede hasta al origen.
V

Qué poca humanidad,


la del cielo y la tierra:
para ellos, las cosas son muñecos.
Qué poca humanidad, la de los sabios:
las personas, para ellos, son muñecos.

Entre el cielo y la tierra hay como un fuelle,


que no pierde, al vaciarse,
su forma, su poder:
la calma de su aire es sacudirse.

A las palabras se las lleva el viento


y la línea del medio, en su tensión,
es una cuerda floja.
VI

El aliento del valle es inmortal.


Representa el misterio o la mujer.

La puerta del misterio o la mujer


es la raíz del cielo y de la tierra.

Fino como la seda, es impalpable:


pero no se consume con el uso.
VII

La tierra dura, el cielo permanece.


No viven para sí, y así persisten.

El sabio va detrás, por eso se adelanta;


se abandona: por eso se preserva

y se realiza.
VIII

El bien es como el agua. No se esfuerza.


Fluye por los parajes más inhóspitos.
Por eso es compañía en el camino.

Lo llano es lo mejor para una casa;


y, para las ideas, lo profundo.

Si te entregás, mejor con alegría;


si vas a hablar, mejor con la verdad.

Para la autoridad, mejor el orden.


El trabajo es mejor cuando hay destreza
y el ritmo es lo mejor del movimiento.

El bien es impecable. Es sin esfuerzo.


IX

Llenar lo que está lleno lo vacía.


Afilar lo afilado desafila.
Acumular implica custodiar.
Si llegaste a ser alguien, no sos nada.
Hacer y retirarse es el camino.
X

¿Sos capaz de habitarte en cuerpo y alma


sin experimentar separación?

¿De dominar tus fuerzas por completo


con la delicadeza de un bebé?
(¿Viste que era difícil ser bebé?).

¿Te podés estudiar en el espejo


y ver con nitidez cada manchita?

¿Querés y demandás sin violentar?

¿Sos abierto y cerrado, como un nido?

¿Aprendiste a saber sin que se sepa?

Cultivar y criar sin poseer,


hacer y no por eso ser autor,
guiar sin controlar ni dominar:

la virtud y el misterio del camino.


XI

En la rueda convergen treinta rayos;


el vacío del centro la hace útil.

La vasija es arcilla modelada,


pero su utilidad está en ser hueca.

Un cuarto tiene puertas y ventanas:


le dan su utilidad sus agujeros.

En lo que está radica la ganancia;


pero la utilidad, en lo que no.
XII

Tantos colores juntos te encandilan,


tantos sonidos juntos te ensordecen,
tantos sabores juntos te empalagan.

Perseguir y cazar te vuelven loco,


querer atesorar te hace actuar mal.

El sabio ignora el ojo y ve el estómago.


XIII

Cómo asustan el éxito y la ruina.


En eso se parecen mucho al cuerpo.

¿Y qué quiere decir que son temibles?


Al principio temblabas por triunfar,
luego temés que el éxito te esquive.

¿Y por qué es comparable con el cuerpo?


Temo la ruina porque tengo cuerpo;
si no, no habría nada que arruinar.
XIV

Por más que abras los ojos, no se ve.


Aunque pares la oreja, no se oye.
Y aunque alargues la mano, no se toca.

Estos rasgos no pueden distinguirse:


son singulares y, a la vez, son uno.

Aunque en la superficie no sea diáfano,


su sentido profundo no es opaco.

Existe omnipresente e innombrable,


por eso siempre deja de existir,
más allá de la imagen y la forma.

Si lo buscás, no deja que lo encuentres;


si lo seguís, no deja de escaparse:
tan viejo como nuevo es el camino.
XV

Antes, quienes seguían el camino


eran espirituales y sutiles,
penetrantes, profundos:
por eso era imposible conocerlos.

Puesto que es imposible conocerlos,


solo puedo esbozar algunos símiles.

Tomaban precauciones,
como quien cruza un río congelado.

Se mostraban renuentes,
como quien desconfía del vecino.

Eran educadísimos,
como huéspedes siempre en casa ajena.

Difíciles de asir,
como el hielo que empieza a derretirse.

Se dejaban moldear,
como un pedazo informe de madera.

Eran igual de llanos que los valles,


y con la claridad de un río revuelto.

¿Y quién puede aclarar agua revuelta?


¿Quién puede hacer correr agua estancada?

El camino no ofrece plenitud.


