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sucesos que condujeron al derrocamiento del régimen zarista imperial durante la Revolución de Febrero,
la posterior instauración de un Gobierno Provisional, entre febrero y octubre de 1917, que proclamó la
República Rusa, y la disolución de la República Rusa tras la Revolución de Octubre que proclamó la
República Socialista Federativa Soviética de Rusia.
El zar se vio obligado a abdicar y el antiguo régimen fue sustituido por un Gobierno Provisional tras la
primera Revolución de Febrero de 1917 (marzo en el calendario gregoriano, pues el calendario juliano
estaba en uso en Rusia en ese momento). En la posterior Revolución de Octubre, el Gobierno Provisional
fue eliminado y reemplazado con un gobierno bolchevique de tendencia comunista conocido como el
Sovnarkom.
A partir de entonces se produjo un período de poder dual, durante el cual el Gobierno provisional ruso
tenía el poder del Estado, mientras que la red nacional de sóviets (consejos), liderados por los socialistas
y siendo el Sóviet de Petrogrado el más importante, tenía la lealtad de las clases bajas y la izquierda
política. Durante este período caótico hubo motines frecuentes, protestas y muchas huelgas. Cuando el
Gobierno Provisional decidió continuar la guerra con Alemania, los bolcheviques y otras facciones
socialistas hicieron campaña para detener el conflicto. Los bolcheviques pusieron a milicias obreras bajo
su control y los convirtieron en la Guardia Roja (más tarde, el Ejército Rojo) sobre las que ejercían un
control sustancial.
Posteriormente, estalló una guerra civil en Rusia entre la facción «roja» (bolchevique) y «blanca»
(antibolcheviques) —esta última contó con el apoyo de las grandes potencias—, que iba a continuar
durante varios años, en la que los bolcheviques, en última instancia, salieron victoriosos. De esta
manera, la Revolución abrió el camino para la creación de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas
(URSS) en 1922. Pese a que muchos acontecimientos históricos notables tuvieron lugar en Moscú y
Petrogrado, también hubo un movimiento visible en las ciudades de todo el estado, entre las minorías
nacionales de todo el Imperio ruso y en las zonas rurales, donde los campesinos se apoderaron de la
tierra y la redistribuyeron.
La Revolución rusa fue un acontecimiento decisivo y fundador del «corto siglo XX»4 abierto por el
estallido del macroconflicto europeo en 1914 y cerrado en 1991 con la disolución de la Unión Soviética.
Objeto de simpatías y de inmensas esperanzas por unos (Jules Romains la describió como «la gran luz en
el Este» y François Furet como «el encanto universal de octubre»), también ha sido objeto de severas
críticas, de miedos y de odios viscerales.5 Sigue siendo uno de los acontecimientos más estudiados y
más apasionadamente discutidos de la historia contemporánea.67
Previamente a 1917, el antiguo Imperio ruso se regía bajo un régimen zarista, autocrático y represivo
desde hacía tres siglos cuando, en 1613, se instauró en el país la dinastía Románov.
La abolición de la servidumbre promulgada en 1861 por parte del zar Alejandro II fue la primera muestra
de las fisuras del antiguo sistema feudal. Una vez liberados, los antiguos siervos se desplazaron a las
ciudades, convirtiéndose así en mano de obra industrial.
A comienzos del siglo xx, el desarrollo de la industria rusa era cada vez mayor, favoreciendo el
crecimiento de las ciudades y una creciente efervescencia cultural: el antiguo orden social se
tambaleaba, agravando las dificultades de los más pobres. Las industrias florecían y la creciente clase
obrera se aglutinaba principalmente en las ciudades, pero la prosperidad del país no había representado
beneficio alguno para la mayoría de la población.
La economía en su conjunto seguía siendo arcaica.8 El valor de la producción industrial en 1913 era dos
veces y media menor que el de Francia, seis veces menor que el de Alemania y catorce veces menor que
el de Estados Unidos.9 La producción agrícola continuaba siendo deficiente y la falta de transportes
paralizaba cualquier intento de modernización económica.10 El PIB per cápita en aquella época era
inferior al de Hungría o al de España y, aproximadamente, suponía una cuarta parte del de Estados
Unidos.11 Además, el país estaba dominado sobre todo por capital extranjero, poseyendo este casi la
mitad de las acciones rusas.12 El proceso de industrialización fue violento y mal aceptado por los
campesinos, que habían sido bruscamente proletarizados. La clase obrera naciente, aunque
numéricamente pequeña, se concentraba en las grandes zonas industriales, lo que facilitó la creciente
conciencia revolucionaria.13
El Imperio ruso seguía siendo un país esencialmente rural (el 85 % de la población vivía en zonas rurales).
Si bien una parte de los campesinos, los kuláks, se había enriquecido y constituido una especie de clase
media rural con el apoyo del régimen; el número de campesinos sin tierra había aumentado, creando así
un auténtico proletariado rural receptivo a ideas revolucionarias. Incluso después de 1905, un diputado
de la Duma señaló que en muchos pueblos, la presencia de chinches y cucarachas en los hogares se
percibía como signo de riqueza.14
San Petersburgo, capital del Imperio ruso en aquella época y cuna de las tres revoluciones.
Tras la escolarización llevada a cabo unos años antes, algunos obreros habían sido convencidos por los
ideales marxistas y otros pensamientos revolucionarios. Sin embargo, el poder zarista se mostró inmóvil.
En los siglos XIX y XX, varios movimientos organizados por miembros de todas las clases sociales
(estudiantes u obreros, campesinos o nobles) trataron de derrocar al gobierno sin éxito. Algunos
recurrieron al terrorismo y a los atentados políticos, convirtiéndose los movimientos revolucionarios en
objeto de dura represión, llevada a cabo por la todopoderosa Ojrana, la policía secreta del zar. Muchos
revolucionarios fueron encarcelados o deportados, mientras que otros lograron escapar y unirse a las
filas de los exiliados. Desde esta perspectiva, la Revolución de 1917 es la culminación de una larga
sucesión de pequeñas revueltas. Las reformas necesarias, que ni las insurrecciones campesinas, los
atentados políticos y la actividad parlamentaria de la Duma habían logrado, desembocaron en una
revolución impulsada por el proletariado.
En 1905, tuvo lugar una primera revolución tras la derrota rusa ante Japón en la guerra ruso-japonesa. El
22 de enero, se convocó una manifestación en San Petersburgo para exigir reformas al zar Nicolás II,
siendo esta duramente reprimida, en lo que se conoce como el Domingo Sangriento. Se trató de un
intento del pueblo ruso de liberarse de su zar y se caracterizó por los levantamientos y la huelga por
parte de los trabajadores y de los campesinos. Estos formaron los primeros órganos de poder
independientes de la tutela del Estado: los sóviets y, especialmente, el Sóviet de San Petersburgo.
Las sucesivas derrotas rusas en la Primera Guerra Mundial fueron una de las causas de la Revolución de
Febrero. Cuando el país entró en guerra, todos los partidos políticos se mostraron favorables a la
participación en la contienda, con la excepción del Partido Obrero Socialdemócrata, el único partido
europeo junto al Partido Socialista del Reino de Serbia que se negó a votar los créditos de guerra,
aunque advirtió que no trataría de sabotear la actividad bélica de la nación. Tras el comienzo del
conflicto y después de algunos éxitos iniciales, el Ejército Imperial Ruso tuvo que soportar graves
derrotas (en Prusia Oriental, en particular). Las fábricas no se mostraron lo suficientemente productivas,
la red ferroviaria era ineficiente y el suministro de armas y alimentos al Ejército fallaba. En el Ejército, los
partes batían todas las marcas: 1 700 000 muertos y 5 950 000 heridos; estallaron disturbios y decayó la
moral de los soldados. Estos soportaban mes a mes la incapacidad de sus oficiales —que llegó hasta el
punto de suministrar a unidades de combate munición no correspondiente con el calibre de sus armas—
y el empleo de la intimidación y los castigos corporales.
La hambruna se extendió entre la población civil y las mercancías comenzaron a escasear. La economía
rusa, que antes de la guerra contaba con la tasa de crecimiento más alta de Europa,15 se encontraba
aislada del mercado europeo. El Parlamento ruso (la Duma), constituida por liberales y progresistas,
advirtió al zar Nicolás II de estas amenazas contra la estabilidad del Imperio y del régimen, aconsejándole
formar un nuevo Gobierno constitucional. El zar desoyó esta advertencia y perdió el liderazgo y el
contacto con la realidad del país. La impopularidad de su esposa, la emperatriz Alejandra —de origen
alemán—, aumentó el descrédito del régimen, hecho confirmado en diciembre de 1916 con el asesinato
de Rasputín, asesor oculto de la emperatriz, por parte del príncipe Félix Yusúpov, un joven noble.
Desde 1915-1916, proliferaron diversos comités que se hicieron cargo de todo aquello que el deficiente
Estado ya no asumía (abastecimiento, encargos, intercambios comerciales...). Junto a las cooperativas o
los sindicatos, estos comités se convirtieron en órganos de poder paralelos. El régimen ya no controlaba
el «país real».16
El mes de febrero de 1917 reunió todas las características necesarias para una revuelta popular: invierno
duro, escasez de alimentos, hastío hacia la guerra... La revolución se inició con la huelga espontánea de
los trabajadores de las fábricas de la capital, Petrogrado, a principios de dicho mes. El 23 de febrero (8 de
marzo según el calendario gregoriano),17 Día Internacional de la Mujer, las mujeres de Petrogrado se
manifestaron para exigir pan. Recibieron el apoyo de los obreros, encontrando estos una razón para
prolongar su huelga. Ese día, pese a que se produjeron algunos enfrentamientos con la policía, no hubo
ninguna víctima.
Funerales por las víctimas de la Revolución el 5 de abril de 1917 (23 de marzo según el calendario
juliano) en Petrogrado.
Los días siguientes, las huelgas se generalizaron por todo Petrogrado y la tensión fue en aumento. Las
consignas, hasta el momento más discretas, se politizaron: «¡Abajo la guerra!», «¡Abajo la
autocracia!».18 En esta ocasión, los enfrentamientos con la policía se saldaron con víctimas en ambas
partes.19 Los manifestantes se armaron sustrayendo armas de los puestos de policía. Tras tres días de
manifestaciones, el zar ordenó la movilización de la guarnición militar de la capital para sofocar la
rebelión. Los soldados resistieron las primeras tentativas de confraternización y mataron a muchos
manifestantes. Sin embargo, durante la noche, parte de una compañía se sumó progresivamente a los
insurgentes, que pudieron de esta forma armarse más convenientemente. Entre tanto, el zar, sin medios
para gobernar, ordenó disolver la Duma y nombrar un comité interino.
El periodo posterior a la abdicación del zar fue a la vez confuso y de entusiasmo entre la población. El
Gobierno provisional sucedió al zarismo rápidamente, mientras que la revolución ganaba profundidad y
la masa de trabajadores y campesinos se politizaba.
La caída de la monarquía se sintió como una liberación sin precedentes. En Rusia se abrió un periodo de
intensa alegría popular y de fermentación revolucionaria. Un frenesí por hablar y exponer las ideas
propias se instaló en todos los estratos sociales. Las reuniones fueron diarias y los oradores se sucedían
de manera casi interminable. Se multiplicaron los desfiles y las manifestaciones. Decenas de miles de
cartas, con direcciones y peticiones se enviaban cada semana desde todos los puntos del territorio para
dar a conocer el apoyo, las quejas o las reclamaciones del pueblo. Se dirigían principalmente al nuevo
Gobierno provisional y al Sóviet de Petrogrado.
Más allá de las expectativas inmediatas, lo que dominaba era el rechazo a toda forma de autoridad, lo
que permitió a Lenin hablar de la Rusia de aquellos meses como «el país más libre del mundo», como
describió Marc Ferro:
En Moscú, los trabajadores obligan a su patrón a aprender las bases del futuro derecho obrero; en
Odesa, los estudiantes dictaban a su profesor el nuevo programa de historia de las civilizaciones; en
Petrogrado, los actores sustituyeron a su director de teatro y escogieron el próximo espectáculo; en el
ejército, los soldados invitaban al capellán a sus reuniones para que este diera sentido a sus vidas.
Incluso los niños menores de catorce años reivindicaban el derecho de aprender boxeo para hacerse
escuchar ante los mayores. Era el mundo al revés.23
Por último, la manifestación más clara de la emancipación de la sociedad civil fue, por supuesto, la
creación espontánea de los sóviets (consejos) de obreros, campesinos, soldados y marineros, que
cubrieron en una semana la práctica totalidad del país. Estas asambleas, que ya habían surgido en 1905
(especialmente, el Sóviet de San Petersburgo), paliaron la escasez de organizaciones habituales en
Occidente (partidos, sindicatos...) debida a la represión zarista. Fueron órganos de democracia directa
que pretendían ejercer un poder autónomo, y, ante la posibilidad de que el Gobierno Provisional llevara
a cabo una contrarrevolución, velaron por la preservación y la ampliación de las conquistas de la
Revolución de Febrero.
La Duma eligió un Gobierno provisional encabezado por Mijaíl Rodzianko, un exoficial del zar del Partido
Octubrista, monárquico y rico terrateniente. Desde el 15 de marzo, la dirección de dicho Gobierno fue
tomada por Gueorgui Lvov, un liberal progresista del Partido Democrático Constitucional.
