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El Mensaje Del Primer Ángel

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El Mensaje del Primer Ángel

El mensaje de los tres ángeles es una de las doctrinas


distintivas de los adventistas del séptimo día. En él hallamos la
descripción de nuestra misión en este mundo, la razón de
nuestra existencia y de nuestra enorme responsabilidad.
También nos da orientación, puesto que nos coloca en el
contexto de las profecías de la Biblia. Por su ubicación, es un
tema central en el libro de Apocalipsis, y por su significado, es
un tema central en nuestra existencia.

Mucha información se ha ofrecido en cuanto al mensaje del


primer ángel. Sin embargo, nos ha parecido que un estudio frase
por frase resulta enriquecedor para el hijo de Dios, puesto que
es un mensaje muy completo, y como veremos a continuación,
describe de manera extensa los planes que Dios tiene para
completar su obra y para que Cristo vuelva a buscarnos.

“OTRO ÁNGEL”

El mensaje del primer ángel comienza con la frase “Vi volar por
en medio del cielo a otro ángel…”. Aunque aparentemente se
trata de mensajeros celestiales entregando estos mensajes
especiales, históricamente se ha reconocido que la
responsabilidad de predicarlos es de los seres humanos. [1] La
palabra griega ἄγγελος, “ángel” significa “mensajero”, “enviado”,
y por lo tanto, aunque se usa primordialmente en el Nuevo
Testamento para identificar a los agentes divinos (cf. Mat 1:20,
24; 2:13, 19; 4:11; 28:2, 5; Hech 5:19; 2 Tes 1:7; 1 Tim 5:21; etc.),
también puede ser utilizada para designar a seres humanos
enviados por Dios (cf. Mat 11:10 “mensajero”; Luc 7:24; 9:52
“mensajeros”; Stg 2:25 “mensajeros”).

Sin embargo, y pese a lo anterior, es interesante notar que la


expresión usada aquí en Apocalipsis es “otro ángel”, ἄλλον
ἄγγελον (“otro ángel”), que denota la idea de “otro mensajero”.
Los últimos dos ángeles que Apocalipsis comenta antes de éste
son el ángel de Apocalipsis 10 (que tiene un pie sobre el mar y
otro sobre la tierra, con el librito abierto en la mano) y el
séptimo ángel de Apocalipsis 11:15. ¿A cuál de los dos hace
referencia la expresión “otro ángel”, o mejor dicho, quién es el
“un ángel del cual este ángel de Apocalipsis 14 es “otro”? La
respuesta no es sencilla. Estrictamente, el último ángel
mencionado antes de Apocalipsis 14 es el séptimo ángel de
Apocalipsis 11:15. Sin embargo, ese séptimo ángel es parte de
un grupo ya descrito primariamente en Apocalipsis 8:2. Juan
tiene a los 7 ángeles de las trompetas a la vista mientras uno
tras otro toca sus trompetas. Por lo tanto el último ángel que se
despliega ante su vista antes de Apocalipsis 14, y el ángel en el
que implícitamente piensa cuando retrata al primer ángel de
Apocalipsis 14 como “otro ángel” es el ángel con el librito
abierto de Apocalipsis 10. ¿Qué importancia tiene este detalle?
Ciertamente, una muy destacada. El ángel de Apocalipsis 10 es
Jesucristo mismo: su descripción es muy impresionante: un
ángel fuerte, envuelto en una nube (comparar con Apoc 1:7), con
el arco iris sobre su cabeza (comparar con Eze 1:28), su rostro
como el sol (comparar con Mat 17:2 y Apoc 1:16), sus pies como
columnas de fuego (comparar con Dan 10:6 y Apoc 2:18), y su
clamor es como el rugido de un león (comparar con Isa 5:29;
31:4; Ose 11:10; Apoc 5:5). Se trata de Jesucristo quien
protagoniza este capítulo.

Pero aún más sorprendente es saber que ¡el primer ángel de


Apocalipsis 14 también es Jesucristo! El Apocalipsis menciona
la expresión “otro ángel” diez veces, de las cuales cinco veces
(Apoc. 14:8, 15, 17, 18, 19) se trata de seres angelicales, y las
otras cinco (Apoc 7:2; 8:3; 10:1; 14:6 y 18:1) se trata de Cristo,
representado como el gran protagonista de los eventos del fin,
siendo el ángel del sellamiento de los 144.000, el mediador del
incienso, el ángel con el librito, el predicador del evangelio
eterno y el ángel que llama a salir de Babilonia. Esto es muy
significativo, puesto que Jesús, el arcángel Miguel, es quien
inicia y lidera el último mensaje dado al mundo, y ese mensaje
guarda una relación estrecha con Apocalipsis 10, como
notaremos posteriormente.
DE “EN MEDIO DEL CIELO” A “LOS MORADORES DE LA TIERRA”

