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Lucha Del Cristiano

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“Mas tú, oh hombre de Dios, huye de estas cosas, y sigue la justicia, la piedad, la fe, el amor, la paciencia, la

mansedumbre. Pelea la buena batalla de la fe, echa mano de la vida eterna, a la cual asimismo fuiste llamado,
habiendo hecho la buena profesión delante de muchos testigos. Te mando delante de Dios, que da vida a todas
las cosas, y de Jesucristo, que dio testimonio de la buena profesión delante de Poncio Pilato, que guardes el
mandamiento sin mácula ni reprensión, hasta la aparición de nuestro Señor Jesucristo, la cual a su tiempo
mostrará el bienaventurado y solo Soberano, Rey de reyes, y Señor de señores, el único que tiene inmortalidad,
que habita en luz inaccesible; a quien ninguno de los hombres ha visto ni puede ver, al cual sea la honra y el
imperio sempiterno. Amén.” (1 Ti. 6:11-16)

En las diferentes epístolas del apóstol Pablo encontramos muchos consejos para el pueblo de Dios. En 1
Timoteo 6:11-16 se encuentra la exhortación a que entremos en una lucha que él llama “la buena batalla de la
fe.” Una batalla implica la existencia de un enemigo. ¿Contra qué o contra quién debemos luchar? ¿Cuál es la
lucha del Cristiano?

UN ENEMIGO EXTERNO
“Por lo demás, hermanos míos, fortaleceos en el Señor, y en el poder de su fuerza. Vestíos de toda la armadura
de Dios, para que podáis estar firmes contra las asechanzas del diablo. Porque no tenemos lucha contra
sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este
siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes. Por tanto, tomad toda la armadura de
Dios, para que podáis resistir en el día malo, y habiendo acabado todo, estar firmes. Estad, pues, firmes, ceñidos
vuestros lomos con la verdad, y vestidos con la coraza de justicia, y calzados los pies con el apresto del
evangelio de la paz. Sobre todo, tomad el escudo de la fe, con que podáis apagar todos los dardos de fuego del
maligno. Y tomad el yelmo de la salvación, y la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios; orando en todo
tiempo con toda oración y súplica en el Espíritu, y velando en ello con toda perseverancia y súplica por todos
los santos.” (Ef. 6:10-18)

En Efesios 6:10-18 el apóstol Pablo nos advierte sobre un enemigo que, en cierta medida, es un “enemigo
externo”. En el Antiguo y Nuevo Testamento, a este ángel caído que originalmente se llamó Lucifer (lucero de
la mañana, Is. 14:12), desde su pecado se le llama Satanás (Job 1:6; Mt. 4:10). Este nombre proviene del hebreo
satán, que quiere decir “enemigo”, “oponente” o “adversario.” A este Enemigo en el Nuevo Testamento
también se le llama Diablo (Mt. 4:1; Ap. 20:2). Este nombre proviene de la palabra griega diabolos, la cual está
formada de las partículas dia—que significa “a través de”—y ballein—que significa “lanzar” o “arrojar.” Juntas
estas partículas dan el significado de “el que divide”, “el que separa”, y también “el que calumnia.” Nombres
muy apropiados, ya que Cristo mismo le llamó “padre de mentira” (Jn. 8:44).

SINAGOGA DE SATANÁS
“Cuando el espíritu inmundo sale del hombre, anda por lugares secos, buscando reposo, y no lo halla. Entonces
dice: Volveré a mi casa de donde salí; y cuando llega, la halla desocupada, barrida y adornada. Entonces va, y
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toma consigo otros siete espíritus peores que él, y entrados, moran allí; y el postrer estado de aquel hombre
viene a ser peor que el primero. Así también acontecerá a esta mala generación.” (Mt. 12:43-45)

“Yo conozco tus obras, y tu tribulación, y tu pobreza (pero tú eres rico), y la blasfemia de los que se dicen ser
judíos, y no lo son, sino sinagoga de Satanás.” (Ap. 2:9)

En Mateo 12:43-35 nuestro Señor Jesús nos enseña que tanto Satanás como sus ángeles caídos pueden morar
y habitar en el hombre caído que no ha nacido de nuevo—que no es templo del Espíritu Santo. Es decir, puede
convertirse entonces en un enemigo también “interno”. ¿Cuándo es que “el espíritu inmundo sale del
hombre”? El Espíritu Santo únicamente puede sacar a ese espíritu inmundo cuando en su lugar, el Espíritu
Santo pasa de “visitar” al hombre a “habitar” o “morar” en el hombre en el nuevo nacimiento.

“Digo: ¿Qué es el hombre, para que tengas de él memoria, Y el hijo del hombre, para que lo visites?” (Sal. 8:4)

“Respondió Jesús y le dijo: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino
de Dios.” (Jn. 3:3)

“¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros?” (1 Co. 3:16)

El Señor Jesús nos advierte que ese espíritu inmundo no se queda de brazos cruzados una vez fue sacado del
ser humano, pues intenta “volver a mi casa de donde salí.” ¿Quién es el único que puede evitar que ese espíritu
inmundo vuelva a habitar en el hombre? Sólo el Espíritu Santo habitando en el ser humano puede evitar que
el espíritu inmundo regrese a morar, pues el Señor Jesús dijo que si no se encuentra el Espíritu Santo más
habitando en el ser humano, a pesar de que el hombre llegó a ser templo del Espíritu Santo pero luego dejó de
serlo, entonces el espíritu inmundo encuentra a ese ser humano como una casa que está “desocupada, barrida,
y adornada.” “Desocupada” pues ya no hay más Espíritu Santo habitando en el hombre—el hombre se apartó
de Dios, se produjo el divorcio, y el Espíritu Santo terminó apartándose de aquel hombre. “Barrida y adornada”
pues el hombre puede aparentar ser cristiano piadoso, y hasta puede prestar una obediencia servil a la Ley de
Dios, pero sin embargo carecer de esa nueva naturaleza que sólo Dios Espíritu Santo puede crear en el ser
humano—Gálatas 5:22-23. Cuando en realidad, “el postrer estado de aquel hombre viene a ser peor que el
primero” pues antes quebrantaba la Ley de Dios abiertamente, mientras que ahora quebranta la Ley mientras
se engaña a sí mismo, y engaña a los demás hombres haciéndose pasar por cristiano, y como ahora es
nuevamente agente de Satanás seguramente empezará a fomentar las doctrinas de Satanás e influenciará para
la salvación por obras desde el mismo seno de la iglesia. Es verdaderamente peor este postrer estado de aquel
hombre que profesar ser algo que no es.

Si bien en la Palabra de Dios no encontramos las palabras “verdadero cristiano” o “falso cristiano”, por ejemplo
en Juan 1:47 leemos que nuestro Señor Jesús, al ver venir a Natanael, dijo lo siguiente: “Cuando Jesús vio a
Natanael que se le acercaba, dijo de él: He aquí un verdadero israelita, en quien no hay engaño.”

La expresión “un verdadero israelita” nos da a entender que hay en contraparte un “falso israelita”—uno que
profesa ser algo que no es, profesa ser israelita pero en realidad no lo es. Así también hay “verdaderos
cristianos” y “falsos cristianos”—aquellos que profesan ser algo que en realidad, ante los ojos de Dios, no lo
son. Es por esto que también se nos advierte acerca de la existencia de “falsos hermanos”—quienes profesan
ser algo que en realidad no son:

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3

“De los judíos cinco veces he recibido cuarenta azotes menos uno. Tres veces he sido azotado con varas; una
vez apedreado; tres veces he padecido naufragio; una noche y un día he estado como náufrago en alta mar; en
caminos muchas veces; en peligros de ríos, peligros de ladrones, peligros de los de mi nación, peligros de los
gentiles, peligros en la ciudad, peligros en el desierto, peligros en el mar, peligros entre falsos hermanos; en
trabajo y fatiga, en muchos desvelos, en hambre y sed, en muchos ayunos, en frío y en desnudez; y además de
otras cosas, lo que sobre mí se agolpa cada día, la preocupación por todas las iglesias.” (2 Co. 11:24-28)

¿Por qué son un peligro los “falsos hermanos”? Porque Pablo advierte que, como no son templo del Espíritu
Santo, tienen otro espíritu y se dedican a esparcir “doctrinas de demonios”: “Pero el Espíritu dice claramente
que en los postreros tiempos algunos apostatarán de la fe, escuchando a espíritus engañadores y a doctrinas
de demonios.” (1 Ti. 4:1)

¿En qué consistían mayormente esas “doctrinas de demonios” en los días de Pablo? El mismo apóstol nos
advierte que eran “los de la circuncisión”, es decir—aquellos que no aceptaron que la ley ceremonial, con sus
fiestas y sábados ceremoniales, fue clavada en la cruz, y por lo tanto adoctrinaban que la salvación era Jesús +
la ley ceremonial: “Porque hay aún muchos contumaces, habladores de vanidades y engañadores,
mayormente los de la circuncisión, a los cuales es preciso tapar la boca; que trastornan casas enteras,
enseñando por ganancia deshonesta lo que no conviene” (Tito 1:10-11). Cuando el apóstol nos dice que a estas
personas que hasta el día de hoy enseñan esta doctrina de Satanás les debemos “tapar la boca”, no se refiere
en un sentido grosero y literal, sino que debemos aprender de Cristo a presentar la verdad, y la verdad tapa la
boca al engaño. Debemos presentar la verdad que existe una Ley Eterna e Inmutable que es la Ley Moral, y que
la ley ceremonial era temporal y fue impuesta para enseñarnos mediante símbolos el plan de redención, pero
únicamente debía ser observada hasta la muerte de Cristo en la cruz. Todo lo que es un código moral, que son
principios éticos y morales, no fueron clavados en la cruz. Únicamente los símbolos y sombras fueron clavados
en la cruz.

“Guardaré tu ley siempre, para siempre y eternamente.” (Sal. 119:44)

“Por tanto, nadie os juzgue en comida o en bebida, o en cuanto a días de fiesta, luna nueva o días de reposo,
todo lo cual es sombra de lo que ha de venir; pero el cuerpo es de Cristo.” (Col. 2:16-17)

También debemos tomar en cuenta que cuando nuestro Señor Jesús dijo que Natanael era un verdadero
israelita “en quien no hay engaño” no estaba hablando del estado de ser de Natanael. Es decir, no estaba
hablando de su naturaleza carnal. Si queremos estudiar la naturaleza humana después del pecado podemos
por ejemplo estudiar el libro de Jeremías:

“Porque desde el más chico de ellos hasta el más grande, cada uno sigue la avaricia; y desde el profeta hasta
el sacerdote, todos son engañadores.” (Jer. 6:13)

La Palabra de Dios presenta al estado de ser del hombre después de la caída en el pecado como un ser humano
que es engañador por naturaleza. Hablando, no de los paganos o gentiles, sino que refiriéndose al profeso
pueblo de Dios, la Palabra nos dice: “Destruiré a la bella y delicada hija de Sion” (Jer. 6:2), “¿A quién hablaré y
amonestaré, para que oigan? He aquí que sus oídos son incircuncisos, y no pueden escuchar; he aquí que la
palabra de Jehová les es cosa vergonzosa, no la aman.” (Jer. 6:10)

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“Oíd ahora esto, pueblo necio y sin corazón, que tiene ojos y no ve, que tiene oídos y no oye: ¿A mí no me
temeréis? dice Jehová. ¿No os amedrentaréis ante mí, que puse arena por término al mar, por ordenación
eterna la cual no quebrantará? Se levantarán tempestades, mas no prevalecerán; bramarán sus ondas, mas no
lo pasarán. No obstante, este pueblo tiene corazón falso y rebelde; se apartaron y se fueron.” (Jer. 5:21-23)

“Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá?” (Jer. 17:9)

Cuando la Palabra de Dios nos habla de “oídos incircuncisos”, “ojos que no ven”, “oídos que no oyen”, “corazón
falso y rebelde,” “corazón engañosos y perverso más que todas las cosas” nos habla del estado de ser, de
nuestra condición caída desde nuestro engendramiento. Es por esto necesario un “nuevo nacimiento” del
Espíritu, pues únicamente el Espíritu Santo puede habitar en el hombre para subyugar ese corazón engañoso
y perverso, y únicamente el Espíritu Santo puede crear un “nuevo corazón” para que el hombre pueda
desarrollar todo lo que NO posee por naturaleza: el amor, la fe, la lealtad, la paciencia, la mansedumbre y todo
Gálatas 5:22-23.

“Y les daré un corazón, y un espíritu nuevo pondré dentro de ellos; y quitaré el corazón de piedra de en medio
de su carne, y les daré un corazón de carne, para que anden en mis ordenanzas, y guarden mis decretos y los
cumplan, y me sean por pueblo, y yo sea a ellos por Dios.” (Ez. 11:19-20)

La promesa de Dios es de otorgarnos un nuevo corazón capaz de obedecer la Ley, dando por sentado que por
naturaleza no tenemos capacidad inherente para obedecer la Ley. Si el hombre naciera bueno y con capacidad
natural para obedecer, entonces sería ilógico que Dios nos prometa algo que ya poseemos. “Y me sean por
pueblo”—aquí Dios indica que hay una condición para llegar a ser pueblo de Dios—la obediencia, y antepone
al nuevo nacimiento. Lo cual claramente da a entender que por naturaleza no somos engendrados siendo ya
pueblo de Dios, pues existe una condición para en el futuro llegar a ser pueblo de Dios. ¿Por qué no nacemos
siendo ya pueblo de Dios? ¿Por qué tenemos que llegar a ser pueblo de Dios? Claramente hay algo en nuestro
estado de ser al momento de ser engendrados que nos impide nacer siendo ya pueblo de Dios, y existe algo
que debe ocurrir para que recién podamos ser pueblo de Dios. Lo que debe ocurrir es esto: “Y les daré un
corazón, y un espíritu nuevo pondré dentro de ellos; y quitaré el corazón de piedra en medio de su carne, y les
daré corazón de carne”—entonces recién estaremos capacitados “para que anden en mis ordenanzas, y
guarden mis derechos, y los cumplan”—para recién entonces “me sean por pueblo, y yo sea a ellos por Dios.”

Acerca del estado de ser contaminado por el pecado también podemos leer:

“Dijo Jesús: Para juicio he venido yo a este mundo; para que los que no ven, vean, y los que ven, sean cegados.
Entonces algunos de los fariseos que estaban con él, al oír esto, le dijeron: ¿Acaso nosotros somos también
ciegos? Jesús les respondió: Si fuerais ciegos, no tendríais pecado; mas ahora, porque decís: Vemos, vuestro
pecado permanece.” (Jn. 9:39-41)

La Ley de Dios no condena la ceguera literal ni la sordera física, pero en Juan 9:39-41 nuestro Señor Jesús nos
enseña que la Ley sí condena el estado de ser contaminado por el pecado—condena la ceguera espiritual:
“mas ahora, porque decís: Vemos, vuestro pecado permanece.” Es por eso que en la Amonestación del Testigo
Fiel a la iglesia de Laodicea se nos describe como “ciegos” que no saben que son ciegos espirituales por
naturaleza, y por ello se nos aconseja “comprar colirio, para que veas”:

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“Porque tú dices: Yo soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad; y no sabes que tú eres
un desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo. Por tanto, yo te aconsejo que de mí compres oro refinado
en fuego, para que seas rico, y vestiduras blancas para vestirte, y que no se descubra la vergüenza de tu
desnudez; y unge tus ojos con colirio, para que veas.” (Ap. 3:17-18)

Este estudio trata sobre la “lucha del cristiano”—del verdadero cristiano. Porque el “falso cristiano” no va a
tener esta lucha contra el peor de los enemigos—el enemigo interno, el estado de ser manchado por el pecado,
y mas bien cree que es capaz de alcanzar un grado de aceptación en sí mismo para pasar el Juicio de Dios. El
verdadero cristiano ha aceptado la obediencia perfecta y perpetua de Cristo como su única justicia. Y el
verdadero cristiano, como resultado de la justificación por la fe, entra en el camino de la santificación
verdadera, entra en la lucha del cristiano.

El verdadero cristiano es templo del Espíritu Santo y por lo tanto no es “sinagoga de Satanás”.

UN ENEMIGO INTERNO
“Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la
carne, sino conforme al Espíritu. Porque la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del
pecado y de la muerte. Porque lo que era imposible para la ley, por cuanto era débil por la carne, Dios,
enviando a su Hijo en semejanza de carne de pecado y a causa del pecado, condenó al pecado en la carne; para
que la justicia de la ley se cumpliese en nosotros, que no andamos conforme a la carne, sino conforme al
Espíritu. Porque los que son de la carne piensan en las cosas de la carne; pero los que son del Espíritu, en las
cosas del Espíritu. Porque el ocuparse de la carne es muerte, pero el ocuparse del Espíritu es vida y paz. Por
cuanto los designios de la carne son enemistad contra Dios; porque no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco
pueden; y los que viven según la carne no pueden agradar a Dios. Mas vosotros no vivís según la carne, sino
según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios mora en vosotros. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es
de él.” (Ro. 8:1-9)

En Romanos 8:1-9 el apóstol Pablo nos habla de un “enemigo interno”, un YO que se encuentra en “enemistad
contra Dios” y que “no se sujeta a la ley de Dios, ni tampoco puede.” Esto no quiere decir que una persona
está físicamente imposibilitada de prestar una obediencia falsa, espuria o servil a la Ley de Dios. Un hombre
puede exteriormente guardar el Sábado del cuarto mandamiento sin haber nacido de nuevo. Un hombre puede
irse a vivir al campo sin haber nacido de nuevo. Un hombre puede dar el diezmo sin haber nacido de nuevo.
Un hombre puede volverse vegetariano o vegano sin haber nacido de nuevo. Cuando la Palabra de Dios dice
“no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden” está hablando de la obediencia perfecta y perpetua, la
santificación verdadera y voluntaria, la única que es aceptable ante Dios.

“Y pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya…” (Gn. 3:15)

Por naturaleza, estamos enemistados con Dios. Por nosotros mismos no podemos entrar en armonía con Dios.
Dios debe obrar de manera sobrenatural para que podamos luchar contra este enemigo interno y podamos
volver a estar en armonía con Dios y su Ley.

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Pablo no fue la única pluma inspirada que escribió sobre este terrible enemigo en las Santas Escrituras, sino
que además tenemos a los reformadores del siglo XVI en adelante, quienes también se concientizaron y
escribieron sobre esta ardua batalla contra el peor de los tiranos.

Patriarcas y Profetas, pg. 733/2 (665.2) – “¡Cuán oscuro es el sendero que elige para sus pies el que insistió en
hacer su propia voluntad, y resistió a la santa influencia del Espíritu de Dios! ¡Cuán terrible es la servidumbre
del que se entrega al dominio del peor de los tiranos, a saber, él mismo!” {PP 733/2}

“Y si hago lo que no quiero, ya no lo hago yo, sino el pecado que mora en mí.” (Ro. 7:20)

Para poder entender por qué la Palabra de Dios nos insta a luchar contra este terrible enemigo interno que es
el pecado que mora en nosotros, y para poder comprender cómo podemos salir vencedores en este conflicto,
primero debemos comprender cuál es su origen.

El Origen del Conflicto


“Tú, querubín grande, protector, yo te puse en el santo monte de Dios, allí estuviste; en medio de las piedras de
fuego te paseabas. Perfecto eras en todos tus caminos desde el día que fuiste creado, hasta que se halló en
ti maldad.” (Ezequiel 28:14-15)

Comentario Bíblico 7ª pg. 172/2/1 – “El mal se originó con Lucifer, el cual se rebeló contra el gobierno de Dios.
Antes de su caída era un querubín cubridor que se distinguía por su excelencia. Dios lo hizo bueno y hermoso,
tan semejante a su Creador como fue posible.”

Lucifer es un ser creado, y fue creado perfecto a imagen y semejanza de Dios, completamente libre de pecado.
Fue creado súbdito del Reino de Dios y siendo templo del Espíritu Santo tenía el don sobrenatural de la lealtad.
Por lo tanto, por bastante tiempo fue leal a Dios.

Lucifer no se volvió pecador por algo que hizo, sino que la Palabra de Dios nos habla de que el mal se originó
dentro de él—“hasta que se halló en ti maldad.” El pecado no se originó “fuera” de Lucifer, sino dentro de él.

“Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos, los adulterios, las
fornicaciones, los homicidios, los hurtos, las avaricias, las maldades, el engaño, la lascivia, la envidia, la
maledicencia, la soberbia, la insensatez. Todas estas maldades de dentro salen, y contaminan al hombre.”
(Mr. 7:21-23)

No está revelado cómo es que en este ser creado perfecto se desarrolló el pecado por dentro, cómo es que de
ser bueno se volvió malo. Filosofar sobre este asunto es justamente entrar en el terreno encantado de Satanás.
Lo que sí está revelado es que Lucifer fue creado perfecto y en algún momento se desarrolló en él la codicia,
pues está escrito que codició ser igual a Dios.

“Tú que decías en tu corazón: Subiré al cielo; en lo alto, junto a las estrellas de Dios, levantaré mi trono, y en
el monte del testimonio me sentaré, a los lados del norte; sobre las alturas de las nubes subiré, y seré
semejante al Altísimo.” (Is. 14:13-14)

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Lucifer se reveló contra Dios, contra su Gobierno o Reino y contra su Ley, pues la Ley condena la codicia, ya
que en la Ley está escrito: “No codiciarás” (Ex. 20:17).

“¿Qué diremos, pues? ¿La ley es pecado? En ninguna manera. Pero yo no conocí el pecado sino por la ley;
porque tampoco conociera la codicia, si la ley no dijera: No codiciarás.” (Ro. 7:7)

En la raíz de la codicia, en el núcleo de todo pecado se encuentra el egoísmo. El egoísmo es opuesto al amor.
Mientras que Lucifer fue creado con el don sobrenatural del amor, un don que fue puesto en él por Dios Espíritu
Santo (Ga. 5:22-23), en él se desarrolló el egoísmo y se convirtió en pecador.

“Porque: No adulterarás, no matarás, no hurtarás, no dirás falso testimonio, no codiciarás, y cualquier otro
mandamiento, en esta sentencia se resume: Amarás a tu prójimo como a ti mismo.” (Ro. 13:9)

El amor de origen celestial es un principio que obedece la Ley de Dios. En cambio, el egoísmo que tuvo su origen
en Satanás es opuesto a la Ley de Amor.

“El amor no hace mal al prójimo; así que el cumplimiento de la ley es el amor.” (Ro. 13:10)

El décimo mandamiento de la Ley “no codiciarás” es parte de la segunda tabla del Decálogo que nos enseña el
significado de “amar al prójimo”. Si amo a mi prójimo no lo voy a matar, no le voy a mentir, no voy a codiciar
sus pertenencias. Luego, los primeros cuatro mandamientos del Decálogo nos enseñan el significado de “amar
a Dios”.

“Y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas.
Este es el principal mandamiento.” (Mr. 12:30)

“Amarás, pues, a Jehová tu Dios, y guardarás sus ordenanzas, sus estatutos, sus decretos y sus mandamientos,
todos los días.” (Dt. 11:1)

“Pues este es el amor a Dios, que guardemos sus mandamientos; y sus mandamientos no son gravosos.” (1
Jn. 5:3)

“Amar a Dios” es amar su Ley, es obedecer o guardar su Ley de manera perfecta y perpetua voluntariamente.
De amar a Dios, Lucifer pasó a odiar a Dios. Perdió la capacidad sobrenatural del amor, dejó de ser templo del
Espíritu Santo y pasó a ser egoísta por naturaleza. Se rebeló contra Dios y contra su Ley. Se convirtió en Satanás:
el Enemigo de Dios, Enemigo de la Ley de Dios y Enemigo de todo el Reino de Dios, y por ello trató de establecer
su propio reino, con su propia ley—la ley del egoísmo—“hacer tu propia voluntad y seguir tus propios deseos”.

“Después hubo una gran batalla en el cielo: Miguel y sus ángeles luchaban contra el dragón; y luchaban el
dragón y sus ángeles; pero no prevalecieron, ni se halló ya lugar para ellos en el cielo. Y fue lanzado fuera el
gran dragón, la serpiente antigua, que se llama diablo y Satanás, el cual engaña al mundo entero; fue arrojado
a la tierra, y sus ángeles fueron arrojados con él.” (Ap. 12:7-9)

Luego que Satanás y su hueste fueran echados del tercer cielo, cuando Dios creó este mundo y al ser humano
para que puedan ocupar los puestos dejados por Satanás y su hueste, el Enemigo planeó la caída del hombre
para establecer en este mundo su propio reino de pecado, libertinaje y rebelión.

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LA CREACIÓN
“Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y señoree en los
peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias, en toda la tierra, y en todo animal que se arrastra sobre
la tierra. Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó. Y vio Dios todo
lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran manera. Y fue la tarde y la mañana el día sexto.” (Gn.
1:26-27, 31)

Tanto acerca de la creación de Lucifer como de la creación del hombre leemos que fue creado a “semejanza”
de Dios. Semejanza es la relación entre personas o cosas que se parecen o que tienen características comunes.
“Semejante” no quiere decir “igual”. No fuimos creados “iguales” a Dios. Podemos entonces analizar las
diferencias entre Dios y nosotros seres creados.

DIFERENCIAS
La más grande diferencia entre Dios y nosotros seres creados, es que Dios es ETERNO.

“El eterno Dios es tu refugio, Y acá abajo los brazos eternos; El echó de delante de ti al enemigo, Y dijo:
Destruye.” (Dt. 33:27)

“Oh Jehová, eterno es tu nombre; Tu memoria, oh Jehová, de generación en generación.” (Sal. 135:13)

En la profecía de Isaías acerca del Mesías que iba a venir al mundo, Dios encarnado en la carne—por lo cual se
le describe como “un niño es nacido”—se describe también acerca de su divinidad con las palabras “Dios
Fuerte, Padre ETERNO.”

“Porque un niño nos es nacido, hijo nos es dado, y el principado sobre su hombro; y se llamará su nombre
Admirable, Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz.” (Is. 9:6)

Si Dios es ETERNO, entonces su Reino tiene que ser también ETERNO. Si su Reino es ETERNO, tiene que tener
una LEY que rige ese Reino eterno, y por lo tanto es una LEY ETERNA.

“Tu trono, oh Dios, es eterno y para siempre; Cetro de justicia es el cetro de tu reino.” (Sal. 45:6)

“Mas Jehová es el Dios verdadero; él es Dios vivo y Rey eterno; a su ira tiembla la tierra, y las naciones no
pueden sufrir su indignación.” (Jer. 10:10)

“Y le fue dado dominio, gloria y reino, para que todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieran; su dominio
es dominio eterno, que nunca pasará, y su reino uno que no será destruido.” (Dn. 7:14)

Eterno quiere decir que no tuvo principio y que no tendrá final. Si algo tiene un principio, por definición no es
eterno. Si algo tiene un final, por definición no es eterno. Dios, su reino, y su Ley no tuvieron principio ni tendrán
un final pues Dios es ETERNO.

“Yo soy el Alfa y la Omega, principio y fin, dice el Señor, el que es y que era y que ha de venir, el
Todopoderoso.” (Ap. 1:8)

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El Nuevo Testamento fue escrito en el idioma griego, que era el idioma popular en la época de los apóstoles
de Cristo. En el alfabeto de este idioma griego, la letra Alfa es la primera letra del alfabeto, mientras que la
Omega representa la letra que ocupa el último lugar en el alfabeto griego. Cristo, al identificarse como “el Alfa
y la Omega, principio y fin” se identifica como el Dios Eterno que cubre todo de principio a fin, pero esto no
quiere decir que tuvo principio o que tendrá fin, pues la Palabra de Dios dice claramente que cuando Cristo
regrese a la tierra reinará “para siempre” y “su reino no tendrá fin.”

“Este será grande, y será llamado Hijo del Altísimo; y el Señor Dios le dará el trono de David su padre; y reinará
sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin.” (Lc. 1:32-33)

Nosotros seres humanos fuimos creados, por lo tanto NO SOMOS ETERNOS. En el Génesis tenemos la narración
del principio, del origen de la humanidad:

“Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó.” (Gn. 1:27)

Para que el polvo de la tierra del cual Dios formó el cuerpo del hombre pudiera transformarse en un alma
viviente, Dios tuvo que soplar en él un “aliento de vida.”

“Entonces Jehová Dios formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz aliento de vida, y fue el
hombre un ser viviente.” (Gn. 2:7)

Dios utiliza palabras que puedan ayudar a nuestra mente finita a comprender verdades infinitas. Su Palabra
nos dice que Dios sopló un “aliento de vida” pues no hay vida en nosotros mismos, ya que sólo Dios tiene vida
eterna inherentemente:

“Porque como el Padre tiene vida en sí mismo, así también ha dado al Hijo el tener vida en sí mismo.” (Jn.
5:26)

LAS DEMANDAS DE LA LEY DE DIOS


Otra forma en que Dios quiere ayudar a nuestra diminuta mente humana a comprender su infinita sabiduría
es por medio del “árbol de la VIDA” cuyo fruto debía servir para prolongar la vida física del ser creado. Si el ser
creado necesita comer de este fruto del árbol de la vida para poder vivir eternamente, esto se debe a que el
ser humano no es inherentemente inmortal, sino que es meramente mortal.

“Y Jehová Dios hizo nacer de la tierra todo árbol delicioso a la vista, y bueno para comer; también el árbol de
vida en medio del huerto, y el árbol de la ciencia del bien y del mal.” (Gn. 2:9)

Dios además colocó una PRUEBA para que el ser humano pudiera desarrollar la obediencia perfecta y perpetua,
una prueba mediante la cual podría desarrollar los frutos del Espíritu (Ga. 5:22-23).

“Y mandó Jehová Dios al hombre, diciendo: De todo árbol del huerto podrás comer; mas del árbol de la ciencia
del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente morirás.” (Gn. 2:16-17)

Es mediante las pruebas que se desarrolla el carácter—ya sea un carácter conforme a imagen y semejanza de
Dios al triunfar sobre la prueba, o un carácter semejante al de satanás al fallar la prueba. El primer Adán estaba

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completa y perfectamente capacitado para desarrollar un carácter perfecto y una obediencia perfecta y
perpetua.

“Y te acordarás de todo el camino por donde te ha traído Jehová tu Dios estos cuarenta años en el desierto,
para afligirte, para probarte, para saber lo que había en tu corazón, si habías de guardar o no sus
mandamientos.” (Dt. 8:2)

También es importante entender que la paga del pecado es muerte, pues Dios dijo que si el hombre
desobedecía: “ciertamente morirás.” Dios no dijo que si el hombre desobedecía iba a sufrir penas y torturas
eternas, le dijo claramente que dejaría de existir para siempre—que sufriría la “muerte segunda” (Ap. 21:8).

“Y dijo Jehová Dios: He aquí el hombre es como uno de nosotros, sabiendo el bien y el mal; ahora, pues, que
no alargue su mano, y tome también del árbol de la vida, y coma, y viva para siempre.” (Gn. 3:22)

En Génesis 3:22 tenemos el propósito del fruto del árbol de la vida: prolongar la vida física del ser humano. La
vida eterna del ser creado depende de que tenga acceso a este fruto para que no muera. Si el ser humano
tuviese un “alma inmortal”—una especie de “fantasma” que vive dentro del cuerpo—sería ilógico que Dios le
prive de este fruto y diga que lo priva para que no “coma y viva para siempre.” La Palabra de Dios presenta de
manera clara que el hombre no es inherentemente inmortal sino que para poder vivir eternamente tiene que
alimentarse del fruto del árbol de la vida que le permite el sustento de su vida física. Los redimidos van a
recuperar el derecho al árbol de la vida para poder vivir eternamente:

“Bienaventurados los que lavan sus ropas, para tener derecho al árbol de la vida, y para entrar por las puertas
en la ciudad.” (Ap. 22:14)

Dios creó un ser integral con vida física en un mundo físico y real en un solo plano o dimensión real. Dios no
creó a un “fantasma” que podía traspasar por el mundo físico, ni tampoco creó “mundos paralelos” donde
existían otras “copias” de este hombre Adán. Los seres humanos caídos han elaborado teorías y fábulas para
soñar con una inmortalidad que no esté sujeta al árbol de la vida, que no esté sujeta a la Ley de Dios. Pero todo
esto es una mentira del mismo ser creado y mortal que engañó a nuestros primeros padres en el Edén y por
ello perdimos el derecho al árbol de la vida.

En el relato bíblico de la creación también encontramos que Dios dio al hombre y a la mujer la capacidad de
“fructificarse y multiplicarse” es decir: de procrear hijos e hijas.

“Y los bendijo Dios, y les dijo: Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla, y señoread en los peces
del mar, en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra.” (Gn. 1:28)

Esta orden de Dios que les dio esta capacidad no fue dada a los ángeles, porque los ángeles no tienen capacidad
de procrear descendencia. El hecho que Dios haya dado al hombre capacidad de “multiplicarse” no quiere decir
que el hombre tenga vida inherente. La vida proviene únicamente de Dios, quien tiene vida eterna en sí mismo,
a diferencia de los seres creados por Dios.

“Mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente
morirás.” (Gn. 2:16-17)

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Es así que en Génesis 2:16-17 encontramos que Dios estableció claramente al primer Adán la condición para
tener acceso al árbol de la vida, la condición para la vida eterna: obediencia perfecta y perpetua a su santa Ley.
Esta condición no ha cambiado, no puede cambiar, y nunca cambiará.

“Y les di mis estatutos, y les hice conocer mis decretos, por los cuales el hombre que los cumpliere vivirá.” (Ez.
20:11)

“Inclinad vuestro oído, y venid a mí; oíd, y vivirá vuestra alma; y haré con vosotros pacto eterno, las
misericordias firmes a David.” (Is. 55:3)

“Porque muy cerca de ti está la palabra, en tu boca y en tu corazón, para que la cumplas. Mira, yo he puesto
delante de ti hoy la vida y el bien, la muerte y el mal; porque yo te mando hoy que ames a Jehová tu Dios,
que andes en sus caminos, y guardes sus mandamientos, sus estatutos y sus decretos, para que vivas y seas
multiplicado, y Jehová tu Dios te bendiga en la tierra a la cual entras para tomar posesión de ella.” (Dt. 30:14-
16)

Dios ha puesto delante de nosotros la vida eterna y la muerte eterna. Así está escrito. Dios no ha puesto delante
de nosotros “vida eterna feliz” o “vida eterna de sufrimiento”. Delante de nosotros está la vida y la muerte,
porque no somos inherentemente inmortales, la vida eterna es un derecho cuya condición es la obediencia
verdadera y voluntaria.

"A los cielos y a la tierra llamo por testigos hoy contra vosotros, que os he puesto delante la vida y la muerte,
la bendición y la maldición; escoge, pues, la vida, para que vivas tú y tu descendencia.” (Dt. 30:19)

Los redimidos, para poder vivir eternamente, cumplirán la demanda de obediencia perfecta, perpetua y
voluntaria a su Ley eterna que rige en su Reino eterno, por eso está escrito que “le servirán y obedecerán”
eternamente:

“Y que el reino, y el dominio y la majestad de los reinos debajo de todo el cielo, sea dado al pueblo de los santos
del Altísimo, cuyo reino es reino eterno, y todos los dominios le servirán y obedecerán.” (Dn. 7:27)

Solo podemos tener a un Rey soberano: a Dios o a Satanás. O somos esclavos del pecado—en desobediencia a
la Ley de Dios—o somos esclavos de Dios para justicia, para obediencia a su santa Ley eterna e inmutable. Ser
esclavos del pecado, en desobediencia a la condición para tener derecho a la vida eterna, sólo nos puede
conducir a la muerte eterna. Mientras que andar en el camino de la obediencia verdadera y voluntaria nos
conduce a la vida eterna.

“¿No sabéis que si os sometéis a alguien como esclavos para obedecerle, sois esclavos de aquel a quien
obedecéis, sea del pecado para muerte, o sea de la obediencia para justicia?” (Ro. 6:6)

“Porque no son los oidores de la ley los justos ante Dios, sino los hacedores de la ley serán justificados.” (Ro.
2:13)

Pero la Ley de Dios no demanda únicamente OBEDIENCIA perfecta y perpetua, entre sus abarcantes y amplios
requerimientos encontramos también que demanda SANTIDAD:

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“Santificaos, pues, y sed santos, porque yo Jehová soy vuestro Dios.” (Lv. 20:7)

“Sino, como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir; porque
escrito está: Sed santos, porque yo soy santo.” (1 Pe. 1:15-16)

La definición bíblica de santidad es ser SIN MANCHA DE PECADO:

“En su cuerpo de carne, por medio de la muerte, para presentaros santos y sin mancha e irreprensibles
delante de él.” (Col. 1:22)

La Ley de Dios demanda que seamos santos, sin mancha de pecado, pues la Ley condena el estado de ser
manchado y contaminado con el pecado.

“Aunque te laves con lejía, y amontones jabón sobre ti, la mancha de tu pecado permanecerá aún delante de
mí, dijo Jehová el Señor.” (Jer. 2:22)

LA CAÍDA DE LA RAZA HUMANA EN EL PECADO


“Pero la serpiente era astuta, más que todos los animales del campo que Jehová Dios había hecho; la cual dijo
a la mujer: ¿Conque Dios os ha dicho: No comáis de todo árbol del huerto? Y la mujer respondió a la serpiente:
Del fruto de los árboles del huerto podemos comer; pero del fruto del árbol que está en medio del huerto dijo
Dios: No comeréis de él, ni le tocaréis, para que no muráis. Entonces la serpiente dijo a la mujer: No moriréis;
sino que sabe Dios que el día que comáis de él, serán abiertos vuestros ojos, y seréis como Dios, sabiendo el
bien y el mal.” (Gn. 3:1-5)

La Palabra de Dios nos revela que aquella “serpiente astuta” que se encontraba en el árbol de la ciencia del
bien y del mal era Satanás:

“Y fue lanzado fuera el gran dragón, la serpiente antigua, que se llama diablo y Satanás, el cual engaña al
mundo entero; fue arrojado a la tierra, y sus ángeles fueron arrojados con él.” (Ap. 12:9)

¿Por qué si Satanás es un ángel “querubín” y “acabado de hermosura” (Ez. 28:12-16) se presentó ante Eva
tomando la forma de un animal? ¿Y por qué estaba listo para tentar a nuestros primeros padres
específicamente en el árbol de la ciencia del bien y del mal?

Una persona que no se presenta tal y como es, sino que se disfraza de alguna manera, es porque no quiere ser
reconocida ni identificada por su verdadera identidad. El hecho de que Satanás no quiso presentarse tal y como
es nos demuestra que nuestros primeros padres estaban advertidos de su existencia—la existencia de un ángel
caído y de su hueste rebelde. Y el hecho de que se encontraba en el árbol de la ciencia del bien y del mal nos
muestra que ese lugar era el único lugar donde podía tentar a nuestros primeros padres, pues era el único
árbol cuyo fruto estaban prohibidos de comer. Si nuestros padres hubiesen hecho caso a la advertencia y no
se hubiesen aventurado siquiera a acercarse a este árbol, no hubiesen entrado en el terreno de Satanás y el
Enemigo no habría podido tentarles. Pero el libre albedrío permitió a Eva acercarse al terreno de la tentación
y cayó en el engaño.

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Historia de la Redención pg. 38.2 – “Dios instruyó a nuestros primeros padres con respecto al árbol del
conocimiento, y ellos estaban plenamente informados acerca de la caída de Satanás, y del peligro de escuchar
sus sugerencias. No les quitó la facultad de comer el fruto prohibido. Dejó que como seres moralmente libres
creyeran su palabra, obedecieran sus mandamientos y vivieran, o creyeran al tentador, desobedecieran y
perecieran.” {HR 38.2}

Actualmente nosotros cometemos el mismo error de nuestros primeros padres y de manera voluntaria nos
colocamos en el terreno encantado de Satanás al dar oído a sus teorías y doctrinas falsas de salvación por
obras, y también al ir voluntariamente a lugares donde la tentación abunda para hacernos caer en sus trampas
que están diseñadas para despertar y alimentar nuestras inclinaciones naturales al pecado. Nos creemos
capaces de hacer frente a la tentación y al pecado pues no queremos aceptar que por naturaleza odiamos la
Ley de Dios y amamos el pecado. Eva fue creada originalmente santa, sin mancha de pecado, sin inclinación al
mal, con capacidad para amar la Ley de Dios, y sin embargo cayó en la trampa del Enemigo. Cuánto más
deberíamos tener cuidado nosotros que tenemos una naturaleza caída y contaminada por el pecado.

HR pg. 33.1 – “Satanás tomó la forma de una serpiente y entró en el Edén. Esta era una hermosa criatura alada,
y mientras volaba su aspecto era resplandeciente, semejante al oro bruñido. No se arrastraba por el suelo sino
que se trasladaba por los aires de lugar en lugar, y comía fruta como el hombre. Satanás se posesionó de la
serpiente, se ubicó en el árbol del conocimiento y comenzó a comer de su fruto con despreocupación.

“Eva, en un primer momento sin darse cuenta, se separó de su esposo absorbida por sus ocupaciones. Cuando
se percató del hecho, tuvo la sensación de que estaba en peligro, pero nuevamente se sintió segura, aunque
no estuviera cerca de su esposo. Creía tener sabiduría y fortaleza para reconocer el mal y enfrentarlo. Los
ángeles le habían advertido que no lo hiciera. Eva se encontró contemplando el fruto del árbol prohibido con
una mezcla de curiosidad y admiración. Vio que el árbol era agradable y razonaba consigo misma acerca de
por qué Dios habría prohibido tan decididamente que comieran de su fruto o lo tocaran. Esa era la
oportunidad de Satanás. Se dirigió a ella como si fuese capaz de adivinar sus pensamientos: “¿Conque Dios os
ha dicho: No comáis de todo árbol del huerto?” Así, con palabras suaves y agradables, y con voz melodiosa, se
dirigió a la maravillada Eva, que se sintió sorprendida al verificar que la serpiente hablaba. Esta alabó la belleza
y el extraordinario encanto de Eva, lo que no le resultó desagradable. Pero estaba sorprendida, porque sabía
que Dios no había conferido a la serpiente la facultad de hablar. {HR 33.2}

“La curiosidad de Eva se había despertado. En vez de huir de ese lugar, se quedó allí para escuchar hablar a la
serpiente. No cruzó por su mente la posibilidad de que el enemigo caído utilizara a ésta como un médium.
Era Satanás quien hablaba, no la serpiente. Eva estaba encantada, halagada, infatuada. Si se hubiera
encontrado con un personaje imponente, que hubiera tenido la forma de los ángeles y se les pareciera, se
habría puesto en guardia. Pero esa voz extraña debiera haberla conducido al lado de su esposo para
preguntarle por qué otro ser podía dirigirse a ella tan libremente. En cambio, se puso a discutir con la
serpiente. Le respondió: ‘Del fruto de los árboles del huerto podemos comer; pero del fruto del árbol que está
en medio del huerto dijo Dios: No comeréis de él, ni le tocaréis, para que no muráis’. La serpiente contestó:
‘No moriréis; sino que sabe Dios que el día que comáis de él, serán abiertos vuestros ojos, y seréis como Dios,
sabiendo el bien y el mal’.” {HR 34.1}

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Mientras que Dios advirtió a nuestros primeros padres que el resultado de la desobediencia a su Ley es
“ciertamente morirás” (Gn. 2:17), Satanás contradijo las palabras de Dios diciendo “no moriréis” (Gn. 3:4). La
primera mentira del Enemigo a nuestros primeros padres sentó las bases del espiritismo para las edades
futuras. Su primera falsa doctrina fue la de la inmortalidad del alma. Nuestros primeros padres creyeron y
aceptaron esta mentira, y a esto se debe que su descendencia caída en pecado acepte tan fácilmente la mentira
de que el hombre posee un alma inmortal, lo cual los lleva a aceptar la siguiente mentira de que la paga del
pecado es un infierno sinónimo de penas y sufrimiento eterno, una doctrina que va en contra del carácter justo
y misericordioso de Dios.

“Y vio la mujer que el árbol era bueno para comer, y que era agradable a los ojos, y árbol codiciable para
alcanzar la sabiduría; y tomó de su fruto, y comió; y dio también a su marido, el cual comió así como ella.” (Gn.
3:6)

Nuestros primeros padres escogieron aceptar la mentira “no moriréis” en lugar de la verdad “ciertamente
morirás”. Escogieron creer y aceptar la mentira de un ser creado que no les había dado absolutamente nada y
que no les había proporcionado absolutamente ninguna prueba de ser digno de confianza, y en cambio
escogieron rechazar las palabras de Aquel Dios Creador y Legislador que les había proporcionado
absolutamente todo para su felicidad eterna y que les había proporcionado abundantes pruebas de su amor y
veracidad.

“Árbol codiciable para alcanzar la sabiduría”. Nuestros primeros padres codiciaron lo que Satanás les ofreció,
el ser “iguales a Dios” (Gn. 3:5), y así cometieron el mismo pecado de Lucifer, el ser “semejante al Altísimo”
que deseó hasta sentarse en el trono de Dios (Is. 14:12-14). No bastó con ser semejantes a Dios en carácter,
desearon tener el poder y la gloria que sólo a Dios corresponde. Quebrantaron así la Ley que dice “no
codiciarás” (Ex. 20:17), no amaron a Dios por encima de todas las cosas. Como Eva “tomó de su fruto, y comió”
y no vio inmediatamente los efectos de la muerte, asumió que la serpiente tenía razón. Al pecar dejó de ser
templo del Espíritu Santo, pasó a ser sinagoga de Satanás y se convirtió en su agente para hacer caer a su
compañero Adán. Así como Eva no estaba hablando con una serpiente sino con Satanás, cuando Eva fue
llevando el fruto del árbol prohibido a su marido, Adán ya no habló con Eva sino con Satanás por medio de ella.

HR pg. 36.1 – “Tomó entonces del fruto y comió, e imaginó que sentía el poder vivificante de una nueva y
elevada existencia como resultado de la influencia estimulante del fruto prohibido. Se encontraba en un
estado de excitación extraña y antinatural cuando buscó a su esposo con las manos llenas del fruto prohibido.
Le habló acerca del sabio discurso de la serpiente y manifestó su deseo de llevarlo inmediatamente junto al
árbol del conocimiento. Le dijo que había comido del fruto, y que en lugar de experimentar una sensación de
muerte, sentía una influencia estimulante y placentera. Tan pronto como Eva desobedeció se transformó en
un medio poderoso para ocasionar la caída de su esposo.”

HR pg. 37.3 – “Adán lamentó que Eva se hubiera apartado de su lado, pero ya todo estaba hecho. Debía
separarse de aquella cuya compañía tanto amaba. ¿Cómo podía permitirlo? Su amor por Eva era intenso. Y
totalmente desanimado resolvió compartir su suerte. Razonaba que Eva era parte de sí mismo, y si ella debía
morir, moriría con ella, porque no podía soportar el pensamiento de separarse de ella. Le faltaba fe en su
misericordioso y benevolente Creador. No se le ocurrió que Dios, que lo había creado del polvo de la tierra
para hacer de él un ser viviente y hermoso, y había creado a Eva para que fuera su compañera, la podía

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reemplazar. Después de todo, ¿no podrían acaso ser correctas las palabras de esa sabia serpiente? Allí estaba
Eva ante él, tan encantadora y tan hermosa, y aparentemente tan inocente como antes de desobedecer.
Manifestaba mayor amor por él que antes de su desobediencia, como consecuencia del fruto que había
comido. No vio en ella señales de muerte. Eva le había hablado de la feliz influencia del fruto, de su ardiente
amor por él, y decidió afrontar las consecuencias. Tomó el fruto y lo comió rápidamente, y al igual que Eva no
sintió inmediatamente sus efectos perjudiciales.”

“Entonces fueron abiertos los ojos de ambos, y conocieron que estaban desnudos; entonces cosieron hojas
de higuera, y se hicieron delantales.” (Gn. 3:7)

Al caer en pecado nuestros primeros padres dejaron de ser templos del Espíritu Santo y perdieron los dones
sobrenaturales de Gálatas 5:22-23. La naturaleza humana sufrió una transformación instantánea y los dones
naturales sufrieron una depravación. Se dieron cuenta de su desnudez exterior, pero no se percataron de la
verdadera desnudez de la naturaleza caída, aquella desnudez que nos habla la Amonestación del Testigo Fiel:

“Porque tú dices: Yo soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad; y no sabes que tú eres
un desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo.” (Ap. 3:17)

Al perder los dones sobrenaturales del amor, la fe, la paz, la paciencia, la bondad, la humildad, el dominio
propio y todos los frutos del Espíritu (Ga. 5:22-23), quedaron totalmente incapacitados para cumplir la
demanda de obediencia perfecta, perpetua y voluntaria a la Ley de Dios (Ro. 2:13). Y al sufrir la depravación de
su naturaleza con los dones inherentes o propios naturales, la naturaleza humana quedó manchada de pecado
y por lo tanto la raza caída quedó totalmente incapacitada para dar satisfacción a la demanda de “sed santos”
“sin mancha” (Lv. 20:7; Col. 1:22) en sí mismos.

Es por esto que luego de la caída en el pecado su nueva naturaleza pecaminosa es puesta en evidencia:

“Y oyeron la voz de Jehová Dios que se paseaba en el huerto, al aire del día; y el hombre y su mujer se
escondieron de la presencia de Jehová Dios entre los árboles del huerto. Mas Jehová Dios llamó al hombre, y
le dijo: ¿Dónde estás tú? Y él respondió: Oí tu voz en el huerto, y tuve miedo, porque estaba desnudo; y me
escondí.” (Gn. 3:8-10)

Nuestros primeros padres en su condición caída huyeron de la presencia de Dios porque tenían miedo. La
condenación de la Ley, que es la muerte segunda, pesaba ya sobre su conciencia.

“Pero los cobardes e incrédulos, los abominables y homicidas, los fornicarios y hechiceros, los idólatras y todos
los mentirosos tendrán su parte en el lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda.” (Ap. 21:8)

También tenemos evidencia de que por naturaleza el ser humano caído es ciego espiritualmente, tal y como
de igual manera nos amonesta el Testigo Fiel en Apocalipsis 3:17, pues nuestros primeros padres en su
condición caída trataron de esconderse de un Ser que es omnisapiente, omnipresente y omnipotente.

El primer Adán fue colocado sobre la tierra como Represente de la raza humana. Adán entró en un pacto con
Dios y se comprometió a satisfacer las demandas de la Ley de Dios que rige el Reino de Dios para poder tener
acceso a los derechos del Reino de Dios.

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Como resultado del pecado, la naturaleza humana dejó de ser semejante a Dios y pasó a ser semejante a la de
Satanás, y Gálatas 5:19-21 paso a ser inherente a nuestra naturaleza manchada. El hombre pasó a ser pecador
por naturaleza, pues el pecado pasó a ser parte de su naturaleza caída.

“Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos, los adulterios, las
fornicaciones, los homicidios, los hurtos, las avaricias, las maldades, el engaño, la lascivia, la envidia, la
maledicencia, la soberbia, la insensatez. Todas estas maldades de dentro salen, y contaminan al hombre.”
(Mr. 7:21-23)

“De manera que ya no soy yo quien hace aquello, sino el pecado que mora en mí.” (Ro. 7:17)

“Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros.” (1
Jn. 1:8)

“Aunque te laves con lejía, y amontones jabón sobre ti, la mancha de tu pecado permanecerá aún delante de
mí, dijo Jehová el Señor.” (Jer. 2:22)

Una de las características del carácter de Satanás es que es el “acusador de nuestros hermanos.”

“Entonces oí una gran voz en el cielo, que decía: Ahora ha venido la salvación, el poder, y el reino de nuestro
Dios, y la autoridad de su Cristo; porque ha sido lanzado fuera el acusador de nuestros hermanos, el que los
acusaba delante de nuestro Dios día y noche.” (Ap. 12:10)

Apenas fueron confrontados por su pecado por Dios, lejos de mostrar arrepentimiento por su pecado, nuestros
primeros padres manifestaron el mismo espíritu acusador de satanás, dando evidencia de su nueva naturaleza
caída semejante a la del diablo:

“Y el hombre respondió: La mujer que me diste por compañera me dio del árbol, y yo comí. Entonces Jehová
Dios dijo a la mujer: ¿Qué es lo que has hecho? Y dijo la mujer: La serpiente me engañó, y comí.” (Gn. 3:12-13)

El arrepentimiento es un don sobrenatural que debe ser implantado por Dios Espíritu Santo. La naturaleza
caída no posee esta capacidad, y por ello nuestros primeros padres no eran capaces de arrepentirse por su
pecado.

“¿O menosprecias las riquezas de su benignidad, paciencia y longanimidad, ignorando que su benignidad te
guía al arrepentimiento?” (Ro. 2:4)

“A éste, Dios ha exaltado con su diestra por Príncipe y Salvador, para dar a Israel arrepentimiento y perdón
de pecados.” (Hch. 5:31)

Lo que nuestros primeros padres en la condición caída manifestaron es algo que es inherente en todos
nosotros: la justificación propia. Es por ello que por naturaleza es más fácil justificar nuestros pecados y acusar
a nuestro prójimo manifestando el mismo espíritu acusador de satanás. “La mujer que me diste por
compañera.” Con estas palabras Adán caído acusó a Dios de ser el culpable de su pecado. “La serpiente me
engañó.” Con estas palabras Eva caída acusó implícitamente a Dios de ser culpable, ya que fue Dios quien creó
a la serpiente.

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PP pg. 41/3 (37.3) – “Adán no podía negar ni disculpar su pecado; pero en vez de mostrar arrepentimiento,
culpó a su esposa, y de esa manera al mismo Dios: ‘La mujer que me diste por compañera me dió del árbol, y
yo comí.’ El que por amor a Eva había escogido deliberadamente perder la aprobación de Dios, su hogar en
el paraíso y una vida de eterno regocijo, ahora después de su caída culpó de su transgresión a su compañera
y aun a su mismo Creador. Tan terrible es el poder del pecado.

“Cuando la mujer fue interrogada: ‘¿Qué es lo que has hecho?’ contestó: ‘La serpiente me engañó, y comí.’
‘¿Por qué creaste la serpiente? ¿Por qué la dejaste entrar en Edén?’ Estas eran las preguntas implícitas en sus
disculpas por su pecado. Así como Adán, ella culpó a Dios por su caída. El espíritu de auto-justificación se
originó en el padre de la mentira; lo manifestaron nuestros primeros padres tan pronto como se sometieron
a la influencia de Satanás, y se ha visto en todos los hijos e hijas de Adán. En vez de confesar humildemente su
pecado, tratan de justificarse culpando a otros, a las circunstancias, a Dios, y hasta murmuran contra las
bendiciones divinas.” {PP54 41.4}

“El que por amor a Eva había escogido deliberadamente perder la aprobación de Dios… ahora después de su
caída culpó de su transgresión a su compañera y aun a su mismo Creador” pues antes de caer era templo del
Espíritu Santo y por lo tanto tenía el don sobrenatural del amor (Ga. 5:22-23), pero después de su caída la
naturaleza humana perdió la capacidad para amar a Dios y amar al prójimo, por lo tanto no puede obedecer la
Ley de Dios.

“Por cuanto los designios de la carne son enemistad contra Dios; porque no se sujetan a la ley de Dios, ni
tampoco pueden.” (Ro. 8:7)

“Mas yo os conozco, que no tenéis amor de Dios en vosotros.” (Jn. 5:42)

En lugar de amor, el egoísmo tomó su lugar y pasó a ser inherente en la naturaleza humana. Fue el egoísmo
que impulsó a Adán a culpar a su esposa y a Dios. Fue el egoísmo que impulsó a Eva a culpar a Dios de su
pecado. En Génesis 3:12-13 tenemos la evidencia de que la naturaleza humana después del pecado perdió el
amor de Dios y en su lugar fue suplantado por el egoísmo. Es así que todo ser humano descendiente de Adán
y Eva caídos en el pecado somos egoístas por naturaleza. El amor de Dios, algo sobrenatural debe ser
implantado en nuestros corazones, de lo contrario no hay forma de obrar para el bien a nuestro prójimo.
Únicamente mediante la intervención de Dios se puede revertir nuestra condición natural.

El Camino a Cristo pg. 17.1 – “El hombre estaba dotado originalmente de facultades nobles y de un
entendimiento bien equilibrado. Era perfecto y estaba en armonía con Dios. Sus pensamientos eran puros, sus
designios santos. Pero por la desobediencia, sus facultades se pervirtieron y el egoísmo reemplazó el amor.
Su naturaleza quedó tan debilitada por la transgresión que ya no pudo, por su propia fuerza, resistir el poder
del mal. Fue hecho cautivo por Satanás, y hubiera permanecido así para siempre si Dios no hubiese
intervenido de una manera especial. El tentador quería desbaratar el propósito que Dios había tenido cuando
creó al hombre. Así llenaría la tierra de sufrimiento y desolación y luego señalaría todo ese mal como resultado
de la obra de Dios al crear al hombre.”

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DIOS INTERVIENE
“Y pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; ésta te herirá en la cabeza, y
tú le herirás en el calcañar.” (Gn. 3:15)

Dirigiéndose a satanás Dios dijo “enemistad pondré entre ti y la mujer”. Dios prometió intervenir de manera
sobrenatural. Por naturaleza estamos en armonía con satanás y en enemistad contra Dios. La promesa de Dios
es revertir esta situación de manera sobrenatural. “Pondré”—Dios debe hacer esta obra, porque los seres
humanos caídos no podemos entrar en armonía con Dios y enemistad con satanás por nuestra propia fuerza y
voluntad. La Palabra de Dios no dice “enemistad tendrás” o “enemistad habrá”, sino que dice categóricamente
“enemistad pondré.” Dios debe poner enemistad de manera sobrenatural en nosotros que por naturaleza
estamos enemistados con Dios y en armonía con satanás.

Fe y Obras pg. 63.4 – “Ahora bien, ¿cómo es que se arrepiente el ser humano? ¿Es algo que proviene de sí
mismo? No; porque el corazón natural está en enemistad con Dios. Entonces, ¿cómo puede el corazón natural
despertar al arrepentimiento cuando no tiene poder para hacerlo? ¿Qué es lo que induce al hombre al
arrepentimiento? Es Cristo Jesús. ¿Cómo induce al hombre al arrepentimiento? Hay mil maneras en que puede
hacerlo. {FO 63.4}

“El Dios del cielo está obrando sobre las mentes humanas todo el tiempo.” {FO 64.1}

El Conflicto de los Siglos pg. 495.2 – “Dios declara: ‘Enemistad pondré’. Esta enemistad no es fomentada de
un modo natural. Cuando el hombre quebrantó la ley divina, su naturaleza se hizo mala y llegó a estar en
armonía y no en divergencia con Satanás. No puede decirse que haya enemistad natural entre el hombre
pecador y el autor del pecado. Ambos se volvieron malos a consecuencia de la apostasía. El apóstata no
descansa sino cuando obtiene simpatías y apoyo al inducir a otros a seguir su ejemplo. De aquí que los ángeles
caídos y los hombres malos se unan en desesperado compañerismo. Si Dios no se hubiese interpuesto
especialmente, Satanás y el hombre se habrían aliado contra el cielo; y en lugar de albergar enemistad contra
Satanás, toda la familia humana se habría unido en oposición a Dios.”

“Entre tu simiente y la simiente suya”. Dios promete poner enemistad sobrenatural entre la descendencia de
Eva caída en pecado y satanás. ¿Por qué Dios promete intervenir en la simiente de Eva? ¿Si la descendencia de
Eva hubiese sido engendrada santa, sin mancha de pecado, libre de condenación, entonces, habría necesidad
de intervenir de manera sobrenatural? Por supuesto que no, pero como la naturaleza humana se depravó, la
descendencia de Adán y Eva caídos en pecado serían engendrados con una naturaleza manchada de pecado,
por eso Dios hace la promesa de intervenir de manera sobrenatural.

“He aquí, en maldad he sido formado, y en pecado me concibió mi madre.” (Sal. 51:5)

“Se apartaron los impíos desde la matriz; se descarriaron hablando mentira desde que nacieron.” (Sal. 58:3)

“¡Oh gente pecadora, pueblo cargado de maldad, generación de malignos, hijos depravados! Dejaron a
Jehová, provocaron a ira al Santo de Israel, se volvieron atrás.” (Is. 1:4)

Cuando un padre de familia compra a crédito una casa para que en ella pueda habitar su familia, el padre de
familia entra en un convenio con un banco o institución y se compromete a satisfacer los requerimientos de

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dicho contrato para poder gozar del privilegio de vivir en ese hogar junto con toda su familia. Sus hijos no
tienen ni el dinero, ni el crédito necesarios para realizar dicho contrato con el banco, pero sin embargo pueden
gozar de los privilegios del compromiso por el hecho de que sus padres han firmado ese convenio. Si los padres
de familia cumplen con los pagos y con el contrato, sus hijos van a poder crecer y vivir en esa casa hasta que
sean lo suficientemente independientes para ellos mismos poder entrar en otro contrato donde puedan vivir
en una casa o apartamento y continuar el siclo de la vida. Pero si los padres de familia no cumplen con los
requisitos del contrato entonces el banco puede desalojar a la familia entera de la casa. Los hijos también son
desalojados del hogar, a pesar de que técnicamente no hayan sido los culpables de que los padres infringieran
con el acuerdo. Así como los hijos pueden gozar de los privilegios del contrato que sus padres firmaron sin
haber hecho nada para merecerlo, así también deben experimentar el castigo de la infracción del contrato sin
haber hecho ellos nada para merecerlo, puesto que sus padres establecieron e infringieron el contrato en
calidad de representantes de la familia. Los hijos siempre van a experimentar las consecuencias de las buenas
o malas decisiones de sus padres. Así es como ha ocurrido y ocurre siempre en la vida.

El primer Adán entró en un pacto con Dios y se comprometió a satisfacer las demandas de la Ley de Dios. Si el
primer Adán cumplía con el pacto, entonces su descendencia gozaría de los privilegios que otorga el pacto: la
vida eterna. Pero el primer Adán no cumplió con el pacto, desobedeció la Ley de Dios y por lo tanto fue
desalojado del Edén donde moraba. Es así que todo descendiente, todo hijo de Adán caído en el pecado, ni
tiene acceso al hogar edénico, ni tiene acceso al árbol de la vida. El pecado de Adán tuvo consecuencias sobre
su descendencia y estas consecuencias son claras y evidentes, especialmente en nuestra naturaleza caída.

“Y al hombre dijo: Por cuanto obedeciste a la voz de tu mujer, y comiste del árbol de que te mandé diciendo:
No comerás de él; maldita será la tierra por tu causa; con dolor comerás de ella todos los días de tu vida.” (Gn.
3:17)

Dios amonestó a Adán respecto a que al obedecer “la voz de tu mujer” en desobediencia a lo que Dios le había
ordenado no hacer “y comiste del árbol de que te mandé diciendo: no comerás de él” había pecado, había
quebrantado el pacto. La verdadera obediencia implica vivir de toda Palabra que sale de la boca de Dios sin
dudar, pase lo que pase.

“Con el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste tomado; pues
polvo eres, y al polvo volverás.” (Gn. 3:19)

Dios también recuerda al hombre que no es inmortal, sino meramente mortal. Privado del fruto del árbol de
la vida el hombre moriría, dejaría de ser un alma viviente, el soplo de vida volvería a Dios y el polvo de la tierra
volvería al lugar de donde vino. Esta es la muerte primera que es como un sueño. Esta no es la paga del pecado
que es muerte, pues con la muerte segunda no quedará ni siquiera polvo del ser creado.

“Porque los malignos serán destruidos, pero los que esperan en Jehová, ellos heredarán la tierra. Pues de aquí
a poco no existirá el malo; Observarás su lugar, y no estará allí.” (Sal. 37:9-10)

“Mas los transgresores serán todos a una destruidos; La posteridad de los impíos será extinguida.” (Sal.
37:38)

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20

“Porque he aquí, viene el día ardiente como un horno, y todos los soberbios y todos los que hacen maldad
serán estopa; aquel día que vendrá los abrasará, ha dicho Jehová de los ejércitos, y no les dejará ni raíz ni
rama.” (Mal. 4:1)

DIOS NO ACEPTA LAS HOJAS DE HIGUERA


“Y Jehová Dios hizo al hombre y a su mujer túnicas de pieles, y los vistió.” (Gn. 3:21)

Cuando Adán y Eva reconocieron su desnudez después del pecado, trataron de cubrir su desnudez cosiendo
hojas de higuera:

“Entonces fueron abiertos los ojos de ambos, y conocieron que estaban desnudos; entonces cosieron hojas
de higuera, y se hicieron delantales.” (Gn. 3:7)

Dios no aceptó las hojas de higuera, sino que realizó el primer sacrificio de animales, dando inicio a un sistema
de sacrificios, y con las pieles del sacrificio cubrió la desnudez de nuestros primeros padres pecadores. En
Génesis 3:15 Dios había hecho la promesa de que Él mismo revestiría su Divinidad con Humanidad, vendría a
la tierra como Hombre, en calidad de Redentor, un Mesías futuro, un nuevo Padre, un nuevo Rey, un nuevo
Representante de la raza humana caída en el pecado.

“Y pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; ésta te herirá en la cabeza, y
tú le herirás en el calcañar.” (Gn. 3:15)

“Porque un niño nos es nacido, hijo nos es dado, y el principado sobre su hombro; y se llamará su nombre
Admirable, Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz.” (Is. 9:6)

“Tú le herirás en el calcañar.” El Mesías iba a sufrir la paga del pecado que es muerte segunda (Ro. 6:23; Ap.
21:8) por la raza caída. Satanás tendría la satisfacción de herir a Cristo, de ultrajarle, maltratarle, y finalmente
crucificarle. Pero con todo esto, Cristo triunfaría sobre el pecado y sobre satanás, y “heriría en la cabeza” a la
serpiente, pues con su vida, muerte y resurrección quedaría ratificado el Reino de la Gracia que permitiría a
todo hijo e hija de Adán alcanzar la aceptación, el perdón, la santificación, y finalmente la redención. Satanás
sería finalmente derrotado, y justamente la muerte de Cristo en la cruz sería el golpe mortífero a las
pretensiones de satanás. Este plan de redención fue representando en símbolos por medio del ritual simbólico
que Dios estableció luego de la caída de nuestros primeros padres en Génesis 3:15, 21.

Cuando Dios rechazó las hojas de higuera que ellos utilizaron para cubrir su desnudez, y mas bien los cubrió
con las túnicas de pieles del primer sacrificio, enseñó a nuestros primeros padres que ellos no podía alcanzar
un grado de aceptación por medio de sus propias obras, por su propia justicia u obediencia. Por sí mismo, el
hombre no puede cubrir su desnudez espiritual. El Mesías prometido en Génesis 3:15 no sólo debía de morir,
sino que debía vivir una vida de obediencia perfecta, perpetua y voluntaria a la Ley de Dios para proveer la
justicia perfecta por la cual el hombre pudiera ser aceptado o justificado ante Dios. Únicamente el manto santo
y sagrado de la justicia perfecta de Cristo como Hombre puede cubrir la desnudez del pecador.

Palabras de Vida del Gran Maestro pg. 252.3 – “La ropa blanca de la inocencia era llevada por nuestros primeros
padres cuando fueron colocados por Dios en el santo Edén. Ellos vivían en perfecta conformidad con la
voluntad de Dios. Toda la fuerza de sus afectos era dada a su Padre celestial. Una hermosa y suave luz, la luz

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de Dios, envolvía a la santa pareja. Este manto de luz era un símbolo de sus vestiduras espirituales de celestial
inocencia. Si hubieran permanecido fieles a Dios, habría continuado envolviéndolos. Pero cuando entró el
pecado, rompieron su relación con Dios, y la luz que los había circuido se apartó. Desnudos y avergonzados,
procuraron suplir la falta de los mantos celestiales cosiendo hojas de higuera para cubrirse. {PVGM 252.3}

“Esto es lo que los transgresores de la ley de Dios han hecho desde el día en que Adán y Eva desobedecieron.
Han cosido hojas de higuera para cubrir la desnudez causada por la transgresión. Han usado los mantos de su
propia invención; mediante sus propias obras han tratado de cubrir sus pecados y hacerse aceptables a Dios.”
{PVGM 252.4}

“Han usado los mantos de su propia invención” y hasta el día de hoy los hombres han inventado teorías para
pasar el Juicio y recibir la lluvia tardía por sus propias obras, sin justicia perfecta de Cristo, sin su Sacerdocio,
sin el Santuario Celestial, sin la misericordia del Padre y sin el Agente Regenerador. Pero desde el mismo inicio
del pecado en la tierra Dios dejó en claro que no acepta las hojas de higuera, no acepta las obras de los hombres
para justificación. Cristo mismo debía venir a la tierra como Hombre para proveer la justicia perfecta que puede
cubrir la desnudez del pecador para justificación.

