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Francine Shapiro Margot Silk Forrest

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Francine Shapiro

Margot Silk Forrest

EMDR
UNA TERAPIA REVOLUCIONARIA PARA SUPERAR
LA ANSIEDAD, EL ESTRÉS Y LOS TRAUMAS

Prólogo de David Servan-Schreiber


DATE DUE
_ ¡A A |

42/14/2019
MIMI
Campbel Branch
Library
at Ssendale St
ation
- Vernor
a Dels MI 48209
(313) 297-8404
Francine Shapiro
Margot Silk Forrest

EMDR
Una terapia revolucionaria para superar
la ansiedad, el estrés y los traumas

editorial Kiairós
Título original: EMDR EYE MOVEMENT DESENSITIZATION
AND REPROCESSING
The Breakthrough “Eye Movement” Therapy for Overcoming
Anxiety, Stress, and Trauma

O 1997, 2004 by Francine Shapiro


Published by Basic Books, A Member of the Perseus Books Group

O de la edición en castellano:
2008 by Editorial Kairós, S.A.

Editorial Kairós S.A.


Numancia 117-121, 08029 Barcelona, España
www.editorialkairos.com

Nirvana Libros S.A. de C.V.


3* Cerrada de Minas 501-8, CP 01280 México, D.F.
www.nirvanalibros.com.mx

O de la traducción del inglés: David González Raga


Revisión: Amelia Padilla

Primera edición: Mayo 2008


ISBN: 978-84-7245-673-0
Depósito legal: B-26.121/2008

Fotocomposición: Beluga £Mleka, s.c.p. Córcega, 267. 08008 Barcelona


Tipografía: Times y helvética, cuerpo 11,interlineado 12,8
Impresión y encuadernación: Romanya-Valls. Verdaguer, 1. 08786 Capellades

Este libro ha sido impreso con papel certificado FSC, proviene de fuentes
respetuosas con la sociedad y el medio ambiente y cuenta con los
requisitos necesarios para ser considerado un “libro amigo de los bosques”.

Todos los derechos reservados. No está permitida la reproducción total


ni parcial de este libro, ni la recopilación en un sistema informático,
ni la transmisión por medios electrónicos, mecánicos, por fotocopias, por registro
o por otros métodos, salvo de breves extractos a efectos de reseña,
sin la autorización previa y por escrito del editor o el propietario del copyright.
Dedicado a los orientadores, terapeutas y clientes de la
EMDR que han tenido la visión y el coraje de intentar algo
nuevo y de compartir sus experiencias.

Y en recuerdo también de
Ron Martínez,
un cuadripléjico que murió de cáncer y un ser humano
realmente excepcional cuya vida constituye el más claro
ejemplo de que lo que realmente importa no es tanto lo que
nos sucede como lo que, con ello, hacemos.
Digitized by the Internet Archive
in 2022 with funding from
Kahle/Austin Foundation

https://archive.org/details/emdrunaterapiare000Oshap
SUMARIO

Nota aclaratoria de las autoras y del editor .........ocoommomoo.o. 9


A BTAdECIMientOs toas means caceria Luna lane yes tinntas ones qo ninas 11
Prólogo de David Servan-Schreiber .oooooonccocconcnnnnnnnnanncnos» 13
A O O 19

1. El viaje del descubrimiento coooocccoccocnonncnnonananranennonnnros 43


2. Asentando.los Cimientos sctccncccionnanoacóncana coscorinoanantnosa 61
3. El espíritu y la espada:
El legado trágico de la guelTa cooccncccononnannenoncanannnneno 89
4. La estructura del tratamiento:
Descubriendo las raíces ocultas del dolor ............. 121
5. Los muchos rostros del miedo:
Las fobias y los ataques de pániCO oocccccccncnnnnananoosos 147
DN . El terror que acecha en mitad de la noche:
Los trastornos del sueño y los traumas infantiles . 185
7. Vínculos que atan:
Los trastornos del apego eococcncocnconcncnncnnnonanoonanonnenos 219
8. La curación de los estragos
causados por la violación coococnoccnonnnnonancnnnnannennnenos 2
9. Atravesando el duelo ......occoococnccnncccnnnonanonannncnnnannnnnss 283
10. Rompiendo los grilletes de la dependencia ....o.oo.o..» 225
11. La última puerta:
Enfrentándonos a la enfermedad,
la incapacidad y la Muerte cocccoconononnnnncnnenenerernrnnonos 365
12. Visiones del futuro:
La EMDR en el MUNOO ...cccccnonnencncnonanennnnnnaninnnnnnno 399
8 SUMARIO

Apéndice A: Recursos (de EMIR o cionononaciamiancanios 435


Apéndice B: Informe de casos de la EMDR ooo... 441
Apéndice C: EMDR investigación sobre el trauma,
descubrimientos y lecturas posterlOres .oooccccinnn.... 465
ADENT DO in rra 503

o RR ET AN 517
EII 551
NOTA ACLARATORIA
DE LAS AUTORAS Y DEL EDITOR

Este libro no es un manual de formación y, en consecuencia, no


contiene información completa sobre el uso clínico de la EMDR
y debe, por tanto, ser considerado como una visión general bási-
ca de las aplicaciones clínicas de la EMDR. Cualquier trata-
miento real deberá ser proporcionado por un terapeuta que
haya recibido la formación y autorización requeridas para la
práctica de la EMDR.
Aunque se conoce con el nombre de Desensibilización y
Reprocesamiento a través de los Movimientos Oculares [en
inglés Eye Movement Desensitization and Reprocessing],
el papel que desempeñan los movimientos oculares en la
EMDR no es más que una de las muchas formas de estimu-
lación empleadas por esta compleja metodología. De hecho,
algunas investigaciones han demostrado que la combinación
única de elementos que componen la EMDR proporciona
un abordaje psicoterapéutico eficaz aun en ausencia de
movimientos oculares. Los protocolos y procedimientos
que configuran la EMDR global no sólo son necesarios
para la eficacia de la terapia, sino que también garantizan la
seguridad del cliente, porque hay varios informes que evi-
dencian los daños que puede provocar el uso inadecuado de
los movimientos oculares tanto por parte del sujeto como
de terapeutas que no hayan recibido la titulación adecuada
y utilicen la estimulación sin tener estrictamente en cuenta
10 EMDR

todos los procedimientos y protocolos que configuran la


EMDR.
Los legos no deberían, por tanto, emplear los movimien-
tos oculares por su cuenta sin atenerse a las instrucciones de
un terapeuta adecuadamente entrenado y titulado en EMDR.
Por eso instamos a los posibles clientes a asegurarse de que
el terapeuta que han elegido ha seguido un curso de forma-
ción autorizado y aprobado por la EMDR International
Association (véase Apéndice A). Son muchos los terapeutas
que, queriendo aprender la EMDR, han asistido a cursos O
talleres sobre las llamadas “técnicas de los movimientos ocu-
lares” dirigidos por personas que no se hallan suficientemen-
te preparadas e ignoran, por tanto, los pormenores del méto-
do. Por este motivo insistimos en que el lector no debería, en
consecuencia, esperar los efectos terapéuticos mencionados
en este libro a menos que se atenga explícitamente a las ins-
trucciones de un terapeuta titulado y experimentado en el
enfoque EMDR.
Todos los comentarios en primera persona incluidos en
este libro se refieren a la doctora Francine Shapiro, la crea-
dora y promotora de la EMDR.
Aunque la mayoría de los nombres y algunas de las cir-
cunstancias externas relativas a los clientes mencionados en
este libro se hayan visto modificados para proteger su intimi-
dad, nos hemos esforzado en presentar los síntomas y el tra-
bajo terapéutico tal y como ocurrieron.
Para evitar, por último, el sexismo sin caer, por ello, en el
abuso de expresiones tales como “él o ella”, hemos alterna-
do, a lo largo de todo el libro, el empleo de los pronombres
personales masculinos y femeninos.
AGRADECIMIENTOS

Este libro es el fruto de una empresa de largo aliento a la que


han contribuido muchas personas. Su contenido se basa en la
experiencia de cientos de personas y espero que les haga jus-
ticia. Estoy especialmente agradecido a los clientes que han
querido compartir su historia con la esperanza de ayudarlas.
También quiero expresar mi reconocimiento explícito a las
contribuciones especiales recibidas de los siguientes médi-
cos: Judy Albert, David Blore, Jac Carlson, Cathy Davis,
Nancy Davis, Ron Doctor, Jean Eastman, Sandra Foster,
Chad Glang, David Grand, Lew Hamburger, Ad de Jongh,
Tim Kaufman, Robert Kitchen, Laura Knutson, Deany
Laliotis, Steven Lazrove, Andrew Leeds, Jennifer Lendl,
Patti Levin, Howard Lipke, Joan Lovett, Marilyn Luber,
Pavel Lushin, John Marquis, David McCann, Daniel Merlis,
Gerald Murphy, A.J. Popky, David Price, Gerald Puk, Gary
Quinn, Therese Rando, Graciela Rodriguez, Susan Rogers,
Curt Rouanzoin, Beverly Shoninger, Elan Shapiro, Jocelyne
Shiromoto, Steven Silver, Roger Solomon, Pablo Solvey,
Robert Tinker, Sheryll Thompson, Linda Vanderlaand,
Rosemary Vienot, Silke Vogelmamn-Sine, Donald Weston,
Geoffrey White, David Wilson, Sandra Wilson, Carol York,
William Zangwill y Joan Zweben.
En cuanto creadora de la EMDR quiero asimismo mani-
festar mi gratitud a Margot Silk Forest por sus extraordina-
rios dotes de escritora que han facilitado un relato tan claro
de las historias de sufrimiento y transformación recopiladas
12 EMDR

en este libro. También quisiera dar las gracias especialmente


a Robbie Dunton, sin cuyo infatigable apoyo no hubiera con-
tado con el tiempo y la actitud mental necesarios para escri-
bir este libro y realizar tarea creativa alguna a lo largo de este
año. Doy también las gracias a Robert B. Welch, Steven
Lazrove y Silvia Hines por sus esfuerzos editoriales, y a
MaryAmn Gutoff por su asistencia técnica. Escribir un libro
y editarlo es una tarea hercúlea cuyo éxito depende del estí-
mulo y el aliento de muchas personas, incluyendo todo el
equipo editorial. Por eso doy las gracias a Gail Winston, mi
editor en BasicBooks, por la extraordinaria flexibilidad,
paciencia y habilidad que me ha mostrado. Asimismo estoy
muy agradecida a Richard Fumosa por la atención y el cui-
dado prestado durante todo el proceso de creación del libro;
y no quisiera pasar por alto la especial contribución prestada
por Ann Benner, Stephanie Lehrer, Gay Salisbury y
Stephanie Snow, de BasicBooks. También quisiera expresar
mi más reconocido aprecio a mi agente Suzanne Gluck por
sus múltiples talentos y su apoyo; y mi gratitud infinita a
todos los amigos y colegas que, a lo largo de los años, se han
reunido conmigo y me han ayudado a ir perfeccionando la
visión. Quisiera, por último, expresar un especial reconoci-
miento dirigido a mis padres, Danny y Shirley Shapiro, y a
Bob Welch, mi marido y mi oasis.
ES.

Quisiera añadir mi más reconocida gratitud a los muchos ami-


gos y al valiente personal de The Healing Woman Foundation
por la paciencia, el apoyo y el amor que me brindaron duran-
te la elaboración de este libro.
M.S.F.
PRÓLOGO
DE DAVID SERVAN-SCHREIBER

La elegancia y la fuerza de la EMDR, nuevo método para el


tratamiento de los traumas psíquicos, se pone claramente de
manifiesto en la rapidez con la que vemos a los pacientes
librarse del peso de la vergijenza, de la tristeza o la rabia con
los que llevaban años conviviendo.
En este libro, el primero traducido al francés, Francine
Shapiro, la creadora del método, nos hace partícipes de la exci-
tación intelectual que acompañó a su descubrimiento y, por
encima de todo, de la profunda emoción que suele caracterizar
a las sesiones de EMDR. El amplio abanico de casos presenta-
dos nos permite entender un poco mejor las distintas facetas de
este abordaje único: el imperativo humanista —y hasta diría que
la “gentileza” con el que se acerca a toda persona herida por
la vida; la necesidad de ayudarle a restablecer el contacto con
su propia fuerza vital y recobrar así su propia capacidad “auto-
curativa”, y la importancia del cuerpo y de las sensaciones en
la curación del espíritu. Algunas de las escenas de este libro son
tan conmovedoras que el lector tiene la sensación de estar
leyendo una novela, aunque quienes han practicado la EMDR
y vivido escenas semejantes saben muy bien que el dolor de sus
pacientes tiene muy poco de “novelesco”.
Francine Shapiro resume perfectamente en estas páginas
su descubrimiento con las siguientes palabras:
«El cuerpo de la mujer violada, por ejemplo, puede entrar
en-
en shock, sangrar o temblar, pero cuando recibe el tratami
14 EMDR

to adecuado, puede recuperarse en cuestión de días o sema-


nas. ¿Por qué habría de necesitar la mente más tiempo para
curarse? ¿No depende acaso nuestra mente del estado fisio-
lógico del cerebro que, obviamente, también forma parte del
cuerpo?».
A eso, que en su origen no fue más que una intuición con-
traria a las enseñanzas académicas que había recibido, aca-
baría consagrando Francine Shapiro su vida y su energía.
Resulta imposible hacerse cargo de la soledad que, en tanto
precursora, se ha visto obligada a atravesar; la paciencia y la
perseverancia que ha debido añadir al entusiasmo para aca-
bar definitivamente con las dudas; el esfuerzo que la ha lle-
vado a convencer sin necesidad de violentar, y las muchas
horas que ha invertido en “cuidar” a los futuros cuidadores y
transmitirles sus descubrimientos sin omitir detalles.
Este libro refleja perfectamente el auténtico carácter de su
autora, una “gran dama” imponente, tanto por el modo en
que se mantiene erguida como por la fuerza de su presencia,
la inteligencia de su mirada y de su pensamiento analítico y
su increíble capacidad de cuidar de los demás, rasgos típicos,
dicho sea de paso, de los fundadores carismáticos de cual-
quier nueva escuela de psicoterapia. Después de pasar 20
años en las universidades de Canadá y los Estados Unidos
desconfiaba, cuando conocí a Francine Shapiro, de ese caris-
ma nada habitual, por otra parte, en los medios científicos en
los que solía moverme. Pero tras haber seguido la formación
en EMDR a la que me invitó, leer sus trabajos y conversar
con ella en multitud de ocasiones, debo decir que siempre la
he visto como a una “investigadora”, como al resto de nos-
otros. Quizás sea por ello que, a lo largo de los años, ha mos-
trado una clara predisposición —-mucho mayor que la de la
inmensa mayoría de mis colegas universitarios, psiquiatras o
psicoanalistas— a cuestionar y revisar sus hipótesis y a some-
ter su “descubrimiento” a la valoración de sus pares.
PRÓLOGO DE DAVID SERVAN-SCHREIBER 15

Para un psiquiatra, el descubrimiento de la EMDR es, sin


duda alguna, el acontecimiento más desconcertante —y quizá
también el más importante— desde el advenimiento, hace ya
un siglo, del psicoanálisis y del hallazgo, hace 50 años, de
los antidepresivos.
Desconcertante porque resulta casi imposible, para un
médico o un terapeuta que haya recibido una formación clá-
sica, aceptar la idea de que la movilización de los ojos de un
paciente que está evocando las escenas más dolorosas de su
vida —como una violación o la muerte de un hijo, por ejem-
plo— pueda, de algún modo, aliviar su dolor. Hasta la misma
idea parece descabellada e incluso contraria a la ética profe-
sional de alguien cuyo deber consiste en cuidar de los demás
con los métodos más apropiados o reconocidos. Y sin embar-
go, hoy en día existen no menos de 18 estudios controlados
que demuestran la eficacia de la EMDR en el tratamiento de
los trastornos de estrés postraumático, incluido el duelo trau-
mático. Varias evaluaciones independientes llevadas a cabo
en 2004 por agrupaciones de eruditos, como el INSERM en
Francia" o la American Psychiatric Association de los
Estados Unidos?han establecido claramente la eficacia de la
EMDR en el tratamiento de los trastornos de estrés postrau-
mático.
Desconcertante asimismo porque según afirman sus prac-
ticantes, la EMDR es, al mismo tiempo, extraordinariamen-
te familiar y completamente incongruente. En ella se habla
de elaboración del duelo, de “digerir” los recuerdos traumá-
ticos, de transformación de la imagen de uno mismo —fenó-
menos, todos ellos, descritos por el psicoanálisis, ¡pero que
aquí se logran en unas pocas sesiones!
Y desconcertante, en suma, porque a pesar de la abundan-
cia de pruebas relativas a la eficacia del tratamiento EMDR,
todavía no entendemos muy bien cuáles son sus mecanismos
de acción. ¿Se trata de la puesta en marcha del mismo meca-
16 EMDR

nismo que reorganiza la memoria durante el sueño (cuando


los ojos del soñante se mueven, detrás de los párpados cerra-
dos, de un lado a otro) y permite que las emociones doloro-
sas se expresen y acaben desvaneciéndose?” ¿Se trata de una
orientación súbita de la atención que modifica el ritmo de los
latidos del corazón y toda la fisiología corporal promovien-
do, de ese modo, una reducción de la ansiedad” ¿O se trata
acaso de un estado de conciencia comparable al de la medi-
tación desde el que uno puede sufrir y observar, a la vez, su
sufrimiento y asistir, así, a la desaparición gradual de éste?
Pero es el desconcierto que nos provoca la EMDR el que
nos abre las puertas a un campo nuevo y amplio sobre la rela-
ción que existe entre el cerebro y el sufrimiento psicológico
y, por encima de todo, el potencial curativo que yace dentro
de cada uno de nosotros. Es precisamente en este punto
donde reside la importancia de este descubrimiento.
Un día, mucho antes de que se hubiera demostrado la efi-
cacia de la EMDR, aproveché una conferencia en
Washington para preguntarle —no sin ciertas dudas, por el
miedo a su juicio- a uno de los grandes investigadores esta-
dounidenses del trauma psicológico acerca de lo que pensa-
ba sobre la EMDR y Francine Shapiro. Después de mirarme
fijamente a los ojos, quizás calibrando su respuesta, afirmó,
bajando un poco la voz, como si no quisiera arriesgarse a que
le escuchasen los colegas que nos rodeaban: «A decir verdad,
creo que ha descubierto algo que nosotros llevábamos bus-
cando hace 50 años. ¡Me parece que, por ello, merece el pre-
mio Nobel!».
Frente a la puesta de Sol de los acantilados del Pacífico de
la pequeña ciudad de Sea Ranch, al Norte de San Francisco,
Francine Shapiro concluyó una semana de trabajo con un
equipo de formadores en EMDR venidos de diferentes regio-
nes de los Estados Unidos diciendo: «Durante mucho tiempo
me sentí obligada a proteger la EMDR de los ataques que
PRÓLOGO DE DAVID SERVAN-SCHREIBER 197,

hubieran dificultado su desarrollo y la posibilidad de que lle-


gase a quienes realmente la necesitan. La he defendido con el
mismo celo que una madre protege a su hijo todavía débil.
Hoy en día, sin embargo, mis ambiciones ya no son las de una
madre, sino las de una abuela. Yo ya he hecho mi trabajo.
Ahora os corresponde a vosotros volar y llevar por doquier la
EMDR».
Con este libro, Francine Shapiro pone en las manos del
público, en vuestras propias manos, la EMDR, a fin de que
cada cual pueda juzgar por sí mismo si le proporciona lo que
necesita para curar.

DAvID SERVAN-SCHREIBER
doctor en Medicina, doctor en Ciencias,
profesor de Psiquiatría clínica
de la Universidad de Pittsburgh
y profesor asociado de la Facultad de Medicina de Lyon

Algunos párrafos de este Prefacio han visto ya la luz en el


Prefacio del primer libro en francés enteramente consagrado
a la EMDR, titulado EMDR, une révolution thérapeutique,
escrito por el psicoanalista Jaques Roques (Editions La
Méridienne/Desclée de Brower, 2004).
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INTRODUCCIÓN

Son muchas las cosas que han cambiado, las preguntas for-
muladas y la investigación realizada durante los once años
transcurridos desde la primera edición de este libro. Sin
embargo, a pesar de ello, los principios rectores fundamenta-
les de la EMDR siguen siendo los mismos. Convendrá ahora
revisar esos principios, subrayar los cambios experimenta-
dos, mencionar la investigación que, desde entonces, se ha
llevado a cabo y responder a alguna que otra pregunta.

LAS MÚLTIPLES FORMAS DEL TRAUMA

La mayoría de las personas consideran que los traumas son


tan sólo esos grandes acontecimientos que pueblan los titula-
res de los periódicos. Por eso, la imaginación popular asocia
los traumas a los veteranos de guerra y a los supervivientes
de los desastres naturales y de los atentados terroristas. Pero,
según la definición que nos proporciona el diccionario, un
“trauma” es cualquier evento que deja una impresión nega-
tiva en nuestra conciencia.
Todos conocemos a personas que han experimentado el
un
sufrimiento que habitualmente acompaña a la pérdida de
ser querido, de un trabajo o de sus posesiones. Son muchas,
-
al margen de sus causas, las consecuencias físicas y psicoló
O
gicas que deben sufrir quienes han perdido la paz mental,
al margen de los “desenc a-
quienes nunca la han tenido, pero
20 EMDR

denantes”, las causas se asientan en experiencias vitales más


tempranas a las que llamamos traumas.

Los TRAUMAS PUEDEN SER CURADOS

En el caso de que perduren durante mucho tiempo. la ansie-


dad, el estrés, la culpa, la rabia y el miedo son, independiente-
mente de sus causas, condiciones muy nocivas. Por fortuna,
sin embargo, el cuerpo se enfrenta a las experiencias perturba-
doras mediante un proceso semejante al de la digestión. Y es
que, del mismo modo que el sistema digestivo extrae los
nutrientes del alimento que ingerimos, el funcionamiento ade-
cuado del sistema de procesamiento de información mental
favorece la asimilación de información valiosa contenida en
nuestras experiencias que nos ayuda a seguir adelante. Cuando
los recuerdos perturbadores se ven procesados de manera ade-
cuada, las emociones, creencias, respuestas corporales y pen-
samientos relacionados cambian y se tornan sanos y adapta-
bles. Pero hay ocasiones, no obstante, en las que las experien-
cias negativas permanecen sin digerir adecuadamente, dejan-
do un residuo emocional que acaba gobernando nuestra vida
cotidiana. En tal caso, el sistema se queda “bloqueado” como
si el sujeto estuviera atrapado en el trauma— y, a menudo,
requiere ayuda externa para ponerse de nuevo en marcha. Ahí
es, precisamente, donde entra en juego la EMDR.

UNA TERAPIA PARA EL CUERPO


Y UNA TERAPIA PARA LA MENTE

Aunque haya quienes insistan en que la terapia sólo tiene que


ver con hablar de los problemas, la EMDR pone de relieve que
INTRODUCCIÓN 2d

no es necesario desmenuzar con detenimiento un determinado


trauma para que sea digerido y asimilado por el sistema de
procesamiento de información, lo que implica básicamente lo
que algunos han denominado procesamiento “de abajo hacia
arriba” (en lugar de procesamiento “de arriba hacia abajo”).
Más que tratar de hablar de los problemas, dicho en otras pala-
bras, el procesamiento se produce a un nivel fisiológico y faci-
lita la emergencia espontánea de nuevas asociaciones, com-
prensiones y emociones. La EMDR incluye un conjunto muy
concreto de procedimientos que favorecen la función “digesti-
va” del cerebro al que los neurobiólogos se refieren con la
expresión “procesamiento de información”.
Muchos neurobiólogos e investigadores de la memoria han
señalado que los grandes traumas y otras experiencias vitales
perturbadoras se almacenan en la memoria de manera equivo-
cada? En tal caso, en lugar de ubicarse en la memoria “explí-
cita” o “narrativa”, donde pueden ser recordados sin dolor, lo
hace en la memoria “no declarativa” o “implícita” que se
encarga de mantener las emociones y sensaciones corporales
que formaban parte del evento inicial. La incapacidad de estos
recuerdos de establecer conexiones con otra información más
útil de nuestra red de memoria los mantiene aislados de otras
experiencias vitales. Así, por ejemplo, aunque podamos con-
templar racionalmente las cosas en las que están implicadas
otras personas y sepamos que no son culpables, no solemos
considerarnos a nosotros del mismo modo. Podemos recono-
cer que la víctima de la violación no es culpable de las accio-
nes del violador, pero cuando los implicados somos nosotros,
no es infrecuente que nos sintamos culpables y creamos haber
hecho algo mal. Independientemente, pues, de lo inteligentes,
espirituales, experimentados 0 educados que seamos, los
recuerdos pueden almacenarse en la memoria de manera equi-
vocada, y aunque no los causemos, acabamos sufriéndolos.
29 EMDR

El sistema de la memoria está en el cerebro y el cerebro


forma parte del cuerpo. Todos sabemos que si nos cortamos,
nuestro cuerpo se verá obligado a atravesar un proceso natural
de curación a menos que algo, como una astilla por ejemplo, se
lo impida. Aceptamos operarnos porque sabemos que nuestro
cuerpo cicatrizará y curará las heridas, pero por alguna razón,
creemos que los “problemas mentales” funcionan de manera
diferente. No conviene olvidar, por tanto, que los recuerdos
traumáticos están ubicados en el cerebro y que, puesto que el
cerebro forma parte del cuerpo, también pueden curarse del
mismo modo en que lo hace aquél. Resulta muy curiosa la faci-
lidad con la que admitimos que las lesiones físicas de las vícti-
mas de un crimen curan en cuestión de semanas y considere-
mos normal, no obstante, que la curación de las heridas psico-
lógicas requiera años. Pero lo cierto es que las cosas no son
necesariamente así y que nuestro cerebro puede curar con la
misma prontitud con la que lo hace el resto del cuerpo.
La terapia EMDR se asemeja, en muchos sentidos, a la
manipulación del traumatólogo que vuelve a colocar en su
sitio un hueso dislocado. Ambos problemas son físicos y
ambos, en consecuencia, necesitan cuidados que permitan la
estimulación, activación y movilización de los recursos cura-
tivos del cuerpo. En este sentido, los terapeutas EMDR se
hallan especialmente adiestrados para trabajar con el sistema
de procesamiento de información, acceder a las experiencias
perturbadoras y corregirlas con el fin de permitir, de ese
modo, la rehabilitación completa del paciente.

¿QUIÉN NECESITA LA EMDR?

La EMDR ha sido empleada con veteranos de guerra, bom-


beros, policías, misioneros y trabajadores de los servicios de
INTRODUCCIÓN 23

urgencia —personas, todas ellas, especialmente adiestradas


para enfrentarse a situaciones difíciles que solicitan ayuda
porque entienden que no hay que tratar a la mente de mane-
ra diferente al resto del cuerpo—. Todos, a veces, necesitamos
ayuda, pero hay ocasiones en que resulta difícil encontrar el
tipo de ayuda adecuado.
Las modalidades de terapia son, como las frutas, muy dis-
tintas y concluir «ya he probado la terapia y no funcionó»
sería como decir «ya he probado la fruta y no me gustó». En
los Estados Unidos, sin ir más lejos, hay centenares de miles
de terapeutas que se dedican a la salud mental, cientos de
técnicas distintas y modalidades muy distintas de terapia.
Los terapeutas psicodinámicos pueden seguir los principios
y las prácticas de muchos y muy reputados terapeutas, como
Freud, Jung, Horney, Adler, etcétera. Los terapeutas cogniti-
vo-conductuales, por su parte, pueden ser más conductistas O
más cognitivos y apelar, basándose en su formación y expe-
riencia vital, a una amplia diversidad de técnicas. La EMDR,
por último, constituye una forma específica de terapia que se
atiene a principios y apela a prácticas diferentes a esos y
otros enfoques que, si bien integra aspectos procedentes de
otras terapias, también proporciona al cliente una experien-
cia netamente distinta. El objetivo de este libro aspira a pro-
porcionar al lector ejemplos de estas experiencias para que
pueda estar seguro que recibe un tratamiento EMDR adecua-
do y no una versión distorsionada.
Desafortunadamente, una de las cosas que ha cambiado
desde la época de la publicación de la primera edición de
EMDR: Eye Movement Desensitization «e Reprocessing es la
cantidad de personas que son víctimas de los traumas..., y
ese término incluye tanto a los Traumas con *T” mayúscula
como a los traumas con “t” minúscula. Los Traumas son
aquellas experiencias necesarias a la hora de diagnosticar un
24 EMDR

trastorno de estrés postraumático (TEPT), como los desas-


tres naturales, las guerras, los accidentes, las enfermedades
graves y la pérdida de un ser querido que, para muchas per-
sonas, pueden ir acompañadas de un diagnóstico de TEPT.
Los traumas con “t” minúscula, por su parte, son aquellas
experiencias más habituales, como humillaciones, fracasos O
un tipo u otro de pérdida, que nos hacen sentir inseguros,
menospreciados, descontrolados y desesperanzados. En el
caso de los niños, por ejemplo, pueden incluir el hecho de
sentirse acosado, excluido y hasta el caer de una bicicleta. En
este sentido, situaciones que carecen de importancia para el
adulto pueden tener, en el caso de los niños, consecuencias
devastadoras y muy duraderas. Son muchos, dado el estado
actual del mundo y las presiones e incertidumbres que acom-
pañan a los problemas a los que habitualmente nos enfrenta-
mos, los adultos que hoy en día necesitan ayuda... pero,
afortunadamente, también nos encontramos en mejor situa-
ción que nunca para proporcionar esa ayuda.
Cuando este libro vio la luz por vez primera había unos
20.000 terapeutas adiestrados en EMDR y cerca de un millón
de personas que habían recibido este tipo de tratamiento.
Pero por más que la eficacia de la EMDR se hallara entonces
tan corroborada por la investigación como cualquier otro tra-
tamiento, era desconocida en muchos círculos y contempla-
da con cierta suspicacia por otros. El número de terapeutas
formados en EMDR se aproxima hoy en día a los 60.000 elí-
nicos distribuidos por más de 80 países diferentes y son
muchos los estudios que concluyen que se trata de la terapia
de elección para el tratamiento de los traumas. También se
estima que el número de personas que ya se han beneficiado
de la EMDR se aproxima a los dos millones.
INTRODUCCIÓN 25

¿FUNCIONA LA EMDR?
La International Society for Traumatic Studies reconoce la
EMDR como una terapia eficaz para el tratamiento de los
traumas. En el año 2002, el Israeli National Council of
Mental Health designó la EMDR como uno de los tres mejo-
res abordajes para el tratamiento de las víctimas de los aten-
tados terroristas.* Ese mismo año, el Northern Ireland”s
Department of Health la calificó como uno de los dos trata-
mientos de elección para el tratamiento de las víctimas del
trauma. Más recientemente, el United States Department of
Defense y el Department of Veterans Affairs publicaron nue-
vas directrices que ubicaban la EMDR en la categoría de las
terapias de mayor eficacia demostrada y la recomendaban en
el tratamiento del TEPT+ Todas esas organizaciones llegaron
a esas conclusiones basándose en el gran número de investi-
gaciones que determinaron la eficacia y los efectos durade-
ros de la EMDR, que han demostrado que basta con tres
sesiones de 90 minutos de EMDR para eliminar el TEPT en
el 80-100% de los civiles que han atravesado una experien-
cia traumática como, por ejemplo, una violación, un acciden-
te o un desastre natural. Cuando los traumas han sido múlti-
ples, por su parte, son necesarias más horas de tratamiento.
La investigación subraya que entre 8 y 12 horas de trata-
miento, puede eliminar, en el caso de los civiles que hayan
sufrido múltiples traumas, entre el 77 y el 80% de los TEE
Un estudio subvencionado por la Kaiser Permanente conclu-
yó que el 80% de las víctimas de traumas múltiples y el
100% de las víctimas de un solo episodio traumático erradi-
caron los síntomas del TEPT en un promedio de seis sesio-
nes. Pero no podemos, sin embargo, concluir que, en ese
tiempo, puedan resolverse todos los síntomas en todas las
personas, porque cada uno de nosotros tiene una constitución
26 EMDR

biológica y psicológica diferente y se halla también someti-


do a un entorno distinto. A pesar de ello, no obstante, todas
esas investigaciones ofrecen a los terapeutas y sus clientes
una guía de lo que pueden esperar de la práctica clínica. (En
el Apéndice C presentamos una lista de todas las investiga-
ciones publicadas sobre la EMDR mencionadas en esta
Introducción.)
Dada la incertidumbre que azota a nuestro tiempo, donde
tantos hombres y mujeres se ven enfrentados a la guerra, son
muchas las personas que están muy agradecidas a la ayuda que
les ha proporcionado la EMDR para afrontar adecuadamente
sus problemas y resolverlos. El único estudio aleatorio* que
evaluó, después de 12 sesiones, el tratamiento EMDR con
veteranos de Vietnam puso de manifiesto una desaparición, en
el 78% de los casos, de los síntomas del TEPT. Estos resulta-
dos corroboraron las conclusiones de un estudio de campo de
un programa del VA [Veterans Affairs] y muchos otros artícu-
los que informaban de los efectos positivos de la EMDR con
veteranos de la II Guerra Mundial, de la guerra de Corea y de
la operación Tormenta del Desierto. Todo ello supone que,
independientemente de la duración de los síntomas, el trata-
miento con la EMDR alivia el sufrimiento de los veteranos y
de sus familias (como veremos con detalle en el capítulo que
en este libro dedicamos a la guerra) y también implica la posi-
bilidad de curar a los profesionales que a diario se enfrentan a
situaciones conflictivas en las calles de nuestras ciudades,
como los trabajadores de los servicios de emergencia, los
bomberos, los policías, etcétera.

Investigación en la que los participantes se ven azarosamente asignados a los


distintos grupos de tratamiento en un intento de minimizar, de ese modo, las
diferencias intergrupales (y en la que, por tanto, el tratamiento no se establece
basándose en el tiempo, la ubicación ni las características personales).
INTRODUCCIÓN Dd)

Con independencia de lo fuerte que pueda ser una determi-


nada persona, el hecho es que los recuerdos de las experien-
cias perturbadoras pueden almacenarse inadecuadamente en
la memoria. Los pensamientos obsesivos, los sueños, las
emociones perturbadoras y las sensaciones son el producto
de problemas físicos que pueden verse aliviados sin necesi-
dad de recurrir, para amortiguar el dolor, al uso del alcohol o
las drogas. De hecho, un reciente estudio llevado a cabo por
el National Institute for Mental Health (NIMH) informó que
la eficacia de la EMDR es, en el tratamiento de los traumas,
superior a la del Prozac.” Además cuando, en estos últimos,
se retiraba la medicación, los síntomas volvían a presentarse,
mientras que quienes habían sido tratados con la EMDR
seguían mejorando.

ESTUDIOS COMPARATIVOS CON OTROS


TRATAMIENTOS

Cuando este libro vio la luz por vez primera en 1997, eran
muy pocas las investigaciones destinadas a comparar la efica-
cia de los diferentes tratamientos. De hecho, apenas si había
estudios relativos a los efectos de los distintos tratamientos.
Esto resultó evidente en un informe presentado por la división
clínica de la American Psychological Association que llevó a
cabo una investigación destinada a establecer la eficacia de
todas las modalidades de tratamiento.* Sorprendentemente, la
investigación realizada al respecto durante décadas sólo ha
de
puesto de manifiesto la eficacia de 12 técnicas a la hora
o
enfrentarse a 12 problemas diferentes. El criterio emplead
para establecer los resultad os positivo s de una determi nada
estudios
técnica era que se viese apoyada, al menos, por dos
mayor que la
diferentes que pusieran de relieve una eficacia
28 EMDR

de otro tratamiento o un simple placebo. Por desgracia, no


sólo se identificaron muy pocas técnicas, sino que sus resul-
tados fueron estadísticamente muy pobres, lo que revela una
eficacia muy limitada. Es de lamentar que esos estudios tam-
poco tuvieran en cuenta si las técnicas en cuestión erradica-
ban por completo los síntomas del estrés ni la duración de
sus efectos positivos con lo que, dicho en otras palabras,
podía considerar eficaz una terapia que tuviese un margen
limitado de éxito o presentase una elevada tasa de abandono
o recaída.
En esa época, la EMDR y otros dos abordajes concretos
de la terapia cognitivo-conductual (la terapia de inoculación
del estrés y la terapia de exposición) recibieron el estatus de
“probablemente eficaces” y ninguno de ellos mereció el mar-
chamo de “tratamiento eficaz” para la población TEPT.
Todas esas investigaciones han puesto de relieve una tasa de
éxito de la terapia de inoculación de estrés y de la terapia de
exposición —abordajes no EMDR en los que el cliente imagi-
na la experiencia traumática en la consulta del terapeuta— de
entre el 55 y 60%.”*' Un estudio británico que empleó situa-
ciones de exposición real en las que el terapeuta solicita al
cliente, durante las sesiones de terapia, la identificación de
los lugares perturbadores, incrementó la tasa de éxito hasta
el 77%."
Nueve estudios controlados destinados a comparar la efi-
cacia de la EMDR con los tratamientos de terapia cognitivo-
conductual y sus resultados pusieron de manifiesto una efi-
cacia parecida en la EMDR y la terapia de exposición (con y
sin terapia cognitiva o terapia de inoculación de estrés) en el
tratamiento del TEPT. Para alcanzar sus efectos, sin embar-
go, las terapias cognitivo-conductuales requieren sesiones
adicionales y/o entre una y dos horas de trabajo diario en
casa, cuya duración varía entre las 30 y las 65 horas.
INTRODUCCIÓN 29

Además, los estudios que compararon la tasa de estrés duran-


te la primera sesión descubrieron que era inferior a la de
quienes habían recibido el tratamiento EMDR.'***
El único estudio aleatorio que comparó los resultados de
la EMDR y la terapia de exposición puso de manifiesto la
superioridad de ésta en 2 de las 10 medidas de los síntomas'*
empleadas en la versión británica de la exposición” (con la
exposición imaginaria o real asistida por el terapeuta duran-
te las sesiones) y cerca de 60 horas de trabajo adicional en
casa. El resto de los estudios aleatorios (que presentamos en
el Apéndice C) se centraron en prácticas llevadas a cabo en
los Estados Unidos y tuvieron resultados básicamente simi-
lares, aun con diferencias en cuanto al número de sesiones y
de horas de trabajo en casa.

¿CUÁL ES LA DIFERENCIA QUE EXISTE ENTRE LA


EMDR Y LA TERAPIA DE EXPOSICIÓN?

Aunque son varias las terapias cognitivo-conductuales que


recurren a la exposición para el tratamiento del TEPT, la que
más suele recomendarse es la exposición prolongada. En
ella, el terapeuta pide al cliente que evoque mentalmente la
experiencia perturbadora, que identifique y “experimente los
sentimientos” que vayan aflorando y los describa con minu-
ciosidad durante períodos de entre 60 y 90 minutos, dicien-
do cosas tales como: «Siento el dolor, veo la sangre, etcéte-
ra». Durante la sesión, no se permite que el cliente se desco-
una
necte de la experiencia, lo que es considerado como
no hace sino empeora r
“evitación” que, según se supone,
y, al fina-
todavía más las cosas. La sesión se graba en audio
cada
lizar la sesión, se recomienda al sujeto que la escuche
se le
noche hasta el siguiente encuentro. Además, también
30 EMDR

invita a ir al sitio que, como resultado de la experiencia trau-


mática, le resulte inquietante —como el lugar en el que ocu-
rrió el accidente de automóvil o la violación, por ejemplo— y
se le pide que permanezca ahí durante una hora al día, hasta
que el problema desaparezca.
En el caso de las sesiones de EMDR, por el contrario, el
terapeuta pide al paciente que centre su atención en algún
detalle inquietante del recuerdo y permita que su mente se
ocupe de “cualquier cosa que aparezca” durante una serie de
movimientos oculares u otras formas de estimulación bilate-
ral y pase un breve período de tiempo atento al recuerdo per-
turbador. Aunque pueda aparecer una cierta inquietud, al
finalizar la sesión el cliente suele sentirse más tranquilo,'*'”>
'8 y también tienden a aparecer nuevas intuiciones y nuevas
comprensiones. Cierto investigador de Harvard'* ha esboza-
do la hipótesis de que esta tendencia se debe a procesos neu-
robiológicos similares a los que se presentan durante el
sueño REM (Rapid Eye Movement) o sueño con sueños.
Según parece, el sueño REM favorece el procesamiento de la
experiencia, al tiempo que reduce el desasosiego emocional
y alienta el aprendizaje de nuevas habilidades. Resulta fácil
reconocer las similitudes que existen entre el sueño REM y
la EMDR, porque la EMDR produce los mismos efectos. De
hecho, uno de los principios rectores de la terapia EMDR
implica la estimulación de la tendencia natural al procesa-
miento cerebral de información, sin limitar ni prescribir las
reacciones del cliente. En este sentido, el terapeuta EMDR
contribuye positivamente a este proceso ateniéndose a proce-
dimientos y protocolos coherentes. Todas estas característi-
cas de la EMDR se verán exploradas con más detenimiento
a lo largo de los distintos capítulos que componen este libro.
INTRODUCCIÓN 31

¿CUÁL ES LA IMPORTANCIA
DE LOS MOVIMIENTOS OCULARES?
La EMDR no se limita a ser una “terapia de movimientos
oculares”. Se trata, muy al contrario, de un complejo enfoque
psicoterapéutico que las enciclopedias de psicología” ubican
junto a la terapia psicodinámica, la terapia cognitiva, la tera-
pia familiar, etcétera. En este sentido, la EMDR combina
aspectos y procedimientos procedentes de abordajes terapéu-
ticos muy distintos para enfrentarse a la persona completa. En
lugar de centrarse, por tanto, en un determinado aspecto de la
imagen clínica, la EMDR se ocupa de las emociones, los pen-
samientos, las sensaciones físicas, las actitudes, las conduc-
tas, etcétera, permitiendo que la persona vuelva a sentir ale-
gría y amor y pueda establecer vínculos, conectar con los
demás y sentirse bien consigo misma. Se trata, pues, de un
enfoque que combina procedimientos y protocolos muy dife-
rentes para alcanzar un éxito global que podríamos definir
como la disminución de los síntomas y la recuperación de la
capacidad vital de funcionar. Obviamente, las distintas moda-
lidades de psicoterapia ocupan su lugar, pero cada una de
ellas ofrece una experiencia diferente que permite al sujeto el
logro de diferentes objetivos. Independientemente, pues, de
que el sujeto tenga o no experiencia previa con la terapia, este
libro aclarará al lector lo que puede esperar de la EMDR.
En 1987 bauticé, con poca fortuna, la terapia incluyendo
una referencia al “movimiento ocular”. Pero, después de que
la EMDR lograse un cierto reconocimiento descubrí, en
por
1990, la eficacia de otras formas de estimulación. Así,
ejemplo, la solicitud de tratamiento de personas ciegas que,
ó
en consecuencia, no podían mover los ojos, nos permiti
silencio s y los tonos de
descubrir la eficacia del uso de los
o que
audio. Son muchos los neurobiólogos que han señalad
qe EMDR

el empleo de los silencios y los tonos se atiene al mismo


principio básico en el que se sustenta la eficacia del movi-
miento ocular, desencadenando una respuesta cerebral de
“orientación” o de “interés” que favorece el procesamiento.
Hay quienes afirman que los diferentes estímulos afectan a
“la pauta visoespacial de la memoria operativa”. Otros sos-
tienen la noción que discutiremos en el Capítulo 6, según la
cual, la EMDR está relacionada con el mismo tipo de proce-
so que se da durante la fase REM del sueño o sueño con sue-
ños.” Pero por más que sean muchas las teorías que tratan de
explicar el funcionamiento de la EMDR.” todavía ignoramos
demasiadas cosas en los dominios de la fisiología y de la
neurobiología cerebral como para saber con certeza lo que
realmente ocurre..., y lo mismo podríamos decir, por cierto,
con respecto a cualquier otra forma de terapia. Y es que, aun-
que sepamos que algo funciona, porque podemos observar
los resultados, todavía ignoramos por qué funciona. Nadie
puede explicar, por ejemplo, a nivel neurobiológico, por qué
funciona la terapia familiar, pero lo mismo sucede con la
mayoría de los medicamentos.
Cuando se ha verificado la eficacia de los movimientos
oculares empleando todos los procedimientos EMDR con
personas que han recibido un determinado diagnóstico clíni-
co, los resultados han sido muy distintos, lo que se debe a
variables muy diversas, entre las cuales cabe señalar el uso
de poblaciones erróneas y de una duración del tratamiento
muy distinta. Como recogen las conclusiones del 2000
ISTSS [congreso de la International Society for Traumatic
Stress Studies, celebrado en 2000], los análisis realizados
resultan inadecuados y todavía se necesita mucha más inves-
tigación adicional." Recientemente, sin embargo, varios
experimentos han corroborado la eficacia de los movimien-
tos oculares, que parecen mejorar las imágenes y emociones
INTRODUCCIÓN 33

negativas, al tiempo que alientan la conexión con nuevas


asociaciones necesarias y fomentan, de ese modo, el proce-
samiento de información.” Pero tal vez convenga insistir una
vez más en que la EMDR no se limita al uso de los movimien-
tos oculares, sino que apela a una combinación de procedi-
mientos y protocolos que se atienen a ciertos principios, razón
por la cual podemos afirmar que, quienes se limitan al uso
exclusivo de los movimientos oculares, no están empleando
adecuadamente la EMDR.

¿QUÉ DICEN LOS CRÍTICOS ACERCA


DE LA EMDR?

Como sucede con cualquier nueva forma de terapia, el des-


cubrimiento y la introducción de la EMDR fue criticada
desde varias perspectivas.* Al comienzo, sus detractores
afirmaron que la EMDR no funcionaba, pero cuando la
investigación empezó a demostrar que sí lo hace, matizaron
su afirmación inicial señalando que la EMDR no era más que
una variante de la “terapia de exposición” y que, en conse-
cuencia, los movimientos oculares eran superfluos. Pero las
conclusiones realizadas por investigadores independientes y
otros que han dedicado años a la investigación de las terapias
de exposición subrayan claramente que los componentes
esenciales de la EMDR son distintos hasta el punto de con-
tradecir la teoría que impulsa la terapia de exposición.*>”
Según las conclusiones de la ISTSS* (pág. 151), por ejem-
plo: «El descubrimiento de la eficacia de un procedimiento
que recurre a exposiciones múltiples, breves e interrumpidas
tradi-
al material traumático nos obliga a reconsiderar la idea
de una exposició n prolonga-
cional que subraya la necesidad
en este
da y continua» (Eysenck, 1979). Conviene subrayar,
34 EMDR

sentido, que la eficacia que ha demostrado la EMDR en el


tratamiento del TEPT se asemeja a la de la terapia de expo-
sición sin la necesidad, no obstante, de recurrir al empleo de
entre 30 y 60 horas de trabajo adicional en casa. Ocho inves-
tigaciones sobre el componente de los movimientos oculares
subrayan también su importancia. (En el Apéndice D presen-
tamos una breve discusión del análisis de los componentes y
de los ocho estudios mencionados.)
El subtítulo del libro también provocó mucha polémica.
Cuando fue publicado por vez primera en 1997, los críticos cen-
suraron el uso del calificativo “revolucionario” para referirse a
la EMDR, porque la investigación al respecto todavía era muy
precaria, subrayando que el tratamiento de elección que más
fundamentado se hallaba en la investigación era la terapia de
exposición. Pero, de hecho, estaban equivocados porque, en esa
época, la investigación en la que se basaba la terapia de exposi-
ción también era muy limitada. Los tres estudios controlados
sobre la terapia de exposición con veteranos de guerra eviden-
ciaron una tasa de éxito del 30% y una tasa de abandono del
30%.' mientras que el único estudio controlado con civiles con-
cluía una tasa de éxito del 55% y una tasa de abandono del
28%." Los investigadores experimentados de la terapia de
exposición que estudiaron la eficacia de la EMDR con vetera-
nos de guerra afirmaron que era superior,*>* mientras que los
clínicos de la VA [Veterans Affairs] estaban tan entusiasmados
que cuatro directores de las unidades de TEPT de la VA aboga-
ban por su uso.* Además, los tres estudios controlados de la
EMDR con 120 civiles (una muestra cuatro veces mayor que el
único estudio realizado sobre la terapia de exposición) conclu-
yeron que, después de sólo tres sesiones, entre el 84 y 90% de
los sujetos dejaron de verse afectados por el TEPT.*
Los resultados de esta investigación parecen corroborar la
experiencia de los clínicos especializados en este campo
INTRODUCCIÓN 5)

hasta el punto de que Joseph Wolpe, uno de los padres de la


terapia de conducta, la ha resumido con las siguientes pala-
bras: «El trastorno de estrés postraumático es un síndrome
excepcionalmente estresante para tratar [...] un pronóstico
que, en los últimos tiempos, ha experimentado una conside-
rable mejoría gracias a la introducción de la desensibiliza-
ción que apela al uso de los movimientos oculares [...] que
[actualmente] emplean muchos terapeutas de conducta con
resultados muy prometedores ya que, tras una sola sesión, se
advierte una notable reducción de la ansiedad y prácticamen-
te ninguna recaída».**
Todos estos factores han llevado a los terapeutas que utili-
zan la EMDR a calificarla como “revolucionaria”, poniendo así
de relieve que los resultados de la investigación han acabado
corroborando lo que, hace siete años, algunos consideraban
prematuro. En este sentido, el uso de la EMDR facilita una
mejora coherente y duradera, sin necesidad de describir deta-
lladamente el recuerdo inquietante, seguir controlando las reac-
ciones y emplear entre 30 y 60 horas de trabajo en casa.
Todas las terapias tienen su lugar, pero una de las ventajas
de la EMDR es que, para beneficiarse de ella, no se necesita
trabajar durante mucho tiempo. En este sentido, los resultados
de la investigación evidencian una disminución del estrés en
la primera sesión y la erradicación en tres sesiones de los
efectos de un trauma individual. Esto significa que los consu-
midores informados pueden corroborar su eficacia en un
tiempo relativamente breve y también que el cliente y el tera-
peuta pueden evaluar cada semana el progreso. No es necesa-
rio, en este sentido, esperar meses ni años para acabar descu-
briendo que uno estaba siguiendo un camino equivocado.
Otro punto habitualmente subrayado por los críticos es
que la EMDR “sirve para todo”. De hecho, como sucede con
para
la terapia cognitivo-conductual, la EMDR se emplea
36 EMDR

corregir una amplia diversidad de problemas que podríamos


calificar como “basados en los traumas”. En este sentido, la
EMDR parece mejorar todos los problemas basados en expe-
riencias pasadas. Es cierto que muchas de esas condiciones
todavía no se han visto corroboradas por la investigación,
pero como ya hemos señalado anteriormente, lo mismo podrí-
amos decir con respecto a la mayoría de los tratamientos para
la mayoría de los trastornos. Dada la escasa investigación y la
necesaria presión de los clientes, el clínico se halla a la van-
guardia del proceso de toma de decisiones.” La terapia de
exposición tal vez se halle bien asentada en la investigación
para el tratamiento de algunas fobias, pero resulta difícil uti-
lizar la terapia de exposición en vivo (es decir, la exposición
real a las situaciones temidas) con las fobias a tragar, a las tor-
mentas eléctricas, a las avispas, etcétera* (los lectores intere-
sados en la investigación de los resultados de la EMDR para
el tratamiento de las fobias y del pánico pueden echar un vis-
tazo a los Apéndices B y C). No existe, en suma, hasta el
momento, terapia para ninguno de los problemas descritos en
este libro, ni para la mayoría de los problemas a los que habi-
tualmente se enfrentan los clínicos, cuya eficacia se haya
visto definitivamente respaldada por la investigación. Y si
bien es cierto que todavía son necesarias investigaciones más
concluyentes al respecto, las personas que sufren no pueden
seguir esperando durante más tiempo los resultados de la
investigación.

¿CUÁNDO DEBEMOS EMPLEAR La EMDR?


La práctica de la EMDR se atiene al modelo del procesa-
miento adaptativo de la información. Como sucede con las
terapias psicodinámicas o conductuales, los principios de la
INTRODUCCIÓN 37

EMDR son ajenos a los mecanismos neurobiológicos con-


cretos. El objetivo de cualquier modelo psicoterapéutico
apunta a explicar los efectos clínicos, predecir los resultados
exitosos con ciertos tipos de problemas y orientar la práctica
clínica. En concordancia con el modelo del procesamiento
adaptativo de la información, la EMDR se ocupa de las expe-
riencias que han contribuido a la creación del problema.
Mientras que algunos casos, como ciertas formas de depre-
sión, pueden tener un fundamento biológico, otros se asien-
tan o se ven modificados por la experiencia. En el Capítulo
4, por ejemplo, veremos el impacto de una afirmación cruel
pronunciada por una figura de autoridad que tuvo un efecto
duradero y devastador sobre una mujer hasta el momento en
que emprendió la terapia.
Aunque el grueso de la investigación realizada sobre la
EMDR se ha centrado en su eficacia en el tratamiento del
TEPT, las revistas técnicas han corroborado la utilidad de
muchas otras aplicaciones. Cierto artículo, por ejemplo,
informó que cinco de las siete personas que llegaron a la
terapia creyendo que había algo terriblemente negativo en su
apariencia, descubrieron que se basaba en el impacto emo-
cional de un insulto inapropiado,” y en sólo tres sesiones de
EMDR vieron desaparecer sus problemas. A fin de cuentas,
la visión que tenemos de nosotros mismos se basa en nues-
tras experiencias previas. Por eso, quien se siente poco digno
de ser amado, inútil, fracasado o culpable, no tardará en des-
cubrir si la EMDR puede ayudarle. Independientemente de
que este tipo de problemas le impliquen a usted o a un ser
querido, la ayuda puede llegar tras pocas semanas. (En el
Apéndice B, el lector interesado puede encontrar una lista de
artículos profesionales relativos al tratamiento de los proble-
mas mencionados.)
Es importante recordar que la buena terapia depende de la
38 EMDR

adecuada interacción entre cliente, terapeuta y método. Por


este motivo, en ausencia de un buen terapeuta resulta muy
difícil llevar a cabo una buena terapia. Es muy importante que
el cliente esté bien informado y que el cliente esté seguro de
que el terapeuta elegido tiene formación y experiencia concre-
ta en su problema. En el caso, por ejemplo, de que el paciente
tenga problemas con el alcohol o las drogas, debe buscar la
ayuda de un terapeuta especialmente adiestrado en el campo
del abuso de substancias ya que si tiene el entrenamiento y la
experiencia adecuada, sabrá cuándo y cómo utilizar la EMDR.
Dicho en otras palabras, la EMDR debe integrarse siempre en
el cuerpo acumulado de conocimientos al respecto.
Además de estar bien cualificado para corregir su problema
concreto, también es importante que el cliente se asegure de que
su terapeuta haya recibido una adecuada formación en la EMDR.
En este sentido, conviene fijarse en que el terapeuta haya con-
cluido un programa avalado por la EMDR International
Association* o por la EMDR Europe Association** y se halle
asimismo al tanto de los últimos descubrimientos. También con-
viene averiguar si el terapeuta está utilizando la EMDR como
una mera “técnica” o como un “abordaje”. Dicho en otras pala-
bras, algunos clínicos pueden utilizar la EMDR solamente si
sienten que algo está “atrapado”, en lugar de emplearlo de mane-
ra sistemática para corregir todo el cuadro clínico.
Para recibir una terapia rigurosamente EMDR, el terapeu-
ta debería enseñar a su paciente, antes de empezar el proce-
samiento directo empleando los movimientos oculares u otro
tipo de estimulación, una técnica de autocontrol como, por
ejemplo, un ejercicio del tipo “lugar seguro” que pueda, en
el curso de la terapia, ayudarle a canalizar sus sentimientos y

E http://www.emdria.org
ek http: //Www.emdr-europe.org
INTRODUCCIÓN 39

emociones. El clínico también deberá llevar a cabo un histo-


rial completo para identificar: 1) los eventos tempranos que
puedan haber causado el problema, 2) las situaciones presen-
tes que reestimulan la perturbación, y 3) las habilidades y las
conductas que, en el futuro, el cliente necesite desarrollar.
Tal vez uno no sepa cuáles fueron los eventos tempranos,
pero el terapeuta diestro le ayudará a identificarlos emplean-
do una amplia variedad de técnicas que habrá aprendido en
el entrenamiento EMDR y en mi manual profesional. Si su
terapeuta no ha recibido el entrenamiento estándar y lee el
texto.“ ampliará sus posibilidades como terapeuta EMDR.
También debemos señalar que la EMDR no sirve para
todo el mundo. Así, por ejemplo, la EMDR no funciona en el
caso de que la persona no esté dispuesta a permanecer en
contacto con sus sentimientos, no quiera aprender las técni-
cas que puedan ayudarle o padezca determinados problemas
físicos. En este sentido, por ejemplo, no es posible emplear
la EMDR con quienes presenten problemas exclusivamente
basados en desequilibrios que sólo puedan verse corregidos
mediante la medicación. Algunas formas de depresión, sin
embargo, se basan en experiencias que han dejado —como
veremos en el capítulo 12— una impotencia y una desespera-
ción muy profundas. Dado el tiempo requerido a fin de que
la meditación surta efecto, quizás basten unas pocas sesiones
de EMDR para descartar el uso de medicación.”
La duración de la terapia EMDR depende de multitud de
factores, entre los cuales cabe destacar la historia personal
del cliente y su predisposición a enfrentarse a Sus propias
emociones. Las personas, por ejemplo, con un historial de
abuso infantil no podrán ser tratadas en unas pocas sesiones.
Mientras que la investigación sobre el TEPT indica que basta
con tres sesiones para completar el tratamiento de un trauma
individual, la mayoría de los traumas requieren, no obstante,
40 EMDR

un tratamiento más prolongado porque, aunque quizás no sea


importante corregir todas las experiencias traumáticas, en tal
caso se necesitarán más sesiones. También debemos ser
conscientes de la diferencia que existe entre la reducción del
sufrimiento evidente en un determinado trastorno y el logro
de la salud plena. El tratamiento global de la EMDR implica
corregir las experiencias que contribuyen tanto a generar los
problemas como a dificultar los logros. El éxito de la terapia
se verá finalmente definido por la capacidad de la persona
para amar, relacionarse, sentirse segura y gozar de la vida.
(En el Apéndice A presentamos las pautas necesarias para
que el lector interesado pueda seleccionar al terapeuta ade-
cuado.)

¿POR QUÉ ESCRIBÍ ESTE LIBRO?

