Tomas Ariztia Produciendo Lo Social
Tomas Ariztia Produciendo Lo Social
Tomas Ariztia Produciendo Lo Social
Diseño: Felicidad
Fotografía de portada: Olivier Maugis / Getty Images
PRODUCIENDO LO SOCIAL
usos de las ciencias sociales en el chile reciente
Índice
Introducción
Ciencias sociales y la producción de lo social
Tomás Ariztía ............................................................................................ 9
Capítulo 1
Del poder de las ideas económicas al poder de los economistas ................. 25
Verónica Montecinos / John Markoff
Capítulo 2
Tecnócratas y política en Chile: de los Chicago Boys
a los Monjes de Cieplan ............................................................................ 73
Patricio Silva
Capítulo 3
El nuevo estatus del economista y el papel de los think tanks en Chile:
el caso de Cieplan ....................................................................................... 101
Manuel Gárate
Capítulo 4
Sociologías públicas y la producción del cambio social en el Chile
de los noventa ........................................................................................... 133
Tomás Ariztía / Oriana Bernasconi
Capítulo 5
Una disciplina en tensión: elementos fundamentales para un estado
de la situación de la filosofía en Chile ....................................................... 165
Christian Retamal
Capítulo 6
Uso inflacionario de los conceptos elite y populismo: desventuras
recientes de dos categorías claves de las ciencias sociales latinoamericanas ..... 197
Alejandro Pelfini
Capítulo 7
Investigación científica y performatividad social: el caso
del PNUD en Chile .................................................................................. 219
Claudio Ramos Zincke
Capítulo 8
Pastelero a tus pasteles: experticias, modalidades de tecnificación
y controversias urbanas en Santiago de Chile ............................................ 255
Manuel Tironi
Capítulo 9
¿Cómo se hace un mercado? ... Agregue: formaciones sociales,
conflictos políticos y economistas .............................................................. 285
José Ossandón
Capítulo 10
La razón de Estado: usos políticos del saber y gobierno científico
de los technopols en Chile (1990-1994) ..................................................... 311
Alfredo Joignant
Hacer una sociología de las ciencias sociales (CCSS) implica no solo exa-
minar las condiciones de creación de conocimiento de las distintas disciplinas
que componen este campo, sino también estudiar el rol que estas juegan en
la producción de lo social. Ya sean sus libros, conceptos, modelos, narrativas,
hipótesis, políticas públicas, minutas o consejos, o sus expertos, intelectuales,
technopols, académicos o asesores, los productos y actores de las CCSS no habi-
tan únicamente en las aulas y campus académicos: transitan y actúan también
por gran parte del mundo que aspiran a comprender y explicar.
El resultado de esta operación es visible en prácticamente todos los ámbi-
tos de la sociedad. De hecho, buena parte de las formas en que ordenamos,
clasificamos y evaluamos a los actores y procesos sociales guarda algún tipo
de relación con las CCSS. Los ejemplos son muchos y de áreas diversas: la
política y su creciente dependencia de encuestas y otros dispositivos de repre-
sentación y medición de la opinión pública, provenientes en muchos casos de
la ciencia política y la sociología (Osborne y Rose 1999); el gobierno, las po-
líticas públicas y cómo estas dependen también del conocimiento experto de
distintas CCSS, algo observable en la creciente centralidad del conocimiento
académico sobre esta materia en la gestión del Estado. A su vez, los mercados
dependen de conceptos y herramientas provenientes no solo de la economía
y disciplinas afines, como la administración y el marketing, sino también de
otras tradicionalmente más ajenas a ellos, como la sicología o la sociología.
Finalmente, muchas de nuestras representaciones públicas y relatos colectivos
se sustentan en descripciones que producen diversos actores e intelectuales
públicos que se amparan en explicaciones y discursos de las CCSS.1
1 Cabe preguntarse como ejemplo qué porcentaje de las columnas de opinión pública que circulan hoy
por los medios de comunicación remiten directamente a algún tipo de conocimiento de las CCSS.
9
Tal como muestra esta rápida enumeración, las CCSS se encuentran lejos
de estar aisladas en la torre de cristal de la ciencia; son, de hecho, actores cen-
trales en la producción y ensamblaje de las sociedades contemporáneas (Law y
Urry 2004). El principal tema de este libro son los usos de las ciencias sociales
en la sociedad chilena contemporánea. Los trabajos que aquí se reúnen se
centran en examinar no tanto la capacidad de estas disciplinas para estudiar
y reflexionar sobre lo social, sino su capacidad para producirlo y afectarlo. La
definición de ciencias sociales que utilizamos aquí es amplia, abarcando todas
aquellas disciplinas académicas que tienen como objeto de interés distintos
aspectos de la vida social, desde la economía hasta la filosofía social y política.
A su vez, el tratamiento de estos temas es multidisciplinario, abarcando desde
la historia hasta la sociología de los expertos.
En lo que sigue de esta introducción me propongo dos tareas. La primera,
presentar algunos antecedentes para una sociología de los usos y desusos de las
ciencias sociales en Chile, y, a propósito de esa reflexión, sugerir algunas líneas
conceptuales útiles para conectar los artículos que componen este volumen.
La segunda tarea será exponer y delinear brevemente la estructura del libro.
Producción de lo social
¿Cuáles son estas relaciones entre las ciencias sociales y lo social, y cómo
estudiarlas? Se pueden reconocer al menos dos opciones. Un primer cami-
no se ha centrado tradicionalmente en examinar las CCSS en términos de
sus determinantes y características sociales (Mannheim, Wirth y Shils 1936;
Gouldner 1980; McCarthy 1996). La premisa aquí es que la operación de las
CCSS puede ser examinada a partir del análisis de la posición social de los
actores involucrados, en este caso los científicos sociales y las instituciones
de producción de conocimiento. Esta ha sido y sigue siendo una pregunta
central en la tradición sociológica. De hecho, para autores como Pierre Bour-
dieu, la reflexividad –esto es, la capacidad de las CCSS de examinar su propia
operación– define el núcleo mismo y la tarea de estas disciplinas (Bourdieu,
Chamboredon y Passeron 2003). A este camino se suman también los aportes
de los estudios de la ciencia,2 los que, tomando una aproximación microsocio-
lógica, se han centrado en estudiar tanto el contexto social como las prácticas
y operaciones específicas de producción de conocimiento. Desde este prisma,
las ciencias sociales no solo aparecen situadas socialmente; la misma operación
2 Los estudios de la ciencia se han centrado principalmente en las ciencias naturales; ver, por ejemplo,
Latour y Woolgar (1979). También es posible reconocer crecientemente esta aproximación para las ciencias
sociales en Law (2004).
10 TOMÁS ARIZTÍA
de producción de conocimiento es también el resultado de prácticas sociales
(Knorr-Cetina 2005).
Existe una segunda aproximación para pensar las relaciones entre ciencias
sociales y lo social. Este enfoque no se centra tanto en estudiar la producción
de conocimiento como algo socialmente situado, sino que apunta a examinar
las distintas formas en que el conocimiento de las CCSS contribuye a la pro-
ducción o ensamblaje del mundo social (Law 2008). Tal como ha señalado la
socióloga Marion Foucarde (2007), esto implica transitar desde la pregunta por
el contexto a la pregunta por los “efectos” o la performance de las CCSS sobre
el mundo.3 Es justamente este segundo ámbito el objeto principal de este libro:
examinar los distintos usos y efectos de las ciencias sociales. ¿Cuáles son los vín-
culos entre el conocimiento que producen las CCSS y la sociedad? ¿Qué rol ha
jugado en ámbitos como la política, la economía o la cultura? En suma, ¿cómo
las CCSS han contribuido a la producción de lo social? La referencia del título
al concepto de “producción” es por tanto uno de los supuestos centrales de este
libro. Junto con Law (2004, Law y Urry 2004) y Latour (2005), entendemos
el mundo social no como entidades fijas y estables esperando ser descubiertas
por la ciencia, sino como el resultado de un proceso activo de ensamblaje y pro-
ducción, en la cual las ciencias sociales juegan un rol central. Los trabajos aquí
reunidos presentan distintas respuestas a estas preguntas. A partir de estudios
de caso, iluminan algunas de las múltiples formas en las cuales las CCSS han
sido actores centrales en la construcción del Chile contemporáneo.
Este libro no representa un esfuerzo aislado por examinar los efectos de las
CCSS en lo social;4 por el contrario, se viene a sumar a una significativa pro-
ducción reciente sobre los usos de las ciencias sociales. Un referente central en
esta reflexión es el trabajo de Steinmetz sobre los fundamentos de los enfoques
metodológicos y epistemológicos que han estructurado las ciencias sociales en
Estados Unidos y de las consecuencias de estos en términos del mundo social
que hacen visible y posible (Steinmetz 2005). A su vez, el análisis de Law sobre
cómo las CCSS producen (“enactan”) distintas versiones de lo social, como
resultado de sus operaciones metodológicas y teóricas, es también un insumo
clave para pensar estas conexiones entre ciencias sociales y sociedad (Law 2004,
2009). A nivel de temas específicos, es posible también encontrar un número
muy significativo de investigaciones que apuntan a visibilizar esta conexión. Es-
3 Según Fourcade (2007: 111), esto implica centrarse en considerar los efectos “performativos” de las
ciencias sociales.
4 Con todo, tal como mencionara recientemente Savage (2011), la expansión y efectos de las ciencias
sociales sobre la sociedad es uno de los ámbitos menos estudiados de las transformaciones sociales de la
segunda mitad del siglo XX en adelante.
INTRODUCCIÓN 11
tas abarcan temas como el rol de las CCSS en la producción de clases e identida-
des sociales (Boltanski 1984, Savage 2011), la conexión entre metodologías de
investigación y la producción de la opinión pública (Law 2009, Lezaun 2007,
Osborne y Rose 1999), la sicología y la producción de formas específicas de
subjetividad e individualidad (Miller y Rose 1997), y el análisis de los sistemas
socioestadísticos de clasificación y categorización y sus efectos en la producción
de grupos sociales (Desrosieres 2004), entre otros. Asimismo, recientemente la
sociología económica se ha centrado en estudiar las relaciones entre la economía
y la producción de los mercados, examinando cómo la ciencia económica ha
sido y es un actor central en la producción de los mercados (Callon 1998; Mac-
kenzie, Muniesa y Siu 2007). Los cientistas políticos, a su vez, llevan también
varias décadas explorando la conexión entre expertise, gobierno y poder político
(Centeno y Silva 1998, Mitchell 2002). Conceptos como tecnócrata o technopol
vienen justamente a visibilizar esa estrecha relación entre CCSS y política. En
todos estos esfuerzos se puede encontrar una premisa común que es también
la que atraviesa este libro: las ciencias sociales contribuyen y han contribuido
activamente a producir la realidad que intentan comprender.
El interés por estudiar las conexiones entre CCSS y sociedad también se
puede observar a nivel local. Desde los años ochenta ha existido una impor-
tante reflexión acerca de la producción de conocimiento de las CCSS (ver por
ejemplo Brunner 1988, Garretón 1989), la relación entre expertise y política
(Centeno y Silva 1998, Silva 2010), y las posibilidades y limitaciones de cam-
bio social que ofrecen las CCSS (Brunner 1993). Una serie de publicaciones
recientes, a la cual se viene a sumar este libro, dan cuenta de un renovado
interés por este tema (Joignant y Guell 2011, Mella 2011). El núcleo de la
reflexión local se ha centrado principalmente en estudiar la conexión entre
conocimiento experto y transición política, énfasis que tiene sus orígenes en la
producción intelectual durante la dictadura y que durante las décadas recien-
tes se ha desplazado a examinar retrospectivamente el rol de distintos expertos
en los procesos de transición y gobierno político (Mella 2011; ver también
el capítulo de Joignant en este libro).5 Este volumen, por lo tanto, espera
contribuir en este creciente interés académico por las relaciones entre el co-
nocimiento de las CCSS y la sociedad. Esto no es de extrañar en un país que
muchos describen como “modelado” (De Cea, Díaz y Kerneur 2008) y en el
cual las CCSS han cumplido un rol sumamente visible y central en producir
12 TOMÁS ARIZTÍA
y guiar el cambio social y los modelos de desarrollo. Con todo, a diferencia
de estas publicaciones en donde la atención ha estado puesta principalmente
en la relación entre ciencias sociales y la política, aquí se propone una mirada
más amplia, que atiende también a otras conexiones entre CCSS y sociedad.
Esta amplitud se expresa en al menos dos sentidos, los cuales discutiremos a
continuación. Primero, se presentan distintas versiones de cómo las CCSS
contribuyen a la producción de lo social, algunas de las cuales van más allá de
la política. Segundo, se exploran diversas categorías y formas de intervención
de las CCSS que van más allá de la figura del experto o el intelectual, y visi-
bilizan también las múltiples y precarias operaciones y prácticas cotidianas a
partir de las cuales se contribuye.
INTRODUCCIÓN 13
sociales han jugado en la producción de conceptos y narrativas sobre la sociedad
chilena y sus cambios (ver por ejemplo el capítulo de Ariztía/Bernasconi). Desde
esta mirada se observa, como es esperable de todo discurso, que las descripciones
producidas visibilizan ciertas representaciones de lo social a la vez que oscurecen
otras. Dicho de otro modo, la operación de las CCSS consiste en hacer más o
menos posibles distintas formas de autodescribirnos y autocomprendernos como
sociedad. Tal como muestra aquí el trabajo de Retamal sobre la relativa ausencia
de la filosofía social en el debate público, o el de Montecinos/Markoff sobre la
centralidad del discurso económico y los economistas, no todas las descripciones
logran ser igualmente relevantes para la esfera pública. Mientras algunas formas
de conocimiento –como la encuesta y los estudios de opinión– se vuelven cen-
trales, otras han sido desplazadas históricamente como resultado de la siempre
tensionada relación entre el mundo académico y la política. En este contexto, el
capítulo de Pelfini sobre el uso de los conceptos de populismo y elite, por actores
dentro y fuera de las ciencias sociales, da cuenta de cómo estas descripciones
mantienen su vida propia, viajan a través de espacios de conversación y entran y
salen de lo puramente académico para ser movilizadas por distintos actores.
Pero las CCSS no producen únicamente discursos o representaciones; jue-
gan también un papel central en la creación de formaciones sociales, como
instituciones, categorías y grupos sociales, procedimientos o principios de
evaluación. La sociología ha acuñado el concepto de performatividad para re-
ferir justamente esta capacidad de las CCSS para producir nuevas realidades
como resultado de su propia operación de descripción (Callon 2010).6 Esta
performatividad ha sido estudiada particularmente en el caso del conocimiento
económico y la producción de los mercados (Callon 2006); sin embargo, es
rastreable además en prácticamente todas las CCSS7 y cruza también varios de
los artículos de este libro. Aparece explícitamente en el trabajo de Ossandón
sobre los economistas y el rol activo que estos jugaron en producir un mercado
de las instituciones de salud previsional (isapres); está también presente en el
artículo de Ramos sobre los distintos efectos del Informe PNUD no solo en el
circuito académico sino también a nivel de los medios de masas y de la política.
Lo hace del mismo modo, aunque en forma menos explícita, en el artículo de
Ariztía y Bernasconi a propósito de las sociologías públicas y su capacidad de
producir una narrativa del cambio social, y en el trabajo de Joignant a través
del análisis de cómo distintos conocimientos de las CCSS desplegados por los
6 Para una discusión detallada de la performatividad en las ciencias sociales, ver el capítulo de Ramos en
este libro.
7 A nivel general en términos de la relación entre CCSS y la producción de otras categorías (ver Law 2004).
14 TOMÁS ARIZTÍA
technopols de la transición política chilena fueron centrales en la creación de
la “democracia de los acuerdos” que caracterizó a los primeros gobiernos de la
Concertación de Partidos por la Democracia.
Además de las dimensiones de los usos de las CCSS discutidas anterior-
mente –la política, la discursiva y la performativa–, quisiera destacar otros dos
elementos que conectan y caracterizan las contribuciones de este libro. Estos
remiten menos a los argumentos centrales de cada artículo y más a la mirada
y metodología con que cada autor interroga a las CCSS (prácticamente todas
las contribuciones son análisis de casos en base a evidencia histórica y material
de archivo). Una primera afinidad apunta a la versión de la operación de las
ciencias sociales que se nos presenta. Leer los distintos capítulos debilita la
creencia común que tiende a atribuir una cierta omnipotencia a los expertos
y la tecnocracia; los artículos muestran una versión menos glamorosa de la
producción de las ciencias sociales, la que resulta de múltiples operaciones
prácticas y de pequeña escala, como la redacción de una minuta, la circula-
ción de columnas de opinión, la creación de instituciones de investigación o
las conferencias e intercambios académicos. Los actores y conocimientos que
aparecen retratados en este libro muestran la trivial y dificultosa tarea por
medio de la cual las CCSS han contribuido a producir y cambiar distintos
ámbitos de la sociedad chilena. De esta forma, los “efectos” y usos de este tipo
de conocimiento aparecen retratados aquí más como una serie de operaciones
cotidianas de pequeñas derrotas y victorias que como un conocimiento om-
nisciente y poderoso. En esta tarea, y tal como describe el artículo de Tironi
sobre los urbanistas, el conocimiento experto es muchas veces contrarrestado
exitosamente por otros actores organizados, quienes confrontan e incluso lo-
gran imponerse por sobre la mirada socialmente legitimada del cientista social.
En otros casos, como muestra el artículo de Ossandón sobre economistas e
Isapres, este conocimiento es en principio precario y solo sobre sucesivas inter-
venciones va consolidando su capacidad de intervenir y modificar el mundo.
La imagen que nos queda por tanto es la de una producción de lo social que
surge como el resultado de una operación constante y rutinaria de traducir y
movilizar el conocimiento de las CCSS hacia distintos ámbitos de la sociedad.
En este sentido, y tal como ha señalado Mariana Heredia para el caso de los
economistas,8 estos artículos sugieren la necesidad de salir o cuestionar la idea
de los intelectuales y expertos todopoderosos, tal como en los años ochenta
los estudios de la ciencia revolucionaron la visión sobre el trabajo de los cien-
tíficos y el laboratorio (Latour y Woolgar 1979).
8 http://estudiosdelaeconomia.wordpress.com/2011/09/19/mas-alla-de-los-economistas-todopoderosos
INTRODUCCIÓN 15
El segundo elemento que quisiera destacar refiere a la multiplicidad de ac-
tores y dispositivos que se examinan a propósito de las conexiones entre cien-
cias sociales y lo social. Tradicionalmente se ha puesto el énfasis en la figura
del intelectual y el experto como actores clásicos de las CCSS. Los capítulos
de este libro, sin embargo, incorporan también otros modos y dispositivos
de “intervención” al análisis. El artículo de Ramos, por ejemplo, analiza los
sistemas de producción de reportes y circulación de ideas desarrollados por el
PNUD. Joignant, a su vez, examina en profundidad las minutas de gobierno
como dispositivo de producción de acuerdos políticos en el cual se despliega
el saber del technopol. Lo mismo ocurre en el análisis de Retamal sobre las
mallas curriculares del pregrado en filosofía y sus efectos en términos del cierre
de esta disciplina hacia el debate público, así como en el artículo de Tironi y
el uso de cartas al diario y manuales como espacios en los cuales se define y
disputa el conocimiento experto. Los artículos de este libro proponen de esta
forma una mirada plural y múltiple a los usos de las CCSS, describiéndolos
como el resultado de la utilización de diversos dispositivos de intervención.
Ante el detallado análisis de caso, la figura del experto y el intelectual da
cuenta de una multiplicidad de estrategias de intervención en la vida social;
por ejemplo, en el uso del formato de la columna de diario como espacio
para participar del debate público o en el lenguaje sobresimplificado y rico en
ejemplos utilizado durante los ochenta por los Chicago Boys para popularizar
sus ideas (ver el capítulo de Gárate).
¿Qué implicancias tiene esta visión de la operación de las CCSS para una
sociología de las ciencias sociales y de sus usos en el Chile reciente?9 Con la
lectura de estos artículos, como es de esperar, nacen varias preguntas acerca de
la relación entre CCSS y distintos ámbitos de lo social. Por de pronto, y pen-
sando en temas relevantes para desarrollar una agenda de investigación en esta
materia, quisiera destacar al menos tres ámbitos de indagación. Una primera
pregunta apunta a la tensión entre las distintas formas de conocimiento que
producen las CCSS examinadas en este libro y otras formas de conocimien-
to sobre la sociedad, particularmente la creciente producción de datos por
parte de los sistemas de transacción electrónica e internet. ¿Cómo habrán de
reaccionar estas disciplinas frente a esta avalancha de datos y representaciones
sobre la sociedad? ¿Cuál es el rol de aquellas frente a este nuevo tipo de des-
9 Siguiendo a Eyal y Buchholz (2010) y su análisis del trabajo intelectual, el examen de estos diversos
dispositivos de intervención invita a salir de una mirada centrada principalmente en los actores y disciplinas
tradicionales para explorar los múltiples espacios de interacción entre CCSS y sociedad. Dicho de otro
modo, invita a pasar de una sociología de las ciencias sociales a una sociología de las intervenciones que
apunte a examinar la multiplicidad de vínculos entre CCSS y el mundo social.
16 TOMÁS ARIZTÍA
cripciones? ¿Debilitarán la centralidad de las descripciones propuestas por las
CCSS? Siguiendo a Savage (2009), es posible pensar que las ciencias sociales
están viendo desafiada su capacidad de producir e instalar descripciones sobre
la sociedad frente a la expansión de nuevas y más dinámicas representaciones.
Una segunda pregunta tiene que ver con el cuestionamiento de los efectos
sobre la sociedad de los cada vez más numerosos dispositivos de intervención
producidos por las CCSS, como ránkings, índices, encuestas y otras formas de
representar y ordenar lo social. Sociólogos tanto a nivel global como en Chile
han puesto la atención sobre el rol que los dispositivos de clasificación y con-
mensuración provenientes de las CCSS estarían jugando en distintos ámbitos
de lo social, por ejemplo, la formación de mercados o la esfera pública.10 A esto
se suma la creciente ubicuidad y facilidad de producción de datos de encues-
tas y sociales, los cuales han dejado de ser monopolio de las ciencias sociales.
Frente a la extensión de esta cultura de la medición y el ránking, subproductos
de las CCSS, cabe preguntarse cuáles son los efectos de estos dispositivos en el
mediano plazo, particularmente en términos de la modelación del debate pú-
blico. Surgen aquí al menos dos preguntas relevantes: ¿qué efectos tienen estos
dispositivos en términos de la vinculación entre el conocimiento experto y el
debate propiamente político que debiera sustentar la esfera pública? y ¿cuáles
son las restricciones que este tipo de dispositivos imponen en términos de
las representaciones de la sociedad con que contamos? Finalmente, un tercer
tipo de interrogante remite a los cambios en los equilibrios internos entre las
distintas disciplinas que aquí se examinan. Tal como se discute en el libro, la
ciencia económica ha liderado en las últimas décadas no solo la producción de
descripciones sobre la sociedad, sino también la capacidad de cambiarla. Cabe
preguntarse si este equilibrio se mantendrá en el futuro o si veremos que los
conceptos y representaciones de la sociedad que entrega la economía se ven
desafiados por descripciones provenientes de otras disciplinas de las CCSS.
10 Para efectos del rol de estos dispositivos en los mercados, ver por ejemplo Callon y Muniesa (2007). Para
Chile, ver artículo de Ossandón sobre los ránkings, en www.estudiosdelaeconomia.wordpress.com
INTRODUCCIÓN 17
ción de políticas públicas y diseño de instituciones. El segundo capítulo es una
reedición del clásico trabajo de Patricio Silva sobre los economistas chilenos
y su rol durante la dictadura y transición a la democracia. El autor examina
el rol de los Chicago Boys durante los ochenta en el marco del proceso de
tecnocratización de la toma de decisiones políticas, proceso que se mantuvo
luego de la llegada de la democracia. La sección finaliza con una contribución
de Manuel Gárate sobre los economistas y think tanks de los años ochenta y
noventa en Chile. En línea con los trabajos de Silva y Montecinos/ Markoff,
Gárate examina el ascenso creciente de los economistas y el discurso econó-
mico en la esfera pública y, a propósito de un análisis de los economistas de
Cieplan, discute el creciente uso del lenguaje técnico-económico como una
gramática para articular consensos.
La segunda parte, “Producción y usos del conocimiento social”, examina
distintos tipos de usos y relaciones entre las ciencias sociales locales y el Chile
reciente. A diferencia de la sección anterior, en la que se explora con mayor
nitidez la relación entre CCSS y poder político, aquí se presentan otros meca-
nismos y caminos a partir de los cuales las CCSS han contribuido a definir las
coordenadas de la sociedad chilena en las últimas décadas. Siguiendo con el
análisis de las conexiones entre ciencias sociales y transición, el capítulo de To-
más Ariztía y Oriana Bernasconi examina el rol y centralidad de la “sociología
pública” en el Chile de los noventa, particularmente en términos de la produc-
ción y circulación de relatos de cambio social. El artículo siguiente, de Chris-
tian Retamal, recaba algunas de las razones de la relativa intrascendencia de la
filosofía durante las últimas décadas en términos de la producción de relatos
colectivos y discursos públicos en Chile. A partir de un análisis genealógico de
la disciplina, el autor analiza (y cuestiona) la estructura relativamente conser-
vadora de esta y su relativa impermeabilidad al debate público. Enseguida, el
trabajo de Alejandro Pelfini explora los usos y desventuras de dos conceptos
comúnmente utilizados por las ciencias sociales y los políticos latinoamerica-
nos: populismo y elite. El autor detalla los múltiples viajes dentro y fuera de la
academia de este par de expresiones, y se pregunta qué pasa con los conceptos
cuando salen de la academia. Según reflexiona Pelfini, estos siguen operando,
aunque existe un trade off en este proceso. La sección termina con un traba-
jo de Claudio Ramos sobre los efectos y usos de uno de los productos de la
ciencia social local que más impacto y reconocimiento ha tenido en el último
tiempo: los Informes de desarrollo humano del PNUD. Tomando como pun-
to de partida la discusión conceptual sobre la performatividad en las CCSS,
Ramos da cuenta de las distintas formas en que este reporte contribuye a la
18 TOMÁS ARIZTÍA
creación de nuevas realidades, tanto a nivel de los medios de masas como de la
política y la ciencia.
Finalmente, la tercera parte del libro, “Expertos frente al mundo”, examina
críticamente distintos espacios de encuentro entre el conocimiento que pro-
ducen las ciencias sociales, los actores que lo movilizan y diversos ámbitos de
la sociedad. Concretamente, se presentan tres casos de estudio en los cuales se
analiza cómo expertos y conocimientos de las ciencias sociales se vinculan a
distintos aspectos de nuestra vida en común: la ciudad, la salud y la política.
El primer trabajo de esta sección, de Manuel Tironi, revisa las tensiones y li-
mitaciones del conocimiento experto vinculado a la planificación urbana. El
autor muestra cómo distintos actores urbanos desafían y redefinen las distintas
formas de conocimiento experto utilizados para cambiar la ciudad. El análisis
de Tironi da cuenta de la complejidad y fragilidad de las intervenciones del
conocimiento experto. Luego, el artículo de José Ossandón examina el rol del
conocimiento económico en la producción del mercado de las isapres en Chile.
Sobre la base de las sociologías de los mercados, el autor sondea tres conceptua-
lizaciones teóricas distintas para la creación de las isapres durante los ochenta.
A partir de estos antecedentes, revisa las formas en las cuales el conocimiento
económico operó performativamente en la formación de ese mercado de la
salud. El libro cierra con un artículo de Alfredo Joignant que analiza detenida-
mente el rol jugado por los technopols –actores que combinan el saber experto
y el saber político– durante el primer gobierno de la Concertación. A partir
de un detallado estudio de las minutas de este gobierno, el autor indaga cómo
estos actores –desplegando conocimiento de la ciencia política, la sociología y
la economía– cimientan y legitiman el gobierno político durante la transición,
muchas veces a contrapelo de las expectativas de las bases y los militantes.
Agradecimientos
Parte de este libro fue financiado por el concurso de fondos estratégicos
VRA de la Universidad Diego Portales. Con la excepción de los dos primeros
artículos, reediciones de textos publicados originalmente en inglés, las contri-
buciones son todas investigaciones originales, con un componente empírico
en ellas. La gran mayoría fue presentada en una primera versión en la confe-
rencia “Produciendo lo social: una mirada reflexiva al rol de las ciencias socia-
les en Chile y América Latina”, realizada en la Universidad Diego Portales en
octubre del 2010.
Muchas personas participaron y colaboraron en distintas etapas de este
proyecto. Se agradece en primer lugar la disponibilidad, buen hacer y pacien-
INTRODUCCIÓN 19
cia de los autores, que resistieron numerosos embates, correos electrónicos,
discusiones y opiniones sobre los trabajos que aquí se presentan, muchos de
ellos extendidos a lo largo de ya más de tres años. Espero que sientan que sus
contribuciones han terminado en un buen lugar. Un especial agradecimiento
también para José Ossandón, con quien organicé la conferencia “Produciendo
lo social” y que ha realizado además numerosos comentarios y aportes durante
las distintas etapas del libro y de esta introducción. También un agradecimien-
to para Oriana Bernasconi, quien, además de participar en un capítulo, ha
contribuido generosamente con numerosos comentarios y sugerencias sobre
esta introducción y el proyecto en general. Finalmente, quisiera agradecer a
Pablo Guíñez, quien ha mostrado una extraordinaria dedicación en la revisión
de los manuscritos de este libro.
Santiago, noviembre de 2011
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INTRODUCCIÓN 21
PRIMERA PARTE
25
No es de extrañar, entonces, que los economistas en América Latina se ha-
yan involucrado en reflexiones acerca de sus sociedades de una manera extensa
e innovadora durante varias décadas, como se describe más abajo, desarrollan-
do un conjunto distintivo de ideas. También se explica más adelante la forma
en que este movimiento intelectual perdió su ímpetu. Lo interesante entonces
no es determinar si las ideas económicas han tenido impacto en América La-
tina –por supuesto que lo han tenido–, sino cómo han cambiado las ideas do-
minantes y su forma de influir. Un tema cardinal en nuestro recuento –com-
puesto de varios hilos entrelazados pero distinguibles entre sí– será el papel
cambiante de los economistas profesionales.
En primer lugar, las ideas que en términos generales guiaron las políticas
económicas de Latinoamérica en el siglo XX han sufrido dos cambios radi-
cales. En los primeros años del siglo pasado hubo una amplia adhesión a las
doctrinas liberales de un estado limitado, en el que los movimientos natura-
les de la vida económica y sus conexiones con la economía mundial debían
regirse de acuerdo al principio de la ventaja comparativa. Si en general se
puede calificar los ideales, las políticas y doctrinas de ese momento como
“ortodoxos”, la gran crisis económica y política de la década de 1930 fue el
contexto de un cambio hacia un estado más intervencionista, que perseguía
ideales “heterodoxos”. Los economistas latinoamericanos se convirtieron en
colaboradores importantes en el desarrollo de las ideas económicas hetero-
doxas, a pesar de que estaban participando en una discusión entre economis-
tas que se extendía mucho más allá de las fronteras de la región. Uno de los
elementos centrales de esta heterodoxia fue la noción de que América Latina
era una región con carácter, temas, historias, culturas y economías específi-
cos, y como tal necesitaba políticas económicas propias. La elaboración de
estas políticas proporcionó el contexto para el desarrollo de un cuerpo teórico
distintivo. La crisis en la década de 1980, por el contrario, llevó a un retorno
radical de la ortodoxia y al argumento de que América Latina necesitaba las
mismas políticas que cualquier otra región del mundo. A un nivel más abs-
tracto, esto sugería el rechazo de todo lo que pareciera una teoría propia. El
segundo aspecto significativo de nuestra historia se refiere a la evolución del
papel desempeñado por los propios economistas, ya que el impacto político
de esta profesión ha crecido enormemente. Una razón importante de por
qué la teoría económica que guió las políticas de la década de 1980 fue tan
diferente y en gran medida un rechazo a las ideas que surgieron de la década
de 1930 fue la mayor influencia de los economistas en la vida política duran-
te el período más reciente. Esquemáticamente, podríamos resumir nuestro
2 Para la versión brasileña de estas discusiones, ver Vilela Luz, N., A luta pela industrialização do Brasil, São
Paulo, Alfa Omega, 1975.
3 Una afirmación más matizada reconocería una cierta variación en el tiempo y el espacio. En la década
de 1920, por ejemplo, las convulsiones políticas habían favorecido los proyectos de desarrollo organizados
por el Estado en Rusia, Italia, y México. La Revolución mexicana llevó a un temprano énfasis en las políticas
públicas que fue distintivo de América Latina.
4 Para muchos de estos asuntos, véase Hall, P. A., The Political Power of Economic Ideas: Keynesianism across
Nations, Princeton, Princeton University Press, 1989.
5 Entre quienes fueron influenciados se encuentra Raúl Prebisch. Ver Hodara, J., Prebisch y la CEPAL.
Sustancia, trayectoria y contexto institucional, México, D. F., El Colegio de México, 1987, pp. 135, 137; Love
(1996: 102, 134).
7 Dos ejemplos importantes de estas primeras formas de enseñanza de la economía son Itamaraty, bajo
la presidencia de Getulio Vargas en Brasil, y la Corporación de Fomento de la Producción (CORFO) en
Chile durante los gobiernos del Frente Popular. Ver Sikkink (1991: 129-130) y Montecinos (1998b: 165).
8 Sobre el influyente debate en Brasil sobre este tema, ver Loureiro (1997: 32-33).
9 Este punto y otros asuntos relacionados con la profesión de economista se elaboran en Markoff, J., y
Montecinos, V. (1993: 37-68).