Una de las características del mensaje del primer ángel tiene


que ver con los lugares físicos que en él se mencionan. Se nos
dice que el primer ángel volaba “por en medio del cielo”, y sin
embargo los destinatarios de su mensaje son “los moradores de
la tierra”. Estas dos expresiones se encuentran en Apoc 8:13,
cuando aparece el ángel que da los tres ayees. Es una similitud
bastante asombrosa, pues se trata de un ángel que también
vuela “por en medio del cielo”, con un mensaje “a gran voz” que
involucra “a los que moran en la tierra”, y menciona a “tres
ángeles”. Apoc 19:17 también menciona a un ángel que clama “a
gran voz” una invitación para que todas las aves que vuelan “por
en medio del cielo” vengan a la cena de Dios, que corresponde a
la destrucción final de los impíos. De los tres mensajes
angélicos, el de Apocalipsis 14 destaca porque es el único que
trae “buenas noticias” para los moradores de la tierra: el de
Apocalipsis 8 trae ayees, y el del capítulo 19 anuncia la
destrucción final de los impíos.

La expresión “moradores de la tierra” se usa mayormente para


designar a los pecadores, a los seres humanos impíos (cf. Exo
34:12, 15; Jos 7:9; Jue 2:2; 2 Cron 20:7; Isa 26:21; Jer 25:29-30;
Eze 7:7; Ose 4:1-3; Miq 7:13; Zac 11:6). En Apocalipsis esta
expresión aparece 6 veces con este sentido (Apoc 11:10;
13:8,12,14; 17:2, 8).

¿Se dirige entonces el mensaje del primer ángel a los seres


humanos impíos? En parte, sí. Es un mensaje de
arrepentimiento, y por tanto se dirige a seres pecadores,
quienes son los que necesitan arrepentirse (Mat 9:13; Mar 2:17).
Sin embargo, la expresión “moradores de la tierra” también se
aplica a los seres humanos en forma independiente de su estado
moral en ese momento, o mejor dicho, a seres que deben tomar
una decisión crucial en ese momento de su existencia. Por
ejemplo, en Apocalipsis 12:12 se nos dice que el diablo ha
descendido a ellos, con gran ira. El mensaje del libro de Joel
menciona reiteradas veces a los moradores de la tierra como
quienes deben tomar la decisión de prepararse para la llegada
del día de Jehová (Joel 1:14; 2:1). Y es en este contexto que el
mensaje del primer ángel se dirige a ellos: a todos los seres
humanos que deben tomar una decisión, ya sea a favor o en
contra del gobierno divino. Claramente la recomendación divina
es a “temer a Dios”, y a adorarle. Pero es una decisión que debe
ser tomada en forma urgente, puesto que hora del juicio ha
llegado.

Por lo tanto este mensaje tiene la firma, la manufactura divina,


puesto que quien lo trae viene del cielo, donde mora Dios. Pero
se dirige a la tierra, a los seres humanos pecadores, llevando la
urgencia de un llamado al arrepentimiento y la conversión
verdadera, puesto que la hora del juicio ha llegado.

EL EVANGELIO ETERNO

El contenido del mensaje del primer ángel es llamado “el


evangelio eterno”. Es la única vez en las Escrituras que aparece
esta expresión como tal. En griego, εὐαγγελίζω, “evangelio”, es la
expresión “buen mensaje”, “buena noticia”, que se ocupa en el
Nuevo Testamento para hablar de la vida, obra, ministerio,
muerte, resurrección y ascensión de Cristo, tanto como del
registro de los hechos históricos relacionados con Cristo (Mar
1:1), y con el ministerio de la salvación y el desarrollo del plan
de la redención, la justicación por la fe y el perdón de los
pecados (Mar 1:15; Hech 20:24; Rom 1:16). Por otro lado la
expresión traducida como “eterno” es αἰώνιος que significa
“sempiterno”, algo que alude tanto al pasado como al futuro (2
Cor 4:18; 1 Tim 6:16; 2 Tim 1:9; 2 Ped 1:11). Se ocupa en
expresiones como “fuego eterno”, “vida eterna”, “juicio eterno”,
“Dios eterno”.

