Fontanarrosa, Roberto - Uno Nunca Sabe
Fontanarrosa, Roberto - Uno Nunca Sabe
Fontanarrosa, Roberto - Uno Nunca Sabe
de Roberto Fontanarrosa
Lo primero que le preguntó Mario apenas el Mochila se sentó, fue "¿La conoces a esa
mina?".
-- ¿Cuál?
-- La que saludastes recién.
Mochila giró apenas la cabeza hacia atrás.
-- ¿La flaca?
-- Sí.
-- Sí, la conozco. Es amiga de mi jermu.
-- Me emputece esa mina --dijo Mario en voz baja.
-- ¿Mi jermu?
-- No, boludo. La Flaca, la que saludastes.
-- Ah... ¡Mirá qué boludo que sos vos! A todo el mundo lo enloquece la Flaca. ¡Qué te
parece!
-- ¿Qué? --se alarmó Mario--. ¿Vos también estás jugado en ese palo? ¿Te anotás ahí
también?
-- No. Yo no. ¿No te digo que es amiga de mi jermu? Estudiaban juntas en la Cultural.
Tendría que ser muy loco para tirarme en esa. Pero... te digo...
-- Que ganas no te faltan.
-- Ganas no me faltan....
Se quedaron en silencio. Mochila controlando las otras mesas, viendo quién había.
Mario tocándose cuidadosamente los dientes de adelante con la uña del dedo pulgar de la
mano derecha.
-- Me tiene loco esa mina --repitió, como para sí mismo. Como si el tema fuese
demasiado íntimo como para compartirlo y debatirlo en una mesa de cafe. Y asustado,
quizá, por haber ido tan lejos.
-- Está buena la Flaca --dijo Mochila, que la tenía sentada a sus espaldas--. Y es una
mina piola te cuento... Piola, inteligente. Anda suelta, además...
-- Medio histérica debe ser...
-- Sí. Eso sí... Lógico... --Mochila seguía sin meterse demasiado en la conversación,
en tanto pasaba lista a los presentes-- ¡Bah! --se animó de pronto, ya terminado el
control--. Como todas.
-- Esa jeta que tiene... --medio por sobre el hombro de Mochila, Mario la espiaba--.
Los ojos...
-- Y encarala, boludo... ¿qué esperas? --lo animó Mochila, cruzándose de piernas,
acomodándose en la silla para quedar de espaldas a la calle Santa Fe, mirando al
mostrador. Mario hizo un gesto vago con la cabeza, negativo.
-- Está sola, boludo --apretó Mochila--. Andá... Si te quedas esperando, por ahí
aparece algun vago, o alguna amiga, y se sienta con ella y cagaste.
Mario se encogió de hombros, mirando ahora hacia afuera, como desentendiéndose
del problema.
-- ¿No lo viste al Sobo? -preguntó, cambiando de tema. Mochila negó con la cabeza--.
Este boludo... --musitó Mario--. Le tengo que pedir un certificado y justo hoy no
aparece.
-- Oíme --Mochila se incorporó, clavándole la vista--. Andá y sentate con ella, no seas
otario... No te va a patear...
-- No la conozco --frunció la nariz, Mario.
-- ¿Y eso qué tiene que ver? ¿Cómo que no la conocés? Te conoce de acá, pelotudo. Si
acá nos junamos todos. No le sabrás el nombre pero la...
-- ¿Cómo se llama?
Mochila frunció el ceño.
-- Ehhh... --pensó--. Marina, Marta, María... No sé, no sé... Siempre la conocí por la
Flaca.
-- Marta, Marta se llama --dijo Mario, que ya se había informado.
-- Escuchame Mario... --Mochila se inclinó sobre la mesa para darle privacidad a la
propuesta--. Te la presento... Voy, me siento en la mesa de ella y te la presento...
Mario se tiró hacia atrás y agitó las manos y la cabeza, casi escandalizado.
-- ¡No! No, dejá. Ya está. Ya pasó. Ya fué.
-- No me cuesta nada, boludo.