Santiago, 1964-1973
Las ideas económicas, al igual que otras ideas, nacen, crecen, se entrelazan,
cambian y mueren vinculadas a las conexiones entre los seres humanos y los
contextos en que esas conexiones se producen. Por lo tanto, vale la pena dete-
nerse en el lugar donde se encontraba la CEPAL, y tener en cuenta además el
momento en particular. La entidad no estaba ubicada en Buenos Aires, Río de
Janeiro, Ciudad de México ni en otros lugares imaginables, sino en Santiago,
y eso significó que una parte muy importante del entorno de la CEPAL fue el
10 Ver, por ejemplo, Malloy, J. M., “Policy Analysts, Public Policy, and Regime Structure in Latin America”,
Governance, 3, 1989, pp. 315-338.
11 Hodara, J., Prebisch y la CEPAL, op. cit. Si bien no es evidente por qué la elección recayó en Santiago,
al menos es posible observar que otros centros urbanos imaginables no podrían haber representado tan
fácilmente los objetivos de estabilidad regional y política democrática antirrevolución adoptada por los
países occidentales que ganaron la guerra. Buenos Aires se vio empañado por sus lazos con el Eje, Bogotá y
Caracas por la inestabilidad política, Río –a pesar de la alianza de guerra con Estados Unidos– combinaba el
Estado Novo de Getulio Vargas con su diferencia cultural, y México quizás parecía todavía demasiado cerca
de su propio pasado revolucionario (y en todo caso obtuvo una sede en 1950 para ocuparse de Mesoamérica
y el Caribe). Mientras Estados Unidos no mostró gran entusiasmo en la creación de la CEPAL, promoviendo
la Organización de Estados Americanos (fundada casi simultáneamente con la CEPAL en 1948) como su
forma preferida de asociación regional, probablemente era más fácil de aceptar una CEPAL en un país que,
tras la proscripción del Partido Comunista de Chile en 1947, había demostrado que era el tipo adecuado de
democracia antirrevolucionaria.
13 Love (1996: 6) tiene algunas observaciones interesantes sobre las raíces en Europa Central y del Este
de una lista más larga de importantes teóricos del desarrollo, incluyendo Thomas Balogh, Singer, Hans,
Alexander Gerschenkron, Kurt Martin, Peter T. Bauer, Haberler Gottfried y Paul Baran. El primer cargo
académico de Schumpeter, por cierto, estaba en Bucovina.
14 Love (1996: 13, 101) insiste en que la “historia de las ideas es notoriamente internacional”, y llama
la atención sobre el “tránsito de teorizar sobre el intercambio desigual, la dependencia y otros problemas
del subdesarrollo desde el centro-este de Europa hasta América Latina”. Nos parece que el trabajo de Love
representa no solo uno de los escritos más perspicaces en la historia moderna de las ideas económicas de
América Latina, sino un tratamiento ejemplar de la función de las regiones semiperiféricas como fuente
de creatividad intelectual. Para una discusión de otras formas de tal creatividad, ver también Markoff, J.,
“Where and When Was Democracy Invented?”, Comparative Studies in Society and History, 41, 1999, pp.
660-690, y “From Center to Periphery and Back Again: Reflections on the Geography of Democratic
Innovation”, Hanagan, M., y Tilly, Ch. (eds.), Extending Citizenship, Reconfiguring States, Lanham, Rowman
y Littlefield, 1999, pp. 229-246.
15 Para tratar de definir la contribución particular de los latinoamericanos a la economía del desarrollo
sería un ejercicio interesante estudiar comparativamente las actividades e ideas de las demás comisiones
económicas regionales creadas por las Naciones Unidas, además de la CEPAL.
16 Para variadas lecciones extraídas de los tigres asiáticos ver Balassa, B., “Exports, Policy Choice, and
Economic Growth in Developing Countries after the 1973 Oil Shock”, Journal of Development Economics,
18, 1985, pp. 23-25; Haggard, S., Pathways from the Periphery. The Politics of Growth in the Newly
Industrializing Countries, Ithaca: Cornell University Press, 1990; Alice Amsden, “Why Isn’t the Whole
World Experimenting with the East Asian Model to Develop?”, World Development, 22, 1994, pp. 627-633.
20 Sobre el poder simbólico de las credenciales de los economistas, ver Markoff y Montecinos (1993).
Sobre programas de doctorado, ver Krueger, A. O., et al., “Report of the Commission on Graduate
Education in Economics”, Journal of Economic Literature, 29, 1991, pp. 1035-1053.
21 Al hacer hincapié en el carácter transnacional de la profesión económica en América Latina a fines del
siglo XX no pretendemos negar los elementos transnacionales de profesiones políticamente cruciales en
épocas anteriores, especialmente el derecho y la ingeniería. Muchos abogados brasileños del siglo XIX, por
ejemplo, fueron educados en Coimbra, y muchos abogados colombianos del siglo XIX fueron influidos por
Bentham. Pero la combinación de la formación extranjera más o menos similar recibida por economistas de
muchos países, los frecuentes contactos internacionales de economistas en cargos públicos o de otro tipo, y
una tradición teórica dominante que resta importancia a las diferencias nacionales, nos parece que va mucho
más allá de los aspectos transnacionales de las profesiones políticas anteriores.
22 Para un estudio detallado del ITAM de México y su contraste con el programa más antiguo y más
estatista de la UNAM, véase Babb (1998).
23 “Los economistas del desarrollo son esencialmente institucionalistas, lo sepan o no”. Ver Klein, P. A.,
“An Institutionalist View of Development Economics”, en Klein, P. A., Beyond Dissent. Essays in Institutional
Economics, Armonk, M. E. Sharpe, 1994, p. 228.
24 Como se sugiere a continuación, el tabú contra los cientistas políticos parece haber aflojado un cuarto
de siglo más tarde.
25 Para datos sobre los distintos países, ver CEPAL, Balance preliminar de la economía de América Latina y
el Caribe 1996, Santiago: Naciones Unidas, 1996.
¿Renace el desarrollismo?
En 1981, A. O. Hirschman publicó un ensayo que explicaba cómo la eco-
nomía del desarrollo, floreciente hasta hacía poco, había sido gravemente de-
bilitada: “las bofetadas desde la izquierda y la derecha sobre la aún joven y
no unificada especialidad la dejaron bastante aturdida” (Hirschman 1981b:
19). Las crecientes críticas que hemos destacado en este ensayo confirman
este diagnóstico; sin embargo, muchos podrían objetar el pronóstico en él
implícito. Tal como Amartya Sen observara en respuesta a Hirschman: “Aún
27 En Chile, el período de Alejandro Foxley como ministro de Hacienda bajo Aylwin (1990-1994) fue
seguido por su triunfo en la presidencia del Partido Demócrata Cristiano y, posteriormente, su elección al
Senado.
28 Estos desarrollos intelectuales también han tenido impacto en los escritos sobre la historia económica
de América Latina, un tema que no podemos continuar aquí, pero véase Coatsworth, J. H., y Taylor, A. M.
(eds.), Latin America and the World Economy Since 1800, Cambridge, Harvard University David Rockefeller
Center for Latin American Studies, 1998.
29 Para un cuestionamiento de algunas de las nociones centrales de esta nueva institucionalidad, ver
Zafirovski, M., “Socio-economics and Rational Choice Theory: Specification of Their Relations”, Journal
of Socio-economics, 27, 2, 1998.
30 Ver también Ferguson, J., The Anti-Politics Machine. Development, Depoliticization, and Bureaucratic
Power in the Third World, Cambridge: Cambridge University Press, 1990.
31 Para un análisis interesante de esta línea de argumentación, ver Korzeniewicz, R. P., y Smith, W.
C., “Searching for the High Road to Economic Growth: Overcoming the Legacy of Persistent Poverty
and Inequality in Latin America”, documento presentado en las reuniones de la Latin American Studies
Association, Chicago, 1998.
32 Para un tratamiento completo de las promesas de la mercantilización, ver Edwards, S., Crisis and Reform
in Latin America: From Despair to Hope, Nueva York: Oxford University Press, 1995.
33 Dos discusiones muy útiles sobre el debate Estado/mercado son Evans, P., “The State as Problem and
Solution: Predation, Embedded Autonomy, and Structural Change”, Haggard, S., y Kaufman, R. (eds.),
The Politics of Economic Adjustment. International Constraints, Distributive Conflicts, and the State, Princeton,
Princeton University Press, 1992, pp. 139-181; y Grindle, M. S., “Sustaining Economic Recovery in Latin
America: State Capacity, Markets, and Politics”, Bird, G., y Helwege, A. (eds.), Latin America’s Future,
Nueva York: Academic Press, 1994, pp. 303-323.
34 Para una especulación muy interesante sobre las posibilidades de un resurgimiento de políticas
sociales democráticas relacionadas con problemas redistributivos y crecimiento, ver Korzeniewicz y Smith,
“Searching for the High Road to Economic Growth”, op. cit.
35 Para la experiencia contrastante de Perú, ver Conaghan (1998).
36 Tal vez esta frase ilustre un legado duradero de hostilidad hacia el pluralismo teórico y metodológico que,
según algunos, caracterizaba la profesión económica de América del Norte durante el período de McCarthy,
cuando la “autocensura” era fuerte, un legado que sigue dando frutos en el extranjero. Ver Brenner, R.,
“Making Sense out of Nonsense: Economics in Context”, Colander y Brenner, Educating Economists, p.
42; Solberg, W. U., y Tomilson, R. W., “Academic McCarthyism and Keynesian Economics: the Bowen
Controversy at the University of Illinois”, History of Political Economy, 29, 1997.
37 Que el presidente brasileño a finales de la década de los noventa haya sido un ex presidente de la
Asociación Internacional de Sociología (ISA) quizás sea un síntoma de la distancia entre Brasil y algunos
elementos centrales del panorama general esbozado en este capítulo. Pero nos permitimos observar que
no fue su gestión en la ISA lo que lo catapultó a la presidencia de su país, sino su éxito en el control de la
inflación cuando ejerció el cargo de ministro de Hacienda de Brasil.
38 Uno de los análisis más importantes de la relación entre tecnócratas e intereses empresariales en el
contexto de las transiciones hacia la democracia es Conaghan, C., y Malloy, J. M., Unsettling Statecraft.
Democracy and Neoliberalism in the Central Andes, Pittsburgh: University of Pittsburgh Press, 1994.
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73
la existencia de este fenómeno pasaría a ser negada en círculos oficiales debido
a sus negativas implicancias elitistas. Efectivamente, en un clima de fuerte
polarización ideológica, el discurso oficial fue adoptando un carácter populis-
ta en el cual se subrayaba la supuesta naturaleza y orientación popular de los
sectores en el poder.
Sin embargo, tras la instauración del gobierno militar se produce una mar-
cada revalorización de la función de la tecnocracia en la formulación y apli-
cación de las políticas de gobierno. Así se pone fin a la negación oficial de la
existencia de este estamento gubernamental y la elite tecnocrática pasa incluso
a ser presentada como la única garantía para generar políticas “coherentes y
racionales”. Al subrayar la necesidad de tecnificar la sociedad en su conjunto,
el gobierno militar pretendía convencer a la población de la incapacidad de la
“política” (y, por lo tanto, de la democracia) para resolver los grandes proble-
mas del país.
Este estudio tiene dos objetivos principales. En primer lugar, intento iden-
tificar los principales factores económicos y políticos que permitieron a los
llamados Chicago Boys jugar un rol estratégico durante el gobierno militar.
Estos jóvenes tecnócratas neoliberales llegaron a ser los principales arquitec-
tos y ejecutores de las políticas económicas aplicadas durante el gobierno de
Pinochet. También contribuyeron de manera decisiva en la formulación del
discurso ideológico oficial.
Mi segundo objetivo es destacar el hecho de que, a pesar de que la era de los
Chicago Boys ha llegado a su fin, la “tecnocratización de la política” iniciada
por ellos se ha convertido en un rasgo permanente de la política chilena.
Lo que vemos es que, paradójicamente, la oposición al régimen autoritario
también adoptó un carácter visiblemente tecnocrático. Durante aquellos años
se establecieron varios institutos de investigación privados desde los cuales ex-
pertos en diferentes campos de las ciencias sociales y económicas realizaron es-
tudios críticos de las políticas aplicadas por el gobierno militar, y formularon
programas alternativos para ser implementados tras la esperada restauración
de la democracia.
Esta tecnocracia disidente jugó a mi juicio un rol trascendental en la crea-
ción de una amplia oposición al régimen militar y en el logro de la victoria de
las fuerzas de la Concertación durante las elecciones presidenciales de diciem-
bre de 1989.
El nuevo gobierno democrático de Patricio Aylwin también se caracteri-
zó por una marcada orientación tecnocrática. Al igual como ocurrió con los
Chicago Boys durante el gobierno militar, ha surgido un nuevo grupo de
74 PATRICIO SILVA
tecnócratas, los llamados Monjes de Cieplan,4 quienes rápidamente se han
constituido como uno de los actores más influyentes al interior del gobierno
democrático.
En este artículo no sugiero que el rol hegemónico que desempeñaron los
partidos políticos y los políticos tradicionales con anterioridad al golpe esté
llegando a su fin (Garretón 1990). Lo que sí planteo es que su posición actual
es mucho menos monopólica y dominante de lo que fue en el pasado, y que
los tecnócratas se están convirtiendo en actores con una fuerte presencia y con
un alto grado de legitimidad en el seno de la política chilena.
4 Así apodó el sociólogo Fernando H. Cardoso a los miembros del centro de investigación privado Cieplan.
Ver “Cieplan Monks Take Command in Chile”, Southern Cone Report, RS-90-03, 19 de abril de 1990, p. 4.
5 Ver por ejemplo Conaghan, quien plantea que las graves crisis económicas de la década de 1980 han
favorecido la tecnocratización en la toma de decisiones a nivel de gobierno en países andinos. Conaghan, C.,
Capitalists, Technocrats, and Politicians: Economic policy-making and Democracy in the Central Andes, Kellog
Institute Working Paper, 109, Notre Dame, 1988.
Otro factor que ha impedido el análisis del rol que jugaron los tecnócratas
en el proceso de toma de decisiones ha sido la marcada hiperideologización
6 Con anterioridad al golpe militar, la mayor parte de los partidos políticos chilenos fueron esencialmente
partidos de elite en los cuales los intelectuales jugaban un rol clave. Este era ciertamente el caso del Partido
Demócrata Cristiano y del Partido Socialista. Ver Petras, J., Politics and Social Forces in Chilean Development,
Berkeley, 1970; y Gil, F., The Political System of Chile, Boston, 1966. La Universidad de Chile y la Universidad
Católica han constituido históricamente las principales fuentes de reclutamiento de la intelligentsia que
controlaba a los partidos políticos. Como lo señala Ángel Flisfisch, la expresión “los de la Católica” versus
“los de la Chile” refleja claramente la existencia de una línea divisoria en el seno de la intelligensia chilena.
Ver Aldunate, A., et al., Estudios sobre los sistemas de partidos en Chile, Santiago, 1985, p. 159.
76 PATRICIO SILVA
que caracterizó la política chilena durante el período 1964-1973. El gobier-
no democratacristiano propagó el concepto de “participación popular”, en
un esfuerzo por organizar políticamente a nuevos actores sociales tales como
los marginales urbanos y el campesinado. Si bien la implementación de la
“revolución en libertad” llevó a una creciente participación de tecnócratas al
interior del gobierno,7 el foco de atención de la opinión pública se concen-
tró en los varios programas económicos y sociales aplicados por el gobierno
democratacristiano, dejando de lado la naturaleza tecnocrática de muchas de
estas políticas públicas.
La retórica populista utilizada en el discurso oficial se vio exacerbada du-
rante el gobierno de la Unidad Popular. Las autoridades se autodefinían como
el gobierno del pueblo.
El origen mesocrático y la formación intelectual y técnico-profesional de
la mayoría de sus líderes (tales como Carlos Altamirano, Luis Maira, Jaime
Gazmuri, etc.) no eran considerados como una ventaja sino más bien como
un obstáculo para obtener el apoyo de los sectores populares y del movimiento
de masas. Durante los años de la Unidad Popular, la denominación de “tecnó-
crata” adquirió una connotación extremadamente negativa, siendo utilizada
como un insulto para culpar a alguien de insensibilidad social e incompeten-
cia revolucionaria.8
Desde un comienzo, la principal novedad del gobierno militar fue la eva-
luación positiva y la gran visibilidad pública que adquirieron los tecnócratas.
Antes de 1973, la mayor parte de las personas que ocupaba cargos de impor-
tancia gubernamental fueron también tecnócratas intelectuales, pero evitaron
cuidadosamente poner énfasis en su formación cultural profesional. En un
período de fuerte radicalización política y obrerismo, tener un título univer-
sitario revelaba orígenes pequeño burgueses, haciendo que los diplomados
parecieran menos confiables para el proceso revolucionario. Antes del golpe,
los tecnócratas mantenían sus diplomas cuidadosamente guardados en los ca-
jones de sus escritorios. Con la llegada de los militares y con el auge de los
Chicago Boys, pasarían a lucir con orgullo sus credenciales académicas en los
muros de sus despachos.
7 Esto fue facilitado por el rápido aumento del personal en las instituciones estatales ya existentes y por la
creación de nuevas entidades públicas. Todo esto llevó a la creación de miles de nuevos puestos de trabajo
para jóvenes profesionales, militantes del Partido Demócrata Cristiano.
8 Un claro ejemplo de la tendencia antitecnocrática que dominó la política chilena durante el gobierno
de Allende fue el despido del ministro de Agricultura, Jacques Chonchol, quien sería fuertemente criticado
por sectores radicales (tanto dentro como fuera de la coalición gobernante) por la lenta implementación de
la reforma agraria. Al final sería acusado de ser un “tecnócrata”, lo que se convirtió en sentencia de muerte
política; al poco tiempo sería obligado a dejar su cargo.
78 PATRICIO SILVA
En 1955, el profesor Theodore W. Shultz, presidente del mencionado depar-
tamento, visitó la Facultad de Economía de la Universidad Católica de Chile
para firmar un acuerdo de cooperación académica. Según este convenio, un se-
lecto grupo de estudiantes chilenos tendría la oportunidad de seguir un posgrado
en economía en Chicago (Valdés 1989). Entre 1955 y 1963, un total de treinta
jóvenes economistas de la Universidad Católica hicieron uso de dichas becas.
Muchos de ellos llegaron a ser conocidos académicos, industriales, ejecutivos de
conglomerados financieros y, particularmente, líderes en la implementación del
modelo neoliberal después de 1975 bajo el gobierno militar (ver Cuadro 1).
Durante su entrenamiento en Chicago, la mayor parte de estos economistas
chilenos llegaron a ser discípulos incondicionales del profesor Milton Fried-
man.9 Estaban convencidos de que la introducción de una economía de libre
mercado que fuera totalmente competitiva era la única solución para los proble-
mas que aquejaban a la economía chilena. Después de sus estudios de posgrado,
la mayoría de estos economistas regresó al Departamento de Economía de la
Universidad Católica, donde difundieron sus postulados monetaristas entre una
nueva generación de estudiantes.
En 1968 estos economistas neoliberales crearon su propio think tank, el CESEC.
Este centro se encargó del diseño del programa económico del candidato
conservador Jorge Alessandri para las elecciones presidenciales de 1970. Sin
embargo, estaba claro que el clima político en Chile en ese momento no era
favorable para sus radicales recetas neoliberales. Ellos proponían la liberaliza-
ción de los mercados, el estímulo de la iniciativa privada, la disminución del
Estado a través de la reducción de la burocracia y la venta de empresas públicas,
la apertura de la economía hacia la competencia internacional, y el fin de la
discrecionalidad gubernamental en la toma de decisiones económicas (Délano
y Traslaviña 1989).
Sin embargo, no lograron generar suficiente apoyo, ni siquiera en los círcu-
los de derecha. Como señala O’Brien, “varios de los partidarios de Alessandri
procedentes del mundo de los negocios se opusieron al modelo de Chicago,
y debido a esto se tuvo que dejar de lado ‘ya que era un programa difícil
de implementar en democracia’, como lo dijo un connotado empresario. Sin
embargo, la campaña fue útil para ganar importantes adherentes al plan de
Chicago entre los principales hombres de negocios” (O’Brien 1981).10
9 Considerado como la autoridad más influyente de la Escuela de Chicago. Su libro Capitalism and
Freedom (Chicago, 1962) se convirtió en uno de los principales referentes doctrinarios entre sus seguidores
chilenos. Friedman recibió el Premio Nobel de Economía en 1976.
10 Ver también O’Brien, P., y Roddick, J., Chile, The Pinochet Decade: The Rise and Fall of the Chicago
Boys, Londres, 1983.
11 Ver también Fontaine, A., La historia no contada de los economistas del presidente Pinochet, Santiago,
1989.
12 La conferencia de Friedman en el seminario fue simultáneamente publicada y distribuida por la
Fundación de Estudios Económicos en la forma de un pequeño libro. Ver Milton Friedman en Chile: bases
para un desarrollo económico, Santiago, 1975.
80 PATRICIO SILVA
Los Chicago Boys: los intelectuales orgánicos del régimen militar
El nuevo equipo económico neoliberal presentó la tecnocratización del
proceso de toma de decisiones como un prerrequisito para que el gobierno
pudiera adoptar un modelo económico racional. Según el nuevo discurso ofi-
cial, a partir de entonces las decisiones del gobierno estarían inspiradas por
principios “técnicos y científicos” y no por postulados políticos e ideológicos
como en el pasado (Moulian y Vergara 1981).13
En las categóricas palabras de Pablo Baraona, el modelo de desarrollo intro-
ducido por el equipo económico neoliberal tenía como meta construir lo que
llamó una “sociedad tecnificada”,
entendiendo por esta una en que los más capaces tomen las decisiones técnicas
para las cuales han sido entrenados [...]. Históricamente en nuestro país se ha
relegado la capacidad profesional y se ha ensalzado la habilidad política [...]. La
nueva democracia debe ser tecnificada, en cuanto el sistema político no pueda
decidir cuestiones técnicas sino que limitarse a la dimensión valórica, otorgando
a la tecnocracia la responsabilidad de utilizar procedimientos lógicos para resolver
problemas y ofrecer soluciones alternativas (Dipres 1978).14
13 Debe decirse, sin embargo, que los líderes del movimiento gremialista también jugaron un papel
importante en relación al sistema político que promovía el régimen militar (siendo los autores de la Declaración
de Principios de la Junta Militar en 1974 y algunos de los principales redactores de la Constitución de 1980).
Gremialistas tales como Jaime Guzmán y Sergio Fernández fueron los arquitectos del nuevo orden, tanto
como el Chicago boy Sergio de Castro. El hecho de que los neoliberales y los gremialistas tuvieran una
formación intelectual totalmente diferente (y sostuvieran posiciones antagónicas en muchos aspectos) no
fue un impedimento para su colaboración con el régimen militar ni para sus actividades conjuntas en la
formación del partido de derecha Unión Demócrata Independiente (UDI). Como lo ha mostrado Vergara
claramente, la convergencia que se logró entre los Chicago Boys y los gremialistas fue en primer término el
resultado de una neoliberalización gradual de estos últimos. Vergara, P., Auge y caída del neoliberalismo en
Chile, Santiago, 1985, pp. 168-175.
14 Baraona fue una de las figuras principales de los Chicago Boys, y ejerció como ministro de Economía
en dos ocasiones durante el gobierno militar.
15 Por ejemplo, entre 1975 y 1981 se duplicó la cantidad de automóviles en Chile. En 1984, el 42 por
ciento de las familias en Santiago estaban pagando uno o más créditos de consumo. Martínez, J., y Tironi,
Eugenio, Las clases sociales en Chile: cambio y estratificación 1970-1980, Santiago, 1985.
Tras una severa recesión económica en los años 1975-1976 (la cual se agu-
dizó por la aplicación del tratamiento de shock), siguieron años de mejora-
miento económico. En 1978 la tasa de inflación alcanzó un nivel muy bajo, el
déficit fiscal desapareció, la balanza de pagos mostró un aumento del exceden-
16 Ver también Tironi, Ernesto, El modelo neoliberal chileno y su implantación, Santiago, 1982.
17 Kaufman, R. R., “Industrial change and Authoritarian Rule in Latin America”, Collier, D. (ed.), op.
cit., pp. 189, 190.
82 PATRICIO SILVA
CUADRO 1
Chicago Boys que ocuparon cargos clave en el gobierno militar
Nombre Cargo en el gobierno
Asesor del Ministerio de Economía, ministro de Economía, ministro
Sergio de Castro
de Hacienda
Asesor del Ministerio de Agricultura, presidente del Banco Central,
Pablo Baraona
ministro de Economía, ministro de Minería
Consejero de CORFO, presidente del Banco Central, subsecretario de
Álvaro Bardón
Economía, presidente del Banco del Estado
Rolf Lüders Ministro de Economía, ministro de Hacienda
Sergio de la Cuadra Presidente del Banco Central, ministro de Hacienda
Carlos Cáceres* Presidente del Banco Central, ministro de Hacienda, ministro del Interior
Jorge Cauas Vicepresidente del Banco Central, ministro de Hacienda
Cristián Larroulet Asesor de Odeplan, jefe de gabinete del Ministerio de Hacienda
Martín Costabal Director de Presupuestos
Jorge Selume Director de Presupuestos
Andrés Sanfuentes Consejero del Banco Central, consejero de la Oficina de Presupuestos
José Luis Zabala Jefe del Departamento de Estudios del Banco Central
Juan Carlos Méndez Director de Presupuestos.
Álvaro Donoso Director de Odeplan
Álvaro Vial Director del Instituto Nacional de Estadísticas (INE)
José Piñera Ministro del Trabajo, ministro de Minería
Felipe Lamarca Director del Servicio de Impuestos Internos (SII)
Superintendente de Bancos, subsecretario del Ministerio de Salud, director
Hernán Büchi*
de Odeplan, ministro de Hacienda
Álvaro Saieh Consejero del Banco Central
Juan Villarzú Director de Presupuestos
Joaquín Lavín Asesor de Odeplan
Ricardo Silva Director de Cuentas Nacionales del Banco Central
Juan Andrés Fontaine Jefe del Departamento de Estudios del Banco Central
Julio Dittborn Subdirector de Odeplan
Consejera de Odeplan, subsecretaria de Previsión Social, ministra
María Teresa Infante
del Trabajo
Director de Odeplan, Ministro del Trabajo, vicepresidente
Miguel Kast
del Banco Central
* Estas personas no estudiaron en Chicago, pero están catalogadas como Chicago Boys por su irrestricto
apoyo al enfoque de esa escuela y su activa participación en el equipo económico neoliberal.
Fuente: Délano y Traslaviña 1989: 32-36.
18 Definidos por Gramsci como los miembros organizadores y pensantes de un sector social fundamental
en particular, que tienen la tarea de dirigir las ideas y aspiraciones del grupo al cual ellos pertenecen
orgánicamente. Gramsci, A., Prison Notebooks, p. 3.
19 El profesor Hayek (Premio Nobel de Economía en 1974) enseñó en la Facultad de Filosofía en la
Universidad de Chicago. Su libro Camino de servidumbre (Londres, 1944) proporcionó a los Chicago Boys
los fundamentos teóricos y doctrinarios que requerían para expandir su pensamiento neoliberal desde la
economía a la esfera política y social. Hayek estuvo involucrado íntimamente en la aplicación del modelo
neoliberal en la sociedad chilena. Aceptó el cargo de presidente honorario del Centro de Estudios Públicos
(CEP), creado por la intelligentsia neoliberal en 1980. También visitó el país, expresando su total confianza
en las políticas implementadas por sus ex-alumnos (ver por ejemplo su entrevista en El Mercurio, 16 de
abril de 1981).
84 PATRICIO SILVA
sistema de leyes generales e imparciales sobre la sociedad en su conjunto, sin
permitir la presión de intereses sectoriales. Sólo las leyes del mercado, supues-
tamente impersonales y no arbitrarias, permitirían lograr la igualdad de opor-
tunidades para todos los ciudadanos. Afirmaban que el logro de una (total)
libertad económica constituía un prerrequisito esencial para la existencia de
una genuina libertad política. El corolario es que sólo bajo la supervisión de
un gobierno autoritario era posible establecer las bases para la libertad (en este
caso, la instauración de una economía de libre mercado). La existencia de un
gobierno militar era presentada como un fenómeno temporal, que se haría
redundante una vez que el nuevo sistema económico estuviera completamente
consolidado (Vergara 1985: 89-106). Siguiendo la receta constitucional de
Hayek, los Chicago Boys advertían que la futura democracia sería “autorita-
ria”, para estar en condiciones de defenderse de sus enemigos. Esto implicaba
que en los planes sobre el futuro sistema político que regiría en el país no
había ningún espacio contemplado para las ideas de izquierda.
La adopción de una nueva Constitución, en septiembre de 1980, fue un
hito en los esfuerzos de los militares y tecnócratas por institucionalizar el nue-
vo orden político. Este documento fue llamado oficialmente “Constitución
de la Libertad”, en un claro acto de reconocimiento al pensamiento filosófico
de Hayek.20
20 Llamada igual que el libro de Von Hayek, Constitution of Liberty, Chicago, 1960.
21 Ver Ffrench-Davies, R., “El experimento monetarista en Chile: una síntesis crítica”, Colección Estudios,
Cieplan, 9, 1981. Ver también Foxley, A., Latin American Experiments in Neoconservative Economics,
Berkeley, 1982.
86 PATRICIO SILVA
presión para que el gobierno chileno volviera a adoptar una política financiera
más estricta.
En el plano político, el gobierno recuperó el control de la situación. La
oposición reconoció las limitaciones de organizar “días de protesta nacional”,
ya que con esto no se conseguiría la caída del gobierno militar. El impulso
político de mediados de 1983 se redujo gradualmente. En ese momento, el
gobierno militar estimó que la situación política era lo suficientemente segu-
ra como para retomar nuevamente las políticas económicas neoliberales. En
consecuencia, en febrero de 1985 Pinochet nombró a Hernán Büchi como
ministro de Hacienda. Aunque Büchi no era un Chicago boy en el sentido
estricto –de hecho, había estudiado en la Universidad de Columbia– había
colaborado con los neoliberales desde 1975 y ejerció varios cargos menores
dentro del equipo económico neoliberal. Tenía la ventaja de ser relativamente
desconocido para el público en general y, entre los chilenos que habían oído
hablar de él, pocos sabían de su estrecha relación con los Chicago Boys.
Büchi implementó una serie de medidas heterodoxas y en un período rela-
tivamente corto de tiempo pudo restablecer la confianza en la economía chi-
lena por parte de las agencias financieras internacionales. A fines de 1985, los
últimos vestigios de la crisis económica habían desaparecido y el desempeño
económico general del país recuperó niveles muy satisfactorios. La rápida recu-
peración que experimentó la economía chilena desde entonces aumentó la po-
pularidad de Büchi (Rojas 1989). Incluso los economistas de oposición reco-
nocieron su capacidad de gestión. El prestigio obtenido por Büchi contribuyó
a restaurar la relativa buena imagen que tenía la gente de los tecnócratas, la cual
se había visto seriamente dañada por efecto de la crisis económica de 1981.
En abierto contraste con los demás países de la región, en donde los minis-
tros de Hacienda tienen carreras muy cortas y suelen ser los miembros más im-
populares del gobierno –debido al mal estado de la mayoría de las economías
latinoamericanas (Ames 1987)–, el nombramiento de Büchi como candidato
del gobierno para las elecciones presidenciales de diciembre de 1989 no tomó
a nadie por sorpresa. Durante su campaña destacó con orgullo las supuestas
ventajas de su enfoque tecnocrático respecto a los retos del desarrollo e insistió
repetidas veces en que no era un político. A pesar de que quedó en segundo
lugar detrás del candidato de la oposición, Patricio Aylwin, obtuvo, junto con
el otro candidato de derecha, Francisco Javier Errázuriz, un respetable 42 por
ciento de los votos (contra un 56 por ciento de Aylwin). La mayoría de los
comentaristas políticos concuerdan en que la principal debilidad de Büchi
no fueron sus antecedentes tecnocráticos, sino su relación con el régimen de
22 “El gobierno democrático ni contempla ni desea volver a un patrón de desarrollo basado en el Estado.
Por el contrario, el gobierno estimulará la iniciativa privada, interfiriendo tan poco como sea posible con las
decisiones del mercado […]. También es necesario estimular la inversión extranjera. Afortunadamente, la
polarización ideológica que existía en el pasado en Chile en esta materia ha sido superada.” Presidente Patricio
Aylwin, en un discurso en un seminario sobre inversión extranjera, El Mercurio, edición internacional, 17-23
de mayo de 1990, pp. 1-2. El ministro de Economía, Carlos Ominami (miembro del Partido Socialista),
explicó la filosofía económica del nuevo gobierno chileno en los mismos términos a un grupo de industriales
e inversionistas líderes en Tokio. Ver El Mercurio, edición internacional, 31 de mayo-6 de junio de 1990, p. 4.
23 No debe subestimarse el impacto que causó en muchos líderes políticos chilenos de izquierda su exilio
en países de Europa del Este. Las experiencias personales negativas de las economías socialistas finalmente los
convencieron de que este no era el sistema económico que deseaban para Chile tras la añorada restauración
de la democracia.
88 PATRICIO SILVA
a los aspectos sociales negativos del modelo neoliberal, muchas personas dentro
de los partidos políticos de izquierda admiten (abierta o tácitamente) que en la
actualidad la economía chilena funciona bien y que está mejor que en cualquier
otro momento de los últimos veinticinco años. Y, en tercer lugar, el actual pro-
ceso de transformaciones políticas y económicas en Europa oriental, en el cual
el sistema de economía centralizada está siendo eliminado prácticamente en casi
toda la región, ha significado el golpe de gracia para aquellos que insisten dog-
mática e ideológicamente en las ventajas de ese sistema económico.
Gran parte de los sectores de izquierda en el país también aceptan hoy la
idea de que lograr crecimiento económico y mantener el equilibrio financiero
es una precondición para mejorar los estándares de vida de los sectores menos
favorecidos de la población. Esto implica un reconocimiento de la importan-
cia de mantener una administración eficiente de la economía.
