Quiero Bailarme La Vida Contigo - Araceli Samudio
Quiero Bailarme La Vida Contigo - Araceli Samudio
Quiero Bailarme La Vida Contigo - Araceli Samudio
Araceli Samudio
Copyright © 2021 Araceli Samudio
La sensación del viento al contacto con su rostro era una de las que más le
agradaban, le hacía sentir como si pudiera volar. Si no fuera porque
manejaba su bicicleta, le hubiese gustado cerrar los ojos y dejarse llevar por
aquella caricia que le resultaba mágica y estimulante. No había nada mejor
para Azul que iniciar la mañana con el viento susurrándole al oído que,
aunque las cosas no salieran como esperaba, la vida valía la pena vivirla.
Era el día de los enamorados, por lo que el pequeño pueblo costero de
Albujía parecía encontrarse especialmente colorido. Azul detuvo su
bicicleta frente al puerto de la ciudad desde donde le agradaba observar las
embarcaciones que llegaban y las que salían, el movimiento de las personas
que trabajaban en la zona o el revuelo de las gaviotas alrededor.
Solía detenerse allí cada mañana solo para empaparse del olor a mar e
imaginarse cómo se sentiría poder volar y planear en el cielo como una
gaviota. Por eso mismo le había puesto ese nombre a su bicicleta antigua, la
que le había regalado su padre hacía un tiempo por su cumpleaños.
Azul tenía un estilo peculiar, le gustaba vestirse con muchos colores,
incluso aunque algunas veces estos no combinaran demasiado bien entre sí
a los ojos de la mayoría de las personas, casi siempre llevaba puesto un
sombrero de jean tipo pescador que tenía en medio un enorme girasol y
usaba faldas largas con zapatillas deportivas o enterizos con tirantes. Su
cabello castaño claro y lleno de rizos, siempre iba suelto y a sus anchas,
salvo en los días de mucho calor o cuando daba clases, para las cuales solía
hacerse un rodete algo desaliñado. Nada en su colorida apariencia daba la
sensación de que, por dentro, se sintiera sola y lidiara con un corazón roto.
Hacía muchos años, en una de las largas y silenciosas horas que
compartía con su padre mientras salían a pescar, él le había hablado del
amor. Cuando eso, Azul no tenía más que catorce años y se había
enamorado por primera vez, su padre la había descubierto unos días antes
mientras dibujaba corazones en su cuaderno con las iniciales A y P, que
significaban Azul y Pablo.
En esa oportunidad, ella pensó que su padre la regañaría, sin embargo, él
le contó su historia de amor con su madre, quien había fallecido cuando
Azul tenía cuatro años, y le comentó lo feliz que habían sido juntos.
—¿Cómo sabré si es amor de verdad? —quiso saber Azul en aquel
entonces—. ¿Cómo saber si es un amor como el tuyo y el de mamá?
—El amor hoy en día se confunde mucho —dijo su padre pensativo—.
Todo está demasiado mediatizado y la verdad es que el amor que venden los
medios de comunicación no siempre es el amor verdadero —añadió—. Las
mariposas en el estómago, las piernas que se te aflojan, el corazón que se te
sale del cuerpo, todo eso es una parte, una etapa del amor: el
enamoramiento —comentó—, pero eso se acaba, y lo que queda después de
eso, si es que algo queda, ese es el amor verdadero, cariño. Amar al otro
como es, con sus virtudes, pero también con sus defectos, no pretender
cambiarlo sino aceptarlo y amar incluso aquellas cosas que lo hacen
imperfecto.
El hombre hizo un silencio tras aquella explicación y perdió unos
minutos la vista en el horizonte. Azul pensó que ya había terminado hasta
que giró su rostro hacia ella y volvió a hablar.
—Tienes que prometerme una cosa, Azul…
—¿Qué? —inquirió la muchacha con los ojos brillantes cargados de
ilusión.
—Nunca dejes que nadie te haga creer que necesitas ser alguien distinta
para amarte —zanjó con decisión—. Eres una chica peculiar, tienes un
brillo especial y características que te hacen ser quién eres, nunca permitas
que nadie te haga sentir que no vales, no dejes que en el nombre del amor te
pidan que cambies o seas alguien que no eres.
—Está bien… —respondió Azul sin comprender del todo la magnitud de
aquella promesa.
Su padre le regaló una sonrisa y luego volvió la mirada al agua
silenciosa y clara en la que intentaban pescar.
—A veces, las personas confunden amor con posesión, creen que
cuando amas a alguien eres su dueño. No hay concepto más equivocado que
ese, pero bajo esa premisa, buscan cambiar al otro, adecuarlo a lo que
desean que sea. Las personas muchas veces se enamoran del amor, no de
otro ser humano, sino de la idea de estar enamorados.
—No lo comprendo muy bien…
—Te contaré una leyenda —dijo entonces el hombre y Azul se preparó
ansiosa para oírla—. Había una vez una pareja compuesta por el hijo de un
guerrero y una joven muy bella, sus padres estaban de acuerdo con la unión,
por lo que la boda se llevaría a cabo. Los jóvenes, se amaban tanto que
acudieron al brujo del pueblo para que les diera un conjuro que hiciera que
su amor fuera eterno.
—¡Qué romántico! —dijo Azul con los ojos cargados de emoción.
—El caso es que el brujo mandó al joven a las montañas del norte a
buscar al halcón más vigoroso y fuerte; y a la muchacha a las montañas del
sur a buscar al águila más cazadora y que volara más alto. A ambos les dijo
que le trajeran las aves con vida y así lo hicieron.
—¿Y para qué? —inquirió la muchacha con genuino interés.
—Bueno, cuando se las trajeron, luego de varios días, el brujo les
preguntó si eran las mejores, a lo que ellos dijeron que sí. Entonces, les
pidió que las ataran la una a la otra y luego las dejaran en libertad. Así, las
aves no pudieron volar, se tropezaban, se estorbaban, se lastimaban, se
atascaban mutuamente…
—Oh… pobrecitas —susurró Azul imaginándose a las desdichadas aves.
—Y el brujo dijo entonces que atadas la una a la otra, ninguna podría
volar. Entonces les regaló un conjuro que hacía énfasis en que el amor no
debe ser una atadura ni generar dependencia, les aconsejó que se respeten
mutuamente y nunca se impidan volar. Les prometió que, si se amaban así,
el amor crecería y sería eterno, pues lo que limita al alma tarde o temprano
muere.
—¡Qué bonito! —exclamó Azul con la mirada inquieta y el corazón
agitado.
—Muy bonito, pero no tan sencillo. Amar así requiere de una madurez
que no todo el mundo posee. La leyenda del águila y el halcón es muy
interesante, deberías buscarla en internet y leerla, ya que al final dice más
cosas que no recuerdo con exactitud. De todas formas, hija, no dejes que
nadie amarre ni corte tus alas nunca —afirmó y volvió a sumirse en su
típico silencio de pescador experimentado.
Azul recordaba esa leyenda constantemente, sobre todo cada vez que
volvía a lidiar con un corazón roto a causa de un amor que no pudo ser.
Observó entonces a un joven con un enorme ramo de rosas blancas y a otro
con un peluche gigante de color rosado, ambos iban con una sonrisa en el
rostro y Azul se imaginó que se encaminaban a ver a sus novias en ese día
en que el mundo celebraba el amor.
Volvió a montar en su bicicleta y sonrió, siempre había sido una
romántica empedernida y no perdía la esperanza de hallar a su gran amor,
aquel que, como el guerrero de la leyenda, la amara de tal manera que
construyeran juntos un amor eterno.
Algunas de sus amigas le decían que eso no era real, que eran cuentos
estúpidos que idealizaban el amor y que mientras no cambiara su forma de
pensar no lo hallaría jamás, pero ella aún se aferraba a aquella idea, por lo
que le gustaba mirar de reojo a las parejas enamoradas en las plazas
mientras se imaginaba sus historias de amor y el futuro que le esperaba.
Sin embargo, ese día no hallaba aquel pensamiento tan positivo, el
corazón roto le pesaba y el dolor causado por el desamor de Alexis aún le
dolía en el alma. A todo eso, el amor que rodeaba el ambiente le lastimaba
en la herida.
Sacudió su cabeza para sacar de allí los pensamientos tristes, y manejó
su bicicleta hacia el hogar de ancianos decidida a disfrutar un poco más del
viento que le acariciaba el rostro y le recordaba una vez más, que aún estaba
viva.
2
Felipe manejó en silencio hasta que Azul le pidió que pusiera música. Él
conectó su celular al parlante del auto y le preguntó qué quería oír.
—Pon música de Elvis o Los Beatles, así nos trasportamos a la época —
dijo ella con decisión.
Felipe sonrió y asintió.
—¿Dónde te llevo?
—Mi casa es a cinco cuadras del puerto, pero puedes dejarme donde
pueda tomar un bus hacia allá.
—No, te llevaré —dijo él y marcó en su GPS la dirección que ella le
indicó.
Mientras Hey Jude sonaba en los altavoces del vehículo y Azul tarareaba
la canción, Felipe no pudo dejar de pensar en los giros que había dado su
vida en los últimos tiempos. Cuando llegaron a la casa, Azul abrió la puerta
del auto, se bajó de él, y justo cuando estaba por cerrarla, abrió la boca y
luego la cerró.
—¿Qué sucede? —preguntó Felipe con curiosidad y diversión.
—Me preguntaba si deseas pasar a tomar algo, podríamos trazar un plan
para los siguientes días y… ordenar la búsqueda —añadió.
Felipe levantó las cejas con sorpresa. ¿Qué debía hacer?
—Si no quieres, no hay problema. Entiendo que tus trajes y tus corbatas
no combinan con el estilo de mi barrio —bromeó.
—¿Qué dices? —inquirió él—. ¿Qué o quién crees que soy? —añadió.
—Un nieto al que no le importó su abuela por más de tres años, pero que
ahora regresa y ha decidido ayudarla en la búsqueda de su gran amor. La
verdad es que aún me estoy debatiendo entre si te odio o te acepto —añadió
y frunció los labios como si sopesara las ideas.
Felipe sonrió.
—¿Si paso para que organicemos el plan estaría más cerca del odio o de
la aceptación? —inquirió con diversión. Esa chica despertaba algo de él que
aún no sabía identificar, pero le agradaba.
—No lo sé, no puedo prometer nada —admitió ella con sinceridad.
—Está bien, deja que estacione y te alcanzo.
—Bueno, es la tercera casa, la de color violeta —añadió como si no
estuvieran en frente a la misma.
Felipe negó con la cabeza, eran casas similares, pequeñas y de una sola
planta, era un barrio de pescadores. La casa de Azul era como ella, se
destacaba del resto incluso aunque se vieran parecidas, quizás era ese tono
violeta chillón o el montón de flores del jardín, quizás el enorme y
desvencijado ancla que descansaba casi frente a la entrada o la veleta de
metal que giraba en el techo y emitía un chillido parecido al de las películas
de terror. Lo cierto era que aquella casa sacada de un libro de cuentos para
niños combinaba a la perfección con su estrafalaria dueña.
Azul dejó la puerta abierta y Felipe ingresó con un tímido «permiso»
que nadie más que él escuchó. La muchacha no estaba por ningún lado, por
lo que él observó todo a su alrededor. La sala era pequeña y no tenía
muchos muebles, había un sofá para dos personas estilo victoriano de color
rojo sobre el cual descansaba una manta tejida a mano de diversos colores.
En el centro, había una mesa de madera cargada de artículos de cobre y
yeso. A uno de los costados de la mesa y cerca de la ventana que daba a la
calle se encontraba una reposera con libros encima y, por la pared tras el
sofá, colgaba una colección de platos decorativos antiguos.
Felipe tomó asiento y revisó con cuidado los objetos sobre la mesa,
había dos palomas de yeso pintadas con pequeñas flores de colores, unos
cuantos artículos de cobre, un reloj de arena y un reloj de bolsillo que al
abrir tenía una inscripción: «No permitas que el tiempo se te escape de las
manos».
—¿Te gusta? —inquirió Azul que venía de la cocina con una bandeja
con snacks y jugo de fruta.
—Es muy bonito —respondió él—. ¿Te gustan las antigüedades? —
inquirió.
—Sí, como lo habrás notado —sonrió ella mientras señalaba su entorno
—, me encanta ir a las ferias de pulgas y conseguir mis pequeños tesoros…
—Es… interesante…
—Pienso que cada objeto tiene una historia, me gusta sostener el objeto
en mi mano y pensar cuál pudo ser. Quizás ese reloj perteneció a un padre
que se lo dio a su hija con esa inscripción para que le recordara lo efímero
de la vida… o esos platos, quién sabe en qué pared estuvieron antes y
cuántas historias podrían contarnos si pudiesen hablar.
—Te gustan las historias…
—Me encantan. ¿Qué es la vida si no un montón de historias que se
suceden día tras día? ¿Quiénes somos si no un conjunto de recuerdos y de
historias que nos llevaron a dónde estamos?
—¿Por eso te entusiasma tanto la de Felicita y Antonio? —inquirió.
Azul se acercó y colocó la bandeja sobre la mesa, luego sacó los libros
que estaban en la reposera, los bajó al suelo y se sentó en ella.
—De todas las historias de las cuales está formado el mundo, las de
amor son las que más me gustan —admitió—, después de todo es la fuerza
que mueve al universo… Me encanta pensar que hay un alma predestinada
para cada uno, aunque no todos tengamos la suerte de hallar a ese otro que
nos complementa.
