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Oscar Wilde in Memoria

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UN GRIEGO NACIDO EN IRLANDA:

OSCAR WILDE1
El motivo de este estudio no es otro que rendir un homenaje a
un famoso desconocido, alguien a quien hace poco se le definió
como un ((astronauta de la imaginación)) o al que Borges carate-
rizaba de «sagrado y alado)):Oscar Wilde. Mi aproximación a su
figura siempre ha estado regida por un sentimiento de fascina-
ción tal que me ha llevado a indagar en aspectos al margen de su
creación literaria. Como él mismo gustaba decir, «He puesto to-
do mi genio en mi vida, y sólo mi talento en mis obras)). Así
pues, voy a intentar acercarme aquí no sólo a la estética literaria
de Wilde, sino a su estética vital.
Ya el propio André Gide había dicho de él que era no un gran
escritor, sino un gran vividor. Interpretaba admirablemente la
imagen que de él mismo se había forjado, como reconoce en un
sincero pasaje de su De Profundis : «Los dioses me concedieron
casi todo. Tuve genio, un nombre distinguido, alta posición so-
cial, brillantez, audacia intelectual; hice del arte una filosofia y de
la filosofia un arte; cambié las ideas de los hombres y los colores
de las cosas; ninguno de mis actos ni de mis palabras dejó de
asombrar a la gente. Tomé el drama, la más objetiva de las for-
mas conocidas del arte, y lo convertí en un modo de expresión
tan personal como el poema lírico o el soneto; al mismo tiempo
amplié sus dominios y enriquecí sus características. Drama, no-
vela, poema en prosa, poema rimado, diálogo sutil o fantástico:
todo lo que toqué se volvió bello con una nueva forma de belle-
za. A la verdad misma le di lo falso no menos que lo verdadero
como su legítima esfera, y mostré que lo falso y lo verdadero son
nada más formas de existencia intelectual. Traté el arte como la
' Revisión y ampliación de la comunicación que, bajo el mismo titulo, fue presen-
tada en las IV Jornadas de Estudios Clásicos (Oviedo, 22 y 23 de marzo de 1995).
MAR^ ISABEL ALVAREZ BAROS

suprema realidad y la vida como una forma de ficción. Desperté


la imaginación de mi siglo hasta hacerle crear mitos y leyendas
en torno mío. Resumí todos los sistemas en una frase y toda la
existencia en un epigrama)).
Uscai Fingall OYFlahertieWills Wilde nace literariamente pa-
ra nosotros en 1868, época en que cursaba estudios en Purtora, y
de la cual tenemos su más antiguo testimonio escrito conservado.
No obstante, en su propio hogar se le había imbuido del gusto
por lo que se convirtió en su característica más sobresaliente, la
conversación agradable TE ~ I T V ~~V a ~ ócomo v , solía citar pa-
rafraseando a Eurípides, H~poJito384. «Nosotros los irlandeses
-dijo a Yeats-, somos demasiado poéticos para ser poetas; somos
una nación de brillantes fracasos, pero somos los más grandes
conversadores desde los griegos)).
Nuestro futuro clasicista efectuaba entonces bellas traduccio-
nes de Tucídides, Platón y Virgilio, pero fue inmediatamente
cautivado por el Agamenón de Esquilo (a quien llamó, junto con
Dante, «maestro severo de ternura))), obra que no dejaría de citar
en toda su vida. Por mencionar algunos ejemplos, en la Dublin
University Magazine publicó, en septiembre de 1876, el poema
«Sing a strain of woe, but let the good prevail)) («Entona el canto
lúgubre, pero que el bien triunfe, verso 159, parte coral: a ' i X ~ -
vov aLX~vovE ~ I T TO ~ , 6' € 5 V L K ~ T W O )bien
, la traducción
del fragmento correspondiente a los versos 1140 a 1173, que fue
publicado en Kottabos, Oxford en 1877.
Ya en esa época había formado alguna de las teorías que ha-
brían de determinar su futura creación: la idea de que el reino de
la imaginación y la observación están enfrentados. «Lo que suce-
de en realidad - diría más tarde2- no sirve para el arte. Toda la
mala poesía nace de sentimientos reales. Ser natural es ser claro
y, por consiguiente, inartístico)). Para él existían dos mundos,
confesaría abiertamente a Gide: el que existe sin necesidad de ha-
blar de él, que es el mundo real, y el otro, el que para existir nece-
sita que se hable de él, que es el mundo del arte. «Había una vez
un hombre muy querido de su pueblo porque contaba historias.
Todas las mafianas salía del pueblo y, cuando volvía por las no-
ches, los trabajadores, tras haber bregado todo el día, se reunían
a su alrededor y le decían: "Vamos, cuenta, ¿qué has visto hoy?'
«El crítico como artista» (2" parte), en Intenciones,p. 119.
UN GRIEGO NACIDO EN IRLANDA: OSCAR WILDE 79