Sin buscar plenitud, tampoco hay falta.
XVI

Permitite vaciarte por completo.


Permitite una calma verdadera.
Las cosas van y vienen a la vez.
La planta es flor porque va a ser raíz.
Volver a la raíz: eso es la paz.
Es lo que algunos llaman el destino,
y esa vuelta también es la constancia.
Reconocer esa constancia es luz,
y no reconocerla, incoherencia.
A su vez, la constancia es comprensión,
que es apertura y magnanimidad.
La magnanimidad: eso es el cielo.
El cielo y el camino son lo mismo:
son largos aunque el cuerpo sea corto.
XVII

Los verdaderos líderes


son los desconocidos.
Después vienen los líderes
que la gente conoce y tanto admira;
luego vienen aquellos
que las personas temen;
y, al fin, a los que odian.

No se puede confiar
en quien no tiene fe.

Pero cuando las cosas


se hacen como la gente,
la gente, junta, dice “Lo logramos”.
XVIII

Cuando el camino cae en el olvido,


surgen la moralina y los modales.
Si se exaltan la astucia y el saber,
sobreviene una inmensa hipocresía.
Si la armonía familiar se pierde,
se habla de amor filial y parental.
En una sociedad en decadencia,
reinan la lealtad y el patriotismo.
XIX

Basta de hacerte el santo y el sabihondo,


los demás te lo van a agradecer.

Basta de moralina y altruismo,


alcanza con volver a ser amables.

Basta de oportunismo emprendedor


para que no haya más robos ni estafas.

Tampoco te enamores de estas máximas:


mejor la sencillez y la franqueza,
mejor no depender de tus deseos.
XX

Si dejás de tratar de entender todo,


enseguida se acaban los problemas.

¿Qué hay de asentir en ser condescendiente?


¿Y en tener que ser bueno, qué hay de malo?

¿Por qué temer lo que la gente teme?


Tanta elucubración no tiene fin.

La gente se divierte en los feriados,


o cuando sale al parque en primavera.

Yo soy el único que no se inmuta,


un bebé que no sabe sonreír.

Me siento desganado, deprimido,


como sin un hogar al que volver.

La gente tiene todo lo que quiere:


yo, un tonto que se queja de su pérdida.

Son tan inteligentes los demás:


yo, un bobo que perdió la lucidez.

La gente está ocupada con sus cosas


y yo siento que estoy a la deriva.

Me siento diferente de los otros:


extraño la comida de mamá.
XXI

El camino es abrirse a la virtud,


aunque parezca que se cierra, esquivo.

Aunque parezca abstracto, tiene forma.


Todo lo abarca, aunque parezca opaco.
Y, oscuro y todo, tiene corazón:
un corazón abierto a la experiencia.

Ahí está su verdad y, ahí, su fe.

Desde siempre le están poniendo nombres.


Desde el principio se lo vive así.
XXII

Lo que está en partes es también un todo,


y si se tuerce es porque se endereza.

Lo que se llena es porque está vacío,


y si se gasta es porque se renueva.

Menos es más, pero también es menos:


sabio es quien reconoce la unidad
y que no existe lustre sin contraste.

¿No era verdad que el todo, como dicen,


era más que la suma de sus partes?

Sí y no: si tiene partes, tiene dueño.


XXIII

Es natural ser corto de palabras.


No dura un día entero un chaparrón
ni toda la mañana un temporal.

¿A qué se debe? Al cielo y a la tierra.


Si ellos no son largueros, ¿por qué el hombre?

Quien desanda el camino se recorre.


Quien persigue poder se hace posible.
Quien perdura en la pérdida se pierde.

Entregate al camino, al poder, a la pérdida.


Quien no confía no merece fe.
XXIV

En puntitas de pie no se está firme


ni con grandes zancadas se camina.

No es lo mismo brillar que darse lustre:


al lado del camino relumbra la basura.
XXV

Desde antes de que hubiera cielo y tierra,


había algo completo aunque difuso,
que existe por su cuenta, inalterable.

Sin agotarse, está por todos lados


y es la fuente de todo lo que hay.

No sé cómo se llama. Es el camino.


Y si hubiera que describirlo más
yo diría que es grande, porque pasa;
al pasar, sigue; y porque sigue, vuelve.

Se dice que son grandes el camino,


la tierra, el cielo y la virtud humana.

El hombre es de la tierra y la tierra es del cielo.


