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Tomas Ariztia Produciendo Lo Social

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PRODUCIENDO LO SOCIAL

COLECCIÓN CIENCIAS SOCIALES E HISTORIA


PRODUCIENDO LO SOCIAL

© Tomás Ariztía (editor), 2012


© Ediciones Universidad Diego Portales, 2012

Primera edición: julio de 2012


ISBN 978-956-314-176-4

Universidad Diego Portales


Dirección de Extensión y Publicaciones
Av. Manuel Rodríguez Sur 415
Teléfono: (56 2) 676 2000
Santiago – Chile
www.ediciones.udp.cl

Diseño: Felicidad
Fotografía de portada: Olivier Maugis / Getty Images

Impreso en Chile por Salesianos Impresores S. A.


TOMÁS ARIZTÍA (editor)

PRODUCIENDO LO SOCIAL
usos de las ciencias sociales en el chile reciente
Índice

Introducción
Ciencias sociales y la producción de lo social
Tomás Ariztía ............................................................................................ 9

primera parte: la política de los economistas

Capítulo 1
Del poder de las ideas económicas al poder de los economistas ................. 25
Verónica Montecinos / John Markoff
Capítulo 2
Tecnócratas y política en Chile: de los Chicago Boys
a los Monjes de Cieplan ............................................................................ 73
Patricio Silva
Capítulo 3
El nuevo estatus del economista y el papel de los think tanks en Chile:
el caso de Cieplan ....................................................................................... 101
Manuel Gárate

segunda parte: producción y usos del conocimiento social

Capítulo 4
Sociologías públicas y la producción del cambio social en el Chile
de los noventa ........................................................................................... 133
Tomás Ariztía / Oriana Bernasconi
Capítulo 5
Una disciplina en tensión: elementos fundamentales para un estado
de la situación de la filosofía en Chile ....................................................... 165
Christian Retamal
Capítulo 6
Uso inflacionario de los conceptos elite y populismo: desventuras
recientes de dos categorías claves de las ciencias sociales latinoamericanas ..... 197
Alejandro Pelfini
Capítulo 7
Investigación científica y performatividad social: el caso
del PNUD en Chile .................................................................................. 219
Claudio Ramos Zincke

tercera parte: expertos frente al mundo

Capítulo 8
Pastelero a tus pasteles: experticias, modalidades de tecnificación
y controversias urbanas en Santiago de Chile ............................................ 255
Manuel Tironi
Capítulo 9
¿Cómo se hace un mercado? ... Agregue: formaciones sociales,
conflictos políticos y economistas .............................................................. 285
José Ossandón
Capítulo 10
La razón de Estado: usos políticos del saber y gobierno científico
de los technopols en Chile (1990-1994) ..................................................... 311
Alfredo Joignant

Sobre los autores ............................................................................................. 349


Introducción
Las ciencias sociales
y la producción de lo social
Tomás Ariztía

Hacer una sociología de las ciencias sociales (CCSS) implica no solo exa-
minar las condiciones de creación de conocimiento de las distintas disciplinas
que componen este campo, sino también estudiar el rol que estas juegan en
la producción de lo social. Ya sean sus libros, conceptos, modelos, narrativas,
hipótesis, políticas públicas, minutas o consejos, o sus expertos, intelectuales,
technopols, académicos o asesores, los productos y actores de las CCSS no habi-
tan únicamente en las aulas y campus académicos: transitan y actúan también
por gran parte del mundo que aspiran a comprender y explicar.
El resultado de esta operación es visible en prácticamente todos los ámbi-
tos de la sociedad. De hecho, buena parte de las formas en que ordenamos,
clasificamos y evaluamos a los actores y procesos sociales guarda algún tipo
de relación con las CCSS. Los ejemplos son muchos y de áreas diversas: la
política y su creciente dependencia de encuestas y otros dispositivos de repre-
sentación y medición de la opinión pública, provenientes en muchos casos de
la ciencia política y la sociología (Osborne y Rose 1999); el gobierno, las po-
líticas públicas y cómo estas dependen también del conocimiento experto de
distintas CCSS, algo observable en la creciente centralidad del conocimiento
académico sobre esta materia en la gestión del Estado. A su vez, los mercados
dependen de conceptos y herramientas provenientes no solo de la economía
y disciplinas afines, como la administración y el marketing, sino también de
otras tradicionalmente más ajenas a ellos, como la sicología o la sociología.
Finalmente, muchas de nuestras representaciones públicas y relatos colectivos
se sustentan en descripciones que producen diversos actores e intelectuales
públicos que se amparan en explicaciones y discursos de las CCSS.1

1 Cabe preguntarse como ejemplo qué porcentaje de las columnas de opinión pública que circulan hoy
por los medios de comunicación remiten directamente a algún tipo de conocimiento de las CCSS.

9
Tal como muestra esta rápida enumeración, las CCSS se encuentran lejos
de estar aisladas en la torre de cristal de la ciencia; son, de hecho, actores cen-
trales en la producción y ensamblaje de las sociedades contemporáneas (Law y
Urry 2004). El principal tema de este libro son los usos de las ciencias sociales
en la sociedad chilena contemporánea. Los trabajos que aquí se reúnen se
centran en examinar no tanto la capacidad de estas disciplinas para estudiar
y reflexionar sobre lo social, sino su capacidad para producirlo y afectarlo. La
definición de ciencias sociales que utilizamos aquí es amplia, abarcando todas
aquellas disciplinas académicas que tienen como objeto de interés distintos
aspectos de la vida social, desde la economía hasta la filosofía social y política.
A su vez, el tratamiento de estos temas es multidisciplinario, abarcando desde
la historia hasta la sociología de los expertos.
En lo que sigue de esta introducción me propongo dos tareas. La primera,
presentar algunos antecedentes para una sociología de los usos y desusos de las
ciencias sociales en Chile, y, a propósito de esa reflexión, sugerir algunas líneas
conceptuales útiles para conectar los artículos que componen este volumen.
La segunda tarea será exponer y delinear brevemente la estructura del libro.

Producción de lo social
¿Cuáles son estas relaciones entre las ciencias sociales y lo social, y cómo
estudiarlas? Se pueden reconocer al menos dos opciones. Un primer cami-
no se ha centrado tradicionalmente en examinar las CCSS en términos de
sus determinantes y características sociales (Mannheim, Wirth y Shils 1936;
Gouldner 1980; McCarthy 1996). La premisa aquí es que la operación de las
CCSS puede ser examinada a partir del análisis de la posición social de los
actores involucrados, en este caso los científicos sociales y las instituciones
de producción de conocimiento. Esta ha sido y sigue siendo una pregunta
central en la tradición sociológica. De hecho, para autores como Pierre Bour-
dieu, la reflexividad –esto es, la capacidad de las CCSS de examinar su propia
operación– define el núcleo mismo y la tarea de estas disciplinas (Bourdieu,
Chamboredon y Passeron 2003). A este camino se suman también los aportes
de los estudios de la ciencia,2 los que, tomando una aproximación microsocio-
lógica, se han centrado en estudiar tanto el contexto social como las prácticas
y operaciones específicas de producción de conocimiento. Desde este prisma,
las ciencias sociales no solo aparecen situadas socialmente; la misma operación

2 Los estudios de la ciencia se han centrado principalmente en las ciencias naturales; ver, por ejemplo,
Latour y Woolgar (1979). También es posible reconocer crecientemente esta aproximación para las ciencias
sociales en Law (2004).

10 TOMÁS ARIZTÍA
de producción de conocimiento es también el resultado de prácticas sociales
(Knorr-Cetina 2005).
Existe una segunda aproximación para pensar las relaciones entre ciencias
sociales y lo social. Este enfoque no se centra tanto en estudiar la producción
de conocimiento como algo socialmente situado, sino que apunta a examinar
las distintas formas en que el conocimiento de las CCSS contribuye a la pro-
ducción o ensamblaje del mundo social (Law 2008). Tal como ha señalado la
socióloga Marion Foucarde (2007), esto implica transitar desde la pregunta por
el contexto a la pregunta por los “efectos” o la performance de las CCSS sobre
el mundo.3 Es justamente este segundo ámbito el objeto principal de este libro:
examinar los distintos usos y efectos de las ciencias sociales. ¿Cuáles son los vín-
culos entre el conocimiento que producen las CCSS y la sociedad? ¿Qué rol ha
jugado en ámbitos como la política, la economía o la cultura? En suma, ¿cómo
las CCSS han contribuido a la producción de lo social? La referencia del título
al concepto de “producción” es por tanto uno de los supuestos centrales de este
libro. Junto con Law (2004, Law y Urry 2004) y Latour (2005), entendemos
el mundo social no como entidades fijas y estables esperando ser descubiertas
por la ciencia, sino como el resultado de un proceso activo de ensamblaje y pro-
ducción, en la cual las ciencias sociales juegan un rol central. Los trabajos aquí
reunidos presentan distintas respuestas a estas preguntas. A partir de estudios
de caso, iluminan algunas de las múltiples formas en las cuales las CCSS han
sido actores centrales en la construcción del Chile contemporáneo.
Este libro no representa un esfuerzo aislado por examinar los efectos de las
CCSS en lo social;4 por el contrario, se viene a sumar a una significativa pro-
ducción reciente sobre los usos de las ciencias sociales. Un referente central en
esta reflexión es el trabajo de Steinmetz sobre los fundamentos de los enfoques
metodológicos y epistemológicos que han estructurado las ciencias sociales en
Estados Unidos y de las consecuencias de estos en términos del mundo social
que hacen visible y posible (Steinmetz 2005). A su vez, el análisis de Law sobre
cómo las CCSS producen (“enactan”) distintas versiones de lo social, como
resultado de sus operaciones metodológicas y teóricas, es también un insumo
clave para pensar estas conexiones entre ciencias sociales y sociedad (Law 2004,
2009). A nivel de temas específicos, es posible también encontrar un número
muy significativo de investigaciones que apuntan a visibilizar esta conexión. Es-

3 Según Fourcade (2007: 111), esto implica centrarse en considerar los efectos “performativos” de las
ciencias sociales.
4 Con todo, tal como mencionara recientemente Savage (2011), la expansión y efectos de las ciencias
sociales sobre la sociedad es uno de los ámbitos menos estudiados de las transformaciones sociales de la
segunda mitad del siglo XX en adelante.

INTRODUCCIÓN 11
tas abarcan temas como el rol de las CCSS en la producción de clases e identida-
des sociales (Boltanski 1984, Savage 2011), la conexión entre metodologías de
investigación y la producción de la opinión pública (Law 2009, Lezaun 2007,
Osborne y Rose 1999), la sicología y la producción de formas específicas de
subjetividad e individualidad (Miller y Rose 1997), y el análisis de los sistemas
socioestadísticos de clasificación y categorización y sus efectos en la producción
de grupos sociales (Desrosieres 2004), entre otros. Asimismo, recientemente la
sociología económica se ha centrado en estudiar las relaciones entre la economía
y la producción de los mercados, examinando cómo la ciencia económica ha
sido y es un actor central en la producción de los mercados (Callon 1998; Mac-
kenzie, Muniesa y Siu 2007). Los cientistas políticos, a su vez, llevan también
varias décadas explorando la conexión entre expertise, gobierno y poder político
(Centeno y Silva 1998, Mitchell 2002). Conceptos como tecnócrata o technopol
vienen justamente a visibilizar esa estrecha relación entre CCSS y política. En
todos estos esfuerzos se puede encontrar una premisa común que es también
la que atraviesa este libro: las ciencias sociales contribuyen y han contribuido
activamente a producir la realidad que intentan comprender.
El interés por estudiar las conexiones entre CCSS y sociedad también se
puede observar a nivel local. Desde los años ochenta ha existido una impor-
tante reflexión acerca de la producción de conocimiento de las CCSS (ver por
ejemplo Brunner 1988, Garretón 1989), la relación entre expertise y política
(Centeno y Silva 1998, Silva 2010), y las posibilidades y limitaciones de cam-
bio social que ofrecen las CCSS (Brunner 1993). Una serie de publicaciones
recientes, a la cual se viene a sumar este libro, dan cuenta de un renovado
interés por este tema (Joignant y Guell 2011, Mella 2011). El núcleo de la
reflexión local se ha centrado principalmente en estudiar la conexión entre
conocimiento experto y transición política, énfasis que tiene sus orígenes en la
producción intelectual durante la dictadura y que durante las décadas recien-
tes se ha desplazado a examinar retrospectivamente el rol de distintos expertos
en los procesos de transición y gobierno político (Mella 2011; ver también
el capítulo de Joignant en este libro).5 Este volumen, por lo tanto, espera
contribuir en este creciente interés académico por las relaciones entre el co-
nocimiento de las CCSS y la sociedad. Esto no es de extrañar en un país que
muchos describen como “modelado” (De Cea, Díaz y Kerneur 2008) y en el
cual las CCSS han cumplido un rol sumamente visible y central en producir

5 A lo anterior se suma un giro importante en el interés académico de nuevas generaciones de investigadores


por estudiar los conocimientos y actores expertos en distintos ámbitos sociales, como lo constatan diversos
trabajos de Manuel Tironi, Jose Ossandón, Ignacio Farías, Sebastián Ureta, Oriana Bernasconi y Claudio
Ramos, entre otros).

12 TOMÁS ARIZTÍA
y guiar el cambio social y los modelos de desarrollo. Con todo, a diferencia
de estas publicaciones en donde la atención ha estado puesta principalmente
en la relación entre ciencias sociales y la política, aquí se propone una mirada
más amplia, que atiende también a otras conexiones entre CCSS y sociedad.
Esta amplitud se expresa en al menos dos sentidos, los cuales discutiremos a
continuación. Primero, se presentan distintas versiones de cómo las CCSS
contribuyen a la producción de lo social, algunas de las cuales van más allá de
la política. Segundo, se exploran diversas categorías y formas de intervención
de las CCSS que van más allá de la figura del experto o el intelectual, y visi-
bilizan también las múltiples y precarias operaciones y prácticas cotidianas a
partir de las cuales se contribuye.

Los usos de las ciencias sociales


Una lectura cruzada a los artículos de este libro permite reconocer al menos
tres versiones acerca de cómo las CCSS han contribuido a la producción de lo
social. La primera enfatiza la relación entre ciencias sociales y política, particu-
larmente entre conocimiento experto, toma de decisiones y gobierno político.
Esta conexión entre conocimiento y poder no solo es uno de los espacios en
donde las CCSS han sido más eficaces en su capacidad de producir y cambiar
lo social; ha sido también el ámbito más estudiado, particularmente por los
cientistas políticos tanto en Chile como en el mundo. Un ámbito especial-
mente visible en este libro son las conexiones entre la disciplina económica
y la política, asumiendo la particular relevancia que la economía ha jugado
desde los años ochenta en configurar tanto la institucionalidad política como
el modelo de desarrollo neoliberal chileno. Los artículos en este volumen de
Joignant, Gárate, Montecinos/Markoff y Silva profundizan en distintos as-
pectos de esta relación. En ellos se observa cómo la economía surge y se con-
solida en Chile como un saber legítimo no solo al servicio del gobierno (ver
los capítulos de Joignant y Montecinos/Markoff ), sino también como lengua
franca de la transición política y pilar intelectual del modelo de desarrollo (ver
los capítulos de Silva y Gárate).
Junto a la relación entre política y CCSS, un segundo ámbito de relevancia
es la capacidad de las CCSS para producir y hacer circular descripciones sobre
el mundo social, ya sea en la modalidad de diagnósticos, de prognosis o de rela-
tos. Considerar esta dimensión discursiva implica examinar la relación entre las
CCSS y la esfera pública, explorando las formas y dispositivos de “intervención”
que estas generan (Eyal y Buchholz 2010). A este respecto, un argumento que
cruza varios capítulos del libro consiste en distinguir el rol central que las ciencias

INTRODUCCIÓN 13
sociales han jugado en la producción de conceptos y narrativas sobre la sociedad
chilena y sus cambios (ver por ejemplo el capítulo de Ariztía/Bernasconi). Desde
esta mirada se observa, como es esperable de todo discurso, que las descripciones
producidas visibilizan ciertas representaciones de lo social a la vez que oscurecen
otras. Dicho de otro modo, la operación de las CCSS consiste en hacer más o
menos posibles distintas formas de autodescribirnos y autocomprendernos como
sociedad. Tal como muestra aquí el trabajo de Retamal sobre la relativa ausencia
de la filosofía social en el debate público, o el de Montecinos/Markoff sobre la
centralidad del discurso económico y los economistas, no todas las descripciones
logran ser igualmente relevantes para la esfera pública. Mientras algunas formas
de conocimiento –como la encuesta y los estudios de opinión– se vuelven cen-
trales, otras han sido desplazadas históricamente como resultado de la siempre
tensionada relación entre el mundo académico y la política. En este contexto, el
capítulo de Pelfini sobre el uso de los conceptos de populismo y elite, por actores
dentro y fuera de las ciencias sociales, da cuenta de cómo estas descripciones
mantienen su vida propia, viajan a través de espacios de conversación y entran y
salen de lo puramente académico para ser movilizadas por distintos actores.
Pero las CCSS no producen únicamente discursos o representaciones; jue-
gan también un papel central en la creación de formaciones sociales, como
instituciones, categorías y grupos sociales, procedimientos o principios de
evaluación. La sociología ha acuñado el concepto de performatividad para re-
ferir justamente esta capacidad de las CCSS para producir nuevas realidades
como resultado de su propia operación de descripción (Callon 2010).6 Esta
performatividad ha sido estudiada particularmente en el caso del conocimiento
económico y la producción de los mercados (Callon 2006); sin embargo, es
rastreable además en prácticamente todas las CCSS7 y cruza también varios de
los artículos de este libro. Aparece explícitamente en el trabajo de Ossandón
sobre los economistas y el rol activo que estos jugaron en producir un mercado
de las instituciones de salud previsional (isapres); está también presente en el
artículo de Ramos sobre los distintos efectos del Informe PNUD no solo en el
circuito académico sino también a nivel de los medios de masas y de la política.
Lo hace del mismo modo, aunque en forma menos explícita, en el artículo de
Ariztía y Bernasconi a propósito de las sociologías públicas y su capacidad de
producir una narrativa del cambio social, y en el trabajo de Joignant a través
del análisis de cómo distintos conocimientos de las CCSS desplegados por los

6 Para una discusión detallada de la performatividad en las ciencias sociales, ver el capítulo de Ramos en
este libro.
7 A nivel general en términos de la relación entre CCSS y la producción de otras categorías (ver Law 2004).

14 TOMÁS ARIZTÍA
technopols de la transición política chilena fueron centrales en la creación de
la “democracia de los acuerdos” que caracterizó a los primeros gobiernos de la
Concertación de Partidos por la Democracia.
Además de las dimensiones de los usos de las CCSS discutidas anterior-
mente –la política, la discursiva y la performativa–, quisiera destacar otros dos
elementos que conectan y caracterizan las contribuciones de este libro. Estos
remiten menos a los argumentos centrales de cada artículo y más a la mirada
y metodología con que cada autor interroga a las CCSS (prácticamente todas
las contribuciones son análisis de casos en base a evidencia histórica y material
de archivo). Una primera afinidad apunta a la versión de la operación de las
ciencias sociales que se nos presenta. Leer los distintos capítulos debilita la
creencia común que tiende a atribuir una cierta omnipotencia a los expertos
y la tecnocracia; los artículos muestran una versión menos glamorosa de la
producción de las ciencias sociales, la que resulta de múltiples operaciones
prácticas y de pequeña escala, como la redacción de una minuta, la circula-
ción de columnas de opinión, la creación de instituciones de investigación o
las conferencias e intercambios académicos. Los actores y conocimientos que
aparecen retratados en este libro muestran la trivial y dificultosa tarea por
medio de la cual las CCSS han contribuido a producir y cambiar distintos
ámbitos de la sociedad chilena. De esta forma, los “efectos” y usos de este tipo
de conocimiento aparecen retratados aquí más como una serie de operaciones
cotidianas de pequeñas derrotas y victorias que como un conocimiento om-
nisciente y poderoso. En esta tarea, y tal como describe el artículo de Tironi
sobre los urbanistas, el conocimiento experto es muchas veces contrarrestado
exitosamente por otros actores organizados, quienes confrontan e incluso lo-
gran imponerse por sobre la mirada socialmente legitimada del cientista social.
En otros casos, como muestra el artículo de Ossandón sobre economistas e
Isapres, este conocimiento es en principio precario y solo sobre sucesivas inter-
venciones va consolidando su capacidad de intervenir y modificar el mundo.
La imagen que nos queda por tanto es la de una producción de lo social que
surge como el resultado de una operación constante y rutinaria de traducir y
movilizar el conocimiento de las CCSS hacia distintos ámbitos de la sociedad.
En este sentido, y tal como ha señalado Mariana Heredia para el caso de los
economistas,8 estos artículos sugieren la necesidad de salir o cuestionar la idea
de los intelectuales y expertos todopoderosos, tal como en los años ochenta
los estudios de la ciencia revolucionaron la visión sobre el trabajo de los cien-
tíficos y el laboratorio (Latour y Woolgar 1979).

8 http://estudiosdelaeconomia.wordpress.com/2011/09/19/mas-alla-de-los-economistas-todopoderosos

INTRODUCCIÓN 15
El segundo elemento que quisiera destacar refiere a la multiplicidad de ac-
tores y dispositivos que se examinan a propósito de las conexiones entre cien-
cias sociales y lo social. Tradicionalmente se ha puesto el énfasis en la figura
del intelectual y el experto como actores clásicos de las CCSS. Los capítulos
de este libro, sin embargo, incorporan también otros modos y dispositivos
de “intervención” al análisis. El artículo de Ramos, por ejemplo, analiza los
sistemas de producción de reportes y circulación de ideas desarrollados por el
PNUD. Joignant, a su vez, examina en profundidad las minutas de gobierno
como dispositivo de producción de acuerdos políticos en el cual se despliega
el saber del technopol. Lo mismo ocurre en el análisis de Retamal sobre las
mallas curriculares del pregrado en filosofía y sus efectos en términos del cierre
de esta disciplina hacia el debate público, así como en el artículo de Tironi y
el uso de cartas al diario y manuales como espacios en los cuales se define y
disputa el conocimiento experto. Los artículos de este libro proponen de esta
forma una mirada plural y múltiple a los usos de las CCSS, describiéndolos
como el resultado de la utilización de diversos dispositivos de intervención.
Ante el detallado análisis de caso, la figura del experto y el intelectual da
cuenta de una multiplicidad de estrategias de intervención en la vida social;
por ejemplo, en el uso del formato de la columna de diario como espacio
para participar del debate público o en el lenguaje sobresimplificado y rico en
ejemplos utilizado durante los ochenta por los Chicago Boys para popularizar
sus ideas (ver el capítulo de Gárate).
¿Qué implicancias tiene esta visión de la operación de las CCSS para una
sociología de las ciencias sociales y de sus usos en el Chile reciente?9 Con la
lectura de estos artículos, como es de esperar, nacen varias preguntas acerca de
la relación entre CCSS y distintos ámbitos de lo social. Por de pronto, y pen-
sando en temas relevantes para desarrollar una agenda de investigación en esta
materia, quisiera destacar al menos tres ámbitos de indagación. Una primera
pregunta apunta a la tensión entre las distintas formas de conocimiento que
producen las CCSS examinadas en este libro y otras formas de conocimien-
to sobre la sociedad, particularmente la creciente producción de datos por
parte de los sistemas de transacción electrónica e internet. ¿Cómo habrán de
reaccionar estas disciplinas frente a esta avalancha de datos y representaciones
sobre la sociedad? ¿Cuál es el rol de aquellas frente a este nuevo tipo de des-

9 Siguiendo a Eyal y Buchholz (2010) y su análisis del trabajo intelectual, el examen de estos diversos
dispositivos de intervención invita a salir de una mirada centrada principalmente en los actores y disciplinas
tradicionales para explorar los múltiples espacios de interacción entre CCSS y sociedad. Dicho de otro
modo, invita a pasar de una sociología de las ciencias sociales a una sociología de las intervenciones que
apunte a examinar la multiplicidad de vínculos entre CCSS y el mundo social.

16 TOMÁS ARIZTÍA
cripciones? ¿Debilitarán la centralidad de las descripciones propuestas por las
CCSS? Siguiendo a Savage (2009), es posible pensar que las ciencias sociales
están viendo desafiada su capacidad de producir e instalar descripciones sobre
la sociedad frente a la expansión de nuevas y más dinámicas representaciones.
Una segunda pregunta tiene que ver con el cuestionamiento de los efectos
sobre la sociedad de los cada vez más numerosos dispositivos de intervención
producidos por las CCSS, como ránkings, índices, encuestas y otras formas de
representar y ordenar lo social. Sociólogos tanto a nivel global como en Chile
han puesto la atención sobre el rol que los dispositivos de clasificación y con-
mensuración provenientes de las CCSS estarían jugando en distintos ámbitos
de lo social, por ejemplo, la formación de mercados o la esfera pública.10 A esto
se suma la creciente ubicuidad y facilidad de producción de datos de encues-
tas y sociales, los cuales han dejado de ser monopolio de las ciencias sociales.
Frente a la extensión de esta cultura de la medición y el ránking, subproductos
de las CCSS, cabe preguntarse cuáles son los efectos de estos dispositivos en el
mediano plazo, particularmente en términos de la modelación del debate pú-
blico. Surgen aquí al menos dos preguntas relevantes: ¿qué efectos tienen estos
dispositivos en términos de la vinculación entre el conocimiento experto y el
debate propiamente político que debiera sustentar la esfera pública? y ¿cuáles
son las restricciones que este tipo de dispositivos imponen en términos de
las representaciones de la sociedad con que contamos? Finalmente, un tercer
tipo de interrogante remite a los cambios en los equilibrios internos entre las
distintas disciplinas que aquí se examinan. Tal como se discute en el libro, la
ciencia económica ha liderado en las últimas décadas no solo la producción de
descripciones sobre la sociedad, sino también la capacidad de cambiarla. Cabe
preguntarse si este equilibrio se mantendrá en el futuro o si veremos que los
conceptos y representaciones de la sociedad que entrega la economía se ven
desafiados por descripciones provenientes de otras disciplinas de las CCSS.

Estructura del libro


El libro está dividido en tres partes. En la primera, “La política de los eco-
nomistas”, presentamos tres artículos que exploran desde una perspectiva his-
tórica las relaciones entre la ciencia económica y la política en el Chile de las
últimas décadas. El primero, de Verónica Montecinos y John Markoff, analiza
históricamente la profesión del economista en América Latina y su creciente
influencia y participación en la política, con énfasis en la definición y produc-

10 Para efectos del rol de estos dispositivos en los mercados, ver por ejemplo Callon y Muniesa (2007). Para
Chile, ver artículo de Ossandón sobre los ránkings, en www.estudiosdelaeconomia.wordpress.com

INTRODUCCIÓN 17
ción de políticas públicas y diseño de instituciones. El segundo capítulo es una
reedición del clásico trabajo de Patricio Silva sobre los economistas chilenos
y su rol durante la dictadura y transición a la democracia. El autor examina
el rol de los Chicago Boys durante los ochenta en el marco del proceso de
tecnocratización de la toma de decisiones políticas, proceso que se mantuvo
luego de la llegada de la democracia. La sección finaliza con una contribución
de Manuel Gárate sobre los economistas y think tanks de los años ochenta y
noventa en Chile. En línea con los trabajos de Silva y Montecinos/ Markoff,
Gárate examina el ascenso creciente de los economistas y el discurso econó-
mico en la esfera pública y, a propósito de un análisis de los economistas de
Cieplan, discute el creciente uso del lenguaje técnico-económico como una
gramática para articular consensos.
La segunda parte, “Producción y usos del conocimiento social”, examina
distintos tipos de usos y relaciones entre las ciencias sociales locales y el Chile
reciente. A diferencia de la sección anterior, en la que se explora con mayor
nitidez la relación entre CCSS y poder político, aquí se presentan otros meca-
nismos y caminos a partir de los cuales las CCSS han contribuido a definir las
coordenadas de la sociedad chilena en las últimas décadas. Siguiendo con el
análisis de las conexiones entre ciencias sociales y transición, el capítulo de To-
más Ariztía y Oriana Bernasconi examina el rol y centralidad de la “sociología
pública” en el Chile de los noventa, particularmente en términos de la produc-
ción y circulación de relatos de cambio social. El artículo siguiente, de Chris-
tian Retamal, recaba algunas de las razones de la relativa intrascendencia de la
filosofía durante las últimas décadas en términos de la producción de relatos
colectivos y discursos públicos en Chile. A partir de un análisis genealógico de
la disciplina, el autor analiza (y cuestiona) la estructura relativamente conser-
vadora de esta y su relativa impermeabilidad al debate público. Enseguida, el
trabajo de Alejandro Pelfini explora los usos y desventuras de dos conceptos
comúnmente utilizados por las ciencias sociales y los políticos latinoamerica-
nos: populismo y elite. El autor detalla los múltiples viajes dentro y fuera de la
academia de este par de expresiones, y se pregunta qué pasa con los conceptos
cuando salen de la academia. Según reflexiona Pelfini, estos siguen operando,
aunque existe un trade off en este proceso. La sección termina con un traba-
jo de Claudio Ramos sobre los efectos y usos de uno de los productos de la
ciencia social local que más impacto y reconocimiento ha tenido en el último
tiempo: los Informes de desarrollo humano del PNUD. Tomando como pun-
to de partida la discusión conceptual sobre la performatividad en las CCSS,
Ramos da cuenta de las distintas formas en que este reporte contribuye a la

18 TOMÁS ARIZTÍA
creación de nuevas realidades, tanto a nivel de los medios de masas como de la
política y la ciencia.
Finalmente, la tercera parte del libro, “Expertos frente al mundo”, examina
críticamente distintos espacios de encuentro entre el conocimiento que pro-
ducen las ciencias sociales, los actores que lo movilizan y diversos ámbitos de
la sociedad. Concretamente, se presentan tres casos de estudio en los cuales se
analiza cómo expertos y conocimientos de las ciencias sociales se vinculan a
distintos aspectos de nuestra vida en común: la ciudad, la salud y la política.
El primer trabajo de esta sección, de Manuel Tironi, revisa las tensiones y li-
mitaciones del conocimiento experto vinculado a la planificación urbana. El
autor muestra cómo distintos actores urbanos desafían y redefinen las distintas
formas de conocimiento experto utilizados para cambiar la ciudad. El análisis
de Tironi da cuenta de la complejidad y fragilidad de las intervenciones del
conocimiento experto. Luego, el artículo de José Ossandón examina el rol del
conocimiento económico en la producción del mercado de las isapres en Chile.
Sobre la base de las sociologías de los mercados, el autor sondea tres conceptua-
lizaciones teóricas distintas para la creación de las isapres durante los ochenta.
A partir de estos antecedentes, revisa las formas en las cuales el conocimiento
económico operó performativamente en la formación de ese mercado de la
salud. El libro cierra con un artículo de Alfredo Joignant que analiza detenida-
mente el rol jugado por los technopols –actores que combinan el saber experto
y el saber político– durante el primer gobierno de la Concertación. A partir
de un detallado estudio de las minutas de este gobierno, el autor indaga cómo
estos actores –desplegando conocimiento de la ciencia política, la sociología y
la economía– cimientan y legitiman el gobierno político durante la transición,
muchas veces a contrapelo de las expectativas de las bases y los militantes.

Agradecimientos
Parte de este libro fue financiado por el concurso de fondos estratégicos
VRA de la Universidad Diego Portales. Con la excepción de los dos primeros
artículos, reediciones de textos publicados originalmente en inglés, las contri-
buciones son todas investigaciones originales, con un componente empírico
en ellas. La gran mayoría fue presentada en una primera versión en la confe-
rencia “Produciendo lo social: una mirada reflexiva al rol de las ciencias socia-
les en Chile y América Latina”, realizada en la Universidad Diego Portales en
octubre del 2010.
Muchas personas participaron y colaboraron en distintas etapas de este
proyecto. Se agradece en primer lugar la disponibilidad, buen hacer y pacien-

INTRODUCCIÓN 19
cia de los autores, que resistieron numerosos embates, correos electrónicos,
discusiones y opiniones sobre los trabajos que aquí se presentan, muchos de
ellos extendidos a lo largo de ya más de tres años. Espero que sientan que sus
contribuciones han terminado en un buen lugar. Un especial agradecimiento
también para José Ossandón, con quien organicé la conferencia “Produciendo
lo social” y que ha realizado además numerosos comentarios y aportes durante
las distintas etapas del libro y de esta introducción. También un agradecimien-
to para Oriana Bernasconi, quien, además de participar en un capítulo, ha
contribuido generosamente con numerosos comentarios y sugerencias sobre
esta introducción y el proyecto en general. Finalmente, quisiera agradecer a
Pablo Guíñez, quien ha mostrado una extraordinaria dedicación en la revisión
de los manuscritos de este libro.
Santiago, noviembre de 2011

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INTRODUCCIÓN 21
PRIMERA PARTE

LA POLÍTIC A DE LOS ECONOMISTAS


Capítulo 1
Del poder de las ideas económicas
al poder de los economistas
Verónica Montecinos / John Markoff

¿Cómo funciona la economía? ¿Cómo podría o debería funcionar? Los fun-


cionarios de gobierno tienen ideas al respecto, así como las tienen los candida-
tos a la presidencia, los inversionistas, los líderes sindicales, los consumidores,
los trabajadores, los votantes, los revolucionarios y también, por supuesto, los
economistas profesionales. Tales ideas guían políticas de gobierno, decisiones
de inversión, estrategias de campaña electoral, la acción o inacción sindical, la
propensión a gastar o a ahorrar de los consumidores, las opciones de los vo-
tantes, y la organización de insurrecciones, con consecuencias profundas tanto
para el destino de los países como para las circunstancias de la vida cotidiana;
las ideas acerca de cómo las economías podrían o deberían funcionar, a su vez,
cambian cuando se confrontan con realidades obstinadas.
Estos son lugares comunes en todo el mundo, pero en América Latina lo
económico ha tendido a ser el objeto central de la política a un nivel sin pa-
rangón. Sus guerras interestatales han sido pocas en comparación con Europa;
los intelectuales y las elites políticas latinoamericanas del siglo XX han estado
menos inclinados que los países islámicos o de Asia a las disputas sobre el lugar
distintivo de su civilización en el mundo moderno o la economía global; y el
papel del Estado en la regulación de la vida moral y religiosa es menos deter-
minante que entre los votantes en Estados Unidos. Por supuesto, esto no es
más que una afirmación comparativa: la guerra del Chaco tuvo consecuencias
desastrosas; por otra parte, algunos intelectuales en México y la región andina
han proclamado el alcance de la herencia precapitalista, y tampoco podemos
olvidar la importancia política de la creciente ola de conversiones al protestan-
tismo. Sin embargo, sostenemos que si hay una región del mundo donde la
economía puede ser considerada clave en casi todos los vuelcos políticos más
trascendentales del siglo XX, esa región sería América Latina.

25
No es de extrañar, entonces, que los economistas en América Latina se ha-
yan involucrado en reflexiones acerca de sus sociedades de una manera extensa
e innovadora durante varias décadas, como se describe más abajo, desarrollan-
do un conjunto distintivo de ideas. También se explica más adelante la forma
en que este movimiento intelectual perdió su ímpetu. Lo interesante entonces
no es determinar si las ideas económicas han tenido impacto en América La-
tina –por supuesto que lo han tenido–, sino cómo han cambiado las ideas do-
minantes y su forma de influir. Un tema cardinal en nuestro recuento –com-
puesto de varios hilos entrelazados pero distinguibles entre sí– será el papel
cambiante de los economistas profesionales.
En primer lugar, las ideas que en términos generales guiaron las políticas
económicas de Latinoamérica en el siglo XX han sufrido dos cambios radi-
cales. En los primeros años del siglo pasado hubo una amplia adhesión a las
doctrinas liberales de un estado limitado, en el que los movimientos natura-
les de la vida económica y sus conexiones con la economía mundial debían
regirse de acuerdo al principio de la ventaja comparativa. Si en general se
puede calificar los ideales, las políticas y doctrinas de ese momento como
“ortodoxos”, la gran crisis económica y política de la década de 1930 fue el
contexto de un cambio hacia un estado más intervencionista, que perseguía
ideales “heterodoxos”. Los economistas latinoamericanos se convirtieron en
colaboradores importantes en el desarrollo de las ideas económicas hetero-
doxas, a pesar de que estaban participando en una discusión entre economis-
tas que se extendía mucho más allá de las fronteras de la región. Uno de los
elementos centrales de esta heterodoxia fue la noción de que América Latina
era una región con carácter, temas, historias, culturas y economías específi-
cos, y como tal necesitaba políticas económicas propias. La elaboración de
estas políticas proporcionó el contexto para el desarrollo de un cuerpo teórico
distintivo. La crisis en la década de 1980, por el contrario, llevó a un retorno
radical de la ortodoxia y al argumento de que América Latina necesitaba las
mismas políticas que cualquier otra región del mundo. A un nivel más abs-
tracto, esto sugería el rechazo de todo lo que pareciera una teoría propia. El
segundo aspecto significativo de nuestra historia se refiere a la evolución del
papel desempeñado por los propios economistas, ya que el impacto político
de esta profesión ha crecido enormemente. Una razón importante de por
qué la teoría económica que guió las políticas de la década de 1980 fue tan
diferente y en gran medida un rechazo a las ideas que surgieron de la década
de 1930 fue la mayor influencia de los economistas en la vida política duran-
te el período más reciente. Esquemáticamente, podríamos resumir nuestro

26 VERÓNICA MONTECINOS / JOHN MARKOFF


argumento diciendo que si bien la crisis de la década de los treinta reformó
las ideas económicas, en la década de los ochenta fue la profesión económica
la que dio forma a la crisis.

¿De quién son las ideas económicas que importan?


Una observación sorprendente de Joseph Love (2006: 120): “La indus-
trialización en América Latina fue realidad antes de que fuera una propuesta
política, y fue política antes de que existiera como teoría”. A finales del siglo
XIX y principios del siglo XX, los gobiernos latinoamericanos no formulaban
políticas orientadas al crecimiento. En este sentido, sus diseñadores de polí-
ticas (¿o podría decirse sus no-diseñadores de políticas?) estaban en sintonía
con las corrientes de pensamiento económico que prestaban poca atención a
los problemas de crecimiento o desarrollo. H. W. Arndt (1978: 13) describe a
grandes rasgos la corriente principal de la economía: “Entre 1870 y 1940, los
economistas profesionales apenas si escriben en apoyo al crecimiento econó-
mico como objetivo de política”. A mediados de la década de 1950, refirién-
dose a un período de tiempo aún más largo, Arthur Lewis señala “ningún tra-
tado exhaustivo [sobre crecimiento] se ha publicado en casi un siglo” (Meier
1984: 127). Podríamos cuestionar tales generalizaciones acerca de tan larga
extensión de tiempo, especialmente si nos alejamos del mundo anglosajón.
Aun cuando algunos marxistas continuaban el análisis de Marx sobre “la ley
de desarrollo” del capitalismo –la traducción de El capital bien puede haber
sido el punto en que el término “desarrollo” entró a las discusiones sobre eco-
nomía en idioma inglés (Arndt 1981: 458-459)–, eran muy pocos más los que
hacían ese tipo de análisis.1
Si la corriente dominante en la economía de principios del siglo XX tenía
poco interés en temas de crecimiento, tampoco los gobiernos latinoamerica-
nos tenían mucho interés en promover una concepción de “desarrollo”. La
piedra angular del conocimiento teórico relevante se basaba en la noción de
ventaja comparativa de Ricardo. Las economías latinoamericanas lograrían
prosperidad con la exportación de productos primarios a los países en vías
de industrialización ávidos de esas materias primas, que las necesitaban para
sus fábricas y para alimentar a sus trabajadores. Las imágenes de lo “natural”
abundaban: era natural utilizar los recursos proporcionados por la naturaleza
en lugar de aquellos producidos a través de la acción planificada; era natural
que los propietarios de los recursos hicieran fortuna y artificial que el gobier-

1 La gran excepción es Schumpeter en su Theory of Economic Development, publicado en 1912 (Schumpeter,


J. A., Theorie der wirtschaftlichen Entwicklung, Leipzig, Duncker & Humblot.

DEL PODER DE LAS IDEAS ECONÓMICAS AL PODER DE LOS ECONOMISTAS 27


no buscara hacer cambios; era natural que los exuberantes jardines produ-
jeran productos tropicales y artificial que se promoviera deliberadamente a
la industria.2 Las políticas de gobierno apuntaban a apoyar la economía de
exportación; uno podría comentar con ironía si acaso no era tan “artificial”
que las políticas de Brasil mantuvieran altas las ganancias del café como que
se promoviera la creación de fábricas. En la práctica, el resultado de la teoría
fue que la demanda de productos industriales debió ser satisfecha a través de
la importación.
Como la Primera Guerra Mundial primero y la Gran Depresión más tarde
desestabilizaron los patrones establecidos del comercio, algunos empresarios
de América Latina encontraron excelentes oportunidades en la producción
industrial para el mercado interno cuando este ya no era suficientemente abas-
tecido con productos importados. La larga historia de industrialización por
sustitución de importaciones había comenzado en gran parte sin el beneficio
de la planificación estatal, y desafiando en vez de subordinándose a las ideas
dominantes de la profesión económica. Las ideas que impulsaron el cambio
en este momento, por lo tanto, no fueron fundamentalmente las ideas de los
políticos, ni de los economistas, sino de los empresarios, incluyendo a los
terratenientes exportadores que pragmáticamente aprovecharon las oportuni-
dades disponibles.3
Las elites políticas empezaron luego a descubrir toda una gama de posi-
bilidades al promover deliberadamente el crecimiento industrial a través de
la sustitución de importaciones, interfiriendo en el comercio transfronterizo
con la implementación de políticas públicas. Las cuotas de importación y las
barreras arancelarias, junto con una variedad de políticas que favorecían a los
empresarios y el desarrollo de un proletariado fabril urbano (con subsidios
al transporte público urbano, por ejemplo), resultaron atractivas para toda
una generación de líderes políticos, que podían armar una coalición nacional
amplia de empresarios, obreros, empleados de la administración pública que
crecían rápidamente, proveedores de servicios a las poblaciones urbanas en
expansión, abogados contratados para redactar e interpretar los reglamentos,
e incluso militares que presionaban por tener su propia industria de armas do-
méstica (sin mencionar a todos los familiares de políticos que podían ser nom-

2 Para la versión brasileña de estas discusiones, ver Vilela Luz, N., A luta pela industrialização do Brasil, São
Paulo, Alfa Omega, 1975.
3 Una afirmación más matizada reconocería una cierta variación en el tiempo y el espacio. En la década
de 1920, por ejemplo, las convulsiones políticas habían favorecido los proyectos de desarrollo organizados
por el Estado en Rusia, Italia, y México. La Revolución mexicana llevó a un temprano énfasis en las políticas
públicas que fue distintivo de América Latina.

28 VERÓNICA MONTECINOS / JOHN MARKOFF


brados en diversos cargos). En este segundo momento de industrialización,
las ideas económicas clave fueron las de los líderes políticos, que consolidaron
un amplio apoyo en todas las clases sociales. A medida que las elites políticas
comenzaron a construir amplias coaliciones en torno a políticas de industria-
lización por sustitución de importaciones, donde la acción del Estado jugó
un papel considerable, los economistas profesionales comenzaron a encontrar
puestos importantes como asesores de gobierno.
Es en este contexto que algunos pensadores económicos de América La-
tina comienzan a desarrollar una crítica teórica antiricardiana de la noción
de ventaja comparativa en lo que todavía no se llamaba el Tercer Mundo.
Íntimamente involucrados en asesorías a gobiernos ocupados en perseguir al-
guna variante de la industrialización por sustitución de importaciones, pero
también formando parte de la comunidad mundial de economistas, un inno-
vador grupo de economistas de América Latina formó, después de la Segunda
Guerra Mundial, lo que se conoce como la escuela de la CEPAL (Comisión
Económica para América Latina); volveremos a las ideas de estos economistas
más adelante.
Cada vez más, las ideas económicas que infundían el cambio comenzaban
a ser las ideas de los economistas profesionales, tanto o más que las de los
empresarios o los políticos. En un primer momento, habían sido los empre-
sarios, y luego los políticos, quienes produjeron cambios desafiando las ideas
de los economistas, en particular el conjunto de ideas que podemos catalogar,
aproximadamente, como “ortodoxia”. Sin embargo, surgieron nuevas oportu-
nidades para economistas contrarios a esta ortodoxia junto con el desarrollo
patrocinado por el Estado. Crecientemente, estos economistas se convirtieron
en los portadores de las ideas sobre el desarrollo, ideas que podemos catalogar,
genéricamente, como “heterodoxas”. Para seguir este cambio crucial más de
cerca tenemos que explorar los orígenes de las ideas desarrollistas dentro y
fuera de América Latina, así como el crecimiento de la profesión económica
en la región.

Las crisis del siglo XX


La determinación de la esfera propia de la acción del Estado y sus modali-
dades era algo sobre lo que todos, incluidos los economistas, podían estar en
desacuerdo durante casi todo el siglo XIX. Pero la Revolución rusa de 1917
proporcionó un poderoso estímulo para las corrientes estatistas. Para los so-
cialistas anteriores a 1917, la revolución se consideró durante mucho tiempo
como uno de los más importantes frutos del desarrollo, a medida que la clase

DEL PODER DE LAS IDEAS ECONÓMICAS AL PODER DE LOS ECONOMISTAS 29


obrera industrial maduraba y tomaba el control de la tecnología moderna
potencialmente liberadora. La mayoría de los marxistas, por ejemplo, había
anticipado que el centro de la revolución ocurriría en las potencias industriales
del mundo, y la posibilidad de una revolución en Rusia se pensaba como un
acontecimiento secundario. A partir de 1917, para sorpresa de muchos de
ellos, se encontraron a cargo de ese enorme país que ellos mismos veían como
cultural, política y económicamente atrasado. Para socialistas en otras partes,
fascinados pero no siempre amistosos, de repente el socialismo tuvo que ser
repensado como el camino hacia el desarrollo.
Mientras los revolucionarios rusos inventaban un tipo de desarrollismo,
los economistas y líderes políticos en occidente se encontraron de repente
buscando a tientas un modelo alternativo pero que fuera igualmente atrac-
tivo, sobre todo alguna propuesta para controlar los ciclos económicos, muy
temidos como fuente de reclutamiento para movimientos radicales. La revo-
lución keynesiana en el pensamiento macroeconómico prometía los instru-
mentos para la manipulación por parte del Estado de variables cruciales, pero
sin socialismo. Le dejamos a la creciente literatura especializada que resuelva
el papel desempeñado en esta revolución por las teorías de los economistas
profesionales y las improvisaciones de las elites políticas, la presión de los
movimientos sociales y las innovaciones de las burocracias gubernamentales,
el miedo a la revolución socialista y la preocupación por crisis inmediatas, y
la contribución específica de Keynes o de economistas de otros lugares que
transitaron por caminos intelectuales independientes pero convergentes.4
Con el keynesianismo suministrando una justificación intelectual vital,
cuatro sucesivas crisis ofrecieron fértiles oportunidades para una creciente pe-
netración de las nuevas ideas económicas en el accionar de los gobiernos (y
junto con las ideas llegaron los economistas que creían en ellas):
· La lucha por la recuperación tras la Gran Depresión de la década de 1930.
· La administración de las economías de guerra, 1939-1945.
· El esfuerzo muy exitoso por parte de las potencias occidentales para la re-
cuperación industrial de posguerra, concebido para incluir hasta las potencias
enemigas derrotadas, una tarea urgente dada la rivalidad entre Estados Unidos
y la Unión Soviética. El atractivo permanente del keynesianismo y su vástago,
“la economía del crecimiento”, fue impulsado por los reavivados temores de
revolución y la fuerza significativa del voto comunista en algunos países oc-
cidentales. La traslación desde una “reconstrucción” específica de posguerra a

4 Para muchos de estos asuntos, véase Hall, P. A., The Political Power of Economic Ideas: Keynesianism across
Nations, Princeton, Princeton University Press, 1989.

30 VERÓNICA MONTECINOS / JOHN MARKOFF


un “desarrollo” más amplio queda de manifiesto en la denominación dada a
una de las instituciones del momento, el Banco Internacional de Reconstruc-
ción y Fomento, una importante fuente de financiamiento para proyectos de
infraestructura (De Vries 1995: 225).
· El fin del imperio occidental. A medida que Europa occidental y Japón
prosperaron, el nuevo desafío de la descolonización hizo surgir el espectro de
las formas que la liberación nacional podría tomar. Ahora “la economía del
desarrollo” florecía a medida que las potencias occidentales, y especialmente
Estados Unidos, trataban de continuar y extender la tradición ya establecida
de la intervención económica estatal, con miras a prevenir la revolución en
el Tercer Mundo. No solo era deseable que Alemania Occidental eclipsara a
Alemania Oriental; Corea del Sur debía superar a Corea del Norte, y Taiwán
a China. La promesa del desarrollismo del Tercer Mundo se enarbolaba en
las alturas. Más aun, como Frederick Cooper y Randall Packard han sugerido
en el caso de las antiguas potencias coloniales, el desarrollismo ofrecía una
justificación para continuar interviniendo en las antiguas colonias (Cooper y
Packard 1997: 7).
En la década de 1960, los economistas tenían puestos seguros como ase-
sores de gobierno en los problemas de desarrollo a largo plazo, así como en
la administración de crisis a corto plazo, y formaban parte del personal de
una variedad de agencias estatales (y también de los organismos internaciona-
les); esto ocurrió en los prósperos países de occidente y también en el Tercer
Mundo. El desarrollismo, entonces, fue una idea transnacional, basada en
procesos transnacionales. Las descolonizaciones que siguieron a la Segunda
Guerra Mundial, la rivalidad de los Estados Unidos y la Unión Soviética, y
el establecimiento de instituciones financieras internacionales como el Banco
Mundial y el Fondo Monetario Internacional consolidaron el desarrollismo
prácticamente en una escala global. Mientras los estados en la órbita soviética
seguían sus propias estrategias de desarrollo, Estados Unidos apoyaba, a través
del Plan Marshall, la reindustrialización de sus principales aliados. Se podría
hablar del Plan Marshall como una variante transnacional de la intervención
macroeconómica estatal. Y en muchos países pobres, la esperanza de que las
políticas públicas pudiesen resultar en la industrialización nacional se acrecen-
tó: los gobiernos del Tercer Mundo podrían buscar con este fin el apoyo de
los socialistas del este, de los keynesianos occidentales, o de ambos en forma
sucesiva.
La orientación tercermundista del desarrollismo no fue solo de particular
importancia para América Latina, sino que los latinoamericanos jugaron su

DEL PODER DE LAS IDEAS ECONÓMICAS AL PODER DE LOS ECONOMISTAS 31


propio y muy importante papel en la conformación de este conjunto de ideas
económicas. La larga tradición de tratar con asesorías económicas externas
que se remontaba al siglo XIX (Drake 1994) –asesorías a veces bienvenidas,
a veces no– se actualizó ahora en la forma de relaciones casi continuas con
las instituciones financieras del desarrollismo de posguerra, y los economis-
tas latinoamericanos participaron activamente en la elaboración de planes de
desarrollo y en la mediación entre las elites políticas nacionales y las institu-
ciones transnacionales. El pináculo de este proceso se alcanzó con la Alianza
para el Progreso, lanzada en 1961. Los proponentes de este proyecto lo vieron
como un cambio en el enfoque de las relaciones interamericanas en temas que
iban desde la seguridad hemisférica hasta la promoción de la democracia y la
modernización. Esta nueva alianza incluía apoyo financiero y técnico para la
industrialización, la reforma agraria, vivienda, salud y educación, así como
para la planificación estatal y la integración regional (Iglesias 1992: 7-9).
Mientras tanto, otra de las instituciones de reconstrucción de posguerra, las
Naciones Unidas, proporcionó la base y los recursos para que los economis-
tas enfrentaran problemas generales del desarrollo, una oportunidad utilizada
con especial creatividad por los latinoamericanos.

Los economistas de América Latina adoptan el desarrollismo


Los economistas latinoamericanos diseñaron su propio enfoque del desa-
rrollismo. En América Latina las doctrinas económicas neoclásicas habían
sido ampliamente difundidas desde mediados del siglo XIX. La idea de que
el libre comercio internacional generaba beneficios para todos llegó a ser am-
pliamente aceptada como una cuestión de sentido común en economía. En
algunos sectores, el comercio exterior se había incluso considerado como un
proceso civilizador, y como tal llegó a ser considerado en los debates lati-
noamericanos acerca de su cultura. Para aquellos que, siguiendo al argentino
Sarmiento, vieron una lucha entre polos opuestos que se podría resumir como
una oposición entre “civilización” y “barbarie”, las relaciones comerciales con
Europa podían entenderse como un canal por el que la civilización fluiría a
América Latina (Love 1998: 9). Sin embargo, las ideas liberales no eran de
ninguna manera indiscutibles. En un momento en que los principales parti-
cipantes en los debates sobre política económica incluían a intereses empre-
sariales, terratenientes, funcionarios gubernamentales y asesores económicos
extranjeros, probablemente es correcto decir que, en la práctica, las políticas
económicas surgieron de intereses poderosos y la necesidad de apoyo político
por parte de los políticos. Las ideas de los economistas eran solo una pequeña

32 VERÓNICA MONTECINOS / JOHN MARKOFF


parte, frecuentemente ignorada, del panorama. De hecho, casi no había una
profesión económica en América Latina, y los economistas relevantes eran en
gran medida extranjeros de paso.
Los efectos devastadores de la Gran Depresión de la década de 1930 produ-
jeron cambios radicales en las discusiones sobre política económica en Amé-
rica Latina. Pero algunas de las nuevas tendencias tenían raíces institucionales
e intelectuales que precedían a la crisis económica mundial (Thorp 1984).
Los trastornos económicos asociados a la Primera Guerra Mundial, como se
señaló anteriormente, produjeron algunos de los mismos efectos que los go-
biernos más tarde deliberadamente buscaron. De modo menos espectacular, el
crecimiento urbano proporcionó mercados no del todo satisfechos por bienes
importados; también las actividades extractivas, como la minería, tendieron a
generar demanda de infraestructura (construcción de ferrocarriles entre minas
y puertos, por ejemplo). Parte de la agricultura orientada a la exportación
también tendió a fomentar la industria procesadora (azúcar, por ejemplo).
Hacia 1929, el sector industrial era ya importante en algunos lugares: 23% del
PIB en Argentina y 14% en México (Furtado 1986: 139).
Independientemente de las oportunidades para el crecimiento industrial,
la red financiera internacional alentó la administración económica guberna-
mental. Paul Drake ha demostrado que el auge de préstamos extranjeros a
América Latina en la década de 1920 permitió un importante aumento del
gasto público y el financiamiento de inversiones en infraestructura y otros
proyectos públicos. Algunos gobiernos se involucraron en la gestión económi-
ca a pesar del liberalismo oficial. Como Steven Topik ha demostrado en el caso
de Brasil, las exhaustivas negociaciones con inversores extranjeros, más allá de
hacer posible la intervención económica estatal, prácticamente la forzaron,
ya que los políticos, a pesar de su liberalismo, debían aplacar a los acreedores
extranjeros, a veces respaldados por buques de guerra (Drake 1987: xxix). Así,
instituciones y procedimientos establecidos bajo los auspicios del liberalismo
se convertirían entonces, bajo los auspicios del modelo estatista, en “impor-
tantes instrumentos del desarrollo nacional” (Drake 1987: xxix).
En México, la revolución había abierto camino a nuevos tipos de proyectos
en tanto intelectuales socialistas y nacionalistas aconsejaban a partidos dispu-
tándose el poder. La Constitución de 1917 había sancionado formalmente un
enfoque de economía mixta. Jesús Silva Herzog, un marxista de pensamiento
independiente, viajó a Moscú como embajador y más tarde se convirtió en
uno de los fundadores de la primera escuela de economía de México. José
Vasconcelos, ministro de Educación en la década de 1920, se convirtió en vo-

DEL PODER DE LAS IDEAS ECONÓMICAS AL PODER DE LOS ECONOMISTAS 33


cero clave de una perspectiva de desarrollo regional “latinoamericana” (Camp
1986: 193, 197, 207, 212; Babb 1998: 58).
También en Chile se introdujeron importantes reformas económicas y ad-
ministrativas en la segunda mitad de la década de 1920. Bajo el liderazgo del
ministro de Hacienda Pablo Ramírez, un nacionalista convencido, toda una
generación de talentosos ingenieros se incorporó a la creciente burocracia pú-
blica. El recién creado Banco Central y la Contraloría General de la República
–un organismo supervisor del Estado– guiaron la elaboración de políticas inter-
vencionistas que abarcaban extensas obras públicas, la promoción industrial, la
reestructuración fiscal y monetaria, medidas de lucha contra la corrupción y la
regulación del comercio exterior. Ramírez declaró con orgullo en 1929: “Nues-
tro gobierno es exclusivamente técnico; el ingeniero, el banquero, y el experto
en asuntos económicos han reemplazado al político” (Silva 1998: 70).
Con el abrupto fin de la prosperidad impulsada por las exportaciones, las
doctrinas del liberalismo económico quedaron ampliamente desacreditadas.
Aunque las referencias sociológicas respecto a cambios de paradigma son ge-
neralmente exageradas, esta expresión no parece excesiva como descripción
de lo que ocurría en el debate económico. La ortodoxia del libre mercado
simplemente parecía inadecuada para entender el nuevo contexto económico,
y parecía también poco útil para sugerir soluciones a la crisis. Aparecieron
entonces interpretaciones, políticas e instituciones alternativas para la formu-
lación de políticas económicas.
Los latinoamericanos examinaron cuidadosamente las experiencias en otros
países. Argumentos a favor de la industrialización promovida por el Estado
ganaron terreno en los debates económicos de la década de 1930. En América
Latina no solo los marxistas mexicanos prestaban atención a la experiencia so-
viética; también se debatían los trabajos de teóricos corporativistas, se recibía
asistencia técnica y asesoría académica de misiones francesas, se descubría a los
pensadores sociales alemanes, y se hablaba con los refugiados españoles. Una
mezcla fecunda de diversas ideas económicas de distintas fuentes era objeto
de intensa discusión. Las ideas del chileno-alemán Ernst Wagemann y del ru-
mano Nicolai Manoilescu parecen haber ejercido un impacto estimulante en
muchos de quienes exploraban nuevas perspectivas.5
En las décadas siguientes surgió un amplio consenso sobre la necesidad
de un mayor aislamiento de la economía nacional en relación a la economía

5 Entre quienes fueron influenciados se encuentra Raúl Prebisch. Ver Hodara, J., Prebisch y la CEPAL.
Sustancia, trayectoria y contexto institucional, México, D. F., El Colegio de México, 1987, pp. 135, 137; Love
(1996: 102, 134).

34 VERÓNICA MONTECINOS / JOHN MARKOFF


transnacional, la industrialización llegó a ser aceptada casi como sello del éxito
económico, la acción del Estado como motor de la industrialización, y la pla-
nificación económica como herramienta fundamental para la racionalización
de la acción estatal.
Inicialmente, los economistas siguieron desempeñando un papel secundario
en este cambio. Fue la pérdida de los mercados de exportación y la desaparición
de las importaciones, el crédito externo y la inversión extranjera lo que estimuló
a las elites políticas de América Latina para desarrollar nuevas formas de hacer
frente a esta situación. Sin el beneficio de un marco teórico novedoso, la bús-
queda a veces desesperada de un patrón más sustentable de producción nacio-
nal llevó a soluciones improvisadas y esquemas ad hoc. Los principales actores
en el diseño de nuevas medidas fueron por lo general políticos, empresarios,
abogados, ingenieros, y algunas veces militares o dirigentes sindicales. Estos
lograron desarrollar la burocracia estatal, asegurándose un lugar en ella, a medi-
da que conseguían apoyo político, administraban crisis económicas, luchaban
por una mayor independencia económica nacional, y, en general, creaban las
condiciones para el nuevo accionar económico del Estado. En las décadas si-
guientes, propuestas más sistemáticas y de inspiración más técnica empezaron a
complementar y luego a suplir lo que inicialmente fue un enfoque pragmático
para enfrentar la crisis. Un conjunto cada vez más amplio de economistas pro-
fesionales llegó a desarrollar fundamentos crecientemente sofisticados, audaces
y heterodoxos para justificar y guiar lo que Albert O. Hirschman llamó una
“oleada de reformas estructurales” (Hirschman 1981a: 119).
La economía apenas se había establecido como una profesión autónoma en
América Latina cuando el liberalismo económico fue destronado de su posi-
ción hegemónica. En aquel momento solo existía un puñado de programas
de formación en economía en la región, donde quizás el mejor se encontraba
en la Universidad de Buenos Aires (Love 1996: 122). Muchos de estos pro-
gramas eran parte de otras escuelas profesionales. En Chile, por ejemplo, la
Universidad Católica estableció una Escuela de Economía y Administración
de Empresas en 1924. Esta escuela, durante las dos décadas siguientes, se
dedicó básicamente a la formación en contabilidad y comercio. La Escuela
de Economía de México se convirtió en una escuela separada en 1935, ofre-
ciendo cursos que se habían dictado en la Escuela de Derecho desde 1929.
La misión de este programa era la formación de economistas al servicio del
gobierno en nombre del desarrollo económico. En Brasil antes de la década de
los cuarenta la economía se enseñaba en los programas de derecho, ingeniería
y de formación militar; y solo se estableció como una disciplina académica

DEL PODER DE LAS IDEAS ECONÓMICAS AL PODER DE LOS ECONOMISTAS 35


independiente en 1945 en la Facultade Nacional de Ciênciais Econômicas de
la Universidade do Brasil. El cuadro es similar en otros países (Montecinos
1998: 409; Babb 1998: 54-61; Loureiro, 1997: 34-35; Haddad 1997: 34-35;
Haddad 1981: 320-321; Conaghan 1998: 144-145; Currie 1965: 9). Quie-
nes enseñaban a estas primeras generaciones de especialistas en economía a
menudo eran ellos mismos economistas autodidactas, con frecuencia altos
funcionarios de gobierno que habían logrado adquirir cierto conocimiento
económico (Camp 1975: 142). América Latina, por otra parte, no tenía una
tradición de investigación económica empírica, y las publicaciones especia-
lizadas de sus economistas trataban sobre todo de asuntos de política mone-
taria (Love 1996: 50). Podemos tomar esto como una indicación de que los
economistas, al igual que otros actores en los debates económicos, estaban en
gran medida reaccionando frente a problemas del momento y no actuando a
instancias de una visión amplia y teóricamente articulada.
Por lo tanto, no había instituciones fuertes comprometidas con la preser-
vación del antiguo consenso sobre libre comercio como doctrina sagrada. En
la década de 1930, Raúl Prebisch, junto a otros miembros de la aún pequeña
comunidad de economistas de América Latina, abandonó su lealtad inicial
a la teoría neoclásica y, como más tarde afirmara, comenzó a “convertirse al
proteccionismo” (Prebisch 1984: 173-191).6 La difusión de doctrinas pro-
teccionistas encontró poca resistencia organizada y estas fueron rápidamente
adoptadas tanto por las burocracias gubernamentales como por las asociacio-
nes empresariales. Pronto se convirtió en el conjunto de ideas dominante en
la profesión económica emergente. Es así como la crisis de la década de los
treinta fue remodelando el pensamiento económico de América Latina, inclu-
yendo el de los economistas.
En la década de 1940, nuevos programas en economía alcanzaron reconoci-
miento académico y se establecieron con cierto grado de autonomía. Además,
los planes de estudios se actualizaron, mientras economistas más jóvenes se
formaban a nivel de posgrado en Europa y Estados Unidos. No obstante, los
latinoamericanos no contribuían mucho al desarrollo de la teoría económica.
Durante este período, varios programas de investigación y formación en eco-
nomía fueron creados por agencias del gobierno (no siempre en colaboración

6 Graduado de la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Buenos Aires, Prebisch se


desempeñaba como delegado de la Liga de las Naciones en Ginebra, en 1932-1933, cuando, de acuerdo con
una biografía, empezó a ver a Argentina como un actor “peligrosamente aislado y vulnerable” de la economía
mundial (Dosman y Pollock 1993: 23). En 1935 fundó y se convirtió en el primer director del nuevo Banco
Central de Argentina. Cuando el movimiento peronista en ascenso forzó su retiro en 1943 aceptó una
invitación del Banco de México, y luego pasó a asesorar a otros bancos centrales de América Latina. En este
período de exilio amplió su mirada desde Argentina hacia una perspectiva verdaderamente latinoamericana.

36 VERÓNICA MONTECINOS / JOHN MARKOFF


con universidades). Estos institutos, sin embargo, estaban orientados princi-
palmente a profesionalizar la administración pública, recogiendo información
estadística básica y dando mayor coherencia a la intervención de un Estado
que venía evolucionando de un modo pragmático, no sistemáticamente.7
Alguien que intentara descubrir qué pensaban los economistas de América
Latina durante la década de 1940 habría prestado atención a lo que proba-
blemente fue el grupo más cosmopolita entre ellos: los que asistían como
delegados a las reuniones internacionales de economistas y los que pertenecían
a la red de especialistas financieros, incluyendo a aquellos involucrados en el
actuar de los bancos centrales. Pareciera ser que estos economistas empleaban
su talento principalmente en temas de política monetaria y cambiaria. Tal
como recuerda Felipe Pazos, una figura destacada en esta primera generación
de economistas de América Latina, la teoría económica era entonces poco
más que un ejercicio intelectual: “No tenía nada que ver con nuestra realidad
[...]. Teníamos que estudiar problemas concretos, buscando explicaciones de
sentido común y soluciones” (Pazos 1983: 1918, 1928). Pero algo más estaba
ocurriendo también. Fue en la primera reunión de los bancos centrales de la
región, en Ciudad de México en 1946, que Prebisch presentó por primera
vez, por escrito, su influyente e innovadora conceptualización de las relacio-
nes centro-periferia, al argumentar que las teorías neoclásicas del comercio no
servían los intereses de América Latina (Love 1996: 128). Al año siguiente
Prebisch publicó su introducción a Keynes.
La creciente literatura producida por los economistas de América Latina
estaba todavía centrada mayoritariamente en asuntos prácticos en vez de cues-
tiones teóricas. Un público amplio de empresarios, académicos y funcionarios
públicos, así como de economistas, participó en los debates sobre las virtudes
y defectos del proteccionismo industrial.8 Las revistas de economía reciente-
mente fundadas, como la mexicana El trimestre económico, se dedicaban tam-
bién principalmente a cuestiones de políticas. Estas revistas “no trataban de
competir con publicaciones profesionales extranjeras”, ya que se pensaba que
“en países que deben dedicar todas sus energías intelectuales a la solución de
problemas urgentes, la creación científica pura es un lujo que no nos podemos
permitir” (Pazos 1983: 1916).
Pero si los economistas latinoamericanos no se dedicaban a los aportes teó-
ricos, esto no quiere decir que fueran devotos de las teorías que otros pro-

7 Dos ejemplos importantes de estas primeras formas de enseñanza de la economía son Itamaraty, bajo
la presidencia de Getulio Vargas en Brasil, y la Corporación de Fomento de la Producción (CORFO) en
Chile durante los gobiernos del Frente Popular. Ver Sikkink (1991: 129-130) y Montecinos (1998b: 165).
8 Sobre el influyente debate en Brasil sobre este tema, ver Loureiro (1997: 32-33).

DEL PODER DE LAS IDEAS ECONÓMICAS AL PODER DE LOS ECONOMISTAS 37


ducían. Muchos de ellos parecen haber sido profundamente recelosos de la
validez y pertinencia de las doctrinas económicas importadas. El tinte gene-
ralmente nacionalista que infundían a las políticas económicas generó una
actitud crítica frente a la enorme influencia que los money doctors extranjeros
–asesores económicos de los gobiernos de América Latina, virtuales emisarios
de los bancos, inversionistas y gobiernos extranjeros– habían podido ejercer
en las décadas anteriores.
Edwin Kemmerer y otros misioneros de la ortodoxia económica, que actua-
ban como consultores financieros de los gobiernos regionales, habían promo-
vido diversas medidas legislativas y administrativas, las “reformas”, como se les
conocía usualmente. Habían instado a los latinoamericanos a “modernizar”
sus cuentas nacionales, así como la recolección de aranceles e impuestos, con
el objetivo de adoptar las prácticas bancarias y fiscales estándar en los países
“más avanzados”. Estas medidas, se sostenía, reducirían la inestabilidad finan-
ciera, harían más eficaz la política económica y mejorarían el acceso a présta-
mos e inversiones extranjeros (Drake 1987).
En respuesta a décadas de dichas medidas cautelares y amonestaciones, los
cada vez más activos economistas de América Latina empezaron a recurrir a
su propia experiencia en servicio de gobiernos ya comprometidos, de forma
ateórica, con políticas proteccionistas heterodoxas. Estaban convencidos de
que entre las lecciones de la Gran Crisis y la Gran Depresión había indi-
cios claros de que la ortodoxia no tenía todas las respuestas, y ciertamente no
ofrecía respuestas relevantes a las situaciones de sus países. La experiencia en
el servicio público vino acompañada por una mayor determinación por ase-
verar la validez de sus propios juicios. Al servicio de gobiernos en búsqueda
de mayor autonomía económica y en mayor o menor medida críticos de la
dependencia –para invocar una palabra que pronto sería muy utilizada– estos
economistas deseaban librarse de su propia dependencia profesional respecto
a las pretensiones de expertos extranjeros que se presentaban como intérpretes
de la sapiencia atemporal y universal de la ciencia económica. Reclamaban
así para ellos la autonomía, el prestigio y las prerrogativas disfrutadas por los
extranjeros. Necesitaban con ese fin una teoría, su propia teoría.

Comisión Económica para América Latina


de las Naciones Unidas (CEPAL)
Así, la recuperación económica de la posdepresión estuvo acompañada
de una mezcla de intenso pragmatismo e incertidumbre teórica. Fue solo a
finales de las décadas de 1940 y 1950 cuando surgió una justificación con

38 VERÓNICA MONTECINOS / JOHN MARKOFF


base teórica para la industrialización por sustitución de importaciones. En
1948 se estableció la Comisión Económica para América Latina (CEPAL).
Sus economistas, bajo el liderazgo de Prebisch, quien ya era famoso, lanzaron
una propuesta integral y estratégica de un modelo de desarrollo que estaba,
para usar una frase muy repetida, orientado hacia adentro y que tenía como
objetivo la industrialización. El marco teórico de la CEPAL para el desarrollo
económico era parte de un ambicioso proyecto que correspondía nada menos
que a la creación de una nueva escuela de pensamiento económico, la que
proporcionaría los fundamentos teóricos de las políticas ya existentes y de la
cual surgirían nuevas políticas.
El “desarrollismo” de la CEPAL, como se llamó su enfoque, ofrecía lo que
no estaba al alcance de teorías extranjeras: la fusión de una teoría económica
propia con la asesoría técnica. El argumento era que tanto la economía neoclá-
sica como el keynesianismo presuponían estructuras institucionales (merca-
dos de trabajo, empresas, agencias estatales y mecanismos de intercambio)
que eran típicos de los países capitalistas avanzados, pero que estaban mayor-
mente ausentes en América Latina (Sunkel 1979: 22). A diferencia de la teoría
económica ortodoxa, una “economía específicamente latinoamericana” sería
capaz de descubrir las raíces estructurales de los fenómenos económicos, abor-
dando problemas tan difíciles como la inflación y las crisis de balanza de pagos
a través de un examen cuidadoso de la realidad histórica y sociopolítica de un
país. La economía neoclásica postulaba que había un homo economicus, y que
por lo tanto las leyes de la ciencia económica eran aplicables a países ricos y
pobres por igual, es decir, existía una “monoeconomía” en la feliz expresión
de A. O. Hirschman (1981b: 3). Por el contrario, los cepalinos tomaron las
diferencias históricas en el ámbito institucional como clave. Según algunos,
estas diferencias eran producto de las relaciones de poder entre las diferentes
regiones del mundo, por lo que existía, como afirmaba Prebisch, una gran
diferencia entre el funcionamiento de las economías “centrales” y el de las
“periféricas”. Más aun, las políticas basadas en los conceptos ricardianos de
ventaja comparativa funcionaban como desventaja comparativa para las eco-
nomías periféricas, consignadas por los neoclásicos ricardianos a especializarse
en la producción de materias primas, ya que los productos agrícolas estaban
sujetos al deterioro en los términos de intercambio (una proposición central
de la CEPAL). En resumen, los cepalianos adoptaron una perspectiva hetero-
doxa, argumentando que lo que es miel para unos es veneno para otros. Desa-
rrollaron así un fundamento teórico para apoyar en América Latina políticas
económicas diferentes de las que podrían ser apropiadas para los países ricos

DEL PODER DE LAS IDEAS ECONÓMICAS AL PODER DE LOS ECONOMISTAS 39


del centro. El análisis cepaliano también puso de relieve las distintas formas en
que la historia y la cultura influyen sobre las economías nacionales, el variado
impacto que las asimetrías de poder entre centro y periferia tienen en las eco-
nomías de los distintos países, y el papel positivo que podían tener los estados
periféricos en la protección de sus economías de las nefastas consecuencias de
estos desequilibrios de poder.
La nueva visión teórica nunca se desconectó de las consideraciones prácti-
cas que habían sido preocupación diaria de los economistas de América Latina
en la formulación de políticas de desarrollo. Esta visión prometía añadir una
dimensión teórica para inspirar, guiar e influir recomendaciones concretas.
En un momento en que la elaboración de modelos matemáticos abstractos
era fuente de gran prestigio entre los economistas de los países del centro, el
grupo de la CEPAL proponía prestar mayor atención a la historia, las insti-
tuciones, las diferencias nacionales y regionales y una atención permanente a
los problemas prácticos. La nueva economía, además, proporcionaría una base
para el rechazo de lo que se consideraban los “estereotipos” y otras deficien-
cias que a menudo se encontraban entre los asesores económicos extranjeros
(Street 1987: 106; Seers 1962: 325-338).
Las prescripciones de la CEPAL ofrecían una orientación teórica para guiar
la construcción de economías nacionales más diversificadas y menos vulnera-
bles. Al exponer los prejuicios ideológicos de la economía neoclásica, los aná-
lisis estructuralistas alentaron los esfuerzos para corregir lo que ahora se debía
entender como asimetrías injustas entre un núcleo industrial y los exporta-
dores periféricos de productos primarios. Los economistas latinoamericanos
ya llevaban algún tiempo asesorando a los gobiernos embarcados en políticas
de este tipo; la CEPAL ofrecía ahora una justificación teórica. Al hacerlo, los
economistas reivindicaban su propia identidad dentro de una profesión en la
que el trabajo teórico en general gozaba de mucho más prestigio que el servi-
cio público.9 Tal como este grupo de economistas latinoamericanos afirmaba
que ellos también tenían una visión teórica, esa visión ponía énfasis en el
carácter transnacional de las economías de sus países. Su insistencia en que el
comercio representaba un vehículo de explotación sugería un punto de vista
muy diferente sobre las cuestiones internacionales que la visión clásica de la
ventaja comparativa. En vez de considerar esas oportunidades como “natu-
ralmente” asignadas a lugares dotados de recursos primarios, la planificación
para la industrialización ahora encontraba su propia base teórica. Considerar

9 Este punto y otros asuntos relacionados con la profesión de economista se elaboran en Markoff, J., y
Montecinos, V. (1993: 37-68).

40 VERÓNICA MONTECINOS / JOHN MARKOFF


el comercio internacional bajo esta nueva óptica, además, significaba apoyar
un sentido de identidad regional común en relación a los países centrales, y
por lo tanto ayudaba a fortalecer el poder de negociación de América Latina
en el sistema económico internacional.
Estas ideas tuvieron un fuerte impacto. En cierto sentido, se ha argumentado,
Prebisch “creó América Latina” (Dosman y Pollock 1993: 30). La CEPAL se
convirtió en “el portavoz reconocido del desarrollo económico latinoamerica-
no” (Hirschman 1961: 13), y las teorías de la CEPAL sirvieron para legitimar
la dirección de las políticas que había en ese momento. En varios países, como
se ha sugerido repetidamente, una generación anterior de administradores de la
modernización del Estado ya había introducido algunas de las instituciones y
técnicas (programas de infraestructura, aranceles, subvenciones y préstamos) a
través de las cuales los estados podían avanzar en su proceso de industrialización.
Como Prebisch dijo en una entrevista de 1985, “el mérito de la CEPAL fue
demostrar que, teóricamente, [estas ideas] eran correctas” (Sikkink 1991: 88).
La CEPAL combinó un proselitismo militante en su visión teórica con una
neutralidad declarada en muchas cuestiones que eran profundamente divisi-
vas en la vida política latinoamericana. En primer lugar, evitó la identificación
con partidos en los conflictos políticos nacionales. En segundo lugar, evitó
tomar posición en algunos temas especialmente conflictivos (reforma agraria,
seguridad social y gastos militares), mientras se ubicaba a mitad de camino en
otros asuntos (como la propiedad extranjera de recursos nacionales). Cardoso
se refiere a la CEPAL como “[una] agencia de la ONU a menudo dependiente
de gobiernos no progresistas” y señala que “algunos asuntos se dejaron en las
sombras” (Cardoso 1997: 27). Las posiciones intermedias de la CEPAL eran
atractivas para aquellos que esperaban encontrar una tercera vía entre el socia-
lismo y el capitalismo laissez-faire, otro de los puntos de convergencia entre la
CEPAL y el keynesianismo del Primer Mundo. Sus ideas ayudaron a cimentar
un amplio consenso político e intelectual.
La CEPAL pudo propagar su cepa de heterodoxia económica a través de
misiones de asesoramiento a gobiernos, libros y con la publicación de inves-
tigaciones sobre países específicos. Patrocinó una nueva agenda de investiga-
ción para la profesión económica y, guiada por sus propias ideas, comenzó a
desalentar que las nuevas generaciones asistieran a programas de formación en
economía en el extranjero (Pinto y Sunkel 1966: 79-86). Con este fin orga-
nizó sus propios cursos de economía y seminarios a los que asistieron cientos
de economistas –y otros funcionarios del gobierno– de toda América Latina
(Montecinos 1997: 289).

DEL PODER DE LAS IDEAS ECONÓMICAS AL PODER DE LOS ECONOMISTAS 41


El punto de vista heterodoxo de la CEPAL no veía la planificación esta-
tal (eufemísticamente denominada “programación”) como la antítesis de los
mecanismos de mercado y la iniciativa privada, sino como algo que funcio-
naba en conjunto con ellos, otra de las muchas maneras en que los cepalianos
convergían con el keynesianismo, de gran importancia en los países centrales
tras la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, algunos poderosos académicos
conservadores y grupos empresariales, en América Latina y en otros lugares,
atacaron fuertemente el énfasis en la planificación estatal como una señal de
que la CEPAL funcionaba como un agente del comunismo (Sunkel 1979:
24), algo parecido a los ataques de la derecha contra el antisocialista Keynes.
Sin embargo, la reputación intelectual de la CEPAL (debida en parte, como
hemos sugerido, a las ideas económicas influyentes de aquel momento en el
Primer Mundo) y su afiliación con las Naciones Unidas le permitieron seguir
atrayendo apoyo externo.
Vale la pena recordar que en muchos países de América Latina había una
fuerte tradición de concebir el gobierno en un papel de gestión, como regula-
dor de las relaciones sociales y la moral, que precede con creces la influencia
de la profesión económica en el siglo XX. La centralización de la toma de
decisiones basada en la asesoría de expertos no era algo nuevo; tampoco lo
eran las nociones de un Estado guardián de la vida colectiva (en contraste,
por ejemplo, con la noción anglo-americana del Estado como la arena en
que individuos y colectividades luchan y con suerte armonizan sus intereses
particulares).10 Uno piensa, por ejemplo, en el poder del positivismo a finales
del siglo XIX en Brasil o en los “científicos” en el México de Porfirio Díaz.
Mientras que para generaciones anteriores la formación en ingeniería a menu-
do podía proporcionar las credenciales técnicas adecuadas, ahora se empezaba
a mirar hacia los economistas.

Santiago, 1964-1973
Las ideas económicas, al igual que otras ideas, nacen, crecen, se entrelazan,
cambian y mueren vinculadas a las conexiones entre los seres humanos y los
contextos en que esas conexiones se producen. Por lo tanto, vale la pena dete-
nerse en el lugar donde se encontraba la CEPAL, y tener en cuenta además el
momento en particular. La entidad no estaba ubicada en Buenos Aires, Río de
Janeiro, Ciudad de México ni en otros lugares imaginables, sino en Santiago,
y eso significó que una parte muy importante del entorno de la CEPAL fue el

10 Ver, por ejemplo, Malloy, J. M., “Policy Analysts, Public Policy, and Regime Structure in Latin America”,
Governance, 3, 1989, pp. 315-338.

42 VERÓNICA MONTECINOS / JOHN MARKOFF


tremendo drama que vivió Chile desde la elección como presidente de Eduar-
do Frei, en 1964, hasta el golpe militar que puso fin a la presidencia y la vida
de Salvador Allende en 1973.
La primera reunión de CEPAL en Santiago fue en 1948. Las Naciones
Unidas ya habían establecido dos comisiones regionales para hacer frente a la
reconstrucción de regiones devastadas por la guerra. Diplomáticos latinoame-
ricanos convencieron a los funcionarios de la ONU que su región no debía
ser excluida de los programas de ayuda, argumentando que sus países habían
contribuido al esfuerzo bélico y habían sido afectados indirectamente por la
guerra. Esta ampliación en la geografía de la ayuda de posguerra expandió
su objetivo de “reconstrucción” a “desarrollo”. La prominencia de Chile en
las discusiones diplomáticas puede haber contribuido a la instalación de la
CEPAL en Santiago.11
Sea lo que sea que trajo la CEPAL a Chile, Chile trajo algo a CEPAL. En
la década de 1960, Chile se convirtió en un semillero de ideas políticas, socia-
les y económicas. Las fuerzas políticas chilenas de centro e izquierda compe-
tían entre sí para desarrollar, y representar, las ideas revolucionarias correctas,
mientras que las fuerzas conservadoras mantenían su desacuerdo. Los demo-
cratacristianos de Frei estaban divididos según su nivel de radicalización. Los
principales partidos de izquierda tenían la presión de mostrarse más radicales
aun que la izquierda de los democratacristianos. Dentro de cada uno de los
principales partidos, los liderazgos establecidos tenían dificultades para conte-
ner a las juventudes, que eran facciones más radicales que la corriente princi-
pal del partido. Apoyos extranjeros a los distintos grupos intentaban guiar el
drama chileno en una u otra dirección. El prestigio de la CEPAL como foro
de consulta intergubernamental, la recopilación de datos y la capacitación
técnica habían llevado a Santiago un gran contingente de académicos inter-
nacionales y expertos en desarrollo. Y mientras golpes de Estado y represión
cundían en otras partes de América Latina, los exiliados políticos de países
vecinos llegaban a Santiago atraídos por las libertades democráticas, la vida

11 Hodara, J., Prebisch y la CEPAL, op. cit. Si bien no es evidente por qué la elección recayó en Santiago,
al menos es posible observar que otros centros urbanos imaginables no podrían haber representado tan
fácilmente los objetivos de estabilidad regional y política democrática antirrevolución adoptada por los
países occidentales que ganaron la guerra. Buenos Aires se vio empañado por sus lazos con el Eje, Bogotá y
Caracas por la inestabilidad política, Río –a pesar de la alianza de guerra con Estados Unidos– combinaba el
Estado Novo de Getulio Vargas con su diferencia cultural, y México quizás parecía todavía demasiado cerca
de su propio pasado revolucionario (y en todo caso obtuvo una sede en 1950 para ocuparse de Mesoamérica
y el Caribe). Mientras Estados Unidos no mostró gran entusiasmo en la creación de la CEPAL, promoviendo
la Organización de Estados Americanos (fundada casi simultáneamente con la CEPAL en 1948) como su
forma preferida de asociación regional, probablemente era más fácil de aceptar una CEPAL en un país que,
tras la proscripción del Partido Comunista de Chile en 1947, había demostrado que era el tipo adecuado de
democracia antirrevolucionaria.

DEL PODER DE LAS IDEAS ECONÓMICAS AL PODER DE LOS ECONOMISTAS 43


universitaria abierta y vigorosa, nuevas oportunidades para la experimenta-
ción política, y esperanzas surgidas de revoluciones frustradas en sus países de
origen. La posibilidad de obtener inmunidad y prerrogativas en los puestos
que se abrían en Santiago con la expansión de la burocracia pública inter-
nacional, tanto en la CEPAL como en otras organizaciones internacionales,
también atrajo a muchos.12 Un grupo importante de brasileños, por ejemplo,
estaban trabajando allí, entre ellos Fernando Henrique Cardoso, Maria da
Conceição Tavares, José Serra, y Theotonio dos Santos.
Aunque Prebisch, que había encabezado la CEPAL desde 1950, asumió un
nuevo puesto en la ONU en 1964, esa fecha no marcó en ningún caso el fin
de la influencia de la CEPAL. La nueva presidencia de Chile, en manos de
Eduardo Frei, estimuló las esperanzas de aquellos que buscaban un camino
hacia el desarrollo que fuera una alternativa atractiva ante el modelo revo-
lucionario cubano (algunos miraban a Yugoslavia en busca de inspiración).
Animados por los principios del “socialismo comunitario” y el desarrollismo
inspirado por la CEPAL, el gobierno de Frei patrocinó un programa de refor-
ma agraria, educativa y fiscal, y una apertura general al cambio social llevada
a cabo en colaboración con la inversión privada.
Muchos en Europa y en Estados Unidos tomaron nota, y prestaron apoyo
a una variedad de organizaciones en Chile. A mediados de la década de los
sesenta, las dos universidades más importantes de Chile desarrollaban pro-
gramas rivales en economía que tenían como objetivo atraer a estudiantes de
toda América Latina. El programa más radical (Escolatina) se estableció en la
Universidad de Chile, el más conservador (PREL) en la Universidad Católi-
ca. Este último programa era apoyado por la Fundación Ford y académicos
de la Universidad de Chicago (en un rasgo típico del momento, la propia
Iglesia católica estaba dividida, con una izquierda alentada por la retórica an-
ticapitalista del gobierno de Frei y un ala anticomunista igualmente activa,
ambas apoyadas por clérigos y sociólogos extranjeros). La elección de Salvador
Allende, en 1970, continuó con la imagen de Chile como un laboratorio de
experimentación social, abierto ahora a algunas de las más radicales teorías
del desarrollo que se cultivaban en los círculos intelectuales de Santiago. Y,
para completar el cuadro, el derrocamiento de Allende en 1973, y el período
autoritario que siguió, llevaron a otro grupo de experimentadores a la palestra.
En todas estas mutaciones, Chile estaba sirviendo como un banco de pruebas
para una variedad de teorías sociales y económicas, proporcionando apoyo

12 Las oficinas internacionales establecidas en Santiago conformaban una impresionante colección de


siglas: FAO, Unicef, Flacso, Celade y Prealc, entre otras.

44 VERÓNICA MONTECINOS / JOHN MARKOFF


material a un grupo grande y cosmopolita: justamente los productores de estas
teorías. Chile representaba un estímulo intelectual en los encuentros multi-
nacionales de teóricos y activistas sociales, generando la sensación de que era
posible traducir teorías radicales a políticas públicas.

Economía del desarrollo dentro y fuera de América Latina


En los años de posguerra, el desarrollo económico llegó a adquirir un papel
destacado entre quienes procuraban sentar las bases de un mundo más pacífi-
co y en “reconstrucción”, una noción que según algunos se extendía más allá
de una Europa devastada y que intentaba también hacer frente a los proble-
mas económicos de los países más pobres. Como se mencionó anteriormente,
el papel del temor a una revolución socialista en todo esto fue considerable. La
ayuda extranjera y los programas de asistencia técnica, se afirmaba, reducirían
las diferencias en los niveles de riqueza y bienestar social, y de ese modo se
desalentaría la radicalización política en los países más pobres.
Este fue el momento en que el nuevo concepto de la “economía del desa-
rrollo” floreció en las universidades de Europa occidental y en Estados Uni-
dos. El campo estuvo muy fuertemente influido por economistas con orígenes
en Europa Central y Oriental, muchos de ellos judíos (como Michal Kalecki,
Paul Rosenstein-Rodan y Nicholas Kaldor), quienes se trasladaron a Inglaterra
y Estados Unidos donde participaron en la marea creciente del keynesianismo
(Arndt 1987: 47).13 Al igual que sus contrapartes en América Latina, abogaban
por la planificación industrial como el camino hacia el desarrollo. Sostenían que
las circunstancias sociales, políticas o culturales de los países más pobres hacían
que las recetas neoclásicas convencionales resultaran inaplicables, incluso per-
versas. La implementación de políticas basadas en nociones de uniformidad en
los procesos económicos era vista como una fórmula de fracaso persistente. Al
igual que los estructuralistas de la CEPAL, este grupo sostenía que los proble-
mas específicos de la periferia exigían un nuevo tipo de economía. Y a diferencia
de quienes tendían a proponer mercados más libres como solución para todo
tipo de problemas, tendían a centrarse en las fallas del mercado.
Al subrayar la poco ortodoxa afirmación de que para entender diferentes
tipos de país se necesitarían diferentes tipos de teoría económica, A. O. Hirs-
chman tomó nota del paralelismo con respecto a la noción keynesiana sobre
economías industriales con capacidad productiva subutilizada. Como dice

13 Love (1996: 6) tiene algunas observaciones interesantes sobre las raíces en Europa Central y del Este
de una lista más larga de importantes teóricos del desarrollo, incluyendo Thomas Balogh, Singer, Hans,
Alexander Gerschenkron, Kurt Martin, Peter T. Bauer, Haberler Gottfried y Paul Baran. El primer cargo
académico de Schumpeter, por cierto, estaba en Bucovina.

DEL PODER DE LAS IDEAS ECONÓMICAS AL PODER DE LOS ECONOMISTAS 45


Hirschman, la revolución keynesiana ya había roto “el hielo de la monoeco-
nomía” (Hirschman 1981b: 6-7). Así, el prestigio del keynesianismo en el
Primer Mundo ayudó a conferir legitimidad intelectual a las ideas que en ese
momento se elaboraban en América Latina. El éxito del Plan Marshall en Eu-
ropa occidental también reforzó la convicción entre los economistas de varios
países de que la planificación de inversiones, junto con inyecciones de capital,
podía estimular el crecimiento. Como un notable ejemplo de convergencia
en el pensamiento económico, cabe señalar que Raúl Prebisch en Santiago y
Hans Singer en Nueva York, prácticamente en el mismo momento histórico,
publicaron sus trabajos seminales sobre el deterioro de los términos de inter-
cambio para productos agrícolas (Love 1996: 130-133).
A pesar de cierta colaboración entre la CEPAL y quienes establecían la eco-
nomía del desarrollo en los países centrales (Love 1996: 113, 161), los lati-
noamericanos tendían a restar importancia a la influencia del keynesianismo.
Defendiendo su propia originalidad, afirmaban estar avanzando en “terra incog-
nita” (Furtado 1988: 82). Distinguir cuáles ideas se pidieron prestadas desde el
extranjero, cuáles se adoptaron con modificaciones importantes, cuáles fueron
desarrolladas en respuesta y desafío a las ideas extranjeras, cuáles se desarrollaron
en paralelo y cuáles lo hicieron con total independencia es un ejercicio infruc-
tuoso. Lo que se puede decir con certeza es que los economistas de América La-
tina fueron destacados partícipes en los debates intelectuales, y no simplemente
importadores de ideas forjadas en el Primer Mundo. De hecho, referirse a las
ideas expuestas en Londres o Nueva York como originales del “Primer Mundo”
es pasar por alto el grado en que muchos de los proponentes más importantes
venían de Europa Central y Oriental. El trabajo de Love muestra la existencia de
vínculos directos entre ideas originadas en Europa del Este y en América Latina;
algunas de estas conexiones ni siquiera pasaron por Nueva York.14 Para com-
plicar aun más el cuadro de la geografía de la innovación intelectual, podemos
recordar que la CEPAL se estableció bajo el auspicio de las Naciones Unidas.15

14 Love (1996: 13, 101) insiste en que la “historia de las ideas es notoriamente internacional”, y llama
la atención sobre el “tránsito de teorizar sobre el intercambio desigual, la dependencia y otros problemas
del subdesarrollo desde el centro-este de Europa hasta América Latina”. Nos parece que el trabajo de Love
representa no solo uno de los escritos más perspicaces en la historia moderna de las ideas económicas de
América Latina, sino un tratamiento ejemplar de la función de las regiones semiperiféricas como fuente
de creatividad intelectual. Para una discusión de otras formas de tal creatividad, ver también Markoff, J.,
“Where and When Was Democracy Invented?”, Comparative Studies in Society and History, 41, 1999, pp.
660-690, y “From Center to Periphery and Back Again: Reflections on the Geography of Democratic
Innovation”, Hanagan, M., y Tilly, Ch. (eds.), Extending Citizenship, Reconfiguring States, Lanham, Rowman
y Littlefield, 1999, pp. 229-246.
15 Para tratar de definir la contribución particular de los latinoamericanos a la economía del desarrollo
sería un ejercicio interesante estudiar comparativamente las actividades e ideas de las demás comisiones
económicas regionales creadas por las Naciones Unidas, además de la CEPAL.

46 VERÓNICA MONTECINOS / JOHN MARKOFF


Decadencia y (quizás) caída de la economía del desarrollo:
tendencias mundiales
Ideas sobre el crecimiento hacia adentro avanzaron de la mano de concep-
tos como la regulación y control de mercados, y derechos de ciudadanía liga-
dos al gasto público. Pero desde la década de los setenta este complejo de ideas
se ha ido desmoronando. Los estados comunistas europeos ya no existen, la
Unión Soviética, Yugoslavia y Checoslovaquia se desintegraron en la década
de los noventa y la República Democrática Alemana literalmente desapareció;
el FMI y el Banco Mundial dieron su apoyo al desmantelamiento de progra-
mas estatales para el desarrollo en favor de la privatización; la sacralización del
mercado, en la esencia misma del reaganismo y thatcherismo, llegó a dominar
la vida política de Gran Bretaña y Estados Unidos, desafiando la sobreviven-
cia del Estado de Bienestar en otros países, y el nacionalismo económico se
convirtió en objeto de desprecio como totalmente ineficaz comparado con la
prometedora apertura a la economía mundial.
El colapso de la antigua visión desarrollista tuvo varios componentes, inclu-
yendo (Kanth 1994, McMichael 1996):
· El traslado de gran parte de la producción industrial desde el Primer
Mundo a sitios del Tercer Mundo, coordinado por empresas y redes finan-
cieras transnacionales. El éxito más notable de este modelo de desarrollo de
finales del siglo XX se dio en países de Asia cuya producción orientada a la
exportación que redujo la distinción entre economías nacionales y globales, y
no en los países cuyas políticas eran las defendidas por los adalides del desa-
rrollo hacia adentro. (Los “tigres asiáticos” fueron tomados como ejemplos de
las ventajas de la integración global por parte de los críticos del nacionalismo
económico; el nivel de activismo estatal en los diversos “milagros” de Asia,
sin embargo, así como las políticas redistributivas como reforma agraria de
Taiwán, aparecieron mucho menos en estos debates).16
· El fracaso de los proyectos de desarrollo de muchos países en cuanto a la
reducción de las desigualdades sociales y, al mismo tiempo, el gran aumento
de la deuda nacional y el poder político de las fuentes transnacionales de cré-
dito. Estas fallas ayudaron a inspirar las críticas del desarrollismo tanto en la
izquierda como en la derecha. Discutiendo estos cambios de ideas, Kathryn

16 Para variadas lecciones extraídas de los tigres asiáticos ver Balassa, B., “Exports, Policy Choice, and
Economic Growth in Developing Countries after the 1973 Oil Shock”, Journal of Development Economics,
18, 1985, pp. 23-25; Haggard, S., Pathways from the Periphery. The Politics of Growth in the Newly
Industrializing Countries, Ithaca: Cornell University Press, 1990; Alice Amsden, “Why Isn’t the Whole
World Experimenting with the East Asian Model to Develop?”, World Development, 22, 1994, pp. 627-633.

DEL PODER DE LAS IDEAS ECONÓMICAS AL PODER DE LOS ECONOMISTAS 47


Sikkink llama la atención sobre lo persuasivo de una simple tabla de 2 x 2
preparado en la década de 1980 por un participante en las discusiones de
autocrítica en la CEPAL. Las dimensiones del cuadro eran: 1) la rapidez de
crecimiento, y 2) equidad; las entradas en las celdas correspondían a países. En
América Latina, después de tres décadas de industrialización por sustitución
de importaciones, la celda de crecimiento con equidad no tenía ningún caso.
La celda vacía era aun más sorprendente porque en otros lugares el crecimien-
to y la equidad habían ocurrido simultáneamente (Sikkink 1997: 244).
·El colapso del comunismo europeo, que no solo eliminó en forma directa
una variante importante del desarrollismo, sino que también eliminó el mie-
do al socialismo, una de las principales fuentes de aceptación de las políticas
keynesianas en la clase alta en los países occidentales. A medida que el resto
de los estados comunistas se abría al mercado mundial, los monetaristas, los
promotores de la economía de la oferta y los antiestatistas se convirtieron en
los economistas con mayor influencia en gobiernos del Primer y Tercer Mun-
do por igual, mientras que los izquierdistas latinoamericanos empezaron a
repensar muchas de sus antiguas posiciones.
·La crisis de la deuda de la década de 1980, que reorientó a los dirigentes
de las economías del Tercer Mundo, así como a sus acreedores, hacia el ma-
nejo de la deuda. Esto produjo una mayor convergencia hacia estrategias de
desarrollo exportador para facilitar el pago de deudas (al punto que, en Chile
y Argentina, se aceptó un grado importante de desindustrialización). Por el
contrario, el exceso de petrodólares en la década de 1970 había llevado a los
bancos a fomentar proyectos de desarrollo en los cuales invertir esos fondos.
Pero en la década de 1980, a medida que las tasas de interés subieron y los
términos de intercambio para América Latina se deterioraron, los acreedores
suspendieron el flujo de recursos financieros. Podríamos decir que la demanda
de los acreedores por proyectos de desarrollo se evaporó.
·Las nuevas tecnologías de las comunicaciones electrónicas, que mejoraron
la integración financiera de lo que se empezaba a conocer como una econo-
mía “global”, contribuyendo poderosamente a que la autonomía económica
pareciera no solo poco aconsejable, como los liberales económicos habían sos-
tenido por largo tiempo, sino imposible.
·Las limitaciones del keynesianismo como edificio intelectual (Hicks 1975,
Krugman 1995), que durante largo tiempo habían estimulado críticas técnicas
pero políticamente insignificantes en la medida que una doctrina antisocialis-
ta se consideraba deseable y funcionaba. La cuestión teórica más fundamental
era la diferencia micro-macro. Muchos economistas estaban (y están) con-

48 VERÓNICA MONTECINOS / JOHN MARKOFF


vencidos de los supuestos básicos del individualismo metodológico y que, en
principio, las propiedades sistémicas son el producto agregado de la conducta
de actores individuales racionales. Sin embargo, y a pesar de un importante
gasto en energía intelectual, nadie logró articular las proposiciones macroeco-
nómicas del keynesianismo en esta línea análisis de modo tal que lograra un
grado de aceptación general por parte de los economistas. El autor de uno de
los principales libros de texto afirmó que él se dedicaba a la microeconomía
y a la macroeconomía en distintos días de la semana (Carter 1997: 124). Sin
duda, más de algún teórico se sintió aliviado cuando la erosión del apoyo po-
lítico a las políticas keynesianas los liberó de este acertijo intelectual.

Decadencia y (tal vez) caída del desarrollismo: América Latina


El éxito de la economía del desarrollo como una empresa intelectual en rá-
pida evolución estuvo marcado por cargos docentes de prestigio en universida-
des del Primer Mundo, conferencias profesionales sobre temas de desarrollo,
trabajos aceptados en las principales revistas académicas, y el éxito en la com-
petencia por becas de investigación. Todo ello contribuyó al optimismo de
los planificadores del desarrollo en todo el mundo. Pero la euforia duró poco.
El debate de mercado versus plan tomó fuerza, una vez más, cuando se hizo
evidente que el desarrollo económico latinoamericano no estaba resultando en
una panacea. A finales de la década de 1950 y principios de 1960 la depen-
dencia externa de América Latina no solo no había disminuido sino, al con-
trario, se había agravado por el uso de tecnologías con uso intensivo de capital
en la industrialización por sustitución de importaciones. En breve, a medida
que las industrias latinoamericanas se dedicaron a la producción de bienes de
consumo, el financiamiento de las fábricas y los proyectos de infraestructura,
desde carreteras hasta electricidad, tenía que venir de alguna parte, al igual que
la maquinaria utilizada en las fábricas. En lugar de buscar la autonomía que
perseguían los nacionalistas económicos, al menos desde la década de 1930, los
latinoamericanos empezaron a descubrir hasta qué punto la nueva inversión y
producción industrial tomaban la forma de las empresas multinacionales.
El resultado fue un aumento (no una disminución) en el endeudamiento
externo, y en ciertos países incluso en el control extranjero sobre los recursos
nacionales, tan dramático que algunos analistas describían la industrialización
de América Latina como “desarrollo dependiente” (Cardoso 1973, Cardoso
y Faletto 1979, Evans 1979). Habría sido difícil proclamar éxito cuando el
desempleo seguía siendo alto, no había fomento a las exportaciones, se des-
cuidaba la producción agrícola y la inflación era implacable. A pesar de que se

DEL PODER DE LAS IDEAS ECONÓMICAS AL PODER DE LOS ECONOMISTAS 49


había deseado –y en momentos optimistas incluso se había esperado– que las
mayores tasas de crecimiento mejorasen las condiciones de vida, el problema
de la desigualdad de ingresos en realidad parecía estar empeorando. Si se había
supuesto que el desarrollismo traería paz social manteniendo a raya la radica-
lización, no era en absoluto alentador que en muchos países las crisis sociales
estuvieran produciendo, hacia la década de 1960, una ola de golpes militares.
Muchos economistas, entre ellos algunos de los más destacados cepalianos,
comenzaron a tener más y más dudas. Algunos argumentaron que las políticas
de protección industrial no habían sido enfocadas con suficiente precisión,
llevando a abusos y “distorsiones” que generaban escarnio entre los ortodoxos.
Prebisch, en un ensayo autobiográfico retrospectivo (Prebisch 1984), mani-
festó su propio desencanto cada vez mayor. Otros consideraron que habían
acabado por recomendar el mismo tipo de políticas que antes habían criticado
con tanto ardor (Sunkel y Paz 1982: 36). En esta línea de autocrítica se decía
que, al igual que los asesores del Primer Mundo, cuyos consejos habían recha-
zado, ellos también habían estado exageradamente atentos a los indicadores
cuantificables y dando menos peso a la complejidad de los fenómenos sociales
y políticos; habían utilizado modelos simplistas de crecimiento económico
(en los que la escasez de capital aparece como la causa fundamental del sub-
desarrollo); y no habían prestado la debida atención a la reducida capacidad
administrativa de las instituciones estatales ni a la incertidumbre política pro-
pia de la implementación de políticas (Matus 1983: 1721-1781). Aunque
habían tratado de evitar “la reificación de la economía”, habían colocado otras
ciencias sociales “a la par” con esta, lo que llevó a un “mero enfoque interdis-
ciplinario por agregación” en lugar de producir una ciencia social integrada
(Sunkel 1979: 27).
Fue así que, en la polarización social que precedió y continuó bajo los re-
gímenes militares de los años sesenta y setenta, algunos de los pioneros del
desarrollismo latinoamericano llegaron a dudar de sus antiguas críticas a la or-
todoxia, mientras que otros empezaban a afirmar que el desarrollismo no ha-
bía sido lo suficientemente heterodoxo. Las críticas ortodoxas neoclásicas pa-
recían cada vez más convincentes para quienes se fijaban en las muchas fallas
de este modelo; otros, en tanto, decidieron adoptar una crítica más radical del
orden internacional. La creciente crítica al desarrollismo desde la izquierda,
en la que participaron figuras del propio desarrollismo de la talla de Furtado
y Sunkel, generó el modelo de dependencia. Como Hirschman agudamente
señala (Hirschman 1981b), el desarrollismo estaba bajo el ataque tanto de los
conservadores –quienes, entre muchas otras críticas específicas, ridiculizaban

50 VERÓNICA MONTECINOS / JOHN MARKOFF


la idea central de que diferentes tipos de países necesitaban diferentes tipos de
teoría económica– como de grupos cada vez más radicalizados; estos últimos
insistían que la visión de la CEPAL respecto al orden económico internacional
y a los obstáculos políticos internos para el desarrollo no era suficientemente
crítica.
La crítica de la dependencia tuvo cierta influencia en el Chile de Allende
(1970-1973) y en la Nicaragua de los sandinistas (1979-1990),17 aunque sus
partidarios reconocen que no ofrecía propuestas económicas concretas.18 Por
otra parte, demostró ser, en el campo económico, la exportación intelectual de
mayor éxito de América Latina. Tuvo un impacto considerable en las ciencias
sociales de Norteamérica y Europa occidental, mucho más que el estructura-
lismo del cual surgió y contra el que en parte se definió (Kay 1989). Este pun-
to merece una discusión más amplia que no podemos realizar aquí, aparte de
hacer notar nuevamente que en el ámbito económico19 hay suficiente eviden-
cia de que los latinoamericanos estaban haciendo mucho más que consumir
ideas importadas.
Bajo ataque desde la izquierda y la derecha, el desarrollismo latinoameri-
cano –y el desarrollismo en general– tambaleó. La celebración de su propia
originalidad intelectual comenzó a desvanecerse a medida que muchos eco-
nomistas de América Latina empezaron a perder fe en la idea de que se ne-
cesitaba una teoría económica distinta. De hecho, la economía del desarrollo
en general comenzó a perder terreno como campo autónomo, a medida que
menos estrellas dentro de la profesión contribuían a la especialidad y las voces
más heterodoxas sufrían una mayor marginación.
Frente a estos desafíos, algunos trataron de mantener las líneas generales de
la visión estructuralista al tiempo que reconocían un mayor rol al mercado;
la idea general era que había habido un uso indiscriminado e inadecuado de
las medidas proteccionistas, así como el establecimiento de tasas de cambio
poco realistas. Otra propuesta en la década de 1960 fue la promoción de la
integración regional, con la esperanza de que la ampliación de los mercados

17 Robert Packenham añadiría el Perú de Velasco (1968-1975), el México de Echeverría (1970-1976),


la Jamaica de Manley (1972-1980) y la Granada de Bishop (1979-1983). Ver Packenham, R. A., The
Dependency Movement. Scholarship and Politics in Development Studies, Cambridge, Harvard University
Press, 1992, p. 194.
18 Véase, por ejemplo, la discusión retrospectiva de Pedro Vuskovic, ministro de Economía de Allende,
en Hettne, B., The Voice of the Third World. Currents in Development Thinking, Budapest, Instituto de
Economía Mundial de la Academia Húngara de Ciencias, 1991, p. 36. Véase también Packenham, The
Dependency Movement, op. cit, p. 205.
19 Algunos ni siquiera aceptarían la dependencia como parte de la economía. Ver Fishlow, A., “The State
of Latin American Economics”, Mitchell, C. (ed.), Changing Perspectives in Latin American Studies: Insights
from Six Disciplines, Stanford: Stanford University Press, 1988, p. 97.