-- Dejá, Mochila, dejá. Está bien.
Mochila se encogió de hombros.
-- Jodete --dijo. Y buscó a Moreyra con la vista--. ¡Negro! --gritó--. ¿Estás vos acá?
-- Además... --Mario, pese a todo, no quería desprenderse totalmente del tema y sabía
que el lapso de privacidad con el Mochila podía ser corto--. No da bola, Mochi. No da
bola.
Mochila casi se enojó.
-- ¿Y cómo sabes que no da bola si nunca la encaraste?
-- Porque uno se da cuenta, Mochila. ¿Sabés cuanto hace que la vengo mirando a esa
mina? ¿Sabés cuanto hace? Dos años. Debe hacer como dos años...
-- ¿Y?
-- ¡Nada! Nada de nada. Una mina si te quiere dar bola se manda alguna señal, eso es
sabido. Te mira una vez, aunque sea. Te mantiene un poco la mirada. O te sonríe. Te tira
un cable.
-- No te engañes, no te engañes... Mirá que...
-- Sí... "La vida te da sorpresas".
-- La vida te da sorpresas...
-- Sí, pero acá es muy claro --se desalentó Mario--. ¿Viste que hay... cómo decirte...
hay un lapso de duración en una mirada, en un cruce de miradas? Y después hay un plus,
que es un milésimo... un milésimo de segundo... un ápice... un cícero... una infinitésima
milésima de segundo en que se prolonga esa mirada más de lo normal... Es cuando una
mina te mira y vos tenes un sensómetro, un sismógrafo, que registra que esa mirada ha
durado esa milésima de segundo mas allá de lo necesario, y es lo que te está diciendo a
las claras que esa no es una mirada común, que esa mirada está pidiendo otro cruce de
comprobación, que te está diciendo algo... --Mochila afirmaba con la cabeza, algo
fastidiado--. Bueno... --no se amilanó Mario--. Esa fracción supletoria de mirada debería
tener un nombre. Porque es una medida patron... Es un exceso de intensidad... Debería
haber algo como el "miradómetro"... Una unidad de vision, de calentura...
-- Bueno, bueno... Cortala... Dejá de hablar pelotudeces... --rogó Mochila--. ¿Y qué
pasa? ¿Con esta mina no se dió nunca?
-- En la puta vida de Dios.
-- Ni te miró...
-- Ni me miró ni... --Mario había sacado un encendedor y golpeteaba con él sobre el
nerolite buscando la descripción mas gráfica--. O me mira y no me ve. Esa es la cosa.
Por ahí me mira, pero lo que hace es solamente dirigir su vista hacia mí. Pero la
sensación que yo tengo es como que yo fuera transparente. Que mira a traves mío. Que
mira lo que está detrás mío. Digamos, que la profundidad de campo de la cámara de ella
está situada seis metros detrás mío... Esa es la sensación que tengo...
Mochila se rascó la cabeza.
-- ¡Mirá que sos antiguo! --dijo.
-- ¿Por qué? --se ofuscó Mario.
-- Andar fijándote en eso de las miradas y esas cosas... Eso es del tiempo en que los
pedos se tiraban con gomera.
-- ¿Y qué querés que haga? ¿Que vaya y le toque el culo?
-- No, boludo. No te digo eso...
-- ¿Cómo carajo hacés vos?
-- ¿Cómo hago? ¿Cómo hago yo? ¡Voy y me siento con ella! Eso hago. Mirá que
difícil. Y le empiezo a hablar de cualquier cosa... No podés entrar en la histeria de las
minas, querido... Que te miro, que no te miro, que la profundidad de campo y todas esas
pelotudeces...
-- Es que... --Mario apoyó el mentón sobre sus manos cruzadas y vaciló. Por
momentos lo asaltaba la idea de que no era un tema para hacer publico--. ¿Sabes qué
pasa?... ¿Vos te acordás de "El Eternauta"?
-- Sí, me acuerdo... Lo que no me acuerdo es quién trabajaba...
-- ¿Cómo?
