NOVELA HISTORICA - José Manuel Gonzalez-Rico - La Infamia
NOVELA HISTORICA - José Manuel Gonzalez-Rico - La Infamia
NOVELA HISTORICA - José Manuel Gonzalez-Rico - La Infamia
Hubieron de cruzar la sierra por el Rabanal y siguieron el cauce del rió Sil hasta entrar en el alfoz
de la bailia. Ahora que ya estaban al final del camino no consideraron necesarias las precauciones
que mantuvieron a lo largo del viaje y se pudo observar alguna distensión en el orden de marcha. Los
tres caballeros iban delante. Martín el primero, detrás el joven Xavier, luego Gilles que tiraba de la
reata de acémilas con la valiosa carga y cerraban la marcha Ferran y los otros dos armigueri. Al fin
aparecieron por encima de un otero las pétreas torres como algo irreal. Fantasmagóricas y oscuras,
surgidas de la nada y confundiéndose con las atormentadas nubes que amenazaban lluvia. Subieron
hasta la Puebla donde ya se les ofreció la ingente fortaleza con su halo de poder y seguridad.
Volvieron a descender para cruzar por última vez el rió por un puente de piedra que Martín no
recordaba. El burgo que se había ido creando alrededor había aumentado su tamaño de forma
considerable tal como lo recordaba el freire. Lo cruzaron al paso de las cabalgaduras abriéndose
paso entre niños, perros y aves que se movían de acá para allá. Sin duda los lugareños estaban
habituados a ver pasar gentes armadas de aquélla índole y no les prestaron demasiada atención.
La tarde desapacible iba matizando los colores de gris y algún relámpago brilló sin ruido a lo
lejos. A medida que se aproximaba Martín notó el denso influjo de la fortaleza sobre él. El limpio
tañido de una campana levantó un bando de palomas que lo devolvió al momento actual. Observó
mas torres de las que recordaba y pensó brevemente y con un cierto regusto amargo que él tampoco
era el mismo. Apartó las mil cosas inconvenientes que le venían a la cabeza y que se hacían mas
presentes, mal a su pesar, a medida que se acercaban al final del viaje. Se quitó el yelmo y echó
para atrás el almófar del camisote, después se rasco con ganas la canosa pelambre y se removió
sobre la silla para aliviar el dolor de la cadera que se agudizaba cuando se avecinaba el mal tiempo.
Se inclinó un poco y acarició con unos golpes suaves el cuello del caballo frisón que caminaba con
la cabeza baja, también cansado y dolorido, como él, como todos. Ya quedaba poco. Treparon por
las empinadas cuestas bordeando las murallas y el foso seco hacia el sur. A su derecha, donde antaño
estuvo la humilde ermita de la Virgen de la Encina se estaba construyendo lo que parecía otra
sensiblemente mayor, de buena piedra labrada. Siguieron rodeando la muralla exterior hasta que
avistaron la puerta de entrada protegida por las dos torres almenadas, cruzaron el puente de piedra y
se detuvieron hasta que varios campesinos provistos de largas varas y con denuestos y gritos de
aliento consiguieron que dos carretas de bueyes que resbalaban en las lisas piedras cruzaran bajo el
rastrillo y dejaran paso. Una vez que el portón quedó libre, se identificaron ante un armigeri de
parda vestidura y pudieron entrar en la fortaleza. Sin desmontar fueron conducidos a través de la
amplia explanada interior hasta el otro extremo del recinto amurallado donde se encontraba el
llamado castillo viejo que era otra fortaleza en si misma y que, hasta donde recordaba Martín había
sido, entre otras cosas, la residencia del comtur o comendador como se decía por estas tierras.
Varios sirvientes los ayudaron a descabalgar y se hicieron cargo de las monturas y las acémilas
supervisados por los dos armigeri mientras los tres caballeros fueron invitados a entrar en una gran
sala de pulido suelo de piedras de río y alto techo con artesonado de madera, austera y oscura, y allí
fueron recibidos por los cuatro personajes que les esperaban. El primero que se presenta, Rodrigo
Yáñez, maestre provincial de Castilla León y Portugal y que se habría desplazado desde Zamora, su
residencia habitual. Es un hombre ya mayor, apuesto y aún fuerte, de estatura media y facciones
nobles, de ojos vivos y amables. Llama la atención su pelo oscuro que en los aladares y las barbas se
convierte casi sin transición en blanco. Sobre los sobrios ropajes una gruesa cadena y el medallón de
su rango. Se acerca y los abraza a los tres con calor.
-¡Sed bienvenidos, hermanos. Os esperábamos con impaciencia! – Solo habla él mientras los
otros tres observan y callan. Los mira y se detiene un casi inapreciable momento en las facciones de
Gilles y la cicatriz que le cruza la cara, luego sin interrupción continua: - Nos tenéis sobre ascuas y
nos hacemos mil cábalas sobre la razón de vuestra misión y el motivo de que no se utilizasen como
es habitual, los medios normales para informarnos.- Sin transición son conducidos a través de una
puerta situada a la izquierda hasta otra sala más pequeña y recogida, iluminada por una ventana de
corte ojival y que a primera vista parece un refectorio. En una esquina se esconde una gran chimenea
con restos de ceniza. Las paredes de madera sostienen pesados candelabros de velas de sebo. El
único mobiliario de oscura madera lo constituyen una larga y pesada mesa con más candelabros y
sillones de altos respaldos, allí el Maestre presenta al resto: Ferran Moniz, el comendador de
Ponsferrata que viste la sobrevesta blanca con la cruz templária en el pecho, de mediana edad, pelo
muy corto y oscuro en cabeza y barbas y ojos pardos y amables, casi tan alto como Martín pero de
constitución más frágil. Nuño, el armigeri pañero, barbilampiño y sin duda el de más edad, y el
capellán y cillerero Gutierre Alvito, chupado y ascético, de ojos hundidos en unas facciones enjutas y
el único en el que se aprecia la tonsura. Se detienen las conversaciones y los rostros se vuelven hacia
los recién llegados. Los saludos adquieren una cierta ceremonia. Unos sirvientes ayudan a los tres
caballeros recién llegados a desprenderse de los cintos con las armas de mano y los camisotes,
después dan luz a los velones y dirigidos por el anciano pañero abandonan en silencio la sala
cerrando la puerta tras de sí. Un corto paréntesis y el Maestre invita a todos a sentarse. Tácitamente
Gilles, Xavier y Martín se sitúan contiguos y todos se acomodan con ruido de cueros y espuelas.
Gonzalo Yáñez, con suave autoridad se constituye en portavoz de los que esperaban.
- No es preceptivo que os ofrezcamos hospitalidad dado que estáis en vuestra casa pero
permitidme que os de la bienvenida de nuevo, ahora en nombre de Moniz....-, sonríe a este que a su
vez inclina la cabeza......- que a la postre nos acoge a todos como comendador que es de estas
tierras..... Debemos suponer que llegáis cansados y hambrientos y con poco animo. Aunque ardemos
en deseos de saber qué misión os trae hasta aquí, quizás fuera conveniente que os dejáramos
descansar lo necesario. Ya habrá ocasión, mañana, de hablar sobre las nuevas de las que sois
portadores. Se me ocurre que seria más oportuno compartir un refrigerio y daros tiempo para
recuperar fuerzas.
- Mas tarde será de agradecer, señores, - responde Martín. -Algo nos quedaba en las alforjas
que nos ha permitido engañar los estómagos. Lo cierto es que no considerábamos prudente
detenernos demasiado durante los últimos días y menos aún visitar posadas o albergues, ni siquiera
en alguna de las encomiendas de la Orden que sabíamos que nos caían de camino. Las instrucciones
eran pasar desapercibidos en la mayor medida y completar la misión lo antes posible. Después os
agradeceremos una buena yacija en la que podamos descansar nuestros huesos de los rigores del
largo viaje que no nos aconsejaba desprendernos de las armas ni para dormir. Y debemos admitir
que se hace pesado cuando se ha perdido una buena parte del hábito guerrero. Hasta hemos
considerado oportuno ocultarnos en más de una ocasión de mesnaderos o grupos de gentes con los
que nos tropezábamos y de los que no conocíamos las intenciones.
-Buena política es cuando los tiempos corren inciertos, aunque en estas tierras no creemos
que tuvierais demasiado que temer. ¿Quién no respetaría a unos Miles Cristi?-
-¡La respuesta es demasiado fácil, señor!- Al momento se detiene porque no era su intención
el responder de esa guisa. Pero han sido días largos y tensos y se siente cansado, muy cansado.....,
como supone que se encuentran Xavier y Gilles que le observan en silencio y también desearan
terminar esta primera prueba lo antes posible. Y continua: -Por el recibimiento que nos dispensáis
entendemos que no habéis recibido estos últimos días ninguna nueva de nuestra sede en Paris que
pudierais considerar extraordinaria o fuera de lo común. ¿Es cierto?
-Así es. Quiero decir que no hemos recibido nada fuera de lo esperado salvo el aviso de
vuestra llegada en algún momento. ¿Porqué no hacéis esa pregunta?, ¿Debiéramos haber recibido
algo mas?- Mientras el maestre les respondía ha sido perceptible en los recién llegados un
intercambio de miradas que expresaban sin duda un grado de alivio o algo muy parecido.
-No necesariamente, maestre, ocurre que hace casi un mes que como os digo nos hemos
mantenido apartados de todo contacto exterior y nos preguntábamos si en ese tiempo ha ocurrido algo
que no supiéramos.
-No. Nada que se me ocurra- La extrañeza en la cara del maestre corre parejas con las de los
otros anfitriones. –Realmente nos tenéis intrigados…….
-Pues bien. Habéis de saber que además de graves nuevas que someteremos a vuestra
consideración, hemos sido portadores hasta aquí, y ahora se esta descargando fuera, de una
considerable cantidad de dineros, en su mayor parte talentos de oro, guardado en seis arcones de
buen tamaño, sellados y encadenados en nuestra sede en Paris, que junto con las instrucciones
pertinentes en los documentos que portamos, deberán ser recepcionados y protegidos por vos ya
desde éste momento - Mira a los que han sido sus compañeros de viaje y no le da tiempo a mas
porque como esperaba, en los rostros de los que le escuchaban se pinta la sorpresa mas absoluta.
¡Sangre de Dios!..., La exclamación parte de un Yáñez que se ha incorporado estupefacto y
les mira, con la misma extrañeza que se pinta en los rostros los que le acompañan. -¿Nos estáis
diciendo que habéis cruzado media Europa custodiando un buen caudal de oro hasta aquí sin emplear
ninguno de los cauces de la Orden.... ¿Porqué?, ¿Que sentido tiene y que se supone que debemos
hacer con el?-
Mientras habla Yáñez, el hermano Gilles que se siente escrutado disimuladamente, coloca la
alforja encima de la mesa, la abre con parsimonia y extrae un rollo de documentos sellados que
empuja a través de la mesa hacia el maestre. Martín sigue respondiendo:
-Hay dos motivos, Sire. En este caso lo que os llega es una parte del tesoro que la Orden
guardaba en el Vieux Temple y cuya salida no se ha reflejado en la contabilidad de nuestra sede para
impedir su posterior seguimiento. Por otra parte... quizás sea mejor explicaros..... -, Martín se
rebulle en la silla y duda, pero continua: - Hasta donde sabemos, hace un mes abandonamos el
Temple de Paris casi un centenar de caballeros y armigeris con la misma misión pero diferentes
destinos: sacar la mayor parte de nuestras reservas económicas de nuestra sede central de Paris y
repartirla y ocultarla en las diferentes provincias de Europa donde nuestra Orden tiene bases. En
nuestro caso, una buena parte del viaje lo hicimos en compañía de otro grupo que se dirigía a
Monzón donde suponemos que Jimeno de Lenda o Bartolomé de Bellvis habrán pasado por el mismo
trance. Además las medidas que se están tomando no se reducen a sacar nuestro tesoro del país
franco, se han impartido otras. Si os vale de ejemplo, nuestra flota que en su mayor parte se
encuentra en la Rochelle ha sido avisada de que esté lista para hacerse a la mar a la mayor brevedad
si recibe la orden o incluso sin recibirla, solo con que algo les haga sospechar que alguien
pretendiera apresarla en puerto.
-¡No hay duda!- la sorpresa de Yánez que se ha vuelto a sentar, es genuina. -¡Grandes y
graves cosas deben estar ocurriendo allá arriba de las cuales estamos ayunos!-
-Eso creemos, Señor-.... Esta vez responde Gilles que también utiliza el lenguaje del lugar.
....-Y por éste motivo el Capitulo General ha considerado oportuno dispersar y ocultar la mayor parte
de los fondos de la Orden-.
La expectación ha crecido y el aire se ha vuelto mas tenso. Los tres recién llegados no se
encuentran cómodos y hay un lapso durante el cual todos callan. Toma de nuevo la palabra el
maestre provincial. -Solo se me ocurren dos razones que obliguen a la Sede de Paris a tomar tales
medidas, ¿Estamos de nuevo, quizás, ante la inminencia de fusionar las Órdenes militares?, ¿Son esas
las nuevas que nos traéis? Sabemos que el venerable e insistente Raimon Llul anda por Génova
removiendo cielos y tierra una vez más a pesar de que nuestros grandes Maestres ya ni consideran
tales propuestas, por cierto que la negativa del Temple, a nuestro juicio no se argumentó
correctamente. Molay debiera haber recabado opiniones antes de responder, especialmente en los
reinos de Hispania; Castilla, Aragón, Portugal,... donde el Temple todavía tiene un profundo
significado después de la perdida de Tierra Santa- Hay un asentimiento notorio por parte de Ferran
Moniz y el capellán como si fuera un tema ya harto discutido. -¿O quizás la dispersión de nuestro
tesoro esta relacionada con la petición de fondos para una nueva cruzada? Nos han llegado noticias,
insensatas por cierto según nuestro punto de vista, y aparentemente nacidas dentro de los círculos de
poder del rey franco, orientadas en esos términos aunque no somos capaces de discernir su alcance.
Por otro lado se nos informa que nuestro Gran Maestre abandonó Chipre y ha desembarcado en
Marsella no ha mucho. ¿Que sabéis al respecto?-
Es el joven Xavier el que toma ahora la palabra: -Mi nombre es Xavier Alonso y unos días
antes de iniciar éste viaje con los hermanos Martín y Gilles, había vuelto de Roma donde formé parte
de la comisión que nos requirió el Papa Clemente V y a la que no acudió, por cierto, pero que nos
permitió desvelar, admito que un poco por casualidad, las pocas dudas que nos quedaban sobre el
asunto del cual venimos a informaros. Bien, efectivamente Jacobo de Molay llegó a Marsella y de
allí a Poitiers donde le esperaba el Papa. Nuestro temor es que continúe hasta Paris..... Os explicaré,
pero es importante que sepáis que Villaret, el Gran Maestre del Hospital también ha sido llamado,
pero no ira, arguye que su presencia en el sitio de Rodas es fundamental y aunque ha prometido
acudir, de momento asegura que no le es posible. Nosotros creemos que hay otro motivo por el cual
teme ponerse al alcance de las garras del rey Capeto. ¿La razón?....- Mira por un momento a sus
compañeros de viaje que, mudos, le devuelven la mirada y continua: -Tenemos motivos sobrados
para creer que una conjura contra la Orden del Temple esta a punto de estallar en los reinos francos,
orquestada y dirigida por la camarilla del rey Felipe IV que pretende, dada la total sumisión del
Papa Clemente a los designios reales, la disolución de la Orden del Temple, cuando no cosas mas
graves contra los que la profesamos-........ Se interrumpe por un momento. Ya lo ha dicho y un
pesado silencio se cierne sobre los presentes. Los tres recién llegados se mantienen tiesos y serios
esperando la reacción de los que les escuchan que no tarda en llegar. El estupor y la incredulidad se
reflejan en sus rostros y aun tardan unos momentos más en calibrar la implicación de lo que les están
diciendo. Xavier trata de continuar pero ya no le dejan. Los anfitriones se han alzado de sus sillas al
unísono y Moniz se inclina y se apoya en la mesa con las manos abiertas, como si se dispusiera a
saltar sobre los tres recién llegados, las facciones descompuestas y la voz temblorosa. Se crea un
momento de caos en el que todos quieren hacerse oír a la vez.
¡Pero que nos decís!.... ¿Estáis en vuestro sano juicio?..... ¡Vuestras palabras no tienen
sentido!.....Se atropellan unos a otros sin compostura y el freire Xavier debe esperar que terminen
para hacerse oír de nuevo -¡Escuchadme...., por favor, escuchadme!-.....Se hace el silencio de nuevo
aunque las facciones están crispadas. -Os decía pues que el rey Capeto lleva urdiendo hace tiempo
una patraña que está a punto de dar sus frutos y que nos hará mucho daño. Tiene listo un informe
difamatorio contra la Orden del Temple que presentará al Papa con el objeto de que esté tome
medidas contra nosotros, pero es que además tenemos razones para pensar que pretende
hacerse con nuestras posesiones y bienes en todo el reino franco, incluida, por supuesto, la
fortaleza del Temple de Paris ...... El cuándo es la única duda que nos queda.- Calla de nuevo y
observa la reacción que están causando sus palabras. Los gestos se endurecen y expresan estupor,
sorpresa e ira mal contenida, parece que les faltara aire y se sienten atenazados, sin respiración,
mientras las palabras pronunciadas, gélidas y carentes de toda lógica, tratan de abrirse camino hasta
el fondo racional de sus mentes.
-¿Pero que insensatez es esta?...... – Rodrigo Yáñez se sobrepone aunque no sabe aún que
decir:-¿Pero que nos decís.....?, ¿Con qué razones?, ¿Apoyados en qué argucias?....... Aún
conociendo la dependencia Papal, que admitimos porque nos consta que fue impuesto por el propio
rey Felipe, ¿Qué argumentos emplearía?....... Nuestra orden no esta sujeta en absoluto a ninguna
monarquía. No dependemos mas que de la Iglesia y de su máximo representante el Papa, que por
muy débil que sea no podría aceptar tal felonía porque se pondría en evidencia ante toda la
cristiandad que se alzaría contra la iniquidad si esta alcanzara estas proporciones ¡Es imposible
creer tamaño sinsentido salvo que en nuestra Sede de Paris todos se hayan vuelto locos!-. Calla y
mira a los presentes. Está fuera de sí, con las facciones desencajadas y no puede comprender. -Os
respetamos y escuchamos. Me he desplazado hasta aquí para recibiros como se me pidió…. pero
me es difícil creer nuevas tan peregrinas, así, de repente, amen de que a lo largo de doscientos años
de vida de la Orden, hemos sufrido avatares de todo tipo y siempre hemos salido, con la ayuda de
Dios, con bien de las insidias y las envidias que nos han perseguido. No podéis estar en lo
cierto,....... Pero es que además, ahora que pienso y de acuerdo con lo que decís.... ¿Cómo es que el
gran Maestre, como nos acabáis de confirmar, se ha llegado al reino franco, a meterse en las fauces
del lobo?..... ¡Se contradice con vuestras palabras porque seria el colmo de la insensatez!-
-Efectivamente. Así es como se ha considerado desde la sede de Paris la decisión de Molay.
Peligrosa e insensata. Se le ha avisado y puesto por ejemplo la excusa del gran Maestre del Hospital,
que como os he dicho no se fía del Capeto. Molay aduce, como vos, que no es posible, pero ocurre
que él ha vivido demasiados años en Tierra Santa y en Chipre y no conoce la situación en Francia ni
ha querido admitirlo. Incluso debo informaros que los fondos que han salido de Paris lo han hecho
sin su conocimiento. Se le ha dado toda la información que teníamos pero piensa que tan pronto se
entreviste con el Papa, el asunto quedará resuelto. Ni siquiera ha querido creer a nuestro visitador
general en Francia, Hugo de Pairaud, que ha sido el último, que sepamos, que después de su
entrevista no hace mucho con el Papa Clemente en Richerenches le ha avisado sobre el peligro que
nos amenaza-
Un nuevo silencio. La información recibida se va abriendo camino en las mentes, pero no es
asimilable. Les han anunciado con crudeza y sin razones que lo hagan creíble, el final de la Orden del
Temple de Jerusalén y no pueden entenderlo y no lo van a aceptar sin mas. Los recién llegados se lo
esperaban y no se sorprenden.
-¡Bien!, supongamos que alguna razón hay en lo que habéis expuesto, aunque desde luego es
imposible creeros sin mas-, Ha tomado la palabra el comendador Ferran Moniz y les miran a los
tres como si ellos fueran los culpables de lo que ocurre. - ¿Si no nos proporcionáis los datos que lo
hagan aceptable, por ejemplo la información que os ha convencido a vosotros mismos....?. Por otro
lado nos decís que se están dispersando los fondos que se mantenían en nuestra sede del reino franco
ante la inseguridad de la que nos habláis, pero ocurre que nuestra mayor reserva sabemos que se
encuentra en Chipre y hasta allí no llegan las zarpas del Capeto-
- El gran Maestre trae consigo los fondos de Chipre- Dice suavemente Xavier y se queda
impávido. Una vez mas se pinta el desconcierto y la extrañeza en las caras de los que escuchan
mientras fuera la tormenta que se gestaba ha estallado y es audible el sonido de la lluvia en los
tejados y el estallido de violentos truenos.
¡Admitiréis conmigo que toda esta historia que nos contáis es muy difícil de creer sin más, y eso
sin considerar el cúmulo de despropósitos que parecen rodearla!....- Una vez mas es Yáñez, que se
ha sentado de nuevo, quien toma la palabra:
-Recapitulemos: Una gran conjura secreta amenaza a nuestros hermanos francos y por ende a
todos nosotros. Se ha conocido por los medios que sean y se avisa al Capitulo general y al gran
Maestre para que se guarden. Molay no la toma en consideración, circunstancia que puedo entender
porque a mi me pasa lo mismo. A continuación abandona Chipre y conscientemente va a meterse en
la boca del lobo, y no solamente lo hace él y los que le acompañen sino que además no piensa que si
la conjura fuera cierta estaría motivada en gran medida por el deseo del Capeto de apropiarse de
nuestro tesoro, y entonces, para arreglarlo, se trae con él un tesoro aún mayor que, si fuera cierta,
exacerbaría aún mas la posibilidad de la conjura.... Decidnos sin ambages: ¿donde está la lógica de
toda esta historia que nos estáis contando?
-Si lo que pretendéis es que juzguemos los actos del gran Maestre Jacobo de Molay, podría
hacerlo, sin duda, del mismo modo que lo estáis haciendo vos. Me tendría que olvidar de la
diferencia de rango entre ambos y de nuestro juramento de obediencia a nuestra autoridad, pero es
que no es esa nuestra misión y por ende nos ayudaría poco- ....Martín baja la voz para serenar en la
medida de lo posible la animosidad que se respira...... -Os recuerdo que no somos mas que los
mensajeros y que nuestra misión es informaros de unos hechos que, si acaecen como tememos,
supondrán la disolución de nuestra Orden, y recordad que no hablamos solamente del país franco,
sino de toda la cristiandad-.
- ¡Perdonadnos!- De una forma tácita, quizás para enfatizar sus palabras los que van a hablar
se levantan, ahora lo hace Ferran Moniz con las facciones todavía crispadas y un tono agudo mientras
Alvito se santigua una y otra vez -Perdonadnos si os parecemos descorteses pero debéis entender
que lo que nos contáis suena totalmente irracional y por tanto muy difícil de creer. Sabemos que
habéis hecho un largo viaje, duro y hasta azaroso, y no solo vosotros tres, según comentáis. Otros
muchos hermanos se encuentran en las mismas circunstancias. Una buena parte del tesoro de la
Orden se esta desperdigando por nuestro mundo porque se ha considerado que corre peligro si
permanece en nuestra sede de Paris. Todo esto nos da idea de que el capitulo ha enloquecido o algo
ciertamente grave nos amenaza. Y aún así debéis admitir que las dudas que os planteamos son
legítimas-. Hace una pausa y se miran entre ellos mientras Nuño y Alvito asienten sin abrir la boca,
luego continua:
-Permitid que me explique: Aquí, en Castilla nuestro Rey Fernando, por no hablar del aragonés
Jaime o el lusitano Dionis, nos necesita mas que nosotros que a ellos, como supongo que ocurre en el
resto de los reinados europeos. Además, a poco que se piense en ello, el Capeto no solo se
enfrentaría a la Iglesia por muy dominado que tenga al Papa, es que además lo haría con el resto de
las monarquías de occidente donde estamos asentados porque en ellas somos respetados y aceptados
desde hace casi dos siglos. Es cierto que se dice últimamente que nuestra razón de ser quizás esté un
tanto desvirtuada y que nuestra misión terminó con la caída de San Juan de Acre, pero no necesito
recordaros que aquí se luchaba contra el infiel mucho antes de la creación de nuestra Orden y aún
hoy día seguimos en ello. Se nos podría también recordar que fuimos creados para proteger al
peregrino que iba a Jerusalén y ya no lo cumplimos, pero desde siempre hemos entregado nuestros
soldados, nuestros caballeros y nuestros fondos en la lucha contra el sarraceno donde quiera que se
nos necesitara, en Tierra Santa y aquí......- Mira a sus compañeros que agitan las cabezas con energía
y escuchan con atención porque quieren oír lo que están oyendo.- De hecho, de nuestras posesiones
en Hispania, la mayor parte de ellas se nos concedieron porque se las arrebatábamos al moro,
nosotros….., nosotros, los caballeros Templarios.- Y se golpea el pecho. - Aquí llevamos más de
150 años y hemos estado en cada batalla y en cada conquista, las mejores tropas con que han contado
nuestros reyes hemos sido nosotros y que nuestras fuerzas sumaban mas que los hospitalarios,
Santiago, Calatrava y Alcántara juntos, pero eso sí, todos por una misma causa. Hemos estado con el
octavo rey Alfonso en Cuenca y en las Navas de Tolosa, la batalla mas cruenta que se ha dado al
moro en todo el mundo cristiano donde incluso encontró la muerte nuestro maestre Gómez
Ramírez....., con el noveno Alfonso en Cáceres y en Alburquerque…., con el rey Fernando el tercero
en Sevilla y Córdoba....., con el décimo Alfonso en Murcia, en Jerez de Badajoz y en Niebla....., con
el rey Sancho el Bravo en Tarifa,.... y eso en nuestro reino, porque otro tanto ha ocurrido en los de
Aragón con el primer rey Jaime o Pedro o Alfonso...., en Portugal....., en toda pugna contra la fe se
ha derramado sangre templária ....y por supuesto, como vosotros en el otro lado del mundo, en
primera fila, como nos exigen nuestros estatutos..- Su voz se inflama y más que una digresión parece
que dirige una arenga. - Y no es solo la lucha y la guerra nuestra tarea, porque cualquiera de nosotros
sabe de nuestra misión apostólica, pero es que además la misma sociedad que nos rodea nos necesita
y nos debe un montón de avances conseguidos gracias a nuestra tutela. Hemos evolucionado con los
tiempos como los tiempos mismos. Si tuvimos que abandonar Tierra Santa, hemos ganado el Camino
de Saint Yago. Ahora protegemos los estados y las ciencias, construimos catedrales y universidades,
ayudamos al lugareño de nuestras encomiendas, en la cría del ganado, en la roturación e irrigación de
las tierras, incluso os diría que los campesinos que se acogen a la Orden son más felices trabajando
dentro que fuera de nuestra protección. Los tributos que les exigimos son menores o más blandos
que los que soportan los que malviven en los ámbitos de los realengos o los señoríos.-.... Sus
palabras tienen sentido para los que les escuchan que asienten vigorosamente. Yáñez permanece
grave y sin interrumpir a pesar de lo largo de la exposición...... - Por lo tanto os ruego que me
perdonéis pero creo que nuestra posición en el mundo que nos toca vivir es inamovible y lo será por
mucho tiempo a pesar de los Papas débiles e indignos o los reyes necios y ambiciosos- Y con esas
ultimas palabras da por finalizada su intervención. Las cabezas se giran de nuevo hacia los recién
llegados que también han escuchado en silencio y con gravedad, máxime sabiendo que cuando menos
suscitarían reacciones de esa guisa.
Martín sabe qué debe responderle y lo hace muy a su pesar desde su asiento, con una leve
tristeza y sin énfasis, explicando algo que en otras circunstancias parecería obvio: -- Creo oportuno
deciros que os entendemos porque no debéis olvidaros de que también somos templarios. También
debo deciros que esperábamos éstas dudas, sobre todo considerando las incongruencias que se dan
en las circunstancias que os hemos expuesto porque no son fáciles de entender y además no hubo
tiempo de que el Capitulo General convenciera al gran Maestre y al Senescal del peligro que se nos
avecina antes de que éstos iniciaran el viaje, pero los hechos están ahí..... ¿Que se debiera haber
procedido con mas cautela considerando los datos que nos iban llegando?, ¡Por supuesto! Molay,
desde luego está jugando con fuego porque aunque no dé la importancia que se merece la conjura, de
todos es sabido que ya hace tiempo el rey franco ansiaba la unión el Temple y el Hospital pero no
por razones practicas o religiosas, sino para nombrarse él mismo o alguno de sus hijos gran Maestre
de lo que resultara y hacerse así con su control. Pondría bajo su dominio una fuerza económica y
militar sin parangón en los reinos de occidente. Por ello ha presionado al Papa Clemente que en un
principio nos lo hizo saber aunque era consciente de que no nos avendríamos a ninguna componenda
de tal guisa. Ninguna de las dos Órdenes mayores. La razón que se adujo fue que nuestros cometidos
son diferentes pero es que además nuestras jerarquías no aceptarían de ningún modo salvo que se nos
impusiera, y eso no ha ocurrido hasta ahora, un Maestre a los dictados del Capeto. Viendo que no era
fácil conseguir sus propósitos de adueñarse de las ordenes Militares, debió considerar la posibilidad
de al menos hacerse con nuestro tesoro por los medios que fueran, aprovechándose de que tenemos
una importante sede económica en sus dominios. Calculamos que hace ya mas de dos años
encomendó a dos de sus ministros, Enguerrando de Marigni y especialmente a Guillermo de Nogaret
que ahora ostenta el titulo de guardasellos real y está considerado como el alter ego del rey, la
búsqueda de datos, confesiones, situaciones punibles, cualquier cosa que se nos pudieran imputar a
titulo general, para con ellos crear una trama, un motivo, una idea negativa sobre nuestra Orden que
se pudiera emplear en el momento adecuado contra nosotros. Hasta donde sabemos, a pesar de que
han tratado de llevarlo en todo momento con el máximo secreto, este informe solo se ha llevado a
efecto en el país franco. Nos consta que también quiso hacer cómplice al Rey de Aragón pero éste ni
lo ha considerado. En cuanto a los dirigentes de .Bretaña, Lotaringia, Borgoña, Germania, Hungría,
Castilla, Navarra, Portugal, Sicilia o las republicas italianas, por decir algunos en los que nos
encontramos de un modo u otro, no parece que tengan conocimiento del hecho--. Se toma un
descanso y los mira y ve en sus ojos la incredulidad, la duda, el miedo.... - Poco mas podemos
deciros que no sea abundar en lo mismo. En cualquier caso se nos exigió llevar a cabo esta misión y
la cumplimos. Los próximos meses nos revelaran muchas cosas y Dios quiera que éstos movimientos
hayan sido del todo innecesarios. ¡Dios lo quiera!- se detiene y los observa sabiendo que de nuevo
los va a hacer daño. -. La realidad, por mucho que nos cueste admitirlo, tempora mutantur et nos
mutamur in illis, es que nos queda poco de aquellos “sacrae domos militiae templi hierosolimitani”,
pero a cambio, como acabáis de precisar, ahora somos los ecónomos de Europa. Esas mismas
monarquías a las que a menudo ayudamos con nuestros fondos se sentirían felices si pudieran meter
la mano en nuestras arcas sin tener que dar explicaciones a nadie, y eso lo sabemos cada uno de
nosotros, hermanos. Nuestra riqueza ha despertado la codicia. Aunque suene extraño parece que
nuestra misma fuerza nos ha hecho más vulnerables. Pero, en fin, perdonad nuestras divagaciones. Se
nos pidió que os informáramos de los hechos que acaecen y se sospechan y así lo hacemos,
entendiendo además que de ésta reunión no quedara constancia escrita y a vos, como maestre
provincial os compete a partir de ahora manejar la situación y tomar las medidas que creáis
oportunas ante los bailios de vuestra jurisdicción y el devenir de los hechos futuros, y recordad:
scire, tacere.
- Sin duda, sin duda, y permitidnos que nuestro Comtur recepcione los documentos que nos
habéis entregado. Como primera medida creo oportuno que reunamos aquí a los freires responsables
de las encomiendas mayores, y todos juntos conozcamos y juzguemos todo lo que sin duda sabéis
porque debo admitir que en estas regiones vivimos demasiado lejos de los centros de decisión y
nuestros problemas han sido otros muy diferentes. No es necesario recordaros que aquí, en
Ponsferrata, como en la mayor parte de las posesiones que tenemos por el mundo, vivimos con otras
prioridades, aunque tenemos a nuestros propios hermanos en esta misma tierra pero mas al sur,
peleando y muriendo en la inacabable pugna con el infiel, dato que nos hubiera gustado se hubiera
tenido presente, especialmente en estos últimos tiempos, en la sede Central y sobre todo nuestro gran
Maestre, Molay.-
No hay lugar para sonrisas o gestos amables. Los rostros están adustos y se miran unos a otros
y cada uno rumia lo que se ha oído.
¡Disolución de la orden! ¿Puede haber alguien tan ruin, y menos que nadie el Papa, que de un
plumazo y sin un motivo grave que lo justifique, suprima doscientos años de vida de la Orden del
Temple, enquistada en la historia de los Santos Lugares hasta tal extremo que no se podrían
concebir las Cruzadas sin el Temple. Los miles y miles de soldados, de caballeros, la mejor y más
noble sangre de Europa derramada en defensa del peregrino, de la fe cristiana. El apoyo total a la
misión que los dio carta de naturaleza. Los miles de mártires que jalonaron la ruta que llevaba desde
Constantinopla hasta Ascalón....... Y ahora les dicen los tres recién llegados que la misión a la que
entregaron sus vidas y haciendas hace mucho, demasiado tiempo, se termina..... Que aquellos votos,
que aquellas vidas que dedicaron a la Iglesia, ya no son necesarias. No porque no sigan siendo
dignos sino porque les interesa a los poderosos. Aquellos signos externos que los hacia diferentes y
honrados durante toda la vida que recuerdan, que les pertenecen porque se han dedicado a ellos, se
los quieren quitar. No tiene ninguna lógica. Aquel pendón que ha tremolado enhiesto en toda la tierra
castellana, portuguesa, aragonesa, en Tierra Santa, desde Antioquia hasta Gaza, su Beauseant que
fue su orgullo y referencia, se arriará. Que ya no se volverá a escuchar aquel grito que compendiaba
toda una vida dedicada a Dios infinito y a la protección de sus almas, aquel grito; “Vive Dieux
Saint- amour” no se volverá a escuchar jamás porque alguien indigno y sin razón así lo decide. Ese
alguien que opina que ya no son necesarios los guerreros ni los sacerdotes protectores de almas.
Ahora ya nadie los necesita y los destruirán solo porque los temen y ansían sus fondos que, eso es un
hecho, son muchos... ¿Demasiados quizás?... No lo saben pero sospechan que sí. Pero ellos eran
guerreros, no ecónomos..... ¿Quizás la codicia.....? Pero ellos todavía son guerreros......., ¿Ó ya no?,...
y más de uno se mira y admite que los tiempos les han cambiado, que dirigen mejor una encomienda
que visten una cota de malla, que dan mejor uso al recado de escribir que a la espada. Que han
aprendido a hacer producir al agricultor de sus posesiones, a contar las ovejas que mueve la Mesta ó
dejar los maravedises necesarios al servidor al que se le casa una hija cobrando un interés mucho
más razonable del que cobraría un prestamista judío. Han amasado abundantes recursos, sin duda,
pero eso no quiere decir nada mas que se han administrado sabiamente, porque, y Dios es testigo de
ello, si en algo se han empleado no ha sido en beneficio propio. La Orden se ha engrandecido, se ha
hecho mas poderosa y ellos han sido sus gestores para mayor gloria de ésta, cierto, pero....., ¿que
otra cosa cabe hacer con las ingentes posesiones que tienen.....?. Sobre todo a raíz del momento en
que ya no se requirió ayuda desde Tierra Santa y todo aquel caudal que se enviaba para sufragar los
gastos de los hermanos que mantenían allí las fortalezas, los enclaves, los acuerdos económicos, las
ayudas, los rescates..., de repente ya no fue necesario. Ya no quedaba nadie allí. Aquella gesta que
ahora parece utópica, que los mantuvo vivos y activos durante tanto tiempo se había acabado.
¿Había muerto? A raíz de aquel momento en que la ultima batalla, el último bastión, se perdieron en
San Juan de Acre y luego en Ruad, algo murió también en la propia Orden e hizo pensar a mas de uno
que a partir de entonces la espada ya no seria necesaria porque ya no habría peregrinos que proteger
y que los ingentes recursos que habían amasado deberían tener otro fin y se emplearon en la
modernización de las encomiendas, en la conservación y adquisición de posesiones, bailias, a la
vez que se protegía al campesinado contra la rapacidad de los señores feudales que los convertían en
esclavos, sujetos a manlievas, alcabalas y diezmos que los sangran hasta hacerlos odiar su triste
suerte. También se emplearon sus fondos en la cultura, en la arquitectura, y ¿por qué no?, en levantar
los más hermosos monumentos que ha dado la religión al pueblo: las iglesias y las catedrales. ,
¿Quién las costea que no sean ellos? : ¿El pueblo al que apenas dejan malvivir? ¿Las castas feudales
que solo piensan en engrandecer su patrimonio y desde luego no en regalar nada si no deviene en su
propio beneficio? ¿Las monarquías, endeudadas todas hasta las pencas?, ¡No! Ni los obispados
siquiera, mas preocupados en mantener sus prerrogativas y poder que en ayudar y aliviar a las clases
bajas a las que incluso también sangran con impuestos sin ver antes sus necesidades. ¡No!. Solo
ellos, los Templarios, los caballeros de Cristo están levantando por toda la cristiandad con una
ciencia que solo ellos conocen las más bellas torres que desde sus raíces en la tierra se elevan hasta
el cielo como dardos benditos que el alma humana lanza hacia Dios buscando su comprensión y
perdón..... Bien..... ¡Quizás también ha habido en ello un punto de soberbia que Dios perdonará sin
duda porque se han creado solo para ensalzarle a Él! Hasta quizás se ha dado también un poco mas
de lo conveniente de la propia alma para poder penetrar en los arcanos de las ciencias que no
pertenecen al pueblo todavía, sino a los pocos elegidos que mantienen para si los secretos de la
sabiduría, rastreados y extraídos con muchas horas de estudios de los mismos árabes, de los ancianos
pueblos de Egipto y Persia, de la propia vida de Jesús...... Algo que debiera ser de todos si esos
todos fueran capaces de comprender, pero no es así. El pueblo no esta preparado todavía para
entender muchas cosas y por lo tanto hay que conservar la sabiduría para que no se pierda. Han
tenido que dar demasiado para tener acceso al saber que solo está al alcance de unos pocos y lo
han hecho una vez más en memoria de Él, del Único en estos tiempos de oscurantismo y ceguera......
Bien, quizás ya no son guerreros, pero siguen siendo caballeros Templarios con una tarea todavía
ingente ante ellos.
Siguen habiendo preguntas pero ya no hay más respuestas. No al menos la información que
pueda hace mas daño todavía o que lleve aún mas al desanimo. Tiempo habrá. Los recién llegados,
hacia solo un mes y algo, fueron informados de datos más dañinos aún si cabe. En la reunión que
habían mantenido el Rey francés y el Papa, aquel había insinuado que tenia documentos (obra si
duda del infame Nogaret) en los que se acusaba a los freires de pecados de blasfemia, o contra
natura, incluida la sodomía, y aún cosas peores, infamantes y carentes de sentido, en cualquier caso
Increíbles y como tal peligrosas porque decían a las claras que el Capeto no se detendría ante nada,
corroborando la tesis de que la Orden corría un gran riesgo, motivo por el cual se les había
ordenado encarecidamente que no se mencionara de momento ésta última información, al menos hasta
que la Santa Sede se pronunciara.
El cónclave se rompe con demasiadas dudas sin respuesta y aunque hay buenas palabras,
Martín Gilles y Xavier notan un peculiar distanciamiento que era de esperar aunque no por ello es
menos frustrante. Martín recuerda aquello de matar al portador de las malas noticias y le invade una
amarga sensación de desamparo. Se siente cansado, como lo están sus compañeros y los armigeri que
les esperan fueran, pero al menos ya están libres de la pesada carga que ha supuesto la misión
encomendada.
Allí mismo se les sirve un refrigerio ya en un ambiente un poco más amable en el que todos
tratan de no mencionar lo que se ha hablado, pero no es sencillo porque la gravedad de las nuevas
atenaza las mentes sin dejarles pensar en otra cosa. Por supuesto los recién llegados serán acogidos
en Ponsferrata, Faro, Benavente o Cornatell y luego los acontecimientos decidirán. Dan las vísperas
y los caballeros abandonan la residencia y acompañan a los recién llegados a su lugar de descanso.
Nadie les avisó para maitines lo que fue de agradecer y descansaron en buenas yacijas de heno
hasta que el todavía tibio sol y los ruidos del exterior penetraron en la estancia que les habían
asignado en el segundo nivel de la torre que llamaban del malvecino, pequeña y acogedora y con un
gran hogar que aún por la mañana mantenía las cenizas calientes. El freire Martín, que hacia mucho
tiempo que no dormía tanto y sin pesadillas, se vistió ligero, feliz de olvidar de momento armas,
cotas y cascos. Incluso después del descanso el dolor de la cadera había remitido hasta el nivel
usual, tan común a él como lo era su sombra o su cojera aún perceptible. Bajó a la explanada
interior de la fortaleza y se sorprendió al encontrarla ocupada por un buen numero de lugareños que
la habían convertido en lo que parecía ser un mercado, con tenderetes arrimados a la sombra de la
muralla que hervía de ágiles y vocingleras golondrinas. Se trocaba y se vendía de todo entre el
bullicio y los gritos de atención. Aperos de labranza, telas, utensilios de bronce y arcilla cocida,
hortalizas, carnes secas, perfumes, quesos, granos, animales de granja, ocas, toros sementales,
gallinas, corderos, cerdos, conejos y pequeños pájaros cantarines. Cruzó entre aquel maremagnum
buscando un pozo de donde extrajo el agua necesaria para una somera ablución y después, sin prisas
se llegó hasta la capilla oscura y acogedora.
Dejó atrás la gente y buscó la quietud. Penetró en el recinto, vacío a aquellas horas, y notó el
acre olor del sebo de las velas que le llegaba mezclado con algún aroma que le recordó el incienso,
y vio como por el alto ventanal de su derecha entraba un rayo de sol, estrecho y recto como una lanza
que se rompía en el suelo enlosado, y era tal la quietud del lugar que se podían ver las partículas de
polvo solo perceptibles cuando atravesaban la línea de luz. Anduvo despacio hasta el altar mayor y
allí se postró y oró.
-¡Señor, me has devuelto a mis orígenes! Han pasado ventidos años desde que aquí mismo, en
esta misma estancia me permitiste jurar la Regla de San Bernardo y me auxiliaste y me convertiste en
caballero templario. Y he vuelto. Te doy gracias porque me has mantenido con vida entre tanta
muerte y me has permitido volver a ver a lo que queda de mi familia, estar con ellos y olvidarme un
poco de la vida azarosa que he llevado a tu servicio. Gracias Señor porque el ángel de la guarda que
me asignaste me sigue protegiendo y me ha permitido volver con vida de Tierra Santa, la misma
tierra donde tu predicabas el amor al prójimo y el perdón de los pecados. La tierra que no hemos
sabido defender y mantener para tu causa. No sé como explicarte que he peleado y quitado vidas...
bien es verdad que fue defendiendo a tus siervos y tus principios, pero a la postre he sembrado la
muerte a mi alrededor sin tener la certeza aún ahora de haber tenido derecho a ello, porque no he
matado pensando en Ti, seria un sacrilegio. Se mata o se muere cuando se combate, cuando en medio
de la lucha solo te queda matar o ser muerto, cuando se pierde la razón y a la vez te espolea el miedo
o la ira o el deseo de venganza, y no he sido compasivo en el campo de batalla porque el guerrero no
puede serlo, antes bien la brutalidad y la crueldad, la fuerza y la destreza a menudo he pensado que
fueron, con tu ayuda, los que me mantuvieron con vida a mí y a los pocos que hemos vuelto con vida
de aquellas tierras que para nosotros eran sagradas. Y aún ahora, después de tantos años, sigo
dudando sobre mi conducta y no sé siquiera si soy digno de postrarme ante ti. Aún no se si hemos
sido mártires o asesinos. Y te he pedido una señal muchas veces y no he sabido ver tu respuesta. Es
cierto que he aprendido a manejar mejor las armas que la oración porque era lo que me pidieron que
hiciera y tampoco sé si eso te agrada.... ¡Señor, dame la señal que necesito para tranquilizar mi
conciencia o saber que estoy condenado!.....- y tuvo un momento de espanto y le pareció que le
cubría una sombra, un manto negro, el mismo que escondía a aquella figura fantasmal que le sonrió
cuando la vio vagando entre los cuerpos rotos en los últimos días de Acre. Y siguió orando porque
aunque no tenia respuestas quería apartar aquella sensación de angustia que le perseguía. -¡Señor,
creo que todo lo perdonas si hay contrición. Todo...., la ira, la crueldad, la soberbia, la avaricia, la
lujuria!, ¡Señor, perdona mis pecados!- No quiso indagar mas dentro de sí porque había cosas,
recuerdos, de los que no era fácil arrepentirse. -¡Señor, ahora te necesitamos mas que nunca.
Ayúdanos, no permitas que disuelvan la Orden! No tanto por mí como por los innumerables
compañeros que han perdido la vida defendiendo tu fe y que eran más puros que yo. ¡Señor, no lo
permitas, porque si ocurriera, si disolvieran el Temple, de algún modo deberíamos entender que no
nos hemos merecido otra cosa, y los muertos, todos los muertos de la Orden, se levantarían de sus
tumbas para increparnos y preguntarnos a los que aún vivimos qué hemos hecho para merecer tal
deshonor! - Y oró aunque no sabía lo que esperaba..... Fiat voluntas Dei. Y como una leve respuesta
a su oración observó conmovido como el rayo de sol en el que se había fijado al arrodillarse se
había movido hasta tocar sus pies, y en un extraño impulso se inclinó y besó el lugar donde la línea
dorada incidía en el suelo, luego se incorporó, hizo la señal de la cruz de cara al Cristo y despacio,
vagamente reconfortado, abandonó el lugar sagrado.
El sol se elevaba ya por encima de la muralla y le golpeó en la cara deslumbrándole durante
unos instantes. Sin prisas se mezcló de nuevo entre los campesinos y dirigió sus pasos hasta las
caballerizas donde comprobó que las cabalgaduras y las acémilas que les habían acompañado en el
largo viaje habían sido limpiadas y eran atendidas convenientemente. Su montura se removió
inquieta y relinchó al reconocerle, se acercó a ella y la acarició la testa mientras los ojos de la
bestia le miraban con algo parecido a la amistad. Después visitó las cocinas donde varios sirvientes
se afanaban ya de mañana alrededor de los hornos y el fuego incipiente de un gran hogar abovedado.
Le sirvieron una jarra de espumosa leche tibia, unos trozos de pan aún calientes y una buena porción
de tasajo ahumado de los que dio buena cuenta. Dio las gracias y salió de nuevo al gran patio de
armas que por tamaño era incluso más grande que el que recordaba de Tortosa. Subió por una
empinada escalera de piedra arrimada a la torre de homenaje, húmeda y en sombras todavía, hasta
los adarves del sur mientras trataba de asentar un poco sus ideas y encarar los tiempos que se le
avecinaban. Supo que su llegada el día anterior era conocida porque nadie le interrumpió y al
cruzarse con los retenes notó que era observado con curiosidad y un punto de respeto al dejarle el
paso libre. El día era frío pero despejado y el sol, joven todavía, pugnaba por levantar la humedad
que en forma de rocío hacia brillar los campos como si estuvieran sembrados de piedras preciosas.
Erró un rato y se apoyó en la muralla escuchando la machacona monotonía de los canteros que allá
abajo trabajaban las piedras de la iglesia que sustituiría la vieja capilla de la Virgen y tuvo en un
momento la idea de que en breve dejaría de ver las cosas del mundo que le rodeaba como las veía
ahora, desde una posición elevada que le situaba por encima y dominante. Debería bajar, con el
riesgo de perder la perspectiva y mezclarse de nuevo con aquellos que vivían de la otra manera,
entre el pueblo y en contacto continuo con la tierra que los alimentaba, mas aferrados a las
pasiones, los lugares y los lazos familiares. Con aquellos a los que ya apenas recordaba aunque
seguían siendo sus raíces por más que ya posiblemente no los reconociera.
-Os estaba buscando. ¿Habéis descansado bien?- El comendador de la fortaleza Ferran
Moniz, se ha aproximado al ensimismado Martin sin que éste se diera cuenta. Su voz ya no es tan
dura como lo fue la noche pasada. Ahora incluso Martín la califica de amable. Viste la sobrevesta de
la Orden pero no va armado salvo el preceptivo puñal colgado del cinto.
- Si, por cierto, y además me atrevo a agradeceros en nombre de todos el no habernos
despertado para la oración porque ni lo consideramos anoche, tal era el cansancio que
arrastrábamos.-
- Lo entendíamos y no os hemos echado de menos. Debéis saber que hemos informado por los
cauces normales de vuestra llegada a nuestra Sede sin dar mas explicaciones que es lo que se nos
pedía en los documentos que nos habéis traído, y además quería preguntaros si sabéis algo de
vuestra familia o quizás pretendéis visitarla ahora que la tenéis cercana, después de tantos años
alejado de ellos-.
-Gracias por la información. Suponíamos algo así considerando el valor de lo que os hemos
entregado. También os agradezco vuestro interés por mi familia de la que es cierto que tengo muy
poca información. Lo poco que sé es de hace mucho tiempo, cuando murió nuestro padre y desde
entonces no he vuelto a saber de ellos. Es cierto que tenemos la intención Xavier, Gilles y yo de, una
vez consideréis que hemos terminado la misión aquí, pediros licencia por un tiempo y visitarlos
ahora que nos encontramos cerca de sus lares.-
-Por supuesto contáis con nuestra aprobación. También puedo deciros, con relación a vuestro
familiar Artal, que forma parte de la Hermandad de la Mesta y asociado a nuestra Orden desde hace
ya algunos años.-
-No sabía nada de los que me decís. Llevo fuera de estas tierras más de veinte años y si bien el
nombre de la Mesta me es familiar, apenas mis conocimientos llegan a asociarla con trasuntos de
ganado.-
-Como bien decís, el Concejo de la Mesta, que así es llamado, es una asociación de ganaderos
que se creó durante el reinado de Alfonso el décimo, el abuelo del actual rey Fernando y que tiene
por objeto la protección de las cabañas bovina y especialmente la ovina que ha alcanzado un
considerable auge especialmente en nuestro reino. Nosotros también somos en la actualidad
ganaderos y poseemos, hasta donde recuerdo y solo en ganado ovino mas de setenta mil cabezas que
durante el verano pacen en las tierras de León y cuando el pasto empieza a escasear y los vientos y el
invierno se abaten sobre las sierras, las trasladamos a zonas mas bajas y templadas, en las tierras de
la Extremadoura donde pasan el invierno. Aunque no conozcáis el asunto, podéis entender que esta
trashumancia exige unas bien reguladas ordenanzas y gran cantidad de medios y hombres que
protejan el ganado.
-Supongo que debe ser así. ¿Y de qué modo mi hermano está unido a nuestra Orden?-.
-Ocurre que hay muchos villanos que tienen rebaños de dos mil o tres mil cabezas y para los
que seria muy gravoso cuidarlos y trasladarlos de un lado para otro por lo que nos dejan su cuidado a
los grandes propietarios que mantenemos el personal adecuado, especialmente en épocas de
traslados, porque contamos con pastores, mayorales, rabadanes y gentes de armas con los medios
necesarios para proteger las cañadas de paso y para buscar los pastos de invierno. Creedme que es
una vasta organización que se ha ido perfeccionando con los años hasta el día de hoy. Nosotros en
otoño nos hacemos cargo de las reses de vuestro hermano y se las devolvemos, calculo que por estas
fechas. A cambio de estos servicios hay estipuladas unas cuotas que se aprueban en el propio
concejo y que para que lo entendáis, en año pasado se cifraban, creo recordar, en dos vacas o diez
maravedises por cada mil que se cuiden de ganado bovino y dos carneros o dos maravedises por la
misma cantidad de ganado ovino. Amen de esto, hay evidentemente toda una reglamentación que
contempla hasta el más mínimo detalle de estos acuerdos y las obligaciones que conlleva así como
de los jueces que investidos de toda la autoridad necesaria, tomarán las decisiones adecuadas en
cualquier caso de litigio o dudas en cuanto al cumplimiento de la ley.
-¿Y esta relación con la Orden les concede a estos ganaderos algún derecho dentro de ésta?-.
-Ninguno, fuera del acuerdo de la Mesta. Por otro lado, hasta donde sé, vuestro familiar nunca
ha solicitado ningún trato preferencial, por lo que nosotros no lo hemos considerado en otros
términos que no fueran estrictamente comerciales aún sabiendo en todo momento la relación que
había entre uno de nuestros hermanos y él. Debéis considerar que tenemos muchos asociados en los
mismos términos y que además les compramos la lana o las pieles porque ya de antiguo y gracias a
nuestra difusión, contamos con los medios necesarios para trasladarla a regiones que están incluso
mas al norte del reino franco, donde se venden bien y a buen precio. Aun sí sé que al menos en dos
ocasiones vuestro hermano utilizó nuestros servicios para haceros llegar misivas que el consideró de
importancia y que la Orden os envió en su momento.
-Si. Así es. Os puedo decir que en ellas me comunicaba, en el espacio de dos años, la muerte
de mi hermano el mayor y en la segunda ocasión la de mi padre.
-¡Oh! Siento que no fueran noticias más placenteras-. Hubo un momento de silencio mientras
caminaban por el estrecho adarve entre las murallas. –También quiero solicitaros vuestro perdón si
ayer en algún momento fuimos rudos o descorteses con vosotros porque yo mismo tuve momentos de
crispación que debéis atribuir a la extrema gravedad y falta de lógica de las noticias de las que erais
portadores que aún ahora son difíciles de asumir sin mas cuando nada lo hace prever.-
Martín aceptó sorprendido la disculpa del comendador que no esperaba y que de algún modo
redimía a este de la rudeza de la noche anterior. -Os ruego que entendáis y que os pongáis en nuestro
lugar en cuanto a cómo habríais aceptado nuevas como las que nos trajisteis.-
-Os entendemos, hermano. Debo deciros al respecto que nos habíamos hecho una idea de las
reacciones que podíamos esperar. Sobre todo debido a los pocos datos, y estos pocos tan
contradictorios, que podíamos proporcionaros. Sabíamos lo que ocurriría pero no como evitarlo-.
Siguieron hablando un rato más. Martín se preguntaba que instrucciones habría recibido Yáñez
y el propio Moniz pero no consideró oportuno preguntarlo y desde luego el comendador no sacó el
tema a colación. Siguieron juntos hasta llegar a las inmediaciones del castillo viejo y allí Moniz,
pretextando otros quehaceres, dejo a Martín y marchóse.
Bajó de los adarves a la explanada y errando sin prisa entre los villanos, se topó con Ferran
que paseaba también por el mercado sin rumbo fijo y que habían dejado a Gilles camino del portón
de entrada de la fortaleza. Le buscó y dio con él, luego juntos dirigieron sus pasos al exterior, lejos
del bullicio.
-A partir de ahora, ¿Qué crees que se espera de nosotros?-
-No lo sé-. Martín miró a Gilles y prosiguió: - Si te refieres a lo que nos espera aquí,
deberemos repetir los mismos argumentos, esta vez para una audiencia mayor que ya conocerá la
razón por la que han sido llamados y por lo tanto, aunque sigan sin entenderlo, su ira se habrá
trasformado en duda y ya no hemos de temer que nos despedacen.- y su boca se torció en una sonrisa
amarga. -En cualquier caso, mi amigo Gilles, mientras se convencen de que se nos avecinan tiempos
difíciles, nosotros tres, con la autorización del comendador con el que he estado hablando hace unos
momentos y que ha llegado incluso a disculparse de su actitud de ayer, haremos lo proyectado,
visitaremos lo que nos quede a cada uno de familia respectiva y los días venideros nos dirán cual
será nuestro futuro. Lo que si tenemos tu y yo meridianamente claro es que nada será igual y que en
poco tiempo, si Dios no lo remedia, dejaremos de vestir este hábito.-
-¿Así que se ha disculpado?
-Si, aunque por supuesto sigue sin entender nada.
-Bueno. Ya dijimos ayer que nosotros tampoco entendíamos demasiado si nos referimos a la
actitud de ese asno que para nuestra desgracia es el gran Maestre. -Hace ya mucho tiempo que nada
es igual. Recuerda lo que decíamos ayer "Tempora mutantur et nos mutamur in illis" -
-Es cierto, para bien o para mal, pero dime si encuentras algún parecido entre los freires con
los que nos estamos tropezando los últimos tiempos, y nosotros. Éramos los guerreros y debimos
morir como los otros y a veces me parece sentir que nos reprochan el que continuemos vivos. Hemos
sido la punta de lanza de la Orden del Temple que ha fracasado en el cometido que se le asignó.
Todos estos que nos rodean ahora, (y aún te recuerdo que éstas tierras son una excepción porque aún
se pelea contra el moro), son básicamente seguidores de la regla de San Bernardo. Monjes más
dados a la oración que a la espada. Cuando pienso en ello creo que nosotros nunca fuimos educados
como monjes y no he terminado de entender porqué era preceptivo levantarse de madrugada a
maitines, elevar nuestras preces al Señor y luego en el mismo día pelear a muerte, y aún degollar si
podíamos a otros soldados solo porque no creían en nuestro Dios. Somos de los pocos que quedamos
de la casta de los guerreros....No sé....pero veo que tenemos poco en común con ellos. A veces tengo
la sensación de que son monjes y ecónomos a la vez mientras que nosotros solo fuimos soldados.
-Si. Yo tampoco he empleado demasiado tiempo en estudiar la lógica de nuestras conductas
pero puedo recordar como las reglas fueron hechas para la austeridad y la lucha y no para
mercaderías. ¡Dios bendito!, Hicimos lo que se nos exigió y no se me ocurre pedir perdón a nadie
por permanecer aún vivo- Gilles se ha parado un momento y su voz expresa enojo, luego se ha
encogido de hombros y sin mirar a su compañero ha reanudado la marcha. -Tú y yo, hasta donde
recuerdo, hemos vivido austeramente y no hemos entendido ni de números ni de manlievas porque
para nosotros y los que nos apoyaban lo único importante era que siguiéramos vivos, pero no porque
nuestras vidas fueran importantes, que nunca lo fueron, sino porque si nosotros estábamos vivos se
entendía que nuestros enemigos estaban muertos. Se nos exigió que fuéramos temibles y lo fuimos.
Fuimos los mejores y todos lo supieron. Nos costó mucha sangre hasta que nos respetaron y tú y yo lo
sabemos bien. Llevamos las marcas en nuestros cuerpos. Las oraciones surgieron de la necesidad,
porque el contacto con la muerte y la muerte misma nos ha hecho tener presente siempre que
deberíamos presentarnos ante Dios en cualquier momento y pedirle piedad por nuestros pecados.
Pero quizás tengas razón y no sea fácil perdonarnos las muertes que hemos ocasionado o la inutilidad
de estas. No lo sé. Y no quiero pensar en ello. De cualquier modo tampoco me veo ni te veo a ti
volviendo a las andadas. Nos hemos hecho demasiado viejos y quizás deberemos sosegar nuestro
espíritu y aprender algo de rezos para estar de acuerdo con los tiempos que se nos vienen-. Y mira al
frente, y Martín que no recuerda haberle escuchado nunca una perorata tan larga, no es capaz de
discernir si la mueca en la cara rota del hermano Gilles es una sonrisa displicente o un gesto de
hastío.
Bordearon la muralla por la izquierda hasta que les llegó el ruido de obreros que
martilleaban la piedra. Sin nada mejor que hacer se aproximaron a la iglesia en construcción y se
encontraron con Xavier que departía con un hombron entrado en años, de gruesos brazos y manos
grandes y sarmentosas llenas de pequeñas heridas como todos aquellos que trabajaban la piedra y al
que presentó como digno representante del gremio de canteros y uno de los responsables de la
escuela con el exclusivo emblema de la pata de oca, que gozaba de justa fama en todo el reino y que
tenia una de sus sedes en la encomienda de Ponsferrata.
-Se dice que la imagen de la Virgen de la Encina...- es Xavier que se dirige al hermano
Gilles mientras cruzan entre los hombres que cubiertos de polvo blanco golpean los bloques de
granito con mazos acanalados y que se cubren con una capucha y delantales de cuero, y penetran en
lo que queda de la iglesuca primitiva hasta detenerse delante de una imagen cubierta con un lienzo.
Suso, el maestro cantero que los ha acompañado se disculpa y retira el lienzo que protege la imagen
del polvo que cubre la estancia, tiene ésta unos cinco codos de altura y representa en una tosca talla
de madera de ropajes dorados a la Virgen en pie que sostiene al niño Jesús en sus brazos. Sin duda
es bastante antigua porque el cincelado es elemental y primitivo....- fue traída desde Palestina por
San Toribio que la veneró en la basílica de Astorga, allá por el año 440, y allí permaneció hasta el
719. Los musulmanes llegaron hasta allí y mas arriba aún, donde fueron detenidos por los francos,
pero el hecho es que la imagen predilecta de San Toribio vino a desaparecer y se dio por perdida
hasta que en el año de 1.200, aquí mismo, fue descubierta en el hueco de una encina, justo ahí, donde
se alza el altar que veis, por unos hermanos templarios que la reconocieron y desde entonces se la
conoce con el nombre de Virgen de la Encina. Su festividad se celebra el día ocho de septiembre que
es cuando fue hallada. Goza de gran estima y es muy conocida y admirada en toda la región del
Bierzo donde nos encontramos y aún de más allá si nos atenemos a los peregrinos que conocen de su
existencia y la visitan.......-.
El maestre Yáñez estableció el conclave a celebrar para dentro de cuatro días de modo que
hasta los que se encontraban mas lejanos como eran los comendadores de Caravaca, en la frontera
sur y Alcanadre, cercana al reino de Navarra, tuvieran tiempo para llegar y saber de las malas
nuevas. Tampoco consideró oportuno que los que estaban más próximos y llegaran antes tuvieran la
oportunidad de hablar con los recién llegados hasta el momento en que reunidos en conclave, el
debate, si es que podía dársele tal nombre, fueran de todos para todos y previsor, sugirió a estos que
se ausentaran hasta el último día. El castillo de Urvel o Cornatel, como también se llamaba, se
encontraba a un día de camino y sería el lugar conveniente para que se recluyeran y al menos así no
sufrirían mas de los necesario hasta el momento oportuno.
Salieron temprano a la mañana siguiente dirigidos por Xavier que conocía su ubicación y al caer
la noche estaban a la vista de la fortaleza que se situaba en unas prietas peñas desde las que se
dominaba un extenso y arisco territorio de labrantío que también pertenecía a la encomienda de
Ponsferrata. La edificación no era demasiado grande pero recogida en sus formas y de difícil acceso.
Pasaron allí una jornada sin mucho que hacer y recordando lo que expondrían delante de todos los
prohombres del reino castellano aún a sabiendas de que los mas sólidos argumentos no les librarían
de la ira ni de la sospecha y al día siguiente con los primeros albores y ocultando su condición con
mantos pardos, se pusieron en camino de vuelta. Se llegaban a una aldea que llamaban Caracedo y
que ya cruzaron en la ida cuando en un chaparral próximo a un regato vieron a un grupo de
campesinos apedreando con saña y entre gritos de ira a unos bultos informes que no pudieron
precisar en la distancia. A medida que se acercaron pudieron ver que el objeto de la furia de los
lugareños era un miserable grupo de leprosos que se había arracimado tratando de protegerse del
aluvión de pedruscos que les golpeaban inmisericordes. Al trote los tres caballeros se acercaron al
lugar de la refriega y terminaron por detenerse al pié de los cuitados para detener la lapidación.
-No os arriméis a ellos, señores, son leprosos.
El joven Xavier, fuera de si, se encaró con los airados atacantes mientras Martín y Gilles se
acercaron a los proscriptos. -¿Y eso os da el derecho de escarnecerlos y apedrearlos, chusma
salvaje? ¿No son más dignos de lástima que de vuestro enfado, bestias del diablo?- Y sin mas soltó
las riendas de su corcel que se metió entre los lugareños coceando y tirando tarascadas de modo que
dio con casi todos en tierra o corriendo para alejarse del animal.
-Llevan por aquí varios días, señores y nos incomodan. En vez de atacarnos a nosotros,
debierais ayudarnos a expulsarlos de aquí.
- Ayer se acercaron demasiado a nuestra villa y asustaron a nuestras mujeres y nuestros hijos…
Si no queréis ayudarnos, idos en mala hora y dejadnos que los echemos nosotros- Y el que así habló
buscó una piedra de buen tamaño e hizo ademán de lanzarla hasta que Xavier le echó el caballo
encima obligándole a pegar un brinco aunque no soltó la piedra que tenía aferrada mientras soltaba
improperios.
-Tu, asno salvaje. ¿Quieres que te deje lisiado para lo que te reste de vida? Suelta esa piedra o te
las veras conmigo.
-No los queremos aquí y tú no puedes impedirnos que los echemos. Ellos saben que no se pueden
acercar a las villas ni a ningún sitio donde haya gentes cristianas. No tienes derecho a impedirnos
nada y te descalabraré si no te quitas de en medio- y miro aviesamente al templario con ademán
retador.
-Lo único que quieren es algún alimento porque llevan días sin comer y tuvieron que enterrar a
uno de ellos y no fue porque su estigma lo matara, sino de hambre- Era Gilles que se acercaba
después de hablar con los leprosos.
- No tienen dineros para pagar nada. Ya lo sabemos.
-¿Quieres decir que no les dais una caridad si no os la pagan? – Preguntó Xavier.
-La caridad la necesitamos nosotros, no ellos que morirán de lepra.
-Tú también morirás, desgraciado, y solo Dios sabe de qué. Y tú suelta esa piedra o haré que te
la comas- Al final el lerdo soltó la piedra aunque sin dejar de refunfuñar.
-Es muy fácil hablar alto cuando se es un caballero y se viaja con la andorga bien llena, pero
nosotros…. Yo tengo que trabajar de sol a sol para mantener a mi familia…. Ellos no trabajan ni
hacen nada salvo asustar y a veces contagiar con su proximidad a los buenos cristianos.
-¿Les darías tu trabajo?
-Dios me libre. Emponzoñarían mis campos.
-Entonces de qué modo se podrían ganar el sustento.
-No lo sé ni me importa. Ese no es mi problema. Respondió el zafio con su lógica simple.
-La discusión se podía eternizar y los tres templarios tenían prisa así que reunieron todos los
caudales que llevaban y consiguieron de los lugareños una vieja carreta de mano y viandas para
varios días. Una vez que el acuerdo quedó cerrado con los campesinos que se alejaron contando y
repartiendo los dineros, arrastraron la carreta hasta el grupo que observaba la escena de lejos,
cubiertos con sus ropajes pardos que apenas dejaban ver algún escuálido miembro. Aún antes de
retirarse, pudieron ver a los pobres miserables abalanzarse sobre las viandas con frenesí, peleándose
entre ellos y tratando cada uno de hacerse con la mayor cantidad posible.
Cuando se alejaban, el freire Xavier miró para atrás y se le pudo ver como unas lágrimas le
corrían por las mejillas. –No te debes entristecer, Xavier. Has hecho lo que estaba en tu mano-
-Nunca hacemos lo suficiente, hermano Martín, y me entristece pensar de qué modo hemos
ofendido a Dios para que nos castigue del modo que lo hace con esos pobre infelices.
-Te recuerdo, Xavier, que no siempre está a nuestro alcance entender los designios de Dios.
-Bien cierto es, porque tamaña crueldad me aterra. ¿A ti no….?
……………………
.Preside la mesa una vez mas Rodrigo Yáñez que presenta en primer lugar a los tres recién
llegados y luego va nombrando al resto que cuando es aludido inclina levemente la cabeza y mira
francamente a los demás. En primer lugar al anfitrión, Moniz, de Ponsferrata, después Rui Pérez de la
encomienda militar de Faro, de pelos crespos y mirada dura, con el brazo izquierdo inútil que
termina en una mano agarrotada y sarmentosa. Juan Pérez el zurdo, de la encomienda de Alcanadre,
en la frontera con el reino de Navarra, y que fue el último en llegar, corto de estatura y calvo y con
barbas y cejas casi completamente blanca aunque no es demasiado mayor. Sancho Alfonso, de
Amoreiro que depende del de Faro y con el que ha venido, mayor y casi ciego que se ayuda de unos
vidrios sobre la nariz que ya se van haciendo populares entre aquellos que pierden la vista. Juan
Yuannes, de la fortaleza de Caravaca, cercana al reino moro de Granada, personaje de mediana edad,
nervioso e incapaz de permanecer quieto como si le martirizaran las pulgas. Juan Rodríguez, de
Mayorga, sin duda el mas grueso de todos que cuando anda parece que se balancea igual que un pato,
muy al contrario de Lope Pérez, el comendador de Alcántara, cercana a Toledo, que aún es joven,
delgado y sinuoso, de mirada vivaz e inquieta y pelo y barbas muy rapados. Rui Aparicio, de la
encomienda de San Pedro de la Çarca, que habla muy lento por lo que, a pesar de sus protestas, es
interrumpido con frecuencia. Vasco Rodrigues, el portugués, comendador de otra gran fortaleza que
es Tomar, en el vecino reino de Portugal y en el que sobrepasan el medio centenar de caballeros y un
sinnúmero de armigueris. Es grande y ancho, con una hermosa barba rizada que se atusa
constantemente aunque parece de temperamento apacible, y por último Gómez Patinno, de la
encomienda de Villasirga, cercana a Burgos, también mayor y que gusta de recordar reiteradamente
que peleó contra el rey Sancho por imposición de su padre Alfonso. Excusan su presencia Lope
Fernández y Juan Vechaco, comendadores de Montalbán y de Xerez que se encuentran con las tropas
de Alonso Pérez en el sitio de Almería.
La comida transcurre en silencio casi absoluto siguiendo los mejores preceptos de la Orden y
solo el capellán Alvito alza la voz para bendecir los alimentos y pronunciar las preces oportunas.
Domine Jesu Christie. Panis angelorum. Panis vivus aeternae vitae. Benedicere digna panem
istum. Sicut benedixisti panes in deserto. Ut omnes ex eo gustantes. Inde corporis et anima.
Percipiant sanitatem.
Las miradas se cruzan de extremo a extremo e inciden con frecuencia en los recién llegados y
solo algún susurro solicitando el pan o las jarras del vino que llenan diligentemente los sirvientes. En
esta ocasión y por indicación de Rodrigo Yánez que ha considerado la trascendencia del momento,
todos han vestido las claim blancas con la cruz roja patada.
Se esperó a que se retiraran los restos de la pitanza y los sirvientes abandonaran el refectorio.
Una vez la mesa quedó libre y limpia, Yáñez se dirigió a los tres freires recién llegados. -Hermanos.
¿Tenéis conocimiento de la información que se nos da en los documentos que nos entregasteis?-
- No maestre, aunque suponemos que está relacionada con la recepción del bagaje que os
hemos traído y la forma en que deberéis proceder-
- Así es, aunque hemos echado a faltar las directrices a seguir en el supuesto de que las
sospechas que acaecen se conviertan en hechos consumados-. Es Yáñez de nuevo el que se dirige a
las autoridades que ha convocado. -Hermanos, ya conocéis de forma somera los hechos y los
portadores de las terribles nuevas que nos amenazan. Os pido un reconocimiento para los que desde
nuestra sede de Paris, durante muchos días de azaroso viaje, y me atrevo a decir que asaz peligroso
de haber alguien sospechado lo que transportaban, han llegado hasta aquí cumpliendo con los
dictados del Capitulo para hacernos depositarios de una parte del tesoro de la Orden que aún no
hemos podido cuantificar pero que estimamos enorme y capaz de causar la envidia de un Rey, y
además nos han traído una información que no se podía dar por los círculos ordinarios dada su
importancia y gravedad y que conlleva un secretismo absoluto. También sabemos que no son los
únicos que anduvieron o andan todavía por esas tierras de Dios acarreando en el máximo secreto
dineros e información. Los tres que ya conocéis y que nos visitan a nosotros vienen de más lejos
todavía aunque sus raíces no se encuentran del todo lejos de estos feudos. El joven Xavier ha estado
destacado en Roma desde la muerte del Papa Bonifacio y conoce bien el ambiente que se respira en
la Curia Romana y que por cierto en palabras suyas, no le parece muy ejemplar. Los hermanos Gilles
y Martín, amen de otras vicisitudes vivieron los últimos momentos de San Juan de Acre y otras
muchas desventuras que os podrán contar en otro momento si lo deseáis. Fueron los adelantados de
Chipre en la Sede en Paris y por lo tanto también conocen el tema que nos ha traído hasta aquí hoy -.
El Maestre provincial pretende ensalzar lo justo a los tres personajes de modo que se les juzgue con
bondad a pesar de que han sido los mensajeros de las nuevas que conmocionan a los asistentes.
Son los caballeros templarios que rigen, con Yáñez a la cabeza, la Orden en los reinos de
Portugal y Castilla. El estupor inicial ha dejado paso a la incredulidad y las preguntas surgen de
nuevo tratando de entender de repente una situación que cuando menos es difícil de digerir sin más,
sin aviso ni preparación previa, sin datos que sin duda los recién llegados tienen. Se indaga e incluso
tratan de encontrar cada uno a su modo alguna razón que les conduzca a una duda razonable sobre el
devenir que se les anuncia.
-¿Cómo es posible que....?-...., -¿Pero que razón puede haber para.....?-....., -En el peor de los
casos, en el supuesto de que las sospechas fueran ciertas, ¿de que modo afectaría a los freires de
otros reinos, como el nuestro?-,....... -¿Realmente el Papa claudicaría ante el Rey franco sin
consultarnos o darnos plaza para defendernos?-...., -¿No podéis precisarnos el tipo de acusaciones
que se nos pretenden imputar?-....-¿Es cierto que el tesoro de la Orden se puede cifrar en 150.000
florines de oro?-,....-¿Sabiendo lo que sabemos y considerando nuestra fuerza en el país franco no
deberíamos tomar la iniciativa y con el Papa de nuestro lado obligar a éste a excomulgar de una vez
por todas a Felipe el Capeto, quitarle la corona y acabar de éste modo con sus infamias?......
Van respondiendo a las preguntas como pueden. Hubo un momento, cuando entraron en
grupos en el refectorio, que el ondear de las capas blancas le trajo a Martín unas imágenes muy
viejas y ya casi olvidadas de aquel anciano aureolado de autoridad al que en familia llamaban
Blasco el templario. Ahora, sentado y en silencio escucha a Xavier, y su imaginación se pierde en
aquellos recuerdos de su niñez, cuando acompañaba a su padre a Astorga y visitaban a Blasco y
entraban en aquel mundo que él no entendía, y trata de recuperar la imagen pero no consigue
aprehenderla del todo, solo retazos de amplias salas oscuras y frías donde el silencio solo se rompía
con las pisadas erradas de aquellos seres que el veía grandes y fuertes, de cabellos cortos y largas
barbas, con las capas blancas que a veces los cubrían y otras veces ondeaban tras ellos, con sus
grandes cruces rojas de sangre, las anchas espadas en las vainas de cuero que colgaban hasta casi
tocar el suelo, aquellos andares sonoros y firmes. En la penumbra de la sala que iluminan
someramente los velones de sebo los ve de nuevo y se ve a si mismo, pero ahora los ve como lo que
son y se sorprende. Ya no son los gigantes silenciosos cuya aura de templanza y severidad le
atemorizaron. Ahora sabe que los ve como realmente son. Hombres que han dejado atrás la juventud.
Tan inseguros como el mismo y con sus mismas dudas. Observa sus facciones, las de Lope Pérez,
comendador de Alcántara, afilada como la de una garduña, de ojos hundidos y penetrantes bajo unas
espesas cejas, gesto displicente como si todo aquello no fuera con él aunque le traicionan las
velludas manos que se mueven inquietas sobre la mesa. Sancho Alfonso el de Amoreiro, mirando a
un lado y a otro con sus ojos ciegos.. Ruy Pérez, comendador de la mayor encomienda del reino
castellano, Faro, que cuenta, dicen, con 37 caballeros de las mejores familias de la Galaecia. De
cara ancha y expresión fuerte, casi violenta y que perdió el brazo peleando en Ëcija al lado de
Sancho el Bravo... Juan Yuannes que guiña los ojos constantemente, y que observa a Xavier con cara
de desconfianza mientras éste les dirige la palabra sin vehemencias ni gestos superfluos, serio y
conociendo la gravedad de lo que está trasmitiendo en cada respuesta que da. El de Mayorga, bajo
de estatura, de pálida piel y mas separado de la mesa que los demás debido a su prominente barriga.
El mas anciano que se mueve con torpeza y que debe ser el bailio de Villasirga, del que no recuerda
el nombre......., Cuando trata de escrutar a Vasco Rodrigues, el portugués, grande y de mediana edad,
de quijada prominente y abundante barba en una tez oscura, se encuentra con la mirada de éste que a
su vez le está observando y que al verse descubierto, inclina la cabeza con dignidad hacia Martín que
le responde en los mismos términos. El freire vuelve la mirada hacia Xavier y trata de imaginarlos a
todos en sus lares, oficiando de señores feudales, resolviendo pleitos y recabando impuestos, y no
consigue recuperar algo de la fe perdida viéndolos y viéndose desde aquellas imágenes de su
niñez.
-Con vuestra venía quisiera explicar la consecución de los hechos desde un principio- Es
Xavier el que se dirige a todos y repite la historia que conoce:
-Hace casi dos años ya llamó la atención de la Orden en Paris el hecho de que algunos sicarios
de Guillermo de Nogaret, anduvieran indagando subrepticiamente entre los freires que habían sido
expulsados de la Orden, o que éste mismo introdujera un lacayo suyo entre nuestros hermanos francos
para que torpemente, porque se vieron sus intenciones desde un principio, tratara de intimar e
inquiriera entre aquellos que pudieran estar insatisfechos o tuvieran motivos de queja. Recordemos
el evangelio de Mateo: "Nihil enim est opertum quod non revelatibur, aut ocultum quod non
scietur".......Otro dato que nos hizo pensar fue el asunto del prior de Montfancon del que no sé si
tenéis noticia. Hace tres años la Orden expulsó de sus filas por unos turbios asuntos que incluían el
asesinato, al freire Esquiu de Floyran, que ostentó en el país franco el cargo de prior de Montfancon.
Con fama de violento y demasiado atado a las bajas pasiones, este personaje va a pedir cuentas al
maestre provincial de Milán al que encuentra en su casa de recreo. Ante la negativa de éste a
concederle el perdón, lo mata en presencia de sus sirvientes y luego huye sin más. Cuando los
justicias de Beziers lo buscan para someterle a juicio por sus crímenes, lo encuentran en Paris junto
con otro renegado llamado Noffo Dei, de Florencia y ambos bajo la protección del ministro Nogaret
contra el que no hay justicia que no sea la suya. Este Esquiu además de saberse inmune a pesar de
estar condenado por la justicia, se jacta repetidamente de que se vengará del Temple hasta acabar
con nosotros muy pronto. No hemos terminado con su historia porque un mes mas tarde aparece el
mismo personaje en el reino de Aragón y la ciudad de Lérida, donde se encuentra la corte del Rey
Jaime II con cartas del ministro franco y solicitando audiencia real. Cuando se le inquiere la razón
de su solicitud, Esquiu no tiene empacho en confesar que ha sido enviado por Nogaret con un
informe que contiene graves acusaciones contra la Orden del Temple. El Rey Jaime que como
sabemos mantiene una excelente relación con nuestra Orden, no se digna recibirle y nuestro frustrado
personaje, siempre acompañado y protegido por los sicarios del ministro de Felipe el Bello se
vuelve a Paris donde le esperan Bernard Pelet, repudiado por la Orden en el Languedoc, y otro de
tal guisa, Geraud Lavernna, este de Guisors. Se confirma sin dificultad que estos personajes y otros
de la misma calaña están protegidos por Nogaret y pasan el tiempo indagando e inquiriendo entre los
expulsados de la Orden. La suerte nos ayudó sin duda porque una buena parte de ésta información, y
considero ésta muy importante nos la proporcionó un freire caledonio, de la antigua scotia romana,
que a su paso por Paris fue, empleando sus palabras, tentado al confundirle con algún otro.
Sorprendido y curioso en un principio, consideró oportuno mantenerles en el error mientras trataba
de entender que pretendían aquellos personajes que no era mas que la inmediata supresión de la
Orden del Temple por orden real en base a calumnias reales o inventadas, después cuando vio que la
ficción peligraba, desapareció, no sin antes informarnos sobre lo que había averiguado………. -
Xavier hace un respiro y escucha los murmullos de los que le escuchan, pero aún no ha terminado y
pide de nuevo la atención de los presentes.-Creo que viene al caso mencionar que hay quien opina,
personas cercanas al rey franco, que aunque tiene bien merecido el apelativo de bello porque es
espigado y apuesto, de nobles facciones y regio en sus movimientos, parece que su figura oculta a
un autentico necio e hiciera bien en regalar su imagen pero con la boca cerrada porque se dice que
detrás de sus dignas facciones no hay un solo pensamiento que no sea estúpido. No lo sé. Lo que si
es un hecho es que Nogaret es una serpiente ponzoñosa de la peor especie, unido al Capeto como la
uña a la carne y con la idea fija de destruir nuestra Orden, aunque solo podamos intuir los motivos.
Desde luego tenemos claro que sea quien sea el que rige la conducta real, no se detiene ante nada.
Ejemplos no nos faltan. Os recuerdo la pugna entre el rey franco, manejada y enconada por Nogaret,
y el Papa Bonifacio VIII. Ni siquiera el papado estuvo libre de las insidias y las descalificaciones,
y no olvidemos que hablamos de Roma. ¡Si osaron arrestar y a la postre acabar con el Papa
Bonifacio antes de que éste le excomulgara..... Si poco tiempo después fueron los artífices del
asesinato, (sobre ese tema quedan pocas dudas ya), de su sucesor Benedicto XI!....., ¿puede creer
alguien que les detendrá alguien o algo en su propósito de acabar con nosotros? Yo, desde luego no
lo creo-.... Las facciones de los que le escuchan le dicen que ellos también están sustituyendo las
dudas por la certeza de lo que se les avecina..... -Por otro lado también me parece oportuno que
estudiemos la semblanza del Papa actual por ver si podemos esperar, en el caso de que se produjeran
los acontecimientos que nos tememos, alguna ayuda o protección: ¡Recordemos!: El año pasado, en
Perugia, después de once meses de cónclave, el arzobispo de Burdeos Beltrán de Got es nombrado
Papa con el nombre de Clemente V. De momento, como veis ni siquiera el nombramiento se celebra
en Roma so capa de evitar la pugna cardenalicia entre los cardenales de las familias Gaetani y
Colonna. Nuestro nuevo Papa recibe la tiara de manos del Rey Felipe en la ciudad franca de Lyón.
De allí se va a Burdeos pasando por Màcon, Bourges y Limoges, ciudades que le recordaran con
amargura porque las ha dejado en la ruina ya que exige que se le trate a él y a su nube de cortesanos y
seguidores de forma principesca amen de que no las abandona hasta que las reservas locales están
agotadas. La información que tenemos de él es la de un hombre culto, de noble familia pero sin
bienes, de apenas cuarenta años, ambicioso y débil a la vez, esclavo de sus sentidos y amigo de la
opulencia. Dicen los que le conocen que su barragana, la hermosa Brunissende Talleirand le cuesta
más cara que un ejército en Tierra Santa. No estima conveniente, o le han convencido de que no lo
considere, abandonar el país franco y ocupar como le corresponde la sede de Roma. Entendemos que
es consciente de ello y que se encuentra cómodo como rehén del Rey Felipe aunque en la sede
romana definen la situación como "el cautiverio de Babilonia". Lo que es un hecho es que su
pontificado no ha comenzado con buen pie porque en pocos días ha perdido a dos de sus hermanos,
uno en un incidente en Lyón durante su nombramiento en el que se cayeron unos muros al paso de la
comitiva papal causando varios muertos entre los que se contaba el Duque de Borgoña, y el otro en
una oscura disputa a cuchilladas entre cardenales de uno u otro bando ocurrida durante un banquete.
¡Yo también me escandalicé cuando llegó a mis oídos! Pero aún hay más, y ruego se perdone la
extensión de mi perorata, pero es que creo que son datos relevantes y sobre todo contrastados por
nuestros hermanos cerca del Papa. Se dice que el Rey franco habría impuesto la elección de Beltrán
de Got porque éste ha aceptado unas cláusulas a favor de aquel, a saber: Reconciliar a la monarquía
franca con la Iglesia olvidando la mancilla que supuso el conato de arresto de Bonifacio VIII así
como abolir la memoria y los hechos de éste incluidas las excomuniones que inició.....- En ese punto
Xavier ve con claridad que algunos de los que le escuchan se sobresaltan y al momento se alza la
mano de Yáñez que requiere la atención:
-Perdonad la interrupción, pero, ¿Queréis decir que el Papa Clemente se avendrá a anular
las decisiones y bulas que Bonifacio VIII tomó a lo largo de su pontificado?- Los murmullos que
surgieron a raíz de la última información de Xavier cesan y éste observa un cruce de miradas entre el
maestre provincial y parte de los asistentes aunque no sabe la causa.
-Eso nos tememos, Señor. Nuestra información nos dice que no solamente serán los hechos
que llevó a cabo Bonifacio, sino incluso la memoria de éste como Papa, aunque no sabemos de qué
medios se valdrá para llevarlo a cabo-. De nuevo surgen los murmullos que son acallados por Yáñez
con energía para que Xavier continué, y lo hace, aunque sigue sin saber cual ha sido la causa que ha
motivado el desorden.
- Les explicaba lo que conocemos sobre las condiciones que el rey franco impuso a Beltrán de
Got para que éste pudiera acceder al papado. He mencionado la anulación de la memoria y hechos
del Papa Bonifacio VIII para de este modo exonerar a la corte franca y a sus ministros de los sucesos
pasados y borrar de los archivos papales las bulas acusatorias y de excomunión. Además se
concedería a la cancillería franca el cobro de los diezmos del clero por cinco años de manera que
estos dineros contribuyan a los gastos que ocasiona la guerra con los flamencos y por último se
deberán devolver los privilegios y títulos que los cardenales de la familia Colonna (los partidarios
en Roma del Rey franco) han perdido con los papados anteriores....... y aunque no habrá modo de
verificar este acuerdo porque el nuevo Clemente V de ningún modo lo confesaría, las primeras
medidas que está llevando a cabo lo confirman en todos sus términos. No sabemos si hubo alguna
condición más pero es un hecho que los oídos papales en poco tiempo se han saturado con insidias
sobre nosotros hasta el extremo de que éste lo ha comentado en sus círculos más íntimos.
- ¡Desde luego no observamos, si el retrato es fiel, ninguna caridad en la semblanza que nos
ofrecéis de la mas alta dignidad de la Iglesia!- Es el de Faro el que inquiere.
- Pido perdón a vuesas mercedes si mis palabras suenan irreverentes pero es lo que sabemos.
Y aún hay mas y mas lamentable si cabe, porque en una ciudad que ha sido durante siglos la cuna de
la grey de Cristo, que debiera ser el ejemplo para el mundo cristiano, los mas altos príncipes de la
Iglesia, aquellos de los esperamos el ejemplo, son los mas corruptos y despiadados, incluso entre
ellos mismos, mas atentos a conservar el poder o los atributos y prebendas de sus altos cargos que a
impartir la fe cristiana. La propia ciudad es un caos de ruinas y suciedad, y hasta donde hemos
podido ver, sin ley ni orden que no sea la que imparten las banderías pagadas por los Orsinis o los
Colonnas de turno que hacen hasta arto azaroso el simple moverse por sus ruas sin escolta. Y desde
luego no os expongo esto por falta de caridad, sino porque me parece conveniente que sepamos,
dadas las circunstancias, en que manos nos encontramos.- De nuevo ha crecido la tensión y Xavier ha
respondido sin concesiones, el gesto adusto y la expresión tajante. –En cualquier caso y en lo que nos
afecta a nosotros, estos datos que os he dado son los que conocemos y que nos hacen temer lo peor.
-Bien, os agradecemos esta larga exposición- Vasco Rodrigues alza la voz entre los murmullos
de los asistentes- y los datos que nos habéis proporcionado, pero nos hemos alejado del tema
principal y sería de desear que volviéramos a él. Debo admitir que empiezo a creer que una grave
amenaza nos aqueja, sobre todo en nuestra sede del reino franco. Os ruego que volvamos al tema por
ver entre todos de entender los hechos-
-De acuerdo- Es Martín el que responde ahora -En resumen, hermanos. Sabemos que el Rey
franco y su alter ego Guillermo de Nogaret han preparado y están a punto de utilizar un expediente
con el propósito de obligar al Papa Clemente a que firme la disolución de la Orden de los caballeros
del Templo de Jerusalén, y creedme, él o sus ministros harán lo imposible para conseguirlo. ¿El
motivo?,: no encontramos otro que el económico. Mientras, nuestro Gran Maestre desembarcó ya
hace tres meses en Marsella con sesenta freires y el preceptor de Chipre Raimbaud de Carón y es de
suponer que en estos días se encuentre en Poitou o Poitiers, cerca del Papa. ¡Pidamos a Dios que su
buen juicio le aparte de Paris y le ayude a evitar las maquinaciones que se ciernen sobre la
Orden....... -En todo caso es fácil entender que nos asaltan las mismas dudas que a vosotros y que
nos movemos todos en las mismas nieblas de la incertidumbre, sobre todo porque como nos acaba de
confirmar el maestre provincial, no se nos ha marcado una conducta a seguir ni se nos piden
movimientos ni acciones de ningún tipo. También debéis saber, aunque este dato creemos que figura
en los documentos que hemos traído, que solo un tercio de los dineros que se guardaban en Paris han
sido distribuidos por nuestro mundo, los otros dos tercios son fondos en depósito que nos habían sido
confiados y de los que por tanto no podemos disponer porque no somos los dueños. También debo
recordaros que somos custodios, en el Vieux Temple desde hace años, del tesoro real franco, y el
dato más preocupante y que nos conduce inexorablemente al razonamiento anterior: ¡En el momento
actual el Rey franco adeuda a la Orden del Temple quinientas mil libras francas y doscientos mil
florines! Consideren los datos que les hemos expuesto y la deuda del rey franco. Piensen en ello
durante unos momentos, hermanos -. Martín se calla y se revuelve en su silla al sentir los ojos de
los reunidos fijos en él. Cree que ya no hay más que decir y así se lo confirman con un gesto Gilles y
Xavier. No hay más preguntas y comienzan los murmullos y los conciliábulos entre los asistentes que
de nuevo debe cortar Yánez tomando de nuevo la palabra.
-Bien hermanos, nuestros invitados no tienen mas información que darnos y se supone que yo
debiera marcaros las pautas a seguir a partir de estos graves momentos.- El maestre se ha puesto en
pié y continua-. Llevo muchas horas pensando en ello y he pasado una inquieta noche buscando y
creo que encontrando soluciones que desde nuestra posición parecen factibles y evitarían muchos
riesgos pero sin duda ya han sido consideradas y de todos modos nos debemos al Capitulo General y
nuestro Gran Maestre Jacobo de Molay. Debemos confiar en ellos porque siempre ha sido así. Nos
esperan días difíciles, de incertidumbres y dudas, pero quiero recordaros que entre nuestras mas
importantes virtudes ha estado siempre la obediencia y en este caso que nos ocupa ahora, deberemos
esperar a que el Capitulo General tome las decisiones oportunas para conjurar el terrible peligro que
nos acecha y del que ya no dudo. Mientras tanto deberemos guardar en el mas absoluto secreto lo que
aquí se ha hablado porque así se nos ha pedido, posiblemente para evitar que se precipiten
acontecimientos indeseables o para que no cunda el desanimo. Nos mantendremos en contacto
permanente para que cualquier decisión proveniente de informaciones u órdenes posteriores que
exijan rapidez de ejecución se lleve a cabo sin más dilación. Y ahora, hermanos, levantémonos todos
y ofrezcamos nuestras oraciones al Altísimo para que nos ayude y nos proteja en estos momentos tan
dramáticos para la Orden-.
Los armeros están arrimados a los pesados y descoloridos tapices colgados del techo
artesonado que ocultan los muros de piedra en la fría sala de armas del castillo viejo que solo
cuenta además con unos grandes arcones desvencijados y unos vetustos escañiles arrinconados junto
a un par de bastidores de uso indefinido. La atmósfera es densa y pesada por el perceptible olor a
moho y a cuero viejo. Las adargas de oscuro mástil junto con las largas lanzas y picas ocupan todo
un lado de la sala, los diferentes tipos de espadas algunas de buena factura, desde los pesados
mandobles de justa y las anchas y pesadas de combate hasta los estoques mas del gusto actual porque
son mas ligeros y de mejor acero, petos con las correas agrietadas y mordidas por las ratas, viejos
cascos y calvas, algunas con barbote, hachas de batalla de uno o dos filos, rodelas y mazas de
diferentes tipos. Están en buen estado pero en desuso, como los escudos y broqueles de conteras
herradas que cuelgan de los muros. También, apoyados en perchas de madera se ven varios
camisotes y cotas comidas por el oxido, tan antiguas y pesadas que le recuerdan a Martín aquella que
vistió hace mas de veinte años y que le causaba mas daño que las armas enemigas. Todo parece que
lleva demasiado tiempo descansando de un pasado mas activo. Dos largos mástiles con el guión del
BEAUSEANT blanco y negro se cruzan entre las dos ventanas ojivales que iluminan pobremente la
sala y que se abren al primitivo patio de armas del castillo viejo. ¿Cuánto tiempo hará que no se
descuelgan y ocupan la cabeza de una cabalgada?...... La entrada del maestre Yánez al que
acompañan los comendadores Moniz el anfitrión y Rodríguez el gordo de Mayorga interrumpe los
pensamientos de Martín que junto con Xavier y Gilles, los esperaban.
-¡Buenos días, hermanos! Os agradezco que hayáis acudido a nuestra llamada sin inquirir
razón pero hay un asunto relacionado con la información que el hermano Xavier nos dio ayer que nos
preocupa y del que os debemos poner al corriente. Debo anticiparos que esta vez no son problemas
de nuestra Orden aunque no por eso menos graves, y que en este caso afectan de manera especial a
Dña. Maria de Molina, la madre de nuestro rey, y por ende a él mismo.
-¡Dios nos valga, maestre!, ¿no tenemos suficiente con las tribulaciones la que nos aquejan?
-Súum cuique, hermano. Además sospechamos que no sois conscientes de ello y es
preceptivo que lo discutamos y actuemos porque si no obramos de inmediato es muy posible que la
situación del reino, ya inestable per se, vuelva a enconarse de nuevo con resultados imprevisibles-
El maestre mira un momento en derredor mientras Moniz y Rodríguez se mantienen un tanto al
margen. -Creo que nos llevará algún tiempo el poneros al corriente de los acontecimientos, así que
tomad asiento y escuchadme.- Se arrima a los escañiles y da ejemplo sentándose a horcajadas en uno
de ellos y esperando hasta que los tres recién llegados, expectantes, hacen lo propio.
-Bien, hermano Xavier. Nos dijiste ayer que el nombramiento del Papa Clemente fue a
condición de que éste borrara la memoria de su predecesor Bonifacio VIII. ¿Debemos entender que
todas las decisiones que aquel tomó mientras fue Papa se invalidaran?.... ¿Todas?
-Esa es la pretensión de Felipe el bello, pero también hablé de las otras premisas que había de
cumplir.-
-Si. Por cierto, por cierto, pero es la de Bonifacio VIII la que nos interesa. ¿Y creéis realmente
posible que el poder del rey franco llegue al extremo de forzar a la Iglesia y que ésta se doblegue y
servilmente borre de un plumazo todas las disposiciones y bulas de una época sin mas?- Y Yáñez
pregunta mirando a Moniz y Rodríguez que serios esperan la respuesta.
-Mi respuesta desde luego es si. Si se lo propone nada lo detendrá. Creo que dejabamos claro
ayer que ni él ni sus ministros tienen ningún tipo de escrúpulos que les impidan consiguir los fines
que se proponen. Se consideran por encima de cualquier traba moral que los pudiera detener, amén
de que como os dijimos ayer esa era una de las premisas que el rey impuso a Beltrán de Got para
concederle el papado, y es obvio que ahora le tenemos de Papa - Xavier es tajante.
-Paréceme, maestre, que lo que nos temíamos es un hecho-. Es Rodríguez, el comendador de
Mayorga el que apostilla desde su posición al lado de Moniz.
-¿Tendréis la bondad de explicarnos la importancia que dais a las acciones del extinto papa y
que se nos escapan? Hay un deje de impaciencia en la voz de Martín cuando inquiere.
-Si, por cierto, aunque para que lo entendáis en toda su gravedad deberé retroceder un poco en
la historia porque lleváis demasiado tiempo fuera de estos reinos y se me hace que no conocéis los
avatares ocurridos en los últimos años que nos conducen al momento actual y sus consecuencias-.
Yáñez hace una pausa y mira a los presentes mientras se pregunta por donde empezar.
-Comenzaremos por Alfonso el décimo, al que seguro que todos recordamos y que es el abuelo
de nuestro actual rey Fernando. Pues bien, el hijo mayor de Alfonso el décimo, de nombre D.
Fernando al que apodaron de la Cerda por un mechón de pelo blanco que tenia en el hombro, no llegó
a reinar porque murió joven y en vida de su padre, pero aun tuvo tiempo de casar con Dña. Blanca,
hija del rey franco Luis el noveno y de darla dos infantes, de nombre Alfonso y Fernando. Como
digo, la muerte de Fernando el de la Cerda ocurrió en vida del anciano Alfonso que por cierto ya
entonces se preocupaba mas por los códices que por las gestas y hubo de dejar estas en manos de su
segundo hijo Sancho que ya desde un principio, y sobremanera a la muerte de su hermano mayor,
demostró capacidad y coraje suficientes como para que el reino le considerara el heredero natural
del anciano Alfonso. Sancho, que se había ganado el reino con sus virtudes, adolecía también de
defectos como el de ser demasiado impetuoso y soberbio hasta el extremo de pretender que su padre
le cediera la corona en vida lo que irritó sobre manera a Alfonso hasta el extremo de que éste en un
rapto de ira cambió su testamento y nombró heredero a su nieto Alfonso, el hijo mayor del que fue su
primogénito, y que aún era un niño. Recordad que nos estamos remitiendo al año 1282, hace 25 años.
-¿Es necesario ir tan atrás en el tiempo?- Es Xavier el que interpela - Porque yo solo hace seis
años que abandoné el reino-
-Si, vos si conocéis parte de la historia, pero erais demasiado joven para entenderla y nos lo
prueba el hecho de que no intuyáis lo que ocurre ahora, pero son los hermanos Martín y Gilles los
que necesitan todos los datos. Dejadme continuar pues. Estábamos en que el rey Alfonso el décimo
en sus últimos momentos desheredó a su segundo hijo Sancho y testó a favor del hijo de su
primogénito muerto, también llamado Alfonso y que era aún un niño. Dejemos de lado la ley
sucesoria y los derechos reales de primogenitura porque eso enredaría más si cabe la cuestión. El
hecho es que Sancho no aceptó aquel testamento y con el apoyo de una buena parte de la nobleza que
vio en él un hombre ya curtido y con probada capacidad militar se hizo coronar rey a la muerte de su
padre, acaecida en Sevilla en el año 1284 pero es que además dos años antes había dejado en el
tálamo nupcial y sin consumar el matrimonio a la mujer que su padre le había elegido y sin mas
autorización que la propia había desposado a la elegida de su corazón que no era otra que Maria
Alfonso de Meneses, la prima de su padre, el rey Alfonso.
-¡Válgame Dios! Paréceme que el susodicho Sancho no era hombre fácil ni siquiera ante los
dictados de su padre el rey.
¡Sin duda no lo era ni se avino fácilmente a componendas de ningún tipo, incluso siendo como
era débil de cuerpo porque estaba tísico, hermano Gilles, y mucho nos sospechamos que también lo
está su hijo, nuestro rey Fernando- Es Moniz de Ponsferrata el que interviene.- Su ira era temible y un
ejemplo de ello es que en Alfaro y en una discusión, mato, se cuenta que de su propia mano, a su
alférez y mayordomo el conde Lope Díaz de Haro que osó enfrentársele, uno de los hombres mas
prominentes del reino por ser además señor de Bizcaia, y no contento con eso persiguió por todo el
castillo y con las mismas intenciones a su hermano el infante D. Juan que también se le oponía, y que
se salvó en mala hora porque vino a refugiarse en los aposentos de la reina.
-Estamos de acuerdo en que ambos eran, y el infante sigue siéndolo, dos víboras malvadas que
se merecían la muerte. La pena es que como os decimos, el infante D. Juan se salvó para desgracia de
todos porque si entonces era malo, ahora es peor y más peligroso- Ha sido Rodríguez el de Mayorga,
exagerando su displicencia, el que ha terminado la exposición.
-¡Hermanos, hermanos……!- El maestre toma de nuevo la palabra – Nos estamos apartando del
tema, y vos Moniz, no tenéis ninguna evidencia de que nuestro rey Fernando esté tísico.
-Os ruego que me disculpéis, maestre- Moniz se revuelve inquieto. -Sabemos que cuidasteis de
él de niño y que a pesar de que no se lo haya ganado, le tenéis fe, pero daremos por cierto que su
padre lo era y que murió a consecuencia de su dolencia y las noticias que tengo, porque admito que
no le conozco, me han hablado de que le han visto esputar sangre y padece de los síntomas que
aquejaron a su padre.
Bien, bien. Yo sin embargo creo que son habladurías malintencionadas porque yo nunca se lo
observé y como acabáis de recordar lo tuve a mi cargo cuando niño, pero en cualquier caso nos
hemos adelantado a la historia que estábamos relatando, Os decía hermanos que nuestro rey Sancho
casó con su prima tercera Maria Alfonso de Meneses, llamada de Molina porque es hija del muy
cabal infante D. Alfonso de Molina, hermano que fue del rey Fernando el tercero, prima por lo tanto
de Alfonso el décimo, y por lo tanto prima tercera de Sancho al que llamaron el fuerte aunque como
nos acaba de recordar el hermano Moniz lo era solo de carácter, pues en este caso sí parece probado
que lo que lo llevó a la tumba prematuramente fue la tisis, aunque insisto en que no creo que su hijo
la haya heredado también.
-Permítaseme, maestre, otra digresión- De nuevo el talante de Rodríguez el de Mayorga se
muestra ahora con una sonrisa torcida, - porque admitida la constante rebeldía de nuestro rey Sancho
ante los altos intereses que le aguardaban y el hecho de que Maria de Molina, por su belleza e
inteligencia se haya ganado en estos años pasados el cariño de los concejos, lo que nos da idea de su
valía, no podemos olvidar que la mujer que le habían destinado, Dña. Guillerma de Moncada, tenia
fama de ser mas fea que rica, y ¡por Dios! que rica lo era. En nuestro fuero interno todos sabemos
que había que estar muy bragado para unirse de por vida con aquel virago- El nuevo inciso del de
Mayorga arranca alguna sonrisa de los presentes y de nuevo debe reconducir la historia el maestre.
- Sin duda os asiste la verdad, hermano pero los hechos son que Sancho eligió a Maria de
Molina sin la autorización del rey y sin la preceptiva dispensa papal dado que ambos eran parientes.
Este desliz lo aprovecharon Blanca, su cuñada y Violante su madre para denunciarlo ante el Papa
Martín IV que consideró la unión no válida y la calificó, sin duda por el hecho de que no se le
pidiera dispensa y por lo tanto no se le enviaran los dineros preceptivos, de "Excessus enormitas",
incluso amenazó a ambos cónyuges con la excomunión si no deshacían el enlace-.
Mientras el maestre continúa su alocución, Moniz, que conoce la historia, observa a los tres
freires recién llegados; Xavier, que proviene de una familia de raigambre en la Gallaecia patriarcal
y obstinada, tiene estatura media y la pelambre negra cuidada y corta, de mirada fija e inteligente,
comedido pero tajante en sus aseveraciones aunque es joven todavía y sin apenas experiencia militar.
Lo ubica fácilmente porque se corresponde con la imagen noble y firme, un punto inquieta, de los
que esperando otros aconteceres se han sumado a la Orden en los últimos años. Ha sido el que ha
llevado la voz cantante en las reuniones de días pasados y al que se nota mas angustiado. Son los
otros dos los que le parecen diferentes. Sin duda llevan tiempo juntos y es fácil ver que su amistad se
ha labrado en situaciones difíciles. Se conducen de otra manera que no sabe definir. Le dan la
sensación de dureza y despego desasosegante, como si ya no esperaran nada, aunque quizás se deja
influir por lo que se sabe de sus historias. ¿Solo porque son guerreros? Notorios sin duda y
supervivientes de las mas duras campañas que ha mantenido el Temple en los últimos años. Yo
también fui un guerrero no hace aún demasiado tiempo y no me parezco a ellos. ¿Quizás demasiado
arrogantes?, pero su comportamiento ha sido hasta ahora mesurado y discreto. No cabe duda de que
están considerados totalmente de fiar cuando se les encomendó la misión que han llevado a cabo. No.
No es arrogancia. Desde luego lo que no parecen es muy religiosos. No los hemos visto durante los
oficios. ¡Eso es! No parecen freires en absoluto, o quizás no como nosotros. Tienen la piel cobriza y
curtida de los hombres que han vivido sus vidas agitadas y crueles mirando al sol y soportando los
vientos. Martín, el que es mas alto aún que el mismo, debe medir fácilmente cuatro codos y medio y
transmite una sensación de firmeza quizás por los ojos acerados en unas facciones angulosas
semiocultas por la barba entrecana y muy corta como el cabello. Tiene las velludas manos grandes y
reposadas. La cojera apenas perceptible no le impide los movimientos pausados y tranquilos. El
otro, Gilles, el occitano de oscuros orígenes, con su descomunal anchura y brazos como troncos de
encina hasta parecer deforme y lento aunque se mueve con la ligereza de un adolescente. De extraño
pelo rojizo y la cicatriz que le deforma un párpado y la cara en un rictus de perenne desdén. Además
habla la parla castellana con extraño acento....No, no son arrogantes pero se les nota un cierto
distanciamiento hacia nuestras conductas. Y todos son diestros en el arte de la escritura. Y ninguno
ha vuelto a mencionar o inquirir sobre el ingente tesoro que han puesto en nuestras manos, como si no
le dieran importancia. ¡Sorprendente!
El maestre mientras tanto continua con su versión de la historia:
-Nos encontramos pues en el año 1282 con Sancho, hijo segundo de Alfonso el décimo,
como rey de los reinos de Castilla y León y con la oposición de su sobrino Alfonso el de la Cerda
que arguye y no sin razón que su abuelo lo nombró a el. Además el propio Sancho tiene cuestionado
su matrimonio con Maria la de Molina. Dos frentes dentro de su reino. Uno con la Iglesia y el otro
con los partidarios de los de la Cerda que son poderosos y litigan para así debilitar la autoridad real
y sacar tajada, entre ellos los más notorios son el mismo rey Jaime de Aragón y los Lara, una de las
familias mas poderosas del reino. Como veis, la vida de Sancho el cuarto no fue sencilla ni le
permitió el descanso que su cuerpo enfermo necesitaba. Y aún pudo reunificar el reino y guerrear
contra el moro con empuje y decisión hasta arrebatarles varias plazas, entre ellas la importante de
Tarifa. En el año 1295 murió Sancho a la edad de 38 años sin haber conseguido la dispensa papal de
su matrimonio que le negaron Honorio IV, Nicolás IV y hasta el pobre Celestino V. La cuestión
sucesoria sigue sin zanjarse y hace doce años aparece en escena su hijo Fernando que a la sazón
tiene nueve años y al que tutelará hasta la mayoría de edad su madre, Dña. Maria de Molina, que ya
en vida de su esposo dio imagen de animosa y capaz pero que será ahora cuando nos demuestre su
admirable talento y fuerza peleando sola y día a día con los pérfidos lobos que la rodean y tratan de
sojuzgarla. ¿Podéis seguir hasta ahora el devenir de la historia? -
-Entendemos que el actual rey de Castilla y León es ilegitimo por donde quiera que se le mire
- Son Martín y Gilles los que fríamente pero con certeza exponen la situación.
-Así es. Con los datos que tenéis, nuestro rey Fernando es rey ilegitimo por partida doble.
Porque desciende de su padre que ya lo era y porque además el matrimonio de sus padres ha sido
invalidado por Roma. Una corona ilegitima y por lo tanto débil y expuesta a mil contrariedades. La
rapaz nobleza que se hace pagar su reconocimiento. El rey Dionis de Portugal que se olvida de
tratados y acuerdos tratando también de sacar beneficio y el aragonés Jaime que sabe que mientras
proteja a los de la Cerda e intrigue ante Castilla obtendrá su beneficio. El reino en un brete, hasta
que..... ¡Escuchad!- Y el maestre hace una ligerísima pausa para cambiar la voz que suena mas
teatral: -Por fin, hace seis años, en el 1301 y coincidiendo con la mayoría de edad del rey
Fernando, el Papa Bonifacio VIII, precisamente el vilipendiado Bonifacio VIII, es el que se digna
conceder por fin la ansiada bula de legitimación, aunque, eso si, ¡Vive Dios! , lo hace pagar caro....,
10.000 marcos de plata-
-¡Santo Dios! ¡Ahora lo entendemos!- Los tres oyentes que llevaban un buen rato escuchando
con mas o menos atención al maestre, caen en la cuenta del porqué de tan larga conferencia. -Y es
precisamente el Papa al que tratan de borrar de los anales de Roma, Bonifacio VIII, el que concedió
la bula de legitimación-.
-Así es, hermanos, así es- Es Juan Rodríguez el que mete baza y que no termina de asentar sus
gordas posaderas en el escañil que le tocó en suerte. -Pero es que además si no fuera por la
necesidad que tenia la reina regente de la ansiada bula...., desde luego mas de uno pensó que
Bonifacio se merecía lo que a poco le ocurrió, porque conociendo la situación de la familia real, se
aprovechó de forma ruin y artera al exigir una cantidad de dineros tan desorbitante, máxime sabiendo
las penurias por las que se pasaba aquí. Como se podía esperar, la reina hubo de recurrir a las
Cortes y aún con la ayuda de estas no bastó por lo que fue conocido que fue auxiliada por un
préstamo de D. Alonso Pérez de Guzman, uno de los pocos amigos que le quedaban, que le cedió
toda su plata labrada hasta reunir millón y medio de maravedises, que junto con el resto, engrosaron
las arcas del a posteriori denostado Bonifacio. ¿Se puede entender la avaricia y la falta total de
escrúpulos de un padre la Iglesia?-
- Bien, Rodríguez-, Interrumpe Yáñez antes de que los comentarios de los presentes le alejen
del hilo de la historia. -Aquí no enjuiciamos la rapacidad de la Iglesia sino los avatares que
acontecen. ¿Entendéis ahora? Cuando al fin, al cabo de los años y al precio que sea, la reina regente
consigue la santificación de su matrimonio y dar un viso de legalidad a los derechos de su hijo, venís
a decirnos que se van a anular los hechos del difunto papa y por lo tanto que la legitimidad real
volverá a estar en entredicho. ¿Comprendéis nuestra preocupación? No quiero decir que con la
legitimación matrimonial todos sus enemigos acallaran sus voces porque aún queda el asunto de los
de la Cerda, pero al menos el joven Fernando empezaba su reinado con un cierto apoyo moral del
que antes carecía. Aún así seguimos hundidos en el caos por las ambiciones desmedidas de la
nobleza, ya sean los Haro, los Lara, los Castro, los diversos infantes u otros de la misma laya como
los reyes de Aragón y Portugal que se aprovechan de la debilidad real para llevar a cabo toda suerte
de desmanes-
-Si queréis entender la situación por la que pasa el reino- Es Moniz que abandona su posición
contemplativa y se une al grupo. -Os puedo recitar casi de memoria la petición del pasado mes de
abril, de los procuradores de los concejos de Valladolit, Segovia y Salamanca. ¡Escuchad!:
"Informamos a su Majestad que la tierra es cada día mas yerma y pobre. La justicia y la
administración son malas y no se avienen a los fueros. Los nobles abusan y por do quiera que pasan
exigen yantar y posada injustamente. Los tenentes de los castillos roban los campos y burgos
próximos. Los oficiales del rey no pagan los alimentos que exigen. Los jueces entregadores de la
Mesta no se hacen cargo de los daños que causan sus cabañas de ganado que arruinan nuestras
cosechas......" Por cierto que podría continuar de esta guisa si os interesa. Y aún ahora el campesino
come, pobremente pero come, pero es que no hace mas de cuatro o cinco años os juro que la pobreza
y el desamparo eran tales que se supo de mucha gente que muriera por no tener que llevarse a la
boca-.
-Nos estáis hablando de pobreza extrema en el campo, abuso de la nobleza y carencia absoluta
de autoridad real-.
-Así lo entendemos, sin duda. Estamos pasando años muy difíciles y duros y lo que os dice
Moniz es cierto- Yáñez toma de nuevo la palabra. -Hubo pueblos enteros que morían de hambre sin
esperanza ni ayuda ante la total indiferencia de los poderosos que aún pretendían seguir esquilmando
a los desamparados con abusos y malfetrias por lo que no fue extraño que los pueblos se
abandonaran y los campos quedaran sin labor por falta de hombres que los trabajaran. Y aún os juro,
y pongo pos testigos a Moniz y a Rodríguez, aquí presentes, que en nuestras encomiendas y aún en los
peores momentos, no faltara al siervo más humilde un puchero caliente que llevarse a la andorga.
¡Por la sangre de Cristo!..... Pero volvamos al tema. Es menester que al menos la reina madre esté
informada de lo que acontece en Roma a la mayor brevedad y antes de que estos despropósitos sean
un hecho y lleguen a oídos interesados que quieran utilizarlo en beneficio propio-.