Las historias recopiladas en este libro proceden de personas


reales que han querido que su relato pudiera ayudar a otros a
encontrar su propio camino. Además de los capítulos dedica-
dos a la evolución y estructura de la EMDR, cada uno de los
distintos capítulos se centra en un tipo diferente de problema
y pone de relieve sus causas y el abordaje más adecuado.
Aunque estos problemas no son los únicos que pueden ser
tratados por la EMDR, son millones las personas que están
padeciendo innecesariamente este tipo de síntomas. El obje-
tivo consiste en proporcionar al lector una comprensión ade-
cuada de cómo puede ser ayudado, de dónde proceden sus
problemas y de cuál es el aspecto que asume el tratamiento
EMDR. Además, el Capítulo 12 esboza las fronteras de la
EMDR y su “alcance global”, lo que incluye una descripción
del trabajo realizado por los Programas de Asistencia
Humanitaria (HAP, Humanitarian Assistance Programs)*
INTRODUCCIÓN 41

que recurre, sin fines de lucro, a la EMDR para ayudar a los


desfavorecidos tanto de los Estados Unidos como del resto
del mundo. Todos sabemos que la violencia genera más vio-
lencia y que el trauma no hace más que generar más sufri-
miento. Creemos que los traumas no tratados se transmiten a
la siguiente generación, ya sea de un miembro de la familia
al siguiente, o a través de la ira que genera la mayor parte de
las guerras etnopolíticas que asolan nuestro mundo. Si des-
pués de haber recibido la terapia EMDR, usted cree que le ha
ayudado, considere la posibilidad de ayudar a las personas
que sufren en todo el mundo. (En el Apéndice Á presentamos
información sobre el HAP y sus logros.)
Mi esperanza al escribir este libro es que quienes, en sus
páginas, se reconozcan a sí mismos o a un ser querido, sepan
que existe una posibilidad de ayuda. También quiero que este
libro muestre el aspecto que tiene la buena terapia EMDR,
para que los clientes puedan ser consumidores bien informa-
dos y encaminar adecuadamente su tratamiento. La mayoría
de los clientes deberían estar, en unas pocas sesiones, en con-
diciones de emprender el procesamiento. No se necesitan
meses ni años a la hora de discernir si la EMDR es adecua-
da para usted o para un ser querido. Quizá sea posible, pues,
cambiar aquellas cosas que cree inmutables y que no necesi-
te mucho tiempo para descubrirlo.

* — http://www.emdrhap.org
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1. EL VIAJE DEL DESCUBRIMIENTO

«La libertad es lo que haces con lo que te han hecho.»


JEAN-PAUL SARTRE

Linda Crampton se giró y, absorta en sus pensamientos, se


encaminó lentamente hacia su dormitorio para acabar de ves-
tirse. En ese mismo instante, la onda expansiva provocada
por la explosión de un coche-bomba de dos toneladas y
media en el edificio gubernamental Alfred P. Murrah, que se
hallaba a una manzana aproximada de distancia, la levantó
en vilo y la arrojó, atravesando la sala de estar y el comedor,
contra la pared de la cocina, donde quedó tendida incons-
ciente sobre las baldosas. El sorprendente rebufo que siguió
a la explosión succionó el contenido de los armarios de la
cocina y arrancó de cuajo el microondas de su nicho en la
pared, que le cayó encima. Eran las nueve y dos minutos de
la mañana del 19 de abril de 1995 en Oklahoma City.
El escenario que contempló cuando, pocos minutos des-
pués, recuperó la conciencia, era la imagen misma de la
desolación. Varillas de acero retorcido sobresalían de las
paredes de hormigón. Todo estaba cubierto de una delgada
capa de cristales rotos procedentes de los grandes ventanales
que poco antes alegraban la estancia y, aunque su piel san-
graba por centenares de pequeños cortes, no parecía sufrir
grandes daños..., al menos físicamente.
Linda se irguió como mejor pudo sobre los restos de lo
44
TEARS E
EMDR
DA RRE A IM A A

que había sido la puerta de entrada de su casa y se dirigió en


busca de su vecina Anna, una anciana que era, para ella,
como una madre. La imagen que ofrecía el vestíbulo, semi-
velada por el humo procedente de los coches que ardían en
la calle, parecía el escenario de una batalla. Por doquier se
escuchaban gritos y gemidos y todo estaba cubierto de san-
gre y cristales rotos. Linda aporreó entonces con los puños y
pies desnudos la puerta de la casa de Anna y, cuando final-
mente abrió, descubrió a su amiga de pie y con el rostro sal-
picado de cristales.
Juntas se encaminaron entonces hacia el hueco de la esca-
lera y bajaron a tientas los diecisiete pisos que las separaban
de la planta baja junto a las otras 40 personas aproximada-
mente que, en el momento de la explosión, se hallaban en el
edificio, una cuarta parte de los residentes del Regency
Towers, que fueron sumándose a una sobrecogedora y san-
grienta procesión. Entre ellas se hallaba Aren Almond, la
vecina del piso de arriba de Linda, cuya encantadora hija
pequeña Baylee estaba ingresada en el edificio Murrah, dos
vecinas a las que Linda conocía bien y que el día anterior, sin
ir más lejos, había acariciado, mientras subían en el ascensor,
la cabeza de la niña.
Los cascotes les impidieron acceder a la puerta de salida,
por lo que tuvieron que bajar un piso más, hasta llegar al
garaje, y aunque la explosión había dañado el techo, todavía
quedaba una pequeña abertura por la que pudieron salir a ras-
tras. Una vez en la calle, el espectáculo resultaba todavía más
dantesco y, entre la densa humareda, podía advertirse un fan-
tasmagórico desfile de personas llorando, gritando y corrien-
do en todas direcciones. Linda y Anna giraron entonces hacia
la derecha (alejándose del edificio Murrah) y avanzaron a
trompicones unos 50 metros hasta acabar sentándose en
mitad de la calle. Alguien, en un intento de contener la hemo-
EL VIAJE DEL DESCUBRIMIENTO 45

rragia, envolvió entonces con una toalla a Linda, que no


paraba de llorar y temblaba de los pies a la cabeza. Un médi-
co, viendo la toalla llena de sangre, se acercó a ella y, des-
pués de constatar la levedad de sus heridas, concluyó: «No
tiene por qué preocuparse. Pronto se pondrá bien. Ahora per-
manezca aquí».
Pero lo cierto es que, como no tardaron en advertir su
familia, sus amigos y sus colegas, Linda no estaba bien. Al
principio, permaneció en un hotel junto a otros evacuados y
luego fue a vivir a casa de un amigo. Algo funcionaba mal,
porque ni siquiera podía recordar el día de la semana en que
estaba. Tenían que recordarle que comiera, se duchara, se
cepillase los dientes y se acostase a dormir. Entonces empe-
zÓó a adelgazar a un ritmo de un par de kilos por semana.
Cada noche se despertaba aterrorizada en mitad del sueño
gritando, llorando y empapada en sudor. Pasaba durmiendo
la mayor parte del día con un bruxismo [castañeteo de los
dientes] tan intenso que podía escucharse desde la otra habi-
tación, hasta el punto de que su dentista tuvo que recetarle un
protector para evitar que acabase lastimándose la mandíbula.
Al cabo de un tiempo, Linda volvió a su trabajo como
agente comercial, pero lo hizo, por así decirlo, en “piloto
automático” ya que cuando llegaba al despacho, se sentaba y
pasaba las horas llorando. Había olvidado cómo trabajar y
tampoco recordaba la explosión y su desesperada huida del
edificio con Anna. Era como si su mente se hubiera quedado
estancada a las nueve y un minuto de la mañana del 19 de
abril y lo último que recordaba era el rato anterior en que
había cumplimentado su declaración de la renta. Ocho sema-
nas después del incidente, Linda había perdido casi 40 kilos.
El 22 de junio, Linda estaba en el trabajo hablando con su
jefe y su amigo Bob Harraldsen, pero no entendía lo que
decían y sólo captó la palabra “bomba”.
46 EMDR

—¿Qué bomba? —preguntó entonces Linda.


—La bomba que tanto te ha afectado —respondió Bob.
—«¿Por qué estarán mintiéndome? —se preguntó entonces
Linda—. ¿De qué están hablándome? ¡Yo no sé nada de nin-
guna bomba!» Y entonces empezó a gritar y arrojar cosas,
destrozando su oficina.
Desde el primer momento, su jefe y sus compañeros de
trabajo se dieron cuenta de que algo andaba mal, pero Linda
no hacía sino negar todas sus insinuaciones al respecto.
«¡Estoy bien! ¡Estoy bien! —solía responder, cuando le pre-
guntaban— No me pasa nada.»
—Creo que es evidente que necesitas ayuda —le dijo enton-
ces su jefe, cuando finalmente se calmó.
—¡No! —replicó Linda— Lo único que necesito es ir a casa
y descansar un rato. Eso es todo.
—Llevas dos meses sin vivir en casa, Linda —le dijo enton-
ces Bob-—, los dos meses que han transcurrido desde el
momento del atentado.
Bob llevó entonces a una sollozante Linda hasta Project
Heartland, una organización que se dedicaba a ayudar a las
víctimas de ese tipo de atentados. Pero, en el camino, Linda
le hizo prometer que no permitiría que la hospitalizasen por-
que de pequeña había vivido en un orfanato y no quería vol-
ver a ingresar en una institución.
Considerando que el caso les desbordaba, los profesiona-
les de Project Heartland la remitieron a una clínica de salud
mental ubicada en los suburbios, donde Bob la llevó ese
mismo día. El psiquiatra que la examinó vio a una mujer de
apariencia anoréxica que estaba histérica y no podía dejar de
temblar, escuchó la historia de Bob y evaluó la situación con-
cluyendo: «Tenemos que ingresarla. La situación es grave y
requiere medicación», lo cual Linda recibió con un «¡Nooo!»
largo y fuerte. Bob la cogió entonces del brazo y la condujo
EL VIAJE DEL DESCUBRIMIENTO 47

hasta la puerta. Pero cuando el psiquiatra se adelantó para


intervenir, se detuvo apenas vio el rostro de Bob y, como
último intento, les dio la dirección de un centro llamado
EMDR Free Clinic.
Linda Crampton cayó bajo el cuidado de un psicotera-
peuta que formaba parte de un equipo de 36 psicoterapeutas
EMDR que se habían desplazado por su cuenta y riesgo
hasta Oklahoma City para atender a las víctimas del atenta-
do. Aunque, en esa época, la EMDR era una técnica relati-
vamente nueva, ya había demostrado su eficacia como tera-
pia breve y completa a la hora de tratar a las víctimas del
trauma.
—No me hospitalice, por favor —suplicó Linda al terapeu-
ta—. Sólo ayúdeme.
Un año más tarde, Linda describió su primera sesión de
EMDR como «lo más extraño, exceptuando el atentado, que
jamás había experimentado». Como preludio a la primera
sesión, Linda pasó por el chequeo y preparación estándar de
la EMDR. Entonces se le pidió que evocase mentalmente un
aspecto concreto del atentado, mientras seguía con sus ojos
el movimiento de la mano del terapeuta desplazándose ante
su campo visual (un componente habitual del tratamiento
EMDR).
-Recuerdo que lloré mucho —dice Linda— y pensé que
estaba observando algún cambio. Era como si estuviera sen-
tada en una habitación contemplando un vídeo de todo lo que
me había sucedido ese día. Entonces fue cuando mi mente
volvió nuevamente a ponerse en marcha, recordé todo el
atentado y me di clara cuenta de que estábamos en el mes de
junio.
La EMDR estimuló el proceso curativo de Linda, al que
cada persona responde de manera diferente. En el caso de
Linda, el “vídeo” se desplegó durante 90 minutos y abarcó
48 EMDR

todos y cada uno de los aspectos del atentado y de su poste-


rior escape del edificio destruido. Cuando finalizó la sesión,
Bob estaba esperándola. «¡Dios mío —dijo entonces—, has
vuelto!» y los dos rompieron a llorar.
Esa noche, Linda telefoneó a su hija y le contó lo ocurrido.
—¡Mamá! —exclamó entonces su hija— ¡Vuelves a ser tú!
Después de la primera sesión de EMDR, las pesadillas
dejaron de acosarla y pudo retomar su trabajo. Pasada la
segunda sesión, sus dientes dejaron de castañetear y, después
de la tercera, volvió a sentirse como una persona normal.

Este caso, por muy increíble que parezca, resume perfecta-


mente los informes presentados por cerca de 20.000 psicote-
rapeutas formados en la EMDR y el testimonio de más de un
millón de personas que ya se han beneficiado de ella. La
EMDR es un método complejo y poderoso que integra
muchos de los elementos más exitosos de un amplio abanico
de abordajes terapéuticos, incluido el análisis freudiano.
Pero no se limita al uso del movimiento de los ojos, sino que
también apela a muchas otras formas de estimulación rítmi-
ca, como las palmadas o los tonos, de modo que parece ace-
lerar el sistema de procesamiento cerebral de la información.
Sus extraordinarios resultados justifican que se haya con-
vertido en objeto de una viva y, en ocasiones, amarga, polé-
mica en los ámbitos de la prensa, las revistas profesionales e
Internet. La afirmación esgrimida con más frecuencia por los
escépticos es la de que los informes al respecto «son dema-
stado buenos como para ser ciertos». No hay que olvidar que
la controversia nunca está muy lejos de las innovaciones más
espectaculares. El moderador de un foro de Internet que se
ocupa de los problemas médicos de los veteranos de guerra
equiparaba recientemente la resistencia a la EMDR con las
dificultades de aceptación que tuvo que superar el ácido
EL vIAJE DEL DESCUBRIMIENTO 409

paraaminosalicílico (PAS) como tratamiento eficaz contra la


tuberculosis.' Recordemos que, debido a sus modestos oríge-
nes, el PAS, un fármaco derivado de la aspirina, tuvo que
superar años de suspicacias antes de verse aceptado. Cierto
cronista se refirió a esa resistencia diciendo que: «la inmen-
sa mayoría de los médicos y pacientes permanecieron escép-
ticos ante la eficacia del PAS hasta ver los efectos con sus
propios ojos. El respeto que despertaba la tuberculosis,
Leviatán eterno del horror, era tan grande y el pesimismo al
respecto se hallaba tan instalado que debió pasar una década
antes de que los clínicos acabasen aceptándo el uso del
PAS»? Y, aunque los escépticos hayan cuestionado la efica-
cia que pueda tener un elemento tan sencillo como el movi-
miento de los ojos, basta con cambiar, en la cita anterior, el
término tuberculosis por el de trastorno de estrés postrau-
mático, para tener una imagen clara de la historia de la
EMDR. Afortunadamente, la década de pruebas de la efica-
cia de la EMDR se ve ahora jalonada con la publicación de
este libro.
Pero como sucede con cualquier novedad, la EMDR no
debe ser aceptada acríticamente. Uno de los beneficios que
implica tener un coro de escépticos preocupados es que
moviliza a sus defensores a sustentar sus afirmaciones en la
investigación. Por eso, en la actualidad el número de estu-
dios controlados que corroboran la eficacia de la EMDR
supera con creces a cualquiera de los enfoques empleados en
el tratamiento de los traumas. Según los estudios más
recientes.* entre el 84 y 90% de quienes utilizan la EMDR
_las víctimas de una violación, de una catástrofe natural,
quienes han perdido un hijo O quienes padecen enfermedades
muy dolorosas u otros traumas— se han recuperado del estrés
postraumático en sólo tres sesiones, algo inédito antes de la
aparición de la EMDR. Tengamos en cuenta que la tasa de
S0 EMDR

recuperación de otros métodos psicológicos orientados al


tratamiento de los traumas no ha superado el 55% y ha
requerido entre siete y quince sesiones.* Pero puesto que afir-
maciones extraordinarias requieren demostraciones extraor-
dinarias, es necesario —como sucede con cualquier otro
método psicológico— realizar mucha más investigación adi-
cional que siga corroborando la eficacia del tratamiento
EMDR. Entre tanto, nosotros seguimos recopilando los rela-
tos de las personas que se han beneficiado de su empleo.
Muchos de los éxitos de la EMDR nos han sido referidos
por informadores procedentes de todo el mundo y son
muchos los periódicos y revistas —entre los que cabe desta-
car el Washington Post, Los Angeles Times y New York y
Newsweek que le han prestado atención. La CNN también
se ha ocupado de ella en un par de ocasiones y lo mismo ha
sucedido con televisiones locales repartidas por todo el pla-
neta. Pero por más gratificante que sea la cobertura mediáti-
ca, algunos informes son más exactos que otros” y, conse-
cuentemente, muchas personas han sacado la errónea con-
clusión de que la EMDR es una terapia que se limita exclu-
sivamente al uso de los movimientos oculares, lo que dista
mucho de ser cierto.
Por lo que respecta a su combinación única de elementos,
la EMDR no se centra sólo en los sentimientos perturbado-
res, sino también en los pensamientos, las sensaciones físicas
y las conductas relacionadas con esos sentimientos.
Supongamos, por ejemplo, que el perro de un niño fue atro-
pellado por un coche cuando, aprovechando un descuido,
salió corriendo a la calle. Es posible que, en tal caso, el niño
no sólo se sienta triste y enfadado por la pérdida de su perro,
sino que también se sienta culpable del accidente (porque
«debería haber echado el pestillo») e incluso pueda experi-
mentar una sensación física de presión en el pecho y empe-
EL VIAJE DEL DESCUBRIMIENTO 51

zar a verificar obsesivamente día y noche que todas las puer-


tas estén bien cerradas.
Nosotros esperamos que la EMDR ponga fin a todas las
dimensiones del sufrimiento..., y que lo haga de un modo
relativamente rápido. Sus sentimientos pueden evolucionar
desde la tristeza hasta la aceptación, sus pensamientos de
culpa pueden cambiar a «yo no tengo la culpa» o a la com-
prensión de que nadie es perfecto y la tensión en torno a su
corazón puede relajarse y desaparecer su conducta obsesiva.
Ya no es necesario que las personas que sufren tengan que
esperar meses para ver si la terapia funciona, porque los
cambios pueden advertirse después de cada sesión, poniendo
así claramente de relieve la responsabilidad del terapeuta.
Son muchas las personas que han descubierto que la
EMDR estimula algunas facetas de sus recuerdos traumáti-
cos como primer paso hacia la curación. Es cierto que las
sesiones de EMDR pueden ser duras, pero no lo es menos
que, una vez se atraviesan, la persona ya no tiene que estar
luchando con sentimientos de desesperación, culpa o enojo,
ni mantenerse continuamente en guardia contra la emergen-
cia de impulsos destructivos y recupera prontamente la
salud. Gran parte de lo que consideramos trastornos menta-
les no es más que un resultado del modo en que la informa-
ción se almacena en el cerebro y la curación, en consecuen-
cia, empieza en el mismo momento en que desbloqueamos
esta información y permitimos que vuelva de nuevo a fluir.
En mi opinión, este proceso curativo moviliza la capacidad
innata de cualquier persona para curar psicológicamente,
como lo hace una lesión del cuerpo físico, un proceso auto-
curativo que tiene mucho sentido, porque todos estamos bio-
y
lógica y emocionalmente equipados para la supervivencia
el equilibrio mental.
La EMDR parece tener un efecto biológico directo sobre
de EMDR

el sistema nervioso, y puesto que todos compartimos el


mismo tipo de sistema nervioso, los resultados de ciertas
experiencias resultan relativamente predecibles. A fin de
cuentas, lo que Linda vivió en Oklahoma City podría haber-
nos sucedido, con las correspondientes diferencias interindi-
viduales, a cualquiera de nosotros con la correspondiente
necesidad, por tanto, de atravesar los mismos síntomas terri-
bles por los que ella se vio obligada a atravesar. Por suerte,
los efectos de los traumas son, en la mayoría de los casos,
reversibles y el uso adecuado de la EMDR puede acabar con
sufrimientos que han durado incluso varias décadas. Son
muchos, en este sentido, los veteranos de la II Guerra
Mundial y los supervivientes de abusos infantiles que, como
Linda, han acabado recuperando la paz gracias al empleo de
la EMDR.
Uno de los aspectos más interesantes de la EMDR es el
gran número de personas a las que puede ayudar y la efica-
cia que ha demostrado. Tengamos en cuenta que el éxito de
la EMDR no se limita a quienes han experimentado un trau-
ma diagnosticable. La mente humana es milagrosamente
compleja y hay ocasiones en las que lo que parece un even-
to inocuo puede dejar una impronta indeleble en el psiquis-
mo y la conducta del individuo. El origen de todo sufrimien-
to que podemos definir y etiquetar como desorden —es decir,
casi cualquier tipo de afección psicológica— suele remontar-
se a las primeras experiencias vitales, que también resultan
accesibles a la EMDR. En este sentido, la EMDR nos permi-
te acceder al recuerdo de esas experiencias, aunque no se
asiente en ellas y no perdure, como sucede en el caso de la
terapia tradicional, durante años. La EMDR es una terapia
centrada y orientada hacia el presente que recurre a algunos
de los descubrimientos más recientes llevados a cabo en el
dominio de la neurofisiología. Otra de sus ventajas es que, a
EL VIAJE DEL DESCUBRIMIENTO 53

diferencia de lo que sucede con otras formas de terapia, no


confía en los fármacos para provocar el cambio psicológico,
lo que significa que cuando se utiliza adecuadamente, no
tiene efectos colaterales debilitadores y no va acompañada
de las recaídas tan frecuentes, por otra parte, cuando se pone
fin a la medicación.
Siendo tan poderosa, la EMDR sólo debería ser utilizada
por terapeutas autorizados y adiestrados. Uno de los princi-
pales objetivos de este libro consiste en desalentar a la
pequeña industria de las “terapias de movimientos oculares”
que tanto ha llamado la atención de los medios de comunica-
ción, es decir, las terapias que no se atienen a los principios,
protocolos y procedimientos recomendados por la EMDR.
No es infrecuente que los terapeutas que utilizan esos méto-
dos no han recibido la adecuada formación en el método y
que, en muchas ocasiones, ni siquiera son terapeutas titula-
dos. Es muy importante, pues, que los clientes se aseguren de
que son tratados adecuadamente y que sepan lo que pueden
esperar de la terapia aunque también resulta esencial, no obs-
tante, que el cliente sepa que la rapidez de la EMDR no
implica, en modo alguno, que se trate de una terapia de fácil
aplicación.
Uno de los objetivos de este libro ha sido el de describir
el funcionamiento de la EMDR, para que los lectores puedan
ver por sí mismos cómo y lo bien que funciona cuando se uti-
liza de manera adecuada. Las historias incluidas en él proce-
den de hombres, mujeres y niños que han utilizado la EMDR
para recuperarse, entre otras muchas cosas, de los estragos
causados por la guerra, los traumas médicos, el abandono, el
pánico, las fobias, la muerte de un hijo, la violación y la adic-
ción a las drogas. Todos ellos han dado su permiso para
incluir aquí sus historias y poder, de ese modo, ayudar a otras
personas. También debo decir que todos los casos presenta-
54 EMDR

dos en este libro son ciertos y que ninguno de ellos es una


amalgama compuesta de varios casos. Todos los terapeutas
presentados en él han sido entrenados en la EMDR y están
utilizándola adecuadamente. De este modo, el lector tendrá
una idea clara que le permita seleccionar al terapeuta adecua-
do con el que trabajar y asegurarse así de que su terapia se
halla bien encaminada. Al final del libro presentamos infor-
mación adicional que permitirá al lector interesado descubrir
dónde encontrar a un terapeuta formado en la EMDR .'

La eficacia de la EMDR al combinar lo psicológico con lo


fisiológico ha llevado a muchas personas a reconsiderar sus
ideas sobre la salud, la curación y la interacción que existe
entre el cuerpo y la mente. Esto, para mí, fue una necesidad
cuando, en 1979, se me diagnosticó cáncer.
El hecho de tener cáncer —especialmente a finales de los
1970s, cuando su desenlace solía ser fatal- transformó mi
vida a muchos niveles diferentes. Después de haber pasado
por el quirófano y haberme sometido a radiación, los médi-
cos que me trataron me dijeron: «Parece que todo está bien,
pero debe saber que algunos pacientes recaen. No sabemos
quiénes y tampoco sabemos por qué. Le deseamos que tenga
suerte». Yo estaba desolada. Ahí estaba, viviendo en una de
las culturas tecnológicamente más avanzada del planeta,
pero todavía en la Edad Oscura por lo que respecta a nuestro
propio cuerpo. Sabía que debía hacer algo para aumentar mis
probabilidades de recuperación.
Entonces empecé a leer todo lo que encontré sobre la
enfermedad y descubrí que la investigación estaba empezan-
do a subrayar la importancia del estrés como uno de los fac-
tores determinantes de la enfermedad, especialmente del
cáncer. Pero aparte de la prescripción de Norman Cousins
sobre el poder curativo de la risa,* del libro Recuperar la
EL VIAJE DEL DESCUBRIMIENTO 39)

salud, de Simonton y Craighton ” y de algún que otro tratado


inédito sobre nutrición, descubrí muy pocos consejos prácti-
cos que me dijeran lo que el paciente podía hacer.
Creí que, en algún lugar, debía haber algún tipo de infor-
mación, pero ignoraba por qué no estaba disponible. Cuando
descubrí que el tipo de colitis del que, a los nueve años, había
muerto mi hermana pequeña, estaba relacionado con el
estrés, mi sorpresa se trocó en determinación y me dediqué a
buscar toda la información disponible sobre la interacción
que existe entre el cuerpo, la mente y la curación, con la
intención de transmitírsela al público al que, en mi opinión,
pertenecía.
Así empezó el largo viaje de 20 años de duración que ha
acabado conduciéndome a lo que actualmente se conoce
como EMDR. Al comienzo, mi búsqueda no se centró exclu-
sivamente en la psicología, sino en cualquier disciplina, con
el objeto de encontrar algo que pudiera ayudar a las personas
a curarse de las enfermedades severas. Esto incluía formas de
utilizar la mente y el cuerpo para enfrentarse al estrés de un
modo que no dañe nuestra salud. Mi búsqueda me llevó de un
lado a otro del país y participé en decenas de talleres, semina-
rios y programas de formación, lo que me permitió conectar
con muchas formas de psicoterapia, y cuando me doctoré en
psicología clínica, empecé a trabajar como investigadora del
Mental Research Institute de Palo Alto (California), uno de
los lugares de nacimiento de la terapia familiar y de la terapia
breve..., pero ésa es otra historia.
La semilla de la EMDR empezó a germinar una soleada
tarde de la primavera de 1987, mientras daba un paseo por la
orilla de un pequeño lago. Los patos se desplazaban lenta-
mente por la superficie del lago y el césped verde estaba sal-
picado de manteles llenos de madres que jugueteaban con
ocu-
sus bebés. Mientras paseaba, me di cuenta de que había
56 EMDR

rrido algo raro. No recuerdo bien en qué estaba pensando,


uno de esos molestos pensamientos negativos a los que la
mente le da vueltas y más vueltas (sin digerir) hasta que nos
vemos obligados a ponerle fin. Entonces descubrí que el pen-
samiento molesto se había esfumado y, cuando volví a pen-
sar en él, no advertí el menor rastro de carga emocional nega-
tiva. Debo confesar que uno de mis héroes era mister Spock
de Star Trek y que, como él, siempre había contemplado las
emociones como una amenaza, pero nunca antes había
advertido un cambio tan rápido en los pensamientos ni en los
sentimientos. Y, puesto que, desde hacía ocho años, había
estado empleándome a mí misma como laboratorio para
investigar las relaciones que existen entre mi cuerpo y mi
mente, ese cambio atrajo poderosamente mi interés.
Entonces, mientras seguía caminando empecé a prestar
una cuidadosa atención y advertí que cuando un pensamien-
to inquietante entraba en mi mente, mis ojos empezaban a
moverse espontáneamente de un lado a otro, realizando rápi-
dos movimientos en diagonal desde la parte inferior izquier-
da de mi campo visual hasta la superior derecha. Al mismo
tiempo, me di cuenta de que los pensamientos perturbadores
habían cambiado y, cuando volvían a mi mente, ya no me
resultaban tan inquietantes. Estaba muy intrigada y traté de
emprender deliberadamente esos movimientos. Pensé en
algo que me provocaba una ligera ansiedad, pero en esa oca-
sión realicé intencionalmente los movimientos oculares, con
lo que el pensamiento acabó desapareciendo y, al volver, lo
hizo despojado de toda carga emocional negativa.
Durante los días posteriores, el proceso siguió su curso y
pedí a otras personas —amigos, familiares y alumnos- que tra-
taran de hacer lo mismo. Poco importaba que se tratase de per-
sonas que no necesitaban psicoterapia, porque todo el mundo
puede identificar algunos pensamientos perturbadores con los
EL VIAJE DEL DESCUBRIMIENTO 7

que experimentar. El proceso también parecía funcionar para


ellos, aunque la mayoría necesitó ayuda en el momento de
desplazar sus ojos de manera coherente. Entonces empecé a
mover mi dedo índice en un gesto casual de apuntar hacia arri-
ba y a pedirles que siguieran su rápido movimiento diagonal
mientras pensaban en algo que les inquietaba.
En esos días, aunque bromeaba con “desconectar” la
ansiedad, consideraba esa técnica como una forma de desen-
sibilización, un procedimiento empleado por la terapia de
conducta para reducir la ansiedad que experimenta una perso-
na con respecto a un determinado tema. A medida que seguía
experimentando el nuevo método con más personas advertía
que aunque los movimientos oculares provocaban una clara
desensibilización, la mayoría de las personas seguían pade-
ciendo ansiedad, lo que evidenciaba que no bastaba, para
garantizar el éxito, con el simple movimiento diagonal de los
ojos. Entonces me di cuenta de que debía pedir a la persona
que cambiara el foco de su atención (hacia un aspecto dife-
rente de lo que le inquietaba) u orientar sus ojos en otra direc-
ción, quizá horizontalmente o quizás más rápido o más des-
pacio. Y cuanto más experimentaba, más claramente recono-
cía la necesidad de disponer de alternativas que me permitie-
ran poner de nuevo en marcha el proceso cuando, por alguna
razón, se quedaba estancado.
Después de haber trabajado con 70 personas, me di cuen-
ta de que había desarrollado un procedimiento basado en el
efecto de los movimientos oculares para disipar la ansiedad.
Con el paso del tiempo, el método llegó a incluir elementos
importantes procedentes de las grandes escuelas de psicote-
rapia, la psicodinámica (basada en la obra de Freud), la con-
el
ductista, la cognitiva, la sistémica y la orientada hacia
cuerpo. Así fue como, gracias a las personas con las que tra-
bajé, fui perfeccionando gradualmente el método. Lo único
58 EMDR

que tuve que hacer fue seguir un proceso de ensayo y error


que me ayudó a perfeccionar y modificar el procedimiento.
La rapidez de los cambios provocados en las imágenes, pen-
samientos y sentimientos de la persona (habitualmente en la
misma sesión) facilitó la elaboración del enfoque global.
En su forma más sencilla, por ejemplo, el cliente y yo
identificábamos algo que le resultaba ligeramente inquietan-
te, como una pelea con un vecino. Luego le pedía que se con-
centrase en la pelea, sobre todo en sus aspectos más desagra-
dables y, colocando un par de dedos a unos 30 centímetros
de su rostro y moviendo luego la mano rítmicamente de un
lado a otro de su campo visual, empezábamos la sesión de
movimientos oculares. La persona debía seguir con sus ojos
y sin mover la cabeza ese movimiento durante un tiempo (un
minuto, por ejemplo), lo que yo llamaba una “serie”, y luego
nos deteníamos a revisar lo que había sucedido. Si la ansie-
dad con respecto a la pelea no se había modificado gran cosa,
le pedía que se concentrase en un aspecto diferente e iniciá-
bamos otra serie; y si, por el contrario, la ansiedad había
cambiado, pasábamos rápidamente de una serie a la siguien-
te. Así fue como fui diferenciando lo que funcionaba de lo
que no funcionaba.
Con una regularidad gratificante, las personas que seguían
el proceso señalaban que sus pensamientos cambiaban positi-
vamente, o que las imágenes mentales perturbadoras y la
correspondiente ansiedad asociada se desvanecían por com-
pleto. A menudo se trataba de una experiencia emocional-
mente intensa y me di repetidamente cuenta de la importan-
cia que tenía la preparación apropiada de la persona y el
empleo de las habilidades clínicas apropiadas en el entorno
adecuado. Tampoco era infrecuente que aflorasen recuerdos
inesperados mientras el sujeto iba pasando de las hojas y las
ramas del problema a su raíz.
EL VIAJE DEL DESCUBRIMIENTO 59

En ese tiempo, por ejemplo, una mujer me pidió que


usara el proceso a fin de tratar su fobia a abandonar el país.
La imagen mental que propuso para comenzar fue la llegada
al aeropuerto de un país extraño, yendo de un lado a otro,
sintiéndose desolada y abandonada. Cuando estábamos en
medio del proceso, afloró una imagen mental muy desagra-
dable de sí misma, a los seis años de edad, despidiéndose de
sus padres en una estación de tren. Si hubiese trabajado con
ella antes de haber puesto a punto el procedimiento, podría
haber acabado más angustiada que al comienzo, pero emple-
amos algunas de las variantes que había perfeccionado para
seguir adelante hasta que su ansiedad se diluyó y sus ideas
acerca de viajar cambiaron de «no puedo hacerlo» a «viaja-
ré cómodamente». Cuando, un mes más tarde, volví a verla,
estaba preparándose para viajar a Grecia.
Es cierto que la mayoría de las terapias tradicionales habrí-
an ayudado a esta mujer. Pero seguramente hubieran sido
necesarios varios años de psicoanálisis para desenterrar el
recuerdo infantil central sin que ello tuviera grandes efectos
sobre su conducta; la terapia cognitiva, por su parte, podría
haber modificado sus creencias negativas sobre sí misma, sin
el menor efecto sobre su conducta, y la terapia conductual, por
último, podría haber reducido su nivel de estrés emocional sin
modificar, no obstante, un ápice el respeto que sentía por sí
misma. El rápido cambio de sus emociones (con la consi-
guiente desaparición de la ansiedad) y de su conducta (viajan-
do al otro lado del mundo), junto al reconocimiento de la razo-
nes de su malestar y el rápido cambio en la imagen que tenía
de sí misma y de sus habilidades, son los resultados típicos de
la EMDR.
Las historias recopiladas en este libro mostrarán al lector
la posibilidad de erradicar los problemas emocionales más
recalcitrantes, En estas páginas, el lector podrá reconocerse
60 EMDR

fácilmente a sí mismo, a un vecino, a un familiar o a un


amigo. Todos experimentamos miedo, dolor, desesperación,
culpa o una ira desbordante cuando convergen ciertas expe-
riencias y presiones. El mensaje que queremos transmitir es
que no es necesario seguir atrapados en esos sentimientos.
Las personas acuden a la consulta del terapeuta porque
saben que algo está funcionando mal. Hay un “yo” que se
siente atrapado y sabe que puede sentirse mejor. A lo largo de
los años, sin embargo, he llegado a darme cuenta de que este
“yo” es intrínsecamente sano. La EMDR puede eliminar el
bloqueo que obstaculiza el movimiento natural hacia la salud
y puede conducirnos, en consecuencia, hacia el presente que
siempre hemos deseado para nosotros mismos, un presente
en el que la persona se siente libre y puede controlar la situa-
ción. Hasta el momento, la EMDR ha llevado a miles de per-
sonas más allá de lo que jamás habían soñado, e incluso hay
atletas olímpicos que la han empleado para mejorar su rendi-
miento.
Son muchas las personas que han intentado la psicoterapia
y todavía están sufriendo, y muchas otras que no se han atrevi-
do a emprenderla porque creen que sus problemas son irreso-
lubles. En este sentido, la EMDR abre una puerta a la esperan-
za y, aunque no se trate de una panacea, puede volver a poner
en marcha el sistema de salud psicológica innata y permitir que
cambie con una rapidez anteriormente impensable.
La lectura de este libro permitirá al lector acceder a las
historias internas de la EMDR. Resulta paradójico que aun-
que mi lucha con el cáncer me llevó a investigar los métodos
curativos mente-cuerpo con la intención de transmitirlos a
todo el mundo, haya acabado generando un nuevo enfoque.
Este libro representa la culminación de ese viaje.
2. ASENTANDO LOS CIMIENTOS

«No creas que por haberte dedicado a erigir castillos en el aire, tu


esfuerzo ha sido inútil, porque es ahí donde deben estar.
Lo que te queda por hacer es asentar bien sus cimientos.»
HENRY DAVID THOREAU

¿Qué significa la palabra “trauma”? ¿Es traumático sufrir un


accidente de automóvil en el que casi perdemos la vida? ¿Lo
es acaso ser víctimas de un atraco o de una paliza, quedarnos
atrapados en el coche en mitad de una tormenta o enterarnos
de que tenemos que someternos a una operación? Cuando los
terapeutas hablan de “trauma”, suelen referirse a eventos que
angustian a casi todo el mundo y que acostumbran desenca-
denar una reacción de miedo, impotencia o terror, y son
muchas las personas (¡entre los que se cuentan también algu-
nos psicoterapeutas!) que descartan erróneamente la impor-
tancia traumatizante de aquellos eventos que no cumplen con
ese criterio. Por desgracia, son muchas las situaciones que,
debido a su significado personal, pueden resultar angustio-
sas, como escuchar casualmente un comentario pasajero des-
agradable sobre nuestro aspecto, suspender un examen o pre-
senciar la muerte de nuestro animal de compañía. Así pues,
aunque muchos abordajes psicoterapéuticos convencionales
establezcan una clara distinción entre ambos tipos de trau-
mas se trata, desde la perspectiva de la EMDR, de una dife-
rencia irrelevante. Tengamos en cuenta que la EMDR se
62 EMDR

ocupa de la experiencia personal y minimiza, en consecuen-


cia, la importancia de lo que el terapeuta piensa acerca del
evento y centra, por tanto, toda su atención en el modoen que
el cliente se ve afectado por la experiencia.
La experiencia desempeña un papel muy importante en
nuestra vida interior. Comencemos distinguiendo, por el
momento, lo que podríamos llamar grandes Traumas, con
“T” mayúscula, a los que la comunidad psicológica atribuye
el origen de los trastornos de estrés postraumático (los
TEPT), de lo que la EMDR denomina pequeños traumas, es
decir, de los traumas con “t” minúscula. Entre los primeros
podemos mencionar las guerras, los crímenes (como la vio-
lación, el secuestro o el atraco) y las catástrofes naturales
(como los terremotos, los tornados, los incendios y las inun-
daciones) que el sujeto percibe amenazadores para su vida, o
sea, eventos tan estresantes que desbordan fácilmente nues-
tra capacidad habitual de enfrentamiento' y desencadenan
una repuesta de miedo o una sensación angustiosa de pérdi-
da de control y de impotencia.
Los síntomas del TEPT abarcan dos modalidades de res-
puesta diametralmente opuestas. En la primera de ellas, la per-
sona no puede escapar del trauma y se ve obligada a revivir
una y otra vez el evento traumático a través de flashbacks,
pesadillas, ataques de pánico y pensamientos obsesivos. En la
segunda, por el contrario, el sujeto no puede acercarse a él y
se ve obligado, por tanto, a mantenerse alejado apelando a
todo tipo de maniobras de evitación, como el aislamiento
social, la anestesia emocional y el abuso de substancias. Las
víctimas de un trauma también tienen reacciones fisiológicas,
como el insomnio, la hipervigilancia y la tendencia a sobre-
saltarse fácilmente ante cualquier estímulo que recuerde, en
algún sentido, el evento traumático como, por ejemplo, un
tipo especial de contacto o un determinado sonido.
ASENTANDO LOS CIMIENTOS 63

Los traumas con “t” minúscula, por su parte, se manifies-


tan en las situaciones inofensivas, pero no por ello menos
problemáticas, de la vida cotidiana que pueden desencadenar
sentimientos y tener consecuencias tan duraderas como las
que provocan los traumas con “T” mayúscula. Éste es un
hecho del que fui consciente durante los primeros días de la
EMDR gracias a Paul, un hombre que había sido diagnosti-
cado de sida y que, pese a querer seguir algún tratamiento
alternativo de curación, vio, no obstante, boicoteados todos
sus esfuerzos por la creencia de que «no puedo buscar ni
conseguir lo que quiero». Y aunque Paul no sabía por qué se
sentía de ese modo, recordaba haberse sentido así toda su
vida y solicitó ayuda apenas cobró conciencia de que esa cre-
encia podía impedirle vivir con plenitud el tiempo que le
quedase de vida.
La ausencia de recuerdo consciente que justificase el ori-
gen de esa creencia me llevó a pedirle que la evocase men-
talmente durante el desarrollo del proceso. Después de una
serie de movimientos oculares, afirmó sentir una extraña
sensación debajo del brazo. Entonces le pedí que prestase
atención tanto a la creencia como a la sensación física, y al
cabo de unas pocas series, dijo que era como si se hubiese
descorrido un velo y pudiese verse en una escena que se pro-
dujo a la edad aproximada de los cuatro años en la que,
mientras estaba jugando con una pelota en el primer piso de
la casa en que pasó su infancia, vio como la pelota cayó y, en
un desesperado intento de cogerla, cayó por la escalera y se
rompió el brazo. Su madre también corrió entonces tras él y
cogiéndole del brazo, empezó a pegarle por el simple hecho
de haber tratado —desde su infantil perspectiva— de conseguir
lo que quería. El procesamiento de esa experiencia acabó
liberándole de ella y le abrió a enfoques curativos alternati-
perso-
vos, ampliando asimismo el abanico de sus relaciones
64
A
EMDR
A 5 e

nales y profesionales. Antes de morir me dijo que, durante


los últimos años, había dejado de reprimirse y se sentía
mucho más abierto que nunca a la vida.
Es evidente que la madre de Paul no era la culpable de esa
situación. Son muchas, a fin de cuentas, las experiencias de
ese tipo que, a lo largo de su proceso de desarrollo, se ven
obligados a atravesar los niños. Pero como sucede con los
traumas con “T” mayúscula, los traumas menores pueden
acabar asentándose en la mente del sujeto y gobernar su con-
ducta durante décadas. Y es que, si bien es cierto que estas
experiencias menores no satisfacen la definición clínica de
“trauma”, sí que cumplen con la definición que, de él, nos
proporciona el diccionario como «shock emocional que pro-
voca un daño manifiesto y duradero y que, en ocasiones,
lesiona seriamente la mente o las emociones».
Este trasfondo confirmaba exactamente lo que había des-
cubierto en mi trabajo con los 70 voluntarios con los que
comencé a experimentar la EMDR. Muchos de ellos habían
empezado con un sentimiento negativo cuyo origen atribuían
a una causa biográfica. Sabía que la EMDR servía para el tra-
tamiento de los traumas con “t minúscula, pero ¿funcionaría
también con los traumas con “T” mayúscula? Ésa fue la pre-
gunta que me llevó a emprender un estudio formal controla-
do sobre la EMDR, para lo cual seleccione a varias personas
pertenecientes a los grupos que, hoy en día, son las principa-
les víctimas del TEPT, es decir, los veteranos de guerra y las
personas que han sido víctimas de abusos deshonestos o han
sufrido una violación. Antes de emprender el estudio, sin
embargo, necesitaba probar la EMDR con alguien que pade-
ciese de un TEPT mayor a fin de asegurarme de que podría
funcionar, y me apresté a ello, hasta que encontré un volun-
tario dispuesto a intentarlo.
Doug era un próspero y equilibrado hombre de cuarenta
ASENTANDO LOS CIMIENTOS 65

y tres años que afirmaba tener un recuerdo de los días que


pasó como marine en Vietnam que todavía le resultaba muy
desagradable. Un buen día, según dijo, estaba descargando
camillas de cadáveres de un helicóptero que acababa de lle-
gar del frente. Cuando empezaron a depositar en el suelo los
cuerpos muertos y mutilados, Doug se dio cuenta de que el
rigor mortis ya había empezado a hacer efecto y, apelando al
humor negro que, con tanta frecuencia, aparece en situacio-
nes tan desesperadas, bromeó: «A éste podríamos usarlo
como mesilla de café», a lo que su compañero replicó: «¡Sí!
Y este otro nos servirá de silla». Pero cuando estaba a punto
de seguir con la broma, Doug vio que uno de los heridos le
miraba horrorizado con el rostro desencajado de dolor y
súbitamente se sintió la persona más insensible y poco com-
pasiva del planeta. Fue una experiencia que le conmovió
hasta lo más hondo y persiguió durante los próximos veinte
años. Por eso, independientemente de los clientes a los que
Doug pudiera haber ayudado en su trabajo como consejero,
apenas afloraba ese recuerdo (cosa que sucedía, todo hay que
decirlo, con cierta frecuencia), se veía desbordado por senti-
mientos de vergijenza y pena que casi le paralizaban.
En el curso del proceso, pedí a Doug que evocase mental-
mente la escena y, a medida que sus ojos seguían el movi-
miento rápido de mi mano, la expresión angustiada de su ros-
tro iba intensificándose hasta acabar relajándose. Al finalizar
la segunda serie de movimientos oculares dijo: «Todavía
puedo ver la escena pero cuando mi compañero habla, no
escucho ningún sonido procedente de su boca». Tras varias
series más, comentó que la escena parecía ahora como si dis-
curriese «debajo del agua» y que su tamaño se había reduci-
do a un «pequeño desconchado». Luego añadió, casi como si
a
hablara para sí: «La guerra ha terminado. Ya puedo decirle
todo el mundo que vuelva a casa».
66 EMDR

Este tipo de metamorfosis de la escena traumática —que


amortigua la intensidad y el dolor de las imágenes doloro-
sas— se convirtió en un tema recurrente de los clientes que
utilizaban la EMDR. Cuando, más tarde, le pregunté a Doug,
para verificar si la escena perturbadora reaparecía, lo que
pensaba sobre Vietnam, a su mente afloró el recuerdo de la
primera vez que aterrizó en el país. Con los ojos cerrados y
una suave sonrisa, me respondió: «Era, para mí, la represen-
tación misma del jardín del paraíso». Ésa fue la primera vez
en 20 años que Doug recordaba Vietnam sin verse asaltado
por ninguna asociación relacionada con los horrores que
tuvo que atravesar durante la guerra.
En noviembre de 1987 esbocé una investigación controla-
da en la que un grupo de sujetos traumatizados seleccionados
al azar recibirían tratamiento con la EMDR, mientras que otro
grupo de control recibiría un tratamiento que no esperábamos
que tuviese ningún efecto significativo. Para ello, decidí diri-
girme a los miembros del grupo de control como si estuvieran
recibiendo la terapia “verbal” tradicional. Esas personas se
centrarían en el evento traumático y me lo contarían detallada-
mente, mientras yo les interrumpiría preguntándoles: «¿Y
cómo te sientes ahora?», el mismo número de veces que
durante las series de movimientos oculares de la EMDR.
Desafortunadamente, la terapia verbal ha demostrado tener el
mismo éxito para el tratamiento del TEPT que la ingesta de un
terrón de azúcar, de modo que usarlo como término de com-
paración en un estudio controlado me pareció muy adecuado
como forma de corroborar la eficacia de la EMDR para libe-
rar de manera sistemática, coherente y rápida a los sujetos de
los síntomas que les aquejan.
La medición es la esencia de la investigación científica,
hasta el punto de que si utilizamos una herramienta inadecua-
da, o no nos estorzamos lo suficiente en medir lo que nos inte-
ASENTANDO LOS CIMIENTOS 67

resa medir, nuestros resultados acaban siendo inútiles. Así


pues, para determinar si la EMDR erradicaba los síntomas del
TEPT debía medir tres momentos diferentes del mismo trastor-
no. El primer tenía que ver con el grado de perturbación del
recuerdo traumático que experimentaba el sujeto antes, duran-
te e inmediatamente después del tratamiento con la EMDR.
También llevamos a cabo dos sesiones de seguimiento, un mes
y tres meses después de la experiencia porque, a falta de resul-
tados positivos duraderos, ningún tratamiento para el trauma
puede considerarse exitoso. Cualquier resultado positivo inme-
diatamente posterior al tratamiento tan sólo podía ser un mero
efecto placebo en el que la creencia del cliente en la eficacia del
tratamiento va acompañada de una disminución de los sínto-
mas que acaba revelándose exclusivamente provisional.
Como suelen decir los terapeutas, una cosa es decidirse a
medir algo tan intangible como los sentimientos ansiógenos y
otra, muy distinta, descubrir el modo de hacerlo. En mi caso
decidí utilizar la escala de Unidades Subjetivas de Ansiedad
(usa), una escala ampliamente aceptada elaborada hace ya 40
años por Joseph Wolpe, psiquiatra y figura destacada dentro
del campo de la terapia de conducta. Para ello, el sujeto
evoca un determinado recuerdo y valora entonces el grado de
ansiedad que ese recuerdo le genera en una escala de O a 10
(donde O representa la completa ausencia de ansiedad y 10 es
la mayor ansiedad imaginable). En mi estudio, por ejemplo,
solicitaba a los veteranos de guerra que recordasen algún
incidente en el que hubieran caído en una emboscada del
vietcong que, aunque referido a un evento ocurrido 20 años
atrás, todavía solía suscitar en los sujetos un nivel de ansie-
dad de 8, de 9 o hasta de 10. Después del tratamiento con la
EMDR, el nivel usa del sujeto descendía hasta O o 1, lo que
suponía la posibilidad de evocar mentalmente el recuerdo de
la emboscada sin sentirse angustiado por él.*
68 EMDR

El segundo aspecto que mi estudio debía medir era el


grado de sometimiento de los sujetos a las “lecciones” nega-
tivas que el trauma “les había enseñado”. En este sentido, mi
revisión de la literatura psiquiátrica puso de manifiesto la
importancia de las creencias negativas sobre uno mismo que
padecen las víctimas del TEPT. Las víctimas de una viola-
ción, por ejemplo, suelen tener pensamientos del tipo «No
valgo nada», «Debería haber hecho algo» o «Soy un “jugue-
te roto”». Entonces esbocé la hipótesis de que, si la EMDR
funcionaba, todas esas creencias negativas desaparecerían
para dejar paso a otras positivas, del tipo «Estoy bien»,
«Hice todo lo que pude» o «Soy una buena persona». Por
eso, que mi intento se centró en determinar la intensidad de
esos aprendizajes positivos.
La escala que entonces desarrollé para valorar el impacto
de esas lecciones positivas —una escala que, por cierto, sigo
utilizando hoy en día— pedía a mis sujetos que evaluasen la
veracidad que atribuían a las creencias positivas que tenían
sobre sí mismos en una escala de 1 a 7 (donde 1 significa
“completamente falso” y 7 significa “completamente verda-
dero”). También les pedí que, en lugar de responderme lo
que creían que debían sentir, se centrasen en su respuesta vis-
ceral, una medida a la que acabé denominando escala de
Validez de la Cognición (voc). Hablando en términos gene-
rales, los clientes emprendían el tratamiento EMDR con una
voc de 4 o inferior y, después de atravesar el proceso de tra-
tamiento con la EMDR, solían referir un aumento en la vera-
cidad de sus cogniciones positivas (creencias), y, a menos
que la voc fuese de 6 o 7, seguíamos considerando irresuel-
to el recuerdo angustioso.
Todos aprendemos de nuestras experiencias pasadas, la
cuestión es si aprendemos las lecciones correctas. ¿Quién no
se sintió, alguna que otra vez, humillado en la escuela? ¿Qué
ASENTANDO LOS CIMIENTOS 69

fue lo que esa lección nos enseñó, que éramos personas inep-
tas O inútiles, o nos sirvió, muy al contrario, como acicate
para el desarrollo de la perseverancia? Cuando nos hallamos
atrapados en el pasado, las creencias negativas que tenemos
sobre nosotros mismos gobiernan nuestra vida y siguen pro-
vocándonos un daño incalculable. En este sentido, la escala
voc, que valora las creencias positivas preferidas de la perso-
na, constituye un claro reflejo de que hemos aprendido las
lecciones correctas o sanas, tanto antes como después del tra-
tamiento.
La tercera y última medida que decidí incluir en mi estu-
dio fue la frecuencia de ocurrencia de los síntomas postrau-
máticos como, por ejemplo, el número de pesadillas o pensa-
mientos estresantes que la persona tiene por semana. Como
hice con las puntuaciones usa y voc, registré toda esa infor-
mación antes del tratamiento con la EMDR y un par de sesio-
nes de seguimiento posteriores que se llevaban a cabo un mes
y tres meses después de haber concluido el tratamiento. Para
asegurarme de que los sujetos informaban de manera correc-
ta —o, dicho en otras palabras, para asegurarme de que no me
contaban sencillamente lo que suponían que me gustaría
escuchar me ocupé de confirmar los cambios hablando con
el terapeuta, la esposa y otros miembros de su familia.
El rango de edad de los sujetos que participaron en el
experimento iba desde los 11 hasta los 53 años, siendo la más
joven de todas ellas una niña sexto grado víctima de una vio-
lación que todavía estaba muy asustada, aunque supiera que
el violador se hallaba entre rejas. Sus ocupaciones eran muy
diversas e iban desde trabajadores de cuello azul y cuello
blanco hasta artistas, terapeutas y un veterano de Vietnam
desempleado que vivía en el bosque. El trauma más reciente
tenía un solo año de antigújedad, mientras que el más antiguo
se remontaba 47 años atrás. La tasa de psicoterapia que habí-
70 EMDR

an llevado a cabo en sus intentos previos de enfrentarse a sus


traumas iba desde “muy breve” (un par de meses) hasta “des-
mesuradamente larga” (25 años), y el promedio giraba en
torno a los seis años. Los síntomas experimentados por los
sujetos, por su parte, iban desde flashbacks (hasta siete veces
por semana) hasta pensamientos angustiosos (en torno a un
promedio de seis por semana, aunque cierto sujeto informó
de la presencia de unos seis pensamientos angustiosos al
día), perturbaciones del sueño (alrededor de cuatro veces por
semana) y dificultades para establecer relaciones íntimas.
Los resultados del experimento fueron muy estimulantes,
porque casi todos los sujetos tratados con la EMDR acabaron
con sus recuerdos traumáticos en una sola sesión, ya no les
resultaba angustioso pensar en ellos y se sintieron mucho mejor
consigo mismos. Fue como si los sujetos fueran desprendién-
dose, ante mí, de la negación, el miedo, la culpa, la vergúenza
y la ira y reemplazando esas emociones con autoestima, con-
fianza, perdón y aceptación. Las frecuentes mediciones de los
valores usa y los mismos comentarios de los sujetos pusieron
de relieve cambios tan veloces que casi podía verlos, como si
estuviera contemplando un proceso acelerado de asociación
libre.
Por supuesto, todavía seguían presentándose algunos
aspectos problemáticos, pero lo cierto es que resultaron muy
interesantes, porque me enseñaron muchas cosas acerca del
funcionamiento de la EMDR. La niña de once años anterior-
mente mencionada, por ejemplo, había sido objeto de abusos
durante mucho tiempo y, especialmente durante las horas de
escuela, se había visto sometida a frecuentes flashbacks en
los que, según decía, el rostro de su maestro «iba transfor-
mándose hasta adquirir una apariencia amenazadora». Y lo
mismo le ocurría con la gente con la que se cruzaba al pasear
por la calle, quedándose paralizada al advertir la presencia de
ASENTANDO LOS CIMIENTOS 7

«gente rara que quiere secuestrar a un niño». Durante el tra-


tamiento, esa niña estaba demasiada asustada como para evo-
car y concentrarse en el rostro del hombre que la había
molestado, razón por la cual le pedí que imaginara la camisa
y los pantalones de ese hombre el día en cuestión y luego tra-
tase de imaginar o de ver su rostro. Éste fue un caso que me
enseñó que no es necesario, para que la EMDR resulte exito-
sa, que el cliente tenga una imagen exacta del evento traumá-
tico porque, de este modo, pudo sortear el miedo y empren-
der el tratamiento.
Un veterano llamado Tony trabajó con el recuerdo de su
esposa ingresándole en una institución mental después de su
regreso de Vietnam. Su cognición negativa era la de «no
poder controlar nada». Comenzó con un nivel de estrés de 8
usa (de un total de 10) y trabajó con el recuerdo durante
varias series de movimientos oculares hasta que alcanzó un
usa de O, lo que significaba que, cuando pensaba en el even-
to, ya no sentía nada.
Pero por más excelente que fuera el resultado, Tony toda-
vía no acababa de creerse la veracidad de la afirmación posi-
tiva «Puedo controlar fácilmente las cosas». Cuando le pre-
gunté lo que le impedía afirmar sentir un 7 en la escala de
validez cognitiva (es decir, “completamente verdadero”),
respondió: «No me lo merezco» y, cuando traté de determi-
nar de dónde procedía esa creencia negativa, me habló de
una experiencia sexual negativa con una persona que, para
él, había sido muy importante. Entonces repetimos el mismo
procedimiento con este nuevo recuerdo, lo que le permitió
conectar con el recuerdo de una ocasión en que no había
podido llevar plasma a su unidad médica en Vietnam a tiem-
Tony
po para salvar a dos hombres. Procesando ese recuerdo,
estableció entonces contacto con su problema con la autori-
nunca
dad, derivado del hecho de no haber podido complacer
72 EMDR

a su padre y, después de procesar con la EMDR su sensación


de ser un “fracasado”, pudo volver al primer recuerdo y
lograr un voc de 7 (es decir, «Puedo controlar fácilmente las
cosas»).
El caso de Tony resultó completamente normal, porque
son muchos los sujetos en los que la imagen inicial del trau-
ma deja paso a un recuerdo angustioso diferente y pone de
relieve que, bajo el síntoma manifiesto, pueden ocultarse
multitud de factores y eventos asociados. La sesión con Tony
duró 90 minutos y fue la más prolongada de todas las cele-
bradas durante el estudio que, por término medio, no llega-
ron a los 50 minutos. No había leído nada en la literatura
sobre el tratamiento de trastorno de estrés postraumático
(habitualmente descrito como duradero y refractario al cam-
bio) que me hubiese preparado para la rapidez y magnitud de
los cambios que entonces presencié. No sólo resultaba apa-
sionante observar esos cambios, sino que era como contem-
plar al microscopio el funcionamiento de la mente.
La siguiente transcripción de una sesión con la EMDR
con un veterano de Vietnam llamado Jonas, al que ya había
tratado de varias experiencias traumáticas relacionadas con
la guerra, ilustra perfectamente este proceso. El problema del
que, en esta ocasión, quería ocuparse tenía que ver con su
relación con un colaborador incompetente. Y es que, aunque
la incompetencia de un colaborador siempre resulta muy
molesta, la respuesta de Jonas estaba tan cargada de ira y
ansiedad que le imposibilitaba trabajar.
Durante la parte de la sesión que emprendimos a conti-
nuación, le pedí a Jonas que evocase el objetivo (en este
caso, el rostro del compañero incompetente) y lo mantuviera
en su mente mientras conectaba con los sentimientos angus-
tiosos que experimentaba al respecto. Entonces empezamos
la serie de movimientos. Hay que señalar que cada nueva
ASENTANDO LOS CIMIENTOS 13

tanda de movimientos oculares permite la emergencia de


nueva información que alienta la evolución de la perspectiva
del cliente hacia un estado más sano. Al finalizar cada
sesión, le preguntaba a Jonas:«¿Qué es lo que has consegui-
do?», a lo que él replicaba comentándome sus pensamientos,
sentimientos e imágenes mentales, lo que me permitía inter-
pretar la nueva información. En este ejemplo, el lector inte-
resado podrá ver también el modo de emplear la escala usa
para ayudar a Jonas a identificar la intensidad de sus senti-
mientos angustiosos.
En los siguientes capítulos presentaremos sesiones mucho
más detalladas pero por el momento, veamos el aspecto gene-
ral que suele presentar una sesión de EMDR.

