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Quiero Bailarme La Vida Contigo - Araceli Samudio

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Quiero bailarme la vida contigo

Araceli Samudio
Copyright © 2021 Araceli Samudio

Todos los derechos reservados.


La portada ha sido diseñada utilizando recursos de Freepik.com

Las imágenes del interior del libro han


sido diseñadas por Macrovector, extraídas de Freepik.com

Prohibida cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de


esta obra sin autorización de sus titulares.
www.aracelisamudio.com
Para Andrea, que ahora escribe historias infinitas desde las estrellas.
Contents
Title Page
Copyright
Dedication
5, 6, 7 y 8
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EPÍLOGO
aGRADECIMIENTOS
About The Author
Books By This Author
5, 6, 7 y 8
El cielo estaba oscuro y una densa bruma le impedía avanzar, Felicita se
detuvo en medio del bosque, con una sensación de agitación y falta de aire.
No sabía dónde estaba, no sabía qué hora o qué día era. Se miró a sí misma
y se vio como si aún tuviera unos veinte años, quizás un poco menos. Casi
no se reconoció en su antiguo cuerpo, no le dolía la espalda ni las
articulaciones y no estaba más en aquel hogar de ancianos que venía siendo
su casa desde hacía ya muchos años.
De pronto, la bruma se dispersó y pudo ver el cielo estrellado con una
brillante luna llena en medio del firmamento. Felicita sonrió, tenía una
extraña sensación de libertad y la certeza de que algo bueno sucedería.
La melodía de un piano hizo que su corazón aleteara con expectación,
sabía quién era, pero no lograba identificar de dónde venía la música.
—¿Antonio? ¿Eres tú? ¿Dónde estás?
—Aquí… te estoy esperando —dijo él.
Felicita echó a correr hacia el sitio desde donde provenía el sonido, la
emoción que la embargaba era intensa y, aunque no tenía idea de dónde se
encontraba, no le importaba. La única certeza que tenía era que, si Antonio
estaba allí, todo estaría bien.
Entonces lo vio, sentado, con la espalda erguida, con su traje gris
favorito y sus cabellos pulcramente ordenados, acariciaba su piano con
majestuosidad.
Sin dejar de tocar, levantó la vista al oírla llegar y sonrió.
—Dios mío, te he extrañado tanto —murmuró la muchacha.
Antonio levantó una mano dejando que el sonido vibrara en el ambiente
y le hizo un gesto para que se sentara a su lado. Estaban en un claro, en el
medio de un bosque cuyos árboles danzaban al ritmo de aquel piano y la
luna dibujaba sombras extrañas sobre ellos.
—Estoy por hacer un viaje… —dijo entonces Antonio y volvió a tocar
una melodía dulce. Felicita, envuelta en gozo, recostó su cabeza sobre el
amor de su vida y suspiró su aroma—. ¿Te acuerdas de nuestra promesa?
—Sí, ¿cómo olvidarla? Prometimos buscarnos cuando estuviéramos
libres al fin —susurró ella.
—¿Ya eres libre, Feli? —inquirió él.
—De mi padre, sí… del qué dirán, también… de mis miedos, no lo sé…
¿Tú?
Antonio negó mientras intensificaba la fuerza sobre las teclas.
—No… Creo que nunca lo fui. ¿Sabes qué es lo más triste? —inquirió,
Felicita negó—. Tarde comprendí que la jaula que creí que me encerraba,
siempre estuvo abierta más nunca tuve el coraje de salir de allí…
—¿Y ahora? —preguntó ella.
—Ahora estoy preso en una nueva jaula, una que está en mi mente… no
puedo escapar —susurró mientras suavizaba su toque y se movía al compás
de aquella melodía.
—¿Por qué lo dices? Mi jaula está abierta también… ¿Es tarde ya? —
asintió ella.
—No lo sé, Feli… Estoy atascado aquí, en esta bruma, en este claro…
estoy esperando por ti… Debo hacer un viaje y no sé cuánto más podré
esperar… debes venir, Feli, porque tengo miedo…
—Tienes razón, voy a ir por ti… ¿Estaremos juntos por fin? —quiso
saber ella.
—Esta vida es demasiado corta para un amor como el nuestro, estaremos
juntos más allá —prometió él—, donde la libertad es el mejor de los dones.
—No te entiendo… —dijo la mujer compunjida.
Antonio la volvió a mirar.
—Apresúrate, te estoy esperando en la bruma.
Felicita despertó, estaba de nuevo en su cama del hogar de ancianos en
el que vivía, su cuerpo volvía a tener ochenta años con sus dolores y sus
achaques, pero algo se sentía diferente. Aquel sueño había sido muy vívido,
y de pronto sintió una descarga de energía que hacía mucho tiempo no
experimentaba, su mente y su corazón al fin se habían liberado.
La jaula estaba abierta, y era hora de salir de ella, ese sueño de amor
eterno había revitalizado su alma.
1

La sensación del viento al contacto con su rostro era una de las que más le
agradaban, le hacía sentir como si pudiera volar. Si no fuera porque
manejaba su bicicleta, le hubiese gustado cerrar los ojos y dejarse llevar por
aquella caricia que le resultaba mágica y estimulante. No había nada mejor
para Azul que iniciar la mañana con el viento susurrándole al oído que,
aunque las cosas no salieran como esperaba, la vida valía la pena vivirla.
Era el día de los enamorados, por lo que el pequeño pueblo costero de
Albujía parecía encontrarse especialmente colorido. Azul detuvo su
bicicleta frente al puerto de la ciudad desde donde le agradaba observar las
embarcaciones que llegaban y las que salían, el movimiento de las personas
que trabajaban en la zona o el revuelo de las gaviotas alrededor.
Solía detenerse allí cada mañana solo para empaparse del olor a mar e
imaginarse cómo se sentiría poder volar y planear en el cielo como una
gaviota. Por eso mismo le había puesto ese nombre a su bicicleta antigua, la
que le había regalado su padre hacía un tiempo por su cumpleaños.
Azul tenía un estilo peculiar, le gustaba vestirse con muchos colores,
incluso aunque algunas veces estos no combinaran demasiado bien entre sí
a los ojos de la mayoría de las personas, casi siempre llevaba puesto un
sombrero de jean tipo pescador que tenía en medio un enorme girasol y
usaba faldas largas con zapatillas deportivas o enterizos con tirantes. Su
cabello castaño claro y lleno de rizos, siempre iba suelto y a sus anchas,
salvo en los días de mucho calor o cuando daba clases, para las cuales solía
hacerse un rodete algo desaliñado. Nada en su colorida apariencia daba la
sensación de que, por dentro, se sintiera sola y lidiara con un corazón roto.
Hacía muchos años, en una de las largas y silenciosas horas que
compartía con su padre mientras salían a pescar, él le había hablado del
amor. Cuando eso, Azul no tenía más que catorce años y se había
enamorado por primera vez, su padre la había descubierto unos días antes
mientras dibujaba corazones en su cuaderno con las iniciales A y P, que
significaban Azul y Pablo.
En esa oportunidad, ella pensó que su padre la regañaría, sin embargo, él
le contó su historia de amor con su madre, quien había fallecido cuando
Azul tenía cuatro años, y le comentó lo feliz que habían sido juntos.
—¿Cómo sabré si es amor de verdad? —quiso saber Azul en aquel
entonces—. ¿Cómo saber si es un amor como el tuyo y el de mamá?
—El amor hoy en día se confunde mucho —dijo su padre pensativo—.
Todo está demasiado mediatizado y la verdad es que el amor que venden los
medios de comunicación no siempre es el amor verdadero —añadió—. Las
mariposas en el estómago, las piernas que se te aflojan, el corazón que se te
sale del cuerpo, todo eso es una parte, una etapa del amor: el
enamoramiento —comentó—, pero eso se acaba, y lo que queda después de
eso, si es que algo queda, ese es el amor verdadero, cariño. Amar al otro
como es, con sus virtudes, pero también con sus defectos, no pretender
cambiarlo sino aceptarlo y amar incluso aquellas cosas que lo hacen
imperfecto.
El hombre hizo un silencio tras aquella explicación y perdió unos
minutos la vista en el horizonte. Azul pensó que ya había terminado hasta
que giró su rostro hacia ella y volvió a hablar.
—Tienes que prometerme una cosa, Azul…
—¿Qué? —inquirió la muchacha con los ojos brillantes cargados de
ilusión.
—Nunca dejes que nadie te haga creer que necesitas ser alguien distinta
para amarte —zanjó con decisión—. Eres una chica peculiar, tienes un
brillo especial y características que te hacen ser quién eres, nunca permitas
que nadie te haga sentir que no vales, no dejes que en el nombre del amor te
pidan que cambies o seas alguien que no eres.
—Está bien… —respondió Azul sin comprender del todo la magnitud de
aquella promesa.
Su padre le regaló una sonrisa y luego volvió la mirada al agua
silenciosa y clara en la que intentaban pescar.
—A veces, las personas confunden amor con posesión, creen que
cuando amas a alguien eres su dueño. No hay concepto más equivocado que
ese, pero bajo esa premisa, buscan cambiar al otro, adecuarlo a lo que
desean que sea. Las personas muchas veces se enamoran del amor, no de
otro ser humano, sino de la idea de estar enamorados.
—No lo comprendo muy bien…
—Te contaré una leyenda —dijo entonces el hombre y Azul se preparó
ansiosa para oírla—. Había una vez una pareja compuesta por el hijo de un
guerrero y una joven muy bella, sus padres estaban de acuerdo con la unión,
por lo que la boda se llevaría a cabo. Los jóvenes, se amaban tanto que
acudieron al brujo del pueblo para que les diera un conjuro que hiciera que
su amor fuera eterno.
—¡Qué romántico! —dijo Azul con los ojos cargados de emoción.
—El caso es que el brujo mandó al joven a las montañas del norte a
buscar al halcón más vigoroso y fuerte; y a la muchacha a las montañas del
sur a buscar al águila más cazadora y que volara más alto. A ambos les dijo
que le trajeran las aves con vida y así lo hicieron.
—¿Y para qué? —inquirió la muchacha con genuino interés.
—Bueno, cuando se las trajeron, luego de varios días, el brujo les
preguntó si eran las mejores, a lo que ellos dijeron que sí. Entonces, les
pidió que las ataran la una a la otra y luego las dejaran en libertad. Así, las
aves no pudieron volar, se tropezaban, se estorbaban, se lastimaban, se
atascaban mutuamente…
—Oh… pobrecitas —susurró Azul imaginándose a las desdichadas aves.
—Y el brujo dijo entonces que atadas la una a la otra, ninguna podría
volar. Entonces les regaló un conjuro que hacía énfasis en que el amor no
debe ser una atadura ni generar dependencia, les aconsejó que se respeten
mutuamente y nunca se impidan volar. Les prometió que, si se amaban así,
el amor crecería y sería eterno, pues lo que limita al alma tarde o temprano
muere.
—¡Qué bonito! —exclamó Azul con la mirada inquieta y el corazón
agitado.
—Muy bonito, pero no tan sencillo. Amar así requiere de una madurez
que no todo el mundo posee. La leyenda del águila y el halcón es muy
interesante, deberías buscarla en internet y leerla, ya que al final dice más
cosas que no recuerdo con exactitud. De todas formas, hija, no dejes que
nadie amarre ni corte tus alas nunca —afirmó y volvió a sumirse en su
típico silencio de pescador experimentado.

Azul recordaba esa leyenda constantemente, sobre todo cada vez que
volvía a lidiar con un corazón roto a causa de un amor que no pudo ser.
Observó entonces a un joven con un enorme ramo de rosas blancas y a otro
con un peluche gigante de color rosado, ambos iban con una sonrisa en el
rostro y Azul se imaginó que se encaminaban a ver a sus novias en ese día
en que el mundo celebraba el amor.
Volvió a montar en su bicicleta y sonrió, siempre había sido una
romántica empedernida y no perdía la esperanza de hallar a su gran amor,
aquel que, como el guerrero de la leyenda, la amara de tal manera que
construyeran juntos un amor eterno.
Algunas de sus amigas le decían que eso no era real, que eran cuentos
estúpidos que idealizaban el amor y que mientras no cambiara su forma de
pensar no lo hallaría jamás, pero ella aún se aferraba a aquella idea, por lo
que le gustaba mirar de reojo a las parejas enamoradas en las plazas
mientras se imaginaba sus historias de amor y el futuro que le esperaba.
Sin embargo, ese día no hallaba aquel pensamiento tan positivo, el
corazón roto le pesaba y el dolor causado por el desamor de Alexis aún le
dolía en el alma. A todo eso, el amor que rodeaba el ambiente le lastimaba
en la herida.
Sacudió su cabeza para sacar de allí los pensamientos tristes, y manejó
su bicicleta hacia el hogar de ancianos decidida a disfrutar un poco más del
viento que le acariciaba el rostro y le recordaba una vez más, que aún estaba
viva.
2

Azul llegó al hogar de ancianos en donde trabajaba como voluntaria y dejó


como siempre su bicicleta amarrada junto a un viejo árbol dentro del predio
de la institución, luego ingresó y saludó a la secretaria y a las enfermeras
que estaban por allí antes de dirigirse al salón donde daba su primera clase.
—¡Hola a todos! —saludó con algarabía. Allí ya había algunos ancianos
que la esperaban con ansias—. ¡Feliz día de los enamorados! —añadió—.
¿Están listos para bailar?
—Yo quiero bailar contigo —dijo un anciano de nombre Alonso
mientras le pasaba la mano a modo de reverencia y luego le dio una rosa.
—Muchas gracias. Por supuesto que sí, Alonso. —respondió ella con
alegría, tomó la rosa y la colocó sobre su mochila—. Hoy aprenderemos
algunos pasos de salsa, ¿qué les parece? —inquirió.
Todos asintieron con diversión y se ubicaron en el centro del salón, ella
comenzó a mostrar un par de pasos bien sencillos que todos intentaron
copiar.
Allí había unas cuatro parejas de ancianos que asistían con entusiasmo a
las clases de danzas de salón. Ninguno de ellos tenía problemas de
movilidad, lo que les permitía seguir los pasos que Azul les proponía, que,
aunque eran sencillos para ella, no siempre resultaban tan fáciles para ellos.
No así para Alonso, que era un ávido bailarín y que siempre deseaba que
Azul fuera su pareja para poder disfrutar más del baile.
Luego de marcar los pasos, la muchacha puso la música para que cada
quién diera rienda suelta a su cuerpo.
—Recuerden: lo importante es disfrutar —añadió antes de comenzar el
baile.
Alonso la guiaba y ella disfrutaba de aquel momento, el hombre se
movía bien y era un buen compañero de baile.
—Hoy te ves muy bonita —le dijo con una sonrisa—. Ojalá tuviera unos
años menos así podría cortejarte —admitió.
—¿Otra vez con eso? —inquirió ella divertida y ya acostumbrada.
—Es que eres hermosa —respondió el anciano—. No entiendo cómo es
que sigues soltera —añadió—. En mis tiempos, una mujer como tú no
estaría sola nunca.
—Te asombraría saber que hoy en día las cosas no son así —respondió
ella con diversión—. Una puede estar sola porque le agrada estarlo…
—Nadie puede desear nunca la soledad —negó él con un dejo de tristeza
que Azul no pudo evitar notar.
—Bueno, Alonso, ya llegará la persona indicada si es que así ha de ser,
¿no? —Afirmó ella con ternura—. Mientras tanto, me divierto bailando
contigo —añadió. El hombre sonrió orgulloso de ser capaz de seguirle los
pasos a aquella despampanante muchachita.
Cuando la clase acabó, Azul visitó las habitaciones de los ancianos que
tenían movilidad reducida. Con ellos solía hacer algunos ejercicios
corporales sencillos que les permitiera mantenerse en movimiento y les
ayudara a tonificar aquellas partes del cuerpo que aún podían manejar. Con
otros, solo hacía ejercicios de respiración para brindarles un poco de
tranquilidad y calma en el ocaso de sus días.
Siempre dejaba por último a Felicita, una mujer de ochenta años que
Azul consideraba su mejor amiga.
—¡Hola! ¡Feli! —dijo cuando ingresó de golpe a su habitación como
siempre lo hacía.
Entonces, por primera vez en todos los años en los que había visitado a
la mujer, se encontró con una visita.
—P-perdón —dijo al ver que allí había un hombre que ella no conocía
—. Vuelvo luego —afirmó.
—No, querida, pasa, pasa —dijo la anciana con una sonrisa dulce.
—¿Segura? —inquirió Azul—. No quiero molestar.
—No molestas, ven aquí, te voy a presentar a mi nieto —dijo la señora y
le hizo un gesto para que ingresara.
Azul miró al hombre que estaba sentado junto al sillón de la anciana y
sintió una especie de enfado bullir en su interior. ¿Felicita tenía un nieto que
nunca había venido a verla? ¿Cómo alguien podía abandonar así a su
abuela?
—Hola… —susurró ya cerca del sillón.
—Mira, él es Felipe, mi nieto —dijo con emoción y orgullo aquella
mujer.
—Un gusto —respondió Azul y le pasó la mano.
El hombre se puso de pie y le contestó el saludo con formalidad.
—El gusto es mío.
—¿No prefieres que te deje sola con él, Felicita? —inquirió la muchacha
con dulzura—, puedo venir más tarde, no quiero molestar, seguro que
tienen muchas cosas de qué hablar teniendo en cuenta que hace muchísimo
que no se ven —añadió con reproche y fijó su vista en Felipe.
—No, de hecho, que estés aquí me viene como anillo al dedo —dijo la
mujer—. Definitivamente las cosas siempre pasan por algo y que tu
presencia y la de Felipe coincidan en un día como hoy no es casualidad.
Azul no comprendió, pero se sentó en la otra silla y se dispuso a oír lo
que la anciana parecía querer decirles a ambos.
Aquel hombre tenía una presencia imponente, era mucho más alto que
ella y vestía un traje azul elegante e impecable. Tenía el cabello negro y
corto, las cejas pobladas y los ojos de color miel. Parecía tenso, y a pesar de
que Azul intentó percibir algo más en su persona, no pudo descifrarlo.
Ella era una mujer de gran intuición, con normalidad lograba decodificar
a las personas y saber, con solo mirarlas e intercambiar un par de palabras,
si era una persona limpia y de buen corazón o no tenía buenos sentimientos.
Aquel don le facilitaba las relaciones, pues si alguien le causaba mala vibra,
se mantenía alejada para no atraer problemas.
Felicita los miró a ambos y les regaló una enorme sonrisa, entonces sacó
una Biblia que guardaba en el cajón de la mesa de noche y de ella extrajo
una vieja foto en blanco y negro.
—Necesito pedirles un gran favor —susurró con los ojos cargados de
emoción—. Hoy hace sesenta y tres años que conocí al amor de mi vida —
añadió—, y anoche tuve un sueño.
Felipe la miró y frunció el ceño.
—No, no es él —se apresuró a decirle Felicita cuando se dio cuenta de
su expresión—, él fue el hombre con quien compartí mi historia, pero no
fue el amor de mi vida.
Felipe levantó las cejas con sorpresa y Azul supo que era probable que
se refirieran a su marido, es decir, quien se supondría fuera el abuelo de
aquel hombre.
—Sé que esto es una sorpresa para ti, hijo, pero como les decía, anoche
tuve un sueño y tengo una sensación muy fuerte —dijo mientras acariciaba
con la yema de su dedo índice la fotografía que tenía en la mano.
—¿A qué te refieres? —inquirió Azul con curiosidad. Estaba impaciente
y daba pequeños brincos en su asiento.
—Soñé con Antonio —dijo y señaló la foto—, soñé que él me decía que
me estaba esperando, que tenía que hacer un viaje, pero no podía hacerlo
sin antes verme…
—¿Antonio? ¿Un viaje? —inquirió Felipe con curiosidad.
—Sí… él era mi profesor de piano, yo tenía solo diecisiete años y él
tenía veintidós. Llegó un día como hoy hace muchos años atrás a darme mi
primera lección y yo me enamoré de él con solo verlo.
—¡Aww! —exclamó Azul enternecida. Felipe la observó con el ceño
fruncido como si la regañara.
—Fue un amor explosivo e intenso, quizá porque ambos sabíamos que
no duraría demasiado, pero nos dejamos llevar por nuestros sentimientos y
nos amamos de todas las formas posibles —añadió.
—¡Oh! ¡Qué emoción! —exclamó Azul conmovida por las palabras de
aquella anciana de la cual hasta ese momento no sabía más que lo básico—.
¿Qué sucedió entonces?
—Bueno, la historia es muy larga, pero lo que deben saber ahora es que
necesito encontrar a Antonio —añadió con énfasis—, el sueño fue muy real
y estoy segura de que él también me está buscando. Hace muchos años
hicimos una promesa y no la hemos cumplido aún, creo que es hora de que
lo hagamos.
—Pero, yeya —dijo Felipe con cariño—. ¿Cómo se supone que vamos a
encontrar a este tal Antonio? —inquirió.
—Pues… su nombre es Antonio Castillo, vivía en el barrio Bosque
Grande en la calle Poetas. No recuerdo el número de casa, pero creo que era
cincuenta y seis o cuarenta y seis —añadió como si buscara aquella
información en el fondo de sus recuerdos—. Era profesor de piano y su
sueño era ser concertista. Su madre se llamaba Julieta.
—¿Y crees que esa información nos servirá? —preguntó Felipe—. El
barrio Bosque Grande ya no existe, o al menos ya no se llama así, es
probable que las calles también hayan cambiado de nombre y…
—Por favor, Felipe —dijo la anciana con la voz cargada de emoción—.
Yo sé que tú puedes hallarlo y Azul te será de gran ayuda.
—¿Para qué? —inquirió Felipe de forma tan cortante que Azul entendió
que no le agradaba la idea.
—Porque tú eres muy racional, hijo, y en esta clase de situaciones, hay
que seguir al corazón más que a la razón. Azul será el corazón y tú la razón
—añadió entusiasta.
—P-pero…
—Felipe… es la primera vez en mi vida que haré lo que realmente deseo
hacer y no lo que otros deciden que haga. Ojalá tuviera fuerzas para ser yo
misma quien fuera a buscarlo, pero no puedo hacerlo, cariño. Creo que
ustedes dos juntos harán un buen equipo y encontrarán a Antonio antes de
que sea tarde… tengo una sensación de urgencia aquí —dijo apretándose el
pecho—, necesito hallarlo. Tú mejor que nadie sabes lo que es tener el
corazón roto, Felipe —añadió.
Felipe suspiró y bajó la cabeza, Azul supo entonces que no le daría un
no a aquella mujer.
—Está bien… —aceptó.
—¿Tú? —preguntó la anciana y miró a Azul.
—¡Por supuesto que puedes contar conmigo! —exclamó ella con
energía.
La idea de ser protagonista de un reencuentro romántico le encendía el
alma, era como vivir en una de las películas o los libros que amaba.
—Bien, muchas gracias a los dos… —dijo la mujer con ternura y una
gran sonrisa.
En ese momento, Azul pensó que Felicita se veía mucho más joven de lo
que solía verse. Algo en ella había cambiado, algo se había encendido.
3

Azul y Felipe salieron de la habitación y sin cruzar palabras fueron hasta


la recepción. Allí, ella volteó a verlo y colocó los brazos en jarra.
—¿Cómo haremos esto? —inquirió—. Ese barrio queda lejos y no tengo
vehículo.
—Déjame averiguar algunas cosas y mañana tendré información.
Podemos ir después del mediodía, si así lo deseas, te busco aquí cerca de las
dos de la tarde.
—Me parece bien —respondió ella sin darle mayor importancia.
Tenía ganas de preguntarle a ese hombre por qué demonios había
abandonado a su abuela y qué le había motivado a aparecer así de golpe.
Todo el mundo sabía que Felicita era una mujer de dinero, era una de las
pocas que tenía una especie de habitación de lujo en el hogar y no
escatimaba en gastos cuando deseaba algo. Azul no pudo evitar pensar que
su jugosa herencia llamaba a Felipe a aparecer en escena de nuevo.
—Bien, te veo mañana —dijo él mirándola de arriba abajo.
Felipe no tenía ni la menor idea de quién era esa mujer vestida de
manera tan exótica a la que Felicita trataba como si fuera su propia nieta.
Definitivamente era bonita, su cabello largo y ondulado le daba un aire
aventurero y su vestimenta excéntrica y cargada de colores le hablaba de
alguien a quien las apariencias no le importaban en lo más mínimo. Por
algún motivo, eso le agradó.
La vio partir, despedirse de la secretaria y caminar hasta una bicicleta
recostada por un árbol. Subió a ella, se colocó los auriculares y salió de allí
generando en él una sensación de libertad que desconocía por completo.
Felipe caminó hasta su auto, pero decidió que no deseaba volver al hotel
aún, el día estaba muy bonito y caminar un poco le haría bien. Había
extrañado mucho la vida en aquel hermoso lugar que parecía un paisaje
sacado de alguna postal. La mayoría de las calles eran adoquinadas, salvo
las principales, y las casas de pintorescos colores con fachadas coloniales se
mantenían muy bien conservadas, lo que le daba a aquel sitio un aire
surreal, como si uno estuviera dentro de algún libro. De niño, Felipe solía
disfrutar de largas caminatas en las que se imaginaba que era una especie de
viajero del tiempo, visitaba el pasado e imaginaba las personas que habrían
vivido en esas casas muchos años antes.
Sin embargo, aquella faceta algo infantil había quedado atrás hacía
varios años, y la exuberante combinación de colores de aquel paradisiaco
pueblo contrastaba violentamente con el profundo gris de su estado de
ánimo.
Sabía que regresar no iba a ser sencillo, pero había decidido que
enfrentar los recuerdos y el pasado podrían ayudarlo a cerrar ese ciclo que
le había resultado tan doloroso. Además, quería ver a Felicita, pues sabía
que vivía su vejez en soledad y le daba tristeza imaginar aquello. Por suerte
la vio bien, contenta, y fuera quien fuera aquella joven que la visitaba,
suponía que había sido un buen soporte para ella en todo ese tiempo.
Sin darse cuenta, llegó al muelle, caminó hasta allí y observó a las
parejas, por un instante olvidó que era el día de los enamorados y que eso,
incluso aunque pensara que era un engaño de la mercadotecnia, hacía que
las parejas se mostraran más efusivas.
Se detuvo justo frente a aquellas tablas de madera y recordó que fue en
ese sitio en el que él le había declarado su amor a Mónica. Hacía mucho
tiempo de aquello y él solo era un chico lleno de sueños y esperanzas. Se
preguntaba dónde había quedado aquel joven, o mejor, ¿qué de aquel joven
quedaba todavía en él? Si es que quedaba algo.
Suspiró y caminó un poco más, definitivamente la traición dejaba el
alma en carne viva y, por lo visto y experimentado, el alma tardaba
demasiado en cicatrizar.
Un griterío llamó su atención, volteó la vista hacia el sitio de donde
venía y vio que la muchacha a quien la yeya llamó Azul, discutía con un
hombre. Pensó en pasar de largo, pero entonces vio como él le tomaba de la
muñeca con fuerza, por lo que se acercó con cautela.
—Alexis, tú y yo ya no tenemos nada de qué hablar —dijo ella tajante y
se soltó.
—Pero ya te dije, esta vez será diferente, debes creerme —insistió el
hombre.
—Mira, tú tienes una esposa y una familia, regresa con ella e intenta ser
feliz —zanjó—. Olvídate de mí, Alexis.
Cuando Felipe escuchó aquello, fue como si un balde de agua fría cayera
sobre él, iba a alejarse, pero entonces Alexis volvió a tomar a Azul del
brazo.
—Por favor, por favor —insistió el muchacho.
—Me pareció escuchar que la señorita dijo que la dejara en paz —zanjó
Felipe acercándose.
—¿Quién demonios eres tú? —inquirió Alexis soltando a Azul.
—¿Necesitas ayuda? —preguntó Felipe y miró a Azul, ella se mordió el
labio inferior y negó.
—Alexis ya se va —añadió—, y por favor, compréndelo de una vez, ya
no me busques…
Alexis miró a Azul y luego a Felipe, bajó la cabeza y se alejó derrotado.
Las lágrimas se derramaron entonces por los ojos de Azul que intentaba con
poco éxito no desmoronarse delante de Felipe, mientras este buscaba la
manera de escapar de esa situación incómoda que de alguna manera u otra
le había removido las heridas.
Felipe observó a la muchacha limpiarse las lágrimas con premura y se
movió inquieto sin saber qué decir o qué hacer.
—Estoy bien, estoy bien —dijo ella y se montó de nuevo en su bicicleta.
—¿Segura? —inquirió él aún incómodo.
—Sí… Yo… ya me iba…
Felipe la vio partir y suspiró preguntándose cómo y por qué una chica
como ella se metería con una persona casada. Decidió seguir su camino y
sacarse esos pensamientos de la cabeza, después de todo aquella muchacha
era alguien importante para Felicita y, además, su abuela le había
encomendado llevar a cabo una extraña misión junto a aquella muchacha.
Llegó al hotel donde se hospedaba, subió a su habitación y desde allí
hizo un par de llamadas a personas que pensó podrían ayudarle en la
búsqueda del tal Antonio Castillo.
Cuanto antes acabara aquello, mejor sería para todos.
4