Él explicaba: "He visto en el bosque a un fauno que tafiía la flau-


ta y que obligaba a danzar a un coro de silvanos". "Sigue con-
tando, ¿que más has visto?", decían los hombres. "Al llegar a la
orilla del mar he visto, al filo de las olas, a tres sirenas que-
peinaban sus verdes cabellos con un peine de oro". Y los hom-
bres le apreciaban porque les contaba historias.
Una mafiana dejó su pueblo, como todas las mafianas... Mas,
al llegar a la orilla del mar, he aquí que vio a tres sirenas que, al
filo de las olas, peinaban sus cabellos verdes con un peine de
oro. Y, como continuara su paseo, al acercarse al bosque vio a
un fauno que tafiía la flauta y a un corro de silvanos... Aquella
noche, cuando regresó a su pueblo y, como otros días, le pregun-
taron: "Vamos, cuenta, ¿qué has visto?" El respondió tristemen-
te: "No he visto nada"'.
La obtención en 1871 de la Beca Roya1 School para el Trinity
College de Dublín dio un nuevo giro en su vida. Ahí conoció al
llamado «El General)), John Pentland Mahaffy, para cuyo libro
La vida social en Grecia desde Hornero a Menandro hizo, en
1874, la introducción al capítulo sobre el amor homosexual. Pero
el tratamiento abierto del tema, el canto a las excelencias del
amor de los efebos por encima de todos escandalizó a la sociedad
victoriana y Mahaffy hubo de rectificar su publicación. Wilde,
para escándalo de alguno de sus oyentes, aseguraba que hablar
de la homosexualidad le causaba tanto gozo como a otros el
practicarla. Cuenta Richard Ellmann en su magnífica biografia4
que, cuando ya Oscar estaba en Oxford, la artista Violet Trou-
bridge le ensefió la pintura al pastel Días Perdidos, que mostraba
el doble retrato de un chico ocioso en verano y hambriento en
invierno. Esto le inspiró a Wilde un soneto, publicado en Kotta-
bos en 1877 y que empezaba así:
Un bello muchacho esbelto no hecho para los esfuerzosde este mundo,
de espeso cabello dorado alrededor de sus oídos...
pálidas mejillas donde ningún beso había dejado huella,
rojo labio inferior retraído por miedo al Amor,
y blanco cuello más blanco que el pecho de una paloma.