—Eres muy romántica —dijo él y negó con la cabeza—. Yo no creo en
esas cosas…
—¿En qué crees? —preguntó.
—En uno mismo. Creo que cada uno nace y muere solo y que la vida no
es más que un montón de pruebas que te llevan hacia tu destino, y que al
final del camino todos estamos y estaremos solos. ¿Acaso no es eso lo que
ves en el hogar?
—Sí… en parte —admitió ella—, pero cada una de las personas que
visito en el hogar tiene una historia, los que han sabido vivir la vida se
sienten a gusto con el momento que atraviesan, se sienten satisfechos… Los
que han perdido su tiempo en cosas sin importancia están llenos de
remordimientos, culpas y deseos incumplidos. Sienten que la vida se les
escapó de las manos y, con la edad que tienen y el camino recorrido,
muchos de ellos son capaces de ver que fue culpa de ellos mismos, que no
es que no tuvieron oportunidades, es que no las supieron ver o sus
prioridades estaban erradas.
—¿Por eso te gusta trabajar con ellos? —inquirió Felipe algo asombrado
por aquella conversación.
—Sí, ellos son historias vivas —añadió—, aprendo mucho allí. Muchas
veces cuando uno es joven no se da cuenta de que la juventud se acabará…
estar al lado de ellos me da una perspectiva distinta de mi paso por la vida,
comprendo el tiempo desde otro sitio y eso me hace valorar mucho más el
presente.
Felipe alzó las cejas sin palabras ante aquella frase que se le clavó en el
alma como una daga.
—¿Y cuál es tú historia? —inquirió al fin.
—No hay nada demasiado interesante, amo este pueblo y a su gente, mi
padre es pescador, vive aquí a unas cuantas casas, mi madre falleció cuando
era pequeña y soy profesora de danza. Mi sueño es tener mi propia
academia. Ahora enseño en dos, casi siempre en los turnos tarde y noche,
no es mucho dinero, pero sirve para lo básico. Por las mañanas voy al hogar
de ancianos donde soy voluntaria hace muchos años y les regalo un poco de
mi tiempo a cambio de su sabiduría —añadió—. ¿Y tú? ¿Cuál es tu
historia?
—Acabo de regresar, estuve unos meses en Europa trabajando con un
amigo, soy abogado —explicó Felipe—, pero el exceso de trabajo y algunos
problemas me generaron estrés, sufrí un pico y me desmayé… Me hicieron
estudios, pero no salió nada físico… La doctora me recetó descansar, por
eso regresé —explicó—. Vivo en un hotel por el momento.
—¿Eres de aquí? —quiso saber Azul.
—Sí…
—¿Estás seguro de que no regresaste por la herencia de Felicita? —
preguntó entonces Azul sin pelos en la lengua.
—¿La herencia? —Felipe se echó a reír.
Azul no respondió, cruzó los brazos y entornó las cejas en la espera de
una respuesta que la convenciera, pero como Felipe no habló, ella continuó.
—Todo el mundo en el hogar sabe que ella tiene una gran fortuna,
durante todo el tiempo que la he conocido nadie la vino a visitar desde que
falleció su hija, Astrid. Entonces, ¿de pronto aparece un nieto? —añadió.
—Yo no soy el nieto de Felicita —explicó—, no de sangre…
Azul abrió los ojos con curiosidad.
—Estaba casado con su nieta, Mónica… la única hija de Astrid —añadió
—, y cuando nos divorciamos, viajé a Europa.
—¿O sea que hay una nieta?
—Sí, pero no quiero hablar de ella —dijo y Azul notó el dolor en sus
palabras—. Felicita siempre fue una abuela para mí, lo único que quería era
volver a verla, pero en Europa estaba absorbido por el trabajo y no quería…
no quería relacionarme con la familia de Mónica por si…
—Para no verla —dijo la muchacha.
Felipe asintió.
—Bueno, te has ganado unos puntos hacia la aceptación ahora —dijo
ella con una sonrisa con la que pretendía borrar un poco del dolor que se
había pintado en los gestos de Felipe—. Siento que tu historia de amor te
haya empujado a creer que el amor no existe —afirmó.
Felipe la miró con sorpresa, esa mujer era sincera, directa y sin filtros,
decía las cosas de una manera que lo dejaba pensando. Sonrió.
—Te ves muy bien cuando sonríes —completó ella—. Deberías hacerlo
con más frecuencia.
—Hacía mucho que no lo hacía —añadió él—. ¿Y cuál es tu historia con
el tal Alexis? —inquirió animándose un poco más.
—Ninguna demasiado especial, pensé que era él, pero no, estaba casado
—añadió.
—¿No lo sabías? —inquirió.
—No, es muy buen mentiroso —dijo ella con una mueca que pretendía
ser simpática, pero se vio más bien como dolorosa—. Me dijo que era
divorciado, lo descubrí por casualidad, debido a una alumna que lo vio con
la mujer —añadió—. Nada que valga la pena recordar… No todas las
historias son memorables… algunas solo sirven para que aprendamos
lecciones.
—¿Ah, sí? ¿Cómo cuáles lecciones? —quiso saber él.
—Como que hay personas por las cuales no vale la pena derramar ni una
lágrima ni perder un solo minuto de mi valioso tiempo de vida —añadió—,
ya suficiente he perdido a su lado…
Felipe sonrió y la miró con curiosidad.
—Parece fácil decirlo…
—Y lo es, también es fácil hacerlo…
—No lo creo —refutó él.
—Solo debes pensar en otras cosas… Mira, imagina que tienes una
herida en tu brazo, si la miras y la tocas constantemente la vuelves a
lastimar o recuerdas ese dolor una y otra vez, eso es lo que hacemos las
personas cuando acabamos una relación, damos vueltas y vueltas sobre la
herida abierta impidiendo que cicatrice más rápido. Si aceptas la realidad,
que no fue, no pudo ser y, en mi caso, que la persona no vale la pena,
enfocas tu energía en otra cosa y olvidas la herida, cuando la vuelvas a ver
ya estará cicatrizada.
—Suena… interesante —admitió él—. ¿La historia de Felicita es una
manera de enfocarte en otra cosa? —preguntó.
—Sí, o bailar, cansar mi cuerpo gracias a los movimientos mientras
disfruto de la música. También estar para las personas que me necesitan,
como los abuelitos.
—Ahora comprendo por qué eres tan importante para la yeya —dijo él
al tiempo que asentía—, eres una persona muy agradable, Azul.
—Tú también me caes bien, Felipe, sobre todo porque no estás atrás de
la herencia de Feli y a pesar de tus trajes tan aburridos —añadió.
Felipe sonrió y ella lo hizo también. Por un instante, se miraron tan
profundo que casi pudieron ver sus almas. El ambiente se llenó de una
sensación que ninguno de los dos pudo describir, pero ambos sintieron un
poco de magia.
7
Cuando al día siguiente, Azul llegó junto a Felicita, sonrió al verla más
contenta de lo usual. Se acercó a ella y le dio un beso en la mejilla, como
siempre, y luego se sentó en el sillón que solía ocupar.
—Felipe no ha llegado aún porque dijo que tenía un pendiente —
comentó.
Azul sabía que él se encargaría de ir a buscar el disco, pero no dijo nada.
—¿Han avanzado algo? —inquirió Felicita.
—Hemos hallado a Pedro y él nos ha dado una pista, pero aún no
tenemos mucho más. A Felipe le preocupa que no lleguemos a él —
aprovechó Azul para decir.
Si bien ella era más positiva que él y trataba siempre de mantener el
espíritu optimista en la investigación, también había pensado en la posible
desilusión de Felicita.
—¿No crees que no he pensado en todas las variables? —dijo la mujer
—. Sé que puede estar muerto o que quizá no lleguen a él, he pensado en
todo… —admitió.
—Entonces estás preparada para cualquier escenario, ¿no? —preguntó la
muchacha que se recostó en el sofá y levantó las piernas con comodidad.
—Sí… pero he vivido tanto tiempo con miedo, Azul, que ahora me
parece irrelevante dejar de hacer algo por temor. ¿Qué tengo para perder?
Nada, quedarme como hasta ahora… Ya he vivido una vida entera
escondiéndome del qué dirán, y la vida se me fue…
—¿Él fue el amor de tu vida? —inquirió Azul.
—Así es, y el corto tiempo que viví con él fue el que me sirvió para
sobrevivir el resto de mi vida… Suena feo, pero es así… Luego llegó Astrid
y ella fue el motor que me ayudó a continuar. Pero ahora estoy con un pie
aquí y el otro al otro lado, ¿qué tengo para perder?
—Tienes razón, Feli, solo no queríamos que perdieras las esperanzas.
—La esperanza es el motor de la vida, Azul, es ese motivo que te ayuda
a levantarte cada día. Si uno no tuviera esperanzas no podría vivir, estaría
muerto en vida… Mi esperanza no es hallarlo, mi esperanza es mi amor…
que siempre ha estado aquí —dijo y señaló su pecho—, mi esperanza es
saber que ese amor le llegó de alguna manera… El amor es energía y
aunque los finales felices son hermosos, no siempre las historias de amor
terminan bien, y muchas veces no es por falta de amor.
—Qué bello lo que dices, Feli, no lo había pensado de esa manera…
—Mira a Felipe, por ejemplo —comentó—, desde que su capacidad de
sentir esperanza se desmoronó… su vida se detuvo y ahora se ha convertido
en solo una sombra de lo que un día fue —añadió.
—Parece una buena persona…
—Es una hermosa persona, pero no se lo cree —dijo ella con una
sonrisa.
En ese mismo momento, un mensaje de Felipe ingresó al celular de
Azul.
«Tengo el disco, ¿tienes tocadiscos antiguo? Es de vinilo…».
«Claro, ¿lo llevas a casa a la noche? Termino mis clases en la academia
a las ocho…».
«¿Llevo cena?».
Azul sonrió.
«Eso ya suena delicioso».
—¿Quién te hace sonreír de esa manera? —inquirió Felicita de pronto.
Azul volvió en sí y negó con la cabeza, no se había dado cuenta de que
estaba sonriendo.
—¿Eh? No… no es nada…
—Espero que no sea Alexis —dijo la mujer—. Ese hombre no te
merece…
—No, no es él —respondió Azul—, no te preocupes… Y ni siquiera me
di cuenta de que estaba sonriendo.
—Esas son las sonrisas más sinceras, las que nacen del alma.
Un rato después de aquella charla, Azul se despidió de Felicita y subió a
su bicicleta para continuar su jornada. Llegó a la academia, donde dio su
clase de danza y luego se fue hasta su casa. Eran las ocho y diez cuando
llegó allí, justo a tiempo para darse un baño y esperar la llegada de Felipe.
No sabía por qué aquello le generaba tanta ilusión, pero no quería
preguntárselo, prefería dejar que las cosas sucedieran como debían de ser.
Salió de la ducha y se puso un jean holgado, una blusa amarilla llena de
girasoles y unas sandalias frescas, se recogió el cabello aún húmedo en una
coleta desordenada y preparó el tocadiscos antiguo, esperando que funcione
correctamente, después de todo, no lo había usado nunca.
En eso estaba cuando el timbre sonó, con una emoción que no sabía de
dónde salía, Azul se levantó para abrir la puerta. Se arregló de manera
rápida el cabello y giró el picaporte.
—Hola —saludó.
La verdad era que no estaba preparada para lo que vería. Felipe, vestido
con un jean y una camiseta con escote V de color azul oscuro la esperaba
con un disco, una bolsa de comida rápida y una sonrisa que derritió algo en
su interior.
—Hola —respondió—, ¿llego temprano?
—No, claro que no, pasa —dijo ella y abrió espacio—, estaba probando
la máquina, solo espero que funcione.
Caminaron hasta la sala donde él dejó la comida sobre la mesa y le
mostró el disco.
—Mira, este de aquí es Antonio —dijo y señaló la foto del muchacho.
Azul lo miró con curiosidad.
—¡Qué guapo! —exclamó.
Sacó con cuidado el disco del estuche y lo colocó en el plato giratorio de
la máquina.
—Espero que funcione… —murmuró antes de colocar la aguja con
sumo cuidado.
Un ruido sordo antecedió a la primera canción del disco, que no tenía
más que tres músicas.
Azul, emocionada, se puso a dar brincos y luego observó con cuidado
los nombres y los datos de los músicos en la tapa del disco, pasó sus dedos
con devoción sobre lo que sería el rostro de Antonio y murmuró.
—¿Dónde estás?
Felipe, testigo de aquel entusiasmo y emoción, sintió por primera vez
que aquella locura valía la pena. No solo por hacer feliz a Felicita, sino
también, por emocionar así a una criatura tan mágica como era esa extraña
mujer vestida con girasoles.
—Ahora… esa es la canción —susurró él cuando la primera música
acabó.
Ambos hicieron silencio y tomaron asiento, él en el sofá y ella en el
suelo frente al toca disco. La voz grave y aterciopelada de Antonio los
invadió en una balada romántica:
Cuando me preguntan ¿qué es la felicidad?
no se me ocurre nada más que tú.
¿Cómo es posible que aunque no estés aquí,
te sienta dentro mío como si fueras parte de mí?
Felicidad, Felicita,
No olvides las promesas que nos hicimos ayer.
Felicidad, Felicita,
Te prometo que por siempre yo te he de amar.
Felicidad, Felicita,
No olvides las promesas que nos hicimos ayer.
Felicidad, Felicita,
Te prometo que por siempre yo te he de amar.
Te prometo que por siempre yo te he de amar.
