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Derecho A La Prueba y Racionalidad de Las Decisiones Judiciales

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DERECHO A LA PRUEBA Y RACIONALIDAD DE LAS DECISIONES JUDICIALES

1. ELEMENTOS DEFINITORIOS DEL DERECHO A LA PRUEBA


Conviene ahora analizar los distintos elementos definitorios en que puede descomponerse el
derecho a la prueba. Hay que advertir que esos elementos no son independientes entre sí:
para que cada uno de ellos tenga sentido tiene que acompañarse de los siguientes.

1) El primer elemento es el derecho a utilizar todas las pruebas de que se dispone para
demostrar la verdad de los hechos que fundan la pretensión. Por supuesto, se trata de un
derecho subjetivo que sólo puede ejercer el sujeto que es parte en un proceso judicial. La
única limitación intrínseca a la que está sujeto es la relevancia de la prueba propuesta. De
este modo, podría reformularse el propio derecho para acoger únicamente la utilización de
las pruebas relevantes a los efectos de demostrar la verdad de los hechos alegados.

La debida protección de este derecho supone que se imponga a los jueces y tribunales el
deber de admitir todas las pruebas relevantes aportadas por las partes”. Es decir, deberán ser
admitidas todas aquellas pruebas que hipotéticamente puedan ser idóneas para aportar,
directa o indirectamente, elementos de juicio acerca de los hechos que deben ser probados
(Taruffo, 1970, p. 54 ss.). Por otro lado, también supondría una violación del derecho a la
prueba la limitación a la posibilidad de aportar pruebas relevantes impuesta, no ya por el
órgano juzgador, sino legislativamente. En ese sentido, deben considerarse
inconstitucionales aquellas limitaciones a la posibilidad de aportar pruebas que no resulten
justificadas en la protección de otros derechos fundamentales en conflicto”. Finalmente,
conviene tener en cuenta que el mecanismo legislativo de imponer presunciones juris et de
jure puede suponer también una forma disimulada de impedir ilegítimamente la prueba de
un hecho relevante para la pretensión de una de las partes (Goubeaux, 1981, p. 297).
Convendrá pues, estudiar
la justificación de la imposición de una presunción que no admita prueba en contrario a la
luz de una posible violación del derecho a la prueba.

2) El segundo elemento que integra el derecho a la prueba es el derecho a que las pruebas
sean practicadas en el proceso. Resulta obvio que no tiene sentido la sola admisión de los
medios de prueba propuestos por las partes si ésta no va seguida de una efectiva práctica de
la prueba en el proceso. Así, se ha manifestado reiteradamente la doctrina (vid. Perrot,
1983, pp. 108 ss.; Taruffo, 1984, p. 92 s.; Picó, 1996, p. 21-22) y también la jurisprudencia.
El Tribunal Constitucional español, por ejemplo, ha dicho claramente que "el efecto de la
inejecución de la prueba es o puede ser el mismo que el de su inadmisión previa (...)" (STC
147/1987).
Cabe añadir que una concepción robusta del derecho a la prueba no puede conformarse con
cualquier forma de practica de la prueba en el proceso. En ese sentido, deberá maximizarse
la participación de las partes a través del principio de contradicción, dando en todo
momento a cada parte la oportunidad de contra-probar lo alegado por la parte contraria
(Taruffo, 1984, p. 98; Picó, 1996, p. 22).

3) El tercer elemento definitorio del derecho a la prueba es el derecho a una valoración