DEL PODER DE LAS IDEAS ECONÓMICAS AL PODER DE LOS ECONOMISTAS 51


hiciera más eficiente la sustitución de importaciones, reduciendo las vulne-
rabilidades externas. Sin embargo, el comercio intrarregional no se elevó de
manera significativa (Urquidi 1993: 58-67). Los principales beneficiarios de
esas políticas fueron las empresas transnacionales, cuyas actividades transfron-
terizas se vieron facilitadas (en estos debates, la exitosa estrategia de orienta-
ción exportadora de los tigres asiáticos no figuró como punto de comparación
con las prescripciones estructuralistas hasta finales de la década de los setenta).

El imán de Estados Unidos


En la década de 1970, gran parte de la credibilidad intelectual y eficacia
de las políticas surgidas del consenso desarrollista de América Latina se ha-
bían erosionado. Los debates entre los críticos ortodoxos y heterodoxos del
desarrollismo durante esa década se llevaron a cabo en un contexto de golpes
de Estado en casi toda Sudamérica. Los nuevos regímenes políticos promo-
vían un cambio radical hacia la liberalización e internacionalización de los
mercados. Los estructuralistas, por no hablar de los partidarios del modelo
de la dependencia, se concentraban en criticar lo que consideraban un some-
timiento excesivo a las fuerzas del mercado, así como los altos costos sociales
impuestos por la rápida liberalización comercial y la prioridad dada a la lucha
antiinflacionaria.
El debate intelectual entre los economistas se desarrolló dentro de un en-
torno cada vez más transnacionalizado. El apoyo a la ortodoxia económica se
propagaba en América Latina a través de programas de intercambio acadé-
mico y becas a universidades de Estados Unidos (Valdés 1995); los estrechos
vínculos con instituciones financieras transnacionales, asociados a las crisis de
deuda, llevaron a que esas instituciones desempeñaran también un rol peda-
gógico (Kahler 1992).
Al mismo tiempo, la heterodoxia latinoamericana se hacía de un amplio
público en el extranjero. Las purgas burocráticas y académicas, y otras fuentes
de exilio político, llevaron a muchos economistas, así como a otros intelec-
tuales, a pasar de un país a otro anticipándose a los golpes militares, buscando
empleos temporales o incluso permanentes en América del Norte y Europa;
para estudiantes de posgrado con simpatías hacia la izquierda o incluso de
centro, los atractivos de estudiar en el extranjero eran particularmente fuertes.
Sociólogos de centro y de izquierda fortalecían vínculos personales y profe-
sionales con sus homólogos de otros países de América Latina, así como con
colegas en el Primer Mundo. Apoyo institucional a centros de investigación,
conferencias internacionales y proyectos de estudio recibieron financiamiento

52 VERÓNICA MONTECINOS / JOHN MARKOFF


de gobiernos del Primer Mundo y fundaciones privadas extranjeras (Puryear
1994). Así entonces, mientras la economía ortodoxa volvía a entrar en Amé-
rica Latina con renovado vigor, los refugiados intelectuales de regímenes re-
presivos aportaban nuevas formas de crítica social en la academia del Primer
Mundo (nos abstendremos de hacer comentarios sobre quién obtuvo mayores
beneficios en este particular intercambio internacional).
Una consecuencia importante de estos movimientos transfronterizos de
personas e ideas fue que muchos economistas que se oponían a la tenden-
cia neoliberal ascendente asistieron a las mismas instituciones en las que sus
oponentes habían recibido –o estaban recibiendo– formación profesional. El
atractivo de la educación de posgrado en economía en prestigiosas universi-
dades de Estados Unidos sigue siendo fuerte para economistas jóvenes, inde-
pendientemente de su origen nacional, sus inclinaciones políticas o sus pun-
tos de vista sobre la economía. Actualmente, un doctorado es universalmente
considerado como signo de pertenencia en la profesión económica y un grado
académico en EE.UU. confiere gran prestigio en la profesión. A finales de
1990, más de la mitad de los estudiantes matriculados en programas de doc-
torado en economía en EE.UU. eran extranjeros, significativamente superior
al 20% en 1972 (Aslanbegui y Montecinos 1998: 171-182). La contribución
de América Latina en este flujo de estudiantes puede explicarse por la escasez
de programas latinoamericanos en relación al número de jóvenes interesados
en la carrera de economía, que ha llegado a competir con la carrera de dere-
cho como vía de ascenso hacia el poder político. Otra razón importante es la
rápida erosión del prestigio de grados académicos obtenidos fuera de Estados
Unidos. Economistas interesados en carreras en el gobierno y la política bus-
can ahora la influencia que va con un doctorado, a pesar de que los programas
de PhD en Estados Unidos han sido criticados por su falta de énfasis en las ha-
bilidades prácticas y su excesivo acento en la teoría y las técnicas cuantitativas
esotéricas.20 Como señal de lo que la clase política ve como credenciales de va-
lor, se puede observar el grado en que los hijos de figuras políticas prominen-
tes van al extranjero a obtener títulos universitarios en economía. Centeno,
por ejemplo, señala que miembros de la generación más joven de tecnócratas
mexicanos tienden a combinar una prestigiosa formación profesional con el
capital cultural proporcionado por sus influyentes familias políticas (Centeno
1994: 107, 115).

20 Sobre el poder simbólico de las credenciales de los economistas, ver Markoff y Montecinos (1993).
Sobre programas de doctorado, ver Krueger, A. O., et al., “Report of the Commission on Graduate
Education in Economics”, Journal of Economic Literature, 29, 1991, pp. 1035-1053.

DEL PODER DE LAS IDEAS ECONÓMICAS AL PODER DE LOS ECONOMISTAS 53


Este tipo de antecedentes biográficos21 empezaban a tener un impacto im-
portante en el surgimiento de un consenso económico orientado al mercado
en la América Latina posmilitar. No solo aquellos con puntos de vista opuestos
habían tenido largos períodos de inmersión en la ortodoxia económica, sino
también la camaradería en las escuelas de posgrado, los proyectos de investiga-
ción y las conferencias profesionales forjaron relaciones personales que luego
facilitaron un modelo de negociación entre partidos políticos y que ayudaron
a que la izquierda se acercara hacia la derecha en cuestiones económicas. Un
ejemplo de esta tendencia es la continuación de las políticas de mercado bajo
la Concertación, la coalición de centroizquierda que gobernó en Chile a partir
de 1990 (Montecinos 1998a).
La nueva proliferación de universidades privadas en América Latina desde
1970 ha contribuido en gran medida al florecimiento de las ideas de libre
mercado (y viceversa). Los planes de estudio y las credenciales académicas, si-
milares a las de las universidades de EE. UU., a menudo son parte de acuerdos
formales con universidades de ese país (Arnold Harberger, de la Universidad
de Chicago y después de la UCLA, desempeñó por más de cuatro décadas
un papel importante en la enseñanza de la economía en América Latina). En
algunos países, el sector empresarial ha dado financiamiento cuantioso para
sueldos del profesorado, proyectos de investigación, becas y para la construc-
ción de edificios. Aunque el costo de la matrícula es superior al de las univer-
sidades públicas, la inscripción de estudiantes ha crecido rápidamente. Los
graduados tienden a encontrar puestos bien pagados o a seguir una formación
de posgrado en Estados Unidos. Entre los programas de formación privados se
incluyen: el ITAM (Instituto Tecnológico Autónomo de México) y el ITESM
(Instituto Tecnológico de Estudios Superiores de Monterrey), en México; el
CEMA (Centro de Estudios Macroeconómicos), la Universidad de San An-
drés y la Universidad de Belgrano, en Argentina, y las universidades Gabriela
Mistral y Finis Terrae, en Chile (Biglaiser 1998).22
Muchos de los principales estudiosos de las tendencias de la economía nor-
teamericana después de 1950 indican el aumento en el rigor técnico, el me-

21 Al hacer hincapié en el carácter transnacional de la profesión económica en América Latina a fines del
siglo XX no pretendemos negar los elementos transnacionales de profesiones políticamente cruciales en
épocas anteriores, especialmente el derecho y la ingeniería. Muchos abogados brasileños del siglo XIX, por
ejemplo, fueron educados en Coimbra, y muchos abogados colombianos del siglo XIX fueron influidos por
Bentham. Pero la combinación de la formación extranjera más o menos similar recibida por economistas de
muchos países, los frecuentes contactos internacionales de economistas en cargos públicos o de otro tipo, y
una tradición teórica dominante que resta importancia a las diferencias nacionales, nos parece que va mucho
más allá de los aspectos transnacionales de las profesiones políticas anteriores.
22 Para un estudio detallado del ITAM de México y su contraste con el programa más antiguo y más
estatista de la UNAM, véase Babb (1998).

54 VERÓNICA MONTECINOS / JOHN MARKOFF


nor interés en cuestiones de política y la aceptación de una jerarquía interna
de prestigio en cuya cima se ubican las variantes teóricas altamente mate-
matizadas. “Las metáforas abstractas, ahistóricas, amorales, mecanicistas” se
convirtieron en dominantes (Klamer 1992: 57). Se llegó a aceptar que “los
buenos economistas no entran al gobierno o, si lo hacen, no siguen siendo
buenos por mucho tiempo, ya que rápidamente sufren de obsolescencia pro-
fesional” (Coats 1993: 401). Así, la búsqueda del profesionalismo llevó al
academicismo. El conocimiento sobre las instituciones fue reemplazado por
elegante teoría. Un economista estudioso de su profesión sostiene que “el arte
de la economía se perdió”. (Colander 1992: 115, Colander 1994: 35-49). A
medida que el énfasis en técnicas esotéricas enaltecía el prestigio profesional
(Samuels 1992: 293-307), los alumnos se plegaban a la corriente. El análisis
pionero de Klamer y Colander sobre los estudiantes de posgrado en los me-
jores departamentos de economía en Estados Unidos muestra que la mayoría
de los alumnos consideraba la excelencia matemática como “muy importante”
para el éxito profesional, mientras que un escaso 3% pensaba que “tener un
conocimiento profundo de la economía” era igualmente importante (Klamer
y Colander 1990: 18).
La economía del desarrollo había sido considerada como “el área menos
ortodoxa en economía” por su defensa de la planificación, su planteamiento
sobre teorías diferenciadas para circunstancias institucionales específicas,23
y su desconfianza de los mercados autorregulados. Aunque algunos habían
expresado la esperanza de que la especialidad refundaría la economía (Seers
1963: 77-98), esta quedó relegada a una especialidad de segunda clase dentro
de los centros académicos en Estados Unidos. Un economista, en 1973, atri-
buyó el bajo estatus de los economistas del desarrollo a la violación de tabúes
tribales que prohibían la asociación con politólogos y sociólogos (Leijon-
hufvud en Carter 1997).24 Al mismo tiempo que las teorías, técnicas, están-
dares profesionales y métodos de formación norteamericanos eran adoptados
cada vez más ampliamente en el mundo entero (Coats 1997), durante la
década de 1990 fueron en su mayoría estudiantes del Tercer Mundo los que
tomaron cursos de desarrollo en los departamentos de economía de Estados
Unidos (Dutt 1992: 7).

23 “Los economistas del desarrollo son esencialmente institucionalistas, lo sepan o no”. Ver Klein, P. A.,
“An Institutionalist View of Development Economics”, en Klein, P. A., Beyond Dissent. Essays in Institutional
Economics, Armonk, M. E. Sharpe, 1994, p. 228.
24 Como se sugiere a continuación, el tabú contra los cientistas políticos parece haber aflojado un cuarto
de siglo más tarde.

DEL PODER DE LAS IDEAS ECONÓMICAS AL PODER DE LOS ECONOMISTAS 55


¿Después del desarrollismo?
Pero esto es adelantarnos en nuestro relato. Volvamos a la gran crisis de la
década de 1980. El enorme flujo de recursos externos en la forma de inver-
siones y préstamos, que habían sido parte del modelo desarrollista, no solo se
detuvo sino que se invirtió. Los grandes desequilibrios comerciales, el enorme
déficit presupuestario y la astronómica deuda externa ya no fueron manejables
cuando los nuevos préstamos para cubrir deudas anteriores dejaron de llegar.
A medida que los préstamos externos se acabaron, las exportaciones bajaron,
la presión inflacionaria creció fuera de control, el desempleo y la pobreza
aumentaron,25 y las redes financieras transnacionales pasaron de la promoción
de proyectos de desarrollo a la gestión de la deuda. En la década de los ochen-
ta, América Latina transfirió al extranjero más de 223 mil millones de dólares
para el servicio de la deuda y el pago de dividendos por inversión extranjera
(Iglesias 1992: 55). La “década perdida” de 1980 en América Latina rivalizaba
con la década de 1930 en su devastación y aceleró la ya considerable caída del
desarrollismo. La región abandonó el proteccionismo industrial y giró hacia la
ortodoxia económica de los prestamistas internacionales. A cambio de acceso
al financiamiento externo, los sectores de gobierno, con diversos grados de
entusiasmo, siguieron las directrices del FMI y el Banco Mundial, avanzando
hacia políticas fiscales de austeridad y a la liberalización comercial y financiera.
En la década de 1980 hubo algunos intentos fallidos de postergar un cam-
bio tan radical en las políticas. La posibilidad de un “club de deudores”, de-
fendida por Fidel Castro y Alan García en Perú, se discutió y descartó en una
reunión ministerial de toda la región en 1984 (Iglesias 1994: 494). Paquetes
heterodoxos de estabilización se implementaron en Argentina, Brasil y Perú a
mediados de la década de 1980. Estas medidas, sin embargo, ya no parecían
formar parte de una estrategia a largo plazo que había sido el rasgo distintivo
del estructuralismo; estas propuestas “neoestructuralistas” eran respuestas pro-
visionales a problemas inmediatos (Lustig 1991: 38). La marea se inclinaba
hacia la ortodoxia, cuyos defensores insistían en la necesidad de implementar
cambios estructurales (Foxley 1983: 16).
A principios de la década de 1990 la adopción de esta nueva orientación de
política estaba ya muy extendida. El sector externo era visto como el motor
del crecimiento económico y las barreras arancelarias cayeron. El retorno de
los flujos de capital creó una especie de auge de la inversión y componentes
del modelo de desarrollo “hacia afuera” comenzaron a ser aprobados incluso

25 Para datos sobre los distintos países, ver CEPAL, Balance preliminar de la economía de América Latina y
el Caribe 1996, Santiago: Naciones Unidas, 1996.

56 VERÓNICA MONTECINOS / JOHN MARKOFF


por aquellos asociados con el modelo anterior. Enrique Iglesias, por ejem-
plo, antiguo secretario ejecutivo de la CEPAL y luego presidente del Banco
Interamericano de Desarrollo, sostuvo: “La fuerza con que la transnacionali-
zación ha avanzado en el mundo de hoy hace que sea imperativo para todas
las sociedades hacer frente a estos cambios y eliminar o reducir la posibilidad
de abocarse a vías de desarrollo que sean radicalmente divergentes o aisladas”
(Iglesias 1992: 125).
Este cambio coincidió con otro igualmente dramático: el abandono del po-
der político por parte de los militares en toda América Latina y la reconstruc-
ción de regímenes democráticos. A pesar de que la difusión de las ideas del li-
beralismo económico estuvo encabezada principalmente por una comunidad
cada vez más homogénea y transnacionalizada de economistas profesionales,
las cuestiones técnicas de la liberalización se entrelazaron con la política de
democratización. Los defensores del cambio económico ya no necesitaban el
respaldo de los generales, sino asegurar el apoyo para los presidentes elegidos
y el consentimiento de electorados. El amplio consenso entre economistas
académicos y de gobierno, en América Latina y en el extranjero, facilitó en
gran medida la consolidación de una nueva estrategia económica en un sis-
tema globalizado (Iglesias 1992, Williamson 1994). Ahora los economistas
de América Latina eran instados a pensar seriamente en política (Haggard y
Kaufman 1994).
De hecho, se podría argumentar que los economistas se estaban convirtien-
do en un nuevo tipo de políticos a medida que ascendían a cargos ministeria-
les y se convertían en figuras importantes en los partidos políticos (Domín-
guez 1997). Las antiguas discusiones acerca del rol de los expertos técnicos en
tanto asesores de políticos poderosos quedaron obsoletas en la medida que los
propios economistas se iban convirtiendo en influyentes políticos, un proceso
que de ningún modo está restringido a América Latina (Markoff y Monteci-
nos 1993).

¿Renace el desarrollismo?
En 1981, A. O. Hirschman publicó un ensayo que explicaba cómo la eco-
nomía del desarrollo, floreciente hasta hacía poco, había sido gravemente de-
bilitada: “las bofetadas desde la izquierda y la derecha sobre la aún joven y
no unificada especialidad la dejaron bastante aturdida” (Hirschman 1981b:
19). Las crecientes críticas que hemos destacado en este ensayo confirman
este diagnóstico; sin embargo, muchos podrían objetar el pronóstico en él
implícito. Tal como Amartya Sen observara en respuesta a Hirschman: “Aún

DEL PODER DE LAS IDEAS ECONÓMICAS AL PODER DE LOS ECONOMISTAS 57


no es tiempo de enterrar la tradicional economía del desarrollo”.26 Casi dos
décadas después de que apareciera el artículo de Hirschman, la economía del
desarrollo sigue existiendo al menos en tres formas diferentes.
En primer lugar, como hemos visto, sus defensores originales no siempre
abandonaron el barco del desarrollo cuando este amenazó con encallar (aunque
algunos saltaron a la izquierda o a la derecha), sino que trataron de corregir su
curso. A comienzos de 1990 se había definido una síntesis “neoestructuralis-
ta” latinoamericana. Este neoestructuralismo reconoció errores, pero sostuvo
que el antiestatismo radical sin duda produciría sus propios problemas. Sus
exponentes argumentaron que lo que se necesitaba era evitar las “artificiales
disyuntivas del pasado” (promover exclusivamente la industria o la agricul-
tura, el mercado interno o el internacional, la empresa privada o la estatal, la
planificación o el mercado), e insistieron en recuperar y renovar la rica tradi-
ción de pensamiento autónomo e independiente de América Latina acerca del
desarrollo, gran parte del cual, temían ellos, ya estaba perdido en las nuevas
generaciones de economistas cuya educación no presta ninguna atención a esa
tradición. Según Sunkel, esta situación había “contribuido sin duda a la falta de
respuestas adecuadas y creativas por parte de los economistas a las demandas de
la sociedad latinoamericana en su crisis actual” (Sunkel 1993: 4).
En segundo lugar, los críticos de las políticas desarrollistas del pasado, ahora
en el poder, han ido creando su propia versión de la economía del desarrollo.
Tal vez se podría decir que el “desarrollo económico” era una idea que no po-
día ser ignorada, sino simplemente redefinida o perseguida por otros medios.
Para aquellos que piensan que esta es una explicación demasiado idealista
de la “nueva economía del desarrollo”, ofrecemos un conjunto alternativo de
hipótesis:
·Habiendo llegado a ocupar puestos de poder en muchos gobiernos, anti-
guos críticos de la acción estatal han descubierto que, en realidad, el Estado
es útil después de todo; lo que se necesita no es una crítica indiscriminada al
Estado y todo su accionar, sino un uso más selectivo de su poder (un punto
de acuerdo importante con el neoestructuralismo que acabamos de describir).
·Ser personalmente responsable por decisiones políticas con consecuencias
sociales difiere de las elaboraciones abstractas para ser presentadas en charlas
o artículos de revistas especializadas. Esto mueve a quienes ejercen cargos de
poder a rupturas menos radicales con las políticas del pasado reciente.
·El tira y afloja de la política no cesa cuando los políticos también son eco-
nomistas (de hecho, algunos economistas en posiciones de poder incluso han

26 Ver Sen, A. (1994). Este ensayo fue publicado originalmente en 1982.

58 VERÓNICA MONTECINOS / JOHN MARKOFF


descubierto que la política no es solo una molestia, sino un tema nuevo que
estimula su inteligencia). En este momento de democratización, un ministro
de Hacienda puede incluso estar pensando en cómo su partido ganará ma-
yorías electorales, o cómo él mismo podría obtener control de la maquinaria
del partido,27 sin dejar de impresionar a sus colegas de profesión. En el plano
teórico, este movimiento llama a una “nueva economía institucional” (Harris,
Janet y Lewis 1995), porque las decisiones económicas no se toman en el con-
texto de mercados idealizados, sino están constreñidas por instituciones (lo que
también implica cierta atención a la historia). El prestar atención a las institu-
ciones rápidamente conduce a prestar atención al poder; en la década de 1990,
los economistas de esta persuasión teórica fueron descubriendo, como hemos
señalado más arriba, algunos puntos en común con los cientistas políticos, en
particular con los que suscriben al individualismo metodológico de la escuela de
la “elección racional”.28 No podemos seguir este tema tan importante aquí más
allá de tener en cuenta el tenor multidisciplinario resultante en el componente
académico de esta nueva economía política del desarrollo.29
En tercer lugar, hay una reconceptualización emergente de “desarrollo” que
pone gran énfasis en los problemas de distribución. En el mismo ensayo en
que Sen sostiene que los informes sobre la muerte de la economía del de-
sarrollo eran prematuros, insiste también en que las nociones de desarrollo
necesitan alejarse del crecimiento agregado para considerar qué tipo de vida
las personas son capaces de vivir. Evaluar correctamente el desarrollo significa
entender las capacidades humanas, las posibilidades abiertas a la gente, “por
ejemplo, la capacidad de estar bien alimentado, de evitar la morbilidad o la
mortalidad prevenible, de leer, escribir y comunicarse, de participar en la vida
de la comunidad, de aparecer en público sin vergüenza” (Sen 1990: 26, Sum-
merfield 1996: 126). Por supuesto, esto significa ir más allá de la economía
tal como se la entiende términos estrechos. “Un estudio de los derechos [en-
titlements] tiene que ir más allá de factores puramente económicos y tener en
cuenta factores políticos” (Sen 1994: 226). En la década de 1990, había quie-

27 En Chile, el período de Alejandro Foxley como ministro de Hacienda bajo Aylwin (1990-1994) fue
seguido por su triunfo en la presidencia del Partido Demócrata Cristiano y, posteriormente, su elección al
Senado.
28 Estos desarrollos intelectuales también han tenido impacto en los escritos sobre la historia económica
de América Latina, un tema que no podemos continuar aquí, pero véase Coatsworth, J. H., y Taylor, A. M.
(eds.), Latin America and the World Economy Since 1800, Cambridge, Harvard University David Rockefeller
Center for Latin American Studies, 1998.
29 Para un cuestionamiento de algunas de las nociones centrales de esta nueva institucionalidad, ver
Zafirovski, M., “Socio-economics and Rational Choice Theory: Specification of Their Relations”, Journal
of Socio-economics, 27, 2, 1998.

DEL PODER DE LAS IDEAS ECONÓMICAS AL PODER DE LOS ECONOMISTAS 59


nes insistían en que los economistas debían tomar en cuenta el impacto dife-
renciado de las políticas económicas. Tal como uno de ellos afirmó: “A través
del Tercer Mundo, las mujeres, los campesinos y los pueblos indígenas luchan
por liberarse del ‘desarrollo’ del mismo modo que antes lucharon por liberarse
del colonialismo. El desarrollo en sí era el problema” (Shiva 1994: 244).30 Y
abriendo una nueva forma de enfatizar los problemas de distribución, una
importante corriente comenzó a emerger sosteniendo que la pobreza, la des-
igualdad, o ambas, constituían barreras para el crecimiento.31 Nadie dudaba
que en la década de 1980 hubo un aumento de la pobreza y la desigualdad
en América Latina, o que estos problemas seguían siendo graves a finales de
la década de 1990; sin embargo, ahora se sostenía que estas condiciones eran
impedimentos para el desarrollo económico incluso en su definición más con-
vencional.
En vista de lo anterior, sería un error describir la escena post 1980 como un
simple retorno al pasado pre 1930. La nueva economía del desarrollo criticaba
lo que se consideraba como ingenuas hipótesis sobre la institucionalidad en el
viejo modelo, en particular su visión de un Estado sabio y benéfico capaz de
corregir fácilmente las consecuencias indeseables de los mercados. El énfasis
en las fallas del mercado, se decía ahora, “desviaba la atención respecto de los
peligros asociados a las fallas del gobierno” (Dorn 1998: 13). Los partidarios
del nuevo rumbo sostenían que el “dogma dirigista” (Lal 1998: 55) de la pos-
guerra había sido indebidamente influenciado por las ideologías nacionalistas
y anticolonialistas, demasiado pesimista sobre el espíritu empresarial privado
a nivel nacional, errado al descartar el potencial de empleo de las actividades
agrícolas y complaciente en relación al endeudamiento externo y al financia-
miento inflacionario como remedios para la escasez de capital. Algunos iban
más allá de tales críticas específicas para adoptar una posición antiestatista en
términos generales, en el que se ve al Estado como intrínsecamente proclive a
la “búsqueda de rentas” (una crítica frecuente), la corrupción y las distorsiones
irracionales producidas por la inevitable combinación del poder burocrático y
el interés de los burócratas. Bajo este punto de vista, lo deseable sería un Esta-
do minimalista, despojado de funciones empresariales y redistributivas, que se
dedicara a la protección de los derechos de propiedad privada, el cumplimiento

30 Ver también Ferguson, J., The Anti-Politics Machine. Development, Depoliticization, and Bureaucratic
Power in the Third World, Cambridge: Cambridge University Press, 1990.
31 Para un análisis interesante de esta línea de argumentación, ver Korzeniewicz, R. P., y Smith, W.
C., “Searching for the High Road to Economic Growth: Overcoming the Legacy of Persistent Poverty
and Inequality in Latin America”, documento presentado en las reuniones de la Latin American Studies
Association, Chicago, 1998.

60 VERÓNICA MONTECINOS / JOHN MARKOFF


de los contratos, el estado de derecho y el mantenimiento de un marco general
estable para asegurar el buen funcionamiento de los mercados; dentro de ese
marco, los mercados podían funcionar por su cuenta. Sin embargo, este anties-
tatismo extremo, y utópico, es solo una parte de un panorama más complejo.
El nuevo conjunto de políticas que estaba surgiendo tras los ochenta, se-
gún sus defensores, podría conducir a una amplia variedad de fines deseables.
El compromiso oficial irrestricto con la austeridad fiscal y la estabilización
aumentaría la confianza de los inversionistas. Los tipos de cambio fijos mejo-
rarían la credibilidad del gobierno. Los aranceles bajos y uniformes aumen-
tarían la transparencia del gobierno, reducirían la presión por concesiones y
expandirían el comercio. La privatización de empresas estatales distribuiría la
propiedad, atraería a inversores extranjeros, mejoraría la eficiencia, aumenta-
ría los ingresos y aliviaría el déficit del Estado. Los bancos centrales más au-
tónomos reducirían el impacto de las consideraciones políticas de corto plazo
sobre la política económica. La desregulación financiera aumentaría el ahorro
y haría más racional la toma de decisiones de inversión. Las actividades de
exportación con mano de obra intensiva abrirían oportunidades de empleo.
La desregulación del mercado laboral se traduciría en una fuerza laboral más
móvil y productiva. Las políticas sociales centradas en la educación, los pro-
gramas de nutrición y otros servicios focalizados aumentarían el capital hu-
mano, reducirían la pobreza y promoverían el aumento de la productividad.32
Algunos tenían sus dudas. La crisis financiera originada por la crisis asiática
de finales de la década de 1990 podría moderar las expectativas exuberantes
de los libremercadistas, sugiriendo a aquellos que –tanto en América Latina
como fuera de la región– condenaban a los países por no tener políticas más
parecidas a los tigres asiáticos que ese modelo también tenía problemas. Por
otro lado, tal vez la crisis asiática se convertiría en una perfecta demostración
de lo que sucede cuando los países no están suficientemente orientados hacia
el mercado, permitiendo que el capitalismo politizado entorpezca las fuerzas
naturales del mercado. A fines de la década de 1990 la opinión predominan-
te iba a favor de más mercado, menos Estado;33 los escépticos sugerían que,
cualquiera fuesen las perspectivas de crecimiento a largo plazo, la cuestión

32 Para un tratamiento completo de las promesas de la mercantilización, ver Edwards, S., Crisis and Reform
in Latin America: From Despair to Hope, Nueva York: Oxford University Press, 1995.
33 Dos discusiones muy útiles sobre el debate Estado/mercado son Evans, P., “The State as Problem and
Solution: Predation, Embedded Autonomy, and Structural Change”, Haggard, S., y Kaufman, R. (eds.),
The Politics of Economic Adjustment. International Constraints, Distributive Conflicts, and the State, Princeton,
Princeton University Press, 1992, pp. 139-181; y Grindle, M. S., “Sustaining Economic Recovery in Latin
America: State Capacity, Markets, and Politics”, Bird, G., y Helwege, A. (eds.), Latin America’s Future,
Nueva York: Academic Press, 1994, pp. 303-323.

DEL PODER DE LAS IDEAS ECONÓMICAS AL PODER DE LOS ECONOMISTAS 61


de la distribución del bienestar mantendría vivos los temas de justicia social,
y tarde o temprano intensificarían el conflicto social (Bird y Helwege 1994:
1-9).34 Ya veremos.

El ascenso al poder de los economistas: la década de 1990


en América Latina
Podemos distinguir dos momentos en cuanto a las ideas de los economistas
respecto al poder: un momento anterior, en el que los asesores económicos
buscaban el apoyo de las elites y creaban organismos especializados para tareas
de gestión económica; y un momento más reciente en el que los economistas
profesionales han entrado a formar parte de las elites políticas, asumiendo un
conjunto muy amplio de tareas de gobierno en los más altos puestos. Podría-
mos ilustrar las diferentes facetas de ese primer momento a través del aumento
en la contratación de economistas en tareas de recolección de estadísticas en
Estados Unidos desde 1930 hasta la década de 1950, del papel que los eco-
nomistas desempeñaron como asesores de alto nivel en tiempos de guerra en
Gran Bretaña o Alemania después de 1939, y de las actividades de numerosos
economistas en la elaboración de planes de desarrollo en América Latina en la
década de 1960. Y podríamos ilustrar el segundo momento con el frecuente
nombramiento de economistas en puestos de primer ministro, en altos cargos
en el manejo de las relaciones exteriores, en los ministerios de defensa, y en
puestos dirigentes en los partidos políticos, donde claramente sus roles van
más allá de la asesoría técnica y de cualquier definición estrecha de gestión
económica (Domínguez 1997, Montecinos 1998b: 126-141).35
Aunque diversas versiones de socialismo y keynesianismo impulsaron el
avance de los economistas en su calidad de asesores técnicos a nivel mun-
dial, el desmantelamiento de programas de corte estatista –¿debiéramos decir
aquí “notablemente”?– no ha conllevado el retorno de los economistas a las
universidades y el sector privado, sino por el contrario, ha incrementado con-
siderablemente su influencia precisamente en los gobiernos que están priva-
tizando, reduciéndose, externalizando y desregulando. La crisis de la década
de 1930 hizo entrar a los economistas al servicio de los gobiernos, donde
disfrutaron de gran influencia en su calidad de asesores de las elites políticas
comprometidas con proyectos de desarrollo. Más recientemente, han entrado
directamente en las elites políticas. En la década de 1990, los analistas teóricos

34 Para una especulación muy interesante sobre las posibilidades de un resurgimiento de políticas
sociales democráticas relacionadas con problemas redistributivos y crecimiento, ver Korzeniewicz y Smith,
“Searching for the High Road to Economic Growth”, op. cit.
35 Para la experiencia contrastante de Perú, ver Conaghan (1998).

62 VERÓNICA MONTECINOS / JOHN MARKOFF


a menudo servían como ministros de Hacienda y, a veces, ejercían de presi-
dentes o líderes de la oposición. En las elecciones chilenas de 1999, los dos
principales candidatos presidenciales tenían títulos académicos en economía.
El comentario de Keynes de que “los hombres prácticos que se creen libres de
toda influencia intelectual son generalmente esclavos de algún economista di-
funto” corresponde a otra época; a fines del siglo XX, los economistas ejercían
un poder visible sobre las economías y se habían convertido en los hombres
(y, en ocasiones, las mujeres) prácticos del momento.
Con el fin de la crisis de la década de 1930 y las oportunidades del mundo
de posguerra, la visión forjada por los economistas de América Latina fue una
respuesta teórica a las políticas ya existentes y una justificación para lo que
muchos personajes políticos ya estaban comprometidos a hacer. Pero, a fines
del siglo XX, sería muy difícil asegurar si los cambios de políticas respondían
o no a la nueva visión teórica: estas dos posibilidades parecen más o menos
fusionadas debido al rol preponderante que juegan los economistas.
La variante latinoamericana de la economía del desarrollo se ubicó a la van-
guardia de un desafío al pensamiento económico anterior. Los economistas la-
tinoamericanos pudieron disfrutar de su independencia creativa respecto de la
comunidad económica mundial al abogar por una posición teórica que hacía
hincapié en el carácter distintivo de las historias nacionales, las consecuencias
económicas de las asimetrías de poder y las ventajas asociadas a un cierto nivel
de autonomía nacional. Los economistas de América Latina en la década de
1980 y en los años posteriores, en cambio, se han deleitado con su falta de
diferenciación en la medida que adoptan más o menos las mismas opiniones
de otros economistas y descubren los principios imperecederos de la vida eco-
nómica; desafiar esos principios no es sino locura. Incluso aquellos que no están
completamente convencidos de las virtudes del mercado pueden ser reacios a
manifestar su desacuerdo. “Es peligroso estar fuera de la corriente principal”,
comentó Sunkel en una entrevista con uno de los autores en enero de 1998,
“hay muchos elementos de disidencia pero que no se han unificado en una sola
corriente. Incluso aquellos que practican el neodesarrollismo no lo llaman así”.36
La comparación del papel desempeñado por los economistas en las crisis
de los años 1930 y 1980 revela más que un extraordinario incremento en su

36 Tal vez esta frase ilustre un legado duradero de hostilidad hacia el pluralismo teórico y metodológico que,
según algunos, caracterizaba la profesión económica de América del Norte durante el período de McCarthy,
cuando la “autocensura” era fuerte, un legado que sigue dando frutos en el extranjero. Ver Brenner, R.,
“Making Sense out of Nonsense: Economics in Context”, Colander y Brenner, Educating Economists, p.
42; Solberg, W. U., y Tomilson, R. W., “Academic McCarthyism and Keynesian Economics: the Bowen
Controversy at the University of Illinois”, History of Political Economy, 29, 1997.

DEL PODER DE LAS IDEAS ECONÓMICAS AL PODER DE LOS ECONOMISTAS 63


influencia política. Los miembros políticamente activos de la profesión son
actores claves, con una visibilidad pública y una influencia intelectual e ideo-
lógica mayor que antes, y están mucho más integrados a la elite política de lo
que sus predecesores jamás vislumbraron hace apenas unas décadas atrás.
Mientras los antiguos planificadores se apoyaban principalmente en quie-
nes consideraban políticos progresistas, manteniéndose en la trastienda de
los dramas políticos de la época, los nuevos tecnopolíticos, tanto de derecha
como de izquierda, han acometido una remodelación de las reglas de la políti-
ca. Algunos han ascendido a la primera línea vilipendiando a los líderes tradi-
cionales y a las instituciones políticas por la mezquindad de sus disputas y sus
prácticas corruptas e ineficaces. Otros han creado nuevos partidos políticos u
organizado la tecnificación de las organizaciones partidarias existentes. Mu-
chos de los economistas políticamente activos afirman haber elaborado nue-
vas interpretaciones de las antiguas divisiones sociales y dicen ofrecer nuevas
maneras de resolver arraigados conflictos ideológicos y sociales. Algunos han
decidido participar directamente en las contiendas electorales, presentándose
a los votantes como los portadores de un estilo de hacer política moderno, no
confrontacional y adecuado para hacer frente a los desafíos económicos y las
complejidades institucionales impuestas por un mundo globalizado.
Tanto en su antigua versión como en la nueva, los gestores económicos
han mostrado una preferencia clara por poner los criterios técnicos por de-
lante de la negociación política, y han tratado de aislar el proceso de toma
de decisiones de las presiones sociales y el debate público. En los últimos
años, sin embargo, a medida que han ido adquiriendo el hábito de gobernar
y, en algunos países, de participar en la política partidista, muestran seña-
les de pensar en los problemas tal como lo harían los cientistas políticos,
teniendo en cuenta factores como los efectos distributivos de las medidas
económicas, la dinámica de los acuerdos corporativos, y la interacción en-
tre políticas económicas y ciclos electorales. A fin de que las reformas de
mercado fueran efectivas, creíbles, convincentes y duraderas, los economistas
han estado reflexionando sobre la oportunidad y la secuencia de medidas
económicas en relación con las reacciones de otros actores claves, y no solo
respecto a lo que sus antiguos profesores de economía o sus compañeros de
profesión podrían opinar; también los economistas han reflexionado sobre la
forma de construir mayorías electorales y legislativas, o cómo crear nuevos
canales de consulta con las organizaciones empresariales o de trabajadores.
Esto crea muchas oportunidades de consultoría para cientistas políticos, y
también para conferencias y seminarios que reúnen a economistas y cientistas

64 VERÓNICA MONTECINOS / JOHN MARKOFF


políticos. Los esfuerzos, básicamente infructuosos, realizados en las décadas
de 1950 y 1960 para integrar las dimensiones económicas y no económicas
de las reformas estructurales se persiguen ahora de manera más coherente y
deliberada. En la continua lucha por conciliar la democracia con las políticas
de mercado se observan campañas en los medios, pactos sociales y alianzas
de partidos que a menudo parecen seguir las amonestaciones contenidas en
una creciente literatura académica sobre la economía política de las reformas
(dependiendo de la evaluación general de este estado de cosas, los sociólogos
pueden señalar con pesar o con orgullo que, en la mayoría de los países, ellos
no han sido invitados a participar).37
Al mismo tiempo que conceptos de las ciencias políticas entraban en el
universo conceptual de los economistas en posiciones de poder, estos econo-
mistas se encontraban con que la comunicación con otros actores políticos
importantes, dentro y fuera de su propio país, se facilitaba en gran medida
por el grado en que los otros actores también empleaban a sus propios econo-
mistas como emisarios. Esta comunicación fácil, por otra parte, se vio refor-
zada debido a que todos estos economistas asistían a más o menos el mismo
tipo de programas de posgrado en el extranjero, pasando parte de su carrera
en bancos internacionales o empresas privadas. Incluso los vínculos de los
economistas en el gobierno y las organizaciones sindicales se fortalecían a
medida que los sindicatos también tenían sus propios asesores económicos
e iban descubriendo que sus negociaciones funcionaban mejor cuando sus
equipos contaban con conocimientos económicos. Las grandes corporacio-
nes, por otra parte, cada vez más se ven pobladas por ejecutivos con MBA
de Estados Unidos, muchos de cuyos programas han sido diseñados con un
aporte significativo de los economistas y, por lo tanto, tienden a compartir
el mismo universo mental (y, podemos añadir, los intereses empresariales se
complacen con el desmantelamiento del estado activista, regulatorio y redis-
tributivo que, habiendo en algún momento llevado economistas al poder,
ahora es alterado por ellos).38
Esta descripción puede recordarle a uno la función política de los abo-
gados en generaciones pasadas, cuando funcionaban como una especie de

37 Que el presidente brasileño a finales de la década de los noventa haya sido un ex presidente de la
Asociación Internacional de Sociología (ISA) quizás sea un síntoma de la distancia entre Brasil y algunos
elementos centrales del panorama general esbozado en este capítulo. Pero nos permitimos observar que
no fue su gestión en la ISA lo que lo catapultó a la presidencia de su país, sino su éxito en el control de la
inflación cuando ejerció el cargo de ministro de Hacienda de Brasil.
38 Uno de los análisis más importantes de la relación entre tecnócratas e intereses empresariales en el
contexto de las transiciones hacia la democracia es Conaghan, C., y Malloy, J. M., Unsettling Statecraft.
Democracy and Neoliberalism in the Central Andes, Pittsburgh: University of Pittsburgh Press, 1994.

DEL PODER DE LAS IDEAS ECONÓMICAS AL PODER DE LOS ECONOMISTAS 65


lubricante social, facilitando el engranaje de una organización con otra. Sin
embargo, podemos especular que estos vínculos funcionan mejor ahora que
antes porque la formación de los economistas se ha vuelto mucho más uni-
forme y porque muchos economistas están tan comprometidos a servir los
principios de lo que ellos consideran una ciencia como a defender los inte-
reses de clientes. La formación jurídica, por lo demás, es una socialización
basada en conceptos diferenciados a nivel nacional; la formación económica,
en cambio, socializa a un individuo en un cuerpo de pensamiento mayor-
mente desnacionalizado (especialmente con el triunfal resurgimiento de la
monoeconomía).
Los economistas ya no se contentan con el control de la mayoría de las
agencias de orientación técnica dentro del Estado. En vez de concentrar sus
esfuerzos en el manejo de bancos centrales y oficinas de planificación, han
extendido su dominio intelectual y burocrático sobre todo el aparato esta-
tal, incluyendo los programas de pobreza, las regulaciones del mercado del
trabajo, la salud, la seguridad social, la educación, e incluso la política ex-
terior, sin mencionar las posibilidades de coordinación sugeridas por las je-
faturas de partido y los cargos de primer ministro. En este nuevo esquema,
parece concebible que la coherencia y la coordinación en las políticas pueda
llegar a niveles que los planificadores del pasado nunca lograron, ya que
tenían que lidiar con la lógica de los abogados, los ingenieros agrónomos,
los médicos, los ingenieros, e incluso los sociólogos. O es posible que, en
retrospectiva, el panorama color de rosa proclamado por quienes defienden
la racionalidad técnica resulte no ser más que otro espejismo sostenido por
anhelos de racionalidad que en última instancia, como siempre, se ve soca-
vada por el tira y afloja de conflictos políticos entre intereses contrapuestos,
incluyendo los intereses de las elites tecnocráticas mismas. Esos conflictos
políticos se desarrollaban en la década de 1990, en el contexto de las re-
cientes transiciones de regímenes autoritarios (aunque las diferencias con
el autoritarismo variaban considerablemente de un país a otro). Así, parte
importante del contexto en que se desarrollará en el futuro el nuevo papel
de los economistas profesionales en la vida política estará dado por la inhe-
rente tensión entre la formulación de políticas tecnocráticas y los muchos
factores asociados con la democracia: la rendición de cuentas públicas (no
solo adhesión a principios científicos), la representación de intereses (no
solo la búsqueda de soluciones óptimas), y las presiones de movimientos
sociales (no solo el cálculo desapasionado). Nos limitamos aquí a plantear
este gran, gran tema.

66 VERÓNICA MONTECINOS / JOHN MARKOFF


Conclusiones
Consternado por los horrores de la Revolución francesa, y molesto con
quienes él consideraba en gran parte responsables, los adalides del uso siste-
mático de la razón en los asuntos humanos, Edmund Burke resumió en 1790
la transición a un nuevo mundo social: “Pero la era de la hidalguía ha desapa-
recido, la de los sofistas, economistas y operadores ha triunfado, y la gloria
de Europa se ha extinguido para siempre” (Burke 1961: 89). Dos siglos más
tarde, sugerir el poder político de las ideas económicas haría casi innecesaria
una advertencia parecida a una elite británica complaciente. En las décadas de
1980 y 1990, economistas con títulos universitarios habían llegado al poder
en una amplia gama de gobiernos, entre ellos Grecia, Turquía, Irlanda, Ho-
landa, Taiwán, India, México, Colombia, Guayana, Italia y Ruanda. Pero esta
misma diversidad nos hace reflexionar. El conjunto de presidentes y primeros
ministros incluía partidarios de la derecha libremercadista y de la izquierda so-
cialista, individuos supuestamente corruptos y gente supuestamente honesta,
e incluso alguien que confesó ante un tribunal internacional el haber partici-
pado en un genocidio (New York Times 1998: A1). En resumen, una amplia
gama de tendencias políticas y de comportamientos políticos están representa-
das. En 1998, un candidato a senador en Filipinas describía sus calificaciones
para el cargo en estos términos: “soy cantante, guitarrista y economista”; según
el New York Times, el candidato “también cautivó a las multitudes con una
demostración de karate” (New York Times 1994: A3)
Con tal diversidad, ¿se puede decir que la mayor presencia de economistas
en el poder ha tenido consecuencias destacadas? ¿Son los economistas en la
política diferentes a cualquier otra figura política? ¿Hay algo que aprender de
su presencia en la escena política mundial tanto más notable en las décadas
de 1980 y 1990, en comparación con la influencia de las ideas económicas ya
excoriada por Burke hace dos siglos? Nosotros responderíamos que sí a todas
estas preguntas.
Hemos sugerido que una de las consideraciones más importantes al deter-
minar el impacto de las ideas económicas en América Latina es que cada vez
más son las ideas de los economistas las que dan forma a las políticas públicas.
Examinamos los dos grandes cambios en las nociones económicas dominantes
en el siglo XX: el cambio hacia el desarrollismo pro Estado en el contexto de la
crisis de la década de 1930; y el abandono del desarrollismo estatista, un pro-
ceso mundial que en América Latina recibió impulso con la crisis de la década
de 1980. Una de las grandes diferencias en estos dos retos a la política econó-
mica existente fue el papel jugado por los economistas. La crisis de la década

DEL PODER DE LAS IDEAS ECONÓMICAS AL PODER DE LOS ECONOMISTAS 67


de 1930 los involucró en tanto asesores de políticas públicas, cambiando con
ello el carácter de la profesión y promoviendo el cuestionamiento de su orto-
doxia. La crisis de la década de 1980 afectó a países en que los economistas,
cuya influencia política era ya considerable, lidiaban con gobiernos extran-
jeros e instituciones financieras transnacionales con sus propios economistas
influyentes. Esto dio a los economistas una gran capacidad para ubicarse en la
vanguardia del rediseño de instituciones, y no solo en América Latina. Por en-
tonces, el desarrollismo que inicialmente los había llevado al servicio público
había sido en gran parte descartado.
En lugar de hablar de la “influencia de las ideas económicas” en un vacío
social, creemos que es esencial tener en cuenta las redes transnacionales que
conectan a economistas con economistas dentro y entre estados nacionales.
Y cuando nos fijamos en su mundo profesional, en que el idioma inglés pre-
domina en el análisis económico; cuando nos fijamos en los lugares donde los
economistas se forman y los consiguientes vínculos de colegas con colegas,
profesor y alumno, parece claro que, más que nunca, es en Estados Unidos
donde se forja el futuro de la economía. Cuando leemos en los periódicos que
el FMI o el Banco Mundial están negociando con algún país las condiciones
de pago de préstamos, deberíamos reconocer que estas instituciones y ese país
muy probablemente se están comunicando a través de relaciones profesionales
establecidas. Un economista en el ministerio de Hacienda (tal vez sea el mi-
nistro de Hacienda) está al teléfono con un antiguo compañero de posgrado,
ahora funcionario del Banco Mundial (o tal vez es un ex profesor, un alumno
o un amigo que conoció en algún congreso académico). Hoy en día –y maña-
na–, las decisiones de políticas son influidas en parte por la socialización de los
economistas en programas de posgrado cada vez más homogéneos y que están
concentrados en un solo país. Las políticas se ven también reforzadas por las
interacciones cotidianas en las redes interinstitucionales e internacionales de
economistas. El carácter transnacional de la vida profesional de los economis-
tas se alimenta aun más por la readopción de la ortodoxia predesarrollista, en
particular, la tendencia a teorizar sobre el comportamiento del homo economi-
cus, cuya falta de características especificas en términos culturales, emocionales,
intelectuales, de clase o género es poderosamente congruente con las políticas
que están en auge en nuestra era de la economía transnacionalizada. Hoy la
economía es una profesión profundamente transnacional, socializada en un
pensamiento mayormente escéptico respecto de la cultura y la historia y que
ha aceptado volver a la sacralización del mercado libre y la integración incues-
tionada de lo nacional en la economía mundial. Por lo tanto, los economistas

68 VERÓNICA MONTECINOS / JOHN MARKOFF


están entre los más importantes portadores de un gran desafío a la noción de
que los estados nacionales pueden o deben controlar sus propias economías,
negociar entre ellos (o ir a la guerra) como entidades soberanas, según sus pro-
pias culturas, y operando como comunidades políticas autónomas. De qué
forma esta situación afecta el futuro de las relaciones de clase, el sistema interes-
tatal, las tradiciones culturales y las prácticas políticas democráticas cuando nos
asomamos al siglo XXI nos conduce a una serie de otras grandes interrogantes.
Aquí nos limitamos solamente a señalarlas, a modo de conclusión.

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72 VERÓNICA MONTECINOS / JOHN MARKOFF


Capítulo 2
Tecnócratas y política en Chile:
de los Chicago Boys
a los Monjes de Cieplan
Patricio Silva

Durante los últimos veintinco años, la sociedad chilena ha experimenta-


do profundos cambios socioeconómicos, políticos y culturales.1 Desde 1964
a 1970 se llevó a cabo la llamada “revolución en libertad” del gobierno de
Eduardo Frei Montalva, la cual sería reemplazada por la “vía chilena al so-
cialismo” durante la administración de Salvador Allende. Finalmente, desde
1973 hasta inicios de 1990 el país fue escenario de la llamada “revolución
silenciosa” del régimen de Augusto Pinochet.2
La mayor parte de los estudios que tratan este período de la historia política
chilena han subrayado correctamente las marcadas diferencias existentes entre las
políticas aplicadas por los gobiernos de Frei, Allende y Pinochet. Sin embargo, a
pesar de que sus orientaciones políticas e ideológicas fueron diversas y casi anta-
gónicas, se puede constatar que en todos estos gobiernos existió un estamento de
tecnócratas3 que jugó un rol decisivo en el proceso de toma de decisiones.
Si bien la creciente tecnocratización de este proceso ya se encontraba en
pleno apogeo durante los gobiernos de Frei Montalva y de Salvador Allende,

1 Este artículo fue publicado originalmente en 1991.


2 Gross, L., The Last Best Hope: Eduardo Frei and Chilean Christian Democracy, Nueva York, 1967;
Zammit, A. (ed.), The Chilean Way to Socialism, Austin, 1973; Oppenheim, L. H., “The Chilean Road to
Socialism”, Latin American Research Review, 24, 1, 1989, pp. 155-83; Lavín, J., Chile: revolución silenciosa,
Santiago, 1987; Tironi, Eugenio, Los silencios de la revolución, Santiago, 1988.
3 “Individuos con un alto nivel de entrenamiento académico especializado. Estas credenciales profesionales
constituyen el principal criterio en base al cual estos son seleccionados para desempeñar roles claves en la
toma de decisiones o funciones de asesoría en organizaciones grandes y complejas, tanto públicas como
privadas”. Collier, D. (ed.), The New Authoritarianism in Latin America, Princeton, 1979, p. 403. En esta
definición incluyo no solamente a los técnicos tradicionales (economistas, agrónomos, expertos financieros,
etc.), sino también a un sector de los cientistas sociales (sociólogos, cientistas políticos, etc.) comúnmente
catalogados como intelectuales.

73
la existencia de este fenómeno pasaría a ser negada en círculos oficiales debido
a sus negativas implicancias elitistas. Efectivamente, en un clima de fuerte
polarización ideológica, el discurso oficial fue adoptando un carácter populis-
ta en el cual se subrayaba la supuesta naturaleza y orientación popular de los
sectores en el poder.
Sin embargo, tras la instauración del gobierno militar se produce una mar-
cada revalorización de la función de la tecnocracia en la formulación y apli-
cación de las políticas de gobierno. Así se pone fin a la negación oficial de la
existencia de este estamento gubernamental y la elite tecnocrática pasa incluso
a ser presentada como la única garantía para generar políticas “coherentes y
racionales”. Al subrayar la necesidad de tecnificar la sociedad en su conjunto,
el gobierno militar pretendía convencer a la población de la incapacidad de la
“política” (y, por lo tanto, de la democracia) para resolver los grandes proble-
mas del país.
Este estudio tiene dos objetivos principales. En primer lugar, intento iden-
tificar los principales factores económicos y políticos que permitieron a los
llamados Chicago Boys jugar un rol estratégico durante el gobierno militar.
Estos jóvenes tecnócratas neoliberales llegaron a ser los principales arquitec-
tos y ejecutores de las políticas económicas aplicadas durante el gobierno de
Pinochet. También contribuyeron de manera decisiva en la formulación del
discurso ideológico oficial.
Mi segundo objetivo es destacar el hecho de que, a pesar de que la era de los
Chicago Boys ha llegado a su fin, la “tecnocratización de la política” iniciada
por ellos se ha convertido en un rasgo permanente de la política chilena.
Lo que vemos es que, paradójicamente, la oposición al régimen autoritario
también adoptó un carácter visiblemente tecnocrático. Durante aquellos años
se establecieron varios institutos de investigación privados desde los cuales ex-
pertos en diferentes campos de las ciencias sociales y económicas realizaron es-
tudios críticos de las políticas aplicadas por el gobierno militar, y formularon
programas alternativos para ser implementados tras la esperada restauración
de la democracia.
Esta tecnocracia disidente jugó a mi juicio un rol trascendental en la crea-
ción de una amplia oposición al régimen militar y en el logro de la victoria de
las fuerzas de la Concertación durante las elecciones presidenciales de diciem-
bre de 1989.
El nuevo gobierno democrático de Patricio Aylwin también se caracteri-
zó por una marcada orientación tecnocrática. Al igual como ocurrió con los
Chicago Boys durante el gobierno militar, ha surgido un nuevo grupo de

74 PATRICIO SILVA
tecnócratas, los llamados Monjes de Cieplan,4 quienes rápidamente se han
constituido como uno de los actores más influyentes al interior del gobierno
democrático.
En este artículo no sugiero que el rol hegemónico que desempeñaron los
partidos políticos y los políticos tradicionales con anterioridad al golpe esté
llegando a su fin (Garretón 1990). Lo que sí planteo es que su posición actual
es mucho menos monopólica y dominante de lo que fue en el pasado, y que
los tecnócratas se están convirtiendo en actores con una fuerte presencia y con
un alto grado de legitimidad en el seno de la política chilena.

Tecnocracia y toma de decisiones


La creciente tecnocratización del proceso de toma de decisiones en Chile se
ha visto estimulada por la visible modernización experimentada por las insti-
tuciones estatales y por el país en general durante los últimos 25 años. Las am-
biciosas metas de desarrollo perseguidas por los gobiernos chilenos a partir de
1964 sirvieron para fortalecer la orientación tecnocrática de la administración
pública, en el contexto de una sociedad relativamente compleja. Este proceso
se consolidó con la expansión del aparato del Estado, la aplicación de la refor-
ma agraria, la nacionalización de la minería del cobre y la administración de
las empresas expropiadas durante el período de la Unidad Popular. A lo ante-
rior se agregan las profundas reformas neoliberales aplicadas por el gobierno
militar y la creciente complejidad y urgencia de problemas macroeconómicos
(tales como la deuda externa) que se producen durante dicho período.5 Todo
esto contribuyó al fortalecimiento de la posición de individuos altamente ca-
lificados en las cúpulas gubernamentales.
Ahora bien, existe una serie de razones que explican la negación casi es-
tructural del rol jugado por los tecnócratas en la mayoría de los estudios que
examinan el desarrollo político chileno a partir de 1964.
Para comenzar, una parte importante de los académicos chilenos que han
escrito sobre temas políticos y sociales durante este período provienen de
circuitos relativamente tecnocráticos y han ocupado altos cargos académi-
cos en universidades estatales y privadas. Estos tecnopolíticos también han
participado en la toma de decisiones a nivel gubernamental (como técnicos,

4 Así apodó el sociólogo Fernando H. Cardoso a los miembros del centro de investigación privado Cieplan.
Ver “Cieplan Monks Take Command in Chile”, Southern Cone Report, RS-90-03, 19 de abril de 1990, p. 4.
5 Ver por ejemplo Conaghan, quien plantea que las graves crisis económicas de la década de 1980 han
favorecido la tecnocratización en la toma de decisiones a nivel de gobierno en países andinos. Conaghan, C.,
Capitalists, Technocrats, and Politicians: Economic policy-making and Democracy in the Central Andes, Kellog
Institute Working Paper, 109, Notre Dame, 1988.

TECNÓCRATAS Y POLÍTICA EN CHILE: DE LOS CHICAGO BOYS A LOS MONJES DE CIEPLAN 75


consultores, etc.), y han ejercido una fuerte influencia al interior de los par-
tidos políticos (como intelectuales, ideólogos o miembros de sus comités
centrales).6
Como es sabido, la mayor parte de los cientistas sociales prefieren mirar la
sociedad “desde arriba”, en lugar de mirarse ellos mismos en el espejo. Al igual
que la mayoría de los pintores refieren pintar un paisaje en lugar de un auto-
rretrato, los intelectuales casi instintivamente evitan referirse a su propio rol
en los procesos políticos y sociales. Esta aversión al autoanálisis es en parte una
expresión de lo que Gramsci denominó una “utopía social”, que lleva a que
los intelectuales se consideren a sí mismos como individuos “independientes”,
autónomos y dotados de un carácter propio (Gramsci 1971). De ese modo
prefieren no pensar que pueden constituir un actor social comparable a otros
como los militares, los empresarios y el campesinado. El reconocer su rol po-
lítico en la sociedad los obligaría automáticamente a admitir la existencia de
sus propios intereses, tanto en la esfera institucional como en la esfera privada.
También implicaría que comparten –junto con otros actores sociales– una
parte de la responsabilidad por lo que acontece en la sociedad civil. Como lo
planteó Hirschman en términos categóricos:

Cuando una serie de eventos desastrosos golpea fuertemente el andamiaje políti-


co, debe buscarse la responsabilidad de cada cual, incluyendo a los intelectuales
[...]. Estos deberían estar más conscientes de su responsabilidad, que es mayor
por la considerable autoridad que pueden ejercer en sus países. Debido a esta au-
toridad, el proceso que en el ámbito de la ciencia y la tecnología se conoce como
la prolongada secuencia de la invención a la innovación, en América Latina a
menudo se produce en un tiempo extraordinariamente corto en lo que concierne
a las ideas económicas, sociales y políticas. Con la reflexión social transformán-
dose tan rápidamente en una pretendida ingeniería, el precio que se paga por la
influencia que ejercen los intelectuales es una alta incidencia de experimentos
fallidos (Hirschman 1980: 86-87).

Otro factor que ha impedido el análisis del rol que jugaron los tecnócratas
en el proceso de toma de decisiones ha sido la marcada hiperideologización

6 Con anterioridad al golpe militar, la mayor parte de los partidos políticos chilenos fueron esencialmente
partidos de elite en los cuales los intelectuales jugaban un rol clave. Este era ciertamente el caso del Partido
Demócrata Cristiano y del Partido Socialista. Ver Petras, J., Politics and Social Forces in Chilean Development,
Berkeley, 1970; y Gil, F., The Political System of Chile, Boston, 1966. La Universidad de Chile y la Universidad
Católica han constituido históricamente las principales fuentes de reclutamiento de la intelligentsia que
controlaba a los partidos políticos. Como lo señala Ángel Flisfisch, la expresión “los de la Católica” versus
“los de la Chile” refleja claramente la existencia de una línea divisoria en el seno de la intelligensia chilena.
Ver Aldunate, A., et al., Estudios sobre los sistemas de partidos en Chile, Santiago, 1985, p. 159.

76 PATRICIO SILVA
que caracterizó la política chilena durante el período 1964-1973. El gobier-
no democratacristiano propagó el concepto de “participación popular”, en
un esfuerzo por organizar políticamente a nuevos actores sociales tales como
los marginales urbanos y el campesinado. Si bien la implementación de la
“revolución en libertad” llevó a una creciente participación de tecnócratas al
interior del gobierno,7 el foco de atención de la opinión pública se concen-
tró en los varios programas económicos y sociales aplicados por el gobierno
democratacristiano, dejando de lado la naturaleza tecnocrática de muchas de
estas políticas públicas.
La retórica populista utilizada en el discurso oficial se vio exacerbada du-
rante el gobierno de la Unidad Popular. Las autoridades se autodefinían como
el gobierno del pueblo.
El origen mesocrático y la formación intelectual y técnico-profesional de
la mayoría de sus líderes (tales como Carlos Altamirano, Luis Maira, Jaime
Gazmuri, etc.) no eran considerados como una ventaja sino más bien como
un obstáculo para obtener el apoyo de los sectores populares y del movimiento
de masas. Durante los años de la Unidad Popular, la denominación de “tecnó-
crata” adquirió una connotación extremadamente negativa, siendo utilizada
como un insulto para culpar a alguien de insensibilidad social e incompeten-
cia revolucionaria.8
Desde un comienzo, la principal novedad del gobierno militar fue la eva-
luación positiva y la gran visibilidad pública que adquirieron los tecnócratas.
Antes de 1973, la mayor parte de las personas que ocupaba cargos de impor-
tancia gubernamental fueron también tecnócratas intelectuales, pero evitaron
cuidadosamente poner énfasis en su formación cultural profesional. En un
período de fuerte radicalización política y obrerismo, tener un título univer-
sitario revelaba orígenes pequeño burgueses, haciendo que los diplomados
parecieran menos confiables para el proceso revolucionario. Antes del golpe,
los tecnócratas mantenían sus diplomas cuidadosamente guardados en los ca-
jones de sus escritorios. Con la llegada de los militares y con el auge de los
Chicago Boys, pasarían a lucir con orgullo sus credenciales académicas en los
muros de sus despachos.

7 Esto fue facilitado por el rápido aumento del personal en las instituciones estatales ya existentes y por la
creación de nuevas entidades públicas. Todo esto llevó a la creación de miles de nuevos puestos de trabajo
para jóvenes profesionales, militantes del Partido Demócrata Cristiano.
8 Un claro ejemplo de la tendencia antitecnocrática que dominó la política chilena durante el gobierno
de Allende fue el despido del ministro de Agricultura, Jacques Chonchol, quien sería fuertemente criticado
por sectores radicales (tanto dentro como fuera de la coalición gobernante) por la lenta implementación de
la reforma agraria. Al final sería acusado de ser un “tecnócrata”, lo que se convirtió en sentencia de muerte
política; al poco tiempo sería obligado a dejar su cargo.

TECNÓCRATAS Y POLÍTICA EN CHILE: DE LOS CHICAGO BOYS A LOS MONJES DE CIEPLAN 77


Del claustro académico a la sociedad civil: esperando
una oportunidad
Los orígenes de los Chicago Boys están relacionados directamente con el
debate que tuvo lugar a fines de la década de 1950 y durante la década de
1960 entre estructuralistas y monetaristas sobre las causas (pero especialmente
sobre las posibles soluciones) de los problemas de desarrollo de América Lati-
na (Kay 1989).
Según el enfoque estructuralista, los gobiernos latinoamericanos debían ju-
gar un rol muy activo, promoviendo el desarrollo económico a través de la
adopción de políticas públicas planificadas para estimular la industrialización
del país. Esta política debía ir acompañada de medidas en defensa de la in-
dustria nacional, tales como el establecimiento de altas tarifas para la importa-
ción de bienes de consumo, la manipulación de las tasas de intercambio, y la
adopción de una serie de medidas fiscales que pretendían expandir el mercado
interno. De acuerdo a la receta estructuralista, todo lo anterior debía ir acom-
pañado de una reforma agraria y de una redistribución de los ingresos para
estimular la demanda del consumidor.
La Comisión Económica para América Latina (CEPAL), dirigida por el
economista argentino Raúl Prebisch, fue el bastión más importante del pen-
samiento estructuralista en la región (Prebisch 1981). Desde su sede central
en Santiago, la CEPAL difundió exitosamente sus teorías sobre el desarrollo
económico en todo el continente, y a comienzos de la década de los sesenta
ya poseía una clara hegemonía intelectual entre economistas y tecnócratas
latinoamericanos, muchos de los cuales ocupaban altos cargos de gobierno.
Los monetaristas, por el contrario, consideraban la intervención del Estado
como una de las principales causas de los problemas existentes. Sus principales
exponentes subrayaban la necesidad de adoptar políticas de libre mercado,
en las cuales la iniciativa privada debía encabezar el proceso de desarrollo de
acuerdo a los principios de ganancia económica sin la interferencia del Estado
(Calcagno 1989).
Durante las décadas del cincuenta y sesenta, la visión monetarista en Amé-
rica Latina era apoyada sólo por un pequeño grupo de economistas que tenían
que operar al interior de un clima muy adverso, dominado por sectores políti-
cos que favorecían el reformismo social. A mediados de la década de 1950, el
Departamento de Economía de la Universidad de Chicago inició un poderoso
contraataque para evitar la propagación del keynesianismo (y el enfoque de la
CEPAL, que era visto como su versión latinoamericana) en el nuevo campo
de la economía del desarrollo.

78 PATRICIO SILVA
En 1955, el profesor Theodore W. Shultz, presidente del mencionado depar-
tamento, visitó la Facultad de Economía de la Universidad Católica de Chile
para firmar un acuerdo de cooperación académica. Según este convenio, un se-
lecto grupo de estudiantes chilenos tendría la oportunidad de seguir un posgrado
en economía en Chicago (Valdés 1989). Entre 1955 y 1963, un total de treinta
jóvenes economistas de la Universidad Católica hicieron uso de dichas becas.
Muchos de ellos llegaron a ser conocidos académicos, industriales, ejecutivos de
conglomerados financieros y, particularmente, líderes en la implementación del
modelo neoliberal después de 1975 bajo el gobierno militar (ver Cuadro 1).
Durante su entrenamiento en Chicago, la mayor parte de estos economistas
chilenos llegaron a ser discípulos incondicionales del profesor Milton Fried-
man.9 Estaban convencidos de que la introducción de una economía de libre
mercado que fuera totalmente competitiva era la única solución para los proble-
mas que aquejaban a la economía chilena. Después de sus estudios de posgrado,
la mayoría de estos economistas regresó al Departamento de Economía de la
Universidad Católica, donde difundieron sus postulados monetaristas entre una
nueva generación de estudiantes.
En 1968 estos economistas neoliberales crearon su propio think tank, el CESEC.
Este centro se encargó del diseño del programa económico del candidato
conservador Jorge Alessandri para las elecciones presidenciales de 1970. Sin
embargo, estaba claro que el clima político en Chile en ese momento no era
favorable para sus radicales recetas neoliberales. Ellos proponían la liberaliza-
ción de los mercados, el estímulo de la iniciativa privada, la disminución del
Estado a través de la reducción de la burocracia y la venta de empresas públicas,
la apertura de la economía hacia la competencia internacional, y el fin de la
discrecionalidad gubernamental en la toma de decisiones económicas (Délano
y Traslaviña 1989).
Sin embargo, no lograron generar suficiente apoyo, ni siquiera en los círcu-
los de derecha. Como señala O’Brien, “varios de los partidarios de Alessandri
procedentes del mundo de los negocios se opusieron al modelo de Chicago,
y debido a esto se tuvo que dejar de lado ‘ya que era un programa difícil
de implementar en democracia’, como lo dijo un connotado empresario. Sin
embargo, la campaña fue útil para ganar importantes adherentes al plan de
Chicago entre los principales hombres de negocios” (O’Brien 1981).10

9 Considerado como la autoridad más influyente de la Escuela de Chicago. Su libro Capitalism and
Freedom (Chicago, 1962) se convirtió en uno de los principales referentes doctrinarios entre sus seguidores
chilenos. Friedman recibió el Premio Nobel de Economía en 1976.
10 Ver también O’Brien, P., y Roddick, J., Chile, The Pinochet Decade: The Rise and Fall of the Chicago
Boys, Londres, 1983.

TECNÓCRATAS Y POLÍTICA EN CHILE: DE LOS CHICAGO BOYS A LOS MONJES DE CIEPLAN 79


Tras la victoria de la Unidad Popular en las elecciones presidenciales de
1970, los tecnócratas neoliberales continuaron con sus esfuerzos de formular
un programa económico completo. Los alimentaba la esperanza de que tarde
o temprano el gobierno de Allende sería derrocado por las fuerzas armadas
(Vial 1981).11 Sin embargo, tras el golpe militar las nuevas autoridades deci-
dieron aplicar en primer momento medidas económicas más moderadas. El
primer equipo económico nombrado por el general Pinochet estaba constitui-
do principalmente por uniformados y tecnócratas civiles asociados al Partido
Nacional y a la Democracia Cristiana. Los Chicago Boys inicialmente obtu-
vieron sólo cargos secundarios en calidad de consultores en varios ministerios
y agencias del Estado. Sin embargo, después de un tiempo lograrían controlar
la Oficina de Planificación Nacional, Odeplan, la cual se transformó en su
base operacional al interior del gobierno. Más tarde Odeplan fue usado como
un trampolín para obtener el control del resto del aparato del Estado.
Las políticas económicas relativamente moderadas que fueron adoptadas
en los primeros meses de gobierno no produjeron los resultados esperados,
a la vez que la crisis internacional –incluyendo una fuerte alza en los precios
del petróleo y una dramática caída en los ingresos por concepto de exporta-
ciones– hizo que la situación empeorara dramáticamente. En medio de este
complicado escenario, las drásticas medidas propuestas por los Chicago Boys
comenzaron a generar cada vez más apoyo en el seno del estamento militar.
A fines de 1974, ya controlaban la mayoría de los centros estratégicos de pla-
nificación económica. Para lograr un completo control en la formulación e
implementación de políticas económicas, en marzo de 1975 el think tank
neoliberal Fundación de Estudios Económicos organizó un seminario sobre
políticas económicas que recibió una masiva cobertura mediática. Los Chica-
go Boys invitaron a conocidos economistas extranjeros –entre ellos a sus anti-
guos profesores Milton Friedman y Arnold Harberger–, quienes expresaron su
total apoyo a la aplicación de un programa de gran austeridad a la economía
chilena, el así llamado “tratamiento de shock”.12 Al mes siguiente, el líder de
los Chicago Boys, Sergio de Castro, pasaba a ocupar el puesto de ministro de
Economía. Tras su nombramiento anunció la aplicación de una serie de pro-
fundas reformas económicas que marcaron el inicio de lo que posteriormente
se pasaría a llamar la “revolución neoliberal”.

11 Ver también Fontaine, A., La historia no contada de los economistas del presidente Pinochet, Santiago,
1989.
12 La conferencia de Friedman en el seminario fue simultáneamente publicada y distribuida por la
Fundación de Estudios Económicos en la forma de un pequeño libro. Ver Milton Friedman en Chile: bases
para un desarrollo económico, Santiago, 1975.

80 PATRICIO SILVA
Los Chicago Boys: los intelectuales orgánicos del régimen militar
El nuevo equipo económico neoliberal presentó la tecnocratización del
proceso de toma de decisiones como un prerrequisito para que el gobierno
pudiera adoptar un modelo económico racional. Según el nuevo discurso ofi-
cial, a partir de entonces las decisiones del gobierno estarían inspiradas por
principios “técnicos y científicos” y no por postulados políticos e ideológicos
como en el pasado (Moulian y Vergara 1981).13
En las categóricas palabras de Pablo Baraona, el modelo de desarrollo intro-
ducido por el equipo económico neoliberal tenía como meta construir lo que
llamó una “sociedad tecnificada”,

entendiendo por esta una en que los más capaces tomen las decisiones técnicas
para las cuales han sido entrenados [...]. Históricamente en nuestro país se ha
relegado la capacidad profesional y se ha ensalzado la habilidad política [...]. La
nueva democracia debe ser tecnificada, en cuanto el sistema político no pueda
decidir cuestiones técnicas sino que limitarse a la dimensión valórica, otorgando
a la tecnocracia la responsabilidad de utilizar procedimientos lógicos para resolver
problemas y ofrecer soluciones alternativas (Dipres 1978).14

La tecnocratización de la toma de decisiones se vio reforzada por el proceso


de modernización capitalista selectivo puesto en marcha por los neoliberales.
Esto llevó a que las clases medias y altas adquirieran patrones de consumo
muy sofisticados, a la par con la modernización del sistema bancario y la ad-
ministración de las empresas.15 Al mismo tiempo, los sectores empresariales
fueron forzados a integrase de mejor forma a la economía mundial y a tratar
de alcanzar sus estándares tecnológicos. También el sector de servicios fue
modernizado, pero siguió siendo accesible sólo para los sectores sociales pri-

13 Debe decirse, sin embargo, que los líderes del movimiento gremialista también jugaron un papel
importante en relación al sistema político que promovía el régimen militar (siendo los autores de la Declaración
de Principios de la Junta Militar en 1974 y algunos de los principales redactores de la Constitución de 1980).
Gremialistas tales como Jaime Guzmán y Sergio Fernández fueron los arquitectos del nuevo orden, tanto
como el Chicago boy Sergio de Castro. El hecho de que los neoliberales y los gremialistas tuvieran una
formación intelectual totalmente diferente (y sostuvieran posiciones antagónicas en muchos aspectos) no
fue un impedimento para su colaboración con el régimen militar ni para sus actividades conjuntas en la
formación del partido de derecha Unión Demócrata Independiente (UDI). Como lo ha mostrado Vergara
claramente, la convergencia que se logró entre los Chicago Boys y los gremialistas fue en primer término el
resultado de una neoliberalización gradual de estos últimos. Vergara, P., Auge y caída del neoliberalismo en
Chile, Santiago, 1985, pp. 168-175.
14 Baraona fue una de las figuras principales de los Chicago Boys, y ejerció como ministro de Economía
en dos ocasiones durante el gobierno militar.
15 Por ejemplo, entre 1975 y 1981 se duplicó la cantidad de automóviles en Chile. En 1984, el 42 por
ciento de las familias en Santiago estaban pagando uno o más créditos de consumo. Martínez, J., y Tironi,
Eugenio, Las clases sociales en Chile: cambio y estratificación 1970-1980, Santiago, 1985.

TECNÓCRATAS Y POLÍTICA EN CHILE: DE LOS CHICAGO BOYS A LOS MONJES DE CIEPLAN 81


vilegiados. Sin embargo, la mayor parte de la población chilena no participó
de los beneficios de este proceso de modernización, por la naturaleza no igua-
litaria del modelo económico y la nula disposición del equipo económico a
implementar políticas de redistribución de ingresos (Meller 1984).16
Los Chicago Boys se presentaban como los portadores de un conocimien-
to absoluto de la ciencia económica moderna, descartando de esta manera
la posible existencia de alternativas económicas. Cualquier crítica al modelo
económico imperante pasaba a ser rechazada, acusándola de ser el producto
de la ignorancia o del seguimiento encubierto de ciertos intereses particulares
(Arias et al. 1981).
Durante muchos años, el rechazo a las críticas provenientes de individuos sin
entrenamiento en las ciencias económicas, así como la represión ejercida por los
militares contra los políticos tradicionales y sus organizaciones, dejaron poco
espacio para la oposición al gobierno de Pinochet y su modelo económico.
La creciente influencia de los Chicago Boys en el interior del gobierno, las
organizaciones políticas de derecha y los círculos empresariales, estaba directa-
mente relacionada con la visible habilidad del equipo neoliberal para manejar
la crisis y producir crecimiento económico. Por otra parte, los partidarios del
gobierno militar también estaban conscientes del hecho de que los neolibera-
les contaban con el apoyo del sistema financiero internacional. Como indica
Kaufman, estos tecnócratas

no sólo eran los principales arquitectos de la política económica: eran además


los negociadores intelectuales entre sus gobiernos y el capital internacional, y
simbolizaban la decisión del gobierno de racionalizar su régimen básicamente en
términos de objetivos económicos [...]. La cooperación con el mundo global de
los negocios, una integración más completa en la economía mundial y una volun-
tad no doctrinaria por adoptar los principios vigentes de la ortodoxia económica
internacional formaron el conjunto de parámetros intelectuales dentro de los cua-
les los tecnócratas podrían intentar lograr de forma “pragmática” los objetivos de
estabilización y expansión económica.17

Tras una severa recesión económica en los años 1975-1976 (la cual se agu-
dizó por la aplicación del tratamiento de shock), siguieron años de mejora-
miento económico. En 1978 la tasa de inflación alcanzó un nivel muy bajo, el
déficit fiscal desapareció, la balanza de pagos mostró un aumento del exceden-

16 Ver también Tironi, Ernesto, El modelo neoliberal chileno y su implantación, Santiago, 1982.
17 Kaufman, R. R., “Industrial change and Authoritarian Rule in Latin America”, Collier, D. (ed.), op.
cit., pp. 189, 190.

82 PATRICIO SILVA
CUADRO 1
Chicago Boys que ocuparon cargos clave en el gobierno militar
Nombre Cargo en el gobierno
Asesor del Ministerio de Economía, ministro de Economía, ministro
Sergio de Castro
de Hacienda
Asesor del Ministerio de Agricultura, presidente del Banco Central,
Pablo Baraona
ministro de Economía, ministro de Minería
Consejero de CORFO, presidente del Banco Central, subsecretario de
Álvaro Bardón
Economía, presidente del Banco del Estado
Rolf Lüders Ministro de Economía, ministro de Hacienda
Sergio de la Cuadra Presidente del Banco Central, ministro de Hacienda
Carlos Cáceres* Presidente del Banco Central, ministro de Hacienda, ministro del Interior
Jorge Cauas Vicepresidente del Banco Central, ministro de Hacienda
Cristián Larroulet Asesor de Odeplan, jefe de gabinete del Ministerio de Hacienda
Martín Costabal Director de Presupuestos
Jorge Selume Director de Presupuestos
Andrés Sanfuentes Consejero del Banco Central, consejero de la Oficina de Presupuestos
José Luis Zabala Jefe del Departamento de Estudios del Banco Central
Juan Carlos Méndez Director de Presupuestos.
Álvaro Donoso Director de Odeplan
Álvaro Vial Director del Instituto Nacional de Estadísticas (INE)
José Piñera Ministro del Trabajo, ministro de Minería
Felipe Lamarca Director del Servicio de Impuestos Internos (SII)
Superintendente de Bancos, subsecretario del Ministerio de Salud, director
Hernán Büchi*
de Odeplan, ministro de Hacienda
Álvaro Saieh Consejero del Banco Central
Juan Villarzú Director de Presupuestos
Joaquín Lavín Asesor de Odeplan
Ricardo Silva Director de Cuentas Nacionales del Banco Central
Juan Andrés Fontaine Jefe del Departamento de Estudios del Banco Central
Julio Dittborn Subdirector de Odeplan
Consejera de Odeplan, subsecretaria de Previsión Social, ministra
María Teresa Infante
del Trabajo
Director de Odeplan, Ministro del Trabajo, vicepresidente
Miguel Kast
del Banco Central

* Estas personas no estudiaron en Chicago, pero están catalogadas como Chicago Boys por su irrestricto
apoyo al enfoque de esa escuela y su activa participación en el equipo económico neoliberal.
Fuente: Délano y Traslaviña 1989: 32-36.

TECNÓCRATAS Y POLÍTICA EN CHILE: DE LOS CHICAGO BOYS A LOS MONJES DE CIEPLAN 83


te, y la economía en general (especialmente el sector de exportaciones) con-
siguió un fuerte dinamismo. En el período 1978-1981 la economía chilena
continuó creciendo rápidamente, y muchos expertos en Chile y el extranjero
comenzaron a hablar de la existencia del “milagro económico chileno”. El más
enérgico partidario de los planes neoliberales al interior de la junta militar era
el propio general Pinochet, quien estaba muy consciente de que para lograr la
consolidación definitiva de su régimen personal requería del logro de un éxito
permanente en el “frente económico”.
En un clima de pleno triunfalismo, los Chicago Boys planificaron e imple-
mentaron lo que ellos llamaron “las siete modernizaciones”, con el objeto de
establecer las reglas del neoliberalismo en todas las esferas de la sociedad. Estas
“modernizaciones” implicaban la introducción de una nueva ley laboral, la
transformación del sistema de seguridad social, la municipalización de la edu-
cación, la privatización de la salud, la internacionalización de la agricultura, la
transformación del poder judicial y la descentralización y regionalización del
poder del Estado (Baño et al. 1982).
Los Chicago Boys también jugaron un rol clave en los esfuerzos por ins-
titucionalizar el régimen militar. Actuando como verdaderos intelectuales
orgánicos,18 elaboraron una sofisticada respuesta discursiva a la contradicción
latente que generaba la coexistencia del liberalismo económico con el autori-
tarismo político.
Apoyándose en el marco teórico elaborado por Friederich Hayek,19 argu-
mentaban que el sistema político chileno que Chile había tenido en el pasa-
do había sido una mera pseudodemocracia, ya que solamente ciertos grupos
organizados –como los partidos políticos y los sindicatos– habían tenido la
posibilidad de hacer valer sus intereses particulares, en detrimento de los in-
tereses de la mayoría de la población. Las leyes dictadas por el parlamento y
las políticas implementadas por el gobierno eran, para ellos, el resultado de
una presión inadmisible por parte de estos grupos organizados. Subrayaban
la necesidad de instaurar un gobierno fuerte, que fuera capaz de imponer un

18 Definidos por Gramsci como los miembros organizadores y pensantes de un sector social fundamental
en particular, que tienen la tarea de dirigir las ideas y aspiraciones del grupo al cual ellos pertenecen
orgánicamente. Gramsci, A., Prison Notebooks, p. 3.
19 El profesor Hayek (Premio Nobel de Economía en 1974) enseñó en la Facultad de Filosofía en la
Universidad de Chicago. Su libro Camino de servidumbre (Londres, 1944) proporcionó a los Chicago Boys
los fundamentos teóricos y doctrinarios que requerían para expandir su pensamiento neoliberal desde la
economía a la esfera política y social. Hayek estuvo involucrado íntimamente en la aplicación del modelo
neoliberal en la sociedad chilena. Aceptó el cargo de presidente honorario del Centro de Estudios Públicos
(CEP), creado por la intelligentsia neoliberal en 1980. También visitó el país, expresando su total confianza
en las políticas implementadas por sus ex-alumnos (ver por ejemplo su entrevista en El Mercurio, 16 de
abril de 1981).

84 PATRICIO SILVA
sistema de leyes generales e imparciales sobre la sociedad en su conjunto, sin
permitir la presión de intereses sectoriales. Sólo las leyes del mercado, supues-
tamente impersonales y no arbitrarias, permitirían lograr la igualdad de opor-
tunidades para todos los ciudadanos. Afirmaban que el logro de una (total)
libertad económica constituía un prerrequisito esencial para la existencia de
una genuina libertad política. El corolario es que sólo bajo la supervisión de
un gobierno autoritario era posible establecer las bases para la libertad (en este
caso, la instauración de una economía de libre mercado). La existencia de un
gobierno militar era presentada como un fenómeno temporal, que se haría
redundante una vez que el nuevo sistema económico estuviera completamente
consolidado (Vergara 1985: 89-106). Siguiendo la receta constitucional de
Hayek, los Chicago Boys advertían que la futura democracia sería “autorita-
ria”, para estar en condiciones de defenderse de sus enemigos. Esto implicaba
que en los planes sobre el futuro sistema político que regiría en el país no
había ningún espacio contemplado para las ideas de izquierda.
La adopción de una nueva Constitución, en septiembre de 1980, fue un
hito en los esfuerzos de los militares y tecnócratas por institucionalizar el nue-
vo orden político. Este documento fue llamado oficialmente “Constitución
de la Libertad”, en un claro acto de reconocimiento al pensamiento filosófico
de Hayek.20

El legado de un estilo tecnocrático


La supremacía de los Chicago Boys llegó a su punto más alto cuando se
aprobó la Constitución de 1980, y casi nadie podía imaginar entonces que al
cabo de un año el modelo económico neoliberal enfrentaría una grave crisis.
Una de las principales debilidades de este modelo era el hecho de que la mayor
parte del desarrollo económico obtenido durante aquellos años fue financiado
con caros préstamos extranjeros a corto plazo, produciendo un vertiginoso
aumento en la deuda chilena. A lo anterior se sumó el retiro del Estado de la
conducción económica del país, lo cual produjo una falta de control oficial
sobre el modo en que los conglomerados privados –los llamados grupos eco-
nómicos– utilizaban aquellos recursos foráneos, lo que hizo de la especulación
financiera un negocio muy lucrativo.21
El colapso de un importante grupo financiero en marzo de 1981 dio lugar a
una ola especulativa que provocó a su vez un pánico generalizado en los círcu-

20 Llamada igual que el libro de Von Hayek, Constitution of Liberty, Chicago, 1960.
21 Ver Ffrench-Davies, R., “El experimento monetarista en Chile: una síntesis crítica”, Colección Estudios,
Cieplan, 9, 1981. Ver también Foxley, A., Latin American Experiments in Neoconservative Economics,
Berkeley, 1982.

TECNÓCRATAS Y POLÍTICA EN CHILE: DE LOS CHICAGO BOYS A LOS MONJES DE CIEPLAN 85


los empresariales. Muchas instituciones financieras e industrias se declararon
en quiebra, la producción total disminuyó notablemente y el desempleo se
empinó a niveles críticos. A fines de ese año el producto nacional bruto había
disminuido en un 14 por ciento.
A pesar de la intensidad de la crisis, los Chicago Boys seguían sostenien-
do con una confianza dogmática que las dificultades económicas sólo eran
transitorias, y que los “mecanismos de mercado” producirían un “ajuste au-
tomático” para restablecer el equilibrio económico. Sin embargo, la situación
empeoró a raíz de la decisión de los bancos internacionales de detener el flujo
de créditos a Chile. La confianza de la población en el gobierno y sus políticas
económicas rápidamente comenzó a diluirse y en abril de 1982 Pinochet se
vio forzado a reestructurar su gabinete. Sergio de Castro perdió su puesto de
ministro de Hacienda y su posición como líder del equipo económico, mien-
tras que el ministerio de Economía fue puesto bajo el mando de un general del
Ejército. La renuncia de De Castro fue solo una medida cosmética destinada
a desviar la atención de la creciente impopularidad del gobierno. De Castro
fue reemplazado por Sergio de la Cuadra, otro Chicago Boy, quien decidió
continuar con las políticas de su predecesor.
La crisis económica alentó el surgimiento de una activa oposición al gobier-
no, el cual ahora debía enfrentar importantes desafíos políticos, provenientes
tanto del centro como desde la izquierda. Los hasta entonces proscritos parti-
dos políticos comenzaron a operar abiertamente, mientras el gobierno militar,
mostrando claros signos de debilidad, buscaba una fórmula para hacer frente al
nuevo escenario en el país. Pinochet designó como ministro del Interior a Sergio
Onofre Jarpa, quien inició un “diálogo” con la oposición. Con esto pretendía
ganar tiempo y crear divisiones entre las diferentes corrientes políticas. Jarpa, un
destacado representante de la derecha tradicional, nunca había simpatizado con
la “nueva derecha”, encarnada por los Chicago Boys, y convenció a Pinochet de
la necesidad de expulsar a los miembros de este grupo que aún permanecían en
cargos importantes en el gobierno. En su opinión, debían ser reemplazados por
un equipo económico que pudiera implementar una política más pragmática
para hacer frente a la crisis económica. Esto trajo una nueva reorganización del
gabinete en abril de 1984, cuando Pinochet nombró a dos colaboradores de Jar-
pa, Modesto Collados y Luis Escobar, como ministros de Hacienda y Economía.
Tras la adopción de una serie de medidas poco ortodoxas, la economía
comenzó a mostrar claros signos de recuperación. Sin embargo, la naturaleza
expansionista del nuevo enfoque económico chocó con las restricciones im-
puestas por el Fondo Monetario Internacional (FMI), que ejercía una fuerte

86 PATRICIO SILVA
presión para que el gobierno chileno volviera a adoptar una política financiera
más estricta.
En el plano político, el gobierno recuperó el control de la situación. La
oposición reconoció las limitaciones de organizar “días de protesta nacional”,
ya que con esto no se conseguiría la caída del gobierno militar. El impulso
político de mediados de 1983 se redujo gradualmente. En ese momento, el
gobierno militar estimó que la situación política era lo suficientemente segu-
ra como para retomar nuevamente las políticas económicas neoliberales. En
consecuencia, en febrero de 1985 Pinochet nombró a Hernán Büchi como
ministro de Hacienda. Aunque Büchi no era un Chicago boy en el sentido
estricto –de hecho, había estudiado en la Universidad de Columbia– había
colaborado con los neoliberales desde 1975 y ejerció varios cargos menores
dentro del equipo económico neoliberal. Tenía la ventaja de ser relativamente
desconocido para el público en general y, entre los chilenos que habían oído
hablar de él, pocos sabían de su estrecha relación con los Chicago Boys.
Büchi implementó una serie de medidas heterodoxas y en un período rela-
tivamente corto de tiempo pudo restablecer la confianza en la economía chi-
lena por parte de las agencias financieras internacionales. A fines de 1985, los
últimos vestigios de la crisis económica habían desaparecido y el desempeño
económico general del país recuperó niveles muy satisfactorios. La rápida recu-
peración que experimentó la economía chilena desde entonces aumentó la po-
pularidad de Büchi (Rojas 1989). Incluso los economistas de oposición reco-
nocieron su capacidad de gestión. El prestigio obtenido por Büchi contribuyó
a restaurar la relativa buena imagen que tenía la gente de los tecnócratas, la cual
se había visto seriamente dañada por efecto de la crisis económica de 1981.
En abierto contraste con los demás países de la región, en donde los minis-
tros de Hacienda tienen carreras muy cortas y suelen ser los miembros más im-
populares del gobierno –debido al mal estado de la mayoría de las economías
latinoamericanas (Ames 1987)–, el nombramiento de Büchi como candidato
del gobierno para las elecciones presidenciales de diciembre de 1989 no tomó
a nadie por sorpresa. Durante su campaña destacó con orgullo las supuestas
ventajas de su enfoque tecnocrático respecto a los retos del desarrollo e insistió
repetidas veces en que no era un político. A pesar de que quedó en segundo
lugar detrás del candidato de la oposición, Patricio Aylwin, obtuvo, junto con
el otro candidato de derecha, Francisco Javier Errázuriz, un respetable 42 por
ciento de los votos (contra un 56 por ciento de Aylwin). La mayoría de los
comentaristas políticos concuerdan en que la principal debilidad de Büchi
no fueron sus antecedentes tecnocráticos, sino su relación con el régimen de

TECNÓCRATAS Y POLÍTICA EN CHILE: DE LOS CHICAGO BOYS A LOS MONJES DE CIEPLAN 87


Pinochet. Por consiguiente, se vio indirectamente relacionado a los abusos a
los derechos humanos cometidos por el gobierno militar, lo que constituyó un
tema dominante durante las elecciones.
Pese a la derrota electoral de Büchi, es probable que la mayor parte de las
reformas estructurales introducidas por la tecnocracia neoliberal en el período
1975-1990 permanezcan inalteradas bajo el nuevo gobierno democrático. In-
cluso en el caso hipotético de que las autoridades así lo quisieran, sería extre-
madamente difícil revertir el nuevo patrón de desarrollo capitalista establecido
por los Chicago Boys. Pero lo que es más importante subrayar aquí es que
dentro de las fuerzas políticas democráticas este deseo ha estado prácticamente
ausente (Délano y Traslaviña 1989, p. 179-183).
Después de todo, los Chicago Boys habían tenido éxito en sus esfuerzos
por ampliar el apoyo del público a sus ideas de libre mercado. Incluso entre
algunos círculos de la centroizquierda a fines de los ochenta se podía ver una
creciente aceptación de muchos de los postulados económicos defendidos por
los Chicago Boys bajo el gobierno militar, tales como a) la necesidad de rele-
gar el Estado a un rol subsidiario en materia económica; b) una reevaluación
del papel que desempeñan tanto la inversión extranjera como el sector priva-
do nacional en el logro del desarrollo económico; c) el reconocimiento de la
importancia de utilizar mecanismos de mercado y criterios de eficiencia para
seleccionar y apoyar ciertas actividades económicas; y d) la necesidad de man-
tener las finanzas públicas sanas y consolidar la estabilidad macroeconómica.22
Este cambio radical en el pensamiento económico tradicional de la izquierda
moderada es, en mi opinión, el resultado de tres factores principales. En primer
lugar, la izquierda chilena ya ha tenido la experiencia (durante el gobierno de
la Unidad Popular) de la implementación de políticas económicas de orienta-
ción socialista, las cuales fueron claramente ineficaces. Con esta experiencia en
mente, casi nadie hoy en Chile se atrevería a recomendar la aplicación de tal
enfoque a la economía vigente.23 En segundo lugar, a pesar de la crítica general

22 “El gobierno democrático ni contempla ni desea volver a un patrón de desarrollo basado en el Estado.
Por el contrario, el gobierno estimulará la iniciativa privada, interfiriendo tan poco como sea posible con las
decisiones del mercado […]. También es necesario estimular la inversión extranjera. Afortunadamente, la
polarización ideológica que existía en el pasado en Chile en esta materia ha sido superada.” Presidente Patricio
Aylwin, en un discurso en un seminario sobre inversión extranjera, El Mercurio, edición internacional, 17-23
de mayo de 1990, pp. 1-2. El ministro de Economía, Carlos Ominami (miembro del Partido Socialista),
explicó la filosofía económica del nuevo gobierno chileno en los mismos términos a un grupo de industriales
e inversionistas líderes en Tokio. Ver El Mercurio, edición internacional, 31 de mayo-6 de junio de 1990, p. 4.
23 No debe subestimarse el impacto que causó en muchos líderes políticos chilenos de izquierda su exilio
en países de Europa del Este. Las experiencias personales negativas de las economías socialistas finalmente los
convencieron de que este no era el sistema económico que deseaban para Chile tras la añorada restauración
de la democracia.

88 PATRICIO SILVA
a los aspectos sociales negativos del modelo neoliberal, muchas personas dentro
de los partidos políticos de izquierda admiten (abierta o tácitamente) que en la
actualidad la economía chilena funciona bien y que está mejor que en cualquier
otro momento de los últimos veinticinco años. Y, en tercer lugar, el actual pro-
ceso de transformaciones políticas y económicas en Europa oriental, en el cual
el sistema de economía centralizada está siendo eliminado prácticamente en casi
toda la región, ha significado el golpe de gracia para aquellos que insisten dog-
mática e ideológicamente en las ventajas de ese sistema económico.
Gran parte de los sectores de izquierda en el país también aceptan hoy la
idea de que lograr crecimiento económico y mantener el equilibrio financiero
es una precondición para mejorar los estándares de vida de los sectores menos
favorecidos de la población. Esto implica un reconocimiento de la importan-
cia de mantener una administración eficiente de la economía.

El surgimiento de una oposición tecnocratizada


El rol cada vez más político de los tecnócratas a partir de 1973 no fue en
absoluto un fenómeno confinado exclusivamente a los círculos gubernamen-
tales. Esta tendencia también se puede observar en los cuarteles de la oposi-
ción, donde existió una creciente tecnocratización en la formulación e im-
plementación de estrategias. Desde 1973 se estableció una serie de institutos
de investigación y organismos no gubernamentales (ONG) de oposición que
desempeñaron un papel clave en la lucha contra el régimen autoritario.24 En
1985, por ejemplo, había alrededor de cuarenta institutos privados de inves-
tigación en ciencias sociales, que empleaban a 543 investigadores (sin incluir
asistentes de investigación y becarios), de los cuales un 30 por ciento había he-
cho su maestría o doctorado en el extranjero. Alrededor del 65 por ciento de
estos investigadores estaba contratado a tiempo completo. El impacto de estos
institutos en la producción académica nacional fue enorme. Exceptuando la
economía, la mayoría de los artículos y libros sobre ciencias sociales escritos
por académicos chilenos, publicados en Chile y en el extranjero, han sido
producidos por investigadores asociados a estos institutos privados. Así, por
ejemplo, en el período 1980-1984 un total de 101 libros fueron publicados
por 13 institutos de investigación privados que contaban con programas regu-
lares de publicación (Brunner 1986). Esta profesionalización de la oposición

24 Para acceder a lista de centros de investigación privados en ciencias sociales establecidos en Chile
después de 1973, ver Lladser, M. T., Centros privados de investigación en ciencias sociales en Chile, Santiago,
1986. Sobre el papel que jugaron las ONG en su oposición al régimen militar, ver Taller de Cooperación
al Desarrollo, Una puerta que se abre: los organismos no gubernamentales en la cooperación al desarrollo,
Santiago, 1989.

TECNÓCRATAS Y POLÍTICA EN CHILE: DE LOS CHICAGO BOYS A LOS MONJES DE CIEPLAN 89


política es, a mi juicio, el resultado de varias dinámicas políticas y sociales que
empezaron a operar tras el colapso de la democracia en 1973.
El primer factor que hay que considerar es la severa persecución de los in-
telectuales que se llevó a cabo tras el golpe de Estado. Muchos de ellos fueron
encarcelados o asesinados por los militares, mientras que un grupo mayor se
dispersó por el mundo como exiliados políticos (Kay 1987). Muchos acadé-
micos chilenos exiliados en el extranjero encontraron una nueva vida en la
docencia, la investigación o haciendo cursos de posgrado en sus nuevos países
de residencia. Otros, con el apoyo de las autoridades y organizaciones políticas
locales, crearon sus propios centros de investigación dedicados al análisis de la
realidad chilena.25
Lo que es importante destacar aquí es el hecho de que muchos dirigentes
políticos –los políticos profesionales, que en Chile habían vivido de los recur-
sos del partido– se vieron a menudo obligados por las circunstancias a incor-
porarse a los círculos académicos. Aunque la mayoría de ellos tenía formación
académica (principalmente en derecho, sociología o economía), no habían
trabajado como académicos o lo habían hecho sólo por un tiempo muy breve.
En muchos casos, las nuevas experiencias académicas influenciaron su visión
política o, al menos, cambiaron su “estilo político”. Se tornaron más académi-
cos y tecnocráticos, y se involucraron más con los nuevos debates teóricos que
se desarrollaban en el mundo. Muchas de estas figuras políticas aprendieron
por primera vez a trabajar –y alcanzar objetivos comunes– con personas que
no compartían sus postulados políticos e ideológicos. Esto sucedía después
de haber vivido durante muchos años en semiguetos dentro de los estrechos
confines de sus propias organizaciones políticas.26
Los políticos e intelectuales que pudieron permanecer en Chile fueron ex-
pulsados de las universidades y las instituciones públicas en las que habían

25 Este es el caso de centros tales como ASER-Chile (París), Casa Chile (Amberes), Casa de Chile (Ciudad
de México), Centro de Estudios y Documentación Chile-América (Roma), Centro Salvador Allende
(Ciudad de México), Cetral (París), CIPIE (Madrid), y el Instituto para el Nuevo Chile (Rotterdam).
26 Ver Angell, A., y Carstairs, S., “The exile question in Chilean politics”’, Third World Quarterly, 9,
1, 1987, pp. 148-167. El llamado “proceso de renovación” experimentado por varios partidos políticos
chilenos desde fines de la década del setenta (lo cual llevó a un rompimiento definitivo con el leninismo
y a una reevaluación de la democracia) también está directamente relacionado con la cuestión del exilio.
El exilio de muchos líderes políticos chilenos en países de Europa del Este fue bastante traumático. Allí
presenciaron en persona el lado obscuro del “socialismo real”. Este es el caso, por ejemplo, de figuras políticas
tales como Jorge Arrate (actual presidente del Partido Socialista), quien tras difíciles años en la ex República
Democrática Alemana emigró a Holanda, desde donde inició una profunda discusión teórica y programática
dentro del movimiento socialista chileno. Ver su libro El socialismo chileno: rescate y renovación, Rotterdam,
1983, y La fuerza democrática de la idea socialista, Barcelona y Santiago, 1985. Para un análisis del significado
de la renovación socialista para el proceso de democratización chileno, ver Garretón, M. A., Reconstruir la
política: transición y consolidación democrática en Chile, Santiago, 1987, pp. 243-292.

90 PATRICIO SILVA
trabajado. Por primera vez, a los intelectuales chilenos se les cortó de manera
radical su fuente tradicional de ingresos: el Estado. Su segunda fuente de sub-
sistencia, los partidos políticos –que a su vez se mantenían con recursos del
Estado–, también fue atacada por las fuerzas de seguridad. La represión de
los intelectuales produjo una gran dispersión con cada uno luchando, literal-
mente, por su propia vida y subsistencia. Sin embargo, después de un par de
años muy represivos, comenzó un difícil proceso de reagrupamiento y reorga-
nización. Los intelectuales de disciplinas académicas similares y con visiones
políticas que congeniaban comenzaron a establecer institutos de investigación
como una manera de sobrevivir (en términos de ingresos). Estos eran financia-
dos principalmente por organizaciones de cooperación internacional de Euro-
pa occidental, Estados Unidos y Canadá, como una forma de mantener viva
una intelectualidad que se opusiese al totalitarismo militar.27 Algunos de estos
institutos también recibían de vez en cuando fondos de los partidos políticos
chilenos en el exilio.
El estatus académico de estos institutos y el contenido académico de sus ac-
tividades constituyeron en un inicio su única “razón de ser” dentro de un en-
torno extremadamente represivo. Cualquier crítica al gobierno militar debía
ser formulada cuidadosamente en términos académicos y presentada de una
manera abstracta. Esto condujo a casi la total desaparición de los eslóganes y
de la retórica que había caracterizado a los partidos políticos antes del golpe.
En 1975 la Iglesia católica fundó la Academia de Humanismo Cristiano
(AHC) para garantizar la personería jurídica de diversos centros de investi-
gación y para protegerlos de la represión directa del Estado. Además se crea-
ron nuevos centros de investigación bajo el alero de la AHC, para albergar
a académicos que eran perseguidos y monitorear las políticas aplicadas por
el gobierno militar en distintos ámbitos (legislación laboral, política agraria,
educación, derechos humanos, etcétera).
Muchos de estos institutos de investigación inicialmente tolerados por los
militares tenían una orientación democratacristiana y se especializaban bási-
camente en temas macroeconómicos y financieros. Desde mediados de 1974,
el Partido Demócrata Cristiano –que inicialmente había apoyado el golpe

27 Así, en una evaluación realizada por la Swedish Agency for Research Corporation with Developing
Countries (SAREC) se establece que “hemos tenido éxito en preservar la capacidad de investigación en
condiciones de represión y de crisis política. El apoyo a los centros privados nacionales ha permitido que las
personas continúen con sus proyectos de investigación después de la intervención militar en las universidades.
Estos centros también albergan a investigadores expulsados del ámbito académico o de agencias de gobierno
debido a la persecución política”. Spanding, H. et al., SAREC Latin American Programme: An Evaluation,
Estocolmo, 1985, 1. Ver también Brunner, J. J., “La intelligentsia: escenarios institucionales y universos
ideológicos”, Proposiciones, 18, 1990, pp. 180-191.