-- ¿Quién trabajaba?
-- No, boludo. No era una película. Era una historieta.
-- Ah, sí... "El Eternauta". Algo me acuerdo...
-- Esa que caía una nevada en Buenos Aires, una nevada radioactiva y morían todos...
-- Algo. Algo me acuerdo --mintió el Mochila.
-- Bueno, en "El Eternauta", aparecían unos tipos de otro planeta, que se llamaban los
"Manos", que tenían...
-- Mejicanos. "Manito", se decían...
-- No, gil. No seas hijo de puta.
-- Ah, no. Esa era "Cisco Kid".
-- No te acordás de un sorete. Los Manos, que tenían una mano derecha llena de
dedos...
-- Como cualquiera --Mochila mostró su mano.
-- No, muchos mas. Como hasta acá --Mario tiró una línea imaginaria desde la punta
de sus propios dedos hasta el codo--. Bueno, esos tipos dirigián a varias especies de
bichos extraterrestres que invadían la Tierra. Pero ellos, a su vez, estaban controlados
por otra especie superior. Entonces. estos "Manos", que eran igual que nosotros salvo
por esos dedos, tenían insertada en el cuerpo una glándula, una glándula que le llamaban
"Glándula del Terror" y que les habían insertado esos cosos que los dirigían a ellos. Y...
¿para qué les habían insertado esa glándula? Porque los Manos, igual que los humanos,
al sentir temor segregaban una especie de adrenalina y ésta, a su vez, activaba la
glándula. Y entonces la glándula dejaba escapar un veneno y el veneno los mataba en
minutos, nomás. ¿Me entendés? Si ellos se intentaban rebelar contra la especie superior,
sentían miedo y, ahí nomás, cagaban la fruta. Linda idea, ¿no? Porque, además, había
otra cosa, fijate. Algunos de ellos habían intentado operarse para sacarse de allí esa
glándula pero, al operarse, sentían miedo, y de nuevo la misma cosa, activaban la
glándula, ésta largaba el veneno, etc., etc., etc... Era ingenioso, ¿no? Piola como idea.
De... ¿cómo se llamaba?... Oesterheld.
Mochila se lo quedó mirando un instante, con expresión confundida.
-- Y.... ¿Qué queres decir con todo esto? --preguntó--. ¿Ahora me vas a salir con que
vos tenés una de esas glándulas? ¿Me vas a pedir guita para operarte?
-- No. No. No --Mario pegó con la punta de su dedo índice sobre la mesa--. Yo tengo
una glándula pero de la pelotudez. Ese es el asunto. Una glándula de la pelotudez.
Cuando a mí una mina me gusta mucho, como ésta, Marta... me pongo pelotudo. El
mismo hecho de que la mina me guste mucho, me paraliza. Me pone tan nervioso que
me pongo hecho un pelotudo, no sé lo que digo, hago boludeces... La glándula segrega
algo que me idiotiza. Después pienso en las cosas que he dicho, o en las que debería
haberle dicho y me quiero morir. Las minas deben pensar que uno es un retardado total.
Y es precisamente porque me gustan demasiado. Es increíble. Con las minas que no me
gustan no me pasa nada. Ahí soy un duque, soy Dean Martin. Jodo, soy ocurrente, hasta
puedo ser brillante. Al pedo. Porque a quien yo quiero gustar no es a los escrachos.
-- Mario... Mario... --Mochila trató de ser comprensivo--. Yo sé que esto pasa... Pero
te puede pasar al principio, la primera hora, la primera...
-- Década.
-- No seas pelotudo. Si vos...
-- Si yo me quedo solo con esta mina te juro que no me sale una palabra. La glándula
me...
-- Anda a la concha de tu madre vos y la glándula...
Se quedaron en silencio. Mochila miraba sin ver hacia la caja registradora, pegaba
repetidas veces con la suela del pie derecho sobre el piso, fastidiado.
-- ¿Sabes qué le dijeron a Pelé cuando debutó en Suecia? --preguntó de pronto. Mario
negó con la cabeza, algo desacomodado.
