Tocotoc El Cartero Enamorado
Tocotoc El Cartero Enamorado
Tocotoc El Cartero Enamorado
Desde muy temprano, Tocotoc, el cartero de Cataplún, sale a repartir las cartas y
los paquetes por todo el pueblo. En un morral grande y resistente Tocotoc lleva los
mensajes y regalos que amigos y familiares de otros pueblos envían a los
cataplunenses.
– Toc-toc-toc...
– Soy yo, Tocotoc. Te traigo una carta de tu hija Tris. Viene desde Achix.
– La estaba esperando desde hace varios días. Gracias, Tocotoc –dice Kupka,
abriendo la puerta–.
Oye, ¿me acompañas a desayunar? Tengo pan recién salido del horno.
El recorrido continúa por la casa de Lino, el pintor. De allí, Tocotoc pasa a la casa
de Alba, que tiene un gallinero. Luego siguen Dubi, que prepara los jugos de frutas
más deliciosos de la región, Santi, el entrenador de fútbol; Sebastián, el
carpintero, y Plicploc, el plomero. Así, de casa en casa, Tocotoc va entregando el
correo que tanto esperan sus paisanos. ¡Qué felicidad sienten ellos al recibir las
cartas que Tocotoc les entrega! y siempre, cuando el cartero toca a la puerta, es
bienvenido y todos en Cataplún tienen gran amistad con él.
A Tocotoc le gusta mucho ser cartero. Además de poder visitar todos los días a
sus amigos, le encanta examinar cada sobre con atención. Le divierte ver los
dibujos y los colores de las estampillas y sobre todo tratar de leer en voz alta los
nombres de los pueblos lejanos como Ylikiiminki, de donde le envían recetas de
helados a Hummmm; Xicoténcatl, donde Choclos tiene una prima; Al-Hanakiyah,
donde viven los tíos de Soad la tejedora, o Rarotunga, la isla donde vive
Masomenos, un antiguo profesor de Cataplún.
Pero Tocotoc no fue siempre un cartero feliz. Hubo una época en la cual a pesar de
lo mucho que le gustaba repartir cartas, no podía evitar sentirse cada día más
triste.
La causa de tanto pesar era que él, el propio cartero de Cataplún, no tenía nadie
que le escribiera una carta y no tenía tampoco a quién escribirle. Tocotoc no podía
evitar un hondo suspiro cada vez que entregaba una carta y, a pesar de ser amigo
de todos en el pueblo, se sentía des-cartado.
En todo su recorrido por las casas de Cataplún sólo había un momento en que
Tocotoc se sentía verdaderamente feliz. Era cuando llegaba el turno de entregarle
las cartas a María, la costurera.
– "¡Qué linda es esa costurerita! –pensaba el cartero y se peinaba y se subía las
medias antes de tocar a su puerta.
Toc-toc-toc...
La costurera, que era muy trabajadora, nunca tenía tiempo para charlas con
Tocotoc y apenas si se despedía. El cartero, por su parte, era tan tímido que no se
atrevía a decirle que estaba enamorado de ella.
Una noche, mientras ordenaba las cartas que debía repartir al día siguiente,
Tocotoc tuvo una idea que le iluminó el rostro con una gran sonrisa: "Voy a
escribirle una carta a María.
Le diré lo que siento por ella sin que sepa que soy yo". Y así fue como por primera
vez en su vida, el cartero de Cataplún escribió una carta.
«Hola , María:
Espero que cuando abras este sobre estés contenta y no te hayas pinchado ningún
dedito con la aguja de coser. Tú no me conoces, pero yo sí a tí y yo te quiero
mucho.
Tú me encantas, Mari. Tus ojitos son como dos limones y tus mejillas como dos
bellas manzanas. Tu nariz de frijolito es muy graciosa y tus labios parecen dos
pétalos de rosa. Cuando veo un sacacorchos me acuerdo alegremente de tus
cachumbos y por las mañanas, la miel del desayuno me trae a la memoria el color de
tu pelito. María, eres una niña muy bella, yo te quiero mucho.»
Tocotoc dobló el papel y lo metió en el sobre junto con una florecita silvestre.
Al día siguiente Tocotoc salió a repartir sus cartas silbando de alegría pero al
llegar frente a la puerta de María se puso muy nervioso.
Toc-toc-toc...
– Bueno, hasta luego Tocotoc –respondió la costurera sin siquiera mirar al cartero.
Al día siguiente, cuando Tocotoc volvió a la casa de María para llevarle una revista,
ella ya estaba esperándolo en la puerta desde mucho antes.
– ¿No me traes otra carta como la de ayer? –preguntó María muy curiosa.
– No, María, nada más –dijo el cartero ordenando su morral con aire
despreocupado.
Me gusta mucho cocinar pollo con cebolla y papas, pero me da pereza hacerlo para
mí solo si tú quisieras comer conmigo ¡que feliz sería yo!
