Esfinge 2024 03
Esfinge 2024 03
Esfinge 2024 03
4 11
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Giordano Bruno en el uni- Alicia en el metal-verso
verso infinito
25
La amistad filosófica
Lecciones de estética de
34
John Keats
Juicios y prejuicios
40
Pico della Mirandola
El Equipo de Esfinge
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GIORDANO BRUNO
en el universo infinito
Fátima Gordillo
En 1889 el pueblo de Roma aprobó, por mayoría en la municipalidad, que se colocara
una estatua en homenaje a Giordano Bruno en el lugar en que fuera quemado en la
hoguera por la Inquisición un 17 de febrero de 1600. Realmente, la estatua no está
ubicada en el lugar exacto donde se irguió la pira dentro de la plaza de Campo dei Fiori,
pero desde la posición en la que está, con su altura y su mirada, el Nolano sigue hoy
desafiando a todos los que responden con la fuerza ante los argumentos de la razón.
No sería posible en un breve artículo tocar, ni tan siquiera de pasada, todos los aspectos
en los que Bruno supuso, y supondrá, una verdadera revolución para el pensamiento.
Es posible que los que en su día lo calificaron como «mártir del librepensamiento y la
ciencia» no entiendan del todo el alcance de dicha afirmación. Por eso, en este espacio
solo vamos a abordar una de sus múltiples aportaciones: la de un universo infinito y un
planeta, el nuestro, que no era lo que los dogmas de la época afirmaban.
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la cosmogonía de los cristianos, la narración de la creación del hombre a imagen de
Dios, el paraíso plantado por la mano de Dios […] ¡El mundo creado en seis días! ¡Como
si fuesen concebibles anteriores a la aparición del sol y de la luz!». Para los filósofos de
la Antigüedad, los mitos acerca de sus dioses no eran literales: «Estas palabras de Zeus
a Hera deben interpretarse como palabras divinas dirigidas a la materia. Y significan
que, tras encontrar la materia en estado de caos, Dios la ordenó y la encadenó en los
lazos de la armonía y el orden», explicaba el mismo Celso sobre la guerra de los titanes.
En el 585 a. C. tuvo lugar un eclipse que el sabio Tales de Mileto había predicho con
antelación. Anaximandro de Samos, discípulo de Tales, ya había dicho que la Tierra era
redonda; Eratóstenes, en el siglo III a. C., había calculado la longitud de su meridiano
con gran precisión, así como la distancia de la Tierra al Sol y la inclinación del eje, e ideó
la distribución de los años bisiestos cada cuatro. Arquímedes, notable matemático, hizo
avanzar la hidrostática, inventó armas, máquinas para el movimiento de aguas y granos...
Aristarco de Samos, incansable investigador de la biblioteca de Alejandría, elaboró un
modelo del universo en el que la Tierra giraba alrededor del Sol en el siglo III a. C., aunque
tardó más de 1700 años en ser aceptado, porque ya en su tiempo, aquellos que intentaban
acomodar las leyes naturales a su estrecha visión del mundo, se oponían a la idea de que
el ser humano, así como el planeta donde habitaba, no fuera el centro del universo.
Aunque ya en su tiempo algunas de las obras de estos pensadores, en especial las de
Aristarco, fueron silenciadas por heréticas, nunca cayeron totalmente en el olvido, y
sus teorías se mantuvieron latentes hasta que la historia les dio la oportunidad de salir
a la luz muchos siglos después.
Como decíamos antes, algo en los primeros tiempos del cristianismo cambió. La forma
de salir adelante y sobrevivir endureció hasta el extremo la relación de la Iglesia con la
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ciencia. Se priorizó, como se había hecho en otros momentos oscuros de la humanidad,
la letra muerta sobre la naturaleza viva. Cuaquier cálculo o descubrimiento que
contradijera el dogma debía ser retorcido y mutilado hasta encajar con el modelo oficial.
La Iglesia, estática y monolítica, adoptó el estatismo de Ptolomeo y la visión de la
naturaleza de Aristóteles, porque la mayor y mejor obra de Dios fue el ser humano, para
quien todo fue dado. Dios lo situó inmóvil en el centro y, por tanto, todo en el universo
giraba a su alrededor. Aristarco había predicho que las estrellas estaban mucho más
lejos de nosotros (y entre ellas) de lo que se contemplaba en los modelos astronómicos.
Hoy lo sabemos, pero entonces las estrellas eran el manto con el que Dios cubría las
esferas que rodeaban a la Tierra. El Dios creador e infinito había construido un mundo
finito y limitado, señalando así una frontera abismal entre él y el hombre, que solo podía
llegar hasta la divinidad en calidad de siervo. El hombre y la Tierra, como objetos
inmóviles, no disponían de un movimiento propio, igual que en la visión teológica.
Pero muchos seguían levantando la vista hacia el cielo nocturno y preguntándose por
qué las estrellas errantes (lo que hoy conocemos como planetas) eran errantes, por qué
la visión del cielo cambiaba con las estaciones, por qué el movimiento observable de
los planetas, el Sol y la Luna no eran compatibles con el modelo de Ptolomeo... De vez
en cuando, en algunos círculos, se recordaba a Aristarco, se ajustaban los cálculos a su
sistema y parecía que las cosas encajaban mejor... pero no se podía decir en voz alta sin
que hubiera un gran y peligroso revuelo. A Bruno le costó la vida, y a Galileo casi.
En el siglo XV, el cardenal católico Nicolás de Cusa, afín al platonismo y al misticismo
de Ramón Llull, difundió ideas cercanas a las corrientes herméticas que tanto auge
tuvieron durante el Renacimiento, que consiederaban que Dios, el mundo y el hombre
no eran entes separados, sino que todo era parte de Dios. Que Dios es Todo y más que
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el Todo, de manera que la suma de Todo no era Dios. Y también la idea de que Dios
como Unidad es la síntesis de los contrarios, el elemento armonizador, idea hermética
por excelencia. El de Cusa cuestionó el sistema heliocéntrico y el estatismo de la Tierra,
y planteó que el universo debía de ser infinito como Dios, y que, asimismo, existía la
posibilidad de que hubiera otros mundos en esa infinitud.
Poco tiempo después de la muerte de Nicolás de Cusa, el polaco Nicolás Copérnico
realizó sólidos cálculos matemáticos y observaciones astronómicas que le llevaron a la
conclusión de que era el Sol, y no la Tierra, el que estaba en el centro, además de un
dato muy interesante, y ese dato era que la Luna no estaba, al igual que el resto de
planetas y el Sol, en una esfera propia alrededor de la Tierra, sino que la Tierra giraba
alrededor del Sol, y la Luna alrededor de la Tierra. Con la publicación de Sobre las
revoluciones de los orbes celestes poco antes de morir, lanzó una semilla a una tierra
que, desde Aristarco, no había dejado de abonarse y, esta vez, sí que estaba madura
para germinar, aunque tuvo, para ello, que ser regada con sangre.
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y astrónomo, aunque de todas las acusaciones por las que finalmente se le condenó,
solo una se refería a su defensa del movimiento de la Tierra, y dicha afirmación, como
las otras que se referían a la conformación del universo, no fue desarrollada basándose
en sencillas o complejas operaciones matemáticas o en noches en vela mirando el
movimiento de las estrellas. Las ideas que Bruno defendió, aunque hoy las hemos
separado de su madre hasta renegar de ella, nacieron de la filosofía antigua, y
adelantaron ideas que tardaron siglos en demostrarse.
Es un viejo tropiezo el creer solo en lo que está demostrado en el momento en que se
vive, y olvidar que a veces es necesario un tiempo y una madurez en las pruebas y en
los métodos para llegar a probar algo, por lo que negar las cosas que aún no han sido
probadas es repetir los errores del pasado. Seguimos queriendo ajustar la verdad al
molde de lo que aceptamos.
Así, mientras la obra exclusiva de Dios se limitaba a nuestro planeta y a nuestro cielo
conocido, todo ello limitado, pequeño, obtuso y estático, para Bruno era imposible que
la infinitud de Dios se manifestara de forma tan estrecha, y sostuvo que el universo
debía ser también infinito. Dijo además que era ilógico pensar que, en esa infinitud,
pudiera haber un único mundo. El manto de estrellas que nos envolvía en la noche no
era el límite de nuestra visión y nuestro entendimiento, sino un cascarón ilusorio donde
las estrellas que veíamos eran soles de sus propios planetas, y que nuestro Sol, el Sol,
no era sino una estrella más en la vastedad del cielo. La Tierra, por supuesto, giraba
alrededor del Sol, y no estaba estática, sino que giraba sobre su eje, y esa era la causa
de que se presentara ante nuestros ojos la ilusión del movimiento de los cielos.
Aparte de esta infinitud de lo grande, Bruno también se aproximó a lo infinitamente
pequeño, y planteó, de forma más o menos similar a Demócrito, que los ladrillos
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esenciales con los que todo está construido son los átomos, pero no en el sentido actual,
en el que el átomo aún puede dividirse en muchas más partículas. Para Bruno, al igual
que en las antiguas doctrinas, el átomo (a-tomos, ‘sin partes’) era la partícula última e
indivisible, aquella en la que todo se descompone y que, por diferentes relaciones con
otros átomos, forma los distintos compuestos de la materia. Avanzó también la idea de
la relatividad del movimiento, y por todo esto los actuales científicos, con sus telescopios
y sus aceleradores de partículas, se sorprenden y alaban la osadía de su pensamiento...
aunque no se basara en el sistema científico para afirmar todas esas cosas, sino en algo
más inapresable, incómodo y escurridizo: la magia natural, que abogaba por el
conocimiento de las leyes de la naturaleza para orientar el trabajo humano, tanto
material como espiritual, en la corriente de esa naturaleza, de manera que, entrando
en su corriente y trabajando a su favor, el ser humano fuera capaz de conocerse y
«dominarse» a sí mismo y a la naturaleza, aunque desarrollar más esta idea daría para
mucho más y no hay espacio en este artículo para ello.
Para la Iglesia, Bruno fue un personaje incómodo, sin duda, pero para la ciencia que
dice admirarle, también lo es. No es justo celebrar solo las ideas que se alinean con las
tuyas y despreciar las que no comprendemos o no estamos dispuestos a aceptar. Bruno
también afirmó que todos los seres tienen alma, y que no solo había vida en otros
sistemas, sino que los planetas y los soles eran, también, seres vivos con alma, que
desarrollan su propia vida y evolución. De alguna manera, incluso en el pensamiento
científico, el ser humano sigue siendo el centro y la medida de todo, y definimos la vida
según lo que es para nosotros la vida humana, siendo incapaces, igual que los que
encendieron la pira de Bruno, de aceptar que las cosas son como son,
independientemente de lo que nosotros podamos o no ver de ellas... y que solo el que
se tiene por filósofo natural es capaz de escapar de los dogmas y buscar la verdad donde
quiera que esté, en lugar de retorcer y mutilar las cosas que manifiesta la naturaleza
para que encajen en su modelo del mundo.