TECNÓCRATAS Y POLÍTICA EN CHILE: DE LOS CHICAGO BOYS A LOS MONJES DE CIEPLAN 91


y había ofrecido asistencia técnica al gobierno militar– comenzó a moverse
hacia la oposición. Los académicos democratacristianos que continuaban en
las universidades fueron presionados por las fuerzas gremialistas y neoliberales
para renunciar a sus puestos. Tal fue el caso de los miembros del Centro de
Estudios y Planificación Nacional (Ceplan), un instituto asociado a la Facul-
tad de Ciencias Económicas de la Universidad Católica. Ceplan se formó en
1970 como una alternativa a los Chicago Boys cuando estos adquirieron una
posición dominante en esa universidad. En 1976, los académicos asociados
a Ceplan decidieron romper sus vínculos con la Universidad Católica y esta-
blecerse como un instituto privado bajo el nuevo nombre de Corporación de
Investigaciones Económicas para América Latina (Cieplan).
Este instituto de investigación se concentró en monitorear la política econó-
mica de los Chicago Boys. Paradójicamente, la primera oposición (tolerada) al
gobierno militar y a la tecnocracia neoliberal vino de este grupo de tecnócratas
que eran expertos en cuestiones financieras y macroeconómicas. Este equipo
de académicos altamente calificados aceptó el desafío neoliberal (“el tema de
la política económica sólo puede ser tratado por especialistas”) y comenzó a
elaborar estudios técnicos muy sofisticados, donde expresaban sus críticas a la
política económica del gobierno militar. El tono académico utilizado por mu-
chos institutos de investigación de oposición en sus críticas al neoliberalismo
hizo posible la difusión de sus ideas (aunque de manera limitada) a través de la
publicación de documentos de trabajo y la organización de simposios académi-
cos sobre cuestiones específicas. Durante muchos años, esta constituyó la única
forma autorizada para la difusión de ideas distintas a las oficiales.
Al cabo de un par de años, Cieplan se transformó en un verdadero think
tank del Partido Demócrata Cristiano. Sus actividades se expandieron desde
el seguimiento de las políticas económicas a la elaboración de propuestas para
un modelo socioeconómico alternativo y un nuevo sistema político que sería
adoptado tras el retiro de los militares a sus cuarteles. Además, los Monjes de
Cieplan comenzaron a ocupar los pocos espacios abiertos a la prensa indepen-
diente para difundir sus ideas y críticas a un público más amplio, a través de
la publicación de artículos y comentarios en revista Mensaje (propiedad de la
Iglesia católica), y más tarde en revista Hoy, el primer semanario de oposición
autorizado, de orientación democratacristiana (Arellano et al. 1982).28 En los
últimos años del gobierno militar, el economista Alejandro Foxley, director

28 El libro de Arellano et al. (1982) reúne artículos publicados en las mencionadas revistas entre
1977 y 1981. El volumen llegó a ser muy controversial en su tiempo, porque demostró que desde
1977 los investigadores de Cieplan habían predicho que el modelo económico neoliberal prontamente
experimentaría una profunda crisis, lo que finalmente ocurrió en 1981.

92 PATRICIO SILVA
de Cieplan, se convirtió en una figura pública muy conocida. Apoyado por
su experticia económica, se aventuró con éxito en el campo de las ciencias
políticas y, en particular, en el estudio del consenso político (Foxley 1985).29

Transición democrática y tecnocratización en Chile


Tras el comienzo de una relativa liberalización política en 1983, se crearon
nuevos mecanismos de cooperación y asesoría entre los académicos e intelec-
tuales asociados con los diferentes institutos de investigación. Fueron creados
por expertos en materias específicas que sostenían enfoques políticos similares
(en su mayoría miembros del mismo partido político). Mediante la organi-
zación de encuentros periódicos y talleres, estos equipos técnicos trabajaron
sobre un diagnóstico común de la situación en un área específica, y formularon
propuestas para ser implementadas tras la esperada restauración del régimen
democrático. Así, un grupo de economistas de orientación socialista se abocó
por muchos años a la formulación de una nueva política económica, que más
tarde sería adoptada por el Partido Socialista como su programa económico
oficial. Los otros partidos políticos procedieron de la misma forma y en otras
áreas, como vivienda, seguridad social, salud, defensa, agricultura, educación,
política exterior, etcétera. Esta tecnocratización de la actividad política de los
partidos fue facilitada por el hecho de que, en ese momento, la consulta abierta
a los miembros de un partido a través de un congreso era impensable por ra-
zones de seguridad.
En 1984 los democratacristianos, junto al ala moderada del Partido Socia-
lista y otras organizaciones políticas de centroizquierda, formaron la Alianza
Democrática (AD), una coalición de oposición que intentaba derrotar al ré-
gimen militar por medios políticos. Según la Constitución de 1980, debía
realizarse un plebiscito nacional antes del fin de 1988. La ciudadanía debía
elegir entre la prolongación del régimen de Pinochet hasta 1997 (opción Sí)
o elecciones libres en el lapso de un año a partir del plebiscito (opción No).
La campaña de la AD para la opción No condujo a una cooperación muy
productiva entre los diferentes equipos técnicos de los partidos políticos reu-
nidos en esta coalición. Por primera vez en la política chilena moderna, los
tecnócratas de centro y de izquierda trabajaron conjuntamente para formu-
lar un programa político común y para elaborar políticas sectoriales para un
futuro gobierno democrático. Este ejercicio fue especialmente fructífero por
dos razones. En primer lugar, redujo marcadamente los miedos históricos y

29 Ver también “Economic and Political Transitions in South America”, en Galjart, B., y Silva, P. (eds.),
Democratization and the State in the Southern Cone, Amsterdam, 1989, pp. 75-101.

TECNÓCRATAS Y POLÍTICA EN CHILE: DE LOS CHICAGO BOYS A LOS MONJES DE CIEPLAN 93


los prejuicios que existían entre ellos. Esto se hizo más fácil por el hecho de
que compartían enfoques técnicos y profesionales similares y en muchos casos
habían estudiado en los mismos centros académicos tanto en Chile como en
el extranjero. Esta cooperación a nivel de la cúpula tecnocrática contribuyó
fuertemente a que se iniciara un acercamiento entre los simpatizantes de los
distintos partidos a nivel de base, los cuales por muchas décadas habían habi-
tado subculturas políticas separadas e incluso antagónicas. En segundo lugar,
la existencia de estos equipos técnicos multipartidistas facilitó en gran medi-
da la formulación de un programa de gobierno coherente para las elecciones
presidenciales de diciembre de 1989, y la consiguiente formación de equipos
técnicos multipartidistas para ocupar posiciones en ministerios y agencias de
gobierno una vez conseguida la victoria electoral. De esta manera muchos tec-
nócratas de diferentes partidos políticos que fueron nombrados para ocupar
puestos oficiales una vez asumido el gobierno por Patricio Aylwin en marzo
de 1990, ya habían trabajado juntos por más de siete años.
El nuevo gobierno democrático chileno tiene un marcado enfoque tecno-
crático. Muchos de los funcionarios que asumieron cargos importantes en el
gobierno son expertos en el área específica para la cual fueron nombrados. La
naturaleza tecnocrática del gobierno de Aylwin fue promovida por tres factores
principales. Primero, debido a la naturaleza de coalición del gobierno, Aylwin
necesitaba algún modus operandi para los nombramientos gubernamentales.
Las nuevas autoridades anunciaron desde un comienzo que tenían la intención
de no distribuir los cargos sobre la base del cuoteo político. La distribución de
las funciones de acuerdo a la membresía de partido y no según las habilidades
profesionales de los candidatos fue uno de los rasgos más autocriticados del
gobierno de Allende, y constituía una realidad que todos (incluidos los parti-
dos que fueron parte de la Unidad Popular) ahora querían evitar a toda costa.
Para esto, Aylwin declaró que los cargos de gobierno serían otorgados a “los
más capaces” en su área técnica específica. De hecho, el gobierno democrático
aceptó el principio introducido por la tecnocracia neoliberal de que las habili-
dades técnicas y no políticas debían ser el criterio de selección. Esto demuestra
que la naturaleza tecnocrática de la toma de decisiones en el país ha perdido el
carácter tabú que tenía en la política chilena con anterioridad al golpe, llegando
a ser una realidad aceptada. Segundo, el fenómeno del exilio contribuyó entre
otras cosas a la superación académica de la intelligentsia disidente y de la clase
política en general. Muchas de las figuras que ahora tienen cargos de gobierno
vivieron en el exilio, donde obtuvieron una formación académica de alto ni-
vel. Por otra parte, aquellos opositores que permanecieron en Chile durante el

94 PATRICIO SILVA
gobierno de Pinochet obtuvieron acceso a cursos de posgrado en países indus-
trializados como resultado de los vínculos institucionales que se crearon entre
muchos institutos de investigación disidentes y centros universitarios extranje-
ros. Así, por ejemplo, en 1983 hubo 3.185 chilenos estudiando en universida-
des extranjeras, constituyendo así uno de los grupos de latinoamericanos más
grandes formándose en el extranjero en relación a la población total del país
(Brunner 1989). Este alto grado de tecnocratización en la toma de decisiones
del gobierno fue posible debido al gran número de individuos con un alto nivel
de entrenamiento académico especializado que es posible encontrar entre las
máximas figuras de las fuerzas políticas que lo constituyen. Finalmente, una de
las principales preocupaciones de la administración de Aylwin ha sido la man-
tención de la estabilidad financiera y económica del país. El gobierno demo-
crático está muy consciente de que sería casi imposible consolidar un sistema
democrático en un clima de inestabilidad económica.
Debido a la compleja naturaleza del proceso económico, la tecnocratiza-
ción de la toma de decisiones y la relativa importancia de la experticia fi-
nanciera y económica por sobre otras habilidades profesionales se ha visto
acentuada. Más aun, en años recientes el sistema político chileno se ha visto
fuertemente internacionalizado. Instituciones externas tales como el FMI y el
Banco Mundial son actores importantes que el gobierno chileno debe ahora
tener en cuenta en la formulación e implementación de sus políticas sociales,
económicas y financieras.
La composición del equipo económico del nuevo gobierno democrático
tiene tres aspectos principales. En primer lugar, casi todos los funcionarios
nombrados para cargos de alto nivel han tenido estudios de posgrado en el
exterior (ver Cuadro 2). Nunca antes en Chile un gobierno democrático tuvo
tantos tecnócratas altamente especializados a nivel ministerial. En segundo
lugar, casi todos los funcionarios de alto rango trabajaron durante el régi-
men militar en las instituciones de investigación privados de oposición, tales
como Cieplan, AHC, Ilades, CED, CES y CLEPI. La misma tendencia puede
observarse en otros ministerios e instituciones del Estado. Así, por ejemplo,
miembros de Flacso y PIIE ejercieron roles claves en el Ministerio de Educa-
ción, como lo hicieron los investigadores del PET en Odeplan.30 Finalmente,
se puede constatar que los ex miembros de Cieplan ocupan los cargos más
estratégicos dentro del equipo económico.
El actual ministro de Hacienda, Alejandro Foxley, junto con sus colegas
de Cieplan, ha logrado reunir un equipo cohesionado con un fuerte esprit

30 El gobierno democrático le dio a Odeplan un estatus ministerial y cambió su nombre a Mideplan.

TECNÓCRATAS Y POLÍTICA EN CHILE: DE LOS CHICAGO BOYS A LOS MONJES DE CIEPLAN 95


CUADRO 2
Miembros del equipo económico del gobierno de Aylwin: asociaciones con universidades
extranjeras
Nombre Cargo Universidad
Ministerio de Hacienda
Alejandro Foxley* Ministro de Hacienda Universidad de Wisconsin
Pablo Piñera* Subsecretario de Hacienda Universidad de Boston
Andrés Velasco* Jefe de Gabinete Universidad de Columbia
José Pablo Arellano* Director de Presupuestos Universidad de Harvard
Javier Etcheverry* Director de Impuestos Internos Universidad de Michigan
Manuel Marfán* Coordinador de Políticas Universidad de Yale
Ministerio de Economía
Carlos Ominami Ministro de Economía Universidad de París
Jorge Marshall Subsecretario de Economía Universidad de Harvard
Alejandro Jadresic Coordinador de Políticas Sectoriales Universidad de Harvard
Juan Rusque Servicio Nacional de Pesca Universidad de Gales
Secretario del Comité de Inversiones
Fernán Ibáñez MIT
Extranjeras
Otras instituciones
Andrés Sanfuentes Presidente del Banco del Estado Universidad de Chicago
Eduardo Aninat* Negociador de la deuda externa Universidad de Harvard
Ernesto Tironi* Gerente general de CORFO MIT
Hugo Lavados Superintendente de Valores y Seguros Universidad de Boston
Roberto Zahler Consejero del Banco Central Universidad de Chicago
Ricardo Ffrench-Davis* Director de Estudios del Banco Central Universidad de Chicago
Álvaro Briones Gerente de Operaciones de CORFO Universidad Autónoma de México
Ernesto Edwards Vicepresidente del Banco del Estado Universidad de Boston
Álvaro García Subdirector de Odeplan Universidad de California
Fernando Ordóñez Subdirector de Odeplan Universidad de Edimburgo
Nicolás Flaño* Director de los Fondos Solidarios Universidad de Yale
Alexis Guardia Instituto Nacional de Estadísticas Universidad de París

* Ex miembros de Cieplan
Fuente: El Mercurio, 11 de abril 1990, p. B1; Southern Cone Report, RS-90-03, 19 de abril de 1990, p. 4.

de corps que muestra muchas semejanzas con los Chicago Boys.31 Desde un
comienzo, Foxley desplegó una “autonomía relativa” dentro del gabinete, exi-
giendo el derecho a elegir personalmente a sus colaboradores más cercanos
para integrar su equipo económico. Argumentaba que esta era la única ma-
nera de lograr la coherencia requerida para la formulación y aplicación de sus
políticas financieras. También logró tener influencia en el nombramiento de
otro de los Monjes de Cieplan, René Cortázar, como ministro del Trabajo.

31 Por ejemplo, la prensa se refiere a los tecnócratas de Cieplan como “Cieplan Boys”, para subrayar las
semejanzas con sus predecesores. Ver, por ejemplo, El Mercurio, 11 de mayo de 1990.

96 PATRICIO SILVA
Cortázar juega un rol muy estratégico en la búsqueda de consenso entre traba-
jadores y empresarios sobre la moderación de las demandas socioeconómicas
con el objetivo de evitar la inquietud entre los trabajadores y el aumento de
las tensiones sociales, las cuales podrían llevar a la inestabilidad económica.
Foxley ya comienza a verse dentro de ciertos círculos políticos como el “suce-
sor natural” de Patricio Aylwin en las próximas elecciones presidenciales.32 Su
eventual nombramiento como candidato presidencial oficial sería otro signo
de la creciente tecnocratización de la política chilena. Si esto ocurriera, por
segunda vez consecutiva un ministro de Hacienda con un marcado enfoque
tecnocrático lograría alcanzar una posición que en el pasado estaba exclusiva-
mente reservada para políticos.33
El caso de Cieplan muestra el rol estratégico que puede jugar un instituto
de investigación privado como think tank, pero especialmente como una es-
pecie de lugar de entrenamiento y sala de espera para un grupo de tecnócratas,
listos para tomar el mando en tareas de gobierno específicas cuando sea el
momento adecuado.34 En el pasado, cuando las habilidades políticas tenían
más demanda que las capacidades técnicas, en tiempos de oposición la clase
política buscó refugio en sus propias estructuras de partido. A partir del golpe
militar, al parecer, los cuarteles de los partidos políticos han sido reemplazados
por institutos de investigación privada.
Esta nueva realidad debe aplicarse también a la elite tecnocrática neolibe-
ral que ha tenido que abandonar sus cargos gubernamentales. Ciertamente,

32 Ver, por ejemplo, “Foxley, el hombre fuerte”, Hoy, 664, 1990, pp. 3-5.
33 A pesar de su autonomía relativa respecto de las estructuras de los partidos tradicionales, no debe
olvidarse que los tecnócratas chilenos continúan trabajando a través de los partidos políticos. Su actual
prominencia tal vez se ha visto fortalecida por el hecho de que desde marzo de 1990 los partidos políticos
aún se encuentran en plena recomposición tras largos años de inactividad. Pero incluso si en un futuro
cercano (como resultado de la normalización de la actividad partidaria) los políticos de corte tradicional
lograran levantar cabeza, es improbable que logren recuperar su antigua posición dominante dentro del
sistema político chileno. Quizás puedan encontrar refugio en el parlamento, pero no ya en cargos directivos
a nivel ministerial, como era el caso antes de septiembre de 1973.
34 Debe decirse que un proceso similar de tecnocratización de la política (aunque menos extremo)
puede verse en Argentina, Brasil y Uruguay, donde muchos tecnócratas que trabajaban en institutos de
investigación privados han ocupado altos cargos a nivel gubernamental tras el establecimiento del régimen
democrático. Ver José Joaquín Brunner y Alicia Barrios, Inquisición, mercado y filantropía: ciencias sociales
y autoritarismo en Argentina, Brasil, Chile y Uruguay (Santiago, 1987). En el caso de Argentina, un grupo
de intelectuales destacados afirmó: “En la historia de nuestro país no recordamos ningún otro gobierno
con mayor participación de servidores públicos provenientes del campo intelectual y no necesariamente
de políticos militantes, que el gobierno presidido por Alfonsín [...]. Uno de los aspectos más singulares
de Alfonsín son sus continuos intentos por atraer a tecnócratas e intelectuales al gobierno y al interior
de la esfera de la política”. Ver Adolfo Canitrot, Marcelo Cavarozzi, Roberto Frenkel y Oscar Landi,
“Intelectuales y política en Argentina”, Debates, 4, octubre-noviembre de 1985, pp. 4-8. De hecho, lo
mismo puede decirse del caso mexicano a partir del gobierno de De la Madrid, y especialmente durante
el actual gobierno de Carlos Salinas de Gortari. Ver Roderic Camp, Mexico’s Leaders: their Education and
Recruitment (Tucson, 1980).

TECNÓCRATAS Y POLÍTICA EN CHILE: DE LOS CHICAGO BOYS A LOS MONJES DE CIEPLAN 97


Hernán Büchi y sus asociados más próximos crearon un nuevo centro de
investigación privado, el Instituto Libertad y Desarrollo, sólo a tres semanas
de la instalación del gobierno de Aylwin. Como indicó su director ejecutivo,
Cristian Larroulet, “la reciente experiencia chilena ha mostrado que esta cla-
se de centros –tales como Cieplan– son muy importantes en la producción
de ideas”.35 Este instituto ha adoptado claramente la “fórmula Cieplan”: su
objetivo es monitorear las políticas de gobierno en áreas como educación,
justicia, transporte, economía e inversiones. Pero, al mismo tiempo, pretende
formular alternativas que puedan ser implementadas por un futuro gobierno
de derecha.

Conclusión
En este artículo he intentado mostrar el creciente rol político que han juga-
do los tecnócratas desde la década de 1960 en los más altos niveles del queha-
cer político en Chile. Si bien el fenómeno tecnocrático ya comenzaba a hacer-
se visible en aquel entonces, este fue negado oficialmente por las autoridades
democráticas antes del golpe militar, debido a que sus connotaciones elitistas
contradecían la supuesta orientación popular de los gobiernos de Allende y
Frei. El gobierno militar, al contrario, no sólo reconoció la creciente tecno-
cratización de la toma de decisiones, sino que la planteó como una garantía
para asegurar la adopción de políticas sectoriales basadas en consideraciones
“técnicas y racionales” y no políticas.
Los Chicago Boys jugaron un rol central en esta tecnocratización de la toma
de decisiones. Con un fuerte espíritu de equipo, este grupo de jóvenes eco-
nomistas lideraron una especie de revolución “desde arriba”, transformando
las bases sociales, económicas y políticas de la sociedad chilena. Debido a que
alcanzaron éxito económico, la tecnocracia neoliberal obtuvo legitimidad en
importantes sectores de la población. La alianza entre los militares y la tecno-
cracia civil representó por muchos años una fórmula viable, permitiéndole al
gobierno militar contar con un considerable apoyo político de la población
hasta comienzos de la década de 1980.
Al mismo tiempo, la oposición al régimen militar adoptó posiciones cada
vez más tecnocráticas. La intelligentsia disidente organizó su oposición desde
una serie de institutos de investigación privados, realizando estudios acadé-
micos en torno a la naturaleza del régimen autoritario y los resultados de sus
políticas. Por años, la crítica académica de estos expertos fue la única voz to-
lerada contra la dictadura militar. Más aun, durante su exilio en el extranjero

35 “Instituto Libertad y Desarrollo: para producir ideas”, El Mercurio, 1 de abril de 1990, p. 11.

98 PATRICIO SILVA
muchos líderes políticos de oposición se conectaron con el mundo académico,
adquiriendo experticia en materias específicas.
El resurgimiento de las actividades políticas después de la crisis económi-
ca de 1981 no llevó a una masificación de la política, sino a la búsqueda de
consenso a nivel de cúpula entre las diferentes corrientes de oposición, con el
fin de establecer una amplia coalición contra Pinochet. Las fuerzas políticas
unidas por la oposición formularon objetivos comunes a través de la creación
de equipos técnicos, constituidos por tecnócratas de diferentes partidos polí-
ticos, que eran expertos en áreas específicas tales como la educación, la salud,
la economía, etcétera.
Después de la restauración democrática en marzo de 1990, las nuevas auto-
ridades no volvieron a adoptar las políticas populistas y la retórica caracterís-
ticas del período que antecedió al golpe de 1973.36 Además, se ha mantenido
el carácter tecnocrático de la toma de decisiones, el cual se vio fuertemente
reforzado durante el régimen militar. Se ha puesto especial atención a las ha-
bilidades técnicas en el nombramiento de la mayoría de los cargos más altos
del gobierno. En la actualidad se observa que los cargos ministeriales y otros
puestos importantes en instituciones estatales son ocupados por tecnócratas
altamente especializados. El rol clave que juegan los tecnócratas de Cieplan
en el nuevo gobierno también muestra la importancia cada vez mayor que
los institutos de investigación han obtenido dentro de la política chilena, en
detrimento de los partidos políticos como incubadoras de una clase tecnopo-
lítica alternativa. Los Chicago Boys también han recibido el mensaje, creando
un think tank similar a Cieplan con el objetivo de supervisar el desempeño del
gobierno de Aylwin y a la espera de un cambio político en el futuro para el
despliegue de sus políticas.
La lucha por el poder político entre grupos tecnocráticos atrincherados
en sus respectivos think tanks se ha convertido en una nueva característica
de la política chilena. El fuerte discurso populista y demagógico utilizado
en el pasado por los partidos y por los políticos tradicionales parece haber
sido reemplazado definitivamente por un enfoque tecnocrático, en el cual se
acentúa la búsqueda de soluciones “racionales” para los problemas sociales y
económicos del país.

36 “El gobierno del presidente Aylwin mantendrá la estabilidad macroeconómica y evitará adoptar
medidas populistas que han llevado a otros países de la región a una situación de hiperinflación”. Ministro
Alejandro Foxley en su discurso “Estado de la hacienda pública” ante el Congreso Nacional, Valparaíso, 24
de octubre de 1990.

TECNÓCRATAS Y POLÍTICA EN CHILE: DE LOS CHICAGO BOYS A LOS MONJES DE CIEPLAN 99


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100 PATRICIO SILVA


Capítulo 3
El nuevo estatus del economista
y el papel de los ‘think tanks’
en Chile: el caso de Cieplan
Manuel Gárate

Este artículo propone una mirada a la condición del economista y su esta-


tus global desde el punto de vista de su evolución histórica y sus representa-
ciones a nivel social durante la segunda mitad del siglo XX. Se ejemplifica lo
anterior a través del análisis del caso chileno y la forma en que los economistas
lograron legitimar su discurso en las instancias más altas de la dirección del
Estado, así como en el mundo de la empresa privada. Concretamente, este
capítulo se detiene en la experiencia singular de un grupo de economistas
chilenos (Cieplan), quienes, recorriendo parte del camino anterior, lograron
dar forma a un tipo de centro de estudios que hoy ha adoptado la forma de los
denominados think tanks: un tipo de instancia que se aleja de las instituciones
tradicionales del poder político democrático, pero que actualmente ejerce una
enorme influencia en la elaboración y conducción de las políticas públicas y la
gestión económica del país.
Cuando se mira con atención el cuadro general de las ciencias sociales en
Chile, no es de extrañar el espacio que hoy ocupan los economistas dentro de
la esfera pública y privada. Es un fenómeno generalizado.1 Sin embargo, este
proceso –el cual se acelera en la década de los noventa, especialmente tras la
vorágine conservadora de los años de Ronald Reagan y Margaret Thatcher– ya
venía desarrollándose fuertemente en Chile desde mediados de la década de
1960. Podría decirse que incluso, a fuerza de costumbre, el profesional de la
economía parece haber escapado al mundo de las ciencias sociales “blandas”,

1 Partes de este capítulo se basan en el artículo “El economista como profesional de las ciencias sociales.
Reflexiones en torno a la experiencia chilena”, De Cea, M., y Gárate, M. (eds.), ¿Qué tipo de nexos para qué
tipo de políticas? Estudio comparado en diversos campos de intervención pública en Chile, Santiago, Editorial
Universidad Bolivariana, 2006, pp. 85-99.

101
posicionándose como articulador de un saber científico-técnico complejo,
provisto de leyes universales y de un lenguaje que toma bastante prestado
de los desarrollos matemático-estadísticos posteriores a la segunda posguerra
(Lordon 1997).
¿Cómo fue posible que el estatus del economista creciera al punto de con-
vertirse en el asesor técnico más valorado de cualquier gobierno que se precie
de “serio”, incluso reemplazando el espacio del hombre político tradicional, el
jurista? (Mayol 2006).

La invención del economista como asesor experto


Tras la Gran Depresión de los años treinta en Estados Unidos y Europa, se
comenzó a desarrollar una disciplina económica ligada fuertemente al Esta-
do, involucrando a las instituciones públicas en una materia que, hasta aquel
momento, se consideraba como propia del mundo privado. La economía dejó
de depender únicamente de las ideas y –sobre todo– de la práctica del libre
comercio, posicionándose una nueva concepción económica que privilegiaba
la planificación y la puesta en marcha de dispositivos contracíclicos y regulato-
rios del comercio mundial. La figura de J. M. Keynes y la escuela económica
que surge de su pensamiento dominaron la esfera pública y académica desde la
década de 1930 hasta mediados de los sesenta. Este período marcó la aparición
del economista como un actor central en las redes del poder político, así como
de la gestión de políticas públicas. En América Latina fue durante la década de
1940 que un grupo de economistas de la región, principalmente vinculados a
la CEPAL, comenzaron a institucionalizar un proyecto profesional destinado a
reformular la ciencia económica y reducir la influencia externa en la adminis-
tración de la hacienda pública. En la visión de estos primeros profesionales de
la economía, las aparentemente “científicas” premisas del paradigma neoclásico
escondían objetivos ideológicos, y ayudaban a justificar las asimetrías estructu-
rales entre los países industriales y periféricos, cuyo origen había que buscarlo
en las raíces históricas y sociales del subdesarrollo (Halperin 2008).
La economía dejó de ser una disciplina auxiliar de la política y de la admi-
nistración para ganar un estatus propio de ciencia social, con sus temas y jerar-
quías propias. Según la noción del sociólogo Pierre Bourdieu sobre las estruc-
turas sociales, se constituyó en un campo autónomo de lo social.2 Tras el fin de
la Segunda Guerra Mundial, y debido a las necesidades de reconstrucción y de

2 Véase Bourdieu (1997: 48-66); consultar también Boyer (2003: 65-78), donde explica esta noción de
campo: “Por campo se debe entender una delimitación del mundo social que esté regido por sus propias leyes
y códigos; que se trate de la universidad, el periodismo, el mundo literario, artístico o político, y que formen
tanto un universo de connivencia como de juegos de rol”.

102 MANUEL GÁRATE


presentar un modelo alternativo al impuesto tras la cortina de hierro, Estados
Unidos y los países de Europa occidental dieron origen a un sistema econó-
mico mundial basado en las instituciones de Bretton Woods. Fue justamente
este marco el que terminó de consolidar el estatus del economista formado en
las universidades, especialmente norteamericanas. Este profesional participó
activamente en el diseño y puesta en marcha de políticas públicas con un fuer-
te acento desarrollista y de intervención del Estado en la economía. Política
y economía no se consideraban como esferas diferenciadas, siendo el Estado
el principal agente del desarrollo y el crecimiento económico. La labor de los
grandes economistas keynesianos estuvo, durante las dos primeras décadas de
posguerra, ligada estrechamente a las administraciones del gobierno norteame-
ricano y a las instituciones multilaterales de crédito (FMI y Banco Mundial).
Al mismo tiempo que se producía este fenómeno de consolidación insti-
tucional de los economistas que denominaremos desarrollistas o keynesianos,
en una escala mucho menor se producía un proceso de posicionamiento de
un nuevo tipo de profesional de la economía, que reivindicaba las teorías del
libre mercado y de los supuestos efectos nefastos de la planificación económi-
ca. Muy marginal en sus inicios, esta escuela comenzó a ocupar los espacios
académicos de las universidades del medio oeste norteamericano, tradicio-
nalmente menos prestigiosas que sus pares del este, como Harvard, Yale o
Columbia. La Universidad de Chicago, a fines de los cuarenta, se transformó
en el centro de recepción por excelencia de estos economistas, la mayor parte
de ellos europeos (especialmente austriacos), quienes destacaban por su sólida
formación matemática y estaban, de alguna manera, ligados al Círculo de
Viena3 y su programa neopositivista de unificación de las ciencias. En este sen-
tido destaca la figura de Friedrich von Hayek, considerado uno de los padres
del pensamiento filosófico-económico neoclásico. Dicho perfil matemático-
científico les fue de suma utilidad para legitimarse al interior de sus propias
unidades académicas, pues carecían de los contactos sociales y políticos de sus
colegas del noreste (Ivy League), sumándose además su condición de extranje-
ros. El lenguaje de las llamadas ciencias duras se transformó en una estrategia
de valorización simbólica según Dezalay y Garth (2002).
Los inicios de la década de los sesenta marcan la explosión en la formación de
economistas en los Estados Unidos, produciéndose un alto nivel de especializa-
ción y selección sobre la base de las aptitudes matemáticas y de modelamiento
de los estudiantes, agregando una variable meritocrática en un campo –hasta ese

3 Sobre el desarrollo contemporáneo del Círculo de Viena, consultar www.univie.ac.at/ivc

EL NUEVO ESTATUS DEL ECONOMISTA Y EL PAPEL DE LOS THINK TANKS EN CHILE: EL CASO DE CIEPLAN 103
momento– dominado por las redes sociales de la elite WASP.4 La competencia
generada entre las universidades adscritas a este programa se vio reflejada en la
conformación de todo un escalafón alimentado por diversos premios y cátedras.
Prontamente la administración norteamericana se vio en la necesidad de recurrir
a los nuevos y prestigiosos economistas surgidos de estas escuelas, quienes conta-
ban con una batería de herramientas matemáticas y estadísticas muy superiores
a las de sus colegas de la escuela desarrollista, los que, a su vez, veían cómo sus
ideas perdían fuerza ante la arremetida de los nuevos expertos. Estos prometían
soluciones a los límites de la regulación keynesiana, fuertemente cuestionada
a causa del déficit público, la inflación y los altos costos de la Guerra de Viet-
nam. Sus respuestas simples y directas a problemas supuestamente concretos les
otorgaron una puerta de entrada –cada vez mayor– en el espacio de toma de
decisiones de las políticas públicas, lo cual empieza a apreciarse durante la admi-
nistración de Richard Nixon. Ello no fue impedimento para que su expansión
universitaria continuase ya no solo en el área de la formación de economistas
norteamericanos, sino que –desde fines de los cincuenta– orientada también
a la captación de las elites del resto del mundo, donde Latinoamérica y Chile,
especialmente, tendrían un papel no menor.

Hacia 1960, grupos de economistas ortodoxos habían lanzado una masiva cam-
paña para desacreditar los sesgos estatistas y populistas del estructuralismo y para
devolver la educación de la economía a sus cauces tradicional de la profesión.
En solo unos pocos años, y en el contexto de un creciente debate doctrinal, el
número de economistas y de escuelas de economía se multiplicó dramáticamente
(Montecinos 1998: 4).

Por último, dos elementos esenciales –aparte del manejo matemático– con-
tribuyeron a legitimar la figura del economista-científico. En primer lugar, la
creación de una disciplina de estudio de los mercados financieros, que al mis-
mo tiempo promulgaba su apertura internacional bajo el alero de las políticas
del FMI y el Banco Mundial. En segundo lugar, el desarrollo de una estrategia
comunicacional y de difusión de ideas que alcanzó su cenit con la emisión
por la cadena de televisión pública estadounidense PBS de la serie Free to
choose, a inicios del gobierno de Ronald Reagan.5 La producción televisiva fue

4 La sigla en inglés significa White Anglo-Saxon Protestant y se refiere a las influyentes elites socioeconómi-
cas y culturales del noreste estadounidense (establishment). El término fue popularizado por E. Digby Balt-
zell, sociólogo de la Universidad de Pensilvania, en un libro publicado en 1964: The Protestant Establishment:
Aristocracy & Caste in America.
5 Esta serie de programas fueron emitidos por primera vez en 1980, y reeditados y difundidos nuevamente
en 1990, con la presentación del actor de Hollywood y futuro gobernador de California, Arnold Schwar-

104 MANUEL GÁRATE


concebida por uno de los llamados “evangelistas” del pensamiento económico
neoclásico, Milton Friedman, quien comprendió muy bien la necesidad de
legitimar la nueva doctrina no solo mediante la obtención del reconocimiento
internacional y académico (premios Nobel), sino que también a través de la
simplificación del mensaje y el acceso a un público más amplio. A esta altura,
los economistas neoclásicos ya no eran minoría, sino la corriente hegemóni-
ca del pensamiento económico, la cual se vería beneficiada por la tendencia
conservadora de los ochenta y el derrumbe del bloque socialista. En Chile, el
grupo de economistas de Chicago aprovechó el control de los medios de co-
municación durante el régimen militar para hacer una pedagogía intensiva en
la población sobre la forma de comportarse como consumidor racional en un
mercado competitivo (Montecinos 1998). Los noventa les abrirían las puertas
a la construcción de un pensamiento económico sin alternativas ni rivales. Su
economía sería –a partir de entonces– la única economía viable, y sus practi-
cantes, los más autorizados para decidir las políticas públicas.
Una característica original de este nuevo núcleo de profesionales de la eco-
nomía fue el surgimiento de la figura del académico-empresario. El caso del
desarrollo del banco Citibank durante la década de 1970, y su futura influen-
cia en la crisis de la deuda latinoamericana, es un caso paradigmático del in-
greso de los economistas en el mundo financiero al mismo tiempo que seguían
ejerciendo sus labores docentes (Zweig 1996).6 La alianza entre el mundo
académico y financiero era absolutamente inédita y se contraponía con la doc-
trina keynesiana, la cual justamente culpaba a los mercados financieros de las
dramáticas oscilaciones de los ciclos económicos.
En Chile, el ingreso de los economistas formados en la nueva doctrina al
mundo de los negocios se realizó desde fines de los años setenta, consolidándo-
se en los ochenta y noventa. Las inversiones prioritarias de estos académicos-
empresarios fueron destinadas a empresas financieras y a los nuevos y atracti-
vos mercados recién creados de la educación superior privada y los sistemas de
pensiones (AFP) y de salud (isapres); todas reformas llevadas a cabo durante la
dictadura militar (1973-1990) y a instancias de estos mismos profesionales a
través de la Oficina de Planificación Nacional, Odeplan (Mönckeberg 2001).
No pocos se beneficiaron directa o indirectamente de la privatización de las
empresas públicas del Estado chileno.

zenegger. Ver www.freetochoosemedia.org/freetochoose.


6 Walter Wriston, director ejecutivo de Citibank, junto a Milton Friedman y George Schultz, dieron
origen al programa económico de la administración Reagan.

EL NUEVO ESTATUS DEL ECONOMISTA Y EL PAPEL DE LOS THINK TANKS EN CHILE: EL CASO DE CIEPLAN 105
El economista al servicio del Estado: el caso chileno

Considero que va a ser muy difícil volver a un manejo menos técnico de la econo-
mía. Los Chicago Boys definieron un estándar.7

Tradicionalmente, la principal fuente de reclutamiento de la clase política


chilena durante sus primeros 150 años de vida independiente fue el ámbito
del derecho, es decir, principalmente juristas y abogados. Basta con revisar las
actas del Congreso Nacional de Chile y cotejar los nombres con alguno de los
diccionarios biográficos disponibles para comprobar lo anterior.8 En un lugar
bastante más secundario podían encontrarse ingenieros, médicos y hombres de
negocios. Es más, la economía –como disciplina– se organizó al interior de las
facultades de derecho de las dos principales universidades chilenas. Fueron en
un comienzo pequeños departamentos que agrupaban a profesores de derecho
interesados en las ciencias sociales, especialmente la economía y la sociología.
Su espacio era marginal con respecto a la importancia de las ciencias jurídicas
e incluso las propias humanidades. Los textos clásicos de la época abordaban
la economía a partir del análisis histórico y de sus relaciones con la política
(economía política). En general, la economía era vista como una ciencia social
auxiliar al servicio de las tareas de gobierno, y subordinada a las necesidades
del poder. La cualidad técnica de quienes se dedicaban a su estudio radicaba
justamente en su carácter de disciplina auxiliar y no en el sofisticado aparataje
conceptual y matemático que hoy ostenta.
A lo anterior debe agregarse la visión nacional del paradigma económico
en boga desde mediados de los años treinta hasta, aproximadamente, 1970.
El modelo de desarrollo occidental aplicado en la mayoría de los países fuera
de la órbita socialista otorgaba al Estado un rol crucial en la regulación y pla-
nificación de la economía, dentro de un sistema general que favorecía el de-
sarrollo hacia adentro y la sustitución de importaciones. El Estado ejercía un
papel regulador de la economía por medio de la indexación de los salarios con
respecto a la inflación, pero también asegurando al empresariado local una
demanda creciente y un mercado protegido a la competencia internacional,
tanto a nivel productivo como financiero. En definitiva, se buscaba lograr el

7 Declaraciones de un ex ministro y abogado del gobierno de Eduardo Frei Montalva. Citado en Mon-
tecinos, V., op. cit., p. 66.
8 Véase: Figueroa, P. P., Diccionario biográfico de Chile, Santiago, Imprenta Barcelona, 1897-1901, p. 583;
Fuentes, J., y Cortés, I., Diccionario político de Chile: 1810-1966, Santiago, Orbe, 1967; De Ramón, A.,
Biografías de chilenos. Miembros de los poderes ejecutivo, legislativo y judicial, 1876-1973, Santiago, Ediciones
Universidad Católica de Chile, 1999-2003, IV.

106 MANUEL GÁRATE


crecimiento por medio del consumo y la estabilidad de las políticas de pleno
empleo en desmedro del control de la inflación y el comercio internacional.
Este modelo requería de un Estado fuerte, que controlara la emisión de di-
nero, pero que al mismo tiempo tuviera los resortes necesarios para impulsar
el consumo y el crecimiento. En el caso chileno, el Estado concentró buena
parte de la base productiva y laboral del país, convirtiéndose en el principal
empleador y generador de demanda.
Es importante destacar que este modelo de desarrollo –surgido como res-
puesta a la crisis mundial de 1929– también definía las tareas del economista
como asesor del poder político. Al interior de este paradigma del crecimiento
existía un esquema de reglas conocidas a aplicar, las cuales no escapaban, a
grosso modo, al conocimiento general de las autoridades políticas. El econo-
mista era finalmente un consejero y un ejecutor, siempre dependiente de otros
niveles de decisión. En definitiva, los conocimientos técnicos de su disciplina
estaban al servicio de una serie de intereses diversos, donde su opinión era un
factor más dentro de un sistema de toma de decisiones de múltiples entradas.
La política monetaria y la política fiscal constituían resortes dependientes del
poder político, lejos de la autonomía que hoy exige el ejercicio de una política
económica “responsable y técnica”.

En ese tiempo –antes de 1970– los economistas como grupo profesional todavía
no tenían una postura definida acerca de su relación con la política. Tiempo
después comenzaron a tomar cargos ministeriales, actuando no solo como con-
sultores técnicos sino también como ejecutores políticos (Montecinos 1998: 78).

La autonomía del discurso (del asesor al generador de políticas)


Es justamente el desgaste del anterior paradigma y la nueva internaciona-
lización financiera-económica de inicios de los años setenta lo que rompe el
esquema descrito anteriormente, y genera un cuadro de incertidumbre ante
un sistema de regulación que exige herramientas y conceptos propios de una
economía mundial liberalizada, que comienza a erosionar los equilibrios na-
cionales del modelo anterior. Los desarrollistas vieron con estupor cómo la
teoría neoclásica ganaba terreno proponiendo la nueva imagen del experto
economista, que conocía las leyes del crecimiento económico y las vicisitudes
de los mercados financieros internacionales. Su artillería conceptual y teórica
impresionaba tanto como la seguridad de sus convicciones. Su mayor forta-
leza radicaba justamente en la simpleza y claridad de sus diagnósticos, como
así también respecto de las medidas a adoptar. Su mensaje se basaba en un
principio básico aplicable en todo tiempo y lugar: “No existe una economía

EL NUEVO ESTATUS DEL ECONOMISTA Y EL PAPEL DE LOS THINK TANKS EN CHILE: EL CASO DE CIEPLAN 107
colectiva diferente de aquella que practican racionalmente los individuos”. El
economista francés Robert Boyer ha sintetizado muy bien esta mirada de la
economía neoclásica:

El rol del Estado y de la política no deja de plantear problemas a la mayor parte de


las teorías económicas. En efecto, siendo un análisis que formaliza las interaccio-
nes entre los agentes económicos racionales únicamente a través de los mercados,
cualquier intervención del Estado resulta indeseable. Si se toman al pie de la letra
las enseñanzas de la teoría neoclásica estándar, el economista no puede sino ser un
defensor y propagandista de libre mercado (Boyer 2003).

En tal sentido, la macroeconomía no es más que una simple proyección de


las leyes de la microeconomía, y por lo tanto el papel del Estado no es otro que
asegurar el libre juego de las fuerzas del mercado. De acuerdo con estos postu-
lados, las crisis y distorsiones se producen a causa de la injerencia del Estado
en la economía, y lo que Hayek denomina como la “falacia de la planificación
central”. Su enorme interés por todo lo relacionado con el control de la masa
monetaria y su constante alusión a los clásicos de la economía ilustrada liberal
los hicieron conocidos desde fines de los años cincuenta como “neoclásicos”,
“monetaristas” o economistas de la oferta.
En un medio ambiente inestable, donde las políticas desarrollistas se veían
erosionadas desde la izquierda de orientación marxista, pero también desde una
derecha que desconfiaba de la democracia representativa, la “economía-ciencia”
comenzó a ganar terreno, especialmente a través de su corriente monetaris-
ta. Tras la crisis petrolera de 1973 y la posterior recesión mundial, fueron los
neoclásicos quienes aparecieron como los detentores del mejor diagnóstico y
también de las soluciones más radicales. Desde su óptica, la salida de la crisis no
podía ser más de lo mismo sino una revolución liberal, que destrabara todas las
anteriores restricciones al movimiento de capitales y mercancías, y que al mismo
tiempo controlara la inflación a través del manejo de las cuentas públicas. Para
ellos, el Estado empresario era una traba al crecimiento y el político tradicional
se transformaba en un peligroso personaje siempre al borde del “populismo”.
La irrupción del nuevo economista en el ámbito público se vio favorecida
gracias a la implantación en América Latina, desde fines de los sesenta, de
regímenes de fuerza, en los que claramente existe un ambiente receptivo a las
políticas económicas liberales como contrapartida a las teorías económicas de
izquierda (marxismo clásico y teoría de la dependencia) y al modelo desarro-
llista de la CEPAL. Chile fue uno de los primeros países en entregar el manejo
de su economía a un grupo de economistas jóvenes formados en universidades

108 MANUEL GÁRATE


norteamericanas. Sus radicales terapias de shock pudieron ser aplicadas gracias
al férreo control del poder que ejerció la junta militar encabezada por Augusto
Pinochet, especialmente entre los años 1973 y 1978.

Debido a que temían que otros no hicieran las reformas, los Chicago Boys ocu-
paron casi todas las posiciones en el gobierno. Para esto usaron su propia gente;
era un grupo tan homogéneo que, aun sin preguntarse entre ellos, sabían perfec-
tamente cómo reaccionar (Montecinos 1998: 67).

La transformación al nivel político se transmitió también –al menos en el


caso de Chile– al ámbito universitario. La Pontificia Universidad Católica fue
el epicentro de una revolución de la renovada ciencia económica, la cual ya
había comenzado desde fines de 1950. El nuevo estatus logrado por la disci-
plina le otorgó a esa universidad un poder e independencia nunca antes visto
dentro del ámbito de la educación superior chilena. Desde el punto de vista
administrativo se constituyó una facultad autónoma, con planes y programas
propios, destinados tanto al estudio de la disciplina como también de las téc-
nicas de gestión de empresas. Incluso la misma universidad entregó las deci-
siones claves de su administración interna a un equipo de economistas e inge-
nieros formados en sus propias aulas. A nivel micro, la universidad funcionaba
como un verdadero laboratorio de pruebas. Sin embargo, más importante aún
resultó la legitimación del discurso y lenguaje del experto económico a nivel
del espacio público nacional.

La trayectoria ascendente de los economistas chilenos en las últimas décadas


transformó exitosamente un grupo profesional, que en los años cincuenta era pe-
queño y marginal, en un poderoso y ubicuo segmento de la elite política chilena.
Este surgimiento político de los economistas es parte de una tendencia interna-
cional en la cual estos se han transformado en los más eminentes exponentes de
una visión tecnocrática del gobierno (Montecinos 1998: 1).

Poder, consolidación y hegemonía


Durante la segunda mitad de la década de los setenta y los ochenta, el esta-
tus del economista en Chile sufrió una transformación radical. Es cierto que
existían otras corrientes de pensamiento dentro del ámbito económico, sin
embargo, difícilmente se podía competir con la teoría neoclásica dominante,
obviamente beneficiada por el clima de represión que vivía el país y la falta de
debate público. Pocas veces en la historia de Chile un grupo de jóvenes técni-
cos tuvo en sus manos un poder de tal envergadura para transformar la estruc-

EL NUEVO ESTATUS DEL ECONOMISTA Y EL PAPEL DE LOS THINK TANKS EN CHILE: EL CASO DE CIEPLAN 109
tura económica de un país que tenía una tradición centralista y estatista, en
buena parte heredada de su pasado colonial y de las crisis económico-sociales
de fines del siglo XIX y especialmente de la de 1929-1930. De acuerdo con
Verónica Montecinos, la tendencia hacia la tecnocratización se aceleró en la
década de los sesenta, y comenzó a hacerse evidente en los ochenta, cuando
América Latina fue forzada a abandonar el modelo desarrollista del “Estado
de compromiso”, para ingresar al modelo competitivo del comercio interna-
cional globalizado (Montecinos 1998: 3).
En un comienzo, el grupo de economistas que asesoraba al gobierno militar
encontró una fuerte oposición dentro del grupo de oficiales de las fuerzas ar-
madas de corriente nacionalista y proclive a la mantención de un Estado fuerte
(Valdivia 2003). Sin embargo, los técnicos que más tarde serían conocidos como
los Chicago Boys insistían constantemente en la necesidad de aplicar el plan de
reformas estructurales de manera profunda y evitando al máximo cualquier tipo
de concesión. La coherencia del equipo en términos del discurso, la seguridad
en el éxito de las medidas que proponían y la simpleza al explicar sus argumen-
tos –donde destaca hasta el día de hoy el gusto por las metáforas, los eufemis-
mos y los ejemplos fáciles de comprender para la “dueña de casa”–, permitieron
la legitimación de los economistas neoclásicos dentro del complejo aparato ad-
ministrativo de la dictadura militar. Nada de esto habría sido suficiente si no es
por las cifras positivas que comienza a mostrar la economía chilena desde 1978,
es decir, una vez superada la primera etapa del tratamiento de shock.
La década de los ochenta se inició con un ambiente de optimismo general
respecto del crecimiento del país. El propio gobierno militar contaba con un
apoyo importante de la población, que empezaba a olvidar las penurias econó-
micas y políticas de la década anterior. Los años más duros de la represión ha-
bían quedado atrás gracias a la presión internacional y Chile vivía un pequeño
boom económico conocido como los años de la “plata dulce”. Posteriormente
se pagarían los costos sociales de una política de apertura total a las importa-
ciones en base a un dólar artificialmente bajo, que además llevó a la quiebra
de gran parte de la industria productiva nacional. América Latina conoció la
crisis de la deuda y Chile no fue ajeno a este proceso, aunque las causas más
bien tenían un origen interno y se remontaban al período del tratamiento
de shock. Para estos economistas la crisis fue una desagradable sorpresa, pero
jamás dudaron de que todo tenía justificación en aras de una modernización
acelerada y una apertura unilateral al mercado internacional. Prácticamente
ningún país del mundo durante este período abrió su economía como lo hizo
Chile. El país era un laboratorio –o más bien un “conejillo de Indias”– de la

110 MANUEL GÁRATE


ortodoxia teórica de la escuela económica de Chicago, que en aquellos años
contaba con figuras claves como Milton Friedman (Premio Nobel de Eco-
nomía en 1976), Michael Novak y Friedrich Von Hayek (Premio Nobel de
Economía en 1974).
Los economistas neoclásicos chilenos cayeron en desgracia tras la crisis de
1982-1983, pero pronto volvieron a resurgir a través de nuevas figuras. Las
transformaciones llevadas a cabo durante la década anterior, en el plano eco-
nómico e intelectual, fueron de tal envergadura que difícilmente pudieron ser
desplazados, a pesar de la aguda crisis social que se vivió en aquel momento.
En las universidades chilenas se enseñaba solo economía “clásica” y no había
grupo empresarial que no hubiese incorporado a técnicos y economistas de esta
corriente entre sus asesores más cercanos. Es más, debido a las privatizaciones
de los ochenta y noventa, muchos de estos técnicos abandonaron los cargos
políticos y académicos para convertirse en empresarios, no sin haber dejado
sospechas sobre el proceso de venta de los activos del Estado, gracias al manejo
de información privilegiada que ellos mismos controlaban.
Los años noventa no hacen sino consolidar la tendencia anterior. Los go-
biernos y los países son evaluados casi exclusivamente en base a sus cifras eco-
nómicas y estabilidad financiera. Los grandes organismos mundiales, como
el FMI y el Banco Mundial, se han encargado de recordar a los gobiernos sus
tareas y reformas pendientes, siempre orientadas hacia la liberalización de los
mercados y de los capitales. En la vorágine del denominado “fin de la historia”
fueron cayendo una a una las antiguas barreras nacionales construidas para
aminorar los efectos cíclicos de crisis internacionales como la de 1930. En un
entorno de desprestigio creciente de la función pública, y de la política en ge-
neral, el economista, por el contrario, fue ganando un poder cada vez mayor,
por encima incluso del control democrático.
Al mismo tiempo, se fue desarrollando toda una concepción destinada a
otorgar independencia al poder económico dentro del esquema de la demo-
cracia. Es así como se ha difundido globalmente el concepto de los “bancos
centrales autónomos”. En definitiva, la idea apunta a considerar la gestión eco-
nómica como independiente de las “mayorías circunstanciales” propias de la
democracia y del juego político. Se estima que la economía debe ser dejada a
los expertos, y solo ellos pueden entregarle estabilidad. Chile es nuevamente un
ejemplo de tecnificación de la gestión monetaria sobre la base de la autonomía
de los consejeros del Banco Central, quienes se eligen por medio de cuotas,
equilibrios y designaciones propias de unos pocos expertos en la materia. La
calidad técnica, los posgrados en el extranjero y la ortodoxia teórica de los can-

EL NUEVO ESTATUS DEL ECONOMISTA Y EL PAPEL DE LOS THINK TANKS EN CHILE: EL CASO DE CIEPLAN 111
didatos valen más que cualquier otro tipo de argumento político o democráti-
co. El principio siempre es el mismo: contrarrestar cualquier mayoría política
por medio de poderes autónomos legitimados “técnicamente”. Actualmente
los principales think tanks conservadores proponen –sin tapujos– aplicar el
mismo criterio de autonomía a los ministerios de Hacienda y a todo el sistema
de recaudación de impuestos y asignación de recursos públicos.
Nunca ninguna otra clase de cientista social ha alcanzado un grado tal de
poder e influencia tanto a nivel público como privado. El economista es el
gran administrador de la política pública, por medio de la acción directa o
bien a través del control de los presupuestos.
La corriente económica neoclásica es perfectamente coherente con la idea
de que la modernidad entrega un estatus superior a aquellos discursos que
adoptan un lenguaje y una conceptualización científica. Si ella además utiliza
métodos y herramientas provenientes de ciencias “duras”, como la física y las
matemáticas, se beneficia de un aura de objetividad que le permite posicio-
narse en una condición de autoridad por sobre el resto de las ciencias sociales,
e incluso diferenciarse y apartarse de ellas. El nuevo argot económico jamás
cuestiona las bases de su discurso ni el origen de sus postulados, pues constru-
ye todo un lenguaje y un aparataje teórico en base a una concepción de la na-
turaleza humana centrada en el individuo y en su racionalidad maximizadora,
que a nivel colectivo tiende siempre al equilibrio. En este sentido no es menos
ideológico que otros discursos. Incluso, desarrolla una visión de la sociedad
que combina ideas de un darwinismo social decimonónico, un tradiciona-
lismo autoritario y una visión hiperoptimista del progreso de la humanidad.
La caída de los llamados socialismos reales, las presiones de la globalización
y la apertura a los mercados internacionales han posicionado al economista
como el único profesional capaz de actuar frente a los fenómenos de la inte-
racción económica a escala global que –hay que decirlo también– él mismo
ha contribuido a crear.

En un contexto de creciente interdependencia económica, la creciente comple-


jidad de la gestión económica y el aumento de la incertidumbre causada por las
grandes crisis económicas motivó a las elites políticas a reclutar expertos con un
marco interpretativo común, que pudieran comunicarse entre ellos en la misma
lengua (Montecinos 1998: 1).

El economista ya no es hoy un asesor más del poder político, sino el asesor


por definición, y hacedor principal de política pública. Si no lo es nominal-
mente, posee el control a través de la asignación de presupuestos y la defini-

112 MANUEL GÁRATE


ción de indicadores de gestión. No es extraño que los políticos, e incluso jefes
de Estado, sean actualmente economistas o técnicos formados en economía o
administración:

En Chile, entre 1958 y 1973, solo uno de once ministros de finanzas había recibi-
do formación profesional como economista. Las expectativas sobre la formación
profesional de este cargo cambiaron durante el gobierno militar, en el cual ocho
de diez ministros de finanzas tenían credenciales académicas en economía (Mon-
tecinos 1998: 71).

Quien no maneja los rudimentos del discurso económico queda fuera del
ámbito de las decisiones políticas. Las cumbres internacionales sobre comer-
cio internacional o política económica tienen una cobertura e importancia
superior a aquellas lideradas por jefes de Estado. En el mundo privado, el
empresario actual debe ser un hombre formado en la materia, o al menos estar
al tanto de las mecánicas discursivas de la economía actual. Sin embargo, no
se trata de manejar “cualquier” economía, sino de la única que es considerada
como “seria” y “científica”. Se puede discutir sobre el papel de las diferentes
corrientes de la disciplina y la supuesta heterodoxia que reina en sus aulas;
monetaristas, neokeynesianos, desarrollistas, regulacionistas o neomarxistas
pueden reivindicar sus diferencias, pero es claro que el nuevo estatus de la
economía contemporánea se debe mucho más a los teóricos neoclásicos que
a otras corrientes más cercanas al mundo académico, a las ciencias sociales
e incluso a la disciplina histórica. La formalización matemática, el discurso
normativo y la operatividad técnica son rasgos eminentemente heredados de
esta corriente, aunque hoy en día diferentes escuelas utilicen e incluso reivin-
diquen la mayoría de estos aspectos. Ningún economista osaría hoy escribir
un tratado de economía sin gráficos, fórmulas matemáticas, tablas y flujos. El
mismo John Maynard Keynes sería catalogado como un ensayista, un ideólo-
go, bastante poco científico; muy lejos de la economía “seria”.
A diferencia de lo que ocurre en el resto de las ciencias sociales, el econo-
mista contemporáneo no sufre el dilema que Max Weber había percibido a co-
mienzos del siglo XX (Weber 1918), es decir, la problemática entre el político
y el científico, o como se diría actualmente, entre el intelectual y el ejecutor de
políticas públicas (y, por qué no, privadas).

Economistas y think tanks el caso de Cieplan


Históricamente, la relación entre los economistas y el poder público ha
tomado diferentes formas. Desde la década de 1940 el lugar ocupado por los

EL NUEVO ESTATUS DEL ECONOMISTA Y EL PAPEL DE LOS THINK TANKS EN CHILE: EL CASO DE CIEPLAN 113
economistas profesionales ha variado desde la simple asesoría técnica hasta el
copamiento de los principales puestos de poder relacionados con la asignación
de recursos y la formulación de políticas públicas. Sin embargo, un espacio de
influencia privilegiado ha ido tomando forma, cubriendo una zona interme-
dia entre la esfera privada y la pública.
Desde comienzos de la década de 1990, una serie de nuevas organizaciones
han hecho aparición en el espacio público chileno, con el objetivo de difundir
ideas orientadas hacia las políticas estatales. Siguiendo la definición anglo-
sajona, hoy en día se las conoce como think tanks, aunque tradicionalmente
se les denominase como centros de estudio. La Corporación de Estudios para
Latinoamérica (Cieplan) es una de estas organizaciones. En la mayoría de los
casos, se trata de agrupaciones vinculadas directa o indirectamente al mundo
político, a sectores empresariales o bien a una combinación de ambos. Estas
se diferencian principalmente de las ONG en que su objetivo principal no
es la acción directa sobre la realidad social, sino que actúan principalmente
como proveedores de ideas y discurso para la toma de decisiones en el ámbi-
to público. Tampoco son organizaciones ligadas a los movimientos sociales
que funcionan en los márgenes o simplemente por fuera del sistema político.
Por el contrario, estas agrupaciones son funcionales a él y a la idea de una
“democracia de mercado”, aunque operan con métodos tomados del mundo
académico, los cuales combinan con tácticas propias de la comunicación pu-
blicitaria. Si bien se definen como organizaciones sin fines de lucro, no traba-
jan sobre la base de un voluntariado, como sí ocurre con muchas de aquellas
surgidas a partir de movimientos sociales.
Se trata casi exclusivamente de profesionales contratados para “pensar” las
políticas públicas e influir en el proceso de toma de decisiones, lo cual implica
un costo económico no menor. Insistimos que el mayor problema al que se debe
enfrentar el investigador es justamente conocer los montos y las formas de finan-
ciamiento de estos think tanks. En Chile poseen el estatus de instituciones priva-
das sin fines de lucro, por lo que no están obligadas a hacer públicos sus balances
y únicamente se dispone de la información que entregan voluntariamente.9
Solo a partir del año 2000 hemos visto el surgimiento de varias de es-
tas organizaciones, las cuales –muchas veces– sirven de plataformas políticas
personales que escapan al tradicional control partidario. Algunas de corte
socialdemócrata como ProyectAmérica y Democracia y Desarrollo (ambas
vinculadas al ex presidente Ricardo Lagos), o bien Chile Justo, cercana a la

9 De acuerdo a una investigación periodística del diario El Mercurio, solo el CEP y Chile 21 estuvieron
dispuestos a revelar los montos involucrados en su financiamiento. Ver Aguirre y Gaete (2006).

114 MANUEL GÁRATE


FIGURA 1
Distribución ideológica de los principales think tanks chilenos

Conservador
Fund. Jaime Guzmán
Inst. Libertad y Desarrollo
Fund. Paz Ciudadana
CEP
Fund. Chile Junto
Instituto Libertad
Inst. Jorge Ahumada
Pro Estado / Librecambista /
regulación Fund. Frei desregularización
Fund. Justicia y Democracia
CERC CED Tiempo 2000 Cieplan
Fund. Futuro
Fund. Democracia y Desarrollo
Chile 21 Expansiva

Liberal / progresista

*La linea punteada marca la división entre los dos principales bloques políticos electorales chilenos.
**Los think tanks vinculados al bloque de centroderecha se aprecian con letra itálica.
Fuente: Elaboración del autor a partir de los datos públicos disponibles en las propias instituciones mencionadas.

UDI, forman parte de los nuevos centros que se han sumado a los think tanks
tradicionales.
Como ya se dijo anteriormente, la mayor parte de estas agrupaciones, si
bien se proclaman independientes respecto de toda postura partidista, repre-
sentan intereses y tendencias que pueden ubicarse dentro de un eje ideológico
que separamos en tres categorías: 1) “conservadores” (incluyendo aquí a quie-
nes se definen como conservadores valóricos siendo liberales en lo económi-
co); 2) “liberales socialcristianos” (probablemente la categoría más compleja,
donde incluimos a instituciones cercanas a la democracia cristiana y a técni-
cos liberales de la Concertación; y 3) “liberales progresistas” (en este último
caso haciendo la diferenciación entre socialdemócratas proclives a una mayor
intervención del Estado y liberales laicos de amplio espectro). Expresamente
no incluimos a aquellas organizaciones ligadas a lo que se denomina en Chile
como “izquierda extraparlamentaria”,10 pues más que influir en la toma de

10 Estamos pensando especialmente en organizaciones como el Instituto de Ecología Política o el CEN-


DA, que si bien tienen una estructura similar a los think tanks, operacionalmente no están integrados en el
modelo de “democracia-mercado”.

EL NUEVO ESTATUS DEL ECONOMISTA Y EL PAPEL DE LOS THINK TANKS EN CHILE: EL CASO DE CIEPLAN 115
decisiones o intentar guiar el debate público, sus propuestas apuntan hacia
cambios estructurales del modelo “democracia-mercado”. En este sentido, di-
fícilmente se las puede definir como funcionales al mismo, sobre todo cuando
participan de lo que se ha propuesto como un “mercado de ideas”.
En definitiva, tanto la clasificación como el diagrama nos permiten ob-
servar la inexistencia de think tanks propiamente académicos, al estilo de las
“universidades sin estudiantes” estadounidenses, sino que, por el contrario, la
preponderancia de instituciones de tipo militante (advocacy), o ligadas direc-
tamente a partidos políticos.11
En Chile, los think tanks “liberales socialcristianos” y “progresistas” nacie-
ron en un contexto de lucha por la democracia e inicialmente como centros
de estudios. El inicio de la transición orientó su accionar hacia los temas de
la gobernabilidad y la estabilidad económica. También perdieron influencia al
ceder a muchos de sus profesionales para que asumieran puestos de responsa-
bilidad política. Las agrupaciones conservadoras, por su parte, se consolidaron
durante los años 1990, primero como refugio intelectual e ideológico para los
herederos del régimen militar, y posteriormente como espacios de influencia
política (lobby) y plataforma para un futuro retorno al poder.

Una nueva elite tecnocrática: los economistas de Cieplan


El análisis del debate económico del período posterior al régimen militar
chileno no puede eludir el papel jugado por algunos de estos think tanks
en la conformación de la elite tecnocrática que participó activamente en la
dirección del país a partir de 1990. Esto resulta aún más evidente cuando
nos referimos al campo económico, probablemente uno de los que más se
ha tecnificado y especializado desde fines de la década de 1960, tanto en
Chile como en el resto del mundo.12 Para el caso que nos interesa, resulta
interesante constatar la evolución de las decisiones económicas en Chile
desde un grupo tecnocrático a otro y, sobre todo, dentro de un contexto de
transición hacia un régimen democrático. En definitiva, la conducción de la
política económica chilena fue traspasada desde la segunda generación del
grupo de Chicago a otro equipo de economistas pertenecientes, en su gran

11 En el caso chileno, las instituciones ligadas a partidos o decididamente militantes también tienen ac-
ceso a financiamiento por medios de proyectos para el Estado, organizaciones o incluso empresas privadas.
12 Sobre el ascenso de los economistas en las altas esferas de decisión gubernamental, véase Dezalay y
Garth (2002: 389). Sobre el rol político de la tecnocracia y la liberalización económica en América Latina
durante la década de 1990, véase Domínguez, J. I., Technopols: Freeing Politics and Markets in Latin America
in the 1990s, University Park, Pennsylvania State University Press, 1997, p. 287. Para el caso chileno, véase
Montecinos (1997: 108-126), trabajo sobre el ascenso de los economistas a las más altas esferas de la admi-
nistración del Estado (Montecinos 1997: 108-126).

116 MANUEL GÁRATE


mayoría, a Cieplan, quienes justamente habían elaborado –en la oposición
y desde mediados de los setenta– una serie de estudios sistemáticos donde
se evaluaron y criticaron las políticas económicas implementadas por el ré-
gimen militar.13
Este equipo, si bien tuvo su origen como un centro académico destinado al
estudio de las políticas públicas en el espacio latinoamericano, se preparó para
asumir las labores más altas en la gestión del Estado, especialmente en el cam-
po económico y de las políticas sociales. Por ello, no resulta extraño que su
producción académica estuviese destinada específicamente a buscar fórmulas
para una transición pacífica a la democracia, las cuales estuvieron centradas en
el consenso de los distintos actores políticos y económicos y en la continuidad
de aquellos elementos heredados del régimen militar que pudieran servir de
freno al conflicto y a un nuevo quiebre democrático.

Como los Chicago Boys, Foxley buscó superar un pasado populista e ideológico.
A diferencia de ellos, sin embargo, creía que Chile debía solucionar su “problema”
de “gobernabilidad” no reprimiendo a los políticos, sino creando una clase diri-
gente más responsable y pragmática, animada por un espíritu de cooperación [...].
Tanto los Chicago Boys como Foxley creían que la continuidad en las políticas
públicas terminaría asegurando un consenso nacional sobre el modelo de desa-
rrollo, el cual trascendería el capricho de cualquier gobierno (Giraldo 1997: 240).

Si bien hemos constatado que la crítica a la política económica del régimen


militar fue una constante en el trabajo científico de Cieplan, ello no implica
que su proyecto económico estuviera en directa oposición al modelo hereda-
do de la dictadura. Por el contrario, sostenemos que si bien la crítica estuvo
siempre presente, incluso de manera explícita y pública a propósito de la crisis
de 1982-83, ello no se tradujo en la gestación de un modelo alternativo de
desarrollo económico, ni menos en una versión actualizada del estructuralis-
mo de la CEPAL.

La globalización cambió las condiciones de competitividad internacional del país,


lo que hizo más difícil restaurar algunas de las garantías que existían hasta 1973,
como la seguridad en los empleos (Muñoz 2007: 222).

13 El papel de los cientistas económicos y sociales chilenos o radicados en Chile durante de la década de
los cincuenta y sesenta alcanzó una repercusión internacional, especialmente en lo referido a la creación de
un pensamiento social y político independiente y alternativo al de los centros tradicionales del saber (uni-
versidades). Véase Devés, E. (2006: 138-167) y (2004: 1-14). Ver también, del mismo autor, El pensamiento
latinoamericano en el siglo XX, Buenos Aires, Centro de Investigaciones Diego Barros Arana/Biblos, 2003,
p. 323, y “La circulación de las ideas y la inserción de los cientistas económico-sociales chilenos en las redes
conosureñas durante los largos 1960”, Historia, 37, 2, 2004, pp. 1-24.

EL NUEVO ESTATUS DEL ECONOMISTA Y EL PAPEL DE LOS THINK TANKS EN CHILE: EL CASO DE CIEPLAN 117
No desconocemos el hecho que el programa de gobierno de la Concerta-
ción de Partidos por la Democracia de 1989 planteó una revisión profunda
de muchos de los pilares del modelo económico autoritario. Sin embargo,
creemos que esto constituyó más bien una medida de cohesión interna de una
coalición política heterogénea y una estrategia electoral, antes que un verdade-
ro programa de acción. El grupo de economistas de Cieplan, si bien se había
opuesto a diversas políticas del gobierno militar, había apostado –desde mu-
cho antes del plebiscito de 1988– por una línea de consenso y de no confron-
tación con el empresariado, mayoritariamente favorable al general Pinochet.

Habíamos definido algunas líneas fundamentales que para nosotros eran muy im-
portantes porque daban seguridad y confianza, sobre todo a los que estaban fuera,
al sector privado, a la gente que iba a tener que hacer las decisiones de inversión.14

Si se sostiene que la votación masivamente mayoritaria de Concertación en


1988 y 1989 implicó también un apoyo a un cambio o reforma radical del
modelo económico, la concepción de su elite tecnocrática –especialmente en
Cieplan– no iba por ese camino. Los posteriores debates en torno al supuesto
“abandono” del programa de gobierno original de la Concertación (de orien-
tación más estatista) han surgido de esta dicotomía fundamental entre lo que
constituye una alianza política y su promesa electoral por el cambio, y –por
otra parte– el desarrollo de una elite tecnocrática empeñada en buscar una
solución de continuidad y compromiso con los equilibrios macroeconómicos
y los organismos internacionales de crédito.15

Los orígenes de Cieplan


La influencia de los profesionales técnicos en la política chilena, si bien es
identificable desde fines de la década de 1920,16 fue en aumento a partir de

14 Entrevista a Alejandro Foxley (Arancibia 2006: 622).


15 Lo que hemos denominado como la tesis del “abandono” o la “renuncia” es sostenida principalmente
desde la izquierda política que está fuera de la Concertación. Ver especialmente Fazio, H., El programa aban-
donado: Balance económico social del gobierno de Aylwin, Santiago, Lom, 1996, p. 182.
16 La influencia de una tecnocracia no política de ingenieros (civiles, eléctricos y de minas) en Chile desde
mediados de la década de 1920 ha sido estudiada por Adolfo Ibáñez en un ya clásico artículo de 1983 sobre
la conformación de la idea de “Estado moderno”. Este grupo de técnicos tuvo posteriormente un papel en
la puesta en marcha de la Corporación de Fomento (CORFO), la cual estuvo en el centro de la estrategia
chilena de industrialización y sustitución de importaciones. Véase Ibáñez, A., “Los ingenieros, el Estado y la
política en Chile: del Ministerio de Fomento a la Corporación de Fomento: 1927-1939”, Historia, Instituto
de Historia de la Pontificia Universidad Católica de Chile, 18, 1983, pp. 45-102. Véase también Villalobos,
S., y Méndez, L. M., Historia de la ingeniería en Chile, Santiago, Instituto de Ingenieros de Chile/Hachette,
1990, p. 409, y Muñoz, O., y Arriagada, A. M., “Orígenes políticos y económicos del Estado empresarial en
Chile”, Colección Estudios, Cieplan, 16, 1977, p. 57.

118 MANUEL GÁRATE


los años sesenta, como resultado de un fenómeno mundial de profesionali-
zación de la política.17 Como bien lo ha estudiado Patricio Silva para el caso
de Chile, se trató de un proceso que se aceleró con el golpe de Estado de
1973, pues muchos de los cuadros técnico-políticos opositores al gobierno
militar, y que vivían de los recursos provenientes de los partidos políticos,
debieron incorporarse a círculos académicos independientes. Incluso aquellos
que permanecieron en el país debieron –por primera vez– buscar financia-
miento fuera de su fuente tradicional, que era el Estado. En la mayoría de los
casos, estos intelectuales fueron simplemente expulsados de las universidades
y espacios académicos, por lo cual se vieron obligados a recurrir al apoyo de
organizaciones internacionales y crear sus propios centros de estudio. Estos
constituyeron, por casi dos décadas, la única alternativa de sobrevivencia de
una intelligentsia opositora al régimen militar.18
La crítica al régimen elaborada en estos centros solo fue aceptada en la
medida de que eliminara toda retórica y contenido político. Fue así como
el lenguaje altamente tecnificado y abstracto de la economía resultó un ex-
celente medio de canalización para la crítica de oposición, en desmedro
de otras disciplinas como la sociología, la ciencia política o la historia. Los
primeros centros de estudio tolerados por el régimen militar estuvieron re-
lacionados con la Iglesia católica y con la democracia cristiana.19 Este par-
tido había apoyado inicialmente al régimen militar e incluso aportado con
técnicos a la gestión del Estado. Sin embargo, para 1975 sus diferencias con
la política represiva del régimen lo llevaron a adoptar una línea opositora,
especialmente tras el atentado en Roma al dirigente democratacristiano Ber-
nardo Leighton.20

17 Véase Silva (1994: 281-297, y 1991: 385-410). Un interesante estudio sobre la profesionalización de la
política en Chile a partir de 1990 puede encontrarse en Romero, M. T., Profesionalización de la elite política
administrativa en Chile: 1990-2004. El proceso de mantenimiento: permanencia y circulación, Santiago, tesis
de magíster en ciencia política, Universidad de Chile, 2005, p. 144.
18 Entre los centros de estudio más importantes de oposición al régimen militar destacan Cieplan (Cor-
poración de Estudios para Latinoamérica), AHC (Academia de Humanismo Cristiano), Ilades (Instituto
Latinoamericano de Doctrinas y Estudios Sociales), CED (Centro de Estudios del Desarrollo), Sur, CES
(Centro de Estudios Sociales), ILET (Instituto Latinoamericano de Estudios Transnacionales), CLEPI
(Centro Latinoamericano de Economía y Política Internacional), PET (Programa de Economía del Tra-
bajo), ICHEH (Instituto Chileno de Estudios Humanísticos), Flacso (Facultad latinoamericana de Ciencias
Sociales) y más tardíamente CERC (Centro de Estudios de la Realidad Contemporánea). Véase Puryear
(1994). Véase también Lladser, M. T., y Díaz, H., Centros privados de investigación en ciencias sociales en
Chile, Santiago, Academia de Humanismo Cristiano/Flacso, 1986, p. 296, y Brunner (1985: 1-12).
19 Fue el caso de la Academia de Humanismo Cristiano (AHC), creada en 1975, y Cieplan, en 1976
20 Recomendamos la lectura de la exhaustiva y muy bien documentada investigación de Patricia Mayorga
sobre el atentado a Bernardo Leighton en Italia. Véase Mayorga, P., El Cóndor Negro. El atentado a Bernardo
Leighton, Santiago, El Mercurio/Aguilar, 2003, p. 241. En la prensa de la época, “Bernardo Leighton resulta
gravemente herido tras atentado”, La Tercera, 5 de octubre de 1975.

EL NUEVO ESTATUS DEL ECONOMISTA Y EL PAPEL DE LOS THINK TANKS EN CHILE: EL CASO DE CIEPLAN 119
Cualquier crítica al gobierno militar tenía que ser cuidadosamente formulada en
términos académicos y presentada de un modo abstracto. Esto condujo a una casi
desaparición completa de los eslóganes y la retórica que habían caracterizado a los
partidos políticos antes del golpe (Silva, 1991: 402).

La gente que estaba en política no podía hacer crítica. Además uno tenía cosas
emocionales acumuladas, escuchaba cuentos todos los días de gente que lo estaba
pasando muy mal. Éramos un vehículo legítimo porque éramos economistas, te-
níamos doctorados, teníamos un reconocimiento internacional. Podíamos hablar
cosas que otros no hablaban y cargábamos con las críticas.21

El centro de estudios Cieplan tuvo sus orígenes en la Pontificia Universidad


Católica de Chile, justamente en el interior de la misma Facultad de Ciencias
Económicas y Administrativas donde había surgido el grupo de economistas
de Chicago. No es coincidencia que el mismo plantel haya dado cabida a am-
bos grupos, quienes estaban influenciados por la formación económica nor-
teamericana y el fuerte impulso modernizador que había vivido la universidad
desde el proceso de reforma iniciado en 1967.22
Patricio Silva sostiene que el grado de cohesión y espíritu de cuerpo de estos
economistas cercanos a la democracia cristiana era similar al de los Chicago
Boys (Silva 1991: 406). En sus inicios, el grupo formaba parte del antiguo
Ceplan,23 creado en 1971 dentro del marco de la reforma universitaria y cuyo
primer director fue Alejandro Foxley.24

El Centro de Estudios de la Planificación Nacional (Ceplan), al igual que los


otros centros, debía tener un carácter interdisciplinario. Tenía por función estu-
diar los contenidos y efectos de las políticas públicas en el proceso de desarrollo,
las técnicas de planificación más adecuadas para la acción eficiente del Estado,
y los sistemas de planificación y su ajustamiento a las estructuras institucionales
(Krebs, Valdivieso y Muñoz, 1145-1146).

21 Entrevista a Alejandro Foxley (Arancibia 2006: 620).


22 Fue justamente a partir de este momento que la Universidad de Chile comenzó a perder su peso
histórico en la formación de las elites dirigentes del país, especialmente en el campo de la economía. Poste-
riormente, el régimen militar haría aún más evidente este proceso al reestructurar la Universidad de Chile y
reducir su tamaño y presupuesto. Sobre la historia de la Universidad de Chile, ver Mellafe, R., Rebolledo,
A., y Cárdenas, M., Historia de la Universidad de Chile, Santiago, Ediciones de la Universidad de Chile,
1992, p. 321.
23 Ceplan (Centro de Estudios de la Planificación Nacional) fue creado para realizar actividades de inves-
tigación y docencia.
24 Entre sus economistas más destacados estaban Ricardo Ffrench-Davis, Juan Pablo Arellano y René
Cortázar.

120 MANUEL GÁRATE


La unidad destacó rápidamente por la calidad académica de sus publica-
ciones y sus contactos a nivel continental. Sin embargo, sus críticas a la po-
lítica económica del régimen militar le valieron un hostigamiento constante
por parte de las autoridades de la universidad y, especialmente, del grupo de
Chicago, que controlaba la Facultad de Economía. En Ceplan se buscaban
alternativas a la teoría de la industrialización interna, por una parte, y al libre
mercado desregulado que promovían la mayor parte de los economistas for-
mados en Chicago.

Entonces y ahora, Foxley ha creído en un rol del Estado que balanceara eficiencia
y participación descentralizada con la autoridad central necesaria para guiar el
desarrollo nacional. Objetando la excesiva confianza en el Estado propia de la
izquierda, defendía la restricción de la acción estatal en una serie de áreas. Estaba
interesado en mantener la capacidad de las empresas estatales para operar en for-
ma eficiente y flexible, y creía que el Estado debía ser modernizado en su gestión
macroeconómica, y más enfocado y selectivo en sus actividades industriales y
redistributivas (Giraldo 1997: 235).

En esas circunstancias (cancelación de contratos), el personal de Ceplan aceleró


los esfuerzos que venían preparando cuidadosamente desde los primeros días del
régimen militar para abandonar la universidad y establecerse como un centro de
estudios autónomo (Huneeus 2001: 409).

Para junio de 1976, el grupo completo había renunciado a la Pontificia


Universidad Católica y se había establecido como una entidad privada: la Cor-
poración de Estudios para Latinoamérica (Cieplan), cuyo presidente continuó
siendo Foxley. El carácter altamente técnico de su producción académica, la
autonomía financiera y la formación de sus profesionales –la mayoría docto-
rados en economía en los Estados Unidos– les permitió sortear el ambiente
de represión existente en la época. La experticia técnica y la alta reputación
regional de sus trabajos evitaron que estos profesionales fueran acusados por el
régimen militar de llevar a cabo una oposición puramente “política” (Puryear
1994: 113). Cieplan logró cimentar una posición relativamente segura al en-
frentar al grupo de Chicago no en la arena política, sino en la única área donde
podían tolerar la crítica: la técnica especializada en economía. Justamente fue
esta crítica, la única permitida por el régimen, la que abrió el camino para que
otros intelectuales y profesionales de distintas corrientes políticas pudieran –
por primera vez– comenzar a planificar una estrategia conjunta de oposición
al gobierno militar. El liderazgo intelectual de este grupo se fue consolidando

EL NUEVO ESTATUS DEL ECONOMISTA Y EL PAPEL DE LOS THINK TANKS EN CHILE: EL CASO DE CIEPLAN 121
también en lo político, donde cada vez fueron ganando mayor credibilidad.
Si bien la mayor parte de los integrantes de Cieplan estaban vinculados a
la Democracia Cristiana, mantuvieron siempre un importante grado de in-
dependencia con respecto al partido. En este sentido, el mismo Foxley era
un convencido de romper con la estrategia partidaria tradicional del camino
propio, y buscar el consenso dentro de las fuerzas progresistas y opositoras a
la dictadura.25 Esto lo llevó incluso a contactarse con algunos de los grupos
menos radicales que sustentaban al régimen militar, sobretodo mediante la
discusión económica. Podríamos decir que el germen de la Concertación tec-
nocrática se encuentra en esta estrategia suprapartidaria.

La gente de Cieplan, tras asegurar la viabilidad de su hábitat, paulatinamente, al


avanzar los años ochenta, tomó contacto con investigadores que operaban en tor-
no a Flacso (Lechner, Brunner, Moulian, Garretón), ILADES (Rodríguez Grossi,
Andrés Sanfuentes), Sur (Javier Martínez, Eugenio Tironi), CED (Ernesto Ed-
wards, Augusto Aninat, Ernesto Tironi), CLEPI (Carlos Ominami, Sergio Bitar),
ILET (Juan Gabriel Valdés, Juan Somavía) y con todo el circuito de centros de
estudio y oenegés (Otano 2006: 158).

El centro de estudios operaba entonces tanto a nivel técnico-académico


como político, justamente orientando y convenciendo a la oposición de la
época de adoptar el mensaje técnico como principal medio de contrapeso a la
dictadura (Puryear 1994: 114).

De la crítica al grupo de Chicago a la búsqueda de consensos


Desde su creación en 1976 hasta la crisis económica de 1982-83, el grupo
de economistas de Cieplan generó una producción importante de papers y es-
tudios dirigidos principalmente a criticar la política económica implementada
por los técnicos monetaristas del grupo de Chicago, sobre todo durante los
años del llamado tratamiento de shock y el milagro económico (1975-1981).
Durante este período se publicaron numerosos trabajos elaborados por Cie-

25 La tesis del “camino propio” implicó que desde su fundación en 1957 hasta 1983 la democracia cris-
tiana chilena siguió una estrategia electoral sin alianzas con otros partidos. Un interesante artículo sobre la
evolución de la Democracia Cristiana desde la tesis del “camino propio” hasta el consenso y la creación de la
Concertación de Partidos por el No, puede encontrarse en Walker, I., y Jouannet, A., “Democracia cristiana
y Concertación: los casos de Chile, Italia y Alemania”, Revista de Ciencia Política, 26, 2, 2006, pp. 77-96.
Sobre ese punto también recomendamos Huneeus, C., “A Highly Institucionalized Political Party: Christian
Democracy in Chile”, Mainwaring, S., y Scully, T. (eds.), Christian Democracy in Latin America: Electoral
Competition and Regime Conflicts, Stanford University Press, 2003, p. 404. Ver también Gazmuri, C., Aran-
cibia, P., y Góngora, A., Eduardo Frei Montalva (1911-1982), Santiago, Fondo de Cultura Económica,
1996, p. 526.

122 MANUEL GÁRATE


plan, pero destacamos aquellos que cuestionaban la radicalidad de las medidas
implementadas, así como el uso de las cifras y el manejo poco transparente de
las estadísticas por parte del régimen autoritario.26

La política económica de Chile en el período 1974-1979 ha sido objeto de pro-


funda controversia. Los resultados económicos del período son interpretados
como un rotundo éxito por algunos y como fuertemente negativos por otros [...].
Dos “historias” enteramente diferentes pueden ser contadas según los indicadores
escogidos para hacer la evaluación (Foxley 1980: 7).

El trabajo crítico de Cieplan respecto de la política económica del régimen


militar se mantuvo constante durante toda la década de 1980. Sin embargo,
el tono de la misma y sus objetivos cambiaron tras la crisis de 1982-83 y el
ciclo de paros y protestas que le siguieron.27 Por primera vez, los profesionales
de esta institución se vieron en la disyuntiva de aprovechar la coyuntura y au-
mentar la crítica para acelerar la caída del régimen autoritario, o bien buscar
consensos y poner en marcha una transición negociada a la democracia. Este
grupo de profesionales estaba ligado a un sector de la clase política tradicional
–especialmente dentro de la democracia cristiana– que vio con temor cómo
las protestas tomaban un cauce que se les escapaba de las manos, especial-
mente por la autonomía del movimiento y el carácter de rebelión popular
que estaba adquiriendo.28 En estas condiciones, los profesionales de Cieplan
decidieron pasar desde la crítica abierta al gobierno militar a la proposición de
políticas económicas alternativas en vista de un eventual cambio de régimen
negociado. Fue así como el centro organizó una serie de diálogos entre traba-

26 Probablemente el texto de crítica al monetarismo de mayor repercusión a nivel local y continental


durante este período y elaborado en Cieplan fue Foxley, A., “Experimentos neoliberales en América Latina”,
Colección Estudios, Cieplan, 59, 1982, pp. 5-149. En relación a la crítica de las estadísticas oficiales elabora-
das por el régimen militar, recomendamos Cortázar, R., y Meller, P., “Los dos Chiles o la importancia de
revisar las estadísticas oficiales”, Colección Estudios, Cieplan, 21, 1987, pp. 5-21. Ver también Marcel, M.,
y Meller, P., “Empalme de las cuentas nacionales de Chile 1960-1985. Métodos alternativos y resultados”,
Colección Estudios, Cieplan, 20, 1986, pp. 121-146.
27 De alguna manera, el ciclo de protestas permitió que otros actores sociales y políticos pudieran tomar
la bandera de la crítica al régimen, por lo cual los economistas perdieron el monopolio de la misma, pero al
mismo tiempo ganaron mayor libertad para desarrollar su trabajo técnico.
28 La Democracia Cristiana temía que el fenómeno de las protestas contra la dictadura escapara a su
control, pues el Partido Comunista había elaborado una estrategia de rebelión popular de masas establecida
desde 1980, y que promovía “todas las formas de lucha”. La estrategia del diálogo entonces tuvo la doble
función de mantener a la DC como un actor fundamental en la futura transición a la democracia y al mismo
tiempo aislar al PC. Probablemente quien mejor ha trabajado el tema de la política del PC chileno en la
década de 1980 es el historiador Rolando Álvarez. Véase Álvarez, R., “¿La noche del exilio? Los orígenes de
la rebelión popular en el Partido Comunista de Chile”, en Valdivia Ortiz de Zárate, V., Álvarez, R., y Pinto,
J. (eds.), Su revolución contra nuestra revolución. Izquierdas y derechas en el Chile de Pinochet (1973-1981),
Santiago, Lom, 2006, pp. 101-152.

EL NUEVO ESTATUS DEL ECONOMISTA Y EL PAPEL DE LOS THINK TANKS EN CHILE: EL CASO DE CIEPLAN 123
jadores, elites empresariales y otros grupos de la sociedad, los cuales se orien-
taron a la búsqueda de acercamientos entre el mundo laboral y patronal. La
idea era evitar lo que históricamente se había percibido como una debilidad
del sistema democrático chileno: la confrontación permanente entre estos dos
mundos (Puryear 1994: 114).29

Si bien la crisis de consenso tuvo importantes implicancias económicas, su so-


lución fue principalmente de carácter político y no económico: se necesitó un
sistema político y social capaz de asegurar estabilidad y generar consenso. Para
Foxley, “ineficiencia” no es solo –ni principalmente– un problema económico;
ineficiencia es el resultado de la inexistencia de instituciones políticas y sociales
capaces de procesar las demandas y estructurar la sociedad (Giraldo, 1997: 239).

Hacia 1987, un año antes del plebiscito sobre la continuidad del mandato
de Pinochet, se advierte un segundo cambio en la mirada de los economistas
de Cieplan. Por primera vez comenzaron a tener opiniones más conciliatorias
con las reformas de los tecnócratas monetaristas del régimen militar, no solo
por una cuestión de conveniencia política, sino que también, como bien lo
resalta Jeffrey Puryear, debido a un cambio intelectual. A ello se sumaron las
cifras macroeconómicas positivas que comenzaba a mostrar el gobierno con la
gestión del ministro de Hacienda Hernán Büchi.

Quizás habíamos estado muy convencidos de ciertos enfoques y habíamos desa-


rrollado mucho los argumentos para defenderlos. Cuando vimos que de hecho las
cosas funcionaban bajo enfoques diferentes comenzamos a ponerles más atención
a esos argumentos, para verlos de manera más desapasionada y balancear mejor
los diferentes tipos de razonamientos y descubrir finalmente que no existía una
sola verdad.30

Este cambio de posición no se produjo sin contradicciones ni dudas por parte


de quienes habían sido críticos acérrimos y a ultranza de las políticas implemen-
tadas por los técnicos del grupo de Chicago. El reconocimiento de que las refor-
mas económicas del régimen podían funcionar en cuanto a modernizar algunos
sectores productivos y además generar crecimiento no resultó sencillo, pero es-
tratégicamente sirvió para abrir canales de diálogo con las fuerzas oficialistas al
momento de iniciarse la transición democrática. Incluso comenzó a rondar la

29 Uno de los principales estudios elaborados por Cieplan en relación con este tema fue: Campero, G., y
Cortázar, R., “Lógicas de acción sindical en Chile”, Colección Estudios, Cieplan, 18, 1985, pp. 5-37.
30 Palabras del economista de Cieplan Óscar Muñoz Gomá. Véase Puryear (1994: 115).

124 MANUEL GÁRATE


idea –pocas veces explicitada y menos reconocida– de que al régimen militar le
había tocado implementar la parte más dura de las ineludibles reformas estruc-
turales exigidas por el FMI y el Banco Mundial, con lo cual un futuro gobierno
de una coalición distinta podría gozar de los beneficios de una economía abierta
pero en un contexto de democracia e integración a la comunidad internacional.31

La economía, de hecho, había mejorado (segunda mitad de la década de 1980),


con la mayor parte de los costos de las reformas ya saldados y con los beneficios
comenzando a sentirse: “Usted tendría que ser muy cabeza dura para no aceptar
los hechos como eran”, observó (Foxley) [...]. “Estábamos convencidos racional-
mente que este país tenía que aprender a vivir con sí mismo, y nosotros habíamos
estudiado la teoría de juegos y la teoría de la cooperación. Entonces deliberada-
mente iniciamos un juego de cooperación en el cual reconocimos más puntos
positivos de los que pensamos previamente, y de los que incluso creímos que eran
realmente positivos [...]. Lo definimos en tales términos que la otra parte podría
decir: ‘Estos tipos han reconocido nuestros puntos positivos. Ahora estamos obli-
gados a buscar un mayor entendimiento con ellos’ ” (Puryear 1994: 116).

En otras palabras, las transformaciones mayores realizadas a la estructura


productiva del país no serían revertidas en un futuro inmediato, sino que
atemperadas con políticas sociales compensatorias. Los mayores costos socia-
les del control de la inflación, la liberalización del sector financiero y del pago
de la deuda ya habían sido consolidados. Y por ello, lo que más se le criticaba
al grupo de Chicago era su total incapacidad para establecer políticas sociales
que permitieran aminorar los efectos de liberalización y apertura indiscrimi-
nada de la economía chilena. En este punto había un consenso unánime entre
los economistas de oposición, y especialmente de Cieplan, respecto a la nece-
sidad de implementar políticas sociales destinadas a legitimar la economía de
libre mercado en los sectores mayoritarios de la población del país.

Hacia mediados de los ochenta, el plan ideado por los Chicago Boys comienza
a dar sus frutos. Al costo de una desigualdad social galopante, la economía se
internacionaliza y desarrolla, la sociedad se estabiliza y el ingreso y el consumo
comienzan a crecer sostenidamente. Hacia fines de los ochenta los contornos de
una nueva sociedad ya estaban definidos: una sociedad que ya no descansa en la

31 Sobre las relaciones entre el Banco Mundial y el gobierno de Chile –desde la década de 1980– en rela-
ción a la modernización del Estado y las condicionantes para acceder a nuevos créditos, recomendamos la
lectura de Lardone, M., “¿Quién aprende de quién? El Banco Mundial en la reforma del Estado chileno”, en
De Cea, M., Díaz, P., y Kerneur, G. (eds.), ¿De país modelado a país modelo? Una mirada sobre la política, lo
social y la economía, Santiago, Gresch/ICSO-UDP/Universidad Bolivariana, 2008, pp. 209-230.

EL NUEVO ESTATUS DEL ECONOMISTA Y EL PAPEL DE LOS THINK TANKS EN CHILE: EL CASO DE CIEPLAN 125
capacidad integradora del Estado, sino en la autonomía de los individuos; con
un sistema institucional que no promueve la igualdad, sino la protección de la
propiedad privada (Tironi 2007: 47).

El discurso económico que se elaboró en Cieplan, a partir de 1987, fue


mucho más de continuidad que de cambio, así como en el nivel político opo-
sitor comenzó a imponerse la idea del consenso con las fuerzas que apoyaban
al régimen militar. Esto último a pesar de que las necesidades de las campañas
políticas de 1988 y 1989 siguieron insistiendo en el cambio de modelo o –al
menos– de una reforma profunda del mismo. En Cieplan, como en otros cír-
culos opositores (especialmente dentro de la Democracia Cristiana y algunos
sectores renovados del socialismo) surgió la idea de que las condiciones habían
cambiado y que progresos importantes se habían realizado durante el régimen
militar. Por lo tanto, se impuso el reemplazo de los enfoques críticos anteriores.
Aplicando un criterio de realpolitik, se desechó la crítica como una suerte de
derivado ideológico extremadamente útil en tiempos de lucha, pero ineficaz al
momento de asumir las responsabilidades del poder.

A partir de 1985, un nuevo ministro de Hacienda [Büchi] reorientó la políti-


ca económica hacia la recuperación de la solvencia financiera y el crecimiento
económico. El esfuerzo dio frutos. Las exportaciones crecieron aceleradamente y
se redujo el desempleo. Sin embargo, en materia de lucha contra la pobreza los
resultados no fueron tan positivos (Foxley 2003: 6).

Para 1989, y en un contexto de crisis de las economías latinoamericanas,


especialmente de algunas que habían iniciado su transición a la democracia
algunos años antes (sobre todo Argentina, que lo hizo en 1983), la sola idea de
parecer “irresponsables” o “populistas” ante los organismos internacionales de
crédito, o de alterar los buenos índices macroeconómicos de la economía chi-
lena, surgió como el principal temor entre quienes, se suponía, tendrían que
hacerse cargo del manejo económico en caso de un cambio de régimen y de
coalición gobernante.32 Fue así como el concepto de populismo –entendido
como irresponsabilidad fiscal, descontrol de la inflación y políticas expansivas

32 Un interesante estudio sobre las políticas económicas aplicadas durante las transiciones a la democracia
en la década de 1980 en Argentina, Bolivia, Uruguay y Chile puede encontrarse en Morales, J. A., McMa-
hon, G., y Celedón, C., La política económica en la transición a la democracia: lecciones de Argentina, Bolivia,
Chile, Uruguay, Santiago, Cieplan, 1993. En este caso nos interesó especialmente la introducción y el capí-
tulo donde se analiza la implementación y consecuencias del Plan Austral en Argentina. Para comprender
las dificultades del caso argentino para establecer políticas de mercado ortodoxas similares a las aplicadas en
Chile, véase: Teichman, J., The Politics of Freeing Markets in Latin America: Chile, Argentina, and Mexico,
UNC Press, 2001, cap. 5, pp. 97-128.

126 MANUEL GÁRATE


clientelistas– se convirtió en un verdadero anatema para este grupo de econo-
mistas, especialmente en un contexto de demandas sociales postergadas por
casi dos décadas. Para evitar aquello, los pilares del modelo económico del
régimen militar debían mantenerse inalterados.33
El rol jugado por los economistas de Cieplan en la segunda mitad de la
década de los noventa y a partir del 2000 forma parte de nuestra investigación
en curso. Sin embargo, nos atrevemos a dejar lanzadas algunas ideas. Efecti-
vamente el centro de estudios vivió un tiempo de receso y de funcionamiento
virtual, debido a que la mayor parte de sus miembros ocuparon altos cargos
de responsabilidad en los gobiernos de la Concertación y en organismos in-
ternacionales. Sin embargo, esto no impidió que mantuvieran sus redes de
contacto y un nivel no despreciable de producción académica. Su reconfigu-
ración como centro de estudios o think tank tomó nuevamente forma en la
última década con el objetivo de convertirse en el gran centro articulador de
políticas públicas del ala centrista de la Concertación, así como el principal
asesor legislativo de la oposición a la administración de centroderecha que
gobierna Chile desde marzo de 2010. Al mismo tiempo, Cieplan ha estable-
cido asociaciones puntuales con think tanks conservadores,34 manteniendo de
alguna forma la política de los consensos que impulsó desde los gobiernos de
la Concertación durante veinte años.35

A modo de conclusión
Actualmente, la mayoría de las escuelas de economía en todo el mundo
preparan profesionales de la administración destinados a actuar en el mundo
de la empresa privada y de la gestión pública. Sólo un número muy pequeño
se dedica a la reflexión económica. Ello no significa que no estén preparados
para asumir altas responsabilidades en el ámbito público. Al contrario, fuera
de los premios académicos, el mayor honor para un economista es dirigir una

33 El sociólogo Ángel Flisfisch, quien ejerció como subsecretario del Ministerio Secretaría General de la
Presidencia durante el gobierno de Patricio Aylwin (1990-1994), confirma el tema del temor al populismo
como uno de los principales riesgos de la transición, dadas las enormes demandas sociales acumuladas du-
rante el régimen militar: “Esta tentación [populista] fue rechazada una y otra vez a partir de la premisa de
que la explosión de las demandas socioeconómicas era el riesgo principal para la gobernabilidad desde 1990
en adelante y que, por consiguiente, el control y disciplinamiento de las expectativas del electorado ‘natural’
de los partidos integrantes de la coalición debía ser la primera prioridad de la conducción política”. Véase
Flisfisch (1994: 18).
34 En este caso se trata del Centro de Estudios Públicos (CEP) y Libertad y Desarrollo, con quienes se
ha trabajado el tema de la modernización del sistema electoral chileno, además de incorporar al think tank
Proyect América, cercano a Ricardo Lagos Escobar.
35 En el sitio web de Cieplan existe numerosa información y artículos de prensa que respaldan esta afir-
mación. Ver www.cieplan.org/noticias/detalle.tpl?id=138

EL NUEVO ESTATUS DEL ECONOMISTA Y EL PAPEL DE LOS THINK TANKS EN CHILE: EL CASO DE CIEPLAN 127
cartera pública, ojalá –algún día– un ministerio de finanzas (hacienda) o un
cargo de responsabilidad en un Banco Central. Para eso han sido preparados
durante años. No existe, por lo tanto, una contradicción entre el conocimien-
to y su aplicación en política. Al contrario, la aplicabilidad de las técnicas en
el ámbito público y privado es justamente lo que legitima al discurso y al pro-
fesional de la economía. Desaparece la división entre el intelectual indepen-
diente y el funcionario. En economía ambos mundos se combinan y conviven
sin mayores conflictos. Se puede circular del ámbito académico al profesional
sin problemas ni contradicciones. Como bien se ha visto en Chile, se puede
ser político, economista, académico, dueño de una universidad privada e in-
fluyente miembro de un think tank, y todo de manera simultánea.

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EL NUEVO ESTATUS DEL ECONOMISTA Y EL PAPEL DE LOS THINK TANKS EN CHILE: EL CASO DE CIEPLAN 129
SEGUNDA PARTE

PRODUCCIÓN Y USOS
DEL CONOCIMIENTO SOCIAL
Capítulo 4
Sociologías públicas
y la producción del cambio social
en el Chile de los noventa*
Tomás Ariztía / Oriana Bernasconi

Creo no equivocarme al decir que la


modernidad constituye para mi genera-
ción la matriz social más poderosa de su
experiencia; experiencia de tiempo y es-
pacio, de su identidad personal y de los
otros, de cambio del mundo y de nues-
tras imágenes de sociedad (José Joaquín
Brunner 1994: 12).

La pregunta por la vocación pública de la sociología chilena


de los noventa
El año 2004, en la reunión anual de la Asociación Norteamericana de So-
ciología, Michael Burawoy dedicó su discurso presidencial a una reflexión
sobre el conocimiento, la práctica sociológica y el rol que le compete a la
disciplina en la sociedad contemporánea. El diagnóstico de Burawoy era que
la sociología, dominada por el quehacer académico y profesional, enfrentaba
un déficit en su intención crítica y en su capacidad de proveer de explicacio-
nes comprehensivas de los asuntos sociales. Según Burawoy, para reconectar
sociología y sociedad era necesario girar hacia la sociología pública, definida
como aquella que, orientándose hacia una audiencia más amplia que la aca-
démica, entabla conversaciones con diversos públicos, vehiculizando discu-
siones de interés general sobre la “naturaleza y los valores de la sociedad”,
sus “malestares” y también sus “tendencias”. Esta sociología pública tendría

* Este artículo fue financiado por un proyecto VRA de la Universidad Diego Portales. Agradecemos
la asistencia de Cristóbal Grebe en la preparación de la base de datos de textos públicos de las ciencias
sociales de los años noventa y su participación en los primeros análisis de los textos estudiados, así como la
colaboración de Martina Yopo en la búsqueda y el análisis de bibliografía complementaria.

133
por tarea canalizar hacia la sociedad debates que emergen en y a través de la
disciplina, a la vez que participaría en la formación de públicos comprome-
tidos con la discusión; públicos que la sociología misma crea mediante sus
categorizaciones y problematizaciones (clase, minoría, red, etc.). En la visión
de Burawoy, el fortalecimiento de la sociología de vocación pública vendría a
complementar otros tipos de la disciplina: la sociología profesional (dedicada a
generar teorías y métodos), la sociología aplicada (orientada a dar respuestas a
preguntas provenientes de otros campos) y la sociología crítica (que examina
los fundamentos y presupuestos de la sociología profesional, operando como
la conciencia reflexiva de la disciplina).
La intervención de Burawoy dejó indiferente a pocos y despertó reflexiones,
de crítica y apoyo, en distintas instancias académicas: libros, números espe-
ciales de revistas y debates en seminarios y congresos siguieron a este discurso
presidencial.1 Con todo, esta no es una reflexión novedosa. La trayectoria de
la sociología mundial y latinoamericana está ligada a la pregunta por su vo-
cación pública, básicamente porque es la ciencia a la cual históricamente le
ha correspondido proponer interpretaciones sobre la sociedad y perspectivas
acerca de su transformación.2 Esta vocación pública representaría para varios
no solo una de las orientaciones principales de la disciplina, sino la única po-
sible (Wallerstein 2007, por ejemplo).
En esta trayectoria, la propia descripción de la categoría sociología o inte-
lectualidad pública ha sido revisada. Tradicionalmente la sociología definió
a los intelectuales como un grupo social cuyo trabajo involucraba el uso y
manipulación de conocimiento abstracto. Además, este era un grupo que ma-
nifestaba compromiso con valores universales más allá del poder y los intereses
de clase, y que participaba con estas herramientas en la vida pública con el
propósito de diseminar conocimientos (Eyal y Buchholz 2010; Fleck, Hess
y Lyon 2009). En este contexto, durante el siglo veinte, buena parte de la
reflexión clásica se orientó a estudiar el rol del intelectual desde dos enfoques:
i) la perspectiva de la filiación o lealtad política (Gramsci 1971), enfatizando
la relación entre intelectualidad y poder (Brunner y Flisfisch 1984) y ii) la

1 Ver, por ejemplo, Public Sociology, editado por Clawson et al. en 2007; Handbook of Public Sociology,
editado por Jeffries en 2009, e Intellectuals and their Publics, editado por Fleck, Hess y Stina Lyon en 2009.
2 Algunos textos clásicos que han enfrentado esta reflexión son Mannheim, K. (1932 [1993]), La sociología
de los intelectuales; Wright Mills, C. (1959), The Sociological Imagination; Gouldner, A. (1979), The Future
of Intellectuals and the Rise of the New Class; Bourdieu, P. et al., El oficio sociológico (2003), Homo academicus
(2008) y Campo de poder, campo intelectual (2002), y Bauman, Z. (1987), Legisladores e intérpretes, sobre
la modernidad, la posmodernidad y los intelectuales (1987). En América Latina, la vocación pública de la
sociología también ha sido un objeto de reflexión constante; por ejemplo, Brunner y Flisfisch 1983; Brunner
1989; Garretón 1981, 1989 y 2000; Lechner 1986, 1993; y Martuccelli y Svampa, 1993.

134 TOMÁS ARIZTÍA / ORIANA BERNASCONI


perspectiva de su pertenencia a un grupo, clase o tipo social que monopoliza
ciertos capitales (Gouldner 1979):

Esto significa que, a pesar de sus diferencias, todas las tendencias principales de
la sociología clásica de los intelectuales estaban intentando reducir las visiones de
mundo y actitudes políticas de los intelectuales directamente desde tendencias so-
cietales mayores o posiciones en la estructura social (Eyal y Buchholz 2010: 123).

En los setenta y ochenta, el giro reflexivo en las ciencias sociales reorientó


la conceptualización del intelectual hacia explicaciones más relacionales. Bour-
dieu, por ejemplo, introdujo el concepto de campo como nivel intermedio entre
la estructura (política, social) y la práctica de la intervención pública, redireccio-
nando el análisis desde las características del grupo social hacia las propiedades
del espacio intelectual. En los ochenta, la discusión sobre los intelectuales se
caracterizó también por incorporar el concepto de “intelectual público” (Fleck,
Hess y Lyon 2009; Eyal y Buchholz 2010). Aunque redundante en su defini-
ción, la noción surgió para diferenciar la figura del intelectual de la figura del
experto, que habría aumentado su relevancia en la composición de la discusión
pública, en un contexto de complejización del conocimiento, de crecimiento y
diferenciación de audiencias y de diversificación de medios de comunicación.
Esta nueva composición de la esfera pública estaría desafiando la figura prototí-
pica del intelectual que apela a la sociedad en nombre de verdades universales.
En el marco de estas transformaciones, recientemente Eyal y Buchholz (2010)
han propuesto hacer transitar la discusión desde una sociología de los intelectua-
les hacia una sociología de las intervenciones en el espacio público. Si la primera
estudia la figura del intelectual o su grupo de pertenencia, y “se focaliza en
demostrar cómo las características sociales de este grupo explican las lealtades
que mantiene” (Eyal y Buchholz 2010: 120), la segunda “despersonaliza” dicha
figura, de modo de que no corresponde a un tipo social particular sino a una ca-
pacidad de impactar la esfera pública. Una sociología de las intervenciones toma
como su unidad de análisis el movimiento de intervención mismo, centrando
su atención en cómo formas de expertise adquieren valor como intervenciones
públicas. En este sentido, repensar el rol del intelectual en términos de tipos de
intervenciones implicaría multiplicar los formatos, dispositivos y prácticas clasi-
ficadas como intelectuales, y dar cabida a los diversos conocimientos y expertise
que “logran inserción en la esfera pública” (Eyal y Buchholz 2010: 117).3

3 Osborne (2004), por ejemplo, distingue cuatro formas de intervención o “estrategias de trabajo
intelectual”: legislación, interpretación, expertise y mediación (en Eyal y Buchholz 2010).