-- "Andate al medio campo y tocala corta." Eso le dijeron --agregó el Mochila. Mario
entrecerró un poco los ojos, como buscando la metáfora--. O sea. Hasta que se te pasen
los nervios, no tratés de deslumbrar, no tratés de ser brillante, no tratés de meter el pase
de gol...
-- Pero él era negro, Mochila...
-- Es negro.
-- ¡Es que ni siquiera pretendo ser brillante! Me bastaría con no ser tan imbécil...
-- Tocá corto.
-- Una teta le voy a tocar... --musitó Mario--. Además... además, Mochila,
comprendeme --se irguió de pronto como para seguir hablando pero calló, prudente. El
Pochi había entrado por la puerta de Santa Fe y Sarmiento, pero se quedó enganchado en
la mesa de los fotógrafos. Mario retomó el tema--. Yo creo que las cosas se tienen que
dar naturalmente. Vos vistes como es este boliche. Vos, por ejemplo, no conocés a
alguien. Pero, de pronto, por ahí, mañana, estás sentado en la misma mesa con él. ¿Por
qué? Porque te llama un amigo común. Porque viene a tu mesa a charlar con un amigo
tuyo. Porque está en un grupo donde vos te acercás a preguntar algo. Es así... Entonces
eso es mas natural, menos forzado. Yo me sentiría mucho más cómodo si se diera algo
así con esta mina...
-- Oíme Mario... Oíme... --Moreyra había pasado como una ráfaga, dejando un cortado
sobrante, al tanteo, enfrente de Mochila--. Cuanto...
-- Porque... ¿viste como es este boliche? --arremetió Mario--. Yo creo que el secreto
de este boliche está en la proximidad de las mesas. Están muy juntas. Ahí radica el éxito
de este boliche. Vos estás sentado en esta mesa y casi casi estás escuchando la charla de
los de la mesa de atrás. Y se tocan las sillas, incluso --Mario se tiró hacia atrás sobre el
respaldo y sonrió, ejemplificando--. Vos estás en una mesa y por ahí girás un poquito y
ya te integras a la de al lado...
-- Un conventillo.
-- Un conventillo. Un día... --Mario se lanzó de golpe con el torso hacia adelante,
confidente--. Un día yo estaba sentado en una mesa, y atrás, acá mismo, atrás, estaba la
Flaca con unas amigas --bajó la voz--. Si yo me inclinaba para atrás la tocaba, con los
hombros, o con la cabeza. La tocaba...
-- Mario... --insistió Mochila con los ojos entrecerrados--. ¿Cuanto hace que decís que
la venís marcando a esta mina?
-- ¿A la flaca? Y... desde que la descubrí... Cuando era novia del barba... No sé. Un
año... Un año y medio...
-- Cuando era novia del barba... Vos te referís al Tito, al Tito Aramayo.... Bueno, te
cuento, eso fue hace más de tres años, porque hace más de tres años que el Tito está en
Porto Alegre. Casi cuatro años hace, por lo menos.
-- Y... sí...
-- Y en esos cuatro años.. --Mochila enarcó las cejas y cerró su mano derecha como si
empuñara un cuchillo, señalando a Mario--. Escuchame bien, en esos cuatro años, esa
situación que vos decís, que vos estás esperando, no se ha dado nunca. Nunca hubo un
amigo sentado en la mesa con ella, ni ningún amigo te la trajo a la mesa con vos, ni se
dió vuelta para pedirte fuego, ni estaba en un grupo donde vos podías haberte integrado...
Nada...
-- Nada... es verdad... Nada.
-- ¿Y hasta cuando vas a esperar, Marito? --hirió de nuevo, Mochila--. Vas a ser un
viejo choto y vas a venir acá con un bastón, con boina, con una cánula de suero puesta,
para ver si alguna vez se da la puta casualidad de que te podés sentar con esa mina...
-- Y... --se encogió de hombros, Mario.