¿Es éste evangelio eterno de Apocalipsis 14 uno distinto al


evangelio del que habla el resto de las Escrituras? No puede
ser, puesto que el apóstol Pablo dijo que cualquier evangelio
diferente del que él predicaba era anatema (Gal 1:6-9).
Entonces, este evangelio debe ser el mismo evangelio
mencionado en el Nuevo Testamento. Pero, ¿en qué sentido este
evangelio es eterno? ¿Quiere decir que la oportunidad de
salvación será extendida por siempre, en forma indefinida? Este
concepto, muy popular entre ciertos cristianos, no es
concordante con el testimonio de las Escrituras, ni siquiera con
el resto del mensaje del primer ángel. El elemento temporal del
mensaje queda definido cuando se anuncia que “la hora de su
juicio ha llegado”. Habiendo llegado una hora de juicio, se
entiende que hay plazos temporales, aún para la salvación de
los pecadores.

La respuesta para el dilema de la eternidad del evangelio es


similar a la respuesta dada al tema del fuego eterno. La Biblia
no apoya la idea de un infierno que queme a los pecadores por
las edades sin fin, castigándolos una y otra vez sin terminar
nunca su tormento. Pero el fuego eterno es eterno porque sus
resultados son eternos (Jud 1:7). No se trata de un arder por
siempre, sino de un proceso que consume para siempre. Los
resultados del fuego eterno son la aniquilación definitiva e
irreversible de la maldad del universo. El fuego no se acaba
mientras tenga algo que consumir (Mar 9:44). Y aquello que es
consumido no vuelve a su estado original. De la misma manera,
el evangelio es eterno no porque el tiempo de gracia se extienda
en forma indefinida (2 Cor 6:2), sino que porque sus resultados
son eternos: vida eterna a todo aquél que cree (Juan 3:16; 6:40;
Mat 25:46; Rom 5:21; 6:23; 1 Jn 5:11-13). Además, el plan de
redención, llamado por Pablo el “misterio oculto revelado”, es el
evangelio que fue diseñado “desde tiempos eternos” (Rom
16:25-26). Por consiguiente, este plan de redención que
presenta la oportunidad de salvación a los pecadores es el
evangelio eterno, que en el contexto del juicio final es
presentado con suma urgencia a los habitantes de la tierra en
este primer mensaje angélico.

“TODA NACIÓN, TRIBU, LENGUA Y PUEBLO”

A manera de profundización de la expresión “los moradores de


la tierra”, Juan nos entrega esta cuádruple expresión, que
designa no solo el tipo de personas a las cuales el Señor desea
alcanzar con su mensaje, sino que expresa el deseo de que
todos reciban este mensaje de salvación. El Señor quiere que
todos procedan al arrepentimiento (2 Ped 3:9). Amó tanto Dios al
mundo que entregó a su Hijo para la salvación de todo aquel que
crea. “Porque todo aquel que invocare el nombre del Señor, será
salvo. ¿Cómo, pues, invocarán a aquel en el cual no han creído?
¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán
sin haber quien les predique? ¿Y cómo predicarán si no fueren
enviados? Como está escrito: ¡Cuán hermosos son los pies de
los que anuncian la paz, de los que anuncian buenas nuevas!”
(Rom 10:13-15). Es por este motivo que el Señor envía este
mensaje con estas características.

Además, ya el Señor Jesús había anunciado la predicación del


evangelio del reino a todo el mundo, a todas las naciones (Mat
24:14), antes de la llegada del fin. Por lo tanto, este mensaje
alcanza una urgencia especial, puesto que además del tiempo
del juicio que ha llegado, la obra debe tener el mayor alcance
que alguna vez ha tenido en la historia de la humanidad.

EL TEMOR A DIOS

El contenido de la amonestación comienza con el llamado a


“temer a Dios”. Este temor está lejos de representar un miedo
irracional, pues Dios es amor, y el verdadero amor echa fuera el
temor (1 Jn 4:8, 18). Un Dios que nos ama no es uno que quiere
que estemos aterrorizados en su presencia. La expresión “no
temáis” se repite vez tras vez en las Escrituras (Gen 43:23; Exo
14:13; Deut 31:6; Jos 10:25; Juec 6:10; 1 Sam 12:20; 2 Cron
20:15-17; Neh 4:14; Isa 35:4; Hag 2:5; Mat 10:31; 14:27; 28:10;
Luc 12:32; Juan 6:20). Por lo tanto, el temor a Dios claramente
expresa una idea diferente.