24 Para acceder a lista de centros de investigación privados en ciencias sociales establecidos en Chile
después de 1973, ver Lladser, M. T., Centros privados de investigación en ciencias sociales en Chile, Santiago,
1986. Sobre el papel que jugaron las ONG en su oposición al régimen militar, ver Taller de Cooperación
al Desarrollo, Una puerta que se abre: los organismos no gubernamentales en la cooperación al desarrollo,
Santiago, 1989.
25 Este es el caso de centros tales como ASER-Chile (París), Casa Chile (Amberes), Casa de Chile (Ciudad
de México), Centro de Estudios y Documentación Chile-América (Roma), Centro Salvador Allende
(Ciudad de México), Cetral (París), CIPIE (Madrid), y el Instituto para el Nuevo Chile (Rotterdam).
26 Ver Angell, A., y Carstairs, S., “The exile question in Chilean politics”’, Third World Quarterly, 9,
1, 1987, pp. 148-167. El llamado “proceso de renovación” experimentado por varios partidos políticos
chilenos desde fines de la década del setenta (lo cual llevó a un rompimiento definitivo con el leninismo
y a una reevaluación de la democracia) también está directamente relacionado con la cuestión del exilio.
El exilio de muchos líderes políticos chilenos en países de Europa del Este fue bastante traumático. Allí
presenciaron en persona el lado obscuro del “socialismo real”. Este es el caso, por ejemplo, de figuras políticas
tales como Jorge Arrate (actual presidente del Partido Socialista), quien tras difíciles años en la ex República
Democrática Alemana emigró a Holanda, desde donde inició una profunda discusión teórica y programática
dentro del movimiento socialista chileno. Ver su libro El socialismo chileno: rescate y renovación, Rotterdam,
1983, y La fuerza democrática de la idea socialista, Barcelona y Santiago, 1985. Para un análisis del significado
de la renovación socialista para el proceso de democratización chileno, ver Garretón, M. A., Reconstruir la
política: transición y consolidación democrática en Chile, Santiago, 1987, pp. 243-292.
90 PATRICIO SILVA
trabajado. Por primera vez, a los intelectuales chilenos se les cortó de manera
radical su fuente tradicional de ingresos: el Estado. Su segunda fuente de sub-
sistencia, los partidos políticos –que a su vez se mantenían con recursos del
Estado–, también fue atacada por las fuerzas de seguridad. La represión de
los intelectuales produjo una gran dispersión con cada uno luchando, literal-
mente, por su propia vida y subsistencia. Sin embargo, después de un par de
años muy represivos, comenzó un difícil proceso de reagrupamiento y reorga-
nización. Los intelectuales de disciplinas académicas similares y con visiones
políticas que congeniaban comenzaron a establecer institutos de investigación
como una manera de sobrevivir (en términos de ingresos). Estos eran financia-
dos principalmente por organizaciones de cooperación internacional de Euro-
pa occidental, Estados Unidos y Canadá, como una forma de mantener viva
una intelectualidad que se opusiese al totalitarismo militar.27 Algunos de estos
institutos también recibían de vez en cuando fondos de los partidos políticos
chilenos en el exilio.
El estatus académico de estos institutos y el contenido académico de sus ac-
tividades constituyeron en un inicio su única “razón de ser” dentro de un en-
torno extremadamente represivo. Cualquier crítica al gobierno militar debía
ser formulada cuidadosamente en términos académicos y presentada de una
manera abstracta. Esto condujo a casi la total desaparición de los eslóganes y
de la retórica que había caracterizado a los partidos políticos antes del golpe.
En 1975 la Iglesia católica fundó la Academia de Humanismo Cristiano
(AHC) para garantizar la personería jurídica de diversos centros de investi-
gación y para protegerlos de la represión directa del Estado. Además se crea-
ron nuevos centros de investigación bajo el alero de la AHC, para albergar
a académicos que eran perseguidos y monitorear las políticas aplicadas por
el gobierno militar en distintos ámbitos (legislación laboral, política agraria,
educación, derechos humanos, etcétera).
Muchos de estos institutos de investigación inicialmente tolerados por los
militares tenían una orientación democratacristiana y se especializaban bási-
camente en temas macroeconómicos y financieros. Desde mediados de 1974,
el Partido Demócrata Cristiano –que inicialmente había apoyado el golpe
27 Así, en una evaluación realizada por la Swedish Agency for Research Corporation with Developing
Countries (SAREC) se establece que “hemos tenido éxito en preservar la capacidad de investigación en
condiciones de represión y de crisis política. El apoyo a los centros privados nacionales ha permitido que las
personas continúen con sus proyectos de investigación después de la intervención militar en las universidades.
Estos centros también albergan a investigadores expulsados del ámbito académico o de agencias de gobierno
debido a la persecución política”. Spanding, H. et al., SAREC Latin American Programme: An Evaluation,
Estocolmo, 1985, 1. Ver también Brunner, J. J., “La intelligentsia: escenarios institucionales y universos
ideológicos”, Proposiciones, 18, 1990, pp. 180-191.
28 El libro de Arellano et al. (1982) reúne artículos publicados en las mencionadas revistas entre
1977 y 1981. El volumen llegó a ser muy controversial en su tiempo, porque demostró que desde
1977 los investigadores de Cieplan habían predicho que el modelo económico neoliberal prontamente
experimentaría una profunda crisis, lo que finalmente ocurrió en 1981.
92 PATRICIO SILVA
de Cieplan, se convirtió en una figura pública muy conocida. Apoyado por
su experticia económica, se aventuró con éxito en el campo de las ciencias
políticas y, en particular, en el estudio del consenso político (Foxley 1985).29
29 Ver también “Economic and Political Transitions in South America”, en Galjart, B., y Silva, P. (eds.),
Democratization and the State in the Southern Cone, Amsterdam, 1989, pp. 75-101.
94 PATRICIO SILVA
gobierno de Pinochet obtuvieron acceso a cursos de posgrado en países indus-
trializados como resultado de los vínculos institucionales que se crearon entre
muchos institutos de investigación disidentes y centros universitarios extranje-
ros. Así, por ejemplo, en 1983 hubo 3.185 chilenos estudiando en universida-
des extranjeras, constituyendo así uno de los grupos de latinoamericanos más
grandes formándose en el extranjero en relación a la población total del país
(Brunner 1989). Este alto grado de tecnocratización en la toma de decisiones
del gobierno fue posible debido al gran número de individuos con un alto nivel
de entrenamiento académico especializado que es posible encontrar entre las
máximas figuras de las fuerzas políticas que lo constituyen. Finalmente, una de
las principales preocupaciones de la administración de Aylwin ha sido la man-
tención de la estabilidad financiera y económica del país. El gobierno demo-
crático está muy consciente de que sería casi imposible consolidar un sistema
democrático en un clima de inestabilidad económica.
Debido a la compleja naturaleza del proceso económico, la tecnocratiza-
ción de la toma de decisiones y la relativa importancia de la experticia fi-
nanciera y económica por sobre otras habilidades profesionales se ha visto
acentuada. Más aun, en años recientes el sistema político chileno se ha visto
fuertemente internacionalizado. Instituciones externas tales como el FMI y el
Banco Mundial son actores importantes que el gobierno chileno debe ahora
tener en cuenta en la formulación e implementación de sus políticas sociales,
económicas y financieras.
La composición del equipo económico del nuevo gobierno democrático
tiene tres aspectos principales. En primer lugar, casi todos los funcionarios
nombrados para cargos de alto nivel han tenido estudios de posgrado en el
exterior (ver Cuadro 2). Nunca antes en Chile un gobierno democrático tuvo
tantos tecnócratas altamente especializados a nivel ministerial. En segundo
lugar, casi todos los funcionarios de alto rango trabajaron durante el régi-
men militar en las instituciones de investigación privados de oposición, tales
como Cieplan, AHC, Ilades, CED, CES y CLEPI. La misma tendencia puede
observarse en otros ministerios e instituciones del Estado. Así, por ejemplo,
miembros de Flacso y PIIE ejercieron roles claves en el Ministerio de Educa-
ción, como lo hicieron los investigadores del PET en Odeplan.30 Finalmente,
se puede constatar que los ex miembros de Cieplan ocupan los cargos más
estratégicos dentro del equipo económico.
El actual ministro de Hacienda, Alejandro Foxley, junto con sus colegas
de Cieplan, ha logrado reunir un equipo cohesionado con un fuerte esprit
* Ex miembros de Cieplan
Fuente: El Mercurio, 11 de abril 1990, p. B1; Southern Cone Report, RS-90-03, 19 de abril de 1990, p. 4.
de corps que muestra muchas semejanzas con los Chicago Boys.31 Desde un
comienzo, Foxley desplegó una “autonomía relativa” dentro del gabinete, exi-
giendo el derecho a elegir personalmente a sus colaboradores más cercanos
para integrar su equipo económico. Argumentaba que esta era la única ma-
nera de lograr la coherencia requerida para la formulación y aplicación de sus
políticas financieras. También logró tener influencia en el nombramiento de
otro de los Monjes de Cieplan, René Cortázar, como ministro del Trabajo.
31 Por ejemplo, la prensa se refiere a los tecnócratas de Cieplan como “Cieplan Boys”, para subrayar las
semejanzas con sus predecesores. Ver, por ejemplo, El Mercurio, 11 de mayo de 1990.
96 PATRICIO SILVA
Cortázar juega un rol muy estratégico en la búsqueda de consenso entre traba-
jadores y empresarios sobre la moderación de las demandas socioeconómicas
con el objetivo de evitar la inquietud entre los trabajadores y el aumento de
las tensiones sociales, las cuales podrían llevar a la inestabilidad económica.
Foxley ya comienza a verse dentro de ciertos círculos políticos como el “suce-
sor natural” de Patricio Aylwin en las próximas elecciones presidenciales.32 Su
eventual nombramiento como candidato presidencial oficial sería otro signo
de la creciente tecnocratización de la política chilena. Si esto ocurriera, por
segunda vez consecutiva un ministro de Hacienda con un marcado enfoque
tecnocrático lograría alcanzar una posición que en el pasado estaba exclusiva-
mente reservada para políticos.33
El caso de Cieplan muestra el rol estratégico que puede jugar un instituto
de investigación privado como think tank, pero especialmente como una es-
pecie de lugar de entrenamiento y sala de espera para un grupo de tecnócratas,
listos para tomar el mando en tareas de gobierno específicas cuando sea el
momento adecuado.34 En el pasado, cuando las habilidades políticas tenían
más demanda que las capacidades técnicas, en tiempos de oposición la clase
política buscó refugio en sus propias estructuras de partido. A partir del golpe
militar, al parecer, los cuarteles de los partidos políticos han sido reemplazados
por institutos de investigación privada.
Esta nueva realidad debe aplicarse también a la elite tecnocrática neolibe-
ral que ha tenido que abandonar sus cargos gubernamentales. Ciertamente,
32 Ver, por ejemplo, “Foxley, el hombre fuerte”, Hoy, 664, 1990, pp. 3-5.
33 A pesar de su autonomía relativa respecto de las estructuras de los partidos tradicionales, no debe
olvidarse que los tecnócratas chilenos continúan trabajando a través de los partidos políticos. Su actual
prominencia tal vez se ha visto fortalecida por el hecho de que desde marzo de 1990 los partidos políticos
aún se encuentran en plena recomposición tras largos años de inactividad. Pero incluso si en un futuro
cercano (como resultado de la normalización de la actividad partidaria) los políticos de corte tradicional
lograran levantar cabeza, es improbable que logren recuperar su antigua posición dominante dentro del
sistema político chileno. Quizás puedan encontrar refugio en el parlamento, pero no ya en cargos directivos
a nivel ministerial, como era el caso antes de septiembre de 1973.
34 Debe decirse que un proceso similar de tecnocratización de la política (aunque menos extremo)
puede verse en Argentina, Brasil y Uruguay, donde muchos tecnócratas que trabajaban en institutos de
investigación privados han ocupado altos cargos a nivel gubernamental tras el establecimiento del régimen
democrático. Ver José Joaquín Brunner y Alicia Barrios, Inquisición, mercado y filantropía: ciencias sociales
y autoritarismo en Argentina, Brasil, Chile y Uruguay (Santiago, 1987). En el caso de Argentina, un grupo
de intelectuales destacados afirmó: “En la historia de nuestro país no recordamos ningún otro gobierno
con mayor participación de servidores públicos provenientes del campo intelectual y no necesariamente
de políticos militantes, que el gobierno presidido por Alfonsín [...]. Uno de los aspectos más singulares
de Alfonsín son sus continuos intentos por atraer a tecnócratas e intelectuales al gobierno y al interior
de la esfera de la política”. Ver Adolfo Canitrot, Marcelo Cavarozzi, Roberto Frenkel y Oscar Landi,
“Intelectuales y política en Argentina”, Debates, 4, octubre-noviembre de 1985, pp. 4-8. De hecho, lo
mismo puede decirse del caso mexicano a partir del gobierno de De la Madrid, y especialmente durante
el actual gobierno de Carlos Salinas de Gortari. Ver Roderic Camp, Mexico’s Leaders: their Education and
Recruitment (Tucson, 1980).
Conclusión
En este artículo he intentado mostrar el creciente rol político que han juga-
do los tecnócratas desde la década de 1960 en los más altos niveles del queha-
cer político en Chile. Si bien el fenómeno tecnocrático ya comenzaba a hacer-
se visible en aquel entonces, este fue negado oficialmente por las autoridades
democráticas antes del golpe militar, debido a que sus connotaciones elitistas
contradecían la supuesta orientación popular de los gobiernos de Allende y
Frei. El gobierno militar, al contrario, no sólo reconoció la creciente tecno-
cratización de la toma de decisiones, sino que la planteó como una garantía
para asegurar la adopción de políticas sectoriales basadas en consideraciones
“técnicas y racionales” y no políticas.
Los Chicago Boys jugaron un rol central en esta tecnocratización de la toma
de decisiones. Con un fuerte espíritu de equipo, este grupo de jóvenes eco-
nomistas lideraron una especie de revolución “desde arriba”, transformando
las bases sociales, económicas y políticas de la sociedad chilena. Debido a que
alcanzaron éxito económico, la tecnocracia neoliberal obtuvo legitimidad en
importantes sectores de la población. La alianza entre los militares y la tecno-
cracia civil representó por muchos años una fórmula viable, permitiéndole al
gobierno militar contar con un considerable apoyo político de la población
hasta comienzos de la década de 1980.
Al mismo tiempo, la oposición al régimen militar adoptó posiciones cada
vez más tecnocráticas. La intelligentsia disidente organizó su oposición desde
una serie de institutos de investigación privados, realizando estudios acadé-
micos en torno a la naturaleza del régimen autoritario y los resultados de sus
políticas. Por años, la crítica académica de estos expertos fue la única voz to-
lerada contra la dictadura militar. Más aun, durante su exilio en el extranjero
35 “Instituto Libertad y Desarrollo: para producir ideas”, El Mercurio, 1 de abril de 1990, p. 11.
98 PATRICIO SILVA
muchos líderes políticos de oposición se conectaron con el mundo académico,
adquiriendo experticia en materias específicas.
El resurgimiento de las actividades políticas después de la crisis económi-
ca de 1981 no llevó a una masificación de la política, sino a la búsqueda de
consenso a nivel de cúpula entre las diferentes corrientes de oposición, con el
fin de establecer una amplia coalición contra Pinochet. Las fuerzas políticas
unidas por la oposición formularon objetivos comunes a través de la creación
de equipos técnicos, constituidos por tecnócratas de diferentes partidos polí-
ticos, que eran expertos en áreas específicas tales como la educación, la salud,
la economía, etcétera.
Después de la restauración democrática en marzo de 1990, las nuevas auto-
ridades no volvieron a adoptar las políticas populistas y la retórica caracterís-
ticas del período que antecedió al golpe de 1973.36 Además, se ha mantenido
el carácter tecnocrático de la toma de decisiones, el cual se vio fuertemente
reforzado durante el régimen militar. Se ha puesto especial atención a las ha-
bilidades técnicas en el nombramiento de la mayoría de los cargos más altos
del gobierno. En la actualidad se observa que los cargos ministeriales y otros
puestos importantes en instituciones estatales son ocupados por tecnócratas
altamente especializados. El rol clave que juegan los tecnócratas de Cieplan
en el nuevo gobierno también muestra la importancia cada vez mayor que
los institutos de investigación han obtenido dentro de la política chilena, en
detrimento de los partidos políticos como incubadoras de una clase tecnopo-
lítica alternativa. Los Chicago Boys también han recibido el mensaje, creando
un think tank similar a Cieplan con el objetivo de supervisar el desempeño del
gobierno de Aylwin y a la espera de un cambio político en el futuro para el
despliegue de sus políticas.
La lucha por el poder político entre grupos tecnocráticos atrincherados
en sus respectivos think tanks se ha convertido en una nueva característica
de la política chilena. El fuerte discurso populista y demagógico utilizado
en el pasado por los partidos y por los políticos tradicionales parece haber
sido reemplazado definitivamente por un enfoque tecnocrático, en el cual se
acentúa la búsqueda de soluciones “racionales” para los problemas sociales y
económicos del país.
36 “El gobierno del presidente Aylwin mantendrá la estabilidad macroeconómica y evitará adoptar
medidas populistas que han llevado a otros países de la región a una situación de hiperinflación”. Ministro
Alejandro Foxley en su discurso “Estado de la hacienda pública” ante el Congreso Nacional, Valparaíso, 24
de octubre de 1990.
1 Partes de este capítulo se basan en el artículo “El economista como profesional de las ciencias sociales.
Reflexiones en torno a la experiencia chilena”, De Cea, M., y Gárate, M. (eds.), ¿Qué tipo de nexos para qué
tipo de políticas? Estudio comparado en diversos campos de intervención pública en Chile, Santiago, Editorial
Universidad Bolivariana, 2006, pp. 85-99.
101
posicionándose como articulador de un saber científico-técnico complejo,
provisto de leyes universales y de un lenguaje que toma bastante prestado
de los desarrollos matemático-estadísticos posteriores a la segunda posguerra
(Lordon 1997).
¿Cómo fue posible que el estatus del economista creciera al punto de con-
vertirse en el asesor técnico más valorado de cualquier gobierno que se precie
de “serio”, incluso reemplazando el espacio del hombre político tradicional, el
jurista? (Mayol 2006).
2 Véase Bourdieu (1997: 48-66); consultar también Boyer (2003: 65-78), donde explica esta noción de
campo: “Por campo se debe entender una delimitación del mundo social que esté regido por sus propias leyes
y códigos; que se trate de la universidad, el periodismo, el mundo literario, artístico o político, y que formen
tanto un universo de connivencia como de juegos de rol”.
EL NUEVO ESTATUS DEL ECONOMISTA Y EL PAPEL DE LOS THINK TANKS EN CHILE: EL CASO DE CIEPLAN 103
momento– dominado por las redes sociales de la elite WASP.4 La competencia
generada entre las universidades adscritas a este programa se vio reflejada en la
conformación de todo un escalafón alimentado por diversos premios y cátedras.
Prontamente la administración norteamericana se vio en la necesidad de recurrir
a los nuevos y prestigiosos economistas surgidos de estas escuelas, quienes conta-
ban con una batería de herramientas matemáticas y estadísticas muy superiores
a las de sus colegas de la escuela desarrollista, los que, a su vez, veían cómo sus
ideas perdían fuerza ante la arremetida de los nuevos expertos. Estos prometían
soluciones a los límites de la regulación keynesiana, fuertemente cuestionada
a causa del déficit público, la inflación y los altos costos de la Guerra de Viet-
nam. Sus respuestas simples y directas a problemas supuestamente concretos les
otorgaron una puerta de entrada –cada vez mayor– en el espacio de toma de
decisiones de las políticas públicas, lo cual empieza a apreciarse durante la admi-
nistración de Richard Nixon. Ello no fue impedimento para que su expansión
universitaria continuase ya no solo en el área de la formación de economistas
norteamericanos, sino que –desde fines de los cincuenta– orientada también
a la captación de las elites del resto del mundo, donde Latinoamérica y Chile,
especialmente, tendrían un papel no menor.
Hacia 1960, grupos de economistas ortodoxos habían lanzado una masiva cam-
paña para desacreditar los sesgos estatistas y populistas del estructuralismo y para
devolver la educación de la economía a sus cauces tradicional de la profesión.
En solo unos pocos años, y en el contexto de un creciente debate doctrinal, el
número de economistas y de escuelas de economía se multiplicó dramáticamente
(Montecinos 1998: 4).
Por último, dos elementos esenciales –aparte del manejo matemático– con-
tribuyeron a legitimar la figura del economista-científico. En primer lugar, la
creación de una disciplina de estudio de los mercados financieros, que al mis-
mo tiempo promulgaba su apertura internacional bajo el alero de las políticas
del FMI y el Banco Mundial. En segundo lugar, el desarrollo de una estrategia
comunicacional y de difusión de ideas que alcanzó su cenit con la emisión
por la cadena de televisión pública estadounidense PBS de la serie Free to
choose, a inicios del gobierno de Ronald Reagan.5 La producción televisiva fue
4 La sigla en inglés significa White Anglo-Saxon Protestant y se refiere a las influyentes elites socioeconómi-
cas y culturales del noreste estadounidense (establishment). El término fue popularizado por E. Digby Balt-
zell, sociólogo de la Universidad de Pensilvania, en un libro publicado en 1964: The Protestant Establishment:
Aristocracy & Caste in America.
5 Esta serie de programas fueron emitidos por primera vez en 1980, y reeditados y difundidos nuevamente
en 1990, con la presentación del actor de Hollywood y futuro gobernador de California, Arnold Schwar-
EL NUEVO ESTATUS DEL ECONOMISTA Y EL PAPEL DE LOS THINK TANKS EN CHILE: EL CASO DE CIEPLAN 105
El economista al servicio del Estado: el caso chileno
Considero que va a ser muy difícil volver a un manejo menos técnico de la econo-
mía. Los Chicago Boys definieron un estándar.7
7 Declaraciones de un ex ministro y abogado del gobierno de Eduardo Frei Montalva. Citado en Mon-
tecinos, V., op. cit., p. 66.
8 Véase: Figueroa, P. P., Diccionario biográfico de Chile, Santiago, Imprenta Barcelona, 1897-1901, p. 583;
Fuentes, J., y Cortés, I., Diccionario político de Chile: 1810-1966, Santiago, Orbe, 1967; De Ramón, A.,
Biografías de chilenos. Miembros de los poderes ejecutivo, legislativo y judicial, 1876-1973, Santiago, Ediciones
Universidad Católica de Chile, 1999-2003, IV.
En ese tiempo –antes de 1970– los economistas como grupo profesional todavía
no tenían una postura definida acerca de su relación con la política. Tiempo
después comenzaron a tomar cargos ministeriales, actuando no solo como con-
sultores técnicos sino también como ejecutores políticos (Montecinos 1998: 78).
EL NUEVO ESTATUS DEL ECONOMISTA Y EL PAPEL DE LOS THINK TANKS EN CHILE: EL CASO DE CIEPLAN 107
colectiva diferente de aquella que practican racionalmente los individuos”. El
economista francés Robert Boyer ha sintetizado muy bien esta mirada de la
economía neoclásica:
Debido a que temían que otros no hicieran las reformas, los Chicago Boys ocu-
paron casi todas las posiciones en el gobierno. Para esto usaron su propia gente;
era un grupo tan homogéneo que, aun sin preguntarse entre ellos, sabían perfec-
tamente cómo reaccionar (Montecinos 1998: 67).
EL NUEVO ESTATUS DEL ECONOMISTA Y EL PAPEL DE LOS THINK TANKS EN CHILE: EL CASO DE CIEPLAN 109
tura económica de un país que tenía una tradición centralista y estatista, en
buena parte heredada de su pasado colonial y de las crisis económico-sociales
de fines del siglo XIX y especialmente de la de 1929-1930. De acuerdo con
Verónica Montecinos, la tendencia hacia la tecnocratización se aceleró en la
década de los sesenta, y comenzó a hacerse evidente en los ochenta, cuando
América Latina fue forzada a abandonar el modelo desarrollista del “Estado
de compromiso”, para ingresar al modelo competitivo del comercio interna-
cional globalizado (Montecinos 1998: 3).
En un comienzo, el grupo de economistas que asesoraba al gobierno militar
encontró una fuerte oposición dentro del grupo de oficiales de las fuerzas ar-
madas de corriente nacionalista y proclive a la mantención de un Estado fuerte
(Valdivia 2003). Sin embargo, los técnicos que más tarde serían conocidos como
los Chicago Boys insistían constantemente en la necesidad de aplicar el plan de
reformas estructurales de manera profunda y evitando al máximo cualquier tipo
de concesión. La coherencia del equipo en términos del discurso, la seguridad
en el éxito de las medidas que proponían y la simpleza al explicar sus argumen-
tos –donde destaca hasta el día de hoy el gusto por las metáforas, los eufemis-
mos y los ejemplos fáciles de comprender para la “dueña de casa”–, permitieron
la legitimación de los economistas neoclásicos dentro del complejo aparato ad-
ministrativo de la dictadura militar. Nada de esto habría sido suficiente si no es
por las cifras positivas que comienza a mostrar la economía chilena desde 1978,
es decir, una vez superada la primera etapa del tratamiento de shock.
La década de los ochenta se inició con un ambiente de optimismo general
respecto del crecimiento del país. El propio gobierno militar contaba con un
apoyo importante de la población, que empezaba a olvidar las penurias econó-
micas y políticas de la década anterior. Los años más duros de la represión ha-
bían quedado atrás gracias a la presión internacional y Chile vivía un pequeño
boom económico conocido como los años de la “plata dulce”. Posteriormente
se pagarían los costos sociales de una política de apertura total a las importa-
ciones en base a un dólar artificialmente bajo, que además llevó a la quiebra
de gran parte de la industria productiva nacional. América Latina conoció la
crisis de la deuda y Chile no fue ajeno a este proceso, aunque las causas más
bien tenían un origen interno y se remontaban al período del tratamiento
de shock. Para estos economistas la crisis fue una desagradable sorpresa, pero
jamás dudaron de que todo tenía justificación en aras de una modernización
acelerada y una apertura unilateral al mercado internacional. Prácticamente
ningún país del mundo durante este período abrió su economía como lo hizo
Chile. El país era un laboratorio –o más bien un “conejillo de Indias”– de la
EL NUEVO ESTATUS DEL ECONOMISTA Y EL PAPEL DE LOS THINK TANKS EN CHILE: EL CASO DE CIEPLAN 111
didatos valen más que cualquier otro tipo de argumento político o democráti-
co. El principio siempre es el mismo: contrarrestar cualquier mayoría política
por medio de poderes autónomos legitimados “técnicamente”. Actualmente
los principales think tanks conservadores proponen –sin tapujos– aplicar el
mismo criterio de autonomía a los ministerios de Hacienda y a todo el sistema
de recaudación de impuestos y asignación de recursos públicos.
Nunca ninguna otra clase de cientista social ha alcanzado un grado tal de
poder e influencia tanto a nivel público como privado. El economista es el
gran administrador de la política pública, por medio de la acción directa o
bien a través del control de los presupuestos.
La corriente económica neoclásica es perfectamente coherente con la idea
de que la modernidad entrega un estatus superior a aquellos discursos que
adoptan un lenguaje y una conceptualización científica. Si ella además utiliza
métodos y herramientas provenientes de ciencias “duras”, como la física y las
matemáticas, se beneficia de un aura de objetividad que le permite posicio-
narse en una condición de autoridad por sobre el resto de las ciencias sociales,
e incluso diferenciarse y apartarse de ellas. El nuevo argot económico jamás
cuestiona las bases de su discurso ni el origen de sus postulados, pues constru-
ye todo un lenguaje y un aparataje teórico en base a una concepción de la na-
turaleza humana centrada en el individuo y en su racionalidad maximizadora,
que a nivel colectivo tiende siempre al equilibrio. En este sentido no es menos
ideológico que otros discursos. Incluso, desarrolla una visión de la sociedad
que combina ideas de un darwinismo social decimonónico, un tradiciona-
lismo autoritario y una visión hiperoptimista del progreso de la humanidad.
La caída de los llamados socialismos reales, las presiones de la globalización
y la apertura a los mercados internacionales han posicionado al economista
como el único profesional capaz de actuar frente a los fenómenos de la inte-
racción económica a escala global que –hay que decirlo también– él mismo
ha contribuido a crear.
En Chile, entre 1958 y 1973, solo uno de once ministros de finanzas había recibi-
do formación profesional como economista. Las expectativas sobre la formación
profesional de este cargo cambiaron durante el gobierno militar, en el cual ocho
de diez ministros de finanzas tenían credenciales académicas en economía (Mon-
tecinos 1998: 71).
Quien no maneja los rudimentos del discurso económico queda fuera del
ámbito de las decisiones políticas. Las cumbres internacionales sobre comer-
cio internacional o política económica tienen una cobertura e importancia
superior a aquellas lideradas por jefes de Estado. En el mundo privado, el
empresario actual debe ser un hombre formado en la materia, o al menos estar
al tanto de las mecánicas discursivas de la economía actual. Sin embargo, no
se trata de manejar “cualquier” economía, sino de la única que es considerada
como “seria” y “científica”. Se puede discutir sobre el papel de las diferentes
corrientes de la disciplina y la supuesta heterodoxia que reina en sus aulas;
monetaristas, neokeynesianos, desarrollistas, regulacionistas o neomarxistas
pueden reivindicar sus diferencias, pero es claro que el nuevo estatus de la
economía contemporánea se debe mucho más a los teóricos neoclásicos que
a otras corrientes más cercanas al mundo académico, a las ciencias sociales
e incluso a la disciplina histórica. La formalización matemática, el discurso
normativo y la operatividad técnica son rasgos eminentemente heredados de
esta corriente, aunque hoy en día diferentes escuelas utilicen e incluso reivin-
diquen la mayoría de estos aspectos. Ningún economista osaría hoy escribir
un tratado de economía sin gráficos, fórmulas matemáticas, tablas y flujos. El
mismo John Maynard Keynes sería catalogado como un ensayista, un ideólo-
go, bastante poco científico; muy lejos de la economía “seria”.
A diferencia de lo que ocurre en el resto de las ciencias sociales, el econo-
mista contemporáneo no sufre el dilema que Max Weber había percibido a co-
mienzos del siglo XX (Weber 1918), es decir, la problemática entre el político
y el científico, o como se diría actualmente, entre el intelectual y el ejecutor de
políticas públicas (y, por qué no, privadas).
EL NUEVO ESTATUS DEL ECONOMISTA Y EL PAPEL DE LOS THINK TANKS EN CHILE: EL CASO DE CIEPLAN 113
economistas profesionales ha variado desde la simple asesoría técnica hasta el
copamiento de los principales puestos de poder relacionados con la asignación
de recursos y la formulación de políticas públicas. Sin embargo, un espacio de
influencia privilegiado ha ido tomando forma, cubriendo una zona interme-
dia entre la esfera privada y la pública.
Desde comienzos de la década de 1990, una serie de nuevas organizaciones
han hecho aparición en el espacio público chileno, con el objetivo de difundir
ideas orientadas hacia las políticas estatales. Siguiendo la definición anglo-
sajona, hoy en día se las conoce como think tanks, aunque tradicionalmente
se les denominase como centros de estudio. La Corporación de Estudios para
Latinoamérica (Cieplan) es una de estas organizaciones. En la mayoría de los
casos, se trata de agrupaciones vinculadas directa o indirectamente al mundo
político, a sectores empresariales o bien a una combinación de ambos. Estas
se diferencian principalmente de las ONG en que su objetivo principal no
es la acción directa sobre la realidad social, sino que actúan principalmente
como proveedores de ideas y discurso para la toma de decisiones en el ámbi-
to público. Tampoco son organizaciones ligadas a los movimientos sociales
que funcionan en los márgenes o simplemente por fuera del sistema político.
Por el contrario, estas agrupaciones son funcionales a él y a la idea de una
“democracia de mercado”, aunque operan con métodos tomados del mundo
académico, los cuales combinan con tácticas propias de la comunicación pu-
blicitaria. Si bien se definen como organizaciones sin fines de lucro, no traba-
jan sobre la base de un voluntariado, como sí ocurre con muchas de aquellas
surgidas a partir de movimientos sociales.
Se trata casi exclusivamente de profesionales contratados para “pensar” las
políticas públicas e influir en el proceso de toma de decisiones, lo cual implica
un costo económico no menor. Insistimos que el mayor problema al que se debe
enfrentar el investigador es justamente conocer los montos y las formas de finan-
ciamiento de estos think tanks. En Chile poseen el estatus de instituciones priva-
das sin fines de lucro, por lo que no están obligadas a hacer públicos sus balances
y únicamente se dispone de la información que entregan voluntariamente.9
Solo a partir del año 2000 hemos visto el surgimiento de varias de es-
tas organizaciones, las cuales –muchas veces– sirven de plataformas políticas
personales que escapan al tradicional control partidario. Algunas de corte
socialdemócrata como ProyectAmérica y Democracia y Desarrollo (ambas
vinculadas al ex presidente Ricardo Lagos), o bien Chile Justo, cercana a la
9 De acuerdo a una investigación periodística del diario El Mercurio, solo el CEP y Chile 21 estuvieron
dispuestos a revelar los montos involucrados en su financiamiento. Ver Aguirre y Gaete (2006).
Conservador
Fund. Jaime Guzmán
Inst. Libertad y Desarrollo
Fund. Paz Ciudadana
CEP
Fund. Chile Junto
Instituto Libertad
Inst. Jorge Ahumada
Pro Estado / Librecambista /
regulación Fund. Frei desregularización
Fund. Justicia y Democracia
CERC CED Tiempo 2000 Cieplan
Fund. Futuro
Fund. Democracia y Desarrollo
Chile 21 Expansiva
Liberal / progresista
*La linea punteada marca la división entre los dos principales bloques políticos electorales chilenos.
**Los think tanks vinculados al bloque de centroderecha se aprecian con letra itálica.
Fuente: Elaboración del autor a partir de los datos públicos disponibles en las propias instituciones mencionadas.