FS: Empezaremos centrándonos en ese compañero de trabajo


que tan incompetente te parece. ¿Qué palabra te parece
que refleja mejor la creencia negativa que tienes sobre ti
mismo cuando piensas en él?
JONAS: Me siento impotente.
FS: ¿Y qué querrías creer en su lugar?
JONAS: Que controlo la situación.
FS: ¿Y cuán verdadera te parece esa afirmación en una esca-
la de 1 (“completamente cierta”) a 7 (“completamente
falsa”)?
JONAS: Entre 3 y 5.
FS: ¿Cuál es la emoción que sientes cuando evocas simultá-
neamente la imagen de esa persona y la expresión «Me
siento impotente»?
JONAS: Ansiedad e ira.
U
FS: ¿Cómo te sientes ahora en una escala de O a 10 (donde
es neutral y 10 es el peor sentimiento que podrías tener)?
JONAS: Un 7.
FS: ¿Y en qué parte de tu cuerpo lo sientes?
74 EMDR

JONAS: En el estómago.
FS: Piensa ahora en la expresión «Me siento impotente»,
mírale a la cara y siente su incompetencia. Céntrate en
el sentimiento, mientras sigues con tus ojos el movi-
miento de mis dedos.

En ese momento empezamos una serie de movimientos ocu-


lares, durante la cual, aunque Jonas no dijo nada, pude ver en
su rostro que estaba empezando a elaborar el problema que
tenía con su compañero de trabajo.

FS: Muy bien. Deja ahora a un lado todo eso y respira pro-
fundamente. ¿Qué es lo que ocurre?
JONAS: No lo sé. Creo que me siento un poco mejor. Antes de
llegar, pensé un poco en ello y, al menos a nivel intelec-
tual, me he dado cuenta de que... bueno, se trata del traba-
jo, llegaré tarde y algunas personas podrán molestarse,
pero así son las cosas. Quiero decir que, cuando se trabaja
con un ordenador, siempre hay alguien que llega tarde, así
que empecé a hacer algunas asociaciones al respecto.
FS: Bien. ¿Cómo te sientes (en la escala de O a 10) cuando
evocas el rostro de tu compañero y piensas en su
incompetencia?
JONAS: Probablemente un 5.
FS: Permanece ahí —dije entonces, emprendiendo otra serie
de movimientos.

Luego Jonas siguió una cadena asociativa relacionada con lo


que él llamaba “aceptación”.

JONAS: Creo que uno de los motivos que explican mi frus-


tración se debe a la posición que ocupa mi jefe, que no
le permite ver la incapacidad de mi compañero. Creo
ASENTANDO LOS CIMIENTOS 75

que le valora más que los demás porque, todos los que
pueden verle, se sienten frustrados. Es como si necesita-
se que todos vieran lo que hace y, como mi jefe no puede
verle, confío en que me necesite y me pida ayuda, para
que todos puedan darse cuenta de mi competencia.
FS: Piensa en todo eso.
Nueva serie de movimientos oculares.
JONAS: De manera lenta, pero segura, estoy empezando a
advertir que no necesito la aceptación de los demás.
Son muchas las personas que me aceptan y probable-
mente se trata de las personas que, para mí, son más
importantes. Pero todavía me resulta difícil, porque mi
jefe es uno de ellos y probablemente no tengo su acep-
tación... pero ése ya no es mi problema. [Risas.]

Adviértase que Jonas está empezando a sacar sus propias


conclusiones sin que nadie le dirija.

FS: Muy bien. Sigue pensando en eso.


Nueva serie de movimientos oculares.

JONAS: Creo que ya tengo la suficiente aceptación. Tengo


toda la que necesito. Quiero decir que, como mi jefe me
necesita, no creo que peligre mi trabajo y probablemen-
te acabe consiguiendo lo que necesito.
FS: Muy bien. Piensa en eso.
Nueva serie de movimientos oculares.
JONAS: En los próximos dos meses llevaremos a cabo un
proyecto que creo que pondrá de manifiesto mis capa-
cidades.
FS: Muy bien. Sigue pensando en eso.
Nueva serie.
JONAS: Sigo con lo mismo.
76 EMDR

Jonas regresó entonces al objetivo original.

FS: Muy bien. ¿Qué es lo que sucede cuando vuelves a evocar


el rostro del compañero que te parece incompetente?
JONAS: Me molesta. Sé que, en el futuro, seguirá frustrándo-
me, pero no creo que olvide lo que ahora estoy viendo.

Adviértase que, aunque el nivel de ansiedad de Jonas ha dis-


minuido, todavía se siente molesto. Durante la siguiente
serie, los movimientos oculares estimulan otros recuerdos
asociados a la “incompetencia” que ponen de manifiesto el
impacto que tuvo en Jonas la experiencia de la guerra de
Vietnam, donde la incompetencia estaba indisolublemente
unida a la muerte.

FS: Evoca nuevamente su rostro y siente su incompetencia.


Nueva serie de movimientos.

JONAS: Lo que me viene a la mente es que, en este caso, el


listón no está muy alto. ¿Qué importa, a fin de cuentas,
que yo esté en lo cierto y que mi compañero sea real-
mente un incompetente y le elijan a él y lo fastidie
todo? [Risas de Jonas.] Quiero decir que, en el peor de
los casos, siempre podemos comenzar de nuevo.
FS: Así es. Sigue pensando en eso.
Nueva serie de movimientos.
JONAS: Hummm... Está bien saberlo, está bien pensar en lo
que nos jugamos y darnos cuenta de que sólo se trata de
un montón de ordenadores. Las cosas serían muy dis-
tintas si alguien muriese por ello. ¡Eso sí que sería irre-
versible!
FS: ¿Qué sucede cuando te mantienes en esa imagen?
JONAS: ¡Me resulta más bien cómico!
ASENTANDO LOS CIMIENTOS 7

FS: Sí.
JONAS: Quiero decir que es una persona muy brillante, es
una persona muy capaz, pero cuando veo el tipo de
errores que comete, me resultan muy cómicos, porque
son los mismos en los que incurriría cualquier aprendiz.
Ya sabes, descubres un problema y sólo lo resuelves
parcialmente. Hay un problema gigantesco y vas y ¡sí!
¡perfecto, lo resuelves!, porque era lo único que podías
hacer. [Risas de Jonas.] Y resulta que estás tan excitado
por haberlo descubierto que pretendes ser el único. Y
los demás también lo ven y resulta que finalmente ellos
han hecho mejor las cosas. Creo que siempre han esta-
do riéndose de mí entre dientes. Ya sabes... «¿Qué
quieres que haga en el nivel en el que se encuentra?».
Ellos lo harían mejor, pero todos ellos lo ven también y
me parece desproporcionado que crea que puede resol-
ver los problemas del mundo.
FS: Muy bien. Sigue pensando en eso.
Nueva serie de movimientos.
JONAS: Sigo igual.
FSaPerfecto:
JONAS: Sí. Me parece bien. Me parece muy bien no seguir
atrapado en la frustración y la ira... en la que he estado
sumido la última semana. Me había perdido y me sen-
tía completamente impotente al respecto. Y por más que
trataba de despegarme, no podía conseguirlo.

Aunque esta parte de la sesión sólo requirió, incluidos las


nueve series breves de movimientos oculares, unos cinco
minutos, tuvo un impacto muy poderoso en Jonas, que no
sólo cambió el modo en que sentía y pensaba sobre su com-
pañero de trabajo, sino que también modificó su conducta
a
con respecto a él. Cuando, siete años más tarde, volví a ver
78 EMDR

Jonas y le pregunté cómo se encontraba, me respondió con


toda naturalidad: «Me hizo mucho bien darme cuenta de que
ya no estaba en Vietnam».
El problema al que se enfrentan muchas víctimas del trau-
ma es que las experiencias angustiosas del pasado (incluidos
los sentimientos, las creencias, las sensaciones físicas y las
conductas) permanecen “atrapadas” en el sistema nervioso y
gobiernan, como si de un titiritero se tratara, las reacciones
del sujeto ante los avatares que le depara la vida. En el caso
de Jonas, la intensidad de su enfado con su compañero de tra-
bajo se asentaba en sus experiencias de la guerra de Vietnam.
Este tipo de sesiones EMDR me demostraron claramente que
las experiencias traumáticas previas se hallan, de algún modo,
relacionadas con el presente, una observación que me ayudó
a perfeccionar los protocolos de la EMDR que veremos con
más detenimiento en los próximos capítulos.

Durante el invierno y la primavera de 1988 llevé a cabo


sesiones de seguimiento un mes y tres meses después del tra-
tamiento con cada uno de los 22 sujetos que habían pasado
por la EMDR. Fue precisamente en esa coyuntura crítica
cuando verifiqué si los efectos positivos del tratamiento
EMDR perduraban y si los sujetos seguían informando de la
presencia de algún cambio en sus síntomas.
El primer sujeto al que entrevisté, un veterano de Vietnam
que llevaba 21 años sufriendo flashbacks y pesadillas recu-
rrentes, me dijo que, después del tratamiento, sólo había teni-
do una pesadilla. Aunque el sueño incluía a un intruso arma-
do con un cuchillo entrando a rastras en el búnker en que se
ocultaba, y me dijo que «se trataba de una imagen bastante
inquietante», también señaló que había descubierto que el
rostro del asaltante era el suyo y que «la persona que trataba
de degollarme era yo». Jamás volvió a tener ese sueño.
ASENTANDO LOS CIMIENTOS 79

Otro sujeto, un terapeuta que, cuando era niño, había sido


objeto de abusos y tenía un largo historial de pesadillas que se
repetían con una frecuencia de una a dos por semana, se había
centrado, durante las sesiones de tratamiento, en uno de sus
sueños recurrentes. Según me dijo, durante la noche posterior
al EMDR tuvo una de sus pesadillas habituales en la que se
había visto perseguido por samurais que trataban de matarle.
Pero en esa ocasión, sin embargo, se enfrentó y «se postró
ritualmente» ante ellos, que le devolvieron entonces el salu-
do, antes de «recuperar fuerzas y marcharse juntos». La espo-
sa del terapeuta confirmó que, desde ese día, dejó de dar vuel-
tas en la cama y se mostró mucho más relajado. Este tipo de
experiencias me enseñaron el extraordinario poder moviliza-
dor de la imaginería onírica. Desde entonces, cada vez que un
cliente me habla de una pesadilla angustiosa recurrente, ése
se convierte en uno de nuestros primeros objetivos.
Tony, el veterano de Vietnam que había asistido a la
emergencia de tres experiencias traumáticas durante su
sesión EMDR, me informó de la desaparición de sus ataques
de pánico cotidianos. Durante el mes que siguió al tratamien-
to, sólo tuvo un ataque y, según dijo, jamás volvió a experi-
mentar flashbacks, ni se vio obligado a buscar cobijo cuando
los aviones sobrevolaban su cabeza y, por primera vez en tres
años —agregó, con una sonrisa—, pudo conseguir y mantener
una erección.
La madre de la niña que se había visto agredida me dijo
que su hija ya no se despertaba gritando en medio de la
noche y que su rendimiento escolar estaba mejorando. (Años
más tarde me enteré de que el agresor había salido de la cár-
cel y que, al verle, la niña, ahora ya una adolescente, se había
encarado a él en una tienda espetándole: «¿Y a ti quién te ha
dejado salir?».)
Durante esas entrevistas de seguimiento descubrí el efec-
80 EMDR

to generalizador de la EMDR. Recuerdo, por ejemplo, en


este sentido, el caso de una mujer que había trabajado el
recuerdo de haber sido molestada por su padre. Cuando,
durante la sesión de seguimiento, le pedí que evocase men-
talmente ese recuerdo, el miedo y la ansiedad habían desapa-
recido, pero todavía se sentía indignada. Entonces le pedí
que evocase otra ocasión en que la hubiera molestado y, aun-
que no se había centrado en ese recuerdo concreto durante la
sesión de EMDR, señaló que la ansiedad había dejado paso
a una mezcla de indignación y miedo. El trabajo con la
EMDR me permitió advertir este efecto generalizador, lo que
significa que no es preciso centrarse aisladamente en todos
los recuerdos paralizantes, porque el efecto positivo de la
EMDR acaba expandiéndose a eventos similares a los que
van elaborándose.
En términos generales, los resultados de las entrevistas de
seguimiento fueron espectaculares. La ansiedad que los suje-
tos mostraban hacia sus traumas seguía manteniéndose baja
y las sensaciones positivas sobre sí mismos permanecían ele-
vadas. También desaparecieron los síntomas presentes al
comienzo del estudio, un hecho que tuve la ocasión de veri-
ficar hablando, en todos los casos menos cuatro (en los que,
por cierto, no puede encontrar a una persona que pudiera
corroborar la veracidad del cambio), con el terapeuta del
sujeto o un miembro de su familia.
Pero también debo señalar la existencia de una excepción
muy notable, el caso de Marie, una víctima de violación
cuyo nivel de ansiedad se había intensificado considerable-
mente. Su usa (que había comenzado en 8 en la escala de 10)
pasó de una puntuación de O inmediatamente después del
EMDR a 4 en la sesión de seguimiento que se produjo un
mes después del tratamiento. Cuando le pedí que me comen-
tara algo al respecto, Marie me dijo que unos amigos acaba-
ASENTANDO LOS CIMIENTOS 81

ban de decirle que el violador volvía a merodear por la zona


y temía que tratase, como la había amenazado, de volver a
violarla. Según dijo, aunque los pensamientos angustiosos
hubieran desaparecido y se sintiera más desapegada y con un
mayor control, consideraba, dada la situación, “muy realista”
su nivel de ansiedad. Ése fue uno de los primeros indicios
que tuve de que cuando los sentimientos negativos resultan
apropiados, la EMDR no siempre desensibiliza al sujeto.
Éste es un punto que me parece muy importante porque con-
sidero que, en ciertas ocasiones, el hecho de sentir miedo o
de estar enfadado tiene mucho sentido —y constituye una res-
puesta completamente adaptativa, porque ese nivel de ansie-
dad remanente es el que obligaba a esta paciente a prestar
atención a las puertas y a no pasear sola de noche.
Este tipo de respuestas rápidas y adaptativas parecen signi-
ficar que, de algún modo, la EMDR está sirviéndose del siste-
ma psicológico de la persona para facilitar la emergencia de la
sabiduría y la salud innatas. Son muchas, pues, las cosas que
ocurren además de la desactivación de las emociones negati-
vas. Mis sujetos parecían contemplar su sufrimiento pasado en
el contexto de toda su vida, lo que les permitía advertir que sus
recuerdos no eran más que una parte muy pequeña —aunque no
por ello menos dolorosa= de la totalidad. De este modo, el sig-
nificado de la experiencia cambia, por ejemplo, de «Esto me
sucedió porque soy un perdedor» a «A fin de cuentas, no era
más que un niño e hice las cosas lo mejor que pude». Así pues,
no sólo habían hecho las paces con sus traumas, sino que tam-
bién habían recuperado la paz.
Como este proceso curativo se originaba en el interior, mi
función consistía simplemente en actuar como guía, orienta-
ción y testigo, pero en modo alguno, causante de los cambios
sus
que experimentaban. Yo no les había hablado a través de
cues-
miedos, ni había analizado sus sueños. Y tampoco había
82 EMDR

tionado repetidamente sus creencias más tenaces, irracionales


y negativas, ni les había sugerido cómo debían interpretar las
cosas. De hecho, las comprensiones de los sujetos habían
seguido su propio discurso lógico (y emocionalmente sano)
pasando, por ejemplo, de «Yo tengo la culpa» a «Era muy
joven», «Hice las cosas lo mejor que pude» y, finalmente,
«La culpa no fue mía. Ahora me encuentro bien».
Era evidente, pues, que las personas estaban sirviéndose
de la EMDR para curarse a sí mismas. El resultado de mi
estudio se publicó en 1989 en el Journal of Traumatic Stress
y en el Journal of Behavioral Therapy and Experimental
Psychiatry.*Hoy en día, seis años más tarde se han llevado a
cabo estudios independientes objetivos sobre cientos de suje-
tos que no hacen sino corroborar mis descubrimientos origl-
nales.?
¿Qué es lo que facilita el rápido funcionamiento de la
EMDR? No cabe la menor duda de que la EMDR es una
terapia compleja y de que son muchas, en consecuencia, las
variables que intervienen determinan su eficacia. La verdad
es que todavía no sabemos exactamente lo que provoca el
movimiento de los ojos. Y, aunque se hayan escuchado
varias sugerencias interesantes y se hayan esbozado algunas
posibles hipótesis, los científicos todavía desconocen dema-
stadas cosas sobre los complejos procesos cerebrales impli-
cados como para corroborar la veracidad de algunas de ellas.
Mi primera teoría se basaba en la obra de Ivan Pavlov.* En
1927, Pavlov esbozó la existencia, en el cerebro, de un equi-
librio excitatorio-inhibitorio que se ocupa de activar el proce-
samiento normal de la información. Cualquier desequilibrio
(o sobreexcitación) en este sentido desencadena una patolo-
gía neuronal, un problema en los circuitos, por así decirlo.
Según Pavlov, en consecuencia, el modo más adecuado de
recuperar el funcionamiento normal y curar una neurosis con-
ASENTANDO LOS CIMIENTOS 83

siste en recuperar el equilibrio entre excitación e inhibición.


Aunque pocas personas siguen empleando hoy el término
“neurosis” —que, en el campo de la psicología, ha quedado
obsoleto— cabe la posibilidad de que la teoría pavloviana
pudiera aplicarse a la EMDR. Quizás el trauma provoque una
sobreexcitación del sistema nervioso y tal vez los movimien-
tos oculares desencadenen un efecto inhibidor (una relaja-
ción) que se encarga de reestablecer el equilibrio.
Esta teoría puede explicar también lo que sucede durante
la fase REM del sueño. Existe cierta evidencia de que los
movimientos oculares rápidos que se producen durante algu-
na de las fases del sueño favorecen la elaboración de las expe-
riencias. Quizás, cuando los recuerdos angustiosos aparecen
en los sueños, los movimientos oculares rápidos vayan acom-
pañados de un efecto relajante que facilita el procesamiento
de la experiencia.” Quizás el efecto se deba, yendo un paso
más allá, a lo que Joseph Wolpe denominó “inhibición recí-
proca”, el elemento responsable de la liberación de la ansie-
dad provocada por la desensibilización sistemática.*
Recordemos que la desensibilización sistemática se ocupa de
descondicionar al cliente de su miedo (como, por ejemplo, el
miedo a volar), enseñándole primero a llevar a cabo una rela-
jación muscular profunda en presencia de una versión leve
del objeto temido concreto (como la imagen de un aeroplano,
por ejemplo) para pasar luego progresivamente a versiones
más intensas (como imaginarse, por ejemplo, en un aeropuer-
to) y llegar, finalmente, a una versión mucho más intensa (en
la que el sujeto, por ejemplo, se imagina instalado ya en su
asiento del avión). La teoría afirma que la relajación muscu-
lar profunda inhibe la ansiedad de baja intensidad y, en la
medida en que van tratándose los niveles inferiores, disminu-
ye también la intensidad de la jerarquía del miedo. De este
de
modo, al cabo de varias sesiones de tratamiento, la imagen
84 EMDR

estar en un avión acaba desensibilizándose y va acompañada


de una considerable reducción de la ansiedad.
En su momento esbocé que los movimientos oculares del
sueño quizás inhibían recíprocamente el estrés. Si la angustia
de la persona es lo suficientemente leve (como sucede en las
preocupaciones cotidianas), quizás los movimientos oculares
que se dan durante el sueño puedan compensarla. Esto podría
explicar la experiencia común de ir a dormir preocupado por
algo y contemplar, a la mañana siguiente, las cosas de mane-
ra diferente. Pero si la preocupación es excesiva, quizás neu-
tralice el efecto de los movimientos oculares. Tal vez ésa sea
la razón que explique que los veteranos de guerra despierten
en mitad de una pesadilla en lugar de completarla.
Son muchos los “quizás” de mi teoría original REM, pero,
a pesar de ello, seguí desarrollándola. Lamentablemente, los
investigadores decidieron entonces que los movimientos ocu-
lares que suceden durante el sueño sólo reflejan el proceso de
escaneo del soñante del entorno onírico. Hubo que esperar
hasta 1994 para que otros estudios concluyesen que la tasa de
sueño REM estaba relacionada con la intensidad de las emo-
ciones negativas presentes en el sueño.'” Antes de eso, la
comunidad psicológica desconfiaba de mi hipótesis y consi-
deraba erróneas tanto mi teoría como mi aplicación de la teo-
ría pavloviana.
Pero debo mencionar que un par de equipos de psiquiatras
(de Australia e Inglaterra) han acabado esbozando teorías
similares, basadas también en la obra de Pavlov, para explicar
el éxito de la EMDR." Según estos autores, es posible que la
evolución de los mamíferos les haya llevado a desarrollar un
reflejo que les permite observar el peligro y que la excitación
resultante desencadene la respuesta de lucha o de huida. En su
opinión, los movimientos oculares de la EMDR estimulan un
mecanismo innato asociado que inhibe esa respuesta, provo-
ASENTANDO LOS CIMIENTOS 85

cando una rápida reorientación psicológica que va acompaña-


da de una sensación de seguridad. Por el momento, sin embar-
go, todas esas no son más que meras hipótesis cuya veracidad
todavía debe ser corroborada por la investigación.
Otra posible explicación me fue sugerida en 1987 por un
neurobiólogo que había estado estudiando la memoria de las
ratas aplicando repetidas descargas eléctricas de bajo voltaje a
electrodos implantados en sus cerebros.'* Esta corriente, en su
opinión, provocaba un cambio en el potencial sináptico (la
carga eléctrica que existe en el espacio que separa los recepto-
res cerebrales) que quizás esté directamente relacionado con el
procesamiento de la memoria. Según me dijo, el movimiento
ocular podía estar provocando el mismo efecto, algo que me
pareció —y todavía sigue pareciéndome— muy razonable. En
este sentido, la activación neuronal provocada por los movi-
mientos oculares rápidos (como una corriente de bajo voltaje)
puede provocar un efecto inhibidor en la ubicación del recuer-
do traumático que corrija la patología neuronal, y también es
posible que lo mismo suceda durante la fase REM del sueño.
En los siguientes capítulos veremos algunas de las teorías
recientemente esgrimidas que, sin embargo, aún no han sido
corroboradas. Éste es un punto que la investigación todavía no
ha resuelto, y quizás tengan que pasar años antes de que se
desarrollen procedimientos neurobiológicos lo suficientemen-
te precisos como para proporcionarnos esas respuestas. Pero la
falta de una explicación veraz no debería impedir que las per-
sonas que sufren puedan beneficiarse ya de la EMDR. Son
numerosos los descubrimientos científicos que se utilizan
mucho antes de ser perfectamente comprendidos. Fue necesa-
rio que transcurrieran 40 años, por ejemplo, para entender el
funcionamiento de la penicilina, pero ello no impidió que,
durante todo ese tiempo, los médicos se sirvieran de ella con
el fin de curar a sus pacientes.
86 EMDR

Así pues, aunque no podamos ofrecer una explicación con-


cluyente del funcionamiento de la EMDR, sí que podemos,
sin embargo, describir lo que parece estar sucediendo. Para
ello he desarrollado una teoría a la que llamo modelo del pro-
cesamiento acelerado de la información." Y a pesar de que,
como sucede con la mayoría de los modelos, no sea más que
una mera hipótesis, parece corresponderse perfectamente
con lo que afirman los neurobiólogos sobre la fisiología
cerebral. En los próximos capítulos veremos algunas aplica-
ciones de este modelo a la práctica clínica y echaremos tam-
bién un vistazo a la investigación que parece apoyarlo.
Cada uno de nosotros dispone de un sistema de procesa-
miento de información que está orientado al mantenimiento
de la salud mental y se ocupa de procesar los eventos angus-
tiosos. Cuando sucede algo desagradable, pensamos, habla-
mos y soñamos sobre ello hasta que deja de preocuparnos,
momento en el cual podríamos decir que hemos llegado a
una “solución adaptativa”. Así es como vamos aprendiendo
los aspectos útiles de la experiencia (como el peligro que
supone caminar por una calle poco iluminada) y los almace-
namos en nuestro cerebro junto a la emoción adecuada para
que, en el futuro, pueda servirnos de guía. Del mismo modo
descartamos también lo que resulta inútil, como las emocio-
nes, sensaciones físicas y creencias negativas sobre uno
mismo derivadas del evento.
Pero cuando sucede un acontecimiento traumático, este
sistema de procesamiento innato puede fallar y, en tal caso,
nuestra percepción del evento (que vimos, oímos, sentimos,
etcétera) puede quedarse atrapada en nuestro sistema nervio-
so en la misma modalidad en que lo experimentamos. Estas
percepciones sin procesar acaban manifestándose en forma
de las típicas pesadillas, flashbacks y pensamientos obsesivos
que acompañan al TEPT. Durante la EMDR pedimos al suje-
ASENTANDO LOS CIMIENTOS 87

to que piense en el evento traumático y estimulamos su siste-


ma de procesamiento de información para que pueda proce-
sar y “digerir” adecuadamente la experiencia traumática. En
la medida en que se lleva a cabo ese proceso de “digestión”,
el sujeto desarrolla comprensiones, establece las asociaciones
necesarias, aprende lo que resulta útil y recupera las emocio-
nes apropiadas.
La EMDR puede activar rápidamente el sistema de pro-
cesamiento de la información y el proceso de recuperación
psicológica puede resultar entonces tan veloz como el proce-
so de rehabilitación de un trauma físico. El cuerpo de la per-
sona que ha sido violada, por ejemplo, puede entrar en shock,
sangrar o temblar, pero si recibe el tratamiento adecuado,
puede recuperarse en cuestión de días o semanas. ¿Por qué
habría de necesitar la mente más tiempo para curarse? ¿No
depende acaso nuestra mente del estado fisiológico del cere-
bro que, obviamente, forma también parte del cuerpo? Creo
que la EMDR permite que el sistema de procesamiento de la
información cerebral establezca contacto con el evento que
ha sido mal almacenado. Y cuando se pone en marcha este
proceso de curación natural, el trauma acaba digiriéndose y
las heridas mentales pueden curar con tanta rapidez como lo
hacen las lesiones corporales.
La EMDR no se limita a la curación de los grandes trau-
mas, y, en consecuencia, el modelo del procesamiento acele-
rado de la información permite que los terapeutas puedan
ayudar a personas que sufren problemas muy diversos. Dos
de las primeras cuestiones que suelo preguntar a mis clientes
son las siguientes: «¿Qué haces que no quieras hacer?» y
«¿Qué es lo que no puedes hacer?», cuyas respuestas me
ayudan a adentrarme en las causas presentes de la desespera-
ción y del “malestar”. Y a menos que la queja psicológica
esté causada por factores estrictamente orgánicos O químicos
88 EMDR

(como sucede en el caso del daño cerebral propio de algunas


formas de esquizofrenia), probablemente se base en la histo-
ria personal. Las experiencias vitales tempranas, muchas de
las cuales se produjeron durante la infancia, es decir, en una
época previa a toda posibilidad de elección, parecen ser una
de las razones clínicas primordiales que explican la persis-
tencia de algunas formas de depresión, fobia, ansiedad,
estrés, baja autoestima, dificultades de relación y adicciones.
En los siguientes capítulos espero poder demostrar la utili-
dad de la EMDR para resolver rápidamente muchos de esos
problemas.
Aunque la mayoría de los clientes presentados en este
libro han experimentado traumas mayores, los principios
curativos expuestos son aplicables a todos ellos. Uno de mis
objetivos al escribir este libro consiste en desmitificar el por-
qué, el qué y el cómo de la terapia. Después de leer estos
relatos, el lector entenderá por qué aparecen los síntomas y
lo que sucede cuando cambian y, lo más importante de todo,
podrá entender que, independientemente de lo predecibles y
comprensibles que sean, detrás de todos los síntomas hay un
individuo único que puede hacerlos florecer. Este libro, en
suma, nos permite investigar el entramado universal de la
mente y celebrar también el triunfo del individuo.
3. EL ESPÍRITU Y LA ESPADA:
EL LEGADO TRÁGICO
DE LA GUERRA

«Honramos a nuestros guerreros porque son valientes y porque


la visión de la muerte en el campo de batalla les lleva a reconocer
y respetar la grandeza de la vida.»
WINNEBAGO ELDER

Cabe destacar, de entre los resultados iniciales más especta-


culares de la EMDR, la eficacia que demostró en el trata-
miento de veteranos de la guerra de Vietnam que, 15 años
después de haber regresado a casa, seguían padeciendo sín-
tomas de TEPT. Cuando en 1988 crucé por vez primera el
umbral de un centro de la Veterans Administration (VA), me
sorprendió descubrir el gran número de personas (tanto hom-
bres como mujeres) que todavía sufrían las consecuencias de
la guerra y enterarme de que el porcentaje de quienes acaba-
ron desarrollando un auténtico TEPT casi alcanzaba el 33%.
Hoy en día, más de 20 años después de haber firmado el
armisticio, la mitad de ellos todavía padece alguna que otra
secuela de esa experiencia.'
Es importante subrayar que los síntomas de los trastornos
psicológicos, incluido el TEPT, son extrapolaciones de con-
ductas que a todos nos afectan. No es nada infrecuente, por
90 EMDR

ejemplo, que cuando nos enfadamos con una persona que


nos importa, nos descubramos dándole vueltas, lo queramos
o no, a esa situación. En tales casos, nuestra mente se ve
asaltada, en el momento más insospechado —como cuando
estamos trabajando en la oficina o después de escuchar un
comentario casual en televisión—, por imágenes mentales
relativas a la escena o por la ira, la ansiedad, el miedo, o lo
que fuese que experimentásemos en esa situación. Al cabo de
un tiempo, sin embargo, la cuestión deja de preocuparnos y
ya no volvemos a pensar más en ello. En el caso del TEPT,
no obstante, los pensamientos obsesivos y angustiosos no se
desvanecen con el simple paso del tiempo y pueden perdurar
años y años. Por eso, quienes padecen TEPT pueden desper-
tarse gritando en mitad de la noche soñando la misma pesa-
dilla recurrente día tras día, mes tras mes e incluso año tras
año. Imagine lo que podría suponer verse obligado a revivir
una y otra vez el momento en que explotó una bomba o la
muerte de un buen amigo. Es como si, en tal caso, el cerebro
se hallase atrapado en un estado de shock y se viese obliga-
do a revivir una y otra vez las mismas escenas, en el momen-
to más inesperado y sin importar que uno esté despierto o
dormido. Y hay veces en los que la intensidad de los senti-
mientos experimentados durante esos flashbacks es tal que el
sujeto llega a creer que está reviviendo la situación.
En todos esos casos, el trauma del combate permanece
fijado en el sistema nervioso del sujeto y se ve reactivado
casi a diario por un sonido intenso, un sueño recurrente, el
dolor físico o las meras vicisitudes de la vida cotidiana. En
la cabeza de esas personas resuena entonces el estallido de
las bombas, las imágenes de los amigos despedazados, los
gritos de auxilio a los que no pudieron responder y los ros-
tros de las personas que perdieron la vida. Es como si esos
soldados se vieran obligados a seguir caminando por los sen-
EL ESPÍRITU Y LA ESPADA 91

deros minados de un escenario bélico que el resto del mundo


olvidó hace ya mucho tiempo.
Hace mucho tiempo que los médicos conocen el impacto
psicológico de la guerra. En 1871, Jacob Mendes Da Costa
llevó a cabo un estudio sobre los veteranos de la guerra civil
que se quejaban de los síntomas de una angina de pecho sin
evidencia alguna de enfermedad cardíaca, una enfermedad
para la que no pudo encontrar remedio alguno y a la que
denominó corazón irritable. Después de la 1Guerra Mundial,
este fenómeno clínico se vio rebautizado como corazón de
soldado o shellshock, un término cuyo significado literal se
refiere a las consecuencias psicológicas de las conmociones
cerebrales provocadas por el estallido de los proyectiles de
artillería.
Durante la II Guerra Mundial, los psiquiatras identifica-
ron con el nombre de neurosis de guerra al estrés emocional
duradero que presentaban los veteranos de guerra. Para
muchos, ese nombre refleja la creencia freudiana de que la
verdadera causa del sufrimiento del paciente reside en la his-
toria infantil o en la predisposición psicológica del sujeto
que la guerra no ha hecho sino poner de manifiesto. Hasta los
años 1970s, la mayoría de los profesionales de la salud men-
tal creían que la persona normal podía enfrentarse sin proble-
mas a cualquier tipo de estrés bélico, pero esa línea de pen-
samiento no hizo sino estigmatizar cualquier expresión del
trauma. Por eso, los veteranos que se atrevían a revelar su
sufrimiento se veían rápidamente descalificados como débi-
les o anormales. No es de extrañar que, en tales condiciones,
generaciones enteras de soldados falleciesen llevándose con-
sigo a la tumba la gravedad de sus lesiones psicológicas.
Pero hubo, sin embargo, quienes no pudieron mantener
silencio. Fueron muchos los veteranos de guerra que, al fina-
lizar la II Guerra Mundial, empezaron a engrosar las filas de
92 EMDR

los pacientes de los hospitales de la VA víctimas de esta


enfermedad psicológica a la que actualmente se conoce
como fatiga de combate. Aun hoy en día, los veteranos de la
II Guerra Mundial y de la guerra de Corea siguen llamando
a las puertas de los hospitales de la VA aquejados del sufri-
miento provocado por los recuerdos traumáticos. Y es que la
jubilación parece alentar los mismos sentimientos de aisla-
miento y falta de control que experimentaron en el campo de
batalla y desencadenar las mismas espantosas imágenes
mentales asociadas que se vieron obligados a vivir.
No obstante, a pesar del reconocimiento logrado por esta
enfermedad, fueron muchos los profesionales de la salud que
siguieron minimizando los efectos del combate. En 1968,
cuando la guerra de Vietnam se hallaba en pleno apogeo, el
trauma de combate era tan raro que la nueva edición del
manual diagnóstico oficial de la American Psychiatric
Association acabó descartando cualquier mención a los tras-
tornos de estrés.* Poco tiempo después, sin embargo, de la
publicación del manual, el número de soldados emocional-
mente destrozados por su paso por Vietnam que acudían a los
centros de apoyo de veteranos alcanzó cotas inauditas, porque
esa guerra parecía estar afectando a una cantidad mucho
mayor de militares (tanto hombres como mujeres) que cual-
quier otra contienda anterior. Quizás ello se debiera a la
mayor inexperiencia de las tropas, ya que la mayoría de los
soldados desplegados por los Estados Unidos en Vietnam
tenían entre 18 y 19 años. Otro factor desencadenante tal vez
haya que buscarlo en la caótica situación política de Vietnam
y en la falta de objetivos claros, una situación muy distinta a
los patrióticos objetivos establecidos durante la II Guerra
Mundial. Además, la actitud con que fueron recibidos al
regresar a casa los veteranos de Vietnam no tenía nada que
ver con los desfiles triunfales que dieron la bienvenida a quie-
EL ESPÍRITU Y LA ESPADA 93

nes habían luchado en las contiendas anteriores. Cuando los


soldados que lucharon en Vietnam regresaron, se encontraron
con una sociedad civil que los menospreciaba. Algunos fue-
ron literalmente recibidos por multitudes que los insultaban y
recriminaban su conducta con expresiones manifiestamente
antibelicistas. Han sido muchos los veteranos que, años más
tarde, todavía lloraban al relatarme esas escenas.
Fueron necesarios otros 12 años y la revisión de 1980 del
manual oficial de diagnóstico psiquiátrico para que el sufri-
miento de los veteranos de Vietnam se viese reconocido y
etiquetado formalmente como TEPT del que, por fin, acaba-
ron diagnosticados casi un millón de los hombres y mujeres
que sirvieron en Vietnam. Veinte años después, la mitad de
ellos todavía seguía padeciendo el trastorno* y un 11% adi-
cional (cerca de 400.000 personas) todavía sufre de algunos
de los síntomas del TEPT, como pensamientos obsesivos,
pesadillas y flashbacks.
Pero el reconocimiento oficial y generalizado de una
enfermedad psicológica no implica su comprensión. Á fina-
les de los años 1980s, los profesionales de la psicoterapia
todavía no se ponían de acuerdo en el modo más adecuado
de tratar el TEPT. Lo único en lo que todos coincidían era
que se trataba de un síndrome muy difícil de curar y que eran
muy pocos los que abandonaban la consulta o el hospital
completamente liberados de sus síntomas.
La controversia entre las diferentes escuelas de psicología
no es nada nuevo. Tengamos en cuenta que aunque su tasa de
curación era excepcionalmente baja, los distintos tipos de
terapia siempre han hecho lo que mejor sabían. Los terapeu-
tas psicodinámicos insistían en que, para Superar el pasado,
los veteranos traumatizados necesitaban “hablar”. Los tera-
peutas de conducta, por su parte, consideraban que el simple
hecho de hablar es una pérdida de tiempo y que lo que el
94 EMDR

sujeto debía hacer era descondicionarse de las viejas, inapro-


piadas y automáticas respuestas de combate con las que tra-
taba de enfrentarse a los problemas suscitados por la vida
civil. Los terapeutas cognitivos, por su parte, se centraban en
las creencias negativas que los veteranos tenían sobre sí mis-
mos y trataban de enseñarles, en consecuencia, a pensar en el
trauma de manera diferente, y los farmacoterapeutas, por
último, seguían, como siempre, recetando antidepresivos y
ansiolíticos.
Pero ninguno de esos enfoques resolvía completamente el
problema. Miles de veteranos de guerra probaron, durante
dos décadas, las distintas modalidades de terapia que, en la
mayor parte de los casos, no hicieron mella alguna en su
sufrimiento. Y según afirman algunos directores de los cen-
tros de tratamiento del TEPT, cada año que pasa resulta más
difícil cambiar las cosas.

Cuando conocí a Eric Smith, era un pulcro, afable y educa-


do programador informático que estaba a punto de cumplir
40 años. También había servido como marine en Vietnam y
llevaba 20 años sumido en una lucha infernal con la depre-
sión, el insomnio, las ideas obsesivas, la sensación de culpa-
bilidad y las pesadillas recurrentes, una situación que trataba
de amortiguar abusando del alcohol y de las drogas. Eric
acabó convirtiéndose, para mí, en un símbolo de los miles de
hombres y mujeres que se quedaron atrapados en las garras
de la guerra de Vietnam. La primera vez que le vi, el sufri-
miento de este hombre extraordinario me conmovió profun-
damente.
Un año después de salir del instituto, la tranquila vida de
Eric que, por aquel entonces, tenía 19 años y vivía con sus
padres en Santa Barbara (California), se vio sacudida por un
vendaval que acabó arrastrándole al otro extremo del mundo.
EL ESPÍRITU Y LA ESPADA 95

El presidente Lyndon B. Johnson había aceptado la petición


del comandante general William Westmoreland de aumentar,
a finales de ese año, a 542.000 personas el contingente de
tropas estadounidenses desplegados en Vietnam. La escalada
de la guerra había comenzado y, en junio de 1967, Eric fue
llamado a filas.
Al enterarse de la noticia, Eric no se inmutó, porque el
médico que atendía a la familia le había asegurado que su
tímpano perforado y su úlcera le librarían del alistamiento
forzoso, pero no sólo superó el reconocimiento físico, sino
que a las pocas horas se hallaba en un avión camino del cam-
pamento de Fort Bliss (Texas) sin haber tenido tiempo
siquiera para hacer la maleta, coger el cepillo de dientes y la
maquinilla de afeitar y llamar a su madre para decirle que esa
noche no iría a cenar.
Siete meses más tarde, en enero de 1968, el avión que
transportaba al soldado de primera clase Eric Smith, de la
199* compañía de infantería ligera, aterrizó en el bochorno-
so clima de Saigón. La infame ofensiva Tet estaba a punto de
comenzar pocas semanas después, el 31 de enero. Eric no
sabía nada de Vietnam y menos todavía de la guerra. «No era
más que un muchacho que cumplía órdenes —me dijo—.
Cuando el ejército me dijo: “Tienes que ir a Vietnam” sim-
plemente cumplí con el programa que me habían designado.
¿Tenía acaso otra alternativa? Cuando aterricé en Vietnam,
pensé: “Sí, es terrible pero estaré aquí el tiempo que tenga
que estar, haré lo que tenga que hacer y luego volveré a
casa” .»
Poco después de su llegada, Eric recibió un permiso para
volver a los Estados Unidos, porque su padre, con el que
siempre había tenido problemas de relación, acababa de ser
diagnosticado de un grave cáncer de pulmón. Tres semanas
después, sin embargo, su padre murió y, a los tres días, Eric
96 EMDR

se hallaba de nuevo en territorio vietnamita. Cuando el avión


despegó, un sargento que viajaba junto a él le dijo: «Ahora
que tú padre ha muerto vamos a por los vietnamitas».
Su bautismo de fuego sucedió un mes después de haber
llegado al país. Su compañía había sido enviada a patrullar
por el cauce de un río cuando Eric cayó súbitamente en cuen-
ta de la ausencia de su compañero Paul, el único hombre del
pelotón que se había apiadado del asustado recluta y le había
enseñado cómo funcionaba todo. Pero cuando se dio la vuel-
ta, dispuesto a buscar a Paul, escuchó el grito del teniente
diciendo: «¡Quédate donde estás! ¡Que nadie retroceda!».
Poco después descubrieron el cuerpo de Paul y Eric fue el
encargado de meter cuidadosamente el cadáver de su amigo
en una bolsa y llevárselo a hombros hasta el helicóptero.
Pero el infierno no había hecho más que empezar. Una
noche en que su compañía cayó en una emboscada y estaba
siendo diezmada por el fuego de mortero, Eric tuvo que lla-
mar por radio solicitando cobertura de artillería que podía
arrasar una aldea próxima en la que vivían muchas mujeres
y niños. A la mañana siguiente, su compañía tuvo que mar-
char muy temprano, y aunque no tuvo ocasión de enterarse
de las bajas provocadas por ese ataque, le horrorizaba pensar
en ello. Otra noche vio cómo varios compañeros dejaron
escapar deliberadamente a un prisionero vietcong para aca-
bar acribillándole luego con sus M16. En otra ocasión reci-
bió la orden de seleccionar y entrenar a un recluta que le sus-
tituyera como avanzadilla mientras él estaba descansando,
pero no logró sobrevivir a la primera misión. Finalmente, un
día de septiembre de 1968 en el que formaba parte de una
patrulla de tres hombres, pisó una mina y se vio arrojado por
los aires a más de seis metros de altura. La metralla atravesó
el cráneo del soldado que le precedía y reventó el pecho y el
abdomen del que iba detrás, acabando con la vida de ambos.
EL ESPÍRITU Y LA ESPADA 97

La granada convirtió las piernas de Eric en jirones sanguino-


lentos, una acción que le hizo merecedor del Corazón
Púrpura y le dejó inmovilizado en una silla de ruedas. Poco
tiempo después, los médicos del ejército le dijeron que jamás
podría volver a utilizar las piernas.
Tras pasar seis meses en un hospital militar de Japón, Eric
fue enviado de vuelta a casa, donde emprendió un proceso de
rehabilitación fisioterapéutico intensivo que, si bien en prin-
cipio sólo debía durar un par de años, acabó finalmente
requiriendo una década, para recuperar el control de sus pier-
nas. Luego fue a la universidad, se casó, tuvo dos hijos y
encontró un buen trabajo en la industria informática.
No fue su cuerpo, sino su mente, su corazón y su alma los
que se negaron a curar. Eric sufría pesadillas recurrentes,
empezó a beber y no tardó en convertirse en un alcohólico.
Luego se interesó por el paracaidismo y se pasaba fines de
semana enteros en la zona de lanzamiento buscando el subi-
dón adrenalínico que le liberase del intenso miedo del com-
bate. Eric sentía una fuerte atracción inconsciente por un
deporte de alto riesgo como ése, porque la adrenalina libera-
da bloqueaba la emergencia de los pensamientos y senti-
mientos que tanto le obsesionaban, al tiempo que le propor-
cionaba también una actividad que le permitía canalizar su
ansiedad. Con cierta frecuencia, los veteranos que padecen
de TEPT suelen verse inconscientemente impulsados hacia
conductas que reflejan su experiencia de la guerra y no hacen
sino empeorar su sufrimiento. No es de extrañar tampoco
que eviten las relaciones íntimas, se distancien de sus fami-
lias y sufran frecuentes ataques de ira que, en ocasiones, les
llevan a agredir a su esposa o a sus hijos. De un modo u otro,
el sufrimiento que esas personas experimentaron en Vietnam
se halla fijado en su sistema nervioso, como también lo está
la intensa ira que les llevó a matar a otros seres humanos.
98 EMDR

Pero por más que se odien a sí mismos por lo que hacen, no


pueden entenderlo, y mucho menos controlarlo.
Las cinco escenas de violencia que hemos mencionado se
reproducían una y otra vez, día tras día y hasta 20 veces al día
dentro de la cabeza de Eric, hasta el punto de que llegó a creer
que estaba volviéndose loco. Entonces llegó a la conclusión
de que había sido un cobarde, que todas las decisiones que
había tomado en Vietnam estaban equivocadas y que hubiera
sido mejor morir en la jungla. Se sentía culpable de todas las
muertes que había presenciado y estaba seguro de que, de
haber sido un buen soldado, podría haberlas impedido.
Los pensamientos obsesivos de Eric incluían una espanto-
sa fantasía en la que se veía obligado a asistir impotente ase-
sinato de sus hijos. También imaginaba que en mitad de una
situación feliz como una fiesta, por ejemplo, se veía desbor-
dado por un súbito ataque de violencia que asustaba a todos
los presentes y le humillaba a sí mismo. Ésas eran dos de las
escenas que se repetían una y otra vez en su mente, como si
se hallase atrapado en un círculo infernal. Y por más marihua-
na que fumase, LSD que tomase y cocaína que esnifase, no
conseguía escapar de sus pensamientos obsesivos. Dormía
muy poco y, muy a menudo, estaba demasiado deprimido
como para, al comenzar el nuevo día, levantarse de la cama,
desayunar y vestirse.
A veces, Eric preguntaba a los médicos por su problema
y éstos, mirándole amablemente, le respondían: «La guerra
es el infierno y Vietnam fue muy duro, pero tú estás bien»,
con lo que acabó dejando de preguntar. Un buen día, nueve
años después de haber sido evacuado del combate, Eric esta-
ba sentado en un bar cuando uno de sus compañeros paracai-
distas mencionó la guerra de Vietnam y Eric, negándose a
hablar, se levantó y se marchó.
Un año más tarde, Eric se despertó una noche gritando
EL ESPÍRITU Y LA ESPADA 99

mientras estaba hospitalizado a causa de un accidente de


paracaidismo. Se había roto la cadera, habían tenido que colo-
carle un tornillo en una pierna y su cuerpo estaba fajado y
suspendido en la cama exactamente igual que los seis meses
que pasó en el hospital de Japón después de la devastadora
herida provocada por la mina. El hospital envió entonces a un
psiquiatra para hablar con Eric que, tras escuchar su historia,
le dijo: «La guerra es el infierno. Tú estás bien. No tienes nin-
gún problema. Átate bien los machos y sigue adelante».
Varios meses después le dieron el alta. Luego se divorció
de su esposa, y ella se quedó con la custodia de sus hijos.
Entonces Eric se cerró emocionalmente, dejó de ver a sus
amigos y los reemplazó por conocidos que sólo le querían
para surfear, volar o tirarse en paracaídas. También dejó de
mantener relaciones próximas, porque no quería que nadie se
enterase del infierno interior que estaba destrozándole.

Uno de los síntomas más desgarradores que aquejan a los


veteranos que padecen de TEPT les empuja a evitar todo
aquello que pueda recordarles el trauma, lo que les lleva a
romper cualquier relación, aun con sus compañeros vetera-
nos, que son quienes más podrían ayudarles. Esto también
significa que se desconectan de cualquier recuerdo positivo
ligado al combate, como la camaradería y la relación con
otros soldados. No es de extrañar, en tal caso, que recurran al
alcohol o las drogas para amortiguar su dolor y dejar así de
pensar en Vietnam. También suelen restringir sus actividades
y evitar aquellos lugares y situaciones que puedan desenca-
denar la emergencia de sus síntomas. Los hay que ni siquie-
ra pueden pasear por la calle, ir a los centros comerciales O
asistir a espectáculos deportivos por temor a que las muche-
dumbres y los lugares ruidosos y caóticos despierten sus vie-
jos fantasmas y desencadenen terribles reviviscencias.
100 EMDR

Durante esos flashback, las imágenes, los sonidos, los olores,


las sensaciones físicas y las emociones del evento original
regresan con tal intensidad que el veterano cree que ha vuel-
to a Vietnam y llega incluso, en ocasiones, a tirarse al suelo
al escuchar el ruido de un avión o la sirena de un coche de
bomberos, en una respuesta refleja cuyo control escapa com-
pletamente de sus manos.
Los flashbacks y otros síntomas obsesivos forman parte
de la respuesta fisiológica automática a viejos estímulos y su
presencia constituye uno de los rasgos distintivos del TEPT,
desencadenando una hipersensibilidad que exacerba la vul-
nerabilidad de quien lo padece. No es de extrañar que, en
tales casos, situaciones tan benignas como la mano de un
amigo posada en el hombro desencadenen una reacción
fisiológica inmediata de miedo, ansiedad o dolor, síntomas
que evidencian la existencia de un evento traumático fijado
en su sistema nervioso que, al no haber sido adecuadamente
elaborado, sigue presente y activa la emergencia repetida de
viejas imágenes, sentimientos y miedos.

En 1985, Eric se dio cuenta de que no podía postergar por


más tiempo esa situación. Entonces decidió acudir a un cen-
tro local de veteranos y empezó a reunirse con ellos, escu-
chando sus historias y atreviéndose, por vez primera, a con-
tar dolorosamente la suya. Eso le proporcionó una especie de
salvavidas, porque entonces descubrió que su caso no era el
único y que eran muchos los veteranos que se hallaban aque-
jados por los mismos síntomas. Y aunque las vidas de todos
ellos fuesen muy diferentes, todos compartían los mismos
síntomas y los mismos problemas.
Después de este descubrimiento, Eric emprendió lo que
acabaría convirtiéndose en dos años de sesiones semanales
de psicoterapia individual. El terapeuta que le atendía, un
EL ESPÍRITU Y LA ESPADA 101

veterano que había servido en su misma unidad, conocía al


dedillo el territorio por el que se movían sus pesadillas. Eric
también asistió a terapia de grupo, donde conoció a otros
veteranos, con los que diseccionó sus experiencias de
Vietnam y se dio cuenta de que, después de todo, sus deci-
siones no habían sido tan malas y de que no había sido un
soldado tan incompetente como creía. También acabó acep-
tando que todas las vidas que había arrebatado habían sido
en defensa propia, lo que mitigó considerablemente su sen-
sación de culpabilidad. La guerra era el infierno, concluyó
entonces Eric y, después de haber atravesado ese umbral, no
tuvo otra alternativa. Pero por más que, de ese modo, pudie-
ra perdonarse intelectualmente, todavía le quedaba mucho
camino para poder perdonarse emocionalmente. Y para ello
no bastaba con la terapia tradicional.

Fueron muchos, del millón aproximado de veteranos de


Vietnam que padecieron los síntomas del TEPT, los que
como Eric acudieron al Department of Veterans Affairs en
busca de tratamiento. En los últimos 20 años, la VA ha esta-
do ofreciendo a estos hombres y mujeres la posibilidad de
emprender una terapia individual, una terapia de grupo y
hasta una terapia en régimen interno (lo que incluía terapia
psicodinámica, terapia conductual, terapia de grupo y farma-
coterapia, entre otras). Por desgracia, sin embargo, han sido
muy pocas las investigaciones controladas realizadas a este
respecto y los pocos resultados objetivos logrados han sido
más bien pobres. El único hallazgo claro de las investigacio-
nes realizadas sobre el efecto de los fármacos ha sido que el
TEPT se muestra muy refractario al efecto placebo, lo que
sugiere que antes de alcanzar la curación, es necesario corre-
gir algunos aspectos fisiológicos del TEPT. Ninguna de las
investigaciones controladas sobre el tratamiento del TEPT
102 EMDR

con veteranos de guerra había demostrado, antes de la apari-


ción de la EMDR, una tasa de éxito superior al 30%.
No existe ninguna investigación controlada sobre la efi-
cacia de la terapia grupal proporcionada por el sistema VA.
El testimonio personal de los veteranos, sin embargo, indica
que las sesiones grupales pueden proporcionar el consuelo
de saber que su caso no es el único. Pero la comprensión que
acompaña al hecho de hablar de los problemas que se produ-
ce durante la terapia grupal no parece tener mucho efecto
sobre los síntomas. Y es que el simple conocimiento intelec-
tual resulta insuficiente. Quizás un veterano pueda, en tera-
pia grupal, perdonar a los demás por haber actuado, en la
guerra, de un determinado modo, pero ello no implica que
pueda perdonarse emocionalmente a sí mismo. Y lo más
curioso es que la fuente del sufrimiento de los veteranos resi-
da, precisamente, en su propia nobleza. Resulta muy paradó-
jico que se descalifiquen por lo que hicieron en Vietnam por-
que si realmente fuesen tan malvados como parecen sugerir
sus pensamientos obsesivos, no se sentirían tan mal por ello
y no seguirían sufriendo después de tantos años. Pero por
más que puedan advertir esa paradoja en los demás, es muy
inhabitual que la reconozcan en sí mismos.

Independientemente de lo claro que tuviese que no estaba


loco, los sentimientos de Eric sobre la guerra de Vietnam
seguían sin cambiar y tampoco lo hacían sus pesadillas, sus
pensamientos obsesivos y sus flashbacks. Diecinueve años
después de haber regresado de Vietnam, en invierno de 1987,
Eric estuvo a punto de suicidarse, mientras estaba a solas en
su habitación del 6” piso de un hotel de Salt Lake City, a
donde había ido a esquiar. Eran las 11 de la noche y, siguien-
do las indicaciones que le había sugerido su terapeuta, esta-
ba escribiendo en su diario, tratando de recordar los elusivos
EL ESPÍRITU Y LA ESPADA 103

detalles de uno de sus recuerdos más inquietantes y obsesi-


vos de la guerra. Pero en el mismo momento en que empezó
a escribir, todo el evento se desplegó delante de él. «Una vez
más —me dijo más tarde— asumí la responsabilidad por los
muertos, pero no podía afrontar esa situación. Pensé que
había matado a gente y que no merecía vivir».
Eric se puso entonces en pie y se encaminó hacia la ven-
tana, con la intención de saltar, pero por alguna razón desco-
nocida, se detuvo a medio camino, se dejó caer al suelo y
descolgó el teléfono Y cuando el recepcionista respondió, le
dijo, sumido en lágrimas: «Haga el favor de llamar a la poli-
cía. Tengo problemas».
Eric fue enviado entonces a sala de urgencias de un hos-
pital, donde le ingresaron en la sección de psiquiatría, en la
que pasó tres espantosos días, observando a los demás
pacientes y preguntándose si él también estaría volviéndose
loco. Cuando regresó a casa presentó una solicitud para par-
ticipar en un programa interno de 90 días de tratamiento
intensivo del TEPT que aceptaba a veteranos con posibilidad
de recuperación. La mayoría de los terapeutas y varios de los
médicos del respetado programa eran veteranos de Vietnam,
y aunque la tasa de éxito no era muy elevada —porque no
alcanzaba el 15%-— superaba con mucho, en esa época, la de
otros tratamientos parecidos.
Después de tres meses de tratamiento intensivo residencial,
sin embargo, Eric seguía igual, se hallaba sumido en la depre-
sión y viéndose acosado por los mismos pensamientos obsesi-
vos de los cinco terribles eventos que había vivido en
Vietnam. Luego regresó al centro de veteranos de San Jose
(California) y emprendió una terapia grupal. Pero por más que
tratase de mantener una actitud positiva, había perdido toda
esperanza, y los antidepresivos, que tan bien le habían funcio-
nado anteriormente, dejaron de proporcionarle consuelo.
104 EMDR

La investigación ha demostrado que la gravedad de un deter-


minado TEPT depende de la cantidad de traumas que la per-
sona haya experimentado, del número de acciones de servi-
cio en las que haya participado y de la magnitud de los fac-
tores estresantes.* Además, los eventos traumáticos de la
infancia pueden tornar a la persona más vulnerable al TEPT
(lo que, en el caso de Eric, podía estar ligado a los problemas
de relación con su padre y a su súbita muerte).

