TS Familias Empowerment
TS Familias Empowerment
TS Familias Empowerment
CAPÍTULO I
Guión/Esquema
Conceptos clave
Dado que el objetivo último de este estudio es elaborar, desde la perspectiva del
empowerment, una propuesta de intervención psicosocial para el fortalecimiento y la
mejora de las capacidades de las familias y los miembros que las integran en el ámbito
profesional del Trabajo Social con Familias. Es importante comenzar analizando la
institución social objeto de nuestra propuesta de intervención (la familia), y su carácter,
al menos, dual: por un lado, un conjunto de miembros, por otro, una unidad vital en el
desarrollo de cada persona. La familia como institución social ha pervivido a lo largo de
la historia, adoptando multitud de formas acordes con las condiciones socio-culturales y
económicas del momento, perviviendo siempre como una institución básica en el
desarrollo social.
Hay dos características universales que definen esta entidad. La primera es que: se trata
de una institución básica que cumple con funciones sociales insustituibles, como, el
acceso a experiencias de pareja admitidas socialmente, la regulación de la conducta
sexual, la contribución a la continuidad de la raza, produciendo y nutriendo a los hijos, la
socialización de los nuevos miembros, la cooperación económica mediante la división del
trabajo entre los adultos y la de fuente de afectividad (Zastrow, 2010). La segunda es
que la familia es un grupo, concretamente es “el grupo primario”. Un grupo que no
puede elegirse, al menos en los primeros estadios de la vida. Este carácter social
predeterminado y único la ha convertido en objeto de estudio de diversas disciplinas: la
lingüística, el derecho, la antropología, la sociología, la psicología, la semiología, la
cibernética, la biología y de distintas formas de aproximación práctica como la
sistémica, la ecológica, la del fortalecimiento, el modelo de vida y las teorías feministas,
entre otras. Todas estas disciplinas nos han ofrecido sus propias definiciones, desde el
marco de la intervención social con familias, se contempla como “una agrupación de
diferentes clases de sistemas. Puede designarse con precisión como un sistema social,
un sistema cultural, un sistema de juegos, un sistema de comunicaciones, un sistema
biológico.... Pienso en la familia como una combinación de sistemas emocionales y
relacionales” (Bowen, 1971:169).
Además de estas características universales, Del Fresno (2010) identifica dos obstáculos
principales que condicionan y limitan la comprensión objetiva de las familias. El
primero, como ya se ha mencionado, es el hecho de que nuestra implicación personal y
nuestra experiencia directa familiar nos lleve a juzgar que las situaciones familiares
conocidas o más próximas son las que se corresponden más fielmente con “lo que es” o
“debe ser” una familia y caer por tanto, en generalizaciones basadas en casos
particulares. Este hecho, conduce por tanto a establecer prejuicios de funcionalidades o
disfuncionalidades familiares. El segundo obstáculo es la naturaleza íntima de la familia,
en la actualidad se ha convertido prácticamente en su mayor rasgo distintivo, aunque no
siempre ha sido así en la historia. La familia aparece como el lugar donde el individuo
abandona los convencionalismos sociales y se comporta como realmente es. Pudiendo
identificarse por tanto un comportamiento social, y otro familiar, de las personas. La
privacidad que se alcanza en la familia protege a sus miembros del resto del mundo y
crea espacios propios y reservados. Por ello, es fundamental que la práctica del trabajo
social conozca y profundice en estos espacios privados de las relaciones familiares con
fines preventivos y terapéuticos.
A pesar de estas dificultades, definir la “familia” es una cuestión básica en la práctica del
Trabajo Social: la forma en la que definamos la estructura familiar y las relaciones que
entrañan, ayudará a decidir qué personas deberían incluirse en la intervención,
aprendiendo, recibiendo asistencia, recursos o cualquier tipo de servicios que ofrecen
los organismos de ayuda social.
En el avance del conocimiento de las familias, se conjuga tanto la reflexión sobre sus
características o funciones universales como su enorme diversidad. A lo largo de la
presente investigación se va a constatar cómo las familias son foco simultáneo de
resistencia y adaptación. El cambio social e interno de las propias familias, ha dado
lugar a distintos estilos familiares o formas de vida familiar. Las familias han
evolucionado desde una forma de vida familiar constreñida estructuralmente, con
escasos márgenes de autodefinición, hasta las actuales formas de vida familiar que
experimentan menores niveles de presión estructural y en definitiva más autonomía,
libertad y mayor capacidad para su conformación en la sociedad (Del Fresno, 2008).
Los trabajadores sociales deben reconocer, aceptar y respetar este rango amplio de
manifestaciones familiares, la prestación de ayuda a las familias debe realizarse desde
un convencimiento profundo de que las formas familiares son muy numerosas al igual
que lo son las formas de funcionar de manera efectiva, cuidando a su vez, de no caer en
una generalización excesiva. De una reflexión detallada acerca de las distintas
definiciones y manifestaciones familiares a lo largo del tiempo (Hook, 2008, Shulman,
2009; Kilpatrick y Holland, 1999; Collins, Jordan y Coleman, 2007), pueden extraerse los
siguientes puntos en común:
1) Que la diversidad es incluso mayor que la que se refleja en los diferentes estudios
referenciados. Con frecuencia los estudios que pretende abordar la diversidad familiar
suelen referirse sobre todo a dimensiones estructurales o demográficas, tales como
raza, tipo de estructura familiar, clase social, u orientación sexual. Sin embargo, los
trabajadores sociales pueden constatar casi de forma diaria en la práctica del trabajo
social, que la diversidad familiar supone mucho más que las características que arrojan
estas dimensiones mencionadas. Las familias difieren en sus patrones de interacción, en
sus manifestaciones conductuales, en la forma en la que manifiestan sus afectos y en los
múltiples procesos psicosociales que tiene lugar tanto dentro de ellas como hacia el
exterior. Desde la perspectiva práctica del trabajo social con familias y sobre todo desde
la perspectiva del empowerment este tipo de procesos dan lugar a una diversidad que
puede ser incluso mayor de la que establecen las formas tradicionales de clasificación de
estas diferencias. Sin embargo, opinamos que estas formas de aproximación a la
diversidad no son en ningún caso excluyentes. Y que la mejora y el avance de la práctica
del trabajo social con familias debe pasar sin duda por un examen simultáneo e
integrador tanto de los procesos como de las manifestaciones estructurales de las
familias. Esta aproximación integradora, aportará un conocimiento extremadamente
valioso para el avance en la comprensión de cómo los grupos familiares varían conforme
a sus diferencias estructurales o relacionales al mismo tiempo que pueden observarse
similitudes. Por ejemplo comparando diferentes estructuras familiares (familias
monoparentales, familias homosexuales....) con diferentes procesos de la vida familiar,
se pueden alcanzar un punto de encuentro en la forma de percibir los procesos (por
ejemplo la estabilidad de sus relaciones) o los resultados (por ejemplo el nivel de
bienestar) aunque a priori las clasificaciones lineales actuales (estructuras-procesos) no
hubieran sido capaces de establecer puntos tanto divergentes como convergentes en
estas familias. En este sentido, Kurden (1995) documentó que las parejas de gays o
lesbianas, en comparación con las parejas heterosexuales tienen mayor tendencia que el
resto a buscar la igualdad étnica de sus parejas y también tienen mayor tendencia a ver
a sus parejas como sus mejores amigos. Sin embargo, atendiendo a los cuatro tipos de
relaciones que contemplan en su estudio (parejas casadas heterosexuales, parejas
heterosexuales que cohabitan, parejas homosexuales casadas y parejas homosexuales
que cohabitan), todas ellas muestran similitudes en el nivel de satisfacción y la
estabilidad de sus relaciones.
2) Que esta diversidad familiar no sólo está unida de forma indisoluble al contexto social,
sino que la diversidad familiar tiene mucho de construcción social. Carece de sentido
contemplar la diversidad familiar aislada de los contextos en los que viven las familias.
En este sentido apoyamos la afirmación de Coontz (2005) que manifiesta que son los
problemas sociales, como, por ejemplo, la desigualdad económica, y los estragos que la
discriminación por motivos de raza, género y estrato social entre otros, los que han
contribuido en mayor medida a la desestructuración de las familias. Por ejemplo, Slater
(1995) expone como en el caso de las familias homosexuales, sus miembros han cargado
con un tratamiento discriminatorio, negativo que les señala como víctimas y no cómo
ciudadanos de pleno derecho. No apreciar estos factores puede llevar al trabajador
social a “culpar a la víctima”, llegando a la conclusión de que las condiciones de vida son
un resultado primario de la identidad y de las decisiones vitales de las familias y los
miembros que las componen. No obstante, esta conclusión no es categórica, podría
afirmarse que las formas de actuación e interacción de los miembros de la familia no
pueden deberse en exclusiva a las condiciones sociales, y que las fuerzas internas
familiares tienen un papel mediador importante.
Las explicaciones acerca de este cambio profundo de las estructuras familiares son
contrapuestas. Desde una perspectiva centrada en los procesos de individualización, la
expansión e imprecisión actual de los límites significativos de la familia puede
explicarse, no como una consecuencia del orden social dominante, sino como el
resultado de la fuerza expansiva del individuo que, tomando las riendas de las decisiones
que afectan a su vida personal e íntima, ha hecho estallar el clásico orden familiar a
cambio de anteponer sus decisiones particulares. Desde una perspectiva que destaca
más los elementos estructurales, Coontz (2005) aduce justo lo contrario: son los
problemas sociales, tales como la desigualdad económica, y los estragos de la
discriminación por raza, género y estrato social entre otros, los que han contribuido en
mayor medida a la desestructuración de las familias. La cuestión de cuáles son las
causas de los cambios profundos de las estructuras familiares está, como puede verse,
en pleno debate.
Más allá del debate sobre la definición de familia, y sobre las diversas formas de familia,
los trabajadores sociales, en su actividad profesional, pueden clasificar las diferentes
formas de familia en función de su posición en el continuo que va desde la exclusión
hasta la inclusión social, analizando las dinámicas internas de cada familia, y en qué
medida favorecen su adaptación al medio social, su éxito en el desarrollo de sus
aspiraciones personales, familiares y profesionales, y su propio bienestar y felicidad.
Aunque no existe un único tipo de familia que garantice el éxito o el fracaso en su
trayectoria vital, podríamos situar a todas las familias de nuestra sociedad en este
continuo. Y observaríamos que, aquellas que están insertadas en la sociedad, participan
como ciudadanos activos con derechos y obligaciones, y aunque sus grados de
funcionalidad varíen, se encuentran dentro de la zona de inclusión social. Frente a ellas,
hay otros tipos de familias que no se encuentran en dicha zona de inclusión, son más
vulnerables al riesgo, a la exclusión y a la discriminación, y en general muestran una
variedad de aspectos disfuncionales que les impiden el logro de su bienestar.
Figura 1
Influencias en el desarrollo del niño
Las circunstancias familiares, las conductas de los padres y el ambiente del hogar,
condicionan los resultados vitales de los hijos y sus oportunidades en la vida,
especialmente durante los primeros años, antes de que las influencias externas como el
colegio, los compañeros y el barrio en el que viven ejerzan una influencia significativa
(Wilkinson, y Marmot, 2003). Conforme el niño se hace mayor se vuelve más permeable
al ambiente que le rodea. Sin embargo, los padres y la familia persisten como influencia
fundamental hasta su fase adulta. Los hijos de estas familias que afrontan necesidades y
déficits múltiples tienen mucha mayor probabilidad de experimentar experiencias
negativas, como el miedo intenso a ser agredidos sexualmente o a ser tratados con
violencia, mayor probabilidad de huir del hogar o de iniciarse en conductas adictivas,
por ejemplo, el consumo de tabaco, de bebida o de drogas (Carrasco, Barriga Jiménez y
León, 2004, 2006).
El papel de las figuras parentales de estas familias excluidas es dual. Por un lado,
pueden apoyar y sustentar a la familia en tiempos de crisis, es decir, ponen en práctica la
capacidad de resiliencia4. Por otro, pueden constituir en sí mismas una fuente de riesgo.
Los padres actúan como fuente de resiliencia, porque la inmensa mayoría de ellos
quieren lo mejor para sus hijos. En este sentido, la mayoría de las familias son una
fuente de fortalezas, apoyo y resiliencia. Todas tienen el potencial para ser resilientes.
Con frecuencia, las familias objeto de atención del Trabajo Social son los grupos
humanos donde esta cualidad está más desarrollada: sobrevivir inmersos en
experiencias traumáticas, en procesos de exclusión social, sin acceso a los recursos
básicos, requiere familias extraordinariamente resilientes (y las familias en situación de
necesidad lo son). Incluso más que aquellas que se encuentran dentro de la zona de
“inclusión social”, y que no tienen que afrontar tantos y tan intensos acontecimientos
negativos en sus vidas.
Los efectos de los factores de riesgo en las familias son complejos y están
interrelacionados. Los progenitores que experimentan problemas en un área básica a
menudo tienen más posibilidades de experimentar dificultades en otras áreas. La
pobreza es el factor de riesgo fundamental que oprime a las familias, sus efectos son
complejos y tienen un amplio espectro. Pueden ser particularmente dañinos para las
familias sobre todo si se mantienen a largo plazo. La pobreza puede incrementar a su
vez, la probabilidad de otros problemas parentales como el desempleo, la falta de acceso
a los servicios, y la mala salud, la vivienda precaria y la exclusión financiera (Morris,
Hughes, Clarke, Tew, Mason, Galvani, Lewis, y Loveless, Becker y Burford, 2008;
Wilkinson y Marmot, 2003).
Un análisis adecuado de los factores de riesgo que afectan a las familias debe tomar en
consideración el entorno en el que se integran, más allá de la unidad familiar. Los
miembros de la familia extensa, y el resto de personas con las que tenemos algún tipo de
relación íntima, ejercen una influencia significativa, tanto positiva como negativa, en las
relaciones familiares. La falta de relaciones con la familia extensa o de redes sociales o
comunitarias, se ha identificado como un factor de riesgo que aumenta los problemas
familiares. Las investigaciones al respecto sugieren que los programas de apoyo a la
familia lograrían mucho mejores resultados si dedicaran más atención a la construcción
de redes sociales comunitarias (Peters, Petrunka, y Arnold, 2003) y redes más amplias
dedicadas al apoyo a los padres (Carmichael, Connell, Hulme, y Sheppard, 2005). El
apoyo informal, es decir, aquel que no procede del ambiente familiar, puede actuar como
un factor protector importante en tiempos de crisis familiar.
Otro factor de riesgo son los barrios o comunidades donde viven las familias en situación
de exclusión. Suelen ser barrios pobres con escasez de servicios, desorganizados y
desatendidos, que facilitan el camino hacia conductas adictivas, como el consumo de
drogas o alcohol, y que se caracterizan a veces por la falta de vínculos relacionales entre
los vecinos. Estos factores, junto a muchos otros, como la privación económica, la
escasez de empleo, el historial de vandalismo o la falta de actividades organizadas para
los jóvenes en la comunidad, inciden de forma especial en los jóvenes, aumentando su
probabilidad de entrar en el mundo de las drogas o la delincuencia (Encuesta Nacional
de Factores de Riesgo y Protectores entre los jóvenes ingleses, galeses, y escoceses,
2002). Las familias que residen en estas áreas excluidas tienen mayor probabilidad de
ser víctimas de conductas criminales, en comparación con personas que viven en barrios
con mayor nivel de renta y mejores dotaciones públicas. El hecho de vivir en estas áreas
está asociado igualmente con un aumento de la probabilidad de mala salud mental y
física para los padres y de problemas conductuales para los hijos.
El Trabajo Social es una profesión que tiene como objetivo establecer relaciones
humanas positivas, vinculadas con el amplio espectro de derechos humanos y
responsabilidades dentro de las relaciones y los sistemas sociales. “Persigue ayudar a
los individuos en el marco de las condiciones que les rodean a la vez que busca
contribuir al cambio de las instituciones sociales” (Konopka, 1958:194). Su ámbito de
actuación incluye tanto a las personas como a cualquier forma de agrupación humana,
por ejemplo, familias, grupos, comunidades o instituciones, entre otras. A su vez, se
desarrolla dentro de un sistema ético de valores cuyas premisas son la dignidad del
individuo y la responsabilidad mutua. Y en su práctica debe tenerse en cuenta un
análisis adecuado de las relaciones de las personas dentro de los grupos y los sistemas,
siempre en conjunción con el sistema ético de valores mencionado.
Estos objetivos generales vienen a responder a una cuestión clave desde los comienzos
del Trabajo Social con Familias, que ha seguido vigente a lo largo de su desarrollo
histórico: ¿Es el Trabajo Social una profesión dedicada a poner curas a las enfermedades
de nuestra sociedad mediante el apoyo a aquellos que sufren, o por el contrario es capaz
de incidir de forma significativa en las raíces de los males que nos afectan como
personas y como ciudadanos? Desde nuestra perspectiva, la práctica del Trabajo Social
en la que me siento representada es aquella que no sólo persigue aliviar la necesidad de
la familia que motivó la toma de contacto, sino que busca lograr, en colaboración con la
familia, cambios duraderos dirigidos a realizar modificaciones estructurales a nivel
individual, familiar y comunitario o político. Y este planteamiento básico es una
consecuencia lógica de la perspectiva del empowerment: la actividad profesional se
centra en identificar y movilizar las fortalezas de los clientes (talentos, conocimientos,
capacidades y recursos) para que las familias alcancen sus objetivos y lo que ellos
consideran que es una mayor calidad de vida en sus propios términos (Collins, Jordan y
Coleman, 2007).
En las últimas tres décadas del siglo XX, esta atención sobre las fortalezas y el
empowerment (objeto principal de estudio de esta investigación), se ha materializado en
un gran número de investigaciones relevantes (Cowger, 1994: 262), dando cuerpo a su
vez a una aproximación que se opone a la forma tradicional (centrada en el proceso
diagnóstico-patología/problema). Ambas aproximaciones tienen sus defensores y
detractores, pero la tendencia a estructurar la práctica en torno a las fortalezas y el
empowerment se ha vuelto tan fuerte que no puede ser ignorada (Rankin, 2006). Supone
una mirada distinta hacia las personas, familias, grupos, comunidades, o cualquier tipo
de agrupación social que se caracteriza por una visión positiva, no ingenua, del proceso
que resulta de afrontar los retos vitales.
El enfoque tradicional de solución de problemas en Trabajo Social fue iniciado por Helen
Harris Perlman en 1957. El modelo era consistente con el panorama de diagnóstico
dominante de la época. Su teoría se dirigía a solucionar los problemas más inmediatos
que acuciaban a los clientes, a la vez que extraía los recursos necesarios para hacerlo
del ambiente que le rodeaba. Perlman concebía la vida humana como “el proceso mismo
de la resolución de problemas” (Perlman, 1957:53). Esta aproximación ha permanecido
vigente en muchos ámbitos hasta la actualidad, excepto en su objeto de aplicación, que
ha pasado de centrarse exclusivamente en la persona para incluir a las familias y otros
tipos de grupos. Este modelo de resolución de problemas en Trabajo Social tiende a
contemplar al trabajador/a social como el experto en el cambio a lo largo del proceso de
ayuda, y suele asumir que es el trabajador/a social el que toma las decisiones porque
actúa en el interés del ciudadano usuario.
De hecho, a nivel social, esta aproximación centrada en las patologías y los problemas
podría señalarse precisamente como una de las causas de la demora en la mejora de las
técnicas y las propuestas prácticas del trabajo social en nuestro país. Esto ha ocurrido
en otros países como Norteamérica, donde la persistencia de los trabajadores sociales
en trabajar desde el modelo de la patología y la disfunción de los clientes ha retrasado
significativamente, los cambios en el ámbito de cada una de las fases de trabajo: la
evaluación, la del trabajo propiamente dicho y el cierre o finalización (Hepworth, Rooney
y Larsen, 2002:12). Sin embargo, con el paso del tiempo, la disciplina del Trabajo Social
se ha inclinado cada vez con mayor insistencia hacia la perspectiva de las fortalezas, y
no de las debilidades, problemas y patologías. En definitiva, en esta investigación se
defiende una aproximación centrada en las fortalezas y en el poder que albergan todas
las familias sin excepción. La justificación de esta posición la vamos a mostrar en la
exposición teórica y práctica que se va a desarrollar a continuación. Podemos resumir
brevemente la secuencia de esta investigación en la siguiente tabla (Tabla 1):
Tabla 1
Etapas de esta investigación en el ámbito del Trabajo Social con Familias desde
la perspectiva del empowerment
¿Es posible aplicar el enfoque del empowerment en el ámbito del
Trabajo Social con Familias? Frente a otras propuestas de intervención
Formulación en este ámbito, de carácter prestacionista y en cierta medida
del problema asistencialista, las propuestas de intervención basadas en la
u objeto de perspectiva del empowerment de orientación psicosocial tienen como
investigación objetivo mejorar el nivel educativo, fomentar el cambio de perspectivas,
aumentar el nivel de consciencia individual y colectiva acerca de la
propia realidad, y construir y fortalecer redes sociales de apoyo.
Fase Revisión bibliográfica.
exploratoria Construcción de un marco teórico.
Formulación de hipótesis: Es una hipótesis interrogativa: ¿es posible
desarrollar una aproximación práctica de trabajo social con familias
basado en la perspectiva del empowerment? ¿Cuáles serían sus fases,
cuáles serían las principales técnicas y cómo utilizarlas? ¿Qué
diferencias presenta frente a otras propuestas teórico-prácticas
tradicionales de trabajo social con familias orientadas a las debilidades
y los problemas definidos como carencias?
Selección del diseño apropiado de investigación: Análisis de
técnicas y estrategias que se emplean en el Trabajo Social con Familias.
Diseño de la
En este caso el criterio ha sido seleccionar aquellas tareas, técnicas y
investigación
habilidades aplicables desde la perspectiva del empowerment, que
además están avaladas por un alto nivel de eficacia en la literatura del
Trabajo Social. Todo ello, estableciendo un objetivo determinado, y un
marco teórico adecuado:
• Un objetivo determinado: la elaboración de una aproximación
práctica desde la perspectiva del empowerment para el trabajo con
familias
Guiada por un cuerpo de conocimiento: la elaboración previa del
marco teórico.
Introducción: incluye el planteamiento, formulación del problema, el
contexto general de la investigación, los conceptos centrales usados en
la investigación y la estructura.
Marco teórico: capítulos II; III y IV.
Cuerpo de la
Resultados: la propuesta o aproximación para la práctica desde la
investigación
perspectiva del empowerment. En capítulos V5; VI6 y VII7.
Conclusiones: Se presentan tres resultados clave de la investigación:
el modelo del empowerment, la comparación con otros modelos, y una
dinámica de intervención en tres fases.
Lecturas recomendadas
Coleman, H., Collins, D., y Collins, T. (2005). Family Practice: A problem based learning
approach. Peosta: Eddie Bowers.
Slater, S. (1995). Lesbian family life cycle. New York: Free Press.
2. ¿Cuáles son las dos características universales que definen a la entidad familiar?
3. ¿A qué nos referimos cuando insistimos en el tránsito que hay que hacer de las
patologías a las fortalezas?
4. ¿Cuáles son las etapas de la investigación que se realiza en este libro en el ámbito del
Trabajo Social con Familias desde la perspectiva del empowerment?
Resumen
Bibliografía
4. Definición en capítulo III, apartado 3.2.1 “Poder como empowerment” en tabla 13. Y en apartado 3.2.2 “La
Resiliencia: un factor clave”.
No copyright found.
25 OCT 2023
Trabajo Social con Familias desde el empowerment. 1ª ed.,
octubre 2022
CAPÍTULO II FUNDAMENTOS DEL EMPOWERMENT: MODELOS TEÓRICOS Y
APROXIMACIONES PRÁCTICAS PARA LA INTERVENCIÓN CON FAMILIAS
CAPÍTULO II
Guión/Esquema
2.1.3. Objetivos del trabajo social con familias desde la perspectiva sistémica
– Exponer la diversidad de visiones que arrojan las distintas teorías acerca de las
familias en el período previo a la profesionalización del Trabajo Social.
Conceptos clave
Es quizás, esta visión de sistema lo que ha llevado a la teoría de sistemas a ser unos de
los paradigmas teóricos más usados por el trabajo social para explicar la realidad
humana. En su explicación, se sirve de una serie de definiciones, presupuestos y
principios aplicables a todos los niveles del sistema, generalmente sistemas abiertos,
que dotan de sentido la existencia de las relaciones familiares en todos sus niveles.
Logra su estatus de marco referente del pensamiento a finales del siglo XIX. En ese
momento urgía la necesidad de la ciencia de superar las aproximaciones dominantes del
momento, sustentadas en concepciones mecanicistas y reduccionistas, que se
articulaban por el principio de causa-efecto. Hasta aquel momento, los fenómenos
complejos se analizaban dividiéndolos en partes y estudiándolos por separado. La
insatisfacción a causa de estas explicaciones lineares de tipo mecanicistas o analíticas
era creciente, sobre todo desde el ámbito de la Matemática y la Psicología. Se inició
entonces un movimiento de la causalidad lineal tradicional, hacia una perspectiva que
enfatizara otro tipo de causalidad, la causalidad circular. Dicha perspectiva sirvió como
marco, por ejemplo, para analizar la conducta de las familias en términos de proceso y,
en general, para apoyar la idea de que las personas interaccionan y se afectan unas a
otras, y que los efectos de estas interacciones no pueden observarse realizando una
división aleatoria, para luego sumar los resultados de estas divisiones. Porque las
familias constituyen sistemas donde las transacciones son constantes y donde los
resultados de las mismas son distintos de la suma de las distintas transacciones tomadas
de forma individual.
Desde la teoría de sistemas se usa el concepto de “entropía” para hablar de los cambios
del sistema. La entropía negativa es característica de los sistemas funcionales, se refiere
al uso eficiente de la energía por parte de los sistemas que se hallan en cambio
constante, y al desarrollo de medios para añadir nueva energía a través de los límites del
sistema. El resultado de un uso eficiente de la energía es una mayor especialización y
complejidad de la organización del sistema. Aplicando este concepto al sistema familiar
puede deducirse que el ámbito familiar se mantiene autorregulado mediante un
intercambio constante de información o retroalimentación dentro del sistema. Esta
retroalimentación es lo que desencadena los cambios necesarios para mantener la
fluidez y la funcionalidad del sistema. La fluidez se orienta en las familias saludables
hacia el bienestar y la funcionalidad, aunque en las familias objeto del trabajo social
suele mantener los patrones disfuncionales de interacción, tanto entre sus miembros
como con otros individuos externos al sistema familiar nuclear. Dado que el flujo de la
energía y la información es constante es factible pensar que “un cambio en uno de los
miembros de la familia afecta al resto de miembros de la misma” (Watkins, Edwards y
Gastrell, 2003:111).
Prestando atención a las reglas de la familia, Collins y cols. (2007:61), establecen una
distinción clave, para discernir la importancia de los cambios familiares. Distinguen
entre cambios de primer y segundo orden. Los cambios de primer orden ocurren cuando
cambia la conducta de uno de los miembros de la familia, pero las “reglas” que
gobiernan a la familia permanecen estables. En los cambios de segundo orden además
de los cambios conductuales observados, se producen también cambios en las reglas, es
decir, se producen cambios a nivel estructural en la familia. Este tipo de cambios
implican que los miembros de la familia adopten nuevas perspectivas y nuevas formas de
contemplar las interacciones en las que se hallan inmersos. Los cambios de segundo
orden pueden tener lugar en diversas dimensiones, pueden ser de tipo actitudinal,
conductual o relacional, entre otros.
EJEMPLO 1
Por último, señalar, que la existencia de reglas en las interacciones familiares crea a su
vez una jerarquía de poder. Todos los miembros de la familia se rigen por reglas o
acuerdos explícitos o implícitos sobre obligaciones, deberes y sobre un rango de
conductas, aceptables o no en el entorno familiar.
Las familias son sistemas con propiedades holísticas, propiedades que no pueden
hallarse si las descomponemos en sus partes. Sus propiedades emergen de las
relaciones que se establecen entre las partes que constituyen la unidad familiar. Estas
unidades tienen límites o fronteras, algunas de los cuales separan a la familia del
exterior, mientras otros quedan dentro del propio sistema familiar. Se constituyen por su
utilidad organizativa, si bien varían de una unidad a otra, dada su arbitrariedad. Desde
el enfoque sistémico en el trabajo social con familias, los límites son inherentes y
permeables, sin ellos no habría diferenciación entre unos sistemas y otros (Greene y
Kropf, 2009).
Todos los miembros de la familia participan en una medida u otra en varios subsistemas
de forma simultánea y cada subsistema interacciona de forma dinámica con el resto. Los
límites de los subsistemas no son estáticos sino dinámicos; es este dinamismo lo que
permite su continua organización y reajuste para satisfacer las tareas u objetivos del
sistema familiar. Los límites pueden ser físicos (las paredes de la habitación de un hijo en
un hogar), así como emocionales (la relación de apego entre una madre y un hijo) y
psicológicos (la autoridad no discutida del cabeza de familia).
Las familias saludables tienen límites definidos, a la vez que flexibles. La flexibilidad les
permite asimilar nuevas ideas y recursos cuando son necesarios. A la vez, la definición
clara de los límites garantiza su sentido de identidad y propósito común. Los límites
crean un espacio protector de las amenazas externas, su permeabilidad permite a sus
miembros la entrada y salida del sistema con libertad. Sin embargo, cuando los límites
son excesivamente rígidos, las entradas y salidas tanto de información como de recursos
y personas no son permitidas, y la familia queda apartada de su condición de sistema
saludable. Del mismo modo, una laxitud extrema de los límites coloca a sus miembros en
una situación de riesgo ante su deficiencia estructural.
La mayoría de las teorías sobre las familias desde la perspectiva sistémica sugieren que
las familias no sólo deberían tener límites claros y flexibles con el exterior, sino que
también deberían tener correctamente establecidos los límites intergeneracionales
dentro de la familia. Por ejemplo, un límite intergeneracional disfuncional se puede dar
cuando uno o más de los hijos forman una coalición o alianza con uno de los progenitores
en contra del otro. Otra forma en la que se manifiestan los problemas con los límites
intergeneracionales disfuncionales se da cuando uno de los progenitores abandona su
rol y uno de sus hijos pasa a ocuparlo.
• La contigüidad de rol, donde las expectativas de una persona al desarrollar una acción
coinciden con las expectativas de otra persona que observa la acción, por ejemplo, a la
vez que una madre alimenta a su bebé, la persona que los observa deduce que la madre
está satisfaciendo la necesidad básica del bebé.
• La ambigüedad de rol: si las expectativas acerca del rol son explícitas, dicho de otro
modo, si los miembros de la familia tienen una comprensión clara de lo que se espera de
ellos, por ejemplo, el rol de un padrastro.
Es por ello por lo que, en cada uno de los subsistemas que se detallan a continuación,
pueden surgir distintas formas de conflicto y disfuncionalidad:
Para concluir, hay que señalar que, aunque el sistema familia se halla en constante
cambio y adaptación, existen límites en el proceso, porque la cantidad de cambio que
un sistema puede tolerar es relativa.
Las familias difieren en su nivel de apertura o de cierre, que varía a lo largo del tiempo y
de acuerdo a las circunstancias. La oscilación de un sistema abierto a uno cerrado suele
depender de su grado de organización y de la interacción con su contexto ambiental. Las
familias objeto de atención del trabajo social suelen situarse en los extremos, es decir, o
son demasiado abiertas, lo que les dificulta un nivel de estructuración y estabilidad
satisfactorio, o son demasiado cerradas, lo que les aleja de un nivel de interacción
saludable, que garantice el desarrollo familiar. El nivel de apertura del sistema familiar
no descansa únicamente sobre los intercambios con el ambiente que le rodean, sino que
también lo hace en los cambios que tienen lugar en el sistema, mediados por esas
transacciones. Es decir, el que un sistema familiar realice muchas interacciones con su
entorno no lo define automáticamente como un sistema abierto, sino que habrá que
prestar atención al número de cambios o transformaciones alcanzadas a consecuencia
de las interacciones.
Dependiendo del tipo de sistema familia, abierto o cerrado, varían las respuestas ante
los intentos externos de cambio. Así, los sistemas cerrados tienden hacia una pérdida de
organización y hacia la disolución del sistema. Aunque dependiendo de la fuerza del
agente de cambio, en ocasiones consiguen recuperarse y vuelven a alcanzar un estado
de equilibrio. Por el contrario, los sistemas abiertos reaccionan ante los agentes de
cambio externos con una reelaboración o cambio de sus estructuras hacia niveles de
organización superiores o más complejos.
7. Las disfunciones a nivel individual son reflejo, a menudo, de una causalidad circular.
Los síntomas en un miembro de la familia suelen representar una forma de desviar
la tensión.hacia otra parte del sistema y representan problemas relacionales
Un síntoma en uno de los miembros de la familia puede ser una forma de desviar la
tensión hacia otra parte del sistema y, con frecuencia, este síntoma indica un problema
relacional. Con este principio se hace referencia a la causalidad que afecta al sistema
familiar (Hook, 2008). Tanto las manifestaciones conductuales como las comunicativas
que se desarrollan dentro de la familia, y con personas externas a la misma, suelen
responder a patrones de interacción predecibles. Son predecibles porque tanto el paso
del tiempo como la tendencia al equilibrio u homeostasis del sistema se han encargado
de reforzarlos y mantenerlos. Estos patrones se traducen en las rutinas familiares y dan
cohesión y sentido a la vida familiar. Lo que ocurre es que la ejecución de los patrones
supone el mantenimiento de la salud y el bienestar cuando son funcionales, pero
también perpetúan los efectos perjudiciales y dañinos cuando mantienen conductas e
interacciones poco saludables. En estos casos se requiere la intervención del
trabajador/a social para modificar dichos patrones. El primer paso, por tanto, es la
identificación de estos patrones repetitivos de interacción que se dan dentro de las
familias; estos patrones pueden denominarse igualmente “causalidades circulares”
(Collins, Jordan y Coleman, 2007).
Evaluar a una familia implica establecer un límite arbitrario en torno al sistema familiar
objeto del trabajo, y tomar decisiones sobre los elementos que constituyen a la familia y
los que constituyen al ambiente (Greene, 1999). Establecer estos límites en la
evaluación sistémica incluye también elegir un sistema en el que focalizar el trabajo
(Greene y Watkins, 1998). Los conceptos propios de la teoría de sistemas proporcionan
una guía para la comprensión de las relaciones de reciprocidad entre las personas, lo
que constituye una información esencial para la resolución de problemas. Los objetivos
de la evaluación son la comprensión de los procesos que están afectando a la familia; y la
identificación de las acciones necesarias para revertir o atenuar la situación.
Los distintos desarrollos prácticos del trabajo social con familias desde la teoría de
sistemas han dado lugar a variaciones en torno a las formas de evaluación. Sin embargo,
pueden considerarse cinco puntos en común a una evaluación sistémica de la familia:
• Usa una serie de herramientas básicas como entrevistas directas, auto-informes por
parte de los clientes, registros de evaluaciones anteriores e información de carácter
secundario, pero que ayuda a la comprensión del sistema en su totalidad.
• Prioriza el efecto de las influencias culturales, aunque a su vez estas diferencias no son
determinantes. Es decir, cuando se integran en la evaluación descripciones acerca de
grupos diferenciados culturalmente, debe tenerse en cuenta que son generalizaciones y
que no describen a todas las personas incluidas en el grupo. Hay una gran diversidad
tanto intragrupal como intracultural.
EJEMPLO 2
CASO: Sara era una viuda de 75 años que vivía sola en su casa, situada en
una comunidad cercana a Baltimore. Sara acudió al centro ambulatorio con
su hijo Felipe. Su hijo había llamado previamente al ambulatorio para
decirles que su madre necesitaba ser ingresada en una residencia. Felipe
tenía 50 años, era hijo único y ahora vivía y trabajaba en otra ciudad distinta
a tres horas en coche de la casa de su madre.
Fuente: En Greene (1999:242-243). Human Behavior Theory and Social Work Practice.
New York: Aldine de Gruyter.
El ejemplo familiar expuesto agrupa a: Elena, Pedro, Marta y Bea. Todos viven en la
misma casa.
• Elena se casó con Juan en 1997, con él tuvo dos hijas: Marta y Bea.
• Antecedentes de Elena: sus padres (Ramón y María) estuvieron casados desde 1972
hasta 1999 cuando falleció Ramón. Ramón era alcohólico y Elena tenía una relación más
cercana con él que con su madre. María es muy activa y actualmente forma parte de una
ONG. Elena tiene dos hermanos que son gemelos: Raúl y Jesús quienes mantienen una
relación muy estrecha entre ellos dos.
• Antecedentes de Pedro: sus padres (Beltrán y Ana) se casaron en 1971 y se
separaron en 2009. Beltrán tiene problemas de salud debido a una diabetes y se apoya
con relativa frecuencia en Pedro. La hermana de Pedro, Inés mantiene una relación de
pareja con Iría, lo que la ha distanciado de su madre Ana. Pedro mantiene una relación
estrecha con Inés
La teoría de sistemas aplicada a las familias sugiere que la estructura familiar puede
observarse, comprenderse y ser modificada mediante una intervención planificada.
Desde esta teoría se observan las consistencias, los cambios, el orden y los patrones
observables y repetitivos de la conducta humana a lo largo del tiempo. La intervención
en trabajo social desde la teoría de sistemas descansa sobre: a) una evaluación completa
y exhaustiva, b) que incluye a los clientes en su desarrollo y fomenta la
autodeterminación, c) en la que el cliente es un medio para identificar los problemas,
objetivos y soluciones potenciales, d) que debe incluir todos los sistemas relacionados
tanto con el problema como con sus posibles soluciones, y e) en la que, de entre todos los
sistemas la inclusión del sistema familiar resulta crucial.
Aplicada al Trabajo Social con Familias de forma específica, Stein (1971) muestra como
el papel que juega el trabajador se redefine, convirtiéndose en “agente de cambio”.
Desde esta concepción sistémica:
• Señalará las conductas en el aquí y ahora que pueden ayudar a la familia a comprender
y solventar sus dificultades
• Hará preguntas y usará técnicas diversas para entrenar a la familia en las conductas
que resulten más funcionales
• Trabajará con la familia para encontrar y tener acceso a los recursos y las soluciones, y
luchará por ayudar a la familia a moverse en un nuevo nivel de funcionamiento.
Tabla 2
Fuente: Greene (1999:224) en Human Behavior Theory and Social Work Practice. New York:
Aldine de Gruyter.
Tanto la unidad familiar, como los miembros que las integran deben coexistir en
ambientes diversos. Éstos incluyen entre otros el propio ambiente familiar, el trabajo, la
escuela, la comunidad o las instituciones. Desde el ámbito del trabajo social, el
“ambiente” puede definirse como las transacciones e interacciones de las personas en
un espacio particular, socialmente construido y definido a lo largo de un periodo de
tiempo. La teoría ecológica se centra precisamente en “la bondad del ajuste” entre un
individuo o grupo y los lugares o ambientes en los que desarrollan sus vidas (Sands,
2001). En este sentido, “el ambiente somos nosotros y nosotros somos el ambiente”
(Andreae, 1996:607).
3. Hay que tener en cuenta el poder de las fuerzas subyacentes o necesidades para
determinar una conducta.
Tabla 3
La importancia de los
1949 M. Mead Antropología Interacción con los datos etnográficos
ambientes culturales sobre el desarrollo de
la personalidad
Facilitar la experiencia Cuidado a través de
1959 Psicología
Maslow Rogers vital mediante el las relaciones
1961 Humanística
crecimiento inducido terapéuticas
[1931] Teoría de Comprender el espacio
Lewin Persona-EN-ambiente
1951 Campo vital
1956 Teoría del Afrontamiento del Mecanismos
Selye Searles
1960 Estrés estrés adaptativos
Integridad del yo y
1963 Bandler Promover la efectividad
Psicología del funciones,
1958 Hartmann del yo, la competencia
Yo competencia,
1959 White personal
Afrontamiento
Biología
medioambiental Promover los ambientes
1959 DuBois Transacciones
Ecología adaptativos
Humana
Formar relaciones
Teoría del
1973 Bolwby mediante transacciones Vínculos, relación
Apego
activas
Sinergia, sistemas
Teoría General Examinar el cambio de
1968 Bertalanffy abiertos, causalidad
de Sistemas los sistemas
recíproca
1969 Gordon Desarrollo Desarrollo del contexto Micro, meso, exo y
1979 Bronfenbrenner Ecológico proceso-persona macrosistemas
1972 Chestang Afectar el propio
1976 Solomon Empowerment espacio vital de forma Poder recíproco
1978 Pinderhuges beneficiosa
Experiencias, tiempo,
Germain y Intervención en el
1980 Modelo de Vida espacio, mapas
Gitterman espacio vital
ecológicos
Fuente: Greene (1999:262-263). Human Behaviour Theory and Social Work Practice.
Tabla 4
• El nivel “meso” comprende las relaciones entre dos o más entornos en los que la
persona en desarrollo participa activamente, es aquella parte del ambiente que
influencia y determina de alguna forma el carácter y el funcionamiento del
microambiente o de las redes sociales en las que se ve envuelto el individuo. Dentro del
meso-ambiente se incluyen las asociaciones, las organizaciones, el colegio o el trabajo
como instituciones y los recursos comunitarios, entre otros. Y dentro del ámbito
fenomenológico se incluye igualmente en este nivel la tendencia y la naturaleza del
conocimiento y las actitudes que se dan en un entorno respecto al otro. En realidad, un
meso-ambiente está constituido por un conjunto de micro-ambientes.
• El nivel “exo” se refiere a uno o más entornos que no están implicados de forma activa
en el desarrollo de la persona, pero que influyen o son influidos por lo que ocurre en el
entorno que contiene a la persona en desarrollo. Ejemplo de exo-ambientes para un
abuelo serían el lugar de trabajo de su hijo, el círculo de amigos de su nieto...
• El nivel “macro” es compartido por la mayoría de los miembros que habitan dentro de
él. Son las estructuras sociales amplias en las que los individuos se desarrollan, tanto las
físicas como las sociales, las culturales, las económicas y las políticas. Ejemplos de estas
estructuras son la tecnología, el lenguaje, las leyes, las normas y las costumbres. Estas
estructuras confieren consistencia en cuanto a la forma y al contenido, en los niveles de
ambientes anteriores.
Cuando las personas son conscientes y se sienten seguras acerca de sus capacidades,
teniendo certeza de que el acceso a los recursos, así como sus necesidades, serán
satisfechos, tanto ellos como los ambientes que les rodean consiguen una adaptación
recíproca. Sin embargo, cuando los ambientes en los están inmersos permanecen
indiferentes y las personas no tienen conocimiento de sus propias capacidades y, en
consecuencia, perciben que no pueden satisfacer sus necesidades, tendrán mayor
probabilidad de lograr un ajuste pobre. Una transición ecológica ocurre cuando la
posición de una persona en su ambiente ecológico se altera como resultado de un
cambio de rol, de en torno o de ambos.
Además de esta clasificación del ambiente en niveles, (muy usada en la literatura para
explicar las relaciones humanas), la teoría ecológica ofrece una serie de conceptos que
son vitales y que constituyen una pieza clave en la comprensión de los procesos que
están teniendo lugar y que pueden mantener el malestar en la familia (Tabla 5). Algunos
de estos conceptos son hábitat, nicho, poder coercitivo, poder explotador, el curso de la
vida, tiempo histórico, tiempo individual, tiempo social, estresares vitales,
afrontamiento, resiliencia y polución social.
Tabla 5
Fuente: Gitterman y Germain (2008:55-63). The Ecological Perspective en The Life Model of
Social Work. Advances in Theory and Practice.
Una falta de ajuste o desequilibrio entre individuo y ambiente puede ocurrir cuando la
cultura del hogar y los valores propios están en contra de aquéllos que imperan en el
ambiente externo. Por ejemplo, cuando los valores propios de la familia chocan con los
que rigen el ambiente escolar, pueden verse amenazados los vínculos existentes entre la
familia y el colegio. Sin embargo, la amenaza se reduce cuando ambos son cuidadosos y
respetuosos, a la vez que reconocen mutuamente la importancia y el valor de la postura
contraria, a pesar de no compartirla. Aun así, cuando la falta de ajuste tiene lugar y una
familia requiere ayuda del exterior a causa, por ejemplo, de un hijo que presenta
conductas disruptivas tanto en el hogar como en el colegio, no debe darse por sentado
que la causa está siempre en la familia o en el niño, sino que debe contemplarse que el
desajuste puede provenir de una falta de recursos o apoyos procedentes del entorno
social. Es decir, todos los niveles del ambiente están interrelacionados y ejercen
influencia más o menos directa sobre la familia objeto de la intervención del trabajador/a
social.
Para concluir su conceptualización, se registran las ideas que Whittaker (1983) quién
caracterizó a la visión ecológica como una visión global en la práctica del trabajo social
al servicio de las personas:
• Reconoce la complementariedad de la persona-en-el ambiente y busca fortalecer cada
uno de los componentes.
• Admite que la ayuda interpersonal pueda tomar muchas formas, siempre y cuando el
objetivo sea enseñar habilidades para un afrontamiento efectivo del ambiente.
• Y reconoce que los rasgos distintivos y beneficiosos de la ayuda provienen tanto del
profesional como del no profesional.
El objetivo del trabajo social desde la teoría ecológica es enseñar a las familias cómo
trabajar por sí mismas, en vez de dejarles creer que el trabajador/a social lo hará por
ellos (Keeney, 1979). Los desarrollos ecológicos proporcionan al trabajador/a social un
medio para trabajar en el propósito social de ayudar a las personas, mediante la
promoción de ambientes sensibles que apoyen el crecimiento humano, la salud, la
satisfacción y el funcionamiento adecuado a nivel social. El trabajador debe prestar una
atención especial a los intercambios que tienen lugar en el ambiente familiar, y cómo a
través de los mismos se producen e instalan las conductas disfuncionales o
insatisfactorias en las familias. Al mismo tiempo el trabajador/a social debe
sensibilizarse con factores ambientales que afectan directamente a la familia, tales
como la ayuda o la interferencia de la red social próxima, la trayectoria escolar de los
hijos y el acceso a los servicios de salud, entre otros.
La evaluación ecológica asume que “las experiencias vitales del individuo y los contextos
conforman un amplio patrón de la realidad. La evaluación puede dirigirse a cualquier
lugar de ese espacio vital” (Greene, 2008:226). La herramienta de evaluación ecológica
por excelencia es el ecomapa. Fue desarrollado por primera vez por Hartman (1979)
como una herramienta para la evaluación familiar. Lo diseñó para ayudar a los
trabajadores sociales públicos a evaluar las necesidades específicas de cada familia,
como respuesta a una amplia bibliografía que documenta la relación positiva entre los
sistemas sociales de apoyo y la salud mental de las personas adultas y a la relación
inversa entre los contactos externos a la familia y el maltrato infantil.
Figura 5
Ejemplo de Ecomapa
El tamaño de los círculos no es importante. Las líneas que se dibujan entre el círculo
central y los exteriores indican la naturaleza de las conexiones existentes. Las líneas
rectas (----) muestran conexiones fuertes, líneas de puntos (...) muestran conexiones
débiles, y líneas cortadas (-/-/-/-/) representan conexiones estresantes o conflictivas. Las
líneas más gruesas representan las conexiones más fuertes. Las flechas dibujadas a lo
largo de las líneas representan el flujo de energía y los recursos. Los círculos adicionales
pueden dibujarse según se necesiten, dependiendo del número de contactos necesarios.
El ecomapa puede modificarse conforme la familia vaya cambiando, o cuando la familia
vaya compartiendo información adicional con el trabajador/a social.
Este mapa traza las relaciones familiares con el mundo exterior (ecosistema) y es capaz
de reflejar la fortaleza y la calidad de estas conexiones, a la vez que refleja la conexión
con las áreas de conflicto que afectan a las familias. Refleja igualmente el flujo de
recursos del ambiente hacia la familia a la vez que muestran las carencias y las
necesidades insatisfechas (Hartman, 1979; Holman, 1983). Identifica los puntos de
estrés y apoyo dentro del sistema familiar, identificando también las áreas donde las
necesidades de la familia y sus miembros no son satisfechas y donde existen recursos sin
explotar. Y cuando se desarrollan con familias pertenecientes a grupos minoritarios
también reflejan la existencia de factores opresivos o de bienestar económico,
capturando igualmente los vínculos importantes de carácter religioso o cultural con la
comunidad.
• Recursos financieros adecuados para poder adquirir los bienes básicos para tener una
calidad de vida estándar
• Ropas adecuadas
• Apoyo emocional de las personas más significativas
En realidad, desde este enfoque ecológico, la mayor parte del trabajo se orienta a la
evaluación de los entornos ambientales, y la dirección de los esfuerzos a cambiar
aquellos ambientes que tienen un impacto negativo en los clientes
El tipo de intervención ecológica que se use dependerá del asunto a tratar, de las
habilidades del cliente y de los recursos disponibles de la comunidad. Por ejemplo, en el
caso de comunidades donde no se disponga de centros de día para personas con
enfermedades mentales, servicios de asistencia al hogar, centros de internamiento para
personas dependientes del alcohol y de las drogas, etc., el trabajador debe ayudar a las
familias a desarrollar formas creativas de usar tanto los recursos formales como
informales. Además, debe asegurarse de que las familias dispongan de información
actualizada y completa acerca de los recursos disponibles, ya que la falta de este tipo de
información es un problema muy común. De igual modo, otro problema frecuente es la
existencia de los recursos, en combinación con la carencia de habilidades para acceder a
los mismos. En definitiva, el fin último de la intervención es ayudar a los miembros a
conocer el modo de dar satisfacción a sus necesidades por sí mismos mediante la
conexión con los recursos ambientales.
Puede afirmarse que el modelo ecológico se basa en una visión evolutiva y adaptativa del
desarrollo de los seres humanos, que se encuentra en interacción continua con el
ambiente que les rodea. Es decir, conceptos tales como “adaptabilidad” y “adaptación”,
se orientan a la acción y a los procesos de cambio orientado. Ninguno de estos conceptos
deja de tomar en consideración los asuntos o acontecimientos relacionados con el poder,
la explotación y el conflicto, presentes tanto en la naturaleza como en el medio social
humano. Estos términos, por tanto, no deben confundirse con un ajuste “pasivo”. La
unidad familiar busca la acomodación, y ésta ocurre cuando un individuo interacciona
activamente hasta lograr la bondad de ajuste (Germain, 1979). El resultado de esta
acomodación es la creación del “nicho”. El nicho representa el lugar único en el que
familia y ambiente se adecuan. Una vez que se establece, se logra un nivel adecuado de
ajuste. Cuando uno de los dos, la persona o el ambiente, cambian, entonces la
supervivencia del todo dependerá de la re-acomodación del nicho, a través del cambio
de los componentes implicados.
La perspectiva del fortalecimiento facilita el proceso humano que dirige a las personas
hacia un desarrollo saludable, buscando la realización plena de sus potencialidades. Se
basa en la idea de que las personas tienen mayor éxito en sus vidas cuando identifican y
usan sus fortalezas, habilidades y activos; y también asume que los seres humanos
tienen la capacidad de crecer y cambiar (Weick, 1992). Esta perspectiva proporciona
una estructura y un contexto para evaluar objetivos realistas, movilizar los recursos para
promover el cambio y la auto-estima e infundir esperanza en el futuro. Los trabajadores
sociales que practican su trabajo desde esta perspectiva están comprometidos con los
valores nucleares de la profesión, asumen el reto de explorar sus propias actitudes,
creencias y sesgos, para generar un cambio en la forma en la que se perciben a sí
mismos, a sus clientes y a las relaciones que mantienen con ellos. La perspectiva del
fortalecimiento se opone al modelo clásico del diagnóstico/problema-patología (físico,
psíquico o social), donde tras diagnosticar el problema, se prescribe la solución. En
contraposición, enfatiza el crecimiento, el cambio, la colaboración e identifica al cliente
como agente de cambio.
2.3.1. FUNDAMENTOS TEÓRICOS
Sus postulados teóricos (Rapp, 1998; Saleebey, 1992; Weick, Rapp, Sullivan y Kisthardt,
1989), inician un cambio significativo, que pretende integrar las formas más novedosas
de práctica del trabajo social. Esta aproximación comienza a fraguarse en la Universidad
de Kansas, a principios de los años 80, de una serie de estudios piloto sobre casos
individuales de personas con enfermedades mentales graves. En aquellos momentos el
término “perspectiva del fortalecimiento” todavía no se había acuñado. De hecho, el
primer nombre fue el de “modelo de recurso-adquisición”, (Saleebey, 2006:263). Esta
denominación señalaba dos premisas clave, que han servido como marco de innovación
en el estudio del bienestar infantil y para el posterior desarrollo de esta perspectiva. La
primera establece que la conducta es una función, al menos en parte, de los recursos
disponibles para las personas. La segunda premisa vincula claramente la práctica con
casos, a la promoción del bienestar social: es la idea de que nuestra sociedad debe
tender a la igualdad de acceso a los recursos.
“Llegaría tan lejos en mis afirmaciones como para decir que la dinámica central de la
perspectiva del fortalecimiento es precisamente la defensa de la esperanza...Las
circunstancias, la mala suerte, las decisiones desafortunadas, la crueldad de las vidas
vividas en el filo de la necesidad y la vulnerabilidad, por supuesto pueden silenciar
esta afirmación. Sin embargo, es el ligero parpadeo de lo posible lo que enciende el
fuego de la esperanza” (Saleebey, 2004:8).
“La profesión del trabajo social promueve el cambio social, la resolución de problemas
en las relaciones humanas y el empowerment y la liberación de las personas para
promover su bienestar. Mediante la utilización de teorías acerca de la conducta
humana y los sistemas sociales, el trabajo social interviene en los puntos en los que las
personas interaccionan con sus ambientes. Los principios de los derechos humanos y
la justicia social son fundamentales para el trabajo social”. (IASSW, 2001).
Es un requisito para el trabajador/a social contar con las habilidades necesarias para
potenciar a las familias, invitándolas a participar en la evaluación y en la toma de
decisiones. El empowerment está directamente relacionado con el poder y la forma en la
que se distribuye entre las personas. Es un proceso que promueve el poder en la familia
para que puedan hacer uso del mismo en sus vidas y en sus comunidades, interviniendo
en todos aquellos asuntos que ellos mismos deciden que son de importancia.
La perspectiva del fortalecimiento no es una teoría que intenta, sin más, describir o
representar de forma lógica la situación familiar. Debe contemplarse como una forma
diferente de ver los procesos familiares, aporta al trabajador/a social un enfoque distinto
de las relaciones, mediante el que el trabajador elige percibir y centrase en aspectos
determinados.
Tabla 6
4. La mejor forma de servir a las familias es colaborar con ellas. Cuando nos
aproximamos a las familias como un colaborador que cuenta con herramientas, como
una educación especializada, experiencias en ofrecimientos, apertura a las formas de
sabiduría que albergan las familias y la experiencia acumulada por los clientes en su
experiencia vital), entonces la aproximación cambia, ya no es una aproximación
tradicional, donde se trabaja en los casos, sino que se trabaja con/junto a los clientes. En
la perspectiva del fortalecimiento, las voces de los clientes son oídas y valoradas a todos
los niveles de la evaluación, intervención y a la hora de propugnar políticas adecuadas.
5. Todos los ambientes están llenos de recursos. Cada ambiente o en torno está lleno
de individuo, familias, grupos informales, asociaciones e instituciones dedicadas a
ayudar a otros. Cuando se les da la oportunidad, contribuyen con toda clase de medidas
y recursos que determinadas familias necesitan de forma urgente, como el
reconocimiento explícito de su situación, compañía, entrenamiento en habilidades
especiales, tiempo, lugares y las ganas de ayudar. Hay recursos, asociaciones y
fortalezas disponibles en todas las comunidades que están dispuestos para ser usados, a
la vez que el trabajador se compromete con la acción social en persecución de la justicia
social y la transformación estructural.
Ejercer la práctica desde la perspectiva del fortalecimiento significa que todo lo que
realice el trabajador estará basado en facilitar el descubrimiento, la exploración y el uso
de las fortalezas y los recursos de los clientes, con el fin de ayudarles a lograr sus
objetivos. El trabajador huye del rol de experto, adoptando un rol colaborador y
humanitario desde la empatía y el diálogo. Se centra en las fortalezas de la familia sin
negar sus problemas y dificultades. Busca el bienestar y la satisfacción de las
necesidades que la familia identifica como suyas. Mediante el descubrimiento y la
potenciación de las fortalezas que ya están presentes en la familia, y de forma muy
especial en la comunidad, se vincula a la familia con los recursos comunitarios como
objetivo prioritario del trabajo.
La evaluación de los recursos por parte del trabajador/a social y las familias se dirige a
encontrar las conexiones con los mismos, no a buscar las causas o las razones de la
desconexión. La idea en torno a la que se organiza la búsqueda y la conexión es la de que
los recursos son relativos, y se identifican sólo de la mano de un contexto particular. Esta
idea enfatiza el hecho de la configuración única persona-ambiente para cada familia
particular.
Figura 6
Marco para la evaluación
Fuente: Cowger, C.D., (1996). Assessment of Client Strengths. En D. Saleeby (Ed.), The
strengths perspective in social work practice. (pp. 69). Boston: Allyn y Bacon.
3. Ser honestos y respetuosos con los clientes, evitando los juicios de valor
6. Ayudar a las familias a realizar cambios que tengan sentido para ellos y ayudarles a
reflexionar acerca de cómo quieren que sean sus vidas.
A pesar de que desde la propia perspectiva del fortalecimiento hay escasez de
directrices, sus ideas han arraigado con tanta fuerza, que han surgido múltiples
aproximaciones bajo esta denominación. Resulta relevante mostrar algunas de estas
aproximaciones en este apartado, como forma de ver cómo partiendo de posturas
teóricas, algunos autores han conseguido ofrecer propuestas prácticas para el trabajo
de ayuda. Esta descripción es relevante por dos motivos: en primer lugar, porque la
perspectiva del fortalecimiento comparte un número importante de postulados de la
perspectiva del empowerment; en realidad, de todos los modelos teóricos expuestos en
este apartado, la perspectiva del fortalecimiento resulta de las más afines, en cuanto a
fundamentos teóricos, conceptos empleados y orientación de trabajo. En segundo lugar,
porque en esta investigación nos planteamos, precisamente, hacer operativa una
perspectiva teórica, mediante la propuesta de una aproximación práctica. Esta similitud
de objetivos nos lleva a interesarnos por estas propuestas.
Tabla 7
Fuente: Basado en Kretzmann, J.P., y McKinght, J.L. (1993). Building communities from the
inside out: A path toward finding and mobilizing a community’s assets. Chicago: ACTA
Publications.
Tabla 8
Fuente: Basado en Becker, D.R., y Drake, R.E. (2003). A working life for people with severe
mental illness. New York: Oxford University Press.
Tabla 9
Las raíces del modelo se hallan en la filosofía y las motivaciones de los “settlement house
movement” (Gitterman y Germain, 2008:71). Para los fundadores de los settlements, las
causas de la miseria en las ciudades se encontraban en el ambiente. Como estrategia de
trabajo, los trabajadores de este movimiento decidieron residir entre los pobres y
oprimidos, en igualdad de condiciones. Pensaban, además, que ésta era una
contribución importante para la solución del conflicto de clases, porque propiciaba la
aproximación y el conocimiento mutuo. Al mismo tiempo, crearon y fomentaron todo tipo
de servicios públicos, como centros de carácter lúdico para la infancia o centros de
asociación e información para los adultos. Sin embargo, pronto llegaron a la conclusión
de que todos sus esfuerzos causaban un impacto mínimo a la hora de contrarrestar la
dureza de las condiciones extremas sociales y físicas impuestas por el ambiente. Desde
ese momento incluyeron entre sus objetivos de actuación la influencia en el ámbito
legislativo para mejorar las condiciones ambientales, fundamentalmente mediante un
registro detallado de las necesidades, y la promoción de la actividad investigadora en
asuntos sociales.
El término “modelo de vida” está inspirado en Bandler (1963), un médico psiquiatra que
trabajó aplicando su idea de ir modelando el trabajo con las personas a lo largo del ciclo
vital, tanto a lo largo de los diversos procesos de crecimiento, como en su etapa final.
Aplicó métodos de resolución de problemas y satisfacción de necesidades, y animó a los
trabajadores sociales a aprender de las personas con las que trabajaban, sobre todo los
animó a que se fijaran en cómo afrontaban satisfactoriamente los estresores vitales y en
aprender de aquellas familias que lograban nutrir de forma satisfactoria las necesidades
físicas y sociales de sus hijos.
El desarrollo de este modelo comenzó en torno a 1972 y ha sufrido un importante
desarrollo a lo largo de más de 25 años, hasta el momento presente (Gitterman y
Germain, 2008). En la actualidad, el Modelo de Vida está muy influido por la Teoría
Ecológica, en concreto por el énfasis que pone en la interdependencia entre el
organismo y el ambiente. Ambos, acentúa esta “interdependencia” que crea el marco
contextual para trabajar en la promoción de ambientes que apoyen el crecimiento
humano, la salud, la satisfacción y el funcionamiento social.
Se busca aumentar el nivel de ajuste entre las personas y sus ambientes, en especial
entre las necesidades de las personas y los recursos ambientales. Cuando hay
correspondencia entre las capacidades, las necesidades y los recursos ambientales, se
consigue la adaptación de la persona al ambiente. Sin embargo, cuando no se logra esta
correspondencia, el ajuste adaptativo no tiene lugar o es muy pobre. Gitterman y
Germain (2008:72), en el planteamiento de su modelo, describen diez características, de
cuya combinación única surge la puesta práctica del modelo de vida:
2. Uso de la ética.
7. Debe haber acuerdos entre el cliente, o clientes, y el trabajador en todos los aspectos
del trabajo, en las historias vitales y en las evaluaciones.
Como se ha señalado, la necesidad del trabajo con una familia particular surge del
desequilibrio entre las demandas ambientales y la falta de capacidad para satisfacer las
necesidades familiares propias, mediante los recursos que proporciona el ambiente. El
estrés es el resultado del desequilibrio que percibe la familia entre las demandas
ambientales y la capacidad de manejarlas y satisfacerlas con los recursos internos y
externos disponibles, bajo condiciones en las que el fracaso ante esa demanda tiene
consecuencias importantes (McGrath, 1970). La forma de salir de la situación de estrés
es aumentar el nivel de ajuste entre la familia y el ambiente. El trabajo en este aspecto
se dirige a: 1) un cambio activo de las percepciones y conductas de las personas, 2) la
respuesta de la familia al ambiente, o 3) mejorar la calidad de los intercambios.
El marco teórico que emplea el Modelo de Vida para explicar este desequilibrio entre las
demandas y los recursos, y el estrés que se genera en esta falta de correspondencia, lo
proporcionan Lazarus y Folkman (1986) con su modelo transaccional del estrés.
Figura 7
Estrés frente a Demandas y Recursos
• Internos:
• Externos:
o A) relacionados con el ambiente social: una ruptura amorosa, una pelea, un accidente,
un despido laboral, etc.
o B) de tipo biológico como el efecto de todo tipo de agentes físicos: calor, frío,
radiación, etc.
Las personas no siempre suelen afrontar de forma satisfactoria las dificultades causadas
por los estresores vitales que les afectan. Cuando consiguen eliminar el estresor o al
menos afrontarlo de forma satisfactoria, este afrontamiento de los estresores suele dar
lugar al crecimiento individual, familiar y comunitario. Aspectos tales como el auto-
concepto, la autoestima, o el fortalecimiento de los vínculos familiares suelen ser el
resultado del afrontamiento satisfactorio de las dificultades vitales. Pero, como se ha
mencionado, las formas de afrontamiento también pueden ser desadaptativas o
disfuncionales y son los casos de intervención del trabajo social con familias desde el
Modelo de Vida. Desde este modelo, las familias objeto del trabajo social con familias, en
realidad, buscan manejar las situaciones estresantes en las que se ven envueltas, incluso
en aquellos casos en los que, en la toma de contacto con los servicios sociales, el
planteamiento de la situación por parte de la familia no se corresponde con esta idea.