SOCIOLOGÍAS PÚBLICAS Y LA PRODUCCIÓN DEL CAMBIO SOCIAL EN EL CHILE DE LOS NOVENTA 135
En paralelo a esta discusión académica norteamericana sobre la sociología y
el intelectual público, al otro lado del Atlántico, Mike Savage (2009) generaba
revuelo en la sociología británica con Against Epocalism: An Analysis of Concep-
tions of Change in British Sociology. En este artículo, Savage anuncia el fin de
la sociología epocal, aquel estilo de análisis sociológico británico que, desde los
años cincuenta, hizo descansar la caracterización de la sociedad contemporánea
sobre su supuesta diferencia con respecto a un determinado orden social ante-
rior. Según argumenta Savage, estas maneras epocalistas de narrar y demarcar el
cambio social estarían ligadas a los instrumentos metodológicos elaborados por
los cientistas sociales en los años que siguieron a la Segunda Guerra Mundial,
especialmente la encuesta representativa y la entrevista. La sociología misma,
Savage recuerda, se habría constituido a finales del siglo XIX proveyendo diver-
sos diagnósticos de un naciente orden social ‘moderno’, que venía a erosionar
las bases de un período histórico previo ‘antiguo’ o ‘tradicional’.
La lectura compartida de este diagnóstico de Savage (2007) junto a The
Coming Crisis of Empirical Sociology, que escribiera con Borrows acerca del
fin de la sociología empírica en la época del knowing capitalism, despertó
nuestro interés por reflexionar sobre los modos en que se viene abordando
el oficio sociológico en Chile. Un asunto que cada uno venía masticando in-
dividualmente y con menos sistematicidad en el contexto de la definición de
nuestras propias líneas de trabajo, instalados en la academia luego de com-
partir la experiencia doctoral en Londres. Si bien el concepto de sociología
pública remite a especificidades del desarrollo disciplinar propias de los paí-
ses del norte (donde goza de un nivel de profesionalización lejano al alcan-
zado en Chile), nos preguntábamos en qué medida estos debates permitían
reflexionar sobre la relación entre sociología y sociedad, especialmente du-
rante los años noventa, cuando se recomponía la conexión entre los intelec-
tuales y la sociedad luego del quiebre democrático de 1973.4 Distinguíamos
una serie de condiciones que habían favorecido el despliegue de una intelec-
tualidad pública en los noventa, como la recuperación de la democracia y,
por consiguiente, de la libertad de prensa y de opinión, el inicio de los pro-
cesos de reconciliación nacional, la reapertura de las carreras de pregrado en
ciencias sociales y la participación de sociólogos como asesores de campañas
presidenciales y ministros de Estado de los gobiernos de la Concertación de
Partidos por la Democracia. Pensábamos en las razones del éxito editorial

4 En los años noventa se abren las condiciones políticas, institucionales, comunicacionales e incluso
comerciales para divulgar el pensamiento sociológico en la esfera pública, asociado a un proceso de
institucionalización y profesionalización creciente de la disciplina. En la década anterior, si bien prolífica, la
sociología crítica remitía su audiencia al ámbito académico y de las ONG. Ver por ejemplo Garretón 2005.

136 TOMÁS ARIZTÍA / ORIANA BERNASCONI


de Chile actual: anatomía de un mito (1997), del sociólogo Tomás Moulian,5
recordábamos debates señeros inaugurados por otros sociólogos como Nor-
bert Lechner, y también textos de impacto de historiadores y filósofos como
José Bengoa, Gabriel Salazar y Martín Hopenhayn. Y las ciencias sociales
chilenas de los noventa aparecían como un espacio de modelamiento del
debate público, vehiculizando el relato de los nuevos tiempos más allá de la
academia pero tampoco no mucho más lejos de las elites. Nos preguntába-
mos cuáles serían los puntos de continuidad y ruptura entre este caso y la
literatura de los países del norte, y qué aspectos específicos podrían definir el
tipo de intervención realizada por los intelectuales chilenos. Si bien aportes
como los de Martucelli y Svampa (1993) sobre la trayectoria de la sociología
latinoamericana, o los propios análisis de José Joaquín Brunner y Manuel
Antonio Garretón sobre los intelectuales y la sociología en Chile (Brunner y
Flisfisch 1983; Brunner 1989a, 1989b; Garretón 1982, 1989), han resalta-
do la vinculación de las sociologías latinoamericanas con las circunstancias
sociopolíticas de sus sociedades, creíamos que aún quedaba mucho por re-
flexionar sobre la relación entre la sociedad y los intelectuales públicos –y
en particular la sociología– en nuestra historia reciente.6 Así, la discusión
gatillada en Norteamérica por la propuesta de Burawoy, la reflexión sobre la
figura del intelectual en los países del norte y en América Latina, la sociolo-
gía del intelectual como una sociología de las intervenciones y, sobre todo, la
obra de los sociólogos chilenos que elegiríamos, nos surtieron de puntos de
vista, preguntas, definiciones y clasificaciones para hacer de esta inquietud
un ejercicio empírico.

Los casos de estudio


Guiados por las intuiciones y lecturas recién comentadas, decidimos siste-
matizar un trabajo de análisis. Nuestro objetivo era no tanto la búsqueda del
‘canon’ de la sociología pública chilena, sino principalmente la comprensión
de algunas claves de la obra de autores centrales de una generación con la
cual nos es necesario dialogar, tanto porque corresponde a un grupo que ha
liderado la reflexión intelectual desde los ochenta, como porque contribuyó
directa o indirectamente a nuestra formación. Esta es, además, la generación
que sufre el período de ruptura y refundación de la disciplina, y que oficia
de puente entre la etapa fundacional de fines de los cincuenta y el momento
actual (ver Garretón 2005: 359).

5 La obra vendió más de 30 mil copias.


6 Ver Pinedo, J. 2000, Güell et al. 2009 y la llamada literatura de la transitología.

SOCIOLOGÍAS PÚBLICAS Y LA PRODUCCIÓN DEL CAMBIO SOCIAL EN EL CHILE DE LOS NOVENTA 137
Elaboramos entonces una base de datos con más de cincuenta títulos de
cientistas sociales que escribieron en los noventa sobre la sociedad chilena.
Aunque nos parecía que estos títulos respondían a la noción de intelectualidad
pública en un sentido amplio, decidimos acotar la selección al campo de la so-
ciología por ser nuestra disciplina y por parecernos una de las ciencias sociales
que lideró la reflexión sobre el Chile posdictatorial. Si bien la noción de socio-
logía pública era parte de nuestra indagación, en esta fase requeríamos de una
definición operativa mínima para guiar la selección de los casos de estudio.
Entonces optamos por escoger i) textos autorales que ii) desde la sociología iii)
ofrecieran descripciones generales de iv) la sociedad chilena contemporánea a
v) una audiencia más amplia que la académica.7 De este modo, entre los textos
sociológicos de la década de los noventa descartamos aquellos que no tuvie-
ran como eje de análisis la sociedad chilena (sino la latinoamericana, como
Modernidad, razón e identidad en América Latina, escrito en 1996 por Jorge
Larraín), aquellos centrados en el análisis de áreas específicas (educación, fa-
milia, comunicaciones), aquellos textos predominantemente teóricos (por la
clausura de público que comporta tal expertise) y aquellos de autoría colectiva
en contextos institucionales como CEPAL, PNUD u organismos de gobierno
(la Secretaría de Comunicación y Cultura, por ejemplo).8
Como resultado de este proceso decidimos analizar detenidamente cuatro
obras: Bienvenidos a la modernidad (1994), de José Joaquín Brunner; La faz
sumergida del iceberg: estudios sobre la transformación cultural (1994), de Ma-
nuel Antonio Garretón; Chile actual: anatomía de un mito (1997), de Tomás
Moulian, y La irrupción de las masas y el malestar de las elites (1999), de Euge-
nio Tironi. De estos autores elegimos estos textos y no otros por cuanto cree-
mos que fueron concebidos desde el comienzo como intervenciones socioló-
gicas en el debate público. De hecho, entre ellos, solo Chile actual fue ideado
desde sus inicios como un libro, mientras que los otros tres corresponden a
compilaciones de columnas de opinión publicadas en medios de prensa escrita
nacional (Bienvenidos a la modernidad; La irrupción de las masas) o a material
académico de divulgación, como charlas y presentaciones en congresos (La faz
sumergida). Por estas características, los cuatro textos nos parecieron además
equivalentes para fines comparativos. Ciertamente habrá otras formas perti-

7 Dado su perfil de divulgación, es importante notar que los textos analizados despliegan estas descripciones
generales en conexión con diversos temas específicos. Esto es particularmente visible en el caso de aquellos
textos que son el resultado de columnas de opinión.
8 Si bien textos como los Informes de desarrollo humano han constituido piezas clave en la movilización
del debate público y disciplinar desde 1998, creemos que el nivel institucional en que se desenvuelve su
producción y destino los convierte en un caso particular dentro de la sociología pública nacional. Sobre los
efectos de estos informes ver el artículo de Claudio Ramos en este libro.

138 TOMÁS ARIZTÍA / ORIANA BERNASCONI


nentes de clasificar la producción sociológica local, por ejemplo, en términos
de relevancia para la disciplina, difusión o tipo de aproximación. Para efectos
de nuestras preguntas, sin embargo, el asunto fundamental era escoger auto-
res y textos que indudablemente fueran exponentes centrales de la sociología
chilena con vocación pública.

Las obras y sus autores


· Bienvenidos a la modernidad (1994), de José Joaquín Brunner, es una
colección de escritos (columnas, artículos y presentaciones) publicados en di-
versos diarios (La Segunda, El Mercurio, La Época, El Sur de Concepción) y
revistas (Crítica Social, Foro 2000) entre 1990 y 1994. El libro tiene cinco
partes: la primera reflexiona sobre la naturaleza de la modernidad, sus op-
ciones y sus efectos. Se analizan aspectos como la experiencia cotidiana de la
modernidad y sus múltiples opciones, las formas de organización y coordina-
ción moderna (pp. 23-25), el debilitamiento de las tradiciones (pp. 44, 48) y
las contradicciones y tensiones de una cultura moderna que se define desde
la complejidad y la multiplicidad (pp. 54, 58-59). La segunda y tercera parte
agrupan reflexiones sobre política e ideología. El autor discute el estatus pro-
blemático de las ideologías (pp. 66-69), el surgimiento de nuevos discursos y
sensibilidades políticas (pp. 76-77) y su relación con el ejercicio de la política
como una práctica realista (pp. 86-87). En la tercera parte, Brunner reflexiona
además sobre la ideología neoliberal (pp. 103-106), la relación entre mercados
y Estado (pp. 111-119) y la renovación del pensamiento de izquierda frente a
las sociedades actuales (pp. 120-156). Las partes cuarta y quinta se focalizan
en discutir la relación entre cultura y modernidad. Mientras la cuarta parte
reflexiona sobre la estrecha relación entre pluralismo valórico y modernidad
(pp. 159-160), la última analiza la relación entre distintos ámbitos de la cul-
tura: políticas culturales (pp. 219-221), medios de masas (pp. 236-241), inte-
lectuales y modernidad.9

9 José Joaquín Brunner (1944) es doctor en sociología por la Universidad de Leiden. Actualmente se
desempeña como profesor e investigador de la Universidad Diego Portales, donde dirige el Centro de
Políticas Comparadas de Educación (CPCE) y la Cátedra Unesco de Políticas Comparadas de Educación
Superior. Brunner es autor o coautor de 35 libros y ha editado o coordinado otros nueve. Ha publicado
además capítulos individuales en más de cien libros y numerosos artículos en revistas académicas. También
escribe habitualmente en medios de prensa y tiene una activa participación en el debate público educacional.
Como consultor de políticas de educación superior ha trabajado en cerca de treinta países. Desde 1974 hasta
1994 trabajó como investigador en Flacso, dirigiendo esta institución desde 1976 a 1984. Posteriormente
ocupó el cargo de ministro secretario general de Gobierno (1994-1998). Ha tenido también numerosos
otros cargos públicos: presidió el Consejo Nacional de Televisión, el Comité Nacional de Acreditación
de Programas de Pregrado, fue vicepresidente del Consejo Superior de Educación, miembro del Consejo
Nacional de Innovación para la Competitividad y del Consejo de Ciencias del Fondo Nacional de Desarrollo
Científico y Tecnológico (Fondecyt).

SOCIOLOGÍAS PÚBLICAS Y LA PRODUCCIÓN DEL CAMBIO SOCIAL EN EL CHILE DE LOS NOVENTA 139
· La faz sumergida del iceberg (1994), de Manuel Antonio Garretón,
reúne distintas presentaciones y artículos preparados por el autor durante
los primeros años de los noventa. El libro examina las transformaciones re-
cientes en la política, economía, cultura y sociedad, a la luz del proceso de
modernización y transición democrática y la transformación de los modelos
de modernidad. El punto de partida del libro consiste en describir la cre-
ciente diversificación y “desacoplamiento” de los espacios de la economía,
política y cultura, y sus consecuencias para la reformulación de las formas
de organización social y política. El libro evalúa estas transformaciones en
un número amplio de temas, tomando como eje el análisis de la cultura,
particularmente su relación con la sociedad y la política. La primera parte
examina la cultura y la política y sus transformaciones como consecuencia
de un proceso de transición societal. La segunda examina estas transforma-
ciones en relación con distintos actores sociales tales como mujeres (capítulo
4), jóvenes (capítulo 5) y familia (capítulo 6), además de valores (capítulo
7). La tercera parte se concentra en estudiar estos cambios en las políticas
e instituciones culturales. Finalmente, la cuarta parte aborda la situación
de las ciencias sociales en el contexto de este proceso de transformación y
complejización de la sociedad chilena.10
· Chile actual: anatomía de un mito (1997), comienza describiendo el pre-
sente: una sociedad de mercados desregulados, marcada por la indiferencia
política, compuesta por individuos competitivos que se compensan en el
consumo y asalariados socializados en el disciplinamiento y la evasión. La
tesis de su autor, Tomás Moulian, es que el Chile post 1990 sería producto
del “experimento de modernización capitalista” impulsado por la dictadu-
ra militar (p. 253) y sostenido desde 1990. Esta revolución capitalista, que
más bien fue una contrarrevolución, no burguesa y articulada por un ménage
entre militares, economistas neoliberales y empresarios nacionales y transna-
cionales, habría refundado Chile (p. 27). El libro traza la genealogía de este
transformismo (pp. 145, 147), remontándose a 1932 y el período de sistema

10 Manuel Antonio Garretón (1943) es doctor en sociología por la Escuela de Altos Estudios en
Ciencias Sociales, París. Actualmente se desempeña como profesor titular del Departamento de Sociología
de la Universidad de Chile. Ha sido director y decano de diversas instituciones académicas, enseñado
en universidades nacionales y extranjeras y participado y dirigido múltiples proyectos de investigación y
enseñanza. Autor de más cuarenta libros entre autoría, coautoría, ediciones y compilaciones, y de más de
doscientos cincuenta artículos en revistas, traducidos en varias lenguas. Ha obtenido las becas Guggenheim,
Flacso, Fundación Ford, Social Research Council, Fundación MacArthur y Conicyt. Ha sido asesor y
consultor de diversas instituciones públicas y privadas nacionales e internacionales, y miembro de consejos
de organizaciones profesionales y académicas, revistas y jurados. Ha participado activamente en el debate
político-intelectual de Chile y América Latina, en la oposición a los regímenes militares, en la transición
política y el nuevo período democrático, a través de publicaciones, columnas y entrevistas en foros y medios
de comunicación.

140 TOMÁS ARIZTÍA / ORIANA BERNASCONI


de partidos que culmina en 1973 y, fundamentalmente, analizando el pe-
ríodo dictatorial en sus fases terrorista (1973-1980) y constitucional (1980-
1990). Para Moulian, elementos básicos de esta matriz serían: una política
del consenso y del blanqueo de los orígenes traumáticos de la refundación,
la despolitización de la población, la exaltación de la idea de que somos mo-
dernos (Chile: “país modelo”) y la naturalización de una matriz productivo-
consumista.11
· La irrupción de las masas (1999), de Eugenio Tironi, es un libro construi-
do por columnas escritas para la revista Qué Pasa, entre 1995 y 1998. Su pro-
pósito es analizar “las transformaciones que han experimentado la sociedad
y la vida de las personas en Chile” (p. 10) durante los años noventa, “quizás
los cambios más profundos y masivos que el país haya experimentado en una
década y que aún no han sido evaluados en todo su significado” (p. 11). Estas
transformaciones serían resultado del “ímpetu modernizador” de corte neoli-
beral propiciado durante la dictadura militar, profundizado con la extensión
de la economía de mercado luego del retorno a la democracia (p. 20) y acele-
rado durante los noventa con el “círculo virtuoso y dorado” del “espectacular”
crecimiento económico (p. 237). En diez capítulos, el libro pasa revista (p.
9), de la mano de distintos actores y temáticas, a los rasgos más distintivos de
la sociedad emergente: la irrupción de las masas y la reacción de la clase alta
(pp. 39-56), el empresariado y sus transformaciones y desafíos (pp. 57-86),
los partidos y conglomerados políticos, los medios de comunicación (pp. 87-
126) y asuntos morales y de carácter, como la mayor madurez y normalidad
de la sociedad actual (pp. 127-202).12

11 Tomás Moulian (1939) es sociólogo y cientista político con estudios de posgrado en Bélgica y París.
Ha sido director de la Escuela de Sociología de la Universidad Católica, director de la Escuela de Sociología
y vicerrector de investigación de la Universidad Arcis, y subdirector de Flacso. Actualmente es director del
Instituto de Formación Social Paulo Freire. Entre sus publicaciones destacan: Democracia y socialismo en
Chile (1983), La forja de ilusiones: el sistema de partidos 1932-1973 (1993), El consumo me consume (1997),
Conversación interrumpida con Allende (1998), y Socialismo del siglo XXI. La quinta vía (2000).
12 Eugenio Tironi (1951) es doctor en sociología por la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales,
París. Es gerente general de la consultora en comunicación estratégica Tironi Asociados y de Gestión Social;
investigador y miembro del comité directivo de Cieplan, miembro del consejo superior de la Universidad
Alberto Hurtado y director de Enersis, Un Techo para Chile, Paz Ciudadana y la Fundación Orquestas
Juveniles e Infantiles. En 1978 participó en la fundación del Centro de Estudios SUR, que luego dirigió.
Participó en la creación de la franja comunicacional del No para el plebiscito chileno en 1988, fue director
de comunicaciones del gobierno de Patricio Aylwin (1990-1994), dirigió la campaña comunicacional del
candidato socialista Ricardo Lagos durante la segunda vuelta (1999) y asesoró la campaña presidencial de
Frei (2009). Entre 2007-2008 integró el Consejo Asesor Presidencial de Trabajo y Equidad, convocado por
la presidenta Bachelet. Tironi ha sido profesor de diversas universidades en Chile y el extranjero, columnista
de diversos diarios y revistas, y autor, coautor o editor de más de veinte libros, entre los que se cuentan Los
silencios de la revolución (1988), El régimen autoritario: para una sociología de Pinochet (1998), El cambio está
aquí (2002), Crónica de viaje. Chile y la ruta a la felicidad (2006) y Palabras sueltas (2008).

SOCIOLOGÍAS PÚBLICAS Y LA PRODUCCIÓN DEL CAMBIO SOCIAL EN EL CHILE DE LOS NOVENTA 141
La estrategia analítica
Ciertamente la reflexión de Brunner, Garretón, Moulian y Tironi escapa
con creces a los cuatro textos escogidos. De hecho, el impacto de estas pro-
puestas es inseparable de la obra general de cada uno. Reconociendo este con-
texto, incorporamos algunas de sus obras anteriores para profundizar en la
reflexión académica de conceptos y argumentos que solamente aparecen esbo-
zados en los libros seleccionados. En consecuencia, si bien este es un estudio
de casos de cuatro textos que consideramos ejemplos de sociología pública, el
análisis no se hizo a puertas cerradas sino en un contexto coral.13 Asimismo,
estábamos conscientes de que el carácter público de estos sociólogos sobrepasa
sus obras para abarcar otras responsabilidades asumidas en la historia reciente
del país, así como reconocimientos logrados por sus respectivas trayectorias.
Además, se trata de sociólogos que han cultivado el columnismo en los me-
dios de prensa escritos, han reflexionado sobre el impacto sociopolítico jugado
por los relatos de la transición que ayudaron a levantar y han problematizado
su propio rol como intelectuales, proponiendo cambios en el sentido de la
intelectualidad en la sociedad contemporánea, a la luz de reflexiones genera-
cionales y también biográficas. En consecuencia, realizamos el análisis de los
trabajos seleccionados en el contexto de estos variados antecedentes biográfi-
cos y profesionales.
La estrategia analítica consistió en examinar cada texto por separado, com-
parativamente y en el contexto coral. En este proceso seguimos un análisis
narrativo que reparó complementariamente en aspectos i) estructurales, ii)
de contenido y iii) dialógicos (Riessman 2008). En términos estructurales
observamos el ordenamiento de cada texto (capítulos/secuencia, cronología,
por ejemplo), el género literario elegido para narrar, la audiencia a la que se
destina la obra, el contexto de validez que el autor reclama para su texto, y
los recursos que despliega para justificar las tesis propuestas (citación de otros
autores dentro o fuera de las ciencias sociales, apoyo en evidencia, referencia
a resultados comparados de investigación, entre otros). En lo que respecta al
contenido, examinamos los argumentos o tramas que entretejen cada relato,
deteniéndonos en el estado de situación del Chile actual, las transformaciones
históricas que participaban en su diseño, el ámbito social elegido para desple-
gar cada estudio (cultura, política, economía), la periodización del tiempo y
la propuesta de futuro contenida en cada uno. Finalmente, y en términos dia-

13 Para el caso de Brunner, complementamos nuestras lecturas con Brunner 1984, 1988, 1989a, 1989b,
1994, 1993; para el caso de Garretón, con Garretón 2000, 2005; para el caso de Tironi, con Tironi
1990, 2003, Tironi et al. 2005; y para el de Moulian, con Moulian 1983. También revisamos Brunner
y Moulian 2002.

142 TOMÁS ARIZTÍA / ORIANA BERNASCONI


lógicos, estudiamos la posición que ocupa cada autor con respecto a su texto,
tanto en el concierto más general de su obra sociológica como en relación al
destino de la sociedad que describe, y vinculamos el texto analizado con el rol
que para su autor le cabe al intelectual y a la sociología frente a su sociedad.
De este modo surgieron tres planos analíticos desde los cuales reflexionar
sobre las características de la sociología pública chilena de los noventa en base
a las cuatro obras escogidas: i) los formatos narrativos, ii) los relatos del cam-
bio social y iii) la reflexión sobre la intelectualidad.

Los formatos narrativos de la sociología pública


Según sus aspectos formales, los cuatro textos seleccionados denotan gestos
tendientes a preparar la obra para la comunicación con un público amplio y
no necesariamente académico, de modo de promover la ‘conversación cívica’
(Otano 2002). Los autores coinciden en abandonar –parcialmente– el lengua-
je, el estilo argumentativo y la estructura narrativa de la escritura académica,
e innovan mediante formatos híbridos que combinan la crónica, la columna
de opinión y el ensayo académico. El “ensayo de análisis crítico” de Moulian,
la “crónica personal” de Tironi y la “crónica de una experiencia” de Brunner,
según como ellos mismos clasifican los géneros escogidos, representan forma-
tos narrativos alternativos, más expresivos, abiertos, flexibles, osados e íntimos
que lo que permite el formato disciplinar.
A nuestro entender, la apuesta por salir del canon sociológico remite al
menos a dos elementos. Primero, se debe a la necesidad de testimoniar las
transformaciones del Chile contemporáneo echando mano a un conjunto
heterodoxo de referencias y materiales, incluyendo la propia experiencia
biográfica y generacional: en los ensayos leídos escasean la cita erudita y el
uso sistemático de datos empíricos para levantar argumentos; abundan, por
el contrario, la crónica de la historia reciente, la apelación a imágenes di-
fundidas por los medios de comunicación de masas, la opinión personal, la
referencia literaria y el guiño testimonial, vale decir, el relato político de la
compleja experiencia de quien es testigo privilegiado de los tiempos que des-
cribe. Brunner, por ejemplo, define Bienvenidos a la modernidad como una
colección de escritos de ocasión (p. 11). No obstante su natural fragmentación,
estos escritos forman parte de una indagación continua que sobrepasa los
límites de esta obra.
En los textos, la monografía factual y lógica cede terreno a metáforas e
historias, sin renunciar por ello a la elaboración de generalizaciones sobre el
presente (diagnósticos) y sobre el futuro (prognosis). Como toda insinuación,

SOCIOLOGÍAS PÚBLICAS Y LA PRODUCCIÓN DEL CAMBIO SOCIAL EN EL CHILE DE LOS NOVENTA 143
son relatos abiertos, cuyo contenido se entrega al debate. Esta apertura tiene
que ver con las propuestas de lectura que elaboran los autores y con el ensayo
del uso de estos formatos alternativos durante la escritura misma del texto. En
la introducción de Chile actual, Moulian justifica la necesidad de dar cuenta
del cambio social en distintos niveles de registro mediante un ensamblaje que
denomina bricolé:

Un discurso bricolé o de montaje, que recurre para transmitir tanto a la riqueza y


la pasión de lo vivido como a los monótonos procesos estructurales, a todos los
recursos disponibles, olvidándose de la canónica escritural de la sociología: junta
el concepto, la cita erudita, el análisis numérico con el juego lingüístico, las refe-
rencias literarias, las técnicas retóricas y de la ficción, los relatos periodísticos o la
invención cultural a lo Borges (p. 10).

En segundo lugar, el intento por escapar del género académico radica, a


nuestro juicio, en la necesidad de alcanzar mayor flexibilidad expresiva, aban-
donando la rigidez del discurso especializado, de manera de comunicarse con
un público más amplio. Esta vocación pública queda de manifiesto especial-
mente en las obras de Brunner y Tironi, que se estructuran como libros a
partir de una selección de columnas de opinión publicadas por Brunner y
Tironi en medios escritos nacionales. También es el caso de La faz sumergida,
construida a partir de material académico de diverso formato (artículos, pre-
sentaciones en seminarios, etc.).
A consecuencia del desplazamiento desde la escritura sociológica tradicio-
nal hacia el uso de géneros híbridos, los autores redefinen los criterios de le-
gitimidad con que se deben evaluar sus obras. Estos sociólogos demandan
que sus textos sean juzgados, más que mediante estándares científicos, por su
capacidad de evocar y sugerir. Respecto a la legitimidad de su ensayo, Moulian
sugiere: “su destino no se juega ni en la coherencia absoluta ni en la demostra-
ción formal de cada hipótesis. Se juega en la insinuación” (p. 11). Asimismo,
en referencia a la elección del género narrativo, Tironi comenta:

Este libro no es, desde luego, un texto de sociología, pero tampoco es propia-
mente un ensayo; es más bien una crónica personal de la sociedad que emerge en
los 90 [...] un género que presenta como limitación una falta de integración y, a
veces, hasta de coherencia; pero tiene la virtud de que permite hacer ‘zapping’ y
detenerse solo en los temas que interesan [...] [para] pasar revista de modo de-
claradamente simple, y premeditadamente arbitrario, a la sociedad chilena emer-
gente (p. 9).

144 TOMÁS ARIZTÍA / ORIANA BERNASCONI


Son textos que se preparan para gatillar la reflexión y para despertar la em-
patía sobre un relato del presente cuyos rasgos los lectores también deberían
identificar. Su validez se juega en el efecto que producen sobre su público,
más que en la evidencia en que se sustentan sus enunciados, la compleji-
dad y exhaustividad de las descripciones que proveen o la explicitación de los
procedimientos que estructuran cada análisis. La crónica admite concesiones
que el canon sociológico castigaría: ser “premeditadamente arbitrario”, como
declaraba Tironi, publicar trabajos experimentales (como una reflexión sobre
el cine, el divertimento que Garretón incluye como anexo al final de su obra) o
dejar traslucir el proceso de formación de las ideas, como apunta Bienvenidos
a la modernidad:

Es justamente en esas averiguaciones, libres e insistentes, cuando una materia se


examina desde diversos ángulos, en comunicación con una comunidad de lec-
tores, donde mejor se refleja un proceso de pensamiento. Proceso que como tal
siempre tiene algo de inacabado, pero que por eso mismo es más transparente
en sus zonas de ignorancia; que también es dubitativo a ratos, pero por ello más
auténtico; sujeto a la fugacidad del periódico, y por lo tanto más consciente de
sus límites (p. 11).

Los relatos del cambio social


En términos de sus contenidos, las cuatro obras convergen en proponerse
como relatos del cambio social en el Chile contemporáneo. Según sus autores,
estaríamos viviendo una “mutación” acelerada (Brunner), una “transforma-
ción social profunda” (Garretón), una “revolución capitalista” (Moulian), que
forjaría un “nuevo espíritu” (Tironi). En las próximas secciones examinaremos
algunos aspectos de estos relatos del cambio, a saber: los diagnósticos del pre-
sente, las teorías que los sustentan y las propuestas normativas que nacen a
partir de cada uno de estos análisis.

Los diagnósticos del presente


Los autores coinciden en describir el presente a partir del despliegue de un
fuerte proceso de modernización capitalista en Chile. Se trata de un nuevo
momento histórico que hay que explicar. Por ejemplo, Moulian describe en su
diagnóstico del Chile actual una modernización capitalista que correspondería
a una “imposición política” que se ha perpetuado desde la dictadura, si bien
“blanqueada” de sus orígenes traumáticos, “travestida” con “ropajes democrá-
ticos” desde 1990, ensalzada como “experimento modelo” y naturalizada por
una política del consenso que impide generar un espacio político para discutir

SOCIOLOGÍAS PÚBLICAS Y LA PRODUCCIÓN DEL CAMBIO SOCIAL EN EL CHILE DE LOS NOVENTA 145
la sociedad futura. “Chile actual es la culminación exitosa del transformismo”
(p. 145), una sociedad “plenamente mercantilizada” (p. 115), conformista y
consumista, y cuyas “relaciones sociales se encuentran individualizadas” (p.
117); un país que “se dice moderno” cuando en rigor vive “la mezcla de una
infraestructura pobre con un ingenuo provincianismo mental” (p. 98).
Garretón, a su turno, diagnostica el presente en términos de una moderni-
dad inconclusa. La sociedad (o matriz socio-política) contemporánea sería de
tipo híbrido, propia de un país que ha resuelto problemas económicos pero no
las dimensiones institucionales, culturales y políticas de su desarrollo que le
permitirían transitar hacia su propia modernidad (p. 8).14 El autor afirma que
esta transición ha desestructurado la acción colectiva y afectado la definición
de canales institucionales adecuados para garantizar un avance democrático.
Su argumento es entonces que la sociedad actual enfrentaría el desafío de bus-
car un proyecto moderno propio y no impuesto:15

Nuestra modernidad es, por decirlo menos, un poco ridícula y pretenciosa, una
cierta copia un tanto “rasca” de un modelo que hoy está siendo cuestionado en
todas partes, como es la combinación de la racionalidad tecnocrática occidental
con la cultura de consumo de masas norteamericana. En ningún caso hemos
tomado lo mejor de ambos modelos (p. 131).

En ambos diagnósticos, el presente es un espacio potencialmente crítico.


En La faz sumergida porque la modernidad chilena “impone copias” desde
otros contextos culturales, relegando la identidad local. Además, debido a
nuestra alta desigualdad social, estas propuestas de autoconstitución foráneas
excluirían a parte importante de nuestra población. Chile actual exhibe un
diagnóstico crítico al proponer que la modernidad se reduce a una moderni-
zación (capitalista) que naturaliza el devenir histórico.
Brunner y Tironi arrancan de las mismas premisas que Garretón y Mou-
lian, pero llegan a conclusiones diferentes. Bienvenidos a la modernidad des-
cribe a Chile como una sociedad que participa, desde su condición específica,
de la experiencia moderna (más allá de que su signo sea positivo o negativo):

14 Este diagnóstico es desarrollado posteriormente por Garretón: “En una formulación sintética, los
conflictos que se han vivido estos últimos años reflejan la contradicción entre un país que ha resuelto
satisfactoriamente sus problemas económicos de corto y quizás mediano plazo y, en todo caso, dejado
pendientes los problemas sociales, culturales, institucionales y políticos” (2000, p. 182); “El sobredesarrollo
político-institucional en relación a la base económica cede paso a un dinamismo de la economía y a un
enorme retraso del sistema político institucional” (2000, p. 184).
15 Ver Garretón 2000, p. 153.

146 TOMÁS ARIZTÍA / ORIANA BERNASCONI


La modernidad ha dejado de ser una opción: es un hecho de la época, viene de la
mano con la globalización de los mercados y la expansión de la democracia, con
la expansión de la educación e industrias culturales, la ampliación de experiencia
de consumo y la mutación de valores (p. 17).

Esta modernidad tendría efectos importantes sobre la experiencia de las


personas, como una creciente complejidad y pluralidad social y un consecuen-
te aumento de la incertidumbre. Para Brunner, el malestar que provocan estas
experiencias remite a las tensiones propias de la modernidad y es, por lo tanto,
ineludible (p. 160).16 En los trabajos de Garretón y Moulian, en cambio, el
malestar social es interpretado como síntoma de un proceso de modernización
capitalista que carece de un proyecto de modernidad propio y del cual tenga-
mos control.17
Según La irrupción de las masas, durante los noventa la convergencia de
los procesos de liberalización política, crecimiento económico sostenido y
apertura internacional habría aumentado la complejidad de una sociedad que
enfrenta a la vez los problemas de la “escasez” y los de la “abundancia” (p.
225). Mayor autonomía y complejidad de los medios de comunicación (p.
228-229), dispersión del poder entre diversidad de actores (p. 230-231), ma-
sificación de oportunidades, transformación en una sociedad donde la lógica
del consumo se habría diseminado a otros campos de la vida social más allá
del mercado (p. 226-228), son algunos de los rasgos de nuestra modernidad
relevados por Tironi. Por más que le moleste a las elites, el diagnóstico es
que las masas ocupan hoy el territorio y el espacio público, y las personas se
comportan, en general, como consumidores más que como ciudadanos; como
individuos más que como comunidades; como defensores de intereses priva-
dos más que como promotores de fines colectivos (p. 29). En esta segunda
lectura, la modernidad chilena sucedería como consecuencia de un proceso
de modernización que ya está en curso y que no sería resultado de un proyecto
sino de los cambios estructurales propios de la modernización.
En síntesis, con independencia de las diferencias descritas, los cuatro diagnós-
ticos sobre la sociedad chilena actual comparten un mismo punto de partida: el
presente estaría definido por un cambio sustancial; una modernización de cuño
capitalista. Se suma a este diagnóstico una lectura común centrada en analizar
los efectos de estas transformaciones: los noventa serían el período en que la

16 Ver un mayor desarrollo de este argumento en Brunner 1992.


17 El debate sobre el malestar subjetivo de nuestra modernización fue, a fines de los noventa, un momento
clave en la disputa de estas distintas narrativas y concepciones de la modernidad (ver Pinedo 2000, Güell
2009, Brunner 1998, PNUD 1998).

SOCIOLOGÍAS PÚBLICAS Y LA PRODUCCIÓN DEL CAMBIO SOCIAL EN EL CHILE DE LOS NOVENTA 147
modernidad capitalista terminó por afectar y redefinir la forma de vida y las
instituciones de chilenos y chilenas, tanto si esa interpretación es leída como un
efecto negativo (Chile actual), como si se la concibe como una serie de conse-
cuencias para las formas de vida que son funcionales al modelo socioeconómico
neoliberal (La faz sumergida) o como un proceso de pluralización, individuación
y diversificación (Bienvenidos a la modernidad, La irrupción de las masas).

Modernidad como proyecto y modernidad como experiencia


Como se deduce de la sección precedente, otro elemento común a los cua-
tro textos es que comparten una misma operación de fundamentar epocalmen-
te estos relatos del cambio social sobre una teoría general de la modernidad.18
Junto con la creación de diagnósticos del presente, estas propuestas sociológi-
cas producen nociones de tiempo social y construyen un marco de referencia
epocal, que ordena la temporalidad a lo largo de un proceso de modernización
que organiza la genealogía histórica de la actualidad y aventura marcos de
acción futuros. Una teoría de la modernidad y una historia de su despliegue
constituyen, entonces, los cimientos de estos relatos del cambio.
Ahora bien, en las obras y en el trabajo general de estos autores se pueden
distinguir al menos dos acercamientos distintos a la modernidad: uno que la
comprende como un proyecto de autonomía y otro que lo hace principal-
mente como una experiencia consustancial a los procesos de modernización.19
Cuando la modernidad es concebida como un proyecto de autonomía, esta re-
presentaría un proyecto político histórico por el cual los actores sociales deben
constituirse y movilizarse, preferentemente mediante la participación política.
Esta teoría subyace tanto al diagnóstico de Garretón20 como al de Moulian, no
obstante diferencias importantes. En La faz sumergida “la modernidad tiene
que ver con la constitución de sujetos capaces de hacer su historia” (p. 12, 53).
No se trataría de un proyecto unívoco, sino de una modernidad que admite
múltiples tipos de realizaciones:

La modernidad es expansión de la capacidad de los sujetos en todos los niveles, de


hacer su historia, combinando razón, pasión y memoria. Como tal es un modo de

18 Optamos por analizar la clave hermenéutica de las teorías de la modernidad/modernización que


subyace y estructura a estos cuatro textos. Ello no implica que los textos no tengan otras lecturas comunes
posibles, como por ejemplo institucionalidad política o democratización. El despliegue de estas teorías
de la modernización/modernidad tiene distintos desarrollos en los cuatro textos y suele suceder mediante
descripciones fragmentadas.
19 Conviene aclarar que, debido al tipo de público al cual aspiran estos textos, estos acercamientos se
esbozan en un nivel general.
20 Ver Garretón 2000.

148 TOMÁS ARIZTÍA / ORIANA BERNASCONI


convivencia que no se agota en un solo modelo. Hemos vivido una modernidad
prestada y como algún éxito hemos alcanzado, nos sentimos orgullosos. Algo hay
de válido en ello. También de patético (p. 132).

El libro de Moulian también define la modernidad como un punto de lle-


gada, un proyecto histórico que conlleva una posibilidad emancipatoria. Su
crítica es que el presente se caracterizaría por una obsesión con la moderniza-
ción (capitalista) que, confundida con modernidad, nos anestesia en el sueño
capitalista y naturaliza el devenir histórico, “restringiendo la historicidad” o
capacidad de transformación estructural de la sociedad actual. Si para Garre-
tón el presente es una posibilidad de adecuación de los modos de construc-
ción del sujeto, para Moulian el presente entrampa a la sociedad, negándole
su historicidad. Chile actual se dedicará entonces a trazar la historia de este
“dispositivo transformista” mediante una genealogía narrativa que se remonta
a 1932, pero, sobre todo, al período dictatorial, para deconstruir la operación
de producción de nuestra modernización y estudiar “las alternativas desecha-
das en las luchas entre diferentes proyectos” en pugna. En este sentido, el libro
propone también una teoría de la historia.
Brunner y Tironi definen y utilizan modernidad y modernización de una
forma distinta. En este caso, la modernidad no remitiría a un telos, sino a una
experiencia vital que emana de los cambios propios de nuestro proceso de
modernización. Si el primero retrotrae dicho proceso hacia los años cincuen-
ta, ligándolo a la creación de un mercado de bienes simbólicos,21 el segundo
lo hace mapeando las transformaciones propias de la revolución capitalista
modernizadora.22 En ambos casos la modernidad no se busca, sino que surge
inevitablemente. Por lo mismo, esta no apelaría a un contenido sustantivo,
sino a la experiencia de lidiar con múltiples racionalidades (Bienvenidos a la
modernidad: 55, 25), diversidad de actores (La irrupción de las masas), y con
una mayor complejidad y diferenciación social y cultural.23 Desde una pers-

21 Brunner (1993) traza este camino en términos de una serie de procesos que se iniciaron en los cincuenta:
“Se puede decir que entre 1950 y 1990 se ha iniciado el ciclo de incorporación a la modernidad cultural,
a la par que sus estructuras económicas, políticas y sociales se han ido transformando bajo el peso de una
integración a los mercados internacionales” (p. 61).
22 En La irrupción de las masas, la temporalidad histórica de esta modernización opera solo como un
antecedente que se toma por sentado para dedicar la obra a la descripción del momento actual. El ejercicio
sociológico se concibe entonces como una crónica del presente. Con todo, en otros textos, Tironi profundiza
en el análisis del proceso de modernización capitalista en Chile. Ver, por ejemplo, Tironi, E. (2001), “¿Es
Chile un país moderno?”, Tironi, E. (ed.), Cuánto y cómo hemos cambiado los chilenos: reflexiones a partir del
Censo 2002, y Tironi, E., et al. 2005.
23 Como menciona Brunner (1993), “la modernidad emerge como el resultado de múltiples racionalidades
aplicadas que pugnan y coexisten entre sí en el seno de cualquier sociedad que alcanza un grado relativo de
modernización, o sea de desarrollo productivo, diferenciación cultural urbana y complejidad organizacional” (p. 9).

SOCIOLOGÍAS PÚBLICAS Y LA PRODUCCIÓN DEL CAMBIO SOCIAL EN EL CHILE DE LOS NOVENTA 149
pectiva postiluminista, Brunner, por ejemplo, plantea que estas múltiples ra-
cionalidades no pueden unificarse bajo un solo discurso o anclarse a una meta
única. La proliferación de esferas en pugna es propia de la modernidad como
experiencia. Para describir esto, en varios pasajes de Bienvenidos a la moder-
nidad, el autor recurre a Bergman. En la introducción, por ejemplo, señala:

Ser modernos es encontrarnos en un ambiente que nos promete aventuras, poder,


alegrías, crecimiento, transformación de nosotros mismos y del mundo y que, al
mismo tiempo, amenaza con destruir todo lo que tenemos, todo lo que sabemos,
todo lo que somos (p. 11).

En este sentido, la de Brunner es una perspectiva que renuncia a la posibi-


lidad conceptual de definir un telos. Al igual que el de Moulian, el relato de
Tironi no explicita directamente su perspectiva sobre la modernidad y la mo-
dernización.24 Sin embargo, desarrolla una reflexión similar a la de Brunner:
la modernidad es consecuencia de la modernización. A mayor modernización
más “pluralidad y divergencias” (p. 104), más complejidad (p. 225), más de-
sarrollo, riqueza, crecimiento y abundancia, pero también más “efectos no
deseados” pero inevitables, como el deterioro medioambiental, la contamina-
ción y congestión urbanas o la destrucción de lo local.
En síntesis, los textos estudiados proponen relatos generales del cambio que
se construyen sobre distintas teorías epocales de la modernidad/modernización
y sus efectos sobre el presente. Como discutiremos más adelante, la teoría de
la modernidad subyacente no depende solo de disquisiciones teóricas; está
también profundamente ligada a la reflexión biográfica y generacional que su
autor elabora acerca de las posibilidades y limitaciones del ejercicio sociológi-
co y de la condición del intelectual en las sociedades modernas.

Los relatos del cambio como sociologías normativas


Al postularse como diagnósticos generales del cambio, los relatos que he-
mos examinado corresponden, de una manera u otra, a sociologías normati-
vas. Esta normatividad se manifiesta en la interpretación del presente que cada
texto ofrece, pero también se expresa en la intención de definir y enmarcar las
posibilidades de futuro. En otras palabras, estas intervenciones sociológicas no
solo delimitan un escenario; también identifican marcos de acción y de crítica
hacia el futuro.

24 No obstante, para una mayor reflexión (aunque fuera del período que estamos examinando), ver Tironi
2002; Tironi, Ariztía y Faverio 2005.

150 TOMÁS ARIZTÍA / ORIANA BERNASCONI


Una mirada sinóptica a los cuatro relatos permite identificar al menos dos
tipos de propuestas normativas: i) aquella que apela a la inevitabilidad de nues-
tra modernidad y, en consecuencia, se focaliza en la necesidad de controlar o
gestionar sus efectos, y ii) aquella que apela a la posibilidad de optar entre mo-
dernidades y que hace uso de la sociología como un espacio crítico que define
las condiciones de cambio para acceder a un tipo de modernidad distinto. A
pesar de sus diferencias, ambos caminos comparten la intención de reflexionar
sobre los valores y los límites de la sociedad actual (Buroway 2007).
El primer camino, aquel que centra la acción futura en la necesidad de ges-
tionar la complejidad de la modernidad, es ilustrado por la reflexión de Brun-
ner. En distintos pasajes, Bienvenidos a la modernidad propone como clave de
acción la necesidad de controlar reflexivamente los efectos del cambio social:

La modernidad no puede ser frenada con lamentos ni conducida por quienes la


adoran ciegamente. La única manera de gobernarla es asumiendo su experiencia
reflexivamente sin permitir que sus mecanismos internos se desplieguen arrolla-
doramente según su propia y férrea lógica, como la “nave de los locos”, entregada
a los vientos y las corrientes (p. 22).

El futuro, entonces, depende de nuestra capacidad de reconocer las múlti-


ples lógicas de la modernización y de pensar formas de gestión de esta comple-
jidad y no de la posibilidad de realizar una “crítica general” a la modernidad.
Para el autor, esta tarea no puede ser entregada al mercado sino al espacio del
acuerdo político:

En vez de reclamar contra la artificialidad de lo moderno [...], lo que cabe más


bien es incrementar las capacidades sociales de abstracción, dispositivos e instan-
cias de conducción y, en general, los modos de autorregulación reflexiva de la
sociedad (p. 22).

Tironi, al igual que Brunner, enfatiza la necesidad de gestionar nuestra mo-


dernidad, sin proponer la necesidad de cambiar el modelo. “No se trata de tirar
todo por la borda ni de empezar todo de nuevo. Pero hay que disponer de la
imaginación y de la fuerza para inaugurar un nuevo ciclo” (p. 239):

Lo que es evidente es que la etapa fácil del modelo de desarrollo político y eco-
nómico seguido durante los noventa ha terminado. Con el nuevo siglo se abre en
Chile un nuevo ciclo. Lo que viene por delante no es administrar adecuadamente
la sociedad emergente, sino darle un nuevo impulso (p. 14).

SOCIOLOGÍAS PÚBLICAS Y LA PRODUCCIÓN DEL CAMBIO SOCIAL EN EL CHILE DE LOS NOVENTA 151
Y para “gestionar” los temas emergentes es necesario “comprender los pro-
cesos que les dan origen, y sobre todo creer en ellos” (p. 208). Además, Tironi
sostiene que este reimpulso de la modernidad debe ir acompañado de un nuevo
consenso normativo que sea capaz de “animar y recrear fines comunes”, como
lo hicieran los valores de la “libertad y la dignidad” en la fase de transición a la
democracia (p. 94). Como principio de cohesión social no sería suficiente una
modernización de mercado que supone únicamente que la “sociedad es resulta-
do automático de la competencia entre intereses individuales” (p. 93).
En La faz sumergida, Garretón combina una lectura analítica (procesos/
transición) con una evaluación crítica de la modernidad. No bastaría solo
con gestionar nuestra modernidad, sino que también sería necesario repensar
ciertos consensos básicos a la luz de una época de “mutación civilizatoria” en
la “que están en disputa los sentidos de modernidad y los nuevos modelos de
modernidad” (p. 7). Garretón identifica un conjunto de elementos necesarios
para “recomponer” la sociedad.25 En su libro, esta problematización aparece
en un nivel programático en donde se define un horizonte de potenciales
tensiones y oportunidades frente al futuro en distintos ámbitos de la sociedad
(por ejemplo, las políticas e institucionalidad cultural).
La obra de Moulian representa la segunda propuesta normativa en su forma
más prístina. Cuando la modernidad se define como un proyecto histórico de
autonomía y de historicidad, existe un espacio de agencia transformadora en
“la confrontación patética entre lo que se dice que somos y la experiencia de
vida cotidiana” (p. 98). Sin embargo, en el Chile actual la capacidad creativa
de los sujetos se encontraría comprometida. El consenso político necesario
para la transición democrática, el “acto fundador del Chile Actual”, represen-
taría también “la etapa superior del olvido”, “la presunta desaparición de las
divergencias respecto de los fines”, es decir, el desvanecimiento de “los des-
acuerdos respecto a las características del desarrollo socioeconómico impuesto
por la dictadura militar” (p. 37):

Chile Modelo. Un país surgido de la matriz sangrienta de la revolución, pero que


se purifica al celebrar sus nupcias con la democracia. El casorio hace las veces del
bautizo que borra el pecado original y le otorga a Chile la majestad de su gloria.
Con las nupcias, Chile queda sin mácula y transita de la violencia al consenso
(p. 37).

25 Garretón (2000) propone hacerse cargo de los siguientes desafíos sociales: i) construcción de
democracias políticas; ii) democratización social; iii) definición del modelo de desarrollo, y iv) definir el tipo
de modernidad que países quieren vivir.

152 TOMÁS ARIZTÍA / ORIANA BERNASCONI


En consecuencia, para Moulian la posibilidad de pensar un futuro alternativo
depende de descubrir la falsedad del “mito” del Chile Modelo y de plantear una
modernidad que constituya una alternativa a esta modernización capitalista. Por
lo tanto, pensar la modernidad no implica solo gestionar sus efectos, sino tam-
bién ser capaces de distinguir y proponer alternativas globales de sociedad. A su
juicio, para que surjan opciones de historicidad es necesario ampliar el margen
de la política –revirtiendo la obsesión neoliberal por reducir esta esfera al nivel
municipal– y crear progresivamente condiciones de globalización de la expe-
riencia comunal.26 Esta capacidad, sin embargo, se encontraría comprometida:

La política ya no existe más como lucha de alternativas, como historicidad, existe


solo como historia de las pequeñas variaciones, ajustes, cambios en aspectos que
no comprometan la dinámica global (p. 39).

En tanto remiten a teorías de la modernidad, los cuatro textos conllevan


propuestas normativas. En la obra de Moulian y, en parte, en la de Garretón,
la modernidad se define como un telos y el futuro corresponde a un horizon-
te crítico de la actualidad. En estos casos la intervención sociológica apunta
precisamente a develar esa capacidad crítica de las personas y a apoyar la cris-
talización de formas sociales alternativas que nos permitan ser “verdadera-
mente” modernos. En cambio, cuando la modernidad es concebida como
una experiencia ineludible, como sucede en los libros de Brunner y Tironi, la
intención del analista se concentra en identificar y comprender los efectos que
estos profundos procesos de cambio ponen en marcha, entendiendo el futuro
como un espacio de gestión y control de tales transformaciones.

Los intelectuales frente al Chile actual


El sentido de los relatos del cambio de Brunner, Moulian, Garretón y Ti-
roni depende fuertemente de los conceptos de modernidad y modernización
en los que se sustentan; pues ellos no solo estructuran diagnósticos, sino que
también definen temporalidades que ordenan el presente en relación a un
proceso de transformación epocal, establecen marcos de acción posible y pro-
yectan horizontes normativos. Sugerimos, en consecuencia, que estas narra-
tivas del cambio sobre la sociedad chilena contemporánea no solo producen
crónicas sociológicas de nuestro presente, sino que también proponen formas
de evaluar, guiar y –potencialmente– dirigir la modernidad.

26 Esta opción por proponer alternativas de cambio queda reflejada en el libro Construir futuro, de Tomás
Moulian (Lom: Santiago, 2002), cuyo objetivo es justamente recoger y discutir distintas propuestas de
cambio social en base a la reflexión de distintos académicos invitados a participar con propuestas concretas.

SOCIOLOGÍAS PÚBLICAS Y LA PRODUCCIÓN DEL CAMBIO SOCIAL EN EL CHILE DE LOS NOVENTA 153
Otro elemento central para comprender la vocación pública de estos relatos
es la reflexión sobre el rol del intelectual y de la sociología frente a la sociedad.
La reflexión sobre la intelectualidad presente en estos textos de divulgación re-
fiere a un debate más profundo, largo, de perfil académico y, en algunos casos,
de escala latinoamericana.27 Pero no solo la autoridad del analista social nutre
estas reflexiones. Ellas también descansan en la autoridad del actor social que
repasa y evalúa procesos históricos que ayudó a construir. En este sentido, las
sociologías públicas aquí analizadas son también sociologías con componentes
testimoniales. En las obras en estudio, esta reflexión se presenta en dos nive-
les. Por una parte, es problematizada explícitamente en algunos textos en el
ámbito del análisis de la evolución y rol de los intelectuales en las sociedades
contemporáneas. Por otra parte, en cuanto los textos son en sí mismos ejerci-
cios de intervención intelectual, ellos enuncian implícitamente la postura del
autor sobre el rol de los intelectuales en la sociedad. En este sentido, como
apunta Bauman (1987), es ajustado notar que toda definición del ejercicio in-
telectual es, al mismo tiempo, una autodefinición. Precisar cómo enfrentar la
autoría de un texto sociológico con vocación pública implica, necesariamente,
la autodefinición como intelectual.
Distinguimos dos concepciones del rol de los intelectuales públicos frente
a la sociedad y su transformación. Por una parte, Brunner y, en cierta medida,
Tironi, problematizan el rol crítico de los intelectuales y cuestionan la posi-
bilidad y los beneficios de que elaboren ese examen mediante diagnósticos
globales o totales de sociedad en el contexto de la modernidad. Por la otra,
Moulian y Garretón le otorgan a la capacidad crítica de los intelectuales un
rol central en guiar el camino a la modernidad y en diseñar alternativas de
transformación.
A juicio de Brunner,28 la crítica en sociología debiera girar desde una inte-
lectualidad propia de “la época de las planificaciones globales”, caracterizada
por la producción y promoción de “modelos de sociedad” totalizantes, con
afanes hegemónicos y que solían desconocer la multiplicidad de racionali-
dades que operan en la vida social, hacia una visión más modesta del trabajo

27 Ver por ejemplo Brunner (1989a, 1989b, 1992, 1993); Garretón (1989, 2005).
28 Brunner ha realizado una extensa reflexión sobre los intelectuales y su rol en la sociedad, en sus trabajos
con vocación más pública aquí examinados (Bienvenidos a la modernidad) y en numerosas publicaciones de
corte más académico y orientadas específicamente a estudiar el papel de los intelectuales y de las ciencias
sociales frente al cambio social (ver entre otros: Brunner y Flisfisch 1983, Brunner 1988, 1993). En este
contexto, a fines de los ochenta y principios de los noventa, el autor publicó varios artículos en Flacso en
donde aborda la relación entre modernidad y el rol de intelectuales y cientistas sociales. Ver por ejemplo
“Ciencias sociales y Estado: reflexiones en voz alta” (1989b); “Los intelectuales y los problemas de la cultura
del desarrollo” (1989), e “Investigación social y decisiones políticas: el mercado del conocimiento” (1993).

154 TOMÁS ARIZTÍA / ORIANA BERNASCONI


intelectual, orientada a evaluar reflexivamente a la sociedad y sus mecanismos
de regulación, de modo de fortalecer el juego democrático:

Sobre todo, una sociología que se quiere crítica no puede ya recurrir a la razón
de los filósofos para atacar la aparente sinrazón de esas racionalidades situadas.
Más bien, debe empezar por reconocer y explicar las múltiples racionalidades y
los fenómenos de poder asociados a ellas, rescatando, en medio de esa enorme
diversidad, las funciones infinitas de la razón y el deseo y sus limitadas formas de
materializarse socialmente (Brunner 1992: 10).

Esta visión del intelectual deriva tanto de su constatación de que el contex-


to de fragmentación y complejización que impone la modernidad afecta las
pretensiones universalistas del discurso intelectual (tal como la define Alexan-
der 2009), como de sus reflexiones sobre el rol jugado por la intelectualidad
chilena, él inclusive, en el curso de la historia nacional reciente (antes y duran-
te la dictadura). Para Brunner, los intelectuales en Chile serían parcialmente
responsables de haber propuesto representaciones de mundo radicalizadas y
simplificadas; haber sido, en palabras del autor, “gestores de utopías, movi-
lizadores de consignas y simplificadores de realidad” (p. 7). Este utopismo
intelectual habría operado en la producción de proyectos de desarrollo que
carecieron de un consenso político activo y que no mantuvieron vinculación
con las instituciones, contribuyendo a la polarización política y al quiebre
institucional de 1973. Brunner aboga entonces por un tipo de intervención
intelectual que apele más a develar y analizar lo existente que a definir y pro-
mover coordenadas de futuro. Se trataría de “hacer complejo lo simple” antes
de “sobre simplificar lo complejo” (Brunner 1989a).
Si bien el texto de Tironi carece de una reflexión sistemática de la relación
entre los intelectuales y sus sociedades, La irrupción de las masas embate contra
quienes, en vez de concentrarse en la administración del “Chile emergente”,
se conmiseran de los problemas que trae aparejado el desarrollo o bien se re-
sisten a reconocer los progresos (pp. 11, 225-226). Tironi apunta a aquellos
líderes de la Concertación que, luego de diez años de gobierno, se sienten
avergonzados y “profetizan el apocalipsis”, sin reparar en las oportunidades
que trae aparejadas este proceso. También apunta a aquellos nostálgicos del
período autoritario que tienden a negar las transformaciones ocurridas duran-
te los noventa. En ambas direcciones advierte que la crítica al presente puede
producir parálisis: si prevalece el “dilentantismo y la vacilación”, en un futuro
cercano nos descubriremos añorando “aquellos tiempos en que, aunque es-
tresados, discutíamos acerca de los malestares de un proceso de crecimiento

SOCIOLOGÍAS PÚBLICAS Y LA PRODUCCIÓN DEL CAMBIO SOCIAL EN EL CHILE DE LOS NOVENTA 155
que dejamos escapar” (p. 211). Así, las posturas asumidas por Brunner y Ti-
roni no implican renunciar a proponer y discutir alternativas de cambio. La
problematización de las distintas formas de gestionar la modernidad tiene,
ciertamente, una dimensión política.
En Garretón y Moulian encontramos un segundo tipo de valoración del
trabajo intelectual. Esta postura está ligada a la reivindicación de la capacidad
del intelectual de producir diagnósticos globales críticos y proponer visiones
alternativas de sociedad. El primero ubica a la intelectualidad crítica al cen-
tro del trabajo sociológico, distinguiendo dos roles complementarios de la
sociología: uno orientado a realizar un análisis teórico de la sociedad; el otro,
que involucra una participación crítica en sociedades históricas. Este segun-
do rol corresponde al papel intelectual de la sociología y las ciencias sociales
y supone desarrollar una compresión y análisis crítico sobre la totalidad no
parcializada de una época o sociedad (ver Garretón 2000). Conlleva, también,
entregar a la sociedad herramientas para analizar contradicciones y superarlas.
De esta capacidad crítica derivaría la posibilidad de plantear alternativas de
futuro.29 Según Garretón, el déficit de este tipo de discursos críticos hace que
la sociedad pierda autoimágenes de totalidad. También afecta su capacidad de
elaborar un discurso global que permita hacerse cargo de su historicidad. En
el presente, para el autor, la idea de totalidad propia del ejercicio intelectual
aparecería cuestionada por la diversificación de la disciplina en numerosas
subespecialidades y la relativa carencia de una sociología crítica que tematice
la sociedad en su conjunto:

No hay duda de que, a nivel de las interacciones y formas de convivencia, de las


organizaciones e instituciones, el desarrollo de las ciencias sociales vía focos te-
máticos puede ser muy prometedor: pero a nivel de la problemática histórica, es
decir, de los proyectos y contra proyectos sociales de largo alcance, cuestión que
está en el origen de las ciencias sociales en América Latina, la crisis de los paradig-
mas deja un vacío que no ha sido llenado (p. 218).

Moulian comparte el juicio de Garretón sobre el rol que le cabe a los inte-
lectuales en la crítica y en la producción de alternativas de cambio y mejora-
miento del presente. Lamenta, como él, el declive de la intelectualidad crítica.
Si bien no le destina una reflexión sistemática, en su descripción del presente

29 Tal como plantea Garretón en otro de sus textos: “El futuro de una sociedad depende en gran parte
de la capacidad de interrogarse sobre sí misma y de debatir estas interrogantes. Ellos es una tarea de toda
la sociedad. Pero una responsabilidad principal recae en las ciencias sociales y en la intelectualidad crítica”
(2000, p. 143).

156 TOMÁS ARIZTÍA / ORIANA BERNASCONI


Moulian no ahorra palabras para denunciar el abandono de su condición de
intelectuales críticos de prominentes sociólogos (y economistas) chilenos du-
rante los noventa. Su argumento es que el “transformismo” característico del
“Chile Actual” alcanzaría a nuestros intelectuales públicos. El libro denuncia
que estos intelectuales habrían reemplazado sus lecturas críticas de antaño por
perspectivas “fervorosas” para con la “modernidad capitalista”. Además, este
transformismo de los intelectuales sería funcional a la naturalización de la
modernización capitalista:

Un tema tan inevitable como desgraciado: lo que algunos denominan, la “conver-


sión” en liberales-socialcristianos o en liberales-socialistas de una parte importan-
te de los intelectuales democráticos de los años ochenta. La reestructuración de
sus discursos revela que la política del consenso no corresponde solo al apacigua-
miento de militares y empresarios temerosos, sino al viraje de esos políticos hacia
un nuevo campo cultural, para entrar al cual había que abandonar la mochila
con las promesas de reestructuración social [...]. Efectivamente leer a Tironi en
este momento del Chile Actual es enfrentarse a su propia caricatura. Los artículos
parecen escritos por un Tironi despiadado consigo mismo que se burla de su
imagen de progresista y se ríe de su pasado (p. 42).

Estos textos proveen de distintas evaluaciones del rol del intelectual en la


sociedad. Unos sospechan de su capacidad y facultad para realizar diagnósticos
globales y críticos de una modernidad crecientemente compleja, y reformulan
el rol hacia la producción de intervenciones expertas y parciales, orientadas a
explicitar las racionalidades en competencia y cuya gestión compete en última
instancia a la política. Otras ubican a la capacidad de proponer alternativas
globales de sociedad y de contribuir a la expansión de la autonomía de los
sujetos en el centro del quehacer intelectual, a la vez que lamentan la cre-
ciente desaparición de este tipo de intervenciones del espacio público. Más
allá de estas diferencias, al examinar la noción de trabajo intelectual de estos
autores notamos que todos comparten una profunda fe en la posibilidad de la
sociología de apelar a un público amplio y producir visiones de sociedad. Es
justamente esta convicción la que explica su intención de escribir libros como
los que acá estudiamos. Libros que salen de la academia para proponer un dis-
curso más abierto y que suele ser fruto de sucesivas intervenciones en la esfera
pública. En este sentido, y en la medida en que convocan audiencias, estos
relatos comparten una profunda vocación no solo por describir, sino también
por producir el cambio social.

SOCIOLOGÍAS PÚBLICAS Y LA PRODUCCIÓN DEL CAMBIO SOCIAL EN EL CHILE DE LOS NOVENTA 157
Reflexiones finales
Al concluir, queremos conectar el análisis precedente con el debate interna-
cional sobre la sociología pública y la intelectualidad. No pretendemos desa-
rrollar un argumento sintético ni proponer una caracterización común de los
cuatro textos que hemos revisado. Deseamos, más bien, sugerir abiertamente
algunos puntos de continuidad y ruptura entre estas obras y la reflexión que
dio origen a este trabajo, retomando problematizaciones como las de Buroway,
Savage y Eyal y Buchholz. ¿Qué tipo de sociología pública ofrecen estas obras
chilenas? ¿Qué tipo de intervención producen? A este respecto, planteamos
tres áreas de problematización.

Sociología pública: produciendo el presente mediante relatos del cambio


En el aspecto formal, y a través de la intención de instalar sus relatos del
cambio social a nivel de la discusión pública y de lectores no expertos, los tex-
tos apuestan por entablar conversaciones con diversos públicos, vehiculizando
discusiones de interés general sobre la “naturaleza y los valores de la sociedad”
(Buroway 2007). En este sentido, las obras que revisamos responden a las
características de la sociología pública que describe Burawoy. Para ello, los
autores optan por ciertas decisiones estructurales: el género escritural de la
sociología le da cabida al ensayo y a la crónica; la clausura y autoexplicación
del formato científico cede espacio a los análisis incompletos, aún en proceso,
abiertos y en ocasiones deliberadamente asistemáticos y polémicos, mientras
que los criterios de legitimidad del texto sociológico (la referencia erudita, el
dato empírico sistemático) adquieren un rol secundario frente a la capacidad
del relato de sugerir interpretaciones que otorguen sentido a quien se pregun-
ta por los rasgos de una sociedad en rápida reconfiguración.
Son textos que entregan relatos generales, globales, totales o comprehensi-
vos del presente o, de otro modo, se trata de relatos que ofrecen claves inter-
pretativas del Chile contemporáneo. Pero estas no son meras descripciones.
Los relatos se postulan como diagnósticos; las obras de Brunner, Garretón,
Moulian y Tironi evalúan los límites y posibilidades de la sociedad en que
vivimos, y entregan orientaciones sobre los márgenes de acción futura. La
trama o argumento que estructura estos relatos es el cambio social, y su clave
hermenéutica principal es una teoría de la modernidad/modernización que se
despliega construyendo distintas temporalidades.
Ya sea para definir la necesidad de gestionar nuestra modernidad, o la ne-
cesidad de pensar alternativas de historicidad, se trata de cuatro relatos que,
al definir interpretaciones y perspectivas de cambio, incorporan abiertamente

158 TOMÁS ARIZTÍA / ORIANA BERNASCONI


una dimensión normativa. En definitiva, como sociologías públicas, estos re-
latos no solo reflexionan sobre los “valores de una sociedad” (Buroway 2007),
sino también sobre la orientación sustantiva de su proyecto histórico.
Sin embargo, más que la ampliación de la sociedad civil hacia grupos ex-
cluidos o en desventaja, como puede ser el rol de la sociología pública en Esta-
dos Unidos, según identifica Buroway,30 los relatos de los sociólogos chilenos
de los noventa se ubican en otro espacio, quizás uno que antecede a la defensa
de la sociedad civil: son narrativas que apuntan a producir historicidad, es
decir, a proponer un ordenamiento de eventos de modo de generar densidad
temporal sobre el presente y posibilitar la lectura de las coordenadas de lo so-
cial en un momento de rápida y profunda transformación.31 En estos relatos,
el presente aparece como un efecto o resultado del pasado y, al mismo tiempo,
como un período abierto, inconcluso, que no termina de transitar hacia el fu-
turo. En este sentido sugerimos que la sociología pública aquí examinada con-
tribuyó en Chile a crear lo social narrando la sociedad emergente mediante
descripciones generales del cambio. Se trata también de una sociología pública
urgente, la que, siguiendo la tradición latinoamericana (Martucelli y Svampa
1993), está íntimamente ligada a la evolución política de su sociedad. En el
caso de los textos analizados, las transformaciones descritas no refieren, sin
embargo, al ritmo de los procesos de democratización institucional propios
del análisis de la ciencia política, sino que obedecen al ritmo más lento, denso
y largo que provee una lectura sociológica de la modernización. Asimismo, la
autoridad que reclaman los autores para con sus diagnósticos no se inscribe
solo en la expertise profesional, sino que radica también en su capacidad de dar
testimonio personal y generacional de eventos que ayudaron a construir o de
los cuales fueron testigos privilegiados. En este sentido, la sociología con vo-
cación pública de estos intelectuales de los noventa es también una sociología
con importantes componentes testimoniales.
De ahí que estos relatos sean también sociologías de los intelectuales, en la
medida en que los textos contienen (o no se pueden elaborar con independencia
de) una reflexión sobre la apelación a este rol que los autores juegan al proponer
sus relatos a la sociedad. Mientras algunos adhieren a los diagnósticos del declive
del rol de la intelectualidad en la sociedad contemporánea (Garretón y Mou-
lian), otros reflexionan más o menos explícitamente sobre la transformación de
esta figura (Tironi y Brunner). Más allá de las diferencias, creemos que la de

30 La obra de importantes intelectuales chilenos en torno a la historia del pueblo mapuche, como la de
José Bengoa, respondería a esta característica.
31 Cabría preguntarse si esta situación ha cambiado y si existe hoy una sociología pública en Chile que esté
abocada a defender la sociedad civil, dando por sentada la institucionalidad social.

SOCIOLOGÍAS PÚBLICAS Y LA PRODUCCIÓN DEL CAMBIO SOCIAL EN EL CHILE DE LOS NOVENTA 159
estos sociólogos chilenos es una reflexión sobre el trabajo intelectual que es bio-
gráfica, que apela a la propia historia y a la forma en que entienden su quehacer.

Relatos modernos, relatos epocales


En tanto se presentan como sociologías modernas, los relatos del cambio
de Brunner, Garretón, Moulian y Tironi son también sociologías epocales. Los
sociólogos no describen la normalidad; por el contrario, sus argumentos sur-
gen en y a raíz del cambio social. Como relatos epocales la obsesión intelectual
recae sobre aquello que se transforma, no sobre lo que se mantiene (Savage
2009: 220). Tironi es quizás quien se aleja de esta tendencia en la medida que
intenta en ciertos pasajes hacer una sociología de la normalidad, sin embargo,
como en los otros casos, su obra supone y depende del cambio.
Las propuestas de los sociólogos chilenos también compartirían la obsesión
epocalista con la identificación de lo nuevo. Son relatos que se ofrecen a los acto-
res para ordenar su presente. La labor central de estas sociologías sería describir
“las nuevas tendencias y la singularidad del Chile emergente” (Tironi), el “Chile
actual” (Moulian), o bien anunciar su llegada: “bienvenidos a la modernidad”
(Brunner). Los autores buscarían además relevar lo nuevo explicándolo, enmar-
cándolo, periodizándolo, contextualizándolo (“la faz sumergida del iceberg”),
haciendo su genealogía o, por lo menos, trazando su pasado. A diferencia de la
caracterización del epocalismo que ofrece Savage, las sociologías descritas no son
producto de ciertas metodologías de investigación social que generan la compa-
rabilidad entre épocas. En las obras examinadas, el mismo relato es el dispositivo
productor del cambio. En este contexto, cabe preguntarse si este formato de
intervención que aquí analizamos, la sociología de los relatos del cambio social,
no estaría crecientemente amenazada frente a la proliferación de encuestas y es-
tudios de opinión en Chile, regímenes de auditoría social (Strathern 2004) que
han adquirido relevancia en la definición del debate público y la producción de
nuestro presente en una historicidad de cambios medibles y observables.32

Los relatos del cambio social como intervenciones públicas


Proponemos que también es posible y conveniente pensar estas sociologías del
cambio como intervenciones intelectuales (Eyal y Buchholz 2010), una visión que
ya se insinuaba en el trabajo de Brunner y Flisfisch (1983) en donde se asocia al
intelectual con la producción de imágenes de sociedad, explicaciones sobre su fun-

32 Una hipótesis similar fue presentada por Brunner en su texto “Sobre el crepúsculo de la sociología y el
comienzo de otras narrativas” (1997), donde plantea que frente a las sociedades contemporáneas, el lenguaje
de la gran sociología epopéyica (y también de la microsociología) ha perdido terreno frente al lenguaje de los
estudios del Banco Mundial y la novela.

160 TOMÁS ARIZTÍA / ORIANA BERNASCONI


cionamiento y la capacidad de persuasión sobre los cambios necesarios de instituir.
Como mencionamos, la sociología de las intervenciones se focaliza en analizar los
tipos de intervención que los intelectuales realizan en la esfera pública. Este mo-
vimiento responde al contexto de crecimiento y complejización de dicha esfera.
Como tipo de intervención, los textos analizados corresponden a narrati-
vas sociales que entregaron tramas o argumentos a una sociedad en rápida y
profunda transformación, definieron actores (partidos políticos, elites, masas
de consumidores), desplegaron gramáticas, metáforas o nomenclaturas favo-
recidas por el reemplazo del género académico por géneros literarios (Chile
actual, Chile moderno, ciudadano credit card), periodizaron el tiempo y pro-
pusieron orientaciones sustantivas al proyecto social tanto a través de su par-
ticipación en el debate público como en su adopción por círculos de toma de
decisión política. Por esto mismo, y en cuanto relatos del cambio que nacen y
se acogen en diálogo con la política y el espacio público, estas sociologías han
sido centrales en la producción del Chile de hoy.
No obstante, en estas intervenciones públicas el autor también juega un rol
central. De hecho, en estos textos analizados, la estatura de quienes los produjeron
supera y antecede a su relato. Se trata de sociólogos que han sido y son actores
políticos centrales y que, desde distintas posiciones –la empresa, el gobierno, la
academia–, han sido protagonistas de la historia reciente del país. El autor aparece
como un actor histórico y como parte de una generación. Entendemos generación
en un sentido histórico y no como una cohorte. Con Mannheim (1952) nos refe-
rimos a un grupo de personas que comparten el haber estado expuestos a eventos
que modelaron un marco de comprensión común. En este caso, ciertamente la
dimensión generacional apunta a haber compartido el quiebre institucional y la
dictadura militar. Es, de hecho, desde este momento histórico compartido que
sus textos adquieren una dimensión testimonial: en cuanto autores aparecen no
solo como portavoces, sino también como protagonistas de la historia reciente.33
En este sentido, creemos que sigue vigente la necesidad de pensar la inte-
lectualidad en relación a un grupo de referencia, al menos como generación
histórica.34 Dicho de otro modo, no solo el texto y su recepción, sino también

33 Cabe señalar que esta condición de ser protagonista y portavoz no es homogénea entre los autores
que analizamos. Mientras algunos han tenido un papel visible en la historia política reciente, ya sea como
ministros, candidatos y voceros políticos o asesores, otros, como Garretón, han mantenido un lugar menos
público y más ligado a la academia.
34 Con respecto al análisis de las intervenciones intelectuales, transferir el foco analítico exclusivamente al
momento de la recepción del texto por la audiencia podría deslindar el relato del portavoz que, en este caso,
cumple un rol central. Separar la intervención del interventor dificultaría, además, el análisis de la posición
desde donde habla el sociólogo. En ambos sentidos, los relatos, como dice Taylor (1989), están “incrustados
en una red de interlocución”.

SOCIOLOGÍAS PÚBLICAS Y LA PRODUCCIÓN DEL CAMBIO SOCIAL EN EL CHILE DE LOS NOVENTA 161
los sociólogos que produjeron estos textos, componen el dispositivo que inter-
vino en la esfera pública contribuyendo a demarcar y narrar el cambio social
en el Chile de los noventa.

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SOCIOLOGÍAS PÚBLICAS Y LA PRODUCCIÓN DEL CAMBIO SOCIAL EN EL CHILE DE LOS NOVENTA 163
Capítulo 5

Una disciplina en tensión:


elementos fundamentales
para un estado de la situación
de la ilosofía en Chile*
Christian Retamal

El presente trabajo aborda la actual situación de la filosofía en Chile, así


como sus perspectivas en los próximos años en el contexto de las institu-
ciones universitarias. Para ello se indaga en la genealogía de la disciplina en
nuestro país, partiendo por su institucionalización y proyección al espacio
profesional durante fines del siglo XX, así como la separación entre el campo
profesional de la pedagogía y el de la licenciatura, definida esta última por la
exclusividad de la “indagación pura”. Para llevar a cabo este análisis se ha pro-
cedido al estudio de la información pública procedente de las bases de datos
de Fondecyt sobre sus distintos concursos en el período 1982-2010. También
se ha investigado información del Programa de Formación de Capital Huma-
no Avanzado de Conicyt, que gestiona diversos tipos de becas de postgrado
tanto en Chile como en el extranjero. Igualmente se ha requerido la opinión
de informantes clave representativos de los diversos actores, tales como aca-
démicos y ex estudiantes. Con el conjunto de resultados se ha intentado dar
una visión panorámica de la situación de la filosofía en Chile, asumiendo las
evidentes divergencias como parte natural del debate democrático. El lector
sabrá distinguir claramente la información que aquí se entrega, y que puede
ser contrastada, de lo que constituye el análisis y posicionamiento frente a ella
por parte del autor.
En ausencia de una sociología de las profesiones dedicada específicamente
al análisis de la filosofía en nuestro país, este texto pretende ser un aporte

* Este texto pertenece al Proyecto Fondecyt 1070654. Agradezco a Lorena Ubilla su colaboración en esta
investigación, y a Verónica Montecinos y Tomás Ariztía sus comentarios.

165
para la discusión reflexiva respecto de la disciplina. En un sentido amplio, las
profesiones tradicionalmente se han caracterizado por un dominio reconocido
sobre un campo de conocimiento técnico y sus aplicaciones prácticas, lo que
otorga una membresía certificada a través de los títulos universitarios. Dicha
membresía es reconocida tanto internamente por los miembros –que a su vez
pueden establecer las cualificaciones de ingreso y las jerarquías de acuerdo al
dominio profesional– como por el resto de la sociedad, que les proporciona
un estatus relativo y un sentido de diferenciación respecto de otras profesio-
nes, oficios y ocupaciones (Freidson 1986). En un aspecto más general, la so-
ciedad proporciona un sentido de trascendencia a través del poder que dicha
profesión capitaliza en un momento dado, ya sea por medio de las retribu-
ciones económicas acorde al estatus y el poder simbólico, de las subvenciones
recibidas, de su capacidad de modelar la opinión pública y, muy especial-
mente para lo que trataremos en este texto, de la capacidad de reproducirse y
diversificarse de acuerdo a la evolución de lo que constituye a las sociedades
modernas: su creciente complejidad, reflexividad y la aceleración del cambio
(Fernández Pérez 2001).
Considerando lo anterior, podríamos muy bien interrogarnos sobre cuál es
el dominio profesional que la filosofía otorga a sus miembros en nuestra socie-
dad, cuál es su lugar en el mundo de la producción de conocimiento y, dicho
más bruscamente, qué pueden ofrecer para insertarse en el mercado. Dichas
preguntas pueden parecer absurdas considerando cómo cada cual conciba la
filosofía y a los filósofos; para algunos es básicamente un modo de ser o habitar
el mundo, para otros los filósofos son guardianes de una cierta tradición que
vale la pena preservar; también se les puede caracterizar –a un grupo de ellos al
menos– como “buscadores” existenciales, y podemos encontrarnos una multi-
tud de otras respuestas que forman parte habitual del debate filosófico. Lo que
llama la atención es justamente esa indeterminación de la definición de lo que
es la filosofía en tanto disciplina y profesión, y, consecuentemente, lo que es
un filósofo y como ello impacta en su rol social. Nótese que esto no le pasa al
periodismo ni al derecho ni a la historia, a pesar de ser campos relativamente
jóvenes y con credenciales epistemológicas menos sólidas que la filosofía. A
pesar de las múltiples variedades internas de estos campos, encontramos unos
ciertos límites que definen su quehacer y a sus miembros, gracias justamente
a una delimitación más fina de sus objetos.
Por ello, el debate de lo que son la filosofía y los filósofos –más aun en nues-
tro contexto– se reduce violentamente a los campos profesionales y disciplina-
rios, lo que implica su inserción y procesamiento en la maquinaria de la uni-

166 CHRISTIAN RETAMAL


versidad contemporánea. Dicho de otro modo, lo que se ha considerado como
una pregunta fundamental y la búsqueda de una definición sublime termina
respondiéndose en términos de lo que la universidad y su institucionalidad
permiten. Nótese que esto parece ser una peculiaridad de la filosofía en Amé-
rica Latina, ya que a la filosofía europea no se le plantean como problemas sus
límites disciplinarios, el estatus de sus prácticas ni las cláusulas de pertenencia.
Más bien esto pareciera ser un problema de sociedades en búsqueda de su pro-
pia modernidad, que tienen que necesariamente plantearse el problema de la
colonialidad del saber y su propio linaje en las estructuras del conocimiento.
Como se entenderá, esto último excede con mucho las posibilidades de
este texto; sin embargo, justamente de ese debate podemos extraer la idea de
una búsqueda de una “normalidad filosófica” (Silva 2009). En efecto, dicho
concepto, elaborado por el argentino Francisco Romero a mediados del siglo
pasado, supone que la filosofía en América Latina puede ser evaluada en su
implantación en diversas sociedades, teniendo en cuenta su lugar y función
en la cultura, y puede ser comparada con igual métrica respecto de Europa,
que sería el arquetipo de la “filosofía en pleno funcionamiento”. Como recoge
Silva, las características del concepto de normalidad filosófica elaborado por
Romero implican varias condiciones. Primero, la existencia de organizaciones
filosóficas como sociedades y agrupaciones específicas por ramas. Segundo,
una producción continua y abundante de artículos y revistas, y tercero, una
adecuada actualización sobre el estado de la filosofía en los “países de pro-
ducción original” mediante conferencias, cursos libres, cátedras, etc. Es de-
cir la existencia organizada de la disciplina, con adecuados instrumentos de
comunicación, actualización y conectividad. Ello crearía las condiciones de
posibilidad de una productividad filosófica original, que significa estar al día y
trabajar de un modo disciplinado.
La visión de Romero supone una evolución tanto histórica como de com-
plejidad creciente que supone tres etapas de la filosofía en nuestro continente.
La primera de ellas es la condición escolar del trabajo filosófico encerrado en
la docencia, sin pretensiones de originalidad ni creatividad. En esta fase, la
filosofía está en proceso de institucionalización en las universidades y tiene
una misión subordinada a la pedagogía, que es el instrumento real de pro-
ducción de ciudadanos para las nuevas repúblicas. En una segunda etapa, la
filosofía –siguiendo esta perspectiva– se emancipa de la pedagogía y comienza
a surgir la creación propia, mediante la labor de algunos individuos que, gra-
cias a su trabajo y talento, llevan una “vida filosófica”. Tales individuos, que
se desenvuelven en un contexto adverso, son considerados “fundadores” de

UNA DISCIPLINA EN TENSIÓN 167


la filosofía en el continente y se caracterizarían por su aislamiento respecto
de los docentes y, cabe agregar, de los intelectuales en el sentido preciso del
término. En dicha etapa, la filosofía no forma parte “normal” de la cultura, ni
existe una masa crítica suficiente de “filósofos”. Solo cuando la masa crítica de
“verdaderos” filósofos logra un reconocimiento social, y ponen a la filosofía a
la altura de otras disciplinas, se ha logrado la normalización que supone que
esta es una función corriente de la cultura. El reconocimiento es la evidencia
de un lugar válido en la sociedad y también en la universidad, lo que genera
lo que el autor denomina un “clima filosófico” que permite la originalidad.
Como bien señala Silva, el precio de esa normalidad filosófica tiene dos
aspectos; el más evidente es la institucionalización intensiva de la filosofía, que
le permite llegar a ser una disciplina, y el segundo un disciplinamiento pro-
fundo que regula lo que es la “verdadera” filosofía. A la larga, esto supuso que
la filosofía se autojustificara como una especialidad que debía mantener una
autonomía clara al interior de la universidad y respecto del Estado. La nor-
malidad filosófica genera su propio clima favorable en tanto organización de
la vida de la disciplina y además crea una “opinión pública especializada” que
opera dentro de sus muros de modo normativo. De esta forma, dicha opinión
pública termina reduciéndose a la cultura académica, que hace que la voca-
ción filosófica se cristalice en profesión y esta, a su vez, en especialidad. Esta es
la trayectoria que lleva a la filosofía a una clausura disciplinal. Cabe destacar
que dicha transición resulta contradictoria en la medida que dicha “opinión
pública especializada” es, en definitiva, la comunidad de los expertos, lo que
ciertamente resulta al menos perturbador.
Conviene, para entender esto último, que nos detengamos en el problema
de la relación entre intelectuales y filosofía en nuestro país. Si partimos por
la más básica de las definiciones de lo que significa ser un intelectual nos en-
contraremos, como indica Zygmunt Bauman (1997), con un personaje que,
teniendo un dominio particular sobre una esfera de conocimiento, es capaz
de salir de ella para involucrase con las cuestiones más generales de la sociedad
y la política de su momento, y habla desde una posición de autoridad que
le otorga un aura de representante de la Razón y sus valores. Lo interesante
desde nuestra perspectiva es que la condición difusa del intelectual implica el
autorreclutamiento para incorporarse a una práctica global de movilización de
la opinión pública. Es decir, ser un intelectual es, antes que nada, una elección
que cada individuo lleva a cabo para integrarse o participar del debate más
amplio de lo político. Dicha elección desde una mirada ilustrada parece algo
evidente, ya que el trabajo de la Razón, que en una esfera de conocimiento

168 CHRISTIAN RETAMAL


puede darse de una manera especializada, obliga por su lógica interna, espe-
cialmente en el campo de las humanidades, a esta “elevación” a un plano más
amplio que supone mirar la sociedad desde una “visión aérea”. En efecto, la
ampliación de la mirada desde el particular enfoque de un saber a una mira-
da global aparece como una cuestión de escala en una suerte de solución de
continuidad.
En este sentido, el intelectual vincularía lo trascendente de la Razón con los
momentos contingentes y azarosos. Desde esta óptica ilustrada, el intelectual
crea un enlace entre “lo que está sucediendo” y la gran historia, extrayendo
de lo contingente aquello que es necesario. El intelectual, por ende, toma la
contingencia como un momento coherente que debe ser modelado en vista
a una totalidad más amplia del tiempo histórico. La participación en lo polí-
tico, ya sea mediante debates, artículos de prensa o formas de liderazgo, es el
modo en que el intelectual conecta lo general y lo particular y le da sentido, de
acuerdo a una cierta percepción de lo que es la Razón. Como se ha indicado,
ser intelectual es antes que nada una elección que solo pueden llevar a cabo
quienes tienen un dominio reconocido en un campo del saber y, por ende,
una comprensión de un cierto orden que la realidad debiera alcanzar, pero
que no resulta para nada evidente para la opinión pública que debe ser guiada
a través de la conflictiva y oscura contingencia.
Dicho de otro modo, a la contingencia debe dársele un sentido para que
no se hunda en la confusión del azar y la fragmentación de los intereses par-
ticulares. Como indica Bauman, con cierta ironía, el término intelectual tuvo
más éxito que el de filósofo, ya que la filosofía ya había levantado sus fronteras
disciplinales al interior de las universidades y, por ende, más bien renunció a
un conjunto de espacios que justamente involucraban lo político en sentido
fuerte. Para Bauman, uno de los elementos más importantes que van desde el
período de la Ilustración hasta el asunto Dreyfus es la alta densidad comunica-
cional que los intelectuales desarrollaron mediante publicaciones, periódicos,
asociaciones, clubes, etc. Esta densidad comunicacional, autónoma de los po-
deres políticos dominantes, creó a su vez un espesor cultural más amplio, que
posibilitó que los mensajes de los intelectuales circularan con una amplitud
inusitada y fueran creando, educando y modelando el espacio político.
Como señalan Picó y Pecourt (2008), la genealogía de los intelectuales en
los diversos países muestra que la recepción que estos tienen por parte de
la sociedad suele ser muy disímil: va desde la aceptación entusiasta y vista
como ejemplo de la calidad de la democracia, como en el caso francés, hasta
la hostilidad, como en el caso británico, pasando por la acusación de que los

UNA DISCIPLINA EN TENSIÓN 169


intelectuales manipulan políticamente la universidad, como en el caso esta-
dounidense (Giroux 1997). En el caso chileno encontramos una abundante
reflexión sobre los intelectuales, en la larga duración o bien en la dimensión
más acotada de la transición a la democracia (Pinedo 2000, y el texto de
Ariztía y Bernasconi presente en este libro), así como el papel tradicional que
los filósofos han ocupado en el espacio de los intelectuales (Sánchez 1992,
Castillo 2009, Ruiz 2010), y verificamos este distanciamiento persistente y la
exclusión de la consideración de filósofos de aquellos que han entrado en el
plano de la política.
Estos análisis muestran de modo bastante contundente que la filosofía chi-
lena sobrevive en los ámbitos institucionales de las universidades como su
lugar central y casi único. Desde esta óptica, cabe destacar que la filosofía en
Chile existe mediante la forma de una licenciatura o bien como la profesión
de profesor de la especialidad, en la enseñanza secundaria y algunas experien-
cias en la primaria. Lo que resulta más evidente es que la filosofía en ambas
formas proporciona el dominio de una tradición que se reproduce a sí misma,
y que dichas formas excluyen cualquier otra modalidad de existencia de aque-
lla filosofía que cae en la figura más condenable desde el punto de vista de los
especialistas y de la profesión: el diletantismo.
Excede la posibilidad de este texto analizar en profundidad la específica
trayectoria histórica que explica este estado de la situación, tema por lo demás
analizado por Cecilia Sánchez (1992). Lo que aquí interesa son las consecuen-
cias de este estado y cómo se está redibujando a partir de la evolución de la
propia disciplina al interior de las universidades.
Lo que salta a la vista como conclusión de la evolución histórica de la filoso-
fía académica durante el siglo XIX y XX es que esta división, que se apoyó en
una búsqueda de un apoliticismo que protegiera la disciplina de la influencia
estatal, dio como resultado la primacía de líneas de investigación centradas en
los supuestos núcleos duros de la filosofía (metafísica, ontología, historia de la
filosofía, ética) y un distanciamiento de las ramas disciplinarias que pudieran
ligarse a la contingencia histórica y política del país (filosofía política y social,
filosofía de la historia, etc.). Lo anterior supuso una fuerte preponderancia de
métodos, temas y autopercepción conservadoras y distanciadas de lo social.
Es necesario explicar lo que significa dicha condición conservadora al menos
de modo sumario, ya que este ha sido un asunto ampliamente indagado por
distintos autores (Sánchez 1992, Ruiz 2010). La condición conservadora ha
estado relacionada con la búsqueda del aislamiento, ante la imposibilidad de
ofrecer una justificación eficiente de la existencia de la filosofía en cuanto

170 CHRISTIAN RETAMAL


actividad sostenida por la universidad y, por ende, por la sociedad. Dicha
falta de justificación, en parte, se debe al rechazo de la filosofía universitaria
a involucrarse con la contingencia de la República y sus avatares, y asumir en
el sentido apuntado por Bauman la perspectiva de elevación por sobre el pro-
pio campo de saber. Así se cierra un círculo de degradación disciplinaria que
también empobrece todas las discusiones públicas. La normalidad filosófica
ha terminado constituyéndose en el cierre de la disciplina ante la posibilidad
de tener un rol intelectual.
Como consecuencia de lo anterior, la propia constitución del objeto de la
filosofía en Chile ha estado cruzada tradicionalmente por la dualidad con-
tingencia-permanencia. En efecto, si observamos cómo se constituyeron los
núcleos duros de la disciplina veremos que ya desde los primeros momentos
se privilegió a las subdisciplinas que tenían como objeto las “verdades perma-
nentes” que estaban por encima de los avatares históricos. El desarrollo de las
que tienen como centro la política y la sociedad, es decir, lo que justamente
encarna la contingencia, fue relegado a la completa oscuridad y solo tardía-
mente ha empezado a desarrollarse. Dicha cuestión se expresa, a modo de
simple ejemplo, en las áreas de investigación de Fondecyt, que manifiestan en
el fondo la importancia de los distintos campos de la disciplina.
Ciertamente, no se trata de sugerir aquí que la filosofía sea una suerte de ac-
tor o guardián de la actividad pública como unidad y que deba abandonar sus
espacios tradicionales para desplazarse a las fronteras interdisciplinares y a la
política. Pero también es necesario apuntar que tanto la política como lo que
se considera interdisciplinario forman parte sustantiva de la filosofía, al mis-
mo nivel de los aparentes núcleos duros de esta. No hay razón para sostener la
distinción de jerarquía entre los núcleos duros y los “contingentes”, salvo que
se quiera sostener un determinado modelo de normalidad filosófica que supo-
ne ventajas tácticas para algunos miembros de la disciplina, en desmedro de
otros y de la propia actividad filosófica en general. Dado el contexto descrito,
las ramas y líneas de la filosofía que no se institucionalizan están condenadas
a desaparecer. En efecto, tal distinción, aunque pueda vestírsela de teoría, es
más bien un asunto político que justamente remite a la contingencia.1 Por
otra parte, basta observar las tendencias dominantes de la filosofía expresadas
en los planes y programas de estudio, la abundante presencia de filósofos en
campos transdisciplinarios, los énfasis de la formación de postgrado en el ex-
tranjero, así como la articulación de las líneas de investigación, para mostrar

1 En un sentido similar, Silva (2009) ve el problema de las fronteras como una cuestión referida a prácti-
cas antes que a un planteamiento teórico.

UNA DISCIPLINA EN TENSIÓN 171


lo cuestionable que resulta esta delimitación2, ya que justamente lo que parece
destacar a la filosofía contemporánea es la alta porosidad de sus fronteras. Ello,
lejos de considerarse un problema, resulta ser un índice de su valor social y
su capacidad de renovarse y crear sinergias con otras disciplinas, por lo que
la reafirmación de los límites tradicionales tampoco se ajusta a las tendencias
mundiales de la disciplina.
Las características conservadoras tienen relación, en primer término, con
prácticas generadas en dicha normalidad filosófica y que se expresan en mo-
dalidades de trabajo docente y de investigación desarraigadas del contexto so-
cial, lo que impide una adecuada fluidez entre dicho contexto y la disciplina.
Pudiera parecer que ponemos el acento en el aspecto docente de la filosofía
más que en otras facetas, pero esto obedece a que la docencia ha sido el lugar
central de las prácticas filosóficas en nuestro país, muy por encima de la inves-
tigación y, por cierto, mucho más que cualquier expresión pública. De modo
que lo que acontece como práctica docente es en realidad la manifestación
más profunda desde donde puede analizarse a este colectivo. Solo tardíamente
la investigación –como veremos más adelante– ha empezado a modelar te-
nuemente la disciplina. Es desde la docencia donde se enseñan los modelos de
investigación y sus temas centrales, y es donde retornan finalmente sus resul-
tados, primero como práctica informal y luego como exigencia institucional.
Dentro de las prácticas docentes que ayudan a perfilar el carácter conservador
antes descrito cabe destacar el análisis que realiza Cecilia Sánchez (1992). La
primera de estas modalidades es lo que la autora ha denominado el profesor
oral, que muestra una panorámica de la filosofía a partir de un esquema his-
tórico lineal basado en los manuales. Por ende sus clases se caracterizan por
mostrar sinopsis de lo que se considera más relevante desde una perspectiva
neutral, como si el propio manual se constituyera en una atalaya de observa-
ción de los acontecimientos filosóficos, que serían de este modo efímeros y
donde el manual captaría lo que realmente perdura. De este modo, el pro-
fesor oral no asume responsabilidad por la selección de los contenidos que
comparte con sus alumnos y la fuente de autoridad académica de la docencia
que ejerce proviene en última instancia del propio manual. De más está decir
que no existe un manual neutral y que no tenga algún tipo de sesgo que deba
explicitarse. Lo más problemático de este modelo es que el alumno tiene una
visión de la filosofía absolutamente mediada y fragmentaria, en que los frag-
mentos se ven como un hilo continuo de autores que parecen no comunicarse

2 Como ejemplo de esto recomiendo ver el tipo de líneas emergentes en el campo disciplinal de acuerdo
a la información que recoge el ISI.

172 CHRISTIAN RETAMAL


entre sí. De este modo, la filosofía enseñada aparece como un consenso pro-
porcionado por el manual.
Otra de las prácticas ampliamente difundida entre los académicos, siguien-
do a Sánchez, es el modelo del profesor lector, caracterizado por la elección de
textos elevados a categoría de canónicos –justamente por su carácter perma-
nente– que son interpretados frase a frase, párrafo a párrafo. En este modelo
el profesor detenta una autoridad propia derivada de su calidad de intérprete y
facilitador del acceso a un texto considerado oscuro por definición. Este modo
de trabajo, conocido como modelo Grassi,3 refuerza la imagen de un profesor
que selecciona a partir de su propia autoridad los textos que considera perti-
nentes y les da un acceso privilegiado, que refuerza la formación por linaje.
Uno de los problemas más importantes de este método es que las fronteras
de discusión de los problemas filosóficos están definidas por la autoridad de
quien interpreta el texto, el cual aparece cerrado sobre sí mismo. Cabe agregar,
como indica Sánchez, que los textos se eligen en función del conocimiento de
un autor emblemático y la lectura guiada resulta tortuosa en extremo. Igual-
mente, dicha modalidad de trabajo supone el acceso fragmentario a los textos,
ya que se eligen capítulos considerados por el intérprete como expresivos de
la obra del autor, punto en sí mismo cuestionable. De este modo nos encon-
tramos con seminarios eternos respecto de un autor frente al cual el alumno
escasamente puede mantener una posición crítica, debido a la intermediación
de la interpretación. Esta última adopta aquí un carácter cíclico y ritual, en el
que no se vincula con la realidad de la sociedad donde el texto es acogido sino
que se cierra sobre el texto que se pretende trascendente y cuya cualidad es,
justamente, permanecer intocado por la contingencia.
No se trata entonces de la dicotomía señalada por Bauman entre los in-
telectuales modernos como legisladores o intérpretes, en la que los primeros
–claramente influenciados por la Ilustración– pretenden modelar la realidad
de acuerdo a esquemas teleológicos acordes a la Razón. Más aun, ellos mismos
son agentes de dicha Razón. En contraposición, los intelectuales como intér-
pretes son lo que queda luego del derrumbe de los modelos teleológicos y la
confianza en la Razón. La realidad social ya no se deja modelar, sino que se
debate entre múltiples interpretaciones en pugna que no alcanzan ni agotan a
su objeto. La interpretación ejercida sobre los textos considerados canónicos
no puede encuadrarse en esta dualidad, ya que no se trata de legislar el mundo
a partir de ella y tampoco tiene la humildad posmoderna de considerarse una
interpretación particular en un contexto de interpretaciones cambiantes. Por

3 Así fue conocido ya que fue introducido por Ernesto Grassi en la Universidad de Chile.

UNA DISCIPLINA EN TENSIÓN 173


el contrario, esta interpretación se hace con pretensiones de autoridad y por
ende implica una violencia discursiva que establece jerarquías supuestamente
inamovibles.
Otra característica es la forma que asume la organización de la disciplina
en el currículo de las carreras filosóficas; ya sea mediante la serialidad histórica
expresada en los cursos ejes de la historia de la filosofía, o a través de la con-
sideración de los autores como etapas del pensamiento humano concretados
en seminarios específicos sobre ellos o superpuestos en la organización de los
cursos de historia de la filosofía4 (Sánchez 1992).
Como se ha indicado, todas estas formas de trabajo y organización de la
filosofía suponen una desvinculación de la disciplina respecto de la contin-
gencia política e histórica, para centrarse en una supuesta gama de elementos
eternos del pensamiento humano. Esto resulta visible si observamos una pa-
norámica de los proyectos Fondecyt en filosofía en las últimas décadas. En el
Cuadro 1podemos advertir la concentración de la investigación en determi-
nados autores en base a los títulos de los proyectos, destacándose a Heidegger,
Hegel y Aristóteles y luego una progresiva dispersión. Es significativo que
el autor más investigado sea Heidegger, quien, como se sabe, tuvo vínculos
con el nazismo y, luego de la Segunda Guerra Mundial, elaboró un discurso
antimoderno y justificador de la lejanía del espacio público con claras conno-
taciones antidemocráticas.5
Si consideramos los títulos de los proyectos veremos que, en general, su te-
mática refuerza la glosa y el comentario por sobre la voz propia. Ello conduce
a la consideración de la filosofía como un oficio privado, que se realiza a partir
de las condiciones personales y autodisciplinarias de cada uno. Un filósofo en
esta perspectiva es alguien que lee, dialoga y que además escribe en el contexto
de la tradición, aunque sea para desmantelarla, ya que dicha operación queda
presa de la propia dinámica en la que se produce. Dicha forma de escritura

4 El análisis de las mallas de las carreras de pregrado tanto en el ámbito de la pedagogía como de la licencia-
tura en filosofía resulta revelador. Las mallas más tradicionales siguen el formato de la Universidad de Chile
manteniendo un fuerte eje histórico centrado en los contenidos con una visión intradisciplinaria. También
nos encontramos con mallas ideológicas, especialmente en las universidades católicas y las universidades con
visiones ideológicas variadas, que se expresan en seminarios con énfasis en autores considerados fundamen-
tales dentro de la perspectiva de la institución. Otras son mallas híbridas, que forman en dos disciplinas al
mismo tiempo y que pretenden ser una solución laboral allegando recursos de disciplinas más fuertes que
la filosofía. Finalmente nos encontramos con mallas de formación por competencias, que mantienen un eje
histórico muy débil y una gran flexibilidad de flujo determinado por criterios externos a la disciplina, como
son los procesos de acreditación y la búsqueda de alineamiento al mercado laboral.
5 El arco de las posiciones políticas de Heidegger puede ser analizado desde el “Discurso rectoral”, cuando
asume como rector designado por Hitler en la Universidad de Friburgo en 1933, hasta su tardío artículo
“Porqué permanecemos en la provincia”. Heidegger, M. (1996), Escritos sobre la universidad alemana, Ma-
drid: Tecnos.

174 CHRISTIAN RETAMAL


CUADRO 1
Proyectos Fondecyt por autor como objeto de estudio manifiesto (1982-2010)6
25
20

20

15
15
13

10 9
8
7
5 5 5 6
5 4

0
Ricoeur

Habermas

Kant

Nietzsche

Suárez

Smith

Husserl

Platón

Hegel

Aristóteles

Heidegeer
1982-1990 1991-2011 2002-2012 Total

Incluye concursos Regular, Iniciación a la Investigación y Posdoctorado.


Fuente: Elaboración propia sobre las bases de datos de Fondecyt (1982-2010).

ha estado determinada por el comentario sobre los considerados grandes au-


tores, en desmedro de la formulación explícita de un pensamiento personal
que deba justificarse públicamente, lo6que provoca en último término que se
considere que no existe una filosofía hecha en Chile, prejuicio profundamente
integrado en la disciplina.
No es necesario para las formas de trabajo e investigación antes indicadas el
diálogo con los pares del área, sino la capacidad de conectarse con eso que lla-
mamos la tradición, que parece, en principio, no tener una condición situada
ni unas determinadas características de producción. De allí que, considerando
la observación inicial respecto de lo que define a la filosofía y por ende a un

6 En términos porcentuales, el tratamiento específico de Heidegger comprende el 11% de todos los pro-
yectos aprobados en el período 1982-2009, siendo el más alto, seguido por Aristóteles (7%) y Hegel (6%),
mientras que los autores que son estudiados en un solo proyecto alcanzan 62, representando al 31%. La
concentración indudablemente es mayor, ya que solo se ha considerado que el autor esté explicitado en el
título del proyecto, excluyéndose otros criterios que pueden resultar confusos. Aquí destaca el crecimiento
sostenido de los tres primeros autores, ya que más que duplican su número de proyectos en cada década y su
más alto índice se produce en la última, por lo que bien cabe preguntarse –en el caso de estos tres autores– si
existe una escuela propiamente dicha, dado el alto número de proyectos y su firme crecimiento durante casi
treinta años. Mirado desde la óptica de los tipos de investigadores, los más jóvenes y recientemente doctora-
dos (correspondientes a las categorías Iniciación y Posdoctorado) muestran, en los tres primeros autores, una
tendencia a la reproducción, especialmente en el caso de Heidegger, aunque luego muestran una tendencia a
privilegiar autores contemporáneos, a diferencia de los investigadores consolidados (Regular y Cooperación
Internacional).

UNA DISCIPLINA EN TENSIÓN 175


filósofo, se considere que en realidad, siguiendo la interpretación tradicional,
existen escasos filósofos en nuestro país, y sí muchos comentaristas y muchos
más divulgadores. De este modo, las credenciales académicas o profesionales
no serían suficientes para designar a un filósofo. Tampoco lo es la escritura
como oficio, ni la investigación, sino una especie de comunicación directa
con la tradición y un síndrome de búsqueda de la autenticidad que resulta al
menos paralizador, ya que se parte del supuesto que la producción filosófica
local jamás tendrá la calidad de la tradición europea. Cabe hacer notar la
contradicción de que el diálogo con dicha tradición se dé fundamentalmente
a través del comentario y, al mismo tiempo, se padezca del síndrome de la
autenticidad que supone una originalidad imposible de acuerdo a los criterios
que la definen.
Aparte de la distinción temática entre núcleos duros y permanentes y otros
blandos y contingentes, encontramos otra distinción que tiene que ver direc-
tamente con el marco institucional, en el que cabe distinguir entre una zona
central y otra periférica de la disciplina. La primera está formada por aquellos
miembros insertos en los departamentos de filosofía, preferentemente las licen-
ciaturas y dedicados a las ramas centrales de la filosofía antes descritas. La situa-
ción mediada es la de aquellos que se desempeñan en cursos de filosofía que dan
un soporte auxiliar en diversos pregrados y el campo periférico es el de aquellos
que se dedican a la educación secundaria. De este modo existe una jerarquía
explícita que se superpone a la de los grados académicos y que coexiste con la
de las jerarquizaciones académicas, que tienen un componente más burocrático.
En consecuencia, las jerarquías que emergen no son solo una cuestión de
dedicación a una determinada rama de la disciplina, sino que también un
asunto de posición en la estructura del trabajo universitario. Este último pun-
to resulta más crucial en la medida que los puestos de trabajo universitarios
están crecientemente afectados por la flexibilización laboral y podemos en-
contrar todos los tipos de relaciones contractuales posibles, desde la tradi-
cional pertenencia a las plantas académicas de las universidades públicas, en
clara extinción, hasta la dedicación por honorarios a un curso específico que
define al profesor como un agente externo prestador de servicios (el memo-
rable profesor-taxi).7 En medio existen diversas modalidades que ajustan la
posición movediza de cada cual y que diluyen los sentidos de pertenencia, im-
posibilitan el trabajo en equipos institucionalmente respaldado, producen una
inseguridad básica respecto de las relaciones laborales y las fuentes de trabajo,

7 Una interesante perspectiva sobre la subjetividad académica en la precariedad se puede encontrar en


Sisto 2005.