El cielo es del camino: y el camino también.
XXVI

El peso es la raíz de lo liviano


y el reposo es el rey del movimiento.

Donde quiera que vaya, el sabio nunca


olvida cuánto pesa su valija.

Por más que lo deslumbren los paisajes,


nunca pierde la calma ni el sosiego.

¿Pero cómo podría conducirse


con tanta ligereza el poderoso?

Siempre la liviandad es desarraigo;


pérdida del dominio, la inquietud.
XXVII

Un buen viajero nunca deja huellas.

Un hábil orador jamás vacila.

El mejor contador no hace planillas.

Un buen candado es el que queda abierto


y el mejor nudo no precisa soga.

Por eso el sabio ve provecho en todo


y no rechaza a nadie.

Y aunque el que sabe enseña al que no sabe,


sabe que no saber es su riqueza:

qué lindo y qué curioso.


XXVIII

Conocerse varón y ser mujer


es el arroyo que atraviesa el valle.
Ser el arroyo que atraviesa el valle,
con su poder eterno e infalible,
es ser una vez más recién nacido.

Reconocer la luz y hacerse oscuro


es un ejemplo para todo el mundo.
Ser un ejemplo para todo el mundo
de ese poder eterno e infalible
es volver otra vez al infinito.

Conocerse en la gloria y ser modesto


es el arroyo que atraviesa el valle;
con su poder eterno e infalible,
es el retorno a la simplicidad.

A la madera simple hay que cortarla


para sacarle todo su provecho.
Así conduce el sabio a los demás:
leña de árbol erguido.
XXIX

Es imposible conquistar el mundo.


El mundo es un vehículo sagrado,
no una herramienta que manipular.
Quien lo procura manejar, lo mancha;
y quien busca apropiárselo, lo pierde.

Algunas cosas en el mundo mandan


o piden que las guíen; vociferan
o hablan con un susurro; son vehementes
o delicadas; triunfan y se frustran.

Por eso el sabio se mantiene al margen


de los extremos y la complacencia.
XXX

No hay provecho en la fuerza de las armas:


por la culata siempre vuelve el tiro.

En todo campo que cruzó un ejército


brota el cardo y la ortiga, crece el hambre.

Tras golpear, un buen líder se retira:


si usa la fuerza, no es para forzar;
y, aunque resuelto, no se jacta nunca.

La fuerza hace crecer tanto que mata.


Hay un camino ahí: no es el camino.
XXXI

Hasta las armas más sofisticadas


son instrumentos de infelicidad,
odiosas para todas las criaturas.
Quien recorre el camino las rehuye.

Los gobernantes miran, cuando hay paz


a la izquierda; y, en guerra, a la derecha.

Las armas son un último recurso,


son instrumentos de infelicidad.
El sabio no tiene armas ni las usa,
y si tiene que usarlas, no se alegra:
en herir y en matar no hay alegría.

Los gobernantes miran, cuando hay paz


a la izquierda; y, en guerra, a la derecha.
XXXII

Lo eterno del camino es innombrable.


En su insignificancia y pequeñez,
el mundo no se atreve a someterlo.

Si acaso los gobiernos lo siguieran,


habría hospitalidad más que gobierno;
y la tierra y el cielo, en armonía,

derramarían un rocío dulce


que, sin ninguna orden de por medio,
les llegaría por igual a todos.

Un nombre es una forma de ordenar;


un orden, un lugar donde quedarse,
y quedarse es refugio del peligro.

Se podría ilustrar con un ejemplo:


en el mundo, el camino es un arroyo
que va al río y un río que va al mar.
XXXIII

Conocer a los otros es ser sabio;


conocerse a uno mismo, iluminarse.
Dominar a los otros pide fuerza.
Dominarse a uno mismo es el poder.

El que sabe que nada falta es rico.


La voluntad es ser perseverante.
Mantenerse centrado es persistencia.
Morir sin perecer es existir.
XXXIV

Caudaloso, el camino se desborda,


a la izquierda y también a la derecha.

Todo se apoya en él para existir,


y a nada se le niega su sustento.

Cumplida su labor, no pide fama.


Aunque a todo lo vista y alimente,
de nada quiere ser dueño y señor.

Puesto que no desea, se lo puede


clasificar entre las cosas chicas;
y todo lo que existe vuelve a él.

Dado que no posee, se lo puede


clasificar entre las cosas grandes.