—Oh, por Dios… eso fue tan… romántico —exclamó Azul y se dejó
caer en el suelo al tiempo que comenzaba a sonar la tercera canción.
Felipe sonrió, no podía refutar aquella afirmación.
—¿Por qué ya no hay hombres así? —inquirió volviendo a sentarse.
—¿Quién dijo? Seguro que alguno queda…
—¿Tú eres romántico? —quiso saber ella.
—Yo… no, la verdad es que ya no… No creo en esta clase de amor, me
parece que son solo palabras… Mira, no quiero estropear el momento
idílico que estás experimentando —rio al tiempo que señalaba el álbum—,
pero te haré una pregunta: ¿Crees que si lo de ellos no hubiera sido
interrumpido aún estarían juntos?
—No sabemos qué sucedió, Feli aún no nos ha contado…
—Lo sé, pero es obvio que su padre tuvo algo que ver… De todas
maneras, ¿lo crees?
—Pues… no lo sé… quizás…
—Eso es lo que te digo… el amor que ese hombre expresa en esa
canción es solo una idea, es una ilusión que nada tiene que ver con el amor
verdadero. Es muy lindo, sí, para conquistar a una chica, pero ¿será
suficiente? Cuando vengan los problemas, las dificultades… Felicita era
una joven de mucho dinero a quienes sus padres tenían como a una
princesa, ella dijo que su papá pensaba que él no podría mantenerla. ¿Crees
que ella se habría adecuado a vivir en una pieza alquilada en un barrio
pobre? —inquirió.
—Estás haciendo conjeturas que no vienen al caso porque ella aún no
acabó de contarnos la historia, pero si todo lo que dices es cierto, yo creo
que por amor uno es capaz de adecuarse a muchas cosas.
—¡Mentira! —añadió él—. Eso es solo mientras dura el enamoramiento,
luego los problemas surgen y te atrapan, crecen como hiedras y asfixian al
amor… lo matan.
—Tú dices eso porque no te ha ido bien. ¿Pero cómo explicas esas
parejas que han vivido por años juntos y siguen enamorados? —inquirió
ella levantándose del suelo. Se mostraba indignada con las afirmaciones de
Felipe.
—Supongo que han tenido suerte, son personas que de una forma u otra
aprenden a convivir y se adaptan el uno al otro, pero ahí no siempre hay
amor, muchas veces es solo costumbre.
Azul negó con vehemencia.
—No me gusta nada tu forma de pensar —dijo y lo apuntó con el dedo
índice—, estás matando todas las emociones que esa música dejó en mi
corazón —afirmó.
Felipe sonrió y al hacerlo aflojó el enfado que afloraba en Azul.
—¿Sabes? Lo que pienso es que estás demasiado lastimado, ojalá
encuentres a una persona que te haga volver a amar, que te haga recuperar
la esperanza y volver a creer.
—Lo dudo, lo dudo mucho —zanjó él—. Mejor cenemos, tengo hambre.
Comieron en silencio, los dos perdidos en sus propios pensamientos y
emociones.
Azul repetía en su mente aquella melodía tan pegadiza y se imaginaba a
Felicita escuchándola.
Felipe, por su parte, no podía dejar de repetir la última frase que la
muchacha le había dicho. ¿Volver a enamorarse? Nunca se lo había
planteado, no tenía ganas de volver a sufrir… ¿Acaso algo así valdría la
pena?
9
A pesar de ser una chica libre y espontánea, Azul nunca había estado con
un hombre que no fuera su pareja, no se consideraba una chica de una sola
noche porque eso no iba de acuerdo con la imagen de amor que ella tenía en
sus pensamientos. Pero no quería dar vueltas sobre eso en ese instante en
que todo parecía tan perfecto.
Se levantó de allí, buscó su celular y puso alguna melodía.
—¿Qué haces? —inquirió Felipe asombrado de que ella no tuviera
pudor alguno y se paseara desnuda en medio de la noche y el campo.
—Bailemos… —dijo ella y lo llamó
—Ya te dije que soy duro como la madera —dijo él y negó.
—No voy a negar que me gusta eso —añadió ella con picardía—, pero
cuando se refiere al baile, puedo hacer algo al respecto.
—Te lo advierto, no sirvo para bailar…
—Hace un rato te movías muy bien —dijo ella con voz sensual mientras
sacaba de encima de él la manta y le pasaba la mano.
Felipe sonrió y bajó del vehículo para acercarse a ella. Primero se
dejaron envolver por una melodía chiclosa que él no conocía, pero más
tarde, cuando él se olvidó un poco de pensar y decidió liberarse, bailaron
una bachata, una balada y una cumbia.
Un rato después, sudados y agotados, ingresaron al vehículo y
decidieron comer una paleta dulce cada uno.
—Juguemos al Yo nunca —dijo Azul con entusiasmo.
—¿Cómo se juega eso? —quiso saber Felipe.
—Solo decimos cosas que nunca hemos hecho… Empiezo yo —añadió
—. Yo nunca he estado con un hombre sin que este sea mi pareja formal…
por eso ahora no sé bien como sentirme…
—¿Te arrepientes? —inquirió él.
—No —dijo ella y se mordió el labio—, pero no quiero que pienses mal
de mí… y ni siquiera sé por qué me importa lo que piensas… —añadió y
Felipe se echó a reír.
—No pienso mal de ti… —aseguró—. Y yo nunca he bailado desnudo
en medio de la noche en el campo… Es más, nunca he bailado desnudo ni
en la ducha —dijo él acercándose para besarla. Sus besos ahora sabían a
fresa.
—Qué aburrido eres —zanjó ella—. Bailar desnudos es la máxima
expresión de libertad —añadió.
Él sonrió.
—Tu turno…
—Yo nunca… he deseado a alguien de la forma en que te he deseado
esta noche —afirmó ella sonrojada y con la vista perdida en las estrellas.
—¡Mientes! —dijo él—. ¿Cómo así?
—No lo sé, no puedo explicarlo… Es como… una química distinta,
demasiado explosiva —añadió—. He estado con las personas con quienes
he tenido una relación, que tampoco son demasiadas, solo tres y solo estuve
físicamente con dos de ellos —comentó—, pero el sexo era parte del trato,
era como… un ritual… No es que no fuera placentero, pero es que… no era
así —dijo.
Felipe divertido y honrado por aquella confesión la acarició con
suavidad en la mejilla.
—¿Así cómo? —preguntó.
—No se vale, es tu turno —respondió ella.
—Yo nunca he sentido algo tan intenso como lo de hoy —afirmó—.
Pienso lo mismo que has dicho recién. Quizás es la noche, las estrellas…
quizás el frío que ya no siento, quizá las emociones que compartimos… o
quizá solo eres tú… El caso es que ha sido perfecto, Azul, y creo que nunca
te he dicho lo hermosa que eres —añadió.
Azul se sonrojó de nuevo y aquello derritió a Felipe, quien tomó su
paleta y comenzó a recorrer con ella el hombro de Azul para luego lamer
esos espacios dulces que habían quedado en su piel.
—Oh… ¿otra vez? —susurró ella cuando él se acercaba a sus pechos.
—¿Lo deseas? —inquirió él—. Yo nunca he hecho el amor en este auto
—admitió.
—Ni yo… —dijo ella al borde del abismo.
—Entonces, debemos hacer algo para cambiar eso —susurró Felipe con
la voz llena de sensualidad al tiempo que bajaba su asiento y la invitaba a
sentarse sobre él.
El dejó que fuera ella quien bailara sobre él y se inventara su propio
ritmo, mientras disfrutaba de saborear su piel y observar sus expresiones de
placer a la luz de la luna. Felipe pensaba que Azul era increíblemente
expresiva cuando escuchaba las historias de los demás, pero aquello no era
nada con respecto a lo expresiva que resultaba en la intimidad.
Le encantaba esa mujer libre de complejos que era capaz de disfrutar de
todo el placer que su cuerpo podía darle. Entonces, notó que ella se
acercaba al éxtasis, por lo que afirmó sus manos en sus caderas para
conducirla con seguridad.
Azul se dejó caer sobre él, sudada y aturdida, con el corazón latiendo a
mil. Él la abrazó y, de pronto, sintió que no quería apartarse de ese abrazo
nunca más.
—Dime una vez más que todo estará bien —pidió al recordar las
palabras que hablaban antes de que todo aquello comenzara.
—Todo estará bien —prometió Azul sin saber por primera vez si aquello
sería verdad.
13
El domingo, Felipe decidió ir a la playa, caminó por allí y dejó que sus
pies se mojaran con el agua. Hacía calor, pero, sobre todo, sentía un calor
interno, una pequeña llama encendiéndose en su pecho que le dibujaba una
sonrisa bobalicona que no podía borrar.
¿Acaso estaba enamorándose? ¿Cómo sucedió aquello?
No podía evitar pensar que el sábado había sido el mejor día en
muchísimo tiempo, de hecho, jamás pensó poder volver a sentirse así. Las
sensaciones fueron más intensas incluso de lo que recordaba.
Azul era una muchacha maravillosa, era un alma libre y amorosa, una
persona sin máscaras, trasparente, directa, cariñosa y espontánea. Lo que
había sucedido el sábado entre ellos había sido similar al efecto que
produce una colilla de cigarrillo en medio de un bosque aquejado por la
sequía. Algo había ocurrido entre ellos, una chispa que creo un incendio, un
fuego que los absorbió a ambos.
Felipe sabía que debía hablar con ella del tema, pero no estaba seguro de
qué debía decirle al respecto, ¿qué podía ofrecerle? ¿Qué querría ella? Era
claro, pues lo había dicho, que no era chica de una sola noche, y suponía
que quizás estuviese afligida preguntándose si acaso habían hecho lo
correcto.
Estaba aturdido, así que decidió que el lunes, iría a primera hora al hogar
a conversar con Felicita. Después de todo no tenía a nadie más con quien
hablar en ese momento, contárselo a Inés no era buena idea, sabía que no
sería parcial y solo lo empujaría a avanzar sin que él estuviera seguro de
querer hacerlo. Y no deseaba lastimar a Azul, si había algo que tenía claro
era que no deseaba lastimarla.
Al día siguiente, llegó al hogar. Eran cerca de las nueve, quiso ir antes,
pero le pareció que Felicita podría estar dormida aún, así que esperó una
hora más prudente. Al llegar, pasó por el salón, deseaba verla y sabía que
era su hora de clases.
Allí estaba, vestida con un mameluco de jean, una blusa rosa chicle al
cuerpo y el cabello sujetado en una coleta alta. Bailaba bachata con un
señor mayor, y no pudo evitar rememorar su cuerpo desnudo pegado al suyo
mientras le enseñaba a hacer el paso característico de aquel ritmo en medio
del campo.
Sonrió.
Ella dio una vuelta y sus miradas se cruzaron por un minuto.
Ella también sonrió.
Felipe caminó hasta la habitación de su yeya y luego de golpear, ingresó.
Tenía el disco escondido en una mochila y estaba vestido con un jean y una
camiseta de color blanca.
—¿Cómo estás? —saludó la mujer.
—Bien, vine temprano porque quería hablar un poco contigo.
—Qué casualidad, yo también —dijo Felicita—. ¿Quién comienza?
—¿Qué es? —preguntó él—. Empieza tú… —dijo con una sonrisa.
—Necesito que me contactes con un abogado de tu confianza, quiero
revisar algunos puntos del testamento —dijo con solemnidad.
—Está bien, le diré a un amigo que te llame —dijo él y le guiñó un ojo.
—Gracias, además, quiero pedirte un favor muy especial —dijo y Felipe
levantó las cejas con curiosidad—. Necesito que investigues en qué parte
quiere Azul abrir su escuela de danza, cómo se la imagina, lo más parecido
posible a sus sueños —añadió—, y luego voy a necesitar que busques el
local, lo compres y lo conviertas en el sueño de Azul.
—Yeya… —dijo él con sorpresa.
—Es lo menos que puedo hacer por ella, lleva años siendo mi familia —
añadió—. Apresúrate, quiero que esté todo listo lo antes posible y no le
digas absolutamente nada —zanjó.
Felipe sonrió.
—Cuenta conmigo —dijo al tiempo que asentía.
La sola imagen de Azul recibiendo esa sorpresa le iluminaba el rostro.
—Ahora, ¿qué querías decirme? Te noto muy sonriente esta mañana —
dijo Feli mirándolo con curiosidad.
—Yeya… Hay una chica y necesito tus consejos…
Felicita sonrió de oreja a oreja al oír aquello, si había algo que deseaba
era que Felipe volviera a enamorarse.
—¿Ah sí? ¿Mis consejos? No creo que te hagan falta, Felipe —dijo la
mujer con picardía.
—Sí, porque tú más que nadie sabes lo que he vivido y el temor que
tengo de volver a sufrir. Se lo conté, se lo dije todo, le abrí mi corazón y me
sorprendí al darme cuenta de que ya no dolía como pensaba.
—El tiempo cura las heridas, hijo, tarde o temprano el dolor también
pasa. Me alegra oír eso… ¿Cómo reaccionó?
—Me besó —dijo él y se mordió el labio nervioso—, no sé por qué lo
hizo, al inicio me asusté, no lo esperaba… pero me agradó tanto que seguí
el beso… y
Felicita comenzó a pensar que aquello le parecía muy sospechoso.
¿Sería acaso Azul de quién hablaba? Era demasiada casualidad que ambos
tuvieran una historia similar al mismo tiempo.
—¿Y?