Alza Tus Ojos pg. 376.2 – “El Señor Jesucristo ha preparado una cobertura -el manto de su propia justicia - que
pondrá sobre cada alma arrepentida que lo reciba por la fe. Dijo Juan: ‘He aquí el Cordero de Dios, que quita
el pecado del mundo’ (Juan 1:29). El pecado es la transgresión de la ley. Cristo murió para que todos pudieran
deshacerse del pecado. {ATO 376.2}

“Un delantal de hojas de higuera nunca cubrirá nuestra desnudez. El pecado debe ser quitado y el ropaje de
la justicia de Cristo debe cubrir al transgresor de la Ley de Dios. Entonces, al mirar el Señor al pecador creyente,
ve, no las hojas de higuera que lo cubren sino el manto de justicia de Cristo, que es la perfecta obediencia a
la ley de Jehová. El hombre ha cubierto su desnudez, no bajo una cobertura de hojas de higuera, sino bajo el
manto de la justicia de Cristo. {ATO 376.3}

“Cristo hizo un sacrificio para satisfacer las demandas de la justicia. ¡Qué precio tuvo que pagar el Cielo para
rescatar al transgresor de la ley de Jehová! Pero esa santa ley no podía mantenerse a un precio menor. En vez
de que la ley fuera abolida para alcanzar al pecador, debía ser mantenida en toda su sagrada dignidad. En su
Hijo, Dios se dio a sí mismo para salvar de la ruina eterna a todos los que crean en El. {ATO 376.4}

“El pecado es deslealtad a Dios, y merece castigo. Las hojas de higuera cosidas se usaron desde los días de
Adán, y a pesar de ello la desnudez del alma del pecador no está cubierta. Todos los argumentos reunidos
por los que se interesaron por este manto frívolo, vendrán a ser nada. El pecado es la transgresión de la ley.
Cristo se manifestó en nuestro mundo para quitar la transgresión y el pecado, y sustituir la cobertura de hojas
de higuera por el manto puro de su justicia. La Ley de Dios queda vindicada por el sufrimiento y la muerte del
unigénito Hijo del Dios infinito. {ATO 376.5}

“Una sola transgresión de la ley de Dios, aun el detalle más pequeño, es pecado. Si no se ejecutaba la penalidad
sobre ese pecado ello representaría un crimen en la administración divina. Dios es Juez, el Vengador de la
justicia, lo que constituye el fundamento de su trono. El no puede eliminar su ley. No puede quitarle el más
pequeño de sus detalles a fin de enfrentar y perdonar el pecado. La rectitud, la justicia y la excelencia moral

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de la ley deben ser mantenidas y vindicadas delante del universo celestial y de los mundos no caídos”. {ATO
376.6}

LA POSICIÓN LEGAL DE LA RAZA CAÍDA


“Y lo sacó Jehová del huerto del Edén, para que labrase la tierra de que fue tomado. Echó, pues, fuera al
hombre, y puso al oriente del huerto de Edén querubines, y una espada encendida que se revolvía por todos
lados, para guardar el camino del árbol de la vida.” (Gn. 3:23-24)

En Génesis 3:23-24 encontramos que el hombre está rechazado por Dios. El hombre caído en el pecado es
echado fuera del Edén y pierde completamente el acceso y el derecho al árbol de la vida. Ningún descendiente
de Adán y Eva caídos en el pecado tiene acceso al Edén, ni mucho menos al árbol de la vida. Este derecho se
perdió con el pecado de nuestros primeros padres. Ninguno de nosotros puede decir que nació con derecho al
árbol de la vida y al Edén, pero luego lo perdió cuando “se volvió pecador”. La realidad es que somos pecadores
por naturaleza y por lo tanto desde el engendramiento nacemos sin derecho al Edén y sin derecho al árbol de
la vida, y estamos sujetos a la muerte primera, “pues polvo eres, y al polvo volverás.”

Al profeta Daniel se le mostró en visión una escena de Juicio, donde hay un Juez, hay ángeles testigos, y hay
registros para cada ser humano de la tierra:

“Un río de fuego procedía y salía de delante de él; millares de millares le servían, y millones de millones asistían
delante de él; el Juez se sentó, y los libros fueron abiertos.” (Dn. 7:10)

Todo ser humano descendiente de Adán y Eva caídos en pecado tiene un caso pendiente hasta que se realice
su Juicio, todos tenemos una posición legal delante de Dios, cada uno de nosotros debe rendir cuentas a Dios,
y cada uno de nosotros tenemos un libro o registro detallado de nuestras vidas—tanto de las cosas buenas
como de las malas:

“El fin de todo el discurso oído es este: Teme a Dios, y guarda sus mandamientos; porque esto es el todo del
hombre. Porque Dios traerá toda obra a juicio, juntamente con toda cosa encubierta, sea buena o sea mala.”
(Ec. 12:13-14)

“Diciendo a gran voz: Temed a Dios, y dadle gloria, porque la hora de su juicio ha llegado; y adorad a aquel que
hizo el cielo y la tierra, el mar y las fuentes de las aguas.” (Ap. 14:7)

“Mas yo os digo que de toda palabra ociosa que hablen los hombres, de ella darán cuenta en el día del juicio.”
(Mt. 12:36)

En primer lugar, como ya hemos analizado en Génesis 3:23-24, encontramos que estamos RECHAZADOS por
Dios.

“Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios.” (Ro. 3:23)

En segundo lugar, como también hemos analizado, estamos BAJO CONDENACIÓN y la condenación es muerte
segunda.

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“Mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente
morirás.” (Gn. 2:17)

“Porque la paga del pecado es muerte…” (Ro. 6:23)

“Pero los cobardes e incrédulos, los abominables y homicidas, los fornicarios y hechiceros, los idólatras y todos
los mentirosos tendrán su parte en el lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda.” (Ap. 21:8)

“¡Serpientes, generación de víboras! ¿Cómo escaparéis de la condenación del infierno?” (Mt. 23:33)

“Y los que hicieron lo bueno, saldrán a resurrección de vida; mas los que hicieron lo malo, a resurrección
de condenación.” (Jn. 5:29)

En la visión de la escena de Juicio de Daniel capítulo 7, Daniel vio a Cristo venir a la escena de Juicio en calidad
de Abogado, Mediador o Intercesor:

“Miraba yo en la visión de la noche, y he aquí con las nubes del cielo venía uno como un hijo de hombre, que
vino hasta el Anciano de días, y le hicieron acercarse delante de él.” (Dn. 7:13)

“Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre.” (1 Ti. 2:5)

“A Jesús el Mediador del nuevo pacto, y a la sangre rociada que habla mejor que la de Abel.” (Heb. 12:24)

¿Por qué necesitamos un Mediador, un Intercesor, un Sacerdote que trabaje a nuestro favor? Porque debido
a nuestra tercera posición legal, estamos SEPARADOS de Dios.

“Pero vuestras iniquidades han hecho división entre vosotros y vuestro Dios, y vuestros pecados han hecho
ocultar de vosotros su rostro para no oír.” (Is. 59:2)

Como consecuencia del pecado de nuestros primeros padres, somos pecadores por naturaleza, y no
merecemos ser escuchados por Dios. Hemos perdido también el derecho de ser escuchados por Dios. Entonces
ante nuestra posición legal de rechazados necesitamos un SUSTITUTO EN LA VIDA, ante nuestra posición legal
de BAJO CONDENACIÓN de muerte segunda, necesitamos un GARANTE Y SUSTITUTO EN LA MUERTE, y ante
nuestra posición legal de SEPARADIOS DE DIOS necesitamos un MEDIADOR o INTERCESOR o SACERDOTE que
hable y se presente a nuestro favor.

Todo esto lo comunicó Dios a nuestros primeros padres y esta verdad debía de ser enseñada de generación en
generación por medio de la ley ceremonial, del ritual simbólico. El cordero que debía ser sacrificado debía ser
una ofrenda perfecta, pues simbolizaba la justicia perfecta de Cristo como Hombre—el Sustituto en la Vida del
pecador. El animal debía morir y derramar sangre en sacrificio, pues simbolizaba la muerte de Cristo en la
cruz—el Garante y Sustituto en la muerte segunda del pecador. Pero tanto la ofrenda como el sacrificio debían
ser presentadas a favor del pecador en el Santuario Celestial—la gran Corte Suprema de Justicia Celestial donde
se encuentra la Ley de Dios, donde se encuentra el Anciano de días, los millares y millares, y los registros de
nuestras vidas, y para ello es necesario un Mediador—Cristo debía resucitar como Hombre para ascender al
Santuario Celestial e iniciar su Sacerdocio a favor del pecador.

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24

Todo aquel humano pecador que aceptara estas verdades acerca de su condición, su naturaleza caída, su
posición legal, tendría entonces necesidad de Cristo, y se convertiría en un Cristiano.

La Lucha del Cristiano


La palabra “Cristo” viene del griego y significa “Mesías.” La palabra “Mesías” viene del hebreo y significa
“Ungido.”

“Sabe, pues, y entiende, que desde la salida de la orden para restaurar y edificar a Jerusalén hasta el Mesías
Príncipe, habrá siete semanas, y sesenta y dos semanas; se volverá a edificar la plaza y el muro en tiempos
angustiosos.” (Dn. 9:25)

“Setenta semanas están determinadas sobre tu pueblo y sobre tu santa ciudad, para terminar la prevaricación,
y poner fin al pecado, y expiar la iniquidad, para traer la justicia perdurable, y sellar la visión y la profecía, y
ungir al Santo de los santos.” (Dn. 9:24)

La palabra “Jesús” viene del griego Iēsoûs y es un intento de transliterar la palabra hebrea “Yeshúa” que
significa SALVACIÓN.

“Y dará a luz un hijo, y llamarás su nombre JESÚS, porque él salvará a su pueblo de sus pecados.” (Mt. 1:21)

“Siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús” (Ro. 3:24)

“Y se congregaron allí todo un año con la iglesia, y enseñaron a mucha gente; y a los discípulos se les llamó
cristianos por primera vez en Antioquía.” (Hch. 11:26)

Si bien es recién en Antioquía cuando a los primeros discípulos de Cristo se les llamó “Cristianos” por primera
vez, todo descendiente de Adán caído en pecado que antes y después de Cristo tuvo necesidad de Cristo como
su Sustituto en la Vida, pues acepta que su vida es inaceptable ante Dios, ya que la Ley condena su estado de
ser; como Sustituto en la Muerte, pues acepta que esta bajo condenación de la muerte segunda desde su
engendramiento; y como su Mediador, pues acepta que esta separado de Dios; esta persona fue, es y será
verdaderamente un Cristiano.

El hombre que acepta a Cristo como su SALVADOR, y recordando que Jesús significa precisamente SALVACIÓN,
es porque claramente acepta su posición legal ante Dios, acepta su condenación. El verdadero cristiano debe
aceptar lo que está escrito en Génesis 3:15—que Dios debe poner enemistad sobrenatural entre su persona y
satanás, ya que por naturaleza está en enemistad con Dios y en armonía con satanás, desde el momento en
que fue engendrado. Todo verdadero cristiano debe aceptar que en el pecado de Adán, la naturaleza humana
sufrió una transformación y por lo tanto somos pecadores por naturaleza.

“Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó
a todos los hombres, por cuanto todos pecaron. Así que, como por la transgresión de uno vino la condenación
a todos los hombres, de la misma manera por la justicia de uno vino a todos los hombres la justificación de
vida. Porque así como por la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores, así
también por la obediencia de uno, los muchos serán constituidos justos.” (Ro. 5:12, 18-19)

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Adán y Eva caídos en el pecado tuvieron dos hijos que representan a dos clases de personas que de ahí en
adelante poblarían la tierra. Ambos hijos pecadores por naturaleza, pero sólo uno de ellos aceptó que era
pecador, mientras que el otro no aceptó ser pecador por naturaleza. Uno fue un cristiano, el otro no quiso ser
un cristiano, pues no tenía necesidad de SALVACIÓN, no tenía necesidad de un Médico que pudiese sanarlo de
la enfermedad del pecado, pues se creía sano, no tenía necesidad del “Cordero de Dios que quita el pecado del
mundo” (Jn. 1:29) pues se creía justo, obediente, y perfecto.

“Al oír esto Jesús, les dijo: Los sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos. No he venido a llamar
a justos, sino a pecadores.” (Mr. 2:17)

CAÍN Y ABEL
“Conoció Adán a su mujer Eva, la cual concibió y dio a luz a Caín, y dijo: Por voluntad de Jehová he
adquirido varón. Después dio a luz a su hermano Abel. Y Abel fue pastor de ovejas, y Caín fue labrador de la
tierra.” (Gn. 4:1-2)

La Palabra de Dios dice que “conoció Adán a su mujer Eva, la cual concibió y dio a luz a Caín”. En este lenguaje
bíblico Dios nos da a entender que Caín fue el primogénito de Adán y Eva: Caín fue procreado por Adán y Eva.
Caín NO fue “procreado” por satanás, pues los ángeles no tienen capacidad para procrear. Cuando Dios dijo a
satanás que habría “enemistad entre tu simiente y la simiente suya”, no estaba refiriéndose a una
“descendencia” de satanás en sentido literal sino en sentido espiritual. Como consecuencia del pecado de Adán
y Eva en un sentido espiritual dejamos de ser hijos de Dios y pasamos a ser hijos del diablo:

“Vosotros sois de vuestro padre el diablo, y los deseos de vuestro padre queréis hacer. El ha sido homicida
desde el principio, y no ha permanecido en la verdad, porque no hay verdad en él. Cuando habla mentira, de
suyo habla; porque es mentiroso, y padre de mentira.” (Jn. 8:44)

Cada vez que pecamos, cada vez que mentimos, damos evidencia que por naturaleza somos hijos del padre de
la mentira. Es necesario que seamos adoptados nuevamente en la familia de Dios, y esto es posible gracias a
Cristo, el nuevo Padre de la raza humana:

“Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el
espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre!” (Ro. 8:15)

“Pero cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer y nacido bajo la ley, para
que redimiese a los que estaban bajo la ley, a fin de que recibiésemos la adopción de hijos.” (Ga. 4:4-5)

“Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios; por esto el mundo no nos
conoce, porque no le conoció a él.” (1 Jn. 3:1)

No se puede adoptar a un hijo legítimo, sólo se puede adoptar a un hijo que es ilegítimo por medio de un
proceso legal. Y la Biblia habla de adopción para que recién entonces podamos ser llamados “hijos de Dios”.
“Hijo de Dios” es un título que debe ser recuperado, pues lo perdimos con el pecado de nuestros primeros
padres. Una persona que no acepta que por naturaleza es “hijo de diablo” (Jn. 8:44) nunca tendrá necesidad
de ser adoptada por un nuevo Padre.

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Caín no aceptó que era hijo del diablo y no aceptó que era pecador por naturaleza. ¿Cómo podía aceptar ser
pecador si nunca “hizo” nada malo? ¿Cómo podía ser pecador si no había “cometido ningún acto” de pecado?
¿Cómo podía ser pecador si fueron sus padres los que cometieron el acto del pecado? El mismo razonamiento
siguen todos los Caínes modernos que utilizan citas como la siguiente para rechazar su condición caída y su
posición legal delante de Dios:

“El alma que pecare, esa morirá; el hijo no llevará el pecado del padre, ni el padre llevará el pecado del hijo;
la justicia del justo será sobre él, y la impiedad del impío será sobre él.” (Ez. 18:20)

Es verdad que el pecado de Adán no se encuentra en el registro de pecados de Caín allá en el Santuario
Celestial, en aquellos registros abiertos en el Juicio de Daniel 7:10. Sería acaso justo que nuestros registros de
malas obras tuvieran no sólo nuestros pecados sino que también incluyeran los pecados de nuestros padres, y
abuelos, y así sucesivamente hasta Adán? No sería justo. Ezequiel 18:20 nos garantiza que sólo daremos cuenta
por nuestros propios pecados. Pero no podemos pasar por alto el hecho de que los pecados que cometemos
tienen CONSECUENCIAS que afectan a nosotros y también a otras personas más allá de nosotros mismos. Y el
pecado de Adán y Eva ocasionó una consecuencia terrible: la transformación de la naturaleza humana.
Entonces, Ezequiel 18:20 NO está hablando del ESTADO DE SER, de la NATURALEZA PECAMINOSA, del PECADO
QUE MORA EN NOSOTROS de la que Pablo habla en Romanos 7, o del PECADO QUE TENEMOS EN NOSOTROS
del que habla el apóstol en 1 Juan 1:8. La Ley condena NO SOLO el ACTO del pecado, sino también las
intenciones, los pensamientos y hasta el ESTADO DE SER que está manchado y contaminado por el pecado, ya
que ese pecado que mora en nosotros, esa inclinación al mal, es la CAUSA por la cual cometemos los actos
externos de pecado. Pero aun cuando no cometemos el acto externo del pecado, esa intención queda
registrada en nuestros libros como si hubiésemos cometido el acto. Esto lo enseñó claramente nuestro Señor
Jesús:

“Oísteis que fue dicho a los antiguos: No matarás; y cualquiera que matare será culpable de juicio. Pero yo os
digo que cualquiera que se enoje contra su hermano, será culpable de juicio; y cualquiera que diga: Necio, a
su hermano, será culpable ante el concilio; y cualquiera que le diga: Fatuo, quedará expuesto al infierno de
fuego.” (Mt. 5:21-22)

“Oísteis que fue dicho: No cometerás adulterio. Pero yo os digo que cualquiera que mira a una mujer para
codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón.” (Mt. 5:27-28)

En Mateo 5:21, 27 encontramos que la Ley condena el acto, pero luego en Mateo 5:22, 28 encontramos que la
Ley condena también la intención, el deseo, la inclinación del pecado. Así yo nunca hubiese cometido el acto
del asesinato, basta que yo me haya enojado con alguien para estar registrado como ASESINO en mi registro
en el cielo. Así yo nunca hubiese cometido el acto del adulterio, basta que haya tenido los malos deseos en mi
mente para quedar registrado como ADÚLTERO en mi registro en el cielo. “Pecado es la infracción de la ley” (1
Jn. 3:4) pero no infringimos la Ley únicamente con el “acto” sino también que con las intenciones, deseos,
pensamientos, y hasta el estado de ser.

“Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos, los adulterios, las
fornicaciones, los homicidios, los hurtos, las avaricias, las maldades, el engaño, la lascivia, la envidia, la
maledicencia, la soberbia, la insensatez.” (Mr. 7:21-22)

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“Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir
el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón.”
(Heb. 4:12)

“Así que, queriendo yo hacer el bien, hallo esta ley: que el mal está en mí. ¡Miserable de mí! ¿quién me librará
de este cuerpo de muerte?” (Ro. 7:21, 24)

“Y aconteció andando el tiempo, que Caín trajo del fruto de la tierra una ofrenda a Jehová. Y Abel trajo
también de los primogénitos de sus ovejas, de lo más gordo de ellas. Y miró Jehová con agrado a Abel y a su
ofrenda; pero no miró con agrado a Caín y a la ofrenda suya. Y se ensañó Caín en gran manera, y decayó su
semblante.” (Gn. 4:3-5)

Como Caín no aceptó que estaba rechazado, bajo condenación, y separado de Dios por naturaleza desde que
fue engendrado en el vientre de Eva, y esto como consecuencia del pecado de Adán y Eva, entonces no se
consideraba pecador, sino que se consideraba justo. Caín pensaba que el hombre descendiente de Adán y Eva
caídos en el pecado NO podía SER pecador HASTA que personalmente cometiera el ACTO del pecado. Y por lo
tanto no llevó un cordero al altar del sacrificio. Caín no quiso aceptar que el mal ya estaba en él, como dice la
Palabra de Dios en Romanos 7:21. Caín pensaba que era santo sin mancha, y que únicamente cuando él mismo
llegara a cometer el ACTO del pecado, recién entonces se podría “convertir” en pecador.

Caín no aceptó el ritual simbólico establecido por Dios en Génesis 3:15, 21, porque no tenía convicción de
pecado, no aceptó estar rechazado, bajo condenación y separado de Dios por el pecado de sus padres. Por lo
tanto, no tenía necesidad de llevar un cordero, no tenía necesidad de un Sustituto en la vida, de un Garante y
Sustituto en la muerte, ni de un Mediador—no tenía necesidad del Mesías prometido, no tenía necesidad de
un Salvador, y por lo tanto rechazó a Cristo. No quiso ser un Cristiano. Llevó “fruto de la tierra” como ofrenda
para ser aceptado por Dios en sí mismo por sus propios méritos. Caín quería que Dios lo mire directamente a
él y lo acepte en sí mismo como un hombre perfecto, pues así se veía a sí mismo.

Abel en cambio aceptó el plan de redención porque sí tenía convicción de pecado, porque el sí aceptó su
posición legal, su condición caída, y por lo tanto tenía necesidad del Redentor prometido a sus padres en
Génesis 3:15. Abel aceptó a Cristo y por lo tanto fue un Cristiano. Abel no deseaba que Dios lo mire
directamente a él, pues Abel sabía que estaba manchado y contaminado por el pecado como consecuencia de
la transgresión de sus padres. Abel sabía que si Dios le miraba directamente a él nunca podría ser aceptado y
sólo podía ser rechazado, por lo tanto se presentó con un Sustituto en la vida, un Garante y Sustituto en la
muerte, con un Mediador. Abel quería que Dios mirara al cordero—símbolo de Cristo—para que pueda ser
aceptado en Cristo y no en sí mismo. Abel no deseó ser aceptado en sí mismo, porque entendía que esto no
era posible, ya que se reconocía pecador por naturaleza. Abel tuvo necesidad de ser aceptado en virtud de una
justicia ajena, una obediencia completamente fuera de sí mismo, y Abel entendía que ser aceptado por fe en
una justicia ajena NO implicaba que él estaba libre de la obediencia a la Ley de Dios. Abel entendía la diferencia
entre justificación y santificación. Todo verdadero cristiano debe comprender la diferencia entre la justificación
y la santificación, de lo contrario nunca entrará en la batalla del cristiano, la terrible lucha contra el YO.

“Y se ensañó Caín en gran manera, y decayó su semblante.” Caín que se creía perfecto, que no creía que podía
ser pecador como consecuencia del pecado de sus padres, que creía que no podía ser pecador hasta que él

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mismo cometiera el acto del pecado, y que no se consideraba rechazado por Dios, al ver que Dios claramente
no podía aceptarlo en sí mismo entonces manifestó externamente todo el odio que tenía por naturaleza pero
que él no quería aceptar que era parte de sí mismo. Al desobedecer a Dios no aceptando su posición legal ante
la Ley, desobedeció a Dios no llevando al cordero símbolo de Cristo. Al desobedecer a Dios en todo esto, Caín
demostró exactamente aquello que él no creía que fuera verdad: demostró que por naturaleza la raza caída
odiamos a Dios, pues no tenemos amor de Dios en nosotros (Jn. 5:42).

El momento en que Dios no aceptó la ofrenda de Caín, las hojas de higuera de su propia justicia contaminada
por el pecado, el odio a Dios y el odio a la Ley que lo llevó a desobedecer a Dios salió de adentro hacia fuera y
fue visible en su rostro. Pero Caín fue aún más allá. Caín que no aceptaba ser asesino por naturaleza, pues
nunca había cometido el acto del asesinato, al enojarse con Dios dio evidencia que era un asesino ante la Ley,
y entonces, como no podía asesinar a Dios, asesinó a su hermano demostrando que ni amaba a Dios ni amaba
a su prójimo por naturaleza. Mató a su hermano porque la obediencia de su hermano ponía en evidencia su
propia desobediencia. En los dos primeros hijos de Adán vemos el inicio de lo que sería el odio abierto de los
pecadores contra aquellos verdaderos cristianos que acepten el plan de redención, que acepten la justicia, la
sangre, el sacerdocio de Cristo, y que obedezcan la Ley de Dios.

“Aquí está la paciencia de los santos, los que guardan los mandamientos de Dios y la fe de Jesús.” (Ap. 14:12)

“Y dijo Caín a su hermano Abel: Salgamos al campo. Y aconteció que estando ellos en el campo, Caín se levantó
contra su hermano Abel, y lo mató.” (Gn. 4:8)

Fijémonos que la lucha de Abel no fue con Dios, ni con la Ley, ni con Caín, sino consigo mismo. En cambio la
lucha de Caín fue con Dios y con Abel en lugar de consigo mismo. Abel no nació con la capacidad natural de
amar a Dios, Abel no obedeció a Dios porque tenía una naturaleza diferente a la de Caín. Abel estaba
completamente contaminado por el pecado y por naturaleza odiaba a Dios y a su prójimo al igual que Caín. La
diferencia está en que Abel aceptó su condición ante Dios y ante la Ley y por lo tanto tuvo necesidad de ser
aceptado y perdonado en Cristo. Como resultado de aceptar a Cristo le fue concedido el Espíritu Santo para
que este Agente Regenerador pueda sembrar en Abel los dones sobrenaturales de Gálatas 5:22-23, entre ellos
el amor y la fe. El tener necesidad de ser aceptado en virtud de una justicia ajena—la de Cristo—no llevó a Abel
a desobedecer a Dios, sino que mas bien lo capacitó para prestar obediencia verdadera y voluntaria. Por esto
Abel pudo obedecer a Dios, no para ser aceptado por Dios, sino como resultado de estar ya siendo aceptado
en la promesa del Cristo. La obediencia de Abel dio testimonio de su fe en Cristo. Su fe fue de la mano con sus
obras.

El verdadero cristiano no lucha contra Dios y contra su Ley, no busca clavar la Ley moral en la cruz, ni decir que
el cuarto mandamiento fue únicamente dado para los judíos, cuando claramente es una Ley Eterna e
Inmutable. El verdadero cristiano no lucha contra los que están tratando de vivir de toda palabra que sale de
la boca de Dios, pues su obediencia de ellos pone en evidencia su propia desobediencia. El verdadero cristiano
no lucha contra la Palabra de Dios tratando de acomodarla a su propia conveniencia, tratando de adaptarla a
las tradiciones de los hombres, y de acomodarla a las tradiciones de una organización religiosa. El verdadero
cristiano no lucha contra la verdad de la Palabra de Dios tratando de torcerla para que pueda seguir en la
práctica del pecado. El verdadero cristiano no busca la Palabra de Dios para dar rienda suelta a ideas
extravagantes sobre asuntos que Dios no ha revelado. El verdadero cristiano entra en la lucha del cristiano la

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lucha contra sí mismo, contra su naturaleza pecaminosa, contra su egoísmo natural. El verdadero cristiano
anhela ser aceptado y perdonado en Cristo para como resultado poder ser regenerado.

“Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mí.” (Sal. 51:10)

El verdadero cristiano pide que le sea dado “un nuevo corazón limpio” pues reconoce y acepta que por
naturaleza fue engendrado con un corazón inmundo, manchado y contaminado por el pecado y que la Ley
condena este corazón perverso más que todas las cosas.

“Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá?” (Jer. 17:9)

“Renueva un espíritu recto dentro de mí”. Una vez al cristiano le ha sido dado ese “nuevo corazón” en el “nuevo
nacimiento”, el verdadero cristiano entiende que la lucha contra el YO es diaria, por ello desea que
continuamente le sea “renovado” el Agente Regenerador. El verdadero cristiano desea que las semillas de
Gálatas 5:22-23 puedan ser regadas diariamente por la lluvia temprana para que la planta pueda crecer y
fortalecerse, o de lo contrario va a marchitarse y finalmente la planta morirá.

“¿A quién hablaré y amonestaré, para que oigan? He aquí que sus oídos son incircuncisos, y no pueden
escuchar; he aquí que la palabra de Jehová les es cosa vergonzosa, no la aman.” (Jer. 6:10)

Caín mató a su hermano porque la obediencia de su hermano ponía en evidencia su propia desobediencia. La
obediencia de Abel era una reprensión a la desobediencia de Caín. La obediencia de Abel ponía en evidencia
que Caín tuvo las mismas posibilidades de ser aceptado, perdonado y regenerado por Dios, pero no obtuvo la
bendición de Dios por su terquedad, obstinación, voluntad, y decisión propia. Caín escogió las tinieblas y la
muerte en lugar de escoger la luz y la vida.

“Duros de cerviz, e incircuncisos de corazón y de oídos! Vosotros resistís siempre al Espíritu Santo; como
vuestros padres, así también vosotros.” (Hch. 7:51)

Es por esto que a lo largo de toda la historia de la humanidad los impíos han odiado y han buscado silenciar y
matar a los verdaderos cristianos, pues la vida de los verdaderos cristianos pone en evidencia la desobediencia
y la obstinación de los pecadores. El amor que está desarrollándose en los verdaderos cristianos pone en
evidencia el egoísmo natural de los seres humanos. El amor a la Ley de Dios desarrollándose en el cristiano que
está siendo regenerado pone en evidencia el odio natural a la Ley de Dios del hombre que no ha nacido de
nuevo.

“Y esta es la condenación: que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque
sus obras eran malas. Porque todo aquel que hace lo malo, aborrece la luz y no viene a la luz, para que sus
obras no sean reprendidas. Mas el que practica la verdad viene a la luz, para que sea manifiesto que sus obras
son hechas en Dios.” (Jn. 3:19-21)

PP pg. 60/2 (53.2) – “Caín y Abel representan dos clases de personas que existirán en el mundo hasta el fin
del tiempo. Una clase se acoge al sacrificio indicado; la otra se aventura a depender de sus propios méritos;
el sacrificio de éstos no posee la virtud de la divina intervención y, por lo tanto, no puede llevar al hombre al
favor de Dios. Sólo por los méritos de Jesús son perdonadas nuestras transgresiones. Los que creen que no

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necesitan la sangre de Cristo, y que pueden obtener el favor de Dios por sus propias obras sin que medie la
divina gracia, están cometiendo el mismo error que Caín. Si no aceptan la sangre purificadora, están bajo
condenación. No hay otro medio por el cual puedan ser librados del dominio del pecado.

“La clase de adoradores que sigue el ejemplo de Caín abarca la mayor parte del mundo; pues casi todas las
religiones falsas se basan en el mismo principio, a saber que el hombre puede depender de sus propios
esfuerzos para salvarse. Afirman algunos que la humanidad no necesita redención, sino desarrollo, y que ella
puede refinarse, elevarse y regenerarse por sí misma. Como Caín pensó lograr el favor divino mediante una
ofrenda que carecía de la sangre del sacrificio, así obran los que esperan elevar a la humanidad a la altura del
ideal divino sin valerse del sacrificio expiatorio. La historia de Caín demuestra cuál será el resultado de esta
teoría. Demuestra lo que será el hombre sin Cristo. La humanidad no tiene poder para regenerarse a sí misma.
No tiende a subir hacia lo divino, sino a descender hacia lo satánico. Cristo es nuestra única esperanza. ‘En
ningún otro hay salud; porque no hay otro nombre debajo del cielo, dado a los hombres, en que podamos ser
salvos’ Hechos 4:12”. {PP 60/3 | 53.3}

NOÉ
“Y vio Jehová que la maldad de los hombres era mucha en la tierra, y que todo designio de los pensamientos
del corazón de ellos era de continuo solamente el mal.” (Gn. 6:5)

A medida que los seres humanos comenzaron a poblar toda la tierra, la maldad natural del ser humano fue
manifestándose cada vez más, mientras que los hombres que aceptaban su condición y el plan de redención
se reducía aún más, al punto en que únicamente una sola familia en la tierra tenía verdaderos cristianos en sus
filas.

“Pero Noé halló gracia ante los ojos de Jehová.” (Gn. 6:8)

Noé poseía la misma naturaleza pecaminosa y egoísta de todos sus contemporáneos y de todos nosotros.
Poseía la misma maldad natural y la misma mente perversa cuyos designios eran de continuo solamente al mal
que cualquier otro descendiente de Adán caído en pecado. Pero Noé “halló gracia”—es decir MISERICORDIA—
ante los ojos de Jehová. Noé fue justificado por la fe en base, no a su corazón perverso, sino en base a una
justicia ajena prometida en Génesis 3:15. Noé se aferró a la misma promesa que se aferró Abel, y se apropió
por la fe a la misma obediencia perfecta de la cual se apropió Abel—la obediencia perfecta y perpetua de Cristo
como Hombre, por lo tanto fue aceptado y perdonado por fe y así “halló gracia ante los ojos de Jehová.” Es por
misericordia que Dios acepta al pecador contaminado por el pecado en base a una justicia ajena:

“Mas al que no obra, sino cree en aquel que justifica al impío, su fe le es contada por justicia.” (Ro. 4:5)

Es también por misericordia o gracia, y como resultado de la justificación, que Dios derrama sobre el pecador
arrepentido su santo Espíritu—una gracia impartida—para que el pecador pueda ser regenerado, cumpliendo
su promesa de “poner enemistad” (Gn. 3:15) entre nosotros y satanás—una enemistad que nos capacita para
luchar contra nuestra naturaleza pecaminosa para que podamos volver a estar en armonía con Dios.

En la Biblia encontramos dos tipos de gracia. Una gracia es sinónimo de misericordia, mientras que la otra
gracia es sinónimo del Espíritu Santo como Agente Regenerador—esta es la gracia que “nos es dada”.

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“De manera que, teniendo diferentes dones, según la gracia que nos es dada, si el de profecía, úsese conforme
a la medida de la fe.” (Ro. 12:6)

La gracia sinónimo de misericordia, es inherente a Dios. No se trata de una gracia que “sale” y se “desprende”
de Dios para entonces pasar a formar “parte de nosotros” y así “hacernos aceptables ante Dios”—esta doctrina
del cuerno pequeño sigue siendo salvación por obras, porque satanás siempre pone primero la regeneración
para que pueda haber aceptación. En cambio Dios en su Palabra pone siempre primero la justificación y en
segundo lugar la santificación como un fruto o resultado.

“Mas ahora que habéis sido libertados del pecado y hechos siervos de Dios, tenéis por vuestro fruto la
santificación, y como fin, la vida eterna.” (Ro. 6:22)

Dios es justo y misericordioso al mismo tiempo. La gracia sinónimo de misericordia es propia de su carácter
perfecto. “Hallar gracia ante los ojos de Dios” significa que Dios tiene misericordia de nosotros porque es justo
y misericordioso al mismo tiempo. Y Dios no tiene misericordia de nosotros porque nosotros lo merecemos
sino porque nos bendice en la persona de su Hijo que tiene los méritos para satisfacer las demandas de la Ley
de Dios.

“Pero dijo el rey a Sadoc: Vuelve el arca de Dios a la ciudad. Si yo hallare gracia ante los ojos de Jehová, él hará
que vuelva, y me dejará verla y a su tabernáculo.” (2 Sa. 15:25)

“Entonces el ángel le dijo: María, no temas, porque has hallado gracia delante de Dios.” (Lc. 1:30)

“Este halló gracia delante de Dios, y pidió proveer tabernáculo para el Dios de Jacob.” (Hch. 7:46)

“Justo es Jehová en todos sus caminos, y misericordioso en todas sus obras.” (Sal. 145:17)

“Aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos).” (Ef.
2:5)

Noé fue justificado por la fe en base a una justicia ajena por gracia o misericordia de Dios. Noé fue declarado
justo en la promesa del Cristo prometido, a pesar de ser pecador en sí mismo, porque la justicia perfecta de
Cristo satisface las demandas de la Ley de Dios (Ro. 2:13).

“Dijo luego Jehová a Noé: Entra tú y toda tu casa en el arca; porque a ti he visto justo delante de mí en esta
generación.” (Gn. 7:1)

¿A quién miraba el Padre cuando “vio justo” a Noé? ¿Miró directamente a Noé para aceptarlo y declararlo
justo?

“Y edificó Noé un altar a Jehová, y tomó de todo animal limpio y de toda ave limpia, y ofreció holocausto en
el altar. Y percibió Jehová olor grato; y dijo Jehová en su corazón: No volveré más a maldecir la tierra por causa
del hombre; porque el intento del corazón del hombre es malo desde su juventud; ni volveré más a destruir
todo ser viviente, como he hecho.” (Gn. 7:20-21)

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Noé aceptó a Cristo como su Sustituto, Garante y Mediador, y la evidencia de ello se encuentra en su necesidad
de presentarse ante Dios con el animal a sacrificar. “Y percibió Jehová olor grato” pues el holocausto ofrecido
por Noé apuntaba a Cristo, y únicamente la justicia de Cristo como Hombre puede ser aceptable ante la Ley.
Luego de justificar por la fe a Noé, Dios declaró que después del diluvio no volvería más a maldecir la tierra por
causa del hombre con un diluvio a pesar de que “el intento del corazón del hombre es malo desde su juventud”.
Dios no indica que la descendencia de Noé “el justo” iba a continuar poblando la tierra con seres humanos
“justos”, sino que los seres humanos continuarían siendo malos desde su engendramiento.

¿Y quiénes fueron destruidos por el diluvio? ¿Murieron con el diluvio únicamente los adultos, murieron
únicamente pecadores que “se volvieron malos” pero que “habían nacido santos”?

¿Podría algún antediluviano utilizar Ezequiel 18:20 para reclamar a Dios y decirle “aquí dice que ‘el hijo no
llevará el pecado del padre’, entonces por qué mueren los niños y los aun no nacidos en el diluvio”? Pero
Ezequiel 18:20 no está hablando del estado de ser, y por lo tanto no puede ser utilizado ese versículo para
tratar de ocultar la gran verdad que estamos separados de Dios, rechazados y BAJO CONDENACIÓN todos como
consecuencia del pecado de Adán y Eva. Ningún humano podrá utilizar Ezequiel 18:20 para alegar con Dios
acerca de su condenación. Toda boca quedará callada en el día final porque Dios ha establecido claramente en
su Palabra nuestra posición legal. Depende de nosotros si queremos aceptar o rechazar la verdad, e ir en pos
de las mentiras de satanás.

¿Qué pasaría si en estos momentos cayese un diluvio? Debemos darnos cuentas que si esto ocurriera en estos
momentos serían destruidos seres humanos de todas las edades, tanto niños como ancianos, incluso hasta
mujeres embarazadas y los hijos en sus vientres que aun no han nacido. ¿Es esto justo? Para la mente que no
acepta que el ser humano está rechazado, bajo condenación y separado de Dios desde el momento que somos
engendrados, como consecuencia del pecado de Adán y Eva, sin duda esto parece injusto. Pero es
completamente justo porque lo único que merecemos a partir de Génesis 3:6 en nosotros mismos es la paga
del pecado que es muerte, y muerte segunda (Ro. 6:23; Ap. 21:8). Pero Dios no es únicamente justo, también
es misericordioso al mismo tiempo. Por misericordia, antes de aplicar la justicia con el diluvio, Dios concedió
un tiempo de gracia para que los antediluvianos se arrepintiesen de sus pecados y pudiesen ser aceptados y
perdonados. Pero ellos rechazaron la misericordia de Dios y por lo tanto Dios no tuvo más remedio que aplicar
la justicia sobre ellos. De igual manera todos tenemos ahora oportunidad de alcanzar misericordia, pero si
rechazamos la misericordia no queda otro camino que la justicia de Dios.

CS pg. 337.2 – “Siglo tras siglo las amonestaciones que Dios dirigió al mundo por medio de sus siervos, fueron
recibidas con la misma incredulidad y falta de fe. Cuando la maldad de los antediluvianos le indujo a enviar el
diluvio sobre la tierra, les dio primero a conocer su propósito para ofrecerles oportunidad de apartarse de
sus malos caminos. Durante ciento veinte años oyeron resonar en sus oídos la amonestación que los llamaba
al arrepentimiento, no fuese que la ira de Dios los destruyese. Pero el mensaje se les antojó fábula ridícula, y
no lo creyeron. Envalentonándose en su maldad, se mofaron del mensajero de Dios, se rieron de sus amenazas,
y hasta le acusaron de presunción. ¿Cómo se atrevía él solo a levantarse contra todos los grandes de la tierra?
Si el mensaje de Noé era verdadero, ¿por qué no lo reconocía por tal el mundo entero? y ¿por qué no le daba
crédito? ¡Era la afirmación de un hombre contra la sabiduría de millares! No quisieron dar fe a la
amonestación, ni buscar protección en el arca.

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“Los burladores llamaban la atención a las cosas de la naturaleza—a la sucesión invariable de las estaciones, al
cielo azul que nunca había derramado lluvia, a los verdes campos refrescados por el suave rocío de la noche—
y exclamaban: ‘¿No habla acaso en parábolas?’ Con desprecio declaraban que el predicador de la justicia era
fanático rematado; y siguieron corriendo tras los placeres y andando en sus malos caminos con más empeño
que nunca antes. Pero su incredulidad no impidió la realización del acontecimiento predicho. Dios soportó
mucho tiempo su maldad, dándoles amplia oportunidad para arrepentirse, pero a su debido tiempo sus
juicios cayeron sobre los que habían rechazado su misericordia.” {CS 337.3}

“Y toda planta del campo antes que fuese en la tierra, y toda hierba del campo antes que naciese; porque
Jehová Dios aún no había hecho llover sobre la tierra, ni había hombre para que labrase la tierra, sino que
subía de la tierra un vapor, el cual regaba toda la faz de la tierra.” (Gn. 2:5-6)

“Por la fe Noé, cuando fue advertido por Dios acerca de cosas que aún no se veían, con temor preparó el arca
en que su casa se salvase; y por esa fe condenó al mundo, y fue hecho heredero de la justicia que viene por
la fe.” (Heb. 11:7)

Qué difícil que debe haber sido para Noé el mantenerse firme en medio de las burlas y el oprobio de todos los
sabios y personas de influencia de su generación que contradijeron constantemente la Palabra de Dios. Esta
será siempre una lucha para el verdadero cristiano, pues el mundo entero por naturaleza no cree en la Palabra
de Dios. Qué difícil es no hacer caso a las autoridades seculares y aún las autoridades religiosas cuando sus
teorías y tradiciones van en contra de la Palabra de Dios. Las palabras de los hombres que el mundo estima
siempre tienen más peso que la Palabra de Dios. Los sabios según el mundo siempre alegan que sólo ellos están
autorizados para interpretar correctamente la ciencia y hasta la Palabra de Dios. El verdadero cristiano debe
luchar contra esta inclinación natural de obedecer a los hombres antes que obedecer a Dios.

“Respondiendo Pedro y los apóstoles, dijeron: Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres.” (Hch.
5:29)

Noé fue justificado por fe en virtud de una justicia ajena y como resultado le fue dado al Agente Regenerador
que sembró en él las semillas de Gálatas 5:22-23. Noé desarrolló esa fe sobrenatural y por fe creyó la Palabra
de Dios sin dudar, sin cuestionar, sin pedir una explicación científica, y sin esperar la aprobación de una
autoridad religiosa o civil. Noé ni la gente de su época habían visto nunca llover y ahora Dios declaraba que iba
a venir un diluvio a toda la tierra. Los grandes científicos y sabios de su época indicaban que era imposible que
esto sucediese pues no encontraban una explicación científica para que dicho evento pudiese ocurrir. Noé no
hizo caso a los razonamientos, a las teorías y a las dudas de los sabios según el mundo. Por la fe creyó en la
Palabra de Dios y se puso manos a la obra y construyó el arca. Obedeció a Dios como resultado de haber estado
siendo justificado por la fe en un Redentor futuro. Por su fe construyó el arca, y al construir el arca “condenó
al mundo” pues nuevamente la obediencia y la fe de los verdaderos cristianos ponen en evidencia la
desobediencia y la incredulidad de aquellos que rechazan la Palabra de Dios.

“Hermanos míos, ¿de qué aprovechará si alguno dice que tiene fe, y no tiene obras? ¿Podrá la fe salvarle? Así
también la fe, si no tiene obras, es muerta en sí misma. ¿No ves que la fe actuó juntamente con sus obras, y
que la fe se perfeccionó por las obras?” (Stg. 2:14, 17, 22)

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El Enemigo de Cristo sabe que únicamente la justicia perfecta de Cristo es aceptable ante la Ley, por ello hace
todo lo posible para guerrear contra ella y llevar al hombre a confiar en sus propios méritos. Por naturaleza
odiamos a Cristo, por lo tanto cualquier doctrina de salvación por obras alimenta nuestro orgullo natural y
rápidamente rechazamos la justicia perfecta de Cristo a favor de nuestras hojas de higuera.

El Enemigo de Cristo alega que la justificación por la fe elimina la necesidad del cristiano de purificarse a sí
mismo y alcanzar la perfección. El Enemigo de Cristo alega que hablar de que somos pecadores por naturaleza
y que la Ley condena nuestra estado de ser es una “excusa” para no abandonar la práctica del pecado. Pero ni
la justificación por la fe, ni el hecho de que la Ley condena nuestro estado de ser, implica que estamos libres
de dar rienda suelta a nuestras inclinaciones pecaminosas. Al contrario, la justificación por la fe es la única
manera por la cual, como resultado, podemos aprender a obedecer verdadera y voluntariamente la Ley de
Dios, y luchar contra nuestra naturaleza pecadora.

Noé no se quedó de brazos cruzados al creer por fe que Dios enviaría un diluvio. Noé utilizó todos los medios
que estaban a su alcance para construir el arca. La fe actuó juntamente con sus obras, y su fe se perfeccionó
por las obras. Si Noé no hubiera accionado por fe, también hubiera perecido en el diluvio. Noé se salvó porque
por la fe creyó, por fe fue justificado, y le fue concedido el Espíritu Santo, para que en combinación con su
esfuerzo humano y el poder divino pudiera andar en el camino de la santificación verdadera.

PVGM pg. 253.3 – “Este manto, tejido en el telar del cielo, no tiene un solo hilo de invención humana. Cristo,
en su humanidad, desarrolló un carácter perfecto, y ofrece impartirnos a nosotros este carácter. ‘Como trapos
asquerosos son todas nuestras justicias’ (Isaías 64:6). Todo cuanto podamos hacer por nosotros mismos está
manchado por el pecado. Pero el Hijo de Dios ‘apareció para quitar nuestros pecados, y no hay pecado en él’.
Se define el pecado como la ‘transgresión de la ley’ (1 Juan 3:5, 4). Pero Cristo fue obediente a todo
requerimiento de la ley. El dijo de sí mismo: ‘Me complazco en hacer tu voluntad, oh Dios mío, y tu ley está en
medio de mi corazón’ (Salmos 40:8). Cuando estaba en la tierra dijo a sus discípulos: ‘He guardado los
mandamientos de mi Padre’ (Juan 15:10). Por su perfecta obediencia ha hecho posible que cada ser humano
obedezca los mandamientos de Dios. Cuando nos sometemos a Cristo, el corazón se une con su corazón, la
voluntad se fusiona con su voluntad, la mente llega a ser una con su mente, los pensamientos se sujetan a él;
vivimos su vida. Esto es lo que significa estar vestidos con el manto de su justicia. Entonces, cuando el Señor
nos contempla, él ve no el vestido de hojas de higuera, no la desnudez y deformidad del pecado, sino su propia
ropa de justicia, que es la perfecta obediencia a la ley de Jehová.” {PVGM 253.3}

En la justificación no entra las obras de ningún ser humano manchado y contaminado por el pecado. Noé no
fue aceptado o justificado por construir un arca, no fue justificado por sus obras. En cambio, en la santificación
interviene tanto el Espíritu Santo como el esfuerzo humano. El Espíritu Santo capacitó a Noé con Gálatas 5:22-
23, pero no fue el Espíritu Santo quien construyó el arca. Tampoco fue la justicia de Cristo quien construyó el
arca. Fue Noé quien construyó el arca, desarrollando aquello que no poseía por naturaleza (Ga. 5:22-23), pero
pudo hacer esto gracias a que el Espíritu Santo creó en Noé estos dones sobrenaturales.

“Estando persuadido de esto, que el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de
Jesucristo.” (Fil. 1:6)

“Porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad.” (Fil. 2:13)

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No obstante que Noé construyó el arca y que no fue destruido por el diluvio, estas obras de Noé no eliminaron
la mancha de pecado de Noé, ni eliminaron la sentencia de muerte que pesaba sobre él. Después del diluvio
Noé no fue a Dios presuntuosamente esperando que por sus obras pueda ser aceptado, perdonado y pueda
tener acceso a Dios. El primer acto de Noé luego de bajarse del arca fue la de construir un altar y ofrecer un
sacrificio a Dios (Gn. 8:18-20), porque Noé sabía que más allá de cualquiera de sus obediencias el seguía
necesitando ser aceptado en virtud de una vida ajena, necesitaba ser perdonado (porque es pecador en sí
mismo) en virtud de una muerte ajena, y necesitaba un Mediador para poder tener acceso a Dios.

FO pg. 48.3 – “Se promete el perdón de los pecados al que se arrepiente y cree; la corona de vida será el
galardón del que es fiel hasta el fin. Podemos crecer en la gracia desarrollándonos por medio de la gracia que
ya tenemos. Debemos mantenernos sin mancha del mundo si hemos de ser hallados sin culpa en el día de Dios.
La fe y las obras van de la mano; actúan armoniosamente en la empresa de alcanzar la victoria. Las obras sin
fe son muertas, y la fe sin obras es muerta. Las obras jamás van a salvarnos; son los méritos de Cristo los que
contarán en nuestro favor. Mediante la fe en El, Cristo hará que todos nuestros imperfectos esfuerzos sean
aceptables para Dios. La fe que se requiere que tengamos no es una fe de no hacer nada; fe salvadora es la
que obra por amor y purifica el alma. El que eleve a Dios manos santas sin ira ni duda, caminará
inteligentemente en la senda de los mandamientos de Dios.”

Génesis 8:18-20 nos muestra que Noé no ponía su confianza de salvación en sus propias obras, pues no miraba
a esa gigantesca arca que construyó como digna de merecer aceptación, sino que puso su confianza en
elementos completamente ajenos a sí mismo. Pero esta doctrina bíblica no eliminó en Noé el deseo de vivir de
toda Palabra que sale de la boca de Dios. Por el contrario, esa gigantesca arca era un testimonio poderoso de
que su fe iba acompañada por obras de obediencia, y si no hubiese obedecido a Dios él también hubiese
perecido en el diluvio como cualquier otro pecador.

EL RITUAL SIMBÓLICO
Luego de que el pueblo de Dios fue liberado de la esclavitud en Egipto, Dios modificó la ley ceremonial para
hacerla aún más detallada, y esto debido a que luego de los cuatrocientos años de esclavitud (Gn. 15:13) el
pueblo de Dios había perdido de vista casi por completo toda la ciencia del plan de redención.

La ley ceremonial podía ser modificada porque no es una ley eterna ni es una ley inmutable, sino que fue un
sistema establecido luego de la caída de Adán en el pecado y fue clavado en la cruz con la muerte de Cristo, a
quien todo el sistema apuntaba. Ya que la ley ceremonial es un sistema que Dios utiliza para explicar el plan de
redención, Dios lo modificó de acuerdo a la necesidad del pueblo en su determinado momento. Pero la Ley
Moral no se puede modificar para adaptarla a las condiciones de la gente. Dios no establecería un día de reposo
para un grupo de personas, para luego modificarlo con la intención de adaptarlo a otro grupo de personas.

Cristo crucificado en la cruz del Calvario es la prueba indiscutible que la Ley Moral es Eterna e Inmutable. Y
luego de que Cristo sufrió la paga del pecado que es muerte (Ro. 6:23) y muerte segunda (Ap. 21:8), Dios mismo
partió el velo que dividía el lugar santo del santísimo del santuario terrenal declarando así que todo lo terrenal
que era un símbolo o representación, incluyendo las fiestas y sábados ceremoniales, dejaron de estar en
vigencia para siempre.

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“Mas Jesús, dando una gran voz, expiró. Entonces el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo. Y el
centurión que estaba frente a él, viendo que después de clamar había expirado así, dijo: Verdaderamente este
hombre era Hijo de Dios.” (Mt. 15:37-39)

Satanás había establecido un mismo sistema de culto en todas las religiones paganas, por medio del cual
enseñaba lo opuesto al sistema de culto establecido por Dios, y los egipcios practicaban este sistema pagano
al cual los israelitas habían estado expuestos por cuatro siglos. Por lo tanto, era necesario re-educar a los
israelitas por medio de un sistema ceremonial más detallado para borrar de la mente los errores del sistema
pagano. Mientras que en el sistema pagano de satanás se sacrificaban a niños y a vírgenes, dando a entender
que el hombre nace puro, santo, y sin pecado, en el sistema de Dios se sacrificaban animales que apuntaban
al Libertador que revestiría su divinidad de humanidad, para ser engendrado por el Espíritu Santo como un
Hombre sin mancha de pecado. Así nos da a entender que el hombre nace impuro, manchado y contaminado
por el pecado, por lo tanto necesita un Sustituto que tenga una humanidad sin mancha de pecado para que el
Sustituto pueda estar libre de condenación, y entonces pueda ser un sacrificio aceptable.

“Respondiendo el ángel, le dijo: El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su
sombra; por lo cual también el Santo Ser que nacerá, será llamado Hijo de Dios.” (Lc. 1:35)

“Y pensando él en esto, he aquí un ángel del Señor le apareció en sueños y le dijo: José, hijo de David, no temas
recibir a María tu mujer, porque lo que en ella es engendrado, del Espíritu Santo es.” (Mt. 1:20)

El propósito de la ley ceremonial es explicar por medio de símbolos el plan de redención, pero no es su
propósito traer a los hombres la aceptación o el perdón, ya que es un sistema de ritos que no tienen méritos
en sí mismos. Todos los verdaderos creyentes que practicaron este sistema de símbolos, mientras esta ley
estuvo en vigencia, miraban más allá de los símbolos y fueron beneficiados de esta manera por el ritual
simbólico.

Cuando el rey Salomón terminó de edificar el templo terrenal en Jerusalén, durante la dedicación del templo
en Jerusalén hizo la siguiente oración:

“Yo he edificado casa por morada para ti, sitio en que tú habites para siempre. Pero ¿es verdad que Dios
morará sobre la tierra? He aquí que los cielos, los cielos de los cielos, no te pueden contener; ¿cuánto menos
esta casa que yo he edificado? Oye, pues, la oración de tu siervo, y de tu pueblo Israel; cuando oren en este
lugar, también tú lo oirás en el lugar de tu morada, en los cielos; escucha y perdona… tú oirás en los cielos,
en el lugar de tu morada, y perdonarás, y actuarás, y darás a cada uno conforme a sus caminos, cuyo corazón
tú conoces...” (1 Re. 8:13, 27, 30, 39)

El rey Salomón tenía claro que Dios no habitaría en una morada construida por manos humanas, sino que ese
templo terrenal era una representación en miniatura del verdadero Templo Celestial donde se encuentra el
trono de Dios y la Ley eterna e inmutable. Por eso Salomón tenía en claro que era desde el Santuario Celestial
donde Dios escucharía, perdonaría, y actuaría a favor de su pueblo. Pues sin Santuario y sin Sacerdocio no
podría haber ni justificación, ni perdón, ni lluvia temprana, ni Juicio, ni mucho menos lluvia tardía.

A pesar de que el rey David practicaba el ritual simbólico con su santuario terrenal y sacerdocio según el orden
de Aarón, el no ponía su confianza en el santuario aquí en la tierra ni en el sacerdocio terrenal, sino que miraba

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más allá del símbolo por la fe hacia el tiempo en que estaría en vigencia el Santuario Celestial y el Sacerdocio
de Cristo. Por este motivo David oraba y alababa a Dios con las siguientes palabras:

“Juró Jehová, y no se arrepentirá: Tú eres sacerdote para siempre según el orden de Melquisedec.” (Sal. 110:4)

El Enemigo de Cristo ha engañado siempre a los hombres haciéndoles creer que la salvación por obras incluye
la práctica de estos ritos, fiestas y ceremonias. El Enemigo quiere que los hombres crean que estos ritos tienen
mérito en sí mismos, y que tengan sus ojos puestos en un templo aquí en la tierra, para que los hombres no
vean más allá de los símbolos y las sombras hacia el verdadero Templo en el tercer cielo. Además de esto, el
Enemigo de Cristo le gusta combinar en una sola ley a la Ley Moral y a la ley ceremonial, ya sea para clavar
ambas en la cruz, o para decir que la salvación es Cristo + la ley ceremonial. Pero hacer esto es torcer las
Escrituras en contra de la verdad.

Es gracias al ritual simbólico que podemos aprender cómo el hombre es aceptado, perdonado, cómo recibe el
bautismo diario del Espíritu Santo, y cómo pasa el Juicio. Cualquier teoría o tradición de los hombres debe ser
pesado en la balanza del santuario con un “escrito está”.

“E N E M I S T A D PONDRÉ”
¿De qué manera se va a cumplir la promesa de Dios dada a nuestros primeros padres luego de que cayeron en
pecado de que la raza caída sería restaurada a su condición original?

El ritual simbólico nos da todas las respuestas que necesitamos, para salir de nuestra posición legal de estar
rechazados, bajo condenación y separados por Dios. Lo único que merecemos es la muerte segunda. Pero Dios
nos presenta una vía para poder hallar redención y vida eterna en lugar de destrucción eterna. Una vía por la
cual la justicia y la misericordia van de la mano.

El sacerdocio terrenal consistía de dos servicios:

1. Un servicio diario o continuo (Ex. 30:7-8)


2. Y un servicio anual o día de expiación (Lv. 16:1-34)

El servicio diario o continuo se realizaba diariamente o continuamente dos veces al día por el sacerdote
terrenal trabajando en el atrio y en el lugar santo del santuario terrenal.

“Esto es lo que ofrecerás sobre el altar: dos corderos de un año cada día, continuamente.” (Ex. 29:38)

“Manda a los hijos de Israel que te traigan para el alumbrado aceite puro de olivas machacadas, para hacer
arder las lámparas continuamente.” (Lv. 24:2)

“Para que sacrificasen continuamente, a mañana y tarde, holocaustos a Jehová en el altar del holocausto,
conforme a todo lo que está escrito en la ley de Jehová, que él prescribió a Israel.” (1 Cr. 16:40)

Aceptación diaria
Diariamente y dos veces al día, el sacerdote terrenal debía entrar al lugar santo del santuario con incienso y
aceite para quemar incienso en el altar del incienso, y posteriormente aumentar aceite a las lámparas (Éxodo

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30:7-8). El santuario terrenal era un lugar de trabajo, por lo tanto el trabajador del santuario—el sacerdote—
no podía entrar con las manos vacías. Pero los medios con los que debía entrar el sacerdote al santuario eran
preparados previamente fuera del santuario en el atrio del templo. El sacerdote entraba al templo con incienso
y aceite que había preparado previamente en el atrio. El sacerdote no entraba al santuario para recién allí
preparar incienso o aceite, sino que entraba con los medios ya listos para el trabajo que debía realizar dentro
del templo.

¿Qué significaba el acto del sacerdote de quemar el incienso? ¿Qué simboliza el incienso?

“Como incienso agradable os aceptaré, cuando os haya sacado de entre los pueblos, y os haya congregado de
entre las tierras en que estáis esparcidos; y seré santificado en vosotros a los ojos de las naciones.” (Ez. 20:41)

El acto de quemar incienso era realizado para ACEPTACIÓN o JUSTIFICACIÓN. De esta manera el israelita debía
aprender que era aceptado o justificado diariamente/continuamente en base a un elemento
COMPLETAMENTE FUERA de sí mismo. La ley demanda OBEDIENCIA para que el hombre sea justificado (Ro.
2:13) por lo tanto el incienso era símbolo de una JUSTICIA u OBEDIENCIA AJENA—la obediencia perfecta y
perpetua de Cristo como Hombre.

“Siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús.” (Ro. 3:24)

“En aquellos días Judá será salvo, y Jerusalén habitará segura, y se le llamará: Jehová, justicia nuestra.” (Jer.
33:16)

“He aquí que aquel cuya alma no es recta, se enorgullece; mas el justo por su fe vivirá.” (Hab. 2:4)

El ritual simbólico nos enseña que el verdadero israelita no era aceptado o justificado una sola vez y para
siempre, sino que continuamente debía retener la aceptación. Cristo el verdadero Sumo Sacerdote debe
presentarse continuamente ante el Padre y la Ley con la obediencia perfecta y perpetua que desarrolló como
Hombre en esta tierra en su primera venida para que podamos ser aceptados o justificados por la fe en base a
su justicia perfecta. Todas nuestras oraciones, todos nuestros actos, todo nuestra adoración a Dios debe ser
presentada por Cristo y perfumada con su justicia para que puedan ser aceptables ante Dios.

“Otro ángel vino entonces y se paró ante el altar, con un incensario de oro; y se le dio mucho incienso para
añadirlo a las oraciones de todos los santos, sobre el altar de oro que estaba delante del trono. Y de la mano
del ángel subió a la presencia de Dios el humo del incienso con las oraciones de los santos.” (Ap. 8:3-4)

PP pg. 366/1 (321.2) – “El incienso, que ascendía con las oraciones de Israel, representaba los méritos y la
intercesión de Cristo, su perfecta justicia, la cual por medio de la fe es acreditada a su pueblo, y es lo único
que puede hacer el culto de los seres humanos aceptable a Dios. Delante del velo del lugar santísimo, había
un altar de intercesión perpetua; y delante del lugar santo, un altar de expiación continua. Había que acercarse
a Dios mediante la sangre y el incienso, pues estas cosas simbolizaban al gran Mediador, por medio de quien
los pecadores pueden acercarse a Jehová, y por cuya intervención tan sólo puede otorgarse misericordia y
salvación al alma arrepentida y creyente.”

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Es gracias a la ofrenda perfecta y perpetua de Cristo, su perfecta justicia, que podemos salir de nuestra posición
legal de rechazados.

El acto del sacerdote de aumentar aceite a las lámparas lo analizaremos más adelante, pues primero
revisaremos el sacrificio diario.

Perdón diario
Luego de que el sacerdote terrenal había terminado de quemar incienso y aumentar aceite a las lámparas,
debía también diariamente dos veces al día sacrificar al cordero en el altar del sacrificio localizado en el atrio,
para que la víctima inocente pudiese derramar sangre. El sacerdote debía recoger la sangre para que con este
medio de trabajo pudiera estar habilitado para entrar nuevamente dentro del santuario al lugar santo, y
entonces debía asperjar la sangre en el velo que separaba el lugar santo del lugar santísimo, pues detrás de
este velo se encontraba la Ley que demanda la muerte segunda del israelita—los Diez Mandamientos dentro
el arca del pacto. (Ex. 29:38-42; Ro. 6:23; Ap. 21:8).

El cordero era un símbolo de Cristo como Hombre, y su sangre era un símbolo de la sangre que Cristo
derramaría en la cruz del Calvario.

“El siguiente día vio Juan a Jesús que venía a él, y dijo: He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del
mundo.” (Jn. 1:29)

“Porque esto es mi sangre del nuevo pacto, que por muchos es derramada para remisión de los pecados.”
(Mt. 26:28)

“Y casi todo es purificado, según la ley, con sangre; y sin derramamiento de sangre no se hace remisión.” (Heb.
9:22)

“En quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados según las riquezas de su gracia.” (Ef. 1:7)

El ritual simbólico nos enseña que el verdadero israelita no era perdonado una sola vez y para siempre, sino
que diariamente debía buscar el perdón de sus pecados, pues así como pecamos continuamente,
continuamente necesitamos el perdón de Dios. Es gracias a la sangre de Cristo que podemos salir de nuestra
posición legal de bajo condenación y continuamente Cristo presenta su sangre derramada en la cruz para que
nuestros pecados puedan ser perdonados. Todas nuestras oraciones, todos nuestras adoraciones y culto deben
ser perfumados con su justicia y purificados con su sangre para que puedan ser presentados por Cristo delante
del trono de la gracia. Y es en virtud de su Sacerdocio, en virtud de su Intercesión que podemos ser escuchados
por el Padre, y podemos salir de nuestra posición legal de estar separados de Dios.

Mensajes Selectos tomo 1, pg. 404.1 – “Los servicios religiosos, las oraciones, la alabanza, la confesión
arrepentida del pecado ascienden desde los verdaderos creyentes como incienso ante el santuario celestial,
pero al pasar por los canales corruptos de la humanidad, se contaminan de tal manera que, a menos que
sean purificados por sangre, nunca pueden ser de valor ante Dios. No ascienden en pureza inmaculada, y a
menos que el Intercesor, que está a la diestra de Dios, presente y purifique todo por su justicia, no son
aceptables ante Dios. Todo el incienso de los tabernáculos terrenales debe ser humedecido con las
purificadoras gotas de la sangre de Cristo. El sostiene delante del Padre el incensario de sus propios méritos,

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en los cuales no hay mancha de corrupción terrenal. Recoge en ese incensario las oraciones, la alabanza y
las confesiones de su pueblo, y a ellas les añade su propia justicia inmaculada. Luego, perfumado con los
méritos de la propiciación de Cristo, asciende el incienso delante de Dios plena y enteramente aceptable. Así
se obtienen respuestas benignas. {1MS 404.1}

“Ojalá comprendieran todos que toda obediencia, todo arrepentimiento, toda alabanza y todo
agradecimiento deben ser colocados sobre el fuego ardiente de la justicia de Cristo. La fragancia de esa
justicia asciende como una nube en torno del propiciatorio.” {1MS 404.2}

¿Quiénes se beneficiaban del servicio diario?


En Levítico capítulo 4 tenemos el ritual que se realizaba en el servicio diario o continuo para el perdón de
pecados. Y el capítulo comienza de esta manera:

“Habla a los hijos de Israel y diles: Cuando alguna persona pecare por yerro en alguno de los mandamientos
de Jehová sobre cosas que no se han de hacer, e hiciere alguna de ellas…” (Lv. 4:2)

Y más adelante leemos:

“Si toda la congregación de Israel hubiere errado, y el yerro estuviere oculto a los ojos del pueblo, y hubieren
hecho algo contra alguno de los mandamientos de Jehová en cosas que no se han de hacer, y fueren
culpables” (Lv. 4:13)

Únicamente un israelita que había sido convencido de pecado, de estar rechazado y bajo condenación iba a
realizar su parte en el servicio diario. ¿Cómo es que podía ser convencido de pecado? El israelita únicamente
podía ser convencido de pecado por la ley que se encontraba en el arca del pacto dentro del lugar santísimo
del santuario—los Diez Mandamientos—la Ley Moral. Esta era la ley que daba sentido a todo el ceremonial,
pues esta es la ley que demanda obediencia perfecta y perpetua para ser aceptados, y que demanda la paga
del pecado que es muerte segunda del infractor de la ley.

“Y él os anunció su pacto, el cual os mandó poner por obra; los diez mandamientos, y los escribió en dos
tablas de piedra.” (Dt. 4:13)

“Y escribiré en aquellas tablas las palabras que estaban en las primeras tablas que quebraste; y las pondrás en
el arca.” (Dt. 10:2)

“En el arca ninguna cosa había sino las dos tablas de piedra que allí había puesto Moisés en Horeb, donde
Jehová hizo pacto con los hijos de Israel, cuando salieron de la tierra de Egipto.” (1 Re. 8:9)

“El cual tenía un incensario de oro y el arca del pacto cubierta de oro por todas partes, en la que estaba una
urna de oro que contenía el maná, la vara de Aarón que reverdeció, y las tablas del pacto.” (Heb. 9:4)

En Hebreos capítulo 9, Pablo nos hace un breve resumen de los departamentos y de los muebles del santuario
terrenal, incluyendo el arca del pacto con las tablas de los Diez Mandamientos (Heb. 9:4), y luego nos dice que
esto era una representación, sombra, símbolo o figura de las cosas presentes que ahora están en vigencia en
el Santuario Celestial, pues dice “Lo cual es símbolo para el tiempo presente…” (Heb. 9:9). Los diez

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mandamientos que se encontraban en el lugar santísimo del santuario terrenal eran una representación de la
Ley Moral original que se encuentra en el Lugar Santísimo del Santuario Celestial, lo cual fue visto en visión por
el apóstol Juan:

“Y el templo de Dios fue abierto en el cielo, y el arca de su pacto se veía en el templo. Y hubo relámpagos,
voces, truenos, un terremoto y grande granizo.” (Ap. 11:19)

Entonces el primer paso para que una persona pueda beneficiarse por este plan de redención es aceptar la
vigencia de esta Ley Eterna e Inmutable—los Diez Mandamientos—incluido el cuarto mandamiento. Esta es la
única Ley que define qué es pecado.

“Todo aquel que comete pecado, infringe también la ley; pues el pecado es infracción de la ley.” (1 Jn. 3:4)

“Ya que por las obras de la ley ningún ser humano será justificado delante de él; porque por medio de la ley
es el conocimiento del pecado.” (Ro. 3:20)

“¿Qué diremos, pues? ¿La ley es pecado? En ninguna manera. Pero yo no conocí el pecado sino por la ley;
porque tampoco conociera la codicia, si la ley no dijera: No codiciarás. Mas el pecado, tomando ocasión por
el mandamiento, produjo en mí toda codicia; porque sin la ley el pecado está muerto.” (Ro. 7:7-8)

El apóstol Pablo dice que no conocería que la codicia es pecado si no fuera que la Ley tiene un mandamiento
que dice: “No codiciarás” (Ex. 20:17). Por lo tanto, la codicia es pecado. Así también, si no fuera que la Ley dice:

“Acuérdate del día de reposo para santificarlo. Seis días trabajarás, y harás toda tu obra; mas el séptimo día es
reposo para Jehová tu Dios; no hagas en él obra alguna, tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu siervo, ni tu criada, ni tu
bestia, ni tu extranjero que está dentro de tus puertas.” (Ex. 20:8-10)

Si no fuera por el cuarto mandamiento, no sabríamos que el séptimo día de la semana es santo, y por lo tanto
no santificar este día del Señor evitando trabajo secular es pecado.

