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Amor de Bosque

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Amor por el bosque Había una vez un bosque lleno de trastos viejos y florecillas nuevas,

entre los que inconscientemente alegres, corrían, volaban, saltaban o simplemente


transitaban sus habitantes naturales: gorriones, vaquitas de San Antonio, mulitas, zorrillos,
liebres, perdices, ranas, cotorras, picaflores, etc. Con su zamba de una sola nota, las
insistentes ranas llenaban la noche: eran verdaderamente llenadoras. En épocas de
relativa escasez los animales mayores corrían la liebre, pero cuando la escasez era más
grave, hasta las liebres corrían la liebre. Naturalmente, había objeciones contra la tozudez
de las mulitas, la difamación de las cotorras o la ronca sapiencia de los sapos, pero
después de todo, un picaflor tenía los mismos derechos que un yacaré; la única diferencia
estaba en la dentadura. Todos estaban autorizados a ver el cielo que aparecía entre las
altas ramas y cuando las calandrias cantaban el himno del bosque, los pinos se quitaban
respetuosamente las copas y todos los árboles lo escuchaban de pie. Por supuesto, un
bosque es un conjunto de árboles y matas, pero en él todo marcha mucho mejor cuando
se arbola que cuando se mata. Esto no pareció importarle demasiado a un hombrecito
ceñudo y sañudo que apareció en el bosque una mañana gris. Como anticipo pisoteó un
escarabajo y le arrancó lentamente las alas a una mariposa. Por fin, el hombrecito hizo
cargar todos los troncos en enormes camiones. Por tanto, fue ella el único testigo de un
extraño gesto; el hombrecito desenrolló un gran cartel y lo colocó en el primero de los
camiones. Como la tortuga era analfabeta, no pudo enterarse del texto del letrero que
decía: Yo quiero a mi bosque.

Amor por el bosque Había una vez un bosque lleno de trastos viejos y florecillas nuevas,
entre los que inconscientemente alegres, corrían, volaban, saltaban o simplemente
transitaban sus habitantes naturales: gorriones, vaquitas de San Antonio, mulitas, zorrillos,
liebres, perdices, ranas, cotorras, picaflores, etc.

Con su zamba de una sola nota, las insistentes ranas llenaban la noche: eran verdaderamente
llenadoras.

En épocas de relativa escasez los animales mayores corrían la liebre, pero cuando la escasez
era más grave, hasta las liebres corrían la liebre.

Naturalmente, había objeciones contra la tozudez de las mulitas, la difamación de las cotorras
o la ronca sapiencia de los sapos, pero después de todo, un picaflor tenía los mismos derechos
que un yacaré; la única diferencia estaba en la dentadura.

Todos estaban autorizados a ver el cielo que aparecía entre las altas ramas y cuando las
calandrias cantaban el himno del bosque, los pinos se quitaban respetuosamente las copas y
todos los árboles lo escuchaban de pie.

Por supuesto, un bosque es un conjunto de árboles y matas, pero en él todo marcha mucho
mejor cuando se arbola que cuando se mata.

Esto no pareció importarle demasiado a un hombrecito ceñudo y sañudo que apareció en el


bosque una mañana gris.

Como anticipo pisoteó un escarabajo y le arrancó lentamente las alas a una mariposa.

Por fin, el hombrecito hizo cargar todos los troncos en enormes camiones.
Por tanto, fue ella el único testigo de un extraño gesto; el hombrecito desenrolló un gran cartel
y lo colocó en el primero de los camiones.

Como la tortuga era analfabeta, no pudo enterarse del texto del letrero que decía: Yo quiero a
mi bosque.

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