En Heb 5:7 se nos dice que Cristo expresó un “temor reverente”


por su Padre cuando padeció en el Getsemaní. La expresión
griega usada es εὐλαβείας, que se traduce como “precaución,
reverencia, piedad”. Cristo no tenía miedo por su Padre; era un
amor especial, pero en ese momento preciso aún más que en
cualquier otro, era una sumisión total a la voluntad divina:
Cristo quería ser liberado del peso de la redención humana
mediante su pasión y sacrificio expiatorio, pero dijo “no se haga
mi voluntad, sino la tuya” (Luc 22:42). Esta misma expresión se
ocupa 2 veces más en Hebreos para denotar la reverencia
obediente y sumisa de Noé (11:7) y de los cristianos (12:28).

En Éxo. 20:20 se mencionan tanto el temor del miedo como el


temor reverente en franca oposición uno del otro: el pueblo no
debía tener miedo a Dios, sino temerle reverentemente, para
evitar pecar. El llamamiento a temer a Dios se reitera varias
veces en la Biblia (cf Lev 25:17; Jos 24:14; 1 Sam 12:24; 2 Rey
17:39; Sal 34:9; 96:9; 1 Ped 2:17), y siempre guarda relación con
guardar los mandamientos de Dios (Deut 6:2; 8:6; 2 Rey 17:34;
Sal 111:10; 112:1; Ecl 12:13; Dan 9:4), con una actitud de
reverencia y adoración (2 Rey 17:36; Sal 5:7; 96:9) y con
apartarse de malas obras (Lev 25:17; Job 1:1; 28:28; Prov 16:6;
Jer 32:40). Por lo tanto, el llamado del primer ángel a temer a
Dios es un llamado a que los hombres dejen sus propios
caminos, y pongan sus corazones en sintonía con el Dios del
cielo, de tal modo que puedan alabarle en forma reverente,
guardar sus mandamientos y obedecerle fielmente, apartándose
del mal y logrando una relación intima que les permita ser
declarados justos en el inminente juicio divino.

“DADLE GLORIA”

La segunda parte del llamamiento divino es a “dar gloria a Dios”.


El concepto de la gloria divina se describe ampliamente en las
Sagradas Escrituras. La gloria de Dios guarda relación con su
aspecto visible, físico: Israel declaró haber visto la gloria de
Dios en su manifestación en el monte Sinaí (Deut 5:24); la gloria
de Dios se manifestaba en el Santuario en la santa shekinah del
arca del pacto (1 Sam 4:21-22), y mediante el humo que
inundaba aún el lugar santo (2 Cron 5:14; Apoc 15:8). Las obras
físicas muestran la gloria de Dios (Sal 8:1; 19:1; 29:3; Hab 3:3).
Ezequiel describió en su primera visión la apariencia física de la
gloria de Dios. [2] Hay una enorme relación entre la gloria de Dios
y la luz que Dios irradia (Isa 58:8; 60:1, 19; Luc 2:32; Hech 22:11;
2 Cor 4:4-6; Apoc 21:24), tanto en el plano físico como en el
simbolismo espiritual. Las vestimentas de luz de Adán y Eva en
el Edén, así como las vestimentas de luz de los santos ángeles
provienen de la gloria de Dios (cf. Sal 104:2; Mat 17:2; Juan
20:12; Rom 3:23).

Sin embargo, el concepto de la gloria de Dios sobrepasa la sola


dimensión física, y traspasa hasta llegar a la misma esencia de
Dios. Cuando Moisés quiso ver la gloria de Dios (quería ver su
aspecto) el Señor le dijo que no podía ver su rostro (Exo 33:18-
23). Sin embargo le dijo que proclamaría “todo su bien”, “su
nombre” y “su misericordia”. Cuando finalmente lo hizo, declaró
“¡Jehová! ¡Jehová! fuerte, misericordioso y piadoso; tardo para
la ira, y grande en misericordia y verdad; que guarda
misericordia a millares, que perdona la iniquidad, la rebelión y el
pecado, y que de ningún modo tendrá por inocente al malvado”
(Exo 34:6-7). Por lo tanto la gloria de Dios guarda relación con
su carácter de amor expresado tanto en su misericordia como
en su justicia. Estos atributos divinos se revelan en su gloria a
través de toda la historia de la salvación, pero en forma
especial y señalada mediante la vida de Jesucristo el Salvador
(Juan 1:18).

Pero, ¿cómo damos nosotros, seres humanos, la gloria a Dios?