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Según explica Alberto Bernabé en la introducción a Heráclito en Fragmentos
presocráticos: de Tales a Demócrito, «el filósofo debe, como el buscador de oro, ser
constante, para obtener un poco de lo valioso tras el esfuerzo grande, tener voluntad
de creer y confianza en el éxito, así como falta de prejuicios, y poseer la capacidad de
entender el lenguaje de la razón, es decir, comprender tras las manifestaciones del
mundo visible el “código” que permite descifrar el mensaje del cosmos». De esa misma
manera, Giordano Bruno fue un incansable buscador de oro, sin prejuicios que
limitaran su búsqueda de la verdad. Si somos sinceros, nadie puede decir (y que sea
cierto) que ha encontrado la verdad de las cosas, aunque muchos sostienen que la
poseen; así demuestran ser como la Tierra de Ptolomeo, y permanecen toda su vida
inmóviles en su propio centro. Otros, como Aristarco, el de Cusa o Bruno, la buscaron
sin miedo... Por eso es más posible que, saliendo de lo conocido, descubrieran algo de
lo desconocido. Algo de lo que aún está por descubrir.
Bibliografía
https://asclepio.revistas.csic.es/index.php/asclepio/article/download/638/844?inline=1
Rowland, Ingrid K. (2009). Giordano Bruno: filósofo y hereje. Ariel. Barcelona.
Yates, F. (2023). La tradición hermética y Giordano Bruno. Erasmus. Córdoba.
Celso (2009). Discurso verdadero contra los cristianos. Alianza. Madrid.
Fragmentos presocráticos (2008). De Tales a Demócrito. Alianza. Madrid
Imágenes
Eclipse: Chris reich en Pixabay
Ilustración espacio: Gerd Altmann en Pixabay
Ilustración planeta-cosmos: Enrique Meseguer en Pixabay
Universo azul: Enrique en Pixabay
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MAGO DE OZ
Alicia en el metal-verso
Joan Bara
Si hay un grupo que tiene una legión de seguidores tanto como detractores sin duda
son los Magos. Inmersos en una etapa de salidas e incorporaciones se han sacado un
«discazo» de puro heavy metal, posiblemente el disco más metalero de su larga carrera.
La salida de Zeta no ha supuesto ningún trauma, pues la llegada de Rafa Blas continúa
dando un sello de calidad a la parte vocal de Mago de Oz. Es un vocalista bastante
completo, capaz de aportar momentos melódicos y registros más potentes.
Si la llegada de Rafa es un aporte importante de calidad, la reincorporación de Jorge
Salán es una gran noticia. No es necesario comentar su indudable maestría como solista
y su importancia en el panorama internacional. En esta segunda etapa con Mago de Oz,
su guitarra junto con la de Víctor de Andrés forman una combinación de calidad, y eso
se nota en las composiciones resaltando el protagonismo de la guitarra. Por su parte,
Moha sigue dando el reconocible sonido al grupo con su mágico violín. También destaca
el aporte a los teclados de Francesco Antonelli.
La primera vez que escuche Alicia en el metal-verso me sorprendió gratamente desde
el principio. Guitarras pesadas con clara influencia de Black Sabbath inician el tema de
doce minutos. Por un momento, parece que el mismo Tony Iomni está presente en la
grabación. La canción consta de varias partes con cambios que van de lo heavy (muy
presente en todo el tema) a otros momentos más acústicos o con sonido folk metal típico
de los Magos. En definitiva, una magnifica pieza de heavy metal que me recuerda en
potencia y calidad a la fabulosa Astaroth y a ciertos pasajes de La cantata del diablo.
Txus ha vuelto a apostar por el disco conceptual, aunque eso represente una dificultad
añadida. Él mismo expresa en una entrevista para Mariskal Rock que «es un
sobreesfuerzo tener que escribir una historia paralela, que tenga un hilo conductor,
ordenar las canciones, etc., cuando realmente puedo sacar nueve temas cada uno de su
padre y de su madre; es más cómodo para mí».
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En esta adaptación libre del clásico de Lewis Caroll, Txus expone su preocupación sobre
los peligros que el metaverso supone, sobre todo para los más jóvenes. La dependencia
excesiva de un entorno virtual tridimensional a través de nuestros dispositivos digitales
es una faceta que, innegablemente, está presente en nuestro mundo y en nuestros
jóvenes.
Los videojuegos y plataformas de realidad virtual donde los usuarios pueden interactuar
e incluso crear contenido en forma de avatares digitales ya no es algo de ciencia ficción.
El mundo del videojuego es uno de los principales exponentes del metaverso y ya es
sabido los grandes problemas de dependencia que a menudo jóvenes y no tan jóvenes
experimentan.
Como casi todo, tiene su parte positiva: es un espacio donde interactuar y trabajar en
línea, poder conectarse con amigos y familiares en todo el mundo. También es positivo
en la medida que permite acceder a opciones educativas online. Por no hablar de las
infinitas posibilidades a nivel empresarial.
Recuerdo con cierta tristeza cuando en una ocasión le pregunté a un niño al que tengo
cierto aprecio (inmerso en su tablet y contestándome sin apartar la mirada de su
videojuego) qué pasaría si de repente desapareciese Internet para siempre. Su respuesta
fue: «los niños del mundo serían más infelices».
Es evidente que hay generaciones que han nacido con Internet y no pueden concebir
un mundo sin él. La tecnología ha supuesto un antes y después en la historia. Los que
nacimos dentro de lo analógico a veces sentimos cierta nostalgia de esa infancia tan
diferente. No había posibilidad de acceder a infinidad de canales, plataformas de series
o películas. Nuestros amigos eran los del barrio y no los cientos o miles (virtuales, claro)
de cualquier parte del mundo. Nuestros juegos, muchas veces, tenían relación con lo
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que dictara nuestra imaginación. Incluso en muchas ocasiones, la diversión consistía
en estar sentados en un banco de una plaza contando historias.
Hay estudios relacionados con los juegos electrónicos que encienden las alarmas. Son
más adictivos que la televisión y, concretamente, los juegos violentos dan lugar a
conductas agresivas. Las consecuencias de horas y horas de estímulos de este tipo van
modificando nuestra personalidad e incluso nuestra mente. Pero eso sí, hay ciertos
intereses muy poco escondidos que logran su cometido: entretener y distraer para que
la gente no piense. O mejor, que nadie tenga ideas distintas a lo que interesa a los que
manejan el cotarro.
En algunos países del llamado primer mundo hay gran número de seres humanos que
pasan más tiempo viendo televisión y vídeos que durmiendo. Lo que vemos en las
plataformas responde a recomendaciones generadas por algoritmos.
Y, sin embargo, creemos que somos libres y que no estamos manipulados.
José Antonio Marina (Toledo, 1939) es uno de los filósofos españoles más conocidos.
Desde hace algún tiempo sigo su podcast Proyecto para una inteligencia.
Conversaciones desde el Panóptico.
Como él mismo explica en la introducción, su intención es responder a la pregunta:
¿quién piensa cuando yo pienso?, «investigar cómo trabaja la inteligencia humana y la
memoria. (...) En Proyecto para una inteligencia hablo de una inteligencia resuelta, que
es aquella que nos ayuda a encontrar soluciones y poder tomar decisiones con decisión,
características básicas de la inteligencia, que es una mezcla de conocimiento y valor».
El problema de la libertad es fundamental en el pensamiento de Marina: a mediados
del siglo XX se puso de moda en los sistemas educativos cierta permisividad, con la
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finalidad de defender la libertad de los niños. Educadores y psicólogos coincidían en
que no había que imponer nada a los jóvenes, no había que obligar a los niños a
obedecer reglas comunes.
Según Marina, estos postulados en la educación produjeron una «epidemia de
narcisismo egoísta».
Sigue diciendo que «el niño tiene que aprender poco a poco a regular sus emociones, a
controlar su acción, a tomar decisiones, a ser responsable, a seguir su vida no solo por
sus deseos sino por valores pensados. (...) La educación permisiva, queriendo proteger
la libertad del niño, la debilita. La resistencia al esfuerzo o la tolerancia a la frustración,
que son recursos esenciales para la vida libre, quedan anuladas».
Como siempre digo, no pretendo convencerte de nada, simplemente a través de este
canal es mi intención que reflexionemos. Es posible que la libertad sea algo a conseguir
y no el libre egoísmo de que cada uno hace lo que quiere. La libertad, como yo la
entiendo, toma como punto de partida no hacer daño a los demás ni a uno mismo. Y
sobre todo, creo que esta sociedad tiene una gran responsabilidad y un compromiso
con la educación de los más jóvenes.
El niño del que antes hablaba no tiene la culpa de su adicción a los videojuegos y demás
elementos del metaverso, somos todos un poco responsables. Si logramos canalizar sus
inquietudes de una forma más natural y pedagógica, lograremos que tenga momentos
para la diversión, para leer libros y para vivir aventuras, aunque para ello tenga que
salir de su zona de confort.
Y quiero pensar que, si esto ocurre, lograremos seres humanos más sanos y felices.
Imágenes:
Metaverso: Riki32 en Pixabay
Metaverso-cerebro: Riajo en Pixabay
Niña: Prashant Sharma en Pixabay
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Lecciones de estética en las cartas de
JOHN KEATS
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II
Heard melodies are sweet, but those unheard
Las melodías que oyes son dulces, pero las que no oyes
Are sweeter; therefore, ye soft pipes, play on;
son aún más dulces; así, suaves caramillos, tocad;
Not to the sensual ear, but, more endear'd,
no para el oído sensible, sino, más amables
Pipe to the spirit ditties of no tone:
soplad para el espíritu tonadillas sin tono.
Fair youth, beneath the trees, thou canst not leave
Bella juventud, bajo los árboles, no puedes abandonar
Thy song, nor ever can those trees be bare;
tu canción, ni pueden nunca estos árboles ser cortados;
Bold Lover, never, never canst thou kiss,
audaz amante que no puedes nunca, nunca besar
Though winning near the goal yet, do not grieve;
aunque vencedor cerca ya del premio, no te lamentes,
She cannot fade, though thou hast not thy bliss,
ella no puede desvanecerse, aunque tú no alcances tu dicha,
For ever wilt thou love, and she be fair!
porque siempre la amarás, y no perderá su belleza.
III
Ah, happy, happy boughs! that cannot shed
¡Ah, alegres, alegres ramas!, que no podéis perder
Your leaves, nor ever bid the Spring adieu;
vuestras hojas, ni decir nunca a la primavera adiós.
And, happy melodist, unwearied,
Y, feliz músico, incansable,
For ever piping songs for ever new;
siempre con melodías siempre nuevas.
More happy love! more happy, happy love!
¡Amor más feliz! ¡Más feliz, feliz amor!
For ever warm and still to be enjoy'd,
Siempre cálido y siempre por gozar,
For ever panting, and for ever young;
siempre jadeante y siempre joven;
All breathing human passion far above,
muy por encima del resuello de toda humana pasión,
That leaves a heart high-sorrowful and cloy'd,
que deja al corazón en gran tristeza y hastío,
A burning forehead, and a parching tongue.
una frente ardiente, y una lengua seca.
Who are these coming to the sacrifice?
¿Quiénes son los que se dirigen al sacrificio?
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To what green altar, O mysterious priest,
¿A qué verde altar, oh misterioso sacerdote,
Lead'st thou that heifer lowing at the skies,
conduces esta novilla que muge al cielo
And all her silken flanks with garlands drest?
con guirnaldas vestidos sus lomos sedosos?