A la mañana siguiente, cuando Felipe llegó al hogar de ancianos, se


encontró con que la bicicleta ya estaba al lado del árbol. Aún era temprano,
ya que habían quedado en encontrarse después del mediodía, por lo que le
dio curiosidad saber qué hacía ella allí.
Al ingresar, fue hasta la habitación de Felicita, pero Azul no estaba allí,
así que sin dar muchas vueltas se lo preguntó.
—Yeya, esa chica… ¿es confiable? —inquirió.
—Por supuesto que sí, somos amigas desde hace mucho tiempo, Azul es
la mejor persona que conozco —afirmó hasta sorprendida por aquella
pregunta.
—¿Y dónde está? Pensé que estaría aquí…
—Cada vez que viene da clases de danzas de salón a los que se pueden
mover y bailar —explicó—, luego recorre las habitaciones para enseñar
técnicas de respiración y relajación, y viene junto a mí al final, así nos
tomamos el tiempo para hablar y compartir…
—Ya veo… ¿Y cuál es su historia? —quiso saber.
—Ah, eso tienes que preguntarle a ella —zanjó la mujer con una sonrisa
dulce—. Mejor cuéntame qué es lo que hacías por España en todo este
tiempo —pidió.
—Bueno… nada interesante, sobrevivir… —respondió él encogiéndose
de hombros—. Mejor tú me cuentas la historia con el señor Castillo, ¿no
crees?
—Espera que venga Azul, así la cuento una sola vez —dijo la mujer—.
¿Has sabido algo de Mónica? —Insistió, para saber algo de su nieto.
—No… y es mejor así, yeya —respondió—, no sé si quiero verla aún.
Lo que no me explico es que ni siquiera te haya llamado a ti.
—Ya ves, hijo… pero bueno, cada quién toma sus decisiones y corre con
las consecuencias de las mismas —añadió.
—Me hubieses llamado, si lo hubiera sabido habría venido antes —dijo
él con consternación.
—Sé lo difícil que fue todo para ti, sabía que necesitabas tu espacio para
sanar…
—Hay heridas que son tan grandes que no sanan jamás —suspiró.
—No lo creas, Felipe, todas las heridas sanan al final —dijo ella y
perdió la mirada en la pared como si pudiera ver algo allí—, todo pasa y
todo deja de ser tan doloroso para convertirse en un recuerdo. La vida es
solo un momento y debes intentar vivir ese momento de la mejor manera.
—No parece tan sencillo, yeya…
—Lo sé, pero desde donde estoy yo la perspectiva cambia —añadió—.
Por eso me agrada Azul, ella parece disfrutar de la vida y se entrega al
máximo a ella.
—Bueno, ayer creo que no le fue tan bien —comentó él—. La encontré
un rato después de salir de aquí discutiendo con un hombre.
—Debe ser Alexis —respondió Felicita—. Lo que pasa es que las
personas como Azul lo viven todo con intensidad, Felipe, el amor, el
desamor, la pasión, la amistad, el día a día…
—Yo creo que todos pasamos por esas emociones…
—Sí, pero algunos la piensan mucho mientras otros la sienten más. Tú
eres razón, Azul corazón —repitió la anciana.
—Tú mejor que nadie sabes que yo no fui así siempre. ¿A dónde me ha
llevado escuchar al corazón? La razón al menos te mantiene a salvo —
replicó.
—¿A salvo de qué? ¿De la vida? ¿De qué sirve vivir la vida sin vivirla?
—No lo sé, yeya, vivir dejándose llevar por el corazón lo tiene a uno
como en una montaña rusa… ahora al menos me siento a salvo.
—En cierta forma tienes razón, lo ideal es hallar el equilibrio, Felipe,
todo en la vida tiene que ver con el equilibrio. Pero si no sales de esa cárcel
que tú mismo te has creado, vivirás una vida insípida y cuando estés como
yo, en la cárcel de la vejez, mirarás hacia atrás y te arrepentirás de todo lo
que pudiste hacer y no hiciste, y ya será muy tarde…
—¿De qué te arrepientes, yeya? —inquirió.
—De no haberme arriesgado más, de buscar siempre la seguridad y la
certeza.
Azul ingresó entonces a la habitación con una bandeja de comida.
—¡Feli! Ana me dio tu almuerzo para que te lo traiga —dijo y entonces
vio a Felipe allí y reguló su entusiasmo—. Hola…
—Hola —saludó él.
La muchacha ingresó y ayudó a Felicita a sentarse con comodidad para
poder colocar la bandeja con el almuerzo en su regazo. Después le puso una
servilleta y le preguntó si necesitaba algo más. La mujer negó le regaló una
sonrisa con un gesto para que se sentara.
—Hoy les quiero contar un poco de la historia con Antonio, así la
búsqueda se hace más especial —comentó la mujer.
Azul asintió con emoción y Felipe solo esperó a que la mujer hablara,
pero ella se llevó un bocado a la boca y no dijo nada hasta que acabó de
masticarlo.
—Llegó a mi casa a reemplazar a mi maestra de piano, era su alumno
estrella, el más avanzado. La mujer ya era anciana y se había caído, tenía
que hacer un par de meses de reposo por lastimarse la cadera —comentó—,
se presentó como Antonio y se sentó al piano. Vestía un traje gris muy
elegante, su cabello iba peinado y engominado, y podría decirles que todo
de él me gustó desde el mismo momento en que lo vi.
—¡Amor a primera vista! —exclamó Azul con emoción y manoteó con
entusiasmo como si fuera una niña.
—No creo en eso… —zanjó Felipe y se ganó miradas de reproche por
parte de ambas mujeres.
—Pues creélo o no, yo a mis diecisiete años lo vi y me enamoré —dijo
Felicita con decisión—. Era casi una niña aún, mi padre era dueño de una
de las fábricas textiles más grandes de la ciudad yo no sabía nada del
mundo todavía, lo único que hacía era asistir a la escuela, practicar piano,
leer novelas románticas y soñar. Eran otras épocas…
—Esas tontas novelas deberían estar prohibidas —zanjó Felipe, pero
Felicita lo ignoró mientras Azul negó consternada y le envió una mirada
reprobatoria.
—A él le pasó lo mismo conmigo, pero ninguno de los dos dijo nada,
por temor o por vergüenza, vaya uno a saber… —explicó con una sonrisa y
la mirada perdida en el pasado—. Así pasó el tiempo, fueron muchos meses
en los cuales lo único que disfrutábamos era de la cercanía de nuestros
cuerpos sentados en el mismo banco y de las mariposas que aparecían
cuando rozábamos nuestros dedos mientras tocábamos alguna melodía. Su
aroma varonil embelesaba mis sentidos y yo flotaba en un mundo de
ensueño, apenas podía concentrarme en las clases —añadió con una sonrisa
divertida—. En aquel tiempo las cosas no eran tan aceleradas como ahora.
—¿Cómo era él? —inquirió Azul.
Felicita se tomó su tiempo para responder mientras se llevaba otro
bocado a la boca, su comida se enfriaba, pero aun así a ella le agradaba
contar esa historia que por tantos años guardó en sus recuerdos.
—Era alto, tenía la piel morena y el cabello oscuro, sus ojos eran negros
y sus los labios carnosos, sus dedos eran largos y tenía una hermosa mano
para el piano. Su sonrisa iluminaba cualquier oscuridad y su voz era gruesa.
A ambos nos gustaba Elvis, por lo que él dejó de lado las músicas clásicas
que se suponía que debía aprender y me enseñó algunas notas de las
canciones que estaban de moda en aquel entonces.
—¡Oh! —exclamó Azul y se llevó ambas manos al pecho.
Felipe la observó y no pudo evitar sonreír, parecía una niña a la que le
estaban contando un cuento de hadas.
—Fue un día de septiembre, ya no recuerdo cuándo, pero Elvis acababa
de presentar una canción en la televisión. Yo estaba en casa viéndolo y él
estaba en la suya, íbamos a encontrarnos una hora después, él iba a venir a
darme las clases. Cuando escuché la canción solo pude pensar en él y
cuando él llegó y me preguntó si la escuché y yo le dije que sí, dijo que me
dedicaba esa música, y justo después, me besó.
—¡Oh!
Azul, emocionada, comenzó a dar pequeños brincos en su asiento.
—¿Cuál era la canción? —quiso saber Felipe.
—Love me tender —respondió Felicita que había perdido el apetito y
apartaba el plato casi intacto—. Fue mi primer beso y el más hermoso de
todos los que he experimentado, sin duda inolvidable —añadió y cerró los
ojos como si se trasportara al pasado.
—¿Y qué pasó después?
—Un mes después de aquello, sin siquiera poder decirnos adiós, mi papá
lo despidió. Al parecer mi nana le contó que él y yo teníamos algo…
—Oh, no… —dijo Azul y su rostro cambió a uno de consternación.
Felipe no podía dejar de mirarla y de pensar en las palabras de la yeya,
la chica parecía vivir aquella historia como si fuera propia.
—Antonio volvió e intentó hablar con él, pidió permiso para cortejarme,
pero mi padre se negó. Me prohibió verlo y me dijo que él no era un
muchacho para mí, que no podría ofrecerme nada de lo que yo estaba
acostumbrada. Yo le discutí, le dije que no importaba lo material, que lo
amaba. Mi padre me dijo que del amor no se vive y me obligó a olvidarlo,
no sin antes asegurarme que aquel metejón pasaría pronto…
—Es obvio que eso no sucedió —dijo Felipe encogiéndose de hombros.
—Para nada, encontramos la forma de vernos a escondidas gracias a una
amiga de él que fingió ser compañera mía de la escuela y podía venir a casa
cuando quería. Me traía cartas y le llevaba las mías, y más adelante
organicé supuestos trabajos para la escuela en su casa, para encontrarnos a
escondidas.
—Vaya, vaya —bromeó Felipe en tono suspicaz al tiempo que levantaba
las cejas. Los tres rieron.
—No sé si fue la juventud, el amor, el hecho de que fuera prohibido, la
época en la que vivíamos, pero habíamos tomado la decisión de fugarnos —
añadió—, lo planeamos todo… con tanta exactitud que nada podía salir
mal.
—¡Qué valientes! —exclamó Azul con una sonrisa—. Eso sí que es
amor de verdad —añadió con aire soñador.
—¿Y qué sucedió? —quiso saber Felipe.
—Pues que mi papá se enteró… y no pude ir al sitio donde quedamos en
encontrarnos.
—Oh… ¿Y así terminó todo? —preguntó Azul con desilusión.
—No… contacté con Ana, nuestra amiga, y le pedí que le dijera lo que
había sucedido… quedamos en esperar que las cosas se enfriaran un poco y
trazar un nuevo plan… Sin embargo, mi padre tenía otro más…
—No me gusta cómo suena eso… —zanjó Azul cruzándose de brazos.
Felicita negó y la sonrisa que había acompañado su rostro hasta ese
momento del relato, se esfumó.
—Creo que esa historia la dejaré para otro día —añadió—, hoy prefiero
quedarme con la parte bella de la historia.
—Está bien, yeya —dijo Felipe al notar la tristeza que la embargó de
súbito.
Se levantó, retiró los cubiertos y la abrazó, le dio un beso en la frente y
se arrodilló ante ella con ternura.
—Encontraremos a Antonio, lo prometo —dijo con una certeza que
derritió el corazón emocionado de Azul.
5

Felipe y Azul iban en el auto camino al antiguo barrio donde se suponía


que vivía Antonio con la lejana esperanza de encontrar algo.
—Te agradecería que te mostraras menos efusiva ante la historia de la
yeya, piensa en que lo más probable es que no encontremos al tal Antonio,
y en el mejor de los casos, si lo llegamos a encontrar, puede ser que esté
muerto o que esté casado, ¿no lo crees? —inquirió.
—Claro que no —zanjó Azul con convicción—, un amor así no se
puede olvidar con tanta facilidad —respondió con seguridad.
—¿Escuchas lo que dices? Han pasado un millón de años —añadió
mientras giraba en una esquina—, hasta ella se casó y tuvo familia. ¿Te
piensas que alguien puede quedarse esperando por siempre?
—Bueno, quizá no, pero ¿por qué no piensas que a lo mejor las cosas
salen bien y él también la recuerda de la misma manera? ¿con la misma
veneración y el amor de la juventud?
Felipe puso los ojos en blanco.
—Creo que tú tienes muy mala vibra, me parece que no necesitas hacer
esto, si quieres me encargaré yo sola —zanjó la muchacha decidida, pero
sus palabras causaron risa a Felipe—. Y no te preocupes, le diré a Felicita
que me has ayudado —añadió.
—¿Crees que voy a fallarle así a la yeya? —inquirió.
—Como si te importara. ¿Sabes hace cuánto la conozco y nunca te había
visto por allí? —inquirió—. ¿El nieto perdido que nunca se interesó resulta
que ahora no le quiere fallar? Vaya hipocresía… —añadió. Quiso agregar
algo referente a la herencia, pero lo pensó mejor y se calló, parecía
demasiado.
Felipe se mostró confundido por aquellas palabras, pero luego lo
comprendió. Iba a decirle algo, pero prefería no tener que hablar de Mónica
con esa muchacha, así que guardó silencio y continuó el camino.
—Estamos llegando —comentó al fin—. No creo que encontremos nada
por aquí, pero veremos qué sucede.
El barrio se llamaba ahora Felicidad y las calles habían cambiado de
nombre. Preguntaron en una bodega, en una peluquería y en una iglesia si
alguien sabía cuál era la antigua calle Poetas, y una señora les informó que
esa calle se llamaba ahora Porvenir. Buscaron la misma, pero todas las
construcciones allí eran nuevas y elegantes.
—Esto será difícil —dijo Azul al mirar los edificios.
Felipe no dijo nada, pero hizo un gesto que parecía decir te lo dije.
Azul caminó de un edificio al otro y preguntó en portería si alguien tenía
algún dato. Cuando ya casi desistían y pensaban que debían hallar otras
alternativas, una persona de la limpieza que barría el piso en la entrada de
uno de los edificios habló de la señora Norma, que era una anciana que
vivía en el cuarto piso y que varias veces había mencionado que se había
criado en ese barrio cuando aún había árboles y flores en los jardines de las
casas.
Felipe y Azul se miraron y reconocieron un brillo de esperanza en sus
miradas.
—¿Podríamos hablar con ella? —inquirió Felipe al conserje.
—Puedo llamarla y anunciarles, pero no les garantizo nada, es una mujer
especial —zanjó el hombre con una mirada de reproche a la limpiadora que
se encogió de hombros y siguió con lo suyo.
Casi quince minutos después y gracias a la tenacidad de Azul, la señora
Norma les permitió que subieran. Al principio no creyó lo que decían, se
quejó acusándolos de querer venderle algo que no necesitaba, Felipe se
impacientó, pero entonces Azul pidió hablar con ella y con una voz cariñosa
le contó que estaba buscando a su abuelo, el señor Antonio Castillo y le
pidió que si sabía algo le diera algún dato, pues era importante para ella.
Mientras Azul y Felipe subían por el ascensor este la miró y negó con
diversión.
—Así que tu abuelo, ¿no? —inquirió.
—Bueno, hay mentiras que son piadosas, debía aflojar el corazón de la
mujer y los únicos capaces de aflojar los corazones de los abuelos son los
nietos —afirmó.
Felipe sonrió y Azul se perdió en sus facciones. Hasta ese momento no
se había dado cuenta lo guapo que era, tras aquella sonrisa su rostro se
había trasformado. No parecía el hombre frío y calculador vestido de traje y
corbata que reprochaba la historia de amor más fantástica que ella había
conocido hasta ahora, de hecho, parecía haber rejuvenecido y sus ojos se
achinaban de una manera que a ella le pareció adorable.
La puerta se abrió entonces y salieron sin decir más. La muchacha buscó
el apartamento correcto y golpeó. Una anciana de pelo blanco, alta, delgada
y con un bastón les abrió con lentitud.
—Pasen, siéntense —dijo y los acercó a la mesa—. Disculpen, no recibo
muchas visitas —añadió.
—No se preocupe, Norma —comentó Azul con naturalidad—, su casa
es muy hermosa —añadió.
—Bueno, lastimosamente no tengo mucho para decirte —dijo la mujer
que se sentó con sumo cuidado en una de las sillas del extremo de la mesa
—, conocí a Antonio, yo era unos años menor que él. Sé que era maestro de
piano y se hizo de muchos alumnos cuando su maestra enfermó. Luego de
un tiempo, escuché que tuvo un problema con una de las familias más
adineradas de pueblo, pero no sé qué problema exactamente. Algunos
decían que era dinero, otros decían que se había enamorado de la hija del
dueño de la fábrica. Sea lo que sea, ese problema hizo que él se fuera del
pueblo.
—Oh… ¿Se marchó? ¿No sabe a dónde? —inquirió Azul con
desilusión.
Felipe la observaba y se perdía en las expresiones tan diversas que
atravesaban las facciones de Azul. Era tan espontánea y natural que le
despertaba una curiosidad impresionante, recordaba las palabras de la yeya
sobre su forma de ser y sentía que comenzaba a comprender de lo que
hablaba.
—Sí, no recuerdo cuándo fue… cerca del sesenta o el sesenta y uno…
Vendió su piano, dejó a sus alumnos y se fue con unos amigos con los que
formó una banda. Buscaban grabar un disco o algo así.
—¿Recuerda el nombre de la banda? —preguntó Felipe.
—Creo que era Luna Azul o… Cielo Azul —dijo la mujer que achinó
los ojos en un gesto pensativo—. Pero volvieron, unos años después…
—¿Sí?
—Sí… Era una época de muchos cambios —dijo soñadora—, muchos
jóvenes buscaban alcanzar el éxito con las bandas de rock, pero no todos lo
lograron. Antonio y sus amigos regresaron sin pena ni gloria, pero él ya no
vino a vivir acá, tengo entendido que se casó con una chica de nombre Ada,
era una de sus fanáticas, según me contó Roberto, un amigo del barrio que
solía tocar con ellos de vez en cuando y que se alejó de la banda cuando
comenzaron a hacer viajes, ya que estudiaba en la universidad.
—¿Tiene usted idea de dónde podríamos hallar a alguna de estas
personas? ¿Los compañeros de la banda, Ada o Roberto?
—Hace poco vi a uno de los chicos… Se llama Pedro y lo vi en… a ver
si recuerdo… —dijo y volvió a poner cara de pensativa—. Ah, sí… lo vi en
el cine, la diabetes lo dejó ciego al pobre, va a escuchar las películas, los
viernes de clásicos, dice que le recuerdan a nuestra época —explicó con
nostalgia.
—Podríamos intentar dar con él —dijo Azul con emoción.
—Espero que lo hagan, yo la verdad es que no sé nada más, y a él lo
encontré de casualidad hace como dos o tres semanas cuando quise darme
una escapada para recordar épocas mejores. Es probable que él sepa a
dónde fue luego de regresar…
—Muchas gracias, señora Norma, ha sido usted de gran ayuda —dijo
Felipe con cortesía.
—¿De verdad? Me hubiese gustado ayudarles más, ojalá lo encuentres
—añadió la mujer que miró a Azul con ternura.
La muchacha se levantó y la besó en la frente con tanta naturalidad y
afecto que a Felipe lo dejó confundido.
—Muchas gracias, Norma, lo que me ha contado ha sido hermoso —
añadió.
Al salir de allí, ella se mostraba más que entusiasmada y Felipe no
lograba comprender el porqué, pero disfrutaba de verla andar casi bailando
hasta el vehículo que estaba estacionado a un par de cuadras.
—¿Crees que hallemos a don Pedro? —inquirió.
—¿Don Pedro? —rio él.
—Bueno, suena más cercano así —dijo encogiéndose de hombros.
—Antes me preocupaba Felicita, pero ahora también me preocupas tú.
Temo que, si no hallamos al tal Antonio, o mejor, a don Antonio —bromeó
—, tú te sentirás tan mal como la yeya.
Azul asintió y se volteó a verlo. Ella iba casi dos metros por delante y
comenzó a caminar de espaldas.
—No me tires tus pensamientos negativos, don Felipe —añadió—, no
necesitamos de tu mala vibra —dijo apuntándole con un dedo y volteó de
nuevo.
Felipe volvió a sonreír, de pronto aquello le divertía bastante. Subieron
al vehículo y decidieron que, por ese día, la expedición había terminado.
6

Felipe manejó en silencio hasta que Azul le pidió que pusiera música. Él
conectó su celular al parlante del auto y le preguntó qué quería oír.
—Pon música de Elvis o Los Beatles, así nos trasportamos a la época —
dijo ella con decisión.
Felipe sonrió y asintió.
—¿Dónde te llevo?
—Mi casa es a cinco cuadras del puerto, pero puedes dejarme donde
pueda tomar un bus hacia allá.
—No, te llevaré —dijo él y marcó en su GPS la dirección que ella le
indicó.
Mientras Hey Jude sonaba en los altavoces del vehículo y Azul tarareaba
la canción, Felipe no pudo dejar de pensar en los giros que había dado su
vida en los últimos tiempos. Cuando llegaron a la casa, Azul abrió la puerta
del auto, se bajó de él, y justo cuando estaba por cerrarla, abrió la boca y
luego la cerró.
—¿Qué sucede? —preguntó Felipe con curiosidad y diversión.
—Me preguntaba si deseas pasar a tomar algo, podríamos trazar un plan
para los siguientes días y… ordenar la búsqueda —añadió.
Felipe levantó las cejas con sorpresa. ¿Qué debía hacer?
—Si no quieres, no hay problema. Entiendo que tus trajes y tus corbatas
no combinan con el estilo de mi barrio —bromeó.
—¿Qué dices? —inquirió él—. ¿Qué o quién crees que soy? —añadió.
—Un nieto al que no le importó su abuela por más de tres años, pero que
ahora regresa y ha decidido ayudarla en la búsqueda de su gran amor. La
verdad es que aún me estoy debatiendo entre si te odio o te acepto —añadió
y frunció los labios como si sopesara las ideas.
Felipe sonrió.
—¿Si paso para que organicemos el plan estaría más cerca del odio o de
la aceptación? —inquirió con diversión. Esa chica despertaba algo de él que
aún no sabía identificar, pero le agradaba.
—No lo sé, no puedo prometer nada —admitió ella con sinceridad.
—Está bien, deja que estacione y te alcanzo.
—Bueno, es la tercera casa, la de color violeta —añadió como si no
estuvieran en frente a la misma.
Felipe negó con la cabeza, eran casas similares, pequeñas y de una sola
planta, era un barrio de pescadores. La casa de Azul era como ella, se
destacaba del resto incluso aunque se vieran parecidas, quizás era ese tono
violeta chillón o el montón de flores del jardín, quizás el enorme y
desvencijado ancla que descansaba casi frente a la entrada o la veleta de
metal que giraba en el techo y emitía un chillido parecido al de las películas
de terror. Lo cierto era que aquella casa sacada de un libro de cuentos para
niños combinaba a la perfección con su estrafalaria dueña.
Azul dejó la puerta abierta y Felipe ingresó con un tímido «permiso»
que nadie más que él escuchó. La muchacha no estaba por ningún lado, por
lo que él observó todo a su alrededor. La sala era pequeña y no tenía
muchos muebles, había un sofá para dos personas estilo victoriano de color
rojo sobre el cual descansaba una manta tejida a mano de diversos colores.
En el centro, había una mesa de madera cargada de artículos de cobre y
yeso. A uno de los costados de la mesa y cerca de la ventana que daba a la
calle se encontraba una reposera con libros encima y, por la pared tras el
sofá, colgaba una colección de platos decorativos antiguos.
Felipe tomó asiento y revisó con cuidado los objetos sobre la mesa,
había dos palomas de yeso pintadas con pequeñas flores de colores, unos
cuantos artículos de cobre, un reloj de arena y un reloj de bolsillo que al
abrir tenía una inscripción: «No permitas que el tiempo se te escape de las
manos».
—¿Te gusta? —inquirió Azul que venía de la cocina con una bandeja
con snacks y jugo de fruta.
—Es muy bonito —respondió él—. ¿Te gustan las antigüedades? —
inquirió.
—Sí, como lo habrás notado —sonrió ella mientras señalaba su entorno
—, me encanta ir a las ferias de pulgas y conseguir mis pequeños tesoros…
—Es… interesante…
—Pienso que cada objeto tiene una historia, me gusta sostener el objeto
en mi mano y pensar cuál pudo ser. Quizás ese reloj perteneció a un padre
que se lo dio a su hija con esa inscripción para que le recordara lo efímero
de la vida… o esos platos, quién sabe en qué pared estuvieron antes y
cuántas historias podrían contarnos si pudiesen hablar.
—Te gustan las historias…
—Me encantan. ¿Qué es la vida si no un montón de historias que se
suceden día tras día? ¿Quiénes somos si no un conjunto de recuerdos y de
historias que nos llevaron a dónde estamos?
—¿Por eso te entusiasma tanto la de Felicita y Antonio? —inquirió.
Azul se acercó y colocó la bandeja sobre la mesa, luego sacó los libros
que estaban en la reposera, los bajó al suelo y se sentó en ella.
—De todas las historias de las cuales está formado el mundo, las de
amor son las que más me gustan —admitió—, después de todo es la fuerza
que mueve al universo… Me encanta pensar que hay un alma predestinada
para cada uno, aunque no todos tengamos la suerte de hallar a ese otro que
nos complementa.
—Eres muy romántica —dijo él y negó con la cabeza—. Yo no creo en
esas cosas…
—¿En qué crees? —preguntó.
—En uno mismo. Creo que cada uno nace y muere solo y que la vida no
es más que un montón de pruebas que te llevan hacia tu destino, y que al
final del camino todos estamos y estaremos solos. ¿Acaso no es eso lo que
ves en el hogar?
—Sí… en parte —admitió ella—, pero cada una de las personas que
visito en el hogar tiene una historia, los que han sabido vivir la vida se
sienten a gusto con el momento que atraviesan, se sienten satisfechos… Los
que han perdido su tiempo en cosas sin importancia están llenos de
remordimientos, culpas y deseos incumplidos. Sienten que la vida se les
escapó de las manos y, con la edad que tienen y el camino recorrido,
muchos de ellos son capaces de ver que fue culpa de ellos mismos, que no
es que no tuvieron oportunidades, es que no las supieron ver o sus
prioridades estaban erradas.
—¿Por eso te gusta trabajar con ellos? —inquirió Felipe algo asombrado
por aquella conversación.
—Sí, ellos son historias vivas —añadió—, aprendo mucho allí. Muchas
veces cuando uno es joven no se da cuenta de que la juventud se acabará…
estar al lado de ellos me da una perspectiva distinta de mi paso por la vida,
comprendo el tiempo desde otro sitio y eso me hace valorar mucho más el
presente.
Felipe alzó las cejas sin palabras ante aquella frase que se le clavó en el
alma como una daga.
—¿Y cuál es tú historia? —inquirió al fin.
—No hay nada demasiado interesante, amo este pueblo y a su gente, mi
padre es pescador, vive aquí a unas cuantas casas, mi madre falleció cuando
era pequeña y soy profesora de danza. Mi sueño es tener mi propia
academia. Ahora enseño en dos, casi siempre en los turnos tarde y noche,
no es mucho dinero, pero sirve para lo básico. Por las mañanas voy al hogar
de ancianos donde soy voluntaria hace muchos años y les regalo un poco de
mi tiempo a cambio de su sabiduría —añadió—. ¿Y tú? ¿Cuál es tu
historia?
—Acabo de regresar, estuve unos meses en Europa trabajando con un
amigo, soy abogado —explicó Felipe—, pero el exceso de trabajo y algunos
problemas me generaron estrés, sufrí un pico y me desmayé… Me hicieron
estudios, pero no salió nada físico… La doctora me recetó descansar, por
eso regresé —explicó—. Vivo en un hotel por el momento.
—¿Eres de aquí? —quiso saber Azul.
—Sí…
—¿Estás seguro de que no regresaste por la herencia de Felicita? —
preguntó entonces Azul sin pelos en la lengua.
—¿La herencia? —Felipe se echó a reír.
Azul no respondió, cruzó los brazos y entornó las cejas en la espera de
una respuesta que la convenciera, pero como Felipe no habló, ella continuó.
—Todo el mundo en el hogar sabe que ella tiene una gran fortuna,
durante todo el tiempo que la he conocido nadie la vino a visitar desde que
falleció su hija, Astrid. Entonces, ¿de pronto aparece un nieto? —añadió.
—Yo no soy el nieto de Felicita —explicó—, no de sangre…
Azul abrió los ojos con curiosidad.
—Estaba casado con su nieta, Mónica… la única hija de Astrid —añadió
—, y cuando nos divorciamos, viajé a Europa.
—¿O sea que hay una nieta?
—Sí, pero no quiero hablar de ella —dijo y Azul notó el dolor en sus
palabras—. Felicita siempre fue una abuela para mí, lo único que quería era
volver a verla, pero en Europa estaba absorbido por el trabajo y no quería…
no quería relacionarme con la familia de Mónica por si…
—Para no verla —dijo la muchacha.
Felipe asintió.
—Bueno, te has ganado unos puntos hacia la aceptación ahora —dijo
ella con una sonrisa con la que pretendía borrar un poco del dolor que se
había pintado en los gestos de Felipe—. Siento que tu historia de amor te
haya empujado a creer que el amor no existe —afirmó.
Felipe la miró con sorpresa, esa mujer era sincera, directa y sin filtros,
decía las cosas de una manera que lo dejaba pensando. Sonrió.
—Te ves muy bien cuando sonríes —completó ella—. Deberías hacerlo
con más frecuencia.
—Hacía mucho que no lo hacía —añadió él—. ¿Y cuál es tu historia con
el tal Alexis? —inquirió animándose un poco más.
—Ninguna demasiado especial, pensé que era él, pero no, estaba casado
—añadió.
—¿No lo sabías? —inquirió.
—No, es muy buen mentiroso —dijo ella con una mueca que pretendía
ser simpática, pero se vio más bien como dolorosa—. Me dijo que era
divorciado, lo descubrí por casualidad, debido a una alumna que lo vio con
la mujer —añadió—. Nada que valga la pena recordar… No todas las
historias son memorables… algunas solo sirven para que aprendamos
lecciones.
—¿Ah, sí? ¿Cómo cuáles lecciones? —quiso saber él.
—Como que hay personas por las cuales no vale la pena derramar ni una
lágrima ni perder un solo minuto de mi valioso tiempo de vida —añadió—,
ya suficiente he perdido a su lado…
Felipe sonrió y la miró con curiosidad.
—Parece fácil decirlo…
—Y lo es, también es fácil hacerlo…
—No lo creo —refutó él.
—Solo debes pensar en otras cosas… Mira, imagina que tienes una
herida en tu brazo, si la miras y la tocas constantemente la vuelves a
lastimar o recuerdas ese dolor una y otra vez, eso es lo que hacemos las
personas cuando acabamos una relación, damos vueltas y vueltas sobre la
herida abierta impidiendo que cicatrice más rápido. Si aceptas la realidad,
que no fue, no pudo ser y, en mi caso, que la persona no vale la pena,
enfocas tu energía en otra cosa y olvidas la herida, cuando la vuelvas a ver
ya estará cicatrizada.
—Suena… interesante —admitió él—. ¿La historia de Felicita es una
manera de enfocarte en otra cosa? —preguntó.
—Sí, o bailar, cansar mi cuerpo gracias a los movimientos mientras
disfruto de la música. También estar para las personas que me necesitan,
como los abuelitos.
—Ahora comprendo por qué eres tan importante para la yeya —dijo él
al tiempo que asentía—, eres una persona muy agradable, Azul.
—Tú también me caes bien, Felipe, sobre todo porque no estás atrás de
la herencia de Feli y a pesar de tus trajes tan aburridos —añadió.
Felipe sonrió y ella lo hizo también. Por un instante, se miraron tan
profundo que casi pudieron ver sus almas. El ambiente se llenó de una
sensación que ninguno de los dos pudo describir, pero ambos sintieron un
poco de magia.
7

Azul y Felipe se hallaban a la salida del cine con la esperanza de encontrar


a Pedro, el antiguo compañero de Antonio según les había comentado
Norma. No iba a ser una tarea difícil, ya que no había allí más de treinta
personas que habían asistido a la función de clásicos que presentaba aquel
cine todos los viernes.
Felipe había comprado refrescos y comían palomitas mientras esperaban
que la película llegara a su fin y que las personas comenzaran a salir. Luego
de aquella amena charla de días anteriores, no habían tenido otro tiempo
para conversar. Felipe no había ido esos días al hogar, pues se había tomado
unos días para ir a visitar a su hermana en el pueblo vecino y compartir con
ella y su familia, hacía mucho tiempo que no lo veían.
Felicita no había ahondado en su historia, pues deseaba que estuvieran
ambos presentes para hacerlo, por lo que Azul se limitó a conversar con ella
sobre otros temas y a asegurarle que hacían todo lo posible para hallar a
Antonio.
Esa tarde la suerte parecía estar de su lado, no había casi nadie en el cine
y un hombre vestido con un pantalón claro, camisa con tirantes y boina,
caminaba con un bastón y un niño de unos diez años de la mano, por lo que
se podía apreciar de aquella imagen, el hombre no podía ver y el niño lo
guiaba.
—Ese puede ser —dijo Azul y cruzó los dedos para que sus sospechas
fueran ciertas.
Se acercaron a él con educación y fue Felipe quien saludó.
—Buenas noches, señor, siento molestarlo en este sitio, me preguntaba
si podría ayudarme con algo…
—¿Qué desea? —inquirió el hombre.
—¿Es usted el señor Pedro? ¿Solía tener una banda con Antonio
Castillo? —inquirió Azul.
—Sí… el mismo, ¿en qué les puedo servir? —dijo el hombre que
guardaba la mirada perdida tras un lente oscuro. El niño los miraba a
ambos.
—Pues nos preguntábamos si usted sabría algo de él —dijo Felipe un
poco nervioso—, verá, mi amiga es su nieta y lo estamos buscando… —
añadió y continuó con la mentira que ya le habían dicho a la señora Norma.
—¿Una nieta? —preguntó—. ¿Eres la hija de Marcela? —quiso saber.
—No… yo… Mi mamá se llama Alicia —respondió sin saber qué más
decir, pero el hombre interrumpió.
—Hmmm… eso es raro, la única hija de Antonio se llama Marcela —
añadió—, a no ser que… No, eso no puede ser, nos hubiésemos enterado —
dijo él y negó.
—Bueno… ¿podría decirme usted dónde hallar a Antonio? —inquirió
Felipe con insistencia.
—De él no sé nada hace mucho, cuando su mujer falleció él se encargó
de Marcela y la última vez que lo vi fue cuando la muchacha acabó el
colegio. De eso pasó mucho tiempo ya… —añadió—, solían vivir en la
calle Oeste, en un condominio que se llamaba —pensó—, no recuerdo bien,
pero era el único condominio de la calle y allí vivían personas de muy
escasos recursos —añadió—. Siento no saber nada más de él ni de mis otros
compañeros de la época, supongo que la vida nos llevó a cada uno por
diferentes direcciones —admitió con un poco de pesar—. Si lo encuentran,
díganle que le mando muchos saludos —añadió.
—Gracias, señor, así lo haremos —dijo Felipe en un suspiro.
—Una cosa más, solo por curiosidad —interrumpió el señor Pedro—.
¿Tú no serás por si acaso nieta de Felicita? —inquirió—. Ella fue la única
mujer a la que Antonio amó, pero hasta donde yo sé ella no estaba
embarazada de él cuando se separaron…
Azul sonrió al escuchar aquella frase y miró a Felipe sin saber qué decir.
—En realidad, señor Pedro —dijo Azul decidiendo en ese instante que la
verdad sería lo mejor—, soy su nieta del corazón. Ella me ha pedido que
localizara a don Antonio y junto a mi amigo, Felipe —añadió y miró al
hombre—, estamos haciendo el trabajo de investigación.
—Ahhh —exclamó Pedro y una sonrisa desdentada asomó en su rostro
—. Ojalá lo encuentren —añadió—, nada le haría más feliz a Antonio que
saber de Feli. Es más, si quieren puedo darles un disco de nuestra banda, es
uno que nunca vio la luz, ya saben… no era tan sencillo como pensábamos,
pero allí está una música que él compuso para ella. Quizá podrían
llevársela.
—¡Eso sería genial! —exclamó Azul con entusiasmo—. ¿Cómo
podríamos conseguirlo?
—Vayan mañana junto a mí a Luciérnagas, la casa de retiro que está
cerca de la plaza Italia y yo les daré el disco. ¿Te queda bien cerca de las
diez de la mañana? —inquirió.
—¡Por supuesto! —zanjó Azul con decisión—. Allí estaremos.
Se despidieron amablemente y Azul le dio a Pedro un abrazo como si lo
conociera desde siempre. Felipe la observó y sintió un calor en su pecho
que no había experimentado hacía mucho tiempo, la emoción que sentía esa
muchacha ante los acontecimientos parecía contagiarle.
—¡Hemos avanzado! —dijo Azul con una sonrisa cargada de alegría—.
Y eso que la otra noche nos pasamos hablando de otra cosa y no trazamos
ningún plan —añadió.
—Tienes razón, aunque no encontremos a Antonio, al menos esa
canción hará feliz a la yeya.
—¿Por qué debes ser tan negativo? —inquirió ella—. Estamos más
cerca ahora.
—Sí, pero eso no quiere decir que lo encontremos… el tiempo pasa y
borra las huellas —añadió—, si no lo hallamos al menos tenemos algo…
—Lo hallaremos —dijo ella con seguridad—. Métete la idea en esta
cabecita testaruda —añadió y colocó su dedo índice en la sien de Felipe.
—¿Qué harás este fin de semana? —preguntó él dejándose llevar por
una ráfaga de impulsividad que no reconocía en sí mismo.
—Pues… ¿qué propones? —respondió ella.
—Debo ir a un cumpleaños infantil… a casa de mi hermana —comentó
—, es de mi sobrino, el que visité el otro día —comentó.
—¿En Costa Brava? —inquirió refiriéndose a la ciudad a la que sabía
había viajado.
—Sí… bueno, en realidad no tienes que hacerlo, será aburrido…
—¿Estás intentando invitarme para que vaya contigo a Costa Brava al
cumpleaños de tu sobrino? —preguntó.
—Bueno… la verdad es que suena tonto —dijo y bajó la mirada al suelo
preguntándose qué se le habría pasado por la cabeza.
—¡Me encantaría! —dijo ella con entusiasmo—. Allí hay una feria de
antigüedades los sábados, me dijeron es increíble. ¿Crees que podremos ir?
—preguntó.
—Sí… claro —respondió él y ella comenzó con sus ya tan típicos
brinquitos de emoción.
—¡Genial!
Entonces, sin siquiera pensarlo, se acercó a él y lo abrazó casi de la
misma manera que había abrazado a don Pedro un poco antes. Felipe no
reaccionó en un inicio, pero entonces, al sentir aquel cuerpo cálido pegado
al suyo, respondió al abrazo y enrolló sus brazos en la espalda de la chica.
Sintió algo muy parecido al entusiasmo, una emoción que no sentía hacía
muchos años atrás.
La idea de un fin de semana divertido se le pintó en la mente y le regaló
esperanza, eso era mucho más de lo que estaba acostumbrado un hombre
que se había dejado envolver por la rutina de vivir en un presente que no
ofrecía muchas posibilidades de sonrisas futuras.
8