176 CHRISTIAN RETAMAL


y generan una incapacidad para influir colectivamente incluso en la definición
de la propia realidad profesional.
Desde este contexto resulta claro que la definición de la disciplina y de la
profesión es cada vez más compleja y dependiente de condiciones externas.
El poder de las profesiones sobre sus propios objetos y el poder práctico que
se deriva de ellos aparece fuertemente diluido, lo que es uno de los princi-
pales factores actuales del actual repliegue de los filósofos y su búsqueda de
un espacio de autonomía. La contrapartida de este repliegue es la distancia
e indiferencia que la disciplina mantiene de la realidad social en la que se
desarrolla. En este sentido cabe destacar que la investigación reconocida y
valorada –cuestión que no es privativa de la filosofía– se da dentro de los mar-
cos institucionales de las universidades y limitados centros de investigación
o aparatos estatales. Cabe recordar que desde hace algunos años es requisito
de participación en los proyectos Fondecyt el patrocinio institucional, que de
hecho subordina a los investigadores a la institucionalidad y tiene el efecto
perverso de restringir artificialmente la investigación y sus productos.

El peso del golpe militar


La tradicional indiferencia de la filosofía chilena por la contingencia po-
lítica tuvo un breve paréntesis durante la Unidad Popular, ya que una parte
importante de los filósofos se sintieron ya sea interpelados, comprometidos e
involucrados en el proceso de cambio social.
Sin embargo, la dureza del golpe militar supuso una brutal intervención de
las universidades y particularmente de aquellos departamentos y carreras de
las ciencias sociales y las humanidades percibidos como fuentes eventuales de
peligro, ya sea por el poder de sus organizaciones estudiantiles, por su historial
político o por los objetos de su estudio disciplinario. En el caso de la filosofía
esto tuvo efectos dramáticos que reforzaron y radicalizaron el conservaduris-
mo precedente, de modo que puede incluso hablarse de un servicio ideológi-
co de una cierta filosofía tomista a la dictadura en el contexto universitario,
mientras un gran grupo fue exonerado, debió exiliarse o bien autocensurarse,
además del cierre de departamentos completos, como el caso de la Sede Nor-
te de la Universidad de Chile, y posteriores cierres menos explícitos en su
connotación política, justificados en supuestas racionalizaciones organizacio-
nales.8 La actividad intelectual en los marcos antes descritos se hizo no solo

8 Un caso emblemático es el de la Facultad de Filosofía y Ciencias Sociales de la Universidad Austral y la


renuncia de Jorge Millas. Revista La Cañada, 0.1, 2010. Dicha publicación recoge importante documenta-
ción sobre este caso y la posición de eminentes filósofos de la época (www.revistalacañada.cl).

UNA DISCIPLINA EN TENSIÓN 177


imposible, sino que tomo una faz peligrosa y envuelta en la desconfianza y el
desprecio. Ello también afectó a las humanidades, en la medida que se vieron
atrapadas en una intensa censura y trauma que recortó o eliminó muchos de
sus objetos de estudio y agredió a varios de sus especialistas.
Marginalmente hubo centros de desarrollo de la filosofía en las ONG y los
centros de estudios independientes apoyados por la cooperación internacional
que mantuvieron investigaciones críticas. La filosofía oficializada se proyec-
tó a través de la docencia universitaria, así como en los proyectos de inves-
tigación financiados con fondos estatales organizados en torno a Fondecyt.
Paralelamente se acentuó la diferenciación entre el campo de las pedagogías
y las licenciaturas mediante la degradación de las primeras, ya que estas per-
dieron incluso su estatuto privativo universitario a partir de la Ley Orgánica
Constitucional de Educación de 1981, lo que supuso que otras instituciones
no universitarias pudieran formar carreras pedagógicas depreciadas desde el
punto de vista curricular, todo ello en el contexto de inicio un nuevo mer-
cado educativo (Ruiz 2010). También las mallas curriculares sufrieron una
poda ideológica, orientada a una limpieza de todo lo que pudiera suponer
una orientación de izquierda. De este modo desaparecieron los seminarios de
autores marxistas y existencialistas, y de algunas mallas incluso se eliminó el
curso de filosofía contemporánea por estar encaminado, desde la perspectiva
de los censores, al ateísmo. Así, las mallas se alinearon fuertemente a la filo-
sofía y lenguas clásicas, la filosofía medieval tomista y los autores cristianos
contemporáneos como Jacques Maritain, como lo ejemplifica la situación del
Departamento de Filosofía de la Universidad Metropolitana de Ciencias de la
Educación (UMCE), donde se vivió una dura represión y la malla expresó cla-
ramente el conflicto. Como señala Sánchez y lo corroboran informantes claves
que impartieron docencia en dicho período, la dictadura estaba empeñada
en demoler el símbolo del laicismo que suponía el ex Instituto Pedagógico y
sustituirlo por una versión criolla del nacional catolicismo, enmascarado de
humanismo cristiano.9
En efecto, parece que la filosofía solo podía ser abordada como un estudio
del pasado que justifica el nuevo estado de cosas. En este sentido, las mallas
curriculares parecieron fundamentarse en este nacional catolicismo cruzado
por las estrategias de seguridad nacional tan en boga en las décadas de los
setenta y los ochenta. Estas mallas condenaban explícitamente la seculariza-
ción de la sociedad chilena durante el siglo XX y la ligaban al auge del mar-
xismo, lo que convertía al golpe militar en una gesta salvadora de la nación

9 Un análisis detallado se puede encontrar en los trabajos de Isabel Jara (2008).

178 CHRISTIAN RETAMAL


validada por el catolicismo más tradicional. Esto vino acompañado de una
nueva dotación de profesores formados en dicha visión ideológica, los que
fueron designados en los departamentos de filosofía sin las adecuadas cre-
denciales académicas y meritocráticas y con una evidente actitud contraria
a la actividad pública cualquiera fuera su sentido. Este cambio del cuerpo
docente fue general en todas las carreras como una forma de represión y
transformación de las universidades chilenas, cuestión no corregida en la
transición.
Esta ordenación de la filosofía oficial se muestra claramente en los temas de
investigación financiados por Fondecyt desde 1982 hasta aproximadamente
mediados de los noventa, ya avanzada la transición.10 Dicha filosofía durante
la dictadura se desconectó de los flujos internacionales de la disciplina, cues-
tión que en general no había sucedido en la historia de la filosofía chilena,
ya que esta siempre se encontró relativamente informada de los debates con-
temporáneos, como lo muestra Cecilia Sánchez en sus investigaciones. Ello
repercutió en la calidad de la docencia universitaria y el empobrecimiento
de la presencia de la filosofía en la educación secundaria, relegada a los dos
últimos años y con un currículo bastante sesgado y estrecho centrado en la
historia de la filosofía, la lógica y la psicología, cuestión que no ha cambiado
mucho hasta ahora. Volviendo a la investigación, las modalidades de trabajo
se concentraron en autores canónicos más que en problemas genéricos, lo que
supuso tratar a dichos autores como universos cerrados. Los investigadores re-
forzaban dicho cierre bajo la justificación de la necesidad de la especialización.
Dicho fundamento, sin embargo, resulta bastante cuestionable si rastreamos
la productividad de dichas investigaciones hasta 1990. Por otra parte, solo
uno de los proyectos financiados por Fondecyt entre 1982 y 1991 tiene una
implicancia política contemporánea, aunque resulte, por ejemplo, contrapro-
ducente la presencia de proyectos sobre temas éticos abstractos en un contexto
de dictadura. Como ya hemos indicado, ya sea por una opción personal guia-
da por el temor a la censura o bien como producto de una convicción, la filo-
sofía retornó a un pasado clásico idealizado para contraponerlo a un presente
asediado por la crisis moral, o, dicho de otro modo, lo permanente y universal
interpelado por la contingencia de la historia. Esto se vio facilitado por una
concepción de los proyectos Fondecyt que en aquella época aún entendía la
investigación como una actividad personal y no necesariamente como proyec-
tos orgánicos de grupos más amplios, como ahora.

10 Para este particular ver la base de datos que mantiene Fondecyt. Los títulos de los proyectos son demos-
trativos de la tendencia de aquellos años (www.fondecyt.cl).

UNA DISCIPLINA EN TENSIÓN 179


La década de la transición: los noventa y más allá
A partir de 1990 empiezan a aparecer, aunque tímidamente, otras temáticas
de investigación y autores, como la corporalidad, la tecnología mirada por la
filosofía, el sentido de una nacionalidad filosófica, etc., que logran de algún
modo ampliar el campo de trabajo de la disciplina. Y, lo que resulta más im-
portante, se produce una muy lenta renovación de los investigadores que tie-
nen acceso a estos financiamientos. A esto ayudó la reincorporación de varios
académicos exonerados y otros que estaban fuera de la institucionalidad, los
que incómodamente tuvieron que convivir con los allegados por la dictadura
–al estilo de La muerte y la doncella– dado el pequeño tamaño del “ecosistema
de la disciplina”. Con el reinicio de la elección de las autoridades académicas
por parte de los profesores, e incluyendo la presión de los estudiantes, las ma-
llas empiezan a ser modificadas redirigiéndose a lo que tradicionalmente había
sido la formación filosófica previa a la dictadura.
En este sentido, estos cambios reflejan la implementación de una restaura-
ción más que una búsqueda de nuevos senderos. En efecto, se restauraron los
cursos de filosofía contemporánea que habían sido mutilados, así como los
seminarios sobre autores antes censurados, especialmente los clásicos del mar-
xismo, esto sin alterar la estructura organizativa en torno a las historias de la
filosofía. Cabe destacar que durante la dictadura los estudiantes organizaban
por su cuenta seminarios y encuentros invitando a los profesores ajenos a la
oficialidad, por lo que existía un paradigma de lo que los estudiantes desea-
ban. Por ende comenzó una fuerte presión por la evaluación docente y por la
implementación de las cátedras paralelas, que en el fondo era oficializar los
seminarios informales –no por eso menos rigurosos y extensos– invitando a
dichos profesores a integrarse de algún modo a los departamentos de filosofía,
cuestión que en general no se concretó.
Las mallas que sufrieron un mayor cambio fueron las de las pedagogías en
filosofía, que prácticamente se adecuaron a los formatos de las licenciaturas,
incluso con los mismos requerimientos de titulación, como la tesis y el exa-
men final. Resulta curioso constatar que las pedagogías en filosofía, siendo
títulos profesionales, tuvieron un currículo muy similar al de las licenciaturas,
aunque no obtuvieran dicho grado académico. En efecto, las pedagogías re-
sultaron ser licenciaturas encubiertas a las cuales se les agregaba un conjunto
de ramos pedagógicos y una práctica para obtener el título profesional. Ello
resulta más paradójico considerando que ambos programas compartían in-
cluso los mismos docentes. Es necesario destacar que esta peculiar situación
de las pedagogías fue posible por la división aún vigente, en las universidades

180 CHRISTIAN RETAMAL


pedagógicas y las facultades de educación estatales –y también trasladada a las
privadas–, entre los departamentos dedicados exclusivamente a la formación
de especialidad, en este caso filosofía, y otro –centralizado– dedicado a entre-
gar la formación pedagógica. Los primeros siempre han mantenido su domi-
nio disciplinal, mientras la formación pedagógica se mantenía homogénea e
incluso indiferente a las peculiaridades de cada carrera a la que atienden. Ello
ha generado muchas veces profundas asimetrías de calidad y solidez institu-
cional al interior de dichos centros.
Sin embargo, la situación anterior ha tenido un efecto inesperado, ya que
la autopercepción de los académicos y sus alumnos está referida a una perte-
nencia a un “departamento de filosofía”, independientemente de si se trata de
otorgar una pedagogía o una licenciatura. Ello se ve verificado por la amplia
presencia de los profesores de filosofía en los postgrados de la disciplina y
por la generalizada inserción de los licenciados en la educación secundaria.
Por ello se puede afirmar la profunda distorsión entre los perfiles de egreso
y lo que efectivamente los egresados hacen.11 Esta autopercepción afecta po-
sitivamente la distinción de estatus entre los departamentos que imparten
pedagogías o licenciaturas, ya que borra una división que no se sostiene en
la realidad y que fragmenta la unidad de la disciplina. En este sentido, la
disciplina inconscientemente defiende sus espacios institucionales al margen
del producto profesional, o incluso a pesar de este. Este fenómeno tiene im-
portancia porque nos permite ver la amplitud de un movimiento de búsqueda
de pertenencia que salta por sobre los cauces institucionales para volver a la
fuente de la disciplina. Ello resulta un movimiento a contracorriente de la
distinción antes descrita entre una zona central y periférica de la disciplina.
En un plano más general, el problema fundamental referido a en qué traba-
ja un filósofo ha persistido. Las mallas y perfiles de egreso suponen que existen
dos caminos paralelos sin muchas interconexiones; el mundo de los profesores
de filosofía y el de los licenciados orientados a la investigación. Sin embargo,
en este último caso se hace evidente la falta de espacios laborales, así como la
insuficiencia de una formación que no permite diálogos interdisciplinarios
por parte de los licenciados. En la década de los noventa, los posgrados na-
cionales en filosofía se remitían básicamente a los programas de magíster que
reproducían los núcleos duros de la formación de pregrado en metafísica y es-
tética, a los que se añadió luego filosofía política y axiología. El modelo era el
magíster impartido por la Universidad de Chile, que era una fuerte referencia

11 Ello resulta particularmente evidente en las postulaciones a las becas de posgrado, tanto en Chile como
en el extranjero, otorgadas por Conicyt, en donde vemos una gran pluralidad de origen en los pregrados.

UNA DISCIPLINA EN TENSIÓN 181


en la disciplina. Este programa no tenía en ese entonces ninguna intersección
con otras disciplinas, salvo que el estudiante excepcionalmente podía tomar
un curso fuera de dicho programa en otro de la misma facultad.
Por otra parte, se volvió cada vez más evidente para los egresados de pe-
dagogía la necesidad de realizar un magíster como una fuente más segura de
inserción laboral en el campo de la educación media, el que estaba volviéndose
más competitivo a mediados de los noventa. De modo que la obtención del
posgrado también significó para los profesores de filosofía una fuente de dis-
tinción importante, dejando atrás la imagen añeja según la cual los posgrados
eran una suerte de punto de llegada en la carrera de un filósofo y no un punto
de partida. Vemos que aquí se empieza a formar una especie de elite de pro-
fesores de filosofía con posgrados realizados en Chile en un momento que los
estudios de magíster eran todavía una fuente de distinción importante, tanto
por su complejidad y duración como, sobre todo, por su escasez.12
Mirado desde una perspectiva más amplia, existe una reproducción inercial
que descarta la innovación al interior de la disciplina y el trabajo interdisci-
plinar, cuestión que como hemos visto también sucedía en el ámbito de la
investigación financiada por Fondecyt. En la medida que la década de los
noventa avanzaba, haber obtenido un proyecto Fondecyt se volvió más pres-
tigioso, validando una elite al interior de la disciplina y en la universidad. A
ello contribuyó el que esta institución ya no era vista como un espacio de la
dictadura, cuestión que empezó a notarse en los cambios de los miembros de
los comités de filosofía. En efecto, Fondecyt, a pesar del apoliticismo supues-
to en la disciplina, aparecía “binominalizado”, lo que provocaba una suerte
de consenso negociado dentro de las universidades del Consejo de Rectores.
Ciertamente esto no es verificable y no sabremos cuánto tiene de prejuicio o
verdad, pero es algo que aparece de modo recurrente en las entrevistas a los
informantes claves.
Sin embargo, a mediados de la década de los noventa aún se mantenía el
núcleo duro de métodos, temas y autocomprensión conservadora, en la medi-
da que las universidades no habían hecho su propia transición democrática y
rehuían de su propio pasado en medio de la dictadura. De modo que, a pesar
de una tenue renovación en el campo de la investigación, de la incorporación
significativa de profesores de filosofía a la formación de magíster y el reintegro

12 A pesar de la abundancia actual de oferta, aún parece quedar un gran espacio para la formación de
posgrado. Indicadores recientes señalan que en las universidades agrupadas en el Consejo de Rectores los
docentes con grado de doctor alcanza a la fecha al 21%, y en el caso de los magíster al 24%. En el caso de
las universidades privadas solo llega al 8% y al 30%, respectivamente. Índices 2011, Consejo Nacional de
Educación, http://indices.cned.cl

182 CHRISTIAN RETAMAL


de algunos académicos exonerados –y otros que durante la dictadura se man-
tuvieron al margen de las universidades públicas–, en el campo de la forma-
ción de pregrado, de los modos de trabajo y de la gestión de conocimientos
todo pareció mantenerse estable, salvo la modificación de las mallas de las
pedagogías antes apuntadas.
Por ello podemos señalar, sin temor a equivocarnos, que los filósofos inser-
tos en la universidad vieron el retorno a la democracia como la restauración de
lo que la disciplina había sido antes de la dictadura, y no como la posibilidad
de crear nuevos espacios de formación e interlocución con otros campos del
conocimiento y la sociedad. Dicho de otro modo, la transición fue un camino
de retorno de lo que supuestamente se había perdido con el golpe militar, ya
que este, y el período de la dictadura militar, demostraron ser la más profunda
agresión estatal a la autonomía que se suponía debía tener la filosofía. Este
último elemento había sido una constante desde la institucionalización de la
disciplina, pero como ya se apuntó, esta autonomía tenía más que ver con una
suerte de distanciamiento de la esfera de la política y con la incapacidad de la
disciplina para fundamentar su propia existencia. La experiencia de la Unidad
Popular había mostrado para muchos conservadores que la politización de la
sociedad chilena también había afectado a la filosofía, que se veía interpelada
por el cambio social. Para ellos, el golpe de Estado supuso una liberación de
la disciplina respecto de la obligación de responder frente a la sociedad por
su condición de sentido, al tiempo que pusieron a disposición de las nuevas
autoridades los elementos de justificación ideológica del régimen. Para estos
actores la transición era la amenaza del retorno de la política a la supuesta
esfera propia de la filosofía, cuestión por otra parte absurda si se considera
la profunda actividad política en las universidades en contra de la dictadura.
Más allá de las paradojas de estas visiones dicotómicas, puede concluirse
que la restauración o rescate de la filosofía perdida no era algo plausible y
quizás tampoco deseable. Esto era evidente a la luz de una suerte de silencio
traumático al interior de un ecosistema reducido, como lo es la filosofía en
Chile. No sabemos de ningún departamento de filosofía que haya decidido
llamar a concurso para los cargos designados durante la dictadura. Por otra
parte, con la transición los temas evidentes de investigación que la filosofía
podría haber abordado fueron simplemente ignorados, cuestión que se de-
muestra al señalar que, de la totalidad de los proyectos Fondecyt de dicha
década, solo uno estuvo dedicado directamente a los derechos humanos. Así
como la sociedad chilena no se arrebató con los vientos de la libertad de la
transición, tampoco la filosofía se sintió especialmente aludida por el cambio

UNA DISCIPLINA EN TENSIÓN 183


de situación histórica. Diríamos que a lo más sintió una breve brisa. Tampo-
co vemos que los filósofos hayan, salvo notables excepciones, participado del
debate público aportando desde la disciplina a nuevos debates propios de los
procesos de transición, desde las reformas constitucionales a los temas de las
libertades individuales, entre otros.
Ciertamente no faltaron reflexiones sobre la transición y el estado más ge-
neral de la modernidad en Chile, especialmente en artículos de prensa, con-
ferencias y libros.13 Lo que une a todos los autores es la común perspectiva
de que la transición pudo hacer más por la democratización efectiva del país.
En sus textos se nota la vivencia del malestar no solo por las imperfecciones
propias de la transición, sino también porque esta parece no querer romper
los amarres impuestos por la dictadura que se pueden palpar en las propias
universidades, y de este modo participan de la tendencia general descrita por
Pinedo (2000) sobre la crítica de los intelectuales a la transición. En la ma-
yoría de los autores uno de los temas centrales es el de la memoria histórica
y su correlato en la memoria personal. Pero dichas reflexiones no tendrán un
impacto significativo al interior de los departamentos de filosofía, que estaban
en un lento e inexorable declinar de su influencia.
Esto resulta llamativo si consideramos el peso político que tenían los depar-
tamentos de filosofía al interior de las universidades durante la década de los
ochenta. Dicho peso no tenía que ver tanto con los académicos, sino con los
estudiantes de filosofía, sus poderosos centros de alumnos y la presencia muy
alta de militantes, que le daba a esta disciplina la faz de una formadora de sub-
versión. En efecto, si consideramos al emblemático movimiento universitario
de los ochenta, veremos que los centros de alumnos de filosofía tenían un
peso desmedido respecto de su tamaño relativo dentro de las organizaciones.
Ello resulta especialmente destacado en el ex Instituto Pedagógico, separado
de la Universidad de Chile en 1981 y hoy conocido como Universidad Me-
tropolitana de Ciencias de la Educación. El centro de alumnos de filosofía fue
la base de la federación que luego se formó allí y fue también un gran polo
de organización contra la dictadura, especialmente reprimido. Como señaló
Alejandro Ormeño, primer rector democráticamente elegido en la UMCE,
nadie que hubiese sido presidente de un centro de alumnos en la década de
los ochenta en el ex–Pedagógico pudo terminar su carrera (Sánchez 1992:

13 Hopenhayn, M. (1995), Ni apocalípticos ni integrados: aventuras de la modernidad en América Latina,


Santiago: Fondo de Cultura Económica; (2005), América Latina desigual y descentrada, Santiago: Norma;
Salvat, P. (2002), El porvenir de la equidad, Santiago: Lom. Igualmente Humberto Giannini participa de
entrevistas y conferencias, así como de la dirección de la Cátedra Unesco de Filosofía, la que, como veremos
más adelante, tendrá un importante papel en dicho período.

184 CHRISTIAN RETAMAL


234). De este modo, los centros de alumnos de filosofía fueron una suerte de
semillero de liderazgos para los partidos políticos y la oposición juvenil. Hasta
entrada la década de los noventa el peso de los centros de alumnos de filosofía
seguía siendo muy importante, por esa especie de capacidad desestabilizadora
que al menos se les suponía y que en cierto modo tuvieron. Esto obligaba a los
académicos a jugar, a pesar suyo, una suerte de rol mediador, lo que en cierto
modo acrecentaba su poder ante la jerarquía universitaria.
Sin embargo, el declive del movimiento estudiantil a partir de 1993, clara-
mente destacado en los centros de alumnos de filosofía, también impactó en el
peso que los departamentos tenían al interior de las universidades. Ello significó
la pérdida de una oportunidad –que no se ha vuelto a presentar– de plantear la fi-
losofía en una relación poderosa con la propia universidad y con la política. Más
aun cuando se inauguraba un debate amplio de lo que debía ser la transición,
cuestión que prácticamente atravesó todos los gobiernos de la Concertación.
Volviendo al análisis institucional, durante el mismo período, gracias a los
sistemas estatales de becas de posgrados en el extranjero y las becas de coope-
ración internacional, se produce una tenue renovación de las temáticas y mo-
delos de trabajo heredados, y al mismo tiempo se hacen cada vez más patentes
y criticables ciertas prácticas culturales de los filósofos como grupo específico
de intelectuales.
Entre estas cabe destacar una fuerte noción de formación por linaje, en
donde se privilegia una relación reproductiva maestro-discípulo que perjudica
el trabajo transdiciplinario y la apertura de nuevas líneas de investigación; y
un etnocentrismo alienado que se manifiesta en un menosprecio por la filo-
sofía latinoamericana e incluso en un debate sobre si es posible la filosofía
en Chile y además en castellano. En este último punto resulta llamativa la
polémica sobre el prejuicio respecto de las posibilidades idiomáticas de nues-
tra lengua para formular un pensamiento filosófico propio, el cual, según los
filósofos seguidores de Heidegger, solo podría darse en alemán, lo cual tiene
una fuerte influencia sobre la perspectiva política de los filósofos.
Por otra parte, se nota una fuerte negativa a considerarse un grupo con in-
tereses y necesidades comunes, cuestión que se expresa en la inexistencia hasta
hace muy poco de una Asociación Chilena de Filosofía14 o alguna otra forma
de agrupación similar.

14 La Sociedad Chilena de Filosofía fundada en 1948 fue al principio bastante activa y se mantuvo hasta
los ochenta con escasa significación. En 2009 una nueva generación refundó la asociación en torno a la idea
de realizar congresos frecuentes que signifiquen formar una comunidad filosófica. Su creación ha supuesto
la realización de un primer congreso, bastante exitoso, y la formulación de unos estatutos que ponen en un
plano de igualdad a alumnos, profesores secundarios y académicos en su directorio.

UNA DISCIPLINA EN TENSIÓN 185


Una de las organizaciones excepcionales en ese contexto fue sin duda la Cá-
tedra Unesco de Filosofía, creada y dirigida por Humberto Giannini en 1995
y que posibilitó dos encuentros bastante contundentes, entre otros realizados.
El primero de ellos fue el Congreso Latinoamericano sobre Filosofía y Demo-
cracia, realizado en 1996, que agrupó prácticamente a la totalidad de los filó-
sofos chilenos en activo y que permitió traer a Chile a importantes pensadores
latinoamericanos. Este encuentro fue el más potente desde el punto de vista
de la ligazón entre filosofía y política. De hecho, concluyó con la firma de la
Carta de Santiago, en la que los filósofos asistentes apoyaban la consolidación
democrática en el continente, cuestión no menor dada la historia reciente de
la disciplina.15 En 1998 se realizó otro evento importante: el Seminario sobre
Educación y Filosofía en Chile, en el que, a partir de las reformas curriculares
que afectaban a la disciplina, se discutió ampliamente sobre el papel de la fi-
losofía en la esfera pública, constatándose ya en ese momento las dificultades
de justificación de su existencia en el ámbito educativo. En un sentido más
amplio, la Cátedra fue un importante espacio de desarrollo de relaciones entre
distintas generaciones de filósofos ya consolidados y estudiantes –de posgrado
y pregrado– de distintas universidades. Dicha organización tuvo una impor-
tante actividad hasta 1999.
Por otra parte, la filosofía ha sufrido el paradójico fenómeno de poder exis-
tir en la docencia de las universidades privadas y en muy escasos espacios de
investigación privados. Sin embargo, en el caso de la docencia nos encontra-
mos con dos polos: en el primero la formación es de nivel primario, por lo
cual no constituye un aporte a su propia renovación ni tampoco a una mejora
de la discusión en la esfera pública de los temas en que la filosofía por su pro-
pia naturaleza puede y debe abordar. En el otro extremo, la docencia sobre la
filosofía en las universidades privadas ha estado orientada, como ya se ha in-
dicado, a servir a distintos proyectos ideológicos que fundan a dichas institu-
ciones: neoliberales, liberales, católicos conservadores, progresistas, masones,
etc., lo que redunda en una limitación de temáticas y una cierta censura a los
trabajos fuera de los respectivos campos ideológicos, por lo que nuevamente
nos encontramos con una filosofía servidora, en este caso, de perfiles universi-
tarios que se diferencian ideológicamente en un mercado competitivo.16
De este modo, la situación de la filosofía en la docencia de las universidades
privadas es claramente secundaria en las mallas curriculares, aunque preten-

15 Existe un libro homónimo publicado en 1997 por Lom y editado por Humberto Giannini que recoge
una selección de las ponencias, y que es la mejor “fotografía” del estado de la disciplina en dicho período.
16 María Olivia Mönckeberg ha analizado en detalle esta realidad en La privatización de las universidades.
Una historia de dinero, poder e influencias (2005) y en El negocio de las universidades en Chile (2007).

186 CHRISTIAN RETAMAL


da dar soporte a las bases ideológicas de las instituciones. En cierto modo,
lo que protege a la filosofía en estos espacios es una visión de su necesidad
instrumental y un cierto pudor en eliminar una disciplina –a pesar de su dis-
funcionalidad económica– que por sí misma pertenece a lo más profundo de
lo que se entiende por universidad. En efecto, eliminarla supone darles a las
instituciones una faz meramente “profesionalizante”. Sin embargo, analizadas
las mallas de todas las universidades chilenas, puede concluirse que la filosofía
es una rama muy secundaria, y que la existencia de institutos o departamentos
de filosofía es más bien una posibilidad de las instituciones con mayor solidez
financiera y con proyectos ideológicos bien delineados.

Estado actual: una mirada desde la investigación


A pesar de lo anterior, actualmente se está dando una transformación lenta
y positiva en la disciplina. Ya se ha mencionado la refundación de la Asocia-
ción Chilena de Filosofía y su exitoso primer congreso. El programa permitió
a su vez mostrar una creciente tendencia a la búsqueda de nuevas temáticas de
trabajo y una amplitud mucho mayor de materias de investigación.
Para analizar las transformaciones más profundas es conveniente centrarse
en uno de los polos que más influencia tienen en el moldeamiento actual y fu-
turo de la disciplina, los proyectos Fondecyt, que, como antes se ha indicado,
definen a una cierta elite dentro de la disciplina, cuestión también ampliable a
otras ramas del conocimiento. Esto se fundamenta tanto en un valor simbóli-
co en el mercado universitario como en los aportes estatales a las universidades
por la obtención de dichos proyectos y las publicaciones indexadas derivadas
de ellos. El valor de estos concursos se refuerza más aun si consideramos que
dos de ellos tienen por finalidad la inserción académica de los doctores recién
formados; los concursos de Posdoctorado y los de Iniciación en la Investiga-
ción, que son importantes puertas de acceso a dicha elite, así como el Concur-
so Regular, que marca un nivel de estabilidad en ella.
El caso de las publicaciones merece una mención especial. Si bien el pa-
radigma tradicional de la disciplina ha sido el libro, que ha representado la
concreción de un esfuerzo sostenido y una apuesta mayor en términos de
inversión personal, el artículo para revistas indexadas ISI y secundariamente
SciELO ha tenido un gran impacto en la dirección de cómo fluye el trabajo
de investigación. José Santos (2010) ha estudiado pormenorizadamente este
aspecto en el campo de la filosofía y sus observaciones resultan muy relevantes.
Desde el plano más general, lo que aquí nos interesa es que el estilo y cierre
del artículo para revistas indexables conlleva una explícita transformación de

UNA DISCIPLINA EN TENSIÓN 187


CUADRO 2
Número de proyectos Fondecyt aprobados por áreas de investigación (1982-2010)

1982-1990 1991-2001 2002-2010 Total


Lógica 2 2 1 5
Metafísica 3 5 4 12
Filosofía analítica 2 2 8 12
Teoría del conocimiento 3 7 4 14
Historia de la filosofía 4 12 8 24
Ética 3 11 16 30
Filosofía 21 50 92 163

Incluye concursos Regular, Iniciación a la Investigación y Posdoctorado.


Fuente: Elaboración propia sobre las bases de datos de Fondecyt (1982-2010).

los filósofos en expertos, más que en intelectuales en los sentidos apuntados


por Bauman. La participación en estos nuevos circuitos rebaraja las jerarquías
de la investigación y las lleva al campo de un diálogo clausurado, lo que ha
supuesto no solo una ruptura del modo de trabajo sino también una ruptura
política y generacional. Este fenómeno tiene muchos otros impactos y cabe
aún una discusión específica sobre él. Para los filósofos en general ha sido un
factor altamente disciplinador, que ahonda en el repliegue a la especialización
y fortalece, por ahora, los núcleos duros de la disciplina, ya que en torno a
ellos se concentran las revistas ISI.
Como se ha indicado, la lenta renovación de la disciplina es una tendencia
que empieza a reflejarse en los proyectos Fondecyt, aunque desde las bases de
datos disponibles no parezca así.17 En efecto, los criterios de clasificación a los
cuales los investigadores deben adscribir sus proyectos en los formularios aún
están basados en los núcleos duros señalados en el Cuadro 2, y desagregados en
las subdisciplinas mostradas en el Cuadro 3. Si consideramos lo que las bases de
datos en estado bruto nos señalan, cabría entonces la repartición de proyectos
en el período comprendido entre 1982 y 2010 que se indica en dichos cuadros.
Sin embargo, si analizamos detenidamente los temas enunciados en los tí-
tulos de los proyectos, veremos que estas adscripciones resultan demasiado
gruesas y concluiremos que no necesariamente coinciden, además de un signi-
ficativo nivel de error en la base de datos. Si reformulamos con criterio experto

17 La base incluye los concursos Regulares, de Cooperación Internacional, de Posdoctorado y de Iniciación


a la Investigación. Para el análisis se ha decidido mantener el de Cooperación Internacional, ya que hasta
hace muy poco era también concursable y permitía respaldar, de modo competitivo, proyectos ya en opera-
ción. Hoy en cambio dicha cooperación está inserta en los otros fondos y se evalúan en conjunto. La base
fue analizada a partir de su estado en octubre de 2010 (www.fondecyt.cl).

188 CHRISTIAN RETAMAL


CUADRO 3
Líneas de investigación más importantes en proyectos Fondecyt por períodos (1982-2010)

1982-1990 1991-2001 2002-2010 Total


Fenomenología 3 4 1 8
Historia de la filosofía 3 5 8
Filosofía medieval 4 5 9
Filosofía del lenguaje 5 5 10
Filosofía del derecho 1 10 11
Estética y teoría del arte 1 3 8 12
Filosofía analítica 4 1 8 13
Filosofía política 3 2 8 13
Metafísica 3 9 5 17
Filosofía de la ciencia 4 4 12 20
Filosofía contemporánea 1 7 13 21
Ética 3 6 13 22
Filosofía antigua 4 13 13 30
Filosofía moderna 4 8 18 30

Incluye concursos Regular, Cooperación Internacional, Iniciación a la Investigación y Posdoctorado.


Fuente: Elaboración propia a partir de las bases de datos de Fondecyt (1982-2010).

nuevas adscripciones más precisas nos encontramos con otro resultado, según
se observa en el Cuadro 4 (ver página siguiente).
Si bien los resultados en términos absolutos son iguales, es destacable que
se produzca una redistribución de las líneas de acuerdo a su comportamiento
en el tiempo. Vemos que filosofía moderna es la línea que crece de modo más
sostenido. Lo mismo sucede, aunque de modo menos pronunciado, con ética
y filosofía contemporánea, mientras que filosofía antigua se mantiene estan-
cada18.
Como puede verse, la faz actual de la disciplina es mucho más diversa de lo
que aparece en principio. Ello se ratifica en los nuevos temas que los proyectos
de Posdoctorado e Iniciación están abriendo durante la última década.
Sin embargo, se notan dos problemas; el primero de ellos dice relación con la
fuerte concentración en algunos autores emblemáticos –situados en los núcleos

18 Si miramos estos datos desde la perspectiva del tipo de investigador vemos que los proyectos Regular
y Cooperación Internacional de los investigadores más consolidados se concentran en las líneas de inves-
tigación de filosofía antigua (13% en relación al total de Regular+Cooperación Internacional), filosofía
moderna (12%) y ética (10%); en cambio los investigadores emergentes en los Posdoctorado e Iniciación se
orientan a filosofía analítica (15% en relación al total de Posdoctorado+Iniciación) y filosofía contemporá-
nea (13%). Ciertamente ambos volúmenes de proyectos son muy diferentes, pero resultan suficientes como
para ver tendencias.

UNA DISCIPLINA EN TENSIÓN 189


CUADRO 4
Proyectos Fondecyt aprobados según subdisciplinas (1982-2010)

1982-1990 1991-2001 2002-2010 Total


Filosofía del cuerpo 1 1
Filosofía de la historia 1 1
Filosofía y psicoanálisis 1 1
Lógica 1 1
Teoría crítica 1 1
Epistemología 2 2
Ética y derechos humanos 2 2
Filosofía de la religión 1 1 2
Psicoanálisis y crítica femenina 2 1 3
Hermenéutica 1 1 2 4
Historia de la filosofía en Chile 5 5
Teoría del conocimiento 1 2 2 5
Filosofía y literatura 7 7
Fenomenología 3 4 1 8
Historia de la filosofía 3 5 8
Filosofía medieval 4 5 9
Filosofía del lenguaje 5 5 10
Filosofía del derecho 1 10 11
Estética y teoría del arte 1 3 8 12
Filosofía analítica 4 1 8 13
Filosofía política 3 2 8 13
Metafísica 3 9 5 17
Filosofía de la ciencia 4 4 12 20
Filosofía contemporánea 1 7 13 21
Ética 3 6 13 22
Filosofía antigua 4 13 13 30
Filosofía moderna 4 8 19 31

Incluye concursos Regular, Iniciación a la Investigación y Posdoctorado.


Fuente: Elaboración propia a partir de las bases de datos de Fondecyt (1982-2010).

duros de la disciplina– en desmedro de otros, lo que significa una redundancia


en los proyectos y escaso espacio para que surjan nuevas líneas de investigación
y, por ende, la disciplina se diversifique. Como ya se ha indicado, lo sensible
de esta situación se debe al hecho de que en nuestro contexto las ramas que no
logran institucionalizarse, en este caso en la investigación, no tienen un espacio
posible y tienden a desaparecer. Ello toma más relevancia al considerar el escaso
impacto de las investigaciones sobre estos autores, que no se expresa en la for-

190 CHRISTIAN RETAMAL


mación de revistas especializadas, círculos de investigación, etc. De este modo
cabe cuestionar la productividad general de los núcleos duros.
El segundo problema dice relación con el fuerte enfoque etnocéntrico de
la disciplina. Si consideramos la totalidad de los proyectos financiados no-
taremos que su región muestra un carácter muy bien definido, en donde el
peso de la filosofía alemana y europea, en general, es muy determinante en
desmedro del propio estudio de Chile y América Latina. Conviene aclarar
que cuando señalamos la categoría Región, esta no solo indica una cuestión
meramente geográfica, sino tambien incluye sus características culturales, pro-
blemas y autores. De modo que esta etiqueta pretende mostrar la orientación
de la investigación y cuánto tiene que ver esta con nuestra realidad regional y

CUADRO 5
Región de orientación de los proyectos Fondecyt (R, In, Ci, PostD)
160
145
140

120

100

80

60 52

40
20 15 13 12
7 6 5 3 3
1 1 1
0
General

Alemania

Europa

Inglaterra

Chile

Francia

EE.UU.

España

América Latína

Italia

Polonia

Cultura judía

África

Fuente: Elaboración propia a partir de las bases de datos de Fondecyt (1982-2010).

problemas. Dentro de la categoría General se adscribieron los proyectos que


por su temática, aunque pudieran ser asignados a una región específica, tenían
una mirada amplia que podía tener alguna influencia sobre nuestros propios
debates en vista a desarrollar un pensamiento original y situado. En la catego-
ría “Europa” se incluyen proyectos que tienen un carácter continental cerrado,
pero que no pueden ser encasillados en un solo marco nacional:
No se trata aquí de mirar la disciplina desde la supuesta necesidad del localis-
mo, pero es ineludible destacar la necesidad de un retorno de la inversión hecha
en la investigación filosófica sobre la sociedad chilena, de modo de ligar los de-
bates internacionales con los propios de modo glocal, usando el conocido tér-

UNA DISCIPLINA EN TENSIÓN 191


mino de Roland Robertson. Significa asumir lo que ya en todas partes es una
realidad de la óptica de la investigación; la condición situada de las disciplinas
y su desarrollo en un contexto de una geopolítica del conocimiento. El análi-
sis revela una inusitada concentración justamente en la categoría General, que
supone una fuerte tendencia de la disciplina a no geolocalizarse en la investiga-
ción (56% del total de proyectos), cuestión atingente tanto a los investigado-
res consolidados (Regular+Cooperación Internacional) como a los emergentes
(Iniciación+Posdoctorado). Luego es significativa la concentración en la etiqueta
Alemania (19%), especialmente en los Regular+Iniciación, seguida de Europa
(6%) e Inglaterra (5%), mientras que el estudio de Chile solo representa el 5% y
el de América Latina el 2%. Los resultados son más agudos si consideramos un
criterio norte-sur, ya que el primero asciende al 86%, mientras el segundo solo al
14%. En efecto, de los resultados obtenidos se deduce que la investigación en filo-
sofía parece ser impermeable a las situaciones de contexto y localidad más básicas.

A modo de conclusión
En todos los indicadores analizados encontramos una constante muy des-
tacable; si bien hallamos una gran pluralidad inicial de líneas de investigación
y de autores, esta resulta socavada por la excesiva concentración. En el caso
de las líneas de investigación ciertamente encontramos un predominio de los
núcleos duros de la disciplina en desmedro de líneas emergentes. Lo sensible
de esta situación se debe al hecho de que, en nuestro contexto, las líneas de in-
vestigación que no logran institucionalizarse no tienen un espacio alternativo
y tienden a desaparecer. En este sentido se puede indicar que una observación
más detallada de los resultados muestra que las líneas consolidadas tienden a
desenvolverse en un contexto de sinergia, ya que su propia consolidación po-
sibilita su alta participación futura en los proyectos. Resulta evidente que una
línea consolidada se refuerza con la posibilidad de contar con interlocutores
validados por la obtención de proyectos y otros recursos, lo que a su vez hace
más facil contar con tesistas que refuercen la formación por linaje, así como
participar en eventos académicos y contar con publicaciones indexadas, etc.
Por el contrario, las líneas débiles o emergentes se desenvuelven en una con-
dición entrópica, ya que no cuentan con los recursos para arraigarse, crear sus
propios espacios de diálogo y generar un ciclo virtuoso.
En este sentido, resulta más atrayente insertarse en líneas de investigación
ya consolidadas que arriesgarse en una línea emergente que puede quedar en
una condición excéntrica respecto de los núcleos duros de la disciplina. Esto
resulta más problemático si se considera que uno de los fines declarados de

192 CHRISTIAN RETAMAL


los diversos fondos reunidos en Fondecyt es la búsqueda de la innovación.
Mirado desde la óptica del interés general de la disciplina, siempre será mejor
que exista una diversidad relativamente homogénea, en que muchas líneas di-
ferentes puedan desarrollarse creando una trama de relaciones entre ellas que
mejore la condición de la filosofía. Ello también resulta significativo respecto
de la interdisciplinariedad de las líneas de investigación y cómo esto se expresa
en los proyectos. La lógica de concursos de investigación como modalidad de
asignación de recursos en un contexto de escasez crónica lleva, naturalmente,
a que se prioricen las líneas más tradicionales y allegadas a los núcleos duros de
cada disciplina, por sobre aquellas que buscan tender puentes entre campos de
saber o se arriesguen con temas, metodologías o enfoques nuevos.
Así, la prioridad de los núcleos duros aparece como una cuestión de identidad
de la disciplina, que amenaza a desdibujarse si se incluyen líneas excéntricas o
interdisciplinales. La consecuencia es que esta lógica crea un efecto inesperado:
los límites del financiamiento se convierten en los límites aceptados de la dis-
ciplina en lo que a la investigación atañe. Pero ello supone ramificaciones más
amplias, ya que en un ciclo normal de la producción de conocimiento los resul-
tados de la investigación se expresan también en la docencia y en la extensión,
por lo que los límites de la investigación se extienden también a estas áreas.
Esto constituye un proceso de clausura de la disciplina sobre líneas y objetos de
investigación que corren un serio peligro de crear diálogos tautológicos.
En un plano más amplio, al considerar cuál es nuestra “normalidad filosófica”
se nos aparece un panorama que da cuenta de la necesidad de una profunda
renovación. Nos encontramos ante una realidad cambiante en que el marco ins-
titucional de las universidades chilenas está siendo cuestionado sistémicamente
y, además, la circulación del conocimiento responde cada vez más a lógicas tras-
nacionales en donde la clásica formación de ciudadanos para la república debe
ser completamente reinterpretada, ya que esta se presentaba en un marco estatal-
nacional cerrado. Ahora nos encontramos en una situación muy diferente, donde
el marco global se hace cada vez más fuerte, haciendo que incluso los mercados
laborales de alta especialización profesional se hayan abierto al flujo internacional.
En este escenario la filosofía chilena encuentra oportunidades que no han
sido valoradas en toda su dimensión. La primera de ellas es que la circulación
del conocimiento y la posibilidad de interconexión entre pares de diversas
partes del mundo desbloquean el tradicional aislamiento de los especialistas
e intelectuales chilenos. De este modo, los filósofos chilenos pueden acceder
como nunca antes a una actualización de conocimientos que, lejos de ser pa-
siva, se vuelve exigentemente activa, como puede verse a partir del sistema de

UNA DISCIPLINA EN TENSIÓN 193


becas, la posibilidad de mantenerse actualizados, publicar tanto dentro como
fuera del país y de participar de redes de conocimiento a una escala muy in-
tensiva, cualquiera sea el modelo anterior que usemos para comparar.
Esto abre la posibilidad a una participación nueva en la geopolítica del co-
nocimiento y provoca que las tradicionales discusiones sobre la inferioridad de
la filosofía chilena en consideración a sus condiciones de producción esté des-
fasada temporalmente, ya que no incluye un adecuado análisis de las nuevas
realidades. En efecto, la discusión sobre la inferioridad de la filosofía chilena
y por extensión la de América Latina, independientemente de sus matices, ya
es una discusión que no cabe interpretar en términos locales, sino en términos
de adecuación al nuevo contexto. Dicho de otro modo, la interpretación de la
subordinación del saber filosófico en la tradicional geopolítica del conocimiento
previa a la globalización no funciona adecuadamente para la nueva geopolítica
que está emergiendo y que interpela a los filósofos no como subordinados, sino
como actores fundamentales. El propio contexto interpela de un modo diferen-
te en la medida que ya no acepta los discursos autoflagelantes ni tampoco los
discursos caricaturescos del etnocentrismo alienado que ponen en el exterior las
causas determinantes de nuestra propia realidad.
Podemos indicar como elementos positivos que la disciplina cuenta con
una existencia relativamente organizada en las universidades y que está sos-
teniendo redes que cuentan con cierta estabilidad y con revistas especiali-
zadas.19. En este sentido, podemos indicar que la filosofía ha sabido crear,
aunque sea dificultosamente, instrumentos de comunicación, actualización
y conectividad interna que promueven el intercambio académico con una
creciente importancia de las redes sociales.
Uno de los elementos a superar, y que resulta transversal para todos los aspec-
tos de la vida intelectual en nuestro país, es el de la densidad comunicacional
que supone contar con espacios más allá de la propia disciplina. En efecto, care-
cemos de revistas que atiendan a un público ciudadano interesado en el debate
público, ya que las revistas especializadas favorecen más bien las voces de los in-
vestigadores y son expresión de los intereses de las instituciones. No hay en Chi-
le una prensa de calidad que sostenga el debate intelectual en sentido amplio.
Por el contrario, las columnas de opinión responden más bien a las lógicas de las
miradas de expertos sobre temas particulares y que en consecuencia funcionan

19 A la ya mencionada Asociación Chilena de Filosofía (ACHIF), que es el foro más amplio de la discipli-
na, se agregan la Asociación Chilena de Filosofía Analítica, la Asociación Chilena de Filosofía Moderna y la
Asociación Chilena de Filosofía Jurídica y Social, entre otras. Igualmente destaca la existencia continua de
grupos académicos más informales, pero no por eso menos activos, como los seminarios dedicados a autores
específicos como Hegel y Marx.

194 CHRISTIAN RETAMAL


como expresión de cierta especialidad que busca ser “voz de la ciencia”. Por otra
parte, muchas de esas voces se niegan a verse a sí mismas como intelectuales,
sino como la expresión del discurso científico respecto de la contingencia que
tiene mucho de promoción de las instituciones de donde surgen los especia-
listas. En efecto, los directorios de expertos que las universidades ofrecen a los
medios funcionan como un modo de publicidad de las propias universidades.
Para los intelectuales, en el sentido más amplio del término, el objeto de dis-
cusión supera la especialidad y siempre tiene una dimensión más global desde
el cual debe ser analizado, mientras que para el experto el objeto es atrapado y
agotado por la especialidad, y por ende su discurso resulta excluyente al situar-
se en una objetividad agresiva para la ciudadanía. La revista especializada y el
libro disciplinal –en una época de pensamiento rápido– no favorecen el debate
intelectual del modo que las nuevas tecnologías imponen. Si bien la aparición
en los medios de comunicación se produce en la condición de experto, para
los filósofos resulta difícil reclamar una “porción de especialidad” desde la cual
dirigirse a la opinión pública. Ello resulta aun más problemático por la crisis
de autoridad para dirigirse a una opinión pública altamente descentralizada,
que desconfía del carácter unidireccional de la información y el conocimiento
implícito en el rol de intelectual (Uriarte 1996, Habermas 2009).
Ciertamente partimos aquí de un supuesto debatible y quizás no suficien-
temente explicitado: que la definición de los filósofos como intelectuales con-
tiene un resabio ilustrado asociado a la idea de un sujeto fuerte. Es cierto que
operamos sobre dicho supuesto y es que aunque podamos debatir la caída de
los metarrelatos, el fin de la subjetividad en sentido fuerte, etc., aun así nece-
sitamos una definición de la condición de intelectuales que viabilice el debate.
Por otra parte, si bien muchos de los vectores sobre este tema han cambiado
drásticamente, consideramos que la noción de intelectual, si bien no puede
sostenerse en sentido fuerte, no es menos cierto que no se puede prescindir de
ella completamente. Ello porque participa de esas nociones zombis de la mo-
dernidad –extendiendo la metáfora de Ulrich Beck– que no están plenamente
vivas o muertas y que debemos convivir con ellas. Lo que queda de la noción
de intelectual es la posibilidad cierta de ser una voz que, a partir del archipiéla-
go de distintos saberes filosóficos, articula por sobre ellos una posición política
abierta al diálogo con la opinión pública.
A pesar de lo anterior, los filósofos chilenos tenemos aún un largo camino
que recorrer para ayudar a crear una opinión pública. Esperamos que esta
coyuntura de crisis sea justamente la posibilidad de un nuevo planteamiento
de la disciplina respecto de la sociedad.

UNA DISCIPLINA EN TENSIÓN 195


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196 CHRISTIAN RETAMAL


Capítulo 6
Uso inlacionario de los conceptos
‘elite’ y ‘populismo’: desventuras
recientes de dos categorías
claves de las ciencias sociales
latinoamericanas
Alejandro Pelfini

Como dice Pierre-André Taguieff, la categoría populismo ha sufrido una


aventura irónica y particular: se ha vuelto popular (Taguieff 1996). Es decir,
registra un uso inflacionario e hiperbólico que, no solo en los medios de co-
municación sino en las ciencias sociales en general, sirve para desacreditar a re-
gímenes, líderes y movimientos políticos. Rara vez uno de estos se designa a sí
mismo como populista. De este modo, un concepto con una larga tradición,
que ha servido de disparador de buena parte de lo mejor de la reflexión de las
ciencias sociales del subcontinente en las décadas de 1950 y 1960, termina
usándose simplemente como sinónimo de demagogia. De haber designado a
procesos políticos que –con todos sus bemoles– han transformado buena par-
te de las sociedades latinoamericanas en la mitad del siglo pasado, la categoría
populismo se utiliza actualmente sin mayores resquemores en la prensa y en el
debate político, pero también en vasta literatura especializada, para desacredi-
tar a cualquier régimen o liderazgo político que se aparte de los cánones de la
democracia representativa y del libre mercado.
Similar, aunque en un sentido inverso, es lo que ha sucedido con el con-
cepto elite. Con el mismo se designa simplemente a los de arriba, perdiendo la
sutileza con que la teoría clásica de las elites de Pareto y Mosca, así como la So-
ciología de la Modernización en América Latina, habían estudiado a minorías
activas en permanente circulación y situadas a la vanguardia de transformacio-
nes estructurales. Fundiéndose con conceptos afines pero distinguibles, como
clase dominante y estratos altos (upper clases/Oberschichten), las elites han pasado

197
a ser tanto para el sentido común como para el lenguaje corriente en ciencias
sociales una categoría polisémica y con escasa capacidad heurística, que mez-
cla atributos económicos, políticos y de estatus sin ponderación alguna.
Por lo tanto, y esto es lo que en este trabajo se pretende demostrar, este uso
inflacionario ha llevado a la siguiente paradoja: por un lado, se asiste a una
propagación de un uso elitista del concepto de populismo: los populistas son
siempre otros, anómalos e incurables a los que se atribuye persistir cínicamente
en mezclar en forma extravagante, y para provecho propio, lo político y lo so-
cial, esferas que el neoliberalismo y el institucionalismo se habían ocupado de
separar para siempre; por otro lado, se extiende el uso populista del concepto de
elites, designando posicionalmente a los de arriba con los que no se tiene nada
que ver y, en algunos casos, se considera responsables de las desgracias de cada
nación de un modo similar al atribuido a la oligarquía de principios del siglo
XX en la región. De este modo, ambas categorías parecen no tener sujetos en
primera persona: ningún líder o partido político quiere ser tildado de populista
y pocos actores o grupos sociales se conciben a sí mismos como elites, y me-
nos aun se presentan orgullosamente como vanguardias. Esta confusión y este
uso inflacionario para designar a otros ya parecen estar anclados en el sentido
común y aceptados en la corriente principal de las ciencias sociales (al menos
en los países centrales). En esta confusión no se esconde solo un problema
semántico. Considero que está en la base de la dificultad para observar algu-
nas transformaciones socio-políticas actuales en Latinoamérica categorizables
como posneoliberalismo; constelación signada justamente por la emergencia de
minorías activas en ascenso (elites al fin de cuentas) que, con una retórica más
o menos encendida, intentan llevar a cabo en un contexto de creciente globa-
lización una democratización fundamental no muy alejada de las promesas del
populismo histórico de los años cuarenta y cincuenta en la región.
Hablando en este libro de producción de lo social y de la trayectoria de con-
ceptos que en algún momento fueron de uso restringido a las ciencias sociales,
las categorías elites y populismo han sufrido una curiosa trayectoria, desde
los textos especializados de autores clásicos de la teoría política de principios
de siglo XX y de las ciencias sociales latinoamericanas hasta un uso hiperbó-
lico y apodíctico, registrable en los medios de comunicación y en los debates
políticos cotidianos. En este proceso, buena parte de su sentido original se
ha visto ciertamente alterado. Sin embargo, el ánimo de este trabajo no es la
queja dogmática y nostálgica ante el uso incorrecto de conceptos canónicos. El
objetivo es revisar y denunciar este proceso debido, en primer lugar, a la pérdi-
da de poder explicativo que con este uso inflacionario registran las categorías

198 ALEJANDRO PELFINI


enunciadas, y, en segundo lugar, a la utilización políticamente deliberada de
los mismos que hacen que acontecimientos políticos recientes que están ocu-
rriendo en Sudamérica, y que podrían ser vistos como largamente esperados
por las ciencias sociales latinoamericanas en los cincuenta y sesenta, apenas
puedan ser analizados.
En términos teóricos, esta discusión se inscribe en los debates poscoloniales
y los límites que surgen a la aplicación universal de categorías desarrolladas
en contextos particulares, y que se utilizan como criterios de definición de lo
racional, normal y aceptable. También en lo que se denomina como construc-
ción discursiva naturalizadora desde las ciencias sociales o desde los saberes
sociales modernos (Lander 2003, Costa 2006). Se trata además de revertir
la práctica de utilizar al llamado sur global como un escenario secundario o
alternativo, donde se puede probar la validez universal de determinados con-
ceptos y teorías y resituar este ámbito como un legítimo objeto sui generis que
plantea desafíos originales al conocimiento sociológico establecido y tenido
por garantizado (Paul, Pelfini y Rehbein 2010). Las desventuras sufridas por
los conceptos populismo y elites no tienen un efecto relevante solo para el
campo intelectual sino una importante cuota de eficacia y performatividad
en otros ámbitos, que influye en la toma de decisiones en países centrales en
torno, por ejemplo, a financiar un determinado proyecto de cooperación con
un país en especial o a fomentar un determinado proyecto o inversión produc-
tiva; a colaborar con un partido político o movimiento social, en la medida
en que los potenciales beneficiarios se mantengan dentro de los cánones de
lo políticamente racional, pero también del lado de la gente, sus intereses y
tradiciones no contaminadas por los de las oligarquías, clases dominantes o
elites (Escobar 1996). Estas desventuras representan a su vez dos modos de
construcción de lo latinoamericano y de su exotismo. Se trata de un doble
movimiento para definir la otredad desde el centro (Castro-Gómez 2003).
El primero, ligado al uso elitista del concepto populismo, es más evidente ya
que utiliza categorías de normalidad y desviación para definir la racionalidad
o barbarie de determinadas experiencias políticas. Aquí el uso elitista se da
fundamentalmente en las tribunas de debate político: prensa, columnas de
opinión, informes de coyuntura. Nos detendremos oportunamente en el aná-
lisis de una obra muy influyente, particularmente en Chile, sobre todo en el
pensamiento económico y en políticos muy permeados por la ortodoxia en
política económica: el libro La macroeconomía del populismo en América Lati-
na, compilado por Rüdiger Dornbusch y Sebastián Edwards (1991), por su
suceso y repetición de sus argumentos, convertido prácticamente en una espe-

USO INFLACIONARIO DE LOS CONCEPTOS ELITE Y POPULISMO 199


cie de Manual del perfecto idiota latinoamericano para Chicago Boys.1 El otro
movimiento de exotismo es más solapado y cercano a una visión progresista,
que construye una caricatura de sociedades dicotómicas donde las multitudes
habrían sido permanentemente marginadas por parte de elites cómplices de la
dominación capitalista del Occidente Moderno. El uso populista del concepto
elites se registra principalmente en agencias de ayuda al desarrollo, organismos
internacionales y fundaciones supuestamente preocupadas por el devenir del
subcontinente que mantienen un halo de neutralidad y distancia respecto de
disputas coyunturales. Para ello nos detendremos en los escritos sobre captura
de rentas por parte de las elites tal como esta es definida según el community-
based approach en las políticas de cooperación para el desarrollo.

Sobre el uso elitista del concepto populismo


Siguiendo a autores recientes en el análisis del populismo, este puede de-
finirse como un régimen político, un movimiento o un discurso que divide
al universo político en dos partes fundamentales: el pueblo y sus enemigos o
bien sus traidores (Laclau 2005; Canovan 1999, 2002). Más precisamente se
lo define como

Una ideología que considera la sociedad como separada en último término en dos
grupos homogéneos y antagónicos: “el pueblo puro” versus “la elite corrupta”, y
que argumenta que la política debe ser una expresión de la voluntad general de las
personas (Mudde 2004: 543).

Luego de la crisis del socialismo, el nuevo fantasma agitado por el pensa-


miento político dominante es el populismo, un término que se ha devaluado
de tal modo que a menudo es confundido con demagogia. Aquello que se
desvíe del curso de la democracia formal y representativa, así como de la au-
tonomía del mercado, es denostado bajo esta etiqueta. En la corriente prin-
cipal de la ciencia política y en los medios de comunicación internacionales
el populismo es evaluado con atributos marcadamente negativos, cosa que no
pareciera requerir de justificación alguna. Esto no ocurre solo en los análisis e
informes que se hacen sobre la región, sino que asume un carácter global para
referirse a procesos comparables en otros contextos como Tailandia o países
de Europa Oriental. Un líder populista es considerado sin más un demagogo
cínico y talentoso, capaz de engañar masas inermes e inocentes cooptándolas

1 Me refiero al best seller con ese título de Plinio Apuleyo Mendoza, Carlos Alberto Montaner y Álvaro
Vargas Llosa, Madrid: Plaza & Janés, 1996.

200 ALEJANDRO PELFINI


para proyectos sectarios de acumulación de poder y riqueza.2 El reciente y pro-
longado predominio del institucionalismo –que sin dudas ha contribuido a
modernizar los sistemas administrativos y debilitado al corporativismo en los
procesos de toma de decisión– ha convertido al populismo en su otro emocio-
nal, caricaturizándolo y presentándose frente al mismo como una fuerza fría y
neutral, libre de intereses particulares y sectoriales.
No abundan, sin embargo, las explicaciones sistemáticas sobre la repetida
presencia del populismo y sobre una supuesta afinidad con este en la cultura
política de varios países latinoamericanos. Sí en cambio los análisis en los
que el populismo es considerado una anomalía relacionada con las llamadas
asincronías de la inserción latinoamericana en la modernidad (Germani). A
pesar de que suele reconocer cómo varios populismos históricos han contri-
buido a la extensión de la ciudadanía para vastos grupos sociales, así como a
la conformación de Estados de bienestar en algunos países de la región, sigue
siendo corriente explicar el populismo como un indicador del desequilibro
entre tradición y modernidad o entre civilización y barbarie.3 De este modo, y
relevante en el debate sobre saberes eurocéntricos y poscoloniales o globalistas
en el que se denuncia la circulación asimétrica del saber y la dependencia epis-
témica, es el hecho de que Europa o bien Estados Unidos o Japón funcionan
como tipo ideal para contrastar apodícticamente las democracias correctas o
normales a las defectuosas; categoría ya establecida en los análisis comparati-
vos de la ciencia política, sobre todo cuando incluyen a regiones periféricas
o semiperiféricas.4 El republicanismo y el liberalismo se convierten así en la
medida para evaluar el equilibro y pertinencia de un sistema político y de un
desarrollo armónico y sincronizado. Lo que, por ejemplo, desde Europa se
proyecta en los análisis del populismo latinoamericano, y se asume en for-
ma acrítica por nuestra parte, es la experiencia negativa con los populismos
de derecha y/o con entrepeneurs políticos como Bernard Tapie, Berlusconi y
Sarkozy (Priester 2007).
Afortunadamente aparecen a cada tanto excepciones que analizan seria-
mente este fenómeno, actualizando el debate sin perderse en la recolección de

2 Un caso notorio donde el populismo puede servir como concepto multifunción, útil para designar desde
un liderazgo autoritario de derecha como la dictadura de Pinochet hasta un revolucionario como Fidel
Castro, es la muy citada compilación de Michael Conniff, 1999.
3 Por ejemplo, en una compilación de referencia sobre el tema en Alemania puede leerse: “¿Necesita la
democracia del populismo? En Latinoamérica sería mejor si hubiera menos. Algo denota que su presencia
recurrente tiene que ver con las asincronías de los procesos de modernización y con la debilidad de los
partidos políticos” (Werz 2003: 63, traducción propia).
4 Paradigmáticas de esto son por ejemplo las etiquetas democracias defectuosas (Merkel, Puhle y Croissant
2007), o bien illiberal democracies (Zakaria 1997).

USO INFLACIONARIO DE LOS CONCEPTOS ELITE Y POPULISMO 201


nuevos fenómenos y casos para archivar, por ejemplo, bregando por librarse
de los complejos asociados con un concepto Cenicienta, al que ningún molde
(zapato) le cabe cómodamente:

El problema principal que tienen, a nuestro juicio, la mayoría de las interpreta-


ciones, estudios y artículos sobre populismo, antiguos y/o recientes, es que en su
gran mayoría se parte desde un lugar que llega a destacar las características negati-
vas del fenómeno y, por ende, a definirlo por la carencia (lo que no se desarrolla,
lo que se frustra, lo que falta, lo que queda trunco); una suma de ausencias, en
fin. Con frecuencia los trabajos revelan una actitud más bien normativa hacia la
elucidación y definición del fenómeno, fundada en una contrastación con el mo-
delo clásico de desarrollo capitalista europeo respecto del cual América Latina es,
en el mejor de los casos, una desviación […]. De los análisis del populismo clásico
emergen sociedades de masa, precariamente cohesionadas, que sobreviven gracias
a frágiles e inestables equilibrios, meros regímenes de sustitución para sobrevivir
la crisis; de los trabajos sobre “neopopulismo” emergen sociedades anómicas, a
merced de gobiernos autoritarios, e instituciones social y políticamente fragmen-
tadas, a la deriva y sin capacidad de representarse políticamente” (Mackinnon y
Petrone 1999: 42-43)

Por lo tanto, si no solo se observaran fenómenos, sino también los conflic-


tos estructurales que caracterizan la formación de naciones y sus derroteros
de modernización e industrialización, podría obtenerse una comprensión del
populismo que supera a la simple colección de manipulación, decisionismo
e irracionalidad. En esta colección se resumen dos supuestos propios de cier-
to aristocratismo liberal en la interpretación de la historia. De ahí que di-
gamos que está imperando una versión elitista del populismo, en la cual los
populistas son siempre otros, anómalos e incurables. Esto se manifiesta de dos
maneras fundamentales: por un lado, la primacía de las acciones de grandes
hombres, considerados héroes, sobre los procesos colectivos y anónimos; por
otro, la idea de que las masas son mayormente ignorantes, pasivas, ingenuas
y manipulables. De este modo, en la corriente principal de la ciencia política,
así como en la economía política y en el periodismo, se reproducen el miedo,
el racismo y el rechazo que en Latinoamérica los estratos altos demuestran sin
muchos resquemores frente a los sectores populares. Además, la democracia se
ve reducida al funcionamiento de la representación política, elecciones libres,
competencia entre partidos y libertad de prensa. Se olvida así que democra-
tización implica también relativa igualdad socioeconómica, acceso a bienes
públicos y participación en decisiones colectivas. Ciertamente que las afini-

202 ALEJANDRO PELFINI


dades entre la democracia y la tradición liberal son enormes. Sin embargo, su
acoplamiento es contingente (Mouffe 2008). Podrá sonar pasado de moda,
pero democracia como soberanía del pueblo puede combinarse con otras tra-
diciones políticas. Cuestión que se ve nublada si se postula el modelo occi-
dental de democracia como la forma normal de democracia y de un sistema
político saludable, como si el mismo no hubiera surgido también de condi-
ciones históricas particulares y a partir de determinadas tradiciones culturales.
En este sentido, la indignación respecto del populismo cumple la función de
toda ideología: primero, la representación y la defensa de intereses particula-
res como si fueran intereses generales; y segundo, la presentación de procesos
históricos contingentes como si fuesen naturales e inalterables. Con la estig-
matización del populismo bajo la etiqueta de la demagogia y la manipulación
la política se ve reducida, de manera institucionalista y según los imperativos
del good governance, al uso de medios racionales, limpios y transparentes para
atender demandas puntuales e individualizables, pero sobre fines y proyectos
políticos apenas se discute.
Un caso notorio de uso elitista de la categoría populismo es lo que ha su-
cedido en la ciencia económica cuando analiza la realidad latinoamericana en
términos de sistemas económicos comparados o de historia económica de la
región. Si esto hubiera quedado circunscrito al ámbito científico no sería tan
grave, pero en la medida en que el discurso económico ha dominado las cien-
cias sociales en los años noventa en la región, sus análisis se han convertido en
doctrina –cuando no en dogma– para los tomadores de decisión, políticos y
opinólogos más diversos. Un ejemplo de este paulatino proceso de sedimenta-
ción es lo que ha ocurrido con el famoso libro La macroeconomía del populismo
en América Latina, compilado por Rüdiger Dornbusch y Sebastián Edwards
(1991) y de enorme influencia en la región y en Chile en particular, de lectura
obligatoria en varias universidades y convertido en el dogma para interpretar
correctamente las vinculaciones entre economía y política y legítimamente la
lucha contra la pobreza y la desigualdad. Al decir lo que ha ocurrido me quiero
referir menos a la recepción o a los usos que se han hecho del libro que a lo que
los mismos autores han hecho de este, con las simplificaciones y descontex-
tualizaciones que someten al concepto populismo, convirtiéndolo entonces en
blanco fácil de los ataques de la ortodoxia económica, así como del liberalismo
y conservadurismo vernáculos, y en la causa primera de los repetidos ciclos
de stop-and-go de las economías de la región. Evidentemente que esto se disi-
mula bajo el halo de seriedad académica que le otorga el hecho de reunir las
contribuciones presentadas en una conferencia en el Banco Interamericano de

USO INFLACIONARIO DE LOS CONCEPTOS ELITE Y POPULISMO 203


Desarrollo en mayo de 1990, resultado de un proyecto de investigación orga-
nizado por el National Bureau of Economic Research de los Estados Unidos.5
En la introducción ya se evidencian los rasgos fundamentales y el tono
prevaleciente en el libro: un texto serio, escrito desde la corriente principal de
la economía, y cuyo mensaje fundamental no es otro que las políticas redistri-
butivas del populismo generan distorsiones que llevan a los países a la crisis:

El mensaje que emerge de los artículos de este libro es claro: el uso de las políticas
macroeconómicas para lograr objetivos redistributivos ha conducido histórica-
mente al fracaso, el dolor y la frustración. (Dornbusch y Edwards 1991: 2).

La pobreza y la postergación de los sectores populares debe, por tanto, ser


combatida por otros medios. Pareciera así que los mismos gobiernos populistas
hubieran sido víctimas de su propio fracaso, como si la culminación de sus
experiencias se hubiese debido básicamente a factores endógenos y los golpes
militares, otros proyectos contrahegemónicos o simplemente la concurrencia
con otras fuerzas democráticas no hubieran jugado un rol central en su fin
(podríamos ser aún más trágicos y recordar los crímenes políticos que impidie-
ron que algunos proyectos populistas no llegaran siquiera a instaurarse, como
el caso del asesinato de Gaitán en Colombia). Esto solo por tomar los facto-
res más dramáticos, pero sin duda un factor de agotamiento de un régimen
puede ser el mismo y natural desgaste de experiencias populistas consolidadas
y que duraron más de un período de gobierno, como la de Perón en Argen-
tina (1946-1955), el Estado Novo de Getúlio Vargas en Brasil (1937-1945),
el cardenismo que gobernó México de 1934 a 1940 y actualmente Chávez en
Venezuela, gobernando desde 1999. En un alarde de autodiferenciación de
los sistemas sociales, que difícilmente algún sociólogo luhmanniano suscribiría
para Latinoamérica, aquí se parte de la base de que los populismos terminan
en crisis y que estas son encima autoprovocadas. Las contribuciones al libro
tratan de explicar entonces cómo en distintos países las políticas económicas
redistributivas llevaron a las respectivas sociedades al colapso. Solo razones es-
trictamente económicas explicarían las causas de los repetidos fracasos.

5 No obstante, no todos son panegíricos en relación con esta obra. Por ejemplo, Manuel Riesco pontifica
contra la que denomina como una de las biblias del neoliberalismo en los noventa en la región, cuyas reformas
sirvieron para desmembrar las bases del Estado populista y que Riesco acierta en denominar desarrollista. A
diferencia de la condena que hacen Dornbusch y Edwards de ese período, el Estado desarrollista habría
sido la base de una profunda transformación social que libró a nuestros países del latifundismo tradicional.
Varios de los países hoy considerados desarrollados o emergentes abrazaron recientemente la economía de
mercado, pero sobre la base del anterior, sin necesariamente desguazarlo como se hizo en varios países
latinoamericanos y en Chile en particular (Riesco, M., Crónica Digital, 17/12/2009; www.cronicadigital.cl/
news/columnistas/riesco/16539.html, consultado el 10/07/2011).

204 ALEJANDRO PELFINI


Los repetidos fracasos de los experimentos populistas no implicarían, sin
embargo, que no se deba luchar contra la pobreza y la extrema desigualdad,
pero no al menos desde las políticas macroeconómicas, sino más bien a través
de la coordinación de estas con programas específicos de reducción de pobre-
za. Estamos entonces ante todo un manifiesto contra la universalidad de las
políticas de los precarios y tímidos Estados de bienestar latinoamericanos, y a
favor de los programas sociales focalizados. Un elemento que los autores des-
tacan como indicador del fracaso de las políticas económicas populistas y, a su
vez, signo de la completa irracionalidad del mismo, es que esos experimentos
habrían fallado incluso en mejorar la condición de los segmentos más pobres
de la población, mejorando en cambio el estatus de los trabajadores y sectores
medios urbanos beneficiados por la redistribución del ingreso desde la agricul-
tura y los sectores exportadores.
Sin embargo, esto no es lo más llamativo del libro, sino su absoluta indife-
rencia a lo que las ciencias sociales de la región han escrito sobre el populis-
mo y las controversias existentes en la academia internacional en torno a este
concepto ambivalente y aparentemente inasible. Cuando los autores hablan
del populismo –digo hablan porque nunca lo definen sistemáticamente– se
refieren a una combinación de políticas tendientes a la redistribución del in-
greso basadas en el intervencionismo estatal. Pareciera que finalmente, en la
simplificación de los autores, la macroeconomía del populismo no fuera otra
cosa que políticas económicas heterodoxas, resumidas en el uso recurrente de
políticas fiscales y crediticias expansivas y en una moneda sobrevaluada para
acelerar el crecimiento y la redistribución del ingreso:

El populismo económico es una aproximación a la economía que enfatiza el cre-


cimiento y redistribución del ingreso y desestima los riesgos de la inflación y el
déficit financiero, las restricciones externas y las reacciones de los agentes econó-
micos a políticas agresivas que no son de mercado. (Dornbusch y Edwards: 9).

La extrema vaguedad que alcanza la categoría populismo en este libro se


evidencia también en los casos seleccionados, entre los cuales suma, a los clá-
sicos ejemplos del populismo clásico, el gobierno de la Unidad Popular en
Chile (1970-1973), el primer gobierno de Alan García en Perú (1985-1990)
y el sandinismo nicaragüense.6 La cuestión de la periodización de los popu-
lismos latinoamericanos poco parece importar a los autores, evidenciando así

6 Uno de los autores del capítulo sobre Chile (“The Socialist-Populist Chilean Experience: 1970-1973”)
está escrito por Felipe Larraín y Patricio Meller, el primero actual ministro de Hacienda de Chile.

USO INFLACIONARIO DE LOS CONCEPTOS ELITE Y POPULISMO 205


el modo en que el populismo se utiliza como una construcción ahistórica que
funciona más como un vicio o patología que como un régimen o un modo
particular de articulación entre sectores sociales bajo un liderazgo con ciertos
elementos carismáticos. De este modo, los autores se oponen –cuando no
ignoran– a la secuencia mayormente establecida en la literatura sobre el tema
en América Latina, y que fue planteada por Drake (1982) distinguiendo entre
un populismo temprano, clásico y tardío, en un arco que va del desgaste y lenta
apertura de los regímenes oligárquicos alrededor de 1920 en algunos países a
la Revolución Cubana y la aparición de regímenes burocrático-autoritarios a
fines de 1960. A esto se le podría agregar la controvertida categoría de neopo-
pulismo para designar las curiosas experiencias Fujimori, Menem o Collor de
Mello en los noventa.
Los autores reconstruyen una secuencia típico-ideal de la trayectoria de
los programas económicos populistas. En la medida en que estas políticas
se habrían introducido sin apenas tener en cuenta las restricciones fiscales y
financieras internacionales, luego de un corto período de expansión termi-
narían indefectiblemente en hiperinflación y colapso del sistema económico
respectivo. Al final, entonces, no quedaría más remedio que acudir a la ayu-
da del Fondo Monetario Internacional, que introduce un drástico programa
de ajuste y estabilización. El círculo vicioso se evidencia en que el resultado
final del experimento populista culmina en una importante declinación de
los ingresos per cápita. De este modo, el populismo resulta en el colmo de la
irracionalidad: si bien los autores reconocen que los economistas populistas
pueden estar bien intencionados y es importante luchar con la pobreza y la
desigualdad, no solo sus políticas serían irracionales por contraponerse a la or-
todoxia económica, sino, y sobre todo, por terminar empeorando la situación
que se proponían enfrentar. La dificultad para escapar a este círculo vicioso
se haría patente en las escasas lecciones que los policy makers, los políticos y la
población en general extraen de las experiencias sufridas por otros países simi-
lares. Más aun, los ingenieros de los programas populistas parecen insistir en la
supuesta excepcionalidad y singularidad de las circunstancias que enfrentan,
lo que, por un lado, legitimaría la introducción de estas medidas justamente
para aprovechar esta oportunidad aparentemente única, y, por otro, los haría
inmunes a las lecciones históricas sufridas por otras naciones. La única chance
residiría entonces en recuperar la memoria política y económica al interior de
cada país, lo que permitiría aprender de los propios errores. Según los autores,
Chile –¿cuándo no?– estaría aprendiendo la lección, al menos a partir de lo
que demuestran las políticas macroeconómicas de la coalición que se hace car-

206 ALEJANDRO PELFINI


go del nuevo gobierno democrático en 1990. La receta para librarse del virus
populista sería entonces mantener el equilibrio fiscal y perseguir limitados
fines redistributivos solo a través de políticas microeconómicas focalizadas.
Este diagnóstico apenas ha cambiado en el tiempo luego de este influyen-
te libro. En su reciente Left Behind: Latin America and the False Promises of
Populism, Chicago, University of Chicago Press (2010), Sebastián Edwards
retoma la infaltable distinción propuesta por Jorge Castañeda (2006) entre
una “izquierda moderna” (socialdemócrata, globalizada y reconciliada con el
mercado) y una populista/nacionalista, y arremete contra estos últimos ya
que, luego de las numerosas crisis de fines de los noventa y principios de los
2000, la región se habría convertido nuevamente en terreno fértil para expe-
rimentos populistas que hicieron responsable de estas crisis justamente a las
políticas inspiradas en el Consenso de Washington. La lucha contra el virus
populista debe entonces continuar, y no necesariamente con otros medios.
Efectivamente, es posible concordar en que la lucha frente al populismo
deba continuar, aunque ciertamente que con medios más profundos y efecti-
vos que la simplificación del mismo, arrogándose dogmáticamente el mono-
polio de la racionalidad. En ningún caso pretendo abogar por el relativismo
frente al populismo. Sin embargo, el ideologismo, el formalismo y la indig-
nación moral no ofrecen ninguna base confiable para una crítica adecuada.
Solo mediante el reemplazo de la indignación por la reflexión será posible
cuestionar la aplicación mecánica de modelos exportados normativamente y
que aspiran a ejercer un monopolio de la racionalidad. El problema central
del populismo no reside, a mi juicio, en su tendencia a la manipulación, a
la demagogia y a la irracionalidad, que obviamente no son solo hallables en
esta orientación política. Su problema fundamental recae en la ilusión de la
armonía, compartida con su rival, el institucionalismo en su versión gerencial,
según la cual todas las demandas sociales en algún momento y de alguna for-
ma podrán ser satisfechas. La no satisfacción de las mismas como demandas
puntuales va, según Laclau, construyendo cadenas equivalenciales. Mientras
las instituciones se muestren incapaces de satisfacerlas, la distancia con el pue-
blo se ampliará formándose una brecha entre ambas:

No existe ninguna intervención política que no sea hasta cierto punto populista.
Sin embargo, esto no significa que todos los proyectos políticos sean igualmente
populistas; eso depende de la extensión de la cadena equivalencial que unifica las
demandas sociales. En tipos de discursos más institucionalizados (dominados por
la lógica de la diferencia), esa cadena se reduce al mínimo, mientras que su exten-
sión será máxima en los discursos de ruptura que tienden a dividir lo social en dos

USO INFLACIONARIO DE LOS CONCEPTOS ELITE Y POPULISMO 207


campos. Pero cierta clase de equivalencia (cierta producción de un ‘pueblo’) es ne-
cesaria para que un discurso pueda ser considerado político” (Laclau 2005: 195).

Por lo tanto, si esa brecha se concibe como insalvable puede emerger un


populismo radical que traslada esa cesura al espacio público conduciendo,
primero, a una politización de lo privado, y luego a una militarización de lo
político. Esto es obviamente imposible de aunar con el ideal de una demo-
cracia pluralista, así como difícilmente realizable en sociedades complejas y
crecientemente diferenciadas. En este sentido, el populismo no puede dejar
de ser criticado. Mucho más importante, y donde sí cabe la indignación, es en
tomar en serio y enfrentar las condiciones que hacen posible de la aparición
del populismo.

Sobre el uso populista del concepto elites


Pasemos ahora al otro concepto fundamental y al problema del uso populis-
ta del concepto elites. Como decía en la introducción, difícilmente un indivi-
duo o una organización se presente asimismo como parte de la elite. Más aún,
en el uso cotidiano, pero también en el campo intelectual, las elites son siem-
pre otros y son los de arriba, sin definir claramente cómo, en qué dimensiones
y qué atributos detentan para ocupar esas posiciones superiores o destacadas.
Se asiste a una recurrente mixtura de los conceptos de elite, clase dominante
y estratos superiores (Imbusch 2003). De acuerdo a la teoría clásica de las
elites de Pareto y Mosca en la Italia de comienzos del siglo XX, ellas son
minorías activas en permanente circulación, ascendiendo, decayendo y reclu-
tando nuevos miembros. Central es la idea de que las elites son actores clave
en posiciones clave, cuya dotación de recursos, poder y estatus es mayor que
la de la mayoría a quienes lideran. En cambio, un concepto como el de clase
dominante fusiona el poder económico con el político en un solo actor que
mantiene necesariamente una relación antagónica con los dominados. La idea
más generalizada de concebir a las elites como los de arriba o como sectores
altos o superiores olvida la agencia y atiende solo a la posición, esencializando
y cristalizando también las diferencias entre estratos. Oligarquía, aristocracia,
establishment o la referencia a las elites en singular (la elite, como si fuera una
entidad unificada) pueden ser formas que asumen la distribución material y
simbólica en una sociedad determinada, pero difícilmente puedan presumirse
a priori antes de observar lo que sucede concretamente en cada caso.
Un ejemplo suficientemente acotado como para ser reconstruido en este
marco y que ilustra este uso populista de la categoría elites es el community-ba-
sed approach en las políticas de cooperación para el desarrollo o el community-

208 ALEJANDRO PELFINI


driven development (CDD), como fue introducido por el Banco Mundial a
principios de la década pasada. Este enfoque aboga por el control comunitario
o bien de los beneficiarios directos de proyectos de ayuda al desarrollo. La
idea es que la descentralización reduce las ineficiencias y arbitrariedades de
los proyectos controlados desde el Estado central, así como favorece la demo-
cratización de la toma de decisiones y las capacidades para la acción colectiva:

La experiencia demuestra que, al descansar directamente en las personas pobres y


su capacidad para conducir las actividades de desarrollo, el CDD tiene el potencial
de ejecutar programas de reducción de pobreza que respondan mejor a las deman-
das, más inclusivos, más sustentables y con mejor relación costo-beneficio que los
tradicionales programas dirigidos centralmente (Dongier et.al. 2003: 303).

Ante este diagnóstico, y ante las documentadas limitaciones de las propues-


tas de tipo top-down, centralizadas y modernistas, se promueve crecientemente
el community-based approach entre donantes, académicos y agentes de proyec-
tos de cooperación para el desarrollo. Con este enfoque se pretende mejorar
la implementación de proyectos en dos ámbitos fundamentales: desde abajo,
ampliando la información y participación de los beneficiarios, y desde arriba,
con mayores controles, auditorías y exigencias de transparencia en general.
Relevante aquí para el tema que nos interesa es que entre las grandes ven-
tajas con las que se pretende legitimar este giro en las políticas de coopera-
ción para el desarrollo está el intento de evitar el fenómeno denominado elite
capture o captura de rentas por parte de las elites, definido como la apropia-
ción indebida de recursos y beneficios originalmente destinado a poblaciones
vulnerables por parte de grupos poderosos (sean agentes estatales o actores pri-
vados). Evidentemente existe una vasta evidencia empírica que da cuenta de
repetidas prácticas de corrupción y desvío de fondos, así como de cooptación
de agentes comunitarios, con el efecto final de que los beneficiarios originales
apenas perciben los fondos y acciones de los donantes. No obstante, detrás
de esta evidencia se esconde nuevamente una visión simplista de lo social,
básicamente por dicotómica y maniquea, que se manifiesta en una diferen-
ciación tajante entre población vulnerable y elites. La primera diluida en un
colectivo amorfo construido por las agencias de cooperación bajo el rótulo
the poor, siempre a merced de elites incurablemente predatorias. Las segundas
aparentemente ancladas en el patronazgo y en una distancia absoluta con las
no-elites, como si el universo social constara solo de poderosos, por un lado, y
vulnerables, por otro, y no existieran sectores medios, contraelites y grupos de
poder en ascenso y en descenso. Con la retórica de la participación comunita-

USO INFLACIONARIO DE LOS CONCEPTOS ELITE Y POPULISMO 209


ria, el empoderamiento y los mecanismos bottom up se cae en una idealización
de la sociedad civil respecto de las instituciones gubernamentales, donde el
Estado y todo actor que tenga poder es invariablemente sospechoso. Aquí cor-
responde introducir la distinción entre elite capture y elite control, que acerca
algo más de complejidad al asunto y diferencia entre la simple apropiación
espúrea y el rol facilitador y mediador de las elites, así como el conocimiento
y la información que disponen.
Un segundo tipo de simplismo se agrega a esta dicotomía y es la distinción
tajante entre lo local y comunitario frente a lo estatal-nacional e institucional.
Nuevamente el primer nivel es idealizado como reino de una Gemeinschaft
donde abundan el capital social, las prácticas horizontales y los mecanismos
de toma de decisiones descentralizados en una especie de lo local es hermoso.
Lo institucional y el nivel estatal-nacional son demonizados como una Gesell-
schaft anónima y distante colonizada por elites que solo perseguirían sus inte-
reses particulares y el enriquecimiento. Con estas caricaturas se olvida nueva-
mente que los problemas de corrupción y de comportamiento oportunista y
de free-riding no desaparecen simplemente porque la ayuda al desarrollo sea
canalizada directamente al nivel local. No existen razones convincentes para
pensar que el patronazgo, el clientelismo y las redes informales están menos
presentes en ese nivel que en la cumbre de la jerarquía estatal :

Al contrario de las versiones idealizadas que vinculan todo lo local con cualidades
“naturalmente democráticas” [...], las comunidades o municipalidades pueden de
hecho ser más vulnerables a la captura de las elites locales. Esto por cuanto los grupos
de poder locales pueden fácilmente coludirse por sobre el control de instituciones
de un nivel superior y de la atención de los medios (Platteau y Gaspart 2004: 34).

No está de más recordar que este simplismo para definir el universo social
no tiene solo consecuencias epistemológicas, sino que sirve implícitamente a
los intereses de las mismas agencias de cooperación para el desarrollo. Con
el mismo se justifica el uso de la llamada condicionalidad y control buro-
crático como presión por parte de los donantes para decidir o no transfe-
rir fondos a países, gobiernos y actores considerados como sospechosamente
cleptocráticos. Como esta sospecha siempre es potencialmente verosímil, la
condicionalidad, el control burocrático y las exigencias de good governance
sirven como chicana para saltearse a los países, gobiernos y actores que no son
del gusto ideológico de los donantes. No obstante estas limitaciones e instru-
mentalización, estas caricaturas del universo social basadas en una distinción
vulnerables/elites y local/estatal-nacional tienen una eficacia tal justamente

210 ALEJANDRO PELFINI


porque culminan en un uso populista de la categoría elites. Los de abajo, tanto
en la estructura social como en las escalas territoriales, vienen a ser una espe-
cie de buenos salvajes: invariablemente honestos, desinteresados, auténticos
e inevitablemente vulnerables a la acción espuria de las elites (o de la elite
a secas) siempre ocupadas de optimizar sus intereses particulares sin mediar
escrúpulos, aunque más no sea evitar la tentación de capturar y apropiarse
de los recursos tan generosamente aportados por organismos internacionales
y agencias de ayuda al desarrollo. Adicionalmente, existe otro factor que au-
menta la eficacia simbólica de la dicotomía y que se vincula con cuestiones
de dependencia epistémica y de un modo particular en el que se observa el
mundo de los países en desarrollo o el anteriormente llamado Tercer Mundo:
es lo que Arturo Escobar (1996) denomina como la invención de la aldea,
como ámbito privilegiado del desarrollo a nivel local y, en general, de la vida
cotidiana, primigenia y prístina, típica del proceso de construcción del Tercer
Mundo que al utilizar una metáfora topográfica casi natural cuenta con más
eficacia simbólica que metáforas sin referente territorial.
Confusiones de este tipo difícilmente podrían encontrarse en lo mejor de
la tradición sociológica de la Latinoamérica de los cincuenta y sesenta. Un
caso notorio es la fundante compilación de Lipset y Solari (1967) que parte
de la pregunta por los grupos sociales capaces de reemplazar a las oligarquías
del largo siglo XIX, manifiestamente sobrepasadas por la crisis económica
mundial de 1929 como para mantener las estructuras del pacto neocolonial y
seguir aprovechando las ventajas de la división internacional del trabajo. Con
la introducción, más o menos profunda según los países, del llamado modelo
de substitución de importaciones para enfrentar esta crisis, se indaga en las con-
diciones de posibilidad de que las viejas oligarquías sean reemplazadas por
burguesías nacionales o, en términos generales, por clases medias en ascenso.
Lo esencial para el éxito de este nuevo modelo vendría a ser que estos grupos
sociales tengan al mercado interno como su área fundamental de actuación,
en vez de las exportaciones de productos primarios. A la mejor usanza fun-
cionalista, se ponía atención en la educación de las elites, básicamente en el
modo en que valores modernos, empresariales e igualitarios eran asumidos por
los grupos sociales adecuados; es decir por los portadores de modernización
y no otros. Autores como Graciarena (1967) y Medina Echevarría (1964)
querían ver en las clases medias en repentino ascenso la formación de nuevas
elites progresistas.
La teoría de la dependencia planteó preguntas similares, aunque alterando
el foco de los factores endógenos a los exógenos (Cardoso y Faletto 1969).

USO INFLACIONARIO DE LOS CONCEPTOS ELITE Y POPULISMO 211


El fracaso de las elites para convertirse en agentes modernizadores se debería
a su rol ambivalente en la interfaz entre mercado interno y externo, o bien
en la dificultad para redistribuir y reinvertir los beneficios obtenidos en las
economías de enclave y el conjunto de las respectivas economías nacionales.
El problema central no se reduciría a la difusión de los patrones culturales
adecuados, sino a la alteración de modelos de desarrollo primario-exportado-
res en los cuales nuevas elites provenientes de los sectores medios deberían
cumplir un rol crucial.
Podrá decirse que ambas teorías se empecinaron en buscar creativas bur-
guesías schumpeterianas, aplicando modelos importados y esperando encon-
trar agentes típico-ideales que ni siquiera existieron en las sociedades en que
fueron originados. Sin embargo, es evidente que las preguntas y el modo de
observación son sin duda mucho más sofisticados y precisos que las referen-
cias genéricas actuales a las elites, en las cuales el uso cotidiano impregna las
categorías de análisis convirtiendo a las elites como intercambiables con las
categorías clase dominante y estratos altos. También se olvidan de la circulación
de las mismas, ya que se las fija estáticamente como si siempre debieran ser
las mismas desde la Colonia hasta nuestros días. De esto no escapan tampoco
los estudios subalternos, ni las posturas anti/alter globalización que postulan
la existencia de una multitud ineludiblemente emancipatoria y articulada en
foros y organizaciones de alcance transnacional, en abierta oposición a una
especie de clase capitalista transnacional (Sklair 2001) y sus adláteres locales
(Negri y Cocco 2006). De este modo la misma (proto)estructura social glo-
bal recibe el mismo tratamiento dicotómico, que en el análisis de estructuras
sociales nacionales y la elite del poder de C. Wright Mills se convierte en una
nueva clase global corporativa, organizada informalmente, cuyos miembros
serían CEO de consorcios e instituciones transnacionales, consultores, agen-
tes de bolsa y burócratas que participan y profitan de los flujos globales, así
como expertos y directivos en el comercio y los medios transnacionales. Si
de un lado tenemos a los Davos men y sus representantes regionales, del otro
nos queda la Seattle o Porto Alegre people (Schwengel), última esperanza para
la emancipación, la auto-organización y la contrahegemonía.

La ceguera ante el posneoliberalismo


Este breve recorrido evidencia que la confusión de categorías entre el uso
cotidiano y el intelectual, así como el uso populista del concepto elites y el
uso elitista del concepto populismo no constituye un destino inexorable. Por
ello hablamos de las desventuras recientes de dos conceptos claves de las

212 ALEJANDRO PELFINI


ciencias sociales en general y, más específicamente, de las latinoamericanas.
Existe una sólida tradición en el subcontinente que hizo productivos am-
bos conceptos, iluminando también problemas de relevancia de la agenda
pública en momentos diversos de la historia latinoamericana. De ahí que el
propósito de este trabajo vaya más allá de la mera queja y denuncia de estas
desventuras en tanto tales, que bien podrían haberle ocurrido a tantos otros
conceptos y no por ello deberíamos lamentarlo tanto. Lo más grave que a mi
juicio ocurre con este uso inflacionario y de instrumentación de conceptos
para el descrédito del otro es la dificultad para analizar inéditos procesos de
transformación política y social que están teniendo lugar en nuestra región
y que pueden ser analizados bajo la categoría posneoliberalismo. Con el uso
apresurado de etiquetas negativas se pretende reducir la importancia de es-
tos procesos. Además, al confinar la categoría elite a los estratos superiores,
se olvida su rotación y el rol transformador que pueden cumplir tanto las
vanguardias como las alianzas entre grupos de diversos sectores sociales con-
formando elites en ascenso.
Tras la crisis del neoliberalismo en Sudamérica se ha dado un cambio im-
portante en la conformación de las elites, formando una constelación catego-
rizable como posneoliberal (García Delgado y Nosetto 2006, Pelfini 2007).
Los protagonistas de las transformaciones que han ido sucediéndose en varios
países de la región no son en general las tradicionales oligarquías y capas su-
periores, sino más bien florecientes minorías activas que intentan reinventar
la agenda del desarrollo y de la modernización en un escenario global. Cierta-
mente que se trata más bien de elites de gobierno visibles, sobre todo en paí-
ses como Argentina, Bolivia, Brasil, Ecuador, Uruguay y Venezuela. Es decir,
grupos sociales de diverso origen que en la última década y a través de alianzas
diversas han llegado por vez primera al poder central, sea luego de elecciones
regulares o de crisis sistémicas que excedieron el cambio de régimen político
(Natanson 2008). Se trata en general de un ascenso de minorías activas que
se oponen más o menos fervientemente a las clases dominantes o al establis-
hment en cada país. No es la propiedad o el poder administrativo lo que las
distingue, sino sobre todo las competencias que detentan para la organización
y la comunicación, esenciales en el escenario global (Pelfini 2009). Tampoco
es el moverse como peces en el agua en flujos globales lo que define su prota-
gonismo en esa escena. Más bien, es la capacidad de aunar los requerimientos
de la misma con particularidades locales y las ancestrales demandas de secto-
res populares y marginales. Cuando ni los Davos men ni tampoco la Seattle/
Génova/Porto Alegre people marcan el tono, en los puntos nodales entre lo

USO INFLACIONARIO DE LOS CONCEPTOS ELITE Y POPULISMO 213


local, lo nacional y lo global se yerguen minorías activas, capaces de asegurar
y reproducir su poder en sus territorios y, a la vez, conformar la agenda global
con una voz propia. El espacio de actuación de estas elites en ascenso no es ya
la globalidad abstracta, sino más bien, y de forma más pragmática, una trans-
nacionalización limitada: la región inmediata y los procesos de integración
existentes en la misma.
Sin embargo, en la prensa internacional y en los análisis coyunturales de
política internacional se traza mayormente un paisaje pintoresco al referirse
a procesos como estos, de los que solo parecen librarse Chile, Colombia y re-
cientemente Perú y el mismo Brasil, que como poder emergente y global pla-
yer regional ya suele recibir bendiciones. Los líderes de estos procesos se ven
confrontados con toda la paleta de prejuicios que suelen recibir gobernantes
latinoamericanos (desde el decisionismo al clientelismo), a pesar de que en
algunos de esos prejuicios puedan efectivamente dar en la tecla en algunos
casos. Lo más criticable aquí es que se concibe a estos líderes como si fueran
omnipotentes, cuando en realidad han sido legitimados democráticamente
y que, en varios casos, se encuentran en la cumbre de amplios movimientos
políticos y alianzas. Por ello me parece mucho más adecuado entender a estos
gobiernos y liderazgos como minorías activas que en cierto modo pueden ser
entendidas como elites. Es más, hasta podría decirse que las mismas vienen a
resultar, en muchos aspectos, las elites en que buscaron infructuosamente la
sociología de la modernización y de la teoría de la dependencia, simplemente
que no son las mismas que podrían calzar dentro de los tipos ideales tomados
de otros contextos.
Ciertamente puede resultar llamativo y algo problemático considerar como
elites a movimientos y liderazgos que cultivan una retórica antielitista. Si, en
cambio, se observan las condiciones en las que se constituyeron sus programas
políticos y su base social, el panorama es mucho más complejo y variado de lo
que los paisajes pintorescos y las declaraciones crispadas dejan traslucir. Ade-
más, se evidencian ciertas similitudes con la formación del llamado populismo
histórico en los años cuarenta y cincuenta en la región: sus seguidores provie-
nen mayoritariamente de los sectores medios y de los sectores populares; cons-
truyen coaliciones con agentes económicos que lideran sectores innovadores;
el intervencionismo estatal está presente, pero limitado a sectores estratégicos;
se apunta a una política social de carácter universalista y a la redistribución
del ingreso a fin de acrecentar el poder de compra de los sectores populares;
y, finalmente, se moviliza a organizaciones de la sociedad civil desde el poder
político.

214 ALEJANDRO PELFINI


El hecho de que, a pesar de una retórica antielitista, fenómenos popu-
listas puedan ser protagonizados por elites en ascenso no es, sin embargo,
algo nunca observado con anterioridad. Ya Torcuato Di Tella en 1968 con-
sideró que la fuerza decisiva del populismo histórico en la región no residía
fundamentalmente en sus seguidores de los sectores populares sino en su
conexión con una elite en las clases medias altas, portadora de una ideología
anti statu quo (Di Tella 1968). Poniendo el acento en la llamada revolución
de las expectativas o aspiraciones, es la incongruencia entre expectativas y po-
sibilidades concretas de realización lo que explicaría la repentina aceptación
de la búsqueda de alternativas extrainstitucionales a las que ofrece el orden
liberal-democrático realmente existente. Estos grupos de descontentos for-
marían una masa disponible numéricamente importante, que se propone
entonces seguir un camino alternativo bajo la guía de una elite dispuesta a
aceptar el proceso de movilización y personificada en un líder que encabeza
este proceso.7 Capitales son aquí los llamados nexos de organización que
se dan entre una elite provista de motivaciones anti statu quo, junto a una
masa movilizada plena de entusiasmo colectivo basada en una comunicación
directa con sus líderes:

Sus fuentes de fuerza o “nexos de organización” son: a) una elite ubicada en los
niveles medios o altos de la estratificación y provista de motivaciones anti statu
quo; b) una masa movilizada formada como resultado de la “revolución de las
aspiraciones”, y c) una ideología o un estado emocional difundido que favorezca
la comunicación entre líderes y seguidores y cree un entusiasmo colectivo (Di
Tella 1977: 47-48).

Son entonces estos malentendidos y olvidos lo más lamentable del uso in-
flacionario; sobre todo porque curiosas experiencias de elites populistas o bien
de populismo protagonizados por elites quedan ausentes de explicación. Si estas
experiencias actuales están realmente a la altura de lo que se proponen es ma-
teria de discusión, de gusto personal o de análisis político caso a caso. Lo que
sí no podemos ignorar es que la comprensión sociológica de los mismos estaba
ya a la mano en los años cincuenta y sesenta, cuando algunos conceptos eran
tratados con mayor cuidado y precisión, así como las categorías generadas en
los países centrales en la producción de conocimiento eran filtradas y revisadas
con una originalidad y sutileza que se extraña.

7 Al respecto, e incluyendo comentarios críticos a este enfoque, ver Vilas, 1994, pp. 105-107.

USO INFLACIONARIO DE LOS CONCEPTOS ELITE Y POPULISMO 215


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USO INFLACIONARIO DE LOS CONCEPTOS ELITE Y POPULISMO 217


Capítulo 7
Investigación cientíica
y performatividad social:
el caso del PNUD en Chile*
Claudio Ramos Zincke

El objetivo general de este trabajo es dar cuenta de la relación performa-


tiva entre la producción de conocimientos científicos de un organismo de
especial trayectoria y reconocimiento –el Programa de las Naciones Unidas
para el Desarrollo (PNUD)– y la realidad social del país. En particular, se
busca indagar sobre un conjunto de obras que están entre las más difundidas
y mejor acogidas de las ciencias sociales en Chile durante los últimos quince
años. Son los llamados “Informes de Desarrollo Humano”, cada uno de los
cuales es un trabajo de investigación social, con tema y área problemática
particular, generado por el equipo del PNUD a través de variado trabajo
empírico de investigación. Producidos bajo el alero de un organismo inter-
nacional, pasaron de ser los típicos informes burocráticos, áridos y de baja
difusión, a convertirse, bajo el impulso inicial de Norbert Lechner, en gran-
des investigaciones sociológicas que buscaban hacer ver problemas relevantes
del país y mostrar líneas de acción, valiéndose para ello de procedimientos y
formatos que facilitaban su difusión, comprensibilidad, interés y usabilidad.
La pregunta general que nos planteamos es si, además de su aporte al campo
de la ciencia y a la acumulación de conocimientos científicos, estos informes
tienen efectos externos, es decir, sobre la realidad social. En otras palabras,
¿contribuyen en algún grado estos informes a moldear o performar la realidad
social que, según una perspectiva epistemológica positivista sobre la ciencia,
estarían solo describiendo?

* Agradezco la colaboración de Elaine Acosta en el análisis de los efectos en las políticas e institucionalidad
estatal, y la participación de Valentina Abufhele, Francisca Gallardo, Rommy Morales, Felipe Padilla, Stefa-
no Palestini y Andrea Silva en el trabajo empírico de la investigación. El estudio se benefició con el valioso
aporte de todos ellos. La elaboración de este texto fue facilitada por una estadía de investigación, durante
2010, en la University of Texas at Austin, que contó con el apoyo del Programa MECE Educación Superior
y de la Universidad Alberto Hurtado.

219
La ciencia crea objetos que antes no existían como tales, de los que no se
tenía conciencia y con los cuales no se interactuaba como ocurre a partir de
su creación, de su configuración epistémica en el marco de la ciencia: quarks,
ADN, autoconciencia, cultura, estructuras de mortalidad, microbios, cate-
gorías socio-ocupacionales, etcétera (Daston 2000, Kauffman 2000, Sahlins
2000, Porter 2000, Desrosières y Thévenot 1988, Latour 1988, Latour y
Woolgar 1986, Pickering 1984). Las ciencias sociales, con tal producción de
objetos epistémicos, enfrentan un terreno más complejo que las ciencias na-
turales: sus objetos se escapan de los rediles científicos y se hacen parte del
mundo social; la porosidad de las fronteras de la ciencia –mostrada en estu-
dios como los de Knorr-Cetina (1981) y Latour y Woolgar (1986)– no solo
permite la incidencia de elementos del entorno social sobre la construcción
científica, sino que también permite un efecto en sentido inverso.
En las últimas décadas, aproximadamente desde la década de 1970, existe
una creciente conciencia y reflexividad sobre el rol activo y no solo descriptivo
de la ciencia. Esto ha tenido, en referencia a la ciencia social, variadas líneas
de expresión, y ha tomado forma en diversos enfoques, especialmente en el de
Foucault, en los estudios poscoloniales y en el enfoque de la performatividad
de la ciencia, el cual constituye una extensión de la teoría del actor-red.
Foucault concibe a las ciencias humanas –particularmente a las que llama
“disciplinas psi”– como componentes del proceso disciplinario, constituyen-
do herramientas de registro y aportando saberes que contribuyen al discipli-
namiento. Posteriormente, en la producción de sus últimos años y en diversos
seminarios, trata a las ciencias sociales, de manera eminente a la economía,
como parte de un plexo de poder y conocimiento que toma forma en la mo-
dernidad, permitiendo la gubernamentalización del Estado, y la gubernamen-
talidad de la vida en general, en el contexto de procesos sociales crecientemen-
te complejos (Foucault 1968, 2000, 2006).
Los estudios poscoloniales, comenzando con la obra pionera de Said (1978),
plantean que el investigador científico impone las categorías que trae de su
sociedad de origen y, conscientemente o no, contribuye a configurar al otro
–particularmente en la investigación antropológica– como un extraño, defi-
nido e implícitamente evaluado desde la estructura normativa y valórica de la
sociedad de origen. Al mismo tiempo, el conocimiento que la ciencia produce
sobre los otros pueblos es empleado por las agencias que financian estos es-
fuerzos investigativos internacionales, sirviendo para la imposición de modelos
institucionales y contribuyendo a los proyectos de dominación de las grandes
potencias. Con todo ello, según este enfoque, la ciencia se suma a la empresa

220 CLAUDIO RAMOS ZINCKE


colonial aportando al sometimiento cultural y a la legitimación de los países
centrales y su actividad de dominio. Los conocimientos científicos se hacen
parte de sistemas de control y hegemonía, y contribuyen al dominio político-
económico occidental (Connell 2007; Gutiérrez, Boatca y Costa 2010).
En el enfoque de la performatividad de la ciencia, sobre la base de estu-
dios de la relación entre la disciplina científica de la economía y la práctica
económica, diversos investigadores –como Donald MacKenzie y Michel Ca-
llon– muestran que los modelos y teorías de la ciencia social son capaces de
convertirse en pautas orientadoras del comportamiento de los agentes socia-
les, haciendo que las acciones sociales efectivas se asemejen a las postuladas
o predichas por la ciencia, generando así su autovalidación.1 En este artículo
apelaremos a este enfoque, pero precisando algunos aspectos de la performa-
tividad y adoptando ideas de las obras de Judith Butler y Jacques Derrida.2
Antes de seguir adelante hay que hacer una precisión sobre esto de la per-
formatividad de la ciencia. La ciencia performa tanto hechos científicos como
realidad social. Hay dos dimensiones en el trabajo performativo de la ciencia
social: la primera corresponde a la construcción de hechos científicos dentro
del campo disciplinar, siendo tal carácter de hecho aceptado o validado por la
comunidad científica (Latour 1987), y la segunda dimensión corresponde al
proceso por el cual muchas de las construcciones que existen dentro del domi-
nio epistémico de la ciencia alcanzan, en el caso de las ciencias humanas, una
existencia adicional en el mundo de la realidad social externa a dicho ámbito.
La construcción interna de los hechos científicos ha sido estudiada deta-
lladamente en los lugares mismos de producción de conocimientos, especial-
mente en laboratorios, desde la década de 1980, en forma destacada en las
obras de Latour y Woolgar (1986), Knorr-Cetina (1981, 1999), Law (1994)
y Pickering (1984), y ha sido sistematizada de manera más integrativa en la
teoría del actor-red; aunque también hay otros intentos de enmarcamiento,
como el realizado por Lynch (1993), que se sitúa en una perspectiva etnome-
todológica. Estos hechos así creados gozan de una peculiar forma de existencia
amparada en los reductos de la ciencia (Latour 2008). Junto a esa performati-
vidad interna, en el caso de la ciencia social ocurre, o hay una alta probabili-

1 En los años recientes, los estudios empíricos más relevantes en esta materia han estado referidos al ámbito
de la economía. Hay comparativamente pocos estudios que indaguen sobre los efectos performativos de las
ciencias sociales. Algunos ejemplos destacados al respecto son el de Osborne y Rose (1999) sobre la opinión
pública; el de Desrosieres y Thévenot (1988) sobre categorías socioprofesionales; el de Boltanski (1987)
sobre la categoría social de los “cuadros” en Francia, y el de Hacking (1995) sobre conducta disociativa y
personalidades múltiples. Por otra parte, en continuidad con la perspectiva de la gubernamentalidad de
Foucault están los trabajos de Miller y Rose (2008) y los de Dean (2010).
2 Por razones de espacio no abordaré la perspectiva de Foucault, pese a su pertinencia.