Por ello, pese a que la revolución había sido encabezada por los obreros y los soldados, el poder estaba
en manos de un Gobierno provisional dirigido por políticos liberales del Partido Democrático
Constitucional (llamado KD o Kadete), el partido de la burguesía liberal. Mas, en realidad, era preciso
transigir con los sóviets. En las ciudades y pueblos, con el anuncio de la revolución en la capital, se
formaron sóviets al tiempo que los notables que regían en nombre del zar fueron destituidos. Desde
principios de marzo, los sóviets ya estaban presentes en las principales ciudades, y en abril y mayo se
extendieron a las zonas rurales. Los sóviets eran unas asociaciones donde los trabajadores acudían a
discutir sobre la situación y al mismo tiempo un órgano de gobierno.
Asamblea del Sóviet de Petrogrado en 1917.
El programa del Sóviet de Petrogrado recogía el firmar la paz de manera inmediata y poner fin así a la
Primera Guerra Mundial, otorgar la propiedad de la tierra a los campesinos, la implantación de la
jornada laboral de ocho horas y el establecimiento de una república democrática. Este programa
resultaba inaplicable para la burguesía liberal que asumió el poder tras la revolución, que no firmó la
paz, ni revisó la propiedad de las tierras ni acortó la jornada laboral.
Además, el Gobierno consideró (así como parte de los dirigentes de los sóviets y de los partidos
revolucionarios) que solo la futura Asamblea Constituyente elegida por sufragio universal tenía derecho
a decidir sobre la propiedad de la tierra y el sistema social. Pero la ausencia de millones de votantes, que
se encontraban combatiendo en el frente, retrasó la celebración de las elecciones (sobre todo porque el
Gobierno continuaba con la guerra). La realización de las reformas fue continuamente aplazada sine die.
La situación llegó hasta tal punto, que el Gobierno se abstuvo de proclamar oficialmente la República
antes de septiembre. Tomó así el riesgo de decepcionar peligrosamente a la población. Por añadidura,
no podía gobernar sin el apoyo de los sóviets, que contaban con el respaldo y la confianza de la gran
masa de trabajadores.25
Los sóviets estaban dominados por los socialistas, los mencheviques y socialistas revolucionarios. Los
bolcheviques, a pesar de su nombre —en ruso, «mayoritarios»—, eran una minoría. Por aquel momento,
los sóviets, incluido el de Petrogrado, demostraron un apoyo moderado al Gobierno provisional y no
continuaron reclamando las reformas más radicales, lo que obliga a matizar la noción habitual de
«dualidad de poderes». La confluencia entre el Sóviet de Petrogrado y el Gobierno provisional cristalizó
en la figura de Aleksandr Kérenski, socialrevolucionario, vicepresidente del Sóviet de Petrogrado y
ministro de Justicia y Guerra.
Casi todos los revolucionarios, especialmente los de la escuela marxista, creían que la revolución
proletaria era prematura en un país económicamente atrasado y rural.26 En su opinión, Rusia solo
estaba preparada para una revolución burguesa, ya que el proletariado era demasiado débil y muy
reducido. La revolución debía limitarse primeramente a las tareas que el análisis marxista asignaba a la
revolución burguesa, cumplidas por la Revolución Francesa en 1789: el fin del feudalismo y la reforma
agraria. Desde este punto de vista, los sóviets se concebían como «fortalezas proletarias» ubicadas en el
corazón de la «revolución burguesa»27 dedicadas a velar por la realización de las reivindicaciones
populares, y posteriormente, preparar la transición al socialismo, además de prevenir una posible
contrarrevolución monárquica o la ruptura con la burguesía.
Pese a ello, esto no respondió a la urgencia que las masas exigían para ver colmadas sus aspiraciones.
Los partidos revolucionarios corrían el peligro de incurrir en el mismo descrédito popular que el
Gobierno provisional.
A pesar de la voluntad popular de poner fin a la guerra, la participación en la Primera Guerra Mundial no
varió. En abril, la publicación de una nota secreta del Gobierno a sus aliados, diciendo que no pondría en
peligro los tratados zaristas y que continuaría con la guerra, provocó la ira entre los soldados y los
trabajadores.28 Las manifestaciones a favor y en contra del Gobierno causaron los primeros
enfrentamientos armados de la revolución y precipitaron la renuncia del ministro de Relaciones
Exteriores, el historiador Pável Miliukov, del KD. Los socialistas moderados entraron a continuación en el
Gobierno, con el apoyo de la mayoría de los trabajadores, que creían que así podrían ejercer presión
para poner fin a la guerra.
Al mismo tiempo, poco después de su regreso a Rusia, Lenin publicó sus Tesis de abril. Continuando con
los argumentos expuestos en El imperialismo, estado supremo del capitalismo, afirmó que el capitalismo
había entrado en «fase de putrefacción» y que la burguesía ya no era capaz, en los países recientemente
industrializados, de asumir el papel revolucionario que ya había desempeñado en el pasado. Para él,
solamente se podría detener la guerra y asegurar las conquistas de la Revolución de Febrero dando todo
el poder a los sóviets. Lenin se negaba a prestar cualquier tipo de apoyo al Gobierno provisional y exigió
la confiscación de las tierras y su posterior redistribución entre los campesinos, el control obrero sobre
las fábricas y la transición inmediata a una república de sóviets.
Estas ideas eran muy minoritarias en el propio seno de los bolcheviques, que se mantenían en una línea
común de apoyo al Gobierno, llegando el periódico Pravda, dirigido por Stalin y Mólotov, a hablar
públicamente de la reanudación del trabajo y la vuelta a la normalidad. Pero con el colapso económico y
la guerra en curso, las ideas del partido bolchevique, dirigido por Lenin y por Trotski a partir de verano,
fueron ganando influencia. A principios de junio, los bolcheviques ya eran mayoría en el Sóviet de
Petrogrado de diputados de obreros y soldados.
En los primeros meses de 1917, la guerra provocaba un rechazo inferior al de la incapacidad del zar para
llevarla con eficacia, unido a la crueldad y la negligencia de los oficiales. El «derrotismo revolucionario»
llegó a ser impopular en el propio partido bolchevique. Muchos, y no solo en la élite burguesa rusa,
esperaban una explosión patriótica y jacobina contra la Alemania del Káiser, algo así como lo que sucedió
tras la caída de la monarquía francesa en 1792, que llevó a la victoria de Valmy y la derrota del enemigo.
El ministro de Guerra, Aleksandr Kérenski, un buen orador y muy popular, fue elegido para encarnar ese
arranque en los planos nacional y revolucionario.
Por otra parte, la consignas a favor de la paz comenzaban a ser más frecuentes en la retaguardia que en
el frente, donde los soldados solían ver a los obreros como privilegiados, y detestaban que se pusiera en
tela de juicio la utilidad de los sacrificios que llevaban soportando desde que estalló el conflicto. De
hecho, una gran mayoría de los rusos se mostraban a favor de una paz negociada, sin anexiones ni
indemnizaciones, pero muchos estaban también dispuestos a dar una oportunidad a una última ofensiva
militar.29
Sin embargo, entre febrero y julio, el cansancio y la impopularidad hacia la guerra fueron ganando
terreno, así como la propaganda pacifista. La continuación de la guerra creaba una situación muy
criticada, ya que era imposible instaurar la jornada laboral de ocho horas sin perjudicar a la producción
bélica, o tratar de convocar elecciones para formar la Asamblea Constituyente teniendo millones de
soldados en el frente.
El fracaso militar de la Ofensiva Kérenski, puesta en marcha a principios de julio, provocó una decepción
general. Tras algunos éxitos iniciales debidos al general Alekséi Brusílov, el mejor comandante en jefe
ruso de la Gran Guerra, el fracaso se hizo patente y los soldados se negaron a situarse en primera línea
de combate. El Ejército entró en descomposición, las deserciones se multiplicaron, las protestas en la
retaguardia se acrecentaron y la popularidad de Kérenski comenzó a degradarse.30
Los días 3 y 4 de julio, se conoció el fracaso de la ofensiva, y los soldados situados en la capital,
Petrogrado, se negaron a regresar al frente. Reunidos con los obreros, se manifestaron para exigir que
los dirigentes del Sóviet de Petrogrado tomaran el poder. Desbordados por la situación, los bolcheviques
se manifestaron en contra de un levantamiento prematuro, argumentando que era demasiado pronto
para derrocar al Gobierno provisional: los bolcheviques solamente eran mayoritarios en Petrogrado y
Moscú, mientras que los partidos socialistas moderados mantenían una influencia importante en el resto
del país. Preferían dejar que el Gobierno prosiguiera con sus actividades para demostrar así su
incapacidad para gestionar los problemas suscitados tras la revolución: la firma de la paz, la jornada de
ocho horas y la reforma agraria.
El aumento de la reacción
La represión, sin embargo, se cernió sobre los bolcheviques: Trotski fue encarcelado, Lenin se vio
obligado a huir y a refugiarse en Finlandia y el periódico bolchevique Rabochi i Soldat (Obrero y Soldado)
fue prohibido. Los regimientos de artilleros que habían apoyado la Revolución de Febrero se disolvieron,
siendo enviados al frente en pequeños destacamentos, al tiempo que los obreros eran desarmados. 90
000 hombres tuvieron que abandonar Petrogrado; se encarceló a los «agitadores» y se restauró la pena
de muerte, abolida en febrero. En el frente, la reanudación de las hostilidades se inició tras la repentina
libertad otorgada por la Orden n.º 1 en febrero. Así, el 8 de julio, el general Kornílov, que comandaba las
operaciones del frente sudoriental, dio la orden de abrir fuego de ametralladora y artillería contra los
soldados que abandonaran el frente. Desde el 18 de junio al 6 de julio, la ofensiva en este frente se saldó
con 58 000 muertes, sin éxito.
La reacción aumentó, con el zarismo levantando la cabeza; produciéndose pogromos en las zonas
rurales. El socialrevolucionario (SR o eser) Kérenski sucedió a Gueorgui Lvov, demócrata constitucional
(KD o kadete), al frente del Gobierno provisional tras las Jornadas de Julio, pero fue perdiendo
progresivamente la consideración de las masas populares y parecía incapaz de contener el crecimiento
de la reacción.
El levantamiento de Kornílov
El general Lavr Kornílov fue nombrado nuevo comandante en jefe por Kérenski. Aunque el Ejército se
descomponía, Kornílov encarnaba la vuelta a la disciplina férrea anterior: en abril, dio órdenes de
disparar a los desertores y de mostrar los cadáveres con señales en las carreteras, amenazó con penas
severas a los agricultores que osaran tomar los dominios señoriales. Kornílov, renombrado monárquico,
era en realidad un republicano indiferente a la restauración del zar, y un hombre del pueblo (hijo de
cosacos y no aristócrata), lo que era raro en aquella época entre la casta militar. Ante todo nacionalista,
deseaba la continuación de Rusia en la guerra mundial, ya fuera bajo la autoridad del Gobierno
provisional o sin él. Mucho más bonapartista o incluso prefascista que monárquico,31 no se convirtió tan
rápidamente en la esperanza de las antiguas clases dirigentes, nobleza y alta burguesía, y de todos
aquellos que anhelaban un retorno al orden, o simplemente un castigo severo a los bolcheviques
derrotistas.
En las fábricas y en el Ejército, el peligro de una contrarrevolución fue tomando forma. Los sindicatos,
donde los bolcheviques eran mayoría (pese a la represión), organizaron una huelga que fue seguida de
forma masiva. La tensión aumentaba poco a poco, con la radicalización de los discursos de los diferentes
partidos. Así, el 20 de agosto, ante el Comité Central del Partido KD, su líder, Pável Miliukov, dijo: «El
pretexto lo proporcionarán los motines producidos por el hambre o por la acción de los bolcheviques, en
todo caso la vida empujará a la sociedad y a la población a contemplar la inevitabilidad de una cirugía.»
La Unión de oficiales del ejército y de la marina, organización influyente en la parte superior del cuerpo
del Ejército ruso y financiada por la comunidad empresarial, pidió el establecimiento de una dictadura
militar. En el frente, el capitán Muraviov, miembro del Partido Social-Revolucionario, formó varios
batallones de la muerte y aseguró que «estos batallones no están destinados a ir al frente, sino a
Petrogrado, donde ajustarán cuentas con los bolcheviques».32
A finales de agosto de 1917, Kornílov organizó un levantamiento armado, enviando tres regimientos de
caballería por ferrocarril a Petrogrado, con el objetivo de aplastar los sóviets y las organizaciones obreras
para devolver a Rusia al contexto bélico. Ante la incapacidad del Gobierno Provisional para defenderse,
los bolcheviques organizaron la defensa de la capital. Los obreros cavaron trincheras y los ferroviarios
enviaron los trenes a vías muertas, provocando que el contingente se disolviera.
Las consecuencias del intento de golpe fueron importantes: las masas se rearmaron, los bolcheviques
pudieron salir de su semiclandestinidad y en julio, los presos políticos, incluido Trotski, fueron puestos en
libertad por los marineros de Kronstadt. Para sofocar el golpe, Kérenski solicitó la ayuda de todos los
partidos revolucionarios, aceptando la liberación y el rearme de los bolcheviques. Perdió el apoyo de la
derecha, que no le perdonaba el haber sofocado el intento de golpe, pero sin obtener al tiempo el de la
izquierda, que lo consideraba demasiado indulgente en cuanto a las represalias hacia los cómplices de
Kornílov, y mucho menos el apoyo de la extrema izquierda bolchevique, en la que Lenin, desde su
escondite, dio la orden de no apoyar a Kérenski y de limitarse a luchar contra Kornílov.