Cuando al día siguiente, Azul llegó junto a Felicita, sonrió al verla más
contenta de lo usual. Se acercó a ella y le dio un beso en la mejilla, como
siempre, y luego se sentó en el sillón que solía ocupar.
—Felipe no ha llegado aún porque dijo que tenía un pendiente —
comentó.
Azul sabía que él se encargaría de ir a buscar el disco, pero no dijo nada.
—¿Han avanzado algo? —inquirió Felicita.
—Hemos hallado a Pedro y él nos ha dado una pista, pero aún no
tenemos mucho más. A Felipe le preocupa que no lleguemos a él —
aprovechó Azul para decir.
Si bien ella era más positiva que él y trataba siempre de mantener el
espíritu optimista en la investigación, también había pensado en la posible
desilusión de Felicita.
—¿No crees que no he pensado en todas las variables? —dijo la mujer
—. Sé que puede estar muerto o que quizá no lleguen a él, he pensado en
todo… —admitió.
—Entonces estás preparada para cualquier escenario, ¿no? —preguntó la
muchacha que se recostó en el sofá y levantó las piernas con comodidad.
—Sí… pero he vivido tanto tiempo con miedo, Azul, que ahora me
parece irrelevante dejar de hacer algo por temor. ¿Qué tengo para perder?
Nada, quedarme como hasta ahora… Ya he vivido una vida entera
escondiéndome del qué dirán, y la vida se me fue…
—¿Él fue el amor de tu vida? —inquirió Azul.
—Así es, y el corto tiempo que viví con él fue el que me sirvió para
sobrevivir el resto de mi vida… Suena feo, pero es así… Luego llegó Astrid
y ella fue el motor que me ayudó a continuar. Pero ahora estoy con un pie
aquí y el otro al otro lado, ¿qué tengo para perder?
—Tienes razón, Feli, solo no queríamos que perdieras las esperanzas.
—La esperanza es el motor de la vida, Azul, es ese motivo que te ayuda
a levantarte cada día. Si uno no tuviera esperanzas no podría vivir, estaría
muerto en vida… Mi esperanza no es hallarlo, mi esperanza es mi amor…
que siempre ha estado aquí —dijo y señaló su pecho—, mi esperanza es
saber que ese amor le llegó de alguna manera… El amor es energía y
aunque los finales felices son hermosos, no siempre las historias de amor
terminan bien, y muchas veces no es por falta de amor.
—Qué bello lo que dices, Feli, no lo había pensado de esa manera…
—Mira a Felipe, por ejemplo —comentó—, desde que su capacidad de
sentir esperanza se desmoronó… su vida se detuvo y ahora se ha convertido
en solo una sombra de lo que un día fue —añadió.
—Parece una buena persona…
—Es una hermosa persona, pero no se lo cree —dijo ella con una
sonrisa.
En ese mismo momento, un mensaje de Felipe ingresó al celular de
Azul.
«Tengo el disco, ¿tienes tocadiscos antiguo? Es de vinilo…».
«Claro, ¿lo llevas a casa a la noche? Termino mis clases en la academia
a las ocho…».
«¿Llevo cena?».
Azul sonrió.
«Eso ya suena delicioso».
—¿Quién te hace sonreír de esa manera? —inquirió Felicita de pronto.
Azul volvió en sí y negó con la cabeza, no se había dado cuenta de que
estaba sonriendo.
—¿Eh? No… no es nada…
—Espero que no sea Alexis —dijo la mujer—. Ese hombre no te
merece…
—No, no es él —respondió Azul—, no te preocupes… Y ni siquiera me
di cuenta de que estaba sonriendo.
—Esas son las sonrisas más sinceras, las que nacen del alma.
Un rato después de aquella charla, Azul se despidió de Felicita y subió a
su bicicleta para continuar su jornada. Llegó a la academia, donde dio su
clase de danza y luego se fue hasta su casa. Eran las ocho y diez cuando
llegó allí, justo a tiempo para darse un baño y esperar la llegada de Felipe.
No sabía por qué aquello le generaba tanta ilusión, pero no quería
preguntárselo, prefería dejar que las cosas sucedieran como debían de ser.
Salió de la ducha y se puso un jean holgado, una blusa amarilla llena de
girasoles y unas sandalias frescas, se recogió el cabello aún húmedo en una
coleta desordenada y preparó el tocadiscos antiguo, esperando que funcione
correctamente, después de todo, no lo había usado nunca.
En eso estaba cuando el timbre sonó, con una emoción que no sabía de
dónde salía, Azul se levantó para abrir la puerta. Se arregló de manera
rápida el cabello y giró el picaporte.
—Hola —saludó.
La verdad era que no estaba preparada para lo que vería. Felipe, vestido
con un jean y una camiseta con escote V de color azul oscuro la esperaba
con un disco, una bolsa de comida rápida y una sonrisa que derritió algo en
su interior.
—Hola —respondió—, ¿llego temprano?
—No, claro que no, pasa —dijo ella y abrió espacio—, estaba probando
la máquina, solo espero que funcione.
Caminaron hasta la sala donde él dejó la comida sobre la mesa y le
mostró el disco.
—Mira, este de aquí es Antonio —dijo y señaló la foto del muchacho.
Azul lo miró con curiosidad.
—¡Qué guapo! —exclamó.
Sacó con cuidado el disco del estuche y lo colocó en el plato giratorio de
la máquina.
—Espero que funcione… —murmuró antes de colocar la aguja con
sumo cuidado.
Un ruido sordo antecedió a la primera canción del disco, que no tenía
más que tres músicas.
Azul, emocionada, se puso a dar brincos y luego observó con cuidado
los nombres y los datos de los músicos en la tapa del disco, pasó sus dedos
con devoción sobre lo que sería el rostro de Antonio y murmuró.
—¿Dónde estás?
Felipe, testigo de aquel entusiasmo y emoción, sintió por primera vez
que aquella locura valía la pena. No solo por hacer feliz a Felicita, sino
también, por emocionar así a una criatura tan mágica como era esa extraña
mujer vestida con girasoles.
—Ahora… esa es la canción —susurró él cuando la primera música
acabó.
Ambos hicieron silencio y tomaron asiento, él en el sofá y ella en el
suelo frente al toca disco. La voz grave y aterciopelada de Antonio los
invadió en una balada romántica:
Cuando me preguntan ¿qué es la felicidad?
no se me ocurre nada más que tú.
¿Cómo es posible que aunque no estés aquí,
te sienta dentro mío como si fueras parte de mí?

Tu amor es la esperanza que me hace respirar,


me da la vida y me deja cantar.
No importa si en esta vida no te vuelvo a encontrar,
te llevo en mis recuerdos, en mi aliento y en mi piel.

Felicidad, Felicita,
No olvides las promesas que nos hicimos ayer.
Felicidad, Felicita,
Te prometo que por siempre yo te he de amar.

Cuando me preguntan ¿por qué no sonríes ya?


no se me ocurre nada más que tú.
¿Cómo es posible que volviera a sonreír,
si en mi futuro siempre solo un recuerdo serás?

Aun así doy gracias a la vida y al amor


por haberte podido conocer.
Y no solo por eso, también por tu amor,
que es el regalo más hermoso que me hizo Dios.

Felicidad, Felicita,
No olvides las promesas que nos hicimos ayer.
Felicidad, Felicita,
Te prometo que por siempre yo te he de amar.
Te prometo que por siempre yo te he de amar.

—Oh, por Dios… eso fue tan… romántico —exclamó Azul y se dejó
caer en el suelo al tiempo que comenzaba a sonar la tercera canción.
Felipe sonrió, no podía refutar aquella afirmación.
—¿Por qué ya no hay hombres así? —inquirió volviendo a sentarse.
—¿Quién dijo? Seguro que alguno queda…
—¿Tú eres romántico? —quiso saber ella.
—Yo… no, la verdad es que ya no… No creo en esta clase de amor, me
parece que son solo palabras… Mira, no quiero estropear el momento
idílico que estás experimentando —rio al tiempo que señalaba el álbum—,
pero te haré una pregunta: ¿Crees que si lo de ellos no hubiera sido
interrumpido aún estarían juntos?
—No sabemos qué sucedió, Feli aún no nos ha contado…
—Lo sé, pero es obvio que su padre tuvo algo que ver… De todas
maneras, ¿lo crees?
—Pues… no lo sé… quizás…
—Eso es lo que te digo… el amor que ese hombre expresa en esa
canción es solo una idea, es una ilusión que nada tiene que ver con el amor
verdadero. Es muy lindo, sí, para conquistar a una chica, pero ¿será
suficiente? Cuando vengan los problemas, las dificultades… Felicita era
una joven de mucho dinero a quienes sus padres tenían como a una
princesa, ella dijo que su papá pensaba que él no podría mantenerla. ¿Crees
que ella se habría adecuado a vivir en una pieza alquilada en un barrio
pobre? —inquirió.
—Estás haciendo conjeturas que no vienen al caso porque ella aún no
acabó de contarnos la historia, pero si todo lo que dices es cierto, yo creo
que por amor uno es capaz de adecuarse a muchas cosas.
—¡Mentira! —añadió él—. Eso es solo mientras dura el enamoramiento,
luego los problemas surgen y te atrapan, crecen como hiedras y asfixian al
amor… lo matan.
—Tú dices eso porque no te ha ido bien. ¿Pero cómo explicas esas
parejas que han vivido por años juntos y siguen enamorados? —inquirió
ella levantándose del suelo. Se mostraba indignada con las afirmaciones de
Felipe.
—Supongo que han tenido suerte, son personas que de una forma u otra
aprenden a convivir y se adaptan el uno al otro, pero ahí no siempre hay
amor, muchas veces es solo costumbre.
Azul negó con vehemencia.
—No me gusta nada tu forma de pensar —dijo y lo apuntó con el dedo
índice—, estás matando todas las emociones que esa música dejó en mi
corazón —afirmó.
Felipe sonrió y al hacerlo aflojó el enfado que afloraba en Azul.
—¿Sabes? Lo que pienso es que estás demasiado lastimado, ojalá
encuentres a una persona que te haga volver a amar, que te haga recuperar
la esperanza y volver a creer.
—Lo dudo, lo dudo mucho —zanjó él—. Mejor cenemos, tengo hambre.
Comieron en silencio, los dos perdidos en sus propios pensamientos y
emociones.
Azul repetía en su mente aquella melodía tan pegadiza y se imaginaba a
Felicita escuchándola.
Felipe, por su parte, no podía dejar de repetir la última frase que la
muchacha le había dicho. ¿Volver a enamorarse? Nunca se lo había
planteado, no tenía ganas de volver a sufrir… ¿Acaso algo así valdría la
pena?
9

El sábado por la mañana, Felipe alzó a Azul en su vehículo con destino a


Costa Brava.
La noche anterior, luego de la cena, decidieron que el lunes a primera
hora le llevarían el disco a Felicita y por la tarde irían al barrio que les había
indicado Pedro.
Al llegar a su casa, Felipe llamó a su hermana melliza para contarle que
llevaría a una amiga, esta se mostró entusiasmada y le dijo que los esperaba
con ansias.
—Mi hermana puede ser un poco… especial —dijo de pronto
rompiendo el silencio.
—¿En qué sentido? —inquirió Azul—. Creo que todos lo somos…
—Bueno, es que… —Felipe no sabía cómo decirlo—. Ella quiere que
rehaga mi vida y puede ponerse un poco intensa contigo, no le hagas caso,
le dejé en claro que éramos amigos, pero ella es… ya la conocerás.
Azul sonrió.
—No te preocupes… pero me parece muy buena idea que rehagas tu
vida —admitió—. ¿No hay nadie especial en Europa?
—No hay nadie especial en ningún lado —zanjó él.
—Bueno, ya aparecerá esa persona…
Felipe negó, pero no refutó aquella idea, ya comenzaba a acostumbrarse
al romanticismo de su nueva compañera de investigación.
—Mira, llegaremos temprano, así que iremos primero a tu feria de
antigüedades, después podemos ir a la casa, así ayudo a decorarla… Y
volveremos antes de que anochezca.
—Por mí no hay ningún problema —dijo ella con una sonrisa—. Pondré
música…
Entonces puso para reproducir su lista, compuesta por un montón de
músicas completamente distintas la una de la otra, desde «Love me tender»
hasta bachatas o cumbias se intercalaban sin ningún orden. Ella las cantaba
o las bailaba en aquel espacio reducido y parecía no pensar en nada más que
en las melodías y las letras. Felipe la observaba de reojo y no podía evitar
sonreír, animándose incluso a canturrear alguna que conocía.
—Deberíamos bailar un día —dijo ella con una sonrisa dulce.
—Soy de madera… —replicó él.
—Mientras no seas como Pinocho está todo bien —bromeó ella—, me
refiero a mentiroso…
—No, no me gusta la mentira…
—Por fin coincidimos en algo, Felipe… La mentira lo destruye todo —
afirmó ella.
Un rato después, estaban frente a la plaza central del pueblo donde se
llevaba a cabo la feria de antigüedades. Como una niña que llega a una
juguetería, Azul se bajó del vehículo con entusiasmo. Vestía una falda larga
de color verde y una blusa blanca con pequeñas flores. Tomó su falda entre
sus manos como si fuera a bailar y corrió hasta el inicio. Felipe estacionó y
la alcanzó cuando ella ya tenía un par de objetos en las manos.
Ambos pasearon por allí y ella quedó enamorada de una antigua caja de
música que al abrirla tenía una bailarina.
—Siempre quise una de estas —dijo al tomarla en sus manos y abrirla
con cuidado—. ¿Cuánto sale?
El vendedor le respondió y, por su gesto, Felipe supo que era muy caro
para ella. La mujer lo dejó en la mesa como si le doliera hacerlo y caminó
hasta la tienda de al lado, en la cual se entretuvo intentando leer una antigua
inscripción en una joya de plata.
—Me lo llevo —dijo Felipe y pagó la cajita sin que ella se diera cuenta.
Siguieron así por un buen rato, Azul compró algunas baratijas más y
Felipe adquirió un obsequio para su hermana para tener la excusa de
guardar ambos objetos en una bolsa y que Azul no se diera cuenta de que
había adquirido la cajita.
—¿Qué compraste? —preguntó la muchacha.
—Un regalo para Inés —respondió él—. ¿Vamos?
—Vamos —añadió ella con una sonrisa.
Subieron al auto y ella dejó todas las bolsas en el asiento de atrás.
—Gracias, esto ha sido perfecto —agradeció.
—Te contentas con poco… —dijo él.
—No es eso, he aprendido a ser feliz con poco y con mucho, he
aprendido a ser feliz —añadió—, y esto me ha hecho muy feliz…
Felipe sonrió y se quedó viéndola sin arrancar.
—¿Qué?
—Nada… me impresionas… todo el tiempo me sorprendes… —
admitió.
Azul se sonrojó al ver la manera en que él la miraba y solo se encogió de
hombros.
—Gracias… —respondió con timidez.
Felipe arrancó el vehículo y manejó unas cuadras para llegar a lo de su
hermana Inés.
Era una casa hermosa, de verjas blancas y flores en el jardín, con un
árbol del cual colgaba un columpio y juguetes de niños esparcidos por todo
el patio delantero. Apenas llegaron, dos pequeños corrieron a recibirlo, uno
era Ale, quien cumplía cinco años y la otra era Angie, su hermanita de tres.
—¡Tío! ¡Tío! —exclamaban al unísono.
Felipe los alzó a uno en cada brazo y les llenó las caras de besos. Aquel
gesto a Azul le pareció muy tierno y disfrutó de la interacción del hombre
con los niños que reían con alegría.
—Miren, ella es mi amiga, se llama Azul —la presentó—. Ellos son mi
Ale y mi Angie —dijo con ternura.
—Hola, hermosos —saludó Azul y luego le dio al niño el regalo que
había comprado para él—. ¡Feliz cumpleaños!
—¡Gracias! —dijo el niño con entusiasmo.
Entonces, una muchacha alta y muy parecida a Felipe, apareció en la
puerta de entrada.
—¡Bienvenidos! —dijo y se acercó a ellos—. Tú debes ser Azul —
añadió—, un gusto en conocerte.
Azul la saludó con un beso y luego la muchacha abrazó a su hermano.
En realidad se parecían mucho y Azul no pudo evitar pensar que habría sido
divertido conocerlos de niños. Más tarde, Inés le presentó a Rubén, su
marido, que estaba preparando el fuego para cocinar las hamburguesas, y
luego la invitó a ayudarla en la preparación de ensaladas.
Desde la cocina y mientras cortaba tomates, la muchacha no podía dejar
de mirar por la ventana. Felipe ya no era el mismo que había visto todos
esos días, sino que parecía un niño más, corría divertido atrás de su sobrino
y alzaba a la niña en brazos para llenarla de besos.
Inés se percató de aquello y se acercó para ver las mismas escenas.
—Es un buen hombre, Azul, te lo aseguro —susurró.
—Lo sé, es que… aquí parece otra persona —dijo ella con la sinceridad
que la caracterizaba.
—Este es él en realidad, no es la máscara anti-emociones que lleva
puesta siempre… ¿Tú y él?
—Solo somos amigos —. Se apresuró a completar ella.
—Es la primera vez que trae a una amiga luego de… Bueno, es la
primera vez que sé que tiene una amiga —añadió—. Lo cual me pone muy
contenta… Él se merece ser muy feliz…
—¿Hace mucho que se separó de su mujer? —inquirió Azul con
curiosidad. De pronto todo en la vida de ese hombre comenzaba a
interesarle.
—Dos años… Escucha… por favor no le rompas el corazón —pidió de
pronto Inés con un tono como si suplicara.
Azul la observó y frunció el ceño.
—No pretendo hacerlo… solo somos amigos —afirmó—, de todas
maneras. ¿No crees tú que ya lo trae demasiado roto?
Inés se encogió de hombros y volvió a mirar a Felipe que cargaba a
Angie sobre sus hombros y perseguía a Ale.
—Tienes razón… Entonces, debería cambiar mi petición… ¿puedes
ayudarlo a sanar?
Azul sonrió.
—Entiendo que amas a tu hermano y deseas verlo feliz, pero yo en serio
no tengo nada con él… Sin embargo, nadie puede sanar el corazón de nadie
más que uno mismo. Es él quién debe decidir que es hora de sanar…
—Me agrada cómo piensas…
—Lo que puedo prometerte es que mientras sea parte de su vida,
intentaré que se dé cuenta de que siempre hay esperanzas…
—Eso es suficiente, por ahora —dijo Inés con una sonrisa—. No
escucha a nadie más que a sí mismo… pero tengo una corazonada contigo.
—¿Ah, sí? —inquirió la muchacha con una sonrisa.
—Los mellizos tenemos una conexión especial —dijo Inés y se llevó la
bandeja con las verduras que habían cortado—. Gracias por la ayuda —
añadió.
Azul sonrió, ahora comprendía las palabras de Felipe y lejos de
molestarle, Inés le agradaba.
10

Cerca de las seis de la tarde, Felipe y Azul se despidieron de Inés y su


familia. Los niños se habían encariñado mucho con Azul, que se pasó un
buen tiempo jugando con ellos y Felipe durante la siesta. De pronto, el
ambiente entre ellos había cambiado, ambos lo percibieron, pero decidieron
no decir nada. Subieron al auto y sin pronunciar palabras, se dirigieron
hacia la ciudad.
Sin embargo, el tráfico en la ruta los detuvo.
—Al parecer hubo un accidente más adelante. La carretera está cerrada
—explicó Felipe luego de bajarse a ver qué sucedía—. O esperamos un par
de horas o tomamos una ruta alternativa.
—¿Conoces alguna? —inquirió ella.
—No… pero puedo poner el GPS…
—¿Por qué no esperamos? Podemos escuchar música.
—Se hará de noche y no me gusta mucho manejar en la oscuridad…
—Bueno, busquemos una ruta entonces —respondió ella.
Felipe puso el GPS y desviaron por un nuevo camino, sin embargo, este
no era muy bonito, las calles eran feas y el lugar era desolado.
—No sé dónde estamos —dijo él.
—¿Qué importa? Me encanta este silencio —anunció ella que sacaba el
brazo y media cabeza por la ventanilla para sentir el viento en su cara.
—¿Siempre te agrada todo? ¿Nunca te enfadas?
—Sí, pero prefiero primero ver el lado positivo de las cosas y no
enfadarme hasta el último minuto.
En ese mismo momento, una de las ruedas hizo un ruido y Felipe perdió
un poco el control hasta que logró frenar.
—No puede ser —dijo bajándose—. La rueda… un clavo la destrozó —
dijo y se tomó la cabeza con ambas manos.
Azul se había sentado en la ventanilla y miraba el cielo con calma.
Felipe buscó en la parte de atrás los instrumentos para cambiar la rueda,
pero entonces se percató que la de auxilio estaba desinflada.
—Hoy no es mi día —añadió entre dientes—. Llamaré a la grúa.
—¿Por qué no hacemos algo distinto? —preguntó la muchacha—.
Mira… está anocheciendo… ¿Puedes ver los colores que hay en el cielo?
Es increíble…
—¿De qué hablas? —inquirió él.
Azul le sacó el celular de la mano y señaló el cielo.
—En un rato más esto se llenará de estrellas. ¿Alguna vez has visto las
estrellas en el campo? —inquirió.
—No… —respondió él.
—Es un espectáculo fantástico. Pienso que podríamos dejar a la grúa
para mañana y pasar la noche aquí… Podríamos sentarnos sobre el capó de
tu auto y ver las estrellas, llenarnos de ellas. No debes morir sin ver las
estrellas en el campo, aunque sea una vez en tu vida…
—No planeo morir aún, pero tampoco quedarme aquí esta noche, ni
siquiera sabemos si es seguro —dijo él confundido.
—¿Qué puede suceder? Ya verás, la pasaremos bien…
—Ni siquiera tenemos nada para comer —dijo él.
—Tenemos gomitas, paletas y pastel que trajimos del cumpleaños —
añadió la muchacha y señaló el auto.
Felipe negó con la cabeza.
—Estás loca, Azul, loca de remate…
Ella sonrió.
—Vamos, regálame esta noche… —pidió y juntó las manos para
reforzar la idea—. ¿Qué tienes para perder? Mañana es domingo…
Felipe suspiró, aquello le parecía una locura.
—¿Nunca haces alguna locura? —volvió a preguntar Azul como si le
leyera la mente.
—La verdad no… —respondió él.
—Pues nunca es tarde para empezar.
Felipe asintió y buscó una manta que tenía guardada en el maletero del
vehículo. Tenía dibujos de vacas y ovejas infantiles porque era de
Alejandro, la había dejado allí la última vez que había venido a la casa de
Inés y le había llevado a pasear. Se suponía que la traía para devolvérsela,
pero se le había pasado.
Azul se sentó sobre el capó del vehículo y él también lo hizo,
cubriéndolos a ambos.
—Estás a punto de presentar el espectáculo más hermoso de la
naturaleza —dijo la muchacha como si presentara un evento, entonces
señaló el cielo—, observa la magia —añadió.
Felipe sonrió y se propuso dejarse llevar. Azul continuó.
—Dijiste que habías tenido un pico de estrés, toma esto como medicina
natural, no hay nada más relajante que mirar al cielo y escuchar las
estrellas.
—¿Escuchar?
—Sí… yo las miro y las escucho… ellas bailan…
Felipe negó, pero dejó que su vista se perdiera en el firmamento y
esperaron en silencio que el cielo perdiera los colores de la tarde y que la
oscuridad los envolviera por completo.
11

Felipe daba vueltas y vueltas en su mente preguntándose si estar allí sería


peligroso o si qué demonios hacían, sin embargo, Azul se encontraba en
calma como si para ella todo aquello resultara de lo más normal.
—Apaga el cerebro —le pidió— ven, respira conmigo.
Le enseñó entonces una de esas técnicas que compartía con los ancianos
y un rato después, Felipe se encontraba más relajado.
—¿No tienes miedo? —preguntó.
—No… ¿de qué? No sucederá nada… —dijo ella con una sonrisa—. El
cielo nos protege…
La noche estaba fresca y la suave brisa los abrazaba. Azul sacó una de
las bolsas con gomitas que guardaba en su bolsillo y comenzó a comerlas.
Sin preguntárselo, colocó una de las gomitas frente a los labios de Felipe,
que la recibió sin pensarlo.
—Me has sorprendido —dijo entonces—, hoy he conocido otra faceta
de ti y me ha gustado —añadió ella con sinceridad.
—¿A qué te refieres? —inquirió él.
—A ese hombre tan dulce que jugaba con ese par de niños amorosos y
se revolcaba con ellos por el suelo. Al que reía como loco y dejaba de lado
sus horribles e insensatos pensamientos sobre el amor para vivir y
experimentar un poco de esperanza…
—Bueno… ellos sacan lo mejor de mí —dijo él con una sonrisa dulce
—, pero ya no soy esa persona…
—Lo eres, solo estás oculto bajo capas y capas de miedo y dolor —
afirmó ella—. Te hace falta una buena dosis de esperanza…
—¿Qué es la esperanza para ti? —inquirió él—. Porque para mí no es
más que un consuelo para autoengañarse a uno mismo…
Azul se tomó su tiempo para meditar una respuesta.
—La vida está llena de caminos y de opciones —explicó—, así como
hace rato tú elegiste salir de un camino y buscar otro, así mismo puedes
hacer en la vida, a veces porque lo deseas y a veces porque no hay
alternativas. Ahora estamos aquí, en un camino que no es ni mejor ni peor
que el otro, es diferente y ofrece nuevas experiencias.
—A lo mejor si esperábamos las dos horas ahora ya estaríamos llegando
—se quejó él.
—Y nos hubiéramos perdido de esta mágica noche —añadió ella—. Lo
que quiero decir es que todos los caminos son válidos y que todos ellos
traen sus propias dificultades, ya sea el tráfico o una rueda pinchada… La
diferencia está en lo que haces de esa situación, cómo la conviertes en algo
bueno. En el tráfico podríamos haber hablado y escuchado música, pero
aquí estamos observando la magia de la noche que solo se vive en el
campo…
—Me encanta cómo siempre le encuentras lo bueno a todo —dijo él con
un tono irónico y una sonrisa cínica.
—La esperanza no es más que la certeza de saber que siempre habrá un
nuevo camino para elegir, aunque no sea el que esperabas que fuera. Hace
poco Feli me dijo que sin esperanzas uno muere en vida, y creo que es lo
que te sucede a ti.
—No te atrevas a inferir sobre mi vida —interrumpió él, pero ella lo
ignoró.
—Cuando tienes esperanza miras hacia adelante y no hacia atrás, lo que
quedó atrás ya no se puede cambiar, ya no podemos volver al tiempo para
evitar que la rueda se pinche… pero si podemos disfrutar de esta velada tan
intensa… La esperanza es decidir mirar hacia el futuro y no quedarse
atascado en el pasado…
Felipe se calló, entendía su punto y de pronto todas las barreras que
había puesto, se habían esfumado y sintió una intensa necesidad de contar
su historia.
—Mónica y yo nos conocimos cuando éramos adolescentes —comentó
—, tuvimos una relación bonita y luego nos casamos… Yo era dulce, era
romántico, era de esos que tú imaginas en tus novelas, el caballero ideal —
añadió como si se burlara de sí mismo.
Azul se volteó con cuidado para mirarlo y le hizo un gesto para que
continuara. Sabía, por algún motivo, que él no se abría así a nadie.
—Nos casamos y luego de un par de años, comenzamos a tener nuestra
primera crisis —comentó—. Todos en nuestras familias nos decían que era
normal, que era parte de la convivencia. Nos dejamos llevar por la rutina y
en vez de hablar, nos alejamos cada vez más.
—Qué triste…
—Pensé que las cosas mejorarían y le ofrecí ir a terapia, pero no quiso…
Ya no teníamos ni siquiera intimidad —dijo con un toque de vergüenza.
—¿Por eso decidieron separarse? —preguntó Azul ante el silencio.
—No… ese fue el inicio —dijo y perdió la vista en el cielo. El silencio
que los envolvía era intenso y solo se escuchaban los sonidos de la
naturaleza que los circundaba—. Dos meses estuvimos sin siquiera tocarnos
y un día de la nada ella me pidió que fuéramos a terapia. Yo estaba feliz,
quería en realidad que salváramos nuestro matrimonio, la amaba y no
entendía qué era lo que había sucedido… Entonces fuimos, reavivamos la
llama… o eso es lo que pensé.
—¿Qué quieres decir?
—Comenzamos a hablar de nuevo, a salir, a tener gestos románticos el
uno con el otro… seguimos los pasos que nos indicaron… y volvimos a ser
una pareja. Entonces, un mes después, ella me dijo que estaba embarazada.
—Oh…
—Me puse feliz, yo quería ser padre, soñaba con una familia como la de
Inés, niños correteando por el patio, festejos familiares, ya sabes, todo eso
que está en tus novelas —explicó con sorna—, pero a mí me tocó la de
terror.
—¿Por qué? —preguntó Azul sin evitar imaginarse que la mujer perdió
el niño y la pareja no resistió el duelo, que era algo que solía suceder.
—Cerca del quinto mes me salió un empleo en Europa, en España, con
un amigo. Era una oportunidad excelente y se lo planteé. Al inicio no estaba
muy segura, pero luego pareció acostumbrarse a la idea. Lo planeamos,
íbamos a viajar un par de meses antes de que el niño naciera…
El silencio se hizo entre ellos y una lágrima comenzó a brotar de los ojos
de Felipe, con suavidad, Azul se la secó y él se estremeció por el calor de su
contacto.
—El niño se adelantó, tres meses a su fecha de parto —comentó—. Vino
de improviso y yo corrí con Mónica al hospital. Pensé que era muy pequeño
para nacer y me aterraba que le sucediera algo… Pero nació y el médico
vino a decirme que era un niño de término gordito y sano.
—¿Cómo? —inquirió Azul sin comprender.
—Bueno, tardé en comprenderlo también, en las épocas en las que según
los cálculos, el niño fue concebido, ella y yo no teníamos relaciones, así
que, cuando aún iluso y confundido, le pregunté a Mónica qué sucedía, ella
me lo confesó. Tenía un romance con un amigo mío desde hacía mucho
tiempo, se había embarazado de él y por miedo había pedido que fuéramos
a terapia para volver a tener relaciones y poder decir que el niño era mío —
explicó.
Azul abrió los ojos con sorpresa y se llevó la mano a la boca con
incredulidad.
—No pensaba callarlo para siempre porque había decidido que me diría
la verdad en algún momento. Yo en mi desesperación le ofrecí que
calláramos todo y que yo reconocería al niño. ¿Te imaginas hasta qué punto
puede ser uno estúpido? ¡Ese es el amor en el que tanto crees! —exclamó
iracundo.
Azul se acercó más a él y en un gesto dulce lo abrazó. Felipe la envolvió
en sus brazos y quedaron allí en silencio, ella con la cabeza en su pecho
como si pudiese escuchar los restos de su corazón roto cayendo una y otra
vez.
—Mónica me dijo que no, que ella quería ir a vivir con Piero y que él se
haría cargo del niño. Me dijo que ya no me amaba, pero que yo era tan
bueno que no sabía cómo decírmelo antes… ¿Te das idea? ¡Yo era tan
bueno! —exclamó y sus lágrimas volvieron a caer—. ¿Desde cuándo ser
tan bueno es algo malo?
—Dios mío, Felipe, lo siento tanto… —murmuró Azul con
consternación.
Felipe negó.
—Salió del hospital y fue con su hijo, nuestro hijo que no era mi hijo —
añadió—, junto a Piero… y yo regresé a casa sin nada, con los brazos
vacíos. Mi vida había cambiado en unos días y de pronto no tenía esposa ni
hijo, me quedé sin familia y sin amor… Sintiéndome el estúpido más
grande de todos los tiempos… porque había sido demasiado bueno…
—No eres un estúpido, Felipe, no lo eres —dijo ella como si el dolor de
ese hombre le doliera también a ella—. Ahora comprendo todo…
—¿Qué comprendes? A ver, dime, ¿qué demonios comprendes? —dijo
él empujándola hacia un lado y bajando del capó—. ¿Comprendes que amar
no vale la pena? ¿Comprendes que todo es una mentira? ¿Comprendes que
de nada sirve ser un buen hombre y que tu romanticismo barato no conduce
a nada?
—Calma…
—¿Cómo me pides que me calme? ¡Querías saber mi historia, ¿no?! A
ver cómo conviertes esta porquería en algo bueno, tú que eres experta en
eso —dijo casi gritando.
Azul no respondió, se sentó sobre el capó del auto y lo observó ir de un
lado al otro como un animal herido. Ese hombre solo estaba resguardando
su corazón, protegiendo su dolor, cuidándose de no volver a vivir aquella
pesadilla, y Azul lo veía claro, no era más que una máscara tras la cual se
escondía.
Bajó con cuidado y se acercó a él, lo interceptó abrazándolo por la
espalda y susurrándole casi al oído.
—Respira, ya has sacado todo lo que dolía y se pudría dentro de ti, ahora
es hora de mirar hacia adelante, de dejar de atascarte en el pasado.
—No puedo… —dijo él—. Me siento culpable por no haberme dado
cuenta, por haber sido tan estúpido, me siento humillado, Azul.
—Lo sé, pero eso no es cierto, es solo el dolor que aún no sana del
todo… Yo pienso que eres un hombre guapo, inteligente, sensible. Que,
aunque te escondas tras una máscara de frialdad, por dentro lo único que
necesitas es un abrazo y alguien que te asegure que todo estará bien. Todo
siempre estará bien…
—¿Cómo lo sabes? ¿Cómo es que tú eres capaz de vivir como si la vida
siempre fuera buena? —inquirió derrotado y se volteó sin salirse del abrazo
en el cual se sentía atrapado y seguro.
—Me gustan los niños porque siempre están felices —explicó ella—, los
dolores, los enfados, los disgustos siempre se les pasa pronto y de nuevo se
ponen a jugar, perdonan con facilidad, olvidan —añadió—. Me gustan los
niños porque cuando tienen miedo solo precisan el abrazo de una persona
que aman y en quien confían y ya se sienten mejor, esa persona le dice que
todo estará bien y ellos lo creen. Por eso soy como soy, he decidido ser más
como un niño —comentó—, no todos lo entienden, pero me gusta ser yo
ese adulto para mí misma, me abrazo y me digo que todo estará bien y
decido creerme…
—No es tan sencillo…
—Inténtalo —dijo ella y lo miró a los ojos—, te abrazo y te prometo que
todo estará bien.
Felipe se perdió en aquella mirada tan intensa cargada de emoción y
lágrimas contenidas. Podía leer el alma de Azul en ese momento, había
sinceridad en su voz y restos del dolor que él dejó con su relato. Ella era así,
espontánea, optimista, emotiva, capaz de absorber lo que los demás sentían,
fuera esto tristeza o amor, esperanza o dolor.
Azul acarició con suavidad su mejilla y le secó los restos de lágrimas
que allí seguían y entonces, instintivamente, él besó sus dedos cuando se
cruzaron con sus labios. La muchacha se estremeció y una especie de
electricidad atravesó su alma como un rayo en medio de una tormenta.
Aquel era un momento intenso, único, memorable. La oscuridad era
densa, solo la luz de la luna brillaba sobre ellos, y aun así, ella podía ver a
través de los ojos lastimados de aquel hombre que sufría.
Fue ella quien, sin comprenderlo bien, rompió la barrera y se acercó sin
piedad. Quizá porque se dejó llevar por el momento, o a lo mejor, porque
hacía días que ese hombre le resultaba más interesante de lo normal.
Entonces juntó sus labios con los de él, que aún se encontraban hinchados
por el llanto y la pena. Él se alejó, la apartó sin comprender lo que hacía ni
porqué, pero sin poder evitar que algo impregnara su piel tras su contacto.
—Perdón… —susurró Azul con vergüenza.
—¿Por qué lo has hecho? —quiso saber él.
—No lo sé… —dijo ella encogiéndose de hombros—. Por si no te has
dado cuenta soy impulsiva, a veces solo hago cosas sin pensarlo…
Felipe sonrió. De pronto Azul se veía avergonzada y confundida, su
rostro estaba sonrojado y sus ojos cargados de lágrimas que no habían
salido. Se acercó a ella llamado por ese imán que le había trasmitido en el
fugaz encuentro, envolvió sus manos en su cintura y la observó con
intensidad.
—¿Vas a besarme? —inquirió la muchacha ante la espera que le hacía
crecer una angustia en el pecho.
—¿Lo deseas? —preguntó él.
—Sí. ¿Tú?
Felipe no respondió, se acercó a ella y juntó sus labios para continuar
con lo que había detenido un rato antes. Ella enredó de inmediato sus
manos entre sus cabellos y él hizo lo mismo, soltando esa coleta rústica que
ella se había hecho un rato antes.
El beso creció de intensidad y sus lenguas comenzaron a conocerse,
exploraron sus bocas y bebieron de ellas el néctar de la pasión que
comenzaba a inundarles el resto del cuerpo en una urgencia tan básica como
intensa.
Como si estuvieran conectados, él la recostó por el capó de la camioneta
y le sacó la blusa de un solo movimiento, comenzó a besarle el cuello y el
hombro mientras con la otra mano levantaba la falda larga y colaba sus
manos en búsqueda de su centro. Azul observaba el cielo y confundía sus
sensaciones con las estrellas que brillaban mientras con sus manos intentaba
quitarle la camiseta para poder acariciar cada centímetro de piel.
—¿Te proteges de alguna manera? —preguntó él y ella asintió.
A pesar de que su mente le decía que hacer aquello de esa manera y en
ese momento, no parecía algo sensato, Felipe continuó, la urgencia que lo
invadía era como un tsunami y se lo estaba tragando entero.
Unos minutos después, ambos estaban desnudos y la luna intensa
derramaba su claridad dibujando figuras de luces y sombras que bailaban al
compás de los movimientos de sus cuerpos. Felipe besaba cada rincón de su
piel y disfrutaba de las reacciones de la muchacha que gritaba, mordía,
arañaba o gemía bajo su peso. Azul recorría sus manos para conocer el
cuerpo de aquel hombre mientras el deseo se le hacía ya casi insoportable.
Fue ella la que le rogó que acabara con aquella urgencia y él cumplió su
pedido ingresando en ella con fuerza y pasión, como si en eso se le fuera la
vida.
La luna fue testigo de aquel momento en el que casi al mismo tiempo se
elevaron para tocar las estrellas con las propias manos. Azul gimió su
nombre y él desfalleció al oírla, se vació en ella como si quisiera
impregnarse allí para siempre.
Se quedaron así, uno encima del otro mientras el aliento les regresaba al
cuerpo y se les apartaba de la mente la neblina que había dejado el placer.
Azul disfrutaba del peso de ese cuerpo fornido sobre el suyo y él aspiraba el
aroma de la muchacha que le parecía tan único y delicioso.
—¿Te he hecho daño? —inquirió entonces, haciéndose a un lado y
cubriéndolos a ambos con la manta de diseños infantiles.
—¿Por qué dices eso? Me ha encantado… —dijo ella con un susurro
que a él le sonó a pura música.
—He sido muy brusco… —admitió él.
—Te he dicho que me ha encantado —repitió ella y se acercó de nuevo
para poner su cabeza en su pecho y que él la rodeara con los brazos.
—Azul… no sé si esto está bien…
—Apaga la mente un rato, por favor —pidió ella decidida a no pensar y
a disfrutar de aquella mágica noche.
12