Si la gloria es un atributo divino, inherente a Dios nuestro Señor,
nosotros necesitamos en primer lugar recibir de esa gloria. “De
lo recibido de tu mano te damos” (1 Cron 29:14). “Aquella luz
verdadera, que alumbra a todo hombre, venía a este mundo… a
todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les
dio potestad de ser hechos hijos de Dios. Y aquel Verbo fue
hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria
como del unigénito del Padre)” (Juan 1:9,12, 14). La gloria de
Dios llega a nosotros mediante su revelación en la naturaleza
(Sal 19:1), en su palabra revelada, en su Santuario (Sal 63:2) y
por medio de su Hijo amado. Por lo tanto nosotros nos hacemos
receptores de esta gloria divina, y se vuelve nuestra la labor de
reflejar esa luz de gloria, así como la luna refleja la luz del sol. Y
podemos reflejar esa gloria mediante la adoración a Dios (2 Cron
7:3; Sal 29:2). Damos gloria a Dios cuando reconocemos que es
Él quien nos da esa gloria en primer lugar (Isa 62:3). Damos
gloria a Dios cuando depositamos nuestra fe en su obra
expiatoria en nuestro favor (Rom 4:20; 5:2). Tenemos el deber de
relacionar cada una de nuestras acciones con la gloria debida a
Dios (1 Cor 10:31). Damos gloria a Dios como una expresión de
gratitud por la inmensa obra que Él realiza en favor de la familia
humana (2 Cor 4:15). Damos gloria a Dios mediante los frutos de
la justicia divina que es impartida a los creyentes (Fil 1:11).

En suma, el mensaje del primer ángel nos lleva aún más allá del
temor reverente a Dios: nos lleva a reconocer nuestra completa
dependencia de Él, y la enorme deuda que tenemos de hacer de
cada obra nuestra un enorme homenaje al Señor que nos ha
dado todo. Debemos recibir esa gloria y reflejarla como acto de
gratitud mediante la fe que obra por el amor.

LA HORA DE SU JUICIO HA LLEGADO

La llegada del juicio divino entrega, como lo comentamos


anteriormente, el elemento de temporalidad y de urgencia al
mensaje del primer ángel. La doctrina del juicio investigador se
vuelve medular para la correcta comprensión del mensaje final
de Dios a un mundo impío.

Un juicio en la Biblia comprende tanto el proceso de


recopilación de información necesaria para tomar decisiones
como la decisión misma y su implementación final. Por ejemplo,
en Edén Dios preguntó sucesivamente a Adán y Eva como
pareja, y como individuos separados, sobre su ubicación y sus
acciones (Gen 3:9-13). Luego entregó un veredicto sobre ellos
(Gen 3:16-19) y finalmente implementó las nuevas medidas (Gen
3:23-24). Podemos ver la presencia en este primer incidente de
un juicio investigador, un veredicto y una ejecución. Y en este
primer juicio podemos ver, además, la presentación del
evangelio como promesa (Gen 3:15) y como señal visible (Gen
3:21).

La escena de juicio investigador, veredicto y ejecución se


reitera en otras oportunidades como el diluvio (Gen 6 al 8), la
torre de Babel (Gen 11), la destrucción de Sodoma y Gomorra
(Gen 18 y 19), la liberación del pueblo de Israel desde Egipto
(Exo 2 al 14), los cuarenta años en el desierto (Num 13 y 14),
entre una larga lista. Dios siempre hace las averiguaciones
primero, exponiendo la evidencia, para luego dictar sentencia y
finalmente llevarla a cabo. ¿Por qué sigue Dios este orden?
Siendo un ser omnisapiente, ¿necesita Dios realizar un juicio
investigador? La respuesta es que sí. El Señor ha sido acusado
en forma primaria por Satanás, quien asevera que Dios no puede
ser justo y misericordioso (cf. Job 1 y 2). Nosotros hemos
llegado a ser “espectáculo al mundo, a los ángeles y a los
hombres” (1 Cor 4:9). Por lo tanto el Señor ha escogido el juicio
como una herramienta no sólo para aplicar la justicia, sino que
para exponerla ante los ojos de todos lo participantes de este
conflicto. Una vez que se resuelva, “toda rodilla se doblará y
toda lengua confesará que Jesucristo es el Señor, para gloria de
Dios Padre” (Fil 2:10-11).