Me gusta jugar a las escondidas, pero no tengo con quién jugar, si tú quisieras
jugar conmigo, qué feliz sería yo.»
Tocotoc dobló el papel y lo metió el sobre junto con una florecita silvestre, como la
primera vez.
– ¡Hola, María! –dijo el cartero, un poco más tranquilo que los otros días–. Te traigo
estas revistas y... una carta.
– ¿Una carta? ¿De quién? –dijo María, quitándole el sobre de las manos al cartero.
– ¡Oh! ¡Qué bueno! ¡Hasta luego, querido Tocotoc –dijo María casi cantando.
Tocotoc también quedó muy contento por el resto del día.
Desde entonces el cartero empezó a escribir una hermosa carta de amor a María
todas las noches. La costurera recibía el correo feliz y Tocotoc, al ver que sus
cartas eran tan bien acogidas, escribía y escribía y escribía cada vez cartas más
bellas.
Los días fueron pasando y Tocotoc quería confesarle su amor a María. Quería
pasear y conversar con ella. Cada vez que le entregaba una carta y María
preguntaba: "¿de quién es?", él siempre estaba a punto de contestar: "mía".
Pero Tocotoc era tímido y pensaba que la costurera nunca lo iba a querer como
quería a sus cartas. María cada día se conformaba menos con sus cartas y deseaba
conocer la persona que escribía aquellas frases tan hermosas. Su curiosidad
empezó a crecer y a crecer...
Un día Tocotoc dejó la casa de María para el final de su recorrido, pues había
decidido hablarle a la costurera. Pensó pedirle a María que le hiciera una nueva
chaqueta de cartero, así tendría la oportunidad de estar más tiempo con ella.
Al llegar a la casa de María, Tocotoc se peinó, estiró sus medias y tomó aire
queriendo darse fuerzas. Después de entregar la carta a la costurera, le dijo:
– ¡Claro, Tocotoc! Te la haré con mucho gusto. Sigue y te tomo las medidas –
respondió María muy atenta.
– Oye, Tocotoc, ¿por casualidad tú no sabes quién me envía esas cartas que me
traes todos los días? –preguntó de repente María.
– Pues, es que... no, la verdad... yo no sé –respondió Tocotoc, tan nervioso que hasta
le temblaban las piernas.
– Está bien ¡Qué pesar! –dijo María y siguió tomando las medidas a Tocotoc.
Cuando terminó, la costurera pensó: "¡qué cartero tan guapo!" Tocotoc se despidió
rápidamente de María y se fue a su casa corriendo a escribirle otra carta de amor.
María seguía esperando las cartas que Tocotoc le traía y como pasaba horas
leyéndolas y releyéndolas, no avanzaba mucho en su trabajo y cometía errores al
coser la tela. A Tocotoc no le importaba nada su nueva chaqueta de cartero. Para
él era un placer pasar horas probándose la costura de María y conversando con
ella.
Una tarde cuando la chaqueta por fin estaba casi terminada, María le preguntó a
Tocotoc si quería quedarse a comer con ella.
– ¡Delicioso! –respondió María y quedó pensativa– "¿pollo con cebollas y papas? Eso
me recuerda algo...".
Tocotoc había empezado a cocinar y ella tenía que poner los platos en la mesa y las
flores, que, como todos los días, le trajo el cartero en un florero. Cuando las
estaba arreglando cayó en la cuenta de que eran las mismas que el escritor
misterioso ponía siempre entre sus cartas.
– No, María, mejor juguemos a las escondidas, es más divertido –dijo el cartero
espontáneamente.
María aceptó y se fue a esconder de primera. Cuando estaba entre el baúl en que
guardaba los retazos, pensó nuevamente en las cartas y el cartero:
"...escondidas...".
Jugaron un buen rato hasta cuando la costurera se sintió ya muy cansada. Tocotoc,
que estaba feliz y lleno de ánimos, al despedirse le dijo desprevenidamente a
María:
– ¿Te gustaría ir a pasear conmigo al bosque mañana domingo? ¡Qué feliz sería yo!
– ¡María! ¡Estás bromeando. Tú tienes una nariz de frijolito –dijo Tocotoc mientras
recogía unas flores silvestres.
«Martes 18 de mayo
Querido Tocotoc:
Espero que cuando abras este sobre estés contento y no te duelan los pies de
tanto caminar. Yo te conozco muy bien y te quiero mucho.
Además las flores que tu me regalas son las más lindas del campo; y tus cartas, mi
lectura preferida. Me gustaría mucho hacerte otra chaqueta para estar contigo
otra vez. Me gustaría hacerte muchas chaquetas más!
María.»
María dobló el papel y lo metió en el sobre con una florecita silvestre. Al día
siguiente, cuando Tocotoc terminó de hacer el reparto, encontró una última carta
entre su morral. "Para Tocotoc el cartero de Cataplún", decía el sobre... Toco-toc
no lo podía creer. Finalmente, el cartero de Cataplún, por primera vez recibió una
carta.
Fin