Entonces el primer paso es aceptar la vigencia de esta Ley, y que esta Ley no condena únicamente el acto
consumado, sino también los deseos, las intenciones, e inclusive el estado de ser como ya hemos analizado
anteriormente.

“Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir
el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón.”
(Heb. 4:12)

“Oísteis que fue dicho: No cometerás adulterio. Pero yo os digo que cualquiera que mira a una mujer para
codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón.” (Mt. 5:27-28)

“He aquí, en maldad he sido formado, y en pecado me concibió mi madre. Crea en mí, oh Dios, un corazón
limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mí.” (Sal. 51:5, 10)

Luego de que el israelita es convencido de pecado y de su posición legal ante Dios entonces va a tener
necesidad de participar en el servicio diario:

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“Luego que llegue a ser conocido el pecado que cometieren, la congregación ofrecerá un becerro por
expiación, y lo traerán delante del tabernáculo de reunión. Y los ancianos de la congregación pondrán sus
manos sobre la cabeza del becerro delante de Jehová, y en presencia de Jehová degollarán aquel becerro.” (Lv.
4:14-15)

El israelita que acepta que está rechazado tiene necesidad de un Sustituto en la vida. Si acepta que está bajo
condenación tiene necesidad de un Garante y Sustituto en la muerte. Y finalmente, si acepta que está separado
de Dios, tendrá necesidad de un sacerdote mediador que interceda y trabaje a su favor:

“Y el sacerdote ungido meterá de la sangre del becerro en el tabernáculo de reunión, y mojará el sacerdote su
dedo en la misma sangre, y rociará siete veces delante de Jehová hacia el velo.” (Lv. 4:16-17)

Únicamente después de que el sacerdote ingresaba dentro del santuario para asperjar la sangre del animal
sacrificado delante del velo, detrás del cual se encuentra la Ley de Dios, recién entonces obtenía la bendición:

“Y hará de aquel becerro como hizo con el becerro de la expiación; lo mismo hará de él; así hará el sacerdote
expiación por ellos, y obtendrán perdón.” (Lv. 4:20)

Entonces el israelita debía aprender que sin santuario, sin sacerdote, sin los medios con los que trabaja el
sacerdote dentro del santuario, no podía recibir ni aceptación, ni perdón, ni bautismo diario del Espíritu Santo.

Por medio de la ley ceremonial podemos aprender que sin Santuario Celestial, sin Sacerdocio de Cristo, sin su
justicia perfecta, su sangre, y su resurrección (el Evangelio), no habría manera de obtener ni justificación, ni
perdón, ni bautismo diario del Espíritu Santo.

PP pg. 366/2 (321.3) – “Mientras de mañana y de tarde los sacerdotes entraban en el lugar santo a la hora
del incienso, el sacrificio diario estaba listo para ser ofrecido sobre el altar de afuera, en el atrio. Esta era una
hora de intenso interés para los adoradores que se congregaban ante el tabernáculo. Antes de allegarse a la
presencia de Dios por medio del ministerio del sacerdote, debían hacer un ferviente examen de sus corazones
y luego confesar sus pecados. Se unían en oración silenciosa, con los rostros vueltos hacia el lugar santo. Así
sus peticiones ascendían con la nube de incienso, mientras la fe aceptaba los méritos del Salvador prometido
al que simbolizaba el sacrificio expiatorio.

“Las horas designadas para el sacrificio matutino y vespertino se consideraban sagradas, y llegaron a
observarse como momentos dedicados al culto por toda la nación judía. Y cuando en tiempos posteriores los
judíos fueron diseminados como cautivos en distintos países, aun entonces a la hora indicada dirigían el rostro
hacia Jerusalén, y elevaban sus oraciones al Dios de Israel. En esta costumbre, los cristianos tienen un ejemplo
para su oración matutina y vespertina. Si bien Dios condena la mera ejecución de ceremonias que carezcan
del espíritu de culto, mira con gran satisfacción a los que le aman y se postran de mañana y tarde, para pedir
el perdón de los pecados cometidos y las bendiciones que necesitan.” {PP54 367.1}

El ritual simbólico nos enseña que el Servicio Diario o Continuo es un servicio que se realiza continuamente a
favor del creyente arrepentido que congrega por la fe al Santuario Celestial donde Cristo como Sumo Sacerdote
presenta a su favor la ofrenda y el sacrificio para que el verdadero israelita pueda recibir las bendiciones que

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necesita: la aceptación, el perdón y también el bautismo diario del Espíritu Santo bajo la forma de lluvia
temprana o Agente Regenerador.

“Ahora bien, el punto principal de lo que venimos diciendo es que tenemos tal sumo sacerdote, el cual se
sentó a la diestra del trono de la Majestad en los cielos, ministro del santuario, y de aquel verdadero
tabernáculo que levantó el Señor, y no el hombre. Porque todo sumo sacerdote está constituido para
presentar ofrendas y sacrificios; por lo cual es necesario que también éste tenga algo que ofrecer.” (Heb. 8:1-
3)

Santificación diaria
Luego de que el sacerdote quemaba el incienso en el altar dentro del lugar santo del santuario terrenal, debía
aumentar aceite a las lámparas (Ex. 30:7-8). Las lámparas del candelabro son un símbolo de la iglesia, del
pueblo de Dios, mientras que el aceite que es derramado sobre las lámparas es un símbolo del Espíritu Santo
como Agente Regenerador:

“El misterio de las siete estrellas que has visto en mi diestra, y de los siete candeleros de oro: las siete estrellas
son los ángeles de las siete iglesias, y los siete candeleros que has visto, son las siete iglesias.” (Ap. 1:20)

“Y me dijo: ¿Qué ves? Y respondí: He mirado, y he aquí un candelabro todo de oro, con un depósito encima, y
sus siete lámparas encima del candelabro, y siete tubos para las lámparas que están encima de él; Y junto a
él dos olivos, el uno a la derecha del depósito, y el otro a su izquierda. Proseguí y hablé, diciendo a aquel
ángel que hablaba conmigo: ¿Qué es esto, señor mío? Y el ángel que hablaba conmigo respondió y me dijo:
¿No sabes qué es esto? Y dije: No, señor mío. Entonces respondió y me habló diciendo: Esta es palabra de
Jehová a Zorobabel, que dice: No con ejército, ni con fuerza, sino con mi Espíritu, ha dicho Jehová de los
ejércitos.” (Zac. 4:2-6)

“Las insensatas, tomando sus lámparas, no tomaron consigo aceite; mas las prudentes tomaron aceite en sus
vasijas, juntamente con sus lámparas.” (Mt. 25:3-4)

El ritual simbólico nos enseña que el israelita no recibía el bautismo del Espíritu Santo una sola vez y para
siempre, sino que continuamente debía congregar al santuario para recibir y retener esta bendición. El ritual
simbólico también nos enseña mediante este rito que la santificación es un resultado de estar siendo
justificados continuamente en virtud de una justicia ajena simbolizada por el incienso—la justicia perfecta de
Cristo (Ro. 3:24). La santificación es un fruto o resultado de la justificación, y NO es la causa por la cual el Padre
nos acepta. La regeneración es un resultado de la justificación por la fe. Dios acepta al impío, no acepta al
regenerado, y sin justificación no puede haber regeneración. Sin Santuario, sin Sacerdocio, sin la justicia
perfecta de Cristo, sin la misericordia del Padre que acepta al inaceptable en virtud de una justicia ajena, no
puede haber regeneración.

“Mas al que no obra, sino cree en aquel que justifica al impío, su fe le es contada por justicia.” (Ro. 4:5)

“Como también David habla de la bienaventuranza del hombre a quien Dios atribuye justicia sin obras.” (Ro.
4:6)

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“Mas ahora que habéis sido libertados del pecado y hechos siervos de Dios, tenéis por vuestro fruto la
santificación, y como fin, la vida eterna.” (Ro. 6:22)

Dios demanda obediencia perfecta y perpetua para que el Espíritu Santo habite o more en el hombre:

“Y nosotros somos testigos suyos de estas cosas, y también el Espíritu Santo, el cual ha dado Dios a los que le
obedecen.” (Hch. 5:32)

Cristo como Sumo Sacerdote en el Santuario Celestial debe presentar su justicia perfecta a nuestro favor para
que nos sea otorgado al Consolador o Agente Regenerador:

“Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre.” (Jn. 14:16)

“Pero yo os digo la verdad: Os conviene que yo me vaya; porque si no me fuera, el Consolador no vendría a
vosotros; mas si me fuere, os lo enviaré.” (Jn. 16:7)

¿Qué trabajo realiza el Consolador cuando habita o mora en el creyente arrepentido que está siendo justificado
por la fe?

“Porque lo que era imposible para la ley, por cuanto era débil por la carne, Dios, enviando a su Hijo en
semejanza de carne de pecado y a causa del pecado, condenó al pecado en la carne; para que la justicia de la
ley se cumpliese en nosotros, que no andamos conforme a la carne, sino conforme al Espíritu.” (Ro. 8:3-4)

El Agente Regenerador debe cumplir la promesa del Nuevo Pacto, debe entronizar la Ley de Dios en nuestra
mente y corazón. ¿Cuál es la Ley que es la base del Pacto? Los Diez Mandamientos.

“Por lo cual, este es el pacto que haré con la casa de Israel después de aquellos días, dice el Señor: Pondré
mis leyes en la mente de ellos, Y sobre su corazón las escribiré; Y seré a ellos por Dios, Y ellos me serán a mí
por pueblo.” (Heb. 8:10)

Para que podamos recién entonces aprender a obedecer la Ley de Dios, el Agente Regenerador debe crear en
nosotros lo que se perdió por causa del pecado de Adán y Eva, los frutos o dones sobrenaturales del Espíritu:

“Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza;
contra tales cosas no hay ley.” (Ga. 5:22-23)

Para que el verdadero israelita pueda desarrollar la justicia de la ley, la santificación verdadera, debe recibir
diaria y continuamente la lluvia temprana, pues el Espíritu Santo crea las semillas de Ga. 5:22-23, y estas
semillas deben desarrollarse con ayuda de la lluvia temprana.

“Y conoceremos, y proseguiremos en conocer a Jehová; como el alba está dispuesta su salida, y vendrá a
nosotros como la lluvia, como la lluvia tardía y temprana a la tierra.” (Os. 6:3)

Para que los frutos del Espíritu se puedan desarrollar es también necesario que Dios cree las circunstancias, es
decir: las pruebas diarias. Son las pruebas las que determinan si vamos a permitir que la nueva naturaleza
divina implantada por Dios Espíritu Santo prevalezca sobre la vieja naturaleza carnal manchada por el pecado.

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“Y te acordarás de todo el camino por donde te ha traído Jehová tu Dios estos cuarenta años en el desierto,
para afligirte, para probarte, para saber lo que había en tu corazón, si habías de guardar o no sus
mandamientos.” (Dt. 8:2)

“En cuanto a la pasada manera de vivir, despojaos del viejo hombre, que está viciado conforme a los deseos
engañosos, y renovaos en el espíritu de vuestra mente, y vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la
justicia y santidad de la verdad.” (Ef. 4:22-24)

“Porque los que son de la carne piensan en las cosas de la carne; pero los que son del Espíritu, en las cosas del
Espíritu. Porque el ocuparse de la carne es muerte, pero el ocuparse del Espíritu es vida y paz.” (Ro. 8:5-6)

“Mas vosotros no vivís según la carne, sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios mora en vosotros. Y
si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él.” (Ro. 8:9)

“Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos, o higos de los abrojos? Así, todo buen
árbol da buenos frutos, pero el árbol malo da frutos malos.” (Mt. 7:16-17)

“Y ser hallado en él, no teniendo mi propia justicia, que es por la ley, sino la que es por la fe de Cristo, la justicia
que es de Dios por la fe; a fin de conocerle, y el poder de su resurrección, y la participación de sus
padecimientos, llegando a ser semejante a él en su muerte, si en alguna manera llegase a la resurrección de
entre los muertos. No que lo haya alcanzado ya, ni que ya sea perfecto; sino que prosigo, por ver si logro asir
aquello para lo cual fui también asido por Cristo Jesús. Hermanos, yo mismo no pretendo haberlo ya
alcanzado; pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está
delante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús.” (Fil. 3:9-14)

Por lo tanto, la santificación voluntaria es una obra que se inicia el momento en que el verdadero creyente ha
nacido de nuevo, y prosigue continua y diariamente hasta el fin del tiempo de gracia del creyente—ya sea
porque Dios nos llama al descanso, o porque se ha dado inicio al Juicio de vivos, al día de expiación.

Servicio anual o día de expiación


“Y así dispuestas estas cosas, en la primera parte del tabernáculo entran los sacerdotes continuamente para
cumplir los oficios del culto; pero en la segunda parte, sólo el sumo sacerdote una vez al año, no sin sangre,
la cual ofrece por sí mismo y por los pecados de ignorancia del pueblo.” (Heb. 9:6-7)

El servicio anual o día de expiación simbólico se realizaba una vez al año en una fecha y mes establecidos por
Dios—el 10 de mes séptimo del calendario bíblico (Lv. 16:2, 29). El trabajador responsable de realizar este
servicio era el sumo sacerdote terrenal (Lv. 16:2).

“A los diez días de este mes séptimo será el día de expiación; tendréis santa convocación, y afligiréis vuestras
almas, y ofreceréis ofrenda encendida a Jehová.” (Lv. 23:27)

¿Cómo sale aprobado el israelita verdadero en el Juicio?

Gracias al ritual simbólico podemos aprender cómo pasar el Juicio. En Levítico capítulo 16 tenemos el ritual
que se realizaba durante el servicio anual para que el israelita pudiera beneficiarse de este servicio. Y en

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ninguna parte del ritual encontramos alguna obra del israelita para su aprobación o perdón. Jehová no pidió
que el israelita se presente uno por uno al santuario para ser examinados y ver si alcanzaron la perfección o
no. El israelita no necesita presentarse en persona, pues en el Santuario Celestial se encuentran los registros
exactos de cada ser humano en esta tierra (Dn. 7:10). El israelita no pasaba el Juicio gracias a su propia justicia,
sino que el ritual simbólico nos enseña que en el Juicio, el israelita debía seguir confiando en los mismos
elementos en los cuales confió durante el servicio diario para su aceptación, perdón, y bautismo del Espíritu
Santo.

“Porque somos hechos participantes de Cristo, con tal que retengamos firme hasta el fin nuestra confianza
del principio.” (Heb. 3:14)

En el Juicio, el israelita debe seguir confiando en una justicia ajena completamente fuera de él para su
aceptación, una justicia simbolizada por el incienso:

“Después tomará un incensario lleno de brasas de fuego del altar de delante de Jehová, y sus puños llenos del
perfume aromático molido, y lo llevará detrás del velo. Y pondrá el perfume sobre el fuego delante de
Jehová, y la nube del perfume cubrirá el propiciatorio que está sobre el testimonio, para que no muera.” (Lv.
16:12-13)

Esto nos enseña que en el Juicio no salimos aprobados con nuestra santificación incompleta que sólo ha
recibido hasta entonces la lluvia temprana, pues la lluvia temprana nunca es suficiente para que el fruto alcance
la maduración. Además de esto, la Ley sigue demandando en el Juicio: “sed santos” (1 Pe. 1:15-16)—es decir,
libres de mancha de pecado (Col. 1:22; Ef. 1:5)—y el israelita sigue manchado y contaminado con el pecado
que está dentro de nosotros (Ro. 7:17, 20). Por lo tanto en el Juicio el creyente sigue necesitando un Sustituto
en la vida que pueda presentar una vida perfecta con una naturaleza sin mancha de pecado. El israelita en el
Juicio sigue necesitando de Lc. 1:35—una naturaleza humana sin mancha de pecado ajena—la de Cristo como
Hombre. En el Juicio la Ley sigue condenando el estado de ser del pecador. Así el pecador abandone la práctica
del pecado en la santificación, el pecador no puede por sí mismo eliminar su mancha de pecado:

“Aunque te laves con lejía, y amontones jabón sobre ti, la mancha de tu pecado permanecerá aún delante de
mí, dijo Jehová el Señor.” (Jer. 2:22)

Si Cristo se presenta por nosotros en el Juicio, y presenta su vida de obediencia perfecta y perpetua a la santa
Ley de Dios, entonces podremos salir aprobados en el Juicio, y ésta será una aceptación final, ahora sí: una vez
y para siempre. A partir de ese momento, el nombre del creyente quedará inmortalizado para siempre en el
Libro de la Vida.

“Y vi a los muertos, grandes y pequeños, de pie ante Dios; y los libros fueron abiertos, y otro libro fue abierto,
el cual es el libro de la vida; y fueron juzgados los muertos por las cosas que estaban escritas en los libros,
según sus obras.” (Ap. 20:12)

En el Juicio el israelita debe seguir confiando en el otro elemento que es la sangre del sacrificio expiatorio:

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“Después degollará el macho cabrío en expiación por el pecado del pueblo, y llevará la sangre detrás del velo
adentro, y hará de la sangre como hizo con la sangre del becerro, y la esparcirá sobre el propiciatorio y delante
del propiciatorio.” (Lv. 16:15)

Si Cristo presenta su sangre derramada en la cruz a nuestro favor en el Juicio, entonces los pecados que durante
el servicio diario fueron perdonados y abandonados serán borrados de nuestros registros y serán traspasados
a la cuenta de satanás—representado por el macho cabrío de Azazel.

“Cuando hubiere acabado de expiar el santuario y el tabernáculo de reunión y el altar, hará traer el macho
cabrío vivo; y pondrá Aarón sus dos manos sobre la cabeza del macho cabrío vivo, y confesará sobre él todas
las iniquidades de los hijos de Israel, todas sus rebeliones y todos sus pecados, poniéndolos así sobre la
cabeza del macho cabrío, y lo enviará al desierto por mano de un hombre destinado para esto.” (Lv. 16:20-21)

¿Quiénes se beneficiaban del servicio anual?


En primer lugar, únicamente los pecados que previamente habían sido perdonados y transferidos al santuario
durante el servicio diario podían ser expiados o borrados en el día de Juicio.

“Así purificará el santuario, a causa de las impurezas de los hijos de Israel, de sus rebeliones y de todos sus
pecados; de la misma manera hará también al tabernáculo de reunión, el cual reside entre ellos en medio de
sus impurezas.” (Lv. 16:16)

El santuario debía ser purificado debido a que estaba contaminado por los pecados de los israelitas que habían
sido transferidos durante el servicio diario. Entonces un israelita que no se había beneficiado del servicio diario,
y que no había recibido ni retenido la justificación, el perdón, ni al Agente Regenerador, entonces en el día de
Juicio sólo podía esperar ser hallado falto.

PP pg. 369/2 – “Mediante este servicio anual le eran enseñadas al pueblo importantes verdades acerca de la
expiación. En la ofrenda por el pecado que se ofrecía durante el año, se había aceptado un substituto en lugar
del pecador; pero la sangre de la víctima no había hecho completa expiación por el pecado. Sólo había
provisto un medio en virtud del cual el pecado se transfería al santuario. Al ofrecerse la sangre, el pecador
reconocía la autoridad de la ley, confesaba la culpa de su transgresión y expresaba su fe en Aquel que había de
quitar los pecados del mundo; pero no quedaba completamente exonerado de la condenación de la ley.

“El día de la expiación, el sumo sacerdote, llevando una ofrenda por la congregación, entraba en el lugar
santísimo con la sangre, y la rociaba sobre el propiciatorio, encima de las tablas de la ley. En esa forma los
requerimientos de la ley, que exigían la vida del pecador, quedaban satisfechos. Entonces, en su carácter de
mediador, el sacerdote tomaba los pecados sobre sí mismo, y salía del santuario llevando sobre sí la carga de
las culpas de Israel. A la puerta del tabernáculo ponía las manos sobre la cabeza del macho cabrío símbolo
de Azazel, y confesaba ‘sobre él todas las iniquidades de los hijos de Israel, y todas sus rebeliones, y todos sus
pecados, poniéndolos así sobre la cabeza del macho cabrío.’ Y cuando el macho cabrío que llevaba estos
pecados era conducido al desierto, se consideraba que con él se alejaban para siempre del pueblo. Tal era el
servicio verificado como ‘bosquejo y sombra de las cosas celestiales’ (Hebreos 8:5).” {PP54 369.3}

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Un israelita que busca pasar el Juicio con su propia “perfección” no puede beneficiarse del trabajo del
Sacerdote, ni del incienso—la justicia perfecta de Cristo, ni de la sangre—el sacrificio expiatorio de Cristo, y por
lo tanto Dios aceptará su decisión de este ser humano, y será pesado en balanza, y será hallado falto.

Dios ha establecido un sistema simbólico para enseñar al hombre cómo pasar el Juicio. Pero Dios no obliga a
nadie a aceptar el sistema establecido. La decisión final reside en la voluntad del ser humano, y Dios aceptará
la decisión de cada individuo.

Lluvia tardía
“Así que, arrepentíos y convertíos, para que sean borrados vuestros pecados; para que vengan de la presencia
del Señor tiempos de refrigerio, y él envíe a Jesucristo, que os fue antes anunciado.” (Hch. 3:19-20)

Hoy la puerta sigue abierta al trono de la gracia para que podamos alcanzar oportuno socorro. Mientras sigue
en vigencia el Servicio Diario Celestial para los que estamos vivos, hoy podemos todavía arrepentirnos y
convertirnos por los méritos de Cristo. Si concluye nuestro tiempo de gracia y hemos retenido la aceptación,
el perdón, y al Espíritu Santo como Habitante, entonces en el Juicio nuestros pecados serán borrados en virtud
de los méritos de Cristo, seremos aceptados para siempre, y como resultado de este evento solemne que se
realizará en el Santuario Celestial, aquí en la tierra recibiremos “los tiempos de refrigerio” de la lluvia tardía
para hacer madurar el fruto de Ga. 5:22-23. Únicamente el israelita que recibió y retuvo la lluvia temprana,
puede recibir lluvia tardía.

Testimonios para los Ministros, pg. 399.1 – “El Señor pide acción unificada. Deben realizarse esfuerzos bien
organizados para conseguir obreros. Hay almas pobres, honradas, humildes, a las cuales el Señor pondrá en
vuestro lugar, que nunca han tenido las oportunidades que vosotros habéis tenido, y que no pudieron tenerlas
porque vosotros no fuisteis manejados por el Espíritu Santo. Podemos estar seguros de que cuando el Espíritu
Santo sea derramado, los que no recibieron y apreciaron la lluvia temprana no verán ni entenderán el valor
de la lluvia tardía. Cuando estamos realmente consagrados a Dios, su amor permanecerá en nuestros
corazones por la fe, y con gozo cumpliremos con nuestro deber de acuerdo con la voluntad de Dios.” {TM
399.1}

“Y él envíe a Jesucristo, que os fue antes anunciado.” El servicio diario, el Juicio, la lluvia tardía, todo esto debe
ocurrir antes de la Segunda Venida de Cristo. La lluvia tardía será dada con el propósito específico de que los
verdaderos creyentes puedan permanecer de pie en la crisis final y preferir la muerte antes de recibir la marca
de la bestia.

“Aquí está la paciencia de los santos, los que guardan los mandamientos de Dios y la fe de Jesús. Oí una voz
que desde el cielo me decía: Escribe: Bienaventurados de aquí en adelante los muertos que mueren en el Señor.
Sí, dice el Espíritu, descansarán de sus trabajos, porque sus obras con ellos siguen.” (Ap. 14:12-13)

Retener la aceptación, el perdón y al Agente Regenerador


La meta del cristiano es retener las bendiciones que se obtienen durante el Servicio Diario: la aceptación, el
perdón, y al Agente Regenerador, para que de esta manera en el Juicio pueda recibir una aceptación final, el
borramiento de pecados, y si se trata del Juicio de Vivos pueda recibir la lluvia tardía como resultado.

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Es importante comprender que en el nuevo nacimiento, la vieja naturaleza no es eliminada. No es trabajo del
Consolador eliminar sino subyugar el egoísmo y la naturaleza pecaminosa. Por lo tanto, hasta que llegue el
Juicio todavía existe la posibilidad de perder la salvación que es en Cristo Jesús. El Consolador capacita al
creyente con una nueva naturaleza que debe desarrollarse continuamente hasta alcanzar la perfección. Es por
esto que la vida del verdadero creyente es una lucha diaria contra el pecado que mora en el hombre. Sólo una
naturaleza puede prevalecer: la natural manchada y contaminada por el pecado o la sobrenatural por
desarrollar semejante a Cristo—el modelo perfecto.

Vamos a estudiar los casos de dos hombres que fueron bendecidos con la aceptación, el perdón, y el Agente
Regenerador, pero uno de ellos perdió estas bendiciones, mientras que el otro pudo retenerlas hasta el fin de
su tiempo de gracia.

SAÚL
“Tomando entonces Samuel una redoma de aceite, la derramó sobre su cabeza, y lo besó, y le dijo: ¿No te ha
ungido Jehová por príncipe sobre su pueblo Israel?” (1 Sa. 10:1)

“Entonces el Espíritu de Jehová vendrá sobre ti con poder, y profetizarás con ellos, y serás mudado en otro
hombre. Y cuando te hayan sucedido estas señales, haz lo que te viniere a la mano, porque Dios está contigo.
Aconteció luego, que al volver él la espalda para apartarse de Samuel, le mudó Dios su corazón; y todas estas
señales acontecieron en aquel día. Y cuando llegaron allá al collado, he aquí la compañía de los profetas que
venía a encontrarse con él; y el Espíritu de Dios vino sobre él con poder, y profetizó entre ellos. Y aconteció
que cuando todos los que le conocían antes vieron que profetizaba con los profetas, el pueblo decía el uno al
otro: ¿Qué le ha sucedido al hijo de Cis? ¿Saúl también entre los profetas?” (1 Sa. 10:6-7, 9-11)

En 1 Samuel 10:1 tenemos otro versículo que nos enseña que el aceite que se aumentaba a las lámparas en el
lugar santo del santuario terrenal es un símbolo del Espíritu Santo como Agente Regenerador. Para que Saúl
pudiera ser ungido como príncipe y posteriormente como rey de Israel, tenía que ser ungido con aceite, es
decir: tenía que ser bautizado con el Espíritu Santo bajo la forma de lluvia temprana, Consolador, Habitante, o
Agente Regenerador.

¿Cuál es el trabajo de Dios Espíritu Santo como Habitante o Agente Regenerador en el hombre?

“Entonces el Espíritu de Jehová vendrá sobre ti con poder… y serás mudado en otro hombre.” Como Dios
Creador, el Espíritu Santo tiene poder para CREAR una nueva naturaleza divina sin pecado en el ser humano.
Saúl tenía que ser “mudado” o “transformado” en “otro hombre” porque el viejo hombre natural carnal está
contaminado por el pecado. En 1 Samuel 10:6-9 la Palabra de Dios nos enseña que la Ley condena el estado
de ser, pues la Palabra de Dios nos dice tanto en el Antiguo como Nuevo Testamento que: “De cierto, de
cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios.” (Jn. 3:3)

Esta naturaleza contaminada por el pecado no puede entrar al Reino de Dios, pues todo ser contaminado por
el pecado está rechazado, bajo condenación y separado de Dios.

“Pero esto digo, hermanos: que la carne y la sangre no pueden heredar el reino de Dios, ni la corrupción
hereda la incorrupción.” (1 Co. 15:50)

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CS pg. 322.2 – “En su estado presente el hombre es mortal, corruptible; pero el reino de Dios será
incorruptible y sempiterno. Por lo tanto, en su estado presente el hombre no puede entrar en el reino de
Dios. Pero cuando venga Jesús, concederá la inmortalidad a su pueblo; y luego los llamará a poseer el reino,
del que hasta aquí solo han sido presuntos herederos.”

“Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es.” (Jn. 3:6)

“Lo que es nacido de la carne”—esto es el ESTADO DE SER, el “corazón de piedra” egoísta sin amor (Ez.
36:26), la naturaleza manchada y contaminada por el pecado. “Carne es”—por lo tanto “no se sujeta a la ley,
ni tampoco puede” (Ro. 8:7).

“Porque sabemos que la ley es espiritual; mas yo soy carnal, vendido al pecado.” (Ro. 7:14)

Como somos descendientes de Adán y Eva caídos en el pecado, compartimos la misma naturaleza caída
manchada y contaminada por el pecado de nuestros primeros padres, y esa naturaleza caída está rechazada,
bajo condenación y separada de Dios, pues está “vendida al pecado”—tiene una inclinación al mal, y está en
perfecta enemistad contra Dios (Gn. 3:15; Ro. 8:7), y está en perfecta armonía con satanás (Jn. 8:44).

“Y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es.” Lo que “es nacido del Espíritu” es una nueva naturaleza divina sin
pecado, sin inclinación al mal, con capacidad para amar “porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros
corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado” (Ro. 5:5). El Espíritu Santo como Habitante crea en el hombre
las semillas de Gálatas 5:22-23 para que puedan crecer y desarrollase con el poder divino y el esfuerzo humano
continuamente a través de las pruebas diarias. Sin este don sobrenatural, sin este “amor de Dios” implantado
en el ser humano, no podemos entrar nunca en armonía con Dios y pasar a estar en enemistad con satanás. El
momento en que Dios Espíritu Santo crea en el creyente una nueva naturaleza—el “corazón de carne” (Ez.
36:26), entroniza la Ley en la mente y el corazón del creyente (Heb. 8:10), crea los dones sobrenaturales de Ga.
5:22-23, y subyuga la naturaleza carnal del creyente, entonces recién el creyente está capacitado para
abandonar la práctica del pecado y empezar a obedecer la Ley de Dios de manera verdadera y voluntaria.
Recién entonces puede “dejar de pecar”, a pesar de que en sí mismo es pecador por naturaleza, pues todavía
permanece en el creyente “el pecado que mora en mí” de Romanos 7:17, 20.

Como “el pecado que mora en mí”, el estado de ser manchado y contaminado por el pecado, todavía no es
eliminado, en el creyente se inicia la lucha del cristiano: la batalla entre la nueva naturaleza divina y la vieja
naturaleza carnal, engañosa y perversa.

“Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá?” (Jer. 17:9)

Nótese que Saúl recibió el aceite—al Agente Regenerador—sin mérito alguno en sí mismo. Saúl no tuvo que
realizar obra alguna para que “a cambio” Dios le concediera al Consolador. El Aceite le fue otorgado por gracia
y en virtud de méritos ajenos. Saúl no tuvo que hacer una larga peregrinación, ayunar, pagar dinero, o subir de
rodillas unas interminables gradas hacia un santuario donde debía adorar a un ídolo hecho por manos
humanas, para recién entonces recibir la bendición de Dios. Saúl no tuvo que dejar de comer carne, irse a vivir
en el campo, o realizar alguna obra que le concediera la aceptación de Dios. Saúl fue aceptado en base a la
promesa de una obediencia ajena, y en virtud de méritos ajenos—los de Cristo como Hombre—le fue
concedido al Consolador. Saúl no tuvo que ser primero regenerado, para recién después poder ser aceptado.

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Al contrario, Saúl debía ser primeramente aceptado o justificado, para recién después como resultado empezar
a ser regenerado. Saúl siendo en sí mismo pecador e impío, por la fe debía ser justificado en base a una justicia
ajena, y gracias a la misericordia de Aquel que justifica al impío, su fe es entonces contada por justicia.

“Mas al que no obra, sino cree en aquel que justifica al impío, su fe le es contada por justicia.” (Ro. 4:5)

“Y el Espíritu de Dios vino sobre él con poder, y profetizó entre ellos.” Luego de que el Espíritu Santo vino a
habitar o morar en Saúl, él empezó a profetizar. Los israelitas sabían que uno de los dones sobrenaturales que
puede otorgar el Espíritu Santo como Agente Regenerador es el don o espíritu de profecía.

“De manera que, teniendo diferentes dones, según la gracia que nos es dada, si el de profecía, úsese conforme
a la medida de la fe.” (Ro. 12:6)

Dios Espíritu Santo concedió este don sobrenatural a Saúl para que los israelitas tuvieran una evidencia de que
Saúl había sido ungido y capacitado por Dios para ser rey de Israel. Saúl tenía entonces la oportunidad de
desarrollar el carácter necesario para ser un rey justo y misericordioso en Israel. Pero, ¿estaría Saúl dispuesto
a cooperar con el Espíritu Santo para desarrollar ese nuevo carácter semejante al de Cristo? Dios no obliga a
nadie, por lo tanto el resultado de la santificación de Saúl dependía ahora sólo de él, pues el Espíritu Santo ya
había hecho su parte, pero no puede realizar la parte que le corresponde al ser humano.

PP pg. 599.1 – “Cuando Saúl se unió a los profetas en su culto, el Espíritu Santo realizó un gran cambio en él.
La luz de la pureza y de la santidad divinas brilló sobre las tinieblas del corazón natural. Se vio a sí mismo
como era delante de Dios. Vio la belleza de la santidad. Se le invitó entonces a principiar la guerra contra el
pecado y contra Satanás, y se le hizo comprender que en este conflicto toda la fortaleza debía provenir de
Dios. El plan de la salvación, que antes le había parecido nebuloso e incierto, fue entendido por él. El Señor lo
dotó de valor y sabiduría para su elevado cargo. Le reveló la Fuente de fortaleza y gracia, e iluminó su
entendimiento con respecto a las divinas exigencias y su propio deber.”

Cuando el Espíritu Santo pasó a morar en Saúl le concedió también el “colirio” de Ap. 3:18, necesario para que
Saúl tuviera una concepción correcta del pecado, y fue entonces que Saúl “se vio a sí mismo como era delante
de Dios.” Antes de nacer de nuevo se creía un hombre bueno, y no tenía convicción de pecado, pues pensaba
que pecado era únicamente el acto consumado. Antes de recibir colirio, Saúl estaba ciego a su condición de
estar rechazado, bajo condenación y separado de Dios. Antes de que sus ojos fueran abiertos, Saúl no entendía
que su estado de ser era condenado por la Ley. Recién cuando sus ojos fueron abiertos se vio a sí mismo
contaminado por el pecado en contraste absoluto con la “belleza de la santidad” de Dios. Saúl entendió que
debía ahora “principiar la guerra contra el pecado”, la lucha del cristiano contra el estado de ser pecador—el
enemigo interno—así también como el enemigo externo, pues el conflicto es “contra el pecado” pero también
“contra Satanás” el tentador que siempre busca alimentar y despertar las inclinaciones perversas de nuestra
naturaleza carnal.

Para que Saúl pudiera salir victorioso contra el pecado que mora en nosotros, y para que pudiera desarrollar
ese nuevo carácter implantado por Dios Espíritu Santo, Saúl debía ser probado y fue probado por Dios.

“Luego bajarás delante de mí a Gilgal; entonces descenderé yo a ti para ofrecer holocaustos y sacrificar
ofrendas de paz. Espera siete días, hasta que yo venga a ti y te enseñe lo que has de hacer.” (1 Sa. 10:8)

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“Y algunos de los hebreos pasaron el Jordán a la tierra de Gad y de Galaad; pero Saúl permanecía aún en Gilgal,
y todo el pueblo iba tras él temblando. Y él esperó siete días, conforme al plazo que Samuel había dicho; pero
Samuel no venía a Gilgal, y el pueblo se le desertaba. Entonces dijo Saúl: Traedme holocausto y ofrendas de
paz. Y ofreció el holocausto. Y cuando él acababa de ofrecer el holocausto, he aquí Samuel que venía; y Saúl
salió a recibirle, para saludarle.” (1 Sa. 13:7-10)

Samuel era descendiente de la tribu de Leví (1 Sa. 1:1) y por lo tanto estaba autorizado para ejercer el
sacerdocio terrenal y ofrecer holocausto a Jehová. Sin embargo, Saúl era descendiente de la tribu de Benjamín
(1 Sa. 9:1-2), y por lo tanto no estaba autorizado para ejercer como sacerdote terrenal. Por medio de la ofrenda
y del sacrificio Dios nos enseña que estamos rechazados y bajo condenación, mientras que por medio del
sacerdocio nos enseña que estamos separados de Dios, y por eso necesitamos un intercesor que trabaje a
nuestro favor. Ya hemos analizado que el Consolador le abrió los ojos a Saúl respecto a su posición legal delante
de Dios. ¿Cómo pudo entender su posición legal ante Dios y ante la Ley? Fue gracias a que el Espíritu Santo le
hizo entender los símbolos y representaciones de la ley ceremonial. Por eso es que la hermana Elena escribió:
“El plan de la salvación, que antes le había parecido nebuloso e incierto, fue entendido por él.” Es decir que
luego de su nuevo nacimiento, Saúl entendía perfectamente que él no debía presentar el holocausto a Jehová,
sino que debía esperar que el sacerdote Samuel lo hiciera. De lo contrario estaría rechazando su posición legal
ante Dios de estar separado de Dios, y estaría eliminando esta enseñanza ante los ojos de todo el pueblo. Lo
que Saúl hizo en Gilgal fue un pecado gravísimo que fue acentuado por el hecho de que él era la cabeza de la
nación. Si la cabeza de la nación de Israel podía pasar por alto el hecho de que está separado de Dios y que
necesita un mediador, el pueblo también seguiría su ejemplo y pasaría por alto su posición legal ante Dios y
ante la Ley.

PP pg. 673/1 – “Si en esta hora de prueba Saúl hubiera demostrado alguna consideración por los
requerimientos divinos, el Señor podría haber realizado su voluntad por medio de él. Al fracasar entonces
demostró que no era apto para desempeñar el cargo de vicegerente de Dios ante su pueblo. Más bien
descarriaría a Israel. Su voluntad, y no la voluntad de Dios, sería el poder dominador. Si Saúl hubiera sido fiel,
su reino se habría afirmado para siempre; pero en vista de que había fracasado, el propósito de Dios debía ser
alcanzado por medio de otro. El gobierno de Israel debía ser confiado a quien gobernara al pueblo de acuerdo
con la voluntad del Cielo.”

Analizando el pecado de Saúl en Gilgal, encontramos que Saúl le puso mérito al rito mismo del sacrificio, y echó
por tierra la realidad a la que apuntaban los símbolos del ritual. Saúl actúo como si el rito del sacrificio y el
animal sacrificado en sí mismo poseía el mérito necesario para obtener la bendición de Dios. Pero Dios no
bendecía a Israel por sacrificar a un animal, sino porque ese animal sacrificado simbolizaba a su Hijo amado
que vendría a la tierra como Hombre para vivir una vida de obediencia perfecta a la Ley y pagar la deuda de la
condenación de la Ley, para luego resucitar y trabajar en el Santuario Celestial como Sacerdote o Mediador de
la raza culpable. Todas las bendiciones al hombre fluyen gracias y en virtud de los méritos de Cristo. Al
desobedecer las ordenes de Dios de esperar que el sacerdote Samuel realizara el ritual, Saúl estaba echando
por tierra el Evangelio y el Sacerdocio de Cristo. Y Saúl no cometió este pecado en ignorancia, pues el Espíritu
Santo le había hecho entender los símbolos del ritual simbólico. Estando capacitado para hacer el bien, Saúl
decidió voluntariamente hacer el mal.

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PP pg. 673/3 – “Saúl había perdido el favor de Dios, y sin embargo no quería humillar su corazón con
arrepentimiento. Lo que le faltaba en piedad verdadera, quería suplirlo con su celo en las formas religiosas.
Saúl no desconocía la derrota sufrida por Israel cuando el arca de Dios fue llevada al campamento por Ophni y
Phinees; y a pesar de esto resolvió mandar que trajeran el arca sagrada y al sacerdote que la atendía. Si por
estos medios lograba inspirar confianza al pueblo, esperaba que podría reorganizar su ejército disperso, y
presentar batalla a los filisteos. Ya no necesitaría la presencia y el apoyo de Samuel, y así se libraría de la crítica
y los reproches del profeta.

“El Espíritu Santo había sido otorgado a Saúl para iluminar su entendimiento y ablandar su corazón. Había
recibido instrucciones fieles y reproches sinceros del profeta de Dios. Y sin embargo, ¡cuánta perversidad
manifestaba! La historia del primer rey de Israel representa un triste ejemplo del poder de los malos hábitos
adquiridos durante la primera parte de la vida. En su juventud Saúl no había amado ni temido a Dios; y su
espíritu impetuoso, que no había aprendido a someterse en temprana edad, estaba siempre dispuesto a
rebelarse contra la autoridad divina. Los que en su juventud manifiestan una sagrada consideración por la
voluntad de Dios y cumplen fielmente los deberes de su cargo, quedarán preparados para los servicios más
elevados de la otra vida. Pero los hombres no pueden pervertir durante años las facultades que Dios les ha
dado y luego, cuando decidan cambiar de conducta, encontrar estas facultades frescas y libres para seguir un
camino opuesto.” {PP54 674/1}

La vieja naturaleza depravada y contaminada por el pecado prevaleció sobre la nueva naturaleza que el Espíritu
Santo había creado en Saúl. Esto nos muestra de manera clara y sencilla que cuando el Espíritu Santo pasa a
habitar en el verdadero creyente, cuando el creyente ha “nacido de nuevo”, esto no significa que entonces el
creyente ya no puede pecar nunca más de allí en adelante. Las Escrituras nos muestran que: Primero—Saúl
recibe al Espíritu Santo como Habitante y empieza a profetizar, es decir—a ejercer el espíritu de profecía. Y
Segundo—Saúl comete un grave pecado al pasar por alto el sacerdocio levítico y realizar él mismo el sacrificio.
En el nuevo nacimiento de Saúl, el Espíritu Santo NO ELIMINÓ la vieja naturaleza carnal manchada y
contaminada por el pecado, sino que CREÓ UNA NUEVA NATURALEZA DIVINA sin mancha de pecado. Pero
dependía de Saúl desarrollar ese nuevo carácter o permitir que el pecado que mora en él prevaleciera.

PP pg. 606.5 – “Saúl estuvo aguardando un día tras otro, pero sin hacer esfuerzos decididos por animar al
pueblo ni inspirarle confianza en Dios. Antes de que hubiera expirado el plazo señalado por el profeta, se
impacientó por la tardanza, y se dejó desalentar por las circunstancias difíciles que lo rodeaban. En vez de
preparar fielmente al pueblo para el servicio que Samuel iba a celebrar, cedió a la incredulidad y los funestos
presentimientos. Buscar a Dios por medio del sacrificio era una obra muy solemne e importante; y Dios exigía
que su pueblo escudriñara sus corazones y se arrepintiera de sus pecados, para que la ofrenda le fuera
aceptable y su bendición pudiera acompañar sus esfuerzos por vencer al enemigo. Pero Saúl se había vuelto
inquieto; y el pueblo, en vez de confiar en Dios y en su ayuda, quería ser dirigido por el rey a quien había
escogido.”

PP pg. 607.2 – “Había llegado la hora de la prueba para Saúl. Él debía demostrar si quería o no depender de
Dios y esperar con paciencia en conformidad con su mandamiento, revelando así si era hombre en quien Dios
podía confiar como soberano de su pueblo en estrecheces, o si iba a vacilar y revelarse indigno de la sagrada

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responsabilidad que había recaído en él. ¿Escucharía el rey escogido por Israel al Soberano de todos los reyes?
¿Dirigiría él la atención de sus soldados pusilánimes hacia Aquel en quien hay fuerza y liberación sempiternas?

“Con impaciencia creciente esperaba Saúl la llegada de Samuel, y atribuía la confusión, la angustia y la
deserción de su ejército a la ausencia del profeta. Llegó el momento señalado, pero el varón de Dios no
apareció inmediatamente. La providencia de Dios había detenido a su siervo. Pero el espíritu inquieto e
impulsivo de Saúl no pudo ser refrenado por más tiempo. Creyendo que debía hacerse algo para calmar los
temores del pueblo, resolvió convocar una asamblea para el servicio religioso, e implorar la ayuda divina
mediante el sacrificio. Dios había ordenado que únicamente los que habían sido consagrados para el servicio
divino podían presentarle los sacrificios. Pero Saúl mandó: ‘Traedme holocausto y las ofrendas de paz’ (1
Samuel 13:9), y así como estaba, equipado con su armadura y sus armas de guerra, se acercó al altar y ofreció
el sacrificio delante de Dios”. {PP 607.3}

El “espíritu inquieto e impulsivo” es lo natural, es el ESTADO DE SER de la raza caída. “No pudo ser refrenado
por más tiempo.” Es Dios Espíritu Santo como Habitante quien puede REFRENAR la naturaleza carnal
contaminada por el pecado. Pero la santificación es una obra mancomunada entre el Espíritu Santo y el
esfuerzo humano. El Espíritu Santo no puede obligar al hombre a que deje de ser incrédulo, inquieto e
impulsivo. El creyente debe poner de su parte y Saúl no puso de su parte, no quiso desarrollar los dones
sobrenaturales.

Saúl perdió el primer round contra su vieja naturaleza carnal que heredó de sus padres. Pero no todo estaba
perdido hasta ese momento. Uno de los dones sobrenaturales que el Espíritu Santo siembra en el verdadero
creyente es el don del arrepentimiento (Hch. 5:31). Si luego de haber nacido de nuevo, si luego de que el
Consolador nos ha sido otorgado, caemos en el pecado, debemos arrepentirnos y confesar a Dios nuestro
pecado—debemos pedir que en virtud de la sangre de Cristo ese pecado pueda ser perdonado, y pedir que el
Espíritu Santo nos ayude a vencer sobre ese pecado la próxima vez que seamos probados.

“Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis; y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para
con el Padre, a Jesucristo el justo.” (1 Jn. 2:1)

PP pg. 607/.4 – “‘Cuando él acababa de ofrecer el holocausto, vio a Samuel que venía; y Saúl salió a su
encuentro para saludarlo’. Samuel vio en seguida que Saúl había obrado contrariamente a las instrucciones
expresas que se le habían dado. El Señor había dicho por medio del profeta que en esa ocasión revelaría lo que
Israel debía hacer en esta crisis. Si Saúl hubiera cumplido las condiciones bajo las cuales se prometió la ayuda
divina, el Señor habría librado maravillosamente a Israel mediante los pocos que permanecieran fieles al rey.
Pero Saúl estaba tan satisfecho de sí mismo y de su obra, que fue al encuentro del profeta como quien
merecía alabanza y no desaprobación.”

“Entonces Samuel dijo: ¿Qué has hecho? Y Saúl respondió: Porque vi que el pueblo se me desertaba, y que tú
no venías dentro del plazo señalado, y que los filisteos estaban reunidos en Micmas, me dije: Ahora
descenderán los filisteos contra mí a Gilgal, y yo no he implorado el favor de Jehová. Me esforcé, pues, y ofrecí
holocausto. Entonces Samuel dijo a Saúl: Locamente has hecho; no guardaste el mandamiento de Jehová tu
Dios que él te había ordenado; pues ahora Jehová hubiera confirmado tu reino sobre Israel para siempre.” (1
Sa. 13:11-13)

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Cuando Samuel preguntó a Saúl “¿qué has hecho?”, Samuel sabía perfectamente que Saúl había pecado. Dios,
por medio de su siervo Samuel, estaba dando en ese momento una oportunidad para que Saúl confiese y se
arrepienta de su pecado. Al verse cara a cara con su pecado, Saúl decidió JUSTIFICAR SU PECADO en lugar de
confesar y arrepentirse. “Porque vi que el pueblo se me desertaba”—es decir: POR CULPA DEL PUEBLO. “Y que
tú no venías dentro del plazo señalado”—es decir: POR TU TARDANZA, POR TÚ CULPA. En lugar de culparse a
sí mismo, ya que él es el único culpable de su pecado pues lo hizo en pleno conocimiento y de su propia
voluntad, prefirió culpar a todos menos a sí mismo.

Al justificar su pecado culpando al pueblo y culpando al profeta Samuel por su pecado, Saúl estaba sacando a
la luz la misma naturaleza egoísta y depravada de nuestros primeros padres luego que ellos cometieron su
pecado. Cuando Dios preguntó a Adán “¿Has comido del árbol de que yo te mandé no comieses?” (Gn. 3:11),
en lugar de arrepentirse y confesar su pecado, Adán culpó a la mujer y de manera indirecta culpó a Dios
diciendo: “La mujer que me diste por compañera me dio del árbol, y yo comí” (Gn. 3:12). Y cuando Dios
preguntó a Eva “¿Qué es lo que has hecho?” (Gn. 3:13), en lugar de arrepentirse y confesar su pecado, Eva
culpó a la serpiente y de manera indirecta culpó a Dios diciendo: “La serpiente me engañó, y comí” (Gn. 3:13).

CC pg. 40.2 – “Después que Adán y Eva hubieron comido de la fruta prohibida, los embargó un sentimiento de
vergüenza y terror. Al principio, sólo pensaban en cómo podrían excusar su pecado y escapar a la temida
sentencia de muerte. Cuando el Señor les habló tocante a su pecado, Adán respondió echando la culpa en
parte a Dios y en parte a su compañera: ‘La mujer que pusiste aquí conmigo me dio del árbol, y comí’. La mujer
echó la culpa a la serpiente, diciendo: ‘La serpiente me engañó, y comí’ (Génesis 3:12, 13). ¿Por qué hiciste la
serpiente? ¿Por qué le permitiste que entrase en el Edén? Esas eran las preguntas implicadas en la excusa que
dio por su pecado, y de este modo hacía a Dios responsable de su caída. El espíritu de justificación propia
tuvo su origen en el padre de la mentira, y lo han manifestado todos los hijos e hijas de Adán. Las confesiones
de esta clase no son inspiradas por el Espíritu divino, y no serán aceptables para Dios. El arrepentimiento
verdadero induce al hombre a reconocer su propia maldad, sin engaño ni hipocresía. Como el pobre
publicano que no osaba ni aun alzar los ojos al cielo, exclamará: ‘Dios, ten misericordia de mí, pecador’ (Lc.
18:13), y los que reconozcan así su iniquidad serán justificados, porque el Señor Jesús presentará su sangre
en favor del alma arrepentida.”

Para que el pecado pueda ser perdonado es necesario que Cristo en calidad de Sumo Sacerdote en el Santuario
Celestial presente su sangre a favor del alma arrepentida. Es necesario creer y tener necesidad de su
SACERDOCIO. Cristo ascendió al Santuario Celestial para poder ejercer la segunda fase del plan redención. Esa
sangre que derramó en la cruz debe ser ahora aplicada en nuestros registros de malas obras para que nuestros
pecados puedan ser perdonados.

“No he venido a llamar a justos, sino a pecadores al arrepentimiento.” (Lc. 5:32)

“Os digo que así habrá más gozo en el cielo por un pecador que se arrepiente, que por noventa y nueve justos
que no necesitan de arrepentimiento.” (Lc. 15:7)

Jesús el SALVADOR, sólo puede salvar a aquel que acepta que es pecador. Aquel que se cree “justo” no necesita
salvación, por lo tanto no necesita a Cristo. Aquel que cree que puede alcanzar una “perfección” para pasar el

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Juicio, no necesita a Cristo—específicamente no necesita de la justicia perfecta de Cristo (Evangelio), ni


tampoco necesita que Cristo presente su obediencia perfecta para que sea justificado (Sacerdocio).

“A éste, Dios ha exaltado con su diestra por Príncipe y Salvador, para dar a Israel arrepentimiento y perdón
de pecados.” (Hch. 5:31)

Luego de la caída de nuestros primeros padres la naturaleza humana quedó contaminada por el pecado y
perdimos el don sobrenatural del arrepentimiento. Este fruto del Espíritu nos debe ser dado, pues sin
arrepentimiento no puede haber perdón de pecados. El arrepentimiento verdadero también conduce al
pecador a abandonar sus pecados.

“El que encubre sus pecados no prosperará; mas el que los confiesa y se aparta alcanzará misericordia.” (Pr.
28:13)

Saúl escogió encubrir su pecado en lugar de confesar, pedir perdón, apartarse del pecado y alcanzar
misericordia. ¿Qué es lo que le impide al hombre arrepentirse y confesar su pecado? Es el ORGULLO. El orgullo
es el elemento que luego de la caída de nuestros primeros padres pasó a ser algo NATURAL en nuestra
naturaleza carnal depravada. La Ley condena el orgullo que mora en nosotros, por eso no podemos entrar al
Reino de Dios con una naturaleza contaminada de orgullo. El orgullo debe ser eliminado, pero sólo podrá ser
eliminado en ocasión de la Segunda Venida de Cristo cuando toda la vieja naturaleza corrupta y manchada por
el pecado sea eliminada.

“He aquí, os digo un misterio: No todos dormiremos; pero todos seremos transformados, en un momento, en
un abrir y cerrar de ojos, a la final trompeta; porque se tocará la trompeta, y los muertos serán resucitados
incorruptibles, y nosotros seremos transformados. Porque es necesario que esto corruptible se vista de
incorrupción, y esto mortal se vista de inmortalidad.” (1 Co. 15:51-53)

El orgullo es parte de nuestra naturaleza depravada, es parte de nuestro estado de ser. Y el orgullo es
condenado por la Ley. El orgullo es pecado. La Ley de Dios condena el orgullo que existe en nuestro interior.

“Altivez de ojos, y orgullo de corazón, y pensamiento de impíos, son pecado.” (Pr. 21:4)

El “orgullo de corazón” no es un acto, sino que es nuestro estado de ser, que si no es subyugado entonces nos
lleva a cometer otros pecados como la mentira o incluso el odio hasta incluso terminar en el acto consumado
del asesinato. El orgullo se desarrolló originalmente en Satanás, y cada vez que nuestro orgullo natural nos
impide reconocer que nos hemos equivocado y que somos pecadores, damos evidencia que efectivamente por
naturaleza tenemos el mismo carácter que el diablo (Jn. 8:44).

CS pg. 485.3 – “El orgullo de su propia gloria le hizo desear la supremacía. Lucifer no apreció como don de su
Creador los altos honores que Dios le había conferido, y no sintió gratitud alguna. Se glorificaba de su belleza
y elevación, y aspiraba a ser igual a Dios. Era amado y reverenciado por la hueste celestial. Los ángeles se
deleitaban en ejecutar sus órdenes, y estaba revestido de sabiduría y gloria sobre todos ellos. Sin embargo, el
Hijo de Dios era el Soberano reconocido del cielo, y gozaba de la misma autoridad y poder que el Padre. Cristo
tomaba parte en todos los consejos de Dios, mientras que a Lucifer no le era permitido entrar así en los

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designios divinos. Y este ángel poderoso se preguntaba por qué había de tener Cristo la supremacía y recibir
más honra que él mismo.”

Joyas de los Testimonios tomo 3, pg. 183.4 – “Dios no puede asociarse con aquellos que viven para su propia
satisfacción y se dan la primera consideración. Los que obran así serán al fin los postreros. El pecado más
incurable es el orgullo y la presunción. Estos defectos impiden todo crecimiento. Cuando un hombre tiene
defectos de carácter, y no lo sabe, cuando está tan lleno de suficiencia que no puede ver sus faltas, ¿cómo
puede ser purificado? ‘Los que están sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos’ (Mateo 9:12).
¿Cómo puede uno realizar progresos si se cree perfecto? {3JT 183.4}

“Cuando un hombre a quien se cree conducido y enseñado por Dios se aparta del buen camino porque tiene
demasiada confianza en sí mismo, muchos siguen su ejemplo. Su paso en falso puede tener por resultado el
extravío de millares.” {3JT 184.1}

Ante el orgullo natural que es un defecto satánico, se nos presenta la mansedumbre sobrenatural que es otro
don del Espíritu Santo.

“En Jehová se gloriará mi alma; Lo oirán los mansos, y se alegrarán.” (Sal. 34:2)

“Pero los mansos heredarán la tierra, Y se recrearán con abundancia de paz.” (Sal. 37:11)

“Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad.” (Mt. 5:5)

“Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso
para vuestras almas.” (Mt. 11:29)

A Saúl le fue otorgada la semilla de la mansedumbre, pero él escogió el orgullo natural de su corazón carnal
por encima de este don sobrenatural. Para el ser humano caído y contaminado por el pecado es más fácil ser
orgulloso que ser manso, porque ser manso es sobrenatural, mientras que ser orgulloso es natural. La lucha es
contra el orgullo, porque la lucha siempre es contra lo que es parte de nuestra naturaleza. Uno no lucha contra
la paciencia, uno lucha contra la impaciencia. Nos cuesta ser mansos, no nos cuesta ser orgullosos. Cuesta ser
paciente, no cuesta ser impaciente. Ser impaciente es fácil, ser paciente es difícil porque la impaciencia es
natural, mientras que la paciencia es sobrenatural. Nadie nos enseña a ser orgullosos o impacientes, nacemos
con el orgullo y la impaciencia latentes. Cuando el bebe llora a gritos para hacer saber a su madre que tiene
hambre, esto no es muestra ni de mansedumbre ni de paciencia, es más bien todo lo contrario. A medida que
el niño crece se le debe enseñar a poner un freno a su orgullo y su impaciencia, de lo contrario estas plantas
venenosas crecerán hasta convertirse en árboles silvestres cuando sea un adulto. Pero para poder poner un
freno efectivo a estos defectos de carácter es necesario nacer de nuevo.

“Y quebrantaré la soberbia de vuestro orgullo, y haré vuestro cielo como hierro, y vuestra tierra como bronce.”
(Lv. 26:19)

Saúl fue vencido por el orgullo natural de su naturaleza caída y no se arrepintió de su pecado. Mas todavía Dios
brindaría a Saúl varias oportunidades de arrepentirse, confesar su pecado y apartarse del mal. Saúl seguiría

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siendo probado por Dios para ver si estaba o no dispuesto a desarrollar un nuevo carácter semejante al de
Cristo.

“Mas ahora tu reino no será duradero. Jehová se ha buscado un varón conforme a su corazón, al cual Jehová
ha designado para que sea príncipe sobre su pueblo, por cuanto tú no has guardado lo que Jehová te mandó”.
(1 Sa. 13:14)

Saúl fue desechado como rey de Israel, pero eso no significaba que era desechado de la salvación. El Espíritu
Santo no se divorciaría de Saúl todavía. Saúl tendría la oportunidad de desarrollar la mansedumbre aceptando
abandonar su puesto de rey y permitiendo que David ocupara el trono de Israel. Para poder hacer esto, Saúl
debía por medio del poder divino luchar contra su ORGULLO. Pero Saúl prefirió luchar contra David antes que
luchar contra su orgullo natural. Es más fácil luchar contra el prójimo, ya que por naturaleza no tenemos amor
a Dios ni al prójimo (Jn. 5:42), a tener que luchar contra nosotros mismos. Saúl podía haber desarrollado amor
a David, pero prefirió odiar a David, al punto de intentar matar a David antes que dejar de ser el rey de Israel.
Así como para Caín fue más fácil matar a su hermano Abel, a tener que reconocer que era un pecador por
naturaleza como resultado del pecado de sus padres, así también para Saúl resultaba más fácil matar a David
a tener que crucificar el YO.

“Dijo, pues, Jonatán a su paje de armas: Ven, pasemos a la guarnición de estos incircuncisos; quizá haga algo
Jehová por nosotros, pues no es difícil para Jehová salvar con muchos o con pocos.” (1 Sa. 14:6)

Dios no podía dar la victoria a Israel por medio del rey Saúl, pues el orgullo y la presunción natural del rey se
llevaría toda la gloria, en lugar de dar el honor y la gloria a Dios—el dador de toda bendición. Jonatán, el hijo
de Saúl, en cambio estaba en proceso de desarrollar un nuevo carácter semejante al de Cristo. Demostró que
estaba desarrollando el don sobrenatural de la fe con las hermosas palabras: “no es difícil para Jehová salvar
con muchos o con pocos.”

PP pg. 674/3 – “Dios había permitido que las cosas culminaran en esa crisis, para poder reprender la
perversidad de Saúl y enseñar al pueblo una lección de humildad y de fe. A causa del pecado de presunción
cometido por Saúl al presentar su sacrificio, el Señor no quiso darle el honor de vencer a los filisteos. Jonatán,
el hijo del rey, hombre que temía al Señor, fue escogido como el instrumento que había de liberar a Israel.
Movido por un impulso divino, propuso a su escudero que hicieran un ataque secreto contra el campamento
del enemigo. ‘Quizá—dijo él—hará Jehová por nosotros; que no es difícil a Jehová salvar con multitud o con
poco número’.”

Como los seres caídos no tenemos fe por naturaleza sino que somos incrédulos naturalmente, tenemos por
naturaleza confianza en el número de personas antes que confianza en Dios. Por naturaleza queremos ver una
grandiosa multitud de personas que sigan nuestra creencia como si el número de personas fuera la prueba
indiscutible de que lo que creemos es la verdad. Pero a Dios no le interesa el número de personas, sino que le
interesa la calidad de las personas—y la calidad de una persona es medida por su carácter y su vida práctica.

Nuevamente fue probado Saúl por Dios. Al enterarse que Dios había dado la victoria a Jonatán con tan sólo su
paje de armas, Saúl debió haber humillado su corazón y debió haber reconocido su pecado. Pero en lugar de

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esto, nuevamente el egoísmo, el orgullo, y la presunción natural salieron a flote, y Saúl trató de usurpar el
honor y la gloria de la victoria a Dios para sí mismo.

“Pero los hombres de Israel fueron puestos en apuro aquel día; porque Saúl había juramentado al pueblo,
diciendo: Cualquiera que coma pan antes de caer la noche, antes que haya tomado venganza de mis
enemigos, sea maldito. Y todo el pueblo no había probado pan.” (1 Sa. 14:24)

PP pg. 676/2 – “Resuelto a aprovechar hasta lo sumo su ventaja, el rey prohibió precipitadamente a sus
soldados que comieran alimento alguno durante todo el día, y reforzó su mandamiento por esta solemne
imprecación: ‘Cualquiera que comiere pan hasta la tarde, hasta que haya tomado venganza de mis enemigos,
sea maldito.’ Ya se había ganado la victoria, sin el conocimiento ni la cooperación de Saúl; pero él esperaba
distinguirse mediante la destrucción total del ejército derrotado. La orden de no comer fue motivada por una
ambición egoísta, y demostraba que el rey era indiferente a las necesidades de su pueblo cuando ellas
contrariaban su deseo de ensalzamiento propio. Y al confirmar esta prohibición mediante un juramento
solemne, demostró Saúl que era profano a la vez que temerario. Las palabras mismas de la maldición
atestiguan que el celo de Saúl era en favor suyo, y no para la gloria de Dios. Declaró que su propósito no era
‘que el Señor fuese vengado de sus enemigos’, sino ‘que haya tomado venganza de mis enemigos’.”

Esta orden alocada y temeraria de Saúl fue otro pecado que se sumaba a sus registros de malas obras como
resultado del orgullo y egoísmo natural de su corazón. En las tinieblas de su locura no se puso a pensar que su
hijo Jonatán se encontraba en el campo de batalla y no tendría oportunidad de escuchar esta orden del rey,
por lo cual estaba poniendo en peligro la vida de su propio hijo.

“Pero Jonatán no había oído cuando su padre había juramentado al pueblo, y alargó la punta de una vara que
traía en su mano, y la mojó en un panal de miel, y llevó su mano a la boca; y fueron aclarados sus ojos.” (1 Sa.
14:27)

El pecado siempre trae consecuencias y afecta no sólo a uno mismo sino que también afecta a nuestros seres
queridos. El pecado de Saúl también tuvo consecuencias sobre el resto del ejército, pues al privarles de comer
a su debido tiempo ocasionó que luego de la batalla, por el desenfreno de la intemperancia natural, comieran
carne con sangre.

PP pg. 676/3 – “La prohibición dio lugar a que el pueblo violase el mandamiento de Dios. Habían estado
peleando todo el día, y se sentían débiles por falta de alimento; y tan pronto como terminaron las horas
abarcadas por la restricción, cayeron sobre el botín de guerra, y devoraron carne con sangre, violando así la
ley que prohibía comer sangre.”

“Y edificó Saúl altar a Jehová; este altar fue el primero que edificó a Jehová. Y dijo Saúl: Descendamos de
noche contra los filisteos, y los saquearemos hasta la mañana, y no dejaremos de ellos ninguno. Y ellos dijeron:
Haz lo que bien te pareciere. Dijo luego el sacerdote: Acerquémonos aquí a Dios. Y Saúl consultó a Dios:
¿Descenderé tras los filisteos? ¿Los entregarás en mano de Israel? Mas Jehová no le dio respuesta aquel día.”
(1 Sa. 14:35-37)

Saúl “edificó un altar a Jehová” demostrando nuevamente que para él, el culto a Dios era tan sólo un teatro, y
la ley ceremonial simplemente una serie de ceremonias que se debían realizar por pura forma sin mirar más

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allá del símbolo. Saúl realizó el ritual sin convicción de pecado, por lo tanto no tenía necesidad de perdón,
entonces realizaba el ritual inútilmente. Se supone que Saúl debía demostrar que era un hombre que buscaba
la dirección y aprobación divina al levantar el altar para que los sacerdotes realicen el ritual, pero sin embargo,
luego de levantar el altar dio la orden de ir contra los filisteos sin consultar a Dios. ¿Para qué construir el altar
y realizar el ritual si no busca la aprobación y el consejo de Dios? Fue el sacerdote quien le aconsejó consultar
a Dios y recién entonces Saúl consultó a Dios. “Mas Jehová no le dio respuesta aquel día”, pues ¿cómo puede
dar respuesta a uno que no le interesa seguir la voluntad de Dios, sino que prefiere seguir su propia voluntad?
¿Cómo puede Dios perdonar a alguien que no tiene necesidad de perdón? Saúl realizó el ritual por obligación,
era una obediencia servil, pues en realidad no buscaba ni la dirección, ni el perdón, ni la aprobación de Dios.

Saúl no buscó a Dios con arrepentimiento de su pecado y de toda su conducta perversa, y por lo tanto su
consulta a Dios seguía siendo simplemente un teatro, y su obediencia era espuria. El Espíritu Santo había creado
en Saúl la semilla del arrepentimiento, pero era deber de Saúl desarrollar la planta celestial para que pueda
crecer. Los frutos del Espíritu deben crecer o morir. Dios provee gratuitamente todo lo necesario para el
desarrollo de los principios celestiales: es Dios quien siembra la semilla, y es Él quien le provee del Sol de Justicia
y la lluvia temprana. Pero el hombre escoge ahogar el desarrollo del crecimiento hasta que la planta finalmente
muere, o permitir su desarrollo hasta que luego la lluvia tardía pueda hacer brotar el hermoso fruto. Saúl estaba
matando los frutos del Espíritu con su orgullo y necedad natural.

“Entonces dijo Saúl: Venid acá todos los principales del pueblo, y sabed y ved en qué ha consistido este pecado
hoy; porque vive Jehová que salva a Israel, que aunque fuere en Jonatán mi hijo, de seguro morirá. Y no hubo
en todo el pueblo quien le respondiese.” (1 Sa. 14:38-39)

“Entonces Saúl dijo a Jonatán: Declárame lo que has hecho. Y Jonatán se lo declaró y dijo: Ciertamente gusté
un poco de miel con la punta de la vara que traía en mi mano; ¿y he de morir? Y Saúl respondió: Así me haga
Dios y aun me añada, que sin duda morirás, Jonatán. Entonces el pueblo dijo a Saúl: ¿Ha de morir Jonatán, el
que ha hecho esta grande salvación en Israel? No será así. Vive Jehová, que no ha de caer un cabello de su
cabeza en tierra, pues que ha actuado hoy con Dios. Así el pueblo libró de morir a Jonatán.” (1 Sa. 14:43-45)

PP pg. 677/1 – “Durante la batalla, Jonatán, que nada sabía del mandamiento del rey, lo violó inadvertidamente
al comer un poco de miel mientras pasaba por el bosque. Saúl lo supo por la noche. Había declarado que la
violación de su edicto sería castigada con la muerte. Aunque Jonatán no se había hecho culpable de un pecado
voluntario, a pesar de que Dios le había preservado la vida milagrosamente y había obrado la liberación por
medio de él, el rey declaró que la sentencia debía ejecutarse. Perdonar la vida a su hijo habría sido de parte
de Saúl reconocer tácitamente que había pecado al hacer un voto tan temerario. Habría humillado su orgullo
personal. ‘Así me haga Dios—fué la terrible sentencia—y así me añada, que sin duda morirás, Jonathán.’

“Saúl no podía atribuirse el honor de la victoria, pero esperaba ser honrado por su celo en mantener la santidad
de su juramento. Aun a costa del sacrificio de su hijo, quería grabar en la mente de sus súbditos el hecho de
que la autoridad real debía mantenerse. Hacía poco que, en Gilgal, Saúl había pretendido oficiar como
sacerdote, contrariando el mandamiento de Dios. Cuando Samuel le reprendió, se obstinó en justificarse.
Ahora que se había desobedecido a su propio mandato, a pesar de que era un desacierto y había sido violado
por ignorancia, el rey y padre sentenció a muerte a su propio hijo. {PP54 677.2}

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“El pueblo se negó a permitir que la sentencia fuese ejecutada. Desafiando la ira del rey, declaró: ‘¿Ha pues de
morir Jonathán, el que ha hecho esta salud grande en Israel? No será así. Vive Jehová, que no ha de caer un
cabello de su cabeza en tierra, pues que ha obrado hoy con Dios.’ El orgulloso monarca no se atrevió a
menospreciar este veredicto unánime, y así se salvó la vida de Jonatán.” {PP54 677.3}

Saúl violó el mandamiento de Dios y por el orgullo natural de su corazón depravado no quiso reconocer su
pecado y prefirió justificarlo. En cambio, cuando su mandato humano y alocado fue desobedecido por
ignorancia, estuvo dispuesto a matar a su propio hijo antes de someter a su orgulloso corazón. Siendo él mismo
pecador y lleno de defectos de carácter, fue rápido para juzgar y condenar a su propio hijo por una cuestión
de menor consecuencia. Ese es el espíritu del farisaísmo que existe en el corazón natural ciego a su condición
delante de Dios. El fariseo juzga al prójimo cruel y severamente pues se cree superior, siendo en realidad él
mismo peor pues ha recibido más luz y más bendiciones por parte de Dios que aquel a quien condena. Se cree
rico, cuando en realidad es un “desventurado, miserable, pobre, ciego, y desnudo” (Ap. 3:17).

