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La Mariposa Negra y Otros Cuentos

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I.

«niiiriposa negra
y otros cuentos
iosó luis Rosasco
ZIGZAG
Delfín de Color
Indice
L S . B . N . : 978-956-12-2410-0.
2' edición: septiembre de 2013.

Obras Escogidas
I.S.B.N.: 978-956-12-2411-7. a La mariposa negra 7
3' edición: septiembre de 2013.

• Infinito candado 25
Dirección editorial: José Manuel Zaflartu.
Dirección de arle: Juan Manuel Neira.
Dirección de producción: Franco Giordano. • El nacimiento del primer picaflor 49

© 2000 por José Luis Rosasco.


Inscripción N° 116.257. Santiago de Chile.

© 2012 por Empresa Editora Zig-Zag, S.A.


Inscripción N° 215.664. Santiago de Chile

Derechos de edición reservados por


Empresa Editora Zig-Zag, S.A.
Editado por Empresa Editora Zig-Zag, S.A.
Los Conquistadores 1700.Piso 10. Providencia.
Teléfono 28107400. Fax 28107454.
E-mail: zigzag@zigzag.cl / www.zigzag.cl ,<
Santiago de Chile.

E l presente libro no puede ser reproducido ni en todo


ni en parte, ni archivado ni transmitido por ningún medio
mecánico, ni electrónico, de grabación, CD-Rom, fotocopia,
microfilmación u otra forma de reproducción,
sin la autorización de su editor.

Impreso por Editora e Imprenta Maval.


Rivas 530. San Joaquín.
Santiago de Chile.
Il^í abía una vez u n p e q u e ñ o
murciélago que vivía con sus padres
en el alero de una antigua casa de
campo. Esta casa permanecía cerrada
durante la mayor parte del año; solo
en el verano llegaban sus dueños a
pasar allí las vacaciones. De manera
que los murciélagos disponían del
silencio y la soledad de una casa
abandonada.
• « •» •

Por las noches salían a buscar


alimento, a cazar insectos en pleno
vuelo, a hacer piruetas en el aire y
a rondar en la oscuridad, asustando
a la gente con sus repentinas apari-
ciones bajo la débil luz de la luna.
Y a nuestro p e q u e ñ o m u r c i é -
lago no le gustaba nada de eso; él
era distinto, m u y diferente a los
d e m á s . Salía a la oscuridad de la
noche obligado por s u familia.

10
José Luis Rosasco La mariposa negra

Tenía que hacerlo forzosamente, a pegar dos pestañeadas, y y a tenía


porque si no su padre lo castigaba que salir con ellos apenas se ponía
por rebelde, por no ser como todos el sol. ¡Ah, q u é mala suerte tener
los murciélagos. que internarse en la noche negra, y
A él le encantaba la luz del sol, la muerto de miedo m á s encima!
transparencia del aire, la alegría del Y ocurrió que ese mismo verano
día, el canto de los pájaros y, sobre llegó a aquella casa una niña muy
todo, el aroma y el colorido de las linda, de ojos verdes, de ese verde de
flores. Sí, el p e q u e ñ o murciélago las hojas del eucalipto, y de cabellos
amaba las flores y solía sobrevolar- como la miel.
las para detenerse encima de ellas, El pequeño murciélago no demoró
como lo h a c í a n las mariposas. Y en darse cuenta de que la niña venida
¿saben?, en el fondo de su corazón de la ciudad se sorprendía con las
el pequeño murciélago anhelaba ser cosas que el campo ponía ante sus
él también una mariposa. ojos: los cerros ondulantes, el río
Sí, ese era su sueño, lo que m á s rumoroso, los chanchos y sus hijos
quería en la vida. Por supuesto que rosaditos, la gran vaca de tranquila
sus papas y sus hermanos lo espe- mirada, los caballos de ojos salto-
raban preocupados al flnal de cada nes, las gallinas que no cesaban de
día, y él, el pobrecito, no alcanzaba picotear el suelo, y así...