Los fundadores del Modelo de Vida, Alex Gitterman y Carel Germain, hacen uso del
modelo transaccional del estrés propuesto por Lazarus (1981) y colaboradores (Lazarus
y Folkman, 1986), donde la relación entre los estímulos o demandas ambientales y sus
consecuencias adaptativas pueden estar moderadas por diferencias individuales que
afectan a la evaluación cognitiva y el afrontamiento. El estrés puede ser el resultado de
un desequilibrio entre las demandas ambientales y los recursos, o también puede ser el
resultado de la presión que excede las capacidades propias percibidas de afrontamiento.
El estrés, y éste es un punto fundamental, no es una respuesta directa a un estresor, sino
que son los recursos y habilidades individuales los responsables mediadores en la
respuesta de estrés. Estos recursos son susceptibles de cambio y, por lo tanto, señalan
una vía para el manejo del estrés.
Para desarrollar un manejo adecuado del estrés el primer paso necesario es identificar
los factores centrales que permiten a una persona manejar su estrés. La interpretación
desde Lazarus y Folkman es una interpretación transaccional, es decir, se centra en los
procesos entre las personas y el ambiente externo; el estrés sería el resultado de cómo
un estresor es evaluado/valorado, y de cómo una persona evalúa/valora sus recursos
para afrontar el estresor. De este modo, si el estresor es percibido como un desafío
positivo en vez de una amenaza, y si la persona a la que afecta el estresor tiene confianza
en la suficiencia de sus capacidades o recursos para afrontarlo, este estresor no tiene
por qué dar lugar al estrés. Sin embargo, si la persona percibe la insuficiencia de sus
recursos propios para afrontar el estresor, el resultado será un aumento del nivel de
estrés. Por tanto, el modelo propone que el estrés puede reducirse mediante la
prestación de ayuda a la persona estresada, que da como resultado el cambio de sus
percepciones acerca del estresor, facilitándoles el aprendizaje e interiorización de
estrategias que les ayuden a afrontar los estresores y a mejorar su confianza en las
habilidades que poseen para hacerlo. En resumen, las familias objeto de atención del
trabajo social sufren estrés derivado de la falta de ajuste entre la familia y el ambiente.
Las posibilidades de ajuste entre recursos internos de una familia y las limitaciones y los
recursos que impone el ambiente se ilustran en el diagrama siguiente:
Tabla 10
RECURSOS AMBIENTALES
Bajos Altos
-- -+
Altos
RECURSOS PERSONALES (A) (B)
+- ++
Bajos
(C) (D)
EJEMPLO 3
El Sr. Martínez de 78 años se quedó viudo hace tres años. Desde entonces ha
estado viviendo solo en un piso que se encuentra en el mismo barrio en el
que vive su única hija, María. Ella vive en el tercero y el Sr. Martínez en el
quinto. Hace dos meses el Sr. Martínez sufrió un ictus cerebral, y, como
consecuencia, ha perdido la movilidad de las dos piernas y su expresión
verbal ha quedado gravemente deteriorada. Aunque los médicos les han
informado de que con rehabilitación el problema del habla podría mejorar
sustancialmente, las posibilidades de que vuelva a andar son prácticamente
nulas. Y dadas las circunstancias, el Sr. Martínez no puede continuar
viviendo sólo. Tras barajar distintas opciones, su hija y su yerno han
acordado que el Sr. Martínez vaya a vivir con ellos durante un periodo de
prueba para ver cómo resulta la nueva situación.
1. El primero es la condición física del Sr. Martínez, que incluye entre otros elementos, la
percepción que tiene de sí mismo, la falta de movilidad de sus piernas, su percepción del
cansancio, su nivel de resistencia y el nivel de frustración ante su gran limitación
expresiva. En el caso de la familia, tendrá que adaptar su hogar a una persona
discapacitada y a los instrumentos que utiliza, como por ejemplo la silla de ruedas;
además tendrá que adaptarse al mayor trabajo físico que supondrá su cuidado....
2. El segundo factor tiene que ver con los recursos internos, entre los que se incluyen el
nivel de la motivación del Sr. Martínez para salir adelante, sus estrategias de
afrontamiento y el significado que le dé a su nueva forma de estar en la vida. En cuanto a
la familia, los factores serán muy parecidos: la motivación para salir adelante con la
nueva situación, la superación de las nuevas limitaciones que afrontan en sus vidas y el
significado que atribuyan a la nueva situación del padre (por ejemplo, podrían
considerarla una carga casi imposible de llevar o por el contrario una nueva situación
vital a la que con el tiempo conseguirán acomodarse, logrando el bienestar familiar).
3. El tercer elemento es el nivel de acceso a los recursos organizacionales, entre los que
se incluyen la asistencia médica, la rehabilitación, la posibilidad de una enfermera de
día, terapia psicológica o ayudas financieras.
Aplicando el diagrama (Tabla 10) al Sr. Martínez si la nueva estructura familiar tiene
estrategias de afrontamiento internas y externas suficientemente fuertes (D), la tarea
del trabajador/a social podría limitarse a facilitar el acceso a los recursos, a realizar
ligeras sugerencias que faciliten la integración, y a proporcionar apoyo emocional ante
un acontecimiento estresor de importancia, como es la incorporación a la estructura
familiar primaria de una persona mayor con discapacidad. Sin embargo, si la estructura
familiar no tiene suficientes recursos internos y externos y los recursos financieros son
también limitados (A), la familia corre un riesgo serio de desestructuración,
desorientación y deterioro. En este caso la intervención social debería ser más directiva
y debería sostenerse durante un periodo considerable de tiempo. En el caso de que la
familia tenga recursos internos limitados, pero muchos recursos externos (B), la familia
corre el riesgo de una desestructuración de las relaciones, de sensaciones intensas de
pérdida, a pesar de que aparentemente todas las nuevas necesidades están cubiertas.
En este caso la tarea del trabajador/a social consistiría en trabajar el apoyo emocional y
fortalecer las relaciones familiares, identificando las disfuncionales y potenciando los
vínculos valiosos que los mantienen unidos. Un factor importante sería comunicarlos con
redes de apoyo organizacionales o asociaciones de personas con problemas parecidos,
que les ofrezcan vías de solución en este sentido. Por último, si la familia tiene recursos
internos importantes pero sus recursos externos son limitados (C), a pesar de la buena
disposición, la familia corre el riesgo de sentirse desbordada y de desorganizarse por
cubrir unas necesidades que, por una falta real de instrumentos objetivos, no pueden
satisfacer. En este caso, la labor del trabajador/a social es ayudar a la familia a ver más
allá, contemplando alternativas que permanecen ocultas o creando nuevas opciones.
El Modelo de Vida propone estructurar el trabajo con familias en cuatro fases. Los
procesos que tienen lugar en cada una de las fases emanan de la interrelación entre las
fuerzas ambientales y las personales (Gitterman y Germain, 2008). La división de fases
es una división artificial que ayuda a lograr un trabajo más eficaz:
• Fase de preparación. En esta fase se ofrece información acerca de los procesos que
tienen lugar, para preparar un ambiente de apoyo y respeto en el que el trabajo se pueda
desarrollar. Un requisito indispensable es que las personas se encuentren seguras y
sean capaces de confiar en el profesional. Sin estas premisas el trabajo difícilmente
podrá llevarse a cabo.
• Fase inicial. Esta fase, como indica su nombre, se centra en el comienzo del trabajo
práctico. Los esfuerzos que se van a desarrollar en esta fase giran en torno a conceptos
tales como preocupaciones, necesidades, acuerdos explícitos sobre objetivos, tareas y la
reciprocidad de los roles (Gitterman y Germain, 2008).
• Fase del desarrollo del trabajo. El comienzo de esta fase está marcado por el acuerdo
entre el trabajador y la familia. Hay un reconocimiento, por ambas partes, de cuáles son
los estresores presentes (biológicos, sociales, emocionales, cognitivos y conductuales).
Tras una puesta en común, donde se hacen sugerencias para disminuirlos o eliminarlos,
se ponen en práctica las disposiciones acordadas.
• Fase final. Si el comienzo del trabajo con una familia requirió una preparación
cuidadosa, también se requiere esta sutileza y un planteamiento adecuado en la fase
final. Es importante centrarse en los sentimientos que van a aflorar, hacer un recuento y
valoración de los logros alcanzados, planear cómo se va a desarrollar en el futuro y
ofrecer siempre indicaciones sobre cómo y dónde acudir, en caso de que la familia
vuelva a necesitar ayuda.
El objetivo general del Modelo de Vida es mejorar el ajuste de las personas con el
ambiente, mediante una reducción efectiva del estrés entre los sistemas, incluyendo a
los individuos, las familias, las comunidades y los recursos. Es por ello por lo que las
funciones que se ejercen desde el trabajo social son versátiles y ocurren a diversos
niveles, tanto macrosociales como microsociales (Turner, 1996). Como objetivos más
específicos se plantean (Gitterman y Germain, 2008:72):
1. Eliminar o aliviar los estresores vitales y el estrés que llevan asociados, ayudando a
las personas a tomar conciencia y a movilizar sus recursos personales y ambientales
para un afrontamiento efectivo.
26. Influenciar las fuerzas sociales y físicas del ambiente para que logren dar
respuesta a las necesidades de las personas.
El trabajador/a social debe ser un mediador cada vez que se produzca una falta de ajuste
en los intercambios entre las personas y sus ambientes. Su labor es la de aumentar las
estrategias de afrontamiento del cliente y facilitarles su tarea, esto incluye, dar
testimonio contra la desigualdad social y la injusticia de la que son testigos en su
trabajo. Gitterman (1996), señala cuatro factores para orientar el papel del trabajador/a
social:
4. Los trabajadores sociales deben ser sensibles a las historias previas de las personas.
Los estadios del desarrollo humano se suceden de forma fija, secuencial y universal.
Aunque es indispensable que en la fase inicial del trabajo se realice una evaluación
exhaustiva ajustada con el mayor nivel de rigurosidad a la realidad, también es cierto
que a lo largo de todo el proceso se construye una evaluación formal, ajustada a la
situación. Es un hecho que, a lo largo del proceso, las distintas situaciones, avances,
retrocesos y el fortalecimiento del vínculo entre el trabajador/a social y la familia van a
facilitar nuevos datos y perspectivas para re-evaluar la situación familiar y, de este
modo, ir adecuando la intervención. De esta realidad se deduce el carácter abierto,
flexible y competente del trabajo con familias desde esta perspectiva.
1. En primer lugar, señala como fundamental el hecho de que las familias participen en
el proceso de la evaluación, ya que de este modo resulta posible compartir objetivos y
puntos de vista y se facilita que, desde el primer momento, la familia sienta el apoyo,
tome conciencia de su poder y perciba la sensibilidad del trabajador ante su necesidad
única.
3. El tercer punto tiene que ver con la esencia misma del modelo, y es la necesidad de
evaluar el nivel de ajuste entre las necesidades humanas y los recursos ambientales.
A la hora de intervenir para ayudar a las personas en el manejo de los estresores vitales
que les afectan, son diversos los niveles de intervención necesarios en el proceso de
ayuda a las familias. El trabajador/a social suele orientar su trabajo al nivel individual, a
la red social en la que está inmersa la familia, a la comunidad, a la organización, al
ambiente físico y al político.
En ocasiones los emigrantes que se instalan en un nuevo país se hallan inmersos en una
lucha entre el mantenimiento de su identidad étnica y el ajuste a la nueva cultura,
política y normas. Es aconsejable que, para afrontar este desafío, el trabajador/a social
adopte una aproximación ecológica, para comprender la complejidad que entraña la
diversidad y para ser capaces de proporcionar ayuda en su adaptación a la nueva y
desconocida sociedad. La función del trabajador/a social puede ejercerse hacia el
exterior, defendiendo y ejerciendo presión para que la población inmigrante pueda ser
mejor entendida y aceptada por nuestra sociedad. También puede ejercerse hacia
dentro. Roer-Strier y Rosenthal (2001) proponen que el primer paso en el trabajo sea
desarrollar un conocimiento claro acerca de la cultura del profesional y de la familia
objeto del trabajo. Este conocimiento puede alcanzarse mediante el análisis de las
características de personalidad, la realización de actividades de forma conjunta, la
estimulación del debate acerca de las diferencias entre su cultura de origen y la actual,
en un ambiente seguro y de aceptación.
Una intervención común desde el Modelo de Vida para este nivel es la creación por parte
del trabajador/a social de grupos familiares multi-culturales y multi-generacionales,
donde las creencias, los valores y las perspectivas diferentes puedan ser compartidas
entre diferentes culturas, a la vez que, entre grupos de diferentes edades, lo que resulta
de gran ayuda a la hora de resolver los conflictos de opinión dentro de las unidades
familiares. Los miembros más jóvenes de la familia pueden ser receptivos a la nueva
cultura, lo que puede colocarles en una situación de conflicto frente a las personas de
más edad, que suelen estar más apegadas a sus tradiciones de origen (Gitterman, 1996).
A lo largo de su vida las personas deben afrontar tres tipos de acontecimientos que están
interrelacionados: En primer lugar, las transiciones difíciles (biológicas y sociales) que
tienen lugar a lo largo de la vida y los acontecimientos traumáticos de la vida; también
afrontan las presiones ambientales; e igualmente los procesos disfuncionales
interpersonales. Aunque los tres tipos de acontecimientos están íntimamente
relacionados, son elementos que requieren la atención y el trabajo de forma individual
por parte del trabajador/a social. El Modelo de vida ofrece una serie de principios, fases
y métodos que guían la práctica del trabajo con familias. Pero estas pautas no son
obligatorias. Es indispensable combinar estas indicaciones con el razonamiento, la
creatividad y el buen hacer del trabajador/a social. Gitterman (1996:404) señala que
este modelo se fundamenta más en el hacer de “trabajadores sociales que transmitan
confianza y respeto, por encima de aquellos que aplican con rigurosidad y marcialidad
las técnicas y métodos, olvidando aspecto tales como la empatía, el compromiso, y el
deseo de implicación”.
Las teorías feministas abarcan una amplia y heterogénea gama de ideas; no obstante,
pueden identificarse como comunes las siguientes afirmaciones (Del Fresno, 2008:128):
a) la sociedad es patriarcal, estructurada por y a favor de los hombres, b) las formas
tradicionales de pensar están orientadas a conseguir la subordinación de las mujeres y a
negar o trivializar los temas que afectan particularmente a las mujeres, y c) el orden
patriarcal debe ser derrocado y sustituido por un sistema que imponga la igualdad entre
ambos sexos.
De estas teorías pueden extraerse igualmente una serie de ideas que comparten con el
trabajo social (Gilbert y Van Voorhis, 2003):
• Las estructuras sociales privilegian a los hombres como grupo y oprimen a las mujeres
como grupo
Aunque el trabajo social y el feminismo han compartido mucho tiempo sus principios
fundamentales, sólo a principios de los años 90 el trabajo social ha empezado a aplicar
de forma sistemática los principios feministas en el trabajo sobre déficits como: el abuso
de sustancias, desórdenes alimenticios, abuso sexual, traumas, depresión y otros
problemas familiares.
• Potenciar a las mujeres (“Empower”) tanto a nivel individual como colectivo para
cambiarse a sí mismas y a las condiciones y estructuras que las rodean y oprimen.
8. “la crisis mandó al paro a 173 personas cada día del último trimestre de 2008” (en El País, 20-01-2009).
10. El mapa de redes sociales se explica con detalle en el capítulo V, apartado 5.2.3.1.1 “Mapas y herramientas
gráficas”.
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25 OCT 2023
Trabajo Social con Familias desde el empowerment. 1ª ed.,
octubre 2022
CAPÍTULO III INTRODUCCIÓN A LA PRÁCTICA DESDE EL EMPOWERMENT
CAPÍTULO III
Guión/Esquema
– Definición de empowerment.
Conceptos clave
Desde los inicios de la disciplina, los trabajadores sociales han utilizado aspectos
característicos de la perspectiva del empowerment. El uso del constructo teórico que se
ha formado en torno al empowerment es muy diverso. Los defensores de las ideas del
empowerment en la actualidad parten de un punto muy distinto del que lo hicieron sus
predecesores hace un siglo. Se ha avanzado en los conceptos y en los conocimientos
relacionados. Como resultado, la perspectiva actual es diferente, incluso más madura en
el trabajo de hoy en día con las familias (Bula Wise, 2005). Los conceptos y acciones que
se han aplicado y que han dado cuerpo y fuerza a esta perspectiva proceden de trabajos
de autores claves en la historia del pensamiento universal, como Karl Marx, Susan B.
Anthony, Emma Goldman, Mahatma Gandhi, Martin Luther King Jr. y Paulo Freire entre
otros (Simon, 1990), y de autores clave en la aplicación del concepto al Trabajo Social
como Paulo Freire, Barbara Simon, Barbara Solomon, Anthony Maluccio, Judith
Gutiérrez y Judith A. B. Lee, (Rapp, Saleebey y Sullivan, 2005).
La persistencia de las ideas del empowerment en casi cualquier aspecto del crecimiento
humano demuestra su amplia aceptación. Sin embargo, ha sido precisamente esta
aceptación tan extendida, lo que las ha situado a su vez en una situación de riesgo.
Porque si el empowerment puede aplicarse en cualquier lugar, en cualquier momento y a
casi cualquier situación, entonces, ¿cuál es el significado único que puede derivarse de
un término tan polivalente?; ¿qué es aquello que le hace único y define su esencia?; ¿qué
facilita su identificación rápida y que lo diferencia de tantos otros conceptos y
constructos teóricos con orientaciones parecidas?
En realidad, es un término que ha sido aceptado y criticado por igual. Los trabajadores
sociales tienen tanto afinidades particulares como críticas u objeciones con él. Por
ejemplo, el simple hecho de que la raíz de la palabra empowerment sea “poder”, y todas
las connotaciones que esa palabra implica al trasladarla al trabajo con personas que
manifiestamente está en situación de opresión y exclusión, hace que no pocos
trabajadores sociales se acerquen al concepto del “empowerment” con reservas.
De hecho, los trabajadores sociales que trabajan desde la perspectiva del empowerment
y que permanecen comprometidos con posturas como la justicia social, la igualdad y la
mutualidad, deberían mostrarse especialmente sensibles con las consecuencias que se
derivan de estas posturas teóricas, y quizás abstenerse de asumir de forma automática
que ésa es siempre la postura más beneficiosa para sus clientes. Aunque hay que prestar
una atención cuidadosa y realizar una evaluación crítica de los múltiples retos dirigidos
a las teorías del empowerment, sin embargo, y éste es un punto de interés fundamental
en nuestra investigación, este concepto puede ser refinado, simplificado, y se pueden
definir con precisión sus elementos característicos. Aplicándolos como se ha
mencionado, a multitud de contextos y situaciones, y de este modo, fortalecer y
maximizar la efectividad a la hora de aplicar sus principios al Trabajo Social con
Familias.
A continuación, se ofrecen una serie de definiciones y los principales efectos que tiene el
proceso de empowerment en el trabajo con las personas.
Tabla 11
Principales
Autor Definitión de Empowerment
efectos
Solomon, El empowerment es “un proceso • Toma de
1976:21 mediante el cual, el trabajador/a social conciencia,
centra su atencion en un conjunto de conciencia
actividades con el cliente con el objeto de crítica,
reducir su falta de empowerment conocimiento
individual (o acceso al poder propio) crítico “para
creada por las valoraciones negativas veneer la
basadas en la pertenencia a un grupo situatión de
estigmatizado” (Solomon, 1976:19); “el opresión, los
empowerment trata una parte hombres deben
diferenciada en la resolutión de conocer
problemas: impuesta por la sociedad primero sus
externa en virtud de una identidad causas de
colectiva estigmatizada”. forma crítica“
(Freire,
1972:24).
• La reductión
de la
impotencia
inherente que
implica ser un
miembro de un
grupo
estigmatizado
(Solomon,
1976).
Mancoske y El uso de intervenciones que posibiliten a • Búsqueda y
Hunzeker, 1989 aquellos con los que interaccionamos consolidatión
tener mayor control de las interacciones de una mayor
en los procesos de intercambios”. auto estima,
salud, sentido
de comunidad,
seguridad y
poder personal
Simon, 1990:28 El empowerment es “una actividad
y social (Weick,
reflexiva, un proceso capaz de ser
1982).
iniciado y sostenido sólo por aquellos que
• “El logro de
buscan el poder de la auto-determinación.
recursos que
Los otros sólo pueden ayudar induciendo
aumentarán el
este proceso del empowerment” (Simon,
dominio sobre
1990:32); “constituye una serie de
los asuntos
ataques a la subordinación de todo tipo,
propios”
psíquica, física, cultural, legal, política,
(Rappaport,
económica y tecnológica.
1987:122).
• El
incremento de
poder como
forma de
emprender las
acciones
necesarias
para mejorar
Cook, 1992:16 “Poder compartido en asociacion con las situaciones
otros”. personales,
interpersonales
y políticas
Giddens, La “habilidad de hacer que las cosas (Gutiérrez,
1994:15 ocurran”. 1990).
• Un sentido de
poder,
Gutiérrez, “Comprende el proceso de aumentar el percibido y
1994:202 poder personal, interpersonal o político real, para
de modo que los individuos, las familias y decidir el curso
las comunidades puedan actuar para de la propia
mejorar sus situaciones”. vida y el de la
comunidad
(Simon, 1990).
• “Anula los
efectos de la
opresión en las
personas que
Mondros y Un estado psicológico-un sentido de
los Neva a
Wilson, 1994:6 competencia, control y un derecho que
desproveerse
permiten a uno perseguir actividades
ellas mismas
concretas encaminadas al logro del poder.
de su poder”
(Braye y
Preston-Shoot,
1995:100).
Carling, 1995:16- “La libertad de elegir”. • Una
17 redistributión
del poder, de
los recursos y
Thomas y El empowerment es “la teoría centrada en de la toma de
Pierson, cómo las personas obtienen control decisiones, de
1995:143 colectivo sobre sus vidas, de forma que modo que los
pueden lograr sus intereses como grupo, que lo ostentan
también es un método por el que los puedan decidir
trabajadores sociales buscan aumentar el sus objetivos y
poder de las personas que carecen de él”. sus
actuaciones
(Staples,
1999).
• Ganar poder
y recursos
como medio de
Código Ético del La capacidad de mejorar la vida mediante configurar el
Trabajo Social, un aumento del bienestar. mundo y
1996 alcanzar todo
el potencial
humano
(Shiver, 2001).
Pandey (1996) • Transformación personal, que se refiere
escribe sobre lo a un aumento de concienciación e
que significaba el independencia en la búsqueda de la
término autorrealización y la auto-comprensión
empowerment • Trabajo constructive, dirigido a la
para Gandhi, que construcción de instituciones sociales
otorgaba tres alternativas con cuatro funciones: servir a
significados al los oprimidos, cultivar un estilo de vida
término no-violento, construir la imagen de una
empowerment. sociedad futura y facilitar entrenamiento
a los trabajadores no-violentos.
• Acción no-violenta como requerimiento
para satisfacer una serie de intereses.
En general cuando nos referimos a una teoría, nos referimos a un sistema lógico de
pensamiento que explica la realidad desde una disciplina particular, en el presente caso,
el Trabajo Social. Una Teoría se compone de “un grupo de hipótesis relacionadas,
conceptos y constructos basados en hechos y observaciones que intentan explicar un
fenómeno particular” (Baker, 1995:381). En realidad, surgen del proceso de ordenar las
observaciones en formas dotadas de sentido. Las teorías pueden explicar y predecir bajo
qué condiciones se desarrollarán ciertos supuestos y “en realidad el desarrollo de
cualquier teoría, especialmente en el ámbito de las profesiones dedicadas a la ayuda es
un proceso en curso” (Turner, 1996:3).
Entre las características de una buena teoría para la práctica del Trabajo Social se
encuentran las siguientes (Thyer, 1993):
1. Las ideas que aporta son nuevas, no son reformulaciones de marcos de conocimiento
anteriores a los que se les ha aplicado el uso de nueva terminología.
4. Hay una cantidad incipiente de conocimiento puesto a prueba de forma empírica, que
apoya las nuevas ideas.
6. Las intervenciones y los conceptos pueden ser aprendidos, entendidos y utilizados por
un número significativo de profesionales del Trabajo Social.
Una aproximación incluye las formas distintas de contemplar y aplicar la práctica (Lee,
2001). Abarcaría incluso las formas de pensar acerca de cómo ejecutar la práctica. Las
aproximaciones son sistemas abiertos y flexibles que se acomodan al estilo único del
usuario, su opinión y la disposición del mismo. Están basados en el propósito
profesional, los valores, la ideología, los conceptos, el conocimiento y los métodos
seleccionados pertenecientes a su ámbito de origen. El hecho de adoptar esta posición
se fundamenta principalmente en la escasez de investigación empírica (en realidad, un
hecho común a la mayoría de enfoques teóricos del Trabajo Social). Esta escasez hace
que la capacidad predictiva y normativa de este enfoque esté todavía en construcción.
Una definición trascendental del “poder” que ha originado un intenso debate (Walliman,
Tatsis y Zito, 1977:231) en torno a la misma y a sus distintas facetas es la de Weber
(1922) en su obra “Wirstschaft und Gesellschaft”, quien define el poder como “la
habilidad de reconocer la propia voluntad incluso contra la resistencia de los otros” (en
Gerth y Mills, 1958:180). Esta definición, resulta en apariencia clara y concisa y enfatiza
la reafirmación de la propia voluntad incluso en aquellas situaciones donde “los otros”
se oponen. Sin embargo, hay otras definiciones de poder que también han resultado
trascendentes para la comprensión del concepto (Tabla 12):
Tabla 12
DEFINICIONES DE PODER
COMO PROCESO
Parson La probabilidad dentro de las relaciones sociales de ser capaz de
(1968:656) asegurar los fines propios, incluso ante la oposición.
Kuhn Poder es la habilidad de satisfacer los deseos propios a través del
(1963:317) control de preferencias y/o oportunidades.
El poder es el proceso relacional entre dos partes que se
caracterizan por 1) relaciones asimétricas, en las que una
Schermerhorn probabilidad perceptible de decisión descansa sobre una de las dos
(1961:12) partes, incluso a pesar de la resistencia de la otra parte y 2)
predominan las sanciones negativas (de amenaza o concreta) como
rasgo de conducta en la parte dominante.
Lasswell y Es el proceso de afectar las políticas de otros con la ayuda de
Kaplan privaciones severas (reales o amenazadas).
(1950:76)
May (1972:99) Es la habilidad de causar o prevenir el cambio.
El poder de O sobre P con respecto a un cambio dado en un
momento específico iguala la magnitud máxima de la fuerza
Cartwright resultante, por lo que O puede establecer la dirección en ese
(1959:193) momento. La magnitud de la fuerza resultante en P está
determinada por las magnitudes relativas de las fuerzas activadas
por O para “quejarse” y para “resistir”.
Bendix La posibilidad de imponer la propia voluntad sobre la conducta de
(1962:290) otras personas.
En general, entendemos por poder la oportunidad de un hombre o
Gerth y Mills de un número de hombres de hacer realidad su propia voluntad en
(1958:180) acción comunal incluso contra la resistencia de los otros que están
participando en la acción.
COMO RESULTADO
Russell El producto de los efectos intencionados.
(1938:18)
Bierstedt La habilidad de emplear la fuerza.
(1950:733)
En base a estos dos aspectos puede plantearse una dicotomía relevante para nuestro
estudio, por la que el poder se concibe como un proceso o un resultado. Desde la
concepción del poder como un proceso, algunos autores han propuesto el término
“influencia” para describir este proceso de acumulación, ganancia, y ejercicio del poder
que lo distingue del resultado (Holloway y Brager, 1989). Otros, sin embargo, han usado
el término empowerment para sugerir este proceso (Mondros y Wilson, 1994).
Esta medición puede llevarse a cabo por la tendencia por la que las actividades de los
otros se adaptan a las preferencias propias.
Es importante hacer una distinción entre el poder real y los sentimientos derivados de
sentirse poderoso. El empowerment podría entenderse en este contexto como un estado
psicológico, basado en el sentido de competencia, control y ayuda social que permite a la
persona perseguir actividades concretas encaminadas al logro de mayor poder. De
hecho, desde el punto de vista psicológico, es posible que una persona persiga el poder y
lo logre sin sentirse poderosa, y a la inversa, son frecuentes los casos de personas que
pueden sentir que tienen poder sin dedicarse, sin embargo, a actividades concretas
encaminadas a su consecución, personas que no lo valoran especialmente, o que no lo
tienen en realidad de forma objetiva. La consistencia se logra cuando la persona trabaja
para lograr influencia, se siente poderosa y disfruta a su vez de un cierto grado de poder
real.
No es un hecho común que los clientes del Trabajo Social accedan a los servicios
sociales con la sensación de que están a cargo de sus vidas o que tienen poder sobre las
mismas. La mayoría se encuentran desbordados por una sensación de falta de poder
persistente e insoluble, una situación que viene dada de la mano de la pobreza, el
consumo de drogas, la violencia, el abuso físico, la falta de trabajo... Es fácil observar
cómo, en las primeras fases del trabajo, las dinámicas de poder entre los clientes y las
situaciones que les envuelven suelen dirigirse en contra de los clientes. Este sentimiento
de impotencia o falta de poder se exterioriza desde los clientes en forma de enfado,
cautela, odio hacia sí mismos, agresividad, pasividad, humor o manipulación
(Pinderhughes, 1995). Sentimientos e inclinaciones comprensibles, dado que los clientes
se sienten arrastrados por las circunstancias, con muy poca o ninguna capacidad de
intervenir para decidir acerca de su dirección y su futuro. Las dinámicas de poder en la
relación entre el trabajador y el cliente también son variables; algunos clientes se ven a
sí mismos como compañeros, en igualdad de condiciones que el trabajador. Otros se
sienten menospreciados, indefensos y dependientes, y buscan que el trabajador lidere el
camino a recorrer. Sus “fracasos” previos les han conducido a esa situación de
indefensión y falta de poder, aprenden que sus esfuerzos apenas producen cambios o
diferencias, y en consecuencia pierden la motivación. Abandonan y transfieren la
responsabilidad de la toma de decisiones a otra persona o la postergan para la siguiente
ocasión. Desde la perspectiva del empowerment si el trabajador/a social cede a la
tentación de rescatar a aquellos que se muestran dependientes e indefensos, en realidad
causa un perjuicio en su intento de prestar ayuda, puesto que lo que verdaderamente
está transmitiendo a sus clientes es una experiencia más que avala su lista de razones y
creencias para considerarse personas indefensas y carentes de poder. “Para prestar
ayuda, los trabajadores guían a los clientes hacia su propio poder para que puedan
ayudarse a sí mismos” (Miley, O’Melia y Dubois, 2007:150).
Teniendo en cuenta la definición de Weber podría afirmarse que una relación de poder
que sea de dominación incluye los siguientes elementos:
• Aquellos que obedecen lo hacen porque tienen interés en hacerlo, o al menos creen
que tienen ese interés.
En lo relativo al poder como dominación podemos encontrar dos formas de ejercer este
poder: el poder coercitivo y el poder explotador (Germain y Gitterman, 1996). Una
noción del poder coercitivo procede de Hobbes (1651, capítulo 14) “... el que trabaja
primero no puede estar seguro de que el otro trabajará después sin el miedo a un poder
coercitivo; porque los vínculos de las palabras son muy débiles para poner brida a la
ambición, avaricia, enfado y otras pasiones de los hombres, ...pero en un estado civil,
donde hay un poder erigido para constreñir a aquellos que de otro modo violarían su
confianza, ese miedo ya no es razonable; y por esta causa el que por un pacto trabaje
primero está obligado a no temer más”. Kant deja claro que la coerción es un estorbo
para la libertad, por lo que su respeto es similar a la violación de todos los derechos de
las personas. Pero la coerción puede usarse para prevenir otras violaciones de los
derechos y de este modo puede justificarse en sus cimientos, aunque resulte un
obstáculo del obstáculo para la libertad. “El derecho y la autorización para usar la
coerción, por lo tanto, significan lo mismo” (Kant, 1996:26). Es decir, la visión de Kant de
la necesidad de la coerción para garantizar el derecho difiere de la de Hobbes, pero en
general simpatiza con la idea de que el Estado requiere de la capacidad de usar la
coerción en defensa de la igualdad de libertades de sus miembros.
Una definición del poder coercitivo, aplicable al Trabajo Social, sería la de “una porción
de poder que los Grupos dominantes reciben de otros Grupos basados en rasgos
personales o culturales” (Germain y Gitterman, 2008: 59). Este tipo de poder también
puede aplicarse al ámbito familiar. Y dado que todos los miembros de la familia poseen
virtudes o aspectos fuertes que les ayudan a su desarrollo físico, emocional, intelectual y
espiritual, cuando la información necesaria para garantizar su bienestar es retenida u
ocultada, se está haciendo uso del poder coercitivo, es decir, se corta el acceso a los
recursos necesarios para el crecimiento a todos los niveles.
Pence y Paymar (1993), mediante su “Rueda del Poder y Control”, (figura 9) exponen las
tácticas usadas por muchos miembros de familias que ostentan un poder dominador y
coercitivo. Sus formas son diversas, pero la mayoría se encuentran casi sin excepción en
las familias objeto de atención del Trabajo Social. Además, a nivel comunitario “pueden
ser usadas por los grupos, en forma de racismo, discriminación de las personas mayores,
clasismo, homofobia, anti-semitismo y muchas otras formas de dominación grupal” (pág.
2).
Figura 9
Rueda de Poder y Control dominador y coercitivo
Fuente: Adaptación de Pence, E. y Paymar, M. (1993:3). Education Groups for Men who
Batter: The Duluth Model. New York: Springer.
Aunque hay que prestar una atención cuidadosa y una evaluación crítica a los múltiples
retos dirigidos a la perspectiva del empowerment, sin embargo, y éste es un punto de
interés fundamental para el presente estudio, este concepto puede ser simplificado para
su aplicación al Trabajo Social. Se puede extraer como se ha mencionado, su esencia
universal aplicable a multitud de contextos y situaciones y, de este modo, fortalecer y
maximizar la efectividad a la hora de aplicar sus principios al trabajo con familias. El
empowerment busca que las familias alcancen su poder mediante las relaciones con los
otros, en un ambiente de colaboración, donde se van a potenciar sus “fortalezas” como
medio para lograr lo que ellos consideran que es su bienestar. Porque cuando un
“extraño” comunica a un cliente cuál es su problema y le proporciona una “solución”, lo
que hace es legitimar su situación de necesidad, privándole de su acceso al poder. Sin
embargo, cuando el “extraño”, junto con el cliente, identifican, en un ambiente de
colaboración y mutualidad, el problema, y, en ese mismo ambiente, se acuerdan las
estrategias de intervención, se facilita el acceso del cliente a su poder, no sólo a lo largo
del trabajo, sino que la huella del mismo garantizará un acceso continuado, cuando las
distintas situaciones vitales así lo requieran.
Muchos clientes del Trabajo Social acuden a la prestación de ayuda humillados por la
incapacidad que sienten para manejar los retos de su vida por sí mismos, humillados en
definitiva por su falta de poder. En este sentido el poder es la habilidad de ejercer algún
tipo de control sobre las fuerzas que afectan a la propia vida, y es crítico para la salud
mental (Basch, 1975). Entender la naturaleza multidimensional del poder en las
relaciones sociales es un elemento crítico en el empowerment. La teoría del
empowerment se basa en una perspectiva dinámica que asume que el poder se genera
en el proceso de la interacción social (Pinderhughes, 1989; Solomon, 1976).
Desde esta perspectiva y sirviendo como orientación fundamental y guía de este estudio,
se acentúa la idea del poder como empowerment, un poder que emerge desde el
interior: “por otro lado, el poder que emerge desde dentro, que es.inherente a nosotros
mismos del mismo modo que el poder de crecer es inherente a la semilla” (Starhawk
1987: 8). También se acepta que es un “poder desde” y un “poder con” (Hoaglan, 1988),
es decir, se entiende como “el poder de la habilidad, de la elección y el compromiso. Es
creativo, y de ahí que sea un poder conmovedor y transformador, pero no un poder
controlador” (pág., 118). Sin embargo, se rechaza de forma consistente la concepción
dominadora y opresiva del poder, porque el poder actúa como “energía y competencia
más que como dominación” (Hartsock 1983, 224). Follet (1942) hace una distinción
igualmente entre “poder sobre” y “poder con”. Dice que, el “poder con” es una habilidad
colectiva que resulta de las relaciones de reciprocidad entre los miembros del grupo.
Arendt rechaza igualmente el modelo de poder basado en “ordenar – obedecer” y lo
define como “la habilidad humana no sólo de actuar sino de actuar de forma conjunta”
(1970: 44). Por último, y en consonancia con esta concepción del poder como
empowerment, la persona con poder tiene la habilidad de ejercer influencia sobre el
curso de su propia vida, la posibilidad de trabajar con otros para influenciar en aspectos
de la vida pública y en el acceso a los mecanismos que regulan las decisiones públicas
(Gutiérrez y Lewis, 1999; Pinderhughes, 1989).
La falta de poder desde la perspectiva del empowerment tiene costes tanto individuales
como sociales, ya que conduce al rechazo de las identidades valoradas, de los roles
sociales y de los recursos sociales que limitan la auto-determinación y engendran un
sentido de dependencia (Solomon, 1976). Los trabajadores sociales del empowerment
resisten la tentación de hacerse cargo de la situación de sus clientes proporcionando
arreglos rápidos, o curas estándar o largos consejos para que tomen el control de la
acción. La relación entre el cliente y el trabajador sólo adquiere el máximo beneficio
cuando el cliente explora y descubre su propio poder y sus opciones. Es más, en los
casos en los que el cliente accede a la relación con el trabajador cediendo su poder, el
trabajador debe moverse rápido para cambiar el poder desde “centrado en el
trabajador” hasta “controlado por el cliente”. La mejor forma de aumentar la
competencia es mediante un patrón creciente de control del cliente, que irá aumentando
conforme avancen en la relación profesional. De hecho, una conclusión del trabajo
exitosa se caracteriza porque ambos comparten la responsabilidad y la autoría de las
decisiones y logros que alcanzaron (Miley, O’Melia y DuBois, 2007). Las diferencias de
poder en la relación trabajador-cliente se traducen en fuerzas opresoras para el cliente,
desde el empowerment la práctica anti-opresiva se fundamenta en un proceso de cambio
que conduce al cliente desde sus sentimientos de falta de poder hasta la sensación de
ostentar poder (Dalrymple y Burke, 1995; Langan y Lee, 1989; Sakamoto y Pitner, 2005).
En realidad, podría describirse como “las tentaciones de poder y seguridad” en las que
los trabajadores pueden caer al combinar su rol y estatus con la necesidad del cliente de
un alivio rápido. Seguir estrictamente las prácticas propuestas por los expertos
interfiere en la capacidad del trabajador de comprender la situación vital auténtica del
cliente. Como antídoto a este énfasis en el poder y la seguridad se sugiere la curiosidad y
el deseo de ayudar al cliente a tomar conciencia y usar su poder. Una aproximación
adecuada a este fin es liberar al trabajador de imponer sus propias normas, o lo que él
considera que es lo mejor, en favor del respeto y consideración de las soluciones
diversas que pueda aportar el cliente.
Figura 10
Rueda de la Igualdad (mutualidad)
Fuente: Pence, E. y Paymar, M. (1993:9). Education Groups for Men who Batter: The Duluth
Model. New York: Springer.
Desde la perspectiva del empowerment las relaciones de poder entre los miembros de la
familia adquieren un carácter de igualdad (Figura 10) caracterizado por:
• Respeto Una escucha mutua y activa sin emitir juicios de valor, mostrando asertividad
y comprensión.
• Confianza y apoyo. Apoyando las metas que tienen los miembros para sus vidas,
respetando sus derechos, sentimientos, amistades, actividades y opiniones.
Desde nuestra perspectiva del poder como empowerment, el objetivo para un cambio es
“simplemente la distribución del poder, dejando intacta la estructura de poder en sí
misma” (Irigaray 1985, 81). Pero ¿cuándo puede afirmarse que una familia tiene una
distribución de poder igualitaria conforme a la perspectiva del empowerment? Es
posible que no puedan medirse las “cantidades poder” pero si pueden identificarse
aspectos que son causa y consecuencia de una distribución igualitaria del poder. Es
decir, aspectos que contribuyen al funcionamiento adecuado de las familias. Durante la
exposición de la teoría de sistemas se argumentó que al considerar a la familia como un
todo, como una unidad, como un sistema, el alcance de la identificación y comprensión
de los aspectos que contribuyen al funcionamiento adecuado posibilita la comparación
con otros sistemas familiares, y de este modo mediante la comparación, se logran aislar
y nombrar de forma más específica aquellos factores que contribuyen al funcionamiento
adecuado de la familia. La consideración de si una familia es funcional o saludable frente
a su disfuncionalidad es una cuestión abierta. Algunos autores como Compton, Gallaway
y Cournoyer (2005) afirman que esta consideración debe plantearse desde el contexto
cultural de la familia y proponen la “relatividad cultural” por la que una serie de
conductas inaceptables en una familia pueden resultar aceptables en otras. Frente a
esta consideración otros autores como Trepper, (1987: ix) sí consideran que existe una
conducta familiar psicopatológica que es universal y que puede ser descrita. En
cualquier caso, el cambio actual de las estructuras familiares y la creciente
multiculturalidad de las familias objeto de atención del Trabajo Social señalan un debate
abierto acerca de la cuestión.
Pueden señalarse cuatro categorías presentes en las familias funcionales (Bula Wise,
2005: 64): salud, fortalezas, éxito y resiliencia. Para completar las características de una
familia funcional habría que añadir, el diálogo y la colaboración. De este modo, en
concordancia con la perspectiva del empowerment, se opta una vez más por centrar la
atención y enumerar las fortalezas comunes o universales a las familias, en vez de
detallar los rasgos patológicos de las familias disfuncionales.
Tabla 13
EJEMPLO 4
Salió de la intensa neblina de los años de consumo de drogas, pasó por años
en los que se mantuvo limpio y sobrio, con una adherencia rigurosa al
programa de los 12 pasos. Antes de conocer su propio diagnóstico, había
cuidado a sus amigos homosexuales y heterosexuales, incluso en los últimos
días antes de sus muertes.
Pero alcanzar el éxito y superar las dificultades por muy grandes que sean
no protege a nadie de sufrir nuevos dolores, angustia y de rememorar en
ocasiones la vergüenza pasada. Se había divorciado y tenía una hija con una
discapacidad seria, además tenía que afrontar su deteriorada salud. Pero
resolvió que lo haría”.
“Se volvió a contactar con Ramón para pedirle que reflexionara sobre su
vida y su tratamiento, que facilitase su punto de vista sobre sus fortalezas y
su resiliencia. Ramón habló muy conscientemente, de forma conmovedora y
muy profunda, respondiendo a las cuestiones planteadas. Algunas fueron del
tipo, ¿Qué te mantiene vivo? ¿Qué te hace continuar? ¿Qué ocurrió a lo largo
de tu terapia que te ayudó a seguir? ¿Por qué te adheriste al
trabajo/tratamiento?, etcétera. Empezó usando metáforas:
“La esponja estaba tan saturada que me estaba hundiendo. Quería re-
crearme a mí mismo. Había vaciado el armario. Cada éxito, aunque no eran
sorpresas por completo, tiraba de mí, a pesar de mis limitaciones físicas. Y
tuve esperanza y seguí. Ya desde que era joven ansiaba la vida. He sido un
pescador toda mi vida, pongo el cebo y tiro. No siempre cojo un pez, pero
vuelvo a tirar, sé que estoy en un intento continuo de llenar la cesta. La
venganza jugó un papel importante. Estaba dispuesto a tener lo que no había
tenido, incluso aquello que no tuve al principio. Quería que mi hija no
sufriese como yo lo había hecho, así que estaba decidido a dar incluso lo que
no tenía. Tú me ayudaste a darme cuenta de que, en realidad, tenía algo que
dar. Tú casi me enseñaste la forma de hacerlo. Siempre he tenido una
enorme urgencia por probarme a mí mismo, me probaré a mí mismo, me
dije. Tengo la máxima confianza en que conseguiré batir las probabilidades.
No me resigno, hay una luz dentro de mí. Con el paso del tiempo llegaste a
convencerme de que mi vida no podía malgastarse. Incluso afrontando mi
deterioro físico, no puedo resignarme como muchos otros a morir o vivir.
Fuente: En Raymond Fox (2000). Grasping Life: Five Stories of Will-Filled Men, en E.
Norman, (ed.). Resiliency Enhacement. Putting the Strengths Perspective into Social Work
Practice. pp. 94-98. Columbia University Press.
Como se muestra en este caso, nos encontramos ante un ejemplo de resiliencia, pero de
una resiliencia llevada al extremo a causa de un desarrollo vital de gran dureza. El
Trabajo Social desde el empowerment, pretende que las familias y sus miembros no
necesiten moverse de forma permanente en sus vidas como tortugas, con la lentitud, la
pesadez y el esfuerzo que supone “alargar el cuello a cada momento”. Es un
entrenamiento, una adquisición y desarrollo de capacidades y habilidades, una forma de
estar en la vida que persigue el afrontamiento de los acontecimientos vitales de forma
natural, que se aparta de “siempre se puede un poco más”, para centrarse en el
reconocimiento del poder propio y el auto-conocimiento como forma de discernimiento
acerca de lo que lo que las personas realmente desean para sus vidas y el medio de
conseguirlo de forma saludable. Porque la resiliencia, a pesar de ser una herramienta
extremadamente valiosa para afrontar los acontecimientos estresantes o negativos que
tienen lugar en las vidas de las familias, no es un modo de vida.
Es fundamental que el trabajador/a social que práctica los principios del empowerment
comprenda los flujos de poder dentro de las familias De hecho comprender
correctamente el poder que se ejerce en la familia será lo que abra paso a su uso con
propósitos constructivos y de crecimiento, favoreciendo la creación de vías en el sistema
familiar que aumenten y fortalezcan las conexiones entre la familia y su bienestar. Sin
embargo, una comprensión deficiente puede conducir a abusos de poder o incluso a la
inmovilización o paralización, llegando a destruir esas conexiones. Es un hecho que,
cuando el poder se usa de forma abusiva por medio de la violencia, discriminación, la
perpetuación de la pobreza o como parte de un ciclo adictivo o de cualquier otra forma
de opresión, el empowerment proporciona un marco para realizar los cambios en esa
distribución de poder (Shiver, 2001).
“Una sensación de poder es crítica para la salud del individuo. Todo el mundo lo
necesita...Porque el poder es un fenómeno sistémico, un factor fundamental en el
funcionamiento, desde el nivel individual...hasta los niveles de la familia, el grupo y
como forma de adaptación al rol social. El poder interno se manifiesta en el sentido
individual de dominio o competencia. Las relaciones de poder entre las personas
determinan si sus interacciones están caracterizadas por la -subordinación o la
igualdad”. (Pinderhughes, 1989:110)
Existe una fuerte asociación entre la forma en la que el poder es usado por las familias y
el sentido individual de competencia y dominio. De hecho, el poder puede cumplir con
expectativas de dominación (“poder sobre”) y sumisión (“poder bajo”) y también de
mutualidad (“poder con” o “poder compartido”). Desde la perspectiva del empowerment
un nivel satisfactorio de competencia por parte de uno de los miembros de la familia,
nunca excluye la posibilidad de que otros miembros de la familia tengan también la
posibilidad de tener sus propias experiencias de competencia y de fuerza. Si bien, esto
no es lo usual en las familias objeto de atención del Trabajo Social. Cuando los esfuerzos
para ejercer un nivel satisfactorio de competencia se realizan a pesar de expectativas
familiares y sociales en contra, el coste es enorme, y trastornos como la depresión, los
desórdenes alimenticios y muchas otras enfermedad pueden ser un resultado frecuente
(Silverstein, Clauson, McKoy, Perdue y Raban, 1995).
Cuando se hace referencia al “acceso al poder” no sólo se apunta hacia los recursos
comunitarios disponibles o hacia aquéllos de mayor disponibilidad en base a decisiones
políticas. Los recursos de poder o la falta de acceso pueden observarse igualmente en
los individuos y en las familias. De hecho, cada persona puede acceder a formas de
poder que le van a ayudar a mejorar o, por el contrario, que le van a cohibir o a paralizar.
En realidad, los dos objetivos originarios y primarios que dieron lugar al surgimiento del
Trabajo Social en torno al siglo XIX son los mismos a los que permanecen leales los
trabajadores sociales del empowerment en la actualidad: el primero, es el de aliviar la
necesidad de los que tienen más carencias y el segundo, el de construir un orden social
humano más justo.
“El valor fundamental del empowerment es su preferencia por trabajar con personas
que son pobres, están oprimidas y estigmatizadas, para fortalecer sus potenciales
individuales de adaptación y promover cambios ambientales/estructurales mediante la
acción colectiva; hay una preferencia por los conceptos de orientación holística y
transaccional y por un incremento en el conocimiento de los grupos oprimidos; también
hay una preferencia por las políticas sociales y los programas orientados a crear una
sociedad justa donde existan las oportunidades y el acceso a los recursos” (Lee,
2001:55). Son principios que continúan hoy en día de la máxima vigencia, signo
inequívoco de la enorme cantidad de trabajo por hacer. Se reconocerán a los clientes del
empowerment porque presuponen para sí mismos una condición de existencia dentro de
la marginalidad y la falta de poder (“disempowerment”). Pueden, por tanto, incluirse
dentro del empowerment todas aquellas conductas que presenten paralelismos con el
concepto de “igualdad”: conductas no amenazantes, respeto, confianza y apoyo,
honestidad y responsabilidad, paternidad responsable, responsabilidad compartida y
negociación y justicia (Pence y Paymar, 1993:3-8).
Pero, aunque la historia del desempeño del Trabajo Social desde la perspectiva del
empowerment ha dejado pocas huellas impresas que puedan seguirse, estas ideas han
despertado un interés y entusiasmo abrumador en la sociedad, sobre todo entorno a sus
ideas fundamentales. Del mismo modo, las críticas y los desafíos han surgido, y en
muchos casos han sido de gran utilidad, para poder redefinir el uso de estas ideas
fundamentales y originarias, facilitando su transferencia al presente con mayor
modestia, con expectativas más realistas y conciencia crítica.
• El tipo de relación que se establezca debe ser la de una asociación guiada por la
colaboración. El trabajador contempla tanto a los clientes objeto de su intervención, ya
sean individuos o grupos, así como a cualquier agente constituyente de estas
asociaciones, como colaborador, es decir, un compañero que asiste en la formación y
transformación que está teniendo lugar.
• Las personas no viven separadas de sus contextos o ambientes, por lo que un enfoque
dual del trabajo, por un lado, los individuos, por el otro sus ambientes sociales y físicos,
resulta imprescindible. Como resulta también imprescindible la intervención en los tres
niveles del empowerment: individual, interpersonal y comunitario.
Tabla 14
Fuente: Simon, B. L. (1994). The Empowerment Tradition in American Social Work. New
York. Columbia University Press.
El tercer principio: la misma dedicación para la resolución de los problemas del cliente
como para los de uno mismo. Es difícil dar respuesta a las demandas de unos clientes
que normalmente no saben reconocer sus propios derechos, necesidades y
responsabilidades y que, en consecuencia, tampoco saben plantear demandas para
satisfacerlos. Una colaboración satisfactoria entre el trabajador y sus clientes descansa
en un equilibro creado en la unión de tres factores: el compromiso conjunto sobre el
proyecto compartido, el esfuerzo dedicado a la resolución de problemas, y el respeto de
la dignidad y las ideas de los otros. A veces este equilibrio al que se hace referencia
puede romperse, por ejemplo, cuando el trabajador pone más empeño o trabaja más a
fondo en la persecución de ciertos objetivos como, remediar la situación por la que
atraviesan sus clientes, o para que sean capaces de acumular la mayor cantidad posible
de habilidades interpersonales. Desde la perspectiva del empowerment se requiere la
exploración cuidadosa, la confrontación y comprensión de los sentimientos y conductas
que surgen del trabajador/a social hacia sus clientes de forma que, el equilibrio garante
de la efectividad del trabajo pueda mantenerse.
El cuarto: Construir sobre las fortalezas de los clientes y las comunidades. En ocasiones
no es suficiente con la evaluación cuidadosa y el diseño de programas que den respuesta
a las preferencias y necesidades de los clientes y miembros de la comunidad, sino que al
Trabajo Social basado en los principios del empowerment le corresponde la
configuración de servicios que conecten de forma directa con la sabiduría y las
experiencias de los clientes, de las familias y de la comunidad. En la identificación de las
capacidades de los individuos y los grupos en los que están inmersos es donde las
personas pueden lograr ayudarse a sí mismas mediante las formas más imaginativas y
plenas posibles.
El octavo principio, evaluar de forma continua tanto la.impotencia como el poder del
trabajador/a social en el trabajo. Esta idea que ya fue formulada por Lewin (1951), decía
que, si el trabajador/a social debe ser capaz de desarrollar auténtica empatía por un
individuo o una comunidad, luchando por entender y superar las formas de opresión
presentes, tanto internas como externas, entonces el trabajador debe estar ampliamente
informado de su propio “campo de fuerzas”, de las que le inhiben y le liberan, de las que
actuaron en el pasado y actúan en el presente. Es más, un trabajador/a social debe tener
un sentido especialmente claro de su propia autoridad y poder en el trabajo y sobre
cuáles son los límites del mismo, si quiere evitar la dominación o el castigo de sus
clientes y salir airoso de la frustración que a menudo amenaza un trabajo
frecuentemente empobrecido o ralentizado, o por falta de fondos o por los trámites
burocráticos (Lipsky, 1980). Desde el mismo momento de la evaluación inicial y como
ayuda en el proceso de “auto-empowerment” del cliente, el trabajador debe tener una
extensa y bien cimentada comprensión de las fortalezas propias, de sus limitaciones y de
su propia historia de empowerment y falta de empowerment. Una comprensión
detallada del poder y de las limitaciones propias dentro del trabajo proporciona un
conjunto magnífico de herramientas que facilitan la evaluación, el compromiso y la
intervención.
Por último, el noveno principio para la práctica del Trabajo Social según los principios
del empowerment, ha sido, el uso del “conocimiento local” para contribuir al bien
general, es decir, los trabajadores sociales no han contribuido únicamente al bien social
mediante el trabajo remunerado que han desempeñado, sino que también lo han hecho
mediante su compromiso como ciudadanos voluntarios en las campañas sociales y
políticas. Los esfuerzos realizados desde la aproximación del empowerment para
documentar las consecuencias que han tenido, para sus clientes, las políticas
destructivas y disfuncionales desde el punto de vista social, y su participación en los
grupos de presión y defensa de otras iniciativas más saludables, han sido una parte
fundamental, orgánica y lógica de las múltiples funciones que se han desarrollado
dentro de la profesión desde la perspectiva del empowerment (Simon, 1994).
El papel del trabajador/a social del empowerment es difícil de definir porque sus
atribuciones son en ocasiones sutiles y se van a sustentar con frecuencia en una sólida
formación personal y profesional. Su papel no será cambiar a las personas, aplicarles un
tratamiento, afrontar por ellos las situaciones o darles consejos. En realidad, los
trabajadores sociales no pueden dar poder a los otros (Lee, 2001), lo que si pueden
hacer es ayudar a sus clientes en el proceso propio de aumentar su poder. Son los
clientes los que poseen el poder que traerá un cambio significativo a sus vidas en el
desarrollo de la práctica social. Un trabajador/a social es un “recurso” que se ha
entrenado de manera profesional en el desarrollo, la acumulación y el uso de los
recursos, y que se ha comprometido a ayudar a las personas a desarrollar sus
potenciales (empowerment) y que desea compartir el conocimiento que ha acumulado
(Saleebey, 2006). El trabajador/a social con familias debe poner en práctica el
empowerment como un proceso relacional, no como una técnica o un instrumento. “En
las relaciones se restituye el significado para cada persona, se gana confianza a través
del conocimiento explícito del propósito del trabajo. Las interacciones se exploran en
función de las conexiones que ofrecen con las estructuras sociales y con los intereses del
cliente. Las trayectorias de los clientes se contemplan de forma simultánea, tanto
acontecimientos de significado único como acontecimientos colectivos, en términos de
los patrones de dominación y las barreras del sistema” (Rose, 2000:412).
Tabla 15
NIVELES DE EMPOWERMENT
• El empowerment personal ocurre cuando se reducen los
sentimientos de falta de poder y se potencian aspectos tales como:
la autoestima, el auto-respecto, la auto-valía y la autoeficacia, el
sentido propio de competencia, el dominio, la empatía y las
relaciones de mutualidad, la habilidad de identificar y usar la
información del entorno para identificar y afrontar las dificultades,
la habilidad para buscar los recursos propios y externos y la
capacidad de usarlos en beneficio propio y de la familia de forma
efectiva, la flexibilidad, una mirada desde la esperanza, un cierto
grado de confianza en que el futuro traerá satisfacciones, las
fortalezas y habilidades para efectuar cambios y la capacidad de
buscar y aceptar ayuda (Gitterman y Germain, 2008; Miley,
O’Melia, Dubois, 2007:87; Lee, 2001).
• Se refiere a un estado mental subjetivo, un sentimiento de
competencia, una experiencia de control. (Nadel, Majewski,
Sullivan-Cosetti, 2007:24).
• El empowerment se ha definido como “un proceso mediante el
cual, el trabajador/a social centra su atención en un conjunto de
actividades con el cliente...con el objeto de reducir su falta de
empowerment individual (o acceso al poder propio) creado por las
valoraciones negativas basadas en la pertenencia a un grupo
PERSONAL estigmatizado” (Solomon, 1976:19)
• Toda persona sin excepción alberga algún tipo de poder, de
hecho, uno de los primeros pasos de la evaluación consiste en su
identificación, así como uno de los primeros pasos de la
intervención consistirá en hacerlo consciente para el individuo o la
unidad familiar, para su posterior uso.
• Factores que dificultan el empowerment individual son, las
fuerzas externas que actúan oprimiendo y reprimiendo, que tienen
todavía más fuerza cuando están internalizadas por la persona,
(por ejemplo, un factor que dificultaría el logro del empowerment
personal serían los estereotipos del rol sexual)
• Un indicador de que las personas están viviendo desde una
posición de empowerment personal es el rechazo a aceptar o
tolerar ideas o acciones que les devalúen tanto a ellos como a los
otros.
• Cuando se logra un nivel de empowerment beneficioso, pero
ocurre aislado del nivel interpersonal, del medio social y de los
contextos estructurales en los que se ve inmerso el individuo, el
resultado tiene la misma probabilidad de ser beneficioso o
perjudicial, porque el empowerment requiere como condición
indispensable el acceso a los recursos sociales.
• El empowerment interpersonal es la capacidad de actuar
orientado a un propósito, con la movilización de las energías,
recursos y fortalezas de cada persona, mediante un proceso de
relación mutua. El objetivo de esta movilización es el logro de una
posición satisfactoria en relación a los otros (en concordancia con
las aspiraciones del individuo, familia, grupo o comunidad),
habilidades de comunicación, conocimientos, apariencias y roles
(Gutiérrez, 1994).
• La interacción y la mutualidad de las relaciones es fundamental;
de hecho, sin esta cualidad el empowerment no puede alcanzarse.
De la mutualidad emana el poder y la capacidad de logro. El
carácter positivo de nuestras interacciones con los demás
contribuirá a la percepción de empowerment interpersonal.
• Las relaciones positivas y de afecto tanto dentro de la familia
como en ambientes que pertenecen a la intimidad de la persona
apoyan el empowerment. Este tipo de relaciones estimulan el
desarrollo de formas diversas, satisfacen las necesidades de las
familias a diversos niveles y en los niños favorece el desarrollo
integrado del sentido de sí mismos, lo que dará lugar al
INTERPERSONAL establecimiento de relaciones auténticas con los otros (Kilpatrick,
Kilpatrick y Callaway, 2000). Cuando este tipo de relaciones
positivas no se encuentra en el ambiente de la familia nuclear, los
individuos suelen ser capaces de encontrar a alguien dentro de la
familia extensa, en los profesores, vecinos, asociaciones u otros
individuos dentro de su comunidad con los que establecer este tipo
de relaciones (Hook, 2008).
• Aunque el empowerment puede experimentarse como un
sentimiento interior, surge de la interacción con los otros, de
hecho, se define igualmente como la habilidad de influenciar a
otros, por lo que, de nuevo, una transacción dinámica constante
tiene lugar.
• En el nivel interpersonal, las relaciones deseables incluyen
aspectos tales como: la confianza mutua, la aceptación, los estilos
de comunicación abiertos, el fomento de relaciones sociales más
amplias y las relaciones distendidas entre padres e hijos. Además,
fortalecen la consistencia de la familia, la regularidad de las
rutinas, la consistencia en el patrón parental y la participación de
los miembros en las actividades familiares (Bowlby, 1973).
• La situación de las familias objeto del Trabajo Social nos hace
comprender que necesitamos trabajar para reestablecer la salud,
no sólo en estas familias, sino en la comunidad y la sociedad más
amplia (Hook, 2008). Es un proceso de acción comunitaria que
tiene como objetivo garantizar los derechos humanos y la justicia
social de colectivos en situaciones de pobreza y exclusión.
Mediante este proceso la comunidad y las familias que la forman
conseguirán un aumento de la participación, negociación y
organización para influir en las decisiones políticas que les afectan
como forma de alcanzar el bienestar
• La práctica del empowerment no puede completarse sin prestar
atención a las necesidades de las familias que son causa y
resultado de todo tipo de insuficiencias sociales. Estas familias
necesitan oportunidades objetivas de acceso a las estructuras
sociales y la reubicación del poder mediante la modificación de
estas estructuras (Kieffer, 1984)
• Factores que dificultan el empowerment a nivel comunitario son:
1) la complejidad burocrática de las organizaciones. 2) La salud, la
educación y la organización de los servicios sociales afecta de
forma profunda a la vida de las familias. 3) La división de los
servicios que proporciona el Trabajo Social se ha intensificado en
los últimos tiempos como forma de mejorar precisamente los
resultados del trabajo. Sin embargo, esta creciente especialización
crea de forma simultánea tensiones y conflictos entre los
profesionales y los clientes (Banner y Gagne, 1994). Esta
compartimentalización del trabajo se encuentra influida a su vez
COMUNITARIO O por fuerzas económicas, sociales y burocráticas que contribuyen a
POLÍTICO bloquear los servicios que necesitan las comunidades (y sus
familias) en situación de exclusión y opresión. Las fuentes
financiadoras esperan el diagnóstico y la patología que afecta a la
comunidad objeto del trabajo en vez de contemplarlos como
residentes con fortalezas y destrezas útiles y suficientes para que,
tras una ayuda adecuada, puedan salir por sí mismos de las
situaciones de exclusión.
• El acceso a los recursos disponibles a nivel comunitario se
identifica como una respuesta fundamental a estas necesidades.
Cuando el trabajador/a social ayuda a los miembros de una familia
a acceder a los recursos de su comunidad, las oportunidades de
empowerment, es decir, de potenciación, de acceso y de
mantenimiento del poder continuarán existiendo para esa familia
incluso mucho tiempo después de que finalice la intervención del
trabajador. Cuanto mejores sean los recursos y las conexiones que
con ellos se han desarrollado, mayor será el éxito, de la comunidad
en la que habita la familia, para desarrollar respuestas a la
Fuente: Bula Wise (2005:47-49), Lee, (2001:51-53); Miley, O’Melia, Dubois, (2007:87-89).
Resumen
Lecturas recomendadas
Bula Wise, J. (2005). Empowerment Practice with families in Distress. New York:
Columbia University Press.
De Jong,. P., y Miller, S.D. (1995). How to interview for client strengths. Social Work,
40(6), 729-736.
4: ¿Qué nivel de aplicación del empowerment considera que sea más complicado de
llevar a cabo, y cuál sería más fácil? Razone su respuesta.
Bibliografía
11. Estos estudios se analizarán con detalle en capítulo V, en apartado 5.2.3.1.3 “Medidas cuantitativas:
Cuestionarios de empowerment”.