A Saúl le pareció poca cosa desobedecer el mandato divino. Sin embargo, cuando su propio mandamiento de
hombre, que carecía de sentido racional y que era de un carácter fanático, fue desobedecido incluso por
ignorancia, estuvo dispuesto a matar a su propio hijo. Esto es puro orgullo satánico. Al orgullo natural del
fariseo le molesta cuando sus opiniones y ordenes humanas son desobedecidas, porque el YO se encuentra
ofendido. Sin embargo, a la par que juzga y condena, pasa por alto su propia desobediencia y su propio carácter
defectuoso y contaminado por el pecado. Es por esto que nuestro Señor Jesús dijo:

“No juzguéis, para que no seáis juzgados. Porque con el juicio con que juzgáis, seréis juzgados, y con la medida
con que medís, os será medido. ¿Y por qué miras la paja que está en el ojo de tu hermano, y no echas de ver
la viga que está en tu propio ojo? ¿O cómo dirás a tu hermano: Déjame sacar la paja de tu ojo, y he aquí la
viga en el ojo tuyo? ¡Hipócrita! saca primero la viga de tu propio ojo, y entonces verás bien para sacar la paja
del ojo de tu hermano.” (Mt. 7:1-5)

PP pg. 678/1 – “Los que están más dispuestos a excusarse o justificarse en el pecado son a menudo los más
severos para juzgar y condenar a los demás. Muchos, como Saúl, atraen sobre sí el desagrado de Dios, pero
rechazan los consejos y menosprecian las reprensiones. Aun cuando están convencidos de que el Señor no está
con ellos, se niegan a ver en sí mismos la causa de su dificultad. Albergan un espíritu orgulloso y jactancioso,
mientras se entregan a juzgar y reconvenir cruel y severamente a otros que son mejores que ellos. Sería
bueno que cuantos se constituyen en jueces meditasen en estas palabras de Cristo: ‘Con el juicio con que
juzgáis, seréis juzgados; y con la medida con que medís, os volverán a medir’ (Mateo 7:2).

“A menudo los que procuran ensalzarse se ven puestos en situaciones que revelan su carácter. Así pasó en
el caso de Saúl. Su conducta convenció al pueblo de que apreciaba el honor y la autoridad reales más que la
justicia, la misericordia o la benevolencia. Así fue inducido a ver el error que había cometido al rechazar la
forma de gobierno que Dios le había dado. El pueblo había renunciado al profeta piadoso, cuyas oraciones
habían traído grandes bendiciones, por un rey que en su celo ciego había impetrado una maldición sobre ellos.”
{PP54 678.2}

Saúl fallaba prueba tras prueba, pero aún no estaba todo perdido. Dios siguió dando más oportunidades a Saúl
y siguió probándole. Nuevamente le dio otra orden:

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“Después Samuel dijo a Saúl: Jehová me envió a que te ungiese por rey sobre su pueblo Israel; ahora, pues,
está atento a las palabras de Jehová. Así ha dicho Jehová de los ejércitos: Yo castigaré lo que hizo Amalec a
Israel al oponérsele en el camino cuando subía de Egipto. Ve, pues, y hiere a Amalec, y destruye todo lo que
tiene, y no te apiades de él; mata a hombres, mujeres, niños, y aun los de pecho, vacas, ovejas, camellos y
asnos.” (1 Sa. 15:1-3)

El versículo de 1 Samuel 15:3 no se puede explicar bajo una teología que dice que el hombre se hace pecador,
pero que no nace pecador. Pues, ¿cómo explicar la justicia y la misericordia de Dios cuando ordena matar a
“mujeres, niños, y aun los de pecho”? ¿Acaso los bebes que aun maman el pecho no son inocentes? ¿Acaso no
utilizan el versículo que dice “el hijo no llevará el pecado del padre” (Ez. 18:19) para justificar su doctrina?
¿Cómo explican entonces 1 Samuel 15:3 utilizando la misma doctrina que enseñan torciendo el significado de
Ezequiel 18:19? Cuando tu doctrina se basa tan sólo en un par de versículos que contradicen otros versículos,
es una señal que no estás en buena tierra sino que la palabra fue “sembrada junto al camino” (Mt. 13:19).
Solamente cuando se entiende la posición legal del ser humano, cuando se comprende cabalmente la
Amonestación del Testigo Fiel (Ap. 3:17), se puede tener una comprensión clara de la justicia y la misericordia
de Dios.

PP pg. 679/1 – “Saúl no había soportado la prueba de su fe en el lance dificultoso de Gilgal, y había deshonrado
el servicio de Dios; pero sus errores no eran todavía irreparables, y el Señor quiso concederle otra
oportunidad para que aprendiera a tener una fe implícita en su palabra y a obedecer a sus mandamientos.”

PP pg. 679/3 – “Pero el Señor envió a su siervo con otro mensaje para Saúl. Por la obediencia podía probar
todavía que era fiel a Dios y digno de ir a la cabeza de Israel. Samuel fue adonde estaba el rey, y le entregó el
mensaje del Señor. Para que el monarca pudiera comprender cuán importante es acatar el mandamiento,
Samuel declaró expresamente que le hablaba por orden divina, por la misma autoridad que había llamado a
Saúl al trono. El profeta dijo: ‘Así ha dicho Jehová de los ejércitos: Acuérdome de lo que hizo Amalec a Israel;
que se le opuso en el camino, cuando subía de Egipto. Ve pues, y hiere a Amalec, y destruiréis en él todo lo que
tuviere: y no te apiades de él: mata hombres, mujeres, niños y mamantes, vacas y ovejas, camellos y asnos’.

“Los amalecitas fueron los primeros que guerrearon contra Israel en el desierto; y a causa de este pecado,
juntamente con la manera en que desafiaban a Dios y se envilecieron por la idolatría, el Señor, por medio de
Moisés, había pronunciado sentencia contra ellos. Por instrucción divina, quedó registrada la historia de su
crueldad hacia Israel, con la orden: ‘Raerás la memoria de Amalec de debajo del cielo: no te olvides’
(Deuteronomio 25:19). Durante cuatrocientos años se había postergado la ejecución de esta sentencia; pero
los amalecitas no se habían apartado de sus pecados. El Señor sabía que esta gente impía raería, si fuera
posible, su pueblo y su culto de la tierra. Ahora había llegado la hora en que debía ejecutarse la tan diferida
sentencia.” {PP54 679.4}

“Pero los amalecitas no se habían apartado de sus pecados.” ¿Y que hay de los bebes que maman del pecho
de su madre? La sentencia de muerte también fue decretada explícitamente por Dios en contra de ellos, y
hasta contra las bestias de los amalecitas. Esos bebes amalecitas todavía no habían llegado a practicar
abiertamente la idolatría y el odio al Dios de Israel, PERO por naturaleza eran idólatras, y por naturaleza
odiaban a Dios, al igual que todos nosotros descendientes de Adán caído en el pecado. Ya desde el vientre de
nuestras madres estamos rechazados, bajo condenación y separados de Dios. Para que los amalecitas y todo

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hombre pueda dejar de ser idólatra y dejar de odiar a Dios, tiene que cumplirse en nosotros la obra
sobrenatural prometida en Génesis 3:15 – “ENEMISTAD PONDRÉ.”

PP pg. 680/1 – “La paciencia de Dios hacia los impíos envalentona a los hombres en la transgresión; pero el
hecho de que su castigo se demore no lo hará menos seguro ni menos terrible. ‘Jehová se levantará como en
el monte Perasim, como en el valle de Gabaón se enojará para hacer su obra, su extraña obra, y para hacer su
operación, su extraña operación’ (Isaías 28:21).

“Para nuestro Dios misericordioso, el acto del castigo es un acto extraño. ‘Vivo yo, dice el Señor Jehová, que
no quiero la muerte del impío, sino que se torne el impío de su camino, y que viva’ (Ezequiel 33:11). El Señor
es ‘misericordioso, y piadoso; tardo para la ira, y grande en benignidad y verdad, ... que perdona la iniquidad,
la rebelión, y el pecado.’ No obstante, ‘de ningún modo justificará al malvado’ (Éxodo 34:6, 7). Aunque no se
deleita en la venganza, ejecutará su juicio contra los transgresores de su ley. Se ve forzado a ello, para salvar a
los habitantes de la tierra de la depravación y la ruina total. Para salvar a algunos, debe eliminar a los que se
han empedernido en el pecado. ‘Jehová es tardo para la ira, y grande en poder, y no tendrá al culpado por
inocente’ (Nahúm 1:3). Mediante terribles actos de justicia vindicará la autoridad de su ley pisoteada. El mismo
hecho de que le repugna ejecutar la justicia, atestigua la enormidad de los pecados que exigen sus juicios, y la
severidad de la retribución que espera al transgresor. {PP54 680.2}

“Pero aun mientras Dios ejecuta su justicia, recuerda la misericordia. Los amalecitas debían ser destruídos,
pero los cineos, que moraban entre ellos, se habían de salvar. Este pueblo, aunque no estaba enteramente
libre de la idolatría, adoraba a Dios, y manifestaba amistad hacia Israel. De esta tribu procedía el cuñado de
Moisés, Obab, quien había acompañado a los israelitas en sus viajes por el desierto, y por su conocimiento del
país les había prestado valiosos servicios.” {PP54 681.1}

Dios había proporcionado una nueva oportunidad para Saúl y nuevamente Saúl escogió desobedecer a Dios, y
nuevamente todo por causa de su orgulloso corazón natural manchado y contaminado por el pecado. Saúl
simplemente no quería luchar contra su orgullo natural, no quiso entrar en la lucha del verdadero cristiano.
Saúl estaba siendo vencido por el pecado que mora dentro de nosotros.

“Y tomó vivo a Agag rey de Amalec, pero a todo el pueblo mató a filo de espada. Y Saúl y el pueblo perdonaron
a Agag, y a lo mejor de las ovejas y del ganado mayor, de los animales engordados, de los carneros y de todo
lo bueno, y no lo quisieron destruir; mas todo lo que era vil y despreciable destruyeron. Y vino palabra de
Jehová a Samuel, diciendo: Me pesa haber puesto por rey a Saúl, porque se ha vuelto de en pos de mí, y no
ha cumplido mis palabras. Y se apesadumbró Samuel, y clamó a Jehová toda aquella noche.” (1 Sa. 15:8-11)

La razón por la que Dios ordenó a Saúl matar también al ganado de los amalecitas era porque esto constituía
una prueba a la codicia natural del corazón humano. Ese ganado era en verdad un gran tesoro, un botín de
guerra para Saúl y todo el pueblo de Israel. ¿Qué iba a prevalecer en esta prueba: el amor natural al dinero o
el amor sobrenatural a Dios? Saúl escogió el tesoro terrenal antes que el tesoro celestial, y por lo tanto cosechó
lo que él mismo había sembrado.

“Y se apesadumbró Samuel, y clamó a Jehová toda aquella noche.” ¡Qué contraste entre Saúl y el prometa
Samuel! Un verdadero hombre de Dios NO SE ALEGRA por el mal ajeno, NO SE ALEGRA porque le vaya mal al

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que abiertamente o ignorantemente desobedece a Dios. Mas bien, el cristiano verdadero SUFRE al ver a su
hermano caer nuevamente en las garras de satanás y CLAMA a Jehová a favor de la liberación de su hermano.
El fariseo es el que, en cambio, se complace en condenar, juzgar, y aplicar una dureza cruel contra su hermano
caído en el campo de batalla, pues se compara con su hermano caído y se cree superior. Pero, ¡ay si comparase
su carácter con el carácter perfecto e inmaculado de Cristo! Entonces tendría un concepto correcto de sí mismo
y cuidaría sus palabras y sus actos al tratar con su prójimo.

PP pg. 628/1 – “La victoria contra los amalecitas fue la más brillante que Saúl jamás ganara, y sirvió para
reanimar el orgullo de su corazón, que era su mayor peligro. El edicto divino que condenaba a los enemigos
de Dios a la destrucción total, no fue sino parcialmente cumplido. Con la ambición de realzar el honor de su
regreso triunfal con la presencia de un cautivo real, Saúl se aventuró a imitar las costumbres de las naciones
vecinas, y por eso, salvó a Agag, el feroz y belicoso rey de los amalecitas. El pueblo se reservó lo mejor de los
rebaños, manadas y bestias de carga, disculpando su pecado con la excusa de que guardaba el ganado para
ofrecerlo como sacrificio al Señor. Pero su objeto era usar estos animales meramente como substitutos, para
economizar su propio ganado.”

El corazón carnal vendido al pecado cree que puede presentar una obediencia parcial para ser aceptado por
Dios. No entiende que la entrega debe ser entera y completa. Sería como querer guardar nueve de los diez
mandamientos y decir que el cuarto mandamiento es sólo para los judíos. Si desobedeces uno, desobedeces
todos. “Porque cualquiera que guardare toda la ley, pero ofendiere en un punto, se hace culpable de todos”
(Stg. 2:10). El corazón natural engañoso y perverso más que todas las cosas cree que puede alcanzar una
perfecta obediencia para pasar el Juicio y así alcanzar la tan deseada salvación por obras. No entiende que la
Ley demanda una obediencia perfecta y perpetua, es decir de toda una vida—desde el engendramiento hasta
la eternidad. ¿Cómo podríamos presentarnos ante Dios con el siguiente argumento? “Dios, hasta mis 30 años
no he obedecido perfectamente tu Ley, pero a partir de este momento he alcanzado la perfección, así que ya
me puedes aceptar ahora.” Si quieres intentar presentar a Dios ese argumento, será tu decisión. Yo, por mi
parte, prefiero presentarme ante Dios con una justicia perfecta y perpetua que Cristo desarrolló desde que fue
engendrado en Lucas 1:35 y que prefirió la muerte antes que contaminarse con el pecado. La Ley demanda que
seamos “santos” “sin mancha” de pecado (Lv. 20:7; 1 Pe. 1:15-16; Col. 1:22). Toda obediencia que puedo
realizar está contaminada por mi pecado. En cambio la obediencia de Cristo fue realizada por un “Santo Ser”
(Lc. 1:35) “santo, inocente, sin mancha, apartado de los pecadores, y hecho más sublime que los cielos” (Heb.
7:26).

“Saúl se aventuró a imitar las costumbres de las naciones vecinas.” Todos los reyes paganos tenían la
costumbre de hacer desfilar al rey derrotado en la batalla delante del pueblo para llevarse el honor y la gloria
que sólo a Dios corresponde. ¿Quién había instituido esta costumbre? Toda costumbre y tradición que no fue
establecida por Dios sólo pudo haber sido instituida por el Enemigo de Dios. Satanás instituyó esta costumbre
para alimentar el orgullo natural del corazón humano y para echar por tierra la gran verdad que en realidad es
Dios quien “muda los tiempos y las edades; quita reyes, y pone reyes; da la sabiduría a los sabios, y la ciencia a
los entendidos” (Dn. 2:21). Satanás siempre buscar quitar el honor y la gloria de Dios para que se de el honor
y la gloria a los seres creados. Eso es usurpar, robar el honor y la gloria a Dios. Cuando Saúl hizo desfilar ante
el pueblo al rey amalecita estaba robando a Dios, estaba quebrantando el octavo mandamiento de la santa Ley
Eterna e Inmutable. Y ese pecado era fruto de su orgullo natural, de un corazón humano depravado que no

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tiene capacidad para amar a Dios ni amar a su prójimo. Saúl se amaba a sí mismo por encima de Dios. El Espíritu
Santo había sembrado el don sobrenatural del amor en él (Ga. 5:22-23), pero Saúl prefirió seguir desarrollando
la planta venenosa del orgullo y del egoísmo antes que desarrollar la planta celestial del amor.

“El pueblo se reservó lo mejor de los rebaños, manadas y bestias de carga, disculpando su pecado con la excusa
de que guardaba el ganado para ofrecerlo como sacrificio al Señor. Pero su objeto era usar estos animales
meramente como substitutos, para economizar su propio ganado.” El pueblo también robó a Dios y también
justificó su pecado al igual que Saúl. Es por esto que la Palabra de Dios nos dice que el corazón natural es
“engañoso y perverso más que todas las cosas” (Jer. 17:9). Nos engañamos a nosotros mismos excusando
nuestros pecados al imitar las tradiciones y costumbres paganas y disfrazándolas con cristianismo para ahogar
el sentimiento de culpa implantado por el Espíritu Santo. El pueblo demostró que por naturaleza no le gustaba
tener que dar una parte de su ganado para el ritual simbólico. El pueblo no quería diezmar de su ganado para
el culto a Jehová, pues esto implicaba un costo a su economía. Dar a Dios el diezmo implica subyugar nuestro
egoísmo, codicia, y avaricia—defectos satánicos de carácter que son naturales en el ser humano caído en el
pecado. Dios nos presenta con oportunidades para que podamos vencer sobre estas plantas venenosas y mas
bien podamos desarrollar los frutos sobrenaturales del Espíritu. Al hombre que bendice con riqueza, Dios le
prueba presentándole oportunidades para desarrollar la benevolencia hacia el que está pasando la prueba de
la carencia. Y al que pasa por la prueba de la necesidad, Dios le prueba para ver si va a subyugar la envidia y la
murmuración natural, para desarrollar en cambio el contentamiento y la mansedumbre.

PP pg. 688/2 – “‘Como pecado de adivinación es la rebelión, y como ídolos e idolatría el infringir.’ La rebelión
tuvo su origen en Satanás, y toda rebelión contra Dios se debe directamente a las influencias satánicas. Los
que se oponen al gobierno de Dios se han aliado con el caudillo de los apóstatas, y éste ejercerá su poder y
astucia para cautivar los sentidos de ellos y descarriar su entendimiento. Hará que todo aparezca bajo una luz
falsa. Como nuestros primeros padres, los que están bajo el dominio de su hechizo ven sólo los grandes
beneficios que han de recibir por su transgresión.”

A todos Dios nos da un tiempo de gracia, un tiempo de pruebas pequeñas, que nos prepara para someternos
a una prueba final. Saúl había sido sometido a una serie de pruebas y finalmente había llegado la prueba final.
Si Saúl hubiese aprendido de la lección de sus pruebas fallidas, hubiese podido arrepentirse, confesar su pecado
y abandonarlo. Sin embargo permaneció obstinadamente en el pecado y dejó en claro que no daría marcha
atrás a su propia voluntad, y que no deseaba luchar contra su orgullo y su naturaleza pecaminosa. No se puede
ayudar a uno que no considera que necesita ayuda. No se puede brindar sanación a alguien que se considera
sano. “Al oír esto Jesús, les dijo: Los sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos. No he venido a
llamar a justos, sino a pecadores” (Mr. 2:17).

PP pg. 682/1 – “A Saúl se le había sometido ahora a la prueba final. Su presuntuoso desprecio de la voluntad
de Dios, al revelar su resolución de gobernar como monarca independiente, demostró que no se le podía
confiar el poder real como vicegerente del Señor.

“Mientras Saúl y su ejército volvían a sus hogares entusiasmados por la victoria, había profunda angustia en la
casa de Samuel el profeta. Este había recibido del Señor un mensaje que denunciaba el procedimiento del rey:
‘Pésame de haber puesto por rey a Saúl, porque se ha vuelto de en pos de mí, y no ha cumplido mis palabras.’

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El profeta se afligió profundamente por la conducta del rey rebelde, y lloró y oró toda la noche pidiendo que
se revocara la terrible sentencia.” {PP54 682.2}

“Madrugó luego Samuel para ir a encontrar a Saúl por la mañana; y fue dado aviso a Samuel, diciendo: Saúl ha
venido a Carmel, y he aquí se levantó un monumento, y dio la vuelta, y pasó adelante y descendió a Gilgal.
Vino, pues, Samuel a Saúl, y Saúl le dijo: Bendito seas tú de Jehová; yo he cumplido la palabra de Jehová.” (1
Sa. 15:12-13)

El profeta Samuel había pasado la noche entera sin poder dormir, llorando y orando por la salvación de Saúl.
Temprano de mañana fue a ver al rey con la esperanza de que el Espíritu Santo hubiese podido llevar a Saúl al
arrepentimiento. Pero las palabras del rey al verle fueron: “yo he cumplido la palabra de Jehová”—“Yo he
obedecido a Dios” dijo el rey cuando en realidad había desobedecido y por su influencia también el pueblo
había desobedecido. Sin embargo el bullicio del ganado de los amalecitas desmentían la presuntuosa
declaración del rey y declaraban a voces el pecado del rey, y sumado a ese pecado ahora se agregaba una
mentira.

“Samuel entonces dijo: ¿Pues qué balido de ovejas y bramido de vacas es este que yo oigo con mis oídos? Y
Saúl respondió: De Amalec los han traído; porque el pueblo perdonó lo mejor de las ovejas y de las vacas,
para sacrificarlas a Jehová tu Dios, pero lo demás lo destruimos.” (1 Sa. 15:14-15)

Nuevamente Saúl justificó su pecado y culpó fácilmente a su prójimo. Bien podía haber evitado el rey que el
pueblo traiga el ganado de los amalecitas, pero al permitirles que lo hicieran demostró que aprobaba su
desobediencia y su excusa de que serían para “sacrificarlas a Jehová.” Siempre buscamos excusas: “Yo guardo
el domingo en honor a la resurrección de Cristo” a pesar de que Dios no santificó el primer día de la semana,
sino que nos ordenó santificar el séptimo día. “Yo celebro la Navidad porque celebro el nacimiento de Cristo”
a pesar de que Dios no nos ha ordenado celebrar su nacimiento, pues ni siquiera nos ha dado evidencia de la
fecha. Pero siempre queremos copiar las costumbres del mundo y disfrazarlas de cristianismo, así como los
israelitas trataron de camuflar su pecado con la excusa de que serviría para dar culto a Jehová.

PP pg. 683/2 – “Con corazón adolorido salió el profeta la siguiente mañana al encuentro del rey descarriado.
Samuel abrigaba la esperanza de que Saúl, al reflexionar, reconociera su pecado, y por el arrepentimiento y
humillación, fuese restaurado al favor divino. Pero cuando se ha dado el primer paso en el sendero de la
transgresión, el camino se vuelve fácil. Saúl, envilecido por su desobediencia, vino al encuentro de Samuel con
una mentira en los labios. Exclamó: ‘Bendito seas tú de Jehová; yo he cumplido la palabra de Jehová’.

“Los ruidos que oía el profeta desmentían la declaración del rey desobediente. A la pregunta directa: ‘¿Pues
qué balido de ganados y bramido de bueyes es éste que yo oigo con mis oídos?’ contestó Saúl: “De Amalec los
han traído; porque el pueblo perdonó a lo mejor de las ovejas y de las vacas, para sacrificarlas a Jehová tu Dios;
pero lo demás lo destruimos.’ El pueblo había obedecido a las instrucciones de Saúl; pero éste, para escudarse,
quería cargar al pueblo con el pecado de su propia desobediencia. {PP54 683.2}

“El mensaje de que Saúl había sido rechazado infundía indecible tristeza al corazón de Samuel. Debía dárselo
ante todo el ejército de Israel, cuando todos rebosaban de orgullo y regocijo triunfal por la victoria acreditada
al valor y la estrategia de su rey, pues Saúl no había asociado a Dios con el éxito de Israel en este conflicto;

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pero cuando el profeta comprobó la evidencia de la rebelión de Saúl, se indignó al ver como había violado el
mandamiento del Cielo e inducido al pecado a Israel aquel que había sido tan altamente favorecido por
Dios.” {PP54 683.3}

“Y dijo Samuel: Aunque eras pequeño en tus propios ojos, ¿no has sido hecho jefe de las tribus de Israel, y
Jehová te ha ungido por rey sobre Israel? Y Jehová te envió en misión y dijo: Ve, destruye a los pecadores de
Amalec, y hazles guerra hasta que los acabes. ¿Por qué, pues, no has oído la voz de Jehová, sino que vuelto
al botín has hecho lo malo ante los ojos de Jehová? Y Saúl respondió a Samuel: Antes bien he obedecido la
voz de Jehová, y fui a la misión que Jehová me envió, y he traído a Agag rey de Amalec, y he destruido a los
amalecitas. Mas el pueblo tomó del botín ovejas y vacas, las primicias del anatema, para ofrecer sacrificios a
Jehová tu Dios en Gilgal. Y Samuel dijo: ¿Se complace Jehová tanto en los holocaustos y víctimas, como en
que se obedezca a las palabras de Jehová? Ciertamente el obedecer es mejor que los sacrificios, y el prestar
atención que la grosura de los carneros. Porque como pecado de adivinación es la rebelión, y como ídolos e
idolatría la obstinación. Por cuanto tú desechaste la palabra de Jehová, él también te ha desechado para que
no seas rey”. (1 Sa. 15:17-23)

Nótese que realizar los sacrificios a Jehová era una ordenanza de Dios mismo en la ley ceremonial. Pero era
Dios también, quien en esta ocasión había ordenado a los israelitas que no dejen con vida el ganado de los
amalecitas para probarles. El hombre debe vivir de toda, no de una sola palabra que sale de la boca de Dios.
Hacer un supuesto bien, realizando un evidente mal, no cubre el pecado. “Aprovechemos la Navidad para llevar
almas a Cristo”—cómo si no hubiera otra manera de llevar almas a Cristo. El fin NO justifica los medios. Las
“buenas intenciones” de los israelitas no cubrían su desobediencia, y mas bien eran fruto del egoísmo de su
corazón natural. Pero los israelitas estaban ciegos a su condición, no veían el egoísmo, la codicia, el orgullo y la
avaricia como pecado, porque para ellos pecado era sólo el acto. El corazón sin amor a Dios cree que idolatría
sólo es postrarse de rodillas ante un ídolo, pero no entiende que idolatría es también el amor al mundo y a sus
tesoros, así los disfracemos con “buenas intenciones de adorar a Jehová.”

“No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está
en él. Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la
vida, no proviene del Padre, sino del mundo.” (1 Jn. 2:15-16)

“Pues en vano me honran, enseñando como doctrinas mandamientos de hombres.” (Mr. 7:7)

PP pg. 688/1 – “‘El obedecer es mejor que los sacrificios.’ Las ofrendas de los sacrificios no tenían en sí mismas
valor alguno a los ojos de Dios. Estaban destinadas a expresar, por parte del que las ofrecía, arrepentimiento
del pecado y fe en Cristo, y a prometer obediencia futura a la ley de Dios. Pero sin arrepentimiento, ni fe ni
un corazón obediente, las ofrendas no tenían valor. Cuando, violando directamente el mandamiento de Dios,
Saúl se propuso presentar en sacrificio lo que Dios había dispuesto que fuese destruído, despreció
abiertamente la autoridad divina. El sacrificio hubiera sido un insulto para el Cielo. No obstante conocer el
relato del pecado de Saúl y sus resultados, ¡cuántos siguen una conducta parecida! Mientras se niegan a creer
y obedecer algún mandamiento del Señor, perseveran en ofrecer a Dios sus servicios religiosos formales. No
responde el Espíritu de Dios a tal servicio. Por celosos que sean los hombres en su observancia de las
ceremonias religiosas, el Señor no las puede aceptar si ellos persisten en violar deliberadamente uno de sus
mandamientos.”

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“¿Se complace Jehová tanto en los holocaustos y víctimas, como en que se obedezca a las palabras de Jehová?”
El hombre religioso se conforma con prestar obediencia servil externa, con los ritos y las formas religiosas, pero
no se preocupa del carácter impregnado de defectos, no se guarda del mal latente en el interior. Por fuera
exteriormente el fariseo realiza los actos: deja de comer carne, se va a vivir al campo, se viste y vive
humildemente, da su diezmo, hace trabajo misionero, pero nada de esto es garantía que por dentro está
desarrollándose un nuevo carácter semejante al de Cristo. El fin NO justifica los medios. Todos estos actos
mencionados pueden ser realizados con un carácter tosco, rudo, impaciente, sin misericordia y sin embargo
estando convencidos que estamos en un plano superior al de nuestro prójimo que come carne, vive en la ciudad
y se viste con la moda del mundo. Ese prójimo a lo mejor no posee la luz que nosotros tenemos, por lo tanto
será juzgado por la luz que tuvo. En cambio nosotros seremos juzgados por la luz que nosotros tenemos, así
que mejor tener cuidado de la manera en que actuamos y tratamos a nuestros semejantes.

“¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque limpiáis lo de fuera del vaso y del plato, pero por
dentro estáis llenos de robo y de injusticia.” (Mt. 23:25)

PP pg. 688/3 – “No puede darse mayor evidencia del poder engañador de Satanás que el hecho de que
muchos que son dirigidos por él se engañan a sí mismos con la creencia de que están en el servicio de Dios.
Cuando Coré, Datán y Abiram se rebelaron contra la autoridad de Moisés, creyeron que sólo se estaban
oponiendo a un jefe humano, a un hombre como ellos mismos; y llegaron a creer que estaban realmente
haciendo la voluntad de Dios. Pero al rechazar el instrumento escogido por Dios, rechazaron a Cristo; e
insultaron al Espíritu de Dios. Así, en los días de Cristo, los escribas y ancianos judíos, que profesaban ser muy
celosos por el honor de Dios, crucificaron a su Hijo. El mismo espíritu existe todavía en los corazones de los
que insisten en seguir su propia voluntad en oposición a la voluntad de Dios.”

“Entonces Saúl dijo a Samuel: Yo he pecado; pues he quebrantado el mandamiento de Jehová y tus palabras,
porque temí al pueblo y consentí a la voz de ellos. Perdona, pues, ahora mi pecado, y vuelve conmigo para
que adore a Jehová. Y Samuel respondió a Saúl: No volveré contigo; porque desechaste la palabra de Jehová,
y Jehová te ha desechado para que no seas rey sobre Israel. Y volviéndose Samuel para irse, él se asió de la
punta de su manto, y éste se rasgó. Entonces Samuel le dijo: Jehová ha rasgado hoy de ti el reino de Israel, y lo
ha dado a un prójimo tuyo mejor que tú.” (1 Sa. 15:24-48)

A primera instancia pareciera que Saúl finalmente se arrepintió de sus pecados pues de sus labios finalmente
brotó la confesión: “Yo he pecado.” Sin embargo, a esta confesión nuevamente añadió una justificación:
“porque temí al pueblo y consentí a la voz de ellos.” Según Saúl, la culpa no era de él, sino del pueblo. Saúl no
tenía convicción de pecado, y su confesión era fruto del remordimiento causado por las palabras del profeta
“te ha desechado para que no seas rey.” Saúl apreciaba su título de rey más que la aprobación y el perdón de
Dios. Perder el título de rey terrenal le instó a buscar hacer cambiar la sentencia del Rey Eterno, pero no porque
hubiera en Saúl convicción de pecado. Saúl lloró las consecuencias de su pecado, pero no le importó la causa
de su pecado.

PP pg. 684/3 – “Cuando el rey oyó esta temible sentencia, exclamó: ‘Yo he pecado; que he quebrantado el
dicho de Jehová y tus palabras: porque temí al pueblo, consentí a la voz de ellos.’ Aterrorizado por la denuncia
del profeta, Saúl reconoció su culpa, que antes había negado tercamente; pero siguió culpando al pueblo y
declarando que había pecado por temor a él.

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“No era una tristeza causada por su pecado, sino más bien el temor a la pena, lo que movía al rey de Israel
cuando rogó así a Samuel: ‘Perdona pues ahora mi pecado, y vuelve conmigo para que adore a Jehová.’ Si Saúl
hubiera sentido arrepentimiento verdadero, habría confesado públicamente su pecado, pero se preocupaba
principalmente de conservar su autoridad y retener la lealtad del pueblo. Deseaba ser honrado con la
presencia de Samuel para fortalecer su propia influencia en la nación.” {PP54 684.4}

Prueba tras prueba Saúl escogió alimentar su orgullosa naturaleza de pecado, mientras ahogaba el nuevo
carácter divino que el Espíritu santo había implantado en él. Escogió las tinieblas antes que la luz, porque las
tinieblas son más agradables al corazón natural sin amor. Saúl no tenía excusas, pues la imposibilidad vino de
sí mismo, ya que Dios había hecho todo lo que podía hacerse por este pecador. Dios no obliga a nadie, y como
Saúl escogió el pecado, las tinieblas, y la muerte, Dios aceptó su decisión. Finalmente el Espíritu Santo terminó
apartándose de Saúl, se produjo el divorcio, y Saúl dejó finalmente de ser templo del Espíritu Santo.

PP pg. 685/3 – “Cuando fue llamado al trono, Saúl tenía una opinión muy humilde de su propia capacidad, y se
dejaba instruir. Le faltaban conocimientos y experiencia, y tenía graves defectos de carácter. Pero el Señor le
concedió el Espíritu Santo para guiarle y ayudarle, y le colocó donde podía desarrollar las cualidades
requeridas para ser soberano de Israel. Si hubiera permanecido humilde, procurando siempre ser dirigido por
la sabiduría divina, habría podido desempeñar los deberes de su alto cargo con éxito y honor. Bajo la influencia
de la gracia divina, toda buena cualidad habría ido ganando fuerza, mientras que las tendencias pecaminosas
habrían perdido su poder.

“Tal es la obra que el Señor se propone hacer en beneficio de todos los que se consagran a él. Son muchos
los que él llamó a ocupar cargos en su obra porque tienen un espíritu humilde y dócil. En su providencia los
coloca donde pueden aprender de él. Les revelará los defectos de carácter que tengan, y a todos los que
busquen su ayuda, les dará fuerza para corregir sus errores.” {PP54 686.1}

“Bajo la influencia de la gracia divina”—es decir bajo la influencia del Espíritu Santo como Agente
Regenerador—“toda buena cualidad habría ido ganando fuerza”—es decir todo don sobrenatural del Espíritu
(Ga. 5:22-23) como el amor, la fe, la paz, la paciencia, la bondad, la humildad, el dominio propio, la
temperancia, podría haberse desarrollado—“mientras que las tendencias pecaminosas habrían perdido su
poder”—mientras que la naturaleza pecaminosa, la inclinación al mal, el pecado que mora en nosotros, el
egoísmo, el orgullo y todos los defectos naturales de carácter (Ro. 1:29-31) serían subyugados por el Agente
Regenerador, y con la cooperación del agente humano habrían sido finalmente derrotados. El caso de Saúl nos
muestra que Dios puede hacer todo por nosotros, pero sin nuestra cooperación toda la gracia divina, toda
bendición de Dios será inútil. La vida de Saúl está registrada en la Biblia para que podamos meditar sobre
nuestra propia vida y no cometamos los mismos errores.

PP pg. 686/2 – “Pero Saúl se vanaglorió de su ensalzamiento, y deshonró a Dios por su incredulidad y
desobediencia. Aunque al ser llamado a ocupar el trono era humilde y dudaba de su capacidad, el éxito le hizo
confiar en sí mismo. La primera victoria de su reinado encendió en su corazón aquel orgullo que era su mayor
peligro. El valor y la habilidad militar que manifestó en la liberación de Jabes-Galaad despertaron el entusiasmo
de toda la nación. El pueblo honró a su rey, olvidándose de que no era sino el agente por medio de quien
Dios había obrado; y aunque al principio Saúl dio toda la gloria a Dios, más tarde se atribuyó el honor. Perdió

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de vista el hecho de que dependía de Dios, y en su corazón se apartó del Señor. Así se preparó para cometer
su pecado de presunción y sacrilegio en Gilgal.

“La misma confianza ciega en sí mismo le condujo a rechazar la reprensión de Samuel. Saúl reconocía que
Samuel era un profeta enviado de Dios; por consiguiente, debiera haber aceptado el reproche, aunque él
mismo no pudiese ver que había pecado. Si se hubiera mostrado dócil para ver y confesar su error, esta amarga
experiencia le habría resultado en una salvaguardia para el futuro.” {PP54 686.3}

“El éxito le hizo confiar en sí mismo.” Los hijos de Adán caído en pecado manifestamos el mismo pecado del
Autor del pecado. Satanás pecó cuando pensó que toda belleza, sabiduría y don que poseía era propio o
inherente a sí mismo, en lugar de reconocer a su Creador como el dador de toda bendición que tenía.

“Se enalteció tu corazón a causa de tu hermosura, corrompiste tu sabiduría a causa de tu esplendor; yo te


arrojaré por tierra; delante de los reyes te pondré para que miren en ti.” (Ez. 28:17)

Como consecuencia del pecado de nuestros primeros padres, tenemos una naturaleza y un carácter semejante
al diablo (Jn. 8:44), y por lo tanto, a penas tenemos éxito en cualquier ámbito—ya sea secular o incluso
religioso—nos atribuimos la gloria y el honor robándole a nuestro Creador. Si nos va bien en el trabajo secular,
todo el honor y la gloria es a Dios, pues es Él quien da la fuerza, la sabiduría y nos concede incluso gracia con
los demás hombres. Si logramos entender alguna verdad bíblica que antes nos era desconocida, todo el honor
y la gloria es a Dios, pues es Él quien abre los ojos ciegos e incircuncisos para que podamos comprender la
verdad eterna.

El momento en que empezamos a confiar en nuestras propias ideas, pensamientos, razonamientos, prejuicios,
y opiniones, la confianza ciega empieza a nublar nuevamente nuestro entendimiento, pues Dios ya no puede
iluminar la mente que se cree ya llena de luz. Dios no puede dar las perlas ocultas a quien ya se cree rico.
Deshonramos a Dios cuando nos olvidamos que los agentes humanos que presentan la verdad bíblica son seres
iguales a nosotros, manchados y contaminados por el pecado y llenos de defectos de carácter, y sin embargo
los ensalzamos y los convertimos en nuestros oráculos divinos en lugar de consultar y confiar únicamente en
Dios—el único infalible, perfecto, justo y misericordioso.

ATO pg. 301.2 – “Cristo permite que las aflicciones acosen a sus seguidores para que puedan ser guiados a
buscar al Señor más fervientemente. Por lo tanto cuando sobrevengan las pruebas, no piensen que el Señor
es su enemigo. El tiene motivos para la purificación. No desea que ustedes se desanimen, sino que los prueba
para ver si le serán fieles y si se conducirán prudentemente en cualquier circunstancia. No desea apartarlos,
sino acercarlos al Señor. En Dios se halla la única esperanza del cristiano en tiempos de perplejidad. {ATO
301.2}

“No hablen con los demás acerca de sus tribulaciones, puesto que ellos también tienen bastante que
soportar de su propia parte, y nuestros amigos humanos no siempre pueden entender. Es su privilegio acudir
al Único que siempre entenderá, porque su vida en la tierra fue de constantes pruebas y perplejidades,
soportadas sin defecto ni pecado.” {ATO 301.3}

PP pg. 686/4 – “Si el Señor se hubiera separado enteramente de Saúl, no le habría hablado otra vez por medio
de su profeta, ni le habría confiado una obra definida que hacer, para que corrigiera sus errores pasados.

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Cuando un profeso hijo de Dios se vuelve descuidado en el cumplimiento de la voluntad de su Padre, e induce
así a otros a que sean irreverentes y desprecien los mandamientos de Dios, hay todavía una posibilidad de
que sus fracasos se truequen en victorias si tan sólo acepta la reprensión con verdadera contrición de alma,
y se vuelve hacia Dios con humildad y fe. La humillación de la derrota resulta a menudo en una bendición al
mostrarnos nuestra incapacidad para hacer la voluntad de Dios sin su ayuda.

“Cuando Saúl se desvió de la reprensión que le mandó el Espíritu Santo de Dios, y persistió en justificarse
obstinadamente, rechazó el único medio por el cual Dios podía obrar para salvarle de sí mismo. Se había
separado voluntariamente de Dios. No podía recibir ayuda ni dirección de Dios antes de volver a él mediante
la confesión de su pecado.” {PP54 687.1}

“Hay todavía una posibilidad de que sus fracasos se truequen en victorias.” El problema no está en fallar, pues
“si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo” (1 Jn. 2:1). El problema
está en fallar y no reconocer y no aceptar que hemos fallado. En el Antiguo Testamento podemos encontrar
una gran cantidad de historias sobre siervos del Eterno que fallaron en muchas pruebas que tuvieron, pero que
sin embargo por medio del arrepentimiento alcanzaron la misericordia y fueron vencedores en Cristo. Abraham
falló muchas veces por su incredulidad natural, antes de poder llegar a ser el padre de la fe (Ro. 4:16). Jacob
pecó también por incredulidad pero luchó con Dios y perseveró para obtener el perdón de su pecado (Gn.
32:28). Judá se apartó del pueblo de Dios, se casó en yugo desigual, buscaba la compañía de rameras (Gn. 38)
y sin embargo, por medio del arrepentimiento y de la fe, llegó a ser una nueva criatura, y Dios “desechó la
tienda de José, y no escogió la tribu de Efraín, sino que escogió la tribu de Judá, el monte de Sion, al cual amó”
(Sal. 78:67-68).

Dios no desecha al hombre, es el hombre quien voluntariamente se separa por completo de Dios. Por
naturaleza, desde el engendramiento ya estamos separados de Dios. Entonces Dios hace todo lo posible para
que volvamos a estar en armonía con su Ley. Pero si desechamos la gracia y la misericordia de Dios, sólo nos
queda recibir su justicia.

Saúl desechó ser siervo del Dios Altísimo y escogió permanecer esclavo del pecado. Y Satanás es mal pagador,
por lo tanto llevó a Saúl a la desesperación y finalmente a quitarse su propia vida.

PP pg. 689/3 – “En Saúl Dios había dado a los israelitas un rey según el corazón de ellos, como dijo Samuel
cuando le fue confirmado el reino a Saúl en Gilgal: ‘Ahora pues, ved aquí vuestro rey que habéis elegido’ (1
Samuel 12:13). Bien parecido, de estatura noble y de porte principesco, tenía una apariencia en un todo de
acuerdo con el concepto que ellos tenían de la dignidad real; y su valor personal y su pericia en la dirección
de los ejércitos eran las cualidades que ellos consideraban como las mejor calculadas para obtener el respeto
y el honor de otras naciones.

“Les interesaba muy poco que su rey tuviera las cualidades superiores que eran las únicas capaces de habilitarle
para gobernar con justicia y con equidad. No pidieron un hombre que tuviera verdadera nobleza de carácter,
y que amara y temiera a Dios. No buscaron el consejo de Dios acerca de las cualidades que su gobernante
debía tener para que ellos pudieran conservar su carácter distintivo y santo como pueblo escogido del Señor.
No buscaron el camino de Dios, sino el propio. Por lo tanto, Dios les dio un rey como lo querían, uno cuyo
carácter reflejaba el de ellos mismos. El corazón de ellos no se sometía a Dios, y su rey tampoco era subyugado

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por la gracia divina. Bajo el gobierno de este rey, iban a obtener la experiencia necesaria para que pudieran
ver su error, y volver a ser leales a Dios.

“Sin embargo, habiendo el Señor encargado a Saúl la responsabilidad del reino, no le abandonó ni le dejó solo.
Hizo que el Espíritu Santo se posara en Saúl para que le revelara su propia debilidad y su necesidad de la
gracia divina; y si Saúl hubiera fiado en Dios, el Señor habría estado con él. Mientras la voluntad de Saúl fue
dominada por la voluntad de Dios, mientras cedió a la disciplina de su Espíritu, Dios pudo coronar sus esfuerzos
de éxito. Pero cuando Saúl escogió obrar independientemente de Dios, el Señor no pudo ya ser su guía, y se
vio obligado a hacerle a un lado. Entonces llamó a su trono a un ‘varón según su corazón’ (1 Samuel 13:14), no
a uno que no tuviera faltas en su carácter, sino a uno que, en vez de confiar en sí mismo, dependería de Dios,
y sería guiado por su Espíritu; que, cuando pecara, se sometería a la reprensión y la corrección.”

Ese “uno” que tendría faltas de carácter como todo descendiente de Adán caído en pecado, que sería pecador
como cualquier otro humano, pero que luego de caer en el pecado sería sumiso a la educación, disciplina,
reprensión y corrección de Dios, y que se levantaría para proseguir en la lucha del cristiano, fue el rey David.

DAVID
“Dijo Jehová a Samuel: ¿Hasta cuándo llorarás a Saúl, habiéndolo yo desechado para que no reine sobre Israel?
Llena tu cuerno de aceite, y ven, te enviaré a Isaí de Belén, porque de sus hijos me he provisto de rey.” (1 Sa.
16:1)

Aún después de que Jehová había desechado a Saúl como rey de Israel, aún después de la obstinación, rebelión,
orgullo y completa falta de respeto de Saúl, Samuel estaba triste por la situación de Saúl. Pero había que ungir
con el Espíritu Santo al nuevo rey de Israel, Jehová ya había escogido al sucesor. La obra continua, nunca se
detiene. Dios llama a varios a su obra, pero no todos aceptan el llamado. Cuando uno se aparta de Dios, otro
ocupa su lugar inmediatamente, pues la obra de salvación debe continuar mientras la puerta al trono de la
gracia esté abierta.

“Y envió a sus siervos a llamar a los convidados a las bodas; mas éstos no quisieron venir.” (Mt 22:3)

“Porque muchos son llamados, y pocos escogidos.” (Mt .22:14)

Cuando el profeta llegó a Belén a la casa de Isaí, al ver a su hijo Eliab, le pareció que sin duda ese sería el nuevo
rey de Israel. Sin embargo Jehová le advirtió que a Dios no le interesa lo exterior sino lo interior. Dios mide a
los hombres por su carácter:

“Y aconteció que cuando ellos vinieron, él vio a Eliab, y dijo: De cierto delante de Jehová está su ungido. Y
Jehová respondió a Samuel: No mires a su parecer, ni a lo grande de su estatura, porque yo lo desecho; porque
Jehová no mira lo que mira el hombre; pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Jehová
mira el corazón.” (1 Sa. 16:6-7)

El Ministerio de Curación pg. 379.4 – “No estima Dios a los hombres por su fortuna, su educación o su posición
social. Los aprecia por la pureza de sus móviles y la belleza de su carácter. Se fija en qué medida poseen el
Espíritu Santo, y en el grado de semejanza de su vida con la divina. Ser grande en el reino de Dios es ser como
un niño en humildad, en fe sencilla y en pureza de amor.” {MC 379.4}

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PP pg. 692/1 – “Cuando el sacrificio hubo terminado, y antes de participar del festín subsiguiente, Samuel inició
su inspección profética de los bien parecidos hijos de Isaí. Eliab era el mayor, y el que más se parecía a Saúl en
estatura y hermosura. Sus bellas facciones y su cuerpo bien desarrollado llamaron la atención del profeta.
Cuando Samuel miró su porte principesco, pensó ciertamente que era el hombre a quien Dios había escogido
como sucesor de Saúl; y esperó la aprobación divina para ungirle. Pero Jehová no miraba la apariencia exterior.
Eliab no temía al Señor. Si se le hubiera llamado al trono, habría sido un soberano orgulloso y exigente. La
palabra del Señor a Samuel fue: “No mires a su parecer, ni a lo grande de su estatura, porque yo lo desecho;
porque Jehová mira no lo que el hombre mira; pues que el hombre mira lo que está delante de sus ojos, mas
Jehová mira el corazón.

“Ninguna belleza exterior puede recomendar el alma a Dios. La sabiduría y la excelencia del carácter y de la
conducta expresan la verdadera belleza del hombre; el valor intrínseco y la excelencia del corazón
determinan que seamos aceptados por el Señor de los ejércitos. ¡Cuán profundamente debiéramos sentir
esta verdad al juzgarnos a nosotros mismos y a los demás! Del error de Samuel podemos aprender cuán vana
es la estima que se basa en la hermosura del rostro o la nobleza de la estatura. Podemos ver cuán incapaz es
la sabiduría del hombre para comprender los secretos del corazón o los consejos de Dios, sin una iluminación
especial del cielo. Los pensamientos y modos de Dios en relación con sus criaturas superan nuestras mentes
finitas; pero podemos tener la seguridad de que sus hijos serán llevados a ocupar precisamente el sitio para
el cual están preparados, y serán capacitados para hacer la obra encomendada a sus manos, con tal que
sometan su voluntad a Dios, para que sus propósitos benéficos no sean frustrados por la perversidad del
hombre.” {PP54 692.2}

La sabiduría y el carácter
“La sabiduría”—no es inherente en el ser humano, sino que debe ser provista por Dios quien es la fuente infinita
de toda sabiduría.

“Y lo he llenado del Espíritu de Dios, en sabiduría y en inteligencia, en ciencia y en todo arte.” (Ex. 31:3)

“Y Josué hijo de Nun fue lleno del espíritu de sabiduría, porque Moisés había puesto sus manos sobre él; y los
hijos de Israel le obedecieron, e hicieron como Jehová mandó a Moisés.” (Dt. 34:9)

“Porque Jehová da la sabiduría, y de su boca viene el conocimiento y la inteligencia.” (Pr. 2:6)

“Y Dios dio a Salomón sabiduría y prudencia muy grandes, y anchura de corazón como la arena que está a la
orilla del mar.” (1 Re. 4:29)

La sabiduría y el conocimiento por sí solos no son suficientes. La sabiduría debe ir de la mano de la “excelencia
del carácter y de la conducta”, debe ir de mano de la “prudencia”. Hemos estudiado que a Saúl, Dios le dio
sabiduría, y que Saúl llegó a comprender el ritual simbólico de manera clara. Pero sin embargo el orgullo—ese
terrible defecto de carácter inherente en el ser humano—arruinó su vida completamente. La sabiduría y el
conocimiento sólo tienen valor si van de la mano de la excelencia del carácter y de la conducta. Esta “excelencia
de carácter” tampoco es propia ni es inherente en el ser humano, mas bien todo lo contrario. Acerca del
carácter natural de la raza caída, la Palabra de Dios declara:

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“Estando atestados de toda injusticia, fornicación, perversidad, avaricia, maldad; llenos de envidia, homicidios,
contiendas, engaños y malignidades; murmuradores, detractores, aborrecedores de Dios, injuriosos,
soberbios, altivos, inventores de males, desobedientes a los padres, necios, desleales, sin afecto natural,
implacables, sin misericordia.” (Ro. 1:29-31)

El nuevo carácter que tiene los frutos de Gálatas 5:22-23 debe ser provisto también por Dios—Dios Espíritu
Santo. El hombre debe cooperar con el Espíritu Santo para desarrollar ese nuevo carácter semejante al de
Cristo. Saúl no cooperó con el Espíritu Santo y por lo tanto no desarrolló ese nuevo carácter. El orgullo natural
de Saúl ahogó el amor sobrenatural que el Espíritu Santo había implantado. Saúl no tenía temor de Jehová, y
leemos que de igual manera “Eliab no temía al Señor.” La verdadera sabiduría no consiste únicamente de
conocimiento sino de cómo se aplica ese conocimiento. El conocimiento por sí sólo no hizo de Saúl un hombre
temeroso de Dios. Podemos aprendernos toda la Biblia de memoria, pero si ese conocimiento no santifica
nuestro carácter y conducta, entonces no ha servido su propósito. El conocimiento de la Palabra de Dios debe
ser entronizado por el Espíritu Santo en nuestra mente y nuestro corazón para que pueda tener un poder
regenerador. El conocimiento debe santificar todo nuestro ser para que pueda tener valor ante Dios. Es por
eso que está escrito:

“El temor de Jehová es el principio de la sabiduría, y el conocimiento del Santísimo es la inteligencia.” (Pr. 9:10)

Es conocido que Salomón fue un hombre reconocido por su gran sabiduría. Y es también conocido que fue Dios
quien le dio esa sabiduría.

“Toda la tierra procuraba ver la cara de Salomón, para oír la sabiduría que Dios había puesto en su corazón.”
(1 Re. 10:24)

“Era mayor la sabiduría de Salomón que la de todos los orientales, y que toda la sabiduría de los egipcios.” (1
Re. 4:30)

Sin embargo su gran sabiduría y conocimiento no evitaron que Salomón caiga en apostasía. Necesitamos de
sabiduría y conocimiento para comprender el plan de salvación, pero el conocimiento en sí no tiene poder para
salvar. De hecho, fue justamente la gran sabiduría de Salomón lo que le hizo confiar en sí mismo y perder así
el temor de Jehová y casi perder la vida eterna. Su sabiduría llegó a alimentar su orgullo, sensualidad e idolatría
inherentes de su naturaleza carnal, hasta que llegó a caer tan bajo que incluso realizó sacrificios humanos a
Moloc (1 Re. 11:4-8).

“En los labios del prudente se halla sabiduría; Mas la vara es para las espaldas del falto de cordura.” (Pr. 10:13)

Si tenemos sabiduría y conocimiento de la santidad de Dios, si tenemos conocimiento de la Ley de Dios—amar


a Dios y amar al prójimo—esa sabiduría se traduciría también en “los labios prudentes”. Meditaríamos bien
en las palabras y en la forma de compartir el conocimiento que hemos adquirido, y esa sabiduría produciría
una reforma no sólo en la alimentación y la vestimenta, sino también en nuestro trato y nuestras palabras con
nuestro prójimo. Si por haber adquirido “sabiduría” hemos abandonado el consumo de la carne, ¿no debería
esa misma sabiduría hacernos abandonar el orgullo, la ira, las miradas y la palabras hirientes? De lo contrario,
¿de qué sirvió el no consumir carne? ¿Acaso la Ley no condena el carácter?

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“Entonces el rey engrandeció a Daniel, y le dio muchos honores y grandes dones, y le hizo gobernador de toda
la provincia de Babilonia, y jefe supremo de todos los sabios de Babilonia.” (Dn. 2:48)

“Entonces Daniel habló sabia y prudentemente a Arioc, capitán de la guardia del rey, que había salido para
matar a los sabios de Babilonia.” (Dn. 2:14)

Antes de que Dios concediera a Daniel honores terrenales, antes que se le concediera ser “jefe supremo de
todos los sabios de Babilonia”, Daniel fue probado y ante la prueba demostró ser un hombre que hablaba
“sabia y prudentemente” aún en momentos de crisis entre la vida y la muerte. Daniel no comió de la comida
del rey de Babilonia, porque era obediente. Pero además de ser obediente, era un hombre de tacto y labios
prudentes. Y esto lo hizo Daniel siendo aún un muchacho todavía joven. ¡Cuanto más un cristiano adulto
debería cuidar sus palabras y procurar hablar “sabia y prudentemente” a su prójimo! No basta hablar
“sabiduría” y “conocimiento”, ya que la forma en que se transmite esa sabiduría debe ser “prudente”, es decir:
precavido, respetuoso, cauteloso, sensato, discreto, mesurado y reflexivo. El cristiano no debe pronunciar
cualquier palabra que viene inmediatamente a su mente depravada por el pecado, sino que debemos pensar
bien antes de hablar. Nuestro Señor Jesús ordena a todo el que quiera ser su discípulo:

“He aquí, yo os envío como a ovejas en medio de lobos; sed, pues, prudentes como serpientes, y sencillos
como palomas.” (Mt. 10:16)

En otras traducciones Mateo 10:16 dice “sed… INOFENSIVOS como palomas”—es decir que Dios no nos envía
hacer daño y procurar herir con palabras a la gente, sino que mas bien nos manda a ayudar en la restauración
de la humanidad caída. Somos llamados a ser “colaboradores de Dios” (1 Co. 3:9), así que no debemos estorbar
la obra con nuestros defectos de carácter. Nuestras actitudes y palabras deben ser prudentes e inofensivas.
Llamar al pecado por su verdadero nombre no significa que tenemos licencia para pronunciar palabras hirientes
o ásperas, sin misericordia. La amonestación del testigo fiel no es una licencia para dar rienda suelta a nuestros
defectos de carácter. Llegar a entender la perversidad natural del ser humano no es una licencia para dar rienda
suelta a esa perversidad. Hemos sido llamados a predicar el Evangelio, no a provocar a nuestro prójimo.
Mientras más conocimiento adquirimos sobre la santidad de Dios y de su Ley, más debiéramos sujetarnos en
carácter y conducta a esa Ley que profesamos respetar. ¿Cómo se puede decir que respetamos la santa Ley de
Dios mientras faltamos el respeto a nuestro prójimo? ¿Cómo pretendemos impartir “sabiduría” si esta va
acompañada de palabras torpes y mal intencionadas? ¿Qué dice la Palabra de Dios al respecto?

“Si alguno se cree religioso entre vosotros, y no refrena su lengua, sino que engaña su corazón, la religión del
tal es vana.” (Stg. 1:26)

“Y la lengua es un fuego, un mundo de maldad. La lengua está puesta entre nuestros miembros, y contamina
todo el cuerpo, e inflama la rueda de la creación, y ella misma es inflamada por el infierno.” (Stg. 3:6)

“Pero ningún hombre puede domar la lengua, que es un mal que no puede ser refrenado, llena de veneno
mortal.” (Stg. 3:8)

“Ningún hombre puede domar la lengua”—y la sabiduría y la cultura por sí sola tampoco puede dominar la
lengua. Únicamente Dios Espíritu Santo morando en el hombre puede domarla, disciplinarla y educarla. Pero
sin la cooperación del hombre, esta reforma continúa siendo imposible. Si tengo mucho conocimiento pero no

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refreno mi lengua, “la religión del tal es vana.” Es por esto que la sabiduría debe ir de la mano de la prudencia,
del carácter santificado.

Podemos de igual manera recordar al primer pecador. Lucifer era un ser creado a quien Dios dotó de muchísima
sabiduría. Sin embargo, esa sabiduría excelsa no evitó a Lucifer de caer en apostasía y convertirse en el gran
Enemigo de Dios. Y justamente el amplio conocimiento que Lucifer tenía sobre Dios y su Ley fue lo que hicieron
aun más grave su pecado. Mientras más sabiduría nos es dada, más responsabilidad tenemos sobre nuestra
conducta.

“Hijo de hombre, levanta endechas sobre el rey de Tiro, y dile: Así ha dicho Jehová el Señor: Tú eras el sello de
la perfección, lleno de sabiduría, y acabado de hermosura.” (Ez. 28:12)

La Verdad Acerca de los Ángeles pg. 47.2 – “Satanás, y los ángeles que cayeron con él, tenían pleno
conocimiento acerca del carácter de Dios, de su bondad, su misericordia, su sabiduría y excelsa gloria. Esto
hizo su culpabilidad imperdonable.” {VAAn 47.2}

El verdadero cristiano debe luchar contra su lengua perversa y sus palabras malvadas con la ayuda del poder
divino.

Mientras más conocimiento y sabiduría de la Palabra de Dios adquirimos, más responsabilidad tenemos de
poner en práctica esa luz que ilumina nuestra senda—tanto en obras como en carácter. No deberíamos
permitir que la sabiduría alimente nuestro orgullo y soberbia naturales, mas bien debería humillar el YO al
punto de tratar con sumo cuidado cada pensamiento y cada palabra que pronunciamos. No deberíamos juzgar
y condenar duramente a nuestro prójimo que carece de la luz que nosotros tenemos, pues ellos serán juzgados
por Dios en base a la luz que Dios puso en la senda de ellos. Quien sabe si aquellos “gentiles” a quienes
condenamos están en el proceso de desarrollar un carácter a la semejanza divina con la poca luz que tienen,
mientras que nosotros con tanta luz seguimos acariciando nuestros despreciables defectos de carácter.

Busquemos la sabiduría, pero busquemos también la perfección del carácter, busquemos que esa sabiduría
santifique todo nuestro ser para que dejemos de ser como “címbalos que retiñen”. Un címbalo que retiñe es
un instrumento cuya resonancia estruendosa y bulliciosa puede impactar a los oyentes, pero que no es más
que un platillo hueco.

“Si yo hablase lenguas humanas y angélicas, y no tengo amor, vengo a ser como metal que resuena, o címbalo
que retiñe.” (1 Co. 13:1)

Finalmente, para completar este punto, debemos recordar que la luz que nos es dada debe ser compartida y
no ser escondida y guardada en la cueva del egoísmo y de la timidez.

“Vosotros sois la luz del mundo; una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder. Ni se enciende
una luz y se pone debajo de un almud, sino sobre el candelero, y alumbra a todos los que están en casa. Así
alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro
Padre que está en los cielos.” (Mt. 5:14-16)

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Lo natural en el ser humano son las tinieblas y nuestra la ceguera espiritual. Dios debe abrir nuestros ojos con
la luz que proviene de su Palabra.

“Porque tú dices: Yo soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad; y no sabes que tú eres
un desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo.” (Ap. 3:17)

Cuando Dios ilumina nuestras oscuras mentes con la luz de su Palabra debemos proceder desarrollando
humildad, no pensando que esa sabiduría es inherente sino que debemos dar la gloria a Dios quien por su
misericordia nos ha iluminado. Y en segundo lugar, para que esa sabiduría pueda seguir creciendo es necesario
compartirla, y mientras más compartimos el Señor continúa impartiendo más sabiduría según la necesidad. Si
no compartimos el poco conocimiento que tenemos, no hay necesidad para que el Señor continúe proveyendo
de sabiduría.

“Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del
Espíritu Santo.” (Mt. 28:19)

El mensaje de salvación debe ser trasmitido de manera sencilla y clara, cosa que cualquier persona de cualquier
clase y cualquier edad pueda comprenderlo.

Consejos para los Maestros pg. 242.1 – “‘Apacienta mis corderos’. ‘Pastorea mis ovejas’, fue la comisión dada
a Pedro. ‘Y tú, una vez vuelto, confirma a tus hermanos’. Juan 21:15, 16; Lucas 22:32. Para los que oyen, el
Evangelio es poder de Dios para la salvación. Presentadlo en su sencillez. Seguid el ejemplo de Cristo, y tendréis
la recompensa de ver a vuestros alumnos ganados para él.” {CM 242.1}

El Espíritu Santo puede moldear nuestro lenguaje para que sea más universal y para que no hablemos con los
modismos regionales, los cuales pueden dificultar la comprensión de la predicación fuera de nuestras
fronteras. También puede limpiar nuestra lengua de toda la escoria, dureza y perversidad natural, para que
hablemos de manera respetuosa, prudente, y delicada. Debemos aprender a hablar en el tono adecuado y a la
velocidad correcta para que nuestros oyentes puedan comprender las sagradas verdades que salen de nuestros
labios. Pero para que todo esto sea posible, el agente humano debe cooperar. Si escogemos seguir con nuestras
costumbres en el habla y el lenguaje, y decidimos continuar con las palabras duras naturales, entorpecemos la
obra de Dios.

CM pg. 241.7 – “Haced claras vuestras explicaciones; porque sé que son muchos los que poco entienden de
las cosas que se les dicen. Dejad que el Espíritu Santo amolde vuestro lenguaje, limpiándolo de toda escoria.
Hablad como niñitos, recordando que hay muchos de edad madura que son tan sólo niñitos sin comprensión.

“Por oración ferviente y esfuerzo diligente, debemos alcanzar idoneidad para hablar. Esta idoneidad incluye
el pronunciar cada sílaba claramente, poniendo la fuerza y el énfasis donde pertenecen. Hablad lentamente.
Muchos hablan velozmente, apresurándose de una palabra a otra, con tal rapidez que se pierde el efecto de lo
que se dice. Poned el espíritu y la vida de Cristo en lo que decís.” CM 241.8

Tampoco sirve de mucho hablar una verdad que en realidad no halla cabida en nuestro corazón. Si la Palabra
de Dios es algo imaginario e irreal debido a la incredulidad natural del ser humano, ¿cómo podremos
transmitirla efectiva y correctamente a un mundo incrédulo y escéptico que por naturaleza odia la verdad?

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Primero debemos creer y convencernos por nosotros mismos de lo profesamos creer al llevar el sagrado
nombre de Cristo.

CM pg. 241.9 – “En cierta ocasión, cuando Betterton, célebre actor, estaba cenando con el Dr. Sheldon,
arzobispo de Canterbury, éste le dijo: ‘Le ruego, Sr. Betterton, que me diga por qué vosotros los actores dejáis
a vuestros auditorios tan poderosamente impresionados hablándoles de cosas imaginarias’. ‘Su señoría—
contestó el Sr. Betterton—, con el debido respeto a su gracia, permítame decirle que la razón es sencilla: reside
en el poder del entusiasmo. Nosotros, en el escenario, hablamos de cosas imaginarias como si fuesen reales;
y vosotros, en el púlpito, habláis de cosas reales como si fuesen imaginarias’.”

Al compartir la sabiduría que nos es dada, Dios nos prueba para ver si vamos a desarrollar los frutos del Espíritu.
Ya que no todos los estudiantes de la Palabra avanzan al mismo ritmo. Algunos necesitan más tiempo, mientras
que otros aprenden más rápido.

“También os rogamos, hermanos, que amonestéis a los ociosos, que alentéis a los de poco ánimo, que
sostengáis a los débiles, que seáis pacientes para con todos.” (1 Tes. 5:14)

Dios provee los talentos y nos pide dar cuenta de nuestra mayordomía
Si avanzas rápido, debes desarrollar paciencia y ternura con el que avanza más lento. Y si en cambio, eres de
los que avanza un poco lento, no debes desanimarte pues debes recodar la parábola de los talentos.

“Porque el reino de los cielos es como un hombre que yéndose lejos, llamó a sus siervos y les entregó sus
bienes. A uno dio cinco talentos, y a otro dos, y a otro uno, a cada uno conforme a su capacidad; y luego se
fue lejos. Y el que había recibido cinco talentos fue y negoció con ellos, y ganó otros cinco talentos. Asimismo
el que había recibido dos, ganó también otros dos. Pero el que había recibido uno fue y cavó en la tierra, y
escondió el dinero de su señor. Después de mucho tiempo vino el señor de aquellos siervos, y arregló cuentas
con ellos. Y llegando el que había recibido cinco talentos, trajo otros cinco talentos, diciendo: Señor, cinco
talentos me entregaste; aquí tienes, he ganado otros cinco talentos sobre ellos. Y su señor le dijo: Bien, buen
siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor. Llegando también
el que había recibido dos talentos, dijo: Señor, dos talentos me entregaste; aquí tienes, he ganado otros dos
talentos sobre ellos. Su señor le dijo: Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré;
entra en el gozo de tu señor. Pero llegando también el que había recibido un talento, dijo: Señor, te conocía
que eres hombre duro, que siegas donde no sembraste y recoges donde no esparciste; por lo cual tuve miedo,
y fui y escondí tu talento en la tierra; aquí tienes lo que es tuyo. Respondiendo su señor, le dijo: Siervo malo
y negligente, sabías que siego donde no sembré, y que recojo donde no esparcí. Por tanto, debías haber dado
mi dinero a los banqueros, y al venir yo, hubiera recibido lo que es mío con los intereses. Quitadle, pues, el
talento, y dadlo al que tiene diez talentos. Porque al que tiene, le será dado, y tendrá más; y al que no tiene,
aun lo que tiene le será quitado. Y al siervo inútil echadle en las tinieblas de afuera; allí será el lloro y el crujir
de dientes.” (Mt. 25:14-30)

Dios provee los talentos según la capacidad y la necesidad de la persona. Una persona que no acostumbra
compartir la Palabra de Dios, por ejemplo, no tiene la necesidad de recibir más talentos. A lo mejor esa persona
se ve a sí mismo y no ve la capacidad y los talentos necesarios. Pero no entiende que es Dios quien provee los
talentos según la capacidad y la necesidad. Si hay necesidad de más talentos, el Creador puede proveer los

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talentos necesarios, pero si no hay necesidad, pues la persona se cruza de brazos y como el siervo infiel de la
parábola decide esconder su talento en la tierra, entonces hasta ese poco talento le será quitado, pues ese
talento se va atrofiando al no ser usado en beneficio del prójimo.

El siervo descrito como inútil e infiel, no es inútil e infiel debido a que recibió tan solo un talento, sino que esa
sentencia del Altísimo se debe a que escogió no utilizar ese talento para la gloria de Dios y la salvación de las
almas. Ese es el peligro que corre la persona que aprende lentamente o que considera que no es lo
suficientemente talentoso para compartir la Palabra, y por lo tanto decide esconder su talento bajo la tierra.
Dios pedirá que rindamos cuenta de nuestra mayordomía sobre todos los dones y talentos que nos ha confiado.

“Entonces le llamó, y le dijo: ¿Qué es esto que oigo acerca de ti? Da cuenta de tu mayordomía, porque ya no
podrás más ser mayordomo.” (Lc. 16:2)

Del siervo que el Señor dio más talentos Dios espera más que de aquel a quien tan sólo dio un talento. Pero de
todos espera un retorno con “intereses” conforme a los talentos que ha provisto. Nadie puede decir “a mí, Dios
no me ha dado talentos”, pues todos tenemos varios y diversos talentos.