•1
12 13
José Luis Rosasco

Pero lo que a la niña más le gus-


taba era contemplar a las mariposas
en su dulce faena. Y ya pueden uste-
des imaginarse que esto puso muy
contento al pequeño murciélago. A l
verla por primera vez observando a
las mariposas pensó: "Yo podría ser
amigo de esa niñita que no daña a
las mariposas, que no las caza ni las
ahuyenta, sino que tan solo las mira
; con cariño".
Pero él era un murciélago y sabía
que las personas, en especial los niños,
temían acercarse a los de su clase. Y
terminó diciéndose en voz alta:
-¡Conmigo será distinto!
- ¿ Q u é te pasa? -le preguntó el
p a p á murciélago, al escuchar que
su hijo hablaba solo. ?
-¡Oh, no es nada! - r e s p o n d i ó el
murciélago, y rió.

14
José Luis Rosasco La tnaripssa negra

- M i pobre hijito -susurró la mamá E l p e q u e ñ o murciélago perma-


murciélago-, eres un poquito loco. neció allí, reclinado sobre el m á s
L a idea de hacerse amigo de grande de los pétalos, con los ojos
aquella niña e n t u s i a s m ó tanto al cerrados, pues la luz lo hería como
pequeño murciélago, que esa noche si le hubiesen puesto granitos de
se arrancó de sus papas y se vino a sal en los lagrimales. Y así se quedó
soñar despierto bajo el alero, colgan- esperando, esperando con gran
do de un clavo torcido, pues era su ansiedad la llegada de la niña.
lugar de reposo. -¡Oh, una mariposa negra, una
A l amanecer del día siguiente mariposa negra! -exclamó la niña tan
divisó un lirio blanco en el centro del pronto como lo descubrió. No cabía
jardín. Le pareció que los pétalos de en sí de asombro ante un hallazgo
aquel lirio lo llamaban; eran como tan singular-. ¡Y qué grande es, qué
delicados guantes de seda extendidos grande es!
en un gesto de invitación. Está claro ¡ Q u é m á s se q u e r í a nuestro
que él no se hizo de rogar y, emitiendo p e q u e ñ o murciélago! Extendió su
un gritito de alegría, como el sonido capa, henchido de orgullo, y la batió
de un runrún, ahuecó su capa y, cor- levemente, como había visto que
tando el aire, enfiló hacia la flor. hacían las mariposas.

16 17
José Luis Rosasco La mariposa negra

-¡Oh, las alas que tiene: parecen Y sin que la niña alcanzase a dete-
de terciopelo! ¡Qué lindas y q u é nerlo, el muchacho tomó el pequeño
fuertes! -agregó la niña, mientras se murciélago por u n extremo de la
le aceleraban los latidos del corazón capa y lo arrojó contra la tierra. E l
y se le abrían a ú n m á s sus ojazos pobrecito sintió como si mil estrellas
verde eucalipto. estallaran en su cabeza y un sabor
-No es una mariposa, tontita, es salado i n u n d ó su lengua.
un murciélago. -¡Es una mariposa negra, una
U n muchacho algo mayor, luga- mariposa negra! -porfió llorosa la
reño, le hablaba a sus espaldas. niña, al ver al pequeño murciélago a
- ¿ U n qué, qué es lo que dices? sus pies. Y agregó, entre pucheros-:
- p r e g u n t ó la niña. Si no fuera una mariposa, no habría
estado sobre la flor.
- U n murciélago, te digo; y son
malos, requetemalos. Son vampiros, E l murciélago, al escuchar las
¿entiendes?, ¡vampiros! palabras de la niña, ahuecó su capa
y, sacando fuerzas desde el fondo
- ¿ Q u é es eso? -volvió a pregun-
de su corazón, se alzó del suelo;
tar la niña.
sobrevoló, enseguida, el muro del
-Vampiro, tonta, que chupan la
jardín y fue a caer al cauce de un
sangre. ¿De d ó n d e saliste tú, que
arroyuelo, que lo recibió como una
no sabes nada? Hay que matarlos.
•í
20 21
La íiiaripesa negra