-¿Y a vuestro juicio que consideráis oportuno que se haga?
-No veo otra solución que ir a la corte en Valladolit y buscar a la reina Maria de Molina, que
no se hallará muy lejos de su hijo el rey-
-¿Y quien mejor que vos para informarla si sois su amigo y consejero desde hace años?-
pregunta Moniz.
-Si. Es cierto que Maria de Molina me ha honrado desde hace tiempo, no solo a mí sino a la
Orden, con su confianza, hermano Moniz, pero también sabéis que llevo tiempo apartado de la corte
especialmente desde que el rey Fernando alcanzó la mayoría de edad.
- Pero estamos ante un caso grave que ella sabrá apreciar, y porqué no, también el rey puesto
que a él también le atañe.- Moniz hace una pausa y se dirige a los recién llegados. --Sabed que
nuestro maestre Rodrigo Yáñez tuvo notoria influencia en la corte, especialmente en tiempos de
Sancho el cuarto, al que ayudamos en sus hechos guerreros. Fue nombrado, junto con los cancilleres
Alfonso Godinez e Isidro González, camarero mayor del infante D. Fernando al que llego a acoger
durante un tiempo, junto con su ayo Fernan Pérez, en nuestra sede de Zamora.
-Si, estos hechos son de todos sabidos, pero de eso ha pasado mucho tiempo amen de que
parece que se os han olvidado las diferencias que tuve con el infante D. Juan, su tío. De todos modos,
Moniz, creo que tenéis razón y que mi presencia nos llevaría mejor ante la Reina. Debo dejar de lado
mis dudas y ayudar en la empresa. Quizás así pueda olvidar un poco las últimas noticias recibidas o
los aconteceres futuros.
-Solo habláis de la reina madre- Inquiere Xavier.
-Es cierto y tengo dos razones para ello, la primera, como ya os dije antes, es que la reina
María, siempre nos ha honrado con su amistad y consideración y la debemos por tanto nuestra
atención mientras que el rey Fernando hace tiempo que se ha olvidado de nosotros, sospecho que
porque anda muy mal aconsejado, pero es que además, hasta el presente, la reina madre ha
demostrado ser mucho mas diestra que su hijo sobre todo para manejar esta suerte de situaciones.
Ella seria la que, si lo considerase oportuno, avisaría a su hijo o buscaría la manera de paliar en lo
que se pueda los acontecimientos futuros-.
-Paréceme, señor que el rey Fernando no se ha ganado aún demasiado respeto entre sus
súbditos- Es Martín el que inquiere.
-Tenéis razón, hermano. Admitamos que sus hechos no le ayudan. ¿Quizás su juventud o su
inconstancia? Pero es que ya no es tan joven. ¡Veamos si os lo puedo explicar!: El rey tiene ahora
ventidos años y casó hace cinco con Constanza, hija del rey Dionis el portugués, quizás pensando que
podría contar con él para sus planes pero el hecho es que su suegro es uno mas de los que andan
incordiando y pretendiendo mover fronteras que en otras circunstancias no se atrevería a cuestionar.
Conocí al rey como joven de buen talante pero antojadizo y caprichoso. Fácil al halago y desde luego
sin el carácter y decisión de su padre, que sin duda fue hombre notable, ni la prudencia de su madre,
gracias a la cual y sin ninguna duda, hoy ocupa el trono. Sabemos además que anda muy mal
aconsejado por su tío, el infante D. Juan, que por mor de sus propios intereses lo está convirtiendo en
un títere y enemistándolo con los hombres más poderosos del reino. Desde luego tengo
meridianamente claro que no tiene el carácter necesario para los momentos actuales-. Yáñez termina
la exposición y Moniz toma la palabra.
-Deberemos aceptar que las razones del maestre son cabales y por lo tanto parece conveniente
que los que viajen a la corte sean alguno de vosotros que conocéis los hechos en profundidad y el
maestre que os abrirá las puertas de palacio. No nos olvidamos de que acabáis de arribar de un largo
viaje y os merecéis un descanso, aunque si bien se mira, lo que os estamos pidiendo ahora es
cómodo y fácil si lo comparamos con vuestra aventura anterior. Si se me permite, yo sugeriría que ya
que se les concedió licencia para ir sus lares y reunirse con sus allegados, se les permitiera visitar
sus casas por unos días y luego, sin dejar pasar demasiado tiempo, porque la premura es importante,
los dos que se encuentren mas cercanos a la corte se encuentren en esta y juntos busquen a la reina
madre donde quiera que se encuentre. Vos Xavier, solicitasteis llegaros hasta las cercanías de Faro.
¿No es así hermano?
-Así es pero sabed que estoy a vuestra disposición para lo que dispongáis-
-Lo damos por hecho pero en vuestro caso os ocuparía mucho mas tiempo que el que emplearían
los hermanos Martín y Gilles que a la postre estarán mucho mas a mano. También se me ocurre que
las nalgas del hermano Xavier, mas joven y por lo tanto menos habituado a estos lances, ya deben
estar mas que hartas de los lomos de un corcel, mientras que para nuestros hermanos Martín y Gilles,
por lo que sabemos, no será mas que un liviano paseo en su agitada historia. ¿Estáis de acuerdo
Maestre?- La turbación de Xavier ante el último comentario es evidente y arranca mas de una sonrisa
entre los presentes pero entiende la lógica de la propuesta y en su fuero interno la agradece y la da
por buena.
- Lo que dice Moniz tiene sentido porque nosotros tres seriamos suficiente para llevar a
cabo la tarea que nos imponemos y de éste modo evitaríamos a Xavier un recorrido tres o cuatro
veces más largo que también supone tiempo...... Hermanos Martín y Gilles. ¿Es pediros demasiado
si, después de visitar a vuestras familias os encontráis conmigo en el convento de Sn. Juan, en
Valladolit, digamos en diez u once días.
-Martín y Gilles se miran y es Gilles el que responde: - Se hará como deseáis, señores-
-Pues así queda acordado- Yáñez pone punto final a la reunión. - El hermano Xavier tiene
licencia para visitar a sus mayores en la Gallaecia y quedarse a las órdenes de nuestro hermano Lope
Pérez, comendador de Faro mientras vos, Martín y Gilles, haréis lo propio en vuestras tierras y al
cabo de, pongamos diez días, nos encontraremos en Valladolit y pediremos licencia para
entrevistarnos con la reina madre que solo será informada de los hechos que la conciernen, el resto
como todos sabemos es cosa nuestra.
Esa misma tarde el capellán Alvito que tiene a su cargo el complejo sistema de mensajerias,
recoge dos palomas mensajeras que vuelven a su cuidado y que les traen noticias. Es el medio más
común empleado desde que se recuerda y que exige un trasiego e intercambio de aves constante a
cambio de una fluidez y rapidez que por otros medios les llevaría meses. Las comunicaciones entre
las bases templarias se reciben cada dos días y de inmediato son enviadas a su vez a los más
cercanos que continuaran el proceso, dependiendo su expansión del interés o alcance del mensaje.
En este caso la información se ha originado en el Vieux Temple del lejano Paris y data de varios
días atrás. Es lacónica y fría, lo que puede hacer pensar en un principio que se ha considerado la
posibilidad de que fuera interceptada. Tampoco hace mención, por supuesto, a nada relativo a las
inquietudes que aquejan a la Orden y la única novedad sobre los sucesos de los que ya se tiene
noticia informan que el Gran Maestre Jacobo de Molay ha estado en Paris apadrinando a uno de los
hijos del Rey franco y después, a finales de Abril, se ha encontrado con el Papa en Poitiers. Este le
ha solicitado un expediente que deje patente la pureza de la Orden porque le están llegando noticias
de graves acusaciones de herejía y otros actos abominables que se achacan a los freires templarios.
Y lo mas preocupante es que uno de los acusadores mas insistentes es el Inquisidor General del reino
franco, un dominico llamado Guillermo de Paris que es a su vez confesor del Felipe IV y por lo tanto
presumiblemente al servicio de éste. La información termina sin más pero en las peculiares
circunstancias en que se encuentran los representantes del Temple reunidos en Ponsferrata, da origen
a enconadas polémicas y opiniones diversas. Otro tanto debe ocurrir dentro del ámbito templario en
otros muchos lugares del mundo.
Se sigue alimentando la controversia: por un lado el Gran Maestre, desoyendo las voces que
le avisan del peligro, se llega hasta el Vieux Temple en Paris, puerta con puerta con los ministros
que están buscando su ruina en la corte del Rey Felipe que a su vez le honra, lo que parece desmentir
los peores augurios y hace pensar que en absoluto es el mismo Rey que persigue la disolución de la
Orden, pero por el otro se confirman las presiones que recibe el Papa, incluidas ahora los del
Inquisidor General franco y que no pueden ser otras, dada la información que se posee, que las
auspiciadas por el monarca franco y su ministro Nogaret. Solo cabe inferir que o bien el Rey Felipe
el Bello es un redomado hipócrita que ha atraído hasta su cubil al Gran Maestre para tenerlo a mano
en el momento oportuno, o que las maquinaciones y presiones al Papa Clemente de las que se tiene
noticia tienen otro fin que se escapa a los que se temen lo peor. No hay respuesta y cada cual tiene su
propia teoría al respecto. De lo que nadie duda es que la conducta del Gran Maestre es osada,
peligrosa y carente de lógica. Hay una cierta unanimidad en considerar que a pesar de la seguridad
con la que actúa Molay, tentar la suerte en los momentos actuales es, cuando menos, insensato.
Los dos días siguientes los comendadores llegados a Ponsferrata fueron abandonando el
lugar y aún hubo tiempo para las elucubraciones, discusiones acerbas y opiniones diversas. No hubo
alegría en las despedidas y los abrazos porque volvían con el corazón encogido por la duda. Cada
uno vuelve a su tarea pero ésta de repente ha perdido la urgencia que tenia porque ninguno sabe si
tendrá tiempo para terminarla. Según como rueden las cosas se recobrará la confianza y se olvidará
lo ocurrido como un mal sueño. Según como rueden las cosas........pero es que siempre hubo un futuro
y una misión y ahora no saben si queda algo delante de ellos.
Ha habido también un acuerdo secreto con relación a los caudales que les han llegado
inopinadamente. Se pondrá a buen recaudo y nadie fuera de los presentes sabrá nunca nada sobre el
destino que se dará al botín de metales preciosos que llegaron a Ponsferrata. Lope Pérez vuelve a su
encomienda de Faro y se lleva con él al joven Xavier que se despide de Martín y Gilles con los que
ha compartido los últimos meses. Era el más joven de los tres e inexperto en las lides guerreras, a
cambio era el más culto y había vivido en los círculos de la Santa Sede y Paris. Compartieron
muchas horas de conversación y por él habían conocido toda la ambición y miseria que se cocinaba
entre la curia de los altos dignatarios eclesiásticos. A pesar de que no hablaron demasiado de ello
delante de los otros, se hacían de cruces pensando que quizás en poco tiempo y si los
acontecimientos venían mal dados, el Temple mismo seria juzgado por personajes totalmente
indignos, ajenos a todo lo que no fuera sus intereses terrenales y carentes totalmente de la gracia
divina. La despedida también fue triste aunque con la promesa formal de que se buscarían de nuevo,
en el mejor de los casos, en cualquier tipo de circunstancias. Gilles también se despidió de Martín,
pero en este caso fue más sencillo porque se deberían ver en diez días. El occitano aprovechando la
proximidad, visitaría a los que quedaran de su familia en las cercanías de Burgos y luego se dirigiría
a la corte donde volverían a encontrarse para cumplimentar la tarea que se les había encomendado.
A la octava mañana de su llegada a la fortaleza de Ponsferrata, Martín recuperó a Ferran al que
se habia mantenido al margen de los últimos acontecimientos, y en sus caballos y con sus parcas
pertenencias, básicamente las armas y ropa de repuesto que cargarían dos acémilas, abandonaron el
Bierzo y se pusieron en camino con destino a las tierras y las gentes que les vieron nacer. Amanecía,
soplaba el algarve y el día estaba despejado y frío. Los corceles se movían inquietos y nerviosos
después de tantos días de inactividad pero no más que sus propios dueños por más que hicieran lo
posible por disimularlo de cara al otro. Se habían propuesto la ruta que les llevaría por Astorga, la
Bañeza, Benavente, Zamora, donde cruzarían el rió Duero y de allí a las sierras de Sayago donde se
encontraba la heredad que ahora pertenecía a Artal de Lope, avisado de su llegada gracias a los
buenos oficios de los freires de Ponsferrata. Ahora sí harían noche en las encomiendas o fortalezas
de la Orden que les pillaran de paso pues de este modo se sentirían mas protegidos y recibirían toda
la ayuda que por algún motivo precisaran.
La relación entre el freire Martín y el armigeri Ferran se establecía en base a los preceptos de
la Orden que establecían la subordinación del uno al otro aun primando la hermandad y el buen
compañerismo propios de los principios del Cister en los que se basaban. En combate era donde se
apreciaba una diferencia mas sensible en cuanto a que el caballero debería estar siempre en primer
lugar aunque era entendido que en el fragor de la batalla no siempre era posible establecer tales
prioridades y esta norma había dado lugar a jocosos comentarios de Ferran en cuanto a que el tamaño
de su señor le había permitido refugiarse tras el en mas de una ocasión sin que el freire se enterara.
Ambos sabían que aquello no era más que una broma y que la bravura de Ferran, cuando las
circunstancias lo requirieron, corrió pareja a la de su señor sin ninguna duda y Martín recordaba y
recordaría siempre que la ayuda y los cuidados de Ferran le mantuvieron vivo en la huida de Acre.
La relación, por tanto, entre Martín y Ferran había sido y era de confianza en las facultades del otro
y de amistad jalonada en los largos años que llevaban juntos.
Les fue fácil comprobar lo inseguros que eran los caminos. Los malhechores abundaban y se
movían con total impunidad sin miedos ni temor. A los pocos personajes con que se tropezaron en el
camino se los veía temerosos y formando grupos protegidos por gentes de armas con la esperanza de
que el numero hiciera desistir a los posibles salteadores que a menudo se adivinaban mas o menos
distantes o semiocultos entre la maleza y los bosques a la vera de los caminos, esperando sorprender
a los desdichados que por numero o condición supusieran un botín seguro. La presencia de dos
fornidos jinetes sobre pesados caballos, aunque arrastraran dos acémilas, no animaba a los
merodeadores sobre todo considerando que eran visibles las armas que colgaban de las altas
cabalgaduras. Ambos se cubrían con capotes pardos de armigeri sin distintivos pero era fácil
adivinar que bajo las vestiduras externas vestían la cota guerrera que asomaba por las mangas y
cubría sus rodillas. Se unieron en dos ocasiones a grupos de caminantes que les pillaban de paso y
que también les tranquilizaban a ellos que no deseaban tentar la suerte.
Pasaron la noche anterior a su llegada a Zamora en la fortaleza templária de Alba de
Carbajales. Tanto Ferran como el caballero sabían que la ciudad tenia un peculiar significado para
este y aunque no hablaron de ello, estuvo presente entre ambos cuando cruzaron sus murallas por el
Postigo de la Reina y se adentraron dando un rodeo hasta la plaza, donde se encontraba la iglesia de
San Juan y que llamaban, aun lo recordaba, de la Puerta Nueva, porque separaba lo que había sido la
ciudad primitiva, recogida dentro de la muralla, del resto de los suburbios que se habían erigido a
posteriori. El burgo había crecido como era de esperar y se respiraba un cierto aire de prosperidad y
señorío. Hubieron de descabalgar y llevar los animales del ronzal, y aún así no se escaparon de las
airadas protestas de los que se tenían que apartar al paso de las cabalgaduras. Fue en la calle Mayor
y dirigiendo la marcha Martín cuando ocurrió algo que sorprendió al freire por lo extraño. Se abrían
camino entre un grupo de lugareños cuando a éste le aquejó una rara sensación, un sobresalto
insensato que lo enervó sin que pareciera haber motivo para ello. Se giró con rapidez sin saber qué
buscaba y su mirada se cruzó con la de una muchacha joven que le observaba con persistente
interés. Sin duda era agraciada y vestida con donosura, alta, de cabello trigueño y de formas bien
definidas a pesar de sus facciones infantiles, pero lo que le llamó la atención de una forma especial
fueron sus ojos, claros y luminosos fijos en él sin ninguna duda, y no supo apartar la vista del mismo
modo que ella tampoco la apartaba de él. Ferran que le iba a la zaga, también se obligó a parar y vio
el cruce de miradas pero no dijo nada y esperó. Durante un espacio de tiempo que no supo precisar,
de forma inconsciente por parte del freire y con lo que le pareció rara insolencia por parte de ella, se
observaron hasta que él, dándose cuenta de lo inusual de la situación, con un esfuerzo, retiró la
mirada y reinició su andadura alejándose de ella, sin embargo no pudo evitar volver la vista atrás, y
comprobó que la muchacha, inmóvil, le seguía mirando con fijeza. Una idea le vino a la cabeza y en
un tris estuvo de acercarse a ella, pero luego lo pensó mejor y continuó su andadura sin más. Ferran
se arrimó a su señor-¿Quién pudo ser?-. El freire, ensimismado, respondió: -No lo sé-. Y no hubo
más. Pasaron por delante de la iglesia de San Pedro y continuaron por el Carral. Martín, sin detener
el paso vio el conocido cason de piedra que debería seguir perteneciendo a los Carro y que de algún
modo relacionó con el suceso que le había acaecido hacia solo unos momentos. No hubo ningún
comentario ni se detuvieron hasta llegar cabe el castillo, en la plaza de la Rua donde se encontraban,
al lado de la puerta de Olivares y arrimado a la muralla, la rectoral y el convento del Temple que era
a la vez residencia del maestre provincial Yánez al que habían dejado en Ponsferrata sin duda
preocupado y tratando de buscar acomodo para los preciosos arcones que le habían llegado sin
esperarlo. Allí pidieron cobijo para ellos y las cabalgaduras. Aquella noche fue un poco mas parca
en conversación que otras y el freire tardó más tiempo del normal en cerrar los ojos.
La mañana siguiente amaneció desapacible. Negros nubarrones presagiaban lluvia y soplaba un
viento frío y duro. Sin más abandonaron el burgo y arrebujados en sus capotes cruzaron el Duero
rumbo sur. Pasaron Cabañales y llegando a la Puebla del Sepulcro el viento y la lluvia les obligaron
a buscar refugio. Entre unas casuchas en medio del páramo una posada se les ofreció a la vista con
unos establos secos y amplios donde dejaron a las caballerías abrigadas y con buen pienso. Allí
mismo encomendaron al cuidado del gañan las armas y después se cobijaron en el figón que estaba a
rebosar de otras gentes que como ellos buscaban resguardarse del inclemente tiempo. La temperatura
en el interior era cálida gracias al hogar en el que ardía un buen fuego que mantenía calientes un par
de calderos humeantes. El espeso olor a condumio y vino agrio se mezclaba con el del humo de la
madera quemada y la lana mojada. A la mortecina luz de los candiles se miraron y sin más buscaron
dos huecos en una de las mesas cercanas al fuego, apañaron dos tajuelos y se unieron a los
comensales. Al cabo de un rato se les sirvió una generosa ración de puchero, un buen trozo de pan y
una jarra de vino aguado que no supieron desdeñar. En la misma mesa y enfrente, dos desconocidos
de buen vestir y ademanes comedidos se aplicaban también a la pitanza y conversaban en voz baja
arrimándose las cabezas para hacerse oír entre la barahúnda de gritos y conversaciones que flotaban
en el lugar. Todo transcurría con normalidad hasta que en algún momento se abrió la puerta exterior
del figón y entraron dos personajes que empezaron a sacudirse el agua que goteaba de los capotillos
bajo los cuales pudo verse que portaban espada. A continuación miraron a su alrededor y después de
un breve conciliábulo se dirigieron al mozuelo que servia en las mesas y señalando la que ocupaban
entre otros el freire y Ferran, se les escuchó decir con acrimonia:-"Mozo, advierte al mesonero que
llegan cuatro alguaciles reales que tendrán a bien yantar en esta posada y en la mesa que hay cabe
el fuego por lo que deberá dejarla limpia de inmediato". ¡Vamos, muévete que están al llegar!-
Martín, con la cabeza baja y aplicado al guiso no observó la escena, pero Ferran, mas atento a
lo que le rodeaba, vio como el muchacho se quedaba parado durante un momento y después, con cara
de susto desaparecía en la cocina y volvía al momento tirando del que debía ser el mesonero, corto
de talla y prominente estomago que cubría con un amplio delantal con el que se limpiaba las manos.
Este se plantó con cara de temor delante de los recién llegados y después de escucharlos miró hacia
donde apuntaban estos e hizo un gesto negativo señalando a los comensales. De los ocupantes de la
mesa solo el armigeri había seguido el incidente y observó como los dos personajes, sin hacer caso
al posadero y pisando fuerte se dirigieron hacia ellos y con un tono de voz con pretensiones de no
admitir réplica les conminaron a abandonar la mesa de inmediato y buscarse otro sitio. Las cabezas
se levantaron hacia ellos, y hubo alguno que sin esperar a más hizo ademán de coger su escudilla y
su cuchara de madera y mirar alrededor. Los más se hicieron los sordos y siguieron a su labor. Los
dos personajes que ocupaban la mesa enfrente del freire y de Ferran hicieron un gesto despectivo,
bajaron de nuevo la cabeza y continuaron con la pitanza sin más. El gesto no pasó desapercibido a
los recién llegados y uno de ellos cogió de la nuca al más cercano, ya entrado en años, y con malas
maneras y gesto airado trató de levantarlo de la mesa. Hubo un momento de confusión porque la
puerta del exterior volvió a abrirse y entraron de nuevo otros personajes que sin duda eran los
alguaciles y que también se sacudían el agua que mojaba sus capotes mirando alrededor con aire
suficiente.
Cuando Martín quiso reaccionar, ya Ferran había tomado cartas en el asunto y sin mas
preámbulos se había incorporado y con férrea mano sujetaba el brazo del que trataba de levantar al
comensal mientras que de la mesa se alzaba un murmullo de desaprobación y disgusto. Fue un visto y
no visto. El agresor hubo de soltar al comensal y un momento después se sintió empujado con tal
fuerza que trastabilló hacia atrás y cayó entre las otras mesas sin que por fortuna causara más daños
que los de su amor propio lesionado mientras que su compañero daba un paso hacia atrás y hacia
ademán de desenvainar su espada. Tampoco tuvo suerte. Esta vez fue Martín el que se levantó con
diligencia y arrimándose al que pretendía sacar el arma, le golpeó con fuerza en la cara y luego, sin
darle tiempo a más, se arrimó a él y le atenazó los brazos inmovilizándolo.
- ¡Escucha necio!- El freire miró de arriba abajo al esbirro que sangraba profusamente por
nariz y boca. -Aquí se viene a comer y no son necesarias las armas, y si no lo entiendes, ¡Por los
clavos de Cristo!, te auguro una pronta muerte-. Ya fuera el tamaño del freire, ya el tono de sus
palabras, el hecho es que el pendenciero forcejeó para soltarse, y entre gemidos retrocedió dejando
en paz la espada y echándose las manos a la cara ensangrentada mientras miraba con temor a su
alrededor. Su compañero no tuvo tiempo de incorporarse porque Ferran se le echó encima y a la vez
que le ponía sin muchos miramientos la daga templaria en el cuello le dijo algo que quedó
entrambos, el caído chillo y un hilo de sangre le recorrió el cuello mientras que a su alrededor se
alzaban los gestos y gritos de desprecio de los que los rodeaban. El posadero, distante y confundido
miraba a unos y otros y seguía restregándose las manos con el delantal sin saber que hacer mientras
el grupo que acababa de entrar, soberbios y autoritarios, después de intercambiar algunas rápidas
frases con los dos sayones escarmentados, destacaron a uno de ellos que dio unos pasos en dirección
a la zona del conflicto y no bien consideró que seria oído, increpó a Martín a la vez que recorría con
mirada altiva el tugurio:
-¡Desgraciados, no sabéis lo que habéis hecho!...., ¡Habéis maltratado a los servidores de los
alguaciles reales y esto os va a acarrear graves desgracias de las cuales solo vosotros sois
responsables!.....- El que había alzado la voz era sin duda singular. Grande y orondo, de mediana
edad, más parecía el abad de un convento que un alguacil si es que lo era. De voz tonante y
ademanes ampulosos, vestía coturnos manchados de fango y adornada y vistosa carmañola bajo un
capuz de buen paño también húmedo. Sus facciones gruesas y abotargadas daban la impresión de
disolución. .....-Con vuestra conducta habéis traído la desgracia a éste chiscón y os exigimos de
inmediato que dejéis libre aquella mesa para que comamos si queréis que generosamente olvidemos
el incidente.-
Aquello fue demasiado para Martín que olvidó al aterrorizado lacayo y se dirigió al portavoz
de los alguaciles entre los gritos de mofa de los que participaban en la escena, aunque, eso si, sin que
ninguno mostrara intención de cooperar. La expresión del freire no presagiaba nada bueno cuando a
un palmo escaso de la fláccida cara y con voz baja y lúgubre le respondió:
¡Escúchame, espadon! ¡Ni aunque fuerais el almotacén real, tenéis ningún derecho a irrumpir
del modo que lo habéis hecho en este honrado mesón! ¡Ni vos ni vuestros sayones!- La petulancia y
rapacidad de aquellos espantajos engreídos le estaba sacando de sus casillas y notó como la ira se
apoderaba de él -¡Y lo peor es que estáis colmando mi paciencia y por ende la del resto de los
comensales!- Ferran, con la practica de muchos años, se mantenía detrás del freire con la daga en la
mano y mirando aparentemente distraído a su alrededor….. -Así que os doy dos opciones: nos pedís
disculpas por vuestra estúpida arrogancia, y si os las aceptamos, esperáis vuestro turno para que os
sirvan, pagando el servicio, por supuesto, o si vuestro alto rango no os lo permite, os marcháis por
donde habéis venido, y nosotros olvidaremos el incidente y podremos terminar la pitanza en paz.
¡Pero decidid rápido que, ¡por Dios!, se me acaba la paciencia!- Hubo un momento de silencio
mientras el badulaque retrocedía a trompicones con el temor pintado en el rostro, se llegó entre los
que le acompañaban y cuando se sintió mas seguro y a cubierto, lanzó el anatema: -No se quien sois
pero os juro que esta afrenta os ha de costar cara. A vos y a los que os corean -.
Por un momento se le vino a Martín la idea de arrimarle al deslenguado un poco de estopa,
luego dominó su ira y fue capaz de ver lo cómico de la situación y reaccionó: -¡Ira de Dios!, Vuestra
suerte es que no soy mas que un hombre piadoso, porque de otra guisa ya os habría rebanado el
gaznate- y se dio la vuelta mientras que las carcajadas se extendían por el local y el grupo de
alguaciles, o lo que fueran, y sus sayones abandonaba con prisas el tabuco. Martín y Ferran se fueron
a su mesa, se sentaron en silencio y continuaron la pitanza aún sabiéndose observados mientras el
mesonero, con el temor en el rostro, les arrimaba otra jarra de vino y preguntaba con untuosidad si
sus mercedes deseaban que les llenara de nuevo la escudilla.
-¡Contad con nuestro agradecimiento, templarios!- La voz baja y cálida les llegó de enfrente y
al levantar la mirada se encontraron con la sonrisa de los dos vecinos que habían dado origen al
incidente y que los observaban con curiosidad y respeto.
-¿Que decís?- Ferran los miraba sorprendido.
-Que os damos las gracias y que por vuestra conducta debo inferir que sois templarios. Al
menos juráis como ellos. Pero no deseo engañaros ni haceros creer que soy un zahorí. Cuando os
levantasteis me pareció ver la claim que vestís bajo el capote. ¿He acertado?-..... Ante la falta de
respuesta continuó. -En cualquier caso la dignidad de vuestra conducta se me hace propia de una
orden militar y os agradecemos vuestra defensa porque como podéis observar no somos hombres de
armas y no habríamos sabido responder a la fuerza.- El que así habló mientras el otro sonreía, era el
de más edad, enteco y de facciones que se adivinaban dignas, bajo un sombrero de buen fieltro que le
ocultaba parcialmente el rostro.
- No le deis ninguna importancia porque no se la merece-. Martín no supo que decir y se sintió
un poco incomodo ante el cumplido. -Os rogamos que nos perdonéis nuestra rudeza, no damos
ejemplo comportándonos como lo hemos hecho pero es que esos badulaques y su soberbia irritan a
un santo, y nosotros no lo somos. Insisto, perdonadnos el alboroto-
-¡Muy al contrario! Nos habéis hecho felices a todos dando su merecido a aquellos viles que
aprovechándose de prebendas dudosas, usurpan derechos indignos y pretenden avasallar a los que
les rodean. Desgraciadamente en estos tiempos que corren no es extraño ver conductas tan inicuas
como las que han acaecido aquí y no siempre podemos contar con un par de valientes que les pongan
en su sitio. Permitid que nos presentemos: somos los representantes concejiles del burgo de
Plasencia y volvemos de Valladolit donde hemos asistido a las Cortes Generales que ha convocado
el Rey. El caballero que me acompaña es mi sobrino y su nombre es Fernán Pérez del Bote, el mío
es Fernan Pérez de Monroy y ambos nos consideraremos muy honrados si aceptáis nuestro
reconocimiento. Diversos asuntos nos retuvieron en la Corte mas tiempo del conveniente y por ese
motivo perdimos la escolta que como habéis podido observar es preceptiva cuando se mueve uno por
estas tierras de Dios-.
-Os agradecemos vuestra gentileza. A pesar de haber nacido en estas tierras, por cierto muy
cerca de aquí, hemos estado alejados de éstos reinos y nos sorprenden hechos como el que acaba de
ocurrir. De todos modos debéis creernos si os decimos que la injusticia y los desmanes no son
privativos de nadie y se encuentran por doquier-
-¡Sin duda. Sin duda!- Es el joven el que mete baza mientras le observa su tío. -Pero no es fácil
creer que se llegue a los extremos a los que se está llegando aquí- Hace una pausa para dar un tiento
a la jarra de vino que luego pasa a su compañero y continua: -Ya nadie respeta a nadie y no hay
camino libre ni hacienda segura, y todo por la falta de autoridad real, debida en buena medida a un
rey indeciso y a tres pretendientes al trono con los que juega una nobleza con demasiado poder y
muy pocos escrúpulos. Precisamente las quejas han sido unánimes en todos los Concejos que hemos
asistido a las Cortes, y Sancho Sánchez de Velasco que ostenta en estos momentos el titulo de Merino
Mayor del Reino ha admitido el quebranto del orden público y la falta de justicia y ha jurado poner
coto a tales desmanes aunque todos sabemos que poco puede hacer, porque se tendría que enfrentar a
los ricos hombres que son, no tenemos duda, los causantes de los males que nos asolan y de los que
ellos sacan partido. Considerad solamente que cuanto menor sea la autoridad real, mayor privanza
gozan ellos- termina la perorata y satisfecho y sin bajar la cabeza se aplica a la cuchara sin empacho.
-¿Nos estáis diciendo que no veis arreglo a la situación?-
- En los momentos que vivimos, no es de esperar, por mucho empeño que ponga Sancho Sánchez,
que aunque parece cabal, a la postre lo que pretende es mantener el cargo contemporizando con todos
los grandes por no indisponerse con su señor, que todos sabemos que no es otro que el omnipotente
Diego de Haro, señor de Vizcaya. Es que hasta la Iglesia, por boca de el mismo Don Gonzalo,
Obispo de Toledo y primado de España, en vez de exigir a los poderosos, entre los que sin duda se
encuentra, el fin de sus desmanes, no solamente no se ha puesto al lado del débil que es el que mas
pena en éste estado de cosas, sino que ha exhortado a la nobleza pidiéndoles mano dura para con los
campesinos y hombres de labor porque, aduce, hay demasiada holganza entre ellos y se preocupan
mas de satisfacer sus apetitos, me imagino que se referiría al comer a diario que es a lo que
malamente les llega, olvidando sus deberes religiosos, que por cierto no son otros que el pago de los
diezmos y alcabalas que la iglesia les exige- La jarra se mueve entre tío y sobrino mientras
continúan las quejas.
-Desde luego la situación que pintáis no da lugar a muchas alegrías-.
- Es que no las vemos. Cada vez que se nos convoca a Cortes, por lo que se refiere a los
Concejos, ya sabemos que se nos van a pedir mas dineros e imponer mas deberes. ¿Y qué recibimos
a cambio? ¡Nada!. Cuando no agravios y desaires.- Fernan Pérez de Monroy, con la boca llena,
hace un gesto de pesar y cambia el giro de la conversación. -Por cierto, no está mal, no, el puchero
de éste mesón...... De todos modos, señores, tampoco queremos amargaros vuestro tiempo con
nuestras cuitas. ¿Podemos preguntaros si la lejanía de estos reinos a los que hacíais referencia os ha
llevado muy lejos?.......-
Aquella noche el temporal no amainó y con licencia del posadero descansaron a cubierto,
compartiendo el heno del establo con sus cabalgaduras y enseres. Al día siguiente, a poco que el
tiempo les ayudara, saldrían de amanecida y llegarían a sus tierras y volverían a estar con sus gentes.
AUTREMER 1.287, annus domini
No era hombre de mar aunque la había conocido y sin embargo cuando llegamos a la
Provenza y recalamos en Marsella desde donde embarcaríamos para Tierra Santa ó autremer como
decían los caballeros francos que fueron nuestros compañeros de viaje, me encontré con un burgo
protegido por recias murallas, según contaban de la época de la antigua Roma, y diferente de los que
había conocido hasta entonces porque parecía vivir solo para el extenso muelle, también protegido
por inclinados lienzos amurallados y lleno de actividad, donde se amontonaban navíos de diferentes
hechuras que entonces me eran desconocidos, largas y afiladas trirremes, pesadas y gruesas
carabelas, otros llamados fustas que aparejaban velas triangulares o latinas, carracas de dos
mástiles, italianas, de las que mas tarde llegué a saciarme..... Desde luego nunca había visto tantos
juntos. También me resultó rara la mezcolanza de olores fuertes, especias raras, pescado seco,
cueros, sebos rancios y otros sencillamente indescifrables. Me sentí extraño entre el ajetreo y los
gritos que no entendía. De todos modos aquello duró escasamente dos días. Después hube de
separarme de mis escuderos y mis caballos y embarcarme, no sin cierto temor, en una de aquellas
naves de tablas siempre húmedas que crujían como si se fueran a romperse y bajo pesadas velas que
restallaban con unos ruidos pavorosos cada vez que el aire las tensaba o la marinería, entre gritos y
muchos esfuerzos, las manejaba a fuerza de brazos. En ningún momento de la travesía me sentí
seguro como en tierra pero según fueron pasando los días llegué a olvidarme de mis miedos y me
contagié del espíritu de mis compañeros de viaje a los que veía exultantes por la certidumbre de que
constituíamos la avanzada de una nueva cruzada.
Llevábamos nueva vida a aquellos que malvivían ya hacia tiempo acosados por los
sarracenos en el otro extremo del mediterráneo. Éramos el principio de la sangre nueva que después
llegaría en grandes buques que cubrirían todo el horizonte como había ocurrido en otras fechas, ya
lejanas, ahora llenos de cruzados francos, aragoneses y anglos que relevarían a los extenuados
defensores que aguantaban, ya con sus últimas fuerzas, las huestes mamelucas. La situación cambiaria
con la ayuda de los tártaros, un pueblo de oriente del que apenas conocíamos nada y que solo tenían
en común con nosotros, parecía ser, el hecho de que fueran cristianos y combatieran al Islam,
incontables y fieros como leones que ya habían mordido desde el oeste al sultán Qualawun, pero que
nos necesitaban para coger entre dos fuegos a las hordas árabes y entre ambas fuerzas, derrotarlas
de una vez por todas.
Se nos había informado de que Alfonso III de Aragón. Felipe de Francia y Eduardo de
Inglaterra habían llegado a un acuerdo con el Khan de los tártaros, Argún, y que Nicolás IV, el nuevo
Papa había dado su bendición. Era cuestión de un par de meses como mucho. Quizás algunos llegaran
antes porque el Rey aragonés era urgido por su temible almirante Roger de Lluria que tenia
abundantes tropas ociosas en el Mediterráneo, a la sazón creando problemas a los angevinos desde
Sicilia.
Aquellos lentos y sucios navíos de los venecianos al servicio del Papado nos arrastraron por
el mar sin piedad y habrían acabado con nuestro ardor religioso si no fuera porque estábamos
dispuestos a soportar todo con tal de llegar y poder decir a nuestros hermanos que sus penalidades
estaban a punto de terminar. Nos acompañaban unas barcazas mas planas y de menos arboladura
pero mas valiosas que las nuestras porque llevaban nuestras caballerías, inestimables en aquella
zona del mundo y que llamaban huissiers. En nuestros buques íbamos rodeados de fardos de todo
tipo, armas, toneles de vituallas que olían a podrido, sal, carnes secas... las bodegas y los puentes
llenos a rebosar y sin espacio para moverse, siquiera para cumplir con nuestras necesidades mas
urgentes. El largo periplo marino nos dejó inermes, sucios y enfermos y sufrimos todo aquello porque
aunque indigno, era necesario.
Y llegó el noveno día de navegación en que se nos dijo que la isla de Chipre estaba a la
vista y suspiramos con alivio. Lo peor había pasado.
Nos desembarcaron en un puerto del sur que llamaron Limassol. Chipre había sido ganada
para la orden del Temple que la mantuvo bajo su jurisdicción durante algún tiempo, por el Rey
Ricardo de Inglaterra ya hacia casi 100 años, después fue cedida a la familia Lusignan y ahora la
regia algún Enrique de la misma rama.
Todo lo que se ofrecía a la vista, a medida que nos acercábamos al puerto, hervía de
actividad. Desde luego lo estaban fortificando y se alzaban lienzos de muralla algunos de los cuales
se iniciaban al lado de la rada, y ya en las colinas de alrededor era visible una fortaleza en avanzado
estado de construcción.
A nuestra llegada se nos informó que el resto del viaje lo haríamos en las naves de la Orden y
efectivamente pudimos ver 4 ó 5 navíos con la enseña del Temple, amarrados pero con actividad en
sus cubiertas.
Las relaciones entre la casa de Lusignan y el Maestre de la Orden, Guillermo de Beaujeu, que
residía en nuestra sede de Acre no pasaban por el mejor momento debido a divergencias políticas
entre los varios personajes de la zona que no entendí, pero en cualquier caso fuimos bien acogidos
por nuestros hermanos que mantenían en la isla un considerable contingente y nos recluyeron en una
vetusta fortaleza que se alzaba no lejos y que a la sazón constituía la base de aprovisionamiento mas
importante del área, lejos de los embates sarracenos. Guillermo de Beaujeu llevaba desde el 73
como Maestre de la orden. Había sido comendador en Apulia y era hermano del Condestable de
Francia Luis de Beaujeu, pariente del Capeto y por lo tanto hombre de la casa de Anjou y como todos
ellos metido en oscuras políticas hasta las cejas. Tenia fama de gran soberbia y terquedad, y se
comentaba que su mayor habilidad era la de crearse enemigos por doquiera que se moviera. En
cualquier caso yo tenía otras cosas de qué preocuparme.
Se nos inquiría ansiosamente si realmente creíamos que debían esperar en breve importantes
contingentes de cruzados y nuestras respuestas eran afirmativas fuera de toda duda y veíamos los
rostros alegrarse y alzarse los ánimos y entendí que la situación en la costa cercana debía ser
angustiosa y que únicamente un milagro podría salvar las posesiones cristianas que se reducían a una
estrecha franja de terreno vecino al mar que comprendía las ciudades de Acre, Tiro, Sidon, Jebail,
Tortosa y Trípoli y Castel Pellerin. Aunque las fuerzas cristianas aún eran considerables y tanto las
fortalezas como las poblaciones estaban bien defendidas, la desproporción de fuerzas era tal que no
les permitía abrigar, si no llegaba rápida ayuda, ninguna esperanza. Sin embargo me dieron la
impresión de que un hálito fatalista se había adueñado de ellos y aguantaban aquella presión con un
cierto pesimismo inherente a los años que llevaban soportándola. Nuestras noticias les alegraban
aún dentro de su descreimiento y nos sentíamos importantes porque aquellos curtidos luchadores nos
escuchaban a pesar de nuestra bisoñez.
Aún se consideraban inconquistables enclaves como Tortosa ó Castel Pellerin, pero es que
antes también habían merecido el mismo calificativo otras fortalezas como el Krak de los germanos ó
Marqab de los Sanjuanistas y ambos habían sucumbido a las zarpas sarracenas. Marqab que se había
considerado siempre inexpugnable había caído hacia escasamente dos años a pesar de la bravura y el
valor con que había sido defendido por los caballeros hospitalarios o Sanjuanistas como los
llamábamos, hasta el extremo de que después de una resistencia tenaz y enconada, sin esperanzas de
ayuda exterior, con sus murallas y torres destruidas y la mayor parte de sus defensores muertos,
aceptaron una honrosa rendición y el mismo sultán Qualawun permitió a los pocos supervivientes,
demacrados y heridos, abandonar la fortaleza con sus pertenencias, armas y caballos, con sus
oriflamas ondeando al viento, dolor en sus corazones y el honor intacto. Y les decíamos a los que
querían oírnos que aquellos sucesos no ocurrirían otra vez. Que una vez mas las tierras desde Siria
al mar Rojo se llenarían de nuevo de cruzados, que expulsaríamos a los infieles y volveríamos a
alzar la cruz sobre el Santo Sepulcro.... y nos miraban dubitativos queriendo creernos, y aún alguna
sonrisa se insinuaba entre las hirsutas barbas de los que nos consideraban demasiado jóvenes para
entender todo lo que ocurría en aquella parte del mundo dejada de la mano de Dios.
Una semana después abandonamos Chipre con dirección a Tortosa, esta vez junto a mis
escuderos Ferran y Yago y en nuestros navíos del Temple, mucho mas compactos que las carracas
venecianas en las que habíamos embarcado anteriormente, y entre los que destacaba por su tamaño el
buque insignia, de nombre el Halcón del Temple. Nos acompañaron dos navíos genoveses que ya
cerca de Tortosa se separaron rumbo a Acre.
En la madrugada del tercer día se divisó la costa. Estábamos llegando a Tierra Santa. La línea
tenue que se divisaba en el horizonte, ligeramente mas azulada que el color del mar que nos rodeaba,
era la tierra de Nuestro Señor. Un clamor se elevó de todas las embarcaciones y nos pusimos de
rodillas y se alzó una oración, repetida hasta el último de nosotros que con las cabezas bajas y el
alma recogida, dimos gracias a Dios:
PATER NOSTER QUI ES EN COELIS
SANTIFICETUR NOMEN TUUM
ADVENIAT REGNUM TUUM
FIAT VOLUTAS TUA
SICUT IN COELO ET IN TERRA…..
Las lágrimas corrieron por nuestras mejillas y olvidamos el cansancio y apareció la fe y nos
abrazamos unos a otros y la visión del fin de nuestro viaje nos convirtió de nuevo en los adalides de
Bernardo de Claraval. Militia Christi. Y me sentí de nuevo lleno de santa ilusión y me enorgullecí
de ser un freire, un Caballero de la Orden del Temple de Jerusalén.
A las pocas horas pudimos observar los detalles de la costa que ya se ofrecía a nuestros ojos
con nitidez. Lo primero que resaltaba por su tamaño era el castillo de la Orden que se alzaba casi
desde el mar y extendía sobre la ciudad su sombra protectora. Estaba separada de ésta por un gran
foso anegado de la propia agua marina y tenia su amarradero al lado de una gran torre que parecía
separada del resto de la ingente fortaleza aunque mas tarde pudimos ver que no era así porque unas
enormes casamatas la comunicaban con el acantilado a través de una poterna ingeniosamente
construida.
Habíamos llegado casi cuatrocientos combatientes. Solo de nuestra orden éramos treinta y
seis freires y alrededor de trescientos escuderos y armigeri, además nos habían acompañado un
grupo de Sanjuanistas luciendo sus cruces blancas en sus capas negras, y otro mas reducido de
Teutónicos, éstos con la capa blanca como la nuestra pero con la cruz negra, que continuarían mas
tarde camino rumbo a Acre donde tenían también sus Sedes. Nos dirigimos a la fortaleza por una
calzada que cruzaba el foso por medio de un puente de madera reciamente construido y entramos por
la única puerta de grandes dimensiones protegida por dos barbacanas, y que se abría entre unos
muros de ingente altura y de extraordinario grosor. Se nos condujo a los cuarteles que estaban
arrimados a la torre mas enorme que jamás viera, flanqueada a su vez por el oeste por otras dos de
menor tamaño, donde se nos dio acomodo. Dábamos frente desde nuestros alojamientos a una plaza
de armas también enorme (allí todo era de tamaño desmesurado), a la que también daban, a la
izquierda, la sala capitular con forma de galería abovedada donde cabrían ochocientas o mil almas,
tal era su tamaño, una capilla terminada formando ángulo y otros cuarteles de diversas actividades.
Solo entre los Templarios recién llegados había francos de Provenza, normandos de Tarento y de
Bretaña, tres aragoneses y yo como único representante de Castilla.
Aquel día fue el que he recordado toda mi vida, el más hermoso sin duda, el más pleno. Y
aún recuerdo que llegaba hasta nosotros, de las vegas vecinas a la fortaleza el aroma de los naranjos
en flor, desconocido para muchos, embriagador y dulce, hermoso y misterioso, con el que hasta la
naturaleza nos daba la bienvenida.
Hasta que no llegué a Tierra Santa, no me detuve a pensar realmente en qué me había
convertido y porqué. Al llegar alli y respirar aquellos aires pude darme cuenta de la verdadera
dimensión de mis votos y las promesas que me ataban para el resto de mi vida. Por encima de
cualquier otra cosa era un caballero de Cristo y mi deber llevaba parejo mi profesión de fe con la
más pura diligencia y la más firme perseverancia. Nuestra nobleza en la defensa del peregrino, del
huerfano, de la viuda, de la Iglesia en suma, debía ser preservada sin mácula para hacernos dignos de
todos aquellos mártires que habìan dado sus vidas por Jesucristo. Era el deber que me había
impuesto, y no solo a mi sino a los que había traído conmigo, Yago y Fernan, mis escuderos.
Yago, que casi nos doblaba la edad y al que llamábamos nuestro maestro de armas, calmo y
eficaz, que había llegado a la casa cuando yo era un niño después de un tiempo de correrías guerreras
con nuestro padre ambos formando parte de las mesnadas del infante D. Juan, y que fue el encargado
de enseñarme lo que había aprendido en el uso de la espada y del combate. Yago, el solitario y
lacónico que no encontró nunca mujer a su medida, consideró que conmigo y con Artal había
cumplido el final de su misión (admitió mas tarde que con el primogénito, Adrián, poco pudo hacer).
Por esa razón no tuvo inconveniente en acompañarnos y siempre pensé que la vida se le hizo estrecha
en la casa y que la posibilidad que le abrió mi decisión le dio un nuevo aire de ilusión a su vida.
Ferran fue otra cosa. Un día, cuando empezó a correrse por los confines de la heredad que
Martín pretendía hacerse Templario, sin saber a ciencia cierta lo que era se me acercó
deferentemente y me preguntó si me lo llevaría con él. Era un año menor que yo y había sido
compañero de juegos de Artal y mío propio desde que recuerdo, y mas tarde, cuando Yago nos
inició en el conocimiento de las armas, se arrimó a nosotros y participó de las mismas enseñanzas,
Lo utilizamos un poco como nuestro escudero y tanto él como nosotros convertíamos la enseñanza en
juego imaginándonos hombres de armas. Su padre había muerto siendo él muy niño y su madre fue
aceptada en nuestra casa como sirvienta. Nosotros éramos los señores y él era el siervo pero a
aquella edad esas cuestiones no nos preocupaban demasiado y no había momento en que cuando
aparecían nuestras rusticas espadas de palo y nuestras clases de tiro con arco no apareciera a nuestro
lado y no se comprometiera a darnos tantos palos como recibía. Si bien era razonablemente diestro
con la espada, donde realmente nos superó fue con el arco del que llegó a ser un autentico experto,
incluso en su confección, empleando maderas de acebo, acacia o roble que cortaba y secaba con
rara habilidad. Llegó a hacerse popular en la región como arquero, porque no hubo premio, en
cualquiera de las ferias y justas que se celebraran, que no se llevara él. Volvía siempre con algunas
monedas en la faltriquera o algún ganso que ganaba en los premios de las villas cercanas, y aún
recuerdo verle llegar a casa arrastrando un gorrino de buen tamaño que se negaba a andar y
también ganado gracias a su arco.
La historia comenzó el día en que Guillén de Lope, mi padre, nos anunció que el hermano
mayor, el indolente y un poco frágil Adrián, (Mi padre siempre dijo que Adrián y Quiteria, el mayor
y la menor de los cuatro hermanos habían salido a nuestra madre, y que yo, el segundo y Artal que
era el tercero, éramos de la estirpe de los Lope), se casaba con Tesa, la mujer que desde hacia algún
tiempo yo consideraba como de mi propiedad.
Teresa Carro. La grácil Tesa. La muchacha de facciones cautivadoras y esbelto cuerpo que
había conocido cuando acompañé a mi padre a una asamblea de la Mesta. La muchacha que me había
enamorado ya hacia más de dos años. Yo amaba sus ojos claros y su pelo del color del heno en
verano. Mis escarceos juveniles con sirvientas y mozas del entorno se quedaron en nada cuando me
miraron aquellos ojos celestes y atrevidos que me calibraron de arriba abajo sin pudor cuando nos
vimos por primera vez. Sus tierras estaban por Moreruela y tenían un cason en la misma Zamora y su
padre (Teresa lo repetía las veces que hiciera falta a quien no se hubiera enterado todavía) tenia mas
de cuatro mil ovejas y había sido contador de la Mesta. La conocí y quedé prendado de sus ojos y
de aquellos pechitos que se insinuaban detrás del ajustado corpiño. Era alta para su edad y procaz en
su conversación, quizás influenciada por la falta de su madre y el trato con sus hermanos mayores.
Las visitas se hicieron periódicas y debí confesar a mi padre el motivo de mis esporádicas
ausencias y no le pareció mal aunque me advirtió que guardara las formas porque no era una vulgar
moza del lugar.
Aquel tiempo fue feliz. Atareado pero feliz. Mi hermano Adrián heredaría el mayorazgo y yo era
un segundón (aunque ya por aquella época le sacaba la cabeza) pero me sabia necesario. Desde
luego le respetábamos sobre todo cuando nos hicimos mayores y estaba mi padre delante. Aún
recuerdo la ocasión en que visitando a los Carro conoció a Tesa. No le llamó la atención ni mucho ni
poco y así me lo dijo. Quiteria, la hermanita que fue mi confidente en aquellos lances me decía que
Adrián nunca veía nada bien ó mal, y quizás tenia razón pero yo lo considaba un débil que
necesitaría de mi ayuda cuando nuestro padre faltara.
Tesa me enseñó la dulzura que se exprime de un beso a escondidas. Ella, en los ratos en que
nos escapábamos de la vigilancia de la aya ,me enceló con las mil triquiñuelas del sexo sin
desfloración que según ella eran solo pecado venial, y me enamoró hasta el extremo de vivir y
soñar con ella en todo aquel tiempo en el que aprendí que sufrir y gozar eran una misma cosa.
Un día, en la mesa mi padre nos hizo saber que los Carro le habían planteado la posibilidad de
un matrimonio que uniera ambas familias. Di por hecho que mi futuro estaba decidido, y me gustaba.
Algún tiempo después se reunieron en el cason de los Carro, en Zamora, los dos jefes de
familia acompañados por los dos hijos mayores. Recuerdo que esperé su regreso con la ansiedad
propia de mi edad y mis expectativas. Una vez que estuvieron de vuelta se convocó reunión familiar
y mi padre nos comunicó que había acordado con los Carro que su hija Teresa (y aún tengo en la
memoria su extraño comportamiento, nervioso y evitando mirarme, él, que siempre fue claro y
directo), tercera en la línea de descendencia, aceptaba como esposo a ADRIÁN DE LOPE,
PRIMOGÉNITO DEL MAYORAZGO DE LOS LOPE...... No sé que cara puse al escuchar aquel sin
sentido mientras miraba alternativamente a mi padre y a mi hermano mayor que me rehuía en todo
momento. Tardé algún tiempo en comprender lo que para mi no era mas que un error. Cuando lo
entendí empecé a odiarlos a ambos mientras trataba de reprimir las lágrimas y la ira me devoraba
por dentro. Después mi padre hizo un aparte conmigo y con pena, (y lo pude ver con claridad), me
dijo que no pudo ser de otro modo porque los Carro exigieron el matrimonio con el mayor de los
Lope y se había hecho hincapié en que Tesa no se casaría con un segundón. La primera reacción fue
de incredulidad. Mi padre podía no haber considerado la seriedad de mi relación con Tesa y por
supuesto no sabia hasta donde habíamos llegado ó la profundidad de nuestro trato, pero Tesa.........,
la Tesa que yo conocía no admitiría nunca a Adrián como su futuro esposo. Tesa me amaba y tenía
suficiente carácter para negarse. Sin duda la habrían forzado por intereses puramente mercantiles sin
considerar nuestros sentimientos. Tesa había sido obligada y por tanto debería verla antes de que
aquella monstruosidad se formalizara.
Aquel maldito día lo pasé urdiendo planes de toda índole que Tesa y yo llevaríamos a cabo
para que todo volviera a su cauce normal. ¡Dios!, en aquellos aciagos momentos me di cuenta cabal
de lo importante que Tesa era para mí y daba por hecho que mas o menos ella estaría pasando por el
mismo calvario, desesperada y esperando que yo hiciera lo necesario para romper aquel acuerdo
maldito. Seguro que la tendrían enclaustrada en su habitación, llorando y gritando a los cuatro vientos
su desdicha por forzarla a aceptar por esposo a quien no quería. Clamando a voces que el hombre
que la tomaría por esposa se llamaba Martín y que aunque no fuera el heredero de los Lope, a ella la
daba igual y que antes muerta que yacer con aquel ser abyecto y mas débil y pequeño que yo por muy
primogénito que fuera.
Fueron varios los días que vagué de aquí para allá tratando de hablar con ella y me fueron
engañando sin permitirme verla y aquello acrecentó mis sospechas y llegué firmemente a creer que la
tenían oculta y alejada de mi contra su voluntad. Se informó a mi padre de la situación y tuve una
seria discusión con el. Creo que fue la única vez en mi vida que me permití levantarle la voz.... Pero
yo estaba equivocado.... Al final me permitieron verla, o mejor debería decir que ella accedió a
verme. No merece la pena que trate de rememorar como discurrió la entrevista, solo sé lo que supuso
para mi..... Todos mis sueños, todo mi amor, todo mi futuro.... Todo lo que era importante para mi se
convirtió en amargas cenizas, y aún hoy, cuando aquel suceso no es mas que un vago recuerdo casi
olvidado en algún recóndito lugar de mi mente, si de repente aflora, me produce la extraña sensación
de irrealidad y ahogo, de vergüenza, y querría borrarlo y olvidarlo porque de algún modo me
lastima, quizás en mi vanidad porque fui débil y no supe sobreponerme cuando ahora lo veo tan vano
y fútil en la lejanía del tiempo. Pero en aquellos momentos pude haber hundido mi vida y solo Dios
sabe porqué no ocurrió una tragedia.
Los hechos fueron simples. Los Carro y Tesa, o quizás debiera decir que Tesa y los Carro
consideraron oportuna la unión de ambas familias pero solo si la unión involucraba al mayor de los
Lope, ¿la causa? : ... social, nivel, heredades..... como quiera llamarse. En cualquier caso yo no tenia
el rango suficiente para aspirar a la mano de Tesa porque ella llevaría una buena dote, aunque se me
hubiera concedido el extraño privilegio, que tampoco valió como amenaza porque nunca trascendió,
de ser el primer usuario de aquel deseable y maldito cuerpo, de sus primeros gemidos y de sus
ardientes caricias.
Durante los meses siguientes viví en un infierno de odios y desventura. Tesa, mi hermano
Adrián, mi padre, los Carro.... Todos me habían hundido en aquel pozo de odio y rencor contra
todo y contra todos. Solo se escapaban Artal y la pobre Quiteria que aunque demasiado joven para
contarla algunas cosas, me amaba y sufría conmigo las penas del infierno. No sé cuanto duro aquello.
Me recluí en mis negros presagios y fui cayendo en un pozo profundo y negro de desesperanza que
se transformó en misticismo a medida que pasaban los días y se acercaban los esponsales. No era
capaz de sobreponerme y hasta mi padre me rehuía y yo rehuía a Adrián que quizás por ser el mayor
y con mas derechos, no consideró oportuno darme ninguna explicación y solo Artal y Quiteria, por
ser mas jóvenes me eran queridos aunque tampoco quise hacerles participes de mi desesperanza y yo
me seguía hundiendo en un abismo que no tenia fondo y el único consuelo lo encontré en la pequeña
capilla donde se había enterrado mucho tiempo atrás a mi madre. El sentimiento del odio me hacia
daño y yo lo sabia, pero no podía ni quería desarraigarlo y mi padre había desistido de hablarme
quizás pensando que el tiempo volvería a poner las cosas en su lugar.
Debía irme de casa y hacerlo antes de los esponsales. La idea fue surgiendo cuando se
mencionó el nombre de Blasco y la Iglesia Templaría de la encomienda de Astorga como el lugar
apropiado para la ceremonia que uniría a Adrián y a Tesa.
En casa lo llamábamos Blasco el Templario y su relación con los Lope se debía a que había
sido tío de mi madre. Ya era un anciano y hacia tiempo que no nos visitaba pero siempre le
recordábamos con respeto porque en nuestra infancia nos hablaba de batallas contra el infiel, (y nos
enseñaba una mano en la que solo quedaban dos dedos como dos garfios) en las que había
participado con el Rey Alfonso, y nos contó cosas de una tierra muy lejana que llamó Tierra Santa y
que había llegado a conocer en peregrinación. A mí especialmente siempre me cautivó. Lo veía
majestuoso y en las ocasiones en que acompañábamos a mi padre a Astorga y les visitábamos,
observaba con ojos de niño a aquellos personajes de noble cuna, monjes raros y misteriosos que
portaban armas y espuelas, barbudos y de cráneos tonsurados, vestidos de blanco, serios y
circunspectos, pero lo que mas me admiraba, eran los mantos que a menudo los cubrían, con aquella
cruz roja ochavada sobre el hombro izquierdo y que ondeaba detrás de ellos cuando se movían.
Me fui a ver a Blasco y le hablé, y él, en un principio no lo entendió. Era una decisión muy
seria y la vida de un freire templario era muy dura. ¿Realmente tenia vocación?, ¿No seria solamente
algo pasajero?, ¿Me daba cuenta que era para toda la vida?... Mi empeño era firme aunque las cosas
no eran tan sencillas como yo creía. No podía entrar como caballero Templario, el grado de más
consideración, porque era de ascendencia plebeya. Aunque era sabido que entre mis ancestros no
había ni judíos ni árabes, no había sido nombrado caballero y nuestra familia no había gozado de tal
honor. Nuestra fortuna y posesiones nos convertían en caballeros villanos. Nuestra voz se escuchaba
en los Concejos pero la nobleza era otra cosa muy diferente y además no siempre admirada por los
que como nosotros, no formábamos parte de ella. De hecho existió de siempre una pugna, por una
parte entre los nobles que utilizaban su poder y sus hombres de armas para abusar del mas débil y
cometer malfetrias allá donde su capricho se lo dictaba, y por otra los Concejos, que agrupaban a
los desasistidos y a los hombre libres y que gracias al numero luchábamos por poner coto a los
desmanes de los poderosos siempre que estuviéramos unidos y gozáramos del apoyo del Rey que
comprábamos, no se puede emplear otra expresión, con el pago de nuestros impuestos y alcabalas.
No asistí a la boda en Astorga ni a las fiestas posteriores alegando unas calenturas que no eran
del todo falsas porque me encontraba en un estado febril y místico, difícil de diagnosticar incluso
para mí. Mi padre empezó a mirarme de otra manera. En los días que siguieron supongo que se
convenció de que mi decisión era firme y a pesar de que seguí viendo pena en su mirada, aceptó los
hechos y se avino a desprenderse de una parte de su hacienda en mi favor, o para ser más exacto, en
favor de la Orden del Temple.
No tengo ahora más que una vaga idea centrada en mi mismo, del discurrir de los
acontecimientos que viví en aquellos días que ahora se me hacen tan lejanos. Si recuerdo la fecha: el
primer domingo del mes de Septiembre del año 1.285, y aquella estancia fría y pétrea, de estrechos
ventanales y grandes tapices donde un capellán de la Orden, rodeado de los caballeros que había
admirado en mi niñez, todos portando cirios encendidos, me exigió jurar los votos al uso de la orden
del Cister, fui tonsurado con gran ceremonia y se me leyeron los preceptos que regirían mi vida
desde aquel justo instante. En años posteriores he recordado aquel momento porque lo he vivido
ordenando a otros que siguieron mis pasos:
- "Aunque pecador e indigno, por seguir e imitar al Salvador, he aspirado a tomar la cruz
del Templo de Salomón. Señor, vengo ante Dios y ante los hermanos y os ruego y os requiero,
por Dios y por la Virgen Maria, que me acojáis en vuestra compañía y en las obras de la Casa
como aquel que quiere ser siervo y esclavo de la Casa"-
Se preguntó a los presentes si alguien sabia de alguna acción vil que mereciera mi
degradación y todos guardaron silencio. Después el comendador continuó con el ritual:
-"Gran cosa me pedís, hermano, pues no veis de nuestra religión mas que la corteza que
la cubre, el hecho de que tenemos bellos caballos y hermosas vestiduras y eso os halaga. Pero no
conocéis las grandes exigencias que ello encierra: pues es algo grande que vos, que sois dueño
de vos mismo, os convirtáis en siervo de otro, y es, de hecho, lo que estáis solicitando. En
nuestra Orden nunca haréis lo que queréis. Si queréis estar a éste lado del mundo, se os mandará
al otro. Si deseáis estar en Acre se os mandará a Antioquia. Si vuestro deseo es quedaros en
Castilla, se os mandará a Borgoña, o a otras tierras donde tenemos nuestras posesiones y
encomiendas. Si queréis dormir, deberéis velar, y si queréis velar se os mandará a descansar a
vuestro lecho. Incluso si estáis en la mesa listo para comer, se os mandará ir a donde proceda sin
consultaros. Muchas veces seréis reprendido. Considerad pues, hermano si seréis capaz de sufrir
todas estas penalidades"-.
- "Buen hermano, pues ya os considero como tal, no venís a la Casa para tener poder y
riquezas, ni para buscar ninguna comodidad ni ningún honor. Solo debéis pedir tres cosas, una
para evitar y abandonar el pecado, otra es para prestar servicio a nuestro Señor y la última
para ser pobre y hacer penitencia a fin de salvar vuestra alma, y tal debe ser la intención que
debéis solicitar"- .
Hube de salir de la sala mientras el Capitulo, del que por supuesto también formaba parte
Blasco, tomaba la decisión. Mi familia al completo esperaba fuera pero no estaba autorizado a
acercarme a ellos. A poco fui llamado y entendí que me habían aceptado. Después me calzaron las
espuelas y me armaron de nuevo. Me postré en el suelo boca abajo y por último, a continuación del
VIGILATE ET ORATE, se aceptó mi condición de integrante en la Orden con el grado de caballero.
Yago y Fernan también pasaban por una ceremonia parecida aunque mas simple, ya que ellos
entraban en la Orden de cooperantes. A partir de aquellos momentos, los tres abandonamos nuestra
vida anterior y entramos a formar parte de la Santa Milicia Jerosomilitana del Templo de Salomón
con la forma ritual de PROBAT SPIRITUS, SI ES DEO SIT. Después nos despedimos de mi familia
con un abrazo y solo recuerdo vagamente las lagrimas de mi pequeña hermana Quiteria la mirada
seria de Artal y los ojos de mi padre. Aquella expresión indefinible, en la que pienso que lo que más
había era dolor por el hijo perdido y que aún tengo viva en la memoria. Después todos los presentes
nos arrodillamos y cantamos el credo:
Y dejé mi casa y una parte de mi mismo incluidas parte de mis angustias y odios, y el resto
de lo que quedaba de mi con mi indefinible misticismo inició un camino nuevo e incierto, envuelto en
mi dalmatica y seguido por Yago y Ferran.
Ahora no tengo dudas de que el Martín que llegó a Tortosa era un hombre en ciernes, incapaz
por si solo de encontrar las respuestas que demandaban sus problemas. Prisionero de unos votos que
había jurado respetar sin pensar demasiado en lo que implicaban. Fue averiguando cosas de si mismo
y del mundo que le rodeaba a medida que las circunstancias le fueron forjando.
Dos veces al año, en abril y en agosto, un navío del Temple y otro del Hospital zarpaban de
Marsella y llegaban a Tortosa o a San Juan de Acre cargados hasta en las bodegas con gentes que
bajo nuestra custodia visitaban los Santos lugares en Galilea y a veces llegaban hasta la Ciudad
Santa si el sultán de turno tenia a bien concederles la Alama o permiso para penetrar en sus
territorios. En aquella primera época me fue concedida la oportunidad de visitar con otros hermanos,
Jerusalén y Galilea. Desde luego en un principio no me fue fácil entender aquel mundo y las
contradicciones que veía. Yo llevaba la idea de que las cosas eran mas sencillas, mas simples y me
costó mi tiempo adaptarme a aquel caos de intereses y luchas ajenas a la autentica misión que nos
llevó hasta allí. En otras ocasiones tuvimos que interponernos entre las frecuentes pugnas de
venecianos y genoveses. La razón de las fricciones estaba, como no, en el comercio y las áreas de
influencia que ellos mismos habían establecido en autremer, y era tanta su rapacidad que andaban
siempre a la greña hasta el extremo de pedir, ya hacia tiempo, el arbitraje del Papado, que por cierto
no respetaron.
La Orden mantenía un reten en el puerto y en la torre que lo dominaba donde hacíamos guardia
de vigilancia y aconteció que uno de los días en que me tocó formar parte del reten, observamos una
inusitada actividad en los corrillos de los marinos. Las noticias decían que el dia anterior, desde el
mismo puerto de Acre se había podido ver una autentica batalla naval, pero no contra el infiel como
se podría deducir, sino entre naves genovesas y venecianas, éstas últimas auxiliadas por los písanos
y todo por mor, una vez mas, de sus intereses comerciales. ¡Inconcebible!. Llegamos a saber, entre
otras cosas porque no era ningún secreto ya, que nuestra Orden lo autorizaba, que se comerciaba sin
ningún pudor con Damasco y Egipto, pero es que además el trasiego comprendía desde sedas hasta
armas de toda índole que iban a parar a los ya bien pertrechados almacenes y armerías de nuestro
enemigo el Sultán. El algodón y los paños, la madera, los perfumes y los cueros no nos harían daño,
pero las armas y los metales nos matarían mas tarde. Lo cierto es que no entendía muchas cosas que
nos rodeaban, sirva de ejemplo el hecho de que navíos genoveses se dedicaran a apresar a los
písanos a los que luego vendían como esclavos en los mercados árabes, pero es que además ocurría
que tanto los sanjuanistas como nuestra Orden hacían la vista gorda ante tales desmanes mientras nos
reportara pingues beneficios.
El trato con mis iguales me fue modelando y lógicamente aprendí de sus costumbres y usos a la
vez que me imbuí de un limitado bagaje de religiosidad al que no era ajeno el espíritu del momento
que vivíamos y que, debo admitir, se fue diluyendo con el paso del tiempo, consecuencia, supongo,
del constante estado de guerra al que estuvimos sometidos hasta que se nos expulsó de San Juan de
Acre, y aún después, mientras merodeábamos por la costa Siria ó el delta de Alejandría, o cuando
nos empecinamos en aquella demencial aventura de Ruad ,sin navíos de apoyo ni esperanzas de
escape y que condujo a la muerte a la mayoría de ellos, y los mas afortunados, los que una vez mas
evadimos la muerte, cayéramos prisioneros, fuéramos maltratados y vejados durante meses y en
algunos casos años en las mazmorras del Sultán de los mamelucos hasta nuestra liberación
normalmente a cambio de un buen pellizco del tesoro templario.
Habíamos llegado como la vanguardia de un gran ejercito cristiano que abatiría el poder de
Mahoma en aquella región sagrada con la ayuda de los tártaros, sin embargo unos años mas tarde
tuvimos que abandonarla, los pocos que lo hicimos, porque la inmensa mayoría dejó sus huesos
esparcidos por aquellas inacabables tierras ocres y secas, requemadas y duras, olvidados de todos,
derrotados y con los corazones rotos y amargos.
Las tropas templarias que encontramos en Tortosa no diferían demasiado de la imagen que
había ido revisando a medida que nos fuimos aproximando a ellos. Gentes rudas y de pieles oscuras
quemadas por el sol, de una edad media que superaba con mucho la mía y en algún caso hasta viejos.
Barbudos y raramente tonsurados. Broncos, descreídos y serios, hasta taciturnos, concisos y
lacónicos en la conversación y ésta a menudo adornada de imprecaciones que hacían sonrojar a
nuestros capellanes. Casi todos hablaban el árabe y el latín y sin embargo muy pocos sabían leer o
escribir. Parcos en la pitanza y ascéticos en la vestimenta aunque sus armas y enseres guerreros
estaban brillantes y eran de calidad.
A nuestra llegada se nos revisó y comprobaron nuestras pertenencias que en la mayoría de los
casos eran bastante dispares. El pañero remedió esta cuestión retirándonos las no permitidas y
completando las que nos faltaban En lo que se refiere a armas y protecciones, todos deberíamos tener
un camisote, calzones de hierro, un casco, una lanza, una espada, una maza turca, una chaqueta de
armas y los tres cuchillos, la daga, un cuchillo para el pan y un cuchillo de bolsillo. En la vestimenta
se nos permitían dos camisas, dos pares de calzas y dos de pantalones, un chaleco con faldones y
una chaqueta de piel, un manto blanco porque el de piel allí no era necesario, una dalmatica, una
túnica y un cinturón de cuero, tres paños de lino para la yacija y dos bolsas, una para guardar la
sobrevesta y otra para guardar el camisote. Con los elementos de cocina y los del cuidado de las
monturas se terminaba nuestra intendencia. Después formamos grupos y fuimos puestos a prueba en
nuestra preparación militar. los oficios religiosos los llevábamos a cabo un poco a nuestro albedrío
si bien es cierto que en los primeros tiempos y mientras permanecí en la fortaleza, no faltaba a
maitines o a la santa Misa que celebraba un capellán de la Orden dos veces al día ni a los rezos de
completas antes del magro condumio que se nos proporcionaba y aún después revisábamos y
poníamos a punto nuestras armas y cepillábamos y cuidábamos de nuestros corceles, pero a medida
que nuestras misiones nos apartaron de los capellanes y nos distribuyeron por el estrecho mundo que
era la tierra de nadie (desde luego mas de nuestro enemigo que nuestra), nuestros pensamientos
estuvieron a menudo mas cerca de la lucha por la supervivencia que del Pater Noster.
A mi grupo se nos asignó un caballero provenzal, pelirrojo de ojos claros y fríos, piel quemada
por el sol y pecoso. No era mucho mayor que yo y a distancia parecía mas bajo de lo que en realidad
era, debido a su corpulencia y a la desmesurada anchura de sus hombros. Su nombre: Gilles D'oc, y
se dirigió a nosotros en latín con gran soltura, (desde luego muy superior a la mía) y nos informó de
los usos elementales de convivencia e higiene que se observaban por principio: barbas y pelo cortos,
limpieza corporal frecuente (costumbre que luego entendí adquirida de los árabes) , y que nos
explicó, prevenían las infecciones y los parásitos. Armas y elementos de defensa, cotas, cascos,
grebas, petos... limpios y listos para su uso. Cuidado diario de nuestras caballerías, obediencia
incuestionable a nuestros superiores y razonable silencio en los actos comunales, ya fueran religiosos
ó profanos. Trato deferente con nuestros semejantes, respeto absoluto a las mujeres del entorno y
prohibición absoluta de altercados o peleas entre nosotros incluidos los retos, penados muy
severamente. La caza, deporte tan común en las tierras de donde procedíamos, estaba prohibida
salvo el león y cuando le preguntamos si había leones por las cercanías nos contestó que él , los que
había visto, llevaban turbante y no mordían pero podían atravesar tu cuerpo de un lanzazo en un
miserere. Terminó avisándonos de que nuestras vestimentas y habitáculos exigían de nuestro cuidado
el decoro que exigía nuestro rango. Nos enseñó la fortaleza y los diversos artilugios bélicos de que
disponía para su defensa, catapultas de piedra y fuego griego, ballestas y balistas y respondió a las
preguntas que se le hicieron sobre su uso.
Era lacónico y preciso. No hizo vestir la cota y el casco y proveernos de escudo y armas. Los
otros grupos andaban en parecidos menesteres y los defensores francos de servicio nos observaban a
distancia. La pregunta de si había alguien diestro en el uso de la espada fue contestada de inmediato
por un sajón petulante y membrudo que solicito medirse con él. En mala hora se le ocurrió semejante
idea. El provenzal tenía una agilidad simiesca y una destreza fuera de lo común. No humilló a su
oponente pero lo dejó malparado a fuerza de golpes que ejecutaba con la parte plana de la espada, de
gran tamaño y hoja muy ancha para la que se necesitaba, sobre todo, un brazo muy fuerte y una
muñeca poderosa. Cuando ya el sajón no tuvo fuerzas para levantar el abollado escudo, lo dejó en
paz y me señaló -¡y tú, el alto!, ¿Quieres medirte conmigo?-, no parecía cansado en absoluto y
aquello me sonó a un reto de los que nos había dicho, estaban prohibidos. De todos modos después
de la demostración no tenia ninguna intención de aceptar por el momento:
- Me llamo Martín de Lope y eres mas hábil que yo. No quiero medirme contigo porque la pugna
terminaría como la anterior pero te recordaré tu invitación cuando pase algún tiempo.
No hubo soberbia en mi respuesta sino la simple constatación del hecho de que era más diestro
que yo en el uso de las armas y creo que lo entendió porque desde entonces pude contar con él
siempre que se lo requerí. Al finalizar aquel primer día nos dijo algo así como: -Tengan siempre
muy presentes, freires, la razón por la que han venido hasta aquí. Admiro a aquellos que tienen aún fe
en que todo cambiará en breve.... Yo también pensaba así hace algún tiempo....- hizo una pausa y nos
miró de una forma especial, -... Pero ahora ya no lo espero y aunque no me gusta ser profético, mi
opinión es que si cambian las circunstancia será para peor...... Créanme. Solo contamos con nuestra
fuerza y la ayuda de Dios. Recemos para que nunca nos falte porque si se olvida de nosotros por un
momento, un solo momento...., todos nosotros, incluso los mas animosos y aguerridos dejaran sus
huesos en estas tortuosas tierras.
Estaba claro que el freire Gilles no creía, como Santo Tomas, salvo en lo tangible, lo que tenia
a la vista ó lo que su experiencia le dictaba, y pude entenderle, aunque entonces no me hizo cambiar
de opinión. El no tenia la información que traíamos muchos de nosotros y tampoco creía lo que le
decíamos. Desde luego no tuve duda de que habían perdido la fe y el fatalismo estaba enquistado
profundamente en los corazones de los que nos habían recibido.
Los hábitos religiosos se relajaban y se criticaba la conducta del Gran Maestre Guillermo de
Beaujeu al que se tachaba de soberbio y sordo a otras opiniones que no fueran las suyas. Se
comentaba que utilizaba su preeminencia para, haciendo dejación de su autentica misión, meterse en
políticas alineándose con ésta o aquella facción de intrigantes que debilitaban los gobiernos y
conducían a enfrentamientos suicidas. Aunque esta conducta, desde luego no la había inventado él y
ya venia de antiguo en aquella parte del mundo, el hecho era que le gritábamos al enemigo turco que
no éramos capaces, no ya de combatirlo, ni siquiera de mantenernos unidos. ¿Tendría razón el freire
Gilles? Desde luego empecé a entender que si la ayuda que esperábamos no llegaba pronto, nuestro
fin no se haría esperar.
Aquel tiempo fue duro y activo. Fortificó nuestros cuerpos y nuestros espíritus. Mejoró nuestra
actitud y creó vínculos de amistad que fueron muy útiles a porteriori.
Éramos expertos jinetes pero muchos de nosotros conocíamos solo someramente el arte de la
lucha a caballo y en formación de combate. Debimos acostumbrar a nuestros corceles a moverse y
evolucionar en grupos compactos porque nuestra mejor defensa era a veces el escudo del jinete que
cabalgaba a nuestro lado. Yago y Ferran también participaban del duro aprendizaje, Yago fue
nombrado armigeri o sargento y Fernan se destacó rápidamente como arquero y también alcanzó el
mismo grado aunque un poco mas tarde. Hacíamos vida en común aunque nos separaba el rango que
nos distinguía por ser mi manto blanco y el de ellos pardo.
Pasó algún tiempo y un día, en el refectorio donde los caballeros francos de servicio nos
reuníamos para la pitanza, el comendador de la fortaleza, un freire bretón con medio siglo a sus
espaldas y una ostensible cojera, recién llegado de la isla de Chipre, tuvo a bien informarnos de
algunas noticias de Europa que alegraron un poco nuestros corazones, o al menos el mío. Una vez
mas los Tártaros habían mandado una delegación a la Santa Sede. Un nuevo Khan, de nombre Argun
volvía a pedir ayuda a Occidente para que todos juntos expulsáramos a los infieles hasta las
fronteras de Egipto. Estos tártaros eran pueblos del oriente más lejano que se habían extendido hasta
amenazar el Islam. Se consideraban cristianos aunque practicaban las doctrinas del monje Nestorio
al que la Iglesia consideró hereje ya hacia unos mil años porque predicó que en Jesucristo había dos
entidades diferentes, la de Dios y la de hombre, amen de que solo consideraba a Nuestra Señora
como la madre del hombre y no del Dios. En algún momento a lo largo de la pasada historia sin duda
fueron evangelizados por algunos seguidores de Nestorio y de ahí que consideraran lícito combatir a
nuestros enemigos. Nosotros siempre pensamos que se religión, fuera herética o no, no era mas que
una disculpa para engrandecer sus dominios, en cualquier caso Francia e Inglaterra lo veían con
buenos ojos y era de todos sabido el interés que Alfonso III de Aragón mostraba por enviar sus
naves a Tierra Santa . La displicencia con que las noticias fueron recibidas por los mas veteranos,
incluido Gilles, fue notoria y a mi juicio inexplicable, porque minaba nuestras ilusiones aunque una
vez mas, con el paso del tiempo, resultó mas lógica que nuestras vanas esperanzas.
Ya llevaba algún tiempo en Tierra Santa cuando sufrí unas calenturas tercianas que me
postraron y a punto estuvieron de llevarse mi alma. Me dejaron exánime y con una extrema debilidad
de la que fui recuperándome muy lentamente. Fue además cuando me habitué a la limpieza corporal
diaria bien con baños o abluciones y no sé desde luego si me ayudaron, pero salí de aquella y desde
entonces he practicado ese hábito y ya sé que no es perjudicial. Los árabes, a través de mi
experiencia, extreman su limpieza, se perfuman después del baño con aceites y nos han acusado
siempre de que olemos mal y somos sucios.
Pues bien, una vez que se nos consideró aptos para el combate, los recién llegados empezamos a
diseminarnos desde Trípoli, donde manteníamos un destacamento, hasta Acre, donde se encontraba la
sede y el Gran Maestre, Guillermo de Beaujeu. Yo hube de permanecer en Tortosa hasta que las
fiebres me abandonaron y me recuperé.
Nombres y títulos rimbombantes, ambiciones personales por encima de todo y una frase que se
le escapó a Pere en algún momento de frustración: -Hasta donde yo sé, hace mucho tiempo que no
hemos tenido un Gran Maestre digno de toda la sangre que nuestra Orden ha derramado en Tierra
Santa-.
No hubo realmente mucho tiempo de descanso. Algún tiempo después cayó Laodicea, que
distante e inerme, era todo lo que quedaba del Principado de Antioquia a pesar de que se había
firmado una hipotética tregua de diez años. De lo que no había duda era de que estábamos a la
defensiva. La única razón, parecía ser, de que aún nos mantuviéramos en Autremer era debida a que
Qualawun estaba ocupado con los Tártaros que le amenazaban por Oriente. El tiempo pasaba e iba
resultando mas obvio que la cruzada de aragoneses, francos e ingleses se diluía por mor de intereses
más cercanos. Alfonso III de Aragón andaba a la greña con Felipe IV, Rey de los francos por el
reino de Sicilia y Eduardo de Inglaterra solo tenía en común con el legendario Ricardo Corazón de
León la afición por los de su mismo sexo porque le faltaban el valor y las dotes de estratega de su
antecesor.
Siguió pasando el tiempo y el conflicto de Trípoli nos obligó a enviar un destacamento para
poner orden y restablecer en el gobierno a la Condesa Lucia en contra de los intereses genoveses.
Partieron dos buques de nuestra armada y se destacó a Pere de Moncada con 300 hombres de armas
entre caballeros, sargentos y turcopoles y que tranquilizó aquel avispero repartiendo alguna que otra
puñada y llegó a informar que sin su consentimiento se había llegado al extremo de solicitar el
arbitraje del Sultán Qualawun, su enemigo natural. Los despropósitos alcanzaban cotas difícilmente
imaginables. Con la ausencia de Pere, intimé mas con Gilles y llegué a imbuirme un tanto de su
descreimiento forjado en nuestras breves conversaciones dado que el tampoco era demasiado
locuaz...
A comienzos del 89, nuestras avanzadillas, que vigilan las tropas del Sultán observan
movimientos en el ejército mameluco de Siria, y no hacia el este como era de prever, sino hacia la
costa. Se avisa al Gran Maestre en Acre. ¿Se retiran ante los tártaros? No es lógico, porque si así
fuera, su destino seria el sur. La respuesta no tarda en llegar: amenazan Trípoli. Beaujeu envía al
hermano Reddecoeur, senescal español con sede en Acre para que avise a los dirigentes de la ciudad
y especialmente a nuestro destacamento allí. Nuestras tropas se ponen en alerta pero son las únicas.
La ciudad continúa con sus disputas y luchas intestinas. ¿Están locos? Los altos mandatarios pagados
por el oro genovés se oponen a Lucia y arguyen que las noticias de que un ejército turco se acerca a
la ciudad es una estratagema del Temple para asustar a la población. Reddencoeur, hastiado, regresa
a Acre.
En marzo el ejercito mameluco es avistado cerca de Trípoli. Hasta los más estúpidos se
convencen ahora de que los vaticinios eran ciertos y de que se avecina el fin. El Temple y los
Sanjuanistas envían más refuerzos. Tortosa se queda con la guarnición mínima indispensable entre
los que nos contamos Gilles y yo mismo, el resto parte para Trípoli. El Rey Enrique desde Chipre
envía un contingente al mando de su hermano Amalarico y desde Acre parte la unidad franca que
primero mandó Roger de San Severino y ahora dirige otro personaje, Odon Poilechien, tan vacío y
pomposo como el anterior. Los destacamentos que llegan en pocos días son meramente testimoniales.
La desproporción de fuerzas no deja ninguna alternativa a la ciudad. Nuestro Mariscal, Godofredo de
Vendac que también ha acudido a Trípoli informa que el dominio del mar corresponde a nuestras
fuerzas, (lo que quiere decir que el Sultán tiene tan clara la victoria que no se ha preocupado de
completar el bloqueo marítimo), pero que la defensa del castillo y la ciudad se hace imposible por
lo que se puede ver del ejercito asaltante y sus maquinas de guerra. El dia 17 comienza el asedio. El
castillo es abandonado en las primeras escaramuzas y la defensa se establece en las murallas de la
ciudad pero los mineros sirios van socavando estas, la primera que cae es la torre del Vesque, la
más vieja, después le toca el turno a la del Hospital, y así, una tras otra las torres se van
desmoronando. El número de arqueros sarracenos es tal que cada vez que uno de los defensores de la
ciudad osa asomarse, es herido al momento por saetas de ballesta de las que disponen en cantidad
los asaltantes. Las noticias que van llegando sitúan la caída de la ciudad para cualquier momento. Y
así es, pero no antes de que genoveses y venecianos, que contaban con abundantes tropas
indispensables para la defensa, deserten sin ningún pudor e incluso retiren la flota cargada hasta los
topes con todas sus pertenencias. ¿Otro vergonzoso y cobarde acuerdo entre las dos republicas y
Qualawun?
En los últimos días de abril, Qualawun, que dirige personalmente las operaciones, da la orden
del asalto final y los habitantes, aterrorizados, abandonan las murallas y huyen hacia el puerto. El
contingente que se interpone entre los asaltantes y la población arracimada en el puerto tratando de
escapar en los pocos navíos que aún quedan lo manda Pere de Moncada , Guillermo de Cardona, el
hermano Hugo, el hijo del conde de Ampurias, Reddencoeur que ha vuelto, y el resto de los
Templarios. Cuando el mariscal Vendac, y el comendador del Hospital viendo todo perdido, se
despiden de los que se quedan, saben que no los volverá a ver vivos y reciben de éstos el Beauseant.
-¡Lleváoslo, Señor. No queremos que caiga en manos sarracenas!- . Pere de Moncada y sus
templarios se quedan solos ante los asaltantes turcos que tienen un momento de duda porque no
entienden a aquel puñado de locos que se les enfrentan. Pere se vuelve a sus hombres y les da la
última orden: - Sepan, caballeros, que no habrá merced. Tampoco la esperamos. ¡Vive Dieux Saint-
Amour!-. Las hordas se les echan encima y la pelea se encona. Durante unas horas nadie da un paso
atrás mientras van cayendo uno tras otro. Al caer la tarde la mayor parte de los personajes notorios
de la ciudad han huido. Los Mariscales del Temple y del Hospital, Amalarico, el hermano del Rey de
Chipre, la condesa Lucia y sus mas próximos, que no se olvidan de poner a salvo su considerable
fortuna, los prohombres de la comuna y todo aquel que puede pagar por su vida, huyen. El resto, los
humildes, los que no tenían donde ir y que se calcularon en veinticinco mil, esperan el fin como
corderos, sin ni siquiera la gallardía de la defensa. Sobre las murallas y la ciudad se desparraman
los cuerpos mutilados y rotos de Pere y sus hombres. Reddencoeur que ha caído herido, es hecho
prisionero, igual le ocurre al hermano Hugo, el resto muere de pie y con orgullo templario.
El Sultán hace degollar a todos los hombres de la ciudad y envía a Damasco, para ser
vendidos como esclavos, a las mujeres y a los niños. A continuación, la ciudad, infectada de sangre y
cadáveres, es demolida hasta los cimientos. Trípoli desaparece del mapa y más de cuatrocientos
templarios dejan su vida en otro lugar de Tierra Santa.
Se nos comunicó la noticia cuando estábamos en oración. Yo no estaba preparado todavía para
éste tipo de sucesos. Puedo aducir que llevaba poco tiempo entre aquellos guerreros. Que aún no
estaba curtido. También pudo ocurrir que había intimado con Pere. No lo sé, pero me subió a la
garganta un almadiamiento, como una bilis amarga que me encogió las tripas y me quedé mudo.
Continuó la oración y todos se la dedicamos a los compañeros que ya no volverían a estar con
nosotros. Pude observar a Gilles que estaba delante. Me pareció observar por un breve instante un
gesto como de dolor, luego levantó la hirsuta cara como en un desafío y siguió rezando sin otro mal
gesto. Cuando finalizó la oración se me acercó y me dijo:-Mors nobiscum equitat- No le entendí. Se
me quedó mirando y repitió en mi lengua: “La parca cabalga con nosotros, y es mal compañero de
viaje. Acostúmbrate”. Se dio la vuelta y me dejó solo.
La caída de Trípoli nos dejó aislados por tierra de las pocas comunidades cristianas que
iban quedando. Las rutas de peregrinaje que desde Constantinopla bajaban hasta Jerusalén eran cada
día mas inseguras y nuestra tarea se hacia cada vez mas difícil cuando no totalmente imposible.
Nuestras fuerzas bastante tenían con proteger las pocas fortalezas que nos quedaban, y esto solo hasta
que el turco quisiera. Cualquier movimiento nuestro era conocido de inmediato por los emires de
Qualawun. Realmente nuestra supervivencia dependía de la amenaza que suponían los tártaros para
al ejército sirio que había arrasado Trípoli y que vivaqueaba entre la cordillera que llamaban Jabal
ash Shargi y Damasco.
Se envió una delegación a los países occidentales pidiendo ayuda y solo se obtuvieron
buenas palabras. Nicolás IV estaba más ocupado con los terrenales problemas de Sicilia que con la
perdida de Tierra Santa.
Chipre tampoco se sentía segura. Contaba con su propio ejército y con considerables
contingentes nuestros y de los hospitalarios amen de que su sitio y conquista habría exigido una flota
y sabíamos por cierto que por el momento los intereses árabes estaban más cercanos a la franja
costera que mar adentro. Aún así Enrique II de Chipre obtuvo de Qualawun otra tregua por diez años,
con tan poca validez como las anteriores pero que permitió a genoveses y venecianos continuar el
comercio con Damasco y El Cairo, y una vez mas, aún sabiendo lo artero de tales relaciones,
recibieron el beneplácito de los gobernantes de Acre, que por supuesto, seguían sacando una buena
tajada de aquel negocio.
A pesar de que no era un arma común a los caballeros, también practiqué mucho el uso del
arco, y no me refiero al occidental, sino al árabe, con la inestimable ayuda de Ferran que se
convirtió en un autentico experto entre sus compañeros. Realmente el arco árabe era una pieza
singular por su potencia y pequeño tamaño, indispensable para el jinete sarraceno que hacia un uso
constante de él con gran precisión incluso al galope. Se diferenciaba del nuestro, de una sola pieza,
en su compleja construcción, que incluía diferentes varas de madera, asta de buey e incluso tendones,
todo unido por lo que parecía ser algún tipo de cola. Desde luego su construcción debería ser
laboriosa y larga aunque el resultado final era sin duda excelente y de un tamaño que no excedía de la
mitad de largo que el occidental. Sus saetas también eran mas cortas que las nuestras. Solo se
encordaba cuando se iba a utilizar para que no perdiera la flexibilidad y lo llevaban en una funda,
protegido del calor o la humedad, que colgaba del arzon de la silla de montar.
Nuestra existencia era agitada y violenta. Yo participé en diferentes misiones de las que salvo
alguna mínima herida salí indemne y en las que me fui acostumbrando a las duras condiciones que
soportábamos en la frontera de la cristiandad. Cubríamos rutas de peregrinaje por lo que no eran
extraños los encontronazos con tropas árabes que no necesariamente terminaban en abierta pugna.
Estábamos en constante movimiento y no era fácil intimar con los que te rodeaban amen de que las
reglas por las que nos regíamos no eran muy proclives a ello pero es que además no permanecíamos
los mismos mucho tiempo juntos, los destacamentos, las heridas o la muerte nos separaban a veces
para siempre, incluso las fiebres o la lepra nos arrebataron a algún hermano. Nunca tenias la certeza
de a quien encontrarías ó si echarías a faltar a alguien durante los raros momentos en que la pitanza o
la oración nos congregaba.
En otros momentos también sentí la amarga excitación que precede al momento en que se debe
dar muerte o morir y admito que nunca llegué a asimilarlo demasiado bien. Lo viví y me asusté. Lo
asumí y me sorprendió la facilidad conque se pasa de un estado a otro. Aún así me hice cruel en el
combate y la oración no me fue especialmente útil aunque entendía nuestra función. Nos regíamos por
la máxima: “en la carga, causar el mayor daño al enemigo", pero fue mas la enajenación del momento
y el ardor de la pugna, o al menos así lo quiero creer, que el convencimiento de la razón. Había
elegido aquella vida y debía estar a la altura de las circunstancias aunque algo en mi interior se
rebeló aquella primera vez que vi la sangre que se derramaba y los ojos abiertos y ciegos del que
había muerto por mi mano.
Fue en el otoño del año 90 cuando por primera vez tuve noticias relacionadas con mi vida
anterior. Una misiva de Artal me hizo recordar con tristeza que tenía una familia al otro lado del
mundo. En ella me comunicaba que nuestro hermano mayor, Adrián, había muerto. Fue como un
bofetón inesperado por lo imprevisto, que me hizo saltar las lagrimas y llorar por mi hermano y
supongo que por mí también. Cuando el recuerdo de Tesa se había desvanecido y con él el dolor.
Cuando trataba de reconciliarme conmigo mismo y veía aquellas cosas lejanas como algo que ya no
me pertenecía, la noticia fue un mazazo inesperado que volvió a enfrentarme con mi realidad. Me
obligó a salir del oscuro pozo de religiosidad, sudor y acero en el que me había ocultado para
protegerme de mi mismo y me obligo a mirar hacia arriba, hacia el sol, menos ardiente en el otro
extremo del mundo, pero el mismo a la postre que estaría alumbrando los campos, tan diferentes a
éstos, en los que había nacido y me había criado.
La enfermedad que mató a Adrián fue la misma que un día lejano mató a nuestra madre. Tisis.
Toses constantes durante el invierno y la muerte en primavera. Eran tiempos difíciles en mi lejana
tierra. Artal me hablaba de malas cosechas. De hambre. Nuestro padre, que había dejado el cuidado
de la hacienda en manos de Adrián a poco de marcharme yo, tuvo que hacerse de nuevo con las
riendas con la ayuda de Artal que se convertiría en breve en el heredero al haber renunciado yo a la
sucesión. Padre estaba muy viejo y le faltaban las fuerzas. Quiteria, nuestra hermana pequeña había
ingresado en un convento y Tesa cuidaba de la hija de dos años que había tenido de Adrián. Artal
también se había casado y esperaba un hijo (que ya habría nacido cuando yo leía su misiva porque
ésta databa de hacia ya casi tres meses).
Me aparté de todos y rumié aquello despacio. ¡Que extraños son los caminos que nos conducen
a ninguna parte!. Trataba de recordar a Tesa, a mi padre, a Artal, y los veía desdibujados. Traté de
imaginar la muerte de Adrián, tan joven y tan débil, para nada culpable de mis desvaríos. Y ahora
Tesa y su ambición habrían sufrido por la muerte de mi hermano mayor y la consiguiente perdida de
influencia en la familia, y no pude alegrarme de su desgracia y eso me hizo bien porque también era
la mía.
Y la vida siguió, y contesté a mi hermano y saludé a mi padre y le pedí perdón por mi huida, y
me pareció cuando les escribía, después de tanto tiempo, que algo nos volvía a unir de nuevo. Que
volvía a ser de la familia y sentía sus penas y alegrías, sus afanes y trajines. Y llegué a pensar que
quizás algún día, si a Dios le placía, los volvería a ver, de otra manera a como los vi antes porque
sin duda yo ya no era el mismo, aunque no tanto que no siguiéramos siendo de la misma sangre.
No tardé mucho en olvidar mis cuitas y volver a mi quehacer porque acontecía que nuestra
movilidad no nos dejaba mucho tiempo para pensar. Ocurrió que poco tiempo después observamos
movimientos alrededor de Yabayl que coincidieron con el vasallaje de ésta población a los
sarracenos. Se habían entregado sin lucha. Realmente su defensa habría sido imposible sin contar con
ayuda exterior visto el ejemplo de Trípoli, y habían preferido poner la bandera de Qualawun en la
torre más alta de su vetusto Palacio de Juntas a cambio de la vida. Un contingente turco había tomado
posesión de la ciudad y como primera medida de autoridad asaltaron una caravana de peregrinos
que siguiendo el río Orontes viajaba a Jerusalén. En el valle de la Beka'a aquellos caminantes cuya
única aspiración era visitar la Tierra Santa acabaron su peregrinaje y la mayor parte de sus vidas a
pesar de las Alamas que los debían haber protegido contra ese tipo de sucesos. Una segunda
caravana, a dos días de la infortunada anterior, cruzaba la llanura de Meraka siguiendo los márgenes
del río Litani para luego continuar por el Jordán y así ahorrarse los extremos rigores de la época.
Eran casi doscientos y sus pobres sandalias llevaban mucho camino recorrido. Nuestras patrullas los
habían avistado y no podíamos permitir otra masacre cuando ya les quedaba tan poco. Esta vez
estábamos sobre aviso y supimos que las mismas fuerzas que habían destruido la anterior esperaban
repetir la maniobra y casi en el mismo sitio. La impunidad con que obraban, sin respeto alguno a los
salvoconductos que la misma autoridad árabe concedía a los que visitaban los Santos Lugares,
fueran de la religión que fueran, los delataba mas como salteadores y bandidos que como soldados y
debían ser castigados. Abandonamos Tortosa noventa y seis jinetes que incluían a un físico y dos
capellanes. A los dos días nuestra avanzada los descubrió confiados y esperando que llegara la
carnaza sin ni siquiera destacar vigías. ¿A quien podían temer? Nos tomamos el tiempo suficiente
para escoger la hora y el lugar desde donde les atacaríamos. Gilles estaba al mando de la expedición
de castigo y por Dios que no se merecían cuartel. Cuando formamos las líneas de ataque, tan cerca de
ellos que temíamos que oyeran el piafar de nuestras cabalgaduras la tensión me atenazó mientras
sujetaba las riendas y paraba el caballo que clavó en el suelo las patas delanteras y tembló. Yo
también. Bajamos las viseras, requerimos el escudo y embrazamos las lanzas. Las capas blancas de
la primera fila al viento y el Beauseant bien alto esperando la señal. Era mi primer combate
importante y no sentí miedo y sí ira y un ahogo que casi me impedía respirar.
El freire Gilles, en el centro de la primera fila, se alzó sobre los estribos, levantó la lanza y
gritó: "Deus lo vult". Soltamos las riendas y en formación nos dirigimos a la cima de la loma que
nos separaba de ellos. Los ralos enebros que cubrían la zona nos ocultaron hasta que nos tuvieron
encima. Corrían hacia sus caballos gritándose unos a otros. Fue tarde. Al galope penetramos entre
ellos con las lanzas buscando carne. Atravesamos su campo hiriendo, matando, rompiendo. Dejamos
las lanzas envainadas en cuerpos caídos y requerimos las espadas y las mazas. Algunos consiguieron
montar y hacernos frente pero éramos como un vendaval que todo lo arrasa. Volvimos grupas una y
otra vez esparciendo la muerte en los grupos que se formaban, en los que trataban de huir. El griterío
me volvía loco y me excitaba. Yo mismo, mientras hería y rajaba, me sorprendí gritando. El polvo
cubría el campo y formamos una cuña que se abría hacia los lados derribando todo lo que se
mantenía a pié ó montaba corcel. Me asusté de mi mismo. Mi caballo, habituado al combate, echaba
espuma y pisaba y trituraba. Traté de pensar fríamente y no supe como hacerlo. La lucha me había
enardecido otras veces pero nunca hasta aquel extremo y no había tiempo nada mas que para
maniobrar manteniendo la formación de combate y golpear por reflejos, golpear hasta la extenuación.
Con la espada, con el escudo, con los estribos.... Hay algo oscuro que nos invade cuando entramos en
combate para matar ó morir, cuando olvidamos el precepto que dice "NO MATARAS" y nos
convertimos en fieras sedientas de sangre y yo me horrorizaba de mi mismo y a la vez era la parte de
un todo que tenia que seguir hasta que no quedaran enemigos de pie. Entre el polvo, Ferran, detrás de
mí, grita y golpea. Gilles a mi derecha y mas adelantado en la punta de la cuña siembra la muerte a su
paso. Al final, un grupo de unos cuarenta o cincuenta se agrupa alrededor del que debe ser el jefe y
los embestimos sin compasión. Penetramos entre ellos y desmontamos a la mayoría que bajan las
armas cuando ven a su capitán que pide cuartel. La vaguada en la que vivaqueaban se ha llenado de
cuerpos caídos, algunos inmóviles, otros que se retuercen y se arrastran entre la sangre pidiendo
auxilio, caballos tirados que bracean heridos y otros sin jinete que relinchan y se mueven sin dueño y
aterrorizados. Parece un milagro pero todo nuestro grupo sigue montado, no hemos tenido bajas. El
hermano Gilles se acerca al que parece un oficial y lo increpa desde el caballo con voz agitada:
-¿Has sido tú el que ha ordenado matar y esclavizar a peregrinos protegidos por Alamas de tus
superiores?, ¿Eres tú el que pretendía hacer lo mismo con los que se acercan?, ¿Eres tu el que te
llamas soldado, sucio sheitan? ¡Responde!, ¿Eres tú?-. El oficial turco mira a los suyos y se yergue:
-¿Y que te hace creer que debo responderte, perro cristiano? ¿O crees acaso que tienes alguna
autoridad sobre mí porque nos has vencido atacándonos por sorpresa? ¡Sabes que os queda poca
vida y que mañana puede ser que yo mismo te dé muerte! -
Gilles le escucha hasta que termina. Después se le aproxima hasta caso tocarlo y a
continuación mueve su brazo y con dos rápidos molinetes de su espada, uno a cada lado del cuello,
hace brincar hasta el suelo la cabeza del atrevido que apenas a tenido tiempo de levantar los brazos.
Del muñón del cuello brotan chorros de sangre mientras el cuerpo se desploma despacio. Ha sido
solo un momento, Gilles se incorpora en la silla y mira el cuerpo caído:-¡Tu no serás!, Alah
yahfadhaq.- El siguiente al que pregunta tiene otro talante.
-No lo sé, Señor, Solo obedecíamos ordenes. Mira a los demás y algunos que entienden
asienten sin demasiado entusiasmo.
-¿Pero sabéis que por ésta acción se os puede castigar? Para vosotros un peregrino es un Duyuf
sharraf-.
El turco no sabe que responder y se atiene a lo anterior ahora que el jefe yace muerto. - ¿Y qué
os puedo decir?, Alah yurafiquna, nosotros somos solo soldados-. Desde luego más que soldados
parecen bandidos, y Gilles quiere saber más:
-¿Cuantos, de los que asaltasteis hace dos días quedaron vivos y donde están?-
-No sé, bastantes, ¿Quizás unos cien? Van camino de encontrarse con una caravana que va de
Sidon a Damasco...-.
Las facciones de Gilles se tuercen en una mueca que no presagia nada bueno: - ¡La tassubbu
asseita 'ala annari! Limítate a decirme el camino que siguieron.- Las indicaciones señalan la ruta de
las caravanas que parten desde la costa así que decidimos seguir sus pasos. Gilles observa a los
supervivientes que atemorizados, y esperando lo peor, se apelotonan unos contra otros. El polvo se
va asentando y los gritos de los caídos laceran el aire. Levanta la voz y les grita:
-¡Escuchad!...., Os vamos a dejar libres aunque bien sabe Dios que no os lo merecéis. Solo
quiero recordaros que si alguno de los Emires de Qualawun se entera de vuestra hazaña, vuestras
miserables vidas no valdrán nada. Recoged vuestros muertos y heridos y volved a vuestros
cuarteles.-
El turco se arrodilla y nos saluda a su modo : ¡Yuafaq fil haya!. Nos quedamos con parte de
sus provisiones y la mayor parte de sus caballos y una vez que abandonaron el campo volvimos
sobre nuestros pasos. El grupo de peregrinos seguían su camino ajenos al peligro que se había
cernido sobre ellos. Les informamos de lo ocurrido, les deseamos buen viaje y nos pusimos en
camino nuevamente. Esta vez sí teníamos prisa y efectivamente no fué difícil seguir las huellas. La
iban marcando los cadáveres de los prisioneros que en aquellos agrestes parajes, no soportaron la
marcha.
Al comienzo del segundo día divisamos una interminable caravana de camellos protegida por
tropas turcas a caballo. Desde la lejanía vimos separado de ésta un numeroso grupo entre los que a
buen seguro estarían nuestros peregrinos ó lo que quedara de ellos. Por supuesto también habíamos
sido vistos y antes de que pudiéramos impedirlo se interpuso entre nosotros y la caravana parte de la
tropa que los protegía. Seguimos avanzando hasta llegar a las inmediaciones de los que nos cerraban
el paso. Se destaca un oficial y nos requiere:
-¡Assalamu aleikum, Templarios!, ¿Puedo preguntaros que intenciones os traen tan lejos?- No se
siente nada cómodo pues apenas son la mitad que nosotros pero trata de mantener la figura delante de
sus soldados. Detenemos nuestras monturas y Gilles se acerca a él y le responde:
-¡Assalamu aleikum, oficial!, Perseguimos a un grupo de chacales que pretenden vender como
esclavos a peregrinos cristianos sobre los que no tienen ningún derecho.-
-¿Y entonces aquel grupo que se mantiene aparte?, que son, ¿doncellas cogiendo flores?.
Podrás quitarte de nuestro camino o podré quitarte yo, pero será más sensato para ti que vuelvas
grupas y hagas saber al Señor de la caravana que deseamos verle con urgencia. Y continuamos el
camino mientras las tropas que nos cerraban el paso se abren y nos siguen a ambos lados de nuestra
hueste hasta que llegamos al pié del grupo humano que ha parado toda actividad y nos mira. Soldados
árabes y turcos, camelleros y beduinos de azules túnicas que les cubren desde la cabeza a los pies
dejando apenas visibles los ojos negros y brillantes como el azabache, mercaderes de todo tipo
incluidos los venecianos que seguro también quieren participar en la rebatiña de la venta. En el
centro están los peregrinos. Sin duda son ellos, unos cincuenta o sesenta, macilentos y dolientes,
algunos todavía atados con sogas. Nuestra llegada les devuelve la esperanza perdida y prorrumpen
en gemidos y tratan de captar nuestra atención con gritos y ademanes.. Se les ve maltratados y
humillados. Un grupo de árabes se destaca y de el se adelanta un elegante y fornido mercader , de
mediana edad, ojos azules y porte autoritario al que siguen como su sombra dos enormes negros
armados de largas picas y que son sin duda su guardia personal.
-¡Alah yaatiku al'umr at-tawil!- Gilles le responde con amabilidad, casi con voz untuosa
aproximando su montura al árabe hasta que éste se obliga a levantar la cabeza para hablar con el
jinete, los dos enormes negros se mueven inquietos a espaldas de su jefe.
-Pareces un honrado y prospero comerciante, y sin embargo estas en tratos con unos
innobles chacales que hace pocos días asaltaron un grupo de peregrinos y después de matar a buen
numero de ellos, pretenden venderte como esclavos al resto....¡Aquellos que tienes allí!.- Su voz se
ha ido haciendo mas dura y alza la enguantada mano señalando el grupo de dolientes. Un grupo de los
guerreros turcos que vagaban por allí se empieza a mover y a apelotonarse. El árabe niega con la
cabeza mientras nos observa. Nuestras tropas se han ido abriendo en cuña y los peregrinos se van
acercando hasta que un par de soldados turcos hacen restallar unos largos látigos cuyo sonido los
paraliza porque sin duda ya han sentido en las carnes su mordisco.
-¿Como te atreves a amenazarme.....? El árabe, con amplio ademán pero sin moverse del sitio
hace gestos de ofendido y hay un revuelo entre los que están detrás y se sienten mas protegidos.
Nuestra proximidad es un peligro que ya no pueden evitar.
-¡Me estas haciendo perder el tiempo, árabe! El caballo de Gilles patea el suelo y las gentes
que nos rodean reculan para atrás. -¿Me obligaras a hacerte pagar por tu torpeza?, Y además espero
de ti caballos, agua y vituallas para los peregrinos ya que han sido saqueados y maltratados
indignamente, y nosotros, a cambio, te prometemos que olvidaremos éste encuentro y tu honor y
solvencia quedaran a salvo. De éste modo podrás dirigir mas caravanas sin que en el mercado de
Damasco se te cierren las puertas, o incluso te consideren todavía digno de llevar la cabeza sobre tus
hombros.-
No esperamos mas porque aquellos a los que buscamos se descubren retrocediendo, tratando
de cerrar filas y desenvainando sus armas. Su inferioridad es manifiesta pero saben que no recibirán
ayuda y hacen un conato de defensa que se rompe tan pronto lanzamos los caballos sobre ellos. Unos
cuantos golpes abaten a los mas cercanos mientras nos abrimos paso hasta el oficial que ya no tiene
donde huir y se gira hacia nosotros enloquecido y chillando. Gilles me entrega su lanza y el escudo,
con parsimonia desciende del caballo en el espacio libre que han dejado los que retrocedieron,
enfrente del turco que sujeta su cimitarra con las dos manos , sin perderle de vista desenvaina la
espada , después se le acerca y le pregunta:
-¿Crees que tu miserable vida devolverá las que quitaste a los peregrinos?- No hay respuesta.
El oficial turco se lanza en tromba gritando. Gilles para la embestida y sin transición golpea con
saña, dos, tres veces, y el turco yace roto en la tierra que engulle su sangre. Nadie se mueve, el
círculo se ha ensanchado, y Gilles mira a los que le rodean que retroceden aún mas, atropellándose
unos a otros. A continuación busca entre el polvo al jefe de la caravana y se dirige a él de nuevo sin
envainar la espada:
-¡Bien, mercader, te decía que esperamos de tu magnanimidad agua, alimentos y los caballos,
todos los caballos de las hienas que os trajeron a los peregrinos hasta aquí!. Luego podrás seguir tu
camino y que Alah te proteja.- Esta vez no hubo discusión, solo un corto mercadeo en el que aún a
regañadientes dieron cumplida respuesta a nuestros requerimientos, a continuación nos alejamos de
la caravana y llevamos de vuelta a los peregrinos hasta las fuentes del río Jordán. Aún les quedaba
un largo camino lleno de peligros hasta Jerusalén pero poco mas podíamos hacer. Nosotros nos
volvimos a Tortosa.
Me sentí satisfecho. Esa era nuestra tarea y la razón por la cual existíamos. Proteger a los
peregrinos pero lo que ocurría era que nuestro radio de acción se había ido reduciendo y solo éramos
capaces de abarcar una décima parte de la ruta que desde Constantinopla llevaba hasta Jerusalén y
aún con la Ciudad Santa en manos infieles.
En todo aquel tiempo las armas que mi padre me donó, aún siendo de pobre calidad,
cumplieron con su función salvo el camisote que se había ido deteriorando. Su uso casi diario, me
había producido heridas en el cuello y en los brazos que se me enconaban por el sudor y el roce. En
algún momento pedí al intendente que se me proporcionara otra en mejor estado y mas flexible. El
agua de mar era un bálsamo mas que apreciable para las heridas infectadas y con esa disculpa me
escapaba a la costa cruzando alguna vega, bajo las olorosas higueras y los algarrobos cuyos frutos
empleaban para alimentar el ganado y fabricar un brebaje dulzon y embriagador que no era de mi
agrado, los aromáticos naranjos y limoneros o los ancianos olivos. Me acompañaban Ferran o Yago
un poco a escondidas y cuando sus obligaciones se lo permitían y nos zambullíamos en alguna
apartada ensenada que nos proporcionara el mínimo de privacidad que nuestra condición nos exigía.
Si se nos unía en la escapada algún freire, surgían temas de conversación siempre interesantes
cuando después de asearnos y nadar un rato nos tumbábamos en la dulce arena y dejábamos que el
sol nos bendijera con sus ardientes dedos mientras se secaban nuestras humildes sayas. Incluso cerrar
los ojos y escuchar el narcótico ir y venir de las olas producía una sensación tan relajante que hube
de ser despertado en mas de una ocasión pues me había hundido en los brazos de la modorra. No era
una practica aprobada por los capellanes con demasiado entusiasmo pero si por los físicos, que la
consideraban beneficiosa, sin duda influenciados por la avanzada medicina árabe y que dio origen a
mas de una controversia que al final se reducía a obligarnos a considerar qué era mas importante, el
cuidado del cuerpo o el del alma. Al final, aunque no se llegó a un acuerdo, nosotros adujimos que un
cuerpo sano era más útil para la comunidad.
No hay duda de que mi temperamento había ido cambiando. Los sueños que albergué a mi
llegada fueron muriendo de una forma natural y lógica, incluso sin demasiado dolor. Ni siquiera me
preocupaba demasiado la idea de la muerte. A veces el recuerdo de lo que quedaba de mi familia me
producía una molesta nostalgia, pero me sentía tan desarraigado y lejano que no dejaba de ser un
sueño la posibilidad de escapar con vida de allí y volver a verlos. En el poco tiempo que llevaba en
Tierra Santa me había acostumbrado a la aceptación de los hechos. Nunca nos planteábamos el
abandonar. Nuestras rígidas estructuras de decisión nos habían convertido en SACRAE DOMOS
MILITIAE TEMPLI HIEROSOLYMITANI y por lo tanto pensar en actitudes personales de lo que
nos gustara ó lo que quisiéramos hacer era insensato y no cabía en nuestros planteamientos. No nos
rebelábamos contra nuestro destino y por supuesto nuestro sentido de la obediencia no nos permitía
plantearnos a nivel personal la huida ó el abandono. Pienso que eso se debía a la imagen que nos
habíamos creado de nosotros mismos y de la que nos sentíamos orgullosos. Éramos caballeros
Templarios y eso lo decía todo. Nuestro valor, siempre que se puso a prueba, y bien que nos lo
recordaban los viejos, salió triunfante. Siempre los primeros en el combate. Constituia un orgullo
para la Orden que fuera de común saber entre aquellos que habían trabado combate con nosotros que
el Temple solicitaba siempre que se nos permitiera ocupar la primera línea, un paso delante de los
demás. Sabemos que se nos ha tachado de soberbios y obcecados y sin duda hubo razón para ello, los
errores de los que tengo noticia que se habían cometido a lo largo de la historia de la Orden son
demasiados ¿pero el valor?, ¡ El valor nadie lo cuestionó nunca!. Nuestra fama era, por lo tanto,
merecida y no quedaba ninguna duda de que siempre haríamos honor a ella. No dimos nunca ni
siquiera un santo a la Iglesia pero si muchos y muy honorables combatientes y nuestro deseo mas
ferviente seguía siendo aquel en el que, en el último momento, cuando Dios nos llamara a su lado,
nos encontráramos de pié, con la espada en la mano y una oración en los labios.
El hecho real y cierto es que habíamos perdido una buena parte de la fe y nos mantenía un
ingente montón de orgullo templario.