No copyright found.
25 OCT 2023
Trabajo Social con Familias desde el empowerment. 1ª ed., octubre 2022
CAPÍTULO IV EMPOWERMENT Y TRABAJO SOCIAL CON FAMILIAS
CAPÍTULO IV
Guión/Esquema
4.2.1. Primer principio: las fortalezas y capacidades personales son el punto de partida
– Desarrollar una forma de pensamiento acerca de las familias fundada en la convicción de que las familias
merecen respeto, poseen aspectos sólidos, pueden provocar cambios en sus vidas y son resilientes.
– Comprender que proporcionar ayuda consiste en facilitar el acceso de las familias a su poder, no en darles el
poder.
Conceptos clave
Hasta hace muy poco, la idea de compartir los problemas o dificultades con extraños, más allá de la unidad
familiar, ha levantado recelos en la mayoría de los contextos. De hecho, hoy en día todavía ocurre, sobre todo
en los países no occidentales, depende en gran medida, de la cultura y de los modos de sentir y vivir
autóctonos. Aunque el hecho de buscar apoyo y consejo procedente de profesionales entrenados para este
cometido no es algo totalmente “ilógico”, continúa sin embargo siendo una decisión difícil de tomar, sobre
todo desde el punto de vista de la apertura de lo privado, personal e íntimo a un extraño. Por no mencionar las
situaciones en las que esa apertura es exigida por otros (por ejemplo, cuando las personas son derivadas
desde una unidad de los servicios sociales). En estos casos el asunto se convierte muchas veces en un
acontecimiento angustioso y desesperante. Sin embargo, cuando por fin tiene lugar la toma de contacto entre
el “profesional de la ayuda” y la familia, ambos consiguen trabajar juntos para dar respuesta e identificar de
forma mutua los tipos de trabajos que real-mente son efectivos.
El punto de partida del Trabajo Social desde el empowerment suele estar afectado por las dificultades en las
que se encuentra una familia que requiere la intervención de un trabajador/a social. Estas dificultades suelen
sobrepasar ampliamente la capacidad de la familia para su resolución, o al menos sus capacidades de manejo
para conseguir de este modo los fines u objetivos que se plantearon en el seno familiar. Una de las fuentes
más esenciales de información sobre las necesidades, sobre cuáles son los medios necesarios para superar el
trauma, dolor, sensación de falta de poder, etc., se encuentra siempre dentro de la familia. A veces esta
información no es suficiente, o los miembros de la familia no saben cómo manejarla y los resultados deseados
no sólo no se alcanzan, sino que parecen absolutamente lejanos en el tiempo. En estas situaciones el uso de
nuevos factores como el apoyo que proporcionan otras personas que afrontan situaciones parecidas, la
contribución de nuevos conocimientos, y la ayuda en el aprendizaje de estrategias de afrontamiento ante
situaciones ampliamente complejas, pueden contribuir de forma importante a la consecución de los objetivos
planteados un día por la familia, y que el paso del tiempo y las circunstancias no los acercan. Estos factores
aparecen mencionados en la literatura precisamente como factores de “empowering”, es decir, “factores que
otorgan poder”.
Este término de empowerment, que se repite de forma reiterada en el presente texto, es un término
anglosajón y se ha tomado la decisión de mantenerlo porque no existe una traducción al castellano con
suficiente consenso. Quizás la palabra que podría ajustarse mejor al significado originario anglosajón es la de
“potenciación”, definida por la Real Academia Española (RAE) como “la acción y el efecto de potenciar”. La
RAE igualmente define “potenciar” como “comunicar potencia a algo”. Y en el término “potencia” se lee: “la
capacidad para ejecutar algo o producir un efecto” o “capacidad generativa” o “capacidad de llegar a ser”. En
cualquier caso, ni la palabra “empowerment”, para los hablantes anglosajones, ni la palabra “potenciación”,
para los hablantes del castellano es un concepto comúnmente utilizado por los integrantes de las familias que
se encuentran en situación de necesidad. Siguiendo a Bula Wise (2005:11): “Podemos escuchar –Necesito un
trabajo–, –Necesitamos un programa para nuestro hijo que tiene dislexia–, –Quiero salir de las drogas–, –
Quiero saber de dónde saldrá mi próxima comida–. Sin embargo, una petición del tipo, –Quiero ser
potenciado para encontrar mi próxima comida–, es una petición raramente oída por un trabajador/a social,
que en cualquier caso resultaría ridícula o absurda”.
Un matiz fundamental para entender este tipo de aproximación es la idea de progresión, de incremento. El
empowerment no proporcionará resultados rápidos y absolutos; de hecho, se ha definido como un “concepto
que transmite la esperanza de plenitud en la vida de las personas” (Lee, 2001:4-5).
El punto de partida de cualquier práctica con familias, desde esta perspectiva, se encuentra en la voz de las
familias. Pero ¿qué es lo que diferencia a unas familias de otras? En todas las épocas hemos observado
familias a nuestro alrededor caracterizadas por su perseverancia, fuerza, resiliencia, compasión y grandes
dosis de sabiduría en muchos casos. Sin embargo, junto a estas familias que son fuertes, capaces de
proporcionar apoyo a sus miembros y de contribuir al bienestar de la comunidad, encontramos otro tipo de
familias que parecen inmersas en crisis perpetuas, para las que la supervivencia es una lucha diaria, casi
titánica, en la que el éxito no está garantizado, de hecho, ni siquiera es probable, donde sus miembros se ven
incapaces de establecer redes de apoyo entre ellos y mucho menos de lograr objetivos deseables para sus
vidas.
Para la mayoría de los trabajadores sociales el primer encuentro con las familias tiene lugar en épocas de
crisis y confusión. Ahora bien, las situaciones de crisis son también un momento de fuerza, afrontamiento y
resiliencia. Esta forma de aproximación a las familias no elimina la necesidad de entender los factores de
estrés que atraviesan, los acontecimientos negativos que tienen lugar en sus vidas y sus angustias, sino que
todos estos factores son vistos como simples elementos de la composición y del contexto, más que como el
núcleo del problema o el foco de la intervención. Con el paso de los años, la experiencia práctica muestra en
muchos casos que, cuando el trabajador/a social se centra en el problema desde el primer momento, a
menudo se conduce, aunque no sea de forma intencionada a un problema aún mayor, tanto durante la
intervención como después de ella (Simon, 1994). Incluso cuando el trabajo se orienta a buscar soluciones, se
necesitan problemas que resolver. Sin embargo, cuando se realiza una aproximación basada en las fortalezas
y en los aspectos sólidos, las habilidades en resolución de problemas son vistas como una más de las muchas
habilidades usadas en la práctica social, es decir, no se contemplan como una de las herramientas principales
de trabajo.
Este enfoque fundamentado en las fortalezas resulta más congruente con la perspectiva del empowerment
que aquellas aproximaciones que comienzan centrándose en el problema. Esas aproximaciones refuerzan la
demanda de muchos trabajadores sociales que postulan un cambio en la visión histórica del uso de la palabra
“problema” (Weick y Chamberlain, 1997). Se ha planteado en la literatura la posibilidad de sustituir el
término “problema” por el de “estresor”, así en vez de hablar de “problemas” podría hablarse de “sucesos y
estresores que son parte de la vida”. En las sucesivas revisiones del DSM (American Psychiatric Association:
APA), la definición del “estresor” ha llegado a ser progresivamente más amplia. De la exigencia de que, para
considerarse un estresor, el suceso debería encontrarse fuera de la experiencia humana normal, se ha pasa
en la actualidad a incluir sucesos que no necesariamente revisten esta característica de anormalidad, pero
que pueden producir reacciones emocionales intensas (DSM-IV, APA, 1994).
La principal objeción que puede hacerse a esta propuesta es la de considerar si puede establecerse que los
estresores experimentados por las familias objeto de atención del Trabajo Social son parte de la vida de todas
las personas. Porque al aplicar el término “estresores” a estas familias, se hace referencia a acontecimientos
o sucesos como trauma, enfermedad, violación, incesto, terrorismo, pobreza, asesinato, suicidio, violencia
doméstica, cáncer, etc. En realidad, estos acontecimientos no son parte de la vida de todas las personas,
aunque sí son acontecimientos de la vida. En palabras de Bula Wise:
“Nuestra conexión como familia global humana en la era de la información y la tecnología subraya de forma
diaria que lo que afecta a uno de nosotros nos afecta a todos, especialmente como trabajadores sociales...
no podemos permitirnos el lujo de minimizar o negar que estas realidades existen. Si permanecemos
firmes, con nuestra atención centrada en el fortalecimiento, en dotar de poder (“empowering”) y en el
hecho de estar bien/bienestar, entonces seremos capaces de tener en cuenta el cambio de nuestro foco de
atención del “problema” a los “sucesos que son parte de la vida”. Esto no minimiza de ninguna manera los
horrores que nuestros clientes tienen que afrontar, no elimina la necesidad de comprensión de las
dificultades y de una interpretación de las mismas. Lo que sí hace, sin embargo, es establecer un punto de
partida desde el que emprender el movimiento, más allá de la situación no deseada”. (Bula Wise, 2005; 13)
En el afrontamiento de estos sucesos que son parte de la vida, pero que afectan a las familias de forma
negativa, disminuyendo su calidad de vida, se ha creado un debate acerca de si los trabajadores sociales
deberían cambiar a las personas o deberían cambiar los ambientes. Desde la perspectiva del empowerment
es un debate que tiene poco sentido. Frente a la contraposición persona “versus” ambiente, la orientación
adecuada sería: un sistema compuesto de un núcleo (la familia) y los elementos clave que componen el resto
de sistemas relacionados (intra-familiares, inter-familiares y externos a la familia) donde las interacciones
que tienen lugar entre los mismos, son los elementos susceptibles de cambio. En este sistema de
interacciones, el Trabajo Social se va a realizar sobre toda la red o sobre los canales interactivos, lo que
facilitará la desaparición del problema, o al menos su disminución, siempre desde un punto de vista realista
(Geismar y Wood 1986).
La decisión de considerar a la familia como un todo y de enfocar la acción social hacia ese todo, es decir, hacia
la unidad familiar en vez de hacia el individuo o el problema por separado, es una opción temprana en la
literatura desde los inicios del Trabajo Social. Esta idea de integración fue postulada hace casi un siglo por
Mary Richmond (1917), una trabajadora social pionera en el trabajo con familias, defensora de adoptar una
aproximación integral a la familia. Richmond muestra a la misma como un sistema que ofrece información
tremendamente valiosa para el avance en la comprensión de los problemas humanos. Aunque también
advierte de la necesidad de pensar más allá de las familias, ya que estas “unidades” se hallan dentro de
sistemas sociales pertenecientes a una comunidad más amplia.
A lo largo de todo el siglo XX, esta idea de centrar la intervención en la familia más que en el individuo se
repite, de forma reiterada de la mano de los investigadores más relevantes en el ámbito del Trabajo Social
con Familias.
En la práctica del empowerment en el Trabajo Social con Familias se ha mencionado que hay que ayudar a las
familias a tener acceso a su poder, no a “darles” el poder. El trabajador/a social no tiene capacidad para dar
“poder”. No da poder a las personas porque éstas ya lo tienen, tanto a nivel personal como colectivo. Sin
embargo, con frecuencia, los miembros de la familia no son capaces de identificar su poder o de acceder al
mismo. En ambos casos, los trabajadores les asisten para aumentar su nivel de conciencia y para eliminar o
disminuir la presión de las fuerzas internas o externas que les impiden el acceso.
Desde el empowerment se señala la necesidad fundamental de conocer en profundidad cuáles son las
necesidades y las capacidades de una familia de forma muy concreta. Cuando las familias se encuentran
oprimidas por factores negativos pueden olvidar su capacidad propia de funcionamiento, como unidad o
sistema. Esta sensación de vulnerabilidad y de duda continua puede desbordar a la familia. Sin embargo,
cuando estas amenazas y sus efectos son identificados, y se les presta atención, entonces la familia puede
usar las habilidades propias con las que ya cuenta, sus fortalezas y recursos, en forma de apoyo mutuo para
dar respuesta a sus necesidades. Cualquier aproximación a la familia que excluya o no preste la atención
debida a estas fortalezas y recursos no será capaz de ofrecer una asistencia completa, pudiendo incluso
contribuir a empeorar aún más la situación de necesidad de esa familia.
La tarea de trabajar con las familias desde el empowerment supone, por lo tanto, un reto de cierta
complejidad. Un sistema completo como es la familia necesita igualmente una respuesta completa que dé
satisfacción a todos los niveles del sistema. Una perspectiva centrada en el empowerment ofrece este tipo de
respuesta. El fin es el de garantizar el acceso al poder de las familias como forma de lograr su bienestar y la
satisfacción de sus necesidades propias, específicas y singulares. Para lograrlo se han señalado elementos
como el apoyo mutuo, fortalezas, recursos, respeto y resiliencia, entre otros, que serán elementos clave del
trabajo. En este abordaje, de aparente complejidad, la simplificación tiene lugar de forma natural mediante el
uso de una serie de principios que guían el Trabajo Social con las familias, una serie de fases que ayudan a
lograr puntos de referencia, contextualización y evaluación de logros alcanzados, y una serie de prácticas en
armonía con la perspectiva del empowerment, de probada eficacia en el proceso de ayuda a las familias,
donde impera, por encima de cualquier otra premisa, la mutualidad y el respeto.
El empowerment se caracteriza por un modo de pensamiento acerca de las familias. El trabajo con ellas tiene
lugar a través de una serie de factores que interaccionan entre sí de forma constante. La identificación de
estos factores ha sido posible gracias al estudio, la investigación y el registro de la práctica a lo largo del
tiempo desde su aplicación. Entre estos factores hallamos una serie de principios, distintas praxis, el
desempeño de roles y la evolución a través de una serie de estadios. Es precisamente este aspecto evolutivo
de la visión del empowerment, que dirige la práctica al nivel individual, interpersonal y comunitario/político,
lo que ha contribuido a evitar la separación entre la práctica con casos y la acción social. Por su desarrollo
puede afirmarse que el empowerment se ha convertido en la piedra angular de los programas basados en la
familia, a la vez que se afirma que el verdadero empowerment sólo tendrá lugar cuando las familias sean
capaces de ejercer su poder e influencia en los ambientes que las rodean (Kaplan y Girard, 1994).
La práctica del empowerment con las familias está guiada por una serie de principios fundamentales. Estos
principios se repiten con asiduidad en obras de importantes investigadores del Trabajo Social que apoyan,
investigan y practican desde la perspectiva del empowerment (Bula Wise, 2005; DuBois y Miles, 2005;
Gutiérrez y Lewis, 1999; Hepworth, Rooney, Rooney, Strom-Gottfried y Larsen, 2010; Lee, 2001; Miles, O
´Melia, DuBois, 2007; Mondros y Wilson, 1994; Simon, 1994; Zastrow, 2004). Estos principios constituyen el
núcleo de las aplicaciones tanto prácticas como teóricas. Es un requisito fundamental que el trabajador/a
social los interiorice y consiga hacerlos suyos para su aplicación en el trabajo. Cuando el trabajador consigue
la identificación con los mismos, la práctica resulta un hecho natural, guiada por sus principios en todo
momento, sin quedar a merced del azar o la improvisación. Además, estos principios no se orientan a resolver
la necesidad/déficit del momento, sino que la necesidad será la “excusa” para emprender un trabajo
transformador con las familias que les permita no sólo resolver la situación de opresión en la que están
inmersos, sino que las dotará de habilidades, capacidades y estrategias para desarrollar su vida hacia el
alcance del bienestar que ellos decidan para sus vidas. En este sentido, los principios para la práctica desde
la perspectiva del empowerment son:
2. Interculturalidad.
5. Reciprocidad y mutualidad.
6. El poder es compartido.
8. Justicia social.
4.2.1. PRIMER PRINCIPIO: LAS FORTALEZAS Y CAPACIDADES PERSONALES SON EL PUNTO DE PARTIDA
Este principio ha sido ampliamente desarrollado por la perspectiva del fortalecimiento12 (Compton y
Galaway, 1999; Saleebey, 1997; Weick y Chamberlain, 1997). Se sustentan en la idea de que, si se emprenden
acciones orientadas al fortalecimiento, y éstas se mantienen de forma sostenida, el tiempo restante y las
energías disponibles para emprender acciones que debiliten a la persona, grupo o comunidad es
considerablemente menor, así como la motivación para emprenderlas. Así, con el paso del tiempo, a medida
que la persona tiene acceso a su poder, sus elecciones están más orientadas al sentido de los objetivos que ha
decidido para su vida. Construir sobre fortalezas supone “movilizar los talentos, conocimientos, capacidades
y recursos al servicio de la consecución de sus objetivos, de forma que los clientes alcancen lo que ellos
consideren como una mayor calidad de vida” (Saleebey, 2006:1).
El primer paso para construir sobre las fortalezas de una familia sería precisamente la identificación de esos
puntos fuertes. Este proceso empieza incluso antes de que el primer encuentro entre el trabajador/a social y
la familia tenga lugar. El trabajador debe abordar la tarea considerando que detrás de esas familias en
situación de debilidad y dolor hay “mucho más”. Es precisamente lo que les ayuda a subsistir durante los
tiempos de necesidad. Sin embargo, la urgencia de enfrentar los problemas que afectan a la familia suele ser
imperiosa, facilitando la retirada de la atención de las fortalezas y los aspectos saludables hacia el problema
urgente. Lo primario no es ignorar los “estresares” y los factores de opresión a los que se enfrenta la familia,
sino centrarse en sus fortalezas, y colocar esos aspectos negativos que impiden el avance en un lugar donde
no sigan obstruyendo el progreso hacia el bienestar familiar.
Este principio de aplicación del empowerment descansa de forma decisiva en la habilidad del terapeuta para
trasladar la perspectiva del fortalecimiento a los clientes, ya que no sólo no están familiarizados con el
término, sino que raramente aplican algún punto de esta dinámica a sus vidas. Por tanto, este principio se
opone a la multitud de modelos que enfatizan las deficiencias y las sitúan como guía y foco principal de
intervención, modelos que apoyan la materialización de la idea de que las personas terminan cumpliendo sus
designios. Si designamos a las familias como fuente de patologías, como sistemas de opresión y debilidades,
se facilita el recorrido de la familia hacia su diagnóstico erróneo. Centrarse en el fortalecimiento, contribuye
a traducir a la intervención los principios del empowerment. Es en definitiva una práctica orientada al
aumento y refuerzo de las fortalezas, de los recursos y de las competencias de las familias.
Tres tipos de acciones se muestran relevantes en la búsqueda de las fortalezas (Stone, 2000; Saleebey, 1999):
1) Sintonizar al máximo las habilidades de observación con la dinámica familiar que está teniendo lugar. Esta
aproximación entrará en funcionamiento mucho antes de que el primer intercambio verbal tenga lugar.
2) Escuchar activamente las historias que cuentan los clientes. Es una fuente de conocimiento de
extraordinaria valía, sobre todo la escucha de sus historias de supervivencia.
3) Hacer llegar a las personas con las que se trabaja el interés verdadero que existe acerca de sus
capacidades, talentos, esperanzas y sueños.
Estas tres acciones se relacionan y complementan entre sí y no aplicar alguna de ellas supondría disminuir el
conocimiento que se pretende, y por tanto la ayuda a facilitar. La simetría, la mutualidad, la correspondencia,
la interdependencia y la independencia serán cualidades presentes a lo largo de todas las intervenciones, y
en la aplicación de éste y cada uno de los principios del empowerment.
En el intento de identificar tipos de fortalezas pueden adoptarse dos perspectivas en las familias: por un lado,
se identifican las fortalezas que convierten a la familia en una unidad funcional; por otro, se identifican las
fortalezas específicas a las que se dirigirá la intervención. Además, en este proceso de identificación se
atiende a cada uno de los tres niveles (individual, interpersonal, grupal y comunitario) del empowerment,
buscando fortalezas comunes a cada uno de ellos.
Cuando se busca la identificación de las fortalezas de la familia como unidad, se persigue identificar o
trabajar en la elaboración de cuatro cualidades familiares fundamentales, que dan lugar a una gran variedad
de actuaciones e implicaciones dirigidas a su bienestar, colocando a las familias y a sus miembros en una
situación de fuerza y avance (Collins, Jordan y Coleman, 2007):
• En primer lugar, estas familias se caracterizan por su flexibilidad. Flexibilidad en la adaptación al medio y a
las circunstancias lo que completa su capacidad de evolucionar por sí mismas, independientemente del hecho
de haber necesitado ayuda durante los momentos de crisis.
• En segundo lugar, los padres en estas familias ejercen un liderazgo firme pero flexible, especialmente en los
momentos de crisis, a la vez que facilitan, desde la mutualidad, aspectos básicos de las relaciones familiares
saludables: protección, nutrición y guía.
• En tercer lugar, estas familias tienen habilidades importantes de comunicación y resolución de problemas,
que les facilitan mayor claridad a la hora de afrontar las situaciones de crisis.
• En cuarto lugar, el sistema familiar tiene capacidad para expandirse y diversificarse conforme aumenta su
tamaño; por ejemplo, con la llegada o el crecimiento de los hijos, donde el sistema se adaptará a la jerarquía
de relaciones de apego que desarrollan los niños desde su nacimiento, generalmente con la madre y más
tarde con otros miembros de la familia primaria, de la extensión familiar, amigos, vecinos... Otra forma de
diversificación podría ser, por ejemplo, la entrada de un abuelo en la convivencia diaria familiar, etc.
Casi cualquier aspecto, acontecimiento, cualidad o entidad que pueda ayudar a una persona a afrontar los
retos de su vida puede considerarse una fortaleza, y varían de una persona a otra. A causa de esta variación
resulta difícil confeccionar una lista de fortalezas exhaustiva, sin embargo “algunas capacidades, recursos y
activos aparecen con frecuencia en cualquier lista de fortalezas” (Saleebey, 2006:84). En la siguiente tabla se
presenta, para cada nivel al que se dirige el trabajo desde el empowerment, una lista de fortalezas:
Tabla 16
A la hora de evaluar las fortalezas de la familia, resultan de utilidad tanto los métodos de evaluación
cuantitativa como cualitativa. Un instrumento de evaluación cuantitativa específico de las fortalezas de la
familia es el “Esquema de Categorías de la Familia” basado en el trabajo de Epstein, Bishop y Levin, (1978).
Este esquema fue desarrollado para la aplicación familiar y consta de 60 ítems y se divide en 7 categorías:
resolución de problemas, respuestas afectivas, implicación afectiva, comunicación, conductas de rol,
autonomía y modos de control de la conducta.
En el caso de que la evaluación sea de tipo cualitativo, resultaría de utilidad mantener un tipo de división
categórica similar al del Esquema de Categorías de la Familia durante la evaluación, como forma de descubrir
las fortalezas de la familia, ya que éstas pueden encontrarse en los sitios menos esperados (Saleebey, 2006).
Pero la enunciación de este primer principio del empowerment no se limita a señalar la necesidad de
construir sobre las fortalezas, sino que manifiesta la necesidad de permanecer atentos al mismo tiempo a la
acción de la opresión sobre las familias. En esta toma de conciencia las familias encuentran el punto de
partida en su trabajo, para disminuirla o eliminarla de sus vidas.
La opresión puede ser la más invalidante de todas las fuerzas sociales que afectan a los clientes del Trabajo
Social. El resultado de la opresión es la exclusión social y el daño de las aspiraciones y capacidades
individuales y familiares (Pierson, 2002). La opresión se manifiesta en forma de discriminación económica,
social y psicológica. En su afrontamiento, las personas pueden: a) repeler esta opresión, saliendo fortalecidas
mediante la movilización de sus fortalezas propias y su resiliencia; b) pueden quizás interiorizarla, lo que
normalmente da lugar a que las fuerzas opresivas se vuelvan contra la persona en forma de conductas
autodestructivas, como por ejemplo las conducta adictivas, abusivas, de riesgo para la integridad física, etc.
c) por último, pueden exteriorizarla, devolviendo el golpe sobre personas menos poderosas en forma de
violencia o crímenes.
Conforme las fortalezas de la persona se van potenciando, apoyando e incluso creando, los elementos
opresivos que impiden su acceso al bienestar van perdiendo fuerza. Las prácticas anti-opresivas priorizan las
consideraciones de igualdad y justicia social en un amplio rango de diferencias sociales (Nzira y Williams,
2009), es decir, las prácticas anti-opresivas llevan a la acción el ideal de justicia social. Afrontar la opresión
requiere que el trabajador/a social apoye a los individuos identificando estas experiencias, examinando sus
efectos y desafiando la opresión tanto a nivel individual como político. La práctica desde el Trabajo Social
contra la opresión se relaciona directamente con una alteración de las dinámicas de poder, “el uso del
empowerment se lleva cabo en tres dimensiones dado que reconoce la desigualdad estructural y las
relaciones explotadoras a nivel jurídico, económico y social, buscando un reajuste fundamental de las
relaciones de poder en el contexto social más amplio” (Braye y Preston-Shoot, 1995:107).
En los casos en los que el trabajador/a social elige trabajar sobre la opresión como uno de los objetivos de la
relación, debe prestar mucha atención al poder que él mismo sustenta en esas situaciones, sobre todo en los
casos en los que permanece implícito y camuflado en la cultura dominante de la que procede, por ejemplo, en
forma de valores y prejuicios. Las prácticas anti-opresivas buscan traer de forma explícita estos asuntos a la
relación mediante su identificación y diálogo, en un proceso dinámico dirigido al cambio de los patrones
complejos de interacción social.
En concordancia con estos planteamientos, acerca de la necesidad de disminuir o eliminar la opresión como
forma de acceso al poder, surgen una serie de interrogantes: ¿Cómo se revierten estos desequilibrios de
poder dentro de las familias?
Un ejemplo lo proporciona una familia compuesta por las dos figuras parentales y dos niños con problemas de
conducta de 9 y 5 años. En esta familia, la respuesta a las necesidades emocionales que se plantean suele ir
en la mayoría de las ocasiones en el mismo sentido: los padres hacen uso de su poder opresor-dominador y las
necesidades se ignoran o se niegan, tanto en las dinámicas propias de la pareja como hacia los niños. Sin
embargo, cuando la familia recibe ayuda y logra un nivel básico en el manejo de sus fortalezas, (herramientas
básicas que en realidad siempre estuvieron presentes en el seno familiar), tiene lugar un aumento del
bienestar. Por ejemplo: tras la muerte de uno de los abuelos, el hijo mayor de 9 años tiene problemas de
enuresis nocturna. El matrimonio toma conciencia de que están ante un conflicto emocional donde la ira y la
tristeza tienen un papel relevante, hablan con el hijo le facilitan una despedida adecuada del abuelo (realizan
el duelo), apoyan (en su trabajo con los servicios sociales aprendieron que el apoyo mutuo era una
herramienta poderosa en las familias) y acompañan su llanto y su dolor (expresión y validación de las
emociones dentro la familia), y apenas en unos días el niño abandona su problema de enuresis nocturna, a la
vez que la conducta de los niños mejora considerablemente en el hogar (el apoyo y la cohesión familiar han
salido fortalecidos de la experiencia).
Pero la realidad es que las fuerzas de opresión que acosan a las familias no son siempre tan fácilmente
superables, y los resultados no son siempre tan espectacularmente satisfactorios. Las familias no son siempre
tan receptivas con las intervenciones a las que se someten. La mayoría de las familias que requieren la
intervención de un trabajador/a social suelen estar sometidas a factores diversos de opresión. Para hacer
frente a la diversidad real de la vida familiar, hay que trabajar en los tres niveles del empowerment.
Mediante su teoría de la opresión Shulman (1991) muestra cómo los mismos factores de opresión (raza,
género, orientación sexual, ingresos o edad entre otros) afectan a la motivación de los clientes para pedir
ayuda, hacer uso de ella y aceptar la intervención del trabajador/a social. Como se mencionó en el capítulo
primero, uno de los factores más relevantes de opresión, que afecta con más frecuencia a las familias en
situación de necesidad, es la falta de acceso a los ingresos económicos mínimos para el bienestar de la
familia. La falta de ingresos puede conducir a la carencia de una vivienda digna, al acceso limitado a los
servicios de salud, a déficits nutricionales y a la ausencia de apoyo social. Todos estos déficits, junto a otros
derivados de la dependencia económica, pueden exacerbar las carencias asociadas a la paternidad y a los
vínculos que mantienen a la familia unida.
Otro factor de opresión lo constituyen las actitudes racistas, que pueden tener un impacto fuerte en los
integrantes de una familia (Ooms, 1992). El racismo institucional puede afectar igualmente a las actitudes de
los trabajadores sociales cuya práctica va dirigida a las personas oprimidas económicamente. Por último, el
género se muestra también como un potente factor de opresión (Burke y Harrison, 2002) especialmente por
su capacidad para interaccionar con una serie de déficits: económicos, vivienda, desempleo y discriminación
racial, por lo que debe ser contemplado como una amenaza junto a cualquiera de los factores mencionados
con anterioridad, un factor del que el trabajador/a social debe ser muy consciente cuando trabaja con
familias.
Hay que advertir que, si optar por la actuación de confrontar los factores opresivos en el camino del
empowerment de las familias es una opción adecuada, en ocasiones no resulta beneficiosa. Si tras una
cuidadosa evaluación se opta por la confrontación de los factores opresores, la preparación para la acción
debe ser extremadamente cuidadosa (Bula Wise, 2005).
Fuente: Coleman, H, Collins, D, y Collins, T. (2005). Family Practice: A problem based learning approach. Peosta:
Eddie Bower.
Aproximadamente desde los años 60, el Trabajo Social ha apoyado fuertemente el pluralismo cultural y la
diversidad. De hecho, fue uno de los primeros y más importantes apoyos en la actividad por los derechos
humanos, y un importante contribuyente del compromiso de oposición contra el prejuicio y la discriminación
dentro de las estructuras organizacionales. Su reacción ha sido una de las más notorias en respuesta a los
cambios sociales que demandan la igualdad de derechos por parte de grupos minoritarios o en situación de
exclusión. El Trabajo Social ha abordado igualmente el desafío de adecuar su metodología, para mejorar la
eficacia de su labor.
“Sociedad Diversa”. (Cafferty y Chestang, 1976) fue una de las primeras publicaciones de la Asociación
Nacional de Trabajadores Sociales en EEUU (NASW) que trataba el tema de la diversidad cultural. Hasta
entonces imperaba la idea de que la aplicación de los principios básicos del Trabajo Social, tales como tratar
a los clientes con respeto y dignidad, y respetar su autonomía y auto-determinación, era suficiente para
lograr un trabajo efectivo con cualquier tipo de población. Todavía no se había considerado que las
diferencias étnicas y culturales pueden afectar lo que los clientes y los trabajadores sociales perciben como
“un tratamiento respetuoso” (DiNitto y McNeece, 1990). Esta publicación se señala como el inicio de las
investigaciones sobre estrategias teórico-prácticas para trabajar con la diversidad cultural en este país.
Supone en primera instancia un reconocimiento de la propia condición cultural, asumiendo que la forma
autóctona de contemplar el mundo es algo particular, mediado por las propias creencias preconcebidas y
heredadas, por las percepciones propias y sesgos. El trabajo intercultural busca trabajar activamente hacia la
inclusión más que hacia la conformidad. El trabajador/a social debe tener en cuenta diversos factores que son
importantes en la práctica y transmiten respeto hacia la diferencia cultural. Estos factores incluyen, entre
otros, raza, etnia, poder, género, edad, color, clase socioeconómica, discapacidad, estructura familiar, estado
civil, creencias espirituales o religiosas, orientación sexual y lenguas diferentes. (Lum, 1992; McGoldrick y
Giordano, 1996; Robinson y Howard-Hamilton, 2000; Vázquez Aguado, 1999; 2001, 2003, 2004, 2005;
Vázquez Aguado, Fernández, Fernández, Vaz, León Jariego, 2008)
Estas factores señalan la necesidad de acumular conocimiento acerca de (Dhooper y Moore 2000:13): a)
modelos genéricos más exhaustivos para la práctica, capaces de acomodar las situaciones y necesidades
únicas del cliente; b) información sobre condiciones, culturas, situaciones y necesidades distintas, ya que
proceden de grupos “minoritarios” distintos; c) principios para la práctica en la forma de “qué hacer” y “qué
no hacer” en la aproximación y el trabajo de la diversidad cultural del cliente; d) aportar modelos específicos
de competencia cultural para la práctica con grupos diversos, étnica y culturalmente; e) aportar
formulaciones teóricas para la creación de modelos prácticos y f) avances en la enseñanza de la práctica
competente culturalmente
Cuando se pide respeto a la interculturalidad, en realidad se está pidiendo la eliminación del prejuicio latente
que se esconde detrás de la mayoría de afirmaciones y pretensiones a favor de la interculturalidad, porque
mirando más allá de los enunciados puede observarse que la valoración positiva o negativa de la diversidad,
en muchos casos suele ir en función de los intereses político-culturales. Este carácter relativista del
interculturalismo se materializa en una valoración positiva de las culturas afines o en sintonía con las formas
de relacionarse y vivir de la mayoría, y en una valoración negativa de aquéllas que se alejan de la norma vital
de la mayoría dominante.
Desde la perspectiva del empowerment, el trabajo con familias pertenecientes a estos grupos oprimidos
pretende su liberación, su salida de un lugar de riesgo y déficit hacia el bienestar, mediante la satisfacción de
las necesidades, tanto las legítimas como aquéllas que las familias desean para ellas mismas. La liberación
mencionada tiene un punto de partida innegable en el respeto a la interculturalidad de las familias, sobre
todo en unos tiempos donde la homogeneidad como norma en torno a la institución familiar ha quedado
relegada. Los cambios ideológicos y el nuevo sistema del bienestar han dado lugar a la transformación de las
relaciones entre los individuos y el Estado. El Estado debe anticiparse al incremento de la hostilidad racial en
todas sus formas, mediante la creación de leyes y políticas que protejan y preserven estas minorías, lo cual no
parece una tarea fácil de abordar (recordando el caso del barrio de Ca n’Anglada en 199913). Porque frente a
la promulgación de acciones que facilitan la libertad de circulación, las fronteras abiertas (en el caso
europeo), la integración, la solidaridad y los derechos humanos, encontramos leyes y políticas que promueven
la exclusión y la marginalización mediante el control rígido de la inmigración, promulgación de normas que
favorecen la creación de guetos con comunidades extranjeras mayoritarias, etc.
Se hace por tanto necesario desde nuestra perspectiva la intervención en el tercer nivel, el comunitario o
político (Lee, 2001). Es tarea del trabajador/a social y también de sus clientes buscar formas de influir los
procesos políticos, construyendo coaliciones o cualquier tipo de asociación junto a otros que también han
tomado conciencia de la necesidad. Mediante la unión se consigue aumentar el poder político acerca de
asuntos específicos (Staples, 1984). El logro de un incremento de la conciencia política, de las capacidades, la
motivación y la sensibilidad intercultural serán señal inequívoca de que el proceso del empowerment está
teniendo lugar.
Los esfuerzos hacia la resolución de los problemas deben estar en sintonía con los valores y las prácticas
comunitarias diversas. Este tipo de prácticas emanan del concepto de “perspectiva dual”. Es un proceso
consciente y sistemático de percepción, de entendimiento y de comparación simultánea de valores, actitudes
y conductas del sistema social dominante, con aquéllos del sistema comunitario más inmediato de la familia
objeto de la intervención. De hecho, reconoce que todos los clientes son parte de dos sistemas; el sistema
estructuralmente dominante, que es la fuente de poder y de recursos económicos, y el sistema nutritivo que
conforma el ambiente físico y social de la familia y la comunidad. Es por esto por lo que la práctica con
familias debe prestar atención simultánea a las necesidades familiares y comunitarias.
Hasta hace unos años, la mayoría de las enseñanzas en torno a la sensibilidad cultural y de la competencia se
limitaban a ofrecer una “lista” de características o principios que ayudaban a “diagnosticar” las diferentes
culturas (Williams, Soydan y Johnson, 1998). En la actualidad, la toma de conciencia sobre el “problema de
las minorías”, y sobre la necesidad de la reeducación o actualización del Trabajo Social para responder a esta
situación cambiante está en su apogeo (Collins y cols, 2007). Es una situación que no sólo tiene lugar en
nuestro país (Vázquez Aguado, 2005) sino que se deja sentir en toda Europa, donde llegó a muchos países con
anterioridad al nuestro (Satka, Mirja y Karvinen, 1999).
Tabla 18
CINCO ESTADIOS DEL APRENDIZAJE Y LA ENSEÑANZA DE LA COMPETENCIA CULTURAL
Estadio Toma de conciencia de la
Estoy tan avergonzado/a que temo dedr algo equivocado
I diversidad cultura
Estadio
Me lanzaré para bien o para mal, y espero que sea para bien. Sensibilidad cultural
II
Estadio Lo hago de algún modo. Manejo los encuentros interculturales Comienzo de la competencia
III bastante bien, pero no puedo explicar por qué. cultural
Estadio Entiendo lo que hago y uso un conocimiento extenso de Buen dominio de la
IV competencia cultural y de habilidades y valores. competencia cultural
Estadio Profesor/Aprendiz de la
Puedo enseñar a otros a ser competentes con la culturalidad.
V Competencia intercultural
Fuente: En Ortiz (2003). Learning and Teaching Cultural Competence in the Practice of Social Work, Journal o
Teaching in Social Work, 23(1/2).
En nuestro país, la interculturalidad es un fenómeno íntimamente ligado a la inmigración, por lo que nos
encontramos ante fenómenos relativamente novedosos pero que avanzan de forma arrolladora. Y que
requieren un abordaje urgente por nuestra disciplina. Los nuevos programas educativos desde el Trabajo
Social han llevado a cabo una apertura considerable para ser capaces de adaptarse a las nuevas demandas,
creando espacios de encuentros culturales (Vázquez Aguado, 2004).
Desde una perspectiva cultural, la gestión de estos flujos migratorios se enfrenta a un problema fundamental:
la integración de los nuevos ciudadanos en el país de destino, y la forma de interaccionar su cultura propia
con la cultura del país de destino, en un proceso complejo que puede ser dirigido hacia la coexistencia, la
integración en la cultura de destino, o la generación de una nueva cultura, resultado de la interacción entre
las diversas culturas previas. ¿Cuáles son los modelos de integración? Podemos distinguir los siguientes
(González, 2003):
1. La asimilación: la integración se define como absorción de los grupos minoritarios por la cultura
dominante, en un proceso unidireccional.
2. La fusión cultural, sincretismo étnico o “melting pot”: la integración se define como el resultado de la
contribución de todos los segmentos de un determinado país. Se pierden y se funden las culturas previas,
generando una nueva cultura homogénea, que reconoce la aportación cultural de todas las minorías
implicadas.
3. El pluralismo: la integración, para superar los fracasos de los modelos de asimilación y fusión, se define
como la aceptación de las diferencias y la reivindicación de su valor como tal. Dentro de este modelo, la
integración puede ser definida como intercambio mutuo y enriquecimiento recíproco (en un contexto de
coexistencia pacífica), es decir, el multiculturalismo. (con una visión estática de la sociedad); o puede
definirse, a partir de dicho intercambio y coexistencia, como el proceso por el cual se tiende a desarrollar una
nueva síntesis creativa (resaltando el carácter dinámico), es decir, el interculturalismo.
En los casos en los que no es posible, son diversas las estrategias que se siguen para crear esos espacios
necesarios de entendimiento en el ámbito de nuestra disciplina. Hay dos líneas fundamentales de trabajo: la
primera es avanzar en la investigación teórica y su puesta en práctica; la segunda es registrar de forma
sistemática las intervenciones con estos colectivos en la búsqueda de “patrones de integración”.
Figura 11
Modelo de práctica trans-cultural
Fuente: Ch au, K L. (1990). A model for teaching cross-cultural practice in social work. Journal of Social Work
Education, (2), 124-133.
Este diagrama no sólo ofrece una perspectiva aplicable a una amplia gama de necesidades de los grupos
minoritarios, sino que consigue dar cabida a diferentes métodos prácticos. Anima a los trabajadores a
aprender sobre la sensibilidad étnica y sobre cómo aplicarla. La puesta en práctica de este modelo puede
llevarse a cabo mediante los procesos que se detallan en los capítulos V, VI y VII de esta investigación.
Procesos como los de identificación de necesidades/déficits, la evaluación integral, la fijación de objetivos, el
trabajo colaborador, intervención y la valoración.
En la creación de estos espacios de entendimiento se hizo referencia igualmente al registro sistemático de las
prácticas con familias diversas en ámbitos distintos. En el ámbito sanitario los estudios sobre diferencias
étnicas muestran que las personas pertenecientes a culturas distintas de la dominante encuentran
dificultades cuando acuden a la prestación de los servicios sanitarios, a la hora de comunicarse con los
profesionales. Estas dificultades surgen sobre todo por las diferencias en cuanto a: a) su experiencia del dolor
emocional, de aquello a lo que denominan “síntoma”; b) en cómo comunican su dolor físico o síntomas; c) sus
creencias acerca de las causas de las dificultades; d) su actitud hacia los profesionales de la ayuda, y e) el tipo
de intervenciones que esperan (McGolrick y Giordano, 1996). Desde el lado del profesional sanitario, su
consideración sobre una “buena práctica” a menudo difiere de la del paciente (mediada por su procedencia
cultural). El resultado se traduce en una prestación sanitaria que no alcanza su plenitud.
En el ámbito de la propia práctica social, surgen igualmente obstáculos diversos (Gutiérrez y Lewis, 1999): a)
la diferencia de idioma, que se traduce en una comunicación deficiente; b) las diferencias culturales, a la hora
de definir que es una dificultad o una discapacidad, o incluso en cómo tratar respetuosamente al cliente, y c)
las diferencias en las atribuciones de responsabilidad a los miembros de la familia o a los servicios sociales,
dependiendo de la familia de origen.
Cuando evaluamos los elementos más valorados por las familias interculturales en los profesionales que le
atienden, mencionan: respeto, honestidad, confianza, apoyo, igualdad, aceptación y el crecimiento mutuo que
fueron capaces de desarrollar a lo largo de la relación (Giménez, 2002; Giménez y Pérez, 2003). A estos
factores podrían añadirse las cualidades que debe ofrecer un trabajador que emplee la perspectiva del
empowerment, como el desarrollo de la paciencia en la escucha, la tolerancia a los silencios, la confianza, el
papel de la espiritualidad, las diferentes percepciones relativas al tiempo, los diferentes significados de un
mismo elemento de la comunicación; la puesta en práctica de los valores tradicionales del Trabajo Social,
sobre todo aquéllos que se refieren a no emitir juicios de valor y a mantener una mente abierta, y por último,
el énfasis en la conexión de la comunidad con la individualidad.
El punto de partida en el Trabajo Social con Familias suele ser la identificación de las necesidades de la
familia como unidad, y de cada uno de sus miembros. Una necesidad es “aquello que es necesario para una
persona o sistema social para funcionar con expectativas razonables en una determinada situación” (Yanca y
Jonson, 2008:29). Cuando se plantea la cuestión de cuáles son las necesidades de las familias, surgen
igualmente preguntas sobre cuáles serán los medios para su logro, una vez identificadas.
En el nivel individual, (un tema recurrente de la literatura), el empowerment será una parte significativa de la
respuesta a estas preguntas, pero no la respuesta completa. Es necesario aplicar igualmente el
empowerment a nivel interpersonal y comunitario o político, porque los tres niveles del empowerment se
hallan conectados (Lee, 2001:34) y, sin la interconexión de los objetivos a los que se dirigen, su efecto no
serían posibles: 1) el desarrollo de un sentido de uno mismo más potente y positivo, 2) la capacidad de
construcción de un conocimiento y una capacidad de comprensión más crítica en lo relativo a la red social y
las realidades políticas del propio ambiente, 3) el cultivo de los recursos y las estrategias o de niveles de
competencias más funcionales para el logro de los objetivos o metas planteados a nivel individual y colectivo.
Las familias objeto de intervención del Trabajo Social tienen distintos niveles de necesidad. Sus
circunstancias, problemas y fortalezas son muy variadas, por lo que la práctica en Trabajo Social con Familias
puede llevarse a cabo desde distintos puntos de vista. Puede abordarse como un proceso para resolver
problemas, recordando que este abordaje ha sido criticado desde la perspectiva del empowerment (Lee,
2001). O también puede enfocarse como una respuesta a las necesidades, entendidas éstas, como los factores
que afectan al desarrollo humano (Towle, 1987).
Esta perspectiva de las “necesidades” de las familias, en realidad ha sido un pilar fundamental de la historia y
tradición del Trabajo Social (Colomer, 1993). El concepto de necesidad debe entenderse desde una
perspectiva cultural e histórica, que además está condicionado por la edad de la persona y su situación vital.
Existe un cierto consenso al considerar que la mayoría de las necesidades humanas son satisfechas dentro de
la estructura familiar, o en las relaciones de las personas con los otros.
Un punto de partida obligado en los estudios del Trabajo Social cuando se centra la atención en las
necesidades es la obra de Abraham Maslow (1962), concretamente su jerarquización de las necesidades. De
acuerdo con la jerarquía que plantea, una persona debe satisfacer sus necesidades fisiológicas primarias
antes de que sus necesidades sociales puedan tomarse en consideración. No obstante, incluso en esta
satisfacción de las necesidades básicas para la supervivencia, el carácter del ser humano como ser
esencialmente social cobra relevancia, puesto que existen una serie de necesidades básicas (del nivel más
bajo) que no pueden satisfacerse en ausencia de la relación social, por ejemplo, la satisfacción de las
necesidades fisiológicas básicas de un anciano con un tipo de dependencia severa (alimento, eliminar
desechos...). Esta idea apoya con fuerza la adecuación e importancia de este segundo principio que establece
la interconexión entre los tres niveles del empowerment. No es un principio formulado al azar: las personas
sólo logran satisfacer por completo sus necesidades, incluso las más básicas, en tanto se relacionan con los
demás. Mediante la satisfacción de sus necesidades, las personas logran los objetivos que se han propuesto
para sus vidas y en definitiva el acceso a su poder.
3. Necesidad de afiliación y afecto: asociación, participación, aceptación, amistad, afecto e intimidad sexual.
Figura 12
Pirámide de necesidades de Maslow
Fuente: Maslow, A. (1962). Toward a psychology of being. New York: Van Nostrand.
Esta jerarquización de las necesidades tiene implicaciones para el Trabajo Social a la hora de dar prioridad a
unas acciones sobre otras. Coincidimos con Maslow al señalar que la lucha por dar satisfacción a las
necesidades básicas bloquea las capacidades de las personas para alcanzar cualquier otro logro. Es una
cuestión de sentido común. Por ejemplo, ¿tiene sentido ayudar a una familia para que sus hijos vuelvan a
estar escolarizados y acudan a sus clases con regularidad, antes que ayudarles a que pongan fin a su
situación de “sin techo” y que sus necesidades alimenticias diarias y de refugio queden por fin cubiertas? La
respuesta es no, tiene poco sentido. En este sentido, hay que tener en cuenta que “la defensa del
empowerment junto con la construcción de las relaciones fundamentales no puede compensar por sí solo la
falta de vivienda, la malnutrición, la falta de asistencia médica y el aislamiento social” (Klein y Cnaan,
1995:210).
Esta clasificación jerárquica de necesidades también se ha trasladado al marco de la familia, sus necesidades
pueden ser jerarquizadas del mismo modo o cuando menos incluidas dentro de una serie de estadios.
Kilpatrick y Holland, (1999:5-10), se han basado en la pirámide de Maslow para formular cuatro niveles de
necesidad de las familias:
• El nivel más básico de necesidad de las familias está relacionado con los requisitos esenciales para su
supervivencia y bienestar. Estos incluyen la necesidad de alimento, de refugio o vivienda, de protección, de
educación, de ropa, de transporte, de cuidados médicos y otros cuidados mínimos. Las familias
pertenecientes a este nivel I, carecen de una estructura o control que les dirija hacia la satisfacción de sus
necesidades básicas nutritivas, tanto físicas como emocionales, y la protección de sus miembros. En realidad,
la capacidad parental es muy escasa, la familia no tiene una figura que les lidere, que tenga poder suficiente
para estructurar las interacciones. Es una situación común de familias de situación socio-económica precaria,
donde las responsabilidades por parte de las figuras parentales son desatendidas, en comparación con
familias en situación similar socio-económica pero donde estas responsabilidades no son desatendidas.
Algunos ejemplos de familias en este nivel de necesidad son: familias monoparentales, donde el progenitor se
encuentra desbordado ante la incapacidad de procurar los recursos mínimos necesarios para la subsistencia
o familias donde su miembro principal carece de poder o de capacidad de acción, debido a una enfermedad,
abuso de alcohol, consumo de drogas o aquellas familias donde la insistencia objetiva de todo tipo de
acontecimientos altamente estresantes o especialmente amenazantes han diezmado considerablemente los
recursos familiares tanto los físicos como los emocionales. Estas familias de nivel I son las que se hallan en
mayor riesgo de comportamiento negligente o abusivo con los hijos (Thomlison, 2004).
• Las familias pertenecientes al nivel II consiguen satisfacer sus necesidades básicas, en relación al logro de
los requisitos mínimos, en aspectos como la seguridad, la estabilidad y la crianza de los hijos. Sin embargo,
tienen problemas manifiestos a la hora de establecer límites y mantener la autoridad, es decir, la estructura y
la organización familiar son vagas y difusas. Las figuras parentales del hogar son incapaces de establecer y
mantener los límites necesarios respecto a uno o varios miembros de la familia, y esta incapacidad amenaza
la estabilidad de todo el sistema familiar. Ejemplos de familias incluidas en el nivel II de necesidad son
aquellas donde los hijos están fuera de control, o donde alguno de los padres, o ambos, consumen drogas o
tienen problemas con el juego, donde el conflicto entre los cónyuges se mantiene en el tiempo y está fuera de
control, o donde se emplea la violencia de forma que, aunque los miembros sufren sus efectos, no necesitan
una protección inmediata ante la situación que están viviendo.
• En las familias del tercer nivel de necesidad, el nivel estructural mínimo familiar está garantizado; el
problema radica en el tipo de interrelaciones familiares. Identificar las necesidades de una familia en el
tercer nivel es complicado, puesto que muestran una estructura y nivel de funcionamiento y afrontamiento
que frecuentemente se percibe como adecuado desde el punto de vista funcional. El núcleo de la cuestión
radica en que la familia emplea estrategias que son defensivas, y están arraigadas en la cultura en la que se
ven inmersos. Son estrategias aprendidas o heredadas de sus propios modelos parentales, con las que
pretenden salir adelante en sus vidas y criar a sus hijos. Ejemplos de este tipo de familias son aquellas donde
funciona un estilo dominante (no negociador) en las relaciones, y donde las alternativas comportamentales
son la dominación o la sumisión, sin espacio para la negociación, o donde las necesidades emocionales son
desatendidas con expresiones del tipo: “así lo hicieron mis padres conmigo y he salido estupendamente”. En
este contexto los miembros de la familia se aíslan y toman distancia unos de otros. En el trabajo con estas
familias puede anticiparse un cierto grado de lucha, puesto que la práctica irá dirigida al cambio de patrones
relacionales altamente arraigados e internalizados.
• En el nivel IV las necesidades básicas están satisfechas y los límites y estructuras están más o menos claros
y son satisfactorios. Las necesidades que se plantean en este nivel son las de un mayor nivel de intimidad
familiar, de conciencia de uno mismo y de los vínculos existentes, o de una mayor autonomía. El trabajo se
dirige incluso a los deseos de avanzar en la espiritualidad individual o familiar.
Pero la de Kilpatrick y Holland (1995) no es la única clasificación de las necesidades de la familia, también se
han establecido otro tipo de clasificaciones. Collins y cols. (2007:23) clasifican una serie de creencias
relativas a las necesidades de las familias que deben guiar el Trabajo Social y las relaciones entre el
trabajador y la familia:
• Los padres necesitan comprensión y apoyo para los retos implicados en el mantenimiento de relaciones
satisfactorias, y para criar a sus hijos. Ser un compañero en la intimidad y ser compañero en la crianza de los
hijos requiere, por parte de los adultos de la unidad familiar, conocimiento, paciencia, consistencia y
desinterés. Las familias objeto de atención del Trabajo Social adolecen con frecuencia de varias de estas
características, y el apoyo y la comprensión son la mejor forma de abordaje frente a las críticas o la atribución
de culpa, ofreciendo la mayoría de las veces el mejor soporte de una vía de apertura a nuevos aprendizajes y
al cambio.
• Las necesidades básicas de los padres deben cubrirse como requisito previo para que puedan satisfacer las
necesidades de sus hijos. Ya se ha mencionado que, si los padres no logran satisfacer las necesidades básicas
presentes en su familia, se bloquea la capacidad de las personas para alcanzar cualquier otro logro.
• Cada uno de los miembros de la familia necesita nutrición. Las personas necesitan sentirse amadas y
conectadas con otros. Las familias saludables, (de cualquier tipo), cumplen la función de “refugio” en el que
cada miembro, de una u otra forma, puede dar satisfacción a estas necesidades. Los desequilibrios de poder,
donde uno o varios miembros de la familia satisfacen sus necesidades a expensas de otros miembros,
interrumpen la función nutritiva de las familias.
• Todas las personas necesitan una familia. Todos los niños y la mayoría de los adultos necesitan sentirse
conectados con alguien que les cuide, les preste atención y que se preocupe por ellos (pág. 25). Este tipo de
atención es crítico para el desarrollo en las etapas que preceden a la edad adulta. Cuando estos cuidados
tomaron la forma de la consideración y aceptación positiva e incondicional, se cimentó con fuerza el
desarrollo de un ser humano capaz de satisfacer por sí mismo sus necesidades y de contribuir a la
satisfacción de las de las personas que le rodean.
El aislamiento social y emocional que sufren muchos colectivos minoritarios en nuestro país es devastador.
Sin el acceso a los recursos comunitarios adecuados, las personas se encuentran privadas de las
herramientas que van a sustentar su desarrollo vital. Por ello, desde la perspectiva del empowerment en el
Trabajo Social con Familias, una tarea vital es conectar a las personas con los recursos que necesitan, para
que puedan tener acceso al poder por ellas mismas en todos los niveles: individual, familiar y comunitario.
Ya se mencionó16 que estos tres niveles de aplicación forman parte de un flujo dinámico continuo que afecta
por igual tanto a la familia, en su carácter grupal, como a los miembros que la componen. Asistir en el proceso
de conexión de las familias con los recursos que necesitan es, por tanto, un proceso multidimensional, y si el
trabajo no se dirige a cada uno de los niveles de intervención, las probabilidades de éxito quedan muy
disminuidas.
Conectar a los miembros de las familias con sus recursos individuales supone reforzar una serie de
habilidades. Estas habilidades incluyen entre otras, la toma de decisiones, el uso de aproximaciones creativas
para resolver los problemas, el establecimiento de objetivos personales, la comunicación de forma efectiva y
la aplicación de sus habilidades a los distintos roles que desempeñan en sus vidas, tales como el de miembro
de una familia (madre, padre, hermano...), el de estudiante, el de trabajador, etc. Sobre la potenciación de
todos estos aspectos desde la perspectiva del empowerment, se ofrecen una serie de directrices en los
capítulos V, VI y VII. Todas ellas parten de un punto, la idea de que “para prestar ayuda, los trabajadores
sociales guían a los clientes hacia su propio poder, para que puedan ayudarse a sí mismos” (Miley, O’Melia y
Dubois, 2007:150).
A nivel interpersonal “el derecho del grupo a tomar sus propias decisiones siempre que sea posible se basa en
la idea de que es importante para las personas de nuestra sociedad aprender a gobernar sus propias vidas, y
de que ese logro es más probable que ocurra cuando las personas sienten que esos cambios han sido iniciados
por ellas mismas más que impuestos de manera autoritaria” (Northern y Kurland, 2001:330). Algunos de los
recursos con los que conectar a estas familias a su poder dentro de este nivel son: ser capaz de hacer
presupuestos, saber cómo administrar los medicamentos o terapias necesarias para recuperar o mantener la
salud, ayudar a los miembros de la familia a su acceso a la educación o a terminar sus estudios, participar en
actividades sociales, por ejemplo, actividades de ocio donde el individuo, mediante la interacción, encuentra
ayuda y posibles soluciones a su situación.
A nivel comunitario o político “La situación de las familias objeto del Trabajo Social nos hace comprender que
necesitamos trabajar para reestablecer la salud, no sólo en estas familias, sino en la comunidad y la sociedad
más amplia” (Hook, 2008:199). Identificar únicamente las necesidades en los otros niveles, e ignorar algunos
de sus recursos potenciales, muchos de ellos situados en la comunidad y en sus sistemas de apoyo más
amplios, es una amenaza para el trabajo con familias. Algunos de los recursos comunes presentes en la
comunidad, a cuyo acceso suele dirigirse el trabajo son aquéllos relacionados con la vivienda, el empleo, el
sistema escolar, el cuidado de los hijos, el transporte, la sanidad, la familia extensa, los amigos.... Por todo
esto habrá que incorporar, ya desde el primer momento de la toma de contacto con la familia, esta visión
comunitaria y política y desde ambas, junto a otras muchas consideraciones, se trabajará por comprender,
identificar y satisfacer las necesidades familiares.
La perspectiva del empowerment se adhiere por tanto al compromiso en la intervención sobre las políticas
económicas y sociales, aunando los esfuerzos por crear cambios en estas áreas. Los objetivos principales de
empowerment dirigidos a esta área se dirigen a la participación, la negociación y la organización, para lograr
influir en las decisiones políticas. Busca el acceso de la comunidad a la mejora del control sobre las decisiones
que le afectan (Netting, Kettner y McMurtry, 2008). Mediante el acceso a este recurso, las comunidades y las
familias que las integran logran potenciar los recursos que contienen, y que las personas, grupos o familias,
tradicionalmente excluidos, consigan hacerse oír. Pero no basta con que se hagan oír, sino que se pretende ir
más allá, buscando la emergencia de funciones de liderazgo y del conocimiento de los mecanismos que
permiten ejercer un control sobre las decisiones a nivel local. Porque las comunidades tienen grandes
cantidades de poder en su interior, sus miembros pueden ser potenciados incluso en situaciones donde las
circunstancias parecen desbordar a los recursos. Un ejemplo que trasladaría la práctica del empowerment al
ámbito comunitario en este sentido, puede encontrarse en el Movimiento Independiente de Vida (ILM):
El ILM comenzó en los años 40 cuando los investigadores reconocieron, por fin, que la mayor dificultad
impuesta a las personas con discapacidad descansaba en la construcción social negativa de la
discapacidad. Desde ese momento el ILM estableció centros a lo largo de todo Estados Unidos llamados
“centros de vida independiente” y la idea central de sus prácticas es que las personas con discapacidad
debían lograr el 51 por ciento de su junta directiva, administrativa y de los encargados de proporcionar los
servicios. Tanto en su ideario como en su estructura funcional, las personas discapacitadas de la comunidad
no sólo obtienen el reconocimiento de sus fortalezas, sino que también se trabaja en su empowerment como
forma de acceso a las mismas, y en el uso de esas fortalezas para la creación, mantenimiento, consolidación
y desarrollo de los Centros de Vida Independiente. (Hardina, 2003:19, en Netting, Kettner y McMurtry,
2008:154)
Si se pretende conectar a las familias con los recursos que necesitan, es imprescindible mencionar las redes
sociales, si bien se volverán a mencionar en capítulos posteriores, explicando cómo evaluar su presencia e
impacto, así como algunas estrategias posibles para su creación y desarrollo17. Estas redes sociales son un
factor muy importante de empowerment de las comunidades y de los miembros que las integran. Se
estructuran y nutren de los parientes, amigos, vecinos, compañeros de trabajo... Se crean vínculos de apoyo
esenciales para la posesión de bienes personales y comunitarios, así como para fomentar la existencia de
servicios en la comunidad. También proporcionan apoyo emocional, otorgando espacios para la empatía y el
aliento mutuo y, en general, proporcionan todo tipo de recursos necesarios (Bott, 1990).
Son recursos que no sólo van a conectar a las familias con una situación de mayor bienestar, sino que serán
capaces de mantener estos efectos en el tiempo, incluso cuando la labor del trabajador/a social haya
concluido. Una adecuada salubridad de los recursos y de la conexión de las familias a los mismos será capaz
de generar la autonomía del crecimiento del bienestar, en ausencia, incluso, de aportes significativos
externos distintos a los intrínsecos al sistema creado.
En definitiva, en el proceso de ayuda para conectar con los recursos comunitarios, una evaluación rigurosa de
sus relaciones actuales y pasadas con los servicios comunitarios es un factor de gran importancia a la hora de
diseñar intervenciones para el acceso a los recursos apropiados, evitando esfuerzos previos en esta línea, que
se demostraron ineficaces con anterioridad. La facilidad de acceso a los recursos comunitarios está muy
relacionada con el nivel de necesidad de la familia objeto de intervención. Algunas familias “han quemado”
sus relaciones con los servicios sociales a causa de experiencias previas. Suelen ser reacias a volver a
entablar una relación con aquellos que “no les ayudaron” o “no les comprendieron”. Ésta es una situación
frecuente en las familias de nivel I de necesidad (Kilpatrick y Holland, 1999). Además, suelen ser
discriminadas o victimizadas con facilidad por las personas de su comunidad, lo que los lleva a ser aún más
susceptibles con las intenciones del trabajador/a social, o con las de otros miembros del grupo de trabajo. Son
situaciones en las que el trabajador/a social debe permanecer alerta y mostrar una sensibilidad especial a la
hora de proporcionar la ayuda; para ello puede adoptar roles de mediador, educador u organizador (Hook,
2008).
El rol de mediador contribuye a disminuir la tensión creada en ocasiones entre la familia y la comunidad.
Como educador, el trabajador/a social puede ayudar a los miembros de la comunidad a entender a la familia,
sus aspectos culturales y la particularidad y originalidad de sus necesidades. Mediante esta información, la
ayuda procedente de los miembros de la comunidad se recibe de forma más apropiada, aumentándose la
efectividad de la misma. Por último, el trabajador puede adoptar el rol de organizador de los miembros de la
comunidad. El objetivo es el de adoptar un nuevo conjunto de planes en la comunidad para dar satisfacción a
las nuevas necesidades emergentes. Este papel es de especial importancia en el caso de la llegada a la
comunidad de familias de diferentes culturas. También cuando los cambios económicos recientes, como
ocurre actualmente en nuestro país, añaden nuevas cargas a las familias de la comunidad.
El cambio individual siempre es un paso previo para el cambio social y comunitario (Speer y Hughey, 1995).
Este cambio se convierte en un puente de unión entre la comunidad y el cambio social (Wilson, 1996).
Sería una reducción simplista, y muy poco acertada creer que se puede señalar a aquellas personas con
menos acceso a su poder e indicarles que deben cambiar “y ser más como nosotros, que logramos un acceso
razonable a nuestro poder”, para lograr su acceso al mismo y al éxito en sus vidas. Parece mucho más
razonable empezar por el cambio en el propio trabajador/a social, para que sepa potenciar la asociación y la
ayuda mutua, que facilitarán la resolución de las situaciones complejas a las que se afrontará en su
desempeño profesional con las familias. La asociación que establezca con la familia debe basarse en el
respeto mutuo, la diversidad de perspectivas y el desarrollo de una visión que permita a las personas trabajar
para lograr soluciones creativas y realistas. Esta transición entre el individuo y la comunidad o lo social es
crítica en el proceso de empowerment.
La historia del Trabajo Social con Familias se encuentra íntimamente ligada a la idea de la ayuda mutua. La
idea de las personas ayudándose unas a otras es una dinámica intrínsecamente humana e inherente a la
dimensión social de los seres humanos (Shulman, 1999). El concepto de ayuda mutua ha sido utilizado como
marco de pensamiento tanto en aspectos de importancia biológica (Wilson, 1979), como de importancia social
(Gutiérrez y Lewis, 1999). Es frecuente que el ser humano se reconozca en el otro cuando percibe que aquél
se encuentra en una situación parecida a la propia, especialmente en el caso de situaciones problemáticas
que provocan sufrimiento. Las dinámicas propias de los procesos de ayuda mutua permiten que las familias
sean capaces de compartir estos problemas o situaciones que les causan sufrimiento, ofreciendo nexos de
unión que, con el paso del tiempo y a través de la intención reiterada y la perseverancia, darán paso a un
sistema de ayuda mutua. Su expresión manifiesta en el caso de la intervención social tiene lugar en el
desarrollo de las dinámicas de mutualidad entre la familia, el trabajador y cualquier otra persona o entidad
que preste ayuda y apoyo al proceso de afrontamiento.