Cristo En su Santuario pg. 119.3 – “En el juicio se examinará el uso de cada talento. ¿Cómo hemos empleado
el capital que el cielo nos concediera? A su venida ¿recibirá el Señor lo suyo con intereses? ¿Hemos
perfeccionado las facultades que fueran confiadas a nuestras manos, nuestro corazón y nuestro cerebro para
la gloria de Dios y la bendición del mundo? ¿Cómo hemos empleado nuestro tiempo, nuestra pluma, nuestra
voz, nuestro dinero, nuestra influencia? ¿Qué hemos hecho por Cristo en la persona de los pobres, los afligidos,
los huérfanos o las viudas? Dios nos hizo depositarios de su santa Palabra; ¿qué hemos hecho con la luz y la
verdad que se nos confió para hacer a los hombres sabios para la salvación? No se da ningún valor a una mera
profesión de fe en Cristo; sólo se tiene por genuino el amor que se muestra en obras. Con todo, el amor es lo
único que a la vista del Cielo da valor a un acto cualquiera. Todo lo que se hace por amor, por insignificante
que pueda parecer en opinión de los hombres, es aceptado y recompensado por Dios.” {CES 119.3}

PP pg. 575/3 (515.4) – “Los pobres no dependen más de los ricos, que los ricos de los pobres. Mientras una
clase pide una parte de las bendiciones que Dios ha concedido a sus vecinos más ricos, la otra necesita el fiel
servicio, la fuerza del cerebro, de los huesos y de los músculos, que constituyen el capital de los pobres.”
{PP54 575.3}

“Y a mí me ha sido revelado este misterio, no porque en mí haya más sabiduría que en todos los vivientes,
sino para que se dé a conocer al rey la interpretación, y para que entiendas los pensamientos de tu corazón.”
(Dn. 2:30)

Isaac Newton (1642/1727) fue un físico, teólogo, inventor, alquimista y matemático inglés. Es autor de
los Philosophiæ naturalis principia mathematica, más conocidos como los Principia, donde describe la ley de la
gravitación universal y estableció las bases de la mecánica clásica mediante las leyes que llevan su nombre.
Entre sus otros descubrimientos científicos destacan los trabajos sobre la naturaleza de la luz y la óptica (que
se presentan principalmente en su obra Opticks), y en matemáticas, el desarrollo del cálculo infinitesimal. Fue
uno de los científicos más brillantes de la historia y no cabe duda que Dios le dio esa sabiduría. Como Newton
era protestante, era un estudioso de las Escrituras y particularmente se interesó en los libros de Daniel y el

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Apocalipsis. Sin embargo, a pesar de toda su sabiduría en relación a las ciencias naturales, el reconoció su total
incapacidad natural para comprender las verdades bíblicas. En sus Observaciones sobre las profecías de Daniel
y el Apocalipsis, publicadas póstumamente, Newton expresó su creencia de que la profecía bíblica no se
entendería "hasta el tiempo del fin", y que incluso entonces "ninguno de los malvados entendería".

Las profecías de Daniel y Apocalipsis no podían ser reveladas por Dios a los hombres, por muy brillantes que
fueran, mientras no se cumpliera el tiempo determinado. Isaac Newton se encuentra en el período en el que
el libro de Daniel permanecía todavía sellado y por esta razón no pudo comprender sus profecías.

“Pero tú, Daniel, cierra las palabras y sella el libro hasta el tiempo del fin. Muchos correrán de aquí para allá,
y la ciencia se aumentará.” (Dn. 2:30)

La ciencia de las profecías de Daniel y Apocalipsis debían permanecer selladas hasta el tiempo del fin. En el
tiempo del fin recién podía Dios revelar el conocimiento de su Palabra. Daniel mismo reconocía esta verdad
pues reconoció que cuando el hombre comprende la Palabra no se debe en ese hombre haya “más sabiduría
que en todos los vivientes” sino que se debe a que Dios en su misericordia nos ha revelado sus misterios del
plan de redención.

Es así que el verdadero cristiano debe luchar contra el orgullo natural cada vez que Dios ilumina su mente con
las joyas escondidas de su Palabra, y debe mas bien desarrollar la humildad y el amor para poder dar a Dios
todo el honor y toda la gloria. También debe desarrollar los frutos de la paciencia y la bondad al compartir ese
poco conocimiento a su prójimo, luchando contra su lengua depravada y contra sus defectos naturales de
carácter. La lucha debe ser siempre contra el YO y no contra nuestro prójimo. Lo que nos lleva al siguiente
punto.

Apacienta mis ovejas


“Entonces dijo Samuel a Isaí: ¿Son éstos todos tus hijos? Y él respondió: Queda aún el menor, que apacienta
las ovejas. Y dijo Samuel a Isaí: Envía por él, porque no nos sentaremos a la mesa hasta que él venga aquí.” (1
Sa. 16:11)

Es importante notar que después de la caída y apostasía de Saúl, el Señor eligió a un humilde pastorcillo de
ovejas como rey de Israel—símbolo y figura del verdadero Pastor, y del verdadero Rey del verdadero Israel y
de la verdadera Jerusalén—la Celestial.

“Yo soy el buen pastor; el buen pastor su vida da por las ovejas.” (Jn. 10:11)

“Yo soy el buen pastor; y conozco mis ovejas, y las mías me conocen, así como el Padre me conoce, y yo
conozco al Padre; y pongo mi vida por las ovejas. También tengo otras ovejas que no son de este redil; aquéllas
también debo traer, y oirán mi voz; y habrá un rebaño, y un pastor.” (Jn. 10:14-16)

“Cuando Jesús nació en Belén de Judea en días del rey Herodes, vinieron del oriente a Jerusalén unos magos,
diciendo: ¿Dónde está el rey de los judíos, que ha nacido? Porque su estrella hemos visto en el oriente, y
venimos a adorarle.” (Mt. 2:1-2)

“Respondió Natanael y le dijo: Rabí, tú eres el Hijo de Dios; tú eres el Rey de Israel.” (Jn. 1:49)

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“Cuando llegaban ya cerca de la bajada del monte de los Olivos, toda la multitud de los discípulos, gozándose,
comenzó a alabar a Dios a grandes voces por todas las maravillas que habían visto, diciendo: ¡Bendito el rey
que viene en el nombre del Señor; paz en el cielo, y gloria en las alturas!” (Lc. 19:37-38)

“Que guardes el mandamiento sin mácula ni reprensión, hasta la aparición de nuestro Señor Jesucristo, la cual
a su tiempo mostrará el bienaventurado y solo Soberano, Rey de reyes, y Señor de señores, el único que tiene
inmortalidad, que habita en luz inaccesible; a quien ninguno de los hombres ha visto ni puede ver, al cual sea
la honra y el imperio sempiterno. Amén.” (1 Ti. 6:14-16)

“Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en
Cristo Jesús.” (Ga. 3:28)

“Sino que os habéis acercado al monte de Sion, a la ciudad del Dios vivo, Jerusalén la celestial, a la compañía
de muchos millares de ángeles, a la congregación de los primogénitos que están inscritos en los cielos, a Dios
el Juez de todos, a los espíritus de los justos hechos perfectos, a Jesús el Mediador del nuevo pacto, y a la
sangre rociada que habla mejor que la de Abel.” (Heb. 12:22-24)

“Al que venciere, yo lo haré columna en el templo de mi Dios, y nunca más saldrá de allí; y escribiré sobre él el
nombre de mi Dios, y el nombre de la ciudad de mi Dios, la nueva Jerusalén, la cual desciende del cielo, de mi
Dios, y mi nombre nuevo.” (Ap. 3:12)

La Palabra de Dios utiliza la figura de una oveja perdida para describir nuestro diminuto mundo manchado y
contaminado por el pecado. Todo ser humano descendiente de Adán y Eva caídos en el pecado somos esa
oveja perdida que debe ser rescatada antes de que sea víctima de los lobos.

Por un lado el David pastor y rey es un símbolo de Cristo el verdadero Pastor que revistió su divinidad de
humanidad para rescatarnos de la muerte segunda, y para que podamos participar de su coronación como
nuevo Rey de este mundo cuando pueda ser renovado por fuego y azufre.

Por otro lado debemos meditar que David siendo pastor debía haber aprendido a cuidar del rebaño de su
padre. Debía proteger tanto de los pequeños y tiernos corderitos como de las adultas y maduras ovejas de los
lobos rapaces. Si una oveja se perdía del rebaño debía ir en busca de ella, sin importar que llueva, truene y
relampaguee. Este trabajo humilde pero sumamente provechoso de pastor le serviría para poder desarrollar
las cualidades necesarias para poder tomar la responsabilidad sagrada de apacentar al pueblo de Dios con el
mismo cuidado, con la misma paciencia y con la misma dedicación cuando llegara a asumir esa mayor
responsabilidad como rey de Israel. Son las pruebas pequeñas las que nos capacitan para poder afrontar
mayores responsabilidades. Si somos fieles en los deberes pequeños entonces el Señor nos confía mayores
responsabilidades, pero si somos infieles en los asuntos pequeños de la vida, ¿cómo podemos esperar mayores
responsabilidades?

“El que es fiel en lo muy poco, también en lo más es fiel; y el que en lo muy poco es injusto, también en lo más
es injusto.” (Lc. 16:10)

“Se acercaban a Jesús todos los publicanos y pecadores para oírle, y los fariseos y los escribas murmuraban,
diciendo: Este a los pecadores recibe, y con ellos come. Entonces él les refirió esta parábola, diciendo: ¿Qué

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hombre de vosotros, teniendo cien ovejas, si pierde una de ellas, no deja las noventa y nueve en el desierto, y
va tras la que se perdió, hasta encontrarla? Y cuando la encuentra, la pone sobre sus hombros gozoso; y al
llegar a casa, reúne a sus amigos y vecinos, diciéndoles: Gozaos conmigo, porque he encontrado mi oveja que
se había perdido. Os digo que así habrá más gozo en el cielo por un pecador que se arrepiente, que por
noventa y nueve justos que no necesitan de arrepentimiento.” (Lc. 15:1-7)

Los fariseos no apacentaban a las ovejas, más bien las descarriaban del rebaño, porque no tenían convicción
de pecado y no se consideraban pecadores sino que se consideraban a sí mismos justos y perfectos. Los fariseos
piensan que pecado es únicamente el acto, y de igual manera que la obediencia es únicamente el acto, ese es
el secreto de su presunción de ser justos y perfectos. El orgullo, egoísmo y odio natural del fariseo lo lleva a
tratar con desprecio a aquel que considera pecador y por tanto lo considera inferior a él.

“Por tanto, así ha dicho Jehová Dios de Israel a los pastores que apacientan mi pueblo: Vosotros dispersasteis
mis ovejas, y las espantasteis, y no las habéis cuidado. He aquí que yo castigo la maldad de vuestras obras,
dice Jehová.” (Jer. 23:2)

Nunca cumpliremos en verdad la orden del Señor de apacentar a sus ovejas, si es que no aprendemos a tratar
con justicia y misericordia a su pueblo adquirido a tan alto costo.

“Le dijo la tercera vez: Simón, hijo de Jonás, ¿me amas? Pedro se entristeció de que le dijese la tercera vez:
¿Me amas? y le respondió: Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te amo. Jesús le dijo: Apacienta mis ovejas.”
(Jn. 21:17)

Antes de que el Señor ordenará “apacienta mis ovejas”, ordenó primeramente “apacienta mis corderos.” Esta
orden abarca el contexto de dos grupos, ya que el cordero es el pequeñuelo de la oveja: el primer grupo
representado son los pequeñuelos literales: los niños y niñas. En el segundo caso se trata de los jóvenes en la
fe, los que recién están aprendiendo el mensaje. Al cordero no se le jalonea ni se le trata con la misma fuerza
que a la oveja. Con el corderito endeble y delicado hay que tener mucho más cuidado y ternura que el que se
tiene con la oveja robusta y madura.

“Cuando hubieron comido, Jesús dijo a Simón Pedro: Simón, hijo de Jonás, ¿me amas más que éstos? Le
respondió: Sí, Señor; tú sabes que te amo. El le dijo: Apacienta mis corderos.” (Jn. 21:15)

Consejos Sobre la Obra de la Escuela Sabática pg. 84.1 – “En su comisión al apóstol Pedro, el Salvador le dijo
primero: ‘Apacienta mis corderos,’ y después le mandó: ‘Apacienta mis ovejas.’ Al dirigirse al apóstol, Cristo le
dice a cada uno de sus siervos: ‘Apacienta mis corderos.’ Cuando Jesús amonestó a sus discípulos a no
despreciar a los pequeñitos, les habló a todos sus discípulos de todas las edades. Su propio amor y cuidado
por los niños es un precioso ejemplo para sus seguidores. Si los maestros de la escuela sabática sintieran el
amor que debieran sentir hacia estos corderos del rebaño, muchos más serían ganados para el redil de Cristo.
En cada oportunidad conveniente, cuéntese a los niños la historia del amor de Jesús. En cada sermón dígase
algo que sea de beneficio para ellos. El siervo de Cristo puede tener amigos duraderos entre estos pequeñitos,
y sus palabras pueden ser para ellos como manzanas de oro en canastillos de plata.” {COES 84.1}

El Deseado de Todas las Gentes, pg. 752/4 – “La primera obra que Cristo confió a Pedro al restaurarle en su
ministerio consistía en apacentar a los corderos. Era una obra en la cual Pedro tenía poca experiencia. Iba a

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requerir gran cuidado y ternura, mucha paciencia y perseverancia. Le llamaba a ministrar a aquellos que
fuesen jóvenes en la fe, a enseñar a los ignorantes, a presentarles las Escrituras y educarlos para ser útiles en
el servicio de Cristo. Hasta entonces Pedro no había sido apto para hacer esto, ni siquiera para comprender
su importancia. Pero ésta era la obra que Jesús le ordenaba hacer ahora. Había sido preparado para ella por
el sufrimiento y el arrepentimiento que había experimentado. {DTG 752.4}

“Antes de su caída, Pedro había tenido la costumbre de hablar inadvertidamente, bajo el impulso del
momento. Siempre estaba listo para corregir a los demás, para expresar su opinión, antes de tener una
comprensión clara de sí mismo o de lo que tenía que decir. Pero el Pedro convertido era muy diferente.
Conservaba su fervor anterior, pero la gracia de Cristo regía su celo. Ya no era impetuoso, confiado en sí mismo,
ni vanidoso, sino sereno, dueño de sí y dócil. Podía entonces alimentar tanto a los corderos como a las ovejas
del rebaño de Cristo.” {DTG 753.1}

Antes que la orden de apacentar a los corderos y las ovejas del rebaño de Dios pudiera ser dada a Pedro, él
tenía que aprender una lección sobre sí mismo, una lección sobre la naturaleza deforme del ser humano.
Leemos que antes de esto, antes de aprender esta lección, no estaba capacitado para poder cumplir con este
mandato del Señor, y ni siquiera comprendía el carácter sagrado y delicado de apacentar a las ovejas. Leemos
que esta obra sagrada requiere de “GRAN cuidado y ternura, MUCHA paciencia y perseverancia.” Sin embargo,
todos estos son dones sobrenaturales del Espíritu. Por naturaleza poseemos lo opuesto: grande descuido y
dureza, mucha impaciencia y desaliento.

Antes de negar tres veces a su Señor, a quien profesaba amar, pues le dijo “Aunque todos se escandalicen de
ti, yo nunca me escandalizaré” (Mt. 26:33), Pedro hablaba “inadvertidamente bajo el impulso del momento”—
es decir no hablaba sabia y prudentemente. “Siempre estaba listo para corregir a los demás”—y listos para
condenar a los demás, pues por naturaleza somos fariseos que nos creemos ya perfectos. Con facilidad vemos
la diminuta paja en el ojo de nuestro hermano, pero somos ciegos a la inmensa viga en nuestro propio ojo.

Para la obra sagrada de apacentar el rebaño era necesario el “sufrimiento y el arrepentimiento”. Muchas veces
el Señor nos pone en circunstancias que revelan nuestros defectos de carácter que son los que causan
conflictos entre unos con otros. En su misericordia el Señor permite que estos conflictos sucedan para que
podamos reflexionar sobre las deformidades de nuestro carácter natural, para que podamos pedir perdón y
arrepentirnos, para que tomemos la firme decisión de entrar en lucha contra ese carácter pervertido y
deseemos desarrollar un nuevo carácter semejante al de Cristo. Las pruebas causan sufrimiento debido a
nuestra propia perversidad y orgullo. Pero son una bendición si es que nos llevan al pie de la cruz, al Santuario
Celestial, y a tener necesidad de que nos sea dado un nuevo carácter puro y limpio de toda maldad para que
podamos desarrollarlo continuamente.

El sufrimiento también capacita al hijo adoptivo de Dios a aprender a tener compasión, cuidado y ternura con
el prójimo que está pasando por dolor, sufrimiento, enfermad o cualquier prueba que el Señor ha visto
conveniente para su desarrollo. Por naturaleza no tenemos misericordia con la oveja perdida y descarriada,
con la oveja enferma y sufriente. Entonces el Señor ve necesario que padezcamos sufrimientos para que por
medio del arrepentimiento y la fe podamos desarrollar esa misericordia, fe, ternura y amor tan necesarios para
poder apacentar las ovejas de su rebaño.

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Leemos que el Pedro convertido era muy diferente. ¡Tenía que serlo! Si en verdad hemos nacido de nuevo
tenemos que entrar en la lucha del cristiano, no podemos ser vencidos por nuestros defectos de carácter
heredados y cultivados. El hombre convertido debe desarrollar un nuevo carácter completamente diferente al
carácter de la naturaleza carnal. El impetuoso, orgulloso, confiado de sí mismo, y vanidoso en su naturaleza
natural debe combatir esta tendencia con ayuda del poder divino y desarrollar la nueva naturaleza serena,
paciente, tierna, dueña de sí y dócil. Sólo recién entonces estaremos capacitados para poder “alimentar tanto
a los corderos como a los rebaños de Cristo.”

DTG pg. 753/2 – “La manera en que el Salvador trató a Pedro encerraba una lección para él y sus hermanos.
Les enseñó a tratar al transgresor con paciencia, simpatía y amor perdonador. Aunque Pedro había negado a
su Señor, el amor de Jesús hacia él no vaciló nunca. Un amor tal debía sentir el subpastor por las ovejas y los
corderos confiados a su cuidado. Recordando su propia debilidad y fracaso, Pedro debía tratar con su rebaño
tan tiernamente como Cristo le había tratado a él.

“La pregunta que Cristo había dirigido a Pedro era significativa. Mencionó sólo una condición para ser discípulo
y servir. ‘¿Me amas?’ dijo. Esta es la cualidad esencial. Aunque Pedro poseyese todas las demás, sin el amor
de Cristo no podía ser pastor fiel sobre el rebaño del Señor. El conocimiento, la benevolencia, la elocuencia,
la gratitud y el celo son todos valiosos auxiliares en la buena obra; pero sin el amor de Jesús en el corazón, la
obra del ministro cristiano fracasará seguramente.” {DTG 753.3}

Podemos tener mucho conocimiento, sabiduría, celo, elocuencia y hasta espíritu de profecía, pero sin el amor
de Dios desarrollándose en nuestro corazón, nuestra obra “fracasará seguramente.” Cuando la sabiduría y el
conocimiento no van acompañados de la prudencia, paciencia, ternura y por sobre todo del AMOR, somos tan
sólo “metal que resuena, o címbalo que retiñe” (1 Co. 13:1).

David es ungido con el Agente Regenerador


“Envió, pues, por él, y le hizo entrar; y era rubio, hermoso de ojos, y de buen parecer. Entonces Jehová dijo:
Levántate y úngelo, porque éste es. Y Samuel tomó el cuerno del aceite, y lo ungió en medio de sus hermanos;
y desde aquel día en adelante el Espíritu de Jehová vino sobre David. Se levantó luego Samuel, y se volvió a
Ramá.” (1 Sa. 16:12-13)

Así como Saúl fue ungido con el Espíritu Santo como Habitante para poder ser rey de Israel, David también
debía ser ungido para que el Espíritu Santo pase de ser Visitante a ser Habitante que mora en él.

PP pg. 693/3 – “El gran honor conferido a David no le ensoberbeció. A pesar del elevado cargo que había de
desempeñar, siguió tranquilamente en su ocupación, contento de esperar el desarrollo de los planes del Señor
a su tiempo y manera. Tan humilde y modesto como antes de su ungimiento, el pastorcillo regresó a las
colinas, para vigilar y cuidar sus rebaños tan cariñosamente como antes. Pero con nueva inspiración
componía sus melodías, y tocaba el arpa. Ante él se extendía un panorama de belleza rica y variada. Las vides,
con sus racimos, brillaban al sol. Los árboles del bosque, con su verde follaje, se mecían con la brisa. Veía al sol,
que inundaba los cielos de luz, saliendo como un novio de su aposento, y regocijándose como hombre fuerte
que va a correr una carrera. Allí estaban las atrevidas cumbres de los cerros que se elevaban hacia el
firmamento; en la lejanía se destacaban las peñas estériles de la montaña amurallada de Moab; y sobre todo
se extendía el azul suave de la bóveda celestial.

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“Y más allá estaba Dios. El no podía verle, pero sus obras rebosaban alabanzas. La luz del día, al dorar el bosque
y la montaña, el prado y el arroyo, elevaba a la mente y la inducía a contemplar al Padre de las luces, Autor de
todo don bueno y perfecto. Las revelaciones diarias del carácter y la majestad de su Creador henchían el
corazón del joven poeta de adoración y regocijo.” {PP54 694.1}

El más terrible pecado acariciado de Saúl fue el orgullo, así que David también debía ser probado para ver si el
honor conferido despertaría la soberbia del corazón natural en él también. Pero lejos de preguntar cuándo le
sería otorgado este nuevo y honorable cargo, regresó tranquila y humildemente a su cargo actual de pastorcillo
de ovejas dispuesto a esperar pacientemente. Lejos de sentirse ahora indigno de su humilde trabajo de pastor,
regresó a seguir vigilando y cuidando de sus rebaños “tan cariñosamente como antes”. El nuevo honor que le
fue otorgado delante de su familia no despertó el orgullo y la soberbia natural que hay en todo ser humano.
No se volvió contra su padre para reclamarle “ahora que he recibido una mayor responsabilidad manda a uno
de mis hermanos a que cuide las ovejas.” Mas bien seguía sumiso a la autoridad de su padre, a sus hermanos
mayores, y por lo tanto podía ser sumiso a la autoridad de Dios.

Leemos que el joven David seguía inclusive “tan humilde y modesto como antes de su ungimiento”—es decir,
que antes de nacer de nuevo, antes de que el Espíritu Santo habite en él, ya se había estado sometiendo al
Espíritu Santo como Visitante, y siendo apenas un Visitante el Espíritu Santo había podido moldear la humildad,
la tranquilidad, la ternura, y la modestia en este joven israelita. Como se puede apreciar, hasta aquí David
teniendo al Espíritu Santo como Visitante estaba desarrollando un carácter más semejante a Cristo que Saúl
teniendo al Espíritu Santo como Habitante y teniendo un conocimiento claro del ritual simbólico.

Que lamentable sería si nosotros teniendo conocimiento del ritual simbólico, del plan de redención, del
Evangelio, del Sacerdocio de Cristo, de cómo el hombre es justificado, perdonado y cómo recibe el bautismo
del Espíritu Santo, con toda esta sagrada luz estemos lejos de desarrollar un carácter semejante al de Cristo.
Cuando en cambio nuestro prójimo, a quien le vemos como menos que nosotros por no poseer este gran
conocimiento que nosotros poseemos, aquel prójimo que vive tan sólo sometiéndose a la poca luz que brilla
por su senda y al trabajo del Espíritu Santo, está sin embargo desarrollando un carácter mucho más semejante
a Cristo que nosotros mismos, deberíamos lamentar nuestra propia condición más que la de ese prójimo. Por
eso el Señor Jesús dijo:

“De cierto os digo, que los publicanos y las rameras van delante de vosotros al reino de Dios.” (Mt. 21:31)

PP pg. 694/3 – “¿Quién puede medir los resultados de aquellos años de labor y peregrinaje entre las colinas
solitarias? La comunión con la naturaleza y con Dios, el cuidado diligente de sus rebaños, los peligros y
libramientos, los dolores y regocijos de su humilde suerte, no sólo habían de moldear el carácter de David e
influir en su vida futura, sino que también por medio de los salmos del dulce cantor de Israel, en todas las
edades venideras, habrían de comunicar amor y fe al corazón de los hijos de Dios, acercándolos al corazón
siempre amoroso de Aquel en quien viven todas sus criaturas.

“David, en la belleza y el vigor de su juventud, se preparaba para ocupar una elevada posición entre los más
nobles de la tierra. Empleaba sus talentos, como dones preciosos de Dios, para alabar la gloria del divino
Dador. Las oportunidades que tenía de entregarse a la contemplación y la meditación sirvieron para
enriquecerle con aquella sabiduría y piedad que hicieron de él el amado de Dios y de los ángeles. Mientras

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contemplaba las perfecciones de su Creador, se revelaban a su alma concepciones más claras de Dios. Temas
que antes le eran obscuros, se aclaraban para él con luz meridiana, se allanaban las dificultades, se
armonizaban las perplejidades, y cada nuevo rayo de luz le arrancaba nuevos arrobamientos e himnos más
dulces de devoción, para gloria de Dios y del Redentor. El amor que le inspiraba, los dolores que le oprimían,
los triunfos que le acompañaban, eran temas para su pensamiento activo; y cuando contemplaba el amor de
Dios en todas las providencias de su vida, el corazón le latía con adoración y gratitud más fervientes, su voz
resonaba en una melodía más rica y más dulce; su arpa era arrebatada con un gozo más exaltado; y el
pastorcillo procedía de fuerza en fuerza, de sabiduría en sabiduría; pues el Espíritu del Señor le acompañaba.”
{PP54 695.1}

“Pero con nueva inspiración componía sus melodías, y tocaba el arpa.” “Empleaba sus talentos, como dones
preciosos de Dios, para alabar la gloria del divino Dador.” David era músico y compositor ya antes de nacer de
nuevo. Pero ahora, con el Espíritu Santo como Habitante tenía una “nueva inspiración” para componer sus
melodías y tocar su arpa. La inspiración para la música y todo arte no son inherentes del ser humano, de lo
contrario podríamos componer música, literatura y arte cuando sea que así lo quisiéramos. Sería tan fácil como
manejar una bicicleta. Una vez se aprende, se practica cuando se quiere y no se olvida nunca. Pero cualquiera
que ha intentando escribir o componer sabe que la imaginación no es un don natural que uno ejercita cuando
quiere, sino que es un talento sobrenatural que debe ser dado. ¿Dado por quién? Si el Espíritu Santo mora en
el hombre, la inspiración dada por Dios será para componer salmos y alabanzas a Dios Creador y no al hombre
creado. Es por eso que en la Biblia encontramos muchos hermosos salmos compuestos por David pero
inspirados por el Espíritu Santo.

Si el Espíritu Santo no habita en el hombre, otro espíritu es el que brinda la inspiración. Y este otro espíritu
inspira al hombre a componer música, arte, y literatura que alabe al hombre creado y hasta lo lleva a insultar
a Dios abiertamente. Los grandes músicos y artistas de fama mundial conocen bien que para alcanzar esta fama
y reconocimiento mundial deben, en sus propias palabras, “vender su alma al diablo.” Es decir, deben
entregarse completamente a satanás para que ángeles caídos habiten en el hombre y le inspiren a componer
y tocar los instrumentos de manera hechizante y hábil para poder seducir a las demás personas en las que
habita un espíritu semejante.

El verdadero cristiano debe luchar contra esta inclinación natural de su oído incircunciso que le gusta escuchar
la música inspirada por el diablo, y desarrollar el gusto sobrenatural por la música y el arte que alaba a Dios.

En el cielo hay música, porque a Dios le agrada la música. Es por esto que a nosotros que fuimos creados a
semejanza de Dios nos gusta la música. El problema es que por causa del pecado de nuestros primeros padres,
nuestra naturaleza con sus dones naturales se pervirtieron, y nos agrada todo lo que desagrada a Dios y todo
lo que agrada al diablo.

En el libro de Apocalipsis leemos que los santos redimidos recibirán un arpa para entonar alabanzas a Dios.
Haríamos bien en ir familiarizándonos ahora durante nuestro tiempo de gracia con la música que agrada a Dios,
si queremos formar parte de aquellos que cantarán el cántico de Moisés y el cántico del Cordero.

“Vi también como un mar de vidrio mezclado con fuego; y a los que habían alcanzado la victoria sobre la bestia
y su imagen, y su marca y el número de su nombre, en pie sobre el mar de vidrio, con las arpas de Dios. Y

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cantan el cántico de Moisés siervo de Dios, y el cántico del Cordero, diciendo: Grandes y maravillosas son tus
obras, Señor Dios Todopoderoso; justos y verdaderos son tus caminos, Rey de los santos.” (Ap. 15:2-3)

El Evangelismo pg. 365.3 – “Introducid en la obra el talento del canto. El uso de instrumentos musicales no es
de ninguna manera objetable. Estos se utilizaron en el servicio religioso en la antigüedad. Los adoradores
alababan a Dios por medio del arpa y el címbalo, y la música debiera tener un lugar en nuestros cultos: eso
despertaría más interés en ellos.” {Ev 365.3}

Mensajes Selectos Tomo 2 pg. 290.2 – “Que Dios nos ayude a humillarnos con mansedumbre y sencillez. Cristo
depuso su ropaje real y su corona regia, a fin de asociarse con la humanidad, y demostrar que los seres
humanos pueden llegar a ser perfectos. Ataviado con el ropaje de la misericordia, él vivió una vida perfecta en
nuestro mundo, para mostrarnos su amor. El ha llevado a cabo aquello que debería tornar imposible el no creer
en él. Descendió de su elevada posición en la corte celestial para tomar sobre sí la naturaleza humana. Su vida
es un ejemplo de lo que deberían ser las nuestras. Para que el temor a la grandeza de Dios no borrara nuestra
creencia en el amor de Dios, Cristo se convirtió en varón de dolores, experimentado en quebrantos. Si el ser
humano le entrega el corazón, éste se convertirá en un arpa sagrada que producirá música sacra.” {2MS
290.2}

Ev pg. 369.4 – “La voz humana que canta la música de Dios con un corazón lleno de gratitud y agradecimiento,
es para él mucho más agradable que la melodía de todos los instrumentos musicales que han sido inventados
por manos humanas.”

En seguida vamos a leer sobre el efecto que tiene en los hombres la música compuesta e inspirada por Dios
Espíritu Santo, en contraste con el efecto que tiene la música compuesta, interpretada e inspirada por satanás
y su hueste.

A la par que el Espíritu Santo pasaba de visitar a morar en David, el Espíritu Santo se había retirado de Saúl, y
por lo tanto ya no había poder que pudiera evitar a los ángeles caídos de morar en Saúl.

“El Espíritu de Jehová se apartó de Saúl, y le atormentaba un espíritu malo de parte de Jehová. Y los criados
de Saúl le dijeron: He aquí ahora, un espíritu malo de parte de Dios te atormenta.” (1 Sa. 16:14-15)

Cuando la Palabra de Dios menciona que a Saúl le atormentaba un espíritu malo “de parte de Jehová” es porque
Dios es supremo sobre toda las cosas. Nada ocurre sin su permiso divino. Y el Señor permitió que este espíritu
malo viniera sobre Saúl, ya que como hemos estudiado acerca del rey, Saúl tercamente rechazó al Espíritu de
Dios y así voluntariamente se apartó de Dios. Por la propia obstinación y rebelión de Saúl, Dios permitió que
un espíritu malo entrase a morar en él y le atormente. Pero inclusive este mal fue utilizado por Dios para
convertirlo en bendición.

PP pg. 696/2 – “En la providencia de Dios, David, como hábil tañedor de arpa fue llevado ante el rey. Sus
sublimes acordes inspirados por el cielo tuvieron el efecto deseado. La melancolía cavilosa que se había
posado como una nube negra sobre la mente de Saúl se desvaneció como por encanto.”

“Y cuando el espíritu malo de parte de Dios venía sobre Saúl, David tomaba el arpa y tocaba con su mano; y
Saúl tenía alivio y estaba mejor, y el espíritu malo se apartaba de él.” (1 Sa. 16:23)

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La música inspirada por el Espíritu Santo trae alivio y paz al alma atormentada por el pecado. En cambio la
música inspirada por el diablo trae un éxtasis momentáneo que sólo sirve para producir más intranquilidad, o
inclusive lleva al hombre a la depresión angustiosa que le puede llevar hasta a quitarse la vida.

En la providencia de Dios, permitió que este espíritu atormentador more en Saúl para que así su siervo David
pudiera entrar en acción, primeramente para ayudar y servir a Saúl, y también para que estando en la corte
desde temprana edad y al contemplar al angustiado rey pudiera aprender a confiar plenamente en Dios en
lugar de los hombres. A pesar de que Saúl se apartó de Dios voluntariamente y estaba cosechando lo que él
mismo había sembrado, Dios estaba obrando para traer alivio al sufrimiento de Saúl. Y Dios utiliza instrumentos
humanos. David debía desarrollar misericordia hacia Saúl al verle sufrir para que luego, cuando Saúl le
persiguiera para matarlo, David aún en esas circunstancias tuviera misericordia de Saúl. El Señor estaba
preparando a David para que aprenda a amar a su enemigo. Asimismo debe obrar con cada uno de nosotros
de manera imperceptible. Ojalá que cuando Dios nos pruebe a nosotros y cree las circunstancias para que
desarrollemos amor, paciencia y misericordia con quienes no lo merecen a nuestros ojos, no fallemos la
prueba.

PP pg. 697/1 – “David crecía en favor ante Dios y los hombres. Había sido educado en los caminos del Señor, y
ahora dedicó su corazón más plenamente que nunca a hacer la voluntad de Dios. Tenía nuevos temas en que
pensar. Había estado en la corte del rey, y había visto las responsabilidades reales. Había descubierto algunas
de las tentaciones que asediaban el alma de Saúl, y había penetrado en algunos de los misterios del carácter
y el trato del primer rey de Israel. Había visto la gloria real ensombrecida por una nube obscura de tristeza,
y sabía que en su vida privada la casa de Saúl distaba mucho de tener felicidad. Todas estas cosas provocaban
inquietud en el que había sido ungido para ser rey de Israel. Pero cuando se sentía absorto en profunda
meditación, y atribulado por pensamientos de ansiedad, echaba mano a su arpa y producía acordes que
elevaban su mente al Autor de todo lo bueno, y se disipaban las nubes obscuras que parecían entenebrecer
el horizonte del futuro.

“Dios estaba enseñando a David lecciones de confianza. Como Moisés fue educado para su obra, así también
el Señor preparaba al hijo de Isaí para hacerlo guía de su pueblo escogido. En su cuidado de los rebaños,
aprendía a apreciar en forma especial el cuidado que el gran Pastor tiene por las ovejas de su dehesa.” {PP54
697.2}

David y Goliat
“Salió entonces del campamento de los filisteos un paladín, el cual se llamaba Goliat, de Gat, y tenía de altura
seis codos y un palmo. Y traía un casco de bronce en su cabeza, y llevaba una cota de malla; y era el peso de la
cota cinco mil siclos de bronce. Sobre sus piernas traía grebas de bronce, y jabalina de bronce entre sus
hombros. El asta de su lanza era como un rodillo de telar, y tenía el hierro de su lanza seiscientos siclos de
hierro; e iba su escudero delante de él. Y se paró y dio voces a los escuadrones de Israel, diciéndoles: ¿Para qué
os habéis puesto en orden de batalla? ¿No soy yo el filisteo, y vosotros los siervos de Saúl? Escoged de entre
vosotros un hombre que venga contra mí. Si él pudiere pelear conmigo, y me venciere, nosotros seremos
vuestros siervos; y si yo pudiere más que él, y lo venciere, vosotros seréis nuestros siervos y nos serviréis. Y
añadió el filisteo: Hoy yo he desafiado al campamento de Israel; dadme un hombre que pelee conmigo. Oyendo
Saúl y todo Israel estas palabras del filisteo, se turbaron y tuvieron gran miedo.” (1 Sa. 17:4-11)

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PP pg. 697/3 – “En las colinas solitarias y las hondanadas salvajes por donde vagaba David con sus rebaños
había fieras en acecho. A menudo salía algún león de los bosquecillos que había al lado del Jordán, o algún oso,
de su madriguera, en las colinas, y enfurecidos por el hambre venían a atacar los rebaños. De acuerdo con las
costumbres de su tiempo, David sólo estaba armado de su honda y su cayado; pero no tardó en dar pruebas
de su fuerza y su valor al proteger a los animales que custodiaba. Dijo más tarde, describiendo estos
encuentros: ‘Venía un león, o un oso, y tomaba algún cordero de la manada, y salía yo tras él, y heríalo, y
librábale de su boca: y si se levantaba contra mí, yo le echaba mano de la quijada, y lo hería y mataba.’ 1 Samuel
17:34, 35. Su experiencia en estos asuntos probó el corazón de David y desarrolló en él valor, fortaleza y fe.”

El Señor había estado preparando al joven David con las pruebas diarias que eran parte del trabajo secular que
tenía que realizar como pastor de ovejas. Al ser fiel en estos asuntos de la vida diaria David se estaba
preparando para poder llegar a ser fiel en responsabilidades mayores que el Señor tenía preparado para su
siervo en el futuro.

“El que es fiel en lo muy poco, también en lo más es fiel; y el que en lo muy poco es injusto, también en lo más
es injusto.” (Lc. 16:10)

De esto podemos aprender que en nuestro diario vivir todos tenemos pequeñas responsabilidades que realizar,
ya sea en el hogar, la escuela, o el trabajo, y que si las realizamos fielmente desarrollando ese nuevo carácter
semejante al de Cristo, seremos capacitados para poder empeñar responsabilidades más complicadas cuando
nuestro Señor lo requiera de nosotros para cooperar con Dios en la obra de la salvación de las almas.

“Fuese león, fuese oso, tu siervo lo mataba; y este filisteo incircunciso será como uno de ellos, porque ha
provocado al ejército del Dios viviente. Añadió David: Jehová, que me ha librado de las garras del león y de
las garras del oso, él también me librará de la mano de este filisteo. Y dijo Saúl a David: Ve, y Jehová esté
contigo.” (1 Sa. 17:36-37)

Nótese la humildad de David y nótese en quién estaba su confianza. Un hombre que se ha enfrentado a leones,
osos y demás fieras del campo, podría dar rienda suelta a su orgullo carnal y considerar que por su propia
habilidad, fuerza e inteligencia había logrado salir victorioso, sin dar el honor y la gloria a Dios. David en cambio,
reconoció que fue “Jehová que me ha librado de las garras del león y de las garras del oso.” El verdadero siervo
de Dios, en cualquier victoria, sea algo físico, intelectual o espiritual, siempre reconoce al dador de los dones
que le permitieron obtener la victoria. El verdadero siervo de Dios reconoce al Dios que le concedió gracia para
poder salir victorioso.

Cuando el profeta Daniel, también en su juventud, se vio ante una crisis de sabiduría en Babilonia, en lugar de
robar para sí mismo el honor que sólo a Dios corresponde, reconoció que la sabiduría no era inherente de sí
mismo sino que lo poco que entendía era por obra y gracia de Dios. Ante la pregunta del rey que estaba
destinada a despertar su orgullo carnal: “¿Podrás tú hacerme conocer?” ¿Eres tú más sabio que todos los sabios
de mi reino? Ante esta tentación, en lugar de responder “Si, yo puedo porque yo soy más sabio que todos”,
respondió humildemente que no había sabio ni adivino que pudiera responder la pregunta, pero que “hay un
Dios en los cielos” que brinda la sabiduría, el valor, la fe, el amor, y todos los dones del Espíritu.

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“Respondió el rey y dijo a Daniel, al cual llamaban Beltsasar: ¿Podrás tú hacerme conocer el sueño que vi, y su
interpretación? Daniel respondió delante del rey, diciendo: El misterio que el rey demanda, ni sabios, ni
astrólogos, ni magos ni adivinos lo pueden revelar al rey. Pero hay un Dios en los cielos, el cual revela los
misterios, y él ha hecho saber al rey Nabucodonosor lo que ha de acontecer en los postreros días.” (Dn. 2:26-
28)

PP pg. 700/3 – “Aunque Saúl había dado permiso a David para que aceptara el desafío, el rey tenía muy pocas
esperanzas de que David tuviera éxito en su valerosa empresa. Había ordenado que se vistiera al joven de la
coraza del rey. Se le puso el pesado almete de metal en la cabeza y se le ciñó al cuerpo la coraza así como la
espada del monarca. Así pertrechado, inició la marcha, pero pronto volvió sobre sus pasos. Lo primero que
pensaron los espectadores ansiosos fue que David había decidido no arriesgar su vida en tan desigual
encuentro con su antagonista. Pero el valiente joven distaba mucho de pensar así. Cuando regresó adonde
estaba Saúl, suplicó que le permitiera quitarse aquella pesada armadura, diciendo: ‘Yo no puedo andar con
esto, porque nunca lo practiqué.’ Se quitó la armadura del rey, y en vez de ella sólo tomó su cayado en la
mano, con su zurrón de pastor, y una simple honda. Escogiendo cinco piedras lisas en el arroyo, las puso en
su talega, y con su honda en la mano se aproximó al filisteo.”

La armadura de Dios
David había dicho al rey delante de todos los israelitas: “Jehová, que me ha librado de las garras del león y de
las garras del oso, él también me librará de la mano de este filisteo.” David dijo de palabras que él ponía toda
su confianza en Dios para salir victorioso ante esta prueba. Ahora fue probado para ver si las palabras que
salieron de su boca eran una verdad en su corazón, o si sólo “de labios” honraba a su Señor (Mr. 7:6). Se le
colocó la imponente armadura del rey que estaba destinada a proteger de la mejor manera posible según las
obras de los hombres al que la vistiese. Pero estas armaduras de combate antiguas eran pesadas e incómodas,
restringían mucho la movilidad. Si David en realidad no confiaba en Dios de corazón, a pesar de verse incómodo
en esta armadura, el miedo natural pudo haberlo convencido a ir a la batalla con esa armadura humana
imperfecta. Pero David no puso su confianza en la armadura humana imperfecta, sino que tenía su confianza
en una armadura divina perfecta. Una armadura que aunque invisible al ojo humano, puede librarnos de
cualquier peligro.

“Por lo demás, hermanos míos, confortaos en el Señor, y en la potencia de su fortaleza. Vestíos de toda la
armadura de Dios, para que podáis estar firmes contra las asechanzas del diablo. Porque no tenemos lucha
contra sangre y carne; sino contra principados, contra potestades, contra señores del mundo, gobernadores
de estas tinieblas, contra malicias espirituales en los aires. Por tanto, tomad toda la armadura de Dios, para
que podáis resistir en el día malo, y estar firmes, habiendo acabado todo. Estad pues firmes, ceñidos vuestros
lomos de verdad, y vestidos de la cota de justicia. Y calzados los pies con el apresto del evangelio de paz;
Sobre todo, tomando el escudo de la fe, con que podáis apagar todos los dardos de fuego del maligno. Y tomad
el yelmo de salud, y la espada del Espíritu; que es la palabra de Dios.” (Ef. 6:10-17)

“Calzados los pies con el apresto del evangelio de paz.” Nuestros pies deben estar firmes en el fundamento del
Evangelio que es la obra perfecta y acabada de Cristo como Hombre aquí en la tierra. Su engendramiento sin
mancha de pecado, su nacimiento, si vida de obediencia perfecta y perpetua a la Ley de Dios, su muerte en la
cruz y su resurrección.

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“Además os declaro, hermanos, el evangelio que os he predicado, el cual también recibisteis, en el cual también
perseveráis; por el cual asimismo, si retenéis la palabra que os he predicado, sois salvos, si no creísteis en vano.
Porque primeramente os he enseñado lo que asimismo recibí: Que Cristo murió por nuestros pecados,
conforme a las Escrituras; y que fue sepultado, y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras.” (1 Co.
15:1-4)

El Evangelio trata únicamente de la vida, muerte y resurrección de Cristo. Necesitamos de su vida para que sea
nuestro Sustituto en la vida pues estamos rechazados (Ro. 3:23). Y necesitamos de su vida desde su
engendramiento sin mancha de pecado (Lc. 1:35)—el Santo Ser que reemplaza nuestra mancha de pecado.
Necesitamos de su obediencia perfecta y perpetua y de su carácter perfecto que Cristo desarrolló desde su
nacimiento hasta su muerte que reemplaza nuestra vida y carácter imperfectos. Necesitamos de su muerte en
la cruz para tener un Garante y Sustituto en la muerte que paga la deuda impagable de nuestra condenación
“la paga del pecado es muerte” (Ro. 6:23) y “muerte segunda” (Ap. 21:8). Y necesitamos de su resurrección
para tener el Hombre de Hebreos 5:1 que ascendió al Santuario Celestial para ser nuestro Mediador ya que
por el pecado estamos separados de Dios (Is. 59:2). Sobre este fundamento que es Cristo, la piedra del ángulo,
seremos como la casa cimentada en un piso seguro.

“Semejante es al hombre que al edificar una casa, cavó y ahondó y puso el fundamento sobre la roca; y cuando
vino una inundación, el río dio con ímpetu contra aquella casa, pero no la pudo mover, porque estaba fundada
sobre la roca.” (Lc. 6:48)

“Acercándoos a él, piedra viva, desechada ciertamente por los hombres, mas para Dios escogida y preciosa,
vosotros también, como piedras vivas, sed edificados como casa espiritual y sacerdocio santo, para ofrecer
sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo.” (1 Pe. 2:4-5)

El verdadero cristiano debe luchar consigo mismo para no desviarse del camino y tratar de poner otro
fundamento para la salvación. Hay quienes que por ejemplo ponen el salir a vivir en el campo como el
fundamento o causa de su salvación. Otros ponen la alimentación bíblica como el fundamento o causa de su
salvación. Cualquiera que coloca un deber del hombre, algo que es parte de la santificación, y lo trata de poner
como fundamento de justificación, aceptación o salvación, está edificando sobre la arena, y el día de la crisis
final por el fuego será probada. Mejor poner nuestra confianza en el fundamento seguro e imperecedero:
Cristo Jesús Señor nuestro, la roca de nuestra salvación.

“El solamente es mi roca y mi salvación. Es mi refugio, no resbalaré.” (Sal. 62:6)

“Venid, aclamemos alegremente a Jehová; Cantemos con júbilo a la roca de nuestra salvación.” (Sal. 95:1)

“Porque nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto, el cual es Jesucristo. Y si sobre este
fundamento alguno edificare oro, plata, piedras preciosas, madera, heno, hojarasca, la obra de cada uno se
hará manifiesta; porque el día la declarará, pues por el fuego será revelada; y la obra de cada uno cuál sea, el
fuego la probará.” (1 Co. 3:11-13)

“Calzados los pies con el apresto del evangelio de paz.” Con los pies también vamos de lugar en lugar
compartiendo y enseñando el plan de redención. Pero al ir de lugar en lugar, no sólo debemos enseñar y
predicar, sino que además debemos de poner en práctica el “evangelio de paz.” La Palabra de Dios es

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efectivamente “viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el
espíritu” (Heb. 4:12), pero esto no quiere decir que se nos da a nosotros licencia para dar rienda suelta a
nuestra vestidura de combate, de dureza, de ira, de impaciencia, de farisaísmo, sin amor y sin misericordia que
existe en nosotros por naturaleza. Se nos manda ir “calzados los pies con el apresto evangelio de paz”, no con
el de guerra. Antes de buscar la conversión de otras personas, deberíamos cerciorarnos que nosotros mismos
seamos hombres verdaderamente convertidos—tanto en obras como en carácter.

Ev pg. 410.3 – “Tal vez tengáis ocasión de hablar en otras iglesias. Al aprovechar esas oportunidades, recordad
las palabras del Salvador: ‘Sed, pues, prudentes como serpientes, y sencillos como palomas’ (Mateo 10:16). No
estimuléis la malignidad del enemigo pronunciando declaraciones denunciatorias. En esa forma cerraríais
las puertas a la entrada de la verdad. Hay que dar mensajes bien definidos, pero guardaos de crear
antagonismo. Hay muchas almas que deben ser salvadas. Evitad toda expresión dura. En vuestras palabras y
obras sed sabios para salvación, presentando a Cristo ante todas las personas con quienes os relacionéis. Vean
todos que vuestros pies están calzados con el Evangelio de paz y buena voluntad hacia los hombres.
Maravillosos serán los resultados que veremos si nos dedicamos a la obra llenos con el Espíritu de Cristo.
Recibiremos ayuda en nuestra necesidad si llevamos a cabo la obra con justicia, misericordia y amor. La
verdad triunfará y llevará hacia la victoria.”

3JT pg. 342.1 – “Dios nos ayude a vestir la armadura y a obrar con fervor, como quienes reconocen que las
almas merecen salvarse. Procuremos una nueva conversión. Necesitamos la presencia del Santo Espíritu de
Dios para enternecer nuestros corazones y evitar un espíritu inexorable en nuestro trabajo. Ruego a Dios que
su Santo Espíritu tome plena posesión de nuestros corazones. Procedamos como hijos de Dios, que buscan su
consejo y están listos para seguir sus planes dondequiera que les sean presentados. Dios será glorificado por
un pueblo tal y los testigos de nuestro celo dirán: Amén, amén.”

Ev pg. 125.5 – “Los que llevan el mensaje más solemne que se haya dado a nuestro mundo deben quitarse la
armadura de combate, y colocarse en su lugar la armadura de la justicia de Cristo. No necesitamos trabajar
con nuestra individualidad finita, porque entonces los ángeles de Dios se apartan y nos dejan solos en nuestra
batalla. ¿Cuándo nuestros ministros aprenderán de Jesús? Nuestra preparación para hacer frente a los
opositores o para ministrar a la gente debe obtenerse de Dios en el trono de la gracia celestial. Cuando se
recibe la gracia de Dios se advierte y reconoce la propia incompetencia. La dignidad y la gloria de Cristo
constituyen nuestra fortaleza. La dirección del Espíritu Santo nos conduce a toda verdad. El Espíritu Santo toma
las cosas de Dios y las expone ante nosotros y las convierte en un poder vivo en el corazón obediente. Entonces
poseemos la fe que obra por amor y purifica el alma, que entonces recibe la perfecta impronta de su Autor.”

“Vestidos de la cota de justicia.” La cota era el arma defensiva del cuerpo, que se usaba antiguamente. Era una
chaqueta de malla para proteger el pecho y el cuello. Una vestidura que llevaban los reyes de armas en las
funciones públicas, sobre la cual estaban bordados los escudos reales.

En la parábola de la fiesta de bodas, antes de que se pudiera realizar el evento, el rey decide examinar a sus
invitados y encuentra “a un hombre que no estaba vestido de boda. Y le dijo: Amigo, ¿cómo entraste aquí, sin
estar vestido de boda? Mas él enmudeció. Entonces el rey dijo a los que servían: Atadle de pies y manos, y
echadle en las tinieblas de afuera; allí será el lloro y el crujir de dientes” (Mt. 22:12-13).

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Cuando se realice el Juicio sólo hay un vestido que cubre nuestra desnudez, una perfección que cubre nuestra
imperfección, una obediencia perfecta y perpetua que cubre nuestra desobediencia—la justicia perfecta de
Cristo.

“Y ser hallado en él, no teniendo mi propia justicia, que es por la ley, sino la que es por la fe de Cristo, la justicia
que es de Dios por la fe.” (Fil. 3:9)

En nosotros mismos somos impíos pecadores, manchados y contaminados con el pecado. Pero en Cristo somos
santos, inocentes y sin mancha ni arruga ni cosa semejante. Y si Cristo presenta su justicia perfecta a nuestro
favor en el Santuario Celestial, como resultado nos concede el bautismo diario del Espíritu Santo para que en
esta tierra podamos desarrollar un nuevo carácter semejante al de Cristo y podamos desarrollar la obediencia
verdadera—la obediencia voluntaria.

“Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la
carne, sino conforme al Espíritu.” (Ro. 8:1)

Vestidos así de la justicia perfecta de Cristo, el Espíritu Santo podrá capacitarnos de todos los dones necesarios
(Ga. 5:22-23) para salir victoriosos en la lucha del cristiano.

Pero por naturaleza estamos en enemistad con Cristo y por lo tanto rechazamos la vestidura de su justicia
perfecta, y como aquel hombre de la parábola, queremos pasar el Juicio sin el vestido de boda preparado para
nosotros, sino con nuestra propias hojas de higuera—una armadura de justicia propia. Queremos pasar el Juicio
con nuestra propia “obediencia”—nuestra propia “perfección” que son simplemente trapos de inmundicia.

“Si bien todos nosotros somos como suciedad, y todas nuestras justicias como trapo de inmundicia; y caímos
todos nosotros como la hoja, y nuestras maldades nos llevaron como viento.” (Is. 64:6)

PVGM pg. 122.3 – “Pero debemos tener un conocimiento de nosotros mismos, un conocimiento que nos lleve
a la contrición, antes de que podamos encontrar perdón y paz. El fariseo no sentía ninguna convicción de
pecado. El Espíritu Santo no podía obrar en él. Su alma estaba revestida de una armadura de justicia propia
que no podía ser atravesada por los aguzados y bien dirigidos dardos de Dios arrojados por manos angélicas.
Cristo puede salvar únicamente al que reconoce que es pecador. El vino ‘para sanar a los quebrantados de
corazón; para pregonar a los cautivos libertad, y a los ciegos vista; para poner en libertad a los quebrantados’.
Pero ‘los que están sanos no necesitan médico’ (Lucas 4:18; 5:31). Debemos conocer nuestra verdadera
condición, pues de lo contrario no sentiremos nuestra necesidad de la ayuda de Cristo. Debemos comprender
nuestro peligro, pues si no lo hacemos, no huiremos al refugio. Debemos sentir el dolor de nuestras heridas, o
no desearemos curación.”

ATO pg. 299.2 – “Es posible que los hombres rindan al Salvador un homenaje externo, que sean cristianos
profesos, que posean una forma de piedad, mientras que el corazón, cuya fidelidad El estima por encima de
todo, esté separado de El. Los tales tienen nombre de vivos pero están muertos.

“A la cena de bodas del Cordero llegarán muchos que no poseen el traje de bodas; el manto comprado [por
Cristo] para ellos con su sangre. De labios que nunca cometieron error brotaron las palabras: ‘Amigo, ¿cómo
entraste aquí, sin estar vestido de boda?’ (Mateo 22:12). Aquéllos a quienes se les dirigen estas palabras,

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enmudecen. Saben que hablar será en vano. La verdad, con su poder santificador, no ha sido introducida en el
alma, y la lengua que una vez habló valientemente permanece ahora en silencio. Entonces se pronuncian las
palabras: ‘Quitadlos de mi presencia. No son dignos de gustar mi cena’ (Lucas 14:24). {ATO 299.3}

“A medida que son apartados de los fieles, Cristo los considera con profunda tristeza. Ocuparon puestos
elevados y de confianza en la obra del Señor, pero no tienen la póliza del seguro de vida que los hubiera
habilitado para la vida eterna. De los labios temblorosos de Cristo salen las penosas palabras: ‘Yo los amé; di
mi vida por ellos; pero ellos insistieron en rechazar mis súplicas, y continuaron en el pecado. ¡Oh, si tú hubieses
conocido, aun en este tu día, las cosas que pertenecen a tu paz! Pero ahora están ocultas de tus ojos’. {ATO
299.4}

“Hoy Cristo considera con tristeza a aquéllos cuyas características debe al fin negarse a reconocer.
Ensoberbecidos con autosuficiencia piensan que todo va bien con sus almas. Pero en el último gran día, el
espejo de la investigación les revela la iniquidad que sus corazones han practicado y, al mismo tiempo, les
muestra la imposibilidad de reforma. Se realizó todo esfuerzo para guiarlos al arrepentimiento. Pero
rehusaron humillar sus corazones. Ahora se escucha el amargo lamento: ‘Pasó la siega, terminó el verano, y
nosotros no hemos sido salvos’ (Jeremías 8:20). {ATO 299.5}

“¡Qué escena! Repaso el tema una y otra vez, agobiada por una agonía que ninguna lengua puede expresar, en
tanto veo el fin de muchos, muchos que se han negado a recibir a su Salvador. La justicia ocupará el trono, y
el brazo fuerte para salvar se mostrará asimismo fuerte para castigar y destruir a los enemigos del reino de
Dios. Cristo pondrá al descubierto los motivos y hechos de cada uno. Toda acción oculta resaltará tan
claramente delante del Hacedor como si fuese proclamada ante el universo.” {ATO 299.6}

Los seres humanos por naturaleza estamos más que dispuestos a confiar en la armadura imperfecta humana,
en lugar de confiar en la vestidura perfecta que Cristo desarrolló en esta tierra como Hombre. Estamos más
que dispuestos a pasar el Juicio con nuestras propias obras que con la justicia perfecta y perpetua de Cristo.
David no escogió confiar en la armadura humana imperfecta sino en la que Dios había provisto para él, y David
salió victorioso en el momento de la crisis y la prueba. Asimismo, cuando llegue la crisis final se verá quiénes
confiaron en la obediencia humana imperfecta y quienes confiaron en la obediencia perfecta de Cristo para ser
aceptados por el Padre.

“El escudo de la fe.” Ni el Padre ni la Ley demandan fe para que seamos aceptados. La Ley demanda obediencia
perfecta y perpetua (Ro. 2:13). El que demanda fe es Cristo:

“El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva.” (Jn. 7:38)

“Le dijo Jesús: Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá.” (Jn. 11:25)

“El que en él cree, no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el
nombre del unigénito Hijo de Dios.” (Jn. 3:18)

¿Creer en qué?

Hasta “los demonios creen, y tiemblan” (Stg. 2:19) sobre Cristo, pero esto no es fe.

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Debemos creer que la vida de obediencia perfecta y perpetua de Cristo, que su naturaleza humana sin mancha
de pecado, es la justicia perfecta y perpetua que satisface todas las demandas de la Ley de Dios para que
seamos aceptados. Se trata de desarrollar fe en la Palabra de Dios que declara: “vosotros estáis completos en
él” (Col. 2:10).

Creer que Jesús en la cruz sufrió la “paga del pecado es muerte” (Ro. 6:23) y “muerte segunda” (Ap. 21:8), así
nuestra diminuta mente humana no pueda explicar por métodos científicos o racionales cómo Cristo pudo
experimentar la muerte segunda y luego resucitar. Se necesita fe para creer que Cristo experimentó la muerte
que nosotros merecemos porque nosotros estamos bajo condenación.

Creer que Cristo resucitó después de experimentar la muerte segunda “por cuanto era imposible que fuese
retenido por ella” (Hch. 2:24) ya que era en sí mismo “santo, inocente, sin mancha” (Heb. 7:26) y que “no hizo
pecado, ni se halló engaño en su boca” (1 Pe. 2:22), para poder ser “tal sumo sacerdote, el cual se sentó a la
diestra del trono de la Majestad en los cielos, ministro del santuario, y de aquel verdadero tabernáculo que
levantó el Señor, y no el hombre” (Heb. 8:1-2).

La fe nos permite obedecer y vivir de toda Palabra que sale de la boca de Dios sin dudar, sin murmurar, sin
cuestionar, pase lo que pase, así se desmoronen los cielos y la tierra.

Ante la tentación y ante cualquier peligro en la peregrinación del cristiano hacia la Canaán Celestial, la fe dice
“Jehová me librará.” “He aquí nuestro Dios a quien servimos puede librarnos del horno de fuego ardiendo; y
de tu mano, oh rey, nos librará. Y si no, sepas, oh rey, que no serviremos a tus dioses, ni tampoco adoraremos
la estatua que has levantado” (Dn. 3:17-18). La fe dice “Dios me puede librar”, pero también continúa diciendo
“y si no”—es decir, así no sea su voluntad librarme de esta situación o este sufrimiento, igual tengo fe en que
“Justo es Jehová en todos sus caminos, y misericordioso en todas sus obras” (Sal. 145:17). Esto sí es fe
inquebrantable.

1JT pg. 101.3 – “Algunos estarán tentados a recibir estos prodigios como provenientes de Dios. Habrá enfermos
que sanarán delante de nosotros. Se realizarán milagros ante nuestra vista. ¿Estamos preparados para la
prueba que nos aguarda cuando se manifiesten más plenamente los milagros mentirosos de Satanás? ¿No
serán entrampadas y apresadas muchas almas? Al apartarse de los claros preceptos y mandamientos de Dios,
y al prestar oído a las fábulas, la mente de muchos se está preparando para aceptar estos prodigios mentirosos.
Todos debemos procurar armarnos ahora para la contienda en la cual pronto deberemos empeñarnos. La fe
en la Palabra de Dios, estudiada con oración y puesta en práctica, será nuestro escudo contra el poder de
Satanás y nos hará vencedores por la sangre de Cristo.”

“El yelmo de salud.” Según la traducción también puede decir “el yelmo de la salvación”. El yelmo era parte de
una armadura antigua que cubre y protege la cabeza y el rostro, y que generalmente se compone de un casco
con visera movible.

En el libro “Guerra Santa” del reformador Juan Bunyan, el autor explica de manera alegórica que en ocasión
de la caída de nuestros primeros padres las facultades mentales se pervirtieron y por ello todo lo que entra por
las avenidas del alma—nuestros cinco sentidos—es para satisfacer nuestra naturaleza depravada. Nos gusta
mirar todo lo malo, escuchar la música que adora a los seres creados en lugar del Creador, y escuchar fábulas

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en lugar de la sana doctrina. Nos gusta escuchar mentiras en lugar de escuchar la verdad, nos agrada
alimentarnos de lo que nos hace daño en lugar de lo que es sano, pues somos intemperantes por naturaleza.

Dios debe intervenir de manera sobrenatural para que podamos ser regenerados y nos sea dado un nuevo
corazón con capacidad de amar a Dios y a nuestro prójimo, con capacidad de amar la verdad y la Palabra de
Dios. El Espíritu Santo debe circuncidar todas nuestras avenidas del alma: nuestros ojos, nuestra boca, nuestros
oídos, para que aprendamos a apreciar las verdades sagradas, los principios eternos, la pureza y santidad de la
Ley y del carácter de Dios.

El cristiano que ha nacido de nuevo debe mantener su cabeza—específicamente su mente—protegida con la


armadura de Dios, evitando alimentar la mente carnal y depravada, y mas bien alimentando la mente espiritual
y santificada. No hay mejor alimento para la mente del cristiano que la Palabra de Dios.

La Maravillosa Gracia de Dios pg. 34.2 – “Dios manda que llenemos la mente con pensamientos grandes y
puros. Desea que meditemos en su amor y misericordia, que estudiemos su obra maravillosa en el gran plan
de la redención. Entonces podremos comprender la verdad con claridad cada vez mayor, nuestro deseo de
pureza de corazón y claridad de pensamiento será más elevado y más santo. El alma que mora en la atmósfera
pura de los pensamientos santos, será transformada por la comunión con Dios por medio del estudio de las
Escrituras. {MGD 34.2}

“La mente debe ser educada y disciplinada para amar la pureza. El amor por las cosas espirituales debe ser
alentado. Sí, debe ser estimulado, si se quiere crecer en gracia y en el conocimiento de la verdad... Los buenos
propósitos son loables, pero no tendrán valor a menos que se lleven resueltamente a cabo. Muchos se
perderán aunque esperaron y desearon ser cristianos, pero no hicieron esfuerzos fervientes; por lo tanto, serán
pesados en la balanza y hallados faltos. La voluntad debe ejercerse en la debida dirección diciendo: Quiero ser
un cristiano consagrado. Quiero conocer la longitud, la anchura, la altura y la profundidad del amor perfecto.
Escuchad las palabras de Jesús: ‘Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia porque ellos serán
hartos’ (Mateo 5:6). Cristo ha hecho amplia provisión para satisfacer el alma que tiene hambre y sed de justicia.
{MGD 34.3}

“Debiéramos meditar en las Escrituras, pensando seria y sinceramente en las cosas que atañen a nuestra
salvación eterna. La infinita misericordia y amor de Jesús, el sacrificio hecho por nosotros, exigen una seria y
solemne reflexión. Debiéramos espaciarnos en el carácter de nuestro querido Redentor e Intercesor.
Debiéramos procurar comprender el significado del plan de salvación. Debiéramos meditar en la misión de
Aquel que vino para salvar a su pueblo de sus pecados. Nuestra fe y amor se fortalecerán a través de la
contemplación de los temas celestiales. Nuestras oraciones serán más y más aceptables a Dios porque estarán
más y más mezcladas con fe y amor. Serán más inteligentes y fervorosas.” {MGD 34.4}

“La espada del Espíritu, que es la Palabra de Dios.” La Palabra de Dios no es solamente un “yelmo de salvación”,
sino que es también descrita como “la espada del Espíritu.”

“Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir
el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón.”
(Heb. 4:12)

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La Palabra de Dios penetra hasta partir nuestra alma pues revela nuestros horribles defectos de carácter y nos
revela—como si fuera un espejo—cómo somos realmente ante la Ley y ante Dios. La Palabra de Dios nos
muestre que la Ley condena no sólo el acto, sino también “discierne los pensamientos y las intenciones del
corazón”, condena hasta lo más profundo de nuestro ser, hasta el mismísimo estado de ser. La Palabra de Dios
nos muestra que todos debemos dar cuenta en un Juicio con Libros abiertos donde toda nuestra vida será
examinada pues todos tenemos una posición legal delante de Dios: estamos rechazados, bajo condenación y
separados de Dios.

“El fin de todo el discurso oído es este: Teme a Dios, y guarda sus mandamientos; porque esto es el todo del
hombre. Porque Dios traerá toda obra a juicio, juntamente con toda cosa encubierta, sea buena o sea mala.”
(Ec. 12:13-14)

“Estuve mirando hasta que fueron puestos tronos, y se sentó un Anciano de días, cuyo vestido era blanco como
la nieve, y el pelo de su cabeza como lana limpia; su trono llama de fuego, y las ruedas del mismo, fuego
ardiente. Un río de fuego procedía y salía de delante de él; millares de millares le servían, y millones de millones
asistían delante de él; el Juez se sentó, y los libros fueron abiertos.” (Dn. 7:9-10)

Es en ese sentido que la Palabra de Dios es una espada en las manos del Espíritu Santo, pues la utiliza para
desvestirnos de nuestra justicia propia, para revelarnos nuestra enfermedad del pecado que ha contaminado
toda nuestra naturaleza “desde la planta del pie hasta la cabeza no hay en él cosa sana, sino herida, hinchazón
y podrida llaga; no están curadas, ni vendadas, ni suavizadas con aceite” (Is. 1:6).

Pero no es su intención dejarnos en ese estado de sumida desesperación y desesperanza, pues la intención de
Dios es que al vernos a nosotros mismos como Dios nos ve: “desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo”
(Ap. 3:17) tengamos una sincera necesidad de Cristo—de su justicia perfecta para que seamos aceptados, de
su sangre derramada en la cruz para el perdón de nuestros pecados, de su sacerdocio en el Santuario
Celestial—necesidad de la misericordia del Padre que “atribuye justicia sin obras” (Ro. 4:6), “justifica al impío”
(Ro. 4:5) declarándole justo en virtud de la justicia de Cristo; y finalmente tengamos necesidad de que como
resultado nos sea dado al Agente Regenerador, quien ya no sólo nos continua convenciendo de pecado, sino
que también puede capacitarnos para desarrollar un nuevo carácter semejante al de Cristo y la obediencia
verdadera voluntaria.

Debemos meditar que el hecho de que la Palabra de Dios sea descrita como una “espada” no significa que
tenemos licencia para lastimar con nuestro carácter no santificado a quienes presentamos las verdades
sagradas.

Ev pg. 175.4 – “¿Y cuál será la conducta que deberán seguir los abogados de la verdad? Poseen la Palabra de
Dios eterna e inmutable y deberán dar a conocer el hecho de que tienen la verdad tal como fue revelada por
Jesús. Sus palabras no deben ser ásperas ni hirientes. En su presentación de la verdad deben manifestar el
amor, la humildad y mansedumbre de Cristo. Deben dejar que la verdad sea la que corte; la Palabra de Dios
es como una espada aguda de dos filos, y se abrirá paso hasta el corazón. Los que saben que poseen la verdad
no deberán, mediante el uso de expresiones duras y severas, dar a Satanás la oportunidad de tergiversar el
espíritu con que hablan.”

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La Palabra de Dios llega también a ser una “espada” en manos del verdadero cristiano que ha entrado en la
batalla de la fe. La Palabra de Dios es un arma en contra de las falsas doctrinas de los agentes de Satanás. Es
una arma contra la salvación por obras, contra el farisaísmo, contra el legalismo y contra el antinomianismo.
Es la única una arma que puede vencer contra todos los vinos de Babilonia. La Biblia debe ser nuestra norma
de vida y la única base de nuestra creencias y toda nuestra fe. ¡Sola Scriptura!