racional de las pruebas practicadas. Es habitual considerar que el derecho a la prueba no
supone un derecho a un determinado resultado probatorio. Por ello, y por una exagerada
devoción a la discrecionalidad del juez en la valoración de la prueba, no es extraño que la
doctrina y la jurisprudencia considere, a menudo, que el alcance del derecho a la prueba se
agota en los dos elementos anteriores. Sin embargo, en mi opinión, esa limitación es
manifiestamente insatisfactoria.
Como ha señalado Taruffo (1984, p. 106), el reconocimiento del derecho de las partes a que
sean admitidas y practicadas las pruebas relevantes para demostrar los hechos que
fundamentan su pretensión, es “una garantía ilusoria y meramente ritualista si no se asegura
el efecto de la actividad probatoria, es decir, la valoración de las pruebas por parte del juez
en la decisión”. Esta exigencia de valoración racional de las pruebas puede descomponerse
en dos elementos distintos: por un lado, se exige que las pruebas admitidas y practicadas
sean tomadas en consideración a los efectos de justificar la decisión que se adopte. Por otro
lado, se exige que la valoración que se haga de las pruebas sea racional. La primera de las
exigencias es a menudo incumplida a través del recurso a la denominada “valoración
conjunta
de las pruebas” (Montero Aroca, 1988, p. 251; Picó, 1996, p. 28). Debe advertirse que, si
bien una decisión sobre los hechos no puede realizarse sin esa valoración conjunta, ésta no
puede ser utilizada para evitar la valoración concreta de cada una de las pruebas aportadas.
Es más, sólo después de valoradas individualmente las pruebas podrán hacerse con rigor
una valoración conjunta de las mismas. Por ello, deberían ser considerados como
violaciones al derecho a la prueba los supuestos en que algunas de las pruebas admitidas y
practicadas no hayan sido tomadas en consideración en el momento de la decisión”.

Por otro lado, está claro que no basta con tomar en consideración todas las pruebas
admitidas y practicadas. Es necesario también que la valoración de las mismas, individual y
conjunta, se adecue a las reglas de la racionalidad. Sólo así podrá entenderse que se respeta
el derecho de las partes a probar, esto es, a producir un determinado resultado probatorio
que sirva de fundamento a sus pretensiones. Es más, sólo si se garantiza que los hechos
probados a los que se aplicará el derecho han sido obtenidos racionalmente a partir de los
elementos de juicio aportados al proceso puede garantizarse también un nivel mínimamente
aceptable
de seguridad jurídica.

4) Finalmente, el último elemento que permite dotar del alcance debido al derecho a la
prueba es la obligación de motivar las decisiones judiciales. Aunque es poco común hacer
referencia a este aspecto en términos de derecho subjetivo, no encuentro razón alguna para
no hablar de un derecho a obtener una decisión suficiente y expresamente justificada
(Taruffo, 1984, p. 112). En el ámbito del razonamiento sobre los hechos, esa justificación
deberá versar tanto sobre los hechos que el juez declare probados como sobre los hechos
que declare no probados.
La obligación de motivar expresamente las decisiones judiciales ha sido incorporada a
algunas constituciones, como la española (art. 120.3), y también está presente en el artículo
6.1. del Convenio Europeo para la Protección de los Derechos Humanos y de las Libertades
Fundamentales. No es extraño al planteamiento que presento en este trabajo que el Tribunal
Constitucional español haya declarado reiteradamente (vid., por ejemplo, SSTC 14/1991,
55/1988 0 13/1987) que la obligación de motivar las sentencias expresa “la vinculación del
juez a la ley”. En otras palabras, está en relación con la obligación del juez de aplicar el
derecho", que es, a su vez, como fue señalado al inicio, la función principal del proceso.
Sin embargo, la jurisprudencia constitucional y ordinaria no ha sido muy exigente a la hora
de controlar la falta de motivación en materia de hechos probados. Tampoco la doctrina
procesal mayoritaria ha ido mucho más allá"'. Creo que ello es debido a dos tipos de
razones: en primer lugar, a la falta de una teoría normativa que establezca algunos criterios
de racionalidad que rijan en el ámbito de la libre valoración de la prueba. A falta de esos
criterios
claros, se tiende a maximizar el carácter libre de la valoración, su vinculación a la íntima
convicción del juez”, la discrecionalidad judicial en materia de valoración de la prueba
(tendente a la arbitrariedad cuando están ausentes los controles), etc.
En segundo lugar, y en consonancia con lo anterior, se opera con una noción de prueba y de
hecho probado marcadamente subjetivista que no distingue entre que un hecho esté probado
y que haya sido declarado probado por un juez o un jurado.