INVESTIGACIÓN CIENTÍFICA Y PERFORMATIVIDAD SOCIAL: EL CASO DEL PNUD EN CHILE 221


dad de que ocurra, una forma de performatividad o efecto de moldeamiento
externo.
Esa capacidad de moldear realidad, atribuida a ciencias sociales como la so-
ciología, puede sonar exagerada. Implica atribuirle una fuerza a esta disciplina
que muchos sociólogos ya quisieran que tuviera. Incluso para la economía tal
afirmación, sostenida por Callon (1998, 2007), podría parecer desproporcio-
nada. Frente a esto, habría que establecer algunas precisiones.
Una primera, muy importante, es que la ciencia social no genera sus efectos
actuando como mero cuerpo etéreo de conocimientos, como pura palabra
escrita, conteniendo ideas que convencen a la gente y reorientan sus conduc-
tas. Esa es una concepción tradicional, ampliamente descartada de ciencia.
Las disciplinas sociales desde sus orígenes han operado entrelazadas con apa-
ratos administrativos, particularmente del Estado, con organizaciones de la
sociedad civil y con movimientos de reforma (DeVault 2007, Legermann y
Niebrugge 2007, Smith y Killian 1990). Es en ese marco en el cual los cono-
cimientos son generados y en el cual adquieren vida, intra y extra ciencia. Eso
involucra que ya en su gestación hay, con respecto a ellos, expectativas que
provienen del entorno social; que los procesos investigativos son movilizados
con apoyo de fuerzas sociales (dinero estatal, recursos humanos de movimien-
tos reformistas, etc.), y que los mismos elementos que entran en su gestación
contribuirán después a su recepción, su asimilación y su conversión en formas
de entender la realidad, en decisiones, en nuevos procedimientos, todo lo cual
operará, de tener éxito, en forma autorratificatoria de las constataciones cientí-
ficas provistas por los investigadores.
Segundo, los efectos performativos más significativos de la ciencia social,
particularmente de la sociología, no operan, por lo general, en el corto pla-
zo ni operan aisladamente. Requieren tiempo para su decantación y resultan
de la acumulación interactiva de aportes científicos. El logro de su eventual
estabilización, como configuración de la realidad social, está, además, perma-
nentemente sujeto a degradación; se trata de estabilidades relativas, tempo-
rales, cambiantes. Incluso entidades que tuvieron gran estabilidad y fueron
ampliamente aceptadas durante períodos prolongados de tiempo, ante nuevas
circunstancias se debilitan y desmoronan, como es el caso de la sociedad, obje-
to preeminente para los sociólogos, cuya muerte o destrucción o superación,
ha sido proclamada repetida y enfáticamente durante los últimos años (Urry
2000, Outhwaite 2006, Touraine 2007).
Tercero, además de que los objetos o los hechos creados son inestables y pre-
carios, aunque la ciencia social tenga una dimensión pragmática no erradicable,

222 CLAUDIO RAMOS ZINCKE


su performatividad puede ser exitosa o no; puede ser autorratificatoria (o barne-
siana, como la llama MacKenzie) o no; puede tener efectos performativos claros
y definidos, o difusos y dispersos. Puede, además, tener efectos muy distantes
de lo que dicen sus modelos y teorías; puede tener efectos parcialmente concor-
dantes y parcialmente discordantes, etc.3 De hecho, muchas afirmaciones de la
ciencia social no tienen ningún efecto más allá de tal ámbito. El proceso para
que lleguen a tener efecto no es simple. Requieren tener éxito primero dentro
de la ciencia, estabilizarse dentro de ella y lograr performatividad interna, lo cual
no es empresa fácil. Solo en la medida que logren eso eventualmente trascende-
rán las difusas fronteras de la ciencia social y alcanzarán la esfera pública, la vida
cotidiana de las personas, o algún ámbito de la realidad.
En ese marco, el objetivo del presente artículo es discernir la eventual per-
formatividad social que ha generado la producción de conocimientos del
PNUD, expresada en los Informes de Desarrollo Humano, y los mecanismos
involucrados. Con tal foco, el recorrido que seguiremos es: 1) explicar con
mayor precisión lo que entendemos por performatividad, en el contexto de
los estudios sobre la ciencia y, sobre esta base, precisar las interrogantes que
nos guían; 2) presentar la metodología de investigación empleada, incluyendo
mayores detalles sobre el caso de estudio; 3) describir y analizar los resulta-
dos encontrados, en cuanto a efectos de diferente índole que permiten inferir
performatividad; y 4) tratar de explicar los mecanismos que eventualmente
subyacen al despliegue performativo.

La performatividad de la ciencia social


Performatividad
Toda afirmación científica, en cuanto interpretada, es un acto de habla. Y
todo acto de habla hace cosas: refuerza, cuestiona, orienta, legitima, constitu-
ye, etc., es decir, tiene carácter performativo: performa o moldea la realidad,
de alguna manera, en algún grado; posee una potencialidad performativa, de
actualización variable y contingente.
Austin, quien está en el origen de estas ideas, inicialmente separaba perfor-
mativos de constatativos, pero luego reconoce en ambos una misma estruc-
tura. Así, en el caso de una afirmación constatativa, no se trata de una mera
frase, sino ineludiblemente de “una afirmación en una situación de habla”
y, por tanto, debe reconocerse que “afirmar es desempeñar un acto” (Austin

3 MacKenzie (2006, 2007) plantea una clasificación de posibilidades performativas, útil aunque más bien
esquemática, que limita en exceso las posibilidades de efecto que pueden producirse, las que reduce a cuatro
modalidades: genérica, efectiva, barnesiana y contraperformativa.

INVESTIGACIÓN CIENTÍFICA Y PERFORMATIVIDAD SOCIAL: EL CASO DEL PNUD EN CHILE 223


1975: 139). Las afirmaciones de la ciencia son precisamente eso, actos de
habla. Una constatación de algo –“la tasa de desempleo bajó en un 3%”–
moldea percepciones e incide sobre comportamientos. Ese reconocimiento
del carácter performativo de toda afirmación, y la inclusión por tanto de los
constatativos como performativos, que para Austin es punto final de llegada,
conclusión de su indagación, será para Derrida y Butler punto de partida de
sus reflexiones.
En cada acto de habla es posible reconocer tres dimensiones: 1) la dimen-
sión locucionaria, que remite al contenido semántico de las afirmación en
juego; es lo que se dice; 2) la dimensión ilocucionaria, que alude al tipo de
apelación que se está haciendo, y que invoca algún marco o tipo de conven-
ciones –las afirmaciones de la ciencia apelan a convenciones sedimentadas en
la ciencia que permiten evaluar la validez de lo afirmado–; y 3) la dimensión
perlocucionaria que se refiere al efecto producido por emitir las afirmaciones
–los científicos buscan convencer a sus receptores que las cosas son tal como
ellos dicen, convencerlos sobre el valor de verdad de lo que sostienen–.
Austin y Searle conciben los actos de habla como situados en marcos con-
vencionales bien delimitados, con procedimientos definidos, fijos y precisa-
bles, para determinar las condiciones de adecuación o validez de tales actos.
Derrida ha mostrado la imposibilidad de tales delimitaciones. Se hace im-
posible clasificar los actos de habla de acuerdo a criterios contextuales pre-
cisos, pese a que para tipos de actos haya contextos cuya incidencia es más
relevante. Los actos de habla adquieren su fuerza ilocucionaria no por una
activación de marcos convencionales bien definidos, sino que en virtud de lo
que Derrida (1988) llama su carácter iterable, que involucra su capacidad de
funcionar acarreando esa fuerza a través de un rango ilimitado de contextos
diferentes, y sujeta tal fuerza a multiplicidad de variaciones. La iterabilidad
no involucra repeticiones idénticas. La frase “los declaro marido y mujer” se
desplaza desde las ceremonias de la vida cotidiana a la literatura, al cine, a
los comentarios en broma, y en todos esos contextos acarrea la fuerza ilocu-
cionaria de su marco convencional original, aunque con transformaciones
para cada nuevo contexto y situación particular. Se hace imposible saturar
el contexto, determinarlo exhaustivamente, encontrarle un centro inequí-
voco; se trata de contextos sin “anclajes absolutos” (Derrida 1988: 59, 65).
“Iterabilidad no significa simplemente, como Searle parece pensar, repetibi-
lidad de lo mismo, sino más bien alterabilidad [...]. Conlleva la necesidad de
pensar a la vez tanto la regla como el evento”, dice Derrida (1988: 119). Es
una iterabilidad identificatoria pero que no se mantiene libre de alteracio-

224 CLAUDIO RAMOS ZINCKE


nes y contaminaciones, lo cual tiene gran importancia para las afirmaciones
científico-sociales, tanto para su validación disciplinar como para los efectos
sociales que pueda tener.
Butler comienza su uso de la noción de performatividad –en Gender Trou-
ble, publicada en 1990– en la perspectiva de las ideas de Derrida y nos per-
mite una mayor precisión sobre el proceso involucrado. Para Butler (1997,
1999), la performatividad es una práctica reiterativa “citacional”, mediante la
cual el discurso produce los efectos que nombra. En sus palabras, “si un per-
formativo tiene éxito provisionalmente [...], [esto sucede] solamente porque
esa acción se hace eco de acciones previas, y acumula fuerza de autoridad a
través de la repetición o cita [citation] de un conjunto de prácticas previo y
autorizante [...]. [El] acto en sí mismo es una práctica ritualizada. Lo que esto
significa, entonces, es que un performativo ‘opera’ en la medida en que apela
y se recubre bajo las convenciones constitutivas por las cuales es movilizado”
(Butler 1997: 51). Butler está interesada en la constitución del género y en
los discursos como los del hate speech, con sus efectos atemorizantes (1997).
El discurso de género moldea cuerpos, conductas e identidades. El hate speech
realza diferencias, deslegitima a un particular otro, genera odiosidad y provoca
temor y autodevaluación. ¿Cómo logran estos discursos sus efectos?
En la cita de Butler está un componente fundamental de la performatividad:
la capacidad de reiteración de los actos de habla, la cual puede entenderse como
una cita. Todo acto de habla descansa en su citabilidad o iterabilidad (Derrida
1988). Cada acto o desempeño de género cita otros actos análogos –realiza-
dos previamente por madres, hermanas, amigas, actrices de cine o televisión, y
todo tipo de mujeres, en todo tipo de situaciones– que se extienden en cadenas
sin fin hacia un pasado remoto y oculto. En su mímesis, el gesto presente cita
otros gestos que lo han precedido, que a su vez citan otros. Las afirmaciones
científicas comparten esa configuración de encadenamientos que se refuerzan.
Cuando, por mi parte, cito lo que dice Butler, estoy entrando en la cadena de
citas que, apelando al particular –aunque no homogéneo– marco de conven-
ciones de la ciencia, refuerzan sus afirmaciones y contribuyen a dar solidez de
realidad a su manera de interpretar el mundo. Esta cadena, en su conjunto,
opera con fuerza performativa (en este caso, transformadora del sentido de
género, inspiradora de cambio, alteradora de interpretaciones, etc.).
En la ciencia las citas tienen algunas peculiaridades. Un primer aspecto
destacable es que ellas, en su mayoría, son explícitas y se puede seguir su
trayectoria, o al menos existe idealmente la posibilidad de hacerlo. Esto fa-
cilita su revisabilidad, aspecto medular de la empresa científica. Un segundo

INVESTIGACIÓN CIENTÍFICA Y PERFORMATIVIDAD SOCIAL: EL CASO DEL PNUD EN CHILE 225


aspecto tiene que ver con la apelación al respectivo marco de convenciones
o código. Esto se hace a través de citas, tanto explícitas como implícitas,
que apelan al procedimiento de validación o certificación de la ciencia; para
ello las citas buscan mostrar que se está haciendo lo correcto en términos de
estructuración teórico-conceptual y de procedimiento metodológico, y, en
términos más difusos, que se está escribiendo tal como los científicos escriben
sus trabajos científicos, lo cual reflejaría que se está haciendo ciencia tal como
debe hacerse. Para ello se recurre a formas de escritura (por ejemplo, imper-
sonal), a formas de estructuración del texto (por ejemplo, con introducción,
discusión bibliográfica, presentación de metodología, etc.). Son citas a des-
empeños adecuados, vistos en muchos otros desempeños –publicaciones–
que parecen portar el sello de validación. De tal forma, el escrito científico,
tanto en su contenido de afirmaciones como en su forma de escritura y en
su estructura, está citando los precedentes requeridos para mostrar su buen
desempeño y conseguir aceptación y validación; los está citando del modo
en que su autor interpreta lo esperado, a partir de su variante específica de
ámbito científico y en una adaptación para la audiencia particular del tex-
to presente. Un sociólogo escribiendo para una revista ISI internacional y
otro sociólogo escribiendo para una revista nacional, que reúne artículos de
diferentes ciencias sociales y humanidades, citarán de modo muy diferente
para lograr la validación y selección buscada. Como se aprecia en este ejem-
plo, incluso el contexto específico de la ciencia no es un contexto uniforme;
asume multiplicidad de variantes y acarrea ambigüedades. Y, en ese cuadro,
las citas reiteran, refuerzan, solidifican, estabilizan, pero también alteran, y
pueden llegar a proyectar líneas enteras de estabilizaciones divergentes. Es
el tipo de procesos que dan pie a lo que Abbot (2001) caracteriza como
crecimiento disciplinar caótico, con estructura de fractales, en que las dife-
rencias entre corrientes se reinterpretan y reproducen internamente en cada
corriente, emergiendo una pauta de crecimiento divergente basada en la re-
producción a pequeña escala de las grandes diferencias. Las citas, como dice
Derrida, suplementan y suplantan. Es una deriva de performatividad en la
cual los mismos procedimientos de validación, los “marcos convencionales”,
van también transformándose, a través de las variaciones en las citas que los
invocan y activan. El marco mismo, el contexto de validación, ese contexto
no saturable, descentrado y desanclado, queda abierto a variación (Derrida
1988). Así, la performatividad es moldeamiento, a través de cadenas de rei-
teraciones, pero es un moldeamiento que va variando a través del proceso y
que es inherentemente inestable.

226 CLAUDIO RAMOS ZINCKE


Dispositivo de agenciamiento sociotécnico
En el caso del género, estudiado por Butler, el discurso es reiterado per-
formativamente por un cuerpo. No se trata solo de palabras. La noción de
performatividad, tal como la empleamos, no está considerada en términos
exclusivamente lingüísticos. Los actos de habla científicos, que siguiendo a
Van Dijk (1981), más propiamente deberíamos llamar “macroactos de habla”,
incluyen elementos de variado tipo en una articulación que, en su operación
de conjunto, le otorga fuerza performativa al contenido textual. A esta articu-
lación que hace posibles los logros performativos de la ciencia Callon (2007)
la denomina “agenciamiento sociotécnico”.4 Está constituida por diversos ele-
mentos mediadores e interconectores que se establecen entre los productores
de conocimientos científicos y sus eventuales usuarios. Tales mediaciones in-
cluyen, por un lado, redes de agentes humanos, en las que están ciertamente
los científicos, pero también una gama de otros partícipes, en diversas funcio-
nes de soporte (técnico, político, financiero, etc.); por otro lado, incluyen ele-
mentos no humanos, tales como instrumentos, equipos técnicos, programas
computacionales. Este agenciamiento es un ensamblaje que provee a las dis-
ciplinas científicas de su capacidad de acción, articulándolas dinámicamente
con elementos de la realidad social no científica.
Con todas estas consideraciones teóricas, podemos dar mayor especifica-
ción a lo que buscaremos. Nuestras interrogantes son: 1) ¿qué podemos inferir
sobre la performatividad lograda por los productos del PNUD, en cuanto a
ámbitos de la realidad social que alcanza y afecta, y en cuanto a su intensidad?;
2) ¿cómo construye el PNUD su fuerza ilocucionaria?; 3) ¿qué características
asumen la iterabilidad y citabilidad en el caso de los Informes de Desarro-
llo Humano?; y 4) ¿qué características posee el dispositivo de agenciamiento
sociotécnico asociado al macro acto de habla del PNUD y cómo ellas dan
cuenta de los efectos performativos inferidos?

El caso de estudio y la metodología para su investigación


Metodología de investigación
Se utilizó un conjunto de métodos cualitativos y cuantitativos, abordando
con ellos tres campos focales de efectos performativos: el académico, el de la
esfera pública medial y el de la institucionalidad estatal. Secundariamente se
consideró el de la sociedad civil organizada. Se realizaron entrevistas semies-

4 Callon (2007) se refiere específicamente a los mecanismos de agenciamiento sociotécnico para el caso de
la disciplina económica; pero sin duda que el concepto es aplicable a otras disciplinas de las ciencias sociales,
aunque los elementos que componen el ensamblaje y la articulación de ellos tenga algunas diferencias.

INVESTIGACIÓN CIENTÍFICA Y PERFORMATIVIDAD SOCIAL: EL CASO DEL PNUD EN CHILE 227


tructuradas en profundidad a distintos públicos, revisiones y análisis de con-
tenido de la prensa, sitios web, tesis de pregrado y libros, tal como se indica a
continuación.
En el campo académico, 1) se realizaron entrevistas en profundidad a 18
académicos que están entre los más renombrados y citados en este campo,
once de los cuales corresponden a académicos que tienen una posición domi-
nante en la academia, en lo más propiamente disciplinar, y los otros siete están
más volcados a las políticas públicas y se los puede considerar especialistas en
tal área; 2) se hizo análisis de contenido de 182 tesis de pregrado en sociología,
aparecidas entre los años 2000 y 2005; 3) se revisaron programas de curso de
pregrado de la carrera de sociología; 4) se hizo análisis cibermétrico respecto a
los informes del PNUD, comparando su posición con la de otros 40 textos de
relevancia en el análisis de la sociedad chilena, publicados entre 1994 y 2006;
y 5) se hizo análisis de contenido de 16 libros que abordan la sociedad chilena
y sus procesos de cambio, publicados entre 1999 y 2006. En la esfera pública
medial, se hizo análisis de contenido de 382 textos de prensa con referencias al
PNUD, aparecidos entre 1999 y 2005, y se realizó una entrevista en profundi-
dad a un periodista de televisión, que ocupa un lugar de reconocido prestigio
en el medio, en calidad de informante estratégico. En el ámbito de las políti-
cas públicas se realizaron 19 entrevistas a integrantes de la institucionalidad
central del Estado, de once unidades diferentes (Mideplan, Mineduc, Sernam,
Injuv, DOS, etc.). Respecto a la sociedad civil, se realizaron seis entrevistas a
directivos de organizaciones no gubernamentales (ONG) referidas a género,
participación política y minorías sexuales, y de la Asociación de ONG.

El PNUD y sus Informes de Desarrollo Humano (IDH)


Los IDH en Chile, particularmente desde 1998, desarrollan una construc-
ción teórico-conceptual que, tomando como marco el enfoque teórico-való-
rico del PNUD mundial, ha recurrido a diversas otras elaboraciones teóricas,
especialmente provenientes de la sociología, para ir constituyendo su propia
mirada. El marco del PNUD internacional provee el horizonte para ello y
además proporciona el concepto central, que manifiesta su orientación: el
concepto de desarrollo humano.
Ese concepto eje tiene una particular historia institucional, que cabe re-
capitular someramente. Ya en la década de los setenta existía la búsqueda,
dentro de organismos internacionales, por un enfoque más amplio e integral
de desarrollo. En las Naciones Unidas se hablaba del “enfoque integrado” al
desarrollo, buscando conceptualizar el desarrollo como un proceso complejo,

228 CLAUDIO RAMOS ZINCKE


con dimensiones de crecimiento económico, cambio tecnológico, desarrollo
social, etc. Sustentándose en los trabajos de Amartya Sen, el PNUD se hace
cargo de esta búsqueda acuñando e impulsando el concepto de desarrollo
humano, en el cual, se incorpora, entrelazadamente con tal multidimensiona-
lidad, un componente normativo-valórico: la concepción del desarrollo como
un compromiso con el bienestar y desarrollo de las personas y la preocupación
por la sustentabilidad social.
Tal perspectiva respecto al desarrollo encontró así, a través de esa construc-
ción conceptual, una proyección institucional, y se operacionalizó en procesos
de medición, sistemáticos y comparativos, que entraron a competir con las
medidas convencionales de desarrollo, como la del producto per cápita e in-
dicadores económicos similares. Con ello se consolidó una fórmula poderosa:
concepto de desarrollo humano (con elementos teóricos y valóricos) + insti-
tución (PNUD) + enfoque metodológico e instrumental, capaz de generar
conocimientos a través del mundo y con potencialidades orientadoras hacia
los gobiernos.
En los noventa, el PNUD comienza a generar análisis periódicos de la si-
tuación mundial, regional y nacional, en la perspectiva de este enfoque. Para
ello comienzan a instalarse los equipos nacionales y a diseñarse los Informes
de Desarrollo Humano para todos los países del PNUD, los cuales en Chile
comienzan a elaborarse en 1996.
Tal conceptualización del desarrollo humano, entonces, combina una con-
cepción del desarrollo en cuanto a formación de capacidades y satisfacción
de necesidades, con marcado contenido económico, que tuvo mucho éxito y
se utilizó abundantemente en los análisis y políticas de los sesenta, con una
semántica articulada en torno al sujeto y la autodeterminación. Se ponen así
en contacto dos campos discursivos que se habían mantenido marcadamen-
te separados, generando un nuevo discurso integrador, con potencialidades
orientadoras y movilizadoras, al menos al nivel de las elites gobernantes.
El equipo elaborador de los informes nacionales, bajo la conducción de
Norbert Lechner,5 introdujo diversos ajustes en el concepto, buscando enri-
quecerlo y superar lo que vio como las “debilidades y ambivalencias del con-
cepto inicial”, el cual habría tenido “un sesgo individualista, desconfiado del
Estado, temeroso frente a los potenciales efectos desestabilizadores de la movi-
lización social, demasiado confiado en los pactos de elites, y con una reducida
reflexión sobre los nuevos actores y las nuevas condiciones de la acción social”
(Güell 2003: 4). Esta ampliación y enriquecimiento del concepto significó,

5 Tal conducción se extiende desde 1998 hasta el fallecimiento de Lechner en 2004.

INVESTIGACIÓN CIENTÍFICA Y PERFORMATIVIDAD SOCIAL: EL CASO DEL PNUD EN CHILE 229


especialmente, 1) poner mayor énfasis en la trama de los vínculos sociales; 2)
atender a “los procesos de construcción de sentidos y valores compartidos que
se producían a nivel de la cultura”; y 3) apelar más a las prácticas ciudadanas
que emergen desde la vida cotidiana –es decir, a la democracia desde la pers-
pectiva de la ciudadanía– que a las instituciones formales de la democracia
(Güell 2003: 7-8).
Un listado de los Informes de Desarrollo Humano (IDH) producidos en
Chile por el PNUD entre 1996 y 2004, con una visión comparativa sobre el
conocimiento de ellos, declarado por los entrevistados, se muestra en la Tabla 1.

TABLA 1
Lectura de informes del PNUD (% de los entrevistados que ha leído cada informe)

Ámbito de los entrevistados

Academia
Instituciona-
Informe de Desarrollo Humano con referencia
Año Academia lidad pública ONG Total
(IDH) del PNUD a políticas
central
públicas
1996 IDH en Chile 1996 45,5 57,1 63,2 50,0 56,8
IDH en Chile 1998. Las para-
1998 90,9 100,0 89,5 100,0 93,2
dojas de la modernización
IDH en Chile 2000. Más socie-
2000 81,8 85,7 68,4 100,0 79,5
dad para gobernar el futuro
IDH en Chile 2002. Nosotros
2002 90,9 85,7 78,9 100,0 86,4
los chilenos: un desafío cultural
IDH en Chile 2004. El poder:
2004 100,0 100,0 68,4 100,0 86,4
para qué y para quién

Cantidad de entrevistados (11) (7) (19) (6) (44)*

* Se incluye adicionalmente un entrevistado del ámbito de los medios de comunicación.

El resultado general es un alto nivel de conocimiento y lectura de estos


textos: de todos los entrevistados, el 75% ha leído cuatro o cinco informes.
El IDH de 1998 es el más leído y es generalizadamente visto como un hito
significativo: una amplia mayoría coincide en señalarlo como el que provocó
más impacto, resultó más interpelante y generó mayor controversia. Se lo ve
como el que plantea el enfoque que los siguientes informes seguirán desa-
rrollando. Su argumento básico es también el más recordado y comentado.
Los siguientes se beneficiarán del posicionamiento público y reconocimiento
logrado por el primero.

230 CLAUDIO RAMOS ZINCKE


La performatividad de los informes del PNUD
Distinguimos cuatro ámbitos de difusión y utilización de los conocimientos
científico sociales en los cuales pueden tomar forma los efectos performativos:6
1) ámbito de la esfera pública medial, constituida por las redes de comunica-
ción de los medios masivos; 2) ámbito de las arenas institucionales de deci-
sión, una de las cuales es la constituida por la institucionalidad pública, que
es la que aquí nos interesa fundamentalmente; 3) ámbito académico, de las
disciplinas de las ciencias sociales; y 4) ámbito de la vida cotidiana y del senti-
do común, el cual no ha sido objeto de nuestro estudio.

Presencia en la esfera pública


“Lo que sabemos sobre la sociedad [...], lo advertimos a través de los medios
de comunicación para las masas”, dice Luhmann (2000: 1), lo cual vale tanto
para los ciudadanos corrientes como para los integrantes del aparato público y
para los mismos integrantes del campo de la ciencia. En la construcción que
hacen los medios, los agentes encuentran un horizonte de realidad a partir del
cual orientan su acción. Los medios masivos, a partir de su particular forma
de construcción, a partir de sus descripciones, proveen un “fondo de realidad”
y alimentan la memoria de la sociedad (Luhmann 2000: 139, 141). En ellos
toma forma un telón discursivo en que se entretejen variedad de discursos y que
opera como ese trasfondo de realidad. Cumplen, a su modo, una función de
autoobservación de la sociedad, proveyéndole así a los individuos “un presente
conocido del cual partir” y a todos los sistemas funcionales un horizonte de
realidad que les sirve de referencia (Luhmann 2000: 142, 143). En la sociedad
actual, los medios masivos llevan a cabo una continua reactualización de la au-
todescripción de la sociedad y de su horizonte cognitivo del mundo. De tal for-
ma, moldean el ámbito de lo público y le proveen a los subsistemas sociales –al
sistema político y al sistema de la ciencia, entre otros– su marco de realidad, o,
en los términos luhmanianos, su “entorno interno societario” de referencia (Lu-
hmann 2000: 148). En ese “fondo de realidad”, en ese trasfondo discursivo, en
ese horizonte que generan los medios masivos, es desde donde se van perfilando
las meta-agendas sociales y las agendas de problemas que, a su vez, incidirán
en el campo político y en el científico social, orientando su propia selectividad.
En nuestro estudio, en cuanto a los medios masivos consideramos la re-
cepción de los informes del PNUD en la prensa escrita, a través del análisis
de los textos generados, y atendiendo a las apreciaciones de los entrevistados

6 Nuestro esquema de análisis está basado, con modificaciones, en el modelo desarrollado por Brunner y
Sunkel (1993: 45-60).

INVESTIGACIÓN CIENTÍFICA Y PERFORMATIVIDAD SOCIAL: EL CASO DEL PNUD EN CHILE 231


de diversos campos en su calidad de receptores de los medios masivos. Al
respecto, trabajamos con el registro de prensa que tenía el PNUD, que cubre
desde septiembre de 1999 hasta noviembre de 2005, faltando registros para
2004. En total el corpus está compuesto de 382 textos de prensa, cubriendo
tanto diarios como revistas, incluyendo textos de opinión e información, y de
circulación tanto nacional como regional.
Los informes del PNUD han logrado que algunas de sus interpretaciones
sean recogidas por los medios y proyectadas por ellos como constataciones sobre
la realidad. Especialmente dos de sus grandes planteamientos, el del malestar
con la modernización y el del debilitamiento del sentido colectivo de “noso-
tros”, han aparecido con marcada nitidez y fuerza en los medios. El segundo
lugar de acogida lo han tenido los planteamientos sobre la asociatividad y sobre
la desafección hacia la política institucional. Las argumentaciones sobre la con-
formación del poder en Chile y sobre el empoderamiento han entrado menos.
Una apreciación sobre los argumentos que han ganado mayor presencia en
la prensa se encuentra en la Tabla 2.
La tesis del malestar no aparece con la relevancia que tuvo, debido a que
no se contó con el material de prensa del período más cercano al lanzamiento.
No obstante, existe constancia de que tuvo extensa acogida y provocó diversos
debates que también se convirtieron en noticia y mantuvieron el interés de los
medios de comunicación.
En los argumentos acogidos por la prensa, lo que está en juego son los
sentidos colectivos, que corresponderían, según el PNUD, a la dimensión
“subjetiva”, y esto es algo que los informes de desarrollo humano han aporta-
do a la descripción de la sociedad que elaboran los medios. Los informes han
incidido en la “subjetivación” de las interpretaciones, quitándole terreno a las
representaciones prevalecientes, centradas en las concepciones institucionales
sobre política y sociedad.
En la Tabla 3 (ver página subsiguiente) se presenta el resultado de una re-
visión similar, pero en cuanto a los conceptos empleados por el PNUD. Se
seleccionó un conjunto de ellos que son centrales en la semántica de los infor-
mes y se revisó si estaban presentes o no en los textos de prensa, y, de estarlo,
cuál era la intensidad con que se los presentaba. Las medidas de intensidad
consideradas fueron la cantidad de párrafos en que estaban y su inclusión en
los titulares del texto. En la tabla se incluyen los conceptos más mencionados.
De la indagación efectuada cabe concluir que una parte importante de las
interpretaciones centrales del PNUD y de sus construcciones semánticas ha
sido incorporada, en buena medida, en la descripción que de la realidad social

232 CLAUDIO RAMOS ZINCKE


TABLA 2
Presencia en la prensa de los argumentos o conclusiones planteados por los informes y apoyo o
rechazo manifestado frente a ellos (%)

Acuerdo o desacuerdo con el argumento


o conclusión

Ni apoyo Rechazo o
Presencia Apoyo o
Año ni rechazo cuestio-
Argumentos o conclusiones (% del total acuerdo
IDH manifiesto namiento
de textos) (%)
(%) (%)

Existe debilidad en el “nosotros” colectivo:


02 24,5 65,6 28,0 6,5
déficit cultural (de sentidos compartidos)

Prima una diversidad disociada, con


02 repliegue de la subjetividad (repliegue en 15,7 61,0 37,3 1,7
la esfera íntima, en la familia)
Existe una fuerte desafección política –
00 gran distanciamiento de las personas con
14,9 48,2 48,2 3,6
02 el plano político-institucional. Descon-
fianza hacia la política.
Para compatibilizar modernización con
subjetividad se requiere una sociedad
00 8,0 53,3 43,3 3,3
fuerte: aspiraciones + vínculo social +
ciudadanía.
El país cuenta con piso de oportunidades.
El protagonismo social y aprovechamiento
04 8,0 60,0 33,3 6,7
de tales oportunidades se ve frenado por
desigual distribución del poder

Elites concentran el poder y no asumen


04 6,1 65,2 26,1 8,7
rol conductor

Hay un desajuste o asincronía entre


modernización y subjetividad (experiencia
sociocultural cotidiana). Como efecto del
98 descuido de la subjetividad social existe 5,1 73,7 26,3 0
extendido sentimiento de inseguridad.
Se manifiesta como un “malestar con
proceso de modernización”
(El 100% de cada fila es el total de
(382) textos en que está presente el respectivo
argumento)

del país hacen los medios. El contenido de los IDH aparece, así, por un lado,
como descripción científico social, y por otro lado llega entremezclado en
ese horizonte de lo colectivamente dado por sentado como realidad social,
que no es incuestionable pero que, en su carácter compartido y tal como es
presentado por los medios, adquiere una fuerza significativa de convenci-
miento.

INVESTIGACIÓN CIENTÍFICA Y PERFORMATIVIDAD SOCIAL: EL CASO DEL PNUD EN CHILE 233


TABLA 3
Los conceptos de los informes en la prensa nacional: presencia e intensidad (en %)

Intensidad

Presencia
Tratado en más
(una o más Presente en titulares
Año de un párrafo
Conceptos menciones) (% del total de
IDH (% del total de
(% del total de textos)
textos
textos)

Trans Desarrollo Humano 39,6 15,7 6,5

Imaginario o sentido de “Nosotros”


02 23,1 8,8 2,7
los chilenos
Ciudadanía activa / participación
00 13,6 6,4 1,9
democrática / desafección política
00
Individualización 11,4 3,5 0,8
02
00 Aspiraciones colectivas / imágenes de
10,7 4,0 1,1
02 futuro / sueños colectivos

04 Poder /empoderamiento 10,3 8,2 5,1

Trans Subjetividad / subjetivación 7,2 2,4 0,3

Seguridad / inseguridad
98 6,2 2,7 1,1
humana
96
98 Capital social 5,6 1,6 0
00

00 Asociatividad / vínculos sociales 5,6 1,9 0,5

Malestar frente proceso de moderni-


98 5,0 1,6 0,5
zación
(382) (382) (382)

Ámbito de la institucionalidad estatal


La realidad construida por los medios masivos, al proporcionarle a la ins-
titucionalidad política un determinado “entorno interno societario”, le pone
referentes, exigencias y alarmas. Le impone demandas y le plantea una agenda
de temas a los cuales responder. Como dicen los teóricos sistémicos, le genera
irritaciones que gatillan sus procesos internos y que activan sus operaciones
comunicativas. Parte de la incidencia del PNUD sobre el ámbito institucional
público ha ocurrido por esta vía, pues le proporciona un horizonte y un tipo

234 CLAUDIO RAMOS ZINCKE


de mirada distinta para abordar los problemas sociales, contribuyendo a la
emergencia de temas y de inquietudes sociales en la descripción medial de la
realidad. La llegada a los medios masivos de sus elaboraciones suma presiones
sobre la institución pública para que provea respuestas. Es un factor adicio-
nal que motiva debates internos. Diversos integrantes de la institucionalidad
pública central, del área social, reiteran que los informes les han puesto temas
o, cuando menos, han reforzado temas frente a los cuales deben reaccionar y
que han generado debate interno. Adicionalmente, para hacer posible el tra-
bajo en la perspectiva de ese horizonte, los informes han entregado claves de
interpretación y herramientas (datos, información, metodologías de trabajo)
altamente valorados en la institucionalidad pública central.
De tal modo, puede apreciarse un reconocimiento de parte de los entrevis-
tados acerca de que ciertos procesos de transformación están incorporando la
mirada y el enfoque del PNUD, en el sentido de tomar en consideración la
dimensión más subjetiva del desarrollo a la hora de orientar estratégicamente
la política pública. Los informes son percibidos como insumo relevante para
la reflexión institucional. En tal sentido, se los califica de “iluminadores” u
“orientadores”. “Las autoridades lo tienen como un referente al momento de
plantearse los desafíos de más largo aliento” (PP15, Sernam).7 A partir de su
enfoque estarían abriendo una perspectiva distinta de plantear los problemas
y generando nuevos desafíos.
De esta forma, en la institucionalidad pública central se reconoce la incor-
poración de esta mirada al menos en su discurso, en la forma de nombrar la
realidad social. Ello se expresa en el efecto de los informes en las justificacio-
nes y autodescripciones de planes, proyectos o programas. En el plano de las
operaciones, que incluye la organización, conducción y desarrollo de planes,
proyectos o programas, la repercusión de los informes del PNUD es, en con-
traste, mucho menor y más puntual.
Una de las experiencias en que aparece un efecto más marcado ocurre en la
División de Organizaciones Sociales (DOS). Para esta división los informes
devinieron herramienta central de formulación de políticas. En este organis-
mo había un trabajo y una discusión interna, en torno a la asociatividad,
previa al informe en que este fue el tema dominante. De hecho, hubo trabajo
con ellos antes de que apareciera el informe. Dado ese proceso preexistente,
y las colaboraciones que se fueron estableciendo, “fue fácil pasar de la dimen-

7 En las citas, las letras caracterizan al entrevistado en referencia a su ámbito: AD es académico dominante
o destacado, APP es académico especialista en políticas públicas, PP es integrante de las áreas sociales del
aparato público central. El número identifica al entrevistado específico.

INVESTIGACIÓN CIENTÍFICA Y PERFORMATIVIDAD SOCIAL: EL CASO DEL PNUD EN CHILE 235


sión académica descriptiva [propia de los informes] a una lógica de diseño de
política” (PP6, DOS). En el proceso se hicieron varios talleres para el plantel
directivo de la DOS, con participación del equipo PNUD, donde se discutió
el tema. Posteriormente hicieron trabajo conjunto para discutir materiales y
propuestas con dirigentes sociales. De tal modo, se desarrolló una fuerte y
fructífera colaboración durante un período significativo.
En este caso pudo lograrse una incidencia directa del contenido y aportes
de los informes en la formulación de la política pública en materia de parti-
cipación ciudadana. “Nosotros tomamos estos informes y los convertimos en
una lógica de fundar, a partir de este diagnóstico y de esta propuesta de nuevo
contrato social, una política pública que fuera capaz de hacerse cargo de la
restitución de las confianzas en la sociedad y de avanzar en lo que se denominó
el nuevo trato, el nuevo contrato” (PP6, DOS). Para la DOS, los Informes de
Desarrollo Humano, en su propia adaptación de su contenido, se convirtieron
en un fundamento de la política de participación ciudadana. Esto estaría clara-
mente reflejado en el Instructivo presidencial de participación ciudadana. En un
sentido más específico, los integrantes de esta entidad reconocen haberse rein-
ventado como organismo público, en la medida en que los informes les permi-
tieron lograr mayor profundidad programática y modificar su lógica de trabajo.
La instalación de un horizonte de sentido que hace referencia al desarrollo
de las personas y las comunidades es reconocida por los entrevistados como
un aporte de los informes. La presencia de este horizonte en esta fase permite
hacer una lectura distinta de las problemáticas particulares de las que se ocu-
pa cada ministerio o servicio, al incorporar los efectos que podrían tener los
procesos de cambio sociocultural. Junto con ello, permite posicionar en forma
relevante otras temáticas que cruzan transversalmente a la institucionalidad
pública, tales como la participación, la vinculación con la sociedad civil, la
consideración de la subjetividad colectiva y el empoderamiento.

Acogida en ámbito académico


Una medida convencional para medir el impacto de una obra académica
son las referencias bibliográficas. Para la producción nacional en las ciencias
sociales no se cuenta con algún sistema preexistente de registro que permita
hacer estas comparaciones. Emplearemos, por tanto, dos medidas de cons-
trucción propia. Primero una cuantificación cibermétrica y luego la revisión
de una muestra de obras destacadas del campo, para ver la presencia en ellas de
referencias al trabajo del PNUD. Por otro lado, apelaremos a las apreciaciones
de los académicos entrevistados.

236 CLAUDIO RAMOS ZINCKE


Comparación cibermétrica
Para hacer nuestra medición, consideramos 40 textos de valor académico,
publicados desde que comenzaron a aparecer los informes, es decir, desde
1996. Estos 40 textos son de los más mencionados y comentados en este
período. Todos son de una índole análoga a la de los informes del PNUD.
Abordan la realidad social chilena, revisan la situación actual, la investigan
empíricamente, evalúan la situación y también se plantean preguntas sobre los
caminos a seguir y las políticas a diseñar. Algunos son más teóricos, otros más
empíricos, pero todos están dentro del rango en que se mueven los informes
del PNUD.
Para esos 40 textos y para los cinco IDH se hizo la medición de la cantidad
de sitios web que hacen referencia a cada uno, considerando su título exacto
y el nombre de su autor.8 Lo mismo se hizo para sitios ubicados en dominios
de cualquier lugar del mundo y para dominios .cl, es decir, que corresponden
a Chile. La pertenencia del sitio al dominio .cl se usó como una aproxima-
ción al espacio digital de discusión entre los integrantes del campo académico
nacional. En la búsqueda en el dominio nacional, además, se revisó cada si-
tio no repetido para determinar si contenía comentarios al texto, o si incluía
solamente la mención de él o un link a un lugar donde se podía acceder al
texto o a una parte suya. Esta es una medida adicional respecto al impacto: la
discusión que genera.
A continuación se presentan algunos de los resultados obtenidos. En la
Tabla 4 se incluyen los veinte textos más mencionados, ordenados de acuerdo
a la cantidad de referencias en el dominio chileno. Se incluyen también la
cantidad de sitios en el dominio nacional, referidos a cada texto, que tienen
comentarios sobre él.
Se constata que, de las obras publicadas entre 1996-2005 en el país, tres de
los Informes de Desarrollo Humano están entre las cinco obras más mencio-
nadas en el dominio digital del país, y si se consideran los 15 primeros lugares
se agrega otro IDH, lo cual denota claramente el elevado nivel de impacto ob-
tenido por la producción de conocimientos del PNUD. Son obras que están
entre las que han marcado la discusión académica y académico-política de la

8 El buscador usado fue Google. Se compararon sus resultados con otros buscadores, y aunque los periles
de resultados fueron similares, Google arrojaba más cantidad de hallazgos, por lo cual se lo preirió. Las
búsquedas se realizaron entre el 4 y 11 de abril de 2006. Una búsqueda realizada en septiembre de 2010
arrojó resultados sustancialmente parecidos, subiendo el informe de 2002 al primer lugar de la lista total,
con los dos siguientes ubicados entre los seis primeros textos; tan solo el informe sobre el poder bajó unos
cuantos puestos.

INVESTIGACIÓN CIENTÍFICA Y PERFORMATIVIDAD SOCIAL: EL CASO DEL PNUD EN CHILE 237


TABLA 4
Resultados de análisis cibermétrico: textos más mencionados en el dominio nacional
(ordenados según cantidad de sitios web que hacen referencia a ellos)

Cantidad de sitios web


que hacen referencia al Cantidad de
texto sitios con
comen-
En En dominio tarios, en
Nº de
Año Título Autor cualquier nacional dominio .cl
orden
dominio (.cl)
Chile Actual: anatomía
1 1997 Tomás Moulian 431 158 61
de un mito
Nosotros los chilenos: un
2 2002 PNUD 182 104 68
desafío cultural
Las paradojas de la
3 1998 PNUD 243 96 61
modernización
4 2001 Identidad chilena Jorge Larraín 178 94 50
Más sociedad para
5 2000 PNUD 174 91 57
gobernar el futuro
La reforma educacional J. E. García-
6 1999 208 88 45
chilena Huidobro (ed.)
Informe capital humano J. J. Brunner,
7 2003 79 76 38
en Chile G. Elacqua
Equidad, desarrollo
8 2000 CEPAL 567 69 -
y ciudadanía
Cristián Toloza,
9 1998 Chile en los noventa 140 67 23
Eugenio Lahera

10 2002 Las sombras del mañana Norbert Lechner 119 63 31

La sociedad en que Manuel Antonio


11 2000 101 58 21
vivi(re)mos Garretón
Desarrollo humano en las PNUD,
12 2000 92 58 28
comunas de Chile Mideplan
El poder: para qué y para
13 2004 PNUD 85 53 34
quién
El modelo chileno.
Paul Drake,
14 1999 Democracia y desarrollo 106 52 23
Iván Jaksic (comps.)
en los noventa
15 2002 El cambio está aquí Eugenio Tironi 86 47 19
La irrupción de las masas
16 1999 Eugenio Tironi 71 46 21
y el malestar de la elites
El Chile perplejo. Del
17 1998 avanzar sin transar al Alfredo Jocelyn-Holt 70 39 16
transar sin parar
Las grandes alamedas.
18 2004 Patricio Navia 72 35 7
El Chile post Pinochet
Mapa actual de la
19 1997 Hugo Fazio 97 33 6
extrema riqueza en Chile
Globalización, identidad
20 1998 y Estado en América Manuel Castells 94 33 17
Latina

238 CLAUDIO RAMOS ZINCKE


última década.9 De hecho, el PNUD es el autor más citado en los últimos diez
años, muy por encima de todos los demás, como lo hemos ratificado en otro
estudio (Ramos 2011).

Referencias en obras destacadas


La segunda medida sobre el impacto académico del PNUD fue elaborada
considerando un conjunto de obras destacadas que hubieran sido publicadas
en los últimos años y cuyo foco de atención fuera similar al que tienen los in-
formes del PNUD. Vale decir, obras que están hablando de la situación y trans-
formaciones en la sociedad chilena y las cuales se esperaría que atendieran a lo
que este dice. Con esas consideraciones, se seleccionaron 16 libros publicados
entre 1999 y 2006 –de Jorge Larraín, Tomás Moulian, Manuel Antonio Ga-
rretón, Manuel Castells, Patricio Navia y otros autores– que constituyen una
buena representación cualitativa de la producción reciente en el campo de las
ciencias sociales, abordando la sociedad chilena con perspectiva de conjunto.
En 13 de ellos, es decir, en más del 80%, se encontraron citas a los infor-
mes, y en casi 40% de ellos se mencionaba más de uno de los IDH. Los infor-
mes más mencionados, tal como se observaba en las medidas cibermétricas,
son el de 1998 y el de 2002.
Las dos argumentaciones mayormente acogidas en estos libros son la del
desajuste entre modernización y subjetividad –la tesis del malestar con la mo-
dernización– y la del déficit de sentidos compartidos –el debilitamiento en el
“nosotros” colectivo–. Cada una de ellas aparece planteada en seis libros, en
algunos casos ambas en el mismo texto.
En materia de conceptos, por un lado se da una situación concordante: los
conceptos más reiterados son los concernientes al sentido del nosotros colecti-
vo, al malestar frente al proceso de modernización, y al sentido de seguridad
humana. Pero además están presentes conceptos de desarrollo humano, aso-
ciatividad y vínculos sociales.

Apreciaciones de los entrevistados sobre el impacto en el campo académico


Las apreciaciones de los entrevistados sobre el efecto del PNUD en el cam-
po académico tuvieron dos focos principales. Algunas de ellas se referían al

9 Hicimos otro chequeo comparativo empleando Google Scholar, el cual selecciona vínculos que su
algoritmo de búsqueda considera de carácter académico. Para nuestros objetivos, tiene la desventaja de que
no permite especificar la búsqueda para el dominio nacional. Aunque cambian de lugar algunos textos, dos
IDH siguen estando entre los tres primeros, y el otro que estaba entre los cinco primeros en la búsqueda
anterior en el dominio nacional ahora está entre los diez primeros. De hecho, en las tres formas de búsqueda
realizadas, estos tres informes siempre quedan entre los diez primeros.

INVESTIGACIÓN CIENTÍFICA Y PERFORMATIVIDAD SOCIAL: EL CASO DEL PNUD EN CHILE 239


aporte de criticidad contenido en los informes, y otras a la repercusión más
netamente académica, al trabajo disciplinar.
En cuanto a lo primero, con su mirada normativa, orientada por el concep-
to de desarrollo humano, los informes del PNUD, dirigidos a una audiencia
fundamentalmente externa a la ciencia, han asumido de manera conspicua
una función de sociología pública.10 Los informes han logrado, y así lo dicen
varios de los entrevistados, algo que había ocurrido muy escasamente después
del régimen militar en el campo de las ciencias sociales: levantar un pensa-
miento crítico, desarrollar una articulación teórico-empírica que busque in-
terpelar a la sociedad o, al menos, a quienes la conducen, a sus elites directivas.
Esto va más allá del campo científico, pero es también parte suya y reverbera
en él. “Estos informes constituyeron un momento de la crítica social chilena
bien importante y dieron lugar a debates. Estuvieron en el centro de los pocos
debates teóricos que se producen en Chile” (AD4). “Han dado elementos
al pensamiento social crítico, que estaba medio anquilosado [...]. Aportan
otro tipo de crítica, referida a la crisis de pertenencia, al desdibujamiento de
lo público, a los sentimientos de inseguridad. [Aportan] una nueva batería
de reflexión crítica sobre la sociedad” (AD11). “Es un [...] pensamiento de
resistencia frente a lo que ha sido la gran hegemonía del pensamiento liberal
dentro de las ciencias sociales” (APP16).
En buena medida, esto entronca con los fundamentos valóricos del
PNUD. El trabajo realizado busca promover determinados valores, se plan-
tea con un horizonte normativo de referencia, y esto, sumado a las interpre-
taciones que ha realizado de la sociedad chilena, le ha dado una significativa
fuerza de interpelación. Interpelación que, sobre todo en ciertas coyunturas,
ha resonado en la institucionalidad pública, en el campo académico y en la
esfera pública medial.
Tal carácter crítico –la elaboración de un armazón teórico-valórico y me-
todológico, que sirve para observar la realidad social y contrastarla con lo
deseable valóricamente–, aparece como una novedad, particularmente en el
período complaciente en que emergen por primera vez, y se ha mantenido
hasta ahora, desde 1998, siendo el informe de ese año el que se mostró más
efectivo en esta materia. El informe de 1998 confluyó con críticas expresadas
en otras obras, especialmente la de Moulian (1997), y en su contra reaccio-
naron varios autores, como José Joaquín Brunner, que en ese momento era

10 El concepto de “sociología pública” lo usamos en el sentido de Burawoy (2004). La escasez, en el


período reciente, de sociología pública basada en investigación la hemos ratificado, en otro estudio, a través
de una revisión extensa de publicaciones (Ramos 2008).

240 CLAUDIO RAMOS ZINCKE


ministro secretario general de Gobierno, Eugenio Tironi y Carlos Huneeus.
Ahí tomó forma un efectivo debate, a través de escritos diversos, en la prensa,
en seminarios y en internet.11 Dada la relevancia de los actores involucrados, y
dada la intensidad de la polémica, que además tenía diversas aristas políticas,
estas discusiones y confrontaciones se convirtieron en noticia y emergieron en
los medios masivos.
En el campo académico, un gran aporte percibido en los informes está en
su capacidad de generar un cuadro global y proveer información relevante y
sistemática sobre la sociedad, con la perspectiva integrativa que le permite su
compleja arquitectura conceptual-metodológica. Los informes, de hecho, se
han convertido en una fuente generalizada de referencia informativa sobre la
realidad social chilena del período actual. En tal perspectiva, en cuanto a la
labor científico-disciplinar, los entrevistados reconocen la incidencia de los
IDH en su trabajo individual de investigación y en el extenso uso docente en
las universidades, que a su vez prolonga la influencia hacia los alumnos.
La acogida de los informes en el campo académico ha ocurrido –señalan los
entrevistados– con la ausencia, peculiarmente, de debate o evaluación crítica
sobre ellos. Un resultado de esta falta de cuestionamiento es que algunas de las
interpretaciones del PNUD se han convertido en la interpretación dominan-
te, perdiendo incluso el acento de “interpretación”, y asignándoseles un cierto
carácter de “representación objetiva”, en el sentido positivista, de la realidad
social. “De hecho, han sido monopólicas en términos de interpretación de la
sociedad chilena, porque no hay otras que le salgan al paso, empíricamente
informadas y con buena conceptualización” (AD10).
El uso para los trabajos de investigación ya lo constatábamos en la revisión
de libros del período 1999-2006. Alrededor del 80% de ellos empleaba los
materiales conceptuales o empíricos de los informes. Los entrevistados, a su
vez, reiteran diversas formas de uso en investigación.
En la academia también ocurre el traspaso de conocimientos a los alumnos,
los que a su vez proyectarán un uso multiplicado y variado de tales conoci-
mientos. Los entrevistados dieron cuenta de un frecuente uso de los informes
del PNUD como parte de su trabajo docente. Los productos del PNUD se
han ido convirtiendo en un insumo relevante de conocimientos sobre la socie-
dad chilena para los estudiantes, a través del proceso de enseñanza-aprendizaje
universitario. Como señalaba un entrevistado, “son lectura obligada de cual-
quier curso sobre sociedad chilena” (AD5).

11 Algunos de los textos participantes en el debate: Brunner 1998, Huneeus 1998, Guzmán 1998.

INVESTIGACIÓN CIENTÍFICA Y PERFORMATIVIDAD SOCIAL: EL CASO DEL PNUD EN CHILE 241


Presencia en programas de curso y tesis
Para complementar las apreciaciones de los académicos, también revisamos
los programas de pregrado en Sociología de la Universidad Católica, donde
pudimos revisar 28 de 30 programas, todos en su última versión.12
En un 25% de los cursos estaba presente el PNUD en su bibliografía, y en
materias ampliamente variadas. Es una cifra significativa de presencia. Muy
raramente un texto nacional es citado transversalmente, a través de áreas di-
ferentes de la carrera y respecto a temas variados. Más aún, puede que estas
cifras no den suficiente cuenta de la magnitud de uso docente de los informes,
dado que algunas de las formas de uso reportadas en las entrevistas, tales como
el empleo de datos o tablas, o de alguna interpretación del PNUD, no necesa-
riamente involucran incluir el informe respectivo en la bibliografía del curso.
Un indicador adicional que hemos considerado para estimar el grado de
alcance de los informes del PNUD, relacionado con su uso como parte del
proceso universitario de enseñanza, es la utilización de los informes en las tesis
de los alumnos de pregrado. Hemos elegido, para ello, las tesis de pregrado
en sociología de las universidades Católica y de Chile. Se revisaron 182 tesis,
aprobadas entre los años 2000 y 2005, que corresponden al total de las tesis
que se encontraban disponibles. En 18,8% de las tesis de la Universidad Ca-
tólica y en el 20,6% de la Universidad de Chile se encuentran referencias a
los informes del PNUD, las cuales aumentan a través de los años: en 2005, el
37,9% del total de las tesis citaban dichos trabajos.
De la revisión de las 36 tesis con referencias a los informes se identificaron
80 fragmentos textuales (párrafos o conjuntos de párrafos) con alusiones a
estos. Sobre ellos se hizo un mayor análisis para caracterizar la forma en que
era usada la producción del PNUD, y se estudió cada fragmento textual para
determinar los usos que se le daba al material proporcionado por los informes.
Los resultados aparecen en la Tabla 5. Se constata un importante grado de uso
de las construcciones teórico-conceptuales de los informes. En un 15% están
presentes las argumentaciones centrales –sobre identidad colectiva, vínculos
sociales, etc. – y en el 48,8% aparecen otros planteamientos contenidos en los
informes, que se refieren a materias como la modernización, los imaginarios
colectivos o el rol de los medios de comunicación masiva en la construcción
de la realidad social, en los cuales los autores de las tesis han encontrado inspi-
ración o apoyo para su propios planteamientos. Cabe precisar que en ninguno
de los casos los autores de las tesis adoptan una postura crítica frente a los

12 Procuramos hacer lo mismo en la Universidad de Chile, pero no estaba disponible la totalidad de los
programas actuales de la carrera.

242 CLAUDIO RAMOS ZINCKE


TABLA 5
Usos dados a los informes del PNUD por las tesis de pregrado de sociología

% de fragmentos textuales en
Tipo de uso dado al contenido del informe que aparece cada uso
(registro múltiple)
Emplea afirmaciones resultantes de las investigaciones del PNUD 48,8
Emplea conceptos planteados o adoptados por el PNUD 26,3
Emplea argumentos centrales de los informes 15,0
Emplea datos (cifras, tablas o gráficos) de los informes 13,8
Emplea “instrumentos” o procedimientos metodológicos desarrollados
8,8
por el PNUD
Emplea esquemas tipológicos desarrollados por el PNUD 2,5
(n = 80)

planteamientos de los informes. En la mayoría de los casos (un 70%), el autor


adopta los argumentos del PNUD con el carácter de descripción factual; el
resto de los tesistas asume una postura neutra: “el PNUD dice”.
Para precisar mejor los elementos conceptuales seleccionados en las tesis, se
revisó la presencia en las elaboraciones de los alumnos de 16 conceptos que
son relevantes y centrales en la construcción conceptual del PNUD. Seguridad
humana, desarrollo humano, ciudadanía activa y vínculo social (asociatividad,
confianza y retracción de la sociabilidad) son los elementos conceptuales con
mayor presencia y que han tenido más acogida en los estudiantes.

El agenciamiento sociotécnico detrás de los efectos performativos


del PNUD
El dispositivo socioagencial en que se apoya la potencialidad performati-
va del PNUD incluye diversos elementos, entre los cuales destacamos los si-
guientes:

Los textos y su construcción teórico metodológica


El primer componente –nuclear y fundamental– de la capacidad performa-
tiva del macroacto de habla del PNUD son, naturalmente, los textos mismos.
Se trata de varios textos, encadenados entre sí, que cuentan con una compleja
y bien elaborada arquitectura teórico-conceptual, y que se articula muy fun-
cional y creativamente con una metodología que incluye variedad de técnicas,
tanto cualitativas como cuantitativas. De tal modo, apelan convincentemente
a los criterios y marcos convencionales de la academia y, de hecho, son evalua-
dos muy positivamente por los entrevistados en cuanto al cumplimiento de
tales estándares; vale decir, se acepta su legitimidad científica.

INVESTIGACIÓN CIENTÍFICA Y PERFORMATIVIDAD SOCIAL: EL CASO DEL PNUD EN CHILE 243


Redes de trabajo
El PNUD lleva a cabo sus investigaciones y la elaboración de sus informes
apoyándose en redes de investigadores externos, gestionadas por el equipo del
PNUD, que incluyen unidades institucionales e investigadores independien-
tes, con los cuales se establece una relación interactiva, con espacios de diálo-
go sustantivo, respecto a diferentes áreas del trabajo en curso. Además, para
chequear sus análisis e interpretaciones realiza talleres con una variada gama
de investigadores, profesionales y actores públicos. Todo ello sirve para revisar
la interpretabilidad de las afirmaciones de los informes del PNUD y, de paso,
contribuye a su visibilidad aun antes de aparecer sus versiones definitivas. Los
mismos integrantes de estas redes serán, con posterioridad, receptores de los
informes y servirán de mediadores para su difusión y “traducción”.

Características del objeto textual


Los organismos internacionales, así como los de la institucionalidad públi-
ca, han tenido en general una cierta inercia que ha frenado la innovación en
sus formatos. La misma forma de presentación del primer informe del PNUD
en Chile, el de 1996, era plenamente convencional, y aún quienes aprovecha-
ron y valoran su contenido reconocen que su formato era pobre y sin atracti-
vo. Mostraba una muy baja preocupación por la forma de presentación de su
material y por los medios para inducir a sus eventuales destinatarios al uso del
producto textual.
A partir del informe siguiente, sin embargo, comienza a producirse una
transformación en la diagramación de los contenidos, en el estilo de redacción,
y en un mayor uso de gráficos y recuadros que buscaban hacer más amistosa
la presentación. En el de 2000, además, se hace visible la preocupación por la
estética, los colores y el empleo de fotografías empleadas como correlato de los
contenidos. Fue hecho en otro código, el código visual, agregando significados
y haciendo aparecer de modo ostensivo a los sujetos, a las personas, como
centro de atención. Así, la forma de estos informes, su carácter más amigable
y la presencia de situaciones cotidianas reflejadas en las fotos logran una signi-
ficativa armonía con los contenidos y proyectan, por otra parte, su intención
de llegar a un público más amplio, de acceder a la sociedad civil, y no quedarse
solo en un informe técnico destinado a un estrecho círculo de funcionarios
como, aun sin quererlo, era lo que connotaba el informe de 1996.
El informe de 2002, sobre cultura, es el que consolida de manera más plena
esa orientación. El colorido, las combinaciones cromáticas, la portada y otros
aspectos del informe de 2000 todavía no eran suficientemente acertadas. El

244 CLAUDIO RAMOS ZINCKE


del 2002 incluye una portada muy bien elegida, tanto por su valor estético
como por su simbolismo, interpretable en relación al contenido del informe.
Le da ya desde la portada misma un sello a la identidad del texto. En este in-
forme, además, las fotos comienzan a valer por sí mismas, atraen la atención.
Son más grandes y nítidas que las de 2000, donde todavía parecían temerosas
de estar ocupando lugar. El siguiente informe mantendrá tales características,
en lo que parece una combinación de elementos formales –estilo de redacción,
forma de presentación de los contenidos, tipo de fotos, portada, etc.– que ya
parece haberse estabilizado.
Además, la disponibilidad de los textos impresos se complementa con la
versión digital disponible en el sitio web del PNUD y con una versión de
bolsillo del informe sobre cultura, publicada en la serie “Los libros del ciuda-
dano” de la editorial Lom.
Todos estos aspectos facilitan el acercamiento a los textos por parte de un
variado tipo de lectores y el procesamiento, traducción y asimilación de sus
contenidos.

Campaña de difusión de los informes en medios nacionales y locales


La presentación pública de los informes incluye una variada y bien dise-
ñada gama de actividades. El lanzamiento de cada informe es una ceremonia
importante, con presencia de autoridades, incluyendo al Presidente de la Re-
pública, para la que se busca asegurar la asistencia de periodistas de diversos
medios. De hecho, se logra, en general, una significativa cobertura de prensa.
El informe de 2002, especialmente exitoso en la materia, a un mes de su lanza-
miento había sido objeto de 77 artículos de prensa. Con ello, estos productos
aparecen en los medios con el carácter de “novedad”, de “noticia”, generando
interés en potenciales lectores. Luego de eso, el equipo del PNUD lleva a cabo
un gran despliegue de actividades de presentación de los informes, frente a
una variada gama de auditorios, y a través de todo el país. Así, en cinco años,
entre marzo de 2000 y octubre de 2005 (sin datos para 2004) realizaron 684
presentaciones, 29 para la esfera pública medial, 75 para la institucionalidad
estatal, 88 para el ámbito académico y 75 para la sociedad civil, además de
otras 17 presentaciones no clasificadas.

Procesamiento institucional de los productos del PNUD


En el ámbito de las arenas institucionales de decisión, han operado algu-
nos mecanismos de intermediación que facilitan la movilización y apropiación
de los conocimientos científicos. Ellos remiten principalmente a procesos de

INVESTIGACIÓN CIENTÍFICA Y PERFORMATIVIDAD SOCIAL: EL CASO DEL PNUD EN CHILE 245


interacción que permiten poner en comunicación las preocupaciones, pro-
blemas, códigos e intereses de la institución con los contenidos cognitivos,
expresados en la persona de los investigadores del PNUD o de algún otro me-
diador capaz de manejarlos. Así se produce la traducción de los conocimientos
al lenguaje de la institución, se va facilitando el análisis de su aplicabilidad y
se los va desmontando para permitir que sean asimilados. Los mecanismos
específicos empleados en la institucionalidad estatal han asumido la forma de
talleres de trabajo conjunto, flujo de personas, desarrollo de proyectos cola-
borativos en los cuales se prueben las potencialidades de los conocimientos en
juego y formas interactivas semejantes. Son labores activadoras y facilitadoras
del procesamiento institucional que después podrá, eventualmente, desarro-
llarse en cada organismo.
En el ámbito institucional académico, los mecanismos de intermediación
de los conocimientos han estado constituidos por los medios convencionales
de comunicación del campo científico, tales como papers, artículos en revistas,
seminarios, foros y conferencias, así como la realización de trabajos de inves-
tigación conjunta, la docencia universitaria y la incorporación de alumnos
tesistas al trabajo de investigación con sus profesores.

Empaquetamiento que incluye componentes valóricos


La construcción argumentativa de los informes, además de considerar y
citar los criterios de las ciencias sociales, atiende a los criterios de selectividad
del enfoque del PNUD internacional. Este enfoque tiene un fuerte y explícito
contenido valórico, asociado con el tipo de cambios sociales que la institución
busca promover. Tales valores permean la construcción y orientan el trabajo
interpretativo. Por tanto, la observación que se diseña de la sociedad no es so-
lamente descriptiva, sino que también explícitamente evaluativa con una refe-
rencia normativa. Tal orientación provee a los contenidos del informe sintonía
con las expectativas de lectores cuya orientación práctica hacia el mejoramien-
to de la vida social, hacia una “vida buena”, esté en una perspectiva valórica
similar; genera así afinidades e impulsa hacia la adopción de sus afirmaciones.

Características institucionales del centro productor (PNUD) y efecto


legitimador
El PNUD, como centro productor de conocimientos, ocupa una posición
privilegiada para la difusión de sus conocimientos. Por una parte, cuenta con
una importante legitimidad y prestigio por el mero hecho de ser un organis-
mo internacional de las Naciones Unidas. Por otra, tiene por sus funciones

246 CLAUDIO RAMOS ZINCKE


propias vínculos con el Estado que le facilitan contactos tanto para la elabora-
ción de sus informes como para su posterior difusión.

Efecto de rebote entre ámbitos múltiples


Una de las facetas especiales de la repercusión alcanzada por los informes
del PNUD consiste en que ha apuntado a audiencias múltiples y ha logrado
alcanzarlas, pese a que no es tarea fácil debido a los problemas derivados de los
códigos propios de cada ámbito y de las dificultades inevitables de traducción.
Las características formales de los informes, que han buscado hacerlos más
“amistosos” y atractivos; las características sustantivas de su construcción y el
activo trabajo de difusión han permitido que los informes sean utilizados en
el ámbito de la institucionalidad pública central, en el campo académico y en
la esfera pública medial, y consigan, además, alguna llegada a ciertas organi-
zaciones de la sociedad civil.
El uso de los informes en entornos diversos ha provocado, además, un cier-
to efecto multiplicativo y de rebote entre uno y otro ámbito. Particularmen-
te, la recepción de los informes en la esfera pública medial ha contribuido a
que algunos de sus contenidos se incorporen al horizonte de realidad que los
medios masivos, en lo que aparece como un gran espejo, proyecta hacia los
diferentes ámbitos de la vida social, contribuyendo así a reforzar –casi se po-
dría decir a validar– los planteamientos del PNUD y a ratificar su importancia
como descripciones u observaciones de la realidad social.

Conclusiones
Los resultados obtenidos muestran la extensa y variada llegada de los cono-
cimientos generados por el PNUD. Una buena cantidad de sus conceptos y
argumentaciones se han diseminado a través de la academia, de la esfera públi-
ca medial, de las entidades centrales del aparato público y de la sociedad civil
organizada, en un proceso expansivo que despega con el informe de 1998,
sobre los malestares de la modernización. Hemos constatado su acogida en
la esfera pública como hechos sociales y como realidades aceptadas; solo muy
exiguamente aparecen como argumentos susceptibles de criticidad y debate.
En el ámbito científico-académico, sus afirmaciones y diversas construcciones
teórico-metodológicas han sido asumidas como “hechos científicos”, que son
transmitidos a través de la docencia universitaria y que luego son reproducidos
una y otra vez por los estudiantes, como lo atestigua la alta proporción de tesis
de pregrado que citan los informes y la elevada tasa de crecimiento de tales

INVESTIGACIÓN CIENTÍFICA Y PERFORMATIVIDAD SOCIAL: EL CASO DEL PNUD EN CHILE 247


citas. En las unidades centrales del aparato público, relativas al área social, sus
integrantes reconocen la asimilación de los conocimientos producidos por el
PNUD y su incidencia orientadora, enmarcadora y focalizadora.13 El PNUD
presenta realidades a las cuales atender, que quedan situadas en el telón públi-
co medial de la realidad social, las cuales deben ser consideradas. Ello genera
debates y hace que se revisen, cuestionen o fundamenten políticas o progra-
mas apelando a contenidos de los informes.
Eso es lo constatado y que permite inferir que diversas construcciones
realizadas por este organismo –las cuales articulan elementos teóricos, con-
ceptuales, metodológicos y retóricos– han sido aceptadas y asumidas como
expresiones de la realidad social, quedando el PNUD como un mero mediador
de ellas, pudiendo predecirse que, en ciertos casos, las afirmaciones en algún
momento comenzarán a ser repetidas sin aludir a autor, como si la realidad
hablara directamente. Ello ha ocurrido dentro de la esfera científica y fuera de
ella, y podemos así decir que las afirmaciones del PNUD, sus macroactos de
habla, logran un importante grado de performatividad tanto científica como
social. Tal performatividad se apoya en un dispositivo agencial sociotécnico en
el cual se ensamblan variados elementos que facilita la traducción de los con-
tenidos, lo que permite copias adaptables a diversos contextos socioculturales.
El logro de efectos performativos o la fuerza performativa de las afirma-
ciones del PNUD está vinculada a su fuerza ilocucionaria, es decir, al logro
de convencimiento sobre las afirmaciones hechas. Eso remite al marco con-
vencional a partir del cual son juzgadas tales afirmaciones y su legitimidad
como constataciones de realidad. Eso tiene algunas pecularidades en el caso
del PNUD. Una peculiaridad fundamental es que el PNUD es, en esta ma-
teria, un organismo de frontera; está ubicado entre el sistema de la ciencia y el
de la política, y su producción apela a los criterios de juicio aplicados tanto en
uno como en otro campo. En tal posición de frontera del PNUD, la fuerza de
convencimiento de sus afirmaciones responde a una evaluación con criterios
o códigos múltiples, dependientes de esos diversos contextos de referencia: la
evaluación con los criterios científicos de la academia, la evaluación desde la
perspectiva política de la aplicación de tales conocimientos, o la evaluación
desde la perspectiva de una audiencia masiva interesada en incrementar su
conocimiento sobre la realidad social en que vive. Los macroactos de habla del
PNUD están inmersos en ese marco múltiple –policontextual, como dicen
los sistémicos– y dinámico, del cual depende la fuerza ilocucionaria de sus

13 En los estudios sobre think tanks, algunos autores se refieren a este tipo de efecto como “influencia
atmosférica” (Stone y Denham 2004).

248 CLAUDIO RAMOS ZINCKE


afirmaciones. Es un marco con márgenes difusos, móviles, que involucra la
operación de criterios diferentes. Así, por ejemplo, para la academia es rele-
vante la rigurosidad teórico-metodológica y la solidez de la fundamentación
argumentativa, mientras en el ámbito público son importantes los criterios
valóricos y la aplicabilidad de los conocimientos, y en la esfera pública medial
es especialmente importante la novedad y legibilidad (garantizada a través de
una presentación simplificada). ¿Cómo han operado esos juicios diferentes y
eventualmente divergentes?
Desde la perspectiva de la ciencia, la evaluación que hacen los académicos
entrevistados es generalizadamente aprobatoria. Estiman que la construcción
teórico-metodológica remite adecuadamente a los cánones científicos, en las
modalidades en que son aceptados predominantemente en el campo nacio-
nal de la ciencia social, y logra convencer a los lectores de la validez de lo
afirmado, lo cual es razón para la generalizada selección que ellos hacen de
los contenidos de los informes para ser citados. Las críticas, por su parte, son
minoritarias y en general no alcanzan a aspectos fundamentales.
La evaluación que se hace desde la esfera pública medial y desde la institu-
cionalidad estatal apela a los criterios propios de cada campo –de novedad y
aplicabilidad, respectivamente–, pero además se considera su carácter cientí-
fico como aura que les da un valor especial y que garantiza que las afirmacio-
nes del PNUD dan cuenta de la realidad. Sin embargo, el juicio que se hace
de tal carácter científico no refiere a su construcción teórico-metodológica,
sino que a su parecido formal o apariencial con otras comunicaciones cien-
tíficas, expresado en el uso de instrumentos científicos, como la encuesta; en
la presentación de tablas y datos estadísticos; en la referencia a teorías (o, más
precisamente, a nombres y libros que parecen teóricos e importantes); en el
uso de términos ajenos a la vida cotidiana y que remiten, o parecen remitir, a
la acumulación científica, etc. Para el público externo a la ciencia, la preocu-
pación por la estética, así como la inclusión de fotos, incrementan la fuerza
ilocucionaria de convencimiento: lo dicho corresponde al orden de las cosas.
Las fotos suman evidencia testimonial que intensifica el sentido de realidad;
ponen a las palabras en una relación equivalente de reflejo de una realidad
experiencial que indudablemente está ahí, accesible para su representación,
lingüística o fotográfica. Para el académico convencional, en contraste, es-
tos son aspectos que observará sin gran atención, sino con indiferencia; los
considerará características accesorias que no inciden en su evaluación de la
capacidad constatativa de las afirmaciones.
Estas evaluaciones provenientes desde diferentes marcos convencionales

INVESTIGACIÓN CIENTÍFICA Y PERFORMATIVIDAD SOCIAL: EL CASO DEL PNUD EN CHILE 249


pueden en ciertas ocasiones contradecirse e impedir el paso de los conoci-
mientos entre un ámbito y otro. En el caso del PNUD, sin embargo, se obser-
va una significativa complementaridad. Sus afirmaciones son seleccionadas en
los diferentes ámbitos. Esto genera además los efectos sinérgicos que hemos
comentado. Algo destacable es que, junto con influir la validación científica
para su aceptación en los ámbitos públicos, hay una influencia en la direc-
ción inversa: la recepción medial incide en la selección cognitiva que se hace
desde la academia. Por otra parte, esa proyección medial opera incorporando
las afirmaciones del PNUD al trasfondo de realidad que comparten tanto
científicos como integrantes del aparato público y el resto de los ciudadanos.
Ocurre así un efecto de rebote entre la esfera pública medial y la academia e
institucionalidad política.
Lo que resulta de la selección y validación de afirmaciones del PNUD,
operada en los diferentes contextos en que ocurre, son citas, variedad de citas.
Citas de argumentos, de conceptos, de interpretaciones y de procedimientos.
Multiplicidad de citas, escritas o conversacionales, sustantivas o formales, fie-
les o liberales, extensas o breves. Será la sostenida y extensa iterabilidad de los
textos del PNUD, que cruza las fronteras de campos diversos, la que permite
sus eventuales logros performativos. Cada cita contribuye a la estabilización
y solidificación de las afirmaciones. El efecto performativo se despega así de
su productor y de su contexto original, y adquiere una vida y temporalidad
social propia (Butler 1997). Esa estabilidad, sin embargo, depende de la mis-
ma cadena de iteraciones, la cual puede detenerse o desviarse en cualquier
momento. Como hemos dicho, citando a Derrida, cada reiteración no provee
copias idénticas sino que suplanta y suplementa, abriendo así, continuamen-
te, posibilidades de variación y alteración. La performatividad del PNUD es
un proceso en marcha, del cual hemos mostrado algunos elementos en un
período específico.
Finalmente, aquí hemos considerado el efecto performativo del PNUD sepa-
rado de los efectos de otras producciones de conocimiento. Pero, en la práctica,
las diversas producciones discursivas se entretejen, reforzándose o combatién-
dose. Así, algunos de los conceptos y argumentos en torno a empoderamiento
y capital social destacados por el PNUD, también han sido adoptados y pro-
movidos, desde la década de los noventa, por diversas instituciones internacio-
nales, como el BID, y por autores nacionales. De tal modo, las cadenas de citas
del PNUD se cruzan con estas otras, particularmente en la institucionalidad
pública, configurándose mallas extensas y complejas, que adquieren así cabal-
mente su fuerza aprisionante y configuradora de realidad social.

250 CLAUDIO RAMOS ZINCKE


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252 CLAUDIO RAMOS ZINCKE


TERCERA PARTE

EXPERTOS FRENTE AL MUNDO


Capítulo 8
Pastelero a tus pasteles: experticias,
modalidades de tecniicación
y controversias urbanas en Santiago
de Chile*
Manuel Tironi

15 de marzo del 2009. Día de plebiscito en la comuna de Vitacura. Se vo-


tan las modificaciones a su plan regulador. La tenaz oposición de un grupo de
vecinos obligó –vía Contraloría– a llegar a una votación popular. Un suceso
inédito que desató un intenso debate medial entre defensores de lado y lado.
De hecho, la batalla comunicacional continuaba hasta ese día a través de una
columna de Pablo Allard1 en La Tercera.
En ese texto, el arquitecto denunciaba la osadía de Cristián Warnken al
llamar “ignorantes” a los urbanistas del municipio en una de sus columnas en
El Mercurio.
Preocupado por los juicios de Warnken –alguien sin conocimientos forma-
les en materia de urbanismo–, Allard pedía que cuando se tratase de temas
técnicos –como el de un plan regulador– se siguiese la sabiduría popular: “pas-
teleros a tus pasteles”, sugería. Aprovechaba de aconsejarles a los vecinos de
Vitacura que confiasen “en lo que los profesionales de su comuna proponen”,
porque “más vale conducir racional y ordenadamente las presiones”. El futuro
de la comuna es un tema demasiado complejo, decía Allard, para dejárselo a
la pasión, la desinformación y el prejuicio.
El llamado de Allard a confiar en los expertos –aquellos llamados a manejar
“racional y ordenadamente” los desafíos de la comuna– refleja un sentimiento

* Agradezco la colaboración de Leonardo Valenzuela, del Instituto de Sociología UC. Parte de este artículo
se basa en la investigación “Organizaciones ciudadanas en Santiago y su efecto en la planificación urbana:
estructura, estrategias y políticas públicas”, realizada por Manuel Tironi, Iván Poduje, Nicolás Somma y
Gloria Yáñez en el marco del V Concurso Políticas Públicas UC.
1 Arquitecto urbanista de alta figuración pública y medial.

255
no poco extendido en buena parte de la intelligentsia urbanística chilena: que
se debe confiar en la distribución de conocimientos y en la asignación de roles
propia de una sociedad funcionalmente diferenciada. Si dejamos de creer en
los sistemas expertos, si hacemos recaer las decisiones técnicas en manos de
individuos poco preparados y prejuiciosos, la sociedad corre el riesgo de su-
cumbir en el caos. “Espero que los médicos no me pregunten cuándo tenga
que operarme de urgencia”, escribía un arquitecto en El Mercurio, preocupado
por los efectos disruptivos que podría traer el plebiscito de Vitacura. En la
misma línea, Cristián Boza, connotado arquitecto nacional, declaraba sin as-
pavientos que el plebiscito sentaba “un precedente muy malo, porque [ahora]
todo el mundo va a querer opinar sobre arquitectura y el orden de la ciudad”,
cuando ya hay “un equipo técnico especialmente preparado [en el municipio]
para proponer los cambios” (La Tercera, 21 de marzo 2009).
El affaire Vitacura mostró que detrás de las controversias ciudadanas que
hoy proliferan por Santiago no solo hay conflictos por radiaciones dañinas,
torres de apartamentos invasivas y autopistas destructoras. Más profunda-
mente, estas controversias también movilizan pugnas por quién es el llamado
a diagnosticar los problemas urbanos, diseñar las soluciones y evaluar sus
resultados. En términos de Callon (1999), detrás de estos conflictos está la
pregunta por cómo se demarca entre expertos y no-expertos: entre quienes
pueden hablar de la realidad desde la rigurosidad del método científico y
quienes pueden hacerlo solo desde la ambigüedad de la sensibilidad y la par-
cialidad del involucrado. Se trata, por tanto, de una pugna epistémica por
definir qué relatos, pruebas, objetivos y métodos serán legitimados y autori-
zados como válidos, y cuáles serán relegados al casillero de lo falso, esotérico
o emocional (Gieryn 1999).
El presente capítulo trata sobre cómo, en el ámbito de la planificación
urbana en Santiago, se ha demarcado el conocimiento experto-técnico del
ordinario-ciudadano. Y sobre cómo este último, en muchas ocasiones, se re-
siste a dicha separación: situaciones en las que los grupos ciudadanos desafían
la experticia técnica, problematizan las jerarquías epistémicas y paralizan –o
vuelven más compleja– la toma de decisiones. También se trata, por tanto,
de una historia sobre cómo y a quién se le asigna el rol de experto y sobre las
múltiples formas en las que la capacidad experta se fragmenta, expande y dis-
tribuye. Los casos de Vitacura o el Acceso Sur, por nombrar dos situaciones
socioeconómicas muy dispares, son buenos ejemplos: agrupaciones civiles que
desafiaron a los aparatos técnicos del Estado y de los municipios y lograron
revertir un proceso de planificación urbana que parecía inevitable.

256 MANUEL TIRONI


¿Cómo estos grupos logran, exactamente, modificar o congelar proyectos
viales, planes reguladores o inversiones inmobiliarias? La respuesta posmarxis-
ta convencional ha sido entender la resistencia cívica a los modos tecnocráti-
cos de gobierno como expresiones antitecnológicas (Barry 2001). Al carácter
racional y técnico de la administración se opondría una resistencia civil que
obtendría su fuerza política precisamente de su carácter contratécnico. Por
ejemplo, Holston (2008) habla de “ciudadanías insurgentes” para referirse a
las formas de desestabilización política que pondrían en marcha sujetos mar-
ginalizados en su búsqueda de espacios de participación e inclusión. En sus
análisis sobre las periferias urbanas de São Paulo, Holston sostiene que, a tra-
vés de la ocupación ilegal de terrenos, “los residentes formularon proyectos
alternativos de ciudadanía. Su insurgencia por lo tanto abrió los principios de
diferenciación que por siglos legitimaron una formulación particularmente
desigual de ciudadanía” (2008: 199). Sería entonces a través de prácticas de
resistencia –como la ocupación ilegal de terrenos– basadas en conocimientos
locales –como la autoconstrucción residencial– que los movimientos socia-
les pondrían en jaque los arreglos tecnocapitalistas de los estados nacionales
(Harvey 1977, 2001). Aún más, estas resistencias y saberes abrirían un espacio
para mantener viva la identidad local en una sociedad global (Castells 1997,
Smith, 2001). Así, y similar a las tácticas desplegadas en las historias de De
Certeau (1999 [1979]), el triunfo del ciudadano ordinario sobre el experto
tecnocrático se explicaría por el ataque del primero a las bases epistemológicas
del segundo. Sería un choque de paradigmas en el que los artilugios prácticos
vencerían sobre las estrategias racionales, los saberes locales triunfarían sobre
los conocimientos científicos y las subversiones cívicas se impondrían al for-
malismo burocrático.
Aquí, sin embargo, se defenderá un argumento distinto. En base a una
investigación sobre la organización, las prácticas y los discursos de 17 organi-
zaciones ciudadanas nacidas fruto de controversias urbanas en Santiago, este
capítulo mostrará que efectivamente el éxito de los grupos ciudadanos depen-
de de su capacidad para abrir el debate a problematizaciones no contempla-
das en los esquemas tecnocráticos. No obstante, también mostrará que este
proceso no puede ser entendido como un simple conflicto entre expertos y
no-expertos. Es decir, mostrará que las controversias prácticas, epistémicas y
políticas que suceden en el ámbito de la planificación urbana en Santiago no
pueden reducirse a un choque entre posturas purificadas. La tesis de Latour
(1993) acerca de la confusión en la que caen las ciencias al creer que operan
sobre entidades naturales ontológicamente distintas de las sociales –cuando

PASTELERO A TUS PASTELES 257


lo que hacen en la práctica es producir y actuar sobre objetos híbridos– se
podría extender a la figura del experto. La postura posmarxista tradicional,
al oponer tecnócratas y sociedad civil, naturaliza ambas posiciones, asumien-
do tácitamente que la experticia técnica está ubicada en –y monopolizada
por– un selecto grupo de profesionales certificados. Sin embargo la condición
experta, en la práctica y tal como se mostrará acá, se encuentra hibridizada y
distribuida en un conjunto heterogéneo de agentes. Cada vez queda más claro
–cuando pescadores detienen ductos, cuando ciudadanos frenan termoeléctri-
cas o cuando vecinos congelan un plan regulador– que los bordes que separan
a expertos de no-expertos se vuelven porosos y flexibles. Ciudadanos que se
convierten en cuasiexpertos, usuarios vueltos protodiseñadores, afectados que
formulan soluciones. No se trata, entonces, de identificar cómo los no exper-
tos triunfan sobre los expertos (o viceversa), sino cómo la experticia se construye
en situaciones controversiales y mediante qué mecanismos los actores dibujan
sus contornos epistémicos.
Este artículo sostiene que, en determinados casos, los no-expertos enhebran
estrategias políticas que hacen imposible demarcarlos, en la práctica, de los
expertos. O dicho de otra manera, las prácticas de las 17 organizaciones bajo
estudio muestran lo difícil que resulta sostener la figura del ciudadano –en
tanto opuesto al técnico– que usualmente se moviliza en el debate político y
en la teoría posmarxista. Se intentará mostrar que las organizaciones ciudada-
nas estudiadas despliegan tácticas que no pueden ser entendidas como formas
“románticas y utópicas” de contraexperticia (Barry 2001: 6). Por el contrario,
estas tácticas replican el modus operandi de las posiciones técnicas que critican.
Esto no es nuevo. La sociología de los movimientos sociales ha producido una
larga literatura sobre los “alineamientos de marcos” que los colectivos ejecutan
estratégicamente para lograr sus fines (Snow et al. 1986). Muchos de estos ali-
neamientos implican la sintonización de las reivindicaciones de los movimien-
tos sociales con los tonos retóricos (Taylor 2000) y los estilos argumentativos
(Yearley 2009) propios de las instituciones o actores oficiales que los movi-
mientos atacan. Sin embargo, lo que estos análisis no debaten son las conse-
cuencias epistémicas –y pragmáticas– de este alineamiento. Si la condición de
experto –o, si se prefiere, si la capacidad de experticia técnica– deja de ubicarse
en la figura del experto tradicional, ¿entonces a quién se le debe asignar este rol
y cómo se configura, por tanto, el campo donde los expertos intervienen?
En lo que sigue, después de una breve revisión teórica sobre experticias
en contextos de controversias, se revisará el modo en que manuales guber-
namentales de participación ciudadana construyen la figura del ciudadano.

258 MANUEL TIRONI


Se asumirá que en estos manuales se encuentra condensada y formalizada la
demarcación que se hace de expertos y no-expertos, y por tanto los límites
que dan identidad a ambos actores. Contra esta definición se mostrará, en
la tercera parte, cómo distintas organizaciones ciudadanas se convierten ellas
mismas en dispositivos técnicos de evaluación y calculabilidad. En efecto, se
mostrará que, lejos de ajustarse a la figura antitécnica convencional, estas or-
ganizaciones resisten y desafían a las entidades tecnocráticas desplegando una
variedad de tácticas altamente tecnologizadas. En la última parte del artículo
se esbozan algunas reflexiones sobre el efecto que tiene esta complejización
de las experticias para el estudio de los expertos en Chile, especialmente en el
campo de la planificación urbana.

Controversias, experticias y ciudadanía


Las organizaciones ciudadanas (OC) que acá se estudiarán pueden ser vistas
como entidades que surgen de controversias. Por controversia se entenderán
momentos de incertidumbre compartida (Macospol 2007) o, en términos de
Venturini (2010), como situaciones en las cuales el único acuerdo entre los
actores es que están en desacuerdo. Dichos momentos de discrepancia gene-
ralizada han sido relevados por los estudios sociales de la ciencia y tecnología
(STS por sus siglas en inglés) como instancias paradigmáticas para observar
cómo se produce conocimiento en la práctica, esto es, cómo cierto estado-de-las-
cosas es puesto en cuestión, cómo surgen nuevas alternativas y, finalmente,
cómo se llega a consenso.
La idea principal es que el conocimiento –o la tecnología–, lejos de ser el
resultado natural de ciertas necesidades, es un triunfo que debe ser explicado.2
La adopción de una tecnología, por ejemplo, no puede ser explicada por sus
bondades objetivas, racionales e intrínsecas, sino por el enrevesamiento de cri-
terios técnicos, políticos, culturales y económicos (Bijker 1997; Callon 1986;
Latour 1988, 1996; Law 1987, 2002). En este contexto, las controversias
fueron vistas como momentos ideales para analizar cómo una opción tecno-
lógica triunfa sobre otras, cuáles son los elementos puestos en juego y cómo
se determinan y aceptan los marcos lógicos en conflicto (Collins y Pinch
1979, Pinch y Leuenberger 2006). Por ejemplo, Shapin y Schaffer (1985)
demuestran el rol que jugó el clima político británico en la resolución de la
disputa entre Boyle y Hobbes acerca de la bomba de aire del primero. En la
misma línea, Collins (1992) indica que las controversias científicas en campos

2 Este argumento puede rastrearse incluso en la crítica a la sociología de la ciencia de R. Merton elaborada
por Kuhn (1962). Ver Domènech y Tirado (1998)

PASTELERO A TUS PASTELES 259


de frontera, en los cuales no hay un resultado esperado y consensuado que
opere como referencia para determinar el éxito o fracaso del experimento, se
dirimen solo gracias a una combinación de factores como la retórica, el apoyo
económico-institucional y las disposiciones teóricas anteriores. Así, durante
las controversias se demuestra la “flexibilidad interpretativa” del conocimien-
to –la diversidad de interpretaciones a los que están sujetos los hechos– y el
proceso a través del cual este se cierra, es decir, se llega a consenso, se impone
una interpretación y la controversia, hasta nuevo aviso, se cajanegriza (Bijker
y Pinch 1984).
Lo fundamental es que desde esta línea de investigación el conocimiento
–incluyendo el experto– deja de ser una entidad fija, objetiva y trascendental
desplegada en el campo de lo dado, para convertirse en un ensamblaje que
emerge como efecto de consensos, articulaciones, imposiciones y, finalmente,
triunfos. Siguiendo a Foucault (2004), es por tanto posible decir que el cono-
cimiento es siempre político (Latour 2004): la absorción, legitimación y nor-
malización de un conocimiento y su aplicación (la tecnología) es un proceso
cuyo resultado pudo siempre haber sido otro.
Siguiendo estas premisas, los estudios en STS han problematizado la na-
turalización de la distinción experto/no-experto y han preferido verla como
el resultado de relaciones y estabilizaciones. Las “etnografías en laboratorios”
(Knorr Cetina 2005, Latour y Woolgar 1986) iniciaron esta desacralización
del experto/científico. Estos estudios mostraron todo el trabajo práctico, con-
textual, político, intuitivo y, de cierta manera, amateur que debe desplegarse
dentro del laboratorio para producir objetos científicos. Los expertos, enton-
ces, no son agentes con un tipo especial de racionalidad –como lo postuló,
por ejemplo, Merton (1973)–. Gieryn (1999) agregó que el mismo cono-
cimiento científico, ese acervo al que los expertos echan mano para fijar los
parámetros de la verdad, tiene una validez extremadamente frágil y que se fija
distinguiéndola retóricamente de lo no-científico, como es el caso del calenta-
miento global: un mito new age hace pocas décadas, un objeto de cuantiosas
empresas científicas hoy en día. Es por esta razón que Barry prefiere expandir
la definición de lo político, viéndolo como “lo referido a los modos en que ar-
tefactos, actividades o prácticas se vuelven objetos de contestación” (2001: 6).
Todo puede, o al menos así debería ser en un régimen democrático, volverse
político, incluso el conocimiento científico, desnaturalizando de este modo la
distinción tan usual entre política y tecnología.
La condición flexible de lo experto también queda de manifiesto cuando
la demarcación experto/no-experto se enfrenta a controversias sociotécnicas

260 MANUEL TIRONI


de alta complejidad, en la que no es posible definir las causas, asignar res-
ponsabilidades ni calcular escenarios. Un caso paradigmático es el rol jugado
por las organizaciones de pacientes en la investigación médica, por ejemplo
en relación al tratamiento del VIH (Epstein 1995) o de la distrofia muscular
en Francia (Callon y Rabeharisoa 2008). La conclusión es que mediante una
serie de prácticas –desde la presión y el lobby hasta la realización de investiga-
ciones independientes, pasando por la sistematización de evidencia por parte
de los propios afectados– los enfermos no fueron el objeto de los distintos
tratamientos elaborados, sino coproductores activos de estos.

El ciudadano oficial, la participación normal


En línea a lo sugerido por la literatura reseñada, este artículo argumenta
que las OC operan redibujando la distinción entre expertos y no-expertos.
¿Cuál es exactamente la distinción que desestabilizan? La forma en la que
convencionalmente se ha naturalizado y operacionalizado al otro del experto
es bajo la figura del ciudadano (Braun y Schultz 2010, Lezaun y Soneryd
2007). Así, un buen lugar para buscar la demarcación que las OC problemati-
zan –aunque no el único– son los manuales de participación ciudadana que el
gobierno ha producido en los últimos 10 años. ¿Por qué allí? Por dos razones
básicas. Primero, porque estos manuales parecen ser un buen lugar para iden-
tificar conceptos que han sido dados por naturales (Thrift 2005, Boltanski y
Thévenot 2006, Boltanski y Chiapello 2002). Y, en segundo lugar, porque si
hay un lugar donde se celebra y desarrolla la figura del ciudadano, este es el
de la participación ciudadana. Esto es sobre todo cierto en las últimas década,
cuando la presión por incluir a los profanos en la estructura de la toma de
decisiones se ha expandido fuertemente (Rowe y Frewer 2000, 2004). Sin ir
más lejos, la noción de gobierno ciudadano acuñada por Michelle Bachelet en
su campaña y administración –y el éxito que tuvo como dispositivo discursi-
vo– indican la importancia que ha cobrado la participación ciudadana de cara
a una sociedad que parece tecnificarse, burocratizarse y mecanizarse a pasos
agigantados.
De los manuales revisados, se ha elegido el documento Manual Guía para la
Participación Ciudadana en la Elaboración de la Estrategia Regional de Desarro-
llo (MGPC), de la Subsecretaría de Desarrollo Regional (Subdere) en 2010.
¿Por qué este documento? Primero, porque fue elaborado por una de las repar-
ticiones gubernamentales –la Subdere– que más profundamente ha incrusta-
do el discurso de la participación ciudadana en su identidad operacional, tal
como lo muestra el volumen de manuales y documentos que ha producido

PASTELERO A TUS PASTELES 261


sobre el tema.3 Segundo, porque la Estrategia Regional de Desarrollo (ERD)
se autodefine como un instrumento “indispensable para el desarrollo de una
región” (p. 3), dándole peso político al documento. Por último, la relevancia
de este manual radica en que presenta una metodología concreta de partici-
pación –con etapas, instrucciones y procedimientos específicos–, haciéndolo
especialmente atractivo para revisar cómo se cajanegrizan las concepciones de
“ciudadanía” y “participación”.
El MGPC arranca señalando que por ley (artículo 24 b de la ley 19.175)
la formulación de la ERD es competencia exclusiva del intendente regional,
y que solo debe ser aprobada por el Consejo Regional. Por tanto, la ERD es,
en estricto rigor, un trámite administrativo que compete a las autoridades y
no presentaría obligaciones respecto a su carácter participativo. Las sugeren-
cias respecto a la participación provendrían, más bien, de recomendaciones
internacionales o de instructivos administrativos como el firmado por la ex
presidenta Michelle Bachelet en agosto de 2008. En otras palabras, si bien el
documento busca guiar –y demostrar– el carácter participativo de la ERD,
desde muy temprano se reconoce a la participación como un añadido técnico-
procedimental: la ERD es un instrumento al que deben anexársele herramien-
tas y metodologías de inclusión de públicos, pues en sí mismo carecería –y
no requeriría legalmente– de ninguna consideración de este tipo. Como lo
expone el mismo documento, para lograr un carácter participativo el MGPC
requiere “la aplicación de metodologías y procedimientos” los cuales buscan
asegurar “adecuados niveles” de participación ciudadana (3). Más adelante,
el manual señala que, al facilitar que la ciudadanía “comparta y aporte” en
la “definición y desarrollo de un proyecto de región” se impulsa el “proceso
de descentralización”. Compartir y aportar: el aporte de los públicos ayuda a
alcanzar –pero no define– el objetivo.
Enmarcado en una configuración formal-legal que en sí misma no requiere
sustantivamente de la participación ciudadana, el MGPC hace una definición
de la “participación” en base a dos ideas principales. Primero, que la participa-
ción es, a grandes rasgos, un espacio de contacto entre la ciudadanía y el Estado.
La participación es definida como “actividades en las cuales los ciudadanos y
ciudadanas se relacionan con organismos del Estado para tomar parte activa en
los asuntos de interés público que gestionan esos organismos” (cursivas añadi-
das). Así, la participación sería una arena en la cual unos (ciudadanos) y otros
(organismos gubernamentales) se contactan y establecen relaciones. Callon
(1999) define este modelo de relación entre expertos y no-expertos como de la

3 Ver www.subdere.gov.cl/1510/w3-propertyvalue-33086.html

262 MANUEL TIRONI


“participación” o “diálogo”, en el cual este ayuda a que técnicos y legos se comu-
niquen, pero perpetuando las diferencias epistémicas y ontológicas entre ambos.
Si por “participación” se entiende un espacio de contacto, entonces este
debe necesariamente diseñarse, y serán los expertos los encargados de hacerlo.
Esta es la segunda idea principal en la definición de participación: la partici-
pación ciudadana –sus mecanismos, tiempos y participantes– es definida por
una de las partes involucradas, a saber, los expertos gubernamentales. El docu-
mento enfatiza que el objetivo de la participación ciudadana es la necesidad de
(re)producir “la visión de la ciudadanía”. Es decir, se trataría de un repertorio
de instrumentos técnicos, manejados por personal experto y profesionales, que
haría emerger y recogerían las visiones de la ciudadanía para impregnárselas
a la ERD.Y esto requiere trabajo y experticia. En efecto, el documento señala
que la constitución del “equipo técnico de diseño” que “conducirá el proceso”
es fundamental para llevar a cabo actividades de participación ciudadana:

Este equipo es el núcleo de trabajo para el diseño de la Estrategia y está radicado


en la División de Planificación del Gobierno Regional, siendo el jefe/a de esta di-
visión el líder del mismo. El equipo se prepara para la conducción de los procesos
participativos en la elaboración de la Estrategia, mediante la visibilización y socia-
lización de conceptos básicos y de la estructura general del proceso, identificación
de las etapas participativas, de los/as actores involucrados, de las necesidades para
la organización y planificación para el trabajo, de los productos intermedios y del
producto final (p. 25).

En otras palabras, los ciudadanos se encuentran con un proceso y unas me-


todologías que ya han sido definidas por una entidad que resulta ser la inter-
locutora con la cual deben establecer, después de que esta haya “dibujado la
cancha”, el diálogo participativo esperado. Más aún, este “equipo técnico de
diseño” está encargado de definir a los participantes y de extraer los resultados
básicos. Es decir, los ciudadanos no solo se encuentran con un dispositivo de
participación ya definido; además se encuentran con que su propia condición
de ciudadanos ha sido establecida por un grupo técnico-gubernamental que,
además, modelará sus dichos, temores, pasiones y expectativas.
Lezaun y Soneryd (2007) usan la figura del “idiota” para indicar un tipo de
ciudadano –aquel que no se interesa en los asuntos públicos- que en la Grecia
antigua era menospreciado pero que hoy, paradójicamente, se ha transforma-
do en el público clave al que los proceso participativos deben llegar. Lo que
nos muestra el MGPC es que las tecnologías participativas no solo se vuelcan
hacia el idiota, sino que también lo producen. Efectivamente, no es de extrañar

PASTELERO A TUS PASTELES 263


que en un contexto donde la participación es asumida como un añadido pro-
cedimental diseñado por los expertos, los ciudadanos sean idiotizados: declara-
dos como actores de cambio y agentes de su futuro, pero compartimentados,
movilizados, definidos y acomodados de tal manera, en y por las tecnologías
participativas, que en la práctica quedan despojados de cualquier capacidad
transformativa.4 Eso se saca de conclusión, al menos, cuando se revisas las
distintas formas que adopta el ciudadano en el MGPC.
En primer lugar, el ciudadano es definido como un beneficiario. En la pá-
gina 23, el documento define a los/as ciudadanos/as como “los/as destinata-
rios/as de las políticas, actos y resoluciones de la autoridad”. La ciudadanía,
entonces, se define en oposición a la autoridad, como su contraparte, y a la
vez como un beneficiario o receptor de políticas. La ciudadanía en este mar-
co surgiría como un ensamblaje de agentes que potencialmente pueden ser
afectados por decisiones de las autoridades, y la participación ciudadana sería
el mecanismo que facilitaría la incorporación de sus descargos frente a una
amplia variedad de temas, de modo que la autoridad pueda ser informada
respecto a sus preferencias específicas.
Es interesante que en los procesos mismos de participación se pone un espe-
cial énfasis en las condiciones bajo las cuales se llevan a cabo los procedimien-
tos. Particularmente, son variadas e insistentes las recomendaciones respecto a
factores de comodidad y de atención al participante: se debe asegurar una cale-
facción apropiada, que la comida sea la adecuada y que las actividades tengan
el suficiente nivel de entretenimiento para mantener la atención (p. 34). De
algún modo –y esta es la tercera forma que adopta el ciudadano– se preconfi-
gura una perspectiva de la ciudadanía como un cliente: se le debe mimar ya que,
en tanto idiota, poco le interesan los asuntos públicos en sí, por lo que debe
ser motivado artificialmente para que se haga parte de esta clase de actividades.
Lo fundamental es que, ya sea como beneficiario o como cliente, el ciudadano
queda formateado como una entidad sin fuerza política. No se asume, primero,
que el ciudadano pueda exigir condiciones, problematizar asunciones o movili-
zar causas. El ciudadano, según el esquema del MGPC, acepta el repertorio de
problemas y la configuración de la participación tal y como se la presentan los
equipos técnicos. Y segundo, se asume que el ciudadano es un agente indivi-
dual aislado, un individuo discreto que se define por ser el receptor particulari-
zado y desconectado de los beneficios estatales –y por las exigencias de atención
y cuidado que piden los consumidores–.

4 Aunque la evidencia (Wynne 1991, 1996; Lezaun y Soneryd 2007) señala que los legos terminan siem-
pre, si no imponiendo sus términos, al menos creando cortocircuitos.

264 MANUEL TIRONI


Definido como un individuo aislado y expoliado de cualquier capacidad
política, no extraña que el MGPC defina que el aporte del ciudadano sean
sus aspiraciones. Según el manual, la coherencia de la participación se logra
cuando sus tecnologías logran “la compatibilidad entre las aspiraciones de la
ciudadanía, la voluntad política de las autoridades, los objetivos formulados en el
instrumento, sus propuestas de acción y la factibilidad y viabilidad normativa,
técnica y financiera de estas últimas” (p. 11). El diccionario define aspiración
como el “deseo de alcanzar o realizar algo que se considera valioso” o como el
“propósito esperanzado de conseguir alguna cosa”. Es decir, los expertos –vía
el instrumento diseñado– definen los objetivos y la factibilidad técnica de la
estrategia, los políticos deciden si –con su apoyo– se hace (o no) la estrategia.
Y los ciudadanos, estos clientes y beneficiarios que conforman un entorno
difuso, no diseñan ni deciden, sino que aportan sus deseos –pero solo sus
deseos– de realizar algo valioso, sea lo que eso signifique.
En definitiva entonces, ¿quién es el ciudadano para el MGPC? La pregun-
ta es formalmente pertinente, puesto que el manual efectivamente distingue
entre ciudadanos y expertos, entendiéndolos como entidades de naturale-
zas ontológica y prácticamente diferenciadas. Podríamos decir, siguiendo a
Foucault, que el MGPC entiende –y hace actuar– al ciudadano como un
sujeto particular, es decir, como un individuo equipado con una identidad
unificada y coherente. Específicamente, podríamos decir que este sujeto-
ciudadano queda configurado en el MGPC –en tanto documento que mejor
ejemplifica la definición de ciudadano que moviliza el debate político– en
base a tres elementos:
· Aislamiento. En tanto beneficiario o cliente, el ciudadano no operaría
como un colectivo o como una agrupación funcional, sino que sería un indi-
viduo discreto y desconectado, y por lo tanto sin agencia política.
· Complementariedad. En tanto actores sin agencia política, el rol de los
ciudadanos es “compartir y aportar”, complementar las decisiones técnicas,
pero en ningún momento definir o diseñar.
· Emocionalidad. Lo que los ciudadanos compartirían y aportarían serían
sus aspiraciones. Además, y en vista de lo anterior, la participación sería un
espacio definido por los técnicos-expertos para facilitar el encuentro con los
ciudadanos y extraer de estos sus valoraciones y expectativas. Es decir, el ciu-
dadano queda definido como un actor no (o poco) racional, en quien no
pueden descansar tareas técnicas o políticas.
Es esta constitución de lo ciudadano como un sujeto aislado, complementa-
rio y emocional la que las organizaciones ciudadanas contestan.