Poco a poco, los obreros y los soldados se fueron convenciendo de que no podía haber una
reconciliación entre el antiguo modelo de sociedad defendido por Kornílov y el nuevo. El golpe y la caída
del Gobierno Provisional, que dio a los sóviets la dirección de la resistencia, fortaleció y reforzó la
autoridad y la presencia en la sociedad de los bolcheviques. Su prestigio iba en aumento: apremiados
por la contrarrevolución, las masas se radicalizaron y los sindicatos se alinearon con los bolcheviques. El
31 de agosto, el Sóviet de Petrogrado ya era mayoritariamente bolchevique, escogiendo a Trotski como
su presidente el 30 de septiembre.
Todas las elecciones fueron testimonio del crecimiento bolchevique: así, en las elecciones de Moscú,
entre junio y septiembre, el PSR pasó de 375 000 a 54 000 votos, los mencheviques de 76 000 a 16 000 y
el KD de 109 000 a 101 000 sufragios, mientras que los bolcheviques aumentaron de 75 000 a 198 000
votos. El lema «Todo el poder para los sóviets» fue utilizado más allá del ámbito bolchevique, siendo
usado por obreros del PSR o por los mencheviques. El 31 de agosto, el Sóviet de Petrogrado y otros 126
sóviets votaron una resolución en favor del poder soviético.
La revolución continuaba y se aceleraba, especialmente en las zonas rurales. Durante el verano de 1917,
los agricultores adoptaron medidas, tomando las tierras de los señores, sin esperar a la prometida
reforma agraria y retrasada de forma constante por el Gobierno. El campesinado ruso, de hecho, regresó
a su larga tradición de grandes levantamientos espontáneos (los bunts), que ya habían marcado el
pasado nacional, como las revueltas protagonizadas por Stenka Razin en el siglo xvii o Yemelián
Pugachov en tiempos de Catalina II. No siempre violentas, estas ocupaciones masivas de tierras fueron a
menudo el escenario de levantamientos espontáneos donde las propiedades de los maestros eran
quemadas, llegando ellos mismos a ser maltratados o asesinados. Estos inmensos levantamientos
campesinos, sin duda los más importantes de la historia europea, consiguieron que las tierras se
compartieran sin que el gobierno condenara ni ratificara el movimiento. Sabiendo que la «repartición
negra» (nombre de la antigua organización naródnik Repartición Negra) estaba cumpliéndose en sus
pueblos, los soldados, de origen mayoritariamente campesino, desertaron en masa con el fin de poder
participar a tiempo en la nueva distribución de las tierras. La acción de la propaganda pacifista y el
desaliento tras el fracaso de la última ofensiva del verano hicieron el resto. Las trincheras se vaciaron
poco a poco.
Así, los bolcheviques, a los que todavía se los calificaba en junio como «insignificante puñado de
demagogos»33 controlaban la mayor parte del país. Desde junio de 1917, en una sesión del 1.er
Congreso Panruso de los Sóviets, Lenin ya había anunciado abiertamente —durante una célebre
discusión con el menchevique Irakli Tsereteli— que los bolcheviques estaban dispuestos a tomar el
poder, pero que por el momento sus palabras no habían sido tomadas en serio.34
Octubre de 1917
En octubre de 1917, Lenin y Trotski consideraron que había llegado el momento de terminar con la
situación de doble poder. La coyuntura les era oportuna por el gran descrédito y el aislamiento del
Gobierno provisional, ya reducido a la impotencia, así como por la impaciencia de los propios
bolcheviques.
La insurrección
Los debates en el seno del Comité central del Partido bolchevique con el objetivo de que este organizara
una insurrección armada y tomara el poder eran cada vez más intensos. Algunos en torno a Kámenev y
Zinóviev consideraban que todavía había que esperar, porque el partido ya estaba asentado en la
mayoría de los sóviets, y se encontraría, según su opinión, aislado en Rusia y en Europa si tomaba el
poder de manera individual y no dentro de una coalición de partidos revolucionarios. Lenin y Trotski
consiguieron superar estas reticencias internas y el Comité aprobó y pasó a organizar la insurrección que
Lenin fijó para la víspera del 2.º Congreso de los Sóviets, que debía reunirse el 25 de octubre.
Se creó un Comité Militar Revolucionario en el seno del Sóviet de Petrogrado, siendo dirigido por Trotski,
presidente del mismo. Se componía de obreros armados, soldados y marineros. Aseguraba el apoyo o
neutralidad de la guarnición militar de la ciudad y la preparación metódica de la toma de los puntos
estratégicos de la ciudad. La preparación del golpe se hizo prácticamente a la vista de todo el mundo, ya
que todos los planes que se ofrecieron a Kámenev y Zinóviev se podían encontrar disponibles en los
periódicos, y el propio Kérenski solamente esperaba que el enfrentamiento final terminara con la
situación.35
Proclama del Comité Militar Revolucionario de Petrogrado anunciando la deposición del Gobierno
Provisional.
La insurrección se puso en marcha en la noche del 6 al 7 de noviembre (24 y 25 de octubre según el
calendario juliano). Los sucesos se desarrollaron sin apenas derramamientos de sangre. La Guardia Roja
bolchevique tomó, sin resistencia, el control de los puentes, de las estaciones, del banco central y de la
central postal y telefónica justo antes de lanzar un asalto final al Palacio de Invierno. Las películas
oficiales posteriores elevaron estos sucesos al rango de heroicos, pero en realidad los insurgentes solo
tuvieron que hacer frente a una resistencia débil. De hecho, entre las tropas acuarteladas en la ciudad,
solamente algunos batallones de cadetes (junkers) apoyaron al Gobierno Provisional, mientras que la
inmensa mayoría de los regimientos se pronunciaron a favor del levantamiento o se declararon
neutrales. En total, hubo cinco muertos y varios heridos.36 Durante el levantamiento, los tranvías
continuaron circulando, los teatros con sus representaciones y las tiendas abrieron con normalidad. Uno
de los acontecimientos más importantes del siglo xx había tenido lugar sin que prácticamente nadie lo
tuviera en cuenta.37
Si un puñado de partisanos había podido tomar el control de la capital ante un Gobierno Provisional que
ya nadie apoyaba, el levantamiento debía en ese momento ser ratificado por las masas. Al día siguiente,
el 25 de octubre, Trotski anunció oficialmente la disolución del Gobierno Provisional en la apertura del
2.º Congreso Panruso de los Sóviets de Diputados de Obreros y Campesinos, con 562 delegados
presentes, de los cuales, 382 eran bolcheviques y 70 del Partido Socialista Revolucionario de
Izquierda).38
Sin embargo, algunos delegados creían que Lenin y los bolcheviques habían tomado el poder
ilegalmente, y alrededor de cincuenta abandonaron el congreso.39 Estos, socialistas revolucionarios de
derechas y mencheviques, crearon al día siguiente un «Comité de Salvación de la Patria y de la
Revolución».40 Este abandono del congreso se vio acompañado por una resolución improvisada por
parte de León Trotski: «El 2.º Congreso debe ver que la salida de los mencheviques y de los
socialrevolucionarios es un intento criminal y sin esperanza de romper la representatividad de la
asamblea cuando las masas intentan defender la revolución de los ataques de la contrarrevolución».41
Al día siguiente, los sóviets ratificaron la creación de un Consejo de Comisarios del Pueblo (Sovnarkom),
constituido en su totalidad por bolcheviques, como base del nuevo gobierno, a la espera de la
celebración de una asamblea constituyente. Lenin se justificó al día siguiente ante el representante de la
guarnición de Petrogrado de la siguiente manera: «No es nuestra responsabilidad si los socialistas
revolucionarios y los mencheviques han abandonado el congreso. Nosotros les habíamos propuesto
compartir el poder [...] Hemos invitado a todo el mundo a participar en el gobierno».42
El nuevo Gobierno
En las horas siguientes, varios decretos sentaron las bases del nuevo régimen. Cuando Lenin hizo su
primera aparición pública, fue ovacionado y declaró: «Vamos a proceder a la construcción del orden
socialista».
En primer lugar, Lenin anunció la abolición de la diplomacia secreta y la propuesta a todos los países
beligerantes en la Primera Guerra Mundial de entablar conversaciones «con miras a una paz justa y
democrática, inmediata, sin anexiones y sin indemnizaciones».
Luego, se promulgó el Decreto sobre la Tierra: «las grandes propiedades territoriales quedaron abolidas
inmediatamente, y sin indemnización alguna». Otorgaba a los sóviets de campesinos la libertad de hacer
lo que consideraran, ya fuera socializar la tierra o repartirla entre los campesinos pobres. El texto
confirmaba una realidad ya existente, ya que los campesinos ya habían aprovechado esas tierras durante
el verano de 1917. Con esta medida, los bolcheviques consiguieron una neutralidad benevolente por
parte de los campesinos, al menos hasta la primavera de 1918.
Por último, se nombró un nuevo Gobierno, denominado Consejo de Comisarios del Pueblo o Sovnarkom.
Dicho gobierno aplicó otras medidas, como la abolición de la pena de muerte (a pesar de la reticencia de
Lenin, que consideraba esta pena indispensable), la nacionalización de los bancos (el 14 de diciembre), el
control obrero sobre la producción, la creación de una milicia obrera, la soberanía e igualdad de todos
los pueblos de Rusia, su derecho de autodeterminación, incluida la separación política y el
establecimiento de un estado nacional independiente,43 la supresión de cualquier privilegio de carácter
nacional o religioso, etc. En total, se realizaron las treinta y tres reformas que el Gobierno Provisional
había sido incapaz de realizar en ocho meses de mandato.
En 1871, los obreros parisinos habían tomado el poder en la conocida como Comuna de París. Esta
primera experiencia de «dictadura del proletariado» (tal y como Friedrich Engels la calificó)44 había
acabado con la matanza de 10 000 a 20 000 miembros de la comuna y con deportaciones en masa. Con
el poder controlado en Petrogrado, Lenin y Trotski sabían que no podrían mantener ese poder sin el
apoyo de países industriales como Alemania, Francia e Inglaterra; por lo que esperaban mantenerse más
que los setenta y dos días que duró la Comuna de París.45
La naturaleza de Octubre
Desde las primeras horas del 7 de noviembre hasta la actualidad, varios medios calificaron la Revolución
de Octubre como un golpe de Estado de una minoría determinada y organizada que tenía como objetivo
dar «todo el poder a los bolcheviques»46 y no a los sóviets. L'Humanité, el principal periódico socialista
francés, titulaba «Golpe de Estado en Rusia que lleva a Lenin y a los "maximalistas" al poder».
El historiador Alessandro Mongil observa además que en los años siguientes, los mismos bolcheviques
no dudaban en hablar entre ellos acerca de su «golpe de octubre» (oktyabrski perevorot).47 En su
autobiografía, Trotski utilizaba los términos «insurrección», «toma del poder» y «golpe de Estado».48
Rosa Luxemburgo, comunista alemana, también habló del «golpe de Estado de octubre».49
Marc Ferro considera que Octubre es desde el punto de vista técnico un golpe de Estado, pero que no se
explica en el contexto de ebullición revolucionaria general en todo el país y en toda la sociedad. Las
fuerzas populares han dado por lo menos un apoyo tácito a la empresa bolchevique contra un gobierno
impotente y ya desacreditado:
A los activistas revolucionarios de 1917, octubre apareció como un golpe de Estado contra la
democracia, como una especie de golpe llevado a cabo por una minoría que fue capaz de tomar el poder
y mantenerlo. Juicio excesivo, ya que en el II Congreso de los Sóviets, reunido en plena insurrección,
hubo una mayoría de los bolcheviques, así como representantes socialistas revolucionarios y
mencheviques, junto a los futuros líderes del Estado soviético, Lenin, Trotski, Kámenev, Zinóviev, siendo
elegidos dirigentes del Presidium. [...] El juicio de los nuevos opositores, mencheviques, populistas y
anarquistas, es igualmente parcial en el sentido de que los bolcheviques cumplieron con las prioridades,
que tras seis meses de lucha y dilaciones, las clases populares exigían: que los jefes militares, los
terratenientes, los ricos, los sacerdotes y otros «burgueses» fueran permanentemente expulsados de la
Historia. Por el contrario, es innegable que, al haber participado en la insurgencia y ayudado a los
bolcheviques a tomar el poder, los soldados, los marinos y los obreros creían que el poder pasaría a los
sóviets. Ni por un momento imaginaron que los bolcheviques, en su nombre, conservarían el poder
solamente para ellos y para siempre.50
Nicolas Werth, refiriéndose a las «paradojas y los malentendidos de octubre», resume de la siguiente
manera los debates y la oposición, a menudo no sin segundas intenciones y con un sesgo ideológico:
Para la primera escuela histórica que podría llamarse «liberal», la Revolución de Octubre fue un golpe
impuesto por la violencia en una sociedad pasiva, resultado de una hábil conspiración tramada por un
puñado de fanáticos disciplinados y cínicos, carentes de toda base real en el país. Hoy en día, casi todos
los historiadores rusos, así como la élite culta y los dirigentes de la Rusia postcomunista hicieron suya la
vulgata liberal. Privada de toda profundidad social e histórica, la Revolución de Octubre en 1917 fue un
accidente que desvió de su curso natural a la Rusia prerrevolucionaria, una Rusia rica, laboriosa y en el
camino a la democracia [...]. Si el golpe de Estado bolchevique de 1917 fue un accidente, entonces el
pueblo ruso ha sido una víctima inocente. Teniendo en cuenta esta interpretación, la historiografía
soviética ha intentado demostrar que Octubre fue el resultado lógico, previsible e inevitable, de un
itinerario liberador iniciado por las «masas» conscientemente unidas al bolchevismo. [...] Rechazando
tanto la divulgación liberal como la marxizante, un tercio de la historiografía actual ha tratado de
«desideologizar» la historia, de comprender, como Marc Ferro, que afirma: "el levantamiento de octubre
de 1917 pudo ser un movimiento de masas en el que solo unos pocos participaron". [...]