En este juicio investigador, así como en el caso de Génesis, el


Señor también entrega juntamente con el juicio el mensaje del
evangelio, el cual se amplía en el mensaje del primer ángel
como “el evangelio eterno”. Y también se da una señal visible:
el sello de Dios, el cual es mencionado en Apocalipsis 7, y
aparece implícito en el mensaje del tercer ángel cuando se
menciona a su antagonista, “la marca de la bestia” (Apoc 14:9),
la cual es mencionada en Apocalipsis 13:16-18. Sin embargo, en
este caso más que un paralelismo con el esquema de juicio de
Génesis 3, hay una complementaridad, pues en Génesis se juzga
al hombre, se le entrega la promesa de salvación y se lo viste
con la piel del cordero, siendo expulsado del paraíso; en
Apocalipsis se juzga al hombre (14:7), se le otorga el
cumplimiento de la promesa y se le invita a “vestirse” (3:5, 18;
7:9; 22:14), y a regresar al paraíso (22:14, 17).

Esta escena de juicio une a Apocalipsis 14 con el libro de


Daniel, particularmente con la escena de juicio de Daniel 7:9-10,
que encuentra su complemento en Daniel 8:14. Es la gran
escena de la purificación del santuario celestial, la llegada del
gran juicio del día de la expiación antitípico (Lev 16). Por lo
tanto hay un potente enlace profético entre el mensaje del
primer ángel y el inicio del día de la expiación.
ADORAD AL CREADOR

El reconocimiento de Dios como Creador se vincula


reiteradamente en el Antiguo Testamento con la faceta de Dios
como Juez. En el Salmo 50 Dios es descrito como el Juez
poderoso que trae el día del juicio al mundo (Sal 50:3-7), pero
también como el Creador y legítimo dueño de la naturaleza
(50:10-12), y el Legislador divino celoso por su Ley (50:16). El
Salmo 36:5 y 6 describe la justicia de Dios por medio de sus
obras creadas. El texto de Eclesiastés 11:9-12:1 también vincula
la creación de Dios con su juicio. La premisa es sencilla, aunque
profunda: el Dios que todo lo creó es administrador de su
creación, y tiene poder y autoridad para trastornarla y
rediseñarla a su voluntad.

El Salmo 29 es interesante puesto que revela los motivos para


adorar a Dios. Debemos adorarle porque él es santo (v.2), porque
se manifiesta en sus obras creadas, ya sea animales, lugares o
elementos (vv.3-9), y se nos recuerda que este Dios creador es
también el juez que obró el diluvio (v.10), el Rey que tiene poder
para juzgar. Pero además de poder y juicio, es el Dios que
otorga la paz a sus hijos (v.11). El Salmo 96 sigue los mismos
patrones: se alaba a Dios por ser el creador (v.5), por ser el
redentor (v.2) y por ser quien viene “a juzgar la tierra” “con
justicia” y “con su verdad” (v.13). Tanto la función de Dios como
creador como su labor de juicio están unidas en forma
indisoluble. Recordemos que la Ley de Dios es la base de su
gobierno y la base del juicio (Esd 7:26; Rom 2:12). Y en el
corazón de la Ley tenemos mandamientos que nos recuerdan
que Dios es el Creador de todo cuanto existe.

“EL CIELO Y LA TIERRA, EL MAR Y LAS FUENTES DE LAS


AGUAS”

Esta expresión aparece mencionada como el territorio que


pertenece a Dios el Creador. Es una expresión notoria, que
denota el total dominio de Dios sobre la creación terrestre. La
mención de cuatro elementos refuerza el aspecto de dominio
terrenal. En Amós 9 se menciona la llegada de los juicios de
Dios para castigar a los israelitas apóstatas. Entre todos los
mensajes de juicio, al centro, se dice que “El edificó en el cielo
sus cámaras, y ha establecido su expansión sobre la tierra; él
llama las aguas del mar, y sobre la faz de la tierra las derrama;
Jehová es su nombre” (Amós 9:6). Nuevamente se recalca que
Dios tiene perfecto derecho a emitir juicios sobre la tierra
puesto que Él la creó. 2 Pedro 3:5 menciona que Dios creó
“cielos, tierra y agua”. Cuando Pedro y Juan fueron liberados de
la cárcel por ser hallados inocentes ante el Juez de toda la
tierra, los cristianos cantaron que Dios hizo “el cielo y la tierra,
el mar y todo lo que en ellos hay” (Hech 4:24). Proverbios 30:4
menciona que Dios “subió al cielo y descendió”, “ató las aguas
en un paño” y “afirmó todos los términos de la tierra”. Y los
versículos 6 y 10 mencionan un lenguaje de juicio donde el
Señor es el juez.