Una mirada a la evolución vital de las distintas sociedades en diferentes épocas nos hace llegar a la
conclusión de que el mismo hecho de la vida social no sería posible sin la ayuda mutua. Esta necesidad se
traslada también a la vida social de las familias. En este ambiente concreto, la dinámica de la ayuda mutua
exige que todos los miembros del grupo familiar aporten algún tipo de información competente. Este
principio garantiza la participación e intervención en la dirección y en las transformaciones de todos los
miembros de la unidad familiar que se van a desarrollar (Gitterman, 1989). En esta evolución familiar se
generan unos patrones de comportamiento y afrontamiento que se van haciendo estables y que se van
generalizando a otras situaciones, entrando a formar parte del sistema cognitivo, emocional y social, tanto de
los miembros de la familia de forma individual, como de la familia como entidad unitaria.
En este caso, dado que el contexto en el que operan las relaciones de mutualidad se circunscribe al propio
ambiente familiar, la atención se centra específicamente en las transacciones que tienen lugar tanto entre sus
miembros, como entre los miembros por separado y el sistema exterior, o entre las transacciones de la familia
y el ambiente social que les rodea. Se trata de aprender una serie de habilidades, demandadas por las propias
condiciones de vida de los miembros de la familia, y de aumentar la capacidad y los medios a través de los
cuales pueden ayudarse unos a otros para satisfacer sus necesidades y resolver sus problemas y situaciones
comunes.
Hay cualidades en el proceso de ayuda mutua que dotan de poder a la familia (Gitterman y Shulman, 2005),
por ejemplo, compartir información, lo que proporciona oportunidades a los miembros de la familia de
beneficiarse del conocimiento y los recursos que aporta cada miembro. Al ponerla en común, los miembros de
la familia exponen sus puntos de vista propios, abriendo el debate en torno a las opiniones dispares que,
canalizadas por el trabajador/a social, abrirá el camino para compatibilizar las opiniones diversas. Con
frecuencia, tiene lugar la resolución de los problemas individuales, porque los problemas se tratan desde
perspectivas diversas, facilitando la solución de los mismos. Finalmente, el hecho de tratar los problemas en
grupo, y no de forma individual, aporta fuerza a la familia.
Pero ¿cuáles son las fuerzas que operan en el principio de ayuda mutua y que promueven el cambio tanto a
nivel individual como familiar? El principio de ayuda mutua sostiene la creencia de que, cuando una persona
ayuda a los demás, también se está ayudando a sí misma. Esta ayuda proviene de la retribución positiva que
supone la confirmación de uno mismo como agente con poder, con poder de proporcionar ayuda y de
compartir formas de ser, pensar y actuar. La familia es un entorno privilegiado para que los miembros revisen
sus propias necesidades y objetivos de manera colectiva, descubriendo caminos a través de los cuáles pueden
obtener ayuda para sí mismos y para los demás. Las relaciones de mutualidad no son algo que se pueda “dar”
u “otorgar”, tampoco son algo que surge de forma automática y espontánea dentro de la familia, simplemente
por la aplicación de una serie de principios o pautas aplicadas al trabajo.
La ayuda mutua requiere cualidades necesarias como la mutualidad, un ambiente comunicativo y un cierto
nivel de intimidad. En el caso de las familias, la identificación de un fin u objetivo común ayuda
significativamente al surgimiento de la ayuda mutua, uniendo a la familia en: 1) el logro de una forma de
acción organizada ante problemas y situaciones comunes a todos los miembros, 2) la forma de aunar y
potenciar los esfuerzos empleados ante problemas de difícil solución, 3) el aprendizaje de nuevas habilidades
sociales, cognitivas, conductuales... que, en definitiva, mejorarán el nivel de bienestar.
En esta idea de mutualidad, el trabajador/a social, al igual que el resto de miembros, tiene un papel
destacado. Cuando trabaja en el establecimiento de dinámicas de ayuda mutua, su evaluación acerca de
quién ostenta el poder debe ser exhaustiva. Debe asegurarse de que las relaciones de igualdad terminen
imponiéndose, revirtiendo los desequilibrios de poder, a la vez que deja un amplio margen de actuación
donde los miembros de la familia encuentren su espacio propio. Debe lograr un ambiente que sustente la
toma de decisiones, el apoyo y la ayuda a los otros, y donde la propia familia sea capaz de tomar decisiones
como unidad, no sólo en los asuntos intrafamiliares, sino en aquéllos que les relacionan con otras familias y
con la comunidad en la que viven.
William Schwartz (1961) fue el primero en introducir el término de ayuda mutua, y uno de sus mayores
defensores en su aplicación al Trabajo Social. Propuso todo un paradigma, que a su vez sintoniza y sustenta
los principios del empowerment, y que pretende reelaborar y hacer más específicos los objetivos
tradicionales del Trabajo Social, abandonando los paradigmas de trabajo de asistencia social individual, que
eran los más comunes en su tiempo. Denominó a su modelo “modelo recíproco”. También se le ha llamado
“modelo interactivo”, y más recientemente “modelo de ayuda mutua”. Pero basta revisar la literatura
científica disponible sobre Trabajo Social con Familias, para ver que el concepto de “ayuda mutua” ha sido
central en las interacciones que tienen lugar en la práctica (Gitterman, 1989; Lee, 2001), donde procesos
como la información compartida, el trabajo estructurado, el apoyo mutuo y la capacidad de acción con cierto
grado de estructuración se perfilan como factores potenciadores de la mutualidad.
Steinberg (2004:15) presenta una serie de ejemplos de situaciones grupales y familiares características de lo
que es la ayuda mutua:
• Cuando el grupo/familia se une como un todo, como una fuerza defensiva o de cambio, también aparece la
ayuda mutua.
• Cuando los miembros de un grupo/familia establecen un diálogo sobre asuntos considerados tabú fuera de
ese ámbito, ofrecen un espacio seguro donde los miembros son libres de observar las diferencias y exploran
nuevas formas de ser, pensar o actuar.
Según Schwartz, (1994), el trabajador/a social es el mediador en las situaciones que se acaban de exponer,
manejando la tensión que se crea entre las personas y los sistemas sociales en los que se encuentran
inmersos. Estimula al individuo para hacer uso de su entorno social, y a su vez trabaja el entorno para que sea
capaz de integrar y dar cabida al individuo. Desde los principios del empowerment se repite de forma
reiterada que esta capacidad de integración se sustenta en las relaciones sociales de distintos tipos y a
diversos niveles. Estas relaciones deben ser de mutualidad y deben tender a la simetría. En ellas las familias
aprenden a dar y a recibir, creando un sistema de ayuda mutua que interacciona de manera favorable y
saludable, tanto en las dinámicas internas familiares, como con su entorno social.
En consonancia con lo expuesto a lo largo de las explicaciones de los distintos principios para la práctica del
empowerment y con las propias palabras de Rappaport, se vuelve a señalar que las políticas sociales y
económicas premian o castigan de forma selectiva a diversos colectivos o grupos sociales, y por ende a las
familias que los integran. En respuesta a esta situación, la práctica con las familias a nivel microsocial no
debe separarse nunca de la preocupación por las políticas sociales y económicas ni de los esfuerzos generales
aunados para crear cambios en estas áreas (Appleton, 2003).
En la práctica del Trabajo Social con Familias, tanto desde la perspectiva ecológica como sistémica, del
fortalecimiento o desde el modelo de vida, se ha terminado reconociendo que en las experiencias vitales de
los miembros de las familias y de su entorno nunca están separadas. En un intento de estudiar la relación que
les une, el Trabajo Social ha recorrido un amplio camino, ideando diversas versiones de la relación que el
individuo establece con el entorno o ambiente. Fundamentalmente se han considerado tres tipos de
relaciones:
• La Persona Y el Ambiente.
• La Persona EN el Ambiente.
Desde la perspectiva que considera la relación entre “la persona y el ambiente” se sitúa tradicionalmente el
foco del problema de forma alternativa en la persona o en el ambiente.
En otras ocasiones, la relación se define como la “persona en el ambiente”. La crítica principal formulada a
esta relación procede de los postulados de la Teoría de Sistemas. Desde ella se critican las connotaciones
pasivas de la “persona en su ambiente”. Esta concepción de la persona en el ambiente se ha rechazado a lo
largo del tiempo cada vez con más fuerza, conforme se profundiza en conceptos tales como “el fluir dinámico”
y “la transición y el cambio continuos”, que son cualidades que deben estar siempre presentes en el Trabajo
Social con Familias (Smith, 2010). Es precisamente desde un concepto teórico como el empowerment, cuyo
papel fundamental es orientar para la acción, desde donde surge la oposición principal a la idea de la
“persona en el ambiente”.
Desde el empowerment se propone una nueva aproximación que contemple a la “persona con el ambiente”.
Este tipo de relación lleva implícita una mutualidad inherente, que lleva a hablar de “poder con”, con los
individuos, con las familias, con el aprendizaje conjunto, con la comunidad..., donde el trabajo se dirige
siempre a la conexión con los otros.
Conforme se avanza en la comprensión de cómo los miembros de la unidad familiar usan su poder los unos
con los otros, como vehículo para alcanzar su bienestar, emerge la consideración de que es necesaria la
simetría. Es decir, en las relaciones familiares, el poder sólo se alcanza desde las relaciones de la persona con
su ambiente diverso.
Esta idea se fortalece aún más considerando el acontecimiento opuesto, esto es, la idea de aislar al individuo
de los otros. Esta situación se ha reflejado en la literatura como una de las formas más eficaces de desproveer
a las personas de su poder (Bula Wise, 2005; Lee, 2001). Incluso en las situaciones más extremas, donde las
familias se encuentran aisladas de su ambiente social, la intervención más adecuada siempre supondrá
trabajar para restablecer las interacciones y las conexiones junto a su mutualidad y reciprocidad.
La frase “comienza donde esté el cliente” es la directriz para descubrir fortalezas, potenciales y recursos,
proporciona el apoyo para desarrollar las capacidades y competencias y facilita la formulación de soluciones
constructivas que ya están en el cliente (Miley y cols, 2007:131). El uso de roles cooperativos posibilita una
asociación igualitaria en el reto de ayudar a los clientes que se sienten indefensos, coaccionados u oprimidos,
para tener acceso a las soluciones mencionadas.
La colaboración entre las personas, las organizaciones e incluso las disciplinas es un aspecto muy importante
para el Trabajo Social. La colaboración se contempla como “el proceso en el que todas las partes involucradas
comparten activamente, a la vez que examinan las necesidades y características de las familias, alcanzando
una decisión... trabajando juntos para implementarla, asumiendo la responsabilidad de forma conjunta ante
lo que ocurra y evaluando los resultados” (Maluccio, 1986:207).
La colaboración con frecuencia se ve amenazada y afectada por una serie de peligros comunes en el Trabajo
Social con las familias, porque las familias a menudo se sienten confusas, desbordadas o sumergidas en la
duda. Se preguntan cómo serán capaces de relacionarse con tantos servicios y personas distintas, cuando en
muchas ocasiones apenas son capaces de seguir un plan ordinario de relativa rutina en sus vidas, o cuando
apenas logran relacionarse con relativa efectividad con el resto de miembros de la familia, o con otras
personas cercanas. Incluso se preguntan cómo serán capaces de integrar o hacer efectivas las múltiples
directrices que van a recibir.
Otro peligro común surge de la falta de colaboración a nivel comunitario, lo que podría ocasionar que los
servicios asistenciales se aplicasen de forma duplicada, que se malgastasen o que no se coordinasen. Por
último, cuando varios agentes sociales trabajan de forma directa con los miembros de la familia, pueden
trabajar a) con propósitos mutuamente excluyentes, cruzados, o anulando las contribuciones y decisiones de
unos y otros; b) con expectativas que por falta de planeamiento pueden discrepar, ser poco realistas o en
última instancia, traducirse en acciones que no consiguen facilitar el servicio que la familia necesita en ese
momento.
Desde la perspectiva del empowerment los retos y peligros potenciales mencionados pueden traducirse en
oportunidades de usar los recursos humanos y comunitarios. Pero no de forma poco realista, como si la
perspectiva del empowerment fuese a resolver los problemas del sistema. Carece de sentido práctico pensar
que, porque se contemplen los problemas como oportunidades o retos, estos desaparecerán. Este punto de
vista que ofrece el empowerment, disminuye la atención sobre los peligros del proceso y focaliza la atención
en la oportunidad de usar los recursos comunitarios. Su traducción práctica supone el desarrollo del principio
de colaboración y de trabajo en equipo como marco guía del proceso. El trabajador/a social debe permanecer
firme en este sentido, y no emprender acciones hasta que un nivel aceptable de colaboración entre todas las
partes involucradas esté garantizado. Es decir, debe estructurar el proceso que sostendrá el trabajo. Así la
colaboración, en el Trabajo Social con Familias desde la perspectiva del empowerment es un principio
estructural fundamental que proporciona un marco guía del proceso. Maluccio (1986) propone una serie de
directrices para promover la colaboración:
1) Adoptar una aproximación de equipo. En el marco del Trabajo Social la aproximación de equipo hace
referencia a un grupo de personas con especialidades distintas que, siendo capaces de tomar decisiones de
forma individual, trabajan con un propósito común, propósito que comparten mediante la comunicación y la
colaboración. Son personas que hacen planes y llegan a acuerdos sobre las acciones a emprender. En estos
equipos son características especialmente relevantes la flexibilidad, la adaptabilidad y la apertura de mente.
Cuando se habla de la importancia del trabajo en equipo no se hace referencia únicamente a los profesionales
del Trabajo Social. Ya se ha mencionado el papel fundamental de la familia en la relación de colaboración. Así,
cualidades como el respeto mutuo, la confianza y la valoración de las contribuciones de cada uno de los
miembros familiares son fundamentales. El trabajo a desarrollar es arduo: no es fácil construir un sentido de
propósito común, mientras se trata de evitar obstáculos como la coordinación entre los distintos servicios, la
inflexibilidad, la burocracia y el cambio de políticas (Rossi y Shank, 2000). Sería un error pensar que es un
proceso fácil, pero no hay dudas acerca de que el camino para su logro se fundamenta en la colaboración.
2) Clarificar los objetivos y las tareas. Aclarar estos asuntos facilita extremadamente la colaboración. Una vez
definidos los objetivos, otros aspectos fundamentales del trabajo surgen con mayor fluidez: la definición de
roles, la asignación de tareas, las técnicas de evaluación continua y las normas de trabajo del equipo. El
hecho de clarificar los objetivos, además de contribuir a la colaboración entre las partes, tiene un valor
añadido, y es el de objetivar y normalizar el Trabajo Social. Hay que tener en cuenta que en la mayoría de las
ocasiones el trabajador se encuentra con una familia sumida en la duda, la confusión y la necesidad, donde la
información recogida es incompleta e inexacta. En este contexto, un peligro manifiesto es la inclusión de
sesgos y percepciones subjetivas por parte del trabajador/a social que, acuciado por la escasez de tiempo y en
conjunción con las variables anteriormente descritas, puede realizar sus propias interpretaciones sobre las
necesidades y sobre las acciones que habrá que emprender para satisfacerlas. Es por ello por lo que el
proceso de compartir evidencias e información y de tomar decisiones conjuntamente ayudan a clarificar los
objetivos, a la vez que se aparta al trabajador de los peligros mencionados.
3) El uso de un contrato. En general, los contratos o los acuerdos alcanzados son herramientas dinámicas,
empleadas por los distintos servicios, que ayudan a contextualizar los esfuerzos de colaboración entre todos
los miembros del equipo, o de los proveedores del servicio. Sin este marco contextualizador, los problemas
que surjan durante el trabajo van a dificultar, y en algunos casos impedir, el logro de los objetivos. Puede
afirmarse que “la colaboración funciona mejor cuando hay un sistema que asegura la asignación del
responsable del caso, la claridad de roles, la especificidad de los objetivos, las tareas, se especifican los
tiempos disponibles, se enfatiza el propósito fundamental, se concreta, se enmarca la toma de decisiones y se
prevén las revisiones periódicas de los progresos” (Maluccio, 1986:215).
4) Evaluar el proceso y los resultados. La evaluación continua facilita la acumulación de información sobre lo
que está ocurriendo en torno al caso, pero sobre todo ayuda a la construcción de oportunidades de
retroalimentación y de compromiso, de asumir responsabilidades, así como de realizar un examen crítico del
trabajo que se lleva a cabo. El fortalecimiento de la colaboración puede verse definitivamente impulsado en
este punto, puesto que la evaluación conjunta ayuda al fortalecimiento de las relaciones laborales entre el
trabajador/a social y la familia, y entre los diversos profesionales que están implicados en el caso. Además,
cuando el trabajador/a social responsable opina que la familia no logra los avances deseados, una evaluación
puede ayudar a observar ganancias importantes en áreas no contempladas inicialmente. Por último, es el
momento adecuado para plantear cuestiones específicas que necesitan ser resueltas, así como para indicar
futuras estrategias de intervención.
5) Tratar los conflictos. Quizás tendiendo a una excesiva simplificación, en realidad el propósito del Trabajo
Social con Familias es el de la resolución de los conflictos que oprimen y sitúan a las familias en condiciones
de precariedad de todo tipo.
Desde la perspectiva del empowerment se opta por focalizar la atención en las fortalezas o puntos fuertes de
la familia como forma de aprendizaje y de evolución, y de traer a lo manifiesto el poder y la capacidad de vivir
en el bienestar que tienen por sí mismas las familias. El éxito del trabajo consigue disminuir o incluso
eliminar, los conflictos familiares que oprimen a las familias.
Por último, hay que mencionar que, en el proceso del trabajo, surgirán los desacuerdos de forma típica en
áreas como la formulación de objetivos y tareas, la asignación de responsabilidades y la elección de las
estrategias de afrontamiento. Por ejemplo, en el caso mencionado anteriormente (un padre, una madre y
cuatro hijos), si tras una evaluación multidisciplinar de la familia, el médico psiquiatra recomienda el
internamiento temporal de la madre en un hospital psiquiátrico. El trabajador/a social, por su parte,
recomienda que se quede en casa con un apoyo externo para no complicar la situación de los hijos, y el padre
aboga también por que se quede en casa, alegando que estarán bien porque tienen garantizado el acceso a
los recursos comunitarios. De todos estos alegatos surge un conflicto acerca de cuáles serán las decisiones
que se tomen en el Trabajo Social con la familia. En este sentido es una consecuencia del mismo proceso de
colaboración resolver y simplificar este tipo de sucesos. La resolución se sustenta en las directrices que se
acaban de exponer para promover la colaboración: una aproximación de equipo, la clarificación de objetivos y
roles, el uso de contratos y la evaluación de los progresos y resultados.
El concepto de “justicia social” surgió en plena revolución industrial, con un lenguaje político y paralelo al
desarrollo de la doctrina socialista. Surgió como una expresión de protesta contra la percepción de
explotación laboral y se dirigió a implementar medidas para mejorar las condiciones humanas.
La aplicación de la justicia social requiere un marco geográfico, sociológico, político y cultural para poder
determinar qué relaciones entre los individuos o grupos, pueden caracterizarse como justas o injustas. Hay
una dimensión universal de justicia social con la humanidad. En base a este principio, las personas oprimidas,
explotadas, las mujeres maltratadas, las personas que trabajan en condiciones precarias, son, sobre todo,
victimas, y desde la justicia social no importa a qué familia, grupo o comunidad pertenecen, sino el hecho de
que están siendo oprimidos.
En la necesidad de aplicar la idea de la justicia social al trabajo con familias, la directriz de aplicación es la
cooperación. La cooperación social, es un medio para que las personas den satisfacción a su derecho y
también a su necesidad de desarrollar una vida saludable y de bienestar. La cooperación conlleva una serie de
beneficios, pero también una serie de cargas. El principio de justicia imparcial o de imparcialidad de Rawls
(en Wolff, 1977) encarna la idea de que la cooperación debería ser justa (socialmente) para todos los
ciudadanos, a la vez que libre e igual. Esta idea surge de la constatación de la realidad donde se observa que,
por razones de nacimiento, las personas se sitúan en lugares más o menos privilegiados como familias ricas, o
de clase dominante u hogares sin recursos o pertenecientes a grupos discriminados y minoritarios,
manteniendo que esta distribución aleatoria, no debería condicionar sus vidas.
Pero además de la cooperación social, la construcción de la justicia social viene dada por el impulso de una
serie de valores que pueden promocionarse desde el ámbito político. La justicia social se basa en los valores
de justicia, igualdad, respeto por la diversidad, acceso a la protección social y la aplicación de los derechos
humanos, en todos los ámbitos de la vida. La falta de justicia social en cualquiera de estos ámbitos es un
elemento opresor para las personas. Se avanza en materia de justicia social cuando se eliminan los obstáculos
que afrontan las familias y sus miembros por razones de género, edad, raza, etnia, religión, cultura o
discapacidad.
Tabla 19
VALORES PARA LA
POLÍTICAS
JUSTICIA SOCIAL
EMPOWERMENT Desarrollar políticas tras consultar con los representantes comunitarios
Auto-determinación Promover políticas educativas que enseñen la importancia de los deberes
Colaboración y cívicos y las habilidades necesarias para ejercer una participación significativa
participación democrática en el proceso democrático.
PREVENCIÓN
Facilitar el acceso a la asistencia sanitaria de forma universal
Salud
Establecer políticas para enseñar habilidades relacionales, para el empleo, para
FORTALECIMIENTO el cuidado de los hijos y para el recreo y ocio
Crecimiento personal Promover políticas laborales y sociales de inclusión que no discriminen por
Respeto por la diversidad razones de estado civil, género, capacidades, orientación sexual, clase, cultura
o cualquier otra fuente de poder social.
CAMBIO COMUNITARIO Implementar políticas de igualdad y leyes y asegurar que los impuestos sirvan
Justicia Social Apoyo para para facilitar los recursos adecuados que las familias pobres necesitan.
fortalecer las estructuras Promover políticas que fortalezcan servicios básicos comunitarios de calidad
comunitarias como la educación la salud, y empleos fijos.
La práctica del Trabajo Social va reflejando las perspectivas dominantes y las ideologías de cada tiempo
concreto (Franklin, 1990). En determinados periodos, la disciplina se ha centrado en la cooperación social y
en los factores ambientales, en otros se ha centrado en el individuo. Desde la perspectiva del empowerment
se reconoce una vez más que ambos niveles están unidos en la práctica de esta perspectiva. Promueve a las
familias como actores con conocimiento, fortalezas y con voz en el proceso de ayuda. Este proceso supone
implicar tanto al trabajador como a la familia en la lucha por la justicia social.
Planear el cambio social a nivel político o comunitario a favor de la justicia social, en contra de lo que pueda
parecer no es muy distinto de planearlo a nivel del individuo o la familia. Las intervenciones a cualquier nivel
están siempre impregnadas de los principios democráticos. El trabajador/a social evita, tanto en su trabajo
con las familias, como con la comunidad, el imponer valores, creencias o formas de actuación de manera
arbitraria. Al igual que ocurre con los miembros de la familia cuando muestran resistencias al cambio, la
comunidad se resiste igualmente, porque comparte su funcionalidad de sistemas sociales (Zastrow, 2010).
En nuestras sociedades complejas es difícil a menudo para la mayoría dominante conocer lo que ocurre en
realidad con los grupos existentes en situación de riesgo y de exclusión. Sobre todo, conocer cuál es la
verdadera naturaleza del asunto que les mantiene en esta situación discriminatoria. El rol del trabajador/a
social es privilegiado para conocer los motivos y promover la acción de la justicia social, interviniendo como
mediador entre las personas en situación de exclusión y el resto de la comunidad. Shulman (2009:614) ofrece
una serie de acciones como enviar cartas a los medios de comunicación, promover encuentros con
representantes de la Administración de forma particular, o como representantes de la organización en la que
desarrollan su desempeño laboral, y realizar todo tipo de esfuerzos dirigidos al cambio legislativo, entre
otros.
Resumen
En este capítulo cuarto, puede leerse la formulación de los principios básicos que guían la práctica del
empowerment en el Trabajo Social con Familias, en función de las propuestas teóricas más relevantes, y los
resultados obtenidos en diversas intervenciones profesionales que se han realizado desde esta perspectiva.
Son principios que el trabajador/a social debe interiorizar tras su puesta en práctica de forma repetida, para
poder ser más efectivo en su intervención profesional. Son los siguientes: 1) partir de las fortalezas y
capacidades presentes en el punto de partida; 2) la interculturalidad; 3) el reconocimiento de las necesidades
en los tres niveles del empowerment (personal, interpersonal y comunitario); 4) favorecer la conexión entre
poder, recursos y capacidades; 5) la reciprocidad y mutualidad; 6) el poder compartido, 7) la cooperación y
apoyo mutuo, 8) la justicia social.
Lecturas recomendadas
Sue, D W. (2006). Multicultural Social Work practice. New Jersey: John Wiley & Sons, Inc.
Wolf, N. (1993). Fire with Fire: The New Female Power and How It Will Change the 21st Century. New York:
Random House.
2. Explique qué significa que las fortalezas y las capacidades son el punto de partida.
4. ¿Qué es la justicia social? ¿Cómo la aplicaría usted al ámbito de las relaciones intrafamiliares?
13. “El barrio de Ca n’Anglada, en Terrassa, quiere superar el miedo que ha provocado el último brote racista, desatado el pasado 3 de
mayo, cuando un grupo de jóvenes de estética skind head (cabezas rapadas) apuñalaron a un ciudadano magrebí y lanzaron un cóctel
molotov al interior de un bar. La policía ha intensificado la vigilancia en el barrio y trabaja con la hipótesis de que no hay grupos racistas
organizados. La organización “SOS Racisme” por su parte, denunció que los grupos xenófobos actúan en un “clima de impunidad”. Pese a
la preocupación por lo sucedido, nadie cree en el barrio que lo que ha pasado ahora tenga parangón con los sucesos racistas de hace
cuatro años, cuando se llegó a atacar comercios de inmigrantes y se produjeron peleas callejeras...”.
http://www.elpais.com/articulo/cataluna/partidos/condenan/sucesos/Ca/n/Anglada/lucha/normalidad/elpepiautcat/20030516elpcat_11/Tes/.
14. El etnocentrismo es la tendencia emocional que hace de la cultural propia el criterio exclusivo para interpretar los comportamientos
de otros grupos, razas o sociedades.
No copyright found.
25 OCT 2023
Trabajo Social con Familias desde el empowerment. 1ª ed., octubre 2022
CAPÍTULO V LA FASE INICIAL DEL TRABAJO: EVALUACIÓN FAMILIAR DESDE EL EMPOWERMENT
CAPÍTULO V
Guión/Esquema
5.2.1.1.1. La empatía
5.2.1.1.2. La autenticidad
5.2.1.2. Reflexión y entrenamiento previo en un leguaje que fortalezca y evidencie el poder que albergan los miembros de la familia
5.2.2.1.1. Compromiso
5.2.2.1.3. Se revisan los intentos de la familia por solucionar sus problemas y se exploran cuáles son los cambios que quiere la familia
5.2.2.1.4. Se identifican en mutualidad los recursos familiares, las fortalezas, las necesidades/problemas, los factores de opresión
5.2.3.1. Se profundiza en el conocimiento de los procesos y relaciones entre los miembros de la familia con otros sistemas
Conocer y profundizar en la fase inicial del Trabajo Social con las Familias.
– Ser capaz de delimitar los distintos estadios dentro de la fase de evaluación: fase preliminar, el comienzo, fase intermedia de la evaluación, y el
establecimiento del compromiso.
Conceptos clave
Trabajo Social con Familias, Empowerment, Evaluación, fase preliminar, fase intermedia, contrato.
Tras haber analizado los principales modelos teóricos utilizados por los trabajadores sociales con familias, y haber expuesto con profusión y rigor
la perspectiva del empowerment, en este capítulo y los siguientes, se aborda la exposición de una metodología de intervención desde la
perspectiva del empowerment. Con este propósito, en los capítulos precedentes, fundamentalmente en los capítulos III y IV, se ha llevado a cabo
una investigación bibliográfica exhaustiva y muy enriquecedora para el ámbito de la investigación en materia de Trabajo Social en nuestro país,
repasando los modelos teóricos dominantes y antecedentes del empowerment en el desarrollo del Trabajo Social. Todavía hoy en día, nuestra
perspectiva se nutre de ellos y de sus avances para su desarrollo y expansión.
Tras la comparación de estos modelos, se llega a la conclusión de que existen una gran diversidad de conceptos y métodos de trabajo con las
personas que resultan comunes a diversos modelos y aplicables a cualquier tamaño del sistema.
Cuando en este estudio se cuestiona precisamente qué métodos, estrategias y habilidades elegir para la práctica, se establece un paralelismo con
la orientación de perspectivas como la del fortalecimiento, la ecológica o la sistémica. En el sentido de que se asume que la decisión acerca de
qué servicios prestar, debería basarse en las necesidades y en las preferencias de los ciudadanos por encima de los métodos especializados de
trabajo diseñados por la profesión. En este sentido, se ofrece quizás en este trabajo, una tercera opción a una disyuntiva ideológica clásica
expuesta por Lee (1989) y que ha acompañado históricamente al Trabajo Social. Por un lado, aquellos que proponen la necesidad de trabajar
sobre la “causa” es decir, aquellos que señalan la necesidad de provocar el cambio social como forma de lograr una sociedad más justa. Y, por otro
lado, aquellos que proponen trabajar sobre la “función” del trabajo, es decir, prima el diseño y uso de las técnicas que favorezcan el cambio
individual.
Este trabajo pretende conjugar ambas posturas porque la perspectiva del empowerment no las considera opuestas, sino complementarias y
necesarias para el logro de un fin satisfactorio. Como se explica en el capítulo III, el empowerment reconoce un nivel comunitario dirigido a
facilitar el acceso de las familias a las estructuras sociales y al cambio social. Pero también reconoce un nivel individual e interpersonal donde la
aplicación de técnicas y la elaboración de planes personales de afrontamiento y actuación son las herramientas en uso para lograr el desarrollo y
la plenitud de las personas. Es decir, desde el empowerment, se pretende y se trabaja en el cambio social a la vez que se usan técnicas y
habilidades que favorecen el cambio individual. Pero además se establece una tercera variable que ocupa el primer lugar en importancia. Y es
que el criterio de selección para decidir sobre qué asuntos trabajar, no viene determinado ni por la “causa” ni por la “función” sino por las
necesidades o los deseos profundos de las familias.
En las últimas décadas la elaboración de aproximaciones prácticas refleja un aumento considerable de las publicaciones en Trabajo Social que
utilizan componentes altamente diferenciados de teorías previamente seleccionadas. En vez de intentar describir un sistema de forma completa
para luego formular su desarrollo práctico, se seleccionan los aspectos relevantes y pertinentes de distintas teorías (por ejemplo, en Hepworth y
cols., 2010; Hook, 2008; Lehmann y Simmons, 2009). “Esta estrategia refleja una apreciación creciente entre los investigadores del Trabajo
Social de que el progreso en el uso preciso de conceptos teóricos se está abriendo paso poco a poco” (Turner, 1996:9). En línea con esta tendencia
creciente en materia de investigación, el modelo de evaluación, intervención y valoración final que se propone a continuación, está sustentado en
el marco teórico ampliamente desarrollado con anterioridad en los capítulos II; III y IV. Para el desarrollo de la aproximación práctica con familias
desde el empowerment propuesta en este estudio, la descripción de estas teorías se pondrá en conjunción con los principios y niveles de
aplicación que propone la perspectiva del empowerment. Porque si bien, los principios, fases y niveles de aplicación se encuentran detallados en
la literatura, no lo está tanto su forma de llevarlos a la práctica con familias (con algunas excepciones como Bula Wise, 2005; Lee, 2001; o
Gutiérrez y Lewis, 1999). Es intención por tanto del presente estudio avanzar en estas propuestas prácticas, haciendo explícitas y describiendo
las técnicas y habilidades necesarias en un ámbito de aplicación particular como son las familias, con procesos, dinámicas, fortalezas y
problemáticas específicas de cada una.
Los trabajadores sociales deben adoptar opciones con fundamento, desde el mismo momento en el que el proceso de intervención comienza.
Algunas de estas opciones girarán en torno a áreas de gran importancia en el proceso, como (Gitterman y Germain, 2008): decidir, dónde y
cuándo abordar la situación familiar; qué tipo de intervención se adoptará y cuál será su duración; cuándo trabajar sobre hechos concretos o
cuándo hacerlo sobre los sentimientos que surgen; cuándo trabajar sobre el material verbal y cuándo hacerlo sobre el no verbal.
El trabajo social con familias desde el empowerment suele estructurarse en torno a tres fases (Bula Wise, 2005; Lee, 2001; Miley, O’Melia y
Dubois, 2007). Una primera fase que consiste en la exploración, evaluación, planeamiento y compromiso. Una fase intermedia, que consiste en el
desarrollo del trabajo dirigido al cambio y el logro de objetivos. Y una última fase donde se finaliza el trabajo y se valora el proceso. Cada una de
las fases tiene objetivos distintos y el proceso de ayuda tiene lugar a través de cada una de ellas. La división en fases es algo artificial dirigido a
ayudar al trabajador/a social a contextualizar el trabajo que está desarrollando y a identificar los avances o retrocesos que tienen lugar durante el
mismo. Esta división ayuda igualmente al trabajador a tener un conocimiento más o menos preciso acerca de los procesos y tareas que tienen
lugar en cada una. Por ello, las actividades y habilidades que se proponen para cada una de las fases no suponen un mandato estricto. Ya que, sólo
el desarrollo mismo del trabajo dará lugar a las transacciones únicas que se van a desarrollar entre el trabajador y la familia.
En contra de una división estricta del trabajo se sitúan argumentos tales como, por ejemplo, el hecho común de encontrar a distintos miembros
de una familia en distintas fases del trabajo. Es frecuente, cuando se aborda la fase intermedia o de intervención de trabajo, que algunos
miembros muestren respuestas postraumáticas, como recuerdos o flashbacks desagradables que llevarán al trabajador a replantearse tareas
específicas de la primera fase tras explicar a la familia esta necesidad (Bula Wise, 2005). Por ello, las actividades y habilidades que se proponen
para emplear en cada fase difieren más en términos de su frecuencia e intensidad de uso, que en el tipo de fase del trabajo familiar en el que se
apliquen. Por ejemplo, se ha mencionado anteriormente, que los procesos de exploración y evaluación, suelen ser centrales durante la Fase I,
pero estos procesos también continúan, aunque no de forma tan prominente durante las siguientes fases del proceso de ayuda.
Del mismo modo se han señalado tres niveles de intervención: individual, interpersonal y comunitario o político (apartado 3.3.3). Los tres se
unifican bajo la idea central de que se les debe dirigir la atención de forma simultánea como forma de lograr el objetivo último del Trabajo Social
con Familias: ayudar a los individuos, las familias, los grupos y las comunidades a cambiar sus situaciones y a prevenir nuevas situaciones
desfavorables. Sería insuficiente centrarse sólo en el desarrollo por ejemplo del poder personal, o centrarse únicamente en promover habilidades
para trabajar en el cambio social. Combinar la práctica en los tres niveles es forma indiscutible de actuar desde la perspectiva del empowerment.
La evaluación es a veces un proceso y otras veces un producto (Greene, 2005). Como proceso abarca desde el momento de la entrevista inicial
hasta la terminación del caso. La duración de tiempo en el que una familia recibe asistencia puede ser de semanas, meses o incluso años. Durante
este periodo, los profesionales que trabajan en el caso reciben información de forma ininterrumpida y en consecuencia suelen crearse ocasiones
para nuevos análisis de la misma a lo largo del tiempo. En los primeros contactos con los clientes, el centro de atención se dirige a recoger
información para evaluar las necesidades y los recursos del cliente. Una vez que esta información queda registrada, se traslada la atención hacia
la resolución de los mismos, se sugieren y se analizan estrategias, se seleccionan una o más de ellas y se implementan. Pero incluso en estas fases
avanzadas del trabajo, es posible que emerja nueva información relacionada con las dificultades y los recursos del usuario y se hace necesaria,
por tanto, una revisión de la evaluación. De hecho, como el contacto entre el cliente y el profesional es continuado a lo largo de todo el proceso, el
cliente puede descubrir nuevos asuntos que necesitan ser evaluados y resueltos. Es común que, en los primeros encuentros, las familias retengan
información por miedo a ser “culpados”. Por ejemplo, un padre que maltrata un hijo puede negarlo en los primeros momentos, pero conforme
pasa el tiempo si se establece una relación de confianza con el trabajador, el padre puede revelar, que en ocasiones pierde el control y pega a su
hijo. En este caso como ha surgido información nueva relevante, es necesario hacer una revisión de la evaluación inicial.
En cuanto a la evaluación como producto, supone hacer referencia en un momento particular acerca de la naturaleza de los recursos y las
dificultades. La consideración de la evaluación como producto tiene una fuerza considerable en el modelo tradicional de diagnóstico-
problema/patología. Por ejemplo, diagnosticando la salud mental de una madre en un centro de salud. El diagnóstico se centraría en primer lugar
en discernir si la mujer está sana o enferma, en caso de que estuviera enferma se le colocaría una “etiqueta”, por ejemplo, de psicótica o
esquizofrénica y se le recomendaría un tratamiento. Con el paso del tiempo, el diagnóstico puede cambiar y también pueden hacerlo los factores
ambientales, por lo que surgirá de nuevo la necesidad de un nuevo diagnóstico.
Desde la perspectiva del empowerment la evaluación se contempla como un proceso, un proceso crítico en la práctica del Trabajo Social. La
selección de los objetivos y las intervenciones depende en gran medida del objeto de evaluación. Una evaluación imprecisa o incompleta puede
conducir casi con toda seguridad a la selección de objetivos de intervención inapropiados, dejando muy mermada la probabilidad de éxito del
trabajo. Para resultar válida y tener utilidad, la evaluación y las decisiones que se tomen en consecuencia deben enraizarse en un razonamiento
lógico y en inferencias fundamentadas en la evidencia disponible (Meyer, 1993). Esta capacidad de razonar y realizar inferencias no debe estar
ausente de la participación familiar. Es decir, el trabajador/a social y la familia colaborarán en igualdad de condiciones en el desarrollo de la
evaluación, decidiendo en mutualidad en qué momento plantear los objetivos y los pasos que conducirán a los mismos. No es tarea del
trabajador/a social emitir juicios de valor ni garantizar un resultado a los miembros de la familia. Sino que el foco de la evaluación se dirige a
introducirles a su propio potencial como individuos y al potencial de su relación ayudándoles a experimentarlos hasta el punto del cambio
(Constable y Lee, 2004:63).
A grandes rasgos para delimitar el proceso de evaluación Hepworth y Larsen (1986) la definen como: el proceso de recogida, organización,
análisis y síntesis de los datos más relevantes relacionados con las siguientes dimensiones vitales: 1) la naturaleza de las necesidades del cliente,
en cuya evaluación se incluye de manera muy fundamental la atención especial que se presta a los roles que los clientes y las personas más
significativas para ellos desempeñan en las dificultades que atraviesan; 2) el funcionamiento: fortalezas, problemas, limitaciones, rasgos de
personalidad y carencias de los clientes y las personas más significativas para ellos; 3) motivación de los clientes para trabajar en sus carencias y
necesidades; 4) factores importantes del ambiente que contribuyen a la carencia y 5) los recursos disponibles y necesarios para aliviar las
dificultades del cliente.
En concordancia con Hepworth y Larsen (1986) la perspectiva del empowerment, enfatiza la idea del modelo ecológico (Ungar, 2002; Gitterman y
Germain, 2008; Greene, 2008), de que debe prestarse atención en igual medida a la familia y al ambiente a lo largo de la evaluación.
Siguiendo con esta visión ecológica y añadiendo conceptos sistémicos, del fortalecimiento y del resto de modelos antecedente de la perspectiva
del empowerment. En la evaluación, Lee (2001), plantea una visión multifocal en el análisis de seis niveles de la vida familiar:
Tabla 20
- El ambiente físico y social en el que viven las familias, incluidas las manifestaciones de opresión en el
CONTEXTO AMBIENTAL
ambiente.
Fuente: Lee (2001:209), The Empowerment Approach to Social Work Practice. New York: Columbia University Press.
En concordancia con Lee (2001) estas son las áreas fundamentales a las que se va a dirigir la atención a lo largo del proceso de evaluación de la
presente propuesta para la práctica con familias. No sólo en esta fase de evaluación sino también en la de intervención y terminación, se
emplearán conceptos y desarrollos prácticos tomados de los modelos teóricos que fundamentan la aproximación del empowerment18, así como
aquellos que son específicos del desarrollo del empowerment19. Todo ello, para ofrecer una aproximación práctica integral al Trabajo Social con
Familias desde la perspectiva del empowerment.
En el momento en que un trabajador/a social acepta trabajar con una familia, los principios y procesos que conforman la aproximación del
empowerment comienzan a actuar. Antes de que el trabajador entre en contacto directo con la familia una serie de procesos y tareas deben
desarrollarse: 1) Preparación de un canal de comunicación en sintonía con la práctica del empowerment, sustentado por dos características
fundamentales: la empatía y la autenticidad. 2) Reflexión y preparación previa en un leguaje que fortalezca y mueva el poder que albergan los
miembros de la familia. 3) Auto-análisis del trabajador bajo los principios del empowerment. 4) La recogida de información previa que exista
acerca de la familia.
Es innegable el hecho de la complejidad de la comunicación humana. No hay más que prestar atención, por ejemplo, a la forma más simple de
comunicación entre dos personas. Comienza con una persona que quiere transmitir un mensaje. Este mensaje debe codificarse en primer lugar o
lo que es lo mismo, trasladarse a símbolos. Una vez codificado se transmite a la persona receptora en la forma del símbolo adoptado, es decir,
palabras habladas o escritas, llegando igualmente al receptor a través de medios no-verbales (por ejemplo, expresiones faciales o posturas
corporales). La persona receptora lo recibe oyéndolo, leyéndolo, viéndolo, o sintiéndolo. Y tras recibirlo, lo decodifica traduciendo los símbolos
que recibe en las ideas que representan.
Todo este proceso, de manifiesta complejidad, se vuelve significativamente más difícil en las relaciones de ayuda entre el trabajador y la familia
como se detallará a continuación. Porque en el proceso de ayuda, habrá factores que ayuden a la comunicación y factores que la obstaculicen.
Desde la perspectiva del empowerment, siguiendo los principios para su aplicación, un punto de partida recomendable para establecer la
comunicación es la idea de poder compartido20 o “poder con”. Este es sin duda un requisito indispensable para establecer una relación empática
y de autenticidad que dé lugar al respeto y la confianza, y mediante estas características se hará posible la creación de un ambiente seguro y de
colaboración desde el que acometer el trabajo. Este ambiente debe empezar a fraguarse mucho antes de que el trabajador tenga el primer
contacto con la familia con la que va a trabajar.
5.2.1.1.1. La empatía
Cuando se hace referencia a la empatía, se hace referencia a la habilidad del trabajador/a social de ser sensible y percibir fielmente los
sentimientos internos del cliente. Junto con la capacidad de comunicar la comprensión de estos sentimientos en un lenguaje que esté en sintonía
con la experiencia vital del cliente en ese momento. Por tanto, hay dos dimensiones en este proceso, por un lado, el reconocimiento y por otro lado
la demostración por parte del trabajador de que es capaz de entender, es decir de dar retroalimentación.
La comunicación empática es fundamental para nutrir y sustentar la relación entre el trabajador y el cliente, y sobre todo es el vehículo por el que
el trabajador/a social se hace emocionalmente significativo y por tanto es capaz de influenciar la vida de la familia. Sobre todo, en aquellos casos
en los que las familias son remitidas de forma involuntaria a la atención de algún servicio, conectar mediante la empatía mitiga la situación de
amenaza que vive la familia, facilita el surgimiento del interés y de una atmósfera que favorezca el cambio. En estudios sobre el poder de la
empatía con familias monoparentales disfuncionales se demostró que el uso de la misma producía una percepción positiva del trabajador,
creando la idea de que el trabajador está allí tanto para ayudar a los miembros de forma individual como a la unidad familiar al completo
(Shulman, 1991). Y es que el miedo, la culpa, los conflictos con la pareja o con los hijos y los sentimientos negativos que se derivan de las
adicciones, suelen tener una fuerza enorme en las situaciones de las familias que acuden a la prestación de ayuda. Estos sentimientos dan lugar
al desequilibrio y a la tensión, es decir, la emociones en si misma son una parte fundamental de las necesidades/problemas planteados, por ello,
se subraya la importancia de la habilidad de la comunicación empática en todo el proceso de trabajo.
EJEMPLO 5
Una trabajadora social, acude a visitar un hogar donde, la única figura parental es una madre joven que se ocupa de sus tres hijos (el mayor de
cuatro años). Cuando el trabajador comenzó a hablar con la madre, el hijo mayor empezó a golpear a su madre, hasta que la madre dijo”
Déjame en paz, estoy hablando”, sin embargo, el niño continuó golpeando a la madre, que finalmente agarró al niño de malas formas y le gritó
“Déjame en paz” apartándole de un manotazo. Como la función del trabajador es en parte el cuidado de los niños, pueden barajarse dos tipos de
respuestas. Una respuesta no-empática: “Sr. Rodríguez, ¿no cree usted que puede haber otras formas para contestar a su hijo? En este caso, la
madre casi con toda seguridad recibirá la crítica implícita y seguramente aumentará su nivel de tensión y su postura defensiva contra el
trabajador. O una respuesta empática: donde el trabajador opta por entrar en contacto con sus propios sentimientos y los de la madre, desde
ellos, asume que la madre es una persona con sus propios derechos, no sólo un instrumento dedicado al cuidado de los niños, y puede realizar
una intervención del tipo: “¿Es así todo el tiempo?, ¿no tienes tiempo para ti alguna vez, ni posibilidad de hablar con otras personas sin tener a
tus hijos molestándote todo el rato?”. Si estas observaciones se realizan desde una comprensión genuina de lo que debe suponer ser una madre
joven sola con tres niños pequeños, este tipo de observaciones muy probablemente van a fortalecer la relación del trabajo que se va a
emprender.
Es necesario, no obstante hacer una advertencia respecto a la empatía. Aunque esta cualidad requiere sin duda, ponerse en el lugar del otro, en
el sentido de que el trabajador/a social intenta percibir el mundo del cliente y sus experiencias desde su punto de vista y sus sensaciones, el
efecto que debe provocar en el trabajador es el de la comprensión más profunda y no el de la identificación. Si el trabajador se identifica con el
cliente con expresiones del tipo “Yo me sentiría de la misma forma si estuviera en tu lugar” o “Creo que tienes razón”. Lo que hace con frecuencia
es aprobar y apoyar los sentimientos de la otra persona y en última instancia, fomentar la inmovilidad o no crear necesidad en el cliente de
examinar o re-evaluar su conducta o circunstancias, algo que es necesario para el crecimiento y el cambio. Por ello, la auténtica empatía por
parte del trabajador consiste en comprender los sentimientos y las circunstancias de la otra persona sin identificarse con ella, lo que daría lugar a
expresiones del tipo “Siento lo mismo que estas sintiendo tú...” o “Parece que me estás diciendo...por favor, dime si estoy en lo cierto, si no es así
ayúdame a comprenderlo, porque quiero de verdad entender y compartir contigo la situación por la que estas pasando”.
5.2.1.1.2. La autenticidad
La necesidad de esta cualidad esta en relación directa con uno de los principios del empowerment que dice que el apoyo se presta en forma de
mutualidad y reciprocidad21. Para transmitir autenticidad, el trabajador/a social debe “abrirse” o “auto-descubrirse”. El auto-descubrimiento, se
refiere al hecho de compartir con los miembros de la familia, opiniones, ideas, sentimientos, reacciones hacia el cliente y experiencias personales
(Raines, 1996). Un trabajador/a social “auténtico” habla como las personas reales, expresando sus sentimientos y asumiendo la responsabilidad
de los mismos, en vez de negarlos o culpar al cliente de ser la causa de los mismos. La apertura es una forma de igualar la relación de poder22
entre el trabajador y la familia que se formula desde la perspectiva del empowerment. Decidir cuándo y cómo practicar esta apertura debe
guiarse por el beneficio del cliente y no por la necesidad propia de compartir del trabajador. Y sólo debe realizarse cuando su ejercicio aumente la
probabilidad de avanzar en los objetivos del trabajo.
Como se ha detallado en el párrafo anterior, la comunicación es sin duda, un proceso complejo susceptible de todo tipo de distorsiones,
malentendidos y fracasos en la transmisión de los mensajes. Pero, además, en la relación de ayuda que se establece entre el trabajador/a social y
la familia surgen elementos adicionales que pueden dificultar el proceso, son factores que obstaculizan la comunicación directa:
1. En primer lugar, están aquellos obstáculos relacionados con los sentimientos de ambivalencia que se asocian al hecho de aceptar ayuda (Jones,
2004). A nivel social el hecho de no ser independiente, de no ser capaz de manejar los asuntos propios de la vida, se ve de forma negativa. Este
hecho adjudica etiquetas a estas personas del tipo de “dependientes”, “incapaces” o “inmaduros” entre otras. Esto dificulta mucho la petición de
ayuda por parte de los clientes y sobre todo en los primeros encuentros provoca que la petición de ayuda no sea directa y clara. En estos primeros
encuentros las familias suelen expresar problemas y necesidades que en realidad no son los prioritarios.
2. Otro tipo de obstáculos son aquellos relacionados con la negativa de las familias a discutir asuntos considerados tabúes, o temas que les
afectan de forma muy íntima (Berman-Rossi, 1993). Las familias acceden al proceso de ayuda con la idea de hay temas de los que no se debe
hablar, los más frecuentes son: el sexo, la dependencia, el abuso de sustancias y el dinero entre otros.
3. Por último, el tercer tipo de obstáculos son los sentimientos que acompañan a sus preocupaciones. Con frecuencia sus problemas y
necesidades les asustan y les causan dolor. Para tomar conciencia del problema y moverse hacia posibles soluciones, los miembros de la familia
no tienen más remedio que experimentar esos sentimientos desagradables, por lo que en ocasiones optan por, narrar sus situaciones
separándolas de los sentimientos que les provocan. Este modo de actuar, que en realidad es una defensa (aunque no una defensa adaptativa) ante
el dolor que experimentan, dificulta que el trabajador pueda contribuir a que logren el apoyo específico que realmente necesitan.
5.2.1.2. Reflexión y entrenamiento previo en un leguaje que fortalezca y evidencie el poder que albergan los miembros de la familia
El lenguaje y las palabras son enormemente poderosos. Cualquier lenguaje empleado en la práctica va a ejercer un efecto profundo en la forma
en la que los clientes se ven a sí mismo y en la forma en la que actúan. Puede potenciar y elevar o desmoralizar y destruir. Si las palabras son el
medio que conducirá el trabajo con las familias. El trabajador/a social, está obligado a examinar su acervo de palabras “de ayuda” para ver qué
aspectos de su lenguaje, se ajustan más al trabajo con familias desde la perspectiva del empowerment. En este sentido, muchas de las
instituciones y organizaciones dedicadas a asuntos sociales, continúan hoy en día empleando un lenguaje que enfatiza la orientación hacia el
problema o patología (Saleebey, 2006). Esto se refleja en el lenguaje usado para formular los cuestionarios, las formas de registro y ordenación de
los informes e incluso su forma de derivarlos.
Desde el empowerment y desde la perspectiva del fortalecimiento fundamentalmente, se propugna un cambio (Rapp, 1998; Saleebey, 2006;
Weick, 199223). Este cambio se facilita en la medida en la que el trabajador/a social conoce y emplea una serie de términos para describir e
interaccionar con las familias. En este lenguaje de las fortalezas, se identifican las competencias y el crecimiento y se refleja la toma de
conciencia por parte de las familias acerca del poder que albergan.
Cuando de usa un lenguaje respetuoso y orientado al logro del trabajo, las palabras sirven para motivar, conducir y elevar el nivel de conciencia
de la familia. Poseer un lenguaje de ayuda, no es un hecho muy común, sobre todo en el caso de los trabajadores con poca experiencia. Algunos de
los términos a los que estamos haciendo referencia son:
Tabla 21
Expresiones relacionadas con las competencias y las fortalezas
convencido de que puede seguridad
sensación de dominio poderoso
potente valeroso
resuelto decidido
fuerte influyente
valiente admirable
con carácter inspirado
convincente confianza
contundente con control
satisfactorio comprometido
a cargo atrevido
bien equipado efectivo
sentido de logro convicción
sentirse en lo alto depende de sí mismo
seguro capaz
confianza en sí mismo firme
agudo, perspicaz importante
adecuado preparado
capaz habilidoso
cooperador igual a
Fuente: Hepworth, D., Rooney, R.H., Rooney, G., Strom-Gottfried, K., y Larsen, J. (2010:90). Direct Social Work Practice: Theory and Skills. Belmont:
Brooks/Cole.
La literatura sobre la ética en la profesión del Trabajo Social se ha centrado en primer lugar en el acto mismo de la toma de decisiones por encima
de la ética y los valores de las personas que toma esas decisiones. Este estudio hace una reivindicación a favor de trasladar el foco de atención
cuando se trata el asunto de la ética en el Trabajo Social. Desde la perspectiva del empowerment, se anima al auto-conocimiento por parte de los
profesionales, los trabajadores sociales deben considerar sus propios valores y ética en relación a las personas con la que trabajan, es decir, tanto
los clientes, como los compañeros profesionales, las instituciones y la sociedad. El trabajador/a social debe preguntarse cómo influye su cultura
de origen, religión y sus experiencias vitales, a la hora de prejuzgar o adoptar posiciones con las familias con las que trabaja.
Dado que, cualquier ser humano, tiene necesidades, valores, sentimientos y una percepción mediada o sesgada por los propios acontecimientos
que han tenido lugar en su trayectoria vital, y dado que los trabajadores sociales son seres humanos, puede deducirse fácilmente que también
ellos se ven afectados en la misma medida por estos factores. La disciplina del Trabajo Social debería aportar medios para ayudar a la evaluación
en este sentido y evitar la interferencia en el trabajo con las familias. En el logro de un aumento del nivel de conciencia, el trabajador/a social
demuestra honestidad y evita el uso poco ético de los clientes para satisfacer sus necesidades psicológicas personales. Todas las personas tienen
necesidades insatisfechas o peculiaridades que deben revisarse para no disminuir la efectividad del trabajo. Cuanto más experto sea el
trabajador, cuanto más haya trabajado acerca de su propia familia, de su trayectoria vital, mayor predisposición tendrá para escuchar de forma
empática, respetuosa y auténtica. Mayor será su capacidad para evitar sesgos o juicios de valor que puedan apartarle del verdadero objetivo del
trabajo, que es el logro del bienestar de la unidad familiar con la que trabaja. Si además es un trabajador del empowerment, Bula Wise (2005:185)
propone una serie de cuestiones que puede plantearse el trabajador para desempeñar su labor en condiciones óptimas. Son cuestiones que se
pueden responderse en un tiempo máximo de 10-15 minutos, que no deben ser profundamente meditadas, es mejor que el trabajador responda
espontáneamente al planteárselas. No obstante, no sólo son de utilidad para preparar el primer encuentro con la familia: el trabajador puede
volver sobre las mismas a lo largo de las distintas fases del trabajo cuando estime que es necesario. Estas cuestiones son:
1. ¿Qué fortalezas y recursos que poseo y que van a ser de ayuda con esta familia? ¿hay algún aspecto de la información previa que poseo sobre la
familia que parezca opresivo? En ese caso, ¿puedo hacer algo antes del primer encuentro con ellos? ¿Cuál es el mejor modo de usar esas
fortalezas y recursos que tengo en el trabajo?
2. Prestando atención a los aspectos culturales, ¿qué tengo en común con esta familia? ¿cuáles son nuestras diferencias? ¿hay barreras
potenciales en relación a estos aspectos? En caso de que las hubiera, ¿qué puedo hacer antes del primer encuentro?
3. ¿Cuáles son mis necesidades individuales, interpersonales y comunitarias que podría ejercer influencia en el trabajo con esta familia?
4. Para ser capaz de transmitirme empowerment a mí mismo a lo largo del proceso con la familia ¿Cuáles son los medios que utilizaré a lo largo
del trabajo para seguir fortaleciéndome a mí mismo? ¿Qué personas identifico como recursos propios a lo largo del trabajo? ¿Necesitaré alguna
ayuda extra para cuidarme de forma física, emocional o de cualquier otra forma?
5. ¿Con qué miembros de la familia tendría más posibilidad de asumir un “poder bajo” o un “poder sobre” y no un “poder con”? Si alguna de estas
dos posibilidades supone un peligro potencial para el trabajo, qué necesito hacer para eliminarlo antes de que tenga lugar el primero encuentro.
6. ¿Cuáles son los roles que puedo adoptar y que me ayudarán más con esta familia dada la información de la que dispongo en la actualidad?
Se ha mencionado la tendencia a registrar la información relativa a las familias conforme al modelo diagnóstico –problema/patología–. A estas
alturas se ha dejado claro que desde el empowerment la recogida de datos se centrará, sin embargo, en las fortalezas que existen en las familias.
Pero como el trabajador tiene que emplear los datos que existen con anterioridad, debe esforzarse por discernir en la información preexistente
tanto los factores opresivos como aquellos que sustentan el poder familiar. Y sobre todo debe abstenerse de dejarse influir por esos diagnósticos,
centrados en las patologías, disfunciones y deficiencias, para ser capaz de crear sus propias evaluaciones centradas en las fortalezas. También
debe tenerse en cuenta que las familias siguen procesos a lo largo del tiempo que modifican sus circunstancias y ambientes. Por lo que en
definitiva toda información es bienvenida con el objetivo de ayudar a la familia, pero debe contemplarse con precaución y bajo unas lentes
distintas, las lentes del empowerment. Por último, prepararse para la toma de contacto y entrevistar a una familia, requiere reflexionar sobre la
familia como sistema y acceder a todo el conocimiento previo que sea posible sobre los asuntos e interacciones familiares.
La fase preliminar del trabajo ha ayudado al trabajador/a social a contextualizarse de forma física, cognitiva y emocional. Tras los preliminares,
es el momento de comenzar con el trabajo, cara a cara con la familia, en un proceso de interacción, mutualidad y reciprocidad24. El proceso de
evaluación es un proceso de recogida de datos y aumento del conocimiento acerca del funcionamiento familiar. Ya en la primera o primeras
entrevistas se logra un registro claro de cuáles son las fortalezas, los recursos, los problemas y las necesidades, se determina a qué necesidades
hay que dar prioridad, y se decide acerca de las intervenciones que se van a poner en práctica. Una evaluación eficaz debería ser capaz de
mostrar el perfil de una familia con fortalezas, necesidades y objetivos únicos y como resultado daría lugar a una intervención “a medida” para
provocar el cambio. Los objetivos del trabajo de evaluación son varios: 1) determinar el nivel de funcionamiento familiar, 2) Evaluar las fortalezas,
necesidades de la familia, 3) Explorar el ambiente: factores individuales, interpersonales, culturales y comunitarios. 4) Analizar áreas para el
cambio. 5) Colaborar junto con la familia en la decisión acerca de qué intervenciones se van a poner en práctica. 6) Contraer un compromiso
El cambio se busca a nivel individual y familiar sobre los patrones de interrelación (límites25 y patrones de comunicación) y funcionamiento
familiar (roles y tareas) pero también ha de dirigirse a las interacciones que la familia tiene con el ambiente26 más próximo, es decir, parientes,
amigos, compañeros de trabajo, de ocio, así como con su entorno comunitario. El grado de cambio estará en relación directa con las necesidades
de la familia y los objetivos y habilidades del trabajador. La complejidad del cambio por supuesto también varía, puede ser tan simple como un
cambio a nivel conductual o tan compleja como un cambio del sistema familiar al completo.
Dos tipos de tareas pueden señalarse para esta fase inicial: lograr un compromiso y realizar una evaluación multidimensional. Es el momento de
lograr una relación de confianza y colaboración que culminará con la adopción de un compromiso. En la evaluación multidimensional se
identificarán patrones y asuntos presentes en la familia que están directamente relacionados con el motivo que llevó a la familia a la prestación
de ayuda, así como el grado de conexión de la familia con el ambiente que le rodea, dando lugar a un mapa claro de cuáles son las necesidades y
fortalezas de la familia.
Hay una extensa bibliografía sobre cómo realizar entrevistas a la familia en el ámbito del Trabajo Social de forma detallada (Hepworth y cols;
2010; Kirst-Ashman, Hull, Vogel, 2002; Lee, 2001; Sánchez Urios, 2006; Thomlison, 2007). En este apartado se ofrecen una serie de directrices
básicas que se han analizado desde su revisión y comparación. Aunque estas directrices pertenecen a diversos métodos de evaluación, cumplen
todas ellas el criterio de selección: su afinidad y cumplimiento de los principios de aplicación de la perspectiva del empowerment. Del análisis de
los diversos procedimientos, se extrae que, para el logro de una evaluación completa, todos los miembros de la familia deberían asistir a la
primera entrevista. Enfatizar este hecho, es una herramienta poderosa en los primeros pasos dirigida a la reestructuración, re-contextualización
y el logro del compromiso, ya que indica a la familia que todos ellos están implicados en el proceso (Nichols y Schwartz, 2005) y que la reunión
familiar al completo es el primer paso para lograr cambios. La entrevista en sí dejará en el anonimato algunos de los asuntos latentes e
importantes en la familia. Por tanto, una tarea fundamental a lo largo de la entrevista es la observación detallada de las interacciones familiares
de todos sus miembros, que revelarán patrones familiares positivos y también negativos junto con las fortalezas que aportan cada uno de los
miembros de la familia, así como la entidad familiar como unidad. Las desventajas de que algún miembro de la familia no asista, son obvias,
fundamentalmente se pierde la perspectiva de ese miembro, algo que es fundamental para la evaluación precisa27. Pueden identificarse
diferentes estadios en las entrevistas a las familias (Bula Wise, 2005; Hepworth y cols; 2010; Kirst-Ashman, Hull, Vogel, 2002; Lee, 2001; Sánchez
Urios, 2006; Thomlison, 2007): 1) compromiso, 2) explicitar las preocupaciones, 3) los intentos anteriores para realizar cambios e 4) identificar
recursos, fortalezas, necesidades/problemas, factores de opresión. Sobre esa información el trabajador logrará la evaluación completa capaz de
identificar las estrategias a emprender para lograr el bienestar de la familia. Se distinguen, por tanto, cuatro fases:
5.2.2.1.1. Compromiso
La conversación introductoria con la familia en el primer encuentro puede determinar el nivel de efectividad de la sesión completa que está por
empezar. Una conversación amistosa ayuda a crear un comienzo de empowerment, ya que se identifican áreas comunes de interés y se crea un
ambiente en donde las diferencias de poder observadas comienzan a diluirse (Bula Wise, 2005). Se busca crear un ambiente de bienvenida a la
familia donde puedan sentirse cómodos, donde las familias se interesen por el proceso de ayuda y la evaluación en sí y donde el alcance del
compromiso sea posible.
El compromiso supone formar una alianza terapéutica entre el trabajador/a social y todos los miembros de la familia, y la creación de un entorno
donde los miembros de la familia puedan hablar de forma segura sobre sí mismos y sobre el resto de miembros (Satir, 1967). Algunos de los
factores fundamentales para lograr establecer un compromiso son la puesta en práctica de: la escucha activa, la empatía, la calidez y el respecto.
La atención debe dirigirse a todos los miembros por igual, sin que el trabajador muestre alianzas o mayor comodidad en el contacto con algún
miembro en particular (Collins y cols., 2007).