Por lo tanto, según este historiador, lejos de «simplismos» liberales o marxistas:
La Revolución de octubre de 1917 aparece como la convergencia momentánea de dos movimientos: una
toma del poder político, resultado de la cuidadosa preparación de la insurrección de un partido
radicalmente diferente, por sus prácticas, su organización y su ideología, del resto de actores de la
revolución; una gran revolución social, multiforme y autónoma [...] una inmensa revuelta campesina en
primer lugar, [...] el año 1917 [fue] un paso de una gran revolución campesina, [...] de una profunda
descomposición del ejército, integrado por unos diez millones de soldados campesinos movilizados
durante tres años en una guerra cuyo sentido no comprendían [...], un movimiento reivindicativo obrero
específico, [...] y un cuarto movimiento que abogaba por la emancipación de las nacionalidades y
pueblos alógenos [...]. Cada uno de estos movimientos tenía su propia temporalidad, su dinámica
interna, sus aspiraciones, que obviamente no podían ser reducidas a eslóganes bolcheviques ni a la
acción política del partido [...]. Durante un breve, pero decisivo momento —a finales de 1917— la acción
de los bolcheviques, activa minoría política en medio del vacío institucional, entró en consonancia con
las aspiraciones de muchos, aunque a medio y largo plazo, los objetivos de unos y otros fueran distintos.
Al tomar el poder en Petrogrado, Lenin y Trotski no tenían intención de construir el socialismo solo en
Rusia, subdesarrollada y atrasada. Esperaban ser la primera victoria obrera de una serie de revoluciones
en los países industrializados de Europa —la llamada revolución mundial— que permitiría a la revolución
sobrevivir. Esa fue la razón principal por la que en la denominación del nuevo estado que se crearía en
1922, la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, por primera vez en la historia de Rusia, no figuraría el
nombre de Rusia. Se basaban, en particular, en Alemania, la primera potencia industrial del continente y
hogar del movimiento obrero más fuerte y con la organización más antigua del mundo. Trotski dijo en el
2.º Congreso de los Sóviets que aprobó la revolución: «O bien la Revolución rusa aumentará el torbellino
de la lucha en Occidente, o los capitalistas de todos los países asfixiarán nuestra revolución».
Sin embargo, no fue hasta un año después, cuando una ola revolucionaria estalló en Alemania
(desembocando en la Revolución de Noviembre) y en Hungría (donde se instauró la República Soviética
Húngara, dirigida por Bela Kun y que perduró por 133 días). En la vecina Finlandia, la revolución fue
derrotada en marzo de 1918, en el transcurso de una Guerra Civil, donde el «terror blanco», con ayuda
de Alemania, dejó 35 000 muertos. En enero de 1919, los socialdemócratas alemanes pidieron ayuda a
los Freikorps para reprimir la revolución obrera, siendo asesinados Karl Liebknecht y Rosa Luxemburgo,
dirigentes espartaquistas. Entre 1919 y 1920, otros países como Italia experimentaron huelgas
insurrectas. En otros lugares, como en Francia, el Reino Unido o los Estados Unidos, se produjo una ola
de huelgas y manifestaciones que no desembocaron en ningún intento revolucionario.
La oleada revolucionaria, más tardía de lo previsto, terminó por retroceder, y el poder bolchevique
permanecía aislado como en sus primeros días. Los bolcheviques se enfrentaban en solitario a los
inmensos problemas de una Rusia en explosión, donde su toma solitaria del poder no disfrutaba de una
aprobación unánime.
La Primera Guerra Mundial había sangrado Rusia, y se llevó gran parte de sus suministros. En las zonas
rurales, no había posibilidad de comprar bienes de consumo por el grano, y los agricultores ya habían
dejado de suministrar a las ciudades, incluso antes de la Revolución de Febrero. Ya el Gobierno
Provisional de Kérenski había procedido a requisar forzadamente las existencias de alimentos para
garantizar el suministro de las ciudades, donde la hambruna se había presentado. Al llegar al poder los
bolcheviques, intentaron abandonar estas prácticas impopulares, pero por el empeoramiento de la salud
y la situación económica, se vieron obligados a utilizarlas de nuevo.
La producción industrial se había visto socavada por la guerra, las huelgas y los cierres patronales.
Incluso antes de la llegada de los bolcheviques al poder, ya había caído en tres cuartas partes.52 La
situación económica, evidentemente, no mejoró tras la invasión de la rica Ucrania por las tropas
alemanas, ni tras el embargo impuesto a Rusia en 1918 por las grandes potencias (Estados Unidos, Gran
Bretaña, Francia, Alemania y Japón), ni por el comienzo de la Guerra Civil.
Por otra parte, Lenin y Trotski, fascinados por el dirigismo económico militarizado establecido por el
Estado Mayor de Prusia en Alemania, deseando devolver a los obreros al trabajo siguiendo métodos
similares, con el objetivo de poder tener las cosas de cara ante una hipotética contrarrevolución.53 Sin
embargo, muchos trabajadores no querían renunciar a sus conquistas y volver a los enormes esfuerzos
exigidos por el autoritarismo y la guerra. La coerción sobre ellos se convirtió en inevitable.54
Para algunos, se trata de una maniobra de los bolcheviques: hábilmente, repitieron durante varios meses
parte del programa del Partido Socialista Revolucionario, que estos últimos habían sido incapaces de
poner en práctica. Marca también un malentendido entre los bolcheviques y los campesinos. Los
primeros pretendían aplicar un colectivismo integral, mientras que los segundos aspiraban a la extensión
y multiplicación de la pequeña propiedad. Pero con este hecho, los campesinos solo fueron
coyunturalmente seducidos por el partido de Lenin, que se mantuvo ante todo como colectivista, urbano
y obrerista.
Por el otro lado, los bolcheviques, siempre favorables a las nacionalizaciones, reconocieron que no
tenían ni la voluntad ni los medios para imponer sus preferencias a los campesinos. Lenin afirmó:
No podemos ignorar la decisión de la base popular, a pesar de que no estamos de acuerdo con ella...
Debemos dar a las masas populares una entera libertad de acción creativa... En definitiva, la clase
campesina debe obtener la seguridad firme de que los nobles ya no existen en los campos, y hace falta
que los mismos campesinos decidan todo y organicen su existencia.
De hecho, para los bolcheviques, la reforma agraria era lo que se encontraba en el orden del día y no la
construcción de una sociedad socialista, que parecía imposible en un país tan pobre. Conscientes de que
no podían gobernar sin el apoyo de las masas rurales, la gran mayoría del país, los bolcheviques
convocaron del 10 al 16 de noviembre un congreso campesino. A pesar de la presencia de una mayoría
socialrevolucionaria hostil a los bolcheviques, este último ratificó el Decreto sobre la Tierra y apoyó al
nuevo gobierno, consagrando la unión entre el proletariado urbano y el campesinado.
Así, en los dificilísimos meses que precedieron al Tratado de Brest-Litovsk, el nuevo poder había
conseguido evitar el peligro de enfrentarse a las masas rurales, teniendo en cuenta que tenía que hacer
frente a la hostilidad de los monárquicos, de los liberales y de la mayor parte de los grupos socialistas.
Pero el régimen heredó el catastrófico problema de abastecimiento de las ciudades, que ya había
derribado a Nicolás II y a Kérenski. La necesidad de hacer pedidos de cereales para sobrevivir traía
consigo el germen de un grave conflicto con el campesinado. Los sóviets organizaron en la primavera de
1918 destacamentos de trabajadores, destinados a llevar a cabo las requisas en el campo, la llamada
prodrazvyorstka. La violencia era frecuente en sus métodos y en la resistencia campesina,55
produciendo a su vez un descenso significativo de la producción agrícola. Posteriormente, los Blancos, a
pesar de proclamar el libre comercio, también se vieron obligados a recurrir a las requisas forzadas.
En las semanas siguientes, miles de junkers (cadetes) y funcionarios como Kornílov, huido, se reunieron
en la República del Don. Se formó el Ejército de Voluntarios, dirigido por el general zarista Mijaíl
Alekséyev. Reprimió con sangre los levantamientos obreros de Rostov del Don y Taganrog, el 26 de
noviembre y el 2 de enero, pero fue desmembrado por la guerrilla de la Guardia Roja llegada a modo de
refuerzos desde las dos capitales. Al conocer la derrota de los blancos, Lenin creyó que podía exclamar, a
1 de abril de 1918, que la Guerra Civil había terminado.
Otros combates se llevaron a cabo en Kubán, donde el poder de los sóviets se trasladó a Krasnodar. En
cuanto a la sublevación de los cosacos del Ural, se saldó con un fracaso. En el frente rumano, el ejército
se dividió en destacamentos blancos, que se unieron al ejército de los blancos de Denikin, y en
regimientos rojos.
El problema de la coalición
Artículo principal: Negociaciones Vikzhel
Después de acalorados debates en el seno del Partido bolchevique, que lo pusieron al borde de la
escisión (varios dirigentes dimitieron para denunciar el rechazo a una coalición expresado por Lenin,
Zinóviev, Kámenev, Rýkov y Noguín). Lenin, en minoría, se vio obligado a transigir: se negaba a continuar
con las negociaciones para formar una coalición con los socialistas, pero estaba de acuerdo en pactar
con el Partido Socialista Revolucionario de Izquierda, pasando varios miembros de dicho partido a formar
parte del gobierno en diciembre de 1917.
Se comparten diversas opiniones sobre los primeros días tras el cambio de poder en octubre de 1917:
Para algunos, fue el comienzo de una dictadura. Máximo Gorki escribió el 7 de diciembre de 1917: «Los
bolcheviques se han colocado en el Congreso de los Sóviets tomando el poder por sí mismos, no por los
sóviets. [...] Esto es una república oligárquica, la república de algunos comisarios del pueblo».57
La mañana después del 7 de noviembre, se prohibieron siete periódicos en la capital.58 Se trata, según
Victor Serge, de siete periódicos que defendían abiertamente la resistencia armada contra el «golpe de
fuerza de los agentes del Kaiser.» Los socialistas conservaron su prensa. Según Victor Serge, la prensa
legal menchevique desapareció en 1919, la de los anarquistas hostiles al régimen en 1921 y la de los
socialrevolucionarios de izquierda en julio de 1918 a raíz de su rebelión contra los bolcheviques.
Pero los bolcheviques se habían pronunciado, antes de asumir el poder, a favor de la libertad de prensa,
incluido Lenin,59 y este giro no fue aceptado por muchos bolcheviques.60 Marc Ferro considera que
«contrariamente a la leyenda, la abolición de la prensa burguesa y de las publicaciones socialistas
revolucionarias no viene ni de Lenin ni de las altas esferas del partido bolchevique», sino que «es el
público en forma de insurgencia popular».61
De modo que prácticamente la totalidad de los funcionarios de Petrogrado se declararon en huelga para
protestar contra el golpe de Estado, pasando las listas públicas a denunciar a aquellos que se niegan a
servir al nuevo poder. El 10 de diciembre, los líderes del Partido Democrático Constitucional (KD), que se
habían puesto al frente de la resistencia armada al gobierno bolchevique, fueron declarados en estado
de arresto.62
Otros creen que la clemencia fue lo que caracterizó a los primeros días del régimen soviético.63 Los
ministros del Gobierno provisional fueron detenidos y liberados rápidamente. La mayor parte había
participado en la Guerra Civil en el bando Blanco. El general Piotr Krasnov, que se había levantado a raíz
de la Revolución de Octubre, fue puesto en libertad junto con otros oficiales, tomó las armas contra el
régimen soviético en contra de su palabra y pasó a liderar el Ejército Blanco en los meses posteriores.
Para Nicolas Werth, el nuevo poder llevó a cabo una reconstrucción autoritaria del Estado en detrimento
de los órganos de poder que surgen espontáneamente en la sociedad civil: los comités de fábrica, las
cooperativas que reemplazaban a los sindicatos o sóviets, meros instrumentos vacíos pero ya infiltrados
en el sistema y subordinados a él. «En un par de semanas (finales de octubre de 1917-enero de 1918),
"el poder desde abajo", "el poder de los Sóviets", que se había desarrollado de febrero a octubre de
1917 [...] se convierte en un gran poder, a raíz de los procedimientos burocráticos o autoritarios. El poder
de la sociedad al Estado, y del Estado al partido bolchevique».64
La paz de Brest-Litovsk
Al tomar el poder en Rusia, los bolcheviques tenían la esperanza de que se produjera un levantamiento
revolucionario en Europa. Este no se produjo, y la paz prometida en octubre pasó a ser una necesidad
absoluta para satisfacer las demandas del ejército y de los campesinos. Se trataba al mismo tiempo de
firmar la paz, de negociar la política expansionista territorial de los Gobiernos burgueses, pero sin que
pareciera que se claudicaba ante los Imperios centrales.