A pesar de ser una chica libre y espontánea, Azul nunca había estado con
un hombre que no fuera su pareja, no se consideraba una chica de una sola
noche porque eso no iba de acuerdo con la imagen de amor que ella tenía en
sus pensamientos. Pero no quería dar vueltas sobre eso en ese instante en
que todo parecía tan perfecto.
Se levantó de allí, buscó su celular y puso alguna melodía.
—¿Qué haces? —inquirió Felipe asombrado de que ella no tuviera
pudor alguno y se paseara desnuda en medio de la noche y el campo.
—Bailemos… —dijo ella y lo llamó
—Ya te dije que soy duro como la madera —dijo él y negó.
—No voy a negar que me gusta eso —añadió ella con picardía—, pero
cuando se refiere al baile, puedo hacer algo al respecto.
—Te lo advierto, no sirvo para bailar…
—Hace un rato te movías muy bien —dijo ella con voz sensual mientras
sacaba de encima de él la manta y le pasaba la mano.
Felipe sonrió y bajó del vehículo para acercarse a ella. Primero se
dejaron envolver por una melodía chiclosa que él no conocía, pero más
tarde, cuando él se olvidó un poco de pensar y decidió liberarse, bailaron
una bachata, una balada y una cumbia.
Un rato después, sudados y agotados, ingresaron al vehículo y
decidieron comer una paleta dulce cada uno.
—Juguemos al Yo nunca —dijo Azul con entusiasmo.
—¿Cómo se juega eso? —quiso saber Felipe.
—Solo decimos cosas que nunca hemos hecho… Empiezo yo —añadió
—. Yo nunca he estado con un hombre sin que este sea mi pareja formal…
por eso ahora no sé bien como sentirme…
—¿Te arrepientes? —inquirió él.
—No —dijo ella y se mordió el labio—, pero no quiero que pienses mal
de mí… y ni siquiera sé por qué me importa lo que piensas… —añadió y
Felipe se echó a reír.
—No pienso mal de ti… —aseguró—. Y yo nunca he bailado desnudo
en medio de la noche en el campo… Es más, nunca he bailado desnudo ni
en la ducha —dijo él acercándose para besarla. Sus besos ahora sabían a
fresa.
—Qué aburrido eres —zanjó ella—. Bailar desnudos es la máxima
expresión de libertad —añadió.
Él sonrió.
—Tu turno…
—Yo nunca… he deseado a alguien de la forma en que te he deseado
esta noche —afirmó ella sonrojada y con la vista perdida en las estrellas.
—¡Mientes! —dijo él—. ¿Cómo así?
—No lo sé, no puedo explicarlo… Es como… una química distinta,
demasiado explosiva —añadió—. He estado con las personas con quienes
he tenido una relación, que tampoco son demasiadas, solo tres y solo estuve
físicamente con dos de ellos —comentó—, pero el sexo era parte del trato,
era como… un ritual… No es que no fuera placentero, pero es que… no era
así —dijo.
Felipe divertido y honrado por aquella confesión la acarició con
suavidad en la mejilla.
—¿Así cómo? —preguntó.
—No se vale, es tu turno —respondió ella.
—Yo nunca he sentido algo tan intenso como lo de hoy —afirmó—.
Pienso lo mismo que has dicho recién. Quizás es la noche, las estrellas…
quizás el frío que ya no siento, quizá las emociones que compartimos… o
quizá solo eres tú… El caso es que ha sido perfecto, Azul, y creo que nunca
te he dicho lo hermosa que eres —añadió.
Azul se sonrojó de nuevo y aquello derritió a Felipe, quien tomó su
paleta y comenzó a recorrer con ella el hombro de Azul para luego lamer
esos espacios dulces que habían quedado en su piel.
—Oh… ¿otra vez? —susurró ella cuando él se acercaba a sus pechos.
—¿Lo deseas? —inquirió él—. Yo nunca he hecho el amor en este auto
—admitió.
—Ni yo… —dijo ella al borde del abismo.
—Entonces, debemos hacer algo para cambiar eso —susurró Felipe con
la voz llena de sensualidad al tiempo que bajaba su asiento y la invitaba a
sentarse sobre él.
El dejó que fuera ella quien bailara sobre él y se inventara su propio
ritmo, mientras disfrutaba de saborear su piel y observar sus expresiones de
placer a la luz de la luna. Felipe pensaba que Azul era increíblemente
expresiva cuando escuchaba las historias de los demás, pero aquello no era
nada con respecto a lo expresiva que resultaba en la intimidad.
Le encantaba esa mujer libre de complejos que era capaz de disfrutar de
todo el placer que su cuerpo podía darle. Entonces, notó que ella se
acercaba al éxtasis, por lo que afirmó sus manos en sus caderas para
conducirla con seguridad.
Azul se dejó caer sobre él, sudada y aturdida, con el corazón latiendo a
mil. Él la abrazó y, de pronto, sintió que no quería apartarse de ese abrazo
nunca más.
—Dime una vez más que todo estará bien —pidió al recordar las
palabras que hablaban antes de que todo aquello comenzara.
—Todo estará bien —prometió Azul sin saber por primera vez si aquello
sería verdad.
13

Felipe se detuvo frente a la casa de la muchacha, estaba cansado, pero se


sentía tan feliz, que creía que estaba en un sueño. Durmieron muy poco y
observaron el amanecer, o el amanecer les observó a ellos, abrazados y
desnudos bajo una manta infantil en medio de un descampado.
Ninguno de los dos quería despertar de aquel paréntesis en sus vidas, sin
embargo, debían hacerlo. Se vistieron, y entonces Felipe llamó a la grúa que
tardó al menos una hora más en rescatarlos. Tiempo durante el cual
siguieron besándose sin decir palabras, porque ninguno de los dos
encontraba las adecuadas para lo que sentían.
En el camino de regreso, Azul puso música e intentó relajarse, pero sus
pensamientos comenzaban a atormentarla con preguntas que sabía no tenían
respuestas. Entonces, cuando llegaron a su casa, supo que había llegado el
momento de despertar de aquel sueño.
—¿Mañana nos vemos en el hogar? —inquirió sin saber muy bien qué
decir—. Debemos llevarle el disco a Feli y quedamos que después iríamos
al barrio —añadió con premura, parecía temer que todo cambiara desde ese
momento.
Felipe la tomó de la mano y le sonrió con delicadeza.
—Sí, Azul, todo sigue igual… —dijo antes de darle la bolsa que
contenía la cajita.
Azul quiso preguntarle: ¿igual cómo? ¿cómo anoche? ¿Cómo antes de
anoche? Pero no se animó.
—¿Qué es? —inquirió.
—Ábrela al llegar a casa —pidió él.
Asintió y se bajó del vehículo con la urgente necesidad de darse un baño
y tomar un café que le aclarara la mente y el alma.
Felipe, por su parte, no sabía qué decir. Luego de su separación de
Mónica, un tiempo después de haber llegado a España y bajo insistencia de
Joselo, habían salido y se había enrollado con alguna que otra mujer, pero
no eran más que diversión de una noche y así quedaba claro desde el inicio.
Él no tenía ganas de una relación, no quería volver a enamorarse porque
creía con firmeza que el amor y el sufrimiento eran dos caras de una misma
moneda y si para no volver a sufrir, debía renunciar a volver a amar, no
tenía ningún problema en hacerlo.
Se planteó cómo llegó a aquello, en qué momento las cosas se
descontrolaron y por qué habían terminado haciendo el amor. Recordó que
él se había abierto a ella como no lo había hecho en años, y la manera en
que ella lo miró y consoló, pudo haber despertado el deseo. Sin embargo, un
montón de escenas transcurridas desde que la conoció se sucedieron en su
mente, las expresiones tras la historia de Felicita, la pasión que le ponía a
aquella búsqueda, sus pensamientos tan profundos sobre el amor y la
esperanza, su estilo libre, su aspecto, su mirada.
Felipe se llevó ambas manos a la cabeza, no había duda de que aquella
mujer le encantaba, y la química entre los dos era tan explosiva que sus
cuerpos se habían reconocido primero, pero ¿estaba él dispuesto a seguir
con eso? Sabía que podía enamorarse, si es que ya no lo estaba, ¿deseaba
con sinceridad volver a aquel juego?
Azul, mientras tanto, tomaba un café y observaba la cajita de música que
él le había comprado. Era domingo y la calma del descanso abarcaba las
calles de su barrio. Sin embargo, su mente intranquila la abarrotaba de
preguntas. Recordaba cada escena desde la salida y se preguntaba cómo era
que todo dio un giro tan diferente.
No podía dejar de pensar en el hombre que conoció ese día, un Felipe
diferente, relajado, cariñoso con sus sobrinos; un hombre lastimado, con el
corazón roto tras una historia desgarradora; un hombre que la había
encendido de una manera en que nadie antes lo había hecho y la había
llevado a delirar de placer a un sitio donde sus pensamientos se habían
apagado por completo. ¡Y había sido ella quien lo había besado primero!
¿Dónde estaban ahora? Aún les quedaba mucho camino en la
investigación para Felicita y sabía que él no quería una relación, ni siquiera
sabía si ella quería una, aún no terminaba de reponerse de las sobras que
Alexis había dejado a su paso y no estaba segura si deseaba embarcarse en
una nueva aventura.
No era capaz de reconocerse a sí misma, dentro de toda esa libertad y
esas filosofías de vida que la mantenían a flote, tenía un orden, una
estructura, algunas reglas. La primera era nunca meterse con nadie antes de
haber salido del todo de una relación anterior, eso se basaba en sus
creencias de que un clavo nunca saca a otro clavo, sino que hace el agujero
del primero aún más profundo. Azul creía que no se podía amar a nadie si
aún no se recuperaba de un amor anterior, que eso era peligroso y podría
causar más daño y devastación, pues uno no se encontraba todavía
emocionalmente estable como para volver a enamorarse.
«¡Y menos Felipe!».
Pensó para sí. Estaba claro que su historia con la exesposa lo había
dejado roto, le había cambiado la esencia misma del alma. Entonces recordó
el pedido de Inés, de que no le rompiera el corazón, que en todo caso le
ayudara a reconstruirlo.
Se llevó las manos a la cabeza, se sentía angustiada, culpable y sola.
¿Con quién podría hablar de aquello?
Tomó entonces su bicicleta y se dirigió al hogar, solo Felicita podría
escucharla, no tenía más personas de confianza en su vida para poder
compartir algo tan íntimo. No le diría que se trataba de él, solo le pediría un
consejo. Aquella mujer siempre tenía palabras de calma.
Al llegar al hogar, y antes de ingresar a ver a Feli envió un mensaje a
Felipe:
«Gracias por la cajita. Me ha encantado».
14

Felicita la observó entrar a su habitación como una ráfaga de viento.


Estaba alterada, sus cabellos estaban más despeinados que de costumbre y
sus mejillas sonrojadas. La anciana estaba acostada en su cama y escuchaba
música.
—¿Hoy no es domingo? —inquirió—. No sueles venir los domingos —
añadió.
—Necesito a una amiga… —dijo la muchacha y se acercó a ella.
Felicita le hizo un espacio en su cama y Azul se acostó allí. Love me
tender sonaba de fondo y ambas hicieron silencio para oírla.
—Me acosté con un hombre que no es mi pareja y no sé cómo sentirme
al respecto —susurró luego de un rato.
—Bueno, eso en mi época no era bien visto, pero por lo que veo y leo,
hoy es normal —dijo Felicita con una sonrisa.
—Sí, pero yo no soy así, no he elegido ese estilo de vida para mí. No es
que crea que está mal, no soy de juzgar… pero yo no me siento bien así.
¿Se entiende?
—Tú no eres capaz de separar el sexo del amor —dijo la mujer
mirándola con ternura.
—Exacto… y eso es lo que más me atormenta. ¿Por qué me acosté con
él? ¿Puedo estar enamorada y no haberme dado cuenta? ¿Dónde estamos
ahora? ¿Qué somos?
Felicita sonrió y la tomó de la mano.
—Esas preguntas solo las puedes responder tú… ¿Es alguien cercano o
alguien que conociste esa noche?
—No… no lo conocí esa noche, pero tampoco sé qué tan cercano es…
No estoy segura de que quiera una relación a largo plazo… ni de que sienta
por mí algo más que deseo —zanjó y se colocó una almohada en la cabeza
—. No debí hacerlo…
—Azul, Azul —dijo la mujer y sonrió con dulzura—. ¿Quieres tú una
relación a largo plazo? ¿Sientes por él algo más que deseo? ¿Te arrepientes
de haberlo hecho o de sentirte ahora así?
—Yo… no lo sé… y no es que me arrepienta de haberlo hecho, pero no
me gusta sentirme así. Sé que piensas que soy más emocional que racional,
pero no sé lidiar con este tipo de situaciones, por eso me mantengo lejos de
ellas —afirmó.
—Justamente por eso, porque eres un ser profundamente emocional es
que estás hecha un lío —rio la mujer—. ¿Qué te parece si hablas con él y le
comentas cómo te sientes? Quizá su respuesta te sorprenda o quizá busquen
la manera de ubicarse en un sitio donde te sientas bien…
—No es que quiera una relación con él —añadió—, es que ni siquiera sé
lo que quiero…
—Entonces, una buena opción sería tomar un poco de distancia física y
afianzar la relación que tienen, para ver a dónde es que se dirigen. ¿No lo
crees? Al menos si el chico vuelve a buscarte… Porque en las películas
algunos luego del sexo solo se van…
Azul sonrió, sabía que eso no iba a ser posible, que debían lidiar con
aquello y tendría que seguir viéndolo por un rato, pero quizá Felicita tenía
razón.
—Tienes razón… —añadió.
—¿Pero estuvo bien? ¿Cómo fue? —quiso saber la mujer.
Azul sonrió, nunca había hablado de sexo con aquella mujer, pero le
resultaba interesante.
—Nunca tuve una química tan explosiva con alguien. ¿Eso es normal?
—inquirió.
—Sí, nuestros cuerpos se conectan con los otros cuerpos de maneras
distinta, a veces es como dices, intenso y explosivo…
—¿Eso te sucedía con Antonio? —Se animó a preguntar Azul—. Digo,
no sé si tú y él…
—Sí —admitió Felicita—. Eso me pasaba con él… Yo solo estuve con
dos hombres en mi vida, no tengo mucho para medir… Antonio fue el
primero porque yo así lo quise, eran otras épocas, no era correcto estar con
nadie antes de casarse, y cuando supe que eso no sería posible con él, quise
entregarme a él como un regalo de amor… algo que fuera solo para él y que
nadie, ni mi padre, pudiese quitarnos…
—Ohh… eso es muy tierno —dijo Azul con dulzura—. ¿Estuvo bien?
Mi primera vez fue horrible —añadió la muchacha.
—Bueno, él fue muy cuidadoso y todo fue muy intenso, tal cual tú lo has
dicho, teníamos una química explosiva… Admito que hubo un poco de
dolor, pero fue genial —dijo ella con un suspiro—. Luego me tuve que
casar con César y, nunca fue igual, pero a veces lo disfrutaba…
—Eso es triste… —dijo Azul.
—Antes no parecía correcto del todo disfrutar del sexo, era más bien un
trámite que debíamos hacer como parte del matrimonio para tener contentos
a los hombres, quienes por naturaleza lo necesitaban, como si las mujeres
no fuésemos humanas también. —añadió—. Además, no conocíamos
nuestros cuerpos, el sexo era un tabú… Cierto que mi época fue una época
de transición y había mujeres más liberales, pero yo no era una de esas, no
me permitían serlo…
—Oh… lo siento… —añadió Azul con compasión y acarició con ternura
las mejillas de la mujer.
Ambas quedaron en silencio por un rato.
—¿Sabes? Mi miedo es a enamorarme de alguien que no está
disponible… —susurró admitiéndolo más para sí que para Feli.
—¿Disponible en qué sentido? ¿Es casado?
—No… disponible emocionalmente, alguien que no ha superado el
pasado y no está listo para enfrentar el futuro… Yo también estoy saliendo
de una relación y no tengo ganas de meterme a otra que no tiene futuro…
Tengo la sensación de que me quedaría más sola… Y cierto que parece que
no sufro, que soy optimista, que siempre miro al frente… pero a veces es
difícil, a veces también pierdo las ganas…
—Comprendo —asintió Felicita—, tienes todo el derecho a desear estar
con alguien que también esté allí para ti. Y es normal que te canses y que a
veces resulte difícil, por más optimista y positiva que seas. Por eso, lo
mejor es hablar y decirle claramente a qué juego estás dispuesta a jugar.
—¿Qué le digo? Tampoco quiero sonar intensa, no puedo obligarlo a
entrar en una relación si no lo desea. Nos dejamos llevar, fue cosa de
ambos…
—Está bien, díselo así, dile que te dejaste llevar como nunca y que te ha
encantado, pero que no estás dispuesta a repetirlo si no sabes a dónde
apunta él. Dile que no deseas una relación con alguien emocionalmente
ausente, y aclárale que no deseas una relación únicamente física, porque,
aunque te ha gustado, no te sientes bien así.
—Parece sencillo cuando tú lo dices… —dijo Azul con una sonrisa
recostándose sobre la anciana con ternura.
—Siempre te ha resultado sencillo ser directa, solo hazlo, dile lo que
tienes que decir —respondió ella acariciando su cabeza con ternura como si
de una hija se tratara.
—¿Si se asusta y huye? —inquirió.
Felicita sonrió y la miró con dulzura.
—¿Prefieres que se quede solo por la química explosiva y la
incertidumbre de saber que puede ser que de allí no pasen o prefieres que se
quede solo si tiene algo más para ofrecerte? Ninguna de las opciones es
mala, si eliges la primera disfrutas mientras dure con la posibilidad de que
pueda convertirse en algo más… o no… Si eliges la segunda puede que
decida marcharse, pero estarás más tranquila contigo misma. ¿No?
—Tiene sentido…
—Habla contigo misma y pregúntate qué es lo que deseas y hasta dónde
estás dispuesta a seguir. Luego, toma la decisión y habla con él… —añadió.
—Gracias —dijo Azul con ternura—, eres la madre, la abuela, la amiga
que nunca tuve —añadió—. Te quiero…
—Y yo a ti, Azul…
Se quedó allí un rato hasta que se quedó dormida, Felicita la dejó
descansar, probablemente tanto analizar emociones la había agotado.
Se levantó con cuidado y se acercó a su sillón, donde se sentó y observó
la tarde caer mientras recordó un poco más de aquella historia que había
guardado en el fondo de su corazón y que últimamente afloraba en sus
pensamientos a cada instante.
15

El domingo, Felipe decidió ir a la playa, caminó por allí y dejó que sus
pies se mojaran con el agua. Hacía calor, pero, sobre todo, sentía un calor
interno, una pequeña llama encendiéndose en su pecho que le dibujaba una
sonrisa bobalicona que no podía borrar.
¿Acaso estaba enamorándose? ¿Cómo sucedió aquello?
No podía evitar pensar que el sábado había sido el mejor día en
muchísimo tiempo, de hecho, jamás pensó poder volver a sentirse así. Las
sensaciones fueron más intensas incluso de lo que recordaba.
Azul era una muchacha maravillosa, era un alma libre y amorosa, una
persona sin máscaras, trasparente, directa, cariñosa y espontánea. Lo que
había sucedido el sábado entre ellos había sido similar al efecto que
produce una colilla de cigarrillo en medio de un bosque aquejado por la
sequía. Algo había ocurrido entre ellos, una chispa que creo un incendio, un
fuego que los absorbió a ambos.
Felipe sabía que debía hablar con ella del tema, pero no estaba seguro de
qué debía decirle al respecto, ¿qué podía ofrecerle? ¿Qué querría ella? Era
claro, pues lo había dicho, que no era chica de una sola noche, y suponía
que quizás estuviese afligida preguntándose si acaso habían hecho lo
correcto.
Estaba aturdido, así que decidió que el lunes, iría a primera hora al hogar
a conversar con Felicita. Después de todo no tenía a nadie más con quien
hablar en ese momento, contárselo a Inés no era buena idea, sabía que no
sería parcial y solo lo empujaría a avanzar sin que él estuviera seguro de
querer hacerlo. Y no deseaba lastimar a Azul, si había algo que tenía claro
era que no deseaba lastimarla.
Al día siguiente, llegó al hogar. Eran cerca de las nueve, quiso ir antes,
pero le pareció que Felicita podría estar dormida aún, así que esperó una
hora más prudente. Al llegar, pasó por el salón, deseaba verla y sabía que
era su hora de clases.
Allí estaba, vestida con un mameluco de jean, una blusa rosa chicle al
cuerpo y el cabello sujetado en una coleta alta. Bailaba bachata con un
señor mayor, y no pudo evitar rememorar su cuerpo desnudo pegado al suyo
mientras le enseñaba a hacer el paso característico de aquel ritmo en medio
del campo.
Sonrió.
Ella dio una vuelta y sus miradas se cruzaron por un minuto.
Ella también sonrió.
Felipe caminó hasta la habitación de su yeya y luego de golpear, ingresó.
Tenía el disco escondido en una mochila y estaba vestido con un jean y una
camiseta de color blanca.
—¿Cómo estás? —saludó la mujer.
—Bien, vine temprano porque quería hablar un poco contigo.
—Qué casualidad, yo también —dijo Felicita—. ¿Quién comienza?
—¿Qué es? —preguntó él—. Empieza tú… —dijo con una sonrisa.
—Necesito que me contactes con un abogado de tu confianza, quiero
revisar algunos puntos del testamento —dijo con solemnidad.
—Está bien, le diré a un amigo que te llame —dijo él y le guiñó un ojo.
—Gracias, además, quiero pedirte un favor muy especial —dijo y Felipe
levantó las cejas con curiosidad—. Necesito que investigues en qué parte
quiere Azul abrir su escuela de danza, cómo se la imagina, lo más parecido
posible a sus sueños —añadió—, y luego voy a necesitar que busques el
local, lo compres y lo conviertas en el sueño de Azul.
—Yeya… —dijo él con sorpresa.
—Es lo menos que puedo hacer por ella, lleva años siendo mi familia —
añadió—. Apresúrate, quiero que esté todo listo lo antes posible y no le
digas absolutamente nada —zanjó.
Felipe sonrió.
—Cuenta conmigo —dijo al tiempo que asentía.
La sola imagen de Azul recibiendo esa sorpresa le iluminaba el rostro.
—Ahora, ¿qué querías decirme? Te noto muy sonriente esta mañana —
dijo Feli mirándolo con curiosidad.
—Yeya… Hay una chica y necesito tus consejos…
Felicita sonrió de oreja a oreja al oír aquello, si había algo que deseaba
era que Felipe volviera a enamorarse.
—¿Ah sí? ¿Mis consejos? No creo que te hagan falta, Felipe —dijo la
mujer con picardía.
—Sí, porque tú más que nadie sabes lo que he vivido y el temor que
tengo de volver a sufrir. Se lo conté, se lo dije todo, le abrí mi corazón y me
sorprendí al darme cuenta de que ya no dolía como pensaba.
—El tiempo cura las heridas, hijo, tarde o temprano el dolor también
pasa. Me alegra oír eso… ¿Cómo reaccionó?
—Me besó —dijo él y se mordió el labio nervioso—, no sé por qué lo
hizo, al inicio me asusté, no lo esperaba… pero me agradó tanto que seguí
el beso… y
Felicita comenzó a pensar que aquello le parecía muy sospechoso.
¿Sería acaso Azul de quién hablaba? Era demasiada casualidad que ambos
tuvieran una historia similar al mismo tiempo.
—¿Y?
—Bueno… no sé si deba decirte lo que pasó después —dijo él de
manera divertida—, pero ahora estoy en aprietos —añadió—. Porque no sé
qué es lo que tenemos, ni qué es lo que ella espera, o lo que yo quiero y
puedo dar… No sé dónde estamos parados.
—Oh… vaya…
Tras aquella afirmación a Felicita casi no le quedó dudas, pero
terminaría de confirmar sus sospechas cuando la chica viniera.
—¿Crees que me equivoqué? —preguntó él.
—¿Sientes que te equivocaste? —quiso saber ella.
—No… y eso es lo más extraño de todo… No he podido dejar de
pensarla y… no quiero que se aleje de mí…
—Pues díselo —dijo Felicita con una sonrisa—. Sé sincero y dile como
piensas, cuéntale tus miedos…
Felipe asintió y le regaló a Felicita una sonrisa que ella creyó que le
nacía del alma.
—Te ves más relajado y más parecido al chico que conocí alguna vez —
dijo ella con cariño—, creo que esta muchacha tiene magia…
—¿Quién tiene magia? —inquirió Azul tras la puerta.
Los dos se miraron y a la anciana no se le perdieron los gestos de los
muchachos. Él se levantó de golpe con una sonrisa sincera y ella se mordió
el labio y se tocó el cabello, nerviosa. Felicita sonrió, no podía creer lo que
sucedía allí, pero en ese momento nada podía hacerla sentir más contenta.
—¿Trajiste la sorpresa? —inquirió Azul a Felipe.
Él sacó un disco de su mochila y procedió a contarle a Felicita cómo lo
habían conseguido y lo que contenía.
La mujer, emocionada hasta las lágrimas, deseo oír la música. Azul la
había grabado en su teléfono para que pudiera escucharla, ya que allí no
tenían un tocadiscos antiguo y llevar el suyo iba a ser complicado.
Mientras la voz de Antonio cantaba la canción que años atrás había
escrito para Felicita, ellos no dejaban de mirarse, como si intentaran leer en
los ojos del otro lo que rondaba su mente y, sobre todo, su corazón.
Cuando la canción acabó, Azul se ofreció a pasarle la música a su
teléfono para que pudiera escucharla cuando lo deseara. Felicita asintió, se
veía visiblemente emocionada y no encontraba palabras para agradecer.
—Hoy iremos al lugar que nos ha dicho Pedro —dijo Felipe—, no
podemos asegurar nada, pero al menos en esa música sabes que él también
te amaba —añadió.
Felicita asintió y los llamó a ambos, los tomó a cada uno de una mano y
les regaló una sonrisa cargada de emoción.
—Gracias —sonrió—. Al menos ahora sé que fue real…
—Claro que fue real, yeya —dijo Felipe sorprendiendo a Azul—, desde
el momento en que tú lo sentiste es real —añadió.
—Vaya… —dijo Azul que ganó la atención de los dos—, pareces otra
persona —añadió.
Felipe sonrió.
—O quizás esta es la persona que siempre ha sido —replicó Felicita con
una sonrisa dulce.
Azul se encogió de hombros y no dijo nada más.
—Iré a casa, hoy no tengo clases más tarde así que me daré un baño y te
espero para que vayamos a buscar nuevas pistas —dijo a Felipe—, nos
vemos luego, Feli —añadió mirando a la anciana—, espero que escuches
esa música muchísimas veces.
—Lo haré —dijo la mujer.
Felipe esperó a que la muchacha se fuera y luego suspiró. Felicita quiso
decirle algo, pero prefirió callar. Ya encontraría el momento indicado,
mientras tanto, era mejor que ninguno de los dos se diera cuenta de que ella
sabía de quién se estaban enamorando.
16

