Maria Madre de La Iglesia
Maria Madre de La Iglesia
Maria Madre de La Iglesia
MADRE
DE LA
IGLESIA
María , Madre de la Iglesia
¿Puede haber un cristiano que no quiera a María?
Si queremos saber lo que significa María como Madre de la Iglesia, abrimos los Hechos de los
Apóstoles y vemos cómo Lucas --que al principio de su Evangelio ha centrado los dos primer-
os capítulos en la Maternidad divina de María, ahora nos la presenta como la Madre de la Ig-
lesia naciente.
Los cuatro Evangelios no nos dan la vida del Señor de una manera seguida, lógica y completa,
como nos gustaría a nosotros tener la historia de Jesús. Todos sus hechos son semejantes a
piezas de mosaico, que nosotros, bajo la guía del Espíritu, sabemos unir para alcanzar la
imagen perfecta que Dios nos quiere mostrar del Señor.
Esto es lo que nos pasa con la figura de María en el Evangelio y en los Hechos de los
Apóstoles: piececitas sueltas que nos dan al fin una imagen singular y magnífica de María.
Empezamos por Marcos, y vemos cómo los creyentes somos la madre, hermanos y hermanas
de Jesús. Ya no es la carne ni la sangre, o la generación natural de los descendientes de Abra-
ham, lo que constituye la familia o el Pueblo de Dios, sino la fe en Jesucristo.
Viene Lucas, y nos presenta a María como la gran creyente, de modo que Isabel, llena del Es-
píritu Santo, la colma con la alabanza suprema:
Así tenemos a María como doblemente Madre de Jesús: como quien le ha dado su ser de
Hombre, y como quien lo ha concebido por la fe más profundamente que nadie. Lucas nos
hace entender perfectamente a Marcos.
María, nos dice ahora Juan, lleva esta su fe hasta la noche oscurísima del Calvario --durante
la que no ve nada, pero sigue creyendo con fe firmísima--, y es entonces cuando le declara
Jesús la maternidad espiritual sobre todos los creyentes:
- Ahí tienes a tu hijo.
Desde este momento, la Iglesia, representada por Juan, recibe a María y la cuida como Madre
suya.
Mateo mira la fe como la estrella de los Magos, a los que guía hasta dar con Jesús, al que
encuentran en los brazos de María, su Madre, la cual se lo ofrece para que lo adoren y le den
el beso más tierno. De este modo, Mateo nos presenta a María como la gran dadora de Jesús
a los hombres.
Los Hechos de los Apóstoles nos hacen ver a María en el centro del grupo. Pedro y los
Apóstoles son la cabeza que rigen y gobiernan, y María es el corazón que llena de calor a la
primera comunidad cristiana. Los Hechos la presentan al frente de la fe y de la oración, alen-
tando la unión de los discípulos, primero esperando la venida del Espíritu y después viviendo
el fuego de Pentecostés.
Los Evangelios y los Hechos, nacidos en las primeras comunidades cristianas como expresión
de su fe, nos presentan así a María. Y así es también como nosotros la vemos, la creemos y la
vivimos, pues somos la misma Iglesia que enlazamos con los Apóstoles, unidos en Pedro su
cabeza.
Aunque no lo escriban expresamente los Hechos, pero, por lo que nos dice en ellos la misma
Palabra de Dios, es fácil imaginarse la actitud y quehacer de María dentro de aquella Iglesia
primitiva.
La vemos, ante todo, evangelizar a Jesús en los misterios de la Infancia. Todos los especialistas
de la Biblia nos hacen ver cómo lo que sabemos de Jesús por Mateo y Lucas en sus primeros
años tiene por fuente única a la Virgen María. Sólo Ella era la depositaria de unos hechos de
Jesús desconocidos de todos. Unicamente su Madre, que había observado, meditado y
guardado todo en su corazón, podía transmitirlo a la Iglesia.
María, que cuidaba de Juan como de un hijo, volvió a llevar en Jerusalén la vida escondida de
Nazaret, metida en los quehaceres de casa como cualquier otra mujer, pero conocida ahora
como La Madre del Señor Jesús, querida y venerada de todos.
María, que siguió muchos de los caminos de Jesús por Galilea, seguía ahora las actuaciones
de los apóstoles de su Jesús, a los que decía lo que el Evangelio de Juan, con mucha intención,
pone en sus labios como dirigido a los criados de la boda:
¡Y cómo amaba a los apóstoles! ¡Cómo los miraba! ¡Cómo los animaba! ¡Cómo los ben-
decía!... Ahora ya no había misterios sobre Jesús, y María y los apóstoles no podían sino am-
arse con el mismo Corazón del querido Hijo y adorado Maestro.