What little town by river or sea shore,
¿Qué pueblecillo junto al río o junto a la playa del mar,
Or mountain-built with peaceful citadel,
o construido en la montaña con pacífica ciudadela
Is emptied of this folk, this pious morn?
está vacía de su gente, esta mañana piadosa?
And, little town, thy streets for evermore
Y, pequeño pueblo, tus calles para siempre
Will silent be; and not a soul to tell
permanecerán en silencio, y ningún alma que diga
Why thou art desolate, can e'er return.
por qué estás desierto, nunca volverá.
O Attic shape! Fair attitude! with brede
¡Oh forma ática! ¡Bello gesto!, con hierbas
Of marble men and maidens overwrought,
de mármol que profusamente llevan hombres y doncellas
With forest branches and the trodden weed;
con ramas de los bosques y la hierba pisada.
Thou, silent form, dost tease us out of thought
Tú, forma silenciosa, que desenredas nuestro pensamiento
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As doth eternity: Cold Pastoral!
como lo hace la eternidad: ¡Fría égloga!
When old age shall this generation waste,
Cuando la vejez consuma esta generación,
Thou shalt remain, in midst of other woe
tú permanecerás, entre otros lamentos,
Than ours, a friend to man, to whom thou say'st,
ya no los nuestros, amigo del hombre, a quien tú dices
"Beauty is truth, truth beauty,—that is all
«Belleza es verdad, verdad belleza: esto es todo
Ye know on earth, and all ye need to know”.
lo que sabes sobre la tierra, y todo lo que necesitas saber».
Este bello y famoso poema de John Keats (1795-1821) es toda una lección de cómo el
arte eterniza la vida. Crea una imagen perenne en el tiempo. La verdad se cristaliza en
belleza, la belleza irradia y abre las puertas a la verdad según Platón repite en sus obras.
Y esta belleza no experimenta la decadencia ni la muerte (por lo menos, en comparación
con el tiempo de vida de una persona). Es evidente que la extrema sensibilidad poética
de este autor captó uno de los misterios de la estética, que debe, «como la eternidad,
desenredar nuestro pensamiento», deshacer su nudo, o su maraña, para que en ese
orden y transparencia, entre la luz de lo bello hasta lo más íntimo del santuario del
corazón. «Ella no puede desvanecerse, aunque tú no encuentres la dicha, / porque
siempre la amarás y no perderá su belleza».
La película Bright Star, de Jane Campion, del 2009, está basada en la vida del poeta y
en las cartas de amor a su amada Fanny, con quien inicialmente no quiso estrechar
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lazos, por su futuro económicamente neblinoso, y por no querer perder su libertad, y
por su entrega total a la poesía, lo que le hizo decir, en una de estas cartas, escrita a su
hermano George en 1818:
«A pesar de su felicidad y su recomendación, espero no casarme nunca. Aunque me
estuviera esperando la más bella criatura al final de una jornada o caminata; aunque la
alfombra fuera de seda, las cortinas de nubes de la mañana; las sillas y el sofá llenas de
las plumas de cygnet; la comida maná, el vino mejor que el Claret, la ventana que se
abre sobre el lago Winander, yo no debería sentirlo, o mejor, mi felicidad no sería tan
buena, pues mi soledad es sublime. Así, en vez de lo que describí, hay una sublimidad
que me recibe en casa. El rugido del viento es mi esposa, y las estrellas a través de los
cristales son mis hijos».
Mejor no decir «de esta agua nunca beberé».
Finalmente, el destino y el amor fueron más poderosos que sus deseos, y quedó
rendidamente enamorado de Fanny, en uno de los dramas más tristes de la historia,
cual Romeo y Julieta, según describen muy bien las cartas que se intercambiaron y el
proceso de enfermedad tan devastador que quizás la presencia de su amada hubiera
evitado. Un joven pintor, Joseph Severn, lo cuidó aquellos últimos meses, en Roma, y
sus páginas escritas narran una historia pavorosa2 según leemos en la Antología de
cartas en Alianza Editorial, y traducido por Ángel Rupérez.
Qué mejor que darnos lecciones de estética aquel que, además de filósofo por vocación
de alma, sea artista, o sea, creador; y de poética, quien, es enamorado e hijo de las musas
Erato, la poesía amorosa, Calíope, la heroica, y Polimnia, de los himnos sagrados.
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Veamos, precisamente en esta obra, algunas enseñanzas fundamentales.
Desde luego, su alma es de las delicadas, de las que con dificultad se adecúan a este
mundo, en el que, como decían los filósofos y poetas aztecas, parece que corre un viento
cortante como cuchillos de obsidiana. El alma que no siente apenas contraste con el
mundo es un alma de barro, o es que ya ha construido una fortaleza mental que la hace
inexpugnable. Vemos esto en el joven poeta cuando dice:
«Mi situación en este mundo de dudas y de fantasías es de absoluta perplejidad. Nada
permanece estable en este mundo; su única música es la de los tumultos»3.
Y debe quedar claro que la piedra angular de la estética es el manantial de bondad que
brota del corazón humano y lo hace sensible a la belleza. Como decían los filósofos, la
base de la estética es siempre la ética:
«Los hombres mejores poseen una dosis del bien, una especie de espiritual levadura en
su constitución que crea el fermento de la existencia por el que un hombre es impulsado
a actuar y luchar y hacer frente a las circunstancias»4.
Nos recuerda también no hacer moneda falsa de la poesía, haciendo que circule a la
fuerza, imponiéndosela a los otros, quieran o no. Los versos que irradian belleza son
como las estrellas, «que atraen las miradas» o como la piedra del imán, en que el metal
se ve naturalmente seducido. No hay que martillear la cabeza a nadie con nuestras
creaciones, y menos el corazón.
«Todos hacemos nuestras especulaciones pero no todos les damos mil vueltas y nos
pavoneamos de ellas hasta convertirlas en moneda falsa, engañándonos a nosotros
mismos. Todos podemos viajar hasta las mismísimas fronteras del cielo y, sin embargo,
necesitamos confianza para poner por escrito todo lo que allí hemos visto. Sancho, como
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cualquiera, también acabará inventando su particular viaje hacia el cielo. Odiamos la
poesía que se nos impone con su diseño palpable (...) La poesía debería ser grande y
discreta, algo que penetra en nuestra alma y que no la sorprende o sobrecoge por sí
misma sino por su tema. ¡Qué maravillosas son las flores solitarias! ¡Qué pronto
perderían su belleza si se agolparan en el camino gritando: “¡admiradme, soy una
violeta! ¡Adoradme, soy una prímula!”».
El camino interior que forja a un poeta o a un filósofo es de intimidad con su alma, de
familiaridad casi «carnal» con las ideas. Solo ahí pueden prender el fuego del
entusiasmo, como le sucede a Alonso Quijano, que despierta como Don Quijote. La
estética se basa en un desnudar el alma, en dejar lo que es de ella, o sea, lo esencial,
para así sumergirse en el alma de todo lo que le hará ser traspasada por los rayos de la
belleza.
«Se5 me ocurre pensar que un hombre podría pasar una muy agradable vida de la
siguiente manera: darle a leer cierto día una página de plena poesía o de depurada prosa
y dejar que vague con ella, y medite sobre ella, y reflexione sobre ella, y vuelva a casa
con ella, y profetice sobre ella, y sueñe con ella hasta que acabe desgastándose. Pero
¿cuándo lo hará? Nunca. Cuando un hombre ha llegado a cierta madurez intelectual,
cualquier pasaje magnífico y espiritual le sirve como un punto de partida hacia “los dos-
y-treinta palacios” [del budismo]».
Y el arte no está hecho para el gusto personal y la satisfacción de los otros:
«Los honores6 con que unos hombres recompensan a otros son nimiedades en
comparación con el beneficio que las grandes obras proporcionan al espíritu y latido
del bien».
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A veces define con claridad su poética:
«En poesía7 tengo pocos axiomas y verás qué lejos me encuentro de su centro. En primer
lugar, pienso que la poesía debería sorprender por un refinado exceso y no por su
singularidad; debería impresionar al lector al ver sus propios y más altos pensamientos
convertidos en palabras, casi como si se tratara de una remembranza. En segundo lugar,
sus toques de belleza nunca deberían quedarse a medio camino, y por ello, dejar al lector
sin aliento en vez de lleno de contento. El aumento, el progreso, el marco de las
imágenes deberían llegar a él de una manera natural, como lo hace el sol, brillar sobre
él y ponerse sobriamente, aunque con magnificencia, dejándole en medio del lujo del
crepúsculo. Pero es más fácil pensar lo que debiera ser la poesía que escribirla, y esto
me lleva a otro axioma. Que si la poesía no llega a ser natural como las hojas a un árbol
es mejor que no llegue nunca».
John Keats se nos muestra como un verdadero filósofo, aunque al final convierta las
ideas en versos:
«Encuentro8 que no puedo disfrutar en el mundo sin beber sin cesar conocimiento.
Sostengo que no hay mejor propósito que la idea de hacer algo bueno para el mundo:
algunos lo hacen con su sociedad, algunos con su ingenio, algunos con su benevolencia,
algunos con una suerte de poder conferir placer y buen humor a todos aquellos con los
que se encuentran y, de miles de maneras, todos en igual medida están en deuda con
los mandatos de la Gran Naturaleza. Solo hay un camino para mí, el que se va abriendo
paso gracias a la aplicación, al estudio y el pensamiento».
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De ahí que en la estética, las sensaciones, con su poder de evocación, tengan que estar
arrancadas del mar de la materia con las alas del pensamiento:
«La diferencia9 entre las profundas sensaciones con o sin conocimiento me parece a mí
que es la siguiente: en el caso de las segundas, nos precipitamos continuamente a miles
de brazas de profundidad y nos empujan de nuevo a volar sin alas y con todo el horror
de una criatura con los hombros desnudos. En el caso de las primeras, nuestros
hombros tienen alas, y volamos por el mismo aire y espacio sin miedo. Así se dirige el
equipo de uno para conseguir un beneficio abstracto».
Pero no basta la razón, es necesario la vivencia:
«Pues los axiomas10 en filosofía no son axiomas hasta que no son corroborados por
nuestras pulsaciones. Leemos cosas espléndidas pero nunca las sentimos plenamente
hasta que no damos los mismos pasos que ha dado el autor».
Y desde luego, la poesía genera sus propios ritmos, se expande en ellos, pero no es su
esclava, no puede ser sometida simplemente porque se dispone de una «tabla rítmica»:
«El genio11 de la poesía debe elaborar su propia salvación en un hombre: no puede
madurar ni con la ley ni con el precepto, sino con la sensación y la contemplación. Lo
que es creativo debe crear por sí mismo. En Endimión, me tiré de cabeza al mar, y de
ese modo me he acabado familiarizando con los sonidos, la arena y las rocas, mucho
más que si hubiera permanecido en la verde orilla y hubiera tocado un estúpido
caramillo, y hubiera tomado el té y recibido confortables consejos. Nunca he tenido
miedo al fracaso; pues antes preferiría fracasar que no estar entre los más grandes».