UDI, forman parte de los nuevos centros que se han sumado a los think tanks
tradicionales.
Como ya se dijo anteriormente, la mayor parte de estas agrupaciones, si
bien se proclaman independientes respecto de toda postura partidista, repre-
sentan intereses y tendencias que pueden ubicarse dentro de un eje ideológico
que separamos en tres categorías: 1) “conservadores” (incluyendo aquí a quie-
nes se definen como conservadores valóricos siendo liberales en lo económi-
co); 2) “liberales socialcristianos” (probablemente la categoría más compleja,
donde incluimos a instituciones cercanas a la democracia cristiana y a técni-
cos liberales de la Concertación; y 3) “liberales progresistas” (en este último
caso haciendo la diferenciación entre socialdemócratas proclives a una mayor
intervención del Estado y liberales laicos de amplio espectro). Expresamente
no incluimos a aquellas organizaciones ligadas a lo que se denomina en Chile
como “izquierda extraparlamentaria”,10 pues más que influir en la toma de
EL NUEVO ESTATUS DEL ECONOMISTA Y EL PAPEL DE LOS THINK TANKS EN CHILE: EL CASO DE CIEPLAN 115
decisiones o intentar guiar el debate público, sus propuestas apuntan hacia
cambios estructurales del modelo “democracia-mercado”. En este sentido, di-
fícilmente se las puede definir como funcionales al mismo, sobre todo cuando
participan de lo que se ha propuesto como un “mercado de ideas”.
En definitiva, tanto la clasificación como el diagrama nos permiten ob-
servar la inexistencia de think tanks propiamente académicos, al estilo de las
“universidades sin estudiantes” estadounidenses, sino que, por el contrario, la
preponderancia de instituciones de tipo militante (advocacy), o ligadas direc-
tamente a partidos políticos.11
En Chile, los think tanks “liberales socialcristianos” y “progresistas” nacie-
ron en un contexto de lucha por la democracia e inicialmente como centros
de estudios. El inicio de la transición orientó su accionar hacia los temas de
la gobernabilidad y la estabilidad económica. También perdieron influencia al
ceder a muchos de sus profesionales para que asumieran puestos de responsa-
bilidad política. Las agrupaciones conservadoras, por su parte, se consolidaron
durante los años 1990, primero como refugio intelectual e ideológico para los
herederos del régimen militar, y posteriormente como espacios de influencia
política (lobby) y plataforma para un futuro retorno al poder.
11 En el caso chileno, las instituciones ligadas a partidos o decididamente militantes también tienen ac-
ceso a financiamiento por medios de proyectos para el Estado, organizaciones o incluso empresas privadas.
12 Sobre el ascenso de los economistas en las altas esferas de decisión gubernamental, véase Dezalay y
Garth (2002: 389). Sobre el rol político de la tecnocracia y la liberalización económica en América Latina
durante la década de 1990, véase Domínguez, J. I., Technopols: Freeing Politics and Markets in Latin America
in the 1990s, University Park, Pennsylvania State University Press, 1997, p. 287. Para el caso chileno, véase
Montecinos (1997: 108-126), trabajo sobre el ascenso de los economistas a las más altas esferas de la admi-
nistración del Estado (Montecinos 1997: 108-126).
Como los Chicago Boys, Foxley buscó superar un pasado populista e ideológico.
A diferencia de ellos, sin embargo, creía que Chile debía solucionar su “problema”
de “gobernabilidad” no reprimiendo a los políticos, sino creando una clase diri-
gente más responsable y pragmática, animada por un espíritu de cooperación [...].
Tanto los Chicago Boys como Foxley creían que la continuidad en las políticas
públicas terminaría asegurando un consenso nacional sobre el modelo de desa-
rrollo, el cual trascendería el capricho de cualquier gobierno (Giraldo 1997: 240).
13 El papel de los cientistas económicos y sociales chilenos o radicados en Chile durante de la década de
los cincuenta y sesenta alcanzó una repercusión internacional, especialmente en lo referido a la creación de
un pensamiento social y político independiente y alternativo al de los centros tradicionales del saber (uni-
versidades). Véase Devés, E. (2006: 138-167) y (2004: 1-14). Ver también, del mismo autor, El pensamiento
latinoamericano en el siglo XX, Buenos Aires, Centro de Investigaciones Diego Barros Arana/Biblos, 2003,
p. 323, y “La circulación de las ideas y la inserción de los cientistas económico-sociales chilenos en las redes
conosureñas durante los largos 1960”, Historia, 37, 2, 2004, pp. 1-24.
EL NUEVO ESTATUS DEL ECONOMISTA Y EL PAPEL DE LOS THINK TANKS EN CHILE: EL CASO DE CIEPLAN 117
No desconocemos el hecho que el programa de gobierno de la Concerta-
ción de Partidos por la Democracia de 1989 planteó una revisión profunda
de muchos de los pilares del modelo económico autoritario. Sin embargo,
creemos que esto constituyó más bien una medida de cohesión interna de una
coalición política heterogénea y una estrategia electoral, antes que un verdade-
ro programa de acción. El grupo de economistas de Cieplan, si bien se había
opuesto a diversas políticas del gobierno militar, había apostado –desde mu-
cho antes del plebiscito de 1988– por una línea de consenso y de no confron-
tación con el empresariado, mayoritariamente favorable al general Pinochet.
Habíamos definido algunas líneas fundamentales que para nosotros eran muy im-
portantes porque daban seguridad y confianza, sobre todo a los que estaban fuera,
al sector privado, a la gente que iba a tener que hacer las decisiones de inversión.14
17 Véase Silva (1994: 281-297, y 1991: 385-410). Un interesante estudio sobre la profesionalización de la
política en Chile a partir de 1990 puede encontrarse en Romero, M. T., Profesionalización de la elite política
administrativa en Chile: 1990-2004. El proceso de mantenimiento: permanencia y circulación, Santiago, tesis
de magíster en ciencia política, Universidad de Chile, 2005, p. 144.
18 Entre los centros de estudio más importantes de oposición al régimen militar destacan Cieplan (Cor-
poración de Estudios para Latinoamérica), AHC (Academia de Humanismo Cristiano), Ilades (Instituto
Latinoamericano de Doctrinas y Estudios Sociales), CED (Centro de Estudios del Desarrollo), Sur, CES
(Centro de Estudios Sociales), ILET (Instituto Latinoamericano de Estudios Transnacionales), CLEPI
(Centro Latinoamericano de Economía y Política Internacional), PET (Programa de Economía del Tra-
bajo), ICHEH (Instituto Chileno de Estudios Humanísticos), Flacso (Facultad latinoamericana de Ciencias
Sociales) y más tardíamente CERC (Centro de Estudios de la Realidad Contemporánea). Véase Puryear
(1994). Véase también Lladser, M. T., y Díaz, H., Centros privados de investigación en ciencias sociales en
Chile, Santiago, Academia de Humanismo Cristiano/Flacso, 1986, p. 296, y Brunner (1985: 1-12).
19 Fue el caso de la Academia de Humanismo Cristiano (AHC), creada en 1975, y Cieplan, en 1976
20 Recomendamos la lectura de la exhaustiva y muy bien documentada investigación de Patricia Mayorga
sobre el atentado a Bernardo Leighton en Italia. Véase Mayorga, P., El Cóndor Negro. El atentado a Bernardo
Leighton, Santiago, El Mercurio/Aguilar, 2003, p. 241. En la prensa de la época, “Bernardo Leighton resulta
gravemente herido tras atentado”, La Tercera, 5 de octubre de 1975.
EL NUEVO ESTATUS DEL ECONOMISTA Y EL PAPEL DE LOS THINK TANKS EN CHILE: EL CASO DE CIEPLAN 119
Cualquier crítica al gobierno militar tenía que ser cuidadosamente formulada en
términos académicos y presentada de un modo abstracto. Esto condujo a una casi
desaparición completa de los eslóganes y la retórica que habían caracterizado a los
partidos políticos antes del golpe (Silva, 1991: 402).
La gente que estaba en política no podía hacer crítica. Además uno tenía cosas
emocionales acumuladas, escuchaba cuentos todos los días de gente que lo estaba
pasando muy mal. Éramos un vehículo legítimo porque éramos economistas, te-
níamos doctorados, teníamos un reconocimiento internacional. Podíamos hablar
cosas que otros no hablaban y cargábamos con las críticas.21
Entonces y ahora, Foxley ha creído en un rol del Estado que balanceara eficiencia
y participación descentralizada con la autoridad central necesaria para guiar el
desarrollo nacional. Objetando la excesiva confianza en el Estado propia de la
izquierda, defendía la restricción de la acción estatal en una serie de áreas. Estaba
interesado en mantener la capacidad de las empresas estatales para operar en for-
ma eficiente y flexible, y creía que el Estado debía ser modernizado en su gestión
macroeconómica, y más enfocado y selectivo en sus actividades industriales y
redistributivas (Giraldo 1997: 235).
EL NUEVO ESTATUS DEL ECONOMISTA Y EL PAPEL DE LOS THINK TANKS EN CHILE: EL CASO DE CIEPLAN 121
también en lo político, donde cada vez fueron ganando mayor credibilidad.
Si bien la mayor parte de los integrantes de Cieplan estaban vinculados a
la Democracia Cristiana, mantuvieron siempre un importante grado de in-
dependencia con respecto al partido. En este sentido, el mismo Foxley era
un convencido de romper con la estrategia partidaria tradicional del camino
propio, y buscar el consenso dentro de las fuerzas progresistas y opositoras a
la dictadura.25 Esto lo llevó incluso a contactarse con algunos de los grupos
menos radicales que sustentaban al régimen militar, sobretodo mediante la
discusión económica. Podríamos decir que el germen de la Concertación tec-
nocrática se encuentra en esta estrategia suprapartidaria.
25 La tesis del “camino propio” implicó que desde su fundación en 1957 hasta 1983 la democracia cris-
tiana chilena siguió una estrategia electoral sin alianzas con otros partidos. Un interesante artículo sobre la
evolución de la Democracia Cristiana desde la tesis del “camino propio” hasta el consenso y la creación de la
Concertación de Partidos por el No, puede encontrarse en Walker, I., y Jouannet, A., “Democracia cristiana
y Concertación: los casos de Chile, Italia y Alemania”, Revista de Ciencia Política, 26, 2, 2006, pp. 77-96.
Sobre ese punto también recomendamos Huneeus, C., “A Highly Institucionalized Political Party: Christian
Democracy in Chile”, Mainwaring, S., y Scully, T. (eds.), Christian Democracy in Latin America: Electoral
Competition and Regime Conflicts, Stanford University Press, 2003, p. 404. Ver también Gazmuri, C., Aran-
cibia, P., y Góngora, A., Eduardo Frei Montalva (1911-1982), Santiago, Fondo de Cultura Económica,
1996, p. 526.
EL NUEVO ESTATUS DEL ECONOMISTA Y EL PAPEL DE LOS THINK TANKS EN CHILE: EL CASO DE CIEPLAN 123
jadores, elites empresariales y otros grupos de la sociedad, los cuales se orien-
taron a la búsqueda de acercamientos entre el mundo laboral y patronal. La
idea era evitar lo que históricamente se había percibido como una debilidad
del sistema democrático chileno: la confrontación permanente entre estos dos
mundos (Puryear 1994: 114).29
Hacia 1987, un año antes del plebiscito sobre la continuidad del mandato
de Pinochet, se advierte un segundo cambio en la mirada de los economistas
de Cieplan. Por primera vez comenzaron a tener opiniones más conciliatorias
con las reformas de los tecnócratas monetaristas del régimen militar, no solo
por una cuestión de conveniencia política, sino que también, como bien lo
resalta Jeffrey Puryear, debido a un cambio intelectual. A ello se sumaron las
cifras macroeconómicas positivas que comenzaba a mostrar el gobierno con la
gestión del ministro de Hacienda Hernán Büchi.
29 Uno de los principales estudios elaborados por Cieplan en relación con este tema fue: Campero, G., y
Cortázar, R., “Lógicas de acción sindical en Chile”, Colección Estudios, Cieplan, 18, 1985, pp. 5-37.
30 Palabras del economista de Cieplan Óscar Muñoz Gomá. Véase Puryear (1994: 115).
Hacia mediados de los ochenta, el plan ideado por los Chicago Boys comienza
a dar sus frutos. Al costo de una desigualdad social galopante, la economía se
internacionaliza y desarrolla, la sociedad se estabiliza y el ingreso y el consumo
comienzan a crecer sostenidamente. Hacia fines de los ochenta los contornos de
una nueva sociedad ya estaban definidos: una sociedad que ya no descansa en la
31 Sobre las relaciones entre el Banco Mundial y el gobierno de Chile –desde la década de 1980– en rela-
ción a la modernización del Estado y las condicionantes para acceder a nuevos créditos, recomendamos la
lectura de Lardone, M., “¿Quién aprende de quién? El Banco Mundial en la reforma del Estado chileno”, en
De Cea, M., Díaz, P., y Kerneur, G. (eds.), ¿De país modelado a país modelo? Una mirada sobre la política, lo
social y la economía, Santiago, Gresch/ICSO-UDP/Universidad Bolivariana, 2008, pp. 209-230.
EL NUEVO ESTATUS DEL ECONOMISTA Y EL PAPEL DE LOS THINK TANKS EN CHILE: EL CASO DE CIEPLAN 125
capacidad integradora del Estado, sino en la autonomía de los individuos; con
un sistema institucional que no promueve la igualdad, sino la protección de la
propiedad privada (Tironi 2007: 47).
32 Un interesante estudio sobre las políticas económicas aplicadas durante las transiciones a la democracia
en la década de 1980 en Argentina, Bolivia, Uruguay y Chile puede encontrarse en Morales, J. A., McMa-
hon, G., y Celedón, C., La política económica en la transición a la democracia: lecciones de Argentina, Bolivia,
Chile, Uruguay, Santiago, Cieplan, 1993. En este caso nos interesó especialmente la introducción y el capí-
tulo donde se analiza la implementación y consecuencias del Plan Austral en Argentina. Para comprender
las dificultades del caso argentino para establecer políticas de mercado ortodoxas similares a las aplicadas en
Chile, véase: Teichman, J., The Politics of Freeing Markets in Latin America: Chile, Argentina, and Mexico,
UNC Press, 2001, cap. 5, pp. 97-128.
A modo de conclusión
Actualmente, la mayoría de las escuelas de economía en todo el mundo
preparan profesionales de la administración destinados a actuar en el mundo
de la empresa privada y de la gestión pública. Sólo un número muy pequeño
se dedica a la reflexión económica. Ello no significa que no estén preparados
para asumir altas responsabilidades en el ámbito público. Al contrario, fuera
de los premios académicos, el mayor honor para un economista es dirigir una
33 El sociólogo Ángel Flisfisch, quien ejerció como subsecretario del Ministerio Secretaría General de la
Presidencia durante el gobierno de Patricio Aylwin (1990-1994), confirma el tema del temor al populismo
como uno de los principales riesgos de la transición, dadas las enormes demandas sociales acumuladas du-
rante el régimen militar: “Esta tentación [populista] fue rechazada una y otra vez a partir de la premisa de
que la explosión de las demandas socioeconómicas era el riesgo principal para la gobernabilidad desde 1990
en adelante y que, por consiguiente, el control y disciplinamiento de las expectativas del electorado ‘natural’
de los partidos integrantes de la coalición debía ser la primera prioridad de la conducción política”. Véase
Flisfisch (1994: 18).
34 En este caso se trata del Centro de Estudios Públicos (CEP) y Libertad y Desarrollo, con quienes se
ha trabajado el tema de la modernización del sistema electoral chileno, además de incorporar al think tank
Proyect América, cercano a Ricardo Lagos Escobar.
35 En el sitio web de Cieplan existe numerosa información y artículos de prensa que respaldan esta afir-
mación. Ver www.cieplan.org/noticias/detalle.tpl?id=138
EL NUEVO ESTATUS DEL ECONOMISTA Y EL PAPEL DE LOS THINK TANKS EN CHILE: EL CASO DE CIEPLAN 127
cartera pública, ojalá –algún día– un ministerio de finanzas (hacienda) o un
cargo de responsabilidad en un Banco Central. Para eso han sido preparados
durante años. No existe, por lo tanto, una contradicción entre el conocimien-
to y su aplicación en política. Al contrario, la aplicabilidad de las técnicas en
el ámbito público y privado es justamente lo que legitima al discurso y al pro-
fesional de la economía. Desaparece la división entre el intelectual indepen-
diente y el funcionario. En economía ambos mundos se combinan y conviven
sin mayores conflictos. Se puede circular del ámbito académico al profesional
sin problemas ni contradicciones. Como bien se ha visto en Chile, se puede
ser político, economista, académico, dueño de una universidad privada e in-
fluyente miembro de un think tank, y todo de manera simultánea.
Referencias
Aguirre, B., y Gaete, P. (2006). “Los think tanks peso a peso”, El Mercurio, 22 de abril.
Arancibia, P. (2006). Cita con la historia, Santiago: Biblioteca Americana.
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EL NUEVO ESTATUS DEL ECONOMISTA Y EL PAPEL DE LOS THINK TANKS EN CHILE: EL CASO DE CIEPLAN 129
SEGUNDA PARTE
PRODUCCIÓN Y USOS
DEL CONOCIMIENTO SOCIAL
Capítulo 4
Sociologías públicas
y la producción del cambio social
en el Chile de los noventa*
Tomás Ariztía / Oriana Bernasconi
* Este artículo fue financiado por un proyecto VRA de la Universidad Diego Portales. Agradecemos
la asistencia de Cristóbal Grebe en la preparación de la base de datos de textos públicos de las ciencias
sociales de los años noventa y su participación en los primeros análisis de los textos estudiados, así como la
colaboración de Martina Yopo en la búsqueda y el análisis de bibliografía complementaria.
133
por tarea canalizar hacia la sociedad debates que emergen en y a través de la
disciplina, a la vez que participaría en la formación de públicos comprome-
tidos con la discusión; públicos que la sociología misma crea mediante sus
categorizaciones y problematizaciones (clase, minoría, red, etc.). En la visión
de Burawoy, el fortalecimiento de la sociología de vocación pública vendría a
complementar otros tipos de la disciplina: la sociología profesional (dedicada a
generar teorías y métodos), la sociología aplicada (orientada a dar respuestas a
preguntas provenientes de otros campos) y la sociología crítica (que examina
los fundamentos y presupuestos de la sociología profesional, operando como
la conciencia reflexiva de la disciplina).
La intervención de Burawoy dejó indiferente a pocos y despertó reflexiones,
de crítica y apoyo, en distintas instancias académicas: libros, números espe-
ciales de revistas y debates en seminarios y congresos siguieron a este discurso
presidencial.1 Con todo, esta no es una reflexión novedosa. La trayectoria de
la sociología mundial y latinoamericana está ligada a la pregunta por su vo-
cación pública, básicamente porque es la ciencia a la cual históricamente le
ha correspondido proponer interpretaciones sobre la sociedad y perspectivas
acerca de su transformación.2 Esta vocación pública representaría para varios
no solo una de las orientaciones principales de la disciplina, sino la única po-
sible (Wallerstein 2007, por ejemplo).
En esta trayectoria, la propia descripción de la categoría sociología o inte-
lectualidad pública ha sido revisada. Tradicionalmente la sociología definió
a los intelectuales como un grupo social cuyo trabajo involucraba el uso y
manipulación de conocimiento abstracto. Además, este era un grupo que ma-
nifestaba compromiso con valores universales más allá del poder y los intereses
de clase, y que participaba con estas herramientas en la vida pública con el
propósito de diseminar conocimientos (Eyal y Buchholz 2010; Fleck, Hess
y Lyon 2009). En este contexto, durante el siglo veinte, buena parte de la
reflexión clásica se orientó a estudiar el rol del intelectual desde dos enfoques:
i) la perspectiva de la filiación o lealtad política (Gramsci 1971), enfatizando
la relación entre intelectualidad y poder (Brunner y Flisfisch 1984) y ii) la
1 Ver, por ejemplo, Public Sociology, editado por Clawson et al. en 2007; Handbook of Public Sociology,
editado por Jeffries en 2009, e Intellectuals and their Publics, editado por Fleck, Hess y Stina Lyon en 2009.
2 Algunos textos clásicos que han enfrentado esta reflexión son Mannheim, K. (1932 [1993]), La sociología
de los intelectuales; Wright Mills, C. (1959), The Sociological Imagination; Gouldner, A. (1979), The Future
of Intellectuals and the Rise of the New Class; Bourdieu, P. et al., El oficio sociológico (2003), Homo academicus
(2008) y Campo de poder, campo intelectual (2002), y Bauman, Z. (1987), Legisladores e intérpretes, sobre
la modernidad, la posmodernidad y los intelectuales (1987). En América Latina, la vocación pública de la
sociología también ha sido un objeto de reflexión constante; por ejemplo, Brunner y Flisfisch 1983; Brunner
1989; Garretón 1981, 1989 y 2000; Lechner 1986, 1993; y Martuccelli y Svampa, 1993.
Esto significa que, a pesar de sus diferencias, todas las tendencias principales de
la sociología clásica de los intelectuales estaban intentando reducir las visiones de
mundo y actitudes políticas de los intelectuales directamente desde tendencias so-
cietales mayores o posiciones en la estructura social (Eyal y Buchholz 2010: 123).
3 Osborne (2004), por ejemplo, distingue cuatro formas de intervención o “estrategias de trabajo
intelectual”: legislación, interpretación, expertise y mediación (en Eyal y Buchholz 2010).
SOCIOLOGÍAS PÚBLICAS Y LA PRODUCCIÓN DEL CAMBIO SOCIAL EN EL CHILE DE LOS NOVENTA 135
En paralelo a esta discusión académica norteamericana sobre la sociología y
el intelectual público, al otro lado del Atlántico, Mike Savage (2009) generaba
revuelo en la sociología británica con Against Epocalism: An Analysis of Concep-
tions of Change in British Sociology. En este artículo, Savage anuncia el fin de
la sociología epocal, aquel estilo de análisis sociológico británico que, desde los
años cincuenta, hizo descansar la caracterización de la sociedad contemporánea
sobre su supuesta diferencia con respecto a un determinado orden social ante-
rior. Según argumenta Savage, estas maneras epocalistas de narrar y demarcar el
cambio social estarían ligadas a los instrumentos metodológicos elaborados por
los cientistas sociales en los años que siguieron a la Segunda Guerra Mundial,
especialmente la encuesta representativa y la entrevista. La sociología misma,
Savage recuerda, se habría constituido a finales del siglo XIX proveyendo diver-
sos diagnósticos de un naciente orden social ‘moderno’, que venía a erosionar
las bases de un período histórico previo ‘antiguo’ o ‘tradicional’.
La lectura compartida de este diagnóstico de Savage (2007) junto a The
Coming Crisis of Empirical Sociology, que escribiera con Borrows acerca del
fin de la sociología empírica en la época del knowing capitalism, despertó
nuestro interés por reflexionar sobre los modos en que se viene abordando
el oficio sociológico en Chile. Un asunto que cada uno venía masticando in-
dividualmente y con menos sistematicidad en el contexto de la definición de
nuestras propias líneas de trabajo, instalados en la academia luego de com-
partir la experiencia doctoral en Londres. Si bien el concepto de sociología
pública remite a especificidades del desarrollo disciplinar propias de los paí-
ses del norte (donde goza de un nivel de profesionalización lejano al alcan-
zado en Chile), nos preguntábamos en qué medida estos debates permitían
reflexionar sobre la relación entre sociología y sociedad, especialmente du-
rante los años noventa, cuando se recomponía la conexión entre los intelec-
tuales y la sociedad luego del quiebre democrático de 1973.4 Distinguíamos
una serie de condiciones que habían favorecido el despliegue de una intelec-
tualidad pública en los noventa, como la recuperación de la democracia y,
por consiguiente, de la libertad de prensa y de opinión, el inicio de los pro-
cesos de reconciliación nacional, la reapertura de las carreras de pregrado en
ciencias sociales y la participación de sociólogos como asesores de campañas
presidenciales y ministros de Estado de los gobiernos de la Concertación de
Partidos por la Democracia. Pensábamos en las razones del éxito editorial
4 En los años noventa se abren las condiciones políticas, institucionales, comunicacionales e incluso
comerciales para divulgar el pensamiento sociológico en la esfera pública, asociado a un proceso de
institucionalización y profesionalización creciente de la disciplina. En la década anterior, si bien prolífica, la
sociología crítica remitía su audiencia al ámbito académico y de las ONG. Ver por ejemplo Garretón 2005.
SOCIOLOGÍAS PÚBLICAS Y LA PRODUCCIÓN DEL CAMBIO SOCIAL EN EL CHILE DE LOS NOVENTA 137
Elaboramos entonces una base de datos con más de cincuenta títulos de
cientistas sociales que escribieron en los noventa sobre la sociedad chilena.
Aunque nos parecía que estos títulos respondían a la noción de intelectualidad
pública en un sentido amplio, decidimos acotar la selección al campo de la so-
ciología por ser nuestra disciplina y por parecernos una de las ciencias sociales
que lideró la reflexión sobre el Chile posdictatorial. Si bien la noción de socio-
logía pública era parte de nuestra indagación, en esta fase requeríamos de una
definición operativa mínima para guiar la selección de los casos de estudio.
Entonces optamos por escoger i) textos autorales que ii) desde la sociología iii)
ofrecieran descripciones generales de iv) la sociedad chilena contemporánea a
v) una audiencia más amplia que la académica.7 De este modo, entre los textos
sociológicos de la década de los noventa descartamos aquellos que no tuvie-
ran como eje de análisis la sociedad chilena (sino la latinoamericana, como
Modernidad, razón e identidad en América Latina, escrito en 1996 por Jorge
Larraín), aquellos centrados en el análisis de áreas específicas (educación, fa-
milia, comunicaciones), aquellos textos predominantemente teóricos (por la
clausura de público que comporta tal expertise) y aquellos de autoría colectiva
en contextos institucionales como CEPAL, PNUD u organismos de gobierno
(la Secretaría de Comunicación y Cultura, por ejemplo).8
Como resultado de este proceso decidimos analizar detenidamente cuatro
obras: Bienvenidos a la modernidad (1994), de José Joaquín Brunner; La faz
sumergida del iceberg: estudios sobre la transformación cultural (1994), de Ma-
nuel Antonio Garretón; Chile actual: anatomía de un mito (1997), de Tomás
Moulian, y La irrupción de las masas y el malestar de las elites (1999), de Euge-
nio Tironi. De estos autores elegimos estos textos y no otros por cuanto cree-
mos que fueron concebidos desde el comienzo como intervenciones socioló-
gicas en el debate público. De hecho, entre ellos, solo Chile actual fue ideado
desde sus inicios como un libro, mientras que los otros tres corresponden a
compilaciones de columnas de opinión publicadas en medios de prensa escrita
nacional (Bienvenidos a la modernidad; La irrupción de las masas) o a material
académico de divulgación, como charlas y presentaciones en congresos (La faz
sumergida). Por estas características, los cuatro textos nos parecieron además
equivalentes para fines comparativos. Ciertamente habrá otras formas perti-
7 Dado su perfil de divulgación, es importante notar que los textos analizados despliegan estas descripciones
generales en conexión con diversos temas específicos. Esto es particularmente visible en el caso de aquellos
textos que son el resultado de columnas de opinión.
8 Si bien textos como los Informes de desarrollo humano han constituido piezas clave en la movilización
del debate público y disciplinar desde 1998, creemos que el nivel institucional en que se desenvuelve su
producción y destino los convierte en un caso particular dentro de la sociología pública nacional. Sobre los
efectos de estos informes ver el artículo de Claudio Ramos en este libro.
9 José Joaquín Brunner (1944) es doctor en sociología por la Universidad de Leiden. Actualmente se
desempeña como profesor e investigador de la Universidad Diego Portales, donde dirige el Centro de
Políticas Comparadas de Educación (CPCE) y la Cátedra Unesco de Políticas Comparadas de Educación
Superior. Brunner es autor o coautor de 35 libros y ha editado o coordinado otros nueve. Ha publicado
además capítulos individuales en más de cien libros y numerosos artículos en revistas académicas. También
escribe habitualmente en medios de prensa y tiene una activa participación en el debate público educacional.
Como consultor de políticas de educación superior ha trabajado en cerca de treinta países. Desde 1974 hasta
1994 trabajó como investigador en Flacso, dirigiendo esta institución desde 1976 a 1984. Posteriormente
ocupó el cargo de ministro secretario general de Gobierno (1994-1998). Ha tenido también numerosos
otros cargos públicos: presidió el Consejo Nacional de Televisión, el Comité Nacional de Acreditación
de Programas de Pregrado, fue vicepresidente del Consejo Superior de Educación, miembro del Consejo
Nacional de Innovación para la Competitividad y del Consejo de Ciencias del Fondo Nacional de Desarrollo
Científico y Tecnológico (Fondecyt).
SOCIOLOGÍAS PÚBLICAS Y LA PRODUCCIÓN DEL CAMBIO SOCIAL EN EL CHILE DE LOS NOVENTA 139
· La faz sumergida del iceberg (1994), de Manuel Antonio Garretón,
reúne distintas presentaciones y artículos preparados por el autor durante
los primeros años de los noventa. El libro examina las transformaciones re-
cientes en la política, economía, cultura y sociedad, a la luz del proceso de
modernización y transición democrática y la transformación de los modelos
de modernidad. El punto de partida del libro consiste en describir la cre-
ciente diversificación y “desacoplamiento” de los espacios de la economía,
política y cultura, y sus consecuencias para la reformulación de las formas
de organización social y política. El libro evalúa estas transformaciones en
un número amplio de temas, tomando como eje el análisis de la cultura,
particularmente su relación con la sociedad y la política. La primera parte
examina la cultura y la política y sus transformaciones como consecuencia
de un proceso de transición societal. La segunda examina estas transforma-
ciones en relación con distintos actores sociales tales como mujeres (capítulo
4), jóvenes (capítulo 5) y familia (capítulo 6), además de valores (capítulo
7). La tercera parte se concentra en estudiar estos cambios en las políticas
e instituciones culturales. Finalmente, la cuarta parte aborda la situación
de las ciencias sociales en el contexto de este proceso de transformación y
complejización de la sociedad chilena.10
· Chile actual: anatomía de un mito (1997), comienza describiendo el pre-
sente: una sociedad de mercados desregulados, marcada por la indiferencia
política, compuesta por individuos competitivos que se compensan en el
consumo y asalariados socializados en el disciplinamiento y la evasión. La
tesis de su autor, Tomás Moulian, es que el Chile post 1990 sería producto
del “experimento de modernización capitalista” impulsado por la dictadu-
ra militar (p. 253) y sostenido desde 1990. Esta revolución capitalista, que
más bien fue una contrarrevolución, no burguesa y articulada por un ménage
entre militares, economistas neoliberales y empresarios nacionales y transna-
cionales, habría refundado Chile (p. 27). El libro traza la genealogía de este
transformismo (pp. 145, 147), remontándose a 1932 y el período de sistema
10 Manuel Antonio Garretón (1943) es doctor en sociología por la Escuela de Altos Estudios en
Ciencias Sociales, París. Actualmente se desempeña como profesor titular del Departamento de Sociología
de la Universidad de Chile. Ha sido director y decano de diversas instituciones académicas, enseñado
en universidades nacionales y extranjeras y participado y dirigido múltiples proyectos de investigación y
enseñanza. Autor de más cuarenta libros entre autoría, coautoría, ediciones y compilaciones, y de más de
doscientos cincuenta artículos en revistas, traducidos en varias lenguas. Ha obtenido las becas Guggenheim,
Flacso, Fundación Ford, Social Research Council, Fundación MacArthur y Conicyt. Ha sido asesor y
consultor de diversas instituciones públicas y privadas nacionales e internacionales, y miembro de consejos
de organizaciones profesionales y académicas, revistas y jurados. Ha participado activamente en el debate
político-intelectual de Chile y América Latina, en la oposición a los regímenes militares, en la transición
política y el nuevo período democrático, a través de publicaciones, columnas y entrevistas en foros y medios
de comunicación.
11 Tomás Moulian (1939) es sociólogo y cientista político con estudios de posgrado en Bélgica y París.
Ha sido director de la Escuela de Sociología de la Universidad Católica, director de la Escuela de Sociología
y vicerrector de investigación de la Universidad Arcis, y subdirector de Flacso. Actualmente es director del
Instituto de Formación Social Paulo Freire. Entre sus publicaciones destacan: Democracia y socialismo en
Chile (1983), La forja de ilusiones: el sistema de partidos 1932-1973 (1993), El consumo me consume (1997),
Conversación interrumpida con Allende (1998), y Socialismo del siglo XXI. La quinta vía (2000).
12 Eugenio Tironi (1951) es doctor en sociología por la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales,
París. Es gerente general de la consultora en comunicación estratégica Tironi Asociados y de Gestión Social;
investigador y miembro del comité directivo de Cieplan, miembro del consejo superior de la Universidad
Alberto Hurtado y director de Enersis, Un Techo para Chile, Paz Ciudadana y la Fundación Orquestas
Juveniles e Infantiles. En 1978 participó en la fundación del Centro de Estudios SUR, que luego dirigió.
Participó en la creación de la franja comunicacional del No para el plebiscito chileno en 1988, fue director
de comunicaciones del gobierno de Patricio Aylwin (1990-1994), dirigió la campaña comunicacional del
candidato socialista Ricardo Lagos durante la segunda vuelta (1999) y asesoró la campaña presidencial de
Frei (2009). Entre 2007-2008 integró el Consejo Asesor Presidencial de Trabajo y Equidad, convocado por
la presidenta Bachelet. Tironi ha sido profesor de diversas universidades en Chile y el extranjero, columnista
de diversos diarios y revistas, y autor, coautor o editor de más de veinte libros, entre los que se cuentan Los
silencios de la revolución (1988), El régimen autoritario: para una sociología de Pinochet (1998), El cambio está
aquí (2002), Crónica de viaje. Chile y la ruta a la felicidad (2006) y Palabras sueltas (2008).