Felipe se encontraba frente a la casa de Azul, las manos le sudaban y el


corazón le latía acelerado mientras se preguntaba si hablarían o no del tema.
Tocó el timbre y ella le abrió enseguida.
—¿Lista para la expedición de hoy? —inquirió.
—Lista —respondió ella.
Se subieron al vehículo y ella puso música de nuevo, ninguno de los dos
hablaba, no porque no quisieran sino porque no sabían qué decir o por
dónde empezar, y ambos se sentían muy nerviosos.
Azul se regañaba a sí misma por haberse puesto en esa situación y
Felipe se sentía culpable por no decirle nada y hacerla sentir mejor.
Por suerte, la distancia no era demasiado larga y pronto llegaron al
barrio donde se suponía había vivido algún tiempo el señor Antonio.
—Esta es la calle Oeste —dijo al fin Felipe—, se supone que por aquí
debe estar el condominio que ha dicho Pedro.
Bajó la velocidad y manejó despacio, y aunque las calles no se veían tan
modernas como en el barrio anterior, era obvio que muchas cosas habían
cambiado.
—¡Allá hay una tienda! —dijo Azul muy emocionada—. El cartel dice:
Desde 1960 —puede que allí alguien sepa algo.
Felipe asintió y detuvo el vehículo cerca del lugar. Se bajaron y se
acercaron a la tienda, donde una señora de mediana edad atendía el local.
—Buenas tardes —saludó Felipe—. Estamos buscando un condominio
que solía haber en esta calle, ¿Ya no está?
—No, señor, hace años que ya no está —respondió la señora—. Yo viví
allí de pequeña.
—¿Conoció por si acaso usted al señor Castillo? ¿Antonio Castillo? —
inquirió Azul.
—Sí, sí, lo conocí —dijo ella con una sonrisa—. Su hija, Marcela, era
mi amiga —exclamó.
Azul miró a Felipe con mucha emoción y luego volvió a hablar con la
mujer.
—¿Tendría usted idea de dónde está ella?
—¿Quién la busca? —quiso saber.
—Buscamos al señor Antonio en realidad, conocemos a una persona que
fue muy amiga de él en la juventud y que le gustaría volver a verlo —dijo
con sinceridad.
—Marcela es médica, estuvo muchos años en Francia, y no sé si regresó,
nunca la volví a ver —dijo la mujer con nostalgia—, pero don Antonio se
mudó al campo, a Colina, consiguió un trabajo en la granja de otro vecino
que se llamaba Oscar. No les será difícil hallar la granja porque es la más
grande e importante de la ciudad, aún los hijos de Oscar mantienen el
negocio —comentó—. Quizás ellos le digan donde está Antonio ahora, o si
tienen suerte todavía vive allá.
—¡Muchas gracias, señora! —dijo Azul con alegría
—Suerte… —respondió ella.
—Gracias —añadió Felipe antes de regresar al vehículo.
Un par de cuadras después, Azul miró a Felipe con entusiasmo.
—Estamos cerca, sé que lo hallaremos —añadió—. ¿Vamos a ir a
Colina? Es lejos…
—Unas ocho horas de aquí en vehículo… —dijo él—. Deberíamos
quedarnos un par de días porque…
—Porque no quieres manejar de noche —interrumpió ella.
—Bueno, eso y que no nos daría el tiempo —añadió él con una sonrisa.
Felipe no dijo nada, pero manejó hasta el puerto y allí detuvo el
vehículo.
—¿Qué hacemos aquí?
—Tenía ganas de dar un paseo por el puerto, ¿quieres?
—Bien… —respondió ella y bajaron.
—Me encargaré de ver algún alojamiento, ¿vamos el fin de semana?
—Sí, entre semana no puedo abandonar las clases —añadió.
—Lo supuse… ¿Cómo te imaginas la academia de tus sueños? —
preguntó entonces Felipe para cumplir con su propia misión.
—Oh… Bueno, me gustaría que estuviese en el centro, así no me
quedaría tan lejos y sería accesible para los alumnos. Veo un salón grande,
con espejos y barras… no lo sé, pintada con colores divertidos, o quizá
grafitis —añadió—, gente bailando…
—Estoy seguro de que un día lo lograrás —dijo él con cariño.
Azul se encogió de hombros.
—¿Y tú? ¿Cuál es tu sueño? —quiso saber.
—No sé, tiene más que ver con mi vida personal que con mi vida
laboral. ¿Ser feliz cuenta?
Azul sonrió.
—Claro que sí… pero sí sabes que eso depende de ti, ¿no? De que dejes
de mirar atrás…
—¿Qué veré si miro adelante? —quiso saber él.
—No lo sé, lo que tú quieras ver…
—¿Estás tú? —preguntó.
Azul se detuvo y se sentó en una de las sillas que daban al mar.
—Escucha, Felipe, siempre me he caracterizado por ser directa y
honesta y esta no será la excepción. No estoy dispuesta a ser el premio
consuelo de nadie, no otra vez… no estoy disponible si la otra persona no
está disponible para mí y no estoy segura de que tú lo estés. No puedo
explicar lo que vivimos, te puedo asegurar que nunca me pasó y que estoy
confundida, pero no puedo prometerte solucionar tus problemas con mi
amor porque no funciona así, eres tú quien debes solucionar tus problemas
y luego estarás listo para recibir y dar amor…
—Me encanta escucharte hablar, me encanta tu sinceridad, la forma en
que encaras el mundo… Tampoco sé explicar lo que vivimos, pero no
quiero que sientas que no eres importante o que te veo como una chica de
una sola noche porque no es así. No sé qué tengo para darte, porque no
sabía que tenía algo para dar hasta que me besaste. ¿Tiene eso sentido? —
inquirió y ella asintió—. Cuando me abrí a ti y te conté mi historia, que no
había compartido por años con nadie, me di cuenta de que ya no siento ese
dolor, que ya no me molesta como antes. Quizá en mi cerrazón no me
permití darme cuenta de eso por miedo a soltar… ¿Se puede tener miedo a
soltar algo que ya no se tiene?
—Claro, porque lo que temes es soltar lo que eras cuando tenías eso que
ya no tienes… En realidad, muchas veces no extrañamos a la persona que
se fue, sino a quien éramos nosotros cuando estábamos con esa persona.
Pero al soltar eso, puedes liberarte y ser tú mismo, ser el mismo sumado
con alguien nuevo, una mejor versión —dijo ella con una sonrisa.
—Eso… eso es lo que siento, que dejé que ese dolor se enquistara en mí
por demasiado tiempo y me cegara… Pero ya no quiero que sea así…
—Y eso está genial —dijo ella—, pero yo no puedo ser un experimento
para ti. Sé que crees que soy libre y espontánea, que nada me pone mal y
soy muy positiva, pero no siempre es así… soy un ser humano, uno
demasiado emotivo. Amo y me entrego entera, por eso me duele mucho
más recoger las sobras cuando mi amor no es valorado… Aún estoy en ese
proceso, no puedo exponerme a más sufrimiento…
—¿Entonces? ¿Estás arrepentida de lo que sucedió? —quiso saber él.
—No… y sí… Quizá no era el momento… pero lo disfruté y no puedo
arrepentirme de algo que me gustó de tal manera —dijo con las mejillas
sonrojadas—. ¿Tú? ¿Te arrepientes?
—No… y en honor a tu sinceridad, me encantaría poder ser la persona
que buscas, pero aún no sé quien soy. Solo no quiero que te sientas usada…
me gustas, me agrada estar contigo y por primera vez en mucho tiempo hay
una esperanza, como tú misma me dijiste, hay una opción, un nuevo
camino… Pero no quiero arrastrarte a un error…
—¿Qué hacemos entonces? ¿Dónde estamos?
—¿Dónde quieres?
—Sigamos siendo amigos… dejemos que las cosas sigan su curso… lo
que tiene que suceder, sucederá…
—Bien… —sonrió él y pasó el brazo por la espalda de la muchacha.
Azul recostó su cabeza sobre el hombro de él y absorbió su aroma.
—Me gustas mucho —se animó a decir—, y ni siquiera eres mi tipo.
—¿Ah, no? ¿Y cuál es tu tipo?
—Uno más casual, más informal —respondió ella con diversión.
—Tampoco eres mi tipo y también me gustas…
—¿Cuál es tu tipo?
—Una menos colorida y extravagante —dijo él y la besó con ternura en
la frente, Azul cerró los ojos.
—Eres aburrido —musitó.
—Sabes que no es cierto —bromeó él.
—Prométeme que siempre serás sincero conmigo… sea bueno o sea
malo lo que me tengas que decir… —pidió.
—Lo prometo… ¿Nos diremos todo?
—Todo, todo…
—Empiezo yo… —dijo él y levantó el mentón de la chica para que lo
mire—. Hace mucho que no me siento tan vivo… gracias por eso…
Ella sonrió…
—A pesar de tanta incertidumbre, me siento a gusto en tus brazos —dijo
ella en un susurro—, es como si allí estuviera segura, como si contigo
pudiera ser yo…
17

El hospedaje que Felipe había reservado en Colina era una hermosa posada
rural, tenía incluso una pequeña granja donde los mismos huéspedes podían
participar en las actividades diarias.
—¡Yo quiero ordeñar una vaca! —dijo Azul con entusiasmo cuando el
conserje les comentó de las actividades.
—Puede anotarse aquí para hacerlo mañana a primera hora —dijo él y le
pasó un papel.
Azul puso allí su nombre y el de Felipe, sin preguntarle, y luego les
dieron las llaves de las habitaciones. Estaban una al lado de la otra y, en ese
momento, no había muchos huéspedes porque no era temporada de
vacaciones.
—Deja tus cosas y salimos enseguida, ¿sí? —dijo Felipe al abrir la
puerta de su cuarto—. Cuánto antes comencemos, mejor.
Azul asintió y media hora después iban camino a la granja de don Oscar,
que como la mujer les había dicho, todo el mundo conocía.
Al llegar allí se enteraron de que la granja era manejada por Bruno, el
hijo del dueño, pero el señor Oscar todavía andaba por allí, así que cuando
le contaron a Bruno el motivo de su visita, él les dijo donde podían
encontrar a su padre.
Don Oscar estaba en la caballeriza, su pasión eran los caballos e iba a
revisarlos y a conversar con ellos cada mañana. Allí lo encontraron,
recostado en una reposera mientras observaba a los caballos alrededor.
—¿Hola? ¿Es usted el señor Oscar? —preguntó Azul.
El hombre asintió y les preguntó quiénes eran. Felipe le contó la historia
de siempre y el hombre escuchó con atención.
—Antonio vivió aquí por muchos años, vino cuando su hija se fue a
estudiar al extranjero, trabajaba conmigo aquí, le gustaban mucho los
caballos y solíamos cabalgar por el campo por horas. Era un gran amigo —
comentó—, luego comenzó a enfermar… achaques de la edad… —añadió
—. Hace un tiempo, Marcela vino por él y se lo llevó a la capital para que
lo vieran algunos médicos. Lo único que sé es que la muchacha iba a
llevarlo al Hospital Central, porque allí tenía conocidos. La verdad es que
no volví a hablar con él y ella tampoco se puso en contacto.
—Comprendo… —dijo Azul con desilusión, de nuevo la historia se les
escapaba de las manos—. Le agradecemos mucho por este dato.
—No, no es nada, espero que lo encuentren pronto… y si lo hacen,
díganle que por aquí lo recordamos con cariño.
—Lo haremos —dijo Felipe.
Cuando acabaron de conversar, don Oscar ordenó a sus peones que les
dieran algunos obsequios, así que salieron de allí con leche y queso fresco.
—Al final esto fue rápido —dijo Azul.
—Te noto desilusionada —susurró Felipe y la miró con ternura.
—Es que siempre estamos por llegar a algo y luego no llegamos a
nada…
—¿No eras la positiva de la pareja? —inquirió y Azul lo observó, le
gustaba como sonaba la palabra pareja en sus labios, pero sabía que solo se
refería a la dupla de investigación.
—A veces es difícil…
—Estamos cada vez más cerca, Azul. Iremos al Hospital Central y
pediremos que nos digan qué médico les atendió, a lo mejor conseguimos el
número de Marcela…
—¿Crees que esté vivo? —inquirió ella.
Felipe detuvo el carro a un costado de la avenida y se volteó a mirarla.
—No lo sé, pero eso espero… Una persona muy especial me enseño
sobre la esperanza, me dijo que era la seguridad de que siempre habría un
camino. Desde que esta mujer me dijo eso, he cambiado mi forma de ver
algunas cosas y, debo admitirlo, me agrada ver el mundo desde este sitio,
así que… tengamos esperanza…
—¿Así que es una mujer quien te dijo eso? ¿Una muy especial? —
inquirió la muchacha con una sonrisa divertida.
—Una extravagante que me gusta mucho —admitió él.
Azul sonrió y Felipe volvió a la carretera. Escuchaban músicas e iban
sumidos en sus pensamientos cuando de pronto, Azul le pidió que se
detuviera. Felipe asustado lo hizo, y ella bajó solo para pararse delante de
un campo de girasoles.
—He notado que te agradan —dijo él al bajar y verla allí.
—Sí, son hermosas —admitió—, y siempre miran al sol… Siempre
siguen a la luz…
—Es cierto… son flores inteligentes —bromeó él.
—¿Me tomas unas fotos? —pidió la muchacha que comenzó a posar de
maneras divertidas mientras Felipe le sacaba fotos con su cámara.
Entonces, sin que él se lo esperara, ella se sacó la blusa y el sostén y
corrió a colocarse tras dos flores enormes, quedando estas sobre sus pechos.
Felipe la observaba con sorpresa, las cejas levantadas y la boca abierta.
—¡Toma la foto! —gritó ella y el volvió en sí.
Sacó unas cuantas mientras ella cambiaba las expresiones de su rostro.
—¿Estás loca? —inquirió él.
—¿Por? Siempre quise tomarme una así —afirmó.
—¿No tienes ningún pudor? Podría verte alguien —dijo él.
—¿Qué van a ver? Todas las mujeres del mundo tienen un par de senos,
¿no? ¿Qué hay de raro en eso? Y tú ya los viste, besaste, mordiste, y
tocaste, así que tampoco me preocupa —dijo y salió de atrás de las flores.
—Estás loca —murmuró de nuevo él sin dejar de mirarla.
—No, a ti te falta estar un poco más loco —dijo ella mientras volvía a
vestirse.
Se subieron al auto y Felipe aún no encontraba palabras, sin embargo, no
podía evitar sentirse vivo a su lado.
—Eres hermosa, ¿ya te lo he dicho? —inquirió.
—Una vez… —dijo ella sin dejar de mirar la ventanilla.
—Por dentro y por fuera —añadió él.
—¿Qué quieres hacer ahora? —preguntó ella e ignoró a Felipe sin dejar
de notar lo anonadado que estaba.
—No lo sé, al final tendremos mucho tiempo —dijo él—. ¿Alguna idea?
—¿Vamos a la piscina de la posada? —preguntó ella—. Se ve bonita y
hace calor.
—Bien, me parece bien…
—¿Sí tienes un bañador o usas trajes de bucear? —inquirió la muchacha
con una risa divertida.
—¡No te burles! —exclamó él.
Azul sonrió, le agradaba su compañía, conversar, estar en silencio o
hacer cualquier actividad a su lado.
Cuando llegaron a la posada, ambos fueron a cambiarse y minutos
después se encontraron en la piscina. Estuvieron allí por horas, y entre
nadar, tomar sol y jugar guerras de agua, se les hizo de tarde.
—No comimos nada y me muero de hambre —se quejó ella.
—Vamos al restaurante, te invitaré algo.
—Tú has gastado demasiado ya, invitaré yo —añadió ella con certeza.
Él no discutió porque sabía que ella encontraría una manera para darle
vueltas al asunto, así que prefirió aceptar y disfrutar de un hermoso y
mágico momento.
Luego decidieron caminar un poco y conocer las instalaciones, visitaron
algunos animales de corral a los que Azul saludó con entusiasmo y
deferencia.
—Buenas tardes, señor Gallo. ¿Cómo está usted doña Pata? El día está
muy hermoso hoy, ¿no le parece?
Felipe reía como un niño ante las ocurrencias de su amiga y no se
reconoció a sí mismo cuando comenzó a hablar con el señor cerdo y la
señora oveja.
Un rato después, ambos se dejaron caer bajo la sombra de un árbol cuyo
tallo enorme hablaba de sus muchos años custodiando el lugar.
—Cuéntame más de ti… —pidió él.
—¿Qué quieres saber? —preguntó ella.
—Todo…
—Bueno, como ya te dije, mi padre es pescador y mi madre era maestra,
falleció cuando yo tenía cuatro años así que me crio él. Es probable que sea
su culpa mi locura —añadió—, es el mejor padre que una niña pudo haber
tenido. Hizo que mi vida fuera un juego, me contaba historias y hacía que
nuestras rutinas se convirtieran en aventuras fantásticas, lograba convertir
todo en algo bueno y memorable…
—Ahora sé por quién has salido —dijo él.
—Un día deberías conocerlo… —añadió ella.
—Me encantaría…
—Mi infancia fue mágica y mi adolescencia también. Hablábamos de
todo en nuestras largas horas de pesca…
—¿Te gusta pescar?
—Sí, pero devuelvo a los peces al agua luego de agradecerles por venir a
saludarme —comentó.
—Gracias, señor pez —dijo Felipe remedándola y Azul sonrió—.
Háblame de los hombres que amaste…
—Hmmm, el primero fue Pablo… No sé si considerarlo hombre porque
solo teníamos catorce años —dijo con una sonrisa tierna—, en todo caso era
un hombre en formación. Era mi compañero de escuela. Fue un hermoso
primer amor, fuimos lento, apenas nos tomábamos de la mano y tardamos
mucho en animarnos a dar el primer beso…
—Eras bastante más tímida en ese entonces, por lo que veo…
—Exacto, era muy diferente… Duró como mucho seis meses… y
terminó porque a ambos se nos pasó a ilusión.
—¿Solo así?
—Sí, decidimos que funcionábamos mejor como amigos…
—¿Y luego?
—A los dieciocho conocí a Gonzalo y con él el amor me pegó fuerte.
Fue mi primer amor maduro, digamos, fue mi primera vez también.
Estuvimos juntos casi cuatro años, hasta me había pedido matrimonio…
—¿Qué pasó?
—No lo sé bien. Lo nuestro comenzó como algo muy bello, idílico,
perfecto, pero supongo que en algún punto nos perdimos. De pronto un día
me miré al espejo y no me reconocí, no era yo, era alguien en quien me
había convertido para no perderlo. Él no era mala persona, pero era muy
egoísta, su mundo giraba en torno a él y yo debía adecuarme, si en algún
punto no estaba de acuerdo con algo, se lo planteaba, pero al final me sentía
culpable por no apoyarlo y terminaba cediendo de nuevo…
—Oh… eso suele pasar bastante…
—Así es… De hecho, lo comentaba con mis amigas de aquel entonces y
todas lo veían como algo natural, porque no era violento ni era una persona
que me presionaba de ninguna manera, era una especie de sutil chantaje
emocional en el que yo siempre caía, porque pensaba que ceder era parte
del amor…
—De alguna manera lo es, pero debe ser de ambas partes y uno no debe
dejar de ser quien es en realidad para agradar al otro.
—Cierto —dijo Azul con una sonrisa—. Yo lo sabía, en serio, porque mi
padre me había hecho prometerle que yo nunca dejaría que nadie me
cambiara, pero no me daba cuenta, estaba como ciega…
—Comprendo…
—Nada le gustaba, sutilmente me hacía saber que mi ropa era ridícula o
que era muy ruidosa, que hablaba muy fuerte o cosas así… y yo, sin darme
cuenta fui cambiando todo eso.
—¿Y qué pasó? —quiso saber él.
—Me pidió que dejara de bailar… según él mis bailes eran provocativos
—rio—. Y en aquel entonces tenía algo de razón —admitió—, ya que tenía
un grupo de danza y bailábamos animando discotecas y fiestas… En ese
momento me pareció que pedirme eso era demasiado, ahora incluso lo
puedo comprender —rio.
—Bueno… pero él debió apoyarte si era lo que te gustaba hacer —dijo
él.
—Eso lo dices porque solo me ves bailar con septuagenarios —añadió
con diversión—. El caso es que una mañana, papá y yo fuimos a pescar, y
yo recordé una de esas charlas que tuvimos cuando tenía catorce en el que
él me contó una leyenda sobre el amor cuyo mensaje central era que para
amar de verdad había que aceptar al otro tal y cual era, no intentar
cambiarlo.
Azul le relató entonces a Felipe la leyenda de los jóvenes que fueron en
busca del águila y el halcón y él la escuchó con atención.
—Bonito mensaje —dijo él.
—Sí… y me di cuenta de que yo hacía todo lo contrario.
—Aparentemente sí…
—Faltaba ocho meses para la boda y decidí que debíamos terminar. Él
se enfadó muchísimo y no lo comprendió, yo le dije algo así como que, si
estábamos desinados a ser, nos encontraríamos en el camino más adelante…
Y nunca más lo vi, supe por amigos en común que se fue a estudiar
afuera…
—Oh…
—Supongo que no me lo perdonó… Pero luego de esa relación es que
aprendí muchísimas cosas. Me reencontré conmigo misma y decidí quién
era la persona que quería ser, aprendí a amarme más y a valorarme. Puse
algunas reglas a mi vida, como por ejemplo, ser siempre sincera y directa,
nunca ser alguien que no soy, la persona que me ame se enamorará de mí
por eso mismo…
—Muy bien… muy maduro —dijo él.
—Sí, pero no fue fácil, nada fácil. Yo amaba a Gonzalo y eso no había
cambiado, a veces me sentía culpable por aquella decisión y pensaba en
buscarlo. Ya sabes, en uno de mis arranques impulsivos quise usar eso de
que si amas a alguien déjalo libre y que si es tuyo regresará y si no nunca lo
fue, pero me arrepentí… Gonzalo se fue y no regresó y yo lo seguía amando
y me dolía más darme cuenta de que si el estúpido refrán era cierto, él
nunca había sido mío. Más tarde comprendí que nadie es de nadie en
realidad y que esas son cosas de las novelas cursis que tanto me gustan…
Ser de alguien es justo lo contrario a permitir que el amor te haga libre,
¿no?
—Exacto… tiene sentido —dijo él con una sonrisa dulce, le encantaba
escucharla hablar.
—Entonces decidí que lo seguiría amando y le estaría agradecida
porque, en cierta forma, soy lo que soy gracias a él. Creo que todas las
personas que pasan por nuestras vidas nos dejan aprendizajes… son
nuestros maestros… Quizá si yo no hubiese equivocado tanto con él la
forma de amar, hoy no sería quién soy…
—¿Aún lo amas? —inquirió él.
—No, no es que lo ame de la manera en que Felicita ama a Antonio,
solo le tengo un enorme cariño… Me gustaría volver a verlo y decirle que
me perdone, dentro de todo los dos éramos jóvenes, no sabíamos mucho y
sé que le rompí el corazón. No me gusta saber que le rompí el corazón a
alguien…
—Pero él era una persona posesiva, por lo que entiendo…
—Sí, pero todos somos algo egoístas, Felipe, y todos somos posesivos
cuando comenzamos en el arte del amor, luego vamos aprendiendo por el
camino… A veces creo que, si él y yo nos hubiésemos encontrado más
tarde, habríamos tenido una historia distinta… éramos muy compatibles, en
serio… solo muy inexpertos…
—Comprendo…
—Y mucho después conocí a Alexis, hace solo un año atrás… lo que me
gustó de él era que nos parecíamos mucho, hacíamos locuras juntos, éramos
divertidos y yo creí que al fin había encontrado a mi otra mitad, alguien
parecido a mí… Hasta que bueno, ya sabes, me enteré de que era casado y
todo ese rollo y lo dejé. Otra de mis reglas es jamás meterme con alguien
que no está disponible… —dijo viéndolo de una manera especial—, ya sea
porque está casado o porque emocionalmente no está listo para una relación
—añadió para que él comprendiera que eso lo incluía.
—Interesante…
—Con Alexis aprendí que ser parecidos no es garantía de nada, no se
trata de encontrar a alguien que sea igual que tú, se trata de
complementarse… como dos piezas de un rompecabezas…
—¿Siempre aprendes algo de todos los que pasan por tu vida?
—¿Si no qué sentido tendría la vida? —inquirió ella—. Estamos en una
escuela, Felipe, y yo quiero ser buena alumna… la mejor —añadió.
—¿De mí? ¿Qué has aprendido?
Azul lo miró de forma intensa.
—Todavía no puedo responder esa pregunta, aún estoy en proceso de
aprendizaje —añadió.
Él sonrió.
La tarde caía sobre ellos y ella recostó su cabeza en el regazo del
muchacho.
—Ahora, cuéntame tú…
18

Felipe acarició sus cabellos con ternura y enrolló su dedo en uno de sus
rizos. La observó mirarlo con atención y deseó poder tener acceso a sus
labios para repetir esos besos con los que soñaba cada noche.
—Inés y yo nos criamos con mis abuelos, mis padres trabajaban fuera y
nos dejaron aquí. Tuvimos una infancia tranquila, siempre nos teníamos el
uno al otro y nada era aburrido —comentó—. Mis abuelos fueron nuestras
figuras de autoridad y eran cariñosos con nosotros, los amábamos…
Murieron hace como cuatro años… bueno, mi abuela, porque él murió un
par de años antes…
—¿Tus padres?
—Ellos viven en Francia, nunca se involucraron mucho, pero aparecen
de vez en cuando…
—Oh…
—Yo era un chico dulce, demasiado sensible para ser un niño en una
época donde los chicos eran rudos y las chicas eran las emotivas. Pero mis
figuras femeninas eran mi abuela y mi hermana y yo era cariñoso con ellas,
así era mi abuelo —añadió—. Mi primer amor fue Lucía, teníamos trece
años y fue como tú lo cuentas, algo idílico y romántico que terminó cuando
ella tuvo que mudarse de pueblo.
—Qué tierno…
—Luego conocí a Mónica y nos enamoramos desde el inicio. El famoso
amor a primera vista del que habla Felicita —dijo y puso los ojos en blanco.
—¡Ahh! ¡Por eso no crees en el amor a primera vista! —dijo Azul
señalándolo con el dedo índice, él sonrió.
—Sí… supongo. Sus padres no la dejaban salir, la tenían muy
controlada, teníamos diecisiete… yo hice de todo para que confiaran en mí
y me permitieran ser su novio. Al fin lo logré y comenzamos a salir. Yo era
el novio perfecto y sus padres me adoraban, todo marchaba bien y casi
cuatro años después decidimos casarnos. Aunque las cosas comenzaron
bien, luego comenzamos con la crisis y el resto ya lo sabes…
—Sí…
—Ahora que te he escuchado, pienso que quizás ella también se
descubrió a sí misma en nuestro matrimonio. Era una chica que seguía las
reglas de sus padres sin objetarlas… probablemente un día se dio cuenta de
que no era eso. Me dijo que quería ser libre y que con Piero podía ser ella
misma… Nunca lo comprendí del todo, más bien pensaba ¿por qué
conmigo no? Jamás la hubiese juzgado por nada, no soy esa clase de
hombre…
—Quizá porque con él se descubrió a sí misma, descubrió su libertad y
su capacidad de elegir quien ser… Si se crio en una familia tan cuadrada
nunca tuvo esa opción y la burbuja le explotó en medio de su matrimonio,
justo cuando las cosas no estaban bien entre ustedes…
—Sí… puede ser…
—No la justifico, solo creo que estaba perdida y en ese momento el tal
Piero era un escape para ella…
—Ojalá se haya encontrado y sea feliz —dijo él y miró al horizonte.
—¿Aún la amas? —quiso saber Azul.
—No, creía que sí y que eso era lo que me dolía, pero descubrí que lo
que no superaba no era eso, sino mis sueños rotos… Es horrible enfrentarse
a los sueños rotos, Azul. A estas alturas yo me veía con un par de niños,
disfrutando de una vida estable, enamorado, feliz… Ya te dije, pese a que
creas que soy un aburrido, insensible en traje y corbata, no siempre fui
así…
—Lo sé… claro que lo sé —dijo ella tomándolo de la mano.
—Me dolió todo y todo junto, el desamor, el hijo al que yo ya amaba y
que me arrebataron… Te digo, era capaz de perdonar todo con tal de que no
se llevara mis sueños. La vi irse con él y construir la familia que pensé que
me pertenecía y me sentí vacío, sin nada… humillado… fracasado…
—Lo comprendo… de verdad que sí —dijo ella mientras dibujaba con
su dedo figuras sobre el dorso de la mano de él.
—Me convencí a mí mismo de que debía ser otra persona, de que ya no
debía querer aquellas cosas y me cerré al mundo, me protegí en mí mismo
de una manera tal, que lo único que hice fue guardar en mi interior mi dolor
y girar alrededor de él para que nadie se lo llevara, porque eso era lo único
que me quedaba…
—Wow…
—El trabajo me ayudó, pero mi cuerpo cansado por el estrés laboral y
emocional no resistió. Regresé también como una prueba para mí mismo,
quería saber qué tan mal estaba y cómo reaccionaba al choque con el
pasado y los recuerdos.
—¿Y?
—Desde el inicio nada fue como creí, tengo algunos recuerdos, pero los
miro desde lejos, ya no duelen… estoy feliz porque tengo a Inés cerca y
puedo ver crecer a mis sobrinos, puedo ser con ellos el padre que quise ser
alguna vez, aunque claro, ellos tienen el suyo…
—Un día tendrás tus propios hijos, Felipe, eres joven…
—Sí, pero no quería pensar en eso, no quería ilusionarme, porque
cuando pensaba en todo lo que deseaba, también pensaba en todo lo que
perdí… eran como las dos caras de la misma moneda, y al recordar, me
sentía demasiado lejos de todo aquello. Comenzar de nuevo, enamorarse,
sufrir, tener miedo a salir lastimado o a lastimar… confiar de nuevo en
alguien… ¿y si no resulta? ¿Cuántas veces se puede volver a empezar? —
inquirió.
Azul no respondió, esperó paciente a que él continuara.
—Felicita me hizo ver las cosas de otra manera. Ella, a su edad, aún
tiene esperanzas de encontrar a ese amor que un día fue… Al principio
pensé que era una tontería, pero entonces tú te emocionaste tanto con la
historia, con la investigación… y pensé que quizá soy yo el que está
equivocado… quizá sí vale la pena mantener las esperanzas…
—Oh… es muy hermoso lo que dices, Felipe…
—Mónica es mi pasado y lo acepto como tal, es algo que no puedo
cambiar. Me gusta cómo aprendes de tus historias porque me pongo a
pensar en las mías y en lo que puedo aprender… Pienso que ella es como
Gonzalo para ti, de alguna manera la quiero… por eso me siento peor,
porque debería odiarla… es mala persona, mira cómo ha abandonado a su
abuela solo porque ella y su madre no la acompañaron en su decisión.
—No me gusta juzgar a las personas, yo nunca haría lo que ella hace ni
me perdería de una relación con mi abuela, más si es una persona tan
especial como Felicita, pero supongo que tiene sus motivos. Quizás el amor
de sus padres la agobió tanto que necesitó apartarse del todo para poder ser
feliz, es algo muy duro, pero sucede muchas veces… Felicita no lo hizo y
sacrificó su felicidad… ¿Qué es entonces lo que está bien? —Dijo Azul y
dejó la pregunta al aire.
—Es cierto…
—¿Sabes? Otra cosa que aprendí es que a veces estamos en la vida de
los demás para que se den cuenta de algo, en el proceso, salimos lastimados
o lastimamos, todo depende de la perspectiva. Es como en las historias,
siempre hay un villano y un héroe, y en la vida, a veces somos los villanos
de las historias de los demás incluso sin quererlo…
—Yo la amé con locura… —susurró él.
—Lo sé, y es una pena que hayas tenido que estar allí en su proceso de
crecimiento y hayas salido lastimado…
—Supongo que es hora de mirar al frente —dijo él.
—Me encanta como suena eso…
—Tú me enseñaste que vale la pena… Soy más feliz desde que me
permito ser más libre, desde que me permito soñar con que hay un mañana
que todavía no conozco…
—Un mañana que tú puedes construir como desees —añadió Azul.
—¿Te asustaría si te digo que quisiera que estés en ese mañana? —
preguntó mirándola a los ojos.
—No, no me asusta… No puedo hablar de amor a primera vista contigo
porque cuando te vi solo pensé que eras un caradura que venía por la
herencia —dijo y él sonrió—, pero puedo confesarte que a medida que te
voy conociendo, me gusta más lo que veo —admitió—. También me
gustaría estar en ese mañana, pero…
—Tienes miedo… —dijo él como si pudiese leerla y ella frunció el
ceño.
—Miedo… es una palabra que casi nunca me acompaña, pero ahora que
lo dices, puede que sí.
Él acarició su frente y jugueteó con sus cabellos.
—Tienes miedo de enamorarte de mí y que yo siga estancado en mi
pasado, que te compare con ella o con la historia que tuvimos, que busque
contigo lo que no tuve con ella. Tienes miedo a que no sepa darte lo que te
mereces… Pero también tienes miedo de ti, temes que, tras enamorarte,
vuelvas a ser lo que un día fuiste con Gonzalo, una persona que se convierte
en la sombra de lo que un día fue…
—Wow… No me lo había planteado así, pero tiene mucho sentido —
dijo ella pensativa.
—A mí me gustas por lo que eres, con tus colores estridentes, tu cabello
desordenado, tus girasoles, tus desnudos en medio del campo. Me gusta tu
romanticismo idílico y optimista y tu forma de ver el mundo. Jamás te
cortaría esas alas brillantes que tienes, si un día llegara hacerlo, preferiría
alejarme antes que cambiar tu esencia… Eres magia, Azul…
La muchacha lo miró confundida y extasiada, no esperaba aquella
sinceridad. Además, le encantaba las palabras que había utilizado, la
metáfora de no cortarle las alas, la misma que su padre había usado tantos
años atrás. Rio con emoción.
Felipe observó todas las emociones que atravesaron su rostro y acarició
con suavidad sus mejillas y sus labios.
—¿Tú no tienes miedo? —inquirió ella.
—Sí… tengo miedo a volver a enamorarme porque cuando lo hago no
soy la persona que tú viste en un principio… Temo volver a sufrir, solo tuve
un acercamiento a lo que sería estar contigo, pero eso bastó para que mi
mundo entero diera vueltas… Me pusiste a bailar, pusiste a bailar mi mundo
—dijo él con una sonrisa—. Y no estoy seguro de qué tan dolorosa podría
ser esta caída… eso me aterra…
Ella sonrió.
—No quiero lastimarte, Felipe —dijo con sinceridad—. Por nada en el
mundo me gustaría que sufrieras de nuevo…
—Lo sé, y yo no quiero lastimarte a ti, Azul… Eres demasiado valiosa
como para que alguien lo haga… Sé que no eres todo lo fuerte que te
muestras y que a veces la esperanza también se te agota… sé porque eres
humana y, justamente eso, lo tan libremente humana que eres, es lo que más
me atrae de ti. Y no quisiera ser yo quien te saque los colores ni el brillo
que tienes, en todo caso, si algo quisiera es ser quien te ayudara a brillar
más…
—Deja de hablar que me enamoras… —dijo ella sonrojada—. ¿No se
suponía que no creías en el amor ni en el romance?
Felipe sonrió.
—Enamórate entonces… porque yo no puedo evitarlo —susurró.
—¿Y si nos caemos? —preguntó ella.
—¿Y si volamos? —respondió él.
Azul sonrió, aquello de nuevo le recordaba a la leyenda de su padre y le
calentaba el corazón de una manera especial.
—Una parte de mí me grita que te bese, la otra me recuerda que debo ser
cautelosa y no impulsiva —dijo ella con sinceridad.
—Hagámosle caso a la segunda, yo también muero por besarte, pero no
lo haré hasta que tú estés segura de que yo estoy disponible para ti…
Azul sonrió y cerró los ojos. Él le acarició el cabello con dulzura
mientras ella hacía una oración en silencio en la que agradecía por aquel
momento tan mágico y por aquella persona tan especial que había llegado a
su vida.
19