Y como dice la poetisa Florbela Espanca, por qué aspirar al amor y belleza de un mortal,
si quien espera es el amor y la belleza de un dios:
23
«La poderosa12 y abstracta idea que tengo de la belleza en todas las cosas sofoca la más
fragmentada y diminuta felicidad doméstica. Considero que una amable esposa y unos
dulces hijos son parte de la belleza, pero necesito tener miles de esas maravillosas
partículas para llenar mi corazón. Siento más y más cada día, a medida que mi
imaginación se fortalece, de tal modo que no vivo solo en este mundo sino en miles de
mundos. Tan pronto quedo solo, formas de épica grandeza se estacionan a mi
alrededor».
Allá va el alma, en su cabalgada heroica, como las valquirias siguiendo el rastro de fuego
eléctrico y la tormenta de Wotan, pues han sido los dioses mismos quienes han otorgado
ese fuego que permite pensar, idear, soñar, imaginar, crear, aspirar y volar hacia la
belleza y la verdad, en medio a veces, como vemos en la vida de Keats, de los más
grandes sufrimientos. Han sido los dioses quienes le han otorgado al ser humano esa
electricidad de la que el poeta dice:
«Hay13 un fuego eléctrico en la naturaleza humana que tiende a la purificación, por lo
que siempre hay entre las criaturas humanas continuos nacimientos de nuevos
heroísmos».
Imágenes:
Cuaderno de poesía: Adriano Gadini en Pixabay
Atardecer: Arek Socha en Pixabay
Pluma: Christine Sponchia en Pixabay
Paisaje de espigas: Mary Castro en Pixabay
Libro: Antonios Ntoumas en Pixabay
Flor: Gernot en Pixabay
Libro-campo:Roland Mey en Pixabay
Otoño: baozoumuyang en Pixabay
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LA amistad FILOSÓFICA
Esmeralda Merino
Dice Emilio Lledó que lo clásico es enriquecedor en cualquier época y útil en la gestión
de nuestras dudas y de nuestra necesidad de entender. Cierto, en los clásicos podemos
encontrar casi todo, incluido el interés por la amistad que también nos concierne a los
modernos, y que nos atrae, en palabras de Lledó, por la magia del asombro. La admiración
nos lleva hacia aquellos que encarnan lo que no somos pero nos gustaría ser.
Ya Montaigne decía que «el último extremo de la perfección en las relaciones que ligan
a los humanos reside en la amistad; por lo general, todas las simpatías que el amor, el
interés y la necesidad privada o pública forjan y sostienen son tanto menos generosas,
tanto menos amistades, cuanto que se unen a ellas otros fines distintos a los de la
amistad, considerada en sí misma».
25
Decía Ortega y Gasset que «el arte supremo será el que haga de la vida misma un arte.
Deleitosa es la pintura o la música, pero ¿qué son ambas, emparejadas con una amistad
delicadamente cincelada, con un amor pulido y perfecto?».
La amistad es una relación anhelada por la mayoría como algo deseable y útil (¿quién
no quiere tener un amigo?), pero, además, en su mejor versión, es provechosa para
nuestro progreso como humanos perfectibles, y puede incidir en nuestra visión del
mundo y en el conocimiento de nosotros mismos.
La verdadera amistad, como señala Delia Steinberg, no es amiguismo, no es mantener
una relación interesada por los beneficios personales que se puedan obtener, cosa que
también advertía Aristóteles. El amigo no es aquel que nos sirve solo para matar la
soledad, o un compañero de diversión, o alguien a quien recurrir en momentos de apuro
para pedirle ayuda.
La amistad filosófica requiere unas condiciones poco frecuentes en el mundo en que
vivimos, tan degradado moralmente, pero precisamente ahí estriba su importancia, en
su capacidad para encauzar o mejorar moralmente a los que se amistan, y por ello los
filósofos de todos los tiempos le dieron una importancia vital suficiente como para
aspirar a ella. No es espontánea ni eterna por sí misma. Pero es natural y duradera si se
pone el suficiente empeño. Los compañeros hacen cosas juntos: estudiar, pintar o
trabajar, pero los amigos comparten una labor inmaterial, colaboran y se acompañan
en un tipo de viaje diferente.
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enseñó el zorro al Principito en la inmortal obra de Saint-Exupéry, cuando le hizo ver
que la rosa que tanto cuidó en su asteroide se había convertido para él en un ser
singular, único, a pesar de que en la Tierra hubiera encontrado miles de rosas iguales.
La sinergia es la magia de la amistad. López Quintás explica que una amistad verdadera
aparece cuando dos personas integran sus ámbitos de vida: se entremezclan dos
realidades y se crea otra nueva llena de valor. La amistad genera situaciones y
cualidades humanas mejores y más provechosas que las alcanzables mediante la acción
individual de cada amigo, apareciendo algo más valioso que no existía previamente.
La verdadera amistad filosófica da sus frutos cuando los amigos entienden la vida como
una escuela. Los resultados de dicha relación superan las expectativas de los amigos, y
conocemos varios casos transmitidos por los protagonistas.
Teilhard de Chardin (paleontólogo jesuita y filósofo del siglo XX) y Édouard le Roy
(matemático, filósofo y teólogo) mantuvieron correspondencia durante veinticinco
años. Entre ellos cristalizó una amistad que enriqueció el pensamiento de Teilhard y la
creatividad de Le Roy. Ambos reconocen esta simbiosis, surgida de la preocupación
común por encontrar respuestas en la ciencia y la filosofía sobre el papel del ser humano
en el universo y su evolución, lo que les planteaba individualmente a cada uno conflictos
existenciales. Confiesa Teilhard que sus encuentros semanales se convirtieron en los
mejores «ejercicios espirituales», de los cuales salía siempre más sereno.
Cicerón escribe su tratado sobre la amistad a partir de su propia experiencia con su
amigo Escipión el Africano. El romano llega más lejos porque, después de aclarar que
comparte con los antiguos la idea de que el alma no muere con el cuerpo, afirma que
lamentarse por la muerte del amigo es más propio de un envidioso que de un amigo.
De Escipión le queda el recuerdo de su amistad, que define como el más profundo
entendimiento de objetivos, esfuerzos y opiniones, y ese recuerdo es un modelo que le
inspira y al que aspira.
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Montaigne, filósofo y escritor del siglo XVI, escribe sobre su amistad con La Boétie
(filósofo y magistrado): «En la amistad de la que yo hablo, las almas se enlazan y
confunden la una con la otra en una mezcla tan universal que no hay manera de
reconocer la costura que las une».
Indro Montanelli recoge el caso del pitagórico Fincias, que fue condenado a muerte por
el tirano Dionisio, y cuando le pidió un día para salir de la ciudad y ordenar sus asuntos,
Dionisio aceptó si dejaba como rehén a su amigo Damón. Este se presentó
confiadamente y Fincias regresó a tiempo. Conmovido, Dionisio conmutó su pena por
una petición de que le aceptaran como amigo a él también.
Miguel Hernández plasmó en unos sentidos versos el dolor por la muerte de su amigo
Ramón Sijé, a quien dedicó una elegía en la que expresa que «por doler, me duele hasta
el aliento». Con la extraordinaria metáfora de «temprano madrugó la madrugada» nos
transmite su dolor, puesto que «siento más tu muerte que mi vida». Y se despide
llamando a su amigo «compañero del alma».
La verdadera amistad
La amistad no debe ser lastre sino propulsión; no estorbo sino ayuda; no olvido sino
memoria de lo que importa; no palo en la rueda sino bastón de apoyo del peregrino que
tiene una meta, que sabe adónde se dirige, aunque a veces no conozca el camino exacto.
Confucio decía que el único motivo que permite trabar una verdadera amistad es la
búsqueda de las virtudes y el mutuo perfeccionamiento.
«La virtud es la que forma las amistades y las conserva. En ella, en efecto, encontramos
la armonía, la estabilidad y la constancia del alma. La virtud, cuando manifiesta y
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difunde su luz y en ese proceso descubre y reconoce el mismo brillo en otra persona, se
acerca a esta para iluminarla y recibir a su vez la luz que percibe en el otro, y así se
enciende entre los dos el amor o la amistad» (Cicerón).
Aristóteles, en su Ética a Nicómaco, distingue entre la amistad que solo busca el propio
provecho, la que obra siguiendo el propio gusto y la amistad perfecta, que es la que se
da entre los hombres buenos e iguales en virtud, pues por el hecho de ser buenos
quieren el bien el uno del otro. Aristóteles defiende como meta para el ser humano una
vida buena, con acciones bellas y virtuosas guiadas por la razón. Es esta, por tanto, la
amistad más permanente y también la más infrecuente por la calidad de los amigos.
En el diálogo platónico Lisis, Sócrates dice que la amistad descansa en el amor y se
regula por la virtud. Concluye que la amistad tiene como meta la perfección de la
naturaleza humana en cada uno de los amigos que participan de esa amistad. Pero,
según la visión platónica, «lo bueno» es «lo que es», no manifiesta carencia de nada,
del mismo modo que la salud «es», mientras que la enfermedad es carencia de salud.
Por lo tanto, esta amistad superior, para Platón, no es solo «un tipo» de amistad, sino
que no se puede llamar amistad a otra cosa que no sea eso. Los buenos quieren a los
amigos en su ser «ideal», en su ser «absuelto» de lo meramente real y les ayudan y son
ayudados a acercarse a ese ideal.
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de que el amigo es «otro yo», que encontramos en filósofos tan separados en el tiempo
como Aristóteles, Cicerón o Emilio Lledó. Dice el Estagirita que el que mira a un amigo
verá quién es y cómo es, y dado que conocerse a uno mismo es uno de los empeños de
los antiguos sabios, el amigo será tal como si fuera «otro yo».
Montaigne relata de su amigo que «no solo conocía yo su alma tanto como la mía propia,
sino que desde luego habría estado más dispuesto a confiarle mis intereses a él que a
mí mismo». Y tras su muerte dice que «me encontraba yo tan hecho, tan acostumbrado
a ser siempre su doble en todas las cosas y lugares, que ahora no me considero más que
la mitad de mí mismo».
Delia Steinberg, por su parte, afirma que la amistad filosófica entraña un amor al
conocimiento del uno al otro, previo paso por el conocimiento de uno mismo.
El hombre virtuoso dirige su conducta por el honor, la integridad de ánimo y la bondad
de vida, y reflexiona sobre sus motivaciones y actos, lo que le lleva a dedicarse a sí
mismo cierta actividad: es un observador de sí mismo que evalúa moralmente sus
acciones. Esto, lejos de ser egoísmo, sirve para su mejoramiento. Lo mismo se puede
aplicar a la actitud de un amigo respecto a otro. Por eso es como «otro yo» que colabora
en ese ejercicio de evaluación y mejoramiento. El hombre bueno, en ese sentido, debe
amarse a sí mismo, porque debe construirse hacia lo mejor, y esto le convierte en útil
para sí mismo y para los demás. La amistad superior, por tanto, constituye una
posibilidad de perfeccionamiento, y el amigo se convierte a la vez en un espejo y en un
estímulo para dicho cometido.