—Bueno… no sé si deba decirte lo que pasó después —dijo él de
manera divertida—, pero ahora estoy en aprietos —añadió—. Porque no sé
qué es lo que tenemos, ni qué es lo que ella espera, o lo que yo quiero y
puedo dar… No sé dónde estamos parados.
—Oh… vaya…
Tras aquella afirmación a Felicita casi no le quedó dudas, pero
terminaría de confirmar sus sospechas cuando la chica viniera.
—¿Crees que me equivoqué? —preguntó él.
—¿Sientes que te equivocaste? —quiso saber ella.
—No… y eso es lo más extraño de todo… No he podido dejar de
pensarla y… no quiero que se aleje de mí…
—Pues díselo —dijo Felicita con una sonrisa—. Sé sincero y dile como
piensas, cuéntale tus miedos…
Felipe asintió y le regaló a Felicita una sonrisa que ella creyó que le
nacía del alma.
—Te ves más relajado y más parecido al chico que conocí alguna vez —
dijo ella con cariño—, creo que esta muchacha tiene magia…
—¿Quién tiene magia? —inquirió Azul tras la puerta.
Los dos se miraron y a la anciana no se le perdieron los gestos de los
muchachos. Él se levantó de golpe con una sonrisa sincera y ella se mordió
el labio y se tocó el cabello, nerviosa. Felicita sonrió, no podía creer lo que
sucedía allí, pero en ese momento nada podía hacerla sentir más contenta.
—¿Trajiste la sorpresa? —inquirió Azul a Felipe.
Él sacó un disco de su mochila y procedió a contarle a Felicita cómo lo
habían conseguido y lo que contenía.
La mujer, emocionada hasta las lágrimas, deseo oír la música. Azul la
había grabado en su teléfono para que pudiera escucharla, ya que allí no
tenían un tocadiscos antiguo y llevar el suyo iba a ser complicado.
Mientras la voz de Antonio cantaba la canción que años atrás había
escrito para Felicita, ellos no dejaban de mirarse, como si intentaran leer en
los ojos del otro lo que rondaba su mente y, sobre todo, su corazón.
Cuando la canción acabó, Azul se ofreció a pasarle la música a su
teléfono para que pudiera escucharla cuando lo deseara. Felicita asintió, se
veía visiblemente emocionada y no encontraba palabras para agradecer.
—Hoy iremos al lugar que nos ha dicho Pedro —dijo Felipe—, no
podemos asegurar nada, pero al menos en esa música sabes que él también
te amaba —añadió.
Felicita asintió y los llamó a ambos, los tomó a cada uno de una mano y
les regaló una sonrisa cargada de emoción.
—Gracias —sonrió—. Al menos ahora sé que fue real…
—Claro que fue real, yeya —dijo Felipe sorprendiendo a Azul—, desde
el momento en que tú lo sentiste es real —añadió.
—Vaya… —dijo Azul que ganó la atención de los dos—, pareces otra
persona —añadió.
Felipe sonrió.
—O quizás esta es la persona que siempre ha sido —replicó Felicita con
una sonrisa dulce.
Azul se encogió de hombros y no dijo nada más.
—Iré a casa, hoy no tengo clases más tarde así que me daré un baño y te
espero para que vayamos a buscar nuevas pistas —dijo a Felipe—, nos
vemos luego, Feli —añadió mirando a la anciana—, espero que escuches
esa música muchísimas veces.
—Lo haré —dijo la mujer.
Felipe esperó a que la muchacha se fuera y luego suspiró. Felicita quiso
decirle algo, pero prefirió callar. Ya encontraría el momento indicado,
mientras tanto, era mejor que ninguno de los dos se diera cuenta de que ella
sabía de quién se estaban enamorando.
16
El hospedaje que Felipe había reservado en Colina era una hermosa posada
rural, tenía incluso una pequeña granja donde los mismos huéspedes podían
participar en las actividades diarias.
—¡Yo quiero ordeñar una vaca! —dijo Azul con entusiasmo cuando el
conserje les comentó de las actividades.
—Puede anotarse aquí para hacerlo mañana a primera hora —dijo él y le
pasó un papel.
Azul puso allí su nombre y el de Felipe, sin preguntarle, y luego les
dieron las llaves de las habitaciones. Estaban una al lado de la otra y, en ese
momento, no había muchos huéspedes porque no era temporada de
vacaciones.
—Deja tus cosas y salimos enseguida, ¿sí? —dijo Felipe al abrir la
puerta de su cuarto—. Cuánto antes comencemos, mejor.
Azul asintió y media hora después iban camino a la granja de don Oscar,
que como la mujer les había dicho, todo el mundo conocía.
Al llegar allí se enteraron de que la granja era manejada por Bruno, el
hijo del dueño, pero el señor Oscar todavía andaba por allí, así que cuando
le contaron a Bruno el motivo de su visita, él les dijo donde podían
encontrar a su padre.
Don Oscar estaba en la caballeriza, su pasión eran los caballos e iba a
revisarlos y a conversar con ellos cada mañana. Allí lo encontraron,
recostado en una reposera mientras observaba a los caballos alrededor.
—¿Hola? ¿Es usted el señor Oscar? —preguntó Azul.
El hombre asintió y les preguntó quiénes eran. Felipe le contó la historia
de siempre y el hombre escuchó con atención.
—Antonio vivió aquí por muchos años, vino cuando su hija se fue a
estudiar al extranjero, trabajaba conmigo aquí, le gustaban mucho los
caballos y solíamos cabalgar por el campo por horas. Era un gran amigo —
comentó—, luego comenzó a enfermar… achaques de la edad… —añadió
—. Hace un tiempo, Marcela vino por él y se lo llevó a la capital para que
lo vieran algunos médicos. Lo único que sé es que la muchacha iba a
llevarlo al Hospital Central, porque allí tenía conocidos. La verdad es que
no volví a hablar con él y ella tampoco se puso en contacto.
—Comprendo… —dijo Azul con desilusión, de nuevo la historia se les
escapaba de las manos—. Le agradecemos mucho por este dato.
—No, no es nada, espero que lo encuentren pronto… y si lo hacen,
díganle que por aquí lo recordamos con cariño.
—Lo haremos —dijo Felipe.
Cuando acabaron de conversar, don Oscar ordenó a sus peones que les
dieran algunos obsequios, así que salieron de allí con leche y queso fresco.
—Al final esto fue rápido —dijo Azul.
—Te noto desilusionada —susurró Felipe y la miró con ternura.
—Es que siempre estamos por llegar a algo y luego no llegamos a
nada…
—¿No eras la positiva de la pareja? —inquirió y Azul lo observó, le
gustaba como sonaba la palabra pareja en sus labios, pero sabía que solo se
refería a la dupla de investigación.
—A veces es difícil…
—Estamos cada vez más cerca, Azul. Iremos al Hospital Central y
pediremos que nos digan qué médico les atendió, a lo mejor conseguimos el
número de Marcela…
—¿Crees que esté vivo? —inquirió ella.
Felipe detuvo el carro a un costado de la avenida y se volteó a mirarla.
—No lo sé, pero eso espero… Una persona muy especial me enseño
sobre la esperanza, me dijo que era la seguridad de que siempre habría un
camino. Desde que esta mujer me dijo eso, he cambiado mi forma de ver
algunas cosas y, debo admitirlo, me agrada ver el mundo desde este sitio,
así que… tengamos esperanza…
—¿Así que es una mujer quien te dijo eso? ¿Una muy especial? —
inquirió la muchacha con una sonrisa divertida.
—Una extravagante que me gusta mucho —admitió él.
Azul sonrió y Felipe volvió a la carretera. Escuchaban músicas e iban
sumidos en sus pensamientos cuando de pronto, Azul le pidió que se
detuviera. Felipe asustado lo hizo, y ella bajó solo para pararse delante de
un campo de girasoles.
—He notado que te agradan —dijo él al bajar y verla allí.
—Sí, son hermosas —admitió—, y siempre miran al sol… Siempre
siguen a la luz…
—Es cierto… son flores inteligentes —bromeó él.
—¿Me tomas unas fotos? —pidió la muchacha que comenzó a posar de
maneras divertidas mientras Felipe le sacaba fotos con su cámara.
Entonces, sin que él se lo esperara, ella se sacó la blusa y el sostén y
corrió a colocarse tras dos flores enormes, quedando estas sobre sus pechos.
Felipe la observaba con sorpresa, las cejas levantadas y la boca abierta.
—¡Toma la foto! —gritó ella y el volvió en sí.
Sacó unas cuantas mientras ella cambiaba las expresiones de su rostro.
—¿Estás loca? —inquirió él.
—¿Por? Siempre quise tomarme una así —afirmó.
—¿No tienes ningún pudor? Podría verte alguien —dijo él.
—¿Qué van a ver? Todas las mujeres del mundo tienen un par de senos,
¿no? ¿Qué hay de raro en eso? Y tú ya los viste, besaste, mordiste, y
tocaste, así que tampoco me preocupa —dijo y salió de atrás de las flores.
—Estás loca —murmuró de nuevo él sin dejar de mirarla.
—No, a ti te falta estar un poco más loco —dijo ella mientras volvía a
vestirse.
Se subieron al auto y Felipe aún no encontraba palabras, sin embargo, no
podía evitar sentirse vivo a su lado.
—Eres hermosa, ¿ya te lo he dicho? —inquirió.
—Una vez… —dijo ella sin dejar de mirar la ventanilla.
—Por dentro y por fuera —añadió él.
—¿Qué quieres hacer ahora? —preguntó ella e ignoró a Felipe sin dejar
de notar lo anonadado que estaba.
—No lo sé, al final tendremos mucho tiempo —dijo él—. ¿Alguna idea?
—¿Vamos a la piscina de la posada? —preguntó ella—. Se ve bonita y
hace calor.
—Bien, me parece bien…
—¿Sí tienes un bañador o usas trajes de bucear? —inquirió la muchacha
con una risa divertida.
—¡No te burles! —exclamó él.
Azul sonrió, le agradaba su compañía, conversar, estar en silencio o
hacer cualquier actividad a su lado.
Cuando llegaron a la posada, ambos fueron a cambiarse y minutos
después se encontraron en la piscina. Estuvieron allí por horas, y entre
nadar, tomar sol y jugar guerras de agua, se les hizo de tarde.
—No comimos nada y me muero de hambre —se quejó ella.
—Vamos al restaurante, te invitaré algo.
—Tú has gastado demasiado ya, invitaré yo —añadió ella con certeza.
Él no discutió porque sabía que ella encontraría una manera para darle
vueltas al asunto, así que prefirió aceptar y disfrutar de un hermoso y
mágico momento.
Luego decidieron caminar un poco y conocer las instalaciones, visitaron
algunos animales de corral a los que Azul saludó con entusiasmo y
deferencia.
—Buenas tardes, señor Gallo. ¿Cómo está usted doña Pata? El día está
muy hermoso hoy, ¿no le parece?
Felipe reía como un niño ante las ocurrencias de su amiga y no se
reconoció a sí mismo cuando comenzó a hablar con el señor cerdo y la
señora oveja.
Un rato después, ambos se dejaron caer bajo la sombra de un árbol cuyo
tallo enorme hablaba de sus muchos años custodiando el lugar.
—Cuéntame más de ti… —pidió él.
—¿Qué quieres saber? —preguntó ella.
—Todo…
—Bueno, como ya te dije, mi padre es pescador y mi madre era maestra,
falleció cuando yo tenía cuatro años así que me crio él. Es probable que sea
su culpa mi locura —añadió—, es el mejor padre que una niña pudo haber
tenido. Hizo que mi vida fuera un juego, me contaba historias y hacía que
nuestras rutinas se convirtieran en aventuras fantásticas, lograba convertir
todo en algo bueno y memorable…
—Ahora sé por quién has salido —dijo él.
—Un día deberías conocerlo… —añadió ella.
—Me encantaría…
—Mi infancia fue mágica y mi adolescencia también. Hablábamos de
todo en nuestras largas horas de pesca…
—¿Te gusta pescar?
—Sí, pero devuelvo a los peces al agua luego de agradecerles por venir a
saludarme —comentó.
—Gracias, señor pez —dijo Felipe remedándola y Azul sonrió—.
Háblame de los hombres que amaste…
—Hmmm, el primero fue Pablo… No sé si considerarlo hombre porque
solo teníamos catorce años —dijo con una sonrisa tierna—, en todo caso era
un hombre en formación. Era mi compañero de escuela. Fue un hermoso
primer amor, fuimos lento, apenas nos tomábamos de la mano y tardamos
mucho en animarnos a dar el primer beso…
—Eras bastante más tímida en ese entonces, por lo que veo…
—Exacto, era muy diferente… Duró como mucho seis meses… y
terminó porque a ambos se nos pasó a ilusión.
—¿Solo así?
—Sí, decidimos que funcionábamos mejor como amigos…
—¿Y luego?
—A los dieciocho conocí a Gonzalo y con él el amor me pegó fuerte.
Fue mi primer amor maduro, digamos, fue mi primera vez también.
Estuvimos juntos casi cuatro años, hasta me había pedido matrimonio…
—¿Qué pasó?
—No lo sé bien. Lo nuestro comenzó como algo muy bello, idílico,
perfecto, pero supongo que en algún punto nos perdimos. De pronto un día
me miré al espejo y no me reconocí, no era yo, era alguien en quien me
había convertido para no perderlo. Él no era mala persona, pero era muy
egoísta, su mundo giraba en torno a él y yo debía adecuarme, si en algún
punto no estaba de acuerdo con algo, se lo planteaba, pero al final me sentía
culpable por no apoyarlo y terminaba cediendo de nuevo…
—Oh… eso suele pasar bastante…
—Así es… De hecho, lo comentaba con mis amigas de aquel entonces y
todas lo veían como algo natural, porque no era violento ni era una persona
que me presionaba de ninguna manera, era una especie de sutil chantaje
emocional en el que yo siempre caía, porque pensaba que ceder era parte
del amor…
—De alguna manera lo es, pero debe ser de ambas partes y uno no debe
dejar de ser quien es en realidad para agradar al otro.