Una noche, el terapeuta que dirigía las sesiones grupales les


habló de mi trabajo y les dijo que estaba tratando de corro-
borar la eficacia de mi método con veteranos de guerra que
padeciesen pensamientos obsesivos. La mayoría de los asis-
tentes se negaron, porque no querían trabajar con una mujer,
pero, en realidad, lo cierto era que no querían trabajar con
nadie que no fuese un veterano de Vietnam, es decir, con
nadie que no hubiese estado allí. Tampoco querían participar
en un nuevo tratamiento “experimental” porque, desde el
comienzo de la guerra, no habían dejado de sentirse como
peones y cobayas. Pero Eric no pensaba lo mismo, a él no le
importaba que el terapeuta fuese un hombre, una mujer, un
veterano, un civil o un alienígena y, aunque no albergaba
grandes expectativas, se mostró dispuesto a intentarlo.
Eric y yo empezamos a trabajar en marzo de 1988, 20
años después de que, por vez primera, pisara territorio viet-
namita. En la primera de lo que acabarían siendo cinco sesio-
nes de EMDR de 90 minutos que se extendieron a lo largo de
las cinco semanas siguientes, le pedí que me hablase de sus
pensamientos obsesivos. Con voz tranquila empezó entonces
a describir la guerra que, después de 20 años, todavía seguía
desplegándose en el interior de su cabeza.
-Siento Como si tuviera una atracción enfermiza por esos
sentimientos, como el asesino que se ve obligado a regresar
EL ESPÍRITU Y LA ESPADA 105

una y otra vez a la escena del crimen. Estoy atrapado en un


círculo vicioso del que no puedo salir —comenzó Eric, miran-
do varias veces a la ventana, al tiempo que tragaba repetida-
mente saliva—. Veo escenas de Vietnam, situaciones en las
que todavía no puedo decidir si estaba haciendo o no lo
correcto.
Cuando me contó los detalles, resultó evidente la sensa-
ción de culpabilidad con la que contemplaba dos situaciones
concretas en las que se sentía responsable de la muerte de
varios seres humanos. Entonces decidí comenzar la EMDR
con esos dos eventos y ver dónde nos conducían.
—Comenzaremos con el incidente del prisionero —dije
amablemente—. Cuentáme más sobre él.
—Muy bien —respondió Eric, mirándome a los ojos-.
Después de haber caído en una emboscada que nos había ten-
dido un batallón norvietnamita, logramos capturar a un viet-
cong. Durante toda una noche y un día estuvieron hostigán-
donos desde lo alto de una colina y acabando poco a poco con
nosotros, hiriendo y matando a 100 de los nuestros. Cuando
finalmente conseguimos tomar esa colina, nos dimos cuenta
de que los vietnamitas se habían ido y de que ahí ya no que-
daba nadie. Estábamos realmente frustrados por las pérdidas
sufridas y porque nunca sabríamos quién lo había hecho.
»Entonces organizamos guardias de un par de horas. Al
parecer, en una de las ocasiones en que yo estaba dormido —a
eso de las dos de la madrugada—, uno de los muchachos que
estaba de guardia liberó al prisionero con la intención de dis-
parar luego sobre él. Esos disparos me despertaron —agregó
Eric, con voz apenas audible y la respiración entrecortada,
inclinándose hacia adelante y con el torso manifiestamente
tenso— y entonces vi al muchacho que estaba junto a mí dis-
parar también. Todavía sigo pensando que, al ser el mayor,
debería habérselo impedido.
106 EMDR

—Debería haber hecho algo —repitió—, cuando le pedí que


resumiera en pocas palabras los sentimientos asociados a ese
incidente. Luego evaluó la intensidad de su sensación de cul-
pabilidad como un 9 en la escala usa de O a 10. Y cuando le
pedí que elaborase una afirmación positiva que reflejara
cómo le gustaría sentirse al respecto, respondió de inmedia-
to: «Yo no era responsable», un comentario que auguraba un
buen comienzo.
—Muy bien —dije entonces—. Ahora imagina la escena y
recuerda la frase «Debería haber hecho algo» —con la expec-
tativa de activar, de ese modo, el aspecto de la memoria que
necesitaba curar—. Para estimular el sistema de procesamien-
to de la información, empecé a mover rápidamente mi mano,
dejando que los ojos de Eric siguieran el movimiento en dia-
gonal de mis dedos en su campo visual. Entre una serie y
otra, le decía: «Ahora olvídate de todo y respira profunda-
mente».
Después de un par de series de movimientos oculares,
Eric comentó que si bien la imagen seguía sin cambiar, la
intensidad de sus sentimientos al respecto había descendido
a6o07.
Escucho el ruido del M16 a medio metro de mi cabeza y
me doy cuenta de lo que está ocurriendo —me dijo entonces.
Después de tres nuevas series, Eric se rió sorprendido y
dijo:
—El ruido se me antoja ahora más distante y mis senti-
mientos parecen haber disminuido a 4. Es como si no tuvie-
ra nada que ver conmigo. Es cierto que ha muerto una perso-
na, pero...
»Ahora la intensidad debe ser de 2. Es como si estuviera
viendo una película —señaló, tras varias series más.
—¿Qué te hace sentir ahora la frase «Yo no era responsa-
ble»? —pregunté entonces.
EL ESPÍRITU Y LA ESPADA 107

—Me siento mejor. Pero, aunque realmente no era respon-


sable —respondió Eric, después de una respiración profunda
en la que sus hombros parecieron relajarse—, todavía me
siento triste. Por más que contemple la escena y me vea
inmerso en ella, lo cierto es que murió una persona. No creo,
pues, que los sentimientos negativos hayan desaparecido.
»Es cierto que murió un ser humano —dijo, tras un par de
series más—, pero yo no era responsable y me siento menos
amenazado, lo que me da cierta confianza en el procedimien-
to [la EMDR]. Es evidente que si tú puedes mantenerte a
cierta distancia de la escena, yo también puedo hacerlo.
»Ahora la intensidad de los sentimientos parece haber
disminuido a 2 —dijo, tras varias series más.
Luego realizamos varias series sin que se produjera nin-
gún cambio.
—¿Qué necesitarías para que la intensidad se redujese a 1?
—pregunté entonces.
-Nada —replicó Eric—. No puedo olvidar que murió un ser
humano. Yo me hallaba físicamente presente y podía haber
hecho algo, de modo que no resulta tan sencillo abdicar de
mi responsabilidad. Como ser humano pude haber hecho
algo que impidiera la muerte de otro ser humano.
»No tenía la suficiente presencia mental —agregó, expre-
sando un nuevo pensamiento—, acababa de despertarme y no
veía bien a quién le estaban disparando. Es cierto que veía
que disparaban a una persona, pero detrás de ella podrían
haberse ocultado muchos más.
»Lo cierto es que no creo que hubiera podido hacer mucho
más de lo que hice —dijo de repente, después de mantenerse
en silencio unos instantes y asentir con la cabeza—. Nunca
antes lo había pensado así. Creo que hice lo que debía.
Esa comprensión espontánea de Eric era idéntica a otras
que había advertido en los integrantes de un estudio anterior.
108 EMDR

Lo único que podía hacer era esperar que augurase el mismo


tipo de cambios que había presenciado en los participantes de
mi estudio. Era evidente que no bastaba con la mera compren-
sión intelectual y que Eric debía desarrollar nuevas creencias
positivas.
Cuando vi el camino seguido por Eric a través del campo
minado de sus recuerdos, me pareció que siempre había teni-
do acceso al conocimiento de haber actuado bien no ponien-
do fin al tiroteo. Después de todo, la información era objeti-
vamente cierta y no se había visto modificada por ningún
dato nuevo, pero algo parecía impedirle conectar con ella.
Fue como si el método seguido abriese una puerta en su sis-
tema de procesamiento que le permitiera acceder a esa infor-
mación y solucionar el trauma. Si esa hipótesis era cierta,
Eric había conectado con el sistema curativo innato puesto
de relieve por mi estudio anterior.
Todo parece cobrar ahora un nuevo sentido. Nuestro cuer-
po está fisiológicamente preparado para la supervivencia y,
para ello, nos adaptamos al entorno físico. ¿Por qué debería,
nuestra mente, funcionar de manera diferente? También ella
debe estar en condiciones de dar respuestas adaptativas que
incrementen nuestras probabilidades de supervivencia. En
este sentido, la respuesta de tristeza de Eric relativa a la muer-
te del guerrillero era más adaptativa que la sensación (erró-
nea) de ser el responsable de su muerte. Pero hasta que la
EMDR no le permitió acceder al recuerdo del tiroteo, que se
hallaba almacenado en su sistema nervioso, no podía conec-
tar con un conocimiento más adaptativo y apropiado, que
también se hallaba neurológicamente almacenado.
—Vamos a trabajar ahora la escena de la aldea —le dije,
después de 40 minutos de sesión.
—Muy bien —replicó, con una evidente tensión en la man-
díbula que no auguraba un desarrollo tan sencillo.
EL ESPÍRITU Y LA ESPADA 109

»Habíamos caído en una emboscada y estaban bombardeán-


donos. En un determinado momento descubrí dónde se oculta-
ba el mortero del vietcong y llamé por radio a la artillería, pero
como no tenía mucha experiencia al respecto, temía que los
datos transmitidos fuesen inexactos y acabasen bombardeando
una aldea cercana. Te aseguro que me resultó muy difícil —aña-
dió Eric, con los ojos anegados, esquivando mi mirada.
»Los niños... —trató de agregar entonces, pero las pala-
bras no podían atravesar su garganta—. No sé si los proyecti-
les alcanzaron la aldea y mataron a alguien o no.
Eric resumió entonces las lecciones negativas que había
aprendido del bombardeo con la frase «Todo lo hago mal».
Luego calificó la intensidad de su miedo —miedo a morir,
miedo a hacer algo para lo que no estaba cualificado y miedo
a hacer las cosas mal- como un 8 en la escala usa. Entonces
emprendimos una serie de movimientos horizontales.
—Tengo problemas para conectar con esto —dijo Eric, des-
pués de la primera serie.
Como, al cabo de otra serie, las cosas seguían igual, hici-
mos un par de series más con movimientos diagonales.
_Estaba en una situación —me dijo luego Eric cuando
revisamos lo sucedido— en la que tenía que pedir apoyo a la
artillería, pero no sabía cómo hacerlo. Es cierto que me die-
ron todo tipo de instrucciones, pero... era de noche. Lo pri-
mero que, en tales casos, suele hacerse, es enviar una prime-
ra ronda de bengalas de iluminación que, aunque cayeron a
eso de un kilómetro y medio, parecía que lo hiciesen a mi
lado. Cuando le pasé la información al muchacho de la radio,
me respondió: «Muy bien, ahí va el primer ataque».
Mantén simultáneamente en tu mente la imagen y la
sensación de peligro —dije entonces.
Al cabo de tres de series de movimientos en diagonal, me
di cuenta de que, en esta ocasión, las cosas avanzaban mucho
110 EMDR

más lentamente y la intensidad de los sentimientos de Eric


era de 4.
—Ahora advierto un cambio —dijo Eric, tras varias series
más—. Antes estaba en Vietnam, pero ahora puedo ver el lugar
en el que estoy [la consulta]. Me siento seguro. Estoy bien.
Después de un par de series más, el miedo de Eric descen-
dió a 2.
—Todavía estoy asustado. Aunque sé dónde estoy y me
encuentro emocionalmente aquí, pero la situación todavía
me asusta.
Tras un par de series más, la intensidad del miedo había
descendido a 1,5.
—¿Qué sucede cuando contemplas la escena y la sientes?
—pregunté.
—Me resulta difícil decir «ya ha pasado».
Después de otra serie, el miedo volvió a subira 2 0 3.
—Por alguna razón que se me escapa, cuando digo «ha
desaparecido», todavía me preocupa —admitió Eric—. El
miedo aún no ha desaparecido y todavía estoy asustado.
Tras una nueva serie, la intensidad del miedo seguía man-
teniéndose en 2.
—¿Cómo te sientes cuando piensas en la frase «Hice las
cosas lo mejor que pude»? —pregunté, después de un par de
series.
—Me molesta. Es cierto que hice las cosas lo mejor que
pude, pero eso no significa que lo que hice parezca me bien.
Hice las cosas lo mejor que supe, pero ignoro cuáles fueron
sus consecuencias —replicó Eric, inclinando la cabeza hacia un
lado y frunciendo levemente el ceño—. Es verdad que el bom-
bardeo acabó con el fuego de mortero, de modo que sí que
debí hacer algo bien, pero ignoro a costa de cuántas muertes.
No tengo la suficiente información para saber si hice bien las
cosas y si las hice lo mejor que pude.
EL ESPÍRITU Y LA ESPADA 111

»Creo que es muy probable —añadió entonces, con las


cejas arqueadas y el rostro sereno y relajado— que lo hiciera
bien. A fin de cuentas, el ataque acabó con el fuego de mor-
tero. Debieron darles de lleno. Quienes estaban disparándo-
nos murieron, lo que nos ahorró muchas vidas —dijo, relajan-
do el mentón y asistiendo con la cabeza.
—¿Cómo te sientes ahora?
Eric había empezado a llorar. Su miedo se había trocado
en tristeza.
—Murieron muchas personas. Murió gente a la que cono-
cía -señaló, irguiéndose y apoyando los codos en los brazos
de la silla, con las manos todavía fuertemente entrelazadas.
Sollozaba y no quiso coger un pañuelo de papel. Al cabo de
un rato, empezamos otra serie y Eric siguió el movimiento de
mis manos con los ojos enrojecidos. Fue la serie más larga
que habíamos realizado hasta entonces.
—¿Y ahora? —pregunté amablemente.
—Aunque la intensidad es menor. ..—replicó, tras un largo
silencio— sigo sintiéndome triste.
Nueva serie.
—Un 6.
Varias series más.
—Un 5.
—¿En qué piensas ahora?
—En que murieron seres humanos. Pero ahora es como si
leyera la noticia en los periódicos. En esta última ocasión, no
me hallaba personalmente implicado, porque desconocía a la
gente que murió.
Después de una nueva serie, la intensidad de la tristeza
bajó a 4.
Nueva serie y siguió bajando a 3.
Tras una nueva serie, siguió en 3 y apareció un nuevo
miedo.
112 EMDR

—Cuando pienso en que, después de 20 años, todavía sigo


así, me siento mal y me asusto, porque creo que jamás podré
desembarazarme de este sentimiento.
Otra serie. Un 2.
Nueva serie. Un 2.
—¿Cómo te sientes ahora?
—Me siento triste por lo que sucedió; me siento triste por
todas esas muertes; me siento triste por todas las personas que
murieron o fueron heridas. Nosotros sólo estábamos hacien-
do nuestro trabajo, pero no puedo dejar de pensar en sus fami-
lias... —dijo Eric, rompiendo a llorar, pero aunque tenía el ros-
tro inundado de lágrimas, se mantenía erguido en la silla.
—¿Y cómo te sientes en la escena?
—Tengo... —dijo Eric, mirando al suelo, mientras seguía llo-
rando— tengo sentimientos encontrados. Estoy contento por
estar vivo y haber podido salvar la vida de algunos amigos,
pero también estoy asustado porque todo fue cuestión de suer-
te. No se trataba de que muriesen los malos y los buenos los
matasen, sino que todo dependió sencillamente del lugar en el
que nos habían colocado los acontecimientos. Sobreviví a esa
noche porque no estaba en el objetivo del fuego de los morte-
ros —concluyó Eric, inclinando la cabeza y sollozando.
»Todo es muy confuso... ¿Cómo decidir quién debe
morir y quién no?
—¿Eso fue lo que hiciste tú? —pregunté.
—¿¡A qué te refieres?
—¿A sí fuiste tú quien tomó la decisión?
Yo podía haber decidido no llamar a la artillería —prosi-
guió Eric llorando—, pero de no haberles bombardeado, los
muertos hubiésemos sido nosotros. Yo decidí quién debía
morir. Y no fue una decisión difícil, porque conocía a los
hombres de mi compañía y desconocía a los vietcong y a la
gente de la aldea. Tomar la decisión fue relativamente senci-
EL ESPÍRITU Y LA ESPADA 113

llo. Lo difícil fue verme obligado a tomarla, una situación


muy parecida a la situación en que se ve implicada la prota-
gonista de la película La decisión de Sofía.
Después de una nueva serie, Eric seguía llorando y man-
teniendo los dedos entrelazados.
—Ahora la intensidad es menor.
Nueva serie.
—Todavía es menor.
Nueva serie. Eric había dejado de llorar y tenía la mirada
perdida en la ventana que estaba a su izquierda.
—¿Cuán intenso es ahora? —pregunté.
—Un 4 —replicó.
—¿Y cuál es el sentimiento?
Todavía me siento triste por la muerte de toda esa gente.
Pero la intensidad es menor, porque puedo contemplar las
cosas más racionalmente y me doy cuenta de que no tenía
otra elección. Yo no decidí si la gente debía o no morir. Dada
la situación, no me quedaba otra alternativa...
Las lágrimas se quedaban atrapadas en la garganta de
Eric y movía la cabeza una y otra vez.
Yo conocía a las personas de uno de los bandos y desco-
nocía a las del otro, así que no tuve que pensármelo mucho.
Me pareció, y sigue pareciéndome, una decisión evidente.
Estaban atacándonos con fuego de mortero y teníamos que
defendernos.
»Hice las cosas lo mejor que pude —agregó Eric, tras una
pausa, mirándome avergonzado y con una sonrisa forzada.
Seguro que sí —apostillé—. Y acabaste con el fuego de
mortero.
-Sí, dejaron de atacarnos. Pero el ruido de ese mortero
sigue martilleando en el interior de mi cabeza.
—¿Es posible asumir esta sensibilidad —le dije entonces,
inclinándome hacia él-, es decir, el amor que sientes por toda
114 EMDR

forma de vida sin negar por ello al mismo tiempo que, dadas
las circunstancias, hiciste las cosas lo mejor que pudiste, que
hiciste las cosas bien y contribuiste a salvar las vidas de las
personas que te rodeaban?
—No me resulta sencillo —respondió Eric—. La situación
fue provocada porque yo estaba tratando de evitar la muerte,
pero sus resultados fueron igualmente letales. —Y, tras una
larga pausa, agregó:
»Por algún que otro motivo, me he quedado atrapado en
el hecho de que mi acción no consiguió evitar la muerte. Y
también he tenido problemas en asumir la idea de que, pro-
bablemente, mi acción evitó más muertes de las que podría
haber habido.
—¿ Puedes asumir simultáneamente la imagen de estar
implicado en ello y la frase «hubo menos muertos»?
—SÍ.
»Me siento mejor —dijo, tras una nueva serie—. No es
fácil, pero me siento mejor.
»Todo sigue igual —insistió Eric, tras una nueva serie y
respirar profundamente.
Nueva serie.
—Ahora me siento mejor —dijo Eric—, porque hice un buen
trabajo, les descubrí y acabé con su ataque.
En su recuerdo, la intensidad del miedo de Eric había
empezado en 8 (en la escala de O a 10), luego fue disminu-
yendo poco a poco hasta 1,5 y luego, aparentemente, volvió
a subir hasta 6. Cuando más tarde revisamos esa situación,
me di cuenta de que la emoción que sentía y que habíamos
estado valorando había cambiado. Así, el miedo se había
convertido en tristeza y el aumento de intensidad se refería a
la nueva emoción. Pero, a medida que fuimos trabajando con
ella, la intensidad de la tristeza también disminuyó. Al pasar
desde el miedo y la culpa («Todo lo que hago está mal») a la
EL ESPÍRITU Y LA ESPADA 115

tristeza («Murió gente»), Eric llegó a una resolución más


sana y adaptativa de su trauma.
Cuando una semana después volvimos a vernos, Eric me
dijo que, desde nuestra primera sesión, no había tenido nin-
guna pesadilla. Era la primera vez en 20 años que podía dor-
mir profundamente de un tirón siete noches seguidas.
Al comienzo de nuestra segunda sesión, Eric y yo revisa-
mos su lista de cinco recuerdos perturbadores de Vietnam y
establecimos nuevas puntuaciones usa de cada una de ellas,
descubriendo una disminución de la intensidad de las emo-
ciones asociadas a algunos de los recuerdos que todavía no
habíamos elaborado. Se trataba del mismo tipo de efecto de
generalización que había advertido en mi estudio anterior y
que me proporcionó un atisbo del funcionamiento de la
mente. Los recuerdos y emociones no sólo emergen asocia-
tivamente durante la sesión de EMDR, sino que la resolución
emocional de un determinado incidente traumático desenca-
dena, de algún modo, un efecto dominó que parece atenuar
sentimientos similares relativos a otros incidentes.
Luego prestamos atención a los problemas que le preocu-
paban y le frustraban. Cerca del final de la segunda sesión
prestamos atención a los intensos sentimientos de Eric sobre
la mina que casi le deja lisiado de por vida. Después de
varias series de movimientos oculares, Eric empezó a llorar.
No podía recordar lo que había sucedido y se sentía demasia-
do bloqueado como para seguir adelante, de modo que tuvi-
mos que postergarlo hasta el siguiente encuentro.
Al comenzar nuestra tercera sesión, le pregunté a Eric por
la intensidad de sus sentimientos al haber tenido que pedir
apoyo de artillería tan cerca de una aldea, a lo que me res-
pondió que era un 6 en la escala de 10 y que los sentimien-
tos que experimentaba eran de ansiedad y miedo.
—Realmente ignoro lo que ocurrió esa noche y cuántas
116 EMDR

personas murieron —dijo Eric—. Lo único que puedo hacer es


imaginármelo. Todavía no puedo recordar muchas cosas. Tal
vez, si tuviera un vídeo, me enteraría de algo que no quiero
saber.
—¿Y cuál es la veracidad que atribuyes a la creencia «Ha
sido culpa mía»? —le pregunté entonces.
—Emocionalmente sigue pareciéndome cierta aunque,
intelectualmente, sé que hice lo que tenía que hacer. Dada la
información con la que contaba, tomé la decisión correcta.
Luego pasamos a ocuparnos de las aterradoras y doloro-
sas secuelas causadas por la mina, su viaje en helicóptero en
peligro de muerte y junto a dos hombres muertos, su conmo-
ción al darse cuenta de que había perdido las dos piernas y la
sensación de impotencia y miedo que le embargaba ante la
posibilidad de pasar el resto de su vida confinado en una silla
de ruedas. El mismo tratamiento que le obligaría a permane-
cer seis meses en un hospital y cerca de una década de reha-
bilitación, despertaba su desesperación y le parecía intermi-
nable.
En esta ocasión, aunque no pudo recordar la explosión sí
que pudo imaginar la escena y experimentar el miedo asocia-
do. En un determinado momento entre una serie y otra, me
dijo que casi había decidido que le amputaran la pierna más
gravemente herida, para poder reemprender así prontamente
su vida. Después de varias series más dijo: «Estoy contento
de no haber renunciado a ella».
Nueva serie.
Ahora sé cuál es el resultado.
Una serie más.
—Me encuentro mejor.
Nueva serie.
= Ahora puedo contar mi historia concluyó Eric, sintién-
dose en paz con esa situación.
EL ESPÍRITU Y LA ESPADA 117

Al finalizar la tercera sesión, le pregunté a Eric por


segunda vez ese día sobre su llamada de apoyo a la artillería.
—Me siento mejor. Estoy seguro de haber tomado la deci-
sión adecuada. Ahora veo las cosas mucho más claras. Y la
intensidad de la emoción es de un 1 o un 2.
—¿Y cuál es la veracidad que atribuyes a la afirmación
«Hice las cosas lo mejor que pude» en la escala voc de 1 a
72
Un 4. El problema es que hubo gente que murió. Quizá,
en tales casos, resulte imposible tomar una buena decisión,
ni sentirse bien al respecto. Lo único que puedo hacer es
decir que «dada la situación, hice las cosas lo mejor que
pude», pero no creo que nunca pueda llegar a sentirme bien
por ello. El nombre de ese juego es el de «muerte» y, por más
que hiciera las cosas lo mejor que pude, eso no impidió que
muriesen varias personas —y luego se quedó pensativo duran-
te unos momentos.
»Probablemente la intensidad sea de 6 o 7, por más que
hiciera las cosas lo mejor que pude.”
Durante las sesiones cuarta y quinta, Eric y yo emplea-
mos la EMDR para tratar otros recuerdos de la guerra y
luego pasamos a situaciones presentes que desencadenaban
la emergencia en él de pensamientos obsesivos. Éstos resul-
taron estar claramente conectados con su pasado, en el senti-
do de que los sentimientos de descontrol experimentados en
Vietnam le tornaban hipersensible a experiencias presentes
similares. No era de extrañar, por tanto, que las situaciones
de descontrol presentes reactivasen sus viejos sentimientos
de Vietnam. Se trataba, obviamente, de un círculo vicioso
que, muy a menudo, se ve impulsado por la necesidad de
supervivencia porque si no aprendemos a responder al peli-
gro, no podemos sobrevivir.
118 EMDR

Aunque no seamos conscientes de ello, el pasado influye


sobre el presente. Éste es, probablemente, el mayor regalo de
Freud a la psicología y, gracias a los efectos extraordinaria-
mente rápidos de la EMDR, he tenido la ocasión de presen-
ciarlo una y otra vez en mi experiencia terapéutica.
Tengamos en cuenta que el pasado no necesariamente provo-
ca disfunciones, sino que nos enseña cosas que acabamos
incorporando a nuestras reacciones emocionales y a nuestro
proceso de toma de decisiones cotidiano. Muy a menudo,
estas enseñanzas tienen que ver con algo que suponemos o
percibimos como un peligro y que desencadena nuestra res-
puesta de lucha o huida.
Una de las cosas que desencadenaba el estrés presente de
Eric, por ejemplo, era el intenso miedo que experimentaba
cuando una situación se le escapaba de las manos. Cualquiera
que haya trabajado en una situación de alta presión, como la
que existía en la empresa en la que trabajaba Eric, sabe que
una cierta cantidad de ira y frustración resulta inevitable. Pero
la vida de Eric se veía sorprendida por estallidos cuya inten-
sidad escapaba a su comprensión. Cuando nos centramos en
un reciente incidente laboral, Eric súbitamente se detuvo y
me dijo: «Acabo de darme cuenta de que ésa es la misma ira
que experimenté en Vietnam. Eso fue, precisamente, lo que
me llevó a matar».
En la cuarta sesión, trabajamos con la rabia y elaboramos
la cognición positiva «Ahora he recuperado el control», lo
que no sólo significaba que tenía otras alternativas, sino tam-
bién que ya no debía seguir temiendo su propia ira. Entonces
dijo: «He descubierto que, cuando permanezco con ella, ya
no me siento desbordado. Ahora puedo manejarla». Luego
me dijo que en el trabajo se sentía mucho más cómodo, que
podía reaccionar más naturalmente ante sus compañeros, que
disfrutaba más del trabajo y que también era más productivo.
EL ESPÍRITU Y LA ESPADA 119

Así pues, el procesamiento de los residuos de la experiencia


de Vietnam le permitió asumir con mayor claridad su papel
en el presente.
Un mes después de nuestra quinta y última sesión, llamé
a Eric para ver si los efectos de la EMDR se habían mante-
nido y me enteré de que no había vuelto a sufrir ninguna
pesadilla y de que los pensamientos obsesivos y la depresión
parecían haberse esfumado. Lo mismo me dijo cuando, un
año y dos años más tarde, volví a hablar con él con esa
misma intención.
Hoy en día, ocho años después de esas cinco sesiones de
EMDR, Eric Smith es un hombre completamente feliz.
Liberado de los grilletes que le encadenaban al pasado, se
siente gozosa y plenamente en el presente. Ha puesto en mar-
cha su propia empresa de software, se ha vuelto a casar y está
educando a una nueva hija. Ha recuperado, en suma, su vida.
«He encontrado la luz al final del túnel y debo decir que es
muy brillante» —afirma, con una sonrisa.
¿Qué hizo, en el caso de Eric, la EMDR que no pudieron
hacer las terapias anteriores? Fueron muchas las sesiones de
terapia que Eric llevó a cabo con personas muy diestras antes
de apelar a la EMDR. Todas ellas le ayudaron a liberarse de
las drogas y del alcohol y le proporcionaron la comprensión
intelectual de que no era el responsable de las muertes que se
atribuía. Pero lo cierto es que no bastaba con la mera com-
prensión intelectual.
Eric todavía no sabía si las mujeres y los niños de esa
aldea habían muerto. Creía que probablemente habría muer-
to porque, después de todo, un ataque de artillería no discri-
mina entre quiénes deben morir y quiénes no. Por más que
sus superiores le felicitasen posteriormente por haber hecho
un buen trabajo, su corazón no estaba, ni jamás podría estar,
de acuerdo con ellos.
120 EMDR

—No supe lo que significaba estar en el ejército hasta que


fui a Vietnam, pero entonces ya era demasiado tarde —me
dijo Eric—. De hecho, mientras no lo vives, no sabes lo que
está en juego. Nunca me he sentido bien por haber estado en
Vietnam y por haber estado implicado en todo aquello. Hice
cosas en las que no creía. Mi misma abuela me dijo: «La
guerra es así. Y eso está bien». Pero lo cierto es que no está
bien. Ni la guerra ni los militares significan nada para mí.
Todos somos seres humanos.
Cuando, hoy en día, Eric habla de Vietnam, hay ocasio-
nes en que sus ojos todavía se llenan de lágrimas. Pero ya no
son lágrimas de vergiienza, miedo y culpa, sino lágrimas de
compasión por los muchachos de 19 años que se vieron obli-
gados a pasar 20 años perdidos en las violentas junglas de
Vietnam.
4. LA ESTRUCTURA DEL
TRATAMIENTO: DESCUBRIENDO
LAS RAÍCES OCULTAS DEL DOLOR

«Lo que hemos dejado atrás y lo que yace entre nosotros


son cuestiones secundarias comparadas
con lo que se oculta en nuestro interior.»
RALPH WALDO EMERSON

Adentrarse en el mundo del trauma es como mirar un espejo


roto porque, desde esa perspectiva, hasta las cosas más fami-
liares se nos presentan como algo inquietante e inconexo.
Entonces se despliega ante nosotros un mundo extraño y des-
conocido, revelando la existencia de profundos estratos de
dolor en las personas que menos sospecharíamos que están
sufriendo. Recuerdo que esto es algo que vi muy claramente
con una de mis primeras clientas, una mujer muy “correcta”
de 62 años procedente de una “buena familia” que mantenía
una vida social muy activa. Su aspecto en modo alguno reve-
laba el menor indicio de la lucha que, durante toda su vida,
había mantenido con el miedo y el pánico que le habían pro-
vocado el abuso sexual de que había sido objeto por parte de
su padre. Su descripción de como estuvo deambulando de un
lado a otro de su casa sin saber qué hacer después de la vio-
lación y aguardando la llegada de su madre resultaba espeluz-
122 EMDR

nante, como también lo era la tristeza que tuvo que sobrelle-


var durante los años en que se vio obligada a luchar infruc-
tuosamente con su dolor. Otra mujer, una profesional jubila-
da de 68 años, vivía sumida en flashbacks e imágenes obsesi-
vas de una violación que había sufrido el año anterior. Su
comentario de que la mera visión del perro de presa que se
había comprado para defenderse evocaba en ella las imágenes
y el terror asociado a ese incidente, resultaba conmovedor. No
obstante, a medida que fuimos procesando ese recuerdo, se
dio cuenta de que nunca se había permitido estar en paz y que
esa terrible situación podría suponer una auténtica oportuni-
dad para cambiar de una vez por todas esa actitud.
Éstas y otras muchas historias similares me han enseñado
la importancia de ver más allá de las apariencias. Es cierto
que las situaciones angustiosas forman inevitablemente parte
de la vida, pero aun los síntomas más evidentes pueden ocul-
tar todo indicio de sus secuelas a largo plazo. Las dos muje-
res antes mencionadas respondieron con gran rapidez a la
EMDR y la severidad de sus síntomas disminuyó también, en
consecuencia, espectacularmente. No obstante, las asociacio-
nes adicionales que aparecieron durante el proceso evidencia-
ron la necesidad de emplear la EMDR para mucho más que el
simple hecho de desembarazarse de sus pesadillas y de sus
flashbacks. Entonces me di cuenta del papel que desempeña
el trauma en el contexto de la vida y del sistema social y asi-
mismo me di cuenta de la necesidad de desarrollar una moda-
lidad más comprehensiva de tratamiento. Fue entonces cuan-
do decidí que el objetivo de la terapia EMDR debe ser el de
ayudar al cliente a provocar los efectos más duraderos y pro-
fundos posibles que le permitan sentirse más seguro y equili-
brado y a manejar adecuadamente la situación.
Con este objetivo en mente esbocé lo que hoy en día se
conoce como el enfoque de ocho fases de la EMDR.' que
LA ESTRUCTURA DEL TRATAMIENTO 11928)

integra aspectos importantes de muchas modalidades dife-


rentes de psicoterapia, como la psicodinámica, la cognitiva,
la conductual y la interaccional. Las ocho fases mencionadas
incluyen: la elaboración del historial del cliente y la planifi-
cación del tratamiento, la preparación, la evaluación, la des-
ensibilización, la reinstalación, la observación corporal, el
cierre y la reevaluación. Aunque, con el fin de ahorrar espa-
cio, hayamos omitido algunas de ellas, la mayoría de los
casos presentados en este libro se atuvieron a estas ocho
fases. En cualquiera de los casos, el terapeuta formado en la
EMDR utiliza las ocho fases para llevar a cabo un tratamien-
to realmente comprehensivo.
Durante la primera fase del tratamiento EMDR, el tera-
peuta lleva a cabo un historial completo del cliente y esboza
un plan de tratamiento. Ésta es una fase esencial, porque la
EMDR puede movilizar estratos de emoción muy intensos
que, en algunos casos, pueden resultar físicamente contra-
producentes. No olvidemos que entre el 10 y 15% de las per-
sonas tratadas con la EMDR reviven intensamente su trau-
ma. Por eso, aunque el período de malestar resulte relativa-
mente breve, las personas con problemas cardíacos O respi-
ratorios y las embarazadas harían bien en consultar con sus
médicos antes de emprender el tratamiento EMDR *
Una vez determinada la adecuación, para un determinado
cliente, del tratamiento EMDR, el terapeuta debe formular
cuestiones concretas relativas a su historia, características y
pautas de reacción personales. Esta fase incluye una charla
sobre el problema concreto que le ha llevado a solicitar tera-
pia, las conductas derivadas de ese problema y sus síntomas.
Con esta información, el terapeuta esboza un plan de trata-
miento que establece los objetivos concretos a los que debe
apuntar la EMDR, entre los cuales cabe señalar el evento o
eventos pasados que generaron el problema, las situaciones
124 EMDR

presentes que provocan angustia y las habilidades o conduc-


tas clave que el cliente necesita aprender para su futuro bien-
estar. En este sentido, por ejemplo, un cliente puede revelar
que se siente angustiado cada vez que recibe una llamada
telefónica de su madre. ¿Qué es lo que hace que un hombre
de 20, 30 o 40 años, siga todavía sintiéndose como un niño?
Porque lo cierto es que, si no hay nada en su presente que
explique esta respuesta inapropiada, la razón debe hallarse en
su historia. ¿Cuáles fueron, en tal caso, los eventos tempranos
que aún están atrapados en su sistema nervioso y le hacen
sentirse intimidado? ¿Qué habilidades tiene que aprender
para empezar a establecer fronteras más apropiadas?
Para entender mejor a mis clientes suelo pedirles que ela-
boren una lista de los diez eventos más angustiosos de su
infancia. Aunque la mayoría de las personas recuerdan épo-
cas en la que se sintieron humillados en la escuela, esas
situaciones resultan más o menos perturbadoras en función
de su experiencia vital. Por ello les pido que evoquen esos
eventos perturbadores y los valoren en la escala usa de O a
10. Tengamos en cuenta que, por más que sucedieran hace ya
mucho tiempo, muchos de ellos todavía siguen siendo muy
angustiosos. En tal caso,«l recuerdo puede arrojar luz sobre
los problemas actuales que el sujeto tiene con la autoridad, el
aprendizaje O situaciones similares. También trato de deter-
minar el modo en que los clientes se explican esos eventos a
sí mismos. Cuando un cliente se concentra sobre un determi-
nado recuerdo, suelo preguntarle cuáles son las palabras que
automáticamente acuden a su mente que mejor describen sus
sentimientos sobre sí mismo o su conducta en esa situación.
Si sus cogniciones son negativas y, por ejemplo, dice: «Soy
un fracasado», «No valgo para nada», «No merezco ser que-
rido» O «No puedo soportarlo», sé que ese recuerdo debe ser
corregido durante el tratamiento. Si, por el contrario, sus
LA ESTRUCTURA DEL TRATAMIENTO 125

cogniciones son positivas y afirman cosas tales como:


«Puedo tener éxito», «Soy una persona valiosa», «Merezco
ser querido» o «Ahora tengo oportunidades de las que antes
no disponía», doy por hecho que el recuerdo ha sido proce-
sado y ocupa el lugar que le corresponde en su pasado.
Tengamos en cuenta que, cualquier evento, independiente-
mente de la época vital de que proceda, puede tener un efec-
to dañino. Dependiendo de las respuestas del cliente, des-
arrollo un plan de tratamiento global que tenga en cuenta los
efectos a largo plazo de las experiencias vitales.
Uno de los efectos inusuales de la EMDR es que quienes
buscan tratamiento no han de discutir detalladamente ningu-
no de sus recuerdos perturbadores. Aunque algunas personas
se sientan a gusto, o incluso prefieran dar detalles concretos
otras, sin embargo, presentan tan sólo una imagen o un esbo-
zo general. Cuando el terapeuta, por ejemplo, pregunta:
«¿Recuerda algún evento que le hiciera sentir inútil o inca-
paz?», la persona puede responder de manera general dicien-
do algo así como: «Fue algo que me dijo mi hermano». Ésta
es toda la información que necesita el terapeuta para identi-
ficar el evento y convertirlo en un objetivo de la EMDR.
La segunda fase del tratamiento EMDR es la prepara-
ción, una fase cuya importancia jamás lo subrayaremos lo
suficiente. Uno de sus objetivos fundamentales consiste en
establecer una relación de confianza entre el cliente y el tera-
peuta. Aunque el cliente no tenga que entrar en detalles sobre
sus recuerdos inquietantes, mal podrá informar con exactitud
a su terapeuta de lo que siente y de los cambios que experi-
mente durante la sesión si no confía en él. Si simplemente
quiere complacer al terapeuta y dice que se siente bien cuan-
do, en realidad, sigue sintiéndose igual de mal que antes, no
habrá terapia en el mundo que pueda solucionar su trauma.
En cualquier forma de terapia es mejor considerar al clínico
126 EMDR

como un orientador o como un guía que necesita, para ayu-


dar a su cliente a lograr el objetivo, enterarse de cualquier
daño, necesidad o decepción que experimente. No olvidemos
que la EMDR va mucho más allá del simple movimiento de
los ojos y que, a fin de permitir que el proceso siga adelante,
el terapeuta necesita saber cuándo tiene que emplear tal o
cual variante.
Durante la fase de preparación, el terapeuta explica la teo-
ría y el funcionamiento de la EMDR y lo que la persona
puede esperar durante y después del tratamiento. Finalmente,
el terapeuta enseña al cliente varias técnicas de relajación
que le permitan tranquilizarse ante cualquier perturbación
emocional que aflore durante o después de la sesión. Este
aprendizaje es una herramienta que sirve para cualquiera. La
persona más feliz del planeta tiene formas de relajarse y des-
comprimirse de las inevitables y frecuentemente insospecha-
das situaciones estresantes con las que debe enfrentarse a lo
largo de la vida. Uno de los objetivos fundamentales de la
terapia EMDR consiste en asegurarse de que el cliente sepa
cuidar adecuadamente de sí mismo.
Siendo un tratamiento centrado en las necesidades del
cliente, el terapeuta debe proporcionar a su cliente formas
para asegurarse de que puede mantener un cierto control de
la situación. Aunque resulte comprensible que la persona
comience eludiendo el material perturbador puesto de mani-
fiesto por la EMDR, no debemos olvidar que esta evitación
es, precisamente, la que mantiene vivo el problema. Por eso,
para contrarrestar la evitación sin generar nuevos problemas,
el terapeuta debe enseñar al cliente a mantener una doble
atención centrada, en primer lugar, en el material perturbador
del pasado reactivado por los movimientos oculares y, en
segundo lugar, en el hecho de que, en el presente, se siente
seguro. Desde una perspectiva ideal, quien atraviesa la
LA ESTRUCTURA DEL TRATAMIENTO 127

EMDR debe sentirse como si estuviera desplazándose en un


tren y los eventos angustiosos fueran un mero escenario
pasajero.
La tercera fase del tratamiento EMDR consiste en la eva-
luación, durante la cual, el terapeuta identifica los aspectos del
objetivo que deberán ser procesados. En el primer paso de este
estadio, el sujeto tiene que seleccionar una imagen o escena
concreta del evento elegido (identificado durante la fase 1) que
mejor representa al recuerdo. Luego tiene que esbozar una
afirmación que exprese alguna creencia negativa sobre sí
mismo asociada al evento. Es importante, aunque intelectual-
mente sepa que tal afirmación es falsa, que se centre en ella.
Las creencias negativas son verbalizaciones de las emociones
inquietantes que todavía se hallan presentes. Tales cogniciones
negativas suelen incluir afirmaciones del tipo: «Soy impoten-
te», «No merezco la pena», «Soy una persona indigna de ser
amada», «Soy una vergiienza» o «Soy malo». Luego debe
esbozar una afirmación positiva que contrarreste esa creencia,
lo que podría incorporar una sensación interna de control
como, por ejemplo, «Soy una persona que merece la pena» (o
una persona que merece ser amada, una buena persona, una
persona que controla la situación, etcétera) o «Puedo alcanzar
el éxito». Cuando la emoción fundamental es el miedo, como
suele suceder después de un desastre natural, las cogniciones
negativas pueden ser «Estoy en peligro» y la correspondiente
cognición positiva puede ser, por ejemplo, «Estoy seguro». La
cognición «Estoy en peligro» es negativa cuando el miedo
resulta inapropiado, o está atrapado en el sistema nervioso
aunque el peligro ya haya pasado. La cognición positiva, por
su parte, refleja la realidad presente.
En este punto, el terapeuta le pide a la persona que valo-
re la veracidad que atribuye a su creencia positiva utilizando
la escala voc, que va de 1 a 7. Durante la fase de evaluación,
128 EMDR

el cliente también identifica las emociones negativas (como


miedo o ira, por ejemplo) y las sensaciones físicas (tensión
en el estómago o manos frías, por ejemplo) asociadas al
objetivo y las valora utilizando la escala usa de 1 a 10.
Las tres primeras fases asientan los cimientos para el tra-
tamiento y reprocesamiento global de los eventos concretos
que se hayan determinado. Quiero insistir en que aunque, a
lo largo de las tres fases siguientes, suelan utilizarse los
movimientos oculares, esta compleja terapia no se limita a
ellos. En este sentido, el uso del enfoque de ocho pasos per-
mite al terapeuta EMDR adecuadamente adiestrado y expe-
rimentado maximizar, de manera lógica y estandarizada, la
eficacia del tratamiento. Y también permite que el cliente y
el terapeuta controlen el avance en cada una de las sesiones
de tratamiento.
La cuarta fase se denomina desensibilización, porque se
centra en las emociones y sensaciones angustiosas evaluadas
mediante la escala usa. Esta fase abarca todas las respuestas
de la persona (que no sólo incluye los recuerdos, sino tam-
bién las comprensiones y asociaciones que puedan presentar-
se a lo largo de las sesiones) a medida que el evento selec-
cionado va modificándose y se solucionan sus facetas pertur-
badoras. De este modo, el proceso asociativo automático
ofrece la posibilidad de identificar y resolver eventos simila-
res que, de un modo u otro, puedan estar asociados al objeti-
vo. Así, el cliente puede superar los objetivos iniciales y
curarse más allá de sus expectativas. Durante la fase de des-
ensibilización, el terapeuta dirige a la persona a través de una
serie de movimientos oculares (con variaciones y cambios de
foco apropiados) hasta que su nivel usa se reduce a 0 o, en el
caso de que resulte apropiado, a l o 2.
Eric, por ejemplo, el veterano de la guerra de Vietnam del
que hablamos en el Capítulo 3, llegó a un nivel de tristeza de
LA ESTRUCTURA DEL TRATAMIENTO 129

2 que ya no pudo reducir más y, cuando le pregunté lo que


podría estar obstaculizando esa reducción, respondió
«Alguien murió». Una vez más, vemos que la EMDR no
modifica las emociones ni las creencias apropiadas. Los
seres humanos no son máquinas y no podemos esperar que
no reaccionen, por más que estén siendo tratados con la
EMDR, ante las tragedias que puedan haber experimentado.
Es importante, sin embargo, asegurarnos de que esa reacción
es sana y útil. Por desgracia, las personas suelen creer que la
tristeza, la vergiienza, la culpa o la ira que experimentan son
apropiadas, por el simple hecho de haberlas experimentado.
Pero como trataremos de demostrar en este libro, las creen-
cias negativas que tenemos sobre nosotros mismos suelen ser
residuos inadecuados del trauma. Lo que hemos de pregun-
tarnos es: «¿Soy feliz?», y si la respuesta es negativa, consi-
derar la necesidad de emprender una terapia que nos permi-
ta cambiar.
La quinta fase del tratamiento de la EMDR se denomina
instalación, porque el objetivo consiste en “instalar” e inten-
sificar la fortaleza de la creencia positiva esbozada por la
persona para reemplazar su creencia negativa original. En
este sentido, por ejemplo, el cliente puede comenzar con una
imagen mental de verse golpeado por su padre y la creencia
negativa de que “soy impotente”. Durante la fase de desensi-
bilización, reprocesa el miedo asociado a ese evento infantil
y se da clara cuenta de que, siendo adulto, dispone de una
fuerza y de una posibilidad de elección de las que, siendo
niño, carecía. Así pues, la quinta fase del tratamiento instala
y fortalece la cognición positiva que dice: «Ahora estoy en
condiciones de controlar la situación». Luego se valora,
mediante la escala voc, la veracidad que el sujeto atribuye a
esa cognición positiva. El objetivo consiste en que la perso-
na acepte la veracidad completa de su afirmación positiva
130 EMDR

sobre sí misma a un nivel de 7 (es decir, “completamente


verdadero”). Lamentablemente, del mismo modo que la
EMDR no puede conseguir que la persona se despoje de los
sentimientos negativos apropiados, tampoco puede lograr
que crea en una afirmación positiva inadecuada. Si la perso-
na es consciente de la necesidad de aprender una nueva habi-
lidad, como aprender técnicas de autodefensa, por ejemplo,
para acabar controlando la situación, la validez de su creen-
cia positiva sólo llegará al nivel correspondiente de la escala
voc como, por ejemplo, 3 0 6.
La sexta fase de la EMDR consiste en la observación del
cuerpo. Después de haber instalado y fortalecido la cogni-
ción positiva, el terapeuta pide a la persona que evoque men-
talmente el evento original y observe la presencia, en su
cuerpo, de alguna tensión residual, en cuyo caso, reprocesa
esas sensaciones físicas.
La evaluación de miles de sesiones EMDR ha puesto de
relieve el efecto corporal de los pensamientos sin resolver.
Este descubrimiento se ha visto confirmado por investigacio-
nes independientes sobre la memoria que indican que, cuan-
do una persona se ve afectada negativamente por un trauma,
la información relativa al evento traumático se almacena en
la memoria motora (o sistemas corporales), en lugar de
hacerlo en la memoria narrativa, razón por la cual la persona
retiene las emociones y sensaciones físicas negativas relati-
vas al evento original.* Cuando esta información se ve, no
obstante, procesada, puede pasar a la memoria narrativa (o
verbalizable), con lo que desaparecen los sentimientos nega-
tivos y las sensaciones corporales asociadas. Por este moti-
vo, no damos por concluida una sesión de tratamiento
EMDR hasta que el cliente pueda evocar la imagen objetivo
original sin experimentar ninguna tensión corporal. Y es que,
por más importantes que sean las creencias positivas acerca
LA ESTRUCTURA DEL TRATAMIENTO 131

de uno mismo, no basta con creer en ellas de manera exclu-


sivamente intelectual.
La séptima fase del tratamiento EMDR se denomina cie-
rre y garantiza que el cliente llega al final de la sesión mejor
que cuando la inició. Si el procesamiento del evento traumá-
tico elegido no se ha completado en una sesión, el terapeuta
apela entonces a varias técnicas de relajación para recuperar
la sensación de equilibrio. A lo largo de la sesión de EMDR,
el cliente ha controlado la situación (levantando, por ejem-
plo, las manos en el gesto de “stop” en alguna que otra oca-
sión) y es importante que este control prosiga fuera de la
consulta. El terapeuta también informa al cliente de lo que
cabe esperar entre una sesión y la siguiente (como, por ejem-
plo, que el procesamiento puede continuar y la aparición
incluso de nuevo material) y de la necesidad de llevar un dia-
rio en el que registrar esas experiencias y las técnicas a las
que puede apelar para tranquilizarse.
La última fase del tratamiento EMDR, llamada reevalua-
ción, se produce al comienzo de cada sesión de terapia pos-
terior a la primera. En tal caso, el terapeuta se asegura de que
los resultados positivos logrados en la sesión anterior (como
un bajo usa, un alto voc y ninguna tensión corporal) se man-
tienen, identifica nuevas áreas que requieran tratamiento y
sigue alentando el procesamiento de objetivos adicionales.
La fase de reevaluación guía al terapeuta a través de los dife-
rentes protocolos de la EMDR (elaborados para clientes que
presentan diferentes problemas) y del plan de tratamiento
global. Como sucede con cualquier terapia, la fase de reeva-
luación es esencial para poder determinar el éxito del trata-
miento a lo largo del tiempo. A pesar de que, con la EMDR,
el cliente pueda sentirse liberado casi de inmediato, resulta
tan importante completar las ocho fases del tratamiento
como finalizar un tratamiento con antibióticos.
132 EMDR

Aunque la rapidez de la EMDR supere a la de cualquier


otra modalidad terapéutica, éste no es el objetivo fundamen-
tal y es muy importante señalar que cada cliente tiene sus
propias necesidades. Un determinado cliente, por ejemplo,
puede necesitar semanas a la hora de establecer la necesaria
confianza para emprender el procesamiento (segunda fase),
mientras que otro, por su parte, puede proceder rápidamente
a través de las primeras seis fases hasta acabar descubriendo
la presencia de algo más importante. La siguiente historia es
un ejemplo de este último caso. Los ojos del terapeuta bien
adiestrado pueden identificar las pautas y reacciones que
abren la puerta a alternativas cuya existencia ignoraba el
cliente.

Jocelyne Shiromoto fue una de las primeras personas entre-


nadas en la EMDR, Jocelyne era una trabajadora social de
San Diego que había oído hablar de la EMDR a un psiquia-
tra con el que estaba compartiendo un caso. Jocelyne había
llegado a un momento de su carrera en el que estaba dispues-
ta a considerar todo aquello que pudiera servir para ayudar a
sus clientes. Estaba cansada de cobrar sin poder ayudarles,
estaba cansada de los círculos en torno a los que giraba inter-
minablemente la terapia verbal y, por encima de todo, estaba
cansada de ver tanto sufrimiento y poder hacer tan pocas
cosas para aliviarlo.
Cuando empezó a utilizar la EMDR en su práctica priva-
da, Jocelyne trabajaba con un abordaje ecléctico en el que
combinaba la terapia psicodinámica, la cognitiva y la con-
ductual. Utilizaba la EMDR con algunos clientes y la evita-
ba con otros. Uno de los casos en los que resultó ser sorpren-
dentemente útil fue el de Emily Zazaroff.
La madre de Emily, Mary Beth Ritter, llevaba un tiempo
acudiendo a la consulta de Jocelyne en un intento por resol-
LA ESTRUCTURA DEL TRATAMIENTO 188

ver los contradictorios sentimientos que, desde hacía más de


30 años, llevaba arrastrando sobre su matrimonio y su mari-
do. Es cierto que había hecho algún que otro progreso, pero
todavía se hallaba muy confusa y dolorida cuando su hija
casada Emily le dijo que iba a comenzar una terapia con
Jocelyne. Emily había visto los esfuerzos realizados por su
madre para asumir su vida y sabía que conseguía resolver los
problemas suscitados por su matrimonio. Su madre necesita-
ba hechos, que sólo Emily podía proporcionarle.
En su primera sesión, Emily, que tendría unos 30 años, le
contó a Jocelyne que, sobre los siete u ocho años, su padre
empezó a ir de noche a su habitación y abusó repetidamente
de ella. En esa época, una parte de ella sabía que eso estaba
mal, pero otra parte anhelaba su atención. Bill Ritter era un
padre ausente, desatento, crítico y ocasionalmente violento,
y cuando empezó a manosearla, Emily experimentó la única
ternura que jamás le había mostrado. Por ello se sentía tan
importante como culpable.
Emily le contó a Jocelyne que, alrededor de los 20 años,
había descubierto un modo de enfrentarse a esa culpa,
emprendiendo una terapia grupal y hablando mucho de su
padre. Entonces se dio cuenta de que ella no era la responsa-
ble del abuso y de que su tendencia a relacionarse con hom-
bres violentos estaba estrechamente ligada a su pasado.
Entonces decidió que ya había llegado el momento de rom-
per el silencio sobre el incesto, porque creía que esa informa-
ción sería muy provechosa para la terapia de su madre y con-
tribuiría muy poderosamente a la curación de toda la familia.
Para ello, pidió a su padre que acudiese con ella a la consul-
ta porque le quería, y temía, puesto que sus hermanas meno-
res tenían hijos pequeños, que el abuso acabase transmitién-
dose a otra generación.
A la semana siguiente tuvieron un encuentro en el que
134 EMDR

también participaron los padres de Emily. Cuando Emily


reveló el incesto, su madre se escandalizó y entristeció, pero
su padre asumió la responsabilidad completa de lo que había
hecho y accedió a emprender una terapia. Parecía como si la
esperanza de Emily de una familia más unida y sana empe-
zase a despuntar.
Irónicamente, Emily y su marido, Tom, tenían graves pro-
blemas para crear su propia familia. Los médicos les habían
dicho que aproximadamente el 90% de las parejas estadou-
nidenses sanas concebían al año de intentarlo, pero Emily y
Tom llevaban cuatro de los seis años de matrimonio sin con-
seguirlo. Ésa fue una amarga medicina para Emily, que se
había quedado embarazada un par de veces antes de cumplir
los 20 años, mientras estaba tomando la píldora y llevaba un
dispositivo intrauterino, dos embarazos que acabaron aborto
cuando se vio atropellada por un coche y cuando le quitaron
el DIU, respectivamente.
Todas las pruebas realizadas y los médicos a los que visi-
taron confirmaron que el sistema reproductor de Emily fun-
cionaba perfectamente y que, en consecuencia, no había
razón fisiológica alguna que explicase las dificultades de
quedarse embarazada. Hay que decir que Emily trabajaba
como enfermera en el servicio de urgencias de un hospital y
que conocía perfectamente los pasos que debía dar para reci-
bir un consejo experto. También había tomado Clomid
durante más de dos años para estimular la ovulación y
aumentar así la fertilidad. Los médicos que se ocuparon de
su marido, por su parte, descubrieron que si bien tenía un
recuento de espermatozoides inferior a la media, tampoco
alcanzaba una tasa alarmante que justificase la infertilidad.
Finalmente, Emily y Tom decidieron probar la inseminación
artificial. Su primer intento fue programado para dos meses
más adelante, a comienzos de agosto, y, a finales de junio,
LA ESTRUCTURA DEL TRATAMIENTO 135

Tom recibió una inyección de testosterona con el fin de


aumentar las probabilidades de fecundación cuando donase
esperma para la inseminación artificial; también se les infor-
mó de que la tasa habitual de éxito de la inseminación intrau-
terina suele girar en torno al 10%.
Los cuatro años que pasó tratando de quedarse embaraza-
da habían sido tan dolorosos para Emily que revisó toda su
vida en un intento por descubrir cualquier cosa que pudiera
justificar su infertilidad. ¿Acaso los dos abortos habían tenido
un efecto que los médicos no sabían calibrar? ¿La habría aban-
donado Dios? ¿Sería una mala persona que no merecía tener
descendencia? En su trabajo, Emily observaba los rostros de
las embarazadas que atravesaban la puerta de su despacho en
su camino al departamento de obstetricia y ginecología. ¿Por
qué todas esas mujeres podían tener hijos y ella no? Cuando
descubrió que sólo había una razón que lo justificase, la san-
gre casi se le hiela en las venas, porque significaba que la
causa de la infertilidad residía en ella y no quería pensar en el
tema y menos todavía hablarlo en la consulta del terapeuta. De
hecho nunca, hasta entonces, lo había hecho.
Alo largo de los tres meses siguientes, Emily trabajó con
Jocelyne cuestiones relativas al abuso de que había sido
objeto por parte de su padre y otros eventos dolorosos de su
vida. Durante algunas de estas sesiones, Jocelyne y Emily
utilizaron la EMDR para trabajar los viejos sentimientos y
asegurarse de que Emily realmente había superado el abuso
sexual. En una de estas sesiones, Emily le dijo a Jocelyne
que, alrededor de los veinte años, había sido agredida y vio-
lada por un compañero de trabajo en una habitación del hos-
pital de Nueva York en el que había empezado a trabajar.
Pero aunque el incidente no tuvo mayor trascendencia, se
sintió maltratada por la administración del hospital. Emily no
denunció la violación hasta varios días después y, cuando
136 EMDR

habló con el personal de seguridad del hospital, no la creye-


ron, llamándola a casa a horas intempestivas o interrumpien-
do su jornada laboral porque seguían sin creerla
Paradójicamente, la dirección del hospital se tomó muy
en serio su caso, pero ello no hizo sino provocarle más daño
todavía, porque la obligaron —pese a su negativa por lo que
consideraba como una invasión de su intimidad— a visitar a
una psiquiatra del hospital. Entonces fue cuando asistió a
regañadientes a unas pocas sesiones con una psiquiatra a la
que pronto dejó de acudir. Cuando Jocelyne le pidió detalles
acerca de la violación y el fracaso del hospital en investigar-
la, Emily habló voluntariamente de todas esas cuestiones,
pero se mostró extrañamente imprecisa con respecto al trata-
miento psiquiátrico.
Un buen día, Emily le contó a Jocelyne la frustración que
experimentaba por no poder quedarse embarazada. Cuando
Emily reveló los detalles de su prolongado esfuerzo por con-
cebir, Jocelyne se preguntó si el incesto o la violación podrían
ser un factor psicológico que obstaculizase su camino a la
maternidad. Pero por más plausible que pareciese esa explica-
ción, Jocelyne no lo veía así, porque ninguno de esos traumas
parecía preocuparle y daba la impresión de haberlos superado
y aceptado como parte de su historia.
En la siguiente sesión, Emily estaba más nerviosa de lo
habitual. Sus manos parecían aferrarse a los brazos de la silla
y mantenía las manos tensamente cerradas. Escenas de la
reunión familiar del día anterior revoloteaban por su mente
como tráileres de una película familiar en la que sus cuatro
sobrinos iban por la casa gritando, riendo, saltando, peleán-
dose y llorando; y ella misma se hallaba sentada en el suelo
de la sala de estar jugando con su sobrino Matthew y sus
camiones de juguete, cuatro niños con los rostros enrojecidos
y despiertos, todos ellos nacidos en los últimos doce meses.
LA ESTRUCTURA DEL TRATAMIENTO 137

Los niños —dijo entonces Emily- me gustan mucho,


pero, en ocasiones, resulta muy difícil estar con ellos.
—¿A qué te refieres? —le preguntó entonces Jocelyne.
—Ya sabes. Con ellos me siento tensa y ansiosa. De hecho,
siempre me he sentido así con los niños. Hasta hace muy poco
había una foto, en la puerta de mi frigorífico, en la que estaba
con mi sobrino pequeño, que tendría unos cuatro meses y lle-
vaba un peluche rojo, mientras yo le sostenía con una mano en
el culo y la otra en la espalda para mantener su cabeza ergui-
da. Fue una foto que, en las últimas Navidades, tomó mi her-
mana Jennifer y me la envió. Era una foto muy hermosa, pero
cuando la veía, me sentía muy mal y el fin de semana pasado,
en un arranque, la rompí, sumida en el llanto.
—¿Qué piensas acerca de ese sentimiento?
—Quizás tenga miedo de abusar de él —dijo Emily, con la
mirada fija en la pintura que había detrás del escritorio de
Jocelyne.
—¿Y qué te hace pensar eso?
—Eso fue, precisamente, lo que me dijo la psiquiatra a la
que visité cuando me violaron.