La unión es siempre por arriba; por eso es duradera, por eso es cierta y enriquece a las
dos partes. Ha de haber unas prioridades básicas en la vida que coincidan en lo ideal,
en lo que está bien o mal, lo que requiere clarificar primero las propias motivaciones y
30
los propios anhelos del alma. Los amigos buenos son los que demuestran con su
comportamiento rectitud, honestidad y justicia, actuando según la naturaleza, que es
la mejor maestra del bien vivir. Se ayuda al amigo a que no pierda su rumbo, y se admite
la ayuda del amigo cuando señala que nos desviamos del camino.
31
Esta práctica de la amistad facilita la reflexión sobre estas mismas virtudes: ¿qué es lo
que hace que alguien sienta confianza hacia otra persona o la inspire a otros? El
fundamento principal radica en la integridad de vida, en la autenticidad, en la
congruencia, en ser lo que soy y debo ser.
La reciprocidad es también propia de la amistad. Pero hay que tener presente la
advertencia de Cicerón: «La primera ley en la amistad es esta: no pedir cosas
vergonzosas, ni hacerlas cuando nos las piden». No tenemos derecho a exigir en nombre
de la amistad algo innoble ni a hacerlo. Al contrario, hemos de ser capaces de dar
consejos con franqueza para corregir con sencillez y firmeza cuando la ocasión lo exija.
Es la sinceridad y el amor a la verdad uno de los pilares de la amistad, tal como señalan
de forma unánime los filósofos que tratan el tema, pero también uno de los más difíciles
de mantener sin deformarlo. La verdad, dice Lledó, necesita de la experiencia y el
compromiso del decir. Hay que estar, en cierta manera, allí donde decimos. En la
amistad verdadera no hay engaños ni simulaciones, todo en ella es auténtico y sincero.
«No existe, pues, amistad verdadera cuando uno no quiere que se le diga la verdad y el
otro está dispuesto a mentir».
Esto convierte la adulación en la peor amenaza. Los que siempre halagan y dan la razón
definen el vicio de los hombres frívolos y tramposos que solo buscan agradar con sus
palabras. Dice Plutarco: «No necesito amigos que cambien cuando yo cambio y asientan
cuando yo asiento. Mi sombra lo hace mucho mejor». La sinceridad es hablar sin rodeos
y con confianza, así como disentir sin hipocresía.
Por último, una reflexión sobre la libertad. El ser humano goza de una característica
única entre todos los seres de la naturaleza: el libre albedrío. Por eso es responsable de
sus actos y de las conductas que elige. La amistad le da la posibilidad de escoger
32
libremente el nivel de sus relaciones con los demás y asumir las que le impulsan y a la
vez le exigen un esfuerzo por mejorar como ser humano. Es esta una aportación
exclusiva de la amistad verdadera, una oportunidad que no se presenta en
circunstancias vulgares, porque previamente hay que dar un paso personal para subir
un escalón. Y la libertad de hacerlo está en nosotros. «La posibilidad es —dice Lledó—
un importante concepto filosófico (...) y se presenta como un horizonte franqueable, un
camino transitable. (...) Cada existencia es un empeño, una aventura, una
improvisación, un azar, un proyecto, un deseo». Y añade: «tan importante como afirmar
el concepto de libertad, es ponerla en práctica. La libertad se convierte, así, en
liberación».
«La amistad es una sonrisa constante, una mano siempre abierta, una mirada de
comprensión, un apoyo seguro, una fidelidad que no falla. Es dar más que recibir; es
generosidad y autenticidad. Es un tesoro que vale la pena buscar y, una vez encontrado,
mantener para toda la vida» (Delia Steinberg).
Bibliografía
De la amistad. Michel de Montaigne. Taurus, 2014.
Sobre la amistad. Marco Tulio Cicerón. Alianza Editorial, 2013.
Identidad y amistad. Emilio Lledó. Tauros, 2022.
Filosofía para vivir. Delia Steinberg Guzmán. Editorial NA, 2005.
El secreto de una amistad verdadera. Alfonso López Quintás. Instituto López Quintás.
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Ajedrez: Pexels en Pixabay
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Niños: Julia Sezemova en Pixabay
Jóvenes amigos: Dim Hou en Pixabay
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PICO DELLA MIRANDOLA,
paradigma del hombre moderno
Presentación
Soy Giovani Pico della Mirandola, la historia me cita como varón de ingenio prodigioso
y usque ad miráculum, consumadamente perfecto en todas las ciencias, artes y lenguas,
pero yo me considero un filósofo que con recta razón discierne.
Mi vida, aunque breve, fue bañada por el entusiasmo, por un fuego abrasador que me
llevó a buscar allá donde el conocimiento se encontrase. Recuerdo agradecido a todos
mis mentores, que me aportaron enseñanzas y fueron fuente de inspiración para
modelar mi espíritu y convertirlo en el depositario de sus ciencias y sabiduría.
Podría hablaros de las minuciosas investigaciones eclécticas que manuscribí en mis
tesis y su preámbulo, Oratio de hominis dignitate («Discurso sobre la dignidad del
hombre»), redactado con la esperanza de erradicar la oscuridad mental con la dialéctica,
refrenar con la ciencia moral el ímpetu de las pasiones, purificar el alma y limpiar el
corazón de vicios y rasgos inmorales para acceder a la perfección y que volviera a brillar
το τηειον [to theion], esto es, «lo divino», emblema característico de los platónicos.
«Movido por esta razón, he querido presentar las conclusiones, no de una sola doctrina
(como hubiera agradado a algunos) sino de todas, de modo que, de la confrontación de
muchas escuelas y de la discusión de múltiples filosofías, ese “fulgor de la verdad” del
que habla Platón en las Cartas, resplandezca en nuestras almas más claramente como
sol naciente desde el cielo».
Por tanto, pido a Baco, el señor de las musas, que trate de inspirar estas palabras y me
permitan ser su digno heraldo.
34
Las novecientas tesis
Esta introducción podría asemejarse a alguno de los discursos que Pico tuvo la audacia
de proponer en el gran «concilio filosófico internacional», donde debería haberse
debatido sobre los misterios más altos de la teología cristiana y las doctrinas más
profundas de la filosofía. Esto acontece en la Roma de 1486, cuando della Mirandola,
con tan solo veinticuatro años, expuso en un cartel sus 900 tesis cabalistas,
comprometiéndose a defenderlas en presencia de cuantos eruditos europeos quisieran
acudir a la Ciudad Eterna, prometiéndoles de antemano costearles los gastos del viaje.
El contenido de la disputa pretendía ser una recopilación exhaustiva de todos los
conocimientos habidos hasta el momento, y, aunque solamente fueron impugnadas
trece proposiciones de novecientos escritos, el papa Inocencio VIII suspendió la disputa
con el documento Cum ex iniuncto nobis, y creó una comisión pontificia al vincularlas
con la magia cabalística y ser «sospechosas de herejía», a lo que Pico respondió con una
apología en defensa de sus tesis «condenadas» que obligó al papa a prohibirlas todas.
Pico tuvo que huir a Francia, donde fue detenido y encarcelado en la cárcel de Vincennes
como hereje en 1488. Perdonado y liberado por Carlos VIII, por intercesión de Lorenzo
de Médicis, volvió a Florencia y colaboró en la Academia Florentina con Ficino.
La historia volvía a repetirse y la implacable «maquinaria» de la Inquisición se ponía en
marcha nuevamente para ejecutar su autoridad ante los librepensadores. Su razón de ser
era salvaguardar la doctrina y, por ello, no permitía que se expusieran argumentos
racionales en contra del poder eclesiástico y estatal autoritarios, pues la única verdad para
esta época seguía siendo la religiosa. Pero algo empezaba a agrietarse en esta ya caduca
Edad Media, pues la filosofía y la ciencia iban desprendiéndose de la teología de la Iglesia,
de manera que, piedra a piedra, se estaba construyendo un nuevo florecer de la
humanidad mediante importantes transformaciones entre los siglos XV y XVI.
35
En esta espiral histórica nació Giovanni Pico un 24 de febrero de 1463 en el castillo de
Mirándola, muriendo a la temprana edad de treinta y un años. Pero esta prematura
muerte no le impidió vivir con apasionada intensidad, alternando alegrías y
decepciones, amores y desamores, momentos de exaltación y de serenidad. Ya era
consciente de que ni las calumnias ni los dardos malignos de los enemigos podrían
hacerle callar, pues gracias al estudio de la filosofía se atrevió a dialogar con su propia
conciencia y a no depender de los juicios de otras personas, sino a estar atento por sí
mismo para no sucumbir a la maldad.
Imbuido de este espíritu humanista, ya vislumbró que los momentos históricos no solo
se modificaban en los manuscritos, sino que se precisaba de la audacia e inteligencia
para poder tender un puente entre la Edad Media y la Edad Moderna.
Esta incipiente «ingeniería filosófica» fue transportada desde la Italia de la segunda
mitad del s. XIV a toda Europa, al manifestarse una nueva concepción del mundo, de
la vida y del ser humano. Se avecinaba un cambio frente al pensamiento medieval, que
se interpretó como un «renacimiento», un retorno al principio del antiguo espíritu
clásico que ya se había perdido.
La profesora Delia Steinberg nos aporta una magnífica síntesis de este florecimiento
que supuso este Renacimiento en todos los campos de la filosofía, el arte y la ciencia.
«Se vuelve a fundamentar en la esencia de las civilizaciones clásicas, especialmente la
griega y la romana, pero sin repetir esquemas anteriores.
El pensamiento se desarrolla bajo nuevas perspectivas, dejando de lado dogmas
esclavizadores, y abriéndose a nuevos descubrimientos o tal vez, “redescubrimientos”.
Hay un acercamiento a la naturaleza con una necesidad imperiosa de comprender sus
leyes y de sentirse parte de la totalidad del universo. El ser humano se siente más libre
y, al mismo tiempo, comprende mejor su imbricación en el cosmos.
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También la historia adquiere gran importancia. Ya no se trata de borrar el pasado o de
olvidarlo, sino de asumirlo y extraer las suficientes experiencias como para poder
elaborar el futuro con más conocimientos y más inteligencia.
Hay una búsqueda de la felicidad, no basada en el excesivo cuidado corporal ni en
ascetismos exagerados, sino en vivencias más sutiles en relación con el alma. De allí el
resurgimiento de la moralidad y de la formación indispensable para alcanzar una mayor
altura espiritual» (El Renacimiento y el ser humano).
En definitiva, este Renacimiento promovió el «hombre en acción», en todos los planos.
Acciones como las de Marsilio Ficino en 1462 que, con el apoyo de los Médici, rescataron
la Academia platónica traduciendo a Platón y a Plotino, fundador del neoplatonismo.
O de nuestro conde de la concordia della Mirandola, cuando presentó su Oratio de
hominis dignitate («Discurso sobre la dignidad del hombre»), considerado como el
himno del Renacimiento italiano, donde recalcó especialmente el valor central y
absoluto del ser humano al estar dotado del don de la libertad y poder elegir su destino
con su capacidad ilimitada de conocimientos.
