BLOQUE 6. La Construcción Del Estado Liberal
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Aclaraciones para PEVAU. Se preguntarán los contenidos en dos temas separados, tal y como
parecen aquí: el reinado de Isabel II por un lado, y el Sexenio Revolucionario por otro.
TEMA 6.1. LA REVOLUCIÓN LIBERAL EN EL REINADO DE ISABEL II. CARLISMO Y GUERRA CIVIL.
CONSTRUCCIÓN Y EVOLUCIÓN DEL ESTADO LIBERAL.
Con la muerte de Fernando VII y el triunfo sobre el carlismo, se pone fin al Antiguo Régimen y
se implanta definitivamente el régimen liberal en España.
El reinado de Isabel II fue un periodo muy complejo desde el punto de vista político,
caracterizado por la inestabilidad política, la promulgación de varias constituciones y por un excesivo
protagonismo de los militares en la vida política, con continuos pronunciamientos militares1.
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Pronunciamiento: es una forma de rebelión militar o levantamiento, característico del siglo XIX. En ellos, un grupo de militares
declaraban públicamente su oposición al gobierno o a la situación política existente.
1
Los carlistas fueron derrotados en Luchana (1836) por Espartero, poniendo fin al segundo sitio
de Bilbao y replegándose más allá del Ebro.
• Tercera fase: triunfo isabelino (1837-1839). Espartero liberó gran parte de los territorios
ocupados por los carlistas. La firma del Convenio de Vergara (Guipúzcoa, 1839), entre el
general Maroto y Espartero (abrazo de Vergara), puso fin a la guerra; acordándose admitir a
los militares carlistas en el ejército isabelino, respetando su graduación y el mantenimiento de
los fueros, aunque los gobiernos liberales no lo respetarían totalmente. El general Cabrera,
resistió hasta la toma de Morella por Espartero (mayo 1840).
El carlismo se mantuvo activo a lo largo del siglo, reivindicando los fueros y provocando otros
dos conflictos más:
- Segunda Guerra Carlista. (1846-1849). Se desarrolló en Cataluña, tuvo como pretexto el fracaso de
la planeada boda entre Isabel II y Carlos VI. Finalizada hubo focos carlistas hasta 1860. El carlismo se
revitalizó en 1868.
- Tercera Guerra Carlista. (1872-1876). Durante el Sexenio Democrático en Cataluña, Navarra y País
Vasco; llegándose a establecer un gobierno en Estella. La Restauración trajo el declive carlista, ya que
la derecha monárquica apoyó a Alfonso XII. Martínez Campos derrotó a los carlistas y Carlos VII se
marchó a Francia.
Las consecuencias de estas guerras fueron muy importantes. Más allá de la derrota del
carlismo, las guerras supusieron la consolidación de la monarquía de Isabel II y del Estado liberal. Una
de las principales consecuencias fue el protagonismo alcanzado por los militares, quienes llegaron a
influir de manera decisiva en la vida política española y que fueron conocidos como “espadones”
(Espartero, Narváez, O’Donnell, Serrano o Prim). Sin embargo, también supusieron el freno al
desarrollo económico y provocaron fuertes tensiones y radicalismos sociales.
Entre 1833 y 1840 se desarrolla la regencia de María Cristina. Las guerras carlistas obligaron
a la regente a buscar apoyos en los liberales. De ese modo, Martínez de la Rosa, un liberal muy
moderado, gobernará introduciendo pequeños cambios en el régimen absolutista. El más significativo
sería el Estatuto Real de 1834, mediante el cual se crean unas Cortes bicamerales, meramente
consultivas (formadas por el Estamento de Próceres -altas dignidades del Estado- y el Estamento de
Procuradores, elegidas por un sufragio tan restringido que apenas permitía la participación de un
0’15% de la población). La monarquía conserva todos sus poderes y no se hace ninguna declaración
de derechos.
Pero el liberalismo ya no era un bloque unido en su rechazo al Antiguo Régimen. Escindido en
dos ramas, reflejaba la propia división de la burguesía. Los moderados representaban los intereses de
la oligarquía terrateniente y financiera, por ello eran defensores del sufragio restringido, la soberanía
compartida por el monarca con unas cortes bicamerales que aseguraran el mantenimiento del orden
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y la autoridad (liberalismo doctrinario). Los progresistas, que contaban con el apoyo de las clases
medias y bajas urbanas, defendían un sufragio censitario más amplio, la soberanía nacional, la
creación de ayuntamientos elegidos por los vecinos, limitar el poder de la Iglesia y ampliar los
derechos colectivos.