A. Gide, Oscar Wilde. In Memoriam, pp. 18-19.


P.87.
EFtudios Clásicos 113. 1998
80 MAR^ ISABEL ALVAREZ BAROS

Cuatro aHos más tarde, al publicar el volumen de Poems, con-


virtió al muchacho en una muchacha, y así surgió el poema «Ma-
donna Mía».
En 1874 Wilde coronó su carrera clásica en el Trinity con la
medalla de oro Berkeley de griego y con la mayor puntuación en
un examen sobre los fragmentos de los Poetas Cómicos gn'egos
de Meineke.
El siguiente paso lo supuso Oxford, tras lograr el 23 de junio
una de las diez Demyship en clásicos. Fue en Oxford donde se
formó definitivamente el Wilde esteta que todos hemos podido
vislumbrar.
Pero, ¿qué es realmente un esteta? La palabra «estética» (del
griego a'ioeco~s'percepción'), fue acufiada por Baumgarten en
1750 con el sentido de 'ciencia de lo bello'. «Y la Belleza -afirmó
Wilde en El retrato de Dorian Gray siguiendo las ideas conteni-
das en el epílogo a Estudios sobre la historiaa del Renacimiento
de Walter Pater- es una forma del genio; no tiene necesidad de
explicación (...) Es una soberanía de derecho divino)), y sigue en
El crítico como artista : «La Belleza posee tantos significados co-
mo estados de ánimo tiene el hombre. La Belleza es el símbolo de
los símbolos. La Belleza lo revela todo, porque no expresa na-
da», acercándose en este último punto a las teorías de John Ad-
dington Symonds en su estudio sobre poetas griegos. No sólo
Symonds, Walter Pater, Shakespeare, los prerrafaelitas o el mis-
mo poeta John Keats influyeron notablemente en la estética wil-
diana, sino que, como puso de manifiesto en sus exámenes de las
Honour Moderations en junio de 1876, siempre ha tenido muy
presentes a los clásicos, sobre todo a Aristóteles, de quien pensa-
ba que había propuesto una teoría del arte «desde el punto de
vista puramente estético))y no desde el ético, idea esta última to-
mada de Goethe. Por tanto, de manera general y a la luz de lo
antes visto, un esteta sería el cultivador o el estudioso de la cien-
cia de la Belleza. El mismo Wilde, al salir de Oxford, se autopre-
sentaría ante la sociedad londinense como «Profesor de Estética
y Crítico de Arte)).
Pero su enamoramiento definitivo de Grecia y todo lo griego
se consolidó en la primavera de 1877, cuando viajó a la Hélade.
Tal vez en las sensaciones que experimentó aqui podamos ras-
trear el germen del que sería su poema más sincero -si exceptua-
UN GRIEGO NACIDO EN IRLANDA: OSCAR WILDE 81

mos «Requiescat» y la ((Balada de la carcel de Readingn- y de


corte más clásico en cuanto a la forma y el lenguaje: «Cárrnides».
Es en sus 111 estrofas donde aparece en toda su plenitud y belle-
za el tema del amor a lo imposible: Zpws TWV & ~ U V ~ T W en-V ,
carnado en la inanimada imagen de Palas Atenea y luego en el
propio cadáver del joven. El tema central, el sacrilegio del héroe
al pretender unirse a la estatua de la diosa, está tomado de Lucia-
no, aunque en éste el acto tiene lugar no en Corinto, sino en Cni-
do, y la estatua no es la de Atenea, sino la de Afrodita. Cármides
es para el poeta también Hylas, e paje de Heracles, que aparece
además en su poema «El jardín de Erosn, o incluso el propio
Narciso, víctima del amor a sí mismo, personaje recreado en otro
de sus hermosos poemas en prosa, «El discípulo)):
Cuando Narciso murió, el riachuelo de sus arrobamientos se
convirtió de ánfora de agua dulce en ánfora de lágimas sala-
das, y las Oréades vinieron llorando por el bosque a cantar
junto al riachuelo y a consolarlo.
Y al ver que el riachuelo se había convertido de ánfora de agua
dulce en ánfora de agua salada, soltaron los bucles verdosos de
sus cabelleras gritando al riachuelo y diciéndole: «No nos sor-
prende. que llores asi por Narciso, que era tan bello».
«Pero ¿era tan bello Narciso?» -dijo el riachuelo.
«Quién me@ que tú podría saberlo?» -respondieron las
Oréades- «El nos desdeñaba; pero te cortejaba a tí, dejando
reposar sus ojos sobre ti y contemplando su belleza en el es-
pejo de tus aguas».
Y el riachuelo contestó: «Amaba yo a Narciso porque, cuando
se inclinaba en mi orilla y dejaba reposar sus ojos sobre mí, en
el espejo de sus ojos veia yo reflejada mi propia belleza».
El suicidio de Cármídes -y sobre todo el de Narciso- es el cla-
ro antecedente del también suicidio no intencionado de la que
podríamos considerar primera víctima del esteticismo plenamen-
te wildiano: el de Dorian Gray, en 1890.
Wilde compuso dos retratos que mostraban a un esteta deca-
dente. Uno era el de Dorian Gray y el otro el suyo propio, ma-
gistralmente dibujado en su confesión del De Profundis. Algunas
82 MAR^ ISABEL ALVAREZBAROS