El sabio actúa de la misma forma:


más bien ser sin tamaño es su grandeza.
XXXV

El mundo va al encuentro de quien capta


la gran silueta. Nada lo lastima:
todo es comodidad, descanso, paz.

La comida, la música, la fiesta,


invitan al viajero a detenerse.

Puesto en palabras, el camino es soso;


y no impresiona al ojo ni al oído.

Por eso mismo no se agota nunca.


XXXVI

Para encogerse hay que expandirse antes.


Para debilitarse hay que ser fuerte.
Lo que se agacha debe haberse erguido.
Lo que se tiene es porque fue ofrendado.

Ésa es la claridad de lo invisible:


la suavidad derrota a la dureza
y a la fuerza se impone la ternura.

Así como los peces bajo el agua,


las armas del Estado.
XXXVII

El camino es constante en su inacción.


Por eso nada deja sin hacer.

Si lo supieran observar los líderes,


todas las cosas se transformarían.

Si eso de transformarse se volviera


un deseo de actuar, lo calmaría
con la simplicidad de lo sin nombre.

En lo simple y sin nombre no hay deseo;


y donde no hay deseo está la calma
y las cosas se ordenan por sí mismas.
XXXVIII

La virtud superior no es la virtud:


y por eso es virtud.

La virtud inferior solo es virtud:


por eso no es virtud.

La virtud superior no logra nada,


y por eso no hay nada que no logre.

La virtud inferior piensa en lograr,


y así no logra nada.

Mientras que el bien actúa sin hacer,


y la justicia cuando actúa hace,
la cortesía, en cambio, hace obligada.

Si se pierde el camino, lo que queda es virtud.


Perdida la virtud, queda solo bondad.
Perdida la bondad, queda la cortesía:
y lo cortés no quita lo obediente.

La cortesía es lealtad y fe
superficial. Por eso desordena.
Los saberes son flores del camino,
pero engañosos puntos de partida.

Los buenos van a fondo, no son frívolos


y prefieren los frutos a las flores.
XXXIX

En su unidad, el cielo se hace claro.


En su unidad, la tierra se hace firme
y, en su unidad, despierta la conciencia.

En su unidad, el valle se hace fértil.


En su unidad, se multiplica todo;
y el gobierno también es unidad.

Sin claridad, el cielo se hace añicos.


Sin firmeza, la tierra se desfonda.
Sin despertar, el alma es inconsciente.

Si no es fértil, el valle es un desierto.


Sin unidad, nada se multiplica.
Sin humildad, los gobernantes caen.

La nobleza descansa en lo común;


lo que se eleva, en lo que tiene abajo.

Por eso los gobiernos dicen que


“se identifican con los más humildes”:
¿será porque en verdad saben que el pueblo
es el origen de su autoridad?

No hay que desear la piedra por preciosa,


sino porque primero es una piedra.
XL

El camino es un verso, porque vuelve;


y así también el mundo, porque cede.

Todas las cosas son de su existencia;


y, en cambio, la existencia no es de nada.
XLI

Cuando cobran conciencia del camino,


los más inteligentes lo practican.

Cuando cobran conciencia del camino,


los medio inteligentes lo custodian:
por eso mismo a veces se les pierde.

Cuando cobran conciencia del camino,


los poco inteligentes solo ríen.
Claro: sin risas no hay ningún camino.

Por eso dicen que el camino brilla


cuando parece que le falta luz
y cuando avanza es porque retrocede:
cuanto más llano es, más escarpado.

Por eso la virtud, cuando se eleva,


parece que se achata, como un valle.
Hasta nos da vergüenza, de tan pura,
y siempre nos resulta insuficiente:
de tan genuina, nos parece falsa.

El cuadrado perfecto es sin aristas


y el talento más grande siempre es póstumo:
una canción que suena sin sonido,
la gran silueta que no tiene forma.

El camino es esquivo y sin palabras;


y, sin embargo, en él solo hay provecho.
XLII

El camino dio origen a lo único;


lo único, a lo dual; y lo dual
a lo ternario; lo ternario, entonces,
le dio origen a todo lo que existe.

Todas las cosas dejan una estela


de oscuridad al transportar la luz:
ése es el soplo que las armoniza.

Aunque a nadie le guste ser “humilde”,


los gobiernos reclaman ese título:
perder hace ganar; ganar, perder.

Por eso enseño lo que me enseñaron:


engendra más violencia la violencia.
XLIII

Lo que cede se impone a lo que no.

Lo inmaterial penetra la materia.