Desde la altura los vio; ahí estaba


la niña discutiendo con el muchacho.
El murciélago no lo pensó dos veces,
y esto es lo que hizo: planeando
sobre el jardín, se iba posando de
flor en flor, suavemente, como la
más ligera de las mariposas, mien-
tras escuchaba exclamar a la niña:
-¡Sí, sí, es una mariposa negra,
una mariposa negra!
Así fue como la niña y el pequeño
murciélago se hicieron amigos ese
verano. Todos los días se juntaban
en el jardín, y desde entonces a él ya
cuna que lo hubiese estado espe- no le importa salir a la noche oscu-
rando. ra con su familia, porque después
L a frescura del agua le devolvió v e n d r á el amanecer y ahí estará su
el vigor a su maltratado cuerpo, y a amiga, que al verlo dirá:
tal punto tuvo un efecto bienhechor, -¡Hola, mariposa negra!
que al segundo se elevó por los aires.

i I
22 23
X

Infinito candado

/•Sí
l E s e fue el año en que conocí
el mar. Seguramente mi papá sentía
vergüenza de no habernos llevado
todavía a la costa; para un chileno
tal cosa es como para taparse la cara
a dos manos. Si basta echar una
ojeada al mapa para darse cuenta
de que no hay n i n g ú n otro país tan
asomado al mar. Pero debo decir que
nosotros, mi familia, somos gente de

•1

27
José Luis Rosasco

montaña, porque Chile también es


de montañas.
jVaya si no! Donde uno se pare
hay un cerro a la vista, y casi siempre
están ahí, por todos lados.
E l viaje hacia la costa fue muy
largo. Partimos a mediodía en bus
rumbo a Tongoy. Suena lindo Tongoy.
Mi hermana dice que es un nombre con
música. Cuando empezaba a oscurecer
apoyé mi cabeza en su hombro. M i
hermana tiene los hombros puntia-
gudos; ella es como esqueleto de
pescado de flacuchenta.... Pero igual
entré en u n s u e ñ o profundo, tan
profundo, que seguí de largo hasta
el otro día.
Desperté al amanecer en una casita
de madera, y desde la ventana del
dormitorio lo vi, ¡vi el mar! Era tanta
/
n
agua junta, pero tanta, que no cabría era tan tranquila el agua y tan azul,
en ninguna otra parte; no termina- que pensé que lo teñiría a uno. Y
ba nunca. Sí, realmente el mar era había m u c h í s i m a s lanchas, todas
"infinito candado". Así decimos con quietecitas, y un muelle largo donde
mis compinches de barrio cuando estaba él, el viejo gran pelícano.
algo no tiene fin, y por supuesto que ¿Cómo iba a imaginarme todo lo
en el mundo entero hay muy pocas que iba a pasar entre ese pelícano
cosas que son de este tipo, "infinito y yo, ese año en que conocí el mar?
candado": el cielo, sí, y la vida eterna,
E n cuanto entré al muelle se me
y también ahora el mar. Y ¿saben?.
cruzó el viejo pelícano. E r a m u y

30 31
José Luis Rosasco

grande, y caminaba patizambo y con


la cabeza echada hacia atrás; parece
que le pesaba el enorme pico. Era el
único que se paseaba por ahí, entre
los mesones de venta, como Pedro
por su casa. Los demás pelícanos no
se atrevían a aterrizar en el muelle,
sino que apenas lo sobrevolaban, y
para alimentarse caían de piquero
al agua, ¡zas, "chao, pescao"! E n
cambio, al viejo pelícano los pes-
cadores le tiraban cabezas y colas
de pescados y lonjas escamadas, y
él abría su kilométrico picazo tra-
gando de un santiamén y alzando
el pico como si fuera a tocar una
trompeta.
Esa misma m a ñ a n a me habló
E l Malulo. Todos lo llamaban así
en el muelle y él no se molestaba;

32
José Luis Rosasco

por el contarlo, parecía gustarle el


apodo, y una cosa sí puedo decir:
le venía de perillas. Seguramente
tenía al diablo adentro, pero yo em-
pecé a seguirlo porque era requete
entretenido. Creo que esto apestó
a mi ángel de la guarda por esos
días. Me alejé de mi hermana por
andar tras E l Malulo, y eso sí que
era raro. Pero es que E l Malulo se
las traía: agarraba a peñascazos a
los lobos marinos, se sumergía junto
a un portón del muelle y salía con
un erizo en la mano, amarraba a las
jaibas de una pata y ¡fumaba!, sí,
qué feo, pero hacía pasar un anillo
de humo dentro de otro, y de otro,
y de otro...
Hasta que llegó esa tarde. Esa
mala tarde.