SOCIOLOGÍAS PÚBLICAS Y LA PRODUCCIÓN DEL CAMBIO SOCIAL EN EL CHILE DE LOS NOVENTA 141
La estrategia analítica
Ciertamente la reflexión de Brunner, Garretón, Moulian y Tironi escapa
con creces a los cuatro textos escogidos. De hecho, el impacto de estas pro-
puestas es inseparable de la obra general de cada uno. Reconociendo este con-
texto, incorporamos algunas de sus obras anteriores para profundizar en la
reflexión académica de conceptos y argumentos que solamente aparecen esbo-
zados en los libros seleccionados. En consecuencia, si bien este es un estudio
de casos de cuatro textos que consideramos ejemplos de sociología pública, el
análisis no se hizo a puertas cerradas sino en un contexto coral.13 Asimismo,
estábamos conscientes de que el carácter público de estos sociólogos sobrepasa
sus obras para abarcar otras responsabilidades asumidas en la historia reciente
del país, así como reconocimientos logrados por sus respectivas trayectorias.
Además, se trata de sociólogos que han cultivado el columnismo en los me-
dios de prensa escritos, han reflexionado sobre el impacto sociopolítico jugado
por los relatos de la transición que ayudaron a levantar y han problematizado
su propio rol como intelectuales, proponiendo cambios en el sentido de la
intelectualidad en la sociedad contemporánea, a la luz de reflexiones genera-
cionales y también biográficas. En consecuencia, realizamos el análisis de los
trabajos seleccionados en el contexto de estos variados antecedentes biográfi-
cos y profesionales.
La estrategia analítica consistió en examinar cada texto por separado, com-
parativamente y en el contexto coral. En este proceso seguimos un análisis
narrativo que reparó complementariamente en aspectos i) estructurales, ii)
de contenido y iii) dialógicos (Riessman 2008). En términos estructurales
observamos el ordenamiento de cada texto (capítulos/secuencia, cronología,
por ejemplo), el género literario elegido para narrar, la audiencia a la que se
destina la obra, el contexto de validez que el autor reclama para su texto, y
los recursos que despliega para justificar las tesis propuestas (citación de otros
autores dentro o fuera de las ciencias sociales, apoyo en evidencia, referencia
a resultados comparados de investigación, entre otros). En lo que respecta al
contenido, examinamos los argumentos o tramas que entretejen cada relato,
deteniéndonos en el estado de situación del Chile actual, las transformaciones
históricas que participaban en su diseño, el ámbito social elegido para desple-
gar cada estudio (cultura, política, economía), la periodización del tiempo y
la propuesta de futuro contenida en cada uno. Finalmente, y en términos dia-
13 Para el caso de Brunner, complementamos nuestras lecturas con Brunner 1984, 1988, 1989a, 1989b,
1994, 1993; para el caso de Garretón, con Garretón 2000, 2005; para el caso de Tironi, con Tironi
1990, 2003, Tironi et al. 2005; y para el de Moulian, con Moulian 1983. También revisamos Brunner
y Moulian 2002.
SOCIOLOGÍAS PÚBLICAS Y LA PRODUCCIÓN DEL CAMBIO SOCIAL EN EL CHILE DE LOS NOVENTA 143
son relatos abiertos, cuyo contenido se entrega al debate. Esta apertura tiene
que ver con las propuestas de lectura que elaboran los autores y con el ensayo
del uso de estos formatos alternativos durante la escritura misma del texto. En
la introducción de Chile actual, Moulian justifica la necesidad de dar cuenta
del cambio social en distintos niveles de registro mediante un ensamblaje que
denomina bricolé:
Este libro no es, desde luego, un texto de sociología, pero tampoco es propia-
mente un ensayo; es más bien una crónica personal de la sociedad que emerge en
los 90 [...] un género que presenta como limitación una falta de integración y, a
veces, hasta de coherencia; pero tiene la virtud de que permite hacer ‘zapping’ y
detenerse solo en los temas que interesan [...] [para] pasar revista de modo de-
claradamente simple, y premeditadamente arbitrario, a la sociedad chilena emer-
gente (p. 9).
SOCIOLOGÍAS PÚBLICAS Y LA PRODUCCIÓN DEL CAMBIO SOCIAL EN EL CHILE DE LOS NOVENTA 145
la sociedad futura. “Chile actual es la culminación exitosa del transformismo”
(p. 145), una sociedad “plenamente mercantilizada” (p. 115), conformista y
consumista, y cuyas “relaciones sociales se encuentran individualizadas” (p.
117); un país que “se dice moderno” cuando en rigor vive “la mezcla de una
infraestructura pobre con un ingenuo provincianismo mental” (p. 98).
Garretón, a su turno, diagnostica el presente en términos de una moderni-
dad inconclusa. La sociedad (o matriz socio-política) contemporánea sería de
tipo híbrido, propia de un país que ha resuelto problemas económicos pero no
las dimensiones institucionales, culturales y políticas de su desarrollo que le
permitirían transitar hacia su propia modernidad (p. 8).14 El autor afirma que
esta transición ha desestructurado la acción colectiva y afectado la definición
de canales institucionales adecuados para garantizar un avance democrático.
Su argumento es entonces que la sociedad actual enfrentaría el desafío de bus-
car un proyecto moderno propio y no impuesto:15
Nuestra modernidad es, por decirlo menos, un poco ridícula y pretenciosa, una
cierta copia un tanto “rasca” de un modelo que hoy está siendo cuestionado en
todas partes, como es la combinación de la racionalidad tecnocrática occidental
con la cultura de consumo de masas norteamericana. En ningún caso hemos
tomado lo mejor de ambos modelos (p. 131).
14 Este diagnóstico es desarrollado posteriormente por Garretón: “En una formulación sintética, los
conflictos que se han vivido estos últimos años reflejan la contradicción entre un país que ha resuelto
satisfactoriamente sus problemas económicos de corto y quizás mediano plazo y, en todo caso, dejado
pendientes los problemas sociales, culturales, institucionales y políticos” (2000, p. 182); “El sobredesarrollo
político-institucional en relación a la base económica cede paso a un dinamismo de la economía y a un
enorme retraso del sistema político institucional” (2000, p. 184).
15 Ver Garretón 2000, p. 153.
SOCIOLOGÍAS PÚBLICAS Y LA PRODUCCIÓN DEL CAMBIO SOCIAL EN EL CHILE DE LOS NOVENTA 147
modernidad capitalista terminó por afectar y redefinir la forma de vida y las
instituciones de chilenos y chilenas, tanto si esa interpretación es leída como un
efecto negativo (Chile actual), como si se la concibe como una serie de conse-
cuencias para las formas de vida que son funcionales al modelo socioeconómico
neoliberal (La faz sumergida) o como un proceso de pluralización, individuación
y diversificación (Bienvenidos a la modernidad, La irrupción de las masas).
21 Brunner (1993) traza este camino en términos de una serie de procesos que se iniciaron en los cincuenta:
“Se puede decir que entre 1950 y 1990 se ha iniciado el ciclo de incorporación a la modernidad cultural,
a la par que sus estructuras económicas, políticas y sociales se han ido transformando bajo el peso de una
integración a los mercados internacionales” (p. 61).
22 En La irrupción de las masas, la temporalidad histórica de esta modernización opera solo como un
antecedente que se toma por sentado para dedicar la obra a la descripción del momento actual. El ejercicio
sociológico se concibe entonces como una crónica del presente. Con todo, en otros textos, Tironi profundiza
en el análisis del proceso de modernización capitalista en Chile. Ver, por ejemplo, Tironi, E. (2001), “¿Es
Chile un país moderno?”, Tironi, E. (ed.), Cuánto y cómo hemos cambiado los chilenos: reflexiones a partir del
Censo 2002, y Tironi, E., et al. 2005.
23 Como menciona Brunner (1993), “la modernidad emerge como el resultado de múltiples racionalidades
aplicadas que pugnan y coexisten entre sí en el seno de cualquier sociedad que alcanza un grado relativo de
modernización, o sea de desarrollo productivo, diferenciación cultural urbana y complejidad organizacional” (p. 9).
SOCIOLOGÍAS PÚBLICAS Y LA PRODUCCIÓN DEL CAMBIO SOCIAL EN EL CHILE DE LOS NOVENTA 149
pectiva postiluminista, Brunner, por ejemplo, plantea que estas múltiples ra-
cionalidades no pueden unificarse bajo un solo discurso o anclarse a una meta
única. La proliferación de esferas en pugna es propia de la modernidad como
experiencia. Para describir esto, en varios pasajes de Bienvenidos a la moder-
nidad, el autor recurre a Bergman. En la introducción, por ejemplo, señala:
24 No obstante, para una mayor reflexión (aunque fuera del período que estamos examinando), ver Tironi
2002; Tironi, Ariztía y Faverio 2005.
Lo que es evidente es que la etapa fácil del modelo de desarrollo político y eco-
nómico seguido durante los noventa ha terminado. Con el nuevo siglo se abre en
Chile un nuevo ciclo. Lo que viene por delante no es administrar adecuadamente
la sociedad emergente, sino darle un nuevo impulso (p. 14).
SOCIOLOGÍAS PÚBLICAS Y LA PRODUCCIÓN DEL CAMBIO SOCIAL EN EL CHILE DE LOS NOVENTA 151
Y para “gestionar” los temas emergentes es necesario “comprender los pro-
cesos que les dan origen, y sobre todo creer en ellos” (p. 208). Además, Tironi
sostiene que este reimpulso de la modernidad debe ir acompañado de un nuevo
consenso normativo que sea capaz de “animar y recrear fines comunes”, como
lo hicieran los valores de la “libertad y la dignidad” en la fase de transición a la
democracia (p. 94). Como principio de cohesión social no sería suficiente una
modernización de mercado que supone únicamente que la “sociedad es resulta-
do automático de la competencia entre intereses individuales” (p. 93).
En La faz sumergida, Garretón combina una lectura analítica (procesos/
transición) con una evaluación crítica de la modernidad. No bastaría solo
con gestionar nuestra modernidad, sino que también sería necesario repensar
ciertos consensos básicos a la luz de una época de “mutación civilizatoria” en
la “que están en disputa los sentidos de modernidad y los nuevos modelos de
modernidad” (p. 7). Garretón identifica un conjunto de elementos necesarios
para “recomponer” la sociedad.25 En su libro, esta problematización aparece
en un nivel programático en donde se define un horizonte de potenciales
tensiones y oportunidades frente al futuro en distintos ámbitos de la sociedad
(por ejemplo, las políticas e institucionalidad cultural).
La obra de Moulian representa la segunda propuesta normativa en su forma
más prístina. Cuando la modernidad se define como un proyecto histórico de
autonomía y de historicidad, existe un espacio de agencia transformadora en
“la confrontación patética entre lo que se dice que somos y la experiencia de
vida cotidiana” (p. 98). Sin embargo, en el Chile actual la capacidad creativa
de los sujetos se encontraría comprometida. El consenso político necesario
para la transición democrática, el “acto fundador del Chile Actual”, represen-
taría también “la etapa superior del olvido”, “la presunta desaparición de las
divergencias respecto de los fines”, es decir, el desvanecimiento de “los des-
acuerdos respecto a las características del desarrollo socioeconómico impuesto
por la dictadura militar” (p. 37):
25 Garretón (2000) propone hacerse cargo de los siguientes desafíos sociales: i) construcción de
democracias políticas; ii) democratización social; iii) definición del modelo de desarrollo, y iv) definir el tipo
de modernidad que países quieren vivir.
26 Esta opción por proponer alternativas de cambio queda reflejada en el libro Construir futuro, de Tomás
Moulian (Lom: Santiago, 2002), cuyo objetivo es justamente recoger y discutir distintas propuestas de
cambio social en base a la reflexión de distintos académicos invitados a participar con propuestas concretas.
SOCIOLOGÍAS PÚBLICAS Y LA PRODUCCIÓN DEL CAMBIO SOCIAL EN EL CHILE DE LOS NOVENTA 153
Otro elemento central para comprender la vocación pública de estos relatos
es la reflexión sobre el rol del intelectual y de la sociología frente a la sociedad.
La reflexión sobre la intelectualidad presente en estos textos de divulgación re-
fiere a un debate más profundo, largo, de perfil académico y, en algunos casos,
de escala latinoamericana.27 Pero no solo la autoridad del analista social nutre
estas reflexiones. Ellas también descansan en la autoridad del actor social que
repasa y evalúa procesos históricos que ayudó a construir. En este sentido, las
sociologías públicas aquí analizadas son también sociologías con componentes
testimoniales. En las obras en estudio, esta reflexión se presenta en dos nive-
les. Por una parte, es problematizada explícitamente en algunos textos en el
ámbito del análisis de la evolución y rol de los intelectuales en las sociedades
contemporáneas. Por otra parte, en cuanto los textos son en sí mismos ejerci-
cios de intervención intelectual, ellos enuncian implícitamente la postura del
autor sobre el rol de los intelectuales en la sociedad. En este sentido, como
apunta Bauman (1987), es ajustado notar que toda definición del ejercicio in-
telectual es, al mismo tiempo, una autodefinición. Precisar cómo enfrentar la
autoría de un texto sociológico con vocación pública implica, necesariamente,
la autodefinición como intelectual.
Distinguimos dos concepciones del rol de los intelectuales públicos frente
a la sociedad y su transformación. Por una parte, Brunner y, en cierta medida,
Tironi, problematizan el rol crítico de los intelectuales y cuestionan la posi-
bilidad y los beneficios de que elaboren ese examen mediante diagnósticos
globales o totales de sociedad en el contexto de la modernidad. Por la otra,
Moulian y Garretón le otorgan a la capacidad crítica de los intelectuales un
rol central en guiar el camino a la modernidad y en diseñar alternativas de
transformación.
A juicio de Brunner,28 la crítica en sociología debiera girar desde una inte-
lectualidad propia de “la época de las planificaciones globales”, caracterizada
por la producción y promoción de “modelos de sociedad” totalizantes, con
afanes hegemónicos y que solían desconocer la multiplicidad de racionali-
dades que operan en la vida social, hacia una visión más modesta del trabajo
27 Ver por ejemplo Brunner (1989a, 1989b, 1992, 1993); Garretón (1989, 2005).
28 Brunner ha realizado una extensa reflexión sobre los intelectuales y su rol en la sociedad, en sus trabajos
con vocación más pública aquí examinados (Bienvenidos a la modernidad) y en numerosas publicaciones de
corte más académico y orientadas específicamente a estudiar el papel de los intelectuales y de las ciencias
sociales frente al cambio social (ver entre otros: Brunner y Flisfisch 1983, Brunner 1988, 1993). En este
contexto, a fines de los ochenta y principios de los noventa, el autor publicó varios artículos en Flacso en
donde aborda la relación entre modernidad y el rol de intelectuales y cientistas sociales. Ver por ejemplo
“Ciencias sociales y Estado: reflexiones en voz alta” (1989b); “Los intelectuales y los problemas de la cultura
del desarrollo” (1989), e “Investigación social y decisiones políticas: el mercado del conocimiento” (1993).
Sobre todo, una sociología que se quiere crítica no puede ya recurrir a la razón
de los filósofos para atacar la aparente sinrazón de esas racionalidades situadas.
Más bien, debe empezar por reconocer y explicar las múltiples racionalidades y
los fenómenos de poder asociados a ellas, rescatando, en medio de esa enorme
diversidad, las funciones infinitas de la razón y el deseo y sus limitadas formas de
materializarse socialmente (Brunner 1992: 10).
SOCIOLOGÍAS PÚBLICAS Y LA PRODUCCIÓN DEL CAMBIO SOCIAL EN EL CHILE DE LOS NOVENTA 155
que dejamos escapar” (p. 211). Así, las posturas asumidas por Brunner y Ti-
roni no implican renunciar a proponer y discutir alternativas de cambio. La
problematización de las distintas formas de gestionar la modernidad tiene,
ciertamente, una dimensión política.
En Garretón y Moulian encontramos un segundo tipo de valoración del
trabajo intelectual. Esta postura está ligada a la reivindicación de la capacidad
del intelectual de producir diagnósticos globales críticos y proponer visiones
alternativas de sociedad. El primero ubica a la intelectualidad crítica al cen-
tro del trabajo sociológico, distinguiendo dos roles complementarios de la
sociología: uno orientado a realizar un análisis teórico de la sociedad; el otro,
que involucra una participación crítica en sociedades históricas. Este segun-
do rol corresponde al papel intelectual de la sociología y las ciencias sociales
y supone desarrollar una compresión y análisis crítico sobre la totalidad no
parcializada de una época o sociedad (ver Garretón 2000). Conlleva, también,
entregar a la sociedad herramientas para analizar contradicciones y superarlas.
De esta capacidad crítica derivaría la posibilidad de plantear alternativas de
futuro.29 Según Garretón, el déficit de este tipo de discursos críticos hace que
la sociedad pierda autoimágenes de totalidad. También afecta su capacidad de
elaborar un discurso global que permita hacerse cargo de su historicidad. En
el presente, para el autor, la idea de totalidad propia del ejercicio intelectual
aparecería cuestionada por la diversificación de la disciplina en numerosas
subespecialidades y la relativa carencia de una sociología crítica que tematice
la sociedad en su conjunto:
Moulian comparte el juicio de Garretón sobre el rol que le cabe a los inte-
lectuales en la crítica y en la producción de alternativas de cambio y mejora-
miento del presente. Lamenta, como él, el declive de la intelectualidad crítica.
Si bien no le destina una reflexión sistemática, en su descripción del presente
29 Tal como plantea Garretón en otro de sus textos: “El futuro de una sociedad depende en gran parte
de la capacidad de interrogarse sobre sí misma y de debatir estas interrogantes. Ellos es una tarea de toda
la sociedad. Pero una responsabilidad principal recae en las ciencias sociales y en la intelectualidad crítica”
(2000, p. 143).
SOCIOLOGÍAS PÚBLICAS Y LA PRODUCCIÓN DEL CAMBIO SOCIAL EN EL CHILE DE LOS NOVENTA 157
Reflexiones finales
Al concluir, queremos conectar el análisis precedente con el debate interna-
cional sobre la sociología pública y la intelectualidad. No pretendemos desa-
rrollar un argumento sintético ni proponer una caracterización común de los
cuatro textos que hemos revisado. Deseamos, más bien, sugerir abiertamente
algunos puntos de continuidad y ruptura entre estas obras y la reflexión que
dio origen a este trabajo, retomando problematizaciones como las de Buroway,
Savage y Eyal y Buchholz. ¿Qué tipo de sociología pública ofrecen estas obras
chilenas? ¿Qué tipo de intervención producen? A este respecto, planteamos
tres áreas de problematización.
30 La obra de importantes intelectuales chilenos en torno a la historia del pueblo mapuche, como la de
José Bengoa, respondería a esta característica.
31 Cabría preguntarse si esta situación ha cambiado y si existe hoy una sociología pública en Chile que esté
abocada a defender la sociedad civil, dando por sentada la institucionalidad social.
SOCIOLOGÍAS PÚBLICAS Y LA PRODUCCIÓN DEL CAMBIO SOCIAL EN EL CHILE DE LOS NOVENTA 159
estos sociólogos chilenos es una reflexión sobre el trabajo intelectual que es bio-
gráfica, que apela a la propia historia y a la forma en que entienden su quehacer.
32 Una hipótesis similar fue presentada por Brunner en su texto “Sobre el crepúsculo de la sociología y el
comienzo de otras narrativas” (1997), donde plantea que frente a las sociedades contemporáneas, el lenguaje
de la gran sociología epopéyica (y también de la microsociología) ha perdido terreno frente al lenguaje de los
estudios del Banco Mundial y la novela.
33 Cabe señalar que esta condición de ser protagonista y portavoz no es homogénea entre los autores
que analizamos. Mientras algunos han tenido un papel visible en la historia política reciente, ya sea como
ministros, candidatos y voceros políticos o asesores, otros, como Garretón, han mantenido un lugar menos
público y más ligado a la academia.
34 Con respecto al análisis de las intervenciones intelectuales, transferir el foco analítico exclusivamente al
momento de la recepción del texto por la audiencia podría deslindar el relato del portavoz que, en este caso,
cumple un rol central. Separar la intervención del interventor dificultaría, además, el análisis de la posición
desde donde habla el sociólogo. En ambos sentidos, los relatos, como dice Taylor (1989), están “incrustados
en una red de interlocución”.
SOCIOLOGÍAS PÚBLICAS Y LA PRODUCCIÓN DEL CAMBIO SOCIAL EN EL CHILE DE LOS NOVENTA 161
los sociólogos que produjeron estos textos, componen el dispositivo que inter-
vino en la esfera pública contribuyendo a demarcar y narrar el cambio social
en el Chile de los noventa.
Referencias
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SOCIOLOGÍAS PÚBLICAS Y LA PRODUCCIÓN DEL CAMBIO SOCIAL EN EL CHILE DE LOS NOVENTA 163
Capítulo 5
* Este texto pertenece al Proyecto Fondecyt 1070654. Agradezco a Lorena Ubilla su colaboración en esta
investigación, y a Verónica Montecinos y Tomás Ariztía sus comentarios.
165
para la discusión reflexiva respecto de la disciplina. En un sentido amplio, las
profesiones tradicionalmente se han caracterizado por un dominio reconocido
sobre un campo de conocimiento técnico y sus aplicaciones prácticas, lo que
otorga una membresía certificada a través de los títulos universitarios. Dicha
membresía es reconocida tanto internamente por los miembros –que a su vez
pueden establecer las cualificaciones de ingreso y las jerarquías de acuerdo al
dominio profesional– como por el resto de la sociedad, que les proporciona
un estatus relativo y un sentido de diferenciación respecto de otras profesio-
nes, oficios y ocupaciones (Freidson 1986). En un aspecto más general, la so-
ciedad proporciona un sentido de trascendencia a través del poder que dicha
profesión capitaliza en un momento dado, ya sea por medio de las retribu-
ciones económicas acorde al estatus y el poder simbólico, de las subvenciones
recibidas, de su capacidad de modelar la opinión pública y, muy especial-
mente para lo que trataremos en este texto, de la capacidad de reproducirse y
diversificarse de acuerdo a la evolución de lo que constituye a las sociedades
modernas: su creciente complejidad, reflexividad y la aceleración del cambio
(Fernández Pérez 2001).
Considerando lo anterior, podríamos muy bien interrogarnos sobre cuál es
el dominio profesional que la filosofía otorga a sus miembros en nuestra socie-
dad, cuál es su lugar en el mundo de la producción de conocimiento y, dicho
más bruscamente, qué pueden ofrecer para insertarse en el mercado. Dichas
preguntas pueden parecer absurdas considerando cómo cada cual conciba la
filosofía y a los filósofos; para algunos es básicamente un modo de ser o habitar
el mundo, para otros los filósofos son guardianes de una cierta tradición que
vale la pena preservar; también se les puede caracterizar –a un grupo de ellos al
menos– como “buscadores” existenciales, y podemos encontrarnos una multi-
tud de otras respuestas que forman parte habitual del debate filosófico. Lo que
llama la atención es justamente esa indeterminación de la definición de lo que
es la filosofía en tanto disciplina y profesión, y, consecuentemente, lo que es
un filósofo y como ello impacta en su rol social. Nótese que esto no le pasa al
periodismo ni al derecho ni a la historia, a pesar de ser campos relativamente
jóvenes y con credenciales epistemológicas menos sólidas que la filosofía. A
pesar de las múltiples variedades internas de estos campos, encontramos unos
ciertos límites que definen su quehacer y a sus miembros, gracias justamente
a una delimitación más fina de sus objetos.
Por ello, el debate de lo que son la filosofía y los filósofos –más aun en nues-
tro contexto– se reduce violentamente a los campos profesionales y disciplina-
rios, lo que implica su inserción y procesamiento en la maquinaria de la uni-
1 En un sentido similar, Silva (2009) ve el problema de las fronteras como una cuestión referida a prácti-
cas antes que a un planteamiento teórico.
2 Como ejemplo de esto recomiendo ver el tipo de líneas emergentes en el campo disciplinal de acuerdo
a la información que recoge el ISI.
3 Así fue conocido ya que fue introducido por Ernesto Grassi en la Universidad de Chile.
4 El análisis de las mallas de las carreras de pregrado tanto en el ámbito de la pedagogía como de la licencia-
tura en filosofía resulta revelador. Las mallas más tradicionales siguen el formato de la Universidad de Chile
manteniendo un fuerte eje histórico centrado en los contenidos con una visión intradisciplinaria. También
nos encontramos con mallas ideológicas, especialmente en las universidades católicas y las universidades con
visiones ideológicas variadas, que se expresan en seminarios con énfasis en autores considerados fundamen-
tales dentro de la perspectiva de la institución. Otras son mallas híbridas, que forman en dos disciplinas al
mismo tiempo y que pretenden ser una solución laboral allegando recursos de disciplinas más fuertes que
la filosofía. Finalmente nos encontramos con mallas de formación por competencias, que mantienen un eje
histórico muy débil y una gran flexibilidad de flujo determinado por criterios externos a la disciplina, como
son los procesos de acreditación y la búsqueda de alineamiento al mercado laboral.
5 El arco de las posiciones políticas de Heidegger puede ser analizado desde el “Discurso rectoral”, cuando
asume como rector designado por Hitler en la Universidad de Friburgo en 1933, hasta su tardío artículo
“Porqué permanecemos en la provincia”. Heidegger, M. (1996), Escritos sobre la universidad alemana, Ma-
drid: Tecnos.
20
15
15
13
10 9
8
7
5 5 5 6
5 4
0
Ricoeur
Habermas
Kant
Nietzsche
Suárez
Smith
Husserl
Platón
Hegel
Aristóteles
Heidegeer
1982-1990 1991-2011 2002-2012 Total
6 En términos porcentuales, el tratamiento específico de Heidegger comprende el 11% de todos los pro-
yectos aprobados en el período 1982-2009, siendo el más alto, seguido por Aristóteles (7%) y Hegel (6%),
mientras que los autores que son estudiados en un solo proyecto alcanzan 62, representando al 31%. La
concentración indudablemente es mayor, ya que solo se ha considerado que el autor esté explicitado en el
título del proyecto, excluyéndose otros criterios que pueden resultar confusos. Aquí destaca el crecimiento
sostenido de los tres primeros autores, ya que más que duplican su número de proyectos en cada década y su
más alto índice se produce en la última, por lo que bien cabe preguntarse –en el caso de estos tres autores– si
existe una escuela propiamente dicha, dado el alto número de proyectos y su firme crecimiento durante casi
treinta años. Mirado desde la óptica de los tipos de investigadores, los más jóvenes y recientemente doctora-
dos (correspondientes a las categorías Iniciación y Posdoctorado) muestran, en los tres primeros autores, una
tendencia a la reproducción, especialmente en el caso de Heidegger, aunque luego muestran una tendencia a
privilegiar autores contemporáneos, a diferencia de los investigadores consolidados (Regular y Cooperación
Internacional).
10 Para este particular ver la base de datos que mantiene Fondecyt. Los títulos de los proyectos son demos-
trativos de la tendencia de aquellos años (www.fondecyt.cl).
11 Ello resulta particularmente evidente en las postulaciones a las becas de posgrado, tanto en Chile como
en el extranjero, otorgadas por Conicyt, en donde vemos una gran pluralidad de origen en los pregrados.
12 A pesar de la abundancia actual de oferta, aún parece quedar un gran espacio para la formación de
posgrado. Indicadores recientes señalan que en las universidades agrupadas en el Consejo de Rectores los
docentes con grado de doctor alcanza a la fecha al 21%, y en el caso de los magíster al 24%. En el caso de
las universidades privadas solo llega al 8% y al 30%, respectivamente. Índices 2011, Consejo Nacional de
Educación, http://indices.cned.cl
14 La Sociedad Chilena de Filosofía fundada en 1948 fue al principio bastante activa y se mantuvo hasta
los ochenta con escasa significación. En 2009 una nueva generación refundó la asociación en torno a la idea
de realizar congresos frecuentes que signifiquen formar una comunidad filosófica. Su creación ha supuesto
la realización de un primer congreso, bastante exitoso, y la formulación de unos estatutos que ponen en un
plano de igualdad a alumnos, profesores secundarios y académicos en su directorio.
15 Existe un libro homónimo publicado en 1997 por Lom y editado por Humberto Giannini que recoge
una selección de las ponencias, y que es la mejor “fotografía” del estado de la disciplina en dicho período.
16 María Olivia Mönckeberg ha analizado en detalle esta realidad en La privatización de las universidades.
Una historia de dinero, poder e influencias (2005) y en El negocio de las universidades en Chile (2007).
nuevas adscripciones más precisas nos encontramos con otro resultado, según
se observa en el Cuadro 4 (ver página siguiente).
Si bien los resultados en términos absolutos son iguales, es destacable que
se produzca una redistribución de las líneas de acuerdo a su comportamiento
en el tiempo. Vemos que filosofía moderna es la línea que crece de modo más
sostenido. Lo mismo sucede, aunque de modo menos pronunciado, con ética
y filosofía contemporánea, mientras que filosofía antigua se mantiene estan-
cada18.
Como puede verse, la faz actual de la disciplina es mucho más diversa de lo
que aparece en principio. Ello se ratifica en los nuevos temas que los proyectos
de Posdoctorado e Iniciación están abriendo durante la última década.
Sin embargo, se notan dos problemas; el primero de ellos dice relación con la
fuerte concentración en algunos autores emblemáticos –situados en los núcleos
18 Si miramos estos datos desde la perspectiva del tipo de investigador vemos que los proyectos Regular
y Cooperación Internacional de los investigadores más consolidados se concentran en las líneas de inves-
tigación de filosofía antigua (13% en relación al total de Regular+Cooperación Internacional), filosofía
moderna (12%) y ética (10%); en cambio los investigadores emergentes en los Posdoctorado e Iniciación se
orientan a filosofía analítica (15% en relación al total de Posdoctorado+Iniciación) y filosofía contemporá-
nea (13%). Ciertamente ambos volúmenes de proyectos son muy diferentes, pero resultan suficientes como
para ver tendencias.
CUADRO 5
Región de orientación de los proyectos Fondecyt (R, In, Ci, PostD)
160
145
140
120
100
80
60 52
40
20 15 13 12
7 6 5 3 3
1 1 1
0
General
Alemania
Europa
Inglaterra
Chile
Francia
EE.UU.
España
América Latína
Italia
Polonia
Cultura judía
África
A modo de conclusión
En todos los indicadores analizados encontramos una constante muy des-
tacable; si bien hallamos una gran pluralidad inicial de líneas de investigación
y de autores, esta resulta socavada por la excesiva concentración. En el caso
de las líneas de investigación ciertamente encontramos un predominio de los
núcleos duros de la disciplina en desmedro de líneas emergentes. Lo sensible
de esta situación se debe al hecho de que, en nuestro contexto, las líneas de in-
vestigación que no logran institucionalizarse no tienen un espacio alternativo
y tienden a desaparecer. En este sentido se puede indicar que una observación
más detallada de los resultados muestra que las líneas consolidadas tienden a
desenvolverse en un contexto de sinergia, ya que su propia consolidación po-
sibilita su alta participación futura en los proyectos. Resulta evidente que una
línea consolidada se refuerza con la posibilidad de contar con interlocutores
validados por la obtención de proyectos y otros recursos, lo que a su vez hace
más facil contar con tesistas que refuercen la formación por linaje, así como
participar en eventos académicos y contar con publicaciones indexadas, etc.
Por el contrario, las líneas débiles o emergentes se desenvuelven en una con-
dición entrópica, ya que no cuentan con los recursos para arraigarse, crear sus
propios espacios de diálogo y generar un ciclo virtuoso.
En este sentido, resulta más atrayente insertarse en líneas de investigación
ya consolidadas que arriesgarse en una línea emergente que puede quedar en
una condición excéntrica respecto de los núcleos duros de la disciplina. Esto
resulta más problemático si se considera que uno de los fines declarados de
19 A la ya mencionada Asociación Chilena de Filosofía (ACHIF), que es el foro más amplio de la discipli-
na, se agregan la Asociación Chilena de Filosofía Analítica, la Asociación Chilena de Filosofía Moderna y la
Asociación Chilena de Filosofía Jurídica y Social, entre otras. Igualmente destaca la existencia continua de
grupos académicos más informales, pero no por eso menos activos, como los seminarios dedicados a autores
específicos como Hegel y Marx.
197
a ser tanto para el sentido común como para el lenguaje corriente en ciencias
sociales una categoría polisémica y con escasa capacidad heurística, que mez-
cla atributos económicos, políticos y de estatus sin ponderación alguna.
Por lo tanto, y esto es lo que en este trabajo se pretende demostrar, este uso
inflacionario ha llevado a la siguiente paradoja: por un lado, se asiste a una
propagación de un uso elitista del concepto de populismo: los populistas son
siempre otros, anómalos e incurables a los que se atribuye persistir cínicamente
en mezclar en forma extravagante, y para provecho propio, lo político y lo so-
cial, esferas que el neoliberalismo y el institucionalismo se habían ocupado de
separar para siempre; por otro lado, se extiende el uso populista del concepto de
elites, designando posicionalmente a los de arriba con los que no se tiene nada
que ver y, en algunos casos, se considera responsables de las desgracias de cada
nación de un modo similar al atribuido a la oligarquía de principios del siglo
XX en la región. De este modo, ambas categorías parecen no tener sujetos en
primera persona: ningún líder o partido político quiere ser tildado de populista
y pocos actores o grupos sociales se conciben a sí mismos como elites, y me-
nos aun se presentan orgullosamente como vanguardias. Esta confusión y este
uso inflacionario para designar a otros ya parecen estar anclados en el sentido
común y aceptados en la corriente principal de las ciencias sociales (al menos
en los países centrales). En esta confusión no se esconde solo un problema
semántico. Considero que está en la base de la dificultad para observar algu-
nas transformaciones socio-políticas actuales en Latinoamérica categorizables
como posneoliberalismo; constelación signada justamente por la emergencia de
minorías activas en ascenso (elites al fin de cuentas) que, con una retórica más
o menos encendida, intentan llevar a cabo en un contexto de creciente globa-
lización una democratización fundamental no muy alejada de las promesas del
populismo histórico de los años cuarenta y cincuenta en la región.