—Cierto —dijo Azul con una sonrisa—. Yo lo sabía, en serio, porque mi
padre me había hecho prometerle que yo nunca dejaría que nadie me
cambiara, pero no me daba cuenta, estaba como ciega…
—Comprendo…
—Nada le gustaba, sutilmente me hacía saber que mi ropa era ridícula o
que era muy ruidosa, que hablaba muy fuerte o cosas así… y yo, sin darme
cuenta fui cambiando todo eso.
—¿Y qué pasó? —quiso saber él.
—Me pidió que dejara de bailar… según él mis bailes eran provocativos
—rio—. Y en aquel entonces tenía algo de razón —admitió—, ya que tenía
un grupo de danza y bailábamos animando discotecas y fiestas… En ese
momento me pareció que pedirme eso era demasiado, ahora incluso lo
puedo comprender —rio.
—Bueno… pero él debió apoyarte si era lo que te gustaba hacer —dijo
él.
—Eso lo dices porque solo me ves bailar con septuagenarios —añadió
con diversión—. El caso es que una mañana, papá y yo fuimos a pescar, y
yo recordé una de esas charlas que tuvimos cuando tenía catorce en el que
él me contó una leyenda sobre el amor cuyo mensaje central era que para
amar de verdad había que aceptar al otro tal y cual era, no intentar
cambiarlo.
Azul le relató entonces a Felipe la leyenda de los jóvenes que fueron en
busca del águila y el halcón y él la escuchó con atención.
—Bonito mensaje —dijo él.
—Sí… y me di cuenta de que yo hacía todo lo contrario.
—Aparentemente sí…
—Faltaba ocho meses para la boda y decidí que debíamos terminar. Él
se enfadó muchísimo y no lo comprendió, yo le dije algo así como que, si
estábamos desinados a ser, nos encontraríamos en el camino más adelante…
Y nunca más lo vi, supe por amigos en común que se fue a estudiar
afuera…
—Oh…
—Supongo que no me lo perdonó… Pero luego de esa relación es que
aprendí muchísimas cosas. Me reencontré conmigo misma y decidí quién
era la persona que quería ser, aprendí a amarme más y a valorarme. Puse
algunas reglas a mi vida, como por ejemplo, ser siempre sincera y directa,
nunca ser alguien que no soy, la persona que me ame se enamorará de mí
por eso mismo…
—Muy bien… muy maduro —dijo él.
—Sí, pero no fue fácil, nada fácil. Yo amaba a Gonzalo y eso no había
cambiado, a veces me sentía culpable por aquella decisión y pensaba en
buscarlo. Ya sabes, en uno de mis arranques impulsivos quise usar eso de
que si amas a alguien déjalo libre y que si es tuyo regresará y si no nunca lo
fue, pero me arrepentí… Gonzalo se fue y no regresó y yo lo seguía amando
y me dolía más darme cuenta de que si el estúpido refrán era cierto, él
nunca había sido mío. Más tarde comprendí que nadie es de nadie en
realidad y que esas son cosas de las novelas cursis que tanto me gustan…
Ser de alguien es justo lo contrario a permitir que el amor te haga libre,
¿no?
—Exacto… tiene sentido —dijo él con una sonrisa dulce, le encantaba
escucharla hablar.
—Entonces decidí que lo seguiría amando y le estaría agradecida
porque, en cierta forma, soy lo que soy gracias a él. Creo que todas las
personas que pasan por nuestras vidas nos dejan aprendizajes… son
nuestros maestros… Quizá si yo no hubiese equivocado tanto con él la
forma de amar, hoy no sería quién soy…
—¿Aún lo amas? —inquirió él.
—No, no es que lo ame de la manera en que Felicita ama a Antonio,
solo le tengo un enorme cariño… Me gustaría volver a verlo y decirle que
me perdone, dentro de todo los dos éramos jóvenes, no sabíamos mucho y
sé que le rompí el corazón. No me gusta saber que le rompí el corazón a
alguien…
—Pero él era una persona posesiva, por lo que entiendo…
—Sí, pero todos somos algo egoístas, Felipe, y todos somos posesivos
cuando comenzamos en el arte del amor, luego vamos aprendiendo por el
camino… A veces creo que, si él y yo nos hubiésemos encontrado más
tarde, habríamos tenido una historia distinta… éramos muy compatibles, en
serio… solo muy inexpertos…
—Comprendo…
—Y mucho después conocí a Alexis, hace solo un año atrás… lo que me
gustó de él era que nos parecíamos mucho, hacíamos locuras juntos, éramos
divertidos y yo creí que al fin había encontrado a mi otra mitad, alguien
parecido a mí… Hasta que bueno, ya sabes, me enteré de que era casado y
todo ese rollo y lo dejé. Otra de mis reglas es jamás meterme con alguien
que no está disponible… —dijo viéndolo de una manera especial—, ya sea
porque está casado o porque emocionalmente no está listo para una relación
—añadió para que él comprendiera que eso lo incluía.
—Interesante…
—Con Alexis aprendí que ser parecidos no es garantía de nada, no se
trata de encontrar a alguien que sea igual que tú, se trata de
complementarse… como dos piezas de un rompecabezas…
—¿Siempre aprendes algo de todos los que pasan por tu vida?
—¿Si no qué sentido tendría la vida? —inquirió ella—. Estamos en una
escuela, Felipe, y yo quiero ser buena alumna… la mejor —añadió.
—¿De mí? ¿Qué has aprendido?
Azul lo miró de forma intensa.
—Todavía no puedo responder esa pregunta, aún estoy en proceso de
aprendizaje —añadió.
Él sonrió.
La tarde caía sobre ellos y ella recostó su cabeza en el regazo del
muchacho.
—Ahora, cuéntame tú…
18
Felipe acarició sus cabellos con ternura y enrolló su dedo en uno de sus
rizos. La observó mirarlo con atención y deseó poder tener acceso a sus
labios para repetir esos besos con los que soñaba cada noche.
—Inés y yo nos criamos con mis abuelos, mis padres trabajaban fuera y
nos dejaron aquí. Tuvimos una infancia tranquila, siempre nos teníamos el
uno al otro y nada era aburrido —comentó—. Mis abuelos fueron nuestras
figuras de autoridad y eran cariñosos con nosotros, los amábamos…
Murieron hace como cuatro años… bueno, mi abuela, porque él murió un
par de años antes…
—¿Tus padres?
—Ellos viven en Francia, nunca se involucraron mucho, pero aparecen
de vez en cuando…
—Oh…
—Yo era un chico dulce, demasiado sensible para ser un niño en una
época donde los chicos eran rudos y las chicas eran las emotivas. Pero mis
figuras femeninas eran mi abuela y mi hermana y yo era cariñoso con ellas,
así era mi abuelo —añadió—. Mi primer amor fue Lucía, teníamos trece
años y fue como tú lo cuentas, algo idílico y romántico que terminó cuando
ella tuvo que mudarse de pueblo.
—Qué tierno…
—Luego conocí a Mónica y nos enamoramos desde el inicio. El famoso
amor a primera vista del que habla Felicita —dijo y puso los ojos en blanco.
—¡Ahh! ¡Por eso no crees en el amor a primera vista! —dijo Azul
señalándolo con el dedo índice, él sonrió.
—Sí… supongo. Sus padres no la dejaban salir, la tenían muy
controlada, teníamos diecisiete… yo hice de todo para que confiaran en mí
y me permitieran ser su novio. Al fin lo logré y comenzamos a salir. Yo era
el novio perfecto y sus padres me adoraban, todo marchaba bien y casi
cuatro años después decidimos casarnos. Aunque las cosas comenzaron
bien, luego comenzamos con la crisis y el resto ya lo sabes…
—Sí…
—Ahora que te he escuchado, pienso que quizás ella también se
descubrió a sí misma en nuestro matrimonio. Era una chica que seguía las
reglas de sus padres sin objetarlas… probablemente un día se dio cuenta de
que no era eso. Me dijo que quería ser libre y que con Piero podía ser ella
misma… Nunca lo comprendí del todo, más bien pensaba ¿por qué
conmigo no? Jamás la hubiese juzgado por nada, no soy esa clase de
hombre…
—Quizá porque con él se descubrió a sí misma, descubrió su libertad y
su capacidad de elegir quien ser… Si se crio en una familia tan cuadrada
nunca tuvo esa opción y la burbuja le explotó en medio de su matrimonio,
justo cuando las cosas no estaban bien entre ustedes…
—Sí… puede ser…
—No la justifico, solo creo que estaba perdida y en ese momento el tal
Piero era un escape para ella…
—Ojalá se haya encontrado y sea feliz —dijo él y miró al horizonte.
—¿Aún la amas? —quiso saber Azul.
—No, creía que sí y que eso era lo que me dolía, pero descubrí que lo
que no superaba no era eso, sino mis sueños rotos… Es horrible enfrentarse
a los sueños rotos, Azul. A estas alturas yo me veía con un par de niños,
disfrutando de una vida estable, enamorado, feliz… Ya te dije, pese a que
creas que soy un aburrido, insensible en traje y corbata, no siempre fui
así…
—Lo sé… claro que lo sé —dijo ella tomándolo de la mano.
—Me dolió todo y todo junto, el desamor, el hijo al que yo ya amaba y
que me arrebataron… Te digo, era capaz de perdonar todo con tal de que no
se llevara mis sueños. La vi irse con él y construir la familia que pensé que
me pertenecía y me sentí vacío, sin nada… humillado… fracasado…
—Lo comprendo… de verdad que sí —dijo ella mientras dibujaba con
su dedo figuras sobre el dorso de la mano de él.
—Me convencí a mí mismo de que debía ser otra persona, de que ya no
debía querer aquellas cosas y me cerré al mundo, me protegí en mí mismo
de una manera tal, que lo único que hice fue guardar en mi interior mi dolor
y girar alrededor de él para que nadie se lo llevara, porque eso era lo único
que me quedaba…
—Wow…
—El trabajo me ayudó, pero mi cuerpo cansado por el estrés laboral y
emocional no resistió. Regresé también como una prueba para mí mismo,
quería saber qué tan mal estaba y cómo reaccionaba al choque con el
pasado y los recuerdos.
—¿Y?
—Desde el inicio nada fue como creí, tengo algunos recuerdos, pero los
miro desde lejos, ya no duelen… estoy feliz porque tengo a Inés cerca y
puedo ver crecer a mis sobrinos, puedo ser con ellos el padre que quise ser
alguna vez, aunque claro, ellos tienen el suyo…
—Un día tendrás tus propios hijos, Felipe, eres joven…
—Sí, pero no quería pensar en eso, no quería ilusionarme, porque
cuando pensaba en todo lo que deseaba, también pensaba en todo lo que
perdí… eran como las dos caras de la misma moneda, y al recordar, me
sentía demasiado lejos de todo aquello. Comenzar de nuevo, enamorarse,
sufrir, tener miedo a salir lastimado o a lastimar… confiar de nuevo en
alguien… ¿y si no resulta? ¿Cuántas veces se puede volver a empezar? —
inquirió.
Azul no respondió, esperó paciente a que él continuara.
—Felicita me hizo ver las cosas de otra manera. Ella, a su edad, aún
tiene esperanzas de encontrar a ese amor que un día fue… Al principio
pensé que era una tontería, pero entonces tú te emocionaste tanto con la
historia, con la investigación… y pensé que quizá soy yo el que está
equivocado… quizá sí vale la pena mantener las esperanzas…
—Oh… es muy hermoso lo que dices, Felipe…
—Mónica es mi pasado y lo acepto como tal, es algo que no puedo
cambiar. Me gusta cómo aprendes de tus historias porque me pongo a
pensar en las mías y en lo que puedo aprender… Pienso que ella es como
Gonzalo para ti, de alguna manera la quiero… por eso me siento peor,
porque debería odiarla… es mala persona, mira cómo ha abandonado a su
abuela solo porque ella y su madre no la acompañaron en su decisión.
—No me gusta juzgar a las personas, yo nunca haría lo que ella hace ni
me perdería de una relación con mi abuela, más si es una persona tan
especial como Felicita, pero supongo que tiene sus motivos. Quizás el amor
de sus padres la agobió tanto que necesitó apartarse del todo para poder ser
feliz, es algo muy duro, pero sucede muchas veces… Felicita no lo hizo y
sacrificó su felicidad… ¿Qué es entonces lo que está bien? —Dijo Azul y
dejó la pregunta al aire.
—Es cierto…
—¿Sabes? Otra cosa que aprendí es que a veces estamos en la vida de
los demás para que se den cuenta de algo, en el proceso, salimos lastimados
o lastimamos, todo depende de la perspectiva. Es como en las historias,
siempre hay un villano y un héroe, y en la vida, a veces somos los villanos
de las historias de los demás incluso sin quererlo…
—Yo la amé con locura… —susurró él.
—Lo sé, y es una pena que hayas tenido que estar allí en su proceso de
crecimiento y hayas salido lastimado…
—Supongo que es hora de mirar al frente —dijo él.