Aquel verano de fuertes tormentas y ardientes calmas fue tenso y pródigo en noticias que iban
y venían de un extremo a otro de la estrecha franja costera cuyo centro era San Juan de Acre, otrora
fuerte y poderosa y ahora sujeta a los vaivenes de los compromisos que se firmaban entre Chipre y
el Cairo ó el Cairo y Chipre. Las habladurías sobre las treguas eran incesantes y desde luego en
nuestro ambiente no ofrecían ninguna seguridad. Solo nuestra fuerza nos mantendría en autremer y eso
con la aquiescencia de Qualawun.
Los sucesos ocurrieron siguiendo los cauces lógicos. El desencadenante, o la disculpa, como
se quiera plantear, fueron los desordenes que se produjeron a raíz de la llegada de tres navíos a Acre
que traían cruzados písanos y genoveses y que empezaron peleándose con los venecianos que
estaban asentados en la ciudad y mas tarde, sin razón aparente y antes de que se pudieran tomar
medidas, irrumpieron en el barrio de Montmusart asaltando y degollando a todo aquel que vistiera
turbante o chador so capa de que eran infieles o espías. Tampoco les hicieron ascos a algunos judíos
que se cruzaron en su insensato camino. El resultado final fue una carnicería cobarde y demencial que
cuando se atajó había causado docenas de muertos especialmente entre la población árabe. En
cuestión de horas la información del lamentable suceso era conocida por Qualawun y dos días
después llegaron emisarios del Sultán que sin mencionar la tregua que existía, si exigían el castigo
de los culpables que para mas escarnio se habían paseado por la ciudad después de los luctuosos
sucesos, con sus mandos a la cabeza acusando a voz en grito a los habitantes de convivir con
musulmanes y enemigos de Cristo.
Qualawun exigía una inmediata reparación. Dio dos opciones :¡O se le entregaban los mandos
culpables de aquel desaguisado, o bien sus cabezas!.
Las reuniones de los notables de la ciudad entre los que se incluían el gran patriarca de
Jerusalén y los grandes Maestres de las tres Ordenes no ofreció solución como era de esperar y
después de los normales cruces de acusaciones y gruesas palabras entre los presentes, se decidió no
aceptar el ultimátum del Sultán turco .
A los tres días de éstos hechos y dejando la guarnición de Tortosa en cuadro, fuimos
embarcados para Acre algo mas de doscientos templarios. Entre ellos estábamos Gilles y yo con
nuestros escuderos. Todos teníamos claro cual era el próximo lugar a defender. Nuestro Gran
Maestre, el irascible Guillermo de Beaujeu tenía problemas con los notables de la ciudad fortificada
pero tuvo claro que todo hombre que pudiera portar un arma seria muy útil en los días por venir en
Acre.
La ciudad contaba con un gran puerto, muy protegido y de una incesante actividad por haber
sido durante muchos años el centro del comercio en aquella parte del mundo. Las murallas dobles,
que protegían la ciudad eran de vieja construcción pero muy fuertes y altas y cubrían absolutamente
todo el perímetro desde la torre que llamaban del diablo en el norte, hasta la torre del Patriarca en el
sur pero es que además para prevenir cualquier asalto desde mar, también estaba amurallada y
separada hasta San Andrés donde se iniciaba el puerto. Un ingente fortín que llamaban el castillo del
Gobernador enlazaba en la parte central con las murallas dobles y otras mas livianas que dividían la
ciudad en dos partes. Los paños exteriores contaban con un buen número de torres de defensa de las
cuales la más alta e impresionante por su tamaño se llamaba la torre del Rey Enrique que se unía a la
del Rey Hugo por una alta coracha en forma de arco y que constituían el punto mas avanzado de la
defensa de la ciudad. La entrada se hacia por cinco puertas bien defendidas y de las que las mas
grandes eran las del Este, la de los Peregrinos, y en el norte la de San Lázaro llamada así porque
llevaba al barrio del mismo nombre. Las Órdenes religiosas tenían sus sedes, los Sanjuanistas
apoyado en la muralla interior donde también contaban con un gran hospital reminiscencia de otros
tiempos en el barrio de Bovere. La Orden Teutónica en el otro extremo de la ciudad, en la Boucherie,
un gran fortín apoyado en la muralla exterior que se comunicaba con la torre de los Legados y
flanqueado por la puerta de los genoveses y la de los peregrinos. La nuestra estaba en la zona mas
antigua de la ciudad por se la primera que se construyó, muy cercana al puerto en el cabo que
protegía éste y donde se asentaba el barrio de San Sabas.
La ciudad, densa y activa, opulenta y mercantil, alternaba las grandes mansiones y los
palacios con los almacenes y los depósitos de mercancías, los burdeles con los chamizos de los
artesanos y las iglesias con las sinagogas.
A nuestra llegada supimos que la ciudad había enviado emisarios al Cairo con la pretensión de
llegar a un acuerdo o algún tipo de paz que alejara el temor a las iras del sultán y su predecible
ataque. La respuesta de Qualawun fue solicitar un rescate por cada habitante de Acre. Cuando se
llevó la información al Consejo de Notables de la ciudad, y dado que la iniciativa de los emisarios
había partido del Temple, se nos tachó de derrotistas y llegaron a faltar a Beaujeu y al Gran Maestre
de los Sanjuanistas Juan de Villers que se retiraron del Consejo cuando éste, soberbiamente, acordó
no pagar al Sultán pretendiendo que San Juan de Acre seria un hueso demasiado duro de roer.
Poco pudimos hacer que no fuera fortificarnos junto con los Sanjuanistas y los pocos
Teutónicos que allí residían. Y las noticias siguieron llegando: el ejército sirio que había destruido
Trípoli comenzó a moverse hacia el sur, y con él sus ingentes maquinas de asalto. Ni siquiera estos
hechos alertaron a la población que seguía inmersa en sus lucrativos negocios y trueques como si no
les amenazara ningún peligro.
A finales de marzo empezaron a verse grandes contingentes de tropas arrastrando todo tipo de
maquinaria pesada entre las que destacaban cuatro enormes balistas de tamaño tal como nunca se
habían visto y que situaron aún lejos de la ciudad hasta que se completó el cerco.
Se nos asigno la defensa de la muralla norte. A nuestra derecha quedaban los sanjuanistas y
mas allá los teutónicos. Detrás de nosotros, en la muralla interior quedaban las fuerzas de la ciudad
junto con los venecianos y písanos. A pesar del trato que habíamos recibido, aún daban por hecho
que deberíamos ser los primeros en entrar en combate. El resto de la circunvalación hacia el sur lo
defendía Amalarico con sus tropas y los caballeros francos e ingleses desde la barbacana de levante
que avanzaba sobre campo enemigo, hasta la torre del Patriarca, alzada junto al mar. Desde las
murallas era un espectáculo ver el movimiento de tropas que tomaban posiciones. Miles y miles de
un lado para otro hasta que se situaban en los que suponíamos eran los lugares asignados.
Empezamos a sospechar que al`Malek iba a resultar un adversario tan peligroso como lo fue su
padre. No había duda de que no dejaba nada al azar y conocía las artes de la guerra.
A primeros de abril comenzó el asedio. La noche anterior al comienzo del ataque, el campo
enemigo visto desde las murallas parecía que no terminaba nunca, cubierto de luciérnagas imposibles
de contar, las lámparas, antorchas y fuegos de los sitiadores, daban una idea del numero, y el terror
hizo presa en muchos corazones. Yo sentí una mezcla de inquietud y miedo cuando evalué, junto con
otros freires, lo que se nos venia encima. ¿Como y cuanto tiempo seriamos capaces de contener
aquella marea humana?. ¿Cuantos días les llevaría derruir las murallas sobre las que nos
apoyábamos?.
Habíamos vaciado la armería. Yo había recibido nuevas armas aunque conservé la espada que
me dio mi padre, incluso había sustituido mi vieja cota de malla y ahora, la nueva me llegaba hasta
casi los tobillos y aún así era más ligera y densa y sentía que tenia mas movilidad. El almete era
firme , de buen acero y amplia visión y el ventalle me guardaba en buena parte el cuello. Nos
protegimos los hombros con bufas sobre la malla, y el escudo era el tradicional, ovalado y largo,
cruzado por dos tiras metálicas que aunque lo hacían mas pesado, le daban mayor consistencia.
Algunos de nosotros se acompañaban de una maza herrada o hachas pesadas y largas, muy útiles en
el combate cuerpo a cuerpo, que a la postre seria en el que nos encontraríamos.
Aquella misma noche emplazaron las maquinas, que se contaban por cientos, bastidas mas
altas que nuestros muros desde donde nos aseteaban, carabaos, almojaneques y manderetes con los
que se protegían de nuestros arqueros. A la vez montaron enfrente de cada torre defensora unas
grandes gatas o parapetos que protegían las bocaminas desde las que los ingenieros turcos
horadarían el suelo y llegarían hasta las bases de nuestros emplazamientos. Esas galerías o minas,
una vez estuvieran terminadas, se llenaban de maderas, estopa, pez y todo lo que fuera inflamable y
una vez cerradas, se incendiarían hasta hacerlas explotar y hundir así las torres de defensa, las
murallas y todo aquello que les facilitara el asalto.
Durante varios días soportamos todo aquello como podíamos. Sufriendo bajas y escuchando
como se acercaban las minas hasta nuestros emplazamientos. Protegidos por las murallas y torres,
nos preguntábamos cuanto tiempo duraría aquello. Trataban de evitar que descansáramos y conocían
todos los trucos, un conato de asalto, el movimiento inesperado de una de sus grandes máquinas, de
noche el número inusual de antorchas que se acercaban demasiado a un punto determinado de la
muralla..... Aun así estaba claro que no intentarían escalar las murallas por el coste humano que les
supondría. Los nervios nos atenazaban sabiendo que cuando las defensas empezaran a desplomarse
ya nada seria capaz de detener a la riada humana que esperaba para lanzarse al ataque y que cuando
llegara ése momento, el único descanso que podríamos esperar seria el eterno, antes o después.
Nuestra fuerza había estado siempre en la caballería y en aquellas circunstancias no era fácil
emplearla, aún así una noche, sigilosamente se abrió la puerta de San Lázaro y salimos montados
unos trescientos templarios y algunos caballeros francos que se nos unieron. Al galope conseguimos
llegar hasta el campamento enemigo pero la sorpresa no fue total. De algún modo se temían algo y
además nuestros caballos tropezaban con las cuerdas que sujetaban las tiendas de los guerreros de
más alto rango que era a por quien íbamos. En cualquier caso se entabló a la luz de la luna un feroz
encuentro en el mismo corazón de uno de los campamentos mamelucos. Destruimos e incendiamos
varias maquinas, cegamos dos bocaminas y herimos y mutilamos todo lo que encontramos a nuestro
paso. El griterío era espantoso. Las llamas de las torres de asedio que ardían alumbraron una escena
de locos que se me quedó grabada desde entonces. Nos había acompañado, como era preceptivo, el
BEAUSEANT, que iluminado por el fuego, se tiñó de rojo como nuestras capas, y la sangre de los
cuerpos rotos era negra. Los caballos relinchaban y coceaban, caídos y enredados entre el cordaje de
las jaimas, y los combatientes, a caballo o a pié nos golpeábamos con saña, y el ruido del crepitar de
las maderas y el choque del metal contra el metal enervaba. Las voces, los gritos, los aullidos del
dolor, el BEZANT A LA RISCOSSA con el que algún templario pedía ayuda inmediata. Todo fue
una ordalía mágica y brutal que juzgaba nuestra impotencia para cambiar los acontecimientos, a pesar
de nuestra fiereza y empuje porque, aunque la retirada quiso ser tan veloz como el asalto, perdimos
casi cien combatientes y eso sí que era una sangría para nuestras fuerzas. Y aún gracias a que
volvimos con dos y a veces con tres jinetes en cada caballo, porque se perdieron más de la mitad en
el encuentro. Dejamos el campo enemigo lleno de cadáveres. ¿Mil?, ¿Mas todavía?. ¿Y que era eso
para ellos?, apenas el aguijonazo de una avispa en la musculada y dura piel de un león irritado.
Gilles y yo, que participamos en la salida, salimos con vida una vez más y dimos gracias a
Dios por nuestra suerte, allá hasta donde llegara. La parca seguía cabalgando con nosotros.
Cuatro días mas tarde y en noche más cerrada que la nuestra, lo intentaron los sanjuanistas en
su sector pero el enemigo ya estaba sobre aviso y fue aún peor. No llegaron siquiera al campo
enemigo y tuvieron que replegarse asaeteados por los arqueros sirios.
Los días siguientes fueron de prueba. Al'Malek había situado su tienda bermeja que llamaban
dehliz a la vista de la muralla de levante y las tropas escogidas que le protegían hacían impensable
cualquier intento de asalto. Era una especie de burla. ¡Estoy aquí!, ¿ Os atrevéis?. Su atestado
campamento era un continuo ir y venir de jinetes que observábamos desde la torre de los Legados.
No había duda de que era la parte mas expuesta al ataque definitivo y estaba defendida por las tropas
de Chipre y los teutónicos. El bombardeo continuaba. A veces movían las catapultas de sitio y
ofrecían un respiro en otro. La ciudad ardía por varios puntos y las minas, a pesar de nuestro
hostigamiento, se acercaban a sus destinos. Detrás de nosotros, en los barrios aledaños el ambiente
era histérico y el caos total, luchas y saqueos innecesarios porque los almacenes estaban todavía
bien provistos y el hambre no cundía pero si el terror entre la población que se asomaba a las
murallas y luego nos miraba preguntándose, supongo, durante cuanto tiempo les protegeríamos.
A primeros de mayo nos llegó un respiro. El rey de Chipre ponía toda la carne en el asador e
invadió el puerto con una flota de navíos y huissiers que llegaba cargada de vivieres y combatientes.
Lo mas granado de la clase alta chipriota llegaba con sus oriflamas y brillantes túnicas a ocupar su
sitio en la defensa de la ciudad. No hay duda de que fue un acto que levantó la moral de los sitiados
aunque los mas avezados a éstas lides nos dimos cuenta que la mayor parte de los navíos se
quedaban anclados cerca del puerto y fuera del alcance de la morisma lo que dejaba claro que
cuando las cosas empezaran a ir mal, alguien, y desde luego no éramos nosotros, los utilizaría para
embarcarse de nuevo y abandonar la pugna.
No hubo que esperar mucho. Tuvimos la sensación de que aquella demostración irritó al
Sultán al'Malek porque los movimientos en el campo enemigo se volvieron frenéticos y aún se
estaban ubicando los recién llegados cuando empezaron a ceder y resquebrajarse las torres llamadas
de los ingleses y de la condesa de Blois, la que protegía la puerta de San Antonio. Allí se llevó a
cabo el primer asalto serio. Los defensores se hubieron de retirar por miedo al derrumbe y aquel
momento de caos lo estaban esperando desde fuera para tratar de entrar en la ciudad. Abrieron la
brecha lo suficiente como para permitir la entrada de tropas a caballo. Su defensa correspondía a los
sanjuanistas que trataron de contener la marea de asaltantes como podían pero era una tarea
imposible para ellos solos por lo que, con la mayor celeridad posible nos volcamos en su ayuda y
durante dos días la lucha fue cuerpo a cuerpo y codo con codo Temple y Hospital. Al final
conseguimos que se replegaran fuera del perímetro de defensa aún a costa de sensibles bajas.
¡Nuestro número era tan escaso comparado con las hordas turcas que nos asediaban que cada baja
nuestra suponía una perdida irreparable en el momento siguiente de la batalla!. Los restos de las dos
torres, desplomadas parcialmente, y lo que quedaba de la otrora orgullosa puerta de San Antonio se
llenó de cadáveres. No se daba cuartel y los cuerpos caídos olían a sangre y a sudor.
La pugna fue de una dureza extrema. Luchamos y peleamos sin descanso. Combatíamos a pie
entre las grandes piedras que habían caído de las torres y cualquiera que doblara la rodilla y se
encontrara desprotegido era muerto al instante. Yo tenía la ventaja de la estatura. Mantenerse
enhiesto, siempre protegiéndose el uno al otro, el escudo pegado al cuerpo soportando los golpes que
lo iban rompiendo y trizando, y la espada o el hacha golpeando, sin tiempo para el cansancio,
rajando cotas, jubones, cascos, escudos, buscando la carne, los brazos, las cabezas, dando gracias a
Dios porque incomprensiblemente aún estas entero mientras los cuerpos sin vida se amontonan a tu
alrededor como si fueras un titán contra el que nada puede hacer la muerte. Y llegas a creerte en tu
enajenación que realmente eres inmune a las armas enemigas y vuelves a la pugna enloquecido y
fuera de ti cuando ves que te temen y te evitan con temor, y gritas como un poseso exhortándoles a
que se acerquen y prueben el filo de tus armas.
Hubo un momento en que empecé a retroceder y a tropezar con los cuerpos caídos porque me
faltaron fuerzas para levantar la rota espada y milagrosamente, no supe de donde surgió, apareció
Gilles a mi lado y, rodeados de enemigos empezamos a descargar golpes como posesos, él con su
hacha y yo con mi rota espada hasta formar un circulo de cuerpos mutilados a nuestro alrededor
mientras gritábamos con toda la fuerza de nuestros pulmones: VIVE DIEUX SAINT-AMOUR
repetidamente hasta que recibimos ayuda y ambos nos escapamos de una muerte cierta. La espada
que había partido era la que me regaló mi padre, comprada a buen precio, y como un rayo me atenazó
un mal presagio, pero no tuve tiempo para pensar. Abundaban las armas por doquier. Recuperamos
el aliento y volvimos a la lucha que no sé cuanto duró. Las fuerzas se nos agotaban pero nos pareció
que estábamos enteros todavía aunque cubiertos de sangre, luego se hizo un respiro a nuestro
alrededor.
Encontramos a Gilles en la especie de enfermería en que se han convertido los bajos del
palacio de Montjoie. Ha arrastrado hasta allí al freire Berard con un profundo tajo en el hombro, y
aunque Berard muere desangrado mientras velábamos sus últimas horas, al menos muere entre
amigos. Yago no aparece y nos tememos lo peor.
Algunos de los heridos, los que no pueden continuar combatiendo, los embarcamos en los
buques que aún se mantienen en el puerto y escapan de aquel infierno. Vemos que entre los buques
amarrados se encuentra el Halcón del Temple cuya tripulación, con su capitán Roger de Flor a la
cabeza, cooperan en la defensa de la ciudad.
Durante los cuatro días siguientes, la labor de destrucción de los ingenieros turcos se centra en
el perímetro de levante. Las murallas exteriores van cayendo aplastando por igual a atacantes y
defensores. La torre del rey Hugo ya no es mas que un amasijo de maderamen, polvo y piedras y
entre ellas los caballeros de Chipre y Siria mantienen la posición a duras penas hasta que se
derrumba la torre Maldita en la esquina de la muralla interior. Otra avalancha de turcos a caballo
penetra en el recinto y sus lanzas se hunden en todo aquel que se interpone en su camino. El
almirante sanjuanista Mateo de Clermont desde su lugar de defensa ve que los defensores son
arrollados y acude con sus caballeros, pero no bastan y una vez mas Temple y Hospital tratan de
cerrar la brecha. Un nutrido grupo montado nos ayuda a hacerles frente y por primera vez puedo ver a
los dos grandes Maestres, Guillermo de Beaujeu y Juan de Villers, juntos y montados en sus caballos
de guerra, dirigirse con nosotros al tumulto. Leonard, nuestro mariscal, con un reducido grupo se
mantiene firme en la zona norte mientras el grueso de los defensores, incluido un puñado de
teutónicos que queda, tratamos de cerrar el paso al ejército mameluco que ha entrado en la ciudad
detrás de su caballería y se desparraman por calles y esquinas. La pelea se generaliza pero somos
uno contra mil. El Rey Enrique y su hermano, rodeados de sus caballeros ceden cuando el enemigo se
hace dueño de la puerta de San Nicolás. Los francos e ingleses también retroceden hacia el puerto
ante el empuje enemigo. La pugna mas cruenta se centra entre las ruinas de la torre Maldita. Beaujeu
y Villers encabezan la carga de templarios y hospitalarios y son fáciles de seguir porque llevan las
oriflamas con ellos. Clermont se bate a nuestra derecha. Los dos maestres y el resto de los montados
se meten en lo más duro del combate. Las líneas en ambos bandos se mantienen firmes durante un
tiempo, después el avance de los turcos se interrumpe, hay un momento en que vemos a Beaujeu
retroceder y parece que abandona. Oigo que alguien le increpa y cuando le rodeamos sorprendidos,
nos dice. -¡ Señores, no puedo mas porque estoy muerto!. ¡Ved el golpe!- tiene el costado abierto
entre el peto y el espaldar de su armadura que no estaba ajustada, y se desangra. Se le retira de
primera línea mientras continua la pugna. A mediodía es herido Villers y también podemos retirarle
antes de que caiga en manos enemigas.
La lucha ahora es por calles y plazas y a pié. Por cada enemigo abatido aparecen diez. Nos
vamos replegando hacia poniente mientras los defensores que quedaban en la muralla norte cubren
nuestro flanco izquierdo entre las puertas de San Miguel y Hospitalis permitiéndonos crear una línea
de defensa en Montjoie. El resto de defensores han sido empujados a la Boucherie y son vistos
embarcar olvidándose de los que nos quedamos. Enrique y su hermano tampoco quieren morir en
Acre y se llevan hasta los muelles lo mas granado de sus tropas. Los caballeros francos e ingleses
también desaparecen del ingrato escenario, lo malo es que la población no tiene sitio en los navíos y
está siendo pasada a cuchillo a medida que los sarracenos nos va arrinconando a los pocos que
quedamos. Los navios que habían llegado llenos de combatientes vuelven a recogerlos y se alejan del
puerto. El mariscal del Hospital, Clermont, y un grupo de sus freires han quedado aislados al perder
la ayuda de los que huyen, lo más que podemos hacer por aquellos esforzados es recuperar sus
cuerpos. He visto como un cura de nuestra Orden, al arrodillarse para dar la extremaunción a un
armigeri que yacía moribundo, moría también con la cabeza rota a manos de un fiero turco que luego
quiso degollar al armigeri. Yo degollé al turco y cuando llegamos hasta los dos caídos el armigeri
también esta muerto abrazado al cura, los dos empapándose en la sangre del otro. El retroceso es
continuo y ya solo luchamos para mantenernos vivos en esa orgía de sangre y cuerpos caídos y rotos.
Los habitantes de la ciudad que quedan con vida llegan por el barrio genovés hasta nuestra
fortaleza y se refugian en la casa presbiteral, a salvo de momento mientras resistamos a las hordas
sarracenas. Cuando llega la noche, nuestra línea de defensa, formada mayoritariamente por
templarios y un reducido numero que es lo que queda de los sanjuanistas, se sitúa entre San Sabas y
el barrio pisano, a los pies de nuestra fortaleza que será nuestro último reducto. Podemos ver el
puerto viejo en el que ya quedan pocos navíos, anclados lejos del Arsenal y el palacio del
Patriarcado que ya está en manos turcas. La resistencia se reduce al perímetro del Temple. La
ciudad esta en manos de las huestes de al'Malek que en una orgía de sangre degüellan a todo aquel
que aún se encuentra con vida.
La noche nos da un respiro para restañar heridas y descansar. Ferran, que sigue con vida, me
informa de la muerte de Yago. Lo estaba esperando y aún así siento un ahogo de amargo dolor.
Durante unos instantes puedo recordar todo lo que me unió a él. Parte de mi niñez y adolescencia.
Sus enseñanzas y el cariño con que me cuidó. Rezo una oración por su alma y por todos nosotros. Los
últimos días apenas le vi porque le separaron de nosotros. ¡Descanse en paz como querremos
descansar nosotros en breve!. Todo es muerte y gemidos de los heridos que nos rodean. No veo a
Gilles por ningún lado y espero que esté vivo. El número de los que aún contamos con la suerte de
mantenernos vivos se ha reducido drásticamente. Estamos agotados y sin fuerzas. Nuestros miembros
se niegan a moverse y nos piden que nos tumbemos en cualquier sitio y nos dejemos morir allí.
Beaujeu, el gran Maestre, ha muerto y yace entre otros cadáveres de freires, cubierto por un manto
templario a los pies del portón que da entrada a la casa presbiteral. Quizás no fue el mejor Maestre
que tuvo la Orden pero su muerte le ha redimido de errores pasados. El anciano Patriarca de
Jerusalén también es otra de las bajas. Nuestro mariscal retiró sus escasos efectivos de la muralla
norte que fue la única que se mantuvo firme y ha protegido nuestra retirada hasta la fortaleza que por
estar erigida sobre los acantilados ofrece buena defensa.
Cuando está a punto de cerrarse el portón de entrada llegan cuatro templarios, entre ellos
Roc, que traen arrastrando a Gilles. Tiene el casco hendido y una negra y fea herida le abre la cara y
se hunde entre las barbas. Está cubierto de sangre y una pierna le cuelga doblada de una forma
extraña. Arrimo mi cara a lo que queda de la suya. Le oigo murmurar con la boca rota: -¡DEUX LO
VULT, la parca se ha cansado, Martín amigo!-. Me aprieta la mano mientras su cabeza vuelve a caer.
Roc que con un trapo trata de restañar la sangre que se escapa de lo que queda de su boca y se
pierde por debajo del camisote se lo carga como puede y les sigue. FIAT VOLUNTAS DEI.
Amen de unos quinientos refugiados, en su mayoría mujeres, somos todavía unos doscientos
combatientes bien curtidos y les llevará días arrojarnos de nuestro último refugio. Nos hacemos
fuertes en el castillo que nos da un respiro y al tercer día se nos acercan tres navíos de la Orden.
Durante la amanecida cogemos a los heridos y a una buena parte de los refugiados y los llevamos
hasta el muelle donde embarcan y se hacen a la mar antes de que los sarracenos infieran nuestra
maniobra. Entre los heridos va Gilles. Le cubre la cabeza una venda sucia de sangre que deja ver un
ojo. Lleva la pierna entablillada y en conjunto las heridas no parecen graves aunque ha perdido
mucha sangre. -¡Tente, Martín, tente!- La voz crispada y rota sale de entre las vendas cuando me
reconoce y nos despedimos. Volvemos al galope a la fortaleza sin apenas encontrar resistencia,
aprovechando el momento y con la ayuda desde el interior atacamos las tropas que protegen las
bocaminas en las que ya trabajan para socavar el enclave pero debemos retirarnos porque son
demasiados y seremos mas útiles dentro que fuera. La ciudad arde casi en su totalidad y las calles o
lo que queda de ellas rebosan de cuerpos muertos apilados en montones mientras grupos de
asaltantes recorren lo que queda de los barrios y se adueñan de los palacios desiertos. Hay un
extraño momento que se me ha quedado grabado, aunque no se situarlo con exactitud, en que he fijado
la mirada en una figura que se oculta arropada por un manto negro, inclinada sobre los sangrientos
despojos, no está lejos y creo ver una boca descarnada y abierta en una sonrisa demoníaca. Infiero
que tengo enfrente a la misma muerte en persona. No sé si es real o imaginación mía, un escalofrió
me recorre el cuerpo y me deja aterido pero no tengo tiempo de pensar mucho mas en ello. Volvemos
a la fortaleza que aún nos ofrece seguridad y algo de descanso.
Aquella noche, la última, nos preparamos para el combate final y aún celebramos un Oficio
Divino que mas pareció un funeral. Rezamos los veintiún Paternóster por los caídos y nos
confesamos con los dos capellanes que quedaban, uno de ellos sujetándose con una mano el bulto de
trapos sucios que le cubría el muñón de lo que había sido la otra.
Cuando raya el alba y para nuestra sorpresa nos ofrecen de nuevo la rendición con las
mismas condiciones del día anterior. Esta vez el almirante considera oportuno salir en persona y
explicar la razón por la que el día anterior se rompió la negociación. Se vuelven a abrir las puertas y
sale con un exiguo sequito de cuatro caballeros a aceptar la nueva propuesta que incluirá ésta vez la
premisa de que no entren en la fortaleza hasta que nosotros la hayamos abandonado. Tan pronto salen
les rodea la turba y aunque tratamos de socorrerlos, no nos da tiempo. Son masacrados delante
nuestro y sin darles tiempo a defenderse.
No hay rendición ni cuartel. Vuelven el ataque y los muros ceden. Entran por las brechas y se
reanuda el cuerpo a cuerpo. Estamos al lado de la casa presbiteral que empieza a arder mientras se
combate dentro. Ya combatimos sin protegernos unos a otros porque ya no hay quien nos proteja. Nos
metemos entre las filas enemigas hiriendo y rompiendo a nuestro alrededor, ya sin esperanza pero
con ira, esperando el golpe fatal que nos haga caer, enloquecidos de dolor y de rabia. Hay un
momento en que me quedo inerme y un mazazo me aturde, la sangre me cubre el rostro y no me deja
ver. Otro combatiente, no supe ni su nombre, ocupa mi lugar golpeando a diestro y siniestro hasta que
le fallan las fuerzas de puro agotamiento. La mano que sujeta el hacha de combate cae y solo le
queda vigor para levantar la cabeza, y olvidando los enemigos que le rodean grita : -¡ VIVE DIEUX
SAINT AMOUR!- Y se desploma cuando lo atraviesa una pica turca. Trato de llegar hasta el caído
pero no puedo y me uno de nuevo a la línea de defensa. El enemigo está dentro de la fortaleza y los
lienzos exteriores se desploman con estruendo sepultando a asediados y asaltantes. A mi lado la casa
presbiteral se hunde entre el polvo y las llamas. Aquel que me ha protegido hasta entonces se está
quedando sin ánimos. Mas que mi fuerza o mi destreza, no tengo dudas de que El que me ha
mantenido con vida hasta entonces, ya no quiere hacerlo más. En medio de la pugna, entre el polvo y
el humo, los gritos y los ruidos del metal, sin distinguir ya casi entre amigos y enemigos, procuro
unirme a un grupo que aún se mantiene firme, un hacha me golpea, interpongo el escudo o lo que
queda de el mientras hago molinetes con la espada. Siento un golpe violento y algo rasga mi cadera
con un latigazo extenuante y atroz. Trato de retroceder pero tropiezo con otros defensores y caigo,
aún consciente pero sin fuerzas. Unas manos me sujetan mientras un dolor de fuego me atenaza el
costado izquierdo.
Desde ese momento solo recuerdo algunas cosas. Me arrastran, he perdido las armas y veo la
cara de Ferran que trata de sujetarme mientras retrocedemos entre un grupo de unos doce o quince
que haciendo una piña se dirigen al portal trasero bajo la torre del norte. Soy empujado sin
contemplaciones aunque trato de andar, pero las piernas no me obedecen y me aferro a los brazos de
los que me sujetan entre los que está Ferran. Le sonrío o me parece que le digo algo, no sé, hasta que
pierdo los sentidos.
Vuelvo a verme en la cubierta de un navío, apoyado en un amasijo de cabos, con una vela de
color ocre encima que restalla a cada golpe de viento mientras que aún cerca, la fortaleza del Temple
se yergue con una corona de fuego como en el último acto de la pasión de los que fuimos sus
postreros defensores. Hay más dolientes a mi alrededor que tratan de acomodarse entre los marineros
y el mar golpea con fuerza en las cuadernas. Ferran con la cabeza cubierta con unos trapos sucios de
sangre, y un cura con un muñón donde debiera estar su mano, me quitan el desgarrado camisote y
tratan de vendarme el costado izquierdo y la sangre lo empapa todo aunque no sé si es la mía. No
lejos de mi, hay alguien acodado en la borda, también con lo que le queda de un brazo cubierto por
trapos, mira hacia la costa, la cabeza descubierta y las facciones sucias y brillantes . Le observo
mientras murmura algo que no entiendo, luego baja la cabeza y llora con un sonido ronco y
desgarrador que le agita todo el cuerpo y que siento como mío sin saber la razón.... el dolor lacerante
y una lasitud que no me deja mover, la cabeza se me cae en una gélida oscuridad que me abraza y de
la que van surgiendo un sinnúmero de seres fantasmales con manto blanco y la cruz roja. Son
cuerpos macilentos, de ojos sin vida, desgarrados y rotos, piltrafas que fueron guerreros y ahora son
espíritus infelices. Y se me acercan y a medida que se aproximan puedo ver detrás a mas y mas, y
son cientos....o miles, no lo sé..... un ejercito entero que se pierde en la negrura que me rodea. Y los
mas cercanos me hablan pero no los entiendo aunque sé que son mis compañeros muertos, ¿Tantos
freires han muerto en Tierra Santa?, ....
-¿Nos abandonáis?- y ahora entiendo sus voces que son suaves y dolientes. -¿Y nuestras
muertes habrán sido inútiles?, ¿No ves que nuestro sacrificio ya no tendrá sentido con vuestra huida?.
¡No os podéis ir!. ¡Debéis morir aquí, como nosotros, y fíjate, somos muchos....muchísimos, porque
ninguno se fue!. Todos hemos muerto aquí. !Si os vais profanaran nuestras tumbas y esparcirán
nuestros huesos y todos nos hundiremos en el olvido...¡No podéis dejarnos!..."- Y sus lamentos me
hieren mientras se aproximan mas, y no puedo responderles, y estoy muy asustado.... y me parece que
retrocedo con temor a que se acerquen mas pero todo es negrura y no se a donde ir, y hay una luz en
algún sitio y voy hacia ella muy despacio....muy despacio....., y veo la costa aún nítida y en todo lo
que abarcaba mi vista está lleno de ellos, veo sus capas blancas flamear mientras hacen gestos con
los brazos para que volviéramos, pero yo me alejo y los veo cada vez mas pequeños hasta que la
costa se pierde en un horizonte difuso.
No sé cuanto tiempo ese sopor de muerte me atenazó pero encontré la lucidez en tierra.
Habíamos escapado hasta Chateau Pellerin y estábamos a salvo por el momento. Mi cadera y mi
pierna izquierdas eran un amasijo de vendas y me inmovilizaron con una tabla bien apretada al
cuerpo desde la axila hasta la rodilla aunque me la quitaban diariamente para curarme. A mi
alrededor, en la vasta enfermería, otros como yo penaban y algunos murieron porque sus heridas eran
demasiado graves o porque perdieron su sangre.
En pocos días fueron llegando noticias de que Tiro, Beirut, Haifa, Sidon.......iban cayendo ó
se abandonaban ante la imposibilidad de defensa o sencillamente recordando cómo había caído
Acre, la ciudad fortificada más importante desde Antioquia a Ascalón. Donde quiera que se
pudrieran los huesos de Qualawun, vería con placer que su sucesor e hijo no le iba a la zaga.
Malviví entre la vida y la muerte. Mi debilidad se hizo extrema. La perdida de sangre y las
continuas infecciones de la herida y los huesos rotos de la cadera y el muslo fueron un calvario que
pase entre brebajes que me desvanecían y limpiezas y curas que me habituaron al dolor. Aún tuve
suerte. Postrado con los pocos que se consiguió rescatar de Acre, viví la miseria de los heridos y la
abnegación de los enfermeros y físicos que no cejaban en su tarea. Miembros amputados, heridas
purulentas de las que había que limpiar los gusanos, el olor del pus y de la carne quemada por las
cauterizaciones.
En tierra Santa ya solo quedaban las fortalezas de Tortosa, mi primer hogar allí y Chateau
Pelerin, donde me encontraba. Ambos del Temple y con los defensores mínimos. Ya en el mar, la
roca encastillada de Ruad, frente a Tortosa, que no contaba ni con un mísero manantial por lo que
había que abastecerla hasta de agua. En Sidon, antes de que se abandonara, fue elegido el sucesor de
Beaujeu, Teobaldo Gaudin, gran comendador y comtur de Tierra Santa que ya estaría a buen recaudo
con el tesoro de la Orden, en Chipre.
La historia de la Orden del Temple en Tierra Santa o autremer como lo llamaban los
francos, estaba llegando a su fin.
CHIPRE junio 1.291, annus domini
No sé cuantos días permanecí en château Pellerin, a pocas leguas al sur de San Juan de Acre,
pero fueron pocos. Tampoco llegué siquiera a entrever la fortaleza desde la que sus defensores,
impotentes y horrorizados, habían visto pasar las hordas destinadas a acabar con nosotros. Herido de
gravedad, pasé el tiempo en uno de los dormitorios habilitado como enfermería, con el grupo de
dolientes que como yo fuimos rescatados de Acre. Tumbado boca arriba e inmóvil, en un camastro
bajo un ventano que iluminaba someramente una parca mesa cercana con unos paños y una jarra de
barro. Inconsciente la mayor parte del tiempo y agotado, me sumía en pesados sopores que me
poblaban la mente de pesadillas densas y horribles.
Los brebajes con que me aliviaban las interminables horas de postración, me sumían en un
extraño estado de sopor entre el sueño y la extenuación que me producía pesadillas que se repetían
obsesivamente con ligeras variaciones. Me veía roto y desarmado, con la sobrevesta que me cubría
la larga herida que me quemaba y con la negra imagen de la muerte acompañándome, ( No he
querido saber nunca el porqué de esa imagen pueril de la parca en diferentes momentos de mi vida)
buscando en medio de una gran matanza, creo que en las calles de Acre, comprobando, sin saber
porqué motivo, si a los cuerpos caídos les quedaba algún hálito de alma....., y los despojos
sangrantes de los que fueron combatientes se arrastraban alejándose de nosotros, gimiendo
aterrorizados. Y yo no sabia si ya estaban muertos, porque sus heridas eran demasiado horribles.
Les hablaba, les decía que no tuvieran miedo, que yo también era como ellos y aún tenia alma, que
quería ayudarles, pero no me creían y se seguían alejando, arrastrándose, porque la muerte, a mi
lado, movía la cabeza a un lado y otro, diciendo no, y aquel cráneo pálido semioculto bajo la
capucha abría las mandíbulas en lo que me parecía una mofa siniestra, como en la imagen que me
pareció ver en el horror de la pasada batalla..... Otras veces era yo el que se alejaba arrastrándose
entre otros cuerpos caídos y dejando un negro reguero de sangre, aterrorizado, tratando de escapar
de aquella imagen macabra que extendía sus brazos descarnados hacia mí para despojarme de mi
alma......, y despertaba empapado de sudor y gritando, y no supe si era de daño o de miedo.
Con la ayuda de Roc y de Ferran (ambos tuvieron mas suerte que el pobre Yago), fui sacado de la
ingente fortaleza junto con otros tres heridos, dos armigeri con las cabezas rotas y un freire que
había perdido un brazo, sin duda los mas graves, y fuimos embarcados en un navío de la Orden que
nos condujo a la isla de Chipre. Recuerdo muy poco del viaje aunque fui consciente de que uno de
los armigeri murió durante la travesía. Desperté de mi sopor ya en el puerto de Limassol que
escasamente recordaba. Nos bajaron del navío con unas parihuelas y una de las primeras caras que vi
fue la de Gilles que nos esperaba con un grupo de freires, se fundió en un abrazo con Roc, se
cambiaron unas palabras y luego se acercó. Entre las rojas greñas de pelo y barba un feo costurón
violáceo le cerraba un párpado y le cruzaba la faz, pero se movía con razonable soltura en lo poco
que pude observar. Detuvieron a los porteadores y me cogió las manos mientras la parte sana de su
cara se torcía en un gesto que posiblemente quiso ser una sonrisa, su voz también había cambiado sin
duda porque no podía mover los labios como antes:
- ¡Martín el castellano!, ¡ Es la primera vez que te puedo mirar de arriba a abajo!- su tono se
dulcificó un tanto, -¡ Te dejé en perfectas condiciones y mírate como vuelves!- el resto de los freires
nos observaban en silencio. ¿Qué pasó con tu ángel de la guarda....se cansó de protegerte....?
-¡Si, es cierto, amigo, a ti te han marcado bien y a mí me han dejado a las puertas de la muerte!-
le respondí sin ánimos para sonreír.
-¡Insensato!, ¿no sabes acaso que un guerrero templario siempre está a las puertas de la
muerte?, ¡De todos modos tendremos que hacer algo por ti para que no termines en la intendencia!.-
aunque traté de reírle la broma no pude, pero los que le acompañaban sí.
Creo que aún pasé allí un día entero sedado por las drogas que me suministraban y que me
sumían en el sopor de las pesadillas. Al menos el dolor se atenuaba. Si recuerdo que en algún
momento llegó Ferran, me removió y al abrir los ojos y sin mas explicaciones, me colocó en unas
angarillas y con la ayuda de alguien al que no conocía, me sacaron al exterior en las primeras luces
que anuncian el nuevo día. Fuera esperaban dos sombras montadas al lado de una calesa en la que
me depositaron. Una de las sombras era Gilles que arrimó su caballo y me dijo:- Martín, hermano,
nos vamos de éste pudridero- De inmediato la calesa se puso en marcha flanqueada por los dos
jinetes y abandonamos la ciudad sin mas explicaciones. Se hizo de día en el camino aunque el
traqueteo y la fiebre me volvieron a postrar hasta que mucho tiempo después y ya con el sol en su
cenit acabó nuestro viaje y fui de nuevo transportado a lo que parecía ser un recoleto pabellón de
caza, limpio y bien cuidado, dentro de unos terrenos ajardinados entre los que pude vislumbrar una
gran mansión detrás de una hermosa fuente que la ocultaba a medias. La procesión termino dentro
del palacete en una clara habitación con una cama cubierta de blancos linos donde me depositaron
con cuidado. Aunque el sopor no me permitió fijar totalmente la escena, pude ver a Gilles y otro
caballero cercanos al lecho. Otro personaje desconocido me desnudo y después de disculparse me
lavó de la cabeza a los pies y sobre todo la herida, restregando y limpiando con agua y algún
producto que producía abundante espuma y unos dolores atroces. Una vez que terminó, me movieron
de nuevo y cambiaron las ropas de la cama que se habían empapado, por otras secas. Después me
dejaron descansar y volví a entrar en el sopor al que me iba acostumbrando.....
-¡Despierta freire, que tu hora final aún no ha llegado y debemos conocernos!- una voz
próxima y amable me despertó y un anciano de sonrisa traviesa me miraba con su cara muy cercana a
la mía. Tenia los ojos oscuros y penetrantes en unas facciones limpias y angulosas y se cubría con un
minúsculo gorro que no terminaba de ocultarle un lacio cabello blanco, corto y cuidado que le cubría
las orejas.
- Llevas muchas horas durmiendo y eso está bien pero ahora tenemos trabajo que hacer. Me
llamo Saúl al Zevi y nos conocimos hace dos días aunque no fuiste consciente de ello.- Me coge las
manos entre las suyas, huesudas y frías y sigue hablando:
-Soy medico y judío. Como judío soy solo uno mas pero como medico no, o al menos eso
dicen.- Se sonríe levemente y me descubre la herida con la ayuda de otro personaje mas joven que
me parece fue el que me limpió con esmero y bastante dolor unas horas antes y que por la forma de
comportarse debe ser su ayudante.
- No hay duda de que te inflingieron una buena herida...- El que oficia de ayudante ha
desenvuelto un paño de cuero en el que se alinean una serie de artilugios metálicos y brillantes de los
que separa uno parecido a un punzón y entrega al anciano Saúl que sigue hablándome aunque sin
esperar respuesta. -....Pero se dice que tú causaste bastante mas daño por lo que he oído. Malherido
y exhausto pero héroe a la postre...-
Mientras habla pincha los bordes de la herida y toca con delicadeza el hueso visible hasta
hacerme gemir de dolor. -Bueno, los bordes están sensibles, el hueso aún vive y no hay gangrena....-
Se centra en la carne lacerada y abierta y observa con atención durante algún tiempo- -Desde luego si
no han acabado contigo los médicos que te han maltratado con tantas cauterizaciones es que eres
fuerte como un roble....- Me mira y me estudia y ahora parece que se dirige a su ayudante:
.-Tienes cara de sufrimiento y es lógico pero si nos olvidamos de eso...- Desde luego no espera
respuesta y no sé si dialoga consigo mismo ó con su ayudante.-... Si hacemos caso a Hipócrates...Lo
trataremos con erygium tal y como lo denominaba Tirtamo de Lesbos. Ah, ¿Sabes quien era
Hipócrates?, ¿no?, bueno, no importa.....Es una rara mezcla de sanguíneo y bilioso. Desde luego
predomina el sanguíneo. Grande y fuerte...de carácter enérgico sin duda...Marte y Júpiter están de tu
lado y tu sangre es fluida y cálida aunque ahora está emponzoñada... ¡Yo no te curaré!¡ No te
confundas!. Yo solo te ayudaré, pero te curaras tú solo...- Termina el examen de la herida y devuelve
el punzón al ayudante que después de limpiarlo cuidadosamente lo vuelve a colocar en el paño de
cuero junto con los otros instrumentos. Se me queda mirando y sus finos labios se curvan en una leve
sonrisa. -Cabellos negros, abundantes y ondulados, frente ancha, bien pobladas cejas, ojos grises,
profundos y grandes...- Ahora habla para su ayudante que le escucha con atención. -...de párpados
horizontales, nariz recta, la fuerte mandíbula y el grueso cuello lo definen también con ese lado
bilioso que te comentaba. Velludo y de poderosos hombros. Yo diría que hasta atractivo como varón,
pero como es un freire y sus votos no le permiten gozar de los placeres de Eros.... ¿O no?... Pues es
una pena, pero, en fin....- Se retira un poco y ahora sí que me mira y se dirige a mí. -
¡Si!....., ¡te vas a curar!, ¡pero nos llevara tiempo y dolor aunque a partir de ahora será
diferente porque el tiempo te sanará lentamente y el dolor irá remitiendo y se hará soportable!. ¡Pero
deberás tener fe en ti mismo y en tu energía, y mas adelante te exigiré de nuevo constancia y
paciencia hasta que te sientas satisfecho de ti mismo y vuelvas a ser lo mas parecido al que eras!.-
El tratamiento comenzó ése mismo día. Me volvieron a limpiar la herida que luego
embadurnaron con una tintura de color rojizo. Después cerraron ésta y sujetaron los bordes con unas
lañas metálicas que se me hundieron en la carne como las garras de una rapaz hasta ocultar el hueso.
-Ahora te dejaremos en paz y podrás descansar. Como ves te hemos suturado la herida y durante unos
días te deberás mover poco, aunque solo será durante unos días. Nosotros seguiremos limpiándola
para evitar las infecciones y veras como a partir de ahora se empezará a cerrar, y eso no será más
que el comienzo, pero deberás tener paciencia y creer en tu curación, porque llegará.-
En los días que siguieron mi estado físico fue mejorando tal y como había predicho el
anciano Saúl. La herida empezó a presentar mejor aspecto y la infección que había padecido
desapareció. Se me explicó que lo esencial era la limpieza y aquella tintura que absorbía los malos
humores y evitaban que la carne se pudriera. La fiebre fue desapareciendo paulatinamente y aunque
las pesadillas seguían presentes en mis sueños, los descansos eran mas naturales y beneficiosos. De
hecho pasaba la mayor parte del tiempo dormitando debido a las drogas que me obligaron a tomar
desde los primeros días. Seguía siendo un tullido y cualquier movimiento, por leve que fuera, me
producía fuertes dolores. Se me dijo que aquello también tendría solución aunque ésta pasaba por mi
cooperación a posteriori, cuando la herida hubiera cicatrizado en su interior y yo hubiera recuperado
algo de mi fuerza. La alimentación, del palacio al que pertenecía el pabellón donde me habían
llevado; carnes abundantes, excelente y a la que no estaba acostumbrado me la traían dos veces al día
los servidores arroz, aves, y del mar que teníamos próximo sabrosos pescados que apenas conocía,
todo condimentado exquisitamente, demasiado para un paladar tan tosco como el mío. Gilles me
visitaba frecuentemente y me informó de que la Orden, dado mi estado, había autorizado mi retiro
en S' illat, nombre del lugar donde me encontraba. También me puso en antecedentes sobre la
personalidad de Saúl y el porqué de sus servicios a un humilde freire del Temple.
Otro freire, de nombre Corrado de Masci, que me acompañó, junto con Gilles, el día del
traslado, y que llevaba residiendo en la isla largo tiempo, estaba bien relacionado con las familias
predominantes de la nobleza local. La mansión pertenecía a una dama, de nombre Cecilia, prima de
los Ibelin, a su vez emparentados con el rey Enrique, y el anciano judío era un reputado medico,
expulsado de Inglaterra como todos los judíos no hacia mucho, que había llegado precedido de su
fama que no tardó en avalar al poco tiempo de su estancia en la isla. Fui coligiendo la relación que
tenia yo con aquellos personajes en aquellas circunstancias.
Mi buena fortuna se debía a que el freire Corrado había oído de la fama de Saúl en la corte y
había solicitado sus servicios para mi, al que presentó como muy especial y heroico personaje ya
que gracias a mi sacrificio y al de mis compañeros en Acre, habíamos conseguido detener el tiempo
suficiente, aún a costa de nuestras vidas, a los sarracenos, de modo que la mayor parte de la nobleza
de Chipre pudieron escapar. No hay duda de que tanto Corrado como Gilles consiguieron su
propósito pero es que además el físico Saúl exigió a su vez que yo abandonara el hospital
templario y aislarme en buenas condiciones. El resto fue mas sencillo una vez que la Orden
lo aprobó.... Saúl , que era ya requerido entre la nobleza local y sabedor de la existencia de S'illat,
pidió ayuda a la dama Cecilia, dueña de la posesión que apenas visitaba porque residía
habitualmente en la corte que a la sazón se encontraba en Nicosia, en el centro de la isla.
La conocí a los pocos días. Saúl me dijo que la dama había llegado a pasar unos días al
palacio con su hija y algunos allegados y que solicitaba mi permiso para visitarme. Obviamente
acepté a pesar de mi estado y Saúl volvió con ella y una par de personajes mas a los que tampoco
conocía. Era ésta una mujer alta y esbelta, que vestía con suma elegancia y se movía con elegancia y
señorío. Debía contar unos cuarenta años y lo mas notorio de ella eran los ojos, ligeramente
separados entre si que la dotaban de una extraña y turbadora belleza. Era la viuda de Hugo de Ibelin,
rico comerciante muerto ya hacia siete años que había dejado en marcha un floreciente negocio de
mercadería con los venecianos y cuyo centro, hasta su caída, fue Acre. De hecho los grandes
almacenes que se habían alzado al lado del arsenal nuevo en el puerto de Acre, les habían
pertenecido. Ella abandonó la ciudad, junto con sus sirvientes unos días antes de la caída de ésta y
precisamente en un navío de nuestra Orden. La razón parecía residir en el hecho de una relación de
hacia tiempo entre el Temple y la tal dama que con asiduidad utilizaba nuestros medios para sus
transacciones comerciales.
Fue amable y cortes. Se interesó por mis heridas y una vez que recibió cumplida información
de Saúl, le quitó importancia al hecho de haberme dado hospedaje aduciendo su buena relación con
la Orden y el hecho de que el pabellón donde me encontraba era lo mas conveniente para mi estado.
Se informó de si estaba bien atendido y prometió visitarme frecuentemente , me acarició levemente la
frente con una delicada mano y fuese.
Aquellos días fueron también movidos y un punto dramáticos para nuestra Orden. El capitán
del navío Halcón del Temple, Roger de Flor, que había combatido con nosotros durante los últimos
días de Acre y luego desaparecido sin mas explicaciones, fue expulsado de la Orden porque se
demostró, y no tuvo empacho en admitirlo, que había abandonado con su navío la ciudad acosada en
los últimos momentos cargado con todo aquel que pudo pagar el exorbitante precio que éste exigió
para apartarlos de aquel infierno y llevarlos a Chipre. Por otro lado, la misma situación en la isla se
hacia difícil porque la casa real chipriota desconfiaba de nuestras intenciones. No les faltaba razón.
La sede de la Orden había estado en San Juan de Acre y ésta se había perdido. El Capitulo se había
trasladado a Chipre mientras se planteaba la búsqueda de otra sede.
El Temple había nacido en oriente, en Jerusalén, con el fin de ayudar a los peregrinos que iban
precisamente allí, a Jerusalén...., y un día lo perdimos....., tiempo ha, y ahora abandonábamos Tierra
Santa....., ¿ Y después?...., ¿Que sentido tenia ahora la existencia del Temple?. La sensación de
desanimo cundía. Los que quedaban en la isla pertenecientes al Capitulo General se reunían con
Gaudin a la cabeza pero no nos llegaba ninguna propuesta que levantara los ánimos de los freires y la
multitud de tropas auxiliares que militaban bajo la bandera del Temple. La sensación de abandono
era general.
Todos estos negros auspicios no impidieron que mi salud fuera mejorando gracias al cuidado y a
las pócimas de Saúl. Ferran fue autorizado a acompañarme y se me proveyó de unas muletas cuando
Saúl consideró que la época de la holganza terminaba. Aún sin estar la herida cerrada y sujeto a
curas diarias, me quitó las lañas y me obligó a abandonar el lecho. Los primeros días fueron un
fracaso total y el sufrido Ferran soportaba con paciencia mis gemidos y las diatribas contra él a
consecuencia del intenso dolor que me producía el solo esfuerzo de incorporarme. La desesperación
me dominó en muchos momentos pero el medico insistía en que su turno se iba acabando y empezaba
el mío. Solo su convencimiento de que podría andar y su insistencia de que yo seria capaz de ello me
mantuvieron en la pugna. Un autentico calvario de casi dos meses al cabo de los cuales me vi un día
de pies, aunque desde luego el peso de mi cuerpo lo soportaban las muletas. De inmediato me
conminó a abandonar el pabellón y dirigirme hasta una pequeña y recogida caleta que pertenecía
también a la mansión,( la posesión colindaba al sur con la costa) y cercana a mi ocasional morada.
Fue la distancia mas larga que anduve hasta entonces pero con la ayuda de mis muletas y Ferran pude
llegar hasta allí. Un viejo galpón y dos o tres barcas olvidadas yacían varadas en la arena y el agua
golpeaba los pilotes de un pequeño embarcadero que estaba desierto y que, como pude comprobar a
posteriori, empleaba la servidumbre ocasionalmente para lavar ropas y refrescar frutas y bebidas.
Saúl nos acompañó ese primer día, me obligo a desnudarme y a sumergirme en el agua y después,
sujeto con las manos al embarcadero empecé a mover las piernas según sus indicaciones porque
dijo, era lo más conveniente para recuperar el uso de los músculos dañados. Realmente lo que me
obligaba a hacer consistía en imitar hasta la extenuación el movimiento que hacían las ranas. Como
además ocurría que la mar estaba muy fría, solo el constante movimiento me permitió mantenerme
inmerso durante todo el tiempo que me exigía, pero admito que en aquella tesitura el dolor era mucho
mas soportable aunque en un principio lo achaqué a la insensibilidad que me producía la frialdad del
agua, luego, cuando me autorizaba a subir de nuevo al embarcadero y allí mismo, después de que me
secara Ferran, me daba un largo masaje en la cadera y me hablaba de la Vis medicatrix naturae, tal y
como él la llamaba: -Observa, mi joven amigo -, y su latín se volvía docto. - que menciono a ese
personaje que no conocías y que al final te será familiar, Hipócrates, al que han olvidado en nuestra
cultura occidental, y que ya decía, hace mas de mil años, que los médicos deben ser expertos en
anatripsia, que es el arte de la fricción, y en tu caso, freire, debemos dar vida, con tus movimientos
bajo el agua y mis masajes, a esa parte izquierda de tu cuerpo que se ha vuelto vaga y perezosa y a la
que volveremos a activar entre los dos.-
A medida que mi estado me permitió pasear fuera del pabellón, me asombró la belleza exterior
del palacio de la dama Cecilia. Lo que se podía observar denotaba que se había construido con
esmero y elegancia. Tenía dos plantas y desde luego era grande y con un sinfín de ventanas
balconadas en su parte delantera. Dos columnas de mármol soportaban un frontón debajo del cual
estaba la entrada a la que se accedía por una ancha escalinata con barandas de piedra a cada lado
rematadas con dos figuras femeninas y diferentes de mármol blanco que supuse serian imitación de
esculturas griegas ó romanas. Los jardines que lo rodeaban estaban cuidados con gran esmero y no
era de extrañar porque pude ver un buen numero de servidores que nos saludaban siempre
deferentemente aunque pienso que se debía, no tanto a mi condición de templario como al hecho de
ser invitado de la dama. Al lado del pabellón que yo ocupaba, una fuente circular con unas figuras
de algún metal muy oscuro lanzaban al aire chorros de agua que se irisaba cuando el sol estaba alto.
Realmente todo aquel esplendor era desconocido para mi, que había vivido siempre de una forma
mucho mas parca y austera aunque debo decir que me fue fácil adaptarme y llegué a olvidar, durante
mi estancia allí, mis vicisitudes anteriores. Con alguna frecuencia me llegaba el olor del mar, al que
incluso llegaba a oír cuando este se agitaba y el viento soplaba tierra adentro.
Mi relación con Saúl al Levi se fue haciendo mas estrecha desde el momento en que se afincó
en la gran mansión. Sin duda su fama como medico (No le gustaba que le llamaran físico) era
justificada, y no lo considero únicamente por lo que hizo conmigo sino por las noticias que me
llegaban de otras fuentes, pero es que además era un hombre sabio. Se quedó muy sorprendido
cuando se enteró de que no me eran desconocidas las letras y de que sabía leer y escribir, y no hay
duda de que una buena parte de mi exigua cultura se la debo a él, a las conversaciones que
mantuvimos y a la inquietud que me imbuyó por la lectura.
Admito sin empacho que en aquellas especiales circunstancias dejé mas de lo deseable de lado
las reglas de la Orden, especialmente, en el caso que nos ocupa, las relativas a no abusar de la
conversación, "In multiloquio non effugies peccatum", y en algún momento me sentí un tanto cohibido
hasta que quise entender que era una falta mínima dado que mi situación era ajena a las usuales en
nuestro común trato con nuestros iguales y lo prueban las sagradas escrituras cuando se lee
Dividebatur singulis proutcuique opus erat. En cualquier caso he querido tener siempre muy presente
que Mors et vita in manibus lingue+
......................................
-No deja de sorprenderme, mi joven freire, aún siendo tu mismo una frágil excepción, vuestro
absoluto desprecio por las ciencias. Consideráis, especialmente los hombres de armas, superfluo y
hasta indigno el conocimiento de las letras. Te confieso que en mi ya larga vida he encontrado a muy
pocos, y eso te honra, caballeros que supieran leer y escribir. Es mas, si he indagado sobre ello se
me ha respondido que el noble debe basar su educación en otras funciones mas acordes con su rango
como el arte de la guerra y el trato con sus iguales y que el conocimiento de las letras y los números
quedaban para aquellos que debían vivir de ello, amanuenses, mercaderes, prestamistas y
escribanos, oficios de la plebe.
- Saúl, no he pertenecido nunca a la nobleza y es quizás por eso por lo que conozco aun de
forma somera las letras, aunque sé que la Orden del Temple se ha nutrido casi siempre de familias de
linaje, no quiere decir que todos seamos nobles en el sentido que tu das a esa palabra. Tampoco he
tenido nunca escudo de armas. Solo soy un freire templario sin mas bienes que los de mis votos, sin
embargo sí que es cierto que en la casa de la que provengo, mi padre siempre tuvo muy presente, y
nos puso por tutor un monje, que deberíamos ser capaces de conocer las letras y los números hasta
un nivel que consideró razonable. Y así fue con mas o menos trabajo, aunque admito que yo no fui el
mas aventajado.- Mi hermano mayor, Adrián, fue siempre el preferido del preceptor que nos
golpeaba, de niños con una larga vara cuando cometíamos errores, y en mi caso, eso ocurrió a
menudo.
-Sabia conducta, y hasta extraña si me atengo al país de donde provengo, pero es que además
una buena parte de la gente con que me he relacionado en estos últimos tiempos también consideraba
indigno el conocimiento de las letras. Me pregunto si la expulsión que hemos sufrido en Inglaterra los
de mi raza se debe realmente al hecho de ser judíos o mas probablemente porque éramos mucho mas
cultos que los cristianos. La cultura y la ciencia siempre han dado miedo al ignorante. Yo mismo,
que debo mi modesta fama a los conocimientos racionales adquiridos de una ciencia tan antigua
como la memoria del hombre que en épocas pretéritas no era tan soberbio y tan brutal como en esta
época que nos toca vivir, he sido obligado a abandonar mi país, por disposición de un estúpido rey
que reúne en su corona todas las sevicias que puedan caber en el humano. Depravado y torpe, premió
mi lealtad y mis conocimientos arrojándome de mi casa, de mis amigos, de mi tierra y de mis
ancestros. ¿La razón?: ser judío, como si esa condición fuera un estigma. Aunque eso sí, mi religión
no fue óbice para ser requerido por la mas alta y necia nobleza de aquellas tierras, mas mías que de
muchos de los estúpidos y soberbios normandos recién llegados que nos abucheaban cuando íbamos
camino del destierro. Se olvidaron de nuestros servicios y nos acusaron falsamente de prácticas
secretas y malévolas cuando el hecho fue que en términos reales éramos más cultos que ellos y eso
les daba miedo y nos temían. Ese mismo rey que no tenía más dios que su ambición y sus vicios
contra natura, se atrevió a empujar a los obispos cristianos que vivían más pendientes de sus
sinecuras que de su tarea apostólica, hasta que éstos acordaron nuestra expulsión. En mi caso, mi
joven paciente, llegaron a quemar la mayor parte de mis libros. ¡Mis libros, que eran lo mas preciado
de mis posesiones!. Aquel que quema libros y no puede entender que destruye lo más trascendente
del mundo en que vive, no es solo un necio, es un loco asesino.-
-Y cual fue la razón que adujeron para expulsaros, porque debo deciros que en mi país
tampoco estáis demasiado bien vistos, y no es solamente por el hecho de ser judíos, sino por la
practica de la usura.-
- Bien, pues que expulsen o castiguen a los usureros, que les corten las manos ó las orejas o los
testículos, sean o no judíos, pero no se nos puede obligar a que abjuremos de nuestras creencias que
son desde luego mas firmes que las vuestras y por supuesto cumplimos con nuestros preceptos con
mucha mas limpieza y honestidad que en vuestra religión. ¿Debería yo juzgar la practica del
cristianismo viendo los ejemplos que diariamente ofrecen aquellos que dicen dedicar su vida al
servicio de vuestro Dios?, Tu mismo, ¿Que votos juraste al convertirte en freire templario, mi joven
amigo? ¿No eran la castidad, la pobreza y la obediencia, igual que el resto de los monjes de vuestra
iglesia?...., ¿Y que observamos a nuestro alrededor?. Las mayores riquezas las atesora tu iglesia.
¿Donde quedó las castidad si desde el mas humilde de los monjes hasta la mas alta autoridad de
Roma hace ostentación de sus barraganas y conceden los obispados y cardenalatos a sus propios
hijos?-. No se irritaba fácilmente pero esta ocasión fue una de ellas.
¿Sabes acaso que está aceptado públicamente en occidente que lo que llamáis el servidor de
Dios tome esposa públicamente, celebre sus bodas, procree hijos y que por derecho de sucesión, a
su muerte legue a éstos las diócesis que ha regentado?..... ¿Te has parado a pensar que una buena
parte de las que llamáis herejías que proliferan entre vosotros no son mas que la protesta de los
puros contra la degeneración de los mas?..... ¿Sabes que la orden de Cluny nació para, desde la
pobreza, regenerar vuestra iglesia, y ahora. dos siglos después de su creación, atesora las mayores
riquezas de vuestra cristiandad?. Tú mismo, ¿No está entre tus mandamientos, el "no mataras" que
nos impuso a todos Moisés por mandato del Dios único, y sin embargo tu iglesia, y tu orden,
religiosa y guerrera os impelen a ello?.....
¿Sabes que la pugna teológica que acucia a vuestros pensadores mas relevantes en Roma, Paris
o Toledo, es la que se basa en las obras que nos han llegado de un personaje al que no conoces,
llamado Aristóteles y que vivió mucho antes del nacimiento del que consideráis vuestro redentor?.....
¿O quizás que la escolástica que ahora priva en Paris como especulación teológica y filosófica fue
creada por Roscelin hace ya mas de cien años, lo cual no le salvó de ser considerado hereje
sencillamente porque se atrevió a pensar sobre el modelo de Creador y dudaba filosóficamente de la
divinidad de las tres personas?. ¿Y cual fue su pecado?: pues considerar a Dios como distinto de lo
real y la Esencia distinta de la existencia?..... ¿Grave?, no, racional, pero lo racional solo podía ser
juzgado por cuatro iluminados que lucían el birrete y ostentaban la autoridad, y el resto de la grey
tenia que comulgar con las directrices al uso y no pensar. Pensar era herético.... ¿Y quien era Pedro
Abelardo?: pues uno de los mas preclaros maestros de teología de la universidad de Paris donde
impartía sus clases magistrales siguiendo los pensamientos de Roscelin y retando a los iluminados a
que refutaran sus teorías empleando la razón y la lógica. Era canónigo de Notre Dame lo cual no le
impedía, y como ya te he dicho ni siquiera estaba mal visto, amar a Eloisa, de la cual tuvo un hijo sin
mas problemas. Realmente era un grano molesto entre los obispos de tu iglesia, pero no por hacer
caso omiso de sus votos sino porque las pocas veces que se atrevieron a discutirle, los ridiculizó y
salió triunfante con el argumento sólido de la razón..... ¿Y sabes cual fue la respuesta de la Iglesia? :
otro canónigo, de nombre Fulbert, y casualmente tío de la joven Eloisa, pagó a unos mercenarios para
que castraran al brillante teólogo que estaba creando un cisma peligroso con el SIC ET NON que no
es mas que enfrentar sucesivas doctrinas , casi siempre contradictorias, de los teólogos cristianos.
Los mismos que fueron declarados santos por la iglesia, habían tenido, a lo largo de las épocas,
diferentes concepciones de la divinidad..... Sus alegatos, me refiero a los de Pedro Abelardo, solían
terminar diciendo que Dios era uno, y era la Iglesia la que se había equivocado y se seguía
equivocando. La frase "La redención no es otra cosa que la iluminación que tenemos repentinamente
de nuestro Amor" era suya y terminaba diciendo que las otras dos personas de la trinidad solo tenían
una existencia conceptual menor. San Bernardo, vuestro San Bernardo de Claraval fue uno de sus
peores enemigos, lo consideró hereje y lo persiguió hasta conseguir que fuera condenado en dos
concilios. Castrado y todo, fue obligado a exiliarse a la Bretaña. ¿Su pecado?: Pensar, y hacerlo
con más brillantez y cordura que los orondos e indignos prelados que se repartían el cotarro cristiano
del momento.-
- En primer lugar, mi joven amigo, convendrás conmigo en que para ser participe de una
creencia, debiéramos estar obligados a conocer las otras y así tener una mayor capacidad de
discernimiento. Por otro lado sabrás que el judaísmo y el cristianismo tienen el tronco común. El
patriarca Abraham fue escogido, según la Biblia para que enseñase a sus hijos y a su posteridad a
observar los caminos del Eterno mediante la practica de la virtud y la justicia. Su nieto Jacob, a
quien Dios llamó Israel, y sus descendientes, dieron origen al judaísmo. Mas tarde llegó Moisés, ¿Te
suenan éstos nombres? y en el monte Sinaí recibió de Dios, del tuyo y del mío, el Decálogo, cuyo
quinto mandamiento dice "No mataras" como te recordaba hace unos momentos, pero en fin.......
Tenemos los mismos profetas: Elías, Ezequiel, Daniel, Isaías...... Tú mismo que eres un caballero
templario sabes que vuestra primera sede estuvo en Jerusalén y casualmente fue en el Templo
llamado de Salomón, de ahí os viene el nombre, aunque realmente el templo original de Salomón fue
destruido al menos que yo sepa primero por Naboconodosor unos quinientos años antes de la llegada
de vuestro Mesías y mas tarde de nuevo por los romanos poco tiempo después de la muerte de
éste..... Nuestra Biblia corresponde a lo que vosotros llamáis Antiguo Testamento y que dividimos en
tres partes, el Pentateuco ó Torá, Los Profetas ó Nêbiin y los Hagiógrafos ó Kêtubin. Todos nuestros
libros bíblicos, lo que llamamos ley escrita, lo llamamos Talmud. Como ves el origen es el mismo.
La Tora, que recoge nuestros preceptos, nos dice en el doceavo que Dios nos enviara el Mesías
anunciado repetidamente por los profetas y ahí es donde divergemos, tú cristiano y yo judío.
Vosotros considerasteis que Jesús de Nazaret era el Mesías, incluso lo llamáis hijo de Dios. ¿Crees
realmente que si hubiera sido el Mesías se le podría haber dado muerte....?-
-Pues observando el estado de vuestra iglesia vais a necesitar a mas redentores..., porque a
partir de ese momento divergen nuestras creencias, vosotros os aferrasteis a la doctrina, que por
cierto es hermosa, sin duda alguna, de Jesús y sus doce apóstoles y nosotros ni creímos ni creemos
que él fuera el Mesías, al que por cierto seguimos esperando aunque admito que ya está tardando. En
segundo lugar, podrás entender, por lo tanto que ni somos ni nos consideramos aquellos que
crucificaron al Mesías, sí a vuestro Jesús de Nazaret, pero no al Mesías que ni siquiera respetó a
nuestros rabinos que estudiaban la ley de Dios, sin embargo, ¡ya ves que ironías!, la ley que fundo
Mahoma y que tú y los tuyos combatís, nos habla del mismo dios que ellos llaman Ala y admite que
Jesús de Nazaret fue uno de los profetas. ¿Entiendes algo, mi joven amigo....?-
...................................
"Si algún hermano estuviere ausente del Oficio Divino, por los Maitines dirá trece
Padrenuestros u oraciones del Señor, por las horas menores siete, y por las vísperas nueve....".
Empecé a sujetarme a los horarios lo cual distraía además el tedio de las horas, también las
conversaciones con Saúl al Levi fueron de ayuda en mi forzada postración y además me encantaban,
(al margen de que mis magros conocimientos no me permitían a veces seguirle), porque me daban la
sensación a veces de que abría para mi una puerta ignota pero real, misteriosa y fascinante sobre la
ciencia que estaba al alcance de muy pocos e incluso sobre mi religión que por lo demás trataba con
delicadeza y respetuosamente. Llegué a conocer, incluso del Cister y de mi propia orden templaria
más por él y sus conversaciones que por mi mismo y mi ambiente. San Bernardo dejó de ser una
figura etérea y lejana y se convirtió en un personaje humano comprensible y más actual. Tomas de
Aquino y su Suma Teológica me abrieron los ojos a la escolástica. Conocí las teorías de otro
teólogo, el franciscano Giovanni Fidenza y a un extraño monje, viajero impenitente, Ramón Llull que
se permitía opinar (y su influencia era grande en las cortes de occidente) sobre nuestra Orden hasta
el extremo de que había casi convencido al Papa Honorio IV sobre la conveniencia de aunar el
Temple y los Hospitalarios contra la opinión de nuestros preceptores. Ya con Nicolás IV acababa de
decir que la caída de Acre había sido un castigo divino y por otro lado parece ser que desde Génova
abogaba por la cruzada total.
Samuel había salvado algunos escritos, muy pocos, de la que fue extensa biblioteca y me
hablaba del judío castellano Mosé de León y su libro sagrado, la Gabbalá, las doctrinas metafísicas
del judaísmo.... De Albazen, físico árabe..., del astrónomo indio Brahma Siddharta...., de la crónica
de Casiodoro..... Decía que la cultura superior estaba por el momento en manos de los árabes, según
su opinión, un pueblo culto y refinado aunque mi breve experiencia con ellos los defina más bien
como guerreros salvajes y temibles. No se cansaba de denostar sin tapujos el desprecio occidental
por el conocimiento y la ciencia y repetía que gracias a cuatro monjes olvidados en las abadías mas
ocultas y lejanas de nuestro mundo, aún podíamos saber quienes somos y porqué. Gracias a aquellos
desconocidos copistas, aún se mantenía una débil luz que si no se apagaba, algún día nos redimiría
de nuestra ignorancia. El sabia también que el palacio de la dama Cecilia guardaba una bien provista
biblioteca, con códices de gran valor e interés, que ella ya le había ofrecido a su curiosidad y que
visitaba al menor descuido, razón por la cual había aceptado la estancia en la posesión de la dama.
Me prometió, al ver mi interés, que la visitaríamos juntos.
Los días pasaban y mi postración y ejercicios se hacían más llevaderos con la compañía de
Saúl y las frecuentes visitas de Corrado y Gilles que me ponían al corriente de los diversos avatares
por los que íbamos pasando. La alimentación era mejor de la que gocé nunca, bajo la dirección de
Saúl que decía me ayudaría a regenerar los tejidos rotos. Cualquier cosa que fuera solicitada nos
llegaba con abrumadora rapidez, e incluso llegué a pensar que ya no era solamente por mi y mis
tejidos, o la biblioteca por lo que el judío compartía las horas conmigo sino también porque
disfrutaba del buen yantar. Conocí la sémola de mijo, las pechugas de codorniz, las salsas de menta,
el kebab de garbanzos y las tartas de arroz con azafrán, incluso exquisitos pescados que cocinaban
con raras salsas desconocidas para mí.
Nos servían hasta vino, (que yo mezclaba con agua a pesar de las protestas de Saúl porque
ya decía Salomón que “Quia vinum facit apostare sapientes” ) y una rara cerveza de cebada que al
principio me causó un gran pesar por mi debilidad al saborearla. Saúl me insistía que ya tendría
tiempo de volver a mi tradicional ascetismo cuando sus servicios ya no fueran necesarios. Lo que no
avanzaba con la rapidez deseada, a pesar de la constante ayuda de Fernan, era el uso de las muletas.
Los dolores seguían siendo agudos cuando me incorporaba y cuando me obligaban a moverme o
sumergirme en la caleta casi a diario, independientemente del tiempo que hiciera ó mi estado de
animo, que admito que frecuentemente era deplorable.
No hablo con frecuencia de ellos, de Ferran o Yago, aunque desde que nos alejamos de la
casa paterna y entramos en el Temple han sido siempre una prolongación de mi mismo salvo en
momentos en que los superiores les hubieran ordenado otra cosa. Ocurre que durante algún tiempo
me sentí culpable de haberlos arrastrado conmigo. Especialmente cuando la vida que llevábamos
empezó a hacerse difícil y la muerte se convirtió en un final lógico. De un modo u otro y aunque
fueran ellos los que tomaron la decisión de acompañarme, no tengo dudas de que el culpable fui yo.
La muerte de Yago recrudeció mis remordimientos y he tardado en tranquilizarme pensando que,
conociéndole como le conocía, si le hubieran dado a elegir el tipo de muerte que debía esperar,
habría optado por la que tuvo, en pie y defendiendo algo en lo que quiso creer. Fernan es mas joven
y no arrastra el misticismo que aquejó los últimos días de Yago. Es fuerte y bien parecido, ágil y de
sana constitución, incluso cuando yo he caído aquejado por fiebres, él ha permanecido con su fuerte
salud, mas entero que yo. Valiente y prudente, nunca ha rehuido el combate ni se ha expuesto
innecesariamente. La suerte lo ha protegido y es lo suficientemente inteligente como para ser
consciente de ello. Arquero excepcional, ha sido sumamente apreciado por su carácter abierto y
amigable entre los que le han rodeado.. A nuestra llegada a Chipre, fue autorizado a acompañarme y
estuvo a mi lado todo el tiempo que pudo hasta que se le requirió para otra función. Servicial y útil
hasta donde debe.
Pues bien; en los últimos días yo venia observando que cambiaba frecuentes miradas y
sonrisas, incluso lo que infiero que era alguna frase cortés con alguna de las sirvientas de la mansión
que por cierto no le hacían ascos, antes bien le premiaban con alegres sonrisas. A los pocos días me
preguntó cortésmente si yo vería con malos ojos que se acercara o acompañara a una de las mozas
de la mansión que le sonreía invitadoramente cada vez que se cruzaban. Él como armigeri y yo como
caballero estamos sujetos al voto de castidad, y sin embargo, si me planteo sus circunstancias, no vi
en él, ni por edad ni por condición, la necesidad de evitar el contacto con el otro sexo. Es cierto que
hasta que llegamos a la isla, nuestra conducta ascética y guerrera no nos ofrecía la tentación de
relacionarnos con mujeres, amen de que apenas existían en nuestro entorno. El cambio fue rotundo en
ese sentido y yo mismo, que me había sentido apartado de tentaciones y deseos, cuando nos visitó la
dama Cecilia y clavó su extraña mirada en mí, bella y provocadora a un tiempo, sentí un desasosiego
desconocido que no supe si atribuir a su atractivo, al hecho de pertenecer a una clase social a la que
no estoy acostumbrado o quizás sencillamente al tiempo que hacia que una mujer hermosa no me
dedicaba unos minutos de su tiempo. La Regla numero XVII de la Orden dice...: “Pacem sectamini
cum ómnibus et castimoniam sine qua nemo Deumvidebit” , "esfuérzate por traer la paz a todos y sé
casto, sin lo cual nadie puede ver a Dios". ¿Que podía responder a Fernan?....., ¿Que debía
decirle?.....Cuando me hizo la petición mantuvo la cabeza baja y no me miraba a los ojos, cosa
extraña pues es de mirar recto y franco, sabedor de que yo barruntaba que le pondría en un
compromiso si le negaba lo que su naturaleza le ofrecía.
- ¡Obra de acuerdo con tu rango y condición, pero no te castigues con severidad, recuerda que
somos invitados en éstos lares y que debemos comportarnos con dignidad!.- No se me ocurrió otra
cosa y me evadí como pude de la cuestión aunque luego, pensándolo, entendí que no le había dicho
nada que él no supiera. Ni siquiera le había autorizado a dejarse llevar con mesura por las
circunstancias. Conociéndole, lo único que me quedó claro es que no le prohibí nada y le había
sugerido que no se castigase innecesariamente. Joven y fuerte y con el halo del Temple, tenia algún
derecho a disfrutar de la vida, ahora que estábamos apartados un poco de nuestras habituales tareas.
Fue fácil observar a partir de aquel momento que siempre era la misma camarera la que nos servia la
pitanza o se acercaba al pabellón con cualquier disculpa, siempre coqueta y sin quitarle los ojos de
encima a Fernan que a su vez me miraba a mí tratando de ver algún gesto de reprobación por la
conducta de la damisela que había puesto cerco de forma tan obvia a mi buen escudero. Lo mas que
se me escapó, fue quizás alguna sonrisa que desde luego fue captada por el bellaco. No volvimos a
hablar del tema pero quedó patente que aunque Ferran se considerara quizás en pecado, podría
sobrellevar su cruz e incluso apartarla de si de tanto en tanto y dar satisfacción a sus instintos mas
naturales sin dejar preñada a la mozuela, que nos habría puesto en una situación comprometida,
especialmente con nuestros votos hacia la Orden, o al menos así lo juzgué yo por algún tiempo.
También durante aquellos días llegué a conocer un poco más al hermano Gilles. Estaba claro
que dado su conocimiento del roman paladino me obligaba a pensar que había vivido en algún lugar
de mi tierra y así me lo confirmó.
A pesar del tiempo que ya llevábamos juntos y los avatares que habíamos vivido, ya he dicho
que la relación entre ambos, en un principio estuvo basada en su habilidad y fortaleza en el manejo
de las armas y mi empeño en emularlo. Aparte de esas circunstancias, poco habíamos indagado en la
vida del otro. La estricta regla del Cister no daba pié para amistades profundas y no aprobaba
relaciones muy personales. Creo oportuno recordar que estaban prohibidas las conversaciones fútiles
y las risas amen de otras muchas cosas que estaba olvidando en la vida de holganza que llevaba
debido a mi estado, sencillamente la disciplina con que vivíamos en Tortosa....: dormir cuatro ó
cinco horas sin despojarnos de camisa ni calzones. Al menos durante mi primera estancia allí,
(después la movilidad constante nos obligó a olvidar un poco la oración), recuerdo que nos
levantábamos para maitines echándonos el manto sobre los hombros y ya en la capilla rezábamos los
trece padrenuestros. A las campanadas de prima nos levantábamos de nuevo y oíamos misa, después
volvíamos a los padrenuestros, treinta por los vivos y treinta por los muertos. Las pitanzas eran en
silencio aunque se nos permitía comunicarnos por signos. Teníamos prohibido el ocio y la
distracción e incluso mirar de frente a las mujeres, fácil de cumplir porque no abundaron en nuestro
entorno. La máxima NON NOBIS, DOMINE, NON NOBIS SED NOMINI TUO DA GLORIAM,
definía nuestra conducta. Hasta donde recuerdo muy pocas veces hubo que castigar a alguno de los
hermanos y en todo caso fueron delitos menores y casi siempre por imprudencia o temeridad. En
cualquier caso no se hacia fácil intimar con alguien un poco mas afín, por mucho que también hablara
tu lengua vernácula, entre el resto de los hermanos.
..................................
Estaba mediada la mañana y volvíamos un poco antes de la caleta, donde continuaba con mis
ejercicios natatorios, porque el día estaba oscuro y amenazaba lluvia. En el pabellón la chimenea
crepitaba con un fuego acogedor. Ferran se habia escabullido sin duda buscando una compañía un
poco menos árida y Saúl y yo conversábamos sobre el misterio cristiano del Santo Cáliz. Oímos el
ruido de caballos y a poco entró Gilles que después del preceptivo saludo, acusó a Ferran de
pervertir la castidad de Roc que le había acompañado, porque al ver éste a mi escudero en otros
menesteres, había solicitado licencia para dejarnos, lo que nos hizo reír a los tres.
Yo había puesto en antecedentes a Saúl de que hacia ya unos tres años, aún en mi patria, habia
oído hablar del Santo Grial a mi paso por el monasterio de San Juan de la Peña donde se encontraba,
custodiado precisamente por seis curtidos caballeros Templarios con la misión de protegerlo con la
propia vida si fuera menester. Si bien no se me permitió verlo, (no se permitía a nadie), los monjes
me hicieron la merced, considerando que yo pertenecía a la Orden que lo custodiaba, de contarme un
poco la historia....: Lorenzo, el diacono de Sixto II, lo habia llevado por orden de éste a Huesca pero
por temor a que fuera expoliado por los árabes, fue ocultado por el obispo Audoberto en el
monasterio de San Juan, que llamaban de la Peña porque oculto en un monte de difícil acceso, se
ubicaba bajo una monumental roca que pareciera que fuera a aplastarlo. Gilles nos escuchaba en
silencio y con cara de interés. La respuesta de Saúl no se hizo esperar:
- Evidentemente no es el mismo Cáliz que vuestro Gran Maestre Guillaume de Sonac hizo
llegar a Enrique III, rey de Inglaterra hace casi cincuenta años...., o el que tres años antes Huges de
Arcis esperaba encontrar en Montsegur...., por no hablar del que dicen las historias se encuentra en el
castillo de Montsalvage, en los montes pirineos, desde luego custodiado por freires de vuestra
orden...... Paréceme, mi joven amigo, que sin descreer tus conocimientos, vosotros cristianos, habéis
dado por esconder el Grial de la última cena por varios lugares a la vez.-
Parecía claro que aún tratando el asunto con toda la delicadez posible, Saúl no daba la
importancia debida al tema, pero es que además Gilles se le quedó mirando y a continuación le
preguntó qué sabia el anciano medico sobre Montsegur. Yo, desde luego no sabia nada. Ni siquiera
habia oído hablar de Montsegur, pero una vez mas la sabiduría y los raros conocimientos de Saúl me
sacarían de la ignorancia sobre algo que a todas luces ambos conocían.
-Algo me hace sospechar que sé menos que vos-, respondió Saúl,- porque además vuestro
nombre es Gilles D`oc, y a poco que se razone, a pesar de que seáis templario, o quizás por serlo, se
podría encontrar una razonable relación, pues vos mismo debéis saber como se incrementó hace
algunos años la tropa del Temple con caballeros en buena parte huidos del Condado de Tolosa,
acusados de albigenses.- Al mencionar a los albigenses pude entender algo y me llegó el turno de
preguntar a Saúl, ya que Gilles permanecía en silencio.
-Pero, ¿A la postre, qué fueron los albigenses, amen de herejes?, porque debo deciros que
llegaron hasta mi tierra ó al menos el nombre se dio a conocer aunque no llegué a saber en que
consistía su desviación.-
-¡Pues bien! -, es Saúl quien responde mientras Gilles, que se ha despojado de armas y espuelas,
busca un sitial al lado de la chimenea, se pone cómodo y permanece como absorto escuchando la
lluvia que ha empezado a caer fuera con fuerza. - Yo diría que hubo dos cuestiones, muy alejadas la
una de la otra en la teoría aunque, como ocurre a menudo en los tiempos en los que nos toca vivir,
ambas estaban tan relacionadas que devinieron en una sola, o lo que es lo mismo, la teocracia que
conlleva vuestro papado, conduce a que los problemas políticos y religiosos se confundan, pero, en
fin; vos mismo podréis juzgar sobre mi opinión, aunque sospecho que el caballero Gilles querrá
decir la última palabra. - y miró a Gilles que hacia ademán de calentarse las manos y permanecía
obstinadamente callado.
-La palabra Cátaro era el nombre primitivo de los albigenses, que a su vez fueron llamados
así por la cantidad de adeptos que surgieron en el burgo de Albi, proviene del griego katharos, que
quiere decir puros. Ellos a si mismos se consideraban los puros y no es de extrañar considerando las
circunstancias. No se tiene muy claro de donde provenían, se dice que de oriente, pero todos
sabemos que se extendió desde Albi hasta Beziers, Tolosa, Carcassona, Narbona, y efectivamente
llegó hasta Aragón y quizás mas allá, según dices.
Desgraciadamente para Raimundo VI, su extenso condado de Tolosa que ya hacia tiempo era
codiciado por los capetos fue mordido con especial ferocidad por los puros. ¿La razón?: No la
conozco. Quizás aquellos personajes vestidos con un tosco sayo le incomodaban menos al conde de
Tolosa que a otros porque no los consideró un peligro, el hecho es que recorrían sus tierras
predicando la vuelta a la pureza, algo que había hecho antes el Cister sin que por eso fueran
perseguidos por ello, antes bien, fue ensalzada su humildad. Los cátaros interpretaban las escrituras
de un modo racionalista y ascético, lo cual, en principio, fue hasta bien visto por todos menos por
aquellos que se sintieron amenazados desde los mismos comienzos porque ponían en evidencia sus
hábitos; ¿ y quienes se podían sentir amenazados por el catarismo?, pues los servidores de la Iglesia,
obispos, abades, sacerdotes y demás tropa. Aquella doctrina pretendía volver de nuevo a la
sencillez y a la humildad e iba contra la corrupción, el maniqueísmo y el abuso de autoridad que
soportaban las clases mas humildes entre las cuales, lógicamente, se encontraba al caldo de cultivo
mas propicio: el campesinado, que malvivía y malvive constreñido por los impuestos abusivos de la
Iglesia y sus acólitos. Surgió entonces una lucha silenciosa contra el poder religioso establecido que
muy a menudo esquilmaba mas ferozmente que el feudal. Supongo que el Conde Raimundo, en un
principio vio con agrado que sus campesinos metieran en cintura a los obispos y sus múltiples
servidores que le discutían constantemente su autoridad o incluso se le colocaban por encima de ella-
. Yo trataba de entender aquel galimatías y Saúl continuó mirando de tanto en tanto a Gilles que
seguía hermético:
-Las normas básicas de los cátaros fueron en un principio las opuestas a las que observaba la
iglesia constituida. Si soportaban el uso y el abuso del sexo entre la clase religiosa, ellos lo
repudiaban. Si la opulencia era la tónica habitual entre los párrocos que los sermoneaban, ellos
practicaban la pobreza. Si la ampulosidad y las palabras hueras llenaban las bocas de los protectores
de la fe, ellos se volcaban en el misticismo. Si veían a diario como cualquier preboste de tres al
cuarto se hacia servir un día sí y otro también, independientemente o no de que fuera cuaresma, un
par de capones que habia cebado con esfuerzo cualquiera de sus feligreses, ellos no probaban la
carne, y todo así. ¿Que ocurrió entonces?, Que la clase religiosa se encontraban cada día mas en
evidencia delante de sus feligreses y las denuncias de aquellos a los obispados (que adolecían de las
mismas faltas y en cuantía muy superior), se hicieron urgentes y perentorias. Los prebostes pidieron
el apoyo del Papa y éste achuchó al Conde de Tolosa para que pusiera fin a tamaña sinrazón. Me
parece recordar que el mismo Inocencio III excomulgó al Conde porque le observó un tanto remiso a
imponer las medidas correctoras a los desviados. Recordemos que la teocracia impone el poder
espiritual sobre el temporal y en un momento dado la autoridad política será ejercida por un príncipe
ministro de vuestro Dios, pero es que además se llegó a recabar la opinión de los prohombre de la
iglesia y vuestro Bernardo y después Domingo de Guzmán, sin gran conocimiento de causa puesto
que ellos mismos eran un ejemplo vivo de la virtud y de la castidad, se pronuncian también contra los
cátaros y los anatematizan. Y ahí es donde surge la ambición política, porque ocurre que la mayor
parte de lo que llamamos el Languedoc,- y en éste punto volvió a mirar a Gilles que escuchaba ahora
con mas atención,- amen de ser feudatarios del rey de Aragón, era un exquisito bocado que hacia
tiempo ansiaba el Rey franco, y el catarismo fue la disculpa que necesitaban en el norte para hacerse
con aquellos territorios. Inocencio III, que os guste o no, era un juguete de Felipe Augusto, es
presionado y termina por predicar una cruzada contra los albigenses y ponen al mando de las tropas
al de Monfort, un oscuro personajillo del norte con ansias de gloria. Raimundo, que ve lo que se le
viene encima, escurre el bulto acusando a su sobrino, Raimon de Trencavel, vizconde de
Carcasonne, con el que estaba a la greña, de hereje.....- Yo seguía las palabras de Saúl con el
interés de siempre hasta que Guilles dejó de prestar atención a las llamas de la chimenea, se volvió
hacia nosotros e interrumpió la narración;
- Sin duda la situación que describís se aproxima mucho a lo que yo sé sobre el tema, que
tampoco es demasiado, aunque creáis lo contrario, y puesto que me incitáis, creo que es el momento
de confesar que soy descendiente, por línea directa de Raimon Roger de Trencavel, lo cual por cierto
me debería convertir en cátaro.- Hizo una pausa. Su expresión apenas varió y habló sin pasión, como
si aquellos sucesos pertenecieran a un pasado que ya no le afectaba especialmente.
- Efectivamente, Inocencio III declara la Santa Cruzada contra los albigenses, porque es
cierto que en el Languedoc se les llamaba albigenses y pocas veces cátaros, si acaso cuando habían
sido dignos del Consolamentum, reservado a los creyentes que alcanzaban el estado de gracia.
Volvamos a los hechos, en el año 1209 las tropas de Simón de Monfort se juntan en Lyón y marchan
hacia el sur hasta llegar a Beziers, que sin duda era uno de los núcleos mas numerosos de los
llamados herejes, pero es que además en el camino arrasan todo lo que encuentran a su paso con una
crueldad tan brutal e inhumana que los refugiados, por miles, se acogen en la ciudad por temor a las
tropas papales. El de Monfort planta sitio al burgo atestado de gentes de toda laya, aterrorizadas y
sin escapatoria....., y se dice que no sé que obispo de los que acompañaban a las tropas, preguntado
sobre el modo que se debía emplear para descubrir entre la población a los herejes, éste respondió:
"Matadlos a todos, que Dios reconocerá a los suyos". Eso os dará idea de la brutalidad con que se
empleaban. Lo que parece cierto es que aquello fue una carnicería en la que perecieron asesinados
más de veinte mil almas sin más motivo que el haberse refugiado en Beziers. Después sí que fueron a
Carcassone donde el sobrino de Raimundo, mi abuelo Raimon Roger de Trencavel, se había hecho
fuerte. También se dice que el vizconde al ver las tropas que se acercaban, abandonó las murallas y
fuese al campamento papista para negociar con el de Monfort. Ni así fue respetada la inviolabilidad
que como parlamentario tenia. Lo apresaron y al poco tiempo murió envenenado en prisión, que ni
siquiera una muerte honrosa tuvo, él, que era un dechado de caballerosidad y bonhomia. Aún
tardaron dos años en conquistar el vizcondado, y coincido con Saúl y sus conclusiones en cuanto a
que el motivo no era tanto la hipotética herejía como la ambición de hacerse con aquellas tierras
tanto tiempo anheladas. También tiene Saúl razón al recordarnos que eran tierras feudatarias del Rey
de Aragón, razón por la que el Rey Pedro, después de pedir explicaciones al capeto y al Papa y
recibir la callada por respuesta, reunió a su ejercito y se llegó al Languedoc donde se enfrentó con
las fuerzas papales en Muret. Una batalla que de antemano estaba ganada, se perdió porque el propio
Rey Pedro fue alanceado y muerto en ella, lo que originó la desbandada del ejército aragonés.- Hace
una pausa y nos mira. Saúl asiente y él continúa.
- Como podéis suponer aquello agravó la situación pues ya nadie pudo detener al sanguinario
y mezquino Monfort que ya daba por hecho su nombramiento como nuevo Conde de Tolosa. El
pretexto de la religión ya estaba olvidado. Habia que anexionar el Languedoc a la corona del rey
franco y alejarlo de la influencia aragonesa. La guerra se extendió por doquier durante años y los
sucesivos Papas, Honorio III, Gregorio IX e Inocencio IV, tan inútiles y serviles como su antecesor,
siguieron a las ordenes de los capetos y bendijeron aquella sangrienta campaña que no paró hasta
que el condado de Tolosa pasó a formar parte de los estados del Rey Felipe. A mi, y a otros
anteriores a mi, nos queda en consuelo de que el tenebroso Simón de Monfort, pocos años mas tarde,
murió ante Tolosa con la cabeza destrozada por un pedrusco que algún preclaro varón, que en gloria
esté, tuvo a bien enviarle con buen tino desde la muralla. Veinte años transcurrieron entre guerras,
persecuciones y hogueras. Ya el que fueras o no hereje carecía de importancia. Lo importante era de
qué lado estabas. Los inquisidores, al socaire de las tropas reales, hacían su agosto y el aire se
llenaba del olor a la carne quemada en aquellas torturadas tierras donde el campesinado ya apenas
existía y los predios cambiaban de dueño tan pronto el anterior hubiera sido quemado en la
hoguera.- Otra pausa. Su voz se hace menos ligera y adquiere un deje melancólico y diría que hasta
triste. Nunca hasta entonces le habia escuchado con aquel acento.
Aquello duró su tiempo porque la roca era inaccesible y escalar aquellos riscos imponía
demasiado. Los hombres de armas se aburren y no saben que hacer, desde luego nadie quiere
despeñarse por aquellas paredes de piedra que se pierden entre las nubes. El cerco se eterniza hasta
que al final los sitiados se rinden y bajan de la fortaleza y los que no se humillan y admiten la
autoridad del Papado y del Rey franco son quemados, unos trescientos, en una gigantesca hoguera al
pie del risco. Se habla de que el hedor de los calcinados atormentó durante mucho tiempo a las
tropas que presenciaron el macabro espectáculo. Allí también moría el hermano de mi abuelo por el
hecho de ser un Trencavel, heredero a la postre del titulo que ostentaba Huges de Arcis....- Hizo otra
pausa breve, volvió a fijar la mirada en los leños crepitantes de la chimenea y terminó:
- Fue una cuestión de orgullo no aceptar al odiado Capeto. Mi familia siguió huyendo. Mis
padres, a los que apenas recuerdo, me enviaron con unas gentes que hacían peregrinaje a Santiago y
ya en Castilla, donde ya hacia tiempo se había refugiado, fui recogido por mi tío. Yo era muy niño.
Contaba cuatro años y mi juventud y adolescencia las pasé con ellos aunque nunca me dejaron
olvidar que yo, y toda la familia, éramos occitanos. Después pedí la gracia de volver a las tierras de
mis mayores y encontrar a mis padres si aún vivían. Nuestra historia no eran más que un vago
recuerdo de algún campesino viejo que además no hablaría del tema. Vagué por allí tres años de
soledad y dolor y sin encontrar a mis progenitores, ni siquiera su recuerdo. Me fue contada la historia
y la reviví en mis andanzas. Maldije a todos aquellos que me quitaron la familia, las tierras y las
esperanzas de recuperar algo del pasado de mis mayores. No soy cátaro, igual que no lo fue mi
familia que no luchó por una determinada creencia, sino por su vida y sus lares. Con la ayuda, una
vez más de mi tío el castellano entré en el Temple con el nombre que conocéis como una última
muestra de rebeldía ante aquellos que acabaron con todo lo que mi apellido representaba-.
...................................................
Mi proceso de curación siguió su curso. Las pautas que me exigía Saúl las cumplía con
regularidad y debo admitir que sus enseñanzas y criterios se convirtieron en articulo de fe para mi.
Mis terrores, mis dolores insufribles, aquella agonía constante, aquel estado de postración que se me
mostró como la pena de mis pecados antes de abandonar éste mundo habia dado paso a una
recuperación lenta pero firme y visible. Una vez mas Gilles me visitó y lo hizo acompañado por dos
freires, uno de ellos físico que me había visto a mi llegada a Chipre, apreció mi mejoría y alabó sin
ambages la labor de Saúl a quien también reputó como una eminencia, después consideraron mi
estancia allí como oportuna hasta que mis piernas me sostuvieran y yo volviera a integrarme a la
Orden en los cuarteles de Limassol. La profunda herida estaba limpia y aunque la carne que habia
crecido entre los bordes tenia un color cárdeno e irregular, estaba cerrada. De las dos muletas que en
un principio me permitieron incorporarme, suprimí una y aunque los dolores seguían siendo agudos,
los encontraba sufribles porque Saúl me explicaba que los huesos y tejidos musculares tardaban mas
en componerse y se unían, se despertaban y volvían a la normalidad con reticencia y protestas
dolorosas cuando los activábamos de nuevo y esto ocurría indefectiblemente a diario.
Me había habituado a los baños diarios y a la frialdad del agua que combatía con el ejercicio.
Recorríamos el trayecto de la caleta al pabellón y aunque debía ser penoso ver mis movimientos, el
hecho es que cada vez tardábamos menos y mi estado de humor mejoraba sensiblemente. Me permitía
pasear por los jardines de la mansión y llegué hasta lo que creo era el final, en el norte, donde una
densa arboleda de pinos y hayas que me recordaron mis tierras ocultaba unos montes no muy lejanos,
de color violeta que me parecieron de altura considerable para encontrarse en una isla que no era
demasiado grande. Las opiniones del judío sobre la limpieza y el cuidado de mi mismo también
hicieron mella en lo que él llamaba mis arcaicas ideas. El cuidarse y quererse a si mismo no se
contemplaba en absoluto entre los principios de la Orden, aunque se nos pedía que no denotáramos
descuido en el rostro y tuve por cierto que esa conducta no implicaba narcisismo siempre que
fuéramos capaces de entender que se nos habia concedido un cuerpo para que lo cuidáramos a mayor
gloria de Dios y su servicio, dados mis votos, pero en cualquier caso Dios mismo me aceptaría
mejor si no olía a abandono y me mostraba pulcro y aseado. Empecé a recortar mi barba y cabellos
regularmente e incluso Gilles, que también participó en alguna de éstas controversias, me proveyó
de algunas prendas que solicitó del pañero ( llegué a S'illat con lo puesto), camisas, unas calzas, el
sayo, un manto de verano, la capa y la túnica. El resto se me entregaría cuando me reintegrara a los
cuarteles.
.............................................
Y fue en uno de aquellos días cuando observé desde el amanecer un desusado movimiento
entre la servidumbre de S' illat. La dama Cecilia visitaba la propiedad y al parecer traía consigo
algunos invitados. Yo seguía con mis ejercicios diarios en la caleta con la ayuda de Ferran que a
cambio, por las tardes y frecuentemente de noche desaparecía, y aunque yo sabia que no estaba
lejos. Había llegado a la conclusión de que sus ausencias no eran punibles por lo que obviábamos el
tema sin más y él a cambio se mostraba diligente y activo. A la vuelta del mar, vimos varios
carruajes a la entrada de la mansión y no pasó mucho tiempo hasta que ya en el pabellón nos visitó
uno de los sirvientes que nos preguntó si tendría yo animo suficiente como para honrar la mesa de la
dama Cecilia y sus invitados. Me sentí honrado por la invitación a la vez que recordaba la peculiar
belleza de la dama. Por otro lado era la primera vez que me encontraba en una situación de éste jaez
y consideré que tenía que aceptar por obligación aunque me pregunté si sabría cómo comportarme.
Llegué a cuestionarme incluso si mis humildes vestiduras serian adecuadas para la circunstancia.
Todas estas digresiones me condujeron, ¿como no?, a la conclusión de que empezaba a dar
importancia a cosas que antes no habia considerado siquiera, y me sorprendió...., y me hizo pensar
durante algún tiempo. Una vez que lo asumí como normal, lo acepté. En aquel momento estaba claro
que debía complacer a la dama Cecilia aunque solo fuera por agradecimiento. Me vestí con el sayo y
las calzas y me cubrí con la Claim de la Orden ya que a la postre pensé que no podían esperar mas
que un freire templario que solo sabia rezar y pelear.
La fortuna me ayudó. Ferran me prestó su brazo hasta las puertas de la mansión donde me
esperaban el buen Saúl, al que no esperaba, y Corrado, al que hacia tiempo que no veía y que me
abrazó con efusión, alegrándose de verme, aun precariamente, sobre mis piernas. Saúl me comentó
con un punto de picardía, que habia sido informado del viaje de la dama y se habia unido a la
comitiva porque los casos para los que era requerido los podía solventar su ayudante y él deseaba
escaparse durante unos días del ambiente agobiante que le rodeaba. Con la ayuda de ambos penetré
en el palacio que no conocía y un amplio corredor de curiosas hornacinas nos condujo al salón donde
conversaban varias personas. La dama Cecilia se nos acercó y me saludó con calor y una agradable
sonrisa interesándose por mis progresos mientras comentaba mi desusada altura que no habia
sospechado ya que dijo haberme conocido postrado, y dejó escapar un mohín pícaro que causó la
hilaridad de todos menos la mía. Recordé la regla LXXII, que dice mas o menos “Creemos que es
peligroso a todo religioso reparar con nimiedad en los semblantes de las mujeres y por lo mismo no
sea osado Hermano alguno a oscular ni a viuda ni doncella, ni a su madre, a su hermana o a su tía, ni
a otra mujer alguna. Huya por esto mismo de semejantes ósculos la Milicia de Cristo por los que
suelen frecuentemente peligrar los hombres....”, me pareció excesivo el peligro a que hacia
referencia la regla y no le di demasiada importancia.
Por aquellas épocas y quizás debido a lo apartado que me encontraba de la vida de la Orden,
a mi soledad y no por otro motivo, incluso de una forma inconsciente, empecé a razonar e
interpretar las reglas por las que nos regíamos.
En aquella ocasión me fue presentada su hija Clara, adolescente a la que no encontré ningún
rasgo de la peculiar belleza de su madre, y que venia acompañada de un joven caballero que dijo
llamarse Joscelin de Bures, que me pareció un petimetre vanidoso cuando dejó claro que su deseo
de haber combatido en Acre se lo truncó el Rey Enrique a quien servia, que le ordenó permanecer en
la isla con alguna importante tarea, aunque no dijo qué tarea era ésta. Parecióme que sobraba aquella
disgresión y tuve la sensación de que la soltó mas para Clara que para el resto de nosotros. También
se me presentaron dos caballeros, de nombres Jofre y Bernard que venían acompañados de sus
esposas que a su vez eran hermanas y por lo que pude observar los días siguientes, amigas de la
dueña de la mansión a la que trataban con gran familiaridad.
A pesar de la fatiga que debían arrastrar del viaje, la comida fue alegre y desenfadada y no
me resultó difícil adaptarme a sus maneras una vez que me arrimaron, a instancias de Saúl, un escañil
en el que apoyé, mal que bien, mi pierna inútil. Nos sirvieron arroz con pasas, empanada de anguila y
cordero con miel. Bebimos un dorado y dulce vino que se hacia en Pérgamo y que dio pié al erudito
Saúl, al que todos escuchaban con deferencia, para entretenernos con la historia de Galeno. En algún
momento alzó la copa y dijo: - Sepan sus mercedes que Hipócrates decía que el vino, con
moderación, es bueno porque mejora el humor y ayuda a digerir lo que comemos-. Tuve presente, y
supongo que Corrado también, que la Orden nos avisa del uso del vino y aunque aceptamos el
brindis, ambos lo hicimos con la moderación que sugería el Hipócrates que tanto admiraba Saúl. En
mi caso, además, y como ya he mencionado, en S'illat lo habia degustado en mas de una ocasión y
consideré la falta tan nimia que no llegué a sentirme culpable. Continuó Saúl contándonos que
Pérgamo, además de ser famoso por su vino, habia sido la cuna, hacia mas de mil años, de Galeno,
que aún hoy seguía siendo irrebatible en sus postulados. Le debíamos a él la obra De Usium Partium,
el mejor compendio que habia llegado hasta nosotros de la ciencia que estudia las funciones del ser
humano. La anatomía que definía la obra seguía estando totalmente vigente, y él mismo Galeno la
adquirió tratando de sanar a los gladiadores que volvían heridos cuando participaban en los juegos
que se celebraban en la antigua Roma. Relacionaba en las heridas, (y puso como ejemplo la mía) la
sensibilidad o la parálisis de los tejidos dañados con la posibilidad o no de su regeneración. Volvió
a mencionar ( yo ya lo habia escuchado) los cuatro humores, legado de Hipócrates también : La
sangre, la mucosa, la bilis amarilla y la bilis negra. Realmente cautivaba su erudición. Noté que el
mismo interés que me causaba a mi, inspiraba a los demás que también le escuchaban con respeto y
deferencia; independientemente del tema que tratara, por ejemplo explicó que teníamos dos tipos de
sangre que llamó arterial y venosa y en de la diferencia entre ambas y en su regeneración, por
En los días sucesivos fui invitado de nuevo a departir con ellos y sus ágapes y llegue a conocer en
interior de la mansión que contaba además con una biblioteca de la que me habló Saúl, recopilada
por el difunto esposo de la dama. Los infolios y manuscritos, las gruesas tapas de cuero y aquellos
pergaminos bellamente ornados me atrajeron desde que los vi y a partir de aquel momento y con el
preceptivo permiso de Cecilia no tuve momento de descanso que no me encontrara con ellos. Muchos
estaban escritos en lenguas que no entendía pero el latín de los más y el árabe que empezaba a
entender me permitieron introducirme en un mundo desconocido y apasionante. Nunca había tenido ni
tanto tiempo libre ni tantos conocimientos a mi alcance. Casiodoro y su Historia Gothorum, Ptolomeo
y su Almagesto o su Geografía, Idrisi el geógrafo y aún otros que no recuerdo pero que me
permitieron saber algo de las culturas griega y romana, Aristóteles y su discípulo Platón, ambos con
sus hermosas aunque complejas ideas morales. Realmente aquel tiempo de lecturas fue una fuente de
saber que me hizo cambiar muchos conceptos que yo creí inamovibles y me permitió hablar en otros
términos con Saúl e incluso con la dama Cecilia aunque ella no tenía ni demasiado interés ni tiempo
para ocuparlo en aquellos menesteres.
Nos acercábamos a la Natividad del año 91. Las noticias que llegaban de Occidente hablaban de
que el Papa Nicolás IV, franciscano y respetado, que llevaba tiempo hablando del Rex Bellator y de
unificar las ordenes militares influido sin duda por el eximio Raimon Llul, había terminado por
entrometerse en las luchas entre la corona de Aragón y Carlos de Anjou el cojo, circunstancia esta
que le hizo olvidarse de los problemas de Tierra Santa y la alianza con los Tártaros. Gilles vino a
despedirse porque se embarcaba en uno de los tres navíos de la Orden que bajo el mando del
mariscal Bartolomé partiría de Chipre para reforzar Ruad e inspeccionar la costa de Alejandría y
Siria aunque no se sabía muy bien para qué. Ferran partía con ellos para dirigir una compañía de
arqueros turcópolos que les acompañarían en la expedición. Me despedí de ambos y rogué a Dios
para que volvieran sanos y salvos.
.........................................
Cuando Saúl la explicó las circunstancias del caso y requirió su permiso para ocupar el
pabellón de S’illat no se lo pensó siquiera y lo autorizó. Conocía bien el Temple, de hecho su
relación con ellos venía de antiguo. Ya la familia de su esposo empleaba sus medios de transporte y
sobre todo sus sistemas de pagos de mercaderías de uno al otro extremo del occidente cristiano y
nunca tuvieron motivos de queja, pero es que además ella aún tenia muy presente los últimos días que
pasó en Acre y lo que vio en su dramática huida. Estuvo allí y vivió incrédula y en propia carne los
últimos momentos de la desgraciada ciudad. Los últimos años fueron malos para los negocios
familiares. A medida que el turco fue masacrando las ciudades costeras su negocio fue perdiendo
mercado hasta quedar reducido en sus transacciones con oriente a aquel puerto donde tenía
importantes intereses comerciales y buena parte de sus administradores y gentes que trabajaban para
ella. Cuando se supo que el turco amenazaba San Juan de Acre, dentro de su circulo se comentó que
si aquella osadía era cierta, las huestes sarracenas se romperían los dientes ante las fuertes murallas
y las tropas que la guarnecían que esta vez no tenían intención de retirarse porque se jugaban
demasiados intereses en el envite. Además ocurría que las órdenes militares tenían su base allí y
desde luego no estarían dispuestas, y todos conocían su fuerza, a que se les despojara sin más de sus
santuarios. Acre era demasiado importante y mucha gente, comerciantes, navieros, mercaderes,
traficantes y las gentes que vivían de los trueques y negocios de todo tipo que allí se llevaban a cabo,
pensaron que los ingentes negocios que se manejaban alrededor del puerto y sus atarazanas no
permitirían, si acaso, algo mas que un aviso o un amago de lo que podría ser una catástrofe en todo el
comercio mediterráneo. Las sedas y especias de oriente, los cueros cordobeses, el vidrio italiano y
los metales francos eran demasiado importantes para todos como para cerrar el único puerto que
quedaba libre para sus transacciones. El momento era crucial y las indecisiones de sus secretarios la
impulsaron a viajar hasta Acre y comprobar con sus propios ojos que era lo que ocurría y hasta que
punto el peligro era real. También hubo, porqué no admitirlo, un poso de morbo por escaparse un
poco de la monotonía de la corte y vivir la excitación de la ciudad amenazada, por acercarse al
campo de batalla y sentir el escalofrío que la causaban los guerreros cubiertos de hierro. Cierto que
ella no era una experta en las artes y razones bélicas pero en la misma corte chipriota se pensaba
también que esta vez el turco había sobreestimado sus fuerzas y que todo terminaría con una sanción
mas o menos grande que pagarían entre todos al que seguiría otro periodo de paz. Había ocurrido
antes y seguiría ocurriendo. Ya estaba bien de la brutalidad y el salvajismo de unos y otros. No todo
se resolvía por la fuerza de las armas, pensó ella. Bastante había soportado occidente en los últimos
años como para permitir que aquel demonio sacrílego se permitiera amenazar el último puerto
importante de autremer. Fuese y vivió los primeros días entre sobresaltos y sensaciones
contradictorias cuando la permitieron asomarse a las murallas y vio aquellos ingentes campamentos
de gente malignas que les rodeaban y arrojaban de todo sobre la ciudad. Pero las murallas eran
indestructibles y las puertas estaban bien guardadas. Así lo pensó ella y se afirmó en sus ideas
cuando el puerto se llenó de navíos y empezaron a desembarcar innumerables tropas entre las que se
encontraban las de su primo Amalarico que se sorprendió al verla y la reconvino ácidamente
insinuando que ella en aquellos momentos no pintaba nada en aquel lugar porque lo que ocurría no
era un juego de lanzas. Cuando descubrió que estaba equivocada, fue tarde y aún así aun tuvo tiempo
de sacar en dos bajeles venecianos la mayor parte de la mercadería que almacenaba en el puerto
salvando de ese modo sus intereses. El asalto final, el caos y el horror que nunca había conocido la
sorprendieron cerrando lo almacenes, aunque no supo para qué, cuando las fuerzas del de Lusignan
tuvieron a bien advertirla que ellos se iban y que haría bien en acompañarles porque aquello se
hundía sin remisión y desde luego no tenían la intención de dejarse la piel allí……… y lo mismo
ocurría con los venecianos, genoveses, písanos, normandos y griegos. Todos huían porque las tropas
que los asediaban no tenían intención de cejar y eran demasiado poderosas como para hacerlas
frente…..pero, si todos se iban…. ¿Quién protegería a la población? Y a continuación lo que parecía
imposible ocurrió, las murallas empezaron a ceder, el fuego se extendió por la ciudad y las gentes se
volvieron locas y chillaban corriendo de un lado para otro y entonces sí que la acometió el miedo y
sintió la impotencia del desheredado que sabe que no hay nada detrás de ese día de terror que no sea
el dolor y el sufrimiento. Las tropas en retirada la protegieron hasta los navíos sin que nadie se
preocupa de los miles de niños y mujeres que no podían escapar de las turbas salvajes que entrarían
a saco tan pronto ellos se fueran y sintió un vahído amargo que la descompuso y que se avivó cuando
ya, alejándose del puerto, vio las llamas y los gritos de los desgraciados que esperaban la muerte
apiñados en los muelles sin mas consuelo ni esperanza que la frágil línea de defensa que aún
mantenían las ordenes militares.
Aquellas visiones realmente la horrorizaron y lo mas sorprendente que se la quedó grabado
cuando se dirigía a buscar la salvación de los navíos fue el de un grupo como de unas dos docenas de
guerreros que se cruzaron con los que huían. Ellos se quedaban y pudo verlos resueltos y fatales en
su ira mientras que los que la acompañaban bajaron las miradas y apresuraron el paso hasta que se
los perdió de vista. Y pasaron a su lado aquellos locos de mirada helada y entre los harapos que
quedaban de lo que fueron sus túnicas blancas, encima de los camisotes y las armaduras, aún en
algún caso se adivinaba la cruz templaría. El estruendo, el humo y el terror bullían por doquier, las
gentes corrían hacia el puerto o la fortaleza del Temple aun enhiesta, empujándose, llamándose,
tropezando unos con otros, niños que lloraban y heridos que dejaban un reguero de sangre, pero
aquellos guerreros iban mudos hacia las murallas, se abrían paso entre la multitud que se apartaba al
verlos. Los vio como en un sueño, resueltos y cubiertos de hierro, los escudos al hombro o
embrazados, las armas desnudas, haciendo ruido con sus pisadas metálicas, bajo las viseras los
rostros hirsutos y cansados….y la parecieron totalmente irreales, hermanados por algo que ella no
entendió. Llevaban el paso vivo, urgente, con prisa, marchaban hombro con hombro hasta donde se
escuchaba el estruendo de la batalla…..Y ella creyó saber que eran conscientes de que solo los
esperaba la muerte y la sorprendió aquella resolución insensata…..Poderosos y temibles, sin miedo
ni duda, como si su única misión fuera combatir hasta el final, como ángeles sucios y vengativos
contra los que la muerte no podía nada…… y aquella imagen se le quedó indeleblemente grabada y
llegó a pensar que Dios todopoderoso, hastiado, se había olvidado de todos.