-- Oíme --Mochila giró la cabeza y pegó una rápida mirada hacia la mesa de la Flaca
que, sola, estaba anotando cosas en una agenda--. Mirá, está sola. Al pedo. Voy, me
siento con ella, hablo con ella y después te llamo...
Mario se secó la transpiración de la nariz, meneó la cabeza, pareció atacarlo la
desesperación y estar a punto de ponerse a llorar.
-- No, Mochila... No...
-- Yo puedo hacerlo, pelotudo --se enojó el Mochila--. Te digo que soy amigo de ella.
Lo he hecho un montón de veces. No va a quedar como algo forzado o...
-- No, Mochila... Está llena de machos esa mina...
-- ¿Cuando? ¡Ahora está sola, pelotudo!
-- Ahora no. Pero... ¿Vos te creés que no la veo? La miro constantemente, te digo.
Todos los días con un macho nuevo. Pendejos...
-- Mejor para vos, mejor para vos. Si anda todos los días con un macho nuevo es que
no anda con ninguno. Aparte, no te engañés, Mario. No te engañés. Yo conocía una mina
que estaba buenísima. No podía ni caminar de buena que estaba. Lindísima, además. Y
esta mina, me decía --hará un par de meses nomás, está casada ahora, tiene como cuatro
hijos-- me decía que cuando ella era joven, había fines de semana que se quedaba en casa
como una boluda porque nadie la llamaba para salir. Los tipos la veían tan linda, tan
rebuena estaba esa hija de puta, que todos pensaban lo mismo, eso que vos pensás
también, que estaba llena de machos. Que la llamaban de todas partes del país para
invitarla a salir, que Rainiero de Mónaco le ponía un télex para salir de joda. Entonces,
no la llamaban. Y la pobre santa se quedaba como una boluda los sábados a la noche
viendo televisión con una tía rechota que tenía...
-- Este no es el caso... Este no es el caso... --negó Mario. Mochila volvió a darse
vuelta, mirando sin discreción alguna hacia la mesa de la Flaca.
-- Está sola, boludo. Está haciendo tiempo. Aprovechá ahora --volvió a su postura
anterior restregándose la cara con una mano, casi con desesperación--. Decí que yo no
puedo...Pero...
-- Además... Además... --buscó las palabras Mario--. No se puede. Yo no puedo ir y
encararla así a esta mina, en frío... Hay convenciones. Hay convenciones que se juegan
entre un hombre y una mujer y que hay que respetar.
Mochila lo miraba con una expresión cada vez mas atormentada.
-- Sí, claro --dijo Mario--. Vos sabés, y ella sabe, y vos sabés que ella sabe que vos
sabés, que si vas y la invitás a una mina a tomar un café, en realidad lo que le estás
proponiendo es ir a cojer.
-- No es tan así.
-- Esa es la verdad. Esa es la realidad de las cosas. La verdad de la milanesa. Pero vos
no podés ir, acercarte a la mesa y decirle "¿Vamos a cojer?". Porque aunque encierre el
mismo significado, no es lo mismo. Para una mina no es lo mismo y tiene todo el
derecho del mundo de mandarte a la reputísima madre que te parió, Mochila, es la
verdad. Puede decirte "¿Usted por quién me ha tomado?" y hacerse la ofendida y tiene
toda la razón. Hay que guardar ciertas normas de urbanidad. Vos dirás que es un
hipocresía y todo eso, pero...
-- Yo no digo que sea una hipocresía --expiró Mochila, agotado.
-- ... vos tenés que dejarle una puerta abierta a la mina. No podes encerrarla, no podes
dejarla sin opciones. Fijate vos, cuando yo anduve con la Zulema... --se entusiasmó
Mario--. Hay minas con las que vos tenés ya todo conversado, todo claro, y no hay más
que hablar. Cuando le decís de salir, te tomás un tacho y te vas al mueble derecho viejo,
porque sabés que la mina no se va a descolgar con "¿Pero... adonde vamos? ¿Adonde me
llevas?".
-- "¿Qué son esas luces rojas?"