Felipe estaba en su cama, era cerca de la media noche y aún sentía en su


piel el aroma de Azul. Luego de un buen rato en silencio, decidieron volver,
darse un baño y descansar. Sabía que ella estaba a unos pasos, pero la
extrañaba ya, y no quería demostrar más de lo que ya había demostrado,
temía que su intensidad asustara a la chica, pero los sentimientos
comenzaban a tragarlo.
Para su sorpresa, ella golpeó en su puerta y preguntó si estaba despierto.
—Sí, pasa —dijo él y se levantó para cerrar la bata que se había puesto
después de bañarse.
—Hola… —saludó ella con timidez—. Vaya… —dijo al verlo.
—Hola —respondió él.
Ella estaba vestida con un short y una blusita rosada con dibujos de
conejitos.
—Venía a proponerte algo —dijo con una sonrisa dulce.
—Soy todo oídos —respondió él.
—¿Quieres bailar? —inquirió ella y él frunció el ceño confundido—.
Cuando me siento bien me gusta bailar, cuando estoy triste me gusta bailar,
cuando estoy confundida me gusta bailar, siempre bailo… y esta noche
quisiera bailar contigo…
—Bueno… ya sabes que no soy bueno en eso, pero si no importa que te
pise el pie…
Ella sonrió, sacó el celular y puso su estrafalaria lista de músicas en la
cual comenzó a sonar una salsa.
Azul se acercó a él y le indicó como tomarla, luego le marcó un paso y
después se relajó en sus brazos.
—En realidad no me interesa que lo hagas bien, solo me gusta estar
aquí, contigo y sentir la música…
—A mí también, pero es difícil hacerlo con una experta… me da
vergüenza hacerlo mal —admitió él.
—No seas tonto… solo siente la música y déjate llevar…
Siguieron así por un buen rato, de música en música, de bachata a
cumbia, de salsa a merengue, de rock a música electrónica, hasta que de
pronto la voz de Elvis comenzó a cantar Love me tender.
—Abrázame… hagamos este baile en honor a Felicita y Antonio —dijo
ella y Felipe asintió.
Abrazó a la muchacha y la pegó a su cuerpo y ambos se movieron con
suavidad al sonido de aquella romántica balada. La música los envolvió a
tal punto que el mundo dejó de existir por un instante.
Azul se imaginaba a una joven Felicita, enamorada y abrazada a un
guapo Antonio que le cantaba al oído esas hermosas palabras. Fue en ese
momento en el que Felipe comenzó a tararear la melodía tan cerca de su
oído que ella comenzó a confundir sus pensamientos con la realidad.
La melodía acabó, pero ellos siguieron allí, abrazados, sumergidos en un
instante efímero y a la vez eterno, envueltos en una magia que casi los hacía
levitar.
—Duerme conmigo esta noche —pidió él.
—Felipe… es difícil ya estar aquí sin besarte…
—No, me refiero a dormir… dormir de verdad —dijo él—. Siempre
pensé que no hay nada más íntimo que dormir con alguien…
Azul lo miró y sonrió.
—Ponte ropa interior bajo esa bata —pidió y él asintió.
Sacó un bóxer de su mochila y se volteó para colocárselo mientras ella
se metía en la cama y se cubría con las mantas. Él se acostó a su lado y ella
de inmediato colocó su cabeza en su pecho.
—Se siente tan perfecto estar aquí —susurró.
—Duerme… pidió él… todo estará bien —prometió.
Azul sonrió tras aquella promesa que guardaba relación con la charla
que habían tenido en el campo y que ella sabía muy bien que significaba
mucho. Se sentía a gusto, segura, completa…
20

Felicita los escuchaba contarle sus anécdotas del viaje, primero le contaron
de su encuentro con Oscar y luego de las actividades que hicieron juntos.
Obviaron las largas charlas y confesiones sentimentales y se enfocaron en la
piscina, el paseo por la granja y el momento en que ambos ordeñaron una
vaca.
—Fue genial, Feli, un día deberías venir con nosotros a esa granja —
comentó la muchacha.
Felicita sonrió y asintió, aunque sabía que eso no sería posible. Cada vez
le costaba más moverse y los dolores corporales ya no se iban ni con los
calmantes.
—Hoy iremos al hospital a ver si damos con Marcela —dijo Azul.
—El sábado por la noche soñé con él —contó Felicita con emoción—.
Estábamos en una cabaña y bailábamos despacio al son de las músicas de
Elvis… —murmuró.
Felipe miró con sorpresa a Azul y ella le regaló una sonrisa.
—Cuando papá descubrió que nos íbamos a escapar, se puso más pesado
que de costumbre —comentó de pronto. Ambos sabían que ella continuaría
con la historia—. Me puso una nana que me controlaba día y noche, y yo
apenas logré contactarme con Ana para que le dijera a Antonio lo que había
pasado. Él estaba desolado, pues pensó que me había arrepentido…
—Claro… debió haberte esperado en donde quedaron —dijo Azul.
—Quedamos en esperar que las cosas se enfriaran e intentarlo de
nuevo… pero mi padre tenía su propio plan y ya me había conseguido un
novio, que además de ser hijo de su mejor amigo, era un buen partido…
Después de todo él y el padre de César siempre habían hablado de que
casarnos sería un negocio redondo, y César siempre había estado
enamorado de mí…
—Ohh…
—Intenté escaparme, lloré, me tiré al suelo, le prometí a mi padre un
montón de cosas… Nada surtió efecto. La boda se realizó incluso aunque
yo no lo quería. Mi padre y César estaban convencidos de que con el tiempo
me enamoraría y me daría cuenta de mi error…
—¡No puedo tolerar esa clase de cosas! —exclamó Azul enfadada.
—Me casé con César, él era buen hombre, era respetuoso conmigo y me
trataba muy bien. Fuimos felices, dentro de lo que se pudo, pero nunca lo
amé, éramos buenos amigos… Cuando Antonio se enteró de aquello, su
corazón se hizo pedazos… estaba desolado y me enteré que decidió ir con
sus amigos a probar suerte con la música… Él siempre decía que la música
y yo éramos sus grandes amores —añadió con nostalgia.
—¿Y ahí acabó todo? —inquirió Azul sin poder creerlo.
—No… Cuando él regresó de su viaje, lo busqué… Estaba decidida a
dejar a César e irme con él, ese tiempo lejos me había sofocado, sentía que
no podía seguir sin él… Dije que iba a la iglesia y fui a buscarlo, era un
viernes… —comentó y perdió la vista en la pared como si leyera allí sus
recuerdos—. Lo hallé en una casa humilde con una mujer embarazada… Le
conté que no me había casado por amor, sino por obligación y le pedí que
me perdonara, que yo lo amaba y quería estar con él y que dejaría todo si
me lo pedía.
—¿Y qué sucedió? —inquirió Felipe.
—Me explicó que en la gira se había acostado con una de sus fanáticas y
ahora estaba embarazada, que él iba a casarse con ella y a darle su apellido
a ese bebé porque eso era lo correcto de hacer…
—Dios mío… —dijo Azul y llevó su mano a su pecho.
—En esas épocas el honor y la palabra importaban mucho —dijo
Felicita—, me pidió que le diera un fin de semana… uno para
despedirnos… Era una locura por donde lo miremos, pero lo hice. Regresé
a casa y dije que iba a ir a ver a mi abuela, que vivía en otra ciudad, y él le
dijo a la mujer que tenía un concierto en otra ciudad. Nos fuimos a las
montañas, a una cabaña perdida que era de un conocido suyo…
—¡Qué romántico y a la vez doloroso! —exclamó Azul.
—Sí… sabíamos que iba a ser la última vez, pero nos propusimos no
hablar de ello hasta el final. Fue el fin de semana más perfecto de toda mi
vida, fue tan doloroso como ver por una ventana toda la felicidad que
pudiste haber tenido y la vida que pudiste haber vivido… pero se terminó el
domingo después del almuerzo. Nos dimos un último beso y nos
prometimos volver a buscarnos cuando fuéramos libres. Él se fue a su casa
con su mujer y yo regresé a mi hogar…
—Dios…
—Ahora que lo pienso, fue horrible lo que hicimos, ambos teníamos un
compromiso…
La mirada de Felipe bajó al piso.
—Perdóname, Felipe —dijo la mujer—, yo sé que esto de alguna
manera te trae malos recuerdos…
Azul lo miró con atención.
—No… No te preocupes —dijo él y levantó la vista para verla—, solo
me quedé pensando en la frase de la promesa, volver a buscarse cuando
fueran libres… Qué feo vivir una vida atada a alguien que no amas… —
añadió.
—Lo sé… pero no tenía opción… —dijo—. Aún así, lo de Mónica no es
lo mismo, Felipe, ella no se casó contigo por obligación…
—No tiene caso —dijo él e hizo un gesto para que ella no continuara—,
Mónica está en el pasado… ella tampoco merecía estar atada a alguien que
no amaba —añadió.
Felicita lo miró con curiosidad y luego observó a Azul, que estaba atenta
a la reacción de Felipe.
—¿Por qué lo buscas recién ahora? —Inquirió Felipe—, César falleció
hace muchos años… Los tiempos cambiaron, podrían haberse encontrado
antes…
—Sí, pero tenía miedo —dijo ella—. Miedo a que él ya no me amara, a
que continuara casado, a que las cosas no hayan sido para él tan intensas
como lo fueron para mí, a que los años y la distancia me hayan hecho
idealizarlo más de lo normal y cuando estuviésemos juntos la realidad me
golpeara en la cara. Era más fácil y seguro vivir de una ilusión que enfrentar
la realidad y sus distintos matices… Y estaba Astrid… ¿qué iba a decirle a
mi hija? ¿Que nunca amé a su padre?
—¿Ella no lo sabía? —inquirió Azul.
—No, ellos piensan que yo soy la mujer perfecta que toda la vida fui,
temía desilusionarles… Sin embargo, encerrada aquí en mi soledad, me di
cuenta de que el miedo y el qué dirán vivieron mi vida por mí y que ya era
demasiado tarde para vivirla…
—No, no es tarde… —dijo Azul.
—Lo es… y aún así, me gustaría mirarlo a los ojos, decirle que lo amé
toda la vida y que su simple existencia en el mundo hizo que mi vida fuera
más llevadera. Lo pensaba al levantarme y antes de dormir, me preguntaba
dónde estaría y pedía a Dios que fuera feliz… Lo imaginaba feliz con su
hijo o hija, cumpliendo sus sueños… y eso me hacía feliz a mí…
—Qué bello… —susurró Azul.
—Puedo arrepentirme de muchas cosas, pero nunca de lo que tuve con
él —entonces miró a Felipe—, sé que crees que fue un amor corto y que
quizá no iba a funcionar si lo intentábamos, sé que no crees en el amor a
primera vista y que piensas que éramos muy jóvenes, pero lo que viví con
él, por más fugaz y efímero, fue el único momento de mi vida en que me
animé a ser yo misma, y él me amó por lo que yo era… Tengo ochenta años
y estoy aquí ante ustedes, admitiendo que toda mi vida fui lo que los demás
querían que fuera, lo que mi padre, mi esposo o mi hija esperaban de mí…
El único que no me pidió que fuera nadie más que yo misma y me permitió
ser libre, fue Antonio. ¿Cómo no amarlo por eso? ¿Cómo no amar esa
versión de mí misma que pude ver en esos días?
—Es muy fuerte lo que dices… —dijo Azul y miró a Felipe.
—Comprendo, yeya, no te juzgo y creo de verdad que mereces
encontrarlo. Pero también quiero que sepas que Azul y yo te queremos así
como eres, no te juzgamos por nada y amamos esa versión de ti misma que
dices haber sido con él —dijo Felipe y Azul sonrió ante sus palabras y
luego asintió con la vista en Felicita.
—Azul, tú eres mi inspiración —dijo la mujer—. Hasta antes de
conocerte yo vivía dormida en esa burbuja que fue toda mi vida, convencida
de que no había nada mejor. Entonces irrumpiste aquí con tus colores, tus
músicas, tus ejercicios de respiración para conectar con mi yo interior, tus
preguntas, tus abrazos y tus besos… y me despertaste. Me diste ganas de
vivir, me hubiese gustado tanto ser como tú… —dijo entre lágrimas.
Azul se levantó de su silla y fue a abrazarla.
—Te quiero, Feli —dijo ella con una sonrisa—. Yo también aprendí
muchísimo de ti, y ahora con este viaje que hacemos para buscar a Antonio,
sigo aprendiendo más cosas… Me has enseñado a ver el amor de otra
manera…
Felipe también se acercó y abrazó a Felicita.
—Yeya, vamos a traer a Antonio hasta aquí cueste lo que cueste —
prometió.
—Puede que ya no sea posible —dijo la mujer—. En el sueño, él me
dijo que ya casi tiene que irse… Creo que él se está despidiendo de mí…
—Entonces, nos apresuraremos —dijo él y miró a Azul que asintió.
—Si lo vuelves a soñar, dile que te espere, que ya estás cerca —añadió
la muchacha con ternura y luego secó con cariño las lágrimas de la mujer.
21

Tres semanas habían pasado de aquella conversación y la búsqueda de


Antonio había llegado a un punto ciego. Felipe y Azul fueron al hospital,
pero no lograron dar con ninguna información. No había allí nadie que
conociera a Antonio o a la doctora Marcela Castillo.
Intentaron trazar un plan y visitaron a varios médicos que hacían clínica
en el lugar y que pudieron haberle atendido. No había pasado mucho tiempo
desde aquella vez, pero todos dijeron que no podían dar datos de los
pacientes.
Azul dejó una tarjeta con su número en todos lados, por si alguien
recordara algo, y efusiva como siempre, les dijo a todos que era algo de
vida o muerte.
En el medio, ella y Felipe continuaron avanzando en su relación, salían o
se veían a menudo, conversaban sobre todo y pasaban mucho tiempo juntos.
Sin embargo, y por más de que hablaban mucho del futuro, ninguno de los
dos daba el siguiente paso.
Aquella mañana, Azul acababa de llegar al hogar cuando su celular
sonó, era un número desconocido, por lo que atendió.
—¿Hola?
—¿Azul? —saludó una voz que conocía de verdad.
—¿Gon? —inquirió ella al reconocer su voz de inmediato—. ¿Eres tú?
—Hola, bella… Sí, temía que no tuvieras el mismo número…
Azul se quedó helada, volver a oír su voz le hizo temblar las entrañas.
—Hola, ¿cómo estás? ¡Tanto tiempo! —dijo con entusiasmo.
—Bien, estoy por la ciudad… he venido a hacer algunos trámites…
¿Crees que podríamos vernos? —inquirió.
—Claro que sí… ¿Cuándo?
—No lo sé, si te queda bien esta noche o mañana… Estoy en casa de mi
prima, donde siempre… solo me quedo hasta el viernes…
—Bien, estaré allí esta noche luego de las ocho…
—Genial, estoy ansioso por volver a verte —añadió.
Luego de cortar la llamada, Azul colocó su celular en su pecho y
suspiró. ¿Por qué ahora? ¿Qué le diría a Felipe?
Mientras pensaba en algunas variables, el celular sonó de nuevo, era otra
vez un número desconocido, por lo que pensó que era Gonzalo de nuevo.
—¿Hola?
—¿Es usted la señorita Azul Samaniego? —inquirió una voz femenina
del otro lado.
—La misma…
—Bien, usted no me conoce —dijo la mujer—, pero yo escuché la
historia que le contó hace unos días al doctor Mendoza.
—¿Quién habla?
—Soy enfermera, pero no puedo decirle mi nombre, si el doctor se
entera de esto estaré despedida —añadió—, pero su historia me conmovió
mucho y yo sí recuerdo al señor Castillo…
—Oh, Dios… Se lo agradezco muchísimo —dijo Azul entusiasmada—.
¿Qué es lo que recuerda?
—Vino a la consulta con la doctora Marcela, el señor presentaba
síntomas de demencia senil, por lo que fue sometido a varios estudios. De
esto no hace mucho tiempo, la última vez que consultaron fue hace unos
cuatro o cinco meses. Le diagnosticaron Alzheimer, por lo que la doctora
Marcela decidió llevarlo con ella a Francia, donde ella ejercía. Dijo que allí
podría cuidarlo mejor —añadió—. No los vi más… Sé que quizá lo que le
dije no le sirva de mucho, pero quise colaborar…
—Muchas gracias, señora, sea quien sea se lo agradezco mucho… Esto
nos permite al menos cerrar la historia —dijo Azul con tristeza.
Encontrar a un hombre senil en Francia era una tarea imposible y debía
hablar con Felipe para tomar la decisión de decírselo a Feli. Una enorme
sensación de tristeza la acaparó aquella mañana, hacía mucho no se sentía
así de melancólica.
Se le hacía tarde para su clase, por lo que ingresó y dio la misma de la
mejor manera que pudo.
—Hoy estás un poco triste —le dijo Alonso mientras bailaban—. ¿No
será por causa de un hombre o sí? Si es así me dices y yo junto a los
muchachos iremos a defenderte.
Aquel comentario sacó una sonrisa de su rostro.
—No se preocupe, Alonso, estoy bien.
Al acabar la clase, decidió no ir a ver a Felicita, no sabría cómo esconder
sus emociones y ella la leería de inmediato. Lamentando aquello, mandó un
mensaje de texto a Felipe, pidiéndole que se encontraran en una cafetería en
el puerto, donde ya habían estado varias veces. Le dijo que tenía noticias
para él.
Por el tono del mensaje, Felipe, que se encontraba en plena organización
del local que ya había conseguido para cumplir el deseo de la yeya, se dio
cuenta de que no eran buenas noticias. Le contestó que la veía allí en una
hora y ella le respondió con una carita feliz.
Azul dejó la bicicleta en la vereda de la cafetería y se sentó allí, justo
frente a la ventana para mirar la calle y esperar a Felipe, aún tardaría en
llegar y ella necesitaba pensar.
El día estaba gris, las nubes cargadas parecían querer echarse a llorar en
cualquier momento, Azul pensó en la casualidad de la naturaleza que la
acompañaba en su dolor. De pronto, el recuerdo del regreso de Gonzalo
volvió a su mente, esa era la oportunidad que le había pedido a la vida,
volverían a hablar y le diría por fin todo lo que traía adentro.
Se preguntó si él sería en su vida el equivalente a Antonio en la vida de
Felicita, Azul nunca se había enamorado como lo había hecho de él, no
había querido a Alexis con la misma intensidad, quizá porque no tuvo el
tiempo necesario o quizá porque no se dio, pero Gonzalo había sido
importante en su vida, y muy dentro de sí, había creído en lo que ella misma
le había dicho, lo de que si se volvían a encontrar en otro tiempo, más
maduros y crecidos, quizá podrían funcionar.
Sin embargo, Felipe acaparaba sus pensamientos en los últimos tiempos.
Le encantaba pasar tiempo con él, conocerlo, compartir sus días y sus
noches juntos. Él era de muchas maneras la persona que en su mente había
imaginado, pero a la vez, nunca había sentido tanto temor. Ya había probado
un poco de lo que sería estar con él y le pareció tan intenso que le dio
miedo.
Felipe la sorprendió con las manos en la cabeza, intentando sin éxito
ordenar sus pensamientos.
—¿Estás bien? —inquirió.
Azul negó con la cabeza, pero decidió que solo le contaría la parte de
Antonio, y no la de Gonzalo, todavía.
—Recibí una llamada esta mañana… Era la enfermera del médico que
atendió a Antonio, dijo que le diagnosticaron Alzheimer y que la hija se lo
llevó a Francia.
—Oh… ¿Qué haremos? —dijo Felipe consternado.
—Nada… decírselo a Feli… ¿Qué podemos hacer? Apenas lo
localizamos en esta ciudad que es un dedal, ¿crees que podremos hacerlo en
Francia? ¿Qué sentido tendría? Es probable que ya no la recuerde… o que
incluso… esté muerto.
Felipe la tomó de la mano y la miró con curiosidad.
—¿Qué más te sucede? —inquirió—. No es normal que te pongas tan
negativa…
Azul perdió la vista en la ventana y suspiró.
—No siempre soy la persona que crees que soy, Felipe, no tengo
siempre las mismas fuerzas ni las ganas para ser positiva y optimista. A
veces, como hoy, me siento triste, abatida y desorientada… y solo quiero
llorar —admitió.
Felipe no dijo nada, pagó la cuenta del café que ella había pedido y se
enfriaba en la mesa y la tomó de la mano para que salieran. Ella se dejó
llevar y él se encargó de llevar consigo la bicicleta. Solo cruzaron la acera y
caminaron por el muelle, donde se sentaron uno al lado del otro con los pies
colgando en el vacío.
Felipe la abrazó y ella recostó su cabeza en su hombro.
—Llora —dijo él—, yo cuido al mundo mientras tu tienes tu momento
—añadió con una sonrisa dulce.
Azul no necesitó más, aquellas palabras removieron sus lágrimas que
cayeron con suavidad sobre su rostro. Hacía demasiado que no lloraba y se
sentía muy cargada. No sabía ni siquiera por qué lo hacía, ¿solo por lo de
Antonio? ¿Por la ansiedad que le generaba volver a ver a Gonzalo? ¿Porque
no quería perder a Felipe? ¿Porque era capaz de percibir que cosas intensas
se aproximaban?
El cielo comenzó a llorar también, una fina llovizna cayó sobre ellos,
pero ninguno de los dos se inmutó.
—No siempre tienes que ser fuerte, Azul, yo no espero eso de ti —dijo
Felipe—, solo quiero que seas tú misma y que sepas que puedes contar
conmigo siempre…
—Luego de que terminé con Gonzalo —comenzó a decir la muchacha
—, me prometí a mí misma cambiar y ser mejor persona. Me llené de
lecturas de autoayuda que hablaban del pensamiento positivo, la ley de la
atracción, nuestra capacidad para ser felices si tomamos la decisión de
serlo… Quería recuperar esa parte de mí que se había extraviado, quería
volver a conectarme conmigo y conocerme…
—Comprendo… y eso está bien…
—Sí, pero es agotador —suspiró—. Al final también es una máscara…
Uno no puede ser eternamente feliz…
—Lo sé…
—La última conversación con Felicita produjo una grieta en mi
estructurada vida… Yo al final no soy del todo lo que muestro, Felipe.
—Lo sé, hace rato me di cuenta de eso… —dijo él.
Azul lo miró con curiosidad.
—¿Sí?
—Sí… Sé que eres una mujer fuerte, Azul, te admiro por eso, sales
adelante tú sola y no te dejas abatir por nada. Te muestras en extremo
positiva y optimista porque tienes miedo, tienes miedo de volverte débil y
vulnerable si te dejas vencer por la melancolía y la tristeza. Creo que ese es
tu mayor miedo, con Gonzalo sentiste que te perdiste a ti misma, y fuiste
capaz de dejarlo incluso aunque lo amabas, por encontrarte de nuevo. Eso
habla bien de tu amor propio, pero tienes mucho miedo de volver a
perderte, es como si no te sintieras aún segura de lo que has conseguido y
pensaras que sentirte triste o melancólica te volvería vulnerable y eso,
consideras que es el inicio del fin, ya que por ser vulnerable es que antes te
perdiste… Eres demasiado estructurada y te has puesto demasiadas reglas
para ser tan libre como pareces, al final, solo te estás protegiendo…
—Felipe… —dijo ella con asombro al comprender que ni ella misma se
había leído de aquella manera.
—Sentirte triste o melancólica, estar enfadada y tener ganas de gritarle a
alguien que te ha hecho el día difícil, no son más que emociones… No están
mal por sí mismas, son parte de nosotros, de los seres humanos… nos hacen
más humanos…
—Pero… Me gusta ser quien soy, me gusta ser la persona a la que los
demás acuden cuando se sienten mal y que siempre les dirá que todo estará
bien… me gusta ser el signo más entre tantos menos…
—Y eso está bien, te caracteriza —añadió él—. Gracias a personas
como tú, las personas como yo nos animamos a mirar más allá y volver a
creer. Hasta Felicita te dijo que fuiste su inspiración —comentó—, pero eso
no quita que tú necesites ser vulnerable a veces. Lo que más me gusta de ti
es tu espontaneidad, tu capacidad de ser directa y decir lo que piensas y
sientes, pero no me gustarías menos porque un día quieras llorar o estés
muy enfadada… Es más, me gustaría verte enfadada alguna vez —dijo con
una sonrisa.
—Eres increíble… —dijo ella en medio de un suspiro.
En ese instante ella lo vio todo con claridad, estaba enamorada de Felipe
y no había forma de seguir negándolo por mucho tiempo más. Le costaba
demasiado trabajo mantenerse alejada y callar lo que sentía o deseaba cada
vez que estaba con él. Le gustaba la persona que era y la manera en que
podía leerla y darle contención. Le agradaba el perfume de su cuerpo, el
calor de sus manos, la textura de piel, la profundidad de su mirada. Quería
que la abrazara así como ahora y se quedaran así para siempre.
—Tú eres increíble —susurró él y la besó con ternura en la mejilla.
—¿Qué haremos con Feli? —dijo ella limpiándose las lágrimas.
—Mañana le diremos la verdad, ¿te parece? —inquirió él—. Lo haremos
juntos, ¿está bien?
—Sí… está bien… ¿Crees que le romperá el corazón saber la verdad? —
preguntó ella.
—Creo que ella sabe que él se está despidiendo, por eso lo sueña… Es
fuerte, seguro que lo comprenderá —añadió.
Se quedaron allí un rato más, bajo la llovizna, abrazados, dejando que el
mundo siga su curso mientras ellos se tomaban un descanso.
22

Felipe observó a la muchacha y la sintió entregarse por completo a él.


Unos minutos antes, al verla tan abatida en aquella cafetería, supo que debía
hacer algo para animarla. La llevó al muelle, un lugar que le parecía tan
mágico como romántico y la abrazó. En ese mismo instante supo que aquel
sitio había perdido todo el antiguo significado doloroso que traía consigo
desde su pasado y cobraba uno nuevo.
Azul estaba en sus brazos, recostada y entregada a él, descansando en él
sus penas y sus temores, ¿qué podía ser más hermoso que eso? La
muchacha confiaba en él y se mostraba como era en realidad, le entregaba
la otra cara de su historia, aquella que lloraba, aquella que tenía miedo,
aquella que estaba triste.
Felipe sintió unas intensas ganas de protegerla y ser para ella lo que
necesitara. En el silencio y bajo la llovizna, vio llegar un barco a lo lejos,
observó como llegó al puerto y de ahí bajaron algunas personas y sonrió.
Era una bonita metáfora, ella era el barco y él la tierra firme.
Hacía días que Felipe planeaba decirle a Azul lo que sentía por ella.
Estaba enamorado y deseaba avanzar, quería darle la certeza de que ella era
su esperanza y quería volver a intentarlo. Si no lo había hecho aún, era
porque deseaba que fuera un momento romántico e inolvidable, a la altura
de aquellas historias con las que ella tanto soñaba. Quería regalarle la
oportunidad de escribir una nueva historia y hacerla muy feliz.
Luego de acompañarla hasta su casa, se despidió de ella con un abrazo.
Azul lo miró a los ojos y le regaló entonces la sonrisa más dulce que había
visto jamás.
—Gracias por hoy, me siento mejor —dijo ella y se mordió el labio—.
Estoy toda roja de tanto llorar.
—Te ves hermosa —respondió él—. ¿Quieres que nos veamos más
tarde?
—Hoy no puedo… —dijo ella—, tengo… algo pendiente —añadió.
Felipe asintió y le dio un beso en la frente.
—Entonces nos vemos mañana en el hogar.
Azul asintió y lo miró partir.
Felipe fue entonces al hogar para contarle a Felicita que el salón estaba
listo. Lo había adquirido apenas lo vio un par de semanas atrás. Era tal
como Azul lo había soñado, una casa de dos pisos que en la planta baja
tenía un salón grande con su baño y otra sala más pequeña que él pensó
podría ser un vestuario. Arriba tenía dos habitaciones con baño que podían
usarse como depósito, secretaría o incluso ella podría mudarse allí. La
fachada era de estilo colonial, lo que sabía ella amaría. Con el poder que le
dio Felicita, la compró de inmediato y ese día había llevado a un arquitecto
para que le ayudara con las reformas que deseaba hacerle.
—Está todo en orden, yeya. ¿Cuándo se lo piensas dar? —inquirió él.
—Pues, cuando tú me digas que está listo.
—Son muy pocas las reformas que le haremos, pintura nueva, arreglo de
los baños y un blindex en el ventanal principal, para que se vea desde la
calle cuando hay clases…
Felipe no le contó de su sorpresa en la pared principal, una muy especial
y que sería su regalo para ella.
—Buenísimo. Hoy no vino a verme, ¿sabes algo? —preguntó la mujer.
—Está bien, solo… un poco triste… Ella no sabe lidiar muy bien con
esas emociones —dijo él.
Felicita lo observó, ya no le hablaba de la misteriosa mujer, pero había
notado un increíble cambio en su persona.
—Me encanta el hombre que veo en ti —dijo de pronto—, has vuelto a
brillar como solías hacerlo antes de que la tempestad te azotara. Sonríes de
nuevo, te vistes y te peinas de una manera más relajada, pareces disfrutar
más de la vida y ya no destilas enfado todo el tiempo —añadió—. ¿Se debe
a aquella chica? —inquirió con picardía.
—En parte… pero es en realidad un trabajo que he estado haciendo en
mí mismo —contestó—. Comprendí que nadie puede robarme la felicidad y
las ganas de vivir… que la esperanza siempre es una opción y que soy el
responsable de mi destino, puedo decidir quedarme atascado o elegir un
nuevo camino…
—Vaya… suenas muy Azul —dijo la mujer con una sonrisa divertida.
—Ella es el motor —dijo él—, pero el cambio es mío. Ella lo dejó en
claro, no es por nadie más que debemos cambiar, sino por uno mismo… Sin
embargo…
Felipe calló al comprender lo que estaba por decir…
—¿Sí?
—A su lado soy mejor persona, una mejor versión de mí mismo —dijo
como si meditara aquello.
Felicita sonrió.
—¿Estás enamorado? —preguntó y él la observó con sorpresa. Hasta ese
instante no se había percatado que estaba diciendo todo aquello en voz alta.
—Sí… —admitió.
—¿Es ella? La chica de quien me habías hablado es ella, ¿no?
Felipe asintió.
—No puedes imaginarte lo feliz que me hace confirmar mis sospechas
—dijo entonces.
—¿Lo sabías?
—Ella mencionó a un hombre, tú al día siguiente a una chica… era nada
más unir cabos… y ver la increíble química que rebota entre ustedes y que
fingen no notar —añadió—. ¿Ya lo sabe ella?
—No… no le he dicho nada aún…
—¿Qué esperas?
—Un momento ideal para hacerlo de manera romántica…
—Los momentos planeados nunca alcanzan a los espontáneos, solo
díselo… no esperes más —apresuró la mujer.
Felipe sonrió.
—Tú dijiste que ella era la emoción y yo la razón, pero últimamente ella
es más razón y yo emoción… ¿Tiene eso sentido?
—Claro… también dije que lo ideal era buscar el equilibrio… ¿Qué
mejor equilibrio que ese?
Felipe asintió.
—Se lo diré lo antes posible…
23

