HISTORIA
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HISTORIA
Durante mucho tiempo se supuso que Akenatón falleció sin dejar hijos varones, razón por la que le sucedieron sus
yernos: en primer lugar, Semenkera, y tras su corto reinado, el jovencísimo Tutankamón, que accedió al trono hacia
el año 1360 a. C. Investigaciones recientes basadas en el examen del ADN sugieren, sin embargo, que Tutankamón
era hijo del mismo Akenatón, aunque no de su esposa Nefertiti. Hasta la muerte de Akenatón, Tutankamón llevó el
nombre de Tutankatón, en honor del dios solar Atón.
Tres años después de acceder al trono, Tutankamón restableció el culto tradicional y, consiguientemente, el poderío
de los sacerdotes de Amón, seriamente debilitado en el reinado de Akenatón. Al mismo tiempo, devolvió la
capitalidad a Tebas, abandonando la capital creada por el faraón hereje en Amarna; y, como simbólica ratificación
de estos cambios, sustituyó su propio nombre por el de Tutankamón (que significa «la viva imagen de Amón»). El
reinado de Tutankamón no tuvo otro significado que este restablecimiento del orden tradicional del Egipto
faraónico, bajo la influencia de los sacerdotes y generales conservadores. Llamado el faraón niño por la temprana
edad en que asumió el trono, Tutankamón murió cuando sólo contaba 18 años y llevaba seis de reinado,
probablemente en un motín palaciego.
Tutankamón debe su fama a que su tumba fue la única sepultura del Valle de los Reyes que llegó sin saquear hasta
la edad contemporánea; su descubrimiento por Howard Carter en 1922 constituyó un acontecimiento arqueológico
mundial, mostrando el esplendor y la riqueza de las tumbas reales y sacando a la luz valiosas informaciones sobre la
época.
Con todo, el descubrimiento de la tumba de Tutankamón fue uno de los grandes hitos de la historia de la
arqueología, y sin duda el más mediático. La amplia resonancia y el interés que despertó en todo el mundo se
prolongó artificialmente atribuyendo la muerte del mecenas de la expedición, lord Carnarvon, a «la maldición de
Tutankamón», una afortunada invención periodística que pasaría a la literatura de terror y, a partir de La Momia
(1932), protagonizada por Boris Karloff, al cine de serie B.
Maldición de Tutankamon
Howard Carter examina el sarcófago de Tutankamón
Es cierto que a la muerte de lord Carnarvon siguió la de otras personas vinculadas directamente o indirectamente
con el hallazgo; hacia 1930, la prensa sensacionalista computaba ya veintitrés víctimas de la maldición. Sin embargo,
la relación de muchas de ellas con las excavaciones era tangencial o nula, y la causa de su fallecimiento era casi
siempre tan corriente como la del propio lord Carnarvon, que había fallecido en abril de 1923 por la infección de
una picadura de mosquito. Creado ya un misterio donde no lo había, se buscaron también explicaciones científicas
del mismo, y se atribuyeron las defunciones a esporas de hongos u otros tóxicos contenidos en el aire enrarecido de
la tumba, obviando el hecho de que Carter y casi medio centenar de personas que participaron directamente en los
trabajos seguían vivos.
Resulta irónico que esta morbosa fabulación, alimentada durante años, se originase precisamente en un
descubrimiento egiptológico. A diferencia de las necrópolis de otras civilizaciones, en que se emplearon como
estrategia disuasoria, las tumbas egipcias carecen de inscripciones destinadas específicamente a execrar a los
sacrílegos. Por lo demás, casi cinco mil años de expolios y profanaciones (no sólo de aventureros y arqueólogos
occidentales: los súbditos de todo recién enterrado faraón fueron siempre los primeros en intentarlo) no han
dejado noticia alguna de venganzas de ultratumba anteriores a la de Tutankamón.