Y luego surgió la petición de ayuda para uno de aquellos y recordó aquella visión postrera en
Acre y las informaciones que llegaron después, los miles de muertos, degollados violados,
quemados….. Quizás aquel guerrero malherido pudo ser alguno de los que ella vio aquel día
horrible, y quiso conocerlo y saber como era porque sin duda no era como los hombres que ella
conocía. Y se acercó a aquel joven gigante postrado y maltrecho de ojos de acero pensando que la
daría miedo porque debería ser diferente y brutal, pero no fue así, el guerrero no inspiraba temor, si
acaso pena viéndole en ese estado, y se sintió feliz sabiendo que le ayudaba y aunque en la isla y en
la corte se les temía ella pensó que con esas gentes cerca, su mundo estaría seguro y la isla nunca
acabaría como terminó Acre. Y le dejó debatiéndose entre la vida y la muerte sin saber si lo volvería
a ver y cuando volvió seguía vivo y ya estaba en pié. Y sintió una gran alegría al verle. Grande e
indefenso, pálido y hermoso, y algo se despertó en ella que no supo definir cuando se miró en
aquellos ojos tímidos y cogió aquellas manos enormes y toscas que no se atrevían a apretar las suyas,
y una ternura especial se adueñó de ella y buscó su compañía en los días que permaneció en S'illat. Y
la embargó un cálido sentimiento de posesión, como si la perteneciera, cuando lo sintió próximo.
Abandonó la posesión junto con sus invitados incluido el físico Saúl que volvía a sus
quehaceres en Nicosia y se despidió de su freire lisiado con un casto beso que la hizo sonreír al
notar la turbación del joven. Volvió a su vida mundana y a sus negocios en Limassol que la
mantuvieron ocupada durante días recibiendo y despachando con sus almaceneros y secretarios
tratando de restablecer sus líneas comerciales entre Damasco y sus representantes venecianos.
Se sabía hermosa y deseada incluso ahora, cuando ya el espejo la avisaba de que sus días eran
mas cortos o cuando, casi sin darse cuenta, vio a su hija convertida en mujer. Su posición social,
como allegada a la familia real, la proporcionó numerosos pretendientes, en su mayor parte ávidos
de hincar el diente a su fortuna nada desdeñable y aunque en algún momento consideró la posibilidad
de volver a casarse, acabó por olvidarlo a cambio de algún amante ocasional y discreto que en
cualquier caso la proporcionó menos quebraderos de cabeza, especialmente cuando se anunciaron
otros pretendientes pero ya para su hija.
Una vez que su presencia en Limassol dejo de ser necesaria, se fue a la capital del pequeño
reino donde aun quedaban gentes que no habían escuchado la versión femenina de la triste huida de
Acre y aunque las bajas del de Lusignan fueron mínimas gracias a la huida antes de la masacre aún
corrían las historias, el luto de los que perdieron a alguien y el espanto que produjo semejante y
luctuosa perdida para la economía de la isla. Las conversaciones en la corte no hacían mas que
repetir lo acontecido en diferentes versiones unido al temor de la fuerza templária en la isla porque
se había corrido el rumor de que la Orden buscaba otra casa madre y no descartaban la propia isla.
Se insinuaba que era menester expulsarlos pero las fuerzas del de Lusignan eran de todo punto
inferiores y la tentativa era insensata. Los hospitalarios y Germánicos eran otra historia porque su
número era muy inferior y además ya habían empezado, los caballeros teutones a abandonar la isla y
volver a sus lejanas bases en Germania y los hospitalarios a husmear por los mares aledaños
buscando algún lugar en poder árabe pero adonde no llegara el gran turco, se hablaba de Rodas, y
que les permitiera el asalto y posterior ocupación, pero los templarios, desde la muerte de Beaujeu,
se encontraban perdidos y desorientados, porque el tal Gaudin que había sido comtur de Acre y
elegido gran maestre en sustitución de Beaujeu aún no se había repuesto del desastre y la Orden
andaba perdida sin saber qué hacer ni en que emplear las fuerzas acantonadas en la isla.
En algún momento de conversaciones e intrigas vanas se sintió hastiada y sin mas pidió que
la prepararan una calesa y al día siguiente cuando alboreaba abandonó la corte y partió para S’illat
acompañada por dos de sus criados. Llegó mediada la tarde cuando nadie la esperaba y mandó aviso
a su templario por si querría compartir una cena con ella. Mientras esperaba la respuesta se quitó el
vestido de viaje y buscó otro mas adecuado a las circunstancias, se soltó el largo cabello oscuro y se
observó desnuda en el espejo de su vestidor. La blancura marfileña de la piel fulgía entre las cálidas
sombras aunque a fuer de realista admitió que sus pechos habían perdido la turgencia de otros
tiempos y una aún leve curva se empezaba a manifestar en su vientre. Se despojó del corsé para estar
mas cómoda y admitió con pesar que su cuerpo ya no era el de hacia veinte años, sin embargo aún
conservaba la esbeltez y las rotundas líneas de sus caderas. La asociación de ideas continuó. Es un
freire y además posiblemente virgen, se dijo, y no pudo evitar una sonrisa voluptuosa.... Es mi
templario y gracias a mi ayuda ha vuelto a la vida. Y al momento fue consciente de que aquel
pensamiento egoísta la cubrió el rubor y se avergonzó de si misma.
El llegó cuando caía la tarde, grande, tímido y sorprendido al encontrarla sola. Cojeaba
apoyado en su muleta mientras los sirvientes se afanaban a su alrededor disponiendo la imprevista
mesa y las velas en una pequeña sala del segundo piso que calentaba una chimenea en la que
chisporroteaban los troncos recién encendidos. La cena fue sencilla e intima, unas pechugas de pato
con sémola de mijo y unas nueces confitadas, con vino blanco y sin aguar del Peloponeso. Hablaron,
él de su lejana familia y de su escudero Ferran, ella de su vida en la corte y de sus problemas con el
comercio que hubo de atender a la muerte de su esposo Hugo. El mantenía la cabeza baja y hablaba
con lentitud, a ella la encantaban aquellas manos, grandes y fuertes de él que se movían con
parsimonia sobre la mesa. Mediada la cena observó como el joven perdía algo de su timidez y surgía
una vehemencia que le pareció encantadora por su puerilidad cuando la dio las gracias por
permitirle visitar la biblioteca y la exaltó la belleza de los libros que atesoraba y que ella apenas
conocía. Aquel joven que se sentía capaz de leer con soltura el latín y entender cosas de los libros
era en realidad un guerrero de los que ella había visto. Y volvió a verlo totalmente ajeno a la imagen
que ofrecía ahora, cubierto de hierro en medio de la batalla, golpeando y rompiendo con saña y
gritando con la voz enronquecida y los ojos iracundos, rodeado de una aureola de muerte y de sangre.
Y aquel pensamiento la excitó. La luz de las velas daba una tibia vaguedad al ambiente distendido y
fácil pero no pudo evitar que él la tratara con el respetó que ella no deseaba, y se irritó consigo
misma, y después de una corta sobremesa se despidió de él y pidió a uno de los sirvientes que le
acompañara hasta que abandonó la mansión con su patético andar, arrastrando la pierna izquierda, y
apoyado en su muleta hasta que se perdió en las sombras camino del pabellón, y sintió un dolor en su
interior y la invadió la ternura al verle desvalido. Después despidió a los sirvientes y se quedó sola,
sintió frío y se arrimó a la chimenea. Se preguntó cuales era sus intenciones observando las llamas
que sin ruido ahora, se movían y culebreaban como pequeños duendes del color del vino que él
apenas habia probado. El tiempo debió pasar lento mientras se dejaba adormecer por el calor que
la envolvía en soledad y cuando levantó la vista la casa estaba en silencio y las velas se iban
apagando exhaustas. Tuvo un momento de duda, después, decidida, se puso un chal sobre los
hombros y abandonó la casona camino del pabellón donde debía encontrarse el joven templario. El
camino estaba oscuro y silencioso, solo el leve ruido de la fresca brisa que movía las hojas de los
árboles y la agitaba el cabello. Abrió la puerta, los velones estaban apagados y solo unos leves
rescoldos que quedaban en el hogar apenas eran capaces de ahuyentar las sombras que aún la
permitieron adivinar la yacija donde descansaba él. Se acercó en silencio y le observó. Después, sin
prisas, se desvistió y sin decir palabra echó a un lado las ropas que le cubrían. Él estaba de
espaldas, inmóvil y con los ojos abiertos. Trepó con cuidado encima del cuerpo cálido y tenso y le
fue cubriendo de besos leves hasta que notó su excitación. Ninguno dijo nada y ella se acomodó
sobre él muy despacio abrazándole con sus piernas. Después, con lentitud empezó a moverse con las
manos apoyadas en su pecho velludo hasta que lo sintió dentro de ella y la hizo gemir. El siguió
inmóvil y ella gozó de él sin prisas y sin exigir nada que no fuera su propio calor que la inundaba.
Se abrazó a él convulsa buscando su boca que se le ofreció dócil y sintió como se le tensaban los
músculos aunque se mantenía quieto. Después de un momento eterno sintió como le aumentaba aún
más su vigor y se exaltó y lo poseyó hasta hacerle daño y entonces sintió como el fluido de él la
inundaba y gritó y lo cabalgó con un ímpetu que ya no recordaba hasta que alcanzó su propio clímax
y se sintió desfallecer. Luego yació sobre él que temblaba y lo acarició con toda la ternura de que era
capaz, y cubrió a ambos con la ropa de la cama y se quedó allí, acurrucada y laxa hasta que
desaparecieron los temblores. No se habían dicho una sola palabra y ella no quiso romper el
momento mágico que estaban viviendo, pero se encontró sumamente satisfecha y sonrió con placer.
La oscuridad fue total y los últimos rescoldos ya eran ceniza. Le besó de nuevo con suavidad,
después se levantó, se vistió a tientas y aún en silencio abandonó el pabellón.
La mañana siguiente amaneció desapacible y húmeda. Procurando no ser vista se acercó a
la ensenada y lo observó mientras nadaba desnudo en las frías aguas. Luego lo vio salir renqueando y
frotándose con energía. Tenía el velludo cuerpo grande y armónico y las nalgas escurridas, las
piernas finas y los brazos y hombros anchos y poderosos. La larga cicatriz de color violáceo le
cruzaba toda la cadera u le llegaba hasta la rodilla. Volvió a la mansión sin sensación de culpa y
pidió a la servidumbre que prepararan pitanza para dos porque tenía la intención de comer en el
pabellón con su invitado.
Comieron al calor del hogar y después estuvieron paseando por unas de las avenidas del
parque. No se mencionaron para nada los momentos íntimos de la noche anterior, como si no
hubieran existido por mucho que estuvieran en la mente de los dos. Él confuso y tímido y ella abierta
y cordial. Caía la tarde y el día seguía gris y amenazando lluvia. Lo cogió de la mano y lo condujo
de nuevo al pabellón de donde ya habían recogido los restos de la comida. Era consciente de que lo
ocurrido la noche anterior se debió a la imposición de ella sabiendo que en las circunstancias de
ambos, él no habría sabido negarse, mas si cabe considerando su cortedad, pero aquello fue solo un
momento mágico y aunque no recordaba la última vez que había gozado con un hombre con la
intensidad con que lo hizo la pasada noche, tenia por cierto que su relación sería efímera. No se
sentía demasiado culpable por su condición de freire célibe porque hasta donde ella conocía no les
estaba permitido contraer nupcias pero no quiso creer que se les prohibiera también disfrutar de los
dones que otorgaba la naturaleza, mas aún cuando aún gozaban de la esquiva juventud, como era el
sexo. Y le sedujo de nuevo, con paciencia y dulzura, olvidando el pudor y sintiéndose como lo haría
una ramera que inicia a un neófito, procurando que la lesión de la cadera le afectara lo mínimo y
ofreciéndose y satisfaciéndole teniendo presente su inmadurez e inexperiencia. Y lo hizo fácil porque
gozaba con aquel cuerpo grande de enorme vigor que la excitaba sobremanera y le explicó lo que era
el éxtasis, y como se lograba o se prolongaba y como lo alcanzaba ella. Él la aferró con fuerza
mientras ella gemía y les recorría un latigazo de tensión y se empujaron con violencia hasta que
ambos estallaron y entonces el también gimió y la entendió a ella.
Se cerró la noche sobre el pabellón y se arrimaron desnudos al calor de la chimenea. Ella,
entre risas, lo volvió a excitar hasta que su vigor renació de nuevo y volvieron a amarse y al final,
exhaustos y desmadejados se durmieron en la yacija apretados el uno contra el otro.
Los días siguientes fueron placenteros y llenos aunque la situación de ambos les exigía recato
y circunspección de cara a la servidumbre. Visitaron las cuadras y ella propuso un paseo a caballo.
Al principio él se negó alegando que no podría pero ella insistió y aunque hubo de ser ayudado por
uno de los sirvientes, al fin consiguió montar no sin fuertes dolores que trató de ocultar. Eran
caballos de monta, dóciles pero nerviosos, más estrechos de lomo y más bajos que los de batalla
pero con una silla más ligera que las de guerra y el primer día se conformaron con un leve paseo
porque le era difícil soportar el dolor. Volvieron a salir en un día claro y ventoso, abandonaron la
finca, pasearon por el pueblo cercano que se llamaba Episkopi donde saludaban a todo aquel con el
que se cruzaban porque todo el mundo conocía a la dama y sabían de la estancia del templario en
S'illat. Cabalgaban despacio por las molestias de él. Hicieron un descanso en unos encinares de la
propiedad desde donde se veía con nitidez y casi al alcance de la mano el monte que ya habia visto
Martín. Pudo bajar solo del caballo y se atrevió a caminar sin muleta, apoyado en el hombro de la
dama. En algún momento se miraron y al momento siguiente, al ver que no eran observados, hicieron
el amor a la vera de un diminuto riachuelo riendo y gimiendo a la vez. Después compusieron sus
ropas de nuevo y con la ayuda de ella él volvió a montar. Cuando llegaron de nuevo a las cuadras de
la mansión, alegres pero comedidos, él bajó solo y muy digno de la montura, hasta que perdió pie y
cayó a tierra cuan largo era y ella hubo de ocultar su risa ante la servidumbre que con rapidez le
prestó ayuda y no pasó nada. En otro momento y como él continuara con sus ejercicios en el mar,
ella apareció en el solitario embarcadero cubierta por una bella capa azul que la cubría
completamente. Cuando él terminó con sus ejercicios y se aproximó a saludarla, ella sonriendo le
habló de la leyenda que decía que Venus surgió del mar allí, en aquella isla, desnuda como ella, y
entreabrió la capa que era lo único que la cubría. Se ocultaron detrás de una de las barcas que se
pudrían en tierra al lado del viejo galpón e hicieron el amor encima de la capa, él húmedo y oliendo
a sal, ella excitada y cálida, ambos sucios de arena. Fue quizás el momento mas insensato de su
relación allí porque pudieron ser vistos por alguien de la mansión que se hubiera acercado aunque
por aquellas épocas del año era poco frecuente ver a nadie.
La dama estaba sorprendida de su propia vitalidad y del goce que aquellos escarceos la
proporcionaban, ajena a todo lo que no fuera compartir sus días con aquel guerrero que a la postre no
sería mas que un amante de circunstancias. La corte y sus personajes, sus negocios….todo quedaba
olvidado cuando se ofrecía a él. Era consciente de que estaba disfrutando de una segunda juventud en
la que no la acuciaban las dudas de aquella primera que ya casi habia olvidado, porque ahora se
sentía viva y hasta maternal. Había despertado de nuevo su sexualidad con una fuerza desconocida
que en algunos momentos la sorprendió pensando si tenia derecho a ella, no tanto por ella misma sino
mas bien por el daño que le causara a él, al que sabia incapaz de negarse porque también, sin duda,
habia descubierto los placeres que ella le proporcionó. No pensó en el amor como algo concreto
aunque cabía la posibilidad de que él creyera, en su inexperiencia, sentir algo mas profundo hacia
ella de lo que estrictamente constituía el goce físico de ambos juntos. Y las dudas la acuciaron ya en
el mismo acto de despedirse pensando en como reaccionaria su hija si por alguna circunstancia
conociera el comportamiento de su madre. Ideas en las que no había parado mientes y que ahora la
surgían quizás debido a ver a su hija no ya como la niña de antes sino como una joven de mas o
menos edad que su amante. Sabia que la estancia de Martín en Sìllat se acercaba a su fin y que una
vez el templario se reintegrara a sus deberes seria poco menos que imposible mantener la relación de
una forma racional y discreta porque de lo que no tenía dudas era de que él la agradaba y la hacía
olvidarse del resto del mundo que la rodeaba, pero ¿ocurriría lo mismo fuera del ambiente que ellos,
aunque debiera decir ella, habían creado en S’illat?. Se temía que no. La magia desaparecería cuando
se reintegraran al mundo de cada uno. Incluso él mismo que ya una vez se había escapado de la
muerte, volvería a encararla en cualquier momento y quizás esa próxima vez la parca no fuera tan
generosa o él no tuviera tan cercanos a un físico eminente o una ayuda como la de ella. Y se lo
imaginó de nuevo en la batalla, con las imágenes que ella había vivido, pero ésta vez herido de
muerte, desangrándose sin nadie que le protegiera, con la boca torcida y el gesto huraño, las manos
tratando de parar el flujo por el que se le escapaba la vida, y se horrorizó y aquellos últimos días le
amó mas profundamente sabiendo que aquella aventura, que quizás sería la última para ella, se
acababa.
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Yo seguía mejorando hasta el extremo de que empecé a montar a caballo. Las cuadras de la
mansión contaban al menos con una docena de caballos de monta de bella factura que me ayudaron a
habituarme de nuevo a la silla aún con agudos dolores que fueron remitiendo poco a poco. No sabía
nada de Gilles ni de Ferran y no me llegaban noticias de fuera.
Sustituí la muleta por un bastón y en el mes de noviembre la Orden me requirió de nuevo así que
abandoné S'illat y en una calesa volví a la fortaleza de Limassol. Habían pasado casi cuatro meses y
no tengo dudas de que aún en mi estado, dejaba atrás una vida placentera y cómoda poco acorde con
mis deberes de freire templario, pero por otro lado tampoco hubo demasiada actividad en nuestras
tropas a raíz de la perdida de Tierra Santa y de hecho el fuerte contingente entre caballeros,
armiguieri y cuerpos auxiliares seguía sin ser bien visto entre las autoridades de la isla por no hablar
de los Hospitalarios, de los que también quedaba todavía un buen numero. Este estado de cosas no
hacia la vida fácil a nadie, amen de que seguían los incidentes entre nuestros turcópolos, en su
mayoría sirios y algunos mesnaderos reales, hasta que aquellos fueron enviados en su mayor parte a
la isla de Ruad que aún estaba en nuestras manos mientras Al'Malek quisiera. Teníamos tres
fortalezas en la isla de Chipre y yo solo conocía la de la ciudad portuaria de Limassol a la que volví
para comparecer ante el consejo presidido por el Mariscal Sebastián, que había sustituido a Leonard
muerto en Acre, y tres freires mas, el Maestre provincial y dos Comendadores de la isla. Después de
confirmar mi recuperación fui informado de que en breve, esperaban que mi estado lo permitiera, me
podrían requerir para una misión de la cual aún no podían dar detalles pero que exigiría el concurso
de combatientes capaces y discretos. No pude enterarme de más pero me puse a su disposición
pidiendo me concedieran la posibilidad de practicar de nuevo las artes de guerra para mejorar mi
estado y recuperar mis fuerzas, muy menguadas después de la larga inactividad. Se me concedió.
Permanecí tres días mas en Limassol donde fui provisto de nuevo de armas y monturas, la loriga era
del tipo jubete, mas ligero y flexible, el yelmo redondo y con nasal, calzas de malla de hierro con
zapatos de armas que eran una pieza nueva para mi, los tres cuchillos, la espada recta de doble filo
aunque por estar recién salida de la forja me llevó su tiempo afilarla, la lanza de madera de fresno y
el escudo de laminas metálicas claveteadas. Entre la maza y el hacha que nos ofrecían elegí la maza.
Arneses para las dos cabalgaduras grandes y albazanas y las escudillas de campo. Cargado con todo
el ajuar dejé Limassol y su bullicio después de visitar la Iglesia bizantina de San Jorge, de rara
belleza. Fui acompañado hasta mi nuevo destino, en Famagusta por dos hermanos armigeri recién
llegados a la isla que me trataron con gran respeto cuando se enteraron de que cabalgaban con uno de
los pocos que habían escapado de Acre con vida. De hecho mi condición física dejaba mucho que
desear. Mi andar, aún apoyado en la muleta que utilizaba, era renqueante y penoso y los dolores,
sobre todo montado, a veces se hacían insufribles. Hicimos un alto en Nicosia donde residía la corte
y el Rey Enrique. Allí busqué y encontré a Saúl el físico, a quien agradecí una vez más sus
atenciones. Le debía demasiadas cosas. Desde luego mi vida pero es que además su erudición me
empujó a entrar, bien es cierto que de forma somera, en el mundo de la ciencia y por ende en mi
propia racionalización. Me observó detenidamente y quedó satisfecho aunque me recordó que nunca
me recobraría totalmente, sí dejó claro que los dolores desaparecerían casi en su totalidad pero con
lentitud. Me explicó algo de unos ligamentos que habían perdido elasticidad y fuerza y que solo mi
constancia volvería a reactivar. Cuando me despedí de él, me dio una bolsita que contenía unas
hierbas secas que dijo ayudarían a mi recuperación y mitigarían los dolores. Debería coger una
pequeña cantidad, dejarla reposar en agua hirviente y beber esta después. La mezcla de hierbas
estaba compuesta por; Equisetum, la comúnmente llamada cola de caballo, fraxino o fresno y una muy
especial que procedía de oriente y que llamaban flor de la vida o ginseng. Lo menciono, aunque
parezca una nimiedad, porque realmente me alivió sobremanera y pienso que debieran estudiarlo
nuestros hermanos físicos y emplearlo con su mejor criterio.
La dama Cecilia estaba en la corte y también tuve la oportunidad de saludarla y darle las
gracias por todo lo que había hecho por mí.
Si esperaba encontrar un castillo de la Orden, me decepcioné. Aquello no era más que una
encomienda fortificada que llamaban Yermasayia en una zona agreste y montañosa que acababa en
altos acantilados que caían sobre un mar abrupto. Una enorme explanada central convertida en campo
de entrenamiento con ingenios diversos que se utilizaban para practicar el arte de la guerra. Calculé
que habría alrededor de doscientos hermanos, entre freires y armigueris dedicados a aprender la
monta de combate y sujetos a una férrea disciplina. En su mayor parte eran jóvenes recién llegados
de occidente y quizás tan optimistas como lo fui yo no hacia tanto tiempo. De una forma inconsciente
eché la vista atrás y consideré que yo al menos tuve algo que defender pero... ¿Y ellos?...
A los dos días de nuestra llegada y después de aposentarme en uno de los pabellones que
tenían al uso, busqué una manera de bajar hasta el mar para continuar con los ejercicios que había
practicado en S'illat, pero era prácticamente imposible y por otro lado el aspecto del mar en esa
época del año, bravo y agitado, no lo hacia aconsejable, así que hube de desistir de ello y me
procuré otros ejercicios para recuperar mis fuerzas. Los estafermos que se utilizaban eran
ingeniosos y un punto mas peligrosos que los que yo conocía lo que dejaba claro que allí no se iba
para jugar o romper lanzas sino a convertirse en un experto guerrero. Los primeros días no me atreví
a utilizarlos sin embargo practiqué la monta exhaustivamente y tomé el brebaje de Saúl a la vez que
los dolores iban remitiendo.
Corrado apareció a los pocos días y me informó de que se esperaba la vuelta inmediata de
las naves en las que habían partido, entre otros muchos, Gilles y Ferran.
Volví a la disciplina eclesiástica y admito que con menos entusiasmo del que había
empleado antes. Tampoco debo buscar excusas, valga decir que en aquel caos que era la isla de
Chipre en aquellos momentos, lo que menos considerábamos era el aspecto religioso a pesar de que
los sacerdotes de la Orden nos persiguieran y golpearan nuestras puertas durante la noche para
compartir los oficios religiosos y la Santa Misa. Creo conveniente reseñar que se apreciaba una
apatía generalizada y un claro desaliento entre nuestras tropas.
Realmente, si no se tomaba una decisión rápida, ¿que se esperaba de nosotros? Se hablaba de
que el Capitulo General (que estaba casi en su totalidad en la isla) y por supuesto el Gran Maestre
Gaudin apremiaban al Papa que a su vez daba largas y seguía en tratos con los Tártaros que
curiosamente aún eran nuestra última esperanza porque desde luego ya no esperábamos nada de los
reyes de occidente. Se ofreció incluso nuestra cooperación para actuar con los nestorianos dado
nuestro conocimiento del terreno y nuestra experiencia en combate pero no supimos en ningún
momento si nuestra petición se transmitió al Khan que seguía insistiendo en que para expulsar a los
turcos de Tierra Santa era necesaria otra cruzada que atacara desde las costas mientras ellos seguían
presionando por oriente. Estas circunstancias, la falta de interés de occidente, iban minando nuestra
moral. Los comentarios, las esperanzas, los dimes y diretes que circulaban día tras día no ayudaban
en absoluto a levantar nuestro ánimo.
Yo empleé mi tiempo en recuperarme físicamente. Al fin un día supimos que las naves que se
habían enviado a reconocer no sabíamos qué, estaban de vuelta. Bartolomé, el Mariscal de la Orden
informó al Capitulo que habían desembarcado sin encontrar oposición y que tanto Tortosa como
Castel Pellerin no estaban ocupados y aún se mantenían en pié. Habían sido obviamente saqueados
por las gentes de los poblados de los alrededores pero no se observaban mas daños que alguna
ocasional piedra que habría ido a formar parte de alguna casucha de los pescadores de la zona. No se
encontraron fuerzas turcas aunque las gentes hablaban de contingentes considerables más al interior.
Ruad se mantenía sin que los molestasen pero la situación seguía siendo precaria y desde luego
nadie entendía qué futuro se esperaba de aquel islote a escasamente una legua de la costa. De todos
modos se dobló el contingente hasta contar con unos 100 templarios entre freires y armigueris, 500
arqueros sirios y otros 500 sirvientes que eran los encargados de levantar los muros y habitáculos
necesarios para fortificar en la medida de lo posible el perímetro y hacerla medianamente habitable
aunque era necesario avituallarlos cada 15 días hasta de agua por lo que la vida allí se hacia difícil e
incómoda. Poco mas pudo hacer la expedición y aún nos preguntábamos que se habia buscado con
ella que no fuera hacer creer a las autoridades de Chipre que nos manteníamos activos.
Tuve libertad de acción y la empleé en visitar a Corrado que estaba destacado en Nicosia por
lo que tuve oportunidad de encontrarme con Saúl o con la dama Cecilia con alguna frecuencia.
También cabalgué hasta Limassol y pude ver de nuevo a Gilles y Ferran que me ampliaron un poco
más la información sobre el viaje. Nunca estuvo muy clara la razón de aquella expedición y ellos
tampoco tenían muchos mas datos. A pesar de que desembarcaron varias veces, en ningún caso,
estando en tierra, se permitían perder de vista la flotilla templaría, lo que dejaba entender que
tampoco pretendían tentar a las fuerzas turcas que se sabia que estaban mas al interior. Sobre una
hipotética zona de desembarco, ¿De quien?, ¿Nosotros, que acabábamos de ser expulsados? ¿Quizás
esperaba o sabia el Capítulo algo que no sabíamos nosotros?. Nunca lo supimos y siempre se
consideró esa tentativa, cuando menos, inútil.
Se acercaba la Pascua de la Natividad cuando recibí por segunda vez noticias de mi familia.
De nuevo era mi hermano Artal y esta vez me comunicaba que mi padre, Guillén de Lope, había
muerto. No había mas ni me daba muchos detalles, que su muerte fue natural y tranquila,
encomendado a la paz del Señor. Solo añadió que en sus últimos momentos tuvo un recuerdo para
mí. El bueno de Artal sabia que ese dato me redimiría de muchas penas y pedí a Dios que algún día
me concediera la oportunidad de dar las gracias a mi hermano.
Durante los días en que fui autorizado a alejarme de los deberes cotidianos, oré por el alma de
mi padre y recibí la conmiseración de muchos freires amigos.
Sin duda demasiado tarde y aunque este hecho no cambiara mis circunstancias, supe que mi
padre me amó. Nos quiso a todos y nos cuidó en la ausencia de nuestra madre del mejor modo que
supo y entendió. Lo sé y lo supe siempre aunque la ofuscación de aquellos días malsanos no me
permitió verlo en el momento crucial de mi vida, pero ya estas cosas no tenían mucho sentido como
tampoco lo tenia rememorar aquel pasado amargo. Mi padre me amó y yo debía orar por el. Por
supuesto que las lágrimas me fluyeron en muchos momentos recordándole y siendo consciente de la
liviandad, que me resultaba mas clara ahora, de nuestra vida y de nuestros actos. No quise tratar de
imaginar su muerte. Sencillamente le vi en aquellos lejanos años en que era fuerte y me miraba o me
hablaba o incluso, ¿porqué no?, me daba un bofetón por algo que había hecho mal. Me quedé con
esas imágenes y oré por el y por lo que quedaba de mi familia y su nuevo jefe, Artal. Después de
unos días me reintegré a mis labores y dejé en algún rincón de mi corazón el recuerdo amable de mi
padre muerto.
La vida, por supuesto, continuó. Estábamos en Limassol cuando el mariscal de la Orden nos
requirió a Gilles y a mi para que volviéramos a Yermasayia con el objeto de ayudar a formar un
grupo de probados combatientes e instruir a un contingente que también seria enviado allí y que en
breve deberían realizar una misión sin relación con la anterior naval pero que también comandaría él
mismo. No se nos dieron mas detalles pero al día siguiente partíamos con Ferran. Mi periodo de
convalecencia, aunque cojeaba ostensiblemente, había terminado y además se me seguía
considerando un experto guerrero.
.............................................
- Me gustaría que me dieras tu opinión sobre algo que me está ocurriendo y que me tiene
sumido en un caos del que no sé salir. Necesito que alguien me ayude y solo cuento contigo y tu
discreción-. Habían estado practicando a pié con armas negras y lórigas acolchadas hasta la
extenuación. Se habían desprendido de las defensas y se dieron un descanso. El sudor y el barro los
empapaba el cuerpo y necesitaron un chapuzón. La gran explanada hervía de actividad. No muy lejos
caballos y caballeros evolucionaban una y otra vez entre una nube de polvo que apenas dejaba ver
los brillos de las puntas de las lanzas y los almetes mientras los ruidos se mezclaban con roncas
órdenes en una barahúnda indescriptible. Se apartaron del bullicio hasta una de las albercas donde se
limpiaron someramente dejando que el aire fresco les secara la piel. Fue en ese momento cuando
Martín le abordó. El sentimiento de pecado le ahogaba en momentos, en otros trataba de olvidarlo y
a veces lo conseguía, sobre todo cuando estaba con ella. El deseo insano y el sentimiento de
culpabilidad ya formaban parte de él desde hacia tiempo. Habían arraigado en su interior y no era
capaz de separar uno del otro.
-¿Y bien? ¿Qué quieres?, ¿algún juramento relativo a mi discreción?-. Había aprendido a
manejar la voz. La cicatriz que le cruzaba la cara había perdido su color cárdeno y el roto labio
superior se le doblaba en un rictus de apariencia mordaz al que Martín ya se había habituado y que
no se correspondía con el interés y la amistad que con el paso del tiempo se iba creando entre ellos.
Tenía la piel más cobriza de lo habitual después del tiempo que había permanecido en el mar.
- He pecado contra la castidad-. No le pareció suficiente y quiso matizar: -Estoy pecando contra
la castidad-.
-¿Ahora también?, La respuesta equívoca de Gilles dejó a Martín confuso.
-¡No, ahora no, en este momento no! Quiero decir.....- Hubo de esperar a que terminara la
carcajada de Gilles y su comentario subsiguiente:
- ¡Sangre de Cristo, menos mal! Realmente me habías preocupado.-
Aunque tarde, entendió la ironía, pero la angustia que le embargaba no le permitió apreciar la
poca importancia que parecía dar Gilles a su confesión.
-Quiero decir que he gozado del amor de una mujer. No puedo someterlo a confesión porque
sabes lo que supondría y no deseo ser apartado de la Orden. Soy culpable y estoy en pecado pero es
que además no soy capaz de arrepentirme de lo que hecho. Lucho contra mis deseos y hago propósito
de enmienda y durante un tiempo me lo quito de la cabeza pero luego, cuando me descuido, vuelve la
imagen y me solazo con ella y mis deseos son más fuertes que mi contrición. Necesito tu ayuda pero
tampoco se me ocurre como me puedes ayudar.
-¿Has yacido con ella?
- He yacido con ella.-
-¿Y has pecado muchas veces?-
-Bastantes- Lo confiesa después de un momento de duda.
- ¿Y esto me lo dices para que me horrorice de tus acciones y, considerando la amistad que nos
une, te muestre mi comprensión, o solo para que te envidie y de ese modo ambos pecamos aunque
nuestras faltas sean diferentes?- Y su rostro torturado mostró lo que podría ser una sonrisa que
restaba seriedad a la confesión.
-Te lo digo porque se lo tengo que decir a alguien y solo puedo contar contigo.
Se miraron durante un momento. La voz de Martín se hizo grave y angustiosa y Gilles entendió
que la ironía no ayudaría a su amigo pero su confesión le había pillado por sorpresa y sin tiempo
para pensar. Lo único que se le ocurrió fue quitarle importancia al tema y trivializar la conversación
porque entendió que Martín tenía en su interior una pugna insensata de resultado incierto entre sus
creencias y sus votos por un lado y sus instintos y sus circunstancias por otro.
¿La has forzado?. ¿Has abusado de tu condición para conseguir sus favores o fue ella la que se
ofreció a ti sin pedir nada a cambio?
-No, por supuesto no la forcé. Fue ella que se ofreció sin explicarme la razón. Sencillamente
ocurrió.
- Bueno. Desde luego no soy un experto en mujeres pero utilizando mi lógica se me ocurre que
si una mujer se entrega siempre tiene sus razones aunque nosotros los hombres no las conozcamos.
Me estas diciendo por tanto que gozas del favor de una mujer que se entrega a ti por propia voluntad
y que como el trato con mujeres esta severamente penado por nuestra Orden, te encuentras en pecado
y con un gran dilema porque aunque sabes que obras mal, tus deseos no te permite dejar de pensar en
ella. ¿Es eso lo que me dices? ¿Qué no sabes qué hacer?
-Si. Ese es mi pecado y mi castigo-
Y al hermano Gilles, huero de una respuesta que mitigara la angustia de su amigo, le vino a las
mente aquel opúsculo, “De laude novae militiae ad Milites Templi”, que pergeñó el santo Bernardo
ya hacía mas de doscientos años, de aquella misión primordial del templario que fue la protección
del peregrino que visitaba Tierra Santa que luego condujo a la imposición del Papa Inocencio II
exhortándolos a que dedicaran sus vidas a defender a la Iglesia de todos los enemigos de la Cruz. A
las reglas cistercienses de pobreza, castidad y obediencia que no bastaban, además se les exigió la
lucha contra el infiel: golpear con la espada….siempre que no hayan abrazado una vocación
superior. Se convierten en guerreros que deberán combatir en primera línea, guardianes de los
cruzados a los que protegerán hasta el extremo de ser castigados con grilletes si su protección no es
suficientemente efectiva. No se admite la derrota en campo de batalla, deberán permanecer de cara al
enemigo mientras un solo estandarte se mantenga enhiesto, y de no hacerlo así, serán expulsados de la
Orden con deshonor. Las armas deberán estar siempre brillantes y listas para su uso además de que
antes de retirarse para el descanso deberán cepillar sus corceles, darles el pienso y aposentarlos
convenientemente. Luego, de vuelta a sus cuarteles, serán monjes de estricta continencia: Los
hermanos deberán comer por parejas de una sola escudilla, y muy poca carne porque….de todos es
sabido que la carne corrompe el cuerpo…. Amen de que: cuando llegue la noche prestaran oído al
sonido de la campana o a la llamada de la oración y asistir todos a completas…..el vino es nocivo
porque ya decía Salomón que: Quia vinum facit apostatare sapientes….., ítem mas: cuando los
hermanos salgan de completas no les estará permitido hablar abiertamente porque: in multiloquio non
effugies peccatum, que viene a decir que hablar en demasía no esta exento de pecado y por ende:
mors et vita in manibus lingue, que como queda claro explicita que la vida y la muerte residen en el
poder de la lengua hasta el extremo de que David en aquella frase: Obmutui et silou a boniis, dejaba
claro que también se prohíbe hablar incluso de las cosas buenas……Tampoco, sin permiso del
maestre nadie trueque una cosa por otra…. Y luego aquello de que: Creemos que es peligroso que un
religioso tenga demasiadas ocasiones de contemplar el rostro de una mujer, y menos aún besarla, ya
sea viuda, joven, madre, hermana, tía o cualquier otra…..Ya ni mencionar la remota posibilidad de
yacer con mujer porque eso debería suponer la obligación de castrarse a si mismo con dos piedras,
eso sí, procurando no pillarse los dedos…. Y ya lo incomprensible decía mas o menos aquello de
que: De ahora en adelante prohibimos a todos los hermanos que sostengan niños sobre la pila
bautismal….¿Hay algo en el devenir humano que nos esté permitido además de morir de pié?
…….. En estos tiempos, y mientras los capellanes recordaban las normas al mas mínimo descuido e
indefectiblemente durante los refrigerios y los concilios de refectorio, los freires que tenían la
fortuna de asistir a estos se miraban unos a otros subrepticiamente y se escapaban sonrisas torcidas y
algún comentario sotto voce porque estas historias tuvieron quizás su vigencia allá por los años en
que el inefable San Bernardo se exprimía el magín para hacer del freire templario un santo en su
corta vida antes de morir en combate (Bernardo murió de viejo aunque en el Temple lo lograron muy
pocos), pero en estos tiempos esas normas sonaban demasiado intolerantes a pesar de que no cabía
duda de que siempre fueron sanas y virtuosas aunque… ¡Ay de aquel que tratare de vivir de acuerdo
con ellas!.... Quizás llegara a santo, aunque la Orden nunca dio ninguno, pero desde luego lo que es
claro es que se amargaría lo que le correspondiera de
vida………….
-Freire Martín: No se me ocurre ahora una respuesta que te ayude en tus dudas. Dame tiempo,
pero te sugiero que pienses un poco en que los artículos de la Orden fueron escritos hace casi
doscientos años por un grupo de hermanos mas devotos que nosotros y bajo la dirección de Bernardo
de Clarvaux que pretendió crear una Orden que fuera un ejemplo vivo para la cristiandad de aquel
momento. Ambos sabemos que en un principio nuestras reglas eran las de San Benito y se nos
relaciona con la vida monacal pura y ascética. ¡Recuerda! Debiéramos comer empleando una
escudilla cada dos hermanos. Nuestros paseos en momentos de holganza serán en parejas y en
silencio. Tenemos prohibido contemplar el rostro de una mujer y es pecaminoso incluso el que
besemos a nuestra hermana o nuestra madre. No somos clérigos y sin embargo se nos exige un
comportamiento mucho mas estricto que el de ellos.....Si lo pensamos llegamos a la conclusión de
que pretendieron convertirnos en santos, pero yo ya hace tiempo he llegado a la conclusión de que
los santos, en el camino de su santidad no matan, ni hieren, ni desgarran, ni sueltan improperios en
medio del combate, y nosotros matamos, herimos y aullamos en combate. Eso si, se nos permite
matar solo a infieles, y cuantos más matemos mayor será nuestra gloria. Luego rezamos diez y siete
PATER NOSTER, no besamos pecaminosamente a nuestras madres ni rompemos el silencio y todo
está perdonado.-
-Sé todo eso pero no disculpa mis acciones-
-No. Evidentemente no, y no lo pretendo. Solo quiero que no seas demasiado duro contigo
mismo, por no decirte que si lo pienso, me gustaría estar en tu situación y ser yo el que te confesara
pecados de esa índole. Por qué si fuera así tú también aceptarías mi confesión. ¿O no?...- Y de nuevo
lo que quería ser una sonrisa se extendió por la cara rota. -Pero me parece, hermano, que mi natural
donosura de antaño ha quedado malparada como castigo a algún mal paso juvenil o algún
pensamiento poco casto y no veo, de momento, posibilidad de que se inviertan los términos-.
Hicieron un alto en la conversación cuando observaron que entre el polvo aparecían varios freires
que retiraban a otro que sangraba profusamente a consecuencia de un golpe mal medido. Cuando
dejaron la enfermería camino del refectorio, en un aparte Gilles se acercó a Martín y le espetó en voz
baja: -Hermano Martín, sospecho el trabajo que te ha costado la confesión de la tarde y te agradezco
la confianza que has depositado en mi y que no defraudaré, pero si yo estuviera en tus circunstancias,
me olvidaría de algunas reglas que en su momento fueron posiblemente necesarias pero hoy
entendemos demasiado severas e insensatas, disfrutaría con la debida discreción de los goces que la
naturaleza tenga a bien ofrecerme procurando no dar escándalo ni herir a los que nos rodean y no le
daría mas importancia al tema porque estoy convencido de que no la tiene, o ¿no has observado la
prosperidad de que gozan las meretrices en Chipre?, o ¿la multitud de damas, aparentemente sin
protector, que rodean la corte?, ¿O las discretas desapariciones de nuestros hermanos, desde el Gran
Maestre hasta el mas humilde armigeri, en las poblaciones como Limassol o Nicosia?- Algo
parecido a una sonrisa se plasmó en su cara rota y antes de unirse al resto de los freires, terminó: -En
cualquier caso, hermano, después de lo que me has confesado, admito que yo también soy culpable
de un pecado indigno, el de la vil envidia-.
...................................................
El Mariscal Bartolomé reunió una tropa de 87 caballeros, 112 armigeri, un capellán y dos
físicos, todos montados y casi 200 turcópolos de a pié. Abandonamos desde Limassol la isla de
Chipre en una flota de navios de la Orden que incluía 5 huissiers para los caballos. Cuatro días
después arribábamos a una costa abrupta y desierta en lo más profundo del golfo que llamaban de
Iskenderun, en tierras de lo que otrora había sido el poderoso principado de Antioquia, destruido
hasta las raíces hacia años por el caudillo árabe Al Saladin, del que aún guardábamos memoria.
Aunque no se nos dieron muchas explicaciones supimos que deberíamos llegar hasta Aleppo donde,
según nuestras noticias, se encontraban los tártaros. Solo el Mariscal sabía las razones de aquella
expedición pero sospechábamos que podía estar relacionada con alguna petición papal en el sentido
de que nuestra Orden suavizara los desaires que no hacia mucho habían sufrido los embajadores de
su Khan Hulagu en las cortes occidentales, incluida Roma, donde sus peticiones de ayuda en su lucha
contra el turco recibieron muchas promesas, todas ellas incumplidas. En cualquier caso deberíamos
contactar con el Khanato de IL y ofrecer ¿nuestros servicios? a los sucesores del Kan Hulagu que
había muerto, no sabíamos en que circunstancias, hacia unos meses. Lo que teníamos claro es que la
misión era harto azarosa y entrañaba un sinfín de riesgos.
Nuestra primera preocupación, tan pronto pisamos tierra firme, fue cuanto tardaría el sultán
Al'Malek en conocer nuestro desembarco o si lo sabia ya y nos estaba esperando, de modo que
destacamos patrullas con la misión de adelantarse y prevenir cualquier movimiento de tropas que
pudieran interponerse en nuestra marcha. Dado que pretendíamos ir tierra adentro nuestro mayor
problema eran las provisiones y el encontrar agua durante el camino porque no podíamos contar con
el abastecimiento que la flota nos pudiera proporcionar a medida que nos alejábamos de ellos por lo
que los corceles cargaban pesadas alforjas con alimentos duraderos, básicamente galletas, cecina,
dátiles e higos secos que nos debieran mantener nutridos 15 días si éramos parcos. El agua debería
ser cosa nuestra y de hecho nuestra ruta cruzaba varios ríos y pozos que nos abastecieron de sobra.
La marcha fue rápida pero en cualquier caso adecuada al ritmo de los turcópolos sirios, en su mayor
parte arqueros y muy buenos, que iban a pié y a los que acompañé a veces porque todavía mi cadera
se resentía al permanecer mucho tiempo a caballo.
Al segundo día y ya lejos de la costa nuestras patrullas observaron un contingente de unos 500
guerreros mamelucos que vivaqueaban en una de las pequeñas poblaciones que nos hubiera pillado
de paso y hubimos de dar un considerable rodeo para evitarlos. Desde luego nos apartábamos de los
terrenos que fueran proclives a emboscadas y evitábamos las poblaciones donde pudiéramos
encontrar tropas enemigas y aunque no esperábamos pasar desapercibidos en aquella árida tierra de
nadie nos cabía la esperanza de que las fuerzas dispersas que hubiera por la zona, al no ser
demasiado numerosas, se pensaran dos veces el trabarnos en combate con garantías de éxito
sabiendo que éramos tropas templárias.
Las cosas fueron según lo previsto hasta el séptimo día en que nos abandonó la suerte. La
patrulla que nos abría la marcha informó que en nuestro camino se encontraba un fuerte contingente
de unos 1.500 combatientes con buen número de a caballo y con el claro propósito de
enfrentársenos. Sabían de nosotros y nos esperaban en el lugar que ellos consideraron apropiado.
Nuestras esperanzas se vinieron abajo. No podíamos darnos la vuelta ni detenernos y hacernos
fuertes, porque era muy probable que, vistas sus intenciones, contaran con mas tropas en las
cercanías con lo que nuestra situación se haría mas precaria si cabe.
No tuvimos elección ni siquiera para elegir el campo así que preparamos el orden de batalla
con rapidez. Situamos a los armigeri en el centro con el Mariscal, las provisiones y cinco
caballeros que portaban el BEAUSEANT formando la cuña que ocultaba a los arqueros turcópolos a
los que se situó detrás. El resto de los mejor armados nos alejamos en dos grupos, uno por cada lado,
adelantándonos con la esperanza de coger desprevenidas a las fuerzas turcas si es que estas no
observaban nuestro movimiento. Nos ayudó la suerte o quizás su superioridad numérica los hizo
descuidados pero el hecho es que la maniobra envolvente les pasó desapercibida y cuando su
caballería se lanzó contra la cuña que les esperaba en perfecto orden se encontraron con la andanada
de flechas de los arqueros que les causaron muchas bajas y antes de que pudieran reaccionar y
establecer contacto, les atacamos por ambos costados. Solo éramos unos cuarenta por cada lado pero
nos pareció que la sorpresa fue completa porque sorprendimos a sus fuerzas de a pié que al momento
se desbandaron no sin que antes les hiciéramos una buena carnicería. Mientras, los armigeri habían
soportado la primera embestida y se mantenían firmes esperándonos, así que de inmediato
arremetimos contra la retaguardia de su caballería que supo de nosotros demasiado tarde. La pugna
fue muy dura porque nos sobrepasaban en número con mucho y no debíamos permitir que se
reorganizaran. Al cabo de unas dos horas el campo estaba lleno de cuerpos caídos, polvo y caballos
sin jinete, pero nosotros estábamos exhaustos y aunque los turcos se retiraban, aún seguían siendo
demasiados para nosotros que además habíamos tenido demasiadas bajas; ocho freires, catorce
armigueris y ventidos turcópolos. Perdimos además siete caballos que eran insustituibles y nos
encontramos con el problema de los heridos, que no podíamos abandonar, 5 de ellos en trance de
muerte.
La protección de Nuestra Señora que durante tanto tiempo me ha acompañado me hizo un guiño
de nuevo y me permitió, una vez mas salir indemne de la pugna, igual que a Gilles con el que me
encontré en mitad de la refriega y descabalgado porque le habían desjarretado su montura. Se había
echado el escudo a la espalda y manejaba su hacha con letal eficiencia. Me llegué a su lado para
protegerle hasta que otro freire se nos acercó con otro caballo. Mas tarde encontramos también
entero a Ferran entre el cuerpo de armigueris.
Apenas tuvimos tiempo para reorganizar nuestras filas y ya teníamos de nuevo enfrente a lo que
quedaba del ejercito enemigo que nos esperaba de nuevo sabiéndose todavía muy superiores en
numero y desde luego dirigidos por algún capitán que no consideraba la posibilidad de dejarnos el
campo libre todavía. El cansancio y las bajas habían hecho mella entre nosotros y ellos por otro
lado, escarmentados de la refriega, tampoco lanzaron ningún ataque posterior. Se habían retirado
como a media legua, fuera del alcance de las saetas de los turcópolos y sin perdernos de vista para
evitar sorpresas. Aquello tomaba un feo cariz porque nos acuciaba la prisa y el temor a la llegada
de más tropas enemigas.
Nos preguntábamos que hacer sin encontrar respuesta cuando observamos unas nubes de polvo
que se acercaban el campo enemigo y movimientos extraños de su caballería. El primer pensamiento
fue que les llegaban refuerzos pero antes de que nos pudiéramos asustar mas aún de lo que ya
estábamos, les vimos desbandarse en retirada ante un considerable contingente de jinetes en
pequeños y veloces caballos que habían aparecido de repente y que les atacaban chillando como
demonios y con una fiereza temible. El choque que observamos fue breve. Los mamelucos se
retiraban sin orden y dejaban a su albedrío a sus fuerzas de a pié que en un santiamén fueron
masacradas por aquellos extraños y rápidos combatientes que no daban cuartel. Juntamos nuestras
filas sin saber todavía a qué nos enfrentábamos cuando a poco observamos que un grupo de ellos,
sin detener el galope se dirigió hacia nosotros hasta llegar a solo unos pasos, luego frenaron
bruscamente sus cabalgaduras y se quedaron parados, apenas visibles entre el polvo,
observándonos mientras gritaban y reían a gritos en una lengua que no entendíamos.
De facciones chatas y cuerpos menudos y musculosos, vestidos cada uno como su dios les dio
a entender, abundaban las pieles muy trabajadas y unas lórigas de cuero que protegían con escamas
que extraían de las pezuñas del caballo y del cuerno del buey. Se cubrían con cascos metálicos y se
recogían el pelo en la parte alta de la cabeza como si de penachos se tratara. Ni siquiera sus armas
eran uniformes aunque predominaban las rodelas pequeñas y redondas, las espadas cortas y curvas
de dos filos y lo mas común a todos, por lo que observé, eran unos arcos de aproximadamente cuatro
codos y compuestos, como los de los árabes, pero mas largos y de una potencia increíble, a cien
varas eran capaces de atravesar una buena cota metálica pero es que además los manejaban con gran
rapidez en espacios muy cortos y con una precisión difícil de creer. También nos sorprendió el hecho
de que no llevaran estribos ni espuelas y sin embargo se manejaran sobre aquellos peludos y
pequeños caballos con una soltura envidiable, incluso mas tarde cuando ya los conocimos mejor, los
vimos hacer cabriolas en lo que parecían juegos entre ellos, montando y desmontando a la carrera
con una destreza inusual para nosotros .
En aquel primer encuentro no nos fiábamos de ellos ni al parecer ellos de nosotros porque
nadie abandonó las armas durante los minutos en que estuvimos frente a frente mientras el resto de
sus tropas se dedicaba a saquear concienzudamente a los caídos en el combate, después Bartolomé
que ya se barruntaba algo, se adelanto con los freires que protegían el pendón pero sin envainar las
armas. Hubo un intercambio verbal entre los dos grupos durante el cual tuvimos tiempo de
observarnos los unos a los otros y al final, cuando el Mariscal volvió a nuestras filas, nos confirmó
que se trataba de tropas tártaras. Todos nosotros, aunque lo hiciéramos sotto voce, dimos gracias al
Altísimo porque sin duda aquellos seres crueles y pequeños habían llegado en el momento mas
oportuno y como caídos del cielo, ¡Dios me perdone la expresión!
Así que aquellos salvajes eran los temibles tártaros, pero es que además se nos dijo mas tarde
que llevaban siguiéndonos tres días aunque nunca nos apercibimos de ello a pesar de nuestras
patrullas, y podrían haber intervenido mucho antes incluso del choque con los árabes pero quisieron
comprobar nuestra fama de combatientes y hasta que extremo éramos capaces de enfrentar con éxito
fuerzas muy superiores. Aquella estúpida prueba había supuesto para nosotros la pérdida de
demasiados compañeros amen de que luego pudimos constatar que sus jefes no daban demasiada
importancia a las vidas de sus soldados, que por otro lado eran violentos y despiadados aún entre
ellos mismos según pudimos comprobar el breve tiempo que compartimos con ellos, comparada con
la que nosotros concedíamos a aquellos de los nuestros que perdían la vida en el combate. En
cualquier caso aquella cuestión no tuvo remedio y el hecho es que nos auxiliaron con nuestros
heridos y juntos seguimos hasta Aleppo sin mas altercados dignos de mención y aun debo mencionar
que la tropa que nos sacó del atolladero constituía una mínima parte del contingente que había
permanecido apartado sin intervenir y que calculamos, cuando los tuvimos a la vista, en doce o
catorce mil combatientes y todos montados. En ningún caso vimos tropas de a pié.
No tiene mucha trascendencia lo que constituyó el resto de la misión ni en que pocilga habían
convertido Aleppo que otrora fue una de las poblaciones mas hermosas del principado de Antioquia.
Ahora sabemos que fue una tarea que nos encomendó el Papa franciscano Nicolás IV que hacia unos
meses había muerto, dicen todos que de remordimiento por la caída de Acre, y si es cierto, no habría
sido de extrañar porque de él habían partido las invitaciones que habían llevado a los tártaros, en su
petición de ayuda, hasta la Santa Sede aunque luego nadie se acordara de ellos. La Orden llegó a
creer en aquellos momentos en el empuje y la intención del Papa y una vez mas la esperanza nos duró
poco, lo que tardó este en olvidarse de los problemas de Tierra Santa y emplear sus energías y poder
en los avatares del reino de Sicilia y en beneficio del pernicioso Carlos II de Anjou el cojo,
hermano de Luis el noveno de Francia. En cualquier caso el Papa había muerto, ¡Dios lo tenga en su
gloria!, el trono Papal llevaba vacante desde entonces y nosotros nos embarcábamos en aventuras de
resultados inciertos que seguían mermando nuestras fuerzas sin un motivo que lo justificara.
En esta aventura pudimos conocer las intenciones y el poder de aquellos que se consideraban
cristianos nestorianos, que ponían en jaque a las fuerzas del Islam y que incluso les habían hecho
retroceder destruyendo Bagdad y conquistando Damasco. Su último empujón les había llevado hasta
el río Eufrates y según nuestras noticias fue precisamente allí donde se sintieron incapaces de
continuar y pidieron ayuda a los reinos occidentales y al papado. A nosotros nos parecieron unas
hordas salvajes, muy numerosas sin duda, pero que a la postre y por si solas no serian capaces de
derrotar al turco, mejor armado, mas motivado y con el apoyo de las poblaciones en donde se
asentaban. Permanecimos dos semanas en Aleppo o para ser más exactos en un ingente campamento a
las afueras de las ruinas que quedaban de la población. Miles de tiendas de todo tipo y colorido,
hasta donde se perdía la vista. De todos los tamaños, algunas descomunales y vistosas, como nunca
fueron vistas y que encerraban en su interior metales preciosos, muebles, tapices y sedas de
finísimo trabajo que separaban la propia tienda en diversas estancias, con sahumadores que
esparcían agradables aromas, lo que dimos en llamar lujos orientales y que pertenecían por supuesto
a los altos dignatarios o jefes de aquellas hordas que se hacían acompañar por un considerable
numero de mujeres que nos dieron la impresión de que eran mas cultas y refinadas que ellos mismos
al menos en el trato con nosotros en el que intervinieron también de igual a igual. Nunca habíamos
observado estos comportamientos con anterioridad y aunque sin duda pertenecían a la que debería
ser la casta dominante, era de ver el respeto con que eran oídas, por cierto en una lengua que no
llegamos a entender salvo cuando se dirigían a nosotros, empleando el latín, aquellos pocos que lo
conocían.
Eran un pueblo nómada y guerrero que se había expandido en todas direcciones con todos sus
bienes y pertenencias hasta tropezarse con Al' Malek. Ni siquiera supimos a ciencia cierta con quien
nos entrevistamos porque en las dos ocasiones en que formé parte de la misión templária los
personajes fueron diferentes, en cualquier caso jefes tártaros que nos hacían muchas preguntas y nos
daban pocas respuestas. Llegamos a la conclusión de que la muerte del Khan no había dejado un
descendiente definido que continuara la tarea que les había llevado hasta allí, amen de que se nos
informó de que parte del ejercito se había desplazado a la frontera mas oriental del reino porque
también allí se batallaba en circunstancias que no entendimos. Fue evidente su frustración cuando no
pudimos responder con datos coherentes a la cuestión de si recibirían ayuda de nuestros reinos y ni
siquiera les satisfizo, como era de esperar, la promesa de que informaríamos al papado de nuestras
conversaciones con ellos. Mostraban mucho interés en saber si el resto de los guerreros de occidente
eran como nosotros. Nos habíamos ganado su respeto pero ni aún así fuimos capaces de confesarles
que creíamos firmemente ser los únicos con los que podrían contar en un futuro.
Fuimos agasajados pero perdimos un poco de su respeto (aunque les hablamos de nuestros
votos) cuando nos negamos a compartir con ellos algún festín que incluía bailarinas y hetairas. Les
costó trabajo entenderlo pero al final lo aceptaron sobre todo aquellos que nos habían visto pelear.
Hicieron muchos comentarios y preguntas sobre nuestras armas, especialmente las espadas, el
doble de pesadas y mas largas que las de ellos, que empleaban armas parecidas a las de los árabes
que nosotros, para nuestra suerte, encontramos siempre demasiado livianas. Sin duda el manejo de
nuestras armas, especialmente si empleábamos la de combate o mandoble, exigía un brazo fuerte que
con un golpe hendiera el metal de un almete o un peto aunque si no se utilizaba con destreza podría
partir la hoja. Las tártaras, por el contrario, eran ligeras y flexibles, mucho mas afiladas y peligrosas
si golpeaban en áreas del cuerpo sin protección, pero incapaces, salvo en casos de fuerza
excepcional de romper nuestras armaduras.
Nos colmaron de presentes y nos acompañaron de vuelta hasta la costa y aunque avistamos en
dos ocasiones tropas mamelucas, estas no consideraron oportuno interponerse y se limitaron a
seguirnos a considerable distancia hasta que embarcamos de nuevo en nuestros navios que nos
esperaban puntuales.
Perdimos 18 combatientes en aquella aventura y enviamos nuestras consideraciones a la Santa
Sede como se consideró preceptivo aún a sabiendas de que en Roma el caos era total. Las noticias
que nos llegaban nos hablaban de los dos grupos mas poderosos de cardenales, los Colonna y los
Orsini que habían convertido las calles de Roma en el campo de batalla de sus ambiciones
personales y el hecho, al menos la Orden lo enjuició así, era que no había una autoridad eclesiástica
que marcara las pautas que necesitaba toda la cristiandad y por ende nosotros. Supimos con absoluta
certeza que nuestros hermanos habían muerto para nada.
Se podrá argüir que no debiera sino explicar los sucesos en los que tomé parte y aún estos
desde la discutible óptica de mi percepción, que acepto, aunque no creo que se pongan en duda
hechos que han sido fácilmente constatados. Por otro lado las opiniones que expongo no son solo
mías o causadas por mi resentimiento, antes bien son las que en los diferentes momentos han
prevalecido en nuestro entorno y que por supuesto me han influenciado, ya que a la postre he sufrido
como todos las consecuencias aunque fueran aventuras ocurridas en Roma, lejana sin duda pero tan
importante para nosotros como que desde allí se había dirigido siempre nuestra conducta, y creo
oportuno recordar los hechos posteriores, al menos como llegaron hasta nosotros y como los
vivíamos, porque quizás de este modo se pueda enjuiciar con un poco mas de objetividad el
desamparo de los que combatíamos al Islam en el otro extremo del mundo.
He mencionado ya que vivíamos con la certeza de que la cristiandad llevaba años sin
preocuparse de lo que ocurría en Tierra Santa y en el momento actual, crucial como ninguno anterior,
llevábamos meses sin una autoridad definida. Incluso entre el propio cardenalato se andaban a
puñadas cuando no revueltas y guerras interiores con el inevitable resultado de victimas, muertes y
sucesos que avergonzaban a los que contemplaban la situación de la Iglesia. Esta meridianamente
claro que si se buscaba un culpable aparecían siempre los manejos de Carlos II el cojo, Rey de
Nápoles, en abierta pugna con cualquier autoridad eclesiástica, (por otro lado débil y a menudo
sujeta a los intereses de la realeza franca), que pretendiera poner coto a sus desmanes. Pues bien, se
nos informa de Roma que a la muerte de Nicolás IV y dado el caos y las presiones que allí existe,
tratando de buscar un acuerdo para el nombramiento de un nuevo Papa, la curia cardenalicia decide
apartarse y buscar un poco de serenidad en Perusa, lejos de influencias externas. Vano intento,
porque a poco anuncian su llegada el siniestro Rey cojo y su hijo que además han recogido de camino
en las montañas de Sulmona al anciano anacoreta de 83 años Pietro Morrone que vive en una ermita
perdida en el monte y que es muy respetado por su santidad. Por no se sabe qué caminos que no
fueran la propia incompetencia de la Curia, es nombrado Papa el anciano Pietro con el nombre de
Celestino V, un hombre santo, sin duda, pero no por ello capaz de conducir a la Iglesia por el camino
adecuado con conocimiento y sabiduría. La única pretensión del nuevo y atípico Papa es continuar su
vida ascética en una celda, que diligentemente le concede el Rey cojo en su propio palacio de
Nápoles para así seguir manejando el gobierno de la Iglesia de Roma a su antojo e intereses sin
privarse de quitar y poner cardenales a su total discreción. Esta extraña aventura dura cinco meses al
cabo de los cuales el santo Pietro Morrone parece que se da cuenta de la enormidad de su error al
aceptar el báculo de San Pedro y renuncia. Nuevo conclave, nuevas disputas, las mismas presiones y
aún por extraño que parezca esta vez parece que tendremos un Papa digno y capaz. Es nombrado el
cardenal Benedicto Gaetani con el nombre de Bonifacio VIII. Las noticias que nos llegan de Roma
nos hablan de un hombre capaz y enérgico. Natural de Anagni, versado en derecho canónico y que
santificó a Luis IX. Ya siendo cardenal se las había tenido y muy serias con el Rey franco Felipe IV
por la rapacidad de éste especialmente en lo que se refería a los bienes de la Iglesia. Nos pareció,
después de sufrir el abandono de los anteriores, que aunque un poco tarde, era un Papa que debía
conocer el poder que ostentaba y llevaría con dignidad la tiara, y lo mas importante: ¿Se acordaría
de nosotros?.
Mientras tanto se nos muere en Chipre, en abril del año 1.293, Teobaldo Gaudin que había sido
nombrado gran Maestre en Sidon a la muerte de Beaujeu. Le conocimos enfermizo y fuera de si
lamentando la caída de Acre. Se pensó que con el tiempo se recuperaría pero no fue así y los que
estuvimos cerca de el, pues apenas se dejó ver los últimos meses, observamos como se iba
consumiendo hasta que al final se convirtió en una ruina demente e indecisa que pasaba el día en
oración. El último año ya no se contaba con él para nada dada su incapacidad, ¡Dios lo tenga en su
gloria!.
Lo que quedaba del Capitulo, y por vez primera en Chipre, hubo de buscar otro gran Maestre y
las deliberaciones fueron largas y los intereses ajenos a la Orden brutales. Pretendíamos en
momentos tan especiales nombrar a un personaje que no estuviera sujeto a ninguna influencia externa,
pero el largo brazo del Rey franco Felipe también llegó hasta nosotros esta vez desde nuestra sede de
Paris con un personaje llamado Hugues de Payraud, freire inteligente, capaz y muy relacionado con
la corte real franca, solo que puso demasiado énfasis al recordarnos las apetencias del Rey Felipe de
unir las Ordenes Hospital y Temple para después elegir un Rex Bellator, que para nosotros era como
mentar al diablo porque sabíamos qué se pretendía con ello y quienes.
La presión fue demasiado obvia y la pugna larga y tediosa pero al final el Maestre designado
por el menguado Capitulo fue Jacques de Molay que si bien nunca había tenido ningún cargo
importante ni se había distinguido especialmente, llevaba años en AUTREMER y había sido un
guerrero amen de que nos pareció ajeno a la influencia franca y mas preocupado por la Orden en sí
que por los nexos políticos. Como sabemos es originario del Franco Condado y hacia entonces 20
años que pertenecía al Temple. Contaba 50 años, es bajo y de fuerte complexión aunque ya le
pesaban los años, parco en el habla y sereno y juicioso aunque quedaba por ver su capacidad de
jefatura en momentos tan dramáticos y de baja moral de la Orden. Se le hizo ver al nuevo gran
Maestre Molay la conveniencia de quedarse en la isla y Payraud se volvió al país franco donde a
poco fue nombrado comandante visitador y continuó las estrechas relaciones con la monarquía de
los capetos.
Nuestro principal problema, al menos así lo enjuiciábamos los que aún teníamos la base en
AUTREMER, residía en nuestra inactividad. Demasiados freires para estar ociosos, dado que
éramos guerreros, pero insuficientes para, con solo nuestras fuerzas, intentar cambiar el fiel de la
balanza y enfrentarnos de nuevo con un enemigo que nos centuplicaba en número. Entre los que se
encontraban en Ruad y los que permanecían en Chipre sumábamos alrededor de 3.000 sin contar las
tropas auxiliares de turcopoles. Necesitábamos ayuda y la influencia Papal para seguir siendo la
punta de lanza de la cristiandad.
De inmediato Molay mandó emisarios a Roma y a los reinos occidentales y a continuación
viajó a Occidente. En agosto del 93 convocó un capitulo provincial en la Provenza. En Paris se
entrevista con el Rey Felipe que acaba de pedirnos que le gestionemos el tesoro real y la multitud de
deudas que arrastra. Después visita Inglaterra donde es recibido por el rey Eduardo, a continuación
marcha a Nápoles donde Carlos II le insiste sobre la fusión de las Ordenes militares. Termina en
Roma donde se encuentra el caos que ya conocemos. Una vez mas el Temple pedía ayuda a
occidente y recordaba que los tártaros aún esperaban respuesta para unir sus fuerzas a los cruzados y
expulsar a los paganos de Tierra Santa. Si desde un principio se nos consideró necesarios en Tierra
Santa y si habíamos sido uno de los baluartes, si no el mas importante (sin menosprecio de las otras
ordenes religiosas que también habían sembrado de mártires aquellas tierras aunque en número muy
inferior), de la presencia cristiana en esta parte del mundo se nos debería informar sin ambages si las
circunstancias habían cambiado o si las razones que nos habían llevado hasta allí ya no existían, en
cuyo caso nosotros nos adecuaríamos a los tiempos presentes de otro modo si es que había alguno.
Molay vuelve a Chipre con vagas promesas y poco más.
Desde la caída de Acre habíamos establecido el centro administrativo de la Orden en Paris y
el militar aquí en Chipre. También sabíamos que nuestro poder y nuestra influencia en el mundo
occidental se había hecho demasiado grande y poderosa y por esto mismo temida, en cualquier caso,
no lo olvidemos, siempre orientada a costear nuestra presencia en Tierra Santa. Nos habíamos
convertido, pienso que sin ser conscientes de ello, en una potencia militar y naval que trascendía
todas fronteras y sin mas topes que los que nos imponíamos nosotros mismos; nuestra obediencia
absoluta al papado y nuestra misión en la que, nos parecía que ya solo creíamos nosotros.
Los años siguientes nos encontraron de nuevo solos y en misiones imposibles con las que
pretendíamos concienciar a los reinos occidentales de que necesitábamos su ayuda para recuperar lo
perdido y que el poder que habíamos acumulado tenía la misma razón de siempre, ayudarnos a
cumplir la tarea para la cual fuimos creados. También se llamó a los Hospitalarios y a los
Teutónicos pero ambos adujeron, y el tiempo demostró que no les faltaba razón, que nuestro
empecinamiento no tenia sentido y que ellos ya daban por terminado el capitulo de la conquista de
los Santos Lugares. Los hermanos Hospitalarios, a fuer de prácticos, habían olvidado la misión para
la que fueron creados y se habían echado a la mar empeñando todos sus recursos y tropas en la isla
de Rodas, en manos de los piratas sarracenos, a la que habían puesto cerco, mientras que los
Teutónicos se habían vuelto a sus tierras y vendían sus servicios a los señores feudales que mejor los
pagaran.
Se nos acusaba de orgullosos y puede que fuera cierto, pero, ¿Habría sido mas licito emular a
los Hospitalarios, y olvidándonos también de lo que había sido nuestra razón de existencia,
hacernos, considérese como ejemplo, con la isla de Chipre donde residía la mayor parte de nuestras
fuerzas, expulsar a los Lusignan, establecer allí nuestra base y convertirnos en una potencia marítima
y militar sin parangón en el mundo occidental? Que yo sepa, y en aquellos últimos tiempos anduve
siempre lo suficientemente cerca de los órganos de decisión como para haber escuchado cualquier
idea al respecto y nunca, nunca se consideró nada de esa guisa. ¿Era ese nuestro denostado orgullo
templario?, porque si era ese, ¡es cierto!, me acuso y hasta donde sé, acuso a la Orden del Temple
del pecado de haber sido empecinadamente leales a nuestro código templario y a la promesa que
hicimos todos cuando nos iniciamos, ¡recuérdese!: ¡”Prometo también a Dios y a nuestra Señora la
Virgen Maria que durante el resto de mi vida, ayudaré a conquistar, con la fuerza y el poder que Dios
me ha dado, la tierra Santa de Jerusalén, y que protegeré, donde quiera que me encuentre, hasta donde
lleguen mis fuerzas y empeño, todo aquello que los cristianos poseen” .
JERUSALEN septiembre 1.298, annus domini
A comienzos del año 1.298 la Orden empezó los preparativos de lo que seria nuestra hazaña
mas significativa y en la que una vez mas estuvimos prácticamente solos hasta el final. Si me
preguntan a que se debió o qué razón nos impulso a aquella aventura que cuando menos fue
considerada insensata, no he encontrado hasta ahora ninguna respuesta lógica porque de los únicos
que hipotéticamente podríamos recibir ayuda era de los tártaros cuyo empuje se acabó cuando en la
frontera norte se le enfrentaron los grandes ejércitos de al’Malek. Los hechos nos dicen que
precisamente sabiendo que no había grandes fuerzas cercanas a la Ciudad Santa, en el mes de
septiembre una fuerza de casi mil quinientos guerreros, templarios casi en su totalidad, desembarcó a
pocas millas al norte de Gaza (sabíamos que el puerto de Jaffa estaba muy bien protegido y nos
habría sido muy difícil desembarcar) y en cinco días tuvimos Jerusalén a la vista. Fue gestada y
dirigida desde Chipre que en el mes de junio envió una delegación a Roma explicando los motivos
de nuestra decisión. Bonifacio VIII nos concedió su bendición y poco mas aduciendo que el papado
en aquellos momentos tenía otros problemas de que preocuparse y que no mencionó aunque estaba en
la mente de todos la pugna que mantenía con el rey franco Felipe que trataba de socavar la autoridad
Papal en sus dominios. De cualquier modo no se consideró demasiado la falta de entusiasmo de la
Iglesia porque no se contó con ella y se continuó con la aventura como el modo de mantener nuestras
fuerzas ocupadas y además dar un respiro al Rey de Chipre que seguía viéndonos como un peligro
para su corona, aunque para ser mas exacto quizás debiera decir para una de sus coronas, puesto que
la otra era precisamente la del reino de Jerusalén, titulo honorífico como se puede suponer pero en
cualquier caso signo de vana ostentación porque ni antes ni después de nuestra aventura puso el mas
mínimo empeño, antes por convertir la corona en un hecho real o después por ayudarnos a
mantenerla.
La tarea sin duda era ingente y si se quiere hasta temeraria pero el Temple había nacido en
Jerusalén y ponía todo su interés y medios en volver a sus orígenes. También se pensó sin duda que
ante los hechos consumados cabía en lo posible que los reinos occidentales olvidaran sus diferencias
y se volcaran en ayuda de los Santos Lugares, o demostrar que la ocupación de la Ciudad Santa en
esos momentos era factible y que se podía atacar al turco por el sur en aquellos momentos en que los
grandes ejércitos de al’Malek se encontraban trabados con los tártaros que si bien no daban para
mas, al menos eran lo suficientemente numerosos y temidos como para que el turco no se atreviera a
darles la espalda especialmente después de haber sufrido en sus carnes sus salvajes zarpazos.
Esta vez no nos refugiamos en fortalezas ni esperamos detrás de murallas. Fuimos los
atacantes en campo abierto como antaño, y como antaño con la protección de nuestra Señora.
El beauseant volvió a flamear en tierra santa y estábamos todos aquellos que habíamos sido
expulsados de aquellas tierras y muchos otros que no habían vivido los últimos luctuosos
acontecimientos pero también ansiaban redimirse. Volvíamos con ansias redobladas y esperando que
se repitiera de nuevo el milagro, esta vez a ser posible de forma definitiva. Empeñábamos nuestra
vida en ello. Todos estábamos allí y nos habíamos juramentado para ocupar Jerusalén y permanecer
allí con la esperanza de recibir refuerzos si es que algún reino cristiano se acordaba de la sangre
derramada otrora o aún creía que los parajes donde vivió y murió el hijo de Dios no deberían estar
bajo la férula de los seguidores de Mahoma. Quizás nuestra presencia en Tierra Santa despertara
conciencias o incluso hiciera ver a Roma que sus pugnas materiales eran cuando menos vanas y muy
apartadas de lo que se esperaba de la Iglesia. Incluso, ¿Porqué no? Que las desavenencias entre los
francos y el papado se olvidaran durante un tiempo en aras de una misión más santa. Mil posibles
explicaciones aunque a priori aunque ninguna contaba con las suficientes garantías.
Nada fue fácil. Fueron necesarios 18 buques de la Orden y un número aun mayor de huissiers
para transportar nuestro ejercito y aun ya en la costa y antes de que hubiéramos podido desembarcar
todos, hubo que pelear y alejar a los retenes enemigos de las inmediaciones, que se temieron lo peor
al ver tanta vela y tantos navíos y al final optaron por dejarnos el campo y retirarse al interior. La
marcha hasta Jerusalén nos ocupó unas horas mas de las previstas porque nuestra vanguardia se
tropezó dos veces con fuerzas enemigas al frente. En ambos casos y sin esperar al resto de la fuerza
cargamos contra ellos pero no aceptaron el combate y se desbandaron sin más por lo que colegimos
que solo trataban de conocer nuestro empeño. No íbamos dispuestos a detener la marcha porque
sabíamos que nuestra mejor baza era la sorpresa.
Evidentemente no habíamos llegado hasta allí para asediar la ciudad de modo que tan pronto
desembarcamos se destacó a un grupo de freires que salió al galope y con caballos de refresco con
la única misión de entrar en la Ciudad Santa antes de que las fuerzas que la guardaban supieran de
nuestro avance y se hicieran fuertes en su interior. “Audaces fortuna iuvat”, y así ocurrió. Casi a la
vista de la ciudad la mitad de ellos dejaron las cabalgaduras al cuidado de la otra mitad y
disfrazados de peregrinos o cubiertos con las futas árabes continuaron el camino a pié hasta el
interior de la ciudad en grupos que pasaron desapercibidos y no causaron sospechas. Durante casi un
día permanecieron dentro de las murallas y ocultando las armas hasta que nuestra llegada se hizo
patente entre la población, en ese momento confluyeron ambos grupos, el que se encontraba dentro y
el grupo montado del exterior, en la puerta de Sión donde el reten árabe que la guardaba no tuvo
tiempo de reaccionar. El resto fue sencillo, una escaramuza breve y los defensores que no huyeron
quedaron tendidos en el terreno mientras nuestros hermanos mantenían la puerta abierta sin
demasiado esfuerzo hasta que el grueso de la fuerza la traspuso.
Y allí estuvimos de nuevo, a los pies del Gólgota, entre olivos, higueras y algarrobos, mientras
los campesinos de los campos aledaños nos miraban pasar sin creérselo y sin expresar temor. Los
judíos, los árabes, los coptos, los cristianos..... Aquella mezcolanza de razas y religiones se
arrimaban a la vera del camino, incrédulos. Y nosotros, "summun culmen fortunae", lucíamos
nuestras capas blancas ondeando al viento de la Ciudad Santa que nos vio nacer y que pudiera ser
que nos viera morir. Orgullosos de nuestro sacrificio. Pensando que éramos de nuevo un ejemplo
para toda la cristiandad.
La sorpresa fue absoluta porque mientras nosotros entrábamos por la puerta de Sión, el Emir
que la gobernaba, su sequito y sus tropas la abandonaban a toda prisa por la puerta de San Esteban
abandonando todo tipo de enseres y bienes que no tuvieron tiempo de llevarse y de los que algunos
eran de gran valor.
Y casi sin darnos cuenta nos encontramos dentro de la ciudad bíblica de Jerusalén. La ciudad
sagrada de cristianos, judíos y árabes. Donde reinaron David y Salomón. Donde vivió Nuestro
Señor. Donde estuvo el Templo de Yahvé que dio el nombre a nuestra Orden, o la mezquita de al-
Aqsa, que habíamos ocupado durante muchos años y que había reconstruido Al Saladin. La otra
mezquita, la de Omar donde aún se encontraba la piedra sobre la que se había arrodillado Isaac
cuando su padre Abraham hizo ademán de degollarlo por mandato divino hasta que el propio Dios se
lo impidió. Éramos los defensores de la Ciudad Santa cuyo solo nombre erizaba el vello del espíritu
más agnostico. Caminábamos por las mismas calles que habían pisado los pies de Nuestro Señor
Jesús cuando arrastraba la cruz camino del Gólgota. Guardábamos los lugares donde fue juzgado,
condenado y crucificado. El huerto de los olivos, el Calvario, la iglesia del Santo Sepulcro donde
fue enterrado y de donde resucitó al tercer día, el Cenáculo. ¿Qué mayor gloria se podía desear?
Los dos días siguientes, y mientras nos asentábamos en el ingente palacio anejo a la torre de
David, hubo algunas escaramuzas en la ciudad entre las tropas árabes que la habían custodiado y
nuestros soldados. Al final se les dio la opción de abandonar la ciudad sin impedimentos o bien
quedarse, en cualquier caso sin armas pero con los mismos derechos que cualquiera de sus
ciudadanos aunque teniendo bien presente desde un principio que cualquier disturbio o revuelta que
ocasionaran se castigaría de inmediato y sin juicio, con la muerte.
Sabíamos que las fuerzas que abandonaran la población, que por otro lado no pasaron de
unos cientos, volverían con otras con las que nos deberíamos enfrentar a no tardar, pero aún así no
se planteó en ningún momento organizar una masacre y menos dejar dentro de Jerusalén elementos
que pudieran ocasionar disturbios en un futuro. Este comportamiento fue bien considerado por la
población porque, y ya lo habíamos supuesto, se habían establecido lazos entre las tropas árabes que
la habían protegido y una buena parte de los habitantes, sobre todo en el barrio musulmán, y lo que
se pudo considerar benevolencia con el enemigo fue un hecho que a posteriori no nos creó
demasiados problemas dentro de las murallas.
Desde un principio mantuvimos el mismo tipo de alcabalas que ya existían sin considerar el
cobro de parias de ningún tipo, y nombramos jueces o confirmamos a los que ya ejercían de tales
siempre que supiéramos que se habían ganado con anterioridad el respeto de la población, con el
propósito de vigilar que los celarios y almotacenes que ya existían cumplieran con rigor y sin abusos
sus funciones. Estas medidas y otras de esa guisa nos granjearon la aprobación de la población y
especialmente en los barrios cristianos y judíos porque a pesar de en Jerusalén convivían muchas
razas, no hay duda de que los derechos de los musulmanes eran superiores a los de las otras
religiones y supimos que a menudo se había utilizado el tema religioso para aherrojar arbitrariamente
a los que ellos consideraban no creyentes. Por otro lado el comercio no se interrumpió, antes bien
procuramos impulsarlo para de éste modo asegurarnos al menos el sustento de nuestras tropas.
Sabíamos que la respuesta árabe a nuestra insolente ocupación de la ciudad sagrada no
tardaría el llegar y estábamos preparamos desde el principio para el encontronazo que sin duda, tan
pronto reunieran el numero suficiente que les garantizara el éxito en la batalla, debíamos esperar.
Nuestra mayor preocupación fue mantener el corredor que desde nuestra área de desembarco llegaba
a la ciudad porque el hecho real era que con nuestras solas fuerzas no abarcábamos mucho mas que
el alfoz de ésta, y no podíamos permitirnos el permanecer aislados en el interior para lo cual tuvimos
que establecer varios retenes en el exterior y enviar patrullas a distancias razonables que nos
permitieran estar informados y prevenir en la medida de lo posible los movimientos de tropas que
pudieran suponer un peligro para nuestra posición, tan alejada de nuestra base de Chipre.
Las primeras informaciones nos llegaron del norte y confirmaba nuestros temores: habían
pasado solo unos días y ya supimos que se reunían tropas en un campamento situado como a tres días
de marcha y a la vera del rió Jordán. En un principio se pensó en espiar sus movimientos y averiguar
sus intenciones pero luego se impuso una vez más la osadía. No habíamos llegado hasta allí para
sufrir asedios o temer al enemigo sino para empeñar el combate y reverdecer viejos laureles. A la
mañana siguiente, antes de amanecer para tratar de pasar desapercibidos, partió de la Ciudad Santa
lo mas granado de nuestras fuerzas a caballo. Dejamos las tropas de pié y los arqueros porque nos
exigíamos rapidez. "Necesitas imminens agendi".
Toda la rapidez que pudiéramos conseguir por ver si de esa manera podíamos sorprender al enemigo
que quizás estaría todavía fraccionado o reclutando nuevas tropas pero que en cualquier caso nunca
esperaría que fuéramos nosotros los atacantes o nos atreviéramos a combatirlo en su propio terreno.
Fuimos alrededor de 800 combatientes y en la noche del segundo día desde nuestra marcha
tuvimos al contingente enemigo casi a la vista. Caballos y hombres estábamos exhaustos.
Descansamos como pudimos después de cuidar nuestras monturas y revisar nuestras armas, sin
encender fuegos y en la medida de lo posible en silencio, y al rayar el alba formamos para el
combate e iniciamos la marcha a trote corto. Cuando apareció ante nuestros ojos el ejército enemigo
confirmamos que habíamos elegido la mejor táctica. Un campamento enorme que más parecía un
mercado. Una muchedumbre a pié que ya al vernos se desmandó y en medio de aquel caos un
conjunto de tiendas engalanadas con oriflamas y pendones hacia donde dirigimos nuestros caballos.
No supimos en qué momento se apercibieron de nuestra cercanía pero no nos tropezamos con ninguna
patrulla que les pudiera haber prevenido hasta que los tuvimos a la vista, hechos que demostraban
que sus capitanes eran, cuando menos, unos ineptos. Desde luego tuvimos claro que no nos esperan y
que luego si alguna de las patrullas que debieran haber tenido les avisó de nuestra proximidad,
tampoco les dio por pensar que fuéramos a atacar de inmediato. Descuidos imperdonables que
pagaron caro.
Nuestra carga fue letal. Creo que no exagero cuando afirmo que la caballería templária
siempre fue temible, al menos se nos preparó para ello. Mi experiencia personal y lo que conocemos
de nuestra Orden, incluso nuestros mismos estatutos que hacen hincapié en el cuidado y atenciones
hacia nuestros corceles nos han hecho ver siempre la importancia de estos en nuestra vida y más si
cabe en los enfrentamientos armados. Nuestros nobles animales han sido siempre la parte más
importante de nuestro armamento y a menudo nuestra vida ha dependido de ellos. Grandes y
poderosos, no muy rápidos como los árabes pero adiestrados para la batalla y el combate, valientes y
atrevidos, dóciles a la rienda de su dueño y feroces en la pugna. Cumplimos con lo previsto y con
los resultados que eran de esperar. Sabíamos, por supuesto, que Al' Malek tenia tropas montadas de
excelente calidad, las habíamos sufrido en otros momentos, pero desde luego no estuvieron allí. Se
encontraban sin duda, como el resto de sus grandes ejércitos, acantonadas en el norte, muy lejos, para
nuestra suerte, de aquel campo de batalla.
El hecho es que aquel combate fue muy desigual aunque nuestros cálculos posteriores situaran
en no menos de tres o cuatro mil los soldados árabes acampados allí. Recorrimos a la carrera una
buena parte del campo sin encontrar prácticamente resistencia hasta que nos llegamos al área donde
se encontraban las jaimas más ricas y grandes. Ni siquiera los temidos arqueros montados tuvieron
tiempo de organizarse y enfrentársenos y aquello más que una batalla se convirtió en un paseo
militar. En medio de aquella barahúnda, en un momento pudimos ver como un reducido y bien
armado grupo de jinetes mamelucos, aproximadamente unos cien, se lanzaba al galope hasta donde
flameaba nuestro BEAUSEANT. Fue el único choque digno de tal nombre porque viendo la victoria
tan fácil, habíamos abierto nuestras líneas. En cualquier caso el estandarte estaba bien protegido y
tuvimos tiempo de llegar en su auxilio. Su ataque fue desesperado y sin cuartel y nos llevó esfuerzo y
bajas desmontarlos. Luego supimos que aquel grupo estaba formado por el Visir gobernador de
Jerusalén, y sus tropas más escogidas, posiblemente su guardia personal. Prefirieron morir en
combate en vez de escapar posiblemente porque tenían por cierto que su ineptitud habría sido
igualmente castigada.
Aquella misma tarde la batalla estaba ganada y acabada. No hubo persecución y tan pronto se
nos dejó el campo libre no tuvimos intención ninguna de hacer prisioneros ni escarmientos. Solo les
obligamos a enterrar a sus muertos y llevarse sus heridos. No queríamos que se nos temiera salvo en
combate, y este había acabado. Permitimos la huida y calculamos que habíamos causado unas mil
bajas, nosotros recogimos las nuestras, de las que once fueron mortales y el resto heridos. Ferran fue
uno de ellos, con un virote de ballesta clavado en el hombro. Era uno de los que protegía el
BEAUSEANT y cuando pude llegar hasta él, después de terminar la faena, lo encontré sentado en el
suelo entre los heridos, el gesto desencajado y mirando de soslayo el mástil que le salía al lado de
la cara. Cuando me vio debió leer mi preocupación porque su rostro se demudó hasta que nos dimos
la mano y comprobé que aún con dolor, movía el brazo con razonable soltura. Gracias a la cota, la
saeta no había penetrado demasiado pero aún así no había manera de girarla y hubo que llevarlo a
Jerusalén y abrir la herida para extraerla.
La ballesta, bien manejada, es un arma letal porque su fuerza, precisión y alcance son muy
superiores a la del arco y traspasa sin dificultad una buena cota metálica y a veces un peto de
arnés. Por otro lado al ser muy lenta de armar, en un asalto su uso es muy limitado y a menudo no
más de una vez. En buenas manos y protegido, su ventaja es la precisión a distancias largas y su
inconveniente es que es seis o siete veces más lenta que el arco. Conociendo la habilidad de mi
sargento con el arco, recogí una, la mejor que encontré en el campo de batalla, construida en cuerno y
acero y que sin duda debió de pertenecer, por su calidad, a un importante guerrero y se la di. Desde
aquel suceso Ferran acostumbra a decir que son armas del diablo aunque nunca se separa de ella y la
cuida como si de un tesoro se tratara.
La vuelta a la Ciudad Santa fue lenta y velando nuestros caídos, con los pendones arrebatados
al enemigo, un numero reducido de caballos pero superior a nuestras perdidas, un montón de armas y
un botín considerable que encontramos en las tiendas del Visir y sus allegados. Sabíamos que durante
un tiempo la ciudad santa seguiría en nuestras manos y que el peligro de un asedio inmediato se había
alejado. Ferran recuperó el uso de su brazo en poco tiempo y también se hizo un experto en el uso de
la ballesta aunque dejó claro que su uso era muy limitado y en circunstancias muy especiales.
-"Yo, Al'Malek al'Ashraf. El rey de reyes cuyo poder nadie cuestiona. El defensor de la
fe de Ala. El único. El que nunca ha sido derrotado como tú bien sabes. El destructor de paganos.
Te saludo Jacobo de Molay, maestre de los soldados del Templo de la Ciudad Santa, te ofrezco mi
mejor voluntad y respeto y te deseo honestamente mejor suerte que la que tuvieron tus dos últimos
predecesores.
Dios me ha concedido el privilegio de admirar la audacia y el valor aún en mis enemigos y
por lo tanto comprendo vuestra acción, llevada a cabo siguiendo sin duda los dictados de
vuestro Dios Jesús a quien respeto profundamente como es sabido.
Por éste motivo no os voy a expulsar de inmediato de Jerusalén y como prueba de mi
magnanimidad os concedo un año desde el día de hoy, séptimo del mes de Chawal del 695, para
que durante ese tiempo te fortalezcas cuanto creas oportuno y puedas, ya solicitando ayuda, ya
aumentando tu guarnición actual en la medida de vuestras fuerzas, mantener bajo vuestro cuidado
la Ciudad Santa. Después, pasado el plazo, seréis expulsados porque habéis ocupado sin mi
autorización una de las ciudades mas importantes de mi reino y aunque estoy informado de que
gobernáis con justicia y tratáis a mis súbditos con respeto, no voy a permitir tal afrenta.
Tenéis por cierto que las fuerzas con las que os encontrasteis no eran más que campesinos y
mujeres que se creyeron guerreros, igual que su comandante. Cualquiera de mis más humildes
sirvientes, incluidos los eunucos, es más viril y capaz que el necio sobre el que habéis hecho
justicia, acto que os agradezco porque me evitáis a mí esa vergüenza. De haber sido mis soldados
y a pesar de vuestro probado valor, vuestros huesos ahora alfombrarían esa tierra, como ya
ocurrió otras veces.
Saludos y mi respeto a los que se llaman soldados de Jesús, pero ¡recordad!. Ocupareis la
Ciudad Santa de Jerusalén durante un año y siempre que mi humor no cambie".
La misiva nos la trajo, escasamente un mes después de nuestra llegada a Jerusalén, una
delegación de guerreros turcos de buen porte que venían del Cairo y que exigieron entregarla en
mano a nuestro mariscal Bartolomé que la recibió solemnemente y jurando que se la entregaría al
Gran Maestre tan pronto como fuera posible aunque el tiempo, dijeron, empezaba a contar desde la
recepción del mariscal.
Dejando de lado las muestras de egolatría y vanidad propias del Sultán Al'Malek,
básicamente tenia razón pero por otro lado nos había concedido un año de tranquilidad que era mas
de lo que podíamos haber esperado, y que debíamos aprovechar para sensibilizar a aquellos en cuyas
manos estaba la supervivencia cristiana en Tierra Santa.
Nuevamente se informa a Roma de la situación sin mencionar la misiva del Sultán porque
consideramos que no nos beneficiaria pero en cualquier caso parece que el tema de Jerusalén ya no
interesa a nadie ni aún partiendo de la situación actual. El papado, los diferentes reinos de occidente,
el mundo cristiano en general tiene otros problemas más acuciantes o sencillamente no encuentran
motivos religiosos que les convenzan para embarcarse en tales aventuras. Desde luego las noticias
que nos llegan nos hablan de cruentas pugnas y guerras entre estados cristianos que nos suenan mas a
soberbia y ambición que a autentica necesidad de defender unas fronteras que a la postre no son
patrimonio de nadie que no sea el campesino o labriego que tiene la desgracia de habitarlas. Solo en
las tierras de mis lares de origen parece que tiene algún sentido la guerra porque aún se lucha a
muerte con el árabe que las ocupó hace tanto tiempo que ya posiblemente sean mas suyas que
nuestras.
También ha decrecido el numero de peregrinos que nos llegan, que ahora es mínimo, y no
tenemos medios de averiguar si las rutas que siguen, jalonadas de castillos ruinosos que otrora fueron
nuestros, son seguras. Sabemos que Al'Malek ha dictado leyes aún mas duras que las que tuvo su
padre contra el que no respete al peregrino, sea éste de la religión que sea, pero no nos cabe ninguna
duda de que por mucha fe que se tenga, es una ardua y peligrosa tarea el embarcarse en una aventura
de tamaña magnitud si además una buena parte del camino ha de hacerse por tierras áridas sin pan ni
agua ni posada y ocupadas por infieles. No basta nuestra presencia al final del camino. No fuimos
creados para eso y una vez mas las dudas sobre nuestra misión se ciernen sobre todos nosotros y nos
preguntamos si aún existe una razón que nos mantenga vivos y útiles para aquellos que aún osan
visitar los lugares donde vivió y murió Aquel que vino a la tierra para redimirnos.
Cuando nuestra situación en Palestina se estabilizo, el Gran Maestre Molay volvió a Chipre y
de allí se embarcó a Occidente sabiendo solo él con qué tiempo contaba para conseguir ayuda en
nuestra empresa, pero ayuda leal, que no la de genoveses y venecianos, que a poco de conocer
nuestra aventura se nos vinieron ofreciéndonos navíos armados y tropas sin cuento siempre que les
prestáramos nuestra ayuda para conquistar el puerto de Jaffa y abrir de nuevo las líneas comerciales
con oriente que habían perdido tras la caída de Acre. Esta vez estábamos escarmentados y les
recordamos las deserciones de Trípoli y la misma San Juan de Acre. No les guiaba en absoluto,
como no les había guiado desde que yo recuerdo, ninguna razón de origen religioso, antes bien su
motivo esencial era el comercio y nada mas. En sus sucias mentes no hubo lugar para el escrúpulo o
la buena fe y solo para los beneficios y los negocios al precio que fuera. Desde luego no gozaban de
nuestras simpatías y el Mariscal Bartolomé los despachó con cajas destempladas y aún salieron bien
librados porque en su osadía osaron amenazarnos si no nos aveníamos a sus intereses haciendo
patente que sus flotas navales, muy superiores a la nuestra, podían hacernos mucho daño aislándonos
de la Isla de Chipre.
El periplo del Gran Maestre fue inútil y solo Villaret, el Gran Maestre hospitalario se avino a
ayudarnos con cien freires que llegaron en dos navíos de su Orden y que nos acompañarían todo el
tiempo que permanecimos en Jerusalén, y teniendo tan claro como nosotros que sin una ingente ayuda
nuestra misión estaba condenada al fracaso.
El tiempo que permanecimos allí apenas daba lugar para el ocio. Las patrullas o el
entrenamiento militar nos llevaban la mayor parte del tiempo. Gilles y yo habíamos convertido
nuestra pugna en un ejercicio diario al que se unió sin tardar Corrado de Masci, (el freire que me
ayudó decisivamente en Chipre, que había sido autorizado a dejar sus tareas protocolarias y se había
unido al contingente) y otros mas que se fueron sumando, incluidos los sanjuanistas, y que terminaron
por convertir las peleas simuladas en autenticas batallas campales en las que era frecuente que
corriera la sangre y que invariablemente ganaba la asombrosa habilidad de Gilles.
Volví a escuchar la oración del muecín que llegaba nítida desde el barrio árabe y a convivir
con otras creencias.
-Alahu akbar, alahu akbar
Ashadu ana la ilama illa alah
ashadu ana Mamad rassul ulah
heia iala as-salat heia 'ala al falah
El trato que manteníamos con los diferentes credos que convivían en Jerusalén me puso en
contacto con los representantes de las tres religiones mayoritarias que por cierto mantenían unas
relaciones forzosas y corteses que les llevaban a manudo a reunirse y discutir sobre cuestiones
diversas e incluso sobre temas religiosos. Lo cierto es que el trato continúo entre ellos para
solucionar a veces las discrepancias y riñas que surgían entre las diferentes comunidades, les
obligaba a la mesura y el buen tacto aunque sus principios fueran tan diferentes. A raíz de nuestra
llegada y dado que nos habíamos erigido en los árbitros de los abundantes litigios que surgían por las
mas diversas razones hubimos de tratar con ellos y asistir con frecuencia a interesantes discusiones
sobre temas incluso religiosos y a las diferentes interpretaciones que un mismo hecho suscitaba en
los diferentes dogmas. Sin duda ese trato fue enriquecedor para muchos de nosotros. El Obispo
Nicolás, el Imán Baha y el Rabino Ezer se enzarzaban a veces en polémicas sin fin mientras los
invitados observaban y a veces intervenían tratando de encontrar las respuestas que en teoría debían
conocer sus jefes espirituales, aunque desde luego no siempre era así. El rabino era un anciano de
corta estatura y genio vivo que me recordó a Saúl por su conocimiento de las ciencias y cuando supo
de mi país de origen vino en contarme que en su juventud había estado en Toledo y Córdoba y que
llevaba tiempo estudiando la vida y milagros de un judío llamado Moisés ben Maimón, al que los
cristianos llamaban Maimónides, y los árabes, bajo cuyo amparo alcanzó gran nombradía, le
conocían por Abú Ahmram Musa ben Maimón ibn Abdallah y que murió en Alejandría hace unos
cien años. Fue éste Maimónides un gran viajero que iluminó con su sabiduría la corte califal
cordobesa con sus conocimientos de las ciencias árabes y judaicas, la medicina, la filosofía griega,
las matemáticas y la astronomía. Su fama se extendió de tal modo que fue, durante un tiempo físico
personal y consejero del Sultán Saladino en Egipto. De él era el más completo compendio que se
había escrito de la religión judaica llamado Mischné-Torah y que trataba de racionalizar el estudio
de la Biblia.
En aquellos ambientes llegué a conocer los avatares y calamidades que la Ciudad Santa había
sufrido a lo largo de su existencia conocida. Había sido la capital de la tierra de Canaan o tierra
prometida como la llamaban los judíos y que posteriormente se denominó Palestina. Se tienen
noticias de ella desde hace unos 1.500 años antes de la venida de Nuestro Señor. David la conquisto
y convirtió en corte de su reino. Su hijo Salomón, Rey de Israel, la embelleció y fue el constructor
del magno Templo donde ocultó ya para siempre, el mítico Arca de la Alianza que buscaron con
ahínco los árabes, aunque no solo ellos, que también quisimos encontrarlo nosotros y otras muchas
gentes. Fue durante muchos años una de las ciudades mas bellas del mundo hasta su destrucción por
el Rey de Babilonia llamado Nabuconodosor, el verdugo durante años del pueblo hebreo. Cuando
estos fueron liberados la reconstruyeron aunque no consiguieron devolverla el esplendor de antaño.
Mas tarde la ocupó Alejandro el grande de Macedonia, poco antes de fundar Alejandría, y a la
muerte de éste le correspondió a su general Ptolomeo. Después perteneció al sirio Antioco a quien se
la arrebató Pompeyo el Grande a la vez que conquistaba Palestina que se convirtió en provincia
romana. En ese periodo y en tiempos de Augusto, vio nacer a Nuestro Señor. Después el cruel y
receloso Herodes llamado el Grande, nombrado Rey de Judea por el Senado Romano en el año 40 de
nuestra era la ocupó y ensombreció con sus crímenes y locuras. En el año 70, otro romano, Tito
Flavio Vespasiano volvió a destruirla y otros setenta años más tarde el Emperador Adriano la
reconstruyó de nuevo llamándola Elia Capitolina hasta que Cayo Flavio Valerio Constantino,
convertido al cristianismo en el año 323, la volvió a respetar y embellecer. Los árabes la
conquistaron en el año 637 y árabe permaneció hasta que los cruzados de Godofredo de Bouillon la
recuperaron para occidente. Saladino la reconquistó para los turcos en el año 1187. Volvió a manos
cristianas gracias al germano Federico II Hohenstaufen que la consiguió por acuerdo con el Sultán
egipcio Al-Kamil en febrero del año 1229 fortificándola otra vez pero aquello duró poco y de
nuevo, en agosto del año 1244, cayó en poder de los Kwarismianos del Emir de Kerak que volvió a
asolarla por enésima vez, hasta nuestra llegada, en el año de Dios de 1298. Desde luego dígase lo
que se diga, la Ciudad Santa solo lo es para el pueblo cristiano porque fue el lugar de nacimiento del
redentor del mundo, Jesús de Nazaret, el hijo de Dios, por mucho que los judíos, el pueblo maldito,
no lo admitan o los árabes lo relacionen con Mahoma y consideren a nuestro Jesús uno de sus
profetas.
Pasaron los meses y entendimos que el humor del Sultán no había cambiado ni tampoco la
actitud de los reinos occidentales que seguían sin tomar iniciativas. Llegamos al convencimiento de
que estaríamos solos hasta el final fuera éste el que fuera. Una buena parte de nosotros pensaba que
debíamos dar ejemplo y morir en Jerusalén cuando Al'Malek nos mandara sus ejércitos. El temple se
acabaría donde nació porque ya nadie nos consideraba necesarios ni nos prestaba su apoyo. Otros,
Molay entre ellos, posiblemente influidos por el Gran Maestre de los hospitalarios empezaron a
decantarse por, sabida nuestra fuerza y poder en todo el mundo occidental, encontrar una base estable
en algún sitio del Mediterráneo donde establecer nuestro propio feudo aunque esta solución
traicionaría nuestros estatutos.
Al' Malek cumplió su palabra y en el mes de septiembre del año 1.299, un considerable
ejercito turco con grandes máquinas de guerra se puso en marcha desde Damasco hacia el sur, y no
fue difícil intuir su destino. Se nos había acabado el plazo y ningún reino de occidente mostró ningún
interés en ayudarnos a mantener la plaza. El ejercito turco siguió moviéndose hacia nosotros y al
llegar al lago Tiberiades una parte de él se desgajó hacia la costa mientras que el resto con las
grandes maquinas seguía el curso del rió Jordán. La intención no era un secreto para nadie.
Amenazar la ruta de abastecimiento y de este modo aislarnos de cualquier ayuda exterior aunque ya
nosotros sabíamos que ésta no existía. Ellos no se creían que estuviéramos solos y pensaron que para
defender nuestra comunicación con el mar deberíamos dejar la población y combatirles en campo
abierto, donde dada la desproporción de fuerzas no tendríamos ninguna posibilidad de victoria. El
sultán nos temía y no se arriesgaría a otro descalabro, obtendría una victoria segura que acrecentaría
su fama y poder porque no éramos tártaros o simples cruzados, éramos templarios. Nos daría a
escoger entre morir en combate o abandonar la plaza. Las maquinas también nos decían que venían
preparados para someternos a asedio y arrasar todo lo que se interpusiera en sus planes.
No teníamos escapatoria salvo la huida y lo sabíamos todos.
De Molay y el mariscal se encontraban en Chipre y fueron informados desde el primer día
pero antes de que nos llegaran instrucciones se avistó una tropa de bien armados soldados turcos
portadores de un mensaje. El joven safir que las mandaba, orgulloso y displicente, representaba al
emir Mahmoud, jefe de las fuerzas que se acercaban, y nos informó con arrogancia que en el plazo de
dos semanas estarían a la vista de la ciudad y deseaba saber nuestras intenciones. Podíamos pelear y
morir dignamente en campo abierto, así lo expresó, o refugiarnos tras los muros de la ciudad. El
final seria el mismo pero en el segundo caso les obligaríamos a hacer lo que no deseaban, la
destrucción de la ciudad entera con sus máquinas de guerra. La tercera opción, que dejó claro que no
nos la ofrecía su general, sino el propio Al'Malek era, como no, la posibilidad de que
consideráramos cumplida nuestra misión y nos retiráramos con todos nuestros bagajes de modo que
Jerusalén volviera a ser una ciudad árabe en la que se seguirían respetando los credos que siempre
tuvo. En cualquier caso nos exigía una respuesta inmediata si nuestra intención era aprovechar su
magnanimidad y abandonar la ciudad. Sus ojos nos miraron fijamente: -Aunque debo confesar que
nuestra esperanza estriba en que hagáis honor a vuestra fama y presentéis batalla-. Hizo una pausa
durante un momento sin dejar de mirarnos intensamente y terminó: -Hay muchos como yo, diestros en
la liza y terror de tártaros, que aún no nos hemos enfrentado a vosotros-. El freire Berard, nacido
allí, en Palestina ya hacia demasiados años y que compartía con nosotros el momento, fue el que le
respondió sin acrimonia y casi dulcemente:
-¡Alhamdu lilah!, da gracias a Ala porque por eso estas vivo, Turco- Fue de ver que la
respuesta de Berard no agradó al temerario y petulante capitán que tensó el cuerpo y dejó escapar,
los ojos centelleantes y la voz irritada:
-¡Undhur man i atakallam!, ¡Espero que nos veamos en el campo de batalla, templario!-
-¡Tassubbu asseita 'ala annari! No te seria difícil encontrarme porque como ya ves, somos
muy pocos. Otro caso seria que yo tratara de encontrarte a ti, oculto entre la nube de los que venís-.
Sin darle tiempo a responder, el freire continuó con la misma voz tranquila: -Además hemos de
sospechar que el Sultán no os considera tan fieros cuando necesita enviar tantos para abatirnos.
Como ves la fama que tenemos nos la dais vosotros que para enfrentarnos necesitáis cien por uno-.
-¡No he venido aquí a discutir de cuestiones que no me competen sino a que me respondáis si
vais a presentar batalla o vais a huir como gallinas!-
-Tienes razón, turco. Te has extralimitado en tus funciones y nos has retado e insultado sin
necesidad. No nos importa. Como un safir que eres, te consideramos un duyuf sharraf y respetamos tu
vida y la de tus soldados. Tampoco vamos a quejarnos de tu conducta impropia....- al llegar a este
punto toda la ira contenida del joven guerrero turco se disipó en un santiamén quizás pensando en lo
que le esperaría de su emir ante una protesta nuestra, máxime considerando que parte de las
instrucciones provenían del propio Al'Malek.......- De todos modos no te vamos a dar la respuesta
que esperas porque sabemos que lo que realmente tenias que decirnos es que tu sultán nos avisa de
que el tiempo que nos concedió se acaba y por tanto nos invita a abandonar Jerusalén con la misma
dignidad con la que vinimos. Solo en el caso de que decidiéramos quedarnos, nos combatiría y
posiblemente, ¿por qué no admitirlo?, nos expulsaría pero solo porque vuestras fuerzas son cien
veces superiores a las nuestras. En cualquier caso no te vamos a responder y tu Emir Mahmoud
deberá seguir moviendo su enorme ejército y en algún momento, pero no por ti, se enterará de si nos
hemos ido o le presentamos batalla. En cualquier caso no obtendréis mucha gloria a expensas
nuestras. Vuelve ahora con tu emir y dale nuestra respuesta. ¡Yuafak fil haya!.........-
El ejército turco ocupó de nuevo Jerusalén a los cuatro días de haberlo abandonado nosotros.
Las instrucciones del gran Maestre desde Chipre fueron claras. No teníamos ninguna posibilidad de
vencer en campo abierto y tratar de hacernos fuertes en la ciudad habría causado privaciones y
hambre a la población además de un sinfín de victimas inocentes.
Las lágrimas corrieron por muchas mejillas cuando se abandonó la tierra de Nuestro Señor sin
pelear por ella. Los tres representantes religiosos de la Ciudad nos despidieron en la puerta de Sión
para agradecernos nuestra retirada y nos alabaron nuestro respeto y bien hacer con las diferentes
comunidades mientras en el barrio musulmán se elevaba el alarido que llamaban zagharit de las
mujeres y que supusimos era de alegría por nuestra marcha. Aún así y aunque lo mas común fue el
silencio con que nos vieron las gentes que se apretujaban al borde de los caminos por donde
pasábamos, pesarosos pero con el estandarte orgulloso y en la cabeza de la marcha, aún así, digo,
fuimos increpados en algunos momentos por grupos de campesinos árabes que doy por hecho que
habían considerado insultante nuestra presencia. Por supuesto que no nos hirió porque lo
entendimos. Berard, que cabalgaba a mi lado sin abrir la boca se quitaba las lágrimas a puñadas.
Acerqué mi caballo al suyo y traté de consolarle: - "Quod non erat in votis, Berard"-. - "Fiat
voluntas Dei"- respondió mirando hacia adelante donde entre la gente que nos observaba a la vera
del camino destacaba la escuadra montada de soldados turcos que habían sido comisionados para
inquirir nuestras intenciones con su joven e impetuoso safir a la cabeza que obviamente no se había
alejado de la ciudad hasta vernos partir. Nos vieron pasar en silencio y el sin duda nos reconoció y
nos dijo algo que no pudimos entender entre el ruido de las caballerías y los hierros. Su gesto no se
descompuso por lo que quisimos entender que era una salutación o una despedida sin acritud.
Alzamos la mano en señal de reconocimiento y seguimos nuestro camino.
Nuestra aventura en Jerusalén terminó a finales del año 1.299 y el año siguiente el Temple y
el Hospital llevamos a cabo incursiones contra Alejandría y el delta del rió Nilo pero sin un
propósito determinado porque era obvio que tan pronto se nos enfrentara alguno de los varios
ejércitos del Sultán deberíamos retirarnos ya que a la postre no éramos mas que un puñado de
combatientes. En aquellos frenéticos días llegamos a pensar que lo único que se pretendía con ello
era mantenernos fuera de Chipre y en movimiento.
Un poco mas tarde, en el año 1301 se nos informa desde el papado de que los tártaros han
invadido Siria y que de nuevo requieren nuestra ayuda contra el Islam. El gran Maestre Molay nos
pone de nuevo en movimiento y una vez mas caballeros, freires, naves, inician la acción. Dos
semanas después desembarcamos de nuevo en Tortosa, mi primera patria en Tierra Santa. Caballeros
del Rey Enrique de Chipre, cruzados, Hospitalarios y el Temple. Casi tres mil combatientes que una
vez se han hecho fuertes y han recuperado lo que queda del ingente castillo otrora templario esperan
durante casi tres meses la llegada del ejercito tártaro a los que nos uniremos. La isleta de Ruad nos
sirve de apoyo. El mariscal Bartolomé la sigue fortificando y con los pocos materiales que se
encuentran en la propia isla, se empieza a ver algún lienzo de muralla que protege el pequeño fuerte
donde se mantienen unos mil templarios entre freires, sargentos, tropas auxiliares y sirvientes, a los
que, una vez mas recuerdo, hay que abastecer hasta de agua porque a pesar de que llevan ya tiempo
buscándola y excavando pozos, solo han conseguido agua salada.
El tiempo pasa y los tártaros siguen sin aparecer. Al final llega la noticia. Han vuelto a sufrir
un fuerte descalabro en su enfrentamiento con los mamelucos. La solución es ir hacia ellos. Somos un
reducido ejercito pero bien entrenado y armado que puede imponer respeto y pensar en hazañas
mayores si cuenta con apoyo detrás pero... ¿dónde están?... ¿En qué dirección los encontraremos? De
momento estamos bien abastecidos, pero si nos apartamos de la costa, ¿Quién abastecerá nuestro
pequeño ejercito y por cuanto tiempo?.... ¿Y si mientras buscamos a nuestro hipotéticos amigos en
territorio hostil nos encontramos con los ingentes ejércitos mamelucos?.... Las opiniones sobre la
conducta a seguir son varias y desde luego no coincidentes entre los capitanes de la fuerza cristiana.
Los seguidores de Enrique de Lusignan y los cruzados que se les han unido dejan claro que se
quedaran en la costa de modo que si vienen mal dadas puedan volver a sus navíos como ya hicieron
el Acre. Solo en Temple y los hospitalarios se atreven a proponer la búsqueda de los ejércitos
tártaros. No hay acuerdo. No nos moveremos de Tortosa y esperaremos un poco más por ver si
ocurre el milagro.
El milagro no ocurrió.
Mientras tanto el Gran Maestre recibe en Chipre la visita de un fraile de la orden de San
Francisco de nombre Raimon Llul, maestro en artes y reputado teólogo y jurista por la universidad
de Paris donde había convivido y alcanzado notoriedad con los dominicos Tomas de Aquino,
Alberto Magno y el franciscano Buenaventura. Su nombre había llegado hasta nosotros cuando se
nos habló sobre la conveniencia de fusionar de las órdenes Militares ya hacia años. Él había sido no
solo un ferviente impulsor de la idea en Roma sino el creador de ella. Peregrino incansable que con
un viejo hábito recorría el mundo como un santo en vida. De gran sabiduría y por lo tanto respetado
en todo occidente pero a nuestro juicio ajeno a la realidad, soñador y utópico. En cualquier caso
venia del país franco y Roma con la vieja idea de nuevo. Por un lado hablaba de lo positivo de la
unión pero también conocía las desavenencias, cada vez mas profundas, entre el Papa Bonifacio VIII
y Felipe el Capeto debido a la rapacidad de éste. ¿Con que nos quedábamos? Nos pareció que en su
santidad, el buen peregrino era incapaz de ver que tras la idea de la unión de las Órdenes bajo la
directriz del Rex Bellator se escondía la codicia del Rey franco que de éste modo contaría con un
poderoso ejército y fondos para seguir con sus guerras contra ingleses y flamencos. Molay le escucho
amablemente y luego le envió a visitar Nicosia donde se encontraba la corte del Rey Enrique II que
lo recibió encantado.
La pugna que mantenían Bonifacio VIII y el Capeto venia de antiguo como ya sabemos. Aún
antes de llegar al papado se habían enfrentado ambos y era bien sabido que su elección como Papa
no satisfizo en modo alguno al Rey franco que veía en él un hombre de carácter fuerte que no se
plegaria a sus intereses.
En los últimos años especialmente han empezado a surgir las voces que nos acusan de
prepotencia y orgullo, especialmente en occidente y mas especialmente en el país franco que fue
desde siempre nuestra base más sólida y donde concentrábamos una buena parte de nuestro poder.
Hasta donde hemos averiguado, estas insidias siempre parten de la corte franca, lo cual no ha sido
óbice para que ya en dos ocasiones el Capeto en persona haya tratado de introducir la familia, en la
persona de sus hijos o bien haya manejado a los Papas para que le concedieran el titulo de Gran
Maestre y pusiera la Orden bajo su dirección. Es peculiar que los Hospitalarios con Villaret a la
cabeza se nieguen en redondo a situar su Sede en Paris a pesar de las presiones francas que como
nosotros han sufrido.