Los progresistas, que rechazaban el Estatuto Real, promovieron movimientos revolucionarios
por todo el país, con formación de Juntas que reclamaban un régimen liberal. La regente se vio
obligada a entregar el gobierno a Juan Álvarez Mendizábal, quien, para recaudar fondos destinados a
luchar contra el carlismo, ordenó la desamortización de los bienes del clero. Pero antes del año,
debido a la presión de la Iglesia, Mendizábal fue destituido. Entonces, en el Motín de la Granja de
1836, los sargentos de palacio se levantaron contra la regente y la obligaron a restablecer la
Constitución de 1812.
Se abrió entonces un breve periodo de reformismo liberal, sobre todo en el campo
económico, con la liberalización de la industria y el comercio, la abolición del feudalismo y la
desamortización de la tierra.
La Constitución de 1812 fue revisada por las cortes, dando lugar a la Constitución de 1837,
con la que se buscaba un consenso con los moderados. Recogía los principios de soberanía nacional,
división de poderes, derechos ciudadanos y la aconfesionalidad del Estado, propios del progresismo.
Pero también incluía características moderadas, como el bicameralismo, la ampliación de las
atribuciones reales (nombramiento de los senadores, derecho de veto legislativo, libre
nombramiento y destitución de los ministros, etc.) y el mantenimiento económico del clero en
compensación por la desamortización.
Como la ley electoral estableció un sufragio muy restringido (2,4% de la población) que
otorgaba el voto sólo a los propietarios, las elecciones dieron el triunfo a los moderados. En 1840 el
intento de modificar la Ley Municipal, provocó la oposición progresista apoyada por Espartero,
reforzado tras la guerra carlista encabezando la insurrección, que forzó la dimisión de María Cristina.
Su lugar como regente será ocupado por Espartero.
En otoño de 1843, las Cortes votaron la mayoría de edad de Isabel II, iniciando a los trece años
su reinado efectivo (1843-1868). Durante la mayoría de edad de Isabel II se procedió a la auténtica
construcción del nuevo Estado liberal. Pueden distinguirse en estos años varias fases: una Década
Moderada, un Bienio Progresista y Segunda Etapa Moderada.
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Se promulgó la Constitución de 1845, más conservadora que la de 1837, que establecía la
soberanía compartida (Rey-Cortes), Cortes bicamerales, la ampliación de los poderes reales (libre
nombramiento y cese de los ministros, designación del Senado, veto legislativo, etc.), una
organización territorial centralizada, la confesionalidad del Estado y el sufragio censitario (1% de la
población).
Uno de los objetivos del gobierno moderado fue reanudar las relaciones con la Santa Sede,
rotas desde la desamortización de Mendizábal. Se llegó a un acuerdo con la firma de un nuevo
Concordato2 en 1851. El Vaticano aceptó la desamortización y, a cambio, el Gobierno estableció la
confesionalidad del Estado, la protección de la Iglesia católica y la concesión a esta del control de la
educación y la censura.
El Gobierno de Narváez adoptó nuevas medidas de control de la Administración provincial y
local: se crea el cargo de gobernador civil y se suprime el carácter electivo de los alcaldes, siendo
elegidos por el Gobierno. En Hacienda se aprobó la Ley Mon-Santillán, potenciándose los impuestos
indirectos. En 1844 se creó la Guardia Civil, un cuerpo al que se dio carácter militar y que tenía como
objetivo mantener el orden público. Sustituía a la Milicia Nacional, un cuerpo de voluntarios ligado a
los liberales progresistas.
Desde 1849 se incrementó el autoritarismo y, en respuesta, se funda el Partido Demócrata,
que reivindicaba el sufragio universal, Cortes unicamerales, libertad religiosa, instrucción primaria
gratuita e intervención del Estado en las relaciones laborales.
2 Concordato: nombre que reciben los acuerdos firmados entre un Estado y la Santa Sede.
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En 1863, sin embargo, la presión de los moderados por volver al poder, como deseaba
también la reina, precipitaron la sustitución de O’Donnell por Narváez. Las formas más autoritarias de
los moderados radicalizaron a los progresistas, que, con apoyo de los demócratas, recurrieron de
nuevo a la sublevación. La dura represión gubernamental tanto del levantamiento del cuartel de San
Gil como sobre los estudiantes en la noche de San Daniel restó apoyos, incluidos los unionistas, al
gobierno.