Emily recuerda haber tenido sólo dos o tres sesiones con la


doctora Virginia Loder [aunque, obviamente, ése no era su
nombre real] y que se dio cuenta de que su reticencia a ver a
la doctora Loder era correcta cuando le preguntó por su
infancia y su familia.
—¿Qué quiere decir? —respondió entonces Emily-. Mi
familia no ha tenido nada que ver con la violación.
Pero la doctora Loder siguió preguntando, Emily volvió a
negarse a responder y, cuando insistió de nuevo, perdió los
nervios y dijo:
—¡Deje de presionarme! Me siento como si me hubieran vio-
lado toda la vida. ¡Soy una buena persona y no merezco esto!
138 EMDR

—¿Qué quiere decir —preguntó entonces la doctora Loder—


con eso de que la han violado toda su vida?
Entonces Emily le contó a la psiquiatra la historia de abu-
sos de la que había sido objeto por parte de su padre.
—¿Qué sucedió entonces? —preguntó Jocelyne.
La mano derecha de Emily se dirigió en ese momento a
su brazo izquierdo y lo apretó fuertemente, un hábito que
Jocelyne había advertido ya en otras Ocasiones.
—Entonces se quedó en silencio, me miró directamente a
los ojos durante unos minutos que, a mí, me parecieron una
hora. Luego se inclinó hacia adelante y, sin dejar de mirar-
me, me espetó: «Debo advertirle que las personas que han
sido objeto de abusos deshonestos suelen abusar sexualmen-
te de sus hijos».
—¿Y cuál fue tu reacción?
—Vomitar. Vomité en su consulta. Entonces lloré y le
supliqué que me dijera que eso no era cierto. Fue realmente
muy dura y se limitó a decir que lo que me acababa de trans-
mitir era un mero dato clínico. Y luego añadió: «Por ello le
recomendaría que no tuviera nunca hijos».
Jocelyne Shiromoto respiró entonces profundamente.
Frente a ella se hallaba una mujer joven y sana que si bien no
tenía ninguna razón fisiológica para ser infértil, sí que tenía
una poderosa razón emocional.
—¿Y todavía crees eso, Emily?
—No, mi cabeza no lo cree. Fui directamente de su consul-
ta a casa y lloré, grité, recé y acabé enfureciéndome.
Entonces llegué a la conclusión de que esa mujer no sabía de
lo que estaba hablando y tomé la decisión de no volver a
verla.
—¿ Así que no te crees lo que dijo?
—¡No! Pero lo cierto es que todavía me preocupa —respon-
dió Emily, mientras su mano derecha apretaba rítmicamente
LA ESTRUCTURA DEL TRATAMIENTO 139

su brazo izquierdo—. Durante los años siguientes traté de con-


firmar esos supuestos “datos clínicos” y lo único que encon-
tré fueron unos breves artículos en revistas como Redbook o
McCall's yconcluí que algún idiota habría llegado a la redac-
ción de esas revistas con algún pequeño estudio... y decidí no
tomármelo en serio. Pero lo realmente peligroso es que, por
más que supiera que no tenía nada que ver conmigo, esa afir-
mación sigue todavía ahí... lo que me dijo todavía sigue en
mi interior, junto al correspondiente miedo.
—¿ Podrías verbalizar ese miedo?
Emily agachó entonces la cabeza y su largo pelo rubio
rozó el puente de su nariz.
—Creo que el hecho de haber sido víctima de incesto me
llevará a abusar de mi propio hijo —confesó entonces Emily,
con la respiración entrecortada—. Debo enfrentarme al hecho
de que padezco una especie de enfermedad infecciosa. Estoy
condenada. Es como una sentencia de muerte. Y, aunque no
me lo crea, no por ello deja de pesarme.
»Quizás la infertilidad sea culpa mía —agregó entonces,
mientras las lágrimas rodaban por sus mejillas—. Quizás, en
lo más profundo de mi ser, tema que pueda abusar de mi hijo
y mi cuerpo se proteja evitando el embarazo.
Cuando Emily confesó que temía acabar abusando de su
propio hijo, Jocelyne vio una ocasión ideal para emplear la
EMDR. El miedo se derivaba de un incidente concreto clara-
mente definido que podía estar bloqueando, si la causa de sus
problemas para concebir era psicológica, su camino hacia la
salud. Aunque la infertilidad parece un problema biológico,
todos hemos oído hablar de casos en los que las mujeres,
después de años de infructuosos intentos por concebir, aca-
ban tirando la toalla y adoptando un niño... para quedarse
embarazadas al poco tiempo. Lo que parece estar sucedien-
do en tales casos es que la presión psicológica y el estrés que
140 EMDR

experimenta la mujer por tener un hijo (aunque se trate de


una tensión autoimpuesta) obstaculizan la concepción. No es
difícil admitir que, en estos tiempos en que tan evidente
resulta la existencia de una relación entre el cuerpo y la
mente, el estrés pueda llevar a una mujer anteriormente fér-
til a generar, por ejemplo, un entorno ácido que obstaculice
la fecundación. No en vano Freud sugirió, hace ya un siglo,
que ciertos tipos de parálisis son reacciones histéricas a con-
flictos psicológicos. Resulta evidente, por tanto, que cual-
quier cosa que afecte al cuerpo, como un desastre natural, un
accidente de automóvil o una agresión física, puede acabar
afectando también a la mente. Y lo mismo sucede en sentido
contrario, porque son muchos los ataques cardíacos que se
producen cuando nuestra mente se ve “asaltada” por alguna
información terrible.
Otro espectro muy interesante del caso de Emily es que
su reacción traumática al estrés parece haber sido provocada
por un incidente que, superficialmente considerado, no pare-
ce tan lesivo como el incesto o la violación. Pero el rasgo
distintivo de todo buen psicoterapeuta se asienta en la visión
de conjunto necesaria para identificar las creencias negativas
que puedan estar movilizando la conducta o el estado mental
de sus clientes. En este sentido, Jocelyne fue capaz de ver
más de lo evidente y no seguir insistiendo en que la infertili-
dad de Emily se debía al abuso o a la violación.*
Los sentimientos de vergitenza y culpa de Emily desenca-
denados por su encuentro con la psiquiatra eran muy inten-
sos y apuntaban directamente a un bloqueo que necesitaba
ser aclarado y a un recuerdo que debía ser procesado y que
todavía tenía sobre ella un efecto negativo. Se sentía humi-
llada y aterrorizada por esa idea y también tenía sensaciones
físicas relacionadas con la experiencia. Pero... ¿cuáles eran
los efectos que el incidente podría tener sobre su cuerpo?
LA ESTRUCTURA DEL TRATAMIENTO 141

Aun en el caso de que la EMDR no tuviera el menor efecto


sobre su infertilidad, podría ser importante para erradicar su
sensación de culpabilidad. El buen terapeuta debe adaptar la
EMDR a las necesidades del cliente y, en el caso de Emily, a
un “trauma secundario” tan lesivo como el original. La
buena terapia es el fruto de una interacción dinámica entre el
terapeuta, el cliente y el método. Siempre me sorprende
escuchar a alguien que dice: «No me sirve. ¡He intentado la
terapia y no funciona!», porque lo que, en tales casos, se ha
probado, no deja de ser más que uno o dos terapeutas concre-
tos... y quizá, en consecuencia, no se haya dado con el tera-
peuta adecuado.
Aunque Emily se había recuperado del trauma del abuso
y de la violación, todavía se hallaba atormentada por la culpa
y el miedo derivados de una acusación cruel hecha por una
figura de autoridad en un momento en el que se hallaba emo-
cionalmente desbordada y era, por tanto, muy vulnerable. El
efecto de la acusación sobre su cuerpo fue tan intenso que
cuando escuchó su condena, Emily vomitó literalmente en su
consulta. Así pues, el modo en que la víctima es tratada —o
maltratada— por el personal del hospital, por la policía, por
los amigos y por la familia puede resultar tanto o más dañi-
no que la agresión sexual.

Jocelyne le preguntó entonces a Emily si le gustaría trabajar


el episodio con la psiquiatra empleando la EMDR, advirtién-
dole que no podía garantizarle que ese intento tuviera ningún
efecto sobre su infertilidad. No olvidemos que, en muchos
Estados, es delito asegurar que un determinado tratamiento
psicológico sirva para resolver tal o cual problema, de modo
que no dijo nada que pudiese sugerir tal cosa.
Siete días después, Emily volvió de nuevo a la consulta
de Jocelyne. Durante su visita anterior, Jocelyne la había pre-
142
A EMDR A

parado para la sesión de procesamiento y se hallaban ya en


condiciones de empezar. Emily había formulado una afirma-
ción negativa que resumía sus miedos: «He sido víctima de
abusos deshonestos y, en consecuencia, abusaré de mis
hijos». Cuando Jocelyne le preguntó por la intensidad de ese
miedo en la escala usa de O a 10, Emily lo valoró como un 9.
También le había propuesto que formulase una afirmación
positiva que expresara lo que, en su lugar, le gustaría creer,
que esbozó como: «Jamás molestaría a mis hijos. No estoy
condenada a actuar de ese modo». Y cuando Jocelyne le
pidió que evaluase la veracidad de esa afirmación en la esca-
la voc de 1 a 7, afirmó sentirla como un 2 o un 3.
—Empezaremos con la escena que sucedió en la consulta
de la psiquiatra —dijo Jocelyne—. Evoca esa imagen en tu
mente junto a la creencia negativa y observa los sentimien-
tos que se presentan. ¿De acuerdo? Ahora sigue el movi-
miento de mis dedos.
Cuando Jocelyne dirigió a Emily los movimientos ocula-
res, Emily empezó a revivir el momento en que la psiquiatra
del hospital le dijo que acabaría abusando de sus propios
hijos. Entonces su estómago se tensó y un sabor amargo
llenó su boca.
—Me siento muy mal —le dijo a Jocelyne, tras la primera
serie de movimientos oculares—. Durante la siguiente serie,
Emily apretó las manos convertidas en tensos puños, gimió
y gritó, pero siguió con el movimiento de los ojos. En una de
las pausas destinadas a revisar lo que acababa de ocurrir,
Emily le dijo que el intenso miedo con el que había empeza-
do se había convertido en una sensación de desesperación
total y completa.
»Es como si alguien hubiera despedazado ante mí mis
sueños y mis esperanzas. Después de eso, nunca volví a ser
la misma persona —dijo Emily, mientras las lágrimas rodaban
LA ESTRUCTURA DEL TRATAMIENTO 143

por sus mejillas, la cabeza caída y las manos completamente


abiertas, revelando pequeñas incisiones donde las uñas habí-
an desgarrado su piel.
Luego hablaron del daño que puede provocar una afirma-
ción tan rotunda e inexacta pronunciada por una figura de
autoridad y, finalmente, emprendieron otra serie de movi-
mientos oculares.
Emily advirtió entonces la irrupción de un flujo de ira que
parecía hallarse al rojo vivo.
—¡Abusó de mí! —gritó Emily, con el rostro desencajado
por la ira—. ¿Cómo pudo decirme algo así? ¡Si estuviera en
esta habitación le arrancaría los ojos!
—Permanece con esta sensación —le dijo entonces
Jocelyne.
Luego emprendieron otra serie de movimientos oculares,
durante la cual Emily cogió su brazo izquierdo y se centró en
el movimiento de los dedos de Jocelyne. Ahora sintió un
nuevo flujo de enfado con sus jefes, que la obligaron a acu-
dir a la consulta de la psiquiatra.
-Si quieres que te diga la verdad, la violación no fue tan
terrible como el modo espantoso en que me trató esa psiquia-
tra. ¡Ésa es otra forma manifiesta de violación!
»Pero...¿cómo pude creerme eso? —dijo finalmente, tras
varias series más enfadada, en esta ocasión, consigo misma.
En un determinado momento, el incidente de la consulta
de la psiquiatra cambió y Emily recordó otra situación rela-
tiva a abusos deshonestos en la que también había sentido
vergiienza y miedo. A los 11 años, Emily había trabajado
como voluntaria en el centro de día de su iglesia y una maña-
na de domingo había estado limpiando los pañales de un
bebé que estaba muy sucio.
—Acababa de lavarle (debo decir que, en esa época, una
canguro se encargaba de limpiar a mi hermano y mi madre
144 EMDR

siempre le decía: «Asegúrate de que está limpio, porque, en


caso contrario, podría coger una infección»), pero en el
momento en que estaba asegurándome de que estaba limpio,
entró su madre y me lo arrebató de las manos. Siempre me
he sentido culpable y avergonzada al respecto, como si me
hubieran descubierto haciendo algo malo —dijo Emily-.
Ahora sé que lo que esa madre hizo fue completamente nor-
mal. A fin de cuentas, se trataba de su hijo y no hizo sino
encargarse de él.
Mientras siguió hablando, la intensidad de sus emociones
fue relajándose. Su mano liberó la tensión sobre su brazo
izquierdo y su estómago se relajó. Al finalizar la sesión,
Emily sacudió la cabeza y luego, serena pero firmemente,
dijo: «Eso ya no está en mí». Ahora sabía con el corazón —y
no sólo con la cabeza— que jamás abusaría sexualmente de
un niño.
—He perdido muchos años temiendo que podía abusar de
un niño —dijo por fin mirando directamente a los ojos de
Jocelyne—. Una auténtica pérdida de tiempo.
Cuando Jocelyne empleó la EMDR para tratar de resolver
las creencias negativas de Emily, evitó contradecir, discutir y
reestructurar el modo en que Emily pensaba sobre el inciden-
te que se produjo en la consulta de la psiquiatra. La compren-
sión intelectual no tenía nada que ver. El trauma era mucho
más profundo y la curación tenía que ocurrir a un nivel fisio-
lógico y emocional. Por ello confió en que la EMDR pondría
en marcha el proceso natural de curación de Emily.
—¿Cuál es la veracidad, en la escala de 1 a 7, que ahora
atribuyes a la afirmación «Jamás molestaría mis hijos. No
estoy condenada a actuar de ese modo»? —le preguntó
Jocelyne, al acabar la sesión de movimientos oculares.
Sin duda alguna un 7 —replicó Emily, sonriendo, mien-
tras se limpiaba el rostro con las manos.
LA ESTRUCTURA DEL TRATAMIENTO 145

Ésa fue la única sesión de movimientos oculares que


Emily Zazaroff y Jocelyne Shiromoto llevaron a cabo sobre
el tema de su infertilidad. Una semana más tarde —en torno a
finales de junio—, Emily volvió y hablaron de lo que la
EMDR había puesto de relieve. Y aunque Emily todavía
estuviera enfadada —muy justificadamente, en opinión de
Jocelyne— con la psiquiatra, estaba tranquila y tenía muy
claro lo que había ocurrido en la consulta de la psiquiatra.
—Era como si una parte de mi cerebro dijese: «Esto es
completamente falso», pero otra parte no lo tuviese tan claro
y dijera: «¿Pero y si...?». Pues bien, asa parte ha desapareci-
do por completo.
Dos semanas y media después de la sesión de EMDR, el
fin de semana del Día de la Independencia, Emily se quedó
embarazada.

Jamás sabremos con seguridad si el embarazo de Emily


Zazaroff se debió al tratamiento con la EMDR o a la inyec-
ción de testosterona que, a finales de junio, recibió su mari-
do Tom. Pero el hecho de que Emily y Tom concibieran un
segundo hijo sin ayuda médica parece dejar las cosas bastan-
te más claras. Hoy en día, Emily y Tom consideran a su hijo
con un regalo de la EMDR.
—Fue la primera vez en mi vida —concluyó Emily- en que
me sentía como si realmente estuviera en condiciones de
quedarme embarazada. Hasta entonces, siempre había senti-
do que, en mi mente, había algo que me lo impedía, aunque
no supiera muy bien de qué se tratara. Ahora ya no hay abso-
lutamente nada que me lo impida.
Emily también dice que, sin la EMDR, jamás hubiese
podido relacionarse con su bebé.
-Cuando jugaba con mis sobrinos —dijo—, siempre me
mantenía a cierta distancia y nunca acababa de conectar con
146 EMDR

ellos. Pero cuando tuve a mi hija, sentí una libertad que


nunca antes había experimentado y puedo estar con ella,
besarla y tocarla libremente. Soy inocente como nunca lo he
sido en toda mi vida. Creo que un año de EMDR me ha aho-
rrado 30 años de terapia.
Debo decir que el nombre de la primera hija de Emily es
el de Elizabeth y que tiene una preciosa cabellera llena de
rizos pelirrojos.
5. LOS MUCHOS ROSTROS
DEL MIEDO: LAS FOBIAS
Y LOS ATAQUES DE PÁNICO

«Cuando te ha mordido una serpiente vas con cuidado


hasta con una cuerda enrollada.»
DALAI LAMA

Algunas de las historias que cuentan al psicoterapeuta quie-


nes han sobrevivido a un trauma son tan duras que a las per-
sonas normales y corrientes les resultan difíciles de entender.
En este libro, por ejemplo, el lector conocerá la historia de
un maquinista de tren cuya locomotora de 19 toneladas arro-
l1ló a un niño de seis años, y la de una mujer que fue violada
mientras su hija pequeña permanecía en la cama junto a ella.
Pero aunque la mayoría no hayamos vivido situaciones tan
espantosas, nuestras reacciones fisiológicas y psicológicas
son muy semejantes y solemos reaccionar, ante los proble-
mas, de manera parecida. Conviene, pues, recordar que el
miedo es uno de los aspectos de la experiencia humana que
todos compartimos.
Aunque cada uno de nosotros sea Único, todos comparti-
mos una serie de principios comunes que configuran y deter-
minan nuestro desarrollo. Uno de los principios subrayado
por el modelo del procesamiento acelerado de la informa-
148 EMDR

ción- que determinan la práctica de la EMDR es que las


patologías o “defectos” del desarrollo del carácter se origi-
nan en nuestras experiencias más tempranas. Y, a menos que
la causa de un determinado problema sea orgánica o bioquí-
mica, todos nuestros sentimientos, pensamientos y acciones
dependen de nuestras experiencias anteriores, con las que se
hallan estrechamente unidos en la red de nuestra memoria
asociativa.
Las respuestas del ser humano no son azarosas, sino que
dependen, muy al contrario, de una realidad interna de natura-
leza asociativa. Por eso, con la intención de dar sentido a nues-
tras experiencias, la percepción presente se vincula automática-
mente, en la red de nuestra memoria, al pasado, lo que explica
que en determinados momentos nos veamos desbordados por
emociones negativas almacenadas. La EMDR permite al tera-
peuta identificar la experiencia negativa desencadenante del
problema. Hay veces en que esas experiencias resultan eviden-
tes y embargan a la persona con una sensación de terror y
miedo a la muerte como sucede, por ejemplo, con los trastor-
nos de estrés postraumático, mientras que, en otras, por el con-
trario, se trata de simples experiencias cotidianas que, a pesar
de ello, tienen un impacto muy profundo. Alguien, por ejem-
plo, puede estar riendo durante una excursión y, a partir de ese
momento, sin embargo, sentirse mal en situaciones similares. Y
esa respuesta puede ir desde la simple reacción cotidiana de
inseguridad cuando se le pide la opinión hasta la sensación de
incomodidad cuando se halla en grupo, o el ataque de ansiedad
que le lleva a temblar, enrojecer y querer escapar apenas se le
pide que haga algo en público. Todas nuestras experiencias se
hallan, de algún modo, vinculadas entre sí, como ilustra la reac-
ción de cierta mujer que, después de sentirse mal en público al
descubrir que su marido la engañaba, era incapaz de salir de su
casa.
LOs MUCHOS ROSTROS DEL MIEDO 149

Aunque la respuesta patológica al presente dependa de las


experiencias vitales tempranas, su nombre depende de los sín-
tomas de los que vaya acompañada. En este sentido, el trastor-
no de estrés postraumático, el ataque de pánico, el trastorno de
pánico y la fobia son subconjuntos de la misma categoría cono-
cida como trastornos de ansiedad. Cuando la persona atravie-
sa una experiencia que pone en peligro su vida y, partir de
entonces, desarrolla pensamientos obsesivos y conductas de
evitación al respecto, le llamamos trastorno de estrés postrau-
mático. Pero las situaciones que ponen en peligro la vida y
otras dificultades de naturaleza más cotidiana pueden determi-
nar también la emergencia de otro tipo de trastornos. Cuando la
persona experimenta ataques discontinuos e intensos de ansie-
dad y de miedo, hablamos de ataques de pánico; si los ataques
recurrentes de pánico van seguidos de un mínimo de un mes de
preocupación por sufrir otro ataque, les llamamos trastornos de
pánico, y si, por último, los objetos o situaciones temidas con-
cretas despiertan una ansiedad y una evitación intensa, son
conocidos como fobias. Independientemente, sin embargo, de
que los factores biológicos predispongan a algunas personas a
la ansiedad o la reacción de pánico, el culpable último se asien-
ta en una o varias de las experiencias vitales tempranas que per-
manecen fijadas en nuestro sistema nervioso y reactivan el pro-
blema.
La EMDR aborda los diferentes trastornos de ansiedad
con protocolos especialmente destinados al efecto. Para
maximizar los efectos del tratamiento, la EMDR no sólo pro-
cesa los recuerdos antiguos, sino también los eventos y situa-
ciones recientes en los que el cliente supone que acabará
viéndose implicado. No olvidemos que la red asociativa de
la memoria es muy compleja y que queremos abarcar el
mayor número posible de dimensiones del problema. La
misma conexión asociativa que existe, a muchos niveles, en
150 EMDR

la red de nuestra memoria, entre el pasado y el presente,


explica que los efectos del tratamiento positivo acaben gene-
ralizándose a todo el sistema y que la persona empiece a res-
ponder positivamente a situaciones similares.
Si bien la EMDR parece permitir el acceso a la red de la
memoria y modificarla en consecuencia, la razón por la que
las experiencias tempranas pueden provocar una respuesta
tan distorsionada se asienta en una compleja cadena de estí-
mulos y respuestas. La causa inicial de la mayoría de los sín-
tomas de los trastornos de ansiedad se asienta en una expe-
riencia perturbadora, y la ansiedad generada puede asociarse
a muchas de las cosas (como, por ejemplo, sonidos u objetos)
que, en ese momento, se hallaban presentes. Posteriormente,
cualquiera de esos estímulos puede desencadenar la emergen-
cia automática de la ansiedad y la respuesta puede volver a
asociarse a cualquier cosa que entonces se halle presente. No
es de extrañar que, con el paso del tiempo, la red de respues-
tas ansiosas vaya extendiéndose y tornándose más complejo.
Afortunadamente, la solución suele ser bastante sencilla y los
conceptos en los que se basa el tratamiento se remontan a la
obra de un genio llamado Ivan Pavlov.
Aunque los distintos enfoques psicológicos nos brinden
explicaciones diferentes, lo más adecuado, en mi opinión,
consiste en contemplar los trastornos del miedo a través de
las lentes pavlovianas del estímulo-respuesta, donde el estí-
mulo es el evento inquietante y la respuesta, por su parte, es
la conducta motivada por el miedo.' Hace aproximadamente
un siglo, Pavlov descubrió, de manera casi accidental, la
posibilidad de enseñar a un perro a salivar en respuesta al
sonido de una campana que sonaba poco antes de darle de
comer. Centenares de investigaciones posteriores con seres
humanos han corroborado el mismo tipo de respuesta auto-
mática en una amplia diversidad de condiciones?
LOS MUCHOS ROSTROS DEL MIEDO 151

El fenómeno del estímulo-respuesta se conoce, en el


mundo de la psicología, como condicionamiento clásico y
explica que las caricias de la madre puedan poner fin al llan-
to de un bebé hambriento que haya aprendido a asociar a la
madre con el alimento y el bienestar. El concepto de condi-
cionamiento constituye la piedra angular de la psicología
conductual y su uso en nuestra cultura se ha convertido en
algo tan habitual que ni siquiera lo advertimos. Una versión
de este modelo, conocida con el nombre de condicionamien-
to operante, se produce cuando alguien establece una asocia-
ción entre una acción y su correspondiente consecuencia. Por
ello se castiga al niño que corre hacia la calle, con la espe-
ranza de que aprenda a asociar esa acción al castigo y extin-
guir, de ese modo, esa conducta. Y lo mismo sucede, sólo
que con la intención contraria, con las primas laborales que
se ofrecen a los trabajadores. Y por más que el estímulo-res-
puesta no sea más que uno de los muchos procesos mentales
que existen, es cierto que se trata de uno de los más básicos
y elementales. A fin de cuentas, los procesos fisiológicos y
mentales se hallan inextricablemente unidos.
Uno de los mecanismos que permiten a la EMDR la rápi-
da resolución de los trastornos basados en el miedo y la ansie-
dad tiene que ver con el condicionamiento clásico. Del
mismo modo que el miedo se asocia a ciertos estímulos, pro-
vocando fobias y trastornos del pánico, ciertas evidencias
parecen sugerir que la EMDR puede descondicionar rápida-
mente el sufrimiento y reemplazarlo por una poderosa res-
puesta de relajación. En una reciente investigación dirigida
por David Wilson et als.,' por ejemplo, se pedía a personas
que tenían recuerdos angustiosos que los evocasen mientras
se llevaba a cabo el procesamiento EMDR empleando los
al
movimientos oculares o manteniendo los ojos cerrados,
tiempo que se hallaban conectado s a un equipo de biofeed-
152 EMDR

back. Después del tratamiento, un polígrafo independiente


valoraba su tasa cardíaca, su respiración, la presión sanguínea
y la respuesta galvánica de la piel (es decir, la resistencia eléc-
trica de la piel asociada a la excitación emocional).
Los resultados de esta investigación han revelado la exis-
tencia, en los sujetos que utilizaban los movimientos ocula-
res mientras evocaban un recuerdo inquietante, de una res-
puesta automática de relajación física que no se presentaba
en quienes mantuvieron los ojos cerrados. Este descubri-
miento parece poner de manifiesto la existencia, en el ser
humano, de un mecanismo fisiológico interno que, cuando se
ve activado y adecuadamente dirigido, favorece la curación
emocional. Los resultados de este estudio también subrayan
la fortaleza del vínculo que existe entre nuestra fisiología y
nuestra psicología, porque bastó una sola sesión de EMDR
para que los síntomas desapareciesen.
La interconexión que hay entre el cuerpo y la mente toda-
vía resulta más evidente en el estudio de las fobias. Por más
que los terapeutas que trabajan con clientes fóbicos discre-
pen sobre el modo más adecuado de abordar las fobias coin-
ciden, no obstante, en que el núcleo del problema se deriva
de alguna asociación que el cliente ha establecido entre cier-
tos estímulos (como arañas, por ejemplo) y una respuesta de
miedo que tiene una raíz fisiológica. Cuando el miedo es tan
intenso que entorpece el funcionamiento normal de la perso-
na, se denomina fobia. Una reciente encuesta realizada en
este sentido estima que, en los Estados Unidos, una de cada
diez personas padece algún tipo de fobia, que va desde la
fobia social (como el miedo a hablar en público) a otra forma
mucho más concreta (como el miedo a volar o conducir. las
más comunes, por cierto, de todas las fobias) y el miedo a los
animales (la más infrecuente de todas).*
La respuesta más habitual de la persona que padece fobia
Los MUCHOS ROSTROS DEL MIEDO 153

consiste en evitar aquellas situaciones u objetos que provo-


can el miedo, una respuesta de evitación que, según la psico-
logía conductista, no hace más que alimentar la fobia. Desde
esa perspectiva, el único modo de curar la fobia consiste en
emprender una terapia en la que la persona se vea repetida-
mente expuesta al objeto de sus miedos (ya sea de manera
exclusivamente imaginaria o en la vida real) sin hallarse, no
obstante, expuesta a sus consecuencias negativas (como ser
picado por una araña). Así es como el miedo va extinguién-
dose progresivamente hasta que deja de ser un problema. La
investigación realizada al respecto ha demostrado los exce-
lentes resultados obtenidos por los abordajes conductuales
para el tratamiento de las fobias. Desafortunadamente, sin
embargo, los terapeutas que trabajan con clientes fóbicos
saben bien que la solución a los problemas que afectan a
quienes padecen de fobias complejas no siempre es tan sen-
cilla como la de los sujetos especialmente seleccionados y
controlados que suelen participar en una investigación. Éste
es el motivo por el cual la EMDR insiste en la importancia
de la planificación global del tratamiento.
Aunque todavía no se haya llevado a cabo ningún estudio
comparativo controlado acerca de la eficacia de la EMDR en
el tratamiento de los clientes fóbicos, son centenares los tera-
peutas que afirman haber conseguido excelentes resultados?
El protocolo EMDR que hemos diseñado especialmente para
el tratamiento de las fobias se centra en el evento que la
causó y en alguna circunstancia que pueda estar sosteniéndo-
la. Tengamos en cuenta que la causa de una fobia es, con
mucha frecuencia, bastante más compleja de lo que, a prime-
ra vista, parece. En cierta ocasión trabajé con una clienta que
tenía miedo a volar, un problema que habitualmente habría
abordado de manera directa. La revisión de su biografía, no
obstante, me permitió descubrir que su marido era represen-
154 EMDR

tante y que el miedo a volar era la única justificación válida


que podía sustraerla a la necesidad de verse arrastrada a
acompañar a su marido en sus viajes por todo el país. Es evi-
dente que, en tal caso, no se trataba de una decisión conscien-
te, sino de un beneficio secundario, una expresión que se
refiere a la ventaja que el trastorno proporciona a quien lo
padece. Así fue como, para tratar exitosamente a esta mujer
empleando la EMDR, empezamos centrándonos en su rela-
ción de pareja utilizando la terapia familiar y, cuando desarro-
lló la suficiente asertividad, pudo establecer sus propios lími-
tes, sin verse así obligada a que su fobia los estableciese por
ella.
Otro aspecto importante del protocolo de la EMDR es
que se enfrenta a todos los estímulos presentes que puedan
activar el miedo. Si, por ejemplo, un hombre tiene miedo a
volar, no debemos olvidar que son muchas las actividades
que acaban conduciendo a un avión. Para corregir las distin-
tas dimensiones del problema, que incluyen la ansiedad anti-
cipatoria, es necesario que el cliente imagine, escena tras
escena, la “película” entera del viaje, comenzando en su pla-
nificación y concluyendo en el regreso seguro. Cualquiera de
los estímulos que rodean a la experiencia de volar (la llama-
da telefónica a la línea aérea, el viaje en coche hasta el aero-
puerto O el paseo que conduce a la puerta de embarque)
puede servir de desencadenante, sobre todo en el caso de que
el cliente tenga una experiencia previa de ella en un estado
de miedo. Del mismo modo, si el problema en cuestión es la
claustrofobia, es importante procesar todas aquellas situacio-
nes que desencadenan el miedo, como quedarse bloqueado
en un atasco, estar atrapado en un ascensor, viajar en un
autobús atestado, etcétera.
Insistamos una vez más en que la respuesta de miedo se
deriva de alguna experiencia vital temprana, ya se trate de un
Los MUCHOS ROSTROS DEL MIEDO 155

trauma personal, de haber atestiguado el daño de otra persona,


o de una acumulación de advertencias relativas al peligro que
conlleva una determinada situación. Hay veces, sin embargo,
en las que el evento central se halla sepultado en los estratos
más profundos de la historia temprana del cliente. Recuerdo,
en este sentido, el caso de un cliente que, durante el procesa-
miento con la EMDR, descubrió que su miedo a volar se deri-
vaba de haber presenciado la muerte de su madre y de sus con-
siguientes sentimientos de inadecuación. Después de haber
procesado todo el evento, el efecto se generalizó a través de la
red asociativa de su memoria, facilitando el tratamiento de su
problema, el miedo a volar. Hay ocasiones en las que el trata-
miento del evento central puede desencadenar la curación
completa de toda la red de la memoria.
Aunque muchas fobias hayan sido causadas por una deter-
minada experiencia traumática, su raíz puede también asen-
tarse en una acumulación de eventos. Así es como diferentes
estratos de incidentes angustiosos pueden acabar provocando
una existencia sutilmente angustiosa. Y cuando esas personas
no se dan cuenta de la posibilidad de recibir ayuda, acaban
sumidos en el sufrimiento. Otros pueden verse obligados a
emprender una terapia porque los tentáculos de esos eventos
llegan a obstaculizar el desempeño de actividades tan norma-
les como, por ejemplo, conducir. Lo que parece, pues, una
fobia aislada puede acabar convirtiéndose en una oportunidad
para curar muchos estratos problemáticos asociados.

Jessica Spenser era una estudiante de periodismo de Los


Ángeles que tenía 22 años cuando sufrió el primer episodio
de lo que acabaría convirtiéndose en una fobia a conducir y
una serie de ataques de pánico que la atormentaron durante
14 años. También era una atleta que disfrutaba de los depor-
tes de riesgo, como el windsurfing, la navegación, el subma-
156 EMDR

rinismo y el barranquismo, pero a pesar de toda esta activi-


dad, Jessica se sentía vacía, inestable y angustiada y tenía un
miedo difuso que bien podríamos resumir diciendo que tenía
miedo a perder el control.
Una noche en la que estaba conduciendo por el carril cen-
tral de una autopista de Los Ángeles a unos 100 kilómetros por
hora empezó a pensar en el amasijo de metal retorcido y cuer-
pos rotos que podría provocar si, a esa velocidad, se desmaya-
se y perdiera el control de su vehículo. Todo su pensamiento
racional se detuvo, la adrenalina inundó su torrente sanguíneo
y su corazón y su mente empezaron a galopar. Hacía aproxi-
madamente un año que se había desvanecido mientras estaba
en la ducha y ahora tenía la misma sensación de estar a punto
de perder el control de su cuerpo. Aterrorizada ante la posibi-
lidad de desmayarse, Jessica pisó el pedal del freno y centró
toda su atención en atravesar los dos carriles que la separaban
del arcén, donde podría estar segura, pero las luces parecían
llegar de todas partes y coches y camiones se vieron obligados
a esquivarla bruscamente tocando el claxon.
Aunque Jessica consiguió llegar finalmente al arcén sana
y salva, las cosas no acabaron ahí porque, esa misma noche,
afloraron a la superficie las semillas del miedo que llevaba
tanto tiempo sembrando y que fue ramificándose en el curso
de la próxima década, arrojando una sombra cada vez más
oscura sobre todo su mundo.
En la época en la que Jessica conoció a la psicoterapeuta
Deany Laliotis, una asistenta social licenciada que pasaba
consulta en Washington D.C., su miedo a conducir había cre-
cido y generado nuevos miedos. Llevaba 14 años evitando las
autopistas y limitándose a conducir —aunque sólo de día— por
las carreteras secundarias. Su carrera estaba a punto de venir-
se abajo, porque era una periodista freelance cuyos encargos
la obligaban a ir de un lado a otro. Había ocasiones en que lo
Los MUCHOS ROSTROS DEL MIEDO 7

que hubiera sido un sencillo viaje de 25 minutos, acababa


convirtiéndose en una expedición de un par de horas a través
de atascos interminables, zonas escolares y barrios descono-
cidos. Entonces Jessica relajó su búsqueda de empleo y
empezó a renunciar a aquellas actividades en las que el des-
mayo resultara potencialmente peligroso. Entonces fue cuan-
do abandonó la vela, el barranquismo, el submarinismo y el
windsurf. Los años fueron pasando y Jessica se sentía cada
vez más aislada y retirada, hasta el punto de que sólo se rela-
cionaba con su marido.
Entonces buscó ayuda para superar el miedo a conducir. En
todos esos años había intentado la terapia individual, la terapia
grupal (que todavía proseguía), la hipnosis y el biofeedback
logrando, en ocasiones, una aparente mejora que no tardaba en
revelarse provisional. Finalmente oyó hablar de la EMDR y
decidió emprender una terapia con Deany.
Jessica trabajó con Deany durante cinco meses. Ella
comenzó a contarle los ataques de pánico y las numerosas Oca-
siones en que, a lo largo de toda su vida, desde su infancia
hasta el presente, se había desmayado y perdido el control de
su cuerpo. Jessica era la menor de tres hermanos y la única
chica. Su madre trabajaba fuera de casa a tiempo parcial,
dejándola a cargo de su padre, una responsabilidad que pare-
cía molestarle, descargando sobre ella todo su enfado. Por eso,
cuando la encontraba jugando se irritaba, alzaba la voz, tiraba
cosas al suelo y cambiaba el canal de la televisión hasta con-
seguir que Jessica se marchase a otro cuarto. También la obli-
gaba a comer cosas que no le gustaban y a hacer tareas para
las que no estaba lo suficientemente madura, y aunque nunca
le puso, en ningún sentido, la mano encima, siempre estaba
asustada y se sentía acosada. A eso de los seis años empezó a
quedarse sola en casa, una situación a la que Deany atribuyó
el origen de sus males.
158 EMDR

Las cosas empezaron a empeorar cuando Deany se ente-


ró de que Jessica había sido sometida a tres operaciones en
los primeros cuatro años de vida, dos de la vista y la tercera
de la uretra y que, en todos esos casos, pasó sola la convale-
cencia en el hospital. Su madre la visitaba ocasionalmente,
pero su padre jamás fue a verla y tuvo que enfrentarse sola a
las intervenciones quirúrgicas. No es de extrañar que, cuan-
do acabaron las operaciones, hubiera desarrollado un miedo
muy intenso a los médicos, las agujas y las inyecciones y que
actualmente —con 37 años—, según le contó a Deany, lleva
muchos años sin haberse sometido a un chequeo médico.
El maltrato y el abandono que se vio obligada a atravesar en
la infancia se convirtieron en terreno abonado para el desarro-
llo de multitud de miedos y disfunciones. Muchas eran, pues,
las oportunidades para trabajar con la EMDR, pero puesto que
su principal queja era la incapacidad de conducir, decidieron
empezar centrándose en ella. Como ambas ignoraban la causa
concreta del miedo, eligieron como objetivo el primer (y peor)
ataque de pánico —que había sucedido en la autopista de Los
Ángeles- y los intensos sentimientos y creencias que le acom-
pañaron («Soy una inepta», «No puedo controlar esta situa-
ción», «Hay algo malo en mí» o «El problema soy yo»).
Cuando comenzaron la serie de movimientos oculares, Jessica
asistió al desfile de una serie de imágenes que se asemejaban a
una película que iba desde el pasado hasta el presente, y vice-
versa, acompañado de sentimientos tales como el miedo, la
sensación de culpabilidad y un sufrimiento y una desesperación
intolerables.
En una de las sesiones, Jessica trabajó con la imagen de
conducir dentro de un túnel. Súbitamente, la imagen cambió
a otra en la que se veía rodeada de camiones por todas par-
tes. Entonces fue cuando uno de los camiones se convirtió en
su padre, provocando la misma secuencia de amenaza y
LOS MUCHOS ROSTROS DEL MIEDO 159

sumisión que había padecido en su infancia. Las asociacio-


nes movilizadas por la EMDR se vieron entonces acompaña-
das de un flujo de emociones y comprensiones. Entonces se
dio cuenta de que había pasado toda su vida sumida en el
miedo y de que la idea de perder el control que tanto la ate-
rrorizaba estaba estrechamente unida a las muchas ocasiones
en que se había visto obligada a presenciar la pérdida de con-
trol de su padre.
Con esta comprensión, Deany y Jessica empezaron a
abordar los problemas familiares. En una de las sesiones,
Jessica recordó el bochornoso día de verano en que su padre
la mandó a cortar el césped. Jessica, que sólo tenía 11 años y
era muy pequeña para su edad, sacó la pesada segadora del
garaje, pero no pudo arrancarla. Finalmente, tiró tan fuerte
de la cuerda que la ponía en marcha que acabó rompiéndola.
Su padre se enfadó entonces mucho y le ordenó que la arre-
glase mientras Jessica, con la cabeza gacha porque no tenía
dinero para llevarla al mecánico, lloraba en silencio viendo
cómo sus lágrimas caían al suelo.
Fueron varias las sesiones que Jessica y Deany llevaron a
cabo sobre el miedo a conducir, como cruzar puentes, chocar
con camiones y circular por autopistas interestatales con
separadores de cemento, situaciones, todas ellas, en las que
Jessica se sentía atrapada e incapaz de controlar tanto su cuer-
po como las situaciones que la rodeaban. Deany pensó enton-
ces que todas estas cuestiones debían estar relacionadas con
las operaciones a las que se había visto sometida, de modo
que su atención se centró en esas imágenes. Durante la serie
de movimientos oculares, Jessica recordó detalladamente ese
tiempo, incluido el olor de amoníaco que impregnaba el hos-
pital. Los movimientos oculares le permitieron experimentar
de nuevo el sufrimiento y el miedo que había experimentado
cuando la abandonaron y se vio obligada a enfrentarse a solas
160 EMDR

con personas extrañas que hacían cosas dolorosas a su cuer-


po. La elaboración de esas experiencias no sólo redujo el
impacto de las creencias negativas sobre sí misma, sino que
también la liberó del miedo a los médicos y a las inyecciones.
Entonces se sintió más segura y desarrolló la confianza de
que su cuerpo no la abandonaría desvaneciéndose.
Jessica fue saliendo lentamente de su concha. A medida
que fue procesando sus recuerdos infantiles, muchos de sus
problemas, que hundían sus raíces en su infancia e impreg-
naban su sensación de identidad, fueron desapareciendo y su
personalidad empezó a tornarse más sociable, más asertiva,
más segura y con una mayor confianza en sí misma. Deany
estaba muy contenta con todos esos cambios, pero como ya
llevaban un par de meses trabajando, le parecía que el avan-
ce no era tan rápido como es habitual en la EMDR. Además,
tampoco habían conseguido eliminar el miedo a conducir.
Algo parecía estar impidiéndoselo. Jessica abandonaba cada
sesión transmitiendo a Deany la impresión de que, en esa oca-
sión, cogería el coche e iría a la autopista, pero lo cierto es
que cuando estaba sola en casa, se veía paralizada por la
ansiedad y no encontraba el momento de hacerlo. Por desgra-
cia, la única ocasión en que lo intentó fue una noche —una
condición adversa sobre la que no habían trabajado— y se vio
desbordada por un ataque de pánico. No hace falta decir que
fue un auténtico contratiempo. ¿No podría, en tal caso, des-
mayarse y atropellar a alguien? ¿No podía poner en peligro
la vida de alguien e incluso la suya propia? El trabajo poste-
rior tampoco consiguió acabar con la ansiedad. Algo, pues —a
lo que por cierto, no habían logrado acceder—, seguía alimen-
tando el miedo.
Finalmente, Deany decidió acompañarla a la autopista.
De este modo, cada vez que Jessica empezaba a sentir la
emergencia del miedo, se apartaban al arcén y empleaban la
Los MUCHOS ROSTROS DEL MIEDO 161

EMDR con el estímulo que lo hubiera activado. Así pasaron


las cuatro sesiones siguientes, despertando la curiosidad de
los conductores que pasaban junto a ellas, pero haciendo
grandes avances. Además de proporcionarle el apoyo que no
había obtenido de su familia, Deany estaba combinando la
EMDR con la técnica de la exposición en vivo (es decir, en
la vida real) habitualmente utilizada por los terapeutas con-
ductistas. Este procedimiento les permitió acceder a todos
los miedos de Jessica y a los estímulos que los provocaban y
procesarlos con la EMDR, cosa que no había sido posible en
la consulta.
Después de que esta “terapia sobre ruedas” eliminase el
último reducto de sus miedos, la vida de Jessica experimentó
un cambio espectacular. Su autoestima creció, puso nueva-
mente en marcha su talento periodístico y cogía el coche cuan-
do quería para ir donde quería, llegando incluso a acompañar
a su marido en un viaje de negocios a la costa Este. Su miedo
a los médicos y a las agujas también había desaparecido.
No es infrecuente que los problemas identificados sobre
los que se centra la EMDR acaben remitiendo a otros even-
tos relacionados. Y es que aunque, a primera vista, no lo
parezcan, esas conexiones son siempre lógicas. Por eso, el
cliente que empieza a trabajar centrándose en un evento trau-
mático como, por ejemplo, el día en que su padre le abando-
nó, puede acabar recordando episodios similares de abando-
no y otras ocasiones en que experimentó idéntica desespera-
ción. También es posible que el cliente recuerde otras expe-
riencias angustiosas que haya vivido con su padre, O situa-
ciones en las que había tenido pensamientos negativos del
tipo «No merezco el amor». Todo esto, como ya hemos
dicho, se debe a que, en la red de la memoria, nuestras expe-
riencias vitales del pasado se hallan fisiológicamente ligadas
a eventos similares que ocurren en el presente.
162 EMDR

La capacidad de la EMDR para acceder a las redes de la


memoria y procesar las viejas experiencias permite que las
personas concluyan el tratamiento obteniendo una curación
que les permite trascender el problema original. Fue así
como Jessica abandonó la terapia EMDR con mucho más
que una renovada capacidad de conducir. El proceso facilitó
la rápida superación de problemas que habían sido sembra-
dos mucho antes de la emergencia de su fobia, los cuales, de
formas muy distintas, acabaron afectando a su autoestima.
De este modo, los síntomas manifiestos que habían motiva-
do su búsqueda de ayuda acabaron convirtiéndose en una
oportunidad para llevar a cabo un cambio mayor.
Este tipo de interacciones entre el pasado y el presente
fue descubierto cuando un grupo de terapeutas de la EMDR
voló a Florida con el fin de ofrecer a los clientes una sesión
de tratamiento para tratar a las víctimas del huracán Andrew.
Según dijeron, el 30% de los clientes que participaron en ese
programa empezó a procesar el recuerdo de algún trauma
infantil en el que habían vivido una sensación semejante de
caos y descontrol. En este sentido, el huracán les proporcio-
nó una ocasión para liberarse de los residuos de situaciones
vividas mucho tiempo atrás.
Las viejas experiencias pueden empeorar las reacciones
negativas a las nuevas lo que, a su vez, pueden exacerbar las
reacciones de aquéllas. De hecho, una de las cosas que nos
ha mostrado repetidamente la EMDR es que el pasado toda-
vía se halla presente. Y es que, por más que creamos haber-
lo sepultado, su mano férrea puede atraparnos cuando menos
lo esperemos.

En marzo de 1990, Susan Rafertty y Sam, su segundo marido,


estaban sentados en el sofá escuchando el viento que surcaba la
noche de Colorado. De hecho era Sam el que lo estaba escu-
Los MUCHOS ROSTROS DEL MIEDO 163

chando, porque Susan se apresuró a amortiguar como mejor


pudo la intensidad del aullido del viento y la nevada contra el
cristal de la ventana. A pesar de que el miedo no era un rasgo
distintivo de su personalidad, ya que era una mujer de 40 años
segura, expresiva, asertiva y llena de vida, Susan tenía miedo a
las tormentas desde su infancia. Madre de dos hijos adultos,
trabajaba, llevaba la casa y todavía encontraba tiempo para
estar siempre impecablemente vestida y peinada.
La mente de Susan dejó entonces a un lado la tormenta,
pero se quedó atrapada en otro tema igualmente angustioso, su
nuevo trabajo, que aún no llevaba un mes desempeñando. Era
la jefa de compras de una empresa contratada por el
Departamento de Defensa de Colorado Springs y, aunque
anteriormente había trabajado para la misma empresa y era
conocida como una excelente secretaria, se sentía desbordada
por sus nuevas obligaciones. Era tanto el dinero que estaba en
juego que pasó las primeras semanas sumida en el pánico, algo
que contrastaba considerablemente con su habitual desempe-
ño “supercompetente”.
Cuando Susan se giró para decirle algo a Sam, la mitad de
su rostro se quedó súbitamente insensible. Sam la llevó
entonces rápidamente en coche por las calles heladas hasta el
hospital más próximo, temiendo que se tratara de un derrame
cerebral, pero los médicos no detectaron nada y la enviaron
de vuelta a casa.
Nadie sabía entonces que Susan acababa de tener el pri-
mero de una serie de los muchos ataques de pánico que, a
partir de ese momento, iba a sufrir. Aunque la intensificación
de los latidos del corazón sea la reacción física más habitual-
mente asociada al pánico, son muchos los síntomas que sue-
len acompañarlo, como la pérdida de sensibilidad, la sensa-
ción de hormigueo, las dificultades respiratorias, los mareos,
los vértigos, los temblores, el dolor de pecho, las náuseas, el
164 EMDR

malestar abdominal y los escalofríos. Como ya hemos visto


en el capítulo anterior con el caso de Emily Zazaroff (la
mujer que no podía quedarse embarazada), el cuerpo es una
parte inseparable del proceso psicológico y, con cierta fre-
cuencia, son los síntomas físicos los que nos transmiten el
relato real de todas las inquietudes que el cliente no logra
expresar de forma verbal. Esto es especialmente cierto en el
caso de las personas muy activas y de quienes están siempre
cuidando a los demás, es decir, de personas que suelen preo-
cuparse mucho por las personas que les rodean y que, en
consecuencia, tienen poco tiempo para ocuparse de sus pro-
pias necesidades, ya sean psicológicas o de cualquier otro
tipo. No es infrecuente que este tipo de personas consideren
sus emociones como una debilidad que no pueden permitir-
se. Resulta paradójico que, en este sentido, las personas más
fuertes suelan ser también las que más se reprimen y las que
peor están.
Los meses que siguieron fueron muy angustiosos para
Susan, en la medida en que, tanto en el trabajo como en casa,
su estrés no hacía sino aumentar. Su hijo tenía sida y su cuña-
da acababa de ser diagnosticada de cáncer y se vio sometida
a una operación. Su hijo pequeño, Ernie, estaba en las fuer-
zas aéreas y formaba parte del contingente militar que los
Estados Unidos estaban a punto de enviar al Golfo Pérsico,
y el hijo mayor de Sam, que también estaba en las fuerzas
armadas, estaba seguro de que iban a movilizarle. Susan, por
su parte, estaba muy preocupada. La insensibilidad de brazos
y pies era cada vez mayor, tenía dificultades respiratorias,
mareos y unas embarazosas e inexplicables diarreas, sínto-
mas que parecían presentarse en oleadas, con una frecuencia
de cuatro o cinco veces por semana. Su médico le prescribió
una resonancia magnética para ver si padecía esclerosis múl-
tiple, pero los resultados fueron negativos.
Los MUCHOS ROSTROS DEL MIEDO 165

Seis meses más tarde, Susan se encontraba empujando su


carrito de la compra por los pasillos abarrotados y ruidosos de
un supermercado. Los altavoces difundían mensajes ensorde-
cedores y Susan tuvo la sensación de que la mercancía apila-
da en los estantes estaba a punto de caérsele encima.
Súbitamente, se dio cuenta de que no podía respirar, su pecho
se contrajo, su corazón se aceleró, todo su cuerpo empezó a
temblar y su piel se humedeció. Entonces pensó: «Me estoy
volviendo loca. Si no salgo pronto me moriré» y, dando
media vuelta y dejando atrás su carro medio lleno, echó a
correr hacia la puerta de salida, tropezando con los clientes
que iban en dirección contraria.
De nuevo en el coche, Susan se agarró al volante durante
varios minutos hasta que consiguió atenuar la intensidad de
sus sensaciones. Luego recuperó el control de sí misma y
trato de ser práctica. Habían sido muchas las situaciones difí-
ciles a las que, en los últimos seis meses, se había enfrenta-
do, de modo que no había razón alguna para que, en este
caso, no pudiera también hacer lo mismo. «Muy bien. —se
dijo en voz alta—. No volveré a este supermercado. A fin de
cuentas, tampoco me gusta.»
Una semana después de esa infausta mañana, Susan cogió
su lista de la compra y se dirigió hacia otro supermercado
más pequeño, pero en esa ocasión, volvió a ocurrir lo mismo
ya que, en medio del bullicio, volvió a sufrir súbitamente un
ataque de pánico y tuvo también que escapar corriendo hacia
la puerta. Los síntomas físicos que acompañaron a esta situa-
ción fueron los mismos que los que había experimentado la
primera vez: diarrea, dificultades respiratorias, temblores y
una aceleración del latido cardíaco. Luego, mientras se recu-
peraba sentada en el coche, se dijo: «Esto es ridículo. No
puedes pasarte la vida evitando los supermercados».
Fue entonces cuando Susan se decidió a visitar al médi-
166 EMDR

co, que le dijo que sus ataques podían deberse a una bajada
de la tasa de azúcar en sangre, por lo que la sometió a una
prueba de tolerancia a la glucosa, que implicaba cinco tomas
de sangre en un lapso de cinco horas para verificar los cam-
bios en el nivel de azúcar. Como era mucho el tiempo que
había entre una prueba y otra, Susan y Sam decidieron dar la
vuelta por el edificio y entraron en una tienda. De pronto,
Susan volvió a sentir entonces todos los síntomas que ya
había experimentado: la diarrea, las dificultades respirato-
rias, el sudor, el pánico y la flojedad en las piernas. Sam la
tomó entonces del brazo y la llevó rápidamente al médico,
que inmediatamente le hizo un análisis de sangre. Susan tem-
blaba tanto que la enfermera tuvo dificultades para tomar
una muestra de sangre del brazo y tuvo que pincharla en un
dedo, pero la tasa de azúcar era normal.
Cuando el médico volvió a la consulta llevaba entre las
manos un libro en cuya cubierta podían leerse las palabras
“trastornos de ansiedad”. «Susan —dijo entonces el doctor,
creo que sufres de ataques de pánico y quiero que leas este
libro para que puedas entender algo más lo que te ocurre.
También te recetaré, entretanto, algún ansiolítico.»
Susan leyó ese libro y todo lo que cayó en sus manos
sobre la ansiedad y los ataques de pánico descubriendo, en
esos textos, una clara descripción de todos los síntomas que
había experimentado. No estaba loca, ni tampoco estaba
muriéndose, sino que tenía un trastorno de ansiedad, como
las personas sobre las que acababa de leer. Pensó que resul-
taba paradójico que el simple conocimiento de que son miles
las personas que padecen esa enfermedad la hiciera sentirse
mejor. La medicación ansiolítica que, al comienzo, tomó
religiosamente, pareció liberarla de sus ataques, pero sólo de
un modo provisional, porque no tardaron en reaparecer.
Además, los efectos colaterales de la medicación resultaban
Los MUCHOS ROSTROS DEL MIEDO 167

muy desconcertantes porque después de cada una de las tres


píldoras que debía tomar diariamente, Susan se sentía aturdi-
da durante unos 45 minutos.
Finalmente, Susan renunció a la medicación, pero se negó
a rendirse a la enfermedad. Sus lecturas le habían enseñado
que los ataques de pánico suelen abocar hacia una agorafobia
completa y no quería que el miedo acabase convirtiéndola en
una reclusa. Por ello se obligó a ir a las tiendas y a los super-
mercados, por más que sólo tuviera ganas de quedarse en casa
y sentarse a solas en la oscuridad. A pesar de todos sus esfuer-
zos por luchar contra el pánico, sin embargo, los ataques
siguieron presentándose a un ritmo de cuatro o cinco veces
por semana de manera aparentemente inesperada a la vuelta
del trabajo, en lugares ruidosos y atestados e incluso, en oca-
siones, mientras conducía. La red de estímulos estaba expan-
diéndose, pero cada vez que afloraba un miedo, Susan se
enfrentaba a él. En el mismo instante, por ejemplo, en el que,
mientras estaba conduciendo, sentía la aparición de un nudo
en la garganta o de una constricción en el pecho, ponía en
funcionamiento la radio y cantaba a todo pulmón hasta dismi-
nuir la intensidad del pánico. Luego respiraba profundamen-
te y seguía conduciendo. En ciertas ocasiones, no obstante, la
pérdida de sensibilidad y el dolor en el pecho eran tan inten-
sos y semejantes a un ataque cardíaco que Susan renunciaba
a tratar de reprimirlo e iba corriendo a urgencias.
En las horas y días posteriores a un ataque, Susan se sen-
tía desbordada por el miedo, preguntándose cuándo —y
dónde- se produciría el siguiente ataque. Este miedo antici-
patorio, combinado con los ataques de pánico, la convirtie-
ron en una perfecta candidata al diagnóstico de trastorno de
pánico, un problema más difícil de tratar que el ataque de
pánico porque, en tal caso, el miedo a sufrir otro ataque ali-
menta el miedo original. Para muchas personas, el más leve
168 EMDR

indicio de sensación física puede desencadenar, aun en


ausencia de factor estresante alguno, un ataque de pánico. Y
es que no hay modo alguno de escapar al miedo a las propias
reacciones corporales.
Fueron muchas las cosas a las que Susan apeló para tratar
de tranquilizarse, incluido el biofeedback y un programa
intensivo de tres días de reducción del estrés, pero nada de
ello pareció funcionar. Finalmente, cambió de compañía de
seguros y se apuntó a otra que cubría también la psicotera-
pia. George Dunn, un asistente social y psicoterapeuta, pasó
entonces a Susan una batería de tests (que corroboraron el
diagnóstico de ansiedad y depresión) y llevó a cabo su histo-
rial, momento en el cual le habló del tornado de 1984 que
arrancó su casa desde los mismos cimientos, esparciendo
todo su contenido por los alrededores, el mismo tornado que
había acabado con la vida de su primer marido, poniendo así
un abrupto final a un feliz matrimonio de 20 años.