34
loUlul«Ro«iitcn Infinito candado

-Silbos -me dijo- el mar está - E h . . . es posible -contesté.


lleno de monstruos. Yo tengo u n -¿Posible? ¿Cómo te sentirías tú
irasco con un pejerrey adentro. ¡Un con u n pico así? |
pejerrey de dos cabezas! -Incómodo. ^
-¿Está vivo? -quise saber. - ¿ I n c ó m o d o ? M á s que eso; te
-No, está muerto, pero a veces sentirías maldito, ¿cierto?
mueve la cola y abre los ojos. ¿Me -Bueno... s í - c o n s e n t í .
crees? - Y entonces q u e r r í a s que a l -
-Bueno..., sí. guien te librara de semejante pico,
- M i r a - m e dijo-, m i r a a este ¿verdad?
pelícano. Esto no me estaba gustando nada;
Por nuestro lado pasaba el viejo el interrogatorio del Malulo olía mal.
pájaro, con su cuerpo como una canoa Olía peor que el muelle.
gorda y su tremendo pico. Entonces me lo dijo:
-¿Lo estás mirando bien? -Se lo vamos a cortar, sí, lo vamos
-Sí -afirmé. a librar del tremendo pico.
-Fíjate bien -me ordenó El Malulo, -¿Vamos?... ¿Tú y yo?...
y en seguida agregó-: Es un monstruo, -Sí, tú y yo. Y m a ñ a n a mismito
¿verdad? si es que no eres u n poco hombre.

36 37
Ini* luli Mii«iiii() Infinito candado

T i l l(» sii)('l.is y yo le doy ¡paf! U n -¡ Ah, ya! Entonces todo está bien.
holo ioi'le y ¡chao el pico! Pero si no es así, dímelo.
I )icho esto se dio media vuelta -Está todo bien -afirmé.
y me dejó ahí solo, solo y podrido -De todas maneras, mírame. Escu-
por el medio lío en que me estaba cha: puedo ser tu amiga, ¿entiendes?
metiendo.
Asentí, como dándole las gracias,
Debo haber tenido una cara tan y pensé que ella era capaz de adivi-
fatal, que alguien a mi lado me habló nar la verdad. De sus ojos le salían
con voz cariñosa: lucecitas amarillas, como chispitas.
- ¿ Q u é te pasa? Esa noche no podía pegar pestaña.
Era la hija de un pescador, una Me daba vueltas y revueltas en
colorína que atendía en los meso- la cama. Me asaltaban visiones: el
nes de venta. Yo me había fijado en caradura del Malulo burlándose de
ella por su pelo de fuego y por sus m í y el pobre pelícano ¡sin cabeza!
pecas. Sí, estaba todita punteada de
De pronto escuché que mi hermana
pecas, y tenía los ojos de un verde
se acercaba. Cuando estuvo junto a
casi amarillo.
mí, yo me a c u r r u q u é en su cuerpo
- ¿ Q u é te ha hecho E l Malulo? y me puse a tiritar, hasta que se
-Nada. lo conté. Se lo conté todo y ella.

.t
40 41
Infinito candado
José Luis Rosasco

¡ah, m i hermanita!, ella fue la de - Y a -me dijo E l Malulo-, anda


la idea. a buscarlo; aquí te espero.
-¡No pienso ir al muelle! -¡exclamé! -Mejor vas tú -le contesté; a m í
se me podría escapar.
-Tienes que ir -me dijo ella, y
luego me explicó por q u é d e b í a H i z o u n gesto de desagrado,
hacerlo. Y fue entonces cuando me pero, asintiendo, me encajó el hacha
dio la idea, ¡la gran idea! ^ , entre los brazos, y se fue en puntillas
hacia el pelícano. V i cómo lo agarra-
A la entrada del muelle me espe-
ba por detrás, y con él fuertemente
raba E l Malulo. Apoyaba una mano
apretado contra su pecho, regresó
en el hacha y la otra en su cintura,
a mi lado.
mientras sonreía con una extraña
mueca. -Listo -dijo-, ahora sujétalo. E l
pico contra el suelo; y a pues, ya,
Era muy temprano y solo había
¿qué te pasa? ¡Pásame el hacha y
un par de pescadores al fondo, atán-
agárralo! ¿Qué estás esperando?
doles corchos a las redes.
¡Pásame el hacha, te digo!
E l viejo pelícano dormía al bor-
Retrocedí varios pasos por el
de del muelle, quietecito, como un
muelle, y con el mango del hacha
gran pájaro embalsamado. N i se la
en mis manos, empecé a girar y gi-
soñaba. , .