Enseñar sin hablar, hacer sin hechos.


XLIV

¿Qué importa más, tu nombre o ser quien sos?


¿Ser rico o ser? ¿Qué duele más? ¿La pérdida
o la ganancia? Es pérdida el apego
y el ahorro es perderse de gastar.

Quien está satisfecho no se humilla.

Continúa quien sabe detenerse.


XLV

Lo completo parece defectuoso


y por eso no agota su función.
Lo que se llena siempre está vacío,
y por eso no cumple su función.

Rectitud es saber también torcerse.


La habilidad celebra la torpeza
y la elocuencia es siempre tartamuda.

Cuando hace frío, hay que seguir moviéndose;


si hace calor, hay que quedarse quieto;
para estar en el mundo, tener calma.
XLVI

Cuando el camino anda por el mundo,


los pura sangre tiran del arado.
Cuando el mundo no anda en el camino,
los tanques se pasean por las calles.

No hay desgracia mayor que la codicia,


ni infortunio mayor que la avidez.

Si te arreglás con lo que hay, te sobra.


XLVII

Sin que haga falta atravesar la puerta,


se puede percibir el mundo entero.

Sin siquiera mirar por la ventana,


el camino del cielo se percibe.

Cuanto más lejos vas, menos sabés.

Por eso, el sabio sabe sin moverse:


ve sin mirar, actúa sin hacer.
XLVIII

Quien se pone a estudiar a diario, aprende.

Quien desanda el camino, desaprende


todos los días un poquito más,
hasta que al fin consigue no hacer nada
y, así, no queda nada sin hacer.

Para mandar, hay que soltar el mando.


XLIX

feat. Juana de Asbaje

Si algo no tiene el sabio es corazón:


su corazón es el de todo el mundo.

A quien se porta bien, lo trato bien;


a quien se porta no tan bien, también:
el bien se trata de tratarse bien.

Confío en quien merece mi confianza;


y en quien no la merece, igual confío:
el bien se trata de tenerse fe.

Para vivir en este mundo, el sabio


funde su corazón con el del mundo.

La gente le regala su atención


y él trata como a un chico a todo el mundo.
L

Entre que salen a nacer y mueren,


tres personas de diez siguen la vida,
tres personas de diez siguen la muerte,
y otras tantas oscilan entre ambas.

¿Y por qué? Por apego a la experiencia.

Dicen que si aprendés a vivir bien,


las fieras no te atacan en tus viajes;
y, en combate, las armas no te tocan.

¿Y por qué? No hay lugar para la herida


y no tiene por donde entrar la muerte.
LI

Todas las cosas vienen del camino:


las cría la virtud; las va formando
la materia; y la fuerza las completa.

Todas las cosas honran el camino


y acatan, espontáneas, su virtud
sin que haya nada que las fuerce a hacerlo.

Todas las cosas vienen del camino


y la virtud las cría y alimenta,
las hace madurar y las protege.

Cultivar y criar sin poseer,


hacer y no por eso ser autor,
guiar sin controlar ni dominar:

la virtud y el misterio del camino.


LII

Si todo lo que existe tiene inicio,


se podría decir que tiene madre.

Los hijos se conocen por la madre:


reconocernos hijos es volver
a la madre y, cuidándola, cuidarnos
de todos los peligros, hasta el fin.

Cerrá bien tus ventanas y tus puertas:


vivirás sin problemas hasta el fin.

Abrite al mundo y entregate a él:


vivirás hasta el fin sin salvación.

Quien ve mejor ve todo más chiquito,


y es más fuerte quien cede a la ternura.

Luz es lo que hace ver, no lo que ves.


Usarla te protege de la pérdida;

y eso entraña una práctica constante.


LIII

Si tuviera un poquito de cordura


para lanzarme a andar por el camino,
solo me cuidaría de una cosa:
aunque el camino se presente llano
a la gente le encantan los rodeos.

Se levantan, lejanas, las mansiones;


pero en los campos crecen solo yuyos
y en los graneros no se guardan granos.

La gente se obsesiona con la ropa,


marcha por el derecho a portar armas,
saca fotos de todo lo que come
y acopia más de lo que puede usar.

Más caminantes, menos salteadores.


LIV

Lo que se arraiga bien nunca se arranca.


Lo que se abraza bien nunca se va.

Así, se sigue honrando a los ancestros:


si es ancestral, primero fue moderno.