Testimonios para la Iglesia tomo 4, pg. 408.2 – “Es preciso dejar a un lado el fanatismo. Los engaños satánicos
de nuestro tiempo deben ser rebatidos con claridad e inteligencia mediante la espada del Espíritu, la palabra
de Dios.” {4TI 408.2}

Mente Carácter y Personalidad tomo 1, pg. 99.3 – “Familiarizarse con las Escrituras agudiza la capacidad de
discernimiento y fortalece el alma contra los ataques de Satanás. La Biblia es la espada del Espíritu, que nunca
dejará de vencer al adversario. Es el único y verdadero guía en todos los asuntos de fe y de práctica. La razón
por la cual Satanás tiene tanto control sobre la mente y el corazón de los hombres, es porque no han hecho de
la Palabra de Dios su consejera, y todos sus caminos no han sido probados mediante la prueba verdadera. La
Biblia nos mostrará el curso que debemos seguir para llegar a ser los herederos de la gloria”. {1MCP 99.3}

4TI pg. 433.1 – “En la Biblia encontramos el infalible consejo de Dios. Sus enseñanzas, cuando se ponen en
práctica, hacen que los hombres sean adecuados para todas las situaciones de responsabilidad. Es la voz de
Dios que habla al alma cada día. ¡Con cuánta atención deberían estudiar los jóvenes la palabra de Dios y
atesorar sus pensamientos en el corazón para que sus preceptos puedan llegar a gobernar toda la conducta!
Nuestros jóvenes ministros, y aquellos que durante un tiempo han predicado, muestran una notable
deficiencia en la comprensión de las Escrituras. La obra del Espíritu Santo debe consistir en iluminar el
entendimiento oscurecido, fundir el corazón soberbio y de piedra, subyugar al transgresor rebelde y salvarlo
de las influencias corruptoras del mundo. La oración de Cristo por sus discípulos fue: ‘Santifícalos en tu verdad;
tu palabra es verdad’. Juan 17:17. La espada del Espíritu, la palabra de Dios, traspasa el corazón del pecador
y lo corta en pedazos. La teoría de la verdad, cuando se repite sin que su sagrada influencia se sienta en el
corazón del orador, no tiene fuerza sobre los oyentes, sino que la rechazan como un error y el orador es
responsable de la pérdida de almas. Debemos asegurarnos de que nuestros ministros sean hombres
convertidos, sencillos, mansos y de corazón humilde. El ministerio necesita un cambio decidido. Es preciso un
examen crítico al respecto de las cualidades de un ministro. Dios dirigió a Moisés para que adquiriera
experiencia en la asunción de responsabilidades, aprendiera a reflexionar, fuera tierno y solícito con su
rebaño, de manera que, como fiel pastor, pudiera estar listo para cuando Dios lo llamase para hacerse cargo
de su pueblo. Es esencial que los que entran en la gran obra de predicar la verdad, tengan una experiencia
similar. Para llevar las almas a la fuente de la vida el predicador debe beber antes de esa agua. Debe ver el
infinito sacrificio del Hijo de Dios para salvar al hombre caído y su propia alma debe estar imbuida del espíritu
de amor inmortal. Si Dios nos asigna una dura tarea debemos llevarla a cabo sin murmurar. Si la senda es difícil
y peligrosa, es el plan de Dios que la sigamos humildemente y clamemos a él para que nos dé fuerza. Debemos
aprender una lección de la experiencia de algunos de nuestros ministros que no han conocido nada que se
pueda comparar a dificultades y tribulaciones, aunque ellos mismos se consideren mártires. Todavía deben
aprender a aceptar con gratitud el camino escogido por Dios, recordando al Autor de nuestra salvación. La obra
del ministro debe ser llevada a cabo con más honestidad, energía y celo que las depositadas en los negocios ya
que esta es tarea más sagrada y el resultado más importante. El trabajo diario debería registrarse en los libros

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del cielo como ‘bien hecho’; de manera que si no se dispusiese de un nuevo día para trabajar, la obra estuviese
perfectamente acabada. Nuestros ministros, en especial los jóvenes, deberían llevar a cabo la preparación
necesaria para poder desempeñar correctamente la solemne obra y prepararse para la compañía de los ángeles
puros. Para que estar en el cielo sea estar en casa, aquí debemos atesorar el cielo en nuestros corazones. Si
este no es nuestro caso, será difícil que tengamos nuestra parte en la obra de Dios.

“El ministerio está corrompido por ministros que no se han santificado. A menos que el modelo para el
ministerio sea más elevado y más espiritual, la verdad del evangelio se debilitará más y más. El rico suelo de
un jardín representa la mente humana. A menos que se cultive adecuadamente, la cizaña y las zarzas de la
ignorancia se apoderarán de ella. Es preciso cultivar la mente y el corazón a diario. Descuidarlos abrirá el
camino al mal. Cuantas más capacidades naturales otorga Dios a una persona, tanto mayor es la mejora que
se le exige y mayor es su responsabilidad en el uso del tiempo y sus talentos para honra y gloria de Dios. La
mente no debe permanecer adormecida. Si no se ejercita en la adquisición de nuevos conocimientos, se
hundirá en la ignorancia, la superstición y la fantasía. Si no se cultivan las facultades intelectuales como se
debiera para la honra y gloria de Dios, serán poderosas ayudas para llevar a la perdición.” {4TI 434.1}

1MS pg. 369.2 – “No puede jactarse de la victoria el que se reviste de la armadura, pues tiene todavía que
pelear la batalla y ganar la victoria. El que soporte hasta el fin, es el que será salvo. Dice el Señor: “Si
retrocediere, no agradará a mi alma”. Hebreos 10:38. Si no avanzamos de victoria en victoria, el alma
retrogradará para la perdición. No debiéramos erigir normas humanas por las cuales medir el carácter. Hemos
visto suficiente de lo que los hombres llaman perfección aquí abajo. La santa ley de Dios es la única cosa por la
cual podemos determinar si estamos caminando de acuerdo con él, o no. Si somos desobedientes, nuestros
caracteres no están en armonía con la norma de gobierno moral de Dios, y es una falsedad que digamos: ‘Estoy
salvado’. No está salvado ningún transgresor de la ley de Dios, la cual es el fundamento del gobierno divino en
el cielo y en la tierra.”

“Y Saúl vistió a David con sus ropas, y puso sobre su cabeza un casco de bronce, y le armó de coraza. Y ciñó
David su espada sobre sus vestidos, y probó a andar, porque nunca había hecho la prueba. Y dijo David a Saúl:
Yo no puedo andar con esto, porque nunca lo practiqué. Y David echó de sí aquellas cosas.” (1 Sa. 17:38-39)

Saúl—un hombre de mayor edad en relación a David, y por lo tanto con más experiencia—vio en David a un
joven ingenuo sin experiencia en la batalla y decidió colocarle su propia armadura de combate pensando así
protegerlo. Si David hubiese aceptado la armadura de combate de Saúl, hubiese fracasado, pues David debía
colocarse la armadura de Dios y no la armadura de ningún hombre. Este es un ejemplo de que los obreros de
mayor edad y experiencia que ayudan a los más jóvenes no deben intentar colocar su propia armadura de
combate en los más jóvenes, tratando de dirigir sus vidas, sus pensamientos e ideas. El ser humano es falible,
puede equivocarse, y si tratamos de imponer nuestras interpretaciones y opiniones en los demás, como si
fueran doctrina, entonces se hace un gran mal, pues debemos enseñar a los hombres a depender de Dios
infalible en lugar del hombre falible.

Ev pg. 496.2 – “Dios nunca se propuso que el juicio y los planes de una sola persona fuesen considerados
como supremos. El dice: Sois obreros juntamente con Dios. No se dedique ninguna persona a reprimir ni a
desanimar. No procure colocar su armadura sobre su hermano, porque él no la ha probado... Y los pastores
nunca debieran copiar los gestos, los hábitos, las actitudes, las expresiones ni los tonos de voz de ningún

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hombre. No deben convertirse en la sombra de nadie, en pensamiento, en sentimiento, en planificación ni en


la ejecución del gran todo. Si Dios os ha hecho pastores del rebaño también os ha dado las calificaciones
necesarias para llevar a cabo esa obra.”

ATO pg. 284.4 – “Que aquellos que tienen responsabilidades recuerden que es el Espíritu Santo quien realiza
la tarea de moldear. Es el Señor quien controla. No debemos tratar de forjar según nuestras propias ideas a
aquellos por quienes trabajamos. Debemos dejar que Cristo realice esta labor. El no sigue modelo humano
alguno. Actúa de acuerdo con su propia mente y espíritu.”

“Apacentad la grey de Dios que está entre vosotros, cuidando de ella, no por fuerza, sino voluntariamente;
no por ganancia deshonesta, sino con ánimo pronto; no como teniendo señorío sobre los que están a vuestro
cuidado, sino siendo ejemplos de la grey. Y cuando aparezca el Príncipe de los pastores, vosotros recibiréis la
corona incorruptible de gloria.” (1 Pe. 5:2-4)

Liderazgo Cristiano pg. 40.4 – “No debemos desanimarnos si aparecen cosas de naturaleza molesta. No permita
que surjan sus pasiones. Domínese a sí mismo. No permita que su propia paz se vea perturbada cuando
ocurran cosas que parecen inexplicables, que parecen no estar en armonía con el gran Libro Consejero.
Recuerde que a su lado hay un Testigo, un Mensajero celestial que es su amparo y fortaleza. Puede escapar a
ella y encontrar seguridad. Pero una palabra de represalia destruirá su propia paz y su confianza en Dios. ¿A
quién se dañó? A sí mismo. ¿Quién fue el agraviado y herido? El Espíritu Santo de Dios. {LC 40.4}

“En toda ocasión ármese y equípese con un ‘Escrito está’. Dios es su armadura a su mano derecha y a su
izquierda. Puede que una multitud de palabras apresuradas busquen su expresión, pero dígase ‘No, no. No
colocaré mis pies en el terreno de Satanás. No sacrificaré mi paz y honor como hijo de Dios. Me mantendré
en el sendero seguro, bien cerca de Jesús, quien ha hecho tanto por mí...’ {LC 41.1}

“Y el filisteo venía andando y acercándose a David, y su escudero delante de él. Y cuando el filisteo miró y vio
a David, le tuvo en poco; porque era muchacho, y rubio, y de hermoso parecer. Y dijo el filisteo a David: ¿Soy
yo perro, para que vengas a mí con palos? Y maldijo a David por sus dioses.” (1 Sa. 17:41-43)

PP pg. 701/1 – “El gigante avanzó audazmente, esperando encontrarse con el más poderoso de los guerreros
de Israel. Su escudero iba delante de él, y parecía que nada podía resistirle. Cuando se acercó a David, no vio
sino un zagalillo, llamado mancebo a causa de su juventud. El semblante de David era rosado de salud; y su
cuerpo bien proporcionado, sin protección de armadura, se destacaba ventajosamente; no obstante, entre su
figura juvenil y las macizas proporciones del filisteo, había un marcado contraste.” PP54 701.1

“Entonces dijo David al filisteo: Tú vienes a mí con espada y lanza y jabalina; mas yo vengo a ti en el nombre de
Jehová de los ejércitos, el Dios de los escuadrones de Israel, a quien tú has provocado. Jehová te entregará hoy
en mi mano, y yo te venceré, y te cortaré la cabeza, y daré hoy los cuerpos de los filisteos a las aves del cielo y
a las bestias de la tierra; y toda la tierra sabrá que hay Dios en Israel. Y sabrá toda esta congregación que Jehová
no salva con espada y con lanza; porque de Jehová es la batalla, y él os entregará en nuestras manos.” (1 Sa.
17:45-47)

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David como figura de Cristo


David fue un tipo o figura de Cristo en varios de sus aspectos positivos. En los puntos relacionados a lo que
hemos venido estudiando se puede notar por ejemplo que David fue enviado al campo de batalla donde
estaban sus hermanos por su padre Isaí, y David fue al campo de batalla llevando presentes para sus hermanos
(1 Sa. 17:17). Cristo—el Hijo de Dios—fue enviado por Dios Padre a esta tierra (Jn. 6:40)—campo de batalla de
Satanás (Jn. 14:30)—para salvar a sus hermanos—la raza caída descendiente del primer Adán. Jesús
permaneció oculto por un tiempo en la casa de su reputado padre terrenal, pero cuando el tiempo fue
cumplido salió y fue claramente reconocido como el enviado de Dios (Mr. 1:14-15), llevando innumerables
regalos en sus manos (Lc. 4:18-19), como embajador de la misericordia y del amor del Padre hacia aquellos a
quienes no se avergüenza de llamar sus hermanos (Heb. 2:11).

Cuando David llegó al campo de batalla donde se encontraban sus hermanos, estos no lo recibieron con amor,
respeto y gratitud—y a pesar de que les traía dádivas, sino que más bien lo trataron con rudeza, ira, falta de
respeto, y desprecio inmerecido. Cargaron sobre él amargas acusaciones por el simple hecho de que David
habló la verdad y buscó el honor de su Padre Celestial (1 Sa. 17:28). Esto es una sombra a la manera en que
nuestro Señor Jesús, el Hijo de David, fue abusado y maltratado. A los suyos vino, y los suyos no le recibieron
(Jn. 1:11). Aunque se acercó a ellos con palabras de ternura, ellos le respondieron con palabras de desprecio
(Is. 53:3). Por sus bendiciones le devolvieron maldiciones; por el pan del cielo le devolvieron piedras (Jn. 10:31).
Nunca un hermano, “el primogénito entre muchos hermanos” (Ro. 8:29), fue tan maltratado por el resto de la
casa. La parábola de los labradores malvados se cumplió con Cristo. Sabemos que está escrito que el dueño de
la viña pensó: “Tendrán respeto a mi hijo” (Mt. 21:37); pero, al contrario, éstos dijeron: “Este es el heredero;
venid, matémosle, y apoderémonos de su heredad” (Mt. 21:38). Jesús fue tratado con rudeza por sus
hermanos, a quienes vino a bendecir, sanar y rescatar.

Ante la rudeza y provocación de sus hermanos, David respondió con gran dulzura. No devolvió mal por mal, ni
maldición por maldición (1 Pe. 3:9), sino que con mucha gentileza soportó su grosería. En esto nos proporcionó
una vaga imagen de nuestro amado Maestro, quien, cuando fue injuriado, se mantuvo manso e inofensivo
como paloma (Mt. 10:16). “Considerad a aquel que sufrió tal contradicción de pecadores contra sí mismo”
(Heb. 12:3). Su única respuesta, incluso ante los golpes que iban a producir su muerte, fue: “Padre, perdónalos,
porque no saben lo que hacen” (Lc. 23:34). Sin embargo, a pesar de todo sus padecimientos, ninguna palabra
de ira salió de sus labios. Cristo podría haber dicho como David: “¿Qué he hecho yo ahora?” (1 Sa. 17:29). Sin
embargo, poco habló en su propia defensa; más bien “angustiado él, y afligido, no abrió su boca; como cordero
fue llevado al matadero; y como oveja delante de sus trasquiladores, enmudeció, y no abrió su boca” (Is. 53:7).

“Salió entonces del campamento de los filisteos un paladín, el cual se llamaba Goliat, de Gat, y tenía de altura
seis codos y un palmo.” (1 Sa. 17:4)

Goliat es llamado en el hebreo original un Intermediario o Representante de los filisteos, en lugar de “paladín”
o “campeón” como se lee en la traducción al español en la versión Reina Valera 1960. Esto es muy significativo
ya que entonces David se presentó a la batalla como el Representante de los israelitas. De un lado se encuentra
el ejército de los filisteos, y del otro lado el ejército de Israel. Todo un valle se extiende y divide a los dos
grupos. Goliat dice: "Representaré a Filistea. Yo soy el intermediario. En lugar de que todas las bases se
presenten personalmente en la lucha, aparezco como el representante de mi nación, como el mediador.

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Escoged ustedes también un Representante que venga y compita conmigo. En lugar de que la batalla sea entre
los individuos que componen los respectivos ejércitos, que dos hombres representativos decidan en terrible
duelo la cuestión en debate”.

Esta es una figura y sombra del gran conflicto entre Cristo y Satanás. La raza humana ha caído en pecado debido
a su primer representante—el primer Adán—por causa de Satanás (Ro. 5:12-19). Luego de la caída de nuestros
primeros padres, Dios puso en marcha el plan de redención (Gn. 3:15): el Hijo de Dios vendría a la tierra como
Hombre para ser el nuevo Representante de la raza humana—el postrer o segundo Adán (1 Co. 15:45). Vino
como Hombre a esta tierra maldita y manchada por el pecado, al campo de batalla donde el primer
representante de la raza humana fue vencido por Satanás, y salió tres veces vencedor: vencedor en la vida,
vencedor en la muerte y vencedor en la resurrección.

“Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he
vencido al mundo.” (Jn. 16:33)

La vida de obediencia perfecta y perpetua que Cristo desarrolló en esta tierra como Hombre es toda completa
y suficiente para que podamos ser aceptados en el Amado. Su sangre derramada en la cruz es plenamente
suficiente para que nuestros pecados puedan ser perdonados. Su intercesión en el Santuario Celestial es el
medio por el cual podemos tener acceso al trono de la gracia para recibir oportuno socorro. Cristo triunfó sobre
el pecado y sobre Satanás, y gracias a su victoria nosotros también podemos salir vencedores. Gracias a Él,
podemos llegar a ser hijos de Dios, pueblo de Dios, y recuperar el derecho a la vida eterna.

“Por lo cual puede también salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios, viviendo siempre para
interceder por ellos.” (Heb. 7:25)

David derrota a Goliat


“Y aconteció que cuando el filisteo se levantó y echó a andar para ir al encuentro de David, David se dio prisa,
y corrió a la línea de batalla contra el filisteo. Y metiendo David su mano en la bolsa, tomó de allí una piedra, y
la tiró con la honda, e hirió al filisteo en la frente; y la piedra quedó clavada en la frente, y cayó sobre su rostro
en tierra.” (1 Sa. 17:48-49)

Tomando en cuenta la batalla entre David y Goliat como figura y sombra del conflicto entre Cristo y Satanás,
en la victoria de David vemos prefigurada la victoria del segundo Adán, el Hijo de Dios, e hijo de David, sobre
Satanás.

Para que Cristo como Hombre pudiera ser el Segundo Adán, tenía que ser engendrado con la misma naturaleza
santa, sin mancha de pecado, con la que fue creado el Primer Adán. Es por esto que no podía ser engendrado
por varón y mujer contaminados y manchados por el pecado, porque entonces sería engendrado con la misma
naturaleza depravada que cualquier otro descendiente de Adán y Eva caídos en el pecado. El Segundo Adán
fue engendrado por Dios Espíritu Santo, y fue engendrado santo, sin mancha de pecado.

“Y ahora, concebirás en tu vientre, y darás a luz un hijo, y llamarás su nombre JESÚS. Este será grande, y será
llamado Hijo del Altísimo; y el Señor Dios le dará el trono de David su padre; y reinará sobre la casa de Jacob
para siempre, y su reino no tendrá fin. Entonces María dijo al ángel: ¿Cómo será esto? pues no conozco varón.

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Respondiendo el ángel, le dijo: El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su
sombra; por lo cual también el Santo Ser que nacerá, será llamado Hijo de Dios.” (Lc. 1:31-35)

“El nacimiento de Jesucristo fue así: Estando desposada María su madre con José, antes que se juntasen, se
halló que había concebido del Espíritu Santo. José su marido, como era justo, y no quería infamarla, quiso
dejarla secretamente. Y pensando él en esto, he aquí un ángel del Señor le apareció en sueños y le dijo: José,
hijo de David, no temas recibir a María tu mujer, porque lo que en ella es engendrado, del Espíritu Santo es.
Y dará a luz un hijo, y llamarás su nombre JESÚS, porque él salvará a su pueblo de sus pecados. Todo esto
aconteció para que se cumpliese lo dicho por el Señor por medio del profeta, cuando dijo: He aquí, una virgen
concebirá y dará a luz un hijo, Y llamarás su nombre Emanuel, que traducido es: Dios con nosotros.” (Mt. 1:18-
23)

“Porque tal sumo sacerdote nos convenía: santo, inocente, sin mancha, apartado de los pecadores, y hecho
más sublime que los cielos.” (Heb. 7:26)

“Nos convenía” que Cristo viniese a la tierra como Hombre en una naturaleza humana “santa sin mancha” de
pecado, pues la Ley demanda que seamos santos sin mancha de pecado (1 Pe. 1:15-16). La Ley condena nuestro
estado de ser manchado y contaminado por el pecado, de lo contrario no hubiese sido necesario que Cristo
fuese engendrado santo por Dios Espíritu Santo en el vientre de María, y Dios hubiese permitido que su
naturaleza humana fuese engendrada, como todos nosotros, por sus padres humanos José y María.

Apenas la humanidad sin mancha de pecado del Segundo Adán fue engendrada por Dios Espíritu Santo en el
vientre de María, Satanás inició la batalla intentado eliminar al Salvador de la raza caída. Para este fin utilizó
las armas que siempre utiliza: la fuerza y el poder civil.

“Herodes entonces, cuando se vio burlado por los magos, se enojó mucho, y mandó matar a todos los niños
menores de dos años que había en Belén y en todos sus alrededores, conforme al tiempo que había inquirido
de los magos.” (Mt. 2:16)

Pero Satanás fracasó en su miserable intento pues un ángel de Dios advirtió a José y María de sus funestos
planes.

“Después que partieron ellos, he aquí un ángel del Señor apareció en sueños a José y dijo: Levántate y toma al
niño y a su madre, y huye a Egipto, y permanece allá hasta que yo te diga; porque acontecerá que Herodes
buscará al niño para matarlo.” (Mt. 1:13)

DTG pg. 89.3 – “Grandes eran para el mundo los resultados que estaban en juego en el conflicto entre el
Príncipe de la Luz y el caudillo del reino de las tinieblas. Después de inducir al hombre a pecar, Satanás reclamó
la tierra como suya, y se llamó príncipe de este mundo. Habiendo hecho conformar a su propia naturaleza al
padre y a la madre de nuestra especie, pensó establecer aquí su imperio. Declaró que el hombre le había
elegido como soberano suyo. Mediante su dominio de los hombres, dominaba el mundo. Cristo había venido
para desmentir la pretensión de Satanás. Como Hijo del hombre, Cristo iba a permanecer leal a Dios. Así se
demostraría que Satanás no había obtenido completo dominio de la especie humana, y que su pretensión al
reino del mundo era falsa. Todos los que deseasen liberación de su poder, podrían ser librados. El dominio
que Adán había perdido por causa del pecado, sería recuperado.

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“Desde el anunció hecho a la serpiente en el Edén: ‘Y enemistad pondré entre ti y la mujer, y entre tu simiente
y la simiente suya’ (Génesis 3:15), Satanás sabía que no ejercía dominio absoluto sobre el mundo. Veía en los
hombres la obra de un poder que resistía a su autoridad. Con intenso interés, consideró los sacrificios
ofrecidos por Adán y sus hijos. En esta ceremonia discernía el símbolo de la comunión entre la tierra y el cielo.
Se dedicó a interceptar esta comunión. Representó falsamente a Dios, así como los ritos que señalaban al
Salvador. Los hombres fueron inducidos a temer a Dios como a un ser que se deleitaba en la destrucción. Los
sacrificios que debían revelar su amor, eran ofrecidos únicamente para apaciguar su ira. Satanás excitaba las
malas pasiones de los hombres a fin de asegurar su dominio sobre ellos. Cuando fue dada la palabra escrita de
Dios, Satanás estudió las profecías del advenimiento del Salvador. De generación en generación, trabajó para
cegar a la gente acerca de esas profecías, a fin de que rechazase a Cristo en ocasión de su venida. {DTG 89.4}

“Al nacer Jesús, Satanás supo que había venido un Ser comisionado divinamente para disputarle su dominio.
Tembló al oír el mensaje del ángel que atestiguaba la autoridad del Rey recién nacido. Satanás conocía muy
bien la posición que Cristo había ocupado en el cielo como amado del Padre. El hecho de que el Hijo de Dios
viniese a esta tierra como hombre le llenaba de asombro y aprensión. No podía sondear el misterio de este
gran sacrificio. Su alma egoísta no podía comprender tal amor por la familia engañada. La gloria y la paz del
cielo y el gozo de la comunión con Dios, eran débilmente comprendidos por los hombres; pero eran bien
conocidos para Lucifer, el querubín cubridor. Puesto que había perdido el cielo, estaba resuelto a vengarse
haciendo participar a otros de su caída. Esto lo lograría induciéndolos a menospreciar las cosas celestiales, y
poner sus afectos en las terrenales.” {DTG 90.1}

DTG pg. 91.1 – “Satanás vio que debía vencer o ser vencido. Los resultados del conflicto significaban
demasiado para ser confiados a sus ángeles confederados. Debía dirigir personalmente la guerra. Todas las
energías de la apostasía se unieron contra el Hijo de Dios. Cristo fue hecho el blanco de toda arma del infierno.

“Muchos consideran este conflicto entre Cristo y Satanás como si no tuviese importancia para su propia vida;
y para ellos tiene poco interés. Pero esta controversia se repite en el dominio de todo corazón humano. Nunca
sale uno de las filas del mal para entrar en el servicio de Dios, sin arrostrar los asaltos de Satanás. Las
seducciones que Cristo resistió son las mismas que nosotros encontramos tan difíciles de resistir. Le fueron
infligidas en un grado tanto mayor cuanto más elevado es su carácter que el nuestro. Llevando sobre sí el
terrible peso de los pecados del mundo, Cristo resistió la prueba del apetito, del amor al mundo, y del amor a
la ostentación que conduce a la presunción. Estas fueron las tentaciones que vencieron a Adán y Eva, y que tan
fácilmente nos vencen a nosotros. {DTG 91.2}

“Satanás había señalado el pecado de Adán como prueba de que la ley de Dios era injusta, y que no podía ser
acatada. En nuestra humanidad, Cristo había de resarcir el fracaso de Adán. Pero cuando Adán fue asaltado
por el tentador, no pesaba sobre él ninguno de los efectos del pecado. Gozaba de una plenitud de fuerza y
virilidad, así como del perfecto vigor de la mente y el cuerpo. Estaba rodeado por las glorias del Edén, y se
hallaba en comunión diaria con los seres celestiales. No sucedía lo mismo con Jesús cuando entró en el desierto
para luchar con Satanás. Durante cuatro mil años, la familia humana había estado perdiendo fuerza física y
mental, así como valor moral; y Cristo tomó sobre sí las flaquezas de la humanidad degenerada. Únicamente
así podía rescatar al hombre de las profundidades de su degradación.” {DTG 91.3}

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“Cristo tomó sobre sí las flaquezas de la humanidad degenerada.” Cristo como Hombre tomó sobre sí los
efectos del pecado en lo que se refiere a DEGENERACIÓN. Degeneración no es lo mismo que depravación.
Degeneración significa deterioro o envejecimiento, significa decaimiento; mientras que depravación significa
pervertir, adulterar o viciar. Si a un vaso de leche le agregamos veneno, la leche está adulterada, pervertida,
pues su contenido ha cambiado totalmente—dejó de ser leche común y corriente y pasó a ser leche
envenenada y mortal. En cambio si dejamos que la leche con el pasar del tiempo se degenere, es decir, que
vaya perdiendo su calidad original, al final la leche se pudre. La depravación es inmediata, mientras que la
degeneración toma tiempo. Es por eso que Ellen G. White, hablando de degeneración dice “durante cuatro mil
años, la familia humana había estado perdiendo fuerza física y mental, así como valor moral.” Aquí NO está
hablando de naturaleza con mancha de pecado, de egoísmo, ni de maldad. El Primer Adán, además de ser
originalmente santo y sin mancha, tenía una altura gigante en comparación con los hombres de nuestro
tiempo, tenía una fuerza física mayor en relación a los hombres de nuestro tiempo, tenía una capacidad mental
y una memoria muchísimo mayor que la de los hombres de nuestro tiempo. A través de los miles de años la
raza humana se ha DEGENERADO y en ese sentido ha disminuido su estatura, su capacidad física y mental, y
hasta su longevidad. La Ley no condena que un ser humano sea bajo de estatura, débil físicamente, o necesite
usar lentes por causa de su ojo degenerado, ni nada que tenga que ver con degeneración. Es por esto que
Cristo pudo tomar la degeneración humana en su propia humanidad. Pero, como la Ley sí condena la
depravación, la naturaleza pecaminosa, Cristo como Hombre fue engendrado santo, sin mancha de pecado por
Dios Espíritu Santo. La Ley no condena el ojo degenerado—que necesita usar lentes, pero sí condena el ojo
depravado—el ojo adúltero (Job 24:15; Mt. 5:27-28).

Cuando el Primer Adán fue vencido por Satanás en el huerto del Edén tenía muchísimas ventajas sobre Cristo.
El Primer Adán estaba libre de depravación y libre de degeneración. El Primer Adán vivía en una naturaleza y
en un mundo libre de contaminación del pecado. El Primer Adán no se cansaba ni física ni mentalmente. El
Primer Adán no sufría ni hambre ni sed. El Primer Adán no vivía rodeado de gente que lo odiaba, le insultaba,
y constantemente buscaba para acosarle y matarle. El Primer Adán no vivía rodeado de tentaciones. Había un
único lugar—el árbol de la ciencia del bien y del mal—donde podía ser tentado, y si se hubiese mantenido
completamente alejado de este lugar, nunca hubiese sido tentado.

El Segundo Adán triunfó sobre Satanás con muchísimas desventajas en comparación con el Primer Adán. Cristo
estaba libre de depravación, pero no estaba libre de degeneración. Cristo vivía en una naturaleza santa (Lc.
1:35), pero en un mundo contaminado y maldito por el pecado (Gn. 3:17-19). Cristo se cansaba física y
mentalmente (Jn. 4:16; Lc. 22:44). Cristo sufrió de hambre y sed (Mt. 21:18; Jn. 4:7). Cristo vivió rodeado de
gente que lo odiaba, le insultaba, y constantemente le buscaban para acosarle y matarle (Jn. 7:32; 8:59; 10:31;
Mr. 3:22; 7:1-2; Mt. 26:67-68). Cristo vivió rodeado de tentaciones (Mt. 4:3; 16:1; 22:35; Mr. 8:11; 10:2; Lc.
11:16). No había un solo lugar donde Satanás no fuera para estorbar la obra de Cristo.

Comentario Bíblico 7ª, pg. 444 – “Cristo vino a la Tierra, tomó la humanidad y se presentó como representante
del hombre para mostrar que, en el conflicto con Satanás, el hombre, tal como Dios lo creó, unido al Padre y
al Hijo, podía obedecer todos los requerimientos divinos. A Cristo se lo llama el segundo Adán. En pureza y
santidad, conectado con Dios y amado por Dios. Comenzó donde el primer Adán había comenzado.
Voluntariamente recorrió el terreno donde Adán cayó, y redimió el fracaso de Adán. Al llegar el cumplimiento
del tiempo debía revelarse en forma humana. Tenía que ocupar su lugar a la cabeza de la humanidad mediante

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106

la toma de la naturaleza humana pero no la pecaminosidad del hombre. Cuando Cristo inclinó la cabeza y
murió, derribó por tierra junto con él las columnas del reino de Satanás. Venció a Satanás en la misma
naturaleza sobre la cual Satanás había obtenido la victoria en el Edén. El enemigo fue vencido por Cristo en
su naturaleza humana.”

Comentario Bíblico 7ª, pg. 445 – “Sean cuidadosos, sumamente cuidadosos en cómo se ocupan de la naturaleza
humana de Cristo. No lo presenten ante la gente como un hombre con tendencia al pecado. Él es el segundo
Adán. El primer Adán fue creado como un ser puro y sin pecado, sin mancha de pecado sobre él; era la imagen
de Dios. Podía caer, y cayó por la transgresión. Por causa del pecado su posteridad nació con propensiones
inherentes a la desobediencia. Pero Jesucristo era el unigénito Hijo de Dios. Tomó sobre sí la naturaleza
humana, y fue tentado en todo sentido como es tentada la naturaleza humana. Podía haber pecado; podía
haber caído, pero en ningún momento hubo en él inclinación alguna al mal. Fue asediado por las tentaciones
en el desierto como lo fue Adán por las tentaciones en el Edén.”

Desde su engendramiento hasta su muerte, Cristo como Hombre venció pues nunca cometió pecado, nunca
cedió a la tentación. Mantuvo su naturaleza santa pura y perfecta. Desarrolló un carácter perfecto y vivió una
vida justa. Fue así que cuando terminó de preparar la verdadera ofrenda que es su vida de obediencia perfecta
y perpetua a la Ley de Dios pudo declarar triunfalmente: “Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis
paz. En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo.” (Jn. 16:33)

DTG pg. 433.2 – “‘¿Quién de vosotros me convence de pecado? Y si digo la verdad, ¿por qué no me creéis?’
(Jn. 8:46). Día tras día, durante tres años los enemigos de Cristo le habían seguido, procurando hallar alguna
mancha en su carácter. Satanás y toda la confederación del maligno habían estado tratando de vencerle; pero
nada habían hallado en él de lo cual sacar ventaja. Hasta los demonios estaban obligados a confesar: ‘Sé quién
eres, el Santo de Dios’ (Mr. 1:24). Jesús vivió la ley a la vista del cielo, de los mundos no caídos y de los hombres
pecadores. Delante de los ángeles, de los hombres y de los demonios, había pronunciado sin que nadie se las
discutiese palabras que, si hubiesen procedido de cualesquiera otros labios, hubieran sido blasfemia: ‘Yo, lo
que a él agrada, hago siempre’ (Jn. 8:29).”

Luego de haber desarrollado la verdadera ofrenda—la justicia perfecta por la cual el hombre puede ser
aceptado o justificado—nuestro Señor Jesús se dirigió al huerto del Getsemaní donde como Hombre tenía que
tomar la decisión de ser el Garante y Sustituto en la muerte segunda de la raza caída. Como Dios, Cristo ya
había tomado esa decisión “desde tiempos eternos” (Ro. 16:25; Col. 1:26). Pero ahora debía tomar la decisión
como Hombre. Y Satanás acudió a la última batalla con Cristo para que no tome esa decisión.

DTG pg. 637.5 – “Sintiendo quebrantada su unidad con el Padre, temía que su naturaleza humana no pudiese
soportar el venidero conflicto con las potestades de las tinieblas. En el desierto de la tentación, había estado
en juego el destino de la raza humana. Cristo había vencido entonces. Ahora el tentador había acudido a la
última y terrible lucha, para la cual se había estado preparando durante los tres años del ministerio de Cristo.
Para él, todo estaba en juego. Si fracasaba aquí, perdía su esperanza de dominio; los reinos del mundo llegarían
a ser finalmente de Cristo; él mismo sería derribado y desechado. Pero si podía vencer a Cristo, la tierra llegaría
a ser el reino de Satanás, y la familia humana estaría para siempre en su poder. Frente a las consecuencias
posibles del conflicto, embargaba el alma de Cristo el temor de quedar separada de Dios. Satanás le decía que

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si se hacía garante de un mundo pecaminoso, la separación sería eterna. Quedaría identificado con el reino
de Satanás, y nunca más sería uno con Dios.”

Satanás acudió al Getsemaní para pintar el cuadro más desalentador a Cristo. Le mencionó que uno de sus
propios discípulos le traicionaría, que su más ferviente discípulo le negaría tres veces, y que el pueblo que
profesaba ser pueblo de Dios le condenaría y finalmente le llevaría a la muerte. Como Satanás comprende la
posición legal del pecador, le dijo a Cristo que si el pecado de la raza caída le era imputado, Cristo también
quedaría rechazado, bajo condenación y separado de Dios para siempre.

Fue entonces, en aquella hora crítica, que el Padre envió “un ángel del cielo para fortalecerle” (Lc. 22:43). A
Cristo le fue recordado que sin un Garante y Sustituto en la muerte, la raza humana—tu y yo—abandonados a
la condenación de la muerte segunda, tendríamos que desaparecer para siempre, como si nunca hubiésemos
existido. Y como Cristo en su humanidad santa tenía el don sobrenatural del amor, aceptó su bautismo de
sangre y decidió hacer propiciación por la raza pecadora. En el Getsemaní Cristo tomó la decisión pagar mi
deuda y tu deuda impagable, sufrir la penalidad de la Ley que a ti y a mí nos corresponde. Satanás fracasó en
su intento de evitar que Cristo como Hombre tomara la decisión de ser el Garante y Sustituto de la raza
humana.

“Y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte
de cruz.” (Fil. 2:8)

Satanás fracasó en su intento de evitar que Cristo fuera el Garante y Sustituto en la muerte segunda del
hombre, así que su siguiente intento inútil fue el de evitar que resucitara para evitar que ejerciera su Sacerdocio
en el Santuario Celestial. Para este fin utilizó a los líderes religiosos y al poder civil nuevamente. Por instrucción
de los sacerdotes una gran piedra fue colocada delante de la tumba. A la piedra le pusieron sogas y finalmente
la roca fue sellada con el sello romano. La piedra no podía ser movida sin que se rompiese el sello de Roma.
Luego una guardia de cien soldados fue colocada fuera de la tumba para evitar cualquier intento de abrir la
tumba. Pero era imposible que el Santo Ser que nunca cayó en pecado pudiera ser retenido por la muerte, por
una roca, ni por un ejército romano.

“A éste, entregado por el determinado consejo y anticipado conocimiento de Dios, prendisteis y matasteis por
manos de inicuos, crucificándole; al cual Dios levantó, sueltos los dolores de la muerte, por cuanto era
imposible que fuese retenido por ella.” (Hch. 2:23-24)

Cristo salió de la tumba con paso de vencedor triunfando nuevamente sobre Satanás.

En la cruz del calvario el Reino de la Gracia que había sido instituido en Génesis 3:15 como una promesa a la
caída de nuestros primeros padres, fue finalmente establecido y hecho una realidad con la muerte de Cristo
como Hombre. Con su vida, muerte y resurrección—el evangelio—Cristo como Hombre, el Segundo Adán,
venció totalmente a Satanás.

“Así venció David al filisteo con honda y piedra; e hirió al filisteo y lo mató, sin tener David espada en su
mano.” (1 Sa. 17:50)

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David no venció a Goliat con un escudo y una espada, sino un una honda y una piedra. A ningún otro guerrero
se le hubiera ocurrido elegir estar armas. Pero David no era un guerrero cualquiera, era un siervo del Altísimo.

Hasta el día de hoy, en la gran batalla de Jesucristo contra los poderes de las tinieblas, la batalla no se gana
utilizando espada y yelmo, sino con las piedras lisas del arroyo. La simple predicación del evangelio junto con
la Ley de Dios, es lo que humilla y vence a Goliat hasta nuestros días. En vano es para la iglesia pensar que
obtendrá la victoria mediante la riqueza, el rango, la autoridad civil, o los razonamientos y filosofías humanas.
Sólo en el poder de Dios debemos confiar. “No con ejército, ni con fuerza, sino con mi Espíritu” (Zac. 4:6), dice
el Señor Jehová de los ejércitos. La predicación de la cruz, que es “locura a los que se pierden” (1 Co. 1:18), es
sin embargo, para nosotros que creemos en Cristo, “poder de Dios y sabiduría de Dios” (1 Co. 1:18-19).

David venció a Goliat, no con espada sino con una roca. Todos debemos caer sobre la Roca que es Cristo, para
ser quebrantados, antes que podamos ser levantados por Cristo. Debemos despojarnos de toda justicia propia
antes que podamos acudir a Jesús—Justicia nuestra.

FO pg. 59.2 – “Cada uno de nosotros debe caer sobre la Roca y ser quebrantado. ¿Habrá alguno que
mantendrá su obstinación? ¿Habrá alguno que se aferrará a su justificación propia? ¿Habrá alguno que no
alcanzará a ver la hermosura de Cristo? ¿Hay aquí un corazón que no se subyugará por el amor de Jesús?
¿Retendrá alguno una partícula de amor propio?”

DTG pg. 39.1 – “‘He aquí—había dicho Simeón,—éste es puesto para caída y para levantamiento de muchos
en Israel; y para señal a la que será contradicho’ (Lc. 2:34). Deben caer los que quieren volverse a levantar.
Debemos caer sobre la Roca y ser quebrantados, antes que podamos ser levantados en Cristo. El yo debe ser
destronado, el orgullo debe ser humillado, si queremos conocer la gloria del reino espiritual. Los judíos no
querían aceptar la honra que se alcanza por la humillación. Por lo tanto, no quisieron recibir a su Redentor. Fue
una señal contradicha.”

DTG pg. 551.1 – “Para todos los que creen, Cristo es el fundamento seguro. Estos son los que caen sobre la
Roca y son quebrantados. Así se representan la sumisión a Cristo y la fe en él. Caer sobre la Roca y ser
quebrantado es abandonar nuestra justicia propia e ir a Cristo con la humildad de un niño, arrepentidos de
nuestras transgresiones y creyendo en su amor perdonador. Y es asimismo por la fe y la obediencia cómo
edificamos sobre Cristo como nuestro fundamento.

“Sobre esta piedra viviente pueden edificar por igual los judíos y los gentiles. Es el único fundamento sobre
el cual podemos edificar con seguridad. Es bastante ancho para todos y bastante fuerte para soportar el peso
y la carga del mundo entero. Y por la comunión con Cristo, la piedra viviente, todos los que edifican sobre este
fundamento llegan a ser piedras vivas. Muchas personas se modelan, pulen y hermosean por sus propios
esfuerzos, pero no pueden llegar a ser “piedras vivas,” porque no están en comunión con Cristo. Sin esta
comunión, el hombre no puede salvarse. Sin la vida de Cristo en nosotros, no podemos resistir los embates de
la tentación. Nuestra seguridad eterna depende de nuestra edificación sobre el fundamento seguro.
Multitudes están edificando hoy sobre fundamentos que no han sido probados. Cuando caiga la lluvia, brame
la tempestad y vengan las crecientes, su casa caerá porque no está fundada sobre la Roca eterna, la principal
piedra del ángulo, Cristo Jesús.” {DTG 551.2}

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LA CAÍDA DE DAVID
David, a diferencia de la humanidad de Cristo, era un humano con una naturaleza manchada y contaminada
con el pecado al igual que cualquiera de nosotros descendientes de la simiente de la mujer y el hombre caídos
y contaminados por el pecado. A pesar de que David era un hombre templo del Espíritu Santo, dentro de David
existía todavía “el pecado que mora” (Ro. 7:17) en todos los hijos de Adán, atestado por naturaleza de “toda
injusticia, fornicación, perversidad, avaricia, maldad; llenos de envidia, homicidios, contiendas, engaños y
malignidades; murmuradores, detractores, aborrecedores de Dios, injuriosos, soberbios, altivos, inventores de
males, desobedientes a los padres, necios, desleales, sin afecto natural, implacables, sin misericordia” (Ro.
1:29-31). El Espíritu Santo como Habitante puede subyugar Ro. 7:17 y Ro. 1:29-31, pero no lo elimina del ser
humano. El Espíritu Santo como Habitante “pone esa enemistad” prometida en Gen. 3:15 y la “amistad” de Job
22:21 que consiste de los dones sobrenaturales de Ga. 5:22-23, para que esta nueva naturaleza divina pueda
combatir con su enemigo—aquella naturaleza depravada de Ga. 5:19-21—y el hombre pueda volver a estar en
armonía con Dios.

Como el Enemigo conoce que en el verdadero cristiano todavía existe esta naturaleza pecaminosa, él presenta
sus trampas y tentaciones diseñadas para hacer caer a cada uno de nosotros. Si el cristiano se descuida tan
solo un segundo y deja de velar, su caída es segura. Eso fue tristemente lo que le ocurrió a David.

“Aconteció al año siguiente, en el tiempo que salen los reyes a la guerra, que David envió a Joab, y con él a sus
siervos y a todo Israel, y destruyeron a los amonitas, y sitiaron a Rabá; pero David se quedó en Jerusalén. Y
sucedió un día, al caer la tarde, que se levantó David de su lecho y se paseaba sobre el terrado de la casa real;
y vio desde el terrado a una mujer que se estaba bañando, la cual era muy hermosa. Envió David a preguntar
por aquella mujer, y le dijeron: Aquella es Betsabé hija de Eliam, mujer de Urías heteo.” (2 Sa. 11:1-3)

PP pg. 775/1 – “La Biblia tiene poco que decir en alabanza de los hombres. Dedica poco espacio a relatar las
virtudes hasta de los mejores hombres que jamás hayan vivido. Este silencio no deja de tener su propósito y
su lección. Todas las buenas cualidades que poseen los hombres son dones de Dios; realizan sus buenas
acciones por la gracia de Dios manifestada en Cristo. Como lo deben todo a Dios, la gloria de cuanto son y
hacen le pertenece sólo a él; ellos no son sino instrumentos en sus manos.

“Además, según todas las lecciones de la historia bíblica, es peligroso alabar o ensalzar a los hombres; pues si
uno llega a perder de vista su total dependencia de Dios, y a confiar en su propia fortaleza, caerá
seguramente. El hombre lucha con enemigos que son más fuertes que él. ‘No tenemos lucha contra sangre y
carne; sino contra principados, contra potestades, contra señores del mundo, gobernadores de estas tinieblas,
contra malicias espirituales en los aires’ (Efesios 6:12). Es imposible que nosotros, con nuestra propia
fortaleza, sostengamos el conflicto; y todo lo que aleje a nuestra mente de Dios, todo lo que induzca al
ensalzamiento o a la dependencia de sí, prepara seguramente nuestra caída. El tenor de la Biblia está
destinado a inculcarnos desconfianza en el poder humano y a fomentar nuestra confianza en el poder divino.
{PP54 775.2}

“El espíritu de confianza y ensalzamiento de sí fue el que preparó la caída de David. La adulación y las sutiles
seducciones del poder y del lujo, no dejaron de tener su efecto sobre él. También las relaciones con las
naciones vecinas ejercieron en él una influencia maléfica. Según las costumbres que prevalecían entre los

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soberanos orientales de aquel entonces, los crímenes que no se toleraban en los súbditos quedaban impunes
cuando se trataba del rey; el monarca no estaba obligado a ejercer el mismo dominio de sí que el súbdito.
Todo esto tendía a aminorar en David el sentido de la perversidad excesiva del pecado. Y en vez de confiar
humilde en el poder de Dios, comenzó a confiar en su propia fuerza y sabiduría. {PP54 775.3}

“Tan pronto como Satanás pueda separar el alma de Dios, la única fuente de fortaleza, procurará despertar
los deseos impíos de la naturaleza carnal del hombre. La obra del enemigo no es abrupta; al principio no es
repentina ni sorpresiva; consiste en minar secretamente las fortalezas de los principios. Comienza en cosas
aparentemente pequeñas: la negligencia en cuanto a ser fiel a Dios y a depender de él por completo, la
tendencia a seguir las costumbres y prácticas del mundo.” {PP54 776.1}

“Satanás… procura despertar los deseos impíos de la naturaleza carnal del hombre”—aun en el verdadero
cristiano que, como David, es templo del Espíritu Santo. “Comienza en cosas aparentemente pequeñas” pues,
como está escrito: “El que es fiel en lo muy poco, también en lo más es fiel; y el que en lo muy poco es injusto,
también en lo más es injusto” (Lc. 16:10).

“Y sucedió un día, al caer la tarde, que se levantó David de su lecho y se paseaba sobre el terrado de la casa
real” (2 Sa. 11:2). Este relato nos sirve de advertencia que es justamente en los momentos de comodidad,
ociosidad y prosperidad, momentos cuando la mente no se encuentra ocupada, que el tentador aprovecha la
oportunidad de distraer nuestra mente. “He aquí que esta fue la maldad de Sodoma tu hermana: soberbia,
saciedad de pan, y abundancia de ociosidad tuvieron ella y sus hijas; y no fortaleció la mano del afligido y del
menesteroso” (Ez. 16:49). Una mente ocupada en el trabajo o en el estudio, así sea de carácter secular, está
mejor resguardada de los asaltos de Satanás que una mente vaga y desocupada. Es por este motivo que Dios
aún en el Edén y aún antes de su caída, le dio al hombre su trabajo en el huerto para mantenerlo ocupado.

“Y envió David mensajeros, y la tomó; y vino a él, y él durmió con ella. Luego ella se purificó de su inmundicia,
y se volvió a su casa. Y concibió la mujer, y envió a hacerlo saber a David, diciendo: Estoy encinta. Entonces
David envió a decir a Joab: Envíame a Urías heteo. Y Joab envió a Urías a David. Cuando Urías vino a él, David
le preguntó por la salud de Joab, y por la salud del pueblo, y por el estado de la guerra. Después dijo David a
Urías: Desciende a tu casa, y lava tus pies. Y saliendo Urías de la casa del rey, le fue enviado presente de la
mesa real. Mas Urías durmió a la puerta de la casa del rey con todos los siervos de su señor, y no descendió a
su casa. E hicieron saber esto a David, diciendo: Urías no ha descendido a su casa. Y dijo David a Urías: ¿No has
venido de camino? ¿Por qué, pues, no descendiste a tu casa? Y Urías respondió a David: El arca e Israel y Judá
están bajo tiendas, y mi señor Joab, y los siervos de mi señor, en el campo; ¿y había yo de entrar en mi casa
para comer y beber, y a dormir con mi mujer? Por vida tuya, y por vida de tu alma, que yo no haré tal cosa.”
(2 Sa. 11:4-11)

David, un siervo de Dios y templo del Espíritu Santo cometió adulterio. Por este acto no dejó de ser templo del
Espíritu Santo. ¿Por qué no dejó de ser templo del Espíritu Santo? ¿Acaso no cometió un pecado terrible? Pues
sí, cometió un pecado terrible. Un pecado acentuado por el hecho de que David tenía el cargo y responsabilidad
de ser rey sobre Israel y escogido por Dios.

Lo primero que debemos entender es que cuando David fue ungido y escogido por Dios, este fue un acto de
GRACIA, de MISERICORDIA, porque Dios justifica “al que no obra, sino cree en aquel que justifica al impío, su

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fe le es contada por justicia” (Ro. 4:5). David, como cualquier otro hijo de Adán, era por naturaleza pecador,
no merecía ser aceptado, perdonado y ungido con el Espíritu Santo por un mérito en sí mismo, sino que estos
dones le fueron concedidos por GRACIA. Aun antes de cometer adulterio, David ya tenía una posición legal de
rechazado, bajo condenación y separado de Dios, desde su engendramiento. Es en virtud de un Sustituto en la
vida, Garante y Sustituto en la muerte y un Mediador prometido, que recibió el bautismo del Espíritu Santo.
David tenía que tener fe en una aceptación y un perdón en la promesa de Aquel que viniendo a la tierra como
Hombre sería “herido en el calcañar” pero que finalmente heriría mortalmente a la serpiente en la cabeza (Gen.
3:15).

Entonces, cuando David cometió adulterio con Betsabé no es que recién entonces pasó a estar rechazado, bajo
condenación y separado de Dios. No fue que recién después de cometer adulterio se convirtió en pecador. Ya
era pecador y su adulterio fue la manifestación externa de una naturaleza depravada que ya poseía esa
inclinación. El adulterio no fue algo externo que lo contaminó, sino que era algo interno que estaba por
naturaleza ya dentro de él y que en ese momento halló su manifestación externa el momento en que David
cedió a la tentación.

“Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos, los adulterios, las
fornicaciones, los homicidios.” (Mr. 7:21)

El momento precioso en que David nació de nuevo, por gracia y no por méritos propios, le fue otorgado de
Dios Espíritu Santo una nueva naturaleza, un nuevo corazón, con los dones de Gálatas 5:22-23. David fue
capacitado para desarrollar un nuevo carácter a la semejanza divina y fue capacitado para desarrollar una
obediencia verdadera y voluntaria. Pero el momento que David nació de nuevo, su naturaleza carnal
contaminada de “adulterios, fornicaciones, y homicidios” (Mr. 7:21) NO FUE ELIMINADA. El Espíritu Santo como
Agente Regenerador puede subyugar al “viejo hombre” (Ef. 4:22), y al crear los principios celestiales de Ga.
5:22-23 en el ser humano, crea esa “enemistad” de Gen. 3:15 entre la naturaleza divina y la naturaleza carnal,
para que en el creyente se produzca esa lucha interna de la cual el apóstol Pablo habla en Romanos 7:14-25.

Que David, como cualquiera de nosotros, tuviese una naturaleza humana manchada y contaminada con
“adulterios, fornicaciones, y homicidios” (Mr. 7:21) no es una excusa para su pecado con Betsabé, porque David
había sido ungido y capacitado para subyugar esa inclinación y para vencer sobre ese pecado que mora en él.
Al hablar de la naturaleza humana y el estado de ser de pecadores, jamás quiere decir que esto es una excusa
para dar rienda suelta al pecado que mora en nosotros. Pero, la justicia que desarrollamos es santificación. En
lo que se refiere a justificación—la justicia por la cual somos aceptados por Dios—ahí sí que es IMPOSIBLE que
podamos ser aceptados teniendo “adulterios, fornicaciones, homicidios” (Mr. 7:21) y todo Ro. 1:29-31 por
naturaleza en nosotros mismos.

“El arca e Israel y Judá están bajo tiendas, y mi señor Joab, y los siervos de mi señor, en el campo; ¿y había yo
de entrar en mi casa para comer y beber, y a dormir con mi mujer?”—Esta fue la respuesta de Urías, el esposo
de Betsabé, cuando David intentó hacer que Urías fuese a su casa para dormir con su mujer, y así pensar que
el hijo que ella esperaba era de Urías y no de David. Qué contraste entre David y Urías. Mientras David se
encontraba cómodo sin ningún trabajo que realizar, cayó en la tentación y el pecado. Urías, en cambio, era un
hombre responsable, diligente y trabajador. Urías no podía estar cómodo en su casa mientras el pueblo de Dios
estaba en el campo de batalla.

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En su desesperación, David intentó inclusive embriagar a Urías para que este fuere a su casa a dormir con su
mujer (2 Sa. 11:13), pero todo fue inútil. David iba hundiéndose cada vez más en el pecado hasta que
finalmente quedó convencido que lo único que quedaba era matarlo, pues de lo contrario, David tendría que
morir por haber cometido adulterio. Que engañoso y perverso es el corazón natural del ser humano (Jer. 17:9).
Cuando el hombre rechaza el trabajo del Espíritu Santo desciende cada vez más hacia lo satánico. David nunca
se imaginó que lo que comenzó por algo que no parecía nada grave, como la vagancia, la flojera, y el echar
miradas sensuales, llegaría a repercutir en adulterio, y finalmente en asesinato. David trazó un plan para
asesinar a Urías sin mancharse él mismo las manos de sangre. Pero en los registros del Santuario Celestial, la
sangre de Urías manchaba ya el Libro de Malas Obras de David. Sus manos estaban limpias de sangre, pero su
corazón estaba manchado de asesinato.

“Venida la mañana, escribió David a Joab una carta, la cual envió por mano de Urías. Y escribió en la carta,
diciendo: Poned a Urías al frente, en lo más recio de la batalla, y retiraos de él, para que sea herido y muera.”
(1 Sa. 11:14-15)

PP pg. 779/3 – “Betsabé observó los acostumbrados días de luto por su marido; y cuando terminaron, ‘envió
David y recogióla a su casa: y fue ella su mujer’ (2 Sa. 11:27). Aquel que antes tenía tan sensible la conciencia
y alto el sentimiento del honor que no le permitían, ni aun cuando corría peligro de perder su propia vida,
levantar la mano contra el ungido del Señor, se había rebajado tanto que podía agraviar y asesinar a uno de
sus más valientes y fieles soldados, y esperar gozar tranquilamente el premio de su pecado. ¡Ay! ¡Cuánto se
había envilecido el oro fino! ¡Cómo había cambiado el oro más puro!

“Desde el principio, Satanás ha venido presentando a los hombres un cuadro de las ganancias que pueden
obtenerse por la transgresión. Así sedujo a los ángeles. Así tentó a Adán y a Eva a que pecaran. Y así sigue
todavía apartando a las multitudes de la obediencia a Dios. Representa el camino de la transgresión como
apetecible; ‘empero su fin son caminos de muerte’ (Proverbios 14:12). ¡Felices aquellos que, habiéndose
aventurado en ese camino, aprenden cuán amargos son los frutos del pecado, y se apartan de él a tiempo! En
su misericordia, Dios no dejó a David abandonado para que fuese atraído a la ruina total por los premios
engañosos del pecado.” {PP54 779.1}

“Y pasado el luto, envió David y la trajo a su casa; y fue ella su mujer, y le dio a luz un hijo. Mas esto que David
había hecho, fue desagradable ante los ojos de Jehová.” (1 Sa. 11:27)

CONVICCIÓN DE PECADO Y ARREPENTIMIENTO DE DAVID


Fue entonces que Dios intervino para reprender y restaurar a David. No hizo esto únicamente por misericordia
y justicia a David, sino también por misericordia y justicia a todo el pueblo de Israel. Al reprender a su siervo,
el Señor reprende y disciplina a todo su pueblo para que todos aprendamos de los pecados y errores del
prójimo. Especialmente cuando el que tiene una posición de liderazgo cae en error o en pecado, es necesario
que sea disciplinado prontamente pues de lo contrario los que observan al líder con respeto pueden llegar a
creer que ese error o pecado es algo bueno que Dios permite y aprueba. Esto también nos enseña que debemos
tener afecto y respeto por los líderes, pero bajo ninguna manera debemos defender o esconder sus errores,
defectos de carácter o pecados. De lo contrario, ese defecto de carácter, ese pecado acariciado, se esparcirá
como pólvora por todo el pueblo, y es más fácil corregir a una sola persona que corregir a todo un pueblo.

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“Así que, no los temáis; porque nada hay encubierto, que no haya de ser manifestado; ni oculto, que no haya
de saberse.” (Mt. 10:26)

PP pg. 779/2 – “También por causa de Israel era necesario que Dios interviniera. Con el transcurso del tiempo
se fue conociendo el pecado de David para con Betsabé, y se despertó la sospecha de que él había planeado la
muerte de Urías. Esto redundó en deshonor para el Señor. El había favorecido y ensalzado a David, y el pecado
de éste representaba mal el carácter de Dios, y echaba oprobio sobre su nombre. Tendía a rebajar las normas
de la piedad en Israel, a aminorar en muchas mentes el aborrecimiento del pecado, mientras que
envalentonaba en la transgresión a los que no amaban ni temían a Dios.”

Fue el profeta Natán el encargado de llevar el mensaje de amonestación a David. Y en el mensaje tenemos una
lección acerca de cómo es la manera correcta de amonestar a una persona para cooperar con Dios en su
restauración. El profeta no lanzó cualquier palabra dura y tosca proveniente de un corazón natural sin amor y
sin misericordia. El mensaje fue dado con sabiduría y tacto, ideado de tal manera que ayudara al oyente a
percatarse de su pecado y conducirlo al arrepentimiento. Si el mensaje hubiese sido dado de manera
desconsiderada, esto podría haber suscitado la rebeldía natural del corazón de David. Pero el mensaje fue
ideado para despertar el razonamiento de David, antes que sus sentimientos. Es más fácil ver los pecados y
defectos de otros antes que los nuestros. Es más fácil gritar al aire los pecados que otros hacen, pero qué difícil
es examinar nuestro propio corazón para descubrir nuestros horribles defectos de carácter, pues por
naturaleza somos fariseos. El mensaje del profeta ilustraba el pecado de David pero no le inculpaba
directamente, sino que la historia era sobre la injusticia de una persona similar a David. Al hacer esto, David
quedó airado por el pecado del prójimo y dictó una sentencia justa. Fue entonces que el Espíritu Santo, con la
ayuda del profeta, le abrió los ojos para que David vea que él era el pecador que él mismo había condenado.

“Entonces se encendió el furor de David en gran manera contra aquel hombre, y dijo a Natán: Vive Jehová,
que el que tal hizo es digno de muerte. Y debe pagar la cordera con cuatro tantos, porque hizo tal cosa, y no
tuvo misericordia. Entonces dijo Natán a David: Tú eres aquel hombre…” (2 Sa. 12:5-7)

“Se encendió el furor de David en gran manera contra aquel hombre.” Qué fácil es odiar al prójimo al que
consideramos perdido pecador en comparación con nosotros santos sin pecado. Por naturaleza odiamos al
pecador, pero amamos al pecado. Fácilmente condenamos al prójimo que consideramos peor que nosotros, y
el orgullo natural dice: “Dios, te doy gracias porque no soy como los otros hombres” (Lc. 18:11). Pero debemos
tener claro, que no es el orgulloso fariseo, sino el humilde publicano, el que recibe la aceptación de Dios (Lc.
18:14).

“Vive Jehová, que el que tal hizo es digno de muerte.” La paga del pecado es muerte (Ro. 6:23) y muerte
segunda (Ap. 21:8). Apenas el primer Adán fue creado se le dio conocimiento de la Ley de Dios y se le advirtió
que la condenación de la Ley es muerte (Gn. 2:17). La Biblia no dice que la paga del pecado es sufrir tormento
eternamente, pues deja claro que el pecador dejará de existir para siempre debido a que el ser creado es
meramente mortal, y no existe una “alma inmortal” a modo de “energía activa” como un “fantasma” dentro
del hombre. La paga del pecado es muerte segunda, el pecador dejará de existir como ser integral, “para
siempre dejarás de ser” (Ez. 27:36).

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“Porque he aquí, viene el día ardiente como un horno, y todos los soberbios y todos los que hacen maldad
serán estopa; aquel día que vendrá los abrasará, ha dicho Jehová de los ejércitos, y no les dejará ni raíz ni
rama.” (Mal. 4:1)

“Y debe pagar la cordera con cuatro tantos, porque hizo tal cosa, y no tuvo misericordia.” David manifestó un
conocimiento de la justicia y de la misericordia de Dios. David entendía lo que la Ley santa justa y buena
demandaba, y también tenía claro que Dios es justo y misericordioso al mismo tiempo. David manifestó que el
hombre de la historia del profeta “no tuvo misericordia”, pero sin embargo él mismo fue quien no tuvo
misericordia de Urías. Así de terrible es el espíritu fariseo. Por mucho conocimiento de la Ley y del carácter de
Dios, manifiesta un carácter opuesto, y está completamente ciego a su condición. Esto es una lección para
todos nosotros de que podemos tener el conocimiento teórico del carácter perfecto de Dios—justo y
misericordioso—pero en la práctica, en nuestra propia vida y en nuestro propio carácter, con nuestros hechos,
palabras, miradas, expresiones, echamos por tierra aquello que profesamos creer. Nos enorgullecemos de
poseer este conocimiento, como si el conocimiento en sí tuviera valor alguno delante de Dios. Tratamos mal a
los que no tienen este conocimiento, poniendo en evidencia que ese conocimiento no ha santificado nuestro
corazón. Nuestro conocimiento es pura letra muerta y por lo tanto nuestras palabras son “como címbalo que
retiñe” pues carecen de amor (1 Co. 13:1).

“Porque la palabra de Dios es viva y eficaz.” (Heb. 4:12)

Reflejemos a Jesús, pg. 103.3 – “La verdad es delicada, refinada, elevada. Cuando moldea el carácter, el alma
crece bajo su influencia divina. Cada día la verdad ha de ser recibida en el corazón. Así comemos las palabras
de Cristo, que según El declara, son espíritu y son vida. La aceptación de la verdad hará de cada receptor un
hijo de Dios, un heredero del cielo. La verdad que es apreciada de corazón no es letra fría y muerta sino un
poder viviente.” {RJ 103.3}

PP pg. 779/3 – “El profeta Natán recibió órdenes de llevar un mensaje de reprensión a David. Era un mensaje
terrible en su severidad. A pocos soberanos se les podría haber dirigido una reprensión sin que el mensajero
perdiese la vida. Natán transmitió la sentencia divina sin vacilación, aunque con tal sabiduría celestial que
despertó la simpatía y la conciencia del rey y le indujo a que con sus labios emitiera su propia sentencia de
muerte. Apelando a David como al guardián divinamente designado para proteger los derechos de su pueblo,
el profeta le relató una historia de agravio y opresión que exigía justicia y castigo.”

“Así ha dicho Jehová, Dios de Israel: Yo te ungí por rey sobre Israel, y te libré de la mano de Saúl, y te di la casa
de tu señor, y las mujeres de tu señor en tu seno; además te di la casa de Israel y de Judá; y si esto fuera poco,
te habría añadido mucho más. ¿Por qué, pues, tuviste en poco la palabra de Jehová, haciendo lo malo delante
de sus ojos?” (2 Sa. 12:7-9)

El corazón natural del hombre está contaminado con el veneno mortal del egoísmo y por lo tanto nunca está
satisfecho, siempre desea tener más. En el mensaje de Dios vemos que lo primero que desea es abrir los ojos
de David para que vea las bendiciones abundantes que Dios le había proveído por gracia. Dios nos ha dado
todo a pesar de que no merecemos nada más que la paga del pecado que es muerte. Luego de que nuestros
primeros padres pecaron Dios bien pudiera haber aplicado lo que había advertido en Génesis 2:17, podía haber
destruido a este mundo con sus habitantes y crear un nuevo mundo con nuevos seres que lo poblaran. Pero la

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115

justicia y la misericordia intervinieron en Génesis 3:15 cuando nos enteramos que la paga del pecado sí será
aplicada por justicia, pero por misericordia sobre un sustituto y garante en la muerte. La Ley sigue demandando
obediencia perfecta y una naturaleza sin mancha de pecado, requerimientos que el ser caído no puede
satisfacer en sí mismo, pero Dios vendría a la tierra con una humanidad libre de mancha de pecado para
desarrollar la obediencia perfecta que satisface las demandas de la Ley. Por el pecado el hombre caído ha
quedado separado de Dios, pero existe un Mediador que puede intervenir entre Dios y la raza pecadora.

Es así que no merecemos absolutamente nada, ni siquiera una molécula del aire que respiramos, pero Dios nos
da todo lo que tenemos. Pero como nuestros ojos están depravados y ciegos respecto a nuestro estado de ser,
somos ingratos, y en lugar de agradecer a Dios dudamos, murmuramos, nos quejamos y pecamos contra su
Ley.

“Si esto fuera poco, te habría añadido mucho más.” El plan de redención fue trazado y se está llevando a cabo
para poder restaurar a la raza caída. El plan de salvación tiene por propósito que seamos aceptados,
perdonados y regenerados. Estas son las bendiciones mas increíbles que podemos recibir y Dios está más que
dispuesto a otorgárnoslas por su formidable gracia. Pero, como si esto fuera poco, nos da aún más que esto,
por gracia provee además para nosotros lo que necesitamos para nuestra vida pasajera en este mundo que es
simplemente la escuela de preparación para vida eterna. Nos da vida, salud, sustento diario. Nos da los bellos
atardeceres que sorprenden nuestros sentidos. Nos da el bello canto de los pájaros. Nos da la impotente
majestuosidad de las montañas, la quietud de los lagos, la belleza de las flores, y un sin fin de bendiciones para
que nuestra vida en este mundo contaminado por el pecado pueda ser alegre y favorable si estamos dispuestos
a responder con un corazón agradecido.

“No os afanéis, pues, diciendo: ¿Qué comeremos, o qué beberemos, o qué vestiremos? Porque los gentiles
buscan todas estas cosas; pero vuestro Padre celestial sabe que tenéis necesidad de todas estas cosas. Mas
buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas.” (Mt. 6:31-33)

“¿Por qué, pues, tuviste en poco la palabra de Jehová, haciendo lo malo delante de sus ojos?” Esas son las
tristes palabras de un Padre amoroso cuyo amor y cuyas bendiciones fueron despreciadas. Esas fueron las
palabras de Dios al primer Adán a quien le había dado todo, y que fue despreciado cuando el primer Adán
prefirió creer a un ser creado que no le había dado nada mas que puras mentiras. Esas son las palabras de Dios
a cada uno de nosotros cada vez que caemos en tentación y pecado, y ojalá que quedaran clavadas en nuestra
mente y corazón para que dejemos de ser ingratos. ¿Por qué, si Dios nos ha dado tantas bendiciones
inmerecidas, si Dios nos da todo, y ha puesto la vida eterna a nuestro alcance, continuamos despreciándolo y
deshonrándolo? Es porque por naturaleza no amamos a Dios, y es por esto que es necesario que Dios “cree un
corazón limpio” dentro de nosotros (Sal. 51:10), para que aprendamos a amar a Dios obedeciendo su Ley, pues
“el amor no hace mal al prójimo; así que el cumplimiento de la ley es el amor” (Ro. 13:10).

“A Urías heteo heriste a espada, y tomaste por mujer a su mujer, y a él lo mataste con la espada de los hijos de
Amón.” (2 Sa. 12:9)

Dios procede a declarar el pecado de David tal y como es sin excusas, sin agregar ni quitar nada, tal y como
está registrado en los libros del Santuario Celestial (Dn. 7:10). La amonestación es declarada con justicia y

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misericordia al mismo tiempo. Dios no deja de ser justo cuando es misericordioso, ni deja de ser misericordioso
cuando es justo.