Azul caminó rumbo la casa de la prima de Gonzalo, donde hacía mucho


tiempo solían reunirse con amigos, era en el centro, y de paso vio aquel
salón que durante tantos años soñó para su academia. Habían sacado el
cartel de venta, lo que significaba que ya tenía dueño.
Azul lo lamentó, esperaba un increíble golpe de suerte para poder
comprarlo. Podía imaginarse allí dando clases con un ventanal a la calle que
permitiera que las personas se quedaran disfrutando de las clases. Sabía que
aquello era imposible, ¿de dónde conseguiría ese dinero? No podía esperar
una herencia de alguien porque no tenía a ningún familiar adinerado,
tampoco podía esperar ganar la lotería porque nunca la jugaba, aún así, cada
vez que pasaba por allí se detenía a soñar. Al menos eso nadie podría
sacarle.
Se encogió de hombros y siguió el camino hasta la casa de Lorena,
esperaba ver a Gonzalo, decirle algunas cosas y despedirse de él. Esa tarde
le había quedado más que claro que estaba enamorada de Felipe y que
deseaba que se dieran una oportunidad.
Gonzalo salió a recibirla y se sentaron en el pórtico, donde siempre
solían hacerlo.
—Qué gusto verte —dijo ella con una sensación extraña.
Era raro encontrarse con alguien que fue tan cercano e importante y
sentirlo tan lejano y distinto.
—Igualmente, estás hermosa, como siempre —dijo él. Ella sonrió—.
¿Cómo te ha ido?
Se tomaron todo el tiempo del mundo para ponerse al día en sus
historias, ella le contó lo que hacía y él le contó de sus estudios, su trabajo y
su vida.
—He venido porque necesitaba papeles para un posgrado —dijo
entonces—, pero no quería dejar de verte… He pensado mucho en ti…
—¿Sí? ¿Por qué? —inquirió.
—Porque he comprendido todo lo que sucedió entre nosotros… No lo
niego, al principio estaba enfadado, no digo que llegué a odiarte, pero no te
comprendía… Pensaba que éramos felices, nos estábamos por casar… no
esperaba lo que sucedió.
—Lo sé, solo vi mi vida y quién era y no me gustó… —admitió ella—,
éramos felices, sí, pero esa persona no era yo…
—Lo sé, lo comprendo ahora… te convertiste en alguien más para
agradarme a mí, te amoldaste —dijo y ella asintió—. Yo me equivoqué
también… no debí presionarte para que abandonaras las cosas que te
gustaban o los sueños que tenías…
—Cierto… —afirmó ella—. Pero tú querías otras cosas, y está bien…
teníamos distintos caminos…
—No estoy tan seguro de eso —dijo él—. Al final, nunca he amado a
nadie como te amé a ti… ¿Crees que si nos hubiésemos casado hoy
estaríamos juntos? —inquirió.
—No lo sé, no sé si yo sería feliz siendo esa persona que entonces era.
—¿Eres feliz ahora? —quiso saber él.
—Sí… me siento a gusto con mi vida y con lo que soy. Quizá no tengo
los logros que tú tienes, eres reconocido laboralmente, harás un posgrado…
yo sigo siendo la misma chica estrafalaria que solo desea bailar… pero
estoy a gusto conmigo misma. ¿Por qué la vida tiene que ser solo logros y
más logros? No digo que esté mal, pero… el hecho de vivir y ser feliz ya es
un logro suficiente, ¿o no?
Gonzalo sonrió.
—Me hacía falta oír tus teorías sobre la vida y tu manera de verla.
Pareces leer mi historia, es justo lo que me ha sucedido, he pasado los
últimos años acumulando logros y hoy me siento bastante vacío…
—Quizás es hora de vivir entonces —dijo ella con una sonrisa—. Yo
también quería hablarte, sé que te lastimé y que te tomé de sorpresa con mi
decisión, sé que me amaste y que tu intención no fue cambiarme, fui yo la
que lo hizo… Fue mi culpa ser tan maleable para intentar agradarte, por
miedo a perderte, aprendí que eso no funciona nunca. Aferrarse a algo o a
alguien hasta el punto de perder la propia esencia no termina nunca bien,
siempre acabará en pérdida y soledad. No se puede ser feliz si no se es libre
para ser quien de verdad eliges ser.
—Tienes razón… Lo siento, Azul… Me gustaría volver el tiempo atrás y
cambiar tantas cosas —dijo él con melancolía—. Sigo amándote… ¿sabes?
—Amas la versión de mí cuando estaba contigo… o amas la versión de
ti cuando estabas conmigo. Llevamos mucho tiempo separados, no puedes
amar lo que no conoces… —zanjó ella con decisión.
—Venía aquí con la intención de… pedirte una oportunidad —dijo él
con el corazón en la mano—, siento que he llegado a un punto de mi vida
en el cual he alcanzado todo lo que anhelaba y no soy feliz… Entonces
pienso en ti y recuerdo lo que era ser feliz… Dijiste que, si la vida nos
juntaba en un futuro, quizás era porque estábamos destinados…
Azul sonrió.
—Si hubieras venido un poco antes, quizás habría podido darte una
respuesta positiva, hoy no…
—¿Estás enamorada de alguien? ¿Estás en pareja?
—Sí y no… pero saberme enamorada de alguien es suficiente para no
poder entregarme a ti por completo. Y tú sabes que yo no amo a medias…
Gonzalo sonrió, pero Azul pudo sentir la tristeza en su gesto.
—Está bien. ¿Te acompaño? Es tarde para que camines sola.
—Sí… —dijo ella con dulzura.
Caminaron en silencio, en un espacio atemporal donde el pasado se unía
con el futuro y los hacía sentir a ambos un poco melancólicos. A Gonzalo
porque él en realidad deseaba volver a intentarlo, y a Azul porque estaba
cerrando por primera vez una historia que hasta ese momento no había
comprendido que había quedado abierta.
—Este es el final, ¿verdad? —dijo Gonzalo cuando llegaron—. No hay
ninguna chance…
—No… este es el final —dijo ella con una sonrisa dulce—. Admito que
necesitaba cerrar esta historia. Quiero darte las gracias por todo lo que
aprendí contigo y lo feliz que me hiciste… deseo que seas muy feliz y que
te realices como persona y como profesional… Estoy orgullosa de lo que
has logrado —añadió con ternura.
Gonzalo la tomó de la mano y un rato después, subió con dulzura su
mano por el brazo de ella hasta llegar a su rostro. Acarició con ternura sus
mejillas y se acercó. Azul sabía que esa era una despedida y le agradaba lo
que estaba sintiendo. Era hermoso cerrar historias con amor, incluso aunque
fuera un amor diferente, un amor del pasado.
Se imaginó que estaba en un libro y era la protagonista del mismo, cerró
los ojos y permitió que la brisa que venía del mar los envolviera. Un minuto
de silencio para una historia que fue buena y que ayudó al crecimiento
personal de ambos.
—Búscame si me necesitas, estaré siempre para ti —prometió él.
—Gracias… —susurró ella.
Entonces él la besó. Azul respondió el beso porque había soñado con eso
por mucho tiempo, se había preguntado si quedaba algo allí, si qué
sucedería si se encontraran mucho tiempo después. Pero no había nada,
nada de pasión, nada de amor, nada de romance… solo un adiós y esa
sensación profunda que se tiene cuando uno se despide para siempre de
alguien a quien quiso mucho.
—Adiós, bella —dijo él al separarse.
—Adiós, Gonza —dijo ella antes de ingresar.
24

Azul llegó al hogar más tarde ese día, supo que Felipe no había llegado
aún porque no vio su auto donde siempre lo dejaba. Había decidido hablar
con él y decirle lo que sucedió la noche anterior, decirle también que estaba
enamorada de él, por lo que se sentía un poco nerviosa. Eso sin contar que
debían hablar con Felicita.
Cerca del mediodía, ambos se encontraron con ella en la habitación.
Felipe estaba distante, no parecía ser el mismo que el día anterior la había
contenido en el muelle. Azul no lo comprendió, pero era el momento de
decirle a Feli las cosas que habían descubierto.
—¿A qué se debe que los dos traen esa cara? —preguntó la mujer al
verlos.
—Hemos encontrado información… sobre Antonio —dijo Azul sin dar
más vueltas.
—¿Cómo? —preguntó ella—. ¿Lo encontraron?
—No precisamente, pero sabemos que la hija lo llevó a Francia, yeya —
dijo Felipe con la voz suave, como si así el impacto fuera menos doloroso
—. Al parecer estaba enfermo, tiene o tenía Alzheimer… y lo llevó allá
donde ella vivía para poder cuidarlo.
—¿Cuándo? —preguntó la mujer.
—No lo sabemos con exactitud, pero hace muy poco… —dijo Azul.
—Entonces puede ser que esté con vida aún…
—Sí —dijo Felipe y miró a Azul con consternación—, pero no tenemos
manera de hallarlo en Francia, yeya… es imposible…
—Lo sé… quizás es por eso que lo veía en sueños… —dijo ella—.
Volvió a buscarme como prometimos… de la única manera en que puede
hacerlo ahora…
—Oh… lo siento tanto —dijo Azul que se acercó a ella y la abrazó.
—¿Creen que me ha olvidado? —preguntó la mujer.
—Yo creo que un amor así no se olvida nunca, yeya —dijo Felipe—,
puede ser que en su memoria no te encuentre, pero estoy seguro de que en
su corazón sí —añadió.
Azul lo miró y le regaló una sonrisa dulce, estaba cada vez más
enamorada de ese hombre. Felipe se acercó a Felicita y le abrazó con
dulzura.
—Lo siento mucho, yeya…
Felicita se tomó unos minutos para digerir la noticia y derramó un par de
lágrimas, pero luego se secó los ojos y les regaló una sonrisa.
—Han hecho lo mejor que pudieron, me han regalado su tiempo por
meses y se han involucrado en esta historia como si fuera de ustedes. Valoro
el esfuerzo, gracias por haberme tomado en serio y por haber creído en
nuestro amor… Creo que es hora de cerrar esta historia como lo que fue: mi
más hermoso recuerdo… Cerrar es sano, nos permite avanzar sin que nada
nos estire hacia atrás —añadió y Azul asintió, lo acababa de sentir en carne
propia.
—¿Qué podemos hacer por ti, yeya? —preguntó Felipe.
—Nada… ahora les agradecería que me dejaran un rato sola… me
despediré de él… Ustedes ya hicieron demasiado —añadió.
—Bueno… —dijo Azul y se levantó para salir.
—Nos avisas si necesitas algo, ¿sí? —inquirió él.
—Ustedes preocúpense por sus vidas ahora, sean felices y no cometan
mis errores —pidió—, con eso yo estaré más que satisfecha.
Ambos salieron de allí dejando a la mujer en soledad.
—¿Crees que estará bien? —inquirió Azul.
—Sí… estará bien —prometió él.
—Quiero hablar contigo, ¿podríamos ir a algún sitio? —preguntó la
muchacha.
—No sé si puedo… tengo algunos pendientes —dijo él esquivándola.
—Solo un rato, necesito decirte algo que ya no puedo guardar —añadió
la muchacha con insistencia.
Felipe la ignoró como pudo y caminó hasta su vehículo.
—¿Felipe? ¿Qué demonios te sucede? —inquirió ella siguiéndolo—. Te
estoy diciendo que es importante y tú decides ignorarme…
—Mira —dijo Felipe ya sentado en el vehículo—, si lo que quieres
decirme es que has vuelto con tu ex, no te preocupes, ya lo sé —añadió y
cerró la puerta.
—¿Qué? —inquirió Azul con incredulidad.
—Anoche fui a verte, deseaba darte una sorpresa… pero la sorpresa me
la llevé yo. Vi como se besaban y escuché que se trataba de Gonzalo… está
bien, la vida los unió de nuevo, ¿no? Es tu historia de amor más grande…
Sigue los consejos de Feli, sé feliz, no esperes que te pase lo que le sucedió
a ella y luego te arrepientas —añadió—. Yo me marcharé apenas acabe con
un pendiente que tengo por aquí.
Dijo antes de arrancar el auto.
Azul se quedó inmóvil, de pie frente al espacio vacío que el auto había
dejado y con miles de preguntas flotando en su mente.
25

Tres días después de aquello, Azul aún no había logrado dar con Felipe. Le
había mandado muchos mensajes diciéndole que necesitaban hablar, pero él
había viajado a Costa Brava a pasar unos días con su hermana y antes de
apagar su celular, le dejó un mensaje diciendo que no lo buscara, pues
necesitaba desconectarse unos días. Le prometió volver el viernes y
llamarla para conversar.
Azul estaba enfadada, ¿qué demonios se creía ese hombre para tratarla
así? ¿Por qué ignoraba sus llamadas y no quería escucharla? ¿Por qué había
tomado una decisión unilateral sin siquiera dejarla hablar? Ya la escucharía
cuando regresara, ya la vería enfadada como una vez quiso verla.
La muchacha pensó incluso en ir a Costa Brava, pero fue entonces
cuando recibió la llamada de Atina, una vieja amiga con la que hacía
muchos años había comenzado con esa idea de visitar los hogares de
ancianos. Lastimosamente, ella se había mudado a Lisón, un pequeño
pueblo vecino, y por tanto se habían distanciado un poco, aunque ambas
habían seguido con aquel voluntariado.
—Debo pedirte un gran favor —dijo la muchacha—. ¿Podrías venir a
reemplazarme un par de días? Mi madre deberá hacerse una cirugía y tengo
que acompañarla. El hogar de aquí es muy distinto del que conocí allá
contigo, es muy humilde, la gente que está aquí es pobre y está solita, la
mayoría no tienen familia o son personas que se perdieron y nadie los
reclamó. Si yo falto, mis compañeras no dan abasto… acá hacemos de todo,
prácticamente ayudamos a darles de comer, a cambiarles, bañarles… cosas
así, no hay rubros y las enfermeras son muy pocas.
—Cuenta conmigo, ¿cuándo debo ir? —preguntó Azul que pensó que
aquella sería una oportunidad genial para distraerse.
—¿Jueves te queda bien? Los fines de semana son los más difíciles
porque hay menos personal. Mamá se opera el viernes, el domingo ya estaré
de regreso… Sería solo jueves, viernes y sábado…
—Cuenta conmigo —dijo ella—, pásame un mensaje con los datos
luego…
—Puedes quedarte en mi casa, si deseas —añadió la muchacha—. Yo
estaré en el hospital.
Azul coordinó y aceptó la propuesta. Fue junto a Felicita y le comentó
que se tomaría unos días y que la vería el siguiente lunes.
—¿Qué está sucediendo? ¿Por qué tú y Felipe se están tomando días? —
inquirió—. Creí que él…
—¿Que él qué? —preguntó Azul.
—Iba a decirte lo que sentía… —afirmó la mujer.
Azul la miró con sorpresa.
—¿Cómo? —inquirió.
—¿Acaso no te dijo nada? Salió de aquí muy convencido la otra
noche… —afirmó—. A lo mejor le estropeé la sorpresa —dijo ella
llevándose la mano a la boca.
—¿Tú lo sabías?
—Lo deduje, son un poco obvios —sonrió la mujer.
—Ay, Feli, pero él está enfadado conmigo ahora, no me atiende las
llamadas y los días que se tomó son para alejarse de mí… Me vio
besándome con un ex… y se armó una película en la cabeza —añadió la
muchacha, no me ha dejado explicarle nada.
—¿Con Alexis? —inquirió Felicita.
—No, peor, con Gonzalo… él sabe que es el único que… bueno, una
gran historia de amor mía, pero está acabado… fue un cierre, una despedida
—afirmó—. Yo lo amo a él, y aunque él cree que Gonzalo es mi historia de
amor más importante, en realidad es él… Nunca me sentí como ahora, y
estoy muy enojada por su reacción, ni siquiera me ha dejado explicar.
Felicita rio.
—Él es impulsivo, casi tanto como tú —añadió—, tú le has permitido
regresar…
—¿De dónde?
—De esa vida que se inventó en la cual se mostraba frío, distante y
racional… Él no es tan así como tú tampoco eres tan emocional, si no ya te
hubieses tirado a sus brazos sin pensar en las consecuencias luego de
aquella noche que me contaste, ¿no?
—Bueno… supongo que tienes razón…
—Déjalo que cuando regrese vendrá a verme y hablaré con él para que
te escuche.
—¡Hasta está planeando irse, Feli! —exclamó ella.
—No, es mentira, solo lo dice, todavía le quedan cosas pendientes por
hacer aquí —afirmó la mujer—. Tranquila, tómate esos días y ve a donde
debes ir…
26

Era jueves y Felipe escuchaba con atención los regaños de Inés.


—No huyas, enfréntala. Hace mucho que no te veo así de feliz, si ella te
pidió que la escucharas, hazlo. No seas tonto.
—No voy a pasar por lo mismo de nuevo —zanjó él.
—¿Qué es lo mismo? Ella ni siquiera es tu novia, Felipe. No la
compares con Mónica que era tu esposa y estaba embarazada de un bebé
que creías tuyo, no es lo mismo…
—La escucharé, Inés, solo no estoy preparado para que me diga que
quiere regresar con su ex… tenía muchas ilusiones y…
—Y no te adelantes a los hechos… escúchala, escúchala —insistió.
En ese mismo instante, Alejandro ingresó con la cabeza llena de sangre
y llorando desesperado. Su madre corrió hasta él y le preguntó qué le
sucedía.
—¡Vamos! ¡Vamos al hospital! —dijo Felipe que se levantó de golpe y
lo tomó en brazos.
El niño, entre lágrimas, explicó que se había caído de un árbol al cual se
había trepado para bajar una fruta. La cabeza le sangraba, pero la herida no
era grande. Su madre sacó un hielo de la heladera, lo envolvió en un trapo y
lo cargó en sus brazos mientras Felipe arrancaba el auto y los esperaba. Por
suerte, Angie estaba con su padre en la casa de los abuelos paternos.
A toda velocidad, Felipe ingresó al estacionamiento y bajaron para ir al
área de urgencias. Allí una enfermera le tomó los datos y los llevó a una
habitación, luego de hacer una llamada, una médica se presentó.
—Buenas tardes, soy la doctora Marcela Castillo, ¿qué le sucedió al
pequeño?
Felipe se quedó con la boca abierta, esa mujer con bata de médico tenía
el mismo nombre que la hija de Antonio, ¿podía ser eso cierto?
Inés le contó a la doctora todo lo que había sucedido y esta revisó al
pequeño. Llamó a una enfermera y le hicieron una limpieza de la herida.
Dijo que no necesitaba puntos y le puso una bandita especial que ayudaría a
tener la herida cerrada para que cicatrizara más rápido. Le dio un
medicamento para el dolor y le pidió que estuviera atenta a posibles señales
de urgencia como vómitos o mareos.
—Muchas gracias, doctora —dijo la mujer y se levantó para cargar a su
hijo y salir.
—Perdón… doctora… —Felipe reaccionó al fin—. ¿Podría yo hacerle
una pregunta?
—Sí, dígame…
—¿Es usted hija de Antonio Castillo? —inquirió.
—Sí, es mi padre… ¿sabe usted dónde está? —preguntó.
—¿Qué? No… Le explico —dijo Felipe ante la aparente curiosidad de
la mujer—. Una amiga y yo llevamos meses en la búsqueda de su padre,
pero perdimos la pista cuando en el Hospital Central de Albujía nos dijeron
que usted se lo había llevado a Francia para cuidarlo… no puedo creer que
esté usted aquí… —añadió él con asombro.
—¿Por qué lo buscaban? —quiso saber Marcela.
Felipe le contó entonces a grandes rasgos la historia de Felicita.
—Mi papá me habló de esa mujer —dijo ella—, la recordaba siempre y
me pedía que un día la buscáramos. Yo estaba lejos, no tenía tiempo… volví
cuando él enfermó…
—¿Y qué ha pasado con él? —preguntó Felipe sopesando la posibilidad
de que estuviera muerto.
Inés los miraba con atención mientras unía los cabos de los relatos de
Felipe en su cabeza.
—Se escapó de casa hace unos meses, lo he estado buscando por todas
partes, pero parece que la tierra se lo tragó. Tiene Alzheimer, por lo que no
recuerda ni quién es ni a dónde va, él insistía con volver a su casa,
refiriéndose a la casa donde se crio, y yo le explicaba que ahora vivíamos
aquí y que haríamos un viaje… Creo que se asustó, la idea del viaje lo
alteró y se escapó para no viajar… Yo no pude regresar así y estoy
trabajando aquí mientras tanto, necesito hallarlo y no sabemos dónde
buscarlo, la policía lo ha buscado por aquí y en Albujía, pero no sabemos
nada… estoy preocupada —dijo la mujer con la voz tomada por la emoción.
Felipe sintió preocupación, ¿qué debía hacer ahora?
—Mire, le daré mi número y si sabe algo por favor pónganse en contacto
—pidió la mujer que sacó una tarjeta para dársela.
—Este es el mío, le pido lo mismo —dijo Felipe y le pasó una suya.
Salieron de allí con una sensación extraña. Subieron al vehículo e Inés lo
miró.
—Ahora tienes una buena excusa para llamarla —dijo y Felipe sonrió.
27

Azul ingresó al hogar y comprendió desde ese momento lo que le había


dicho su amiga, aquel era un sitio de desolación y tristeza, los ancianos
estaban sentados en cualquier rincón, como si esperaran la muerte sin
ninguna clase de esperanza. Lo primero que ella hizo fue saludarlos a todos
y darles un abrazo, se quedó hablando con algunos que aprovecharon que
un oído los quería escuchar y luego pasó a ver a los que estaban en
habitaciones.
—¿Estos están peor? —preguntó Azul con la tristeza calándole el alma.
—Sí, algunos ya no se mueven, no hablan… apenas comen… están
acabándose lentamente y nada podemos hacer, no tenemos recursos —dijo
la enfermera que la acompañaba.
Azul conoció a unos diez ancianitos en esas condiciones y cuando ya
solo le quedaba una habitación, necesitó tomar un poco de aire.
Salió al jardín y sintió su teléfono vibrar, era Felipe, pero no le iba a
atender. Le daría un poco de su medicina.
Caminó por aquel sitio en ruinas y sintió ganas de llorar, ¿por qué esas
personas tenían que pasar así el resto de sus vidas? ¿Qué podía hacer ella al
respecto? ¿Por qué a nadie les importaba? ¿Dónde estaban los hijos de esas
personas? ¿Qué clase de historias habían vivido?
Se secó las lágrimas y caminó a la última habitación, allí estaba la
enfermera que había conocido al llegar y le regaló una sonrisa.
—A él lo llamamos Cantor —dijo—, no sabemos su nombre, pero se la
pasa cante y cante todo el día. Tiene Alzheimer y se tuvo que haber perdido
en algún lado, lo trajo una mujer que lo encontró en su granja. Le dijo que
estaba perdido y que quería volver a su casa…
—¿Cómo puede ser que nadie lo reclamara? —inquirió Azul con el alma
rota.
—Puede ser que sea de otra ciudad, aquí todas quedan cerca y a veces
los ancianos hacen cosas como subirse a un bus en busca de regresar a su
hogar, muchos tienen esa confusión, sobre todo con esta enfermedad —
comentó—. ¿Por qué no nos cantas una de tus canciones? —dijo entonces
la enfermera.
El hombre le regaló una sonrisa y asintió.
—Nunca nos habla, es tranquilo y siempre está en sus pensamientos. La
única respuesta que da es cuando le pedimos que cante —comentó la
enfermera.
—Ta… tarara… tatata… Felicidad, Felicita… tata ta —susurró el
hombre.
Azul sintió que la sangre se le subía al corazón que comenzó a latir
aceleradamente. ¿Podía ser eso posible? El hombre tarareaba la melodía que
ella había escuchado tantas veces a esas alturas… ¿Quién más podía saber
esa canción?
—Ta…. Felicita —decía él sin que las palabras le respondieran.
Azul se levantó y se acercó a él. Lo tomó de la mano y comenzó a
cantar:
Felicidad, Felicita,
No olvides las promesas que nos hicimos ayer.
Felicidad, Felicita,
Te prometo que por siempre yo te he de amar

El hombre la miró a los ojos y sonrió.


—Felicita… ¿has vuelto? —preguntó
La enfermera abrió los ojos con sorpresa.
—¿Sabes la canción?
—Sí, la escribió él para el amor de su vida —dijo con las lágrimas
cayendo por sus ojos—. Don Antonio, ¿quiere que lo lleve a ver a Felicita?
—inquirió la muchacha.
—Sí, Felicita… —dijo el hombre.
—Espéreme aquí, le prometo que pronto regresaré —dijo Azul.
Salió de allí con toda la emoción que su cuerpo era capaz de alojar y
marcó el número de Felipe.
—Azul… yo… —dijo él al atender—. Perdo…
—No, escucha —interrumpió—, esto es importante.
—¿Estás llorando? ¿Qué sucede? —inquirió.
—Estoy en el hogar La esperanza, que queda a dos horas de Albujía, en
el pueblo de Lisón. Debes venir, trae a Felicita, encontré a Antonio.
¿Escuchas? ¡Encontré a Antonio! —exclamó y comenzó a dar brincos
mientras las enfermeras la veían con curiosidad.
—¿Qué? Justo de eso quería hablarte, encontré a su hija, el hombre se
escapó. Nadie sabe dónde está…
—Pues yo lo sé, está aquí… Es él porque cantó la música de Felicita…
Deben venir, deben venir cuanto antes… No lo veo nada bien, Felipe, está
flaquito y me dijeron que no come nada…
—Estaré allí en unas horas, buscaré a la hija también —dijo él—, pero
llegaré a la noche porque estoy en Costa Brava.
—Bien, los espero… Ah, y Felipe —interrumpió ella.
—¿Dime?
—Te perdono por ser tan idiota —añadió antes de cortar.
Felipe sonrió y con la emoción en el pecho llamó a la doctora Marcela
para darle la noticia.
Azul, por su parte, contó a las enfermeras que quisieron oír sobre la
historia de Antonio y Felicita, y entre tanta tristeza y desolación, las
mujeres desearon hacer algo por ese hombre y lo bañaron, peinaron y
vistieron de forma especial.
—Don Antonio, va a venir su noviecita, debe estar muy guapo —decía
Mila mientras lo peinaba—. ¿La quiere ver?
El hombre estaba de nuevo perdido en su nebulosa, pero a nadie pareció
importarle. Arreglaron la habitación y la cama, una de las enfermeras,
llamada Mariela, fue en busca de flores del jardín y llenó unos cuantos
recipientes con ellas. Uno de los doctores le prestó un saco con una corbata.
Allí estaban todos, a la espera una vieja historia de amor, les devolviera
un poco de la magia que a veces la vida le robaba a la gente.
28

Fue Marcela quien llegó primero, Felipe debía volver por Albujía y
conseguir el permiso de uno de los médicos del hogar para sacar a Felicita.
Cuando la mujer llegó, fue hasta su padre y le abrazó con fuerza.
—Papi, qué bueno volver a verte —dijo y lo miró con cariño.
Azul supo al instante que tenían una relación hermosa, la mujer les
contó lo sucedido y les dijo que no había viajado porque no podía dejar allí
a su padre. Por un instante, don Antonio pareció recobrar el conocimiento.
—Hola, pequeña —dijo cuando la escuchó hablar con el médico que lo
atendía.
—Papi… —dijo ella y fue de nuevo junto a él—. ¿Me conoces?
—Marcelita… ¿cómo estás? —preguntó el hombre.
—Bien, papi, te estaba buscando hace mucho —dijo ella como si fuera
una niña.
—¿Ya vamos a ir a casa?
—Vamos a esperar que llegue Felicita —informó la muchacha—. ¿Estás
feliz? La vas a ver al fin…
—Ta ra ra … felicidad… Felicita —. El momento de lucidez se acabó y
él comenzó a tararear de nuevo aquella canción.
—Él me habló de ella hace mucho tiempo, cuando me enamoré por
primera vez —dijo Marcela a todos los que quisieran oírla—, me dijo que
cuando yo fuera grande y ya no lo necesitara él iba a buscarla, pero tenía
miedo de que ella no lo recordara —añadió—. Me dijo que la amaba con
locura y que nunca la había olvidado, pero la vida había sido injusta con
ellos, él no tenía dinero y no le permitieron amarla. Mi papá trabajó mucho
para sacarme adelante, lo hizo solo… mi mamá falleció —añadió—, él
quería que yo triunfara y fuera una mujer de éxito para que nunca tuviera
que vivir la humillación que vivió él al no ser digno para la mujer que
amaba.
—Dios, qué dolor —dijo Azul—, y ella solo quería estar con él…
—Me alegra saber eso —dijo Marcela—, muchas veces creí que esa
historia estaba solo en su mente, era tan romántico… Tarareaba esa canción
todo el día —comentó—. Ahora me arrepiento de no haberle insistido para
que la buscara… —dijo con tristeza—, pero también tenía miedo a que solo
fuera una ilusión.
—Bueno, las cosas suceden por algo —dijo Azul con la intención de
aminorar la culpa.
Las horas pasaron con lentitud mientras todos aguardaban la llegada de
Felicita. Ni las enfermeras que habían acabado su turno se retiraban y cada
vez que llegaba una, le contaban todo lo que sucedía. Don Antonio seguía
abstraído en sus pensamientos, por momentos dormitaba y su hija le
acariciaba con dulzura.
Felipe, por su parte, buscó a Felicita y le contó las noticias. Ella se vistió
con sus mejores galas y con los ojos cargados de lágrimas y el corazón
apretado por la ansiedad y el temor, le rogó al médico de turno que le diera
el permiso. Este tras oír la historia y ver la emoción de ambos, cedió el
documento. Felicita prometió volver al día siguiente, ya que se hacía de
noche y Felipe estaba cansado de tanto manejar.
Cuando llegaron al hogar, ella lamentó las circunstancias en las que se
encontraba ese sitio.
—Qué ironía que se llame La Esperanza —dijo con tristeza—. Pobres
las personas que están aquí, en el ocaso de tu vida teniendo que lidiar con
este abandono —añadió.
—Sí, yeya, qué triste, ¿no?
—Sí… —dijo la mujer—. Felipe, llama a Nicolás y dile que ya sé a
dónde destinará el dinero que sobra.
—¿De qué hablas?
—De mi testamento, hijo, decidí donar una suma a la caridad, y qué
mejor sitio que este —añadió.
—Yeya, lo llamaré mañana mismo —afirmó él—. Ahora tenemos algo
más importante.
Azul salió a recibirlos y corrió a abrazar a Felicita.
—Lo encontré, Feli, lo encontré para ti —dijo con emoción—, no
recuerda mucho, pero sí la canción… yo se la canté y me preguntó por ti —
añadió.
Felicita sonrió con emoción y entonces caminó hasta la habitación.
Azul, por su parte, envuelta en emoción, tomó la mano de Felipe y la
siguieron.
—¿Antonio? ¿Dónde estás? —preguntó la mujer al entrar.
Las miradas se paralizaron en ella y todos sonrieron. Fue un momento
mágico e intenso, como si todos hubiesen dejado de respirar, atentos a la
expresión del hombre.
Felicita vio a un anciano sentado en un sillón, al lado una mujer muy
parecida a él le acariciaba con ternura la mano y le regalaba una sonrisa. Él
observaba de un lado al otro, se mostraba agitado.
Azul entonces encendió su celular y puso aquella melodía que era tan
significativa para él.

Cuando me preguntan ¿qué es la felicidad?


no se me ocurre nada más que tú.
¿Cómo es posible que aunque no estés aquí,
te sienta dentro mío como si fueras parte de mí?

—Hola, mi amor, al fin estoy aquí —dijo Felicita con lágrimas en los
ojos mientras se acercaba.
Marcela se apartó de él para darle su sitio y ella se sentó.
—Ha sido largo el camino, ¿no? Ha sido una larga espera… —dijo ella y
le acarició con ternura la mejilla.

Tu amor es la esperanza que me hace respirar,


me da la vida y me deja cantar.
No importa si en esta vida no te vuelvo a encontrar,
te llevo en mis recuerdos, en mi aliento y en mi piel.

—¿Ya eres libre? —preguntó el hombre que de pronto la observó—.


Estás muy hermosa —añadió.
Todos en la sala suspiraron e hicieron algunas exclamaciones, la mayoría
tenía los ojos llenos de lágrimas
—Soy libre, sí… Hemos cumplido la promesa, ¿no?
—Yo tenía miedo… —admitió él.
—Lo sé, yo también… pero ya basta de miedos, ¿no? Estamos juntos al
fin —susurró ella y se acercó para darle un dulce beso en los labios.

Felicidad, Felicita,
No olvides las promesas que nos hicimos ayer.
Felicidad, Felicita,
Te prometo que por siempre yo te he de amar.

—Tengo que hacer un viaje —dijo él—, pronto…


Marcela pensó que se refería a Francia, quiso intervenir y decirle que se
quedarían allí… pero calló, la emotividad estaba al extremo en ese sitio en
ese momento.

Cuando me preguntan ¿por qué no sonríes ya?


no se me ocurre nada más que tú.
¿Cómo es posible que volviera a sonreír,
si en mi futuro siempre solo un recuerdo serás?

—Yo lo sé —dijo Felicita—, y vine por eso… para decirte que esta vez
no será una despedida, espérame allí, iré pronto.
—¿Lo prometes? —inquirió él.
Felicita asintió.

Aún así doy gracias a la vida y al amor


por haberte podido conocer.
Y no solo por eso, también por tu amor,
que es el regalo más hermoso que me hizo Dios.