Se teme al Rey Felipe Capeto. Desde que recordamos siempre tiene una necesidad
compulsiva de dineros para sus guerras en Aquitania y Gascuña y no se para en barras con tal de
conseguirlo. Sin razón que lo avalara apresó a los banqueros lombardos de su reino y se apropió de
sus propiedades, después lo hizo con los judíos a los que confiscó todos sus bienes sin razón alguna.
Como parece ser que aquellos desmanes no le producían suficiente, empezó a hacerse con los bienes
eclesiásticos sin que el papado protestara entre otras razones porque lo manejaba él así como a una
buena parte de la curia cardenalicia, hasta que aparece en Roma Bonifacio VIII que trata de poner
freno y promulga la bula Clericis Laicos en la cual prohíbe a las monarquías europeas recaudar
subsidios de la Iglesia so pena de excomunión. Esta práctica ya llevaba algún tiempo efectuándose en
los diferentes reinos cristianos. En la Dinamarca de Eric VIII, en la Inglaterra de Eduardo I o en
reino portugués de Dionis....pero Felipe el Capeto no se arredra ante una hipotética excomunión y
continúa con sus expolios por lo que dos años mas tarde el Papa se ve obligado a promulgar otra
bula, la Innefabilis Amoris, en la cual ya señala directamente al rey franco. Una vez mas se pone en
movimiento la corte del Capeto que emplea a sus mejores juristas para cuestionar la autoridad papal
de modo que la relación entre Paris y Roma es de autentica confrontación mientras que el Capeto
sigue sacando dineros para sus ejércitos de los fondos del Temple que no se atreve a negarse.
No hay duda de que quizás la política terrenal y nepótica de Bonifacio VIII no era la mejor
forma de conducir la Iglesia. Se había enfrentado a muerte también con la familia de los poderosos
Colonna, que tenían dos cardenales en la Curia y a los que llegó a excomulgar mientras favorecía a
los Orsini. No contento con ello utilizó a nuestra Orden y a los hospitalarios y los metió en la sucia
pugna que terminó en confiscaciones, asaltos y poco menos que guerra entre banderías rivales de una
Iglesia que se merecía más piedad y menos odios. La respuesta a esta conducta tan apartada del
cometido de un Papa es que una facción de los cardenales de la curia se pone bajo el manto protector
del Capeto. Ya lo estaban pero de una forma solapada. Ahora lo hacen huyendo de Roma hasta Paris
y abominando de Bonifacio VIII. Los juristas de Paris enarbolan la bandera de que la potestad del
Papa solo deberá considerarse en el plano espiritual dejando los problemas materiales a los Reyes y
especialmente al Capeto a cuyas empresas confieren carácter universal.
El Temple también sufre con estas controversias, pero la Iglesia, los fieles, el pueblo,
continúan su vida y su inercia natural porque estos sucesos solo afectan a los círculos más cercanos
del poder, en la curia romana o en la corte franca. A medida que las noticias nos iban llegando con
regularidad y rapidez (no en vano la Orden había extendido sus ramas hasta los confines del mundo
cristiano y tenia representantes en todas las cortes occidentales), nos encontrábamos perdidos porque
lo único indiscutible era que nuestro jefe superior era el Papa en persona y por supuesto estábamos
sujetos a sus veleidades y a sus intereses partidistas, totalmente ajenos a nuestras pugnas en Tierra
Santa. A fuer de sincero, estas digresiones no quieren decir que nosotros nos halláramos exentos de
culpa porque también, a lo largo de nuestra historia, nos apartamos demasiadas veces de nuestra
tarea básica y con frecuencia nos habíamos apuntado a banderías e intereses mundanos.
Los que seguimos la porfía sin tomar partido, como es nuestro caso, nos preguntamos quien
seria el vencedor porque además en un principio se nos oculta que Huges de Payraud, el visitador del
Temple en Paris, aquel que se llegó hasta Chipre con la esperanza de que se le nombrara Gran
Maestre y que supusimos enviado por el Capeto, ha tomado partido en contra del Papa arrogándose
la facultad de incluir en su facción, aunque sotto vocce, eso sí, al Temple de Paris. Cuando se entera
Molay desautoriza a Payraud, pero ya es tarde. Una vez mas nos metemos donde no nos llaman.
Ahora debo volver atrás y retomar mi historia porque en el año 1301 me encontraba en la
isleta de Ruad junto con el mariscal Bartolomé. Llevábamos ya dos meses y habíamos sustituido a
otro contingente (en el que se encontró Gilles y que dejó aquel martirio sin ningún pesar), de las
mismas características que se mantuvo medio año, lo mismo que se esperaba de nosotros. Éramos
algo mas de cien freires, alrededor de cuatrocientos arqueros a cargo de Ferran, en su mayoría sirios
que a falta de mejor ocupación pasaban el día levantando muros y practicando, pero con cuidado de
no perder o dañar las flechas con que contaban cada uno porque no hubo medio de armar otras por la
falta de vegetación. También nos acompaña medio millar de sirvientes muy útiles especialmente en
las labores de cantería y construcción. Mil almas en total. Contamos con dos docenas de roblizas
mulas muy útiles para el acarreo y seis corceles de guerra de vida regalada porque su necesidad allí
era casi nula. Las obras de fortificación continuaban con lentitud por la falta de materiales, sin
considerar el hecho de que nadie creía que sirvieran de algo. Los pozos que se construyeron solo
dieron agua salada y las lluvias eran tan poco frecuentes que los aljibes construidos estaban siempre
secos. ¿Qué sentido tiene tratar de levantar una buena fortaleza de defensa si no dispone siquiera de
agua para beber?. Bastaría con que se olvidaran de nosotros para que en menos de un mes nos
viéramos obligados a abandonar aquel tolmo muertos de sed y de hambre.
El islote es un peñasco ventoso, árido y duro, con una rala vegetación de lentisco, sardón y
algún pino enebro pegado al suelo para defenderse mejor de los vientos cálidos que los asolan. La
costa es abrupta y abunda en acantilados que sin ser de mucha altitud la hacen difícil e incómoda
pero hacia el sureste hay una pequeña ensenada que permite a los navíos acercarse y en la que
construimos un pequeño muelle para el atraque de las carracas que nos abastecen cada 15 días más o
menos.
A veces, cuando el día es claro y no lo ocultan las calimas, es visible la costa como una
línea azul y leve y creemos ver la población de Tortosa y lo que queda de la que fue una de nuestras
mejores fortalezas, ligeramente al norte.
No tenemos contacto con nadie salvo cuando llega el aprovisionamiento y alguna ocasional
recalada de pequeños barcos de pesca árabes que echan sus redes por las cercanías (mientras nos
espían) y luego nos ofrecen sus capturas a un precio razonable que nos permite variar un poco la
magra dieta con la que nos sostenemos.
Aún sabiendo lo inútil de aquellas labores todos nos aplicábamos en las construcciones que
levantábamos, mayormente de adobe porque la piedra era difícil de extraer y la poca que teníamos la
empleábamos en los lienzos exteriores. Todo avanzaba muy lentamente porque la madera para
andamios y encofrados era muy escasa. Los únicos momentos de solaz llegaban al término de la
jornada, cuando algunos de nosotros nos bajábamos hasta el mar a limpiarnos. Los mas atrevidos,
como es mi caso después de mi experiencia cuando estuve lisiado, nos zambullíamos en las aguas y
aún enseñe a mas de uno a perder el miedo y nadar lo necesario para no ahogarse aunque en
cualquier caso una buena parte de ellos consideraba que aquel aspecto lúdico de la limpieza no era
demasiado digno de un caballero que se preciara de serlo, lo que motivó mas de una sesuda
discusión que siempre contaba con la irreducible oposición de uno de los freires físicos con que
contábamos, borgoñón y muy estricto en sus convicciones, que afirmaba ex cátedra (y tenia sus
adeptos) que el agua y los baños, amen de ser una costumbre árabe y por lo tanto pagana y poco viril,
era además perniciosa porque debilitaba el vigor de los músculos y pudría la piel. En algún momento
saqué a colación lo que aprendí sobre Galeno e Hipócrates referente a la limpieza corporal, (sin
mencionar las fuentes porque no llegaran también a tildarme de hereje) y solo conseguí que me
mirara con suspicacia y me inquiriera si cuestionaba sus conocimientos, cosa que no hice, absit,
¡Solo faltaba!. El hecho es que los que llevábamos mas tiempo por aquellos lares considerábamos la
limpieza en otros términos sin duda extraños para los recién llegados de occidente.
Corrado de Masci, que desde su aventura en la Ciudad Santa había desdeñado las tareas
cortesanas y prefirió las guerreras, nos acompañaba. También teníamos con nosotros dos freires
originarios del reino de Aragón: Diego de Ampurdá y Pedro Cuique. A Ferran hubimos de mandarle
de vuelta velis nolis (aunque era fácil sospechar que había mas de velis) con un grupo numeroso, por
una epidemia de fiebres que les vaciaba las tripas y los consumía, debido posiblemente a que el
agua se nos pudría en las cubas antes incluso de descargarla de los navios.
En cualquier caso no tuvimos demasiado tiempo para lamentarnos porque una tarde de la
primavera y cuando se acababan de ocultar en el horizonte las velas de las carracas que nos habían
avituallado, otras velas que aparecieron por el sur nos alertaron y aunque en un principio se
perdieron en la costa, a la mañana siguiente volvieron a verse, y esta vez venían hacia nosotros. Por
el numero de ellas supimos que si nuestra estancia en Ruad era dura, lo peor estaba por llegar.
Contamos diez y seis navios que hervían de tropas turcas, sin duda embarcadas en la cercana
costa y que nos dejaba claro que la operación había sido planeada con tiempo y rigor. Tropas
enviadas por tierra hasta las cercanías de Tortosa para ser embarcadas en bajeles procedentes de sur
con un fin claro; expulsarnos también de aquella roca inhóspita.
Sabiéndose a salvo, el grueso de la flota fondeó fuera de la ensenada, vacía excepto los pobres
restos de alguna embarcación expoliada hasta su última madera útil, mientras dos de los navios se
apartaron de la flota y recorrieron la costa sin duda buscando algún punto de desembarco que les
ofreciera mas garantías o estuviera menos protegido para intentar el asalto a la isleta. Mientras
observábamos su maniobras sabíamos que en aquella tesitura el tamaño de Ruad nos favorecería
porque siendo tan reducida nos era fácil prevenir su desembarco donde quiera que lo intentaran.
A la mañana del segundo día y después de que la mayor parte de los navios se abarloaran, sin
duda para reunir a los capitanes y tomar decisiones, botaron un esquife que se metió en la ensenada y
fue autorizado a desembarcar a los parlamentarios que nos expusieron sin ambages que la isleta
pertenecía a los pescadores de la población de Tortosa como lo atestiguaban los restos de dos o tres
barcas de pesca que se veían varadas en la orilla. (Quizás en algún pasado remoto lo fueron o más
probablemente eran pecios devueltos por el mar). Que habíamos expulsado a sus legítimos dueños.
Que éstos se habían quejado al Sultán que les había escuchado con la suprema atención que siempre
prestaba a sus súbditos, y que su insigne alteza, representado por el aguerrido Emir Fasser iben
Nazar, comandante de las fuerzas navales que veíamos, nos concedía lo quedaba de la mañana para
rendir la plaza y devolvérsela a sus dueños.
Éramos duchos ya en toda la palabrería y circunstancias que surgían en enfrentamientos de esa
índole y no tenia mucho sentido enzarzarse en dimes y diretes sobre la razón que les pudiera
acompañar porque estaba clara su intención. Se les respondió educadamente que no teníamos medios
para abandonar la isla, como era fácil ver, y que por lo tanto seria conditio sine qua non el que ellos
pusieran sus buques a nuestra disposición para empezar a considerar la propuesta. Cuando
entendieron la humilde y forzada ironía dada nuestra precaria situación, se irritaron y dieron la
vuelta después de la obligada salutación: “Alah yahfadhaq".
Vimos que en los bajeles turcos se izaba algún pendón que supusimos pertenecía al emir al
mando y que indicaba que el próximo movimiento seria el desembarco y posterior asalto a nuestras
fuerzas. Aunque estábamos preparados, realmente no se había previsto una situación así ni llegamos
a pensar que Al`Malek se molestara en armar una operación de ésta envergadura dado el poco valor
de Ruad. La única explicación lógica que se nos ocurrió se relacionaba con una cuestión de prestigio
de cara a sus súbditos. No aceptar la proximidad templária en sus dominios, aún sabiendo que su
soberbia le costaría cara porque si bien era patente que de allí no podíamos huir ni sorprenderlos
con ninguna treta de guerreros avezados, tenían todas las de perder y de conseguir algo seria a costa
de muchas bajas porque nuestra posición era de dominio de la situación mientras nos quedara agua,
lo mas vital de nuestras carencias que supusimos desde un principio que conocían y aprovecharían.
Por otro lado ellos no estaban en mucha mejor situación, hacinados en los bajeles, pero tenían la
costa cercana donde podían aprovisionarse o reponer sus tropas.
En nuestro caso tuvimos poco que discutir. Estábamos allí nolens volens y allí nos
quedaríamos : ¡Deo volente!.
Aun transcurrieron dos días sin actividad para nosotros mientras las embarcaciones turcas se
afanaban yendo y viniendo de la costa arrastrando cualquier tipo de embarcación que se encontrara
por las inmediaciones y que les fuera útil para el asalto, cargadas hasta las bordas de todas las
tropas que pudieran albergar. Para nosotros fue difícil calcular el número. ¿Dos mil?
Fue a la amanecida del sexto día cuando se decidieron a desembarcar empleando todo el
arsenal de naves medianas y pequeñas y dejando los bajeles en reserva. Lo hicieron por dos puntos;
el puerto y un paraje de la costa norte que supongo razonaron como menos malo. En ambos lugares
los arqueros de que disponíamos, el empleo del pez y las pértigas que nos habíamos ingeniado con el
maderamen que empleábamos para la construcción fueron suficientes para, desde posiciones mas
elevadas y cómodas, castigarles con un ingente montón de bajas, hasta el extremo de que a mediodía
la retirada era general en ambos puntos y quedaban a la deriva embarcaciones ardiendo mientras que
las que escaparon de la quema no se atrevían a acercarse lo suficiente como para recoger a los que
nadando o flotando se encontraban inermes, pasto fácil para nuestros arqueros que además estaban
obligados a afinar el tiro porque como ya he mencionado, no contábamos con medios para construir
mas flechas.
Fue una carnicería, pero útil porque no teníamos más posibilidades que defendernos como lo
hacíamos o perecer. También era fácil de entender que los turcos, después de montar una operación
de aquella envergadura, no estaban autorizados en pensar siquiera abandonar el campo por la
vergüenza o el deshonor que conllevaría, amen de que acarrearía la ira de Al'Malek y eso seguro que
era mas temible para los capitanes que la muerte propia en combate.
Apenas tuvimos bajas y estas a cuenta de los ballesteros con que contaban. Sus arqueros apenas
alcanzaban nuestras posiciones y los que llegaron a desembarcar no lo hicieron en condiciones para
crearnos grandes problemas.
Fue el comienzo. Parte de los navios de porte volvieron a la costa mientras que los que se
quedaron con la tripulación reducida se dispusieron a esperar a los que nos avituallaban olvidando
de momento el asalto a nuestras posiciones.
Lo que ocurrió a continuación era de esperar. La semana siguiente fue de inactividad por
nuestra parte hasta que se divisaron en el horizonte las tres carracas de avituallamiento. De inmediato
comenzamos a hacer señales para indicarles el peligro que les esperaba de modo que cuando las
naves turcas salieron de detrás de la isleta, las nuestras estaban ya virando en redondo y sacando
toda la vela para escapar del acoso. La persecución duró lo justo para poner nuestras naves en fuga.
No pretendían más. Dieron la vuelta y volvimos a encontrarnos todos en la misma situación, pero
nosotros sin esperanzas. Casi sin alimentos y con tres cubas de agua corrompida para mil almas, y
ellos esperando el momento en que decidiéramos poner fin a aquella insensata situación.
No creo necesario mencionar que ni el mas optimista esperó ayuda porque montar una
operación de tamaña envergadura llevaría demasiado tiempo y aún en el supuesto, poco probable, de
que hubiéramos tenido en Chipre suficientes barcos como para llevarla a cabo con garantías de
éxito. Pasamos una semana mirando al cielo y rezando porque algo de lluvia nos aliviara nuestra sed.
Tampoco ocurrió.
Privaciones, sed, fiebre, debilidad y muerte por calenturas. Esperaron otra semana quizás
pensando que ya no ofreceríamos resistencia y se equivocaron. Cierto que nos faltaban las fuerzas,
estábamos casi todos exhaustos y apenas nos manteníamos en pié. Tuvimos que sacrificar las
caballerías, primero las mulas y en último lugar los corceles, y aunque fue indigno, bebimos su
sangre y comimos su carne. Lo que nos apenaba es que entre nosotros se encontraba medio millar de
hombres que poco o nada tenían que ver con el conflicto porque no eran guerreros, aunque en todo
momento se portaron con total dignidad. El ejemplo mas notorio que se me ocurre recordar ahora es
que en los cuatro últimos días se les ofrecieron los pocos cuencos de agua que nos quedaban y se
negaron a aceptarla cuando ya muchos de ellos yacían postrados por las fiebres o la debilidad, sin
fuerzas siquiera para levantarse.
Hubo otro asalto, digo, en el que trataron de meter una parte de los bajeles en el puerto, con
desespero y mas probablemente pensando que dada nuestra debilidad seriamos fácilmente reducidos
y ellos volverían al Cairo a vanagloriarse ante el Sultán de que habían asaltado y vencido a los
templarios en su propio terreno. ¡Fallax in speciem! . El hecho es que esta vez consiguió
desembarcar un buen número de ellos y el pequeño muelle vivió la pugna mas violenta y cruel que
se dio en Ruad. Una vez más sin cuartel. Allí cayeron el mariscal Bartolomé y uno de los
aragoneses, Pedro Cuique que protegía el BEAUSEANT, y allí un ballestero, desde la cubierta de
alguno de los navios árabes, ¡Deus lo vult!, me acertó en la cadera sana con un virote que traspasó
el escudo y la cota, pero a la caída de la tarde éramos de nuevo los dueños del muelle aunque nos
costó casi la mitad de los combatientes, y no nos quedaban fuerzas para arrojar los caídos que
alfombraban el muelle, al mar. Dos de los bajeles no volvieron a hacerse a la mar porque los
incendiamos, no sin vaciar sus bodegas y afanar las viandas y el agua que encontramos, que tampoco
era mucha. Aquella noche la empleamos en curar nuestros heridos que fueron abundantes, a mi me
sacaron el virote y la herida no fue grave y vendada con fuerza no me impedía moverme,
descansamos lo que pudimos y rezamos por los caídos sin esperar demasiado del nuevo día.
Una vez más a la amanecida volvió a acercarse un esquife sorteando los cadáveres que
flotaban y lo que quedaba de los navios humeantes para traernos la paz. Destacamos al otro
aragonés, Diego y a un tolosano de nombre Nicolás, con la misión de no aceptar ningún arreglo que
supusiera la entrega de nuestras armas ni la enseña. Si su condición era el abandono de la isla, la
aceptábamos siempre que nos proveyeran de vituallas y agua hasta el momento en que la pudiéramos
abandonar a bordo de nuestro propios barcos, en no mas de unas dos semanas, y si exigían su
abandono inmediato, podíamos aceptarlo (carecía de sentido permanecer allí en aquellas
condiciones) si se nos aseguraba el traslado hasta la costa con una Alama de su visir y esperar allí
nuestro rescate. Se debería respetar la vida y el honor de todos y nosotros a cambio prometíamos que
cejaríamos en nuestra pugna y abandonaríamos Ruad o la costa tan pronto nos fuera posible.
El parlamento fue breve y nuestros enviados volvieron a poco para informarnos que su emir
había aceptado la segunda condición porque su misión era expulsarnos de Ruad. Nos trasladarían a
la costa pero no aceptaban que subiéramos a sus navios armados porque no se fiaban de nuestras
intenciones. Deberíamos entregarles las armas antes y tan pronto desembarcáramos se nos
restituirían. Diego el aragonés había entendido sus temores y había aceptado aún sin contar con la
aquiescencia del tolosano que se temía alguna indignidad de los turcos.
A la mañana siguiente lo que quedaba de la fuerza templaría que había ocupado durante los
últimos años el islote de Ruad estaba dispuesta para su abandono y nos congregamos en el muelle.
Éramos en total 327 y una treintena de heridos. Palpábamos el temor sobre todo entre los sirvientes
que nos habían acompañado. A media mañana tres navios entraron y descargaron la tropa turca so
capa de vigilar nuestro desarme. Los freires fuimos los primeros para dar ejemplo. Dejamos nuestras
armas, dagas y puñales, mazas, cascos, espadas, hachas, escudos, incluso las cotas.... y fuimos
subiendo a uno de ellos. Cuando el último de nosotros fue izado a la nave, se desencadenó la
indignidad. Mientras nosotros, inermes, éramos reducidos a mazazos y arrojados a las sentinas, las
tropas de soldados turcos se cebaron con los que quedaban en tierra ya desarmados, arqueros,
auxiliares y heridos, hasta degollarlos a todos.
Aquel mismo día por la tarde fuimos desembarcados en el puerto de la ciudad de Tortosa
donde nos fue permitido conocer al Emir que había traicionado su honor de manera tan indigna.
Supongo que bajó a tierra para vanagloriarse ante la población de su falsa victoria. A los 67 que
quedábamos vivos nos arracimaron en el muelle hasta que llegó el felón y su cohorte de capitanes
entre los que me pareció reconocer a aquel safir que nos despidió cuando abandonamos Jerusalén
aunque no lo supe con certeza porque no se significó en ningún momento. Realmente debíamos
ofrecer una imagen lamentable a los curiosos que se habían acercado al puerto.
Nos sentíamos culpables de la muerte de nuestros hombres y no recuerdo, en aquellos
momentos, haber observado entre nosotros ni el más mínimo signo del que se ha dado en llamar
orgullo templario. Habíamos sido vilmente engañados y fuimos incapaces de preverlo. Nuestra
ingenuidad había supuesto la muerte de aquellos que estaban bajo nuestra protección. No teníamos
perdón y Dios debiera castigarnos por ello.
-¡Mi nombre es Fasser iben Nazar, y soy el emir que os ha derrotado!. Solo quiero que
sepáis que aún estáis vivos porque mi señor el Sultán al'Malek al'Ashraf así lo ha ordenado. Los que
os ayudaron no valían ni para esclavos pero vosotros aún viviréis si vuestro Maestre paga vuestro
rescate en besantes de oro- Vestía una chilaba encima de una férrea armadura pulida y brillante que
le cubría brazos y pecho y se tocaba con un turbante de lino rojo que abrazaba un casco metálico y
puntiagudo. Tenia las facciones pálidas en contraste con la barba negra que le ocultaba una buena
parte de la cara dejando ver solo unos ojos inquietos y, hasta donde me pareció ver, crueles. Nos
habló en latín con rara perfección, en vez de emplear el árabe como habría sido normal. La poca
fuerza que nos quedaba la empleamos en increpar a aquel sayón indigno que sin darse por aludido
prorrumpió en carcajadas que mas parecían ocultar su vergüenza y fuese.
Aquel día nos dejaron en el puerto rodeados de tropas árabes que acallaban nuestras
protestas con látigos o mazas y no se nos proporcionó ningún tipo de vianda o liquido que aliviara
nuestra postración. No fue eso lo peor, ya que al menos pudimos descansar y curar en la mejor
medida nuestras heridas, lo peor realmente era nuestra humillación y nuestro sentido de culpa para lo
que no estábamos preparados.
Cuando ya la noche se había cerrado, un grupo de soldados árabes se acercó a donde nos
encontrábamos y empezaron a indagar entre los cuerpos caídos por el cansancio y la extenuación.
Una patada me sacó de mi letargo y unas voces me instigaron a ponerme de pies. Cuando lo
conseguí, me observaron por unos momentos a la luz de los candiles que llevaban y después, sin
contemplaciones me separaron de mis compañeros y me arrastraron fuera del circulo que
formábamos hasta otro grupo mas alejado que les esperaba en la sombra.
-¡Assalamu aleikum, cristiano!. No tenia mas dato que tu tamaño, pero te vi entre los que
peleaban en la isla y me alegro de que no hayas muerto: "Ana 'arif kif nar a'dhun tikui"-. Alguien se
dirigía a mí pero yo no era capaz de ver sus facciones.
-¿Quien eres y que deseas de mi?
-Mi nombre o el de los que me acompañan no te lo daré porque además no es importante. En
todo caso debes saber que nos conocimos en la ciudad de Jerusalén donde yo oficié de Safir. Solo
queremos decirte que yo, los que me acompañan y nuestros soldados somos guerreros árabes y nos
enorgullecemos de ello porque tenemos la valentía y la dignidad de los soldados de Alah.
-¡Pacta sunt servanda! , turco, no me hables de valentía y dignidad después de haber
deshonrado un pacto. ¿O crees que estaríamos rendidos de haber sospechado cual seria vuestra
conducta?.
-Lo sé, lo sé.... refrena tu lengua, cristiano, ¡la tassubbu asseita 'ala annari!. Nosotros también
nos sentimos avergonzados, porque debes saber que nuestro emir, el que se vanaglorió hoy de
haberos vencido, nos es mas que un renegado genovés al que despreciamos, un muladí al que ha
protegido nuestro Sultán, ¡attala Alah' rahumum!, por ser experto navegante pero que carece de la
virtud y el honor que debe esperarse de un autentico mahometano por mucho que haga ostentación de
ello. Quiero que sepáis, vosotros templarios, que nos avergüenza su conducta y que a pesar de sus
bravatas, informaremos al Sultán de su conducta impropia. El resto no está en nuestras manos. Seréis
conducidos hasta el Cairo a pié porque quiere que pase el tiempo y humillaros, y que los que
lleguen, porque deberá llegar alguno vivo, no se acuerden de la vejación que se os ha inflingido. A
nosotros, como ya te he dicho, nos interesa que lleguéis, los que lleguéis, para que si es necesario
corroboréis ante la justicia de los cadies la vergüenza que han sufrido los ejércitos del Sultán al'
Malek, en los que nos sentimos orgullosos de servir, pero con dignidad.- Realmente me sentí
confundido y tampoco me dieron tiempo siquiera para responder.
-Como entenderás sigue siendo nuestro emir y no podemos reprobarle su conducta porque
haría lo imposible para acallar nuestras voces como fuera, de modo que nadie en el Cairo le quite la
gloria de haberos vencido. ¿Lo entiendes, templario?. Vosotros decís "scire, tacere" y yo te lo pido
aquí ahora, así que procura llegar con vida porque os necesitaremos para recordarle su cobardía.
"Alah yitawil' umru".- Me saludaron y se fueron.
La marcha se inició al día siguiente, atados por la cintura y el cuello con fuertes sogas de los
navios y en grupos de seis. Tampoco se con exactitud cuanto tiempo transcurrió hasta que llegamos a
la capital del imperio mameluco, en el Cairo. Calculo que fueron unos dos meses de sufrimientos,
vejaciones y piojos, incluidas la curiosidad y la befa de los habitantes de las poblaciones que
cruzábamos y en las que nuestros captores pregonaban que éramos templarios aunque nuestros
harapos no ayudaran a nuestra identificación. Ya desde un principio nos dispusimos para soportar lo
peor con la ayuda de Dios, la muerte incluida. No hubo piedad tampoco con los más débiles. Aquel
que cayera o entorpeciera la marcha, era degollado al momento y de éste modo perdimos más de la
mitad de los compañeros, entre ellos a Diego el aragonés. Al principio pudimos contar los que iban
quedando en el camino, pero a medida que la marcha continuaba se nos hizo imposible llevar la
cuenta. Mi herida, que si bien en un principio no revistió ninguna gravedad, se enconó y me produjo
fiebres y pus abundantes que me curaba como podía cada vez que hacíamos un alto y sin mostrar
debilidad porque aquello suponía la muerte, amen de que me repugnaba la idea de morir sin
dignidad. Me horrorizó ver morir de esa guisa a demasiados freires que no tuvieron tiempo de
encomendar su alma al Altísimo con un poco mas de consuelo.
................................
Tenemos que llegar....Hemos de llegar......Hemos arruinado nuestros calzados y nos
cubrimos los pies llagados con tiras de las pocas ropas que aún nos cubren. Las sogas que nos unen
laceran el cuello, y si en algún momento la fiebre, la debilidad o un desfallecimiento te tiran,
arrastramos a nuestros compañeros de cuerda o nos ahorcamos sin su ayuda. Levantarse con premura
antes de que lleguen los hoscos guardianes que vigilan nuestra marcha, porque a la postre también el
camino es duro para ellos, y te rompan la cabeza con una maza o te degüellen sin mas....Y siento una
vez mas la voz del ángel que me protege y que camina a mi lado sufriendo como yo....... ¡Vamos
sigue!,. Es el castigo que debes sufrir con entereza porque no supiste ver su doblez y causaste la
muerte de tus sirvientes y escuderos... no te rindas. ¡Ayuda a tu hermano!.....¡Vamos!.....Y su animo
me mantiene en pié y me empuja. Un día más arrastrando los pies hasta que llegue la noche y el
cansancio de los que te vigilan les obligue al descanso....Un día más. No importa cuanto quede. Un
día más. Y miras a los que te rodean. Demacrados, gimientes. Aguantar hasta que llegue la noche....
¡Luego descansaremos, hermano!..... ¡Dios nos ayuda!.....¡Ten fe y reza!....¡ Vita brevis breviter in
brevi finietur. No desfallezcas.... ¡Recemos todos en voz alta! ....Mors venit velociter quae neminem
veretur. ¡Vamos, que se oiga nuestra oración: . Omnia mors perimit et nulli miseretur!-
. Apoyándote en un compañero o ayudando a otro que se encuentra como tú o peor, pero de
pies, erguido hasta que llegue la noche y te concedan un poco de descanso que te permita aflojar un
poco el nudo del cuello desollado y quizás hasta un cacillo de agua o algo de comida por mísera que
sea..... Que te restituya las fuerzas necesarias para encarar el día siguiente.
Hoy le ha tocado entregar su alma a Eurico el tuerto, un normando que llevaba en la Orden
mas de veinte años, y a Corrado, que dejó las chancillerías para convertirse en guerrero. Las fiebres
y la debilidad se comían al normando y no se tenía en pie. Había caído varias veces a lo largo del
día pero estuvimos cerca para ayudarle. Por la tarde y ya exhausto volvió a caer pero antes de que
pudiéramos llegar hasta el lo hizo el maldito sayón asesino que estaba esperando el momento y
cogiéndole por los pelos le levantó la cabeza con una mano mientras que con la otra, armada de un
corvo cuchillo, le rebanaba la garganta y se reía viendo como el freire se ahogaba en su propia
sangre que se le escapaba a borbotones del horrible tajo. Luego lo dejó caer cuando vio que nos
lanzamos a por el y junto con los otros sicarios y aún riéndose la emprendieron a golpes de maza con
nosotros, ahí murió Corrado con la cabeza reventada. No era la primera vez que habíamos oído la
risa soez de ése sayón cobarde en actos parecidos. Dos días después y a la mañana, cuando sus
compañeros fueron a despertarle, lo encontraron muerto con la cabeza hendida por una gruesa piedra
que aún tenia al lado. Una vez más nos majaron a golpes de maza tratando de saber como nos las
habíamos ingeniado para llegar hasta él pero no sacaron nada en claro salvo la muerte de dos
hermanos más, pero a partir de entonces se alejaban de nosotros cuando llegaba la hora del descanso.
......................................
Llegamos unos treinta. Tampoco sé el número exacto porque nos separaron y durante algunos días
nos encerraron en las mazmorras de lo que parecía ser una fortificación a la entrada de la ciudad.
Habíamos perdido la noción del tiempo y no esperábamos ya casi nada. Famélicos, los pies, las
manos y el cuello convertidos en una llaga. Quemados y agotados y aún tratando de mantener el
mínimo necesario de dignidad. Cuando nos encerraron supuso una bendición porque se nos alimentó
y pudimos descansar después de la pesadilla que dejamos atrás. Pasaron unos días y una amanecida
nos sacaron de nuestro confinamiento y volvimos a ver la luz del día. Nos volvieron a reunir a todos
y pudimos contar 23 freires o para ser más exacto, lo que quedaba de nosotros. Demacrados,
sangrientos, sucios, exhaustos y casi desnudos. De nuevo una marcha de casi un día y otro descanso
nocturno esta vez dentro de la población donde se nos permitió lavarnos y despiojarnos
someramente hasta que de nuevo nos pusimos en marcha y fuimos conducidos con otra guardia
diferente, mejor armada y vestida hasta un recinto interior o patio de armas de lo que sin duda era un
palacio árabe de hermosa factura y muy cuidado. De lejos y en una terraza cubierta de linos y toldos
de vivos colores nos observaba un grupo de árabes sin duda importantes por sus vestiduras y por el
número de guardias que los rodeaba. En algún momento parte del grupo bajó del área cubierta y se
acercó a nosotros, y pude conocer a al'Malek, pues era él en persona que quería vernos de cerca.
Era bajo y rechoncho, de facciones barbilampiñas y abotargadas. Llevaba la cabeza cubierta
con un turbante inmaculadamente blanco y vestía holgadamente con telas finas como las que llegaban
de oriente. Solo una daga de hermosa factura, recamada con cristales y de unos dos palmos se
entreveía bajo el cinturón de cuero muy repujado. La voz aflautada y poco viril. Nada en el causaba
el efecto de la autoridad que debía poseer salvo los ojos, oscuros y astutos, extrañamente duros en
aquellos rasgos débiles.
Se adelantó hacia nosotros seguido de los que le acompañaban y flanqueado por varios
guerreros de piel negra como el carbón, enormes y hercúleos, posiblemente nubios, que sujetaban
desmesuradas espadas curvas que brillaban al sol con reflejos azulados. Al lado de aquellos titanes
negros, la figura del Sultán Al'Malek me pareció patética y enana.
-¿Quién de vosotros es el jefe, la máxima autoridad?
-Todos somos iguales-. Respondió uno de los freires que se encontraba más cercano a él.
Le vimos sonreír y comentar algo con los que obsequiosamente le rodeaban, luego se lo pensó
y con displicencia me señaló con una mano enjoyada: -¡Acércate tú, el más grande!- . Me moví hasta
donde se encontraba y al llegar a su proximidad dos de los negros que le flanqueaban pretendieron
que me arrodillara y al negarme me golpearon hasta dar con mis huesos en tierra. Entendí que había
llegado mi final y en mi fuero interno acepté la muerte pidiendo perdón por mis pecados al Altísimo,
pero Al'Malek les dijo algo y uno de ellos me ayudó a que me incorporara de manera que mi cabeza
quedara mas baja que la suya. Al final decidí sentarme en el suelo con las piernas recogidas en una
actitud que a la postre era de sumisión por mucho que no quisiera aceptarlo, pero es que no me
quedaban fuerzas para mas. Entonces pudo mirarme de arriba abajo y se sonrió aunque sus ojos
seguían siendo duros como el pedernal.
-Sabes, templario... no permito que ninguno de mis súbditos me mire desde una altura superior
a la mía-. Habría sonreído yo también si me hubieran quedado fuerzas viendo la desproporción entre
él mismo y los negros de su guardia personal.
-Yo no soy uno de tus súbditos, Sultán-
- Ya sé que no eres uno de mis súbditos. Solo eres un prisionero cuya vida no tiene valor
alguno para mí, aunque quizás lo tenga para vuestro Maestre Molay. Puedo hacer lo que quiera con
vosotros-. Y se volvió a los que le rodeaban como si necesitara que corroboraran sus palabras: -Os
puedo vender como esclavos..... o torturaros hasta que olvidéis vuestra arrogancia y pidáis
clemencia....o mataros por indignos...... Se me había dicho que erais duros guerreros y como tales os
tenía y hasta os respetaba, pero no lo demostrasteis. Deberíais haber muerto todos en combate y yo
os habría honrado porque siempre he respetado el valor. En cambio rendisteis vuestras armas como
corderos y vendisteis a vuestros sirvientes para salvar la vida....-. Su voz cambió y se hizo dura y
chillona...... ¡Y ahora me vienes a decir, estúpido cobarde, que no te arrodillas ante mi!..... ! Que
sepáis que no os mando decapitar porque no os merecéis que os convierta en mártires!.......- Y se
permitió escupir con desprecio.
La ira y la vergüenza, como una bilis amarga, me subieron hasta la garganta a medida que
escuchábamos la voz aflautada y despectiva que nos incriminaba arteramente y no me importó nada
que nuestras vidas estuvieran en sus manos. Escuché a mis hermanos que trataban de incorporarse y
le increpaban detrás de mí. Y Dios me escuchó porque en un momento le pedí que se me permitiera
decir lo que pensaba, y grité:
-¡Mientes. Mientes. Mientes!- Y durante unos momentos esperé la muerte rápida que no llegó.
– Mientes como mintió tu visir Fasser iben Nazar cuando, al no poder vencernos, nos ofreció en tu
nombre un pacto de honor. ¡Mientes, aunque seas el príncipe del Islam . Y aunque nos mates o nos
vendas como esclavos, o nos tortures…,Mientes! porque en tu nombre, uno de tus visires mintió
también e incumplió su palabra e incurrió en la infamia y el deshonor-. La rabia me dominaba y
hube de alzar la voz por encima de las de mis hermanos, y pedí al Altísimo que me dejara terminar lo
que tenia que decir. Había perdido el temor y solo me quedaba orgullo. Tenía que echarle en la cara
la infamia que nos había conducido hasta allí, pero es que además vi que realmente creía lo que nos
había dicho porque sus facciones porcinas expresaron claramente no solo la ira que le embargaba
por mi atrevimiento, además vi estupor o sorpresa o algo que me hizo entender que no conocía los
hechos. Y yo debía aprovechar su desconcierto..... .- ¡Y ahora nos dirás que no fuiste informado!......
¡Si no crees lo que te digo, pregunta a los capitanes que acompañaban a tu indigno visir, porque ellos
mismos se avergonzaron de su conducta!- Y volvieron a patearme los negros de su escolta, a mí y a
mis hermanos hasta arrojarnos de nuevo al suelo donde nos siguieron golpeando con saña aunque ya
no nos importaban los golpes, solo queríamos recuperar un pizco de nuestra dignidad perdida......, -
Claro que puedes matarnos, pero recuerda que estamos ante ti de esta guisa solo porque tus soldados
solo saben ganar batallas usando del engaño y la cobardía y tú sabes, porque nos conoces, que por
nuestra voluntad estaríamos muertos antes que postrarnos ante ti.-
Y arrastrándome en el suelo como un puerco, pateado y herido aunque exultante, disfruté del
único placer que tuve en mucho tiempo cuando las facciones de Al'Malek se demudaron y dio un
paso hacia atrás como si nos temiera mientras los gigantes negros nos rodeaban y aprestaban su
brillantes espadas curvas esperando la señal de su señor.
Se recompuso pronto aunque sus manos se engarfiaron sobre sus vestiduras, quedó un
momento en silencio y sus ojos iban de mí a mis hermanos y de ellos a los que le acompañaban que
me pareció mantuvieron un mutismo total mientras miraban al sultán con espanto. Después éste se
inclinó hacia mi y su gesto se hizo cruel y su voz tembló: -¡Has querido ofenderme, templario, y por
mucho menos de eso he hecho rodar muchas cabezas! - Se calló y nos miró sin cambiar el gesto. -No
sé lo que pretendes pero te voy a conceder el beneficio de la duda-. Se volvió a los que le
acompañaban aún con el gesto adusto: - Quiero que se sepa que por encima del disgusto debe estar
siempre el sentido de la justicia, aún para infieles- Luego se volvió de nuevo hacia mi que seguía
postrado en la tierra...... pero ¡Liahmikum Alah si me has mentido!, y no dudes de que lo sabré de
inmediato.-
No hubo mas ni nos volvió a mirar. Se dieron vuelta y se alejaron mientras la guardia que
nos vigilaba nos sacó de aquel recinto con malos modos y fuimos llevados de nuevo a la prisión que
habíamos ocupado y en nuestra miseria estábamos contentos porque después de nuestro infortunio,
después de la muerte de los cientos de nuestros servidores y compañeros, al menos el Señor nos
había concedido el premio de nuestra defensa y la posibilidad de denunciar la conducta del infame
que nos cautivó con malas artes.
No nos importaban nuestras pobres vidas pero soñábamos con que Al'Malek averiguara la
verdad y al menos nos restituyera el honor perdido. Yo no había olvidado aquella oscura entrevista
en el puerto de Tortosa y pensé que nos ayudaría si aquellos hombres estaban en la corte y aún tenían
interés en salvar su honor, porque lo que estaba claro es que la denuncia no se había llevado a cabo
vista la situación que acabábamos de vivir. Lo cierto es que en los días siguientes nuestra
alimentación mejoró y empezamos a recuperar fuerzas y cuidar de nosotros mismos con la somera
ayuda de algún físico árabe que nos visitó y nos proporcionó vendas, emplastos y untes para nuestras
heridas. No volvimos a saber del Sultán lo cual ya era una buena señal y empezamos a creer que
seriamos rescatados por nuestra Orden aunque sin duda a un alto precio.
Y fue en aquellos días, y lo menciono porque ahora sé que sus coletazos llegaron hasta la isla de
Chipre e incluso mas allá, que en las inmediaciones de la capital del Islam y en medio de nuestras
desdichas, fuimos testigos de un brutal fenómeno de la naturaleza, un terremoto de tal magnitud como
nunca habíamos visto y una vez mas Dios Nuestro Señor nos protegió y ninguno de nosotros resultó
seriamente dañado lo cual en si fue otro milagro. Fue al cuarto día después del encuentro con el
Sultán Al'Malek. Ya durante la noche anterior de aquel día de prueba, sentimos temblores violentos
en la prisión que ocupábamos pero muchos de nosotros habíamos vivido experiencias parecidas en
aquellas regiones y lo le dimos mayor importancia, sin embargo al iniciarse la mañana los temblores
fueron en aumento y los muros de la prisión amenazaron con resquebrajarse mientras las techumbres
dejaban caer cascotes y polvo hasta el extremo de que los guardianes que nos vigilaban, asustados,
se acordaron de nosotros y nos empujaron a que abandonáramos la fortaleza por temor a que se
derrumbara sobre todos. Los temblores continuaron y se hicieron más violentos mientras corríamos
con nuestros guardianes alejándonos tan rápido como podíamos y sin saber hacia donde. Y el pavor
aferró nuestros corazones porque el cielo se ensombreció y la tierra se movía hasta dar con nuestros
huesos en tierra y un rugido como de montañas que chocan se adueñó del aire y se levantó un viento
como de huracán y aquello nos pareció que era el fin del mundo. Nos arracimamos, ciegos y sordos
en el suelo que se rompía, pidiendo clemencia al cielo que nos mostraba todo su poder y su ira. Y
aquello no cesaba y nos caían encima arena y piedras mientras rezábamos sin oírnos, tal era el ruido
que nos rodeaba. Y luego, al cabo de un tiempo que no supimos medir, empezó a decrecer, pero no
se veía nada, la oscuridad nos envolvió y se seguían escuchando fortísimos ruidos debajo de nuestros
pies que aterrorizaban al mas templado. Pasaron horas y volvió un poco de luz. Entre el polvo
aparecían gentes aterrorizadas que corrían enloquecidas alejándose de la población y buscando el
campo abierto, arrastrando sus hijos y cargando con las pertenencias que podían o los animales que
querían seguirlos.
Trascurrieron dos días más hasta que el aire empezó a limpiarse y la tierra dejó de temblar
y supimos, se nos dijo, que había sido un desastre de dimensiones desconocidas hasta entonces.
Miles de humanos habían muerto bajo los escombros de sus casas, en su mayor parte destruidas. El
mar se había levantado en olas gigantescas y había arrasado los puertos con sus habitantes y
embarcaciones. Los palacios, las casas, las fortalezas, se habían roto sepultando en muchos casos a
sus moradores, incluso el faro del puerto de Alejandría que había sido construido hacia cientos de
años y que era el orgullo de la ciudad desde tiempos que no se recordaban ya, se había deshecho
desde los mismos cimientos y hundido en el mar sepultando bajo sus restos varios navios. Muchos
de nosotros lo habíamos empleado de guía en alguna de las incursiones que se realizaron en la última
época y nos había maravillado porque sin duda era una construcción ingente.
Y pasaron los días y mientras esperábamos ser rescatados, porque al final se nos dijo que se
respetarían nuestras vidas y volveríamos a ser libres, pudimos observar los daños que el terremoto
había causado a la ciudad porque se nos condujo de nuevo a lo que quedaba de esta y se nos confinó
en un recinto que ya no era una prisión, semiderruido como casi todo lo que nos rodeaba y que había
sido uno de los palacios del Sultán. Se nos alimentó y trató dignamente, incluso en nuestras heridas,
por lo que entendimos que la verdad se había abierto camino al fin, aunque esa circunstancia no
devolvería la vida a todos aquellos compañeros que había muerto ignominiosamente. Debo dejar
claro que no era solo su muerte lo que nos atormentaba, sino la forma en que habían muerto, sin razón
ni dignidad.
Un mes después nos condujeron a lo que quedaba del puerto y pudimos ver más allá de la bocana
un navío con la enseña del Temple que nos esperaba y que no podía entrar dado el estado de
destrucción de la costa. Y fue en aquel momento, cuando veíamos nuestra salvación próxima y
habíamos olvidado la aventura con el Sultán Al'Malek, cuando se nos acercó un capitán árabe con su
escolta y nos hizo señas de que quería hablar con nosotros. Nos acercamos hasta él que nos saludó y
nos informó de que era uno de aquellos que en Tortosa había hablado con nosotros. También nos dijo
que Al'Malek, efectivamente había indagado sobre la conducta de sus tropas en la isleta de Ruad y
que al enterarse de los hechos por boca de los capitanes que estuvieron presentes en el acuerdo del
visir Fasser iben Nazar con nosotros, estalló en cólera y ordenó decapitar a este sin mas dilación y
sin permitirle siquiera defenderse o explicar su conducta. Después mandó que se nos tratara como
duyuf sharraf e incluso envió un emisario a Chipre para informar al Temple de nuestro número y del
hecho de que éramos libres y podríamos abandonar El Cairo tan pronto vinieran a recogernos. La
conversación fue breve y no se mencionó para nada el terremoto que sin duda había asolado cuando
menos una parte de su reino ni se disculpó aunque tampoco lo esperábamos pero hubimos de admitir
que en la medida de sus creencias y del caos en que debía encontrarse su gobierno, el Sultán trató de
parecer justo.
Fuimos trasportados en faluchos hasta el navío de la Orden y al final nos vimos de nuevo
entre nuestra gente que nos abrazaba con alegría porque según se nos dijo, durante bastante tiempo y
al no saber nada de nosotros se nos había dado por muertos.
La llegada a Limassol fue triste y dura. Sin duda nuestro estado y circunstancias hirieron
profundamente a Molay y a los que quedaban del capitulo de la Orden que bajaron a recibirnos al
puerto y que al vernos se echaron en nuestros brazos inquiriendo detalles de nuestra aventura y
algunos llorando profusamente, como fue el caso del Maestre, por todos los que habían muerto en el
camino. Allí me encontré a Ferran que también lloraba al verme, y a Gilles que había pretendido
embarcarse sin éxito en el navío que fue a buscarnos por ver si me encontraba entre los vivos aunque
después juraba a todos los que quisieran escucharle que siempre tuvo la plena convicción de que aún
no había llegado la hora del freire Martín el castellano, por mucho que se nos diera por muertos.
A comienzos del año 1.303 abandonaron Chipre dos navios del Temple con treinta freires
y un número superior de armigueris. Entre ellos estábamos Gilles, Ferran y yo. Nuestro destino
inicial era Marsella. La iglesia estaba pasando por un momento muy delicado y por ende la Orden
del Temple, sin sede estable y con el Capitulo disperso, la mitad en Paris y la otra mitad en Chipre.
Aunque nuestro poder en el mundo cristiano era enorme, se habían alzado voces que discrepaban
sobre la conducta a seguir. En el país franco, donde éramos más fuertes y se centraba nuestro imperio
financiero, se abogaba por establecer la sede, sin embargo muchos de nosotros temíamos la política
que llevaba a cabo Felipe el Bello y los intentos que había hecho para ponernos al servicio de sus
intereses. Se daba el caso de que en aquellas circunstancias se empezaron a escuchar voces que
hablaban de la posibilidad de buscar una alianza con los reyes hispánicos y ayudar a estos de forma
más efectiva en su lucha contra el Islam a cambio de que se viera con buenos ojos el asentamiento de
nuestra sede en alguno de sus reinos. De hecho a lo largo de nuestra larga historia, los caballeros
templarios habían ayudado, a veces de forma definitiva, a los diversos reyes de las coronas de
Aragón, de Castilla, de Navarra y de Portugal. El problema en cualquier caso residía en el hecho de
que no deberíamos depender de nadie que no fuera el papado y que, dado nuestro poder financiero y
militar, se nos temería o lo que es peor, despertaríamos la codicia alrededor de donde quiera que nos
estableciéramos.
No andaban mejor las relaciones entre el Papa Bonifacio VIII y la corte franca. Es más exacto
decir que la situación ya era insostenible. Hacia unos meses, a finales del año 1.302 y un poco
después de que lo más florido del ejército franco fuera derrotado y humillado por los flamencos, el
Papa echó mas leña al fuego y promulgó otra bula mas, la Unan Sanctam, en la que aseveraba sin
lugar a dudas que el poder terrenal se supedita al espiritual. El Papa está por encima de los Reyes.
Vino a decir: "Arrodíllate ante mi o te excomulgaré con la consecuencia de que tus súbditos ya no
tendrán que obedecerte y perderás tu corona".
Yo aún estaba muy quebrantado después de nuestra amarga experiencia en Ruad y posterior
prisión y cuando llegamos a Marsella apenas me tenia en pié, comido por las fiebres y la debilidad.
Gilles fue enviado de inmediato al Vieux Temple para formar parte de la delegación templária que
asistiría a la ceremonia del nombramiento de Gran Inquisidor del reino franco, cargo para el que
había sido elegido un tenebroso y extraño personaje, de la camada del Capeto, que se hacia llamar
Guillermo de Paris. Yo, por otro lado, tan pronto tuve fuerzas para ello, me dirigí con la ayuda del
fiel Ferran, a una de nuestras sedes mayores cercana a Rennes, en tierras del Languedoc y que
contaba con una hermosa fortaleza y varias encomiendas en unos terrenos de tan grande extensión que
de hecho pudiera considerarse como un pequeño reino en si mismo donde debería descansar y
esperar mi restablecimiento.
Había pasado la mayor parte de mi vida como freire templario en oriente y no conocía en
profundidad como se vivía o que funciones realizaban mis hermanos fuera del ámbito guerrero por lo
que mi llegada a occidente fue una experiencia curiosa. Aquel tipo de vida dedicada al estudio y a la
administración no se parecía en nada a lo que yo había hecho hasta entonces. Ecónomos, copistas,
teólogos, filósofos, astrónomos, matemáticos.... doctos hermanos que pasaban su vida estudiando las
ciencias, o inclinados sobre códices y legajos que reproducían y coloreaban con una elegancia y
belleza sin igual en un material que sustituía a la tradicional vitela, mas difícil y costosa de adquirir,
lo llamaban papel y se fabricaba apaleando trapos viejos hasta convertirlos en pulpa que luego
aprestaban con cola y prensaban de modo que al final conseguían unas láminas finas y flexibles
realmente notables sobre las que se podía escribir con sistemas que yo no había sospechado.
Precisamente en esos ambientes vi con frecuencia a los hermanos mas mayores utilizando sobre la
nariz unos vidrios que ellos mismos fabricaban y con los que, dándoles una curvatura determinada, se
podía ver con una precisión que parecía milagro. Los había que estudiaban la aplicación de la
brújula, o la rueca, o el sistema que empleaban los árabes en sus navios al colocar el timón en la
popa, la alquimia y el tratamiento de los metales, la botánica con multitud de plantas de efectos
beneficiosos para el humano y sus dolencias y otras mortales y venenosas como el beleño, la
belladona o el acónito, algunas de ellas llegadas del lejano oriente como la mandrágora.......y entre
todos ellos parece que destacaba especialmente el freire Antonius, un arisco y seco anciano que en el
curso de sus investigaciones ya había perdido un ojo y tres dedos de una mano, amen de uno de sus
auxiliares, y que ni aún así cejaba en el empeño. Le habían asignado para sus ensayos una apartada
torre, chamuscada y sucia por dentro y por fuera, donde trataba de penetrar en los misterios de un
polvo negruzco que el mismo producía mezclando diferentes elementos y que se inflamaba y
estallaba con suma frecuencia al contacto con el fuego y cuya ciencia también provenía de los
árabes. Estudios sin duda notorios y avanzados de los que yo estaba lego y que eran maravilla,
aunque a mi modo de ver sus vidas me parecieran monótonas y tristes, poco adecuadas para mi
carácter. No tuve duda de que su misión era al menos tan importante como la mía pero es que
además estaban orgullosos, y no les faltaba razón, ya que poseían entre aquellas paredes una buena
parte del saber occidental e incluso una de las mayores bibliotecas del reino franco, en cualquier
caso menesteres que exigían una vida mas contemplativa que la mía, y aún debo decir que gracias a
ellos y sobre todo mientras duró mi lenta recuperación, me fue posible entender algunos aspectos
simples de su ciencia y conocer la vida y obras de Isidoro, obispo de Sevilla, que había vivido allá
por el año seiscientos y al que llamaban Doctor Hispaniae. Tenían en sus estantes la Regula
Monachorum, De viris ilustribus y sobre todo Originum sive etimologiarum que si bien leí solo en
los aspectos que, dada mi poca cultura podía entender, se consideraba como el compendio del saber
humano de la época en que el vivió.
Al cabo de unos cuatro meses las fiebres fueron remitiendo y mi esqueleto empezó de nuevo a
cubrirse de carnes y pude pensar de nuevo en hacer vida normal e incluso participar en los ejercicios
guerreros aunque éstos eran patrimonio de una mínima parte de los freires de la comunidad.
A mediados del mes de abril nos llegan noticias aún más alarmantes de Paris y que reflejan la
pugna entre el papado y la corte franca que no se resigna a ser anatematizada de continuo por la
crítica papal y pasa a la ofensiva. El Capeto reúne en su palacio del Louvre a la corte, la alta
nobleza y a la Iglesia franca, los obispos, los franciscanos, los dominicos, el Cister....y desde luego
los italos Colonna, todos aleccionados por los ministros Nogaret y Playsans que les presentan un
documento condenatorio contra el Papa Bonifacio VIII acusándole de hereje con palabras
apocalípticas: "Papa ilegitimo, herético, sodomítico, endurecido y envilecido por sus muchos
crímenes. De su boca solo salen maldiciones y maldades contra todo y todos. Sus garras chorrean
sangre de miles de inocentes. Expolia las iglesias y roba a los pobres en su propio beneficio. Odia la
paz y propugna la guerra. Es la abominación que había profetizado San Gabriel". Solo les faltó
acusarle de haber matado a Cristo Jesús. El documento es aprobado por todos y enviado a todos los
reinos cristianos de occidente porque nos llegan noticias de su recepción de los lugares mas dispares
aunque a priori nadie le hace el mínimo caso. Pasan los días y en julio la escena se repite en el
mismo sitio y con los mismos personajes a los que se ha unido una vez mas el templario Hugo de
Pairaud desoyendo las directrices del Gran Maestre.
Desde luego el apostolado de Benedetto Gaetani, el papa Bonifacio VIII, tuvo desde el
principio sus claroscuros y aunque nadie se creyó nunca que él hubiera sido la causa de la muerte de
su antecesor, el pobre Celestino V, acusación que le persiguió desde el mismo día de su
nombramiento, no pasará a la historia por su ejemplaridad en el desarrollo de su labor apostólica,
antes bien fue sabido su carácter soberbio y avaricioso. Muchos sufrieron su nepotismo y mas que
nadie los Colonna, a los que persiguió con autentica saña impropia de un pontífice, los despojó de
sus posesiones incluido su feudo Palestrina e incluso excomulgó por cuestiones particulares a los dos
cardenales de la familia, hecho que no pasó desapercibido y que fue muy criticado. Nosotros, el
Temple también debimos entonar nuestro particular mea culpa porque empleó tropas nuestras y del
Hospital para su guerra particular aunque en el caso de las Ordenes Militares se adujo que nuestros
estatutos se basan en la obediencia total al papado como nuestro jefe en la tierra. Incluso aquel
discurso en el que asentaba su teocracia comparando al papado con el sol y las monarquías como
lunas que solo podía brillar cuando recibía la luz del sol, no le ayudó a hacerse amigos entre los
reyes occidentales por más que el símil expresado en otros términos fuera aceptable o al menos
discutible. Sin embargo no toda su obra fue tan negativa ni sujeta a la crítica. Durante su papado se
compiló de una vez por todas el Derecho canónico. También celebró en gran jubileo de Roma y
canonizó al abuelo del rey Felipe e incluso aceptó el arbitraje que detuvo la guerra que mantenían
hacia años los galos y los anglos aunque desde luego se lo hizo pagar. En cualquier caso se estaba
jugando demasiado fuerte contra la figura del Sumo Pontífice porque resultaba muy incómodo en el
reino franco donde además se habían refugiado los Colonna que amen de no ser unos santos, echaban
al fuego toda la leña que podían.
Cuando todo este montaje llega a oídos del Papa Bonifacio, que se encuentra descansando de
los rigores romanos en el palacio familiar que los Gaetani tienen en Anagni de donde son oriundos,
este se inflama de ira y sin más prepara otra bula, esta de excomunión contra el rey franco y sus
ministros. Pero es que lo peor está por ocurrir. Nogaret y los depuestos Colonna han reunido un
millar de sicarios y en secreto se han desplazado hasta Anagni adonde llegan a primeros de
septiembre y sin más preámbulos asaltan el palacio. La pugna es dura pero los asaltantes son
demasiados y al final reducen a las fuerzas papales. Después, mientras unos se dedican a expoliar la
residencia, otros llegan hasta Bonifacio y le prenden con la intención de llevarle encadenado a
Paris para juzgarle. El ruido y los gritos han despertado al pueblo que a una se lanza contra los
invasores y de nuevo se origina una feroz pelea en la que ahora los que llevan la peor parte son los
sicarios del rey franco. Viéndose perdidos, Nogaret y los Colonna se dan a la fuga mientras el
pueblo da buena cuenta de los sacrílegos y libera al anciano Papa cuyo orgullo, que sin duda es
mucho, ha quedado herido y vejado. A los pocos días, Bonifacio, con la salud quebrantada por los
sucesos vividos pero bien escoltado, vuelve a Roma donde exhausto y enfermo, dicen que de
humillación, muere a poco sin que la bula de excomunión tenga tiempo de ver la luz.
La historia es insólita pero la conocemos todos, es real. El rey Felipe deja claro a todo el
mundo cristiano que no se detiene ante nada que se interponga entre él y sus fines. La iglesia se
horroriza y una buena parte de la curia, manejada por los Orsini, nombra rápidamente al Cardenal
Bocasini, romano y dominico, que había permanecido al lado de Bonifacio en los momentos de
angustia, con el nombre de Benedicto XI. Todos suponemos que la pugna continuará porque el nuevo
Papa tampoco cede ante las exigencias francas y aunque se aviene a retirar del acta de excomunión al
Rey, no cede con relación a la de sus ministros. El proceso sigue su curso pero dos días antes de que
se complete y a los seis meses de pontificado el nuevo Papa muere de forma extraña. Dicen que a
consecuencia de unos higos que le sentaron mal. Todos aquellos que vivieron el suceso de cerca
concluyeron pensando que no fue extraño que los higos le sentaran mal, sobre todo si se considera la
circunstancia de que fueron previamente envenenados.
Y ya los sucesos que menciono son conocidos por todos porque ocurrieron hace dos años y
aún los recordaré de nuevo porque nos llevan, entre otras cosas a la razón de estas memorias. A
primeros del mes de julio del año 1.304 la cristiandad esta otra vez sin Sumo Pontífice y transcurrirá
casi un año hasta que se acuerde a quien dar la tiara pontificia. Las noticias que van llegando en ese
tiempo permiten afirmar que el rey Capeto ha presionado a la curia hasta que esta, reunida en
Perugia elige a Beltrán de Got, de 40 años y a la sazón arzobispo de Burdeos. Me atreveré, no a
juzgarlo porque a la postre es el Papa y como tal el representante de Dios en la tierra, pero sí a
ofrecer la semblanza que a la luz de lo conocido, nos ofrecen sus hechos que son vox populi.
Voluntarioso solo por vivir en la opulencia con la pléyade de sirvientes que forman su corte
particular y enfermizo amen de que deja bien claro desde el primer día que no tiene intención de
abandonar el país franco, lo cual ya constituye otra anormalidad que también tiene su explicación; su
mas firme valedor es sin duda el rey franco Felipe que ha hecho lo imposible porque saliera
nominado siempre que se quedara bajo su tutela, pero es que además Beltrán de Got teme a Roma
donde tiene demasiados enemigos y por ende quiere seguir teniendo cerca a la bella Brunissende, su
barragana, que siendo ya notoria en la corte arzobispal de Burdeos no debe dar oídos a sordos en
otros ámbitos donde causaría mas escándalo si es que cabe.
Volviendo a mi, en junio del año 1.305 dejo con algún pesar mi retiro en Rennes y con mi
inseparable Ferran subo hasta Paris donde me encuentro de nuevo con Gilles que languidece entre
freires ecónomos y cortesanos y cuyo único solaz son las practicas guerreras en las que ya se ha
hecho temer porque no hay día en que no participe en alguna refriega que no llene de freires la
enfermería.
En mi recorrido hacia el norte me doy cuenta de la enorme importancia de la Orden en el País
franco. Tenemos un número ingente de encomiendas, fortalezas, poblaciones, con todo el apoyo
humano que supone. Nuestra economía es boyante a pesar de los préstamos que hacemos a la corona
franca so capa de que guardamos en los sótanos del Vieux Temple el tesoro real que hasta hacia poco
se guardaban en el palacio real del Louvre.
Cuando llego a Paris me encuentro una ciudad grande de bellos edificios y mansiones de buena
factura de la alta nobleza franca al lado de barrios enteros de gentes harapientas y miserables que se
mueren de hambre debido a los impuestos de la corona. Se encuentra a la vera del rió Sena que es
navegable hasta allí mismo por lo que cuenta con un pequeño pero activo embarcadero en el que
paso algunos momentos de reposo observando como las insaciables gaviotas acosan a los barcos
pesqueros que llegan de Caláis y el puerto de Le Havre, mas al norte, hasta que los marineros les
arrojan los restos inservibles de la pesca que ellas son capaces de coger incluso en el aire con una
destreza que me pasma. Cerca de nuestra sede se encuentra el monumental palacio del Louvre,
residencia del rey Felipe y su corte. También cuenta con una hermosa y moderna catedral que llaman
de Notre Dame además de una universidad de renombre como es La Sorbonne que si bien en un
principio se creó para los estudiantes pobres, en estos tiempos tiene tanto lustre como las mas
conocidas de occidente. Los aires que se viven aquí no tienen nada que ver con mis experiencias
anteriores y de hecho me siento un poco perdido en estos ambientes mezcla de opulencia insensata y
miseria como no he visto antes, olor a putrefacción y aguas podridas al lado de perfumes de oriente y
brocados de seda. El rey Felipe, omnipotente y soberbio, maneja con mano de hierro y por igual a la
nobleza, la Iglesia o las universidades, y por insólito que parezca, ha creado un ejercito propio que
depende exclusivamente de él aunque luego no tenga con qué pagarlo. Pertenece a la dinastía Capeto
que recibe el nombre, según dicen, porque los primeros de la familia, allá por el año mil, tenían la
cabeza del tamaño de una sandia de dos arrobas y se cuenta que alguno de aquellos reyes quiso
hacerse un yelmo de combate y hubo de amnistiar a los encadenados del reino y aún no hubo bastante
hierro de modo que tuvieron que fundir una de las campanas de la catedral antigua. Este personaje,
sin embargo es alto y esbelto, sin duda bien parecido por lo que le llaman el hermoso o el bello, de
pelo rubio y ojos claros y sabe moverse con una majestuosidad serena y a mi modo de ver un punto
pretenciosa, además cultiva fama de pío y asiste a los oficios religiosos con harta frecuencia amen de
que no se le conocen ni amoríos ni desviaciones de otra índole. Expuesto lo anterior, debo consignar
sin embargo que se escucha con harta frecuencia a gentes de su entorno afirmar en voz baja, eso si,
que en realidad es un idiota total aunque esclavo de la ambición y que su política y sus actos son en
realidad producto de sus dos ladinos ministros Marigni y Nogaret que son los que le dirigen y hasta
le sugieren que mantenga la boca cerrada para que no se le noten las carencias cuando se deja ver.
También se dice que Nogaret, al que ha concedido el titulo de guardasellos real, ha alcanzado tan
alto rango halagando su vanidad y haciéndole creer que su apostura era señal evidente de su alto
destino, incluso hasta convencerlo de que debe aspirar a convertirse en el Rex Bellator que lleve a
cabo la cruzada definitiva contra el Islam para lo cual debiera unificar bajo su mando las Ordenes
Militares y erigirse así en el primus Inter pares de las monarquías occidentales que le aceptarían
como su jefe natural en una misión sagrada como esa, ya fuera Jaime el aragonés, Eduardo el anglo,
el germánico Rodolfo, Fernando el castellano o Dionis el portugués aunque estos dos últimos ya le
caerían mas a trasmano. No se tienen datos que avalen estas habladurías pero desde luego sin duda
se lo creyó y ha tiempo, como ya sabemos, que presionó a la Iglesia con el objeto de convertirse en
el jefe natural de las Ordenes Militares, máxime a raíz de la propuesta en el mismo sentido que hizo
el venerable e iluminado Raimon Llull, el anciano teólogo que nos visitó en Chipre y del que luego
he sabido que dio clases magistrales aquí mismo, en La Sorbonne.
Gilles llevaba un tiempo en la comisión que el Temple tenia cerca del gran inquisidor del
reino franco y a mi llegada y a petición propia me unieron con él y cerca del Visitador general de la
Orden Hugo de Pairaud, considerado proclive a los dictados del rey franco, y del preceptor del reino
franco Gerard de Villiers, personaje abierto y menos sumiso que Pairaud, buen conocedor de los
Santos Lugares donde residió y peleó al lado de Beaujeu con mejor suerte que éste.
Tanto Gilles como yo nos encontramos un tanto fuera de lugar porque no sabemos movernos
entre tanto titulo y tanto blasón y entendemos que nos miren como unas rara avis aún así se nos trata
con cierto respeto porque ignoran la razón que nos ha llevado hasta allí y piensan que somos los
adelantados del gran Maestre que llegamos con alguna y oscura razón especifica relacionada quizas
con el funcionamiento de la Orden en el pais franco de cara al abandono de Chipre como nuestra
segunda base. Villiers que además es uno de los integrantes del mermado Capitulo de la Orden no se
atreve a darnos cometidos cerca de la corte franca porque somos demasiado rudos para movernos
cerca de los altos dignatarios y sin embargo nos exhiben como de los pocos combatientes que
sobrevivieron a la caída de San Juan Acre. El hecho de que sepamos leer y escribir en un principio
nos situaba en el círculo de los elegidos para tareas mas sosegadas de scriptorium entre los más de
doscientos freires que viven en el Vieux Temple por lo que de una forma humilde pero firme los dos
hemos dejado claro que no estamos dotados para tales menesteres y se nos ha exonerado también de
ellos. Nos movemos de un lado para otro y tenemos cierta libertad de acción, pero incluso en estas
circunstancias me ha sido dable conocer a personajes como Guillermo de Paris, el gran inquisidor
franco, o al eximio jurista Playsans o incluso al denostado Nogaret, por cierto, los tres se llaman
Guillermo. También he estado cerca del rey aunque no tanto que yo mismo tuviera propia opinión que
no se refiera a su apostura, sus silencios y la pausada forma de moverse que como ya he expresado
me parece afectada.
Nogaret es a mi juicio el más peculiar. Enteco y nervioso. De mirada penetrante y aviesa. Se
mueve en la corte con la autoridad que le confiere el hecho de ser el principal canciller del rey y es
poco apreciado por la soberbia y ligereza con que juzga aquello que le es ajeno. No tengo dudas de
su inteligencia pero le pierde el odio que destila en el trato con los que el considera inferiores y que
se atribuye al hecho de haberse encumbrado desde abajo. Se dice que su padre fue muerto por la
Inquisición porque era cátaro, lo cual, si es cierto, podría explicar la inquina que tiene a la Iglesia.
Se le teme y desprecia en la misma medida y él lo sabe y sabe también que su fortuna depende del
favor real por lo se ha rodeado de una camarilla que escarba e indaga con los medios que sean donde
sea preciso de modo que él siempre cuenta con mas información que los demás, y mejor aún si esa
información tiene una base escabrosa o difamatoria que el pueda aprovechar y aún llega a mas
porque se sabe que ha hundido a mas de uno inventando hechos o circunstancias no probadas pero
que han hecho caer en desgracia a mas de uno de sus enemigos. Se le tiene miedo y él se aprovecha
de ello sin pudor ninguno.
Los otros Guillermos parecen más inocuos. Playsans es un pomposo y engolado cortesano y
el gran inquisidor Guillermo de Paris es un dominico torvo y avieso con el único mérito de haber
sido el confesor real y ahora un perro con rabia a las órdenes de su señor.
El reino franco es contradictorio, o quizás debiera decir que lo que resulta extraño es la
política de la corona. Una corte fastuosa hasta un nivel difícilmente comprensible porque está en la
ruina. El rey ha dilapidado y dilapida dineros que no tiene. Ha expoliado a judíos, lombardos y a la
Iglesia y menos mal que la larga pugna contra el amanerado rey Eduardo de Inglaterra se acaba de
saldar con un acuerdo después años guerreando amen de que le ha permitido aumentar el tamaño de
su reino de una forma considerable porque el acuerdo ha supuesto el cese del apoyo del anglo a los
flamencos que después de haber vencido a las tropas francas hace tres años en Courtray, ahora no les
ha quedado mas remedio que aceptar la soberanía de Felipe.
La última barbaridad cometida por la corona para hacerse una vez mas con fondos ha sido,
velis nolis, devaluar casi en dos tercios la moneda lo que ha supuesto de inmediato una subida de
los precios tan cruel para el sacrificado pueblo que éste se ha echado a la calle y a punto ha estado
de expulsar al propio rey del trono. De los que mas han sufrido con la medida ha sido el propio
Temple y sus finanzas, porque ha supuesto una merma importante de nuestros efectivos al ser
custodios de muchas pequeñas fortunas de las que debemos responder ante sus dueños, y la paradoja
ridícula ha estado en que la gente de Paris, arruinada y enrabietada con la medida, se ha dirigido en
masa y con malas intenciones al Louvre. Huyendo de la turba que les amenazaba, el propio rey y sus
consejeros, entre ellos el ínclito Nogaret, no encontraron otro refugio que nuestra sede del Vieux
Temple y hubimos de darles cobijo hasta que las tropas reales llegaron a la ciudad y se enfrentaron,
causando mas de un millar de victimas, a los revoltosos sin que al parecer esta masacre haya
preocupado a nadie.
Los últimos acontecimientos que nos han sorprendido me obliga a sacar a colación a los que
durante tanto tiempo han sido nuestros compañeros de armas, los hospitalarios y a su nuevo Gran
Maestre, Fulco de Villaret, sobrino del anterior Guillaume y bastante mas activo que aquel, que nos
está demostrando que es realmente un hombre capaz. La ultima tentativa papal relativa a la unión de
las dos ordenes se mereció un "Juncti sed non uncti" también de Fulco que no cabe duda tiene las
ideas bastante claras. Celebró no hace mucho el último capitulo aquí y a pesar de las presiones que
le aconsejaban establecer la sede aquí en Paris, se negó en redondo y comentó entre los mas íntimos
que si ya era poco aconsejable quedarse cerca del rey Felipe y sus pretensiones, ítem mas con un
Papa franco, nequáquam.
Los hechos son que los guerreros hospitalarios han ido abandonando casi diría que
subrepticiamente el reino franco en los últimos meses y sin explicar la causa. A poco se supo que su
Gran Maestre dejaba Chipre camino de Roma y a la vez nos enteramos con sorpresa de que una flota
genovesa ha puesto sitio a la isla de Rodas, situada entre Creta y la costa de Anatolia. ¿Génova
metiéndose en aventuras guerreras? No suena creíble por lo tanto hay que buscar otra explicación, y
ésta aparece cuando nos enteramos que los guerreros que ocupan esas naves son Hospitalarios. La
sorpresa es total en la Santa Sede, en Paris e incluso entre nosotros los templarios.
La génesis, una vez conocidos los hechos es simple y brillante. Villaret tiene bien presente,
como nosotros, que necesita una sede para su orden y desde luego alejada del país franco. También
ha descartado la posibilidad de una nueva y utópica cruzada y no debe mantener por mas tiempo a sus
guerreros inactivos. ¿Es necesario incidir en que ambas Órdenes se encontraban en las mismas
circunstancias y con los mismos problemas? Pues bien, no hace mucho tiempo un comerciante
genovés se llegó a Limassol y propuso a ambos Maestres la conquista de la isla de Rodas, un nido de
piratas árabes mal organizados y olvidados de Constantinopla. La aventura es factible y además con
su conquista se ganaran los parabienes de la cristiandad. Molay sigue pensando que la razón y
existencia del Temple no se concibió para esos fines y dice que no, pero Villaret es capaz de ver un
poco más allá. Una base propia donde ellos sean sus propios amos y una futura sede alejada de
influencias extrañas, ergo, no se lo piensa y actúa sin dar oídos a sordos.
El siguiente paso, protocolario pero oportuno, consiste en pedir la bendición papal para su
aventura por lo que se embarca para Roma aunque él ya ha tomado la decisión y sus tropas se
disponen a asaltar el bastión pirata cuyo único obstáculo es una fortaleza en el extremo oeste de la
isla que una vez conquistada les dará el dominio de la población de corsarios sin mas
complicaciones. Se podrá argüir que no resiste la comparación o que yo mismo no debiera opinar
sobre el tema pero como fui uno de los que lo sufrí, no puedo olvidar lo desafortunado que fue tratar
de mantener, cuando todos sabíamos que nos abocaría a un desgraciado final, aquel islote de Ruad y
la diferencia que supone embarcarse en aventuras serias y con futuro como el caso de Rodas, grande
y poco menos que indefensa en estos momentos, lo suficientemente lejos de la costa anatolia como
para no considerar la posibilidad de sufrir a posteriori un hipotético asalto desde tierra porque una
vez fortificada se puede convertir en un bastión inexpugnable. Nosotros no supimos hacerlo y ellos
si, amen de que las últimas noticias nos dicen que el asalto y dominio de la isla es solo cuestión de
tiempo y el Gran Maestre Villaret no tiene prisa sin con ello se aleja de sus enemigos potenciales. Un
claro ejemplo de previsión y coraje del que debimos aprender cuando aún nos quedaba tiempo.
Nosotros sin embargo nos hemos movido entre brumas, especialmente en el Vieux Temple y
con demasiados interrogantes sobre las torcidas actuaciones en la corte franca que ya desde un
principio se dirigían contra nosotros.
Queda poco más que decir y lo que queda no es tampoco demasiado halagüeño en ningún caso
si me remito a mis últimos momentos vividos en la capital de la corte franca. En esas fechas nos
enteramos de que en Chipre, donde ya sabíamos que no éramos unos huéspedes bien vistos, solo se
nos ocurre meternos en política una vez mas y apoyar tibiamente la revuelta de Amalrico contra su
hermano el rey Enrique y encima fracasar cuando de hecho, como ya he mencionado, nuestras fuerzas
allí eran muy superiores a las locales. Indecisiones, dudas, politiqueos….errores en suma.. Es
patente que nos sigue faltando visión de futuro especialmente en aquellos momentos en que nos
jugábamos nuestra supervivencia. De nuevo en la corte franca ocurren cosas extrañas que no se
quisieron estudiar en profundidad cuando a mi juicio daban mucho que pensar. Por un lado, el
chambelán real, Enguerrand de Marigni, nos pide una relación de todos los establecimientos que
tenemos en el reino, incluidos los religiosos, numero de caballeros y sirvientes. En las mismas fechas
mas o menos, Renato de Roye que es el tesorero real, nos inquiere con untuosidad si seremos
capaces de estimar el monto de nuestros fondos en el Vieux Temple de Paris e informarle al respecto
porque están pensando en revaluar la moneda….. ¡Preocupante! ¿Con qué motivo surge súbitamente
en la cancillería franca ese interés desusado por conocer nuestras posesiones y bienes en su
reino?.... La razón que aduce el tesorero es que la última devaluación llevada a cabo por el rey ha
causado la ruina a muchas familias y conocer el estado de nuestras finanzas les permitiría ajustar el
nuevo valor del oro ya que nosotros retenemos una buena parte de los fondos del reino. ¡Pero
bueno…! ¿Tal imagen de estupidez damos que piensan que podemos creer esa explicación
ramplona?.... ¿Pero alguien en estas tierras es capaz de creerse que el rey Felipe, que lleva años
esquilmando al pueblo hasta límites innobles para pagarse sus fastos, que ha robado a los judíos y a
los lombardos de forma ignominiosa, que debe al Temple mil veces mas de lo que vale su alma
corrupta, que se ha gastado en guerras en las que solo estaba en juego su soberbia mas de lo que vale
su reino, que está endeudado hasta las pencas….., pero alguien es capaz de creerse que el rey bello
quiere y puede revaluar la moneda? Desde luego la desvergüenza de la cancillería real no tiene
límite porque es que además ocurre que precisamente cuando rebajó el valor del oro el mas
perjudicado fue el Temple como garante de multitud de depósitos de todo el orbe cristiano, no solo
del reino franco. En cualquier caso lo preocupante no es esa explicación ridícula del tesorero real
sino la razón repentina del desusado interés de los adláteres del rey sobre nuestras finanzas y
posesiones, aunque desde luego las respuestas a esas preguntas reales se les darían “ad calendas
grecas”. Era preocupante aunque muchos no quisieron verlo, otros sin embargo empezaron a pensar y
a atar cabos sobre las cosas extrañas que ocurrían relacionadas con nuestra Orden.
Y en éste punto de los hechos, a poco que recapitulemos nos encontramos con estas
cuestiones: El recién nombrado Papa Clemente comienza su apostolado empecinándose en la unión
de las dos Ordenes Militares, el rey franco se empacha mas que nunca en que se le corone Rex
Bellator y se le nombre Gran Maestre del Temple y del Hospital, por otro lado se nos prodigan
últimamente insidias y descalificaciones sin fundamente de ningún tipo pero que tienen una
resonancia artera, y por último, ese interés inusual por nuestras propiedades y tesoro. Insisto, hubo
algunos que empezaron a atar cabos y las conclusiones a las que llegamos fueron que se urdía algo en
el país franco en connivencia con el papa y contra la Orden del Temple.
LOS LOPE junio 1307, annus domini
Cuando al final se avistaron los dos jinetes hubo más de un suspiro de alivio porque aunque el
tiempo de espera no fue largo, el viento serrano mordía las carnes bajo las vestimentas y alguno se
rebullía y pateaba el suelo en un vano intento de ahuyentar el frío, pero así lo había querido el señor.
Sus mercedes serian recibidos como se merecían.
Aunque en voz baja, se oía algún comentario de los mayores que recordaban a Martín, el
hermano mayor que le quedaba al amo y que dejó la heredad muchos años ha para meterse en una
cruzada allá por Tierra Santa junto con Ferran, el joven gañan que le acompañó y Yago del que se
sabía que no volvería porque dejó su vida defendiendo posiblemente a los otros dos en aquellas
lejanas tierras donde dicen que nació Cristo. Llegaría Martín y los reconocería a ellos. Un viejo
desdentado juraba en voz alta que en mas de una ocasión le había propinado un par de pescozones y
otro recordaba que les hizo espadas de madera para sus juegos y todos callaron cuando el viejo ayo
les llamó al orden y luego se preguntó en voz alta si era justo que Dios también hubiera dado el don
del habla a los idiotas.
El amo, ajeno a los murmullos de su gente, se había adelantado unos pasos y permanecía en
silencio, de cara al camino por el que llegaría su hermano. Solo le acompañaban los grandes
mastines que después de tirarse entre ellos unas tarascadas y gruñir a los sirvientes, se habían
arrimado al amo y al final se habían sentado a su lado como si ellos también esperaran algo.
Hacia días, desde que le avisaron de que Martín estaba en Ponsferrata había estado tratando de
recordar sus facciones. Alto y roblizo, pero también se debía a la diferencia de edad entre ambos. El
pelo moreno como todos los Lope y......Poco mas. Rememoraba los ratos y situaciones que habían
pasado juntos pero sus rasgos se negaban tercamente a aparecer. Se habían perdido, suponía, durante
los largos años de ausencia. Hubo momentos en que creyó ver un atisbo de su imagen pero cuando
trataba de aprehenderla y darla expresión se volvía a escapar y le creaba una extraña sensación de
culpabilidad, luego lo razonaba y volvía a las andadas. Llegó a pensar si eso ocurriría porque se
había olvidado de él en los últimos tiempos. Podía ser. Sencillamente sus caminos se habían
separado y él desde entonces estuvo muy atareado y tuvo otras obligaciones y cosas en qué pensar.
Llevaba años trabajando de sol a sol y manteniendo las tierras que heredó de su padre sin más
ayuda que su propio tesón. Y hubo momentos muy difíciles en los que a punto estuvo de rendirse
cuando no tuvo dineros para pagar los tributos que le concernían, concejiles, realengo, diezmos de la
Iglesia, o las fonsaderas que llegaban sin saber a tenor de qué.... Las cosechas fueron pobres y el
ganado murió en los largos inviernos y el hambre los atenazó, a él y a todos y miró para atrás y no
vio mas que miseria pero seguía recordando aquello que oyó a su padre cuando las cosas se ponían
difíciles “Dios aprieta pero no ahoga”. Y siguió luchando por sus tierras y sus gentes hasta que las
circunstancias mejoraron porque no había otro camino y aunque hubo momentos de desesperanza y de
agotamiento, al final los tiempos le dieron un respiro y pudo continuar la brega endureciéndose y
tirando del carro de modo que cuando el destino lo volvió a golpear con la muerte de su mujer
Adriana, fue capaz también de sobrellevarlo e incluso, después de dejar pasar el tiempo oportuno, de
buscarse otra compañera aún sabiendo que no contaba con la aquiescencia de sus hijos porque los
hijos son siempre egoístas y no quisieron entender que él aún era joven y seguía necesitando que le
calentaran la cama. Bien cierto era que ésta Sancha no llegaba ni a descalzar a la extinta Adriana que
se dejó la vida compartiendo con él los momentos amargos, pero había que disculparla porque era
mucho mas joven, quizás hasta demasiado, y tampoco la pedía mucho mas que no fuera el puchero
caliente y un poco de calor cuando llegaba cansado y se metía bajo la frazada.
Y ahora llegaba su hermano. El que debiera haber heredado la hacienda a la muerte de Adrián.
El que tenia que haber peleado todo lo que había peleado él, aunque a la postre eso habría supuesto
que él, Artal, hubiera seguido siendo un segundón en vez del amo que era ahora. Pero su hermano se
hizo monje y perdió los derechos de sucesión. Y aún sacó a su padre un buen pellizco que sin duda
habría venido bien para otras cosas. Pero se fue y ahora yo, Artal, el amo de la hacienda de los Lope,
le estoy esperando, al fraile templario que después de mas de veinte años vuelve a vernos. Pero esa
es otra historia. Ni mi hermano ni yo somos culpables de nada. No le he quitado nada ni él tiene
ningún derecho a nada. Sencillamente a la muerte de nuestro hermano mayor, y a la renuncia de los
derechos patrimoniales de Martín, solo quedaba yo como heredero y lo que he hecho es continuar la
tradición de la familia cuando murió padre. Tampoco es un fraile sin más. Es un caballero templario,
y es bueno tener en la familia un caballero además de monje y eso es importante. Pocas casas lo
tienen. Ninguna que yo sepa.
Y le vino a las mentes aquella última vez en que se vieron en aquella extraordinaria ceremonia
auspiciada por el tío Blasco en el castillo de Ponsferrata, cuando su hermano salió de lo que debía
ser la capilla en la que no pudo entrar la familia, acompañado de personajes vestidos de blanco y
con unas cruces tan rojas como la sangre, muy serios y envarados que no les permitieron acercarse a
él que esperaba no sabían qué. Recordaba a Martín muy pálido y con una expresión..... Y por un
momento le pareció recordar las facciones de su hermano pero no pudo aferrar el momento que se
volvió a diluir..... Bien, no es importante porque sí recuerdo aquellos momentos con mi padre muy
serio....Todos estábamos muy serios, supongo. La pobre Quiteria lloraba. Eso sí que lo recuerdo. Y
mi hermano era otro con aquellos hábitos. Y luego, cuando le pudimos abrazar calzaba unas espuelas
que brillaban como si fueran de plata y ceñía una gran espada de caballero que le había costado a mi
padre una fortuna..... Y luego desapareció y padre estuvo muy dolido durante mucho tiempo y más
aún cuando le dijeron que su hijo partía para Tierra Santa. Fue entonces cuando se convenció de que
lo habíamos perdido y de que ya posiblemente no volvería a verlo. Y supe mucho tiempo después del
porqué de la inquina que tuvo hasta su muerte a Tesa, la mujer de mi hermano Adrián, a la que llegó a
considerar culpable de que él hubiera perdido dos hijos.
Entre los Lope nunca hubo dudas de que Tesa buscó en el matrimonio con Adrián la
preeminencia familiar que no habría tenido de casarse con Martín. Hasta el mismo Adrián que lo
consideró lógico en un principio, lo sufrió algún tiempo después cuando empezaron a surgir las
trifulcas entre ambos, que se agravaron cuando la salud del mayor empezó a menguar y una vez mas
padre pensó que la culpable era esa nuera malvada que encizañaba a la familia y criticaba
acerbamente a su esposo que nunca tuvo el valor de arrimarla un buen pescozón en aquella boca tan
poco respetuosa incluso cuando él moría.
Todos sabíamos que padre se arrepintió algún tiempo después del momento en que aceptó el
compromiso matrimonial de su hijo mayor, pero solo lo mencionó después de la muerte de Adrián.
Hubo algún momento en que Artal se preguntó porqué aquélla mujer, al elegir al mayor había
causado tanto daño a su otro hermano. Realmente él nunca la vio nada excepcional y tampoco supo
nunca hasta donde había llegado la intimidad con Martín o las promesas que se habían cruzado entre
ellos si es que las hubo. Lo único cierto es que el compromiso hundió al otro hasta el extremo de
convertirlo, él supuso que con insensata desesperación, en un fraile templario cuando nunca, que el
recordara, su hermano había dado muestras de misticismo o se hubiera sentido inclinado por la vida
religiosa. Antes bien, siempre había sido, al menos hasta donde él recordaba, un muchacho alegre y
avispado, fuerte e inquieto. Desde luego mucho más capaz que Adrián, hecho que padre sabía
perfectamente y quizás, quizás, ahora que lo pensaba, padre habría querido tener a Martín a su lado
para apoyarse en alguien más entero y emprendedor en previsión de la debilidad o la falta de empuje
del mayor. Podía ser… aunque a la postre no era mas que una divagación sin posible respuesta ya.
En cualquier caso siguió pensando que no había encontrado en Tesa nada tan especial que no fuera su
mal carácter y su afán de dominio, facetas que quizás en su breve relación, su hermano Martín no
supo ver. El hecho es que al final Tesa hubo de marcharse con Blanca, la única hija que dio al
matrimonio, porque padre la miraba de mala manera y aprovechaba cualquier momento para culparla
de la muerte de su esposo. Tesa volvió a la casa de sus mayores, los Carro, lo que supuso la
inmediata ruptura con ellos, después de devolverles la dote. Pero eran cosas pasadas. Ahora lo
importante era que él, Artal, esperaba la llegada de su hermano Martín que ya estaba cerca.
Los jinetes ya eran bien visibles. Dos figuras que se cubrían con capotes pardos sobre
corceles de gran alzada, muy diferentes de los de labor, detrás dos acémilas con unos bultos de
mediano tamaño que debían ser sus exiguas pertenencias. El primero, sin duda su hermano, grande y
ancho, cabalgaba erguido sobre la silla militar de la que colgaban una ancha espada cubierta de
cuero y un almete que golpeaba el arzón a cada movimiento. Pelo y barbas muy cortos y canosos
casi en su totalidad. El que le iba a la zaga, sin duda era aquel gañan que se llamaba, si no recordaba
mal Ferran, era mas bajo y llevaba atadas a su silla las correas de las acémilas.
Y se llegaron hasta donde él los esperaba y los mastines se levantaron y ladraron a las
caballerías que los ignoraron sin más hasta que a la voz del amo retrocedieron mientras los dos
jinetes descabalgaban. Martín, con parsimonia y lo que pareció una leve cojera, se acercó a su
hermano menor, lo miró y después extendió la mano derecha amagando un tibio saludo que no aceptó
Artal porque se fue hasta el y le abrazó con fuerza durante un largo rato. Luego se separaron y se
estudiaron un tanto para de nuevo fundirse de nuevo, y se vio al fraile, cuando levantó la canosa
cabeza, que las lágrimas le fluían sin recato por el curtido rostro. Ferran, que se había quedado en
segundo termino, tieso y sin moverse, también recibió un abrazo del amo y se sintió reconfortado por
el recibimiento y por los murmullos de los que detrás observaban la escena.
¡El milagro con el que a menudo soñó el freire ocurría. Estaban en casa después de más de
veinte años! Extraños y desarraigados pero pisaban los predios y lugares donde nacieron y crecieron.
En los sitios recordados durante tanto tiempo y que nunca supieron con certeza si volverían a ver y
olvidaron sin esfuerzo los hábitos que vestían y las dolorosas heridas y las amargas historias y
vivieron durante un momento glorioso la vuelta a casa. También vieron que los mayores eran
mayores y los jóvenes eran desconocidos para ellos y luego volvieron a la realidad y encontraron
dentro de cada uno de ellos un calor y una tibieza que ya no recordaban si es que alguna vez la
sintieron.
Después el amo Adrián cogió a los dos recién llegados y los llevó hasta donde estaba el resto
y les fue enseñando a su segunda mujer Sancha, a los hijos de su primer matrimonio Guillén y
Mariana, que tenían los nombres de los abuelos, a continuación a los sirvientes que sobrepasaban la
treintena comenzando por el anciano y menudo ayo que abrazado al freire con aquellas manos
frágiles y sarmentosas parecía un minúsculo y decrepito enano al lado de un amable gigante, y repetía
entre lagrimas que ahora sabia porqué Dios le había concedido el don de vivir, solo para tener el
honor de abrazar al que fue su ahijado. Y el templario y su escudero no podían evitar las lágrimas
mientras se abrazaban a todos y cada uno de los que allí estaban que a su vez razonaban que con un
poco de suerte podrían entrar en breve en el cason y arrimados a la lumbre llenarse la tripa, quitarse
el frío que los atenazaba y quizás escuchar alguna historia interesante.
Martín buscaba a Tesa entre los rostros femeninos sin saber qué iba decir o como se debería
comportar a pesar de que en los últimos días había tratado de imaginar el momento de mil maneras
diferentes, pero no la encontraba, y sin embargo debía estar allí y él tendría que reconocerla a pesar
de los años pasados. Pero no estaba y su hermano Adrián se lo confirmó y le dijo que más tarde se
lo explicaría y se le pasó el temor a enfrentarse a una situación difícil en un momento en que solo
quería disfrutar de la vuelta a la que fue su casa.
Después, con Artal y Martín abriendo la marcha, cruzaron el portón del tosco muro y la visión
de la casa familiar le golpeó al freire con fuerza como el bofetón de un puño herrado en plena cara.
Había nacido y vivido sus primeros años en aquel lugar con sus padres, hermanos, gentes y anhelos.
Allí vivió su niñez y luego su pubertad. Allí aprendió las letras y los números tutelado por su padre y
el ayo y mas tarde se inició en el conocimiento de las armas con la ayuda de Yago. Los recuerdos le
llegaron a oleadas, confusos, incoherentes pero vívidos y claros como si todo hubiera ocurrido el día
anterior. Se quedó un momento mirando la fachada que se le ofrecía a la vista y sintió que las
lagrimas volvían a rodar en sus mejillas mientras su hermano le observaba. Poco había cambiado a
pesar del tiempo transcurrido. La balconada de roble del piso superior seguía protegiendo la puerta
de entrada como antaño y solo el pequeño huerto a la izquierda del edificio que cuidó su madre se
había convertido en un establo cercado y cubierto en parte donde se veían algunas gallinas y gansos
que picoteaban entre algún gorrino de color oscuro que hozaba en la negra tierra. La puerta de
entrada seguía siendo la misma, de gruesa madera herrada y cuando cruzaron el umbral le vino a la
memoria aquel día lejano cuando su padre transformó el piso bajo donde habían cobijado a las
bestias en el hogar donde se cocinaba y se hacia vida en común y que durante mucho tiempo siguió
manteniendo el agrio y picante olor a establo.
Aquel día todos los presentes, incluidos los mas humildes, olvidaron las tareas diarias y fueron
invitados excepcionalmente al casón y aún tuvieron la fortuna de regalarse con un opíparo condumio
en unas mesas improvisadas en la sala común donde sobró el cordero asado, el cerdo en adobo, el
pan, las cebollas y el vino de la tierra. Los vítores y las bienvenidas se prodigaron sobre todo a
medida que las panzas se iban llenando y mas de uno hubo de salirse fuera a adecentar el estomago y
la figura porque ya había avisado el amo de que no admitiría ninguna descompostura que desdijera ni
de la casa ni del momento. Y lo había dejado bien claro, y era de todos sabido que cuando el amo se
ponía serio y se le desobedecía, era más peligroso que un gorrino del monte.
Horas mas tarde, cuando ya la noche había caído y el relente humedecía las ropas, Martín fue
conociendo, arrimado al fuego del hogar de donde colgaban, como se había hecho siempre, los
productos de la matanza, y rodeado de los allegados y del anciano ayo, los avatares que ocurrieron a
la familia durante sus años de ausencia. Las muertes de su hermano mayor, de su padre, de la
primera mujer de su hermano, Adriana, de la entrada en un monasterio cercano a Ávila de su hermana
Quiteria a la que hacia tiempo no se visitaba. Habló y escucho a sus sobrinos, los hijos de su
hermano que llevaban los nombres de los abuelos, Guillén y Mariana y que eran dos mozancones
curiosos e inquietos como él había sido, y conversó con Sancha, la joven tímida y simple que ahora
compartía con Artal el lecho matrimonial a pesar, era fácil verlo, de la opinión de los dos muchachos
que no se recataban de contrariar, aún sin venir a cuento, sus mandatos y opiniones alegando que
tenían casi la misma edad y Mariana, la hija, además la mortificaba sin compasión sacando a relucir
en cualquier momento las virtudes que habían adornado a su madre, y lo hacia con un tono de voz que
dejaba bien a las claras el poco respeto que la inspiraba la nueva ama. Vio que estas discusiones
molestaban a su hermano que no sabia cómo atajarlas, quizás porque se sentía también un poco
culpable, y violentaban el momento, y especialmente a él que era un intruso y no tenia autoridad para
cortar de raíz lo que él entendía que eran malos modos mas aún en presencia de un recién llegado
como era él. Supo también de Tesa y su hija Blanca, de su marcha a la casa de Zamora, llevándose
su dote, porque padre no la soportaba, la maldecía por cualquier motivo y la hizo la vida imposible
hasta que ella se fue y volvió la calma y se apaciguó un poco la amargura de padre aunque ya estaba
muy acabado y no tardó en morir. Él mismo hubo de explicar los acontecimientos mas importantes
que había vivido y satisfacer la curiosidad, especialmente de los jóvenes, hablando someramente de
sus aventuras con el cuidado y la mesura necesarios que no parecieran afán de notoriedad
especialmente en lo relativo a hechos guerreros. Prefirió hablarles de la fidelidad de Ferran, de los
Santos Lugares, de Gilles, de Acre o la isla de Chipre, de Paris y la corte franca, pero omitió a
sabiendas heridas, sufrimiento, angustia y el horror de la muerte, y le escuchaban con la boca abierta
como si les hablara de otros mundos y otras edades.
Era patente que le trataban, incluido su hermano, con un respeto al que no estaba habituado y lo
atribuyó a su condición de templario y al hecho de ceñir armas de caballero que para ellos era una
categoría a la que no estaban acostumbrados, y aunque tan pronto como entró se despojó de ellas y
las arrinconó en una esquina, eran las admiración de todos que se acercaban a verlas e incluso hubo
alguno que se atrevió a hacer algún comentario al respecto. Su sobrino Guillén no hacia mas que
mirarlas y tan pronto obtuvo el permiso pertinente cogió la gran espada y la desenvainó, sopesó y
comentó sobre su peso y filo obteniendo la lógica envidia de los demás. También originaron
comentarios los camisotes, que no conocían, y las armas de Ferran, el arco árabe que no permitió
tocar a nadie y la bella ballesta que consiguieron en Jerusalén. Martín no tuvo dudas de que Ferran
pasaría los próximos días asombrando a todos con su destreza como lo había hecho dondequiera que
estuvieron. El freire ya estaba habituado a las demostraciones de su escudero que, con o sin
expectación, practicaba con ahínco y un punto de vanidad a fin de mantener su habilidad y buen ojo.
Ya noche cerrada y cuando la familia se recogía, se fue a los establos y de camino en la negrura
solo iluminada por una media luna pálida y fría, levantó la cabeza y rezó al Dios que moraba entre
los miles de diminutas estrellas que tachonaban la oscuridad porque que le había permitido volver a
encontrar la casa de sus mayores y lo que quedaba de su familia. Se prometió visitar a su hermana en
la primera ocasión que le surgiera. Trató de imaginarla y supo que no la reconocería de ningún modo
por lo que dejó de pensar en ella. Se notó fatigado y le dolía la pierna. Ferran se le había adelantado
y las cabalgaduras estaban aseadas y bien acondicionadas aún a costa de haberlas provisto de los
mejores lugares, lo que le hizo sonreír. Se arrimó a los frisones que habían traído desde Paris, de
gran alzada, amplio pecho y patas poderosas. Por estos lares no estaban acostumbrados a animales
de tal envergadura ni poder, tan diferentes a los de labor. En el largo recorrido que habían llevado a
cabo habían demostrado su vigor y su buen talante. Quedaba por ver como se desenvolverían en
combate, aunque Martín prefirió pensar que quizás ya no llegarían ocasiones de lucha nunca más. Se
arrimó al que había montado él y tan pronto el animal fue consciente de quien se acercaba, pateó con
fuerza y estiró la cabeza buscando la caricia mientras los ojos oscuros y vivos no perdían de vista al
amo. El templario le echó las manos al cuello y le rascó con fuerza detrás de las orejas mientras
juntaban las cabezas, las canas casi blancas del humano se mezclaron con las fuertes y casi negras
crines del animal que se dejó hacer con placer. Permaneció junto al animal un tiempo, después
volviose a la casa y se acomodó agradecido en la estancia que le asignaron y que no era otra que la
que había pertenecido a padre desde que quedó viudo, limpia y adecentada para él. Las armas y sus
escasas pertenencias en una esquina, al lado del arcón y la vieja mesa con el tajuelo debajo. Le
pareció que el candil de aceite que colgaba de una de las vigas era el de siempre. Se preguntó si su
hermano aún utilizaría el viejo ábaco de padre al que recordó inclinado sobre esa mesa, pasando
cuentas y murmurando cosas que él de niño, aún no entendía. Un ventano abierto dejaba pasar la
débil luz lunar que iluminaba el tabuco y el catre con un buen colchón de heno y las mantas de lana en
el que se tendió. Con las emociones del día se había olvidado de su propia situación y la razón por la
que se encontraba en los lares familiares. Recordó los cónclaves de Ponsferrata como en un sueño
lejano aunque ocurrieron solo hacia unos días. Trató de recordar las facciones y los gestos de los
comendadores. La incredulidad que habían vencido en buena parte por la fuerza de los hechos
ocurridos pero que se hacia difícil de explicar y hacer creíble en unos lugares tan alejados del Vieux
Temple como en el que se encontraba ahora y todo le parecía como un mal sueño sin sentido ni razón
aunque la parte mas sensata de él mismo le agobiaba como si tuviera encima una losa mortuoria que
no le dejaba respirar con normalidad. Rememoró lo vivido en los últimos días y al momento le
vinieron a las mentes Gilles y Xavier y se preguntó que harían, uno por tierras de Burgos y el otro en
la Gallaecia donde se encontraba la encomienda de Faro. Sabía que nada de esto podría compartir
con su hermano y menos que nada el asunto de los dineros con los que había llegado al reino.
Después se dio cuenta de lo difícil que le resultaba ordenar sus ideas porque las sensaciones le
llegaban y se iban como hojarasca en un vendaval. Demasiadas emociones y vivencias se mezclaban
en su mente y extraños recuerdos le llegaban sin saber cómo ni porqué. Entendió el pánico que le
había acuciado pensando que debería enfrentarse con Tesa y el alivio de su ausencia. Su hermano,
sus sobrinos, el viejo ayo, las memorias de los que ya no estaban, su hermana Quiteria en un
convento….sin darse cuenta ni saber cuando, al final su mente le tranquilizó y durmióse.
A la amanecida se vistió ligeramente y sin ver a nadie se fue a los establos seguido por los
mastines que después de olisquearle en profundidad le aceptaron. Ensillo su corcel y se alejó del
casón ante la mirada curiosa y respetuosa de los sirvientes que ya andaban trajinando de aquí para
allá. El día era fresco y limpio y los campos se iban iluminando a medida que el sol se alzaba en el
horizonte. Se detuvo en el pequeño y vallado camposanto del que le había hablado su hermano la
noche anterior y donde ahora descansaban los restos de su familia y se arrodillo en primer lugar cabe
la vieja losa de la tumba de su madre que antes había estado en el viejo oratorio que tan bien
recordaba y que Artal trasladó para que todos estuvieran juntos como padre quiso. Rezó por su
familia y agradeció in mente a su hermano el cuidado con que se mantenía el lugar. Después se
dirigió al sur hasta las laderas del monte que empezaban a teñir de amarillo las flores del piornal y la
retama, siguió entre los encinares y sabinas que se hundían en los valles que recordaba de su niñez.
En algún momento levantó un bando de perdices que se alejaron ruidosamente en un vuelo bajo y
rápido hasta un otero cubierto de jara donde se ocultaron. Cabalgó sin prisas por unas veredas que
había recorrido hacia muchos años y ya antes de llegar al valle donde debería estar el pequeño y
viejo oratorio de la familia, al lado del arroyo en el que habían pescado las truchas y chapoteado
tantas veces, encontró la tierra antaño cubierta de vegetación, yerma y pisoteada hasta donde
alcanzaba la vista. Le costó reconocer el lugar polvoriento y sin vida del que solo sobresalían
algunos troncos secos de encinas cuyas ramas se habían utilizado para encender fuegos de acuerdo
con los restos calcinados que se veían por las cercanías. Detuvo el caballo y observó aquella
devastación con dolor porque le rompía un recuerdo muy querido que atesoró durante mucho tiempo.
La iglesuca era solo una sombra de lo que recordaba. Ruinosa y sucia, la techumbre semihundida y el
interior renegrido porque sin duda había cobijado a gentes que sin ningún respeto encendieron fuegos
en el interior. El arroyo que había sido en aquel sitio limpio y hasta lo necesariamente profundo
como para permitirles un buen chapuzón, ahora era un lodazal como todo el contorno y lleno de
excrementos de oveja. Le fue invadiendo una ira profunda y ciega al recorrer aquellos parajes tan
queridos, profanados y expoliados de forma tan brutal.
Aquellos predios eran ahora de su hermano y tenia todo el derecho a hacer con ellos lo que le
viniera en gana, pero aquel lugar fue poco menos que sagrado para la familia y se debiera haber
respetado porque era patrimonio de todos. Hasta de los muertos. Trató de tranquilizarse y razonar
que su hermano no seria capaz de cometer aquel desaguisado porque, estaba convencido, ambos
respetaban sin duda el lugar del mismo modo. Algo pasó que no se pudo evitar. ¿Quizás tuvo que
vender aquellas tierras? No lo sabía pero se lo preguntaría tan pronto volviera a la casa. Lo que
estaba claro era que aquel rincón entrañable lo habían convertido en una cañada de paso de ganado
y siguió pensando en lo inútil del sacrilegio porque se podían haber buscado otros caminos sin
salirse de las tierras familiares.
Siguió el arroyo por la derecha hasta abandonar la cañada y a poco mas de dos leguas apareció
la torre que tiempo atrás había marcado los limites de la propiedad, abandonada y silenciosa pero al
menos reconocible y sin expoliar. Un viejo nido de cigüeñas y algunas palomas daban un poco de
vida al lugar. Recordó que ni su padre supo explicarles nunca quien la construyó aunque en algún
momento debió ser la tierra que se llamó extremadoura porque durante muchos años, tiempo atrás, el
río Douro fue la frontera que separaba el dominio moro del cristiano. Siempre estuvo allí y su único
uso fue como refugio ocasional de pastores o lugar de juegos de los más pequeños. El sol ya estaba
alto y un tibio calor le calentaba la espalda. Busco entre los meandros del riachuelo hasta que
encontró una poza tranquila y solitaria. No vio a nadie y se lo pensó poco. Al momento de
descabalgar el corcel se encabritó y una camada de jabatos asustados se perdió entre la jara
chillando y haciendo ruido. No pudo evitar sonreírse pensando que si Ferran lo hubiera acompañado
alguno de aquellos animales les habría proporcionado una opípara cena. Calmó al animal, lo
desensilló y le quitó el bocado para que pudiera triscar por los alrededores, él se desnudo y sin
pensárselo se hundió en el charco que casi le cubría asustando a las pequeñas truchas moteadas que
se ocultaron rápidamente entre las peñas sumergidas. El agua remansada y transparente estaba helada
hasta el dolor y sintió los cuchillos que el frío le hundía en la piel y le golpeaba en las sienes. Se
frotó con energía hasta que la piel se puso roja y cuando ya no pudo aguantar mas se salió
trastabillando entre los cantos rodados con el cuerpo entumecido. Se secó restregándose con fuerza
mientras recuperaba el resuello y observó como la herida de la cadera perdía el color cárdeno a
medida que el frío le abandonaba. Viose desnudo y le vino sin querer a la memoria un momento
determinado de su pecaminosa relación con aquella dama Cecilia en la lejana isla de Chipre. Se
bañaban los dos en la pequeña cala y en algún momento ella se acercó a él que se quedó prendado de
la belleza que irradiaba aquella mujer, el agua resbalando por su cuerpo desnudo que brillaba al
recibir los rayos del sol. Las facciones bellas enmarcadas por el lacio cabello húmedo, los pechos
llenos y los muslos rotundos que se unían en aquel misterio oscuro y tibio y ella fue consciente de su
admiración y sonriendo le contó la leyenda griega de Afrodita que surgió del mar en aquellas
mismas aguas. Por un momento se solazó con el recuerdo y luego, avergonzado de sus pensamientos
los apartó de su mente mientras se vestía y recordaba de nuevo lo que acababa de ver en el entorno
de lo que había sido el viejo oratorio. Se apartó del arroyo y a caballo de nuevo volvió a pasar por
la vieja torre. Le agradaba el sitio y el pequeño y fresco arroyo que le permitió sentirse limpio
después de muchos días y se puso a pensar en cosas, sueños por el momento que le podrían hacer
feliz en un futuro si es que aún tenía un futuro aún fuera del Temple.
Ya de vuelta a casa encontró un par de labriegos de la casa que le habían conocido el día
anterior. Una vez mas, al intercambiar los saludos pudo observar la curiosidad que despertaba su
montura y el respeto con que le trataban y como al descuido les preguntó sobre las cañadas que
recorrían la heredad y especialmente la que cruzaba el lugar por donde había estado. Los escuchó y
se volvió a casa con la firme intención de hablar con su hermano porque le pareció entender a los
sirvientes algo inaudito que era preciso confirmar.
-Ocurrió hace cuatro años y en septiembre cuando uno de los ramales de la Mesta penetró en
nuestras tierras aunque nos enteramos tarde, cuando ya habían pasado y habían hecho desaparecer los
majanos que marcaban la propiedad, como si estos no hubieran existido- Hubo pesadumbre en la voz
de Artal. -Aquel primer año invadieron la heredad a sabiendas, por supuesto, pero sin causar grandes
destrozos y sin llegar al oratorio. En cualquier caso se salieron del cordel que discurre por tierras de
baldío y que no se aproxima siquiera a nuestros limites. De inmediato me fui a Zamora y lo puse en
conocimiento del Alcalde de Cuadrilla de la Mesta que es el encargado de solventar los problemas
jurisdiccionales que surgen en los movimientos de ganado durante la trashumancia. Desde luego este
tipo de reclamaciones no es nuevo y menos en estos últimos años en que ha aumentado
considerablemente el número de cabezas de ganado que se mueven. Aún así yo todavía creía que los
pleitos de ésta guisa se solucionaban con seriedad. El hecho es que hube de esperar tres días al cabo
de los cuales se escrituró mi reclamación y se me aseguró que se tomarían las medidas pertinentes y
aunque no terminé de creérmelo ni de saber qué medidas eran estas, me volví a casa y volvimos a
cercar la parte dañada pensando en la vuelta de los ganados.
-Pero lo que yo he visto penetra en profundidad......,-
Se habían metido los dos en la casa y se habían arrimado a las brasas del hogar donde Sancha
preparaba el condumio y protestaba de la invasión de hombres y perros en su lugar de faena. Uno de
los mastines apoyó la cabeza en uno de los pies de Martín que le acarició ensimismado mientras
escuchaba a su hermano y a su sobrino que se les arrimó y ya parecía contar con voz en los asuntos
familiares.
-Es que aquello fue solo el comienzo. Al año siguiente y esta vez cuando subían, precisamente
por estas fechas, no solamente volvieron a invadir nuestras tierras, además propinaron a dos de
nuestros gañanes que andaban por los alrededores tal paliza que uno de ellos ha quedado cojo y el
otro tardó más de un mes en recuperarse. La falta que cometieron fue increpar a los infractores
cuando los pillaron acampados al lado del oratorio. El rabadán y algunos pastores que llevaban los
rebaños se fueron a ellos y sin mas explicaciones los molieron a palos hasta dejarlos cubiertos de
sangre. Esta vez me dirigí directamente al procurador y al alcalde de alzada y elevé mi queja a la
Hermandad de León que es la mas fuerte y goza de fueros y franquicias especiales. De ahí se eleva la
queja hasta el Alcalde Entregador que nos dio largas y juró que castigaría al Mayoral y a la tropa que
había invadido mi propiedad, sin embargo ese mismo año se me hizo saber en el concejo que no era
bueno para mí levantar una polvareda por algo tan baladí como la invasión de mi propiedad en
predios que no estaban sembrados y que hacían discutible el que se consideraran campos de guadaña.
Ya entonces tuve claro que incluso la Hermandad de León no se atrevería a litigar contra el Alcalde
Mayor.
-Debes perdonarme pero me pierdo entre tantos títulos y alcaldes-.
- Veamos...... Artal no ve la forma de explicar a su hermano, ajeno a esas tierras y a sus leyes, lo
difícil que es sobrevivir en las circunstancias actuales. Infiere que el templario ha vivido en otro
mundo donde este tipo de pugnas, juicios, concejos, hermandades y derechos no ha lugar...... ¿Qué
reglas rigen la vida de las gentes como su hermano?, ¿cuáles son las condiciones que se les exigen
sin más?: le parece recordar que es algo como pureza, castidad y obediencia. Y con eso cumplen y se
ganan el cielo...., pero, ¿Y el pelear el día a día para tener algo que llevarse a la boca, para
mantener a tu familia y a los que dependen de ti?, ¿Para conservar tus tierras que aún siendo tuyas
están gravadas con mil impuestos creados no sabes porqué como no sea para evitar que puedas
acostarte un solo día sin el temor a que te los expolien a la mañana siguiente por una razón u otra?, o
tener que inclinar la cabeza y humillar ante los poderosos aun sabiendo que no tienen la razón y sí la
fuerza necesaria para transgredir tus derechos y pisarte el poco orgullo que te queda solo por el
placer de demostrarte que no eres nadie si no te postras ante ellos y les entregas, si les place, a tus
hijas, o a tu mujer, o tus cosechas, o tu ganado, incluso tu miserable vida.....lo que les plazca. Y
acalla a su hijo y vuelve a empezar:
-Nuestras tierras están clasificadas en su mayor parte como dehesas porque en ellas pastan las
casi dos mil ovejas merinas que poseemos y que al terminar el verano pongo bajo el amparo del
Temple que también forma parte de la Mesta y cuyos servidores las unen a sus grandes rebaños y las
pastorean hasta Don Benito y Almendralejo, en el extremo sur de la Extremadoura, donde pasan el
invierno. Evidentemente tu Orden nos cobra por el servicio bien en cabezas de ganado, bien en
dineros. Los desplazamientos de estos grandes hatos deben moverse por unas cañadas o ramales ya
establecidas años ha que tienen un ancho máximo de noventa varas castellanas y que discurren fuera
de terrenos de panes, viñas, huertas, dehesas o prados de guadaña que son los cultivos que como te
digo, deben respetar, aunque luego en la practica se les importa un ardite. Los ganados van
custodiados por las milicias concejiles que no son más que pastores armados que no respetan
hacienda o persona que aparezca en su camino porque se saben protegidos por la Mesta. Las
invasiones de terrenos privados dan frecuentemente lugar a pleitos que deben dilucidar los alcaldes
de alzada que por regla general dan la razón a los poderosos y es causa de enfrentamientos que no es
extraño que terminen saldándose con muertos, pero siempre del lado de los mas humildes, razón por
la que los agricultores y granjeros procuran evitar las disputas porque siempre llevan las de perder.
Estos alcaldes que llamamos de alzada son nombrados por el Alcalde Entregador que es un hombre
de la confianza del Alcalde Mayor que solo mira por los intereses de los que le han dado el cargo, la
alta nobleza que es la que rige, maneja y dirige no solo la Mesta sino el país entero. Ellos son los
mas fuertes y hacen las leyes a su conveniencia y ellos las violan también si lo consideran menester,
y ellos a la postre son los dueños y señores de vidas y haciendas. Como ves es muy difícil esperar
sentencias justas cuando ya los hacedores de justicia tienen amo.