“Por lo cual ahora no se apartará jamás de tu casa la espada, por cuanto me menospreciaste, y tomaste la
mujer de Urías heteo para que fuese tu mujer. Así ha dicho Jehová: He aquí yo haré levantar el mal sobre ti de
tu misma casa, y tomaré tus mujeres delante de tus ojos, y las daré a tu prójimo, el cual yacerá con tus mujeres
a la vista del sol.” (2 Sa. 12:10-11)

Nuestros pecados siempre traen consecuencias que nos afectan a nosotros y a todos a nuestro alrededor. Dios
perdona nuestros pecados—esto es misericordia, pero nosotros debemos cargar con sus consecuencias—esto
es justicia. Así como el pecado de nuestros primeros padres tuvieron consecuencias sobre toda su
descendencia, el pecado de David tuvo consecuencias sobre su descendencia.

“Porque tú lo hiciste en secreto; mas yo haré esto delante de todo Israel y a pleno sol.” (2 Sa. 12:12)

Desde la caída de nuestros primeros padres la mente humana ha quedado depravada y cegada a las cuestiones
espirituales. No tenemos un concepto claro de Dios y por lo tanto fácilmente adoramos imágenes de hombres
y animales como si fueran Dios. Hemos perdido el concepto que Dios es omnipresente, omnisapiente,
omnipotente y pensamos que podemos ocultar nuestros pecados y escondernos de Dios. Apenas cayeron en
pecado Adán y Eva trataron de esconderse de un Dios omnipresente y omnisapiente (Gen. 3:10), y toda su
descendencia manifestamos la misma ignorancia desde temprana edad, pensando que podemos ocultar
nuestros malos pensamientos y pecados.

“Entonces dijo David a Natán: Pequé contra Jehová.” (2 Sa. 2:13)

David confesó su pecado sin excusas ni justificaciones. Mientras que Saúl, al ser reprendido por el profeta
Samuel culpó al profeta y al pueblo (1 Sa. 13:11), David al ser reprendido por el profeta Natán confesó su culpa
y su pecado al punto. Apenas los labios del penitente arrepentido fueron pronunciadas, de Dios vino la
inmediata respuesta:

“Y Natán dijo a David: También Jehová ha remitido tu pecado; no morirás.” (2 Sa. 2:13)

David había pronunciado sentencia de muerte sobre sí mismo. David comprendió que la muerte era lo único
que merecía. Al entender esto, y pronunciar las palabras “pequé contra Jehová”, estaba sometiéndose a la
voluntad de Dios. Si Jehová tenía que aplicar la sentencia sobre David que él mismo había decretado, entonces
David se sometería a ello. Es por esto que en su misericordia Dios le dijo palabras de ánimo y confianza “no
morirás.” El perdón de Dios es gratuito para el alma verdaderamente arrepentida por su pecado, y el
arrepentimiento mismo es un don de Dios (Hch. 5:31). El corazón natural no tiene capacidad para arrepentirse
por sus pecados. El Espíritu Santo tiene que dar este don sobrenatural, y luego el agente humano debe aceptar
o rechazar la amonestación para poder ceder o rechazar al arrepentimiento. Al rechazar la amonestación y el
arrepentimiento, rechazamos el perdón gratuito de Dios.

Dios está listo para concedernos el perdón, no se hace esperar. Es el hombre el que demora su confesión y
arrepentimiento y más bien prefiere justificar su pecado, finalmente rechazando la gracia divina.

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“Mas por cuanto con este asunto hiciste blasfemar a los enemigos de Jehová, el hijo que te ha nacido
ciertamente morirá.” (2 Sa. 12:14)

Nuevamente se nos recuerda que Dios perdona nuestros pecados por misericordia, pero por justicia debemos
cargar con las consecuencias de nuestras acciones. Debemos cosechar lo que hemos sembrado. El hijo
producto del adulterio debe morir. El primogénito de David debe morir por su pecado. Quizás entonces David
e Israel aprendan por fin cuál es el resultado inevitable del pecado, y quizás entonces puedan sentir aprecio
por el hecho de que el Hijo de Dios siendo inocente debería pagar la deuda impagable de la raza culpable.

El castigo que David recibiría con la muerte de su primogénito fue puesto como una salvaguarda para que
cuando los hombres quisieran utilizaran el perdón a David como excusa para dar rienda suelta al pecado, este
castigo terrible sea evidencia de que el pecado de David no fue cosa pequeña que Dios pasó por alto.

David es perdonado por misericordia y el hijo producto del adulterio debe morir por justicia, pero también por
misericordia: primeramente misericordia por los israelitas que podían asumir que si el rey podía cometer
adulterio y asesinato ante los ojos de Dios impunemente, entonces el pueblo también podía dar rienda suelta
a sus pasiones libremente. En segundo lugar para los israelitas de todos los tiempos que al leer el perdón
inmediato de Dios tendrían una seguranza del perdón gratuito de Dios, pero al leer sobre la muerte del hijo
tendrían una advertencia de que el pecado siempre trae consecuencias.

Además el perdón gratuito e inmediato de Dios a David fue dado únicamente después de que David hubo
comprendido que la sentencia de muerte pendía sobre su propia cabeza, y al confesar “he pecado” demostró
estar dispuesto a sobrellevar el castigo. Por sus palabras y su accionar posterior se puede ver que en David
hubo verdadero arrepentimiento por su pecado. Es por esto que el perdón de Dios—de aquel que lee el corazón
y los pensamientos—fue inmediato. En cambio, cuando Saúl pecó contra Dios vez tras vez, y trató de practicar
el ritual simbólico buscando aceptación y perdón, no obtuvo respuesta de Dios (1 Sa. 14:35-37). Dios no otorga
el perdón a cualquiera que simplemente pide perdón sin siquiera tener convicción de pecado. Aquellos que al
leer el perdón inmediato de David pensando que ellos también pueden pecar libremente y que de todas
maneras obtendrán perdón de Dios deberían meditar seriamente en el caso de Saúl.

El comentario de Charles Spurgeon en su sermón 2918 sobre el pronto perdón de Dios hacia el pecado de David
es el siguiente:

“El perdón de un gran pecado es asombroso, pero el perdón de un gran pecado tan rápidamente —el perdón
que sigue inmediatamente a la confesión— es una de las cosas que deben consignarse como dignas de gratitud
especial en el corazón y de alabanza especial a Dios. Sin embargo, uno teme que, por la predicación de la
abundante misericordia de Dios al perdonar tan prontamente un gran pecado, algunos puedan ser inducidos
a tomar a la ligera el pecado. A menudo se ha planteado como objeción a la plena proclamación de la Gracia
de Dios, que esta tiende a llevar a pensar a los hombres que escapar del pecado es muy fácil y, como
consecuencia, les hace imaginar que el pecado, en sí mismo, no es algo tan mortal de lo que realmente es.
Ahora bien, no voy a negar que el antinomianismo es natural en el corazón humano y, como ha habido
hombres que han convertido la gracia de Dios en libertinaje en el pasado, también habrá, en el futuro,
hombres que utilizarán la misericordia de Dios como un argumento a favor de su pecado. Los que actúan así
se encuentran entre los peores pecadores, ‘cuya condenación es justa’, como escribió Pablo acerca de los que

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dijeron: ‘Hagamos el mal para que venga el bien’ (Ro. 3:8). He leído que una araña puede extraer veneno de la
misma flor de la cual una abeja extrae la miel, así que, seguramente, de la misma Verdad de Dios de la que un
corazón regenerado extrae razones para la santidad, se sabe que hombres no regenerados extraen excusas
para el pecado. Si lo hacen, sólo puedo decir que ‘no tienen excusa’ (Jn. 15:22). ¡Algunos han hecho que la
preciosa sangre de Jesucristo mismo sea para ellos sabor de muerte para muerte al usar la Doctrina de la
Expiación como excusa por sus transgresiones! Sin embargo, si lo hacen, ciertamente no es culpa de la Verdad
de Dios, ni de la infinita sabiduría y prudencia de Dios, porque Él, de muchas maneras notables, se ha ocupado
de poner salvaguardas en torno a Su misericordia gratuita. Él perdona y perdonará, bendito sea Su santo
nombre, y por mucho que los hombres perviertan Su misericordia, ¡Él no dejará de otorgar esa misericordia a
los pecadores! Él todavía continuará Su bondad amorosa, sin embargo, ha puesto salvaguardas en torno a la
Doctrina del perdón, y de las salvaguardas que ahora voy a hablar.”

En la experiencia de David podemos apreciar el orden y el procedimiento de Dios para poder otorgar el perdón.
El Señor se asegura de que David se de cuenta de la gravedad de su pecado, antes de que pudiera recibir
perdón. Esto nos enseña que el hombre no puede recibir perdón hasta que llegue a ser consciente de la
enormidad de su pecado. Para llegar a tener conocimiento de lo que es pecado, es necesario una Ley que nos
enseñe lo que es pecado, es necesario aceptar la vigencia de la Ley. Pues “yo no conocí el pecado sino por la
ley; porque tampoco conociera la codicia, si la ley no dijera: No codiciarás” (Ro. 7:7). Luego David fue inducido
a condenarse a sí mismo. David pronunció sentencia sobre sí mismo antes de poder ser perdonado. Esto nos
enseña que únicamente cuando el hombre comprende su posición legal ante Dios y se ve bajo condenación,
puede recibir la bendición. Así como Dios envió al profeta Samuel al rey Saúl, y al profeta Natán al rey David
para llevar su amonestación, Dios envía a su pueblo la Amonestación del Testigo Fiel como condición para que
podamos ser aceptados, perdonados y regenerados.

CONTRASTE CON EL REY EZEQUÍAS


“Entonces David rogó a Dios por el niño; y ayunó David, y entró, y pasó la noche acostado en tierra. Y se
levantaron los ancianos de su casa, y fueron a él para hacerlo levantar de la tierra; mas él no quiso, ni comió
con ellos pan.” (2 Sa. 12:16-17)

A David se le perdonó su pecado, pero su primogénito debía morir. Entonces David decidió hacer ayuno y
oración por su hijo. Parecería que es algo lógico y normal que un padre sufra sabiendo que por su pecado
sufriría su descendencia. Pero aún este pesar es sobrenatural en el ser humano. Hubo otro rey de Israel con el
que ocurrió algo muy similar, pero su conducta fue completamente distinta a la del rey David.

“He aquí vienen días en que será llevado a Babilonia todo lo que hay en tu casa, y lo que tus padres han
atesorado hasta hoy; ninguna cosa quedará, dice Jehová. De tus hijos que saldrán de ti, y que habrás
engendrado, tomarán, y serán eunucos en el palacio del rey de Babilonia.” (Is. 39:6-7)

Cuando el profeta Isaías acudió al rey Ezequías para informarle que como consecuencia de su pecado el pueblo
de Dios iría cautivo a Babilonia, y que de su descendencia serían eunucos en el palacio del rey de Babilonia, la
respuesta del rey fue:

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“Y dijo Ezequías a Isaías: La palabra de Jehová que has hablado es buena. Y añadió: A lo menos, haya paz y
seguridad en mis días.” (Is. 39:8)

En otras palabras, Ezequías respondió: “qué me importa lo que le suceda a mis hijos, con tal que a mi no me
pase nada malo.” Esta es la máxima expresión del egoísmo natural en el corazón del hombre, sin amor ni
misericordia por naturaleza para con sus hijos. Como consecuencia del pecado de Ezequías, no sólo un hijo,
sino que muchos hijos de Israel morirían a manos de los babilonios, y los restantes irían como esclavos a
Babilonia.

A David, en cambio, le pesó muchísimo que como consecuencia de su pecado su hijo debía morir. Por eso
estuvo días en ayuno y oración, su “fe actúo juntamente con sus obras” (Stg. 2:22), pues “la fe sin obras es
muerta” (Stg. 2:20).

“Mas David, viendo a sus siervos hablar entre sí, entendió que el niño había muerto; por lo que dijo David a sus
siervos: ¿Ha muerto el niño? Y ellos respondieron: Ha muerto. Entonces David se levantó de la tierra, y se lavó
y se ungió, y cambió sus ropas, y entró a la casa de Jehová, y adoró. Después vino a su casa, y pidió, y le
pusieron pan, y comió. Y le dijeron sus siervos: ¿Qué es esto que has hecho? Por el niño, viviendo aún, ayunabas
y llorabas; y muerto él, te levantaste y comiste pan. Y él respondió: Viviendo aún el niño, yo ayunaba y lloraba,
diciendo: ¿Quién sabe si Dios tendrá compasión de mí, y vivirá el niño? Mas ahora que ha muerto, ¿para qué
he de ayunar? ¿Podré yo hacerle volver? Yo voy a él, mas él no volverá a mí.” (2 Sa. 12:19-23)

Antes de que el niño muera, David lloraba, oraba y ayunaba. Pero después de que su hijo finalmente fue al
descanso, David dejó de ayunar y de llorar. Es muy diferente llorar las CAUSAS del pecado, que llorar las
CONSECUENCIAS del pecado. El arrepentimiento sobrenatural llora las causas del pecado que llevaron al Hijo
de Dios a morir en la cruz, mientras que el remordimiento natural llora las consecuencias del pecado
murmurando y quejándose contra Dios a quien le acusa de ser un juez injusto. David lloró porque su pecado le
iba a quitar la vida a un inocente, y antes de que la sentencia fuera llevada a cabo lloraba, ayunaba y oraba
para ver si el Juez del Universo revocaba dicha sentencia. Una vez que Dios cumplió su voluntad y el hijo fue al
descanso, seguir llorando significaba no aceptar la voluntad de Dios y daba a entender que David no
consideraba su pecado tan grave como para ser castigado de esa manera. Por esta razón, luego de la muerte
de su hijo David dejó de ayunar y de llorar para demostrar que él aceptaba la voluntad de Dios y la consideraba
justa y misericordiosa al mismo tiempo.

“Entonces David se levantó de la tierra, y se lavó y se ungió, y cambió sus ropas, y entró a la casa de Jehová, y
adoró.” Luego de lavarse y cambiarse, David fue a adorar a Dios. No quería dejar evidencia de sufrimiento y
dolor al ir a adorar al Juez Supremo. Y David decide adorar a Dios después de la muerte de su hijo. David no
deja de adorar a Dios por la muerte del niño, pues David entiende que su hijo murió por su propia culpa, no
por la culpa de Dios. Si David dejara de adorar a Dios, significaría que está molesto con Dios. ¿Y por qué iba a
estar molesto con Dios? ¿Fue acaso Dios el que cometió pecado? ¿Fue Dios quien quebrantó la Ley? Mejor
para David sería estar molesto consigo mismo por no haber tenido dominio propio y por haber quebrantado la
Ley de Dios.

Desde el principio de la creación Dios ha dejado claro cuál es la paga del pecado (Gn. 2:17), y todo aquel que
juegue con su misericordia quebrantando su Ley está escogiendo la justicia antes que la gracia. “Jehová es

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tardo para la ira”, pero eso no quiere decir que dejará sin castigar al pecado. Jehová no es sólo lleno de
misericordia, sino que al mismo tiempo también es “grande en poder, y no tendrá por inocente al culpable”
(Nahúm 1:3).

LA ORACIÓN DE DAVID
David no necesitaba de la justicia de Cristo para ser aceptado recién después de su adulterio y asesinato. David
la necesitaba desde el momento en que fue engendrado, pues por naturaleza estaba ya rechazado. David no
necesitaba de la sangre de Cristo para ser perdonado recién después de su pecado. David la necesitaba desde
el momento en que fue engendrado, pues por naturaleza estaba ya bajo condenación. David no necesitaba ser
regenerado recién después de su adulterio y asesinato. David necesitaba nacer de nuevo desde el momento
en que fue engendrado en el vientre de su madre. Debido a esta terrible experiencia que tuvo David fue que
finalmente llegó a entender su posición legal, su estado de ser, y por eso escribió este bello Salmo:

“Ten piedad de mí, oh Dios, conforme a tu misericordia; Conforme a la multitud de tus piedades borra mis
rebeliones. Lávame más y más de mi maldad, Y límpiame de mi pecado. Porque yo reconozco mis rebeliones,
Y mi pecado está siempre delante de mí. Contra ti, contra ti solo he pecado, Y he hecho lo malo delante de tus
ojos; Para que seas reconocido justo en tu palabra, Y tenido por puro en tu juicio. He aquí, en maldad he sido
formado, Y en pecado me concibió mi madre. He aquí, tú amas la verdad en lo íntimo, Y en lo secreto me has
hecho comprender sabiduría. Purifícame con hisopo, y seré limpio; Lávame, y seré más blanco que la nieve.
Hazme oír gozo y alegría, Y se recrearán los huesos que has abatido. Esconde tu rostro de mis pecados, Y borra
todas mis maldades. Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, Y renueva un espíritu recto dentro de mí. No me
eches de delante de ti, Y no quites de mí tu santo Espíritu.” (Sal. 51:1-11)

¿De qué rebelión, de qué maldad, de qué pecado deseaba David ser limpiado? David deseaba ser limpiado del
estado de ser, de la mancha de pecado que la Ley condena y que ningún hombre se puede librar por sí mismo:

“Aunque te laves con lejía, y amontones jabón sobre ti, la mancha de tu pecado permanecerá aún delante de
mí, dijo Jehová el Señor.” (Jer. 2:22)

“Lávame más y más de mi maldad”—David entendía que la santificación es una obra progresiva. David entendió
que cuando el hombre llega a ser templo del Espíritu Santo, el Espíritu Santo no erradicaba la mancha de
pecado. David, por su propia experiencia, entendió que un hombre templo del Espíritu Santo no está libre de
caer en pecado. David entendía que Dios estableció un Servicio Diario o Continuo para permitir que el hombre
que tiene una necesidad de consagración diaria, pudiera recibir las bendiciones diarias de aceptación, perdón
y bautismo del Espíritu Santo. Continuamente el Espíritu Santo realiza su trabajo de convencernos de “pecado,
de justicia y de juicio” (Jn. 16:8). Nos va mostrando defectos de carácter y pecados acariciados de a poco, para
ver si aceptamos la luz y entramos en guerra contra nosotros mismos para vencer sobre estos pecados. Si no
estorbamos su obra, la obra de santificación continúa progresivamente. Pero si el hombre rechaza esta obra
divina, y rechaza renunciar a sus defectos, errores y pecados, entonces la obra se paraliza, y en lugar de avanzar
hay retroceso.

“Todo aquel que es nacido de Dios, no practica el pecado, porque la simiente de Dios permanece en él; y no
puede pecar, porque es nacido de Dios.” (1 Jn. 3:9)

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En 1 Juan 3:9 el apóstol Juan nos habla de que en el nuevo nacimiento al verdadero creyente le es concedido
una nueva naturaleza divina que es santa y pura, que no puede pecar porque es nacida de Dios. Esto no quiere
decir que el verdadero creyente esta “incapacitado” para pecar, pues entonces la historia de David, como
muchas otras historias de la Biblia, no tendrían sentido alguno. David pecó porque en él prevaleció la naturaleza
depravada que aún existía en él por encima de la naturaleza divina que fue implantada por el Espíritu Santo.

“Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros.” (1
Jn. 1:8)

“Si decimos que no hemos pecado, le hacemos a él mentiroso, y su palabra no está en nosotros.” (1 Jn. 1:10)

Mientras que en 1 Juan 3:9 el apóstol nos habla de “practicar el pecado” y en 1 Juan 1:10 nos habla de “haber
pecado”—es decir del accionar, del acto del pecado—en 1 Juan 1:8 nos habla de “tener pecado”. “Tener”
implica posesión, no es un accionar ni un acto externo. Que yo tenga algo no es lo mismo que yo haga algo.
Tener pecado es diferente a practicar el pecado. En 1 Juan 1:8 el apóstol recuerda a las iglesias que en el
verdadero creyente todavía existe el pecado que “mora en nosotros” de Romanos 7:17, la “mancha de pecado”
de Jeremías 2:22. Y negar que este estado de ser es pecado es engañarnos a nosotros mismos “y la verdad no
está en nosotros.”

David llegó a entender que este pecado que “mora en nosotros”, esta “mancha de pecado” no se obtiene
después de que cometemos el acto. Sino que esta mancha es parte de nuestra naturaleza humana desde el
momento que somos engendrados en el vientre de nuestra madre, por eso continúa diciendo en el salmo: “He
aquí, en maldad he sido formado, Y en pecado me concibió mi madre.” En el caso de Adán y Eva en el Edén,
ellos no fueron creados por Dios con esta mancha de pecado. Caso contrario, Dios no hubiese dicho de ellos y
de toda su creación: “Y vio Dios todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran manera” (Gn. 1:31).
Entonces, en el caso de Adán y Eva, al desobedecer la Ley de Dios ellos se convirtieron en pecadores, porque
antes de esto no eran pecadores. Pero nosotros no somos descendientes del Adán y Eva “buenos en gran
manera”, al contrario somos descendientes del Adán y Eva cuya naturaleza se depravó con el pecado. Es por
esto que la Palabra de Dios, lejos de llamar a la descendencia del primer Adán “buenos en gran manera” mas
bien nos llama: “¡Generación de víboras! ¿Cómo podéis hablar lo bueno, siendo malos? Porque de la
abundancia del corazón habla la boca” (Mt. 12:34).

En Mateo 12:34 el Señor Jesús nos llama “generación de víboras” y en Juan 8:44 nos dice “vosotros sois de
vuestro padre el diablo”. En ambos versículos hallamos la conexión que nos lleva directo a la caída de nuestros
primeros padres, cuando nuestro Señor Jesús les dio la bendita promesa:

“Y pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; ésta te herirá en la cabeza, y
tú le herirás en el calcañar.” (Gn. 3:15)

Debido a la caída del primer Adán perdimos el privilegio de ser hijos de Dios y pasamos a tener como padre al
diablo. Esto no quiere decir que el diablo tuvo hijos con Eva, pues en ninguna parte de la Biblia está escrito que
los ángeles pueden procrear, mas bien al contrario se nos dice que no pueden procrear: “Porque cuando
resuciten de los muertos, ni se casarán ni se darán en casamiento, sino serán como los ángeles que están en
los cielos.” (Mr. 12:25)

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En Juan 8:44 el Señor Jesús, hablando del diablo, dice: “El ha sido homicida desde el principio”. El primer
homicida en este mundo contaminado por el pecado fue Caín. Y de Caín está escrito explícitamente que fue
engendrado por Adán y Eva, no por satanás y Eva: “Conoció Adán a su mujer Eva, la cual concibió y dio a luz a
Caín” (Gn. 4:1). Es decir que el primer hijo de Adán caído en el pecado tenía por padre al diablo en un sentido
espiritual, porque Caín fue engendrado con una mancha de pecado, con una naturaleza caída “atestados de
toda injusticia, fornicación, perversidad, avaricia, maldad; llenos de envidia, homicidios, contiendas, engaños
y malignidades” (Ro. 1:29).

Antes de matar a su hermano, Caín le dijo: “Salgamos al campo. Y aconteció que estando ellos en el campo,
Caín se levantó contra su hermano Abel, y lo mató” (Gn. 4:8). Caín vivía en el campo y se dedicaba al trabajo
del campo, pues era “labrador de la tierra” (Gn. 4:2). En ese tiempo no existía la música moderna, los
videojuegos, las películas, no existían las ciudades, no existía “sociedad” a quien culpar de haber “convertido”
a Caín en pecador. No fue la sociedad que convirtió a Caín en asesino. Caín era pecador por naturaleza y esa
naturaleza asesina era parte de él y consecuencia del pecado de sus primeros padres. La única manera en que
Caín podía vencer sobre ese estado de ser era tener necesidad de nacer de nuevo, de que Dios cumpla la
promesa de “poner enemistad” en Caín para que esa nueva naturaleza divina subyugue la naturaleza llena de
“perversidad, maldad, homicidios” y así no mate a su hermano, sino que mas bien llegue a desarrollar amor a
su hermano. Pero para que Caín tuviera necesidad de nacer de nuevo, primeramente tendría que haber
aceptado que era malo por naturaleza como consecuencia del pecado de sus padres. Y esto no lo aceptó. Fue
por esto que Caín no se presentó con el cordero símbolo de Cristo ante Dios. Caín quería ser aceptado en sí
mismo, pues como hasta ese momento no había cometido ningún “acto” de pecado, no se consideraba
pecador. Caín no aceptaba su posición legal ante Dios de rechazado, bajo condenación y separado de Dios, por
lo tanto no tenía necesidad de un Sustituto en la vida, un Garante y Sustituto en la muerte y un Mediador.

Abel en cambio, sí aceptó su estado de ser y se presentó con el sustituto, garante y mediador simbolizado por
el cordero ante Dios. David también aceptó su estado de ser desde el vientre de su madre y por eso tuvo
necesidad de regeneración y pidió a Dios: “Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, Y renueva un espíritu recto
dentro de mí.” Al rogar a Dios que creara en él un corazón limpio, reconoce que por naturaleza posee un
corazón sucio y que la única manera que puede llegar a tener un corazón limpio es si el Espíritu Santo con su
poder Creador crea una nueva naturaleza santa en él.

“¿Quién podrá decir: Yo he limpiado mi corazón, Limpio estoy de mi pecado?” (Pr. 20:9)

Ningún hijo de Adán manchado por el pecado puede ver cara a cara a Dios sin ser consumido ya que la Ley
condena nuestra naturaleza pecadora. Para poder recuperar el privilegio de ver a Dios cara a cara la demanda
de la Ley es tener un corazón limpio:

“Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios.” (Mt. 5:8)

En ocasión de la Segunda Venida de Cristo aquellos creyentes que hayan recibido ese “corazón limpio” serán
transformados, su naturaleza corrupta y corruptible será eliminada para que recién entonces puedan ser
llevados al tercer cielo y ver a Dios cara a cara: “Porque es necesario que esto corruptible se vista de
incorrupción” (1 Co. 15:53). “Pero esto digo, hermanos: que la carne y la sangre no pueden heredar el reino de
Dios, ni la corrupción hereda la incorrupción” (1 Co. 15:50).

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Mateo 5:8 es lo mismo que 1 Corintios 15:50, y lo mismo que nuestro Señor Jesús dijo a Nicodemo: “De cierto,
de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios” (Jn. 3:5).

Tal y como hemos venido a este mundo, siendo la simiente de Adán caído en pecado, tenemos una mancha de
pecado y con esta naturaleza nadie va a entrar en el Reino de Dios, nadie va a entrar en la Canaán Celestial, la
Nueva Jerusalén. Es necesario que el hombre caído nazca de nuevo, del Espíritu, y desarrolle la santificación
verdadera, y desarrolle un nuevo carácter semejante al de Cristo, para que en ocasión de la Segunda Venida
de Cristo la naturaleza carnal sea eliminada y sólo quede la naturaleza divina que le fue dada y que él desarrolló
en esta tierra. Y es el Evangelio—los méritos de Cristo, más su trabajo en el Santuario Celestial, lo que nos
permite por la misericordia del Padre recibir esta gracia abundante y completamente inmerecida para el mayor
de los pecadores “de los cuales yo soy el primero” (1 Ti. 1:15).

David concluye su oración con las palabras: “No me eches de delante de ti, Y no quites de mí tu santo Espíritu.”
Pues al haber sido testigo de la caída de Saúl, David tenía claro que si el hombre no retiene la aceptación, el
perdón y al Espíritu Santo como Habitante, se puede producir finalmente el divorcio, y el hombre puede perder
estas bendiciones, puede dejar de ser templo del Espíritu Santo.

CC pg. 25.1 – “La oración de David después de su caída ilustra la naturaleza del verdadero dolor por el pecado.
Su arrepentimiento fue sincero y profundo. No se esforzó él por atenuar su culpa y su oración no fue inspirada
por el deseo de escapar al juicio que le amenazaba. David veía la enormidad de su transgresión y la
contaminación de su alma; aborrecía su pecado. No sólo pidió perdón, sino también que su corazón fuese
purificado. Anhelaba el gozo de la santidad y ser restituido a la armonía y comunión con Dios. Este era el
lenguaje de su alma.”

CC pg. 26.2 – “La Sagrada Escritura no enseña que el pecador deba arrepentirse antes de poder aceptar la
invitación de Cristo: ‘¡Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os daré descanso!’ (Mateo
11:28). La virtud proveniente de Cristo es la que nos induce a un arrepentimiento genuino. El apóstol Pedro
presentó el asunto de una manera muy clara cuando dijo a los israelitas: ‘A éste, Dios le ensalzó con su diestra
para ser Príncipe y Salvador, a fin de dar arrepentimiento a Israel, y remisión de pecados’ (Hechos 5:31). Tan
imposible es arrepentirse si el Espíritu de Cristo no despierta la conciencia como lo es obtener el perdón sin
Cristo.

“El es la fuente de todo buen impulso. Es el único que puede implantar en el corazón enemistad contra el
pecado. Todo deseo de verdad y pureza, toda convicción de nuestra propia pecaminosidad evidencian que su
Espíritu está obrando en nuestro corazón.” {CC 26.2}

CC pg. 27.1- “Es verdad que a veces los hombres se avergüenzan de sus caminos pecaminosos y abandonan
algunos de sus malos hábitos antes de darse cuenta de que son atraídos a Cristo. Pero siempre que, animados
de un sincero deseo de hacer el bien, hacen un esfuerzo por reformarse, es el poder de Cristo el que los está
atrayendo. Una influencia de la cual no se dan cuenta obra sobre su alma, su conciencia se vivifica y su
conducta externa se enmienda. Y cuando Cristo los induce a mirar su cruz y a contemplar a Aquel que fue
traspasado por sus pecados, el mandamiento se graba en su conciencia. Les es revelada la maldad de su vida,
el pecado profundamente arraigado en su alma. Comienzan a entender algo de la justicia de Cristo, y exclaman:
‘¿Qué es el pecado, para que haya exigido tal sacrificio por la redención de su víctima? ¿Fueron necesarios todo

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este amor, todo este sufrimiento, toda esta humillación, para que no pereciéramos, sino que tuviésemos vida
eterna?’”

Las dos naturalezas del cristiano


“Mas el que persevere hasta el fin, éste será salvo.” (Mt. 24:13)

Las Santas Escrituras nos presentan la condición: “el que persevere hasta el fin”, siempre antes de presentar la
bendición: “éste será salvo.” Si el momento en que el creyente nace de nuevo ya está salvo y no puede volver
a caer ni a pecar, entonces no tendría sentido el llamado a “perseverar” para poder ser salvos como resultado.
Se nos dice que hay un tiempo de prueba, y ese tiempo de gracia llega eventualmente a su “fin”. A todo hijo e
hija de Adán le es concedido un tiempo de gracia para ver si está dispuesto a aceptar las condiciones para
recibir las bendiciones de Dios. Las demandas de la Ley de Dios nunca cambiarán, siguen demandando
obediencia perfecta y perpetua y una naturaleza sin mancha de pecado. Nosotros no podemos satisfacer estas
demandas en nosotros mismos pero si aceptamos nuestra posición legal ante Dios hay un remedio para nuestra
enfermedad. Cristo vino a la tierra como Hombre para dar satisfacción a las demandas y a la condenación de
la Ley. Ahora se encuentra en el Santuario Celestial realizando la segunda fase del plan de redención: se
presenta y ruega por nosotros, presentando la ofrenda y el sacrificio que fueron los medios que preparó
mientras estuvo en este planeta tierra (Heb. 8:1-3). La puerta de la gracia todavía está abierta para que
podamos ser aceptados, perdonados y recibir al Agente Regenerador.

DTG pg. 318.2 – “Ahora el ojo del Salvador penetra lo futuro; contempla los campos más amplios en los cuales,
después de su muerte, los discípulos van a ser sus testigos. Su mirada profética abarca lo que experimentarán
sus siervos a través de todos los siglos hasta que vuelva por segunda vez. Muestra a sus seguidores los conflictos
que tendrán que arrostrar; revela el carácter y el plan de la batalla. Les presenta los peligros que deberán
afrontar, la abnegación que necesitarán. Desea que cuenten el costo, a fin de no ser sorprendidos
inadvertidamente por el enemigo. Su lucha no había de reñirse contra la carne y la sangre, sino “contra los
principados, contra las potestades, contra los gobernantes de las tinieblas de este mundo, contra las huestes
espirituales de iniquidad en las regiones celestiales.”3Efesios 6:12 (VM). Habrán de contender con fuerzas
sobrenaturales, pero se les asegura una ayuda sobrenatural. Todos los seres celestiales están en este ejército.
Y hay más que ángeles en las filas. El Espíritu Santo, el representante del Capitán de la hueste del Señor, baja
a dirigir la batalla. Nuestras flaquezas pueden ser muchas, y graves nuestros pecados y errores; pero la gracia
de Dios es para todos los que, contritos, la pidan. El poder de la Omnipotencia está listo para obrar en favor de
los que confían en Dios.”

“Amados, yo os ruego como a extranjeros y peregrinos, que os abstengáis de los deseos carnales que batallan
contra el alma, manteniendo buena vuestra manera de vivir entre los gentiles; para que en lo que murmuran
de vosotros como de malhechores, glorifiquen a Dios en el día de la visitación, al considerar vuestras buenas
obras.” (1 Pe. 2:11-12)

“¿No sabéis que los que corren en el estadio, todos a la verdad corren, pero uno solo se lleva el premio? Corred
de tal manera que lo obtengáis. Todo aquel que lucha, de todo se abstiene; ellos, a la verdad, para recibir una
corona corruptible, pero nosotros, una incorruptible. Así que, yo de esta manera corro, no como a la ventura;

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de esta manera peleo, no como quien golpea el aire, sino que golpeo mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre,
no sea que habiendo sido heraldo para otros, yo mismo venga a ser eliminado.” (1 Co. 9:24-27)

“Y si la trompeta diere sonido incierto, ¿quién se preparará para la batalla?” (1 Co. 14:8)

RJ pg. 40.4 – “Esta obra no se puede realizar sino por la fe en Cristo, por el poder del Espíritu de Dios que habita
en el corazón. San Pablo amonesta a los creyentes: ‘Ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor, porque
Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad’ (Filipenses 2:12, 13). El
cristiano sentirá las tentaciones del pecado, pero luchará continuamente contra él. Aquí es donde se necesita
la ayuda de Cristo. La debilidad humana se une con la fuerza divina, y la fe exclama: ‘Mas gracias sean dadas
a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo’ (1 Corintios 15:57).

“Las Santas Escrituras enseñan claramente que la obra de la santificación es progresiva. Cuando el pecador
encuentra en la conversión la paz con Dios por la sangre expiatoria, la vida cristiana no ha hecho más que
empezar. Ahora debe llegar al estado de ‘varón perfecto’; crecer ‘a la medida de la estatura de la plenitud de
Cristo’.” {RJ 40.5}

“Bendito sea Jehová, mi roca, Quien adiestra mis manos para la batalla, Y mis dedos para la guerra; Misericordia
mía y mi castillo, Fortaleza mía y mi libertador, Escudo mío, en quien he confiado; El que sujeta a mi pueblo
debajo de mí.” (Sal. 144:1-2)

La historia del rey Saúl ilustra el terrible resultado de lo que significa no perseverar, mientras que la historia
del rey David ilustra la bendición que significa “perseverar hasta el fin.”

“Mas el que persevere”. ¿Sobre qué vamos a perseverar, contra qué debemos luchar? Debemos perseverar
sobre nuestra naturaleza carnal. En el nuevo nacimiento nos es dado una nueva naturaleza divina para que se
inicie la lucha contra la naturaleza carnal. Es así que el verdadero creyente posee dos naturalezas: la carnal,
manchada con el pecado, con inclinación al mal, con la que somos engendrados; y la naturaleza divina
sobrenatural implantada en el nuevo nacimiento por el Espíritu Santo.

En Romanos 7 versículos 12 en adelante, el apóstol Pablo relata la lucha del cristiano.

“Porque sabemos que la ley es espiritual; mas yo soy carnal, vendido al pecado.” (Ro. 7:14)

La Ley es espiritual, va más allá del acto y condena las intenciones, los pensamientos hasta el estado de ser.
Debe ser obedecida de manera integral, con todo el ser. Sin embargo, el apóstol reconoce que no puede
obedecer de manera perfecta como la Ley lo demanda porque él posee una naturaleza manchada por el
pecado. Por este motivo, su mejor obediencia sigue siendo como “trapo de inmundicia” (Is. 64:6).

“De manera que ya no soy yo quien hace aquello, sino el pecado que mora en mí.” (Ro. 7:17)

El apóstol reconoce que en la lucha del cristiano, todavía falla: el ser humano a veces es vencido por el pecado
que mora en nosotros.

“Y yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien; porque el querer el bien está en mí, pero no el
hacerlo.” (Ro. 7:18)

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En nuestra naturaleza carnal no mora el bien, lo que mora es Ro. 1:29-31 y Ga. 5:19-21. El Espíritu Santo que
está morando en el creyente produce el “querer el bien”, “porque Dios es el que en vosotros produce así el
querer como el hacer, por su buena voluntad” (Fil. 2:13). “Pero no el hacerlo” pues hay otro poder dentro del
cristiano que no desea el bien, entonces lucha contra el otro poder que produce el querer el bien y hacer el
bien.

“Y si hago lo que no quiero, ya no lo hago yo, sino el pecado que mora en mí.” (Ro. 7:20)

Y si al final, sabiendo cuál es el bien, no lo hago, es porque la naturaleza carnal—el pecado que mora en mí—
ha prevalecido sobre la naturaleza divina.

“Así que, queriendo yo hacer el bien, hallo esta ley: que el mal está en mí.” (Ro. 7:21)

Aún después del nuevo nacimiento, el mal está en el creyente. Tiene dos naturalezas:

“Porque según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios” (Ro. 7:22). Una naturaleza divina capacitada
para desarrollar obediencia voluntaria a la Ley.

“Pero veo otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley
del pecado que está en mis miembros” (Ro. 7:23). Otra naturaleza carnal hereditaria que está totalmente
incapacitada para obedecer la Ley de Dios.

“¡Miserable de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?” (Ro. 7:24)

Esta naturaleza carnal que es condenable ante la Ley de Dios sólo merece la muerte segunda. Es una mancha
de pecado que no podemos eliminar por nosotros mismos (Jer. 2:22).

¿Hasta cuándo la debemos soportar?

Si perseveramos hasta el fin sobre esta naturaleza carnal, entonces en ocasión de la Segunda Venida de Cristo,
esta naturaleza corrupta y corruptible será finalmente eliminada:

“Pero esto digo, hermanos: que la carne y la sangre no pueden heredar el reino de Dios, ni la corrupción
hereda la incorrupción. He aquí, os digo un misterio: No todos dormiremos; pero todos seremos
transformados, en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, a la final trompeta; porque se tocará la trompeta,
y los muertos serán resucitados incorruptibles, y nosotros seremos transformados. Porque es necesario que
esto corruptible se vista de incorrupción, y esto mortal se vista de inmortalidad.” (1 Co. 15:50-53)

Consejos Sobre la Salud pg. 594.4 – “El alma, engendrada de nuevo en una nueva esperanza es imbuida con
el poder vivificador de una nueva naturaleza, queda capacitada para elevarse cada vez a mayor altura.” {CSI
594.4}

Charles Spurgeon, El Pecado que habita en nosotros, Sermón No. 83 – “Es una doctrina enseñada por la Sagrada
Escritura, según lo creo yo, que cuando un hombre es salvado por la gracia divina, no es purificado
completamente de la corrupción de su corazón. Cuando nosotros creemos en Jesucristo, todos nuestros
pecados son perdonados; sin embargo, el poder del pecado, aunque es debilitado y mantenido bajo el

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dominio de la naturaleza nacida de nuevo que Dios infunde en nuestras almas, no cesa, sino que se queda
en nosotros, y se quedará hasta el día en que nos muramos. Es una doctrina sostenida por todos los teólogos
ortodoxos, que los deseos de la carne todavía habitan en el hombre regenerado, y que lo depravado de la
naturaleza carnal todavía permanece en los corazones de quienes son convertidos por la misericordia de Dios.
A mí me ha resultado sumamente difícil distinguir, en la vida diaria, lo concerniente al pecado. Es muy usual
que muchos escritores, especialmente los que escriben himnos, confundan las dos naturalezas de un cristiano.
Ahora, yo sostengo que hay en cada cristiano dos naturalezas, tan distintas como lo fueron las dos naturalezas
del Dios-Hombre Cristo Jesús. Hay una naturaleza que no puede pecar, porque es nacida de Dios: una
naturaleza espiritual, venida directamente del cielo, tan pura y tan perfecta como el propio Dios quien es su
autor; y existe también en el hombre esa antigua naturaleza que, por la caída de Adán, se ha vuelto
completamente vil, corrupta, pecadora y diabólica. Todavía permanece en el corazón del cristiano una
naturaleza que no puede hacer lo que es recto, no más de lo que lo hacía antes de la regeneración, y que es
tan depravada como lo era antes del nuevo nacimiento: tan pecadora, tan completamente hostil a las leyes de
Dios, como siempre lo fue; una naturaleza que, como lo dije antes, es restringida y sujetada en una gran medida
por la nueva naturaleza, pero que no es eliminada y nunca lo será hasta que este tabernáculo de nuestra carne
sea abatido, y nos elevemos a aquella tierra en la que nunca entrará nada que contamine.”

PVGM pg. 338.1 – “La clase representada por las vírgenes fatuas no está formada de hipócritas. Sus
componentes manifiestan respeto por la verdad, la han defendido, y son atraídos hacia aquellos que la creen;
pero no se han rendido a sí mismos a la obra del Espíritu Santo. No han caído sobre la Roca, Cristo Jesús, y
permitido que su vieja naturaleza fuera quebrantada. Esta clase se halla simbolizada también por los oyentes
representados por el terreno rocoso. Reciben la palabra con prontitud, pero no asimilan sus principios. La
influencia de la palabra no es permanente. El Espíritu obra en el corazón del hombre de acuerdo con su deseo
y consentimiento, implantando en él una nueva naturaleza. Pero las personas representadas por las vírgenes
fatuas se han contentado con una obra superficial. No conocen a Dios. No han estudiado su carácter; no han
mantenido comunión con él; por lo tanto no saben cómo confiar en él, cómo mirarlo y cómo vivir. Su servicio
a Dios degenera en formulismo. ‘Vendrán a ti como viene el pueblo, y se estarán delante de ti como mi pueblo,
y oirán tus palabras, y no las pondrán por obra; antes hacen halagos con sus bocas, y el corazón de ellos anda
en pos de su avaricia’ (Ezequiel 33:31). El apóstol Pablo señala que ésta será la característica especial de
aquellos que vivan precisamente antes de la segunda venida de Cristo. Dice: ‘En los postreros días vendrán
tiempos peligrosos: que habrá hombres amadores de sí mismos... amadores de los deleites más que de Dios;
teniendo apariencia de piedad, mas habiendo negado la eficacia de ella’ (2 Timoteo 3:1-5).”

Consejos sobre Mayordomía Cristiana, pg. 24.1 – “No tenemos ningún enemigo exterior a quien debemos
temer. Nuestro gran conflicto lo tenemos con nuestro yo no consagrado. Cuando dominamos el yo somos
más que vencedores por medio de Aquel que nos amó. Hermanos míos, ahí está la vida eterna que debemos
ganar. Peleemos la buena batalla de la fe. Nuestro tiempo de prueba no está en el futuro, sino en el momento
presente. Mientras éste dura, ‘buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán
añadidas’ (Mateo 6:33)—las cosas que ahora con tanta frecuencia ayudan a Satanás en sus propósitos sirviendo
como trampas para engañar y destruir.” {CMC 24.1}

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“Por tanto, nosotros también, teniendo en derredor nuestro tan grande nube de testigos, despojémonos de
todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante.” (Heb.
12:1)

“Corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante.” La paciencia es un fruto del espíritu (Ga. 5:22-
23), mientras que la impaciencia es parte de nuestra naturaleza carnal. Por delante tenemos la carrera de la
vida, llena de obstáculos, tentaciones y pruebas. Pero el verdadero cristiano no camina por el sendero de la
obediencia con la amargura, impaciencia, murmuración e insatisfacción producto de la obediencia servil que
emana de la naturaleza carnal; sino que el verdadero creyente camina por la ruta de la obediencia sonriente,
alegre, paciente y lleno de fe pues es producto de una obediencia voluntaria que emana de la naturaleza divina.

La obediencia por sí misma no tiene valor alguno ante Dios. La intención es lo que verdaderamente cuenta.
¿Cuál es el motivo que impulsa a la acción? Así como podemos dejar de comer carne por obligación, podemos
dejar de consumir carne por amor. Así como podemos salir corriendo a vivir en el campo por temor, podemos
salir a vivir al campo por principio. Así como podemos guardar el sábado molestos y aburridos, podemos
guardar el sábado animados y gozosos. Así como podemos predicar un sermón llenos de odio y sin misericordia,
podemos también predicar un sermón por amor, con justicia y misericordia. Todo depende de cuál naturaleza
es la que impulsa la acción. Y entre ambas naturalezas hay un abismo infinito. Así también, los resultados de la
obediencia servil son muy contrastados de los de la obediencia verdadera.

CC pg. 44.2 – “Hay quienes profesan servir a Dios a la vez que confían en sus propios esfuerzos para obedecer
su ley, desarrollar un carácter recto y asegurarse la salvación. Sus corazones no son movidos por algún
sentimiento profundo del amor de Cristo, sino que procuran cumplir los deberes de la vida cristiana como algo
que Dios les exige para ganar el cielo. Una religión tal no tiene valor alguno. Cuando Cristo mora en el corazón,
el alma rebosa de tal manera de su amor y del gozo de su comunión, que se aferra a El; y contemplándole se
olvida de sí misma. El amor a Cristo es el móvil de sus acciones.”

No se nos insta a simplemente “correr la carrera”, no se nos insta a obedecer por obedecer. Se nos insta a
“correr con paciencia”, a desarrollar los frutos del Espíritu (Ga. 5:22-23), a desarrollar un carácter semejante al
de Cristo. ¿Era Cristo rudo, tosco, irrespetuoso, impaciente, severo, implacable, fariseo? Entonces, qué nos
hace pensar que la obediencia sin el desarrollo de los dones sobrenaturales suplantan un carácter semejante
al de Cristo? ¿Qué nos hace pensar que la obediencia está completamente desligada del carácter? La
obediencia tiene que estar ligada al carácter de la persona, porque el carácter pone en evidencia la naturaleza
de la obediencia. No hace falta nacer de nuevo para dejar de consumir carne, no hace falta nacer de nuevo
para ir a vivir al campo, no hace falta nacer de nuevo para guardar el sábado, y ni siquiera hace falta nacer de
nuevo para predicar un sermón. Pero todo esto equivale a simplemente “correr la carrera.” Cualquiera puede
correr la carrera, pero no todos corren la carrera igual. Unos la correrán “con paciencia” sobrenatural, y otros
con impaciencia natural.

“Puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la
cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios.” (Heb. 12:2)

Ahora se nos da la clave para poder “correr la carrera con paciencia.” La clave es correr esta carrera “puesto
los ojos en Jesús” en lugar de tener los ojos puestos en el YO, y en lugar de tener los ojos puestos en el prójimo.

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El hombre que desvía su mirada de Jesús y empieza a fijarse en el YO, es el que empieza a enorgullecerse y a
confiar en su conocimiento de las Escrituras, en su alimentación, en su vestimenta, en su vivir en el campo, en
lo que hace y lo que no hace, todas las cosas externas, mientras poco a poco empieza a descuidar las cosas
internas (Ga. 5:22-23). Eventualmente este hombre que puso su mirada en el YO empieza a poner su mirada
en su prójimo para compararse: “Dios, te doy gracias porque no soy como los otros hombres” (Lc. 18:11) que
comen carne, que viven en la ciudad, que se visten como el mundo, que escuchan música moderna, que creen
que en la cruz fueron aceptados una vez y para siempre, que tienen muchas posesiones, que hacen lo que yo
no hago y no hacen lo que yo hago. Efectivamente, el secreto de su orgullo y confianza está en compararse con
otros hombres que obran, comen, visten y viven distinto. Pero si este hombre vuelve a poner su mirada en
Cristo y se compara con Cristo, el orgullo se volvería en humillación, y su confianza se tornaría en condenación.
Compara tu carácter con el carácter de Cristo y entonces dejarás de compararte con lo que hace o no hace tu
prójimo.

“Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he
vencido al mundo.” (Jn. 16:33)

Cristo como Hombre fue el único que puede decir que ha vencido al mundo sin que sus palabras sean blasfemia.
Cristo fue el único Hombre que corrió la carrera de la vida de manera perfecta y perpetua. Cristo no corrió la
carrera de la vida por obligación, sino voluntariamente, y lo hizo por todos nosotros. ¿Quién se atreve a poner
su alimentación estricta, su vivienda humilde, su vestimenta simple, por encima de la obediencia perfecta de
Cristo? ¿Quién se atreve a comparar su carácter con el carácter perfecto de Cristo? Es por esto que en lugar de
mirar al YO y en lugar de dar rienda suelta al espíritu fariseo y condenador, mantengamos nuestros ojos fijos
en Jesús para correr la carrera y no tropezar.

“Considerad a aquel que sufrió tal contradicción de pecadores contra sí mismo, para que vuestro ánimo no se
canse hasta desmayar” (Heb. 12:3)

Cuando el dolor, los sufrimientos y las pruebas azoten nuestra vida, no perdamos de vista que Cristo vino a
esta tierra como Hombre para pasar él mismo por el terreno del dolor, sufrimiento y pruebas diarias, hasta el
punto de sufrir una muerte completamente dolorosa e indignante. Y todo esto lo hizo por amor a nosotros.
Nosotros sufrimos las consecuencias del pecado, porque somos pecadores. Pero Cristo que era sin pecado
sufrió por nuestros pecados voluntariamente. Nunca nos olvidemos de esto “para que nuestro ánimo no se
canse hasta desmayar.”

“De cierto, de cierto os digo: El siervo no es mayor que su señor, ni el enviado es mayor que el que le envió.”
(Jn. 13:16)

“Acordaos de la palabra que yo os he dicho: El siervo no es mayor que su señor. Si a mí me han perseguido,
también a vosotros os perseguirán; si han guardado mi palabra, también guardarán la vuestra.” (Jn. 15:20)

Si el Señor al que profesamos servir sufrió y padeció, ¿esperamos sus seguidores estar libres de sufrimiento y
padecimiento? ¿Somos acaso mayores que nuestro Señor?

“Porque aún no habéis resistido hasta la sangre, combatiendo contra el pecado.” (Heb. 12:4)

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Debemos combatir contra el pecado que mora en nosotros hasta el fin de nuestro tiempo de gracia, ya sea que
termine porque el Señor en su misericordia nos llama al descanso, o porque el Señor de inicio al Juicio de Vivos.
Todavía no hemos llegado al fin de nuestro tiempo de prueba, y hay gracia abundante para que en nuestra
esfera de acción podamos salir victoriosos sobre nuestra naturaleza depravada.

“Porque todo lo que es nacido de Dios vence al mundo; y esta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra
fe.” (1 Jn. 5:4)

La naturaleza divina implantada por Dios Espíritu Santo está capacitada para vencer sobre nuestra naturaleza
carnal, si es que cooperamos con el Espíritu Santo.

“Porque mayor es el que está en vosotros, que el que está en el mundo.” (1 Jn. 4:4)

Si nos dejamos vencer por nuestros pecados acariciados o nuestros defectos de carácter es por nuestra propia
decisión e inacción. Mayor poder tiene el Espíritu Santo que la naturaleza carnal. Hay poder divino para vencer
sobre cualquier pecado y cualquier rasgo horrible de carácter, si estamos dispuestos a entrar en la lucha del
cristiano.

La obediencia verdadera
“Un río de fuego procedía y salía de delante de él; millares de millares le servían, y millones de millones asistían
delante de él; el Juez se sentó, y los libros fueron abiertos.” (Dn. 7:10)

Millares y millares de ángeles, y de mundos no caídos, desde tiempos antes de que este mundo fuese creado,
hasta nuestros días, han prestado una obediencia perfecta y perpetua a la santa Ley de Dios. Nunca cayeron
en pecado y se han mantenido leales hasta nuestros días y permanecerán leales y obedientes por la eternidad.

Desde que nuestros primeros padres cayeron en pecado, hasta nuestros días, estos ángeles fieles han estado
trabajando y sirviendo a Dios y a la raza caída como “ministradores, enviados para servicio a favor de los que
serán herederos de la salvación” (Heb. 1:14). Obedecen fielmente sin murmurar, sin quejarse, sin esperar algo
a cambio de Dios, pues esa es la naturaleza de la obediencia verdadera: es completamente voluntaria y
perfecta. Para ellos es un gozo obedecer y servir a Dios y a su prójimo pues tienen, han desarrollado, y han
mantenido puros los dones sobrenaturales de Gálatas 5:22-23.

El hombre caído, en cambio, a penas empieza a llevar una vida religiosa y a cumplir requerimientos que
entiende le servirán para recibir algo a cambio de Dios, como dejar de comer carne, vivir en el campo, guardar
el sábado, ir a una sinagoga, dar diezmos, o predicar el evangelio, inmediatamente empieza a considerarse a sí
mismo como mejor que su prójimo. No realiza estas obras por amor sino por obligación, no las realiza con gozo
sino con murmuración y hasta fastidio. Cuando su vida religiosa está libre de pruebas se encuentra feliz y
tranquilo, pero cuando llegan las pruebas empieza a cambiar su semblante y su actitud, y empiezan a
manifestarse más claramente las plantas venenosas de su carácter natural. Esta no es una obediencia
voluntaria, sino una obediencia servil que es lo mismo o hasta peor que la desobediencia abierta; ya que al
menos el que es abiertamente desobediente no se auto engaña pensando que es “rico, que se ha enriquecido,
y de ninguna cosa tiene necesidad,” mientras que, en realidad, es un “desventurado, miserable, pobre, ciego y
desnudo” (Ap. 3:17). Es a estos ciegos fariseos cuya salvación por obras da una falsa representación de la

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religión de Cristo, a quien Cristo les dice “los publicanos y las rameras van delante de vosotros al reino de Dios”
(Mt. 21:31), pues al menos los publicanos y las rameras no profesan ser cristianos y no se consideran salvos,
sino que más bien tienen perfectamente claro su condición de pecadores.

El hombre que ha nacido de Dios a una nueva vida no busca alcanzar la perfección de la obediencia y del
carácter para pasar un Juicio y para verse a sí mismo como un ser superior a sus semejantes. La verdadera
obediencia no obedece por temor al castigo ni por amor a la recompensa. El verdadero creyente está
enamorado de la belleza y pureza del carácter de Cristo y al ver contrastado su propio carácter perverso, lucha
contra éste para desarrollar más y más un nuevo carácter semejante al de su Modelo. El verdadero cristiano
aprende a apreciar y a respetar la Ley de Dios, pues ya no la ve más como una serie de ordenes arbitrarias y
dictatoriales, sino como una perfecta muralla de protección que fue levantada por un amoroso Padre para su
propia protección y bienestar. Por lo tanto, obedece la Ley a como de lugar, pues entiende plenamente que
desobedecerla sólo puede atraerle mal a sí mismo y a su prójimo.

El verdadero cristiano desarrolla el “amor de Dios que ha sido derramado” en su corazón “por el Espíritu Santo”
que le fue dado (Ro. 5:5). Este amor no es un sentimiento susceptible al ambiente y a las circunstancias, sino
que es un principio que permanece firme independientemente de lo que suceda a su alrededor. Es un amor
que no devuelve “mal por bien” ni “odio por amor” a Dios (Sal. 109:5), sino que mas bien devuelve bien por el
mal que recibe, y amor por odio que recibe. Ama a los enemigos de la verdad, bendice a los que le maldicen,
hace el bien a los que lo aborrecen, y ora por los que le ultrajan y hasta le persiguen (Mt. 5:44), dando así
evidencia de que ha sido adoptado en la familia celestial (Ga. 4:5), pues esta es la condición descrita en la
Palabra de Dios: “PARA QUE SEÁIS HIJOS de vuestro Padre que está en los cielos, que hace salir su sol sobre
malos y buenos, y que hace llover sobre justos e injustos” (Mt. 5:45).

“PARA QUE SEÁIS HIJOS” tienes que hacer lo descrito en Mt. 5:44. Si devolvemos odio por odio, si nos portamos
como enemigos de los enemigos, si maldecimos y condenamos a los que nos maldicen, si excluimos en lugar
de orar y ser amorosos con los que aborrecen la verdad, acaso podemos decir que somos “hijos de Dios”? De
acuerdo a Mateo 5:45, la respuesta es NO. No podemos pretender ser hijos de Dios solamente teniendo un
conocimiento teórico de la verdad sin ponerlo en práctica. No podemos pretender ser hijos de Dios mientras
conservamos el carácter podrido y natural semejante a Satanás. ¿Has entendido y aceptado que por naturaleza
no eres hijo o hija de Dios? Haces bien. Pero ese conocimiento teórico de nada sirve si pretendes alcanzar el
cielo con puro conocimiento y pura obediencia servil.

“El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece; no hace
nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor; no se goza de la injusticia, mas se goza de la
verdad. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta.” (1 Co. 13:4-7)

El verdadero creyente desarrolla el principio del amor viviendo “de toda palabra que sale de la boca de Dios”
(Mt. 4:4), “pues este es el amor a Dios, que guardemos sus mandamientos; y sus mandamientos no son
gravosos” (1 Jn. 5:3). Y esta obediencia no es fría ni mecánica, pues no nace de Gálatas 5:19-21, sino de Gálatas
5:22-23. Por lo tanto es una obediencia lavada con el un aceite de un “amor sufrido y benigno”—amable,
bienintencionado, compasivo y fraternal; un amor “que no tiene envidia”—entonces es libre de
resentimientos, disgustos y rivalidades; un amor que “no es jactancioso”—no es arrogante, ni creído, ni
presumido de su conocimiento, de su obediencia o de sus obras; un amor que “no se envanece”—no se cree

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superior a su prójimo que no posee su conocimiento, que no realiza sus mismas obras, o que no vive como él
vive; un amor que “no hace nada indebido”—no hace ni dice nada incorrecto, ni lanza palabras innecesarias
para lastimar a su prójimo ya que este amor “no hace mal al prójimo” (Ro. 13:10), como si acaso el fin justificara
los medios. Este amor “no busca lo suyo” pues no nace del egoísmo, no busca algo a cambio ni de Dios ni del
prójimo. Y si el prójimo le devuelve mal por bien, este creyente devuelve a cambio amor, respeto y compasión.
Este amor “no se irrita” porque no nace del odio natural, sino que nace de la paciencia sobrenatural. “No se
irrita” porque lo que hace, lo hace por amor, y no por obligación. Este amor “no guarda rencor” pues “todo lo
sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta” (1 Co. 13:7).

1JT pg. 479.2 – “Tal vez algunos digan que esperar el favor de Dios por nuestras buenas obras es exaltar
nuestros propios méritos. A la verdad, no podemos comprar una sola victoria con nuestras buenas obras; sin
embargo, no podemos ser vencedores sin ellas. La compra que Cristo nos recomienda consiste tan sólo en
cumplir con las condiciones que él nos ha dado. La verdadera gracia, que es de valor inestimable, y que
soportará la prueba y la adversidad, se obtiene únicamente por la fe y por una obediencia humilde acompañada
de oración. Las gracias que soportan las pruebas de la aflicción y la persecución, y la evidencia de su pureza
y sinceridad, son el oro que es probado en el fuego y hallado puro. Cristo ofrece vender al hombre este
precioso tesoro: ‘Yo te amonesto que de mí compres oro afinado en fuego’ (Ap. 3:18). El cumplimiento muerto
y frío del deber no nos hace cristianos. Debemos salir de la condición de tibieza y experimentar una verdadera
conversión, o no llegaremos al cielo.

“Se me llamó la atención a la providencia de Dios entre su pueblo, y se me mostró que cada prueba del proceso
de refinamiento y purificación impuesto a los que profesaban ser cristianos demostraba si algunos eran
escoria. El oro fino no aparece siempre. En toda crisis religiosa, algunos caen bajo la tentación. El zarandeo de
Dios avienta multitudes como hojas secas. La prosperidad contribuye a que ingresen en la iglesia multitudes
que meramente profesan la religión. La adversidad las elimina de la iglesia. El espíritu de esta clase de personas
no es firme en Dios. Se separan de nosotros porque no son de los nuestros; porque cuando la tribulación o la
persecución surgen por causa de la Palabra, muchos se escandalizan. {1JT 480.1}

“Recuerden los tales cuando, hace sólo unos meses, estaban juzgando los casos de otros que se hallaban en
condición similar a la que ahora ocupan ellos. Recuerden cuidadosamente de qué se preocuparon con respecto
a los tentados. Si alguno les hubiese dicho que a pesar de su celo y trabajo para corregir a los otros se habían
de encontrar, a la larga, en una situación semejante de tinieblas, habrían dicho, como le dijo Hazael al profeta:
‘¿Es tu siervo perro, que hará esta gran cosa?’ (2 Reyes 8:13). {1JT 480.2}

“Se engañan a sí mismos. Durante la calma, ¡qué firmeza manifiestan! ¡Cuán buenos marinos parecen ser! Pero
cuando se presentan las furiosas tempestades de las pruebas y las tentaciones, sus almas naufragan. Puede
que haya hombres que tengan excelentes dones, mucha capacidad, espléndidas cualidades; pero un defecto,
un solo pecado albergado, ocasionará al carácter lo que al barco una tabla carcomida: un completo desastre
y una ruina absoluta.” {1JT 480.3}

El verdadero creyente atrae a otras almas perdidas al redil de Cristo, no con la elegancia o la fuerza de sus
palabras, ni tampoco con ilusiones que despierten el amor a la recompensa, ni con una fría dureza destinada a
despertar el temor al castigo, sino que atrae con palabras sazonadas con tacto y sabiduría divina. Conquista
con un carácter semejante al de Cristo, con una religión bíblica que es como un imán capaz de atraer a cualquier

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hombre en quien el Espíritu Santo ha sembrado esa “hambre y sed de justicia” (Mt. 5:6). La religión farisea, en
cambio, repele a los hombres y es un estorbo a la causa de Dios, pues abunda en legalismo, formalismo, y
mandamientos de hombres, pero carece de misericordia y piedad verdadera. También hay una falsa religión
que se encuentra en el extremo opuesto y busca atraer a los hombres adoptando las costumbres y la pompa
del mundo. De ambos extremos debemos tener mucho cuidado.

Ev pg. 202.6 – “El ha instituido este servicio para que nos llame la atención continuamente hacia el amor de
Dios que se ha manifestado por nosotros... Este servicio no puede repetirse sin que un pensamiento se
relacione con otro. En esta forma, una cadena de pensamientos trae recuerdos de bendiciones, de bondad y
de favores recibidos de amigos y de hermanos. El Espíritu Santo, con su poder vivificador presenta la
ingratitud y la falta de amor que han surgido de la odiosa raíz de amargura. El Espíritu de Dios trabaja en las
mentes humanas. Se recuerdan los defectos de carácter, el descuido de los deberes y la ingratitud hacia Dios,
y los pensamientos son puestos bajo la dirección de Cristo.”

CC pg. 57.3 – “Aunque la obra del Espíritu es silenciosa e imperceptible, sus efectos son manifiestos. Cuando
el corazón ha sido renovado por el Espíritu de Dios, el hecho se revela en la vida. Si bien no podemos hacer
cosa alguna para cambiar nuestro corazón, ni para ponernos en armonía con Dios; si bien no debemos confiar
para nada en nosotros mismos ni en nuestras buenas obras, nuestra vida demostrará si la gracia de Dios mora
en nosotros. Se notará un cambio en el carácter, en las costumbres y ocupaciones. El contraste entre lo que
eran antes y lo que son ahora será muy claro e inequívoco. El carácter se da a conocer, no por las obras buenas
o malas que de vez en cuando se ejecuten, sino por la tendencia de las palabras y de los actos habituales en
la vida diaria.

“Es cierto que puede haber una conducta externa correcta sin el poder renovador de Cristo. El amor a la
influencia y el deseo de ser estimado por los demás pueden producir una vida bien ordenada. El respeto propio
puede impulsarnos a evitar las apariencias de mal. Un corazón egoísta puede realizar actos de generosidad.
¿De qué medio nos valdremos, entonces, para saber de parte de quién estamos? {CC 58.1}

“¿Quién posee nuestro corazón? ¿Con quién están nuestros pensamientos? ¿De quién nos gusta hablar? ¿Para
quién son nuestros más ardientes afectos y nuestras mejores energías? Si somos de Cristo, nuestros
pensamientos están con El y le dedicamos nuestras más gratas reflexiones. Le hemos consagrado todo lo que
tenemos y somos. Anhelamos ser semejantes a El, tener su Espíritu, hacer su voluntad y agradarle en todo.
{CC 58.2}

“Los que llegan a ser nuevas criaturas en Cristo Jesús producen los frutos de su Espíritu: ‘amor, gozo, paz,
longanimidad, benignidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, templanza’ (Gálatas 5:22, 23). Ya no se
conforman con las concupiscencias anteriores, sino que por la fe siguen las pisadas del Hijo de Dios, reflejan
su carácter y se purifican a sí mismos como El es puro. Aman ahora las cosas que en un tiempo aborrecían, y
aborrecen las cosas que en otro tiempo amaban. El que era orgulloso y dominador es ahora manso y humilde
de corazón. El que antes era vano y altanero, es ahora serio y discreto. El que antes era borracho, es ahora
sobrio y el que era libertino, puro. Han dejado las costumbres y modas vanas del mundo. Los cristianos no
buscan ‘el adorno exterior’, sino que ‘sea adornado el hombre interior del corazón, con la ropa imperecedera
de un espíritu manso y sosegado’ (1 Pedro 3:3, 4).” {CC 58.3}

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PVGM pg. 70.1 – “El hombre que trata de guardar los mandamientos de Dios solamente por un sentido de
obligación—porque se le exige que lo haga—nunca entrará en el gozo de la obediencia. El no obedece. Cuando
los requerimientos de Dios son considerados como una carga porque se oponen a la inclinación humana,
podemos saber que la vida no es una vida cristiana. La verdadera obediencia es el resultado de la obra
efectuada por un principio implantado dentro. Nace del amor a la justicia, el amor a la ley de Dios. La esencia
de toda justicia es la lealtad a nuestro Redentor. Esto nos inducirá a hacer lo bueno porque es bueno, porque
el hacer el bien agrada a Dios.

“La gran verdad de la conversión del corazón por el Espíritu Santo es presentada en las palabras que Cristo
dirigiera a Nicodemo: ‘De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere otra vez, no puede ver el reino de
Dios... Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es. No te maravilles de
que te dije: Os es necesario nacer otra vez. El viento de donde quiere sopla, y oyes su sonido; mas no sabes de
dónde viene, ni a dónde vaya: así es todo aquel que es nacido del Espíritu’ (Juan 3:3-8).” {PVGM 70.2}

DTG pg. 621.4 – “Toda verdadera obediencia proviene del corazón. La de Cristo procedía del corazón. Y si
nosotros consentimos, se identificará de tal manera con nuestros pensamientos y fines, amoldará de tal
manera nuestro corazón y mente en conformidad con su voluntad, que cuando le obedezcamos estaremos tan
sólo ejecutando nuestros propios impulsos. La voluntad, refinada y santificada, hallará su más alto deleite en
servirle. Cuando conozcamos a Dios como es nuestro privilegio conocerle, nuestra vida será una vida de
continua obediencia. Si apreciamos el carácter de Cristo y tenemos comunión con Dios, el pecado llegará a
sernos odioso.”

“Así como Cristo vivió la ley en la humanidad, podemos vivirla nosotros si tan sólo nos asimos del Fuerte para
obtener fortaleza. Pero no hemos de colocar la responsabilidad de nuestro deber en otros, y esperar que ellos
nos digan lo que debemos hacer. No podemos depender de la humanidad para obtener consejos. El Señor
nos enseñará nuestro deber tan voluntariamente como a alguna otra persona. Si acudimos a él con fe, nos dirá
sus misterios a nosotros personalmente. Nuestro corazón arderá con frecuencia en nosotros mismos cuando
él se ponga en comunión con nosotros como lo hizo con Enoc. Los que decidan no hacer, en ningún ramo, algo
que desagrade a Dios, sabrán, después de presentarle su caso, exactamente qué conducta seguir. Y recibirán
no solamente sabiduría, sino fuerza. Se les impartirá poder para obedecer, para servir, según lo prometió
Cristo. Cuanto se dio a Cristo—todas las cosas destinadas a suplir la necesidad de los hombres caídos,—se le
dio como a la cabeza y representante de la humanidad. ‘Y cualquier cosa que pidiéremos, la recibiremos de él,
porque guardamos sus mandamientos, y hacemos las cosas que son agradables delante de él’ (1 Juan 3:22).”
{DTG 622.1}

RJ pg. 57.2 – “Los cristianos a medias oscurecen la gloria de Dios, interpretan mal la piedad, y producen en los
hombres falsas ideas de lo que constituye la piedad vital. Otros piensan que ellos, también, pueden ser
cristianos y sin embargo consultar sus propios gustos y hacer provisión para la carne, si estos cristianos a
medias pueden hacerlo. En más de un estandarte de profesos cristianos está escrito el lema: ‘Usted puede
servir a Dios y agradarse a sí mismo. Usted puede servir a Dios y a Mammón’. Profesan ser vírgenes prudentes,
pero al no tener el aceite de la gracia en sus vasos con sus lámparas, no derraman luz para gloria de Dios y
para salvación de los hombres. Buscan hacer lo que el Redentor del mundo dijo era imposible hacer. El declaró:
‘No podéis servir a Dios y a las riquezas’ (Lc. 16:13).