2. LA NOCIÓN DE PRUEBA EN EL DERECHO


La definición de la prueba jurídica en clave subjetivista se caracteriza, en la gran mayoría de
los casos, por su asimilación al convencimiento psicológico del juez a del jurado acerca de
los hechos ocurridos. Decir, entonces, que un (enunciado que afirma la ocurrencia de un)
hecho está probado significa que el juez ha llegado a la convicción de que ese hecho ha
ocurrido. Y ésta es, por cierto, la concepción mayoritaria entre los procesalistas españoles (y
creo que continentales)

De este modo, se vincula conceptualmente la prueba de un hecho con la adquisición por


parte del juez del estado mental consistente en creer en la ocurrencia de ese hecho. Por ello,
no es de extrañar que se debiliten las exigencias de motivación de la decisión judicial en
material de hechos. Como dice expresamente De la Oliva (2002, p. 514) no “parece
razonable pedir que se exprese lo que pertenece a los internos procesos psicológicos de
convicción, muchas veces parcialmente objetivables, sí, pero también parcialmente
pertenecientes al ámbito de lo inefable”. Lo único que podría exigirse, en esa clave
subjetivista, es que el órgano decisor
exprese las causas que le han llevado a creer en la ocurrencia del hecho en cuestión. Pero
expresar las causas de una creencia, en el caso de que pueda hacerse, es algo muy distinto
de justificar una decisión,
En mi opinión, en cambio, esta concepción no es capaz de dar cuenta del funcionamiento
del mecanismo de la prueba en el derecho. Varias son las razones que lo impiden:

a) En primer lugar, supone la imposibilidad conceptual de considerar que el juez o el órgano


decisor sobre los hechos probados se haya equivocado.
Así, decir que un hecho está probado es igual a decir que un determinado sujeto dotado de
autoridad cree que ese hecho ha ocurrido. Siendo así, no queda ningún criterio
intersubjetivo que permita decir que el sujeto en cuestión se equivocó. Y en ese caso,
además, como ya fue dicho al inicio del trabajo, no podrá mantenerse que el juez cumple
una función aplicadora del derecho. Esa función supone que el juez certifica que un hecho
ha ocurrido y le aplica la consecuencia jurídica prevista por el derecho. Pero, de ninguna
forma se podrá sostener que el juez aplica el derecho si es él mismo quien constituye
(inventa) los hechos del caso”.
Por todo ello, esta concepción conlleva, en mi opinión, la asunción de un realismo jurídico
radical.
En ese marco, además, se reduce el alcance del derecho a la prueba a un derecho a influir en
el convencimiento del juez, que es, por cierto, un derecho bastante extraño.

b) En segundo lugar, es conocido que en muchas ocasiones los jueces toman decisiones
sobre los hechos en contra de sus propias creencias'’, cosa que no puede explicarse con la
noción de prueba que se está analizando.

c) Y, en tercer lugar, la creencia es, por definición, independiente del contexto (Bratman,
1992, p. 3; Engel, 1998, p. 143-144; Id., 2000, p. 3; Clarke, 2000, p. 36 ss.). Esto es,
nuestras creencias son causadas por una multitud de factores y de informaciones y pueden ir
cambiando a lo largo del tiempo. Ahora bien, en un momento cualquiera “t” podemos creer
que 'p' o no creerlo, pero no podemos creer que ‘p’ con relación a un contexto, y creer que
‘no-p’ con relación a un contexto. En otras palabras, nuestras creencias son siempre al
things considered. No podemos, por ejemplo, creer o no creer que Madrid es una ciudad
ruidosa en función de si es lunes o martes o de si lo pregunta el alcalde de la ciudad o un
ecologista. Aunque es perfectamente posible responder de forma distinta a uno y a otro, en
alguno de los dos casos se estará mintiendo respecto de la creencia que se tiene. Y un juez
no puede, por ejemplo, creer que Mary mató a Peter cuando ejerce su función de juez y no
creerlo cuando no la ejerce (en tanto que simple ciudadano).
En cambio, la justificación de la decisión judicial sobre los hechos es relativa a los
elementos de juicio aportados al proceso y es, por tanto, por definición, contextual. Así, si
varía el conjunto de elementos de juicio disponibles puede variar también la conclusión que
se justifique a partir de los mismos.