Pero más importante aún son las menciones a dos


mandamientos de la Ley de Dios. Siempre se ha vinculado esta
expresión del primer ángel al mensaje del sábado del cuarto
mandamiento: “Porque en seis días hizo Jehová los cielos y la
tierra, el mar, y todas las cosas que en ellos hay, y reposó en el
séptimo día; por tanto, Jehová bendijo el día de reposo y lo
santificó” (Exo 20:11). La alusión es clara: el sábado es una de
las maneras donde adoramos al Dios que hizo “el cielo, la tierra,
el mar y las fuentes de las aguas”. Por lo tanto la observancia
del día de reposo está vinculada estrechamente con el mensaje
del primer ángel. Esto confirma lo descrito anteriormente, donde
se menciona que el sábado es la señal visible de la aceptación
del evangelio eterno de salvación.

Sin embargo, el cuarto mandamiento no es el único aludido en


esta expresión. El segundo mandamiento dice “No te harás
imagen, ni ninguna semejanza de lo que esté arriba en el cielo,
ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra. No te
inclinarás a ellas, ni las honrarás” (Exo 20:3-4). Nuevamente
aparece aquí la expresión “cielo, tierra y aguas”. Y el contexto
es la adoración, en este caso, la adoración incorrecta. El
mensaje del primer ángel reafirma este segundo mandamiento:
no debemos adorar a la creación, sino que al Creador. Y Dios
posteriormente dice “porque yo soy Jehová tu Dios, fuerte,
celoso, que visito la maldad de los padres sobre los hijos hasta
la tercera y cuarta generación de los que me aborrecen, y hago
misericordia a millares, a los que me aman y guardan mis
mandamientos”. ¡Es el mismo mensaje que se presenta en los
tres mensajes angélicos! Jehová es nuestro Dios Creador, y
además es el juez que juzga a los impíos y salva a los que le
aman. Y ese amor es expresado por la observancia de los
mandamientos. Es lo mismo que Juan afirma en Apocalipsis 14
cuando, después de anunciar la caída de Babilonia (v.8) y la
destrucción de los seguidores de la bestia (vv. 9-11), dice “Aquí
está la paciencia de los santos, los que guardan los
mandamientos de Dios y la fe de Jesús” (v. 12). Además, este
segundo mandamiento prohíbe la adoración de imágenes, y el
tercer ángel prohíbe la adoración de “la imagen de la bestia”.

Por lo tanto hallamos que la expresión “cielo, tierra, mar y


fuentes de aguas” es muy esclarecedora en cuanto a la
naturaleza del mensaje del primer ángel. Notamos como su
mensaje complementa al de las otras expresiones analizadas
anteriormente, y les da coherencia y una ilación lógica.

CUMPLIMIENTO HISTÓRICO-ESCATOLÓGICO

Más allá de todas las características analizadas anteriormente,


el mensaje del primer ángel es una profecía con un
cumplimiento definido en el tiempo. ¿Cuándo ha recibido su
cumplimiento esta profecía? En el período de tiempo previo al
año 1844. Fue allí cuando Dios levantó a hombres como William
Miller para predicar el mensaje del pronto advenimiento de
Cristo. La profecía que anuncia el levantamiento de este
movimiento se ubica en Apocalipsis 10, el cual ya hemos
mencionado anteriormente. El movimiento millerita llevó
adelante la predicación de las profecías contenidas en el libro
de Daniel, particularmente la de Daniel 8:14 que anunciaba la
purificación del santuario. Los milleritas cometieron un error al
adjudicar a esta profecía el significado de la segunda venida de
Cristo, cuando en realidad señalaba el inicio del juicio
investigador. Sin embargo, fueron guiados por Dios y dieron
cumplimiento al mensaje del primer ángel mediante su
predicación que anunciaba la llegada del juicio de Dios y el
llamado a la adoración del Dios Creador. Este fue el
cumplimiento histórico del mensaje del primer ángel.

Sin embargo debemos hacer notar que los mensajes de los tres
ángeles son sucesivos, pero no excluyentes. El segundo ángel
no anula ni calla al primero, sino que se le suma. Por lo tanto, en
nuestros días, cuando aún no se consuma el mensaje del tercer
ángel, el primero aún sigue sonando. El mensaje del inicio del
juicio investigador, el llamado a la adoración del Dios Creador,
al retorno de sus siervos a la observancia de los mandamientos
y a la fe de Jesús, es nuestra verdad presente aún. Es la base
para anunciar los mensajes de los ángeles siguientes. Sigue
siendo el evangelio eterno. Por eso el final de Apocalipsis 10 es
el mensaje del primer ángel: profetizar “otra vez sobre muchos
pueblos, naciones, lenguas y reyes”.

Sin embargo, queda aún una pregunta por contestar: ¿qué


significa para mi vida el mensaje del primer ángel?