43
José Luis Rosasco

rar, girar y girar como cuando uno


quiere marearse... Agitaba el hacha
sobre mi cabeza y seguía girando
fuertemente, hasta que, recordando
a mi hermana, lo hice.
D i u n ú l t i m o giro m á s veloz
que todos los otros y ¡zas! solté el
hacha. Salió disparada hacia el cielo
y hacia el mar, girando como una
loca guaripola, hasta que ¡plaf! se
sumergió allá bien lejos, en las aguas
del océano, apenitas salpicando un
poquito de espuma.
Imaginé que ahora estaría sepulta-
da en el fondo del mar, para siempre,
como un ancla cortada, y me eché a
reír. Pero al punto se me heló la risa,
porque El Malulo se me acercaba con
cara de dragón.
-Ahora mismito -empezó a decir-
I
44
Infinito candado
José Luis Rosasco

ahora mismito vas a ver... -¿Sí?


Pero no dijo nada más, porque la -Te quiero mucho.
colorína, y sepa Dios cuándo había - Y o también, hermanito.
aparecido, estaba frente a un mesón -Pero yo te quiero más. ¿Sabes
abriendo machas con un tremendo cuánto?
cuchillo, y me decía:
Y se lo dije:
- ¿ Q u é tal, amiguito?
-Infinito candado.
Y así fue ese año en que conocí
el mar.
Días después, veníamos de regre-
so a nuestro pueblo en las montañas.
Oscurecía. Apoyé mi cabeza en el
hombro de mi hermana, mejor dicho
en su cuello, que es más blandito, y
empecé a quedarme dormido. Pero
me demoraba, porque me daba gusto
recordarlo todo. Entonces me dieron
ganas de decirle algo a mi hermanita,
así que la miré y le dije:
-Oye.

47
46
H ace mucho tiempo, pero
mucho tiempo, h a b í a una abeja
muy especial. Tenía una inquieta
personalidad y un carácter alegre,
que la hacía muy popular entre sus
compañeras.
Una mañana, mientras volaba
junto a las otras abejas hacia u n
jardín, resolvió emigrar. Para que
nadie reparara en su fuga, se hizo la

51
lenta, hasta que fue la última que se
desplazó por el aire. Entonces huyó.
D e s p u é s de volar u n rato, se
sumergió en la fronda verde claro
y azul lila de un Jacaranda que se
alzaba en la cima de un monte; a los
pocos segundos se acomodó sobre
una de las hojas como de encaje,
que poseía aquel majestuoso árbol.
Estaba en una posición muy alta y

52
José Luis Rosasco El nacimiento del primer picaflor

desde allí contempló el entorno. A -Estás equivocada y haces mal


lo lejos divisó el ir y venir afanoso -atacó la hormiga-; tú y yo somos
de sus compañeras, y se dijo: parte del mundo: tú eres de la colme-
-No hay miles y miles de abejas, na como yo soy del hormiguero, de
sino una que se repite y repite. manera que no te sientas tan distinta
ni tan independiente.
Esa era, claro, una sabia con-
clusión, un pensamiento profundo, -¡ Ah, pero yo no regresaré nunca
que la dejó muy satisfecha. Y para más a la colmena! Esto lo tengo muy
reafirmarse a sí misma dijo, ahora claro: quiero ser libre y vivir en el
en voz muy alta: mundo de otro modo.
-Yo soy diferente. -Eres una pretenciosa -replicó
la hormiga, muy contrariada-. ¡Qué
- ¿ Q u é dices?
te has imaginado! Y escucha: n i
Era la voz seca y chirriante de siquiera los humanos, que son los
una hormiga negra que se escondía seres m á s inteligentes del planeta,
bajo una ramita, una hormiga de pueden hacer lo que les dé la gana.
ojos saltones e impertinentes. ¡No, señor! Y si no me crees, mira
- T a l cual lo has escuchado -le ahí abajo a la ciudad.
r e s p o n d i ó la abeja fugitiva, muy H a b í a una ciudad a los pies
molesta por la intromisión. de l a ladera; no era demasiado