—Me encanta como suena eso…
—Tú me enseñaste que vale la pena… Soy más feliz desde que me
permito ser más libre, desde que me permito soñar con que hay un mañana
que todavía no conozco…
—Un mañana que tú puedes construir como desees —añadió Azul.
—¿Te asustaría si te digo que quisiera que estés en ese mañana? —
preguntó mirándola a los ojos.
—No, no me asusta… No puedo hablar de amor a primera vista contigo
porque cuando te vi solo pensé que eras un caradura que venía por la
herencia —dijo y él sonrió—, pero puedo confesarte que a medida que te
voy conociendo, me gusta más lo que veo —admitió—. También me
gustaría estar en ese mañana, pero…
—Tienes miedo… —dijo él como si pudiese leerla y ella frunció el
ceño.
—Miedo… es una palabra que casi nunca me acompaña, pero ahora que
lo dices, puede que sí.
Él acarició su frente y jugueteó con sus cabellos.
—Tienes miedo de enamorarte de mí y que yo siga estancado en mi
pasado, que te compare con ella o con la historia que tuvimos, que busque
contigo lo que no tuve con ella. Tienes miedo a que no sepa darte lo que te
mereces… Pero también tienes miedo de ti, temes que, tras enamorarte,
vuelvas a ser lo que un día fuiste con Gonzalo, una persona que se convierte
en la sombra de lo que un día fue…
—Wow… No me lo había planteado así, pero tiene mucho sentido —
dijo ella pensativa.
—A mí me gustas por lo que eres, con tus colores estridentes, tu cabello
desordenado, tus girasoles, tus desnudos en medio del campo. Me gusta tu
romanticismo idílico y optimista y tu forma de ver el mundo. Jamás te
cortaría esas alas brillantes que tienes, si un día llegara hacerlo, preferiría
alejarme antes que cambiar tu esencia… Eres magia, Azul…
La muchacha lo miró confundida y extasiada, no esperaba aquella
sinceridad. Además, le encantaba las palabras que había utilizado, la
metáfora de no cortarle las alas, la misma que su padre había usado tantos
años atrás. Rio con emoción.
Felipe observó todas las emociones que atravesaron su rostro y acarició
con suavidad sus mejillas y sus labios.
—¿Tú no tienes miedo? —inquirió ella.
—Sí… tengo miedo a volver a enamorarme porque cuando lo hago no
soy la persona que tú viste en un principio… Temo volver a sufrir, solo tuve
un acercamiento a lo que sería estar contigo, pero eso bastó para que mi
mundo entero diera vueltas… Me pusiste a bailar, pusiste a bailar mi mundo
—dijo él con una sonrisa—. Y no estoy seguro de qué tan dolorosa podría
ser esta caída… eso me aterra…
Ella sonrió.
—No quiero lastimarte, Felipe —dijo con sinceridad—. Por nada en el
mundo me gustaría que sufrieras de nuevo…
—Lo sé, y yo no quiero lastimarte a ti, Azul… Eres demasiado valiosa
como para que alguien lo haga… Sé que no eres todo lo fuerte que te
muestras y que a veces la esperanza también se te agota… sé porque eres
humana y, justamente eso, lo tan libremente humana que eres, es lo que más
me atrae de ti. Y no quisiera ser yo quien te saque los colores ni el brillo
que tienes, en todo caso, si algo quisiera es ser quien te ayudara a brillar
más…
—Deja de hablar que me enamoras… —dijo ella sonrojada—. ¿No se
suponía que no creías en el amor ni en el romance?
Felipe sonrió.
—Enamórate entonces… porque yo no puedo evitarlo —susurró.
—¿Y si nos caemos? —preguntó ella.
—¿Y si volamos? —respondió él.
Azul sonrió, aquello de nuevo le recordaba a la leyenda de su padre y le
calentaba el corazón de una manera especial.
—Una parte de mí me grita que te bese, la otra me recuerda que debo ser
cautelosa y no impulsiva —dijo ella con sinceridad.
—Hagámosle caso a la segunda, yo también muero por besarte, pero no
lo haré hasta que tú estés segura de que yo estoy disponible para ti…
Azul sonrió y cerró los ojos. Él le acarició el cabello con dulzura
mientras ella hacía una oración en silencio en la que agradecía por aquel
momento tan mágico y por aquella persona tan especial que había llegado a
su vida.
19
Felicita los escuchaba contarle sus anécdotas del viaje, primero le contaron
de su encuentro con Oscar y luego de las actividades que hicieron juntos.
Obviaron las largas charlas y confesiones sentimentales y se enfocaron en la
piscina, el paseo por la granja y el momento en que ambos ordeñaron una
vaca.
—Fue genial, Feli, un día deberías venir con nosotros a esa granja —
comentó la muchacha.
Felicita sonrió y asintió, aunque sabía que eso no sería posible. Cada vez
le costaba más moverse y los dolores corporales ya no se iban ni con los
calmantes.
—Hoy iremos al hospital a ver si damos con Marcela —dijo Azul.
—El sábado por la noche soñé con él —contó Felicita con emoción—.
Estábamos en una cabaña y bailábamos despacio al son de las músicas de
Elvis… —murmuró.
Felipe miró con sorpresa a Azul y ella le regaló una sonrisa.
—Cuando papá descubrió que nos íbamos a escapar, se puso más pesado
que de costumbre —comentó de pronto. Ambos sabían que ella continuaría
con la historia—. Me puso una nana que me controlaba día y noche, y yo
apenas logré contactarme con Ana para que le dijera a Antonio lo que había
pasado. Él estaba desolado, pues pensó que me había arrepentido…
—Claro… debió haberte esperado en donde quedaron —dijo Azul.
—Quedamos en esperar que las cosas se enfriaran e intentarlo de
nuevo… pero mi padre tenía su propio plan y ya me había conseguido un
novio, que además de ser hijo de su mejor amigo, era un buen partido…
Después de todo él y el padre de César siempre habían hablado de que
casarnos sería un negocio redondo, y César siempre había estado
enamorado de mí…
—Ohh…
—Intenté escaparme, lloré, me tiré al suelo, le prometí a mi padre un
montón de cosas… Nada surtió efecto. La boda se realizó incluso aunque
yo no lo quería. Mi padre y César estaban convencidos de que con el tiempo
me enamoraría y me daría cuenta de mi error…
—¡No puedo tolerar esa clase de cosas! —exclamó Azul enfadada.
—Me casé con César, él era buen hombre, era respetuoso conmigo y me
trataba muy bien. Fuimos felices, dentro de lo que se pudo, pero nunca lo
amé, éramos buenos amigos… Cuando Antonio se enteró de aquello, su
corazón se hizo pedazos… estaba desolado y me enteré que decidió ir con
sus amigos a probar suerte con la música… Él siempre decía que la música
y yo éramos sus grandes amores —añadió con nostalgia.
—¿Y ahí acabó todo? —inquirió Azul sin poder creerlo.
—No… Cuando él regresó de su viaje, lo busqué… Estaba decidida a
dejar a César e irme con él, ese tiempo lejos me había sofocado, sentía que
no podía seguir sin él… Dije que iba a la iglesia y fui a buscarlo, era un
viernes… —comentó y perdió la vista en la pared como si leyera allí sus
recuerdos—. Lo hallé en una casa humilde con una mujer embarazada… Le
conté que no me había casado por amor, sino por obligación y le pedí que
me perdonara, que yo lo amaba y quería estar con él y que dejaría todo si
me lo pedía.
—¿Y qué sucedió? —inquirió Felipe.
—Me explicó que en la gira se había acostado con una de sus fanáticas y
ahora estaba embarazada, que él iba a casarse con ella y a darle su apellido
a ese bebé porque eso era lo correcto de hacer…
—Dios mío… —dijo Azul y llevó su mano a su pecho.
—En esas épocas el honor y la palabra importaban mucho —dijo
Felicita—, me pidió que le diera un fin de semana… uno para
despedirnos… Era una locura por donde lo miremos, pero lo hice. Regresé
a casa y dije que iba a ir a ver a mi abuela, que vivía en otra ciudad, y él le
dijo a la mujer que tenía un concierto en otra ciudad. Nos fuimos a las
montañas, a una cabaña perdida que era de un conocido suyo…
—¡Qué romántico y a la vez doloroso! —exclamó Azul.
—Sí… sabíamos que iba a ser la última vez, pero nos propusimos no
hablar de ello hasta el final. Fue el fin de semana más perfecto de toda mi
vida, fue tan doloroso como ver por una ventana toda la felicidad que
pudiste haber tenido y la vida que pudiste haber vivido… pero se terminó el
domingo después del almuerzo. Nos dimos un último beso y nos
prometimos volver a buscarnos cuando fuéramos libres. Él se fue a su casa
con su mujer y yo regresé a mi hogar…
—Dios…
—Ahora que lo pienso, fue horrible lo que hicimos, ambos teníamos un
compromiso…
La mirada de Felipe bajó al piso.
—Perdóname, Felipe —dijo la mujer—, yo sé que esto de alguna
manera te trae malos recuerdos…
Azul lo miró con atención.
—No… No te preocupes —dijo él y levantó la vista para verla—, solo
me quedé pensando en la frase de la promesa, volver a buscarse cuando
fueran libres… Qué feo vivir una vida atada a alguien que no amas… —
añadió.
—Lo sé… pero no tenía opción… —dijo—. Aún así, lo de Mónica no es
lo mismo, Felipe, ella no se casó contigo por obligación…
—No tiene caso —dijo él e hizo un gesto para que ella no continuara—,
Mónica está en el pasado… ella tampoco merecía estar atada a alguien que
no amaba —añadió.
Felicita lo miró con curiosidad y luego observó a Azul, que estaba atenta
a la reacción de Felipe.
—¿Por qué lo buscas recién ahora? —Inquirió Felipe—, César falleció
hace muchos años… Los tiempos cambiaron, podrían haberse encontrado
antes…
—Sí, pero tenía miedo —dijo ella—. Miedo a que él ya no me amara, a
que continuara casado, a que las cosas no hayan sido para él tan intensas
como lo fueron para mí, a que los años y la distancia me hayan hecho
idealizarlo más de lo normal y cuando estuviésemos juntos la realidad me
golpeara en la cara. Era más fácil y seguro vivir de una ilusión que enfrentar
la realidad y sus distintos matices… Y estaba Astrid… ¿qué iba a decirle a
mi hija? ¿Que nunca amé a su padre?
—¿Ella no lo sabía? —inquirió Azul.
—No, ellos piensan que yo soy la mujer perfecta que toda la vida fui,
temía desilusionarles… Sin embargo, encerrada aquí en mi soledad, me di
cuenta de que el miedo y el qué dirán vivieron mi vida por mí y que ya era
demasiado tarde para vivirla…
—No, no es tarde… —dijo Azul.
—Lo es… y aún así, me gustaría mirarlo a los ojos, decirle que lo amé
toda la vida y que su simple existencia en el mundo hizo que mi vida fuera
más llevadera. Lo pensaba al levantarme y antes de dormir, me preguntaba
dónde estaría y pedía a Dios que fuera feliz… Lo imaginaba feliz con su
hijo o hija, cumpliendo sus sueños… y eso me hacía feliz a mí…
—Qué bello… —susurró Azul.
—Puedo arrepentirme de muchas cosas, pero nunca de lo que tuve con
él —entonces miró a Felipe—, sé que crees que fue un amor corto y que
quizá no iba a funcionar si lo intentábamos, sé que no crees en el amor a
primera vista y que piensas que éramos muy jóvenes, pero lo que viví con
él, por más fugaz y efímero, fue el único momento de mi vida en que me
animé a ser yo misma, y él me amó por lo que yo era… Tengo ochenta años
y estoy aquí ante ustedes, admitiendo que toda mi vida fui lo que los demás
querían que fuera, lo que mi padre, mi esposo o mi hija esperaban de mí…
El único que no me pidió que fuera nadie más que yo misma y me permitió
ser libre, fue Antonio. ¿Cómo no amarlo por eso? ¿Cómo no amar esa
versión de mí misma que pude ver en esos días?
—Es muy fuerte lo que dices… —dijo Azul y miró a Felipe.
—Comprendo, yeya, no te juzgo y creo de verdad que mereces
encontrarlo. Pero también quiero que sepas que Azul y yo te queremos así
como eres, no te juzgamos por nada y amamos esa versión de ti misma que
dices haber sido con él —dijo Felipe y Azul sonrió ante sus palabras y
luego asintió con la vista en Felicita.
—Azul, tú eres mi inspiración —dijo la mujer—. Hasta antes de
conocerte yo vivía dormida en esa burbuja que fue toda mi vida, convencida
de que no había nada mejor. Entonces irrumpiste aquí con tus colores, tus
músicas, tus ejercicios de respiración para conectar con mi yo interior, tus
preguntas, tus abrazos y tus besos… y me despertaste. Me diste ganas de
vivir, me hubiese gustado tanto ser como tú… —dijo entre lágrimas.
Azul se levantó de su silla y fue a abrazarla.
—Te quiero, Feli —dijo ella con una sonrisa—. Yo también aprendí
muchísimo de ti, y ahora con este viaje que hacemos para buscar a Antonio,
sigo aprendiendo más cosas… Me has enseñado a ver el amor de otra
manera…
Felipe también se acercó y abrazó a Felicita.
—Yeya, vamos a traer a Antonio hasta aquí cueste lo que cueste —
prometió.
—Puede que ya no sea posible —dijo la mujer—. En el sueño, él me
dijo que ya casi tiene que irse… Creo que él se está despidiendo de mí…
—Entonces, nos apresuraremos —dijo él y miró a Azul que asintió.