Hablando en este libro de producción de lo social y de la trayectoria de con-
ceptos que en algún momento fueron de uso restringido a las ciencias sociales,
las categorías elites y populismo han sufrido una curiosa trayectoria, desde
los textos especializados de autores clásicos de la teoría política de principios
de siglo XX y de las ciencias sociales latinoamericanas hasta un uso hiperbó-
lico y apodíctico, registrable en los medios de comunicación y en los debates
políticos cotidianos. En este proceso, buena parte de su sentido original se
ha visto ciertamente alterado. Sin embargo, el ánimo de este trabajo no es la
queja dogmática y nostálgica ante el uso incorrecto de conceptos canónicos. El
objetivo es revisar y denunciar este proceso debido, en primer lugar, a la pérdi-
da de poder explicativo que con este uso inflacionario registran las categorías
Una ideología que considera la sociedad como separada en último término en dos
grupos homogéneos y antagónicos: “el pueblo puro” versus “la elite corrupta”, y
que argumenta que la política debe ser una expresión de la voluntad general de las
personas (Mudde 2004: 543).
1 Me refiero al best seller con ese título de Plinio Apuleyo Mendoza, Carlos Alberto Montaner y Álvaro
Vargas Llosa, Madrid: Plaza & Janés, 1996.
2 Un caso notorio donde el populismo puede servir como concepto multifunción, útil para designar desde
un liderazgo autoritario de derecha como la dictadura de Pinochet hasta un revolucionario como Fidel
Castro, es la muy citada compilación de Michael Conniff, 1999.
3 Por ejemplo, en una compilación de referencia sobre el tema en Alemania puede leerse: “¿Necesita la
democracia del populismo? En Latinoamérica sería mejor si hubiera menos. Algo denota que su presencia
recurrente tiene que ver con las asincronías de los procesos de modernización y con la debilidad de los
partidos políticos” (Werz 2003: 63, traducción propia).
4 Paradigmáticas de esto son por ejemplo las etiquetas democracias defectuosas (Merkel, Puhle y Croissant
2007), o bien illiberal democracies (Zakaria 1997).
El mensaje que emerge de los artículos de este libro es claro: el uso de las políticas
macroeconómicas para lograr objetivos redistributivos ha conducido histórica-
mente al fracaso, el dolor y la frustración. (Dornbusch y Edwards 1991: 2).
5 No obstante, no todos son panegíricos en relación con esta obra. Por ejemplo, Manuel Riesco pontifica
contra la que denomina como una de las biblias del neoliberalismo en los noventa en la región, cuyas reformas
sirvieron para desmembrar las bases del Estado populista y que Riesco acierta en denominar desarrollista. A
diferencia de la condena que hacen Dornbusch y Edwards de ese período, el Estado desarrollista habría
sido la base de una profunda transformación social que libró a nuestros países del latifundismo tradicional.
Varios de los países hoy considerados desarrollados o emergentes abrazaron recientemente la economía de
mercado, pero sobre la base del anterior, sin necesariamente desguazarlo como se hizo en varios países
latinoamericanos y en Chile en particular (Riesco, M., Crónica Digital, 17/12/2009; www.cronicadigital.cl/
news/columnistas/riesco/16539.html, consultado el 10/07/2011).
6 Uno de los autores del capítulo sobre Chile (“The Socialist-Populist Chilean Experience: 1970-1973”)
está escrito por Felipe Larraín y Patricio Meller, el primero actual ministro de Hacienda de Chile.
No existe ninguna intervención política que no sea hasta cierto punto populista.
Sin embargo, esto no significa que todos los proyectos políticos sean igualmente
populistas; eso depende de la extensión de la cadena equivalencial que unifica las
demandas sociales. En tipos de discursos más institucionalizados (dominados por
la lógica de la diferencia), esa cadena se reduce al mínimo, mientras que su exten-
sión será máxima en los discursos de ruptura que tienden a dividir lo social en dos
Al contrario de las versiones idealizadas que vinculan todo lo local con cualidades
“naturalmente democráticas” [...], las comunidades o municipalidades pueden de
hecho ser más vulnerables a la captura de las elites locales. Esto por cuanto los grupos
de poder locales pueden fácilmente coludirse por sobre el control de instituciones
de un nivel superior y de la atención de los medios (Platteau y Gaspart 2004: 34).
No está de más recordar que este simplismo para definir el universo social
no tiene solo consecuencias epistemológicas, sino que sirve implícitamente a
los intereses de las mismas agencias de cooperación para el desarrollo. Con
el mismo se justifica el uso de la llamada condicionalidad y control buro-
crático como presión por parte de los donantes para decidir o no transfe-
rir fondos a países, gobiernos y actores considerados como sospechosamente
cleptocráticos. Como esta sospecha siempre es potencialmente verosímil, la
condicionalidad, el control burocrático y las exigencias de good governance
sirven como chicana para saltearse a los países, gobiernos y actores que no son
del gusto ideológico de los donantes. No obstante estas limitaciones e instru-
mentalización, estas caricaturas del universo social basadas en una distinción
vulnerables/elites y local/estatal-nacional tienen una eficacia tal justamente
Sus fuentes de fuerza o “nexos de organización” son: a) una elite ubicada en los
niveles medios o altos de la estratificación y provista de motivaciones anti statu
quo; b) una masa movilizada formada como resultado de la “revolución de las
aspiraciones”, y c) una ideología o un estado emocional difundido que favorezca
la comunicación entre líderes y seguidores y cree un entusiasmo colectivo (Di
Tella 1977: 47-48).
Son entonces estos malentendidos y olvidos lo más lamentable del uso in-
flacionario; sobre todo porque curiosas experiencias de elites populistas o bien
de populismo protagonizados por elites quedan ausentes de explicación. Si estas
experiencias actuales están realmente a la altura de lo que se proponen es ma-
teria de discusión, de gusto personal o de análisis político caso a caso. Lo que
sí no podemos ignorar es que la comprensión sociológica de los mismos estaba
ya a la mano en los años cincuenta y sesenta, cuando algunos conceptos eran
tratados con mayor cuidado y precisión, así como las categorías generadas en
los países centrales en la producción de conocimiento eran filtradas y revisadas
con una originalidad y sutileza que se extraña.
7 Al respecto, e incluyendo comentarios críticos a este enfoque, ver Vilas, 1994, pp. 105-107.
* Agradezco la colaboración de Elaine Acosta en el análisis de los efectos en las políticas e institucionalidad
estatal, y la participación de Valentina Abufhele, Francisca Gallardo, Rommy Morales, Felipe Padilla, Stefa-
no Palestini y Andrea Silva en el trabajo empírico de la investigación. El estudio se benefició con el valioso
aporte de todos ellos. La elaboración de este texto fue facilitada por una estadía de investigación, durante
2010, en la University of Texas at Austin, que contó con el apoyo del Programa MECE Educación Superior
y de la Universidad Alberto Hurtado.
219
La ciencia crea objetos que antes no existían como tales, de los que no se
tenía conciencia y con los cuales no se interactuaba como ocurre a partir de
su creación, de su configuración epistémica en el marco de la ciencia: quarks,
ADN, autoconciencia, cultura, estructuras de mortalidad, microbios, cate-
gorías socio-ocupacionales, etcétera (Daston 2000, Kauffman 2000, Sahlins
2000, Porter 2000, Desrosières y Thévenot 1988, Latour 1988, Latour y
Woolgar 1986, Pickering 1984). Las ciencias sociales, con tal producción de
objetos epistémicos, enfrentan un terreno más complejo que las ciencias na-
turales: sus objetos se escapan de los rediles científicos y se hacen parte del
mundo social; la porosidad de las fronteras de la ciencia –mostrada en estu-
dios como los de Knorr-Cetina (1981) y Latour y Woolgar (1986)– no solo
permite la incidencia de elementos del entorno social sobre la construcción
científica, sino que también permite un efecto en sentido inverso.
En las últimas décadas, aproximadamente desde la década de 1970, existe
una creciente conciencia y reflexividad sobre el rol activo y no solo descriptivo
de la ciencia. Esto ha tenido, en referencia a la ciencia social, variadas líneas
de expresión, y ha tomado forma en diversos enfoques, especialmente en el de
Foucault, en los estudios poscoloniales y en el enfoque de la performatividad
de la ciencia, el cual constituye una extensión de la teoría del actor-red.
Foucault concibe a las ciencias humanas –particularmente a las que llama
“disciplinas psi”– como componentes del proceso disciplinario, constituyen-
do herramientas de registro y aportando saberes que contribuyen al discipli-
namiento. Posteriormente, en la producción de sus últimos años y en diversos
seminarios, trata a las ciencias sociales, de manera eminente a la economía,
como parte de un plexo de poder y conocimiento que toma forma en la mo-
dernidad, permitiendo la gubernamentalización del Estado, y la gubernamen-
talidad de la vida en general, en el contexto de procesos sociales crecientemen-
te complejos (Foucault 1968, 2000, 2006).
Los estudios poscoloniales, comenzando con la obra pionera de Said (1978),
plantean que el investigador científico impone las categorías que trae de su
sociedad de origen y, conscientemente o no, contribuye a configurar al otro
–particularmente en la investigación antropológica– como un extraño, defi-
nido e implícitamente evaluado desde la estructura normativa y valórica de la
sociedad de origen. Al mismo tiempo, el conocimiento que la ciencia produce
sobre los otros pueblos es empleado por las agencias que financian estos es-
fuerzos investigativos internacionales, sirviendo para la imposición de modelos
institucionales y contribuyendo a los proyectos de dominación de las grandes
potencias. Con todo ello, según este enfoque, la ciencia se suma a la empresa
1 En los años recientes, los estudios empíricos más relevantes en esta materia han estado referidos al ámbito
de la economía. Hay comparativamente pocos estudios que indaguen sobre los efectos performativos de las
ciencias sociales. Algunos ejemplos destacados al respecto son el de Osborne y Rose (1999) sobre la opinión
pública; el de Desrosieres y Thévenot (1988) sobre categorías socioprofesionales; el de Boltanski (1987)
sobre la categoría social de los “cuadros” en Francia, y el de Hacking (1995) sobre conducta disociativa y
personalidades múltiples. Por otra parte, en continuidad con la perspectiva de la gubernamentalidad de
Foucault están los trabajos de Miller y Rose (2008) y los de Dean (2010).
2 Por razones de espacio no abordaré la perspectiva de Foucault, pese a su pertinencia.
3 MacKenzie (2006, 2007) plantea una clasificación de posibilidades performativas, útil aunque más bien
esquemática, que limita en exceso las posibilidades de efecto que pueden producirse, las que reduce a cuatro
modalidades: genérica, efectiva, barnesiana y contraperformativa.
4 Callon (2007) se refiere específicamente a los mecanismos de agenciamiento sociotécnico para el caso de
la disciplina económica; pero sin duda que el concepto es aplicable a otras disciplinas de las ciencias sociales,
aunque los elementos que componen el ensamblaje y la articulación de ellos tenga algunas diferencias.
TABLA 1
Lectura de informes del PNUD (% de los entrevistados que ha leído cada informe)
Academia
Instituciona-
Informe de Desarrollo Humano con referencia
Año Academia lidad pública ONG Total
(IDH) del PNUD a políticas
central
públicas
1996 IDH en Chile 1996 45,5 57,1 63,2 50,0 56,8
IDH en Chile 1998. Las para-
1998 90,9 100,0 89,5 100,0 93,2
dojas de la modernización
IDH en Chile 2000. Más socie-
2000 81,8 85,7 68,4 100,0 79,5
dad para gobernar el futuro
IDH en Chile 2002. Nosotros
2002 90,9 85,7 78,9 100,0 86,4
los chilenos: un desafío cultural
IDH en Chile 2004. El poder:
2004 100,0 100,0 68,4 100,0 86,4
para qué y para quién
6 Nuestro esquema de análisis está basado, con modificaciones, en el modelo desarrollado por Brunner y
Sunkel (1993: 45-60).
Ni apoyo Rechazo o
Presencia Apoyo o
Año ni rechazo cuestio-
Argumentos o conclusiones (% del total acuerdo
IDH manifiesto namiento
de textos) (%)
(%) (%)
del país hacen los medios. El contenido de los IDH aparece, así, por un lado,
como descripción científico social, y por otro lado llega entremezclado en
ese horizonte de lo colectivamente dado por sentado como realidad social,
que no es incuestionable pero que, en su carácter compartido y tal como es
presentado por los medios, adquiere una fuerza significativa de convenci-
miento.
Intensidad
Presencia
Tratado en más
(una o más Presente en titulares
Año de un párrafo
Conceptos menciones) (% del total de
IDH (% del total de
(% del total de textos)
textos
textos)
Seguridad / inseguridad
98 6,2 2,7 1,1
humana
96
98 Capital social 5,6 1,6 0
00
7 En las citas, las letras caracterizan al entrevistado en referencia a su ámbito: AD es académico dominante
o destacado, APP es académico especialista en políticas públicas, PP es integrante de las áreas sociales del
aparato público central. El número identifica al entrevistado específico.
8 El buscador usado fue Google. Se compararon sus resultados con otros buscadores, y aunque los periles
de resultados fueron similares, Google arrojaba más cantidad de hallazgos, por lo cual se lo preirió. Las
búsquedas se realizaron entre el 4 y 11 de abril de 2006. Una búsqueda realizada en septiembre de 2010
arrojó resultados sustancialmente parecidos, subiendo el informe de 2002 al primer lugar de la lista total,
con los dos siguientes ubicados entre los seis primeros textos; tan solo el informe sobre el poder bajó unos
cuantos puestos.
9 Hicimos otro chequeo comparativo empleando Google Scholar, el cual selecciona vínculos que su
algoritmo de búsqueda considera de carácter académico. Para nuestros objetivos, tiene la desventaja de que
no permite especificar la búsqueda para el dominio nacional. Aunque cambian de lugar algunos textos, dos
IDH siguen estando entre los tres primeros, y el otro que estaba entre los cinco primeros en la búsqueda
anterior en el dominio nacional ahora está entre los diez primeros. De hecho, en las tres formas de búsqueda
realizadas, estos tres informes siempre quedan entre los diez primeros.
11 Algunos de los textos participantes en el debate: Brunner 1998, Huneeus 1998, Guzmán 1998.
12 Procuramos hacer lo mismo en la Universidad de Chile, pero no estaba disponible la totalidad de los
programas actuales de la carrera.
% de fragmentos textuales en
Tipo de uso dado al contenido del informe que aparece cada uso
(registro múltiple)
Emplea afirmaciones resultantes de las investigaciones del PNUD 48,8
Emplea conceptos planteados o adoptados por el PNUD 26,3
Emplea argumentos centrales de los informes 15,0
Emplea datos (cifras, tablas o gráficos) de los informes 13,8
Emplea “instrumentos” o procedimientos metodológicos desarrollados
8,8
por el PNUD
Emplea esquemas tipológicos desarrollados por el PNUD 2,5
(n = 80)
Conclusiones
Los resultados obtenidos muestran la extensa y variada llegada de los cono-
cimientos generados por el PNUD. Una buena cantidad de sus conceptos y
argumentaciones se han diseminado a través de la academia, de la esfera públi-
ca medial, de las entidades centrales del aparato público y de la sociedad civil
organizada, en un proceso expansivo que despega con el informe de 1998,
sobre los malestares de la modernización. Hemos constatado su acogida en
la esfera pública como hechos sociales y como realidades aceptadas; solo muy
exiguamente aparecen como argumentos susceptibles de criticidad y debate.
En el ámbito científico-académico, sus afirmaciones y diversas construcciones
teórico-metodológicas han sido asumidas como “hechos científicos”, que son
transmitidos a través de la docencia universitaria y que luego son reproducidos
una y otra vez por los estudiantes, como lo atestigua la alta proporción de tesis
de pregrado que citan los informes y la elevada tasa de crecimiento de tales
13 En los estudios sobre think tanks, algunos autores se refieren a este tipo de efecto como “influencia
atmosférica” (Stone y Denham 2004).
* Agradezco la colaboración de Leonardo Valenzuela, del Instituto de Sociología UC. Parte de este artículo
se basa en la investigación “Organizaciones ciudadanas en Santiago y su efecto en la planificación urbana:
estructura, estrategias y políticas públicas”, realizada por Manuel Tironi, Iván Poduje, Nicolás Somma y
Gloria Yáñez en el marco del V Concurso Políticas Públicas UC.
1 Arquitecto urbanista de alta figuración pública y medial.
255
no poco extendido en buena parte de la intelligentsia urbanística chilena: que
se debe confiar en la distribución de conocimientos y en la asignación de roles
propia de una sociedad funcionalmente diferenciada. Si dejamos de creer en
los sistemas expertos, si hacemos recaer las decisiones técnicas en manos de
individuos poco preparados y prejuiciosos, la sociedad corre el riesgo de su-
cumbir en el caos. “Espero que los médicos no me pregunten cuándo tenga
que operarme de urgencia”, escribía un arquitecto en El Mercurio, preocupado
por los efectos disruptivos que podría traer el plebiscito de Vitacura. En la
misma línea, Cristián Boza, connotado arquitecto nacional, declaraba sin as-
pavientos que el plebiscito sentaba “un precedente muy malo, porque [ahora]
todo el mundo va a querer opinar sobre arquitectura y el orden de la ciudad”,
cuando ya hay “un equipo técnico especialmente preparado [en el municipio]
para proponer los cambios” (La Tercera, 21 de marzo 2009).
El affaire Vitacura mostró que detrás de las controversias ciudadanas que
hoy proliferan por Santiago no solo hay conflictos por radiaciones dañinas,
torres de apartamentos invasivas y autopistas destructoras. Más profunda-
mente, estas controversias también movilizan pugnas por quién es el llamado
a diagnosticar los problemas urbanos, diseñar las soluciones y evaluar sus
resultados. En términos de Callon (1999), detrás de estos conflictos está la
pregunta por cómo se demarca entre expertos y no-expertos: entre quienes
pueden hablar de la realidad desde la rigurosidad del método científico y
quienes pueden hacerlo solo desde la ambigüedad de la sensibilidad y la par-
cialidad del involucrado. Se trata, por tanto, de una pugna epistémica por
definir qué relatos, pruebas, objetivos y métodos serán legitimados y autori-
zados como válidos, y cuáles serán relegados al casillero de lo falso, esotérico
o emocional (Gieryn 1999).
El presente capítulo trata sobre cómo, en el ámbito de la planificación
urbana en Santiago, se ha demarcado el conocimiento experto-técnico del
ordinario-ciudadano. Y sobre cómo este último, en muchas ocasiones, se re-
siste a dicha separación: situaciones en las que los grupos ciudadanos desafían
la experticia técnica, problematizan las jerarquías epistémicas y paralizan –o
vuelven más compleja– la toma de decisiones. También se trata, por tanto,
de una historia sobre cómo y a quién se le asigna el rol de experto y sobre las
múltiples formas en las que la capacidad experta se fragmenta, expande y dis-
tribuye. Los casos de Vitacura o el Acceso Sur, por nombrar dos situaciones
socioeconómicas muy dispares, son buenos ejemplos: agrupaciones civiles que
desafiaron a los aparatos técnicos del Estado y de los municipios y lograron
revertir un proceso de planificación urbana que parecía inevitable.
2 Este argumento puede rastrearse incluso en la crítica a la sociología de la ciencia de R. Merton elaborada
por Kuhn (1962). Ver Domènech y Tirado (1998)
3 Ver www.subdere.gov.cl/1510/w3-propertyvalue-33086.html
4 Aunque la evidencia (Wynne 1991, 1996; Lezaun y Soneryd 2007) señala que los legos terminan siem-
pre, si no imponiendo sus términos, al menos creando cortocircuitos.
La gran mayoría [de los miembros] son del sector, pero de afuera tenemos la ayu-
da del Barrio Yungay o el Barrio Dalmacia, los de Providencia [Ciudad Viva]…
Estamos en nuestros territorios trabajando, pero además nos unimos con las per-
sonas que tienen los mismos intereses.
FIGURA 1
Red de contactos y colaboración interorganizacional
Peñalolén
Villa Portales
Las Lilas
Yungay
Acceso Sur
Red Ciudad. Ñuñoa
P. de Valdivia Norte
Av. Matta
Com. Ecológica Def. la Ciudad
Salv. Vitacura
Ciudad Viva
La Pintana Dalmacia
Vega Central
Entiendo sus argumentos, cuando explica que “los planes seccionales no tienen
vigencia eterna”, y que la ley lo faculta para modificarlos discrecionalmente.
Seguramente, el uso de esa facultad es el camino más rápido para resolver una
situación coyuntural, pero sin duda es también una forma rápida de destruir la
confianza en los procesos de participación ciudadana, y pisotear la voluntad de
una comunidad organizada. El plan seccional de la Comunidad Ecológica se
generó con la participación activa de sus vecinos, por lo que su modificación
requeriría seguir un proceso equivalente. Renunciar al uso de medidas discre-
cionales por respeto a una comunidad puede ser un camino más lento, pero sin
duda más democrático y efectivo para construir la confianza y la cohesión social
que busca el ministro.
El gobierno tiene una forma muy especial de pelear con los dirigentes. Lo pri-
mero es que ellos hablan su propio idioma, en la parte técnica ellos manejan el
tema de los decretos, planos, manejan todo. Entonces cuando tú te preparas, y te
pasan un plano y lo puedes leer, ellos quedan… cuando tú les dices artículos de
leyes puntuales ellos quedan desconcertados, y eso fue lo que gatilló el respeto que
le tienen a la población, porque aquí ellos estaban hablando con dirigentes que
estaban preparados, igual que ellos.
Y es tal el esfuerzo que destinan para lograr ese mínimo epistémico, que
muchas veces la OC –como lo indica la dirigente de Vecinos por la Defensa
del Barrio Yungay– no solo llega a cumplir el mínimo sino que se transfor-
ma en una entidad técnica adicional en la arena del debate. El resultado, en
Ciudad Viva
Com. Ecológica
Com. Ecológica
Minvu
Proyecto
Municipio Red Ciudad. Gas Peñalolén
de Ñuñoa
Def. la Ciudad
Inmobiliarias
Otro
Defendamos Las Lilas
Def. la Ciudad
Normativa
Referencias
285
do se hizo posible luego de que se estableciera que las cotizaciones de salud y
pensión corresponden a un porcentaje del sueldo mensual de los trabajadores
(por ejemplo, hoy un 7% para salud y otro 10% más la comisión por admi-
nistración para pensiones), y que pueden ser administradas por instituciones
financieras en competencia. Ambos sectores se diferencian en cuanto el sis-
tema de pensiones se consolidó como un sector administrado casi completa-
mente por agentes privados, mientras que el seguro de salud se constituyó en
un sistema mixto, con un seguro público (conocido como Fonasa) por una
parte, y una serie de empresas privadas (denominadas Instituciones de Salud
Previsional, isapres) por la otra.1
No hay duda que las reformas sociales en las que se insertó la creación de las
isapres han tenido, y siguen teniendo, múltiples consecuencias. Una de estas,
y no la menos importante, ha sido la consolidación de los mercados como un
mecanismo de distribución de servicios –como la educación o la previsión
social– que hasta ese momento habían circulado por otros canales. Así, los
mercados se han constituido en una de las instituciones sociales con más im-
pacto en la vida de los chilenos. Sin embargo, no han recibido ni una ínfima
parte de la atención analítica dedicada por la sociología a otras instituciones
de similar importancia en la historia social en Chile, tales como “la hacienda”
(Cousiño 1990), “los partidos políticos” (Aldunate, Flisfisch y Moulian 1985)
o las “clases” (Torche y Wormald 2004). Esta falta de interés se puede asociar
al hecho que los mercados han quedado en un punto ciego de la división del
trabajo en las ciencias sociales. Esto pues, por una parte, los economistas los
han asumido como una realidad que se explica por sí misma, interesándose
más en el comportamiento de los precios que en el estudio de la formación y
diferenciación de mercados específicos, mientras que, por otra, los sociólogos
han tendido a entenderlos como algo externo a lo social, oscilando entre una
crítica a la mercantilización y un interés exclusivo en los aspectos sociales que
“rodean” la actividad económica. Así, demasiado obvios por una parte, ex-
ternalizados por la otra, los mercados no han recibido una atención analítica
acorde a su relevancia.
1 Esta diferencia dice relación con que, en el caso de las pensiones, basta con contar con algún ingreso
laboral para cotizar, mientras que en el caso del seguro de salud es necesario que la cotización sea suficiente
para cubrir el precio de las pólizas disponibles en el mercado, por lo que, en estricto rigor, la competencia
se limita a aquellos usuarios cuyos ingresos les permiten elegir entre prestadores. La cobertura del sistema
de isapres ha sido fluctuante, y se estima que alcanzó su peak a fines de los noventa, cuando un 23% de
la población estaba cubierta por el sistema privado. Para el año 2009 esta proporción había bajado a un
13%. Es importante considerar, sin embargo, que estos porcentajes se distribuyen muy desigualmente según
ingreso del hogar. En efecto, para el año 2009 el 44% de los hogares del quintil de mayor ingreso de Chile
estaba cubierto por el sistema de isapres (datos tomados de la Encuesta de Caracterización Socioeconómica,
en www.casen.cl).
2 No es correcto afirmar que con White es la primera vez que las ciencias sociales no económicas se
preocupan de los mercados. Clásicos como Simmel y Weber analizaron atentamente el rol de los mercados
en la vida moderna. De hecho el renovado interés de la sociología por asuntos económicos es mejor descrito
como un renacimiento, asociado por algunos con el fin de la división del trabajo disciplinar declarada en los
tiempos de Parsons (Stark 2009), que con un nuevo proyecto. Cabe mencionar también que la sociología
de los mercados se ha visto fuertemente influida por el trabajo de autores de otras disciplinas, tales como el
proyecto de la “economía substantivista” de Polanyi, la historia económica de Braudel y otros pocos casos de
análisis sociológico de mercados en América Latina. Para algunas excepciones ver Brunner y Uribe (2007),
sobre la educación superior en Chile; Monteiro (2004), sobre el mercado aeronáutico en Brasil, y Lorenc
Valcarce (2011), sobre la seguridad privada en Argentina. Algunos de estos estudios, como también otras
ideas no publicadas, han sido discutidas en la red (http://estudiosdelaeconomia.wordpress.com).
3 Para algunas de las revisiones panorámicas disponibles ver: Fligstein y Dauter (2007), Fourcade (2007),
Swedberg (2005).
4 El giro a la performatividad se asocia con el creciente impacto de autores provenientes de las sciencestu-
dies al estudio de la vida económica. Cabe tener en cuenta que anteriormente la sociología de los mercados
había tendido a identificarse con la crítica al enfoque “infrasocializado” de la vida económica achacado a la
economía neoclásica (Granovetter 1985).
5 White ha desarrollado una de las teorías sociológicas más ricas del último tiempo y claramente este no es
el lugar para una discusión detenida de su obra. Solo cabe mencionar que su trabajo se centra principalmente
en el estudio de la interacción entre conexiones sociales y la emergencia de nuevas identidades. En vez de
dar prevalencia a uno de estos niveles, White sugiere que las identidades sociales (como un individuo, una
firma o un Estado) no son elementos preexistentes, sino que emergen de diferentes formaciones sociales
(como el parentesco, el mercado o la mafia), los que, a su vez, no son más que particulares formas de co-
nectar identidades. Así, en sus intentos de “control”, o búsquedas de una posición estable, las identidades
producen nuevas formas de conexión. De esta forma, la teoría, más que desarrollarse a partir de un principio
general (por ejemplo, la “competencia en un campo”) estudia la emergencia y particularidad de las diferentes
formaciones sociales de modo profundamente relacional. En el contexto de la sociología de los mercados de
White es particularmente relevante la noción de “disciplinas”, que refiere a formas de conectar identidades
bajo un principio de valoración común. Particularmente White distingue tres tipos de disciplinas: “coun-
cils”, “arenas” e “interfaces”, caracterizando cada una por un tipo diferente de valuación, correlativamente,
“prestigio”, “pureza” y “calidad” (White 2008, White et al. 2011).
6 White es consciente de que los mercados de productores son solo un tipo particular de intercambio. A su
juicio, de hecho, otros casos, como los “mercados financieros”, pueden ser mejor descritos con el concepto
de “arenas”, donde además los roles son intercambiables (ver también Aspers 2007, y, para un visión crítica
de los límites de la sociología de los mercados de White, Knorr Cetina 2004).
7 Podolny ha analizado cómo agentes con distinto estatus lidian con un entorno incierto, y ha encontrado
que los actores de instituciones con mayor prestigio tienden a autosegregarse, comerciando entre ellos. Sin
embargo, la efectividad de esta estrategia variará según el tipo de incertidumbre que enfrenten. Por una par-
te, si se trata de incertidumbre sobre las preferencias respecto a un bien existente, resultará efectivo reducir
la competencia mediante la clusterización, aunque esta misma estrategia disminuirá las opciones de lidiar
adecuadamente con la incertidumbre asociada con la producción de un bien innovador. En este último caso,
es necesario romper la segregación y abrir las conexiones comerciales a agentes que puedan aportar nueva
información. Este trabajo es también relevante pues ha conectado directamente la sociología de los mercados
con la sociología económica de redes. Es importante mencionar al respecto que, a diferencia de la mayoría
de las reseñas sobre la sociología de los mercados, en el presente artículo no se ha desarrollado una sección
especial para el análisis de redes. Sin ánimo de negar la influencia de trabajos que han estudiado el impacto
de redes interpersonales en determinados mercados (por ejemplo los muy conocidos de Granovetter 1973,
Baker 1984 y Uzzi 1996), esta decisión se debe a que esta literatura se ha interesado más en estudiar los
efectos económicos de la utilización de diferentes tipos de vínculos sociales que en comprender cómo emer-
ge y se delimita un mercado particular. No obstante lo anterior, es importante considerar que el trabajo de
White es fundamentalmente informado por su propia teoría de redes, y se conecta con trabajos que utilizan
este método de aproximación. Este es el caso también de Podolny, donde se está discutiendo con los dos
conceptos claves de la sociología económica de redes: “el capital social”, que refiere a la capacidad de los
actores de beneficiarse del apoyo de un grupo social clausurado, y los “agujeros estructurales”, que permiten
la conexión de grupos sociales desconectados (Burt 2001). Sin embargo, Podolny sugiere que las redes no
solo deben considerarse como “cañerías” que trasmiten bienes o información, sino también como “prismas”
que producen nuevas identidades sociales y simbólicas. Trabajos más recientes, influidos también por la
idea de White de estudiar conjuntamente historias y conexiones sociales, han analizado cómo los actores
económicos no solo conectan diferentes nodos sociales, sino que además conviven entre múltiples principios
de valoración (Vedres y Stark 2010).
8 Si tomamos datos de 2006 (que no son muy diferentes a los de 2010), cuatro empresas concentran el
85% de los afiliados y un 89% de las cotizaciones de salud, lo que si se amplía a seis empresas alcanza un
97% y 99%, respectivamente.
9 Para una discusión más general sobre el concepto de “campo” en la sociología de los mercados, ver Bec-
kert (2010). Vale la pena mencionar, sin embargo, que la noción de campo también ha sido criticada, pues
es un término abstracto que tiende a extrapolar una dinámica similar a diferentes tipos de relaciones sociales.
Esto es particularmente cierto en el caso del muy influyente trabajo de Bourdieu (1985), donde ámbitos tan
diferentes de interacción social como la literatura, la educación o la televisión son comprendidos igualmente
como una situación de competencia sobre capitales escasos. Para una teoría alternativa, enfocada específica-
mente en la multiplicidad de formas de valor presentes en la vida social, ver Boltanski y Thévenot (2006).
10 Resulta ilustrador de esta perspectiva el análisis de Fligstein y Goldstein (2010) sobre la securitización
de la deuda habitacional en Estados Unidos. Allí muestran cómo una compleja combinación de firmas y los
efectos inesperados de políticas habitacionales y de regulaciones del mercado financiero terminaron desen-
cadenando la última crisis financiera.
GRÁFICO 1
Evolución número de usuarios isapres y PIB (GDP) per cápita (1981-2005, US$)
4.000 8.000
3.500 7.000
3.000 6.000
2.500 5.000
2.000 4.000
1.500 3.000
1.000 2.000
500 1.000
0 0
1981
1982
1983
1984
1985
1986
1987
1988
1989
1990
1991
1992
1993
1994
1995
1996
1997
1998
1999
2000
2001
2002
2003
2004
2005
11 Todo esto ha tendido a complicarse aún más en cuanto muchas veces los dirigentes de estas instituciones
han tendido a identificarse explícitamente con la dictadura, y los partidos políticos que representaban una
continuidad con tal régimen. Así por ejemplo, el director ejecutivo de la Asociación de Isapres escribía el año
2000: “En marzo del año 1990, la Concertación por la Democracia comenzó a gobernar, después de ganar
las elecciones presidenciales convocadas por el Gobierno Militar. Fue el año del retorno a la democracia,
que había estado suspendida desde el 11 de septiembre de 1973, año en que los militares tomaron el poder
con el más amplio respaldo ciudadano, después de derrocar al Gobierno de la Unidad Popular, frustrando
así el intento de imponer el marxismo en el país” (Caviedes 2000: 156). Un cambio se observó sin embargo
el año 2006, cuando se nombró un economista ligado a la Democracia Cristiana, Eduardo Aninat, como
presidente de la Asociación (Ossandón 2011). Para una discusión más general sobre la construcción política
de la industria de seguros, ver Ericson, Doyle y Barry (2003).
Tres historias
El material disponible ha sido interpretado mediante una serie de con-
ceptos de la sociología económica, a partir de los cuales se desarrollaron
tres diferentes formas de contar la historia del seguro de salud privado en
Chile. Estas historias pueden resumirse en las siguientes ideas principales.