La virtud que en el cuerpo se cultiva


es verdad.

La virtud que en la casa se cultiva


es abundancia.

La virtud cultivada en la ciudad


es firmeza.

La virtud cultivada en el país


también es abundancia.

Y la virtud, si la cultiva el mundo,


es universo.

Cuerpo, casa, ciudad, país y mundo:


cada cosa hay que verla por lo que es.

¿Cómo sé que es así?


Porque lo veo.
LV

Quien se deja llenar por la virtud


se parece a un bebé recién nacido.

Los bichos venenosos no lo pican,


las aves de rapiña no lo atacan
y las bestias salvajes no se acercan.

Tiene los huesos tiernos todavía


y los músculos, blandos y flexibles;
pero igualmente agarra todo al vuelo.

Por más que todavía no conozca


la unión y diferencia de los sexos,
ya se sabe excitar:
¡cuánta energía!
Llora, chilla, protesta y patalea
el día entero sin perder la voz:
¡cuánta armonía!
(La armonía es
constancia; y la constancia es claridad.)

Crecer y superarse exige suerte;


pensar mucho, un derroche de energía;
y madurar, dejar la juventud.

Forzar las cosas nunca es el camino:


lo que no es el camino muere joven.
LVI

El que sabe, no habla.


El que habla, no sabe.

Cierra la boca,
baja la persiana.
Desafila su filo,
suelta sus ataduras,
atenúa su brillo
y se hace uno con su propio polvo.

No le importan ni el odio ni el amor,


ni el lucro ni las pérdidas;
no escucha los elogios ni las burlas.
Por eso lo respeta todo el mundo.
LVII

En el gobierno se hace lo esperable;


en la guerra, mejor lo inesperado;
y, para conquistar el mundo, nada.

¿Cómo sé que es así? Porque lo sé:


cuantas más prohibiciones y tabúes,
más pobreza en la vida de la gente;
cuantas más armas hay, más confusión;
cuanto más artificio, más sorpresas;
cuantas más leyes, más ladrones hay.

Por eso dice el sabio:


no hago nada
y la gente cambia sola;
me quedo en paz y encuentra su justicia;
no me esfuerzo y la gente se enriquece;
no ambiciono y resuelve por su cuenta.
LVIII

A gobierno aburrido, gente honrada;


y a gobierno notorio, insatisfecha.

La desgracia depende de la suerte


y la suerte se esconde en la desgracia,
quién sabe hasta qué punto: eso es normal.

En algún punto, lo normal es raro;


y lo bueno se vuelve brujería:
la confusión viene de larga data.

El sabio es afilado, no filoso;


es siempre agudo, pero no cortante;
y brilla, aunque no luzca ni encandile.
LXIX

En asuntos humanos y celestes,


nada mejor que la frugalidad,
esa costumbre siempre matutina.

Al que madruga, la virtud lo ayuda


y se le ofrece en abundancia: cuando
abunda la virtud, no hay imposibles.

Sin imposibles, no hay tampoco límites;


sin límites, se puede gobernar;
y si el gobierno es maternal, perdura.

Raíces hondas para un tronco firme:


árboles al costado del camino.
LX

Gobernar un país es parecido


a freír cornalitos: se hace entero.

Cuando el camino se usa para todo,


se vuelve inútil agitar fantasmas.

Y no porque no tengan más poder:


su poder ya no le hace daño a nadie.
LXI

Un gran país es como una llanura


adonde van a desaguar los ríos:
es una confluencia, una mujer.

Por más quieta y abajo que se quede,


en verdad la mujer siempre está arriba.

Un gran país conquista a uno más chico


si se pone a su altura, a su servicio;
y el más chico al más grande, cuando cede:
por eso conquistar es amoldarse.
LXII

En el fondo de todo está el camino:


para los buenos es como un tesoro
y es el refugio de los no tan buenos.

La palabras hermosas dan prestigio


y se puede ascender con bellos actos:
esto no excluye ni a los menos buenos.

Por eso, a la asunción presidencial


se puede ir con pancartas a la plaza
para ofrecerle apoyo al gobernante;
pero mejor ofrenda puede ser
sentarse en paz al lado del camino.

¿Por qué en la antigüedad se lo estimaba?


Quien lo busca lo encuentra y, quien lo encuentra,
al transitarlo enmienda sus errores.

Por eso se lo estima en todo el mundo.