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“Los que profesan ser cristianos pero no siguen las pisadas de Cristo, anulan el efecto de las palabras de Cristo
y oscurecen el plan de salvación. Por su espíritu e influencia dicen virtualmente: ‘Jesús, en tus días tú no
entendiste tan bien como nosotros lo entendemos en nuestros días, que el hombre puede servir a Dios y a las
riquezas’. Estos profesantes de religión declaran guardar la ley de Dios, pero no la guardan. ¡Oh, en qué se
habría convertido la norma de auténtica humanidad si hubiera sido dejada en las manos del hombre! Dios ha
levantado su propia norma: los mandamientos de Dios y la fe de Jesús; y la experiencia que sigue a la completa
entrega a Dios es justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo. {RJ 57.3}

“Usted no necesita esperar ser bueno; no necesita pensar que algún esfuerzo suyo hará aceptables sus
oraciones y le traerá salvación. Que cada hombre y mujer ore a Dios, no al hombre. Que cada uno venga a
Cristo en humildad, y hable con El con sus propios labios. {RJ 57.4}

“Usted debiera orar a Dios por sí mismo, creyendo que El escucha cada palabra que usted pronuncia. Abra su
corazón para su inspección, confiese sus pecados, pídale que lo perdone, rogando por los méritos de la
expiación y entonces, por fe, contemple el gran plan de redención, y el Consolador traerá todas las cosas a su
recuerdo. {RJ 57.5}

“Cuanto más estudie el carácter de Cristo, tanto más atractivo aparecerá ante usted. Llegará a estar cerca de
usted, en estrecho compañerismo; sus afectos irán hacia El. Si la mente es moldeada por los objetos con los
cuales más se relaciona, entonces pensar en Jesús, hablar de El, lo capacitará para ser como El en espíritu y
carácter. Reflejará su imagen en lo que es grande y puro y espiritual. Tendrá la mente de Cristo y El lo enviará
al mundo como su representante espiritual.” {RJ 57.6}

“Porque sol y escudo es Jehová Dios; gracia y gloria dará Jehová. No quitará el bien a los que andan en
integridad.” (Salmos 84:11)

ATO pg. 367.2 – “Tenemos un Padre celestial sabio y amoroso, que escucha las oraciones de sus hijos. Sin
embargo, no siempre les da lo que ellos desean. Retiene lo que ve que no sería para su bien. No obstante, les
otorga todo lo que necesitan. Les da lo que es necesario para su crecimiento en la gracia. Cuando oramos,
debiéramos decir: ‘Señor, si lo que te pido es para mi bien, dámelo; pero, si no lo es, reténlo; sin embargo,
dame tu bendición’. El Señor escucha nuestras peticiones, comprende nuestra situación y suplirá
exactamente lo que necesitamos. Fortalecerá nuestra fe y aumentará nuestra espiritualidad. El Señor es
bueno y misericordioso, perfecto en comprensión e infinito en sabiduría.”

PUEBLO ADQUIRIDO POR DIOS


“Desechando, pues, toda malicia, todo engaño, hipocresía, envidias, y todas las detracciones, desead, como
niños recién nacidos, la leche espiritual no adulterada, para que por ella crezcáis para salvación, si es que habéis
gustado la benignidad del Señor.” (1 Pe. 2:1-3)

El verdadero cristiano debe luchar y vencer contra todo tipo de malicia, engaño, hipocresía, envidia,
murmuración, crítica proveniente del corazón natural, y debe crecer de niño a adulto espiritualmente para
salvación si es que realmente a aprendido a apreciar, aunque sea un poco, del perfecto carácter de su Señor.
No es posible que el verdadero creyente continúe por años acariciando los mismos pecados y defectos de
carácter, pues la luz de Cristo ilumina su mente y se ve como Dios lo ve, y desea además ser semejante a su

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Maestro. Si verdaderamente hemos sido llamados de las tinieblas a su luz admirable, debemos andar en la luz
y no solamente hablar y predicar de la luz. La luz de Cristo debe brillar en nosotros y hacia otros. La luz de Cristo
no debe brillar en nosotros para luego morir en nosotros sin dar fruto. Caso contrario, otros tomarán nuestro
lugar.

“Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que
anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable; vosotros que en otro tiempo
no erais pueblo, pero que ahora sois pueblo de Dios; que en otro tiempo no habíais alcanzado misericordia,
pero ahora habéis alcanzado misericordia.” (1 Pe. 2:9-10)

“Sois linaje escogido”—en el creyente que ha nacido de nuevo se ha cumplido la promesa de Génesis 3:15 y de
simiente de satanás ha pasado a ser simiente o linaje de Dios. Muchos son llamados pero pocos los escogidos,
pues son pocos los que aceptan el llamado de Dios. La limitación nunca la pone Dios, sino que la limitación
proviene del hombre que rechaza el llamado. Todos estamos escogidos y predestinados para ser salvos, pero
Dios no obliga a nadie. El hombre debe aceptar el llamado voluntariamente. Voluntaria e individualmente
debemos aceptar entrar en la lucha del cristiano contra nuestra propia naturaleza carnal.

TM pg. 453.5 – “Hallamos una sola predestinación en la Palabra de Dios, de individuos y de un pueblo, a saber,
que el hombre está predestinado a ser salvo. Muchos han mirado hacia el final, pensando que estaban
seguramente predestinados para gozar de la bienaventuranza celestial; pero ésta no es la predestinación que
revela la Biblia. El hombre está predestinado a ocuparse en su propia salvación con temor y temblor. Está
predestinado a ponerse la armadura, para pelear la buena batalla de la fe. Está predestinado a usar los medios
que Dios ha puesto a su alcance a fin de combatir contra toda mala concupiscencia mientras Satanás está
jugando el juego de la vida por su alma. Está predestinado a velar y orar, para escudriñar las Escrituras, para
evitar caer en la tentación. Está predestinado para tener fe constantemente. Está predestinado a ser obediente
a toda palabra que sale de la boca de Dios, para que pueda ser no sólo oidor, sino hacedor de la Palabra. Esta
es la predestinación bíblica.

“Debido a que se ha concedido gran luz, debido a que los hombres, como los príncipes de Israel, han ascendido
al monte y han disfrutado del privilegio de la comunión con Dios y se les ha permitido morar a la luz de su
gloria, es un engaño fatal el que estas personas así favorecidas piensen que después pueden pecar y
corromper sus caminos delante de Dios y seguir actuando como si hicieran su voluntad, como si él no tomara
en cuenta sus pecados porque han sido tan honrados por el Señor. La gran luz y los privilegios concedidos
exigen frutos de virtud y santidad correspondientes con la luz que les fue dada. Todo lo que sea menos que
esto, Dios no lo aceptará. {TM 454.1}

“Pero estas grandes manifestaciones de Dios nunca debieran arrullar al hombre en una falsa seguridad e
inducirlo al descuido. Nunca debieran abrir la puerta al sensualismo o inducir a los que las hayan recibido a
creer que Dios no será exigente con ellos porque él necesita de la habilidad y el conocimiento de ellos para
realizar una parte en la gran obra. Todas estas ventajas son sus medios para inspirar ardor en el espíritu, fervor
en el esfuerzo y exactitud en la realización de su santa voluntad. {TM 454.2}

“Vosotros, hermanos míos, os cruzáis de brazos y os dejáis arrastrar hacia el mal proceder, y todavía esperáis
que Dios obre un milagro para cambiar vuestros caracteres y obligaros a ser puros y santos. ¿Os expondréis

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anhelosamente a la tentación, esperando que Dios fuerce vuestra mente y vuestras inclinaciones para que no
os corrompáis? ¿Llevaréis la víbora a vuestro seno, esperando que Dios la hechice de manera que no os
envenene con su mordedura mortífera? ¿Beberéis veneno esperando que Dios proporcione un antídoto?” {TM
455.1}

“Real sacerdocio.” Los redimidos serán reyes y sacerdotes de Dios en la nueva tierra: “y nos has hecho para
nuestro Dios reyes y sacerdotes, y reinaremos sobre la tierra” (Ap. 5:10). Pero los redimidos aprenderán a ser
sacerdotes en esta tierra. El verdadero creyente debe aprender a manejar la ofrenda y el sacrificio, debe
entender el ritual simbólico para comprender cómo el hombre es aceptado, perdonado, recibe el bautismo del
Espíritu Santo y pasa el Juicio. El verdadero creyente debe ser un intercesor que aboga por sus hermanos aquí
en la tierra ante el Abogado que se encuentra en el Santuario Celestial. Es decir, en lugar de condenar a sus
hermanos, coopera con el Espíritu Santo para llevar a su prójimo al arrepentimiento y sanación. Así como
Abraham intercedió por el pueblo de Dios en sus peores momentos, desarrollando un carácter semejante al
de Cristo; así como Judá intercedió por Benjamín desarrollando un carácter semejante al de Cristo; nosotros
también debemos desarrollar un carácter semejante al de Cristo y seguramente aprenderemos a interceder
con oraciones al Sumo Sacerdote, aprenderemos a servir y a poner a nuestro prójimo por encima de nuestra
propia vida.

“Nación santa.” En nosotros mismos estamos manchados y contaminados por el pecado (Jer. 2:22). Pero en el
nuevo nacimiento nos es dado una nueva naturaleza santa que debe ser desarrollada. En la justificación somos
declarados santos en Cristo—en virtud de su humanidad sin mancha de pecado. Pero en la santificación
debemos desarrollar esa nueva naturaleza santa y vencer sobre la vieja naturaleza.

“Pueblo adquirido por Dios.” Adquirido quiere decir comprado, o incluso cazado o pescado. Es por eso que el
Señor Jesús a sus colaboradores les dijo: “Venid en pos de mí, y haré que seáis pescadores de hombres” (Mr.
1:17). Dios llama a su pueblo “pueblo adquirido”, comprado por la preciosa sangre de Cristo. “Porque habéis
sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de
Dios” (1 Co. 6:20). Si somos “pueblo adquirido” o “comprado” o “pescado” es porque por naturaleza, por
estado de ser, la condición original es de NO ser pueblo de Dios. No somos pueblo de Dios hasta que se realiza
la compra, la adquisición. Y no se compra o adquiere o pesca algo que ya se posee. Sólo se puede adquirir o
comprar algo que no se posee, pero se desea poseer. Dios desea adquirirnos a todos, pero el no obliga a nadie
a ser parte de su pueblo. El hombre debe desear también ser parte del pueblo de Dios.

“Aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable.” Nuevamente vemos que la condición original es
siempre negativa, nunca positiva. No somos pueblo de Dios por naturaleza, sino que debemos ser adquiridos.
No somos luz por naturaleza, sino que por naturaleza somos tinieblas. El verdadero creyente ha sido llamado
de la luz a las tinieblas, debe abandonar las tinieblas y apreciar la luz admirable. No pasamos de completas
tinieblas a luz completa de la noche a la mañana. Es un proceso continuo abandonar las tinieblas de nuestros
prejuicios, opiniones preconcebidas, teorías y mandamientos de hombres, fábulas y mentiras, hacia la verdad
de la Palabra de Dios. El Espíritu Santo nos muestra una luz tras otra, y si en algún momento rechazamos la luz
que nos presenta entonces el proceso se detiene y por nuestra propia elección somos abandonados a las
tinieblas que amamos pues despreciamos la luz. “Y esta es la condenación: que la luz vino al mundo, y los
hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas” (Jn. 3:19).

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“En otro tiempo no erais pueblo, pero que ahora sois pueblo de Dios.” Nuevamente se nos recuerda, se enfatiza
que originalmente, desde nuestro engendramiento, no somos pueblo de Dios. Debemos nacer de nuevo,
debemos ser adoptados por Dios, para recién pasar a ser pueblo de Dios. Y si verdaderamente somos pueblo
de Dios, debemos servir a Dios, obedeciendo su Ley y desarrollando un carácter perfecto como el carácter de
Dios. Debemos ser pueblo de Dios en vida y en carácter, no sólo en palabras. La fe sin obras está muerta.

Hechos de los Apóstoles, pg. 451.2 – “La verdadera santificación significa amor perfecto, obediencia perfecta
y conformidad perfecta a la voluntad de Dios. Somos santificados por Dios mediante la obediencia a la verdad.
Nuestra conciencia debe ser purificada de las obras de muerte sirviendo al Dios viviente. Todavía no somos
perfectos; pero es nuestro privilegio separarnos de los lazos del yo y del pecado y avanzar hacia la perfección.
Grandes posibilidades, altos y santos fines están al alcance de todos. {HAp 451.2}

“La razón por la cual muchos en este siglo no realizan mayores progresos en la vida espiritual, es porque
interpretan que la voluntad de Dios es precisamente lo que ellos desean hacer. Mientras siguen sus propios
deseos se hacen la ilusión de que están conformándose a la voluntad de Dios. Los tales no tienen conflictos
consigo mismos. Hay otros que por un tiempo tienen éxito en su lucha contra sus propios deseos de placeres
y comodidad. Son sinceros y fervorosos, pero se cansan por el prolongado esfuerzo, la muerte diaria y la
incesante inquietud. La indolencia parece invitarlos, la muerte al yo es desagradable; finalmente cierran sus
soñolientos ojos y caen bajo el poder de la tentación en vez de resistirla.” {HAp 451.3}

El Reino Voluntario y el Reino de Fuerza


“Para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó” (1 Pe. 2:9). Somos llamados de las tinieblas a la luz,
para compartir esa luz con quienes no la poseen. Pero Dios no emplea la fuerza, sino que satanás emplea la
fuerza. Al compartir el mensaje no debemos emplear el método de satanás y tratar de convencer a la gente
utilizando la fuerza o el miedo. Nuestro trabajo no es convencer a nadie, ese es el trabajo del Espíritu Santo,
así que no estorbemos su obra utilizando el método de satanás.

Como dijo Martín Lutero, “Nuestro trabajo es llevar el evangelio a los oídos, y Dios lo llevará de los oídos a los
corazones.”

DTG pg. 402.2 – “El Salvador reunió a sus discípulos en derredor de sí y les dijo: ‘Si alguno quiere ser el primero,
será el postrero de todos, y el servidor de todos.’ Tenían estas palabras una solemnidad y un carácter
impresionante que los discípulos distaban mucho de comprender. Ellos no podían ver lo que Cristo discernía.
No percibían la naturaleza del reino de Cristo, y esta ignorancia era la causa aparente de su disputa. Pero la
verdadera causa era más profunda. Explicando la naturaleza del reino, Cristo podría haber apaciguado su
disputa por el momento; pero esto no habría alcanzado la causa fundamental. Aun después de haber recibido
el conocimiento más completo, cualquier cuestión de preferencia podría renovar la dificultad, y el desastre
podría amenazar a la iglesia después de la partida de Cristo. La lucha por el puesto más elevado era la
manifestación del mismo espíritu que diera origen a la gran controversia en los mundos superiores e hiciera
bajar a Cristo del cielo para morir. Surgió delante de él una visión de Lucifer, el hijo del alba, que superaba en
gloria a todos los ángeles que rodean el trono y estaba unido al Hijo de Dios por los vínculos más íntimos.
Lucifer había dicho: ‘Seré semejante al Altísimo’ (Isaías 14:12, 14), y su deseo de exaltación había introducido
la lucha en los atrios celestiales y desterrado una multitud de las huestes de Dios. Si Lucifer hubiese deseado

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realmente ser como el Altísimo, no habría abandonado el puesto que le había sido señalado en el cielo; porque
el espíritu del Altísimo se manifiesta sirviendo abnegadamente. Lucifer deseaba el poder de Dios, pero no su
carácter. Buscaba para sí el lugar más alto, y todo ser impulsado por su espíritu hará lo mismo. Así resultarán
inevitables el enajenamiento, la discordia y la contención. El dominio viene a ser el premio del más fuerte. El
reino de Satanás es un reino de fuerza; cada uno mira al otro como un obstáculo para su propio progreso, o
como un escalón para poder trepar a un puesto más elevado.”

La siguiente historia fue tomada de “Las Historias” de Herodoto:

El rey Jerjes, durante la Batalla de las Termópilas, quería saber qué estaban haciendo los griegos, así que envió
a un espía: “Vio a algunos de los hombres ejercitándose y a otros peinándose. Se maravilló de lo que presenció
y tomó nota de su número. Cuando lo hubo observado todo cuidadosamente, regresó tranquilamente, ya que
nadie lo persiguió ni le prestó atención alguna. Así que regresó y le contó a Jerjes todo lo que había visto.”

Cuando el espía le dijo esto a Jerjes, el rey persa pensó que era una broma. Le preguntó a un espartano cautivo,
quien confirmó esta tradición: “Cuando llegó este hombre, le preguntó sobre cada uno de estos asuntos,
queriendo entender qué estaban haciendo los lacedemonios. Demarato dijo: —Ya me habías oído hablar de
estos hombres cuando partíamos para Hellas, pero cuando lo supiste, te burlaste de mí, aunque te dije cómo
esperaba que salieran las cosas. Mi mayor objetivo, oh rey, es ser sincero en tu presencia. Así que escúchame
ahora. Estos hombres han venido a luchar contra nosotros por el paso, y para eso se están preparando. Ésta es
su costumbre: cuando están a punto de arriesgar su vida, se arreglan el cabello.”

Charles Spurgeon, en su libro “The Greatest Fight” (La más grande batalla), inicia su libro citando aquella
historia para hacer el siguiente comentario, muy similar al comentario de Pablo luego de presenciar las
olimpiadas de los griegos y sacar una lección espiritual sobre la carrera del cristiano.

“El rey Jerjes vio las cosas con claridad cuando se dio cuenta que aquellos que podían arreglarse el cabello
antes de la batalla habían puesto un gran valor en sus cabezas y que, por lo tanto, no las inclinarían ante una
muerte cobarde. Si tenemos cuidado de usar nuestro mejor lenguaje al proclamar las verdades eternas,
llevaremos a nuestros oponentes a asumir que somos aún más cuidadosos con las doctrinas mismas. No
debemos ser soldados desordenados cuando tenemos ante nosotros una gran batalla, porque eso se vería
como desesperanza.

“Avanzamos en la batalla contra la falsas doctrinas, la mundanalidad y el pecado, sin temor a las consecuencias
finales. Por lo tanto, nuestro discurso no debe ser de pasión desordenada, sino de principios bien meditados.
No debemos ser descuidados, ya que buscamos triunfar. Haga bien su trabajo en este tiempo, para que todas
las personas comprendan que no se dejará alejar de él.

“Un persa, en otra ocasión cuando vio a un puñado de guerreros avanzar, dijo: ‘¡Ese pequeño puñado de
hombres! ¡Seguramente, no pueden estar buscando pelear!’ Pero uno que estaba cerca dijo: ‘Sí que lo hacen,
porque han pulido sus escudos y sus armaduras’.

“Tenga la seguridad de que la persona va en serio cuando no está dispuesta a ser apurada a una pelea. Era
costumbre entre los griegos, cuando tenían un día sangriento por delante, mostrar la alegría severa de los
guerreros vistiéndose bien. Creo, hermanos, que cuando tenemos una gran obra que hacer para Cristo, y

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somos intencionales al respecto, no iremos al púlpito ni a la plataforma para decir lo primero que salga de
nuestros labios.

“Si hablamos de parte de Cristo, deberíamos hablar lo mejor que podamos, aunque incluso entonces, los
hombres no son conquistados por el brillo de los escudos, ni por la suavidad del cabello de un guerrero, sino
que se necesita un poder superior para cortar la armadura. Al Dios de los ejércitos, miro hacia arriba. ¡Que Él
defienda lo que es justo! Pero no avanzo al frente con pasos descuidados; tampoco tengo ninguna duda. Somos
débiles, pero el Señor nuestro Dios es poderoso, y la batalla es del Señor y no nuestra.”

Dios tiene un método para presentar la verdad y nosotros debemos aprender a presentar la verdad con el
método de Dios, pues por naturaleza queremos presentar la verdad utilizando el método de satanás que es el
método de la fuerza—pues ese es el método natural del corazón de piedra. Presentar la verdad utilizando el
método de satanás es descrito en su Palabra como “mentir contra la verdad.”

NO MINTÁIS CONTRA LA VERDAD


“¿Quién es sabio y entendido entre vosotros? Muestre por la buena conducta sus obras en sabia
mansedumbre. Pero si tenéis celos amargos y contención en vuestro corazón, no os jactéis, ni mintáis contra
la verdad.” (Santiago 3:13, 14)

A Fin de Conocerle pg. 185.6 – “¿Qué es mentir contra la verdad? Es pretender creer la verdad, al paso que
el espíritu, las palabras, la conducta, no representan a Cristo sino a Satanás. Conjeturar lo malo, ser
impaciente e inexorable, es mentir contra la verdad; pero el amor, la paciencia y la amplia tolerancia están
de acuerdo con los principios de la verdad. La verdad es siempre pura, siempre bondadosa, respira una
fragancia del celo sin mezcla de egoísmo. {AFC 185.6}

“Ser despiadado, acusar a otros, dar expresión a juicios ásperos y severos, alimentar malos pensamientos,
no es el resultado de la sabiduría que proviene de lo alto… El lenguaje del cristiano debiera ser suave y
circunspecto, pues su fe santa requiere de él que represente a Cristo ante el mundo. Todos los que habitan
en Cristo, manifestarán la bondad y magnánima cortesía que caracterizaban la vida del Maestro. Sus obras
serán obras de piedad, equidad y pureza. Tendrán la mansedumbre de la sabiduría y ejercerán el don de la
gracia de Jesús. {AFC 186.1}

“‘La paz de Dios gobierne en vuestros corazones... y sed agradecidos. La palabra de Cristo more en abundancia
en vosotros, enseñándoos y exhortándoos unos a otros en toda sabiduría, cantando con gracia en vuestros
corazones al Señor con salmos e himnos y cánticos espirituales’ (Colosenses 3:15, 16). Así procedía Cristo. Con
frecuencia era asaltado por la tentación, pero en vez de rendirse o alterarse, cantaba las alabanzas de Dios.
Con cánticos espirituales detenía el torrente de palabras de aquellos a quienes Satanás estaba usando para
crear contienda. {AFC 186.2}

“Cuando son tentados los que aman a Dios, canten himnos de alabanza a su Creador antes de hablar palabras
de acusación y crítica... Contemplad siempre a Jesús.” {AFC 186.3}

“¿Qué es mentir contra la verdad? Es pretender creer la verdad, al paso que el espíritu, las palabras, la
conducta, no representan a Cristo sino a Satanás.” Podemos tener conocimiento de la verdad. Tener

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conocimiento claro de los tres mensajes angélicos, de la verdad presente. Podemos presentar esta verdad con
el carácter natural no santificado y pretender que estamos cumpliendo nuestro deber. Pero si al tratar con los
demás, y especialmente si al presentar la verdad, no cuidamos nuestras palabras, el espíritu, la conducta con
que presentamos la verdad, entonces estamos mintiendo contra la verdad porque con nuestro carácter
satánico mezclado con la verdad estamos dando una falsa representación del carácter de Cristo. Por eso la
hermana White dice que al hacer esto “no representan a Cristo sino a Satanás.” Si presento la verdad con un
carácter frío, sombrío, sin amor, con palabras toscas, dureza, condenación y farisaísmo, entonces los oyentes
al ver mezclada la verdad con este carácter van a asumir que este carácter debe ser el carácter correcto, porque
cómo una persona que tiene tanto conocimiento se comporta de esta manera? Ese es el peligro, porque luego
ese comportamiento, esas palabras, esa dureza se copia y se propaga como un virus. El farisaísmo es
extremadamente contagioso porque es natural en el ser humano.

“Permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el pámpano no puede llevar fruto por sí mismo, si no permanece
en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí.” (Juan 15:4)

ATO pg. 301.4 – “No es suficiente que de vez en cuando oren, y se comporten con justicia. Deben poseer los
atributos que Cristo, morando en ustedes, desarrollará en sus vidas continuamente. ¿Cuántos de nosotros
vivimos esta experiencia? No obstante podemos tenerla y, teniéndola, seremos la gente más feliz sobre la faz
de la tierra. Con la palabra de Cristo que mora en nosotros, daremos evidencias de que hemos recibido
totalmente a Aquel que en su humanidad vivió una vida sin pecado. En la fortaleza de la divinidad venceremos
toda tendencia al mal.

“La diferencia entre el carácter de Cristo y el de otros hombres de sus días era totalmente evidente; y por
esta diferencia el mundo lo odiaba. Lo aborrecía por su bondad y su estricta integridad. Y Cristo declaró que
los que evidenciaran las mismas cualidades serían aborrecidos del mismo modo. A medida que nos
aproximamos al fin del tiempo este odio hacia los seguidores de Jesús irá creciendo cada vez más. {ATO 301.5}

CC pg. 120.2 – “Muchos tienen ideas muy erróneas acerca de la vida y el carácter de Cristo. Piensan que
carecía de calor y alegría, que era austero, severo y triste. Para muchos toda la vida religiosa se presenta
bajo este aspecto sombrío.

“Se dice a menudo que Jesús lloró, pero que nunca se supo que haya sonreído. Nuestro Salvador fue a la verdad
Varón de dolores y experimentado en quebranto, porque abrió su corazón a todas las miserias de los hombres.
Pero aunque fue la suya una vida de abnegación, dolores y cuidados, su espíritu no quedó abrumado por ellos.
En su rostro no se veía una expresión de amargura o queja, sino siempre de paz y serenidad. Su corazón era
un manantial de vida. Y doquiera iba, llevaba descanso y paz, gozo y alegría. {CC 120.3}

“Nuestro Salvador fue profunda e intensamente fervoroso, pero nunca sombrío o huraño. La vida de los que
le imiten estará por cierto llena de propósitos serios; ellos tendrán un profundo sentido de su responsabilidad
personal. Reprimirán la liviandad; entre ellos no habrá júbilo tumultuoso ni bromas groseras; pues la religión
del Señor Jesús da paz como un río. No extingue la luz del gozo, no impide la jovialidad ni obscurece el rostro
alegre y sonriente. Cristo no vino para ser servido, sino para servir; y cuando su amor reine en nuestro corazón,
seguiremos su ejemplo.” {CC 120.4}

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“Pero el fundamento de Dios está firme, teniendo este sello: Conoce el Señor a los que son suyos; y: Apártese
de iniquidad todo aquel que invoca el nombre de Cristo.” (2 Ti. 2:19)

Dios Nos Cuida pg. 122.2 – “Todo aquel que nombra el nombre de Cristo debe adornar la doctrina de Cristo
nuestro Salvador mediante una vida bien llevada y un comportamiento piadoso, y también el adorno de un
espíritu manso y sereno... Si poseéis esto, tendréis favor con Cristo y con los hombres. {DNC 122.2}

“Las palabras pronunciadas con apresuramiento hieren y magullan las almas y la herida más profunda se
produce en el alma del que las pronuncia. El que no puede equivocarse declara que el don de Cristo, el adorno
de un espíritu manso y sereno, es de gran valor. Todos debemos descubrir su valor por nosotros mismos
pidiéndolo a Dios. No importa cómo nos estimen los hombres, si llevamos este adorno, llevamos la señal de
nuestro discipulado con Cristo. Somos apreciados por el Altísimo, porque el adorno que llevamos tiene gran
valor ante su vista. Debemos buscar esta preciosa gema. {DNC 122.3}

“Cada alma tendrá que hacer frente a cosas que provocan, que despiertan la ira, y si no están bajo el pleno
control de Dios, serán provocados cuando ocurran estas cosas. Pero la mansedumbre de Cristo cambia el
espíritu exasperado, controla la lengua, pone todo el ser bajo sujeción a Dios. Así aprendemos a tener paciencia
con la censura de los demás. Seremos juzgados mal, pero el precioso adorno de un espíritu manso y sereno
nos enseña cómo soportar, cómo tener piedad con aquellos que pronuncian palabras apresuradas y
desconsideradas. {DNC 122.4}

“Cualquier manifestación de un espíritu desagradable seguramente despertará al demonio de la pasión que


mora en los corazones que no están vigilados. Al enojo impío no hay que fortalecerlo, sino someterlo. Es una
chispa que encenderá fuego a la naturaleza humana indomada. Evitad pronunciar palabras que promoverán
dificultades. Es mejor soportar el mal que hacer el mal. Dios quiere que cada uno de sus seguidores, hasta
donde sea posible, viva en paz con todos los hombres.” {DNC 122.5}

La Palabra de Dios dice que a los verdaderos creyentes se los reconocerá por sus frutos, no por su
conocimiento. Y estos frutos son Gálatas 5:22-23. Esto no quiere decir que el conocimiento no tiene valor. Sin
conocimiento, no pueden haber frutos. Pero conocimiento sin frutos es como la fe sin obras: está muerto.

“Así que, por sus frutos los conoceréis.” (Mateo 7:20)

Conducción del Niño pg. 456.1 – “Cada día de nuestra vida debiéramos rendirnos a Dios. Así podremos recibir
ayuda especial y ganar victorias diarias. La cruz ha de llevarse diariamente. Debiera prevenirse cada palabra,
pues somos responsables ante Dios por representar en nuestras vidas, hasta donde sea posible, el carácter
de Cristo. {CN 456.1}

4TI pg. 317.2 – “Hermano, le queda mucho por hacer antes de que sus esfuerzos lleguen a ser lo que pueden y
deben ser. Su entendimiento se ha ofuscado. Relacionarse con aquellos cuyos caracteres se han forjado con
un molde inferior no lo elevarán ni lo ennoblecerán, sino que oxidarán y corroerán su espíritu, y echarán a
perder su utilidad y lo alejarán de Dios. Usted tiene una naturaleza impulsiva. Las cargas de la vida doméstica
y la causa no lo abruman demasiado. A menos que se ponga constantemente bajo la influencia refinadora del
Espíritu de Dios, sus maneras corren el peligro de volverse ásperas. Para representar correctamente el
carácter de Cristo es necesario que aumente su espiritualidad y se vincule aún más estrechamente con Dios en

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la gran tarea que ha emprendido. Sus pensamientos deben elevarse y su corazón debe santificarse; así será
colaborador de Jesucristo. ‘Purificaos los que lleváis los utensilios de Jehová’ (Isaías 52:11).” {4TI 317.2}

ATO pg. 152.2 – “La redención eterna nunca pareció tan extraordinariamente preciosa como en este tiempo
presente, y nunca antes he sentido más profundamente el anhelo de vencer en cada punto como lo siento
ahora. No debe haber defectos en nuestro carácter, ninguno. Cada mancha y arruga debe ser borrada por la
sangre del Cordero. Nuestros rasgos peculiares de carácter desaparecerán cuando el poder transformador
de la gracia de Dios se sienta en nuestros corazones. Los frutos de paciencia, amabilidad, tolerancia y
abnegación que producimos testificarán que hemos aprendido de Jesús.

“El verdadero amor a Dios siempre se manifestará. No se lo puede ocultar. Los que guardan los mandamientos
de Dios en verdad revelarán el mismo amor que Cristo reveló hacia su Padre y hacia sus prójimos. Aquel en
cuyo corazón mora Cristo lo revelará en el carácter, en su obra en favor de los que constituyen la familia de la
fe y en beneficio de aquellos que necesitan ser atraídos al conocimiento de la verdad. Mostrará siempre por
medio de sus buenas obras el fruto de su fe, revelando a Cristo mediante obras de amor y actos de
misericordia. Debe mostrar que él cree que la Ley de Dios no es solamente para ser creída en una forma
teórica, sino para ser llevada a la práctica en la vida como un principio viviente y vital.” {ATO 124.3}

“Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca, sino la que sea buena para la necesaria edificación, a
fin de dar gracia a los oyentes”. (Efesios 4:29)

3MS pg. 192.2 – “Estudiemos a Jesús, nuestro Modelo—‘Por tanto, hermanos santos, participantes del
llamamiento celestial, considerad al apóstol y sumo sacerdote de nuestra profesión, Cristo Jesús’ (Hebreos
3:1). Estudiad a Cristo. Estudiad su carácter, rasgo por rasgo. El es nuestro Modelo, que se nos pide que
copiemos en nuestras vidas y caracteres, pues de otro modo dejamos de representar a Jesús; pero
presentaremos ante el mundo una copia falsa. No imitéis a ningún hombre, porque los hombres son
defectuosos en sus hábitos, en su lenguaje, en sus maneras, en su carácter. Presento delante de vosotros al
Hombre: a Cristo Jesús. Debéis conocerlo individualmente como vuestro Salvador antes que podáis
estudiarlo como vuestro modelo y ejemplo.” {3MS 192.2}

ATO pg. 184.3 – “Estos obreros abren sus corazones para recibir la verdad y son hechos sabios en Cristo y
mediante El. Sus vidas inhalan y exhalan la fragancia de la piedad. Consideran cuidadosamente sus palabras
antes de hablar. Sus acciones corresponden a las de su Conductor. Se esfuerzan por promover el bienestar de
sus prójimos. Llevan alivio y felicidad a los tristes y angustiados. Sienten la necesidad de permanecer
constantemente bajo la educación de Cristo, a fin de poder obrar en armonía con la voluntad de Dios. Meditan
en cómo imitar mejor a su Salvador en llevar la cruz y en ser abnegados. Son testigos de Dios que siguen su
ejemplo de compasión y amor, atribuyendo toda la gloria a Aquel a quien aman y sirven.

“Constantemente están aprendiendo del gran Maestro mientras alcanzan niveles más elevados de perfección;
no obstante, siempre tienen un sentido de su debilidad e inferioridad. Son atraídos hacia arriba por la intensa
admiración y el amor que sienten por la belleza del carácter de Cristo. Practican sus virtudes, porque sus vidas
se asemejan a la de Cristo. Avanzan siempre hacia adelante y hacia arriba, siendo una bendición para el mundo
y un honor para su Redentor. Cristo dice de ellos: ‘Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra
por heredad’ (Mateo 5:5).” {ATO 184.4}

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ATO pg. 223.5 – “La religión, hijo mío, no es como algunos la consideran, una tarea intelectual, una teoría.
Debe llevarse a cabo en la práctica en todos los caminos y senderos de nuestra vida. Debe regir la vida como
así también convencer la mente. Sólo ella debe purificar el corazón. Dios requiere de cada uno de los que
profesamos su nombre que seamos buenos ciudadanos y que la vida de integridad estricta y devoción pura
deje una brillante luz en el mundo.”

“Pues me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado”. 1 Corintios 2:2.

ATO pg. 235.4 – “Ni una sola palabra perversa escape de nuestros labios porque ellos y nuestra voz
pertenecen al Señor y deben ser consagrados a El y a su servicio, y no deben deshonrarlo. Los ha comprado
y yo no debo decir nada que lo ofenda. Mis oídos deben estar cerrados a la maldad. Así, día a día, debemos
consagrarnos a Dios. Los oídos no deben corromperse escuchando chismes que los murmuradores querrán
hacernos oír. No sólo haría que ellos pequen al permitirles hablar de los defectos de otros, sino que yo también
pecaría al escucharlos. Puedo evitar mucha habladuría maliciosa si mis oídos han sido consagrados al Señor.
Antes que se haga daño puedo decir: ‘Oremos’. Entonces pidamos a Dios que ilumine nuestras mentes para
comprender, tanto nuestra verdadera relación mutua, como nuestra verdadera relación hacia Dios.

“Abramos nuestros corazones a Jesús con toda la sencillez con que un niño contaría a sus padres terrenales
sus perplejidades y preocupaciones. Consagrémonos a Dios diariamente; entonces nuestra vida de servicio al
Señor no correrá peligro. Queremos que la gratitud llene nuestra vida, palabras y obras. {ATO 235.5}

“Cada palabra, cada pensamiento de queja al que nos entregamos, es un reproche a Dios, una deshonra a su
nombre. Queremos que nuestros corazones armonicen con su alabanza, que rebosen de gratitud, que hablen
de su amor, que sean enternecidos y subyugados por la gracia de Cristo, y estén pletóricos de dulzura, paz y
fragancia. Seremos pacientes, amables, bondadosos, compasivos y corteses aun cuando tratemos con
quienes son desagradables. Oh, cuántas bendiciones preciosas perdemos porque tenemos el yo en tan alta
estima y valoramos tan poco a los demás.” {ATO 235.6}

ATO pg. 240.4 – “Regocijémonos de que Jesucristo haya hecho posible que nos aferremos de la Divinidad.
Cuando nos sintamos excesivamente afligidos, recordemos que hay un ángel celestial a nuestro lado. Este
pensamiento nos ayudará a honrar a Cristo, el que posibilitó que seamos hijos e hijas de Dios. A menos que
estemos constantemente en guardia seremos tomados desprevenidos, y hablaremos precipitadamente. Puede
entonces resultar imposible para nosotros quitar la impresión de las mentes de aquellos a quienes hemos
hablado, pues algunos no desean deshacerse de tales impresiones. Parece que se deleitaran en albergar lo
malo. No les demos ocasión alguna para ofenderse, cuidando nuestras palabras para que estén en armonía
con las instrucciones que el Salvador nos ha proporcionado.

“Que el amor de Cristo more en sus corazones. No pueden ser santificados en la verdad mientras las palabras
y los caracteres no estén en armonía con el Espíritu de Dios. Si el temperamento precipitado y el habla
imprudente no logran vencerse en esta vida, nunca podrán ser transferidos a las cortes divinas y a la
presencia de Jesucristo. Debemos graduamos cabalmente en esta vida si hemos de ser trasladados a la escuela
superior de las cortes celestiales.” {ATO 250.7}

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“Finalmente, sed todos de un mismo sentir, compasivos, amándoos fraternalmente, misericordiosos,


amigables.” (1 Pedro 3:8)

ATO pg. 367.5 –“El Señor me ha instruido en el sentido de que ha llegado el tiempo cuando debiera haber
unidad en las filas de su pueblo. Si hay quienes no tienen fe en los mensajes que nos han llegado desde Dios
por su Palabra y por los testimonios de su Espíritu, necesitan conocer por sí mismos cuál es la fe que fue
entregada una vez a los santos. De acuerdo con lo que se me mostró, hay algunos que han perdido el rumbo.”

RJ pg. 22.2 – “Aquellos que trabajan para Cristo han de ser íntegros y fidedignos, firmes como una roca en
sus principios, y al mismo tiempo bondadosos y corteses. La cortesía es una de las gracias del Espíritu. El tratar
con las mentes humanas es la mayor obra jamás confiada al hombre; y el que quiera obtener acceso a los
corazones debe acatar la recomendación: ‘Sed... compasivos, corteses’. El amor hará lo que no logrará la
discusión. Pero un momento de petulancia, una sola respuesta abrupta, una falta de cortesía cristiana en
algún asunto sin importancia, puede dar por resultado la pérdida tanto de amigos como de influencia.

“El obrero cristiano debe esforzarse por ser lo que Cristo era cuando vivía en esta tierra. El es nuestro ejemplo,
no sólo en su pureza sin mancha, sino también en su paciencia, amabilidad y disposición servicial. Su vida es
una ilustración de la cortesía verdadera. El tenía siempre una mirada bondadosa y una palabra de consuelo
para los menesterosos y los oprimidos. Su presencia hacía más pura la atmósfera del hogar. Su vida era como
levadura que obraba entre los elementos de la sociedad. Puro y sin mancha, andaba entre los irreflexivos,
groseros y descorteses; entre injustos publicanos y samaritanos, soldados paganos, toscos campesinos y la
muchedumbre. Aquí y allí dejaba caer palabras de simpatía. Al ver a hombres cansados obligados a llevar
pesadas cargas, compartía éstas con ellos mientras les repetía las lecciones que había aprendido de la
naturaleza acerca del amor y bondad de Dios. Trataba de inspirar esperanza a los más toscos y a los menos
promisorios, presentándoles la seguridad de que podrían llegar a poseer un carácter que los revelaría como
hijos de Dios. {RJ 22.3}

“La religión de Jesús ablanda cuanto haya de duro y brusco en el genio, y suaviza lo tosco y violento de los
modales. Hace amables las palabras y atrayente el porte. Aprendamos de Cristo a combinar un alto sentido
de la pureza e integridad con una disposición alegre. Un cristiano bondadoso y cortés es el argumento más
poderoso que se pueda presentar en favor del cristianismo. {RJ 22.4}

“Las palabras bondadosas son como rocío y suaves lluvias para el alma. La Escritura dice de Cristo que la
gracia fue derramada en sus labios, para que supiese ‘hablar palabras al cansado’ (Isaías 50:4). Y el Señor nos
recomienda: ‘Sea vuestra palabra siempre con gracia’, ‘a fin de dar gracia a los oyentes’ (Colosenses 4:6; Efesios
4:29).” {RJ 22.5”}

“Nuestras cartas sois vosotros, escritas en nuestros corazones, conocidas y leídas por todos los hombres.” (2
Co. 3:2)

ATO pg. 264.7 – “¿Buscará al Señor fervientemente? Ore, ore como humilde investigador. No ponga su
inventiva en acción para probar que otros son impíos, sino hábleles con ternura para que ellos escudriñen
sus propios corazones pecaminosos, y ore pidiendo que el Señor purifique de pecado el templo del alma.
Que cada uno confiese sus propios pecados, entonces puede sobrevenir la noche con plena certeza de fe.

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“Necesitamos una imaginación santificada y una lengua también santificada. Nuestra obra consiste en que nos
vistamos con la mansedumbre de Cristo para ser amables, tiernos y corteses. El Señor no aceptará la obra de
ningún hombre a menos que la realice con ternura, amor y amabilidad. El no nos ha puesto como soberanos
para que dominemos despóticamente su patrimonio. Que otros sean inspirados por Cristo, del mismo modo
como deseamos serlo nosotros.” ATO 265.2

RJ pg. 104.3 – “Quienes sostienen la verdad, no sólo con argumentos, sino con sus vidas, se ubican del lado de
la justicia. Por medio de una vida convertida dan evidencia de que portan un solemne mensaje de advertencia
que es sabor de vida para vida, o de muerte para muerte. Cuando los hombres están realmente convertidos,
la controversia y el debate terminarán. La verdad clara y escrutadora será proclamada por labios tocados por
un carbón encendido del altar de Dios.

“Si la vida es puesta bajo su control, el poder de la verdad es ilimitado. Los pensamientos son puestos bajo la
cautividad de Cristo. Del tesoro del corazón son extraídas palabras apropiadas y oportunas. Especialmente
nuestras palabras serán cautelosas.” {RJ 104.7}

“Envía tu luz y tu verdad; éstas me guiarán; me conducirán a tu santo monte, y a tus moradas.” (Salmos 43:3)

RJ pg. 105.2 – “El Espíritu Santo debe obrar en el corazón de los maestros de la Palabra de Dios, para que ellos
puedan entregar la verdad a la gente de la misma manera clara y pura como Cristo entregó la verdad. El la
reveló no sólo en sus palabras, sino en su vida.”

“Vosotros también, poniendo toda diligencia por esto mismo, añadid a vuestra fe virtud; a la virtud,
conocimiento; al conocimiento, dominio propio; al dominio propio, paciencia; a la paciencia, piedad; a la
piedad, afecto fraternal; y al afecto fraternal, amor. Porque si estas cosas están en vosotros, y abundan, no os
dejarán estar ociosos ni sin fruto en cuanto al conocimiento de nuestro Señor Jesucristo. Pero el que no tiene
estas cosas tiene la vista muy corta; es ciego, habiendo olvidado la purificación de sus antiguos pecados.” (2
Pedro 1:5-9)

El corazón carnal perverso y engañoso se engaña creyendo que porque tiene conocimiento y realiza ciertos
actos, mientras evita realizar otros actos ya es superior a los demás. Pero en el camino del cristiano, el
conocimiento no es el último peldaño. Al conocimiento se le debe agregar el “dominio propio” porque predicar
conocimiento sin dominio propio destruye la verdad que se presenta. Se necesita además “paciencia”
sobrenatural para impartir el conocimiento. Se necesita “piedad”, misericordia, pues se debe predicar la verdad
por amor, no por obligación. A esto se le agrega el “afecto fraternal.” El farisaísmo destruye el afecto fraternal
en la iglesia pues en la escuela de fariseos existen los chismes, la división, la condenación, las malas sospechas,
el odio, el rencor, todos los rasgos satánicos naturales. Si hay conocimiento en la iglesia pero no hay afecto
fraternal, esto es síntoma de que se está presentando mal la verdad. Creemos que podemos ser el grupo que
dará el fuerte pregón, el último movimiento de reforma, pero no estamos dispuestos a reformar nuestro
carácter. ¿Cómo esperamos ser un movimiento de reforma cuando no hay dominio propio, paciencia, piedad,
afecto fraternal, y amor? ¿Queremos dar el fuerte pregón con conocimiento y a la par con los rasgos satánicos?
Esto es “tener la vista muy corta”. Estamos ciegos y necesitamos colirio celestial. Debemos desear ser nosotros
mismos reformados antes de pretender trabajar para reformar a otros.

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ATO pg. 268.2 – “El Espíritu Santo no obra por medio de hombres que gozan siendo incisivos y criticones.
Este espíritu se adquiere como consecuencia de relacionarse con polemistas, y algunos tomaron el hábito de
alistarse para el combate. No se honra a Dios de este modo. Refrene los impulsos hirientes; no aprenda en
la escuela de Satanás sus métodos de guerra. El Espíritu Santo no inspira palabras de censura. Nos hallamos
ante un tiempo de prueba, y toda alma honesta que no ha recibido la luz de la verdad se pronunciará entonces
por Cristo. Los que creen en ella han de convertirse nuevamente cada día. Entonces serán vasijas de gloria.

“No repita las palabras de sus adversarios ni discuta con ellos. No sólo enfrenta a los hombres sino a Satanás
y sus ángeles. Cristo no acusó al enemigo en lo que respecta al cuerpo de Moisés. Si el Redentor del mundo,
que comprendió las estratagemas capciosas y malignas de Satanás, no osó formular tal acusación contra éste,
sino que dijo en humildad y santidad: ‘El Señor te reprenda, oh Satanás’, ¿no sería prudente que sus siervos
siguieran su ejemplo? ¿Tomarán los seres humanos finitos el rumbo que Cristo rehuyó, ya que éste daría al
diablo ocasión de pervertir, desfigurar y falsificar la verdad? {ATO 268.3}

“A esta altura de la historia del mundo tenemos una obra demasiado importante como para comenzar un
nuevo tipo de contienda al enfrentar el poder sobrenatural de los agentes satánicos. Debemos dejar de lado
las personalidades, no importa cuán tentados podamos sentimos a sacar ventaja de palabras y acciones.
Debemos dominar nuestras almas ejercitándolas en la paciencia. Hermano, ponga de manifiesto que está del
lado del Señor. Que la verdad de la Santa Palabra de Dios revele la transgresión, y refleje su poder santificador
en los corazones. El espíritu arrogante no debe introducirse para perjudicar la obra de Dios. En cada momento
que tenemos el privilegio de comunicarnos con el Eterno, tenemos motivos para agradecerle.” {ATO 268.4}

ATO pg. 277.5 – “Sólo por medio de una fe poderosa puede mantenerse vivo en el corazón un amor entrañable
por el Salvador. Nuestra fe en Cristo debe ser pura, sólida y genuina. Existe una fe espuria que sólo conduce a
confiar en el yo y a criticar a los demás. Esa fe apaga toda chispa de amor cristiano en el alma.

“El Salvador está en comunicación con cada sector de su vasto dominio. Desciende de su trono para inclinarse
a escuchar las súplicas de sus hijos. Su corazón amoroso está lleno de piedad y compasión por ellos. Pero su
mayor pesar, se me ordenó decir, surge cuando se aflige a los que El ha designado para realizar cierta obra;
cuando alguien que no comprende la voluntad de Dios impone su camino nublando el juicio con muchas
palabras. Pueden necesitarse meses y años para deshacer el error producido en unos pocos minutos por
palabras imprudentes. {ATO 278.3}

“Oh, no debemos apenar al Salvador por nuestra falta de amor mutuo. El Señor es bien explícito en lo que
respecta a la ternura que hemos de manifestar los unos por los otros. Cierta vez los discípulos fueron a Jesús
con la pregunta: ‘¿Quién es el mayor en el reino de los cielos? Y llamando a un niño, lo puso en medio de ellos,
y dijo: De cierto os digo, que si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos’
(Mateo 18:1-3).” {ATO 278.4}

“Examinaos a vosotros mismos si estáis en la fe; probaos a vosotros mismos. ¿O no os conocéis a vosotros
mismos, que Jesucristo está en vosotros, a menos que estéis reprobados?” (2 Corintios 13:5)

ATO pg. 295.5 – “El Altísimo requiere fidelidad en el servicio. Quiere siervos que sean diligentes en ayudar a
quienes están en el error. El día de Jehová está muy cercano... Que ningún obstáculo se coloque delante de

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quienes están procurando conocer la voluntad del Señor. No hagan públicos los supuestos yerros que Uds.
vean en los que profesan creer la verdad. Lo que tengan que decir, díganselo a ellos a solas, con corazones
llenos de piedad y ternura.”

ATO pg. 364.2 – “Los cristianos son comisionados por Dios para velar por las almas que tendrán que dar cuenta
de sus actos. Deben reprobar, reprender y exhortar con toda longanimidad.

“Comunicar la Palabra de Dios con fidelidad es una obra de la mayor importancia. Pero esta obra es totalmente
diferente de la de censurar, pensar el mal y distanciar las relaciones. Juzgar y reprobar con dos cosas
diferentes. Dios colocó sobre sus siervos la obra de reprobar con amor a los que yerran, pero prohíbe y
denuncia el juicio apresurado, tan común entre los profesos creyentes en la verdad. {ATO 364.3}

“Los que están trabajando para Dios debieran dejar a un lado toda crítica despiadada, y acercarse para estar
unidos. Necesitan estudiar las enseñanzas del Señor acerca de esto. Cristo desea que sus soldados
permanezcan hombro a hombro, unidos en la obra de pelear las batallas de la cruz. Desea que la unión entre
los que trabajan para El sea tan estrecha como la unión que existe entre El y su Padre. Los que sientan el poder
santificador del Espíritu Santo prestarán oído a las lecciones del Instructor divino, y mostrarán su sinceridad
haciendo todo lo que esté en sus manos para trabajar en armonía con sus hermanos. {ATO 364.4}

“Los que tienen toda la razón para desconfiar de sus propios principios son los que están alertas para
encontrar faltas en los demás. Si no hubiera alguna falencia en nuestra propia experiencia no seríamos tan
suspicaces con nuestros hermanos. Es el individuo condenado por su conciencia el que está listo para juzgar.
Tiemble cada uno y tema por sí mismo. Trate de ver si su propio corazón está en una correcta relación con
Dios. Quite las malezas de su propio jardín. Encontrará suficiente como para mantenerlo activamente
ocupado. Si realiza fielmente esta obra, no tendrá tiempo para encontrar faltas en el jardín de los demás. En
vez de juzgarlos, juzguémonos a nosotros mismos. Asegurémonos de que estamos entre los que serán
contados como ‘elegidos según la presciencia de Dios Padre en santificación del Espíritu, para obedecer y ser
rociados con la sangre de Jesucristo’ (1 Pedro 1:2). ‘Habiendo purificado vuestras almas por la obediencia a la
verdad, mediante el Espíritu, para el amor fraternal no fingido, amaos unos a otros, entrañablemente, de
corazón puro’. {ATO 364.5}

“Dios nos ha colocado en este mundo en mutuo compañerismo. Caminemos unidos en amor, dedicando
nuestras energías a la obra de salvar almas. Al servir así a Dios en santa camaradería, comprobaremos que
somos obreros juntamente con El.” {ATO 364.6}

CC pg. 121.1 – “Si recordamos siempre las acciones egoístas e injustas de otros, encontraremos que es
imposible amarlos como Cristo nos amó; pero si nuestros pensamientos se espacian de continuo en el
maravilloso amor y compasión de Cristo hacia nosotros, manifestaremos el mismo espíritu para con los
demás. Debemos amarnos y respetarnos mutuamente, no obstante las faltas e imperfecciones que no
podemos menos de observar. Debemos cultivar la humildad y la desconfianza para con nosotros mismos, y una
paciencia llena de ternura hacia las faltas ajenas. Esto destruirá todo estrecho egoísmo y nos dará un corazón
grande y generoso.”

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ATO pg. 296.5 – “Haya más oración y menos conversación sobre los errores de los demás. Por medio de
mucha oración, sea el yo enteramente consagrado a Dios. Entonces trabajen con todas las facultades y poderes
que Dios ha concedido para ayudarse mutuamente a alcanzar una norma más elevada. Trabajen
conjuntamente con los ángeles ministradores, y obtendrán una experiencia que será del más alto valor.

“Es menester que el poder transformador de Dios se vea sobre la lengua, refrenando las palabras que no
deberían pronunciarse. Entonces el Espíritu Santo será revelado uniendo, no separando. {ATO 296.6}

“Todos los que deseen estar entre los que permanecerán delante de Dios sin culpa deben comenzar sin retraso
la obra práctica de vencer. El Señor permite que nos sobrevengan pruebas con el fin de que podamos ser
purificados de la mundanalidad, del egoísmo, de la aspereza de carácter tan diferente del de Cristo. El desea
crear en todo corazón un anhelo profundo y ferviente de ser limpiado de toda mancha de pecado, de modo
que podamos salir más puros, mas santos y más felices de cada tribulación que El permite. Nuestras almas se
oscurecen por el egoísmo, pero si tan sólo miramos a Jesús el yo morirá. Se producirán cambios en el hablar y
en el obrar. Si somos pacientes bajo la prueba crucial, saldremos reflejando la imagen del Maestro. ‘Exhibirá
tu justicia como la luz, y tu derecho como el mediodía’ (Salmos 37:6). ‘Justicia y juicio son el cimiento de su
trono’ (Salmos 97:2).” {ATO 296.7}

MEDITACIONES FINALES
DMJ pg. 121.1 – “Nuestra única esperanza, si queremos vencer, radica en unir nuestra voluntad a la de Dios,
y trabajar juntamente con él, hora tras hora y día tras día. No podemos retener nuestro espíritu egoísta y
entrar en el reino de Dios. Si alcanzamos la santidad, será por el renunciamiento al yo y por la aceptación del
sentir de Cristo. El orgullo y el egoísmo deben crucificarse. ¿Estamos dispuestos a pagar lo que se requiere de
nosotros? ¿Estamos dispuestos a permitir que nuestra voluntad sea puesta en conformidad perfecta con la de
Dios? Mientras no lo estemos, su gracia transformadora no puede manifestarse en nosotros.”

DTG pg. 503.3 – “El que estará más cerca de Cristo será el que en la tierra haya bebido más hondamente del
espíritu de su amor desinteresado—amor que ‘no hace sinrazón, no se ensancha; ... no busca lo suyo, no se
irrita, no piensa el mal’ (1 Corintios 13:4, 5)—amor que mueve al discípulo como movía al Señor, a dar todo,
a vivir, trabajar y sacrificarse, aun hasta la muerte, para la salvación de la humanidad. Este espíritu se puso
de manifiesto en la vida de Pablo. El dijo: ‘Porque para mí el vivir es Cristo,’ porque su vida revelaba a Cristo
ante los hombres; ‘y el morir es ganancia’,—ganancia para Cristo; la muerte misma pondría de manifiesto el
poder de su gracia y ganaría almas para él. ‘Será engrandecido Cristo en mi cuerpo—dijo él,—o por vida, o por
muerte’ (Filipenses 1:21, 20).”

RJ pg. 58.2- “A medida que los años transcurrían y el número de creyentes crecía, Juan trabajaba con mayor
fidelidad y fervor en favor de sus hermanos. Los tiempos estaban llenos de peligro para la iglesia. Por todas
partes existían engaños satánicos. Por medio de la falsedad y el engaño los emisarios de Satanás procuraban
suscitar oposición contra las doctrinas de Cristo; como consecuencia las disensiones y herejías ponían en
peligro a la iglesia. Algunos que creían en Cristo decían que su amor los libraba de obedecer la ley de Dios.
Por otra parte, muchos creían que era necesario observar las costumbres y ceremonias judías; que una simple
observancia de la ley, sin necesidad de tener fe en la sangre de Cristo, era suficiente para la salvación. Algunos
sostenían que Cristo era un hombre bueno, pero negaban su divinidad. Otros que pretendían ser fieles a la

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causa de Dios eran engañadores que negaban en la práctica a Cristo y su Evangelio. Viviendo en transgresión
ellos mismos, introducían herejías en la iglesia. Por eso muchos eran llevados a los laberintos del escepticismo
y el engaño.

“Juan se llenaba de tristeza al ver penetrar en la iglesia esos errores venenosos. Veía los peligros a los cuales
ella estaba expuesta y afrontaba la emergencia con presteza y decisión. Las epístolas de Juan respiran el espíritu
de amor. Parecería que las hubiera escrito con pluma entintada de amor. Pero cuando se encontraba con los
que estaban transgrediendo la ley de Dios, y sin embargo aseveraban que estaban viviendo sin pecado, no
vacilaba en amonestarlos acerca de su terrible engaño. {RJ 58.3}

“Estamos autorizados a tener el mismo concepto que tuvo el apóstol amado de los que afirman morar en Cristo
y viven transgrediendo la ley de Dios. Existen en estos últimos días males semejantes a los que amenazaban la
prosperidad de la iglesia primitiva; y las enseñanzas del apóstol Juan acerca de estos puntos deben considerarse
con cuidadosa atención. ‘Deben tener amor’, es el clamor que se oye por doquiera, especialmente de parte
de quienes se dicen santos. Pero el amor verdadero es demasiado puro para cubrir un pecado no confesado.
Aunque debemos amar a las almas por las cuales Cristo murió, no debemos transigir con el mal. No debemos
unirnos con los rebeldes y llamar a eso amor. Dios requiere de su pueblo en esta época del mundo, que se
mantenga de parte de lo justo tan firmemente como lo hizo Juan cuando se opuso a los errores que destruían
las almas... Su testimonio acerca de la vida y muerte del Señor era claro y eficaz. Hablaba con un corazón que
rebosaba de amor hacia su Salvador; y ningún poder podía detener sus palabras. {RJ 58.4}

“No es la magnitud del acto de desobediencia lo que constituye el pecado, sino el desacuerdo con la voluntad
expresa de Dios en el detalle más mínimo, porque demuestra que todavía hay comunión entre el alma y el
pecado. El corazón está dividido en su servicio. Niega realmente a Dios, y se rebela contra las leyes de su
gobierno. {RJ 61.3}

“Siempre que los hombres escogen su propia senda, se oponen a Dios. No tendrán lugar en el reino de los
cielos, porque guerrean contra los mismos principios del cielo. Al despreciar la voluntad de Dios, se sitúan en
el partido de Satanás, el enemigo de Dios y de los hombres. No por una palabra, ni por muchas palabras, sino
por toda palabra que ha hablado Dios, vivirá el hombre. No podemos despreciar una sola palabra, por pequeña
que nos parezca, y estar libres de peligro. No hay en la ley un mandamiento que no sea para el bienestar y la
felicidad de los hombres, tanto en esta vida como en la venidera. Al obedecer la ley de Dios, el hombre queda
rodeado de un muro que lo protege del mal. Quien derriba en un punto esta muralla edificada por Dios
destruye la fuerza de ella para protegerlo, porque abre un camino por donde puede entrar el enemigo para
destruir y arruinar. {RJ 61.5}

“Al osar despreciar la voluntad de Dios en un punto, nuestros primeros padres abrieron las puertas a las
desgracias que inundaron el mundo. Toda persona que siga su ejemplo cosechará resultados parecidos. El amor
de Dios es la base de todo precepto de su ley, y el que se aparte del mandamiento labra su propia desdicha
y su ruina. {RJ 61.6}

“Una religión formalista no basta para poner el alma en armonía con Dios... La única fe verdadera es la que
‘obra por el amor’ (Gálatas 5:6) para purificar el alma. Es como una levadura que transforma el carácter. {RJ
61.7}

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“Jesús procedió entonces a mostrar a sus oyentes lo que significa observar los mandamientos de Dios, que
son en sí mismos una reproducción del carácter de Cristo. Porque en El, Dios se manifestaba diariamente ante
ellos.” {RJ 61.8}

RJ pg. 53.7 – “La norma que el cristiano debe mantener ante sí mismo es la pureza y el amor del carácter de
Cristo. Día tras día podrá adquirir nuevas bellezas, y reflejar al mundo más y aún más de la imagen divina.”

“El que guarda su palabra, en éste verdaderamente el amor de Dios se ha perfeccionado; por esto sabemos
que estamos en él.” (1 Juan 2:5)

RJ pg. 47.2 – “Dios tiene una norma de justicia por la cual mide el carácter. Esta norma es su santa ley, que
se nos ha dado como una regla de vida. Hemos sido llamados a cumplir con sus requerimientos, y cuando
hacemos esto honramos tanto a Dios como a Jesucristo; porque Dios dio la ley, y Cristo murió para magnificarla
y engrandecerla. El declara: ‘Si guardareis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; así como yo he
guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor’ (Juan 15:10). ‘Y el mundo pasa, y sus
deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre’ (1 Juan 2:17).

“Hay muchos oidores pero pocos hacedores de las palabras de Cristo. Sus palabras pueden ser aceptadas
teóricamente, pero si no son estampadas en el alma, y entretejidas en la vida, no tendrán efecto santificador
sobre el carácter. Una cosa es aceptar la verdad, y otra practicarla en la vida diaria. En aquellos que sólo oyen,
la palabra de Dios no produce una respuesta agradecida. El mandamiento: ‘Amarás al Señor tu Dios con todo
tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu fuerza’, es reconocido como justo, pero sus requerimientos no
son admitidos; sus principios no son llevados a cabo. {RJ 47.3}

“Todos somos pecadores, y por nosotros mismos somos incapaces de poner en práctica las palabras de
Cristo. Pero Dios ha hecho provisión para que el pecador condenado pueda ser liberado de manchas y arrugas.
‘Si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo’. ‘Si confesamos nuestros
pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad’ (1 Juan 2:1; 1:9). Pero
mientras que Cristo salva al pecador, no elimina la ley que condena al pecador... La ley nos muestra nuestros
pecados, como un espejo muestra que nuestro rostro no está limpio. El espejo no tiene poder para limpiar
el rostro; no es ésa su función. {RJ 47.4}

“Así es con la ley. Señala nuestros defectos y nos condena, pero no tiene poder para salvarnos. Hemos de ir
a Cristo por el perdón. El tomará nuestra culpa sobre su propia alma, y nos justificará ante Dios. Y no sólo nos
librará del pecado, sino que nos dará poder para rendir obediencia a la voluntad de Dios. {RJ 47.5}

“Hoy muchos se erigen una norma propia, pensando ganar el cielo, aun cuando descuidan de hacer la
voluntad de Dios. Los tales están edificando sobre la arena. Son sólo oidores... Nuestra salvación costó la vida
del Hijo de Dios, y Dios demanda de nosotros que edifiquemos nuestros caracteres sobre un fundamento que
soportará la prueba del juicio.” {RJ 47.6}

“En quien todo el edificio, bien coordinado, va creciendo para ser un templo santo en el Señor; en quien
vosotros también sois juntamente edificados para morada de Dios en el Espíritu.” (Efesios 2:21, 22)

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ATO pg. 371.2- “Si no respondemos a la luz que recibimos, rindiendo obediencia, manteniendo nuestras almas
en el amor de Dios, permaneciendo en Cristo, lo que habría sido una bendición, llega a ser una maldición. Es el
engañador, no el Espíritu de verdad el que nos hace creer que no podemos llegar a ser puros y santos, un
pueblo poderoso, separado del mundo, unidos por el amor mutuo a través de Cristo. No podemos esperar
un trato distinto del que recibió nuestro Señor. La enemistad de Satanás contra los seguidores de Jesús será
proporcional al servicio de corazón que se brinde a Dios. Los hijos de Dios son más sabios y poderosos cuando
la sabiduría y la influencia del mundo se despliega contra ellos, que cuando buscan el favor y compañerismo
del mundo.

“Hermano, si yo no hubiera recibido vituperios, tendría razones para preguntarme si era o no una hija de Dios,
ocupada en su obra. Pero los he recibido en abundancia. El templo judío se construyó con piedras labradas a
un gran costo de tiempo, dinero y trabajo. Fueron extraídas de las montañas y trabajadas para ocupar su lugar
en el templo, de tal manera que cuando el edificio se completó no hubo sonido de hacha ni de martillo. Las
piedras que están en el sagrado templo de Dios no fueron cortadas de los montes de Judea, sino reunidas de
entre las naciones. No constituyen un material inerte que necesita martillo y cincel, sino son piedras vivientes
que emiten luz. El gran Cortador de la verdad las tomó de la cantera del mundo y las colocó bajo la mano del
gran Maestro Constructor, y El las está puliendo en su taller, en este mundo, a fin de que todos los bordes
ásperos sean eliminados, y que, mediante los golpes del martillo y del cincel, y escuadradas por la verdad de
Dios, pulidas y refinadas, estén listas para ocupar el lugar en el templo espiritual de Dios. {ATO 371.3}

“Estamos ahora en el taller del Señor, y el proceso está avanzando en estas horas de prueba, a fin de hacemos
idóneos para el templo glorioso. No podemos ser indiferentes y descuidados, y rehusar separarnos del pecado,
sino que debemos morir a nuestros defectos de carácter con el anhelo de llegar a ser puros, santos y labrados
como piedras de un palacio. Cuando Cristo venga, será demasiado tarde para corregir lo erróneo, para que
el carácter cambie, para obtener un carácter santo. Ahora es el día de preparación; ahora es cuando podemos
eliminar nuestros defectos. Nuestros pecados serán escudriñados en el juicio, y deben ser confesados y
abandonados, a fin de que el perdón sea escrito frente a nuestros nombres. Que el Señor nos ayude para que
los que enseñamos la verdad seamos modelos de piedad.” {ATO 371.4}

“Y serán para mí especial tesoro, ha dicho Jehová de los ejércitos, en el día en que yo actúe; y los perdonaré,
como el hombre que perdona a su hijo que le sirve.” (Malaquías 3:17)

ATO pg. 370.2 – “Los cristianos son las gemas de Cristo, compradas a un precio infinito. Deben resplandecer
brillantemente para El, reflejando la luz de su hermosura. Y han de recordar siempre que todo el lustre que
posee el carácter cristiano proviene del Sol de Justicia. El lustre de las joyas de Cristo depende del pulido que
reciban. Dios no nos obliga a ser pulidos. Se nos deja en libertad de elegir ser pulidos o permanecer sin pulir.
Pero todo el que sea declarado digno de un lugar en el templo de Dios debe someterse al proceso del
pulimiento. Debe dar su consentimiento para que se corten los bordes ásperos de su carácter, a fin de que
pueda ser simétrico y hermoso, idóneo para representar la perfección del carácter de Cristo.

“Se deshonra al Señor cuando su pueblo no vive en la luz del Sol de Justicia ni refleja más luz que la de los
guijarros comunes. Se lo deshonra cuando el servicio que se le presta está empañado con la lepra del egoísmo.
{ATO 370.3}

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“El divino Artífice dedica poco tiempo a material sin valor. Solamente pule las joyas preciosas para que sean
dignas de un palacio. Con el martillo y el cincel elimina los bordes ásperos, preparándonos para ocupar un
lugar en el templo de Dios. El proceso es severo y doloroso. Lastima el orgullo humano. Cristo corta
profundamente en la experiencia que el hombre, en su autosuficiencia, considera como completa, y elimina el
enaltecimiento propio del carácter. Quita las superficies excedentes, y aplicando la piedra a la rueda esmeril,
la presiona a fin de que toda aspereza sea desgastada. Entonces, sosteniendo la joya ante la luz, el Maestro
contempla en ella un reflejo de su propia imagen y la declara digna de un lugar en su templo. {ATO 370.4}

“¡Bienaventurada sea la experiencia, aunque severa, que da nuevo valor a la piedra, capacitándola para brillar
con un resplandor viviente! {ATO 370.5}

“[El Señor] tiene obreros a los cuales llama de la pobreza y la oscuridad. Ocupados en los deberes cotidianos
de la vida, y vestidos con ropas comunes, son considerados como de poco valor por los hombres. Pero Cristo
ve en ellos posibilidades infinitas, y en sus manos llegarán a ser joyas preciosas, que resplandecerán
brillantemente en el reino de Dios. ‘Y serán para mí especial tesoro, ha dicho Jehová de los ejércitos, en el día
en que yo actúe’ (Malaquías 3:17). {ATO 370.6}

“El perfecto conocimiento que Cristo tiene del carácter humano lo capacita para tratar con la mente. Dios sabe
exactamente cómo tratar a cada alma. El no juzga como lo hacen los hombres. Conoce el valor real del
material sobre el cual trabaja para capacitar a hombres y mujeres a fin que ocupen posiciones de confianza.”
{ATO 370.7}

“A ordenar que a los afligidos de Sion se les dé gloria en lugar de ceniza, óleo de gozo en lugar de luto, manto
de alegría en lugar del espíritu angustiado; y serán llamados árboles de justicia, plantío de Jehová, para gloria
suya. Reedificarán las ruinas antiguas, y levantarán los asolamientos primeros, y restaurarán las ciudades
arruinadas, los escombros de muchas generaciones.” (Is. 61:3-4)

Amén. Que Dios los bendiga.

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