Susan había crecido en Missouri y, como todos los niños


nacidos y criados en el llamado “cinturón de los tornados”,
había desarrollado, aun antes de hablar, un miedo sano a las
tormentas y a los tornados que suelen acompañarles. Susan
sabía que cuando el viento empezaba a ulular como un
escuadrón de bombarderos, debía ir corriendo al sótano y
acuclillarse en la esquina del sudoeste, la dirección en que
suelen originarse los tornados, antes de que tuviera la opor-
tunidad de arrancar el horno, la lavadora y el sofá y lanzar-
los sobre uno a una velocidad capaz de romper los huesos a
cualquiera.
En 1984, Susan vivía con su primer marido, Keith, en el
pequeño pueblo de Barneveld (Wisconsin), donde él trabajaba
como profesor de educación física en el instituto local. La
leyenda decía que Barneveld, una apacible comunidad produc-
Los MUCHOS ROSTROS DEL MIEDO 169

tora de leche con una población de 600 personas ubicada en las


colinas de color esmeralda del Sur de Wisconsin, estaba a prue-
ba de tornados gracias a sus colinas protectoras, localmente
conocidas como Blue Mounds. Cuando Susan, Keith y sus dos
hijos se mudaron allí, en 1979, desde Colorado, compraron una
casa nueva de dos pisos a pie de colina y ubicada junto al cuar-
tel de bomberos. Apenas se marchó el camión de mudanzas,
Susan fue de inmediato al sótano para ver cuál era la esquina
sudoeste, mientras Keith, Joel y Ernie —nativos, todos ellos, de
Colorado y que nunca habían sufrido un tornado— intercambia-
ban sonrisas de condescendencia. Fueron muchas las bromas
que Susan tuvo que soportar a lo largo de los años que pasaron
en Barneveld porque cada vez que soplaba una tormenta, Susan
invitaba a “sus hombres” a ir al sótano, no fuese que la tempes-
tad acabase provocando un tornado, una invitación de la que
ellos solían burlarse.
El 7 de junio de 1984 era un día bochornoso en el que
soplaba mucho viento. Susan llegó a casa procedente del tra-
bajo, besó a Keith, saludó a Ernie y subió al primer piso, dis-
puesta a cambiarse. Luego, como hacía demasiado calor para
cocinar, fueron a cenar al Village Restaurante. Cuando vol-
vieron a casa, el viento soplaba con violencia y Susan con-
venció a Keith para que esa noche no durmieran en su habi-
tación con aire acondicionado del primer piso, sino en el
cuarto de huéspedes, donde el constante aullido del viento no
sería tan intenso.
Pasados 50 minutos de la medianoche, un relámpago y su
correspondiente trueno despertaron a Susan. Estaba llovien-
do. Mientras se despertaba, Susan escuchó un silbido bajo y
persistente, como el viento que sopla en un alero o el sonido
apagado del claxon de un automóvil que casi se ha quedado
sin batería. En ese mismo momento, Ernie, que también se
había despertado, se presentó en la habitación de huéspedes.
170 EMDR

Quizás, pensaron, se trataba de la alarma de tornado del pue-


blo de al lado. Pero cuando Susan miró por la ventana, sólo
vio una oscuridad total. Las farolas estaban apagadas y no
había ni una sola luz en la ciudad ni en el cuartel de bombe-
ros. El silbido no era la alarma que advertía de la proximidad
del tornado, sino el tornado mismo.
—¡Vamos Keith! —gritó entonces Susan, empezando a
correr, ¡Bajemos al sótano!-—. Ernie la siguió y Keith, aunque
estaba despierto, no se precipitó tras ellos porque, después de
los años pasados en Barneveld, había desarrollado una acti-
tud condescendiente hacia lo que consideraba la actitud alar-
mista con la que su mujer reaccionaba ante los tornados.
Entonces se puso a buscar los pantalones, mientras Susan
atravesaba la cocina y abría la puerta a las escaleras que con-
ducían al sótano, donde dormían los animales. El gato se
escurrió corriendo entre sus piernas en dirección al comede-
ro, mientras que el perro permanecía en la oscuridad, sin
dejar de ladrar. Luego se escuchó un estruendo ensordecedor
mientras la estructura de la casa empezaba a crujir y, final-
mente, todo desapareció.
Cuando Susan despertó, se descubrió en la esquina sudoes-
te del sótano en la más completa oscuridad, empapada y sepul-
tada bajo un metro de escombros. La lluvia empapaba su pelo
y su camisón. El aire apestaba a gasoil, evidenciando sin la
menor duda la rotura del depósito del sótano. La escalera
había desaparecido y lo mismo había sucedido con los estan-
tes, en los que se apilaban las cajas, las maletas viejas y todos
los trastos que, con el paso del tiempo, habían ido relegando
al sótano. También el techo y la casa entera habían desapare-
cido.
Ernie estaba junto a ella y, aunque Keith no estaba, Susan
sentía instintivamente —con ese “sexto sentido” en el que
había llegado a confiar a lo largo de los años— que su marido
Los MUCHOS ROSTROS DEL MIEDO 171

estaba bien. En algún lugar de la oscuridad se escuchaban


todavía los ladridos de su perra Samantha.
Cuando la tempestad se aplacó, Ernie se escabulló como
mejor pudo de debajo de los cascotes, salió de aquel vertede-
ro que hasta el día anterior había sido su sótano y corrió en
busca de ayuda. Cuando Susan se quedó sola, abrazó el cuer-
pecillo empapado de Samantha e hizo lo que siempre solía
hacer en situaciones críticas, ser práctica, y empezó a pasar
mentalmente lista a las cosas que tendría que hacer. Primero
debía cancelar las tarjetas de crédito, por si alguien las
encontraba y trataba de aprovecharse de ellas. Luego tendría
que dar de baja la electricidad y el teléfono y después debe-
ría solicitar un duplicado del permiso de conducir. Ignorando
el desastre emocional que se le avecinaba y refugiándose en
las cuestiones prácticas, la mente de Susan había comenzado
a funcionar con el piloto automático.
Finalmente llegaron los servicios de urgencia —conoci-
dos, todos ellos, de Susan—, con luces, y colocaron un tablón
para que Susan, empapada de gasoil, pudiera subir. La luz
puso de relieve todo lo que faltaba. El coche ya no estaba,
como tampoco las paredes, el suelo, el techo, los muebles,
las cañerías, los electrodomésticos y casi todas sus pertenen-
cias. La casa de sus vecinos también había desaparecido, y lo
peor de todo, no había el menor rastro de Keith.
Entonces llegó una amiga y le ofreció resguardarse de la
lluvia en su coche. Poco después llegó otra amiga que le
brindó una cama para pasar la noche, cosa que Susan acep-
tó, porque sabía que Ernie se sumaría al equipo de rescate y
probablemente no dormiría en toda la noche. A la mañana
siguiente llegó Ernie con ropas y zapatos que había pedido
prestados para ella y se pusieron en camino hacia Barneveld
o, mejor dicho, trataron de hacerlo, porque la policía les
impidió el acceso.
17/Pa EMDR

—Lo siento, señora, pero no podemos dejar pasar a nadie


—dijo un policía de aspecto agotado—. Deberán esperar aquí.
—¡De ningún modo! —respondió Susan—. Le guste o le desa-
grade, yo vivo ahí y aún no tengo noticias de mi marido.
Susan y Ernie subieron a un coche de la policía y fueron
llevados hasta el puesto de mando, ubicado en el centro del
pueblo. Durante el camino se dieron cuenta del daño provo-
cado por el tornado. El desastre era realmente desolador.
Once de las 12 casas que componían el vecindario habían
sido destruidas. Un viento huracanado de 500 kilómetros por
hora había destruido tres iglesias, el ayuntamiento, el cuartel
de bomberos, el American Legion Hall, el bar y el restauran-
te Village y el salón de belleza Mil Rizos. Lo único que que-
daba del banco era el sótano, y de la iglesia luterana sólo se
mantenía en pie el campanario. «Bastaron 20 segundos —dijo
posteriormente la revista Time— para que Barneveld “se viese
barrido del mapa” .»*
Cuando llegaron al puesto de mando, Susan y Ernie fue-
ron conducidos hasta el policía de servicio que, con aspecto
triste y ojeroso, les dijo:
—Keith ha muerto, Susan —y luego, dirigiéndose a Ernie,
añadió—. Tú le encontraste anoche, ¿¿por qué no le has dicho
nada a tu madre?
No po-po-podía creer que se tratase de mi padre —repli-
có, temblando, el muchacho.
Los ojos de Susan se abrieron entonces de par en par.
Quizás fuese por ello que Ernie no había ido esa noche a casa
de la amiga que les había acogido.
—¿ Así que ya lo sabías? —preguntó.
Sí, mamá.
Pero antes de permitirse sentir el impacto de la realidad,
Susan puso nuevamente en marcha el piloto automático y
dijo, al salir del puesto de mando:
Los MUCHOS ROSTROS DEL MIEDO 1/8)

—Muy bien. ¿Dónde han llevado a Keith? ¿Está en


Dodgeville? ¡Pues vamos a Dodgeville!
Durante los 50 kilómetros que les separaban del hospital
de Dodgeville, Susan se enteró, por boca de los amigos que
les acompañaban, de nuevos detalles sobre el tornado. Había
causado nueve bajas en Barneveld, siete de los cuales eran
vecinos suyos, entre ellos Jill, su mejor amiga, su marido y
su hija de ocho años. Su hijo había sobrevivido, pero queda-
ría paralizado de cintura para abajo el resto de su vida. El
número de heridos ascendía a 88.
Una vez en el hospital, Susan tuvo que convencer a las
autoridades para que le dejaran ver el cadáver de su marido.
Pero por más que le insistieran en que no era necesario, que
ya había sido formalmente identificado y que verle no le
haría ningún bien (porque el accidente le había roto todos los
huesos), Susan no se dejó convencer.
Cuando abrieron la puerta del depósito de cadáveres,
Susan contó nueve cuerpos cubiertos con sábanas blancas
desde la cabeza hasta los pies. La sábana que cubría una de
las camillas se había desplazado un poco, dejando ver el
codo de un hombre. Pero cuando se dio cuenta de que no se
no se trataba del codo de un hombre, sino del codo de Keith,
su corazón dio un vuelco y su rostro habitualmente enérgico
y asertivo empezó a resquebrajarse. Sólo luego cayó en la
cuenta de que los otros ocho cuerpos inertes que se hallaban
en la sala eran los de sus amigos y vecinos.
En los días posteriores, Susan fue sumiéndose en una pro-
funda depresión. Cuando las autoridades permitieron el acce-
so a los residentes, éstos no mostraron gran interés en ver lo
que podían rescatar de los escombros. A comienzos de julio,
la revista People publicó un reportaje fotográfico en el que
subrayaba la capacidad de recuperación de los valerosos ciu-
dadanos de Barneveld que, a pesar de todo, seguían casándo-
174 EMDR

se, dando a luz, cobrando su salario y reconstruyendo sus


silos y la escuela a fin de que estuvieran a tiempo para la reco-
lección y para el próximo otoño, respectivamente.' Pero cuan-
do Susan leyó el artículo, rompió a llorar, porque no se sentía
valiente, sino que tan sólo hizo lo que tenía que hacer.
Por más paradójico que pueda parecer, uno de los princi-
pales obstáculos que impedían su recuperación radicaba,
precisamente, en su autosuficiencia. Era capaz de ignorar la
destrucción de su hogar centrándose en las cosas que tenía
que hacer y afrontaba con la misma actitud la pérdida de
Keith. Pero esa actitud, unida a la necesidad de cuidar de su
hijo y de recuperar su vida, no le permitieron concederse el
tiempo necesario para vivir el duelo, lo que impidió la ade-
cuada cicatrización de sus heridas. Había decidido permane-
cer ahí un año más, hasta que Ernie acabase sus estudios
secundarios y, para ello, se buscó un apartamento (con sóta-
no) en Mt. Horeb, a unos 20 kilómetros de Barneveld, una
distancia que muy pocas veces, sin embargo, recorrió. Sin el
apoyo de sus amigos y vecinos de Barneveld, Susan se vio
obligada a reconstruir a solas su vida. Así fue como, en lugar
de explorar sus miedos y su tristeza con personas que pudie-
ran empatizar con ella y entenderla, Susan acabó condenán-
dose al aislamiento. Después de haber hecho todo lo que
pudo por salvar sus pertenencias, su atención se centró
exclusivamente en el futuro.
Pero el clima, no obstante, no contribuyó a la superación
del problema. Junio, julio y agosto trajeron consigo muchas
tormentas estivales, varias advertencias de tornado e incluso
otro tornado (que, por cierto, pasó a un kilómetro de su
nueva casa). Fueron muchas las noches que pasaron dur-
miendo en un camastro que habían habilitado, para situacio-
nes de emergencia, en la esquina sudoeste de su sótano, tra-
tando de ignorar el aullido del viento. Cada tormenta iba
Los MUCHOS ROSTROS DEL MIEDO US

acompañada de la correspondiente sensación de caos y falta


de control, una situación que no sólo no le ayudó a superar
el problema sino que, por el contrario, no hacía más que
ahondar la herida.
Independientemente de que hubieran sufrido pérdidas o
de que formaran parte de los pocos afortunados, todos los
habitantes de Barneveld se vieron alentados a emprender una
psicoterapia, y Susan concertó una cita con una terapeuta de
su seguro médico. Cuando el terapeuta le preguntó cómo se
encontraba, Susan le respondió que las tormentas la aterra-
ban y que su corazón se aceleraba con sólo escuchar el soni-
do del viento.
—Creo que está bien —le dijo la terapeuta—. No tendrá pro-
blemas en curarse. Nosotros tenemos tratamientos para tra-
bajar los miedos irracionales, pero los suyos no lo son.
Susan sonrió, porque la psicoterapeuta acababa de confir-
mar que estaba afrontando su pérdida de la manera adecua-
da, evitando mirar hacia atrás, haciendo lo que tenía que
hacer y ocupándose de las cuestiones reales. Todavía debían
pasar varios años antes de que Susan se diese cuenta de que
esa psicoterapeuta no estaba adecuadamente entrenada para
trabajar con las víctimas de desastres naturales y que su
modo de enfrentarse a la situación distaba mucho de ser
apropiado.
Cuando Ernie se graduó y fue a la Universidad, Susan
decidió mudarse a su ciudad natal, donde había vivido los
primeros 14 años de su matrimonio con Keith y donde toda-
vía vivían sus padres. Cuando se hubo establecido, su vida
experimentó una franca mejoría, encontró trabajo como
secretaria y empezó a rehacer su vida. Varios años después
conoció a Sam Rafferty, que provenía de una numerosa faml-
lia católica irlandesa y se casó con él.
Hablar de esos terribles eventos con George Dumn la
176 EMDR

ayudó a entender el modo en que las consecuencias del tor-


nado que, 10 años antes habían destruido su vida, estaban
generando un nuevo caos. La convergencia de todos esos
factores, incluyendo el estrés de su vida actual y el trauma de
la tormenta, bastó para inclinar definitivamente la balanza y
desencadenar su primer ataque de pánico. El miedo no tardó
en adquirir vida propia. Ahora lo entendía, pero los ataques
de pánico empezaron a sucederse mes tras mes.
Un buen día escuchó una noticia sobre una víctima de
violación que había sido exitosamente tratada con la EMDR
del subsiguiente pánico y de otros síntomas postraumáticos.
La noticia despertó su interés porque pensaba que si conse-
guía liberarse de los pertinaces ataques de pánico, su terapia
podría avanzar. En septiembre de 1994, Susan llevaba ya
cuatro años y medio padeciendo ataques de pánico. Entonces
buscó una terapeuta EMDR y acopió el dinero suficiente —ya
que su seguro médico no lo cubría— para sufragar las cinco o
seis sesiones, de 90 minutos cada una que, según estimaba
esa terapeuta, necesitaría para resolver su problema.
La terapeuta EMDR en cuestión era una psicóloga titulada
llamada Beverly Schoninger, que llevaba seis años ejerciendo
como psicoterapeuta. Durante el primer encuentro, Susan la
puso al corriente de su historia personal, y cuando llegó el
momento de hablar del tornado, enrojeció y empezó a hiper-
ventilar. Parecía estar a punto de sufrir un ataque de pánico,
pero siguió relatando detalladamente su historia. En el curso
del relato, Susan mencionó que, en alguna que otra ocasión,
había deseado que su casa se viniera abajo, para poder cobrar
el dinero del seguro y empezar así una nueva vida.
Beverly confirmó el diagnóstico de trastorno de pánico.
Pero, en tanto terapeuta EMDR, afirmó la necesidad, no sólo
de cambiar las creencias de Susan acerca del pánico y de
enseñarle las habilidades adecuadas para enfrentarse a sus
LOS MUCHOS ROSTROS DEL MIEDO 177

sentimientos y sensaciones físicas, sino de corregir también


el evento fundamental que había desencadenado su respues-
ta de pánico.
Antes de que concluyera la sesión de 90 minutos, Beverly
le enseñó a crear un “lugar seguro” dentro de sí en el que
pudiera refugiarse y tranquilizarse apenas advirtiese la emer-
gencia de una sensación intensa de miedo, que resultó ser la
cama de su infancia, que había sido su pequeño rincón del
mundo. La cama, de madera de frutal, formaba parte del mobi-
liario estilo Reina Ana de su habitación con el que sus padres
la habían obsequiado en su décimo cumpleaños. Beverly le
hizo representar a Susan la habitación en la que estaba la cama
y experimentar la sensación de seguridad que sentía en ella, y
luego empleó una serie de movimientos oculares para contri-
buir así a fortalecer sus emociones positivas. Susan no tuvo
dificultad alguna en evocar esa imagen y experimentar los
sentimientos positivos asociados a ella. Esa herramienta le
permitiría abandonar toda sensación de inquietud que aflorase
durante las sesiones y podría también emplearla en cualquier
otra situación problemática que apareciese fuera de la consul-
ta de Beverly.
En su segunda sesión, que se llevó a cabo al día siguiente,
Beverly le pidió que rellenase un cuestionario específicamen-
te centrado en los ataques de pánico. En respuesta a la cues-
tión: «¿Cuáles son los sentimientos, emociones y sensaciones
que experimenta con más frecuencia?», Susan respondió:
«Ansiedad, un nudo en la garganta, sensación de aturdimien-
to, mareos, sensación de carecer de límites, desorientación,
dolor en el pecho, en el cuello y en los hombros y hormigueo
en las manos y en los pies. Y también me siento muy cansa-
da». En respuesta a la cuestión «¿Cuándo es más probable
que pierda el control de su cuerpo?», respondió: «Cuando en
mi cuerpo sucede algo que no comprendo como, por ejemplo,
178 EMDR

un dolor que no puedo explicarme, cuando estoy en una tien-


da abarrotada o cuando estoy en la oficina».
Después de haber completado el cuestionario, Beverly
guió de nuevo a Susan a través del ejercicio del “lugar segu-
ro”. Quería asegurarse de que podía tranquilizarse en el caso
de que, durante la EMDR, aflorase el pánico.
En la tercera sesión, que fue dos semanas más tarde,
Beverly y Susan establecieron el objetivo del reprocesamien-
to. Para ello, Beverly empezó preguntándole cuál había sido
la “mala” lección que, sobre sí misma, había aprendido en el
momento del tornado.
—Que no controlo la situación y que ya no sé muy bien
quién soy. No soy la persona que creía —respondió, colocán-
dose un cojín detrás de la cabeza a modo de apoyo.
—¿Te sientes, de algún modo, culpable de lo que le ocu-
rrió a Keith? —preguntó entonces Susan, muy amablemente.
—No. No me siento culpable
—Muy bien. Sabes que habría quienes se sentirían culpa-
bles por ello. No es infrecuente que, cuando las personas
mueren, sus seres queridos sientan, por más que no sea cier-
to y no haya el menor motivo, que ha sido por su culpa. Mira
profundamente en tu interior y deja que respondan tus vísce-
ras, no tu mente. ¿Crees que puede haber alguna sensación
de que la culpa ha sido tuya?
¡Oh! —dijo Susan, abriendo completamente los ojos.
Luego se hizo una larga pausa, tras la cual Susan añadió, con
los ojos anegados—: Instintivamente siento que sí, que la
culpa fue mía, que yo fui la culpable de la muerte de Keith.
—Muy bien —dijo Beverly-. Así que la lección que el tor-
nado te ha enseñado es la de que «Ha sido por mi culpa». ¿ Y
qué es lo que, por el contrario, te gustaría creer?
=«Podría —dijo Susan después de una leve vacilación
haber hecho las cosas mejor».
Los MUCHOS ROSTROS DEL MIEDO 179

—Eso está muy bien.


Cuando Beverly le pidió que valorase la veracidad que
atribuía a esa afirmación en una escala de 1 a 7, Susan res-
pondió que un 3 (y, aunque Beverly creía que la puntuación
era todavía inferior, no dijo nada). Luego evaluó la intensi-
dad de la ansiedad generada por la imagen perturbadora
como un 8 en la escala usa de O a 10. También identificó las
sensaciones negativas que experimentaba como tristeza, y
cuando Beverly le preguntó en qué parte de su cuerpo la sen-
tía, respondió que en el pecho y la garganta.
Concentrarse en las sensaciones corporales es uno de los
mejores caminos a la hora de establecer contacto con la red de
la memoria. La imagen mental y las creencias negativas bastan
para acceder a la información disfuncional, y la atención al
cuerpo puede facilitar el procesamiento sin necesidad de impli-
carse en excesivas verbalizaciones ni recriminaciones. También
es muy importante, cuando se trabaja con trastornos del pánico
y fobias, que el cliente se concentre en las sensaciones físicas
porque, en tales casos, el cuerpo mismo se ha convertido en
una continua fuente de miedo. Ahora que conocía el ejercicio
del “lugar seguro”, Susan pudo concentrarse bastante fácilmen-
te en esas sensaciones, pero ése no era más que el comienzo.
El primer objetivo que Susan y Beverly eligieron trabajar
fue la noche del tornado, empezando en el mismo momento
en que Susan se despertó, y así rehacer, a partir de ahí, todos
los pasos que dio esa noche.
Apenas empezaron los movimientos oculares, Susan
empezó a llorar. Estaba reviviéndolo todo, instante tras instan-
te: el rayo y el trueno que la despertaron, el gemido del torna-
do, despertar a Keith, hablar con Ernie y correr hacia la venta-
na. Cuando llegaron al punto en el que estaba de pie frente a
la escalera que conducía al sótano, su rostro se contrajo.
—¿Qué es lo que ocurre ahora? —preguntó Beverly.
180 EMDR

—Acabo de darme cuenta de que, esa noche, mi sexto sen-


tido estaba equivocado. Y es que, por más que insistiera en
que Keith estaba bien, en mi fuero interno sabía que eso no
era cierto y que estaba muerto. Pero resultaba un pensamien-
to intolerable —respondió Susan, llorando.
Muy bien. Ahora trata de quedarte con ese pensamiento.
A lo largo de las distintas series de movimientos, las emo-
ciones de Susan desaparecían y volvían a presentarse como si
estuviera moviéndose en una montaña rusa que la hundía, en
ocasiones, en una sensación de culpabilidad que contraía su
pecho, y elevaba, en otras, hasta una aceptación agotadora.
—Yo no quería que muriese —gimió, entre sollozos. Y
luego añadió: Yo he provocado su muerte.
En ese mismo instante experimentó un dolor muy intenso
en el pecho. Un poco más tarde añadió, respirando más fácil-
mente:
—Ahora me siento mejor —y, al poco, añadió: ¿Por qué no
habré muerto yo también?
Susan se sentía frustrada y estaba enfadada consigo
misma. Creía que podría haber protegido a Keith, porque,
habiendo crecido entre tornados, era la única que los conocía.
Poco después, Susan experimentó una nueva punzada de cul-
pabilidad que, en esta ocasión, localizó en la garganta, porque
el tornado había descoyuntado el cuerpo de Keith, mientras
que ella había salido indemne sin un solo rasguño.
La sensación de culpabilidad por haber sobrevivido es
una de las reacciones más habituales ante la muerte de un ser
querido, especialmente en este tipo de catástrofes. Es algo
que solemos ver con mucha frecuencia en los veteranos de
guerra y en el personal de los servicios de emergencia que,
pese a todos sus intentos, no siempre consiguen salvar a la
víctima. No basta, en tal caso, con el conocimiento intelec-
tual de que «no había nada que hacer». No olvidemos que
Los MUCHOS ROSTROS DEL MIEDO 181

nuestras emociones —que son las que, a fin de cuentas, deter-


minan todo este movimiento— no se atienen, por más que lo
queramos, a las leyes de la lógica.
—Hay algo en mi interior que me dice que no soy una
buena persona. Es absurdo. No sé de dónde viene todo esto
—dijo Susan, sacudiendo la cabeza, después de la última serie
de movimientos de ese día.
Trabajar con su sensación de culpabilidad mediante los
movimientos oculares permitió a Susan acceder a su núcleo
tóxico, la vergiijenza, la sensación, no sólo de haber hecho
algo malo, sino de ser mala.
Al finalizar la sesión, la intensidad de la sensación de cul-
pabilidad de Susan se había reducido considerablemente,
desde 8 hasta 5, pero la vergiienza parecía haber debilitado
su creencia positiva de que podía haber hecho las cosas
mejor, cuyo grado de veracidad había bajado de 3 a 2. La
mayor parte de las veces, el uso de la EMDR intensifica las
creencias positivas de la persona, al tiempo que disminuye
sus sensaciones negativas. Pero no era eso lo que ocurría en
el caso de Susan. Ésa era la primera ocasión en que Susan se
daba conscientemente cuenta de que su creencia de haber
hecho las cosas lo mejor que podía no era más que una facha-
da que, por cierto, también afectaba a muchas otras dimen-
siones de su vida. La EMDR le permitió ver lo que había
detrás de esa fachada, es decir, la culpabilidad que sentía por
la muerte de Keith. También empezaron a aflorar entonces a
la superficie otras cuestiones que Susan hacía mal. Todo ello
explica la reducción del nivel de veracidad de la creencia
positiva establecida al comienzo de la sesión («Hice las
cosas lo mejor que pude»).
Este caso ejemplifica también perfectamente el hecho de
que la EMDR no lleva a nadie a creer en la veracidad de algo
manifiestamente falso. Parte del proceso natural de curación
182 EMDR

consiste en que la persona asuma la responsabilidad adecua-


da de lo que ha sucedido y de que trabaje con ello. Así pues,
era necesario, en el caso de Susan, seguir con el procesa-
miento, cosa imposible de lograr en una sola sesión. Pero
una vez iniciado el procesamiento, las personas suelen seguir
experimentando cambios de manera espontánea.
Beverly concertó otra sesión con Susan para dos días más
tarde, porque no quería que Susan permaneciese mucho
tiempo con un elevado nivel de estrés (de 5 porque «La culpa
ha sido mía») y con un bajo nivel de autoestima. Cuando
Susan llegó a la próxima sesión, sin embargo, estaba mucho
más tranquila y afirmó no haber experimentado ningún ata-
que de pánico desde la última sesión.
—¿ Recuerdas la creencia negativa con la que finalizamos
nuestro último encuentro? —le preguntó entonces Beverly.
—Sí. Era algo así como «creo que el tornado ha sido culpa
mía», un sentimiento que, a nivel consciente, ignoraba tener. Y
aunque me considere una persona demasiado inteligente como
para creer en algo tan irracional, lo cierto es que está ahí.
—¿Cuál es, si echas un vistazo a tus sentimientos viscera-
les al respecto, su intensidad en una escala de O a 10?
—Un 2 —replicó Susan, después de cerrar los ojos y de
pensar en ello unos instantes—. He estado dándole muchas
vueltas y me siento mucho mejor como si, desde entonces,
hubiera estado digiriendo todo lo sucedido.
»Quizá podría haber hecho algo para que Keith cobrase
conciencia de la gravedad de la situación —dijo, después de
un nuevo silencio. Luego, tras una larga pausa, agregó, con
vOZz triste: Pero él debería haber aprendido a escucharme.
¿De dónde proviene, pues, toda esa tristeza?
Las lágrimas anegaron entonces, a modo de respuesta, el
rostro de Susan.
Vamos ahora a hacer algunos movimientos oculares con
LOS MUCHOS ROSTROS DEL MIEDO 183

la afirmación de que «Debería haber conseguido que Keith


cobrase conciencia de lo que realmente estaba sucediendo».
Después de esa serie, la intensidad de la tristeza de Susan
aumentó de 8 hasta 9 e incluso a 10, mientras que su cogni-
ción positiva permanecía en 2. Luego le dijo a Beverly que
se sentía triste y frustrada:
—¿Por qué me abandonó? —lloró, una sensación que ubi-
caba corporalmente en el pecho y en la garganta.
Después de varias sesiones más, Susan parecía mucho
más tranquila.
—Él fue quien tomó esa decisión —añadió—. No tiene nada
que ver conmigo. Es nuestra alma la que elige.
Permanece ahí, mientras sigues con tus ojos el movi-
miento de mis dedos.
Puedo cuidar de mí misma —dijo Susan, al finalizar esa
serie, rompiendo nuevamente a llorar—. Pero fue él quien
tomó la decisión de vivir o morir. Y parece que estaba dis-
puesto a irse.
»Me siento triste —añadió, tras otra serie de movimientos.
»Ahora estoy empezando a racionalizar. Me siento aban-
donada por mi familia. No parece preocuparles lo que me ha
sucedido —dijo, tras otra serie de movimientos.
La angustia de Susan había descendido a 2 o 3. Luego
añadió:
—También me siento culpable. La situación me benefició
porque habíamos asegurado la casa.
-Creo que él hizo todo lo que pudo —dijo, tras otra serie
de movimientos—. A fin de cuentas, era un soñador. Ya sabes,
el tipo de persona que dice: «No pienses más en eso y acaba-
rá desapareciendo». Yo era la que se encargaba de las cues-
tiones prácticas.
»¿Qué hay en mí —preguntó Susan, tras otra serie— en lo
que todavía pueda confiar?
184 EMDR

—¿Qué quieres decir?


—No soy la persona que creía ser. No soy la persona com-
petente que se ocupa de todo y hace lo que debe hacerse.
Antes era así, pero ahora ya no sé muy bien quién soy.
Ésa era una pregunta muy profunda. Finalmente había
llegado a darse cuenta de que, en última instancia, no podía
controlarlo todo.
Después de la última serie, Susan valoró su angustia como
O y evaluó con un 7, es decir, “completamente verdadera”, la
veracidad de su cognición positiva («Hice las cosas lo mejor
que pude»).
Tres días después, Susan y Beverly tuvieron una última
sesión de media hora. Susan parecía casi flotar en la consulta
de Beverly y dijo sentirse muy bien, aunque había experimen-
tado un ligero ataque de pánico que, según precisó, ocurrió “en
una tienda”. Ahora sabía que los ataques sucedían en las tien-
das abarrotadas debido a su respuesta de miedo al estímulo de
varios indicios ambientales asociados al episodio del tornado,
como los estantes llenos de ropa (como los que revestían las
paredes del sótano de su casa), la intensidad del ruido (seme-
jante al estruendo caótico de la casa arrancada de cuajo por un
huracán de 500 kilómetros por hora) y la inquietud provocada
por sentir muchas cosas sucediendo al mismo tiempo. Pero su
carga devastadora había, finalmente, desaparecido.
Ahora ya no siento las cosas que antes le sucedían a mi
cuerpo —dijo a Beverly. Incluso en el trabajo, donde desem-
peño el trabajo de dos personas, dejo que las cosas discurran
a su aire.
»Siguen sin gustarme los grandes supermercados —aña-
dió, con una amplia sonrisa—, pero no creo que eso sea nada
especialmente malo. No es necesario que, por ese motivo,
experimente un ataque de pánico.
6. EL TERROR QUE ACECHA
EN MITAD DE LA NOCHE:
LOS TRASTORNOS DEL SUEÑO
Y LOS TRAUMAS INFANTILES

«Aunque no puedas disipar la oscuridad,


sí que puedes encender la luz.»
Proverbio antiguo

Mi hipótesis original sobre la relación entre la EMDR y el


sueño REM se vio corroborada al enterarme de la existencia
de un vínculo entre el TEPT y la interrupción del sueño
REM. No es infrecuente que las víctimas del TEPT se des-
pierten, gritando y empapadas en sudor, en mitad de una
pesadilla relacionada con su experiencia traumática. Todavía
ignoramos si despiertan debido a las reacciones fisiológicas
provocadas por la pesadilla (como, por ejemplo, el aumento
de la tasa cardíaca), o lo hacen a causa de una sobrecarga de
los mecanismos oníricos que, en circunstancias normales, les
permiten sobrellevar su angustiosa experiencia. Pero, sea
como fuere, el soñante está atrapado en un callejón sin sali-
da. Quizá los movimientos oculares rápidos en estado de
vigilia faciliten un avance hacia la curación mayor que el que
se produce durante el sueño.
Los investigadores llevan décadas investigando el fenó-
186 EMDR

meno fisiológico del sueño? utilizando, entre otros instru-


mentos, el electroencefalógrafo (EEG), que registra la activi-
dad eléctrica del cerebro. Las investigaciones realizadas al
respecto han puesto de relieve la existencia, en el sueño, de
varias fases diferentes. Las fases que van desde la 1 hasta la
4, se denominan sueño no-REM o NREM. La fase REM, por
su parte —que, dicho sea de paso, alterna con las fases no-
REM-, se caracteriza por el movimiento rápido de los ojos
de un lado a otro. Los resultados de la investigación pionera
al respecto, dirigida por Eugene Aserinsky y Nathanial
Kleitman *pusieron de relieve que el 80% de los participan-
tes que eran despertados durante la fase REM afirmaban
estar experimentando sueños muy vívidos, cosa que no suce-
día cuando se les despertaba durante las fases no-REM.
Cuando, de hecho, se despertaba a los sujetos mientras se
hallaban en alguno de estos últimos estados, no recordaban
estar soñando, y los pocos que lo hacían no mencionaban
ningún despliegue vívido de imágenes. Y si bien la investi-
gación realizada posteriormente en este sentido ha sugerido
la presencia, durante las fases no-REM, de una actividad oní-
rica Superior a lo que anteriormente se creía, no parecen ir
acompañadas de las ricas y significativas narraciones perso-
nales que suelen estar asociadas al hecho de soñar. Desde
cualquier punto de vista, pues, lo que ocurre durante las fases
1,2, 3 y 4 no parece tener mucho que ver con lo que habi-
tualmente entendemos como soñar.
La investigación electroencefalográfica realizada al res-
pecto también ha puesto de manifiesto una similitud entre las
ondas cerebrales asociadas al sueño REM y las que acompa-
ñan al estado de vigilia ordinaria. Además, el sueño REM
también se denomina sueño paradójico porque, aunque el
cerebro del soñante permanezca activo y alerta, sus múscu-
los están relajados y laxos, dos hallazgos que, a la luz de las
EL TERROR QUE ACECHA EN MITAD DE LA NOCHE 187

observaciones realizadas durante el tratamiento con la


EMDR, parecen muy interesantes. Y es que aunque, durante
la EMDR, el cliente permanezca despierto y alerta, gran
parte de su éxito parece gravitar en torno a una activación
parasimpática que, recordémoslo, controla la relajación mus-
cular. La investigación ha demostrado la presencia simultá-
nea, durante el sueño REM, de los movimientos oculares
sacádicos, generados por el mesencéfalo, y de una relajación
muscular provocada por la formación reticular. Tal vez la
presencia de ambos mecanismos explique el efecto de des-
condicionamiento; o quizás esos mismos mecanismos se
vean activados por los movimientos rítmicos oculares exter-
namente inducidos por la EMDR y sean la causa de la “res-
puesta impuesta de relajación” que, utilizando el biofeeback,
han identificado David Wilson y sus colegas.
Resulta muy interesante constatar, a la luz de las observa-
ciones realizadas por la EMDR, que la investigación ha esta-
blecido la existencia de un vínculo entre el sueño REM y una
amplia variedad de trastornos psicológicos.*Aunque el sueño
REM y las otras cuatro fases no-REM se sucedan de manera
continua y cíclica a lo largo de toda la noche, la tasa de tiem-
po dedicado al sueño REM parece ir aumentando con el dis-
currir de la noche. Quizás sea por ello que la privación de
sueño REM desencadene una amplia diversidad de reaccio-
nes, entre las que cabe destacar la irritabilidad, la desorienta-
ción y la intensificación de la ansiedad. Como han demostra-
do los estudios realizados sobre la privación del sueño, el
estado de sueño parece tan necesario que, cuando se inte-
rrumpe, provoca en el soñante un “efecto rebote” que se evi-
dencia en el aumento en el tiempo dedicado, en las noches
posteriores, al sueño. También es muy probable, por otra
parte, que las víctimas de un trauma que se despiertan en
mitad de un sueño REM acaben atrapados en un círculo
188
A AEMDR AA AA

vicioso en el que la privación de sueño no haga sino intensi-


ficar todavía más su ansiedad.
La función que cumple el sueño ha sido objeto, desde
hace varios decenios, de un acalorado debate. En opinión de
Freud, los sueños son deseos inconscientes que, cuando no
pueden ser reprimidos, afloran durante la noche.” En su opi-
nión, el psiquismo “edulcora” la naturaleza violenta y eróti-
ca de los deseos, disfrazándolos simbólicamente para ate-
nuar, de este modo, su perturbadora naturaleza. En el otro
extremo del espectro, sin embargo, hay quienes consideran
los sueños como un simple epifenómeno de la actividad ale-
atoria del cerebro.* Estos investigadores sugirieron inicial-
mente que las imágenes desarticuladas que aparecen en los
sueños dependen de la activación azarosa de diferentes
regiones de la corteza cerebral que el cerebro del soñante no
hace sino tratar de sintetizar y dar sentido. Pero esta teoría,
no obstante, se vio más tarde refutada? por oponerse al senti-
do común, ya que no explica los sueños recurrentes y el
hecho de que los contenidos de muchos de nuestros sueños
tienen que ver con aspectos de nuestra experiencia cotidiana
fácilmente explicables.
El teórico del sueño cuya obra parece más compatible con
el modelo de procesamiento acelerado de la información
empleado por la EMDR es Jonathan Winson.,'* según el cual
los mamíferos procesan, durante la fase REM del sueño,
información que cumple con una función imprescindible
para la supervivencia. La mayor parte de la investigación
realizada por Winson se ha centrado en estudios sobre ani-
males que exhiben una determinada actividad cerebral (la
presencia de ondas theta en el hipocampo), generada cuando
el animal tiene experiencias relacionadas con el bienestar o
la supervivencia (como alimentarse o escrutar el entorno que
le rodea en busca de posibles amenazas) y durante el sueño
EL TERROR QUE ACECHA EN MITAD DE LA NOCHE 189

REM. Winson sugirió que, en el sueño REM, el animal sin-


tetiza y almacena en la memoria todo lo que ha experimen-
tado durante el día para aumentar, de este modo, su probabi-
lidad de supervivencia futura.
Aunque esta teoría resulte imposible de corroborar (debi-
do a la inexistencia de procedimientos no invasivos que
implicarían la investigación del tipo concreto de ondas theta
estudiadas por Wilson, que todavía no permite su aplicación
al caso del ser humano), resulta muy interesante esbozar la
hipótesis de que los movimientos oculares rítmicos emplea-
dos por la EMDR pueda estimular un proceso ligado a las
ondas theta rítmicas identificadas en otros mamíferos.'' Y
aunque tal vínculo no deje, por ahora, de ser más que una
mera especulación, no cabe la menor duda de que la EMDR
estimula el procesamiento emocional y cognitivo. Así es
como la persona integra la información relativa al evento
angustiante («Estoy en peligro»), procesándolo y almace-
nándolo junto a una emoción más apropiada («Ya ha pasado»
o «Ahora estoy seguro»).
Son varios los estudios realizados, tanto con animales
como con seres humanos, que parecen corroborar la idea de
que, durante el sueño REM, se produce un procesamiento
semejante de la información. Esos estudios han evidenciado
que la privación del sueño REM va acompañada de una dis-
minución del aprendizaje de una habilidad recién aprendida
que también se conoce como retraso en el aprendizaje.”
También parece razonable que los sueños revelen una inte-
gración adaptativa del material mientras que las pesadillas,
por su parte, evidencien un procesamiento insuficiente. No
cabe la menor duda de que los traumas afectan negativamen-
te al sueño y tal vez puedan dañar al hipocampo, la región
cerebral más estrechamente ligada a la memoria.”* Asimismo
resulta muy interesante constatar la posibilidad de que los
190
AAA A AA EMDR A

movimientos oculares que se dan durante la EMDR vuelvan


a abrir una ventana esencial para una actividad semejante a
la REM necesaria en la integración y el aprendizaje.
La investigación ha demostrado asimismo que la tasa de
movimientos oculares rápidos depende, en los sueños, de la
intensidad de las emociones negativas.'* En este sentido,
cuanto más intensa es la rabia que experimenta una determi-
nada persona y cuanto más intensa la perturbación, más rápi-
dos son también los movimientos oculares. Esto parece suge-
rir que el sueño REM favorece el procesamiento emocional,
algo que también ocurre durante la EMDR. Los clientes
empiezan con sentimientos de vergúenza y culpabilidad y,
desde ahí, van desplazándose progresivamente hasta la rabia,
la aceptación y el perdón. Además, no cabe la menor duda de
que la EMDR facilita el procesamiento de la información
experiencial, cosa que también sucede durante el sueño
REM. Éste es el motivo por el cual las imágenes oníricas nos
proporcionan objetivos perfectos para trabajar con la
EMDR. Recuerdo, en este sentido, el caso de una mujer que
se quejaba de una pesadilla en la que se veía perseguida por
un monstruo mientras se hallaba en el interior de una caver-
na. Después de trabajar un par de series con esa imagen, el
velo simbólico se descorrió y la mujer exclamó: «¡Pero si es
mi padrastro persiguiéndome en la casa de mi infancia!». Y
es que, cuando se trabaja en la EMDR con la imagen de una
pesadilla recurrente, la persona suele descubrir la experien-
cia vital implicada y procesar el incidente, momento en el
cual el sueño se desvanece para siempre.
Otro paralelismo que existe entre la EMDR y el estado
REM es que son muchas las cosas que, en ambos casos, pue-
den aprenderse en un tiempo relativamente corto. Aunque la
fase REM sólo dure entre 20 y 60 minutos cada vez, el
soñante puede creer que son muchas las experiencias que,
EL TERROR QUE ACECHA EN MITAD DE LA NOCHE 191

durante ese tiempo, ha vivido. Asimismo, el procesamiento


que se produce durante la EMDR discurre muy rápidamente
y son muchos los eventos que pueden desplegarse en cada
una de las series. Así, por ejemplo, la persona que ha decidi-
do trabajar con el recuerdo de un huracán o de un accidente
de automóvil, suele pasar de un hito sobresaliente de la expe-
riencia a otro sin tener que asistir al despliegue de todo el
evento. Como sucede, pues, con el sueño, la experiencia con
la EMDR es rápida y única para cada individuo.
Pero por más fascinante que resulte todo esto, es mucha
la diferencia que separa una hipótesis de una demostración.
Quizás, en la medida en que la neurobiología vaya avanzan-
do, acabemos descubriendo que lo que sucede durante el
sueño REM, es una buena analogía de lo que ocurre durante
la EMDR. Pero puesto que la EMDR no se agota en los
movimientos oculares, no podemos esperar que una determi-
nada teoría explique todos los efectos del tratamiento. Una
de las cosas que sabemos sobre la EMDR, sin embargo, es
que puede tener un efecto muy profundo sobre las perturba-
ciones del sueño que afectan a las víctimas del trauma de
cualquier edad.
Aunque todavía ignoremos la función exacta que cumple
el sueño REM, sabemos que los bebés pasan, en ese estado,
casi el 50% del tiempo de su sueño, es decir, unas ocho horas
al día. Son muchos, en este sentido, los investigadores que
creen que puesto que el adulto sólo pasa unas dos horas por
noche en sueño REM, el tiempo REM extra empleado por
los bebés contribuye a la estimulación de su desarrollo neu-
ronal.'* Sólo a partir de los dos años el hipocampo del niño
se halla lo suficientemente maduro como para almacenar
recuerdos diferentes y permitir la emergencia de pautas
REM adultas. El hecho, por otra parte, de que el hipocampo
del bebé todavía no haya alcanzado un estado de completa
192
A A EMDR
A A A

funcionalidad, ha llevado a algunos investigadores a esbozar


la hipótesis de que el bebé no puede retener la mayoría de sus
experiencias más tempranas, mientras que hay quienes, por
su parte, especulan que las experiencias más tempranas no
tienen mucha influencia en el desarrollo posterior de la per-
sona.
Pero esas interpretaciones, sin embargo, no concuerdan
con los descubrimientos clínicos realizados sobre los efectos
del trauma y la deprivación en la temprana infancia.”
Tengamos en cuenta que el estrés intenso no sólo inhibe el
desarrollo cerebral, sino que los eventos traumáticos que suce-
den durante la primera infancia pueden establecer una pauta
disfuncional que persista hasta la edad adulta. Hay veces en
que esos eventos tienen que ver con la noción aprendida de
que nadie les salvará de sus miedos. Aunque haya pocas cosas
más inquietantes que el llanto de desesperación de un bebé en
mitad de la noche, hay veces en que los padres se resisten O
son incapaces de hacer algo para consolarle, una situación que
va acompañada de terrores que pueden tener un efecto muy
negativo sobre el psiquismo infantil. El neurobiólogo Joseph
LeDoux, que se ha dedicado al estudio de los fundamentos de
la memoria emocional, ha señalado que aunque algunos even-
tos puedan no almacenarse en la memoria visual o verbal se
hallan, de algún modo, almacenados a nivel sensorial o emo-
cional.'” El hecho de que las experiencias tempranas no pue-
dan ser recordadas visualmente, ni verbalmente expresadas,
no debería, pues, llevarnos a extraer la precipitada conclusión
de que las experiencias más tempranas de privación o estrés
no tienen ningún efecto destructivo profundo.
En éste y en los próximos capítulos exploraremos la reac-
ción del niño ante las experiencias perturbadoras y las distin-
tas formas en que pueden ser tratadas utilizando la EMDR. En
el primer caso, un niño se ve desbordado por terrores noctur-
EL TERROR QUE ACECHA EN MITAD DE LA NOCHE 193

nos que es incapaz de describir y definir. Pero, como acaba-


mos de señalar, el hecho de que un niño no pueda verbalizar
sus experiencias no significa, en modo alguno, que no le afec-
ten. Aunque muchos miedos cotidianos puedan ser ignorados
o dejados de lado, el particular llanto nocturno del niño en
busca de atención y consuelo activa un poderoso impulso
automático de nuestra especie.'* Y es que, a pesar de que los
padres también necesiten del bálsamo que les proporciona el
sueño, quizá la interrupción de su reposo y la obligación de
encontrar una solución al problema del niño tenga, para éste (y
para toda la especie), un importante valor de supervivencia.

Claire Tibbett estaba sentada en la sala de espera del hospi-


tal junto a su marido Jack, dando golpecitos con los pies
sobre el gastado linóleo en un intento de tranquilizarse. Al
final del pasillo, su hijo adoptivo Davy, de 14 meses, al que
trataban como si fuera su hijo, estaba viéndose sometido a la
segunda operación de paladar hendido de su corta vida.
Claire cerró apresuradamente el libro que acababa de com-
prar y lo metió en la bolsa porque su mente, preocupada por
la operación, no podía concentrarse en la lectura.
Diez meses atrás, Claire y Jack habían pasado ya por esa
misma sala, esperaban que su hijo saliera del quirófano en
que estaban operándole de su primera intervención de ciru-
gía plástica para corregir el labio leporino. Cuando finalmen-
te pudieron ver a Davy que, por aquel entonces, sólo tenía
cuatro meses, tenía entablillados ambos brazos (para que no
pudiera tocarse los puntos de sutura), llevaba una protección
oral metálica en forma de U y los labios llenos de coágulos
de sangre.
Al recordar esas imágenes, los ojos de Claire se empaña-
ron de lágrimas. A veces la gente les preguntaba por qué se
habían hecho cargo de otro niño —un niño, por otra parte, con
194 EMDR

un defecto físico— precisamente ahora que sus tres hijos se


habían hecho mayores. La respuesta era muy simple aunque
no, por ello, fácil de explicar. Si bien Davy había llegado a
este mundo con varios problemas, era un niño sumamente
amoroso. A eso de los cuatro meses, por ejemplo, la abraza-
ba y hundía su rostro en su cuello cuando ella le arrullaba. A
Claire le gustaba el modo en que Jack lo decía: “Davy da
mucho, mucho más de lo que recibe”. ¡Qué alegría y qué sor-
presa que formase parte de su vida!
—¿Señor y señora Tibbett? —dijo la voz tensa de una enfer-
mera, interrumpiendo sus recuerdos.
—¿Sí? —replicó Claire, apartando con el pie la bolsa a un
lado y poniéndose rápidamente en pie. Jack se levantó enton-
ces despacio, tomándola de la cintura.
—Háganme el favor de acompañarme a la sala de rehabi-
litación. Necesitamos su ayuda.
Cuando el efecto de la anestesia pasó, Davy había desper-
tado llorando y temblando de miedo. Las enfermeras no
lograban calmarle, y se había arrancado a patadas la sonda
intravenosa que llevaba en la pierna. Claire se acercó enton-
ces al niño, lo cogió delicadamente entre sus brazos y le
acunó, acariciándole repetidamente la espalda. Davy cerró los
brazos en torno a su cuello y se abrazó a ella como si su vida
estuviera en peligro, negándose a regresar a la cama. Y, cuan-
do Claire se cansó, fue Jack quien le cogió en brazos. Para
que pudiera dormir, le habían suministrado una fuerte dosis
de calmantes, pero en el momento en que sus padres trataban
de dejarle para colocarle nuevamente en la camilla, se desper-
taba llorando. A pesar de la presencia de Claire y de Jack, las
enfermeras no pudieron, por más que lo intentaron, llevarle
de nuevo a su habitación. Finalmente, Claire le llevó consigo,
mientras Davy la abrazaba más fuerte que nunca.
Aunque Davy no pudiera contar a sus padres cuál era el
EL TERROR QUE ACECHA EN MITAD DE LA NOCHE 195

problema, lo cierto es que algo estaba muy mal, porque el


niño parecía aterrorizado. Jack y Claire permanecieron en el
hospital manteniéndole en brazos durante 72 horas, mientras
el bebé dormía bajo los efectos de la operación. «Al menos
así descansa —pensó Claire—. Espero que, cuando regresemos
a casa, todo vuelva a la normalidad.»
Durante la primera noche que pasó en casa, tuvieron que
acariciarle hasta que concilió el sueño, pero media hora más
tarde, volvió a despertar llorando. Claire y Jack fueron
entonces a verle, le cogieron en brazos y trataron de conso-
larle, pero no consiguieron aplacar sus gritos. No parecía
escucharles ni reconocerles y tampoco tenía palabras para
explicar lo que le estaba ocurriendo, sólo emitía espantosos
alaridos. Al cabo de una hora, Davy se tranquilizó y permi-
tió que le acariciaran hasta que pudo conciliar el sueño. Ésa
fue, aunque Claire y Jack entonces lo ignorasen, la agotado-
ra rutina que durante los meses siguientes iba a presidir la
vida familiar.
Davy sufría de terrores nocturnos, una enfermedad seme-
jante al sonambulismo, en el sentido de que la persona parece
estar despierta cuando, de hecho, no lo está. Por eso, cuando
Davy estaba sentado en la cama, con los ojos abiertos y gritan-
do, Jack y Claire creían que estaba despierto y se angustiaban
ante la inutilidad de todas sus tentativas de consuelo. No se
daban cuenta de que, como atestiguan algunos escritores que
durante su infancia han experimentado terrores nocturnos,” el
intento de refrenar y consolar al bebé puede resultar aterrador
para él, porque los padres pueden acabar entonces formando
parte del universo onírico del niño. En un proceso evolutivo
paradójicamente erróneo, la presencia de los padres no sólo se
mostraba infructuosa para neutralizar su dolor, sino que, muy
al contrario, sólo lo intensificaba.
196 EMDR

Los terrores nocturnos son más intensos y persistentes que


las pesadillas. A diferencia de los sueños, no se producen
durante la fase REM y, a la mañana siguiente, el niño no los
recuerda. Según se ha dicho, se trata de un trastorno en el que
el contenido cognitivo que debe elaborarse durante el sueño
REM desborda la capacidad de procesamiento del sueño.”
De hecho, los efectos del tratamiento de la EMDR han pro-
porcionado a los investigadores una posible explicación de
las intensas emociones experimentadas por la víctima.”
Quizás la intensidad del terror se deba a que las propiedades
descondicionadoras de los movimientos oculares rápidos (en
comparación con la atonía muscular) que la investigación ha
descubierto en la fase REM, no se hallan, durante los terro-
res nocturnos, disponibles para facilitar el procesamiento de
la información.
Los expertos no parecen ponerse todavía de acuerdo en
las causas de los terrores nocturnos,” pero, puesto que no
hay tratamiento conocido, suelen aconsejar a los padres
paciencia hasta que el problema desaparezca con el desarro-
llo, cosa que suele ocurrir entre los 5 y los 12 años. A dife-
rencia, sin embargo, de los terrores nocturnos que suelen
acosar a los niños —que duran entre 10 y 30 minutos, los de
Davy se prolongaban durante casi una hora.
A veces, cuando Jack y Claire trataban de acariciarle y
consolarle, Davy respondía agitando compulsivamente los
brazos y las piernas como si, en lugar de sus padres, se halla-
se frente a unos monstruos. Pero no se trataba de los ataques
ocasionales que, según afirman las revistas, son normales en
los niños. Claire creía que la situación requería una atención
inmediata, de modo que llevó a Davy a un pediatra para ver
si el llanto nocturno de su hijo estaba provocado por algún
dolor físico, pero el médico no descubrió causa orgánica
alguna que justificarse sus ataques.
EL TERROR QUE ACECHA EN MITAD DE LA NOCHE 197

A medida que las semanas fueron pasando, Claire advirtió


la aparición de otros síntomas. Además del miedo a dormir (ya
que debían acariciarle en la espalda incluso para que pudiera
hacer la siesta), Davy tenía miedo a estar solo. Antes de la
segunda operación, Claire podía dejarlo a solas en su parque
ubicado en la sala de estar, mientras iba a la cocina a preparar
la comida o lavar los platos, algo que Davy admitía perfecta-
mente siempre que la escuchara cerca. Ahora, sin embargo,
bastaba con que Claire desapareciese de su campo de visión
para que Davy rompiese a llorar y a gritar. Además, cuando
Davy despertaba —ya fuese durante la siesta o en mitad de la
noche—, se esforzaba tanto en buscar a sus padres que literal-
mente acababa cayéndose de la cama, porque era la única
manera en que podía escapar de la situación. Finalmente, Jack
le preparó una camita a la altura del suelo, para que pudiera
salir de ella sin hacerse daño.
El pequeño también desarrolló miedo a la oscuridad y a
las personas desconocidas, nada de lo cual le había inquieta-
do especialmente antes de la operación. Pero lo más angus-
tioso era el modo en que empezó a darse golpes de cabeza
contra la pared. Tres semanas después de la operación, de
hecho, Davy parecía, en muchos sentidos —algunos de ellos
indefinibles—, una persona tan diferente que Claire se descu-
brió diciéndole a uno de los cirujanos: «Es como si fuese otro
niño. ¿Qué sucederá a continuación? No es nada, pero lo es
todo. Es una persona completamente diferente. Tiene miedo
a la oscuridad y hasta diría que tiene miedo a dormir». El
cirujano le dijo entonces que quizás se hubiese despertado en
medio de la operación, pero que se tratara de lo que se trata-
se, acabaría superándolo.
Ésa fue la primera de una larga serie de opiniones super-
fluas que Claire, en los meses posteriores, logró de los médi-
cos con los que habló del caso de Davy. Hubo quienes dije-
198
EIA AAA
EMDR

ron: «Todo eso sólo está en su imaginación», «Usted es una


madre superprotectora», «Los síntomas de Davy no son rea-
les», «Está exagerando», e incluso «Cuanto más se preocupe
por la situación más la empeorará». Fue una experiencia
dolorosa que la dejó confundida, impotente y también un
tanto asustada.
Durante el año siguiente, los terrores nocturnos de Davy
fueron distanciándose y presentándose dos o tres veces por
semana en lugar de cada noche, pero los demás síntomas per-
duraron y aparecieron otros nuevos. Un buen día, Claire le
llevó a un centro comercial para que le hicieran una fotogra-
fía y el bebé empezó a llorar en el mismo instante en que el
fotógrafo encendió los focos. También descubrió que tenía
miedo de llevar ropa apretada. Un año después de que estalla-
sen los miedos, la familia Tibbett se mudó desde Georgia a
Colorado. Llegaron en enero y, como Davy nunca había visto
la nieve se quedó, como cualquier niño, fascinado por ella. En
el mismo instante, sin embargo, en el que Claire le abrigó con
ropa de invierno, empezó a llorar. La mudanza a Colorado y
el hecho de hallarse en un territorio desconocido alentó nue-
vamente los terrores nocturnos de Davy, que volvieron enton-
ces a presentarse una o dos veces por noche.
Retrospectivamente considerados, todos los síntomas
apuntaban de manera directa a algo que había ocurrido
durante la operación de paladar hendido, pero en esa época,
los árboles no permitían a Claire ver el bosque. Durante todo
ese tiempo, le había preguntado a Davy qué era lo que ocu-
rría, pero él no quería —o, mejor dicho, no podía— comunicár-
selo. (De hecho, hubo una corta temporada posterior a la
operación en la que Davy perdió hasta la capacidad de
hablar, una reacción bastante frecuente en los bebés que se
han visto sometidos a alguna intervención quirúrgica.) Claire
y los especialistas a los que había consultado no tenían la
EL TERROR QUE ACECHA EN MITAD DE LA NOCHE 199

menor idea de lo que estaba sucediendo. Davy, que por aquel


entonces tenía dos años y medio, presentaba muchos sínto-
mas diferentes que necesitaban ser explicados.
A veces, por ejemplo, se daba golpes de cabeza contra la
pared, lo que llevó a cierto médico a registrar en su expe-
diente clínico que tenía tendencias autistas. Otro psicólogo le
hizo un test y descubrió un retardo de un año en la adquisi-
ción del lenguaje y otras habilidades. Otro señaló que Davy
era hiperactivo, establecía poco contacto ocular y presentaba
un gran déficit atencional. Una psicóloga preguntó si su
madre había estado tomando alcohol o drogas durante el
embarazo, a lo que Claire respondió positivamente, ya que
su madre adolescente había bebido mientras estaba embara-
zada de Davy, aunque no sabía cuánto. Este dato, junto a la
existencia del labio leporino y del paladar hendido, llevó a
un neurólogo del hospital pediátrico de Denver a diagnosti-
carle sufrimiento fetal debido al alcohol, una versión leve del
síndrome de alcoholismo fetal. Este diagnóstico, en esta oca-
sión exacto, daba cuenta de muchos de los problemas con-
ductuales y evolutivos de Davy, pero seguía sin explicar los
terrores nocturnos, los intensos miedos y los golpes de cabe-
za contra la pared.
Claire no olvidaba lo que le había dicho el cirujano de
Georgia y removió cielo y tierra para conseguir una copia del
informe de la operación y, cuando finalmente lo consiguió,
recabó la ayuda de una vieja amiga dispuesta a interpretárse-
lo. La enfermera echó entonces un vistazo a la transcripción
de la operación y a las lecturas de todos los monitores a los
que Davy había estado conectado.
—Aquí parece haber algo.
—¿Qué? —pregunto Claire, ansiosa.
—Parece que, en este momento, se despertó.
—¿Y eso qué significa?
200 EMDR

—Que Davy recuperó la conciencia durante la operación,


algo que sucede con cierta frecuencia, sobre todo en el caso de
los niños hiperactivos. Ten en cuenta que los niños metaboli-
zan la anestesia de manera diferente a los adultos, razón por la
cual, a esas edades, tratan de no sedarles demasiado, porque
luego les resulta difícil recuperar el estado de vigilia.
» Y aquí parece que volvieron a sedarle nuevamente —dijo,
prosiguiendo la interpretación de los registros.
Esta situación explicó a Claire el dolor y la confusión en
la que habían vivido los últimos 16 meses. No era de extra-
ñar que Davy tuviera miedo de los desconocidos y de las
luces brillantes. Y también entendió por qué tenía miedo a
ser vestido con ropas apretadas, ir a lugares nuevos o quedar-
se a solas y las razones que explicaban su miedo a ir a la
cama. Ahora que sabía lo que estaba mal, Claire supo que
tenía que ayudar a Davy a superar sus miedos.
En la época en la que la familia se estableció en su nuevo
hogar de Colorado, los terrores nocturnos de Davy todavía
suponían un grave problema, pero Claire creía que estaban
empezando a controlar la situación. Sin embargo, estaba
equivocada, porque la empresa en la que Jack trabajaba, le
obligó a desplazarse a Alabama para recibir un curso de for-
mación de ocho semanas, y en el mismo momento en que
abandonó el hogar, las cosas no hicieron sino empeorar. Con
la desaparición de Jack, los terrores nocturnos de Davy se
intensificaron y empezaron a presentarse dos o tres veces por
noche. El pequeño temblaba, farfullaba y se agitaba en el
lecho, gritando a pleno pulmón: «¡No! ¡No lo hagas! ¡Aléjate
de mí!», hasta el punto de que los vecinos, al escuchar los
gritos, y temerosos de que el pequeño estuviera sufriendo
malos tratos, llamaron a la policía.
Pocas noches después, Claire estuvo a punto de llegar al
límite. Había estado tratando de sostener a Davy durante uno
EL TERROR QUE ACECHA EN MITAD DE LA NOCHE 201

de sus terrores nocturnos para que no se hiciese daño —cosa


bastante probable, por otra parte, dados los menos de 18
kilos que pesaba, un peso ciertamente inferior al promedio
de su edad— cuando uno de sus puños la golpeó salvajemen-
te en el rostro. Claire finalizó esa noche con el ojo morado y
el corazón sumido en el pesimismo, porque nada de lo que
hacía parecía servir para consolar a su bebé.
Física y emocionalmente magullada, Claire también esta-
ba exhausta. Cada uno de los episodios de terror nocturno de
Davy duraba unos 45 minutos aproximadamente y necesitaba
entre 30 o 45 para poder conciliar nuevamente el sueño.
Obligada a pasar dos o tres episodios de ese tipo por noche,
todas y cada una de las noches de la semana y sin poder con-
tar con la ayuda de Jack, Claire ya no podía soportarlo más y
estaba a punto de entrar en crisis. Después de varios días sin
dormir, Claire se sentía tan mal que acabó pidiendo ayuda.
«Estaba dispuesta a ir al manicomio —recuerda—, pero rompí
a llorar en el consultorio del médico y se lo conté todo.»
Ese médico la remitió a un psiquiatra que, contando con
la información que Claire le había proporcionado sobre lo
que había sucedido durante la operación de Davy, reconoció
la miríada de síntomas del niño como un trastorno de estrés
postraumático provocado por haberse despertado en mitad
de la operación.