13 Retomando la clasificación ya mencionada de Faverou et al. (mencionada en la sección I), esto mismo
se podría formular en términos de que el mercado de seguros de salud en Chile ha pasado de un mercado
merchant a un mercado “industrial”, donde, más que la competencia, son agencias externas (reguladores,
parlamento, gobierno) las que delimitan las características del bien transado (tipo de contrato, mínimos
modos de finalización de estos, etc.).
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Boltanski, L., y Thévenot, L. (2006). On Justification: Economies of Worth, Princeton: Princeton
University Press.
Bourdieu, P. (1985). “The Social Space and the Genesis of Groups”, Theory and Society, 14, 6:
* Este trabajo se inscribe en el marco del proyecto Fondecyt 1100877: “Las élites políticas en Chile: socio-
logía del personal gubernamental, parlamentario y partidario, 1990-2010”, así como del proyecto “Las élites
gubernamentales como factor explicativo de un modo político y económico de desarrollo: el caso de Chile,
1990-2010”, financiado por la Fundación Carolina (España).
311
hacia los partidos de derecha, el empresariado y los militares era de rigor. En
pocas palabras, había una gran incertidumbre sobre si se respetarían o no las
reglas del juego. ¿Cómo se hizo frente a esa incertidumbre? ¿Mediante qué
agentes gubernamentales? ¿Con qué estrategias? En nombre de qué intereses
y ¿cómo se justificaban las acciones públicas que finalmente se emprendían?
¿De qué manera se reaccionó ante las amenazas de regresión autoritaria?
¿Cómo pudieron dominarse y conducirse la voluntad de ruptura que venía
de la izquierda y la preocupación por el orden que venía de la derecha? Para
responder a estas preguntas es preciso subrayar la importancia de la contin-
gencia de un proceso transicional cuyo resultado (independientemente de lo
que haya sido) no estaba garantizado. Pero, al mismo tiempo, no hay que
soslayar el hecho de que la transición chilena a la democracia fue, desde un
punto de vista cronológico, el último proceso transicional que tendría lugar
en América del Sur, hecho que proporcionó a los agentes políticos referentes
comparativos y recetas sobre lo que convenía hacer y no hacer, lo que era
bueno emprender o evitar. Dicho de otro modo, la transición a la democra-
cia en Chile se inscribía en un contexto regional del que se podían extraer
enseñanzas y que permitía racionalizar hasta cierto punto un proceso que se
sabía difícil.
Estos referentes comparativos figuran y son analizados en la literatura tran-
sitológica y económica, a veces formalizados y siempre sujetos a un trabajo
de disección. Un grupo particular de agentes (los technopols) estaba familiari-
zado con esta literatura, en base a la cual pudo gobernar y orientarse, en un
presente ciertamente brumoso, recurriendo a brújulas y cartas de navegación
hechas de libros, teorías, conceptos y comparaciones con procesos análogos.
Este extraño neologismo, technopols, que sugiere tecnología y modernidad,
proviene de los politólogos y economistas que, desde principios de los años
noventa se interesaron por los agentes que en algunos países y en momentos
coincidentes habían ocupado los cargos de ministros de Finanzas, Economía
o Hacienda.1 No eran ni políticos ni tecnócratas, sino agentes que, cono-
cedores de las corrientes dominantes de la ciencia económica, corrieron el
riesgo de hacer de ellas un uso político desde sus funciones ministeriales.
De este modo, la ciencia económica se transformó en una brújula que servía
1 El texto que popularizó este neologismo, a punto de convertirse en una categoría en economía y en ciencia
política, es el de John Williamson, “In Search of a Manual for Technopols”, en John Williamson (ed.), The
Political Economy of Policy Reform, Washington, D. C., Institute for International Economics, 1994, pp.
11-28. Pero es a Domínguez a quien debemos el primer intento de aplicar empíricamente la categoría
mediante la elaboración de trayectorias políticas, profesionales e intelectuales, y más tarde con entrevistas
en profundidad a algunos technopols latinoamericanos: Jorge Domínguez (ed.), Technopols. Freeing Politics
and Markets in Latin America in the 1990s, University Park, The Pennsylvania State University Press, 1997.
2 Un mainstream disciplinario que después se haría célebre con el nombre de Consenso de Washington.
3 Se encontrará una aplicación empírica de la categoría de technopols en Alfredo Joignant, “The Politics
of Technopols. Resources, Political Competence and Collective Leadership in Chile (1990-2010)”, Journal
of Latin American Studies, 43, 3, 2012, pp. 517-546, en donde extiendo y sistematizo los enfoques de
Wallis y de Marier: Joe Wallis, “Undestanding the Role of Leadership in Economic Policy Reform”, World
Development, 1, 1999, pp. 39-53, y Patrik Marier, “Empowering Epistemic Communities: Specialised
Politicians, Policy Experts and Policy Reform”, West European Politics, 3, 2008, pp. 513-533.
LA RAZÓN DE ESTADO: USOS POLÍTICOS DEL SABER Y GOBIERNO CIENTÍFICO DE LOS TECHNOPOLS 313
nador común era que todos eran titulares de recursos tech y pol, al punto de
compartir un mismo universo mental.
Estos catorce agentes, predominantes durante la administración Aylwin, a
quienes se sumaron otros seis a partir de 1994, todos ellos familiarizados con la
literatura científica en economía, sociología y ciencia política en calidad de auto-
res o consumidores,4 produjeron durante cuatro años una considerable cantidad
de informes confidenciales que circularon entre el presidente de la República y
sus principales ministros. En estos documentos se advierten usos sistemáticos
de las ciencias sociales destinados a dominar racionalmente las problemáticas
políticas del momento, y a justificar estrategias y prácticas de gobierno, y por
tanto de poder en nombre de una razón de Estado. En estos informes, además
de figurar los adversarios, debidamente tipificados a partir de una sociología de
sus intereses y de las amenazas que conllevan, se aprecian no tanto referencias
puntuales a la transitología, a la teoría de la elección racional o a la política com-
parada (por citar solo tres ejemplos), sino más bien usos políticos y sistemáticos
de escuelas disciplinares y de un vocabulario científico. Se trata desde luego
de usos en los que el saber científico es mutilado para fines gubernamentales y
políticos, en función de coyunturas de poder, lo que se traduce en un popurrí
de citas, referencias y alusiones a diversos tipos de autores, en los que se mezclan
(a veces en un mismo informe) la transitología de Przeworski, la sociología de
Elias y la historia del bandidismo social de Hobsbawm, la política comparada,
la historia económica y los preceptos de un Consenso de Washington avant la
lettre. Evidentemente, este eclecticismo no se explica desde la perspectiva de
una cierta epistemología de las ciencias sociales, puesto que se justifica, en este
caso, por la necesidad de gobernar a través de ideas, lo que lleva a captar no solo
las matrices cognitivas sino más bien las “ideas en acción”, en otras palabras,
dispositivos prácticos y usos concretos (Ihl, Kaluszynski y Pollet 2003: 12). Sin
embargo, la eficacia de estos informes, que cumplen una función de orientación
para agentes que viven y actúan en la incertidumbre y en la urgencia, proviene
de la conjunción entre los saberes que transmiten y los recursos indisociable-
mente políticos y racionales de quienes los fabrican, los technopols. De ahí que
no se trate de documentos burocráticos, sino de documentos políticos en un
sentido fuerte, transformados ahora en archivos que están depositados en la
Fundación Justicia y Democracia, del ex presidente Aylwin.
4 Durante los años ochenta, cientos de documentos de trabajo y decenas de libros fueron obra de la
mayoría de estos veintidós agentes. En ellos ya podían verse en filigrana los textos, autores y conceptos
que, años después, serían la base de las pautas (eso que se conocerá como “cartas de navegación”) que les
permitirían orientar y conducir el proceso de transición desde el gobierno. En este sentido, el estudio de
estos primeros trabajos equivale a hacer la arqueología de la razón de Estado que se impondrá durante la
primera mitad de la década de 1990.
LA RAZÓN DE ESTADO: USOS POLÍTICOS DEL SABER Y GOBIERNO CIENTÍFICO DE LOS TECHNOPOLS 315
y no el investigador, quienes realizan objetivaciones sobre las coyunturas y
sus correspondientes acontecimientos, y el problema de investigación consiste
precisamente en dar cuenta de lo que se juega en el cruce entre la objetivación
práctica, política y “científica”.
En total, se trata de 113 informes que fueron elaborados entre 1990 y 1994,
titulados Informe de análisis, generalmente de periodicidad semanal, a veces
quincenal y rara vez mensual (salvo hacia el final de esa administración presi-
dencial), sin numeración de páginas. El primero lleva la fecha del 26 de abril
de 1990 y el último, la del 22 de octubre de 1993. Se elaboraron treinta y un
informes en 1990, cuarenta en 1991, treinta y uno en 1992 y once en 1993.
Tomados como un solo corpus, constituyen una auténtica trama, aderezada
de intrigas y episodios que se despliegan a lo largo de varios informes, ya que
es frecuente que un informe haga referencia explícita a lo que se había dicho y
sugerido previamente en otro. Estos documentos, cuya extensión va de cinco
a doce páginas, se preparaban con el fin de orientar al jefe de Estado y a sus
principales ministros. Cada recomendación de estrategia era el resultado de
un trabajo de objetivación y análisis que se nutría de la economía, la ciencia
política y la sociología, y era objeto de argumentaciones y justificaciones gene-
ralmente apoyadas en comparaciones con procesos análogos. Comienzan ex-
plicando un asunto de coyuntura que era susceptible de transformarse en pro-
blema o incluso en amenaza, con actores claramente identificados a quienes
se imputan intenciones e intereses, y terminan con propuestas de estrategias
debidamente justificadas. Una vez concluido este trabajo de objetivación, los
informes desembocan la mayoría de las veces en un capítulo económico, de
carácter conclusivo, más bien descriptivo, pero que tiene el interés de mostrar
la manera en que el modelo económico chileno era asimilado y lentamente
reformado. Por regla general, estos informes se inscriben en un circuito de
producción siempre idéntico: comenzaba con una reunión interna de los ase-
sores del Ministerio Secretaría General de la Presidencia, bajo la dirección de
Ángel Flisfisch y de Ignacio Walker (que más tarde llegaron a ser technopols),5
seguía con una reunión a la que se invitaba a asesores externos, y terminaba
con la redacción del informe (por parte de Flisfisch y Walker) luego de un in-
tercambio colectivo que consistía también en conversaciones informales entre
5 A finales de la administración Aylwin, Flisfisch (PPD) será nombrado subsecretario de Marina, luego
de la Presidencia, en seguida de la Fuerza Aérea, nuevamente de la Marina y finalmente en Relaciones
Exteriores durante los gobiernos de Frei (1994-2000), Lagos (2000-2006) y Bachelet (2006-2010). En
cuanto a Ignacio Walker (DC), será elegido diputado para después ser nombrado Ministro de Relaciones
Exteriores durante la presidencia de Ricardo Lagos, tras lo cual iniciará una carrera senatorial a partir de
2010, siendo elegido ese mismo año presidente de la DC.
6 En este sentido, y contrariamente a la opinión de Suleimann, que concibe a “los asesores y consejeros
políticos” como “personal contingente” (Ezra Suleimann, Dismantling Democratic States, Princeton y
Oxford, Princeton University Press, 2003, p. 276), sus homólogos chilenos se presentan como un verdadero
personal estratégico.
7 Agradezco a Eugenio Tironi y a Patricio Zapata haberme explicado el circuito de producción y los
usos de estos informes.
8 El único caso diferente es el de Alejandro Foxley, quien hizo sus estudios en la Universidad Católica de
Valparaíso.
9 Información obtenida directamente de los technopols, por medio de entrevistas o conversaciones
informales, durante los años 2009 y 2010. Esta experiencia común de socialización política secundaria es
tanto más importante cuanto menor era la población universitaria chilena en aquel entonces, a lo que se
suma el hecho que se encontraba muy circunscrita a Santiago.
LA RAZÓN DE ESTADO: USOS POLÍTICOS DEL SABER Y GOBIERNO CIENTÍFICO DE LOS TECHNOPOLS 317
CUADRO 1
Los technopols chilenos por quintiles de año nacimiento y trayectoria militante (N=20)10
10 Como ya hemos señalado, habría que añadir a otras dos personas: Eugenio Tironi y Mario Marcel,
el primero con un doctorado en Sociología de la École des Hautes Études en Sciences Sociales (EHESS)
de París, ex militante del MAPU y miembro del PPD, y el segundo con un doctorado en Economía de la
Universidad de Cambridge y militante del PS. Ambos fueron extremadamente influyentes en sus partidos, y
sobre todo en la Concertación, entre 1990 y 2010. Si no se les incluye en el Cuadro 1 es porque no fueron
nombrados ministros ni subsecretarios, que son los dos cargos en los que nos centramos por su jerarquía
formal y la frecuencia con la que fueron ocupados por los technopols. En efecto, Tironi llegó a ser director
de la Secretaría de Comunicaciones del gobierno entre 1990 y 1994, y ha desempeñado habitualmente
un papel central como estratega de las campañas presidenciales de la Concertación, transformándose en
figura clave en la elaboración de los programas de gobierno. En cuanto a Mario Marcel, fue nombrado
director de Presupuestos entre 2000 y 2006, y ha participado activamente en la elaboración de los programas
económicos de la Concertación. Señalemos finalmente que ambos desempeñaron un papel crucial en la
adopción de posiciones programáticas en los partidos a los que pertenecen.
LA RAZÓN DE ESTADO: USOS POLÍTICOS DEL SABER Y GOBIERNO CIENTÍFICO DE LOS TECHNOPOLS 319
todo en los Estados Unidos, ya sea en ciencia política (es el caso de seis juristas
que se hicieron politólogos) o en economía (es el caso de cinco economistas
y un jurista). En cuanto al período 1990-1994, los technopols economistas
dominaron el grupo (siete, de los cuales seis poseen doctorados, y uno un
máster), frente a dos politólogos (uno con máster y el otro con un doctora-
do en Alemania)11. La mayoría de estos veinte technopols fueron autores de
working papers y libros durante los años ochenta, sobre temas tales como las
transiciones en Europa meridional y en América Latina, las relaciones entre
economía y política, o las relaciones entre civiles y militares en el continente,
y coincidían en el diagnóstico sobre las razones que provocaron el golpe de
Estado del 11 de septiembre de 1973 (polarización, inflación ideológica y
maximalismo, características que por lo regular eran interpretadas por medio
de la teoría de la elección racional o de modelos de cooperación fracasados)12.
Por consiguiente, estos agentes habían adquirido mucho antes de la transición
a la democracia una familiaridad con las ciencias sociales, lo que les permitía
seleccionar sus lecturas y objetos de trabajo en función de las coyunturas del
presente y de un futuro que juzgaban verosímil, en el marco de diversos cen-
tros de investigación, cercanos a lo que son los think tanks, financiados por
grandes fundaciones internacionales a las que se encuentran asociadas siglas
tales como Flacso, Cieplan, ILET o CED.13 Al reflexionar sobre el papel de
11 No obstante, habría que añadir, en ciencia política, los casos de Edgardo Boeninger y de Ignacio Walker,
dado que el primero cursó estudios (que no terminó) en la UCLA, en Estados Unidos, y el segundo posee
un doctorado de Princeton, sin ocupar todavía cargos de ministro o subsecretario (en ese momento era
consejero de la presidencia, y uno de los principales redactores de los informes confidenciales).
12 Con este telón de fondo, en un documento de trabajo publicado en 1984 (“Hacia un realismo político
distinto”, Santiago, Flacso, Documento de Trabajo 219), Flisfisch aboga por una transición negociada entre
civiles y militares, y justifica su postura invocando los trabajos de Elias y de Axelrod. En cuanto a Elias y
su sociología de las “configuraciones de entidades interdependientes”, Flisfisch ve en ella los fundamentos
de un paradigma “altruista” y “contractual”, puesto que el agente político “comprende como entidades
necesariamente interdependientes tanto al agente cuyo punto de vista es asumido, como al del resto de los
actores”: Norbert Elias, Qu’est-ce que la sociologie?, París, Pandora/Des sociétés, 1981 (la primera edición, en
alemán, es de 1970), p. 22. En cuanto a Axelrod, se le ensalza y evoca explícitamente a favor de una política
de cooperación, recordando que “basta que exista, entre el conjunto de los actores, un grupo o un cluster de
agentes que se orienten sistemáticamente por medio de estrategias cooperativas en sus relaciones recíprocas”:
Robert Axelrod, The Evolution of Cooperation, Nueva York, Basic Books, 1984, p. 28. Esta misma fascinación
por Axelrod se desprende de una entrevista a Foxley (un technopol que será ministro de Hacienda durante
el gobierno de Aylwin, y ministro de Relaciones Exteriores en la administración Bachelet), a partir de un
recuerdo que este sitúa en Washington, en los años ochenta: después de haber devorado en dos horas un
libro de Axelrod en una librería, Foxley exclama entusiasmado: “Es así. Así es como funciona la política”
(Jeanne Kinney Giraldo, “Development and Democracy in Chile. Finance Minister Alejandro Foxley and
the Concertación’s Project for the 1990s”, en Jorge I. Domínguez (ed.), Technopols, Freeing Politics, op. cit.,
p. 248, nota 36).
13 Flacso (Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales); Cieplan (Corporación de Investigaciones
Económicas para Latinoamérica); ILET (Instituto Latinoamericano de Estudios Transnacionales); CED
(Centro de Estudios para el Desarrollo). Sobre el papel político que desempeñaron estas instituciones
durante la década de 1980, ver Jeffrey M. Puryear, Thinking Politics. Intellectuals and Democracy in Chile,
1973-1988, Baltimore/Londres, The Johns Hopkins University Press, 1994.
14 Sobre el particular, es también provechosa la lectura de Thomas Medvetz: “Les think tanks aux États-
Unis. L’émergence d’un sous-espace de production des savoirs”, Actes de la Recherche en Sciences Sociales,
2009, 1-2, 176-177, pp. 82-93.
LA RAZÓN DE ESTADO: USOS POLÍTICOS DEL SABER Y GOBIERNO CIENTÍFICO DE LOS TECHNOPOLS 321
Es así como Brunner, en 1986, se preguntaba sobre “lo que se puede espe-
rar de un intelectual” en una democracia dividida entre, por una parte, “una
economía limitada y vulnerable”, y, por la otra, “poderes heredados del auto-
ritarismo”, lo que corresponde a “la experiencia de Argentina y de Uruguay, e
incluso de países como España o Brasil” (Brunner 1986: 33). En opinión de
este sociólogo y futuro ministro vocero de gobierno, el intelectual deberá es-
coger entre la recuperación de su posición tradicional, que consiste en “influir
en política sin entrar en ella”, inclinarse por la indiferencia, o bien refugiarse
en la marginalidad (Brunner 1986: 33). Ahora bien, para escapar de este di-
lema, será Flisfisch quien abogará explícitamente a favor de una posibilidad
que tome en consideración los recursos específicos de esta comunidad en for-
mación: la posibilidad del “consejero del príncipe”, originalmente concebida
como un “tipo particular de relación entre intelectual y partido”, que se tradu-
cirá algunos años más tarde en la figura práctica del technopol en el gobierno.
Es precisamente este paso del consejero del príncipe al technopol que podemos
rastrear tanto en los working papers redactados durante la dictadura como en
los artículos de prensa que fueron publicados por estos agentes: si, en 1988,
Arriagada, que llegará a ministro secretario general de la Presidencia en el
gobierno de Frei, denunciaba el “maximalismo” (“aquel viejo desequilibrio o
desviación entre el pensar y el actuar” en política, que consiste en “fijarse me-
tas inaccesibles”),15 Brunner celebraba en 1991 el “pragmatismo, un realismo
moderado, un rechazo generalizado de los utopismos, un sincretismo de las
posiciones y, en general, una preferencia por las ideologías soft”.16 Este paso o,
mejor dicho, esta mutación de una comunidad de agentes, es acertadamente
descrita por Brunner cuando distingue entre la función de “conocimiento
como representación” y lo que es propio del “conocimiento-destreza”, estando
este último “más cerca del polo de la acción”,17 lo que corresponde muy bien
a los technopols a partir de 1990. Ni políticos ni tecnócratas, estos agentes no
son tampoco especialistas de las ciencias sociales que luchan a la vez para con-
seguir la autonomía del campo científico y para actuar en el campo político
únicamente con “las armas de la verdad” (Bourdieu 2002: 10). En efecto, hay
que tomar en serio el carácter híbrido de sus recursos, puesto que les permitió
intervenir con éxito en los dos campos. Esta función de passeurs y de “agentes
15 Genaro Arriagada, “Oposición: ¿por qué le está yendo bien?”, La Época, 14 de mayo de 1988.
16 José Joaquín Brunner, “Las utopías y los sueños”, La Época, 4 de agosto de 1991.
17 José Joaquín Brunner, “Investigación social y decisiones políticas: el mercado del conocimiento”, Nueva
Sociedad, 146, 1996, p. 114.
18 Sobre las estrategias de doble juego, léase también, del mismo autor, “La construction juridique d’une
politique de notables. Le double jeu des patriciens du barreau indien sur le marché de la vertu civique”,
Genèses. Sciences sociales et histoire, 45, diciembre de 2001, pp. 69-90.
19 Es lo que Dézalay y Garth llaman la “dolarización”: Yves Dézalay y Bryant G. Garth, La mondialisation
des guerres de palais. La restructuration du pouvoir d’État en Amérique latine, entre notables du droit et Chicago
boys, París, Seuil, 2002, p. 89.
20 Genaro Arriagada, “¡Vencerán… pero no gobernarán!”, La Época, 1 de octubre de 1989.
LA RAZÓN DE ESTADO: USOS POLÍTICOS DEL SABER Y GOBIERNO CIENTÍFICO DE LOS TECHNOPOLS 323
ves autoritarios”.21 Aunque cada una de estas fuerzas tenía sus propios intere-
ses, la principal fuente de amenaza venía de la posibilidad de articulación y de
acción coordinada entre ellas, según la lógica del “frente”, del “triángulo” e in-
cluso del “bloque”. Así, pues, desde los primeros meses de gobierno podemos
encontrar en los informes elaborados por los technopols referencias sistemáticas
a los riesgos de desestabilización frente a una oposición tan proteiforme como
unificada, a partir de análisis estratégicos que pretenden “evitar la recomposi-
ción del bloque que sostenía al régimen pasado”, es decir, “el triángulo milita-
res-derecha-empresariado” (SP 002519, 1991). Escenario aún “improbable”
en septiembre de 1990, esta “rearticulación del bloque conservador” se hacía
plausible un año y medio después, debido a las señales de alianza entre el
poder judicial y el Ejército (SP 002582, 1992),22 y se convertía en amenaza
real dos meses más tarde, al punto de suscitar de parte de los technopols una
recomendación de “nuevas privatizaciones” (SP 002590, 1992),23 con el fin de
descomprimir una situación difícil y de avanzar en reformas constitucionales.
La evaluación de la importancia de una amenaza, ya sea de un bloque
conservador o de una sola fuerza, se hace a partir de un análisis estratégico de
los intereses y de una tipificación de los diversos actores que conforman cada
fuerza. De este modo, por ejemplo, la “crisis” de uno de los dos partidos de
derecha (Renovación Nacional) en el contexto de los debates legislativos so-
bre las reformas constitucionales, es abordada por los technopols por medio de
21 La transitología chilena identificó un cierto número de “enclaves autoritarios” durante los años ochenta
(sobre todo en los trabajos de Manuel A. Garretón, quien inventó la expresión, y de futuros technopols como
Eugenio Tironi, Mario Fernández y Ángel Flisfisch). Se trataba de órganos estatales dotados de autonomía
y de suficiente poder como para bloquear eventualmente la acción gubernamental (Consejo de Seguridad
Nacional, Tribunal Constitucional, los comandantes en jefe de las fuerzas armadas por el solo hecho de ser
inamovibles, además de la presencia de nueve senadores designados, etc.), pero también de un cierto número
de dispositivos y mecanismos institucionales (sistema electoral binominal que rige las elecciones legislativas
en las dos cámaras, quórum draconianos necesarios para emprender reformas a la Constitución, etc.). Un
informe de mayo de 1991 subrayará, a manera de balance del primer año de gobierno, que se ha requerido
un enorme aprendizaje para “conducir las áreas grises de las instituciones” (Informe 002540 del 3 de mayo
de 1991, Ministerio Secretaría General de la Presidencia, de ahora en adelante Segpres, con el fin de aligerar
la lectura y evitar cacofonías).
22 Considerando la composición de la Corte Suprema, esta alianza, tan temida por los technopols, no
debe sorprender: es así como en un informe anterior (Segpres 002535, 7 de marzo de 1991) se advertía su
función conservadora, dado que “la actual estructura de la Corte Suprema constituye, junto a los senadores
designados, el Consejo de Seguridad Nacional y el Tribunal Constitucional, un enclave autoritario que
multiplica, al margen de la soberanía popular, la influencia política de la derecha”. Téngase como prueba de
la función conservadora y del pinochetismo de varios jueces de la Corte Suprema la siguiente declaración,
formulada como respuesta a la publicación del informe Rettig en el que se consignaban los nombres de unos
tres mil ejecutados políticos y detenidos desaparecidos durante la dictadura de Pinochet: “un juicio en contra
de los Tribunales de Justicia apasionado, temerario y tendencioso producto de una investigación irregular y
de probables prejuicios políticos” (SP 002542, 1991).
23 Es interesante advertir en este informe una anotación crítica a mano que acompaña esta recomendación,
presumiblemente de parte del propio presidente Aylwin.
24 Véase igualmente, del mismo autor, Democracy and the Market. Political and Economic Reforms in
Eastern Europe and Latin America, Cambridge, Cambridge University Press, 1991.
LA RAZÓN DE ESTADO: USOS POLÍTICOS DEL SABER Y GOBIERNO CIENTÍFICO DE LOS TECHNOPOLS 325
sicionales, a partir de una percepción dinámica de sus preferencias y no de
una esencia que haría de ellos actores naturalmente “endurecidos” o “ablan-
dados”. Por lo demás, esta concepción estratégica de los actores y de sus pre-
ferencias, en gran medida inspirada en los primeros trabajos de Przeworski,
se reitera después de 1983 en un working paper de Flisfisch en el que establece
“el orden de preferencias del centro” por medio de la teoría de juegos25. Aho-
ra bien, esta lección de método es la que reprodujeron los technopols chilenos
una vez en el poder, cuando muestran que los generales más duros son los
que hicieron carrera en los servicios de inteligencia y que participaron en
funciones de represión, hecho que los aleja de los generales calificados como
“profesionales”. Sin embargo, aunque los technopols recomiendan dar priori-
dad a las relaciones de cooperación con estos últimos, no dejan de señalar los
límites de esta vía de entendimiento estratégico, personificados en la figura
del general Pinochet, actor principal que consigue unificar a la totalidad del
cuerpo de generales.
¿Cómo tratar entonces al general Pinochet, sabiendo que su principal in-
terés es la “dependencia directa” del presidente de la República (SP 002512,
1990), y no del ministro de Defensa? Este es uno de los dilemas constantes y
acuciantes de la transición, considerando los riesgos de fricción que se corrían
en caso de errores en el tratamiento de numerosas coyunturas críticas entre
1990 y 1994. ¿Cómo subordinar al general Pinochet a la autoridad civil sin
socavar la relación jerárquica con el ministro de Defensa, y por lo tanto sin
debilitar el dominio presidencial sobre todos los comandantes en jefe? Para
responder a ello hubo que experimentar, y resistir, varias faltas al protocolo
y no pocos desafíos a la jerarquía, en forma de amenazas apenas veladas del
general Pinochet a propósito de las querellas judiciales en contra de militares
acusados de violaciones a los derechos humanos, amenazas que se expresaban
en alusiones a una izquierda en el poder siempre peligrosa.26 También se puso
a prueba la tolerancia gubernamental ante situaciones en las que el cuerpo
25 En este caso, el orden de preferencias del “Centro” político en Chile, a la hora de emprender una
hipotética transición a la democracia, era: (D, FA), (D, C, FA) o (D, C), (I, C), siendo D la derecha, FA las
fuerzas armadas, C el centro, e I la izquierda: Ángel Flisfisch, “Coaliciones políticas y transición en Chile:
notas exploratorias”, Material de Discusión Nº 45, junio de 1983, p. 19.
26 Pinochet no se abstuvo de lanzar advertencias al presidente del Senado, Gabriel Valdés (DC), a raíz de
varios episodios de insubordinación que tuvieron lugar el 4, 6, 21 y 25 de mayo, y el 7 de junio de 1990,
refiriéndose a una izquierda solapada: “el marxismo-leninismo no ha muerto”, decía, “solo ha cambiado
de estrategia” al pasar “del uso de las armas” a un “trabajo intelectual: no se olvide de Gramsci” (Segpres
002518, 13 de septiembre de 1990). Es interesante observar que la derecha chilena siempre ha mostrado
una verdadera obsesión por Gramsci: por ejemplo, el informe Segpres 002598 del 11 de septiembre de 1992
muestra hasta qué punto la derecha interpretaba un proyecto de reforma de los contenidos de la educación
“como una aplicación criolla de algunos de los postulados de Gramsci”.
27 En este período se observa una verdadera paradoja transicional, en el sentido en que el avance del
proceso de transición a la democracia y la consiguiente estabilidad del nuevo régimen tenían que hacerse a
costa de aceptar resignadamente los comportamientos de insubordinación. Tal es el caso, por ejemplo, de
las consecuencias producidas por la publicación del informe de la Comisión Rettig. La publicación de este
documento, gesto que puede asociarse a una política de la memoria, suscitó “deliberaciones del Consejo de
Generales del Ejército” que eran reconocidas por el gobierno (Segpres 002536, 15 de marzo de 1991). ¿Era
una claudicación? Ciertamente. Pero la tolerancia de estas formas de insubordinación estaba justificada por
una racionalidad estratégica que valoraba lo que se podía ganar en términos de verdad y de reapropiación de
la historia, a partir de un rechazo sistemático de los juegos de suma cero, estrategia que desde hacía mucho
tiempo había sido estudiada por la teoría de juegos, teoría que en el Chile de los años ochenta había sido
formalizada por quienes más tarde llegarían a ser technopols. Por lo demás, estos juegos de suma cero eran
facilitados por la “rigidez del presidencialismo” chileno, pues el que gana la presidencia de la República
“ganará prácticamente todo”, como lo ha señalado desde hace mucho la “ciencia política” a propósito del
“esquema institucional que combina presidencialismo, pluripartidismo y un sistema electoral proporcional”
(Segpres 002591, 26 de junio de 1991), argumento que constituye sin duda un guiño a los trabajos, de
sobra conocidos en América Latina, de Mainwaring, un autor que fue precozmente asimilado por algunos
technopols como Eugenio Tironi, Mario Fernández e Ignacio Walker: Scott Mainwaring, “Presidentialism,
Multipartidism, and Democracy: the Difficult Combination”, Comparative Political Studies, 26 2, 1993, pp.
198-228. Si bien este artículo fue publicado dos años después del informe Segpres 002591, el argumento de
Mainwaring ya circulaba entre los technopols chilenos, presumiblemente gracias a relaciones personales con
el autor. Para una versión más detallada de este argumento, que combina presidencialismo, multipartidismo
fragmentado, sistema proporcional y formación de coaliciones estables, véase el capítulo conclusivo de Scott
Mainwaring y Matthew Soberg Shugart: “Presidencialismo y sistema de partidos en América Latina”, en el
libro dirigido por los mismos autores, Presidencialismo y democracia en América Latina, Buenos Aires, Paidós,
2002 (la primera edición, en inglés, es de 1997), pp. 255-294.
LA RAZÓN DE ESTADO: USOS POLÍTICOS DEL SABER Y GOBIERNO CIENTÍFICO DE LOS TECHNOPOLS 327
portamiento de la derecha, y en particular de la UDI, a la luz de experiencias
comparables en América Latina, y concluyen que en la derecha “no quieren,
ni buscan un segundo El Salvador” (SP 002538, 1991). En cuanto al trata-
miento de la base social de la izquierda en el contexto de este atentado, los
technopols se apoyan en la “criminología moderna” para dar un nuevo uso al
lenguaje policíaco, inventando “la categoría de delito y delincuente terrorista”
(SP 002538, 1991). Lejos de ser un capricho del discurso gubernamental, el
empleo de estos términos se basa, en un primer momento, en una relación
urgente con la criminología, y más tarde en una relación erudita con la justicia
transicional, que conlleva distinciones cargadas de consecuencias jurídicas y
políticas: redefinir y “clarificar aún más el concepto de ‘preso político’”, para
poder negarlo a quienes cometen crímenes y delitos en democracia; establecer
la diferencia entre “víctimas” de violaciones a los derechos humanos (bajo la
forma de la desaparición o la ejecución) e individuos “caídos” en enfrenta-
mientos armados en dictadura. Estas distinciones constituirán el preludio de
futuras políticas de reparación,28 y el origen de una doctrina gubernamental
que distinguirá entre las responsabilidades individuales de los militares y las
que corresponden a las instituciones (SP 002595, 1992).29
Podríamos multiplicar las referencias a textos, autores y conceptos destina-
dos a dominar las coyunturas difíciles y a racionalizar las soluciones adoptadas
en contextos de urgencia. Los informes del Ministerio Secretaría General de la
Presidencia son intentos de someter la contingencia al orden de la razón. No
constituyen programas de acción, sino más bien racionalizaciones de lo proba-
ble. En el momento en que comenzaba la transición chilena a la democracia,
los technopols aprendían a gobernar por medio de las ideas y a navegar en la
incertidumbre. Conforme se alargaba el intervalo temporal que constituye
toda transición entre dos formas de régimen, había que dejar atrás el “momen-
28 Entre varios informes nos hemos interesado en el 002534, del 25 de enero de 1991.
29 Así se resumía esta doctrina en un año que los technopols definían como constitutivo de una “normalidad
inestable”: “investigar los hechos e individualizar a los responsables” a partir de un reconocimiento limitado
de la “verdad judicial” según la cual la verdad “es en sí misma una sanción fuerte, aun cuando no se imponga
una pena”. Este informe es importante, pues en él observamos la importancia política que se da a la “justicia
transicional”. Esta noción hace hincapié en “las medidas que adopta el Estado después de una transición
democrática para transformar el orden social y simbólico heredado del periodo autoritario” sin castigar
forzosamente a quienes hayan cometido crímenes: Guillaume Mouralis, “La ‘justice de transition’ au risque
des épurations. La RDA au procès (1949-2002)”, en Michel Offerlé y Henry Rousso (dirs.), La fabrique
interdisciplinaire. Histoire et science politique, Rennes, Presses Universitaires de Rennes, 2008, p. 180. Este
reconocimiento limitado de la verdad judicial por parte de los technopols remite al surgimiento, en justicia
transicional, de “una dicotomía entre verdad y justicia” que, según Teitel, tuvo lugar durante la segunda fase
de la evolución de esta concepción, después de la Segunda Guerra Mundial, y que se ajusta plenamente a
las coyunturas chilenas de la época: Ruti G. Teitel, “Transitional Justice Genealogy”, Harvard Human Rights
Journal, 16, 2003, p. 78.