de las fuentes más frecuentemente mencionadas como anteceden-


tes de El retrato de Do& Gray son, por ejemplo, La peau de
chagrin de Honoré de Balzac, Doctor Jekyll and Mister Hyde de
Robert Stevenson, E'vian Grey de Benjamin Disraeli, Mademoi-
selle de Maupin de Theophile Gautier, A Rebours, de Joris-Karl
Huysmans, Fausto de Goethe y Dr. Faustus de Marlowe y, sobre
todo, Sidonia la hechicera de Meinhold, obra que su madre había
traducido en 1849 y cuya descripción de un doble retrato de Si-
donia, que la mostraba como una bella y elegante joven y al fon-
do como espantosa bruja, había fascinado a prerrafaelitas como
Burne-Jones.
Ya lo dice Yeats, d a s obras de arte engendran obras de arte)),
aunque este aserto lo modificará Wilde al afirmar que el arte
mata al arte (poema «El artista))):
Un día nació en su alma el deseo de esculpir la estatua del
Placer que dura un instante. Y se fue por el mundo en busca
del bronce, porque no podía contemplar sus obras más que en
bronce.
Pero había desaparecido del mundo entero el bronce y en nin-
guna parte de la Tierra podía encontrarse, salvo el bronce em-
pleado en la estatua del Dolor que se sufre toda la vida.
Y era precisamente él mismo quien con sus propias manos ha-
bía modelado esa estatua, colocándola en la tumba del único
ser al que amó en su vida. Erigió, pues, en la tumba del ser fe-
necido aquella estatua, que era creación suya, para que fuese
así como señal del amor del hombre que es inmortal y como
símbolo del dolor humano que se sufre durante toda la vida.
Y en el mundo entero no había más bronce que el de aquella
estatua.
Cogió él entonces la estatua que había creado antaño, la me-
tió en un gran horno y la entregó al fuego.
Y con el bronce de la estatua del Dolor que se sufre toda la vi-
da cinceló la estatua del Placer que dura un instante.
«And al1 men kill the thing they love)), dice uno de los úitimos
versos de «La balada de la carcel de Reading)), perfecto epílogo
para esta narración.
UN GRiEGO NACIDO EN IRLANDA: OSCAR WILDE 83

«Una obra de arte -escribiría a un tal A.R. Clegg en abril de


1891- es inútil como una flor. Una flor se abre por su propio gozo.
Nosotros ganamos un instante de gozo con mirarla. Eso es todo
lo que hay que decir sobre nuestras relaciones con las flores)).
EL Retrato de D o h n Gray es la novela del esteticismo por
excelencia, no en la exposición de la doctrina -seHaló Ellmann-,
sino en la exhibición de sus peligros. Es para Joyce Caro1 Oates5
la tragedia del esteticismo, en la que Wilde retrata su propia ex-
periencia. Se identificaba con cada uno de los tres personajes de
la novela: «Basil Hallward es lo que yo pienso que soy; lord
Henry lo que el mundo piensa de mí, y Dorian lo que me gustaría
ser, en otra época, quizá)P. Tergiversa sutilmente, por ejemplo,
las ideas clásicas sobre la estrecha relación Belleza-Conocimiento-
Bien al decir: «Confieso creer que es mejor ser bello que bueno.
Pero, por otra parte, no hay nadie tan dispuesto como yo a reco-
nocer que es mejor ser bueno que feo» (XVII). «Ser bueno es es-
tar en armonía consigo mismo. Y no serlo es verse forzado a es-
tar en armonía con los demás)) (VI). ((Vivimos en una época que
lee demasiado para ser sabía, y que piensa demasiado para ser
bella)) (VIII). «La civilización no es, en modo alguno, una cosa
fácil de lograr. Hay únicamente dos maneras de alcanzarla: una,
siendo culto; otra, siendo corrompido)) (XIX). «Las cosas de las
que está uno absolutamente seguro no son nunca ciertas))(XIX).
La fatídica unión de Basil Hallward y Dorian Gray -como se-
ría la del mismo Oscar Wilde y Lord Alfred Douglas- está prede-
terminada por los dioses. Basil, como artista, debe sucumbir a su
motivo; debe ser seducido por Adonis-Dorian, de cuyos eróticos
poderes el adolescente es al principio completamente inconscien-
te. Pero Dorian, al contemplar el cuadro, objetiviza su propio fí-
sico, y enseguida comienza su corrupción, auspiciada por el teo-
rético lord Henry: pasa a ser Narciso.
A las acusaciones de inmoralidad de su obra, Wilde res-
pondió: «No existe el libro moral o inmoral; los libros están bien
o mal escritos, y eso es todo))'. En realidad, Elretrato de Dorian
Grayes un serio ensayo sobre el papel moral del artista, tal vez