-Algo me contó el comendador de Ponsferrata aunque más bien me hablo de un sinfín de leyes
y acuerdos que precisamente tenían el fin de evitar situaciones como la que estáis padeciendo.
-Si. Esa era la idea y mas o menos prosperó cuando hubo Rey que se hacia temer y respetar.
Pero ahora en estos tiempos los nobles son los fuertes y la realeza tiene que pactar con ellos si quiere
mantener la corona. Se da el caso de que yo mismo estoy mejor defendido como ganadero hermano
de la Mesta y bajo el amparo del Temple que como agricultor poseedor de tierras. Y he sido
amenazado por pleitear y se me ha insinuado que me olvide de mis pretensiones porque aún tengo
suerte. En Madrid, Salamanca o Segovia, un pleito como el mío, contra un poderoso, podría acabar
con mi hacienda y posiblemente con mi vida y la de los míos.
-¿Conoces al mayoral de los ganados que penetran un tus tierras?
-Si, claro. Se llama Vermudo Cenarro. Es un mal nacido al que le gusta presumir de blasón
pero que se ha enriquecido precisamente a costa de la trashumancia y gracias a que se ha puesto bajo
el amparo de los Lara, mas poderosos que el rey hasta el extremo de que se dice que en estos
momentos se le ha enfrentado y aún le harán humillar si Dios no lo remedia.
-¿Y aún hay constancia de tu reclamación o como quieras llamarlo y esa hermandad de la que
hablas también sabe de los limites de tus tierras tal y como están escrituradas en el Concejo de
Zamora?
-Si, claro.
-¿Y que pasaría si la próxima vez que trataran de penetrar en las tierras de los Lope se
encontraran con hombres que les obligaran a cambiar de idea?
-No. Es una utopía en la que he pensado pero siempre más con el corazón que con la cabeza y
daría mi brazo derecho por poder llevarla a cabo, pero no deja por eso de ser un sueño por muchos
motivos que tú no ves porque no conoces las circunstancias del sitio al que has vuelto. En primer
lugar te dije que los pastores de la Mesta son mas guerreros que pastores y van armados, no con las
armas que tu portas pero casi. Mis hombres y yo somos labradores y ganaderos, y ¿Con qué nos
enfrentaríamos a ellos?, ¿Con guadañas y horcas,.... con palos? No estamos habituados a pelear y yo
mismo prohíbo en mis tierras las pendencias y las rencillas. Llevamos años en que el reino se agita
en luchas creadas por los intereses de los poderosos o los mismos parientes reales que se andan a la
greña en cuanto que alguien de su alcurnia les mira mal y se enzarzan en batallas y disputas que solo
tienen fin cuando creen oportuno iniciar otras sin que importe el precio porque siempre pueden
pagarlo. Nosotros, el pueblo llano, a cambio, presumimos de ser gente de paz y así actuamos aunque
a menudo, como ocurre en este caso nos arrepintamos de no poder ejercer nuestros derechos con las
armas y nos sintamos impotentes ante la ley de la fuerza. También ocurre que una refriega de éste tipo
contra los lacayos de tan poderoso señor no nos traería más que desgracias porque ellos, como
también te he dicho, ellos hacen la ley a su conveniencia y ellos la violan también cuando les
conviene. ¿Cuándo se ha visto que un humilde se enfrente a un poderoso y salga indemne? Ya te digo.
Son utopías por mucho que te hierva la sangre y te ardan los compañones de ira.
Martín se quedó mirando a su hermano tratando de entender algo que se le escapaba porque no
era un vivencia propia, pero recordó que en Ponsferrata cuando se dijo a si mismo que había llegado
el momento de descender y entender las otras formas de vida, mas comunes que la de él. Y sin
saberlo sus pensamientos coincidieron con los de su hermano y comprendió que aún con los riesgos
que conllevó en todo momento, su vida de guerrero había sido simple si la comparaba con la dura
pelea diaria de gentes como Artal. Otro tipo de pugna, contra las tierras, los ganados, los climas, los
vecinos, la autoridad, y con la gran responsabilidad que el nunca tuvo relacionada con mantenerse y
mantener sus posesiones, su familia y algo que debería ser mucho mas difícil; su dignidad de humano.
Miró a su hermano y vio a un hombre alto aunque no tanto como el mismo, enjuto y nervudo que se
movía inclinado hacia delante como si algo tirara de él hacia abajo. El pelo ralo y cano, la voz firme
y segura que le recordaba a su padre pero los ojos acerados de la familia tenían una expresión vacía
o fatalista que quizás era la mirada del agricultor, del campesino, del hombre pegado a la tierra y
agobiado, día tras día y año tras año hasta su muerte, por mil problemas cuya solución casi nunca
dependía de el. Había recordado a Artal de otra manera y cuando se enfrentó con él por primera vez
se asustó del cambio en el que no había pensado y se preguntó entonces cual era la imagen que él
mismo dio a los que le veían. Le había observado las manos, grandes y ajadas, nerviosas e inquietas.
Y entendió que todas aquellas cosas le incumbían porque volvían a ser sus cosas, sus problemas,
aunque a la postre de lo que había sido su vida anterior solo le quedaba ya el apellido, sin embargo
algo en su interior le dijo que esos vínculos no se podían romper aunque se quisiera o se olvidara
por tiempos mas o menos largos. De algún modo permanecían dormidas dentro de uno mismo y
despertaban cuando menos te lo esperabas porque eran las indisolubles ataduras del clan, las raíces
del hombre. Y de repente se le despertó el deseo de abrazarlo, de abrazarlos a todos y pedirles
perdón por haberlos abandonado a los mil avatares que habían acontecido a la familia.
A la hora del yantar, mientras se contaban mil cosas de unos y de otros y se saltaba de uno a otro
tema sin continuidad, aunque en ningún caso se le ocurrió mencionar la razón por la que debería
separarse de ellos en breve, se le ocurrió pensar que debía mucho a su familia para dejar las cosas
como estaban y que quizás aun podría convertirse en un Lope y olvidar por un breve tiempo que era
un freire templario. Se le informó de que en poco tiempo volverían los grandes rebaños de los
pastos del sur y pensó que mal deberían ir las cosas para que por esas fechas no se encontrara otra
vez al lado de su hermano para ayudarle a recuperar lo esquilmado, y ¿porqué no?, un poco de la
dignidad perdida, en cualquier caso se guardó muy mucho de exponer sus ideas y las dejó para su
vuelta. Le sorprendió el hecho de que en la que había sido su casa y al lado de lo que quedaba de su
familia, sus otros problemas quedaban relegados y perdían importancia; la supresión de la Orden, los
dineros ocultos, la importante cita en pocos días con el Maestre provincial y Gilles en Valladolit,
incluso Tesa, la lejana Tesa, le parecieron cosas lejanas cuando miraba a su alrededor y veía las
caras que le miraban o el viejo hogar renegrido por los humos de años que recordaba o los
ventanucos por las que entraba la luz que iluminaba unas paredes que el había tratado de recordar de
tanto en cuanto.
Permanecieron cinco días en la casa familiar y después de asegurarles que volverían en breve
se pusieron en camino. Ferran, que solo fue informado de que iban a la corte, también supo de los
cambios de lindes en el sur de la dehesa y cuando Martín le expuso la idea que estaba madurando, el
armigeri la aceptó sin reservas sobre todo porque él mismo pensaba en algo parecido aunque no se
había atrevido a exponérsela al freire. Seria buena la ayuda de Gilles y ambos estuvieron seguros de
que contaban con ella. Solo precisarían matizarle que se debiera evitar, a ser posible, que corriera
demasiada sangre.
El onceavo día de junio festividad de san Bernabé apóstol, y sin demasiados avatares dignos de
mención (hicieron la mayor parte del viaje con una caravana de carreteros) se encontraron en la villa
de Valladolit, que ni Martín ni Ferran conocían, y que a la sazón, al margen de ser de considerable
tamaño y contar con señoriales edificios e iglesias de hermosas torres, se encontraba densamente
habitada porque albergaba la corte del Rey Fernando. La cita fue en el convento de San Juan
Bautista que la orden tenia en la calle de la Magdalena, a espaldas de unos cuidados jardines que
llegaban hasta el río y que por ser el día agradable y cálido, se encontraban muy concurridos de
personajes de toda laya. Todos llegaron con una breve diferencia de horas. El natural laconismo de
Gilles no dio pié para conocer como le había ido y solo dejó escapar que se sentía feliz de que
estuvieran juntos de nuevo.
La reina madre se encontraba en el palacio real por lo que la audiencia no se haría esperar.
Tan pronto estuvieron juntos el maestre envió a la corte un billete solicitando en su nombre una
entrevista sin dar mas detalles porque la petición seria leída sin duda por gente antes de llegar a las
manos de la interesada. La respuesta fue inmediata y en ella se les emplazaba para el medio día
siguiente. Ferran por supuesto estaba al margen y no asistiría a la audiencia.
Oyeron temprana misa en el convento y después guiados por el maestre y vestidos con sus
hábitos pero sin armas llegaron con tiempo sobrado a la plaza donde se encontraba el palacio, de
gran tamaño y elegante factura morisca, semioculto por un complejo andamiaje de madera.
Sorteando bloques de cantería y obreros ayudados por mulos entraron por el abierto portón cubierto
de lienzos para evitar que el polvo penetrara en el interior y fueron recibidos por un ujier que los
explicó las obras que se realizaban en la fachada y los condujo a través del pórtico que rodeaba un
recoleto atrio ajardinado en el que se paseaban algunos pavos reales indiferentes a la curiosidad que
despertaban. Se cruzaron con algún cortesano que los miró sin disimulo al ver las capas templarias y
con Sancho Sánchez, el obispo de Segovia, acompañado de dos frailes del cister que saludó con
amabilidad al maestre y que acababa de ser recibido por la reina madre. Subieron las amplias
escaleras que les condujeron a la balconada del primer piso y allí en una de las esquinas y por una
estrecha puerta accedieron a otra escalera muy angosta que les llevó a una pequeña estancia en
ángulo que iluminaba un hueco hasta el suelo en la pared con dos asientos laterales de piedra y entre
ambos un ventano con un vitral. La estancia estaba cubierta de pesados y bellos tapices que apenas
dejaban ver las paredes o el suelo y en un extremo un reclinatorio enfrente de lo que parecía un
diminuto altar con dos gruesas velas encendidas que flanqueaban una imagen de la virgen Maria, al
otro lado, semiocultos por una cortina unos largos asientos forrados y con cojines al estilo árabe y
mas allá algunos sillones de negra madera y cuero que rodeaban un pesado brasero de bronce de
hermosas patas labradas y poco mas. Sin duda el lugar era un cálido rincón de alguien, quizás la
reina, adonde no llegaban los ruidos ni el trajín cortesano. Aún hubieron de esperar un tiempo hasta
que oyeron el sonido de unos goznes mal engrasados y se apartaron unos cortinajes que ocultaban una
pequeña puerta de madera tallada y la figura regia de la reina madre entró en la reducida estancia
acompañada por otras dos mujeres. Dio dos o tres pasos mirando a los templarios y se detuvo sin
decir nada. La poca luz que los alumbraba no permitió a Martín hacer un escrutinio fiable de Maria
Alfonso de Meneses, aunque sí pudo ver a una mujer alta y esbelta. Cubría su cabeza con una ligera
toca de gasa muy fina que no ocultaba sus facciones y vestía un largo traje negro que le llegaba hasta
los pies y rematado arriba por una amplia gorguera del mismo color blanco que los encajes en los
puños de las mangas que ponían la nota de color en el severo vestido. Las dos damas que la
acompañaban eran más jóvenes, y vestían con elegancia aunque también con colores oscuros.
-Y bien. Supongo que me encuentro ante el maestre templario que requirió con suma urgencia
una entrevista con nos sin explicar los motivos ni la razón de la premura- La reina madre que se ha
adelantado a las dos azafatas tiene una voz firme y habla con seca autoridad. -¿Os conozco,
caballeros?-
-Majestad, soy Rodrigo Yáñez y recabo vuestra indulgencia por el modo en que he solicitado
audiencia pero creo que tengo sobrada razón para ello y espero demostrároslo con la ayuda de los
freires que me acompañan- Los tres templarios se han inclinado ligeramente sin moverse del sitio.
Martín y Gilles un tanto sorprendidos porque esperaban una reunión menos protocolaria dados los
antecedentes del maestre en la corte en tiempos del rey Sancho.
- Así que sois Rodrigo Yáñez- La voz sigue siendo seca y la reina madre se ha vuelto
ligeramente mirando a las damas que la acompañan como pidiendo confirmación.
- Ese es el nombre de vuestro humilde servidor, Majestad-. A pesar de la frialdad que no
esperaba y le sorprende, el maestre se mantiene digno y serio.
- Así que sois Rodrigo Yánez.... Me suena vuestro nombre. ¿No seréis el Rodrigo que ha
olvidado tiempo ha sus deberes para conmigo?.... El hombre que no se ha dignado en no sé cuanto
tiempo a acercarse a su reina, aún sabiendo lo necesario que nos fue siempre. Y ahora aparecéis de
no sé donde y no para estar cerca de mi como habría sido mi deseo, sino para contarme alguna
historia que a buen seguro no me interesara- Pronuncia esas frases que suenan a reprimenda y se
acerca ella sola, las manos extendidas que cogen las del maestre a la vez que cambia la voz y el tono
se hace amable y quejoso. --Mi buen Rodrigo. El hombre que me olvidó hace años a pesar de que
en otros tiempos alguien le oyó decir que me amaba, aunque ese alguien fuera mi propio esposo como
vos bien sabíais, y que ahora se digna honrarnos con su presencia- Se ríe alegre y su proximidad le
permite ahora a Martín apreciar sus facciones. Morena, de pómulos pronunciados, nariz aguileña y
ojos grandes y oscuros. Se mueve muy erecta y con la cabeza bien erguida, con un natural empaque y
sin duda ha sido y es todavía una mujer bella aunque las arrugas en las comisuras de los ojos y la
boca denotan su edad que debe rondar los cincuenta años.
-Llevo tiempo ansiando verte y preguntándome como te ha tratado la vida. Te habría alagado el
que yo te requiriera, ¿Verdad, Truhán? cuando eras tú el que deberías haberte acercado a mí ya hace
tiempo- Tira de él hasta ponerlo a su altura y le mira con dulzura sin soltarle las manos. -Ah,
Rodrigo, los años no nos perdonan a los humanos normales aunque sean viejas reinas, pero para ti
parece que no existen. Espero que mi difunto esposo me perdone por hablar así pero sigues siendo el
caballero mas apuesto del reino- Se vuelve a sus cortesanas e inquiere: -¿No os parece, amigas?- Y
sin esperar respuesta torna al maestre provincial que ha perdido un poco la compostura y se siente
confuso. -Hasta las canas te favorecen, perillan, y tus manos siguen siendo fuertes y los ojos me
siguen cautivando. Deberás tener cuidado entre mis damas no te hagan olvidar los hábitos que
vistes- Y se ríe y le pasa la mano por el rostro y le arrima a ella y antes de que el pueda evitarlo, le
abraza y le besa en las mejillas con calor. –Rodrigo, Rodrigo el recatado, el mismo que aún se
sonroja cuando le besa su reina-. Sin soltarle se aparta lo justo de el y vuelve a observarle. -¿Sabes
lo frecuentemente que te recuerdo y lo importante que has sido siempre para mi aunque tú me hayas
olvidado? ¿Cuántos años hace que nos dejaste?
- Doce años, majestad.....- Martín puede observar la confusión del maestre, con las manos
unidas a la reina que no le suelta y sin saber cómo salir del trance con donosura.
-Doce años.... ¿Tanto?... ¡No tienes perdón de Dios y desde luego el mío tampoco!... Jesús, como
pasa el tiempo...... Pero bueno, dejémonos de coqueteos, no ocurra que tus freires se formen una mala
imagen de esta anciana mujer que además en poco tiempo y si Dios quiere, será abuela, y dime que
me vienes a contar. Estas dos damas....- Y se vuelve hacia ellas que se acercan y se inclinan con
respeto, -Están a mi cuidado y son mi compañía, la poca fiel que me queda porque el resto ha
preferido irse con mi nuera Constanza. Aldonza Pérez, sobrina de Alonso Pérez de Guzmán, al que
sin duda recuerdas, y Ana de Guevara, a la que su familia casó con un viejo fauno que la hizo el
favor de morir al poco tiempo, algo que le agradecemos ambas. Y ahora preséntame a tus
acompañantes y déjame que los vea- La reina madre suelta al maestre y se encara con los freires que
inclinan la cabeza con deferencia y soportan su escrutinio. --Desde luego no tenéis las trazas de los
monjes recogidos en la quietud de un monasterio, mas me parecéis lobos con piel de cordero. Dos
guerreros templarios de piel curtida, un apuesto gigante de ojos claros y un Hércules pelirrojo con
una cicatriz que no se hizo orando al Señor, sin duda. Y bien.... Y les ofrece la mano derecha que
besan los freires aún perplejos por la broma de la reina para con el maestre y la posterior
familiaridad entre ambos.
-Gilles D'oc y Martín de Lope, a vuestro servicio. Y os asiste la razón, majestad, ambos se
curtieron en Tierra Santa y ha poco que abandonaron Paris con nuevas que os interesan.
-¿Y cuales son esas nuevas tan importantes para nos como para que nuestro freire Rodrigo
salga de su ostracismo y recuerde que existo, templarios?
-Señora, seria de desear que nos concedierais unos minutos a solas para exponeros lo que nos
ha traído hasta aquí.
-No deben preocuparos mis damas. Son de mi entera confianza.
-No lo dudo Señora, y os ruego perdonéis mi insistencia, pero es que el asunto solo os
concierne a vos y sería ponerlas a ellas en una situación incómoda que seguro no desean ni ellas ni
vos- Ha sido Martín, el que ante la indecisión del maestre se ha atrevido a intervenir.
-Bien, desde luego nos tenéis realmente intrigadas, pero si lo planteáis en esos términos......
Hay un momento de duda y un breve conciliábulo entre la reina madre y las dos damas de compañía y
Martín, al reparar en ellas sorprende a una mirándolo con fijeza a la vez que escucha a la reina y le
llaman la atención sus ojos claros y extrañamente luminosos en un rostro que tiene un extraño
atractivo aunque no sabe que es. Es solo un momento porque al siguiente estas saludan a la reina con
una ligera inclinación y abandonan la sala en silencio. Ha entendido Aldonza y Ana aunque no se ha
fijado en quien es quien. De hecho las discretas jóvenes no han abierto la boca en ningún momento.
-Y bien. Ahora estamos solos y me tenéis sobre ascuas. Decidme- La reina madre los dirige
hacia los sillones que rodean el brasero, ocupa uno y solicita de los demás que la imiten.
-Mi señora. Debéis saber que el nuevo Papa Clemente V está derogando todas las
disposiciones y bulas de todo tipo que llevó a cabo el malogrado Bonifacio VIII. Borrándolas de los
archivos del Papado en Roma. Todas. Se pretende con ello eliminar toda traza de la existencia de
Bonifacio como papa de Roma.
-¿Bonifacio?, ¿Y eso se puede hacer?
-Pues lo cierto es que no lo sé, señora, pero se está haciendo- Rodrigo Yáñez se queda
mirando a la reina madre esperando el momento en que ella se dé cuenta de la gravedad de lo que
acaba de oír pero esta se le queda mirando confusa con expresión de extrañeza.
-No os entiendo. ¿Qué me queréis decir?
-Lo habéis entendido, Señora. Lo que quizás no veis aun es como os afecta. La bula que hace
seis años os concedió Bonifacio VIII santificando vuestro matrimonio será nula de derecho en
cualquier momento si no lo es ya. Nos hemos creído en la obligación de informaros antes de que
cualquiera de vuestros enemigos tenga noticias de Roma y lo utilice contra vos.
-Pero eso...... ¿Cómo es posible?- Poco a poco empieza a comprender lo que la dicen y sus
implicaciones. No sabe siquiera si ese sinsentido es posible pero empieza a entender que si han
llegado hasta ella con esa información es porque algo de cierto debe haber y si así fuera, la gravedad
de las consecuencias la aterroriza porque además no la afectaría solo a ella, sino al Rey su hijo, y
por ende a la situación de legalidad, en cualquier caso discutida, por la que lleva peleando años. Se
queda demudada y la faltan las palabras.
-Explicadme lo que sabéis. Por favor.
La conversación es larga y prolija. Martín y Gilles exponen los hechos que se relacionan con
ella sin mencionar por supuesto las fundadas sospechas sobre el ataque a la Orden como ya habían
acordado.
La casa real tenía su embajador en Roma y había tenido noticias del suceso de Anagni, del breve
pontificado de Benedicto XI y del nombramiento del arzobispo de Burdeos Beltrán de Got con el
nombre de Clemente V. Sabia que todavía no se había desplazado a Roma pero aún carecían de datos
para juzgarlo. Más información, sin duda, tenia del rey franco y su conducta contraria a los intereses
de su hijo porque apoyaba y daba cobijo, aliado en este caso con el rey aragonés, a los infantes de la
Cerda.
-¡Pero toda esta historia, hasta donde yo sé, suena inaudita y única en los anales del papado!
Desde luego no sentí ningún fervor por el papa Bonifacio VIII que nos sangró de forma innoble pero
la forma en que se procedió con él fue, cuando menos, de una crueldad brutal hasta el extremo de que
se nos dijo que su posterior muerte se debió a la vergüenza de su humillación en Anagni. Desde luego
ya es sorprendente que el rey Felipe no fuera excomulgado y por lo que me decís entiendo que los
sucesos actuales tienen por objeto, precisamente, las actas de excomunión que no han salido a la luz.
Pero aún así. ¿Quién tiene la facultad, y en base a qué poderes divinos se puede borrar la andadura
de un papa en Roma? ¿Realmente es tal la ruindad del nuevo papa como para someterse de forma tan
abyecta a los dictados del ladino rey franco? ¿Quién llevara la tiara entonces, Clemente V o el
capeto?
-Señora, creo que esta claro que en estos momentos quien dirige la iglesia es el rey Felipe- Y
aún se guarda Martín de confesar a la reina madre que lo peor está por llegar y que quizás ese títere
que ahora ejerce de papa no haya sido nombrado mas que para apoyar al rey franco en la disolución
de la Orden del Temple.
¿Y que se puede hacer en una situación así? Tenemos la trascripción de la bula que nos
concedió el Papa Bonifacio y dudo que por mucho que lo intentaran, ésta quedara sin valor alguno si
la anularan desde Roma. Todos sabemos que la bula no era más que un problema político que dio
anuencia papal a nuestra boda y que solo me sirvió para legitimizar a mi hijo Fernando como rey y
que ahora, a estas alturas, se volviera a plantear la cuestión, en un momento tan crucial para el
reino…. Daría alas de nuevo a los de la Cerda y otra vez volverían las revueltas y la guerra. ¿Dios
santo!..... ¿Tenéis alguna idea que nos ayude a mí y a mi hijo en ésta situación?
-Señora. Poco podemos sugeriros que vos misma no razonéis. En primer lugar será conveniente
que os entrevisteis con los obispos que os merezcan mas confianza entre los que yo destacaría a
Sancho Sánchez al que acabáis de recibir y que supongo os sigue siendo leal si no ha cambiado sus
intereses, o bien al de Toledo, el primado D. Gonzalo Díaz, más cercano a Roma. No fiaría en D.
Giraldo el de Palencia o en el de Santiago porque os podrían traicionar siendo como son demasiado
mundanos y afines a la nobleza. Yo, en vuestro lugar trataría de averiguar qué saben del asunto o cual
es la postura de la Iglesia en vuestros reinos, eso sí, sin hablarles de vuestras inquietudes. Después
os sugerimos que vuestro representante en Roma indague en que estado se encuentra la situación en
estos momentos. Pensamos que os será de ayuda el hecho de que sospechamos que Clemente V no
tiene intención por el momento de ocupar la sede papal, donde se encuentran los documentos
firmados por Bonifacio VIII, y porqué no, empleando toda la influencia en Roma de vuestro
embajador, si es de confianza, ver de comprar o hacerse con la bula antes de su destrucción.
-¿Creéis factible alguna maniobra de esa guisa?
-No lo sabemos, Señora, pero lo que parece claro es que planteárselo a Beltrán de Got,
sabiendo que no es mas que un títere del Rey franco, seria de gran peligro, porque no solamente no os
ayudaría sino que posiblemente lo pondría en conocimiento del Capeto, y conociendo sus malas
artes, tened por cierto que os pondría en situación harto comprometida. Lo que se hiciere debiera
ser sin el conocimiento del Papa actual. No se nos ocurre nada mejor.
-Posiblemente os asiste la razón, aunque si pienso en ello....Vuestra propia Orden tiene más
representantes y poder en Roma que nosotros y quizás os fuera mas sencillo que a mi misma llevar a
cabo cualquier maniobra como las que habéis mencionado. Contáis con gente muy capaz, eso sin
mencionar el hecho de que si hubiera que comprar a alguien contáis con todos los medios posibles,
mientras que yo poco puedo hacer desde aquí, pobre de mi, aún soy deudora del millón y medio de
maravedises que hubo de prestarme Alonso Pérez de Guzmán para pagar la rapacidad del desdichado
Bonifacio y conseguir la bula.
-No os falta razón, Señora- Responde Rodrigo que tiene en mente que con los dineros de los
que ahora es poseedor podría cancelar muchas veces la deuda de Alonso Pérez.- Pero ocurre que
cualquier maniobra de esa guisa debiera autorizarse desde nuestra sede en Paris, demasiado cercana
para nuestro gusto con la corte franca porque sin ninguna duda el Capeto tiene espías en el Vieux
Temple que le informan de cualquier movimiento nuestro ¿Entendéis?-
Martín y Gilles observan a los dos, y aquel no puede evitar el sonreírse al ver como la reina ha
dado la vuelta a la sugerencia del maestre y trata de comprometerle en su favor. Realmente es una
mujer muy sagaz y le viene a las mentes las veces que ha oído de la habilidad y la casta que ella ha
demostrado sobradamente, especialmente desde que hubo de coger las riendas, a la muerte de su
esposo Sancho. Martín también sabe que si la Reina conociera los hechos en su totalidad no habría
pedido ayuda a Yáñez. Ella no sospecha siquiera que el todopoderoso Temple tenga muy
posiblemente los días contados y que la influencia de la que ella habla, en las circunstancias actuales
es cuestionable porque en estos momentos es muy probable que cada templario franco tenga un espía
detrás hasta cuando se recoge en un excusado. Ya antes de la audiencia los tres templarios habían
acordado mantener la entrevista en los estrictos términos del problema papal y sus implicaciones
para la reina madre, aunque Martín ni siquiera había sospechado el vínculo de amistad que unía al
maestre con la reina.
La reina se ha quedado pensativa y mira sin ver al maestre. -Mi hijo el Rey se encuentra en
Tordehumos con su tío, el intrigante D. Juan, del cual no he conseguido separarle en éstos últimos
años a pesar de que le he avisado multitud de veces, pero ya no me escucha y se deja guiar por esa
víbora vieja que le va a causar su ruina. A Doña Constanza, su mujer, la tengo a mi cuidado en la
Medina del Campo porque está a punto de parir mi primer nieto. Y es que los hombres andan a la
greña con la familia de Juan Núñez de Lara y malo será que no lleguen a las manos. ¿Creéis
conveniente que lo consulte con el Rey?
-No lo sé, Señora. No me atrevo a opinar al respecto. Lo único que os puedo sugerir es que
cualquier cosa que hagáis sobre éste asunto, deberá ser muy pensada y en el más estricto secreto
porque si llegara a saberse en ámbitos hostiles os conduciría, como vos misma acabáis de razonar, a
épocas pasadas que todos damos por finiquitadas.
- Eso, Rodrigo, lo entiendo sin que me lo recordéis pero lo que necesito es alguna respuesta que
me satisfaga- La reina Maria se da cuenta del tono recriminatorio e impropio que ha empleado, se
calla y los mira de nuevo. -Acabo de ser injusta con vosotros y os pido perdón, caballeros. Supongo
que me voy haciendo mayor y mas aviesa- Se sonríe con tristeza y vuelve a coger las manos del
maestre con calor. -Ay, Rodrigo, desde que dejasteis la Corte perdí un buen amigo y consejero y esa
es una pérdida irreparable. Te necesito a mi lado especialmente en estos días tan convulsos. Siempre
tuve en gran aprecio tu serenidad y buen criterio y en estos momentos sé que te necesito tanto como
en épocas pasadas. Me siento demasiado cansada y si no tuviera bastante, me traéis una
preocupación más. Ya sé que vuestro interés es noble y tratáis de ayudarme pero el hecho es que
acabáis de colocar otra losa sobre mis viejos hombros- Y como si sus palabras fueran la expresión
de su cuerpo, la cabeza de la reina madre se abate y los hombros se hunden en una imagen de
desvalimiento que turba a sus invitados.
-Señora. Sabéis que siempre contasteis conmigo y seria mi deseo que sigáis haciéndolo.
Lo sé. Rodrigo. Lo sé. Solo ocurre que con la edad la fatiga puede a veces conmigo- Levanta
el torso y mira de nuevo a sus invitados con serenidad. –No me toméis demasiado en serio,
templarios. A esta vieja luchadora la quedan todavía batallas que ganar- Una leve sonrisa se dibuja
en su boca y continúa: -De momento vamos a olvidarnos de las desgracias porque querría que
compartierais un ágape con nosotras y con el fiel Alonso Pérez, al que sin duda hace mucho tiempo
que no ves. Acaba de llegar de sus feudos del sur y me ha prometido honrar mi mesa.
-Nada nos placería más, Señora, porque tenéis razón, hace largo tiempo que no nos vemos y es
sin duda el único caballero sin mácula que conozco al que me gustaría abrazar aún sin considerar el
hecho de que tanto él como yo supongo que seguimos sin ser bien vistos en la corte.
-De aquellas historias han pasado años, amen de que estaréis protegidos por vuestra vieja reina
y además aquellos que os quisieron mal se encuentran ahora con mi hijo el Rey, lejos de aquí- La
reina mira a los freires- A pesar de que Alonso Pérez además de vasallo es un amigo, no me parece
oportuno que conozca aún nada sobre el tema que hemos tratado máxime si consideramos que fueron
sus dineros los que me ayudaron a conseguir la dispensa papal. ¿Estáis de acuerdo?
-Parece una decisión acertada aunque coincido con vos en su discreción y fidelidad-
Al final salieron del retrete a la luz de la balconada y bajaron a la primera planta donde la
reina madre hubo de departir durante un tiempo con sus secretarios y los diferentes personajes que la
esperaban hasta que se hizo visible Alonso Pérez de Guzmán al que el rey Sancho apodó Guzmán el
Bueno, flanqueado por los que sin duda eran dos roqueños capitanes de su confianza, armados y
cubiertos de camisote semioculto entre las pieles de lobo que les cubrían los hombros.
Martín pudo observar al singular personaje que ya hacia años se había hecho famoso en el
reino defendiendo la recién conquistada Tarifa aún a costa de la vida de su hijo y ahora valedor
de la Reina madre mientras este la saludaba con deferencia y luego se abrazaba con efusión al
maestre. El hombre provecto que saludó a los freires, de pesada estructura, vestía una elegante
dalmática de color añil y sus movimientos eran seguros y firmes a pesar de su edad. Los ojos vivos e
inquietos en unas facciones severas cubiertas por el abundante pelo oscuro y rizado que le cubría
cráneo y mejillas. Iba descubierto y brillaba en su ancha cintura un enjoyado puñal de delicada
factura.
-Espero, señora, que me permitáis conversar con mi sobrina porque la veo muy de tarde en
tarde-
-No te preocupes Alonso, que compartirá mesa con nosotros.
-Gracias os sean dadas, mi reina, por permitirnos gozar de vuestra belleza y la de vuestras
damas. Quizás así podamos olvidar los malos momentos que vivimos.
-No seas lisonjero, Alonso. Ya eres demasiado talludo y me conoces lo suficiente para saber
que no necesito de tus halagos aunque admito que siempre nos placen a las mujeres- Y la reina madre
se sonríe ofreciéndole la mano que el de Guzmán besó con respeto – Sin embargo sé que agradaran a
mis huéspedes templarios aunque no sé realmente si sus reglas les permiten compartir mesa con dos
jóvenes hermosas y una vieja- Y volviose hacia los freires y les sonrío.
-Dadlo por hecho, mi señora. Las reglas no se hicieron para mujeres como vos- Y Gilles se
inclinó con deferencia.
-Resulta que los fieros guerreros también saben ser unos aduladores- Y sonrió a Gilles con
agrado. –Mirad, ahí llegan mis meninas. Reunámonos con ellas y vayamos a ver que nos ofrecen hoy
los cocineros- Las dos damas a las que acompañaban dos canes de buen tamaño se unieron al grupo
y de nuevo Martín se sintió observado por unos bellos ojos en el ovalo pálido de un rostro que no era
común aunque siguió sin saber porqué y se sorprendió al comprobar que ella no apartaban la mirada
cuando él la miró, antes bien pareció agradecer el escrutinio del freire. Era Ana de Guevara, la
joven viuda.
El refrigerio se celebró en uno de los salones de la planta baja y la reina madre situó a los
comensales; Maria Alfonso de Meneses y a su derecha Alonso Pérez de Guzmán que sentó a su
siniestra a su sobrina y por el otro lado el maestre Yáñez y después y a continuación la joven viuda
con Martín a su lado y a Gilles que tenia por compañera a Aldonza, por el otro. Los canes se
sentaron detrás de la reina y los dos guerreros de Guzmán el Bueno que habían calibrado desde el
primer momento a los freires se quedaron fuera y Martín no tuvo duda de que si abría la puerta que
los separaba del trajín del palacio se los encontraría como al descuido pero pendientes de la mas
mínima señal de su señor. Tuvo claro que Alonso de Guzmán tenia motivos para no encontrarse
seguro fuera de sus dominios.
Martín nunca se había encontrado en una situación como la que le tocaba vivir y trató de imitar a
los demás al margen de que la proximidad de la joven viuda tampoco ayudaba a tranquilizarle. Nadie
se sentó hasta que lo hizo Maria de Meneses y después lo hicieron todos en unos pesados sillones de
respaldo alto, madera oscura y cuero repujado. Cuando su joven acompañante trató de mover el suyo,
apenas pudo y el freire lo hizo por ella y luego la ayudó a acomodarse como vio que hacia Alonso de
Guzmán con su sobrina, a cambio recibió una cálida sonrisa que le hizo sentirse mejor. A poco
varios sirvientes llegaron en silencio con algunas bandejas de bronce llenas de humeantes capones
cocinados con pasas y un oloroso cordero asado y adornado con manzanas también asadas en una
gran fuente de oscura madera que fueron depositando en la mesa mientras se escanciaba vino en
copas plateadas solo a los comensales masculinos y nadie dijo nada por lo que infirió que era norma
en la mesa de la reina madre.
-Mi señora, ¿Es cierto que Diego García de Toledo se encuentra en el reino de Aragón para
ganarse las simpatías del Rey Jaime en el contencioso de los Lara?
-¿Donde lo habéis oído, Alonso?
-Del Merino Mayor Sancho Sánchez de Velasco con el que departí hace tres días en Segovia,
Señora-
-Pues es bien cierto y además el rey Jaime por una vez se ha portado noblemente y las noticias
que me han llegado dicen que no solamente no protegerá al de Lara sino que por ende, y gracias a los
oficios de Diego García, va a apoyar a mi hijo con cuatrocientas lanzas aragonesas.
-¿Mas leña al fuego, señora?- Alonso Pérez de Guzmán hace un gesto indefinible y mira al
maestre templario,--Si amigo Gonzalo. La situación es caótica y, que me corrija nuestra Reina si me
equivoco, mi opinión es que nuestro joven Rey se deja influir demasiado, lo cual no seria malo si
esas influencias provinieran de personajes justos y nobles, pero no es así. El infante D. Juan, que
Dios maldiga, oficia ahora de mentor, y perdonad majestad que me exprese en estos términos- y se
vuelve deferente hacia la reina madre- de nuestro Rey Fernando, eso por no hablar de Maria Díaz,
mujer del infante y sobrina de Diego López de Haro, otro personaje de la esfera de nuestro Fernando,
que si no está emponzoñando todo lo que se encuentra a su alrededor no se siente feliz, si es que un
personaje de esa laya se puede sentir feliz- La reina cuyas opiniones salta a la vista que se
encuentran muy próximas a lo que está escuchando, asiente con gravedad mientras despacha una
pechuga de ave con la ayuda de un pequeño cuchillo y los dedos que limpia de tanto en cuanto con un
pequeño pañuelo que tiene a la vera. Los huesos van cayendo de la mesa y son triturados y engullidos
con rapidez por los canes mientras se gruñen sin que nadie les preste atención. La reina bebe agua de
una bella jarra de vidrio que comparte con sus meninas. El vino para los varones es de Toro y a
Martín, poco acostumbrado, le parece excesivamente recio, por lo que lo bebe con moderación.
-Así que vuestro nombre es Martín- Se había distraído un momento, sorprendido ante la dureza
con que se expresaba Alonso de Guzmán aunque era totalmente consciente de la proximidad de su
compañera de mesa. Se volvió hacia ella y de nuevo le sorprendió su extraña belleza y la
luminosidad de sus ojos garzos. La joven tenía una voz profunda y sonora. Vestía algún vestido de
paño oscuro con adornos dorados del que salía una camisa blanca y su casto escote dejaba ver un
cuello largo y delicado que sujetaba esas facciones extrañas y turbadoras. Y entonces se dio cuenta.
Era morena, de cabello negro brillante y los ojos eran claros y vivos en una tez pálida. Un contraste
inusual para él, que solo asociaba los ojos claros con el pelo trigueño. Esa era la razón de su
sorprendente belleza. Sin parar mientes en nada se la quedó mirando extasiado hasta que ella,
consciente del escrutinio se recogió y bajó los ojos azorada haciéndole ver su impertinencia y se
sintió avergonzado y no supo que decir hasta que ella levantó la mirada hasta la de él y le sonrió con
dulzura una vez mas desde una boca pequeña y atrevida. Dejó pasar un tiempo dando cuenta de su
yantar con la cabeza baja. Supo que debía disculparse. Se volvió hacia ella de nuevo con una sonrisa
torpe:
-Os pido perdón, señora, por mi insolencia pero es que por un momento vuestra belleza me ha
trastornado. ¿Qué decíais?
-Os preguntaba por vuestro nombre, y llamadme Ana si os place- Y su sonrisa le desarma y el
freire se olvida del resto de los comensales, después carraspea y en voz baja para no interrumpir la
conversación en curso, responder a la joven: -Mi nombre es Martín de Lope, señora.
¿Y estuvisteis en Tierra Santa?
-Así es, señora-
¿Y no os importaría llamarme Ana? Yo en cambio os llamaré Martín si no lo consideráis
atrevido- Y los ojos le envuelven y la sonrisa le desarma y no sabe que decir y se siente como un
niño torpe. Aparta la mirada inseguro.
-Os autorizo a que me miréis si me consideráis bella y si me habláis de vos y vuestras aventuras
que siempre serán más interesantes que escuchar de nuevo esas parlas de estado que me hastían….
Yo nunca salí del reino y no conozco otras tierras- Ana se ha acercado al freire y le habla en voz
baja de modo que éste se tiene que acercar para entenderla y le envuelve un sutil perfume que le
azora mas aún. Gilles parece que se acomoda mejor y conversa con la sobrina de Alonso mientras
éste sigue hablando:
………….-Nuestro Rey ha cambiado mucho desde la muerte de D. Samuel, su almojarife, que
a pesar de la mala fama que tienen los judíos, ejerció una buena influencia en él y no dejaba que el
infame D. Juan lo manejara como hace en estos tiempos. Un ejemplo de lo que os comento esta
ocurriendo ahora; Ya conocéis la pugna que se mantenía entre el infante y los de Haro por el señorío
de Vizcaya. Pues bien, el rey, aconsejado por el infante, ha pactado el acuerdo de ambos, ¡Pero a qué
precio!- Hace una pausa para enjuagarse la boca con un buen trago de vino- D. Diego López de Haro
se queda con Vizcaya, Durango, Valmaseda y las Encartaciones en lo que le quede de vida que
tampoco será mucha y a su muerte estas posesiones pasaran a manos de su sobrina Maria Díaz o lo
que es lo mismo, a manos del infante D. Juan, su esposo. Si el acuerdo hubiera quedado ahí, ¡Santo y
bueno!, pero es que ocurre que D. Diego López, que además ya babea, para firmarlo les ha exigido
que se alíen con él en contra de el de Lara, y el rey que no debería tomar partido en la rivalidad de
estos dos personajes a cual mas ruin como todos sabemos, lo ha aceptado, una vez mas forzado por el
infante D. Juan que a la postre es el único que sale ganando. Pues bien, entre D. Diego López y el
Infante han reunido, que yo recuerde ahora, al señor de Ledesma, Fernán Ruiz de Saldaña, El eximio
Pedro Ponce, Rodrigo Álvarez, Juan Alfonso de Benavides el de Salamanca y alguno mas como el
maestre de Santiago que no entiendo cómo toma parte en ésta mascarada. Han puesto al joven Rey a
la cabeza y se han ido a retar al de Lara del que os podéis imaginar como le suenan las tripas. En
consecuencia; El rey Fernando, por escuchar a su tío que será el único beneficiado, se ha metido en
un fregado que no era suyo y que terminará mal porque acaba de romper el difícil equilibrio que se
mantenía entre éstos personajes, y que, ¿Por qué no decirlo?, había conseguido nuestra reina Maria
aquí presente- Y se vuelve hacia ella con respeto mientras esta, que ha perdido durante un momento
el hilo de la conversación, se sonríe viendo los apuros que pasa ese templario enorme que la
presentó Yáñez……….
No sabe donde mirar y la joven se ha girado hacia él y espera que el la atienda mientras come
con la ayuda de las manos un muslo de ave.
-No estáis haciendo honor a las viandas y me parece que estáis nervioso.
-Tenéis razón, señora. No soy más que un freire templario que no sabe como comportarse en una
mesa como esta ni como agradar a una dama.
-Si es eso lo que me fascina, Martín. Nunca conocí a nadie como vos y quiero saber como sois,
vos y vuestra severa Orden. Vamos, os dejaré comer y escuchar si me prometéis que luego os tendré
para mi sola. ¿Me lo prometéis?
-No sabe qué responderla ni se le alcanza lo que quiera decir el tenerla para ella sola. Martín
teme que alguien les escuche y siente que el calor le sube a la cara. Con la cabeza baja y atendiendo
de nuevo a su pitanza sabe que debe decir algo.
-Si señora. Os lo prometo.
¿Y dejareis de llamarme señora?
-También os lo prometo- Y antes de darse cuenta ella le coge la mano entre las suyas y le da un
tibio apretón mientras le sonríe. Martín ha sorprendido la mirada de Gilles en algún momento pero
parece que nadie ha visto el gesto de la joven viuda y el freire rescata su mano y la pone encima de
la mesa, bien a la vista lo que hace reír muy bajito a su compañera de mesa.
……….. ¿Puedo preguntaros si el Rey os requirió a su lado?, porque sois uno de los hombres más
poderosos del reino- pregunta el maestre mientras deja caer algunos huesos que los canes tragan en
un momento.
-Es lógico que lo preguntéis, Rodrigo, aunque vos también lo sois si consideramos el número de
lanzas que pondríais en pié de guerra a una sola voz vuestra, pero ya sé que no es el caso….- Y
Martín ve como el gesto de Alonso Pérez se endurece al enseñar los dientes en una aviesa sonrisa. -
……pero respondiendo a vuestra pregunta, seguro que vos mismo intuís la respuesta. Nuestro Rey
Fernando sabe que su tío el infante D. Juan sigue vivo porque se me prohibió retarlo a duelo y el
hecho de que aún respire es un tormento para mí. El rey y los que le rodean, saben que nunca me
acercaría a ese personaje salvo para abrirlo en canal como a un gorrino, por lo tanto no seria
juicioso que me requiriera a su lado. Además todo esto ha sido desde un principio una algarada sin
sentido, que nuestro rey no es capaz de ver, manejada por el infame infante que ha requerido a su
lado a personajes que si acaso le serian leales a él, no al rey. Es sabido también que estoy a
disposición de nuestra reina cuando es necesario, sobre todas las cosas porque siempre he creído en
ella y en su honradez y regia capacidad, ¡perdonad el halago señora pero esto es algo que nadie
cuestiona ya!- Se ha vuelto hacia ella que le escucha sin un gesto -Sin embargo es notorio que
desapruebo esta dudosa hazaña y que no tengo la misma confianza en su hijo el rey, y perdonadme si
me expreso con tal franqueza. Es joven y deberá madurar para no dejarse manejar por aquellos que
utilizan malas artes para conseguir sus favores y conducirlo por caminos peligrosos e insensatos.
Todos contamos con que su carácter se afiance y sea capaz de discernir con limpieza el trigo de la
paja. Ahora, en estos momentos no debiera obrar como lo está haciendo, y sé además, que ha
desdeñado las voces que le advertían, incluida la de su augusta madre….- Y de nuevo la mira con
respeto-….. Olvidándose de lo mucho que la debe. La información que tengo es que han reunido
alrededor de trescientas lanzas y como ya os he dicho ninguna de ellas va por respeto y deber al
Rey, esa algarada va a durar lo que el rosario de la aurora y además va a costar un buen pellizco que
no sé quien pagará. ¿Entendéis la razón por la que no me han requerido?
-Por cierto, por cierto, amigo Alonso- Responde Yáñez mientras se limpia la boca para dar un
ligero trago de su copa. La reina madre come despacio y mira al de Guzmán asintiendo.
Gilles y su vecina de mesa escuchan aunque Martín sospecha que su amigo no conoce la
historia que está detrás de las palabras de Alonso Pérez ni el porqué de la acerba crítica a la
conducta real. Ana parece que se ha quedado satisfecha con la promesa conseguida y se sirve un
trozo de cordero con aire distraído como si realmente fuera cierto que ese tipo de parlas la aburren.
Durante algunos momentos la conversación enmudece y los comensales van dando cuenta
pausadamente del condumio que les han servido. Es la propia reina madre la que después de
escuchar a Alonso, admite su juicio sin más.
-Estoy de acuerdo con nuestro amigo Alonso Pérez. He sabido que Juan Núñez de Lara, desde
que conoció la resolución del pacto de Vizcaya entre el infante y el de Haro ha hablado de
desnaturarse y desde luego de no aceptar a partir de ahora la autoridad de mi hijo. Sé que se
encuentra en Tordehumos y que ha dicho que si van a buscarlo lo encontraran. Sospecho que mas de
uno de los personajes que se ha unido a la algarada tienen buenas relaciones con el de Lara, incluso
mejores que con el bando opuesto por lo que no espero que la sangre llegue al rió pero, y en ese
aspecto nuestro sagaz Alonso también creo que tiene razón, el único que va a perder es mi hijo. Pero
dejemos estos temas porque poco podemos hacer para arreglarlos y habladnos- Y con una sonrisa se
dirige a los templarios- De vuestras andanzas por Tierra Santa y de la razón de que hayáis vuelto a
éstos reinos. ¿Realmente reconquistasteis Jerusalén como se dice?, ¿Y vivisteis las últimas horas de
Acre? ………………
…………………………….
-Os ruego que no consideréis demasiado en serio el cariño de nuestra reina madre para conmigo.
Yo también se lo profeso a ella. Y esa frase de que la amaba, es una broma de tiempo atrás. Como ya
os expuse….- Las explicaciones del maestre, cuando quedan solos de nuevo, suenan un tanto forzadas
y totalmente innecesarias a los freires Martín y Gilles que al ver la familiaridad con que era tratado
solo han podido colegir un afecto ganado con su bien hacer y alguna virtud que sin duda le adorna.
….- creo que Maria de Molina ha sido y sigue siendo una gran mujer por la que siento un gran
respeto (y como habéis visto no soy el único) y desde luego nadie duda de que su hijo la debe el
reino por mucho que éste lo olvide. Habéis estado fuera del reino demasiados años para saber que
esta mujer dio al padre de nuestro rey Fernando, el finado Sancho el cuarto, siete hijos de los que la
viven cinco y que son por orden de nacimiento: Isabel, repudiada por el rey Jaime de Aragón y ahora
casada con el duque de Bretaña, nuestro rey Fernando, D. Pedro que debe andar por los 17 años, D.
Felipe con dos años menos y por lo tanto con quince y la última Beatriz de catorce años y futura reina
de Portugal porque casó con Alfonso, el heredero del rey Dionis.
-Pues paréceme que el sobrenombre de el Bravo no se lo dieron solo por su carácter.
El maestre no oculta una sonrisa. –No os falta razón, hermano Gilles. Recordad que nuestro
anterior rey murió muy joven, no llegó a cumplir los cuarenta años y aún así con anterioridad a su
matrimonio tuvo dos hijos bastardos y cuando casó, a su esposa siempre la tuvo preñada.
-Y aún tuvo tiempo para dedicarse a otras empresas.
-Lo tuvo, aunque su muerte acaeció en el peor momento y dejó a su mujer
muchos contenciosos por resolver y muchas ambiciones, especialmente de los
reyes vecinos como el de Aragón o el propio portugués, que pretendieron sacar tajada de la aparente
endeblez de nuestra reina madre, pero, permitidme seguir con la historia: Abandoné la corte cuando
ella cedió la regencia y fue entronizado nuestro rey a sabiendas de que aún era demasiado joven pero
así interesaba a los consejeros que le impusieron, los Haro. La reina madre fue apartada y a mi me
dieron a entender que sobraba. Antes de irme me sentí obligado a dejar clara la opinión que me
merecían aquellos personajes y admito que en aquella ocasión no fui demasiado cortés lo que no deja
de ser un acto de soberbia, pero mi penitencia por aquel pecado reprobable, que confieso me
satisfizo sobremanera, mi penitencia, digo, ha sido que desde entonces me he hecho con un sinfín de
poderosos enemigos que seguro que ya no rezan por la salvación de mi alma- Ha enfatizado la voz y
los ha mirado con una sonrisa torva que les hace sonreír también a ellos- Desde luego no fui el único
que intuyó lo que se avecinaba, quizás fui mas temerario, (y mas joven también) pero el hecho es que
la confirmación de que yo no estaba errado la tuve hace seis años cuando nuestro joven Fernando y
por iniciativa sin duda de sus consejeros, se atrevió a pedir cuentas da le gestión de su minoría de
edad a su madre en plenas cortes de Medina del Campo. ¡Se habrá visto mayor insensatez! ….. ¡A su
madre, que enviudó tan joven y tuvo que mantener un reino hundido en el caos!. ¡Que peleó sola
durante años contra todos, incluidos los de la Cerda, que sin duda tenían más derechos que su hijo si
nos atenemos a la ley sucesoria vigente, y solo por guardarle el trono!....Es sabido que las madres
siempre perdonan, porque otra en su lugar…….. ¿Entendéis ahora de mi poco respeto al rey?- Y
resopla con indignación mientras Gilles aprovecha el inciso del maestre e inquiere sobre el
personaje con el que compartieron yantar.
-Alonso Pérez de Guzmán, al que no le gusta que le recuerden que el rey Sancho honró con el
titulo de Bueno, es sin duda un personaje en el reino y a mi juicio el ejemplo del caballero fiel, razón
por la que le tengo en gran aprecio. Hijo de Pedro Núñez de Guzmán, que fue uno de los hombres
más importantes del reino en tiempos del rey Alfonso que lo nombró adelantado de Castilla, casó con
Maria Alonso Fernández de Coronel que a la sazón era dueña de Maria de Molina. Su historia se
inició hace bastantes años, quizás mas de treinta. De joven abandonó el reino y se puso al servicio
del Sultán de Marruecos donde adquirió renombre de esforzado hasta que las desavenencias entre el
rey Alfonso y su hijo Sancho le obligaron, bien a su pesar, a tomar partido por el anciano padre que
aunque senil y caduco, era a la postre su señor. No tardó en morir éste no sin antes dejar larvado un
problema sucesorio que aún colea, pero al final el impetuoso Sancho se impuso y fue coronado rey
contra los de la Cerda por lo que Alonso Pérez se volvió al África hasta que de nuevo fue requerido
esta vez por el mismo Sancho que siempre supo, aunque lo tuvo de enemigo, de su valor y su
fidelidad, para defender la plaza de Tarifa recién conquistada al moro- Martín oyó en su momento
contar la historia pero Gilles estaba totalmente ayuno de los personajes del reino y escucha con
atención. -Alonso Pérez sin dudarlo obedeció a su rey y ocupó Tarifa hasta que en uno de los
asedios que soportó la plaza apareció junto a las murallas, entre la morisma y aliado con ellas, el
mismísimo infante D. Juan que arrastraba a uno de los hijos pequeños de Alonso Pérez, al que había
secuestrado. La historia del pérfido D. Juan, al que siempre he considerado un cobarde y un
intrigante, se remonta un vez más al testamento de Alfonso que os he mencionado hace un momento.
Como he dicho, este desheredó a Sancho y además dejó en herencia el recién conquistado reino de
Sevilla a su tercer hijo D. Juan. Aquella historia duró lo que tardó Sancho en afianzarse en el trono y
arrebatarle a su hermano el reino recién heredado. Por supuesto D. Juan se enrabietó y sin más se
desnaturó y se estableció como Guzmán, pero en fecha posterior, en el reino de Marruecos donde
ahora reinaba el benimerín Aben Yacub al que convenció de que sería fácil reconquistar Al Andalus
si tomaban primero Tarifa. Y ahí nos le encontramos con lo benimerines de Yacub, al pié de la
fortaleza que no conseguían rendir a pesar de la desproporción de fuerzas. Sintiéndose impotente y
ridículo ante su aliado, recurrió en su ruindad a pedir la rendición de la plaza a cambio de la vida
del hijo pequeño de Guzmán que tenia en su poder. Este, además de no rendir la plaza para no
deshonrar la confianza que el rey había depositado en él, tuvo el valor, desde lo alto de las murallas,
de tirarles su propio puñal para que llevaran a cabo la infamia. Pedro Alonso, el hijo de Alonso
Pérez fue degollado a la vista de los defensores pero la fortaleza resistió y al final la morisma hubo
de retirarse sin conseguir doblegar la resistencia del caballero. Algún tiempo después, Sancho y su
hermano D. Juan firmaron las paces y el segundo aceptó al primero como rey. Sancho concedió a
Alonso Pérez el título de “el Bueno” pero lo alejó de la corte dándole el gobierno de todo Al
Andalus para evitar que matara, como había jurado, al infante asesino de su hijo. Desde entonces
Alonso Pérez, que sin ninguna duda es la mejor lanza del reino, sigue en el sur donde además se ha
convertido en el impulsor de la alianza entre nuestro reino y el de Aragón para la conquista de
Gebral Tarik que aún se mantiene en manos cristianas gracias a el. No hace falta decir que el infante
D. Juan sigue vivo porque nuestro Guzmán sigue siendo un caballero fiel a su rey que no le ha
permitido retar al infante felón aunque todos saben que la infamia sigue presente en la mente del
caballero. Lo que se me antoja inconcebible es que con esos antecedentes, nuestro rey se deje
manejar por ese súcubo del diablo.
-Opinamos del mismo modo.
Vos, Martín, seguro que conocíais la historia porque ocurrió mucho antes de que abandonarais
el reino-
-Así es. Se extendió por todo el país como ejemplo de fidelidad pero no conocí al personaje y
la gesta, que en aquel entonces corrió de boca en boca no se ajustaba demasiado a los hechos que nos
habéis relatado.
-Debo admitir que no soy un caballero de la talla de Alonso Pérez de Guzmán- Es Gilles el que
habla –porque si yo hubiera estado en su lugar, en infame infante habría mantenido su cabeza sobre
los hombros el tiempo justo que yo hubiera tardado en desenvainar mi espada importándoseme un
ardite las prohibiciones reales o papales porque pienso que nadie tiene derecho a atentar contra la
dignidad de otro, y menos que nadie el rey que debe ser un ejemplo de equidad y justicia.
-Estoy de acuerdo con el hermano Gilles- sentencia Martín.
-Os entiendo a ambos y por supuesto también pienso igual. Por ese motivo os dije que Alonso
Pérez de Guzmán es un caballero singular y sin tacha. Stupor mundi eo ipso. Pero dejemos ese tema y
volvamos al problema que acucia a la reina madre. ¿Tenéis conocimiento de que el hermano Xavier
hubiera conocido en la curia de Roma algún personaje de quien pudiera fiarse?..........
………………………………….
Abandonaron el palacio y bajaron hasta el río que discurría por una tranquila alameda, fresca y
rumorosa, transitada por gentes que por sus vestiduras, razonó el freire, mas parecían cortesanos
ociosos que lugareños. Ana de Guevara tenía venticinco años y fue casada hacia algo mas de seis con
un tal Álvaro de Cepeda, un viejo viudo con cuatro hijos varones que mas o menos compro a la joven
Ana a su familia necesitada de dineros o al menos eso la dijeron. Educada en las letras y con una
cultura acorde con su condición, cuando entró en su nueva casa, en la cercana Tudela, se encontró
con lo más parecido a una pocilga que compartían los cinco salvajes sucios y huraños que solo
sabían pelear, sin nadie que limpiara o cocinara desde que muriera la madre. Hollada por el viejo
rijoso y asediada por los hijos como si fuera una vulgar meretriz, la vida de Ana se convirtió en un
infierno del que huyó despavorida hasta que su propia familia la devolvió a su dueño que la
encerraba para evitar que escapara de nuevo o la gozaran sus hijos en algún descuido. Aquella
penitencia solo tuvo fin a la muerte del viejo ya hacia algo más de un año, lo que dio origen a
puñadas y riñas a muerte por el reparto de la considerable herencia mientras ella escapaba por
segunda vez al hogar paterno donde fue recriminada de nuevo por no tratar de casarse con alguno de
los hijos amen de que al huir perdía los derechos a parte de la herencia que la hubiera
correspondido. El hecho es que se sintió incapaz de convivir ni un día más en aquella casa lo que
hizo que su familia la diera a elegir entre meterse en un convento o casarse con otro del mismo jaez a
lo que se negó en redondo. A última hora y gracias al buen hacer de un familiar cercano a la realeza,
fue acogida por la reina madre que la arropó y la dio el único cariño que había conocido. Lo
contaba sin rencor mientras miraba lejos, como si no se hubiera merecido más. El freire la escuchó
sorprendido y el algún momento le pareció que la temblaban las pequeñas manos que mantenía juntas
y sin pensarlo demasiado apoyó la suya sobre las de ella. Ana levantó la cabeza y le miró a los ojos
con un extraño candor que el freire no entendió y luego a continuación agarró aquella mano enorme y
rasposa y la retuvo en su regazo con suavidad.
-Así que además de empuñar la espada también sois capaz de acariciar a una mujer, y
posiblemente hasta podéis coger una flor y admirarla. ¿No es cierto?- Martín no supo que responder
o si debía responder siquiera aunque tuvo por cierto que Ana de Guevara, aprovechándose de su
belleza, estaba jugando con el y con sus sentimientos. -Vamos, vamos. No os avergoncéis, porque
vuestra conducta no os hace más débil, antes bien, me obliga a pensar que detrás del fiero guerrero se
oculta un alma sensible- El freire recuperó su mano mientras ella le miraba con expresión traviesa. -
Y bien. Yo ya he terminado y ahora no tenéis disculpa. Os ruego que me contéis algo de vuestras
andanzas, pero antes me gustaría saber, si no os importuna demasiado, ¿Es cierto que me consideráis
hermosa o era solo una lisonja?- Y ella se lo preguntaba, su encantadora carita seria levantada para
buscar los ojos de él mientras lo envolvía con su perfume. Martín se turbó una vez mas y aún así,
sintiéndose manejado, entendió que no había coquetería en ella y sí un genuino interés por saber si
era capaz de agradarle. Le estaba diciendo u ofreciendo algo, quizás a ella misma aunque no se
sintió capaz de asegurarlo pero ya el hecho de que pudiera ser cierto le agradó porque era hermosa y
deseable y pensó que podía jugar ese juego porque le hacia sentirse bien solo el creer que esa mujer
se sintiera atraída por él. No pudo por menos de echarse a reír.
-No señora, no es una lisonja. Realmente os considero muy hermosa- Y no le importó
sincerarse porque se sintió algo mas seguro.
-Me habíais prometido que me llamaríais por mi nombre.
-Tenéis razón. Ana- Y el nombre de ella estalló en su mente como una llamarada. Había estado
evitándolo para mantener un trato menos personal y porque tuvo la sospecha de que tan pronto llegara
a ese extremo de confianza, las circunstancias variarían y ya no podría escapar a su influjo, y en
aquellos momentos sabía y era consciente de que tenia otras cosas en qué pensar, muy graves y serias
de las que no debía distraerse con cosas mas vanas, y aún así, la miró y de nuevo su belleza y la
atención que le dispensaba le dieron miedo.
Habló de cosas y lugares sin cargar las tintas….los santos lugares, sus compañeros, en especial
Gilles, como conoció a los tártaros y el error de los reinos occidentales al no aliarse con ellos, algo
de su cautiverio y aquel horroroso temblor de tierra cerca de los restos de Alejandría que derrumbó
aquel gigantesco faro que mas parecía una torre que se hundía en las nubes….. Ella le escuchaba con
seriedad y a veces trataba de indagar sobre algún hecho concreto pero él cambiaba de tema y contaba
otra cosa….Ana no se cansaba de escuchar y de preguntar pero anocheció y a pesar de la porfía de
ella el freire la llevó a palacio, se despidió en el portón de entrada y rápidamente despidiose y
volviose al convento intuyendo que si la veía de nuevo estaría perdido.
Llegó a tiempo para compartir una sopa caliente y aceitunas con el maestre, el capellán,
Gilles y Ferran.
-Os pido disculpas por la tardanza pero estuve paseando con Ana de Guevara hasta que
anocheció.
Los comensales levantaron la vista y le miraron -Eso suponíamos- respondió Yáñez volviendo
la mirada a su plato. -Es una joven muy hermosa que goza del aprecio de la reina. Supongo que os ha
aburrido a preguntas. Debéis tener presente que gentes como vuestras mercedes sois una atracción
para cualquiera porque habéis viajado con la aureola templária por esos desconocidos mundos de
Dios que aquí, salvo casos muy contados, ni siquiera se sabe que existen. Debéis saber que las dos
jóvenes solicitaron a la reina madre sentarse contiguas a Gilles y a vos, lo cual, una vez vistos los
comensales, no me sorprende.
¿No habré hecho mal acompañándola?
El maestre se echó a reír mientras Gilles le miraba con sorna. ¿Y como queréis que lo sepa?
¿Nos lo estáis preguntando?
-Lo que quiero deciros es que nuestras normas nos prohíben el trato con las mujeres incluidas
hasta nuestras madres. Recordadlo- Pudo ver la expectación en la cara de Ferran aunque sabia que el
armigueri se limitaría a escuchar.
-Ah. ¡Os referís a eso!...... Claro que lo tenemos presente. Pero…. ¡Por Dios bendito!.....
Nuestras normas se crearon ya hace mas de dos siglos, y fueron escritas en su mayor parte por
Bernardo de Clarvaux para unos aguerridos caballeros cruzados que solo se respetaban a si mismos
y con unos principios morales mas que discutibles. Se hacia necesario poner coto a sus apetitos
especialmente los carnales. De entonces para acá ha pasado mucho tiempo y nos hemos civilizado
bastante, aunque admito que aún queda por ahí mas de un verraco suelto- Y se sonrió mirándolos- Si
se nos ocurre recordar los preceptos por los que nos debiéramos regir, nos asombraríamos por su
dureza, pero entonces tenía un sentido porque era para otras gentes y otras circunstancias que ya no
se dan, y no me refiero solo al trato con la mujer porque me viene a la memoria la prohibición
expresa de la caza aunque nunca conseguí averiguar la razón, recordad que se nos imponía hasta la
forma de comer, incluso el tipo de viandas. Debiéramos ser ejemplares en nuestros actos, y aún eso
lo olvidamos con demasiada frecuencia. Han pasado muchos años y las normas se han suavizado en
un proceso natural y lógico….pero…….. Estoy divagando…. Ya lo sé. A lo que me refiero es que
ninguno de nosotros, hoy en día, considera reprobable pasear o departir con una dama, y si me
apuráis,…..- Pudo verse que en ese punto dudó sobre la conveniencia de continuar sobre lo que ya se
sobreentendía, al final los miró y continuó: -que esas normas a las que hacéis referencia no están
todo lo vigentes que os creéis. Vuestros escrúpulos suenan, y os ruego que me perdonéis porque no
me guía ningún afán crítico, hasta un poco ingenuos aunque tengo por cierto, a tenor de vuestras
dudas, que fuerais un buen ejemplo para muchos. De todos modos si tenéis algún problema de
conciencia, os ayudará mejor Ginés, nuestro capellán, que yo. Y se sonrió sin acrimonia mirando a
éste que con la cabeza baja, comía sin prisas los trozos de pan que previamente había mojado en la
sopa.
Después de la cena los templarios departieron sobre el inmediato futuro que los esperaba. El
maestre había prometido a la reina Maria que en los próximos días no se alejaría de Valladolit y
estaría disponible para lo que ella mandase. Nadie tuvo dudas de que la reina tenia necesidad de
ayuda y por otro lado los graves asuntos que acuciaban a los freires se verían mejor al lado de ésta.
Martín y Gilles pudieron en algún momento contarse sus últimas aventuras en los lugares familiares y
llegaron al acuerdo de que ambos irían a la casa solariega de Martín donde éste quería resolver el
abuso de la Mesta. Requirieron el permiso del maestre que entendió que en la corte los dos freires
tenían poco que hacer y por lo tanto les concedió su autorización siempre que no perdieran el
contacto con él desde cualquiera de los enclaves de la Orden que tuvieran cerca. Al día siguiente
Martín, Gilles y Ferran abandonaron Valladolit.
LA MESTA agosto 1.307, annus domini
Terminaron de hundir la techumbre que estaba ruinosa y amontonaron las piedras que aún eran
utilizables. Cuando llegó Ferran y los avisó de que se acercaban los jinetes, estaban todos rascando
las paredes que en su tiempo estuvieron encaladas y ahora negruzcas por los fuegos que habían
encendido dentro del oratorio. Ferran descabalgó y oculto su montura con las de los freires y después
se situó en el sitio establecido y Martín y Gilles requirieron sus armas que ocultaron bajo los
capotes. Habían acordado que los freires solo necesitarían las espadas y el armigueri el arco porque
se mantendría a distancia de los que llegaran. Hubieron de convencer de nuevo a los dos albaní
moriscos que Artal les había proporcionado para que siguieran trabajando y ellos se retiraron unos
metros como si estuvieran supervisando la obra.
Los cinco pastores llegaron cruzando el regato y pararon las cabalgaduras al pié del oratorio
entre los dos moriscos y los freires.
¿Qué estáis haciendo aquí, en medio de un cordel de la Mesta?, inquirió un hombrón barbudo y
malencarado apoyando las manos en el arzón de la silla de montar. Martín llevaba días viviendo éste
momento y no se extrañó al ver sus trazas. Cabalgaban en mulos y de las sillas cubiertas de pieles
colgaban espadas cortas con vainas de cuero. La catadura de los personajes no variaba demasiado
pero si la edad. El mas viejo, que debía de ser el rabadán, fue el que se encaró con los de a pié y sin
esperar respuesta descabalgó pasando una de las piernas por delante hasta quedarse sentado sobre la
silla y después de un salto se fue al suelo y dudó a quien dirigirse hasta que se fue hasta los dos
freires.
-Os pregunto, ¿Qué estáis haciendo en una cañada de ganado?
-Te respondo. Este lugar es una dehesa. No es ni ha sido un cordel o cañada de ganado o como
quieras llamarlo y si te hubieras fijado habrías visto los majanos que delimitan ésta propiedad que
como es lógico tiene dueño y que tu están hollando en este momento, así que te ordeno que deis
media vuelta y abandonéis el lugar sin tardanza- Martín no pudo evitar el tono perentorio al recordar
la ira que le invadió hacia días cuando descubrió el expolio que habían llevado a cabo.
¿De qué me hablas? ¿Quién te crees que eres para ordenarme nada, bufón? ¿No sabes quienes
somos? ¿Nos vas a obligar a que castiguemos tu insolencia?- y se acercó a los freires con torva
mirada mientras cerraba los puños en actitud amenazadora. Gilles retrocedió un paso y se volvió a
Martín mientras torcía la boca en un gesto que fue mal interpretado por el hombrón porque se dirigió
a él con voz destemplada: ¡Vamos, idos o perderemos la paciencia! Y tú, ¿Me obligaras a romperte
esa fea jeta que tienes? Y el rabadán o lo que fuera, volvió la cabeza hacia sus hombres que sin más
descendieron de las monturas empuñando las espadas y se dirigieron amenazadores hacia los freires
porque sin duda entendieron donde estaba el problema.
Gilles se quedó quieto mirando al hombrón que volvió a equivocarse y creyendo que era el
temor lo que tenia inmovilizado al freire, tuvo la mala idea de levantar la mano en actitud de
abofetearlo y hasta ahí llegó porque al momento siguiente uno de los puños de aquel ser malencarado
le golpeó con la rapidez de un relámpago y con tal fuerza que le derribó y casi sin saber como se
encontró en el suelo con un dolor insoportable en el hombro. El resto de los pastores se les echó
encima y hasta uno de ellos osó levantar la espada en actitud amenazadora a la vez que fue audible el
siseo de una flecha y el atrevido soltó el arma y gritó de dolor mientras caía al suelo y se echaba
mano al asta que le atravesaba el brazo pecador. Las cosas no pasaron a mayores porque los dos
freires se echaron los capotes hacia atrás enseñando las armas que portaban y se fueron decididos
hacia el resto de los pastores que al ver la actitud de los que se les aproximaban interrumpieron su
avance y se apiñaron mirando a todos lados y buscando al arquero invisible que había herido a su
compañero mientras los dos caídos se retorcían de dolor en el suelo.
-No deseamos haceros ningún daño si podemos evitarlo, pero eso ya es cosa vuestra. Os lo
repito de nuevo. Estáis en una propiedad privada y debéis abandonarla de inmediato. Ítem más, si en
las próximas horas se acerca algún ganado por aquí, os va a costar mucho trabajo agruparlo de nuevo
y alguien os pedirá cuentas por ello- Los dos freires se fueron acercando con las manos en las
empuñaduras de las grandes espadas que aún se encontraban en sus vainas. Ferran no era visible y al
que había herido seguía tirado en el suelo gimiendo y tratando de romper con la otra mano el asta de
la flecha clavada mientras el brazo se le iba empapando de sangre. El hombrón se acuclilló entre
gemidos cuando Gilles de dos zancadas se le acercó por detrás y con una mano le sujetó con fuerza el
hombro tirando de él hacia arriba mientras que con la otra dio un violento tirón al brazo lesionado y
se lo colocó en su sitio haciéndole chillar de dolor y miedo. Sin soltarle le espetó – No recuerdo lo
que dijiste sobre mi cara, pero tú no debes olvidar esto: Si vuelves a acercarte a mí te romperé el
mismo brazo pero de modo que quedes manco ya de por vida. También debes tener presente que no
hay nada que me irrite mas que alguien me amenace, así que retírate en silencio porque si no lo
haces, hoy mismo se acabara tu suerte……. Por cierto, hueles horriblemente mal, verraco- y sin más
le dio un empellón que le condujo trastabillando hasta donde se encontraban sus compañeros que lo
único que tenían claro era su falta de ardor guerrero. Arracimados al lado de los mulos miraban al
hombrón que con dificultad trató de encaramarse al jamelgo con el brazo aún lisiado, alguno de ellos
ayudó al herido de flecha y el resto no se lo pensó demasiado y montaron con agilidad. Ya sobre la
montura el rabadán se giró mirando a los freires que los observaban con tranquilidad como si lo que
ocurrió hubiera sido nada. Si le pasó por las mentes proferir alguna amenaza, recordó lo que había
escuchado momentos antes y el hecho de que no se veía al arquero que había herido a su compañero
aunque sin duda andaba cerca, se lo pensó mejor y sin decir nada salió al trote gimiendo y
sujetándose con la otra mano el hombro maltratado, detrás le siguieron sus sicarios.
Los dos albaní que habían seguido la escaramuza con temor, no se creían lo que habían visto y
miraban a los freires con admiración y sin atreverse a decir nada mientras Ferran aparecía por
encima del muro del oratorio con cara seria metiendo en la aljaba una flecha que sin duda estuvo a
punto de volar también.
No había sido sencillo convencer a Artal de que podían expulsar a los pastores de la Mesta y
reconstruir el oratorio maltratado sin que tal acción no acarreara problemas a posteriori. Hubieron
de dejar claro que no se llevaría a cabo nada que no gozara de su aprobación, que harían lo
imposible para no derramar sangre y que se le informaría puntualmente de los pasos que fuera
oportuno dar para que él los aprobara. Después de muchos tiras y aflojas y de contemplar todas las
posibles consecuencias Artal dio su aprobación aún sin estar nada seguro de cómo se desarrollarían
los acontecimientos. Había observado el trato entre los dos freires y los vio cuando muy de mañana
se entregaban, y parecía que hasta con placer, a una profunda ablución en el estanque de las bestias.
Aquellos cuerpos cruzados de cicatrices y aquellos brazos que parecían troncos de roble no
pertenecían desde luego a unos monjes al uso, eran algo más que no supo definir porque no
pertenecían a su mundo y no entendió muy bien el aplomo con el que le convencieron, como si lo que
pretendían fuera algo como coser y cantar. También aceptó que se asentaran en la vieja torre por un
tiempo porque se encontrarían más cerca de la zona de conflicto. Buscó a dos albaní moriscos que
conocían el trabajo de cal y canto para que diariamente se llegaran hasta los limites de la propiedad
cargados con algunos víveres y los ayudaran a reconstruir el oratorio y el viejo torreón además de
colocar de nuevo los majanos en las lindes de siempre que habían sido arrancados ya hacia tiempo.
La noche en que los moriscos llegaron a la casona y contaron lo que vieron hubo fiesta y
Guillen, el hijo de Artal, se empeñó en que su padre debería dejarlo ir con su tío y compartir sus
andanzas, lo que dio lugar a una de las broncas mas serias que hubo en esa familia desde hacia
tiempo, pero había sido una de las condiciones que pusieron los freires. Nadie de la familia habitual
intervendría en la aventura para evitar futuras culpas y represalias. A pesar de la euforia
generalizada, Artal supo que el asunto solo había comenzado y que lo peor estaba por venir pero
tampoco pudo evitar un sentimiento de satisfacción y de orgullo por lo ocurrido que le compensaba
de los sinsabores y la impotencia que sintió durante aquellos últimos meses cuando se convenció de
que perdería aquella pugna a pesar de que le asistían todos los derechos del mundo.
Mientras tanto, sin el conocimiento de Artal pero con las ideas claras sobre lo que podrían
esperar, Los dos freires y el armigueri dejaron pasar lo que quedaba del día y a la amanecida
siguiente se dirigieron hacia el sur. Esta vez vestían los camisotes y no ocultaban las armas como el
día anterior. Mantuvieron la cabalgada hasta ver los grandes hatos de ganado y a las gentes que lo
rodeaban acercándose a la propiedad de su hermano. No tuvieron que esperar demasiado hasta ver
una nube de polvo que se dirigía hacia ellos. Los tres montados esperaron a la tropa de la que
llegaron a contar hasta once jinetes que se pararon delante de ellos al lado de uno de los majanos de
demarcación. No les sorprendió ver que el que ahora dirigía a los pastores, aunque de la misma
calaña, era otro sin duda de rango superior, vestía mejor y se cubría desde la cintura hasta las botas
de buena factura con unos zahones de cuero repujado, además se movía y hablaba como aquellos que
están acostumbrados a ser respetados. La tropa que le seguía solo se diferenciaba de la del día
anterior en su número y en que sus integrantes no eran los mismos. El de los zahones adelantó el
rucio un par de pasos y les increpó con voz airada:
¿Quiénes sois y que hacéis en terrenos de la Mesta?
-¡Otra vez volvemos a las andadas!....El quienes somos se te importa un ardite pero tú sí que
debes saber que, como dijimos ayer a uno de tus sicarios, estas al borde de una propiedad que no es
tuya y te aviso de que si la traspasas sufrirás las consecuencias. Tú y los que te acompañan- La
respuesta provino una vez mas de Martín que se estaba cansando de la prepotencia de esos
personajillos con ínfulas sin duda porque se habían habituado a ser temidos.
Los tres templarios sabían lo que ocurriría desde el momento en que contaron a los
adversarios pero habían acordado no actuar hasta que se transgredieran los limites de la propiedad
que defendían por lo que no azuzaron sus corceles hasta que la tropa enemiga inició un trote corto
mas intimidatorio que otra cosa que los introdujo a la línea imaginaria que los situaba dentro de la
propiedad. En ese momento, y sin avisar, Martín y Gilles espolearon sus corceles frisones y se
lanzaron en medio de los adversarios, las espadas golpeando de plano con gran rapidez y a ambos
lados mientras sus cabalgaduras pateaban y mordían con fiereza todo lo que se ponía a su alcance.
Ferran se mantenía a la expectativa, el arco montado y el ojo avizor porque no intervendría salvo que
viera a sus señores en peligro. No ocurrió. En la primera embestida la mitad de la tropa intrusa se
andaba por los suelos, incluido el que parecía ser el jefe. Sin duda los pastores no habían esperado
un ataque de esa guisa y no supieron reaccionar hasta que los tuvieron encima y repartiendo estopa.
También les intimidaron aquellos enormes y fieros caballos a los que no estaban habituados y que
eran casi más peligrosos que sus dueños. Los que quedaron montados, asustados y desconcertados
perdieron el control de sus monturas cuando trataron de alejarse de los golpes de aquellas dos
grandes espadas que no herían porque no querían pero que golpeaban con contundente rapidez.
Martín detuvo su caballo, le obligó a dar la vuelta y lo paró al lado del que les había increpado, uno
de los primero en caer y que al tratar de levantarse buscando su arma que había perdido en la breve
refriega, recibió una patada que lo tiró de nuevo al suelo, una vez mas intentó levantarse y de nuevo
recibió la misma medicina y terminó mirando hacia arriba, la faz demudada y la punta de una espada
muy cerca de su cuello. Gilles había repartido un par de sablazos más y sujetaba con mano firme a su
corcel del que se apartaban con temor los pastores después de probar su fiereza. Amedrentados ante
la dureza del encontronazo, perdieron su ímpetu combativo porque supieron que si en un principio no
hubo grandes daños solo fue porque aquellos dos extraños así lo habían querido, y de moverse, a
saber lo que podía ocurrir.
Martín no se dignó descabalgar y mantuvo la espada apuntando al jefe de la tropa:
- No me hiciste caso, burrajo y ahora ya es tarde. ¿Cuál es tu nombre si es que tienes alguno?-
El caído no respondió y la punta de la espada que le amenazaba se le clavó en el cuello lo justo para
asustarle.
-Te lo voy a preguntar por última vez. ¿Cual es tu nombre, burrajo?
-Me llamo Vermudo Cenarro y soy mayoral de la Mesta- pudo articular el caído preguntándose
quienes eran aquellos que en un abrir y cerrar de ojos los habían descabalgado y a él lo ridiculizaban
delante de sus hombres.
-Así que te llamas Vermudo Cenarro. Me suena tu nombre. Si buscas tu espada está ahí….. ¿La
ves? Cógela si eso te hace sentir mejor…... ¡Vamos, bribón, cógela!- Y Martín retiró la suya y movió
su corcel un par de pasos hacia atrás. El mayoral se incorporó sabiendo que todos le observaban y
miró la espada caída, después, despacio, se fue hacia ella sin dejar de mirar a su oponente y al ver
que nadie se movía se agachó y la recogió. Supo que tenía que hacer algo pero no estaba seguro de
saber qué. De momento se conformó con tratar de meter miedo.
-Estas cometiendo un error que te costará caro. Has atacado a gentes de la Mesta y eso lo vas a
pagar seas quien seas- Y empuñó la espada sin mucho convencimiento y mirando al freire.
Martín ya había calibrado al mayoral que sin duda lo era por algo y le pareció aquel el
momento adecuado para despojar a aquel bergante de la autoridad que tuviera delante de sus
hombres. Descabalgó, hincó la espada en el suelo y se fue hasta el mayoral con paso firme y la faz
adusta.
-Así que he atacado a gentes de la Mesta y me va a costar caro. No importa que pisoteéis a los
demás o los maltratéis porque por ser quien sois tenéis derecho a hacer lo que os de la gana ¿Te
refieres a eso? Explícamelo a ver si lo entiendo. ¿No se puede ir contra gentes de la Mesta aunque
estos hollen terrenos que no les pertenecen y ataquen a otros solo porque su número es mayor? ¿Con
qué autoridad te crees investido que parece que te autoriza a pisotear al resto de los mortales solo
por la fuerza de los que te protegen, burrajo? Sabes que ni estoy en terrenos de la Mesta ni he
iniciado el ataque. Más bien me he defendido. Eres un embustero y un ruin y mereces un escarmiento-
Y solo le dio tiempo al mayoral a levantar su arma porque un enérgico manotazo la mandó de nuevo
lejos del dueño e hizo trastabillar a éste que trató de retroceder al ver lo que se le venia encima.
-Eres un embustero y un falaz. Y seguro que fuiste quien movió los majanos de esta propiedad y
eso si que no te lo perdono- Y terminó la frase aplicándole un bofetón que le estalló inmisericorde en
la cara. El mayoral levantó las manos y trató de defenderse pero fue inútil. Aquel gigante irritado le
persiguió y siguió abofeteándole con saña hasta que el cuitado dio de nuevo con su cuerpo en el
suelo, sangrando por boca y narices y con el miedo reflejado en la maltrecha cara. No acabó allí el
escarnio porque el gigante se le acercó de nuevo, la cara reflejando la ira y los puños cerrados:
-Me vas a decir quien movió los majanos o te arrancaré las orejas delante de tus hombres para
que todos sepan que no se puede mentir y amenazar como tú lo has hecho ni abusar de los demás por
mucho que te proteja la Mesta….- Y el gigante desenvainó un cuchillo y se inclinó sobre el caído que
se temió lo peor. ¡Vamos!, ¿Quién movió los majanos… ¿Fuiste tú?.... Habla o perderás las
orejas….…. ¿Fuiste tú?- E hizo ademán de cogerle la cabeza con la peor de las intenciones. Aquello
colmó el miedo del caído que empezó a gemir y a negar con la cabeza mientras trataba de apartar las
manos que la buscaban.
-No, No fui yo maldito seas. Fueron órdenes de los alcaldes que dijeron que eran campos
baldíos-
-Pero no fueron los alcaldes quienes los movieron, fuiste tú que eres el responsable de éste
ramal de ganado- Mientras Martín increpaba al mayoral, Gilles observaba la escena con gesto
imperturbable y la espada apoyada sobre el arzón de la silla de montar mientras la tropa de pastores
no osaba moverse, ni siquiera los que fueron desmontados.
-No. Yo no soy el responsable. Son los alcaldes-
-No me vengas con historias. ¿Quién movió los majanos? Y le cogió de la pelambre con fuerza
mientras le arrimaba el cuchillo a una de las orejas. -¿Quién movió los majanos?
-No lo sé. No lo sé. ¡Juro que yo no fui ni estuve presente!.
-Mientes otra vez y has acabado con mi paciencia- Martín tiró sin misericordia de los pelos y
arrimó el cuchillo a la oreja que tenia mas cerca presionando lo justo para herir someramente al
caído que enloquecido empezó a chillar como un gorrino:
-No, por favor, no. Te juro que yo no fui aunque es cierto que lo supe pero era una orden de
los alcaldes que querían vengarse porque el dueño de estos terrenos había puesto su ganado al
amparo de los templarios en vez de al nuestro- Martín se le quedó mirando, el cuchillo pegado a la
oreja del mayoral y este encogido y manoteando tratando de aferrarse a las manos que le atenazaban
en un gesto inútil.
-¡Sangre de Cristo!....Así que ese era el motivo. Maltratar a los que no se avienen a vuestros
intereses. ¿Esa es vuestra ley, mal nacido? Y tú que eres el mayoral de este ramal fuiste el que
decidió el camino a seguir. Por lo tanto tu has sido el responsable de éste atropello y ya me has
hartado. Además me estas manchando de sangre.
Gilles que había estado observando la escena se despreocupó del resto de la tropa y
adelantó su caballo. Casi al momento uno de los pastores que aún permanecía montado se inclinó
sobre la montura y profirió un alarido sujetándose el hombro del que asomaba una flecha en las
mismas circunstancias o muy parecidas que el día anterior. Gilles se giró hacia la tropa que miraba
con espanto a Ferran al que posiblemente no habían considerado y que ya había armado de nuevo su
arco árabe y los observaba atentamente con sonrisa malévola.
-Si os movéis pagareis las consecuencias- Después se dirigió a Martín- Estas tardando
demasiado con este asunto y no entiendo porqué has de perdonarle la vida cuando está claro que es
un indigno y no se merece mas que la muerte. Yo desde luego lo mataría pero si solo quieres cortarle
las orejas sea, pero déjamelo a mi y terminemos- Descabalgó, la espada aún en su mano e hizo
ademán de cogerlo también de la pelambre con la mano libre.
-El terror del mayoral que empezó a gatear tratando de escaparse de las manos que le buscaban
se hizo patente y ya no quedaba nada de autoridad en su conducta. No era más que un pobre
desgraciado que chillaba y se retorcía como un gorrino cuando le llevan al matadero:
-¡Merced. Señores os pido merced! ¡Merced, Señores y os juro por los clavos de Cristo que
nunca mas hollaremos esos terrenos, ni yo ni ninguno de los míos….Señores….- Y seguía chillando
tratando de escaparse de las manos que le buscaban con intenciones aviesas.
Los dos freires hicieron ademán de interrumpir la acción y se miraron entre ellos.
¿Por qué habías de creerle si sabemos que es un bastardo y un embustero? Vayamos al asunto y
terminemos de una vez- Y Gilles se agachó de nuevo para terminar la faena.
El mayoral que creyó advertir que el otro se mostraba dubitativo, se agarró a sus piernas e
imploró de nuevo:
-Señor. Os juro que si me perdonáis, hoy mismo podréis ver como los ganados cambian la ruta y
nunca más volverán a acercarse a estos terrenos………
Aún duró un poco más el altercado pero al final la tropa de la Mesta volvió grupas con el
mayoral con sus orejas pero maltrecho y el gimiente herido de flecha ayudado por sus compañeros y
se alejaron por donde habían venido mirando de vez en cuando para atrás por si no era cierto que los
dejaban marchar en paz. Los tres templarios los vieron alejarse desde el borde de los terrenos de
Artal de Lope.
-¿Así que la culpa fue de tu hermano por ponerse bajo la protección de los templarios?
-Parece ser.
-Mala gente estos freires del Temple- Dijo Ferran soltando una carcajada.
-Muy mala- Y Martín también se sonrió.
¿Creéis que cumplirá lo prometido? Preguntó Ferran.
-Yo creo que sí- Respondió Gilles torciendo la cara con aquella mueca que no se parecía a una
sonrisa mientras Martín seguía mirando como se alejaban.
¿Le habrías cortado las orejas?
-Si, desde luego!
¿Y tú, Martín?
-Si, pero creo que es mejor así- Y palmeó en el cuello a su corcel pidiéndole, in mente,
perdón por haber dudado en algún momento de sus cualidades guerreras.
Se dieron la vuelta hacia su torre y no hubo más.
………………………………………………………
Los dos días siguientes los hatos de ganado se desviaron hacia oriente y pasaron a
considerable distancia de los terrenos de los Lope por lo que coligieron que el tal Vermudo le tenia
un razonable aprecio a sus orejas. Cuando el último ganado se perdió entre nubles de polvo y gritos
de los pastores, dejaron la observación y se dedicaron de nuevo a la reconstrucción del oratorio y de
la torre que limpia y con la techumbre rehecha ofrecía un aspecto recio en el exterior y acogedor
entre aquellos viejos pero dignos muros. El trabajo del oratorio les ocupaba más tiempo porque
realmente lo encontraron convertido en una ruina. Hubo que encalar el interior porque el hollín de las
piedras era difícil de erradicar pero poco a poco recuperaba su vieja imagen.
De mañana les llegaban los obreros con pan recién hecho, leche fresca y algunas viandas y
luego entre todos se ponían al trabajo hasta que anochecía en que las gentes de Artal volvían a la
casona mientras los templarios se iban al riachuelo donde se chapuzaban concienzudamente y
lavaban el sayo y las bragas en el agua fría como un dolor. Los moriscos opinaron que aquello no
podía ser sano y cuando llegó a oidos del amo éste les respondió que se metieran en sus asuntos y
dejaran a los demás con sus hábitos por muy perniciosos que parecieran.
Precisamente, y a raíz de la ultima conversación con el maestre en la que este mencionó la
obsolescencia de algunas de las reglas templarias entre las que mencionó el tema de la prohibición
de la caza porque: “no es bueno que el hombre entregado a la religión sucumba a los placeres” y esa
explicación dejaba claro que la cetrería solo era un placer mundano y no un medio de proporcionarse
alimento debido a que desde épocas pretéritas la cetrería la practicaba básicamente la nobleza o
gente acomodada que se podía permitir poseer aves rapaces adiestradas en la caza de otras aves o
animales terrestre menores como el conejo y la liebre, y es cierto que esa actividad noble, que se
extendía también al uso del arco largo, ballesta o incluso con pica o lanza, no se hacia con el objeto
de proporcionarse carne con que alimentarse, sino solo por distracción o como decía la regla:
placer. Conociendo por tanto la prohibición, hubo mas de una sesuda discusión hasta que Ferran se
salió con la suya y se perdió de tanto en cuanto en el monte que les rodeaba con su inseparable arco y
algunos lazos de modo que volviera siempre con algo y fuera extraño el día en que la pitanza no
incluyera liebres o perdices cuando no un buen tasajo de jabalí que asaban a la anochecida en un
sencillo hogar que habían habilitado cabe la torre.
El segundo encontronazo con los pastores y el castigo infligido a Cenarro el mayoral llegó
pronto a los oídos de Artal magnificado por los que lo contaban de tercera o cuarta mano debido a
que Ferran, durante los ratos nocturnos en que los tres se sentaban alrededor del fuego mientras se
asaba la pitanza de turno, recababa y conseguía el permiso de los caballeros (Y alguna sonrisa) para
ausentarse pretextando no se sabía qué asuntos en las cercanías de la casona y que le mantenían
ocupado indefectiblemente hasta la amanecida. Al margen de la alegría que proporcionó al amo, se
pretendió que aquellas noticias no salieran de los ámbitos de los terrenos de los Lope por tratar, en
la medida de lo posible, de silenciar los incidentes o al menos no involucrar a los Lope ante los
concejos de la Mesta.
La visita llegó de forma inesperada. Seguían trabajando en el oratorio que ya había cambiado
el aspecto y volvía a parecerse a aquel que fue. Fue uno de los moriscos el que avisto algunos jinetes
que se acercaban por el norte. Cuando estuvieron más cerca fueron visibles el amo Artal con su
mujer Sancha y sus dos hijos, detrás llegaban dos acémilas bien cargadas.
Llegaron inquietos y un tanto incrédulos. No era posible que las cosas hubieran ocurrido del
modo que se las habían contado. Pero allí estaban los tres hombres que llevaron a cabo la hazaña, sin
querer hablar de ello y como si nada hubiera ocurrido, pero el suceso era algo impensable para
aquellas gentes y Martín volvió a ver en la mirada de su hermano una especie de respeto y
conmoción que le hizo sonreír y sentirse ufano y útil a la familia aunque procuró no dar muestras de
ello. El muchacho fue el más inquisitivo. Quería conocer los detalles mientras Gilles se desatendía y
Ferran se mostraba muy ocupado dirigiendo a los moriscos y como si las cosas no fueran con él.
Guillen quería saber cuantos fueron los asaltantes y si fue una dura pelea. ¿Cómo era posible que
solo tres hombres vencieran y humillaran a todos los asaltantes? ¿Qué ocurrió con el tal Cenarro para
que se fuera con el rabo entre las piernas y de tal guisa que no se considerase la posibilidad de
represalias?..... Artal no se atrevía a preguntar pero escuchaba las someras explicaciones como al
descuido. La alegría se mezclaba con la incredulidad aunque ahí estaban los hechos. Los tres trataban
de mostrar que allí no había pasado nada como si lo que ocurrió fuera algo al uso y no mereciera más
comentarios. Como el muchacho siguiera preguntando al final Martín dejó las cosas claras:
-No nos hemos enfrentado a nadie. Tenlo bien presente. Lo único que ha pasado es que se
volverán a respetar los terrenos de tu padre como debe ser. Y repito: aquí no ha ocurrido nada y
tampoco querremos volver a mencionar estos asuntos. ¿Estamos de acuerdo?
El muchacho, mohíno, bajó la cabeza pero no dijo nada. El freire se encontró con la mirada de
Gilles y volvió a repetir la pregunta tratando de imprimir a su voz una severidad que estaba muy
lejos de sentir ¿Estamos de acuerdo Guillen? Y su sobrino se le quedó mirando durante un instante y
al final transigió –Te entiendo tío. Estamos de acuerdo- Y a Martín le sonó a gloria el que le
llamaran tío, le gustó y ahora si que se sonrió a la vez que alborotaba con cariño la cabezota de su
sobrino, y volvió a sorprender la mirada de Guilles con su atormentada sonrisa.
En un aparte Artal se arrimó a su hermano, le cogió del hombro y le dijo en voz baja: -
Realmente me felicito, ¡Vive Dios que sí!, por haberos creído y me honraríais si quisierais contarme
toda la aventura y especialmente el trato que disteis a ese mal nacido de Cenarro.
Después se revisaron las obras del oratorio y se comprobaron los mojones y todo fue del
agrado de Artal que no encontraba palabras para agradecer la nueva situación a los templarios
incluido Ferran que no sin sorprenderse también recibió un par de abrazos del amo.
Cuando cayó la tarde el grupo se desplazó hasta la torre que también había mejorado el
aspecto. Habían traído viandas y vino y se sentaron todos ante una buena fogata donde departieron de
mil cosas y dieron buena cuenta de una opípara cena que incluía los restos de un pesado jabalí que
había caído bajo el arco de Ferran hacia un par de días. Martín pudo observar a su placer al grupo.
Los dos moriscos se sintieron al principio un tanto incómodos delante de la familia del amo pero en
cuanto las damajuanas y los pellejos de vino que llegaron en las acémilas empezaron a dar vueltas
entre los comensales, bebieron y comieron como los demás y se arrimaron a Ferran formando un
ruidoso grupo al que se unió rápidamente Guillen que escuchaba reverentemente lo que contaba en
voz baja el armigueri y soltaba exclamaciones de asombro riendo y golpeándose los muslos a cada
nueva aventura que este les ofrecía. Su hermano tenía a la discreta Sancha al lado y al otro a Gilles
separado de Martín por Mariana que se había sentado recogiendo las piernas bajo la halda y que
miraba con profunda curiosidad ora a uno ora a otro de sus compañeros sin atreverse a abrir la boca.
Artal explicaba algo a Gilles moviendo los brazos con parsimonia y desviando la mirada hacia su
hermano al que sonreía con afecto de un modo que Martín se sintió reconfortado con un calor que no
recordaba haber sentido nunca, lo que le trajo a la memoria a su hermana Quiteria, perdida en algún
convento cercano a Ávila y se prometió visitarla tan pronto las circunstancias se lo permitieran.
Guillen, alto como su padre y desgarbado, de ojos vivos acerados y conversación vehemente, no
perdía una palabra de lo que Ferran contaba sin atreverse a interrumpirle. Mariana, mas baja de
estatura y redondita, con las mejillas coloradas como las de una manzana, tímida y peleona. Sancha,
opulenta y silenciosa que se movía de un lado a otro del circulo repartiendo las viandas y que cada
vez que pasaba por delante de Martín se inclinaba deferentemente como si éste fuera al menos un
obispo. Ferran seguía contando cosas entre exclamaciones y a la vez movía los espetones sobre las
brasas para que la poca carne que iba quedando no se ahumara demasiado. Martín pensó que su
escudero tenia derecho a sentirse importante y que era feliz en aquellos momentos entre aquella
gente.
Estaba Martín en sus divagaciones cuando Artal se levantó del sitio que ocupaba y se sentó al
lado de su hermano y por un momento se quedó en silencio, la cara iluminada por el fuego de la
hoguera.
-Me pregunto si después del tipo de vida que has llevado estos últimos años, este trajinar
nuestro no te resultará ruin y poco gratificante- Habló con la boca llena y miró con seriedad a su
hermano mayor mientras iba cortando con una navaja trozos de tasajo que se metía en la boca
masticando con lentitud.
-No. En absoluto, hermano. Precisamente pensaba en ello hace un momento. Nos diste la
oportunidad de ayudarte y has hecho que nos sintiéramos bien y te lo agradezco. Has permitido que
me sienta útil y eso me reconforta y me hace sentirme de nuevo en familia. Es un sentimiento muy
gratificante para todos nosotros.
Mientras hablaba Martín observó que su hermano bajaba la mirada hacia un leño ardiente que
se había deslizado de la pira incandescente que los iluminaba. Mariana los observaba a los dos.
Artal se quedó durante unos instantes mirando el leño y después de una patada lo empujó al fuego
provocando una miríada de minúsculas pavesas rojas que se extendieron a su alrededor y a poco se
consumieron.
-Eres mi hermano. Eres bienvenido a nuestra casa que también es tu casa. ¿Tienes alguna duda
de ello?
Ahora fue Martín el que quedó pensativo durante un instante aunque sabia la
respuesta. –No. Es tu casa y la hacienda de los Lope es tuya y de tu
familia.
-Pero tú eres parte de mi familia. Tú eres mi hermano, o ¿los hermanos no son parte de la
familia?
-Sabes a qué me refiero. Yo no soy más que un freire sin bienes que ha venido de visita a la
casa de sus mayores y a abrazar a los que quedan de su familia- Hubo de callarse durante un
momento al estallar risotadas en el grupo formado alrededor de Ferran. Antes de que pudiera
continuar, su hermano levantó la mano y retomó la palabra.
-Eso es precisamente lo que me ha hecho pensar estos últimos días. Hasta que llegaste lo único
que he hecho es bregar malamente con la hacienda de nuestro padre porque además no sé hacer otra
cosa, pero desde que te he visto he sido consciente de que si no te hubieras ido, a la muerte de
Adrián tú habrías sido en amo y yo no sé qué seria. Puede que nuestro padre me hubiera dejado un
trozo de la hacienda. No lo sé y ya no es importante, pero estoy pensando que si algún día dejas la
vida de templario, aquí habría trabajo y tierras de sobra para los dos. Llegaríamos a un acuerdo entre
hermanos que nos contentara a ambos. Y no creas que te esté haciendo un favor porque es un trabajo
duro y poco agradecido. Ahora, a Dios gracias estamos pasando un poco de bonanza gracias al
ganado, pero hace no mas de cinco años, el hambre mataba la gente en estas tierras porque no hubo
un mendrugo de pan que echarse a la boca. También ocurre que me hago viejo y me vendría bien tu
ayuda, por ejemplo en los Concejos donde te harías respetar más que yo porque eres culto y sabes
hablar, seguro, mejor que yo, amen de que no es frecuente encontrar entre nosotros un caballero de
espuelas como eres tú, con autoridad para enfrentarse de igual a igual a la nobleza que es sin duda
nuestro peor enemigo. Incluso para liderar una milicia concejil que nos defendiera de los
poderosos… En fin, mil cosas, como ves y todas necesarias para nuestra supervivencia que es muy
precaria en estos días que corren- Y se le quedó mirando con ojos serios.
-Pero tienes a tus hijos- El freire observó que Sancha, enfrente, se había sentado por fin y
escuchaba con seriedad a Gilles que la contaba alguna cosa.
-Si, lo tengo bien presente- Miró a su hija. - Mariana, ¿Por qué no te arrimas a tu hermano y nos
dejas hablar a tu tío y a mí? Anda déjanos un rato- La muchacha se lo pensó durante un momento y
después se movió refunfuñando al otro lado. Cuando Artal entendió que su hija no podía escucharlos
continuó. -Desde mi segundo matrimonio las peleas con ellos son constantes y Guillen parece que
tiene la cabeza a pájaros y no está por la labor. No han querido aceptar a Sancha que es una buena
mujer aunque un poco simple, quizás porque ya eran demasiado mayores y no necesitaban otra madre.
Creo que si en algún momento me ocurriera algo y él se tuviera que hacer cargo del trabajo, esto se
hundiría en poco tiempo porque no le veo capaz de responsabilizarse ni de tomar decisiones. Solo
quiero que sepas que si algún día piensas abandonar vuestros hábitos, aquí siempre tendrás tu casa.
-Es un ofrecimiento que te honra y que agradezco en lo que vale. Desde luego lo tendré en
cuenta quizás antes de lo que tu crees- Por supuesto Martín no le iba a decir que sus días como freire
del Temple estaban contados y que si bien no había considerado con Gilles la posibilidad de
convertirse en agricultores, el ofrecimiento de su hermano, le llenó de nuevo de un calor que
sobrepasaba con mucho el que les ofrecía la fogata que seguía echando chispas y crepitando
ruidosamente. Se quedaron mirando y al momento, sin premeditación, en un movimiento espontáneo
que partió de ambos a la vez y que no pasó desapercibido al resto de los presentes, se cogieron de
los brazos primero y como si no fuera bastante se abrazaron con fuerza y Martín supo en ese momento
que las palabras de su hermano no encerraban más que buena voluntad y puro arraigo familiar.
Después se separaron como avergonzados y Artal se levantó y le miró –No olvides lo que te he
dicho- repitió, y quedó a su lado mirando el fuego.
Aquella noche dejaron sus yacijas de heno en el interior de la torre a las mujeres y ellos se
acomodaron cabe las cenizas del fuego bien arrebujados en sus capotes y pieles. El día había sido
cálido pero la noche refrescaba. Ferran había echado un vistazo al chamizo donde descansaban las
cabalgaduras y Martín, bien envuelto en una manta yació al lado de su hermano con el que departió
brevemente hasta que aquel se quedó dormido. Viendo las facciones afiladas de Artal, algo parecido
a la ternura encogió por un momento el corazón del freire que se sobrecogió al mirar al cielo negro
tachonado por la miríada de estrellas que los envolvían como el manto de un mago. La ursa maior
encima a la derecha, casiopeia a su izquierda, la polaris entre ambas y señalándole el norte según el
decir de los árabes y semioculta en el horizonte invisible le pareció ver el auriga. Se calmó tratando
de recordar las enseñanzas del Almagesto de Ptolomeo y el tratado de Astronomía de Alcabitius que
había encontrado en Chipre. Era hermoso sentirse arropado por esos cielos donde habitaba Dios. Le
dio por pensar que hacia días que no se preocupaba de los sucesos de la Orden. Rememoró los
asuntos recientes y se encontró ajeno a los asuntos de Ponsferrata, al peligro de la disolución del
Temple, o a los dineros que habían transportado por medio occidente. Eran cargas livianas que ahora
le influían poco. Otra cosa fue la vuelta a la casa de sus mayores y con ella rememorar los fantasmas
que ya estaban enterrados. Oyó que su hermano se rebullía y se volvió para mirarle con
agradecimiento pero aquel se había cubierto la cabeza con la manta y roncaba levemente. Querría
haberle dicho que le agradecía con todo el corazón el ofrecimiento que le había hecho. Pero es que
además se encontraba bien. Sentía aquellos asuntos como propios y aunque no tenia derecho porque
sus principios se lo prohibían, recordó con agrado los palos que dieron a aquel mal nacido de
Cenarro porque él también había considerado como propia la afrenta de la destrucción del oratorio.
….Ahora bajo las estrellas se olvidaba de los mil preceptos que había violado en los últimos días
porque es que además le importaban un ardite y él se sentía… ¿Se atrevería a decir feliz?....Esto era
algo que debería comentar con Gilles por ver qué opinaba él de esa especie de plenitud y
satisfacción que le embargaba. Le vino a las mentes Ana de Guevara y se solazó recordándola. Sin
duda se sentía atraído por aquellas facciones hermosas y se preguntaba si la volvería a ver. De algún
modo el recuerdo de Ana le condujo a la dama Cecilia y su relación con ella que se mezcló con el
momento en que se lo contó a Gilles así como las aseveraciones de éste. Somos responsables de
nuestros actos. “Summun sectamini cum ómnibus et castimoniam sine qua nemo deum videbit”.
Martín en aquel tiempo fue incapaz de cortar la relación que acabó de forma natural cuando ellos
abandonaron la isla de Chipre. No hay perdón si no hay contrición. Pero…. ¿Que sentido tenia
recordar todo aquello ahora?….. Ana y el recuerdo de su extraña belleza sin mas consideraciones,
como se recuerda una flor o el encanto de un atardecer, Cecilia y aquellas horas satisfactorias y no
carentes de ternura, y una vez más se olvidó los preceptos de la Orden y pensó en cosas que no
debía y al darse cuenta las apartó de su mente. “Vigilate et orate ut non intretis en tentationem spiritus
quidem promtus est caro autem infirma ». Se arrebujó en el capote y se quedó dormido en medio de
una oración.
Le despertaron las primeras luces del amanecer, grises e inhóspitas. Su hermano y el resto de la
gente dormía y muy de seguro las de la torre también. En silencio se fue al riachuelo recordando la
divagación que le mantuvo despierto la noche anterior, se metió en la charca a pesar de que el agua
estaba helada y se friccionó con energía. El día se despertaba e iban apareciendo los colores de la
naturaleza y unas pocas nubes rojas presagiaban la pronta salida del sol. Cuando salió chorreando
agua temblaba como un enfermo pero se sintió mas limpio por dentro y por fuera. Se secó a
conciencia y volvió a la torre repitiéndose “Per te reis donatur venia”.
Se fueron cuando el sol estaba ya alto y les dejaron el resto de las viandas y un pellejo de vino
que había sobrado así como un buen fardo de pieles curtidas para abrigarse cuando fuera menester.
Guillen pretendió quedarse pero su padre le reprendió recordándole que tenía cosas que hacer en la
propiedad. Los dos hermanos se dieron un fuerte abrazo y una vez mas Martín se sintió reconfortado
al sentir el calor de su hermano. Cuando se iban, ya Artal subido en su mulo, se volvió a su hermano:
-Se me olvidaba, hermano, pero hace dos días apareció por casa uno de los siervos de los
Carro que quiso saber si andabas por estas tierras. Me sorprendió que supieran que habías vuelto
pero no me atreví a confirmárselo por aquello de los negocios que nos traíamos por aquí, así que les
dije que la Orden me había informado de que andabas por el reino y que tan pronto tus obligaciones
te lo permitieran nos visitarías. No sé si he hecho bien pero es que nos pilló totalmente de
sorpresa…. ¿Tú les habías avisado de tu vuelta?
Martín se quedó mirando a su hermano extrañado. –No. En absoluto.
¿Y entonces como sospechan que estas de vuelta aquí?
-No tengo idea- Y de repente le vino a la memoria el raro encuentro que tuvieron Ferran y él
cuando cruzaban el burgo de Zamora. Se quedó pensativo durante un momento y luego agarró las
bridas del mulo y preguntó a su hermano como era su sobrina Blanca.
-Bueno. Es de buena estatura, rubia y de ojos claros,….aunque ya hace casi un año que no la
veo….Era una muchacha agraciada y respondona como otros que yo me sé, que no se porqué no se ha
casado ya porque pretendientes debe tener muchos. ¿Por qué me lo preguntas?
Y en un santiamén el freire le contó el suceso de Zamora.
¿Pero no hablaste con ella?
-No. Solo nos miramos.
¿Entonces como podría haber intuido, en el supuesto de que fuera ella, y podría serlo por la
descripción que me das, quien eras tú cuando nunca te ha conocido?
-No lo sé. Salvo que fuera bruja.
-Bueno, siempre dijimos que lo era, y muy especialmente su madre.
No hubo más que decir. El grupo se fue y Martín se quedó pensando y luego se lo contó a
Gilles que se lo quedó mirando muy serio sin saber que responderle.
Los tres días siguientes fueron tormentosos y húmedos, provocando en Martín agudos dolores
en su cadera lesionada. Apenas hicieron nada salvo refugiarse en la torre y dejar pasar las horas
adecentando la cuadra para las bestias y un hogar que les permitiera hacer fuego y calentar su
condumio. En uno de aquellos días salió Ferran a recoger alguno de sus lazos sin su inseparable arco
y se encontró con un oso de buen tamaño que le asustó lo justo porque le pilló con solo su cuchillo
templario para defenderse y hubo de poner pies cuando el animal se puso a dos patas y emitió un
furioso rugido que según la versión del escudero le encogió el corazón y le despertó unas
irrefrenables ganas de correr. Llegó sin aliento buscando sus armas pero le convencieron de que lo
olvidara porque cazaban para comer y eso podría ser disculpable pero matar al oso habría sido
ensañamiento y hasta posiblemente satisfacción. Tenían pieles de sobra y comida y no necesitaban
más.
El freire se encontraba a gusto en la torre a pesar de que en el estado actual no era demasiado
acogedora. En su momento debió ser un puesto de frontera y desde luego sus muros seguían tan recios
como en su mejor época y solo en lo más alto faltaba alguna piedra. En el interior cualquier rastro
de la madera que separó los niveles hasta el techo y la escalera de acceso habían desaparecido
posiblemente por el tiempo y por aquellos que se refugiaron ocasionalmente y utilizaron los restos
para calentarse. Aún se veían en las paredes los huecos donde se apoyaron las vigas y dos pequeñas
saeteras que habrían dado luz al piso superior donde residieron sin duda sus habitantes mientras que
el inferior que ocupaban ahora habría sido el establo. Martín seguía dándole vueltas a la idea de que
si como preveía, el Temple desaparecía, le gustaría retirarse a este lugar y reconstruir y adecentar el
lugar de modo que volviera a ser lo que fue. No recordaba haber tenido un sitio que pudiera llamar
suyo salvo la casa de sus padres y ahora, solo pensar que aquel lugar pudiera serlo le ilusionaba.
El motivo que los condujo a las tierras de su hermano se había cumplido y se hacia preceptivo
volver a reintegrarse a la disciplina de la Orden. Por otro lado aunque sabían que si hubiera ocurrido
algo importante se les habría requerido por medio de Artal, ellos mismos ardían en deseos de saber
como iban las cosas. El único que no demostraba demasiado interés en viajar a Zamora era Ferran y
aducía para ello que con el permiso del amo Artal, y ahora que contaban con los dos albaní, convenía
terminar las obras de la torre, aunque de seguro había otros más inconfesables y que se debían
relacionar con alguna moza de los alrededores. En cualquier caso era cierto que Ferran no sería muy
necesario en los días que se avecinaban y por otro lado era poco probable que se le echara de menos
una vez mas, así que decidieron dejarle allí siempre y cuando no se hiciera notar en absoluto fuera de
los terrenos de los Lope y dentro de ellos se comportara como su condición le exigía, y esto último
lo dejaron caer bien serios pero no sin cierta sorna.
A los dos días de la visita de Artal y con el oratorio prácticamente rehecho aunque las
inmediaciones tardarían en recuperar el aspecto anterior a la invasión de los bárbaros de la Mesta,
se pusieron en camino a la amanecida y cuando el sol se ocultaba llegaban al pié de las murallas y
para no cruzar el burgo entraron por la puerta de Olivares y de allí a la rectoral sin necesidad de
descabalgar. El maestre seguía en la Corte y como sospechaban no hubo novedades dignas de
mención que no fueran que desde hacia varios días y de mañana un servidor que decía representar a
un familiar de Martín se acercaba a diario por ver si tenían noticias de él o si le esperaban. Martín ya
no tuvo duda de que alguien de los Carro, muy posiblemente Tesa, tenía interés en encontrarse con él.
Tenía que ser ella porque al margen de que la muchacha que le sorprendió anteriormente fuera o no
bruja y por los medios que fuera supo que era Martín con el que se cruzaba, ya sabían que había
vuelto y deseaban encontrarse con él. No tenía idea de lo que se podrían decir ambos o si ni siquiera
se reconocerían aunque parecía obvio que después de la intuición, o lo que fuera, de la muchacha, la
madre en buena lógica, le reconocería mejor porque al menos ellos dos si que se habían conocido.
Todo este embrollo desde su extraño comienzo se le hizo desasosegante y fue Gilles, también
intrigado aunque no lo admitiera, el que le convenció de que después de la insistencia que habían
puesto los otros, él debería dejarse ver aunque solo fuera para satisfacerlas a ellas y de paso saber
del porqué del empeño si es que era tal o algún asunto relacionado con la salida de Tesa de la casa
de los Lope. Martín tenía la mente ocupada con otras cosas como era el visitar a su hermana antes de
reunirse con el maestre en la Corte de Valladolit dado que no se les requería de inmediato y aún así
coincidió con su amigo en que debería terminar el asunto de los Carro y conocer la razón de su
insistencia que quizás se relacionaba con cosas de la familia o incluso algún tipo de disculpa sobre
vaya vuecencia a saber qué. Desde luego tenía claro que él no daría ningún paso al respecto porque
consideró que no tenía razón para ello aunque seguía intrigándole aquel encuentro fortuito o lo que
fuera y que a él le parecía mas cosa de brujas que cualquier otra respuesta que se le pudiera ocurrir.
Al día siguiente por la tarde se le avisó de que una dama le esperaba en el zaguán de la rectoral.
A pesar de que esperaba algo así, al momento se encontró incomodo y un tanto desazonado pero sin
mas bajó y se encontró, no con Tesa como temía, sino con la misma muchacha que recordaba de su
primer encuentro. Sin duda era una joven hermosa y aunque trató de encontrar alguna similitud con su
madre, le fue difícil porque después del tiempo pasado apenas recordaba las facciones de Tesa.
Desde luego tenía los ojos tan luminosos como creyó recordar que tenía su madre y era posiblemente
más alta, sin duda herencia de los Lope aunque no exactamente de su padre. Vestía dignamente
aunque quizás el justillo le marcaba demasiado ostensiblemente unos pechos rotundos y atrevidos.
Tampoco estaba muy versado en modas y lo dio por bueno sin más. Él se quedó quieto observándola
hasta que ella sonrió y se le acercó firme y segura.
-Seas bienvenido. Tío Martín. ¿Sabes quien soy?- Tenia una voz que le cautivó sin saber
porqué, baja de tono y profunda, incluso poco femenina pero agradable al oído.
-Si me llamas tío, tienes que ser mi sobrina Blanca, la hija de mi difunto hermano Adrián y de su
esposa Tesa.