«Al hombre, desde su nacimiento, el Padre le confirió gérmenes de toda especie y
gérmenes de toda vida y, según como cada hombre los haya cultivado, madurarán en él
y le darán sus frutos. Si fueran vegetales, será planta; si sensibles, será bestia; si
racionales, se elevará a animal celeste; si intelectuales, será ángel o hijo de Dios y, si no
contento con la suerte de ninguna criatura, se replegará en el centro de su unidad,
transformado en un espíritu a solas con Dios, en la solitaria oscuridad del Padre —él,
que fue colocado sobre todas las cosas— y las sobrepujará a todas» (Discurso sobre la
dignidad del hombre)».
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Pico della Mirandola en el jardín de Boboli de Florencia.Lorenzo Bastiglia.
La grandeza de este renacentista es que concibió la idea de que el ser humano podía
dejar de ser un espectador pasivo de un mundo inmóvil, sometido a un orden que se le
ha impuesto, y tornarse en actor y creador en un mundo dinámico con infinitas
posibilidades para modelar su condición humana. De ahí que propuso mediante sus
obras entrelazar la retórica y la filosofía con lo metafísico.
Así, vemos que en Pico se entrecruzan el poder indagador de la razón para combinar la
corriente teológica y filosófica medieval con la luz del intelecto de la incipiente
modernidad y la filosofía atemporal. Es un amante de la verdad, un incansable defensor
de la concordia de los saberes. Algunos de sus comentadores califican su obra De ente
et como la voz apaciguadora entre los platónicos y aristotélicos para conseguir la «paz
filosófica» y la «concordia religiosa», entre estas dos tradiciones filosóficas que estaban
continuamente enfrentadas.
«Y como los que piensan que Aristóteles disiente de Platón disienten igualmente de mí,
que me empleo en dar una filosofía que concuerda a los dos, me rogabas te dijera cómo
se defiende en aquel tema a Aristóteles, y cómo concuerda con su maestro Platón. Dije
entonces lo que me vino a la mente, más bien en confirmación de lo que tú respondiste
en la disputa aduciendo algo nuevo. Pero se ve que no te basta. Me pides ahora que,
aunque voy a escribir más detenidamente en la Platonis Aristotelisque Concordia que
ahora estoy dando a luz, toque en un breve comentario aquello que entonces hablé
libremente sobre esta cuestión» (Pico de la Mirándola. Del Ente y del Uno, 159-160).
Este es otro de los aspectos fundamentales que queremos remarcar de los humanistas,
y es que para llevar a cabo su idea de la evolución del mundo y de las sociedades, había
que basarse en una buena y culta educación, con la que el individuo se volviera más
independiente, más digno y humano, gracias al desarrollo del espíritu crítico y la
aplicación de las ciencias.
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Tal vez la clave está en el mismo concepto de renacimiento, pero antes de que renazca
la historia debe ser el propio ser humano quien lo haga, como nos propone Giovanni
della Mirandola, en su discurso Sobre la dignidad del hombre.
Este ser de índole divina nos recuerda que estamos dotados de conciencia y que tenemos
la posibilidad de discernir y elegir, cosa que no pueden hacer las piedras, plantas o los
animales. Y pudiendo escoger, ¿dejaremos de lado esta maravillosa opción del
renacimiento, de volver a nacer?
Es volver a vivir aprovechando cada día para renacer en los muchos renacimientos que
nos deparará la historia.
«Estas son las razones, venerados padres, que no solo me alentaron, sino que me
impulsaron al estudio de la filosofía» (Giovanni Pico della Mirandola).
Bibliografía
«El Renacimiento y el ser humano». Boletín 426, marzo de 2015. Delia Steinberg
Guzmán.
Los motores ocultos del Renacimiento. Editorial NA.
Giovanni Pico della Mirandola. Las 900 tesis. Universidad Nacional Autónoma de
México en 2014, Coordinación de Humanidades.
Giovanni Pico della Mirandola, Discurso sobre la dignidad del hombre, trad. Adolfo Ruiz
Díaz. Universidad Nacional Autónoma de México en 2003. Revista Digital
Universitaria.
Ensayos para pensar. Giovanni Pico della Mirandola, Discurso sobre la dignidad del
hombre. Editorial π.
Pico de la Mirándola. Del Ente y del Uno.
39
JUICIOS Y PREJUICIOS
una distancia filosófica
Esmeralda Merino
La verdad: meta del filósofo
La filosofía es, intrínsecamente, amor a la verdad. Aunque no pretendemos conocer o
alcanzar la verdad absoluta, sí podemos tomarla como norte e intentar que nuestro
proceder en la vida cotidiana se oriente hacia ella en lo que depende de nosotros, es
decir, en pensar y actuar, porque la vida nos presenta cada día oportunidades para
hacerlo. Para tomar esa decisión, no hace falta haber estudiado Filosofía en la
universidad, puesto que todos somos filósofos por naturaleza.
¿Qué significa pensar y actuar con respeto a la verdad? Básicamente, comportarnos
como el jinete novato que, una vez subido a su caballo, tiene que prestar atención para
intentar manejar adecuadamente las riendas de su montura si quiere que le lleve adonde
tenía previsto. Esto requiere, en ocasiones, frenar al caballo que ya está moviéndose
hacia cualquier lado y corregir el rumbo si es preciso.
Todos enfrentamos a lo largo del día situaciones nuevas, a veces enmascaradas en otras
que ya conocimos, y tal vez ahí se encuentre la trampa. Siempre deberíamos plantearnos
las circunstancias sin ideas preconcebidas, pero para eso hace falta poner atención. En
lo que se refiere a valorar una situación o a una persona, esto es importante, porque
una cosa son los juicios y otra bien distinta los prejuicios (que nunca lo parecen); hay
una distancia filosófica que los separa. Como filósofos, debemos poner conciencia y
hacer honor a nuestro propósito.
El lazo entre doxa y episteme, o sea, entre opinión y saber es, como dice Fernando
Savater una relación de vieja enemistad. Ya Parménides distinguía entre la vía de la
verdad y la vía de la opinión como maneras de acceder al conocimiento. Doxa, en la
filosofía antigua, era el término que definía un pseudoconocimiento, un falso
conocimiento basado en lo superficial, y que correspondía más a lo que uno cree o
40
imagina que a lo verdadero. Platón habla de los doxóforos o profesionales de la opinión,
que explican las cosas como si realmente supieran, cuando en realidad solo interpretan
un papel haciendo como que saben, ya que su verdadera habilidad está en las palabras,
que saben manejar mucho mejor que su pensamiento. Podríamos preguntarnos si no
estamos ante un fenómeno parecido cuando escuchamos a cantidad de opinólogos
profesionales que copan las tertulias de los medios de comunicación actuales, capaces
de sentar cátedra en cualquier tema que se les proponga, independientemente de su
formación o profesión.
Juicio o entendimiento
«¡Triste época la nuestra! Es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio» (Albert
Einstein).
El juicio es la facultad por la que el ser humano puede distinguir el bien del mal y lo
verdadero de lo falso. El buen juicio permite elegir entre varias opciones la más
adecuada. Tener buen juicio es tener cordura, prudencia, sensatez; el discernimiento
proviene de la capacidad racional de la mente humana, y consiste en escoger de modo
acertado entre las posibilidades que se ofrecen.
Cosa distinta es el prejuicio. El Diccionario de la lengua española nos explica que un
prejuicio es una opinión previa y tenaz de algo que se conoce mal. Esa es la clave.
Juzgamos antes de conocer y, además, nos empeñamos en mantenerlo. Un prejuicio es
una opinión asentada que hemos adoptado antes de tener los elementos necesarios para
evaluar correctamente una situación o a una persona, y lo exteriorizamos emitiendo
una valoración sin fundamento suficiente, perdiendo, por tanto, la verdad como punto
de referencia.
41
En la vida cotidiana, son los estereotipos los que suelen generar los prejuicios. Un
estereotipo es una idea simplificada sobre un conjunto de personas que comparten
ciertas peculiaridades; por ejemplo: «todos los andaluces son graciosos». Es decir,
clasificamos a todo el grupo con una característica común en una categoría, y el
prejuicio hace que esperemos que cada integrante del grupo responda a esa
característica. Este mecanismo de categorizar a personas y situaciones hace que
pongamos una etiqueta a la gente por su apariencia o por la primera frase que dicen.
Es en los estereotipos donde se esconden muchos prejuicios hacia determinados grupos
sociales.
Esta condición de anticipación del prejuicio es lo que le convierte en difícil de superar,
precisamente porque ya está instalado en nuestra mente antes de empezar a razonar o
de intentarlo al menos, que es un paso que solo se da voluntariamente. Es decir, si no
tenemos la voluntad de analizar nuestros actos o inclinaciones, ni siquiera vamos a
notar que tenemos algún prejuicio.
Hannah Arendt habla de los prejuicios referidos a la política, pero podemos aplicar sus
argumentos a las costumbres y «verdades» establecidas de un grupo social o geográfico
concreto. Ella subraya que están íntimamente relacionados con la capacidad de juzgar,
y que para que haya un pleno ejercicio de esta capacidad y de la libertad inherente a la
misma, los juicios han de apoyarse en razonamientos y precedentes bien definidos y
constatados.
Lo peligroso de un prejuicio y su inquietante eficacia consiste en que se basa
habitualmente en una experiencia previa real y concreta, sí, pero que oculta (casi siempre
inconscientemente) una parte también real de las circunstancias que lo generaron, lo cual
es suficiente para desviarlo de la verdad. En su origen, pudo ser un criterio verdadero
concordante con unas circunstancias espaciales y temporales específicas. Pero este juicio,
arrastrado a lo largo del tiempo en estado inmóvil, congelado, a través de una realidad
continuamente cambiante, sin revisión ni objeción ninguna se convierte en un prejuicio
establecido en la mente, a nivel individual o colectivo.
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Con referencia a lo histórico o lo político, decía Arendt que los prejuicios, aunque hayan
tenido un fundamento en el momento de aparecer, se adelantan al análisis de la
actualidad y lo bloquean, lo cual imposibilita tener una verdadera experiencia del
presente. Así que la primera receta para disolver los prejuicios sería aceptar la misión
de redescubrir los juicios pretéritos que contienen para encontrar la parte de verdad
que encierran y, por consiguiente, la parte de falsedad que también albergan. Aplicados
en sentido amplio, pueden referirse a prejuicios colectivos, a veces muy antiguos (los
que incumben a los negros que llegaron a América o a los judíos en diferentes lugares
del mundo, por ejemplo), pero también pueden aludir a periodos de tiempo o grupos
más pequeños en diversas escalas, hasta llegar, incluso, a lo que prejuzgamos sobre un
vecino por su aspecto físico, su condición social o sus creencias.
El filósofo del siglo XX Hans Georg Gadamer afirma que el prejuicio, al ser un juicio
previo a la razón, no tiene que ser obligatoriamente equivocado, sino que más bien es
una fórmula para experimentar la realidad, ya que puede conducirnos tanto a la verdad
como al error. Estaría condicionado a que lo comprendamos. Ahí está el quid. Puede
funcionar como una hipótesis de trabajo, cuyo valor de verdad requiere ser
comprobado, y podemos, en este sentido, considerar el prejuicio como una simple
suposición y no necesariamente una concepción errónea. Tomado como hipótesis,
puede conducir a la comprensión veraz de un tema o situación en concreto.