Uno de los hechos más lamentables del caso de Davy fue los
18 meses que se vio obligado a sufrir antes de encontrar a
alguien que diagnosticase adecuadamente el origen de sus
numerosos síntomas. Pero por más lamentable que sea, no
resulta sorprendente. La amplia diversidad de los miedos de
Davy, junto a aquellas conductas derivadas del síndrome de
alcoholismo fetal, debieron acabar confundiendo a todos
aquellos que se acercaron con la intención de ayudarlo. ¿Qué
202 EMDR

tenía que ver el miedo a la oscuridad con el miedo a las luces


brillantes? ¿Y de qué manera se relacionaba todo ello con la
ropa de invierno, la siesta y las personas desconocidas, cosas,
todas ellas, que le aterrorizaban?
La diversidad de los miedos de Davy nos proporciona otro
ejemplo de generalización del estímulo, una situación en la
que la persona no sólo tiene miedo al evento principal, sino
también a los diferentes estímulos presentes en el momento
del trauma. Por eso, en el caso de Davy la generalización del
estímulo no sólo le llevó a temer las operaciones (una situa-
ción que ni siquiera apareció, porque le hubiera aterrado), sino
también las luces brillantes y grandes, la ausencia de su madre
y de su padre, la presencia de personas extrañas, a la sensación
provocada por las ropas apretadas (como las sábanas que lo
mantenían atado a la camilla del hospital), etcétera.
Son muchos los casos de TEPT en los que podemos
advertir los efectos de esta generalización del estímulo. Ése
fue también, dicho sea de paso, el motivo por el cual una
mujer que se había visto agredida sexualmente saltaba lite-
ralmente de miedo cuando su marido se le acercaba sin avi-
sar mientras estaba lavando los platos. Esa reacción, que
cualquier extraño interpretaría como algo desproporcionado,
tenía mucho sentido en el contexto del efecto de la generali-
zación del estímulo que había acabado grabándose a fuego
en su sistema nervioso.
Pero el hecho de que los síntomas desarrollados por una
persona se hayan ido constelando en torno a un trauma cen-
tral que posteriormente se ha generalizado, también nos trae
buenas noticias porque, debido a ese mismo motivo, la cura
resulta también relativamente sencilla. Con ello quiero decir
que bastará, en tal caso, con tratar el evento central y sus
indicios sensoriales para hacer desaparecer toda una amplia
diversidad de síntomas. Y en el caso de que alguno de ellos
EL TERROR QUE ACECHA EN MITAD DE LA NOCHE 203

perdure, siempre es posible centrarse, en sesiones sucesivas,


en los demás factores desencadenantes. Ésta es una pauta
que se presenta de continuo en el uso de la EMDR con las
víctimas de los traumas. El hecho, pues, de que los síntomas
parezcan invadirlo todo no siempre es un indicador de la
dificultad del caso.
Pero una cosa es el diagnóstico y otra, muy distinta, la
resolución. Del mismo modo en que Susan reaccionaba auto-
mática y fisiológicamente a los desencadenantes asociados al
tornado, Davy estaba haciendo lo propio con aquellos otros
relacionados con su operación. El problema era que Davy no
podía razonar, no podía evitar los desencadenantes y tampoco
podía comunicar lo que le estaba sucediendo. Lo único que
podía hacer era expresar mediante gritos, llantos y golpes el
terror y el pánico que le embargaban. Su caso ejemplificaba
perfectamente las consecuencias de un trauma que se compli-
caba además con problemas relacionados con el sueño y la
angustia de la separación. Aun los golpes de cabeza contra la
pared podían explicarse en relación con esa situación, porque
ciertas investigaciones han demostrado que ese tipo de con-
ducta autodestructiva está ligado al miedo y el aislamiento.”
Hay veces en que la terapia resulta de gran ayuda, pero Davy
era demasiado pequeño para ser tratado con la terapia habitual,
sobre todo porque tenía un desarrollo verbal y evolutivo muy
inferior al de los niños de su edad. El psiquiatra que le trató le
recetó sedantes nocturnos, que sólo sirvieron para demorar las
crisis de terror sin reducir, no obstante, su frecuencia, y no
tardó en darse cuenta de que si quería ayudar a esa familia,
debía hacer algo rápidamente. La madre adoptiva del niño
estaba extenuada y no podía pasar mucho más tiempo sin dor-
mir. Como último recurso, el psiquiatra remitió a Davy a un
psicólogo infantil que conocía y estaba formado en la EMDR.
Quizás —pensó— eso funcionaría en el caso de Davy.
204
E EMDR

En agosto de 1993, el psicólogo, el doctor Robert Tinker,


conoció a David y Claire Tibbett. Davy había acumulado
toda una serie de diagnósticos graves, como TEPT, efecto del
alcohol sobre el feto, trastorno de hiperactividad y déficit de
la atención (THDA) y un retraso en el desarrollo del lengua-
je. Desde comienzos de los setenta, Bob había estado traba-
jando con niños y llevaba casi tres empleando la EMDR con
sus jóvenes clientes.
Cuando vio al pequeño por primera vez, Bob esbozó una
amplia sonrisa. Con sus ojos completamente abiertos, su
nariz respingona, flequillo oscuro y enmarañado y cejas lar-
gas y espesas, Davy era un niño adorable. Claire le relató
entonces la historia de Davy y Bob trató de hablar con el niño,
pero no había nada que hacer, porque Davy no respondía.
Luego Bob trató de acercarse estableciendo simplemente con
él un contacto ocular, pero tampoco ocurrió nada. Davy no
sólo se mostraba huraño, obstinado y poco cooperativo, sino
que su atención saltaba de una parte a otra de la habitación,
buscando frecuente refugio en el rostro de su madre.
Bob dirigió entonces su atención al niño. Sus problemas
de verbalización, su hiperactividad y su déficit atencional
imposibilitarían el empleo de la EMDR. ¿Cómo podría
seguir el movimiento de sus dedos si ni siquiera podía cen-
trar su atención? ¿Cómo podía Bob saber si el niño estaba
pensando en el evento traumático si ni siquiera hablaba? Ese
mismo día llamó al psiquiatra que le había derivado al niño
y le dijo: «Acabo de ver a Davy y Claire Tibbett, pero no
creo que pueda ayudarles mucho. Es muy probable que,
hasta dentro de un año, no pueda emplear con él la EMDR.
Es incapaz de establecer contacto ocular y carece de la aten-
ción suficiente como para emprender la EMDR».
Vaya problema. Si las cosas no mejoran, tendremos que
considerar la posibilidad de hospitalizarle provisionalmente
EL TERROR QUE ACECHA EN MITAD DE LA NOCHE 205

con el fin de que Claire pueda dormir. Está a punto de entrar


en crisis y no creo que pueda soportar mucho más —replicó el
médico.
Ya eran muchos, en esa época, los informes clínicos que
corroboraban la utilidad de la EMDR para trabajar exitosa-
mente con niños, aunque sólo tuvieran dos años, adaptando,
obviamente, el procedimiento a la limitada capacidad verbal
de los niños y a su reducida capacidad atencional. Así fue
como los terapeutas que empleaban la EMDR en el tratamien-
to con niños les inducían a realizar los movimientos oculares
llamando su atención con muñecos colocados a modo de dedal
o moviendo juguetes de un lado a otro en una pauta caracterís-
tica izquierda-derecha-izquierda. En el caso de Davy, Bob
Tinker tuvo que desarrollar una nueva versión que sirviera
para atraer y mantener la atención de un niño hiperactivo, evo-
lutivamente retrasado y aquejado de un déficit de atención.
La mente de Bob galopaba. Recordó que durante su pro-
ceso de aprendizaje de la EMDR, había oído hablar del uso
de palmadas o de tonos de audio con personas que tenían
dificultades para llevar a cabo los movimientos oculares.
Entonces concertó otra cita con Davy con la finalidad de pro-
bar ese enfoque alternativo. Cuando le explicó a Claire lo
que quería hacer, ella habló del tema con Jack, y aunque pen-
saron que se trataba de una cosa un tanto extraña, «habíamos
llegado a un punto —recuerda Jack— en el que hubiésemos
aceptado cualquier cosa».

La reacción de Bob fue la misma que la de algunos terapeu-


tas creativos que emplean la EMDR y han puesto a punto
enfoques alternativos a los movimientos oculares destinados
a clientes que tienen necesidades especiales. El primero de
todos fue Robbie Dunton, que quería utilizar la EMDR en
estudiantes con problemas de aprendizaje que tenían dificul-
206
A
AAA EMDR A

tades para seguir con sus ojos el movimiento de la mano, y


con niños vergonzosos o indiferentes que ni siquiera levan-
taban la mirada. Otros terapeutas, como Priscilla Marquis,
por ejemplo, desarrollaron independientemente el mismo
procedimiento en el trato con clientes ciegos. Ambos descu-
brieron que la mejor alternativa era la de usar palmadas que
alternaban de una mano a otra y tonos musicales alternativos
que iban cambiando sucesivamente de una oreja a otra.”*
Aunque Bob Tinker jamás había utilizado ninguno de
estos métodos, su formación en EMDR le había enseñado
que la investigación sobre el modo en que el cerebro proce-
sa la información estaba arrojando cierta luz sobre el funcio-
namiento de ese tipo de alternativas.? En uno de esos estu-
dios, el neuropsicólogo Gregory Nicosia había examinado a
muchos clientes de la EMDR usando una técnica denomina-
da electroencefalografía cuantitativa (EEGC) o mapeo cere-
bral en colores, un procedimiento que nos proporciona un
registro de la actividad eléctrica del cerebro que permite al
terapeuta observar el tipo de onda cerebral generado por la
persona cuando está pensando en un evento angustioso.
Nicosia descubrió la presencia, después de la EMDR, de una
intensa sincronización de las ondas cerebrales procedentes
de los hemisferios derecho e izquierdo. Entonces sugirió que
la norepinefrina, una hormona que se ve liberada durante los
traumas, puede suprimir la fase REM del sueño y desencade-
nar una desincronización interhemisférica, y esbozó la hipó-
tesis de que ese desajuste interhemisférico podía impedir el
procesamiento cerebral del evento traumático. Según conclu-
yó, los movimientos oculares rítmicos y repetitivos utilizados
en la EMDR resincronizaban el funcionamiento de los hemis-
ferios derecho e izquierdo, remedando así la actividad del
“marcapasos” ubicado en la corteza cerebral que se encarga
de cumplir con esa función.
EL TERROR QUE ACECHA EN MITAD DE LA NOCHE 207

Aunque la investigación al respecto todavía sea muy inci-


piente como para corroborar la hipótesis de la resincroniza-
ción, lo cierto es que se trata de una vía de investigación muy
sugestiva. También debemos señalar otra línea de investiga-
ción independiente que se inició hace unos 10 años y que
proporciona cierto apoyo a esta teoría. En su formación
como terapeuta EMDR, Bob se había enterado de las minu-
ciosas investigaciones realizadas, tanto en los Estados
Unidos como en Holanda, sobre el funcionamiento de los
dos hemisferios examinando los efectos de la manipulación
de la mirada.” Esas investigaciones descubrieron la presen-
cia, cuando la persona contempla un objeto (como una foto-
grafía en color de una escena de la naturaleza) ubicado a su
derecha, de una respuesta más positiva que cuando contempla
el mismo objeto ubicado a la izquierda. Estos estudios pare-
cían corroborar la hipótesis de que el hemisferio dominante,
que se ve activado cuando la persona diestra mira hacia la
derecha, procesa la información positiva mientras que, por el
contrario, el hemisferio no dominante, que se ve activado
cuando la misma persona mira hacia la izquierda, se ocupa
de procesar la información negativa. Así pues, una de las
aplicaciones prácticas de esta investigación parece indicar
que cuando queremos impresionar a alguien, deberemos
situarnos a su derecha. Esta investigación también sugiere el
hecho de que el movimiento alternativo de izquierda a dere-
cha, que se lleva a cabo durante la EMDR, provoca una acti-
vación de ambos hemisferios.”
La investigación también ha descubierto el mismo efecto
con las manipulaciones auditivas y físicas. Así, por ejemplo,
cuando hacemos escuchar a un sujeto un sonido a través de un
audífono ubicado en su oído derecho, reacciona positivamen-
te, mientras que cuando el mismo sonido es escuchado exclu-
sivamente con el audífono izquierdo, su reacción es negativa.
208 EMDR
5

Parece, pues, que el tipo de estimulación utilizada no es tan


importante como el acto de cambiar la atención de la persona
de un lado a otro. Con esta investigación en mente, Bob Tinker
se decidió a emplear la EMDR con Davy, utilizando un cono-
cido juego infantil y su propia intuición clínica.

El día en que Davy tuvo su primera sesión faltaban tres meses


para que cumpliese los tres años y llevaba más de la mitad de
su corta vida sufriendo violentos terrores nocturnos.
Bob y Davy se sentaron con las piernas cruzadas en el
suelo de la consulta. A su alrededor se hallaban desparrama-
dos multitud de juguetes, coches, castillos, casas y aviones
de intensos amarillos, azules y naranjas. Davy estaba mara-
villado, con el cuerpo un tanto alejado de Bob, contemplan-
do en silencio la profusión de juguetes que se desplegaban
ante su sorprendida mirada.
—¡Mira esto! —dijo Bob alegremente, acercando un cara-
melo hasta unos 30 centímetros del rostro de Davy-—. ¿Qué
es?
Davy miró el caramelo unos instantes y volvió a girarse.
Sus brillantes ojos castaños estaban completamente abiertos
y tenían un aspecto soñador y su boca permanecía ligera-
mente abierta.
—¡Mira esto, Davy! —insistió Bob—. ¿Qué es? ¡Mira! —con-
siguiendo de él un nuevo vistazo, antes de que su mirada se
perdiese nuevamente.
»¡Bien! —respondió amablemente Bob.
Luego trató de mover el caramelo de un lado a otro del
rostro del niño.
¡Mírame Davy! ¡Mira el caramelo! ¿Dónde va? ¡Mira!
-lo que mereció un tercer vistazo de Davy.
»¡Muy bien! —exclamó Bob, satisfecho, dándole el cara-
melo. Pero eso —pensó- todavía no bastaba.
EL TERROR QUE ACECHA EN MITAD DE LA NOCHE 209

Bob apoyó entonces ligeramente sus manos en los hom-


bros de Davy. Si quería que el procedimiento funcionase
debía conseguir atrapar la mirada del niño.
—¡Mírame, Davy! ¡Gírate un poco! ¡Así es! —dijo, mien-
tras el pequeño cuerpo de Davy se giraba hacia el hombre
con gafas de montura metálica. Ahora estaban finalmente
cara a cara. Bob tomó entonces suavemente la mano izquier-
da de Davy, la colocó palma arriba y le dio una palmada con
la suya.
»¡Mira Davy! ¡Haz esto! —dijo Bob.
Davy volvió entonces a echar un vistazo a los juguetes
que se hallaban dispersos por el suelo. De algún modo, había
logrado girar nuevamente su cuerpo. Bob tomó entonces las
manitas de Davy con las suyas y las giró palmas arriba.
—Ahora vamos a jugar —le invitó, golpeando ligeramente
la palma izquierda de la mano del pequeño con la suya-.
¡Ahora hazlo tú!
»¡Bravo! —dijo Bob, cuando Davy dio un golpe torpe que
casi yerra la mano abierta de Bob—. ¡Muy bien!
El pequeño esbozó entonces una amplia sonrisa y dirigió
una mirada feliz a su madre, que se hallaba sentada a su lado.
Luego volvió a mirar al suelo. Habían pasado dos minutos
desde el comienzo de la sesión.
Poco a poco, Bob fue llevando a Davy a jugar a una ver-
sión simplificada del juego de las palmadas en la que Bob
mantenía sus propias manos palmas arriba, mientras que
Davy debía golpearlas alternativamente. Fue necesario un
minuto aproximado para que Davy entendiese el funciona-
miento del juego.
—¡Muy bien! —exclamó Bob, después del primer golpe-.
¡Ahora haz lo mismo con la otra!
Davy fue entrando gradualmente en el juego sonriendo de
oreja a oreja cada vez que golpeaba la mano izquierda de Bob,
210 EMDR

luego la derecha y de nuevo la izquierda con palmadas cada


vez más y más fuertes. Parecía gustarle el ruido de los golpes,
pero su boca no emitió sonido, palabra ni risa alguna.
Después de ocho o nueve golpes seguidos, la atención de
Davy pareció flaquear de nuevo y empezó a mirar a todas
partes. Bob le llamó entonces delicadamente la atención, le
tomó la mano y retomó el juego, pero en esta ocasión inven-
tó una variante en la que, después de cada golpe, cogía la
mano de Davy y exclamaba: «;¡Tocado!».
Al escucharle, el rostro del pequeño se iluminó y rió a
carcajadas. Ese juego realmente parecía gustarle.
—¡Bien! —gritó entonces Bob—. ¡Más deprisa! ¡Más deprisa!
Davy estaba riéndose a carcajadas y golpeando con todo
su cuerpo al tiempo que lo balanceaba hacia adelante y hacia
atrás con cada nuevo golpe, mientras trataba de sacar la
mano rápidamente para que Bob no pudiera alcanzarle.
—¡Más rápido! ¡Tocado! ¡Más rápido! ¡Tocado! ¡Muy
bien, muy bien! ¡Tocado!
La sesión de EMDR concluyó cinco minutos después de
haberla empezado. Davy había aprendido el juego y, durante
un breve lapso, consiguió cambiar la atención de la mano
izquierda a la derecha y nuevamente a la izquierda.
—¡Muy bien! ¡Buen trabajo! —dijo Bob, dándole palmadas
de aliento en la espalda—. Ahora puedes ir a jugar.

Durante esa primera sesión, Bob no consideró siquiera la


posibilidad de que Davy determinase el evento sobre el que
debían comenzar centrando su atención. En lugar de ello,
aplicó toda su energía a enseñar al pequeño los movimientos
musculares necesarios para jugar al juego de las palmadas y
en proporcionarle una experiencia positiva tanto del juego
como de sí mismo lo que, en su caso, resultaba especialmen-
te importante. Su retraso evolutivo requería un tiempo extra
EL TERROR QUE ACECHA EN MITAD DE LA NOCHE 215

para aprender el juego de la mano izquierda y de la mano


derecha, y Bob no quería arriesgarse a ocuparse del trauma
(hablar de la operación) hasta que hubiese adquirido las
habilidades necesarias con los que procesarlo.
La EMDR suele funcionar más rápidamente con los niños
que con los adultos. En este sentido, los adultos parecen
necesitar sesiones de 90 minutos, mientras que los niños sue-
len acceder y procesar los recuerdos que les aterrorizan en un
tiempo que va de los 10 a los 30 minutos. Quizás ello se deba
al hecho de que los niños no hayan tenido, en su vida, tantas
experiencias diferentes que puedan reforzar el miedo origi-
nal y sus reacciones ante él. Aun en aquellas situaciones en
las que el niño ha sido víctima de múltiples agresiones, sus
síntomas suelen desaparecer centrándose en uno de los even-
tos. En cierta ocasión trabajé con una niña de cinco años que
había sido objeto de reiterados abusos físicos. Nos centramos
en el evento más reciente y en la frase «No se lo digas a
nadie», que había escuchado, a modo de advertencia, muchas
veces de boca de su agresor. La pequeña no tardó en empe-
zar a reír y a calificar la EMDR como “mi magia”. Pero lo
más importante es que uno no tiene problema alguno en
determinar la eficacia de la EMDR, porque los síntomas des-
aparecen rápidamente. Con mucha frecuencia, las pesadillas
y el hecho de mojar la cama, por ejemplo, desaparecen tras
una sola sesión de EMDR.
En el caso de Davy, la alternancia de la atención de dere-
cha e izquierda ilustra perfectamente el modo en que funcio-
na el modelo de procesamiento de la información. A través
de la concentración deliberada en un evento angustioso, el
proceso de la EMDR nos permite acceder y acabar resolvien-
do el sentimiento dominante que se hallaba presente en el
momento del trauma original. Si la agitación mostrada por
Davy durante su primera sesión era un resultado del trauma
212 EMDR

(más que un síntoma del trastorno de hiperactividad y déficit


de la atención), el juego de las palmadas podría conectar
directamente, a través de esa agitación, con las demás face-
tas del evento traumático. Si tal cosa era cierta, podríamos
esperar ver algunas mejoras inmediatas en los terrores noc-
turnos y en el resto de los miedos de David.

Diez días más tarde, Bob y Davy se encontraron para lo que


sería su segunda —y última— sesión. En esta ocasión, se sen-
taron en las sillas de la consulta de Bob, alejados de los jue-
gos que pudieran distraerlo. Claire comunicó entonces a Bob
que, desde la primera sesión, los terrores nocturnos de Davy
eran menos frecuentes y que el pequeño parecía diferente,
quizás más tranquilo, una diferencia que Bob también advir-
tió. Y es que aunque en sus ojos todavía podía vislumbrarse
un atisbo de desconfianza, lo cierto es que estaba bastante
más tranquilo. Estaba quietamente sentado en el borde de
una silla demasiado grande para él, con la espalda erguida, la
cabeza levantada y sus piernecillas colgando.
Bob le invitó a jugar a una versión ligeramente más difí-
cil del mismo juego, gritando: «¡Ésta! ¡Ésta! ¡Más fuerte!
¡Más fuerte! ¡Así es!», cada vez que Davy golpeaba una de
las palmas de Bob y luego la otra. El niño sonrió, río tranqui-
lamente y miró a su madre, pero siguió jugando.
—¡Así es, Davy! ¡Mira! —exclamó Bob, llamando su aten-
ción.
El pequeño tenía una expresión estupefacta como si, de
algún modo, supiera que algo estaba a punto de ocurrir, pero
no pudiera imaginarse de qué se trataba. Al cabo de un par
de minutos, la atención de Davy se desvío y dejó de jugar y
le preguntó a Bob algo sobre un objeto que había visto en la
librería que se hallaba detrás de él. Bob respondió brevemen-
te y retomó de nuevo el juego que, en esta ocasión, atrapó
EL TERROR QUE ACECHA EN MITAD DE LA NOCHE 213

por completo la atención de Davy. Sus brazos se movían rít-


micamente y la tensión de sus labios expresaba con claridad
su grado de concentración. Sus ojos, desenfocados pero
intensos, estaban fijos en el pecho de Bob. David se había
zambullido en su propio mundo.
A los dos minutos del comienzo de la sesión, Bob dejó
brevemente de jugar y cogió las manos de Davy.
—¡Mírame, Davy! ¿Puedes decir... —los ojos del pequeño
buscaron entonces brevemente el consolador apoyo de la
mirada de su madre—, mírame, “luz brillante”?
—Luz brillante —respondió Davy casi susurrando, pero
dispuesto a colaborar.
—¡Muy bien! Ahora dame un golpe en la mano —y, cuan-
do el pequeño le dio un fuerte golpe, respondió—: ¡Eso es!
¡Dilo otra vez!
—Luz fuerte —dijo Davy, en un tono algo más elevado.
Bob estaba estupefacto. Le había pedido al pequeño que
dijera “luz brillante” y había respondido diciendo “luz fuer-
te”. Parecía que algo dentro de su cabecita había establecido
ya una conexión entre lo que sucedía en esa habitación y su
terrible experiencia en la sala de operaciones.
—¡Di “luz brillante”! —repitió Bob.
—Luz brillante —concedió Davy. Nuevo golpe en la mano.
—Ahora di “luz grande”.
—Luz grande —nuevo golpe.
—¡Muy bien! ¡Dame un golpe en la mano! —nuevo golpe—.
Luz grande.
»Luz grande —repitió nuevamente Davy-. Nuevo golpe.
-Di otra vez “luz grande” —nuevo golpe.
»Una vez más “luz grande” —otro golpe más.
El rostro de Davy asumió entonces un aspecto serio y
resuelto. Bob le hizo repetir siete u ocho veces más “luz
grande”, antes de que la atención del pequeño empezase nue-
214 EMDR

vamente a fluctuar y dejase de repetir las palabras, unos tres


minutos después de haber comenzado la sesión.
—¿Puedes ahora decir “mal”, Davy?
Mal —repitió Davy, sonriendo.
—¡Golpéame la mano! —nuevo golpe.
»¡Golpéame la mano! —otro golpe más.
»¡Eso es! —nuevo golpe—. ¡Eso es!
Davy tenía una expresión pensativa. Levantaba y bajaba
los brazos ritmicamente y su esfuerzo y su concentración
resultaban evidentes.
—¡Muy bien! Ahora di “dolor de labios”.
—Me duelen los labios —nuevo golpe.
—¡Muy bien! Ahora di “Me duele la boca”.
»¡Eso es! —nuevo golpe.
»¡Así es! —nuevo golpe.
»¡Eso es! —nuevo golpe.
»¡Muy bien! —nuevo golpe.
»¡Perfecto! —nuevo golpe.
»¡Muy bien! —nuevo golpe.
»¡Más fuerte! —nuevo golpe.
»¡Muy bien! —nuevo golpe.
»¡Más fuerte! —nuevo golpe.
»¡Eso es! —nuevo golpe.
Davy empezó a enlentecer el ritmo de su movimiento y,
con aspecto ausente, miró hacia su madre.
¿Puedes ahora decir “doctor”? —insistió Bob, mientras
Davy seguía mirando a su madre.
»¡Mírame! —pidió Bob, sin obtener ninguna respuesta.
»¡Mírame! —insistió de nuevo, obteniendo el silencio por
respuesta.
Finalmente Bob giró suavemente el rostro de Davy en
dirección al suyo y luego sostuvo una mano con dos dedos
alzados ante él.
EL TERROR QUE ACECHA EN MITAD DE LA NOCHE AS

—Mira mis dedos —dijo Bob, mientras empezaba a mover


horizontalmente su mano a la altura de los ojos de Davy.
Davy miró brevemente el extraño movimiento que Bob
estaba haciendo. Luego giró de nuevo su cabeza, pero esta vez
en la otra dirección. Fueron necesarios varios intentos para cap-
tar de nuevo la atención de Davy. Cuando por fin lo consiguió,
colocó al mismo tiempo sus dos manos frente a él, subiendo y
bajando alternativamente los índices izquierdo y derecho.
—¡Mira esto! —le dijo.
Davy miró el nuevo juego y rió, pero ahora golpeaba
alternativamente la silla con sus piernas, al tiempo que
movía el tronco. Luego sus ojos volvieron a desplazarse de
un lado a otro. Con eso bastaba.
Bob decidió entonces dar por terminada la sesión ocho
minutos después de haberla comenzado. En su opinión,
según dijo, Davy había empezado a procesar el trauma blo-
queado de la operación aunque, como era obvio, no podía
estar seguro de ello. Era la primera vez que Bob utilizaba la
técnica de las palmadas, puesto que Davy no había alcanza-
do todavía el desarrollo verbal necesario para comunicar lo
que estaba sintiendo. En efecto, Davy mostraba algunos sig-
nos positivos —como decir, por ejemplo «me duelen los
labios» y «me duele la boca» ¿pero bastaría con ello? Bob
lo ignoraba. Finalmente, le dijo a Claire Tibett que observa-
se cualquier cambio en la conducta de Davy.
Pocos días después, Bob Tinker recibió una llamada de
Claire que, con voz incrédula, le contó que los terrores noc-
turnos de Davy habían desaparecido y que, hasta el momen-
to, no habían vuelto a presentarse.
Davy recibió un total de 30 minutos de EMDR durante
los cuales no sabemos con certeza lo que ocurrió en su
mente. «Todavía estoy —dice Jack Tibbett- asombrado del
cambio y del tiempo que sido necesario para provocarlo.»
216
E EMDR

Esto es algo con lo que Bob Tinker está completamente


de acuerdo. «Lo que sucedió durante la sesión no fue muy
significativo. Lo realmente importante fue el cambio de con-
ducta que ocurrió posteriormente.»
—Jamás olvidaré esa primera noche —recuerda Claire,
sacudiendo la cabeza—. Esa mañana me desperté presa del
pánico y salté literalmente de la cama.
—¿Qué sucede? —preguntó Jack. Y entonces se dio cuen-
ta—. ¡Davy! ¡Davy no había llorado en toda la noche!
Luego ambos fueron corriendo a su habitación para ase-
gurarse de que el niño se encontraba bien y descubrieron
asombrados que estaba durmiendo a pierna suelta.
—Davy durmió perfectamente y nosotros también pudi-
mos dormir durante toda la noche. ¿Qué diablos había ocu-
rrido? Fue una auténtica liberación.
Claire y Jack habían sobrevivido a casi dos años de pri-
vación de sueño y a la agonía de sentirse incapaces de ayu-
dar a su hijo. En lo que respecta a Davy, también sobrevivió
a los horrores de despertarse en mitad de una operación y
descubrir su cuerpo atado a la mesa, los ojos cegados por las
brillantes luces del quirófano y la boca terriblemente dolori-
da, sin poder advertir la presencia de sus padres. Desde
entonces, Davy ha sufrido otra intervención quirúrgica y su
padre ha tenido que desplazarse para otros períodos de for-
mación, pero los terrores nocturnos jamás han vuelto a pre-
sentarse. Ahora puede conciliar fácilmente el sueño después
de que le cuenten un cuento y le den un beso, y permanece
dormido durante toda la noche. Tampoco tiene miedo de
estar solo y sigue sin gustarle la ropa de invierno..., pero sin
la necesidad de hacer de ello un drama. Además, y como
suele ocurrir en el caso de los niños, el efecto positivo del
tratamiento con la EMDR se ha generalizado desde el obje-
tivo principal —la operación— al resto de los miedos asocia-
EL TERROR QUE ACECHA EN MITAD DE LA NOCHE 227)

dos que Davy desarrolló como resultado de la generalización


de los estímulos.
Ahora Davy está trabajando con otros profesionales el
retraso evolutivo provocado por el efecto fetal del alcohol.
También recibe sesiones de terapia verbal y acude a una
escuela para niños con retraso del desarrollo. Todo ese traba-
jo está ayudándole a refrenar su hiperactividad, mientras sus
padres acuden a una terapia que les enseña a tratar a un niño
hiperactivo. «Davy vuelve a parecerse al pequeño que cono-
cíamos antes de que se desencadenase toda esa tragedia»
dice Claire feliz-. La familia, finalmente, ha logrado recupe-
rar la normalidad.
La EMDR no borró la terrible experiencia de Davy. Hoy
en día, con nueve años ha comenzado a hablar de lo que suce-
dió ese día en el quirófano. Repite las frases que Bob Tinker
le dijo durante su sesión (como “luz brillante”) y le cuenta a
su madre cómo se sintió al descubrirse acostado en una cama
con un dolor tan intenso en la boca. Cuando uno de sus tera-
peutas le regaló un quirófano de juguete, Davy lo construyó
perfectamente, puso al muñeco en la camilla sobre la minús-
cula mesa de operaciones y anunció que el paciente era él.
No hace mucho, Davy y Claire estaban sentados en el
sofá viendo la televisión cuando apareció una escena de una
sala de urgencias. Claire se tensó, pensando cuál sería la
reacción de su hijo. Entonces Davy se giró, la miró con sus
ojos de terciopelo marrón, le tiró de la manga y le preguntó:
«¿Le duele la boca?».
Desde la última sesión de EMDR, el sueño de Davy no se ha
visto interrumpido y tampoco lo ha sido el de sus padres, y sus
sueños se ocupan ahora simplemente de procesar los proble-
mas cotidianos característicos de la infancia y del parentaje.
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7. VÍNCULOS QUE ATAN:
LOS TRASTORNOS DEL APEGO

«No podemos vivir sólo para nosotros mismos. Miles de fibras


nos conectan con nuestros semejantes, y a través de esas fibras, a
modo de hilos hechos de compasión, nuestras acciones generan
causas que vuelven a nosotros en forma de efectos.»
HERMANN MELVILLE

La EMDR ha reabierto el viejo debate de la relación que


existe entre naturaleza y cultura. El desarrollo físico y psico-
lógico de una persona depende de un par de factores: los
genes y el ambiente, cuya interrelación lleva mucho tiempo
fascinando a los científicos. Y es que, por más que la inteli-
gencia tenga un fundamento esencialmente hereditario,
nadie se atreve ya hoy en día a poner en duda la influencia
que, en ella, tienen las cuestiones relacionadas con el entor-
no. El niño innatamente brillante que se vea criado en una
familia que desprecia el aprendizaje y la educación, acabará
siendo menos capaz que el niño de inteligencia media que se
haya visto criado en el seno de una familia que le brinde un
mayor apoyo. Así pues, aunque los genes establezcan los
niveles potenciales de logro, la conducta de la persona pare-
ce depender de las experiencias ambientales.
El hecho de que la EMDR nos permita elaborar las expe-
riencias más tempranas puede ayudarnos a diferenciar mejor
220 EMDR

los problemas psicológicos que se asientan en la herencia o en


factores orgánicos de aquellos otros que dependen básica-
mente del entorno y contribuir, de ese modo, a liberar a la
gente de las prisiones genéticas que anteriormente se conside-
raban inmutables. Las primeras investigaciones realizadas en
este sentido, por ejemplo, señalaron que la esquizofrenia es
hereditaria? pero las últimas han destacado el importante
papel que, en ella, desempeñan el entorno, el estrés y las habi-
lidades de enfrentamiento.* También existen evidencias de
que un entorno cordial, estable y positivo puede impedir que
los hijos de padres esquizofrénicos sucumban a la enferme-
dad y de que los hijos de padres normales, por el contrario,
acaben tornándose disfuncionales.* Será muy interesante, por
tanto, determinar si la EMDR puede ayudar a corregir las
experiencias disfuncionales de esta población. Y aunque no
podamos esperar que la EMDR modifique los efectos de la
herencia (es decir, las predisposiciones biológicas), sí que es
posible que nos ayude a procesar los factores ambientales
estresantes que desencadenan las manifestaciones del trastor-
no. ¡La herencia, pues, no necesariamente es el destino!
Obviamente, la EMDR no puede proporcionarnos respues-
tas concluyentes a todas las cuestiones suscitadas por el dilema
naturaleza-cultura, y es muy difícil determinar la causa de
determinados rasgos, disfunciones o conductas, porque la
experiencia personal se origina en el momento mismo de la
concepción. Las investigaciones realizadas al respecto han
demostrado que los niños que suelen escuchar la voz de su
madre mientras están en el útero son capaces de distinguirla,
después del nacimiento, de entre otras muchas voces femeni-
nas.* Por otra parte, el entorno fetal desempeña también un
papel muy importante en el desarrollo físico del niño (un punto
ilustrado en el Capítulo 6 por el daño fetal que provocó, en el
sistema nervioso de Davy, el abuso de alcohol de su madre)
VÍNCULOS QUE ATAN 222

Independientemente de que estén provocadas genética-


mente o que se deriven de una experiencia intrauterina, los
factores bioquímicos desempeñan un papel muy importante
en el desarrollo del niño. Un ejemplo muy ilustrativo a este
respecto es el niño con THDA (como Davy), cuyas dificulta-
des de concentración fueron patentes desde muy temprano.
Este tipo de niño tiene una tendencia bioquímica a distraerse
fácilmente, pero con la ayuda de la medicación, sin embargo
(en el caso de que sea útil), y, lo que es más importante, con
la adecuada educación y apoyo, puede aprender a enfrentar-
se a este trastorno y llevar adelante una vida exitosa y pro-
ductiva. Si, por el contrario, el niño con THDA permanece
mucho tiempo sin recibir ayuda, serán muchas las experien-
cias que refuercen esa deficiencia y acaben así dañando la
imagen que tiene de sí mismo. Además, los traumas y la
ansiedad ante el posible fracaso pueden exacerbar las dificul-
tades de concentración, complicando todavía más las cosas.
Así es como las “experiencias de fracaso” perpetúan un ciclo
de pobres expectativas y de un éxito atenuado. En cualquie-
ra de los casos, no obstante, la EMDR puede ayudarnos a
corregir los efectos negativos del entorno, un tratamiento que
resulta tanto más eficaz cuanto más temprano se acometa.
En el caso de Davy, por ejemplo, bastaron un par de sesio-
nes para cambiar las cosas. Pero no debemos olvidar que
Davy sólo había sufrido un episodio gravemente traumático y
que vivía con una familia que le adoraba. Por eso, una vez
resuelto su trama no tuvo dificultad alguna en aprender lo que
necesitaba para establecer buenas relaciones y triunfar en la
vida. Cuando, por el contrario, un trauma mayor permanece
sin tratar, sus efectos no sólo afectan a la vida de la persona,
sino que pueden llegar a interferir en la vida de la próxima
generación. En este sentido, por ejemplo, los padres que
sufren de un trauma pueden, cuando los eventos presentes
222 EMDR

movilizan sus sentimientos irresueltos, explotar en accesos de


violencia y llegar a desconectarles emocionalmente, tornán-
dose entonces introvertidos e inaccesibles. Y aunque ningún
padre se comporte intencionalmente de este modo, las conse-
cuencias para el niño pueden llegar a ser catastróficas.
La siguiente historia ilustra la estrecha —a la par que
inconsciente— relación que vincula a padres e hijos, al tiempo
que subraya que la eficacia de la EMDR depende de su inte-
gración en la realidad clínica. El amplio y confuso espectro de
síntomas presente en este caso obligó a la terapeuta que se
ocupó de él a trabajar como un detective para identificar los
objetivos sobre los que debía centrar el trabajo terapéutico.
Este caso también pone de manifiesto la estrecha relación
existente entre la naturaleza y la cultura y evidencia que expe-
riencias que atentan contra los mecanismos de supervivencia,
que tan profundamente se hallan grabados en nuestro código
genético, puedan llegar a provocar los efectos psicológicos
más terribles y caóticos. El vínculo entre una madre y su hijo
es una de las leyes fundamentales de la naturaleza que cum-
ple claramente con la función de garantizar la supervivencia
de la especie. Pero ¿qué ocurre cuando se rompe la ley de la
naturaleza y ese vínculo no se establece?

La doctora Joan Lovett inspiró profundamente, luego expul-


só poco a poco el aire y se aprestó a reordenar la multitud de
síntomas que acababa de escuchar en una imagen coherente
de la niña. Era un verdadero y trágico embrollo. Quizás la
mujer exhausta que se hallaba ante ella no fuese la madre más
desesperada que había conocido en sus 20 años de ejercicio
de la pediatría, pero si no lo era, le faltaba muy poco.
Joan cerró su cuaderno, levantó la cabeza y se encontró
frente a un par de ojos aterrados. Vamos a ver —se dijo, reca-
pitulando—, la niña se llama Ashley, tiene cinco años, es rubia
VÍNCULOS QUE ATAN 293

y muy bonita. Va a la guardería. Su madre opina que acaba-


rá convirtiéndose en una toxicómana, su abuela considera
que deberían ingresarla en un hogar de acogida y su herma-
no menor cree —y muy probablemente esté en lo cierto— que
la niña trata de matarle.
La expresión “rivalidad fraterna” se quedaba muy corta
para describir los sentimientos que Ashley experimentaba
hacia su hermano pequeño Charlie, que era 11 meses menor
que ella. Ashley lo odiaba con auténtica violencia. Le pega-
ba con mucha frecuencia, dejándole oscuros cardenales en
los brazos y el pecho, y hasta llegó a meterle los dedos en los
ojos. No hace mucho, había empujado a Charlie hasta hacer-
le caer de su cunita, una caída ciertamente peligrosa para un
niño de su edad. Un bien día, Ashley le dijo que le odiaba y,
en cierta ocasión en que tuvieron que llevarle al hospital
debido a un grave ataque de asma, no tuvo empacho alguno
en decirle que le gustaría que se muriese y no volviese a
casa.
Ashley también odiaba a su madre. No dejaba que la acu-
nase, no establecía contacto ocular con ella y se negaba a
hacer las cosas más sencillas, como ponerse el pijama para ir
a dormir, por ejemplo, sin montar un escándalo. Ashley tenía
las mismas rabietas que un dictador de pacotilla, durante las
cuales se pasaba una media hora arrojando cosas al suelo,
gritando, llorando y vomitando. Se despertaba en mitad de
pesadillas recurrentes en las que se veía asediada por anima-
les que le mordían las manos, se veía amenazada por desco-
nocidos y sufría terribles accidentes. Recientemente había
robado un brazalete de casa de la chica que la cuidaba y
luego mintió para conservarlo. También se mordía los labios
hasta llegar a hinchárselos. Un buen día encontró una cuchi-
lla de afeitar en la basura y la usó para cortarse. Tenía un
miedo casi fóbico a los perros y a las puertas cerradas y bas-
224 EMDR

taba con que su madre abriese la puerta al cartero para que


empezase a gritar.
El incidente que llevó a su madre al límite de lo soporta-
ble y la empujó a emprender una terapia había ocurrido seis
semanas antes, durante la fiesta de Acción de Gracias que
organizaron en la guardería y a la que habían invitado a todos
los padres a una comida que iba a ser servida por sus hijos.
Ese día, Ashley cogió un plato de pavo relleno, caminó len-
tamente hacia su madre y se lo tiró encima gritando: «¡No te
quiero! ¡Te odio!».
Joan Lovett sintió auténtica compasión por la mujer que
estaba en su consulta. Maura Sullivan parecía asustada, des-
bordada y exhausta, aunque claramente decidida a hacer lo
que fuese necesario para ayudar a su hija. Era una mujer de
33 años que trataba de ganarse la vida y de criar a sus dos
hijos con muy poco dinero. Estaba recuperándose de la toxi-
comanía y de la adicción al alcohol y se culpaba a sí misma
de la conducta de Ashley (por haber consumido heroína
durante su embarazo). Su ex marido Charles era un actor
que, durante su matrimonio, pasó muy poco tiempo con
ellas, ya fuese porque estaba trabajando fuera o debido al
efecto de las drogas. También la maltrataba físicamente. La
noche en que nació Ashley, la policía le detuvo y se lo llevó,
y Maura y se vio obligada a atravesar sola el parto. Cuando
la niña nació, Maura estaba demasiado agotada, aturdida y
desbordada y no estaba disponible para su hija. Por eso creía
haber perdido la ocasión de establecer un vínculo con su hija
y consideraba que ya era demasiado tarde.
Once meses después del doloroso nacimiento de Ashley,
Maura dio a luz a su hijo al que, con su habitual optimismo,
bautizó con el nombre de su padre, Charlie. Cuando Charlie
tenía un año y Ashley dos, ese padre emocionalmente agresi-
vo y con el que jamás pudieron contar —porque nunca se sabía
VÍNCULOS QUE ATAN 223

cuando iba a estar en casa— acabó abandonándoles. Maura


recordaba perfectamente una escena de ese día en la que
Ashley se mantenía precariamente en pie sobre sus torpes
piernecillas levantando los brazos en dirección a su padre en
el gesto universal con el que los niños piden a sus progenito-
res que les cojan en brazos, cuando su padre dio media vuel-
ta y se marchó, cerrando violentamente la puerta.
—Fue una época muy difícil —explicó Maura a Joan— y en
la que, en varias ocasiones, estuve a punto de sufrir un colap-
so emocional. Debido a los problemas generados por la rela-
ción con mi marido y con mi recuperación de una adicción a
las anfetaminas que había durado dos o tres años, no tenía
tiempo ni disposición para cuidar de Ashley. Por supuesto
que satisfacía sus necesidades físicas —es decir, le daba de
comer, le cambiaba los pañales y ese tipo de cosas—, pero
emocionalmente hablando, no estaba en condiciones de ocu-
parme de ella. ¡Dios mío! ¡Me sentía tan necesitada que
estoy segura de que hasta Ashley se daba cuenta de ello!
¡Qué difícil debe haber sido para ella no haber podido contar
con su madre cuando más la necesitaba!
»Estoy muy asustada, doctora Lovett —prosiguió Maura,
moviéndose inquietamente en la silla-. No sé qué puedo
hacer para ayudar a Ashley. Pierde el control con mucha fre-
cuencia y entonces empieza a llorar, luego se le une Charlie
y acabamos llorando los tres. A veces me siento tan mal que
no me queda más remedio que encerrarme con llave en la
habitación —dijo, mientras las frases salían a borbotones de
su boca, en un desesperado intento de explicarse—. Trato de
ser una buena madre. Quiero a mis hijos. Me preocupo de
que estén limpios y vacunados y de que coman alimentos
sanos y quiero tratarles del mismo modo, pero parece que no
basta con eso. Las cosas no funcionan e ignoro lo que tengo
que hacer.
226
IS, EMDR
[A A

—¿Qué quieres decir con “tratarles del mismo modo”?


—preguntó entonces Joan.
»Que cuando uno de ellos tiene hambre, por ejemplo, les
doy de comer a los dos, y que cuando uno está cansado, tam-
bién les pongo a dormir a la vez —prosiguió, en un tono que
a Joan le pareció levemente didáctico.
»Así que —prosiguió Maura— cuando uno necesita zapa-
tos, debo esperar a tener el suficiente dinero para comprarles
calzado a ambos. Y, del mismo modo, cuando llega el cum-
pleaños de alguno de ellos, también le hago un regalo al otro.
No permito que uno tenga algo que no pueda también darle
al otro. No sería justo. Esto es algo que me parece muy
importante —dijo, en un tono casi agresivo.
—Parece, pues, que “ser justo” significa tratarles a los dos
exactamente igual.
—Así es. Tengo que tratarles a los dos exactamente igual
—respondió, esperando la respuesta de Joan, que la miraba
atentamente, sin decir nada.
—Estoy segura de que si mis padres nos hubieran tratado
así —prosiguió Maura, tras un silencio largo e incómodo—, no
tendría la mitad de los problemas que ahora tengo.
Entonces Joan se levantó, se dirigió a un estante ubicado
en el otro extremo de la habitación y cogió una bolsa de ter-
ciopelo violeta. Luego regresó a su silla, se sentó y se la
entregó a Maura.
—¿Querrías jugar conmigo a un juego para mostrarme más
cosas sobre tu familia? Dentro de esta bolsa hay piedras de
muchos colores. Selecciona las que necesites para represen-
tar a los miembros de tu familia de origen. Luego colócalas
sobre esta cartulina, esboza su contorno y establece el tipo de
relación que, en tu opinión, mantenían los distintos miem-
bros de tu familia.
Maura metió entonces la mano en la bolsa y palpó con las
VÍNCULOS QUE ATAN DDN

yemas de los dedos la superficie lisa y pulida de las piedras.


Una tras otra fue sacando seis piedras y las ubicó sobre el
tablero.
—Mi madre y mi padre (ambos alcohólicos), luego yo (la
hija mayor), después Sara (tres años menor), Stephanie (tres
años menor todavía) y, finalmente, Bill, mi hermano adopti-
vo (diez años más pequeño).
Maura trazó entonces líneas gruesas para representar las
relaciones fuertes y líneas sinuosas para representar las rela-
ciones más débiles, mientras Joan observaba en silencio
todas esas operaciones. Cuando Maura pareció haber con-
cluido, cogió de nuevo la bolsa, moviéndola incesantemente
entre sus manos.
—Tengo que decirte —continuó— que, antes de Bill, tuve
otro hermano adoptivo —y, tras una larga pausa, agregó, sin
ninguna emoción en su voz—, pero acabó desapareciendo.
Poco a poco, Maura fue contando la historia. Cuando tenía
ocho años, sus padres decidieron adoptar a un niño de seis
meses, al que llamaron Shannon, un niño del que Maura se
enamoró, como sólo puede hacerlo una niña de ocho años.
Shannon, que tenía grandes ojos azules, un sedoso cabello
rubio y siempre estaba sonriendo, se convirtió en su hijo. Para
Maura se trataba del bebé más hermoso del mundo. Le acu-
naba, le daba el biberón, le cambiaba los pañales y siempre le
llevaba consigo a todas partes.
Una noche, dos semanas después de la llegada de
Shannon, toda la familia estaba en la cocina lavando los pla-
tos cuando una sartén resbaló de las manos de su padre y
cayó estrepitosamente al suelo. Todos los ojos se dirigieron
entonces hacia el bebé, dispuestos a calmarlo y consolarlo,
pero Shannon ni siquiera parpadeó. Entonces el padre de
Maura cogió la sartén y, observando con atención al niño, la
golpeó ruidosamente con una cuchara, pero Shannon perma-
228 EMDR

neció tranquilamente sentado sin reaccionar. La madre de


Maura rompió entonces a llorar.
Al día siguiente llevaron a Shannon al hospital pediátrico
para someterle a unas pruebas. El médico que lo examinó
descubrió que era sordo y recomendó varias pruebas. Durante
las semanas que siguieron, Shannon fue diagnosticado de
parálisis cerebral y trastornos digestivos tan graves que preci-
saba alimentación intravenosa. Necesitaba cuidados intensi-
vos y no esperaban que viviera más de tres o cuatro años, una
mala noticia que sus padres ocultaron a Maura.
Un buen día, dos semanas después del incidente de la
cocina, Maura llegó a casa procedente de la escuela y descu-
brió que Shannon ya no estaba allí.
—Mis padres le habían devuelto a la agencia de adopción
—contó entonces Maura a Joan, con una voz despojada de
toda emoción.
Sus padres le dijeron que Shannon debía pasar el resto de
su vida en un hospital y que como ellos no tenían dinero para
sufragar los gastos, la agencia había encontrado una familia
que podía hacerse cargo de la situación. Jamás volvieron a
verle.
—¿Y cómo viviste tú esa situación? —le pregunto entonces
Joan.
—Estoy segura de que mis padres creían estar haciendo lo
correcto. ¿Pero sabes lo que más extraño me parece? —agre-
gó, sacudiendo la cabeza—. Que, desde ese día, no había
vuelto a pensar en ello.
—¿Y cómo te sientes ahora —insistió Joan— al recordarlo?
No siento nada especial —afirmó Maura—. Poco después,
sin embargo, estalló en sollozos. Después de veinticinco
años de reprimir su dolor, acababa de abrirse una brecha en
el muro y Maura empezaba a desmoronarse.
VÍNCULOS QUE ATAN 229

Resulta imposible imaginar el dolor que debió sentir una niña


de ocho años a la que acaban de quitarle “su” bebé y el espan-
toso sufrimiento que acabó tapiando su corazón a cal y canto.
Según parece, la pérdida de Shannon la incapacitó para esta-
blecer vínculos con las personas más importantes de su vida
incluida, mucho tiempo después, su propia hija. No es de
extrañar que, privada del afecto materno, Ashley se compor-
tara en consecuencia y no expresara sentimiento positivo ni
mostrase gesto afectuoso alguno hacia las personas que la
rodeaban.
Pero no fue sólo la pérdida de Shannon la que estimuló la
compleja pauta intergeneracional que se hallaba profunda-
mente arraigada en el sustrato de su familia: el alcoholismo
de sus padres, su impredecible e incontrolable entorno fami-
liar y el modo errático en que le mostraban y le retiraban el
afecto. En un entorno emocionalmente tan caótico, Maura
había encontrado un objeto estable de amor —su hermano
adoptivo Shannon- que no tardó en serle arrebatado. Así fue
como la reacción de Maura acabó transmitiéndose a la pró-
xima generación, evidenciando su impacto en la conducta
violenta de Ashley. Los niños tienden a culparse de las faltas
de sus progenitores. Además de no sentirse queridos, tampo-
co creen merecer el trato que reciben y, cuando sienten insa-
tisfecha su necesidad innata de establecer vínculos, conclu-
yen que no pueden hacer nada para cambiar las cosas y que
tampoco pueden fiarse de nadie.
Este caso evidencia la compleja relación que existe entre
naturaleza y cultura. Determinados clínicos subrayarían que,
siendo los padres y los abuelos de Ashley alcohólicos, algu-
nos de sus rasgos eran, por tanto, hereditarios.* Otros, por el
contrario, afirmarían que sus características se hallaban bio-
lógicamente determinadas por el abuso prenatal de alcohol y
heroína en el que había incurrido su madre, y otros analistas
230
A EMDR
A AAA A >>>

esbozarían una imagen bastante más tétrica de la salud emo-


cional de Ashley. Afortunadamente, terapeutas como Joan no
dejan de subrayar la importancia que, en este sentido, desem-
peña el entorno. La capacidad de Joan de disociarse de su
dolor emocional, por ejemplo —que había aprendido cuando
se llevaron a Shannon—, suponía que Ashley había recibido,
de algún modo, un tipo de educación que generaba proble-
mas psicológicos? Son muchos los estudios que demuestran
el profundo impacto que, sobre un hijo, puede tener la falta
de disponibilidad emocional de su madre, un impacto que
puede llegar incluso a poner en peligro su vida.”
Los niños que han sufrido un trauma de este tipo suelen
acabar convirtiéndose en pasivos o reactivos, llenando enton-
ces su vacío con miedo, con rabia o con ambas cosas a la vez
y entrando entonces en un ciclo de conducta violenta e
inapropiada que les aleja de las personas que les rodean. Y
cuanto más intensa es la expresión de una conducta inapro-
piada, más aislados se encuentran, lo que refuerza la visión
que tienen de sí mismos como personas indignas de ser ama-
das. Además, la tendencia de Ashley a dañarse (mordiéndose
los labios o cortándose) suele presentarse también en las per-
sonas disociadas, algunas de las cuales emplean el dolor
como una forma de sentir algo y recordarse, de ese modo, que
están vivas.'' Las heridas autoinfligidas pueden ser asimismo
una forma de distracción muy necesaria ya que, en tal caso, el
nuevo dolor distrae la atención de la persona del dolor viejo
O presente, o provoca una sensación de bienestar mediante la
liberación de endorfinas.
La rabia que Ashley sentía hacia su hermano, Charlie, pro-
bablemente se basaba en varios factores. En primer lugar,
Ashley debía compartir con su hermano la escasa atención
que su madre era capaz de ofrecerles. En segundo lugar, podía
tratarse de la expresión del dolor provocado por la deserción
VÍNCULOS QUE ATAN DS

de su padre. En tercer lugar, Maura podía haber estado utili-


zando inconscientemente a Charlie como sustituto de su que-
rido Shannon, al que había acabado perdiendo hacía tanto
tiempo. Tal vez, en este sentido había estado favoreciendo a
su hijo e identificándose con él, lo que no hacía sino exacer-
bar el dolor de Ashley.
Aunque no podemos acahcar todos los problemas que
aquejaban a esa familia a la pérdida de Shannon, es evidente
que ese evento, combinado con la educación que había reci-
bido, sentó las bases para las pautas de deprivación emocio-
nal y de falta de parentaje que impedían a Ashley establecer
vínculos de identificación con los miembros más próximos de
su familia.
Maura tuvo que procesar, para poder restablecer contacto
con su propia capacidad de amar, el recuerdo de la pérdida
de Shannon y recorrer todo el amplio abanico de emociones
(desde el sufrimiento hasta la culpa y la ira) asociadas, una
progresión de sentimientos que reflejaba el proceso curativo
natural que descarriló en el momento en el que sucedió la
pérdida traumática de Shannon.