Se miraron en silencio. El tranquilo, ella osada hasta el descaro hasta que el freire se encontró
incómodo ante el escrutinio.
-Así que tú eres el hombre que se hizo templario porque mi madre te desdeñó- Pronunció La
frase enfatizando las palabras y Martín, que no esperaba nada de esa guisa, se sintió como si le
hubieran abofeteado con fuerza hasta el extremo de que se la quedó mirando sin saber qué responder
y haciendo verdaderos esfuerzos para no cambiar la expresión aunque no supo si lo consiguió o no.
-No tienes porqué avergonzarte. Son cosas que pasan aunque no a todos a los que les ocurre se
hacen templarios. Otros se quitan la vida tirándose por un barranco pero lo más común, según creo,
es que se busquen otra mujer- Hablaba como con desgana, como si se dirigiera a un niño lerdo. -De
todos modos siempre he sabido que mi madre hizo un mal negocio aunque ella creyera lo contrario,
lo que ocurre es que no te conocía y ahora que te veo la entiendo aún menos. O bien has cambiado
mucho o mi madre fue mas tonta de lo que creo.
Le miraba con algo parecido a la coquetería o al menos eso le pareció a él y no supo si esa
criatura mal criada quería ser hiriente o carecía de tacto pero en cualquier caso le pareció que esa
forma de hablar y esos gestos eran innecesarios. Al fin y a la postre, aunque se acabaran de conocer
eran familiares, era su sobrina y a él no la habría tratado como ella lo hacia con él. Estaba irritado y
una vez más trató de ocultar sus sentimientos aunque no pudo evitar la sequedad de su voz: ¿Has
terminado, sobrina, o quieres añadir alguna otra observación?
La muchacha soltó una carcajada que el freire tampoco entendió. –No era mas que una broma y
sin ánimo de ofenderte. Al menos no era mi intención. Ocurre que estas tan serio…….
-Te creo y además no me has ofendido. Supongo que soy de natural serio. Y ahora explícame la
razón por la que queríais verme o como has sabido que estaba aquí.
No. Mi madre no tiene que ver nada con esto. ¡Era yo quien quería verte!. Al fin y a la postre
eres mi tío y me pareció oportuno el que nos conociéramos. Ha sido cosa mía y si me apuras te diré
que sin la aprobación de mi madre que no terminaba de creerse el yo te hubiera reconocido. Ahora
tiene un motivo mas para llamarme bruja.
Bien. ¿Y como supiste que era yo?
-Porque te vi. ¿No te acuerdas?
-Sí. Me acuerdo. Pero viste a un hombre desconocido entre una multitud de hombres
desconocidos y además no llevaba ningún signo externo de la Orden templária.
Te puedo responder a estas preguntas, y otras, pero estamos aquí de pies y no me has invitado a
entrar siquiera y me resulta incomodo permanecer de esta guisa. ¿No podríamos sentarnos en algún
lugar tranquilo y hablar y conocernos sin que me sienta como una blasfema delante de un fraile
dominico de la Inquisición?
Una vez más le pilló en falta y no supo qué decir. Callado y rumiando las frases anteriores la
guió a una de las salas que se usaba de scriptorium o refectorio según los momentos y que se
encontraba vacía. La ofreció uno de los sillones y se sentó enfrente de ella.
¿Estas mejor así?- Ella se acomodó y puso los codos sobre la mesa sonriendo, aunque no le
respondió.
-He observado que cojeas.
-Si- Ella no respondió así que se consideró obligado a darla alguna explicación. –Es a
consecuencia de una vieja herida.
¿Y donde ocurrió?
-En Tierra Santa, sobrina. En San Juan de Acre.
¿Peleando?
-Si, peleando.
¿Siempre eres igual de parco?
-Nuestra Orden nos impide malgastar el don de la palabra- Se iba recuperando de la
impertinencia de ella aunque seguía irritado. –Quizás por ese motivo te puedo parecer parco y serio.
No estoy habituado a hablar mucho o tratar con mujeres. Te pido perdón y trataré de remediarlo.
¿Cómo está tu madre?
- Bien.
-Aún no me has explicado como supiste que era yo.
Ella levantó las manos de la mesa y se enmarcó la cara con ellas mientras sonreía. -Sé cosas
que los demás no saben pero, ¿eso es todo lo que me vas a preguntar de mi madre?
-No sé. ¿Qué más quieres que pregunte?
¿Cómo quieres que lo sepa? Cosas que te interesen de ella ¿Si te ha recordado alguna vez o si
se arrepintió de los que te hizo? ¿Porqué abandonamos la casa de los Lope a la muerte de mi padre?
No sé, cosas así.
-Son cosas pasadas que ya no me conciernen. Cuéntame eso de que sabes cosas.
- Pues que tengo una bola mágica que me cuenta cosas- Y se sonríe –Vamos a dejarlo porque
no me creerías. Lo cierto es que sabía que eras tú y eras tú. ¿Crees que eso me convierte en una bruja
como dicen todos?
-No. No lo sé ni conozco a los que te lo dicen, y aunque me intriga, no entiendo demasiado de
brujas.
¿Crees que me parezco a mi madre, o quizás a mi padre, en el supuesto de que no fueras tú?
Martín se la quedó mirando tratando de entender lo que ella parecía insinuar.
¿Qué quieres decir?
-Que podría ser que tú fueras mi padre.
-No. No podría ser. Te lo aseguro.
¿Porqué estas tan seguro? Estas cosas ocurren.
-No. Estas cosas no ocurren por mucho que te empeñes y por muy bruja que seas. Tu padre sin
duda fue mi hermano aunque eso deberías preguntárselo a tu madre si tienes algún motivo de duda.
Desde luego yo solo soy tu tío- Y se la quedó mirando mientras se decía que ya se estaba
arrepintiendo de serlo.
¿Me quieres decir que nunca holgasteis mi madre y tú, que no pasasteis de las manos o que
tuviste cuidado en no dejarla preñada? ¿Es eso lo que quieres decir?
Pero…. ¿Como te atreves? De repente el freire se asombró de la procacidad y la torpeza de
aquella muchacha que le miraba ahora como si realmente fuera una bruja, los ojos fijos en los de él
como si quisiera penetrar en sus pensamientos. -¿Pero cómo osas hablar así, insultándonos a tu madre
y a mí, por no hablar de tu padre. ¿Con qué derecho te crees para preguntarme esas cosas…..¿Quien
te crees que eres?- Y casi sin darse cuenta levantó la voz. Durante un momento pareció que la
muchacha se asustó al ver la reacción de él y bajó la voz para rogarle:
-Yo no he insultado a nadie. Solo te he hecho una pregunta porque tuviste relaciones con mi
madre. Te alteras por cosas baladíes y te sorprendes de mi forma de hablar.
-Si Me sorprende tu forma de hablar porque la encuentro insensata e irrespetuosa.
-Lo único que pretendía saber eran las relaciones que hubo entre mi madre y tú.
-¿Y eso a ti qué se te importa?
-A eso no te voy a responder.
-No te entiendo sobrina…. Nos acabamos de conocer y me faltas al respeto, insultas a tus
padres y pretendes saber de asuntos que no te conciernen.
-Quizás es que soy así- Y le sonrió de forma que a él le pareció boba.
-No la respondió por no tensar mas el momento. Realmente se encontraba incómodo con
aquella deslenguada y pensó que no le apetecía continuar aquella conversación llena de
despropósitos.
Sin poder evitar el gesto adusto dio por terminada la entrevista, la acompañó a la salida y la
despidió con la poca galanura que le quedaba. No pudo explicar a Gilles el modo en que la
muchacha le reconoció porque a la postre tampoco se enteró él, no supo responderle en cuanto a que
fuera una bruja pero dejó claro que sí que era una insensata y una maleducada.
Al día siguiente de mañana se pusieron en camino hacia Ávila con sus frisones y un mulo para
acarrear las pertenencias. Irían juntos una vez más por seguridad y porque Gilles no deseaba llegar a
Valladolit solo. El mes de septiembre tocaba a su fin. Nubes deshilachadas se enredaban en los picos
de las oscuras montañas y los vientos fríos recorrían los bosques de alcornoques, encinares y
robledales, tristes y silenciosos que se dormían hasta la próxima primavera. Atrás quedaban los días
en que los campos hervían de actividad y brillaban amarillos después de la siega, con los
campesinos, hombres, mujeres y niños que rodeados de un polvo dorado se afanaban en separar el
trigo de la paja con la ayuda de trillos y mulos mientras el olor dulzón del heno cortado impregnaba
el aire caliente que reverberaba con fuerza creando espejismos como de aguas próximas de azul
pálido o figuras fugaces que parecían bailar perezosamente hasta que al aproximarse a ellas
desaparecían como por un ensalmo. Ahora les rodeaba un profundo silencio que rompían los cascos
de las caballerías al golpear el suelo rítmicamente y los ruidos de sus cueros y armas. Cruzaron unas
tierras que llamaban de la Gureña y unas villas poco pobladas como Fuentesaúco o el Cañizal donde
el tiempo empezó a mejorar hasta que dos días mas tarde y sin incidentes llegaban al burgo que
llamaban El Madrigal, que albergaba alguna casona de blasón y tres hermosas iglesias dentro de
murallas moriscas de cal y canto y buena factura y en cuyo alfoz, según les informaron, se encontraba
el convento que buscaban cabe la villa de Matacabras, a no mas de medio día de camino. Hicieron
noche allí y al mediodía siguiente llegaban a la abadía de construcción reciente y aspecto prospero
aunque algo tosca en su fábrica. Hubieron de esperar un tanto hasta que apareció la propia abadesa,
de mediana edad, entrada en carnes y ojos vivos que movía incesantemente, toda arrebolada y
haciéndose de cruces por la llegada, sin el pertinente aviso, de tan ilustres caballeros a “su humilde
convento” puesto que había sido levantado por su familia, los López, uno de cuyos miembros era a la
sazón el maestre de la Orden de Calatrava. Todo eso lo dijo de corrido y con afectada modestia,
explicándoles además que tiempo ha sintió la necesidad de apartarse del mundanal ruido como
aquella Teresa hija del rey de Sancho de Portugal que habiendo sido reina se metió monja (aunque se
la olvidó mencionar que aquello ocurrió porque fue repudiada por su marido el rey Alfonso noveno
de León). No paraba de hablar y hasta pareció que olvidaba la razón por la que aquellos caballeros
se habían llegado hasta aquel confín del mundo. Se empeñó en explicar que su decisión no fue nada
fácil pues había sido mujer de gran belleza, (como podían apreciar sus mercedes), muy ensalzada en
la corte y con un montón de pretendientes que no entendieron su gran fortaleza de animo al tomar tal
decisión. La situación se agravó peligrosamente cuando hubieron de confesar que habían estado en
Tierra Santa con lo que la buena mujer entró en lo más parecido al éxtasis y se empeñó en conocer
los detalles de su vida por aquellos santos parajes, por muy crudos que fueran porque, insistía, era de
buena cuna y había sido educada mayormente por sus hermanos. Al fin consiguieron cortar su
verborrea a cambio de prometerla que compartirían el humilde yantar del convento si antes
conseguían ver a la hermana Inés, nombre adjudicado graciosamente a la hermana de Martín por la
propia abadesa en honor de otra oscura santa de la que ellos no tenían noticia. A poco apareció
Quiteria cubierta con una toca blanca y vestida con una saya de color oscuro que se les quedó
mirando cohibida y sin saber porqué fue requerida. Martín se la quedó mirando tratando de
reconocer a su hermana pero no le fue fácil. Habían pasado demasiados años y apenas se acordaba
de ella aunque algo en sus facciones parcialmente cubiertas por la toca le obligó a pensar en su
hermano Adrián. Se acercó despacio a ella que retrocedió moviendo la cabeza en sentido negativo y
santiguándose aún sin intuir nada.
-Soy tu hermano Martín, Quiteria. ¿Te acuerdas de mi?- La monja levantó la cabeza y el freire
pudo observarla mejor. Rondaba ya los cuarenta años y tenia las facciones consumidas a aún así le
pareció ver en ella los ojos acerados de la familia. La monja le miraba fijamente y al final,
tímidamente dio unos pasos hacia él mientras los ojos se le llenaban de lágrimas. El freire la abrazó
con delicadeza y notó entre sus brazos el cuerpo delicado y débil de su hermana. No supo qué decirla
mientras ella levantaba la mirada y le miraba fijo sin terminar de creerse el milagro de ver a su
hermano junto a ella después de tantos años, rebuscando también en los recuerdos, tratando de
relacionar al muchacho que un día se fue de la casa paterna con éste otro ser grande y canoso que
exhalaba un aura de autoridad o poder en sus ropas y sus armas de guerrero diciéndola que era su
hermano. Y todo ocurría ante la mirada expectante de Gilles y la abadesa que detrás y en silencio los
observaban. Tenían muchas cosas que decirse y al freire le resultaba incómoda la presencia de mas
gente así que pidió el preceptivo permiso para retirarse a algún sitio a solas con su hermana, algo a
lo que la abadesa se mostró bastante reacia hablando de no sé normas de la congregación y que
arregló Gilles diciendo que mientras los hermanos hablaban de sus cosas en algún lugar tranquilo, el
contaría al que quisiera escucharle algunas cosas de Tierra Santa que no eran para los castos oídos
de una monja corriente como la hermana Inés. Aquello hizo cambiar de opinión a la abadesa y dejar
de jurar para sus adentros a Martín. Con la expresa autorización, su hermana le cogió de la mano y le
condujo por unos corredores hasta la parte trasera que daba a un extenso y bien cuidado huerto
cerrado por un alto muro que lo separaba del exterior. Un par de monjas se movían entre los
bancales y los miraron con curiosidad para continuar luego con sus labores. Ella le explicó que se
abastecían de las hortalizas y frutos que ellas mismas cuidaban y a veces envasaban para el invierno,
luego se sentaron en un poyete de piedra adosado al muro y cubierto por un emparrado del que
colgaban unas gruesas uvas de un verde claro casi transparente entre las que revoloteaban las avispas
buscando la sombra. Martín tomó la iniciativa y la hablo primero de la familia a la que acababa de
visitar y luego de él mismo respondiendo a menudo a las preguntas de ella que insistía en no creerse
lo que estaba viviendo. Tuvieron que interrumpir en más de una ocasión sus confidencias porque
algunas monjas aparecieron por algún lado y se les acercaron con disculpas pueriles para indagar
quien era el caballero de la sobrevesta blanca y la cruz roja sobre el hombro que hablaba con la
hermana Inés, lo que les hizo sonreír a ambos.
Martín trataba de ver la relación entre aquella hermana que apenas recordaba, flaca y delicada
de salud y esta mujer adusta, vestida severamente que ya había olvidado su juventud si es que la tuvo
alguna vez. Ella le contó que a su llegada al convento, su salud bastante quebrantada mejoró un tanto
quizás debido a la sequedad del clima. Recordaba bien la decadencia de su padre y el mal ambiente
familiar que se creó con el matrimonio de Adrián y la llegada de Tesa. Quiteria era la que tenía que
guisar, limpiar, cuidar de los hombres y de los animales y encima recibir el mal trato de la nueva
ama que la trataba como a una sirvienta ante la pasividad de su hermano mayor. Aquello la amargó
un tanto al darse cuenta que su sino seria servir a los demás sin otras opciones como por ejemplo un
digno matrimonio.
-Todos menos tú sabíamos que padre contaba contigo porque nunca se fió de la capacidad de
Adrián. Nunca supuso que tu relación con Tesa te hubiera calado tan hondo ni nosotros tampoco.
Todos creímos que aquello fue solo un amorío del que te recuperarías con facilidad y cuando le
dijiste que te harías monje es cuando se dio cuenta de que había hecho mal, pero ya era tarde porque
había ajustado los esponsales y no podía volverse atrás como hubiera sido su deseo. Te recuerdo que
el cambio de novio también le sorprendió a él y que fue impuesto por Tesa que quería ser la dueña.
Por eso trató de impedir que la vieras porque eso te haría mas daño todavía. Y él sufría contigo.
Tanto o más que tú y tú no lo sabias. Los hombres sois muy ciegos y muy tercos…… No sé lo que
hubo entre vosotros, entre Tesa y tú, pero estoy segura de que si te hubieras casado con ella te habría
amargado la vida como se la amargó a Adrián……, demostró ser demasiado soberbia y egoísta para
ser una buena esposa….. Bueno, es mi opinión aunque quizás tú, que eras más fuerte…..No sé…. Ya
no lo sabemos nunca…..La cuestión es que la vida en casa se hizo difícil y yo empecé a pagar los
platos rotos de los demás. Al final tomé la decisión y cuando le confesé a padre que deseaba
meterme monja solo dijo “También tú tienes derecho a irte si es tu deseo. Yo soy el que se tiene que
quedar”…… Elegimos este sitio porque la dote que pedían no era alta y padre se comprometió a
pagarla”.
La vida en el convento no era fácil pero solo tenían que servir a la abadesa que no es que fuera
mala o cruel, solo vanidosa e insufriblemente pagada de si misma y aunque no admitía otra autoridad
que la suya, no la hacían demasiado caso. Trataba a las monjas como a sus sirvientas pero al ser
muchas los trabajos no eran excesivos ni penosos. Las auxiliaba un pater de El Madrigal que tenia
cogida la medida a la abadesa con halagos y zalemas gracias a los cuales conseguía pitanza gratis un
día sí y otro también.
Compartieron la comida con la abadesa sin la compañía de Quiteria. Esta no lo admitió bajo
ningún modo hablando una vez más de las reglas del convento y el mal precedente a que podría dar
lugar. ¡Por Dios, una monja de vaya vuesa merced a saber qué familia compartiendo la mesa con una
mujer de alta cuna!, no sabrían ni comportarse… ¡A qué extremo iban a llegar! La autentica razón,
como pudieron constatar los freires era que las monjas comían humildemente y la abadesa se
regalaba con unos festines dignos de un obispo. Lo que podría haber sido un ágape agradable se
convirtió en un trámite protocolario y frío porque además los freires recordaron la frugalidad de la
Orden en lo referente al pecado de la gula y apenas probaron las viandas, ni siquiera unos raros
granos blancos de sabor indefinible, procedentes de oriente según la dama y que llamaba arroz,
tampoco probaron el vino a pesar de la insistencia de la doña, alegando que los estatutos templarios
eran muy precisos en ese apartado. Ella en ningún caso se dio por aludida y solo murmuraba
eructando y con la boca llena: ¡Santos varones! mientras sonreía y miraba de soslayo a Martín e
intercambiaba miradas enigmáticas con Gilles que aquel no entendía y relacionó con alguna de las
aventuras que a buen seguro le habría contado éste mientras él se escapaba con su hermana
Cuando caía la tarde abandonaron el convento. El freire y la monja se dieron un fuerte abrazo y
cuando se iban a separar ésta se empinó para ponerse a su altura y le murmuró al oído: -Rezo por ti
todas las noches desde el día en que te fuiste de casa- Después se dio la vuelta y antes de que su
hermano la pudiera responder desapareció. Martín se compuso un poco tratando de ocultar la
congoja que le produjo la confesión de su hermana y se prometió volver a visitarla tan pronto le fuera
posible, luego se despidieron de la abadesa y pusieron camino a El Madrigal. El freire cabalgaba
pensativo y Gilles le respetó el silencio durante un tiempo.
¿Crees que esta mujer que has visto se parecía a la hermana que recordabas?
-La recordaba vagamente.
¿Y será feliz aquí, con esa arpía de dueña?
-Ella dice que sí y debo que creerla.
-Santo y bueno si te deja satisfecho.
-No puede ser de otra manera.
-Cierto.
A poco de abandonar el convento, al paso de sus corceles Martín agradeció a Gilles la
ocurrencia de éste que permitió a los dos hermanos un poco de privacidad y luego le preguntó la
razón por la que durante el condumio notó ese intercambio de miradas y guiños que le sorprendieron
por poco habituales.
-Bueno. Es que hube de contarle algunas historias no siempre del todo ciertas, por ejemplo que
mi herida de la cara fue a consecuencia de la encarnizada batalla que mantuvimos con un horrible
ogro y sus huestes que tenían prisionera a una casta dama de la mas alta sociedad árabe.
¿Yo también?
-Por supuesto, los dos.
-Muchas gracias por incluirme en tus aventuras. ¿Y por eso te hacia esos gestos? Martín no pudo
evitar la sonrisa.
-No. Los gestos se debían a que también la conté que cuando caíste en Ruad en manos de los
turcos yo no estaba para ayudarte y el Sultán, debido a tus malos modos, indignos de un caballero de
alta cuna, ordenó que te castraran y te convirtieran en un eunuco.
Martín se le quedó mirando seriamente durante unos segundos, luego puso cara de sorpresa y
respondió a Gilles: -Pero si yo no se lo he contado nunca a nadie, ni siquiera a tí….. ¿Cómo lo has
sabido…?
Al momento Gilles detuvo su cabalgadura con un fuerte tirón y se le quedó mirando con cara de
horror: -¡Pero como… Si yo solo estaba…….! Martín se volvió y al ver la expresión de su
compañero no pudo evitar la carcajada.
Gilles se había quedado rezagado y Martín siguió riéndose sin parar su montura hasta que el otro
volvió a colocarse a su altura y le espetó: -No lo hice con mala intención. Solo era una broma quizás
no demasiado afortunada pero es que era el tipo de cosas que la gustaban a esa santa mujer, aunque
ahora que lo pienso mejor puede ocurrir que lo divulgue y llegue a oídos de tu hermana o a alguien
más. Lo siento. Me parece que no estuve muy afortunado.
Martín volvió a reír con ganas: No te preocupes, hermano, quod scripsi, scripsi, ¡Dei gratia!. En
ningún caso tendrá ninguna importancia y admito que fue una buena ocurrencia y ahora entiendo los
gestos de la abadesa. En cualquier caso te agradezco lo que hiciste. Fue importante para mi hermana
y para mi aquel rato juntos…. ¡Santa mujer la abadesa!
-¿Santa…...? Estoy convencido de que las reglas que nos prohíben familiarizar con las mujeres
se deben en su mayor parte a que alguno de los santos varones que lo razonaron conoció mujeres
parecidas a esa estúpida de buena cuna con que nos hemos topado, y no nos los imponen por lo que
tenga de pecaminoso, sino porque nos pueden contagiar su estupidez….. Por cierto, opino que por
una vez no sería malo que nos olvidáramos de las reglas y nos regaláramos con una razonable pitanza
tan pronto se nos aparezca un chiscón de buena catadura. Admito que la vista de aquel festín que se
tragaba la noble necia me abrió el apetito de forma desusada.
Martín seguía riéndose. ¿Y porqué no le hiciste los honores?
-Porque, como tú, quise dejar en evidencia su pecado de gula aunque no sé si se sintió
aludida….
-Te asiste toda la razón. Cuando lleguemos al Madrigal buscaremos posada y disfrutaremos de
un buen guiso a cuenta de tus historias de caballeros y de la fortuna que he tenido al poder ver a mi
pobre hermana y conocer a tan excelsa dama.
Hicieron noche en el Madrigal donde se regalaron con unas truchas con tocino en honor a la santa
abadesa y al día siguiente cabalgaron hacia el norte hasta llegar a la populosa Medina sin incidentes
dignos de mención que no fueran el encuentro con carreteros, comerciantes, palladores, mercachifles
o mendigos que se convertían en salteadores según les fueran las tornas. La Medina era un burgo de
rancio abolengo a la vera de un río que llamaban Zapardiel y a la sazón una de las mas importantes
de la meseta, con hermosas casonas y palacios de raigambre, residencia de reyes y ricoshomes, de
abundante mercadeo, especialmente de lanas que llegaban de Burgos y Segovia y se enviaban a
lugares tan lejanos como Brujas y Amberes a cambio de tapices y brocados. Tampoco se le hacían
ascos a las telas de Sevilla ni a los paños de Cuenca o las sedas y repujados de Granada y hasta se
podían encontrar las blondas y encajes de Malinas así como las más raras especias y colorantes de
oriente. A las afueras se divisaba una fortificación que vivió tiempos mejores y que aún conservaba
los restos de una muralla semiderruida.
Hicieron noche en la bailia que la Orden tenía en las cercanías donde encontraron cobijo y una
muy de agradecer cena en compañía de Suero, el viejo comendador que apenas veía y que solo comía
sopas a falta de dientes aunque seguía teniendo la mente despierta, y tres armigueris que también
pasaron ya sus mejores años. Conocían el conclave celebrado en Ponsferrata y las desasosegantes
nuevas lo que dio origen a parloteo y apuntes de incredulidad por parte de Suero. Estos personajes se
dedicaban por acuerdo con la Corona al cobro, en todas las tierras del reino al sur del río Douro, de
la Luctuosa, un impuesto real que satisfacían los herederos tras la muerte de algún vasallo de
realengo.
Al día siguiente continuaron camino bajo un cielo tormentoso y ensombrecido con vientos fríos
que olían a nieve azotaban el camino. Los dos freires bien arropados en sus consistoriales hicieron
camino entre sementeras que cambiaron su color dorado por otros más terrosos entre los que se
movían con vuelos cortos bandadas de aves que buscaban los pocos granos que dejó la siega. Más
arriba los milanos y halcones buscaban posibles presas entre los animales pegados al terreno. Pronto
llegaría en invierno. Dejaron los campos de labrantío y cruzaron sombríos encinares y ariscos
roquedales entre los que silbaba el viento que excitaba a los caballos. Las pocas gentes con las que
se tropezaban los miraban con desconfianza, Se respiraba temor en los caminos no demasiado
transitados como fue el que los llevó a la Medina.
Ambos ensimismados en sus pensamientos. Martín había vuelto a soñar con la presencia malévola
que se cubría con un manto negro y le dejaba ver las facciones descarnadas y horribles que le
atemorizaban y le metían el miedo en el alma hasta despertarse cubierto de sudor. Pensó por un
momento comentarlo con su amigo pero lo pensó mejor y desistió. No era el momento. A pesar de los
años que llevaban juntos y del proverbial laconismo de ambos, mas acusado si cabe en Gilles, se
respetaban los silencios de ambos y ocurría a menudo que aún estando juntos se pasaban las horas
sin que apenas intercambiaran dos o tres frases aún incluso cuando se enzarzaban en sus ejercicios de
guerra que mantenían cuando las circunstancias se lo permitían. Aún recordaba Martín que a la vuelta
de Burgos apenas habló de su viaje y lo más que dijo era que ya no le ataba nada allí. Ni una palabra
de los familiares que le cuidaron de niño, ni siquiera si aún vivían alguno de ellos. Si en algún
momento Martín llegó a pensar que Gilles ocultaba cosas, luego, conociendo mas a su amigo
entendió que no era así, sencillamente era poco comunicativo y evitaba las largas explicaciones y los
comentarios fútiles.
¿Como se llama la azafata de la reina madre?
-Ana de Guevara-
¿La veras?
-Me gustaría pero no sé si es una buena idea.
-Yo si estuviera en tu lugar lo haría, amigo Martín. Creo que en breve deberemos pensar mas en
nosotros y menos en las reglas de la Orden- Y Gilles chasqueó la lengua y se puso a cantar en
occitano: Ar hay drug de chantar, pos vei joi e deportz, solatz e domnejar, qar zo es vostr acordtz….-
Y soltó una carcajada que a Martín le sonó forzada – apenas me dieron tiempo de aprender el
occitano pero de niño escuchaba esta canción a los jóvenes y viene a decir algo así como que
debemos disfrutar del vino, las canciones, las mujeres y el amor. Justo todo lo que nos está
prohibido, ¿crees que para nosotros será demasiado tarde? Y continuó cabalgando sin esperar la
respuesta.
Llegaron hasta una pequeña aldea que llamaban la Seca, campos de viñas y gentes recogiendo el
fruto de la cosecha. El frío se hacia notar. Dejaron a la siniestra el burgo de Tordesillas y
continuaron hacia el norte entre quebradas boscosas esperando encontrar el Douro cuando los
caballos levantaron las cabezas con inquietud. A poco oyeron rumor de gentes y ruidos de caballería
y casi de continuo, en un recodo del camino hombres armados de a pié les interrumpieron el paso. No
se les veía muy disciplinados ni sus armas eran demasiado temibles pero eran como una docena y el
número los hacia osados ante dos jinetes.
¿A dónde van vuesas mercedes? Les interpeló uno de ellos con voz seca y ruda.
Los dos freires detuvieron sus monturas y se inclinaron al descuido sobre sus arzones de donde
colgaban las espadas. ¿Quién lo pregunta? Inquirió Martín.
-Yo. ¿O es que no tienes ojos en la cara? Respondió el mismo mientras los demás coreaban la
broma con risas.
-Pues vamos a donde nos place y no nos gusta dar explicaciones ni meternos en líos. Hágannos la
merced de dejarnos pasar- Pidió Martín de forma desabrida aún sospechando que su petición no
sería escuchada.
-Pues ocurre que sus mercedes se han metido en terrenos privados en los que hay que pagar
portazgo- El que llevaba la voz cantante miró a sus compañeros que trocaron las risas por gestos
adustos aunque se movían descuidadamente como si su número fuera suficiente amenaza. Dos de
ellos portaban arcos y otro llevaba a la espalda una ballesta aunque no hicieron intención de
armarlos convencidos de su superioridad. Gilles movió su corcel que pateaba el suelo nervioso
separándose de Martín lo justo para tenerlos a todos a la vista.
¿Hay que pagar por transitar por caminos reales?
-No estáis en un camino real. Lo digo yo y basta. Nos diréis donde vais os guste o no y si nos
satisface la respuesta os dejaremos pasar después de pagarnos treinta maravedises como derecho de
portazgo. Y no se hable mas o será peor para vosotros. Pagad rápido primero y luego ya veremos- Y
avanzó un par de pasos adelantando la mano con gesto imperativo. Aquello fue demasiado para los
freires y fue Gilles el que le respondió:
-Mira barbian. Solo te pagaremos con tres palmos de buen acero que a buen seguro no nos vas
a agradecer- Los freires cambiaron una rápida mirada y cuando se disponían a azuzar los caballos y
desenvainar las armas, oyeron enfrente de ellos el ruido de jinetes que se acercaban al galope. Los
de enfrente no hicieron intención de moverse aunque sus gestos expresaron disgusto.
Gilles arrimó su corcel a uno de los arqueros que hizo ademán de aprestar su arma.
-Si lo haces date por muerto- Y extrajo la espada con rechinar de acero. Casi al momento
apareció una tropa que se detuvo a pocos pasos de los freires. Las armas en las manos y el gesto
airado. Uno de ellos se adelantó y con voz autoritaria inquirió:
¿Que pasa aquí? Era de mediana edad y se protegía muslos y pecho con una vieja coraza de
cuero y la cabeza con un morrión metálico. Sus ademanes denotaban autoridad.
¿Quién lo pregunta? Martín no estaba dispuesto a dar más explicaciones.
-Mi nombre es Dieguez y soy el jefe de esta mesnada por mandato de mi señor, Fernán Ruiz de
Saldaña. Os pregunto quienes sois y porqué enfrentáis a mis hombres.
-No sé quien eres y además se me importa un ardite, ítem mas, si no quitas a tus hombres del
camino los perderás. Te diré que somos templarios y te aviso de que solo pagaremos con acero- Y
Martín encaró al que le interpeló mientras Gilles giraba su montura y se arrimaba a uno de los
esbirros que tironeaba las riendas del mulo de los freires que iba a la zaga.
-Dile a ese bujarro que si no se aparta del mulo, lo mataré. Y haznos caso. No buscamos riña
pero no nos gusta que nos expolien gentes que por sus modales mas parecen chusma de mala ralea
que vasallos de nadie.
El llamado Dieguez miró a los templarios y luego miró a sus hombres mientras rumiaba el acento
de desprecio de aquel que se decía templario.
-Hablas muy alto, templario. ¿Me estas diciendo que mis hombres os han tratado de robar?
-Pregúntaselo a ellos.
¿Quien de ellos fue?
¡Sangre de Cristo! Pregúntaselo a ellos- El humor de Martín se agriaba por lo estúpido de la
situación y el tal Dieguez no se decidía. Miró de nuevo a sus hombres e inquirió con voz autoritaria:
¿Es cierto lo que dicen estos caballeros?
-Mienten señor. Solo ocurre que no nos querían decir quienes eran. Vuesa merced nos dijo que
si veíamos gentes de armas los detuviéramos y os diéramos aviso- Respondió el mismo que había
exigido los dineros. No le dio tiempo a mucho mas. Martín de un salto descendió de la montura y de
dos zancadas se plantó delante del embustero y antes de que éste pudiera siquiera refugiarse entre sus
compañeros le tiró la corta espada que empuñaba de un manotazo y con la misma mano le cogió del
cuello, mientras el caballo de Gilles se adelantaba piafando nervioso y su dueño, espada en mano, no
perdía ripio de la escena. Las gentes de a pié retrocedieron y el corcel del jefe de la mesnada pateó y
reculó con ojos de miedo ante la cercanía del frisón templario que enseñaba los dientes.
-Me estas haciendo perder el tiempo y has mentido como un bellaco. Tu falsedad te va a costar
el pellejo- y de un empellón lo tiró al suelo y luego se fue hacia el con la espada en la mano. El
llamado Dieguez descendió de su montura, que seguía espantada, y trató de interponerse entre el
templario y su victima.
-Tente quien seas. Tente, por el amor de Dios. No dudo de lo que dices y se te pedirán
disculpas, pero soy yo el que debe resolverlo- La situación adquiría una tensión que podía degenerar
en algo mas grave y Gilles desde la montura se pensó que si se cruzaban espadas lo tendrían mal
dado el número de los que les rodeaban.
Martín se paró y miró al jefe de la mesnada, después le increpó despacio y con voz
amenazadora:- si tú eres el que manda a estos bribones tampoco te mereces mucha merced pero si así
lo quieres, te exijo que averigües la verdad y castigues a los culpables, pero rápido porque hemos de
continuar nuestro camino.
Aquello fue más breve de lo esperado. El bribón, aterrorizado, confesó con prisas que
efectivamente les habían pedido unos maravedises porque no sabían que fueran templarios y porque
no les pareció que la cosa fuera tan grave. Las armas y las monturas de los caballeros eran valiosas y
sin duda unos míseros maravedises no dejarían más flaca la bolsa de caballeros tan importantes. A
cambio ellos no tenían qué comer porque aún no habían visto la soldada prometida y sí muchas
promesas y buenas palabras con las que no llenaban la andorga y menos aún las familias que habían
dejado para seguirles. El barbian fue obligado a pedir perdón a los templarios y luego se inició una
ruin discusión que no interesaba a los freires, así que recogieron su mulo y dejaron al grupo dándose
voces mientras ellos cruzaban un campamento con más hombres y enseres, sin duda de la misma
camada.
¿Qué crees que hará aquí una mesnada tan numerosa?
-No lo sé pero me parece recordar que el personaje al que sirven es uno de los que mencionó la
reina madre como afines al rey en el contencioso de Tordehumos.
-Pues flaco favor hacen a su señor aquí escondidos mientras al norte los demás riñen
independientemente de quien tenga razón.
-Posiblemente esperan a ver de qué lado ponerse.
-Si. Esa es la única razón que se me ocurre.
-Paréceme que estamos en tiempos en que la fidelidad tiene precio.
-Yo también lo creo
A media tarde y con una tormenta en ciernes alcanzaron el río Douro y lo siguieron hasta
llegar a otra villa que llamaban del Esparragal donde lo cruzaron por un vetusto puente de piedra.
Tan pronto se encontraron en el otro lado, el viento se hizo más fuerte y el cielo se cubrió de negras
nubes que presagiaban lo peor. Después de una breve discusión sobre si volver sobre sus pasos o
continuar, acordaron lo último y a poco la lluvia y los rayos les sorprendieron en la desconocida
senda, en mitad de ningún sitio. Se despojaron de los camisotes y los envolvieron con las mantas
para evitar los rayos mientras ellos se cubrían con las consistoriales que tampoco eran de mucho
alivio. Las monturas chapoteaban en el barrizal del camino sin demasiadas protestas pero el mulo
respingaba aterrorizado cada vez que escuchaba un trueno o el cielo se iluminaba con los
relámpagos. La noche se echó encima sin un alma en el camino y solo veían algo a la luz de los
relámpagos. Casi sin darse cuenta se encontraron entre algunas casuchas oscuras anegadas por ríos
de agua fangosa y la fortuna les premió con un humilde tambucho que les permitió secar y alimentar a
los fatigados caballos y a ellos comer un humilde puchero de gachas que al menos les calentó el
estomago para mas tarde arrebujarse en el establo al lado de las caballerías en un montón de heno y
echar un sueño reparador hasta el amanecer.
La mañana siguiente, con el cielo despejado pero húmedo y ventoso, reanudaron el camino y
pasado el medio día llegaron a Valladolit y se dirigieron al convento de san Juan Bautista. El maestre
Yáñez no estaba y supieron que hacia tres días que no llegaban noticias del reino franco. ¿Ocurría
con frecuencia? -No. En absoluto. De hecho es muy extraño- Los dos freires se miraron con
aprensión. Dejaron las caballerías bien atendidas, se asearon y cambiaron las vestiduras y se fueron
ambos al palacio real donde se debía encontrar al maestre requiriendo los servicios del sacamuelas
de la corte. Cuando dieron con él distaba mucho de aquel que recordaban. Ojeroso y con la cara
hinchada, se cubría la boca con un paño sangriento. Acababan de sacarle una muela que le había
hecho padecer las penas del infierno durante los últimos días y apenas podía hablar.
Hubieron de esperar al día siguiente en que el humor del maestre mejoró y entre unos y otros les
informaron de las nuevas habidas en su ausencia. Bartolomé de Bellvis el aragonés les había hecho
saber que la comunicación con el reino franco se había roto por causas desconocidas aunque se
mantenía con el reino de Navarra y el ducado de Bretaña. Yáñez se mostraba pesimista y los miró
con suspicacia como si ellos una vez más, fueran culpables de algo.
Una nebulosa queja de la Mesta a cuenta de un mayoral y un reducido número de pastores, tres o
cuatro a lo sumo, que habían sufrido el alevoso ataque de una mesnada de templarios en uno de los
ramales del alfoz de Zamora cabe la hacienda de uno de sus protegidos llamado Artal de Lope. No
daban razones de peso y sí suposiciones porque los atacantes ni se presentaron como tales ni vestían
los paños de la Orden, sin embargo su forma de pelear los identificaba como tales. El consejo de la
Mesta dejaba claro que no hubo muertos en la refriega pero si dos heridos de flecha y un mayoral
vejado y vapuleado. A la pregunta de porqué unos freires se habrían involucrado en ese incidente no
respondieron y al no poder presentar otras pruebas se requirió al mayoral para que explicara los
hechos y defendiera la acusación pero éste se negó incluso a presentarse por lo que se desestimó la
queja aduciendo que no se tenían por aquellos lares ni tropas ni razones para atacar a nadie y menos
a honrados y sufridos pastores mesteros. La acusación por tanto era falsa eo ipso. El maestre que en
todo momento tuvo presente donde se encontraban sus dos freires infirió su culpabilidad y cuando los
tuvo delante les exigió que le contaran la aventura porque los términos no le cuadraban. Al conocer
los detalles se les quedó mirando y les hizo repetir el número de pastores y al reafirmarse estos, el
maestre compuso un gesto adusto y les reprendió con suavidad recordándoles los preceptos de la
Orden y dando por zanjado el asunto si todo se quedaba tal cual para terminar diciendo con un tono
mas coloquial que no le venía mal al Honrado Consejo de la Mesta, que ya no era tan honrado, que
alguien, aunque no necesariamente templarios, y recalcó la frase con un cierto retintín, les plantara
cara y les calentara el hocico de tanto en cuanto porque se amontonaban demasiados contenciosos
relativos a abusos de aquella, aunque habría estado mas conforme si hubieran seguido la máxima
“suaviter in modo fortiter in re” y terminó el asunto dejando escapar una sonrisa en su cara todavía
hinchada que no supo evitar.
Lo último que se sabía de la Orden era que el Gran Maestre Molay continuaba en Paris y hacia
oídos sordos a los reiterados avisos que le llegaban insistiendo machaconamente en la fiabilidad y
buenas maneras del rey franco porque se sentía mimado e invitado de continuo a los eventos mas
importantes de la corte como por ejemplo el apadrinar a uno de los hijos del monarca. Realmente la
situación parecía tan normal que una vez más las sospechas que los amenazaban parecían carecer
totalmente de fundamento. Molay estaba terminando de dictar, porque era sabido que no sabía ni leer
ni escribir, el informe que debería entregar al Papa Clemente defendiendo la pureza de la Orden
contra las reiteradas acusaciones e insidias propagadas, según él, por el propio confesor del Rey, el
dominico Guillermo de Paris que a su vez era Inquisidor General del reino franco. Desde luego se
hacía difícil de creer que, si esas sospechas que rozaban la simpleza del Gran Maestre fueran ciertas,
no se encontrara detrás del confesor real otra mano más poderosa que moviera los hilos de la trama.
Por supuesto que Fulco de Villaret, el Gran Maestre de los Hospitalarios, seguía entretenido en
Rodas y no tenía entre sus planes llegarse a Paris en un futuro inmediato aunque se le oía decir sotto
voce que no era tan insensato como para meterse conscientemente en la boca del
lobo.
Otro asunto era el relativo a la bula de Bonifacio VIII. A la vez que la reina madre pedía ayuda
al obispo Primado de Toledo, Gonzalo Díaz, Yáñez hacia lo propio con Xavier pensando que
durante su estancia en Roma podría haber hecho amistad con alguien al que se pudiera recurrir en
este tema tan delicado. Por cierto que el propio Xavier había participado por primera vez en una
dura batalla librada entre gentes del obispo de Santiago y templarios de Faro contra piratas
normandos que de nuevo se habían dejado ver por las costas de la Gallaecia. Los hechos ocurrieron
hacia poco más de una semana. Un numeroso grupo de normandos de los que habitualmente asolaban
la costa norte del reino aparecieron en una de las rías que llaman de Ares y desde allí, arrasando
todo lo que pillaban a su paso se metieron tierra adentro. Los ribereños los temían como al diablo,
especialmente en los meses estivales que era cuando solían aparecer en unas naves planas y muy
ágiles con las que penetraban hasta el fondo de la accidentada costa donde las varaban sin dificultad
y tan pronto se echaban a tierra, saqueaban y exterminaban todo a su paso y luego desaparecían con
la misma rapidez con la que habían llegado. Esta vez se contaron mas de veinte embarcaciones con
no menos de un millar de piratas que fiados en su número creyeron poder llegar hasta Santiago y
afanar un buen botín, su problema es que quisieron abarcar demasiado porque una cosa era arrasar
los indefensos poblados ribereños y otra muy distinta era dar tiempo a que se les enfrentaran
mesnadas a caballo porque ellos combatían a pié ya que sus ligeros navios no estaban construidos
para embarcar caballería. Esa circunstancia no la pensaron o en su soberbia y afán de botín la
desdeñaron lo que supuso su destrucción. Cuando el obispo, que es muy bragado, supo de la invasión
y el camino que seguían, reunió a toda la gente de armas que encontró y a las mesnadas de los
caballeros de Santiago y fue a enfrentárselos. El Temple de Faro también fue avisado y sin más el
comendador Ruy Pérez movilizó a toda la guarnición y salvo los ancianos, un total de ciento veinte
entre caballeros y armigueris salieron a escape a unirse a las tropas que pretendían detenerlos.
Cuando los guerreros del Temple avistaron a los piratas del norte a la entrada de una villa que
llaman Ordes, estos daban buena cuenta de las vanguardias concejiles de a pié del obispo. Gritaban
como demonios y acuchillaban y mataban sin dar cuartel. Peleaban con ferocidad, grandes y de piel
pálida, cubiertos de piel y con luengas greñas de pelo trigueño. Entre sus armas destacaban unas
peculiares hachas de combate que manejaban con una efectividad aterradora. Atacaban en hordas que
aullaban y golpeaban de forma imparable. Los freires de Faro cerraron filas con el Beauseant al
frente, azuzaron a los corceles y al grito de “Vive Dieux Saint amour” irrumpieron al galope entre las
filas de los salvajes y les causaron un gran quebranto, a poco aparecieron los caballeros de Santiago
y al ver la pugna y sin pensárselo arremetieron con dureza hasta formar con sus hermanos templarios.
La pugna duro muchas horas durante las cuales llegaron mas tropas obispales que arrinconaron a los
nórdicos y de no haber llegado la noche, allí se hubiera acabado la pugna. La oscuridad salvó a los
sanguinarios piratas de momento y viendo que llevaban las de perder, se dispersaron y huyeron,
aunque al no conocer la tierra que pisaban se perdieron pretendiendo desandar lo andado y
posiblemente regresar a sus naves. Tan pronto amaneció se les persiguió y de nuevo se trabó
combate. Parece ser que vendieron caras sus vidas entre gritos a sus dioses paganos y feroces cargas
desesperadas en las que fueron cayendo irremisiblemente. Se hicieron muy pocos prisioneros y la
mayor parte de ellos heridos. Los más afortunados fueron los que se quedaron al cuidado de las
naves que escaparon como pudieron dejando casi todas sus naves y varadas y abandonadas en la
playa. La victoria se saldó con casi trescientas bajas de las que ventisiete fueron hombres del
Temple y su perdida, por mas que honrosa, es irreparable. De vuelta a la encomienda hubo muchas
preces y muchas lágrimas recordando y rezando por los caídos a los que se dio honrosa sepultura. El
obispo de Santiago y la nobleza que intervino en la batalla alabaron sin reparos la actitud templária y
concluyeron destacando que el desenlace no habría sido el mismo sin su ayuda. El propio Xavier fue
herido en una pierna y se sentía muy orgulloso de haber cabalgado y combatido con sus hermanos por
una buena causa.
La falta de comunicaciones con el Temple con la sede de Paris le quitaba el sueño a Yáñez
porque aún en el caso de que hubiera ocurrido algo de lo que se temían siempre habría quedado
alguien que difundiera las infaustas nuevas. En el país franco las encomiendas se contaban por
centenares a todo lo largo y ancho del reino de modo que era virtualmente imposible que se hubiera
roto el sistema de comunicaciones de la orden de un día para otro. Todo muy preocupante, tanto que
después de pensárselo dos veces, consideró oportuno sincerarse con la reina madre y contarla casi
toda la historia menos el asunto de los dineros por razones fáciles de explicar. El maestre pensaba
convocar el claustro en la sede de Zamora pero esperaba a tener mas noticias antes de reunir a los
comendadores y avisar a las tropas que se encontraban en el sur junto a las de Pérez de Guzmán
asediando Almería.
En el reino las cosas no iban mejor y la reina madre estaba muy preocupada. El rey Fernando
seguía pugnando con el de Lara que le había hecho una propuesta de paz por medio de uno de los
sicarios del infante D. Juan, un tal Gutierre Rui de Padilla y a la vista de las condiciones uno se
preguntaba si la oferta partía realmente de el de Lara o era cosa del infante felón que una vez mas
pretendía sacar tajada porque en cualquier caso la tal propuesta era inaceptable por lo prepotente y
lesiva para el joven rey que por ende acababa de perder a uno de sus mas queridos y fieles vasallos
y primo lejano del maestre, Gonzalo Yáñez de Portocarrero, en el asedio a Torrelobatón, una de las
plazas del de Lara donde fue emboscado y muerto con crueldad, posiblemente por ser uno de los
pocos incondicionales del rey. Aquello parecía el cuento de nunca acabar aunque el joven Fernando
aún tuvo tiempo de tomarse un respiro y volver a la corte para bautizar a su primogénita pues la reina
Constanza parió una niña a la que llamaron Leonor.
Cuando se acabaron las nuevas, Martín se dio a pensar que quizás le cabría el privilegio de ver de
nuevo a Ana de Guevara.
LA INFAMIA octubre 1.307, annus domini
El día 23 es en el reino de Navarra donde se apresa a los templarios y se asaltan sus sedes.
Sabiendo que su rey Luís Hutin es el primogénito del rey franco no sorprende a nadie, antes bien,
razonando el hecho se llega a la conclusión de que el hermetismo con que Felipe el bello llevó a
cabo su infamia no le aconsejó poner siquiera en antecedentes a su hijo por lo que éste solo procedió
contra el Temple cuando recibió noticias de la cancillería de su padre. De todos modos ya estaban
sobre aviso y la mayor parte escapa al reino aragonés
Una buena parte de la información que se filtra a través de las fronteras del reino franco se debe
al arzobispo de Narbona Gilles Acelin que fue canciller del rey Felipe el bello hasta el fatídico día
de septiembre en que fue convocado con los dos sayones reales que llevarían a cabo el ultraje contra
el Temple, los dos Guillermos, Nogaret y Plaisians. Al negarse el arzobispo a secundar semejante
infamia fue depuesto al momento y su cargo lo ocupo allí mismo el propio Nogaret. Dolido por el
trato recibido y horrorizado ante los infúndios sin fundamento que propaga la cancillería real, él es el
que subrepticiamente informa de lo que ocurre en las mazmorras de su reino con los prisioneros
templarios. El trato que sufren los prisioneros templarios es cruel e inhumano. Rompen sus espíritus
y entereza vejándolos durante días en mazmorras inmundas sin alimentos ni atención y luego
comienza la tortura que solo se interrumpe cuando estos firman el acta de acusación o mueren en el
proceso y aún si sobreviven tampoco los dejan en libertad como les prometieron, si acaso ya los
alimentan pero los siguen reteniendo por temor a que se sepa como han conseguido las confesiones.
Lo que resulta totalmente inexplicable ocurre el día 26. El canciller del reino Nogaret congrega en
el propio Temple de Paris a todas las autoridades eclesiásticas, jurídicas y teológicas que encuentra
e incluye a todos los estudiantes de la Sorbona y ante la expectación general que no sabe porqué se
les ha requerido con toda urgencia, les presenta a Gautier de Liancourt, templario y preceptor de
Reims; Godofredo de Charney, templario y preceptor de Normandia; Hugo de Pairaud, templario y la
mas alta jerarquía franca después del Gran Maestre Jacobo de Molay que también aparece junto a
Raimbaud de Caron, el preceptor de Chipre que le había acompañado en el viaje y algunos mas de
menor rango. Todos han firmado las confesiones de culpabilidad: Han negado a Dios, han escupido
en la cruz, se han unido carnalmente con otros hermanos de la Orden y se han besado en el ano de
tanto en cuanto…..solo les falta acusarse de haber matado a Cristo. Incluso Hugo de Pairaud además
de los pecados de rigor hace saber que adoraban a una cabeza de carnero que representaba al
diablo….. Todos han firmado las confesiones aunque no sepan escribir como ocurre con el Gran
Maestre que no contento con acusarse públicamente, pide perdón por sus pecados. Y lo que llama la
atención es que se les ve quebrantados, pero enteros. Solo Godofredo de Charney y Raimbaud de
Caron tienen los brazos y las manos vendadas lo que da a entender que se resistieron un poco más.
Hablan con la cabeza baja y se reafirman en sus pecados con voz débil que suena forzada. El Gran
Maestre presenta una misiva que dice enviará al resto de los templarios en prisión en las cual los
exhorta a que confiesen sus culpas con premura. Cuando las nuevas llegan a Zamora nadie las
concede ningún crédito. El Gran Maestre, aunque anciano es un hombre digno y nunca se avendría a
aceptar tales injurias que ítem más no le afectan solo a él, sino a toda la Orden. No. ¡No es cierto!
Tiene que ser un lapsus cálami…… pero, la información se confirma; Molay, Pairaud, Charney,
todos han confesado némine discrepante y admitido todas las infamias que se les han ocurrido a sus
carceleros.
¿Pero como es posible?..... ¡Por Dios santo y los clavos de Cristo! ¿Es posible tamaña
indignidad? Todos se hacen de cruces porque no entienden nada. Si han firmado bajo tortura se puede
aceptar en un momento en que el sufrimiento y el miedo a la muerte te aterra y embrutece, pero
luego, cuando se han visto enfrente de una multitud de autoridades eclesiásticas debieron levantar la
voz y gritar la verdad a los cuatro vientos, a todo el que quisiera oírla, y no vale la disculpa de que
estuvieran amenazados de muerte o de posterior tortura. Hay un tiempo para vivir y otro para morir
con dignidad si además tu causa es justa. ¡Fiat voluntas Dei! Nadie entiende nada. ¿Es que en el país
franco no había valientes o es que los valientes ya han muerto y el resto, los que confiesan, son todos
indignos de haberse llamado templarios? ¿Es que ninguno ha recordado los miles que mutilados y
rotos murieron defendiendo la fe…..?. ¿Es que no les queda ni un resto de hombría?
Pues ni eso basta y hay que seguir apurando el amargo cáliz de la vergüenza porque al día
siguiente, en el mismo sitio y con la misma audiencia se presenta de nuevo a medio centenar de
templarios que corroboran lo dicho el día anterior por sus superiores; ellos también han escupido
sobre la cruz, se han iniciado también en practicas sodomiticas y han adorado al diablo.
Ninguno de ellos se rebela o acusa a nadie de haber sido torturado. Si no tenían comunicación entre
ellos…. ¿Como es que se ponen de acuerdo, o quien los pone de acuerdo para que confiesen los
mismos delitos?, ¿Los torturadores?, Y si es así la rendición ha debido ser inmediata porque no
presentan signos de malos tratos.
En la sede zamorana ya nadie se acuerda de las proféticas palabras del freire Gilles cuatro días
antes….- Si nuestros superiores han resultado defectio rationis y unos cobardes venales que admiten
las mas horribles imputaciones que se pueden hacer no ya a un caballero templario sino a un humilde
cristiano que no esta sujeto a los votos que nosotros juramos….., entonces merecemos morir todos en
el potro de las torturas. Consummátum est.
También se sabe que las misivas enviadas con anterioridad a estos últimos hechos por la
cancillería franca a los reinos cristianos llegan a sus destinos pero no encuentran el eco que el rey
franco desearía, no al menos en Castilla, Aragón y Portugal, ítem más se recibe otra misiva del rey
anglo Eduardo II el sodomita en el que informa a la corte castellana de que tan pronto supo de la
prisión de los templarios francos y la razón que se aducía, ha contestado a Felipe el bello negándole,
por falaces, las patrañas de que se les acusa y no contento con eso quiere que todos los reyes de
occidente conozcan la hipócrita superchería que se esta llevando a cabo en el reino franco. No deja
de ser curioso que un rey conocido por su naturaleza sodomítica sea el único que de momento se
atreve a defenderlos. Es la propia reina madre Maria de Molina la que explica estos hechos a Yáñez
por medio de un despacho que ha mandado a la rectoral zamorana.
Nadie sabe que hacer. El maestre Yáñez pide a los asistentes que se queden en Zamora a la espera
de acontecimientos mientras se resuelve la petición de Pérez de Guzmán en la frontera sur, que
deberá ser consensuada con el Rey y el acuerdo entre Rui Pérez de Faro y Vechaco de Xerez
Badajoz. Descartada la ayuda de Vasco Rodrigues el de Tomar porque su rey Dionis no vería con
buenos ojos que tropas portuguesas, aunque fueran templarias y por lo tanto no sujetas a su
jurisdicción, ayudaran a tomar una plaza que incrementaría el patrimonio de Castilla sin beneficio
para el reino portugués.
Nada se puede hacer para remediar la situación de los hermanos del reino franco aunque mas de
uno piensa que tampoco se merecen demasiado al saber como se han rendido pensando solo en si
mismos y en sus vidas y sin considerar que el daño de sus confesiones esta suponiendo el fin del
Temple. También les sugiere que cada uno siga el ejemplo de los freires Martín y Gilles en cuanto a
dejar constancia por escrito de sus pasos en la Orden Templária y que nieguen tajantemente todas las
injurias y calumnias que han llegado a la corona desde la cancillería franca.
El papa Clemente sigue sin dar fe de vida. No se sabe si ha protestado o se ha enfrentado o
acepta también cobardemente las iniquidades que se cometen en su nombre. Parece inaudito que ese
hombre que ostenta la máxima autoridad de la Iglesia cristiana, que es el descendiente de Pedro en la
tierra, soporte que un rey malvado le ridiculice y desprecie irrogándose atribuciones que son
exclusivas del papado, suplantando su autoridad y menospreciándole como no se ha hecho hasta
entonces. Es el único que podría y debería poner coto a tamaña injusticia si tuviera un mínimo de
dignidad.
-La postura del Papa es inaudita y vergonzosa. Desde luego es cualquier cosa menos clemente.
¿Cómo es posible que sepa lo que está ocurriendo a su alrededor y no haga nada por remediarlo?- El
maestre se encuentra desquiciado y la voz le sale trémula y aguzada como una daga, él, que siempre
fue ponderado y sereno de actitud. Se mueve por la estancia con la cabeza baja y las manos juntas y
engarfiadas una con la otra.
-Por mucho que quiera cerrar los ojos, tiene gente a su alrededor que le informa de lo que está
ocurriendo. Desde luego, a la vista de su actitud no tengo ninguna duda de que es un hombre indigno y
cobarde por muy Papa que sea, la antitesis de aquel Bonifacio octavo que aunque no iba para santo,
se enfrentó a éste rey canalla hasta el último momento. ¿Quién nos habría de decir que le echaríamos
de menos?- Rodrigues, el de Tomar, esta sentado en uno de los sillones y mira al maestre y los
presentes desde detrás de sus pobladas cejas y atusandose las barbas. Tiene las manos grandes y
velludas y aunque se le ve abatido, al menos su porte denota dignidad
-Ítem más, recordemos que el tema templario lo tenia bien presente porque sabemos que se le
entregó no hace aún dos meses el documento de pureza de la Orden que nos había solicitado, sin
duda presionado por el rey franco que Dios confunda. Os hemos recordado a menudo….- Y cuando
dice esto Moniz, el leones de Ponsferrata, mira a Martín que los observa en silencio. ….-Como
posiblemente muchos de nosotros a raíz de la desgracia que se ha cebado en nuestros hermanos
francos. Cuan acertados estabais y lo mal que asumimos vuestro avisos, aunque por otro
lado….tampoco podíamos hacer nada. Quizás pedir a Dios que iluminara a nuestro Gran Maestre
para que se escapara de las zarpas del rey felón…, pero ya es tarde para estas divagaciones. He
escuchado a los que han dicho que sabiendo lo que sabíamos, la conducta del Capitulo ha sido
cuando menos criminal e insensata y por lo tanto se merecen la indignidad que soportan, incluso la
muerte. ¿Quién puede entender que en un lugar tan alejado como éste estuviéramos avisados de lo
que estaba ocurriendo y allí, en el Vieux Temple, en nuestra casa madre, no se tomaran las medidas
necesarias para evitarlo. No hay duda de que deberemos pagar por el cúmulo de insensateces que
hemos cometido…..Insensatos…., insensatos y estúpidos. ¡Dios bendito!- y se mesa los cabellos con
desesperación a la vez que patea el suelo con ira. Martín, que ha asentido levemente a las palabras
de Moniz, los observa y tampoco encuentra respuesta.
-Hermanos Martín o Gilles- Es Moniz el que continúa: -Vos, que estuvisteis más cerca de ellos,
¿sabéis de alguna razón que se nos escape y nos permita entender como es posible que personajes
como Molay o Pairaud o Charney se confiesen delante de una multitud culpables de unas
aberraciones que sabemos que no son ciertas y que por ende les van a destruir a ellos y a la Orden?
Es que a mí no me cabe en la cabeza.
-Casi toda mi vida de freire templario la pasé en autremer- el hermano Martín responde con voz
pausada después de Mirar a Gilles. –Allí conviví con freires de todos los reinos de occidente y
siempre los francos fueron los más numerosos. Nos hemos tenido siempre por hermanos y nunca
importó el lugar de donde proviniéramos porque todos tuvimos el mismo credo. Hemos luchado con
más o menos fortuna pero siempre hombro con hombro y nunca, independientemente de nuestro país
de origen, nunca repito, vi a nadie dar un paso atrás. Si Moniz se refiere a si los hermanos francos
son mas débiles que nosotros o menos capaces, debiera responder el hermano Gilles que por
nacimiento ha estado siempre mas cerca de ellos, pero en cualquier caso, por lo que a mi respecta, la
respuesta es categórica; No, en absoluto. Desde el Gran Maestre Beaujeau que cayó en primera línea
de combate como le correspondía hasta el mas humilde de nuestros armigueri. El mismo Molay, que
sustituyó a Gaudin como Gran Maestre fue siempre muy respetado y un duro guerrero mientras la
edad se lo permitió. Otra historia es la de los que nos encontramos en el país franco, bueno….Ya no
eran guerreros, o no lo eran del modo que yo lo entiendo….(Y cuando dice eso ve la casi
imperceptible sonrisa de Gilles) aunque esa cuestión no debe ser óbice para que todos sepamos
mantener nuestros principios o nuestro sentido del honor. Eran mas mayores y quizás un poco mas
relajados y apegados a una vida mas cómoda y opulenta que la que habíamos vivido nosotros pero ya
se nos ha explicado que su labor en la Orden era diferente a la nuestra. En cualquier caso eso no
exime, como ya he dicho de ninguno de nuestros votos y por ende, de nuestro honor de caballeros.
-Ya hemos hablado sobre ello, Moniz-… Es Juan Vechaco el de Xerez, que impaciente interrumpe
la explicación de Martín. – Los tratos vejatorios y la promesa de la tortura hasta la muerte, sino la
tortura misma, les hicieron claudicar. Ese no es el tema. Lo importante es el hecho de que se dé
validez a una confesión en los términos en que se ha conseguido. Recordad. Se nos dijo que debían
aceptar los cargos que se les imputaban o morir torturados. Al margen de ser una infamia, no tiene
ninguna validez jurídica alguna.
-Puede ser, pero nadie sabe en qué términos se consiguieron esas confesiones puesto que nadie
denunció nada y por tanto todo aquel que las escuchase las habrá dado por válidas y ciertas, sobre
todo si no parecieron quebrantados según hemos sabido, porque recordad que confesaron delante de
juristas y prohombre de la Iglesia sin mencionar que habían sido coaccionados si es que lo fueron. Se
les vio enteros y si acaso forzados, pero nada mas.
-Si. Yo tampoco lo entiendo demasiado. Eso es precisamente lo que no se entiende.
-Creo recordar que era Tertuliano el que decía eso de “Credo quia absurdum” lo creo porque es
absurdo.
- Puede ser que estuvieran amenazados. Muchos de ellos son hombres ya mayores, sin asistencia
de ningún tipo y quizás el miedo los atenazó. No lo sé. Lo único que tengo claro es no quisiera estar
en sus pellejos.
-Yo desde luego lo que tengo por cierto es que nunca habría aceptado las falsas culpas que
sabemos que han admitido. Con tortura o sin ella. ¡Pero por Dios bendito, te están acusando de cosas
horribles, tan horrendas que el peor de nuestros hermanos ni siquiera las habría pensado….y las
admites sin mas por temor a perder la vida…. No lo entiendo…. O al menos cuando se me hubiera
obligado a confesar delante de gente lo negaría aunque después me ataran al potro de la tortura y me
despedazaran. Sería mi venganza contra los infames. Explicaría a voz en grito, para todo aquel que
me escuchara como se nos trataba y de qué modo me habían hecho firmar esas atrocidades.
Denunciaría, mientras me dejaran hablar, a esos dominicos inquisidores del diablo y a los sayones
del rey malvado. Después, con la conciencia tranquila, pediría a Dios que me ayudara a morir con
dignidad. Pero nunca, nunca me harían confesar en público una conducta inmoral si no es cierta- Juan
Vechaco, el de Xerez termina la alocución con rabia, después él mismo se lo piensa y se irrita mas si
cabe, se pone de pies y se le observa temblando de ira, se inclina sobre la mesa y mira a los
presentes como si los retara; Nunca lo haría. ¡Y pongo a Dios por testigo! Termina gritando y
mirando a los presentes con los ojos enrojecidos y húmedos.
-Entiendo al hermano Juan y estoy de acuerdo con él. Nuestro sentido de la justicia, nuestro código
templario no me permitiría aceptar unas falsas infamias ni en público ni en privado aunque luego me
esperara la muerte por tortura.
-Si. Estamos de acuerdo en que su conducta es extraña e incomprensible, pero los juzgamos desde
aquí, con las andorgas llenas y el cuerpo entero. No podemos ponernos en su lugar, ni vivir lo que
ellos han vivido, ni saber porqué obraron así. Considerad los datos que tenemos en estos momentos.
La mayor parte de los altos dignatarios han confesado, pero, ¿Habéis pensado que tiene en común?
Yo os lo diré, hermanos; la edad- Alguna que otra mirada se dirige a Yáñez que mueve con violencia
la cabeza.
-La edad nos hará más débiles pero no más cobardes- Responde Yáñez con énfasis.
-Si, pero de algún modo la edad nos hace mas laxos y mas cómodos. Si, hermanos. Yo mismo me
siento así, tiempo ha que perdí mi ardor guerrero y ahora mi cuerpo busca mas la molicie y el
descanso que la defensa de nuestros principios. Nos hemos hecho acomodaticios. Es ley natural y si
hacemos caso al juicio que nos hizo el hermano Gilles entenderemos que nos hemos debilitado y
disfrutamos de prebendas y comodidades que antes no necesitábamos, ergo, sometidos a
circunstancias extremas, seriamos los primeros que claudicaríamos comparados con los mas jóvenes
y fuertes.
Yáñez sigue moviendo la cabeza con energía. –Pero aunque eso fuera cierto en términos generales,
¿Qué ha ocurrido con esa cincuentena que días después también se han acusado?, ¿Queréis hacerme
creer que también eran ancianos?
-Dejadme terminar, maestre, y no os deis por aludido porque entre nosotros bien sabéis que los hay
más longevos que vos y no nos consideramos menos bravos por eso. Dejadme seguir… ¿Y ahora que
ha ocurrido con los que menciona el maestre? La información que nos ha llegado habla solamente de
un grupo numeroso que también se ha confesado culpable delante de los que quisieron oírlos. ¿Quien
dudará ahora de que somos reos de culpa? Nadie, porque el pueblo es crédulo y simple y se deja
convencer si no se le obliga a pensar. Ya tenemos pruebas de que las mentes que manejan el acoso y
destrucción de nuestros hermanos han demostrado ser despiadadamente crueles y muy eficientes en su
macabra tarea, pero considerad los números; se habla de una cincuentena que se ha autoinculpado y
nosotros sabemos que en el país franco había unos mil quinientos de nuestros hermanos, lo que
supone grosso modo que uno de cada treinta ha admitido su ficticia culpabilidad. Uno de cada
treinta…. Y yo me atrevo a jurar que cada uno de los que ha admitido su indignidad y no ha sabido
hacer honor a su hábito ha visto como morían o eran torturados los otros ventinueve …..Y habrá
habido casos en los que hayan claudicado dos de los treinta y en otros no hubo ninguno….e incluso
también habrá ocurrido que muchos soportaron la tortura durante días pero se vencieron al final y
esos no se les podrá presentar a las gentes porque tendrán los miembros dislocados o las entrañas
fuera de sus vientres, sus manos sin uñas o sus cuerpos llenos de quemaduras…..Esos. Todos esos,
que fueron bastantes si nos atenemos a un criterio lógico, ahora están muertos porque solo
interesaban sus firmas y no sus cuerpos destrozados….. No nos avergoncemos entonces de nuestros
hermanos francos que en su mayor parte tengo la certeza de que han sido tan dignos como el que mas.
Han presentado a los cobardes que al ver como morían sus compañeros firmaros sus condenas desde
el principio pero es que además, si lo pensamos, a la cancillería franca tampoco le interesa la
libertad de los firmantes porque podrían confesar lo que vieron….Como veis, todo eso nos conduce
a lo que parece el último final lógico: No volveremos a ver vivos o en libertad a ninguno de nuestros
hermanos del país vecino…..Ni siquiera a los cobardes que firmaron por no soportar las muerte bajo
tortura…. A esos puede ocurrir que les den una muerte mas misericordiosa pero muerte a la postre y
nunca antes de que el Papa Clemente se pronuncie en nuestra contra, y una vez mas debo admitir la
tesis de nuestro hermano Gilles. ¿Me entendéis? Ya sé que todo suena demasiado inhumano y cruel
pero mi lógica me dice que está ocurriendo en estos momentos…. Y quiero terminar haciendo una
reflexión que nos atañe a todos. Debemos estar preparados para lo peor que está por llegar… ¡Dios
nos auxilie!
El silencio se adueña de la sala durante unos momentos, las miradas se cruzan y todos sin excepción
tratan de buscar algún fallo misericordioso en la argumentación, pero… no parece que lo haya. El
hermano Moniz los observa uno por uno. Las cabezas bajas, vencidas por el horror de lo que han
escuchado, y el silencio se alarga y algún cuerpo se revuelve inquieto y desasosegado.
-Es muy posible que os asista la razón, hermano, por muy cruel que parezca.
-No lo acepto. No lo acepto. Es cierto que no estoy en su lugar, pero nunca, y lo repito, nunca me
deshonraría como se han deshonrado ellos. Ítem más, su envilecimiento y sus confesiones nos atañen
a todos por igual porque si los que nos rigen se acusan de cometer tales atrocidades a nadie cabra
duda de que todos obramos igual. El daño que nos han hecho es irreparable no solo en el reino galo,
sino en todo el orbe cristiano. Debieron tener presente que no hablaban solo por ellos. Recuérdenlo
hermanos. Se confesaban por todos nosotros y han hecho un daño a la Orden que ya nadie podrá
reparar. No han sabido defenderse ni defendernos, ni morir con dignidad y si alguno a la postre vive,
estará deshonrado y se merecería toda mi repulsa. Quiero deciros a vosotros, y especialmente a ti,
Yáñez, como maestre provincial que eres, que desde este momento me desligo del voto de
obediencia que tuve con el Capítulo de la Orden. No acataré las órdenes que provengan del Temple
de París y menos que nada, seguiré la directriz que parece ser que ha aconsejado en el sentido de que
todos nos confesemos culpables- Y el acento de la voz del portugués se alza poderosa entre sus
hermanos templarios que asienten.
-Tienes razón hermano. Te asiste toda la razón. Fue el hermano Gilles el que nos decía hace tres
días que nuestra Orden estaba herida de muerte. No hay duda de que tenia razón y solo nos queda
esperar el milagro de que el Papa se comporte como tal y haga uso de los privilegios que tiene
porque si no es así solo nos quedara certificar la defunción de la Orden templária a la que hemos
dedicado nuestras vidas.
Pocos días después se filtra fuera del país franco una copia en lengua franca de la misiva que por
fin el Papa Clemente envía a su Majestad el Rey Felipe, la traducción que hacen Xavier y Gilles
reza:
“Mi querido hijo: Nos hemos enterado con harto dolor en nuestro corazón de que en mi ausencia
alzaste la mano contra las personas y los bienes de la Orden templária y que incluso los has
encerrado en prisión. Se me informa también que además de la cautividad has empleado contra ellos
artes y métodos impropios que por respeto a la Iglesia y a mi mismo no quiero mencionar aunque sé
que me entiendes, que además de aflicción les causan dolor cuando no cosas peores. Te mencioné en
repetidas ocasiones que este tema me pertenecía y deseaba ser yo mismo el que llevara a cabo la
investigación pertinente buscando la verdad con toda la diligencia que el caso merece. Debes saber
que has atentado gravemente contra personas y bienes que se encontraban bajo mi jurisdicción y la de
la Iglesia Romana. Te ruego por tanto que en primer lugar los excarceles y después los pongas en
manos de los Cardenales Berenguer Fredol y Esteban de Suisy a los que he encargado que indaguen y
saquen a la luz lo que hubiera de punible en la conducta templária y yo te prometo informarte de los
resultados tan pronto éstos sean conocidos”
Conseguir del pusilánime Papa esa misiva, por demás débil y servil, costó esfuerzos sobrehumanos
al Cardenal Berenguer Fredol y al arzobispo Gilles Acelin que se habían acercado al Papa Clemente
para denunciar los crímenes que se cometían en su nombre. Se daba el caso de que uno de los
hermanos del cardenal era templario y aunque éste había hecho lo imposible por dar con su paradero
nadie quiso o supo darle noticias de él. Por supuesto el rey felón hace caso omiso de la carta papal y
a los cardenales Fredol y Suisy no se les permite acceder siquiera a las mazmorras donde se lleva a
cabo la masacre.
Todos sabían que la vida del Temple pendía de un hilo que mantenía la autoridad papal. Mientras
éste diera señales de vida quedaban esperanzas para la Orden.
Yáñez llega a la conclusión de que solo les queda esperar la decisión del Papa y mientras tanto
seguirán obrando como si nada ocurriera. El maestre pedirá la anuencia real para enviar tropas
templarias a la frontera sur, y deberá resolverse con rapidez por lo que se considera oportuno
movilizarlas de inmediato e iniciar su traslado mientras se informa al rey. El tema no es baladí
porque el rey Fernando se encuentra en una situación insostenible, vendido por sus nobles y estos
dejándose manejar por el del infante D. Juan y todos con el mismo propósito; socavar la autoridad
real para hacerse más fuertes. Si el mismo rey se hubiera parecido un poco mas a su padre las tropas
templarias habrían resuelto el contencioso de Tordefumos y escarmentado al de Lara en un abrir y
cerrar de ojos porque aunque los estatutos de la Orden solo permitían luchar contra el infiel, mil
circunstancias hubo a lo largo de la historia en que esos estatutos se olvidaron y el Temple tomo
partido por ésta u otra causa sin mas motivo que sus propios intereses pero las circunstancias
actuales son muy diferentes de las de otras épocas y por otro lado habría sido necesario enfrentarse
con los intereses del infante D. Juan y sus adláteres que tampoco es lo mas conveniente en los
tiempos que corren. Los hechos en sí eran que el sitio de Tordefumos contra el de Lara había
empezado mal y terminaba peor. La defección de Pedro Ponce, el de Saldaña y Rodrigo Álvarez
arguyendo que era mejor negociar, aunque eso sí, no antes de esquilmar al rey sacándole el pago de
soldadas que no cumplieron, dejó a éste con las calzas bajas y el culo al aire. Para los que ven este
desaguisado desde fuera, está meridianamente claro que el infante no quiere que el rey triunfe porque
le haría mas fuerte así que él mismo se apunta a la negociación y para forzarla también abandona el
campo con la excusa de que va a sitiar Iscar, otra de las plazas defendidas por el de Lara. Al final el
rey, sin apenas tropas que le sigan debe aceptar la negociación con el de Lara poco menos que de
igual a igual. Una vez mas la autoridad real es burlada y sus intereses menospreciados. Quien
realmente rige en Castilla es la nobleza y a la cabeza de ésta se encuentra, como no, el ambicioso tío
del joven e inexperto rey Fernando; el infante D. Juan.
El temple se mantiene al margen de éstas algaradas y pretende seguir dando ejemplo de
normalidad, como si nada le ocurriera. Es prioritario conseguir una audiencia del rey mientras
mueven sus tropas hacia el sur, a las que por cierto se unirán los freires Martín de Lope y Gilles
d’Oc y el armigueri Ferran. Cuando Rui Pérez el de Faro hizo la propuesta, Vechaco, como
comandante de las tropas lo aceptó gustoso aunque no fue capaz al momento de darles un cometido
concreto considerando su experiencia en combate. Los dos freires aceptaron porque era muy cierto
que desde que entregaron el tesoro no habían tenido un cometido concreto. Volvían a la batalla contra
el infiel aunque éste no fuera el mismo contra el que estaban acostumbrados a pugnar. Allí, en tierra
Santa fueron siempre los perseguidos y aquí las circunstancias eran otras aunque hasta donde sabían,
el momento actual parecía que no difería demasiado de las experiencias pasadas. Ocurría, sin
embargo, que en circunstancias normales la propuesta del maestre habría sonado lógica, eran
combatientes curtidos y habían entrenado y comandado tropas, pero en esos momentos, con la espada
de Damocles pendiendo sobre sus cabezas, todo sonaba un poco huero.
Se unirían a las tropas cuando estas pasaran por Zamora y mientras tanto acompañarían de nuevo al
maestre en su vuelta a la corte que sería dentro de dos días. Al menos, pensaron los dos freires, ya
conocían el camino. Vasco Rodrigues el de Tomar también tornaría a su reino para informar al rey
Dionis, del que era cercano, de los últimos acontecimientos.
Y fue esa misma tarde cuando Martín recibió una visita que en aquellos momentos era lo menos
deseado. Estaban dando término a sus memorias cuando el freire fue avisado de que una dama
deseaba verlo. Estuvo temiéndolo desde que llegaron y bajó con pocas dudas respecto a quien sería
la dama. Efectivamente su sobrina Blanca le esperaba en el zaguán con una sonrisa que a él le parecí
forzada aunque, pensó, quizás se debiera a la mala impresión que le causó la muchacha, insensible y
procaz, cuando se conocieron.
-Bienvenida, sobrina, es agradable verte, ¿Qué te trae por aquí? No pudo evitar la voz seca, poco
acorde con la salutación además de disgustarse por mentir con el descaro con que lo hizo.
-Tío Martín. Vengo a saber de ti porque no espero que nos visites- Se acercó a él y le besó
castamente a la vez que le cogía las manos sin dejar de mirarle mientras el freire pudo percibir el
perfume de la primera visita. Tenía una voz realmente atractiva y profunda que puestos a recordar era
lo único que le agradaba de ella y se preguntó la razón porque realmente era una muchacha hermosa.
Alta y bien plantada, de facciones armónicas y hermosos ojos claros aunque no le pareció que
transmitiera ningún sentimiento amable o positivo, antes bien le pareció calculadora y expectante de
algo que se le escapaba aunque se insistió en los prejuicios que le hubo despertado desde el primer
momento en que se conocieron. No conseguía aceptarla objetivamente y se culpó de ello. Un tanto
cohibido por la efusión de la muchacha se sintió obligado a devolverle el beso mientras liberaba sus
manos al margen de que lo que realmente deseaba en aquellos momentos era despacharla lo antes
posible sin parecer rudo.
-Hay poco que te pueda contar, sobrina. Nos movemos de un lado para otro ademas de que nuestra
sede está en esta rectoral.
¿Te vas a quedar aquí entonces?
-No. Nos iremos a la frontera sur en breve aunque supongo que ya lo sabes.
¿Y porqué habría de saberlo?
-Porque me dijiste que sabias cosas, sino ¿Cómo has sabido que estaba aquí de nuevo?
Se le quedó mirando seria, como sopesando algo. -Te dije que algunos me consideran una bruja
porque sé cosas que la gente común no sabe y no me voy a pasar media vida explicando a los lerdos
cosas que no entenderían.
-Bien, yo soy uno de esos lerdos.
-No, no lo eres. Lo sé. Sí que te muestras adusto y parco conmigo aunque posiblemente la culpa sea
mía- Y se echó a reír sin mas.
-Dejémoslo como esta entonces.
-Volvemos a las andadas, tío Martín. Si te dijera la verdad, realmente pensarías que soy de verdad
una bruja o que estoy loca y quizás no querrías verme de nuevo pero ocurre que desde que volviste a
estas tierras sueño contigo y me pregunto porque no te puedo apartar de mi imaginación ni cuando
duermo- Y se le quedó mirando de una forma extraña y con un viso de sinceridad que le sorprendió.
–Creo que sería bueno para los dos que diéramos un paseo. Tú te escaparías de estos oscuros muros
por un rato, yo te enseñaría algunos lugares de la villa donde vive la gente normal y tú me contarías
alguna de tus aventuras por esos mundos fascinantes que de seguro has conocido- y le sonrió con un
candor que el freire no terminó de creer.
-No es oportuno. Te agradezco la gentileza, sobrina, pero andamos muy ocupados estos días. De
hecho cuando llegaste trabajaba en cosas que no puedo demorar amen de que daría un mal ejemplo si
me vieran paseando con una joven hermosa aún siendo mi sobrina- Nada mas terminar la frase se dio
cuenta del error que había cometido viendo como la joven contrariada endurecía las facciones que
perdieron una buena parte de su encanto.
¿Me quieres decir que un monje templario no debe ser visto paseando con una joven aunque ésta sea
de su propia familia….? Me suena hipócrita. ¿Qué hacéis entonces, os ocultáis para mantener vuestra
imagen de castos….? ¿Pretendes hacerme creer que no frecuentáis mujeres….?, ¿Crees que estas
hablando con una niña….? Si hasta los frailes comunes tienen su barragana cuando no dos o tres y no
lo ocultan……- Había subido el tono de voz con el gesto airado y el freire hubo de admitir que no
la faltaba razón.
-No sé que hacen los frailes y tampoco me importa demasiado. Sí sé que no estoy hablando con una
niña y menos aún pretendo molestarte. Tampoco voy a explicarte cual debe ser nuestra conducta
porque no me creerías.
-No. No me cuentes historias, pero te acabo de confesar que me ocurre algo extraño contigo y no me
ayudas a entender a qué se debe ni me permites saber de ti lo suficiente que me explique lo que me
ocurre.
-Bien, dejaré mis asuntos y daremos ese paseo aunque no sé de qué modo te puedo ayudar en esas
cosas de las que hablas.
-Ahora te muestras un poco mas razonable y te agradezco el gesto- Dijo ella aún con el rostro aún
airado cogiendole de nuevo de una mano y tirando de él para salir a la luz del día.
Las gentes se movían de acá para allá y él se encontró paseando con su sobrina sin saber qué decir.
-Mi madre querría verte y hablar contigo- La muchacha soltó la frase de modo natural y le pilló
totalmente desprevenido
¿Tu madre…., porqué?
-Pues no lo sé pero colijo que quizás siente curiosidad, o solamente desea saber como te ha ido
este tiempo pasado, disculparse por algo o contarte algo de mi padre que tú no sepas. No lo sé
aunque creo que es mayormente curiosidad. Algo de eso supongo aunque debes saber que no te tiene
mucha simpatía.
¡Por los clavos de Cristo! Me estas diciendo a la vez que tu madre desea verme y que no soy santo
de su devoción por alguna razón que solo ella sabe… y si es así ¿Para que quiere verme o porqué no
ha venido ella…..? Todo esto suena insensato.
-Entiendo tu extrañeza pero supongo que las mujeres somos así de raras aunque el hecho de que no
haya venido ella se debía a que no estaba segura de que estuvieras aquí. Estábamos sorprendidas de
la cantidad de templarios que veíamos y tú podías ser uno de ellos así que me mandó a mi para
averiguarlo.
¿Y crees que después de lo que me dices es conveniente que nos veamos?
-Pienso que si os veis y habláis, esa hostilidad que te tiene desaparecerá porque no es normal. Ya te
he dicho que es ella la que desea verte.
-Desde luego toda esta situación me suena cuando menos extraña al margen de que te acabo de decir
que estaré aquí muy poco tiempo.
¿Me estas diciendo que no podrá ser?
-Te estoy diciendo que deberé abandonar Zamora en breve.
¿No estas pecando de arrogancia?
-Con honestidad, no lo sé sobrina… ¡Por Dios bendito! No es arrogancia ni quiero ser descortés
pero ocurre que nos iremos en dos o tres días y por otro lado no entiendo que sentido tiene la reunión
que me propones. Se me parece todo, si me lo permites, un tanto insensato porque sería violento para
todos.
¿Y mañana? Podría ser mañana.
- Mira, si complace a tu madre iré gustoso si me dices a que hora y donde debo ir. No tengas
cuidado. ¿En la casa paterna?
-No. En la corredera de San Miguel, la segunda casa contando desde la puerta de San Pablo.
No te puedes perder porque la puerta de entrada a la casa tiene un ventano con una reja labrada y un
llamador de bronce muy brillante.
¿A que hora queréis que os visite.
-No sé. ¿A las vísperas de las campanadas de la seo?
-Pues bien. Allí estaré- Y cuando se despidieron el freire se preguntó qué podría esperar de
aquel encuentro considerando la inquina que no entendía en absoluto y que según su sobrina le
profesaba Tesa. Se dio a pensar en el tema pero no consiguió entender nada ni sentirse culpable. La
mujer que le desdeñó por ambición, por ocupar un lugar mas preeminente en la casa de los Lope, la
mujer que le hirió de tal modo que en un rapto de juvenil insensatez le empujó a apartarse de la
familia y convertirse en freire templario, ahora se hacía la ofendida o algo así según confesaba su
hija como si él hubiera procedido sin la debida rectitud amen de que los problemas que hubieran
surgido a posteriori si es que no los creó ella, no le incumbían porque no los vivió y por tanto, ¿Qué
otro motivo podría haber que a él se le escapara? Todo le pareció sorprendente y malsano. En
cualquier caso, se dijo, era agua pasada y ya había olvidado todo aquello. Los tiempos eran otros y
ellos también “Tempora mutantur et nos mutamur in illis” se repitió una vez mas. La cuestión era que
no sabía siquiera la forma en que debía proceder cuando se encontraran cara a cara. ¿De qué hablar?
¿Qué cara poner? Recordó que su único temor cuando supo que volvería a las tierras paternas fue
precisamente el hecho de que de un modo u otro se encontraría con Tesa. Aquellos sucesos viejos y
dolorosos con el paso del tiempo se diluyeron y escondieron en algún lugar recóndito y profundo de
su mente de donde solo salían ocasionalmente y ya sin la ponzoña primitiva. Las cosas ocurrieron y
no hubo más. No veía el motivo de despertar de nuevo los sentimientos antiguos como no fuera para
comenzar una paz familiar que les convendría a todos. Se dijo que si ese era el motivo del encuentro
él daría todas las facilidades y evitaría recriminaciones o disculpas innecesarias por prescindibles;
Su familia, el padre justo que posiblemente sin sospecharlo aceptó unos hechos que hirieron
profundamente a un muchacho. Aquellos raptos juveniles y quizás un tanto insensatos ya no eran mas
que retazos inconexos de otro personaje al que le costaba relacionar con sus vivencias actuales de tal
modo que en su interior los había disociado como si hubieran ocurrido a otro que no era él. Ya no
guardaba rencores o malos recuerdos, el tiempo los había extinguido. Lo único que no olvidaba y era
un pensamiento mas reciente, fue el dolor y la desesperanza que su actitud y posterior huida causó a
su padre y que entonces no supo entender o lo que es peor, si lo intuyó lo aceptó como su venganza
ante el desamparo en el que creyó encontrarse. Cuando Quiteria le explicó los sucesos posteriores a
su marcha se sintió culpable de la ceguera que no le permitió ver que posiblemente su padre no tuvo
en aquellos lejanos momentos demasiadas opciones. –Desde que te fuiste rezo por ti todos los días-
Le dijo su hermana…., Y ahora se le pedía asistir a una incómoda cita que no entendía. Sería bueno
sentar la paz si es que ese era el objeto, olvidar los rencores y encontrar una razonable armonía
familiar…. Le vino a las mentes aquella historia del tal Homero que leyó en Chipre, de aquel
Odiseos maldito por Poseidón que al final llegó a su Ítaca natal después de veinte años de errar por
aquellos mundos tan cercanos a los que él también pisó. Odiseos esperaba mucho de su vuelta pero
él no esperó nada de su Ítaca privada. El tiempo lo había extinguido todo y puestos a pensar quizás lo
que ocurrió fue un designio de Dios y una bendición para él aunque nunca llegó a pensar como habría
sido su vida unido a Tesa por matrimonio. Le pareció que ella no se habría parecido a Penélope.
Todos a los que había escuchado coincidían en que Tesa era una mujer de carácter soberbio y
autoritario aunque como le dijo Quiteria pudo ser debido a la falta de carácter de su hermano Adrián
pero…
¿Tenía él más carácter o más fuerza? Tampoco lo sabía porque las cosas fueron de otra manera y no
tuvo ocasión de probarse. ¿Habría sabido vivir con ella, habría tenido la fuerza necesaria para
convertirla en una buena esposa? ¡Habría sido él un buen esposo, comprensivo y capaz?..... Suaviter
in modo, fortiter in re, decía la expresión que en roman sería algo así como suave en las formas y
duro en el fondo. No lo averiguó y ya nunca lo sabría aunque su hermana podría tener razón por ser
mujer y pensar así. Las cosas pudieron ser diferentes…. O no. Al final razonó que era inútil divagar
sobre cosas que no ocurrieron porque él tampoco fue nunca el héroe de aquel Homero. De todos
modos tampoco aquel momento era el idóneo para el encuentro del día siguiente. Mil cosas mas
importantes le acuciaban de tal modo que estando cerca de la casa paterna no se le ocurrió pedir
licencia para ver a su hermano. Tiempo habría con la venia del Altísimo. Cada día que pasaba
llegaban nuevas mas horribles si cabe y todos tenían que beber de ese amargo cáliz hasta el final,
fuera el que fuera. Si había que creer a Gilles y desde luego sus razonamientos era escrupulosamente
lógicos, el final de la Orden estaba próximo aunque no tenía claro como les afectaría a ellos, a gentes
como él mismo o el occitano. Nada material les podían quitar porque nada tenían. ¿La tortura como a
los hermanos francos hasta que confesaran aquellas insensatas infamias? Y notó como un escalofrío
le recorría la espalda. No. Eso no ocurriría nunca porque no lo permitirían aunque….estaba de
acuerdo con el portugués… Nadie firmaría nada impropio ni mentiría aunque les fuera la vida en
ello….Nadie….Nadie….A ciencia cierta.
Tampoco terminaba de imaginar la sevicia y crueldad del rey felón en los otros reyes cristianos y
menos que nadie en el rey castellano cuyos mayores llevaban épocas enteras apoyándose en el
Temple para sus conquistas en tierras de moros. Por fuerza tendría que entender que todo lo que les
ocurría era una patraña para despojarlos de su poder, como ya opinaba la reina madre….pero… ¿Si
el Papa se pronunciaba en contra del Temple, que ocurriría? ¿Cómo reaccionaria la cristiandad?....
¿También los perseguirían y pondrían en manos de los inquisidores?....Porque la situación no sería la
misma. Estaban avisados y sabían lo que les ocurriría si se dejaban prender….Por otro lado estaba
el tema de los dineros. La orden era poderosa y rica y eso exacerbaría la codicia de todos, incluidos
los reyes….En fin demasiadas incertidumbres, a cual mas oscura….y bien pensado la cita con Tesa
era pecatta minuta. Luego recordó a Ana de Guevara y se dijo que no todo era agrio y feo.
Al día siguiente, cuando abandonó la rectoral caía la tarde y el cielo estaba encapotado y triste, sin
armas y cubierto con un capote de armigueri escuchó las nueve campanadas caminando por la rua de
los Francos, llegó a la corredera de San Miguel donde una piara de puercos que venían de
extramuros se dirigía cada uno a su lugar. Recordaba de su niñez escenas como aquella y el
asombro que le produjeron. El gañan, porquero o quien quiera que fuese se llevaba a la amanecida
los gorrinos del lugar para apacentarlos en el campo y cuando caía la tarde volvía con ellos y los
abandonaba en la misma plaza desde donde cada animal volvía a su cochiquera donde quiera que
estuviese sin distraerse ni perderse y ahí residía el asombro de Martín que nunca entendió como
conocían el camino de vuelta y menos aún dentro de la población. En cualquier caso aquello fue visto
y no visto porque pasaron a su lado gruñendo y rezongando con prisas por llegar a casa y en un
momento desaparecieron hasta los mas rezagados, eso sí, dejaron el camino lleno de excrementos
que procuró no pisar. Se sonrió y continuó hasta que al final encontró la casa de piedra vieja con
pronunciados aleros sujetos por vigas artesonadas maltratadas por el tiempo. Utilizó el llamador que
le había descrito su sobrina y lo oyó resonar dentro de la casa. Caía la noche y la luz se iba por
momentos. Aún pasó un tiempo hasta que la puerta se abrió rechinando y pudo ver en la penumbra del
interior a Blanca que se iluminaba con un candil y que le invitó a entrar, mas seria e indecisa de lo
que recordaba, No vio a Tesa aunque la supuso cercana. Penetró en el zaguán en sombras en el que se
adivinaban un par de arcones de los que se empleaban para salar carne, alguna tinaja y poco más. Se
encontró cohibido pero tranquilo y con muy pocas palabras siguió a Blanca por una empinada
escalera de madera crujiente al piso superior, oscuro y poco ventilado hasta una habitación con un
aparador en un extremo, cuatro sillones y una mesa todo de madera oscura. Otros dos candiles de
aceite colgados de la pared daban una luz mortecina y parca. La impresión que le causo fue de
descuido y abandono. La casa sin duda llevaba tiempo deshabitada. Blanca que apenas había
abierto la boca, sin pararse se dirigió al aparador y volvió con dos copas de madera y una frasca de
barro que olía a vino rancio mientras el templario se desprendía de la parda capa y la colocaba
sobre el respaldo de una de las sillas.
El freire miró a Blanca y esta le miró a él. Ambos permanecían de pié y no le fue posible escrutar
las facciones de su sobrina que quedaron a contraluz delante de un pequeño ventano enrejado que
daba a la rua. Les rodeaba el silencio y le pareció que estaban solos.
-Y bien. ¿Dónde está tu madre?
-No está. No ha querido venir- La muchacha lo dijo en tono muy bajo y quejumbroso.
-Pero me dijiste….
-Te mentí, aunque sin intención de engañarte. Creí que sería bueno para todos que los dos
hablarais después de tantos años y antes de consultarla ajusté la cita pensando que ella accedería
pero me equivoqué. No lo ha aceptado y se puso como loca. Creo que realmente lo está. Se irritó
sobremanera y me prohibió que te viera. Como ves no la he hecho caso porque creo que es lo menos
que te debo. Recibirte y explicarte mi error. Pedirte perdón por mi estupidez al creer que mi madre
sería más sensata y se reconciliaría contigo. Me he equivocado y ahora no sé que hacer. ¿Quieres al
menos tomar una copa de vino conmigo?
-Me estas diciendo que cuando concertaste la cita conmigo no habías hablado con tu madre. Fue
todo invención tuya- Sin querer el freire levantó la voz irritado. Se había pasado un buen tiempo
dándole vueltas a como sería en encuentro con Tesa e imaginando la entrevista de modo que todo
saliera bien, pensando el modo de evitar una situación violenta y buscando palabras amables que
suavizaran el tono del encuentro, sin recriminaciones y malos recuerdos. Y ahora resultaba que todo
había sido inútil. De algún modo se sintió aliviado porque en cualquier caso habría sido un mal trago
aunque se dijo que la osadía de la muchacha rozaba lo imperdonable.
-Desde que te conozco no haces mas que dar muestras de inconsciencia, sobrina- Y admitió para si
que al menos ahora estaba dispuesto a perdonarla si podía abandonar aquella lúgubre casa de
inmediato, olvidar el suceso y dedicarse a sus asuntos.
-Si, admito que puede parecértelo….- Y se quedó pensativa un momento, la voz la salió pesarosa o
así lo entendió él. –pero ocurre, como ya te he dicho, que sé que eras importante para mi aun sin
saber de que modo o porqué, y trato de acercarme a ti para averiguarlo. Hago cosas que no haría en
circunstancias normales y eso me hace parecer a tus ojos una estúpida sin seso. Tú no quieres
entenderlo pero debes creerme si te digo que llegué a pensar que podría arreglar esta situación con
un poco de buena voluntad.
El freire tuvo un amago de pena que no supo a qué atribuir, quizás porque por primera vez veía a su
sobrina insegura y como perdida en sus divagaciones o fantasías o lo que fuera. –Y si todo eso fuera
cierto… ¿Qué esperas que haga ahora?
-No lo sé- y se le quedó mirando seria.-Le he dado vueltas y las respuestas que encuentro son
irrealizables. Si al menos me vieras como una mujer con la que no tuvieras lazos familiares sería más
sencillo. Solo como una mujer que se siente atraída por un hombre grande y poderoso del que ha oído
hablar demasiado y que sabe muchas cosas que yo ignoro. Alguien que tal vez he idealizado porque
me fascinó la primera vez que le vi y me persigue en sueños desde entonces- y sin mas se sentó, le
miró de forma extraña mientras escanciaba vino en las dos copas y empujó una de ellas hacia donde
él se encontraba.
La sorpresa le dejó sin habla y la miró incrédulo. Durante unos momentos no supo que decir. Algo
en su interior le dijo que aquella situación era irreal y cuando menos peligrosa e insana. Alguien de
su misma sangre le estaba tentando, le estaba tratando de convencer de que estaba prendada de él y
poco menos que se le ofrecía.
-Solo te recuerdo que soy el hermano de tu padre y además un viejo monje al que le es difícil creer
las cosas que dices porque suenan irracionales. Esta situación ha llegado demasiado lejos y no es de
mi agrado y a poco que pienses estarás de acuerdo conmigo. ¿Es difícil de entender?
-Si, admito que las circunstancias no son muy normales pero tampoco lo es la situación entre ambos y
solo te pido que ya que estas aquí te sientes y hablemos, y eso no es anormal. Perderás algo de tu
tiempo y a cambio puede que me ayudes. ¿Es tan difícil?
Se la quedó mirando sin saber qué decir y bien consciente de que a la postre solo era una niña mal
criada y quizás ofuscada por algo que él no terminaba de ver. Razonó si podría manejar la situación.
Efectivamente podría perder un tiempo con ella sin por ello sentirse culpable siempre que no la diera
a ella por alimentar esos sueños locos que parece que la acuciaban si es que debía creerla. La luz era
escasa y apenas la veía las facciones pero aparentaba serenidad y desde luego no le pareció que
hubiera nadie mas en la casa.
-Me sentaré contigo si ése es tu deseo aunque no veo adonde nos conducirá- Se sentó en una de las
sillas y apoyó los brazos sobre la mesa desdeñando el vino que ella le ofrecía. Ella se sentó también
y durante un momento se miraron el uno al otro en la semioscuridad que los rodeaba.
-Y ahora qué.
-Cuéntame cosas de ti. De tus viajes y tus andanzas por esos mundos que no conozco. Porque me
cuesta creer que solo porque mi madre te desdeño te hiciste templario.
-Ya hablamos de ese tema en su momento y no terminamos muy amigos. No hay nada de mi vida
anterior que te pueda interesar. Créeme, no soy más que un freire viejo y cojo sin interés para una
joven como tú.
¿Te acuerdas de mi madre?
-Muy vagamente como también te dije. Ha pasado demasiado tiempo y tú tampoco me la recuerdas.
Hace tiempo que llegué a la conclusión de que tanto ella como yo, o mi hermano Adrián por no
mencionar el resto de la familia, solo fuimos juguetes de un destino que nos zarandeó por alguna
razón que no es fácil de entender. Dados tirados al azar en el inmenso mundo de Dios.
-Lo haces muy sencillo cuando sabes que fue la ambición de la familia de mi madre la que
desencadenó todo aquello.
-En un principio lo pensé así pero ahora tampoco lo juraría. Pudo ocurrir que en algún momento se
diera cuenta de que su matrimonio conmigo no era lo más acertado o que pensara que tampoco me
quería lo suficiente o que se ofuscara por algo que hice mal. Pudo haber mil razones. Los designios
de Dios son inescrutables y yo sería un necio si me atreviera a juzgarlos. Desde luego creo que he
sido más útil al Señor siendo lo que soy.
¿Porqué estas tan seguro, o crees que sois superiores a los simples mortales por el hecho de vestir un
hábito
-¡Dios me libre de semejante acto de soberbia, aunque mas que soberbia seria insensatez! No. No
estoy seguro de nada, muchacha y desde luego no me creo superior a nadie, antes bien se supone que
vestimos estos hábitos para ayudar a los demás, en nuestro caso a los peregrinos que iban a Tierra
Santa. Es así más o menos como pienso. Pero como te digo no estoy seguro de nada. Cada día me
sorprenden mas los actos y las motivaciones de los hombres y no es un mal ejemplo, si lo que dices
es cierto, la razón de la inquina que despierto en tu madre. Si nos atenemos a los viejos hechos
debiera ser yo el que la recordara con poca alegría y no lo hice ni siquiera cuando me fui de casa. De
hecho llegué a malquerer a muchos excepto a ella, incluido mi padre al tardé en perdonar, yo que no
era mas que un mocoso sin los elementos de juicio necesarios para juzgar a nadie. Ya ves que
extraña es la naturaleza humana.
-Yo creo que tengo alguna explicación- La muchacha se mantenía casi inmóvil enfrente de el y siguió
hablando. -He ido atando cabos con el paso de los años y creo entender su reacción aunque suene
ruin por su parte. Parece ser, y esto lo he razonado con el tiempo porque no lo viví del todo, que
cuando te fuiste mi abuelo Guillen terminó de darse cuenta del error que cometió al aceptar la unión
de mi madre con tu hermano, pero también pensó que ella y su familia eran culpables por su egoísmo
así que terminó por hacerla la vida imposible a pesar de ser la esposa de su hijo mayor. Se vengaba
de ella y en cierto modo de mi padre hablando de ti en todo momento aunque también pudo ocurrir
que mi padre no diera la talla que esperaba el viejo, no lo sé pero el hecho, y eso lo recuerdo bien,
es que estabas omnipresente en todo momento y en toda conversación….”Martín habría hecho esto y
aquello”….”Si Martín hubiera estado no habría ocurrido”….Martín para arriba y Martín para
abajo…..Como si tu ausencia fuera la causante de nuestros problemas….Como si Dios nos hubiera
abandonado. Incluso mi padre que pudo ser débil o enfermizo pero desde luego no fue malo o
rencoroso aceptó que si hubiera tenido tu ayuda las cosas hubieran ido mejor. Luego llegaron las
malas cosechas y la hambruna, los ganados morían por falta de pienso, las vacas no daban leche y
faltaba hasta el pan. Los impuestos y las alcabalas arruinaban las haciendas y mi abuelo parece que
no encontró en mi padre la ayuda necesaria, incluso llegó a hablar de dejarlo todo…. “Si hubiera
estado mi hijo Martín…..” Como si los demás no contaran o no fueran hijos suyos. Yo crecí oyendo
tu nombre e imaginando que eras algo especial que al irse nos dejó desamparados y mi madre, era
fácil verlo, se encrespaba cada vez que escuchaba tu nombre. Te convertiste en un mito que se
agrandó aún más si cabe cuando mi padre enfermó aquel invierno. Artal, demasiado joven apenas
levantaba la voz y mi madre se iba envenenando con las críticas del abuelo que también llegó a
acusarla de que no cuidaba lo suficiente a su esposo. Cada vez que se pronunciaba tu nombre ella se
volvía mas y mas irascible, incluso conmigo como si yo tuviera la culpa de algo y el abuelo lo sabía
y en vez de aceptar los hechos insistía recordándote y amargando a todos con sus criticas. Supe
desde niña que todos se portaron mal con mi madre excepto la pobre tía Quiteria que trató de mediar
pero a la que nadie hizo caso. Desde luego sé que si mi madre cometió un error contigo se lo hicieron
pagar con creces. Al final, después de la muerte de mi padre nuestra situación se hizo mas violenta si
cabe y mi madre tardó poco en decidir que nos íbamos. Nuestra familia exigió que se les devolviera
la dote que habían aportado al matrimonio y Los Lope la fueron pagando poco a poco y hasta donde
sé terminó de pagarla tu hermano Artal no hace mucho gracias a las ganancias que le ha
proporcionado el negocio del ganado. Yo crecí con la idea de que eras algo especial y lejano aunque
desde que dejamos la casa del abuelo nunca más volví a escuchar tu nombre. Supe que estabas en
Tierra Santa y que no volverías- La muchacha se calló durante un momento aunque siguió inmóvil y
luego continuó con la voz mas baja; –De mi padre recuerdo poco, parco en el habla y sosegado,
pendiente de lo que decía el abuelo. No le recuerdo nunca levantando la voz y a menudo lo vi
amohinado y triste. Displicente con mi madre y despegado de mí. No sé si alguna vez me hizo una
caricia, supongo que sí, pero no lo recuerdo, para mi fue un señor al que mi madre increpaba no sé si
con razón o sin ella, porque no se imponía. Es cierto que se le veía agobiado y siempre cansado,
como una sombra del abuelo, sin energía siquiera para arrimar a mi madre un buen bofetón cuando
ella lo acusaba de débil- Volvió a interrumpirse la moza y el freire no conseguía verla las facciones
en sombras. –Como ves no tengo recuerdos agradables de la casa de los Lope. Sé que a poco de
irnos murió el abuelo y mi madre decidió que no iríamos al funeral. Yo terminé por olvidar al tío
templario que debiera haber sido mi padre y me hice moza sin demasiadas gentes preocupándose de
mí. Ni siquiera mi madre, gritándome siempre y acusándome de que llevo la sangre podrida de mi
padre como si fuera un estigma y no una decisión interesada que tomaron los demás. Apenas conozco
a mis primos, los hijos de Artal…. Se me buscó marido hace cuatro años y mi negativa originó la
mayor pelea que recuerdo con mi madre y mis tíos, y la última ahora que pienso porque aunque han
seguido persiguiéndome incluso para que entrara en un convento sigo sin hacerles caso, al final me ha
dejado en paz como algo irrecuperable lo que me vino muy bien aunque lo haya aprovechado mal al
decir de algunos, con pretendientes que me enseñaron algunas cosas y la conseja popular que al
parecer me considera una mujer casquivana y poco adecuada para el matrimonio lo que posiblemente
sea cierto. Desde luego lo que viví no ayudaría a nadie a pasarse por la vicaría…..Y luego llegas tú
como un gran guerrero armado y calzando espuela, arrogante con tu capa blanca, tan diferente de
nosotros y vuelvo a recordar al abuelo Guillen…Ah, si Martín hubiera estado aquí……Y Martín
estaba aquí. El añorado. El que al menos me debe una disculpa diciéndome que ni él es tan grande ni
mi padre fue tan pequeño….. Cometí un nuevo error al decírselo a mi madre aunque eso quizás lo
hice con un pizco de malicia, tratando de ver su reacción. Como ya me habían colgado el sambenito
de bruja por causas que no te voy a contar, mi madre me acusó de que te había conjurado para
hacerle mal a ella y en realidad todo fue más simple. Te vi en sueños y supe que estabas cerca, no lo
recuerdo bien pero fue dos o tres días antes de verte. Supe como eras y no fue ningún conjuro como
dice mi madre. Sencillamente soñé contigo y luego supe que eras tú porque ya te esperaba y sabía
que de un modo u otro te vería. Puedo imaginar lo que estas pensando y me da igual. Supe que eras tú
sin ninguna duda y eso es todo- dejó de hablar y el silencio se mezcló con las sombras.
El templario había escuchado la larga perorata y en todo momento le pareció que lo que oía tenía un
viso de verdad. Viciado y carente de lógica pero real a fin de cuentas. Ocurrió en Tesa y su hija y de
algún modo, aunque él se exonerara y considerara que no tenia porqué sentirse culpable de hecho lo
fue porque nunca llegó a pensar que su marcha desencadenaría aquel turbión de rencores y
acusaciones entre dos familias unidas por un malhadado matrimonio.
-Pero no me puedes culpar de lo que ocurrió. Yo solo me aparté de mi familia y de seguro ni yo era
tan grande ni mi hermano mayor fue tan débil. Fue si quieres una locura de mi padre que yo no pude
prever porque si me hubiera quedado las cosas habrían sido más o menos igual. No me podéis culpar
de nada.
-Si, supongo que lo puedes enjuiciar así pero como ves, parece que aquellos acontecimientos
produjeron estos efectos y mal que te pese tú fuiste el causante.
-No. No es cierto. Yo no fui el causante con mi marcha. La causa fue la unión de tu madre con mi
hermano….Supongamos que me hubiera quedado….., habría vivido un tiempo recordando con ira
que la mujer con la que me debería haber casado dormía en la cama de mi hermano sin mas razón
conocida que la ambición por ser la ama de la hacienda. Después de un tiempo, superado el trance
habría buscado otra mujer, luego habría muerto mi hermano mayor y yo habría heredado la hacienda.
Solo piensa como se habría sentido tu madre cuando yo hubiera ocupado el lugar de mi pobre
hermano muerto. Yo, el hombre al que desdeñó convertido de súbito en el amo. ¿No pensaría que
Dios la castigaba por su codicia?...Mi padre no se habría sentido culpable y no habría ofendido a tu
madre con sus críticas aunque de todos modos se encontraría desplazada e incómoda en su nueva
situación…Irónico…Pero bueno, no son mas que divagaciones sin sentido….Solo Dios sabe como
habrían sido las cosas. Lo único que tengo claro es que la imagen que tienes de mí habría sido otra
porque, por lo que me dices, mi padre en su dolor utilizó mi ausencia para castigar a la que creyó
causante de mi huida pero eso no quiere decir que yo fuera diferente de cómo era mi hermano el
mayor, tu padre; Un campesino como todos, manejando el ábaco y urdiendo planes y componendas
para mantener a su familia y a la hacienda como lo es ahora mi hermano Artal. ¿Lo entiendes? La
vida de mi hermano Artal, o la de tus tíos es más importante que la mía. Son ricoshombres,
hacendados, personas a los que se escucha en los concejos porque saben gobernar y manejan a otros
hombres. Yo solo soy un humilde monje que ha pasado por muchas vicisitudes y que está vivo solo
porque Dios nuestro Señor lo quiere.
-No. No eres un humilde monje, no me quieras engañar. Los monjes humildes no son caballeros y tú
lo eres y de seguro que te codeas con nobles y reyes. Lo sé.
¿Te parece que eso me hace diferente?
-Si. Yo no conozco a ningún otro caballero. Sois otra estirpe que no se arrima a gentes como
nosotros.
-Insensateces. Sabes que me convertí en caballero desde la misma calaña de mi familia y solo por el
hecho de que deseaba ser templario, por lo tanto no puedo ser muy diferente de ti o de ellos. No soy
de estirpe noble por ser caballero ni es necesario ser un caballero para ser noble. Siempre seré el
monje templario Martín de Lope y vive Dios que así me gustaría continuar.
-Pero al menos deberás admitir que tu vida ha sido muy diferente a la nuestra.
-Desde luego que ha sido diferente. Hice tres vitos de pobreza, castidad y obediencia. He sido
llevado de acá para allá sin posibilidad de negarme. He peleado contra el infiel a pesar de que
Cristo dijo que no se debe matar y que se debía perdonar a nuestros enemigos y yo he matado sin
perdonar y sin piedad en nombre de Aquel que se dejó crucificar sin levantar la mano contra sus
verdugos…. Si, sobrina, mi vida ha sido diferente, muy diferente a la vuestra pero de ningún modo
mejor o mas digna. He querido servir a Dios sin saber siquiera si Dios aprueba nuestras
conductas…- y se quedó callado mirando sin ver a su sobrina. Hubo un largo silencio entre ambos y
él se encontró cansado y sin ánimos de continuar el dialogo.
La muchacha seguía inmóvil y él no supo que cosas la rondaban por la cabeza. Tampoco le
importaba demasiado. Habían hablado y él fue sincero con ella aún removiendo viejos recuerdos que
no le agradaban y amargas dudas que tenía bien presentes en su espíritu. Ahora entendía un poco
mas las dudas de la muchacha y el hecho de que se sintiera atraída, mas que por él, por la imagen que
la habían ayudado a crearse y que no se correspondía con la realidad, porque lo que le había contado
tenia los visos de ser cierto. El uso que su padre hizo de su ausencia y el rencor de Tesa a la sola
mención de su nombre. No llegó nunca a pensar que las cosas hubieran sido así y se encontraba
sorprendido y fatigado al obligarse a recordar aquellos lejanos acontecimientos.
-Bien sobrina. Creo que ha llegado el momento en que nos despidamos, al menos por un tiempo.
Te agradezco todo lo que me has contado que yo no conocía y te pido perdón por la conducta de mi
padre aunque todo suene un poco tardío pero es lo unico que puedo hacer. Seguro que tendremos
ocasión de hablar en otros momentos mas felices sin necesidad de remover viejos y amargos
recuerdos.
¿Me sigues considerando una malcriada?
- No me hagas mucho caso. No entiendo casi nada de mujeres y menos aún de jóvenes como tú.
Ya te he dicho que no soy mas que un viejo monje, parco y terco.
Se levantó y requirió la capa esperando que su sobrina dejara la silla que ocupaba. Ella fue mas
remisa pero al final entendió que aquello no daba para mas. Ninguno había tocado las copas de vino
que quedaron sobre la mesa. Bajaron al piso inferior y ella le abrió la puerta al oscuro exterior.
-Me gustaría ser tu amiga.
-Eres más que eso, eres mi sobrina pero tienes razón, no hay nada que impida que podamos ser
buenos amigos.
¿Me darás un beso de despedida?
-Lo haré si lo deseas- Y un tanto remiso se inclinó para besarla en la mejilla mientras ella se
apoyaba en su pecho por un momento que a él le pareció innecesariamente largo. Luego se separaron
y a él le pareció que los ojos de ella brillaban en la penumbra de forma anormal.
¿Sabes, tío? Sé que te quiero pero aún no sé de que modo. Desde luego sí sé que si hubiera estado en
el lugar de mi madre no te habrías escapado de casa. Ve con Dios.- y se quedó en la puerta mientras
el templario se alejaba entre sombras.
PASTORALIS PRAEMINENTIAE
22 de noviembre 1.307, annus domini
Armas, arreos, monturas y camino de nuevo esta vez con Rui Pérez el comendador de Faro al
que acompañan dos armigueris de mediana edad, serios y silenciosos que no se apartan un momento
de su señor. El viento frío azotaba de nuevo la planicie. Después de nueve días volvieron a hacer el
camino inverso y el que iba mas ligero de ánimo era el freire Martín. Siguieron la margen del Douro
hasta Toro, hicieron noche en Villalar y al día siguiente se volvieron a encontrar con el río que los
condujo hasta Tordesillas que cruzaron a mediodía por un amplio puente de piedra y ya, cuando caía
la noche llegaron a Valladolit cansados, ateridos y sin grandes contratiempos. El más contrito era
Yáñez.
¿Por qué estáis tan seguro, hermano Gilles, de que el Papa nos condenará? Acababan de dejar el
burgo de Tordesillas cuando el maestre que cabalgaba en silencio al lado de Pérez el de Faro,
rompió su mutismo, arrimó su corcel al de Gilles y le inquirió.
-Cada día que pasa estoy menos seguro de nada, maestre, pero hay un hecho cierto y tan real como
la luz que nos alumbra. Si durante meses, quizás años, las mentes con mas poder del reino franco han
estado fraguando el apoderarse de nuestros bienes eliminando a la vez la enorme cantidad de dineros
que nos adeudan, tienen que haber considerado que el único capaz de bendecir su infamia y
extenderla a todo el cristianismo de modo que nadie les critique, es el Papa que además ya habrá
sido informado de las confesiones del Capitulo y del Gran Maestre. Lo que condicionara sus
acciones futuras no será averiguar cómo se han conseguido esas confesiones, sino el hecho de que
tienen en su poder sponte sua a un personaje débil, amigo de los placeres y la carne y por ende les
debe el pontificado. En suma, el Papa Clemente es manejable. Ergo, buscad la respuesta vos mismo-
Y el freire Gilles se arrebujó en su capa y siguió su camino sin más explicaciones.