—Si lo vuelves a soñar, dile que te espere, que ya estás cerca —añadió
la muchacha con ternura y luego secó con cariño las lágrimas de la mujer.
21
Azul llegó al hogar más tarde ese día, supo que Felipe no había llegado
aún porque no vio su auto donde siempre lo dejaba. Había decidido hablar
con él y decirle lo que sucedió la noche anterior, decirle también que estaba
enamorada de él, por lo que se sentía un poco nerviosa. Eso sin contar que
debían hablar con Felicita.
Cerca del mediodía, ambos se encontraron con ella en la habitación.
Felipe estaba distante, no parecía ser el mismo que el día anterior la había
contenido en el muelle. Azul no lo comprendió, pero era el momento de
decirle a Feli las cosas que habían descubierto.
—¿A qué se debe que los dos traen esa cara? —preguntó la mujer al
verlos.
—Hemos encontrado información… sobre Antonio —dijo Azul sin dar
más vueltas.
—¿Cómo? —preguntó ella—. ¿Lo encontraron?
—No precisamente, pero sabemos que la hija lo llevó a Francia, yeya —
dijo Felipe con la voz suave, como si así el impacto fuera menos doloroso
—. Al parecer estaba enfermo, tiene o tenía Alzheimer… y lo llevó allá
donde ella vivía para poder cuidarlo.
—¿Cuándo? —preguntó la mujer.
—No lo sabemos con exactitud, pero hace muy poco… —dijo Azul.
—Entonces puede ser que esté con vida aún…
—Sí —dijo Felipe y miró a Azul con consternación—, pero no tenemos
manera de hallarlo en Francia, yeya… es imposible…
—Lo sé… quizás es por eso que lo veía en sueños… —dijo ella—.
Volvió a buscarme como prometimos… de la única manera en que puede
hacerlo ahora…
—Oh… lo siento tanto —dijo Azul que se acercó a ella y la abrazó.
—¿Creen que me ha olvidado? —preguntó la mujer.
—Yo creo que un amor así no se olvida nunca, yeya —dijo Felipe—,
puede ser que en su memoria no te encuentre, pero estoy seguro de que en
su corazón sí —añadió.
Azul lo miró y le regaló una sonrisa dulce, estaba cada vez más
enamorada de ese hombre. Felipe se acercó a Felicita y le abrazó con
dulzura.
—Lo siento mucho, yeya…
Felicita se tomó unos minutos para digerir la noticia y derramó un par de
lágrimas, pero luego se secó los ojos y les regaló una sonrisa.
—Han hecho lo mejor que pudieron, me han regalado su tiempo por
meses y se han involucrado en esta historia como si fuera de ustedes. Valoro
el esfuerzo, gracias por haberme tomado en serio y por haber creído en
nuestro amor… Creo que es hora de cerrar esta historia como lo que fue: mi
más hermoso recuerdo… Cerrar es sano, nos permite avanzar sin que nada
nos estire hacia atrás —añadió y Azul asintió, lo acababa de sentir en carne
propia.
—¿Qué podemos hacer por ti, yeya? —preguntó Felipe.
—Nada… ahora les agradecería que me dejaran un rato sola… me
despediré de él… Ustedes ya hicieron demasiado —añadió.
—Bueno… —dijo Azul y se levantó para salir.
—Nos avisas si necesitas algo, ¿sí? —inquirió él.
—Ustedes preocúpense por sus vidas ahora, sean felices y no cometan
mis errores —pidió—, con eso yo estaré más que satisfecha.
Ambos salieron de allí dejando a la mujer en soledad.
—¿Crees que estará bien? —inquirió Azul.
—Sí… estará bien —prometió él.
—Quiero hablar contigo, ¿podríamos ir a algún sitio? —preguntó la
muchacha.
—No sé si puedo… tengo algunos pendientes —dijo él esquivándola.
—Solo un rato, necesito decirte algo que ya no puedo guardar —añadió
la muchacha con insistencia.
Felipe la ignoró como pudo y caminó hasta su vehículo.
—¿Felipe? ¿Qué demonios te sucede? —inquirió ella siguiéndolo—. Te
estoy diciendo que es importante y tú decides ignorarme…
—Mira —dijo Felipe ya sentado en el vehículo—, si lo que quieres
decirme es que has vuelto con tu ex, no te preocupes, ya lo sé —añadió y
cerró la puerta.
—¿Qué? —inquirió Azul con incredulidad.
—Anoche fui a verte, deseaba darte una sorpresa… pero la sorpresa me
la llevé yo. Vi como se besaban y escuché que se trataba de Gonzalo… está
bien, la vida los unió de nuevo, ¿no? Es tu historia de amor más grande…
Sigue los consejos de Feli, sé feliz, no esperes que te pase lo que le sucedió
a ella y luego te arrepientas —añadió—. Yo me marcharé apenas acabe con
un pendiente que tengo por aquí.
Dijo antes de arrancar el auto.
Azul se quedó inmóvil, de pie frente al espacio vacío que el auto había
dejado y con miles de preguntas flotando en su mente.
25
Tres días después de aquello, Azul aún no había logrado dar con Felipe. Le
había mandado muchos mensajes diciéndole que necesitaban hablar, pero él
había viajado a Costa Brava a pasar unos días con su hermana y antes de
apagar su celular, le dejó un mensaje diciendo que no lo buscara, pues
necesitaba desconectarse unos días. Le prometió volver el viernes y
llamarla para conversar.
Azul estaba enfadada, ¿qué demonios se creía ese hombre para tratarla
así? ¿Por qué ignoraba sus llamadas y no quería escucharla? ¿Por qué había
tomado una decisión unilateral sin siquiera dejarla hablar? Ya la escucharía
cuando regresara, ya la vería enfadada como una vez quiso verla.
La muchacha pensó incluso en ir a Costa Brava, pero fue entonces
cuando recibió la llamada de Atina, una vieja amiga con la que hacía
muchos años había comenzado con esa idea de visitar los hogares de
ancianos. Lastimosamente, ella se había mudado a Lisón, un pequeño
pueblo vecino, y por tanto se habían distanciado un poco, aunque ambas
habían seguido con aquel voluntariado.
—Debo pedirte un gran favor —dijo la muchacha—. ¿Podrías venir a
reemplazarme un par de días? Mi madre deberá hacerse una cirugía y tengo
que acompañarla. El hogar de aquí es muy distinto del que conocí allá
contigo, es muy humilde, la gente que está aquí es pobre y está solita, la
mayoría no tienen familia o son personas que se perdieron y nadie los
reclamó. Si yo falto, mis compañeras no dan abasto… acá hacemos de todo,
prácticamente ayudamos a darles de comer, a cambiarles, bañarles… cosas
así, no hay rubros y las enfermeras son muy pocas.
—Cuenta conmigo, ¿cuándo debo ir? —preguntó Azul que pensó que
aquella sería una oportunidad genial para distraerse.
—¿Jueves te queda bien? Los fines de semana son los más difíciles
porque hay menos personal. Mamá se opera el viernes, el domingo ya estaré
de regreso… Sería solo jueves, viernes y sábado…
—Cuenta conmigo —dijo ella—, pásame un mensaje con los datos
luego…
—Puedes quedarte en mi casa, si deseas —añadió la muchacha—. Yo
estaré en el hospital.
Azul coordinó y aceptó la propuesta. Fue junto a Felicita y le comentó
que se tomaría unos días y que la vería el siguiente lunes.
—¿Qué está sucediendo? ¿Por qué tú y Felipe se están tomando días? —
inquirió—. Creí que él…
—¿Que él qué? —preguntó Azul.
—Iba a decirte lo que sentía… —afirmó la mujer.
Azul la miró con sorpresa.
—¿Cómo? —inquirió.
—¿Acaso no te dijo nada? Salió de aquí muy convencido la otra
noche… —afirmó—. A lo mejor le estropeé la sorpresa —dijo ella
llevándose la mano a la boca.
—¿Tú lo sabías?
—Lo deduje, son un poco obvios —sonrió la mujer.
—Ay, Feli, pero él está enfadado conmigo ahora, no me atiende las
llamadas y los días que se tomó son para alejarse de mí… Me vio
besándome con un ex… y se armó una película en la cabeza —añadió la
muchacha, no me ha dejado explicarle nada.
—¿Con Alexis? —inquirió Felicita.
—No, peor, con Gonzalo… él sabe que es el único que… bueno, una
gran historia de amor mía, pero está acabado… fue un cierre, una despedida
—afirmó—. Yo lo amo a él, y aunque él cree que Gonzalo es mi historia de
amor más importante, en realidad es él… Nunca me sentí como ahora, y
estoy muy enojada por su reacción, ni siquiera me ha dejado explicar.
Felicita rio.
—Él es impulsivo, casi tanto como tú —añadió—, tú le has permitido
regresar…
—¿De dónde?
—De esa vida que se inventó en la cual se mostraba frío, distante y
racional… Él no es tan así como tú tampoco eres tan emocional, si no ya te
hubieses tirado a sus brazos sin pensar en las consecuencias luego de
aquella noche que me contaste, ¿no?
—Bueno… supongo que tienes razón…
—Déjalo que cuando regrese vendrá a verme y hablaré con él para que
te escuche.
—¡Hasta está planeando irse, Feli! —exclamó ella.
—No, es mentira, solo lo dice, todavía le quedan cosas pendientes por
hacer aquí —afirmó la mujer—. Tranquila, tómate esos días y ve a donde
debes ir…
26
Fue Marcela quien llegó primero, Felipe debía volver por Albujía y
conseguir el permiso de uno de los médicos del hogar para sacar a Felicita.
Cuando la mujer llegó, fue hasta su padre y le abrazó con fuerza.
—Papi, qué bueno volver a verte —dijo y lo miró con cariño.
Azul supo al instante que tenían una relación hermosa, la mujer les
contó lo sucedido y les dijo que no había viajado porque no podía dejar allí
a su padre. Por un instante, don Antonio pareció recobrar el conocimiento.
—Hola, pequeña —dijo cuando la escuchó hablar con el médico que lo
atendía.
—Papi… —dijo ella y fue de nuevo junto a él—. ¿Me conoces?
—Marcelita… ¿cómo estás? —preguntó el hombre.
—Bien, papi, te estaba buscando hace mucho —dijo ella como si fuera
una niña.
—¿Ya vamos a ir a casa?
—Vamos a esperar que llegue Felicita —informó la muchacha—. ¿Estás
feliz? La vas a ver al fin…
—Ta ra ra … felicidad… Felicita —. El momento de lucidez se acabó y
él comenzó a tararear de nuevo aquella canción.
—Él me habló de ella hace mucho tiempo, cuando me enamoré por
primera vez —dijo Marcela a todos los que quisieran oírla—, me dijo que
cuando yo fuera grande y ya no lo necesitara él iba a buscarla, pero tenía
miedo de que ella no lo recordara —añadió—. Me dijo que la amaba con
locura y que nunca la había olvidado, pero la vida había sido injusta con
ellos, él no tenía dinero y no le permitieron amarla. Mi papá trabajó mucho
para sacarme adelante, lo hizo solo… mi mamá falleció —añadió—, él
quería que yo triunfara y fuera una mujer de éxito para que nunca tuviera
que vivir la humillación que vivió él al no ser digno para la mujer que
amaba.
—Dios, qué dolor —dijo Azul—, y ella solo quería estar con él…
—Me alegra saber eso —dijo Marcela—, muchas veces creí que esa
historia estaba solo en su mente, era tan romántico… Tarareaba esa canción
todo el día —comentó—. Ahora me arrepiento de no haberle insistido para
que la buscara… —dijo con tristeza—, pero también tenía miedo a que solo
fuera una ilusión.
—Bueno, las cosas suceden por algo —dijo Azul con la intención de
aminorar la culpa.
Las horas pasaron con lentitud mientras todos aguardaban la llegada de
Felicita. Ni las enfermeras que habían acabado su turno se retiraban y cada
vez que llegaba una, le contaban todo lo que sucedía. Don Antonio seguía
abstraído en sus pensamientos, por momentos dormitaba y su hija le
acariciaba con dulzura.
Felipe, por su parte, buscó a Felicita y le contó las noticias. Ella se vistió
con sus mejores galas y con los ojos cargados de lágrimas y el corazón
apretado por la ansiedad y el temor, le rogó al médico de turno que le diera
el permiso. Este tras oír la historia y ver la emoción de ambos, cedió el
documento. Felicita prometió volver al día siguiente, ya que se hacía de
noche y Felipe estaba cansado de tanto manejar.
Cuando llegaron al hogar, ella lamentó las circunstancias en las que se
encontraba ese sitio.
—Qué ironía que se llame La Esperanza —dijo con tristeza—. Pobres
las personas que están aquí, en el ocaso de tu vida teniendo que lidiar con
este abandono —añadió.
—Sí, yeya, qué triste, ¿no?
—Sí… —dijo la mujer—. Felipe, llama a Nicolás y dile que ya sé a
dónde destinará el dinero que sobra.
—¿De qué hablas?
—De mi testamento, hijo, decidí donar una suma a la caridad, y qué
mejor sitio que este —añadió.
—Yeya, lo llamaré mañana mismo —afirmó él—. Ahora tenemos algo
más importante.
Azul salió a recibirlos y corrió a abrazar a Felicita.
—Lo encontré, Feli, lo encontré para ti —dijo con emoción—, no
recuerda mucho, pero sí la canción… yo se la canté y me preguntó por ti —
añadió.
Felicita sonrió con emoción y entonces caminó hasta la habitación.
