La Mariposa Negra y Otros Cuentos
La Mariposa Negra y Otros Cuentos
La Mariposa Negra y Otros Cuentos
«niiiriposa negra
y otros cuentos
iosó luis Rosasco
ZIGZAG
Delfín de Color
Indice
L S . B . N . : 978-956-12-2410-0.
2' edición: septiembre de 2013.
Obras Escogidas
I.S.B.N.: 978-956-12-2411-7. a La mariposa negra 7
3' edición: septiembre de 2013.
• Infinito candado 25
Dirección editorial: José Manuel Zaflartu.
Dirección de arle: Juan Manuel Neira.
Dirección de producción: Franco Giordano. • El nacimiento del primer picaflor 49
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José Luis Rosasco La mariposa negra
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José Luis Rosasco La mariposa negra
-¡Oh, las alas que tiene: parecen Y sin que la niña alcanzase a dete-
de terciopelo! ¡Qué lindas y q u é nerlo, el muchacho tomó el pequeño
fuertes! -agregó la niña, mientras se murciélago por u n extremo de la
le aceleraban los latidos del corazón capa y lo arrojó contra la tierra. E l
y se le abrían a ú n m á s sus ojazos pobrecito sintió como si mil estrellas
verde eucalipto. estallaran en su cabeza y un sabor
-No es una mariposa, tontita, es salado i n u n d ó su lengua.
un murciélago. -¡Es una mariposa negra, una
U n muchacho algo mayor, luga- mariposa negra! -porfió llorosa la
reño, le hablaba a sus espaldas. niña, al ver al pequeño murciélago a
- ¿ U n qué, qué es lo que dices? sus pies. Y agregó, entre pucheros-:
- p r e g u n t ó la niña. Si no fuera una mariposa, no habría
estado sobre la flor.
- U n murciélago, te digo; y son
malos, requetemalos. Son vampiros, E l murciélago, al escuchar las
¿entiendes?, ¡vampiros! palabras de la niña, ahuecó su capa
y, sacando fuerzas desde el fondo
- ¿ Q u é es eso? -volvió a pregun-
de su corazón, se alzó del suelo;
tar la niña.
sobrevoló, enseguida, el muro del
-Vampiro, tonta, que chupan la
jardín y fue a caer al cauce de un
sangre. ¿De d ó n d e saliste tú, que
arroyuelo, que lo recibió como una
no sabes nada? Hay que matarlos.
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La íiiaripesa negra
i I
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X
Infinito candado
/•Sí
l E s e fue el año en que conocí
el mar. Seguramente mi papá sentía
vergüenza de no habernos llevado
todavía a la costa; para un chileno
tal cosa es como para taparse la cara
a dos manos. Si basta echar una
ojeada al mapa para darse cuenta
de que no hay n i n g ú n otro país tan
asomado al mar. Pero debo decir que
nosotros, mi familia, somos gente de
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loUlul«Ro«iitcn Infinito candado
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Ini* luli Mii«iiii() Infinito candado
T i l l(» sii)('l.is y yo le doy ¡paf! U n -¡ Ah, ya! Entonces todo está bien.
holo ioi'le y ¡chao el pico! Pero si no es así, dímelo.
I )icho esto se dio media vuelta -Está todo bien -afirmé.
y me dejó ahí solo, solo y podrido -De todas maneras, mírame. Escu-
por el medio lío en que me estaba cha: puedo ser tu amiga, ¿entiendes?
metiendo.
Asentí, como dándole las gracias,
Debo haber tenido una cara tan y pensé que ella era capaz de adivi-
fatal, que alguien a mi lado me habló nar la verdad. De sus ojos le salían
con voz cariñosa: lucecitas amarillas, como chispitas.
- ¿ Q u é te pasa? Esa noche no podía pegar pestaña.
Era la hija de un pescador, una Me daba vueltas y revueltas en
colorína que atendía en los meso- la cama. Me asaltaban visiones: el
nes de venta. Yo me había fijado en caradura del Malulo burlándose de
ella por su pelo de fuego y por sus m í y el pobre pelícano ¡sin cabeza!
pecas. Sí, estaba todita punteada de
De pronto escuché que mi hermana
pecas, y tenía los ojos de un verde
se acercaba. Cuando estuvo junto a
casi amarillo.
mí, yo me a c u r r u q u é en su cuerpo
- ¿ Q u é te ha hecho E l Malulo? y me puse a tiritar, hasta que se
-Nada. lo conté. Se lo conté todo y ella.
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Infinito candado
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H ace mucho tiempo, pero
mucho tiempo, h a b í a una abeja
muy especial. Tenía una inquieta
personalidad y un carácter alegre,
que la hacía muy popular entre sus
compañeras.
Una mañana, mientras volaba
junto a las otras abejas hacia u n
jardín, resolvió emigrar. Para que
nadie reparara en su fuga, se hizo la
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lenta, hasta que fue la última que se
desplazó por el aire. Entonces huyó.
D e s p u é s de volar u n rato, se
sumergió en la fronda verde claro
y azul lila de un Jacaranda que se
alzaba en la cima de un monte; a los
pocos segundos se acomodó sobre
una de las hojas como de encaje,
que poseía aquel majestuoso árbol.
Estaba en una posición muy alta y
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José Luis Rosasco El nacimiento del primer picaflor
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Catálogo Colección
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Serie Verde
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