Por el libro de los Hechos sabemos que todos se reunían para la Fracción del Pan, convenci-
dos de la presencia real del Señor en la Eucaristía. ¿Cómo recibiría María a Jesús, el mismo
Pan divino que se horneó en sus entrañas de Madre? Es fácil adivinarlo.
La Comunión de María era por fuerza una Comunión única, y en cada Comunión quedaba Ma-
ría, la llena de gracia, colmada cada vez de una gracia creciente hasta límites casi infinitos...
El amor nos dicta muchas cosas al hablar de María. Pero, aunque pongamos en las palabras
todo nuestro corazón de hijos, preferimos hablar de María así, con la Palabra de Dios en la
mano. Dios no ha podido ser más claro ni más explícito.
El decreto empieza con estas palabras: «La gozosa veneración otorgada a la Madre de Dios
por la Iglesia en los tiempos actuales, a la luz de la reflexión sobre el misterio de Cristo y su
naturaleza propia, no podía olvidar la figura de aquella Mujer (cf. Gál 4,4), la Virgen María,
que es Madre de Cristo y, a la vez, Madre de la Iglesia».
El Card. Sarah, Prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacra-
mentos, presenta el documento – que ordena la celebración y la inscripción de la memoria de
la “Bienaventurada Virgen María Madre de la Iglesia” en el Calendario Romano General.
Y hace hincapié en que «el motivo de la celebración es descrito brevemente en el mismo de-
creto, que recuerda la madurada veneración litúrgica a María tras una mejor comprensión de
su presencia “en el misterio de Cristo y de la Iglesia”, como ha explicado el capítulo VIII de la
Lumen Gentium del Concilio Vaticano II».
Recordando luego, al beato PabloVI, a san Juan Pablo II, además del magisterio de otros
pontífices, el purpurado señala también que el Papa Francisco ha establecido esta celebración
«considerando la importancia del misterio de la maternidad espiritual de María, que desde la
espera del Espíritu en Pentecostés (cf. Hch 1,14) no ha dejado jamás de cuidar maternalmente
de la Iglesia, peregrina en el tiempo».
Tres misterios del amor de Dios al mundo: la Cruz de Cristo, la Hostia y la Virgen
«Esperamos que esta celebración, extendida a toda la Iglesia, recuerde a todos los discípulos
de Cristo que, si queremos crecer y llenarnos del amor de Dios, es necesario fundamentar
nuestra vida en tres realidades: la Cruz, la Hostia y la Virgen –Crux, Hostia et Virgo. Estos son
los tres misterios que Dios ha dado al mundo para ordenar, fecundar, santificar nuestra vida
interior y para conducirnos hacia Jesucristo. Son tres misterios para contemplar en silencio (R.
Sarah, La fuerza del silencio, n. 57). El Cardenal Sarah escribe asimismo que esta celebración
está en el Calendario proprio de algunos países como Polonia y Argentina. El decreto esta-
blece asimismo que «donde la celebración de la bienaventurada Virgen María, Madre de la
Iglesia, ya se celebra en un día diverso con un grado litúrgico más elevado, según el derecho
particular aprobado, puede seguir celebrándose en el futuro del mismo modo».
Extracto de artículo publicado por ACIPRENSA
El Papa Pablo VI, dirigiéndose a los padres conciliares del Vaticano II, declaró que María San-
tísima es Madre de la Iglesia.
La Virgen María es la Madre de todos los hombres y especialmente de los miembros del Cuer-
po Místico de Cristo, desde que es Madre de Jesús por la Encarnación. Jesús mismo lo con-
firmó desde la Cruz antes de morir, dándonos a su Madre por madre nuestra en la persona de
San Juan, y el discípulo la acogió como Madre; nosotros hemos de tener la misma actitud que
el Discípulo Amado. Por eso, la piedad de la Iglesia hacia la Santísima Virgen es un elemento
intrínseco del culto cristiano. Vamos cumpliendo así la profecía de la Virgen, que dijo: "Me
llamarán Bienaventurada todas las generaciones" (Lc 1,48).
María es Madre de la Iglesia porque, al ser Madre de Cristo, es también madre de los fieles y
de los pastores de la Iglesia, que forman con Cristo un solo Cuerpo Místico.
La Iglesia tributa a la Virgen un culto singular que empezó pronto en la Iglesia y que durará
siempre, según las palabras proféticas de María: "Me llamarán bienaventurada todas las gen-
eraciones". Ese amor que los fieles tributan a María como Madre, procurando amarla como la
ama el Señor Jesús, es lo que conocemos como Piedad Filial.
María nuestra Madre