Como respuesta, el ejército alemán lanzó una ofensiva el 17 de enero, avanzando rápidamente en
Ucrania. La posición de Lenin, favorable a la firma inmediata de la paz, fue ganando adeptos dentro del
partido, pero los alemanes endurecieron las condiciones del tratado de paz.
El 9 de febrero de 1918, la República Popular Ucraniana firmaba el Tratado de Brest-Litovsk entre los
Imperios Centrales y Ucrania por el que los Imperios Centrales reconocían la soberanía de Ucrania. El 3
de marzo de 1918, los bolcheviques firmaron su Tratado de Brest-Litovsk, por el cual Rusia perdía el 26 %
de su población, el 27 % de su superficie cultivada y el 75 % de su producción de acero y de hierro. La
situación económica de la joven república soviética, ya agravada por una guerra mortuoria que había
durado cuatro años, se presentaba desesperante.
La creación de la Checa
Victor Serge estima que la creación de la Checa, con sus procedimientos secretos, fue el peor error del
poder bolchevique. Señala, sin embargo, que la joven república vivía bajo un «peligro mortal» y que el
terror blanco precedió al rojo. Precisa que Dzerzhinski temía los excesos de las Checa locales y que
muchos chequistas fueron fusilados por ello.
Isaac Steinberg, comisario del pueblo de Justicia en el Primer Gobierno de Lenin y miembro del Partido
Socialista Revolucionario de Izquierda, relata en sus memorias que, mientras intentaba frenar las
acciones ilegales de la Checa a principios de 1918, exclamó delante de Lenin: «¿Para qué un Comisariado
de Justicia? Llamémoslo Comisariado del exterminio social, la causa será entendida». A lo que este
respondió: «Excelente idea, tal y como yo veo la cosa. Desgraciadamente, no podemos llamarla así».65
Reclamada por todos los programas de los partidos revolucionarios desde el siglo xix, la Asamblea
Constituyente Rusa fue elegida en noviembre de 1917. Aunque obtuvieron un 25 % de los votos y un
gran éxito en las grandes urbes, los bolcheviques resultaron una fuerza minoritaria, con 175 de los 707
diputados de la Asamblea. Los campesinos prefirieron votar a los socialistas revolucionarios. Según
palabras de Jacques Baynac,66 los resultados de las elecciones indicaron que el país no quería de forma
mayoritaria un Gobierno afín a la Revolución de Febrero ni uno de la Revolución de Octubre. Sin
embargo, no hubo revolución alguna en enero o julio de 1918. La represión y la Guerra Civil
contribuyeron a ello.
Víktor Chernov, socialista revolucionario, resultó elegido presidente de la Asamblea, con un total de 246
votos frente a los 151 de Mariya Spiridónova, socialista revolucionaria de izquierda apoyada por los
bolcheviques. La disolución de la Asamblea Constituyente por la Guardia Roja se produjo
inmediatamente después de su primera reunión, el 19 de enero de 1918. Aunque la mayoría de la
población permaneció indiferente ante este golpe de fuerza, veinte manifestantes que protestaron
contra la disolución de la Asamblea resultaron muertos: Máximo Gorki, que acudió a su funeral, los
calificó como mártires de una experiencia democrática de apenas unas horas que se llevaba esperando
durante cientos de años.
El marxista Charles Rappoport comentó: «Lenin actuó como un zar. Al disolver la Asamblea
Constituyente, Lenin creó un horrible vacío a su alrededor, que provoca una terrible guerra civil sin fin y
prepara un futuro terrible».67 También escribió: «La Guardia Roja de Lenin y Trotski han fusilado a Karl
Marx».68
Según Martin Malia: «La disolución de la Asamblea Constituyente es considerada a menudo como el
crimen supremo de los bolcheviques contra la democracia, exactamente igual que el golpe de fuerza de
octubre, algo que es absolutamente cierto. Pero lo que no se destaca a menudo es que esta asamblea
apenas habría estado capacitada para gobernar frente a los desórdenes de la época. Trotski exageraba
cuando afirmaba que la asamblea no era más que un fantasma del Gobierno Provisional: estaba
dominada por los mismos partidos que habían sido incapaces de controlar la situación en febrero de
1917, y como tal, fue privada de cualquier apoyo militar o administrativo.»69
A partir del 9 de enero de 1918, se comenzó a plantear el traslado de la capitalidad y del gobierno a
Moscú, mientras que las negociaciones de paz con los alemanes se encontraban en desarrollo en Brest-
Litovsk. El traslado del Gobierno, efectivo en marzo, se debió a la posibilidad de que los barrios obreros
de Petrogrado, sufridores de hambre y exasperados, se levantaran de nuevo, pero esta vez contra el
Gobierno de Lenin (Sovnarkom) surgido en la Revolución de Octubre. Las ofensivas alemanas y blancas
no influyeron en esta decisión. Igualmente, los bolcheviques buscaban demostrar a sus opositores que
su poder podía sobrevivir lejos de su Petrogrado de origen.
El 11 y el 12 de abril, una ola de represión antianarquista sacudió Moscú: 1000 hombres de las tropas
especiales atacaron su sede, arrestando a 520 personas y ejecutando sumariamente a otras 25. A partir
de este episodio, los anarquistas comenzaron a ser calificados oficialmente de «bandidos». Dzerzhinski
advirtió que aquella operación no era más que un comienzo.
La recuperación del Partido Socialista Revolucionario de Izquierda (PSRI) y de los anarquistas inquietaba
al poder: en aquellos lugares donde todavía se celebraban elecciones locales libres, estos obtenían más
de la mitad de los votos. Como reacción, entre mayo y junio de 1918, los bolcheviques cerraron 205
periódicos socialistas y la Checa disolvió por la fuerza decenas de sóviets socialistas revolucionarios o
mencheviques, los cuales habían sido elegidos legalmente. El 14 de junio de 1918, los mencheviques y
los socialistas revolucionarios de izquierda fueron expulsados del Comité Ejecutivo Central Panruso,
pasando a estar formado este solamente por bolcheviques. El 16 de julio, el periódico de Máximo Gorki,
La Nueva Vida, fue prohibido por la policía política.
En las ciudades, la situación alimentaria continuaba siendo explosiva. Los bolcheviques no pudieron más
que retomar las retenciones obligatorias efectuadas por destacamentos armados de ciudadanos, algo
que provocó que los campesinos se levantaran contra el poder urbano, al mismo tiempo que se alejaban
del partido aquellos a quienes el Decreto de la Tierra había acercado a las posiciones bolcheviques.
Ciento cincuenta revueltas campesinas se reprimieron en toda Rusia en julio de 1918 y en decenas de
ciudades la Checa y algunos miembros de la Guardia Roja cargaron las marchas del hambre, fusilando a
los huelguistas y disolviendo las reuniones populares.
El cierre patronal de las fábricas nacionales se convirtió en un nuevo medio de represión de las huelgas.
El 20 de junio de 1918, como medida de represalia por el asesinato del responsable bolchevique
Vladímir Volodarski, ochocientos líderes obreros fueron arrestados en Petrogrado en apenas dos días y
su sóviet disuelto. El 2 de julio, los obreros respondieron con una huelga general, pero fue en vano.
Rechazando estos actos, así como el Tratado de Brest-Litovsk, que interpretaban como una capitulación
ante el imperialismo alemán, los socialrevolucionarios de izquierda rompieron a su vez con el Gobierno
bolchevique en marzo de 1918. El 6 de julio de 1918, trataron de revivir la guerra contra Alemania
asesinando al embajador del Reich, el conde Wilhelm von Mirbach. Ese mismo día intentaron asaltar la
sede de la Checa en Moscú. La represión desencadenada a raíz del alzamiento socialrevolucionario
acabó con el poder político del PSRI que, si bien no desapareció completamente de las instituciones, no
volvió a desempeñar un papel político destacado en ellas.
Para enero de 1918, el experimento revolucionario ya había conseguido sobrevivir más que la Comuna
de París de 1871. En los meses siguientes, los peligros se acumularon y la Rusia soviética se encontraba
cercada por todas partes, al tiempo que sus convulsiones internas sociales y políticas se agravaban.
Después del Tratado de Brest-Litovsk, los países de la Triple Entente decretaron el embargo a Rusia y
desembarcaron tropas para impedir una victoria alemana total en el este. Los japoneses y
posteriormente los estadounidenses intervinieron así en Vladivostok a principios de abril de 1918,
mientras que los británicos lo hacían en Múrmansk y Arjánguelsk. En el mismo momento, los turcos
penetraron en el Cáucaso y amenazaron Bakú, al tiempo que, a pesar del tratado de Brest-Litovsk, los
alemanes intentaron aprovechar su ventaja: colaboraron con el aplastamiento de la revolución en
Finlandia (guerra civil finlandesa), y retomaron durante el verano las operaciones militares en las
repúblicas bálticas y en la República Popular Ucraniana, que someten y confían a un gobierno
monárquico títere y represivo. La declaración de independencia en mayo de las Repúblicas del Cáucaso -
República Democrática de Georgia, República Democrática de Armenia y República Democrática de
Azerbaiyán - tras la disolución de la República Democrática Federal de Transcaucasia acentuó la
incertidumbre del gobierno bolchevique.
Paralelamente, en abril y mayo, la Legión Checoslovaca formada por antiguos presos y desertores del
Ejército austrohúngaro, niega su disolución, y se rebela contra los bolcheviques. Dueños de la zona de los
montes Urales y del Transiberiano, así como de todo el oro del banco imperial de Rusia, tomado en
Kazán, los checoslovacos apoyaban a los socialistas revolucionarios del Comité de Miembros de la
Asamblea Constituyente que formaron el 8 de junio un contragobierno en Samara.
Simultáneamente, los ejércitos blancos se levantaron en mayo por todo el país, en particular en la zona
del río Don, en torno a los cosacos de Krasnov, aliado del general Denikin, y en Siberia alrededor del
almirante Kolchak, quien instaló una autoridad zarista en Omsk. En todos los territorios que controlaban,
el terror blanco cayó de golpe sobre las poblaciones campesinas insumisas, los judíos, los liberales, y los
elementos revolucionarios más diversos. Trotski obtuvo contra estos ejércitos las primeras victorias
importantes del joven Ejército Rojo: en julio en Tsaritsyn y a comienzos de agosto en Kazán.
El poder bolchevique se vio enfrentado al mismo tiempo a las rebeliones campesinas y obreras y a la
insurrección de los socialrevolucionarios de izquierda en Moscú el 6 de julio. Estos reaparecían con
terrorismo revolucionario: después del bolchevique Vladímir Volodarski el 20 de junio y el embajador
Wilhelm von Mirbach-Harff el 6 de julio, fue el general Hermann von Eichhorn, comandante en jefe
alemán en Ucrania, quien murió en una de sus acciones el 30 de julio en Kiev. Posteriormente, el 30 de
agosto, mientras que el jefe de la Checa de Petrogrado, Moiséi Uritski, era asesinado, en Moscú, Fanni
Kaplán disparó a Lenin, hiriéndolo; fue ejecutada sumariamente tres días después. El 3 y 5 de
septiembre, exasperada, la Checa puso en marcha el «terror rojo». Millares de presos y de sospechosos
fueron masacrados a lo largo de toda Rusia. Comenzaba así la guerra civil entre los bolcheviques y el
resto de fuerzas.
Desarrollo de la guerra civil rusa. Territorios bajo control bolchevique en 1918; países que obtuvieron su
independencia durante el conflicto; máximo avance de las fuerzas blancas
La guerra civil rusa no enfrentó solamente al joven Ejército Rojo contra los «ejércitos blancos»
monárquicos apoyados por los ejércitos extranjeros. Su violencia extrema no se debió tampoco al
impacto entre el «terror blanco» y el «terror rojo». Se trató de una guerra de los campesinos contra las
ciudades y contra toda autoridad exterior al pueblo y al campo. Así fue como el «Ejército Verde»,
constituido por campesinos que rechazaban los reclutamientos forzados y los requerimientos, se
enfrentó al Ejército Rojo y a los blancos.
Confusa y caótica, la Guerra Civil Rusa se caracterizó por la desintegración del Estado y de la sociedad
bajo la acción de fuerzas centrífugas. La victoria bolchevique significó, en una Rusia arruinada y
exhausta, la reconstrucción de un Estado bajo la autoridad de un partido único sin rivales ni enemigos y
dotado de un poder absoluto. En particular, se forjó un nuevo Estado policial en torno a la Checa en el
transcurso de la Guerra Civil y del terror rojo.
Todo ello en detrimento de los sueños de las Revoluciones de Febrero y de Octubre, que habían
rechazado toda autoridad y visto confirmarse la autonomía de una sociedad civil, en lo sucesivo muy
duramente magullada, agotada y de nuevo sometida al poder.
El 23 de febrero de 1918, Trotski fundó el Ejército Rojo. Organizador enérgico y competente, buen
orador, atravesó el país a bordo de su tren blindado y voló de un frente al otro para restablecer por todas
partes la situación militar, galvanizar las energías y desplegar un esfuerzo enorme de propaganda
destinada a los soldados y las masas. Restableció el servicio militar y aplicó una disciplina de hierro hacia
los enemigos y los desertores.