En un primer momento parece más difícil lograrlo cuando las familias acuden a la prestación de ayuda remitidas de forma forzosa por otro
servicio. En estos casos dado que la apertura y la motivación para hablar del problema que les condujo a la prestación pueden estar seriamente
disminuidas, los primeros contactos deben dirigirse en mayor medida a centrar la atención en el problema más que en las fortalezas presentes en
la familia. El trabajador debería intentar identificar, conocer y examinar la variedad de aproximaciones existentes centradas en el problema como
forma de interpretar las interacciones de los miembros de la familia y de lograr la evaluación familiar. Sería aconsejable que el trabajador
evaluase si esta primera toma de contacto le aleja de los principios del empowerment, en qué medida y cómo podría acercarse a los mismos.
Algunas preguntas que pueden ayudarle en esta tarea son: ¿Qué fortalezas observo en esta familia y como podremos construir sobre ellas?,
¿cuáles son las experiencias opresoras que están viviendo y cómo se les puede hacer frente? ¿A qué tipo de apoyos pueden acceder? En general,
incluso en el caso de las familias que acuden de forma involuntaria, como se verá más adelante, cuando se logra hacer una oferta de ayuda
concreta, mediante la que los miembros de la familia concluyan que han sido oídos y que pueden ser ayudados por el trabajador, el nivel de
rechazo y ansiedad suele disminuir significativamente, siendo posible alcanzar un compromiso entre la familia y el trabajador (Rooney, 2009).
Para alcanzar el compromiso, el trabajador/a social debe explicar a la familia las justificaciones importantes que han conducido a la toma de
contacto con la familia. En definitiva, durante toda esta primera fase del trabajo es importante que el trabajador dirija una cantidad considerable
de sus esfuerzos hacia la comprensión y la muestra de conocimiento y facultades suficientes para poder acompañar a la familia a lo largo del
trabajo. También es importante que muestre respeto por la realidad familiar que confronta, lo que incluye, el sistema de valores, el contexto
cultural y la experiencia natural que aportan todos sus miembros.
Este trabajo desde el respeto y la colaboración no es algo de dominio exclusivo del trabajador. Los clientes tienen el derecho de conocer qué tipo
de aproximación teórica y práctica planea el trabajador para su labor en común. Es tarea por tanto del trabajador/a social explicar esta
información en una forma que pueda entender la familia. Además de ser un derecho del cliente, cuando el trabajador/a social explica con claridad
“lo que va a hacer”, está clarificando los roles y las responsabilidades del “cliente” y el “trabajador”. En el siguiente ejemplo, Miley, O’Melia y
Dubois (2007:148) explican a una familia el proceso de colaboración que tiene lugar en una práctica desde el empowerment:
EJEMPLO 6
Miembros de la familia: Estamos aquí para saber qué es lo que quieres que hagamos.
Trabajador: Vale, pero necesito vuestra ayuda. Estoy convencido de que tenéis muchas cosas que ofrecer en el trabajo que vamos a hacer. La
verdad es vosotros sois los que mejor conocéis vuestra verdadera situación. Cuento con vosotros para saber qué está ocurriendo en vuestras
vidas, a donde queréis llegar y para que elijáis lo que puede ser mejor para lograr aquello que queréis.
Miembros de la familia: Por lo que dices, parece que somos nosotros los que tenemos que hacer todo el trabajo. ¿Qué vas a hacer tú?
Trabajador: Las dos partes, vosotros y yo, tenemos responsabilidades. Podéis contar conmigo para ayudaros a dar sentido a lo que vayamos
descubriendo y para encontrar y ayudaros a acceder a los recursos que podáis necesitar. Aquí, sois vosotros los que tenéis el conocimiento
experto sobre lo que pasa en vuestra vida. Así que yo seré un guía, que esperemos, que pueda trabajar junto a vosotros para ir reuniendo las
cosas de forma que puedan haceros llegar a donde queréis ir. ¿Tiene sentido para vosotros lo que os estoy diciendo?
Los procesos y tareas fundamentales que tienen lugar a continuación pueden realizarse a lo largo de varias sesiones y el mayor riesgo que cabe
señalar es el de no confrontar o interpretar la información demasiado pronto ya que puede impedir el progreso del trabajo. Estos procesos y
tareas son: a) Se hacen explícitas las preocupaciones de la familia. b) Se revisan los intentos de la familia por solucionar sus problemas y se
exploran cuáles son los cambios que quiere la familia. c) Se identifican los recursos familiares, las fortalezas, las necesidades, los
problemas/factores opresivos. d) Se profundiza en el conocimiento de las relaciones entre los miembros de la familia.
Las preocupaciones deben presentarse como preocupaciones de toda la familia. Una forma de contextualizarlas en la unidad familiar es
transmitirles la idea de que como familia, forman un sistema donde la conducta de uno de sus miembros afecta al resto de los miembros. Un
recurso común en esta tarea es el uso de analogías mecánicas, como, por ejemplo: el funcionamiento de un coche, donde una avería en una de sus
piezas afectará al funcionamiento de todo el aparato y dependiendo de la gravedad de la avería, por ejemplo, la rotura de la correa de distribución
el coche puede quedar inservible. Además, contextualizar estas preocupaciones en el marco de “qué debería cambiarse” en vez de catalogarlos
como “problemas” con su carácter estático, marca una línea de comienzo para el trabajo. Para hacer surgir las preocupaciones que les afectan, el
trabajador debe animar las interacciones entre los miembros de la familia en torno a las áreas de preocupación. Es decir, fomentar la discusión
entre ellos mismos, esto debería ocurrir después de que cada uno de los miembros haya dado su opinión individual. Y para muchas familias, es la
primera ocasión en la que sus miembros al completo discuten asuntos comunes y reciben retroalimentación sobre los diferentes puntos de vista y
las necesidades que comparten. Esta dinámica marca con fuerza un punto de partida: para el trabajador/a social estas interacciones señalan
patrones de interacción que pueden haber contribuido al desarrollo del problema y para las familias comienza a surgir la justificación de por qué
el trabajador/a social está teniendo un encuentro con ellos.
5.2.2.1.3. Se revisan los intentos de la familia por solucionar sus problemas y se exploran cuáles son los cambios que quiere la familia
Bula Wise (2005:195) señala dos cuestiones de extraordinaria importancia para descubrir qué tipo de ayuda desea la familia: la primera, ¿qué
habéis intentado hasta ahora?, la segunda, ¿cuáles son los resultados de los intentos que habéis hecho hasta ahora? Conforme la familia detalla
los intentos que hicieron para solucionar su problema/problemas consiguen con la ayuda del trabajador, ver que tuvieron poder para intentarlo, y
que es posible que esta vez sí se añade a su propio poder la ayuda de personas externas, por ejemplo, la del trabajador/a social, la satisfacción de
sus necesidades y el logro de su bienestar por fin tenga lugar. Conforme la familia va relatando sus intentos hasta el momento presente, las áreas
con necesidad de cambio van surgiendo con mayor claridad, ya no son simples conjeturas, y de esta discusión saldrán ya propuestas de cambio y
ofertas de servicios por parte del trabajador/a social que más adelante tendrán que consensuarse.
5.2.2.1.4. Se identifican en mutualidad los recursos familiares, las fortalezas, las necesidades/problemas, los factores de opresión
Desde la evaluación tradicional, cuando las familias acuden a la prestación de ayuda piensan que acuden a buscar ayuda para resolver sus
problemas y con frecuencia la evaluación se centra en las patologías y las disfunciones de la familia y de sus miembros de forma individual. A
veces la negatividad de la evaluación no surge sólo del foco de atención sino de la actitud problemática, de los propios valores o del burnout del
trabajador. Es por ello, que se hace tanto hincapié a lo largo del capítulo, de la necesidad del trabajo personal por parte del trabajador, del auto-
conocimiento y la de auto-reflexión según los principios del empowerment. Desde esta perspectiva se elige centrar la atención en las fortalezas,
capacidades y logros y a través de este reconocimiento, muchas veces se logra una comprensión incluso mayor de la esperada acerca de la unidad
familiar. En la misma identificación, muchas familias encuentran satisfacción a su necesidad de creer que tienen capacidad para actuar y de ver
aumentado el sentido de sí mismos.
Para que las familias se vean así mismas de forma más positiva, y se aparten de aspectos tales como las dudas que les oprimen, los sentimientos
de inadecuación, la falta de valía y de autoestima entre otros, es tarea indiscutible no sólo del trabajador/a social sino también de las
instituciones, contemplarles de manera más positiva.
Para poner énfasis en el uso de las fortalezas y del empowerment en la evaluación, Cowger, Anderson y Snively (2006:103), hacen una serie de
sugerencias a los trabajadores sociales:
1. Valorar la auto-determinación y la visión propia de los clientes. Hacer juicios profesionales o asunciones previas ejerce un enorme impacto
negativo a muchos niveles en las personas que buscan ayuda. Las familias que buscan ayuda deben contemplarse como los expertos de sus
propias trayectorias vitales, de sus situaciones. En este proceso de búsqueda debe otorgarse a la familia y sus miembros la autoridad y el control
que merecen sobre asuntos, algunos de ellos muy íntimos, que tienen la generosidad de compartir con el trabajador. Sin esta sensación de control
muy difícilmente se les puede ayudar a encontrar y usar su poder, así como sus fortalezas.
2. Descubrir en colaboración, qué es lo que quiere el cliente. Hay dos cuestiones a este respecto que deben consensuarse para llegar a un
acuerdo final sobre la evaluación. La primera, ¿Qué quiere y qué espera del servicio? (de la mano del trabajador/a social). La segunda, ¿Qué
quiere cambiar la familia? El trabajador/a social puede reducir profundamente las diferencias de poder inherentes al proceso con la familia,
acentuando la importancia de la comprensión particular de la familia y de lograr aquello que quieren y desean. El trabajador, deja claro que es un
acompañante que escucha y ayuda en la tarea de identificar, clarificar y dar dirección a la evaluación que sólo será válida si es ratificada y
“propiedad” de la familia.
3. Evaluar en mutualidad, las fortalezas personales y ambientales en múltiples niveles (Cowger, 1996). Para ello, este autor diseñó una matriz de
dos dimensiones28. En el eje vertical se colocan en la parte superior los recursos y las fortalezas y en la parte inferior, los obstáculos, déficits y
retos. El eje horizontal sitúa en el extremo izquierdo los factores ambientales (ÁREA 1) (la comunidad, sociedad) y en el extremo derecho los
factores personales (ÁREA 2). La representación de este eje, ayuda al observador a mover el foco de atención de las patologías o déficits de la
familia (ÁREA 3 y ÁREA 4), hacia la inclusión de las fortalezas familiares y ambientales y los obstáculos ambientales. Su uso permite identificar
los objetivos de la familia mientras no se olvidan los obstáculos en su consecución.
Figura 14
Marco para la evaluación
Fuente: Cowger, C.D., (1996). Assessment of Client Strengths. En D. Saleeby (Ed.), The strengths perspective in social work practice.(pp. 69). Boston:
Allyn y Bacon.
En el proceso de identificación, hay una serie de fortalezas que pueden pasarse por alto o asumirse como algo normal29 durante el proceso de
evaluación (Hepworth y cols., 2010):
El propósito de estas fortalezas es el de hacerlas conscientes y potenciarlas en el proceso con las familias como forma de dar satisfacción a sus
necesidades. En el avance para su conocimiento, una primera intervención en este sentido se dirigiría a la evaluación de los recursos básicos que
tiene la familia con la que se ha iniciado el trabajo conjunto.
En cuanto a la evaluación de los recursos básicos, ya se explicó en el capítulo IV30, en qué consistían las necesidades básicas de las familias y
como la práctica del empowerment de forma histórica se ha dirigido fundamentalmente, aunque no de forma exclusiva, a las familias con
necesidades en los niveles I y II. Nancy Vosler (1990), ofrece un cuestionario de evaluación del nivel de acceso de las familias a los recursos
básicos que se reproduce a continuación por su claridad, abundancia de información y facilidad de aplicación31.
Tabla 22
Salarios (usar el dinero neto; entonces restar otros gastos del trabajo, de la parte I incluyendo el cuidado de ninos, transporte,
etc.).........................................
Ayudas para los niños........................................................................................................
Transferencias de ingresos................................................................................................
Créditos bienes servicios.................................................................................................
Alojamiento.......................................................................................................................
Comida..............................................................................................................................
Ropas.................................................................................................................................
Cuidado personal y sanitario.............................................................................................
Educación..........................................................................................................................
Servicios para la familia y su desarrollo.............................................................................
Adquisiciones....................................................................................................................
Fuente: Vosler, N. R. (1990). Assessing Family Access to Basic Resources: An Essential Component of Social Work Practice, Social Work, 35(5), 436-437.
Además esta autora ofrece un segundo cuestionario para clarificar algunas de las preguntas del Cuestionario del Acceso Familiar a los Recursos
Básicos:
Tabla 23
Fuente: Vosler, N. R. (1990). Assessing Family Access to Basic Resources: An Essential Component of Social Work Practice, Social Work, 35(5), 436-437.
Una vez evaluadas las fortalezas y los recursos se procede a identificar las necesidades y problemas de la familia, se busca reflexionar sobre la
correspondencia entre las fortalezas/recursos y las necesidades, del producto de esta reflexión surgirá la elaboración de un plan donde se
formulen objetivos concretos como forma de ayudar a la familia a alcanzar su bienestar.
Los problemas de las familias a menudo son la manifestación de necesidades insatisfechas, de la pobreza del ajuste entre esas necesidades y los
recursos disponibles. Identificar por tanto estas necesidades es el primer paso para averiguar en qué fortalezas y recursos debe empezar a
focalizarse la atención. En ocasiones las fortalezas/recursos han estado disponibles, pero a la familia le ha resultado imposible conectarse o
beneficiarse de los mismos. Es importante, por tanto, evaluar las barreras que han impedido el acceso a los mismos.
Estas necesidades que no tienen satisfacción se observan a nivel individual. Por ejemplo, en el caso de una mujer que es madre de familia y está
deprimida: aparentemente en su familia hay apoyo emocional disponible, de su pareja, hijos y familia más extensa. Sin embargo, tras una
evaluación más exhaustiva se comprueba que esas fuentes potenciales de apoyo o no lo proporcionan o si lo proporcionan, no lo hacen en la forma
que la mujer necesita y desea.
A nivel grupal y comunitario también puede identificarse la necesidad de dar satisfacción a las necesidades. Northrup (1989) identifica como una
de las principales causas de los conflictos a nivel grupal, precisamente la tendencia implacable de las personas a satisfacer sus necesidades a
nivel individual, grupal y social.
EJEMPLO 7
Atendiendo a un conflicto a nivel comunitario ampliamente conocido a nivel mundial, por ejemplo, el palestino, puede observarse en ambos
lados, la falta de respuesta a las necesidades de identidad y seguridad. Del lado palestino, los sentimientos de que se les niega su identidad
legítima tanto a nivel personal como nacional. Del lado, israelí, a nivel individual, sienten su falta de seguridad a causa de los atentados
suicidas, a nivel nacional sienten la falta de reconocimiento como Estado por numerosos países vecinos. En consecuencia, estas necesidades no
satisfechas de israelíes y palestinos afectan de forma directa y profunda a todos los demás asuntos relacionados con este conflicto. Parece por
tanto lógico pensar que cualquier solución debería tener al menos y entre otras, dos aportaciones. Por un lado, la necesidad palestina de la
identidad, por el otro, la necesidad israelí de la seguridad.
Cuando se habla de identificar las necesidades, también se hace referencia a aquellos deseos fuertemente arraigados en el individuo o la familia y
que con frecuencia motivan las conductas de las personas, pueden no ser esenciales para la supervivencia, pero sí lo son para lograr un mayor
bienestar individual y familiar. Algunos de estos deseos, no suelen manifestarse como tales, es decir, como necesidades/deseos profundos sino
que se manifiestan en forma de “problemas “ (Hepworth y cols., 2010): 1) Tener menos conflictos en la familia, 2) Sentirse valorado por el
cónyuge o pareja, 3) Sentirse más acompañado en la relación matrimonial o de pareja, 4) Tener voz en la familia cuando se toman decisiones, 5)
Dominar la depresión, el miedo y la ansiedad, 4) Atender a los hijos de manera más efectiva, 6) Se más libre.
Por ejemplo, la manifestación de una necesidad en forma de problema sería la siguiente: “debemos el alquiler del piso desde hace 5 meses, el mes
que viene vamos a ser desahuciados” ... Ante estas manifestaciones, es tarea del trabajador/a social inferir lo que no se verbaliza, es decir la
necesidad/deseo no satisfecho, en el caso del ejemplo anterior, sería la necesidad básica de seguridad, de una vivienda digna.
El proceso de traducir las quejas y los problemas a necesidades y deseos suele proporcionar una ayuda extraordinaria a las familias que
permanecen centradas en sus problemas o culpan a los otros de los mismos y no son capaces de verlos o pensarlos como “sus necesidades
específicas”. Otro ejemplo en este sentido:
EJEMPLO 8
Un padre de 54 años que tras sufrir un accidente laboral se quedó con una discapacidad del 78% para el resto de su vida. Se queja ante el
trabajador (identifica su problema) de que su mujer y sus dos hijos “viven pendientes y abducidos por el trabajo”. Es tarea del trabajador/a
social mediante la empatía, el respeto y la autenticidad traducir ese problema manifestado en una necesidad. En este caso, de compañía, afecto
y valoración por parte de su familia. Sería adecuada una intervención, por ejemplo, del tipo “Lo que me llega cuando te oigo hablar, es que te
sientes en cierta forma relegado o abandonado y que te gustaría sentirte más valorado, querido e importante para el resto de tu familia”. Es
muy probable que esta persona se sienta identificada con la “traducción de trabajador”: “aunque nunca se me ha ocurrido pensarlo de ese
modo, es muy posible que sea así, de hecho, y en realidad, si lo pienso, es así exactamente como me siento”. Es animado, por tanto, por parte
del trabajador/a social a manifestar sus sentimientos y preocupaciones a su familia en una forma de comunicación más saludable y funcional, en
vez con las intervenciones habituales, del tipo: “¡Malditos trabajos!, ¡cuándo os van a dejar en paz! ¿Es qué no sabéis pensar en otra cosa?”. En
general cuando las manifestaciones de las necesidades se hacen de forma saludable las probabilidades de una respuesta positiva a las mismas
se suelen incrementar exponencialmente.
Manifestar los problemas en forma de necesidades, es un factor primordial de la perspectiva del empowerment. Y es necesario detenerse en este
punto para explicarlo con claridad porque el éxito del trabajo desde esta perspectiva depende enormemente de la comprensión y manejo que
haga el trabajador de este principio fundamental del empowerment, un principio que propugna una visión holística de la familia, reconociendo las
necesidades en los tres niveles del empowerment, a nivel personal, interpersonal y comunitario32. Traducir los problemas a necesidades supone
un enorme revulsivo para las familias, en realidad es el mecanismo de ignición del proceso de cambio y avance hacia el bienestar. Hay una
diferencia a nivel cognitivo muy importante entre: 1) formular los problemas como necesidades que necesitan ser satisfechas y 2) pensar que los
problemas, nos acosan, que somos fabricantes de problemas, que son algo inherente a nuestra existencia o incluso que “nosotros” somos el
problema. A menudo, las familias que suelen buscar ayuda o son remitidas por otros servicios han agotado sus estrategias para afrontar la
adversidad que les afecta o no disponen de los recursos necesarios para hacerlo. Es muy frustrante comprobar que a pesar de que con frecuencia
se ha luchado hasta la extenuación, no sólo no han conseguido resolver sus problemas, sino que en muchos casos se han agravado o incluso se
han creado otros nuevos alrededor.
Lograr por tanto que la familia y sus miembros identifiquen e interioricen lo que ellos denominan “problemas” como necesidades, es un proceso
revolucionario. Cuando identifican sus necesidades y sus deseos, comienzan a abandonar su estigmatización, comienzan a vislumbrar que los
problemas podrían no ser algo inherente a sus vidas. Asumiendo que tiene necesidades y deseos, tendrán más facilidades para identificar y
negociar en colaboración con el trabajador cuales son los objetivos que quieren lograr en sus vidas, y además se aumenta enormemente la
motivación para trabajar en esos objetivos. Señalar las necesidades otorga una nueva identidad a la familia y a sus miembros como agentes con
poder para realizar cambios. El resultado es común tanto si se formula en forma de un cambio cognitivo del individuo como si se hace desde los
procesos de opresión a los que se ven sometidos estas familias. Desde el punto de vista cognitivo, se produce un cambio en el locus de control33,
pasa de ser externo (“los problemas caen una y otra vez sobre mí y yo no puedo hacer nada, todo lo que hago me sale mal, la verdad es que yo
debo ser el problema”) a un locus de control interno (“tengo unas necesidades y unos deseos en mi vida y con la colaboración y la ayuda que me
ofrecen voy a trabajar para conseguirlos”).
Desde el punto de vista de los procesos de opresión, reflexionar en torno a cuáles pueden ser las necesidades propias y de la familia puede
traducirse en términos de una salida de la dinámica opresiva que atenaza a las familias en situación de necesidad “La gente no entiende lo que
hemos vivido. De pequeño, vivía en un barrio marginal, La Celsa. Estabas como en un campo, si llamabas a un taxi para llevarte a tu barrio, nadie
lo quería hacer. La gente pensaba mal de ti por vivir en este barrio, te miraba mal. La Celsa nos ha marcado un paso muy mal, nos trataban como
indios, como si fuéramos personas malas”. (Adolfo, en Movimiento Cuarto Mundo España, www.cuarto.mundo.free.fr). Lee (2001) advierte de la
necesidad de explorar las “manifestaciones de opresión” en la fase de evaluación, diciendo, además, que no solo se encuentran en el ambiente,
sino que las personas llegan a internalizar visiones muy negativas de sus habilidades y sus capacidades. En la misma línea Freire (1970:48)
sugiere que la persona debe confrontar la realidad de la naturaleza dual de su propia consciencia, descubriendo a su opresor interno y tomando
conciencia de su situación real para poder liberarse y desarrollarse. En este sentido, desde la perspectiva del empowerment un factor
fundamental que dota del poder de cambio a las familias, es traducir los problemas que les afectan a necesidades que pueden encontrar su
satisfacción en el desarrollo de un proceso de trabajo colaborador.
Pero antes de traducir los problemas a necesidades y dado que por lo general la forma de presentación es el problema. ¿Cómo se identifican los
mismos? Es importante hacer una distinción entre: 1) el problema o problemas que condujeron a la familia a la prestación de ayuda. 2) el
problema o problemas sobre los que se va a trabajar.
Los acontecimientos que conducen al encuentro del trabajador/a social y la familia no tienen por qué ser los acontecimientos en torno a los cuales
se organizará el trabajo. Para tomar la decisión es el mismo proceso de evaluación el que aclarará esta cuestión. Durante el proceso de
intervención profesional se acumulará información, se desarrollará el clima de confianza y los clientes tendrán ocasión de tener un mayor
conocimiento acerca de sí mismos y de las relaciones que mantienen con los otros, es por ello por lo que el objetivo del trabajo podría modificarse
en función de este aumento de la propia consciencia. De todos modos, esto no significa que el problema con el que acudieron los clientes deba ser
relegado, en absoluto. Este problema o problemas constituyen aspectos de gran valor a la hora de sugerir que tipo de áreas y sistemas deben ser
explorados y atenderlo o valorarlos refuerza el nivel de motivación de las familias. Por ejemplo, si en una familia compuesta por un padre, una
madre y dos niños, la familia señala como uno de sus problemas fundamentales, el consumo de drogas del padre, la evaluación incluirá, los
sistemas familiares, de amigos, si ha habido contacto con centros de ayuda para las adicciones y la posibilidad de tenerlos,... conforme avance la
evaluación también se puede explorar el sistema de relación de pareja que podría estar agravando la situación y la relación padreshijos donde la
dependencia el padre aumenta las probabilidades de que sea disfuncional.
Por todo esto, los problemas con los que acuden las familias, aunque no se señalan como el foco principal de evaluación e intervención, sirven
para identificar sistemas que suelen estar afectados y mediante esta identificación se señalan a su vez, los recursos que podrían emplearse para
su alivio.
Tras la primera entrevista y la aproximación inicial, se procede a profundizar en las relaciones internas y externas de la familia. Es un requisito
fundamental puesto que gran parte del trabajo de intervención irá dirigido precisamente a modificar las relaciones y procesos disfuncionales que
apartan a las familias de su bienestar.
5.2.3.1. Se profundiza en el conocimiento de los procesos y relaciones entre los miembros de la familia con otros sistemas
Es necesario profundizar en el conocimiento acerca de las relaciones a todos los niveles del sistema para poder identificar cuáles son las
dinámicas que mantienen a las familias lejos de su bienestar. Las familias normalmente establecen interacciones con los siguientes sistemas
(Hepworth y cols., 2010):
2. Las redes sociales: amigos, vecinos, compañeros de trabajo, miembros de asociaciones o de clubs y grupos culturales.
3. Instituciones públicas: educativas, de recreo, servicios legales, salud integral (general, mental, ...) servicios sociales, empleo, seguridad
económica
4. Acceso personal a los servicios: médico, dentista, peluquería, camarero, mecánico, empleados de banca, el dueño de la vivienda (en caso de
alquiler)
Entender cómo interaccionan estos sistemas en las situaciones únicas para cada familia es un objetivo para esta fase. Precisamente, el
reconocimiento de los patrones de interacción familiar son la piedra angular de la teoría de sistemas aplicada al Trabajo Social con Familias. Por
patrones, se hace referencia a aquellas conductas que ocurren de forma repetida y en consecuencia pueden predecirse. Los patrones son hábitos
y en consecuencia las familias encuentran seguridad en los mismos. Es posible que sean perjudiciales tanto para los miembros a nivel individual
como para familia en sí, pero la familia no suele estar al corriente ni de los patrones ni de su carácter negativo y esa falta de conciencia sustenta
el inmovilismo y su perpetuación.
Dada la dificultad de encontrar la herramienta de medida adecuada para una familia o para valorar una necesidad de la misma, es recomendable
no encasillar la evaluación y usar de forma combinada la variedad de herramientas disponibles para la evaluación familiar que ofrece la disciplina
del Trabajo Social (Hudson y McMurtry, 1997). Algunas de los mapas o herramientas gráficas de evaluación más utilizados desde la perspectiva
del empowerment, son el genograma34 (McGoldrick, Gerson y Shellenberger, 1999) y el ecomapa35 (Holman, 1983). Ambos enfatizan la
participación de toda la familia en su elaboración. Y mientras que la principal función del genograma es exponer las dinámicas internas de la
familia, es función del ecomapa exponer las dinámicas externas y el resto de relaciones, así como la fuerza y la calidad de las mismas. La
utilización conjunta de ambos en la fase de evaluación ofrece una visión integrada de la situación familiar, mostrando patrones familiares
generacionales y proporcionando información visual y conceptual de un amplio rango de información.
Desde la perspectiva del empowerment, además de estas dos herramientas fundamentales se recomienda igualmente, para abordar los procesos
internos de la familia, utilizar “La Línea de Tiempo Familiar” (Bula Wise, 2005: Collins o cols., 2007), y para analizar los procesos externos, el
“Mapa de Redes Sociales” (Tracy y Whittaker, 1990)
En la Línea del Tiempo Familiar, se registran de forma muy simple a lo largo de una línea, sucesos importantes que le han ocurrido a la familia a
lo largo del tiempo. Fechas en las que se conocieron los padres, citas importantes que tuvieron, matrimonios, muertes, nacimientos,
enfermedades, catástrofes, acontecimientos felices, etc. A cada acontecimiento significativo se le otorga un valor del 1 al 10, con el “1” se
califican aquellos acontecimientos que les resultan extremadamente negativos y con el “10” aquellos extremadamente positivos. Al “5” se le
otorgaría un valor neutro. Cuando se conectan los acontecimientos a lo largo de la línea se explicitan los acontecimientos más relevantes y sus
consecuencias, positivas o negativas, la familia y el trabajador son capaces de visualizar su recorrido vital al completo y de forma sencilla. Se
provocan entonces, conversaciones en torno a los mismos analizándolos y determinando el impacto que han tenido en sus vidas. “Es probable que
los miembros de la familia otorguen una importancia distinta a los acontecimientos que comentan y este es un hecho importante” (Montalvo,
Harmon y Elliot, 1998). Este proceso, sirve al trabajador para introducirles en la dinámica de comprender que las percepciones acerca de un
mismo acontecimiento son distintas, incluso dentro de la misma familia, incidiendo en el hecho de que son personas diferentes con diferentes
visiones y perspectivas y que unas no son más válidas o correctas que otras, todas son legítimas porque son propias, si bien, deben de ser flexibles
y estar abiertas a la comprensión y al cambio en función de un mayor bienestar individual y familiar.
Figura 15
Ejemplo de Línea del Tiempo Familiar
En esta profundización en el conocimiento de los procesos y relaciones entre los miembros de la familia con otros sistemas, los sistemas de apoyo
social o redes sociales juegan un papel fundamental. En unas ocasiones forman parte de los acontecimientos que oprimen a las familias, en otras,
representan los recursos que necesita la familia para mejorar su nivel de bienestar. El reto a la hora de representar las redes sociales que afectan
a una familia es incluir los límites más importantes del sistema familiar y poder explicar cómo interaccionan los sistemas, cuáles son los fallos en
las interacciones y cómo necesitarían interaccionar para dar respuesta a las necesidades de la familia (Hepworth y cols., 2010). Las redes
sociales tienen un papel fundamental. Las familias tienen necesidades vitales que sólo pueden satisfacerse mediante su conexión con los sistemas
de redes sociales, por ejemplo, la necesidad de apego y afecto que se lograr mediante las relaciones íntimas que proporcionan sensación de
seguridad y de pertenencia. Otras necesidades serían las de: integración social, la posibilidad de cuidar a otros (que facilita la resistencia ante la
adversidad), cuidados físicos cuando la persona no puede proporcionárselos a sí misma, ayudas económicas, etc.
Una forma de evaluar estas redes sociales es mediante, los Mapas de Redes Sociales. Son diseños que se representan, en forma de mapa o
cuadrícula, y que muestran las relaciones de apoyo de las personas que les ayudan a afrontar tanto las demandas habituales de la vida, como el
impacto de situaciones graves y altamente estresantes que les ocurren. Además de representar las relaciones de la familia, un cuadro de
representación de una familia puede incluir otros aspectos de las redes sociales, como una serie de categorías que clasifiquen al proveedor de un
tipo particular de apoyo social, su frecuencia y su fiabilidad. Se representan además los apoyos informales que son un factor importante para el
desarrollo satisfactorio de las familias. Las familias que en sus comienzos tienen pocas relaciones cercanas con otros, tienen también menos
probabilidad de desarrollar canales de apoyo informal con el paso del tiempo. Además, las familias con menos apoyos tienen también menos
probabilidad de proporcionar ayuda a los demás. Por último, aquellas familias que tienen canales de apoyo adecuados en general tienen mayor
capacidad de superar las dificultades y las crisis que aquellas familias que no cuentan con ayuda externa en las mismas circunstancias.
Figura 16
Mapa de Red Social
Fuente: Tracy, E.M. y Whitaker, J.K. (1990:463). The Social Network map: Assessing social support in clinical practice. Families in Society, 71, 461-470.
La Figura 16 es un mapa de redes sociales. Para evaluar el apoyo social que tiene una familia, se pide en primer lugar a los miembros de la familia
que identifiquen a todos los miembros de su red social. Y que sitúen a cada miembro dentro de una o varias de las secciones del mapa. De forma
que de una forma visual rápida pueden contemplarse la densidad del apoyo social en las distintas áreas de la vida de la familia.
Cuando en vez de un Mapa de Redes Sociales (o además) se elige un cuadro para la representación de la red social, puede detallarse para cada
persona nombrada: 1) la clase de apoyo que aporta:emocional, instrumental..., 2) El grado de importancia que tiene el miembro con respecto a la
familia, 3) la dirección de la ayuda, es decir, hacia algún miembro de la familia (o toda la familia) o desde uno de sus miembros miembro el que la
proporciona (o toda la familia) 4) El grado de cerramiento que percibe el miembro de la familia y 5) la frecuencia del contacto y la duración de la
relación.
Tabla 24
Fuente: En Tracy, E. M. y Whitaker, J. K. (1990:466). The Social Network map: Assessing social support in clinical practice. Families in Society, 71, 461-
470.
Otra herramienta de evaluación es la “entrevista estructural” (Peñalva, 2001). Es un instrumento de evaluación del funcionamiento familiar
dentro de la corriente sistémica-estructural desarrollada por Salvador Minuchin (Minuchin, Montalvo, Guerney, Rosman y Schumer, 1967).
Consiste en una entrevista semi-estructurada, diseñada para utilizarse en una población de nivel socioeconómico bajo y medio bajo. La entrevista
está conformada por un cuestionario de 35 preguntas, por medio de las cuales se exploran las dimensiones del funcionamiento familiar
designadas como estructura, estadio del desarrollo y resonancia, adaptadas del trabajo de Szapocznik, Hervis, Rio, Behar, Kurtines y Faraci
(1991), sobre la Escala de Evaluación Estructural del Sistema Familiar (Structural Family Systems Rating Scale [SFSR]), y que incluyen las
dimensiones críticas de: los límites, los alineamientos y el poder presentes en la teoría estructural.
Tabla 25
Fuente: Peñalva (2001:35). Evaluación del funcionamiento Familiar por medio de la “entrevista estructural”. Salud Mental, 24(2), 32-42.
Por último, también se encuentran en la literatura herramientas de evaluación expresamente fundamentadas en las fortalezas de la familia como
“The Family Functioning Style Scale, FSSS”36 y “The Family Resources Scale, FSR”37. Ambas permiten incluir de forma explícita las fortalezas y
el nivel de funcionamiento familiar y suponen una línea de avance imprescindible para la perspectiva del empowerment.
Es imprescindible incluir la visión intercultural en las evaluaciones y en el resto de procesos que tienen lugar en el Trabajo Social desde la
perspectiva del empowerment. En realidad, la mayoría de las evaluaciones conjuntas (trabajador y familia) que se han propuesto son adecuadas
para todo tipo de familias. Sin embargo, habría que incidir en el caso de las personas pertenecientes a grupos minoritarios o a culturas no
dominantes. Estas familias podrían temer la búsqueda de ayuda, fundamentalmente por la exposición al exterior o al extraño que este hecho
supone38. Por no hablar del miedo a recibir ayuda que experimentan aquellas personas que residen de forma ilegal, “sin papeles” (Fong, 1997).
En el trabajo de sintonía y empatía con este tipo de familias se sugiere que el trabajador se formule preguntas del tipo: ¿cómo debe ser
pertenecer a esta familia? o ¿qué significa para esta familia aceptar ayuda de tipo social? Muchas aproximaciones al trabajo con familias, con
amplio reconocimiento a nivel social y de la profesión, no ofrecen orientaciones claras sobre asuntos como la justicia social, la opresión y la
marginalización inherente a la experiencia de las minorías (Gorrall y Olson, 1995). En la actualidad no tienen cabida las prácticas que no
contemplan el trabajo a través de las lentes de la interculturalidad, de hecho, éste es uno de los ocho principios básicos, que guían el Trabajo
Social desde la perspectiva del empowerment.
Desde esta misma perspectiva pueden seleccionarse una serie de intervenciones, de diversos autores, dirigidas a lograr la “confianza” mutua (un
factor fundamental en este tipo de trabajo familiar) y a lograr la identificación de las necesidades y los deseos de estas familias (Hepworth y cols.,
2010:463; Lum, 2004, 2007; Flores y Carey, 2000), como son:
1) Clarificar los roles que se adoptan en un proceso de ayuda. En el mismo acto de explorar las dudas y los recelos de los miembros, ya se está
enseñando a la familia cuáles son los parámetros del proceso de ayuda, y a la vez se van asignando los roles, los de los miembros de la familia y los
del trabajador.
2) Aclarar las opciones de participación que tienen los miembros en el proceso. En el caso de las familias que acuden de forma volun taria, el
trabajador debe dejar claro que la familia es libre de deci dir si quieren seguir asistiendo a las sesiones, si quieren mantener al trabajador en sus
encuentros, o por el contrario prefieren cambio. En el caso de las familias involuntarias, es necesario dejar claro cuál es la tarea que el trabajador
debe realizar (por ejemplo, emitir un informe acerca del cuidado de los hijos). Además, se les comunicará que pueden elegir trabajar sobre otros
asuntos les preocupen o sobre los que estimen que son sus verdaderos problemas.
3) Recoger información de las percepciones familiares sobre el asunto que les oprime. Este hecho tiene la misma importancia tanto en familias
voluntarias como involuntarias. Es fundamental oír y comprender cuales son las visiones propias de cada miembro con respecto al mismo asunto,
si se quiere comprender la necesidad familiar en su totalidad
4) Identificar las necesidades y los deseos de estas familias. Hay necesi dades y deseos que no surgen como tales hasta bien avanzado el trabajo
con la familia, y sólo en los casos en los que se haya conseguido alcanzar un nivel de respeto y confianza adecuado. A este respecto, el trabajador
debe estar atento a las necesidades y deseos implícitos en las verbalizaciones y resto de comunicaciones de los miembros. Esta tarea es
especialmente difícil cuando se trabaja con una familia intercultural. Requiere un conocimiento amplio por parte del traba jador de las
diferencias en cuanto a estilos de comunicación (Boyd-Franklin, 1989; Choi, 1997), las estructuras jerárquicas de las familias (Ewalt, Freeman,
Fortune, Poole y Stanley, 1999), la autoridad que le atribuyen al trabajador (Boyd-Franklin, 1989) y sobre cómo resultar atractivos o interesantes
para familias de distinta procedencia cultural (Flores y Carey, 2000).
Una herramienta gráfica de gran utilidad en la evaluación de la familia intercultural es el cultugrama (Congress, 1994) que se dirige a la
evaluación en su contexto cultural, dando prioridad a este aspecto en el trabajo con familias.
Figura 17
Ejemplo de Cultugrama
Fuente: Congress, E.P. (1994). The use of culturegrams to assess and empower culturally diverse families. Families in Society, 75, 531-540.
2. Estatus legal
3. Tiempo en la comunidad
6. El impacto que ha tenido en ellos, las diversas crisis o acontecimientos traumáticos que hayan vivido.
7. Si mantienen contacto con instituciones culturales, religiosas, de ocio. Y qué tipo de ocio, comida y ropas prefieren o usan
10. Valores sobre la familia, su estructura, la distribución del poder, los mitos y las reglas.
Es posible que toda la información que se detalla en el cultugrama no pueda recogerse en la primera toma de contacto, en ese caso el trabajador
estará pendiente de completarlo en las siguientes sesiones. No obstante, quizás el valor fundamental del cultugrama en el primer encuentro es el
de conseguir “atraer” a la familia. Conforme las familias van dando información acerca de las principales áreas del cultugrama, tienen la
oportunidad de “contar su historia” y de expresar sus propios puntos de vista y opiniones acerca de las cosas. En este proceso la familia se siente
“escuchada” y considerada y en consecuencia las posibilidades de sentirse atraída o motivada por el trabajo aumentan. Este tipo de evaluación
cumple con los principios del empowerment, porque no pide una descripción de los problemas, disfunciones o patologías familiares. Sino que se
pide a la familia, que hable de sus fortalezas, sus valores, y el significado que la realidad que les rodea tiene para ellos. Y este hecho sin duda
contribuye a disminuir el miedo y las dudas con las que pueden acudir las familias aumentando su predisposición para el trabajo.
A pesar de la amplia difusión que se le ha dado a la perspectiva del empowerment, definiéndolo como un proceso y también como un resultado,
Salzer (1997) señala que hay una cierta tendencia en la literatura a clasificar el empowerment con mayor persistencia como un concepto teórico
en vez de práctico. De hecho, algunos autores incluso han llegado a sugerir que una medida universal del empowerment no sería posible
(Zimmerman, 2000), sino que es específica conforme a un contexto y a una población determinada (Nachshen, 2004). Es por ello por lo que, hasta
el momento, los trabajos empíricos cuantitativos para medir el empowerment se han centrado sobre todo en ámbitos o casos específicos y
parcelados del empowerment. Esto ha dado lugar a una visión parcelada, dedicada a casos concretos que ha desatendido la visión del
empowerment defendida en este estudio, como un constructo global aplicable a todas las áreas (Singh, Curtis, Ellis, Nicholson, Villani y Wechler,
1995). No obstante, pueden destacarse algunos de los estudios empíricos existentes que pretenden medir el empowerment, y que son los
siguientes:
Los primeros estudios empíricos utilizaron entrevistas (por ejemplo, Kiefer, 1984) y métodos de observación-participativa (Maton y Rappaport,
1984) para medir los niveles de empowerment. También se han usado escalas de categorías, como es el caso de Zimmerman y Rappaport (1988)
que usaron 11 escalas de personalidad y actitudes indicadoras de empowerment para determinar la relación entre el grado de participación y el
empowerment como estado psicológico. Gutiérrez y Ortega (1991) usaron problemas en viñetas mediante las que desarrollaron tres medidas
para evaluar el empowerment personal y político, presentes en grupos de estudiantes comprometidos con la identidad étnica y la toma de
conciencia en este sentido. En ellas, el empowerment personal se midió sobre las respuestas de los estudiantes a seis problemas-viñeta
relacionados con las experiencias étnicas de los estudiantes, y el empowerment político se evaluó sobre las respuestas de los estudiantes a dos
cuestionarios breves, relativos a su interés en participar en grupos étnicos del campus y en sus actividades. También Short y Rinehart (1992) han
facilitado datos preliminares sobre sus esfuerzos para desarrollar un cuestionario para medir el empowerment de los niños en edad escolar
objeto de su estudio.
Dentro de esta revisión de las aproximaciones para medir el empowerment, surge una investigación especialmente vinculada al tema del
presente estudio sobre el Trabajo Social con Familias, es la de Koren, DeChillo y Friesen (1992) que desarrollaron una Escala de empowerment
en las familias que tienen hijos con alteraciones cognitivas, conductuales y emocionales. Desarrollaron “The Family Empowerment Scale” que
explicaba el empowerment de las familias dentro de un marco teórico conceptual, donde se especificaban: A) los tres niveles de empowerment
que se pretendía medir: el familiar, el del sistema asistencial y el comunitario; y B) las tres formas de expresión del empowerment: actitudes,
cogniciones y conductas. Koren y cols. (1992) elaboraron inicialmente una versión piloto de 28 ítems, aunque la versión final estaba compuesta
por 34 ítems, medidos por una escala tipo Likert.
Tabla 26
Fuente: Koren, P., DeChillo, N. y Friesen, B. (1992). Measuring empowerment in families whose children have emotional disabilities: A brief
questionnaire, Rehabilitation Psychology, 37(4), 305-321.
En el estudio definitivo, Koren y cols. (1992) aplicaron el cuestionario a una muestra de 440 padres de niños con desordenes metales,
emocionales o conductuales. De la muestra el 94% de los padres eran madres, 92% de raza blanca y el 89% eran los padres biológicos o adoptivos
de los niños. Los niños objeto del estudio eran mayoritariamente blancos (85%), de sexo masculino (74%) y su media de edad era de 13,2 años. La
mayoría (76%) vivían con sus padres biológicos o adoptivos. Al plantear su cuestionario realizaron igualmente un análisis factorial para evaluar el
grado en el que las respuestas al cuestionario se correspondían con el marco conceptual en el que se había basado la escala. Su consistencia
interna era satisfactoria y se examinó en términos de las tres subescalas basadas en los niveles del empowerment, los coeficientes de fiabilidad
alfa fueron: 0.88 para la familia, 0.87 para los servicios sociales y 0.88 para la comunidad/política. Análisis psicométricos posteriores mostraron
que el cuestionario tenía una buena fiabilidad test-retest, así como una validez adecuada. “The Family Empowerment Scale” se ha usado con éxito
en estudios con familias de niños con desordenes emocionales y conductuales (Curtis y Singh, 1996), hijos con diabetes (Florian y Elad, 1998) e
hijos con problemas de desarrollo (Dempsey y Dunst, 2004).
Como muestran estas investigaciones, hay un creciente interés por cuantificar el nivel de empowerment en diversos ámbitos. Pero como se ha
mencionado, estos cuestionarios carecen aún de la de la posibilidad de ser aplicados a situaciones y muestras dispares, estando todavía dirigidos
a casos específicos.
5.2.1.3. Identificar.objetivos
El propósito de la práctica desde el empowerment es: A) apoyar e invitar mediante el trabajo conjunto; B) realzar y mejorar usando el propósito
de dotar de poder a las familias, como un recurso que ayuda a expandir las opciones, sobre todo cuando las posibilidades parecen limitadas; y C)
crear el bienestar de la familia, mediante nuevas formas de estar y ser en la vida. Como se ha descrito en apartados anteriores39, tras identificar
las fortalezas y las necesidades de las familias se formulan una serie de objetivos en un ambiente de mutualidad y colaboración.
Figura 18
Formulación de objetivos
La formulación de los objetivos comienza con una necesidad o un deseo expresado por la familia o, en el caso de las familias que acuden de forma
involuntaria, consiste en adaptarse a un objetivo u objetivos formulados por alguien externo al sistema familiar. Como se ha mencionado
anteriormente, aunque la expresión de necesidades, por parte de la familia que acude de forma voluntaria, no determina de forma exclusiva el
objetivo u objetivos de la intervención, constituye sin duda una preselección válida de los mismos.
En el caso de los clientes involuntarios, la delimitación de objetivos viene dada por la derivación de otro servicio o por una orden judicial. En
general, las familias que acuden de forma involuntaria consienten el proceso de forma pasiva porque “alguien dice que necesitan ayuda”, y en
numerosas ocasiones no hay voluntad de aceptar el servicio (Shulman, 2009). Quizás el punto del trabajo que les causa mayor disconformidad es
la falta de acuerdo en torno a los objetivos que se han decidido para ellos, basados en sus déficits o patologías (Rooney, 2009). Estos objetivos no
consensuados les sumergen de nuevo en sus percepciones de falta de poder, y les sitúan una vez más del lado de la indefensión y la marginalidad
(Rooney, 2009). Aun así, desde la perspectiva del empowerment debe transmitirse a la familia que ellos tienen mucho que decir sobre el tema,
que sus necesidades van a ser escuchadas y que trabajarán de forma conjunta en poner todos los medios disponibles para lograrlas junto con
aquellos objetivos que ya les vienen impuestas, a la vez que se les manifiesta que están en su derecho de no compartirlos (DeJong y Berg, 2001).
Practicar la empatía en este proceso es vital para reducir las resistencias y lograr el compromiso. Actuando bajo los principios del empowerment,
aumentan las posibilidades de que para el momento de la definición de los objetivos del trabajo, la familia involuntaria que acudió muy
posiblemente con la idea de que esas necesidades impuestas no eran propias (“yo no tengo ningún problema, el que lo tiene será mi marido que
es el que se droga”), es probable que haya reconocido que tiene necesidades, que es algo legítimo y seguramente la creencia de que podrían ser
satisfechas actúe como fuente de motivación para el desarrollo del trabajo40.
El definir con la mayor claridad y simplicidad posible los objetivos del trabajo va a incrementar su probabilidad de éxito. Sin embargo, no debe
entenderse que este es un proceso claro y lineal. Debe emplearse tiempo en escuchar a la familia y en barajar diversas opciones antes de tomar
una decisión. Este proceso de escucha facilita la participación de la familia en la formulación de objetivos y los conecta con la auténtica realidad
familiar. El trabajador/a social una vez más permanece atento, para no colocarse en el papel de experto que reforzaría la experiencia de
indefensión y opresión de la familia (Weinberg, 2006). Se pueden fijar objetivos tanto a nivel individual como familiar, y comunitario o político.
Hepworth y cols. (2010) ofrecen una serie de directrices para seleccionar y definir los objetivos:
Tabla 27
Fuente: Hepworth, D., Rooney, R.H., Rooney, G., Strom-Gottfried, K., y Larsen, J. (2010). Direct Social Work Practice: Theory and Skills. Belmont:
Brooks/Cole.
En el caso de las familias que acceden al trabajo de forma voluntaria, el proceso de selección de objetivos es diferente porque también lo son las
dinámicas de relación entre el trabajador y la familia. Con las familias voluntarias ambas partes se implican en el proceso de definir los objetivos.
Con las involuntarias, los objetivos ya venían definidos de antemano. En estas diferencias se reflejan igualmente las diferencias de poder, si bien,
como se ha mencionado desde la perspectiva del empowerment, el trabajador debe emplearse a fondo para lograr equilibrar en la medida de lo
posible las mismas. En el caso de las familias voluntarias, cuando se alcanza el momento de definir los objetivos, la percepción que la familia tiene
del trabajador está basada en la confianza, pero aun así para estas familias, la motivación y la implicación emocional para formular y trabajar en
los objetivos procede de la creencia de que el trabajo conjunto logrará aliviar o resolver sus preocupaciones y necesidades (Meyer, 2001). Desde
el empowerment el trabajador adopta un rol intermedio, ni ostenta el poder y la autoridad sobre la consideración de los objetivos ni adopta un rol
pasivo, sino que actúa como un guía que equilibra su condición de profesional experto con la de un miembro más, que colabora en el trabajo
conjunto. En este ambiente de colaboración:
5. el trabajador ayudará a los clientes a comprometerse de forma clara con los objetivos seleccionados y, por último,
En un primer momento los objetivos se pueden formular de forma amplia, como: “realizar cambios a nivel cognitivo, conductual y emocional”. Por
ejemplo, si queremos formular objetivos con una familia donde el padre no mantiene sus trabajos más allá de un par de semanas, un objetivo
conductual sería “mantener el trabajo por un periodo prolongado”, y objetivos de cambio cognitivo sería “trabajar a este nivel, la razón por la que
encuentra una pega lo suficientemente importante como para abandonar la variedad de trabajos que emprende”. Por último, a nivel emocional y
en relación con los otros dos objetivos se trabajarían las emociones derivadas de la condición de estar desempleado y de estar empleado.
Además de esta definición amplia de objetivos, estos también pueden definirse por el tipo y función. Cuando se trabaja con familias, los objetivos
suelen consistir en la formulación de propuestas de cambio en cada una de las partes relevantes del sistema. En las familias donde hay una
voluntad activa hacia el trabajo y el cambio, los objetivos se deciden en mutualidad.
A continuación, se ofrece un ejemplo de cómo se formularían estos objetivos de forma amplia y más específica con una familia desde la
perspectiva del empowerment:
Tabla 28
A la hora de contraer el compromiso el trabajador debe ser cuidadoso, a menudo, las familias esperan que sea el trabajador el que les resuelva el
problema. En este sentido, el profesional debe permanecer atento y rechazar este rol, ayudando a la familia a mantener su poder como agentes
de cambio con capacidad para decidir acerca de sus vidas. La formulación de objetivos registrados en el contrato debe ser realista, los objetivos
vagos y poco acordes con la realidad son imposibles de alcanzar. El proceso del contrato debe incluir un acuerdo acerca de la naturaleza de la
necesidad/problema en términos transaccionales, incluyendo objetivos realistas y detallando los pasos a seguir para reducir los niveles de estrés
y potenciar las estrategias de afrontamiento internas y externas de la familia (Germain y Gitterman, 1996). Debe especificar igualmente “el papel
del trabajador y el papel de la familia, cuáles son los logros esperadas, los beneficios y cualquier otro tipo de sucesos que se espere que puedan
ocurrir, así como los costos y el tiempo de duración” (Thomlinson, 2007:85) La formulación de contrato puede realizarse por escrito, cuando se
hace así, es de gran ayuda que el cliente aporte los contenidos y que ambas partes se muestren abiertas a los posibles cambios en base a la
evolución del trabajo (Lee, 2001).
Resumen
En este quinto capítulo, se presenta una propuesta de intervención práctica desde la perspectiva del empowerment. Esta propuesta está
estructurada en tres fases: una fase inicial que se corresponde con el proceso de evaluación; una intermedia que se corresponde con el trabajo de
evaluación propiamente dicho y una fase donde se contrae un compromiso entre el trabajador social y el usuario. En este quinto capítulo se
detalla, por tanto, el proceso de evaluación familiar, que comienza mucho antes de que la primera toma de contacto entre el trabajador y la
familia tenga lugar, y que puede extenderse a lo largo de todo el proceso.
Lecturas recomendadas
Beavers, W., y Hampson, R. (1990). Successful Families: Assessment and Intervention. New York: Norton.
Beyer, B. K. (1987). Practical strategies for the teaching of thinking. Boston: Allyn and Bacon.
Cowger, C.D., Anderson, K.M., y Snively, C.A. (2001). Assessing client strengths: individual, family and community empowerment. En D. Saleebey
(ed.). The strengths perspective in social work practice (pp. 106-122). Boston: Allyn y Bacon.
Bula Wise, J. (2005). Empowerment Practice with families in Distress. New York: Columbia University Press.
2. Desde la perspectiva del empowerment la evaluación se contempla como un proceso crítico en la práctica del Trabajo Social. ¿A qué cree que
es debido?
Bibliografía
18. En capítulo II: Teoría de Sistemas, Teoría Ecológica, Modelo de Fortalecimiento, Modelo de Vida del Trabajo Social y Teorías Feministas.
19. En Bula Wise (2005), DuBois y Miles, 2005; Gutiérrez (1999), Lee(2001), Miles, O’Melia y DuBois (2007), Rappaport, (1984) y Zastrow, (2004).
20. Uno de los ocho principios fundamentales para la práctica del empowerment, es precisamente el del Poder Compartido, o lo que es lo mismo, “poder con” (apartado 4.2.6).
21. Uno de los ocho principios fundamentales para la práctica del empowerment es el de “Reciprocidad y Mutualidad” (apartado 4.2.5).
22. Uno de los ocho principios fundamentales para la práctica del empowerment es el de “Poder con” (apartado 4.2.6).
23. En la Perspectiva del Fortalecimiento y el Trabajo Social con Familias. Apartado 2.3 “La perspectiva del fortalecimiento y el Trabajo Social con Familias”.
24. Este es uno de los ocho principios del empowerment: El apoyo se presta en forma de mutualidad y reciprocidad entre el trabajador y los integrantes de una misma familia, entre
diversas familias y la comunidad: apartado 4.2.5.
25. Concepto de Modelo de Sistemas. Apartado 2.1 “Teoría de Sistemas y el Trabajo Social con Familias”.
27. Si los miembros clave o más directamente implicados fallan en la asistencia, su ausencia, indica ya desde el primer momento un problema de límites en la familia.
30. En uno de los ocho principios que guían la práctica del empowerment, página.
31. Vosler, N.R. (1990). Assessing Family Access to Basic Resources: An Essential Component of Social Work Practice, Social Work, 35(5), 436-437.
33. El locus de control es un rasgo de personalidad propuesto a partir de la teoría del aprendizaje social. En Rotter, J.B., y Murly, R.C. (1965). Internal versus External Control
Reinforcement and Decision Time. Journal of Personality and Social Psychology, 2(4), pp. 598-604. La medición del locus de control se realiza sobre la capacidad de control y
autocontrol, es decir hasta qué punto los sujetos son capaces de controlarse ante acontecimientos sociales o de lo contrario como son influenciados por estos en su forma de actuar.
34. Es una las herramientas de evaluación, de más amplia difusión cuyo origen es el Modelo de Sistemas y cuya construcción y funcionamiento ya se explicaron en el apartado 2.1.5.
35. Es una las herramientas de evaluación, de más amplia difusión cuyo origen es el Modelo Ecológico y cuya construcción y funcionamiento ya se explicaron en el apartado 2.2.4.
36. En Gilgun, J.F. (1994). Hand to glove: The grounded theory approach and social work practice research. En L. Sherman y W.J. Reid (eds.), Qualitative research in social work. (pp.
115-125). New York: Columbia University Press.
37. En Gilgun, J.F. (1994). Hand to glove: The grounded theory approach and social work practice research. En L. Sherman y W.J. Reid (eds.), Qualitative research in social work. (pp.
115-125). New York: Columbia University Press.
40. Recordando una cita de Saleebey (2004), en el apartado 2.3.1 Fudamentos teóricos” de la Perspectiva del Fortalecimiento: “....es el ligero parpadeo de lo posible lo que enciende el
fuego de la esperanza”.
41. En Rooney, R.H. (2009). Strategies for working with involuntary clients. New York: Columbia University Press.
42. En Rooney, R.H. (2009). Strategies for working with involuntary clients. New York: Columbia University Press.
No copyright found.
25 OCT 2023
Trabajo Social con Familias desde el empowerment. 1ª ed., octubre 2022
CAPÍTULO VI LA FASE INTERMEDIA DEL TRABAJO: EL TRABAJO DIRIGIDO AL CAMBIO
CAPÍTULO VI
Guión/Esquema
6.1.1.1. Enseñar la realidad de los patrones de interacción que siguen los miembros y que se experimentan en la familia
6.1.2.3.1. La retroalimentación
6.1.2.4. Confrontación
6.2.1. Conectar a las familias con sus ambientes: desarrollar los recursos, organizar y planear
6.2.2. Organizar la acción comunitaria como medio de satisfacer las necesidades de la familia
Conocer y diferenciar en profundidad la fase de trabajo propiamente dicha con una familia.
– Conocer las tareas fundamentales en la Fase de Trabajo con una familia desde la perspectiva del empowerment.
– Entender la importancia del “cambio de perspectivas” o formas de interpretar la realidad dentro de una familia.
Conceptos clave
Trabajo Social con Familias, Empowerment, Fase Intermedia, educación, aprendizaje transformador, afrontamiento, participación, conexión,
acción organizada, problemas éticos.
La transición hacia la fase del trabajo ocurre de forma distinta y en momentos distintos dependiendo de cada familia. El hecho de avanzar hacia
esta fase supone que la mayoría de las tareas de la fase inicial se han completado con éxito. Es un momento de incertidumbre para las familias, a
menudo se encuentran enfrentadas al dilema de la estabilidad o el cambio. Sin embargo, los trabajadores sociales conocen que el cambio es una
constante en las familias y que, cuando las familias acuden de una forma u otra a la prestación de servicios suele ser necesario realizarlos. De
hecho, conocen que uno de sus roles fundamentales es precisamente actuar como catalizadores de ese cambio.
Trabajar de manera explícita en estos cambios es el objetivo de la fase intermedia o de trabajo. En esta fase, el trabajador/a social y la familia
implementan las estrategias que acordaron y que les ayudaran a alcanzar los objetivos con los que se comprometieron y que plasmaron en el
contrato. La descripción de esta fase se establece entorno a elementos que concurren de forma sistemática en el nivel personal, interpersonal y
comunitario en el trabajo social con familias. Se adhiere por completo a los principios del empowerment, que enfatizan la manifestación del
poder, la movilización de las fortalezas y los aspectos positivos inherentes a la familia, hacia la acción, hacia un cambio que confirma que el
mismo puede ocurrir y que, de hecho, tiene lugar.
En consonancia con esta perspectiva de empowerment, se establecen tres tipos de intervenciones fundamentales en esta fase (Bula Wise, 2005;
Lee, 2001): 1) facilitar información, 2) ayudarles a fortalecer sus estrategias de afrontamiento y 3) fomentar la participación en actividades o
eventos junto a otras personas que se encuentran en circunstancias similares o que les facilitarán el acceso a los recursos. Estos tres tipos de
intervenciones deben trabajarse de forma conjunta, haciendo especificaciones temporales y estableciendo las variaciones necesarias en función
de la originalidad de cada familia.
Tabla 29
Fuente: Basado en el texto de Bula Wise (2005). Empowerment practice with families in distress. New York: Columbia University Press.
Desde la perspectiva del empowerment, esta fase es la del trabajo en mutualidad. La familia debe asumir su responsabilidad en el trabajo que van
a comenzar, reflexionando sobre el proceso en un ambiente de colaboración y mutualidad para acceder al poder que albergan. Reconociendo y
asumiendo los sentimientos que surjan durante el trabajo, siendo capaces de verbalizar sus situaciones de opresión, dirigiendo siempre el trabajo
hacia el descubrimiento de las opciones existentes y hacia la creación de otras nuevas, siendo capaces de decidir en mutualidad cuál es el mejor
desarrollo del trabajo y actuar en consecuencia (Lee, 2001:229).
Mediante el uso de herramientas de evaluación como el genograma, los cuestionaros de evaluación de necesidades, las entrevistas familiares y el
ecomapa, no sólo se organizó la información a la que se tuvo acceso, sino que se señalaron los temas y los objetivos a los que se dirigirán los
esfuerzos de cambio.
Al igual que se hizo en el caso de la fase anterior de evaluación, la acción sobre estos objetivos se divide en tareas o estadios de trabajo. El
objetivo de esta división sigue siendo el mismo: ayudar al trabajador y a la familia a dotar de sentido el trabajo y a simplificar la complejidad de
las situaciones en las que están inmersos. El trabajo se dirigirá a multitud de problemas que afectan a las familias, como: alcoholismo, abuso de
sustancias, problemas de conducta tanto de padres como de hijos, enfermedades crónicas, familiares dependientes, delincuencia y maltrato
infantil entre otras. Cuando las familias acceden a su poder personal, familiar y comunitario son capaces de contemplar las fortalezas que poseen,
y desde esta perspectiva tienen mayor capacidad para situar los problemas en la ambiente socio-económico que les rodea. Este hecho, les ayuda a
asumir su identidad de agentes de cambios, con capacidad para la acción.
En este capítulo se proponen tareas de máxima efectividad dirigidas al cambio a múltiples niveles del sistema familiar. Algunas van dirigidas a la
esfera personal, otras a la interpersonal y también al nivel comunitario y político. Es tarea del trabajador/a social y de la familia decidir, planear y
desarrollar aquéllas que resulten más adecuadas para lograr los objetivos que se han planteado como forma de lograr el bienestar.
En cuanto al proceso de evaluación que se acaba de concluir, recordar: a) que el proceso de evaluación debe permanecer abierto a lo largo de
todo el proceso por si surge nueva información que haga necesaria la re-evaluación, b) que estas fases en las que se divide el trabajo no son
estáticas y de obligado cumplimiento y c) que la relación de respeto, mutualidad y confianza que se ha establecido será el hilo conductor de esta
fase en particular y de todo el trabajo en general.
Todas las familias desarrollan una visión subjetiva de su trayectoria vital. Si a esto le sumamos las dificultades objetivas que entraña la
comunicación por sí misma, es muy posible que los miembros de la familia distorsionen las acciones de los otros miembros y del resto de las
personas en función de esa visión subjetiva, mediada por las experiencias vitales que han desarrollado a lo largo de su vida. A la vez, es probable
que las familias que acuden a la prestación de servicios hayan asimilado visiones acerca de sí mismos que les producen sentimientos negativos y
conductas auto-destructivas, porque cuando las experiencias negativas se suceden en el tiempo, esta visión negativa de la realidad se impone.
Desde la perspectiva del empowerment una tarea fundamental es precisamente la exploración en colaboración y mutualidad de puntos de vista
alternativos, que proporcionan a la familia la posibilidad de reflexionar acerca de sus asuntos vitales, y de este modo identificar y cambiar esa
asimilación de la opresión que arrastran43. El papel del trabajador será el de un colaborador, que establece una relación de “poder con”44, es
decir, no asume el rol de experto sino el de un miembro más del equipo de trabajo que se integra junto con la familia.
Un comienzo en el trabajo para empezar el cuestionamiento y el cambio de estas percepciones subjetivas acerca de sus trayectorias vitales que
les obstaculizan el avance, sería iniciar cambios a nivel cognitivo, emocional y conductual. Estos cambios se deben producir tanto de forma
individual en sus miembros, como en toda la unidad familiar. Se inician mediante la identificación de los patrones de interacción que les vinculan
y que perpetúan la disfuncionalidad y el malestar. La toma de conciencia de estos patrones trae consigo un cambio de perspectiva acerca de su
realidad vital y predispone a la persona al acceso al poder por sí misma45
EJEMPLO 9
Laura es una trabajadora social del área de Educación, tiene una entrevista con Pedro, un chico de 11 años que falta al colegio con regularidad
y no va cumpliendo los objetivos del curso. Este es un extracto de su conversación con él:
Pedro: “La profe está siempre detrás de mí, no hace más que aplastarme y me castiga con muy mala leche cuando no entrego los deberes.