LXIII

Actuar y no hacer nada, hacer sin actos,


probar y no por gusto, ver lo grande
en lo chico, lo mucho de lo poco,
la virtud del error.
Lo más complejo
empieza por lo simple; y lo más grande
parte de algún detalle diminuto.

El sabio no persigue la grandeza,


por eso mismo logra cosas grandes.

Promete mucho quien no tiene fe,


y es denso tomar todo a la ligera.

El sabio ve complejidad en todo:


por eso mismo nunca se complica.
LXIV

Si está quieto, es más fácil de agarrar.


Si no pasó, es más fácil de planear.
Si es frágil, es más fácil de quebrar.
Si es mínimo, es más fácil de sembrar.

Por eso, lo mejor es prevenir


y poner orden antes del desorden.

El tronco de ese árbol, que ahora no


alcanzás a rodear con los dos brazos,
viene de una semilla diminuta.

Esa torre, que ahora ves altísima,


se levantó ladrillo por ladrillo;
y hasta el viaje más largo es paso a paso.

Hacer es deshacer; tener, perder:


al no hacer nada, el sabio nunca falla;
al no aferrarse a nada, nunca pierde.

En su afán por hacer, la gente, en cambio,


suele fallar cuando el final se acerca:
importan los finales, por supuesto,
pero igual de importantes los principios.

El sabio no depende del deseo,


ni ambiciona las cosas más difíciles;
aprende a no aprender, y pone a prueba
lo que los otros daban por sentado:

deja que todo fluya y no se mete.


LXV

Antes, quienes seguían el camino,


nunca lo usaban para iluminar
a la gente: más bien la confundían.

Gobernar es difícil si la gente


es excesivamente perspicaz.

La astucia en el gobierno es engañosa:


qué alegría un gobierno que no sabe.

Quien lo sabe, conoce que hay patrones:


ir en su busca es la virtud profunda.

Viene de lejos la virtud profunda


y, aunque parezca que se opone al mundo,
a todo lo conduce a la armonía.
LXVI

¿Por qué dicen que el mar preside sobre


los ríos que desaguan en los valles?

Porque sabe ponerse por debajo.

El sabio, si desea presidir,


aprende a rebajarse en sus palabras.

El sabio, si desea conducir,


aprende antes a quedarse atrás.

Por eso no domina ni se impone:


en todo caso, el sabio predomina.

Aunque todos lo sepan competente,


no compite: no tiene competencia.
LXVII

Todos dicen que mi camino es grande


y que no se parece a nada más.

Lo grande nunca se parece a nada,


por eso es que también parece chico.

Hay tres cosas que cuido y atesoro:


la primera se llama compasión,
la segunda se llama austeridad;
la tercera consiste en no imponerse.

Soy más valiente siendo compasivo;


si soy austero, soy más generoso;
si no me impongo, puedo liderar.

Temeridad, derroche, imposición:


son cosas que conducen a la muerte.

Si hay que atacar, mejor con compasión;


mejor la compasión, al defenderse;
con compasión, el cielo te preserva.
LXVIII

El mejor capitán no se arrebata.


El mejor peleador nunca es violento.
El mejor ganador jamás compite.
El mejor jefe no se da importancia.

La virtud se declara incompetente:


así se emplea el talento de los otros.

A eso lo llaman obediencia al cielo;


y es, desde siempre, la virtud más alta.
LXIX

Como dice un proverbio del ejército:


conviene más ser huésped que anfitrión;
y es preferible dar un paso atrás
que avanzar cuerpo a tierra unos centímetros.

Eso es ponerse en marcha sin marchar,


arremangarse sin mostrar los bíceps,
armarse hasta los dientes de paciencia
y dar pelea sin enemistad.

Nunca subestimar al oponente:


cuando se enfrentan fuerzas similares,
gana a la que le duele más pelear.
LXX

feat. Don Luis DG

Mis palabras son fáciles


de entender, de seguir;

y, sin embargo, nadie


las entiende o las sigue.

Las palabras también tienen ancestros;


y los actos, propósitos maestros.

Si no se entiende eso, no me entienden,


pues “honra me ha causado hacerme oscuro”
(“aun a pesar de las tinieblas bella /
aun a pesar de las estrellas clara”).

Sabio es quien luce joyas con harapos.


LXXI

La salud es saber que no se sabe.


No saber que se ignora, enfermedad.

Vivir la enfermedad es evitarla.