A la crisis final del sistema también contribuyó la crisis económica generalizada desde 1866,
con el consiguiente descontento popular; la falta de liderazgo en los principales partidos políticos tras
la muerte de O’Donnell y Narváez; y el propio desprestigio de la reina, tanto por su vida personal
como por su continuada ingerencia política a favor del moderantismo.
Estas circunstancias unieron a progresistas, demócratas y republicanos en el Pacto de
Ostende de 1866 con el objetivo de acabar con Isabel II y convocar Cortes Constituyentes por
sufragio universal. Cuando los unionistas se unieron dos años más tarde, la revolución, llamada “La
Gloriosa”, ya fue imparable.
El Sexenio Revolucionario (1868-1874), es uno de los periodos más agitados que se recuerdan
en la historia de España. Se inició con la Revolución de 1868, un pronunciamiento militar que se
convirtió en una auténtica revolución popular, provocando la caída de la monarquía de Isabel II y
dando lugar a un proceso de democratización de la vida política, cuya mejor expresión fue la
Constitución de 1869.
Sin embargo, durante el Sexenio Revolucionario no se logró crear un sistema político estable
capaz de solucionar los problemas del país: se pasó de un gobierno provisional a la regencia de
Serrano; de ésta a la monarquía de Amadeo de Saboya, para acabar en la Primera República
española. Finalmente, la experiencia democrática acabó con el golpe de estado del general Pavía que
preparó el camino a la Restauración de los Borbones en la persona de Alfonso XII (hijo de Isabel II).
En los años anteriores a 1868 el malestar social y el desprestigio de Isabel II aumentaban. Tras
el fracaso de la sublevación del cuartel de San Gil en 1866, Juan Prim, líder de los Progresistas, pactó
en Ostende una alianza con el Partido Demócrata al que se unieron los republicanos, para promover
el cambio de régimen y convocar Cortes Constituyentes.
La Revolución Gloriosa de septiembre de 1868 se inició cuando el almirante Juan Bautista
Topete junto a los generales Juan Prim y Francisco Serrano, se sublevaron en Cádiz. Los sublevados,
que se habían alzado al grito de ¡Abajo los Borbones! ¡Viva España con honra!, proclamaban la
expulsión de la reina y el establecimiento de un Gobierno provisional constitucional que asegurara el
orden y la regeneración política del país. Se formaron Juntas Revolucionarias en muchos puntos del
país. El ejército leal a la reina fue derrotado en Alcolea (Córdoba), Isabel II se encontró sin apoyos y
se exilió a Francia.
Se formó un Gobierno provisional presidido por Serrano, formado por unionistas (Topete) y
progresistas (Serrano, Sagasta, Figuerola, Zorrilla). Se tomaron medidas inmediatas como la
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disolución de las juntas locales revolucionarias, la expulsión de los jesuitas, la derogación del fuero
eclesiástico y la convocatoria de elecciones a Cortes constituyentes que dieron la mayoría a la
coalición gubernamental.
Las Cortes redactan la Constitución de 1869, un claro exponente del liberalismo democrático.
En ella se establecía la monarquía democrática como forma de Estado, la soberanía nacional, una
clara división de poderes: legislativo en las cámaras, ejecutivo en el rey a través de los ministros y
judicial en los jueces. Se incluía un largo catálogo de derechos individuales entre los que destacaban
la libertad de reunión, de asociación y de expresión, la libertad religiosa (por primera vez), y el
sufragio universal masculino.
La nueva carta magna establecía en España una monarquía democrática. Ahora bien, dado
que el trono español estaba vacante, fue necesario nombrar una regencia. Las Cortes eligieron para
tal fin al general unionista Francisco Serrano, quien fue designado regente en junio de 1869.
El mismo día de su designación como regente, el general Serrano encargó la formación del
primer ejecutivo de la nueva monarquía al general Juan Prim, quien fue nombrado jefe de Gobierno.
La regencia y el nuevo gobierno tuvieron que enfrentar una situación política sumamente
difícil, marcada por dos circunstancias: el desencadenamiento de una guerra colonial en Cuba y en
Puerto Rico (Guerra de los Diez Años, 1868-1878); y la fuerte oposición interna al nuevo régimen
por parte de dos fuerzas políticas que representaban los extremos ideológicos: los republicanos y los
carlistas.
Paralelamente a estos problemas, el gobierno de Prim tuvo que encargarse de la búsqueda de
un rey para el trono español. Juan Prim solo se impuso una condición: que la corona no volviera a la
casa de Borbón. A lo largo de 1870 se fueron valorando diversos candidatos, de entre los que
destacaron tres:
- Antonio de Orleans, duque de Montpensier, hijo del exrey de Francia Luis Felipe de Orleans y
cuñado de Isabel II.