54 55
José Luis Rosasco

grande, pero sí lo suficiente como


para advertir que los humanos
iban y venían y se encerraban en
estrechos cubículos, dedicados a
incomprensibles labores. Y, sí, ha-
bía mucho parecido a la colmena y
al hormiguero en el mundo de los
hombres. Disponían, es verdad, de
m á s cosas, de extraños artefactos;
pero se veían igualmente someti-
dos a sus disciplinas y anclados en
lugares donde con frecuencia no - j Ah! -exclamó la hormiga, con
llegaba el sol. Pero la abeja no tar- notorio menosprecio-, esos son
d ó en descubrir que había algunos artistas, unos inútiles; si desapare-
humanos, no muchos en realidad, cieran de la faz de la tierra nada se
que v i v í a n de una manera m u y perdería.
diferente: haciendo cosas lindas.
- N o me da esa impresión; creo
-Mira a esos -le indicó a la hormiga-; que estás equivocada.
no siguen la corriente de los d e m á s
-¡Ah, sí! Pues acércate a ellos;
y se ven muy contentos.
vamos, anda, vuela y lo comprobarás.

58 59
José Luis Rosasco Ei nacimieiíte del primer picaflor

- L o haré, y tú espérame -dijo la -¿Ah, sí? ¿Y por qué? - p r e g u n t ó


abeja, y al punto emprendió el vuelo la hormiga con un tonito burlón.
hacia la cercana ciudad. -Algunos-empezó la abeja-crean
L a hormiga se q u e d ó esperán- sonidos que acarician el alma; otros,
dola; quería gozar de la desilusión pincel en mano, hacen nacer paisa-
con que regresaría la abeja, a quien jes en los que uno querría vivir para
consideraba insoportable y presu- siempre; otros, se ponen en movi-
mida. Sin embargo, nuestra abeja miento y pareciera que de pronto se
regresó m á s airosa que antes. van a echar a volar; otros, convierten
-¿Sabes? -le dijo tan pronto se una roca o un madero en una sirena
refrescó en el rocío de un pétalo azul sonriente o un quieto león...
que guardaba, enroscada, una gota de -¿Y para q u é sirve todo eso?
agua matinal- he visto a los artistas. - i n t e r r u m p i ó la hormiga.
- A h , entonces estarás de acuer- - S i sirve o no, no es lo importante
do conmigo en que no sirven para -contestó la abeja, y concluyó con
nada - o p i n ó la hormiga. esta frase-: Los artistas hacen m á s
- M u y por el contrario -dijo la bella la creación. ^
abeja- me parecieron especialmente Y, entonces, algo prodigioso
necesarios. comenzó a suceder. L a abeja tuvo

69 61
José Luis Rosasco

una sensación muy extraña y de


gran plenitud, que venía desde su
interior. Era algo que la hacía crecer,
que la estaba transformando.
Asombrada, se miró a sí misma,
el cuerpo, las alas. ¡Qué alas tenía
ahora! ¡Y q u é vigor! Y los colores
de su plumaje. Ella era ahora una
avecilla muy linda, u n pajarito pre-
cioso, i Y qué diseño tan hermoso el
de su cuerpo! Y podía posarse en el
aire como sobre una rama invisible
y acercarse, sí, acercarse a libar de
esta y aquella flor.
Precisamente en esto, en el gusto
que a ú n podía sentir por la dulzura
de las flores, se hallaba la abeja que
ella había sido. ¡Qué bueno que así
fuera!

62
José Luis Rosasco

Y justo en ese momento, bajo


el Jacaranda, pasó un niño, que se
quedó boquiabierto al ver la maravi-
llosa criatura que revoloteaba frente
a sus ojos.

Catálogo Colección
Delfín de Color
Serie Verde

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