Felicidad, Felicita,
No olvides las promesas que nos hicimos ayer.
Felicidad, Felicita,
Te prometo que por siempre yo te he de amar.
Te prometo que por siempre yo te he de amar

Ninguno de los dos dijo nada más, pero se quedaron en silencio, de la


mano, contemplándose a los ojos, como si sus almas pudiesen hablar y el
resto del mundo no existiera más.
—¿Puedes poner Love me tender? —pidió Felicita a Azul.
—Claro… —dijo ella y buscó en su lista de reproducción.
—Dejémoslo solos un rato —dijo Felipe.
Todos asintieron y salieron de la habitación con mucho cuidado de no
romper la magia de la cual eran testigos.
La canción se escuchaba desde atrás de la puerta, donde permanecieron
alertas por si los necesitaban. Luego… el silencio.
Un rato después, Felicita salió de allí con los ojos llenos de lágrimas.
—¿Feli? —inquirió Azul al verla.
—Ya se fue… —dijo ella—, lo tomé de la mano y le dije que se fuera
tranquilo, que allá nos encontraríamos.
—¿Te refieres a…? —inquirió Felipe.
Marcela al comprenderlo ingresó a toda velocidad seguida del doctor y
algunas enfermeras.
—Sí… Yo sabía que él me estaba esperando para partir… —dijo la
mujer.
—¿Cómo? —inquirió Azul.
—Porque nuestro amor es más grande que este mundo —dijo la mujer
—. Él ya está libre, y pronto yo también lo alcanzaré allá donde la libertad
es el mejor de los dones.
Azul comenzó a llorar y abrazó a la mujer, Felipe también lo hizo y los
tres quedaron allí en un ambiente en el que aún podían sentir el amor.
Fueron juntos a un hotel donde Felipe pidió una habitación doble para
Azul y Feli y una simple para él. Azul la ayudó a tomar un baño y a
recostarse.
—¿En serio estás bien? —inquirió.
—Sí, estoy bien… sé que ahora él es feliz —susurró—, es él de nuevo,
sin limitaciones, en todo su esplendor, Azul…
—Feli… esto es muy intenso, no sé ni qué decir ni qué pensar… quiero
llorar… de la tristeza y la felicidad. ¿Tiene eso sentido? —inquirió.
—Sí, pero lo que no tiene sentido es que tú y Felipe no hayan hablado
aún. Anda, búscalo, escúchalo y dile lo que piensas…
—No quiero dejarte sola…
—Yo estoy bien… es tu tiempo, no lo pierdas, Azul, no pierdas un solo
minuto más de poder estar al lado de la persona que amas y de ser feliz con
él. La vida es corta, cariño —dijo y sonrió con dulzura—. Yo dormiré.
29

Azul encontró a Felipe sentado en su cama con los ojos llenos de lágrimas.
La puerta estaba abierta, por lo que ella ingresó y cerró tras ella.
—¿Está bien ella? —inquirió secándose las lágrimas.
Azul asintió y se sentó en el suelo frente a él.
—¿Sabes? Lo que viste no es lo que piensas, él me llamó, vino a ver
unos documentos y quería que habláramos. Ese mismo día, cuando tú me
abrazabas bajo la llovizna y yo lloraba, comprendí que te amo, que estoy
enamorada de ti y que, aunque muero de miedo, quiero estar contigo —
afirmó—, pero necesitaba verlo, decirle aquello que te conté y escuchar lo
que él tenía para decirme.
—Yo…
—Escucha… Me dijo que quería volver a intentarlo, le dije que no
estaba disponible porque estoy enamorada de alguien más —susurró—,
volvimos a casa, él me acompañó porque no quería que caminara sola… y
me besó. No lo evité, no voy a mentirte, era un beso con sabor a despedida,
un cierre de una historia que fue bonita y me ayudó a crecer, pero ¿sabes?
Eres tú… no es Gonzalo, no es como dijiste, no es él mi más grande historia
de amor… ¿Comprendes lo que digo? Tú eres mi más grande historia de
amor —dijo con dulzura.
—Azul…
—Me enseñaste a ver la vida de otra forma. Yo estaba contenta en mi
burbuja de perfección, con mi vida organizada para evitar sufrir, intentaba
no mojarme bajo la lluvia y no mostrar vulnerabilidad, ser fuerte, decidida,
llevar a la vida por delante. Entonces, tú me mostraste otra faceta de mí
misma, me permitiste ser yo misma, triste, melancólica, vulnerable e
imperfecta, con un tremendo miedo a amar y a volver a salir herida. Era
más fácil para mí vivir en mis sueños, en mis ilusiones de un amor mágico
como el de las novelas o las películas… así me mantenía a salvo del mundo
real, de la posibilidad de sufrir, de quedarme sola. Yo también quiero un
hogar, una familia… quiero niños corriendo —dijo entre lágrimas—, y
quiero llegar a ser viejita y amar a alguien tanto como Felicita ama a
Antonio… y quiero que ese alguien seas tú. ¿Estoy loca? Lo sé, siempre me
lo dices.
Felipe acarició su rostro con ternura y le regaló una sonrisa dulce.
—Yo también te amo, Azul… y quiero lo mismo que tú. A tu lado me
animé a vivir, a bailar desnudos en un campo, a dejarme mojar por la lluvia
mientras te protegía en mi abrazo, a buscar a un hombre por toda la ciudad.
Me hiciste volver a una de mis pasiones más antiguas, el arte —dijo y ella
frunció el ceño, confusa—, ya lo entenderás luego —añadió—. Ahora, lo
que tienes que saber es que yo estoy disponible para ti, no me ata nada ni
nadie, soy libre… Y si tú también lo eres, quiero que lo seamos juntos.
—Claro que sí… —dijo ella conmovida por sus palabras.
—Quiero que a mi lado siempre te sientas libre para ser tu misma, eso es
lo más hermoso de lo que tenemos, quiero que te animes a decirme lo que
sientes cómo lo sientes, a bailar desnuda o con ropa, a dar brincos de
emoción cuando una noticia te pone muy feliz o a abrazar a todas las
personas que necesiten de un abrazo. Quiero que a mi lado sientas que
puedes llorar cuando lo desees, que un día puedes amanecer triste y
melancólica y yo estaré allí para ti, quiero que sepas que no deseo que seas
perfecta, sino que seas humana. Me gustan todos tus colores, tus flores, tu
cabello desmarañado y tus ropas extrañas. Me compraré una bicicleta para
poder andar a tu lado y aprenderé a bailar salsa y bachata para no quedar en
ridículo cuando salgamos —prometió—. Todavía recuerdo la leyenda que
me contaste, la busqué en internet ese mismo día. Yo quiero eso, amar en
libertad, ayudarnos a crecer como personas, no cortarnos las alas… porque
eso es lo que tú haz hecho conmigo desde que te conocí…
—Te amo… —dijo ella abrazándolo.
—Y yo… —respondió él correspondiendo al abrazo y levantándola del
suelo para que se siente a su lado en la cama.
Se miraron a los ojos por mucho rato, como si sus almas pudieran leerse
y hablarse sin palabras, entonces fue él quien dio el primer paso, juntó sus
labios a los de ella y la besó con ternura.
Un rato después, él acarició su rostro con suavidad.
—¿Quiere decir que ahora sí ya podremos repetir lo del campo? —
inquirió.
—¿Me dijiste todas esas cosas bellas solo por eso? —bromeó ella.
—Me descubriste —susurró él.
—Primero te tomaré un examen de danza… —añadió y luego movió las
cejas con diversión—. Desnudo.
Felipe se echó a reír.
—Desde ya me inscribiré en una academia —prometió.
—Quiero ver eso —dijo ella con dulzura y volvió a besarlo.
—Lo verás más pronto de lo que imaginas —musitó entre los besos.
—Nada me encantaría más que bailar contigo esta noche, pero me
preocupa Feli, tendremos tiempo para esto… mucho tiempo… toda la vida
si lo deseas… —se animó a adelantar—, pero hoy quiero estar con ella…
—Lo sé, me parece correcto —dijo él y la volvió a besar—. Y sí, me
gusta lo de toda la vida…
Azul se levantó entonces y caminó hasta la puerta desde donde se volteó
para mirarlo.
—Yo nunca pensé en nadie a largo plazo… es decir, sí en mis sueños,
pero no en la realidad… Siempre tuve miedo de eso…
—¿Ahora?
—Ahora quiero animarme a convertir mis sueños en realidad, contigo…
Felipe sonrió.
—Te amo…
—Y yo…
30

Por la mañana siguiente, a ambos les sorprendió el alegre estado de ánimo


de Felicita. Azul le comentó a Felipe que ella se encontraba bien, pero no
quería ir a los servicios fúnebres. Prefería recordarlo como siempre, con una
sonrisa, feliz, libre.
Se juntaron a desayunar y luego partieron de regreso al hogar, donde
Felicita les agradeció de nuevo por todo lo que hicieron por ella.
—Gracias, gracias por todo… ustedes no saben lo que significa lo que
hicieron por mí, les estaré agradecida por siempre —dijo antes de
despedirse.
—No, nosotros estamos agradecidos contigo —respondió Felipe—, tu
historia nos dio esperanzas, nos enseñó mucho sobre el amor de verdad,
sobre el tiempo, sobre la vida… Nos impulsó a animarnos —añadió y tomó
la mano de Azul.
Felicita sonrió.
—Estoy muy feliz por ustedes. Me encanta que juntos hayan encontrado
el equilibrio, Azul es la mejor persona que conozco y ahora estoy tranquila
de que por fin está con una persona que se la merece. Y tú, Felipe, mereces
ser feliz, amado y valorado, porque hombres como tú no quedan muchos…
—Te queremos mucho, Feli —dijo Azul abrazándola.
—Felipe… hazme el favor de llevarla ahora a ya sabes dónde —pidió
Felicita.
—¿Ahora? Pero todavía no está terminado… —dijo él.
—No importa, no hace falta que las cosas sean perfectas, solo que sean
—susurró—. Azul, espero que te guste el regalo que te preparé. Cuando lo
veas, no quiero que pienses que es demasiado, quiero que tengas la certeza
que te lo mereces y que es tuyo.
—¿Un regalo? —dijo Azul con sorpresa.
—Sí, un regalo que preparamos con Felipe para ti…
—Ya me emocioné —dijo la muchacha y comenzó a dar brincos de
alegría.
—Ni te imaginas lo que te emocionarás cuando lo veas —aseguró Felipe
contenta de verla así.
Se despidieron entonces y subieron al vehículo.
—¿No me vas a dar ninguna pista? —quiso saber ella.
—No… con todo lo que me costó callar todo este tiempo, no lo echaré a
perder ahora… Quiero grabar tu reacción, así que voy a estacionar lejos,
caminaremos y yo te grabaré.
—Hmmm, la curiosidad me está matando —dijo ella con entusiasmo.
Llegaron a un sitio donde Felipe pudo dejar el auto y bajaron.
Caminaron las dos o tres cuadras hasta el salón, y justo cuando estaban en
frente, sin que ella lo supiera. Felipe comenzó a grabarla.
—¿De qué se trata? —inquirió ella.
—Toma —dijo él sacando con la otra mano unas llaves de su bolsillo—.
Son las llaves de tu nueva academia de danzas —añadió.
—¿Qué? —preguntó ella que de inmediato se puso seria. Miró las llaves
y el sitio que Felipe señalaba y vio el local, aquel con el que había soñado y
frente al cual había pasado tantas veces—. ¿Aquí? No es verdad…
—Ábrelo… aún no está acabado, pero Feli ordenó que fuera hoy —dijo
él encogiéndose de hombros.
Azul, con lágrimas en los ojos y las manos temblando, intentó abrir la
puerta, pero no pudo. Felipe le sacó las llaves y lo hizo él. La muchacha
ingresó y vio las paredes recién pintadas, el piso en pleno arreglo y el
ventanal que sería colocado en el frente. Justo en la pared principal, una
gran tela que cubría la misma.
—¿Te gusta? —inquirió él que seguía grabando.
Azul no daba crédito a lo que estaba viendo y en su cabeza, un mundo
de preguntas se arremolinaban y se mezclaban con emociones.
—Suelta ya ese teléfono —ordenó.
Felipe sonrió y apagó la cámara, entonces ella se arrojó a sus brazos.
—¿Cómo sabías que este era el local de mis sueños? Pasaba por aquí
hace años y lo miraba una y otra vez, me imaginaba todo tal cual lo estás
haciendo, y en esa pared el grafiti principal —añadió y señaló la pared
cubierta.
—¿En serio? Yo solo pasé y sentí que este era el sitio indicado, me
habías dicho que querías que fuera en el centro…
—¿Solo así?
—Sí… Feli me dio un poder para comprarla, me dijo que era lo mínimo
que podía hacer por ti…
—No necesitaba hacerlo —dijo ella emocionada.
—Sí, pero lo deseaba… Y yo también quise hacerte un regalo —dijo él
con una sonrisa tímida—. Tú aún no lo sabes, pero cuando yo era más
joven, dibujaba —susurró.
—¿En serio? —inquirió—. Sí, era mi pasión… Así que te quise hacer un
grafiti para tu mural especial, si no te gusta lo podemos cambiar.
Felipe caminó hasta la pared y sacó la tela. Azul no pudo creer lo que
vio allí. Eran dos figuras, una masculina y otra femenina, no tenían rostros,
pero tenían alas, los dos volaban hacia arriba y atrás de ellos se leían
palabras como amor, libertad, expresión, arte, baile, felicidad.
—¿Tú hiciste eso? ¿En serio? —inquirió ella.
—Cada mañana antes de ir al hogar venía a trabajar un poco… y algunas
noches también —añadió.
—Son el águila y el halcón de la leyenda del amor eterno convertidos en
personas…
—Menos mal que lo has entendido —bromeó él—, pero si no te gusta.
Azul corrió hasta él y se arrojó en sus brazos envolviéndolo con sus
piernas y sus brazos, comenzó a besarlo como si la vida se le fuera en ello.
—Creo… mmm que debo… mmm… suponer —decía entre besos y
gemidos—, que te gustó…
—¡Me encanta! ¡Me encanta! —gritó ella con las piernas aún por la
cintura de Felipe, los brazos por su cuello y sus besos por cualquier lugar
que le quedara al alcance.
—Te dije que pronto me inscribiría en una academia —dijo él con una
sonrisa cuando al fin ella se calmó un poco—. Soy tu primer alumno…
—¿Ah, sí? Bueno, comencemos la clase entonces —dijo ella y sacó el
celular para poner música.
—Bueno… —dijo él y esperó.
Azul apagó de nuevo la música.
—Espera —dijo haciéndole un gesto con la mano e hizo una llamada a
Felicita.
—Nadie nunca hizo nada así por mí, no sé ni siquiera cómo reaccionar
ni qué decirte… gracias queda corto —susurró.
Esperó la respuesta de la mujer y luego de un rato le volvió a agradecer
y cortó.
—Me dijo que nadie nunca hizo por ella lo que yo hice —dijo con una
sonrisa—, yo le animé a ser y no la juzgué —añadió con emoción.
Felipe sonrió.
—Ahora sí, a lo que íbamos —dijo Azul y volvió a poner la música.
—Listo para mi primera clase —dijo él con las manos en la cintura.
—Primero, sácate la ropa —pidió la muchacha.
Felipe levantó las cejas con sorpresa, pero accedió rápido a aquel
pedido.
—Ahora sí, estoy lista para enseñarte y también para aprender de ti —
murmuró con la voz cargada de sensualidad mientras ella también se
desvestía.
—¿Te das cuenta de que nuestros cuerpos lo supieron antes que
nosotros? —dijo él mientras la abrazaba.
Azul sonrió.
—Tienes razón —murmuró mientras los dos se movían lentamente al
compás de una melodía.
El silencio los envolvió de nuevo, mientras sus manos comenzaban a
hacer sus propios caminos en el cuerpo del otro.
—¿Sabes? —susurró Azul—. Acabo de decidir que la vida es como un
baile, tiene sus partes lentas, sus partes rápidas, a veces te duelen los pies o
te lastimas, a veces te cansas… Algunsa veces te toca ser el maestro y otras
el aprendiz… A veces debes apagar la música y comenzar de nuevo…
—Tienes razón, mi amor —susurró él muy cerca de sus oídos mientras
sus manos bajaban peligrosamente por su espalda—. Pero déjame ser
romántico y tomar la iniciativa, ¿quieres ser mi pareja de baile?
—Quiero… Quiero bailarme la vida contigo —respondió Azul antes de
dejarse llevar.
EPÍLOGO
Azul y Felipe estaban sentados en el muelle donde casi cuatro años atrás
dejaron que la llovizna se llevara sus miedos. En esta ocasión, el día estaba
soleado y fresco, el revoloteo de las gaviotas y el grito de algunos niños en
la playa, aumentaban la sensación de armonía que podía percibirse en el
ambiente.
Azul abrió la carta con lentitud, el día anterior, ella y Felipe asistieron a
la lectura del testamento de Felicita, la mujer había fallecido unas semanas
antes y había dejado por escrito todo lo que deseaba legar y a quién. Su
dinero lo había repartido entre cuatro. Por una parte, estaba Mónica, su
nieta, junto a un bello mensaje en el cual le decía que la había extrañado y
que esperaba que fuera feliz, que nunca la había juzgado y que era una pena
que se hubiera alejado. La mujer derramó algunas lágrimas de
arrepentimiento, pero no dijo nada. Otra parte le correspondió a Felipe,
junto a un mensaje de agradecimiento por haberla querido y haberla
cuidado en sus últimos años. También dejó algo para Azul, que además de
dinero, recibió las pocas pertenencias antiguas que le quedaron a la mujer,
algunas joyas, un par de muebles y el viejo disco de vinilo en el cual una
canción hablaba de ella. La nota para la muchacha decía que le agradecía el
color que le había puesto a su vida y que ella era la familia que eligió.
Por último, una gran parte del dinero fue para el hogar La esperanza, en
donde el amor de su vida pasó sus últimos meses en una bruma de tristeza y
dejadez. El director del hogar recibió también una nota en la que Feli pedía
que con ese dinero mejoraran la atención y las instalaciones del hogar para
darle a los ancianos una vida mucho más digna en sus últimos años que ya
de por sí, eran bastante difíciles.
Al final, había también dos cartas, una para Mónica y otra para Azul y
Felipe.
—Léela —pidió Felipe mientras colocaba con suavidad su mano sobre
la prominente barriga de su esposa.
Azul asintió.
—Queridos míos: Cuando lean esta carta yo ya estaré bailando entre las
nubes en los brazos de mi amado mientras me canta al oído nuestras
canciones favoritas. No quiero que lloren por mí, no más de lo necesario al
menos, no quiero que piensen que mi vida ha terminado, porque es ahora
recién cuando va a comenzar.
Azul tomó aire para seguir, entre la emoción y la panza abultada, la
respiración se le agitaba.
—Espero que tomen mi vida como un ejemplo de lo que no deben
permitir que suceda, hoy puede ser que las horas se les pasen lentas y que el
final parezca lejano, pero es una ilusión en la que descansamos y cuando
nos damos cuenta, la vida se ha acabado.
Felipe tomó la carta para continuar con la lectura, al darse cuenta de que
Azul estaba demasiado emocionada y le costaba mucho hacerlo.
—Estoy feliz porque me voy con la certeza de que ustedes se han
elegido y han sido capaces de salir de sus jaulas para animarse a amar. En el
primer sueño que tuve con Antonio, él me hablaba de una jaula, no lo
explicó mucho, pero fue una comprensión del momento. Entendí que en la
vida somos nosotros los que les ponemos barrotes a la jaula en la que
decididmos vivir. Todos esos barrotes están hechos de miedos, algunos a
enamorarse, a entregarse, a confiar, a experimentar… otros son las malas
experiencias y el temor de volver a caer en ellas, de volver a sufrir.
»Los míos eran el temor al qué dirán, miedo a defraudar a mis seres
queridos, terror de hacer el ridículo. Los barrotes de Antonio tenían que ver
con no ser suficiente, con no poder darme lo que necesitaba, con su propia
autoestima y su incapacidad de verse a mi altura… Pero la jaula no tiene
puertas, uno puede salir de ella cuando quiere, lo que pasa es que si uno
mira a través de esos barrotes se asusta tanto que prefiere quedarse allí, en
una pseudo seguridad. A veces culpamos a los demás, otras nos
victimizamos por estar allí, pero al final estamos porque queremos…
Azul perdió la vista en el lugar donde el océano se junta con el cielo y
derramó lágrimas mientras se perdía en aquellas letras.
—Ustedes han sido más valientes, pero la batalla no está ganada, no
mientras estén vivos. Luchen por esa libertad que no es otra que la de
animarse a salir de la jaula, a ir más allá de los miedos. Luchen por ese
derecho a ser felices y a vivir sus vidas como ustedes elijan hacerlo.
Felipe le pasó de nuevo el papel a la muchacha que tomó aire antes de
continuar.
—Me hubiese gustado conocer a las gemelas que son el resultado de ese
gran amor que los une, pero mi tiempo se está acabando y sé que no llegaré
a verlas nacer. Quizá las encuentre arriba, antes de que ellas bajen, si es así
les daré un abrazo fuerte antes de enviárselas a ustedes. Sé que serán un par
de hermosas criaturas, que tendrán unos padres amorosos y atentos, que
formarán una familia unida en el amor. Ustedes son para mí esa familia que
yo elegí, mis nietos del alma y del corazón, el amor que me brindaron me
hizo mejor persona y me brindó un mundo que yo no conocía, lleno de
nuevas oportunidades. Ellas son mis bisnietas y yo las cuidaré desde el
cielo. Los amo, familia, hasta luego… Feli.
Azul se desbordó entre lágrimas de emoción y melancolía y Felipe la
abrazó con ternura y la besó en la frente. En ese momento, las niñas
patearon en el interior de su madre, Azul sonrió y se secó las lágrimas antes
de colocar su mano y la de Felipe en su abdomen.
—¿De nuevo ensayan esa coreografía? —inquirió Felipe.
—Luna, Cielo… un poco de piedad con mami —dijo ella mientras
acariciaba su barriga. El movimiento cesó.
—Te amo —dijo Felipe y la besó—. ¿Tienes ganas de bailar un poquito?
—inquirió.
—¿Ahora? —preguntó ella confundida y él asintió.
Felipe la ayudó a incorporarse, entonces la abrazó y la guio con
suavidad, un paso a la derecha y otro a la izquierda. Las niñas en medio del
amor de sus padres, la música la tocaba el mar y el viento les acariciaba el
alma mientras juntos bailaban al son de la vida.
aGRADECIMIENTOS
A Dios, por ser mi esperanza,
por tocar mi alma y bendecirla.

A la Virgen María,
por ser mi luz y mi guía.

A mi familia, por el amor incondicional,


por ser mi sostén, mi aliento y mi fuerza.

A mis amigas, en especial a las


que leyeron esta historia antes de que saliera a la luz.

A mis lectores, por estar allí incluso


cuando ni yo misma estoy.

A todos los que están,


de una manera u otra.
About The Author
Araceli Samudio
Araceli Samudio nace y vive en Asunción, Paraguay. Mujer, madre, esposa,
docente, emprendedora y amante de las letras, se considera a sí misma
como un alma en constante movimiento. Artista y creativa por naturaleza,
siempre está buscando dar forma a las ideas que se van formando de manera
ininterrumpida en su mente y en su corazón, encontrando en las palabras la
forma de liberarlas.

Se inicia temprano en la escritura como pasatiempo, y cuando llega a la


plataforma Wattpad decide compartir sus historias.

En el año 2016 publica un relato dentro de un libro que engloba a varios


autores, además, ese mismo año publica de manera independiente la novela
«El amor después del dolor».

En el año 2017 publica las novelas: «La chica de los colores» y «Tu música
en mi silencio», ambas pertenecientes a la serie «Amor en un mundo
inclusivo». En setiembre del mismo año, publica «Sueños de Cristal» en
coautoría con Carolina Méndez. En el año 2018 publica «Con los ojos del
alma», tercera obra de la serie «Amor en un mundo inclusivo». En el año
2019 publica la trilogía «Lo que me queda de ti», «Lo que aprendí de ti» y
«Lo que tengo para ti», todas bajo el sello de Nova Casa Editorial.

En el año 2019 publica «La pareja IMperfecta» bajo el sello de Selecta


Editorial y en el año 2020 publica de manera independiente «Ni príncipe ni
princesa» primera obra de la serie «Ser quien quieres ser».

Desde el año 2020 ha sido nominada como Wattpad Star y se encuentra en


dicha plataforma bajo el seudónimo de @LunnaDF.

Escribe principalmente Romance y Novelas Juveniles, aunque ha


incursionado también en Fantasía y Paranormal. Impregnadas en tinte
romántico, le gusta escribir historias con personajes y temas reales de la
vida cotidiana, y, sobre todo, busca dejar con ellas una huella de esperanza
o un mensaje inspirador en el alma de cada lector.

Redes Sociales:
www.aracelisamudio.com
Facebook/Wattpad/Instagram: Lunnadf
Twitter: Aranube
Grupo de lectores en Facebook: Historias de Lunna.
Books By This Author
La chica de los colores
Celeste era una chica con una discapacidad a quien, a raíz de un accidente,
le habían amputado ambas piernas a la edad de diez años. Gracias al apoyo
de su familia —en especial al cariño y confianza que le brindó su abuelo—,
fue capaz de superar los momentos difíciles causados por la adversidad.
Encontró entonces en el arte, y específicamente en la pintura, una forma de
liberar su alma, de volar a los rincones a los que físicamente no podría
llegar. Así, entre cuentos infantiles y sirenas, fue capaz de crecer y
convertirse en una mujer hermosa, talentosa y, sobre todo, independiente.

Pero, y ¿el amor? El amor la hacía sentir vulnerable. No lo esperaba, creía


que las cosas para ella serían así: una vida solitaria y llena de cuadros por
pintar. Entonces apareció Bruno, un chico de una ciudad distinta, de una
clase social diferente, pero con muchas ganas de llenarse de los colores de
Celeste.

Bruno le demostrará que el amor no entiende de diferencias ni de


limitaciones, que los recuerdos que guarda el corazón son más importantes
que los que guarda la mente, y que el amor existe para todos. Celeste
encontrará en Bruno al chico de los cuentos que le contaba su abuelo y, de
paso, descubrirá que este tiene muchas más historias que contar, además de
las que ella conocía y que los secretos del pasado pueden afectarlos a
ambos.

Celeste y Bruno serán testigos de un amor predestinado en el tiempo, una


revancha de la vida, un lienzo en blanco lleno de colores por pintar y
descubrir.

Tu música en mi silencio
La maestra de piano le enseñó dos cosas importantes: primero, que para
tocar música no es necesario oírla, sino sentirla; y segundo, así como no hay
luz sin oscuridad, como no hay bondad sin maldad, tampoco es posible la
música sin el silencio. Y ella así lo creyó.
Un día, se dio cuenta de que también había música en sí misma, que su
corazón se aceleraba, sus piernas se aflojaban y su interior vibraba cuando
él, Daniel, estaba cerca. Y es que él había traído la música a su vida: la del
piano y la de su propia alma. Era él quien llenaba de melodías la quietud en
la que vivía, por lo que cuando se fue, la música también se acabó.
Y es que crecer duele, y la pobreza es enemiga de los sueños; pero
entonces, sumida en el más profundo y absurdo silencio causado por la
desazón y los problemas de la vida, recordó la lección de la maestra: no hay
música sin silencio. Y así, su corazón volvió a latir, y en su quietud volvió a
sonar aquella melodía.

Con los ojos del alma


Ámbar perseguía la libertad, esa era la palabra que marcaba su camino.
Volaba de un lado al otro en búsqueda de un lugar donde por fin se
encontrase a gusto, un sitio que la hiciera sentir parte de algo, de un todo.
Pero nunca lo hallaba, porque cuando la novedad pasaba, simplemente todo
se repetía en su interior, los recuerdos y temores afloraban, y ella volvía a
huir.

Mariano estaba lleno de estructuras y organización, esa era la forma como


lograba sobrevivir y destacarse en la vida académica, a pesar de su
discapacidad. Necesitaba crear una fortaleza en torno a su persona,
asegurarse de que nada pudiera sabotear todo lo que había logrado. Para
ello, tenía solo dos armas: su inteligencia extrema y el poder que le
otorgaba su cargo. Con ello manejaba a los que lo rodeaban, lograba que le
temieran porque pensaba que solo con el miedo obtendría el respeto que
tanto ansiaba. Pero lo cierto era que se sentía inferior al resto y había creado
ese solitario mundo para protegerse.

Un día, sus caminos se juntaron y sus personalidades sacaron lo peor de


cada uno. El orgullo se convirtió en la barrera que ambos utilizaron para
poder evadir lo que en realidad sentían, aquello a lo que tanto temían.
Ámbar no deseaba perder su falsa libertad y Mariano no quería ser
vulnerable para nadie; aceptar el amor no era algo que estaba en sus planes.
Pero los planes no siempre se cumplen y el destino tiene caminos
misteriosos.

Lo que me queda de ti
Dicen que nada sucede por casualidad, que cada persona llega a nuestra
vida con un objetivo y nos trae un aprendizaje. Están quienes se quedan por
mucho tiempo a nuestro lado y quienes se van pronto para seguir con su
propio camino. Lo cierto es que todos dejan una huella que, en ocasiones,
puede ser imborrable. Cuando esa clase de personas ya no están, el vacío se
hace inmenso y seguir resulta doloroso.

Rafael lo ha entregado todo por amor. Lo único que le queda es el vacío que
deja la ausencia de alguien a quien amó con todas sus fuerzas; los
recuerdos, que algunas veces reconfortan, pero que también duelen; las
preguntas sin respuestas y los sentimientos contradictorios a los que se ve
enfrentado tras el abandono.

Cuando las historias de amor fracasan, llueven los "quizá".

Quizá, si se hubieran encontrado en otros tiempos. Quizá, si Rafael no se


hubiera entregado tanto. Quizá, si Carolina hubiera abierto los ojos a
tiempo. Quizá, si su falta de autoestima no la hubiese destruido. Quizá, si el
amor hubiera vencido al egoísmo. Quizá, y solo quizá, la historia hubiera
sido diferente.

Lo cierto es que años después de un adiós inesperado la herida sigue abierta


en el corazón de Rafael. Él sabe que no puede continuar sin cerrar esa
historia. Pero, para ello, necesitará enfrentar a la chica que le robó su alma,
su corazón, su vida y sus pensamientos por mucho tiempo. Tendrá que
enfrentar a la mujer que le rompió el corazón y que, de pronto, está más
cerca de lo que ha esperado.

Lo que aprendí de ti
Dicen que somos resultado de nuestras experiencias, aunque a veces esas
experiencias no son las mejores. La vida puede poner muchas dificultades
en el camino, situaciones capaces de cambiar nuestra perspectiva acerca de
todo lo que consideramos certero.
Carolina Altamirano tuvo que enfrentarse a una vida llena de vacíos, a una
vida de soledad, de abandono y de maltrato. Ella encontró la forma de salir
adelante, aunque no siempre sus elecciones fueron las correctas. Su historia,
cargada de conflictos, la llevó a cometer grandes errores y a tomar pésimas
decisiones, aun cuando pensó estar haciendo lo correcto.
A Carolina siempre le tocó perder, pero cuando creyó que ya no había
salidas la vida le dio una revancha que ella supo apreciar. Entonces, en
búsqueda del perdón, descubrió que, a veces, las oportunidades llegan
disfrazadas de situaciones que no nos agradan, que la vida es una escuela en
la que aprendemos a base de prueba y error.

Lo que tengo para ti


Dicen que somos resultado de nuestras experiencias, aunque a veces esas
experiencias no son las mejores. La vida puede poner muchas dificultades
en el camino, situaciones capaces de cambiar nuestra perspectiva acerca de
todo lo que consideramos certero.
Carolina Altamirano tuvo que enfrentarse a una vida llena de vacíos, a una
vida de soledad, de abandono y de maltrato. Ella encontró la forma de salir
adelante, aunque no siempre sus elecciones fueron las correctas. Su historia,
cargada de conflictos, la llevó a cometer grandes errores y a tomar pésimas
decisiones, aun cuando pensó estar haciendo lo correcto.
A Carolina siempre le tocó perder, pero cuando creyó que ya no había
salidas la vida le dio una revancha que ella supo apreciar. Entonces, en
búsqueda del perdón, descubrió que, a veces, las oportunidades llegan
disfrazadas de situaciones que no nos agradan, que la vida es una escuela en
la que aprendemos a base de prueba y error.

La pareja IMperfecta
No creas todo lo que dicen las redes sociales: la pareja más perfecta puede
ser, en realidad... una pareja bastante imperfecta.
Luciano Armele es el modelo más importante de la Agencia Elite, pero
tiene a una gran enemiga que intenta por todos los medios hundirlo y acabar
con su reputación, una mujer sin escrúpulos que es capaz de hacer cualquier
cosa por conseguir sus objetivos.

Ante esta nueva amenaza, Luciano decide contactar a Gerardo, el encargado


de redes sociales de la agencia, para que lo ayude a contraatacar a su
enemiga. Él tiene una gran idea y para llevarla a cabo solo necesita dinero,
una mujer de confianza que esté dispuesta a ayudarlo y muchos seguidores
en Instagram.

Su proyecto «La pareja perfecta» buscará crear una realidad en la que


Luciano y Milena envolverán a sus seguidores en una historia de romance y
felicidad que no es más que una farsa bien orquestada. El proyecto debe
durarsolo un año y Gerardo lo tiene todo planeado.

El problema es que las cosas pueden salir de forma inesperada, y la pareja


perfecta puede ser en realidad bastante imperfecta.

Sueños de Cristal
Se dice que todos tenemos un ángel de la guarda, uno que se nos es
asignado desde antes de nuestro nacimiento y que debe velar por el
bienestar de nuestra alma y cuerpo durante nuestra estadía en la Tierra.
Elisa tiene uno, al igual que todos los demás, solo que ella cuenta con una
peculiaridad: desde muy pequeña puede verlo y hablar con él.

A pesar de que no siempre es sencillo vivir con alguien que te sigue a todos
lados y te recuerda lo que no debes hacer, ellos han logrado de cierta forma
armonizar y crear una especie de amistad.

Sin embargo, de un momento a otro las cosas cambian. El mundo se


enfrenta a un destino fatal y Caliel se encuentra frente a la difícil decisión
de elegir entre cumplir las órdenes que le han sido dadas o salvar a su
protegida y amada amiga. Y en medio de la tribulación y la oscuridad de los
últimos días de la Tierra, cuando parece que, finalmente, todo está acabado,
aquello que se creía extinto vuelve y enciende una llama de esperanza para
la humanidad.

El amor después del dolor


No hay dolor más grande, ni tristeza más profunda, que aquella ocasionada
por la pérdida de un hijo; Miriana lo vivió en carne propia. Cuando él se
fue, gran parte de ella se perdió también. Su alegría de vivir, sus ilusiones y
sus sueños. Ya nada tenía el mismo sentido ni la misma importancia. La
depresión abatió su mundo, su matrimonio, su carrera, su familia y su
futuro, dejándole deambular en la nada de la soledad que la acechaba por
las noches y los rutinarios días grises en los cuales tratar de sobrevivir.

Entonces la vida de Miriana toma otro rumbo, un encuentro con Nicolás


refresca la memoria de su corazón, aviva la llama del amor y revive de
esperanzas aquello que parecía acabado. Así, en medio de un camino
cargado de aprendizajes, lleno de momentos buenos y de otros más
difíciles, Miriana es testigo de misteriosos sueños llenos de revelaciones y
sorpresas a raíz de los cuales volverá a pintar de colores su mundo,
encontrará el aliento para seguir respirando, y dará cabida en su vida al
amor que trae el perdón y que es capaz de sanar el dolor.

Ni príncipe ni princesa
Frieda y Adler se conocen desde que nacieron, sus padres son mejores
amigos y los han criado como si fueran primos, Ellos se detestan desde su
más tierna infancia. Por suerte, un océano los separó casi toda la vida y solo
debían convivir durante las vacaciones.

Ella siempre fue una chica ruda, de carácter fuerte e ideas poco
convencionales; él siempre fue un chico educado, dulce y responsable,
aunque ella lograra sacar su peor versión. Entre travesuras, peleas infantiles
y castigos recurrentes, atravesaban los meses en los que se veían obligados
a convivir, pero que por suerte acababan con el final de las vacaciones.

Sin embargo, ahora las cosas serán diferentes, Adler estudiará en el país de
Frieda y, por supuesto, vivirá en su casa. Su relación, siempre tan explosiva,
sumada al despertar característico de la adolescencia, los llevará a descubrir
nuevas emociones y sentimientos que los pondrán entre la espada y la
pared.

Dicen que del odio al amor hay un solo paso, pero para darlo, Adler y
Frieda deberán madurar y, para eso la vida le tiene preparadas varias
lecciones.

*Lectura recomendada para 15 años en adelante.

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