Azul, por su parte, envuelta en emoción, tomó la mano de Felipe y la
siguieron.
—¿Antonio? ¿Dónde estás? —preguntó la mujer al entrar.
Las miradas se paralizaron en ella y todos sonrieron. Fue un momento
mágico e intenso, como si todos hubiesen dejado de respirar, atentos a la
expresión del hombre.
Felicita vio a un anciano sentado en un sillón, al lado una mujer muy
parecida a él le acariciaba con ternura la mano y le regalaba una sonrisa. Él
observaba de un lado al otro, se mostraba agitado.
Azul entonces encendió su celular y puso aquella melodía que era tan
significativa para él.
—Hola, mi amor, al fin estoy aquí —dijo Felicita con lágrimas en los
ojos mientras se acercaba.
Marcela se apartó de él para darle su sitio y ella se sentó.
—Ha sido largo el camino, ¿no? Ha sido una larga espera… —dijo ella y
le acarició con ternura la mejilla.
Felicidad, Felicita,
No olvides las promesas que nos hicimos ayer.
Felicidad, Felicita,
Te prometo que por siempre yo te he de amar.
—Yo lo sé —dijo Felicita—, y vine por eso… para decirte que esta vez
no será una despedida, espérame allí, iré pronto.
—¿Lo prometes? —inquirió él.
Felicita asintió.
Felicidad, Felicita,
No olvides las promesas que nos hicimos ayer.
Felicidad, Felicita,
Te prometo que por siempre yo te he de amar.
Te prometo que por siempre yo te he de amar
Azul encontró a Felipe sentado en su cama con los ojos llenos de lágrimas.
La puerta estaba abierta, por lo que ella ingresó y cerró tras ella.
—¿Está bien ella? —inquirió secándose las lágrimas.
Azul asintió y se sentó en el suelo frente a él.
—¿Sabes? Lo que viste no es lo que piensas, él me llamó, vino a ver
unos documentos y quería que habláramos. Ese mismo día, cuando tú me
abrazabas bajo la llovizna y yo lloraba, comprendí que te amo, que estoy
enamorada de ti y que, aunque muero de miedo, quiero estar contigo —
afirmó—, pero necesitaba verlo, decirle aquello que te conté y escuchar lo
que él tenía para decirme.
—Yo…
—Escucha… Me dijo que quería volver a intentarlo, le dije que no
estaba disponible porque estoy enamorada de alguien más —susurró—,
volvimos a casa, él me acompañó porque no quería que caminara sola… y
me besó. No lo evité, no voy a mentirte, era un beso con sabor a despedida,
un cierre de una historia que fue bonita y me ayudó a crecer, pero ¿sabes?
Eres tú… no es Gonzalo, no es como dijiste, no es él mi más grande historia
de amor… ¿Comprendes lo que digo? Tú eres mi más grande historia de
amor —dijo con dulzura.
—Azul…
—Me enseñaste a ver la vida de otra forma. Yo estaba contenta en mi
burbuja de perfección, con mi vida organizada para evitar sufrir, intentaba
no mojarme bajo la lluvia y no mostrar vulnerabilidad, ser fuerte, decidida,
llevar a la vida por delante. Entonces, tú me mostraste otra faceta de mí
misma, me permitiste ser yo misma, triste, melancólica, vulnerable e
imperfecta, con un tremendo miedo a amar y a volver a salir herida. Era
más fácil para mí vivir en mis sueños, en mis ilusiones de un amor mágico
como el de las novelas o las películas… así me mantenía a salvo del mundo
real, de la posibilidad de sufrir, de quedarme sola. Yo también quiero un
hogar, una familia… quiero niños corriendo —dijo entre lágrimas—, y
quiero llegar a ser viejita y amar a alguien tanto como Felicita ama a
Antonio… y quiero que ese alguien seas tú. ¿Estoy loca? Lo sé, siempre me
lo dices.
Felipe acarició su rostro con ternura y le regaló una sonrisa dulce.
—Yo también te amo, Azul… y quiero lo mismo que tú. A tu lado me
animé a vivir, a bailar desnudos en un campo, a dejarme mojar por la lluvia
mientras te protegía en mi abrazo, a buscar a un hombre por toda la ciudad.
Me hiciste volver a una de mis pasiones más antiguas, el arte —dijo y ella
frunció el ceño, confusa—, ya lo entenderás luego —añadió—. Ahora, lo
que tienes que saber es que yo estoy disponible para ti, no me ata nada ni
nadie, soy libre… Y si tú también lo eres, quiero que lo seamos juntos.
—Claro que sí… —dijo ella conmovida por sus palabras.
—Quiero que a mi lado siempre te sientas libre para ser tu misma, eso es
lo más hermoso de lo que tenemos, quiero que te animes a decirme lo que
sientes cómo lo sientes, a bailar desnuda o con ropa, a dar brincos de
emoción cuando una noticia te pone muy feliz o a abrazar a todas las
personas que necesiten de un abrazo. Quiero que a mi lado sientas que
puedes llorar cuando lo desees, que un día puedes amanecer triste y
melancólica y yo estaré allí para ti, quiero que sepas que no deseo que seas
perfecta, sino que seas humana. Me gustan todos tus colores, tus flores, tu
cabello desmarañado y tus ropas extrañas. Me compraré una bicicleta para
poder andar a tu lado y aprenderé a bailar salsa y bachata para no quedar en
ridículo cuando salgamos —prometió—. Todavía recuerdo la leyenda que
me contaste, la busqué en internet ese mismo día. Yo quiero eso, amar en
libertad, ayudarnos a crecer como personas, no cortarnos las alas… porque
eso es lo que tú haz hecho conmigo desde que te conocí…
—Te amo… —dijo ella abrazándolo.
—Y yo… —respondió él correspondiendo al abrazo y levantándola del
suelo para que se siente a su lado en la cama.
Se miraron a los ojos por mucho rato, como si sus almas pudieran leerse
y hablarse sin palabras, entonces fue él quien dio el primer paso, juntó sus
labios a los de ella y la besó con ternura.
Un rato después, él acarició su rostro con suavidad.
—¿Quiere decir que ahora sí ya podremos repetir lo del campo? —
inquirió.
—¿Me dijiste todas esas cosas bellas solo por eso? —bromeó ella.
—Me descubriste —susurró él.
—Primero te tomaré un examen de danza… —añadió y luego movió las
cejas con diversión—. Desnudo.
Felipe se echó a reír.
—Desde ya me inscribiré en una academia —prometió.
—Quiero ver eso —dijo ella con dulzura y volvió a besarlo.
—Lo verás más pronto de lo que imaginas —musitó entre los besos.
—Nada me encantaría más que bailar contigo esta noche, pero me
preocupa Feli, tendremos tiempo para esto… mucho tiempo… toda la vida
si lo deseas… —se animó a adelantar—, pero hoy quiero estar con ella…
—Lo sé, me parece correcto —dijo él y la volvió a besar—. Y sí, me
gusta lo de toda la vida…
Azul se levantó entonces y caminó hasta la puerta desde donde se volteó
para mirarlo.
—Yo nunca pensé en nadie a largo plazo… es decir, sí en mis sueños,
pero no en la realidad… Siempre tuve miedo de eso…
—¿Ahora?
—Ahora quiero animarme a convertir mis sueños en realidad, contigo…
Felipe sonrió.
—Te amo…
—Y yo…
30
A la Virgen María,
por ser mi luz y mi guía.
En el año 2017 publica las novelas: «La chica de los colores» y «Tu música
en mi silencio», ambas pertenecientes a la serie «Amor en un mundo
inclusivo». En setiembre del mismo año, publica «Sueños de Cristal» en
coautoría con Carolina Méndez. En el año 2018 publica «Con los ojos del
alma», tercera obra de la serie «Amor en un mundo inclusivo». En el año
2019 publica la trilogía «Lo que me queda de ti», «Lo que aprendí de ti» y
«Lo que tengo para ti», todas bajo el sello de Nova Casa Editorial.
Redes Sociales:
www.aracelisamudio.com
Facebook/Wattpad/Instagram: Lunnadf
Twitter: Aranube
Grupo de lectores en Facebook: Historias de Lunna.
Books By This Author
La chica de los colores
Celeste era una chica con una discapacidad a quien, a raíz de un accidente,
le habían amputado ambas piernas a la edad de diez años. Gracias al apoyo
de su familia —en especial al cariño y confianza que le brindó su abuelo—,
fue capaz de superar los momentos difíciles causados por la adversidad.
Encontró entonces en el arte, y específicamente en la pintura, una forma de
liberar su alma, de volar a los rincones a los que físicamente no podría
llegar. Así, entre cuentos infantiles y sirenas, fue capaz de crecer y
convertirse en una mujer hermosa, talentosa y, sobre todo, independiente.
Tu música en mi silencio
La maestra de piano le enseñó dos cosas importantes: primero, que para
tocar música no es necesario oírla, sino sentirla; y segundo, así como no hay
luz sin oscuridad, como no hay bondad sin maldad, tampoco es posible la
música sin el silencio. Y ella así lo creyó.
Un día, se dio cuenta de que también había música en sí misma, que su
corazón se aceleraba, sus piernas se aflojaban y su interior vibraba cuando
él, Daniel, estaba cerca. Y es que él había traído la música a su vida: la del
piano y la de su propia alma. Era él quien llenaba de melodías la quietud en
la que vivía, por lo que cuando se fue, la música también se acabó.
Y es que crecer duele, y la pobreza es enemiga de los sueños; pero
entonces, sumida en el más profundo y absurdo silencio causado por la
desazón y los problemas de la vida, recordó la lección de la maestra: no hay
música sin silencio. Y así, su corazón volvió a latir, y en su quietud volvió a
sonar aquella melodía.
Lo que me queda de ti
Dicen que nada sucede por casualidad, que cada persona llega a nuestra
vida con un objetivo y nos trae un aprendizaje. Están quienes se quedan por
mucho tiempo a nuestro lado y quienes se van pronto para seguir con su
propio camino. Lo cierto es que todos dejan una huella que, en ocasiones,
puede ser imborrable. Cuando esa clase de personas ya no están, el vacío se
hace inmenso y seguir resulta doloroso.
Rafael lo ha entregado todo por amor. Lo único que le queda es el vacío que
deja la ausencia de alguien a quien amó con todas sus fuerzas; los
recuerdos, que algunas veces reconfortan, pero que también duelen; las
preguntas sin respuestas y los sentimientos contradictorios a los que se ve
enfrentado tras el abandono.
Lo que aprendí de ti
Dicen que somos resultado de nuestras experiencias, aunque a veces esas
experiencias no son las mejores. La vida puede poner muchas dificultades
en el camino, situaciones capaces de cambiar nuestra perspectiva acerca de
todo lo que consideramos certero.
Carolina Altamirano tuvo que enfrentarse a una vida llena de vacíos, a una
vida de soledad, de abandono y de maltrato. Ella encontró la forma de salir
adelante, aunque no siempre sus elecciones fueron las correctas. Su historia,
cargada de conflictos, la llevó a cometer grandes errores y a tomar pésimas
decisiones, aun cuando pensó estar haciendo lo correcto.
A Carolina siempre le tocó perder, pero cuando creyó que ya no había
salidas la vida le dio una revancha que ella supo apreciar. Entonces, en
búsqueda del perdón, descubrió que, a veces, las oportunidades llegan
disfrazadas de situaciones que no nos agradan, que la vida es una escuela en
la que aprendemos a base de prueba y error.
La pareja IMperfecta
No creas todo lo que dicen las redes sociales: la pareja más perfecta puede
ser, en realidad... una pareja bastante imperfecta.
Luciano Armele es el modelo más importante de la Agencia Elite, pero
tiene a una gran enemiga que intenta por todos los medios hundirlo y acabar
con su reputación, una mujer sin escrúpulos que es capaz de hacer cualquier
cosa por conseguir sus objetivos.
Sueños de Cristal
Se dice que todos tenemos un ángel de la guarda, uno que se nos es
asignado desde antes de nuestro nacimiento y que debe velar por el
bienestar de nuestra alma y cuerpo durante nuestra estadía en la Tierra.
Elisa tiene uno, al igual que todos los demás, solo que ella cuenta con una
peculiaridad: desde muy pequeña puede verlo y hablar con él.
A pesar de que no siempre es sencillo vivir con alguien que te sigue a todos
lados y te recuerda lo que no debes hacer, ellos han logrado de cierta forma
armonizar y crear una especie de amistad.
Ni príncipe ni princesa
Frieda y Adler se conocen desde que nacieron, sus padres son mejores
amigos y los han criado como si fueran primos, Ellos se detestan desde su
más tierna infancia. Por suerte, un océano los separó casi toda la vida y solo
debían convivir durante las vacaciones.
Ella siempre fue una chica ruda, de carácter fuerte e ideas poco
convencionales; él siempre fue un chico educado, dulce y responsable,
aunque ella lograra sacar su peor versión. Entre travesuras, peleas infantiles
y castigos recurrentes, atravesaban los meses en los que se veían obligados
a convivir, pero que por suerte acababan con el final de las vacaciones.
Sin embargo, ahora las cosas serán diferentes, Adler estudiará en el país de
Frieda y, por supuesto, vivirá en su casa. Su relación, siempre tan explosiva,
sumada al despertar característico de la adolescencia, los llevará a descubrir
nuevas emociones y sentimientos que los pondrán entre la espada y la
pared.
Dicen que del odio al amor hay un solo paso, pero para darlo, Adler y
Frieda deberán madurar y, para eso la vida le tiene preparadas varias
lecciones.