Por eso mismo el sabio no se enferma:


vive la enfermedad, no es un enfermo.
LXXII

Cuando la gente deja de tenerle


miedo al poder, llega un poder más grande.

A la gente le irrita que la opriman.


Si no odia donde vive ni su vida
y la dejan en paz, vive sin odio:
¿para qué odiar si nada te es odioso?

El sabio se conoce y no se jacta.


Por amor propio no se toma en serio,
y prefiere exponerse y no exhibirse.
LXXIII

La valentía temeraria mata


y el cuidado valiente hace vivir:
te puede salir bien o mal la apuesta.

¿Por qué se ensaña el cielo? Nadie sabe.


Ni el sabio tiene fácil dar respuesta.

El camino del cielo no compite,


pero siempre consigue la victoria;
por más que no hable, sabe responder;
no llama a nadie, pero igual convoca;
y aunque planee todo, es espontáneo.

La red del cielo se despliega enorme;


y, por más que esté llena de agujeros,
ninguna cosa se le escapa nunca.
LXXIV

Si perdemos el miedo de morirnos,


¿para qué amenazarnos con la muerte?

Y si la gente teme que la maten,


porque así se castiga a quien delinque,
¿quién no tendría miedo de matar?

Matar es siempre cosa de verdugos.

Quien pretende ponerse en su lugar


es como un carpintero que no sabe:

termina con las manos rotas, rojas.


LXXV

La gente tiene hambre. Los impuestos


subieron. Los de arriba pagan poco.

Por eso es que la gente tiene hambre.

Gobernar a la gente no es sencillo:


los de arriba se meten demasiado.

Por eso es que es difícil gobernar.

La gente no respeta más la muerte


por ocuparse mucho de la vida.

Por eso no respeta más la muerte.

Si el costo de la vida sube mucho,


se opaca su valor incalculable.
LXXVI

El hombre, cuando nace, es delicado y débil


y, al morir, duro y rígido.

Las plantas brotan verdes y se llenan de savia;


al morir, se marchitan y se secan.

Lo duro e inflexible acompaña la muerte.


Lo tierno, lo que cede, acompaña la vida.

La tropa intransigente no gana la batalla


y al árbol inflexible lo derriban.

Los duros y los fuertes caerán


y se alzarán los tiernos y los débiles.
LXXVII

El camino del cielo


es la tensión del arco
antes de disparar:
el extremo de arriba
se inclina, y el de abajo,
al curvarse, se yergue.
Rebaja lo elevado
y enaltece lo bajo,
le quita a quien le sobra
y le da a quien le falta.

El camino del cielo:


sacar de donde sobra
y poner donde falta.

El camino del hombre


es distinto: quitarle
a quien no tiene y darle
a quien tiene de sobra.
¿A quién le sobra tanto
que se le ofrenda al mundo?
Al que sigue el camino.
LXXVIII

No hay mayor suavidad que la del agua,


que desarma a la piedra con caricias.

La suavidad derrota a la dureza


y a la fuerza se impone la ternura:
todos lo saben, nadie lo practica.

Por eso dice el sabio: gobernar


es saber asumir el desgobierno;
y el poder es lidiar con la impotencia.

Hablar con rectitud suena torcido.


LXXIX

Después de resolver una disputa,


algo de la disputa siempre queda.

¿Cómo se hace de esto una virtud?


El sabio siempre cumple con su parte
y no reclama nada a los demás.

A quien tiene virtud le importa el pacto;


quien no tiene, reclama lo pactado.

El camino del cielo es imparcial


y siempre está del lado de los buenos.
LXXX

Un país chico donde quepan todos,


donde no falten adelantos técnicos
pero que no generen dependencia;
en el que, por respeto hacia la muerte,
nadie quiera emprender largos periplos;
con excelentes medios de transporte
pero sin incentivos para irse;
donde, si hay armas, no haya que exhibirlas;
donde la gente vuelva a usar el quipu,
cocine rico y vista igual de bien;
le guste dónde vive y cómo vive
y su costumbre sea la alegría.

Un país en un mundo sin fronteras.


LXXXI

Hablar con la verdad no siempre es lindo.


Hablar lindo no siempre es la verdad.

La gente buena rara vez discute:


casi nunca está bueno discutir.

El erudito rara vez es sabio;


el sabio casi nunca es erudito.

Al sabio no le gusta acumular:


se hace más rico cuanto más se entrega.

El camino del cielo es sin herida;


y el camino del sabio, sin esfuerzo.

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