Los dos días de viaje supusieron que a la llegada a la Corte hubiera más nuevas, el rey Fernando
estaba en palacio con su madre y se hacía preceptivo pedir audiencia con rapidez antes de que se
fuera de nuevo a sus asuntos en la pugna con los Lara que se había complicado mas si cabe. Se
extendió el rumor de que el rey maquinaba varios asesinatos. Primero haría matar al de Lara para
acabar con el conflicto de una vez, después haría lo mismo con Pedro Ponce, el de Saldaña y alguno
más para vengarse del pobre apoyo que le prestaron en su aventura de Tordefumos. Semejante insidia
a poco que se pensara no tenía mucho sentido pero puso en entredicho la autoridad real y solo podía
partir de la misma mano negra que azuzaba de tanto en cuanto a la nobleza para desprestigiar al rey.
Una comisión de nobles visitó a la reina madre exigiéndola garantías por si esas habladurías se
convertían en hechos. Que se hubieran creído o no semejante patraña era un tema a discutir pero en
cualquier caso se negaron a ver al rey. Hubo pocas dudas sobre el autor de la insidia porque se
invocaba como ejemplo el suceso de Alfaro en el que el rey Sancho en un acceso de ira mató al de
Haro, su alférez y no terminó con la vida de su tío el infante de puro milagro. Todo señalaba al
propio infante D. Juan que no se cansó de repetir que tal rey era hijo de tal padre. El hecho era que la
autoridad real no levantaba cabeza y los nobles manejados por los infantes seguían haciendo y
deshaciendo lo que les venía en gana. Por otro lado y en lo relativo a la Orden, siete templarios
huidos del reino de Navarra se habían refugiado en la encomienda de Alcanadre, cercana al burgo de
Soria. Bellvis, el maestre aragonés fue requerido a presencia del rey Jaime que le mostró la misiva
de Felipe el bello en la que le hacia saber la confesión de Molay y los altos dignatarios templarios
que tenía en su poder haciendo hincapié en que todos habían confesado espontáneamente y muy
contristados. El maestre aragonés hubo de explicar al rey Jaime la razón de la infamia del rey franco
así como el modo en que se consiguieron aquellas confesiones aunque el rey dudó de la explicación
porque tenía en alta estima el valor de la Orden, habían sido sus compañeros de armas y no entendió
que un caballero templario no muriera en el potro de la tortura antes de confesar tales aberraciones,
razonamiento lógico al que de hecho no supo responder porque pensaba igual “Puesto que admitís
que no es fácil entender que hayan confesado del modo en que lo han hecho porque como vos mismo
decís, hemos sido vuestros compañeros de armas y nos conocéis bien, decidme al menos si sois
capaz de creer las tales aberraciones de que se nos acusa” ante la exasperada pregunta del de
Bellvis, el rey se remitió a la misiva y como el de Bellvis requiriera una respuesta clara el rey
Jaime, solo se comprometió a respetar la Orden que tan útil les fuera a su padre y a él mismo
mientras el Papa no se pronunciara.
A la caída de la tarde llegaron a Valladolit y tan pronto se informaron de la presencia del rey en
la corte, Yáñez envió a Martín a palacio solicitando audiencia si los negocios reales lo permitían.
Nadie acompañó al freire lo que le hizo sonreír. Una vez mas hubo de sortear los materiales de las
obras que se llevaban a cabo en la fachada, entrar por una puerta lateral y cumplir el encargo con
diligencia entregando el billete al ujier. Después buscó a la menina de la reina convencido de que lo
que en un principio fue una atracción se había transformado en poco tiempo en un sentimiento mucho
mas profundo que le asombraba por su intensidad y contra el que no sabia como luchar. Aceptó que
necesitaba a esa mujer como no había necesitado antes a nadie. Dada la diferencia de edad se
preguntaba si sería capaz, en el supuesto de que ella le correspondiera, de hacerla feliz ajeno, por
supuesto, de su estado actual de freire. Llevaba días pensando en el ofrecimiento de Artal y en la
torre reconstruida en los límites de la hacienda paterna. Pensaba si sería posible en sus
circunstancias dar un giro total a su vida, tan grande que nunca habría soñado que le pudiera ocurrir
porque ya tenía la certeza de que la Orden desaparecería en breve y de algún modo que no era capaz
de precisar, se sentiría desligado de cualquier voto pasado. Estos pensamientos a priori le
intranquilizaron por lo que implicaban de cambio radical a una edad avanzada y no sabía, a pesar de
las buenas palabras de su hermano, si sería capaz de salir airoso y prestar a éste la ayuda que le
permitiera sentirse útil y necesario en la hacienda de su hermano. Luego existía la posibilidad de
pedir en matrimonio a esa mujer y si ella consentía vivir el otro tipo de vida que solo recordaba muy
someramente de su niñez. Olvidar día a día su vida anterior, guerrera y ascética e iniciarse en algo
tan diferente como la convivencia, quizás con algún vástago tardío, en un ambiente campesino no
exento de retos que solo intuía. Demasiadas dudas y ninguna certeza. Lo que si tenía meridianamente
claro era su dependencia de Ana. No encontraba el modo de apartarla de sus pensamientos y llegó a
la conclusión de que cualquier tipo de vida debería parecer una delicia con ella al lado. Razonó que
mucho tiempo ha pensó mas o menos igual y muy probablemente estuvo equivocado….pero ahora era
un viejo y veía las cosas de otra manera, era capaz de juzgar con mucha mas sensatez incluso a la
hora de prendarse de una persona mucho mas conveniente y sensata que por cierto había salido
incólume de padecimientos y sinsabores que fortalecen y modelan las almas de forma notoria de
modo que la percepción de lo bueno y lo malo es mucho mas clara y hace mas difícil que se incurra
en un error como ocurre cuando eres un jovenzuelo sin experiencia y mas sujeto a los instintos
elementales que luego la vida va modelando y curtiendo con el paso de los años. Compartir las
horas, la pitanza, el lecho, los sinsabores, saberla cerca, mirarla hasta cansarse, esperar su sonrisa,
secar sus lágrimas…. En suma; hacerla tu compañera.
A primera hora de la mañana se les citó en palacio para después del almuerzo. Yáñez consideró
oportuno asistir a la audiencia acompañado por el comendador de Faro y los dos freires. Se fueron a
palacio con sus mejores ropas y hubieron de esperar un tiempo, privilegio real, hasta que el ujier les
introdujo en uno de los salones que ya conocían por haberlo compartido con la reina madre y en el
que se encontraba el rey Fernando con varios personajes, todos armados y repantigados en oscuros
sillones alrededor de la chimenea llena de gruesos troncos ardientes que crepitaban y estallaban con
pavesas ígneas. Se cubren con gruesas capas porque a pesar de la chimenea hace frío en la estancia.
En el centro la pesada mesa de la que unos sirvientes retiran fuentes escudillas, jarras y copas
mientras una pareja de alanos machaca con sus dientes los restos de los huesos caídos. Durante un
momento la discusión que sin duda mantenían porque las voces destempladas discutiendo de debitos
y soldadas se pudieron oír desde fuera, se acalla y todos se vuelven a los recién llegados con los
rostros aun ceñudos. Los sirvientes terminan de limpiar la mesa y abandonan la sala después de
inclinarse ante el rey que no les presta atención.
-Sed bienvenidos, templarios. Hacednos la merced de aguardar y en breve estaré con vosotros- El
rey se incorpora y urge a sus acompañante a hacer lo propio, el grupo se incorpora arrastrando los
sillones con ruido y abandona la estancia discutiendo entre ellos con acidez. Los cuatro templarios se
quedan solos y se miran entre ellos en silencio mientras las voces se alejan y se apagan y aún
transcurre otro buen rato hasta que la pesada puerta se abre de nuevo y vuelve el joven rey sin
compañía y rezongando: -¡Buitres traidores!... Incomodan a mi madre y se dignan visitarme, eso si,
en grupo y armados porque alguien les ha dicho que pretendo asesinarlos. Y osan pedirme en
garantía varias plazas del reino….¡Mal paridos!.... Si pudiera coger lo mejor de cada uno de ellos no
tendría la lealtad que me tiene uno de uno de mis perros- Resopla con ira mientras se dirige de nuevo
a la chimenea y se deja caer con indolencia en uno de los sillones apoyando los pies en un escabel.
Es de constitución ligera y piel cetrina. Lo más destacable de su rostro juvenil es la nariz aguileña
que le confiere un aspecto inquisitivo y tenaz, los ojos oscuros, grandes y rasgados sin duda herencia
de su madre, le ennoblecen las facciones. Incipiente barba recortada en punta y negra como el
cabello ensortijado y corto. Se cubre con un manto ricamente bordado y largo hasta los pies que
calza con borceguíes de cuero repujado terminados en punta al estilo árabe.
-Acercaos y perdonad mi mal humor pero es que cuando pido ayuda a alguno de mis vasallos no sé si
me la prestará y si lo hace será a cambio de medio reino. ¡Parecen lobos que han olido la presa!- Y
mete la cabeza entre los hombros llevándose las manos a la boca cuando le aqueja un acceso de tos
que le obliga a encogerse por un momento. –Aún no he conseguido entrar en calor… esta sala es fría
como un puñal- Se agacha, coge un atizador y arrima los troncos con una explosión de chispas. Tiene
la voz premiosa y aguda como de alguien que quiere hacerse oír. Los templarios se acercan y ocupan
los sillones que rodean al rey que los mira y es perceptible el gesto cuando se detiene por un
momento en las rotas facciones de Gilles y después en el freire manco, al final termina mirando al
maestre con fijeza.
-Así que vos sois Rodrigo Yáñez, maestre del Temple. Mi señora madre me habló de vos y yo
debiera recordaros.
-A vuestro servicio, Majestad.
-No estáis a mi servicio. No al menos como yo quisiera…. ¿Y fuisteis uno de mis tutores cuando yo
era niño?....Os recuerdo vagamente y sé que dejasteis mi cuidado después de enfrentaros a alguno de
mis tíos por no sé qué asuntos…., pero ahora lo que nos preocupa a mi madre y a mí es otra cuestión
de extrema gravedad como bien sabéis- Y los mira de nuevo con expresión zorruna. ¿Los que os
acompañan saben de qué hablamos?
-Así es, majestad. De hecho los hermanos Martín de Lope y Gilles D’Oc…- y los señala….-Fueron
los que trajeron la información desde el país franco.
¿Y sabéis lo que ocurriría si la bula que consiguió mi madre a un alto precio fuera anulada? …
¿Habéis pensado como afectaría a mi corona?
-Por supuesto, Majestad. Esa fue la razón por la que informamos a la reina madre.
-Si, claro…. Pero es que el asunto es grave como sin duda entendéis- Durante un momento no sabe
como continuar y los mira de nuevo, se remueve en el sillón y luego les inquiere:
¿Puedo confiar en vuestra discreción? Sé que mi madre os tiene en gran aprecio y que es
correspondida pero ahora es vuestro rey el que os pregunta: ¡Puedo confiar en que este asunto no
trascenderá ni se utilizará contra la corona?...¡Cuento con vuestra lealtad?. Sus facciones juveniles
muestran desconfianza y su cuerpo se tensa esperando la respuesta a sus preguntas improcedentes
fruto de su inmadurez. El maestre también cambia el gesto por otro mas duro y después de respirar
sonoramente responde:
-Señor, nuestra discreción no esta en tela de juicio y menos aún para María de Molina por lo que
huelga la respuesta pero si os tranquiliza os juramos por nuestro honor que no saldrá de nuestras
bocas nada relativo a éste asunto si no es con gente autorizada por vos- El maestre ha respondido con
voz cortante y sin separar la mirada del rey.
-Bien, quizás no era necesario el juramento. Por supuesto que confío en vosotros pero debéis
entender que estoy en una situación muy difícil. Hace algún tiempo que no sé de quien fiarme porque
hasta los que creía mas próximos conspiran contra mí y me traicionan a las primeras de cambio y sé
que si este asunto trascendiera lo utilizarían en mi contra. Me satisface saber que aún puedo confiar
en la lealtad de alguien. ¿Puede vuestra Orden en Roma ayudarnos?
-Como ya dijimos a vuestra madre, no nos es fácil especialmente en las circunstancias actuales, pero
haremos lo que esté en nuestras manos.
-Si, supongo que os referís a lo que ocurre en el reino galo. Sabréis que he recibido una misiva de su
rey. Algo muy gordo debéis haber hecho al hermoso Felipe para que os acuse de todo lo imaginable
hasta el extremo de que se hace imposible de creer. Incluso se nos exhorta a que le imitemos
aduciendo que sois el demonio personificado.
-Creedme si os digo, majestad, que nuestro único pecado fue prestarle demasiados dineros aún a
sabiendas de que no podría devolverlos porque se ha empeñado hasta las cejas en sus guerras contra
los flamencos. Le ha resultado más sencillo sacrificarnos para no pagar las deudas y apropiarse de
nuestros fondos.
-No sería mala política si yo también os debiera dineros- Contesta el rey con cara risueña
arrebujándose en el manto. –Se nos había informado de algo parecido aunque él alega que solo ha
intervenido vuestros fondos hasta que la Iglesia decida qué hacer con vosotros.
-Tened por seguro, majestad, que la Iglesia nunca verá una sola moneda de lo que nos ha afanado.
-Estoy seguro de ello solo considerando los modos que empleó para expoliar a lombardos y judíos o
como acabó con los dos Papas anteriores. Yo os afirmo que en este reino estaréis a salvo porque si
os hubiera acusado de alguna de las imputaciones que ha hecho, quizás me haría dudar, pero tantas y
tan perversas resulta del todo increíble. Conozco la ayuda que nos prestasteis siempre en la lucha
contra el moro y he oído hablar a menudo de vuestra rectitud y sentido del honor y no soy el único
que piensa así, eso sin contar a mi augusta madre…..- Y se sonríe. -….que se olvidaría de que soy su
hijo si me atreviera a dudar de vuestra integridad siquiera…… Desde luego parece claro que ése rey
menguado y rapaz no se detiene ante nada. Las relaciones entre ellos y nosotros son muy tensas
porque os recuerdo que no ha mucho puso todo su empeño en que no se me coronara….Lo que me
cuesta trabajo entender es que pueda manejar al Papa Clemente hasta ese extremo. Y desde luego si
se lleva a cabo la alcaldada que pretenden podrían utilizar la anulación de la bula en contra nuestra.
¿Cuál es vuestra opinión?
-No creemos que ande por esos derroteros, Majestad. Pensamos que toda la política que emplea para
desautorizar a Bonifacio VIII no tiene mas objeto que exonerarse él mismo de las barbaridades que
cometió contra la Iglesia. No desea ir más lejos. Solo pretende que se olvide su pasada conducta de
modo que la Iglesia acepte que el perverso no fue el rey sino el Papa Bonifacio…. Recordad lo que
dice el Eclesiastés “Nihil sub sole novum”
¿Y ese latinajo qué quiere decir? Porque ya sabéis, como preceptor mío que fuisteis, que no me
apliqué demasiado a los estudios.
-Pues que no hay nada nuevo bajo el sol y que todo resulta demasiado obvio.
-Si, puede que tengáis razón….Y hablando de la Iglesia, también he sido informado por Rodrigo, el
obispo de Santiago, de la batalla que se dio contra los piratas normandos y no escatima elogios a
vuestra ayuda. ¿Realmente eran tantos como dice el Obispo o es solo su vanidad?
-Precisamente el que dirigió las tropas templarias es Rui Pérez- Y el maestre señala al
comendador que se encuentra detrás de él.
¡Realmente eran tantos, maese Rui Pérez? Y el joven rey no sabe evitar mostrar interés ante un
hecho de armas y sus facciones denotan expectación.
-Contamos entre prisioneros y muertos alrededor de un millar, Majestad.
¿Tantos?.... Debió ser una dura pugna porque el obispo dice que eran feroces como lobos. ¿Y vos
erais el comandante de los templarios? Sois manco según veo.
-Perdí el brazo luchando con vuestro padre, que Dios tenga en su gloria, en Badajoz contra la
morisma, y aún soy capaz de empuñar un arma y pelear mientras Dios quiera-
-Sin duda fue una buena lucha- y hasta les parece que el rey observa al comendador de Faro con un
punto de envidia.
-Son gentes feroces y crueles que matan y rapiñan sin piedad y que aparecen por nuestras costas con
harta frecuencia para nuestros deseos, Majestad. En esta ocasión cometieron el error de adentrarse en
nuestros territorios sin duda esperando un sustancioso botín y eso les perdió. Acabamos con casi
todos por lo que abandonaron en nuestras costas dieciocho de sus naves que por cierto son muy
marineras y que ahora emplean la gente de mar de allí.
-Me hubiera gustado estar con vosotros- El rey se mueve inquieto y atiza de nuevo los troncos de
la chimenea, pensando quizás en la emoción de la pelea y en el sabor de la victoria pero no en el
dolor de las heridas ni en el acíbar de la muerte. –Pues me felicito por la victoria y os lo agradezco,
templarios. El mismo Rodrigo admite que sin vuestra ayuda las cosas no habrían ido igual porque
tampoco ellos esperaban una tropa tan numerosa y feroz- Y se calla mientras los mira como
calibrándolos. Buenos vasallos si ovieran buen señor, que se dijo de aquel Rodericus Didaz que
llamaban Cide Campidoctor y que conquistó Valencia según le han contado…. Vuestra fama dice
que vuestros guerreros no retroceden en la pelea…. Y mira a Gilles. ¡Y a vos donde os cortaron la
cara, también luchando con mi padre?
-No majestad. Yo fui herido en San Juan de Acre.
-San Juan de Acre. ¿Y eso donde esta?
-En Tierra Santa, señor.
¿Peleasteis en Tierra Santa? Y ahora es más evidente el gesto de asombro en las facciones
juveniles.
-Así es, majestad.
-Me gustaría ir alguna vez a Tierra Santa y visitar los lugares donde vivió y murió Nuestro Señor.
Supongo que podré hacerlo alguna vez- Y se ensueña mirándolos con admiración. Esos templarios
hacen cosas que un rey no puede hacer. Pelean, visitan lugares lejanos, llegan hasta la tierra
sagrada…. Son más viejos que él, guerreros y temibles en combate por lo que ha oído…. Y desde
luego lo parecen, incluso el maestre que se ha debido tragar un palo de lo tieso que está y que se
permitió la hazaña, por lo que le ha contado su madre, de insultar a sus tíos que eran infantes del
reino. El personaje de la cara cortada y los cabellos rojos y que le mira al propio rey con ese gesto
sardónico y casi despectivo, o el otro grande como un torre, de mirada acerada y algo cojo o el
propio Rui Pérez que aún manco comanda tropas y tiene las mirada fría y dura como las águilas de
sus cetreros. Él también quisiera ser un rey guerrero y pasar a la historia como hicieron sus
antecesores pero no le dejan sus propios vasallos. Le atosigan con pleitos, no le respetan y le
traicionan con vilezas y añagazas cuando debieran, el rey a la cabeza y todos unidos, irse al sur a
pelear contra la morisma…….
-Majestad, la razón de que os importunemos….- El maestre aprovecha el silencio del rey -…se debe
a que vuestro servidor alonso Pérez de Guzmán que como bien sabéis ha sitiado Gebral Tarik, se
encuentra en apuros porque las tropas árabes que defendían la plaza han recibido ayuda de África
que amenaza no solo sus mesnadas sino la frontera sur entera. Parece ser que llegan en grandes
números, se hacen llamar benimerines y son muy aguerridos y feroces. Nos ha pedido que
incrementemos la ayuda que ya hace cuatro meses le prestamos porque se encuentra en difícil
situación si no recibe auxilio pronto.
-Si, ya sé que tendrá que dejar el cerco. Bien sabe él que inició la aventura sin mi aprobación porque
en las circunstancias actuales no puedo prestarle tropas que ni siquiera yo tengo. El que fue el gran
apoyo de mi padre no se ha entendido nunca bien conmigo aunque le he respetado siempre como un
gran capitán que es. Quizás el mejor de mi reino, no tengo ninguna duda, pero el odio que profesa a
mi tío el infante D. Juan le ha apartado siempre de mí. ¿De cuantas lanzas habláis?
-Cien lanzas, Majestad, y medio millar de tropas de a pié- responde Rui Pérez.
¿Y son aguerridas y de fiar?
-Son templarias- Rui Pérez responde con claridad pero sin levantar la voz. No considera necesario
explicar nada más y mira fijo al rey Fernando.
Mientras el comendador de Faro contesta, el maestre cree adivinar lo que pasa por la cabeza del rey
y teme que se le pidan esas tropas que le bastaría para resolver el litigio del rey con el de Lara y
humillar a éste sin costar a la corona, por ende, ni un maravedí. Necesitan al rey, ahora mas que
nunca, necesitan su ayuda y su apoyo, les es necesaria su gracia en estos momentos difíciles pero de
ningún modo les sería posible tomar partido en la pugna actual porque no fueron invitados en su
momento y si ahora lo hicieran se pondrían enfrente de los infantes que seguro aún recuerdan la
actuación del Temple contra ellos cuando apoyaron a Sancho el Bravo. No se encuentran en
condiciones de enemistarse con la mitad de la nobleza y menos con los infantes. Son asuntos entre los
Haro, los Lara y el rey que además es tornadizo y sin un criterio firme. Intrigas palaciegas, asuntos de
preeminencias, pulsos entre las grandes familias del reino que socavan la autoridad real y donde
ellos los templarios no pueden tomar partidos porque sus fines son otros aunque es bien cierto que a
lo largo de la historia se mezclaron frecuentemente en asuntos cortesanos que eran de ley, o al menos
así lo quiere ver el maestre, incluso no ha tanto apoyaron al rey Sancho contra su padre Alfonso
porque éste estuvo a punto de desbaratar el reino. Eran otras circunstancias y muy importantes para el
reino. Se tomó partido como un mal menor amen de que con algún cogotazo se solucionó el problema
sin llegar a mayores. “Señor, que no se le ocurra pedirme las tropas”….”Señor, ayúdame en estos
momentos porque deberé negarme y de seguro no entenderá nuestra negativa y se irritará y ahora no
nos podemos permitir tener el rey en nuestra contra”.
-Bien Majestad. ¿Cuento con vuestra anuencia para ayudar a vuestro vasallo Alonso Pérez?
El rey se queda mirando al maestre durante un momento que a éste le parece eterno….(Sé lo que
estas pensando y tú sospechas que no te podré complacer amen de que en estos momentos tú también
nos debes cosas, nuestro silencio, por ejemplo)….Ambos se miran y al final el rey se pronuncia:
-Ah, eso me recuerda que hace meses debiera haberme reunido con el rey Jaime el aragonés para
repartirnos nuestras plazas de conquista en el sur pero es que el asunto contra el mal nacido de Lara
me roba energías y tiempo…. Tampoco creo que incluso con vuestra ayuda pueda terminar la faena
porque es cierto que llegan del otro lado del estrecho gentes del emir Abú-Yacub, esos que decís se
llaman los benimerines. Habría sido mas de mi agrado que nos hubiera esperado porque nosotros
estamos impacientes y yo tan pronto termine éste pleito bajaré con las milicias concejiles castellanas
y con mis tíos que aún a mi pesar debo admitir que son los mas poderosos del reino, aunque no sé de
qué modo podría hacer que pelearan juntos con Alonso Pérez. Dios proveerá. En fin os doy mi
consentimiento y os lo firmaran mis secretarios en breve. Templarios, id con Dios y sabed que
cuento con vuestra fidelidad- Y se los quedó mirando hasta que estos abandonaron la sala.
Abandonaron el palacio y volvieron a su convento.
-Un rey demasiado joven, voluble y sin el carácter de su padre que se había curtido antes de ceñir la
corona. Su madre no pudo hacer más porque ni siquiera la permitieron elegir a sus tutores. Peleando
sola, y en eso sí que tiene razón el rey, contra los lobos que han olido la carroña y solo soltaran la
presa si se llevan un buen bocado entre los dientes….demasiado tierno para manejarse entre tantas
ambiciones, pero al menos nos ha prometido amparo y no seguirá los pasos del rey franco.
¿Y cuando se pronuncie el Papa?
-Como el mismo rey ha dicho, Dios proveerá, y aún me cuesta creer en la indignidad del Papa
Clemente. Debemos pedir a Dios que el Pontífice por una vez haga honor a su nombre. Dejadme al
menos esa esperanza.
-No pretendo quitárosla, señor, solo recordaros que no debemos esperar clemencia sino solo
justicia.
Ambas cosas nos serán necesarias en breve si Dios no lo remedia.
Se hicieron planes tratando de olvidar lo incierto de su futuro. Se informaría a todos los enclaves
templarios haciéndoles saber lo que opinaba el rey sobre su situación y las garantías que les hubo
dado. Las tropas de Faro se pondrían de inmediato en movimiento y Rui Pérez las esperaría en
Zamora donde se les unirían también los freires Martín y Gilles así como el armigueri Ferran si es
que aún se acordaba de quien era.
-Así que nos dejáis mañana- Ana de Guevara miró seria al freire que la respondió con el mismo
tono solemne.
-Así es, señora. Necesitaba despedirme de vos.
¿Os volveré a ver? Hubo algo en el tono de la pregunta que trastornó al freire hasta hacerle daño y
hubo de pensarse la respuesta para expresar sin dudas y con honestidad lo que sentía en esos
momentos.
-Si estuviera en mis manos os lo juraría al momento, pero no lo sé. No ha mucho os decía que
nuestro futuro era incierto, pues bien, las cosas han cambiado a peor y ahora sé que ése futuro del que
os hablaba ya casi no existe y lo poco que nos quede será posiblemente muy duro.
¿Queréis decir que vuestra orden templária dejaría de existir.
-Tenemos razones fundadas para tenerlo como muy posible.
¿Y vos os convertiríais en un hombre libre de vuestros actuales votos? Fue patente la ansiedad
con que la dama hizo la pregunta.
-Cabe en lo posible aunque en estos momentos elucubrar sobre lo que nos espera es arriesgado.
De momento me uniré a las tropas templarias que van al sur y de camino visitaré a mi hermano en sus
tierras de Sayago- Y se quedó mirándola durante un momento.-Sí que puedo juraros y que Dios me
perdone, que salvo que la muerte me lo impida, haré lo imposible por volveros a ver- La miró con
intensidad y ella pudo captar un cambio profundo en las circunstancias que les rodeaban a ambos. En
un gesto inusual le cogió del brazo y notó como él se cohibía.
-Sois incorregible en vuestro pudor- La menina rió bajito. –No sé que hacer con vos. ¿Os
encontraríais más cómodo en mis aposentos? Y aún temió alarmarle cuando lo dijo.
- Si no daña vuestra reputación, Señora, yo consiento.
-Ana. Me sigo llamando Ana. Y sin ánimo de incomodaros, permitidme que mi reputación sea cosa
mía.
Se recogieron en los aposentos privados de ella y el templario la puso al corriente de los últimos
acontecimientos y la promesa real que les concedía una razonable tranquilidad al menos por un
tiempo. En algún momento observó que ella le miraba de forma inusual y creyó entender que no le
prestaba atención.
-Os estoy aburriendo con mis cuitas.
-Erráis. Nada de lo que decís me aburre y menos en estos momentos en los que entiendo vuestra
desolación, pero es cierto que por un momento se me ha ido el santo al cielo y solo vos tenéis la
culpa… Y se calló al ver la expresión de sorpresa del freire, después casi sin transición le cogió la
mano y volvió a mirarlo fijo. -Me temo que os voy a parecer una desvergonzada pero me
confesasteis no ha mucho que me consideráis hermosa y yo os he creído. Decidme algo más… ¿Tan
hermosa como para desearme?
El freire la miró sin terminar de creerse lo que oía. Ella le hablaba suave y dulcemente y él se azoró
y se la quedó mirando mientras ella esperaba la respuesta que no llegaba así que muy despacio se
levantó y se arrimó a él, le cogió la cara con las manos y le besó muy suavemente y casi sin despegar
los labios de los de él, murmuró: -Porque yo si os deseo, mi amado Martín- y siguió besándole
hasta notar que la respiración del freire se aceleraba. Luego las cosas ocurrieron como en un sueño
porque ninguno estuvo seguro de sí mismo ni de lo que les ocurría. Él no quiso separarse de ella y
ella sí que lo hizo lo justo para soltarse los dos gruesos rodetes que le sujetaban el cabello que cayó
largo y sedoso sobre sus hombros enmarcando sus facciones pálidas, después se desprendió de la
saya que la cubría y se desnudó despacio venciendo con esfuerzo su pudor y enseñándole por
primera vez su cuerpo. Después se apretó contra el freire y gimió cuando éste, todavía extasiado la
acarició. Yacieron allí mismo en aquella especie de diván con cojines árabes, sin urgencias, como en
trance, frotándose el uno contra el otro y acomodándose ambos entre sí y él se asustó al ver el temor
en los ojos de femeninos y se movió muy lento y tiernamente hasta que se sintió aferrado por los
hombros y la expresión cambió por otra placentera. Siguieron durante un tiempo hasta que ella cerró
los ojos y exhalo un sollozo que le alarmó y le hizo detenerse hasta que la oyó decir en un susurro: -
No os preocupéis, nadie nos oye- Después se sonrió y continuó. –Y además gritaré más fuerte si os
detenéis- Y continuaron acompasando sus movimientos y él se retuvo hasta que ella se tensó como un
arco y le clavó las uñas mientras emitía un profundo chillido que él temeroso apagó besándola con
fuerza mientras se derramaba y luego ambos se fundieron temblando y desmadejados, aun aferrados
el uno al otro.
¿Así que esto es poseerse? Nunca lo he gozado aunque supuse que tenía que ser algo así- Se refugió
en los brazos de él y estrechó su pecho contra el del freire con desmayo y la respiración agitada. Los
dedos femeninos recorrieron el cuerpo de él hasta que tropezó con la cicatriz del costado y aquello
exigió una explicación entre susurros y besos. Siguieron juntos hasta que se hizo de noche y en algún
momento ella se separó y se levantó para encender un par de velones y el freire tuvo la fortuna de
observarla en aquel juego de luces y sombras que se le antojaron mágicas. El cuerpo joven y rotundo
solo iluminado por la precaria luz que se desvanecía en las sombras de las turgencias, el pecho firme
y las caderas sinuosas de curvas apretadas entre las que se insinuaba un pubis oscuro y misterioso y
todo en ella era belleza y pujanza y volvió a desearla y volvieron a holgar sin miedos poseyéndose y
gozándose como ninguno lo había disfrutado antes. Después de algún tiempo hubieron se separarse y
despedirse. La menina le abrazó con fuerza. –Ahora ya sabéis casi todo de mí como era mi deseo.
Decís que no sois más que un pobre freire sin bienes y que no sabríais merecerme. Pues bien, sabed
que nunca habría hecho algo así por ningún otro hombre, que viviré esperando vuestro regreso y que
me iría con vos al fin del mundo aunque ni siquiera sepa donde esta. Hacedme la merced de
recordarlo y recordarme.
El freire Martín fue autorizado para visitar la hacienda de sus mayores y cuando las tropas llegaran a
Zamora, en el plazo de once días después de pasar por Lugo, Monforte y Ponsferrata donde se les
unirían algunas mesnadas mas, estaría de vuelta y se uniría a ellas junto con el armigueri Ferran.
También lo haría Gilles que de momento acompañaría al maestre en la corte con Rui Pérez aunque
éste, después de encontrarse con su gente se volvería a su encomienda de Faro.
Tres días más tarde Martín de Lope entraba en las tierras de su hermano Artal a lomos de su caballo
y con otro de buena planta donde cargaba sus magras pertenencias. Un viento frío y los dolores de su
cadera herida le atenazaron en momentos pero la soledad del viaje le hizo bien aunque tuvo un par de
tropiezos que solvento huyendo sin mas ante lo que parecían gentes sin buenas intenciones. No tuvo
la fortuna de unirse a algún grupo de carreteros o comerciantes pero como ya conocía el camino evitó
aquellos lugares en serranías o forestas en los que la vista no alcanzara más allá para evitar una
emboscada o una situación en la que no tuviera tiempo de reaccionar o poner tierra por medio. Tuvo
tiempo sobrado para pensar y no todo le supo amargo especialmente si conseguía separar los
problemas de su Orden con algún otro tipo de vida nueva, cerca de su hermano y en la tierra de sus
mayores, olvidadas sus andanzas anteriores y con algún futuro aún por determinar que podía
resultarle halagüeño si hacia caso a las últimas palabras de Ana de Guevara a las que dio mil vueltas
un montón de veces a lo largo del viaje.
El encuentro fue todo lo placentero que podía amen de que hubo de explicar la situación por la que
pasaba él y la Orden a su hermano en primer lugar y luego a Ferran. Artal le escuchó con atención y
terminó por entender que cabía una aunque todavía lejana posibilidad de que su hermano volviera a
la casa familiar por lo que le reiteró su ofrecimiento y su necesidad de ayuda. El freire contagiado
por el ambiente confidencial se atrevió a hablar de Ana de Guevara y el deseo, no por remoto menos
deseado, de tenerla a su lado si se le exonerara de sus votos. Hubo momentos en que llegó a creerse
que todas aquellas ideas tenían algún sentido y se atuvo a ellas olvidando su edad y su
desconocimiento de la vida campesina como obstáculos que no se pudieran vencer con ganas de
trabajar y sobre todo contando con Ana que podría llegar a ser un factor determinante en el éxito de
sus futuras vidas aunque la cuestión en absoluto baladí era si una mujer de buena cuna aunque hubiera
llevado una vida no demasiado cómoda ni feliz, sería capaz de adaptarse al ambiente rural, sin gentes
cultas con quien hablar, cambiando la vida cortesana en la que todo se te da hecho por otra en la que
todo debes hacerlo tú desde saber amasar el pan hasta ordeñar la baca o matar un gorrino. Sin
despenseros, sin vestidos elegantes ni servidores que la sirvieran las pitanzas, sin damas, ujieres o
lacayos que la hicieran la vida mas cómoda. No tenía la respuesta ni se atrevía a intuirla pero el
hecho es que desde hacia muy poco no imaginaba la otra vida sin ella a su lado. También pensó en el
tiempo que permanecería en la frontera y los peligros que la guerra del sur le acarrearían y en las
ideas que tendría Gilles en lo concerniente al cambio de situación. Llevaban mucho tiempo juntos y
no pudo entrever siquiera que pensaría su amigo del giro de los acontecimientos y tampoco se atrevió
a discutirlo con su hermano. Aún le pareció prematuro y quedaban demasiadas cosas por hacer y
demasiados sucesos por acontecer para seguir divagando y soñando con solo conjeturas. Hubo
momentos en que sus sueños se dispararon y unas veces encontraba soluciones para todo y en otras el
futuro se le presentaba tan incierto e imprevisible que le atemorizaba. Para Ferran todo era más
sencillo. El amo Artal le aceptaría en la hacienda y si demostraba cualidades y quería trabajar le
nombraría mayoral en cuanto tuviera un poco mas de experiencia con el ganado bovino al que
empezaban a dar importancia. El armigueri se había hecho muy popular entre la servidumbre del amo
contando sus fantasiosas aventuras y a Martín le sobraron razones para pensar que no le faltaría
compañía femenina que le calentara la cama en las noches de invierno. Por supuesto acompañaría al
freire al sur pero tan pronto como le cupiera la opción volvería a la hacienda abandonando armas
arreos y hábitos sin demasiado pesar.
Al día siguiente de su llegada los dos hermanos se llegaron hasta los límites de la hacienda y
recorrieron los terrenos que habían sido objeto de disputa con la Mesta. El oratorio estaba rehecho y
aunque los alrededores aún mostraban signos del mal uso que se hizo de ellos, la vegetación se
recuperaría y el lugar volvería a tener el aspecto tranquilo y sosegado que ambos recordaban. La
torre que en su aspecto externo no había cambiado gran cosa salvo las nuevas almenas, en su interior
estaba reacondicionada y encalada y presentaba otro aspecto. Se cubrieron los dos niveles primitivos
con recias vigas de madera y luego listones bien ensamblados entre estas y se reconstruyó la escalera
de piedra que llegaba hasta el segundo piso. El olor a resina era intenso y las virutas se amontonaban
por doquier pero todo tenía un aspecto firme que de seguro se parecía mucho al que tuvo en sus
orígenes. Desde luego el interior de la torre no gozaba de demasiada luz en la planta baja porque las
aberturas al exterior, dado que en su momento no fue mas que una torre de defensa, no eran mas que
estrechas saeteras orientadas a proteger la puerta de entrada pero los dos niveles superiores gozaban
de ventanos casi normales que aún conservaban las mohosas rejas de otras épocas. Los dos subieron
hasta arriba y gozó del paisaje que la altura de la torre ofrecía. Al sur, no demasiado lejos, los
montes oscuros de la sierra y a su alrededor el bosque de lentisco, jara y encina entre el que
discurría el regato de agua fría que tan bien recordaba. Al norte se divisaba el camino por el que
llegaron y el oratorio quedaba oculto por un repecho como a legua y media de distancia. El viento
frío se hacia notar allá arriba y le recordó los castillos y fortalezas entre los que pasó una buena
parte de su vida. Realmente le gustó todo lo que veía.
El freire se volvió hacia su hermano que le observaba serio.
¿Si vuelvo a tu casa me permitirías vivir aquí?
Artal se le quedó mirando durante unos momentos.
-Sospechaba que te gustaba el lugar y si ese es tu deseo cuentas con ello pero recuerda que esta
zona es la mas agreste y menos productiva. Solo tiene pastos y sabes que estas al lado de los ramales
de la mesta pero los cereales y el grano están al norte. Solo podrás tener ganado. También quiero que
sepas que desde que viniste he pensado mucho en las tareas de las que me gustaría que te hicieras
cargo aunque por supuesto lo discutiríamos y deberías dar tu aprobación. Son muchas e importantes y
me ayudarían sobremanera pero para ello deberías quedarte con la parte sur de la hacienda aunque
iríamos a los concejos bajo un solo nombre para que no nos grabaran más con los impuestos.
Martín se le quedó mirando tratando de entender la propuesta. –No puedo aceptarlo, Artal. Es tu
hacienda y así la heredaste de tus padres y deben heredarla tus hijos.
-Eso suena muy bien pero no es práctico. Tienes que pensar que la hacienda ganaría en
importancia si entre los que la representan hay un caballero por derecho propio, con los mismos
privilegios de la nobleza que es nuestra enemiga porque considera que no nos merecemos los
derechos que ellos tienen por su categoría social, muy superior a la nuestra. Tú podrías ser
importante no solo por nosotros sino para el conjunto de caballeros villanos que es como nos
conocen porque podrías hablar de tu a tu a los que se consideran de rango noble, pero supongo que
necesitarías vivirlo para entenderme…..amen de que si no lo hiciera así…. - y una parca sonrisa le
iluminó el rostro -….padre se levantaría de la tumba para cortarme los compañones…. Piensa en eso
porque yo ya lo he hecho…. Somos hermanos y deberemos vivir y defender nuestros intereses juntos.
La hacienda seguirá siendo de los Lope como ha sido siempre aunque ahora seríamos dos y nuestra
fuerza sería mayor. Tú aprenderás cosas de mí y yo aprenderé cosas de ti. Pelearemos juntos, ¡Dios
lo quiera! Y todo será mas sencillo si los tiempos son propicios y nuestro esfuerzo lo merece. Nos
necesitaremos, hermano, y saldremos gananciosos. Puedo verlo.
Ambos se miraron con seriedad. Martín no terminaba de entender los términos de la propuesta en
lo referente a los concejos que debía ser algún tipo de gobierno pero confiaba en su hermano y en sus
razonamientos.
¿Como podré pagar tu generosidad?
-De ningún modo porque no es tal. Si tengo la fortuna de que al final te quedes con nosotros
llegaras como caído del cielo amen de que solo te estoy ofreciendo sudor y trabajo.
Cinco días más tarde Martín y Ferran llegaban a Zamora donde se encontraron con Yáñez que
auxiliado por Gilles y Rui Pérez preparaba el avituallamiento de las tropas a las que se esperaba el
día siguiente y efectivamente una tropa de 115 lanzas y 550 guerreros de a pié acamparon por una
noche fuera de las murallas. Se montaron las tiendas y repartieron las viandas. Gilles, Martín y
Ferran tuvieron la oportunidad de conocer a los que ya eran sus compañeros de aventura. –Tienen
buena factura, hierros de la mejor calidad y buenas monturas, posiblemente sean buenos guerreros
pero, ¿Sabrán morir si el momento lo requiere o preferirán dar un paso atrás?- Le preguntó Gilles a
su amigo. –Lo veremos pronto- Le contestó Martín. A la mañana siguiente después de un descanso
ligero se ofició el Santo Sacrificio, se recogieron los bártulos y tan pronto se despidieron del
maestre Yáñez y del comendador de Faro Rui Pérez continuaron la marcha hacia el sur. Las gentes se
habían acercado al campamento para ver a las mesnadas templarias y Martín no tuvo duda de que al
menos un par de ojos le observaron desde algún lugar entre el gentío. Los chicos les hacían gestos e
imitaban las espadas y lanzas con varas y cañas y gritaban hasta quedarse roncos mientras los
mayores los miraban pasar más circunspectos y los saludaban con respeto levantando las manos. De
nuevo en camino entre el polvo y el ruido de los hierros. El frío a medida que se acercan al sur se
atenúa. Los caballeros se adelantaron lo suficiente de modo que la polvareda que levantaban no
molestara a los de a pié detrás de los cuales cerraban la marcha una vacada reducida y cincuenta
carretas cargadas con vituallas, armas y material de acampada. Los dos amigos y Ferran cabalgaban
juntos y a menudo departían con otros freires que se acercaban curiosos porque ya todos sabían que
aquellos hermanos fueron de los pocos que consiguieron salir con vida de la destrucción de San Juan
de Acre y llegaron con malas nuevas que luego se cumplieron incluso con creces. Los miran con
curiosidad y a veces les inquieren sobre cuestiones a menudo baladíes porque aunque la calma es
ficticia y todos saben a qué atenerse las dudas sobre su futuro están en la mente de todos por mucho
que traten de olvidarlo.
El camino les hace pasar por burgos que no conocen como Salamanca, Cáceres, Plasencia y
Xerez para hacer noche en la encomienda de la Orden y donde a poco tropiezan con los grandes
rebaños de la mesta que pacen en mesetas y predios al pié de las sierras hasta donde alcanza la vista,
el espectáculo hace sonreír a Gilles y a Martín que se recuerdan jocosos sus altercados de hace poco
tiempo con el mayoral mestero. Siguen camino por Aracena y en Sevilla son recibidos con grandes
alharacas porque se sabe que las hordas moras llegadas de África están poniendo en apuros a las
tropas castellanas y a sus propios hermanos templarios que se encuentran al pié de Gebral Tarik.
Necesitan auxilio urgente no ya para mantener el sitio, que se hace impensable, sino para poder
retirarse con algún orden antes de que los benimerines de Abú Yussuf que les rodean ahora a ellos
terminen por aniquilarlos. Se les exhorta a que traten de romper el cerco lo antes posible y evitar una
debacle que es lo que se avecina si no les llega ayuda inmediata. Se les unirán unas ochenta lanzas y
doscientos de a pié que ya se preparaban para acudir en auxilio de Guzmán el Bueno y que junto con
los templarios recién llegados pueden suponer el alivio y escape de la tenaza sarracena de los que
hasta hacía poco eran los sitiadores, pero ante todo es necesario que lleguen al campo de batalla lo
antes posible.
Les quedan dos días de marcha y el tiempo apremia. Vechaco requiere el mayor número de
cabalgaduras disponibles que montaran los caballeros sevillanos y los armigueris templarios mas
expertos, consigue unas cien que unidas a las doscientas de sus tropas constituirán una unidad de
ayuda urgente que avanzará hasta el campo cristiano mientras las tropas de a pié con la vacada y las
carretas seguirá a los caballeros pero a su ritmo. La fuerza de choque que tratara de romper el cerco
serán trescientos caballeros que no contaran con más ayuda que ellos mismos. De éste modo se
pretende llegar en un día y atacar de inmediato. La aventura es arriesgada y audaz pero si en el
campamento cristiano se dan cuenta de la maniobra y les ayudan, puede constituir un éxito que
desanime a los moros lo suficiente como para permitir una retirada honrosa, todos juntos y sin
grandes pérdidas. Y así se hace. De inmediato los poco más de trescientos caballeros parten con
prisas y sin descanso, cabalgan casi un día completo hasta que ya la noche cerrada los sitúa en las
inmediaciones del campo enemigo. Los jinetes de avanzada avistan los fuegos de los campamentos
árabes que vivaquean despreocupados y con pocos centinelas porque saben de su superioridad
numérica, pero no puede situar a las tropas cercadas porque si trataran de ponerse en contacto con
ellos muy probablemente serían descubiertos y se malograría la sorpresa y con ella el necesario
éxito. El cansancio de guerreros y cabalgaduras les exige un tiempo de descanso aunque sea breve
así que se acomodan en la oscuridad y se envuelven en sus capas hasta la amanecida y aún sin poder
hacer fuegos que los delatarían a pesar de que el relente se hace notar. Son tácticas bien conocidas
de los dos freires que vinieron de autremer. Habrá que golpear y herir sin detener la cabalgada ni dar
tiempo a la defensa enemiga. El estomago vacío y si acaso un poco de vino para las posibles heridas
en el vientre. Cuidado con las cuerdas que sujetan las tiendas de los capitanes enemigos, podrían
enredarse en las patas de los caballos. Una vez que las lanzas y picas hayan hecho carne no tratar de
recuperarlas porque eso supondría parar la montura, mejor abandonarlas y requerir la espada, el
hacha de combate o la maza para continuar la razzia. Si la montura cae herida, abandonarla y montar
en la grupa del compañero más próximo. No detenerse hasta cruzar el campo enemigo ni siquiera si
flechas o virotes nos alcanzan. Las dos o tres horas que restan se emplean en revisar las armas, sacar
los escudos de las fundas y revisar las correas, ajustar los arneses, cuidar los caballos y comprobar
su estado porque en breve les serán indispensables, darles una buena cepillada y algo de pienso con
una caricia amable porque se les exigirá hasta el último esfuerzo.
Cuando empieza a amanecer los cuerpos se desentumecen y al unísono hincan la rodilla para una
breve oración pidiendo al Supremo el éxito de la empresa. Una luz mortecina tiñe de gris pálido las
sabinas y los aligustres de la ladera en la que se han refugiado. Los caballeros montan los corceles
que están inquietos y piafan sin cesar porque intuyen lo que está por venir. La lanza en alto hasta el
momento del choque. La respiración se agita y los movimientos son bruscos y nerviosos. Los rostros
palidecen aunque se animan entre ellos con palabras jocosas mientras se ajustan los camisotes, las
corazas y las viseras de los yelmos. La espada o la maza colgando del arzón de la silla, bien a mano
para cuando se pierda la lanza envainada en algún desgraciado cuerpo. Tanto Ferran como Martín y
Gilles conocen bien esas actitudes y esos movimientos previos al choque porque lo han vivido con
anterioridad y saben que para muchos de ellos será la primera vez y quizás la única.
-Ha tiempo que serías polvo si no fuera por el barbian ese que tienes siempre a tu espalda- Le grita
con humor Gilles a Martín mientras éste palmea el poderoso cuello del frison que patea inquieto.
Ferran se sonríe detrás de su señor mientras comprueba por enésima vez sus armas y su inseparable
arco árabe con las flechas porque en una acción como la que les espera no es útil la ballesta que de
todos modos también cuelga del arzón. –Ahora más que nunca necesito a mi señor para volver a casa
y terminar con esta vida de perros- Martín se ríe para ahuyentar los malos presagios aunque no deja
de pensar que alguien muy querido le espera.
-Deux lo vult. Recordad.
-Deux lo vult, hermano, y que Él nos proteja- y se separan para ocupar sus puestos.
Los dos extremos de la línea de choque los ocuparan los templarios de modo que si el centro tiene
dificultades cualquiera de los extremos acudirá en su ayuda. Solo Vechaco con cuatro freires y el
beauseant se sitúa en medio de la formación entre los caballeros andaluces para que la enseña
templária sirva de referencia. Martín y Gilles ocuparan cada uno de los extremos. Cuando la claridad
de la aurora les permite ver el terreno que pisan se inicia la carga y a la vista del campamento
enemigo se sueltan las riendas y las monturas se lanzan al galope ensordeciendo el aire con el sonido
del trueno y cubriendo de polvo la horda atacante. Las voces roncas y los gritos se mezclan con los
ayes y las imprecaciones. El beauseant parece que flota por encima de la barahúnda y las capas
blancas flamean mientras se enristran las lanzas y se acomodan los escudos con la roja cruz patada.
Martín, desde el extremo izquierdo ve un conjunto de tiendas con grupos de caballos maneados en las
cercanías y se lanza sobre ellas con el grupo que le sigue. Los caballos árabes se aterrorizan al ver
lo que se les acerca y brincan y cocean enloquecidos derribando las tiendas y a todos los que se les
aproximan. El campo se convierte en un caos, los jinetes machacan y hienden cuerpos sin piedad ni
descanso mientras los moros que aún están con vida huyen despavoridos. Después de un tiempo el
campo se despeja de nuevo y la pugna y el polvo quedan detrás. Parece que la faena ha terminado y
las bajas han sido mínimas. La cabalgada sigue buscando las fuerzas de Alonso de Guzmán cuando
aparecen a poca distancia mas tiendas con oriflamas y pendones que no son cristianos. Ya no cabe el
efecto de la sorpresa porque son claramente visibles movimientos de tropas y caballería que se
mueve indecisa quizás porque aún no saben quien osa perturbarlos. Las líneas cristianas se
rompieron durante el ataque y cuando se unen de nuevo, debajo de los yelmos las miradas se cruzan.
Se perdieron las lanzas y picas, los caballos están exhaustos y los jinetes gozosos pero fatigados.
Hay un momento de incertidumbre hasta que Martín ve en el centro de la formación un grupo de
jinetes con capas blancas que inicia de nuevo la galopada, vuelve a ondear la enseña templária y
cree oír el grito de guerra: Deux lo vult, Deux lo vult, Vive Dieux Saint-amour. El grito se ha
elevado por encima del ruido de los metales y el pateo de las bestias. El grupo continúa el avance y
el grito se repite y multiplica hasta convertirse en clamor. La hueste cristiana, después del momento
de duda azuza a los corceles y se lanza de nuevo a la pugna. El encontronazo es mucho mas violento
y no ha pillado desprevenidos a los árabes. Las fuerzas se traban durante unos minutos y la suerte es
incierta hasta que el grueso enemigo se abre y detrás aparece una formación en forma de cuña, con
escudos blancos con una cruz roja y otro beauseant que ondea orgulloso. Sorprendido por la espalda
la caballería enemiga huye y entre las tropas de a pié que los seguían cunde la desbandada. Es el
momento, detrás de los templarios aparecen las tropas cristianas que romperán el cerco. Hasta que se
pone el sol la pugna continúa contra un enemigo desmoralizado que solo busca la huida. Multitud de
carretas rodeadas de mesnaderos de a pié se abren paso por el pasillo que mantiene abierto la
caballería.
Durante dos días las fuerzas que sitiaban Gebral Tarik se escurren entre los moros y se escapan del
cerco en el que se encontraban. Deben abandonar las máquinas de guerra y una buena parte de sus
enseres pero salvan el resto a cambio de algo más de quinientas bajas. El balance es positivo aunque
durante los días siguientes deben continuar apartándose del grueso de las fuerza benimerines que ya
daban por hecho el estrangulamiento y derrota de los alrededor de dos mil guerreros que mantenía
Alonso de Guzmán en el campo. Todos están agotados pero aún en la retirada los pendones ondean
orgullosos entre las tropas cristianas. El esfuerzo templario ha sido considerable y cuentan con la
admiración y el respeto de sus compañeros de armas. ¡Vive Dieux Saint-amour!
Cuando se reúnen, Gilles pesaroso y con una nueva cabalgadura porque su valiente frison cayó en
el combate, Martín con una herida leve en el brazo y Ferran, los tres vivos pero cansados hasta la
extenuación, se le oye al occitano: -Se peleó bien, hermano, me hizo recordar otras épocas. La parca
sigue cabalgando con nosotros y aún nos respeta.
Durante los días siguientes se observa que las fuerzas invasoras se dan por satisfechas con la
huida cristiana y no buscan la confrontación. Se mueven arrimados a la costa, en banderías y
viviendo del pillaje casi siempre a costa de sus propios correligionarios incluso se llega a saber que
el emir granadino Nars tiene que cederles varias plazas fronterizas para contentarlos. Los capitanes
de Alonso Pérez se olvidan de Gebral Tarik y Algeciras a la espera de la llegada del rey y sus
mesnadas y mientras tanto no se pierde ojo del moro y se vigila cada uno de sus movimientos.
Pasa el tiempo sin posibilidad de lanzar una ofensiva seria y solo se mantiene en jaque al
enemigo con movimientos de avanzadas y golpes de mano puntuales donde la movilidad les sea
propicia para una retirada organizada antes de que la respuesta enemiga les haga daño.
En el burgo de Toro María de Molina enferma gravemente de fiebres tercianas y se teme lo peor.
Termina el año y la pugna entre el de Lara y el rey se resuelve a favor del primero que una vez que
ha conseguido su propósito no tiene inconveniente en rendir vasallaje al rey e incluso le ofrece sus
tropas si como parece el rey castellano se decide a ponerse en camino rumbo a la frontera sur. La
reina madre se recupera milagrosamente y vuelve a Valladolit muy debilitada pero sin una merma de
su inteligencia y su carácter tenaz.
Es a finales del mes de enero del año 1.308 cuando ocurre lo que tanto temía el Temple. El Papa
Clemente V ha emitido la bula Pastoralis Praeeminentiae en la que se conmina a todos los reyes de la
cristiandad para que apresen a todos los templarios y secuestren sus bienes, plazas, castillos y
encomiendas mientras se dilucida si las acusaciones que se ciernen sobre ellos son o no reales. La
bula la firmó el Papa el 22 de noviembre del 1.307 cuando ya en el país franco nada quedaba de lo
que perteneció al Temple. El Papa que no se ha molestado en escuchar a nadie ni siquiera al Gran
Maestre Molay que sigue en las mazmorras de Paris, da visos de legalidad a la infamia del rey franco
y exige aunque sin mucha convicción que se ponga a los templarios y sus bienes bajo la jurisdicción
de la Iglesia puesto que en cualquier caso, él es su único superior. Por supuesto esa última petición
se convierte en papel mojado pues ya el mismo rey franco le responde que sí “pero a reserva de
nuestros derechos” lo que viene a decir que verdes las han segado. Nada se sabe de los templarios
franceses que siguen en prisión los menos afortunados porque los mas bravos seguro que han muerto
en las cámaras de tortura de las mazmorras del reino. Desde luego sus posesiones y dineros ya no
volverán a aparecer.
Es en el mes de abril y en la corte donde el maestre provincial Yáñez recibe de labios de una
pesarosa reina madre los términos de la bula pontificia. La conducta papal es calificada de servil
pero no ofrece alternativas, se debe cumplimentar. La reina María intercederá ante su hijo y no
permitirá el apresamiento de los integrantes de la Orden mientras se hace cargo de las posesiones
templarias en todo el reino a condición de que su hijo acepte la mediación. El joven rey Fernando
que aún tiene bien presente la última reunión con el Temple, da por bueno el acuerdo de Yáñez con
su madre y deja bien presente que nadie tocara sin su expresa aprobación a los freires castellanos
que seguirán en plena libertad habitando los castillos, fortalezas y encomiendas como hasta entonces
aunque ahora se encuentran bajo el mandato real.
Menos suerte tiene sus hermanos aragoneses. El rey Jaime que en un principio se manifiesta como
defensor a ultranza de aquellos que durante tiempo inmemorial han sido sus aliados y tutores en los
que tuvo una confianza ciega, a finales del 1.307 y sabedor por el rey franco de que el Papa esta en
tramites de emitir la bula que los condene pide permiso para que el inquisidor general del reino, el
dominico Juan de Lotger los interrogue pero ocurre que este no se conforma y pide al rey que se les
aprese so capa de que pretenderán escapar. Todas las promesas reales, todos los juramentos de
amistad, todas las criticas sobre la indignidad del rey Felipe el bello se vienen al traste ante la
posibilidad de hacerse con los bienes templarios en el reino, solo se prohíbe la utilización del
tormento contra ellos porque se espera que se entreguen al inquisidor y le hagan voluntaria cesión de
sus fortalezas. A pesar de que contaba con ellos para sus inmediatos movimientos en el sur, le puede
más la ambición y la necesidad de dineros. En enero del 1.308 se siguen sin recibir noticias pero el
rey ya tiene en su poder más de la mitad de los castillos aragoneses del Temple y es ya a finales de
ese mismo mes cuando le llega la bula. En Valencia son apresados los primeros freires con el
beneplácito de los obispos de la capital del reino y de Zaragoza pero quedan una serie de fortalezas,
Monzón, Castellote, Villel, Chalamera, Miravet y Ascó que niegan su rendición. El rey se propone el
auxilio de la Iglesia para hacerse con los bienes de la Orden y convoca una asamblea de obispos
para que sancionen sus exigencias. Los obispos de las doce sedes del reino se reúnen en Valencia y
después de conciliábulos y discusiones se impone la cordura, algunos de ellos incluso tienen
familiares en la Orden y han seguido las acusaciones francas con escepticismo e incredulidad. Se
niegan a aceptar los deseos del rey porque no hay pruebas de los pecados, por demás increíbles e
insensatos, de que se acusa al Temple. La pugna entre los obispos y el rey se encona pero aquellos
no dan su brazo a torcer. En esa tesitura y enterado el Papa, envía por su parte a un delgado suyo,
Bernardo de Fonollar que unido al inquisidor Juan de Lotger defienden la orden pontificia. Los
obispos siguen sin aceptarla y piden pruebas de los delitos contra la fe que se imputan al Temple. El
Papa insiste con una carta personal, “Paternae benignitatis affectus” elogiando la conducta del rey y
apremiándoles en la persecución templária aunque tampoco aparecen ni pruebas ni indicios que los
acusen. Los obispos terminan por ceder y aprueban la prisión de los freires.
El rey, aut Cesar aut nihil, exige la rendición y el desalojo de las fortalezas que aún no lo han hecho
y el mariscal templario Ramón de Saguardia, de Miravet, se declara dispuesto a presentarse ante el
rey y demostrar la inocencia de los cargos que se les imputan siempre que se le conceda un
salvoconducto. La respuesta real es el comienzo del asedio en Miravet y Ascó. Al rey no le interesan
asuntos de fe, solo las fortalezas y los bienes que guardan. Los templarios se niegan a rendirse si no
se les dan garantías, ítem mas, piden al rey que les permita enviar una comisión para defenderse ante
el pontífice. Si no se aceptan sus condiciones prefieren morir como mártires a vivir deshonrados. El
rey no acepta y los templarios no se rinden.
La Orden templária, herida de muerte, tendrá todavía una larga agonía hasta su desaparición total. La
rapacidad de la mayor parte de las casas reinantes acelera su caída. En Portugal el rey Dionis aunque
es amigo personal de Vasco Rodrigues, comendador de la fortaleza de Tomar y el mas alto dignatario
de la Orden después del maestre provincial Yáñez, se hace cargo de inmediato de los enclaves
templarios sin empacho aunque deja en libertad a los freires a los que permite de momento seguir
residiendo en sus lugares de origen. En Inglaterra el rey Eduardo que en un principio defendió al
Temple, tan pronto recibe la bula detiene aunque de forma suave a sus templarios, confinados en sus
encomiendas y fortalezas salvo el maestre Provincial, Guillermo de la More al que llevan a
Canterbury y al que no privan de sus privilegios. En Flandes y Bretaña no se le hace al papa el más
mínimo caso e incluso cuando éste manda dos emisarios francos para embargar los bienes de la
Orden, estos son vejados y expulsados sin más consecuencias. En Nápoles el primo del rey franco,
Carlos de Anjou también procede contra ellos aunque se escapan casi todos. En el reino de Mallorca
se les encarcela de forma atenuada y con todos sus privilegios. En el imperio Germánico no se
procede contra ellos. En los reinos centroeuropeos el Temple también pierde sus posesiones aunque
sus miembros son tratados con todo el respeto y privilegios que les corresponden. En Chipre, el
mariscal Aymé de Oselier negocia la entrega de los castillos con el rey Enrique de Lusignan y
quedan confinados en las fortalezas de Quiroliquia y Yermasayia y en el reino de Sicilia las medidas
contra el Temple son tan suaves que los freires siguen haciendo su vida normal aunque se les priva
de sus fortalezas y encomiendas.
Ninguna casa real tiene el más mínimo interés en encarcelarlos a la espera de unos hipotéticos
juicios que se celebraran ad calendas graecas y de los que saldrán indemnes porque las acusaciones
no se sostienen, pero todos sus bienes son confiscados y engrosan las arcas reales de las que no
saldrán nunca aunque la directriz pontificia habla de que sea la Iglesia la que se haga cargo.
El ejemplo franco no cunde entre las dinastías europeas salvo en la confiscación de los bienes
templarios. Las acusaciones de Felipe el bello siguen sin ser creíbles pero gracias a ellas y a la
sumisión del Papa Clemente, el patrimonio de los reinos occidentales se ha visto incrementado de
forma sustancial y aún a pesar de que nadie sospecha que una buena parte del grueso del tesoro
templario anda repartido y oculto en alguna parte de sus territorios, lejos de las manos pecadoras.
En Madrid se convocan Cortes para recaudar dineros para la cruzada y poco tiempo después, por fin,
se reúnen en Alcalá de Henares los reyes Fernando de Castilla y Jaime de Aragón que acuerdan
reanudar las hostilidades contra el moro repartiéndose los terrenos a conquistar. Jaime se encargará
de Almería y Fernando atacará las plazas fuertes de Gebral Tarik y Al Jezirat al Hadra, los dos
últimos dominios árabes mas al sur puesto que Tarifa ya es cristiana.
Jaime el aragonés no se atreve a iniciar la ofensiva hacia el sur dejando detrás las fortalezas
templarias independientes de su autoridad. Se sabe que uno de los freires de la fortaleza de Miravet
ha traiciona a Saguardia y escapa al campo real con dineros y documentos de la Orden pero en vez
de recibir los parabienes del rey Jaime, es encarcelado por indigno con grillos y cadenas. La
indefensión de los freires aragoneses ante la falta de escrúpulos reales se encona y
las fortalezas de Monzón, Chalamera, Cantavieja, Castellote y Villel niegan la rendición. La mayor
parte de los enclaves templarios es atacada y sitiada por tropas de las milicias ciudadanas extraídas
de las poblaciones cercanas a las que se obliga a construir maquinas de guerra y elementos de asalto.
Poco a poco a lo largo del año van llegando noticias de que las fortalezas van cayendo en manos de
las tropas reales, en su mayor parte gracias a capitulaciones en las que se respeta a los defensores
aunque se les priva de sus bienes. El Papa que sigue con interés la pugna, envía un delegado
pontificio que pretende que los bienes que se vayan conquistando pasen a la Iglesia, mandato que por
supuesto no se cumplimenta.
El desanimo y la desolación templária cunde en todo el occidente hasta que aparece un leve apunte
de justicia en la propia Francia. A mediados de año el Papa Clemente nombra a los Cardenales
Berenguer de Frédol y Esteban de Suisy para que inicien las instrucciones del proceso eclesiástico
por lo que piden a la cancillería franca que los prisioneros sean puestos a su disposición. Felipe el
bello se niega por dos veces y al final, ante la presión de la Iglesia que exige oír a los altos
dignatarios, suelta a los que aún viven entre los que se encuentra el Gran Maestre Jacobo de Molay.
Una vez que estos se encuentran ante la autoridad de los cardenales se retractan de sus confesiones
de culpabilidad admitiendo que fueron arrancadas mediante el engaño y la tortura. Los cardenales
escuchan a los templarios y llevan sus conclusiones al Papa que suspende la acción de los
inquisidores y pretende llevar él personalmente la prosecución del proceso. De súbito el mundo
cristiano se pregunta si el Papa Clemente será capaz de exculpar al Temple en contra de los intereses
y sevicia del rey franco.
Aunque de la más poderosa organización eclesiástica de occidente ya no quede nada, algunos de sus
miembros llegan a creer en la recta actitud papal y la posibilidad de que se les exonere de los cargos
y acusaciones sin fundamento desmontando el malvado tinglado judicial que se ha creado alrededor
de la Orden. La esperanza renace entre los desanimados freires que solo piden que resplandezca la
verdad y se les reintegre su honor y sus hábitos para volver a ser lo que siempre fueron.
La esperanza se mantiene viva hasta finales del verano del año 1.308. Las noticias que llegan del
reino franco son contradictorias pero lo que parece claro es que Felipe el bello no está dispuesto a
que el Papa Clemente descubra la superchería de su cancillería. Primero busca el apoyo de la
universidad de la Sorbona que no se pronuncia tajantemente a su favor porque defiende la
jurisdicción eclesiástica pero no la real así que reúne en Tours a los Estados Generales del reino que
sí se pliegan a sus deseos y de modo unánime piden la condena y destrucción del Temple. Una
semana después el consejero Plaisians visita al Papa en Poitiers con otra colección de acusaciones
avaladas por todas las autoridades del reino desde la más alta nobleza pasando por los obispos
francos en su totalidad hasta la gente del pueblo. El Papa a instancias de los cardenales Fredol y
Suisy se empeña en escuchar al gran Maestre y los altos dignatarios templarios antes de dictar
sentencia pero no sabe aún con quien se enfrenta, otra entrevista posterior con el mismo Plaisians
termina con una amenaza formal en la que se le declarará acusado de nepotismo y protector de
herejes si no devuelve la jurisdicción a los dominicos inquisidores manejados por la cancillería
franca de Nogaret. Clemente se asusta y pretende huir de la autoridad del rey franco pero la caravana
pontificia es detenida y humillada por los soldados del rey que lo devuelven a su palacio. Aún pasan
unos días mas hasta que el débil Papa no puede sufrir mas las amenazas que se ciernen sobre él y
emite otra bula, la Subit Assidue en la que pone de nuevo en las manos de los inquisidores del rey el
asunto del Temple. La esperanza en la actitud papal, por más que débil y exigua, fenece sin más. Se
nombra a una comisión pontificia que celebrará un congreso en la ciudad de Vienne en octubre del
año 1.310. Mientras tanto los templarios francos seguirán bajo la custodia real, en las mazmorras
mas escondidas del reino, viviendo y muriendo entre torturas, vejaciones y mentiras.
El rey franco tiene en su reino la situación controlada pero como en el resto de los países cristianos
las monarquías se han limitado a expropiar los bienes de la Orden dejando a los freires libres, no se
conforma, quiere verlos encerrados como están en sus dominios, cargados de cadenas y obligados a
confesar sus “horrendos crímenes”. El Papa, de nuevo presionado por Plaisians empieza a emitir
bulas en las que se conmina a los diferentes reinos para que encarcelen a los templarios. Nombra
comisiones y envía a los “perros de Dios”, a los dominicos para que se proceda a la tortura hasta que
confiesen. En Castilla, donde no existe el cargo de Inquisidor del Reino, se nombra la propia dirigida
por Rodrigo, el arzobispo de Santiago que será auxiliado por los obispos de Palencia y Lisboa, los
abades de varios monasterios benedictinos y el dominico franco Aymerico de Navis. También se
nombra otra para que administre y custodie los bienes de la Orden de la que el rey Fernando hace
caso omiso.
En el mes de noviembre del año 1.308 siete templarios designados por el maestre provincial Yáñez
entre los que se encuentran los tres venidos del Vieux Temple de Paris, Xavier, Martín y Gilles son
requeridos para prestar declaración en la diócesis de Toledo donde se encuentra el arzobispo de
Santiago.
Cuando llegan a Toledo se enfrentan a la comisión pontificia que les sorprende con un cuestionario al
que deben responder todos a la vez pero cada uno por separado. Después lo harán el resto de los
templarios castellanos. Básicamente se centra en las acusaciones francas:
Negación de Cristo en la ceremonia de admisión en la Orden.
Profanación de la cruz y obligación de escupir sobre ella.
Negación de la Eucaristía.
Besos obscenos en el ano.
Secretismo en las fiestas de ordenación.
Homosexualidad entre los hermanos.
Adoración de ídolos especialmente de una cabeza a la que llaman el bafomet.
Juramento que se hace para aumentar los bienes materiales de la Orden.
La prohibición de no confesarse con otros frailes que no sean de la Orden.
Relación entre la malsonancia de sus expresiones y la falta de fe en la divinidad.
El freire Martín, como los demás cumplimenta el cuestionario dejando constancia de que lo
considera lesivo e hiriente para su honor y el hábito que viste. Mientras la comisión se encarga de
evaluar las respuestas de los freires y leer las memorias que presentan varios de ellos con relación a
su vida en la Orden, él sigue camino con dirección a la Corte donde llevará el cuestionario a Yáñez
que a su vez se lo mostrará a la reina madre. A finales de noviembre llega a Valladolit y se entrevista
con el maestre provincial y después de cumplimentar su misión busca a Ana de Guevara en la corte.
La encuentra y ambos pasan la tarde en los aposentos de la azafata. La situación del freire ha variado
mucho desde la última vez que se vieron y la mayor parte de las dudas y vacilaciones que le
persiguieron durante los últimos tiempos se ha convertido en certezas que la expone sin ambages.
Tan pronto termine su misión en el sur y quede libre de los cargos que ahora pesan sobre todos ellos,
pedirá licencia para dejar la Orden templária y si todo sale como él desea después se asentara en la
tierra de sus mayores y ayudará a su hermano en el cuidado de la hacienda. Será una vida dura, de
campesino, sin sirvientes ni vestidos lujosos, sin nobles ni altos personajes alrededor, con pocas
risas, mucho sudor y algún llanto, ganándose el pan de cada día con el trabajo diario, rudo y cansado.
También tiene la pretensión, aún sabiéndose viejo y pobre, de pedirla en matrimonio si es que ella
consiente, y se la queda mirando expectante.
-Os dije que os acompañaría al fin del mundo y vos me ofrecéis un sitio mucho más cercano. No sé
que responderos….- Y se le queda mirando, luego, mientras unas lagrimas la ruedan por las mejillas
se sonríe y le abraza con fuerza y pasan el resto de la tarde haciendo planes y amándose sin prisas.
Con la noche cerrada se despide de nuevo de Ana que le recuerda, con un abrazo convulso, que le
seguirá esperando.
Cuando trata de abandonar palacio un ujier le informa de que la reina madre le espera en sus
aposentos. El freire se teme lo peor pero no tiene demasiado tiempo en elucubrar sobre la razón de la
petición incluso a horas tan intempestivas porque se le conduce hasta un despacho pequeño, lleno de
alfombras que atenúan el frío. La reina madre, que se cubre con una capa de fina piel, está sentada al
lado de un brasero y conversa con una cortesana que abandona la estancia en silencio tan pronto el
templario se hace visible. Sobre una diminuta mesa cercana se encuentra el cuestionario que sin duda
la ha traído el maestre provincial. Sus facciones se muestran cansadas y aún son visibles los estragos
de las fiebres que la consumieron no ha mucho.
-Me habéis llamado, mi reina- Se queda envarado al lado de la puerta que acaba de cerrar la
mujer que acompañaba a María de Molina.
-Así es, templário, acercaos por favor- No se levanta pero ofrece al freire la mano obligándole a
llegar hasta ella, inclinarse levemente y depositar un beso. –No os espío aunque sé que estabais en
palacio y tampoco os he llamado por ese motivo aunque ya que estamos próximos quiero que sepáis
que mi menina Ana de Guevara, por su dulzura y discreción esta muy cerca de mi corazón y la tengo
en gran aprecio. Debéis saber que por primera vez en su vida es una mujer feliz porque cree que se
siente amada, algo tan extraño en los días que vivimos que es casi un milagro y desde luego lo
atribuyo a vos. No me atañe discutir el tema de los votos templarios pero si quiero deciros que en la
misma medida que ahora me place su felicidad, ésta vieja reina os odiara hasta su muerte si en algún
momento hacéis a mi menina desgraciada por vuestro desamor. ¿Me habéis entendido, Martín de
Lope?
-Si, mi señora- La respondió sonriendo porque le había pasado por la cabeza que debía esperar
un reprimenda o algún tipo de critica que no tuvo tiempo de determinar. Tampoco creyó oportuno
explicarla sus intenciones porque después de lo oído tuvo la certeza de que la propia Ana se lo
explicaría a su reina el día siguiente.
-Ya sabe vuestro maestre que el asunto de la bula pontificia que nos traía de cabeza se ha
solucionado a mi entera satisfacción y la posibilidad de que fuera anulada se excluye porque está a
buen recaudo gracias a vuestros oficios y a un par de buenos amigos con los que cuento en Roma. Ya
le he dado las gracias y os las reitero a vos y a vuestros dos compañeros que os acompañaron la vez
que os conocí. No ha sido difícil porque se me dice que la Ciudad Santa es un caos mayor de lo
habitual, y ya es mucho decir, con los Colonna haciendo y deshaciendo a su antojo, con el
scriptorium y la biblioteca convertida en un lugar de paso y donde los legajos y documentos están al
alcance de cualquiera. También sé de la comisión que os juzga y que dirige Rodrigo, al arzobispo de
Santiago que os respeta y admira como pocos porque es mas hombre de armas que de Iglesia y no ha
mucho le sacasteis de un buen atolladero en sus veleidades guerreras. Mi preocupación es la falta de
nuevas de mi amigo Alonso Pérez de Guzmán y como se me ha dicho que en breve volveréis junto a
él y sus huestes, lo que deseo de vos es que le hagáis partícipe de mi preocupación, que sepa que
pienso en él todos los días y que le ruego que se cuide, que no tiene edad para esas aventuras. Ya sé
que es incorregible pero quizás se cuidará un poco si se le recuerda que su reina le necesita…. Id
con Dios y que él os proteja, y no olvidéis mi mensaje…. Una última cosa porque no deseo
pareceros excesivamente dura, si algún día Ana de Guevara consiente en irse con vos, la echaré de
menos porque como os he dicho me es muy querida…… pero os bendeciré a ambos- Y esto último lo
dijo con una leve sonrisa que ennobleció sus cansadas facciones.
El freire Martín al día siguiente se dirigió a la frontera sur para reunirse con los últimos de sus
hermanos que pelearían contra el Islam.
La primera mitad del año 1.309 transcurrió sin pena ni gloria. En el campo templário los freires
Gilles y Martín siguen practicando sus artes de combate y al cabo de un tiempo se hacen populares y
son imitados por sus compañeros. Se pasa el tiempo entre justas y practicas de combate con
estafermos y bofordos que mantiene la enfermería ocupada. Guzmán el Bueno debe licenciar a parte
de sus tropas y los templarios castellanos entregaron las encomiendas, castillos y fortalezas que
poseían bajo el amparo de la reina madre que envió administradores a cada una de ellas pero
respetando los privilegios de sus moradores. Los requeridos se sometieron a los cuestionarios
pontificios y el resto envió las memorias escritas en las que daban cuenta de su vida en el Temple.
En Aragón las fortalezas templarias que resistieron en un principio la autoridad real poco a poco
fueron rindiéndose sin conseguir en ningún caso las garantías que solicitaron. Una buena parte de
ellos estaban en prisión aunque no se les encadenó y fueron alimentados razonablemente. En
Portugal también siguen en libertad. En Inglaterra son encarcelados a pan y agua aunque no se les
encuentra culpables de nada. La situación cambia en los reinos que por diferentes motivos se
encuentran bajo la influencia del rey franco como en la Provenza, en Navarra, en Nápoles o en los
estados papales. En el reino franco se nombran comisiones diocesanas formadas por un obispo, el
inquisidor y los dominicos que han tergiversado a su antojo la doctrina de su fundador, Domingo de
Guzmán para adecuarla a sus propios intereses, y se empieza a juzgar a los templarios que aún están
vivos. La tortura se sigue empleando y solo en la nunciatura de Paris durante los interrogatorios
mueren cuarenta y siete más que añadir a los cientos que ya no podrían confesar nada. Los pocos que
no claudican en los términos que se les exige son considerados relapsos, los que se niegan a confesar
sus culpas por lo que se les priva de los santos sacramentos y deberán morir en la hoguera. También
se emplaza desde el obispado de Paris a todos aquellos templarios que deseen defender la Orden y
se da una fecha: el 12 de noviembre del año 1.309. Como ocurre que todos están en prisión no se
presenta nadie. La fecha se pospone después de que se autorice la presencia de los encarcelados que
lo deseen. En ésta ocasión ya aparecen algunos que solo piden confesar ante el Papa Clemente pues
temen y con razón a los dominicos y a los inquisidores. Son los más bravos y los que aún creen en la
justicia eclesiástica. La noticia se corre entre las prisiones y al final, en pocos días son alrededor de
setecientos los que pretenden declarar las sevicias a las que han sido sometidos hasta que se
confiesan culpables. De nuevo nacen las esperanzas pero una vez mas duran poco, el obispo Marigni,
hermano del chambelán real Enguerrand de Marigni, se hace cargo de la investigación y sin más
declara relapsos a 59 de ellos porque ahora se retractan de sus confesiones anteriores obtenidas por
medio de la tortura, y los condena a la hoguera.
En Castilla, por fin, y después de saber que el rey de Marruecos, Abú Yussuf, el promotor de la
fatwa que llevó a los benimerines a saltar el estrecho, ha muerto asesinado y sustituido por un joven
Amer Ben Yussuf que deberá ser menos proclive a ayudar a sus vecinos del norte, las tropas
castellanas ponen rumbo al sur. Mesnadas comandadas por el rey Fernando, por el infante D. Pedro
con su capitán Garci Lasso de la Vega, por Juan de Lara y el señor de Vizcaya, Diego de Haro, que
parten juntos olvidando sus desavenencias ancestrales, por el infante D. Juan con su sobrino D. Juan
Manuel, por Fernán Ruiz de Saldaña, por Dionis de Portugal que envía a su alférez mayor D. Martín
Gil de Sousa con setecientos caballeros, por el maestre de Alcántara, García López, y sus caballeros
y por otros muchos como Rodrigo, el arzobispo de Santiago que abandona la Galaecia acompañado
de los caballeros de la Orden de Santiago con su maestre Juan Osorez para unirse también a la
cruzada, hasta el rey Jaime el aragonés envía diez galeras y cinco leños todos armados que con otros
tantos castellanos deberán conseguir el dominio del mar que rodea las plazas que se sitiaran. Siete
mil jinetes y otros tantos peones se ponen en movimiento hacia la frontera sur.
Cádiz atrae a las fuerzas cristianas pero se resguarda tras unas fuertes murallas y solo se la puede
atacar por un estrecho istmo donde las maquinas de guerra son inútiles, aún así la sitian sin contar
con Guzmán el Bueno y son rechazados después de sufrir un descalabro considerable que los
escarmienta. Las fuerzas se mueven hacia el sur y se asientan entre Gebral Tarik y Al Jezirat sin
demasiadas prisas por iniciar una acción ofensiva porque la nobleza se distrae con la abundante caza
de las serranías cercanas y se escapa a practicar el arte noble Todos han llegado con sus maestros
cetreros que cuidan a gerifaltes, neblis, azores y bornies así como jaurías de perros y no van a
dejarlos languideciendo mientras se discute el mejor modo de hincar el diente a huesos que son duros
de roer sobre todo si las disensiones y el afán de protagonismo no les permiten establecer una
estrategia común que les lleve al éxito. El Bueno ha recuperado sus tropas pagando las soldadas con
lo que le han prestado en la judería sevillana a cambio de una parte de sus bienes. Pasan los días y
salvo algunas escaramuzas sin importancia la situación se anquilosa. Las murallas de Gebral Tarik se
alzan tentadoras pero se sabe que un considerable contingente benimerín acampado al otro lado no
les permitiría acercarse a ellas sin antes librar batalla. También han sido avisados de que el emir
Nasr envía desde Ronda un cuerpo de tropas marroquíes para socorrer a los sitiados. Se corre la
nueva de que el rey Jaime el aragonés ha derrotado a un numeroso ejército árabe delante de Almería
aunque aún no ha conseguido rendir la plaza, aún así nadie da el primer paso mientras los dineros se
consumen pagando las soldadas. La lluvia se hace presente y empantana las maquinas de guerra de
que se dispone para asaltar la muralla. Una vez más tiene que ser Alonso Pérez de Guzmán el que
tome la iniciativa y emplace al rey para un ataque a Gebral Tarik sin más dilaciones ni dudas. Es
necesario forzar la rendición de la plaza con empuje y sin miedos. Él será la cabeza de lanza y no se
detendrá hasta llegar a los muros de la ciudadela que se asienta al pié del peñón. El día siguiente
amanece frío y lluvioso. Las mesnadas cristianas se preparan para la batalla. El campamento se
arrodilla para escuchar el santo sacrificio y después marcha hacia el combate. Sigue lloviendo, los
caballos y las tropas chapotean en el barro. ¡Perro tiempo para morir combatiendo! Murmura más de
uno. A la cabeza y entre la bruma que cubre el campo se ve el pendón de los Guzmán, el que fue
adelantado mayor de Castilla en tiempos del rey Sancho. El otro Guzmán al que llaman el Bueno
monta en su enorme corcel sin mirar atrás mientras le rodean sus capitanes cubiertos con pieles de
lobo y los templarios que le acompañaran en la cabalgada hasta donde Dios les permita llegar. Los
relámpagos iluminan el cielo y los truenos rebotan por el valle, la lluvia arrecia. -No nos
amilanemos, caballeros- Dice el de Guzmán. -Santiago nos iluminará el camino- Después se oye un
grito que resuena en mil gargantas: “Santiago cierra España” Las tropas se enardecen y se inicia el
trote. Martín lleva cercano a su espalda a Ferran y sabe que Gilles no anda lejos. Hay un momento
en que se tropieza con gatas que dificultan el avance y detrás de estas surge de entre la lluvia la
caballería sarracena que ha salido de la plaza con las lanzas bajas. El choque se produce en toda la
primera línea. Se vuelve a escuchar el grito de: “Santiago, Santiago”. La lucha se traba entre el
fragor de los truenos y el primer envite es incierto. Ha habido un momento de vacilación hasta que
las tropas que viene detrás empujan gritando. El grupo de cabeza ha quedado diezmado durante el
choque pero sigue el avance tropezando con los caballos heridos o sin jinete mientras buscan cuerpos
con los que lidiar. Los combatientes enloquecen en el fragor de la batalla y nada les hará retroceder
que no sea el ser desmontado o muerto…. ¡Adelante!... ¡Adelante!. Aun se pueden ver las capas
templarias y las pieles de lobo que se mueven frenéticas a lomos de corceles que empujan y cocean
mientras sus dueños golpean con saña y gritan animándose unos a otros. Durante un par de horas se
pelea a muerte. El ejército cristiano sigue avanzando y dejando cuerpos rotos propios y ajenos sobre
el campo de batalla. Un grupo de jinetes se lanza sobre piqueros árabes de a pié que tratan de
escapar del campo, otros mas lejanas rehuyen el combate para refugiarse en la ciudadela que se niega
a abrir las puertas. El enemigo pretende huir hasta la cercana Al Jezirat y en su huida una buena
parte es masacrada y alanceada sin piedad. Desbandada. El campo embarrado y lleno de cuerpos
caídos, caballos desventrados que patean, sombras difusas que se mueven erráticas entre la lluvia y
el barro, algún jinete que se ha quedado detrás vacilante e inclinado sobre su montura, quizás herido
o muerto. Se ha vencido y llega la noche entre los lamentos de los heridos y el silencio de los
muertos. El viejo enredador Diego Lope de Haro agoniza en medio del barro y la lluvia mientras le
vela su viejo enemigo Juan de Lara. Vechaco es retirado con la sobrevesta empapada en sangre y una
fea herida en el cuello por encima del peto. El corajudo Guzmán se mantiene precariamente sobre el
caballo mientras alguno de los suyos trata de desmontarlo aunque él se niega gritando que está bien.
Gilles aparece con un grupo de templarios. Tiene el camisote desgarrado desde la cintura y un brazo
herido por un puntazo. Ha cambiado de nuevo de montura, aún lleva su hacha de guerra y se ríe
dejando escapar la tensión de la batalla al ver a Martín que cojea sensiblemente y palpa su caballo
para ver si está herido y a Ferran que sigue entero y observa con pesar su casco roto.
-Salud, hermanos y que Dios nos siga protegiendo. Es la primera vez que yo venzo al árabe y me
siento bien. ¡Que Dios me perdone!
Se han perdido la mitad de las tropas templarias y es el propio Guzmán el que los busca y saluda
con orgullo. Ha habido muchas bajas, demasiadas y además se constata que las huestes del infante D.
Juan, comandadas por otro infante de la misma calaña que su tío, D. Juan Manuel que mas tarde se
dedicaría a escribir como se deberían comportar los caballeros aunque él no sepa hacerlo, entraron
en batalla al final por lo que no trabaron combate, solo empujaron a los que tenían delante. El rey con
sus hermano Pedro recorre el campo y abraza a los supervivientes, especialmente al Bueno que se
inclina ante su rey pero no le sonríe, quizás porque está cansado, quizás porque lo compara con el
rey Sancho, su padre.
Ya nada impide que las bastidas, gatas y almojaneques se arrimen lentamente entre el barro a los
muros de la ciudadela pero solo se inicia el camino porque a la mañana siguiente, el 12 de
Septiembre, una comisión de notables de la ciudad rinde la plaza al rey Fernando. Gebral Tarik sabe
que no puede mantener la defensa y capitulan a condición de que no se saquee la plaza. Una vez mas
el empuje del anciano Alonso Pérez de Guzmán que ha salido ileso de la contienda ha sido el artífice
de la victoria cristiana. Parte de las tropas penetra en la ciudadela para hacerse cargo del gobierno
mientras que se plantea la posibilidad de poner sitio a Al Jezirat, de murallas mas firmes y mejor
defendida pero la euforia reina entre los jefes militares y los augurios son buenos. El joven rey se
siente capaz de amular a su padre y mueve el campamento enfrente de las murallas de la plaza. Al
Jezirat ha quedado cercada con la caída de Gebral Tarik porque por el otro lado la plaza de Tarifa
también es cristiana.
A poco llega Rodrigo, el arzobispo de Santiago con sus caballeros y D. Felipe, otro hermano del rey
y mientras se evalúan las bajas y aún se esta dando sepultura a una buena parte de los caídos ocurre
lo inaudito, la defección del infante D. Juan, su sobrino D. Juan Manuel y Fernán Ruiz de Saldaña
con las tropas que les acompañaban, unas quinientas lanzas y dos mil de a pié, aparentemente porque
no se les había permitido entrar a saco en la ciudadela. Cuando el rey se entera de la huida del
infante ruge y grita que lo matará donde quiera que lo encuentre pero el hecho es que el campamento
cristiano ha visto mermadas sus fuerzas de modo considerable. Aún así se compromete a mantener el
asedio aunque las fuerzas con las que cuenta no son lo suficientemente numerosas como para llevar
con éxito la empresa. “Antes quería allí morir que non levantarse dende deshonrado” dice a unos
moros de Al Jezirat que al día siguiente le ofrecen la paz. Realmente la huida del infante felón y su
adlátere el de Saldaña ha sido vergonzosa e increíble y por supuesto a despertado las iras del resto
de los jefes militares que aunque ya conocían al personaje no se llegaban a creer lo ocurrido.
A la merma del campamento cristiano se une la amenaza de verse sorprendidos por el cuerpo de
marroquíes que debieran bajar por el valle del río Guadiaro. Han desplazado vigías hasta un lugar
que llaman la Angostura, donde el valle se cierra y es fácil observar el terreno. Efectivamente a poco
son descubiertos. Se hace perentorio enfrentarlos antes de que se unan a los sitiados de Al Jezirat.
Pocos días después se acabó la fortuna que acompañó siempre en la batalla a Alonso Pérez de
Guzmán y al resto de los templarios que bajaron ya hacia tiempo a la frontera sur. Ocurrió en la
margen derecha del río Guadiaro cabe una pequeña aldea que llaman Gaucin. El tiempo era
desapacible y frío cuando el de Guzmán que se ha adelantado al grueso de las tropas cristianas se
enfrenta a la vanguardia sarracena que detiene su avance a la vista de su enemigo.
Gilles que temporalmente manda la milicia templária en ausencia del malherido comendador
Vechaco se acerca al viejo Guzmán. -Señor, debemos retroceder ahora y esperar al resto de las
fuerzas, nuestras tropas están muy fatigadas y deberemos luchar cada uno de nosotros contra cuatro o
cinco.
-Así me parece, templario. La idea es detenerlos hasta que llegue el resto de las tropas porque éste
es un buen sitio para dar la batalla. La amplitud del valle permitirá atacarlos por las alas.
-No se dejaran engañar, mi señor.
-Yo también lo dudo pero Dios nos auxiliará.
-Gilles mueve su caballo y se acerca al lugar donde se encuentra su amigo Martín que observa
preocupado, como todos, al grueso de las fuerzas que se les enfrentan.
¿Entraremos en liza?
-Me temo que sí, Martín, y Dios no hace milagros todos los días. Si inician el ataque entraremos en
combate e iremos a una muerte segura.
-Todas las muertes son seguras, hermano- Ambos se miran y luego miran a los que les rodean, rostros
fatigados y gestos fatalistas. Algunos expresan temor. Son algo mas de doscientos y saben que a poco
que retrocedan estarán apoyados por el grueso del ejercito cristiano que dirige el infante D. Pedro,
hermano del rey. La pugna delante de las murallas de Gebral Tarik los diezmó y debieran haber
descansado. De todos modos se llegará hasta donde haga falta y al final Dios proveerá. ¡Fiat voluntas
Dei!
Durante dos o tres horas los contendientes se observan. La tropa cristiana se mantiene sobre el
terreno, tensa y esperando la ayuda de los que viene detrás que no terminan de aparecer. Se busca en
las alforjas algo de cecina, de queso o de pan y algún pellejo de vino circula aunque sin perder de
vista al enemigo. Llevan más de un día sin probar bocado, desde que abandonaron el campamento y
aunque los comandantes les dicen que no coman, los estómagos protestan y los que tienen algo se lo
llevan a la boca.
Al inicio de la tarde la fuerza enemiga se moviliza, las tropas se mueven y el ataque se produce. Solo
da tiempo a ajustarse los yelmos, subir a las cabalgaduras embrazar la lanza y esperar el momento.
Una breve plegaria y olvidarse de todo que no sea matar antes de ser muerto.
Durante un instante el viejo Guzmán duda, pero solo es un instante. No correrán delante de los moros
así que pide que alcen el pendón y la exigua fuerza cristiana se lanza también a la lid.
Cuando el resto de la fuerza cristiana se unió al combate las líneas se habían roto y aun quedaban
grupos que se defendían como podían pero el grueso de la fuerza había perecido. El ejército árabe
al ver que llegaban más combatientes retrocedió para reajustar sus fuerzas dejando en medio del
campo a los que aún sobrevivían de aquellos que se les enfrentaron. El terreno era una barahúnda de
animales y cuerpos caídos y el ejército cristiano siguió su avance pasando entre ellos y buscando el
contacto con los que retrocedían. La pelea se generalizó de nuevo pero fue breve porque el
comandante árabe debió considerar que la pugna se presentaba incierta y prefirió retroceder sin
perder la cara a los cristianos que les seguían.
Alonso Pérez de Guzmán yace rodeado de sus fieles capitanes que trataron de protegerlo hasta que la
muerte les buscó a ellos también. El pendón fue defendido a muerte y no cayó en manos árabes
gracias a la llegada del grueso del ejército cristiano. Los templarios que quedaban con vida se
habían arracimado y peleaban a pié, las caballerías muertas alrededor. El armigueri Ferran se
encontraba entre ellos y protegía los cuerpos caídos de los freires Martín y Gilles que sangraban
profusamente. Cuando las tropas cristianas les sobrepasaron se pudo ver que las heridas de Gilles no
tenían cura especialmente una lanzada que le había penetrado por debajo del hombro. El asta se
había roto pero nadie se atrevió a sacarle el hierro hasta que uno de los físicos que llegó con el
grueso de las fuerzas lo trató sin éxito y luego hablo de mover el cuerpo hasta el campamento
cristiano pero era obvio que no llegaría con vida. El freire Martín sangraba por el cuello y recupero
los sentidos cuando se le extrajo un virote que atravesó el camisote y se le había hundido en la
cadera, con un somero vendaje y con la ayuda de Ferran se arrimó al cuerpo caído del amigo. La
batalla se daba un poco mas arriba y llegaban hasta ellos los ruidos del combate. Las rotas facciones
del templario estaban lívidas y uno de sus brazos se doblaba de forma extraña pero conservaba la
lucidez.
-Hermano Martín. Nuestros ángeles custodios se ha cansado de protegernos y henos aquí, sin mas
que ofrecer.
Martín se arrimó como pudo a Gilles y le apretó la mano que le quedaba sana. – Si, Gilles, los
hemos fatigado demasiado- Un capellán se arrimó al verlos y les dio la extremaunción a ambos.
-Te ruego que me ayudes a morir aunque no sé si el buen Dios nos escuchará, hemos profanado
demasiadas veces el quinto mandamiento.
-Hemos sido fieles a las reglas de San Bernardo, Gilles.
-Si, pero siempre hemos dudado si realmente era lícito matar……aunque sea a tu enemigo…. Reza
conmigo, hermano, reza conmigo y que Dios nos ampare…..
Pater noster qui es en coelis
Santificetur nomen tuum
Adveniat regnum tuum
Fiat voluntas tua……
Las sombras de la noche agrisaron los contornos mientras el freire Martín, ensangrentado, herido y
en un difuso duermevela, rezaba al lado de su yaciente amigo y pudo observar como mientras se
recogían los cadáveres propios, un grupo de mujerucas vestidas de negro, salidas probablemente de
la villa cercana, expoliaban a los caídos árabes sin traza alguna de piedad ni siquiera con los
heridos. Se movían entre los cuerpos exánimes afanando todo lo que pudiera tener algún valor y en
algún momento creyó ver que una de aquellas oscuras figuras le miraba con fijeza y no era una
mujeruca de aquellos lares, no, lo supo con certeza casi al momento, una vez mas la odiosa
representación de la muerte se le encaraba por alguna razón que no se le alcanzaba. ¡Que Dios me
condene al fuego eterno si vuelves a encontrarme en un campo de batalla, seas quien seas, vieja
malvada!
El templario Gilles D’oc murió exangüe poco antes de la amanecida en brazos del freire que había
sido su compañero los últimos años. Murieron otros muchos, como ocurría en cualquier combate. El
freire Martín acompañó el cuerpo de su amigo hasta el campamento donde se le daría sepultura junto
con los demás caídos. A él le cauterizaron las heridas y se recuperó mal que bien con la ayuda de
Ferran que salió ileso una vez más de la contienda.
A los pocos días el rey de Granada Mohamed, presionado por un lado por el rey Jaime el aragonés y
por el otro por el rey castellano, firma un acuerdo con éste de modo que se levante el sitio de Al
Jezirat a cambio de convertirse en vasallo de Castilla, ceder algunas plazas fuertes como Bedmar y
Quesada y entregar en concepto de parias quince mil doblas de oro anuales aunque el acuerdo no le
valió de mucho porque el pueblo no estuvo de acuerdo y le destronó para poner en su lugar a uno de
sus hermanos, Muley Nazar, que rompió el tratado por indigno aunque ya el rey Fernando había
levantado el sitio y se encontraba en Sevilla.
Durante ese año el rey Fernando se obsesionó con la traición de su tío el infante D. Juan y trató de
matarlo pero el infante, avisado, no le dio lugar. A poco la reina Constanza parió un niño que
llamaron Alfonso y escasamente dos años después, el ocho de septiembre de año 1.312, el rey moría
repentinamente a los ventiseis años y de nuevo la reina madre hubo de convertirse en regente del
nuevo rey de poco más de un año de edad y que pasaría a la historia como Alfonso XI.
La aniquilación del Temple continúa. En Francia, en mayo de 1.310 mueren en la hoguera los 59
templarios que condena el obispo Marigni. Antes de quemarlos un ministro del rey les promete el
perdón si se retractan pero ninguno lo hace y mueren abrasados mientras rezan. Se siguen levantando
piras y quemando freires pero solo en el reino franco. En el resto de Europa, con o sin tortura serán
declarados inocentes como en los reinos vecinos de Aragón y Portugal.
En Castilla es el arzobispo de Toledo D. Gonzalo Díaz el que sustituye al otro Gonzalo de Santiago y
que junto con los obispos de Palencia y Lisboa cita a Rodrigo Yánez y a noventa y dos templarios de
los que llegan unos ochenta porque diez han abandonado la Orden. Se les cita en La Medina y en todo
momento son tratados con respeto y de acuerdo con su rango y el día 21 del mes de octubre del año
1.310 se les declara:
“Vistos y examinados los procesos con grandísima diligencia e solicitud no hallaban ser culpados los
dichos freyles ni su Orden acá en estos reynos de Castilla e León sino muy buenos religiosos e de
muy buena fama, e Así lo declaraban e manifestaban a todos en Dios e sus conciencias e lo daban por
cosa pública”
El concilio ecuménico de Vianne en el que se invitó a todos los reyes europeos aunque solo asistiera
el rey franco, debería juzgar a los templarios y se inició el 16 de octubre del año 1.311. Asistieron
veinte cardenales y unos doscientos dignatarios de la Iglesia. La comisión que nombra el Papa para
estudiar el tema la componen personajes francos afines al rey Felipe el bello pero algo ocurre que
rompe la dinámica creada por la cancillería franca. Diez templarios que no fueron apresados se
declaran dispuestos a defender la Orden y avisan de que hay alrededor de otros 2.000 que también
quieren hacerlo aunque nunca se supo donde se encontraban ni dieron señales de vida a posteriori
sobre todo considerando que los diez que se presentan son de inmediato apresados y ya no se vuelve
a saber de ellos. De nuevo se presentan a los padres conciliares las acusaciones que se les hacen,
una vez mas sin presentar ninguna prueba. El Papa duda, los padres conciliares no terminan de
creerse la culpabilidad del Temple. Pasan los meses en deliberaciones aunque en ningún caso se
permite a nadie de la Orden defenderse.
. El 21 de marzo del año 1.312 el rey franco se presenta en Vienne con gran pompa acompañado de
sus hermanos, de sus hijos y de un fuerte ejercito creando la inquietud entre el consistorio del
congreso. Al día siguiente el Papa parece que ya no soporta mas la presión que sufre y emite la bula
“Vox in excelso” en la que aprueba la supresión del Temple aun sin conseguir que el concilio los
condene.
“Con gran amargura y dolor de corazón, dadas las pruebas irrebatibles que se nos presentan,
suprimimos la dicha orden del Temple y el hábito de la misma. Prohibimos su nombre y el que se
recluten nuevos adeptos, vestir sus hábitos o tenerse por templario”
En marzo del año 1.314 el Gran Maestre Jacobo de Molay, Hugo de Pairaud, visitador general, el
maestre provincial de Normandia, Godofredo de Charney y el maestre provincial de Aquitania
Godofredo de Gonneville, son llamados a una asamblea especial dirigida por tres cardenales y
multitud de prelados, teólogos y doctores en Derecho Canónigo en la catedral de Notre Dame y ante
numeroso público. Se pretende informar a los dirigentes de la Orden y al gentío que les escucha
sobre la supresión de la Orden Templária y el castigo de prisión severa y perpetua para Molay y sus
compañeros pero es allí donde el Gran Maestre que ya tiene setenta años y ha pasado los últimos
siete en prisión, recupera el coraje y proclama a voz en grito que las acusaciones y los crímenes que
se les imputan son falsos pero que él sí merecía la muerte por haber falseado la verdad ante el temor
a los tormentos con que se le amenazó. “La Orden del Temple es santa, justa y católica y morirá
siendo santa justa y católica” grita encolerizado.
El rey franco es informado al momento y sin consultar a nadie, ni siquiera al Papa, esa misma tarde
en la pequeña isla de des Javiaux situada al lado del parque del palacio real, hace quemar vivos a
Molay y de Charney que fueron los que defendieron su inocencia con mas coraje. Van a la pira
dignamente, rezando y se dice que cuando las llamas empezaron a lamer sus cuerpos se le oyó gritar
al Gran Maestre que emplazaba al papa y al Rey franco al juicio de Dios en el plazo de un año.
Clemente V murió el 20 de abril y el rey franco el 29 de noviembre del mismo año.
Las consecuencias del congreso ecuménico de Vianne en el resto de occidente fueron diversas, desde
luego no se procedió contra los freires ni se les secularizó, antes bien, aunque se les desposeyó de
los bienes que tenían, se les concedieron dineros y subvenciones para poder vivir holgadamente. En
el reino de Aragón se creó una nueva Orden Militar que llamaron de Montesa, dependiente de la de
Alcántara, que siguió ayudando a los reyes aragoneses en su lucha contra el moro. En Portugal la
mayor parte de los freires templarios entró en otra Orden creada al efecto que se llamo Orden de
Cristo, con el mismo hábito templario en la que también entró el que fue Bailio de Tomar y
lugarteniente del maestre provincial Yáñez, Vasco Rodrigues.
En el reino castellano leones, hasta la muerte de su rey Fernando, los templarios del reino siguieron
habitando en las que habían sido sus fortalezas y encomiendas mientras estas siguieron bajo la
potestad real. María de Molina siempre los protegió y cuando las posesiones de estos se fueron
repartiendo en los años siguientes, les asignó los bienes necesarios que les permitieran una vida sin
privaciones hasta su muerte. También se sabe que dos años antes de que su nieto Alfonso alcanzara
la mayoría de edad, la reina regente pudo saldar la considerable deuda que mantenía con los
descendientes de Alonso Pérez de Guzmán gracias a una donación que recibió privadamente, y que
aunque nunca se supo de donde provenía, hubo gentes que sí lo supieron, especialmente el que otrora
fuera el ultimo maestre provincial del Temple en el reino castellano leones, Rodrigo Yáñez.
Un año después de los sucesos del sitio de Al Jezirat, en pleno invierno castellano, un reducido
grupo de jinetes templarios que se dirige al norte se despide de dos hermanos que dejaran de serlo
muy pronto aunque ese hecho no impedirá que sigan en sus corazones como compañeros de armas
que han sido. El frío es intenso y la nieve empieza a cubrir el inhóspito paisaje crepuscular.
Martín de Lope y Ferran, ambos cubiertos con capas de pieles saludan en silencio a los que se alejan
y después azuzan a sus monturas y a las acémilas que les siguen y continúan camino.
-Si nos damos prisa, Ferran, esta noche estaremos en Valladolit.
ACEPCIONES
LATINAS
Omnia mors perimit el nolli miseretur La muerte apaga todo y no respeta a nadie
Pacem sectamini cum omnibus et castimonian Esfuérzate por traer la paz a todos y sé Casto sin
Sine qua nemo Deum videbit lo cual nadie puede ver a Dios
Vita brevis breviter in brevi finietur La vida es breve y lo será cada vez mas
ORACIÓN
PATER NOSTER
Pater noster qui es en coelis Padre nuestro que estas en los cielos
Santificetur nomen tuum Santificado sea tu nombre
Adveniat regnun tuum Venga a nosotros tu reino
Fiat voluntas tua Hágase tu voluntad
Sicut in coelo et in terra en el cielo como en la tierra
… …
ARABES
Alah yaatiku al’umr at-tawil Alá te conceda la alegría de una larga vida
Ana ‘arif kif nar a’dhun tiqui Sé cuanto duele la herida de la injusticia
Sheitan Diablo
Alfonso X el sabio
Hijo de Fernando III el Santo, Rey de Castilla y León. Su labor cultural ha sido mucho más
importante que la política. Creador de la prosa castellana e introductor de la cultura oriental en la
occidental. Reunió a sabios de todas las culturas y fundó escuelas de traductores e investigación
como la de Toledo. Gracias a su iniciativa se tradujeron al castellano obras tales como la Biblia, El
Coran, El Talmud y la Cábala. Escribió obras poéticas, jurídicas, históricas y científicas, incluso un
libro sobre el ajedrez. Durante la última época de su vida cometió algunos errores políticos que
pudieron haber supuesto la partición de su reino y luchó contra su segundo hijo Sancho IV el Bravo
que a su muerte se coronó rey.
Alfonso XI el justiciero
Rey de Castilla y León. Hijo de Fernando IV, heredó el trono durante su minoría de edad por lo que
asumió la regencia su abuela María de Molina. En su lucha contra los benimerines obtuvo dos
importantes victorias como la batalla del Salado y la toma de Algeciras. De su unión con María de
Portugal tuvo a su sucesor Pedro I y fruto de sus relaciones con Leonor de Guzmán nació Enrique II
de Trastámara que sucedió a su hermano Pedro después de una violenta guerra civil en la que le
asesinó.
Bartolomé de Bellvis
Ultimo maestre provincial templario del reino de Aragón
Beauseant
Pendón templario
Bonifacio VIII
Ocupo el solio pontificio de 1294 a 1303. Fue famoso por sus disputas con el rey franco Felipe IV.
Publicó una bula en la que se establecía la supremacía del poder pontificio sobre el regio y en la que
advirtió al monarca francés de excomunión. Concedió a Maria de Molina la santificación de su
matrimonio con Sancho IV a un precio exorbitante.
Clemente V
Papa francés de nombre Bertrand de Got. Rigió los destinos de la Iglesia entre los años1305 y 1314.
Estableció la corte papal en Avignon. Débil y enfermizo, estableció medidas fiscales muy
impopulares y presionado por el rey franco Felipe IV fue el causante de la supresión de la Orden del
Temple
Constanza
Reina de Castilla por su matrimonio con Fernando IV, era hija del rey Dionis de Portugal y de Santa
Isabel. Fue la madre de Alfonso XI y murio poco después que su marido.
Dionis de Portugal
Rey de Portugal, impulsor de la cultura portuguesa. Contrajo matrimonio con Isabel de Aragón,
llamada la reina santa. En un principio fue un incordio para Castilla porque aprovechando los
problemas de la regencia de María de Molina creó problemas fronterizos. Su hija Constanza casó
con Fernando IV y le dio un hijo que se convertiría mas tarde en Alfonso XI.
Felipe IV de Francia
Llamado el bello por su apostura, pertenecía a la dinastía de los capetos. Su gobierno centralista y
favorable a sus intereses le enemistó con el Papa Bonifacio VIII que lo excomulgó lo que trajo como
consecuencia que el rey le apresara y vejara hasta el extremo de que Bonifacio murió al poco tiempo.
Intervino en el nombramiento de los dos Papas siguientes, Bonifacio IX que trató de continuar la
política de su antecesor pero que murió de inmediato y misteriosamente y Clemente V al que manejó
inmisericorde obligándole a procesar y disolver la Orden del Temple en base a acusaciones sin
fundamento pero que permitió al rey franco no tener que devolver la ingente deuda que tenía con
ellos y apropiarse de su tesoro y propiedades en el reino franco que también eran considerables.
Maligno y cruel. No tuvo empacho en enviar a la hoguera o asesinar por tortura multitud de inocentes
con tal de satisfacer sus intereses.
Murió a los cuarenta y seis años de forma extraña. Con la muerte de sus hijos sin descendencia se
extinguió la dinastía de los capetos.
Fernando IV
Rey de Castilla y León durante los años 1301 a 1312. Hijo de Sancho IV y María de Molina. De
carácter tornadizo e influenciable, tuno un reinado efímero y convulso en el que los problemas con la
nobleza fueron constantes.
Los hijos de Fernando de la Cerda, primogénito de Alfonso X el sabio, le disputaron el trono
ayudados por los reyes Jaime II de Aragón y Dionis de Portugal.
Su tío el infante D. Juan, personaje nefasto, le creó multitud de problemas a lo largo de su
reinado.
Un año antes de morir tuvo un hijo, Alfonso, que hubo de ser tutelado por la misma que tuteló a su
padre, María de Molina una vez mas.
Ferran Moniz
Último comendador templario de la encomienda de Ponferrada
Eduardo II
Rey de Inglaterra. Hijo de Eduardo I e Isabel de Castilla. Rey debil y afeminado. En un principio
protegió a los templarios ingleses pero al final tambien se aprovecho de las bulas papales para
hacerse con los bienes de aquellos
Gerard de Villiers
Templario. Maestre y preceptor del reino franco
Guillermo de Nogaret
Guardasellos y canciller del rey franco Felipe IV, su alter ego por lo que nos dice la historia y
posible urdidor de la conjura contra el Temple
Guillermo de Plaisians
Ministro del rey Franco Felipe IV. Junto con Nogaret posible urdidor de la conjura contra la Orden
Templária
Gilles Acelin
Arzobispo de Narbona en el año 1307. Guardasellos real hasta el momento en que se negó a secundar
la conjura templária. Sustituido en el cargo real por Nogaret
Guzmán el Bueno
Alonso Pérez de Guzmán, noble castellano, hijo natural de Pedro Núñez de Guzmán, adelantado de
Castilla durante el reinado de Sancho IV. Participó en la conquista de Tarifa con el rey Sancho que le
dejó a cargo de su defensa. Sitiado por el rey de Granada y sus aliados los benimerines, prefirió
sacrificar la vida de su hijo antes que entregar la fortaleza. En premio a su heroica hazaña el rey le
concedió el titulo de Bueno y le confió el mando de la frontera sur. Gracias a su enérgica
intervención se conquistó Gibraltar durante el reinado de Fernando IV. Murió en la sierra de Gaucin
en el año 1309.
Hugo de Pairaud
Ultimo preceptor y visitador de la Orden Templária
Infante D. Juan
Tercer hijo de Alfonso X el sabio y hermano por tanto de Sancho IV el Bravo. Fue un autentico
incordio durante los reinados de su hermano Sancho y especialmente de su sobrino Fernando. Su
acción mas deleznable, y fueron muchas, como el asesinato del hijo de Guzmán el Bueno durante el
sitio de Tarifa, fue la vergonzosa huida con sus mesnadas durante el sitio de Algeciras. El joven rey
Fernando nunca se lo perdonó.
Jacobo de Molay
Ultimo Gran Maestre la Orden Templária durante los años 1293 a 1311. Accedió al cargo ya siendo
mayor. Fue apresado por Felipe IV y murió en la hoguera en Paris en el año 1314. Siendo inocente de
los cargos que se le imputaron cometió el inmenso error de confiar en el rey franco y después no
supo defender la pureza de la Orden cuando debiera haberlo hecho.
Jaime II de Aragón
Segundo de los hijos de Pedro III. Heredó el reino de Sicilia pero su hermano Alfonso III le legó el
reino de Aragón por lo que dejó el reino de Sicilia a su hermano Fadrique y él se dedicó a Aragón.
Organizó una expedición a Oriente en ayuda del emperador de Constantinopla contra el poder turco.
La traición de los bizantinos provocó una pugna cruel entre estos y los españoles que terminó con la
incorporación de Atenas y Neopatria a la corona de Aragón.. Durante la minoría de Fernando IV de
Castilla fomentó las discordias civiles de éste reino apoyando a los infantes de la Cerda aunque mas
tarde cooperó con el rey castellano contra la morisma.
Jimeno de Lenda
Templario. Lugarteniente del maestre provincial Bartolomé de Bellvis en el reino de Aragón
Juan Pérez
Último comendador templario de la encomienda de Alcanadre, fronteriza con el reino de Navarra
Juan Rodríguez
Último comendador templario de la encomienda de Mayorga.
Juan Yuannes
Ultimo comendador templario de la fortaleza de Caravaca.
Lope Pérez
Último comendador templario de la fortaleza y encomienda de Alcántara.
María de Molina
Reina de Castilla, hija del infante Alfonso de Molina, contrajo matrimonio con su primo Sancho IV
sin la dispensa papal. Tras la muerte de su esposo en el año 1295 asumió la regencia de su hijo
Fernando. En 1301 obtuvo la licencia papal concedida por el Papa Bonifacio VIII a un precio
exorbitante, y por tanto la legitimación de su hijo como futuro rey. En el año 1312 moría su hijo
Fernando y hubo de convertirse de nuevo en regente de su nieto Alfonso que pasaría a la historia
como Alfonso XI. Fue una mujer inteligente y capaz que supo hacer frente a los múltiples problemas
que acuciaban al reino y desde luego tanto su hijo como su nieto pudieron reinar gracias a las
innegables dotes de carácter y persuasión de su madre.
Qualawun
Sultán egipcio que se propuso expulsar a los cristianos de Tierra Santa y al que solo la muerte le
impidió llevar a cabo sus propósitos. Le sucedió su hijo Al’ Malek al’Ashraf que terminó la obra de
su padre
Raimon Llul
Beato nacido en Mallorca en el año 1233. Peregrino infatigable en la segunda parte de su vida y
escritor notable entre cuyas obras diversas destacan Blanquerna y Ars Magna. Apreciado por reyes,
príncipes y Papas, muere de vuelta a Mallorca después de ser lapidado en Bujía, en el año 1315. Sus
ideas y su ciencia fueron muy controvertidas en las diferentes cortes europeas.
Raimon de Saguardia
Último mariscal templario del reino de Aragón
Raimbaud de Caron
Templario. Ultimo preceptor de Chipre
Rodrigo Yáñez
Fue el último maestre provincial del Temple en los reinos de Castilla León y Portugal. Ejerció el
cargo desde el año 1299 hasta la extinción de la Orden en el año 1311.
Rui Pérez
Último comendador templário de la encomienda militar de Faro (Galicia)
Rui Aparicio
Ultimo comendador templario de la encomienda de San Pedro de la Çarca
Samuel de Belorado
Contable judío de Fernando IV
Sancho IV el bravo
Rey de Castilla y León. Segundo hijo de Alfonso X el Sabio. A la muerte de su hermano mayor,
Alfonso de la Cerda, se proclamó príncipe heredero, luchó contra su padre y a la muerte de este se
proclamó rey junto con su segunda esposa Maria de Molina. Tuvo por privado real a Lope Díaz de
Haro al que mató a instancias de la reina. Conquistó Tarifa y a su temprana muerte heredó el trono su
hijo Fernando bajo la regencia de María de Molina.
Sancho Alfonso
Ultimo comendador templario de la encomienda de Amoreiro.
Vasco Rodrigues
Último comendador templario de la fortaleza de Tomar en el vecino reino de Portugal. Era el
lugarteniente de Rodrigo Yáñez.
BIBLIOGRAFIA
Cesar Gonzalez Minguez, Fernando IV, Diputación provincial de Palencia 1995
Gonzalo Martínez Diez, Los Templarios en los reinos de España Editorial Planeta 2001
Herman Zinder, Werner Hilgeman, Atlas histórico mundial, Ediciones Istmo 1999