3. JUSTIFICACION RACIONAL Y APLICACIÓN DEL DERECHO


La última parte de este trabajo debe estar dedicada, necesariamente, a la justificación de las
decisiones judiciales sobre los hechos. Para abordar este punto, conviene partir de dos
premisas:

a) La primera es la distinción entre la justificación normativa y la justificación racional. La


decisión judicial sobre los hechos está condicionada por diversos tipos de normas jurídicas:
que regulan los medios de prueba, la actividad probatoria o el resultado probatorio. En
particular, este último tipo de reglas regulan el resultado, la conclusión, que el juez debe
extraer a partir de determinados elementos de juicio. Pueden distinguirse, a su vez, dos tipos
de reglas al respecto: algunas prescriben al Juez lo que debe declarar probado cuando
disponga de un determinado elemento de juicio en el proceso. Son las denominadas reglas
de prueba tasada o legal. Se dirá que la decisión del juez está justificada normativamente si
cumple con lo prescrito por esas reglas.
En la mayor parte de los casos, en cambio, la decisión del juez está sometida únicamente al
principio de la libre valoración de la prueba. Como he dicho ya anteriormente, se ha
recurrido con demasiada frecuencia a este principio para justificar la absoluta libertad del
juez en la determinación de los hechos probados, derivando así la libertad en arbitrariedad.
En mi opinión, en cambio, debe entenderse que la valoración de la prueba es libre
únicamente en el sentido de que no está sometida a reglas jurídicas que impongan un
resultado probatorio
concreto (v. Taruffo, 1992, pp. 369-370).
Ahora bien, la ausencia de reglas jurídicas que regulan el resultado probatorio en estos
casos no supone la ausencia total de cualquier tipo de reglas. Así, sólo si se sostiene que la
libertad del juez para determinar los hechos probados del caso está delimitada por las reglas
generales de la racionalidad y la lógica, puede evitarse la deriva en la arbitrariedad. Por ello,
se dirá que la justificación de la decisión judicial es, en este tipo de supuestos, epistémica o
racional.

b) La segunda premisa fundamental para delimitar correctamente la noción de justificación


de las decisiones judiciales sobre los hechos es que esa justificación es siempre relacional a
un conjunto de elementos de juicio (Mendonca, 1997. pp. 77-78). En efecto, un enunciado
del tipo 'Está probado que p es, en realidad, un enunciado incompleto, puesto que debe
necesariamente relacionarse con un conjunto de elementos de juicio perfectamente
identificado. Este conjunto de elementos de juicio estará conformado por los medios de
prueba admitidos y practicados en el proceso judicial. Si se quiere dar cuenta de cómo
funciona el mecanismo de la prueba en el derecho (y quizás también en las ciencias), es
imprescindible comprender que la justificación de los enunciados declarativos de hechos
probados es relativa al conjunto de elementos de juicio (o medios de prueba) aportados al
proceso. Ello explica que dos decisiones incompatibles sobre la ocurrencia de un mismo
hecho puedan estar justificadas simultáneamente. Así, por ejemplo, la decisión adoptada por
un juez o jurado en primera instancia puede estar perfectamente justificada atendiendo a los
elementos de juicio disponibles; posteriormente, en segunda instancia se incorpora un
elemento de juicio nuevo que no estuvo disponible anteriormente y, sobre la base del nuevo
conjunto de elementos de juicio, el Tribunal de segunda instancia puede tomar una decisión
incompatible con la primera.

No hay en esta situación nada extraño: las dos decisiones pueden estar justificadas (y
también injustificadas) dado que ambas se justifican en relación con conjuntos de elementos
de juicio distintos.
Ahora bien, esto último tiene importantes consecuencias. Son muchos los autores que han
sostenido que la verdad del enunciado que se declara probado es condición necesaria para
que pueda decirse que está justificado. En otras palabras, la verdad de un enunciado sería
condición necesaria, aunque no suficiente, para que esté justificado decir que está probado.
Y esto parece estar en consonancia con la intuición de la que partía este trabajo, esto es, que
sólo podrá decirse que el juez ha aplicado el derecho cuando la premisa fáctica de su
razonamiento resulte verdadera. Pues bien, se plantea aquí un importante problema, puesto
que la exigencia de la verdad resulta incompatible con la intuición de que la justificación de
las decisiones judiciales sobre los hechos es relacional al conjunto de elementos de juicio
disponibles en el proceso.
La razón es muy simple: la verdad del enunciado que se declara probado no depende de los
elementos de juicio disponibles, sino de su correspondencia con el mundo.
Conviene pues intentar explicar la aparente contradicción de esas intuiciones.