Estoy seguro de que me odia.”
Laura: “Sabes, también podría ser que Ana María (la profesora) sepa que estas teniendo problemas para tener tus tareas escolares al día y que
esté muy preocupada por tu retraso. Puede ser que esté tan centrada en ti porque intenta ayudarte a que recuperes el trabajo atrasado y que
puedas completar el curso”
Pedro: “Pues perseguirme así no ayuda nada. Todo lo que hace es que me den ganas de fumarme todas sus clases”.
Laura: “Lo más seguro es que ella no se dé cuenta de que su forma de actuar te hace sentir tan mal. Creo que sería de ayuda que hablase con
ella para decirle que lo que tú sientes con todo esto, es que ella está muy enfadada contigo.” (Un ejemplo de trabajo para el cambio a nivel
cognitivo)
A nivel conductual, es tarea del trabajador/a social ayudar a los miembros de la familia a explorar los patrones disfuncionales y a romper el
círculo que les previene de la integración y la conexión con otras personas y sistemas que son factores clave para el éxito.
A nivel emocional, el trabajador ofrece la posibilidad de la esperanza, de “enganchar” con la motivación para el trabajo, y de compartir y
participar con otros miembros, tanto pertenecientes al sistema familiar como a sistemas externos.
Para que los cambios sean posibles o para que las familias sean capaces de contemplar la posibilidad, es un requisito indispensable que el
trabajador del empowerment sea capaz de contemplarla con anterioridad. Esta visión conjunta constituye un área de fortaleza, unión y
mutualidad extremadamente poderosa para el trabajo. Por ejemplo, en el extracto de la entrevista entre la trabajadora social y Pedro (Ejemplo 9),
el trabajador ayudó al adolescente a contemplar la conducta de su profesora desde un punto de vista diferente. Esto hecho, no resuelve en
absoluto el problema, pero sí introduce una nueva variable en la situación, “un cambio en una parte del sistema”. Que por muy pequeño que sea
va a provocar cambios en el resto del sistema y en todos sus niveles (visión sistémica), no hay certeza acerca de la magnitud del cambio, pero si la
hay acerca de que habrá un cambio. Puede deducirse por tanto que, facilitar una perspectiva alternativa acerca del déficit y la necesidad es un
comienzo válido y adecuado para el cambio.
Para “facilitar un cambio de perspectivas” el trabajador/a social debe dirigir la acción a “desarrollar una relación que sustente y fortalezca el
trabajo”, subrayando que la importancia de compartir nuevas formas de percibir a los otros y a la realidad no reside en el hecho mismo, sino en su
impacto sobre las relaciones con los otros (Shulman, 2009). Es decir, en la medida en que esta percepción distinta contribuye a la consideración
del otro, al desarrollo de la confianza y al respeto mutuo, se fortalece la relación y se facilita el cambio en el proceso de ayuda.
Con estas afirmaciones no se pretende desvirtuar la realidad. Es un hecho que lleva una cantidad considerable de tiempo, con frecuencia muchos
años, crearse un auto-concepto o una idea sobre las relaciones que nos vienen dadas en el medio social. Como, por ejemplo, las relaciones con los
padres, con el resto de la familia, con las instituciones, etc. Y, por tanto, es también un hecho que será necesario algo más que palabras por parte
del trabajador por muy acertadas que sean, para efectuar cambios.
Resumiendo, el hecho de expresar estos puntos de vista alternativos sobre la realidad puede ayudar a las familias y a sus miembros a centrar la
atención en sus fortalezas y no en las patologías. Esta visión favorece la atracción mutua, instaurando una declaración importante sobre las
formas de ser y estar en la vida. Además, si en este proceso el trabajador expresa la voluntad sincera de desarrollar el trabajo, centrado en los
aspectos positivas de los otros y en no hacer juicios de valor precipitados, las familias pueden inferir con facilidad y con un grado importante de
certidumbre la forma en la que el trabajador/a social les contempla, fortaleciéndose una vez más la relación entre el trabajador y la familia.
La base de la educación desde/para el empowerment ha sido proporcionada por Paulo Freire (1986) en su obra “Pedagogía del Oprimido”. Una de
las ideas fundamentales que formula y que se aplica al presente estudio, establece que las personas que están inmersas en un estado de “falta de
poder” son capaces desde ese mismo estado de reconocer una gran parte de las fuerzas de opresión que les afectan, así como lo que deben hacer
para reducirlas o vencerlas. Lo que estas personas no tienen es una forma de aproximación organizada que traslade este conocimiento a la
acción.
Las familias suelen acudir al trabajo con una historia previa de esfuerzos por salir de las dinámicas de opresión en las que se han visto inmersos.
Muchas de sus experiencias fallidas son enseñanzas que actúan de lastre, recordándoles sensaciones pasadas de falta de poder o incluso
reactivando la vigencia de traumas latentes anteriores. Desde el empowerment el proceso de aprendizaje es bidireccional, las familias acuden al
trabajo con una enorme variedad de experiencias de aprendizaje, y el trabajador, no sólo guía, enseña y apoya, sino que también aprende,
facilitando una educación dirigida a provocar tanto el conocimiento como la acción.
Muchos de los recursos para lograr los objetivos están en el mismo trabajo y en la relación trabajador-familia. Cuando por ejemplo se emprende
un trabajo con una familia superviviente de muchos años de violencia doméstica, las lecciones que aprendieron los miembros de la familia en su
proceso de supervivencia están cargadas de fortalezas, y mediante su relato el trabajador puede adentrarse en la capacidad de afrontamiento y
resiliencia de las familias. De este modo, el trabajador es un aprendiz privilegiado que oye de primera mano estos relatos que harán más precisa
su visión de muchos asuntos objeto de atención de trabajo social. A su vez, actuará como un sujeto dialogante, ayudando a transformar esas
valiosas lecciones que la familia aprendió en acciones, es decir, ayudará a trasladar el conocimiento a la práctica.
Éste es, en definitiva, el objetivo de la educación desde el empowerment: recuperar, fortalecer y crear nuevos conocimientos capaces de llevarse
a la acción para el bienestar. La puesta en práctica supone proporcionar información de manera didáctica, fomentando la crítica. Normalmente
tiene lugar de forma grupal y el formador es un trabajador/a social u otro profesional perteneciente a los equipos multidisciplinares que trabajan
con las familias. La enseñanza de nuevos conocimientos se ofrece con anterioridad o de forma conjunta al desempeño de otro tipo de trabajos
realizados con las familias.
Sin embargo, para que tenga lugar el proceso educativo, el primer paso necesario, sobre todo con los adultos, es alcanzar el convencimiento de
que necesitan aprender (Bula Wise, 2005). Para lograr su motivación, el trabajador puso en práctica ya en la fase inicial, sus habilidades para
conectar con la familia y establecer vínculos de confianza, respecto y colaboración y al alcanzar la fase de trabajo ya se han fortalecido.
Favorecido por la mediación de estos vínculos auténticos, el trabajador expone sus ideas de forma adecuada y motivadora, y en general, la
mediación de los vínculos permite que la familia sea capaz de confiar, comprender y atender la propuesta educativa.
Cada familia es única y por tanto el planteamiento de objetivos y de tareas a desarrollar también lo es. No obstante, hay dos tareas muy comunes
que establecen una relación positiva ente el aumento de conocimiento y el bienestar: 1) mostrar a las familias cuales son las verdaderas
secuencias de las interacciones dentro de la familia y cómo se repiten perpetuando el problema. 2) enseñar a las personas de la familia a situar en
el exterior los problemas que les oprimen, de forma que se identifiquen como agentes con poder para cambiar una realidad externa que en
ningún caso es parte de su identidad.
6.1.1.1. Enseñar la realidad de los patrones de interacción que siguen los miembros y que se experimentan en la familia
En todas las familias pueden encontrarse situaciones o interacciones redundantes tanto en las formas de comunicarse como en las de actuar.
Algunas se explican, por ejemplo, por su procedencia cultural (aquellas familias donde el cabeza de familia es el que tiene la última palabra). El
análisis de estos patrones de interacción de forma conjunta con el resto de la familia proporciona una información muy precisa y de gran valor en
cuanto a los estilos de comunicación, las conductas de sus miembros y las formas en las que todos los miembros de la familia refuerzan las
interacciones que mantienen las insatisfacción de sus necesidades, en cualquiera de los niveles, personal, interpersonal y comunitario.
Desde el empowerment un marco teórico contextual útil, para el análisis de los patrones de interacción, proviene de la Teoría de Sistemas. Desde
este marco, el trabajador explica a la familia en términos de su dominio, el concepto de “causalidad circular”. Mostrándoles como las conductas
de cada uno de los miembros se convierte en un estímulo para el resto de miembros de la familia y también para personas pertenecientes a los
sistemas externos:
EJEMPLO 10
La familia Rodríguez, está compuesta por la Sr. Rodríguez de 45 años, su madre de 72, y dos hijos de la Sr. Rodríguez, Carlos de 18 y Ana, de 7.
Una explicación comúnmente aceptada en esta familia para las frecuentes disputas familiares es la conducta de Carlos. Sale toda la noche,
desaparece a veces durante dos o tres días y no estudia ni trabaja. La familia tiene muy claro que sus problemas surgen de las recriminaciones
constantes de la Sra. Rodríguez a Carlos sobre su conducta. Ella comienza a regañarle, él contesta defendiéndose y justificándose y comienza la
pelea. Sin embargo, una explicación circular de las conductas podría ser la siguiente: “Cuando Carlos no está en casa la madre de la Sr.
Rodríguez pasa la mayor parte del día lamentándose ante su hija del nieto “descarriado” y vago que le ha salido. Y cuando Carlos llega a casa,
su madre suele estar tan enfadada que es incapaz de entablar una conversación para pedirle un cambio de conducta de un modo adecuado y
sólo surgen gritos y malas palabras. Su hermana Ana trata de aliarse con Carlos lo que exaspera más a la madre. Y la abuela, sin embargo,
cuando Carlos está presente se inhibe de las disputas”.
Analizando los patrones de interacción que emergen del ejemplo propuesto, es muy distinto el hecho de que los miembros de la familia “piensen”
que Carlos es el culpable de las disputas en ese hogar, a pensar que cada uno realiza una aportación propia y disfuncional para perpetuar el
conflicto. Esta explicación sistémica, no sólo es capaz de afinar mucho en las verdaderas interacciones, sino que ofrece una gran cantidad de
alternativas para la intervención.
Si el trabajador hubiera dirigido su trabajo a la interacción evidente habría intervenido en el patrón de comunicación entre la Sra. Rodríguez y su
hijo. Pero ahora, dirigirá su atención a las múltiples interacciones que mantienen el conflicto. Con el añadido de que, tras la revisión de las
interacciones, la familia tomará conciencia de cuáles son las dinámicas que facilitan el conflicto, lo que les predispone a la colaboración con el
trabajador, para modificarlas. Y en el hecho mismo de esta toma de conciencia de los patrones disfuncionales, ya tienen acceso a su poder, un
poder que va aumentando a lo largo del trabajo.
La explicación de los patrones de interacción supone, hacer asequible o sintonizar la información con el nivel de comunicación y comprensión
presente en la familia. Es fundamental igualar el nivel de comunicación del emisor (el trabajador/a social o la familia) y el receptor (la familia o el
trabajador/a social) a la hora de explicar los patrones de funcionamiento familiares. En este sentido y para facilitar esta tarea, Hepworth y cols.
(2010) proponen enfatizar en el trabajo, aspectos tales como los roles de cada miembro, la toma de responsabilidad y las relaciones de
reciprocidad de todos los miembros de la familia como medio para mantener y desarrollar interacciones saludables.
Por último, en el caso de la familia del Ejemplo 10 (anteriormente expuesto), para reforzar esta toma de conciencia de los patrones de
interacción, es recomendable aplicar el resto de conceptos sistémicos. Explicando conceptos tales como los de “homeostasis” y aumentando el
conocimiento acerca de las normas familiares. Además, a lo largo del trabajo, se puede volver a insistir en patrones sobre los que ya se ha
trabajado, fragmentándolos o secuenciándolos si es necesario, para contribuir al aumento de la comprensión y el manejo más eficiente y
saludable por parte de los miembros de la familia. Todo ello, prestando siempre una atención especial a la adaptación del canal de transmisión de
la información, para hacerla comprensible y asequible a la familia con la que se está trabajando.
Como parte de estas enseñanzas dirigidas a la capacidad de decisión acerca de la vida propia y el logro de poder, ya se ha mencionado a largo del
texto46, la necesidad de trabajar en la externalización de los problemas, separándolos de la identidad propia. La externalización permite a)
identificar los problemas como factores externos de opresión, b) reconocer que los problemas son “entidades” que afectan a las familias, no una
parte de su identidad, y c) otorgar a las familias la oportunidad de ganar poder y control sobre los mismos.
Para emprender este trabajo es un buen recurso hacer uso de los principios ecológicos. Desde este marco de pensamiento se enseña a las familias
y a sus miembros a hacer las cosas por ellos mismos, huyendo de la identificación del trabajador/a social como único agente de cambio (Kinney,
Haapala y Booth, 1991). La familia adquiere en este sentido, un papel protagonista como agente con poder, capaz de asumir la responsabilidad
del trabajo de externalizar los problemas que les afectan. El tipo de tareas que pondrán en práctica dependerá de las necesidades planteadas, de
las habilidades de los clientes y de los recursos disponibles dentro de la familia y en la comunidad. En general, las primeras intervenciones se
centrarán en los problemas del ambiente familiar (Kaplan, 1983) relativos al nivel I y II de necesidades (Kilpatrick y Holland, 1998). Como tareas
para lograr este objetivo se propone el uso de un lenguaje “que exteriorice”, por ejemplo, haciendo uso del “diálogo crítico y liberador”47, y
mediante las actuaciones necesarias para situar el problema fuera de la persona.
Collins y cols. (2007:283) proponen que el trabajador/a social ayude a delimitar la influencia del problema en la vida de la familia. Para ello, el
trabajador/a social comienza la intervención pidiendo a la familia que describa la influencia que ellos creen que tienen sobre el problema, y cuál
es la influencia que el problema tiene sobre ellos. Este tipo de preguntas pretenden medir “la influencia relativa” (Gallant, 1993) y muestran a la
familia que, el hecho de tener un problema puede convertirse en sí mismo en el problema y que en ese momento, también las relaciones de la
familia con el problema se convierten en el problema.
Desde la perspectiva del empowerment se formula la siguiente observación: ¿hay algún problema que domine a una persona el cien por cien de
su tiempo? En el marco del trabajo colaborador entre el trabajador/a social y la familia, se hallarán sin duda, espacios de tiempo donde el
problema esté ausente, no hay problemas que dominen el 100% de la vida de una persona. Estos momentos pueden denominarse “excepciones”:
en estos periodos la familia puede constatar que el problema permanece fuera, que la historia sobre la dominación y los efectos que ejerce el
problema en sus vidas se interrumpe. Desde la perspectiva del empowerment, las “excepciones” son la piedra angular sobre la que se estructura
el cambio. Repasar las formas en las que las familias afectan al problema puede ser el proceso más poderoso de todos. Este es un proceso que se
ha ignorado de forma sistemática desde las aproximaciones tradicionales del trabajo social centrado en el diagnóstico –problema/patología–,
donde el trabajo suele centrarse en el problema y no en la persona, donde a veces, incluso se llegan a identificar, el problema y la persona como
una misma entidad.
Cuando se concede el mismo o incluso más tiempo a conversar sobre las formas en las que la familia ejerce efecto sobre el problema, en vez de a
las formas en las que el problema ejerce su efecto sobre la familia, se evidencia que la familia y sus miembros son más importantes que el
problema. En ese mismo proceso, los miembros se identifican como agentes de cambio, no como sujetos pasivos del problema, “expertos” en
sufrirlo y en su cronicidad.
• ¿Cuándo os disteis cuenta por primera vez de que podíais superar el problema?
• ¿Qué estrategias habéis desarrollado para mantener el problema apartado cuando estáis con amigos?
• ¿Qué amigos o conocidos saben que puedes rechazar las invitaciones que te hace el problema?
• ¿Qué te dice acerca de ti mismo el hecho de que has sido capaz de dar esquinazo al problema?
• ¿Qué significaría en tu vida, incrementar y desarrollar esas tácticas anti-problemas que has usado?
Como en el caso anterior de la identificación de los patrones de interacción, el cambio no vendrá únicamente por usar las palabras o preguntas
adecuadas en el momento justo. El tipo preguntas que se formulen y el orden surgirán del desarrollo natural de la conversación con el trabajador
del empowerment. Él sabe que investigar la influencia relativa de un problema en la vida de una familia sólo funciona si el problema está siendo
externalizado en el proceso, por ello, la conversación acerca de las formas en las que los miembros afectan a la vigencia del problema sólo
adquiere sentido desde el contexto de las “excepciones”. Así que, mientras que el uso adecuado de las preguntas en este trabajo no garantizará el
cambio, trabajar en la externalización del problema, supone añadir “una fortaleza más” de enorme potencial, a la red de poder que se está
tejiendo. Y podemos afirmar que esta red si será capaz de sustentar e impulsar el cambio.
La perspectiva del empowerment persigue un aprendizaje transformador (Mezirow, 2000:8), que implica la participación en un discurso
constructivo donde se usan las experiencias de otros para evaluar las razones, justificar, asumir, etc. Y a lo largo de este proceso se toma la
decisión de actuar influenciado por el “insight” alcanzado. El objetivo es que las familias y sus miembros consigan adoptar una postura crítica,
desde la que puedan integrar cómo las personas aprendemos a negociar y a actuar de forma que tenga sentido para nuestros propios propósitos,
valores y sentimientos, en vez de hacerlo para los propósitos que hemos asimilado de otros48 de forma no-crítica. Este aprendizaje lleva a las
personas a asumir un control mayor sobre sus vidas, haciéndose individuos socialmente responsables, y, sobre todo, personas capaces de tomar
decisiones con un pensamiento claro que conecta sus verdaderas motivaciones con las acciones que emprenden.
Proporcionar este aprendizaje transformador, lleva al trabajador/a social a cultivar las áreas donde cada familia tenga mayor necesidad de
adquirir habilidades o conocimientos para su desarrollo saludable. En este sentido, desde el empowerment, se contemplan los problemas
familiares como el resultado de habilidades poco desarrolladas, o como la necesidad de aprender nuevas habilidades.
A continuación, se ofrecen una serie de tareas de aprendizaje para trabajar el desarrollo de capacidades que necesitan ser reforzadas con
frecuencia, en las familias objeto de atención del trabajo social. Los participantes acceden al poder, en el hecho mismo, de asumir la
responsabilidad de su propio aprendizaje y el compromiso activo con su desarrollo. Las habilidades a las que se hace referencia son: la
reestructuración cognitiva, la resolución de necesidades/problemas, las estrategias de comunicación, la confrontación y el entrenamiento en
habilidades parentales.
La teoría cognitivo-conductual en trabajo social se fundamenta en la idea de que nuestros pensamientos causan nuestros sentimientos y
conductas y que un cambio en nuestros pensamientos conlleva un cambio en nuestras conductas (Beck, 1995). Si bien se admite que no se puede
explicar toda la vida emocional en base al pensamiento o las cogniciones, hay aproximaciones dentro de esta teoría, como la Terapia Racional-
Emotiva de Albert Ellis, que se orientan en mayor medida a este objetivo (Ellis, 1962). De acuerdo con esta teoría, la mayoría de los problemas o
disfunciones de las personas se deben a las distorsiones cognitivas que tienen acerca de si mismas, sobre otros y sobre los diversos
acontecimientos de la vida. Desde el empowerment, la reestructuración cognitiva es un trabajo altamente recomendable, porque se dirige a
aumentar o fortalecer las habilidades cognitivas y conductuales, y su resultado es el desarrollo saludable de los miembros de las familias y de las
unidades familiares.
La reestructuración cognitiva dirige su atención al “diálogo interno”, y lo identifica como la clave para comprender la conducta. Las conductas
son función, por tanto, de procesos cognitivos. Así que el cambio conductual supone ayudar al cliente a realizar cambios constructivos a nivel
cognitivo cuyo resultado es un aumento de poder. Se le ayuda a identificar los pensamientos que constituyen distorsiones o pensamientos
irracionales (aunque tienen lógica para la persona), y la conexión que tienen con las necesidades o problemas. Un ejemplo de pensamiento
irracional es la generalización: “Cuando paseaba hoy por La Gran Vía, un mendigo calló redondo al suelo de la borrachera que llevaba. Está claro,
los mendigos y los vagabundos de Madrid, se dedican a beber y pedir dinero todo el día”. O el pensamiento absoluto de “todo o nada”: “como no
consigamos el dinero del alquiler para el próximo mes nos echarán a la calle y de ahí, ya no podremos volver”.
Como la reestructuración cognitiva se dirige fundamentalmente a que el individuo identifique y modifique las conexiones de sus pensamientos
con las emociones y los resultados conductuales que llevan asociados, este trabajo es especialmente útil cuando se pretende ayudar a los
miembros de la familia a identificar sus pensamientos autoderrotistas y las ideas erróneas que le están impidiendo su desarrollo.
Tabla 30
Fuente: Hepworth y cols. (2010:396). Direct Social Work Practice. Theory and Skills. Brooks/Cole. Cengage Learning.
Para ser efectivos en el uso de la reestructuración cognitiva aplicado al trabajo con familias, el trabajador debe estar entrenado en la evaluación
del funcionamiento cognitivo49 y en la aplicación de las técnicas apropiadas.
A continuación, se propone un caso de trabajo de reestructuración cognitiva, desde el marco cognitivo-conductual con un lenguaje de
empowerment:
EJEMPLO 11
Mohamed Abdelaziz de 32 años, llegó a España hace cuatro años, venía con la promesa de un contrato de trabajo que resultó ser cierta y
consiguió regular su situación. Desde entonces trabaja en una fábrica de construcción de material de baños. Abdelaziz, está casado y tiene 4
hijos. Desde España envía la mayor parte de su salario para mantener a su familia. Hace un año estaba totalmente decidido a traer a su familia a
España, de hecho, había emprendido las acciones oportunas, pero la situación de crisis económica que se ha desatado le ha hecho postergar
sus planes. Esto le ha provocado una gran tristeza. Además, en su empresa los despidos empiezan a sucederse con asiduidad y está
terriblemente preocupado por si esto le pudiera ocurrir a él.
Juan, es el mismo trabajador/a social que le ayudó a preparar el traslado de su familia. A causa del desarrollo de los acontecimientos, ha
acordado con Abdelaziz tener una sesión quincenal durante los próximos tres meses para trabajar en los acontecimientos que le rodean y en los
sentimientos de desesperanza y de miedo atroz a perder el trabajo que parecen haberse apoderado de él.
Juan (trabajador/a social): Vamos a hacer una cosa. Cierra los ojos por favor. Imagínate con todo tipo de detalles que llegas al trabajo tarde y
que tu jefe se enfada muchísimo contigo.
Juan: Ok, ahora sin cambiar la situación de que has llegado tarde, intenta cambiar esos sentimientos de angustia y pánico por otros de
contrariedad, preocupación, frustración...Es decir, siente tu disgusto, pero no lo lleves hasta el punto en que te altera tanto que consigue
incapacitarte...Cuando creas que te aproximas a estas sensaciones dímelo por favor
Juan: Vale, ahora abre los ojos y dime cómo conseguiste hacerlo. ¡Has sido capaz!, así que, por favor, dime cómo conseguiste cambiar esos
sentimientos que te incapacitaban por sentimientos de preocupación.
Abdelaziz: Pues me dije a mí mismo que, aunque no está bien que llegue tarde, soy un buen trabajador...A veces, hasta hago horas extras. Si mi
jefe está pensando en despedirme, debe valer de algo que sea un buen trabajador.
Juan: Estamos de acuerdo entonces con que la situación no es tan desesperada como tú la ves a veces. Piensa Abdelaziz!, cuando tienes en
cuenta datos más realistas eres capaz de cambiar la forma en la que te sientes....
Pero como estamos trabajando juntos en esto, vamos a ir un poco más allá. Recuerda que estoy contigo. Vamos a suponer que tu jefe te despide
a pesar de todo. ¿Cómo podrías entonces seguir sintiéndote muy preocupado en vez de angustiado y bloqueado?
Abdelaziz: ¡Bueno, la verdad es que no es el fin del mundo! Está claro que podría conseguir otro trabajo, aunque la situación ahora está
francamente mal.
Juan: Y si piensas que puedes conseguir otro trabajo, ¿qué te surgiere ese hecho en relación con tus sentimientos de pánico?
Juan: Exactamente, lo que haces es cambiar tu pensamiento rígido, que te lleva a pensar que perder el trabajo sería lo peor del mundo, y a
sentir mucha angustia, por otro pensamiento que no es tan catastrófico. Me explico, puedes pensar que sería preferible no llegar tarde y no ser
despedido, pero que, aunque esto pasase podrías soportar la situación a pesar de ser muy incómoda., porque no sería en realidad, el fin del
mundo o una catástrofe absoluta.
Abdelaziz: Tienes razón Juan, creo que suelo pensar así. En formas que me producen mucha angustia y que toda mi vida se ve afectada. Incluso
la calidad de mi trabajo y así no ayudo a lograr aquello que quiero –mantener mi trabajo y traer a mi familia–. Creo que empiezo a entender por
qué me dices que el pensamiento irracional no es nada útil. Pierdo mucha energía sintiéndome tan preocupado la mayor parte del tiempo.
Juan: De acuerdo creo que esta parte la has entendido, aunque tendrás que seguir trabajando sobre ella y cada vez que esos sentimientos de
angustia profunda surjan, es bueno que te replantees la situación, trabaja en abandonar tu pensamiento rígido que te lleva a pensar en unas
consecuencias fatales por otro preferencial que te lleva a ser más realista.
Pero además de esto..., por lo que hemos estado hablando, podría haber otro aspecto que discurre paralelo a ese miedo profundo que tienes a
ser despedido. Dime Abdelaziz, además de la angustia que te produce el miedo a ser despedido, ¿hay algo más?
Abdelaziz: A veces me siento muy triste, sin energía, sólo quiero estar tumbado y dormir.
Juan: Y ¿de dónde podría venir esa tristeza?
Abdelaziz: Creo que pienso que soy un fracasado porque en todos estos años no he sido capaz de traer a mi familia.
Juan: ¿Lo que me dices es que eres un fracasado porque no has logrado de momento un objetivo en tu vida y que eso te convierte en una
persona incapaz de lograr nada?
Abdelaziz: Vale, vale, ya lo veo, ya veo que estoy llevando las cosas al extremo otra vez.
Juan: Claro, es que no sólo te devalúas como trabajador sino también como persona, como ser humano. Te dices que, aunque amas, cuidas,
mantienes y das una vida digna a tu familia allá en Marruecos, como por el momento no has podido cumplir tu rol de padre, esposo y cabeza de
familia como a ti te hubiera gustado, entonces, haces una generalización y piensas: “fracaso en una cosa, pues fracaso en todo, pues soy un
fracasado” y generas entonces, esos sentimientos de decaimiento y depresión.
Abdelaziz: Lo veo Juan, tienes razón, muchas veces pienso así. Pero es que es eso, soy el cabeza de mi familia y si no lo cumplo como a mí me
gustaría, como debe ser, entonces me digo que soy un fracasado completo. Creo que entiendo lo que me dices, pero debo seguir pensando sobre
esto en los próximos días.
Juan: Bien, me alegro de que lo entendidas. Recuerda que las personas somos mucho más que la suma de nuestros roles, así que hacer cuentas
sumando o restando para ver qué tipo de personas nos sale es algo que no lleva a ningún sitio. En realidad, lo que yo veo con datos objetivos
desde fuera es que eres un hombre fuerte, trabajador, que quiere a su familia, que la cuida y que está bien relacionado con su comunidad. Y esta
descripción, estarás de acuerdo conmigo, no corresponde a un hombre fracasado. Como bien dices, piensa en ello estos días y seguiremos
hablando.
En el proceso de aprendizaje con las familias, hay otras técnicas de uso frecuente con resultados muy positivos en la mejora del bienestar familiar
como, la resolución de problemas. Se enseña a los miembros de la familia a negociar las soluciones a sus problemas, de forma que alcancen un
consenso lo más extenso posible. Para su contextualización teórica podría aplicarse de nuevo, una visión sistémica de la familia.
Puede resultar paradójico incluir tareas de resolución de problemas en una propuesta de trabajo social con familias desde el empowerment. De
hecho, a lo largo de toda esta investigación se ha enfatizado la necesidad de orientar el trabajo hacia las fortalezas y los recursos de las familias
en todos sus niveles, y a abandonar la aproximación tradicional centrada en el problema o la patología.
Pues bien, desde el empowerment ciertamente se propugna estructurar el trabajo en torno a las fortalezas y no en torno a los problemas, pero
este hecho no pretende instaurar una visión ingenua y poco realista de las familias que reciben los servicios. Los problemas son y serán una
realidad vital, y aunque desde el empowerment no focalizan o monopolizan el trabajo, no pueden bajo ningún concepto, ser ignorados. Debe
trabajarse en su solución o al menos en su disminución para satisfacer las necesidades de la familia. Por ello, se propone entrenar a las familias
en la resolución de problemas, pero siempre desde un lenguaje de empowerment50, un lenguaje que contribuya a ejercer la fuerza en el sentido
deseado para cambiar las perspectivas sobre los problemas que les oprimen.
A pesar de estas diferencias importantes con las aproximaciones más tradicionales, en cuanto a la forma de “etiquetar” los asuntos que oprimen a
las familias y al tratamiento del aprendizaje, la perspectiva del empowerment ha supuesto en realidad una influencia extraordinariamente
enriquecedora, aportando algunas de las mejores aproximaciones prácticas en materia de resolución de problemas (Parsons, 2002).
Desde nuestra perspectiva es un reto para la disciplina del trabajo social, el conjugar el conocimiento que tiene los trabajadores acerca de las
distintas formas de opresión con el proceso de resolución de problemas (Rooney, 2009). Junto a este conocimiento y dado que el proceso de
empowerment anima a la participación activa de las personas, en las decisiones que se toman acerca de sus vidas (Gutiérrez y Lewis, 1999;
Rappaport y Hess, 1984), se anima igualmente a la participación de los miembros de la familia en cada una de las fases de la resolución. Teniendo
siempre en cuenta, que el proceso comienza “donde está el cliente”51, asumiendo y respetando las preferencias culturales y las diversas formas
de percibir el mundo de estas familias (Hepworth y cols., 2010). También desde el empowerment se enfatiza una vez más para el desarrollo de
esta tarea, la necesidad de que el trabajador/a social ponga un cuidado especial en no asumir una posición de “experto”, sino de colaborador,
siendo un miembro más que ejerce entre otras funciones, la de guía en el proceso de hallar soluciones a los problemas.
Collins y cols. (2007:286), proponen una serie de estadios en la resolución de problemas por parte de una familia:
Tabla 31
Fuente: Collins, D., Jordan, C., y Coleman, H. (2007:286). An Introduction to Family Social Work. Thomson Brooks/Cole.
Junto al desarrollo de estos estadios propuestos para el desarrollo de habilidades en la resolución de problemas, hay además una serie de
cuestiones muy útiles que puede plantease de forma simultánea por el trabajador (Kolb y Stuart, 2005; Stapp, 1996; Ruffolo, Kuhn y Evans,
2005):
• ¿Qué ha ocurrido?
• ¿Cuáles serían los primeros signos de que la familia se está moviendo en la dirección deseada?
Para concluir, hay que señalar que el entrenamiento en resolución de problemas no sólo implica que el trabajador ayude a las familias a resolver
la situación de necesidad que motivó el trabajo, sino que se dirige a lograr que las familias adquieran habilidades permanentes en la resolución
de los mismos. Lo que les permitirá no sólo aliviar sus circunstancias presentes, sino manejar de forma eficaz los problemas futuros cuando el
trabajador ya no esté presente. Y es que aumentar la capacidad de resolver los problemas, o de dar satisfacción a las necesidades, es un factor
clave en la adquisición de un mayor nivel de independencia y autonomía.
Ya se ha mencionado52 cómo la comunicación es un aspecto vital para el desarrollo saludable de la familia. La incapacidad de usar la
comunicación para resolver las luchas de poder en una familia mantiene la disfuncionalidad del sistema familiar. Sin resolver estas luchas de
poder, las reglas del sistema familiar y su cumplimento quedan seriamente comprometidos.
En general, la salud familiar guarda una relación positiva y directa con la habilidad familiar de discutir las ideas y las preocupaciones de todos los
miembros, sobre todo a la hora de tomar decisiones que les afectan. La comunicación disfuncional familiar afecta no sólo a los adultos, sino que
constituye un factor de riesgo serio para los hijos. Los niños que crecen en familias con patrones disfuncionales de comunicación tienen mayor
probabilidad de repetir esos mismos patrones de comunicación en las relaciones que establezcan a lo largo de su vida, especialmente en sus
propias familias.
Con el objetivo de evitar estos efectos nocivos para la convivencia familiar, Collins y cols. (2007) proponen una serie de estrategias de trabajo
para mejorar la comunicación familiar. Sugieren entrenar a la familia en materia de metacomunicación. La metacomunicación es la comunicación
que habla de la comunicación misma. Entrenar a la familia en esta habilidad, les ayuda a interpretar los mensajes no sólo de forma literal, sino a
ir un poco más allá y cuestionarse el mensaje subyacente. En este aprendizaje, “el trabajador/a social tendrá que prestar mucha atención, al
proceso de interacción familiar, ser capaz de parar el proceso de comunicación cuando sea necesario, y entonces atraer a la familia hacia la
discusión de los acontecimientos que ocurrieron. El objetivo es llevar a la familia a reemplazar los patrones disfuncionales de comunicación por
una comunicación más saludable”. (Collins y cols., 2007:288). En el aprendizaje sobre estrategias de comunicación saludables, el trabajo suele
estructurarse en torno a dos estrategias comunicativas fundamentales: la retroalimentación y la confrontación.
6.1.2.3.1. La retroalimentación
Lewin (1951) tomó prestado el término “retroalimentación” (conocido también como “feed-back”) de la ingeniería eléctrica y lo aplicó a las
ciencias conductuales. La retroalimentación, es la forma en la que hacemos saber al otro u otros el grado de efectividad que logran en lo que
están tratando de transmitirnos o la forma en la que nos está afectando. Es una herramienta poderosa para que las personas aprendan cómo
afectan al mundo que les rodea, cómo se ven afectadas por el mismo y cómo pueden resultar más efectivos en sus acciones. Si una persona
conoce la forma en la que es visto por los demás, es más fácil que supere los problemas a la hora de comunicarse e interaccionar.
Tanto en las interacciones familiares saludables como disfuncionales, los miembros reciben retroalimentación, aunque a menudo los resultados
de la misma no son los esperados en cuanto forma de ayuda en la mejora de la comunicación. Es tarea del trabajador/a social, enseñar a los
miembros a proporcionar y recibir retroalimentación positiva. Las características de la retroalimentación positivo son: 1) apertura: escuchando
sin interrupciones frecuentes u objeciones; 2) receptividad: predisposición a oír lo que se va a decir; 3) aceptación: aceptar sin rechazos, la
retroalimentación; 3) respeto: reconocer el valor de lo que se está diciendo y el derecho a decirlo del que habla; 4) compromiso: interaccionar de
forma adecuada con el que habla, pidiendo una aclaración cuando sea necesario; 5) escucha activa: escuchar cuidadosamente y tratar de
comprender el significado del retroalimentación; 6) reflexiva, tratando de comprender la conducta personal que condujo al retroalimentación; 7)
sincera: desear de forma sincera hacer cambio personales si fuera lo adecuado.
Enumerar estas características a la familia puede resultar una intervención aburrida y poco efectiva en la labor de favorecer la conexión y el
entendimiento mutuo en la familia. En su lugar, el trabajador puede optar por enumerar una serie de reglas de lo que sí y lo que no, es aceptable
en la retroalimentación. Es su labor intervenir, las veces que sea necesario, para animar a los miembros a formular mensajes claros, que expresen
sus sentimientos y sus necesidades. Reconduciendo la interacción cuando los argumentos dejen de estar centrados en los asuntos centrales que
se están tratando en la interacción.
Tabla 32
A continuación, se ofrece un ejemplo práctico de un extracto de una sesión en la que un trabajador/a social trabaja las estrategias de
comunicación con una familia. Se propone abordar un problema de comunicación usando una comunicación efectiva y clara, trabajando en la
evitación y solución de disfunciones y sesgos comunicativos. De las sesiones de trabajo de este tipo, las familias terminan infiriendo que cuando
existe voluntad de lograrlo, sus miembros pueden comunicarse y entenderse, aunque no compartan los puntos de vista ni las opiniones
manifestadas:
EJEMPLO 12
Ruth (le dice a su marido): He trabajado muchísimo para tener toda la casa arreglada antes de que llegara la gente, pero de lo único que te has
dado cuenta es de lo que no había hecho –como el comentario que hiciste sobre las manchas en el cuarto de baño–.
Carlos (marido, le dice a Ruth): Bien, reconozcámoslo, las manchas estaban ahí, como tú misma admitiste
Trabajador/a social: Carlos, Ruth está expresando lo que es importante para ella en la relación y no quiero que su punto de vista se pierda en
una pelea. Ruth, piensa lo que acabas de decir, ¿qué es lo que le estás pidiendo a Carlos?
Ruth (tras una pausa): ¿Quieres decir que él no se está dando cuenta de lo que hago?
Trabajador/a social: En cierto modo sí. ¿Te gustaría que Carlos te dijera que te está agradecido por lo que has hecho?
Trabajador/a social: Ruth, me gustaría que comenzaras de nuevo y que expreses que quieres retroalimentación positiva de Carlos. Esta vez,
sin embargo, manda un mensaje que comience por “yo” de forma que quede claro lo quieres de él.
Ruth (dubitativa): Espero poder hacerlo.... Carlos, yo necesito oír de ti las cosas que hago bien y no sólo lo que hago mal
Fuente: Hepworth, D., Rooney, R., Rooney, Strom-Gottfried y Larsen, J. (2010:474). Direct Social Work Practice. Theory and Skills. Brooks/Col e
Cengage Learning.
6.1.2.4. Confrontación
La confrontación es una forma de proporcionar apoyo social. Se maneja de forma similar al uso de la empatía, pero a diferencia de esta habilidad,
la confrontación, no está indicada para la fase de evaluación53. Supone interpelar a distintos niveles a un miembro o a la familia sobre un hecho
que se interpone el desarrollo saludable de sus vidas (Polcin, Galloway, Greenfield, 2006). Cuando se trabaja correctamente es una herramienta
poderosa tanto para el crecimiento de los miembros de forma individual como para el crecimiento de la familia como unidad. Permite identificar
las inconsistencias, aclarar las percepciones, y asumir una postura proactiva en vez de reactiva (Reid, 1986). Se usa con frecuencia ante
acontecimientos tales como, la pérdida de relaciones importantes, el desarrollo de problemas de salud o emocionales, la pérdida de una vivienda,
la entrada en prisión, problemas laborales, etc. Su efectividad es mayor, cuando se ha establecido una relación de confianza y respeto entre el
miembro/familia y el trabajador. Aun así, algunos trabajadores manifiestan sus reticencias a usarla en cualquier parte del proceso. Y es que, si no
se desarrolla adecuadamente, los resultados pueden perjudicar de forma significativa el trabajo. Pero cuando hay un buen entrenamiento previo
por parte y su desarrollo es satisfactorio, acelera significativamente el proceso de cambio, como resultado de un aumento de la toma de
conciencia del cliente.
Como indica el propio término de “confrontación”, el trabajador ayuda a algunos de los miembros o a toda la familia a ponerse frente a (a
confrontar) creencias, sentimientos o conductas que están manteniendo la situación disfuncional y que no les permite el avance. Se emplea para
ayudar a la familia a tomar conciencia de las fuerzas que están obstaculizando su progreso hacia el logro de los objetivos planteados y como
forma de motivación para acometer con responsabilidad las acciones que faciliten en cambio.
Cuando el trabajador maneja esta técnica, incorpora al proceso sentimientos de un miembro o de la familia que suelen permanecer en estado
latente para ellos mismos y que actúan reforzando la resistencia al cambio. Es por ello por lo que un nivel alto de empatía es un prerrequisito
fundamental en el trabajador, además, debe ser una persona experimentada en el trabajo y la conexión emocional con los clientes y debe estar
muy atento a no usar esta herramienta como forma de dar salida a sus propios sentimientos de frustración o insatisfacción por la falta de avance
del trabajo.
Rooney (2009) señala tres niveles de intervención en la confrontación por parte del trabajador/a social:
1. Auto-confrontación. El trabajador/a social induce a la auto-confrontación cuando le pide al cliente que verbalice la relación disonante que hay
entre sus conductas y sus propios valores. Este nivel de confrontación puede desarrollarse aún más si se pide a los clientes que reflexionen sobre
cuales piensan ellos que pueden ser las causas de esta disonancia (Kadushin y Kadushin, 1997). Es sutil y respetuosa y no suele ocasionar
reacciones de oposición fuertes por parte de los miembros de la familia. En este nivel, lo que hace en realidad el trabajador/a social es comenzar
un proceso, por el cual en poco tiempo el cliente es capaz de enfrentar por sí mismo las discrepancias entre conductas y: a) creencias; b) objetivos
y c) valores. Al no crear una oposición fuerte, las probabilidades de que el cliente vaya integrando los resultados de la confrontación son altas. Lo
que resulta en un avance considerable del trabajo de auto-conocimiento como paso previo en la acumulación de poder suficiente para poder
tomar decisiones que dirigen las acciones propias y las de la familia hacia el logro de los cambios deseados. Existe, sin embargo, un obstáculo
para este nivel de confrontación, y es que los miembros de la familia necesitan un cierto nivel de madurez emocional. Es decir, con frecuencia las
familias que acuden a la prestación de servicios suelen estar integradas por miembros que tiene escaso conocimiento del impacto de sus
emociones en ellos mismos y en los otros. Personas que colocan de manera sistemática la causa de sus problemas fuera de sí mismos. En estos
casos, el nivel de auto-confrontación suele ser poco efectivo. Un ejemplo de auto-confrontación sería el siguiente caso:
EJEMPLO 13
María, no tiene pareja. Es una madre alcohólica que ha perdido la custodia de sus dos hijos. Ha emprendido un programa conjunto de trabajo
(con el trabajador) con el objetivo de recuperarse de su adicción y recuperar la custodia de sus dos hijos. La confrontación en este nivel iniciada
por el trabajador/a social sería del tipo: “María hemos acordado que vas a recuperar a tus hijos, pero has llegado tarde a las dos últimas
sesiones que teníamos programadas, ¿te das cuenta de que puedes estar rindiéndote?
Dependiendo del nivel de madurez emocional o auto-conocimiento de María, ella será capaz de colocar la responsabilidad de estos retrasos en
sí misma o en factores externos. En los casos en los que la atribución es externa, y el trabajador sigue orientando el trabajo hacia la
confrontación, se necesita un nivel mayor de intensidad para lograr resultados satisfactorios.
2. Preguntas inductivas. Este nivel de intervención pierde sutileza, pero sigue siendo muy respetuoso con los miembros de la familia. Las
preguntas formuladas por el trabajador/a social se dirigen de forma específica a discrepancias en cualquier área del trabajo, en las creencias, en
los valores, en los pensamientos y en las formas de actuar. Las preguntas señalan la posibilidad de que el hecho concreto al que hacen referencia
pueda ser un déficit al que es necesario prestar atención.
EJEMPLO 14
Preguntado a unos padres de acogida sobre la falta de integración del niño en la familia, transcurridos cuatro meses desde el acogimiento, se
formulan preguntas del tipo: “¿Tienes sentimientos negativos por el hecho de que Clara (la niña acogida) esté en tu familia? ¿La semana que se
fue de acampada os sentisteis mejor? ¿Hace algo que os moleste u os haga sentir incómodos? ¿Son estas conductas superables por ambas
partes?”
3. Confrontación asertiva. A veces, cuando el peligro es inminente, el trabajador no tiene tiempo para sutilezas y las confrontaciones se vuelven
más asertivas, de forma que la conexión entre los pensamientos, planes, valores y creencias se exponen de forma declarativa.
EJEMPLO 15
Juan es un padre de familia, que ha perdido el trabajo cuatro veces en el último año. Suele echar la culpa a los jefes y a la crisis. Ha acudido a un
par de entrevistas de trabajo en las últimas dos semanas. Su actitud en las mismas ha sido muy dura, dando pocas facilidades al entrevistador.
Cuando más tarde Juan se reúne con el trabajador/a social, éste le hace una observación del tipo “Estoy muy preocupado, porque parece que los
sentimientos lógicos de ira y frustración te están llevando a darte por vencido, a abandonar el esfuerzo por conseguir aquello que quieres y a
dejarte llevar. Tú niegas estos sentimientos, pero son el resultado lógico que tendría cualquier otra persona en tu lugar dados los
acontecimientos de este último año”.
Analizando estos tres niveles de confrontación hay cuatro elementos comunes que el trabajador debe cuidar para realizar la confrontación de
forma adecuada: el primero es la expresión de la preocupación. El segundo es la descripción más o menos manifiesta, aunque presente del
objetivo, creencia o compromiso que pretende la familia. El tercero es la verbalización de la conducta o la omisión de la misma, lo que crea una
disonancia con las pretensiones familiares. Y el último elemento incluye las consecuencias negativas probables contingentes a la conducta
disonante. Para concluir con este apartado subrayar de nuevo, que la confrontación requiere en todos los casos una relación de cierta intimidad,
respeto y consideración entre el trabajador y la familia; así como ser oportuna o pertinente en el marco de desarrollo del trabajo; y que este tipo
de trabajo debe realizarse con un cuidado y tacto extremos.
Una de las funciones de la familia es construir un escenario adecuado para el desarrollo de personas y apoyarlas en su proceso de aprendizaje
(Rodrigo y Palacios, 1998). La labor de los padres en este sentido es bastante compleja, porque el desarrollo de los hijos envuelve múltiples
ámbitos de actuación. En el correcto desarrollo de los hijos, los padres necesitan disponer de habilidades que les permitan protegerlos a la vez
que favorecer su desarrollo positivo. Adquirir las habilidades necesarias requiere un aprendizaje previo, la oportunidad para poder practicar
estas habilidades, y el reconocimiento social de que las tareas parentales se están desarrollando adecuadamente, para tener motivación y
continuar perfeccionando las habilidades (Rodrigo, Martín, Cabrera, y Máiquez, 2009).
Las habilidades parentales son el resultado de un ajuste entre el entorno ambiental y el entorno familiar. Con frecuencia, las familias objeto de
atención de trabajo social viven en zonas de exclusión, caracterizadas por el bajo nivel educativo, la pobreza y la violencia de los barrios (Blanden
y Gibbons, 2006). Sin embargo, como se adelantaba en el capítulo primero, las circunstancias ambientales adversas no comprometen
necesariamente el desarrollo futuro de los hijos. Cuando los padres tienen una serie de habilidades de afrontamiento del ambiente y las combinan
con una serie de habilidades parentales no sólo no comprometen el desarrollo de sus hijos, sino que como se adelantaba también en el capítulo
primero, favorecen su resiliencia. Así, por ejemplo, aquellos padres que, a pesar de la adversidad, se centran en sus hijos y tienen expectativas
positivas sobre su futuro, potencian más la resiliencia de los hijos que aquellos que cuentan con expectativas no realistas o que no tienen
expectativas (Rodríguez, Camacho, Rodrigo, Martín y Máiquez, 2009).
Si estas habilidades parentales no se encuentran de forma natural en las familias, pueden entrenarse. Rodrigo y cols. (2009) en su análisis de las
habilidades parentales, las agrupan en cinco áreas: educativas (p. ej., cuidados físicos y emocionales de los hijos y seguridad), socio cognitivas (p.
ej., expectativas adecuadas respecto a las capacidades de los niños, estilo de atribución positivo, autoeficacia), autocontrol (p. ej., control de
impulsos, precepciones precisas, asertividad), manejo de estrés (p. ej., auto cuidado, relajación, capacidad para el ocio, capacidad de
afrontamiento, apoyo social y planificación) y sociales (p. ej., solución de problemas interpersonales, empatía, reconocimiento de las emociones).
El número de programas de entrenamiento en habilidades parentales es muy numeroso. Los beneficios de los mismos consiguen introducir
modificaciones muy poderosas en la vida familiar, las fundamentales son (White, 2005): 1) por un lado se mejoran objetivamente las condiciones
de vida y el desarrollo de los niños, por otro, 2) se dota a los padres del poder de discernir y elegir sobre las formas distintas de actuar y de ejercer
una mayor influencia en el bienestar de sus hijos. Este hecho aumenta la autoestima, el auto concepto y la sensación de valía de los padres y por
ende la de los hijos.
Hay dos formas comunes de proporcionar entrenamiento al respecto. La primera es aplicándolo de forma grupal y la segunda a través de
intervenciones específicas. En este último caso, el tipo de necesidad o la urgencia de la misma son los motivos que hacen más recomendable
desarrollar la prestación de forma particular, sin perjuicio de que pueda completarse con algún otro entrenamiento de carácter grupal.
Un ejemplo de entrenamiento grupal se puede encontrar en los Centro de Atención a la Familia (CAF) dependientes de Ayuntamiento de Madrid.
Estos centros ofrecen distintos programas para asistir a las familias en periodos de crisis, así como en los conflictos de distinta gravedad que les
puedan surgir en su desarrollo vital.
Tabla 33
Cursos Específicos para padres con hijos adolescentes (especialmente entre 12 y 17 años) (12 sesiones) en torno a los
siguientes temas:
Indicadores de riesgo y salud en la adolescencia. Roles y estilos educativos, manejo de la autoridad en las relaciones y la
convivencia.
Evolución de la adolescencia: características y necesidades.
Comunicación en las relaciones con los adolescentes: errores frecuentes en la comunicación, expresión de sentimientos y manejo de
críticas.
Resolución de conflictos: pactos, negociaciones y contratos. La autoridad en situaciones límite.
Como puede observarse son programas de carácter educativo, su aplicación grupal no permite hacer una evaluación de las características
específicas de la parentalidad o de las relaciones padres-hijo específicas de una familia. Sin embargo, cuando las condiciones familiares hacen
urgente el entrenamiento parental, se requieren trabajos más personalizados, adaptados a las características propias de la familia particular,
Collins y cols. (2007) proporcionan un ejemplo de un tipo de entrenamiento más específico donde tras una evaluación previa, se trabajan una
serie de habilidades específicas parentales, como el modelado, el tiempo fuera, la extinción de la conducta, el establecimiento de límites y el uso
de normas entre otros.
Tabla 34
Fuente: Collins, D., Jordan, C. y Coleman, H. (2007:321). An Introduction to Family Social Work. Thomson Brooks/Cole.
Las consecuencias de este tipo de entrenamiento pueden provocar un gran impacto en la configuración original de las familias que acuden a la
prestación del servicio. Este hecho, se refleja de formas diversas. Por ejemplo, reduciendo los factores de riesgo ambientales y mejorando los
factores de protección, lo que termina traduciéndose en un aumento de los niveles de resiliencia personal o lo que es lo mismo en una mayor
capacidad de auto-protección de todos los miembros de la familia.
El entrenamiento en habilidades parentales se dirige fundamentalmente a modificar el ambiente intrafamiliar, un ambiente que influencia todos
los aspectos de la vida de los menores que lo conforman. Se ha demostrado que el tipo de vínculos familiares, la supervisión por parte de los
padres y la existencia de normas familiares protegen de forma muy importante a estos menores de las amenazas ambientales externas (Ary,
Duncan, Biglan, Metzler, Noell y Smolkowski, 1999). Es por ello, que mejorar las relaciones padres-hijos debe ser un objetivo fundamental de
cualquier programa de prevención/entrenamiento para la familia.
Intervenir en el sistema familiar para su fortalecimiento es el objetivo de muchas aproximaciones prácticas. Desde la perspectiva del
empowerment, este es un objetivo fundamental en el trabajo con las familias. El trabajo para lograrlo está guiado por varios de los principios
fundamentales para la práctica del empowerment, el principal es el de la construcción sobre las fortalezas y los recursos. Este trabajo de
fortalecimiento entiende que el cambio que se busca en las familias tiene lugar como resultado de un proceso.
No sólo desde el empowerment sino desde diversas orientaciones prácticas, los trabajadores combinan diversas tareas/técnicas dirigidas a los
tres niveles de intervención, el personal, el interpersonal y el comunitario como forma de fortalecer a las familias. Sin embargo, pueden
identificarse una serie de factores disposicionales, que afectan de manera transversal a estos niveles como: los estilos de comunicación, de
afrontamiento, o los roles que van adoptando los miembros de la familia en función de los acontecimientos y las necesidades presentes. Para
fortalecer estos aspectos como parte del proceso de empowerment familiar, se propone el desarrollo de las habilidades de afrontamiento y
participación.
Las habilidades de afrontamiento son los esfuerzos cognitivos y conductuales que se hallan en constante cambio y que se usan para manejar las
demandas específicas externas y/o internas que son evaluadas como desbordantes o excedentes de los recursos de los miembros o de la propia
unidad familiar54 (Gitterman y Germain, 2008). Desde la perspectiva del empowerment, cuando el cambio se revela como posible, poseer un
repertorio extenso de estas habilidades, juega un papel primordial en hacer que el cambio tenga lugar. Pero, las familias objeto de atención del
trabajo social afrontan igualmente muchas dificultades que no pueden cambiarse, por ejemplo, un accidente que incapacita de por vida a un
miembro de la familia o una muerte en el seno familiar. En ambos casos, las habilidades de afrontamiento son la manifestación del poder de las
familias, porque les permitirán moverse y les impulsarán a continuar realizando elecciones hacia el logro de su bienestar.
Desde nuestra perspectiva, se promueve igualmente una participación significativa y coherente por parte de los miembros de la familia, tanto en
su ambiente familiar como en la comunidad en la que viven como forma de fortalecer su unidad familiar. La participación, es un factor crítico en
los esfuerzos de cambio y desarrollo, que permite a las personas asumir la responsabilidad activa sobre sus acciones. A nivel comunitario, los
trabajadores sociales son conscientes de los prejuicios existentes sobre muchas comunidades cuyas familias, especialmente las que viven
sumidas en la pobreza, son oprimidas de múltiples formas. En contra de esta opresión, la potenciación de la participación se revela como un
factor crítico para fortalecer su sistema familiar y para integrarse a nivel comunitario (Zastrow, 2004).
De la revisión de los programas familiares que fomentan la participación de sus miembros, se ha llegado a la conclusión de que la mayoría de las
propuestas que tienen como objetivo principal fortalecer las conexiones de la familia con la comunidad, proceden de los esfuerzos del trabajo
comunitario. Es decir, se fortalece el sistema comunitario como forma de afectar a los sistemas familiares que se encuentran dentro de él. Sin
embargo, desde los programas específicos de fortalecimiento de las familias estos esfuerzos de participación se dirigen con mayor frecuencia,
aunque no de forma exclusiva a las relaciones intrafamiliares.
Este es precisamente el caso del ejemplo que se va a exponer a continuación. Se propone un programa destinado a fortalecer a las familias,
fomentando el desarrollo de sus habilidades de afrontamiento y de participación fundamentalmente dirigidas al nivel personal e interpersonal.
Sin embargo, este “Programa de Fortalecimiento Familiar”55, es capaz de combinar prácticas muy diversas dirigidas a una multiplicidad de
factores disposicionales, como: las transiciones vitales familiares, el planeamiento familiar, los patrones y estilos de comunicación y el tipo de
roles que adoptan los miembros de la familia. En consecuencia, aunque se dirigen de forma específica a la vida intrafamiliar, sus avances serán
capaces de fortalecer a las familias en los tres niveles de intervención. Además, integra una mejora poco habitual y de gran valor si lo
comparamos con otros programas similares: dirige el entrenamiento a los tres subsistemas mencionados (los padres, los hijos, y el de padres-
hijos) como forma de lograr la máxima eficacia en el trabajo.
Del análisis de este “Programa de Fortalecimiento Familiar”, se obtiene que no sólo afecta a los tres niveles de intervención, sino que cumple la
práctica totalidad de los principios para la práctica del empowerment56: construye sobre fortalezas y recursos, aplica los valores y la competencia
intercultural, trabaja las necesidades dirigidas al nivel individual e interpersonal, presta el en forma de reciprocidad y mutualidad, el poder es
compartido y usa roles cooperativos.
El programa formula una serie de objetivos y tareas para el trabajo en cada subsistema a lo largo de un número preestablecido de sesiones. En la
tabla siguiente se detallan las características principales:
Tabla 35
2.o Subsistema: Entrenamiento en habilidades dirigido a los hijos. Donde se hacen grupos de niños con el objetivo de que aprendan como
aumentar sus habilidades de comunicación, sociales y de resistencia ante sus iguales. El número óptimo de participantes es de 6 a 8, a lo
largo de 14 sesiones.
1. Hola y reglas: Se da la bienvenida con canciones y juegos y se desarrollan las reglas grupales.
2. Habilidades sociales I: Esta sesión se centra en las habilidades para conversas, especialmente la escucha. Se refuerza el concepto de
habilidades sociales mediante técnicas de rol.
3. Habilidades II: Aquí se trabaja en las habilidades lingüísticas, como establecer contacto con la mirada, la distancia, voz, volumen y
elogios apropiados.
4. Crear buenos comportamientos: Los niños aprenden las reglas secretas del éxito. Y se realizan juego de rol para practicar dichas
reglas.
5. Como decir “no” para no meterse en problemas: Se enseña a los niños cuatro pasos básicos para apartarse de los problemas.
Mediante la discusión, los juegos, las historias y los juegos de rol.
6. Comunicación I: Esta sesión discute las conversaciones familiares y los mensajes de “yo siento”. Se manda como tarea para casa un
encuentro familiar.
7. Comunicación II: Se usan marionetas y juegos de rol, para ilustrar el concepto de pedir ayuda a un amigo.
8. Adicciones: Se enseñan a los niños los efectos y las consecuencias del consumo de alcohol y drogas mediante historias, charlas y
debates.
9. Resolución de problemas: En esta sesión se presentan siete pasos para resolver los problemas. Los niños adoptan los roles
asignados a lo largo de diversos ejemplos para reforzar el concepto.
10. Introducción al juego de los padres: Se enseña a los niños a dar indicaciones efectivas mediante el debate y las demostraciones.
11. Estrategias de afrontamiento I: Los niños aprenden a reconocer sus propios sentimientos y en los otros y a comprender que
personas diferentes pueden tener sentimientos distintos acerca de la misma situación.
12. Estrategias de afrontamiento II: Se centra en cómo dar y recibir críticas.
13. Estrategias de afrontamiento III: Esta sesión permite a los niños discutir acerca de cosas que les enfadan y se les ofrecen estrategias
para afrontar, controlar y expresar su enfado.
14. Graduación, recursos y revisión: En esta última sesión, se enseña a los niños la existencia de otros recursos que pueden servirle de
ayuda si tienes problemas cuando sus padres no están disponibles. Entonces los propios niños hacen una revisión de las 14 sesiones.
3.o Subsistema: Entrenamiento en habilidades familiares. Se desarrolla con los padres y los hijos a la vez. Están diseñadas para ayudar a
los padres a empalizar y a disfrutar con sus hijos y para aumentar el nivel de cooperación de todos los miembros de la familia. El ambiente
facilita que ambos expresen sus sentimientos y pensamientos.
1. Introducción y construcción del grupo: En esta sesión se presenta la base, el formato y los mecanismos de los componentes
familiares y se comienza el juego de niños.
2. El juego de los niños: Aquí se ayuda los padres a conceptualizar los problemas dentro del contexto de interacción padres-hijos y se
comienza el entrenamiento para el juego de niños.
3. Juego de los niños/Recompensas: Los padres y los hijos practican el juego de niños mientras los entrenadores revisan las habilidades
para prestar atención (describiendo los buenos comportamientos que observa el padre y enfatizando los buenos comportamientos
que quiere el padre).
4. Metas y Objetivos: Padres e hijos continúan practicando el juego de niños.
5. Atención diferencial: Las familias hacen listas y las jerarquizan y continúan el juego de niños.
6. Comunicación I: Las familias practican el nivel I de habilidades de comunicación (por ejemplo, identificando asuntos no
amenazantes que no tiene nada que ver con la familia).
7. Habilidades de comunicación II: Las familias practican las habilidades de comunicación en los niveles 2, 3 y 4. En el nivel 2, el tema
de la conversación se restringe de nuevo a áreas en las que no requieren que las familias usen sus habilidades. En el nivel 3, las
familias comienzan discutiendo un asunto de relevancia interpersonal. En el nivel 4, las familias comienzan discutiendo los
problemas o asuntos vigentes en la familia.
8. Aprender de los padres: Las familias continúan practicando habilidades de comunicación, esta vez discutiendo problemas de
adicciones.
9. Juego de padres/resolución de problemas, se ofrecen indicaciones: En esta sesión se introduce la habilidad de imponer actuaciones
a los hijos de forma efectiva y pedir y usar el “tiempo fuera”.
10. Juego de padres/consecuencias para la conformidad y la disconformidad: Las familias continúan practicando el juego de padres y se
introducen consecuencias para los casos en los que no se sigan las indicaciones.
11. Juego de padres/conversaciones familiares: Esta sesión introduce a las familias el tema de los encuentros familiares programados en
la agenda.
12. Desarrollo/implementación de programas de conducta: Los entrenadores animan a los padres a aplicar las habilidades que han
aprendido a cualquier situación/problema y a que continúen practicando el juego de niños.
13. Terminación y graduación: Esta última sesión familiar es una fiesta de graduación para todos los participantes. Y las familias reciben
certificados de haber terminado de haber terminado y de haber participado en los juegos.
Fuente: Kumpfer, K.L., y DeMarsh, J.P. (1983). Strengthening Families Program: ParentTraining Curriculum Manual. Salt Lake City, UT: University of
Utah, Graduate School of Social Work, Social Research Institute.
En este ejemplo (tabla 35), como se puede apreciar, el uso que se hace tanto de la participación como las habilidades de afrontamiento como un
factor clave en el proceso de cambio. Resultan fundamentales para la educación y para construir puentes que conecten a las familias con la
posibilidad de emprender trabajos futuros (Gutiérrez y Lewis, 1999), especialmente, cuando el trabajador ya no esté presente. Su combinación,
aumenta la conciencia crítica y además de ofrecer resultados muy positivos en el sistema intrafamiliar, puede mover a las familias al análisis
crítico de ambiente en el que están inmersos, a interrogarse por cómo son afectados por las instituciones (incluida la misma prestación social que
están recibiendo) y cómo pueden ellos a su vez, beneficiar o afectar a las comunidades.
6.2.1. CONECTAR A LAS FAMILIAS CON SUS AMBIENTES: DESARROLLAR LOS RECURSOS, ORGANIZAR Y PLANEAR
“Conectar” es establecer vínculos entre los individuos, los grupos y las organizaciones. Este el medio por el que las personas se conocen unas a
otras, dando lugar a los vínculos relacionales. Hay múltiples niveles en las conexiones: individual, grupal, comunitario, las redes sociales. Para
conectar a las familias con sus ambientes, de forma ideal, las intervenciones deben dirigirse por igual a las familias y a la comunidad.
Conectando a las familias con los recursos comunitarios o ambientales, las familias tienen acceso al poder por sí mismas57. La comunidad
funcional logra alcanzar los objetivos que se propone mediante los esfuerzos colectivos de las partes que la componen (individuos, familias,
grupos). Aplicando una visión de proceso, las comunidades afectan a las personas que viven en ellas y del mismo modo los individuos no son
meros receptores pasivos, sino que mediante las transacciones que tienen lugar en el ambiente comunitario, tanto ellos como las familias a las
que pertenecen, también son modelados por sus ambientes (Pardeck, 1996). Esto proceso implica que la conducta del individuo nunca puede
entenderse de forma completa, a menos que se valore el impacto del ambiente en la persona. La conexión con la comunidad supone en muchos
casos para la familia, la conexión de la necesidad con su satisfacción. Porque en general saben lo que necesitan para alcanzar el bienestar y
también saben cuáles son las elecciones que tendrían que hacer en este sentido (Freire, 1986). Sin embargo, no saben o carecen de las
herramientas que les conducen a describir esas necesidades a los otros, o que les indican cuál es el punto de partida para satisfacerlas y a quién
dirigirse. “Tampoco suelen conocer el tipo de preguntas que pueden plantear y de qué modo realizarlas y, por último, carecen de información
sobre cómo establecer una serie de etapas o estadios para organizar la acción que les conducirá a la satisfacción de sus necesidades” (Bula Wise,
2005:254).