A pesar de las reacciones negativas de numerosos viejos bolcheviques, Trotski no vaciló tampoco en
reciclar por millares a los antiguos oficiales zaristas. Catorce mil de ellos (el 30 % del total) aceptaron
servir al nuevo poder a veces por fuerza (su familia respondería por su lealtad, en virtud de la «ley de
rehenes»), pero también en nombre de la continuidad del Estado y de la salvación de un país amenazado
por la anarquía y el desmembramiento. Estaban flanqueados por comisarios políticos bolcheviques que
vigilaban su acción.
El Ejército Rojo controlaba solamente un territorio del tamaño del antiguo Principado de Moscú cercado
de todas partes, pero contaba con la ventaja de su superior disciplina y organización, de su posición
central, de formar un bloque cohesionado, de disponer de ambas capitales —Moscú y Petrogrado— y de
las mejores carreteras y vías de ferrocarril. Los Blancos de Kolchak, Yudénich, Denikin o Wrangel se
encontraban divididos e incapaces de coordinar sus ofensivas. Principalmente, no tenían nada que
ofrecer a la población salvo la vuelta a un antiguo régimen unánimemente detestado, la restitución de
las tierras a los antiguos propietarios, la negativa a toda concesión a las minorías nacionales y los
pogromos antisemitas responsables de cerca de 150 000 muertos.71 Las masas finalmente dejaron
ganar a los bolcheviques, aunque los golpes violentos tampoco faltaron entre ellas y estos últimos.
Tanto el Ejército Rojo como los Ejércitos Blancos sufrieron las acciones de guerrillas campesinas. El
llamado Ejército Verde estaba compuesto por campesinos que rechazaban el reclutamiento en ambos
ejércitos, las requisas forzadas y la restitución de las tierras a los antiguos propietarios de bienes
inmuebles deseada por los Blancos.
Los desertores de ambos ejércitos, extremadamente numerosos, fueron un vivero esencial del Ejército
Verde. En 1919-1920, había no menos de tres millones de desertores de los cinco millones de reclutas
del Ejército Rojo; entre la mitad y dos tercios consiguieron escapar de las búsquedas, detenciones y de la
reintegración forzada en el ejército, reuniéndose con frecuencia los combatientes verdes en los
bosques.72 Los Blancos generalmente fusilaban a los desertores sin otro proceso.
Después de la derrota de los Blancos a finales de 1920, la paz volvió realmente a Rusia solamente en
1921-1922, tras el aplastamiento de las grandes rebeliones campesinas como la rebelión de Tambov
conducida por el socialrevolucionario Antónov a mediados de 1921, la destrucción de los ejércitos
verdes (tiempo atrás dueños de territorios inmensos, como en Siberia oriental, donde controlaron hasta
un millón de km²) y el compromiso de la NEP (marzo de 1921), aprobada por el régimen bolchevique y
los campesinos.
Los dirigentes de la República montañesa fundada durante la Guerra civil. Rusia se descomponía en
decenas de gobiernos más o menos efímeros, mientras que innumerables campesinos volvían a la
autarquía.
Desde finales de 1917, animadas por la «Declaración de los derechos de los pueblos de Rusia», que
preveía la posibilidad de separarse de Rusia, Finlandia y Polonia proclamaron su independencia. En la
República Popular Ucraniana, la Rada Central (consejo) de Kiev le confió desde 1917 al socialista y
nacionalista Symon Petlyura la constitución de un ejército nacional, y rompió con Moscú tras la
Revolución de Octubre.
En las elecciones para elegir una Asamblea Constituyente, los mencheviques obtuvieron la mayoría de
los votos en Georgia, proclamando la independencia y constituyendo un gobierno internacionalmente
reconocido, incluso por Moscú, en 1920: la República Democrática de Georgia, dirigida por Noe Jordania.
Por el contrario, Letonia votó en un 72 % por los bolcheviques. Los letones tenían una numerosa
presencia en la Guardia Roja, el Ejército Rojo y la Checa. Sin embargo, las repúblicas bálticas ya se habían
independizado en el transcurso de la Primera Guerra Mundial.73
Numerosos en todos los partidos y movimientos revolucionarios, los judíos eran abusivamente
relacionados con los bolcheviques por la contrarrevolución. Los Ejércitos Blancos o el Ejército de Petlyura
realizaron pogromos antisemitas sistemáticos y a gran escala, de una violencia mortífera y sin
precedente, para entonces, en la historia europea. El número de muertos asciende a cerca de 150 000, a
los que se deben añadir numerosas violaciones, robos y vandalismos. En cuanto a los bolcheviques,
situaron el sionismo y el bundismo fuera de la ley.
Los Blancos negaban toda concesión a las minorías y combatían tanto a los ejércitos nacionales como a
las tropas bolcheviques. Entre 1920 y 1922, por su parte, el Ejército Rojo invadió Asia Central, Armenia,
Georgia e incluso Mongolia, y reforzó la influencia ruso-soviética sobre estos territorios. Sin ir más lejos,
la República Popular de Mongolia, satélite de la URSS, se fundó en 1924. Los cosacos, que constituían el
núcleo duro del antibolchevismo, fueron deportados en bloque y vieron suprimidos sus privilegios.
En Ucrania, el Ejército Rojo también se volvió contra sus antiguos aliados, los anarquistas del Ejército
Negro de Néstor Majnó: a partir de finales de 1920, atacó brutalmente la experiencia inédita majnovista.
Este movimiento campesino de masas había conseguido dotarse de un ejército insurrecto capaz de hacer
frente durante tres años a la vez a fuerzas austro-alemanes, a los Blancos de Denikin y Wrangel, al
ejército de la República Popular Ucraniana dirigida por Petlyura y al Ejército Rojo.
En 1920, la joven Segunda República Polaca invadió Rusia para establecer sus fronteras más allá de la
línea Curzon. El contraataque victorioso del Ejército Rojo llenó de esperanza a los bolcheviques: la toma
de Varsovia abriría el camino de Berlín y permitiría exportar la revolución por las armas. Pero el 15 de
agosto de 1920, el «Milagro del Vístula» permitió al general Piłsudski repeler la invasión. Percibiendo al
Ejército Rojo como un ejército eminentemente ruso y no revolucionario, los obreros polacos apoyaron
decididamente a Piłsudski.
La Rusia zarista tenía la tradición más fuerte de Europa en cuanto al uso de la violencia social y política,
agravada por el «brutalización» de la sociedad durante la Primera Guerra Mundial.75 A partir de
mediados de 1917, la explosión revolucionaria, hasta entonces muy poco violenta, se tradujo entre los
campesinos rebelados en la matanza de cierto número de terratenientes y el saqueo de sus residencias.
La guerra civil que estallaba iba a servir de válvula de escape para muchos rencores fruto de siglos de
opresión social, a los miedos de las antiguas élites privilegiadas, o a los reglamentos personales de
cuenta. Practicantes del terrorismo individual desde el siglo xix, los revolucionarios como los miembros
del Partido Social-Revolucionario no hicieron más que reutilizar las mismas armas contra los
bolcheviques (Fanni Kaplán, red de Borís Sávinkov). Rojos y Blancos rivalizaban en declaraciones
incendiarias y se mostraban preparados para la violencia radical.
El aparato policial bolchevique, dotado de poderes arbitrarios muy extensos, experimentó un desarrollo
enorme. Aunque Trotski hubiera deseado un proceso público de Nicolás II, Lenin y una parte del
Politburó decidieron en secreto la ejecución sumaria de la familia imperial. Pretextando la aproximación
de los Blancos, esta se efectúa la noche del 17 al 18 de julio de 1918 en Ekaterimburgo. Detenciones,
fusilamientos en masa, tomas de rehenes e internamientos en campos se convirtieron en prácticas
comunes. La cuestión de saber si los campos abiertos por la Checa durante la guerra civil anticiparon o
no al Gulag estalinista se mantiene abierta.
Según el historiador británico George Leggett, aproximadamente 140 000 personas perecieron a causa
del Terror Rojo.77 Mencheviques, anarquistas, social-revolucionarios, liberales o demócratas fueron
perseguidos y puestos fuera de la ley por miles, así como Blancos y nacionalistas, o incluso pacifistas
tolstoianos, sionistas, bundistas etc., junto a muchos cuyos orígenes sociales o su marginalidad bastaban
para convertirlos en sospechosos. En 1922, el Estado soviético organizó el procesamiento de los líderes
social-revolucionarios encarcelados; varios acusados fueron condenados a muerte y ejecutados y otros
deportados. El 19 de febrero de 1919, la revolucionaria Mariya Spiridónova, arrestada tras la
insurrección social-revolucionaria de izquierda en julio de 1918, fue condenada por «locura» e internada
de diciembre de 1920 a noviembre de 1921 en un centro psiquiátrico. No obstante, con posterioridad
escribió que «durante la época soviética, las cimas del poder, los viejos bolcheviques, Lenin incluido,
cuidaron de mí y, aislándome del desarrollo de la lucha, siempre de modo muy vigoroso, tomaron al
mismo tiempo medidas para que jamás se me humillara.»78
La Iglesia ortodoxa rusa, que se situó activamente del lado de la reacción (hubo popes delatores que
pudieron ser responsables de numerosas ejecuciones sumarias),79 sufrió miles de detenciones,
ejecuciones, expoliaciones y destrucciones con el fin de erradicar no solo de su potencia anterior, sino
también las creencias religiosas. Se calcula que entre 1917 y 1918 fueron asesinados 20 mil
sacerdotes.80
Todos los contendientes, en diversa medida, utilizaron los mismos métodos de represión: internamiento
de adversarios militares y políticos en campos, toma de rehenes (el primer decreto referente a rehenes
fue promulgado por el general Niessel, comandante de la misión militar francesa en Rusia)81 y
ejecuciones sumarias. Según Peter Holquist «el joven Estado de los Sóviets y sus adversarios recurrieron
de igual forma a los instrumentos y métodos que habían sido elaborados durante la Gran Guerra».82
Nikolái Melkínov, uno de los principales miembros del gobierno de Antón Denikin, subrayó en sus
memorias que la administración blanca «había aplicado [...] en sus territorios una política
profundamente soviética».83
Hasta el breve gobierno social-revolucionario de Samara, a menudo considerado como uno de los
beligerantes más moderados, utilizó este tipo de medidas. Al respecto, el historiador británico Orlando
Figes anota: «aunque las libertades de expresión y de reunión, así como la libertad de prensa fueron
restablecidas, era difícil respetarlas en las condiciones de una guerra civil y las prisiones de Samara
estuvieron pronto llenas de bolcheviques. Iván Maiski, el ministro menchevique de trabajo, contó un
total de 4000 detenidos políticos. Las dumas y los zemstvos municipales fueron restablecidos, y los
sóviets, como órganos de clase, excluidos de la vida política».84
Asimismo, los demócratas constitucionales liberales se resignaron a soluciones dictatoriales allí donde
mantenían el control, pero con excepciones: así en Crimea mantuvieron un régimen constitucional y
parlamentario que preservaba las libertades y hasta esbozaba una tímida reforma agraria.85
Por otro lado, ninguno de los ejércitos quiso dejar tras de sí elementos sospechosos o peligrosos. Así, los
combatientes anarquistas del ejército de Néstor Majnó respetaron más a la población civil, perdonando
y liberando a los simples combatientes hechos prisioneros, pero eliminaron en su retirada a muchos
oficiales, personas nobles, burgueses, kuláks o popes, mientras tribunales populares surgidos
espontáneamente se encargaban también de juzgar y castigar a los implicados en las matanzas del Terror
Blanco.86
Según Sabine Dullin, «los organismos de represión creados por los bolcheviques dejaban un gran margen
de acción a la iniciativa popular».87 Las Checas locales se mostraban con frecuencia más radicales que la
central. Marc Ferro insiste en el hecho de que el pequeño partido bolchevique no contaba con los
medios para suscitar la violencia generalizada que experimentó Rusia durante la guerra civil y que los
leninistas a menudo reivindicaron y asumieron la violencia popular espontánea para dar la impresión de
que ellos controlaban la situación, así como para canalizarla e instrumentalizarla para su provecho.88
Lo mismo realizaban sus enemigos, así el muy controvertido jefe nacionalista ucraniano Symon Petlyura
pareció verse desbordado por el antisemitismo visceral de sus tropas: habría permitido los pogromos,
pese a haber intentado frenarles, pero no los ordenó (su papel exacto sigue siendo muy debatido).