-- "¿Qué son esas luces rojas?" ¡Nada de eso! Pero, por ejemplo, con Zulema, yo me
las rebusqué para que me prestaran un departamento. Entonces fuimos a cenar, hablamos
un rato y despues yo le pude decir "¿Querés venir a mi departamento a tomar algo?", con
lo que le estás dando a la mina la opción de ir al departamento y después, si no le gusta
la mano, negarse. No sé... decir... "Se me hizo tarde" o... "Vos me interpretastes mal"...
-- Oíme... Vos sos una antigualla... Si la mina acepta ir a tu departamento es porque le
gusta la mano y ya sabe como viene la cosa... No son tan boludas, Mario... ¿O te crees
que somos nosotros los que atracamos?
-- De acuerdo, de acuerdo --se apuró Mario--. Pero vos le estás dando la opción con el
departamento. Si vos le tenés que decir "¿Vamos a un mueble?" ¿Qué opción tiene la
mina? Vos le estás diciendo "vamos a cojer", lisa y llanamente. No le das salida.
-- Si vos le decís "Vamos al departamento" también le estás diciendo "Vamos a cojer",
querido. ¿O con quién estás saliendo? ¿Con Heidi?
-- Ya sé... Ya sé... --Mario se mordió los labios, transpirando--. Pero no es lo mismo.
Es una cuestión de elegancia. Si vos invitás a una mina a un hotel, estás dando por
sentado que vos no tenías ninguna duda de que a esa mina te la ibas a pirobar, que era
fácil, que era una fija. Es una cuestión de... dignidad, digamos...
Mochila meneaba la cabeza, negando.
-- Sos una antigualla --suspiró--. Un relicario...
-- Es difícil de explicar --insistió Mario--. Es como si vos vas a un bodegón y el mozo
ve que vos tenés tal pinta de pordiosero que viene y, sin preguntarte nada, te pone en la
mesa un pingüino de vino tinto de la casa. ¿Qué te queda por hacer en ese momento?
Levantarte e irte, querido. Ese mozo te está ofendiendo. Porque aunque vos seas un
pordiosero y se vea a la legua que no te podes bancar ni por puta un vino más o menos
pasable, el tipo tiene la obligación moral de alcanzarte la lista de vinos y preguntarte
"¿El señor tiene alguna preferencia? ¿Desea algún vino gran reserva?". Entonces ahí sí,
vos podés devolverle la lista y decirle, tranquilo "No, muchas gracias. Tráigame un
pingüino con tinto de la casa" porque la verdad es que no tenés ni un mango partido por
la mitad para elegir otra cosa... ¡Porque es un problema de dignidad, mi viejo! ¡Te tienen
que dar la oportunidad de elegir, ese es el asunto! Pueblos enteros han ido a la guerra por
eso...
-- ¿Porque vino el mozo y les sirvió un pingüino de...?
-- No. Por dignidad.
-- Oíme, Mario... --Mochila pareció animarse de repente--. Yo me levanto y voy a la
mesa de la mina y le hablo.
La expresión de Mario fue de pánico. Advertía un atisbo de determinación
inquebrantable en la voz del Mochila.
-- No, Mochi, no jodas --se enojó.
-- Voy, boludo. ¿No puedo ir, acaso? Todos los días hablo con ella...
-- Vos tomás medio pingüino de tinto de la casa y te ponés a hacer boludeces,
Mochila... Dejame de joder... No me gusta tanto despues de todo...
Mochila se puso de pie. Mario se tapó la cara con la mano. Luego la destapó y habló
mirando hacia otro lado. Transpiraba.
-- Dejáme de joder, Mochila. Sentate --rogó--. Yo no voy. Si vos me llamas yo no
voy. Me voy a la mierda. Me voy al baño. Te juro que no voy...
-- Oíme, boludo --se agachó un tanto, Mochila--. Hoy puede ser un dia histórico para
vos. A veces las minas que menos bola parece que te dan son las que más te vienen
marcando, al final de cuentas. No seas ingenuo. Las minas son muy histéricas, y ésta es
de las más histéricas que conozco...