En la intervención comunitaria, conseguir “conectar” a las personas para lograr el cambio es uno de los elementos más importantes y más
difíciles de lograr. A nivel comunitario, el empowerment se ha definido como un resultado y como un proceso mediante el que las personas
acceden al poder por sí mismas. Lee (2001) define la comunidad como el “lugar” de conexión de las familias. Cox (1977) la identifica como el
contexto, vehículo y objetivo de la práctica del trabajo social. Desde el empowerment, por tanto, se aceptan estas dos visiones de proceso y
resultado, a la vez que se señala que es fundamental contemplar esta conexión como la forma de lograr cambios estables en los factores
ambientales que rodean a la familia.
En su estado de proceso, la organización es un elemento crucial para motivar el cambio, para crear espacios y desarrollar la capacidad de
perseguir los objetivos. Pero este proceso no carece de dificultades porque deben crearse espacios lo suficientemente amplios, para acoger los
continuos reajustes que tienen lugar entre las familias y el ambiente que les rodea. En este sentido Turner (1996) propone una serie de
habilidades con las que debe contar el trabajador/a social del empowerment: 1) Ser sensibles a la opresión, desarrollando un buen nivel de
competencia comunitaria, organizacional y legislativa, influenciando el cambio tanto en estos ambientes como en la práctica directa con las
familias. 2) Responder de forma efectiva a las necesidades diversas de las familias de la comunidad, trabajando desde cualquier nivel en el que
comience la intervención y en la dirección a la que conduzca. 3) Afrontar la opresión y el fracaso en todas sus formas, evitando culpar a las
personas oprimidas por los problemas/déficits que les afectan.
Hasta el momento se han descrito prácticas dirigidas a fomentar el cambio en los dos primeros niveles del empowerment, el nivel individual y el
familiar/grupal. Aunque la mayoría de los condicionamientos sociales y los problemas/necesidades emergen con más frecuencia en estos niveles,
en la práctica del trabajo social con familias, también surgen cuestiones en las que el trabajador se pregunta hasta qué punto la necesidad de la
familia podría ser el resultado de una situación en la que se encuentran implicadas un número mayor de personas. Hay evidencia empírica de que
los problemas observados a nivel individual e interpersonal advierten al trabajador de tipo de déficits existentes a nivel comunitario y de la
necesidad de aplicar intervenciones a este nivel para rectificar la situación familiar (Yanca y Jonson, 2008). Por ello, trabajar a nivel comunitario
para alcanzar el bienestar de las familias, supone identificar los puntos de conexión entre las familias y la comunidad, potenciarlos y crear
conexiones nuevas en los casos que sea necesario.
Pero ¿cómo conectar o fortalecer las conexiones entre familias y comunidad? Diversos autores de la perspectiva del empowerment, identifican el
hilo conductor de la conexión entre el nivel personal y comunitario o político en el desarrollo del pensamiento crítico (Gutiérrez, 1994; Lee,
2001). Este desarrollo permite contextualizar las experiencias, reducir la auto-culpa y ayuda a los miembros de la familia a vislumbrar cual será
el alcance de las acciones que emprendan y a asumir la responsabilidad de las mismas. Cuando se consigue conocer la comunidad en la que uno
se halla inmerso y cuando se consigue comprender como el hecho de vivir en ella conduce a sus miembros a ser afectados por sus características
estructurales y por políticas actuales o potenciales. Se alcanza un nivel de comprensión mayor, que ejerce una influencia poderosa en la
implicación de los miembros con el desarrollo de las estructuras y políticas que les afectan.
Pero no es suficiente con enseñar a las personas a acumular conocimientos, ni siquiera operaciones o tareas que resulten beneficiosas para
desarrollar su capacidad reflexiva. El objetivo final es lograr que estos conocimientos sean incorporados a su trayectoria vital, adaptándolos en
este proceso a la identidad y configuración única de cada miembro de la familia. La clave para lograrlo es el entrenamiento y la repetición guiada,
hasta el punto en el que la asimilación tiene lugar finalmente. Ennis (1987) ofrece una serie de directrices para promover el pensamiento crítico,
que se han usado con profusión para promover este tipo de aprendizaje desde finales de los años 80 hasta la actualidad. Además, comentando
estas mismas directrices, Beyer (1987, 1997) recomienda seis estrategias para una enseñanza dirigida a una asimilación única por cada persona
(tabla 34).
Tabla 36
PENSAMIENTO CRITICO
DIRECTRICES PARA SU ENTRENAMIENTO (Ennis, ESTRATEGIAS PARA UNA ASIMILACIÓN EFECTIVA Y ORIGINAL DE CADA
1987) INDIVIDUO (Beyer, 1997)
Buscar una exposición clara de la tesis o Modelos de conducta que demuestran las directrices deseadas.
preguntas planteadas Insistir en la conducta de las personas que están trabajando y que
Buscar razones o motivos reflejen las directrices planteadas.
Tratar de estar lo mejor informado posible Comprometer a los miembros en actividades repetidas que requieran el
Usar y mencionar fuentes creíbles uso de estas directrices.
Prestar atención a la situación al completo Reforzar las conductas que demuestran las directrices apropiadas.
No dispersarse, permanecer centrados en el Ser conscientes de la ambigüedad y la imposibilidad o dificultad de
punto principal lograr la certeza en la mayoría de los problemas o asuntos planteados.
Mantener presentes los asuntos o preocupaciones Ser conscientes de la dificultad de tratar con la falta de certeza para
originales y básicas aquellas personas que se encuentran en las primeras fases de su
Buscar alternativas desarrollo intelectual.
Ser abierto mentalmente.
Adoptar una posición y ser capaz de cambiarla
cuando las evidencias y las razones son
suficientes para hacerlo.
Buscar la mayor precisión que permitan las
materias a tratar.
Tratarlo de forma ordenada, abordando partes de
un todo complejo.
Hacer uso de las habilidades propias en torno al
pensamiento crítico.
Ser sensible a los sentimientos, nivel de
conocimiento y el grado de sofisticación de los
otros.
Fuente: Ennis, R. H. (1987). “A Taxonomy of Critical Thinking Dispositions and Abilities”. En J. Boykoff Baron y R. J. Sternberg (eds.). Teaching Thinking
Skills: Theory and Practice, pp. 12. Freeman. Y, Beyer, B. K. (1987). Practical strategies for the teaching of thinking. Boston: Allyn and Bacon. Beyer, B. K.
(1997). Improving student thinking: A comprehensive approach. Boston: Allyn and Bacon.
Cuando el entrenamiento en el razonamiento crítico se pone en práctica en la familia, pueden distinguirse tres fases, que conducen a la familia
hacia la transformación de la contemplación consciente de su realidad (Bula Wise, 2005:244). La primera fase se caracteriza por mensajes del
tipo “algo malo ocurre y no es mi culpa” (enfado, indignación, indefensión). La segunda fase se caracteriza por declaraciones del tipo “hay cosas
que podemos hacer, hay fuerza en nuestra familia” (esperanza). En la tercera fase los miembros de la familia pueden llegar a afirmar “hay cosas
específicas que puedo hacer” (empowerment personal y responsabilidad), realizar elecciones se convierte en un elemento crítico en esta tercera
fase de toma de conciencia. En todo el proceso, el papel del trabajador consiste en potenciar el aumento de conciencia, a la vez que proporciona
apoyo a las múltiples necesidades que puedan surgir.
Si además del uso de la conciencia crítica, se combina el énfasis en las fortalezas y el empowerment, se está ofreciendo a la familia, la posibilidad
de desarrollarse por sí mismas. A menudo, la fuerza y la influencia activa para el cambio se encuentran dirigidas por un liderazgo comunitario
activo de las fortalezas presentes en la comunidad (Vodde y Gallant, 2002), fortalezas que son fundamentales para el trabajo social con familias
desde la perspectiva del empowerment como: las relaciones de colaboración, la construcción y desarrollo de capacidades y bienes o activos, el
desarrollo de las redes de conexión con la familia extensa y las redes que conectan a las familias con el resto de personas (Morison, Feldman y
Winnick, 2006). Estas fortalezas se dirigen fundamentalmente a satisfacer necesidades tales como las de una vivienda digna, a ofrecer recursos
económicos y de empleo y a la creación de comunidades libres de cualquier tipo de violencia o discriminación (Germain, 1991).
El grado en el que funcionan las comunidades, poniendo en práctica los principios del empowerment, y facilitando los servicios y la conexión a los
mismos, será un predictor importante de la percepción de bienestar de las familias. No hay que olvidar que tanto las percepciones individuales de
los miembros de la familia como aquellas que surgen de la familia como unidad, son siempre parte de los niveles sociales y comunitarios en los
que se mueven. Esta es una razón poderosa para la insistencia del empowerment en el desarrollo de una visión multifocal a todos los niveles del
sistema familiar.
Hasta el momento, en el presente capítulo, se han realizado diversas propuestas de trabajo práctico con familias, fundamentalmente dirigidas al
nivel personal58 e interpersonal59. En todas ellas, el trabajador/a social actúa como un instrumento más de empowerment, un “catalizador”. En el
ámbito del trabajo comunitario desde nuestra perspectiva, toma relevancia su faceta de “mediador” que accede al trabajo colaborador con una
visión de mutualidad y cooperación en la participación.
En la relación entre las familias y los recursos comunitarios, se observa, que cuanto más íntimamente ligados se encuentran los recursos a las
necesidades diarias de las familias, hay más probabilidades de que las familias puedan acceder a los mismos y de que los usen (Miley y cols.,
2007). El primer paso para lograr este objetivo es su identificación, el siguiente, supone garantizar el acceso de la familia a los mismos.
Analizando las dificultades de acceso a los recursos, El Modelo de Vida60 explica con detalle, como en ocasiones las demandas y las
circunstancias ambientales desbordan a las familias hasta el punto de que consiguen inmovilizarlas. En extremos donde la más mínima actuación,
como, por ejemplo, acudir a casa de algún amigo a pedir ayuda o descolgar el teléfono para hacer alguna llamada, se convierten en acciones muy
difíciles de ejecutar (Bula Wise, 2005).
Por lo tanto, la identificación, el propio acceso y la capacidad de los miembros de la familia para garantizar esta accesibilidad, son factores que
deben considerarse cuidadosamente durante el proceso de conexión y desarrollo a los recursos ambientales. Si los recursos que se ofrecen a las
familias son desconocidos para ellas, es tarea del trabajador/a social explicar y realizar los ajustes necesarios para facilitar el acceso.
En los momentos de crisis agudas en las familias, una relación cara a cara donde se ofrezca apoyo, ayuda y comprensión es la herramienta más
poderosa. Pasados esos momentos, de gran valor para el desarrollo de la relación de confianza y autenticidad que requiere la práctica del
empowerment, es tiempo de asegurar y estabilizar los recursos comunitarios que necesita la familia como forma de asegurar su bienestar en el
tiempo.
DuBois y Miley (2005), proponen diversas formas de desarrollarlos para favorecer a las familias y sus miembros. Contemplan las intervenciones
en este sentido como la potenciación de los sistemas, incluyendo el fortalecimiento de las conexiones con los recursos ya existentes y la creación
de conexiones nuevas con recursos que la familia necesita, pero a los que no ha tenido acceso hasta el momento. Entre las posibles estrategias y
técnicas incluyen:
• Todas estas propuestas se dirigen a los distintos niveles de intervención desde el empowerment.
A la hora de trabajar en el desarrollo de los recursos es muy importante que los trabajadores sociales comprendan en “su totalidad”, la
experiencia de impotencia de la situación vital familiar, o lo que es lo mismo, su experiencia de ausencia de poder, o la ausencia de “capacidad de
producir los efectos deseados en ellos mismos y en los otros” (Piderhughes, 1995:133).
Hay una probabilidad mucho mayor de que la desconexión de los recursos junto a los sentimientos de falta de poder, se experimenten por familias
que pertenecen a grupos minoritarios. Su dificultad de acceso está relacionada con su situación de exclusión. A menudo, la cultura dominante
contempla a estos grupos minoritarios (mujeres, personas de otra raza, homosexuales, ...) como personas inferiores. De hecho, se les ha
estereotipado, discriminado y estratificado de forma sistemática como estrategia de quitarles valor y disminuir su poder. De estos procesos han
surgido a su vez, políticas y factores estructurales que limitan su acceso a las oportunidades y a los recursos, disminuyendo significativamente su
calidad de vida.
En este contexto, las familias viven la sensación de falta de poder a todos los niveles. A nivel individual, sienten un menor dominio, competencia y
control. A nivel interpersonal, los miembros del grupo son (y se sienten) dominados. A nivel comunitario, se les asigna un estatus menor y en el
marco institucional, son grupos con escasísima autoridad. Este énfasis en que los trabajadores comprendan la experiencia de falta de poder de
las familias no es un fin teórico o un ideal de esta perspectiva. Tiene implicaciones prácticas profundas. Por ejemplo, el trabajador/a social podría
considerar que la conducta problemática de un miembro de la familia puede deberse precisamente, a esta sensación de impotencia, y no
necesariamente a una patología individual o familiar. Cuando se contemplan los déficits o necesidades como respuestas adaptativas de
afrontamiento (por disfuncionales que sean), la valoración es muy distinta por parte de trabajador. Y esta valoración puede conducir a tipos y
estrategias muy diferentes de intervención, dirigidas al desarrollo del poder y a la liberación de la opresión familiar, en vez de a subsanar la
patología detectada.
En estas condiciones la conexión con los recursos se convierte en una necesidad vital y desde la perspectiva del empowerment ya se adelanta que
el éxito final del trabajo sólo estará garantizado por la interconexión de los distintos niveles, tanto con los recursos propios, como con los otros y
los recursos que ofrecen. Dejar alguno de estos niveles desatendido, es un predictor importante de la falta de éxito del trabajo.
Las redes sociales son sistemas de apoyo social que generalmente están formados por los íntimos, amigos, vecinos, compañeros de trabajo y
demás conocidos (Saleebey, 2006). Pueden convertirse en un mecanismo muy importante a la hora de amortiguar el impacto de los estresores
vitales (Gitterman y Germain, 2008), y las emociones negativas que genera el propio desarrollo vital. Sirven como recurso de afrontamiento para
la resolución de problemas. Son fuentes de las que se nutre nuestro auto concepto y dan forma a nuestra visión del mundo. A través de las redes
sociales las personas pueden encontrar a otras personas o grupos que actúan proporcionando ayuda constituyéndose de este modo en redes
informales de apoyo. Por tanto, uno de los objetivos fundamentales del trabajo social con familias es conectar a las familias con la inmensa fuente
de recursos que proporcionan las redes. Las redes sociales satisfacen una serie de necesidades únicas en las familias, que de otro modo no
podrían satisfacerse. Como son:
• Compañía social. Simplemente estar juntos, compartir rutinas diarias como forma de socialización.
• Apoyo afectivo emocional. Intercambios que connotan una actitud emocional positiva, clima de comprensión, simpatía, empatía, estimulo. Se
cuenta con la resonancia emocional, y la prestación de ayuda del otro.
• Guía cognitiva y consejos. Dirigidas a compartir experiencias, información personal o social, aclarar expectativas, promover modelos de rol.
• Regulación y control social. Mediante las interacciones que recuerdan y refuerzan las responsabilidades y roles. Neutralizan las desviaciones
del comportamiento que se apartan de las expectativas colectivas. Y permiten una disipación de la frustración y la violencia, favoreciendo la
solución de conflictos.
• Ayuda material y de servicios. Colaboración específica sobre la base de conocimiento experto, ayuda física, financiera, servicios de salud, etc.
• Ampliación de la red. Acceso a nuevos contactos. Respondiendo a la necesidad de incremento y diversificación de la misma, al afianzamiento de
su estructura, al incremento de la cobertura o a la integración con otra red.
En general, las familias viven rodeadas de toda clase de redes sociales, sin embargo, en ocasiones, no son capaces de conectarse o de
beneficiarse de las mismas. Esto ocurre, sobre todo, como se ha mencionado, en las familias que pertenecen a los grupos sociales minoritarios
(culturas distintas a las dominantes) o estigmatizados (personas con enfermedades mentales, SIDA, discapacidades, entre otros). Se ha
demostrado que la pertenencia a estos grupos interviene de forma negativa en las percepciones de sus miembros y en las conductas de búsqueda
de ayuda que realizan (Johnson, Witbeck y Hoyt, 2005). Cuando la comunidad se propone de forma activa trabajar en establecer redes sociales,
dirigidas a tender puentes con estos grupos minoritarios, los resultados pueden ser asombrosos. Se consigue conectar a estas personas no sólo
con los servicios necesarios para su supervivencia o bienestar, sino que se les puede insertar de forma satisfactoria con la red social más amplia
en la que están inmersos (Wolf, 1993):
EJEMPLO 16
Hace 40 años en Estados Unidos existía todavía la segregación. En ese momento en Columbia (capital del Estado de Carolina del Sur). Se creó
el “Club de Almuerzos de Columbia”. El Club era el único sitio en toda la capital, donde las personas negras y blancas podían reunirse
socialmente. Este Club se ha mantenido hasta la actualidad dado el enorme éxito que ha mantenido en todos estos años. No planean un orden
de día. Las conversaciones en torno a la mesa, comienza de forma típica con introducciones que incluyen las cuotas de afiliación o el trabajo
voluntario que están realizando los participantes. Y pueden continuar desarrollando estos asuntos introductorios o trasladarse a discusiones
sobre acontecimientos recientes que se están dando en la comunidad. Estas conversaciones a menudo derivan en encuentros posteriores entre
los miembros que así lo deciden. Asimismo, este Club ha facilitado el acceso a puestos de trabajo en distintas organizaciones, a viviendas y ha
ayudado a muchas personas a convertirse en trabajadores autónomos, conectado a las personas con servicios diversos y buscando
inversores...Además de estas acciones manifiestas, el Club ha jugado un papel decisivo, reduciendo significativamente la tensión en la
comunidad al compartir en un marco de diversidad racial el poder económico y político.
Fuente: Wolf, N. (1993). Fire with Fire: The New Female Power and How It Will Change the 21st Century. New York: Random House.
Un ejemplo de desarrollo de un plan comunitario para el fortalecimiento de las redes sociales de apoyo a la familia, lo proporciona “Family Health
Internacional”61. Esta organización utiliza cuatro estadios de trabajo para determinar el proceso de creación, puesta en funcionamiento y
afianzamiento de una red social. Se trata de una red para conectar y satisfacer las necesidades de las personas con enfermedades crónicas o
degenerativas, pero los estadios que proponen podrían aplicarse a cualquier red social con las variaciones lógicas relativas a tipos de población y
objetivos de la red social.
Figura 19
Proceso de creación y puesta en funcionamiento de una red social
Fuente: OMS (2009) Strategic Considerations for Strengthening the Linkages between Family Planning and HIV/AIDS Policies, Programs and Services.
En:
http://www.fhi.org/NR/rdonlyres/elpbhwgvhp66mqrohvzzmvr4witfytcpdsql4q7zp6ec5ek2mo2ljqc7phprzeng22xzpvhbinmxyg/FPHIVstrategicConsiderations1.pdf
1. El primer paso es reunir un equipo de trabajo inicial encargado de mantener la red a nivel estructural (organizadores). En esta reunión tiene
lugar el inicio del diálogo comunitario, se buscan las directrices para la creación o el fortalecimiento de la red social y para generar la actividad.
2. Los organizadores invitan a participar a: a) las personas a las personas para las que se está creando esta red de apoyo (por ejemplo cualquier
grupo que se halle en situación de exclusión por motivos diversos); b) representantes de la administración, representantes de ámbito de la salud,
vivienda, ocio (de las necesidades a las que se pretende conectar a las personas a las que va dirigida la intervención), representantes clave en la
administración de servicios básicos, representantes de servicios de bienestar social, organizaciones locales no gubernamentales, organizaciones
fundadas para la comunidad y organizaciones religiosas entre otros.
1. El motivo de hacer un ejercicio de planeamiento es generar una lista de organizaciones y servicios básicos que están dentro del área
geográfica, y que son necesarios para el grupo con el que se trabaja.
2. El planeamiento debe señalar aspectos clave, por ejemplo, cómo accede el cliente a la red social, cuáles son las barreras potenciales y cómo se
conectará esta red social al ambiente comunitario en el que se desenvuelve. También debe señalar qué recursos comunitarios, incluidas las
estructuras tradicionales de autoridad, pueden impulsar el fortalecimiento y ayudar a la expansión de la red social. Resulta igualmente de
importancia, crear en este ejercicio un directorio de servicios.
3. Las personas a quienes se dirige la creación o fortalecimiento de la red constituyen un recurso excelente en esta actividad y deben tener un
papel activo.
3.o Estadio: Señalar el lugar adecuado de cada sistema para desarrollar y apoyar la red social
1. Identificar y entrenar una organización para que sirva como organización coordinadora. Esta puede ser cualquiera de las organizaciones que
acudieron a la convocatoria. A la vez, se determinan los roles y responsabilidades de cada organización dentro de la red social.
2. Llevar a cabo reuniones con los participantes a todos los niveles para lograr consenso sobre los principios operativos.
3. Desarrollar supervisiones dirigidas a que cada miembro conozca su papel y la función de apoyo que tiene en la red.
4. Crear y distribuir formularios estandarizados, herramientas y procedimientos, entrenando a todos los actores implicados en su uso.
5. Animar y ayudar a los proveedores de todos los niveles, a nutrir los contactos nivel personal con la red para facilitar el acceso y el seguimiento.
6. Monitorizar las actividades de la red y usar medios financieros para mejorar el sistema.
4.o Estadio: Movilizar a la comunidad para que use y apoye la red social
1. Colaborar con las personas a las que va dirigida la red, sus familias y las personas con las que guardan una relación íntima. Como forma de dar
satisfacción a sus necesidades y comprometerlos con la implementación.
2. Emprender la movilización comunitaria intensiva para promocionar la red y crear demandas para los servicios prestados.
3. Buscar el apoyo de las instituciones religiosas, de los representantes del área educativa, sanitaria y política para que su influencia contribuya a
aumentar el apoyo comunitario a la red social.
Como puede observarse en este desarrollo, el comienzo de una red social formal o el fortalecimiento de una que ya existe es un proceso
multidimensional que envuelve a muchos actores. Entre ellos, pueden identificarse dos categorías fundamentales: por un lado, aquellos que
sustentan estructuralmente la red, por otro, aquellos que interaccionan en ella y la dotan de contenido. En la construcción de esta red social, es
fácil identificar la puesta en práctica de los principios de empowerment, como la construcción sobre las fortalezas y los recursos (p. ej., en primer
estadio, punto 2), el reconocimiento de las necesidades de los tres niveles de la intervención (p. ej., en segundo estadio, punto 2 y 3) la
mutualidad y el uso de roles cooperativos (p. ej., en tercer estadio, punto 2, 3 y 5 o cuarto estadio, punto 1) entre otros.
6.2.2. ORGANIZAR LA ACCIÓN COMUNITARIA COMO MEDIO DE SATISFACER LAS NECESIDADES DE LA FAMILIA
La organización proporciona a las personas una forma para expresar sus necesidades que no puede ser ignorada. Desde el enfoque comunitario,
uno de los principales problemas de la organización comunitaria, surge de la dificultad que tienen las personas en situación de necesidad para
alzar la voz. Una explicación de la causalidad puede ser circular: la falta de organización silencia las voces, y la falta de voz dificulta la
organización. Desde la perspectiva del empowerment, Whittaker y Tracy (1990) señalan ocho directrices de lo que sería un sistema ideal de
organización y administración de recursos para aquellas familias con necesidades múltiples:
1. La familia es la voz más importante a la hora de establecer los objetivos y determinar cuáles son los servicios necesarios para lograrlos.
2. El sistema ofrece una variedad de servicios que responden a las necesidades de los niños y las familias.
4. El sistema actualiza de forma continua los planes de tratamiento para dar respuesta al continuo desarrollo de la familia.
6. Los trabajadores muestran flexibilidad ante el cambio de necesidades de la familia y la protección de sus derechos.
7. Los servicios muestran sensibilidad cultural, de género y racial y respetan los valores y las tradiciones como fuente de poder.
8. La ejecución de las tareas es evaluada por los resultados de mejora observados en los clientes (como una mejora en la asistencia escolar, logro
de un empleo fijo, etc.) y no por el número total de clientes a los que se les ha prestado ayuda.
Estas directrices pueden integrarse en una división en tres niveles, de uso común en el trabajo social comunitario que ayudan a contextualizar y
compartimentalizar la práctica (Rothman, 1968): 1) el desarrollo local; 2) el planeamiento social y 3) la acción social. Esta división de Rothman
coincide con los planteamientos de Gutiérrez y Lewis (1999:113) desde del empowerment. Diseñan la organización de los ambientes partiendo
del sistema más pequeño y expandiéndose a sistemas más amplios, “a organización debería empezar con la creación de grupos pequeños
reunidos para trabajar en una serie de problemas específicos y más tarde continuar con la coordinación de estos grupos pequeños de forma que
puedan entrar en coalición con otros para tratar asuntos comunes”. En consecuencia, en la organización de las acciones comunitarias, acordes a
la perspectiva del empowerment, hay que contemplar una serie de tareas fundamentales para cada nivel de intervención:
1. Las prácticas dirigidas al desarrollo local se centrarán en las transacciones entre el nivel personal, interpersonal y comunitario del
empowerment.
2. Las tareas dirigidas a la planificación social incluyen la información que aportan los residentes de la comunidad a los profesionales. Estos
profesionales, cuidarán de que, en su planeamiento, se reflejen las preferencias expresadas por los residentes. En la retroalimentación que
obtienen al ver sus propuestas reflejadas en las prácticas implementadas, los residentes ven aumentado su poder y la comunidad consigue
fortalecerse.
3. En cuanto a la acción social, hay dos situaciones comunes en las que suele verse reflejada: una de ellas sería la participación en organismos de
decisión locales, la otra, la participación en campañas electorales que se orientan a promover las necesidades de los grupos sociales que se
encuentran en mayor situación de riesgo. Por ejemplo, las necesidades de aquellas personas sin hogar o las de las personas con discapacidad
física y psicológica entre otros.
Junto a la intervención en estas tres áreas, parece lógico pensar que para que sea efectiva la organización de los recursos y su integración, debe
partirse de aquellos que ya se identifican en cada comunidad y debe responder a las necesidades de las familias que la integran. En nuestra
sociedad actual, dos de las formas fundamentales de organización e integración de los recursos comunitarios en torno a las familias son los
programas comunitarios de apoyo a las familias (tanto institucionales como de organizaciones no gubernamentales) y los centros específicos de
recursos familiares.
Los programas comunitarios de ayuda a las familias abarcan una amplitud considerable de objetivos, desde aquellos presentes en el hogar hasta
objetivos dirigidos a la comunidad. Desde la perspectiva de trabajo de esta investigación, valoramos la orientación de los mismos, hacia una
relación de reciprocidad y mutualidad, manifestada en una práctica que busca conectar a las familias con sus ambientes, como forma de acceso al
poder de las mismas. En este propósito, también resultan fortalecidas las habilidades de organización y la propia comunidad, alcanzando su
propósito de servir a las familias.
Un ejemplo afín a la perspectiva del empowerment, de un Programa Comunitario como medio de apoyo a las familias, que integra estos tres
niveles de intervención, es el “Plan Municipal de Intervención Integral Juan XXIII-Sector Segundo” (en Alicante). Es una experiencia que ha sido
seleccionada y catalogada como “Buena Práctica” en el Concurso de Buenas Prácticas patrocinado por Dubai (2006)62 en colaboración con el
programa de Naciones Unidas denominado “UN-Habitat”.
En este programa, se pone en marcha la creación y el desarrollo de un entramado social destinado a sustentar y a generar el crecimiento del
barrio “Juan XXIII”. Donde sus habitantes “tienen un perfil de riesgo de exclusión social”, con altas tasas de desempleo y con bajo nivel educativo
y de formación complementaria. En un intento de conectar a las familias y al resto individuos o agrupaciones del barrio con los recursos
comunitarios, se han creado recursos nuevos “se ha dotado al barrio de servicios públicos”. Y se han fortalecido los existentes, “se han
reconstruido los centros escolares y se han ampliado los equipamientos comunitarios, policiales, sanitarios y comerciales. Se han consolidado las
especialidades en los talleres de formación y empleo para la inserción laboral y las orientaciones para el empleo. A través de las comisiones y los
grupos de trabajo se ha favorecido y consolidado el tejido asociativo del barrio y se ha mejorado la convivencia vecinal y la integración
intercultural”.
Al contemplar este programa comunitario desde la perspectiva del empowerment, se observa que podría estructurarse en torno a los estadios
básicos de creación y mantenimiento de un plan comunitario para el fortalecimiento de las redes de apoyo63 entre la comunidad y la familia. Estos
estadios, se formularon de forma teórica en el apartado anterior64 y a continuación, los vamos a desarrollar de forma práctica. Las propuestas y
resultados que se ofrecen plasman la idea expuesta en este epígrafe de que el desarrollo de planes comunitarios dedicados al fortalecimiento de
las redes sociales comunitarias son un medio de apoyar y fortalecer a las familias, que dotan a las comunidades de las herramientas y estrategias
necesarias para que ellas mismas junto a las familias que integran, puedan acceder a los recursos por sí solas:
Tabla 37
Integración de las acciones y coordinación institucional. El Ayuntamiento comunico las peticiones de los vecinos,
convocando e instando a los servicios municipales a elaborar un Plan de Acción, incluyendo la colaboración de distintos
organismos de la Generalitat Valenciana.
Señalar el Distribución de competencias de los grupos implicados en el proceso de promoción comunitaria: administración,
lugar asociaciones comunitarias y tejido social informal.
adecuado de Participación activa y responsable de todos los agentes sociales del barrio en la toma de decisiones, entendida como un
cada sistema factor esencial en todo proceso de desarrollo comunitario cuatro comisiones de trabajo por áreas de intervención, a las
para que se incorporan en el transcurso de un año las diferentes entidades sociales del barrio, la Federación de Asociaciones
desarrollar y Gitanas y otras instituciones dependientes de la administración autonómica. Las dificultades que se van superando
apoyar la red desde las comisiones y grupos de trabajo específicos son las relativas a la distribución de competencias y el activismo
social parcial de los servicios y entidades implicados, intentando no perder la visión sistémica de los problemas que padece el
barrio.
Evaluación permanente del proceso dentro de un marco teórico de referencia de investigación –acción comunitaria–. Se
realiza una evaluación periódica de los proyectos tanto a nivel técnico como a nivel de proceso y resultados,
conjuntamente con las entidades sociales.
Después de dos años de proceso se consigue la interrelación y coordinación permanente de los servicios municipales,
fomentando la interacción de las diferentes actuaciones. Las entidades sociales asisten regularmente a las reuniones de
trabajo con el Equipo Municipal de Intervención Comunitaria del barrio y con los servicios municipales, autonómicos y
centrales implicados. Hay un interés grande de las entidades sociales y los ciudadanos en recuperar social, física y
económicamente el barrio, que se traduce en reuniones para:
En la actualidad se ha frenado la situación de deterioro del barrio y se han abierto líneas de trabajo conjunto para conseguir la
revitalización social y urbana y lograr así la mejora de la calidad de vida de los vecinos.
A través del trabajo conjunto entre los servicios municipales y las entidades sociales se están mejorando las conexiones
viarias con los barrios adyacentes y se han regenerado zonas verdes y pasajes peatonales, cambiando el aspecto físico del
Resultados barrio. Se ha dotado al barrio de servicios públicos, se han reconstruido los centros escolares y se han ampliado los
equipamientos comunitarios, policiales, sanitarios y comerciales. Se han consolidado las especialidades en los talleres de
formación y empleo para la inserción laboral y las orientaciones para el empleo. A través de las comisiones y los grupos de
trabajo se ha favorecido y consolidado el tejido asociativo del barrio y se ha mejorado la convivencia vecinal y la integración
intercultural
Fuente: Plan municipal de intervención integral Juan XXIII-Segundo sector (Alicante). En: http://habitat.aq.upm.es/dubai/06/bp1627.html.
Los centros de recursos familiares facilitan oportunidades para la integración y la colaboración desde entidades con fines sociales. Son afines a la
perspectiva del empowerment porque aplican muchas técnicas y estrategias derivadas de sus principios: desarrollan un trabajo centrado en las
fortalezas, el diálogo, la colaboración, la ayuda mutua, la enseñanza, y el entrenamiento en habilidades parentales entre otros. Su objetivo es
ayudar a las familias a coordinar esfuerzos en los sistemas en los que se desenvuelven. Como son el sistema escolar, sanitario, jurídico,
asociaciones u organizaciones de ayuda y en general, cualquier sistema relevante a las necesidades familiares. Una forma de organización
comunitaria que facilita todos estos recursos para la familia, son los Centros de Apoyo a la Familia (CAF):
El CAF65 es un recurso interdisciplinar y preventivo dependiente del Ayuntamiento de Madrid. Su finalidad es ayudar a las familias en las crisis
habituales del ciclo vital, así como en los conflictos que pueden surgir a lo largo de su desarrollo. Ofrece atención gratuita y personalizada a cargo
de profesionales cualificados. Se dirige tanto a los miembros de forma individual como a la familia como unidad. La forma de acceso es directa o
por derivación de otro servicio, en ambos casos con cita previa. Y ofrece los siguientes servicios:
Orientación, atención e información psicológica. Es un servicio de apoyo psicológico a familias que se encuentran ante situaciones difíciles.
Los profesionales ofrecen orientación para que las familias desarrollen habilidades que les permitan superar las dificultades propias de la
convivencia.
Mediación familiar. La mediación familiar es una forma voluntaria de resolver las tensiones o conflictos familiares con la intervención de una
persona mediadora que ayuda a la familia a dialogar y alcanzar acuerdos consensuados. El fin de la mediación es prevenir, minimizar o resolver
conflictos familiares como los problemas de relación y comunicación entre los miembros de la familia –especialmente entre padres e hijos
adolescentes–, las desavenencias derivadas de la ruptura, separación y divorcio de la pareja, las dificultades originadas por el cuidado de
familiares mayores o con discapacidad, los conflictos relacionados con la adopción o el acogimiento familiar, los desacuerdos por herencia o
empresa familiar y otros conflictos familiares.
Asesoramiento jurídico. Información, asesoramiento legal y orientación jurídica sobre cuestiones que puedan plantearse en el marco de la vida
familiar como violencia familiar, separaciones y divorcios y otras situaciones de crisis familiares.
Escuela de Familia CAF. Talleres para padres/madres dirigidos a ayudarles a afrontar con más seguridad algunas de las situaciones que se les
presentan en su vida cotidiana como los cuidados y la educación de los hijos.
Centro Maternal. Alojamiento, asistencia y programa de inserción socio laboral para madres gestantes o con hijos/as menores de 2 años en
situación de dificultad social.
Pero en realidad, los CAF, constituyen un recurso de un entramado aún mayor que ofrece el ayuntamiento de Madrid, desde la Dirección General
de Familia, Infancia y Voluntariado. Junto a ellos se ofrece66:Programa de Escuela de Padres; Programa Primeros Días; Servicio de ayuda a
domicilio; Servicio de educación social; Centro de atención a la primera infancia; Centro de día para menores; Ludotecas; Espacio Joven;
Programa “quedamos al salir de clase”; Programa municipal de empleo a jóvenes de 16 a 21 años; Servicio de apoyo a los acogimientos de
menores en familia extensa; Servicio de implicación familiar en el cuidado y atención a los menores; Centro residencial para menores y sus
familias y Puntos de encuentro familiar (PEF).
Ya se ha mencionado en repetidas ocasiones, la necesidad de trabajar en los tres niveles de intervención (individual, interpersonal y comunitario)
desde la perspectiva del empowerment. En base a este principio, sabemos que provocar cambios y trabajar en el nivel comunitario, es un
requisito necesario para el acceso de las familias a su poder. Cuando las comunidades, en las que viven estas familias, son capaces de
regenerarse67, las familias acceden a su poder, en la forma de educación para sus hijos y para ellos mismos, asistencia sanitaria, creación de
empleo, talleres de capacitación laboral, opciones para el ocio....En este sentido, el objetivo del trabajo comunitario es crear ambientes sociales
que apoyen el desarrollo humano, y esto requiere con frecuencia la transferencia de poder de los grupos menos poderosos a los más poderosos
(Gutiérrez y Lewis, 1999:102).
El nivel de intervención comunitario dejaría de centrarse en aquellos trabajos que se dirigen de forma directa a la familia. Para centrarse en
cambios dirigidos a un objetivo menos específico y mucho más amplio, como es, la comunidad al completo, recordando siempre, que estos
cambios tendrán su reflejo correspondiente en las familias que integran esa comunidad.
La necesidad de provocar cambios y trabajar en la comunidad surge cuando los recursos que se necesitan no están disponibles. Las estrategias
para provocar estos cambios incluyen (Miley y cols., 2004:385): identificar los obstáculos, movilizar los recursos correspondientes, educar a la
ciudadanía y afianzar de manera formal las concesiones o logros alcanzados. Trabajar por el cambio comunitario implica trabajar con insistencia
en la organización y el desarrollo de la comunidad.
Observando el tipo y número de tareas e intervenciones en el trabajo social con comunidades puede sentirse cuando menos una sensación de
vértigo. Su variedad es enorme y la prioridad respecto a la elección de unas u otras, suele depender del método o la perspectiva utilizada por el
trabajador. E incluso a pesar de este criterio distintivo, la variedad sigue siendo muy amplia.
Dada esta gran diversidad y la propia amplitud del ambiente comunitario, la pregunta que surge desde la perspectiva del empowerment es la de:
¿hacia qué sistemas o áreas de la comunidad hay que dirigir los esfuerzos para lograr el cambio que conduce al bienestar de las familias? Para
dar respuesta a esta pregunta, hay que partir del hecho de que esta perspectiva, incluye entre sus objetivos de forma prioritaria, la potenciación
de las fortalezas y el desarrollo del poder inherente comunitario. Además, señala que este poder, se encuentra en cualquier tipo de comunidad,
incluidas aquellas que soportan los mayores niveles de opresión y factores adversos.
La lectura de Hepworth y cols. (2010), acerca de los procesos que tienen lugar a nivel personal, interpersonal y del resto de ambiente, nos ha
hecho pensar en una forma de señalar estas áreas desde nuestra perspectiva. Estos autores, señalan una directriz que compartimos en la
presente investigación, y es que existe una correspondencia entre los efectos que ocurren a todos los niveles de la interacción familiar (pág. 199).
Traduciendo esta afirmación al nivel práctico, puede inferirse que cualquiera de las intervenciones propuestas a nivel intrafamiliar e interfamiliar
tiene su correspondencia a nivel comunitario. Por ejemplo, recordando las intervenciones desde la empatía y la autenticidad que se
recomendaron en la fase inicial del trabajo, puede deducirse siguiendo, tanto los planteamientos de Hepworth y cols. (2010) como los de la lógica,
que este tipo de intervenciones son también fundamentales a nivel comunitario. Y que tendrán efectos parecidos de apoyo y de potenciación del
cambio, como los tuvieron cuando se aplicaron en la fase inicial del trabajo.
En base a esta argumentación, podría identificarse igualmente una correspondencia entre el proceso de identificación de las necesidades a nivel
individual y a nivel comunitario. Así, desde la perspectiva del empowerment, se propone adaptar la matriz de Cowger68 (1994) al ambiente
comunitario. El objetivo principal, sería señalar las áreas sobre las que se van a dirigir los esfuerzos para potenciar el desarrollo comunitario, y,
por tanto, para el desarrollo familiar. Las áreas objeto de intervención serán las resultantes de la intersección del empowerment y la comunidad,
es decir, en el caso de la representación de la matriz (figura 21), sería el “área III”.
Figura 20
Adaptación de la Matriz de Cowger69
Cuando el trabajador dirige sus esfuerzos a aspectos tales como el desarrollo comunitario; a facilitar el acceso de la población a una vivienda
digna; a ofrecer posibilidades de ocio y a promover una educación y una sanidad de calidad. En realidad, es consciente, desde una visión
sistémica, ecológica y fortalecedora y de empowerment, de que promoviendo cambios en estos niveles está provocando cambios en las familias,
así como en cualquier otra parte o nivel del sistema o ambiente, por muy alejado que éste se encuentre. El trabajo se dirige, por tanto, al área III
como forma de lograr “expandir las oportunidades” (Miley y cols., 2004:377).
En este proceso de cambio ambiental se busca la creación de espacios capaces de albergar esta expansión. La justificación viene dada porque
supone la creación de nuevos recursos en los sistemas de los clientes tanto sociales como físicos, y cuando los ambientes se vuelven responsivos a
las necesidades de las familias que los integran son capaces de enriquecerse y retroalimentarse por sí mismos, dando continuidad a su
funcionamiento y crecimiento social.
La provisión de estos espacios conlleva con frecuencia, dirigir los esfuerzos hacia cambios estructurales en el tercer nivel de intervención del
empowerment, el comunitario/político, con el objetivo final de que las personas puedan acceder a su poder o capacidad de traer bienestar a sus
vidas. Algunas de estas intervenciones se dirigen a facilitar el acceso al sistema sanitario, a una educación adecuada, a la formación para el
desempeño profesional, sobre el cuidado de los hijos, sus derechos, empleos, transporte y una comprensión adecuada de la oferta total de
servicios sobre los que se asienta la comunidad. Lo opuesto a la expansión de oportunidades son los riesgos ambientales, constituyen obstáculos
o barreras en el acceso a los recursos y fomentan las desigualdades sociales, lo que sumerge de nuevo a la comunidad en un proceso circular que
les permeabiliza y encadena a estos riesgos y al alejamiento del bienestar.
La expansión de oportunidades sólo puede ocurrir en el medio social, en cuanto que somos seres sociales, y es en las relaciones con los otros
donde entramos en contacto con el poder propio, como herramienta de construcción familiar y comunitaria. En este sentido, un medio de
expansión comúnmente utilizado por la perspectiva del empowerment es la construcción de alianzas. Estas alianzas se dirigen a fortalecer a las
comunidades y por tanto a las familias que las integran. Pueden ser un reto de gran envergadura para el trabajador en los casos en los que se
pretenden entre grupos étnicos distintos (Gutiérrez y Lewis, 1999). Para construir alianzas la organización debe ser altamente efectiva, en orden
a lograr romper los límites o fronteras que envuelven los distintos sistemas.
En el momento en el que trabajador se plantea trabajar en la expansión de oportunidades en la comunidad, el primer paso es analizar la
capacidad de cambio de las áreas de interés del sistema. Este examen es una tarea necesaria para contextualizar, y dirigir los esfuerzos de
empowerment hacia objetivos lo más realistas posibles. Para este examen, Netting, Kettner y McMurtry (2008:325) proponen examinar las
relaciones previas de los participantes que componen cada sistema, en cuatro dimensiones: 1) el nivel de apertura hacia el cambio, 2) las
respuestas registradas antes cambios previos propuestos, 3) la disponibilidad de recursos y 4) la oposición al cambio.
Tabla 38
TAREAS DIRIGIDAS AL CAMBIO
SISTEMA QUE PROMUEVE EL CAMBIO SISTEMA AL QUE SE DIRIGE EL CAMBIO
Nivel de apertura Probablemente no es relevante dado que estos Si estos sistemas han mostrado tendencias en el pasado de
para el cambio grupos son los que promueven el cambio resistencia a cambios del tipo planteado.
Respuestas ¿Qué grado de consenso tienen los cambios ¿Hay consenso o desacuerdo sobre el cambio propuestos?
registradas antes propuestos con el objetivo propuesto? ¿Hay algunos ¿Qué fuerza tienen los sentimientos a favor y en contra?
cambios previos que sólo se comprometen con un tipo específico de
propuestos solución?
¿Tienen las habilidades y los recursos humanos Los sistemas que van a cambiarse, ¿tienen la financiación,
Disponibilidad de para completar los cambios, incluso en el caso de los profesionales, instalaciones, equipamiento o cualquier
recursos que haya resistencia? otro tipo de recursos necesarios para implementar el
cambio?
¿Qué fuerzas externas al sistema se oponen al ¿Cuál es la fuente de la oposición externa? ¿Son muy
Oposición al cambio? ¿es fuerte esta oposición? fuertes las presiones para abandonar el proyecto? ¿Qué
cambio actores más significativos son más vulnerables a la
presión?
Fuente: Netting, E. Kettner, P. y McMurtry, S. (2008:327). Social Work Macro Practice. Pearson Education, Inc.
Una vez identificadas las áreas sobre las que se va a trabajar70 (recordar el cuadrante III) y valoradas de forma adecuada cuales son las
oportunidades reales de cambio de las mismas (tabla 38), se pondrá en práctica el proceso de trabajo adecuado, dirigido al logro de los cambios
comunitarios deseados. Las tareas más relevantes en este sentido ya se han expuesto a lo largo de este capítulo VI (son tareas dirigidas a facilitar
un cambio de perspectivas, mediante la educación y aprendizaje, fortaleciendo las estrategias de afrontamiento, la participación, la conexión de
las familias con sus ambientes...). Por tanto, no se volverá a hacer referencia a las mismas en este a apartado. Para apoyar la decisión, no sólo se
tendrán en cuenta las afirmaciones de Hepworth y cols. (2010) sobre la correspondencia entre los distintos niveles, sino también las
apreciaciones de Bula Wise (2005:232-237). Esta autora, enumera las siguientes tareas dirigidas específicamente a la mejora de la comunidad y
que tienen efectos directos/indirectos favorables sobre las familias: 1) las relaciones de colaboración, 2) la construcción de capacidades, y 3) el
uso de las redes que están compuestas por la familia extensa y aquellas personas que sin tener parentesco son especialmente significativas en la
vida de la familia. Es fácil identificar cada una de estas tres intervenciones con las intervenciones que se han formulado a lo largo de este capítulo
para los niveles personal e interpersonal y comunitario.
Desde la perspectiva del empowerment, pueden señalarse dos aspectos clave, una vez que se ha profundizado en la capacidad de cambio de la
comunidad, que se dirigen al hecho mismo del cambio: por un lado, la capacidad de construir si se valora que es posible, por otro, la capacidad de
manejar los conflictos (Gutiérrez y Lewis, 1999). La capacidad de construir lleva asociadas una serie de intervenciones:
• La primera, construir en formas fácilmente reconocibles por las familias que integran la comunidad porque ya las han usado y porque con su
uso han alcanzado logros satisfactorios en sus propias comunidades.
• La tercera, supone implicar a las familias que habitan la comunidad, es decir, a las que se dirige el trabajo, comprometiéndolas en roles de
liderazgo. Y
• la cuarta, comprender y apoyar la necesidad de las personas que integran la comunidad de tener sus programas propios y separados, así como
sus propias organizaciones.
La capacidad de construir podría llevarse a la práctica, en la redefinición de los problemas como oportunidades de crecimiento. Supone
abandonar la visión negativa de la posición contraria y del conflicto en sí mismo, perdiendo el miedo a intentar nuevas conductas. “Re-etiquetar”
o “reformular”, enfatizando aspectos positivos, como los beneficios que traerá el cambio, en vez en el miedo y los costes negativos que “podría”
acarrear. Desde una visión realista, lidiar con los conflictos es una tarea ardua y paciente, pero no hacerlo causa la muerte de las comunidades.
En cuanto al manejo de los conflictos, es importante asumir que son situaciones que surgirán de forma inevitable, pero no sólo en el trabajo con
las familias. En la vida diaria la toma de decisiones, sobre actuaciones, valores y estrategias en todos los niveles del sistema, está impregnada de
situaciones conflictivas. Las causas de los conflictos comunitarios son muy variadas, en las comunidades actuales un porcentaje alto son
consecuencia de aspectos relacionados con la interculturalidad (Sue, 2006). Como causas de algunos de los conflictos más frecuentes que se
presentan en el desarrollo comunitario, se encuentran (West, 1990), los efectos de la internalización de la opresión, las estrategias que proceden
del sector mayoritario de la sociedad para boicotear los intentos de cambio de la comunidad minoritaria y la poca anticipación del trabajador para
prever el conflicto que puede surgir de la misma interacción comunitario entre otras causas. Los recursos y las formas en las que se resuelven
estos conflictos afectarán si lugar a dudas al desarrollo final comunitario.
Una estrategia adecuada para manejar el conflicto en la comunidad es encarar o dirigir el conflicto. Esta estrategia se confunde a menudo con la
confrontación. Sobre la utilidad de la confrontación como estrategia de intervención en la práctica del trabajo social, se habló a lo largo de este
capítulo71. Sin embargo, Gutiérrez y Lewis (1999) recomiendan evitarla como forma de resolver los conflictos a nivel comunitario, proponen
precisamente encarar o dirigir los conflictos, pero evitando la confrontación y usando habilidades interpersonales, como el compromiso, la
escucha activa y la construcción del consenso. Haciendo hincapié en que el proceso de lograr este consenso supondrá a menudo, mostrarse
abierto y sincero, aceptando las formas diferentes que adquieren los conflictos y mostrando predisposición a oír el contenido de los mensajes que
se presentan en vez quedarse anclado en el contexto emocional en el que se ofrecen.
Cuando el trabajador/a social se enfrenta a la resolución de conflictos, no debe permanecer anclado en el modo en el que resolvió los conflictos en
el pasado, sino que su nivel de apertura, curiosidad y aceptación, deben ser máximos. Desde la perspectiva del empowerment que aplica, se
requiere de nuevo la capacidad de centrar la atención en las fortalezas y la capacidad de construir. Buscar la resolución del conflicto mediante un
diálogo auténtico y el análisis de los pilares sobre los que se erigen las diferencias que separan a las partes en conflicto tiene efectos directos muy
positivos en los resultados del mismo.
Pero los conflictos, no son los únicos obstáculos a los que se enfrentan los trabajadores sociales en su trabajo, la gran cantidad de intervenciones
que se han propuesto hasta el momento, encuentran multitud de obstáculos hasta alcanzar sus objetivos. Es de vital importancia que el
trabajador/a social los identifique con rotundidad, incluso que los prevea como parte fundamental del trabajo con las familias. Este hecho, es
básico para contextualizar el proceso y para otorgar una identidad a aquellos factores, implícitos o subyacentes, que en muchos casos dificultan
el proceso.
Desde la perspectiva del empowerment se propugna la redefinición de los obstáculos que surgen en el trabajo como oportunidades para el
crecimiento. En este proceso de redefinición si es necesario se vuelven a identificar las fortalezas y déficits, mediante su “re-definición” se
reestructuran y se confrontan los patrones de interacción que se están oponiendo al cambio. Los obstáculos que pueden surgir en el trabajo en
cualquiera de sus tres niveles de intervención (individual, interpersonal o comunitario) podrían agruparse en tres categorías:
1. En primer lugar, aquellos que están relacionados con las transacciones propias de esta fase intermedia del trabajo.
2. En segundo lugar, los que se derivan de la aparición de una situación de crisis en mitad del trabajo.
Los obstáculos relacionados con las transacciones propias de esta fase suelen guardar una íntima relación con los patrones de interrelación
disfuncionales, entre el trabajador y cualquiera de los miembros de la familia, entre los mismos miembros o entre los miembros y el resto de
personas pertenecientes a sistemas externos a la familia. A lo largo de todo el capítulo se ha hecho hincapié, en la identificación de patrones, y en
la forma de trabajar sobre aquellos aspectos disfuncionales que emergen de los mismos, por lo que no es tarea del presente apartado volver sobre
ello. Sin embargo, en referencia a estos patrones, si es necesario centrar la atención en un aspecto sobre el que no se ha incidido hasta el
momento, son aquellos obstáculos que surgen de los aspectos interculturales e interraciales.
Con frecuencia, las tensiones interculturales e interraciales presentes en el ambiente social se trasladan al proceso de ayuda convirtiéndose en
obstáculos o barreras para el cambio. Una prueba de este hecho es el número mayor de personas que se conectan con la prestación de ayuda
social de manera involuntaria pertenecientes a estos grupos minoritarios. Muchas veces estas barreras toman la forma de falta de conocimiento
acerca de la cultura de origen de la familia con la que se está trabajando o de falta de experiencia en el trabajo con familias interculturales
(NASW, 2001). Es un hecho que la “buena fe” del trabajador no garantiza en absoluto, el éxito del trabajo, y si lo hace, sin embargo, el
entrenamiento y el aumento de conocimiento del trabajador sobre la diversidad cultural. Puede considerarse que el trabajador es competente
culturalmente cuando (Sue, 2006:126-127): a) realiza una auto-comprensión integral de sí mismo como ser racial/cultural, b) se toma conciencia
de la influencia sociopolítica en torno a la discriminación, c) valora la diversidad racial/cultural y d) fortalece su nivel de compromiso con la
erradicación de la opresión.
En la persecución de estos objetivos y de forma reciente, a causa de la necesidad urgente del desarrollo de prácticas competentes con la
interculturalidad, se han publicado trabajos que pretenden ofrecer directrices para la práctica en los distintos niveles de intervención (Aymer y
Okitikpi, 2010; Rebolloso, Hernández, Fernández-Ramírez y Cantón, 2003; Vázquez, 2001 y Vázquez, Fernández, Fernández, Vaz y León, 2008). El
marco conceptual que ofrecen estos trabajos, integra las variables principales que los profesionales deben tener en cuenta al trabajar en un
entorno intercultural. Como son, el lenguaje, los apoyos familiares, los recursos comunitarios, el marco de referencia desde el que los clientes
explican sus problemas, el acceso a los servicios y la discriminación étnica entre otros. Sin embargo, es una realidad que todavía hay muy pocos
estudios que hayan incorporado la cultural o la etnicidad como parte fundamental de la intervención en el trabajo o estudios dirigidos a probar la
efectividad de este tipo de intervenciones.
Lograr la competencia cultural, siguiendo las directrices de Sue (2006) es una tarea de cierta complejidad, se dirige a múltiples niveles del
trabajo, desde el propio trabajo interno del trabajador, hasta la acumulación de conocimientos, culturales, raciales y políticos que deben ser
igualmente trabajados a nivel interno para lograr una asimilación y el establecimiento de canales que los vinculen con la práctica. En la
intervención dirigida a disminuir o eliminar estas barreras relacionadas con la interculturalidad, Vázquez Aguado (2002) reflexiona sobre cuáles
deberían ser las aportaciones desde el ámbito de la formación para el logro de una práctica competente. Realiza una revisión de los distintos
planes de estudios de las universidades españolas al respecto y fruto de esta revisión establece una serie de objetivos y los procedimientos
recomendados para alcanzarlos.
Tabla 39
ACTITUDES
Valorar positivamente todas las aportaciones a lo largo del proceso
Señalar la necesidad de establecer los objetivos de forma conjunta
Priorizar la escucha y el buen desarrollo comunicativo
Impregnar el trabajo de la sensación positiva y de enriquecimiento que supone la inmigración
Identificarnos como seres distintos culturalmente y vinculados al mismo tiempo
Usar el pensamiento y el diálogo críticos con las imágenes dominantes respecto a la inmigración.
Fuente: Vázquez Aguado, O. (2002). Políticas públicas, Calidad de Vida e interculturalidad. Portularia: Revista de Trabajo Social, 2, 125-138.
Una parte fundamental en el logro de esta competencia es la correcta identificación y manejo de las crisis que puedan surgir en el trabajo
intercultural. La investigación en materia de intervención en periodos de crisis en relación a la cultura, el género y los grupos raciales es
limitada, si bien, existen algunos trabajos en este sentido (Balgopal, 2000; Congress, 2000). Estas investigaciones señalan una serie de
precipitantes comunes de las crisis en estas poblaciones como, los conflictos intergeneracionales, los cambios de rol (por ejemplo, cuando en una
familia donde el padre es el cabeza de familia y el que trae el sustento a casa, su situación de desempleo fuerza a la madre a salir de casa, lograr
un trabajo y empezar a mantener a la familia) y los problemas en las interacciones con instituciones formales.
Pero se a pesar de que se hace hincapié en la necesidad de valorar y apreciar la diversidad cultural como forma de alcanzar la competencia, en
este apartado sólo nos hemos referido a la misma como un obstáculo que impide el logro de objetivo. Para restituirle su verdadero significado y
valor, podrían extraerse multitud de registros de prácticas en trabajo social con familias, que ilustran el potencial enorme de riqueza y desarrollo
que supone la intercultural en una sociedad. En este sentido, se extrae brevemente un ejemplo de una familia muy diversa culturalmente. Piden
la prestación del servicio porque están preocupados por la situación de unos de los hijos de un matrimonio anterior del padre. A lo largo de todo el
trabajo, los miembros de la pareja manifestaron con frecuencia la bendición que suponía para ellos su diversidad cultural y cómo ese aspecto
había conseguido “salvarles” en muchas ocasiones:
EJEMPLO 17
Jorge es brasileño, tiene 35 y es pareja de Lydia, que es inglesa y tiene 28 años. Planean casarse, para Jorge sería su tercera unión y para Lydia
la tercera. Entre los dos tienen un total de cuatro hijos, uno fruto de su unión, dos frutos del matrimonio anterior de Lydia y el cuarto, fruto del
matrimonio anterior de Jorge. Acuden porque piensan que el hijo de Jorge está recibiendo malos tratos por parte de su madre biológica cuando
pasa los fines de semana con ella. A la situación se le añade además una serie de problemas financieros y de salud de Jorge. Ésta es la forma en
la que se referían al hecho de su diversidad cultural: “Bárbara (la trabajadora social) aprovechó la oportunidad natural que surgió durante la
interacción para preguntarles si les gustaría ser su “guía cultural” cuando cualquier información relativa a este aspecto fuera relevante para el
desarrollo del trabajo. Tanto Jorge como Lydia sonrieron, contestando que ellos ya habían aprendido mucho haciendo eso mismo el uno con el
otro durante los tres años que llevaban juntos y le agradecieron a Bárbara que se mostrara abierta a sus sugerencias. “Nuestras diferencias nos
han salvado en muchos casos. Cuando mis formas no funcionan uso las de Jorge y cuando las suyas no funcionan usa las mías”, dijo Lydia...Al
finalizar el trabajo, Jorge y Lydia volvieron a dar gracias por una de las fortalezas que más valoraban: su diversidad cultural. Uno de sus hijos
dijo” Papá Jorge habla mucho sobre cómo el hecho de ser diferentes es una de las mejoras cosas que garantizan el funcionamiento de esta
familia. Ahora...Después de lo que hemos pasado entiendo lo que quiere decir. Ser diferentes nos hace mucho más interesantes que la mayoría
de familias que conozco....
Fuente: En Bula Wise, (2005:101-116). Empowerment Practice with Families in Distress. New York: Columbia University Press.
Además de estos obstáculos propios de los patrones interrelacionales entre el trabajador y la familia, sobre todo aquellos que están relacionados
con la interculturalidad. Se ha mencionado que otra categoría de obstáculos que se agrupa en torno a las consecuencias derivadas de la aparición
de una situación de crisis a lo largo del trabajo con la familia.
Es frecuente que las familias acudan a la primera toma de contacto inmersas en una situación de crisis. La propia situación de insatisfacción de
las necesidades familiares puede provocar una crisis. Otras crisis frecuentes en el entorno familiar son los problemas de salud, financieros, las
dificultades relacionales... En general, una crisis tiene lugar cuando una situación estresante o unos acontecimientos determinados causan un
estado de desequilibrio del sistema individual o familiar (Okun, 2002). Durante las crisis las estrategias habituales de afrontamiento de las
familias se ven colapsadas. Es importante que el trabajador/a social sea capaz de reconocer un estado de crisis familiar para responder con
rapidez y eficiencia. Una familia que se encuentra en un estado continuo de desorganización o desequilibrio no está en crisis. Sin embargo,
cuando una familia acude a la prestación de ayuda como consecuencia de una serie de necesidades/déficits y a lo largo del proceso tiene lugar un
acontecimiento o acontecimientos estresantes, es posible que se sumerja en una crisis, si sus estrategias habituales de afrontamiento que han
funcionado en el pasado, en esa ocasión no tienen efecto. Algunos de estos acontecimientos pueden ser una enfermedad grave, o la muerte de
alguno de los miembros, una separación, un divorcio, la pérdida de un trabajo o un estilo de vida. El objetivo cuando esto ocurre es resolver la
crisis y restaurar el nivel de funcionamiento social de la familia. El trabajador del empowerment debe desarrollar el conocimiento y las
habilidades para trabajar en las situaciones de crisis que se puedan desencadenar a lo largo del trabajo. Tras la resolución de la crisis, el
trabajador y la familia deciden en colaboración si los objetivos que se plantearon de forma originaria se han logrado, y si es necesario volverlos a
evaluar y continuar el trabajo o por el contrario la crisis redefinió la situación y no es necesario continuar el trabajo.
Centrando la atención en el período de crisis familiar, pueden identificarse dos aspectos comunes (Okun, 2002). En primer lugar, las familias se
conmocionan y a veces, incluso niegan la relación entre un acontecimiento y el comienzo de la crisis. Ante esta conmoción los miembros usan sus
estrategias de afrontamiento habituales para intentar disminuir el estrés y acomodarse en la medida de lo posible a la situación. Cuando estas
medidas fallan, los niveles de estrés se incrementan aún más. A veces las crisis surgen a causa de los sentimientos que no son identificados o que
son altamente estresantes y que se derivan del trabajo de ayuda. Las familias evolucionan a lo largo del proceso y esa evolución supone cambios y
esos cambios, aunque sean beneficiosos generan estrés. Porque suponen afrontar o actuar ante los acontecimientos de forma distinta, y en esta
falta de experiencia previa, de conocimiento acerca de las consecuencias, es donde se genera el estrés, y en ocasiones, cuando es muy fuerte o se
sostiene en el tiempo surge la crisis.
Quizás la característica más frecuente en estos periodos de crisis en la familia es la deficiencia del funcionamiento a nivel social. El trabajador/a
social debe desarrollar dos tareas fundamentales (Yanca y Johnson, 2008): 1) facilitar información sobre los cambios que condujeron a la crisis y
sobre la propia situación. 2) desarrollar el proceso de ayuda orientado a la crisis. En cuanto al primer punto el trabajador en colaboración con la
familia identificará el suceso precipitante junto con los efectos estresores que produce, algunos de ellos son indirectos. Al explorar esta parcela
de realidad, el trabajador logra fortalecer y trabajar desde la perspectiva del empowerment, porque reconoce de forma explícita los esfuerzos de
afrontamiento que ha realizado la familia hasta el momento para solucionar la crisis, a la vez que realiza propuestas para modificarlas o sobre
nuevas formas de afrontamiento. En definitiva, el trabajador/a comparte con la familia su comprensión de la situación, comunicándoles
expectativas realistas de que la crisis puede resolverse y de que permanecerá con la familia a lo largo de esos momentos difíciles trabajando en
colaboración y mutualidad. Sirviendo de enlace con cualquier recurso específico o adicional que pueda necesitar la familia a lo largo del periodo
de crisis.
Ante las crisis, desde nuestra perspectiva se busca algo más que conseguir ayudar a la familia a salir de la misma. Dado que esta perspectiva está
centrada en desarrollar el poder de los miembros por separado y de la familia como unidad para lograr un mayor nivel de bienestar en las familias
a lo largo del tiempo. Desde el empowerment se sugiere una vez más, no centrar la atención únicamente en los efectos adversos del periodo de
crisis, sino que pretende identificar, hacer presentes en la familia y consolidar los aspectos positivos derivados de la situación. Con frecuencia
estas consecuencias son, un aumento de las fortalezas, de la capacidad de afrontamiento y el aumento del apoyo social que se manifestó y
consolidó durante la crisis. El trabajador/a social se encargará de afianzar todos estos aspectos y de incorporarlos al acervo de empowerment que
acompañará y crecerá con el desarrollo del sistema familiar.