Gadamer habla de dos grupos principales de prejuicios: los de precipitación y los de
autoridad. La primera clase se refiere a juzgar algún tipo de información sin haberla
examinado de forma rigurosa. La segunda se da cuando aceptamos de forma acrítica
algo que proviene de una fuente que para nosotros representa una autoridad (pasada o
presente, por escrito o por vía oral). Lo damos por bueno, sin más. Así, a pesar de que
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Descartes señalaba que el buen sentido es naturalmente igual en todos los seres
humanos, Kant exhortaba a conseguir la autonomía de pensamiento, porque se da con
frecuencia una especie de incapacidad autoculpable, que no es una deficiencia en la
facultad de juzgar, sino más bien un comportamiento que renuncia a la propia razón
por cobardía a enfrentarse a los criterios establecidos. Cualquier toma de decisión
requiere un cierto esfuerzo.
Querer entender
El filósofo del siglo XIX William James decía que «un gran número de personas piensan
que están pensando cuando no hacen más que reordenar sus prejuicios».
Nuestra parte psicológica nos predispone a responder de cierta manera ante un estímulo
de acuerdo con una respuesta anterior, sobre todo si no ejercemos nuestra capacidad
crítica. Se fundamenta en un principio de economía cognitiva que señala que es más
fácil confirmar una opinión personal basada en emociones que reflexionar para llegar
a una idea diferente de la que teníamos. No podemos evitar tener una actitud mental
llena de presupuestos que nos hacen posicionarnos y condicionan nuestra
interpretación de los hechos, pero hay un modo de determinar la validez de nuestras
suposiciones y es llevarlas al nivel de la conciencia.
Si no ponemos voluntad para bloquear este primer impulso y atención para valorarlo,
estaremos construyendo y formulando ininterrumpidamente opiniones superficiales.
Es necesario, por tanto, revisar críticamente los propios posicionamientos con cierta
frecuencia, distanciándonos de ellos para someterlos a examen. El dominio de los
prejuicios inconscientes puede anular la comprensión de una situación, y se impone,
por tanto, el acto voluntario de análisis como condición necesaria de la facultad de
entender. Por eso es importante poner conciencia, y así nos daremos cuenta de que
44
siempre son falsas las sentencias generalizadoras del tipo «Todas las mujeres son unas
exageradas» o «Todos los hombres son iguales». Aunque solo un individuo entre
millones se saliera de la norma decretada, ya sería falso el juicio.
Al final, un prejuicio es una forma distorsionada de interpretar la realidad, así que
volvamos a tomar la verdad como faro y ejercitemos de modo adecuado nuestro
entendimiento, que es lo más humano que tenemos, al decir de las antiguas tradiciones,
y lo que nos coloca en un nivel por encima de lo animal, ya que el plano mental es
exclusivo del género humano y, además, no se limita solamente a la capacidad de
razonar.
Sin embargo, no basta tener la herramienta para hacerlo, la mente; hace falta aprender
a utilizarla y que funcione en sus mejores posibilidades. No es suficiente tener una
bicicleta guardada en el garaje para declarar que podemos desplazarnos en bici adonde
y cuando queramos. La primera vez constataremos que, a pesar de saber dónde están
los pedales, el manillar y el freno, lo de guardar el equilibrio requiere algunos intentos
iniciales. En el caso de la mente, ni siquiera sabemos exactamente dónde están las
piezas, cuántas son y qué cosas hacen, lo cual apoya la hipótesis de que hay que trabajar
mucho para sacarle un buen rendimiento. Y no estamos hablando del cerebro físico,
sino de las capacidades humanas que constituyen los verdaderos poderes que todos
tenemos a nivel individual y que permanecen muchas veces inexplorados.
Aprender a pensar
Emilio Lledó explica que la ingente cantidad de informaciones que circulan en nuestro
tiempo tienen un efecto paradójico, pues en lugar de hacer más ágil nuestro
entendimiento, pueden llegar a atrofiarlo por exceso y originar unos reflejos
condicionados que hacen saltar incontroladamente comportamientos y opiniones.
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Uno de los efectos negativos de este estancamiento mental es el fanatismo. La
fanatización de las opiniones contradice, según Lledó, la faceta dinámica del vivir, la
energía vital de sentir y pensar, porque «filosofía significa no tanto amor por el
conocimiento como interés, tendencia, pasión por entender, por saber, por iluminar»1.
La verdad, tal como decía Rousseau, no necesita del fanático.
Este deseo de saber podría resultar condicionado por todos los prejuicios que se
guardan durante la vida a traves de las opiniones asumidas. Si comienzan desde la
infancia mediante una educación equivocada y tendenciosa, pueden oscurecer la
posibilidad de ejercitar una inteligencia crítica, con lo que impiden la libertad
individual, al ser el individuo asfixiado por estereotipos mentales o frases irracionales
que impactan en la mente en una edad temprana, en la que todavía no tiene activados
sus mecanismos de defensa.
Por el contrario, un ejercicio constante de nuestras capacidades interiores permite la
transformación de opiniones móviles en juicios estables y la aparición de convicciones,
tal como explica Delia Steinberg: «No es anquilosamiento ni estancamiento; al
contrario, quien tiene convicciones vive al ritmo de las ideas, pues estas tienen una
energía propia y un ritmo natural de desarrollo»2. Una persona con convicciones es
tolerante, aunque sea firme en lo suyo. En cambio, una persona fanática no lo es, porque
solo acepta una idea, la suya.
No andaban descaminados los antiguos hindúes cuando aconsejaban los rectos
pensamientos para acercarse a una vida estable y con convicciones, es decir, con un
horizonte vital alejado del dolor existencial y con pequeñas certezas adquiridas a lo largo
del camino. Unos rectos pensamientos que debían ir precedidos de unas rectas
intenciones. Todo un desafío para los que transitamos este siglo XXI. Difícil pero posible.
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JINARAJADASA ,
vida y obra de un alma consagrada
Es el epitafio que el mismo Jinarajadasa escribió pocos años antes de su muerte, y estas
palabras sirven, vivamente, como pinceladas de su alma. Los coros del Aleluya deben
de ser los de Haendel, y el anillo es la Tetralogía de Wagner. Ruskin fue el gran ideólogo
de la segunda mitad del siglo XIX, un apóstol del arte y la educación.
Curuppumullage Jinarajadasa1 nació en el 16 de diciembre de 1875 en Sri Lanka, y con
trece años conoció al gran místico y vidente C. W. Leadbeater, y como él, se convirtió
en discípulo de K. H., uno de los maestros de H. P. Blavatsky e impulsor oculto de la
Sociedad Teosófica. El mismo Jinarajadasa menciona en uno de sus artículos en qué
consistió su primera prueba de discipulado, con catorce años, nadando de noche hasta
el barco que lo llevaría a Londres, abandonando su país y su familia al ser llamado por
la sabiduría y por el deber. En 1889 se encontró con la autora de la Doctrina Secreta y
entró en la Logia de Londres de la Sociedad Teosófica con dieciocho años, en contacto
con Sinnet (también discípulo laico de KH y a quien debemos sus famosas Cartas de
los Maestros) y con Annie Besant, responsable, entonces de la Escuela Esotérica de esta
misma organización mundial. Se licenció en Lenguas Orientales en la Universidad de
1 Estoy siguiendo aquí, muy de cerca, y con algunos comentarios, la biografía que aparece en la página TS de Adyar
https://www.ts-adyar.org/content/c-jinar%C4%81jad%C4%81sa-1875-1953
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Cambridge y también estudió Leyes. Volvió a Sri Lanka, donde ejerció durante dos años
como vicerrector en el Ananda College en Colombo, fundado por Leadbeater. Vuelve a
Europa, a la Universidad de Pavía, Italia, para estudiar durante los años 1902-04 ciencia
y literatura (y desde ese momento la Divina Comedia de Dante sería uno de sus grandes
libros inspiradores). En 1914 se dirige a América, donde va a comenzar una carrera
prolífica de conferenciante y escritor que duraría, ininterrumpida, casi cincuenta años,
con miles de conferencias, unos 1600 artículos y más de cuarenta libros (algunos son
confeccionados con artículos y conferencias).
Con dotes de clarividente desde muy joven (sin necesidad de fijar la mente para hacerlo,
percibía con ojos abiertos o cerrados otros planos de conciencia, especialmente el
astral), realizó investigaciones en Química Oculta analizando la estructura de la materia
junto con Annie Besant y Leadbeater. Las mismas servirían de manual teórico y de
experiencias para que en 1922 Francis Aston recibiese el premio Nobel de Química por
su descubrimiento de un buen número de isótopos de elementos no radioactivos2. En
el libro de Jinarajadasa Investigaciones ocultas, narra cómo se reunían, las dificultades
para encontrar los cristales, o las experiencias químicas o de física atómica que
acompañaron estos estudios en lo invisible, incluida la tabla periódica que él mismo,
con unos veinte años, elaboró en base a la conjugación de dos lemniscatas e inspirado
en el del nobel de química William Crooks. La humanidad en un futuro más o menos
lejano (no menos de varios miles de años, en general), desarrollará en su natural y
esforzado avance evolutivo la facultad de ver el interior de los objetos aparentemente
sólidos, y también las distancias infinitas. Este libro y los experimentos de Jinarajadasa,
2 Veánse las investigaciones de Stephen Philips en su obra Extrasensory perception of subatomic particles y la página
https://www.scielo.br/j/qn/a/vvvM4hMJjG58LmtQhdvDMqv/?lang=pt
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con todo el rigor científico y el nuevo instrumento o capacidad hoy parapsicológica,
serán un ejemplo de cómo se conducen las investigaciones de este género, cómo se hace
ciencia sin vivisección ni provocar dolor, o sin golpear bloques de materia a la velocidad
casi de la luz y reconstruir el interior según cómo se mueven los pedazos: como si un
niño queriendo descubrir el funcionamiento de su coche de juguete en vez de
desmontarlo lo golpeara con una piedra.
Su etapa de estudiante en Cambridge debió de ser muy difícil para él, según cuenta, por
la enorme diferencia entre sus ideales y estudios esotéricos y los universitarios, en un
siglo de materialismo y caos mental-espiritual. Además, estando en la Senda, debía
acelerar su karma, y explica que vivió durante años en agonía y crucifixión interior sin
que nadie notase absolutamente nada. Su Maestro le explicó que esto era lógico y
necesario para aquel que quería subir la Montaña por el atajo. En estos tiempos de
desolación nos dice, en su artículo El Sendero Directo y el Indirecto, que su salvación
fueron los libros de Ruskin que le enviaba Leadbeater y una oración que pronunciaba
a la estrella de la mañana, desde donde sentía que su alma misma había irradiado, eones
antes.