LA RAZÓN DE ESTADO: USOS POLÍTICOS DEL SABER Y GOBIERNO CIENTÍFICO DE LOS TECHNOPOLS 329
los inversionistas respecto de las reglas del juego (SP 002520, 1990). Domi-
nar esta causalidad general, una necesidad que era visible también en otras
transiciones latinoamericanas, era probablemente la más dura prueba para los
technopols chilenos.
Estos agentes pasarán por la experiencia de un aprendizaje de las amenazas
a partir de una gran exigencia de racionalidad que ellos mismos se imponen,
lo que se traducirá en dos principios de acción política para hacer frente a las
emergencias: moderación y gradualismo. De esta manera, las respuestas que
los technopols daban a los desafíos planteados por las coyunturas transiciona-
les iban adquiriendo significación y racionalidad conforme se acumulaban
los riesgos y, lo que es más, conforme se les objetivaba. Son estas objetiva-
ciones las que se traducirán en un modo de gobierno y, en definitiva, en una
razón de Estado, que consistirá en administrar estratégicamente las rigideces
del presidencialismo y cultivar una especie de indiferencia respecto de las po-
siciones maximalistas (denunciadas durante años por los technopols en artícu-
los de prensa) de ciertos dirigentes de los partidos de la coalición, como por
ejemplo la reivindicación “incongruente” de una “nueva Constitución” (SP
002514, 1990) o la idea de “desalojar a Pinochet del mando del Ejército” (SP
002521, 1990). Poco a poco, este modo de gobierno se irá expresando en un
“estilo moderado, refinado y poco discursivo”, pragmático y racional, pero
que no olvida el precepto según el cual “gobernar no es hacer academia” (SP
002524, 1990): precisión tan interesante como reveladora de la naturaleza
híbrida de los capitales de estos agentes, y también de su competencia. Esta
moderación, reivindicada con orgullo, explica esa forma de reconocimiento
privada –y por consiguiente públicamente inconfesable– que se expresa en
todos los informes confidenciales: el carácter inaplicable (ni “literalmente ni
en su integridad” (SP 002521, 1990)) del programa de la Concertación, de-
bido a que se trata de un “documento de intenciones máximas” que obliga a
“reformularlo operativamente” (SP 002523, 1990) en nombre de una razón
de Estado en formación.
Esta brutalidad de la argumentación, que lleva, por ejemplo, a aceptar
ciertas formas de impunidad en materia de violaciones a los derechos huma-
nos, se justificará en nombre del realismo.33 A este respecto, cabe detenerse
en un documento de trabajo redactado por Flisfisch en 1984, en el que es-
33 De este modo, la aceptación de la “relativa impunidad” de la ley de amnistía que fuera promulgada por
el general Pinochet en 1978 se inscribe en un “caso de realismo político” (SP 002521, 1990), que algunos
meses más tarde será interpretado como uno de los tres “consensos mínimos” con la derecha civil (“vigencia”
de la ley de amnistía; continuación de las “investigaciones judiciales” y “medidas de reparación material”:
SP 002536, 1991).
34 Para respaldar su argumentación, Flisfisch cita el trabajo clásico de Duncan Luce y Howard Raiffa,
Games and Decisions. Intoduction and Critical Survey, Nueva York, Wiley and Sons, 1957: en Ángel Flisfisch
(1984: 2).
LA RAZÓN DE ESTADO: USOS POLÍTICOS DEL SABER Y GOBIERNO CIENTÍFICO DE LOS TECHNOPOLS 331
“los ‘dilemas’, ‘problemas’ o ‘desafíos’ de la democratización”, señalando que
no se deben “enfrentar al mismo tiempo”, ya que “se ganaría si se les aborda y
resuelve secuencialmente” (Dobry 2000: 589). Sin embargo, la observación de
Dobry no designa una proposición teórica trivial, sino, más profundamente,
una estrategia absolutamente real que encuentra su justificación en las reco-
mendaciones que surgen de la transitología y a propósito de las cuales el autor
ironiza. Es importante insistir en este punto, y recordar que la transitología es
un conjunto de conceptos, autores y problemas de investigación, y a la vez una
caja de herramientas, es decir, un corpus de textos en el que coexisten un enfo-
que explicativo y una dimensión normativa. Eso significa que, tal como ha sido
empleada por los technopols chilenos, la transitología debe ser juzgada primero
desde el punto de vista de su valor normativo y político, y solo después a la luz
de sus pretensiones teóricas.
Ahora bien, esta estrategia general de los technopols se convirtió poco a poco
en un modelo de gobierno, y sus fundamentos dejaron de ser transitológicos.
La estrategia gubernamental que consiste en abordar los problemas de manera
gradual y realista, sabiendo que para avanzar a veces hay que retroceder en el
marco de negociaciones que producen resultados acumulativos, fue objeto de
innumerables objetivaciones destinadas a fundamentar un tipo de democra-
cia: se trata de lo que en jerga de los technopols se llamará la “democracia de
los acuerdos”, o también la “democracia de los consensos”. Este modelo fue
descubierto precozmente por los technopols chilenos en dictadura, pues ya en
1985 hay alusiones a un paradigma consociativo de gobierno, nuevamente
bajo la pluma de Flisfisch. Partiendo de la premisa según la cual ninguna
pretensión hegemónica puede imponerse por sí misma en Chile, “es racional
por lo tanto, en el sentido más estricto del término racional, que cada fuerza
política busque un escenario de transición” que evite bloqueos o juegos de
suma cero (Flisfisch 1986: 15). Para ello hay que crear una “mayoría absoluta
estable”, pero sobre todo “un estilo consociativo muy marcado”, caracterizado
por “la corresponsabilidad del conjunto de los actores políticos y sociales en
las decisiones colectivas” (Flisfisch 1986: 15). Según Ruiz, el descubrimien-
to de este paradigma consociativo y sus primeras justificaciones se deben al
politólogo chileno Alberto van Klaveren,35 a partir del objetivo explícito de
“neutralizar las divisiones políticas” y “abandonar las prácticas competitivas
y el principio de las mayorías simples” (Ruiz Schneider 1993: 169). Puede
35 Sin ser un technopol, por su escasa militancia en el PPD (nunca tuvo ningún cargo directivo), durante
los años ochenta Van Klaveren fue profesor en el Instituto de Estudios Internacionales de la Universidad
de Chile, y miembro fundador de la Asociación Chilena de Ciencia Política, que después presidirá. Será
nombrado subsecretario de Asuntos Exteriores en el gobierno de Michelle Bachelet.
36 “¡Nunca más en Chile un gobierno minoritario!”: “lo que hay que buscar es una forma de lo que se
ha convenido en llamar ‘democracia consociativa’”: Genaro Arriagada, “Pactos, gobierno, coaliciones”, La
Época, 29 de enero de 1989.
37 Sobre todo en estas tres grandes obras de Arend Lijphart: The Politics of Accomodation. Pluralism and
Democracy in the Netherlands, Berkeley, University of California Press, 1968; Democracy in Plural Societies. A
Comparative Exploration, New Haven, Yale University Press, 1977; Democracies: Patterns of Majoritarian and
Consensus Government in Twenty-one Countries, New Haven, Yale University Press, 1984.
38 Estoy muy agradecido a Hernán Cuevas por haberme puesto al corriente sobre la importancia de la
estadía de Lijphart en Santiago.
39 Este golpe de fuerza será repetido por los technopols durante el mandato de Frei (1994-2000), esta vez
por medio de una nueva lectura de la teoría de los “clivajes” de Lipset y Rokkan : Seymour Martin Lipset y
Stein Rokkan, Party Systems and Voter Alignments : Cross-National Perspectives, Nueva York, The Free Press,
1967. Según estos autores, los clivajes que dieron lugar a los partidos y a los sistemas de partidos en Europa
remiten a lógicas sociológicas (por ejemplo, clerical/anticlerical), y desde luego no políticas (Badie califica
este enfoque de “topológico”: Bertrand Badie, Le développement politique, París, Economica, 1984, p. 167).
Ahora bien, ciertos technopols chilenos reinterpretarán esta teoría de los clivajes desde un punto de vista
político, en el sentido en que el clivaje electoral entre las opciones Sí y No a Pinochet en 1988 era la expresión
de un clivaje políticamente fundamental (dictadura/democracia) que dio a luz a dos coaliciones duraderas
(la Concertación y la Alianza por Chile, de derecha): en este sentido, es interesante leer el influyente artículo
de Eugenio Tironi y Felipe Agüero: “¿Sobrevivirá el nuevo paisaje político chileno?”, Estudios Públicos, 74,
1999, pp. 151-168. Para una crítica de esta utilización de la teoría de los clivajes de Lipset y Rokkan, véase
Alfredo Joignant, “Modelos, juegos y artefactos. Supuestos, premisas e ilusiones de los estudios electorales y
de sistemas de partidos en Chile (1988-2005)”, Estudios Públicos, 106, 2007, pp. 238-249.
LA RAZÓN DE ESTADO: USOS POLÍTICOS DEL SABER Y GOBIERNO CIENTÍFICO DE LOS TECHNOPOLS 333
tir de 1990, refiriéndose a problemas de “método de negociación” con la
oposición de derecha (SP 002516, 1990),40 o que la noción de “consenso”
haya exigido muy pronto precisiones públicas y explicaciones.41 Para que la
estrategia se convierta definitivamente en modelo de gobierno habrá que
esperar la elaboración de las hojas de ruta, en 1991, por parte de Edgardo
Boeninger, poderoso ministro secretario general de la Presidencia y verdade-
ro primus inter pares de la comunidad de technopols. Estas pautas, parecidas
a las brújulas destinadas a orientar los avances en un terreno difícil, fueron
conocidas como “cartas de navegación”, expresión jergal de este grupo de
agentes que figura por primera vez en un informe de noviembre de 1991 (SP
002567, 1991), y que es tal vez un eco de los “mapas cognitivos” (cognitive
maps) de Axelrod (1976).42 A medida que estos agentes aprenden a gobernar,
familiarizándose con las urgencias y con las problemáticas de la transición,
se observa una lenta transformación de los informes redactados por los te-
chnopols. Se aprecia así una organización del trabajo gubernamental según
una lógica de objetivos a corto y mediano plazo, que en sus inicios obedece
a un horizonte que no podía sobrepasar los límites del mandato presidencial
de Aylwin (1990-1994). A esta concepción de breve plazo responden las
prácticas de poder imbuidas de una estrategia transicional, y no de un mo-
delo de gobierno que se encontraba aún en gestación. Ahora bien, las cartas
de navegación elaboradas por Boeninger permitieron alimentar las prácticas
de los technopols en función de un modelo (“consociativo”), y sobre todo
transformar su relación con el tiempo a partir de una duración y de una
temporalidad de largo plazo, prolongada por la creencia (cercana a la certeza
tras las elecciones municipales de junio de 1992, que los partidos de la Con-
certación ganaron holgadamente) en un segundo mandato presidencial de
un líder de la coalición gubernamental.43
Pero, ¿en qué consistían estas cartas de navegación? Proponían objetivos mo-
destos y un estilo de gobierno (“pragmático” y “moderado”) que, debidamente
40 Donde el tema se menciona por primera vez a propósito de las negociaciones sobre reformas legales
destinadas a solucionar el “problema” de las violaciones a los derechos humanos.
41 Eugenio Tironi, “Comunicación para la democracia (2)”, La Época, 7 de junio de 1990: “El consenso no
equivale a la uniformidad de puntos de vista”, un argumento que se repite en la prosa erudita de Brunner: “Por
el momento, lo que está surgiendo en Chile parece ser una suerte de nuevo tipo de democracia consociativa,
fundada en los múltiples pactos político-sociales y económicos, en que la clase política comienza a compartir
el poder con los demás actores de la escena nacional, y en la que todos se hacen concesiones mutuas”, con
el fin de “estabilizar la democracia y mantener el dinamismo del desarrollo del país” (José Joaquín Brunner,
“Chile: claves de una transición pactada”, Nueva Sociedad, 106, 1990, p. 11).
42 Según este autor, los mapas cognitivos revelan los sistemas de creencias de los dirigentes políticos y de
los policy makers.
43 Se trata de la presidencia de Eduardo Frei, cuyo mandato no durará cuatro sino seis años (1994-2000).
LA RAZÓN DE ESTADO: USOS POLÍTICOS DEL SABER Y GOBIERNO CIENTÍFICO DE LOS TECHNOPOLS 335
Los technopols aluden en varios de sus informes a esta disciplina coalicional y
partidista, a veces para denunciar a los partidos que sostienen a la Concertación
acusándolos de maximalismo, y otras para proponer recomendaciones para un
mutuo entendimiento. Tratándose de críticas a este modelo de gobierno por
parte de ciertos dirigentes de partidos, es importante señalar el malestar expre-
sado por el dirigente del ala izquierda del Partido Socialista, el diputado Cami-
lo Escalona, quien ironiza acerca de la existencia de un “verdadero partido de
Gobierno” (SP 002567, 1991), ya que este no toma en cuenta que hay varios
partidos y, sobre todo, una coalición plural. Se trata de una crítica importante,
porque contrapone una definición de lo que quiere decir gobernar según la
cual lo que importa es el valor (“agregado”) que aporta cada partido, con la otra
alternativa según la cual lo que prima (y debe primar, según los technopols) es
la autoridad del gobierno, en el marco de una extraña paradoja según la cual
el gobierno goza de un “vasto apoyo popular” que contrasta con “un creciente
malestar político y social en sectores de la Concertación” (SP 002544, 1991).
Como remedio, los technopols propugnan una pedagogía política dirigida a los
partidos de la Concertación, a quienes hay que hacer entender “la naturaleza de
la transición y sus problemas” (SP 002523, 1990) o, dicho de otra manera, las
restricciones que aún pesan para transitar a la democracia (SP 002556, 1991).
En este sentido, los informes redactados por los technopols retoman una de las
características que había sido resaltada por Domínguez, a saber, el papel de
institutor de la nación, o simplemente de teacher, un papel que se supone debe
cumplir este tipo de agentes (Domínguez 1997). Efectivamente, los technopols
constatan la construcción política de una relación asimétrica entre, por una
parte, una definición de gobierno omnisciente, y, por la otra, de partidos desti-
nados a producir lealtad en cualquier circunstancia. Esta asimetría era consta-
tada, pero también lamentada, en el sentido de que varios informes registraban
estas relaciones desiguales que “plantean problemas” (SP 002520, 1990; SP
002545, 1991), lo que se traducía en ciertas formas de alentar la incorporación
de “la necesaria ponderación de los aspectos propiamente políticos” “en todas
las etapas de discusión” legislativa (SP 002539, 1991). Ahora bien, los techno-
pols abogarán rápidamente por una definición favorable a un funcionamiento
del gobierno que sea autónomo respecto de los partidos, considerando no solo
necesaria sino además deseable la continuidad de esta forma de “gobierno su-
prapartidista” (SP 002567, 1991), en nombre de los intereses del país, o, lo que
viene a ser lo mismo, de la razón de Estado.
Y no cabe duda de que no es casual que, hacia fines del año 1992, un informe
aplauda “el alto nivel de efectividad exhibido por el Ejecutivo en la promoción
44 El partido se define así como “un grupo o una asociación cuya finalidad es presentar candidatos a
las elecciones a cargos públicos” (SP 002588, 1992), una definición que se hace eco de la de Schumpeter,
según la cual “un partido es un grupo cuyos miembros se proponen actuar concertadamente en la lucha
concurrencial por el poder político”: Joseph Schumpeter, Capitalisme, socialisme, démocratie, París, Payot,
1984, p. 374.
LA RAZÓN DE ESTADO: USOS POLÍTICOS DEL SABER Y GOBIERNO CIENTÍFICO DE LOS TECHNOPOLS 337
(SP 002588, 1992). Si originalmente se trataba de un modo de acción gu-
bernamental “puramente circunstancial”, su rutinización en el marco de un
modelo consociativo le permitió transformarse en un “principio estratégico”
(SP 002588, 1992). Y aunque entre los dirigentes de los partidos políticos
se entienda perfectamente el término “suprapartidismo”, resulta interesante
señalar la invención de un neologismo que se hizo famoso, destinado a de-
signar una situación de dominio gubernamental: el de “partido transversal”.
Este término se refiere a la existencia de un verdadero partido de gobierno,
cuyos principales agentes son, precisamente, los technopols.45
Si este partido transversal pudo suscitar tantas suspicacias y envidias es
porque lo que hay detrás de una pedagogía invocada una y otra vez es una
voluntad de dominio por parte de un pequeño grupo de agentes de elite,
que moviliza un repertorio de justificación “científica” de sus prácticas de po-
der. Su trabajo de persuasión sobre los partidos debe “producir y poner a su
disposición la evidencia empírica que avale las posiciones gubernamentales”
(SP 002569, 1991). Si este esfuerzo pedagógico, que aquí se describe inge-
nuamente según una lógica cercana a la relación escolar entre el profesor y el
estudiante, logra producir las condiciones de subordinación de los partidos sin
por ello convencer a sus dirigentes, es porque se enfrentan dos tipos de capita-
les: por una parte, ese capital híbrido y simbólico de los technopols, hecho de
recursos políticos y racionales, que se expresa en una pedagogía de la traduc-
ción de saberes disciplinares raros en conocimiento políticamente útil (pero
no necesariamente comprendido), y por otra parte, el “capital militante” que
adopta la “forma de técnicas, disposiciones a actuar, intervenir, o simplemente
obedecer” (Matonti y Poupeau 2004: 8). La traducción literaria está lejos de
ser una operación desprovista de ambigüedad (aunque no sea más que por la
posibilidad de consagración de los autores y los textos implicados)46, lo mismo
puede decirse del trabajo político emprendido por los technopols, ya que como
resultado de la traducción de saberes científicos a un idioma político hay bas-
tantes cosas que se pierden del lado de lo traducido, y otras que se ganan desde
el punto de vista del traductor. En efecto, fue gracias a la convergencia de las
características excepcionales de una coyuntura transicional urgente, de los re-
cursos institucionales proporcionados por el presidencialismo chileno y de las
45 Camou es uno de los pocos autores que toma en serio este neologismo, al ver en los technopols un
grupo de agentes que actúan como “catalizadores del consenso”, y que operan como “una especie de ‘partido
transversal’”: Antonio Camou, “Los consejeros del príncipe. Saber técnico y político en los procesos de
reforma económica en América Latina”, Nueva Sociedad, 152, noviembre-diciembre de 1997, p. 66.
46 Pascale Casanova, “Consécration et accumulation de capital littéraire. La traduction comme échange
inégal”, Actes de la Recherche en Sciences Sociales, 2/2002, 144, pp. 7-20.
47 Después de haber subrayado el peligro de sindicalización del Colegio de Profesores, que desmentiría la
creencia de que lo que todos querían era “un profesor en paz con el Estado”, un informe recalca “el fantasma
de una huelga nacional” (SP 002513, 1990).
48 A propósito del debate sobre las reglas del juego en materia de relaciones laborales.
LA RAZÓN DE ESTADO: USOS POLÍTICOS DEL SABER Y GOBIERNO CIENTÍFICO DE LOS TECHNOPOLS 339
su solución “dentro de un contexto técnico” en el cual los technopols brillan.
En cambio, si lo que se encuentra en juego deriva en un “conflicto”, significa
que el problema ha sido “internalizado por las partes y, por lo tanto, su natu-
raleza es subjetiva”, lo que obliga a soluciones políticas mucho más difíciles
(SP 002603, 1992). “Problema” o “conflicto”: he aquí los dos términos de una
ecuación a la que los technopols van a dedicar todo un trabajo de objetivación
destinado a privilegiar el primer polo en detrimento del segundo, con el fin
de producir soluciones técnicas a los problemas al precio de una forma de
despolitización de los conflictos deliberadamente buscada.
Si la dimisión del ministro de Salud suscitó tanta conmoción gubernamen-
tal fue porque se trató de un episodio poco común de fracaso de una estrategia
general que consistía en desmovilizar a los sindicatos y los colegios profe-
sionales. Precisamente a este trabajo de desmovilización alude Posner (1999;
2004),49 aunque sin reparar en el fundamento “científico” de la razón de Esta-
do que le sirve de justificación. Mientras que la eficacia legislativa del gobierno
dependía de la disciplina de las bancadas parlamentarias de la Concertación en
el hemiciclo, el rendimiento del orden en construcción dependía de la función
de “disciplinamiento de la base social de apoyo” (SP 002520, 1990), función
adjudicada a los partidos de la coalición. Para lograrlo no bastaba con evitar
que los partidos de la Concertación se alzaran como portavoces o correas de
transmisión de las demandas sociales o de las reivindicaciones salariales (SP
002511, 1990; SP 002512, 1990). Se trataba sobre todo de transformarlos en
instrumentos de desmovilización, y por tanto de desactivación de conflictos.
Así, pues, en varios informes se leen recomendaciones encaminadas a sofocar
los conflictos sociales por medio de los partidos, con el objetivo explícito de
“disminuir el rol” de la CUT (SP 002513, 1990) apoyándose en la tradición
sindicalista socialista (SP 002512, 1990) y democratacristiana (SP 002514,
1990), tras lo cual se desembocaría en una situación –conveniente y desea-
ble– de “aislamiento e interdicción del sindicalismo comunista” (SP 002516,
1990). Los technopols no dudan en afirmar, de manera un tanto desenfadada,
que en las relaciones entre la CUT y el empresariado, “en el fondo, la di-
mensión social jamás fue la preponderante”, ya que “detrás de los actores que
representan al capital y al trabajo siempre estuvieron los partidos políticos
afines a los trabajadores y empresarios” (SP 002521, 1990). Es así como, en
este asunto crudo y repleto de argumentos públicamente inconfesables, se
ve operando la dimensión propiamente política del capital de los technopols,
49 Para un estudio de las consecuencias electorales de este trabajo de desmovilización, cf. Alfredo Joignant,
“Political Parties in Chile: Stable Coalitions, Inert Democracy”, en Kay Lawson (ed.), Political Parties and
Democracy, Santa Bárbara, Praeger, 2010, 1, pp. 134 y ss.
LA RAZÓN DE ESTADO: USOS POLÍTICOS DEL SABER Y GOBIERNO CIENTÍFICO DE LOS TECHNOPOLS 341
que lleva a justificar acciones públicas en nombre de un interés superior que
no es el interés del pueblo, ni el de la nación, ni tampoco el de una comunidad
de ciudadanos, sino el de la organización estatal misma. Se trata de una razón
de Estado, y no de una razón gubernamental cuya connotación es evidente-
mente más débil, puesto que, se quiera o no, tiene que ver con las relaciones
consociativas establecidas entre todas las elites de una sociedad políticamente
fracturada. En este sentido es como hay que entender el lamento expresado
por los technopols cuando la derecha, en especial el partido Renovación Na-
cional, decide abandonar la “democracia de los acuerdos” para pasar a una
“democracia de las alternativas”.50 Frente a este abandono, los informes de la
Presidencia recomiendan insistir en la búsqueda de la cooperación para poder
llegar a acuerdos entre elites, y sugieren además perpetuar –más allá de este
primer mandato presidencial– tanto las prácticas consociativas como su pues-
ta en forma institucional. Para ello es preciso pasar de la “normalidad inesta-
ble”, que era habitualmente descrita por los technopols durante el primer año
de gobierno, a la normalización definitiva del régimen democrático, poniendo
término a la transición, lo que equivale a consagrar una forma de organización
del poder político que, siendo consociativa, no es competitiva.
La voluntad de perpetuar la democracia de los acuerdos se encuentra pre-
sente ya en 1991, en un contexto en el que se “empieza a respirar un clima
de ‘fin de transición’” (SP 002542, 1991). Los signos precursores del tér-
mino de la transición son tan numerosos como variados. Hasta el tedio y el
“desencanto” figuran como pruebas de normalidad (SP 002555, 1991). Lo
confirman datos de encuestas (SP 002556, 1991), la aparición de problemá-
ticas propias de una democracia ordinaria (desafección, delincuencia, tráfico
y consumo de drogas, corrupción),51 e incluso comparaciones con España
o con Uruguay que favorecen la solución chilena en materia de política de
tratamiento de las violaciones a los derechos humanos (SP 002608, 1993). A
partir de esta coincidencia entre la experiencia política de un final de la tran-
sición asentada en la creencia en el restablecimiento del Estado de derecho,
y los éxitos atribuidos por los technopols a la democracia de los acuerdos, se
desprende una voluntad de consagración racional de las prácticas consociati-
vas. Con el fin de justificar esta voluntad, los technopols afirman que en una
“sociedad subdesarrollada”, expuesta al riesgo de una “polarización sociopolí-
tica”, la existencia de “rasgos que obliguen a las fuerzas políticas a negociar es
50 Posición oficializada por medio de un artículo de prensa firmado por el presidente de Renovación
Nacional: Andrés Allamand, “La democracia de las alternativas”, El Mercurio, 21 de septiembre de 1991.
51 SP 002551, 1991 y SP 002588, 1992 (desafección); SP 002566, 1991 y SP 002572, 1991 (seguridad
ciudadana); SP 002600, 1992 (drogas); SP 002614, 1993 (corrupción).
52 Por ejemplo, a propósito de un caso de espionaje militar a ciertos políticos, cuyas consecuencias pueden
implicar un “daño a los avances de la transición y consolidación democráticas” (SP 002599, 1992); el énfasis
en la “y” es nuestro.
LA RAZÓN DE ESTADO: USOS POLÍTICOS DEL SABER Y GOBIERNO CIENTÍFICO DE LOS TECHNOPOLS 343
se las inscribe en un mismo proceso.53 Aunque esta confusión se inscribe en
un debate de larga data que opone a politólogos y sociólogos acerca de la
pertinencia de tal distinción,54 se explica sobre todo por razones políticas,
habida cuenta de la voluntad de los technopols de normalizar la vida política
en un marco democrático estable y consolidado para asentar la necesidad de
un modelo de gobierno consociativo.
Como puede verse, la discusión, aparentemente estéril, acerca de cuándo
se acaba una transición, está en realidad repleta de consecuencias políticas,
puesto que el paso de la transición a la consolidación sirve para justificar un
estado de normalidad, y por lo tanto para perpetuar la “democracia de los
acuerdos”, pragmática, consensual y poco competitiva. De este modo, a la
distinción entre “transición” y “consolidación” le corresponde una división del
trabajo político. La primera exige que los technopols lidien con las urgencias y
racionalicen la incertidumbre por medio de “reformas esenciales” destinadas
a eliminar “los enclaves autoritarios” (después de lo cual vendría “un período
normal u ordinario” (SP 002521, 1990)), y estos mismos agentes se obligan
luego a evitar involuciones (lo que corresponde a una “tarea de consolidación”
(SP 002595, 1992)). Para el segundo semestre de 1991 se hace evidente que
“una parte del programa de la transición ya se ha realizado”, lo que quiere
decir que los desafíos pendientes “pierden su carácter de tareas de la transición
y adquieren crecientemente el carácter de tareas propias de la consolidación
y profundización de la democracia” (SP 002552, 1991). Este evolucionismo
político, armado con los recursos de la transitología, permite así decretar la ex-
tinción del período de urgencia democrática y de sus problemas de alto riesgo,
lo que hace posible justificar una nueva etapa de normalidad, hecha de “alta
racionalidad política”, y en la que la competencia entre fuerzas rivales tiene
que ajustarse a los beneficios de una democracia consensual en la que destacan
los technopols. Si en 1991 “la política de los acuerdos es necesaria [...] porque
53 Es así como en un informe que apunta a encontrar “una fuente distinta de legitimidad” para las formas
consensuales de hacer política, se lee la alusión a un “período de transición y consolidación en que nos
encontramos” (SP 002600, 1992); el énfasis en la “y” es nuestro.
54 A este respecto, O’Donnell concluye a partir de una reflexión sobre Chile como “caso extraño”, que sería
“imposible definir con precisión, analítica y empíricamente, cuándo una democracia se ha ‘consolidado’”
(Guillermo O’Donnell, “Otra institucionalización”, La Política. Revista de estudios sobre el Estado y la
sociedad, 2, 1996, p. 20). Un argumento similar se encuentra en palabras de Przeworski, Alvarez, Cheibub
y Limongi: “evidentemente, no pensamos que la ‘consolidación’ sea simplemente una cuestión de tiempo,
un cierto tipo de ‘acostumbramiento’ o ‘institucionalización’ mecánica”. Por eso “si las democracias llegan a
‘consolidarse’, por la razón que sea, entonces tendríamos que observar que en cualquier nivel de desarrollo
el simple paso del tiempo reduce las posibilidades de que caigan”: ahora bien, “no encontramos pruebas en
este sentido”, por lo cual “la ‘consolidación’ es un término vacío” (Adam Przeworski, Michael Alvarez, José
Antonio Cheibub y Fernando Limongi, “Las condiciones económicas e institucionales de la durabilidad de
las democracias”, La Política. Revista de estudios sobre el Estado y la sociedad, 2, 1996, pp. 104-105).
Conclusión
Los 113 informes que durante cuatro años redactaron los technopols nos
enseñan cómo este pequeño grupo de agentes notables, fuertemente dotados
de recursos escasos, pudieron construir una razón de Estado que justificara
su dominación, así como la vía chilena, tranquila y apacible, a la democracia.
Desde luego hubo resistencias, así como también existió la contingencia de un
proceso transicional cuya salida hubiera podido ser otra (aunque solo fuese en
razón de una eventual derrota de los technopols a manos de los dirigentes de
los partidos de la Concertación y de la especie militante de su capital). Preci-
samente, son los propios technopols quienes se interesarán en los dilemas de la
contingencia, afirmando que otra salida o bifurcación podría haber sido posi-
ble: ¿acaso una “política más agresiva hubiese tenido más éxito”? Es imposible
demostrarlo, como también es imposible demostrar lo contrario, a saber, que
es “la prudencia la que ha permitido avanzar” (SP 002613, 1993). Contra el
“determinismo retrospectivo” condenado por Schmitter, que lleva a “suponer
que lo que pasó era lo que tenía que pasar” (Schmitter 1994: 176), las razo-
nes invocadas por los technopols constituyeron recursos de lucha, y a menudo
verdaderos golpes de fuerza, incluso traiciones, por ejemplo a la transitología:
si la desmovilización de la sociedad civil era necesaria según estos agentes para
estabilizar el nuevo régimen, y se justificaba en nombre de la razón de Estado,
“este argumento no es solo una mala teoría democrática, sino que también es
una mala política democrática”, porque “en todas las etapas del proceso demo-
crático, una sociedad civil activa e independiente es un recurso inestimable”
(Linz y Stepan, Hacia la consolidación democrática, 1996a: 33). Un nuevo
golpe de fuerza de los technopols, esta vez simbólico, lo cual, en todo caso,
es inherente a las luchas políticas, incluso cuando apelan a los recursos de la
razón, o a la fuerza de las ideas.
LA RAZÓN DE ESTADO: USOS POLÍTICOS DEL SABER Y GOBIERNO CIENTÍFICO DE LOS TECHNOPOLS 345
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SP 002582 (10 de abril de 1992).
SP 002584 (30 de abril de 1992).
SP 002588 (5 de junio de 1992).
SP 002590 (19 de junio de 1992).
SP 002591 (26 de junio de 1991).
SP 002593 (10 de julio de 1992).
SP 002594 (31 de julio de 1992).
SP 002595 (14 de agosto de 1992).
SP 002596 (21 de agosto de 1992).
SP 002597 (4 de septiembre de 1992).
SP 002599 (25 de septiembre de 1992).
SP 002600 (2 de octubre de 1992).
SP 002603 (6 de noviembre de 1992).
SP 002608 (4 de enero de 1993).
SP 002613 (1 de abril de 1993).
SP 002614 (15 de abril de 1993).
SP 002617 (7 de septiembre de 1993).
Manuel Gárate Chateau. Historiador. Doctor en historia, École des Hautes Études en Scien-
ces Sociales. Magíster en ciencia política, Universidad de Chile. Investigador asociado del
Instituto de Ciencias Sociales (ICSO), Universidad Diego Portales.
John Markoff. Sociólogo. PhD en sociologia, Johns Hopkins University. Profesor del Depar-
tamento de Sociología, University of Pittsburgh.
José Ossandón. Sociólogo. PhD en estudios culturales, Centre for Cultural Studies, Golds-
miths, University of London. Magíster en sociología, Pontificia Universidad Católica de Chile.
Investigador asociado del Instituto de Ciencias Sociales (ICSO), Universidad Diego Portales.
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Christian Retamal. Filósofo. Doctor en filosofía, Universidad de Complutense. Magíster en
filosofía política y axiología, Universidad de Chile. Profesor e investigador, Universidad de
Santiago de Chile.
Patricio Silva. Cientista político. Doctor en ciencia política, Universiteit Leiden. Director del
Departamento de Estudios Latinoamericanos de la misma universidad.
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