Este afrontamiento de las crisis no ha sido el afrontamiento tradicional en trabajo social, sino que desde las intervenciones tradicionales con
familias el objetivo principal ha sido restaurar el funcionamiento de la familia en el periodo de pre-crisis (Hepworth y cols., 2010). De nuevo la
perspectiva del empowerment se opone al enfoque tradicional, y busca promover el crecimiento y el auto-desarrollo, influyendo en la percepción
del profesional y en la forma de contemplar la experiencia vital que están atravesando. Además, esta visión, realiza aportaciones decisivas para
construir nuevas intervenciones con una potencia terapéutica mucho mayor. Porque a través de la contemplación y comprensión de las crisis,
como eventos que aportan múltiples beneficios en el tiempo a las familias, pueden construirse intervenciones específicamente dirigidas a
potenciar estos efectos positivos.
La última categoría de obstáculos es aquella relacionada con los factores éticos que afectan a la toma de decisiones. Este es un obstáculo al que
se enfrentan la práctica totalidad de los trabajadores sociales, no sólo aquellos que practican la perspectiva del empowerment. Desde luego si los
códigos éticos para la práctica fueran lo suficientemente explícitos de forma que dieran respuesta a cada situación específica, el proceso ético
sería una pura acumulación de conocimientos. Pero esta no es la realidad, el trabajador/a social debe estar lo suficientemente entrenado como
para establecer puentes que acomoden las directrices éticas con las situaciones específicas familiares en la que colaboran. Afrontando
situaciones de creciente complejidad, donde el trabajador debe elegir entre dos o más directrices éticas que en apariencia resultan
contradictorias o entre una serie de opciones que traen consecuencias negativas para alguno de los miembros o para toda la familia (Dolgoff,
Loeweberg y Harrington, 2009).
Tomar decisiones en las circunstancias anteriores, no supone seguir una serie de directrices sino alcanzar un punto de encuentro, entre los
valores del trabajador, la ética y las circunstancias prácticas que envuelven el caso particular. Y alcanzar este punto es con frecuencia, una tarea
ardua, poco clara, que en ocasiones toma la forma de un conflicto.
Traduciendo el desarrollo teórico de los problemas éticos a un problema práctico, se propone el siguiente ejemplo:
EJEMPLO 18
Ana y María de 60 y 65 años, son una pareja estable, llevan juntas 20 años. María sufrió un accidente hace dos años y ha quedado parapléjica.
María ha solicitado los servicios de un asistente social porque Ana quiere internar a María en un centro asistencial, ya no puede seguir
haciéndose cargo de la gran cantidad de cuidados que María necesita. Sin embargo, María quiere permanecer en su domicilio y recibir ayuda
asistencial en el mismo. El trabajador/a social se ve por tanto enfrentado al conflicto de qué tipo de servicio va a conceder.
En la resolución de problemas éticos, una estrategia común de afrontamiento por parte del trabajador/a social (no sólo desde la perspectiva del
empowerment sino también de los trabajadores pertenecientes a otras orientaciones), es la “auto-determinación” o la capacidad de los miembros
de la familia de tomar sus propias decisiones y de recibir el apoyo del trabajador en este sentido.
En el ejemplo 18 anteriormente expuesto, el cliente afirma de forma vehemente y categórica que quiere permanecer en su domicilio a pesar de
que sus posibilidades para vivir de forma independiente son nulas. Como forma de abordar este asunto, se ha mencionado que los problemas o
dilemas éticos se resuelven alcanzando un punto de encuentro, entre los valores, la ética y las circunstancias prácticas que envuelven el caso
particular. Atendiendo a los valores y a la ética tanto personal como profesional del trabajador/a social desde la perspectiva del empowerment se
optaría por el derecho del cliente a tomar sus propias decisiones. Sin embargo, también se tendría en cuenta que, desde el ámbito práctico, los
servicios dan preeminencia a la prestación de ayudas, dirigidas a facilitar que las personas con discapacidad permanezcan en sus hogares.
Además, el otro miembro de la familia, Ana, antepone sin embargo que María reciba los mejores cuidados asistenciales, a la vez que se preocupa
por mejorar su propio bienestar personal, que se encuentra amenazado por la situación actual familiar. Esta situación conduce al trabajador/a
social a encontrarse ante un conflicto ético.
¿Qué tipo de acciones puede poner en práctica el trabajador/a social para resolver el conflicto que obstaculiza el logro de los objetivos dirigidos a
un aumento de bienestar para la familia? La respuesta a esta pregunta no es simple y en base a la presente argumentación acerca de la
naturaleza del conflicto ético en la práctica del trabajo social con familias, no es posible ofrecer una serie de directrices cuyo cumplimiento
estricto suponga la resolución de este tipo de conflictos.
Especialmente en la actualidad, donde asistimos a una complejidad creciente del entorno social, el trabajador/a social de la perspectiva del
empowerment, no puede emprender el trabajo sin estar al corriente de los dilemas éticos más habituales y sin desarrollar una metodología propia
dirigida a analizar los valores y los conflictos éticos. El desarrollo de esta metodología surgirá tanto del conocimiento de los códigos éticos que
proporcionan las diversas asociaciones o entidades de trabajo social (como la Federación Internacional de Trabajadores Sociales72 [IFSW] o la
Asociación Nacional de Trabajadores Sociales estadounidense73 [NASW] entre otras) como del hecho de que cada trabajador interiorice un
contexto ético propio basado en estos principios y que será la guía de su trabajo. De nuevo, esta tarea no es fácil. Aunque el mismo código ético de
la NASW (1999) reconoce la posibilidad del conflicto entre los valores, los principios y las directrices para la práctica, no específica cuales serían
los valores y los principios fundamentales que deberían anteponerse ante una situación de conflicto. En este sentido, y a pesar de la falta de
unanimidad en la profesión, respecto a qué tipo de principios éticos serían los fundamentales para el trabajo, Dolgoff, Loeweberg y Harrington
(2009: 65-66), ofrecen un esquema que se ajusta a los principios que sustentan la perspectiva del empowerment y que ayuda sobremanera al
trabajador/a social a la resolución de los dilemas éticos que surgen tan frecuentemente en su trabajo. A pesar de ello, estos mismos autores
advierten que esta ordenación de los principios éticos tiene también muchos detractores.
Figura 21
Guía para la toma de decisiones éticas: Proceso y Herramientas
Fuente: Dolgoff, R., Loeweberg, F.M. y Harrington, D. (2009). Ethical Decisions for Social Work Practice. Thomson Brooks/Cole.
En este esquema (Figura 21), los autores ofrecen un marco desde el que el trabajador puede desarrollar esa metodología propia de análisis para
las cuestiones éticas desde la perspectiva del empowerment que se ha mencionado con anterioridad. Como se indica, una vez que el trabajador
decide si puede aplicar sin más las reglas de su código ético o por el contrario se halla ante un conflicto en este aspecto. Este esquema
proporciona una jerarquía de los principios éticos para resolver aquellos conflictos en los que más de un principio ético es relevante para el
análisis de un grupo de opciones prácticas y donde la aplicación de cada uno de estos principios conduciría a resultados diferentes (Dolgoff,
Loeweberg y Harrington (2009:66-67):
I. Protección de la vida. El derecho a la vida es el primero sobre cualquier otro tipo de consideración (Csikai y Chaitin, 2006).
II. El principio de igualdad y desigualdad. Se erige sobre el hecho de que todas las personas en las mismas circunstancias deberían ser tratadas
del mismo modo (igualdad). Al mismo tiempo las personas que se encuentran en situaciones distintas tienen el derecho a ser tratadas de forma
desigual, sobre todo si esta desigualdad es relevante para el caso en cuestión. Dolgoff, Loeweberg y Harrington (2009) explican este principio
citando a Kitchner (1984) quien establece que un principio puede establecer una obligación, pero si concurren circunstancias especiales o un
conflicto u obligaciones mayores, el trabajador debería actuar siempre desde las obligaciones que se derivan del principio más alto en la
jerarquía.
III. Impulsar la toma de decisiones dirigidas a la autodeterminación, la autonomía, la independencia y la libertad. Este principio aplicado al
ejemplo 17 expuesto, donde María reclamaba su derecho a su autonomía e independencia, establece que en los casos de conflicto acerca de este
mismo principio, en necesario realizar un examen riesgo/beneficio en las situaciones de conflicto. Este examen podrá determinar situaciones en
las que es ético contradecir la inclinación del cliente.
IV. Actuar siempre para minimizar los daños. Esto supone evitarlos en primer lugar, cuando no pueda hacerse orientar en la toma de decisiones
dirigidas a causar el menor daño y el trabajador debe estar siempre orientado a reparar en el menor tiempo posible los daños ocasionados cuando
esto sea posible.
V. Mejor calidad de vida para las personas. Este principio está en consonancia con la idea vertebradora de la perspectiva del empowerment, por la
que el trabajo social con individuos, familias y todo tipo de agrupaciones se dirige siempre al logro de un mayor nivel de bienestar, y, por tanto, de
calidad de vida.
VI. Mantener la privacidad y la confidencialidad. Desde luego este es un principio que el trabajador/a social debe observar con la máxima
rigurosidad, sin embargo, este principio puede contradecirse cuando el profesional trata de prevenir de un daño serio de cualquier naturaleza a
otras personas.
VII. Confianza y Apertura. Se ha incidido a lo largo de todo este estudio sobre la necesidad de una relación de confianza, apertura, sinceridad y
respeto. Pero estas cualidades no son exclusivas de las relaciones que se establecen el desarrollo del Trabajo Social. Cuando las relaciones
humanas persiguen satisfacer expectativas mutuas, establecer vínculos de confianza y de apoyo, a menudo necesitan aderezarse con este tipo de
cualidades.
Resumen
En este sexto capítulo, se profundiza en el análisis y descripción de la fase intermedia del trabajo, que coincide con la puesta en marcha de una
serie de tareas y estrategias, dirigidas fundamentalmente a lograr el cambio. El orden de presentación de las mismas comienza en el nivel
individual, sigue en el interpersonal y termina con las propuestas a nivel comunitario. La perspectiva del empowerment dirige sus procesos de
cambio a los tres niveles por igual. En este sentido, no trabajar en uno de los niveles se convierte en un factor predictor importante de la falta de
éxito de la intervención profesional del trabajador/a social. Aunque se detallan las tareas o estrategias más comunes para cada nivel, puede
afirmarse que existe una correspondencia entre los tres niveles y, en este sentido, cada una de las estrategias propuestas podría aplicarse en los
diversos niveles con las modificaciones lógicas que se requieran en función del objetivo y marco de aplicación.
Lecturas recomendadas
Aymer, C., y Okitikpi, T. (2010). Key Concepts in Anti-Discriminatory Social Work. London: SAGE Publications.
Becker, D.R., y Drake, R.E. (2003). A working life for people with severe mental illness. New York: Oxford University Press.
Beavers, W., y Hampson, R. (1990). Successful Families: Assessment and Intervention. New York: Norton.
1. ¿Qué peso cree que tiene la visión subjetiva de la familia acerca de lo que les pasa a la hora de perpetuar sus problemas? ¿Cree que es fácil
cambiar esa visión? ¿Cómo puede hacerse?
2. Defina qué es el afrontamiento y la participación y cómo ayuda fortalecer las relaciones familiares.
Bibliografía
43. Recordando que uno de los principios de la práctica para el empowerment que guía la práctica con familias es “construir sobre las fortalezas y los recursos, reconociendo la
opresión en todas sus facetas para poder disminuirla”.
44. Apartado 4.2.6. Sexto principio para la práctica del empowerment: “El poder es compartido”.
46. En el apartado 5.2.2.1.4: “Se identifican en mutualidad los recursos familiares, las fortalezas, las necesidades/problemas, los factores de opresión”.
48. En el contexto familiar esta asunción procede generalmente de las personas que ejercieron las funciones parentales del individuo.
49. Cuando se hace referencia a la “evaluación del funcionamiento cognitivo” se indica la necesidad de averiguar cómo perciben el mundo las personas que integran la familia. La
motivación para actuar ante los distintos acontecimientos encuentra su origen en esta percepción más que en los acontecimientos en sí mismos. Y la percepción y las emociones de los
miembros de la familia ante un acontecimiento idéntico puede variar considerablemente. Es por ello por lo que ya en la fase evaluación, se propusieron una serie de pasos que
proporcionarán la información necesaria en materia de las percepciones y emociones que tienen las familias ante los acontecimientos que les rodean. Y tomando como punto de
referencia esa información puede emprenderse el camino del cambio emocional y cognitivo.
50. Recordando el poder que ejerce el lenguaje por sí mismo como herramienta para alcanzar los objetivos. En capítulo V, apartado 5.2.1.2. “reflexión y entrenamiento previo en un
leguaje que fortalezca y evidencie el poder que albergan los miembros de la familia”.
51. Es decir, las personas de las familias ofrecen sus narraciones propias acerca de la situación que les oprime y desde ese punto de partida comienza la tarea de resolución. Y es un
paso fundamental, reclamar en cada fase tanto la visión propia de cada miembro como la participación de todos los miembros de la familia.
53. En la fase inicial se orienta la acción fundamentalmente a lograr un ambiente de colaboración, mutualidad y entendimiento entre todos los miembros de la interacción. Es decir, el
trabajador y los miembros de la familia deben “conectar” o “enganchar” y no es una buena estrategia empezar la relación enfrentando a la familia o a alguno de sus miembros con
ideas o conductas que pueden estar interfiriendo en su desarrollo saludable. Por ello, no resulta una herramienta útil en la fase inicial, aunque si lo es una vez que el trabajador y la
familia han elaborado un vínculo saludable.
54. El uso de habilidades de afrontamiento ante las demandas internas o externas se explica ampliamente en el capítulo II; apartado 2.4 “Teoría del Modelo de Vida”.
55. “The Strengthening Families Program” (SFP), en Kumpfer, K.L., y DeMarsh, J.P. (1983). Strengthening Families Program: ParentTraining Curriculum Manual. Salt Lake City, UT:
University of Utah, Graduate School of Social Work, Social Research Institute.
En www.strentheningfamiliesprogram.org.
El Programa de Fortalecimiento Familiar, se dirige a aumentar las fortalezas familiares y la resiliencia, reduciendo el riesgo de los factores que contribuyen a los problemas de
conducta, emocionales y académicos en niños de “alto riesgo”. Este programa ha sido adaptado culturalmente: para familias afroamericanas (Strengthening African American
Families), familias asiáticas y nativas hawaianas (Strengthening Hawaiian Families) y tiene una versión en castellano (Strengthening Spanish-Speaking Families). También, ha sido
evaluado en múltiples ocasiones por investigadores independientes con resultados muy satisfactorios en materia de prevención de abuso de sustancias y factores de riesgo de
delincuencia mediante la mejora de las relaciones familiares. Además, se encuentra en los primeros puestos de las listas de aproximaciones recomendadas de organismos como: la
Organización Mundial de la Salud, Cochrane Collaboration Reviews en Oxford, la Oficina de Naciones Unidas para el Crimen y la Violencia en Viena, la Casa Blanca, el Instituto
Nacional de Abuso de las drogas en EEUU (NIDA) y la Oficina de Justicia Juvenil y de Prevención de la Delincuencia estadounidense (OJJDP). En la actualidad está siendo puesto a
prueba como forma de prevención del abuso infantil por la Administración de Familias e Hijos (ACF).
56. En capítulo IV, apartado 4.2 “Principios para la práctica del empowerment”.
57. Principio IV para la práctica del empowerment. En apartado 4.1.4: “Las personas/familias pueden tener acceso al poder por sí mismas si se las conecta con los recursos que
necesitan, el papel de los trabajadores es asistir en esa conexión”.
61. Family Health Internacional (FHI) es una organización de salud pública y de desarrollo que trabaja a nivel mundial, para dar satisfacción a las necesidades integrales de las
personas con SIDA, tuberculosis, malaria y otras enfermedades crónicas e infecciosas. Esta organización dedica un esfuerzo muy significativo a la investigación sobre la planificación
familiar, reproducción saludable y prevención de las enfermedades infecciosas. En http://www.fhi.org/en/Publications/index.htm.
63. El fortalecimiento de las redes de apoyo es un principio del empowerment. En capítulo IV, apartado 4.2.4 “Favorecer la conexión entre poder, recursos y familia”, para que puedan
tener acceso al poder por sí mismas.
64. En 6.2.1.1.1 “Las Redes Sociales”, figura 1 “Proceso de creación y puesta en funcionamiento de una red social”.
65. En www.familiasenmadrid.org/srv_info.php?id_servicio_general=41.
66. En http://www.familiasenmadrid.org/srv_home.php.
67. En capítulo VI, apartado 6.2.2.1 “Programas comunitarios como medio de apoyo a las familias” en tabla 37.
68. Que se expuso con anterioridad en el capítulo V, apartado 5.2.2.1.4 “Se identifican en mutualidad los recursos familiares”.
69. Fuente: Cowger, C. D. (1996). Assessment of Client Strengths. En D. Saleeby (Ed.), The strengths perspective in social work practice. (pp. 69). En apartado 5.2.2.1 “La primera
toma de contacto”.
70. Principalmente, el desarrollo comunitario, las políticas que garanticen el acceso a una vivienda, oportunidades de ocio y educación y servicios sanitarios de calidad.
72. En http://www.ifsw.org/p38000324.html.
No copyright found.
25 OCT 2023
Trabajo Social con Familias desde el empowerment. 1ª ed.,
octubre 2022
CAPÍTULO VII LA FASE FINAL DEL TRABAJO O TERMINACIÓN
CAPÍTULO VII
Guión/Esquema
Conocer posibles acciones para la fase de cierre del trabajo con la familia.
Conceptos clave
Trabajo Social con Familias, Empowerment, Fase Final, cambios logrados, consolidación
de las ganancias, trabajo con las emociones.
Una vez que se han desarrollado las tareas/intervenciones a lo largo del tiempo
programado, tiene lugar la fase de terminación del trabajo. Ésta es la última fase del
proceso de ayuda desde la perspectiva del empowerment. De la revisión bibliográfica
exhaustiva realizada (Bula Wise, 2005, Collins y cols., 2007; Gutiérrez, 1991; Hepworth
y cols., 2010; Lee, 2001; Miles, O’Melia y DuBois, 2007; Saleeby, 2006; Shulman, 2009)
se observa que esta fase ha recibido una menor atención por parte de la literatura. A
pesar de ello, esta fase es fundamental, con intervenciones específicas trascendentes,
dirigidas a la generalización de los logros y a delimitar y asegurar el marco
recientemente adquirido para continuar el desarrollo familiar.
La tarea fundamental en esta fase se dirige, por tanto, a averiguar si los objetivos
propuestos se han cumplido, y si las necesidades / déficits de la familia que motivaron el
comienzo del trabajo han logrado su satisfacción al fin. Además, el trabajador debe
asegurar en la medida de lo posible, que el progreso se mantendrá en el tiempo74. Es un
momento que entraña cierta dificultad, puesto que es raro que todos los miembros de la
familia estén preparados para concluir el trabajo al mismo tiempo.
Cuando la fase final termina con éxito, en el hecho mismo de lograrlo se realiza una
intervención de gran valor. Desde la perspectiva del empowerment se señala que
conseguir acabar el trabajo de forma satisfactoria añade una fortaleza más. Esta última
fortaleza resulta extraordinariamente valiosa para las familias, porque supone un
trabajo muy importante de modelado de sus miembros y de la unidad familiar, en cuanto
a finalizar las relaciones con los otros de forma constructiva y coherente. Desde esta
perspectiva se hace énfasis en no abandonar la visión del trabajo como proceso, porque,
aunque la prestación de ayuda pueda concluir, los postulados del empowerment
formulan que, tras acabar el trabajo en mutualidad con las familias, el cambio va a
continuar. Continuará en múltiples aspectos, por ejemplo, en el desarrollo del programa
de trabajo, algunos miembros de la familia se implicaron en roles nuevos o en cambios
que requieren el desarrollo de nuevas facetas en sus vidas. Es por ello por lo que, desde
esta perspectiva, la fase de terminación puede contemplarse igualmente como el
comienzo del cambio (Gutiérrez, GlenMaye y DeLois, 1995).
Se pueden señalar cinco tareas fundamentales para finalizar el trabajo con las familias
desde la perspectiva del empowerment: 1) identificar sentimientos, 2) una valoración
final, donde se identifiquen los logros desde las percepciones propias de cada uno de los
miembros implicados en el trabajo, incluido el trabajador/a social, 3) consolidar los
logros, 4) asegurar las conexiones con la comunidad. (Lee (2001) y Bula Wise, 2005). A
continuación, se describe cada una de estas tareas.
El resultado más deseable en esta fase final del trabajo es “reconocer” que es el
momento de acabar el trabajo “de acuerdo con el plan”. Este hecho, está muy vinculado
a la claridad acerca del cumplimiento de los objetivos que se propusieron en el contrato.
Resolver la relación de trabajo por haber cumplido con éxito el contrato, es la
culminación perfecta del esfuerzo colaborador que se ha llevado a cabo, y tanto la
familia como el trabajador/a social, deben reconocerse su mérito. Ambos deben
beneficiarse de la oportunidad de reflexionar sobre el trabajo realizado, y sobre la
posibilidad de incorporar estos logros, capacidades y estrategias nuevas a de futuros
desafíos. Para maximizar los beneficios de esa experiencia de mutualidad, tanto el
trabajador como la familia examinan todo el proceso, partiendo del primer encuentro
hasta el momento actual, e incluso hasta dónde podrán llegar tras el final del trabajo. En
este sentido, Collins y cols. (2007:359) ofrecen cinco pasos para maximizar los
resultados de este proceso y llevarlo a cabo de forma constructiva y enriquecedora: 1) la
enumeración, 2) inducir la toma de conciencia de los cambios logrados, 3) consolidar los
logros, 4) dar retroalimentación al trabajador/a social, 5) preparar a la familia para
afrontar y manejar cambios futuros.
1. Enumerar. Es muy útil que la familia y el trabajador entablen una discusión en la que
identifiquen qué es lo que ha cambiado (Hepworth y cols., 2010). Mediante esta
discusión los miembros obtienen un mayor conocimiento al verbalizar los cambios y los
factores que contribuyeron al mismo. Si el resultado de esta conversación es que los
objetivos principales planeados no se han cumplido, puede ser necesario introducir la
posibilidad de derivar a la familia a un servicio distinto, o incluso a otro trabajador/a
social dentro del mismo servicio.
2. Inducir la toma de conciencia de los cambios logrados. Después de que la familia haya
compartido con el trabajador sus puntos de vista acerca del proceso, es momento de que
sean ellos, los que reciban la retroalimentación del trabajador. De nuevo se continúa
avanzando en la toma de conciencia de cuáles son los procesos que tuvieron lugar y las
herramientas que se usaron para lograr el cambio. El “darse cuenta” de que fueron
capaces de trabajar coordinados y de que consiguieron alcanzar sus objetivos, es una
fuente de reconocimiento y autoestima, de gran valía para la familia.
3. Consolidar los logros. Es momento de tratar el tema de cuáles han sido los logros
reales y percibidos, y sobre cómo se mantendrán en el tiempo. La terminación se
contempla como una transición, no como un final absoluto. A lo largo del trabajo, la
familia interiorizó estrategias para alcanzar objetivos. Desde la perspectiva del
empowerment se trabajó para que estas estrategias se mantuvieran en el tiempo, de
forma que la familia pueda usarlas o re-crearlas cuando sea necesario en el futuro. A
pesar de ello, es importante dejar abierto un canal de comunicación con el servicio social
y con los servicios comunitarios, como recurso esencial que asegure que, aunque las
familias vuelvan a estar inmersas en situaciones de crisis, éstas no alcancen la misma
intensidad o inmovilicen a la familia en el mismo grado en el que lo hicieron antes de que
tuviera lugar el aprendizaje de habilidades y estrategias.
5. Preparar a la familia para afrontar y manejar cambios futuros. En este paso final se le
puede pedir a la familia que sea capaz de “imaginar” futuras crisis y establecer cuáles
serían las estrategias para afrontarlas. De nuevo es una forma de fijar las fortalezas y
habilidades que se han identificado y desarrollado en las familias.
Incluso cuando la fase intermedia del trabajo concluye con éxito, no se puede garantizar
que se logre un desenlace pleno y satisfactorio al final del proceso. Es necesario que el
trabajador/a social sea plenamente consciente de que el trabajo está concluyendo y que
deben ponerse en práctica una serie de habilidades y tareas sin las cuales, los esfuerzos
realizados con anterioridad perderían fuerza y continuidad.
En otros casos, sin embargo, surgen sentimientos de alivio o alegría. Con frecuencia es
el caso de algunas familias (no todas) que acuden al trabajo de forma involuntaria. En
estos casos tiene lugar, lo que Shulman (2009:257) denomina la “ilusión del trabajo”, es
decir, los clientes acudieron porque alguien externo decidió que tenían que hacerlo, pero
en realidad no hubo un compromiso interno de trabajo y de logro de objetivos.
Estos sentimientos de alegría, no obstante, también pueden surgir de familias que han
trabajado de forma consciente, que se sienten orgullosas y que poseen un sentido de
logro ante el trabajo que han completado (Fortune, 1995). Con frecuencia, parte de
estos sentimientos de alegría suelen verbalizarse hacia el trabajador/a social con
afirmaciones del tipo de: “lo bueno que es”, “lo mucho que vale” y que “sin él nunca
habrían logrado lo que se propusieron”. Desde la perspectiva del empowerment el
trabajador debe alegarse a la vez que ser cuidadoso con este tipo de manifestaciones. Si
el trabajo fue un éxito, es un hecho que parte de la responsabilidad de ese éxito recae
sobre él. Pero es también cierto que recae exactamente en la misma forma y cuantía en
el resto de los miembros que componen la familia. Es tarea del trabajador/a social estar
pendiente en todo momento de mantener el equilibrio de poder entre los miembros del
equipo de trabajo que ha formado, agradeciendo los reconocimientos justos que recibe,
pero transmitiendo a la vez que el trabajo nunca se habría logrado sin el compromiso, la
decisión consciente y la paciencia y perseverancia de los miembros de la familia.
Pero estas emociones que surgen ante la finalización del trabajo conjunto afectan tanto
al cliente como al trabajador/a social. De algún modo el trabajador sintió que era parte
de la familia, sobre todo en los casos en los que se desarrolló el trabajo durante un
periodo prolongado de tiempo. En ese espacio el trabajador fue capaz de compartir sus
sentimientos y experiencias, y de crecer y avanzar de forma conjunta con la familia.
Algunos trabajadores pueden mostrarse dubitativos ante el final del trabajo porque se
sienten responsables sobre la familia y su destino. Se plantean si los planes previos
acerca del final son algo prematuros, o la posibilidad de que los miembros pueden no
estar preparados para continuar “solos”. En este sentido, es importante que el
trabajador/a social conozca los límites de su responsabilidad en el trabajo con familias, y
que conozca también las estrategias de intervención de esta última fase como forma de
sellar un vínculo estable entre la familia y la prestación de servicios. Un vínculo latente
que hará que la familia pueda acceder a la ayuda de nuevo en caso de que vuelva a
necesitarla.
Tras este trabajo emocional, la familia será libre por fin para continuar su vida en
“solitario”. Esto significa, que si bien, el trabajador/a social ya no estará presente, ahora
disponen de conocimientos más amplios, de mejores estrategias, de herramientas más
adecuadas y de la habilidad de saber dónde y cómo buscar ayuda, si las circunstancias
vitales futuras así lo requieren.
Se debe tener en cuenta que, a lo largo de las fases de trabajo propuestas en esta
investigación, las tareas descritas se han contemplado siempre como un proceso y no
como un resultado. Lo mismo ocurre en esta fase, este planteamiento permite crear un
espacio para que la familia sea capaz de elaborar los sentimientos y las cuestiones
emergentes como consecuencia de este final, dejándoles libertad para continuar su
proceso vital ya sin el trabajador.
La evaluación final del proceso de ayuda realizado con la familia tiene cada vez mayor
relevancia en la práctica del Trabajo Social. La valoración suele centrarse en el conjunto
de objetivos planteados y en las necesidades de la familia. Si los objetivos se cumplieron
y las necesidades se satisficieron, entonces el propósito del servicio se ha cumplido.
Para asegurar los cambios más allá del final del trabajo, estos deben de haber ocurrido a
diversos niveles del sistema como: aumento en la capacidad personal de los miembros
de la familia; mejora de las interacciones con el resto de miembros de la familia y con los
amigos; mayor nivel de receptividad e intercambio con la comunidad, con las
organizaciones y con las instituciones; y si a estos cambios se les unió el desarrollo de
políticas socialmente más justas. La combinación de todos estos cambios los reforzará y
mantendrá.
Las formas de evaluar los logros del trabajo son diversas (Hepworth y cols., 2010:569):
con el uso de test; con la observación directa; mediante una escala de logro de objetivos;
o con los auto-registros que realizan las propias familias, revistas e incluso, encuestas.
Sin embargo, el poder de la evaluación es mayor cuando se combina distintas fuentes de
información. No obstante, independientemente del método usado las valoraciones desde
el empowerment se dirigen a tres dimensiones:
1. Resultados. La evaluación de resultados implica valorar la coincidencia de los
resultados conseguidos con los objetivos planteados. En general se evalúan los
resultados atendiendo a tres características (Hepworth y cols., 2010:569): cambios en
cuanto a la frecuencia de las dificultades (p. ej., llegar tarde al trabajo), cambios en la
severidad de los problemas (p. ej., de insomnio) y en el nivel de logro de los objetivos (p.
ej., obtener un trabajo).
2. Procesos. Supone identificar aquellos aspectos del proceso de ayuda que resultaron
útiles o perjudiciales. Este aspecto de la valoración capta los matices de las
interacciones cliente-trabajador/a social que contribuyen a la efectividad del trabajo con
las familias. Es la revisión del trabajo conjunto y resulta una herramienta
extraordinariamente poderosa para el cierre del trabajo (McMahon, 1990). Comienza
mirando al pasado identificando cada uno de los logros que se han alcanzado. Es un
aprendizaje magnífico para los miembros porque identifican formas en las que sus
esfuerzos como individuos y como unidad familiar fueron efectivos. Por ejemplo, en el
caso propuesto en el capítulo anterior sobre el Programa de Fortalecimiento Familiar78,
tras la aplicación del programa podría pedírseles a los padres y a los hijos que registren
por escrito lo que ellos piensan que han aprendido del grupo y lo que les gustaría
aprender en el fututo. Podrían hacerlo sobre un formulario que se les distribuya, en el
que registren sus objetivos iniciales y cómo el aprendizaje que habían alcanzado los
llevó a lograrlos. El ejercicio los lleva a reconocer de forma explícita el progreso que han
realizado y a tomar conciencia de que las actividades que condujeron a ese final son muy
variadas, unas se identifican dentro de la propia unidad familiar y otras dentro del grupo
mayor de trabajo en el que realizaron su aprendizaje.
Los principios para la aplicación del empowerment deben aplicarse a cada una de las
fases de intervención, así como a cada uno de los niveles. Desde la perspectiva del
empowerment, por tanto, esta regla se amplía igualmente a la presente fase. Algunas de
las preguntas que se proponen para esta evaluación final son (Bula Wise, 2005:215):
“Qué elementos definen la calidad de este final y sustentan a esta familia?”, “¿Cómo va a
apoyar este estadio final al mantenimiento y desarrollo de las fortalezas que descubierto
y al trabajo que hemos desarrollado en el tiempo que hemos pasado juntos?”. “¿Cómo
puede contribuir este final al proceso de identificación de quiénes erais realmente y
quiénes habéis llegado a ser?
Esta valoración acerca de cómo ha ido el trabajo y de cuáles han sido fortalezas no debe
ser exclusiva de esta fase. Este tipo de valoraciones debe construirse a lo largo de todo
el proceso de ayuda, con la salvedad de que en la fase de terminación se convierte en un
requisito formal. Es importante incluir en la valoración todas las dimensiones a las que
se diri gió la práctica del empowerment, como la educación, la participación capacidad
de construir y acceder a los recursos. En un ejemplo de Gutiérrez y Lewis (1999:121)
queda reflejada esta idea:
EJEMPLO 19
Cuando Emily empezó sus reuniones en el centro social, ella y su trabajadora social,
Marie, trabajaron para establecer unas metas y objetivos para el trabajo que iban a
realizar en colaboración.
Marie: Ahora, que hemos conseguido conocernos mejor la una a la otra, vamos a
emplear un poco de tiempo en hablar sobre lo que te gustaría conseguir cuando
acabemos el trabajo.
Emily: Bien, lo primero de todo, me gustaría sentirme más cómoda con quien soy.
Todo esto es tan nuevo para mí. Me da miedo y me emociona a la vez.
Marie: Sentirte más con quién eres. ¿Cuándo sabrás que te sientes más cómoda?
¿Cómo será?
Emily: No lo sé. Seré capaz de decir que soy lesbiana y no me sentiré avergonzada. No
me preocuparé por si la gente lo sabe o no.
Marie: Así que, ese podría ser un objetivo. Ser capaz de decirlo a otros y sentirte bien
por ello.
Emily: Sí... pero puede ser que ni siquiera sea sentirme bien, simplemente no
preocuparme por lo que piense la gente.
EJEMPLO 20
Bárbara dice: “Esta ha sido la primera vez que he trabajado con una familia de forma
intencionada desde la perspectiva del empowerment Decidí que prestaría una
atención continua a sus fortalezas y las tomaría como punto de partida. ¡Qué
diferencia! Tenía todas las ideas del empowerment en mi mente, así que todo lo que
tenía que hacer era tomarme el tiempo suficiente para ver en qué punto se
encontraban las cosas cuando nos reuníamos, y entender lo que ellos me decían que
necesitaban en ese momento. “En ese momento” era una idea muy importante para
mí. Sé que algunas veces me adentro mucho en el pasado o en el futuro y entonces me
pierdo lo que está pasando “en ese momento” y, en consecuencia, la familia se muestra
confusa o incluso nos estancamos. Con esta familia, a menudo podía oír mensajes en
mi cabeza: “sólo escucha”, por ahora, sólo escucha”. Ellos siempre hacían o decían
algo que me hacía saber cuál de los principios del empowerment marcaba la dirección
a tomar, qué tipo de acción emprender y cuál era mi rol en ese momento. El liderazgo
vino de la familia. ¡Pero es que esta familia, es muy valiosa! ¡son increíbles!, me
pregunto si empezaré a ver increíbles a todas las familias con las que trabaje a partir
de ahora, simplemente por el hecho de fijarme en sus fortalezas en vez centrarme en
sus deficiencias y en lo que va mal todo el tiempo”.
Jacobs (2001:171) escribe: “Mi memoria de esta escena después de toda una década
como profesional familiar, todavía me llena de vergüenza y me hace estremecerme. El
recuerdo de la mirada en ebullición del padre, la voz de resignación de la madre,
evocan mis sentimientos de culpa por haberles forzado a elegir entre su hijo y su
orgullo. Lo que yo catalogué en aquel momento como un acto de valor –un joven
profesional yendo un poco más allá e implicándose con los asuntos de un adolescente–
ahora me hace perder por completo el orgullo, me llena de vergüenza. Aun así, el caso
ha conseguido enseñarme y ha contribuido a mi desarrollo. He aprendido a integrar
las consideraciones individuales y familiares con el impacto de la cultura y la raza.
Sólo descubriendo que yo era un peligro para las personas de color en situación de
necesidad, aprendí de forma tremendamente dura el poder que tiene un privilegiado
profesional blanco en una intervención”.
Consolidar las fortalezas derivadas del trabajo realizado es uno de los objetivos
principales del Trabajo Social. Miley, O’Melia y DuBois, (2007) establecen que la
probabilidad de consolidar estos cambios se incrementa cuando se han obtenido
ganancias a todos los niveles del sistema familiar. A nivel personal, los cambios estables
tienen lugar cuando se realizan cambios a nivel de creencias, actitudes y valores acerca
de sí mismo y del nivel de competencia propio. A nivel interpersonal, los incrementos de
poder y de apoyo en las relaciones significativas pueden mantener el desarrollo. A nivel
comunitario y político, las cualidades que mantienen el cambio incluyen la sensibilidad y
receptividad de la comunidad hacia las necesidades fundamentales, y hacia las
oportunidades de proporcionar apoyo social y ocasiones de ocio y disfrute. En definitiva,
las familias tienen mayores probabilidades de tener éxito en mantener los cambios,
cuando sus ambientes les nutren, les protegen y les refuerzan.
En esta fase final una herramienta muy valiosa para consolidar los logros consiste en
analizar el proceso, haciendo presentes con la mayor fuerza posible los logros
alcanzados por todos los miembros de la familia, permitiendo que cada uno de ellos sea
capaz de enumerarlas a su manera, y desde sus percepciones propias, como forma de
enriquecimiento y consolidación. Conforme las familias van revisando el progreso que
han conseguido, aumentan las probabilidades de realizar atribuciones, tanto internas
como externas del éxito o el fracaso. Las atribuciones internas permiten creer a los
miembros de la familia que fueron los artífices de la mejora que advierten, y les permite
experimentar igualmente el sentido de competencia y eficacia. Cuando las atribuciones
son externas, el cambio se atribuye al trabajador/a social o a otras personas o
acontecimientos externos a la familia. Cuando el trabajador/a social percibe
atribuciones externas por parte de la familia, debe clarificar la situación porque bajo
esta atribución, las familias suelen pensar que una vez que el agente de cambio, por
ejemplo, el trabajador, concluya el trabajo, los beneficios alcanzados desaparecerán
(Feld y Radin, 1982). Por el contrario, cuando las atribuciones son internas, las
probabilidades de que los miembros de la familia crean que los cambios se mantendrán
después de la última fase del trabajo son mayores.
En el trabajo de revisión resulta también de gran ayuda identificar cuáles serían las
causas principales que impiden mantener las fortalezas adquiridas, y de este modo
preparar a las familias para afrontarlas. Pueden enumerarse las siguientes (Hepworth y
cols., 2010:580):
1. Una tendencia natural para volver a los patrones de respuesta habituales (por
ejemplo, el consumo de alcohol, drogas, conductas violentas, patrones pobres de
comunicación)
La fase final tiene un enorme valor y desde el punto de vista cultural es tremendamente
rica y diversa. Un trabajador competente con la diversidad debe conocer esos matices y
buscar la comprensión acerca de cómo afectan a la familia, de forma que puedan ser
incorporados en esta fase como forma de facilitar y orientar el proceso al crecimiento.
Los rituales y las tradiciones de las familias de culturas distintas a las del trabajador/a
social pueden resultar novedosos para el trabajador. Sin embargo, en la mayoría de
familias pertenecientes a la cultura dominante se practican igualmente ceremonias
privadas e íntimas con las que reafirman su identidad, y recuerdan sus orígenes o su
pasado. En general, los rituales proporcionan a los sistemas humanos marcos
estructurales para manejar las comunicación y las emociones, y son medios para
celebrar tanto los acontecimientos positivos (como el logro de un trabajo), como los
negativos (la muerte de un miembro de la familia) (Goldenberg y Goldenberg, 2008).
Cuando el trabajador y la familia celebran una ceremonia (p. ej., una comida en el hogar
familiar), crean una experiencia simbólica acerca del fin de trabajo. También, en el
ejemplo del Programa del Fortalecimiento Familiar80, expuesto en el capítulo VI del
presente estudio, al finalizar el trabajo, se celebraba una fiesta de graduación para todos
los participantes, donde las familias recibían certificados y celebraban su participación y
el fin exitoso del trabajo. Este tipo de rituales o ceremonias, así como otros muchos que
dependerán de las características únicas de cada familia, otorgan el significado de éxito
y logro que conlleva la fase final cuando los objetivos se han cumplido.
EJEMPLO 21
Reconozco que este vecindario logró hacer las cosas justo en el momento apropiado
cuando por otro lado, no quedaba mucho margen. Vuestras habilidades para
organizar, dirigiros a las personas adecuadas en la Administración y generar apoyo
público han sido absolutamente sorprendentes. También reconozco que algunos de los
asuntos que promovieron esta movilización ciudadana todavía están presentes,
todavía hay vandalismo, el mantenimiento es intermitente y todavía hay muchas
viviendas abandonadas. ¿Habéis pensado lo que podríais hacer con los recursos que
habéis desarrollado para atajar o prevenir este tipo de asuntos antes de que ocurran?
Fuente: En Miley, K.K., O’Melia, M., y Dubois, B. (2007:16). Generalist Social Work
Practice: An Empowering Approach (5.a ed.).. Boston: Allyn and Bacon.
Estos comentarios del ejemplo 20, reflejan la confianza del trabajador en las personas
que integran la comunidad, a la vez que señalan que en la realidad las cosas no van a
permanecer inmutables, las personas tendrán que seguir trabajando, previniendo y
afrontando acontecimientos con el paso del tiempo. Como en el caso anterior, el
trabajador puede proponer ejemplos prácticos acerca de cómo desarrollar las
capacidades, estrategias y habilidades aprendidas durante el trabajo, como una forma
muy útil de planear la acción ante los posibles retos que puedan ir surgiendo.
En la fase final del trabajo, la familia y el trabajador/a social, además de identificar qué
tipo de estrategias consiguieron hacerles avanzar, deben reflexionar como mantener su
estado de empowerment. En este proceso de clausura, hay una serie de cuestiones que
suelen plantease las familias, la mayoría giran en torno a la idea de “¿y ahora qué?” Los
miembros de la familia se preguntan si en caso de necesidad podrían volver a contactar
con el trabajador, sobre cuál sería el modo de hacerlo, sobre si pueden contactar con
él/ella para comunicarle algún acontecimiento positivo que tenga lugar en la familia, o
por el contrario sólo en los casos en los que surjan nuevos problemas o necesidades
urgentes... Contestar a estas preguntas, y a otras muchas de este tipo que puedan surgir
al final del trabajo, alivia el final de la relación y ayuda a que la familia adquiera las
herramientas que necesitan para manejar sus propios recursos en el futuro. De este
modo se garantiza el acceso continuado y el desarrollo del poder de la familia (Green y
Lee, 2002).
Este tipo de ayuda se proporciona de forma breve y en un marco muy distinto al que se
contempló en el contrato de trabajo. Se supone que las familias ya han desarrollado una
serie de capacidades y habilidades, y que unas pequeñas aclaraciones serán suficientes
para re-dirigir a los miembros en el sentido adecuado cuando sea necesario. Además,
suavizan el corte brusco que pueda suponer finalizar el trabajo de un día para otro. A la
hora de planificar las sesiones de seguimiento, debe evitarse predeterminar una fecha
concreta. Es posible transcurran dos o tres meses antes de volver a reunirse, por lo que
es mejor que el trabajador/a social indique a la familia por ejemplo que, tras esos dos o
tres meses, él establecerá contacto ellos y entre todos fijarán una fecha conveniente
(Hepworth y cols., 2010).
El trabajador/a social debe ser cuidadoso, sobre todo en los casos de familias que han
mostrado dificultades especiales para finalizar el trabajo. En estos casos pueden usarse
las sesiones de seguimiento como forma de continuar la relación con el trabajador. El
profesional debe dejar claro que mantener un vínculo de ese tipo es perjudicial para el
avance de la familia, y que permanecer “enganchados” sólo puede disminuir su empeño
por reforzar sus vínculos con los más allegados o con las redes sociales de apoyo que son
las que, como ya les explicó en la fase de trabajo, van a suponer el apoyo estable que
necesitan para su desarrollo saludable.
En esta fase final, el trabajador/a social no debe cerrar el trabajo sin asegurarse que los
vínculos de la familia con las redes sociales que la rodean han quedado fijados. Porque
una red social de apoyo bien constituida no abandona a sus miembros durante los
periodos de crisis, sino que en realidad puede responder con mayor fuerza (Bula Wise,
2005). Este hecho supone un alivio, no sólo para el trabajador/a social, al comprobar que
el apoyo que la familia recibe no depende únicamente de él; sino que es un alivio
igualmente para la familia, que ahora es consciente que puede apoyarse, confiar o
negociar con personas o entidades con las que está familiarizada. Es este tipo de
transacciones que la familia ha descubierto y fortalecido las que van a otorgar el soporte
para su desarrollo, en conjunción con las habilidades personales e interpersonales que
desarrollaron, y que participaran igualmente en el fortalecimiento de estos vínculos.
Lecturas recomendadas
Balgopal, P.R. (2000). Social Work Practice with Immigrants and Refugees. New York:
Columbia University Press.
Carling, P.J. (1995). Return to community: building support systems for people with
psychiatric disabilities New York: Guilford.
Compton, B., Gallaway, B., y Cournoyer, B.R. (2005). Social Work Processes, 7.a ed.
California: Brooks Cole.
1. Collins y cols. (2007:359) ofrecen cinco pasos para maximizar los resultados de la fase
Final del Trabajo y llevarlo a cabo de forma constructiva y enriquecedora. ¿Cuáles son?
2. Cuando el trabajador social se encuentra con la “negación del final” por parte de la
familia, ¿Cómo puede actuar?
3. ¿Qué formas hay para evaluar los logros de la fase final del Trabajo con la Familia?
4. Independientemente del método usado para las valoraciones de la fase final desde el
empowerment, estas se dirigen a tres dimensiones. ¿Cuáles son?
Bibliografía
77. En el capítulo VI, apartado 6.1.1.1 “Enseñar la realidad de los patrones de interacción que siguen los
miembros y que se experimentan en la familia”.
78. En capítulo VI, apartado 6.2 “Fortalecer las relaciones familiares: Afrontamiento y Participación”.
79. En Jacobs, B. (2001). Taking Sides: A White intern encounters an African American family. En S. McDaniel,
D. Lusterman y C. Philpot (eds.), Casebook for integrating family theraphy, pp. 171-178. Washington, DC:
American Psychological Association.
80. En capítulo VI, apartado 6.2 “Fortalecer las relaciones familiares: Afrontamiento y Participación”.
No copyright found.
25 OCT 2023
Trabajo Social con Familias desde el empowerment. 1ª ed., octubre
2022
CAPÍTULO VIII CONCLUSIONES
CAPÍTULO VIII
CONCLUSIONES
Guión/Esquema
8.3. UNA APROXIMACIÓN PRÁCTICA DE TRABAJO SOCIAL CON FAMILIAS EN TRES FASES, DESDE
LA PERSPECTIVA DEL EMPOWERMENT
Como señalamos el capítulo primero de esta investigación, nuestra hipótesis de partida era la
siguiente: ¿es posible desarrollar un modelo de Trabajo Social con Familias basado en la perspectiva
del empowerment? Esta primera hipótesis se subdividía en otras dos: ¿Cuáles serían sus fases, cuáles
serían las principales técnicas, y cómo utilizarlas? ¿Qué diferencias presenta frente a los modelos
tradicionales de Trabajo Social con Familias y frente a aquellos que están orientados hacia las
debilidades y los problemas definidos como carencias? A lo largo de los capítulos precedentes, hemos
analizado los principales modelos teóricos que se emplean en el Trabajo Social con Familias, y hasta
qué punto pueden reformularse desde la perspectiva del empowerment. Hemos debatido y
reformulado estrategias, medios de evaluación y técnicas aplicables en el ámbito del Trabajo Social
con Familias, para superar una de las deficiencias tradicionales del enfoque del empowerment (su
falta de especificidad en la práctica), ya que se formula, en principio, como una propuesta filosófica,
sobre los principios básicos que permiten un análisis adecuado de las potencialidades humanas. Y
hemos desarrollado una aproximación práctica en tres fases para establecer una dinámica eficaz en el
Trabajo Social con Familias, desde la perspectiva del empowerment.
El análisis del enfoque general del empowerment, las estrategias, los medios de evaluación y las
técnicas, junto a la propuesta de una dinámica de Trabajo Social con Familias en tres fases,
constituyen, por lo tanto, las principales aportaciones de esta investigación. Responden
afirmativamente a las tres hipótesis planteadas, y creo que contribuyen a dotar a los trabajadores
sociales de un conjunto de recursos para enriquecer y dirigir con fuerza, su actividad profesional
hacia la perspectiva de las potencialidades y capacidades. En este sentido, en sociedades cada vez
más individualizadas, y en las que se ha desarrollado el fenómeno del “anal-fabetismo relacional”,
enriquecer el Trabajo Social con la perspectiva del empowerment permitiría, desde mi modesta
opinión, alcanzar con mayor plenitud los objetivos de cualquier intervención profesional de los
trabajadores sociales en el ámbito del Trabajo Social con Familias. En definitiva, el principal
resultado de esta investigación es el siguiente: volver operativo el enfoque del empowerment,
planteando un conjunto de recursos (dinámicas, metodologías) que permitan desarrollar en la
práctica intervenciones profesionales, de indudable carácter psicosocial, con familias concretas en
los diversos ámbitos en los que desarrollan su actividad profesional los trabajadores sociales. Para
lograrlo, como ya indicábamos en el capítulo primero, hemos procedido a una revisión exhaustiva de
la bibliografía sobre estas cuestiones, a un análisis de los diversos modelos teóricos utilizados.
Podemos sintetizar las principales conclusiones de esta investigación diferenciando tres ámbitos: en
primer lugar, el análisis de la perspectiva del empowerment; en segundo lugar, las diferencias y
paralelismos de este enfoque con los principales modelos teóricos más utilizados (el enfoque
sistémico, el ecológico, el de fortalecimiento y la teoría del modelo de vida); en tercer lugar, la
propuesta de una dinámica en tres fases, que permite orientar la actividad profesional de los
trabajadores sociales en este ámbito, que se diferencia con claridad de las aproximaciones prácticas
tradicionales en trabajo social que se han centrado en los problemas o deficiencias.
Como hemos mostrado en este texto, lo que denominamos la perspectiva del empowerment puede
hacer referencia a un principio general de interpretación, a un concepto teórico, o una aproximación
práctica (que está en proceso de desarrollo en la actualidad). Orienta nuestro análisis, en cualquier
de estas tres posibles acepciones, hacia las capacidades y fortalezas de las personas, definiendo de
forma diferente su trayectoria vital: se entiende no ya como la superación de deficiencias o el ajuste al
medio social, sino como el proceso de desarrollo y crecimiento personal. El empowerment permite
redefinir un acervo de conocimientos y estrategias con los que el trabajador/a social puede planear y
organizar de forma muy efectiva el acceso y la obtención de recursos (materiales e internos). Su reto
siempre es el mismo: cómo construir desde el poder que albergan las personas y las familias,
manifestado en la propia fuerza de su desarrollo vital, y cómo conectarlas con las comunidades en las
que se hallan inmersas estas familias.
Como hemos podido comprobar a lo largo de esta investigación, hay un intenso debate sobre la
definición y las características de la noción de empowerment. Después de analizar la bibliografía
sobre esta cuestión, creo que podemos establecer un cierto consenso, lo definimos como una
“aproximación o propuesta para la práctica”, en cierta medida transversal a todas las teorías, y en
cierta medida evolucionando hacia constituirse como teoría independiente: por el momento, no es ni
una teoría ni un modelo de práctica (Lee, 2001). Desde esta perspectiva, el Trabajo Social con
Familias se define como un proceso dinámico que asume que el poder se genera en el mismo proceso
de la interacción social (Pinderhughes, 1989), en un ambiente de colaboración y de potenciación de
las fortalezas inherentes a la familia y a sus miembros como forma de alcanzar el bienestar. El poder
como empowerment es el “poder de la habilidad, de la elección y el compromiso. Es creativo, y de ahí
que sea un poder conmovedor y transformador, pero no un poder controlador” (Hoagland, 1988:118).
La práctica del empowerment está guiada por una serie de principios, formulados por diversos
autores, que investigan esta perspectiva en el ámbito del Trabajo Social. En función de los resultados
de nuestra investigación, y tras una revisión detallada de la literatura del empowerment, podemos
seleccionar ocho principios que deben guiar la actividad del trabajador/a social desde la perspectiva
del empowerment, y que a su vez profundizan en las características de este enfoque:
1. Las fortalezas y capacidades personales son el punto de partida. Cuando nos centramos de forma
sistemática y recurrente en las fortalezas de las familias, con el paso del tiempo, el enfoque del
empowerment logra facilitar el acceso de los miembros a su propio poder. Sus elecciones comienzan a
orientarse cada vez con más fuerza al sentido de los objetivos que ha decidido para su vida. Construir
sobre fortalezas supone “movilizar los talentos, conocimientos, capacidades y recursos al servicio de
la consecución de sus objetivos de forma que los clientes alcancen lo que ellos consideren como una
mayor calidad de vida” (Saleebey, 2006: 1). Ahora bien, la necesidad de focalizar la atención en las
fortalezas implica, necesariamente, atender a las fuerzas que oprimen a las familias como tal, o a
cada uno de sus miembros. En la toma de conciencia de la opresión que les afecta, las familias
encuentran el punto de partida para trabajar con un fin muy claro: disminuirla o eliminarla de sus
vidas. La opresión puede ser la más invalidante de todas las fuerzas sociales que afectan a los
ciudadanos. El resultado de la opresión es la exclusión social, y el deterioro de las aspiraciones y
capacidades individuales y familiares. Se manifiesta en forma de discriminación económica, social y
psicológica. Conforme las fortalezas de la persona se van potenciando, apoyando e incluso creando,
los elementos opresivos que impiden su acceso al bienestar (en el más amplio sentido del término)
van perdiendo fuerza.
2. Interculturalidad. El trabajo intercultural desde la perspectiva del empowerment, tiene como uno
de sus objetivos prioritarios hacer frente a las situaciones de necesidad de aquellas personas que se
encuentran relegadas a una situación de exclusión y precariedad, simplemente por pertenecer a un
grupo cultural minoritario, estigmatizado o perseguido. La sensibilidad intercultural debe estar en
sintonía con la historia de la familia, con sus valores, y con las perspectivas de su cultura y su
singularidad. Es importante ser capaz de elegir modelos prácticos relevantes para las necesidades de
la familia en el momento específico de la intervención profesional del trabajador/a social. Algunos
principios básicos que hay que tomar en consideración son los siguientes: a) la historia que arrastran
las familias afecta tanto al tipo de problemas emergentes como a su solución; b) el presente es más
importante que el pasado o el futuro; c) hay fenómenos inconscientes que afectan al funcionamiento
de las familias; y d) aunque la diferencia cultural pueda ser una fuente de tensión, de discordancia y
de conflictos, es también una fuente de cohesión, de identidad y de fuerza.
6. El poder es compartido. Desde la perspectiva del empowerment se propone una aproximación que
contemple a la “persona con el ambiente”. Este tipo de relación lleva implícita una mutualidad
inherente que nos conduce a hablar de “poder con”, con los individuos, con las familias, con el
aprendizaje conjunto, con la comunidad... Donde la intervención profesional se dirige siempre a la
conexión con los otros.
7. Usar roles cooperativos que apoyen y asistan a las familias. El uso de roles cooperativos posibilita
una asociación igualitaria en el reto de ayudar a los ciudadanos que se sienten indefensos,
coaccionados u oprimidos. La colaboración entre las personas, las organizaciones e incluso las
disciplinas es un aspecto muy importante para el Trabajo Social. La intervención profesional nunca
debe perder su orientación hacia el cambio social, los cambios estructurales y la justicia social. La
colaboración es un proceso activo y no un proceso reactivo, supone el dinamismo de las interacciones,
el diseño cuidadoso de la actividad, y un esfuerzo decidido hacia la consecución del éxito. Desde la
perspectiva del empowerment, el énfasis en la cooperación es un aspecto crucial para lograr una
intervención profesional que alcance los objetivos establecidos.
8. El trabajador/a social que asume la perspectiva del empowerment nunca pierde su orientación
hacia cambio social, los cambios estructurales y la justicia social. La justicia social no se consigue de
forma inercial, ya que vivimos siempre en sociedades estructuradas, estratificadas, y en las que ya de
antemano cada persona se integra en un entorno con diferentes niveles de acceso a todo tipo de
recursos. Para alcanzar mayores niveles de justicia social, o directamente hacer frente a situaciones
injustas, hay que promocionar una serie de valores desde todos los ámbitos (políticos, jurídicos,
empresariales, vinculados con los medios de comunicación social, etc.). La justicia social se basa en
los valores de justicia, igualdad, respeto por la diversidad, acceso a la protección social y la aplicación
de los derechos humanos en todos los ámbitos de la vida. La falta de justicia social en cualquiera de
estos ámbitos es un elemento opresor para las personas. Se avanza en materia de justicia social
cuando se eliminan los obstáculos que afrontan las familias y sus miembros por razones de género,
edad, raza, etnia, religión, cultura o discapacidad.
Tabla 40
MODELOS PRINCIPALES APORTACIONES EN PRINCIPALES ESTRATEGIAS /
TEÓRICOS EL ÁMBITO DEL TRABAJO SOCIAL TÉCNICAS PARA LA
CON FAMILIAS INTERVENCIÓN PROFESIONAL
Supone un marco de pensamiento La técnica de más amplia
fundamental para la práctica del difusión para la evaluación en el
Trabajo Social en general y para la Trabajo Social es el genograma.
perspectiva del empowerment en Tiene su origen en la Teoría de
particular. Sus aportaciones más Sistemas Registra
relevantes son las siguientes: acontecimientos familiares
importantes, sucesosque
La concepción holística del cambian la trayectoria vital
sistema familiar, es decir, familiar y relaciones complejas
contempla el funcionamiento del sistema familiar con una
familiar como resultado de la metodología muy sencilla y de
influencia, interdependencia y fácil comprensión. El punto de
conexión de las distintas partida es la asunción de que la
partes y los distintos niveles familia es un sistema con una
del sistema. estructura única y con unos
Introduce conceptos que se patrones de comunicación que
han convertido en centrales pueden examinarse. Tras este
en el desarrollo de la examen o evaluación, el
disciplina como sistema propósito de la intervención es
abierto/cerrado, límites, trabajar con la familia para:
reglas, patrones de acción
distintivos o roles, y los Disminuir, eliminar o
síntomas como reconstruir, los
manifestaciones de patrones acontecimientos y
disfuncionales. patrones de interacción
Enfatiza la causalidad circular que provocan y mantienen
de las transacciones y el la disfunción.
cambio constante del sistema Redefinir los límites del
de relaciones familiares. sistema familiar,
Responde a la disyuntiva aumentando la apertura,
tradicional planteada a lo el cerramiento o
largo de la historia del trabajo haciéndolos más
social, entre la persona y el explícitos.
ambiente: ies el ambiente el Determinar el nivel de
que provoca que las personas ajuste de la familia con su
se comporten de una forma entorno. Revisar cuales
TEORÍA DE
determinada o son las son los recursos
SISTEMAS
personas las que afectan al adicionales que deben
ambiente dando lugar a obtenerse o a los que debe
determinadas situaciones? En fortalecerse el acceso.
realidad, la familia y la Examinar los patrones de
situación forman parte de un comunicación familiar.
todo donde cada una de las Hacer un seguimiento del
partes guardan relación entre flujo de información y
sí y dónde una alteración o recursos dentro del
cambio en cualquier parte del sistema y entre el sistema
sistema va a dar lugar a y el ambiente.
cambios o alteraciones en Evaluar la naturaleza de
muchas otras partes del los procesos de
sistema, incluso en las partes retroalimentación que se
más alejadas. dan en el sistema.
Dentro del sistema establece Determinar cómo estos
subsistemas y suprasistemas. procesos relacionan de
Como subsistemas: 1) la forma global los patrones
relación de pareja; 2) la de interacción. Preguntar
relación padres-hijos; 3) los a la familia si puede
hermanos, 4) el individuo, y, describir sus reglas. Y
por otro lado, los otros niveles sobre cuáles son sus
del sistema externos a la pautas de comunicación
familia, que varían conforme. especificas desde el punto
Como suprasistemas externos de vista cultural.
al sistema familiar: 1) amigos
y allegados no consanguíneos;
2) recursos comunitarios; 3)
servicios sociales y otros
sistemas externos de ayuda.
Su objetivo es mejorar el
funcionamiento familiar
mediante la potenciación de
las relaciones e interacciones
personales. El trabajador es el
“agente de cambio”.
8.3. UNA APROXIMACIÓN PRÁCTICA DE TRABAJO SOCIAL CON FAMILIAS EN TRES FASES,
DESDE LA PERSPECTIVA DEL EMPOWERMENT
En un contexto social cada vez más heterogéneo, con nuevas y viejas formas de exclusión social que
afectan a amplias capas de la población, los trabajadores sociales deben responder a un doble reto:
por un lado, desarrollar interpretaciones teóricas que permitan describir correctamente la realidad
social, los constreñimientos y las posibilidades a que los ciudadanos tiene que hacer frente para
desarrollar sus trayectorias vitales y alcanzar sus objetivos personales; por otro, diseñar, verificar y
utilizar cuestionarios, técnicas y dinámicas concretas que permitan alcanzar dichos objetivos en la
práctica. Teoría y práctica, como en cualquier ciencia, están íntimamente relacionadas, y, al igual que
ocurre en otras disciplinas (como la Sociología o la Psicología), tiende a ser cada vez más
poliparadigmático. El uso preciso de conceptos teóricos va unido al diseño de técnicas de
intervención y evaluación, y todo ello seleccionando interpretaciones, metodologías y técnicas de
diferentes procedencias teóricas (Turner, 1996: 9). En esta investigación se propone una propuesta
de intervención en tres fases, diseñado desde la perspectiva del empowerment, que permite resolver
algunas de los problemas más debatidos en la literatura científica en este ámbito. La propuesta se
organiza en tres fases (inicial, intermedia y final) y se dirige a tres niveles de intervención: individual,
interpersonal, y comunitaria). La división en fases ayuda a identificar los obstáculos y los progresos
que se van obteniendo a lo largo de la intervención profesional. Facilita, por ello, una mayor
contextualización del trabajo a realizar, y permite al trabajador/a social orientarse con mayor
precisión. Como cualquier otra división, responde a una forma precisa de determinar objetivos,
establecer logros y diseñar técnicas, pero siempre es artificial. La dinámica concreta siempre está
abierta a múltiples excepciones, y desde mi punto de vista el trabajador/a social debe tener siempre
presente el principio formulado por el profesor Antonio López, sobre la gradualidad, progresividad y
reversibilidad que se da en cualquier dinámica grupal. En cualquier caso, la división en fases permite
simplificar la actividad del trabajador/a social, y la comprensión de los procesos relacionales de las
personas que integran la familia. Por ello, consideramos muy recomendable estructurar el trabajo en
torno a dichas fases. En la siguiente tabla presentamos de forma sintética estas tres fases,
diferenciando las tareas, técnicas, habilidades y objetivos a alcanzar desde la perspectiva del
empowerment (tabla n.o 41). En relación con otras aproximaciones a esta temática en la literatura
internacional más relevante, se observan propuestas que se centran específicamente en el ámbito del
Trabajo Social (Lee, 2001; Gutiérrez y Lewis, 1999) y del Trabajo Social con Familias (Bula Wise,
2005), presentado propuestas prácticas, que incluyen técnicas y habilidades necesarias en un ámbito
como el de las familias (universal, pero al mismo tiempo muy diverso). Precisamente esta diversidad y
universalidad constituyen dos factores fundamentales que hemos tenido en cuenta en el análisis
cuidadoso de los procesos, dinámicas, fortalezas y problemáticas presentes en cada familia.
Tabla 41
Por último, hay que mencionar que las diferencias entre la aproximación tradicional al trabajo y la de
la perspectiva del empowerment han quedado manifiestas a lo largo de toda esta investigación,
haciendo referencias explícitas a lo largo de toda la propuesta práctica. Y que no sólo desde la
perspectiva específica del empowerment sino desde la disciplina del Trabajo Social en general, el
trabajo se orienta cada vez con mayor insistencia hacia la perspectiva de las fortalezas, y no de las
debilidades, problemas y patologías. Sin embargo, desde nuestra perspectiva esta diferenciación ha
sido un factor primario y básico a la hora de acometer el trabajo, y las diferencias entre ambas
aproximaciones quedan manifiestas en esta última tabla, la número 42:
Tabla 42
81. En el contexto familiar esta asunción procede generalmente de las personas que ejercieron las funciones parentales del
individuo.
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