PASTELERO A TUS PASTELES 265


Tecnificación y la producción de la experticia
Quiénes son, dónde están, qué quieren
En la última década, Santiago ha visto la multiplicación de OC nacidas en
reacción a intervenciones urbanas de diversa índole, sean modificaciones a
planes reguladores, nuevas infraestructuras o transformaciones a equipamien-
to urbano. La existencia de asociaciones cívicas y territoriales en la ciudad no
es una novedad (PNUD 2000). Sí lo es la capacidad de movilización política
que han logrado en los últimos años. La organización de un grupo de vecinos
de Pedro de Valdivia Norte y Bellavista a mediados de los noventa para opo-
nerse al trazado propuesto por el MOP para la Costanera Norte es usualmente
sindicada como el nacimiento de las OC en la ciudad (Poduje 2008). A partir
del affaire Costanera Norte, las OC se fueron multiplicando y, aunque en un
comienzo el fenómeno apareció como una forma de nimby (Not In My Back
Yard, o “no en mi patio trasero”), propio de los estratos de altos ingresos, hoy
la emergencia de grupos organizados en contra de intervenciones urbanas es
un hecho cada vez más transversal (Tironi, Somma y Poduje 2010). Según un
estudio de SUR Profesionales, en la actualidad Santiago cuenta con 69 de es-
tos grupos, todos ellos producto de conflictos urbanos específicos en temas de
crecimiento urbano, deterioro barrial, medio ambiente y vivienda. Y, tal vez
lo más importante, se trata de grupos que, lejos de participar como simples
denunciantes, se han convertido en actores políticos de suyo propio.
La presión de Salvemos Vitacura para conseguir un plebiscito en la comuna,
la movilización de los vecinos del barrio Yungay para conseguir su denomina-
ción patrimonial, y las organizaciones ciudadanas que han logrado poner en
jaque las modificaciones a sus respectivos planes reguladores en La Reina, Ñu-
ñoa y San Miguel, son algunos ejemplos de la capacidad de estos grupos para
posicionarse como agentes colectivos con voz política e influencia creciente.
Sin más, se estima que el nivel de éxito de las OC desde comienzos de 2000
es del 67% (Poduje 2008). Solo en el área de infraestructura de transporte, la
acción de OC deteniendo y/o modificando proyectos específicos le ha signifi-
cado al Estado elevar su inversión original en 586 millones de dólares (Poduje
2008). Adicionalmente, las OC han logrado congelar o modificar once planes
reguladores, transformando el escenario inmobiliario de varias comunas. Hay
varios casos emblemáticos. Uno fue, nuevamente, el de Salvemos Vitacura,
organización que, mediante un plebiscito, logró rechazar un cambio en el plan
regulador impidiendo la construcción de 450 mil metros cuadrados de depar-
tamentos, cuyo valor comercial supera los 800 millones de dólares (Poduje
2008). Tal fue el éxito político de Salvemos Vitacura que su efectividad llegó

266 MANUEL TIRONI


incluso a las urnas. En la última elección municipal, Rodolfo Terrazas, el líder
de la organización, obtuvo el 32% de los votos en dicha comuna, demostrando
que el fenómeno de las OC, lejos de ser irrupciones contingentes, está trans-
formando el paisaje político de las comunas de Santiago y, sobre todo, el modo
en que se hace planificación urbana en la ciudad. Otro caso emblemático fue el
de Acceso Sur, donde un grupo de vecinas de La Pintana –sin redes políticas ni
económicas– logró frenar y luego redibujar el trazado de esta nueva autopista
urbana. Este caso ejemplifica que las OC en Santiago se han convertido en un
fenómeno político transversal en la ciudad, y que ya no pueden ser asociadas
exclusivamente a las zonas de mayores ingresos (Dear 1992).
¿Cómo explicar esta eficacia? ¿Cómo explicar que un grupo de vecinas
de La Pintana haya detenido por años y luego modificado el trazado de una
autopista? ¿Cómo entender que grupos de idiotas, muchas veces de bajos re-
cursos, le tuerzan la mano a las máquinas expertas? La industria inmobiliaria
y los expertos urbanistas generalmente responden a estas preguntas echando
mano –aunque sin sospecharlo– a unos de los argumentos clásicos de la lla-
mada construcción social de los problemas sociales (Best 1989). Serían los
medios masivos los que amplifican las reivindicaciones ciudadanas, constru-
yendo definiciones sociales y un setting de urgencia que se vuelve incontesta-
ble para los políticos (que dependen de su buena sintonía con el electorado).
Nada hay de malo en esta respuesta, salvo que deja incólume la demarcación
entre expertos y legos. Según este argumento, los agentes del cambio no son
las OC, sino los medios; no es a las OC donde hay que recurrir en busca de
agencia, sino a los equipos editoriales; no son los argumentos de las primeras
las que triunfan, sino las lógicas de los segundos. Si las OC triunfan no es por
el peso de sus ideas, sino por su atractivo para una industria siempre ávida
de novedad. En definitiva, las OC, a pesar de sus triunfos, siguen siendo el
otro del experto, un grupo de individuos llenos de pasión y voluntad (y con
gran habilidad para atraer a los medios), pero sin capacidad técnica ni vi-
sión racional. Tampoco tendrían la astucia ni la perspectiva estratégica de los
políticos. Estos últimos pueden no tener el entrenamiento científico de los
tecnócratas, pero poseen la legitimidad para elegir entre distintas opciones
técnicas, por lo tanto para modular la arena pública y así allanarle el camino
a las alternativas más justas y beneficiosas (Hecht 2009). Las OC no serían,
tampoco, políticas en este sentido estratégico. Lo suyo sería la emocionalidad,
la movilización colectiva, el encadenamiento a los árboles que no deben ser
talados, la marcha frente al municipio permisivo, la funa a la inmobiliaria sin
ley. Los medios harían el resto.

PASTELERO A TUS PASTELES 267


Parece que esta respuesta, sin embargo, es demasiado simple. Aún más,
queda la impresión, viendo las prácticas de las OC, que si estas son exitosas
es precisamente porque son capaces de reorganizar la frontera que distingue a
expertos de no-expertos y, por tanto, redefinir la noción de experticia. Puesto
de otro modo, las OC desafían la definición del ciudadano como un sujeto
aislado, complementario y emocional que hace usualmente la clase política.
¿Cómo hacen esto? Aquí se argumentará que las OC facilitan esta reorgani-
zación a través de su capacidad para convertirse ellas mismas en entidades
técnicas de operación, evaluación y calculabilidad. Específicamente, las OC
realizan esta reorganización por la vía de ejecutar cuatro modalidades de tecni-
ficación, concepto que aquí se usará para nombrar los ejercicios tecnopolíticos
que las OC despliegan para desafiar a las entidades técnicas su monopolio de
la condición experta.

“Tenemos varias comisiones”: modalidad de tecnificación organizacional


“Tenemos varias comisiones”, explica en una entrevista Rodolfo Terrazas,
líder de Salvemos Vitacura. “Legal, programática, publicidad y comunicacio-
nes, diseño de estrategias y finanzas”, las enumera.
Usualmente, técnicos y políticos caricaturizan a las organizaciones ciudada-
nas como colectivos apasionados y movidos más por el fragor (irracional) de la
causa que por consideraciones realistas y ajustadas técnicamente. Por ejemplo,
el alcalde de Ñuñoa, Pedro Sabat, ante las críticas que recibía de la Asamblea
de Vecinos de la Villa Olímpica, no dudó en calificar a sus miembros de “pa-
tanes” y “mediocres”, indicando que no serían ellos –una agrupación de faná-
ticos– los que “[vendrán] a decirnos cómo tiene que funcionar [el municipio]”
(El Ciudadano, 2010).
Pero las OC difícilmente pueden calificarse de irracionales. Por el contra-
rio, estas organizaciones operan muchas veces como entidades que llevan al
extremo la racionalidad y el tipo de experticia sobre la que los técnicos dicen
tener monopolio. Así queda en evidencia cuando se analiza, por ejemplo, la
organización interna de estas asociaciones. Las OC no se constituyen organi-
zacionalmente como un puñado inorgánico y fragmentado de militantes, tal
como lo muestra el caso de Salvemos Vitacura, sino que se estructuran en base
a complejas tramas organizacionales y sofisticadas divisiones del trabajo. To-
das las OC investigadas poseen –con mayor o menor intensidad– elaboradas
estructuras operacionales. De hecho, de las 17 organizaciones estudiadas, diez
están estructuradas en base a lo menos tres niveles organizacionales: (a) una
directiva formal, elegida abiertamente y con una estructura representativa, (b)

268 MANUEL TIRONI


un nivel de dirigentes, ya sea electos o de asignación territorial, y (c) comisio-
nes temáticas.
Estas últimas son de especial interés. Las OC poseen sus propios expertos
que se especializan en distintas áreas de la controversia (legal, urbanismo, co-
municacional, finanzas, etc.). Estos expertos juntan evidencia, entablan reu-
niones técnicas con agentes gubernamentales y privados y se contactan con
profesionales del barrio. En la Villa Portales, por ejemplo, existen diferentes
comisiones expertas, y en Pedro de Valdivia Norte muchos miembros pagan
su cuota a través de servicios profesionales. Lo mismo con Salvemos Vitacura,
donde existe una comisión técnica en urbanismo que cuenta con connotados
arquitectos que residen en el barrio. Vecinos por la Defensa del Barrio Yungay
recurre al mismo mecanismo: como nos dice una de sus dirigentes explicando
sus estrategias de financiamiento, “pocas veces hacemos cosas como cuotas
mensuales, tratamos de generar rifas. Lo que pasa es que esas cuotas se ponen
con trabajo, o sea, por ejemplo, hay muchos profesionales, y ellos aportan des-
de sus profesiones”. A veces estas comisiones o encargados técnicos recurren
a asesores externos. Los vecinos del Barrio Dalmacia contrataron abogados
especializados en temáticas patrimoniales, mientras que la Asociación de Lo-
catarios de La Vega se hizo asesorar por expertos en urbanismo y transporte.
En otras palabras, las OC no son agrupaciones legas que lo único que movi-
lizan es entusiasmo, terquedad y emoción. Muy por el contrario, han logrado
configurar complejas experticias internas que muchas veces incluso superan
las capacidades profesionales de los cuerpos municipales, como es el caso de
Salvemos Vitacura. Lo fundamental es resaltar que las OC ejecutan una mo-
dalidad de tecnificación organizacional. Es decir, al menos desde la perspectiva
de su organización y el ordenamiento funcional de su trabajo, las OC no
pueden ser entendidas como colectivos irracionales o disfuncionales. Muy por
el contrario, las OC demuestran fórmulas altamente complejas y estratégicas
de organización. Es importante resaltar este punto. No se trata de la habilidad
de las OC para ser eficientes con sus propios saberes y racionalidades, sino de
su capacidad para absorber y aplicar a su favor la misma lógica técnica de sus
adversarios.

Cooperación, redes e identidades distribuidas: modalidad de tecnificación


colaborativa
Evidentemente, no todas las OC poseen los mismos recursos de capital
humano en sus territorios ni la misma capacidad para contratarlos cuando no
los tienen a mano. Salvemos Vitacura o la Comunidad Ecológica pueden ser

PASTELERO A TUS PASTELES 269


organizaciones pletóricas en profesionales. No así Defendamos La Pintana o
Acceso Sur. Pero aquí surge una segunda modalidad de tecnificación, la que
denominaremos colaborativa. Si no poseen experticias endógenas, y si no pue-
den contratar asesores externos, se hacen asesorar por otras OC.
En efecto, la colaboración interorganizacional es extremadamente común
entre estas organizaciones. Dos elementos deben resaltarse. En primer lugar, las
OC están, en general, muy asociadas entre sí: el grado de conocimiento entre
ellas es alto; “chequean” a sus pares, saben de sus acciones y siguen sus resolu-
ciones. Y segundo, y tal vez lo más relevante, esta asociatividad no está marcada
solo por lazos débiles (conocimiento entre organizaciones, línea delgada en la
Figura 1) sino también por lazos fuertes (línea gruesa en la Figura 1): además
de conocerse, muchas OC se ayudan, colaboran entre sí y se prestan asesorías.
Es decir, han constituido una compleja red de cooperación y de conocimiento
distribuido. Una dirigente de Defendamos La Pintana ejemplifica una situa-
ción recurrente:

Nosotros creamos esta asociación para no depender de la acción de la cooperativa,


que es lo que oficialmente nos corresponde, porque ellos no están de acuerdo
con nosotros. Yo inmediatamente me reporte a Patricio Herman [presidente de
Defendamos la Ciudad] cuando me enteré de los cambios que se iban a hacer, y
el presidente de mi cooperativa no estuvo de acuerdo. Entonces Patricio Herman
nos hizo una carta para presentar a la Seremi.

Otro dirigente, ahora de No a la Destrucción de Avenida Matta, también


señala las redes de colaboración existentes:

La gran mayoría [de los miembros] son del sector, pero de afuera tenemos la ayu-
da del Barrio Yungay o el Barrio Dalmacia, los de Providencia [Ciudad Viva]…
Estamos en nuestros territorios trabajando, pero además nos unimos con las per-
sonas que tienen los mismos intereses.

Adicionalmente, algunas OC están vinculadas a la Coordinadora Metro-


politana de Organizaciones Ciudadanas Territoriales, metaorganización que
logró que el ex ministro Viera-Gallo los recibiera en La Moneda cuando esta-
ba en trámite de modificación la Ley General de Urbanismo y Construcción.
Otras OC –por ejemplo Defendamos la Ciudad, Defendamos La Pintana
y la Red Ciudadana de Ñuñoa, entre otras– se reúnen periódicamente para
compartir información, prestarse ayuda y acordar acciones colectivas. Patricio
Herman, presidente de Defendamos la Ciudad, ha asesorado legalmente a la

270 MANUEL TIRONI


Red Ciudadana de Ñuñoa, a la Coordinadora Vecinal La Reina y a Defenda-
mos Las Lilas en Santiago, y a una serie de organizaciones ciudadanas en Viña
del mar, Valparaíso, Quilpué, Puchuncaví, Maitencillo y Coihaique. Varias
OC se han acercado a Salvemos Vitacura para pedirle consejos sobre cuáles
son los pasos legales para lograr un plebiscito comunal. Aún más, algunas OC
nacieron gracias a la intermediación y asesoría de otras organizaciones. Por
ejemplo, la presidenta de Defendamos La Pintana señala que “nosotros nos
acercamos a las otras organizaciones, como Defendamos la Ciudad y Ciudad
Viva [para pedirles asesorías] y de hecho ahí [en esas conversaciones] forma-
mos una coordinadora”. Hoy, Defendamos La Pintana más otras OC están
coordinadas en contra de la propuesta para el nuevo Plan Regulador Metropo-
litano de Santiago (PRMS 100), y se han aliado con la Fundación Terram para
ganar peso experto, elaborando en conjunto una serie de documentos técnicos
sobre temas ambientales, urbanos y legales.
Lo central de esta red de colaboración y asesorías es que las OC no pueden
pensarse como entidades discretas. Es decir, estas asociaciones no solo forman
una red de colaboración, sino que además cada organización depende de esta

FIGURA 1
Red de contactos y colaboración interorganizacional

Peñalolén

Coord. Vecinal de La Reina

Villa Portales
Las Lilas
Yungay
Acceso Sur
Red Ciudad. Ñuñoa

P. de Valdivia Norte

Av. Matta
Com. Ecológica Def. la Ciudad

Salv. Vitacura

Ciudad Viva
La Pintana Dalmacia

Vega Central

PASTELERO A TUS PASTELES 271


red para configurarse como tal (Granovetter 1985): esta red colaborativa for-
ma la identidad de las OC; todo lo que una organización es y lo que puede
movilizar es un resultado variable que fluctúa con la forma y las dinámicas de
las relaciones entre las organizaciones (Callon 1998, Granovetter 1985).

“O aprendíamos rápido, o nos arrasaban”: modalidad de tecnificación


epistémica
El éxito de las OC no puede ser explicado exclusivamente por su capaci-
dad para movilizar capital humano experto. Como bien lo ha demostrado la
literatura sobre movimientos sociales (Snow et al. 1984), también es necesario
amplificar las causas, los marcos y las problematizaciones. Y efectivamente,
una de las claves para entender la acción política de las OC es su uso intensivo
de los periódicos de mayor difusión nacional para movilizar sus demandas y,
así, introducir sus contraargumentos. Desde septiembre de 1998 hasta abril
de 2010, La Nación y El Mercurio publicaron 160 y 74 columnas y cartas al
director, respectivamente, escritas por dirigentes de las OC estudiadas. Más
adelante nos referiremos a los objetos de estas columnas y cartas; por ahora lo
interesante es constatar el tipo de argumento que se vehiculiza en ellas.
A modo de ejemplo se tomaron las cartas al director escritas por represen-
tantes de las OC y publicadas en El Mercurio desde 2003, las que en total
suman 26. Las cartas al director son un espacio clásico de investigación so-
ciológica sobre politización, movimientos sociales y construcción de debates
públicos ya que, en principio, son una de las formas más fáciles de acceder
a medios de gran impacto para grupos ciudadanos de pocos recursos econó-
micos y políticos (Hill 1981, Hoffman y Slater 2007, Perrin y Vaisey 2008,
Richardson y Franklin 2003).
¿Qué dicen estas cartas? Con la excepción de dos casos, la totalidad entabla
discusiones metodológicas. Es decir, se dedican a ubicar las grietas legales, los
errores financieros o los vacíos institucionales en los argumentos de los muni-
cipios, ministerios o inmobiliarias. Digamos, entonces, que se acepta el marco
del debate y la gramática de la pugna. Las cartas no entran en una disputa
epistemológica con respecto a los saberes movilizados o en un cuestionamien-
to ontológico sobre los objetos de la controversia. Se debate, por el contrario,
sobre las lecturas erróneas que hacen de los datos y de las aplicaciones de-
ficientes que realizan de las normativas los técnicos urbanistas. Es decir, las
OC plantean la pugna como una discusión entre dos entidades técnicas, y no
como una lucha entre racionalidades opuestas. Y aquí se encuentra la tercera
modalidad de tecnificación, a la que llamaremos epistémica: las OC se vuelven

272 MANUEL TIRONI


expertas al aceptar las “reglas del juego”, absorber las lógicas epistémicas de
sus contrincantes y contraargumentar técnicamente las posturas de los actores
oficiales. Por ejemplo, Salvemos Vitacura, en una carta enviada en enero de
2007, explica su estrategia política del siguiente modo:

El plebiscito, en consecuencia, se presentó como la única alternativa viable para


ejercer efectivamente la participación ciudadana, amparándonos en el derecho
previsto en la Constitución y en la Ley Orgánica Constitucional de Municipali-
dades, que faculta a los ciudadanos a modificar el Plan Regulador Comunal.

Salvemos Vitacura no propone repensar la controversia ni ataca la episte-


mología de las entidades técnicas proponiendo otra de nuevo cuño; no es una
crítica externalista. Lo que hace, más bien, es cuestionar la verosimilitud del
saber movilizado por los técnicos municipales y ministeriales y criticar la mala
lectura que hacen de la planificación urbana y de las normativas que la rigen.
Les señala a los expertos gubernamentales, en otras palabras, cómo hacer una
buena interpretación de la ley escrita. En una carta aparecida en agosto de
2007, un dirigente de la Comunidad Ecológica explica así su molestia con el
ministro de Vivienda y Urbanismo a la sazón:

Entiendo sus argumentos, cuando explica que “los planes seccionales no tienen
vigencia eterna”, y que la ley lo faculta para modificarlos discrecionalmente.
Seguramente, el uso de esa facultad es el camino más rápido para resolver una
situación coyuntural, pero sin duda es también una forma rápida de destruir la
confianza en los procesos de participación ciudadana, y pisotear la voluntad de
una comunidad organizada. El plan seccional de la Comunidad Ecológica se
generó con la participación activa de sus vecinos, por lo que su modificación
requeriría seguir un proceso equivalente. Renunciar al uso de medidas discre-
cionales por respeto a una comunidad puede ser un camino más lento, pero sin
duda más democrático y efectivo para construir la confianza y la cohesión social
que busca el ministro.

La Comunidad Ecológica no cuestiona el seccional como herramienta de


gestión territorial, ni el proceso de participación ciudadana que sigue la apro-
bación de los planes reguladores comunales, a todas luces insuficiente (Tironi
et al. 2010). No se critica la ideología de la planificación urbana. La Comu-
nidad Ecológica prefiere disputarle la capacidad técnico-política al Ministerio
de Vivienda y Urbanismo en su propio campo: prefieren indicarle que su
interpretación del seccional y de su uso es errónea.

PASTELERO A TUS PASTELES 273


Ahora bien, ¿por qué una OC preferiría atacar a los expertos urbanistas uti-
lizando sus mismos recursos epistémicos? Una explicación posible es que los
miembros de muchas OC son, ellos mismos, agentes expertos que por razo-
nes circunstanciales se encuentran en la trinchera ciudadana. Esta explicación
es válida para las OC de barrios de mayor nivel socioeconómico, pero poco
plausible para aquellas de sectores populares que no cuentan con vecinos pro-
fesionales. La otra explicación, por tanto, es que la que plantea una dirigente
de Vecinos por la Defensa del Barrio Yungay:

Nosotros luchábamos contra la gente de la Cámara Chilena de la Construcción,


contra los ministerios, y las autoridades, [pero] era una lucha completamente
desigual […] Nosotros no sabíamos lo que era un plan regulador ni lo que era la
ley de monumentos, entonces teníamos dos alternativas, o aprendíamos rápido, o
nos arrasaban, y aprendimos tan rápido que ahora somos capaces de montar una
escuela regional, donde nosotros enseñamos a otras organizaciones.

Dadas las profundas desigualdades y la escasa preparación técnica, la única


manera que tiene una OC de sobrevivir en la arena pública sin verse sobre-
pasada –“arrasada”– por las maquinarias técnicas es dominando y ejecutando
experticias técnicas. Son tan fuertes y están tan arraigadas las barreras de en-
trada al debate urbanístico que sin un conocimiento básico una organización
no tiene ninguna chance de participar. Esto, evidentemente, empalma con la
violencia práctica y simbólica que ejercen los técnicos –a través de su lenguaje
y tecnologías– sobre las organizaciones de menores recursos. La única manera
de sobreponerse a dicha violencia, como lo dice una dirigente de Acceso Sur,
es comprender y compartir dichos códigos:

El gobierno tiene una forma muy especial de pelear con los dirigentes. Lo pri-
mero es que ellos hablan su propio idioma, en la parte técnica ellos manejan el
tema de los decretos, planos, manejan todo. Entonces cuando tú te preparas, y te
pasan un plano y lo puedes leer, ellos quedan… cuando tú les dices artículos de
leyes puntuales ellos quedan desconcertados, y eso fue lo que gatilló el respeto que
le tienen a la población, porque aquí ellos estaban hablando con dirigentes que
estaban preparados, igual que ellos.

Y es tal el esfuerzo que destinan para lograr ese mínimo epistémico, que
muchas veces la OC –como lo indica la dirigente de Vecinos por la Defensa
del Barrio Yungay– no solo llega a cumplir el mínimo sino que se transfor-
ma en una entidad técnica adicional en la arena del debate. El resultado, en

274 MANUEL TIRONI


definitiva, es que las OC terminan aplicando las mismas racionalidades y los
mismos marcos epistémicos que sus contrapartes. Los técnicos de munici-
palidades y ministerios no se enfrentan, así, a un otro que moviliza lógicas
alternativas, sino que a un par que ejecuta las mismas competencias expertas.

Sin tema no hay grupo: modalidad de tecnificación por tematización


Las cartas permiten observar el tipo de argumento esgrimido por las OC.
Pero también los objetos de dichos argumentos. En sus reflexiones sobre el in-
volucramiento público en controversias sociotécnicas, Noortje Marres (2007)
señala que la formación de públicos no puede separarse de la definición de
temas (issues). Los públicos solo emergen como tales cuando articulan temas, a
la vez que estos últimos requieren de su movilización por parte de los primeros
para emerger. Esta es la clave, según Marres, para entender el potencial demo-
crático de la participación ciudadana: sin issue no hay público, y sin público
no hay democracia.
Las OC ejemplifican este principio pragmático propuesto por Marres. Estas
organizaciones no tendrían el éxito demostrado si solo atacaran técnicamente
a sus contrapartes ministeriales o municipales y no fuesen capaces de articular
issues y de posicionarlos en el debate. Efectivamente, las OC destinan mucha
de su energía a cambiar la configuración del debate a través de la introducción
de sus propios temas. Sin embargo, se trata de un proceso muy distinto al que
usualmente ha supuesto la teoría política. A diferencia de la teoría de la agen-
da-setting y, especialmente, de movimientos sociales, el trabajo de las OC no
está solo en sintonizar sus reivindicaciones con los marcos (frames) dominan-
tes para así aumentar las posibilidades de impacto político (Snow et al. 1984).
Hay un trabajo realizado, también, por los propios objetos controversiales. En
la medida que el plan regulador, la autopista o el proyecto inmobiliario emer-
gen como entidades problemáticas (Latour 2004) y de dimensiones descono-
cidas (Stengers 2005), los discursos y conocimientos tecnocráticos sobre estos
se vuelven insuficientes. Dicho de otro modo, cuando los objetos se vuelven
complejos y opacos se develan las limitaciones de las aproximaciones técnicas
y se vuelve posible exigir la introducción de nuevas racionalidades evaluativas
(Dewey 1991 [1927]).
Una forma de leer la operación política de las OC es precisamente a tra-
vés de su búsqueda por reproblematizar los objetos controversiales, y de esta
manera reconfigurar la arena del debate. La introducción de nuevas temati-
zaciones se transforma, así, en un modo de contestar las experticias técnicas.
Dicho en otras palabras, las OC –vía la modalidad de tecnificación epistémi-

PASTELERO A TUS PASTELES 275


ca– movilizan argumentos técnico-expertos, pero lo hacen con el objetivo de
enrostrar a las entidades tecnocráticas la diversidad de aristas que quedaron
fuera de su cálculo, y sin las cuales el objeto controversial no puede ser entendi-
do: se utilizan argumentos técnicos con el fin de instalar temas heterogéneos.
En cierta medida, entonces, las organizaciones ciudadanas se arrogarían el rol
contra-intuitivo que en principio les correspondería a los expertos (Bell 1991
[1977]). Si comúnmente son los expertos los que deben mostrarles a los legos
lo simples –e incluso ingenuos– que son sus juicios sobre la realidad, ahora
son las organizaciones ciudadanas las que deben recordarles a los técnicos la
complejidad del mundo. Llamaremos modalidad de tecnificación por tematiza-
ción a esta fórmula de las OC para convertirse en entidades expertas.
En efecto, al analizar los objetos a los cuales las cartas hacen referencia,
aparece un hecho de relevancia: las cartas no buscan defender una trinchera
personal sino, antes que nada, generar un posicionamiento colectivo. Muchas
cartas son, evidentemente, sobre la controversia que le afecta a la propia OC
que escribe la carta/columna. Pero la gran mayoría son sobre otras contro-
versias y organizaciones ciudadanas. Por ejemplo, no es necesariamente la
Red Ciudadana de Ñuñoa la que escribe sobre el conflicto en torno al plan
regulador de dicha comuna. Muchas veces son otras organizaciones las que
tematizan dicha controversia.
La Figura 2 muestra, precisamente, que el contenido de las cartas y colum-
nas escritas por las OC refieren a una heterogeneidad de objetos. Por de pron-
to, un objeto reiterativo de estas cartas son otras OC (y sus reivindicaciones).
Pero no solo eso. La gran mayoría de las cartas/columnas refiere a otras en-
tidades involucradas en los procesos de planificación urbana. Los principales
blancos de las cartas y columnas son los municipios, la industria inmobiliaria,
el Ministerio de Vivienda y Urbanismo y las normativas legales en general. El
caso de Defendamos la Ciudad es emblemático. En sintonía con el objetivo
de la organización que su propio presidente establece (“hacer una fiscalización
ciudadana”), Defendamos la Ciudad no tiene una causa específica y territo-
rialmente acotada, sino que se dedica a problematizar a las instituciones y
actores de la planificación urbana. Siempre usando argumentos técnicos y
legales, ha convertido en objeto de cuestionamiento a la Cámara Chilena de
la Construcción, la Municipalidad de Las Condes, el Consejo Regional Me-
tropolitano y la Comisión Nacional de Medioambiente, entre otros.
¿Qué logran las OC con esto? Por una parte, se refuerza el espíritu estra-
tégico que anima la modalidad de tecnificación colaborativa. Y, por otra,
logran un objetivo central: tematizar asuntos globales que afectan a la tota-

276 MANUEL TIRONI


FIGURA 2
Destino de cartas/columnas según OC (nodos circulares: emisores; nodos cuadrados: receptores;
receptores en círculo: coincidencia receptor-emisor)

Ciudad Viva

Com. Ecológica

Transantiago Ciudad Viva

Com. Ecológica
Minvu

Proyecto
Municipio Red Ciudad. Gas Peñalolén
de Ñuñoa

Def. la Ciudad
Inmobiliarias
Otro
Defendamos Las Lilas
Def. la Ciudad

Normativa

Salvemos Vitacura Red Ciudad. de Ñuñoa Sist. político

Defendamos Las Lilas


Salvemos Vitacura

lidad de organizaciones. Es decir, se asume que las causas de los problemas


ciudadanos no están en las características puntuales de tal o cual controversia,
sino en un macroescenario institucional, político y económico. Y la apuesta
es a descajanegrizar (Bijker y Pinch 1984) este macroescenario problemati-
zándolo y abriéndolo a su tematización colectiva. Los expertos delimitan las
controversias, las OC abren sus bordes; los expertos establecen relaciones
y fijan las instituciones involucradas, las OC las problematizan. Lo central
de este proceso es que con él las OC demuestran ser entidades mucho más
formativas de lo que generalmente se asume. Las OC no solamente debaten
en arenas que les son impuestas o que dependen exclusivamente del vacío
técnico que emerge en la trayectoria de la controversia. Las OC también ayu-
dan a definir la controversia en cuestión. Problematizando a las instituciones
y a los actores involucrados, convirtiendo en temas asuntos que los técnicos
pasan por alto o sacan, las OC definen las traducciones (Callon 1986) y el
tema a debatir, fijan los actores relevantes de este y formatean el tono moral
de la discusión.

PASTELERO A TUS PASTELES 277


Consideraciones finales: repensar la experticia
De lo anterior se pueden desprender dos reflexiones. En primer lugar, las
OC están lejos de comportarse como los supone la figura del ciudadano que
usualmente moviliza tanto las instituciones gubernamentales como los actores
políticos y la teoría posmarxista. Para empezar, la figura del ciudadano se cons-
truye en torno a un individuo. Y aún más, a un individuo aislado: un cliente
o beneficiario discreto que no tendría ningún tipo de conexión colectiva. Se
asumiría al ciudadano –ese ‘otro’ del técnico-experto– como el homo clausus que
Granovetter (1985) critica: como un sujeto que se enfrenta solo ante el Estado
y cuyas relaciones sociales le son externas a su identidad política. Lo que se
mostró a través de la modalidad de tecnificación colaborativa es, precisamente,
que el sujeto de la participación ciudadana y de la acción política ya no puede
entenderse como un individuo aislado. Primero, porque ya no se trata de un in-
dividuo sino de una entidad colectiva; y segundo, porque esta entidad depende,
a su vez, de una red amplia de colaboraciones, asesorías y ayudas.
Lo anterior tiene una serie de consecuencias. Tal vez la principal de todas es
que se enriquece y vuelve más compleja la agencia política de los ciudadanos.
En tanto entidades conectadas y con múltiples recursos, las OC muestran una
capacidad política mucho mayor a la del cliente-beneficiario: saben más sobre
los objetos en pugna, conocen mejor la normativa, tienen más apoyo táctico,
poseen más recursos técnicos, en fin, sus posibilidades de intervenir en la
arena pública con capacidad efectiva para modificarla aumenta considerable-
mente. De hecho, lo que se demostró a través de la modalidad de tecnificación
por tematización es que las OC ciertamente modulan el debate, y no solo se
limitan a complementarlo. En la definición del convencional del ciudadano,
este aporta a una discusión cuya forma y contenido ya fueron definidos. Pero
lo que vimos es algo muy diferente. Las OC logran posicionar temas y pro-
blematizar situaciones, instituciones y actores. No se enfrentan a sus pugnas
como si estas ya estuviesen dadas: ellas mismas –a través de los medios– las
formatean, direccionan y definen cómo se deben debatir y con quiénes.
Aún más: esta capacidad de posicionar temas y definir la arena de la con-
troversia no se hace movilizando emocionalidades y aspiraciones, tal como
lo asume la perspectiva política tradicional. Las OC muestran tener aspira-
ciones, pero sus lógicas políticas, por el contrario, se basan en la racionalidad
técnico-experta. Así quedó en evidencia con lo que se llamó las modalidades
de tecnificación organizacional y epistémica. Las OC replican las lógicas epis-
témicas de sus contrincantes. Es decir, para lograr efectividad política no se
conducen como “ciudadanos insurgentes” ni movilizan saberes alternativos,

278 MANUEL TIRONI


lógicas antitécnicas o conocimientos vernáculos: lo que hacen es convertirse,
ellas mismas, en agentes expertos y atacar a municipalidades, ministerios e
inmobiliarias como pares y en su propio campo. Esto se confirma al ver cómo
las OC se organizan: como organizaciones altamente especializadas, con re-
particiones funcionales y estructuras formales.
En definitiva, las OC muestran que la definición del ciudadano como un
sujeto aislado, complementario y emocional ya no puede sostenerse. Se trata de
entidades distribuidas, tienen capacidad de transformación y operan como
organizaciones técnico-expertas.
Si las OC deben entenderse como organizaciones expertas, es decir, como
entidades con la capacidad de movilizar conocimiento técnico al igual que
sus contrincantes en ministerios, municipalidades y oficinas inmobiliarias,
cuando el experto ya no tiene el monopolio de la materia (la experticia) que lo
convierte en tal, entonces la noción misma de experto debe revisarse. Y esta es
la segunda reflexión, que por lo demás no es una novedad. En su libro sobre
expertos, ciudadanía y medioambiente, Frank Fischer (2005) también propo-
ne reevaluar la noción de experto, asegurando que la gran pregunta es qué es y
cómo se entiende el aporte ciudadano dentro del debate técnico:

Si la interacción se realiza en el campo intelectual del experto, como usualmente


sucede, los ciudadanos saldrán siempre perjudicados. Mientras los expertos sigan
asumiendo que la esencia de la política pública se encuentra en su núcleo técnico,
tal como lo hacen la mayoría de los expertos convencionales, el aporte ciudadano
seguirá siendo una contribución secundaria e inferior en la deliberación política.
(2005: 42).

Para Fischer, entonces, el problema se encuentra en la violencia simbólica


que ejerce el experto sobre el ciudadano al intentar que este se pliegue a unas
lógicas y gramáticas –las técnicas– que no conoce ni comparte. La solución
para Fischer estaría en repolitizar el debate experto. Por esto, entiende repoli-
tizar como eliminar el supuesto positivista según el cual la ciencia es valórica-
mente neutral, e integrar en el debate técnico los valores y las normatividades
que traerían los ciudadanos. “El argumento”, dice Fischer, “no es que los ciuda-
danos deberían involucrarse ellos mismos en los asuntos técnicos de la ciencia
[...] el tema primario es más un asunto sobre cómo los expertos encuentran una
manera de relacionar sus prácticas técnicas a los discursos públicos” (2005: 44).
Pero la revisión de la experticia que propone Fischer no va en la misma
dirección de la que en este estudio se desprende. Porque a diferencia de los
ciudadanos de Fischer, los que aparecen en esta investigación se involucran

PASTELERO A TUS PASTELES 279


ellos mismos en el núcleo técnico de la controversia. Entonces se confirma la
llamada de Fischer a repolitizar el debate experto, pero entendiendo por “re-
politizar” no solo la inclusión de la dimensión normativa en el debate técnico
–la que según Fischer sería proporcionada por la ciudadanía– sino la proble-
matización de la dimensión técnica del debate.
Efectivamente, las OC nos muestran que la planificación urbana de San-
tiago es una operación técnica en la cual ya no solo participan los expertos
formales sino también los afectados. ¿Cómo entender esta reorganización de
lo técnico y lo experto? ¿Qué queda –como se configura el espacio político–
cuando los ciudadanos les disputan el monopolio técnico a los expertos? Una
clave la dan Callon y sus colegas (2002, 2009). Ellos proponen la figura de los
“foros híbridos” para referirse a las arenas en las que se desenvuelve la crecien-
te participación de actores múltiples en la organización de debates técnicos.
Serían “foros” en tanto se trataría de espacios públicos y abiertos, e “híbridos”
porque no solo involucrarían a una heterogeneidad de actores, sino también
porque en las preguntas que surgen de estos foros es imposible separar las di-
mensiones económicas, éticas, legales, culturales y científicas.
Estos foros híbridos implicarían una redistribución de competencias. “Esto
no significa”, dicen, “que [los expertos] estén excluidos del debate. Por el con-
trario, están cordialmente invitados a participar, pero ya no están solos. Junto
a ellos encontramos no solo a especialistas de otras disciplinas […] sino tam-
bién, y sobre todo, a actores afectados por los mercados en discusión” (Callon,
Cécile y Rabeharisoa 2002: 195). Lo fundamental de esta redistribución es
que involucra lo que Callon, Cécile y Rabeharisoa (2002) llaman el proceso
de cualificación. Según estos autores, la pregunta crucial de cualquier mercado
o arreglo regulatorio –incluyendo la planificación urbana– es cuál es el obje-
to transado, regulado o planificado. Sin esta definición no hay ni mercado,
regulación o planificación. Y lo que sucedería en los foros híbridos es que la
cualificación de estos objetos se haría de forma colectiva y heterogénea, inclu-
yendo como expertos tanto a los técnicos formales como a los usuarios, grupos
afectados o colectivos involucrados.
En definitiva, lo que muestran las OC a través de sus modalidades de tec-
nificación es que el desafío en el campo experto de la planificación urbana no
es cómo se integra con más fuerza la opinión de los ciudadanos, sino cómo
estos intervienen en su proceso de cualificación. La dimensión técnica de la
planificación urbana –cómo se definen densidades, cuáles son los retornos de
una autopista, cómo optimizar el uso de suelo– tendrá que abrirse y enten-
derse como una arena colaborativa: ya no podrá ser un bastión de los agentes

280 MANUEL TIRONI


técnicos, un reducto sobre el cual los legos pueden opinar pero no intervenir.
O mejor dicho, seguirá siendo un reducto técnico, pero la definición de técni-
co tendrá que incluir a la creciente cantidad de organizaciones ciudadanas que
se han ganado una llave para entrar a este reducto y participar como pares.
Esto, sin duda, involucra serios desafíos para la cultura experta de Chile, es-
pecialmente en lo referente a la planificación urbana. Una dirigente de Acceso
Sur lo aclara muy gráficamente: “Nos dijeron que acá el tema [el paso de la
autopista] estaba zanjado [y que no podía pasar sino por otra parte]. ‘No, es
que la tierra; no, es que los ratones; no, es que no’ [...], yo fui y les dije que
estaban infringiendo la normativa ambiental, que ustedes tienen la obligación
de hacer esto, esto y esto. Y ahí [cuando vieron que sabíamos] nos dijeron ‘ne-
gociemos’. Y no gritar ni nada, sino que informadamente”. Los técnicos ten-
drán que negociar. De partida, tendrán que ser más reflexivos y hacerse cargo
de sus supuestos disciplinares, categorías epistemológicas y marcos ideológicos
que movilizan. Pero además tendrán que abrirse a otras posibilidades ontoló-
gicas cuando se trata de pensar en y actuar sobre los objetos que les competen.
Deberán asumir, en otras palabras, que los objetos que intervienen no están
quietos: se definen, evalúan y cuantifican en base a múltiples factores y una
diversidad de actores, todos con la misma capacidad técnica.

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284 MANUEL TIRONI


Capítulo 9
¿Cómo se hace un mercado?
... Agregue: formaciones sociales,
conlictos políticos y economistas*
José Ossandón

En 2010, el Tribunal Constitucional desató una fuerte polémica cuando


declaró que la tabla de factores de riesgo utilizada para diferenciar los precios
de las pólizas del seguro privado de salud en Chile representaba una discrimi-
nación contra el derecho al igual acceso a la salud. Esta tabla, sin embargo,
no era un invento de las aseguradoras sino que estaba en uso desde que otra
regulación, con el fin de evitar la discriminación por condición médica, había
determinado que las primas de las pólizas en este seguro podrían variar solo
según sexo y edad. Más allá de la interpretación legal de esta controversia, es
claro que la delimitación del precio de este particular servicio no es solo un
asunto de oferta y demanda, sino más bien el producto de la interacción de
una gama mucho más amplia de actores (incluidos jueces, reguladores, empre-
sas, abogados, etc.). ¿Qué clase de mercado es este? El presente artículo intenta
responder esta pregunta.
El mercado del seguro de salud en Chile tiene un origen histórico preciso:
fue creado durante las reformas sociales desarrolladas por la dictadura de Pi-
nochet a principios de la década de los ochenta. Específicamente, este merca-

* El presente trabajo se basa primeramente en entrevistas en profundidad y análisis de documentos produ-


cidos para la tesis doctoral del autor (Ossandón 2009), la que contó con el apoyo de la Beca Presidente de la
República y del Central Research Fund otorgado por la Universidad de Londres. El material elaborado para
la tesis fue complementado con una revisión de documentos realizada en 2009, en el contexto de proyecto
VRA-Prácticas Culturales e Identidades Sociales Universidad Diego Portales, el cual permitió la valiosa asis-
tencia de Felipe González. Una versión anterior de este documento fue presentado en la conferencia “Produ-
ciendo lo social: una mirada reflexiva al rol de las ciencias sociales en Chile y América Latina”, desarrollada
en la Universidad Diego Portales en octubre de 2010. El autor agradece los valiosos comentarios recibidos
en esa ocasión. Una versión aun más antigua de estas ideas fue discutida en el blog: http://socfinance.wor-
dpress.com/2010/01/31/economics-and-insurance-in-chile-a-one-way-mirror, donde se recibieron valiosos
comentarios, en especial de Daniel Beunza. La versión definitiva de este documento fue desarrollada durante
una estadía como investigador visitante en el Department of Organization, Copenhagen Business School. Se
agradecen, finalmente, los detallados comentarios del editor del presente volumen, Tomás Ariztía.

285
do se hizo posible luego de que se estableciera que las cotizaciones de salud y
pensión corresponden a un porcentaje del sueldo mensual de los trabajadores
(por ejemplo, hoy un 7% para salud y otro 10% más la comisión por admi-
nistración para pensiones), y que pueden ser administradas por instituciones
financieras en competencia. Ambos sectores se diferencian en cuanto el sis-
tema de pensiones se consolidó como un sector administrado casi completa-
mente por agentes privados, mientras que el seguro de salud se constituyó en
un sistema mixto, con un seguro público (conocido como Fonasa) por una
parte, y una serie de empresas privadas (denominadas Instituciones de Salud
Previsional, isapres) por la otra.1
No hay duda que las reformas sociales en las que se insertó la creación de las
isapres han tenido, y siguen teniendo, múltiples consecuencias. Una de estas,
y no la menos importante, ha sido la consolidación de los mercados como un
mecanismo de distribución de servicios –como la educación o la previsión
social– que hasta ese momento habían circulado por otros canales. Así, los
mercados se han constituido en una de las instituciones sociales con más im-
pacto en la vida de los chilenos. Sin embargo, no han recibido ni una ínfima
parte de la atención analítica dedicada por la sociología a otras instituciones
de similar importancia en la historia social en Chile, tales como “la hacienda”
(Cousiño 1990), “los partidos políticos” (Aldunate, Flisfisch y Moulian 1985)
o las “clases” (Torche y Wormald 2004). Esta falta de interés se puede asociar
al hecho que los mercados han quedado en un punto ciego de la división del
trabajo en las ciencias sociales. Esto pues, por una parte, los economistas los
han asumido como una realidad que se explica por sí misma, interesándose
más en el comportamiento de los precios que en el estudio de la formación y
diferenciación de mercados específicos, mientras que, por otra, los sociólogos
han tendido a entenderlos como algo externo a lo social, oscilando entre una
crítica a la mercantilización y un interés exclusivo en los aspectos sociales que
“rodean” la actividad económica. Así, demasiado obvios por una parte, ex-
ternalizados por la otra, los mercados no han recibido una atención analítica
acorde a su relevancia.

1 Esta diferencia dice relación con que, en el caso de las pensiones, basta con contar con algún ingreso
laboral para cotizar, mientras que en el caso del seguro de salud es necesario que la cotización sea suficiente
para cubrir el precio de las pólizas disponibles en el mercado, por lo que, en estricto rigor, la competencia
se limita a aquellos usuarios cuyos ingresos les permiten elegir entre prestadores. La cobertura del sistema
de isapres ha sido fluctuante, y se estima que alcanzó su peak a fines de los noventa, cuando un 23% de
la población estaba cubierta por el sistema privado. Para el año 2009 esta proporción había bajado a un
13%. Es importante considerar, sin embargo, que estos porcentajes se distribuyen muy desigualmente según
ingreso del hogar. En efecto, para el año 2009 el 44% de los hogares del quintil de mayor ingreso de Chile
estaba cubierto por el sistema de isapres (datos tomados de la Encuesta de Caracterización Socioeconómica,
en www.casen.cl).

286 JOSÉ OSSANDÓN


Por cierto, esta falta de interés no ha sido exclusiva de las ciencias sociales
chilenas. Sin embargo, esta falta de atención se ha visto paliada, al menos en
la literatura internacional, en parte con la creciente influencia de una “so-
ciología de los mercados” (Swedberg 1994, 2005). Esta subdisciplina se ha
ido expandiendo desde que Harrison White (1981) declarara los mercados
como “formaciones sociales” concretas, y que, por lo tanto, están abiertos al
escrutinio de preguntas sociológicas: cómo emergen, se desarrollan y dividen,
y, por supuesto, cómo se conectan con –y diferencian de– otras instituciones
(White 1981, 2002).2 En este contexto, el foco de atención se ha expandido
desde el tradicional estudio de la oferta y demanda al análisis de un rango de
agentes más amplios, tales como “redes interpersonales”, “campos interorga-
nizacionales” y “dispositivos socio-técnicos” (Podolny 1993, Fligstein 1996,
Callon y Muniesa 2005). A su vez, de modo similar al resto de la disciplina,
la sociología de los mercados se ha desarrollado desde una pluralidad de pers-
pectivas conceptuales.3 En vez de tomar opción por una de estas, este trabajo
utiliza herramientas conceptuales de diferentes ramas de la sociología econó-
mica para la comprensión de la historia particular del mercado de isapres en
Chile. Más que por un afán de excesiva erudición, se ha decidido mantener
esta pluralidad como una manera de introducir los distintos agentes y escalas
involucrados en este caso, y así dar cuenta de al menos parte de la complejidad
empírica de esta historia. En este sentido, se continúan esfuerzos recientes
como el estudio de los remates de frutillas de Marie Garcia-Parpet (2007) y
el análisis de los derivados financieros de Donald MacKenzie (2007), donde
se ha enfatizado el uso de distintos tipos de conceptos para comprender el
desarrollo de mercados específicos.
En concordancia con las inquietudes que guían los trabajos reunidos en
el presente volumen, en este artículo se presta especial atención al rol del
conocimiento económico como agente activo en la producción del seguro de
salud en Chile. En esta dirección, este trabajo se relaciona directamente con

2 No es correcto afirmar que con White es la primera vez que las ciencias sociales no económicas se
preocupan de los mercados. Clásicos como Simmel y Weber analizaron atentamente el rol de los mercados
en la vida moderna. De hecho el renovado interés de la sociología por asuntos económicos es mejor descrito
como un renacimiento, asociado por algunos con el fin de la división del trabajo disciplinar declarada en los
tiempos de Parsons (Stark 2009), que con un nuevo proyecto. Cabe mencionar también que la sociología
de los mercados se ha visto fuertemente influida por el trabajo de autores de otras disciplinas, tales como el
proyecto de la “economía substantivista” de Polanyi, la historia económica de Braudel y otros pocos casos de
análisis sociológico de mercados en América Latina. Para algunas excepciones ver Brunner y Uribe (2007),
sobre la educación superior en Chile; Monteiro (2004), sobre el mercado aeronáutico en Brasil, y Lorenc
Valcarce (2011), sobre la seguridad privada en Argentina. Algunos de estos estudios, como también otras
ideas no publicadas, han sido discutidas en la red (http://estudiosdelaeconomia.wordpress.com).
3 Para algunas de las revisiones panorámicas disponibles ver: Fligstein y Dauter (2007), Fourcade (2007),
Swedberg (2005).

¿CÓMO SE HACE UN MERCADO? 287


la discusión sobre la performatividad del conocimiento económico iniciada
principalmente por Michel Callon (1998). El conocimiento económico, en
este contexto, no es visto solo como otra forma de representar la vida econó-
mica, sino también como un agente más a considerar en el estudio de la pro-
ducción práctica de los mercados.4 Con respecto a esta literatura, este estudio
presenta la importante novedad de que se enfoca en un mercado que se ha
producido como una política pública, donde el conocimiento dice relación –
más que con el uso de “dispositivos” como fórmulas o rankings tan resaltados
en la literatura hasta hoy (Callon, Millo y Muniesa 2007, MacKenzie y Millo
2003)– con el complejo proceso de “organizar” y “administrar” intercambios
que son evaluados según sus resultados como política social. De esta forma,
este trabajo puede ser visto como un modelo o, quizás más modestamente,
como un primer ensayo para el análisis futuro de otros mercados similares,
tales como el sistema de pensiones o la educación privada.
El artículo se compone de dos secciones. En la primera se revisa el caso del se-
guro de salud privado en Chile a la luz de tres distintas perspectivas conceptua-
les de la sociología de los mercados. La segunda sección, por su parte, incluye
un resumen panorámico del caso y una reflexión final sobre el particular rol del
conocimiento económico en la historia del seguro de salud privado en Chile.

Un mercado, tres historias


La sociología de los mercados es una subdisciplina con una importante
pluralidad interna. Por lo mismo, sería posible contar la historia de un mismo
caso de distintas formas utilizando diferentes herramientas conceptuales. En
esta sección, en vez de elegir solo una perspectiva, ensayaremos tres: una ba-
sada en el trabajo de Harrison White, donde se entiende los mercados como
“formaciones sociales” y se presta especial atención a la diferenciación de ni-
chos de calidad; una segunda según la literatura de carácter más instituciona-
lista, ejemplificada por el trabajo de Neil Fligstein; y la tercera a partir de los
conceptos desarrollados por Callon, donde los mercados son analizados como
“dispositivos colectivos de cálculo”. Se dedica una subsección a cada una de
estas perspectivas. Estas subsecciones, a su vez, están partidas en dos, un breve
resumen de cada marco conceptual y una versión de cómo se contaría la his-
toria del mercado del seguro de salud estudiado desde cada perspectiva.

4 El giro a la performatividad se asocia con el creciente impacto de autores provenientes de las sciencestu-
dies al estudio de la vida económica. Cabe tener en cuenta que anteriormente la sociología de los mercados
había tendido a identificarse con la crítica al enfoque “infrasocializado” de la vida económica achacado a la
economía neoclásica (Granovetter 1985).

288 JOSÉ OSSANDÓN


Una historia social y simbólica
Mercados como formaciones sociales
Probablemente el autor más influyente en la sociología de los mercados es
Harrison White. Para él, los mercados son un tipo particular de interfaz por
donde circulan los flujos de bienes que van de proveedores a compradores.
Con “interfaz”, White refiere a una formación social que surge del desacople
de agentes que, en vez de observar su entorno inmediato, se comparan con
otros en una situación similar.5 De esta manera, y pese a ser uno de los fun-
dadores del análisis de redes, el trabajo de White difiere de la declaración de
principios de la “nueva sociología económica” (Granovetter 1985), donde se
había sugerido concentrarse en el análisis de la “incrustación social” de la vida
económica. Para White, en cambio, si bien un mercado puede estar rodeado
de otros elementos sociales, su emergencia como una nueva formación so-
cial sucede en cuanto se desacopla de su entorno más cercano (White 2002,
Ossandón 2009: VI). Para comprender esta particular dinámica, White ha
combinado conceptos de la sociología de las organizaciones con elementos
tomados de la economía (en particular, la centralidad dada a la incertidumbre
por Frank H. Knigth, la noción de “competencia monopolística” de Edward
Chamberlin, y el papel asignado a las “señalizaciones” por Michael Spence).
Para White, los mercados son una forma de lidiar con la incertidumbre in-
herente a toda actividad económica. En efecto, un mercado emergería cuando
los productores comienzan a tomar decisiones de acuerdo a la observación
de la acción de otros productores de un bien similar.6 De esta forma, White
cuestiona el supuesto de que la acción de la oferta se orienta por la demanda,
sugiriendo que los productores actúan a partir de la observación de elementos

5 White ha desarrollado una de las teorías sociológicas más ricas del último tiempo y claramente este no es
el lugar para una discusión detenida de su obra. Solo cabe mencionar que su trabajo se centra principalmente
en el estudio de la interacción entre conexiones sociales y la emergencia de nuevas identidades. En vez de
dar prevalencia a uno de estos niveles, White sugiere que las identidades sociales (como un individuo, una
firma o un Estado) no son elementos preexistentes, sino que emergen de diferentes formaciones sociales
(como el parentesco, el mercado o la mafia), los que, a su vez, no son más que particulares formas de co-
nectar identidades. Así, en sus intentos de “control”, o búsquedas de una posición estable, las identidades
producen nuevas formas de conexión. De esta forma, la teoría, más que desarrollarse a partir de un principio
general (por ejemplo, la “competencia en un campo”) estudia la emergencia y particularidad de las diferentes
formaciones sociales de modo profundamente relacional. En el contexto de la sociología de los mercados de
White es particularmente relevante la noción de “disciplinas”, que refiere a formas de conectar identidades
bajo un principio de valoración común. Particularmente White distingue tres tipos de disciplinas: “coun-
cils”, “arenas” e “interfaces”, caracterizando cada una por un tipo diferente de valuación, correlativamente,
“prestigio”, “pureza” y “calidad” (White 2008, White et al. 2011).
6 White es consciente de que los mercados de productores son solo un tipo particular de intercambio. A su
juicio, de hecho, otros casos, como los “mercados financieros”, pueden ser mejor descritos con el concepto
de “arenas”, donde además los roles son intercambiables (ver también Aspers 2007, y, para un visión crítica
de los límites de la sociología de los mercados de White, Knorr Cetina 2004).

¿CÓMO SE HACE UN MERCADO? 289


“observables” (tales como el volumen o el precio de venta) de la acción de sus
competidores. Esta continua observación se consolidaría en escalas de calidad,
las que, a su vez, se constituirían en una realidad organizada frente a la cual los
diferentes agentes económicos toman sus decisiones. En este sentido, un mer-
cado puede ser visto como un espejo que refleja la observación mutua entre
productores, pero que al mismo tiempo aparece como una pantalla cuando es
observado por proveedores y consumidores.
El énfasis en los mercados como el producto de un proceso de producción
de barreras simbólicas de actores bajo condiciones de incertidumbre ha sido
expandido por Joel Podolny (2001), quien ha enfatizado la necesidad de es-
tudiar cómo las firmas se diferencian en escalas de estatus, las que limitan
o facilitan las relaciones comerciales entre ellas.7 Desde esta perspectiva, al
mismo tiempo que entender el sistema de interacciones autoreferido entre
productores, resulta central estudiar el proceso social que conecta múltiples
agentes bajo un horizonte común que los hace comparables, y cómo, a partir
de este mismo proceso, se producen otras subdivisiones de las que surgen
nichos o submercados. Este proceso ha sido desarrollado con mayor profundi-
dad por autores de la “economía de las convenciones”, quienes han entendido
estos nichos como espacios de comparación más delimitados, que pueden ser
asociados a un particular principio de valoración y de competencia (Faverau,
Biencourt y Eymard-Duvernay 2002). Estos distintos mercados no necesa-

7 Podolny ha analizado cómo agentes con distinto estatus lidian con un entorno incierto, y ha encontrado
que los actores de instituciones con mayor prestigio tienden a autosegregarse, comerciando entre ellos. Sin
embargo, la efectividad de esta estrategia variará según el tipo de incertidumbre que enfrenten. Por una par-
te, si se trata de incertidumbre sobre las preferencias respecto a un bien existente, resultará efectivo reducir
la competencia mediante la clusterización, aunque esta misma estrategia disminuirá las opciones de lidiar
adecuadamente con la incertidumbre asociada con la producción de un bien innovador. En este último caso,
es necesario romper la segregación y abrir las conexiones comerciales a agentes que puedan aportar nueva
información. Este trabajo es también relevante pues ha conectado directamente la sociología de los mercados
con la sociología económica de redes. Es importante mencionar al respecto que, a diferencia de la mayoría
de las reseñas sobre la sociología de los mercados, en el presente artículo no se ha desarrollado una sección
especial para el análisis de redes. Sin ánimo de negar la influencia de trabajos que han estudiado el impacto
de redes interpersonales en determinados mercados (por ejemplo los muy conocidos de Granovetter 1973,
Baker 1984 y Uzzi 1996), esta decisión se debe a que esta literatura se ha interesado más en estudiar los
efectos económicos de la utilización de diferentes tipos de vínculos sociales que en comprender cómo emer-
ge y se delimita un mercado particular. No obstante lo anterior, es importante considerar que el trabajo de
White es fundamentalmente informado por su propia teoría de redes, y se conecta con trabajos que utilizan
este método de aproximación. Este es el caso también de Podolny, donde se está discutiendo con los dos
conceptos claves de la sociología económica de redes: “el capital social”, que refiere a la capacidad de los
actores de beneficiarse del apoyo de un grupo social clausurado, y los “agujeros estructurales”, que permiten
la conexión de grupos sociales desconectados (Burt 2001). Sin embargo, Podolny sugiere que las redes no
solo deben considerarse como “cañerías” que trasmiten bienes o información, sino también como “prismas”
que producen nuevas identidades sociales y simbólicas. Trabajos más recientes, influidos también por la
idea de White de estudiar conjuntamente historias y conexiones sociales, han analizado cómo los actores
económicos no solo conectan diferentes nodos sociales, sino que además conviven entre múltiples principios
de valoración (Vedres y Stark 2010).

290 JOSÉ OSSANDÓN


riamente se asocian a diferentes tipos de bienes (como ropa, cobre y queso
artesanal), ya que pueden corresponder también a nichos diferenciados de
un bien similar (por ejemplo, vino diferenciado por marca, vino vendido por
barril, o vinos asociados al prestigio de pequeños productores). Así, dicho de
modo más general, los mercados son concebidos como un particular tipo de
relación social sustentada en la emergencia de agentes y bienes comparables.

Imitación y nichos en el seguro privado de salud


En el mercado del seguro privado de salud en Chile es fácil imaginar la
idea de interfaz entre proveedores y usuarios destacada por White. En este
caso, los proveedores son todas las instituciones que prestan atenciones de
salud, y los usuarios los potenciales pacientes. Estos últimos “compran” un
contrato que establece un conjunto de potenciales eventos médicos y el tipo
de cobertura que recibirán en caso de que estos sucedan. Los proveedores,
por otra parte, entregan la infraestructura y los servicios médicos. Las isapres
median esta relación, negociando con los prestadores las condiciones de las
futuras atenciones y controlando actuarialmente los costos de salud espera-
dos de la población que cubre. Tradicionalmente este esquema implicaría la
existencia de una relación de oferta y demanda entre, por un parte, seguros
y usuarios y, por otra, entre seguros y proveedores, donde todos actuarían
como actores atomizados que reaccionan a los precios de mercado. Sin em-
bargo, es posible observar una serie de elementos que hacen de este un caso
más complejo.
Primeramente, al conversar con diferentes actores de esta industria, queda
claro que existe una fiera competencia orientada a sumar más usuarios al pool
de cada seguro. Este intercambio se basa generalmente en la relación directa
entre potenciales consumidores y “la fuerza de venta” de las aseguradoras. Am-
bos se encuentran generalmente en el trabajo del potencial asegurado, donde
un vendedor o vendedora intentará convencerlo de la necesidad de contratar
una de las pólizas que provee su empresa. La venta se hace difícil cuando los
potenciales clientes ya cuentan con un seguro y el vendedor no puede ofrecer
una mejor alternativa a la disponible. Por cierto, los vendedores no pueden
crear un nuevo plan in situ; sin embargo, la información que ellos recolectan
sí puede ser importante para la producción de nuevas pólizas. En efecto, una
preocupación central para los departamentos de marketing de estas empresas
es estar siempre al tanto (por ejemplo, mediante la utilización de consumido-
res ficticios) de lo que ofrece la competencia, y a partir de esta información ir
continuamente equiparando lo que los otros hacen.

¿CÓMO SE HACE UN MERCADO? 291


Esta práctica de imitación se hace posible por las características del pro-
ceso necesario para “producir” una nueva póliza. Un “plan de salud”, que es
como se denominan las pólizas en este sistema, es un contrato que garanti-
za una combinación específica de condiciones para las prestaciones médicas
potenciales de cada asegurado. Generalmente, un porcentaje de cobertura
para eventos ambulatorios y otro para eventos que necesiten de una hos-
pitalización; una cobertura especial para enfermedades catastróficas; y una
serie de condiciones específicas (como topes o copagos) dependiendo del
lugar donde se realice la atención (“libre elección” o “convenios”). Cada
plan tiene un nombre propio –por ejemplo el nombre de una montaña–
que no puede ser copiado por otro asegurador. Sin embargo, las condicio-
nes específicas, el contrato mismo y los convenios no tienen derechos de
propiedad, por lo que pueden ser imitados libremente. El desafío en este
proceso de imitación es lograr que el precio final del producto (asociado
a los “costos administrativos” –delimitar las condiciones legales, instalar
un nuevo producto en el sistema y difundirlo entre vendedores y mate-
rial promocional– y los “costos médicos” –esperados según el riesgo de la
población a la que apunta cada plan y los convenios alcanzados con los
proveedores–) sea efectivamente “competitivo”. En otras palabras, la forma
como las aseguradoras de salud lidian con la incertidumbre asociada a la
potencial demanda no tiene necesariamente que ver con “comprender” a
los consumidores, sino más bien, tal como ha señalado White, con obser-
var lo que las otras firmas hacen. Sin embargo, en este caso la observación
no se concentra solamente en las ventas y ganancias de los otros agentes,
sino que en el particular producto que los otros ofrecen, el cual puede ser
directamente imitado.
Una de las consecuencias de esta particular dinámica es que el mercado
de seguros de salud ha devenido inmensamente complejo, con una cantidad
de opciones potencialmente disponibles amplísima (se ha calculado en más
de 16 mil). Esta situación se hace aun más inabarcable si además se toma
en cuenta que la regulación de este sistema prohíbe la existencia de corre-
dores de seguros que medien y simplifiquen la información disponible para
el consumidor final. Sin embargo, esto no significa que los consumidores
enfrenten esta complejidad de forma directa (Ossandón 2011b). Tal como
en otros mercados de seguros (McFall 2009), en esta industria los vendedores
son claves. Como uno de ellos me explicó con mucha claridad, su misión es
exactamente evitar “marear” a los consumidores con muchas opciones, por
lo que intentan ofrecer unas pocas alternativas que se puedan acomodar al

292 JOSÉ OSSANDÓN


perfil del comprador. Al mismo tiempo, la complejidad al nivel de los planes
se contrasta con lo simple que se ha tornado este mercado al nivel de las
compañías. A partir de un inicio más volátil, la industria de seguros de salud
en Chile lleva años estabilizada en torno a un pequeño número de empresas
que concentran un gran porcentaje de los usuarios.8 Al mismo tiempo, estas
empresas se han ido consolidando en nichos delimitados socioeconómica-
mente. En efecto, al conversar con los actores de este sistema, queda clara
una división reconocida por todos entre dos empresas “premium”, orientadas
a población de altos recursos, una empresa más segmentada en los grupos de
menores recursos que acceden al seguro privado, y finalmente que dos son
más “transversales”.
Es importante detenerse por último en la particular relación entre asegu-
radores y proveedores de salud. Con el fin de garantizar la competencia en
la compra de servicios médicos, la regulación del sistema de isapres prohíbe
la integración vertical entre aseguradores y proveedores. Sin embargo, esta
regulación no ha impedido que las aseguradoras sean partes de grupos em-
presariales que incluyen a proveedores de salud. Esto, además de abrir una
pregunta sobre la particular forma en que se ha interpretado esta normativa,
ha implicado una fuerte integración en términos de marca. En efecto, qui-
zás de forma similar a como se asocian aeropuertos con aerolíneas, es fácil
relacionar la mayor parte de la infraestructura médica privada en Chile con
determinadas aseguradoras. En la venta, la relación con los proveedores se
hace aun más importante, en la medida que los consumidores dirigirían
su búsqueda, al menos según los actores de estas empresas, de acuerdo al
tipo de institución clínica a la que tendrían acceso en cada plan. Esto se
debería a que, al menos en las grandes ciudades, el mercado de proveedores
de salud privado parece estar también fuertemente segmentado por estatus
social. De esta forma, el mercado de aseguradoras no es solo una compleja
formación social, sino que funcionaría en el cruce entre dos diferentes inter-
faces, la que conforman los proveedores de salud, y la de las aseguradoras,
ambas segmentadas por estatus y conectadas en holding empresariales. En
este contexto, el mercado de salud privada en Chile resulta un campo fértil
para análisis como los desarrollados por Podolny, y profundizar en la forma
como el estatus y la imitación social enmarcan las relaciones comerciales en
esta muy particular industria.

8 Si tomamos datos de 2006 (que no son muy diferentes a los de 2010), cuatro empresas concentran el
85% de los afiliados y un 89% de las cotizaciones de salud, lo que si se amplía a seis empresas alcanza un
97% y 99%, respectivamente.

¿CÓMO SE HACE UN MERCADO? 293


Una historia política
Mercados como campos políticos
Una segunda vertiente en la sociología de los mercados surge de la aproxima-
ción neoinstitucionalista a las organizaciones (DiMaggio y Powell 1991). Tal
como para White, desde esta literatura resulta central comprender las herramien-
tas sociales que utilizan los agentes económicos para lidiar con la incertidumbre,
pero, más que en una aproximación relacional, se funda en una combinación de
fenomenología social, interaccionismo simbólico y estructuralismo (DiMaggio
y Powell 1991). Dos elementos han sido particularmente enfatizados acá: que
las organizaciones no solo persiguen la eficiencia, sino que actúan de acuerdo
a mitos e instituciones socialmente construidas (Meyer y Rowan 1977), y que
se orientan por la observación del “campo social” en la que están insertas (Di-
Maggio y Powell 1983). En el primer sentido, se ha destacado especialmente
que la evolución de las empresas no debe ser comprendida solamente como un
proceso de creciente instrumentalización, sino que como un caso de “isomor-
fismo” entre las organizaciones y las múltiples instituciones en su entorno, tales
como reguladores, estándares, profesiones, costumbres o scripts (Meyer y Rowan
1977, DiMaggio y Powell 1983). Por su parte, en cuanto a los campos es central
entender: (i) cómo es que emergen nuevos espacios socialmente delimitados
(DiMaggio 1991); (ii) cuáles son las instituciones que orientan la acción de los
agentes en este campo; y, por último, (iii) cómo se constituyen como espacios
jerárquicamente diferenciados (Fligstein 1996).9
Particularmente influyente en este contexto ha sido la formulación de Neil
Fligstein (1996), quien ha concebido los procesos de estabilización de los mer-
cados como un proceso político. Esto pues, por una parte, diversos actores del
mundo político –tales como los superintendentes u otras agencias regulado-
ras– pueden ser centrales en la particular forma que adquiere un mercado, y,
por otra, porque los actores económicos –como los empresarios o las agru-
paciones gremiales–, al intentar influir sobre las regulaciones devienen acto-
res políticos en sí mismos.10 De esta forma, los mercados pueden entenderse

9 Para una discusión más general sobre el concepto de “campo” en la sociología de los mercados, ver Bec-
kert (2010). Vale la pena mencionar, sin embargo, que la noción de campo también ha sido criticada, pues
es un término abstracto que tiende a extrapolar una dinámica similar a diferentes tipos de relaciones sociales.
Esto es particularmente cierto en el caso del muy influyente trabajo de Bourdieu (1985), donde ámbitos tan
diferentes de interacción social como la literatura, la educación o la televisión son comprendidos igualmente
como una situación de competencia sobre capitales escasos. Para una teoría alternativa, enfocada específica-
mente en la multiplicidad de formas de valor presentes en la vida social, ver Boltanski y Thévenot (2006).
10 Resulta ilustrador de esta perspectiva el análisis de Fligstein y Goldstein (2010) sobre la securitización
de la deuda habitacional en Estados Unidos. Allí muestran cómo una compleja combinación de firmas y los
efectos inesperados de políticas habitacionales y de regulaciones del mercado financiero terminaron desen-
cadenando la última crisis financiera.

294 JOSÉ OSSANDÓN


como la cristalización de “estilos regulatorios” (Dobbin, citado por Fligstein,
1996), los que a su vez son el producto de las luchas particulares de cada cam-
po. Más específicamente, Fligstein ha sugerido que los mercados pueden ser
caracterizados por la forma particular en que se delimitan tres elementos: “los
derechos de propiedad” (o quién se podrá beneficiar en un intercambio); sus
“estructuras de gobernanza” (en particular las regulaciones de la competencia);
y los “roles del intercambio” (o quién puede tranzar con quién). La definición
de las particulares características de cada caso tendrá que ver con la forma en
que un mercado se estabiliza. Visión que a su vez asume una imagen dinámi-
ca. Así, Fligstein distingue tres momentos: “emergencia” (que se caracteriza
por una alta incertidumbre y volatilidad), “estabilidad” (donde el rol de los
agentes y sus estatus son definidos y conocidos); y “crisis” (que pueden ser
detonadas por múltiples factores, como la aparición de un nuevo actor o un
cambio legal).
Entonces, al igual que en el trabajo de Podolny, desde esta perspectiva se
concibe a los mercados como campos compuestos por actores jerarquizados,
diferenciándose entre agentes de alto prestigio y otros con menor estatus que
intentan desafiar la posición de los dominantes. Al mismo tiempo, se presta
especial atención a las formas institucionales que utilizan los actores para evi-
tar la incertidumbre asociada con la competencia de mercado. En particular,
Fligstein ha estudiado cómo, a nivel de la firma, los agentes desarrollan es-
trategias tales como la integración vertical y la diversificación (que permiten
respectivamente controlar los precios de insumos o productos y participar en
varios campos a la vez), y al nivel del campo, se intenta imponer una particu-
lar “concepción de control” (o manera de comprender y regular el mercado).
Estas concepciones se trasmitirían entre mercados cercanos, aunque también
variarían de acuerdo a cambios históricos en la manera de concebir el control
de la empresa (Fligstein 1996: 669-670) o de medir y regular la competencia
(Dobbin y Dowd 2000).

La política del seguro


Como se ha señalado, el mercado del seguro de salud en Chile tiene un
origen histórico preciso: se hizo posible cuando se declaró que las cotizaciones
de salud y pensión son propiedad de cada trabajador, quienes podrán decidir
entre empresas en competencia por la administración financiera de estos re-
cursos. Usando los términos de Fligstein, este mercado se hizo posible con la
delimitación de un “derechos de propiedad” (la cotización), y de un contexto
de competencia e intercambio institucionalmente establecidos (el mercado de

¿CÓMO SE HACE UN MERCADO? 295


isapres). Sin embargo, la historia política e institucional de este mercado no se
limita a su momento constitutivo, sino que ha sido un proceso que continúa
hasta el día de hoy. Siguiendo con los conceptos de este mismo autor, es po-
sible ordenar este relato en los momentos de “emergencia” y “estabilización”.
Las isapres fueron creadas a principios de los ochenta. Por esa misma épo-
ca, la industria financiera chilena vivió una de sus peores crisis, por lo que el
nuevo mercado se enfrentó a un entorno económico muy desfavorable, espe-
cialmente considerando que varias de las primeras aseguradoras eran parte de
los grupos económicos bancarios. En este contexto, casi como con un recién
nacido con bajo peso, las autoridades implementaron una serie de medidas
–tales como el aumento de porcentaje de cotización obligatorio, un subsidio
para personas de ingresos medios, y la cobertura estatal de los costos asociados
a las licencias maternales (González-Rosseti, Chuaqui y Espinosa 2000; Sojo
2006)– con el fin de apoyar su desarrollo. Así, la industria del seguro de salud
–cuyo crecimiento en general ha ido muy pegado al crecimiento económico–
se expandió incluso durante los años de recesión.
Esta situación cambió notoriamente con la etapa de “estabilización”, la cual
coincidió con el comienzo de los gobiernos de la Concertación de Partidos
por la Democracia. Por esta época, el sistema había dejado de ser una industria
incipiente, contaba con cerca de 1,5 millones de beneficiarios y administraba
las cotizaciones de salud de parte importante de los trabajadores de mayores
ingresos del país. En este contexto, y a raíz de una serie de controversias, co-

GRÁFICO 1
Evolución número de usuarios isapres y PIB (GDP) per cápita (1981-2005, US$)

4.000 8.000

3.500 7.000

3.000 6.000

2.500 5.000

2.000 4.000

1.500 3.000

1.000 2.000

500 1.000

0 0
1981
1982
1983
1984
1985
1986
1987
1988
1989
1990
1991
1992
1993
1994
1995
1996
1997
1998
1999
2000
2001
2002
2003
2004
2005

Beneficiarios GDP P/C

Fuente: Elaboración propia con información de la Superintendencia de Salud.

296 JOSÉ OSSANDÓN


menzó a cuestionarse si efectivamente este mercado estaba actuando como un
seguro que realmente protegía a sus beneficiarios (Celedón y Oyarzo 1998;
Oyarzo et al. 1998; González-Rosseti, Chuaqui y Espinosa 2000; Quesney
2000). Así, con el fin de garantizar el “correcto” funcionamiento de esta in-
dustria, se creó una superintendencia especialmente orientada a su vigilancia
(la Superintendencia de Isapres, que más tarde se transformará en la Super-
intendencia de Salud). A su vez, durante los cuatro gobiernos de la Concer-
tación se aprobaron una serie de reformas, las que, si bien no cambiaron los
principios básicos sobre los que se sustentó la creación de las isapres en los
ochenta, han modificado importantemente las características específicas del
seguro. Se destacan el desarrollo de un contrato común para todas las pólizas,
la prohibición de seguros que excluyan a mujeres en edad fértil (o “planes sin
útero”), la regulación de los términos unilaterales de contratos y, finalmen-
te, el desarrollo de un sistema que garantiza condiciones y precios comunes
para el tratamiento de una lista preestablecida de eventos médicos (Ossandón
2009: 43-49, 117-129).
La historia política del mercado de isapres se ha jugado en múltiples con-
textos institucionales. Particularmente importante ha sido el parlamento, por
donde han pasado la mayor parte de las reformas mencionadas hasta ahora,
pero también en la Superintendencia (que entre sus funciones incluye darle
un contenido específico a las nuevas regulaciones); el Tribunal de Defensa
de la Libre Competencia, que ha investigado una posible colusión en la dis-
tribución de la cobertura de salud en los planes ofrecidos por las distintas
empresas (Agostini, Saavedra y Willington 2008); y, tal como se mencionó
al comienzo de este artículo, el Tribunal Constitucional, que en 2010 declaró
discriminatoria la tabla que diferencia los precios de una misma póliza por
edad y sexo. Cada una de estas discusiones ha hecho al seguro de salud, un
objeto que podría fácilmente asumirse como muy técnico y opaco, un asunto
eminentemente controversial y político. Político, primeramente, en cuanto
las posiciones respecto al seguro han tendido a reflejar las diferentes visiones
ideológicas presentes en el espectro de partidos representados en el parlamen-
to (Boeninger 2005). Y político también en la medida que la Asociación de
Isapres, organización gremial creada en 1984, se ha constituido en un activo
actor en la discusión de las múltiples regulaciones. En efecto, esta agrupación
–desplegando múltiples tipos de acciones, tales como el desarrollo de semina-
rios, cartas en los diarios, o contratando empresas de lobby– ha participado
directamente en cada una de las controversias públicas relacionadas con este
sistema. En efecto, como para los sociólogos institucionalistas, para los diri-

¿CÓMO SE HACE UN MERCADO? 297


gentes de este gremio parece claro que en un mercado regulado como este,
donde además la competencia está relativamente consolidada en torno a un
conjunto delimitado de actores, la suerte del negocio no se juega solamente
con los vendedores en la calle, sino que en cada una de estas controversias
políticas e institucionales.11

Una historia socio-técnica


Mercados como dispositivos de cálculo
Finalmente una tercera sociología de los mercados ha sido empujada por el
reciente trabajo de autores provenientes de los estudios de la ciencia. Desde
esta perspectiva, tal como en el trabajo de White, es central comprender los
desacoples prácticos de donde surgen los mercados, pero en vez de centrarse
en las redes de productores, la atención se enfoca a la producción de la “cal-
culabilidad” (Callon, Barry y Slater 2005; Ossandón 2009: VI). A su vez, al
igual que Fligstein, se asume que los mercados no son solo el producto de
“interacciones” sociales, sino que necesitan de un trabajo de estabilización,
aunque desde dicha perspectiva esta no es solo un asunto institucional, sino
que primordialmente sociotécnico: los mercados son “dispositivos colectivos
de cálculo” (Callon y Muniesa 2005). Central en este contexto es entender
que un objeto no es un bien por naturaleza, sino que se hace “bien” en cuanto
se separa de su contexto de producción y es delimitado como una mercancía
comparable a otras, donde podrá ser singularizado, o conectado [attachment]
con el consumidor y sus particulares redes y deseos (Callon, Méadel y Rabe-
harisoa 2002). Esta transformación de los objetos en bienes calculables nece-
sita de “marcos” (Callon 1998a), los cuales pueden ser materiales –como un
pasillo de supermercado con bienes de un solo tipo pero de diferentes marcas
y precios (Cochoy 2007)–, o virtuales, como las formulas que hacen posible
valorar los más sofisticados bienes financieros (MacKenzie y Millo 2003). La
calculabilidad, en este contexto, no es una propiedad inherente de los agen-
tes que interactúan en el mercado, sino que se hace posible en cuanto estos

11 Todo esto ha tendido a complicarse aún más en cuanto muchas veces los dirigentes de estas instituciones
han tendido a identificarse explícitamente con la dictadura, y los partidos políticos que representaban una
continuidad con tal régimen. Así por ejemplo, el director ejecutivo de la Asociación de Isapres escribía el año
2000: “En marzo del año 1990, la Concertación por la Democracia comenzó a gobernar, después de ganar
las elecciones presidenciales convocadas por el Gobierno Militar. Fue el año del retorno a la democracia,
que había estado suspendida desde el 11 de septiembre de 1973, año en que los militares tomaron el poder
con el más amplio respaldo ciudadano, después de derrocar al Gobierno de la Unidad Popular, frustrando
así el intento de imponer el marxismo en el país” (Caviedes 2000: 156). Un cambio se observó sin embargo
el año 2006, cuando se nombró un economista ligado a la Democracia Cristiana, Eduardo Aninat, como
presidente de la Asociación (Ossandón 2011). Para una discusión más general sobre la construcción política
de la industria de seguros, ver Ericson, Doyle y Barry (2003).

298 JOSÉ OSSANDÓN


son equipados con dispositivos de cálculo (Callon 1998a, Callon y Law 2005,
Leyshon y Thrift 1999).
La atención de los estudios inspirados por este marco conceptual se ha
dirigido especialmente al análisis de los dispositivos técnicos (como formu-
las, rankings, algoritmos, pantallas) que hacen posible la emergencia de un
intercambio con un espacio, bienes y agentes delimitados (Caliskan y Ca-
llon 2010). De los muchos posibles dispositivos que inciden en el proceso de
producción de un bien, el que ha recibido más atención es el “conocimiento
económico” mismo. Esto especialmente desde el artículo de Callon de 1998,
donde se sugiere que la economía como conocimiento no está solo confinada
al mundo académico, sino que es una herramienta clave en la construcción
de mercados prácticos. Esto no en el sentido de una ideología que se difunda
entre los agentes económicos, sino más bien en cuanto el conocimiento se
inscribe en herramientas que permiten producir un entorno calculable. Para
nombrar este particular fenómeno Callon tomó prestado de la filosofía del
lenguaje la noción de “performatividad”, en el sentido de que la economía no
describe lo que observa sino que lo produce, y hace del mundo que observa un
mundo económico (Callon 2007, Callon y Caliskan 2010).12
Es importante aclarar que cuando Callon se refiere al conocimiento econó-
mico lo hace en un sentido amplio, no limitado a la economía, y que incluye
los diferentes tipos de expertise utilizados para la comprensión de los merca-
dos. En este contexto se ha desarrollado una importante literatura sobre co-
nocimientos tales como la contabilidad (Miller 2004), el marketing (Cochoy
1998), la publicidad (Slater 2002) y, más generalmente, sobre lo que Nigel
Thrift (2005) ha denominado como “los circuitos culturales del capitalismo”,
que incluyen los gurúes, publicaciones y seminarios de empresas que inciden
sobre la forma como se imaginan y organizan los negocios. Finalmente, cabe
mencionar que el mismo Callon ha destacado la importancia de estudiar los
que él ha denominado como “desbordes”. Esto es cómo una particular forma
de cálculo, o encuadre, abre posibilidades de desarrollo inesperadas, ya sea

12 Es importante aclarar que la hipótesis de la “performatividad” del conocimiento económico ha recibido


importantes críticas. En efecto, algunos autores han destacado que ya hay disponible una amplia gama de
conceptos –tales como “circularidad” de Simmel, “profecías autocumplidas” de Merton, “doble hermenéuti-
ca” de Giddens y “efectos de teoría” de Bourdieu– disponibles en la ciencias sociales para el estudio del efecto
del conocimiento social sobre su objeto (Neiburg 2008, Aspers 2007). Otros han ido aun más lejos y han
puesto en duda la idea misma de performatividad, en cuanto negaría el carácter central de elementos como
el poder y la subjetividad de los actores en la producción de situaciones económicas prácticas (Mirovski y
Nik-Khah 2007, Miller 2002). Sin embargo, es importante destacar que la discusión iniciada por Callon ha
levantado una importante agenda de investigación empírica y, al mismo tiempo, ha introducido un nuevo
énfasis en la comprensión del conocimiento económico, entendido como conceptos o fórmulas inscritos en
dispositivos concretos, agregando a estos dispositivos a la gama de agentes relevantes para el análisis de los
mercados concretos (ver los artículos incluidos en: MacKenzie, Muniesa y Siu 2007).

¿CÓMO SE HACE UN MERCADO? 299


en cuanto produce “externalidades” –o elementos originalmente no valorados
que deben ser incluidos en el cálculo del bien–, o, por la emergencia de grupos
de “afectados”, que más que reflejar categorías sociales previas, surgen de las
controversias en torno a los límites de un determinado intercambio (Callon
1998b, 2007b).

Una historia económica


La idea de que los mercados son algo más que el objeto de análisis del co-
nocimiento económico sugerida por Callon es también aplicable al caso del
seguro de salud en Chile. El tercer ingrediente de este mercado es la economía
y los economistas. Esta historia, tal como la anterior, puede ser dividida en
dos grandes momentos: “prehistoria y nacimiento” y “evaluación crítica” (Os-
sandón 2011a).
Es difícil delimitar dónde se originó la idea de que un problema de salud
pública podría ser solucionado con la implantación de un mercado de segu-
ros. En términos generales, sin embargo, es claro que esto tiene que ver con el
impacto que tuvo el grupo de economistas, generalmente denominado como
Chicago boys, en las políticas sociales de la dictadura militar (Valdés 1995,
Ossandón 2009: 56-76). En efecto, ya desde el “Ladrillo” –el nombre con que
se conoce al documento preparado durante la Unidad Popular por el grupo
de economistas formado en Chicago y que se constituyó en el principal ante-
cedente de las reformas posteriores– se señalaba la necesidad de reformas que
aumentaran el rol de los agentes privados en la salud pública. En particular,
las reformas que dieron origen a las isapres corresponden a la segunda serie
de medidas asociadas con este grupo (Foxley 1988), las que se orientaron a
“modernizar” los servicios sociales y cuya difusión se dio conjuntamente con
la distribución de jóvenes economistas en puestos claves de cada sector re-
formado. Para el caso de la salud, ya a fines de los setenta se desplegaron una
serie de medidas que transformaron un sistema público y centralizado en uno
donde se podían diferenciar claramente tres grandes sectores: políticas y regu-
lación, provisión y administración financiera (Rackzynski 1983). En este nue-
vo contexto se asume que tanto la provisión como la administración no tienen
que ser necesariamente desarrollados por organizaciones públicas, y que, por
el contrario, será preferible que sean producidas por agentes privados. Sin
embargo, ni en el Ladrillo ni en los documentos posteriores ha sido posible
dar con registros de que se estuviera pensando en un “seguro” como forma
específica de administración (Oyarzo et al. 1998, Ossandón 2011a). Parece
más factible asumir que la reforma que creó las isapres siguió directamente el

300 JOSÉ OSSANDÓN


modelo de las pensiones –cuyo origen generalmente se asocia con el econo-
mista y ministro de Trabajo de la época José Piñera–, estableciéndose sobre
la base de la competencia por la administración de la cotización obligatoria.
Este último asunto no deja de ser relevante, pues, a pesar del carácter “téc-
nico” generalmente asociado a las reformas sociales de los ochenta, al menos
esta no parece ser el producto de “estudios científicos” (al menos en el sentido
de un proceso de experimentación previa o de deliberación en publicaciones
académicas). Por el contrario, estas reformas se habrían basado en el principio
más general –que a veces se denomina como “teoría económica” (Ossandón
2010)– de que aumentar las opciones de los consumidores entre proveedores,
preferentemente privados y en competencia entre ellos, producirá servicios más
eficientes y de mejor calidad. No será hasta varios años más tarde (en particular
durante los noventa) que se desarrollará una discusión académica sobre el fun-
cionamiento de este sistema. En este contexto, los economistas han tenido que
reconstruir ex-post una explicación sobre lo que realmente se había intentado
hacer con este particular experimento. Se ha asumido que el supuesto detrás
del desarrollo de las isapres es que la triple relación entre usuario, seguro y pro-
veedores se maximizaría en caso de que: (i) los primeros decidan racionalmente
por el seguro que más les convenga; (ii) las isapres hagan competir por un me-
jor precio y servicio a los proveedores médicos, y (iii) estos últimos compitan
entre ellos. Sin embargo, tal como sugirieron los economistas expertos en salud
entrevistados, los estudios han encontrado una situación bastante diferente.
Primeramente, la gran cantidad de pólizas disponibles cuestiona el principio
de que los usuarios pueden tomar una decisión informada. Segundo, dado que
el sistema privado convive con un seguro público, ambos con diferentes lógicas
y formas distintas de pricing, se generaría una situación donde asegurados y
aseguradores no tendrían incentivos para producir una póliza que realmente
proteja a los usuarios. Y, finalmente, el hecho de que las preexistencias (es decir
enfermedades pasadas) puedan ser excluidas de la protección de una nueva
póliza produciría “usuarios cautivos”, lo que cuestiona el supuesto de que los
intercambios en este mercado se basan siempre en la libre elección.
Esta discusión económica no se ha mantenido estrictamente confinada en
la academia. De hecho, ha influido en la forma como se evalúa y regula este
mercado. Esto no es casualidad, ya que los mismos economistas que escriben
académicamente sobre este caso participan también en think tanks, son in-
vitados como expertos a las convenciones de la industria y a las discusiones
en el parlamento, o directamente han trabajado en organismos reguladores
(Ossandón 2011a). En efecto, las reformas desarrolladas durante los últimos

¿CÓMO SE HACE UN MERCADO? 301


cuatro gobiernos han apuntado a los problemas detectados por la discusión
económica. En particular, la Superintendencia ha introducido una serie de
rankings que intentan hacer la decisión de los consumidores más informada,
las diferentes compañías lograron acordar la introducción de un seguro catas-
trófico en todos los nuevos planes de salud, y se ha empezado a entender este
particular servicio como un contrato a largo plazo, donde es más importante
garantizar que no pueda ser finalizado unilateralmente que el libre movi-
miento. Hoy incluso se discute la posibilidad de intervenir en la cantidad
de opciones disponibles mediante la delimitación de un conjunto reducido
y preestablecido de categorías de pólizas comunes para todo el sistema. En
términos más conceptuales se podría afirmar que todas estas reformas han
ido cambiando la concepción de este mercado, desde uno fundado en la idea
de que la competencia produciría el mejor tipo de bien, a otro donde las em-
presas compiten por la venta de un servicio delimitado por agentes externos
(como reguladores, parlamento, gobierno).13

Discusión: las economías del seguro


El presente trabajo ha intentado utilizar herramientas de la sociología de
los mercados para el análisis del caso del seguro privado de salud en Chile.
Más que entregar una versión definitiva, se ha intentado abrir nuevas avenidas
de análisis en pos de mejorar nuestra comprensión de los mercados como
instituciones sociales. A su vez, este documento se inscribe en el contexto de
la presente publicación que tiene como principal pregunta entender “cómo
el conocimiento social produce lo social”. En consecuencia, la conclusión de
este artículo se divide en dos partes: en la primera se sintetizan las tres formas
de aproximarse al seguro de salud privado en Chile desarrolladas en la sección
anterior, y, en la segunda se intenta dar una respuesta más específica a la pre-
gunta por el rol del conocimiento económico en este mercado.

Tres historias
El material disponible ha sido interpretado mediante una serie de con-
ceptos de la sociología económica, a partir de los cuales se desarrollaron
tres diferentes formas de contar la historia del seguro de salud privado en
Chile. Estas historias pueden resumirse en las siguientes ideas principales.

13 Retomando la clasificación ya mencionada de Faverou et al. (mencionada en la sección I), esto mismo
se podría formular en términos de que el mercado de seguros de salud en Chile ha pasado de un mercado
merchant a un mercado “industrial”, donde, más que la competencia, son agencias externas (reguladores,
parlamento, gobierno) las que delimitan las características del bien transado (tipo de contrato, mínimos
modos de finalización de estos, etc.).

302 JOSÉ OSSANDÓN


Primeramente, los agentes que directamente participan en los intercambios
de este mercado –consumidores, proveedores, seguros– no necesariamente se
enfrentan atomísticamente unos a otros, sino más bien en particulares diná-
micas sociales y simbólicas. Dos temas que necesitarían una mayor atención
en futuros estudios son el proceso de imitación de planes entre las asegu-
radoras y las consecuencias del hecho de que tanto los aseguradores como
los proveedores de salud se organizan en jerarquías de estatus directamente
conectadas entre ellas. Segundo, para comprender las características especí-
ficas adquiridas por este mercado no basta con estudiar la dinámica entre
los actores directamente involucrados en los intercambios. Resulta necesario
también seguir las múltiples controversias sobre las formas de regulación
de este mercado, las que se han dado en múltiples espacios (comisiones,
publicaciones, seminarios, cartas y editoriales en la prensa, etc.) e institu-
ciones (parlamento, tribunales, superintendencia). A su vez, es importante
entender mejor cómo las isapres no solo son agentes en competencia, sino
que también se constituyen en actores políticos que participan directamente
en estas controversias. Tercero, se ha explicado que, en el caso del seguro de
salud en Chile, el conocimiento económico no ha sido solo una forma de
describir el comportamiento particular de este mercado, sino que ha sido un
agente central en su producción.
En términos de los conceptos desarrollados por Callon, se ha sugerido
entonces que en el caso revisado la economía no ha sido solo descriptiva
sino que performativa. Sin embargo, esta respuesta es todavía muy gene-
ral. La próxima sección intenta dar una respuesta más específica a esta pre-
gunta. Antes de eso es importante mencionar que, además de la economía,
hay otros distintos conocimientos económicos en la historia del mercado
de seguros de salud que podrían ser objetos de estudio en sí mismos. Por
ejemplo, desde la perspectiva de la constitución de los nichos de mercados,
parece central el rol que cumplen los expertos de marketing, quienes intro-
ducen formas particulares de clasificar los bienes y sus potenciales consu-
midores (Cochoy 1998, McFall y Dodsworth 2009). Por su parte, desde la
historia más política, sería importante estudiar lo que Fligstein denomina
como “concepciones de control”, las que corresponden a ese conocimiento
entre jurídico y económico donde se definen la competencia y los límites
de la regulación. Y, finalmente, desde el punto de vista desarrollado por los
sciencestudies, sería necesario estudiar con más atención el conocimiento ac-
tuarial, que es donde realmente se relacionan precios, estadísticas médicas y
planes en la industria del seguro (Ossandón 2009: V).

¿CÓMO SE HACE UN MERCADO? 303


Produciendo lo económico
La literatura donde más se ha estudiado la “performatividad del conocimien-
to económico” es en los estudios de las finanzas. En este contexto, la preocupa-
ción se ha enfocado principalmente al análisis de cómo el conocimiento eco-
nómico académico se inscribe en dispositivos específicos (por ejemplo en una
fórmula), los que a su vez transforman los mercados en donde son utilizados.
El caso revisado acá es diferente. Esto pues, al menos en un primer momento,
más que un dispositivo específico, el conocimiento económico utilizado en este
mercado fue de carácter más general (“la competencia entre agentes privados
es más eficiente que la administración central”). Sin embargo, en un segundo
momento, este conocimiento se hizo más específico y, en cuanto fue publi-
cado y discutido en revistas especializadas, en estricto rigor por primera vez
académico. Sin embargo, en ambos casos la economía, más que traducirse en
dispositivos utilizados por los agentes directamente involucrados en la compra
y venta de seguros, ha estado presente, primero, en la acción de los agentes
que decidieron que esta era una política pública factible, y, posteriormente, en
la práctica de los reguladores. En este contexto, cabe preguntarse entonces, si
sabemos que el conocimiento económico ha sido un agente central en la for-
mación y en el desarrollo específico de este mercado, pero no se ha cristalizado
en market devices (dispositivos de mercado), a qué tipo de performatividad co-
rresponde este caso. Es posible sugerir al menos dos respuestas a esta pregunta.
En primer lugar, vale la pena recordar la distinción entre dos tipos de per-
formatividad sugerida por Donald MacKenzie (2007b). Este distingue, por
una parte, performatividad genérica, que es cuando el conocimiento es utiliza-
do en un mercado cambiando lo que observa, y una noción más fuerte, donde
la utilización del conocimiento hace el mercado más parecido a la descripción
utilizada. En una publicación más reciente, Judith Butler (2010) ha sugerido
que la distinción de MacKenzie puede asimilarse a los dos tipos de perfor-
matividad distinguidas por John L. Austin (ilocucionaria y perlocucionaria).
En este contexto, señala Butler, mientras la performatividad general implica
un cambio ontológico (se introduce algo nuevo al mundo, se crea algo que
no existe), la segunda corresponde a una hipótesis empírica (¿la situación se
acerca o no a la descripción de la teoría?). No es muy arriesgado afirmar que
el caso descrito en este trabajo corresponde a una performatividad genérica.
Simplemente, el mercado de seguro de salud privado en Chile no existiría sin
economistas y su particular conocimiento. Es más difícil, especialmente con-
siderando que no existió una formulación original propiamente demarcada,
establecer si corresponde o no a un caso de performatividad en el sentido más

304 JOSÉ OSSANDÓN


fuerte. En efecto, es posible afirmar que solo con el desarrollo de una inci-
piente discusión académica, en particular en los noventa, es decir ex-post, se ha
señalado cómo se espera que este sistema debiera funcionar. Podría sugerirse
entonces, y ahora parafraseando el trabajo más antiguo de Butler (1999), que
este mercado “no nació siendo un seguro, sino que se hizo”, en cuanto no fue
comprendido como un seguro en su creación, pero sí fue evaluado como tal
por la discusión académica posterior. Esta figura del “mercado de seguro” a
su vez ha incidido en la regulación y en la evaluación del mismo mercado,
pasando de una situación donde se asumía que la competencia produciría el
bien más eficiente, a una donde el diseño del bien intercambiado se define
externamente.
En segundo lugar, resulta relevante considerar la manera como Timothy
Mitchell (2007) ha entendido la performatividad. Para Mitchell, el conoci-
miento económico es performativo en cuanto es exitoso en la demarcación de
un espacio como económico. En sus términos, la economía es performativa
cuando “ayuda a constituir el borde entre el mercado y el resto [...] la econo-
mía contribuye al trabajo sociotécnico que reorganiza cómo la gente vive y
las reivindicaciones políticas que ellos pueden hacer” (Mitchell 2007: 248).
Así, desde esta perspectiva, el conocimiento económico adquiere un sentido
cuasi judicial, que demarca quién puede o no reclamar una voz legítima so-
bre lo económico, lo que al mismo tiempo, como ha señalado Andrew Barry
(2005), puede tener consecuencias antipolíticas, en cuanto deviene un espacio
excluido de la deliberación democrática y es dejado solo a sus expertos. Esta
perspectiva adquiere relevancia para el caso del seguro privado de salud en
Chile si se considera que este mercado es el producto de un fuerte trabajo de
reorganización de la salud, donde se diferenció entre las políticas de salud, la
regulación, la provisión y la administración financiera. Esta diferenciación,
por cierto, no fue solo “ideológica”, sino que también implicó una importante
transformación institucional y material en toda la cadena del sistema de sa-
lud. Al mismo tiempo, la demarcación de la administración como un espacio
distinto al resto hizo posible la creación de un área de este campo donde los
principales expertos no fueran médicos, sino que administradores o econo-
mistas. Las isapres surgen de una posterior diferenciación, donde se establece
que los administradores financieros del sistema pueden ser públicos y privados
(Ossandón 2009: IV). Esta distinción se hará prácticamente irreversible en
cuanto se crean las aseguradoras, ya que desde ahí todo paso atrás podrá ser
criticado como alguna forma de expropiación a la propiedad privada, bien
que a su vez es firmemente protegido por la Constitución política de 1980.

¿CÓMO SE HACE UN MERCADO? 305


En otras palabras, las isapres surgen de un trabajo de demarcación posibilitado
por el conocimiento económico que introdujo un mediador económico entre
los médicos y los pacientes.
Para concluir, es importante ponderar lo recientemente señalado teniendo
en cuenta que, a pesar de que la demarcación original que hizo posible la
creación de las isapres no ha sido radicalmente cuestionada, este sistema ha
sido continuamente “desbordado”. En efecto, en las múltiples controversias
ya mencionadas el mercado mismo ha devenido un objeto que no es solo
evaluado económicamente, sino que es también discutido y transformado ju-
dicial y políticamente. Este carácter controversial no solo dice relación con la
dimensión sociotécnica del seguro de salud, sino también con que se trata de
un mercado que ha sido introducido como una política social. De modo que
el mercado mismo es un dispositivo de gobierno en sí mismo (Rose y Miller
1992). Y en este sentido el conocimiento económico no actúa solo como un
productor de herramientas utilizadas en los intercambios, sino que también es
clave en la producción de marcos y dispositivos para la evaluación del merca-
do como política pública. Sabemos aún muy poco de este particular tipo de
performatividad, por lo que sería ideal que este trabajo motive al estudio de
otros mercados similares (como la educación y las pensiones).

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310 JOSÉ OSSANDÓN


Capítulo 10
La razón de Estado: usos políticos
del saber y gobierno ‘cientíico’
de los ‘technopols’ en Chile
(1990-1994)*
Alfredo Joignant

Chile inició formalmente su transición a la democracia el 11 de marzo de


1990, tras la derrota del general Pinochet en el plebiscito de 1988 y la victoria
de Patricio Aylwin en las elecciones presidenciales de diciembre de 1989. Ese
día, el nuevo presidente recibió los símbolos del poder que habían estado en
manos de Pinochet durante diecisiete años. A partir de entonces se desen-
cadena un largo proceso de transición bastante difícil, en la medida en que
esta coalición, a la que las urnas habían dado la victoria, carecía de mayoría
de escaños en el Congreso: gozaba de una amplia mayoría en la Cámara de
Diputados, pero era minoritaria en el Senado en razón de los nueve senadores
designados que inclinaban la relación de fuerzas a favor de los partidos naci-
dos del antiguo régimen. A todo ello hay que añadir que la figura de Pinochet,
encabezando el Ejército, seguía siendo omnipresente.
Veinte años después, ya sabemos los resultados del proceso: una transición
definitivamente acabada y una democracia estable, pero sin que se sepa muy
bien cuáles fueron las prácticas y las estrategias que hicieron posible esta
conclusión. Ciertamente, sabemos que la política transicional emprendida
por los nuevos gobernantes se hizo a base de negociaciones y de prudencia,
considerando las amenazas heredadas y un marco constitucional bajo tutela
militar que limitaba el alcance de las iniciativas que eran posibles de em-
prender por los nuevos gobernantes. En estas circunstancias, la desconfianza

* Este trabajo se inscribe en el marco del proyecto Fondecyt 1100877: “Las élites políticas en Chile: socio-
logía del personal gubernamental, parlamentario y partidario, 1990-2010”, así como del proyecto “Las élites
gubernamentales como factor explicativo de un modo político y económico de desarrollo: el caso de Chile,
1990-2010”, financiado por la Fundación Carolina (España).

311
hacia los partidos de derecha, el empresariado y los militares era de rigor. En
pocas palabras, había una gran incertidumbre sobre si se respetarían o no las
reglas del juego. ¿Cómo se hizo frente a esa incertidumbre? ¿Mediante qué
agentes gubernamentales? ¿Con qué estrategias? En nombre de qué intereses
y ¿cómo se justificaban las acciones públicas que finalmente se emprendían?
¿De qué manera se reaccionó ante las amenazas de regresión autoritaria?
¿Cómo pudieron dominarse y conducirse la voluntad de ruptura que venía
de la izquierda y la preocupación por el orden que venía de la derecha? Para
responder a estas preguntas es preciso subrayar la importancia de la contin-
gencia de un proceso transicional cuyo resultado (independientemente de lo
que haya sido) no estaba garantizado. Pero, al mismo tiempo, no hay que
soslayar el hecho de que la transición chilena a la democracia fue, desde un
punto de vista cronológico, el último proceso transicional que tendría lugar
en América del Sur, hecho que proporcionó a los agentes políticos referentes
comparativos y recetas sobre lo que convenía hacer y no hacer, lo que era
bueno emprender o evitar. Dicho de otro modo, la transición a la democra-
cia en Chile se inscribía en un contexto regional del que se podían extraer
enseñanzas y que permitía racionalizar hasta cierto punto un proceso que se
sabía difícil.
Estos referentes comparativos figuran y son analizados en la literatura tran-
sitológica y económica, a veces formalizados y siempre sujetos a un trabajo
de disección. Un grupo particular de agentes (los technopols) estaba familiari-
zado con esta literatura, en base a la cual pudo gobernar y orientarse, en un
presente ciertamente brumoso, recurriendo a brújulas y cartas de navegación
hechas de libros, teorías, conceptos y comparaciones con procesos análogos.
Este extraño neologismo, technopols, que sugiere tecnología y modernidad,
proviene de los politólogos y economistas que, desde principios de los años
noventa se interesaron por los agentes que en algunos países y en momentos
coincidentes habían ocupado los cargos de ministros de Finanzas, Economía
o Hacienda.1 No eran ni políticos ni tecnócratas, sino agentes que, cono-
cedores de las corrientes dominantes de la ciencia económica, corrieron el
riesgo de hacer de ellas un uso político desde sus funciones ministeriales.
De este modo, la ciencia económica se transformó en una brújula que servía

1 El texto que popularizó este neologismo, a punto de convertirse en una categoría en economía y en ciencia
política, es el de John Williamson, “In Search of a Manual for Technopols”, en John Williamson (ed.), The
Political Economy of Policy Reform, Washington, D. C., Institute for International Economics, 1994, pp.
11-28. Pero es a Domínguez a quien debemos el primer intento de aplicar empíricamente la categoría
mediante la elaboración de trayectorias políticas, profesionales e intelectuales, y más tarde con entrevistas
en profundidad a algunos technopols latinoamericanos: Jorge Domínguez (ed.), Technopols. Freeing Politics
and Markets in Latin America in the 1990s, University Park, The Pennsylvania State University Press, 1997.