EL PROPÓSITO MORAL DEL MENSAJE DEL PRIMER ÁNGEL

“Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar,


para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a n de que
el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para
toda buena obra” (2 Tim 3:16-17). Incluso las profecías bíblicas
tienen la finalidad de que el hombre de Dios sea perfecto y esté
preparado para toda buena obra. Nunca debemos pensar que la
finalidad de la profecía es satisfacer nuestra curiosidad sobre
los eventos del futuro. Tampoco tiene que ver con asuntos
humanos solamente: “nunca la profecía fue traída por voluntad
humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron siendo
inspirados por el Espíritu Santo” (2 Ped 1:21). El Espíritu Santo,
el mismo que nos lleva a toda la verdad (Juan 16:13), también
nos convence “de pecado, de justicia y de juicio” (Juan 16:8).

“La profecía tiene un propósito ético y moral. Dios la diseñó


para enseñarnos cómo vivir. Tiene la intención de darnos ánimo
y propósito, especialmente en medio del sufrimiento y la
pérdida. Comprendida correctamente, la profecía de la Biblia
tiene un poder que cambia la vida”. [3] Debemos entender
entonces cuál es el propósito moral del mensaje del primer
ángel.

Si hacemos un resumen de lo estudiado hasta entonces,


podemos enumerar las siguientes características del mensaje:

El primer mensaje es diseñado, dado a conocer y enviado por


Jesucristo mismo. Es un mensaje divino pero enviado a seres
humanos pecadores, invitándolos al arrepentimiento y la
conversión. El contenido del mensaje es el evangelio eterno del
perdón de los pecados, siendo parte del plan de redención
diseñado por Dios en la eternidad pero revelado a nosotros
ahora en el umbral del fin de los tiempos. Es un mensaje de
carácter mundial. Es un mensaje que nos llama a reverenciar a
Dios mediante la obediencia a sus mandamientos, y a la
comunión continua con Cristo que subyuga nuestra voluntad a la
suya. Nos llama a recibir la gloria divina y darle esa gloria
mediante la adoración y la completa entrega a Él. Es un mensaje
que nos anuncia el inicio del día de la expiación antitípico, el
comienzo del juicio investigador, la purificación del santuario
celestial. Nos recuerda que Dios es tanto el Creador como el
Juez Divino, con plenas prerrogativas para llevar a cabo el
juicio.

Nos lleva a la observancia de los mandamientos de la Ley de


Dios, la cual nos recuerda que Dios es nuestro Creador y Juez, y
nos asegura que Dios es justo y misericordioso.

Si podemos juntar lo anterior, vemos que el carácter moral de


esta profecía es notable. Es un llamado a abandonar el pecado,
a abrazar la obediencia a la Ley de Dios por fe en la obra
expiatoria de Cristo en lugar del pecador. Nos lleva a adorar a
nuestro Creador mediante la observancia de su Ley, mediante la
alabanza y mediante la predicación del evangelio de
misericordia. Nos lleva a tomar conciencia de la solemnidad del
tiempo en que vivimos, y a predicar el mensaje de justicia y
juicio “a todos los moradores de la tierra”, a cumplir esta
profecía mediante la predicación mundial del evangelio. Es un
llamado a estar a cuentas con Dios, “porque la hora de su juicio
ha llegado”.

Más que entregar información, Dios quiere que hagamos un


pacto con Él. Quiere que le dejemos el control de nuestras
vidas. Para que el mensaje del primer ángel entre en nuestro
corazón debemos permitir a aquel “que está a la puerta y llama”
a que entre y transforme nuestro modo de pensar. Debemos
abandonar el pecado y los afanes de este mundo y estar
dispuestos a “temer a Dios, darle gloria, y adorar a Aquel que
hizo el cielo y la tierra, el mar y las fuentes de las aguas”.

Marán atha.

REFERENCIAS

1. Ellen White. ¡Maranata! El Señor viene, 9 de Enero: “La predicación del Evangelio no
ha sido encargada a los ángeles, sino a los hombres. En la dirección de esta obra se han
empleado ángeles santos y ellos tienen a su cargo los grandes movimientos para la
salvación de los hombres; pero la proclamación misma del Evangelio es llevada a cabo
por los siervos de Cristo en la tierra”. ↩︎

2. Francisco Andrade. “Ezequiel capítulo 1: La Visión de la Gloria Divina”. Sefer Olam


volumen 1, año 2012. ↩︎

3. Jon Paulien. “1 y 2 Tesalonicenses”. Lección 8: Los muertos en Cristo, domingo 19 de


Agosto. ↩︎

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