4. JUSTIFICACION DE NORMAS Y JUSTIFICACION DE ACTOS


Creo que un análisis adecuado de la noción de decisión judicial puede aclarar la situación
planteada. Ricardo Caracciolo (1988, p. 41) ha puesto de manifiesto la ambigüedad de la
expresión ‘decisión judicial'. En un primer sentido, hace referencia al acto de emisión de
una resolución judicial, en particular, de una norma individual. En un segundo sentido, hace
referencia al resultado de ese acto, es decir, a la norma individual emitida (en palabras
menos precisas, si se quiere, al contenido de la decisión). Esta ambigüedad entre la decisión
como acto y la decisión como norma individual puede dar lugar a algunos desacuerdos
puramente verbales y, en particular, quizás pueda explicar las intuiciones en conflicto
acerca de la justificación de las decisiones judiciales.
Cabe preguntarse, entonces, por las condiciones necesarias y suficientes para que la
decisión judicial como norma esté justificada y para que lo esté la decisión judicial como
acto. Respecto de la decisión como norma, parece claro que la conclusión a la que se llegue
estará justificada sólo si se deriva de las premisas. fácticas y normativas, adoptadas en el
razonamiento”. Pero, además, parece también exigible que el razonamiento sea sólido, esto
es, que las premisas utilizadas sean verdaderas (Beccaria, 1764, p. 35 ss.; Ferrajoli, 1989, p.
43). En otras palabras, justificar una norma individual consiste en mostrar que ésta es el
resultado de la aplicación de una norma general a un hecho (que puede ser subsumido en el
supuesto de hecho de esa norma general). Y sólo es posible aplicar una norma general a un
hecho si este ha ocurrido realmente y, por tanto, si la premisa fáctica que lo describe es
verdadera. En conclusión, una decisión judicial como norma estará justificada si, y sólo si,
se deriva de las premisas del razonamiento y las premisas fácticas son verdaderas
(Caracciolo, 1988, p. 43).
Por su parte, la decisión judicial como acto no admite una noción de justificación como la
anterior por una razón muy simple: no hay relaciones lógicas entre normas y actos o entre
proposición y actos. Por ello, no puede decirse que la decisión-acto está justificada si se
deriva de las premisas fácticas y normativas. Un sentido de la noción de justificación si
utilizable para este supuesto hace referencia, en cambio, a la idea de cumplimiento o
incumplimiento de las normas que regulan ese acto (Caracciolo, 1988, p. 44). Así, la
decisión judicial, en el sentido del acto de adoptar una determinada resolución, estará
justificada si su realización está permitida o es obligatoria según las normas que regulan esa
actuación.
De este modo, puede suceder que el acto de adopción de una decisión judicial esté
justificado y que, en cambio, no lo esté el contenido de esa decisión, esto es, la norma
individual. Esto permite dar cuenta de las dos intuiciones contradictorias señaladas
anteriormente ya que explica que consideremos injustificada, por ejemplo, la condena a
alguien por un hecho que no realizó y, contemporáneamente, que consideremos correcto o
justificado el acto o decisión de condenarlo (a la luz de los elementos de juicio disponibles).
Pero si estamos ante dos sentidos distintos de ‘justificación’ y de 'decisión judicial', puede
suceder que el acto de decisión esté justificado y el contenido de la decisión, la norma
individual, no lo esté; y entonces cabe preguntarse por los efectos jurídicos que se producen
a partir de esa divergencia.
Obviamente, este es un tema objeto de regulación particular por cada ordenamiento jurídico
y no pue de ofrecerse una respuesta general al mismo.
Además, en cada ordenamiento jurídico puede no estar prevista una consecuencia jurídica
unitaria para todos los supuestos de justificación de la decisión-acto o de la decisión-norma.
En el caso de la decisión acerca de los hechos probados cabe distinguir también entre el acto
de decisión y el contenido de la misma. Este último consiste en la premisa (o proposición)
fáctica que se introduce en el razonamiento decisorio. De acuerdo con el análisis que se ha