312 ALFREDO JOIGNANT


para orientarse en los enigmas del subdesarrollo, la pobreza, la inestabilidad
y las desigualdades sociales, en el marco de procesos transicionales todavía
en curso, incompletos, imperfectamente acabados o, excepcionalmente, de
procesos que habían logrado dar a luz a democracias consolidadas.
Es evidente que la categoría de technopols es sobre todo normativa e ideo-
lógica, puesto que en su origen permitía justificar el uso gubernamental del
mainstream económico,2 aplicar principios disciplinarios y políticas públicas
en nombre de la razón científica a partir de una celebración anticipada de los
resultados, y aplaudir a sus ejecutores. Sin embargo, es también posible reu-
tilizar esta categoría para fines sociológicos, ya que permite aislar, en el caso
chileno, a un grupo de agentes cuya especificidad consiste en la convergencia
de dos tipos de capital y que encarnan, por lo tanto, una competencia política
singular: por una parte, estos agentes poseen recursos racionales bajo la forma
de altos grados académicos adquiridos en universidades prestigiosas (sobre
todo de Estados Unidos) en economía, ciencia política y sociología (he ahí la
dimensión tech de sus capitales); y por otra parte, detentan recursos políticos
que se traducen en cargos directivos en los partidos a los que pertenecen (es la
dimensión pol de su competencia)3 y que se reactualizan al incidir indirecta-
mente en las decisiones de los partidos.
Más precisamente, los technopols chilenos constituyen una comunidad for-
mada en el curso de los años ochenta en el contexto de seminarios, mesas re-
dondas y coloquios a los que concurrían profesionales de las ciencias sociales
y políticos socialistas y democratacristianos que, sin poseer necesariamente
credenciales académicas de prestigio, se interesaban por las problemáticas
políticas que se planteaban en los debates intelectuales. En torno a estos
encuentros, organizados por los principales centros de estudios vinculados a
la oposición a la dictadura de Pinochet, circularon durante años textos, auto-
res y conceptos entre profesionales de las ciencias sociales (que eran además
dirigentes de partidos) y políticos que tenían una relación de familiaridad
con la literatura científica. En total, entre 1990 y 2010 podemos caracterizar
como technopols a veinte agentes, de los cuales doce fueron ministros y sub-
secretarios entre 1990 y 1994, sin olvidar la presencia de dos agentes que por
entonces habían llegado a ser poderosos consejeros del príncipe. Su denomi-

2 Un mainstream disciplinario que después se haría célebre con el nombre de Consenso de Washington.
3 Se encontrará una aplicación empírica de la categoría de technopols en Alfredo Joignant, “The Politics
of Technopols. Resources, Political Competence and Collective Leadership in Chile (1990-2010)”, Journal
of Latin American Studies, 43, 3, 2012, pp. 517-546, en donde extiendo y sistematizo los enfoques de
Wallis y de Marier: Joe Wallis, “Undestanding the Role of Leadership in Economic Policy Reform”, World
Development, 1, 1999, pp. 39-53, y Patrik Marier, “Empowering Epistemic Communities: Specialised
Politicians, Policy Experts and Policy Reform”, West European Politics, 3, 2008, pp. 513-533.

LA RAZÓN DE ESTADO: USOS POLÍTICOS DEL SABER Y GOBIERNO CIENTÍFICO DE LOS TECHNOPOLS 313
nador común era que todos eran titulares de recursos tech y pol, al punto de
compartir un mismo universo mental.
Estos catorce agentes, predominantes durante la administración Aylwin, a
quienes se sumaron otros seis a partir de 1994, todos ellos familiarizados con la
literatura científica en economía, sociología y ciencia política en calidad de auto-
res o consumidores,4 produjeron durante cuatro años una considerable cantidad
de informes confidenciales que circularon entre el presidente de la República y
sus principales ministros. En estos documentos se advierten usos sistemáticos
de las ciencias sociales destinados a dominar racionalmente las problemáticas
políticas del momento, y a justificar estrategias y prácticas de gobierno, y por
tanto de poder en nombre de una razón de Estado. En estos informes, además
de figurar los adversarios, debidamente tipificados a partir de una sociología de
sus intereses y de las amenazas que conllevan, se aprecian no tanto referencias
puntuales a la transitología, a la teoría de la elección racional o a la política com-
parada (por citar solo tres ejemplos), sino más bien usos políticos y sistemáticos
de escuelas disciplinares y de un vocabulario científico. Se trata desde luego
de usos en los que el saber científico es mutilado para fines gubernamentales y
políticos, en función de coyunturas de poder, lo que se traduce en un popurrí
de citas, referencias y alusiones a diversos tipos de autores, en los que se mezclan
(a veces en un mismo informe) la transitología de Przeworski, la sociología de
Elias y la historia del bandidismo social de Hobsbawm, la política comparada,
la historia económica y los preceptos de un Consenso de Washington avant la
lettre. Evidentemente, este eclecticismo no se explica desde la perspectiva de
una cierta epistemología de las ciencias sociales, puesto que se justifica, en este
caso, por la necesidad de gobernar a través de ideas, lo que lleva a captar no solo
las matrices cognitivas sino más bien las “ideas en acción”, en otras palabras,
dispositivos prácticos y usos concretos (Ihl, Kaluszynski y Pollet 2003: 12). Sin
embargo, la eficacia de estos informes, que cumplen una función de orientación
para agentes que viven y actúan en la incertidumbre y en la urgencia, proviene
de la conjunción entre los saberes que transmiten y los recursos indisociable-
mente políticos y racionales de quienes los fabrican, los technopols. De ahí que
no se trate de documentos burocráticos, sino de documentos políticos en un
sentido fuerte, transformados ahora en archivos que están depositados en la
Fundación Justicia y Democracia, del ex presidente Aylwin.

4 Durante los años ochenta, cientos de documentos de trabajo y decenas de libros fueron obra de la
mayoría de estos veintidós agentes. En ellos ya podían verse en filigrana los textos, autores y conceptos
que, años después, serían la base de las pautas (eso que se conocerá como “cartas de navegación”) que les
permitirían orientar y conducir el proceso de transición desde el gobierno. En este sentido, el estudio de
estos primeros trabajos equivale a hacer la arqueología de la razón de Estado que se impondrá durante la
primera mitad de la década de 1990.

314 ALFREDO JOIGNANT


La lectura de estos documentos es fascinante pero también riesgosa, por-
que tienden a imponer una lectura de la historia en donde la contingencia
queda aparentemente abolida por la influencia de una razón que concilia
ciencia y política, saber y poder, conocimiento y razón de Estado. Es fácil
comprender este efecto de fascinación porque, para el investigador, estos
documentos equivalen a huellas de una política en construcción, algunos
de cuyos aspectos son a menudo inconfesables en vista de la crudeza, e in-
cluso la brutalidad, del trabajo de objetivación de los costos y beneficios
calculados según la clase de estrategias escogidas y propuestas para hacer
frente a las problemáticas del momento. Una fascinación tanto más intensa
cuanto que los informes vienen a veces acompañados de anotaciones de la
mano del propio presidente Aylwin, en la forma de exclamaciones, signos
de interrogación o rechazos categóricos. Estos informes proporcionan al in-
vestigador elementos de análisis tan vívidos como valiosos, pues expresan
la historia gubernamental de las coyunturas políticas y describen, a su ma-
nera, lo que se encontraba políticamente en juego en aquel entonces. En
cuanto a los riesgos, el más evidente consiste en concebir estos informes no
como brújulas y cartas de navegación destinadas a proporcionar principios
de orientación, sino en ver en ellos la construcción de un recorrido o de un
trayecto que en definitiva será seguido, es decir una transición a la democra-
cia preconstruida, y concebida como intervalo temporal y forma de paso de
un régimen político a otro, un trayecto a lo largo del cual la contingencia es
abolida por la racionalidad de los technopols. Si este riesgo existe es porque
el investigador puede ceder ante el carisma del documento y de las ideas que
este expresa, olvidando que “el archivo quizás no dice la verdad, sino que
dice verdades” (Farge 1989: 40).
Pero el interés principal de estos informes estriba en su función de antídoto
para la tentación del investigador de ajustar ex ante las supuestas prácticas y
estrategias de los agentes a los resultados conocidos del proceso transicional,
con todas las posibilidades de fraccionar la realidad en “etapas” o “fases”. Do-
bry tiene sin duda razón al poner en guardia contra “la incomprensión de la
contingencia” (Dobry 2007: 141), sobre todo cuando el investigador privile-
gia los resultados de un proceso o de una coyuntura prescindiendo de lo que
los agentes hayan podido pensar, creer o ignorar en sus actuaciones. Ahora
bien, estos informes dispensan al investigador de la labor de filtrar y seleccio-
nar los hechos, pues son los mismos technopols quienes lo hacen en un tiempo
contingente, apoyándose en los recursos racionales que les son propios y con-
ciliándolos con su sentido práctico de la política. En efecto, son los technopols,

LA RAZÓN DE ESTADO: USOS POLÍTICOS DEL SABER Y GOBIERNO CIENTÍFICO DE LOS TECHNOPOLS 315
y no el investigador, quienes realizan objetivaciones sobre las coyunturas y
sus correspondientes acontecimientos, y el problema de investigación consiste
precisamente en dar cuenta de lo que se juega en el cruce entre la objetivación
práctica, política y “científica”.
En total, se trata de 113 informes que fueron elaborados entre 1990 y 1994,
titulados Informe de análisis, generalmente de periodicidad semanal, a veces
quincenal y rara vez mensual (salvo hacia el final de esa administración presi-
dencial), sin numeración de páginas. El primero lleva la fecha del 26 de abril
de 1990 y el último, la del 22 de octubre de 1993. Se elaboraron treinta y un
informes en 1990, cuarenta en 1991, treinta y uno en 1992 y once en 1993.
Tomados como un solo corpus, constituyen una auténtica trama, aderezada
de intrigas y episodios que se despliegan a lo largo de varios informes, ya que
es frecuente que un informe haga referencia explícita a lo que se había dicho y
sugerido previamente en otro. Estos documentos, cuya extensión va de cinco
a doce páginas, se preparaban con el fin de orientar al jefe de Estado y a sus
principales ministros. Cada recomendación de estrategia era el resultado de
un trabajo de objetivación y análisis que se nutría de la economía, la ciencia
política y la sociología, y era objeto de argumentaciones y justificaciones gene-
ralmente apoyadas en comparaciones con procesos análogos. Comienzan ex-
plicando un asunto de coyuntura que era susceptible de transformarse en pro-
blema o incluso en amenaza, con actores claramente identificados a quienes
se imputan intenciones e intereses, y terminan con propuestas de estrategias
debidamente justificadas. Una vez concluido este trabajo de objetivación, los
informes desembocan la mayoría de las veces en un capítulo económico, de
carácter conclusivo, más bien descriptivo, pero que tiene el interés de mostrar
la manera en que el modelo económico chileno era asimilado y lentamente
reformado. Por regla general, estos informes se inscriben en un circuito de
producción siempre idéntico: comenzaba con una reunión interna de los ase-
sores del Ministerio Secretaría General de la Presidencia, bajo la dirección de
Ángel Flisfisch y de Ignacio Walker (que más tarde llegaron a ser technopols),5
seguía con una reunión a la que se invitaba a asesores externos, y terminaba
con la redacción del informe (por parte de Flisfisch y Walker) luego de un in-
tercambio colectivo que consistía también en conversaciones informales entre

5 A finales de la administración Aylwin, Flisfisch (PPD) será nombrado subsecretario de Marina, luego
de la Presidencia, en seguida de la Fuerza Aérea, nuevamente de la Marina y finalmente en Relaciones
Exteriores durante los gobiernos de Frei (1994-2000), Lagos (2000-2006) y Bachelet (2006-2010). En
cuanto a Ignacio Walker (DC), será elegido diputado para después ser nombrado Ministro de Relaciones
Exteriores durante la presidencia de Ricardo Lagos, tras lo cual iniciará una carrera senatorial a partir de
2010, siendo elegido ese mismo año presidente de la DC.

316 ALFREDO JOIGNANT


estos asesores y los ministros technopols.6 Los informes llegaban a las manos del
presidente de la República, de los ministros y del director de Comunicaciones
(Eugenio Tironi) todos los viernes, tras lo cual el jefe de Estado intervenía
regularmente acerca de lo que decían los informes en conversaciones con la
comunidad de technopols, los lunes y martes de la semana siguiente.7
Para comprender la manera en que estos agentes pudieron gobernar “cien-
tíficamente” e imponer una razón de Estado, hay que preguntarse antes acerca
del origen de sus ideas, partiendo de la premisa que las ideas “no flotan libre-
mente” (Risse-Kappen 1994), para en seguida interesarse en las condiciones
de su eficacia política y social, interrogándose sobre sus lugares de producción
y sus modos de difusión.

El programa de los technopols: de la génesis del grupo


a la comunidad de habitus
Los individuos que llegaron a ser technopols a partir de 1990 eran agentes
que se conocieron precozmente (por lo general cuando eran estudiantes en
universidades chilenas), y formaron una verdadera comunidad intelectual a
partir de comienzos de los años ochenta, en el marco de los centros de estu-
dios cercanos a la oposición a Pinochet. En el Cuadro 1 se dan sus nombres
ordenados por quintiles según fecha de nacimiento, partiendo de la hipótesis
de que, en función de la edad, coincidieron en sus estudios en las universi-
dades Católica y de Chile8 (como efectivamente sucedió)9, y se identifica su
trayectoria militante.
Como se puede observar, los technopols que elaboraban los informes con-
fidenciales que circulaban entre los ministros y el presidente de la República
tienen edades en extremo diversas, y la mayoría son migrantes en cuanto a
filiación partidista, pues han militado en dos y hasta en tres partidos. En el
Cuadro 2 se identifica a los technopols según su profesión de origen, grado aca-
démico, universidades en que obtuvieron sus maestrías o sus doctorados y sus

6 En este sentido, y contrariamente a la opinión de Suleimann, que concibe a “los asesores y consejeros
políticos” como “personal contingente” (Ezra Suleimann, Dismantling Democratic States, Princeton y
Oxford, Princeton University Press, 2003, p. 276), sus homólogos chilenos se presentan como un verdadero
personal estratégico.
7 Agradezco a Eugenio Tironi y a Patricio Zapata haberme explicado el circuito de producción y los
usos de estos informes.
8 El único caso diferente es el de Alejandro Foxley, quien hizo sus estudios en la Universidad Católica de
Valparaíso.
9 Información obtenida directamente de los technopols, por medio de entrevistas o conversaciones
informales, durante los años 2009 y 2010. Esta experiencia común de socialización política secundaria es
tanto más importante cuanto menor era la población universitaria chilena en aquel entonces, a lo que se
suma el hecho que se encontraba muy circunscrita a Santiago.

LA RAZÓN DE ESTADO: USOS POLÍTICOS DEL SABER Y GOBIERNO CIENTÍFICO DE LOS TECHNOPOLS 317
CUADRO 1
Los technopols chilenos por quintiles de año nacimiento y trayectoria militante (N=20)10

1925-1930 Edgardo Boeninger (DC)


1931-1935 -
Luis Maira (DC, IC, PS)
1936-1940 Ricardo Lagos* (PPD-PS)
Alejandro Foxley (DC)
Enrique Correa (DC, MAPU, PS)
José Joaquín Brunner (MAPU, PS, PPD)
Genaro Arriagada (PR, DC)
1941-1945 Ángel Flisfisch (PS, PPD)
Jorge Arrate (PS)
José Miguel Insulza (DC, MAPU, PS)
José Antonio Viera-Gallo (MAPU, PPD, PS)
Carlos Ominami (MIR, PS)
1946-1950 Mario Fernández (DC)
Juan Gabriel Valdés (MAPU, PS)
Ricardo Solari (PS)
Ignacio Walker (DC)
1951-1955
Álvaro García (MAPU, PS, PPD)
René Cortázar (DC)
1956-1960 Gonzalo Martner (MIR, PS)
1961-1965 Carolina Tohá (PPD)
En este cuadro se muestra en orden cronológico la pertenencia de los technopols a diferentes partidos políticos. Los caracteres
en negrita indican el partido al que pertenecían al momento de acceder a su primer cargo gubernamental. En cursivas figuran
los agentes que fueron nombrados ministros y subsecretarios entre 1990 y 1994, y que por tanto participaron del circuito de
producción y de los usos políticos de los informes confidenciales que son el objeto del presente trabajo.
Siglas: DC (Democracia Cristiana); IC (Izquierda Cristiana); PS (Partido Socialista); MAPU (Movimiento de Acción Popular
Unitaria); PPD (Partido por la Democracia); MIR (Movimiento de Izquierda Revolucionaria); PR (Partido Radical).
* Ricardo Lagos es un caso muy particular, porque es el único technopol al que se reconoce como miembro de dos partidos: el
PPD y el PS.

títulos de nobleza intelectual. Como se puede ver,10existe una gran homología


profesional entre dos grupos, ya que diez individuos son abogados o cursa-
ron estudios de derecho, sin necesariamente haberlos terminado, y siete son
economistas. Yendo más al detalle, se observa que la mayoría de estos veinte
technopols siguieron estudios de máster o de doctorado en el extranjero, sobre

10 Como ya hemos señalado, habría que añadir a otras dos personas: Eugenio Tironi y Mario Marcel,
el primero con un doctorado en Sociología de la École des Hautes Études en Sciences Sociales (EHESS)
de París, ex militante del MAPU y miembro del PPD, y el segundo con un doctorado en Economía de la
Universidad de Cambridge y militante del PS. Ambos fueron extremadamente influyentes en sus partidos, y
sobre todo en la Concertación, entre 1990 y 2010. Si no se les incluye en el Cuadro 1 es porque no fueron
nombrados ministros ni subsecretarios, que son los dos cargos en los que nos centramos por su jerarquía
formal y la frecuencia con la que fueron ocupados por los technopols. En efecto, Tironi llegó a ser director
de la Secretaría de Comunicaciones del gobierno entre 1990 y 1994, y ha desempeñado habitualmente
un papel central como estratega de las campañas presidenciales de la Concertación, transformándose en
figura clave en la elaboración de los programas de gobierno. En cuanto a Mario Marcel, fue nombrado
director de Presupuestos entre 2000 y 2006, y ha participado activamente en la elaboración de los programas
económicos de la Concertación. Señalemos finalmente que ambos desempeñaron un papel crucial en la
adopción de posiciones programáticas en los partidos a los que pertenecen.

318 ALFREDO JOIGNANT


CUADRO 2
Profesiones de origen, universidades de formación inicial y certificados de nobleza intelectual (N=20)

Grado en universidades de prestigio


Technopol Profesión
o títulos de nobleza intelectual
Estudios incompletos de ciencia política en
Ingeniero civil (UC) UCLA (Estados Unidos)
Edgardo Boeninger
Economista (UCH) Ex rector UCH
Autor de varios ensayos políticos
Profesor en el CIDE (México)
Estudios incompletos de
Luis Maira Autor de varios libros de relaciones
derecho (UCH)
internacionales
Doctor en economía, Universidad de
Ricardo Lagos Abogado (UCH)
Duke (Estados Unidos)
Ingeniero civil en química Doctor en economía, Universidad de
Alejandro Foxley
(UC de Valparaíso) Wisconsin (Estados Unidos)
Enrique Correa Filósofo (UC) Ex-director de Flacso
Doctor en sociología, Universidad de
Leiden (Holanda)*
Estudios incompletos de
José Joaquín Brunner Autor de numerosos libros de sociología de
derecho (UC)
la cultura y de la educación
Ex director de Flacso
Autor de varios libros sobre relaciones
Genaro Arriagada Abogado (UCH)
cívico-militares
Máster en ciencia política, Universidad de
Ángel Flisfisch Abogado (UCH)
Michigan (Estados Unidos)
Máster en economía, Universidad de
Jorge Arrate Economista (UCH)
Harvard (Estados Unidos)
Máster en ciencia política, Universidad de
José Miguel Insulza Abogado (UCH)
Michigan (Estados Unidos)
José Antonio Viera-Gallo Abogado (UC) Máster en ciencia política, Ilades (Chile)
Doctor en economía, Universidad de París
Carlos Ominami Economista (UCH)
X-Nanterre (Francia)
Doctor en ciencia política, Universidad de
Mario Fernández Abogado (UCH)
Heidelberg (Alemania)
Doctor en ciencia política, Universidad de
Juan Gabriel Valdés Abogado (UC)
Princeton (Estados Unidos)
Programa de formación de investigadores,
Ricardo Solari Economista (UCH)
Flacso (Chile)
Doctor en ciencia política, Universidad de
Ignacio Walker Abogado (UC)
Princeton (Estados Unidos)
Doctor en economía, Universidad de Cali-
Álvaro García Economista (UC)
fornia, Berkeley (Estados Unidos)
Economista (Universidad de Doctor en economía, Universidad de París
Gonzalo Martner
París I, Francia) X-Nanterre (Francia)
Politóloga (Universidad de Doctor en ciencia política, Universidad de
Carolina Tohá
Milán, Italia) Milán (Italia)
Doctor en economía, MIT (Estados
René Cortázar Economista (UC)
Unidos)
UC: Universidad Católica de Chile; UCH: Universidad de Chile.
* Grado obtenido después de haber sido ministro.

LA RAZÓN DE ESTADO: USOS POLÍTICOS DEL SABER Y GOBIERNO CIENTÍFICO DE LOS TECHNOPOLS 319
todo en los Estados Unidos, ya sea en ciencia política (es el caso de seis juristas
que se hicieron politólogos) o en economía (es el caso de cinco economistas
y un jurista). En cuanto al período 1990-1994, los technopols economistas
dominaron el grupo (siete, de los cuales seis poseen doctorados, y uno un
máster), frente a dos politólogos (uno con máster y el otro con un doctora-
do en Alemania)11. La mayoría de estos veinte technopols fueron autores de
working papers y libros durante los años ochenta, sobre temas tales como las
transiciones en Europa meridional y en América Latina, las relaciones entre
economía y política, o las relaciones entre civiles y militares en el continente,
y coincidían en el diagnóstico sobre las razones que provocaron el golpe de
Estado del 11 de septiembre de 1973 (polarización, inflación ideológica y
maximalismo, características que por lo regular eran interpretadas por medio
de la teoría de la elección racional o de modelos de cooperación fracasados)12.
Por consiguiente, estos agentes habían adquirido mucho antes de la transición
a la democracia una familiaridad con las ciencias sociales, lo que les permitía
seleccionar sus lecturas y objetos de trabajo en función de las coyunturas del
presente y de un futuro que juzgaban verosímil, en el marco de diversos cen-
tros de investigación, cercanos a lo que son los think tanks, financiados por
grandes fundaciones internacionales a las que se encuentran asociadas siglas
tales como Flacso, Cieplan, ILET o CED.13 Al reflexionar sobre el papel de

11 No obstante, habría que añadir, en ciencia política, los casos de Edgardo Boeninger y de Ignacio Walker,
dado que el primero cursó estudios (que no terminó) en la UCLA, en Estados Unidos, y el segundo posee
un doctorado de Princeton, sin ocupar todavía cargos de ministro o subsecretario (en ese momento era
consejero de la presidencia, y uno de los principales redactores de los informes confidenciales).
12 Con este telón de fondo, en un documento de trabajo publicado en 1984 (“Hacia un realismo político
distinto”, Santiago, Flacso, Documento de Trabajo 219), Flisfisch aboga por una transición negociada entre
civiles y militares, y justifica su postura invocando los trabajos de Elias y de Axelrod. En cuanto a Elias y
su sociología de las “configuraciones de entidades interdependientes”, Flisfisch ve en ella los fundamentos
de un paradigma “altruista” y “contractual”, puesto que el agente político “comprende como entidades
necesariamente interdependientes tanto al agente cuyo punto de vista es asumido, como al del resto de los
actores”: Norbert Elias, Qu’est-ce que la sociologie?, París, Pandora/Des sociétés, 1981 (la primera edición, en
alemán, es de 1970), p. 22. En cuanto a Axelrod, se le ensalza y evoca explícitamente a favor de una política
de cooperación, recordando que “basta que exista, entre el conjunto de los actores, un grupo o un cluster de
agentes que se orienten sistemáticamente por medio de estrategias cooperativas en sus relaciones recíprocas”:
Robert Axelrod, The Evolution of Cooperation, Nueva York, Basic Books, 1984, p. 28. Esta misma fascinación
por Axelrod se desprende de una entrevista a Foxley (un technopol que será ministro de Hacienda durante
el gobierno de Aylwin, y ministro de Relaciones Exteriores en la administración Bachelet), a partir de un
recuerdo que este sitúa en Washington, en los años ochenta: después de haber devorado en dos horas un
libro de Axelrod en una librería, Foxley exclama entusiasmado: “Es así. Así es como funciona la política”
(Jeanne Kinney Giraldo, “Development and Democracy in Chile. Finance Minister Alejandro Foxley and
the Concertación’s Project for the 1990s”, en Jorge I. Domínguez (ed.), Technopols, Freeing Politics, op. cit.,
p. 248, nota 36).
13 Flacso (Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales); Cieplan (Corporación de Investigaciones
Económicas para Latinoamérica); ILET (Instituto Latinoamericano de Estudios Transnacionales); CED
(Centro de Estudios para el Desarrollo). Sobre el papel político que desempeñaron estas instituciones
durante la década de 1980, ver Jeffrey M. Puryear, Thinking Politics. Intellectuals and Democracy in Chile,
1973-1988, Baltimore/Londres, The Johns Hopkins University Press, 1994.

320 ALFREDO JOIGNANT


las fundaciones norteamericanas en el financiamiento de la investigación por
medio de la instauración de redes transnacionales, Guilhot resalta acertada-
mente la transformación de los contenidos de lo que era digno de ser analiza-
do (“aproximaciones pragmáticas y problem-oriented” (Guilhot 2001: 63))14,
dado que esos fueron los condicionamientos que efectivamente enmarcaron
el trabajo de los futuros technopols chilenos. Ahora bien, lejos de haber contri-
buido a la despolitización de los análisis producidos de esta manera (Guilhot
2001: 63), quienes llegarán a ser technopols en Chile aprovecharán este tipo de
financiamiento para usos políticamente útiles de la investigación en ciencias
sociales, partiendo de una relación ecléctica con el saber que nada tiene que
ver con la radicalidad de los años 1960 y 1970.
Pero estos veinte agentes contaban igualmente con recursos políticos, pues
todos ocuparon cargos de dirección en los órganos colectivos de los partidos
en los cuales militaban o habían militado, algunos de ellos en calidad de pre-
sidentes o de vicepresidentes de sus organizaciones. Tres botones de muestra:
Ricardo Lagos y Jorge Arrate presidieron sus partidos (el PPD y el PS, respec-
tivamente) antes de llegar a ser ministros en el gobierno de Aylwin, mientras
que Boeninger fue vicepresidente de la DC durante los años ochenta. Estos
tres casos muestran cómo los technopols acumulaban recursos tanto racionales
como políticos, y permiten hacerse una idea del poder ejercido sobre sus par-
tidos una vez nombrados como ministros y subsecretarios, a partir de 1990.
Esta comunidad de agentes, a la vez política y científica, en que conver-
gen profesionales de las ciencias sociales que militan en diversos partidos de
oposición y políticos que tienen una relación de utilidad con la investigación,
debe ser comprendida también como el grupo fundador de lo que luego será
la Concertación. En este sentido, si una “experiencia de coalición debe ser
considerada como una forma de socialización política secundaria en la que se
fabrican y se refuerzan disposiciones específicas” (Bué y Desage 2009: 32), es
preciso señalar que la génesis de este grupo de agentes remite a la experiencia
precoalicional en la que las afinidades se construyen antes de convertirse en una
comunidad de habitus. Si se puede hablar, entonces, de un programa político
de los technopols es para subrayar lo mucho que su acceso a cargos ministeriales
debió al uso estratégico que hicieron de las ciencias sociales, lo que les permitió
fundamentar su necesidad. Para ello tuvieron que redefinir muy pronto su rol
de intelectuales, para luego consagrarlo en el curso de los años noventa.

14 Sobre el particular, es también provechosa la lectura de Thomas Medvetz: “Les think tanks aux États-
Unis. L’émergence d’un sous-espace de production des savoirs”, Actes de la Recherche en Sciences Sociales,
2009, 1-2, 176-177, pp. 82-93.

LA RAZÓN DE ESTADO: USOS POLÍTICOS DEL SABER Y GOBIERNO CIENTÍFICO DE LOS TECHNOPOLS 321
Es así como Brunner, en 1986, se preguntaba sobre “lo que se puede espe-
rar de un intelectual” en una democracia dividida entre, por una parte, “una
economía limitada y vulnerable”, y, por la otra, “poderes heredados del auto-
ritarismo”, lo que corresponde a “la experiencia de Argentina y de Uruguay, e
incluso de países como España o Brasil” (Brunner 1986: 33). En opinión de
este sociólogo y futuro ministro vocero de gobierno, el intelectual deberá es-
coger entre la recuperación de su posición tradicional, que consiste en “influir
en política sin entrar en ella”, inclinarse por la indiferencia, o bien refugiarse
en la marginalidad (Brunner 1986: 33). Ahora bien, para escapar de este di-
lema, será Flisfisch quien abogará explícitamente a favor de una posibilidad
que tome en consideración los recursos específicos de esta comunidad en for-
mación: la posibilidad del “consejero del príncipe”, originalmente concebida
como un “tipo particular de relación entre intelectual y partido”, que se tradu-
cirá algunos años más tarde en la figura práctica del technopol en el gobierno.
Es precisamente este paso del consejero del príncipe al technopol que podemos
rastrear tanto en los working papers redactados durante la dictadura como en
los artículos de prensa que fueron publicados por estos agentes: si, en 1988,
Arriagada, que llegará a ministro secretario general de la Presidencia en el
gobierno de Frei, denunciaba el “maximalismo” (“aquel viejo desequilibrio o
desviación entre el pensar y el actuar” en política, que consiste en “fijarse me-
tas inaccesibles”),15 Brunner celebraba en 1991 el “pragmatismo, un realismo
moderado, un rechazo generalizado de los utopismos, un sincretismo de las
posiciones y, en general, una preferencia por las ideologías soft”.16 Este paso o,
mejor dicho, esta mutación de una comunidad de agentes, es acertadamente
descrita por Brunner cuando distingue entre la función de “conocimiento
como representación” y lo que es propio del “conocimiento-destreza”, estando
este último “más cerca del polo de la acción”,17 lo que corresponde muy bien
a los technopols a partir de 1990. Ni políticos ni tecnócratas, estos agentes no
son tampoco especialistas de las ciencias sociales que luchan a la vez para con-
seguir la autonomía del campo científico y para actuar en el campo político
únicamente con “las armas de la verdad” (Bourdieu 2002: 10). En efecto, hay
que tomar en serio el carácter híbrido de sus recursos, puesto que les permitió
intervenir con éxito en los dos campos. Esta función de passeurs y de “agentes

15 Genaro Arriagada, “Oposición: ¿por qué le está yendo bien?”, La Época, 14 de mayo de 1988.
16 José Joaquín Brunner, “Las utopías y los sueños”, La Época, 4 de agosto de 1991.
17 José Joaquín Brunner, “Investigación social y decisiones políticas: el mercado del conocimiento”, Nueva
Sociedad, 146, 1996, p. 114.

322 ALFREDO JOIGNANT


dobles” entre campos (Dézalay 2004: 27),18 así como su competencia como
traductores de lo que se produce en el campo científico de los países del norte
para aportar a lo que se consume en el campo político local, explican que
estos agentes en vías de transformarse en technopols puedan proponer tantos
productos adaptados a cada coyuntura histórica: libros, artículos de prensa
y working papers durante los años ochenta, policy briefs, ensayos políticos e
informes confidenciales a partir de 1990. Esta hibridación de sus capitales
posibilita las operaciones de traducción, eclecticismo intelectual y préstamo
selectivo de saberes, cuyo valor por lo general está indexado “en función de los
recursos simbólicos que pueden movilizar en el mercado norteamericano”,19
lo que explica su importancia y la relación de dominación que ejercieron des-
de el principio de la transición a la democracia en Chile. Cercanos a la figura
del “especialista consultado por los dirigentes”, en el sentido de Sapiro (2009:
27), los technopols se sitúan a medio camino entre el intelectual de institución
y el experto: formados fuera del Estado, y contra la forma autoritaria del Esta-
do, su competencia no puede materializarse plenamente a menos que accedan
al gobierno, preludio de la epifanía de la razón de Estado.

Gobernar la incertidumbre: la gestión racional


de una “normalidad inestable”
“¡Vencerán electoralmente… pero no gobernarán!”.20 Con este simulacro
de amenaza, que a decir verdad Pinochet nunca pronunció con tanta claridad,
Arriagada anticipaba pocos meses antes de la elección de 1989 las dificultades
que tendría el futuro gobierno con los militares y políticos de derecha que solo
a regañadientes renunciaban a diecisiete años de ejercicio del poder. Pese a su
grandilocuencia y aparente fanfarronería, la consigna simulada por Arriagada
era certera, en la medida en que exponía fielmente el principal dilema para las
nuevas autoridades civiles: gobernar en un contexto institucional que ponía al
nuevo presidente bajo tutela militar.
Las razones de la incertidumbre tenían que ver sobre todo con las fuerzas
del antiguo régimen, en particular con los militares, los partidos de derecha, el
empresariado y la prensa escrita, en un marco institucional plagado de “encla-

18 Sobre las estrategias de doble juego, léase también, del mismo autor, “La construction juridique d’une
politique de notables. Le double jeu des patriciens du barreau indien sur le marché de la vertu civique”,
Genèses. Sciences sociales et histoire, 45, diciembre de 2001, pp. 69-90.
19 Es lo que Dézalay y Garth llaman la “dolarización”: Yves Dézalay y Bryant G. Garth, La mondialisation
des guerres de palais. La restructuration du pouvoir d’État en Amérique latine, entre notables du droit et Chicago
boys, París, Seuil, 2002, p. 89.
20 Genaro Arriagada, “¡Vencerán… pero no gobernarán!”, La Época, 1 de octubre de 1989.

LA RAZÓN DE ESTADO: USOS POLÍTICOS DEL SABER Y GOBIERNO CIENTÍFICO DE LOS TECHNOPOLS 323
ves autoritarios”.21 Aunque cada una de estas fuerzas tenía sus propios intere-
ses, la principal fuente de amenaza venía de la posibilidad de articulación y de
acción coordinada entre ellas, según la lógica del “frente”, del “triángulo” e in-
cluso del “bloque”. Así, pues, desde los primeros meses de gobierno podemos
encontrar en los informes elaborados por los technopols referencias sistemáticas
a los riesgos de desestabilización frente a una oposición tan proteiforme como
unificada, a partir de análisis estratégicos que pretenden “evitar la recomposi-
ción del bloque que sostenía al régimen pasado”, es decir, “el triángulo milita-
res-derecha-empresariado” (SP 002519, 1991). Escenario aún “improbable”
en septiembre de 1990, esta “rearticulación del bloque conservador” se hacía
plausible un año y medio después, debido a las señales de alianza entre el
poder judicial y el Ejército (SP 002582, 1992),22 y se convertía en amenaza
real dos meses más tarde, al punto de suscitar de parte de los technopols una
recomendación de “nuevas privatizaciones” (SP 002590, 1992),23 con el fin de
descomprimir una situación difícil y de avanzar en reformas constitucionales.
La evaluación de la importancia de una amenaza, ya sea de un bloque
conservador o de una sola fuerza, se hace a partir de un análisis estratégico de
los intereses y de una tipificación de los diversos actores que conforman cada
fuerza. De este modo, por ejemplo, la “crisis” de uno de los dos partidos de
derecha (Renovación Nacional) en el contexto de los debates legislativos so-
bre las reformas constitucionales, es abordada por los technopols por medio de

21 La transitología chilena identificó un cierto número de “enclaves autoritarios” durante los años ochenta
(sobre todo en los trabajos de Manuel A. Garretón, quien inventó la expresión, y de futuros technopols como
Eugenio Tironi, Mario Fernández y Ángel Flisfisch). Se trataba de órganos estatales dotados de autonomía
y de suficiente poder como para bloquear eventualmente la acción gubernamental (Consejo de Seguridad
Nacional, Tribunal Constitucional, los comandantes en jefe de las fuerzas armadas por el solo hecho de ser
inamovibles, además de la presencia de nueve senadores designados, etc.), pero también de un cierto número
de dispositivos y mecanismos institucionales (sistema electoral binominal que rige las elecciones legislativas
en las dos cámaras, quórum draconianos necesarios para emprender reformas a la Constitución, etc.). Un
informe de mayo de 1991 subrayará, a manera de balance del primer año de gobierno, que se ha requerido
un enorme aprendizaje para “conducir las áreas grises de las instituciones” (Informe 002540 del 3 de mayo
de 1991, Ministerio Secretaría General de la Presidencia, de ahora en adelante Segpres, con el fin de aligerar
la lectura y evitar cacofonías).
22 Considerando la composición de la Corte Suprema, esta alianza, tan temida por los technopols, no
debe sorprender: es así como en un informe anterior (Segpres 002535, 7 de marzo de 1991) se advertía su
función conservadora, dado que “la actual estructura de la Corte Suprema constituye, junto a los senadores
designados, el Consejo de Seguridad Nacional y el Tribunal Constitucional, un enclave autoritario que
multiplica, al margen de la soberanía popular, la influencia política de la derecha”. Téngase como prueba de
la función conservadora y del pinochetismo de varios jueces de la Corte Suprema la siguiente declaración,
formulada como respuesta a la publicación del informe Rettig en el que se consignaban los nombres de unos
tres mil ejecutados políticos y detenidos desaparecidos durante la dictadura de Pinochet: “un juicio en contra
de los Tribunales de Justicia apasionado, temerario y tendencioso producto de una investigación irregular y
de probables prejuicios políticos” (SP 002542, 1991).
23 Es interesante advertir en este informe una anotación crítica a mano que acompaña esta recomendación,
presumiblemente de parte del propio presidente Aylwin.

324 ALFREDO JOIGNANT


un análisis sociológico de los intereses en competencia: por una parte, los de
una derecha moderna y liberal, pragmática y flexible, y por la otra los intere-
ses de un sector con “sesgos más tradicionales de base agrícola y oligárquica”,
socialmente atrasado y políticamente muy conservador (SP 002597, 1992).
Esta tensión entre intereses contrapuestos se saldará con la derrota del ala li-
beral de Renovación Nacional, y pondrá fin a la iniciativa gubernamental de
reformar la Constitución. No obstante, donde mejor se puede apreciar el uso
político de la transitología es en el análisis estratégico del cuerpo de generales
del Ejército. En un informe del mes de julio de 1990 (SP 002512, 1990),
elaborado a raíz de varios episodios de desobediencia y de faltas al protocolo
contra las autoridades civiles, los technopols aplican la caja de herramientas
de la transitología, distinguiendo con perspicacia y precisión entre halcones
y palomas, es decir, entre generales radicales y moderados, en una palabra,
entre “duros” y “blandos”. En este sentido, el informe identifica “tres centros
de poder” dentro de esta rama castrense: primero, el que forman “los aseso-
res y ex asesores del general Pinochet (los “políticos”)”; luego, los generales
vinculados a “organismos de inteligencia (los DINA-CNI)”, es decir, a los
servicios de represión y seguridad de la dictadura; finalmente, “los generales
institucionalistas o profesionales” (SP 002512, 1990). A menudo identifi-
cados por sus nombres y por sus funciones actuales en el Ejército (secretaría
general, Primera División, etc.), sus comportamientos competitivos y sus
intereses se interpretan a la luz de una “posible salida a retiro del Gral. Pino-
chet en 1994”, en caso de presentarse a las elecciones presidenciales, lo que
permite concluir que, a pesar de las apariencias, “no estaríamos en presencia
de una estrategia gradual de desobediencia militar” (SP 002512, 1990). Se
trata, ciertamente, de un punto de vista al fin y al cabo tranquilizador, fun-
dado en una evaluación racional de las correlaciones de fuerzas dentro de la
principal rama de las fuerzas armadas en Chile, lo que se traduce en muchos
gestos de buena voluntad por parte del presidente Aylwin. Sin embargo, se
reconoce sobre todo la influencia de los trabajos del politólogo Przeworski,
quien enseñó en la Flacso-Chile y que también es autor de un importante
capítulo del tercer volumen de Transitions from Authoritarian Rule (Przewors-
ki 1986),24 cuyo interés reside en que establece principios de diferenciación
de los actores nombrados de ese modo. En efecto, después de estos trabajos
de Przeworski se hizo común distinguir entre actores “duros” y “blandos”
(hardliners y softliners) atrapados en el contexto de juegos estratégicos y tran-

24 Véase igualmente, del mismo autor, Democracy and the Market. Political and Economic Reforms in
Eastern Europe and Latin America, Cambridge, Cambridge University Press, 1991.

LA RAZÓN DE ESTADO: USOS POLÍTICOS DEL SABER Y GOBIERNO CIENTÍFICO DE LOS TECHNOPOLS 325
sicionales, a partir de una percepción dinámica de sus preferencias y no de
una esencia que haría de ellos actores naturalmente “endurecidos” o “ablan-
dados”. Por lo demás, esta concepción estratégica de los actores y de sus pre-
ferencias, en gran medida inspirada en los primeros trabajos de Przeworski,
se reitera después de 1983 en un working paper de Flisfisch en el que establece
“el orden de preferencias del centro” por medio de la teoría de juegos25. Aho-
ra bien, esta lección de método es la que reprodujeron los technopols chilenos
una vez en el poder, cuando muestran que los generales más duros son los
que hicieron carrera en los servicios de inteligencia y que participaron en
funciones de represión, hecho que los aleja de los generales calificados como
“profesionales”. Sin embargo, aunque los technopols recomiendan dar priori-
dad a las relaciones de cooperación con estos últimos, no dejan de señalar los
límites de esta vía de entendimiento estratégico, personificados en la figura
del general Pinochet, actor principal que consigue unificar a la totalidad del
cuerpo de generales.
¿Cómo tratar entonces al general Pinochet, sabiendo que su principal in-
terés es la “dependencia directa” del presidente de la República (SP 002512,
1990), y no del ministro de Defensa? Este es uno de los dilemas constantes y
acuciantes de la transición, considerando los riesgos de fricción que se corrían
en caso de errores en el tratamiento de numerosas coyunturas críticas entre
1990 y 1994. ¿Cómo subordinar al general Pinochet a la autoridad civil sin
socavar la relación jerárquica con el ministro de Defensa, y por lo tanto sin
debilitar el dominio presidencial sobre todos los comandantes en jefe? Para
responder a ello hubo que experimentar, y resistir, varias faltas al protocolo
y no pocos desafíos a la jerarquía, en forma de amenazas apenas veladas del
general Pinochet a propósito de las querellas judiciales en contra de militares
acusados de violaciones a los derechos humanos, amenazas que se expresaban
en alusiones a una izquierda en el poder siempre peligrosa.26 También se puso
a prueba la tolerancia gubernamental ante situaciones en las que el cuerpo

25 En este caso, el orden de preferencias del “Centro” político en Chile, a la hora de emprender una
hipotética transición a la democracia, era: (D, FA), (D, C, FA) o (D, C), (I, C), siendo D la derecha, FA las
fuerzas armadas, C el centro, e I la izquierda: Ángel Flisfisch, “Coaliciones políticas y transición en Chile:
notas exploratorias”, Material de Discusión Nº 45, junio de 1983, p. 19.
26 Pinochet no se abstuvo de lanzar advertencias al presidente del Senado, Gabriel Valdés (DC), a raíz de
varios episodios de insubordinación que tuvieron lugar el 4, 6, 21 y 25 de mayo, y el 7 de junio de 1990,
refiriéndose a una izquierda solapada: “el marxismo-leninismo no ha muerto”, decía, “solo ha cambiado
de estrategia” al pasar “del uso de las armas” a un “trabajo intelectual: no se olvide de Gramsci” (Segpres
002518, 13 de septiembre de 1990). Es interesante observar que la derecha chilena siempre ha mostrado
una verdadera obsesión por Gramsci: por ejemplo, el informe Segpres 002598 del 11 de septiembre de 1992
muestra hasta qué punto la derecha interpretaba un proyecto de reforma de los contenidos de la educación
“como una aplicación criolla de algunos de los postulados de Gramsci”.

326 ALFREDO JOIGNANT


de generales deliberaba sobre asuntos políticamente relevantes.27 Hubo que
acotar, comprender y anticipar el carácter a veces imprevisible del general Pi-
nochet para poder contener sus efectos, por medio de una estrategia que tenía
que conducir a un “escenario de atrición” (SP 002517, 1990), a una “política
de coexistencia y de contención de Pinochet” (SP 002521, 1990), e incluso de
“desgaste” de su autoridad, empleando la indiferencia y el desconocimiento de
su liderazgo, una estrategia que aparece como “la única posible” (SP 002573,
1991) y, podríamos agregar, razonable.
Ahora bien, conforme avanzaba el proceso transicional, surgieron otras
coyunturas que, sumadas, introdujeron nuevas exigencias de racionalidad.
El asesinato, en un atentado de marzo de 1991, del senador Jaime Guzmán
(UDI), considerado el principal “ideólogo” de la dictadura de Pinochet, y
creador de la Constitución de 1980, consagraba a la extrema izquierda como
una grave fuente de amenazas. En efecto, con este asesinato se corría el riesgo
de provocar la rearticulación tanto de la extrema izquierda como de la extrema
derecha, y exigía de parte del gobierno hacer frente al “terrorismo” sin que
ello implicara una radicalización de la izquierda comunista, que no formaba
parte de la Concertación. Se dedicaron varios informes a este problema. Una
vez más pueden verse ahí los usos de la transitología, así como de la crimi-
nología y la justicia transicional, para proporcionar soluciones al dilema. En
un informe de abril de 1990, por ejemplo, los technopols interpretan el com-

27 En este período se observa una verdadera paradoja transicional, en el sentido en que el avance del
proceso de transición a la democracia y la consiguiente estabilidad del nuevo régimen tenían que hacerse a
costa de aceptar resignadamente los comportamientos de insubordinación. Tal es el caso, por ejemplo, de
las consecuencias producidas por la publicación del informe de la Comisión Rettig. La publicación de este
documento, gesto que puede asociarse a una política de la memoria, suscitó “deliberaciones del Consejo de
Generales del Ejército” que eran reconocidas por el gobierno (Segpres 002536, 15 de marzo de 1991). ¿Era
una claudicación? Ciertamente. Pero la tolerancia de estas formas de insubordinación estaba justificada por
una racionalidad estratégica que valoraba lo que se podía ganar en términos de verdad y de reapropiación de
la historia, a partir de un rechazo sistemático de los juegos de suma cero, estrategia que desde hacía mucho
tiempo había sido estudiada por la teoría de juegos, teoría que en el Chile de los años ochenta había sido
formalizada por quienes más tarde llegarían a ser technopols. Por lo demás, estos juegos de suma cero eran
facilitados por la “rigidez del presidencialismo” chileno, pues el que gana la presidencia de la República
“ganará prácticamente todo”, como lo ha señalado desde hace mucho la “ciencia política” a propósito del
“esquema institucional que combina presidencialismo, pluripartidismo y un sistema electoral proporcional”
(Segpres 002591, 26 de junio de 1991), argumento que constituye sin duda un guiño a los trabajos, de
sobra conocidos en América Latina, de Mainwaring, un autor que fue precozmente asimilado por algunos
technopols como Eugenio Tironi, Mario Fernández e Ignacio Walker: Scott Mainwaring, “Presidentialism,
Multipartidism, and Democracy: the Difficult Combination”, Comparative Political Studies, 26 2, 1993, pp.
198-228. Si bien este artículo fue publicado dos años después del informe Segpres 002591, el argumento de
Mainwaring ya circulaba entre los technopols chilenos, presumiblemente gracias a relaciones personales con
el autor. Para una versión más detallada de este argumento, que combina presidencialismo, multipartidismo
fragmentado, sistema proporcional y formación de coaliciones estables, véase el capítulo conclusivo de Scott
Mainwaring y Matthew Soberg Shugart: “Presidencialismo y sistema de partidos en América Latina”, en el
libro dirigido por los mismos autores, Presidencialismo y democracia en América Latina, Buenos Aires, Paidós,
2002 (la primera edición, en inglés, es de 1997), pp. 255-294.

LA RAZÓN DE ESTADO: USOS POLÍTICOS DEL SABER Y GOBIERNO CIENTÍFICO DE LOS TECHNOPOLS 327
portamiento de la derecha, y en particular de la UDI, a la luz de experiencias
comparables en América Latina, y concluyen que en la derecha “no quieren,
ni buscan un segundo El Salvador” (SP 002538, 1991). En cuanto al trata-
miento de la base social de la izquierda en el contexto de este atentado, los
technopols se apoyan en la “criminología moderna” para dar un nuevo uso al
lenguaje policíaco, inventando “la categoría de delito y delincuente terrorista”
(SP 002538, 1991). Lejos de ser un capricho del discurso gubernamental, el
empleo de estos términos se basa, en un primer momento, en una relación
urgente con la criminología, y más tarde en una relación erudita con la justicia
transicional, que conlleva distinciones cargadas de consecuencias jurídicas y
políticas: redefinir y “clarificar aún más el concepto de ‘preso político’”, para
poder negarlo a quienes cometen crímenes y delitos en democracia; establecer
la diferencia entre “víctimas” de violaciones a los derechos humanos (bajo la
forma de la desaparición o la ejecución) e individuos “caídos” en enfrenta-
mientos armados en dictadura. Estas distinciones constituirán el preludio de
futuras políticas de reparación,28 y el origen de una doctrina gubernamental
que distinguirá entre las responsabilidades individuales de los militares y las
que corresponden a las instituciones (SP 002595, 1992).29
Podríamos multiplicar las referencias a textos, autores y conceptos destina-
dos a dominar las coyunturas difíciles y a racionalizar las soluciones adoptadas
en contextos de urgencia. Los informes del Ministerio Secretaría General de la
Presidencia son intentos de someter la contingencia al orden de la razón. No
constituyen programas de acción, sino más bien racionalizaciones de lo proba-
ble. En el momento en que comenzaba la transición chilena a la democracia,
los technopols aprendían a gobernar por medio de las ideas y a navegar en la
incertidumbre. Conforme se alargaba el intervalo temporal que constituye
toda transición entre dos formas de régimen, había que dejar atrás el “momen-

28 Entre varios informes nos hemos interesado en el 002534, del 25 de enero de 1991.
29 Así se resumía esta doctrina en un año que los technopols definían como constitutivo de una “normalidad
inestable”: “investigar los hechos e individualizar a los responsables” a partir de un reconocimiento limitado
de la “verdad judicial” según la cual la verdad “es en sí misma una sanción fuerte, aun cuando no se imponga
una pena”. Este informe es importante, pues en él observamos la importancia política que se da a la “justicia
transicional”. Esta noción hace hincapié en “las medidas que adopta el Estado después de una transición
democrática para transformar el orden social y simbólico heredado del periodo autoritario” sin castigar
forzosamente a quienes hayan cometido crímenes: Guillaume Mouralis, “La ‘justice de transition’ au risque
des épurations. La RDA au procès (1949-2002)”, en Michel Offerlé y Henry Rousso (dirs.), La fabrique
interdisciplinaire. Histoire et science politique, Rennes, Presses Universitaires de Rennes, 2008, p. 180. Este
reconocimiento limitado de la verdad judicial por parte de los technopols remite al surgimiento, en justicia
transicional, de “una dicotomía entre verdad y justicia” que, según Teitel, tuvo lugar durante la segunda fase
de la evolución de esta concepción, después de la Segunda Guerra Mundial, y que se ajusta plenamente a
las coyunturas chilenas de la época: Ruti G. Teitel, “Transitional Justice Genealogy”, Harvard Human Rights
Journal, 16, 2003, p. 78.

328 ALFREDO JOIGNANT


to exaltante y peligroso” (Schmitter 1994: 176), en el que lo que prima es la
causalidad dramática de las primeras decisiones, para entrar en un mundo más
previsible: será la vía tranquila a la democracia, negociada, gradual y racional,
en virtud de un “posibilismo” (Santiso 2005) que, para asentar una razón de
Estado, cultiva la prudencia y una cierta economía política de la paciencia.

La estrategia general de los technopols:


la vía tranquila a la democracia
“Al igual que Alfonsín en Argentina, José Sarney en Brasil y Alan García en
Perú acaban sus días como gobernantes en la más absoluta soledad: sin apoyo
político, sin mayoría en el parlamento y con muy pocas preferencias en la
opinión pública” (Walker 1989). En esta breve narración de los fracasos de
tres transiciones a la democracia en América Latina, relatada por un futuro
technopol, podemos aquilatar la función que desempeña la comparación con
procesos análogos pocos meses antes de la restauración democrática en Chi-
le. Este inventario de resultados indeseables, ampliamente compartido por la
comunidad de technopols chilenos, sirvió, desde el primer año de gobierno,
para ordenar las causas y los riesgos que se corrían: bloqueo legislativo (SP
002519, 1991) y “arranques populistas” de la derecha (SP 002533, 1991),
multiplicación de episodios de desobediencia militar (SP 002512, 1990; SP
002518, 1990; SP 002534, 1991), amenazas de desestabilización provenien-
tes de la extrema izquierda (SP 002515, 1990; SP 002536, 1991),30 funcio-
namiento de los partidos de la Concertación como correas de transmisión de
las demandas sociales (SP 002520, 1990) con todos los “riesgos populistas tan
propios de otros procesos similares en América Latina” (SP 002524, 1990),
existencia de presos políticos (SP 002525, 1990) y la problemática judicial
de las violaciones a los derechos humanos (SP 002509, 1990; SP 002516,
1990; SP 002527, 1990).31 A este inagotable abanico de causas conocidas y
de efectos políticos probables hay que añadir las advertencias provenientes de
la esfera económica sobre el funcionamiento del “modelo”: costos asociados a
una eventual reforma de las leyes laborales (SP 002509, 1990), preocupación
por una eventual “tasa de crecimiento mediocre” y por el golpe (“duro”) que
eso significaría para el “prestigio técnico” de los equipos gubernamentales (SP
002517, 1990),32 sin contar la incertidumbre de los agentes económicos y de

30 Donde se dice que el gobierno no tiene control político sobre el terrorismo.


31 Entre varios otros informes.
32 Dos años más tarde, en el contexto de un balance favorable, otro informe afirma que “la credibilidad
del equipo económico es una variable que permanentemente está en juego” (Segpres 002583, 24 de abril
de 1992).

LA RAZÓN DE ESTADO: USOS POLÍTICOS DEL SABER Y GOBIERNO CIENTÍFICO DE LOS TECHNOPOLS 329
los inversionistas respecto de las reglas del juego (SP 002520, 1990). Domi-
nar esta causalidad general, una necesidad que era visible también en otras
transiciones latinoamericanas, era probablemente la más dura prueba para los
technopols chilenos.
Estos agentes pasarán por la experiencia de un aprendizaje de las amenazas
a partir de una gran exigencia de racionalidad que ellos mismos se imponen,
lo que se traducirá en dos principios de acción política para hacer frente a las
emergencias: moderación y gradualismo. De esta manera, las respuestas que
los technopols daban a los desafíos planteados por las coyunturas transiciona-
les iban adquiriendo significación y racionalidad conforme se acumulaban
los riesgos y, lo que es más, conforme se les objetivaba. Son estas objetiva-
ciones las que se traducirán en un modo de gobierno y, en definitiva, en una
razón de Estado, que consistirá en administrar estratégicamente las rigideces
del presidencialismo y cultivar una especie de indiferencia respecto de las po-
siciones maximalistas (denunciadas durante años por los technopols en artícu-
los de prensa) de ciertos dirigentes de los partidos de la coalición, como por
ejemplo la reivindicación “incongruente” de una “nueva Constitución” (SP
002514, 1990) o la idea de “desalojar a Pinochet del mando del Ejército” (SP
002521, 1990). Poco a poco, este modo de gobierno se irá expresando en un
“estilo moderado, refinado y poco discursivo”, pragmático y racional, pero
que no olvida el precepto según el cual “gobernar no es hacer academia” (SP
002524, 1990): precisión tan interesante como reveladora de la naturaleza
híbrida de los capitales de estos agentes, y también de su competencia. Esta
moderación, reivindicada con orgullo, explica esa forma de reconocimiento
privada –y por consiguiente públicamente inconfesable– que se expresa en
todos los informes confidenciales: el carácter inaplicable (ni “literalmente ni
en su integridad” (SP 002521, 1990)) del programa de la Concertación, de-
bido a que se trata de un “documento de intenciones máximas” que obliga a
“reformularlo operativamente” (SP 002523, 1990) en nombre de una razón
de Estado en formación.
Esta brutalidad de la argumentación, que lleva, por ejemplo, a aceptar
ciertas formas de impunidad en materia de violaciones a los derechos huma-
nos, se justificará en nombre del realismo.33 A este respecto, cabe detenerse
en un documento de trabajo redactado por Flisfisch en 1984, en el que es-

33 De este modo, la aceptación de la “relativa impunidad” de la ley de amnistía que fuera promulgada por
el general Pinochet en 1978 se inscribe en un “caso de realismo político” (SP 002521, 1990), que algunos
meses más tarde será interpretado como uno de los tres “consensos mínimos” con la derecha civil (“vigencia”
de la ley de amnistía; continuación de las “investigaciones judiciales” y “medidas de reparación material”:
SP 002536, 1991).

330 ALFREDO JOIGNANT


boza una estrategia transicional que lo lleva a distinguir entre “realismo” y
“prudencia”, para encontrar una salida a la situación de bloqueo en que se
encontraban las relaciones entre gobierno y oposición en aquel entonces. Se-
gún este politólogo, si “un significado posible de la prudencia es aplicar siem-
pre, en cualquier situación, una estrategia conservadora” para minimizar las
pérdidas, eso solo puede producir “resultados colectivos indeseables” frente
a situaciones del tipo “dilema del prisionero”.34 De ahí la siguiente moraleja:
“para ser realista no habría que ser prudente”, una bella paradoja que permite
definir el realismo como “la política del arte de lo posible” (Flisfisch 1984:
2), y que al mismo tiempo da fundamento a una estrategia general de salida
de la dictadura, de acceso a un régimen de tipo democrático y a un modelo
racional de gobierno.
Se trata de una estrategia general, en el sentido en que lo que se desprende
de la práctica gubernamental de los technopols es una concepción acumulativa y
gradual del cambio. Si, durante 1990, las dificultades iniciales obligaron a “acen-
tuar el gradualismo” (SP 002519, 1991) y a introducir pausas en las voluntades
de reforma, en 1991 se hace posible hablar de una estrategia más densa, hecha
de “piedras angulares” (SP 002543, 1991) y de un “camino progresivo” (SP
002558, 1991), susceptible de dar lugar a una suerte de evolucionismo político
compuesto de etapas y fases. Recurriendo a las enseñanzas de la transitología y
de la política comparada, los technopols afirman que “lo normal es que las FF.
AA. pierdan primero las prerrogativas propiamente políticas y, en etapas pos-
teriores, las prerrogativas institucionales que las dotan de autonomía frente al
poder civil” (SP 002591, 1991), en virtud de “tres procesos de tránsito” que les
atañen (de militares en conflicto con el poder civil a fuerzas armadas que man-
tienen relaciones normalizadas con este; de situaciones de eventual desobedien-
cia a relaciones jerárquicas y disciplinadas; de políticas de seguridad interna a
políticas de defensa externa) (SP 002613, 1993). Se trata de una estrategia que
se acopla a la lógica de las olas sucesivas de reformas cuya sumatoria produce el
cambio, aunque sea a costa de una reprogramación de las etapas para así “ade-
cuarla a las circunstancias siempre cambiantes” (SP 002543, 1991). Flisfisch
definió esta estrategia según la lógica del progreso: “todo progreso, todo paso
hacia adelante, significa un sacrificio” (Flisfisch 1992), estrategia que Dobry sin
duda calificaría de “proposición teórica de aspecto trivial”. Al generalizar, con
toda razón, este concepto frente a gran parte de la transitología, Dobry evoca

34 Para respaldar su argumentación, Flisfisch cita el trabajo clásico de Duncan Luce y Howard Raiffa,
Games and Decisions. Intoduction and Critical Survey, Nueva York, Wiley and Sons, 1957: en Ángel Flisfisch
(1984: 2).

LA RAZÓN DE ESTADO: USOS POLÍTICOS DEL SABER Y GOBIERNO CIENTÍFICO DE LOS TECHNOPOLS 331
“los ‘dilemas’, ‘problemas’ o ‘desafíos’ de la democratización”, señalando que
no se deben “enfrentar al mismo tiempo”, ya que “se ganaría si se les aborda y
resuelve secuencialmente” (Dobry 2000: 589). Sin embargo, la observación de
Dobry no designa una proposición teórica trivial, sino, más profundamente,
una estrategia absolutamente real que encuentra su justificación en las reco-
mendaciones que surgen de la transitología y a propósito de las cuales el autor
ironiza. Es importante insistir en este punto, y recordar que la transitología es
un conjunto de conceptos, autores y problemas de investigación, y a la vez una
caja de herramientas, es decir, un corpus de textos en el que coexisten un enfo-
que explicativo y una dimensión normativa. Eso significa que, tal como ha sido
empleada por los technopols chilenos, la transitología debe ser juzgada primero
desde el punto de vista de su valor normativo y político, y solo después a la luz
de sus pretensiones teóricas.
Ahora bien, esta estrategia general de los technopols se convirtió poco a poco
en un modelo de gobierno, y sus fundamentos dejaron de ser transitológicos.
La estrategia gubernamental que consiste en abordar los problemas de manera
gradual y realista, sabiendo que para avanzar a veces hay que retroceder en el
marco de negociaciones que producen resultados acumulativos, fue objeto de
innumerables objetivaciones destinadas a fundamentar un tipo de democra-
cia: se trata de lo que en jerga de los technopols se llamará la “democracia de
los acuerdos”, o también la “democracia de los consensos”. Este modelo fue
descubierto precozmente por los technopols chilenos en dictadura, pues ya en
1985 hay alusiones a un paradigma consociativo de gobierno, nuevamente
bajo la pluma de Flisfisch. Partiendo de la premisa según la cual ninguna
pretensión hegemónica puede imponerse por sí misma en Chile, “es racional
por lo tanto, en el sentido más estricto del término racional, que cada fuerza
política busque un escenario de transición” que evite bloqueos o juegos de
suma cero (Flisfisch 1986: 15). Para ello hay que crear una “mayoría absoluta
estable”, pero sobre todo “un estilo consociativo muy marcado”, caracterizado
por “la corresponsabilidad del conjunto de los actores políticos y sociales en
las decisiones colectivas” (Flisfisch 1986: 15). Según Ruiz, el descubrimien-
to de este paradigma consociativo y sus primeras justificaciones se deben al
politólogo chileno Alberto van Klaveren,35 a partir del objetivo explícito de
“neutralizar las divisiones políticas” y “abandonar las prácticas competitivas
y el principio de las mayorías simples” (Ruiz Schneider 1993: 169). Puede

35 Sin ser un technopol, por su escasa militancia en el PPD (nunca tuvo ningún cargo directivo), durante
los años ochenta Van Klaveren fue profesor en el Instituto de Estudios Internacionales de la Universidad
de Chile, y miembro fundador de la Asociación Chilena de Ciencia Política, que después presidirá. Será
nombrado subsecretario de Asuntos Exteriores en el gobierno de Michelle Bachelet.

332 ALFREDO JOIGNANT


ser. En cualquier caso, estos primeros trabajos constituyen el bosquejo de un
paradigma intelectual que primero adoptará la forma de estrategia (y como tal
será incluso anunciado a partir de 1989 por medio de artículos de prensa),36
antes de desembocar en un verdadero modelo de gobierno.
Como paradigma intelectual, las referencias principales se encuentran en
los trabajos clásicos de Lijphart,37 autor leído en Chile, pero que además pasó
en el país una temporada durante los años ochenta, donde justificó in situ, en
el marco de los encuentros que sostuvo con quienes llegarían a ser technopols,
la utilización política de la democracia consociativa para poder fundamentar
una estrategia transicional.38 Esta reapropiación de Lijphart es fruto de un ver-
dadero golpe de fuerza teórico, puesto que la categoría de “democracia conso-
ciativa” designa modos no competitivos de organización del poder político en
países marcados por fisuras religiosas, lingüísticas, étnicas o raciales y eventual-
mente políticas o ideológicas. No es casual que los países que se evoca como
respaldo en lo que respecta a democracias consociativas sean principalmente
europeos (Holanda, Suiza o Bélgica) y nunca latinoamericanos. Si se puede
hablar de un golpe de fuerza teórico de los technopols es porque reinterpretan
los clivajes de su sociedad en términos ideológicos, lo que les permite abogar
por una lógica de negociación entre las elites políticas con el fin de hallar una
salida a la dictadura y gobernar la transición.39
No es de extrañar entonces que uno de los informes elaborados por los
technopols mencione tímidamente una “democracia de los acuerdos” a par-

36 “¡Nunca más en Chile un gobierno minoritario!”: “lo que hay que buscar es una forma de lo que se
ha convenido en llamar ‘democracia consociativa’”: Genaro Arriagada, “Pactos, gobierno, coaliciones”, La
Época, 29 de enero de 1989.
37 Sobre todo en estas tres grandes obras de Arend Lijphart: The Politics of Accomodation. Pluralism and
Democracy in the Netherlands, Berkeley, University of California Press, 1968; Democracy in Plural Societies. A
Comparative Exploration, New Haven, Yale University Press, 1977; Democracies: Patterns of Majoritarian and
Consensus Government in Twenty-one Countries, New Haven, Yale University Press, 1984.
38 Estoy muy agradecido a Hernán Cuevas por haberme puesto al corriente sobre la importancia de la
estadía de Lijphart en Santiago.
39 Este golpe de fuerza será repetido por los technopols durante el mandato de Frei (1994-2000), esta vez
por medio de una nueva lectura de la teoría de los “clivajes” de Lipset y Rokkan : Seymour Martin Lipset y
Stein Rokkan, Party Systems and Voter Alignments : Cross-National Perspectives, Nueva York, The Free Press,
1967. Según estos autores, los clivajes que dieron lugar a los partidos y a los sistemas de partidos en Europa
remiten a lógicas sociológicas (por ejemplo, clerical/anticlerical), y desde luego no políticas (Badie califica
este enfoque de “topológico”: Bertrand Badie, Le développement politique, París, Economica, 1984, p. 167).
Ahora bien, ciertos technopols chilenos reinterpretarán esta teoría de los clivajes desde un punto de vista
político, en el sentido en que el clivaje electoral entre las opciones Sí y No a Pinochet en 1988 era la expresión
de un clivaje políticamente fundamental (dictadura/democracia) que dio a luz a dos coaliciones duraderas
(la Concertación y la Alianza por Chile, de derecha): en este sentido, es interesante leer el influyente artículo
de Eugenio Tironi y Felipe Agüero: “¿Sobrevivirá el nuevo paisaje político chileno?”, Estudios Públicos, 74,
1999, pp. 151-168. Para una crítica de esta utilización de la teoría de los clivajes de Lipset y Rokkan, véase
Alfredo Joignant, “Modelos, juegos y artefactos. Supuestos, premisas e ilusiones de los estudios electorales y
de sistemas de partidos en Chile (1988-2005)”, Estudios Públicos, 106, 2007, pp. 238-249.

LA RAZÓN DE ESTADO: USOS POLÍTICOS DEL SABER Y GOBIERNO CIENTÍFICO DE LOS TECHNOPOLS 333
tir de 1990, refiriéndose a problemas de “método de negociación” con la
oposición de derecha (SP 002516, 1990),40 o que la noción de “consenso”
haya exigido muy pronto precisiones públicas y explicaciones.41 Para que la
estrategia se convierta definitivamente en modelo de gobierno habrá que
esperar la elaboración de las hojas de ruta, en 1991, por parte de Edgardo
Boeninger, poderoso ministro secretario general de la Presidencia y verdade-
ro primus inter pares de la comunidad de technopols. Estas pautas, parecidas
a las brújulas destinadas a orientar los avances en un terreno difícil, fueron
conocidas como “cartas de navegación”, expresión jergal de este grupo de
agentes que figura por primera vez en un informe de noviembre de 1991 (SP
002567, 1991), y que es tal vez un eco de los “mapas cognitivos” (cognitive
maps) de Axelrod (1976).42 A medida que estos agentes aprenden a gobernar,
familiarizándose con las urgencias y con las problemáticas de la transición,
se observa una lenta transformación de los informes redactados por los te-
chnopols. Se aprecia así una organización del trabajo gubernamental según
una lógica de objetivos a corto y mediano plazo, que en sus inicios obedece
a un horizonte que no podía sobrepasar los límites del mandato presidencial
de Aylwin (1990-1994). A esta concepción de breve plazo responden las
prácticas de poder imbuidas de una estrategia transicional, y no de un mo-
delo de gobierno que se encontraba aún en gestación. Ahora bien, las cartas
de navegación elaboradas por Boeninger permitieron alimentar las prácticas
de los technopols en función de un modelo (“consociativo”), y sobre todo
transformar su relación con el tiempo a partir de una duración y de una
temporalidad de largo plazo, prolongada por la creencia (cercana a la certeza
tras las elecciones municipales de junio de 1992, que los partidos de la Con-
certación ganaron holgadamente) en un segundo mandato presidencial de
un líder de la coalición gubernamental.43
Pero, ¿en qué consistían estas cartas de navegación? Proponían objetivos mo-
destos y un estilo de gobierno (“pragmático” y “moderado”) que, debidamente

40 Donde el tema se menciona por primera vez a propósito de las negociaciones sobre reformas legales
destinadas a solucionar el “problema” de las violaciones a los derechos humanos.
41 Eugenio Tironi, “Comunicación para la democracia (2)”, La Época, 7 de junio de 1990: “El consenso no
equivale a la uniformidad de puntos de vista”, un argumento que se repite en la prosa erudita de Brunner: “Por
el momento, lo que está surgiendo en Chile parece ser una suerte de nuevo tipo de democracia consociativa,
fundada en los múltiples pactos político-sociales y económicos, en que la clase política comienza a compartir
el poder con los demás actores de la escena nacional, y en la que todos se hacen concesiones mutuas”, con
el fin de “estabilizar la democracia y mantener el dinamismo del desarrollo del país” (José Joaquín Brunner,
“Chile: claves de una transición pactada”, Nueva Sociedad, 106, 1990, p. 11).
42 Según este autor, los mapas cognitivos revelan los sistemas de creencias de los dirigentes políticos y de
los policy makers.
43 Se trata de la presidencia de Eduardo Frei, cuyo mandato no durará cuatro sino seis años (1994-2000).

334 ALFREDO JOIGNANT


justificados gracias a las enseñanzas extraídas de las transiciones vecinas y las
evaluaciones de los riesgos que se corrían a escala local, acabaron por dar lugar
a un modelo de gobierno construido a partir de una búsqueda de acuerdos y,
según la jerga que en ese momento tiene pleno sentido, de “consensos” con la
oposición de derecha. Uno de los informes ofrece una mirada retrospectiva a lo
que fueron las cartas de navegación, asociando su entrada en vigencia con una
voluntad gubernamental de poner “término a la transición”: sistematización de
un “horizonte de metas programáticas, reactualizando objetivos y entregando
nuevas prioridades”, lo que se acompañaba de una descripción práctica de los
procedimientos que se habían seguido para llevarlos a cabo (reuniones con los
partidos de la Concertación, “contacto gubernamental con la ciudadanía” y
rondas de reuniones personales del presidente de la República con sus minis-
tros) (SP 002594, 1992). Esta misma perspectiva la proporciona Arriagada, en
su calidad de sucesor de Boeninger en el Ministerio Secretaría General de la
Presidencia durante la administración Frei, pero esta vez con un lenguaje más
preciso que subraya para cada grupo que formaba parte de la Concertación
los límites de lo que era posible emprender: “Para los grupos de derechos hu-
manos, verdad, reconciliación y ‘justicia en la medida de lo posible’. Para los
trabajadores, tripartismo y prudencia en sus reivindicaciones. Para el gobierno,
equilibrios macroeconómicos; para los partidos, disciplina; y para los parla-
mentarios, disciplina de voto en un Congreso en el que las principales negocia-
ciones se hacían con la oposición” (Arriagada, 1994). Debemos, sin embargo,
una vez más a Flisfisch la descripción más interesante de lo que fueron las cartas
de navegación, y más aún porque en esta descripción, publicada en francés en
la revista Problèmes d’Amérique latine en 1993, firmaba como subsecretario de
la Presidencia. Aquí la retomamos en su versión en español (Flisfisch 1994).
Flisfisch, al observar las “restricciones” tanto en la Constitución como en el
funcionamiento real de las instituciones, las reinterpreta como recursos que
permitirían el despliegue de un “estilo” de gobierno que apuntaba a “atenuar la
polarización y el conflicto”. Si Flisfisch califica estas restricciones como recur-
sos, lo hace para señalar la existencia de una “voluntad para negociar y buscar
acuerdos, que se definía a partir de ciertos objetivos esenciales, empleando un
discurso ambivalente sobre las restricciones políticas con el fin de hacer acepta-
bles los acuerdos para grupos y sectores de opinión cuyas exigencias sobrepasan
en mucho estos acuerdos” (Flisfisch 1994: 19). Esta utilización estratégica de
las restricciones, destinada a fundamentar un modelo de gobierno, suponía sin
embargo una condición política de posibilidad: la disciplina de los partidos de
la coalición gubernamental.

LA RAZÓN DE ESTADO: USOS POLÍTICOS DEL SABER Y GOBIERNO CIENTÍFICO DE LOS TECHNOPOLS 335
Los technopols aluden en varios de sus informes a esta disciplina coalicional y
partidista, a veces para denunciar a los partidos que sostienen a la Concertación
acusándolos de maximalismo, y otras para proponer recomendaciones para un
mutuo entendimiento. Tratándose de críticas a este modelo de gobierno por
parte de ciertos dirigentes de partidos, es importante señalar el malestar expre-
sado por el dirigente del ala izquierda del Partido Socialista, el diputado Cami-
lo Escalona, quien ironiza acerca de la existencia de un “verdadero partido de
Gobierno” (SP 002567, 1991), ya que este no toma en cuenta que hay varios
partidos y, sobre todo, una coalición plural. Se trata de una crítica importante,
porque contrapone una definición de lo que quiere decir gobernar según la
cual lo que importa es el valor (“agregado”) que aporta cada partido, con la otra
alternativa según la cual lo que prima (y debe primar, según los technopols) es
la autoridad del gobierno, en el marco de una extraña paradoja según la cual
el gobierno goza de un “vasto apoyo popular” que contrasta con “un creciente
malestar político y social en sectores de la Concertación” (SP 002544, 1991).
Como remedio, los technopols propugnan una pedagogía política dirigida a los
partidos de la Concertación, a quienes hay que hacer entender “la naturaleza de
la transición y sus problemas” (SP 002523, 1990) o, dicho de otra manera, las
restricciones que aún pesan para transitar a la democracia (SP 002556, 1991).
En este sentido, los informes redactados por los technopols retoman una de las
características que había sido resaltada por Domínguez, a saber, el papel de
institutor de la nación, o simplemente de teacher, un papel que se supone debe
cumplir este tipo de agentes (Domínguez 1997). Efectivamente, los technopols
constatan la construcción política de una relación asimétrica entre, por una
parte, una definición de gobierno omnisciente, y, por la otra, de partidos desti-
nados a producir lealtad en cualquier circunstancia. Esta asimetría era consta-
tada, pero también lamentada, en el sentido de que varios informes registraban
estas relaciones desiguales que “plantean problemas” (SP 002520, 1990; SP
002545, 1991), lo que se traducía en ciertas formas de alentar la incorporación
de “la necesaria ponderación de los aspectos propiamente políticos” “en todas
las etapas de discusión” legislativa (SP 002539, 1991). Ahora bien, los techno-
pols abogarán rápidamente por una definición favorable a un funcionamiento
del gobierno que sea autónomo respecto de los partidos, considerando no solo
necesaria sino además deseable la continuidad de esta forma de “gobierno su-
prapartidista” (SP 002567, 1991), en nombre de los intereses del país, o, lo que
viene a ser lo mismo, de la razón de Estado.
Y no cabe duda de que no es casual que, hacia fines del año 1992, un informe
aplauda “el alto nivel de efectividad exhibido por el Ejecutivo en la promoción

336 ALFREDO JOIGNANT


de su agenda legislativa”, en el marco de un reconocimiento a la “coherencia y
disciplina de las bancadas oficialistas” (SP 002596, 1992). Celebrada por unos
y condenada por otros, esta manera de gobernar a partir de un uso exacerbado
del presidencialismo constituyó una innovación “respecto de otros gobiernos
de coalición”, lo que se tradujo en un “potenciamiento del rol del equipo po-
lítico ministerial de gobierno” y en un debilitamiento de la “autonomía” de
los partidos de la Concertación (SP 002580, 1992). Con el fin de justificar
esta subordinación de los partidos a la acción de los technopols, es interesan-
te detenerse en su trabajo de definición de la “partidocracia”, del “partidismo”
y del “suprapartidismo”, que son objetivaciones y delimitaciones de buenas y
malas formas de gobernar. Estas definiciones constituyen una respuesta a va-
rias editoriales del periódico conservador El Mercurio, que criticaba la acción
gubernamental porque instauraba una “dictadura de las mayorías” y una “dic-
tadura de los partidos” (o “partidocracia”) (SP 002588, 1992), poniendo así en
peligro algunos de los logros del modelo económico chileno. Estamos frente a
una retórica clásicamente asociada a dos tesis conservadoras, “reactivas y reac-
cionarias” según Hirschmann, la primera referida a una forma de desprecio por
las “‘masas’, la mayoría, el régimen parlamentario y el gobierno democrático”
(Hirschmann 1991: 15) (es la “tesis de la futilidad”), y la segunda en la que se
perciben “las viejas conquistas, o los logros conquistados a un alto precio” como
“amenazados por el nuevo programa” (Hirschmann 1991: 100) (es la “tesis del
riesgo”). Según los technopols, El Mercurio y la derecha confunden tres dimen-
siones diferentes de la realidad, y se proponen esclarecer el debate apelando a los
recursos de la ciencia política y la política comparada. De esta manera, la “par-
tidocracia” remite a una situación de “dictadura de los partidos”, de la que Italia
sería un buen “ejemplo de las consecuencias” consideradas negativas, lo que es
muy distinto al “partidismo”, que se define como “la capacidad de los partidos
políticos de bloquear la acción del titular de un cargo público, en particular del
Presidente de la República, y de condicionar (…) el proceso” de toma de deci-
sión. Esta diferencia es crucial, puesto que permite a los technopols caracterizar
el “suprapartidismo” (siguiendo una definición schumpeteriana del “partido
político”)44 como “la neutralización del poder de veto de los partidos sobre
la acción del presidente de la República, y como la capacidad de determinar
o condicionar el proceso de toma de decisión más allá de ciertos límites”

44 El partido se define así como “un grupo o una asociación cuya finalidad es presentar candidatos a
las elecciones a cargos públicos” (SP 002588, 1992), una definición que se hace eco de la de Schumpeter,
según la cual “un partido es un grupo cuyos miembros se proponen actuar concertadamente en la lucha
concurrencial por el poder político”: Joseph Schumpeter, Capitalisme, socialisme, démocratie, París, Payot,
1984, p. 374.

LA RAZÓN DE ESTADO: USOS POLÍTICOS DEL SABER Y GOBIERNO CIENTÍFICO DE LOS TECHNOPOLS 337
(SP 002588, 1992). Si originalmente se trataba de un modo de acción gu-
bernamental “puramente circunstancial”, su rutinización en el marco de un
modelo consociativo le permitió transformarse en un “principio estratégico”
(SP 002588, 1992). Y aunque entre los dirigentes de los partidos políticos
se entienda perfectamente el término “suprapartidismo”, resulta interesante
señalar la invención de un neologismo que se hizo famoso, destinado a de-
signar una situación de dominio gubernamental: el de “partido transversal”.
Este término se refiere a la existencia de un verdadero partido de gobierno,
cuyos principales agentes son, precisamente, los technopols.45
Si este partido transversal pudo suscitar tantas suspicacias y envidias es
porque lo que hay detrás de una pedagogía invocada una y otra vez es una
voluntad de dominio por parte de un pequeño grupo de agentes de elite,
que moviliza un repertorio de justificación “científica” de sus prácticas de po-
der. Su trabajo de persuasión sobre los partidos debe “producir y poner a su
disposición la evidencia empírica que avale las posiciones gubernamentales”
(SP 002569, 1991). Si este esfuerzo pedagógico, que aquí se describe inge-
nuamente según una lógica cercana a la relación escolar entre el profesor y el
estudiante, logra producir las condiciones de subordinación de los partidos sin
por ello convencer a sus dirigentes, es porque se enfrentan dos tipos de capita-
les: por una parte, ese capital híbrido y simbólico de los technopols, hecho de
recursos políticos y racionales, que se expresa en una pedagogía de la traduc-
ción de saberes disciplinares raros en conocimiento políticamente útil (pero
no necesariamente comprendido), y por otra parte, el “capital militante” que
adopta la “forma de técnicas, disposiciones a actuar, intervenir, o simplemente
obedecer” (Matonti y Poupeau 2004: 8). La traducción literaria está lejos de
ser una operación desprovista de ambigüedad (aunque no sea más que por la
posibilidad de consagración de los autores y los textos implicados)46, lo mismo
puede decirse del trabajo político emprendido por los technopols, ya que como
resultado de la traducción de saberes científicos a un idioma político hay bas-
tantes cosas que se pierden del lado de lo traducido, y otras que se ganan desde
el punto de vista del traductor. En efecto, fue gracias a la convergencia de las
características excepcionales de una coyuntura transicional urgente, de los re-
cursos institucionales proporcionados por el presidencialismo chileno y de las

45 Camou es uno de los pocos autores que toma en serio este neologismo, al ver en los technopols un
grupo de agentes que actúan como “catalizadores del consenso”, y que operan como “una especie de ‘partido
transversal’”: Antonio Camou, “Los consejeros del príncipe. Saber técnico y político en los procesos de
reforma económica en América Latina”, Nueva Sociedad, 152, noviembre-diciembre de 1997, p. 66.
46 Pascale Casanova, “Consécration et accumulation de capital littéraire. La traduction comme échange
inégal”, Actes de la Recherche en Sciences Sociales, 2/2002, 144, pp. 7-20.

338 ALFREDO JOIGNANT


amenazas muy reales de regresión autoritaria, que se hizo posible la subordi-
nación de los partidos al gobierno, produciendo de este modo las condiciones
de una dominación simbólica y estatutaria de los technopols. La hegemonía
de esta razón de Estado se traducirá en una pasión por la normalización de
la democracia chilena que llevará a clausurar precozmente la transición, así
como en una construcción del orden social bajo la forma de una pacificación
forzada de los conflictos.

Normalización democrática y orden social


La vía tranquila y negociada a la democracia, tal como era propugnada por
los technopols, suponía la existencia de elites políticas dispuestas a entenderse
y a coordinarse por medio de prácticas consociativas. Sin embargo, implicaba
también un ideal de orden social que a menudo era puesto a prueba por el te-
mor a una escalada de conflictos y al desborde popular. Este miedo se origina
en las enseñanzas y los fracasos de un cierto número de transiciones latinoa-
mericanas, y se reproduce localmente desde 1990 como un verdadero pánico a
la “huelga nacional”, y, más profundamente, como un miedo a que la Central
Unitaria de Trabajadores pudiese “irse a la montaña”. 47 Se trata efectivamente
de un temor constante al desorden, como lo expresan varios informes elabo-
rados entre 1992 y 1993, en los que se muestra una CUT sujeta a regresiones
reivindicativas que “cuestionan elementos fundamentales del actual modelo
económico y social” (SP 002593, 1992).48
¿Cómo hacer frente a los desafíos sindicales, asociativos y populares al or-
den social? Idealmente, abortando cuanto antes el conflicto. A fines de 1992,
el gobierno sufrió su “primera derrota política”, con la renuncia del ministro
de Salud a raíz de la huelga de los trabajadores del sector. Este episodio permi-
tió a los technopols sacar algunas lecciones, subrayando la obligación de “evitar
a tiempo la transformación de lo que es un problema en un conflicto”. Esta
lección, casi una obviedad, deriva en una estrategia cuyo fundamento racional
es que “no hay mejor problema que el que no llega a configurarse como con-
flicto”. Esta distinción entre lo que es propio del “problema” y lo que es inhe-
rente al “conflicto” tiene profundas consecuencias, ya que las soluciones gu-
bernamentales no serán las mismas en uno y otro caso: si lo que se encuentra
socialmente en juego adopta la forma de un “problema”, este es “externo a los
participantes” por “su naturaleza objetiva”, lo que permite que se encuentre

47 Después de haber subrayado el peligro de sindicalización del Colegio de Profesores, que desmentiría la
creencia de que lo que todos querían era “un profesor en paz con el Estado”, un informe recalca “el fantasma
de una huelga nacional” (SP 002513, 1990).
48 A propósito del debate sobre las reglas del juego en materia de relaciones laborales.

LA RAZÓN DE ESTADO: USOS POLÍTICOS DEL SABER Y GOBIERNO CIENTÍFICO DE LOS TECHNOPOLS 339
su solución “dentro de un contexto técnico” en el cual los technopols brillan.
En cambio, si lo que se encuentra en juego deriva en un “conflicto”, significa
que el problema ha sido “internalizado por las partes y, por lo tanto, su natu-
raleza es subjetiva”, lo que obliga a soluciones políticas mucho más difíciles
(SP 002603, 1992). “Problema” o “conflicto”: he aquí los dos términos de una
ecuación a la que los technopols van a dedicar todo un trabajo de objetivación
destinado a privilegiar el primer polo en detrimento del segundo, con el fin
de producir soluciones técnicas a los problemas al precio de una forma de
despolitización de los conflictos deliberadamente buscada.
Si la dimisión del ministro de Salud suscitó tanta conmoción gubernamen-
tal fue porque se trató de un episodio poco común de fracaso de una estrategia
general que consistía en desmovilizar a los sindicatos y los colegios profe-
sionales. Precisamente a este trabajo de desmovilización alude Posner (1999;
2004),49 aunque sin reparar en el fundamento “científico” de la razón de Esta-
do que le sirve de justificación. Mientras que la eficacia legislativa del gobierno
dependía de la disciplina de las bancadas parlamentarias de la Concertación en
el hemiciclo, el rendimiento del orden en construcción dependía de la función
de “disciplinamiento de la base social de apoyo” (SP 002520, 1990), función
adjudicada a los partidos de la coalición. Para lograrlo no bastaba con evitar
que los partidos de la Concertación se alzaran como portavoces o correas de
transmisión de las demandas sociales o de las reivindicaciones salariales (SP
002511, 1990; SP 002512, 1990). Se trataba sobre todo de transformarlos en
instrumentos de desmovilización, y por tanto de desactivación de conflictos.
Así, pues, en varios informes se leen recomendaciones encaminadas a sofocar
los conflictos sociales por medio de los partidos, con el objetivo explícito de
“disminuir el rol” de la CUT (SP 002513, 1990) apoyándose en la tradición
sindicalista socialista (SP 002512, 1990) y democratacristiana (SP 002514,
1990), tras lo cual se desembocaría en una situación –conveniente y desea-
ble– de “aislamiento e interdicción del sindicalismo comunista” (SP 002516,
1990). Los technopols no dudan en afirmar, de manera un tanto desenfadada,
que en las relaciones entre la CUT y el empresariado, “en el fondo, la di-
mensión social jamás fue la preponderante”, ya que “detrás de los actores que
representan al capital y al trabajo siempre estuvieron los partidos políticos
afines a los trabajadores y empresarios” (SP 002521, 1990). Es así como, en
este asunto crudo y repleto de argumentos públicamente inconfesables, se
ve operando la dimensión propiamente política del capital de los technopols,

49 Para un estudio de las consecuencias electorales de este trabajo de desmovilización, cf. Alfredo Joignant,
“Political Parties in Chile: Stable Coalitions, Inert Democracy”, en Kay Lawson (ed.), Political Parties and
Democracy, Santa Bárbara, Praeger, 2010, 1, pp. 134 y ss.

340 ALFREDO JOIGNANT


aunque los recursos políticos, y en particular la especie militante del capital,
no son empleados para fines de organización, sino paradojalmente de desmo-
vilización, e incluso de despolitización.
¿Cómo no ver en las advertencias sobre los excesos de un “énfasis tecnocrá-
tico” arropado en “vocablos” sacados del lenguaje de la economía, un riesgo
de distanciamiento con los partidos y los ciudadanos (SP 002524, 1990),
sobre todo si el uso de este lenguaje no se acompaña de ninguna voluntad de
persuasión ni de un esfuerzo pedagógico? ¿Cómo no subrayar, una vez más, el
rol de traductores que les corresponde a los technopols en ese “trabajo de trans-
formación de los prejuicios en juicios fundamentados y funcionales respecto
de los objetivos” que el gobierno persigue, por ejemplo, a propósito de las
relaciones laborales en el sector público, que son implementadas por especia-
listas y a quienes los technopols exigen una justificación pedagógica sustentada
en “experiencias internacionales” (SP 002532, 1991)? Ahora bien, de estos
llamados a la pedagogía y a una forma racional de neutralidad, lo que en ver-
dad se desprende es una relación despolitizada con el mundo, mediante una
desposesión de los agentes políticos más carentes de recursos racionales, pero
mejor dotados de capital militante, en beneficio de los technopols. No cabe
duda de que es un triunfo de este grupo de agentes cuando se lee en uno de
sus informes cómo se felicitan del reconocimiento de derrota manifestado por
dos de los principales líderes sindicales y dirigentes de la CUT, Manuel Bustos
(DC) y Arturo Martínez (PS), al admitir “la inexistencia de modelos econó-
micos alternativos al impulsado por el gobierno”, y concluir que el rol de esta
multisindical consiste en “‘humanizar’ el modelo de economía de mercado”
(SP 002584, 1992). Es fácil imaginar cómo este reconocimiento pudo dar li-
bre curso a soluciones menos políticas que técnicas, o, si se quiere, racionales,
a lo que terminaron siendo “problemas”, al cabo de una empresa de abolición
del “conflicto” conducida en nombre del Estado y de la razón que le subyace.
De ahí se desprende no tanto una paradoja o una ironía sino una condi-
ción de posibilidad de la concepción del orden defendida por los technopols,
ya que este orden supone una definición de la paz social que se ajusta bien a
un modelo consociativo de gobierno. Es importante entender que el trabajo
de desmovilización de la “sociedad civil”, y de neutralización ideológica de lo
que se encontraba en juego, participa de un modo de gestión de la incerti-
dumbre transicional, y al mismo tiempo de un modo de dominación, ambos
justificados por una relación utilitaria con las ciencias sociales que da a luz a
una razón de Estado. “Razón de Estado”: mirada más de cerca, se trata de una
locución curiosa, cuyo significado posee una fuerza singular, en el sentido en

LA RAZÓN DE ESTADO: USOS POLÍTICOS DEL SABER Y GOBIERNO CIENTÍFICO DE LOS TECHNOPOLS 341
que lleva a justificar acciones públicas en nombre de un interés superior que
no es el interés del pueblo, ni el de la nación, ni tampoco el de una comunidad
de ciudadanos, sino el de la organización estatal misma. Se trata de una razón
de Estado, y no de una razón gubernamental cuya connotación es evidente-
mente más débil, puesto que, se quiera o no, tiene que ver con las relaciones
consociativas establecidas entre todas las elites de una sociedad políticamente
fracturada. En este sentido es como hay que entender el lamento expresado
por los technopols cuando la derecha, en especial el partido Renovación Na-
cional, decide abandonar la “democracia de los acuerdos” para pasar a una
“democracia de las alternativas”.50 Frente a este abandono, los informes de la
Presidencia recomiendan insistir en la búsqueda de la cooperación para poder
llegar a acuerdos entre elites, y sugieren además perpetuar –más allá de este
primer mandato presidencial– tanto las prácticas consociativas como su pues-
ta en forma institucional. Para ello es preciso pasar de la “normalidad inesta-
ble”, que era habitualmente descrita por los technopols durante el primer año
de gobierno, a la normalización definitiva del régimen democrático, poniendo
término a la transición, lo que equivale a consagrar una forma de organización
del poder político que, siendo consociativa, no es competitiva.
La voluntad de perpetuar la democracia de los acuerdos se encuentra pre-
sente ya en 1991, en un contexto en el que se “empieza a respirar un clima
de ‘fin de transición’” (SP 002542, 1991). Los signos precursores del tér-
mino de la transición son tan numerosos como variados. Hasta el tedio y el
“desencanto” figuran como pruebas de normalidad (SP 002555, 1991). Lo
confirman datos de encuestas (SP 002556, 1991), la aparición de problemá-
ticas propias de una democracia ordinaria (desafección, delincuencia, tráfico
y consumo de drogas, corrupción),51 e incluso comparaciones con España
o con Uruguay que favorecen la solución chilena en materia de política de
tratamiento de las violaciones a los derechos humanos (SP 002608, 1993). A
partir de esta coincidencia entre la experiencia política de un final de la tran-
sición asentada en la creencia en el restablecimiento del Estado de derecho,
y los éxitos atribuidos por los technopols a la democracia de los acuerdos, se
desprende una voluntad de consagración racional de las prácticas consociati-
vas. Con el fin de justificar esta voluntad, los technopols afirman que en una
“sociedad subdesarrollada”, expuesta al riesgo de una “polarización sociopolí-
tica”, la existencia de “rasgos que obliguen a las fuerzas políticas a negociar es

50 Posición oficializada por medio de un artículo de prensa firmado por el presidente de Renovación
Nacional: Andrés Allamand, “La democracia de las alternativas”, El Mercurio, 21 de septiembre de 1991.
51 SP 002551, 1991 y SP 002588, 1992 (desafección); SP 002566, 1991 y SP 002572, 1991 (seguridad
ciudadana); SP 002600, 1992 (drogas); SP 002614, 1993 (corrupción).

342 ALFREDO JOIGNANT


una ventaja o virtud y no un defecto” (SP 002552, 1991). ¿Cómo llegar a ese
objetivo? Por medio de una reforma del régimen político que no tenga tanto
que ver con lo que se juega clásicamente en toda transición como con las
exigencias normales de una democracia consolidada y estable, lo que supone
“incorporar incentivos institucionales para la constitución y mantención de
coaliciones y de prácticas políticas cooperativas” (SP 002586, 1992). Si bien
este tipo de reforma estaba lejos de ser acogida favorablemente, pues podía
implicar debates acerca de la naturaleza del régimen democrático (¿presi-
dencialismo?, ¿parlamentarismo?, ¿semipresidencialismo?), lo que hay que
retener de esta interrogante es la necesidad de concluir la transición. A partir
del momento en que la voluntad de poner término al proceso transicional se
hizo recurrente, no podemos dejar de observar la aparición de problemáticas
y de una retórica de la “consolidación”, en detrimento de lo que es inherente
a la “transición”, a menudo sobre la base de una confusión entre estos dos
procesos fundamentalmente distintos.
El carácter confuso de la frontera que separa el territorio de la “transi-
ción” y el espacio de la “consolidación” es evidente en varios informes de la
Presidencia. Como sabemos, Linz y Stepan definieron, desde mediados de
la década de 1980, la noción de “democracia consolidada” como “un régi-
men político en el que la democracia –concebida como un sistema complejo
de interacciones, reglas, incitaciones y disuasión– llega a ser, por decirlo de
alguna manera, el único juego en la ciudad (the only game in town)” (Linz
y Stepan 1996a: 30). Tomada de Giuseppe di Palma, la expresión the only
game in town remite a transformaciones en el comportamiento de los acto-
res políticos, a las actitudes de los ciudadanos que prefieren la democracia
a cualquier otra forma de régimen incluso en el marco de crisis políticas
o económicas severas, y a una aceptación de las reglas constitucionales del
juego: dicho de otro modo, “con la consolidación, la democracia se ha rutini-
zado y profundamente interiorizado en la vida social, institucional e incluso
psicológica” (Linz y Stepan 1996b: 5). Se trata así de las características que,
una vez reunidas, permiten poner término racionalmente a la transición, lo
que significa que pueden presentarse durante el proceso transicional sin que
ello implique confundir dos aspectos distintos de la realidad. No obstante,
sí se trata de una confusión cuando los technopols hacen coincidir estas dos
dimensiones,52 y sobre todo cuando a la “transición” y a la “consolidación”

52 Por ejemplo, a propósito de un caso de espionaje militar a ciertos políticos, cuyas consecuencias pueden
implicar un “daño a los avances de la transición y consolidación democráticas” (SP 002599, 1992); el énfasis
en la “y” es nuestro.

LA RAZÓN DE ESTADO: USOS POLÍTICOS DEL SABER Y GOBIERNO CIENTÍFICO DE LOS TECHNOPOLS 343
se las inscribe en un mismo proceso.53 Aunque esta confusión se inscribe en
un debate de larga data que opone a politólogos y sociólogos acerca de la
pertinencia de tal distinción,54 se explica sobre todo por razones políticas,
habida cuenta de la voluntad de los technopols de normalizar la vida política
en un marco democrático estable y consolidado para asentar la necesidad de
un modelo de gobierno consociativo.
Como puede verse, la discusión, aparentemente estéril, acerca de cuándo
se acaba una transición, está en realidad repleta de consecuencias políticas,
puesto que el paso de la transición a la consolidación sirve para justificar un
estado de normalidad, y por lo tanto para perpetuar la “democracia de los
acuerdos”, pragmática, consensual y poco competitiva. De este modo, a la
distinción entre “transición” y “consolidación” le corresponde una división del
trabajo político. La primera exige que los technopols lidien con las urgencias y
racionalicen la incertidumbre por medio de “reformas esenciales” destinadas
a eliminar “los enclaves autoritarios” (después de lo cual vendría “un período
normal u ordinario” (SP 002521, 1990)), y estos mismos agentes se obligan
luego a evitar involuciones (lo que corresponde a una “tarea de consolidación”
(SP 002595, 1992)). Para el segundo semestre de 1991 se hace evidente que
“una parte del programa de la transición ya se ha realizado”, lo que quiere
decir que los desafíos pendientes “pierden su carácter de tareas de la transición
y adquieren crecientemente el carácter de tareas propias de la consolidación
y profundización de la democracia” (SP 002552, 1991). Este evolucionismo
político, armado con los recursos de la transitología, permite así decretar la ex-
tinción del período de urgencia democrática y de sus problemas de alto riesgo,
lo que hace posible justificar una nueva etapa de normalidad, hecha de “alta
racionalidad política”, y en la que la competencia entre fuerzas rivales tiene
que ajustarse a los beneficios de una democracia consensual en la que destacan
los technopols. Si en 1991 “la política de los acuerdos es necesaria [...] porque

53 Es así como en un informe que apunta a encontrar “una fuente distinta de legitimidad” para las formas
consensuales de hacer política, se lee la alusión a un “período de transición y consolidación en que nos
encontramos” (SP 002600, 1992); el énfasis en la “y” es nuestro.
54 A este respecto, O’Donnell concluye a partir de una reflexión sobre Chile como “caso extraño”, que sería
“imposible definir con precisión, analítica y empíricamente, cuándo una democracia se ha ‘consolidado’”
(Guillermo O’Donnell, “Otra institucionalización”, La Política. Revista de estudios sobre el Estado y la
sociedad, 2, 1996, p. 20). Un argumento similar se encuentra en palabras de Przeworski, Alvarez, Cheibub
y Limongi: “evidentemente, no pensamos que la ‘consolidación’ sea simplemente una cuestión de tiempo,
un cierto tipo de ‘acostumbramiento’ o ‘institucionalización’ mecánica”. Por eso “si las democracias llegan a
‘consolidarse’, por la razón que sea, entonces tendríamos que observar que en cualquier nivel de desarrollo
el simple paso del tiempo reduce las posibilidades de que caigan”: ahora bien, “no encontramos pruebas en
este sentido”, por lo cual “la ‘consolidación’ es un término vacío” (Adam Przeworski, Michael Alvarez, José
Antonio Cheibub y Fernando Limongi, “Las condiciones económicas e institucionales de la durabilidad de
las democracias”, La Política. Revista de estudios sobre el Estado y la sociedad, 2, 1996, pp. 104-105).

344 ALFREDO JOIGNANT


produce estabilidad”, una vez acabada la transición deja de ser necesaria para
volverse deseable. Y sin duda no es casual que uno de los últimos informes
elaborados por los technopols estime necesario precaverse contra las desvia-
ciones de este orden consensual destinado a sobrevivir más allá del mandato
del presidente Aylwin, demostrando interés por las competencias requeridas
en el arte de construir acuerdos. ¿De qué manera? Planteando la exigencia de
“maximizar los estándares de cualificación política-técnica del personal que
los partidos políticos pondrán a disposición del próximo presidente”, lo que
se traduce en la extraña idea de crear “una suerte de oficina de verificación de
cualificaciones” (SP 002617, 1993).

Conclusión
Los 113 informes que durante cuatro años redactaron los technopols nos
enseñan cómo este pequeño grupo de agentes notables, fuertemente dotados
de recursos escasos, pudieron construir una razón de Estado que justificara
su dominación, así como la vía chilena, tranquila y apacible, a la democracia.
Desde luego hubo resistencias, así como también existió la contingencia de un
proceso transicional cuya salida hubiera podido ser otra (aunque solo fuese en
razón de una eventual derrota de los technopols a manos de los dirigentes de
los partidos de la Concertación y de la especie militante de su capital). Preci-
samente, son los propios technopols quienes se interesarán en los dilemas de la
contingencia, afirmando que otra salida o bifurcación podría haber sido posi-
ble: ¿acaso una “política más agresiva hubiese tenido más éxito”? Es imposible
demostrarlo, como también es imposible demostrar lo contrario, a saber, que
es “la prudencia la que ha permitido avanzar” (SP 002613, 1993). Contra el
“determinismo retrospectivo” condenado por Schmitter, que lleva a “suponer
que lo que pasó era lo que tenía que pasar” (Schmitter 1994: 176), las razo-
nes invocadas por los technopols constituyeron recursos de lucha, y a menudo
verdaderos golpes de fuerza, incluso traiciones, por ejemplo a la transitología:
si la desmovilización de la sociedad civil era necesaria según estos agentes para
estabilizar el nuevo régimen, y se justificaba en nombre de la razón de Estado,
“este argumento no es solo una mala teoría democrática, sino que también es
una mala política democrática”, porque “en todas las etapas del proceso demo-
crático, una sociedad civil activa e independiente es un recurso inestimable”
(Linz y Stepan, Hacia la consolidación democrática, 1996a: 33). Un nuevo
golpe de fuerza de los technopols, esta vez simbólico, lo cual, en todo caso,
es inherente a las luchas políticas, incluso cuando apelan a los recursos de la
razón, o a la fuerza de las ideas.

LA RAZÓN DE ESTADO: USOS POLÍTICOS DEL SABER Y GOBIERNO CIENTÍFICO DE LOS TECHNOPOLS 345
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Minutas de la Secretaria General de la Republica (SP) citadas en este trabajo


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LA RAZÓN DE ESTADO: USOS POLÍTICOS DEL SABER Y GOBIERNO CIENTÍFICO DE LOS TECHNOPOLS 347
SP 002582 (10 de abril de 1992).
SP 002584 (30 de abril de 1992).
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SP 002591 (26 de junio de 1991).
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SP 002594 (31 de julio de 1992).
SP 002595 (14 de agosto de 1992).
SP 002596 (21 de agosto de 1992).
SP 002597 (4 de septiembre de 1992).
SP 002599 (25 de septiembre de 1992).
SP 002600 (2 de octubre de 1992).
SP 002603 (6 de noviembre de 1992).
SP 002608 (4 de enero de 1993).
SP 002613 (1 de abril de 1993).
SP 002614 (15 de abril de 1993).
SP 002617 (7 de septiembre de 1993).

348 ALFREDO JOIGNANT


Sobre los autores

Tomas Ariztía. Sociólogo. PhD en sociología, London School of Economics. Magíster en


sociología, Pontificia Universidad Católica de Chile. Profesor asociado de la Escuela de Socio-
logía, Universidad Diego Portales.

Oriana Bernasconi. Socióloga. PhD en Sociología, London School of Economics y Magister


en Estudios Culturales, University of Birmingham. Directora del Departamento de Sociolo-
gía, Universidad Alberto Hurtado.

Manuel Gárate Chateau. Historiador. Doctor en historia, École des Hautes Études en Scien-
ces Sociales. Magíster en ciencia política, Universidad de Chile. Investigador asociado del
Instituto de Ciencias Sociales (ICSO), Universidad Diego Portales.

Alfredo Joignant. Cientista político. Doctor en ciencia política, Universidad de Paris I,


Pantheón-Sorbonne. Profesor de la Escuela de Ciencia Política, Universidad Diego Portales.

John Markoff. Sociólogo. PhD en sociologia, Johns Hopkins University. Profesor del Depar-
tamento de Sociología, University of Pittsburgh.

Verónica Montecinos. Socióloga. PhD en sociología, University of Pittsburgh. M. A. en cien-


cia política, University of Pittsburgh. Profesora del Departamento de Sociología, Pennsylvania
State University.

José Ossandón. Sociólogo. PhD en estudios culturales, Centre for Cultural Studies, Golds-
miths, University of London. Magíster en sociología, Pontificia Universidad Católica de Chile.
Investigador asociado del Instituto de Ciencias Sociales (ICSO), Universidad Diego Portales.

Alejandro Pelfini. Sociólogo. Doctor en sociología, Albert-Ludwigs-Universität Freiburg.


Académico del Departamento de Sociología, Universidad Alberto Hurtado

Claudio Ramos Zincke. Sociólogo. PhD y M. A. en sociología, University of Texas at Austin.


Magíster en sociología, Pontificia Universidad Católica de Chile. Profesor del Departamento
de Sociología, Universidad Alberto Hurtado, y director del programa de doctorado en socio-
logía de esta última universidad.

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Christian Retamal. Filósofo. Doctor en filosofía, Universidad de Complutense. Magíster en
filosofía política y axiología, Universidad de Chile. Profesor e investigador, Universidad de
Santiago de Chile.

Patricio Silva. Cientista político. Doctor en ciencia política, Universiteit Leiden. Director del
Departamento de Estudios Latinoamericanos de la misma universidad.

Manuel Tironi. Sociólogo. Doctor en urbanismo, Universidad Politécnica de Cataluña. Ma-


gíster en desarrollo urbano, Pontificia Universidad Católica de Chile. Master of City and
Regional Planning, Cornell University. Profesor auxiliar en el Departamento de Sociología,
Pontificia Universidad Católica de Chile.

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