-- Te juro que no voy, Mochila... Sentate, no seas boludo... No me hagas pasar un mal
rato...
-- Por lo menos te sacas la duda de encima, pelotudo. Si te da pelota, perfecto. Si no te
da pelota, bueno, al menos te sacastes ese quilombo de la cabeza y ya no te andas
preocupando si anda con un macho, o con cuatro, o con cinco mil...
-- Dejáme vivir con la ilusión, Mochila... De veras... Sentate...
Mochila giró sobre sus talones y enfiló hacia la mesa de la Flaca. Mario,
automáticamente, pivoteó sobre su silla primero hacia la calle Santa Fe y luego en
sentido contrario, hacia el mostrador, como si estuviese sobre un sillón giratorio,
fingiendo mirar hacia el teléfono público, los baños y las botellas expuestas sobre los
estantes de vidrio. Se pasaba repetidamente las yemas de los dedos sobre las cejas.
Mochila se dejó caer, despreocupado, sobre la silla vacía enfrente de la Flaca y, al
punto, ésta, sonriendo, cerró la agenda y comenzaron a charlar. No dejo pasar mucho
tiempo, Mochila, y tras algunas preguntas livianas de rigor, encaró el tema con la
practicidad de un ejecutivo joven.
-- Che, Flaca... --casi anunció--. No mires ahora... ¿Vos lo conocés al muchacho que
está sentado conmigo, el de lentes?
Ella dió una pitada larga a su cigarrillo, lanzó algo de humo por la nariz y dijo: "Sí, de
acá. Del boliche".
-- Bueno. Está muerto por vos.
Marta miró al Mochila con expresión entre dura e inquisidora.
-- ¿Ese pajero? --preguntó luego, casi airada. Mochila asimiló, apenas, el golpe.
-- ¿Por qué, "pajero"?
-- Hace como mil años que se la pasa mirándome y jamás se ha atrevido a decirme
nada.
-- Lo que pasa es que... ehh... Es muy tímido...
-- ¡Por favor! --la Flaca sacudió la cabeza revoleando un mechón de pelo-- ¡Es un
pajero!
-- No, Flaca --Mochila estaba casi acostado sobre la mesa, apoyando el brazo
izquierdo desde la axila hasta el codo, buscando buenas razones con cautela de minero--.
Es muy tímido... Te digo que es muy buen tipo... es un tipo interesante...
Marta extendió su mano derecha y la apoyó en el antebrazo de Mochila. Suavizó su
tono y su mirada.
-- Mirá, Mochila, te agradezco. Pero estoy cansada de la histeria de los tipos. Ya
somos grandecitos. Ya no soy una pendeja...
-- Pero lo parecés...
Marta estiró una sonrisa forzada.
-- Te agradezco --repitió.
Mochila se quedó mirando un rato hacia la esquina de Sarmiento y Santa Fe. Como no
encontró nuevos argumentos para su propuesta, se levantó cansinamente, saludó a la
Flaca y se fue. Desandó cuatro pasos y volvió a su silla de la mesa compartida con
Mario. Este, demudado, había pedido una medialuna de "La Nuria" y otro café, como
para hacer algo.
-- Ehhhh... --vaciló Mochila, mirando perdidamente hacia el baño.
-- ¿Qué...? ¿Qué pasó? --tragó saliva Mario, intuyendo, quizá, lo peor.
-- Dice que está esperando al novio...
Mario mordió un nuevo pedazo de medialuna. Meneó la cabeza.
-- Te dije... --dijo.
-- Qué cagada --musitó Mochila.
-- ¿Viste? --Mario parecía aliviado.
-- Pero, al menos, lo intentamos...
-- Te dije... --Mario se acomodó los lentes, mirando hacia la calle, mientras apuraba el
último bocado, limpiándose los dedos con una servilleta.
-- Qué va a ser...
-- ¿Será posible, este boludo del Sobo? --se quejó Mario--. Justo hoy que lo necesito y
no aparece...
. .