- El príncipe prusiano Leopoldo de Hohenzollern-Sigmaringen.
- Amadeo de Saboya, duque de Aosta, segundo hijo del rey de Italia, Víctor Manuel II.
El 16 de noviembre de 1870 tuvo lugar la votación de las candidaturas en las Cortes, dando
como resultado la victoria de Amadeo de Saboya3.
3 Amadeo de Saboya recibió 191 votos (los del Partido progresista y parte de la Unión Liberal); Antonio de Orleans, 27 votos
(de la Unión Liberal); el general Espartero, 8 votos; y el príncipe Alfonso de Borbón (hijo de Isabel II, en quien la exreina había abdicado
en el exilio), dos votos. Además, 60 diputados dieron su voto a favor de la República federal.
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El principal problema de su reinado fue la inestabilidad política, que se tradujo en la
formación de gobiernos de gran brevedad y en la formación de Cortes sin una mayoría parlamentaria
clara, lo que obligó a continuas convocatorias electorales.
Junto a los problemas políticos, los numerosos conflictos bélicos fueron otro importante
escollo en el reinado del nuevo soberano. A la guerra colonial en Cuba y Puerto Rico que había
comenzado en 1868, que seguía devorando recursos y cobrándose vidas humanas, se sumó el
estallido de la Tercera guerra carlista en 1872, un conflicto que se prolongaría durante el resto del
Sexenio y los comienzos de la siguiente etapa histórica (la Restauración) hasta 1876.
La violencia política tuvo también otras manifestaciones durante de reinado de Amadeo I. Así,
hubo varios levantamientos republicanos federales (el más importante de los cuales fue el de El
Ferrol), y el mismo rey fue objeto de un atentado terrorista en Madrid, del que escapó ileso.
Un conflicto dentro del Ejército agotó la paciencia del monarca y Amadeo I abdicó
irrevocablemente el 11 de febrero de 1873, abandonó el país y regresó a Italia.
El mismo día de la abdicación del rey, Congreso y Senado reunidos en una sola Asamblea en
una sesión urgente proclamaron la República. Sin embargo, la realidad política de España distaba
mucho de tener fundamentos republicanos, por lo que prácticamente la Primera República fue una
república sin republicanos. Su vida fue efímera, del 11 de febrero de 1873 al 3 de enero de 1874 y se
convirtió en uno de los periodos más inestables de todo el siglo XIX. En sus once meses de existencia
se sucedieron cuatro presidentes: Estanislao Figueras, Francisco Pi y Margall, Nicolás Salmerón y
Emilio Castelar.
Las dificultades de la República fueron notables:
• Profundas diferencias que separaban a los republicanos.
• Difícil coyuntura económica del momento, que provocó una importante agitación social.
• Necesidad de hacer frente a la Tercera Guerra Carlista, que se desencadenó ante la
proclamación de Amadeo I.
• Rechazo de la mayor parte del ejército al republicanismo.
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La intervención de militares para hacer frente al cantonalismo, como los generales Martínez
Campos y Pavía, los convirtió en árbitros de la situación política. El 2 de enero de 1874 Emilio Castelar
no superó una moción de censura en las Cortes. Al día siguiente, cuando los diputados se disponían a
elegir un nuevo presidente, el general Manuel Pavía ocupó el Congreso y disolvió las Cortes. Este
golpe de Estado puso fin a la Primera República.
Tras el golpe, el general Pavía formó un gobierno republicano de coalición con viejos políticos
progresistas, radicales y republicanos unitarios, entregando la Presidencia de la república al general
Francisco Serrano. Con las Cortes clausuradas, las garantías constitucionales suspendidas, y los
partidos políticos desmembrados, la Presidencia de Serrano se convirtió en una verdadera dictadura.
La inestabilidad política desde la marcha de Isabel II hizo que quienes abogaban por el regreso
de los Borbones fuesen cada vez más numerosos. A lo largo de 1874 Cánovas del Castillo, líder del
Partido Alfonsino, movió los hilos para que la restauración de la dinastía borbónica se produjera por
la vía civil con el objetivo de acabar con el protagonismo militar en la política. Pero los
acontecimientos se precipitaron. Con gran enfado de Cánovas, el general Martínez Campos proclamó
rey al príncipe Alfonso, hijo de Isabel II, el 29 de diciembre de 1784 en Sagunto. Con este acto
concluía el Sexenio Revolucionario.