Una de las experiencias más difíciles de su vida debió de ser todo el trance de
Krishnamurti, ese niño de aura perfectamente pura, según Leadbeater, que educaron
para que se convirtiera en una especie de nuevo Buda. Jinarajadasa fue el encargado
de darle formación esotérica, pero abandonó el trabajo, desesperado, pues el joven era
indómito y no se sometía a ningún tipo de disciplina: ¡mal augurio o prueba de su
voluntad que a nadie se sometía! Después acompañó el desarrollo de su alma e incluso
anunció diferentes Iniciaciones del mismo, escribiendo además un bello artículo que
apareció en el libro Dioses encadenados. En 1929 llegó la disolución de la Orden de la
49
Estrella —que giraba en torno a él, Krishnamurti, como nuevo Maestro del mundo—
con el famoso discurso de «la verdad es una tierra sin caminos». Toda la Sociedad
Teosófica giraba entonces, para desgracia de muchos, en torno a él, y bajo su «autoridad
espiritual», Annie Besant había incluso disuelto la Escuela Esotérica, y tras la
separación de Krishnamurti, enfermó violentamente, quedando inválida hasta morir,
con ochenta y cuatro años, dos años después. Jinarajadasa sería uno de los discípulos
amados que la cuidaría, permaneciendo junto a ella hasta el final. Jinarajadasa se
encontró varias veces más con Krishnamurti, por ejemplo en un debate filosófico que
quedó grabado, y donde vemos al genial y brillante Jinarajadasa casi en silencio y con
intervenciones opacas, casi pidiendo permiso por exponer lo que piensa, ante su
totalitarismo dialéctico y magnético.
En el año 1916 se casa con Dorothy M. Graham, una gran trabajadora por la causa
teosófica, juez de paz en Madrás, y que funda en 1917 la Asociación de Mujeres de la India.
Desde el año 1921 hasta 1928, acompañando a Annie Besant, fue vicepresidente de la
Sociedad Teosófica, y dentro de la misma, uno de los miembros fundadores de la Orden
de los Hermanos del Servicio, jóvenes voluntarios consagrados integralmente al servicio
a la sociedad y a los ideales de la ST. Fue jefe externo de la Escuela Esotérica desde
1934, tras la muerte de Leadbeater y fundador de la Escuela de Sabiduría en 1949, para
estudiar en profundidad las enseñanzas teosóficas como una filosofía contemplativa y
práctica al mismo tiempo.
Durante varios años, de 1930 a 1932, fue director de la biblioteca y del archivo de Adyar,
extrayendo para el público auténticos tesoros de la misma, como por ejemplo, la edición
del Libro de Oro de la Sociedad Teosófica, con imágenes y testimonios de sus grandes
momentos.
Annie Besant
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Jinarajadasa
En el año 1946 asume la presidencia de la ST con una enorme actividad durante siete
años, en que tuvo que revivificar su presencia en una Europa destruida por la guerra, y
con su sede central casi en abandono por la falta de medios materiales y humanos, tras
su ocupación militar durante años. En 1953, ya enfermo y muy debilitado, renuncia a
la misma y asumirá el testigo Nilakantha Sri Ram. Jinarajadasa morirá cuatro meses
después, con setenta y siete años.
Nos dicen sus biógrafos que le encantaba llevar árboles para plantar de un continente
a otro, cultivar rosas, lirios y lotos; que amaba con gran sensibilidad a los animales, que
consideraba a todos los hombres sus hermanos, que abogó para que la mujer fuera la
contraparte luminosa del hombre y no su inferior ni su oponente, que los niños eran el
mejor símbolo de Dios en el momento en que vivió (como lo eran las Madonas en la
Edad Media o los jóvenes en la Atenas de Pericles).
Su obra es colosal, ingente, si consideramos las decenas de miles de cartas y postales
que envía, sus clases en la Escuela de Sabiduría y la dirección de la Escuela Esotérica,
y los innúmeros artículos y conferencias, además de la dirección organizativa y efectiva
de una organización de más de treinta mil miembros y activa en más de cincuenta
países, y de la revista Theosophist, con todo lo que ello implicaba. Centellean estos
artículos y conferencias con un estilo en que se conjugan aparentes opuestos: poesía,
mística, rigor científico, amor por todas las formas de belleza, conocimientos reales de
ocultismo práctico y la capacidad de discursar en inglés, francés, italiano, español,
portugués y varias lenguas más.
Los temas de estos artículos y libros son variadísimos; por ejemplo, además de los
mencionados:
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En Su nombre (1913) explica el camino del discípulo y la Iniciación, y las etapas del
mismo.
Fundamentos de teosofía (1921) es una obra sombrosa en sus estudios sobre el Karma,
la doctrina de los avataras, la reencarnación, la evolución de las formas, de la vida y de
la conciencia, que se van conjugando enraizadas en y desde el Triple Logos solar en lo
que bien podemos llamar el Plan de Dios; y con explicaciones muy audaces sobre el
Corazón de la Jerarquía que guía invisiblemente el barco de la humanidad a través de
las tempestades generadas por su propio karma e ignorancia; o sobre el trabajo de los
Maestros de Sabiduría. Incluye en este libro notas y resúmenes de sus investigaciones
en química oculta y la estructura de la materia.
Dedica varios opúsculos a biografías, una en homenaje a Annie Besant, tras su muerte.
Otra sobre «La personalidad de H. P. Blavatsky»; y toda una serie comentada sobre las
Cartas de los Maestros (las cartas recibidas por Sinnet y otros teósofos).
En el artículo «Mi gato», que aparece en esta misma revista, tiene la delicadeza de
escribir unas páginas sobre su gato, y dada su visión astral, sobre su vida post mortem
y pequeño cielo (devakán). En otro, explica cómo el héroe nacional húngaro Hunyadi
Janos fue la reencarnación de Christian Rosenkreutz y cómo este místico asumió esta
forma de militar para detener el avance de los otomanos y salvar Europa, que acunaría
una nueva cultura y civilización, con sus más y sus menos, con la que hoy disfrutamos
y sufrimos también, al estar la misma en sus estertores de muerte. O dedica un cuaderno
monográfico entero a un estudio histórico riguroso sobre el Bhagavad Gita y cuándo
habría sido escrito. Escribe artículos sobre Wagner, o sobre Almanzor, el último caudillo
del islam de los omeyas en Córdoba. O reivindica en varios artículos los ideales de la
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antigua Aryavartha, o en un libro, la historia del emperador filósofo Akbar y su relación
con su poeta y biógrafo Abu Fazl, etc., etc., etc.
El arte y las emociones es todo un tratado de estética metafísica, pues el arte como
senda de depuración interior y de apertura de las puertas del alma y desarrollo de la
intuición es uno de los temas que más ocuparon su vida y su pensamiento.
En La nueva humanidad de la intuición, rinde homenaje a los métodos educativos de
Pestalozzi y Montessori, a la gran experiencia de fraternidad, idealismo y reencuentro
con la naturaleza que fue el movimiento scout, superando los vicios de desprecio en
base al estrato social, económico o étnico, o a las diferencias de nacionalidad o creencias
religiosas.
Algunos trabajos son asombrosos. En una visión mística, es desplazado al futuro de la
humanidad, a una comunidad-país que vive en perfecta armonía y gobernada por reyes
iniciados y sus discípulos directos en un valle florecido, e independiente de las
turbulencias políticas del siglo, y que no podemos dejar de relacionar con la Castalia de
El juego de abalorios de Hermann Hesse o con la también asombrosa novela Valley of
the Roses3 de Georgios Papachatzis (que muchos consideran que es una historia real y
no una novela). Jinarajadasa describe en el libro Flowers and Gardens esta misma
visión, cómo es la vida cotidiana en la misma y, lo más estupendo, la nueva religión en
ella, que no está basada en ningún tipo de mesías personal, sino en las flores. O sea,
una religión cuyos conceptos, enseñanzas, rituales y vivencias místicas están todos ellos
asociados a las flores, de ahí el título de este libro. Quizás el Dr. Bach con sus flores
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terapéuticas o los estudios de la Madre (Mirra Alfassa) en el ashram de Sri Aurobindo
sean precursoras de esta religión del futuro que, evidentementeserá menos «teológica»
y evangelista que las actuales.
El libro Dioses encadenados incluye una conferencia sobre Krishnamurti antes de la
escisión, y su forma de enseñar. También, todo un ideal de como despertar el alma de
los niños, a quien llama una y otra vez «agentes de Dios» y cómo guiarlos, en su capítulo
«La teosofía y la educación». En otro artículo explica la diferencia entre el yoga
verdadero y el falso y los peligros de este último.
Tiene un artículo extenso sobre la historia de la reencarnación y su difusión en todas
las religiones del mundo, con pruebas documentales y analógicas; y un libro entero,
Cómo recordar las reencarnaciones anteriores sobre la reencarnación en la historia,
no ya a nivel individual solo, sino de grupos de almas que retornan para seguir
trabajando en el momento actual como lo hicieron en otras encarnaciones. Compara
así, por ejemplo, la Florencia del Renacimiento con la Atenas de Pericles; las mismas
almas habrían sido agentes del mismo milagro artístico y filosófico.
Varios de sus libros están dedicados íntegramente a los niños o a la formación de los
jóvenes y adolescentes, como por ejemplo I Promise, The Wonder Child, Release para
las vivencias en la orden llamada «Cadenita de Oro», de niños (en su «me comprometo
a ser un eslabón en esa cadena de amor que rodea el mundo entero») o en «Los
caballeros de la tabla redonda», con su culto al Rey del Mundo simbolizado en el rey
Arturo, ávidos de hazañas y aventuras por el bien y la justicia.
Una de sus últimas obras, de la que se sentía más orgulloso, y quizás aún poco conocida
es Los siete velos sobre la conciencia, escrita un año antes de su muerte y en que explica
la conciencia celeste y pura como una mano cubierta de un guante cirúrgico, cubierta
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por uno de abrigo, otro de trabajo, etc., hasta llegar al guante de boxeo. Las percepciones
de lo real con los sentidos físicos sería como tocar algo y percibir su naturaleza con los
guantes de boxeo. A medida que los sentidos van siendo más internos o el alma se
despoja de sus vestiduras, la percepción sería más pura, hasta llegar a la pura y perfecta
subjetividad, que es la única perfecta objetividad sin adulteraciones. En este libro, a
diferencia de muchos de los otros (excepto Fundamentos de teosofía, sus libros de
poesía y pocos más), que son colecciones de artículos, o conferencias, o pequeños
ensayos, sorprendió vivamente a los teósofos (e imagino que a todos los lectores) con
una recreación de su propio devakán (cielo forjado con la depuración de sus vivencias
internas e ideales) tras la muerte y que indica lo que era realmente valioso para su alma.
Algunos teósofos le reprocharon que los idealistas comprometidos en grado de
discípulos aceptados por verdaderos Maestros con mayúsculas y en grado de Iniciados,
pactan, como dice H. P. Blavatsky en Voz del Silencio, no cesar su trabajo y volver y
volver a la vida hasta la victoria final (el nirvana) o siempre que sean llamados por la
Causa que los convoca. Jinarajadasa explica que, aunque esto sea cierto, su trabajo
durante sesenta y cinco años ha sido incesante, sin pausa, y que ciertamente necesita
un «descanso» para volver renovado a la batalla de la luz contra las tinieblas de la
ignorancia, el caos y la maldad misma. Pues hasta los «guerreros de Odín» (o sea, del
dios de voluntad que gobierna el mundo como rey de reyes), de los que dice el verso
«nadie sabe de qué se alimentan», necesitan su descanso entre batalla y batalla y sus
fiestas en el Valhalla, y nosotros queremos honrar aquí su rastro heroico de misticismo
y belleza.
¡SALVE JINARAJADASA!
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