En cuanto al Terror Blanco, los roles de la ideología, la violencia espontánea y la orquestada «desde
arriba» por las autoridades siguen siendo muy discutidos. Así, según Nicolas Werth, «el Terror Blanco no
fue nunca organizado sistemáticamente. Fue, casi siempre, fruto de acciones de destacamentos
descontrolados que escapaban de la autoridad de un comandante militar que trataba, sin éxito, de llevar
a cabo el gobierno. [...] En la mayoría de las ocasiones estamos ante una represión policial del nivel de
un servicio de contraespionaje militar».89 Otros historiadores consideran, por el contrario, que la
ideología (especialmente la asimilación del comunismo a los judíos y el fantasma de un complot
«judeobolchevique») tuvo un papel importante en el proceso del terror dirigido desde arriba.90 Según el
historiador estadounidense Peter Holquist: «si bien es cierto que los movimientos antisoviéticos
sintieron menos la necesidad de justificar sus acciones, es completamente claro que sus actos violentos,
lejos de ser arbitrarios o fortuitos, fueron por el contrario calculados. [...] Los prisioneros de guerra eran
escogidos por los jefes blancos, que ponían de lado a aquellos a los que consideraban como indeseables
e irrecuperables (los judíos, los bálticos, los chinos y los comunistas) y los mandaban ejecutar todos
juntos».91
Posiblemente los generales blancos se vieron más desbordados aún que los bolcheviques por la violencia
de sus partidarios sobre territorios vastos donde su autoridad era limitada. El general Piotr Wrangel
describe en sus memorias la anarquía que reinaba sobre el inmenso territorio controlado por Antón
Denikin cuando se puso al frente en marzo de 1920: «el país era dirigido por toda una serie de pequeños
sátrapas, comenzando por los gobernadores para acabar por cualquier suboficial del ejército [...] la
indisciplina de las tropas, el desenfreno y la arbitrariedad que reinaba no eran un secreto para nadie [...]
El ejército, mal abastecido, se alimentaba exclusivamente de la población, gravada con una carga
insoportable».92
Sin embargo, es incontestable que las altas autoridades blancas recurrieron también al terror. La
«conferencia especial» presidida por Denikin tomó en marzo de 1919 la decisión de condenar a muerte a
«toda persona que haya colaborado con el poder del Consejo de Comisarios del Pueblo». El servicio de
propaganda del gobierno de Denikin hizo correr numerosos rumores durante la guerra sobre la
existencia de complots judíos.93 El general Roman Ungern von Sternberg, apodado «el barón
sanguinario», fue sin duda aquel que fue más lejos en sus acciones. En su famosa «orden n.º 1592»,
dirigida a sus ejércitos en marzo de 1921, ordena en su artículo 9 «exterminar a los comisarios, a los
comunistas y a los judíos con sus familias».94
A su vez, numerosos jefes de guerra y los aventureros sacaron provecho del hundimiento de la autoridad
en Rusia para realizar pillajes, masacres y autoproclamarse dirigentes de territorios más o menos vastos.
Otros se alistaron a los ejércitos regulares por oportunismo. El atamán Nikífor Grigóriev constituyó así
una milicia formada por soldados, desplazados y mercenarios que se puso sucesivamente al servicio de
Symon Petlyura, del Ejército rojo y de los Blancos, sin renunciar en ningún momento a las matanzas y a
los pillajes. Grigóriev acabó siendo asesinado por Néstor Majnó y sus seguidores, con los que se había
aliado brevemente.
Tras la victoria final bolchevique, el terror represivo se redujo, pero el aparato policial se mantuvo
intacto.
La guerra radicalizó espectacularmente al régimen. Para dirigir la guerra total contra los enemigos, el
gobierno de Lenin procedió a nacionalizar la práctica totalidad de los comercios, la banca, la industria y
el artesanado. Las viviendas de las clases acomodadas fueron colectivizadas, entrando así los
apartamentos colectivos en la vida de los rusos. Mientras la moneda se hundía y el país vivía del trueque
y de salarios pagados en especie, el régimen instauró la gratuidad de las viviendas, los transportes, del
agua, de la electricidad y de los servicios públicos, todos ellos en manos del Estado. Ciertos bolcheviques
llegaron a soñar con abolir el dinero, o por lo menos limitar drásticamente su uso. El «comunismo de
guerra» (término creado a posteriori, aparecido tras el final de la guerra civil) que había surgido por las
difíciles circunstancias, pasó a ser un medio útil para guiar a Rusia hacia el socialismo.
El poder instauró también un potente dirigismo sobre la economía y los obreros. Para hacerlo, no vaciló
en restablecer una férrea disciplina en las fábricas o en hacer reaparecer prácticas deshonrosas como el
salario a destajo, la libreta de trabajo, el cierre patronal, la retirada de las cartillas de racionamiento y la
detención y deportación de los dirigentes de huelgas. Centenares de huelguistas fueron fusilados. Los
sindicatos fueron depurados, bolcheviquizados y transformados en correa de transmisión del sistema, las
cooperativas absorbidas y los sóviets transformados en entidades vacías. En 1920, Trotski generó una
vasta controversia proponiendo la «militarización» del trabajo. En el campo, destacamentos armados
procedieron violentamente a realizar requisiciones forzadas de cereales para abastecer a las ciudades y
al Ejército Rojo.
El poder realizó asimismo un enorme esfuerzo para alfabetizar y proporcionar educación a la población,
al tiempo que dirigía sus esfuerzos propagandísticos sobre los soldados y las masas populares. Animó la
efervescencia artística y puso a los creadores vanguardistas al servicio de la revolución, lo que generó
una vasta producción de obras y carteles que contribuyeron a la adhesión colectiva a los bolcheviques.97
Estas políticas salvaron al régimen, pero contribuyeron al enorme descontento popular y al hundimiento
radical de la producción, de la moneda y del nivel de vida. La economía era una ruina y la red de
transportes había sido destruida. El mercado negro y el trueque florecieron.98 La desigualdad
institucional del racionamiento en favor de los soldados y los burócratas suscitó protestas populares. Las
ciudades perdieron población, con multitud de obreros y ciudadanos hambrientos que regresaron al
campo. Moscú y Petrogrado perdieron de esta forma la mitad de su población, mientras que la clase
obrera se descomponía: menos de un millón de activos en 1921, frente a los tres millones de 1917.
Entre 1921 y 1922, la hambruna, unida a una grave epidemia de tifus, acabó con la vida de millones de
campesinos rusos.
Hastiados por el monopolio del poder adquirido por los bolcheviques, así como por la violencia y la
represión desplegadas en el campo o contra los obreros huelguistas, los marinos de Kronstadt se
rebelaron en marzo de 1921 y exigieron la vuelta al poder de los sóviets, elecciones libres, libertad del
mercado nacional y el fin de la policía política. En la práctica la insurrección consistió en la disolución del
sóviet de Kronstadt y el nombramiento de un «comité revolucionario provisional» en su lugar.99 Su
levantamiento fue repelido por Trotski y Tujachevski.
Al mismo tiempo, el poder puso a los mencheviques fuera de la ley, reprimió las últimas grandes olas de
protestas obreras y empezó una campaña violenta de «pacificación» contra los campesinos insurrectos.
El X Congreso del Partido, celebrado a la vez que ocurría la insurrección de Kronstadt, abolió también el
derecho de tendencia en el seno del Partido por la instauración del «centralismo democrático».
Pero ante el callejón sin salida del «comunismo de guerra» y el hundimiento de la economía, Lenin
decidió volver de manera limitada y provisional al capitalismo de mercado: se adoptó la Nueva Política
Económica (NEP) en el mismo congreso. Esta liberalización económica permitió enderezar la economía.
Consecuencias
Consecuencias culturales
Liberación de las costumbres y emancipación de la mujer
Tras la guerra civil, tuvo lugar un cambio muy importante en las costumbres sexuales. La crítica marxista
a la familia burguesa ya había conducido a los bolcheviques a modificar la legislación concerniente al
divorcio, el matrimonio y la interrupción voluntaria del embarazo.100 En 1922, la homosexualidad se vio
despenalizada.101 A lo largo de la década de 1920, el deseo de acceder a una sexualidad más libre puso
en marcha un movimiento social calificado por Wilhelm Reich de «revolución sexual». Impuesto por las
bases, no tuvo tantos apoyos por parte de los responsables del régimen, y progresivamente fue
perdiendo importancia.102
Más generalmente el poder bolchevique, en particular bajo el impulso de Aleksandra Kolontái, tomó
medidas importantes para mejorar el estatus social de la mujer. Además de las legislaciones en materia
de costumbres, una serie de decretos comenzaron a reconocer desde finales de 1917 el derecho de las
mujeres a la jornada de 8 horas, el de negociar el importe de los salarios, la preservación del empleo en
caso de embarazo, posibilidad de asegurar cuidados a sus hijos durante las horas de trabajo, así como
derechos políticos idénticos a los hombres. Se fomentó el trabajo de las mujeres, tanto desde una
perspectiva emancipadora (el régimen declaró que «encadenada al hogar, la mujer no podía ser igual al
hombre») como para paliar el déficit de mano de obra provocado por la guerra y las hambrunas.103
Dado que la RSFS de Rusia, al final de la guerra civil, contaba con decenas de miles de huérfanos, se
procedió a crear comunidades educativas con niños de todas las edades a cargo de maestros voluntarios,
educándolos en el espíritu socialista. En la misma época, se abolieron los grados en el ejército y las reglas
académicas en el arte. La gramática y la ortografía se simplificaron y la lucha ideológica contra los
prejuicios y las convicciones de origen religioso alcanzaron su apogeo.
Desde el comienzo de 1918, el régimen impone el triple principio de laicidad, gratuidad y obligación de la
educación. El número de escuelas pasó de 38387 en 1917, a 52274 en 1918 y 62238 en 1919. Asimismo,
el presupuesto de educación pasó de 195 millones de rublos en 1916 a 2914 millones en 1918.105 Se
crearon alfabetos nacionales para las nacionalidades sin escritura, al tiempo que se creaban comisiones
de instructores.106 Debe considerarse además que este incremento presupuestario se produjo en un
contexto de posguerra y de escaso desarrollo económico de las repúblicas integrantes de la Unión
Soviética, lo que derivaba en carencias en el material escolar y en el profesorado, lo que explica la
mediocridad de la instrucción en los primeros años del régimen.
La Revolución y el arte
Las consecuencias de la revolución se dejaron sentir igualmente en el arte.107 Desde finales del siglo xix,
Rusia se abrió a las nuevas corrientes artísticas que se desarrollaban en Europa: el impresionismo (con
pintores como Leonid Pasternak y Constantin Kousnetzoff), el fovismo (con Mijaíl Lariónov o Natalia
Goncharova) y el cubismo (con Vladímir Burliuk). Otras corrientes emergieron en Rusia, como el
supremacismo, que proclamaba la supremacía de la forma pura en la pintura. En la poesía, Nikolái
Gumiliov inició en 1911 el acmeísmo. El estreno de la ópera futurista Victoria sobre el sol, de Alekséi
Kruchónyj y Velimir Jlébnikov se produjo el 3 de diciembre de 1913 en San Petersburgo.
Tras la Revolución de Octubre, si bien los bolcheviques prohibieron las obras abiertamente hostiles hacia
el régimen, el nuevo poder no dio sin embargo directivas en materia de arte; Trotski declaró: «el arte no
es un dominio donde el Partido deba ser líder»108 y animó el florecimiento de las corrientes de
vanguardia. Según el historiador del arte Jean-Michel Palmier, «hay pocos países que dedicasen tanto
dinero a las bellas artes, al teatro, a la literatura o a la pintura como la URSS en el período más difícil que
conoció. Mientras que el hambre reinaba y la contrarrevolución levantaba la cabeza sobre todos los
frentes -interior y exterior-, la joven república de los sóviets gastaba sumas enormes para desarrollar el
arte —y ni siquiera como instrumento de propaganda—.109
Desde los primeros días posteriores a la Revolución de Octubre, el gobierno bolchevique puso en marcha
una serie de medidas destinadas a asegurar la preservación, el inventario y la nacionalización del
patrimonio cultural nacional.110 La colección privada del comerciante y mecenas Serguéi Shchukin fue
requisada para abrir el «primer museo del arte occidental». Vasili Kandinski fue nombrado director del
Museo de la Cultura Artística, creado en 1919, y abrió una veintena de museos fuera de la capital. Aquí
todavía, las penurias limitaban las ambiciones del régimen. Por falta de créditos para la reconstrucción,
la inmensa mayoría de los proyectos innovadores de arquitectura no pudieron efectuarse.111
Según Nicolas Werth, 13 millones de rusos perecieron de forma violenta entre 1914 y 1921: 2,5 millones
por la Gran Guerra, la guerra civil y las matanzas de los terrores blancos, rojos o verdes, 5 millones por el
hambre y más de 2,5 millones por la epidemia de tifus.115 Según el demógrafo ruso A. G. Volkov, la
población de Rusia disminuyó en siete millones entre 1918 y 1922, cifra de la que habría que retirar a los
emigrados (estimados en dos millones por el demógrafo) y la diferencia de 400 000 entre las entradas y
salidas de presos y de fugitivos, para acabar en una cifra de 4 500 000 muertos durante la guerra civil, es
decir, un poco más del 3 % de la población.116 La mayoría de las víctimas pereció fuera de los campos de
batalla, por falta de cuidados adecuados o de alimento. «La sociedad rusa salió de la guerra más arcaica,
más militarizada, más campesina».115
La gran mayoría de las antiguas élites (clero, nobleza y burguesía —esta ya más frágil que en Occidente—
y una parte de los intelectuales) desaparecieron o se exiliaron. Con la nueva era, esta «gente del pasado»
y sus hijos comenzaron a ser vigilados y discriminados en el acceso a la vivienda, al trabajo o a la
universidad, o incluso privados del sufragio, si bien este era simbólico. Muchos posteriormente fueron
liquidados durante la Gran Purga estalinista. Cerca de dos millones de rusos blancos (no todos
monárquicos ni rusos en realidad) se exiliaron o fueron desterrados. En 1922, un decreto les desposeyó
en bloque la nacionalidad rusa. Esta masiva situación de nuevos apátridas motivó la creación del
pasaporte Nansen por parte de la Sociedad de Naciones.