«The Picture of Dorian Gray: Wilde's Parable of the Falb, en Tbe Picture of
Donan Gray (ed. Donald L. Lawler, pp. 422-431.
Citado por Ellmann, p. 374.
'Prefacio. Segunda versión de El retrato de Donan Gray.
MARÍA ISABEL ALVAREZBAROS

en la línea de la catarsis propugnada por Aristóteles, y con la re-


dención final del protagonista, en un climax gótico muy del gusto
del entusiasmado lector de Melmoth the Wanderer de Maturin,
La fórmula de la belleza ética final de la obra la dio el autor al
explicar que «en su intento de matar la conciencia, Dorian Gray
se mata a sí mismo)).
«Un cigarrillo -expresó lord Henry- es un modelo perfecto
del perfecto placer. Es exquisito y le deja a uno insatisfecho)).La
brevedad de este ensayo ha de conducir necesariamente a un es-
tado de insatisfacción, aunque es de desear que placentero. He
descuidado por su amplitud la profundización o simple mención
de otras creaciones de Wilde: sus celebradas e ingeniosas come-
días; tragedias como Salomé, Vera o La duquesa de Padua ; los
emotivos cuentos, a veces crueles («El cumpleaiios de la infanta))
o «El amigo fiel))) , a veces profundamente moralizantes («El jo-
ven rey))), etc. Con todo, espero haber podido mostrar al menos
un atisbo de la modenidad de este genial irlandés, pues asumien-
do sus ideas expresadas en Pluma, lápizy veneno - «todo lo her-
moso pertenece a la misma época».

He aquí una pequefia lista seleccionada de las ediciones más


accesibles de sus obras y las mejores biografías de este autor:
Obras compIetas, Valencia, Aguilar, 1964. Julio Gómez de la Serna ha ela-
borado una introducción muy amena y documentada. No obstante, el tí-
tulo Obra wmpletas es inexacto: faltan sus primeros poemas, las traduc-
ciones de Esquilo y Aristófanes, la primera versión de EI retrato de Do-
nan Gray, artículos wmo «The Grosvenor Gallery~,critica de arte, etc.
Para ver una auténtica recopilación de todas sus obras habría que acce-
der a la ea'itio prúlccps de 1908 y a la segunda, de 1909. Con todo, es lo
más wmpleto que tenemos en castellano.
The wmpIete illustrated stonés, pIays & poems of Oscar Wilde, Londres,
Chancellor Press, 1991. Excelente oportunidad para disfrutar de las ilus-
traciones creadas por Aubrey Beardeley para algunas obras de Wilde, in-
cluso su imaginativa -aunque denostada- recreación de Salomé.
The Picture of Don'an Gray, ed. Donald L. Lawler, Nueva York-Londres,
Norton, 1988. Magníííca edición que recoge las dos versiones de novela,
las notas editoriales de la época y artículos de fondo de coetáneos como
Walter Pater y el propio Wilde. No falta un largo apartado de crítica
UN GRIEGO NACIDO EN IRLANDA: OSCAR WILDE 85

(pp. 363-457) que agrupa a reconocidos investigadores de la talla, por


ejemplo, de Richard Ellmann.
Intenciones, Madrid, Taurus, 1972. Bajo este titulo se han editado los ensa-
yos que mejor retratan el esteticismo wildiano: «La decadencia de la
mentira», «El crítico como artista», «Pluma, lápiz y veneno» y «La ver-
dad de las máscaras».
Endymion y otros poemas, Pamplona, Pamiela, 1992. Preciosa edición bilin-
güe son unas no menos hermosas ilustraciones.
Correspondencia , Madrid, Simela, 1992. Dado el alto precio que había que
pagar por la edición de las cartas completas hecha por Rupert Hart-Da-
vis en 1962, se agradece esta edición reducida sobre la también reducida
de 1979.
Harris, Frank, Vda y confeiones de Oscar Wilde, Barcelona, Laertes, 1988.
Primera edición en castellano de la también primera biografia sobre Wil-
de. Harris tiende a exagerar y10 falsear un tanto su participación en los
hechos, pero al final de la obra d a una completa cronología de la obra de
Wilde.
Gide, André, Oscar Wíld. In memoriam, Barcelona, Lurnen, 1990. La
maestría de este Premio Nobel francés se equipara con su emoción al
prestar testimonio como amigo del autor irlandés.
Ellmann, Richard, Oscar Wild, Barcelona, Edhasa, 1991. Sin discusión, la
mejor biografía escrita sobre Wilde.

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