desarrollado, la decisión-acto estará justificada si la proposición fáctica está probada. A su
vez, podrá decirse que una proposición sobre los hechos está probada sí ésta resulta
aceptable racionalmente, esto es, si existen en el expediente judicial elementos de juicio
suficientes a su favor”. Será necesaria, por supuesto, una teoría normativa acerca de las
condiciones en que los elementos de juicio podrán considerarse suficientes (acerca de la
aceptabilidad de las premisas fácticas del razonamiento). La continuación de esta
investigación abordará precisamente ese punto. Por el momento, no obstante, sí debe
señalarse que esas condiciones, cuando se está en el ámbito de la libre valoración de la
prueba, se remiten a la racionalidad y la epistemología generales.
Desde el punto de vista del contenido, en cambio, la premisa sólo estará justificada si es
verdadera.
Los ordenamientos jurídicos modernos establecen normalmente límites al replanteamiento
del contenido de la decisión, en nuestro caso, a la discusión acerca de la verdad de las
premisas fácticas. Se prevé la existencia de recursos en que ese contenido puede ponerse en
cuestión, pero una vez la decisión ha adquirido firmeza (ya sea por agotamiento de los
recursos posibles o por no haberse utilizado los recursos disponibles), el derecho hace
prevalecer el interés de que los procesos tengan un límite temporal más o menos definido y
otorga efectos jurídicos definitivo a la decisión adoptada.
Quedan sólo algunos casos, en los que se considera que la justificación de la decisión-
norma (por ser falsa una o varias de las premisas fácticas) debe permitir un nuevo
replanteamiento de la cuestión (aun cuando la decisión-acto estuviera justificada) a pesar de
que la sentencia haya adquirido firmeza (Ferrua, 1999, pp. 217-218). En esos supuestos se
prevén recursos extraordinarios como el recurso de revisión en el derecho español.
Finalmente, para concluir, cabe preguntarse ahora de nuevo acerca de las condiciones en
que quedará satisfecho el derecho a la prueba en lo que se refiere a la valoración de las
pruebas aportadas. En mi opinión, el derecho a la prueba estará satisfecho si, y solo si, i)
todas las pruebas relevantes aportadas por las partes han sido admitidas y practicadas y ii) si
éstas han sido valoradas de acuerdo con las reglas de la lógica y la racionalidad, de modo
que la declaración de hechos probados que se realice pueda ser considerada aceptable
racionalmente a la luz de esos elementos de juicio. La conclusión será aceptable si es la
descripción de los hechos que tiene un mayor apoyo en el conjunto de elementos de juicio
aportados al proceso y, por tanto, es la hipótesis que, racionalmente, podemos considerar
más próxima a la verdad.
Obsérvese bien, por último, que esto no supone necesariamente que el derecho a la prueba
otorgue un derecho a un resultado probatorio determinado (a una determinada declaración
de hechos probados). Lo que sí confiere si se quiere que sea algo más que una garantía
“ilusoria y ritualista” es un derecho a que las pruebas aportadas sean valoradas de un
determinado modo: de acuerdo con la racionalidad. La valoración racional conjunta de
todos los elementos de juicio aportados al proceso puede dar como resultado una única
conclusión posible. En esos casos, el derecho a la prueba (y cabe recordar, el derecho a la
defensa, del que aquél se deriva) supone un derecho a que se declare ese resultado
probatorio. Pero ello no es necesariamente así: puede suceder que a partir de un
determinado conjunto de elementos de juicio resulten igualmente aceptables distintas
hipótesis o que la hipótesis con mayor apoyo disponga de un apoyo relativamente bajo. En
el primer caso, el derecho a la prueba no indica qué hipótesis debe ser elegida.
Se respetará el derecho si la declaración de hechos probados se produce entre las hipótesis
racionalmente admisibles. En el segundo caso, puede ser que no deba declararse probado
ningún enunciado sobre los hechos.

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