Muchos hombres del pueblo, exobreros, empleados o campesinos, se vieron beneficiados del
crecimiento del partido-estado y de su burocracia (cuyo notable desarrollo117 ya angustiaba a Lenin y
Trotski). Entrando en esta o en el Ejército Rojo, adquirieron posiciones de poder y privilegios inesperados
para ellos bajo el Antiguo Régimen. La burocracia se convirtió también en un refugio privilegiado de la
pequeña burguesía teóricamente venida a menos.118 Esta «plebenización del partido»119 servirá de
base social al advenimiento ulterior de Iósif Stalin, nombrado secretario general del PCUS el 3 de abril de
1922.
El primer resultado de esta revolución fue la caída del régimen zarista, dejando vía libre para la toma del
poder por los bolcheviques. Según Nicolas Werth, «una revolución popular y plebeya profundamente
antiautoritaria y antiestatal trajo al poder al grupo más dictatorial y más partidario del estatismo».
Según varios historiadores, las bases del Estado policial leninista se habrían puesto antes incluso del
estallido de la guerra civil en agosto de 1918, con tanta o más represión sobre otros partidos
revolucionarios y sobre ciertos movimientos populares que sobre los partidos «burgueses» o las fuerzas
monárquicas.120 Este punto de vista es rechazado por ciertos historiadores, como Arno Mayer que, en
una obra reciente, sostiene que la política represiva del régimen soviético fue esencialmente el producto
de presiones internas (la violencia de la contrarrevolución) y externas (la reacción de las potencias
internacionales frente a la toma del poder de los bolcheviques).121
Para Marc Ferro, la lucha por el poder simplemente no opuso a los partidos entre sí. De hecho, en el
momento de la Revolución de Febrero, los partidos políticos, los sindicatos, las cooperativas y los sóviets
eran formas rivales de organización, en competencia para representar y dirigir la sociedad civil. Los
sóviets y los partidos se entendieron para subordinarse o eliminar a sindicatos, comités de fábrica o
cooperativas. Luego, desde antes de la Revolución de Octubre, los partidos acordaron infiltrarse e
instrumentalizar los sóviets. Al final, uno de los partidos eliminó al resto.122
Otro resultado inmediato fue la firma del tratado de Brest-Litovsk, y el desmantelamiento parcial del
Imperio ruso. Luego vino la creación, en 1922, de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.
La guerra civil dejó al país agotado, arruinado por numerosos años, y bajo la dirección de un partido
único cada vez más monolítico (supresión del derecho de tendencia en marzo de 1921), que empleó a la
policía y el ejército para suprimir a todas las fuerzas organizadas de oposición.
Además, la revolución esperada por los bolcheviques en los países capitalistas no se efectuó. En
Alemania, las masas populares no apoyaron mayoritariamente la tentativa espartaquista de Rosa
Luxemburgo, y la represión continuó. En Hungría, Béla Kun dirigió durante 133 días la República Soviética
Húngara antes de ser desalojado por una invasión rumana. La oleada revolucionaria fluyó desde 1920 en
Italia, abriendo la puerta al éxito posterior del fascismo. Países industrializados tan importantes como
Estados Unidos, el Reino unido y Francia experimentaron huelgas y manifestaciones, a veces violentas,
pero que en ningún momento sacudieron los cimientos sociales o gubernamentales.
La creación en Moscú de la III Internacional (Komintern), en 1919, fue una consecuencia directa de la
Revolución de Octubre. Fue disuelta por Stalin en 1943 sin haber conseguido nunca conducir una
revolución victoriosa. De forma inmediata, entre 1919 y 1921, se sucedieron rupturas y escisiones entre
partidos socialdemócratas y partidos comunistas que dejaron al movimiento obrero y sindical
duraderamente dividido y debilitado frente a las fuerzas conservadoras y fascistas.
La misma Rusia quedó aminorada y aislada, cercada por un «cordón sanitario» de pequeños Estados (los
países bálticos, Polonia, etc.). El nuevo régimen debió conquistar lentamente su reconocimiento
internacional. Debió esperar a 1922 para ser reconocido por Alemania (convertida en su aliada de hecho
por los acuerdos de Rapallo), luego en 1923 por la China de Sun Yat-sen, en 1924 por Gran Bretaña,
Francia y la Italia fascista, en 1933 por los Estados Unidos, antes de entrar tardíamente en la Sociedad de
Naciones en 1934.
El régimen instaurado por los bolcheviques a menudo ha sido calificado de «comunista», aunque para
Karl Marx el comunismo corresponde a una sociedad que responde a la divisa «De cada uno según sus
capacidades, a cada uno según sus necesidades».123 En 1918, sin embargo, Lenin no repudiaba la idea
de cambiar el nombre del partido a partido comunista, ni a fundar en 1919 la Internacional Comunista
(se trataba de escoger un nombre que se desmarcase de la socialdemocracia, que había sido
mayoritariamente favorable a la guerra).
La Revolución de febrero de 1917 fue leída por los occidentales con arreglo a la Gran Guerra en curso, y
en general sin gran conocimiento de las realidades rusas.
Las democracias de la Triple Entente (Francia y el Reino Unido) se libraron de un gravoso aliado como
Nicolás II, ya que la continuidad de la autocracia zarista entraba en contradicción con su propia
propaganda sobre la «guerra de derecho». La prensa (sometida a censura o autocensura) no dio noticia
del creciente y robusto rechazo que la guerra despertaba en la opinión rusa. La revolución se interpretó
de forma contraria, como una voluntad popular de llevar la guerra hasta el fin con un gobierno más
competente.124
Sin embargo, en septiembre de 1917, el motín de los soldados rusos de La Courtine en el Lemosín hubo
de ser sofocado por fuerzas francesas, dejando varios muertos. Se sucedieron huelgas importantes y
prácticamente insurreccionales que apelaban abiertamente al ejemplo de los sóviets de trabajadores de
Rusia en abril de 1917 en Leipzig, en mayo-junio en Leeds y en agosto en Turín. En Italia o incluso en
España, país no beligerante, aparecieron pintadas con «viva Lenin», más por rechazo simbólico a la
guerra y las condiciones sociales que por un conocimiento efectivo del programa bolchevique.127 No
obstante, el patriotismo obligó a que ninguna tentativa revolucionaria se efectuara antes del fin de la
Gran Guerra.
Varias delegaciones oficiales fueron a Rusia en tiempos del gobierno provisional y descubrieron la
amplitud de la revolución. Volvieron de allí en ocasiones estremecidas, como fue el caso de los
socialistas franceses Albert Thomas y Marcel Cachin, el ministro laborista inglés Arthur Henderson o la
feminista británica Emmeline Pankhurst. Un puñado de extranjeros presentes en Rusia se adhirió
activamente a la Revolución de Octubre, como el futuro historiador y periodista estadounidense John
Reed, o el filósofo cristiano francés Pierre Pascal. En marzo de 1919, André Marty y Charles Tillon
dirigieron el motín de la flota francesa en mar Negro contra la intervención. Ciertos prisioneros de guerra
de los Imperios centrales, convertidos al bolchevismo durante su cautividad en Rusia, se hicieron
propagadores de la revolución al regresar a sus países, como es el caso del yugoslavo Josip Broz Tito.
La Alemania de Guillermo II dejó a diversos revolucionarios exiliados en Suiza, entre los que estaba
Lenin, atravesar su territorio para volver a Rusia, considerando que el pacifismo contribuiría a la retirada
de Rusia del conflicto. Ya en esta época circulaba en Rusia y Occidente la idea de un Lenin «agente
alemán», o incluso el rumor de que los «maximalistas» (traducción inexacta difundida del término
bolcheviques) estaban financiados por «el oro alemán». La Revolución de Octubre fue percibida
inicialmente solo como una peripecia política después de mucha otras, y ni la Entente ni las potencias
centrales creían que el nuevo poder fuera duradero. Tras el tratado de Brest-Litovsk (contra cuya
ratificación votó el SPD en el Reichstag), el Kaiser pasó a ser un objetivo y paradójico aliado de un
régimen bolchevique interesado en jugar a divisiones «interimperialistas» y en no añadirse un enemigo
más. La Entente intervino primeramente sobre el territorio ruso para evitar la desaparición del Frente
Oriental, siendo el reproche principal hecho a los bolcheviques su «traición» a la alianza. Tras el
armisticio de Compiègne de 1918, fue la revolución como tal lo que se empezó a combatir.
El pacifismo y la crisis económica de la posguerra, así como el rechazo a ver una revolución fracasada,
suscitaron simpatías fuertes y activas en las capas populares de Europa hacia la Revolución de Octubre.
Los excesos del Terror Rojo fueron ignorados, negados, minimizados o justificados como una respuesta
simple al Terror Blanco.
En Estados Unidos, el red scare o el miedo a los «Rojos» marcó los años inmediatos de posguerra y
contribuyó a las reacciones autoritarias, puritanas y xenófobas (los emigrantes fueron percibidos como
portadores potenciales del «virus» bolchevique) que marcaron la década de 1920. En Alemania, Hungría
e Italia las fuerzas conservadoras, nacionalistas o fascistas, a veces aliadas por un tiempo a
socialdemócratas como Gustav Noske en Berlín, pelearon para reprimir violentamente el «bolchevismo»
(una palabra por otra parte elástica, bajo la cual acabó por incluirse abusivamente a todo partidario de
un cambio social, incluso cualquier adversario). En 1919, el miedo y el odio al bolchevismo y a la
Revolución de Octubre, de sus transformaciones y de su posible extensión desempeñan un papel para
nada despreciable en la formación de las ideologías y de los movimientos fascistas de Benito Mussolini
en Italia y de Adolf Hitler en Alemania.
En los países colonizados, la Revolución de Octubre también suscitó esperanzas importantes. En 1920, en
Bakú, los bolcheviques convocaron un «congreso de los pueblos de Oriente» (del 1 al 8 de septiembre)
que intentaba ejercer de unión entre los nacionalismos de los colonizados y el movimiento comunista
mundial.
Posterioridad y fin
La ruina económica y moral que sucedió a la guerra civil dejó paso a una élite de burócratas, que en el
mismo seno del partido bolchevique van a conseguir imponerse al frente del país. Para eso, debieron
deportar y masacrar a todos sus opositores, tanto «contrarrevolucionarios» como revolucionarios.
Millares de militantes comunistas, entre los que estaba la mayoría de la «vieja guardia» bolchevique,
héroes de octubre y de la guerra civil, fueron de esta forma deportados y posteriormente fusilados. Los
más célebres de estos fueron humillados y desacreditados en público en el momento de los procesos de
Moscú en 1936-1938.
Para asentar su poder, y también para hacer olvidar el muy limitado papel que desempeñó en la
Revolución de Octubre, Iósif Stalin se propuso también liquidar, en el momento de la Gran Purga de
1936-1938, a toda una generación de militantes, cargos políticos y económicos, militares, escritores e
incluso policías que conocían la situación previa a 1917, la revolución y la posterior guerra civil. En 1930,
la mitad de los cargos del Estado y hasta de la policía había servido bajo el antiguo régimen.129 La
«generación de 1937» que los reemplazó gracias a las purgas, conoció únicamente a Stalin y le debía
todo: fue esta nomenklatura sin pasado revolucionario la que dirigió en lo sucesivo la URSS hasta casi su
disolución.
El régimen «totalitario» de Stalin terminó de asfixiar los ideales de la Revolución de Octubre. Desde
mediados de la década de 1930, restableció un cierto número de valores deshonrados en tiempos de
Lenin y Trotski: exaltación de la familia y de la patria «socialistas», restauración de títulos militares como
el grado de mariscal, venta libre de vodka por el Estado, academicismo en el arte, rusificación forzada de
las minorías y «chauvinismo de la Gran Rusia», antisemitismo oficial cada vez menos disimulado... La
Segunda Guerra Mundial acabó con esta evolución, La Internacional dejó por ejemplo de ser el himno
soviético en 1943, y los grados y los uniformes del Antiguo Régimen fueron espectacularmente
restablecidos.
Muy poco sensible al internacionalismo de los primeros dirigentes bolcheviques, Stalin abandonó toda
idea de exportar la revolución mediante la Komintern. En su opinión, esta debía extenderse solo gracias
al Ejército Rojo, bajo control estricto de Moscú y como una extensión del imperio soviético. Fue lo que
ocurrió a partir de 1939 con las anexiones permitidas por el Pacto germano-soviético (mediante las que
la URSS recuperó los territorios perdidos en el momento de la guerra civil rusa) y a continuación con la
victoria de 1945.
Todos estos hechos fueron caracterizados por León Trotski como el «Termidor» de la Revolución rusa
(comparación con la reacción que siguió a la caída de Robespierre durante la Revolución francesa). El
símil presenta, no obstante, ciertos límites. En efecto, la era estalinista se señala también por una vuelta,
contra los campesinos, a los métodos del «comunismo de guerra». Coincide también con una época de
purgas sin precedentes. Por otra parte, el advenimiento de Stalin significó también una reactivación
espectacular de la transformación económica de Rusia, pudiéndose hablar de la «segunda revolución»
de 1930: nacionalización íntegra de las tierras y plan quinquenal, que sacó bruscamente a la URSS del
atraso. Todo ello al pesado y disimulado precio de millones de víctimas, consecuencia de la ambición
totalitaria del poder estatal.