El documento describe el proyecto "Geografía del Dolor" de la fotógrafa Mónica González, el cual documenta las víctimas del narcotráfico y la violencia en México a través de fotografías y textos. También se menciona el informe final de la Comisión de la Verdad de Colombia, la cual escuchó a más de 27,000 personas para compilar las causas del conflicto y sus impactos en las víctimas civiles. El autor argumenta que el conflicto deshumanizó a los combatientes y dejó a las
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El documento describe el proyecto "Geografía del Dolor" de la fotógrafa Mónica González, el cual documenta las víctimas del narcotráfico y la violencia en México a través de fotografías y textos. También se menciona el informe final de la Comisión de la Verdad de Colombia, la cual escuchó a más de 27,000 personas para compilar las causas del conflicto y sus impactos en las víctimas civiles. El autor argumenta que el conflicto deshumanizó a los combatientes y dejó a las
El documento describe el proyecto "Geografía del Dolor" de la fotógrafa Mónica González, el cual documenta las víctimas del narcotráfico y la violencia en México a través de fotografías y textos. También se menciona el informe final de la Comisión de la Verdad de Colombia, la cual escuchó a más de 27,000 personas para compilar las causas del conflicto y sus impactos en las víctimas civiles. El autor argumenta que el conflicto deshumanizó a los combatientes y dejó a las
El documento describe el proyecto "Geografía del Dolor" de la fotógrafa Mónica González, el cual documenta las víctimas del narcotráfico y la violencia en México a través de fotografías y textos. También se menciona el informe final de la Comisión de la Verdad de Colombia, la cual escuchó a más de 27,000 personas para compilar las causas del conflicto y sus impactos en las víctimas civiles. El autor argumenta que el conflicto deshumanizó a los combatientes y dejó a las
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GEOGRAFIA DEL DOLOR.
Si existe un problema que, para tristeza de Colombia y México, nos hermana es el
narcotráfico y con ello se desata una línea de coincidencias, todas ligadas con la muerte, el dolor, la pérdida de vidas, entre otras. Mónica González, fotógrafa, elaboró el proyecto GEOGRAFÍA DEL DOLOR en el que recorre el territorio de México y recoge, por medio de fotografías y textos, la ausencia de los seres queridos en diversas familias desaparecidos o asesinados causados por el narcotráfico y la violencia que este desata. El proyecto dignifica a las víctimas, pero a la vez traza un recorrido sobre las perdidas dándoles presencia a quienes ya no están por medio de un mapa virtual, rompiendo silencios y negándose, como única opción, la posibilidad del olvido. El 28 de junio de 2022 marca la entrega del Informe Final de la Comisión de la Verdad. Más de 27000 personas fueron escuchadas y sus voces ordenadas y compiladas para intentar conjugar las causas de una guerra que no les pertenece a los ciudadanos pero que los convirtió en las victimas centrales del mismo, como lo expresa con claridad el padre Francisco de Roux: “Traemos una palabra que viene de escuchar y sentir a las víctimas en gran parte del territorio y en el exilio, de oír a quiénes luchan por mantener la memoria y resistir al negacionismo y a quienes han aceptado responsabilidades éticas, políticas y penales, un mensaje de verdad para detener la tragedia intolerable de un conflicto en que el 80% de las víctimas eran civiles, no combatientes.” La GEOGRAFÍA DEL DOLOR que marca el proyecto en México, no tiene comparación con la que narra el padre de Roux. La conclusión a la que se puede llegar es que el conflicto deshumanizó a los actores en combate dejando a las víctimas a merced de los más bajos instintos de sus victimarios “Lo hacemos a partir de la pregunta que ha cuestionado a la humanidad desde los primeros tiempos ¿dónde está tu hermano? Y desde el reclamo de justicia que desde el misterio sigue resonando en la historia: la sangre de tu hermano clama justicia desde tu tierra, llamamos a sanar el cuerpo físico y simbólico pluricultural y pluriétnico que formamos como ciudadanos y ciudadanas en esta nación, cuerpo que no puede sobrevivir con el corazón infartado en el Choco, los brazos gangrenados en Arauca, las piernas destruidas en Mapiripán, la cabeza cortada en El Salado, la vagina vulnerada en Tierralta, las cuencas de los ojos vacías en el Cauca, el estómago reventado en Tumaco, las vértebras trituradas en Guaviare, los hombros despedazados en el Urabá, el cuello degollado en el en el Catatumbo, el rostro quemado en Machuca, los pulmones perforados en las montañas de Antioquia y el alma indígena arrasada en el Vaupés.” Cada tragedia narrada desprovista de nombres, pero todas marcadas en la memoria de los Colombianos, convocan a pensar en la pregunta que resonó en el recinto sobre el papel que como ciudadanos cumplimos para que el terror y la muerte deambularan por todo el territorio nacional con la mayor impunidad posible; la invitación a mirar el territorio como el cuerpo hace que cada acto de barbarie, que cada hermano sacrificado, que cada asesinato y muerte se convierta en una marca, en una cicatriz que permanece sin cerrar hasta tanto la verdad fluya y las victimas logren otorgar el perdón; cada cicatriz ligada al desplazamiento y el abandono llenaron la cotidianidad de la gente como únicas posibilidades y no permiten el restablecimiento de la simbiosis con el territorio, con la vida, con la gente “llamamos a tomar confianza de nuestra forma de ver el mundo y relacionarnos que estaba atrapada en un modo de guerra, en la que no podemos concebir que los demás piensen distinto hasta hacerlos enemigos y posibilitar que algunos fueran convertidos en humo en las chimeneas del horno crematorio de Juan Frío, el que los soldados dividieran trofeos de caza para la guerrilla y encontráramos en bolsa de basura despojos de políticos abaleados, qué nos acostumbramos a la muerte suspendida en el secuestro y a recoger diariamente cadáveres de líderes incómodos”. Lo narrado seguramente no recoge lo espeluznante de la realidad del conflicto, pero deja claro que la muerte se convirtió en victoria y trofeo ya que la filosofía, la misión de las fuerzas y la ideología perdieron todo sentido; por un lado los honores se daban en función de los muertos y en el otro se resaltaba la forma de generar el mayor dolor posible, sobrepasando cualquier definición de tortura, de tal manera que no quede la menor duda sobre quien tenía en sus manos el control y el manejo de las vidas de los ciudadanos en cada uno de los territorio en conflicto. La anhelada paz requiere rastrear esas heridas y el trabajo de la comisión pone el dedo en cada una de ellas indicándole a la sociedad colombiana que debemos sanar. Son tiempos difíciles porque son tiempos de cambio y la paz debe ser una prioridad impostergable; la comisión de la verdad entrega insumos para que cese la guerra pero es tarea colectiva devolverle la esperanza a las víctimas y por encima de todo recomponer el cuerpo – territorio, para recorrerlo con la frescura y la tranquilidad que los niños juegan y transitan el campo, sin la angustia del dolor y el miedo, sin la memoria llena de recuerdos de los ausentes y sin el afán por encontrar un espacio donde esconderse. Esto será posible si aceptamos el reto de Francisco de Roux: “no podemos postergar el día en que la paz sea definitivamente un deber y un derecho de obligatorio cumplimiento.” Yury Rosero. 14 de julio de 2022.