Mientras Maura lloraba, Joan reflexionó acerca del devastador


impacto que la temprana pérdida de su hermano debió haber
provocado en esta mujer que, un cuarto de siglo más tarde,
seguía afectando a su capacidad para cuidar de sus propios
hijos. Joan se dio entonces cuenta de que, antes de emprender
la terapia con Ashley, debía eliminar el dolor residual de
Maura. Aunque Joan había sido entrenada como pediatra espe-
cializada en los problemas conductuales de los niños, era de la
opinión de que debía tratarse tanto al padre como al hijo, por-
que había visto demasiados padres cuyos propios problemas
irresueltos acaban reflejándose en el comportamiento de sus
hijos.
232 EMDR

Cuando los sollozos de Maura se aquietaron, Joan le


habló de la EMDR y le pidió permiso para utilizarla en su
próxima sesión para despedirse de Shannon, una petición a
la que Maura, conmovida por la intensidad de su reacción al
relato de su hermano, accedió.
Cuando Maura volvió a la consulta de Joan con motivo de
su primera sesión de EMDR, trajo un largo poema mecano-
grafiado que había escrito para despedirse de Shannon.
También le contó que el día posterior a su primera sesión,
había ido a dar una vuelta en bicicleta pensando en Shannon,
mientras las lágrimas rodaban por sus mejillas.
—Me hizo sentir mejor —dijo asombrada—. Si no hubiera
sido por tu bolsita y no me hubieras pedido que eligiera una
piedra para representar a cada uno de los miembros de mi
familia, no me habría dado cuenta de lo mucho que amaba a
Shannon. Creo que ni siquiera hubiera mencionado su exis-
tencia.
Pero, evidentemente, no bastaba con hablar de Shannon y
de la liberación que había sentido, porque eso no cambiaba
un ápice los sentimientos subyacentes que estaban emponzo-
ñando la relación con su hija.
Joan empezó la sesión de EMDR pidiéndole a Maura que
verbalizase la dolorosa lección que había aprendido cuando
perdió a Shannon. Maura respondió de inmediato: «No quie-
ro sentirme nunca más cerca de nadie», una afirmación que
iba acompañada de una sensación de ansiedad que valoró
con una intensidad de 9 en la escala usa de O a 10. Luego
Joan le pidió que esbozase una afirmación positiva que refle-
jase el modo en que le gustaría sentirse. Y después de cerrar
los ojos durante unos instantes dijo, con tono ciertamente
dubitativo, como si fuese una pregunta: «Le ame como cual-
quiera puede amar a un hermano y ahora soy libre para amar
de nuevo» y, cuando Joan le pidió que valorase la certidum-
VÍNCULOS QUE ATAN 233

bre que le merecía esa afirmación en la escala de 1 a 7, sacu-


dió la cabeza y respondió que un 2.
—Comenzaremos con la escena de la cocina —dijo Joan—.
Veamos si puedes evocar mentalmente esa escena mientras
sigues con la mirada el movimiento de mis dedos. ¿Estás dis-
puesta?
Maura asintió con aire grave. En el mismo momento en
que Joan empezó a mover su mano de un lado a otro, los ojos
de Maura se anegaron. Era como si, súbitamente, volviese a
tener ocho años. Podía sentir el ruido de la sartén al caer al
suelo, la escalada de la ansiedad que resonó en toda la habi-
tación y ver incluso el rostro de su madre contraído por la
desesperación. Al finalizar esa serie, Maura dijo, a través de
las lágrimas: «Mis padres se consideraron incapaces de seguir
cuidando de Shannon».
—Concéntrate en este punto —dijo Joan delicadamente,
mientras emprendía una segunda serie de movimientos ocu-
lares.
—Todos nos sentimos muy solos cuando Shannon se mar-
chó. Pero mis padres también se sintieron liberados. Mi
madre lloraba, se sentía sola y triste, pero nadie volvió a
hablar nunca más de él. Como el día en que volvía a casa y
me enteré de que mi abuelo había muerto. «¿Por qué —me
pregunté— nadie lloraba por él?» Nuestra familia no sabía
cómo vivir el dolor.
Nueva serie.
—Después de eso, no pude volver a implicarme... -excla-
mó, mientras los sollozos convulsionaban la parte superior
de su cuerpo y sus manos permanecían entrelazadas en su
regazo en un gesto casi púdico.
» Y no lo hice hasta mucho, mucho tiempo después de que
llegara Bill. Bill era un niño hiperactivo. Recuerdo a mi
madre pidiéndole a mi padre que le diera el biberón y como
234
A EMDR AAA

él le respondió dándole un puñetazo. Mi padre bebía. Yo dor-


mía en el sofá junto a mi madre —dijo Maura, mientras las
lágrimas le rodaban por las mejillas, moviendo la cabeza
hacia adelante y hacia atrás, hacia adelante y hacia atrás, en
un balanceo que iba seguido, una fracción de segundo des-
pués, por la oscilación de su largo pelo negro.
»Fue culpa mía —dijo, con aire infeliz—. Si hubiera vuelto
antes de la escuela, si sólo hubiera estado presente, no hubie-
ran sido capaces de hacerlo y yo hubiese podido impedirlo.
En este punto del tratamiento, el sistema de procesamiento
de la información de Maura necesitaba un nuevo estímulo. No
es infrecuente que las personas se queden atrapadas en una
sensación desproporcionada de responsabilidad. Para ayudar a
Maura, Joan combinó los movimientos oculares con una pre-
gunta destinada a sucitar una valoración positiva. En la
EMDR, ésta es una variante de un procedimiento denominado
“integración cognitiva”, cuyo objetivo consiste en interrela-
cionar la afirmación nueva y positiva con la información nega-
tiva (o disfuncional) almacenada en el cerebro del cliente, de
modo que pueda ser adecuadamente procesada. Cuando el
terapeuta formula una pregunta adecuada, se estimula la red de
memoria que contiene la información positiva y puede conec-
tarse con la red del objetivo elegido. Como ya hemos visto
(especialmente en el caso de Eric, cuando se dio cuenta de que
él no era el culpable de la muerte del prisionero del vietcong).
la información positiva más adaptativa ya se halla internamen-
te presente. Lo único que sucede es que el sufrimiento del
cliente no le permite acceder automáticamente a ella.
Joan emprendió entonces otra nueva serie. Mientras
Maura movía los ojos hacia adelante y hacia atrás, Joan le
preguntó: «¿Quién decidió desembarazarse de Shannon?».
—Mis padres. Pero yo pude habérselo impedido.
Nueva serie de movimientos.
VÍNCULOS QUE ATAN 235

—¿Realmente crees que una niña de ocho años puede


tomar este tipo de decisiones?
—No —respondió
Nueva serie de movimientos. A medida que la informa-
ción realista conectada con el objetivo elegido iba procesán-
dose, la falsa responsabilidad de Maura iba disolviéndose, y
lo mismo sucedió con su correspondiente sensación de cul-
pabilidad.
Ahora Maura estaba enfadada. Mientras sus ojos seguían
el movimiento de los dedos de Joan, apretó tanto los puños
contra los muslos que sus nudillos se quedaron blancos.
—¡Mis padres fueron injustos con Shannon! Jamás se
hubieran desembarazado de otro de sus hijos. ¿Por qué tuvie-
ron que hacerlo con él? Deberían haberle tratado como nos
trataban a cualquiera de nosotros. ¡La suya fue una conducta
completamente injusta!
Nueva serie. La rabia de Maura se había enfriado y ahora
imaginaba que tenía a Shannon en brazos y le hablaba como
hubiera deseado. Le contó algunas de las cosas que había escri-
to en su poema y, finalmente, se despidió de él diciendo:
Siempre recordaré tu rostro sonriente. En mi corazón,
siempre habrá un lugar especial para ti y, cuando contemple
las estrellas, bautizaré una con tu nombre.
Nueva serie de movimientos. Maura había dejado de llo-
rar y su respiración era profunda y regular. Entonces le dijo
a Joan que se sentía tranquila pero, al mismo tiempo, aguda-
mente consciente de todos sus sentidos, de la sensación ater-
ciopelada de la tela que cubría el brazo de la silla y del rumor
de los coches que circulaban por la calle. Entonces dijo, con
los ojos cerrados: «Le amé como nadie ha amado a un her-
mano. Ahora estoy libre para amar de nuevo».
—Permanece ahí.
Nueva serie de movimientos.
236
A EMDR AAA A A

Dime Maura —preguntó entonces Joan, mientras Maura


permanecía tranquila—. ¿Cuán ansiosa te sientes, en una
escala de O a 10, cuando evocas la escena de la cocina?
-Un cero —replicó Maura, aparentemente sorprendida de
su propia respuesta.
—¿Y cuán verdadera sientes, en una escala de 1 a 7, la afir-
mación «Le amé como nadie ha amado a un hermano. Ahora
estoy libre para amar de nuevo»?
—Definitivamente un 7 —dijo Maura, con una sonrisa.
—Ahora ya no necesitas “ser justa” y puedes darle a cada
uno de tus hijos lo que necesite. Eres libre para cuidar de ellos
por el simple hecho de que quieres protegerles y satisfacer sus
necesidades infantiles, pero no porque te sientas culpable. No
olvides que ha sido la sensación de culpabilidad la que te ha
traído hasta aquí, pero recuerda que, para ser una madre afec-
tuosa, no tienes que sentirte culpable.
Cuando concluyó la única sesión que Joan y Maura reali-
zaron sobre Shannon habían transcurrido 60 minutos. Joan
podía ver el cambio que había experimentado esa mujer,
podía sentir el cambio en su tono de voz al hablar del herma-
no perdido. Su aspecto también era un poco más luminoso y
un poco más feliz, pero Joan sabía que la auténticamente
beneficiada de ese encuentro había sido Ashley, la niña des-
esperadamente sola y rabiosa que había acabado congelando
su corazón.
A la semana siguiente —estábamos a finales de enero-,
Joan tuvo su primera sesión con Ashley. Se encontró frente a
una niña rubia, muy hermosa y también muy infeliz. Cuando
se quedaron solas, Joan la invitó a sentarse junto a ella en el
suelo. La niña se dejó caer y echó un vistazo alrededor como
si estuviese realizando un inventario. La sala estaba llena de
brillantes juguetes de plástico, pinturas, dibujos, arcilla, ani-
males, bloques de madera y muñecas.
VÍNCULOS QUE ATAN DS

Ese primer encuentro con Ashley acabaría siendo, para


Joan, memorable.
—Fue una pesadilla que duró una hora —recuerda Joan-—.
Ashley examinó todos, absolutamente todos, los objetos de la
habitación. Cogió la arcilla y luego la tiró al suelo, diciendo:
«No me gusta». Luego dijo: «Quiero agua» y, cuando Joan le
dio un vaso lleno, replicó: «Ahora ya no quiero». Luego
cogió una muñeca, la vistió, la desnudó y, tirándola al suelo,
dijo: «No me gusta». Comenzaba un juego y, al poco tiempo,
lo abandonaba diciendo: «Este juego es muy aburrido».
Quería estar con su madre, pero unos instantes después, ya no
quería estar con ella. Empezaba un dibujo y lo abandonaba de
inmediato. Eso no tenía nada que ver con jugar, simplemente
era un modo de perder el tiempo con una cosa, para pasar
luego a otra. Ashley examinó todo lo que había en la sala, y
aunque no tenía una idea concreta de lo que estaba sucedien-
do, en esa primera hora empecé a entender cómo debía sen-
tirse Ashley. No había nada, en su experiencia del mundo, que
la satisficiese. Todo la decepcionaba como si, con ello, estu-
viera diciendo: «Soy un fracaso. No puedo hacer esto y tam-
poco puedo hacer aquello, no puedo hacer nada. Nada tiene
sentido». Así debía sentirse Ashley. Era terrible. No es de
extrañar que nadie se sintiera bien con ella.
Joan se dio rápidamente cuenta de que la incapacidad de
Ashley para establecer vínculos y fiarse de la gente la obliga-
ría a pasar mucho tiempo estableciendo un tipo de relación en
el que la niña se sintiera segura, un requisito que no sólo es
esencial para la EMDR, sino también para cualquier otra
forma de terapia. Mal podría, si Ashley no se sentía segura,
enseñarle las habilidades de las que tan lamentablemente
carecía, como establecer un vínculo, interesarse por las cosas
y cuidar de los demás. No iba, pues, a ser una terapia sencilla
ni rápida. Ashley no había sido, a diferencia de Davy, víctima
238 EMDR

de un solo trauma, pero tampoco era una adulta que dispusie-


ra de una variedad de experiencias a las que Joan pudiera ape-
lar para representar alternativas positivas. Ashley debía des-
prenderse de las pautas de acciones y relaciones a las que se
había visto sometida durante toda su vida. Necesitaba ejem-
plos que le enseñasen lo que era un universo de causas y efec-
tos, que era una persona única e importante, que podría expre-
sarse de un modo que le permitiese establecer relaciones posi-
tivas y que era digna de amar y ser amada. Pero mientras
careciese de una sensación alternativa positiva, seguiría atra-
pada en actitudes negativas y disfuncionales y carecería de
información positiva O adaptativa a la que referirse.
Ashley pasó la segunda sesión haciendo dibujos y más
dibujos en los que, después de trazar un solo círculo a modo
de cabeza para lo que iba a ser un hombre, acababa tirándo-
los de inmediato diciendo: «No me gusta».
Durante la tercera sesión, Ashley imaginó que las muñe-
cas eran bebés que estaban llorando y le pidió a Joan que
hiciese como que estaba llorando, cosa a la que accedió gus-
tosamente. Ashley parecía disfrutar con el llanto de los bebés.
Luego le pidió a Joan que hiciese de mamá y les consolase.
Pero aunque fuese lo más próximo a un juego que había
hecho hasta entonces, todavía no se trataba de un auténtico
juego en el que el niño elabora historias sobre personajes y
escenas inventadas. Ashley aún estaba, en ese momento, diso-
ciada, es decir, alejada de cualquier emoción que pudiese
nutrirla. Y por más que hubiese escuchado historias o visto
programas de televisión sobre familias felices, no sentía que
eso tuviese la menor relación con ella. Por ello debía pedirle
a Joan que llorase como un bebé o se mostrase como una
madre amorosa. En esa sesión, como en las precedentes,
Ashley era una mera observadora que no consolaba a los
bebés y que estaba incapacitada para recibir consuelo.
VÍNCULOS QUE ATAN 239

A finales de febrero, Joan le dio a Ashley una revista y le


invitó a recortar las imágenes que más le gustaran para hacer
con ellas un collage. Ashley empezó recortando la imagen de
una madre sosteniendo en brazos a su bebé, pero no tardó en
cortar la imagen de la madre y hacerla añicos, al tiempo que
decía: «Odio a las madres. Ahora el bebé está contento y solo
y podrá hacer lo que le dé la gana».
En el mes de marzo, Ashley quiso jugar de nuevo a los
bebés y pidió a Joan que llorase como un bebé.
—¡Buah! —omenzó entonces Joan, mientras Ashley la mira-
ba y la dejaba llorar. Luego dijo que tenía una cita y debía mar-
charse, a lo que Joan respondió enfadándose, porque su madre
no la había consolado. Ashley parecía mostrarse muy interesa-
da por todo lo que ocurría.
Ése fue el primer paso en la estrategia seguida por Joan
para mostrar a Ashley relaciones diferentes del ejemplo diso-
ciado del matrimonio de sus padres. Para ello, Joan comen-
zó mostrándole que está bien enfadarse y expresar los senti-
mientos. En la siguiente sesión le enseñó nuevas formas de
expresar el miedo, la tristeza o la culpa y lo hizo de un modo
que le permitió experimentar por vez primera esas emocio-
nes en otra persona. Maura había educado a sus hijos para
que no mostrasen nunca sus “malos” sentimientos. Sólo gra-
cias al juego y la escenificación en el seno de una relación
segura pudo Ashley establecer gradualmente contacto con su
sentimiento de dolor y expresarlo sin violencia.
Durante la semana siguiente, Ashley empezó tímidamen-
te a jugar, colaboró con Joan en la realización de un dibujo
utilizando tizas de colores diferentes. Cuando lo acabaron,
Ashley preguntó: «¿Qué pasaría si mi madre no me esperase
fuera?».
—¿Qué te parece a ti que pasaría? —inquirió nuevamente
Joan, sin responder.
240
A
A EMDR

—¡Me moriría! —replicó Ashley, una respuesta que, en Opi-


nión de Joan, expresaba claramente la experiencia de Ashley
de ser una niña abandonada y de carecer de vínculo con su
madre. A un nivel evolutivo elemental, se trataba de un sen-
timiento completamente válido, porque cualquier bebé
(mamífero) necesita, para poder sobrevivir, del cuidado y la
protección de un progenitor amoroso.
En abril, Ashley empezó a jugar y se mostró interesada en
aprender las reglas de los juegos de mesa, lo que despertó en
Joan un atisbo de esperanza porque, por vez primera, Ashley
parecía estar dispuesta a “hacer las cosas bien”. A continua-
ción quiso modelar con Joan grandes estrellas “mamá” y
pequeñas estrellas “bebé” de plastilina. Apenas las hubieron
terminado, Ashley le dijo que amaba a los bebés y odiaba a
las madres y destruyó la estrella grande. Joan esperó enton-
ces pacientemente el momento en el que la estrella “mamá”
y la estrella “bebé” —dos símbolos en apariencia muy impor-
tantes para ella— hicieran de nuevo acto de presencia en el
juego de Ashley. Entonces decidió que había llegado ya el
momento de iniciar la EMDR empleando la estrella como
punto focal.
En ese punto, Joan había dedicado tres meses a establecer
una relación con Ashley que fuese lo suficientemente fuerte
como para permitirles emprender el tratamiento con la
EMDR. La EMDR suele funcionar muy bien en el caso de
los niños, produciendo rápidos efectos, pero debe ser utiliza-
da en el contexto de una relación terapéutica basada en el
apoyo y la seguridad. Porque la EMDR puede estimular la
aparición de intensos sentimientos, el cliente, independiente-
mente de que tenga cuatro años o 40, requiere trabajar con
alguien que le proporcione un “lugar seguro”, es decir, un
entorno estable y amoroso en el que pueda confiar y desde el
que pueda aventurarse en el poderoso territorio de sus senti-
VÍNCULOS QUE ATAN 241

mientos y al que siempre pueda regresar. Aunque, en el caso


de Davy, esta seguridad fue fácil de experimentar, resultó
extraordinariamente difícil de lograr en el de Ashley. El obje-
tivo, pues, era el de establecer una relación positiva y adap-
tativa con la que Ashley pudiera conectar antes de iniciar el
procesamiento EMDR.
A comienzos de mayo, Ashley le pidió de nuevo a Joan
que hicieran estrellas “mamá” y estrellas “bebé”. Después de
hacerlo, Joan tomó una estrella “mamá” y, sin decir nada,
empezó sencillamente a moverla hacia adelante y hacia atrás
de izquierda a derecha, a unos 20 centímetros del rostro de
Ashley. Ashley observó con atención la estrella durante un
rato, luego la cogió y, finalmente, acabó rompiéndola. Joan
repitió el “juego” hasta que Ashley acabó destruyendo todas
las estrellas “mamá”.
En las sesiones siguientes, Ashley pasó mucho tiempo
aprendiendo a dibujar estrellas, llegando a hacer montones
de ellas y mostrándose muy orgullosa de su nueva habilidad.
A medida que la terapia proseguía, Joan empezó a inter-
calar sesiones de EMDR con la terapia regular del juego uti-
lizando, para ello, piezas de juguetes y figuras de tiza diver-
sas con las que representar los principales problemas de la
vida de Ashley. Así fue como Ashley aprendió, a niveles muy
distintos, a asociar los diferentes objetos a situaciones con-
cretas, como los problemas de relación con su madre y con
su hermano, su infancia deprivada y otras experiencias de
soledad y aislamiento. Una vez establecida la asociación,
Joan pudo empezar a utilizar los distintos objetos para esti-
mular la experiencia acumulada en la que se originaban los
problemas de Ashley.
El empleo de esos juguetes y símbolos como punto focal
durante el procesamiento EMDR permitió a Joan establecer
un vínculo entre la conciencia de Ashley y el lugar del cere-
242
A EMDR
RA A A

bro en que se hallaba almacenada la información pertinente


relativa a las personas y las situaciones importantes de su
vida. Así, por ejemplo, cuando Joan cogía un símbolo como
la estrella “madre” —una representación evidente de su
madre— para dirigir con ella los movimientos oculares de la
niña, ello tenía teóricamente el efecto curativo de relacionar
un área problemática (la relación con su madre) con el siste-
ma de procesamiento innato de la información de Ashley.
A medida que Joan iba estableciendo una relación segura
con Ashley y entre el símbolo y el problema que permitiera
llevar a cabo el procesamiento EMDR, Ashley empezó a
mostrarse más tranquila y receptiva. Esa receptividad facili-
tó la creación de una serie de vínculos importantes que le
permitieron acceder a una de las regiones primordiales que
tanto dolor le habían causado.
A mitad de mayo, Ashley le pidió que modelaran patas
“mamá” y patas “bebé” de plastilina, y cuando las termina-
ron, Ashley observó atentamente los resultados y, por vez
primera, no acabó destrozando las patas “mamá”. Ashley lle-
vaba tres meses y medio de terapia con Joan y había realiza-
do una sesión modificada de procesamiento con la EMDR.
En un encuentro con su madre que se produjo poco des-
pués, Maura le dijo que Ashley estaba portándose un poco
mejor en casa, y que en una ocasión le había preguntado
«¿Puedo ayudarte, mamá?».
=A veces me parece incluso que le gusto —dijo entonces
Maura, con embarazada sorpresa.
En el mes de julio, Ashley la sorprendió pidiéndole que
hicieran un perro de plastilina. Joan, que recordaba el miedo
que le daban los perros, se puso de inmediato manos a la
obra. Entonces modelo la cabeza y el cuerpo y dejó que
Ashley hiciera las piernas. En el mismo instante en que aca-
baron de ensamblar las distintas partes para construir el
VÍNCULOS QUE ATAN 243

perro, Ashley lo aplastó con el puño. Luego hicieron otro


perro que Ashley aplastó de nuevo. Después hicieron un ter-
cer perro, pero en esta ocasión, Joan lo sostuvo frente a los
ojos de Ashley y, acompasando las palabras con el movi-
miento, hizo que el perro se moviese de izquierda a derecha
y de derecha a izquierda, al tiempo que cantaba: «Es... segu-
rom ¡decidir quedare con nel Arperrot 2 ES. Segurora
decidir... jugar... con... el... perro...». Ashley observaba
entretanto la escena con los ojos bien abiertos concentrada
en la figura de plastilina que se movía de un lado a otro ante
sus ojos.'? Cuando Joan acabó, Ashley aplastó de inmediato
el perro. Más tarde, en esa misma sesión Ashley escribió en
la pizarra: «Quiero a mi mamá. Mamá. No. No. No».
La presentación de una afirmación positiva concreta
(habitualmente previa a una serie de movimientos oculares)
constituye otra forma de integración cognitiva. Como vere-
mos, esa interacción no provocó ningún cambio inmediato
profundo en Ashley. Lo que hizo, teóricamente al menos, fue
abrir la red de memoria donde se almacenaba su miedo a los
perros, desencadenando cambios de conducta duraderos des-
pués de la sesión. Pocas semanas más tarde, Ashley entró en
la sala de juegos y descubrió un juego de mesa llamado “Las
muñecas repollo”. Era un colorido tablero que representaba
varios destinos diferentes, como una mina abandonada, un
hospital, etcétera. Las fichas eran pequeños discos con los
rostros de distintas muñecas repollo, con aspecto triste, ale-
gre o enfadado. El juego consistía en hacer rodar una flecha
giratoria y ver en qué personaje se detenía. Un personaje, por
ejemplo, cogería a la niña y la llevaría a la mina abandona-
da, mientras que otro la rescataría y la llevaría al hospital, y
si caía en el casillero adornado con la imagen de una ciglie-
ña, el jugador se veía obligado a adoptar un bebé.
Mientras Ashley jugaba, Joan iba representando las voces
244 EMDR

de las distintas muñecas repollo. «¡Oh no! ¿Por qué quieres


abandonarme en esta fría y oscura mina? ¿Somos malos?
¿Somos feos? ¿Estamos locos? ¿No nos quieres?» Al finali-
zar el juego, Ashley había “adoptado” seis bebés, cinco enfa-
dados y uno feliz.
—¿Querrías coger a estos bebés? —preguntó Joan, mientras
tomaba las fichas de Ashley. Cuando la pequeña asintió, Joan
agregó:
»Muy bien. Ahora dame tus manos. Perfecto. Ahora pon-
dremos uno de los bebés enfadados aquí —le dijo, mientras
colocaba una de las gastadas fichas en la palma de la mano
izquierda de Ashley.
» Y ahora vamos a poner otro bebé enfadado en tu otra
mano. ¿De acuerdo? Muy bien. Ahora mira cómo cojo con
mi mano al bebé feliz.
Ashley seguía con gran atención todas las operaciones de
Joan. Luego utilizó su bebé feliz para golpear suavemente la
mano izquierda de la niña y luego la derecha al tiempo que,
siguiendo el ritmo del movimiento, decía: «Estás... segura...
ahora... y... estás... bien... y... aunque... luego... te...
sientas... triste... y... enfadada... también... estarás...
bien... y... segura...». Ésa fue la cognición positiva que
Joan había decidido utilizar con Ashley y se la presentó
como si de un juego se tratase.
El 30 de agosto, Joan estaba teniendo una breve charla
con Maura en la puerta de su consulta cuando vio que Ashley
empujaba a su hermano, y cuando Charlie consiguió recupe-
rar el equilibrio, Ashley le empujó de nuevo. Poco después,
comenzada ya la sesión, Ashley cogió una muñeca y la arro-
JÓ a las manos de Joan. Luego cogió otra muñeca y gritó:
«¡Ella odia a los bebés!». Finalmente cogió un viejo teléfo-
no que Joan empleaba como juguete y lo utilizó para golpe-
ar al muñeco; lo aplastó entre las dos mitades de un tablero
VÍNCULOS QUE ATAN 245

de Scrabble y lo lanzó al otro lado de la habitación. No era


la primera ocasión que Joan asistía a un ataque de rabia de
Ashley, pero esta vez era diferente. Era como si realmente
quisiera matarle.
Cuando su rabia se atenuó, Ashley cogió otra muñeca y le
dijo a Joan que era un muñeco “papá” que había vuelto a
casa y que ahora todo estaba bien, en un nuevo ejemplo de la
interacción que existe entre naturaleza y cultura. Poco
importa lo ausente o violento que un padre pueda ser —como
ciertamente lo había sido el que les abandonó—, porque la
necesidad y el deseo del amor del padre es capaz de perdo-
nar cualquier cosa. Charlie seguiría, por tanto, siendo el
chivo expiatorio mientras el dolor de Ashley no se hubiese
curado.
Joan le pidió a Ashley que sostuviera la muñeca-niña en
una mano y al muñeco-niño en la otra, cosa que hizo. Luego
cogió al muñeco-papá —que estaba segura de que atraería la
atención de la niña— y empezó una versión del juego EMDR
semejante a la que había realizado con las fichas del juego de
“Las muñecas repollo”.
-Este... muñeco... papá... quiere... enseñarte... algo...
Me... siento... bien... cuando... comparto... Me... siento...
bien... cuando... comparto... Puedo... tener... sentimien-
tos... y... compartirlos...
El juego de los golpes duró menos de un minuto, lo sufi-
ciente como para repetir cinco o seis veces la cognición posi-
tiva que Ashley había elaborado. Ashley no dijo nada, pero
al finalizar esa sesión, casó a la muñeca “niña” con el muñe-
co “niño”.
Pasaron los meses y Joan seguía esforzándose diligente-
mente en desactivar las viejas experiencias y en establecer
nuevas conexiones en su trama evolutiva, enseñándole que
estaba bien expresar las emociones, confiar en los demás y
246
A
5 A EMDR

abrirse a ellos sin herirles ni ser herida. Entretanto, Joan


brindó a Ashley una aceptación amorosa y siguió, durante el
procesamiento EMDR, asociando los distintos objetos con
los que jugaban a creencias y emociones positivas.
A mediados de septiembre, Ashley volvió a la guardería.
Joan y Maura habían decidido que Ashley repitiera curso,
porque tenía una maestra extraordinaria y a causa de la con-
ducta enojada y errática que, durante ese tiempo, había mos-
trado, una conducta que le impidió aprender muchas de las
habilidades que ese año se habían enseñado en clase.
A comienzos de noviembre, 10 meses después de haber
iniciado la cura, Joan empezó a advertir la presencia de un
cambio evidente en la conducta de la niña. En una sesión,
Ashley permaneció tranquila y controlada durante toda la
hora. Jugaba siguiendo las reglas y la “llamaba” por teléfono
para decirle que era su turno y le pidió que ella hiciera lo
mismo.
Durante las siguientes semanas, Joan y Ashley empeza-
ron a jugar a una versión del juego del cucú en el que Ashley
se ocultaba bajo la librería y Joan aparecería y desaparecería
de su campo visual mientras decía, en voz alta: «¿Dónde está
Ashley? ¿Dónde está Ashley?». Joan no incorporó, en este
caso —como suele hacer la EMDR convencional— ninguna
afirmación positiva al juego, sino que se limitó a utilizar la
atención alternante de la niña para afirmarle su existencia.
Durante todo ese tiempo, Joan empezó a hablar con Ashley
sobre el hecho de que, aun antes de nacer y de que podamos
verlo, un bebé ya está ahí, en el vientre de su madre, una infor-
mación que le gustó mucho y pidió que le repitieran una y otra
vez.
Con ello quería recuerda Joan— transmitirle el mensaje
de que estaba destinada a ser. Ashley tenía una sensación de
vacío, una sensación de no haber sido nunca querida ni valo-
VÍNCULOS QUE ATAN 247

rada y hasta una sensación de existir por error. Así pues, el


mensaje implícito en el juego del cucú era el de: «Te veo.
Estás aquí. Existes».
En diciembre, Ashley tuvo que ser operada de amígdalas
y Joan concertó entonces una cita para hablar con Maura
antes de la intervención.
—¿ Recuerdas haberme dicho que, cuando nació Ashley,
no estuviste disponible? —le preguntó Joan.
»Ahora tienes una nueva oportunidad. Permanece junto a
ella hasta que se duerma y preocúpate por estar a su lado
cuando se despierte. Ten en cuenta que cuando los niños salen
de una operación, regresan provisionalmente al estado de
bebé. Ésa es, pues, una ocasión perfecta para recomponer su
solitaria experiencia del nacimiento —los ojos de Maura brilla-
ban de excitación mientras la escuchaba. Luego Joan agre-
gó—: Considéralo como una oportunidad para decirle todo
aquello que hubieras querido decirle cuando nació y que
nunca le has dicho.
La próxima vez que la vio, Maura sonreía de oreja a
oreja.
-¡Lo hice! —dijo, sin poder contener su alegría—. Ashley
está muy contenta. Ha sido muy divertido. Hasta creo que el
médico se molestó porque, apenas escuché a una enfermera
decir que Ashley estaba a punto de salir del quirófano, le dejé
con la palabra en los labios.
Durante la primera sesión posterior a la operación,
Ashley quiso hacer dos coronas, una para ella y otra para su
madre. Cuando Ashley se puso la suya y se proclamó como
“princesa Shannon”, Joan la miró llena de curiosidad porque,
por lo que recordaba, nadie le había contado jamás la histo-
ria del hermano pequeño de su mamá.
Un buen día, Maura llamó por teléfono a Joan para leerle
un comentario del informe escolar de la niña: «Ashley se
248
O
PA EMDR A

porta maravillosamente. Resulta sorprendente ver lo rápido


que avanza». Cuando Ashley quiso jugar con varitas mági-
cas, ella y Joan hicieron algunas. Joan aprovechó entonces la
ocasión para hablar con Ashley sobre el deseo y la necesidad
y que, aunque no siempre pudiera tener lo que quería, ella
también se merecía tener deseos y necesidades. Al comien-
zo, Ashley ni siquiera sabía cómo pedir un deseo, pero
aprendió muy rápidamente.
¡Quiero un anillo de diamantes! —afirmó Ashley.
—¿ Quieres decir que lo querrás cuando seas grande?
—¡No! ¡Lo quiero ahora!
Así fue como Joan le hizo su “anillo de diamantes” de
papel que, en sesiones posteriores, utilizaron ocasionalmen-
te para procesar, mediante la EMDR, los pensamientos y los
sentimientos que iban presentándose durante sus juegos con
el deseo y la necesidad.
Los comentarios de Maura seguían confirmando el pro-
greso que Ashley mostraba en casa. Pero aunque Ashley se
mostrase muy protectora con Charlie y ya no tuviese miedo
de que su madre la abandonara, todavía temía a las puertas
cerradas. Maura había aprendido a no cerrar la puerta de su
habitación cuando los niños estaban descontrolados, pero
Ashley debía reprocesar todavía sus sentimientos de expe-
riencias similares, como el dolor derivado de tener clausura-
da la puerta de la relación con su padre. Un buen día, Ashley
entró en la sala de juegos, se quedó en la puerta y le dio la
vuelta al cartel que ponía “cerrado”, cambiándolo por “abier-
to”. Cuando Joan la vio, se dio cuenta de que podían dedicar
ese día a procesar, mediante la EMDR, la fobia a las puertas
cerradas de Ashley utilizando, para ello, una canción infantil
que le parecía especialmente diseñada para la ocasión.
—¿Conoces la canción «Ábrelas, ciérralas?», Ashley?
-No —respondió la niña.
VÍNCULOS QUE ATAN 249

Suena así —entonó entonces Joan dulcemente: «Ábre-


las, ciérralas. Pla, pla, pla, pla, pla. Ábrelas, ciérralas. Ábre-
las, ciérralas, ponlas en tu regazo» —mientras la voz de Joan
emitía las cuatro notas que componían la melodía del estribi-
llo que alternaba con muchos otros versos—. Ashley escuchó
muy atentamente y, cuando reconoció la melodía, empezó
también a cantar.
—Bravo, Ashley. Ahora probemos con esto. ¿Recuerdas la
vez en la que te ocultaste en un rincón debajo de la caja de
arena? —y, cuando Ashley asintió, Joan agregó—: ¡Vamos a
probarlo!
Antes de que Joan terminase su propuesta, Ashley estaba
ocultándose bajo la mesita rodante que sostenía una caja de
arena en miniatura. Luego fue buscando el modo de colocar-
se de cara a Joan. Esconderse en ese refugio era una de las
cosas que más le gustaban.
—Muy bien. Ahora vamos a jugar —dijo entonces Joan,
cogiendo un enorme cojín estampado de flores. Entonces
empezó a cantar—: «Ábrelas... ciérralas... ábrelas... ciérra-
las. 00
Mientras cantaba, Joan iba tapando y destapando la
“puerta” de la “caverna” en la que Ashley se ocultaba, acom-
pasando sus acciones con la letra de la canción, a la que fue
agregando su propia letra:
—Ábrelas... ciérralas... ábrelas... ciérralas... estás...
segura... ahí... dentro... ábrelas... ciérralas... estás... Segu-
ra... ahí... dentro...
Se trataba de una nueva versión del juego del cucú que
Joan esperaba que movilizase el bloqueo que mantenía el
miedo de Ashley a las puertas cerradas y que creía derivado
—aunque sin estar segura de ello del abandono de que había
sido objeto por parte de su padre.
En cualquiera de los casos, sin embargo, esto último care-
250 EMDR

cía de toda importancia. Ashley y Joan se divirtieron mucho


jugando un rato al “Ábrela, ciérrala” y luego pasaron a otros
juegos. Hay que decir que, después de esa sesión, Maura le
dijo que Ashley nunca más tuvo miedo a las puertas cerradas.
En el mes de mayo, la maestra de Ashley la llamó por telé-
fono para contarle que la niña mostraba una mayor confianza
en sí misma, un buen desarrollo de habilidades y multitud de
amigos. «Discute mucho con sus amigos —le dijo—, pero creo
que es así porque, a pesar de estar en desacuerdo, se siente
segura. Parece una niña muy feliz.» El 14 de junio de 1994,
Ashley “escribió” un libro. «Me gusta construir fuertes con
Joan, me gusta jugar a la escuela con Joan, me gusta jugar con
Joan con la Barbie, me gusta pintar de colores con Joan, me
gusta ir a nadar con Joan, me gusta ir al parque zoológico con
Joan y me gusta ir a Disneylandia con Joan» —dictó Ashley,
mientras Joan transcribía cuidadosamente todas sus palabras.
Joan estaba feliz y conmovida porque, por vez primera,
Ashley había sido por fin capaz de sentir y expresar amor y,
a juzgar por el hecho de que algunas de sus historias eran
puramente ficticias, había acabado aprendiendo el arte de
querer y desear. Joan, por su parte, también reconoció que
esperaba con muchas ganas que llegara el momento de jugar
con Ashley.
Maura que, por su parte, también había comenzado una
terapia, le comentó que Ashley estaba empezando a mante-
ner contacto ocular con ella. Ahora dejaba incluso, en oca-
siones, que su madre la tocase y, cuando le contaba un cuen-
to, quería sentarse en su falda. También le gustaba ser acuna-
da y pedía abrazos y besos. Todavía mantenía cierta rivalidad
con Charlie, pero se hallaba dentro de lo normal y ya no le
tiraba de la cama ni le pegaba. Su fobia a las puertas cerra-
das había desaparecido y el miedo frenético a los perros se
había convertido en una sana precaución. De hecho, Ashley
VÍNCULOS QUE ATAN 223

había pasado recientemente la noche en casa de su tío y había


pedido que Reckless, un gran danés, durmiera con ella en la
cama.
Maura Sullivan evoca maravillada los cambios que, en
los últimos tiempos, se han dado en Ashley y en sí misma.
—Estoy muy agradecida por haber encontrado ayuda. Una
situación desesperada, lamentable y solitaria ha acabado con-
virtiéndose en un entorno lleno de amor. Ahora somos una
familia feliz.
»La EMDR no ha eliminado mi nostalgia de Shannon
—añadió Maura—, pero ha contribuido a que ese sentimiento
no me impidiera educar a Ashley. Tenía miedo de amarla
porque temía perderla, como había ocurrido con Shannon,
pero no me daba cuenta de que esa situación erigía un muro
que me separaba de mi hija. Ashley lo sentía y probablemen-
te por ello le resultaba tan difícil amarme porque, de hecho,
yo tampoco me había permitido amarla.
Es muy probable que el factor esencial de la recuperación
de Ashley fuese la decisión de Joan de empezar a trabajar con
su madre. Es casi seguro que, de no haber atendido los pro-
blemas de Maura, el progreso de Ashley hubiese sido en vano
porque, en tal caso, la niña no hubiera podido conectar con su
madre y ésta, a su vez, tampoco hubiera podido proporcionar-
le el entorno amoroso y seguro necesario para poder cambiar
de conducta.
—Después de la EMDR, me abrí mucho —recuerda Maura-.
Entonces descubrí que, en mi interior, no sólo había dolor, sino
también mucha paz. Quería estar con Ashley, aunque ella no
quisiera estar conmigo. Jamás la forcé, pero siempre le decía:
«¿Quieres sentarte a mi lado? ¿Quieres que te cuente un Cuen-
to? ¿Quieres que te ayude a hacer tal o cual cosa?». Y aunque,
al comienzo, no pareció mostrarse abierta al cambio, poco a
poco las cosas fueron cambiando para mejor. Ahora no me
232 EMDR

deja sola ni un momento. ¡Tenemos mucho tiempo que recu-


perar! Ahora que sabe que la quiero, se ha abierto a mí.
El mes de diciembre de 1994, dos años y poco después del
lamentable episodio del día de Acción de Gracias en el que
Ashley arrojó sobre Maura un plato de pavo relleno frente a
toda la escuela, la clase de Ashley organizó una comida de
Navidad a la que invitaron a todos los padres. Cuando Maura
llegó, estaba un poco nerviosa y ayudó a las demás madres a
colocar en su sitio los platos humeantes. Parecía alarmada
cuando escuchó la campana anunciando que la comida estaba
dispuesta. Entonces vio que Ashley llegaba corriendo a su
lado y le decía: «Vamos, mamá. Pongámonos en la cola.
Tengo hambre». Maura se sentía afortunada y profundamen-
te agradecida.

A medida que la EMDR ha ido utilizándose con niños y adul-


tos, cada vez han sido más los informes clínicos que subra-
yan su importancia para ayudar a los clientes y a los terapeu-
tas a subsanar las deficiencias ocasionadas por el fracaso en
recibir el cuidado y atención dictados por la naturaleza y por
el proceso de supervivencia evolutiva. También quisiera
recordar que el procesamiento acelerado de la información
que proporciona la EMDR significa, en realidad, una forma
de aprendizaje acelerado, porque contribuye a mitigar las
consecuencias del abuso y ayuda a integrar nuevas habilida-
des y conductas adaptativas en el entorno seguro de la rela-
ción clínica. También es evidente, sin embargo, que no todos
los casos de trastorno del apego están causados por una his-
toria tan larga de privaciones y problemas como la de Ashley
y que, en consecuencia, el tratamiento no necesariamente
debe ser tan largo como el suyo.
Todd Long, por ejemplo, era un muchacho de 14 años que
sufría de un trastorno del apego que le impedía establecer con-
VÍNCULOS QUE ATAN ADS)

tacto ocular, odiaba ser tocado o abrazado y mantenía una con-


ducta social introvertida y esquiva. A procesarse la rabia que
sentía hacia sus padres con la EMDR, el muchacho recordó un
incidente acaecido cuando tendría tres o cuatro años. Se trata-
ba de un episodio ciertamente lamentable que sucedió después
de que sus padres le dejaran en una guardería, y a consecuen-
cia del cual Todd renunció, durante los diez años siguientes, a
relacionarse con los demás. También recordó que fue él quien
había decidido ir a la guardería en lugar de acompañar a sus
padres. En esa ocasión, sin embargo, Todd se aterró ante la
posibilidad de que sus padres no volvieran a buscarle. Es muy
posible que ese miedo se activase al pensar que, porque él
había “abandonado” a sus padres, ellos acabarían abandonán-
dole.
El procesamiento de ese recuerdo no sólo modificó pro-
fundamente la conducta, sino también la actitud de Todd.
«Parece que nuestra presencia ya no le molesta —dijeron sus
padres—. Ahora establece contacto visual, se sienta junto a
nosotros y quiere que le abracemos. Es un cambio tan gran-
de que nos parece imposible.»
Son muchos, obviamente, los trastornos afectivos ligados
a la pérdida del padre o de la madre, al hecho de pasar por
muchas familias de acogida o de tener una mala relación con
los padres. Pero hay ocasiones, sin embargo, en que las situa-
ciones más insospechadas pueden acabar convirtiéndose,
para el niño, en un auténtico trauma. Millones de niños van
diariamente a las guarderías sin problema alguno, pero en el
caso de Todd, sin embargo, supuso un verdadero trauma del
que no se recuperó hasta que pudo procesar su miedo al
abandono y recordar que la decisión, finalmente, había sido
suya. Y es que hay ocasiones, como evidencia este caso, en
que las cosas son, en efecto, bastante más sencillas.
Poco importa que el tratamiento requiera tres sesiones para
254 EMDR

el niño que disponga de un fundamento seguro, o tres años


para el que necesite construir paso a paso una nueva sensación
de realidad, o cualquier lapso de tiempo intermedio entre
ambos extremos. Lo que realmente importa es el logro de la
curación, y cuanto más pronto empiece ésta, más pronto podrá
el niño empezar a vivir de verdad.
8. LA CURACIÓN DE LOS ESTRAGOS
CAUSADOS POR LA VIOLACIÓN

«En medio del invierno más crudo de mi vida


estalló un verano invencible.»
ALBERT CAMUS

En los años que llevo trabajando con la EMDR he descubier-


to su gran eficacia para tratar a las víctimas de violación que
padecen de un trastorno de estrés postraumático. La víctima
de una violación puede experimentar, como los veteranos de
guerra, un efecto dominó que abarca una amplia variedad de
síntomas que van desde las emociones negativas hasta los
pensamientos, las conductas y las sensaciones físicas recu-
rrentes. El hecho de que la EMDR se ocupe de esas cuatro
modalidades de consecuencias negativas es precisamente lo
que la convierte en una herramienta muy valiosa a la hora de
ayudar a las víctimas de una violación a recuperarse de sus
experiencias traumáticas.
Hoy en día se conocen perfectamente los demoledores
efectos de la agresión sexual, pero antes de los años 1960s, la
comunidad psicológica solía ignorar a las víctimas de la vio-
lación y centraba básicamente su atención en la investigación
del violador. Por eso, exceptuando la unidad de cuidados
intensivos, el tratamiento ofrecido a la víctima de una viola-
ción era virtualmente inexistente. La actitud social imperante
256 EMDR

en esa época consideraba que, de algún modo, la víctima era


culpable de la agresión y que los problemas que se derivaban
de ella no hacían más que poner de relieve la existencia pre-
via de problemas de personalidad.'
El advenimiento del movimiento feminista que se produ-
jo a comienzos de los años 1970s se vio acompañado de un
cambio en la atención que la comunidad psicológica presta-
ba a las consecuencias emocionales de la violación y al
modo más adecuado de abordarlas. Entonces fue cuando el
testimonio de las víctimas y los detalles puestos de relieve en
esas entrevistas empezaron a despertar el interés por los pro-
cesos psicológicos subyacentes implicados. La pauta de res-
puesta habitual fue entonces denominada síndrome del trau-
ma de la violación y se emprendieron serias investigaciones
destinadas a establecer sus efectos concretos.”
Como ya hemos dicho anteriormente, la incidencia de los
problemas que afectaban a los veteranos de la guerra de
Vietnam había intensificado la conciencia de los efectos del
trauma. Entonces fue cuando los terapeutas empezaron a
describir los síntomas de la violencia sexual del mismo
modo en que describían los síntomas de los TEPT derivados
de la contienda bélica. Finalmente, la tercera edición del
Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales,
la “biblia” de los terapeutas, publicada en 1980, acabó reco-
nociendo la violación como posible causa del TEPT.: A
pesar, sin embargo, del avance que supuso el reconocimien-
to de la violación como causa de trastornos psicológicos, fue
necesaria todavía una década antes de que se llevaran a cabo
las primeras investigaciones controladas sobre la eficacia del
tratamiento de las víctimas de la violación.*
Hoy en día, la gran mayoría de las víctimas del TEPT son
supervivientes de abuso sexual y aunque, según se estima,
sólo se denuncian entre el 20 y 50% de los casos, el número
LA CURACIÓN DE LOS ESTRAGOS 2

de agresiones parece estar aumentando. Durante los años


1980s, la frecuencia estimada de violación en los Estados
Unidos era de entre el 3 y 22% de la población femenina,
pero diez años más tarde, sin embargo, cierto estudio puso de
relieve que la agresión sexual afectaba a un número que osci-
laba entre el 24 y 53% de una muestra representativa de la
población femenina.* Sea cual fuere, no obstante, su inciden-
cia, sus efectos son realmente devastadores. Un estudio rea-
lizado a este respecto ha evidenciado que cerca del 20% de
las víctimas de las violaciones denunciadas en 1984 habían
tratado de suicidarse, y estudios más recientes han demostra-
do que entre el 80 y 97% de las mujeres violadas acaban des-
arrollando los síntomas del TEPT”
Aunque la violencia verbal, emocional y física deja su
impronta en la víctima, resulta difícil imaginar algo más
humillante que una violación. El establecimiento de la fron-
tera que nos separa de los demás y nos proporciona cierta sen-
sación de seguridad necesariamente implica el mantenimien-
to de cierta distancia física. Por eso nos incomodamos cada
vez que un extraño transgrede esa frontera y se nos acerca
demasiado. Bien podríamos decir que, en ese sentido, nuestra
piel es la frontera que establece nuestra sensación de identi-
dad física. No deberíamos, por tanto, sorprendernos de que la
irrupción violenta de otra persona en nuestro cuerpo tenga,
para casi todo el mundo, consecuencias tan destructivas.
Cuando una mujer se ve obligada a atravesar una situa-
ción tan espantosa como una violación, el estado psicológi-
co que, en tal caso, experimenta puede quedar fijado en su
sistema nervioso, desencadenando todo tipo de pensamien-
tos obsesivos sobre el episodio que van acompañados de los
correspondientes sentimientos de miedo y disgusto. Como
sucede con los afectados de un TEPT ligado a la guerra, la
violación desencadena una respuesta de miedo que suele
258 EMDR

manifestarse en formas muy diversas que van desde síntomas


desagradables (como flashbacks, pesadillas, pensamientos
obsesivos sobre la violación y ataques de pánico) hasta la evi-
tación de los recordatorios situacionales y psicológicos liga-
dos a la agresión (mediante el aislamiento social, el entume-
cimiento emocional y el abuso de substancias) y la hiperexci-
tación (causante del insomnio, la hipervigilancia y una res-
puesta exagerada a los estímulos más insospechados que no
disminuye con el paso del tiempo).
Hay veces en que la respuesta de temor a determinados estí-
mulos ligados al episodio se generaliza hasta convertirse en un
miedo difuso a experimentar una agresión. Por ese motivo, las
mujeres que se han visto violadas por un extraño desarrollan
miedo a los desconocidos, mientras que aquellas otras que lo
fueron durante una cita suelen desconfiar de todos sus amigos
varones. No es de extrañar que, en tales casos, el miedo lleve a
la víctima a aislarse por completo. Recuerdo, en este sentido, el
caso de una mujer que había sido violada que se atrincheró con
un perro guardián en una casa llena de ventanas enrejadas que
sólo abandonaba para ir a trabajar. El hecho de haber sido vio-
lada en un lugar que una mujer consideraba completamente
seguro, como un estacionamiento o la sala de lavadoras de su
finca, puede acabar destrozando la confianza en una misma y
en sus propias percepciones hasta el punto de no dejar al suje-
to más alternativa que la reclusión voluntaria.
Ahora que he constatado la eficacia de la EMDR con las
víctimas de la violación, sé que muchas personas están
sufriendo inútilmente. A falta de adecuado tratamiento, los
efectos secundarios de la violación suelen perdurar muchos
años. Las investigaciones realizadas al respecto demuestran
que entre el 33 y 63% de las víctimas que no reciben ningún
tipo de tratamiento experimentan síntomas tan intensos de
TEPT que llegan a obstaculizar gravemente su vida cotidia-
LA CURACIÓN DE LOS ESTRAGOS 259

na. En este sentido, por ejemplo, la vida social de la mujer,


su rendimiento laboral y la capacidad de cuidar de sus hijos
pueden verse seriamente perjudicados. Es imposible perma-
necer psicológicamente equilibrado y centrado cuando uno
se ha visto psicológicamente condicionado a mantenerse de
continuo en guardia y a responder con miedo y ansiedad ante
cualquier situación estresante. Más inquietante resulta toda-
vía el hecho de que la posibilidad de remisión espontánea
disminuya con el paso del tiempo.” No es de extrañar, en este
sentido, que una mujer que crea haberse liberado de sus sín-
tomas acabe descubriendo de pronto que se halla atrapada de
nuevo en sus asfixiantes garras.
Antes de la aparición de la EMDR, el tratamiento de elec-
ción para las víctimas de la violación era una modalidad de
la terapia de conducta denominada exposición, un enfoque
que incluye varias técnicas diferentes, de entre las que desta-
ca la llamada “inundación”. Esa técnica invita a la víctima a
evocar el momento más doloroso de su violación y permane-
cer en esa situación experimentando los intensos sentimien-
tos que suelen acompañarla entre 7 y 15 sesiones (que van
desde 45 hasta 90 minutos) que luego debe complementar
con exposiciones diarias en casa, con el único objetivo de
aprender a tolerar las intensas emociones y sensaciones físi-
cas que vayan presentándose. En el caso más positivo, la
intensidad de los sentimientos ligados a la agresión va dismi-
nuyendo con el paso del tiempo. Pero son muchos los tera-
peutas que se muestran reacios a emplear las técnicas de la
exposición, porque no les parece bien obligar a las víctimas
a permanecer durante mucho tiempo en contacto con los
aspectos más desagradables de la agresión.
Y esta resistencia se ve justificada porque, a pesar del
sufrimiento que la mujer tiene que experimentar, el método
no garantiza la curación. La única investigación controlada y
260
A EMDR AAA A A A

publicada sobre la eficacia del uso de los métodos de expo-


sición para tratar a las víctimas de una violación demostró
que el 45% de las que completaron el estudio seguía, tras
siete sesiones de exposición prolongada y de trabajo cotidia-
no en casa, presentando síntomas que cumplían con los cri-
terios de un diagnóstico del TEPT.' Pero conviene subrayar
aquí la condición “de las que completaron el estudio”, por-
que cerca del 30% de las mujeres que lo iniciaron acabaron
abandonándolo —muy probablemente porque les pareció
demasiado doloroso—, un dato que las estadísticas finales,
por cierto, no reflejaban.
Un inconveniente adicional de la terapia de exposición es
que no modifica las creencias negativas que la persona tiene
sobre sí misma, como la sensación de culpabilidad o de estar
contaminada. Esto es algo que me parece muy importante
porque la sociedad, hablando en términos generales, tiende a
reforzar este tipo de convicciones. Todavía encontramos oca-
sionalmente informes de juicios de violación en los que la
defensa alude, en un intento de defender al acusado, a la ropa
que llevaba la víctima, el lugar por el que paseaba o a su con-
ducta sexual anterior, factores que importan bien poco a
quienes se niegan a aceptar un “no” como respuesta. Y tal
tratamiento puede tener un efecto negativo sobre la víctima
vulnerable y asustada.
Pero la situación en que se encuentra la víctima de una
violación puede ser todavía mucho más complicada. No sólo
debe corregir las imágenes, emociones y sensaciones físicas
invasivas y recurrentes, sino que también se ve obligada a
reconquistar, al menos, tres creencias básicas que la agresión
ha socavado, como la creencia en la invulnerabilidad perso-
nal, la creencia en el sentido de la vida y la creencia en la
propia autoestima. Estas convicciones, originalmente enun-
ciadas por el doctor Ronnie Janoff-Bulman,' pueden perma-
LA CURACIÓN DE LOS ESTRAGOS 261

necer debilitadas hasta meses o años incluso después de la


agresión. La víctima puede verse desbordada por la sensa-
ción de ser una persona despreciable, la idea obsesiva de
hallarse contaminada o la convicción de ser un mero objeto
sometido al control y abuso de los demás.
Algunas de las creencias negativas que el terapeuta EMDR
suele escuchar de las víctimas de una violación son: «Estoy
marcada para siempre», «Soy impotente», «Soy mala» y «No
valgo nada». Pero cuando una mujer esboza este tipo de fra-
ses, no está realizando ningún ejercicio intelectual, sino que
sólo verbaliza las emociones que experimenta cuando piensa
o se ve desbordada por algún recuerdo de la agresión. Aunque
pueda comprender intelectualmente los comentarios de sus
amigos o familiares recordándole que ahora se encuentra
segura, se trata de comentarios que no hacen la menor mella
en sus respuestas fisiológicas automáticas. Como hemos
observado en el caso de los veteranos de guerra, el hecho de
que la víctima haya participado en numerosas sesiones de tera-
pia de grupo, o haya leído muchos libros de autoayuda, no
garantiza, en modo alguno, que posea la capacidad de integrar
emocionalmente la valiosa información que se le proporciona,
porque su perturbación emocional se halla bloqueada en su
sistema nervioso, encadenándola al pasado.
Aunque puedan ayudar a las víctimas de una violación a
enfrentarse más adecuadamente a la angustia, las técnicas de
autoayuda no suelen ir mucho más allá. El objetivo de la
EMDR, por su parte, apunta a liberar por completo a la vícti-
ma de la agitación emocional. La mujer que se ve desbordada
por imágenes del rostro de su violador, la sensación de sus
manos sobre su cuerpo y del calor de su aliento en su rostro
necesita procesar toda esa información. Cuando se ha comple-
tado la EMDR, todas las sensaciones físicas y las correspon-
dientes emociones negativas que las acompañan dejan de estar
262 EMDR

almacenadas en la red de memoria relativa a la violación. Por


eso, a partir de ese momento dejan de ser sensaciones y el
sujeto puede recordarlas como meros hechos. Una parte
importante del tratamiento EMDR consiste en facilitar la
adopción emocional de creencias positivas sobre uno mismo,
tales como: «Puedo controlarme a mí misma», «Estoy bien»,
«Hice todo lo que pude», «Soy una persona que merece la
pena» o «Ahora puedo elegir», romper así las cadenas que la
ataban al pasado y permitir a la superviviente de una violación
volver a ocupar su lugar en el presente.
El hecho de que la EMDR favorezca el procesamiento de
toda la información relativa al trauma alienta con frecuencia
una curación que va mucho más allá del trauma. Como ya
hemos visto en el caso de Emily (que presentamos en el
Capítulo 4), las secuelas de una violación pueden ser tan per-
turbadoras como la violación misma. ¿Cuántos matrimonios
se han roto porque el marido ha sido incapaz de aceptar la
violación de su esposa? ¿Cuántas veces se ha visto, la vícti-
ma de una violación, rechazada por sus amigos, hartos de un
sufrimiento que parece interminable? No debe sorprendernos
que las investigaciones realizadas con supervivientes de una
violación exhiban las cuestiones recurrentes de la tristeza
debida a la pérdida sufrida, el malestar por la vulnerabilidad,
la sensación de culpabilidad por “su” responsabilidad en la
violación y el continuo miedo a verse de nuevo agredida.”
Todos esos factores deben ser adecuadamente considerados
si queremos lograr una recuperación completa.
Hay veces en que los efectos de la violación pueden ser
muy sutiles, y también es evidente que sus víctimas no se
limitan exclusivamente al género femenino. Recuerdo el
caso de un cliente que solicitó terapia porque le resultaba
imposible mantener relaciones próximas e íntimas. Se trata-
ba de un ejecutivo exitoso que tendía a experimentar violen-
LA CURACIÓN DE LOS ESTRAGOS 263

tos ataques de ira. Durante la sesión de EMDR advirtió la


relación que existía entre sus problemas actuales y la agre-
sión sexual de la que, siendo un niño, había sido objeto por
parte de un sacerdote. La violación de su inocencia por
alguien que debería haberle protegido y la correspondiente
pérdida de la confianza era la corriente subterránea que le
obligaba a alejarse cuando alguien se le aproximaba dema-
siado. Después de haber procesado este recuerdo, sin embar-
go, dejó de responder de ese modo y, pocos meses después,
pudo emprender una relación seria.
Es importante recordar que la EMDR estimula el sistema
de procesamiento interno de la información y permite el flo-
recimiento del núcleo sano de la personalidad. La violación
puede provocar un shock y el cuerpo de la persona agredida
puede temblar o sangrar, pero con el adecuado cuidado médi-
co, cura en cuestión de semanas. Esto es, al menos, lo que
esperamos que suceda. La mente, del mismo modo, también
puede, después de la violación, experimentar un shock que la
lleve a revivir una y otra vez la agresión, pero con el adecua-
do cuidado psicológico, puede curar tan rápidamente como
lo hace el resto del cuerpo.
No es necesario atravesar años y años de terapia para
alcanzar la curación. Es evidente que si la agresión sexual,
emocional o física se repitió durante muchos años, no cabe
esperar una curación breve, algo que resulta especialmente
evidente en el caso de los adultos que han sobrevivido a un
abuso infantil. La terapia EMDR, sin embargo, suele ser más
rápida que los tratamientos tradicionales, puesto que los
mecanismos de recuperación subyacentes de la mente son
los mismos que los del cuerpo. No en vano el cerebro y su
sistema de procesamiento de la información forman parte del
cuerpo y se ven gobernados por las mismas leyes de causa y
efecto que afectan a aquél. Del mismo modo que un golpe en
264 EMDR

la rodilla desencadena una respuesta refleja, la mente tam-


bién cuenta con respuestas reflejas semejantes a las presio-
nes y a las experiencias externas, algunas de las cuales son
sanas y resultan muy útiles mientras que otras, por el contra-
rio, no lo son y deben ser modificadas.
Veamos ahora un caso de violación que combina aspectos
que superarían los límites de cualquier persona. El hecho de
que la EMDR facilitase una curación tan rápida evidencia la
capacidad de recuperación que es patrimonio de todos los
seres humanos. Con ello no quiero, en modo alguno, minimi-
zar la importancia de la violación, eliminar la obligación
moral de actuar de manera responsable, ni desdeñar el sufri-
miento que todo ello genera. Lo único que pretendo es poner
de relieve nuestra capacidad de triunfar sobre el mal y sus
consecuencias.

Los dos hombres eran muy delgados, estaban sucios y olían


mal. Uno de ellos llevaba pantalones que le quedaban tan
grandes que se le caían y debía levantárselos continuamente
con la mano izquierda mientras, con la derecha, sostenía un
cuchillo. De no haber sido tan terrible, la situación hubiese
resultado ciertamente patética.
Dawn Baumgartner, madre soltera, acababa de despertar
con un cuchillo de cocina en la garganta poco después de la
medianoche del 10 de febrero de 1993 en su casa de la
Allbrook Air Station (Panamá). Dawn era sargento mayor de
los Estados Unidos, que trabajaba cargando de combustible los
aviones de la base desde las seis de la mañana hasta las tres de
la tarde. Había sido transferida a la cercana Howard Air Force
Base durante un período de cuatro años, de los cuales ya habí-
an transcurrido más de la mitad. No tenía la menor prisa por
abandonar Panamá porque hasta esa noche, había sido, para
ella, un destino ideal.
LA CURACIÓN DE LOS ESTRAGOS 265

A Dawn le gustaba mucho el clima tropical de América


Central y viajaba siempre que podía. Le gustaba mucho el
mar e iba muy a menudo a pasear a caballo por la orilla de la
playa flanqueada de palmeras. Hacía excursiones a la selva y,
con su rudimentario castellano, salía siempre que podía de la
base y hablaba con los lugareños. Alta, atractiva y sociable,
Dawn tenía muchos amigos panameños. Fue, para ella, una
época muy agradable. Estaba muy contenta y también lo esta-
ban sus hijos Amanda, de cinco años, y Tommy, de tres.
Pero todo eso experimentó un cambio súbito en los 20
minutos que necesitaron dos hombres para escalar hasta la
ventana de su cuarto de baño, entrar por una abertura prepa-
rada para eliminar el olor del cajón donde el gato hacía sus
necesidades, golpearla, amenazarla, atar a su hija de cinco
años y cerrarla en un armario (con la expectativa inútil de
amortiguar el ruido de sus gritos), colocar el equipo estéreo,
el reproductor de vídeo, las joyas y otros bienes de valor en
un saco y violarla. Por suerte, el pequeño Tommy permane-
ció dormido durante todo el incidente.
Considerando retrospectivamente esa terrible noche,
Dawn no sabía si lo peor había sido la violación o la incapa-
cidad de proteger a su hija. Por fin, Dawn logró convencer a
los agresores de que si sacaban a Amanda del armario, podría
silenciarla. Cuando Amanda corrió llorando hacia su madre,
sintió un escalofrío ascendiendo por su espalda al ver los
moretones que habían dejado en su cara y en sus brazos. Uno
de los hombres había amordazado a su hija con tal fuerza que
Dawn podía ver las marcas que sus dedos habían dejado en
sus mejillas. Amanda también tenía una enorme hinchazón
en la oreja, como resultado del golpe que uno de los asaltan-
tes le había dado contra la pared de cemento al meterla den-
tro del armario. También habían atado sus pequeñas y deli-
cadas manos con cordones, lo que había dejado un profundo
266
A A EMDR
A A A A A

surco en la piel de sus muñecas y estaba amoratando sus


dedos.
Dawn, todavía acostada con un cuchillo en la garganta y
vestida con un camisón y ropa interior, abrazó a Amanda en
su regazo, la acunó y le tarareó «Cállate niña», una canción
que le había cantado desde que era un bebé. «Estos son chi-
cos malos, cariño —le dijo— y tenemos que hacer todo lo que
nos pidan.» Fue precisamente entonces, según dice, cuando
sus emociones se cerraron y dejó de sentir. Ni siquiera podía
llorar. Lo único que pudo hacer fue centrar su atención en
Amanda y preocuparse de que no viese lo que, con su mano
libre, estaba empezando a hacer entre sus muslos el hombre
que la amenazaba con un cuchillo en la garganta.
Dawn rogó entonces al asaltante que desatara a Amanda y,
cuando finalmente accedió, se asustó mucho al ver el movi-
miento del cuchillo dirigiéndose a su hija. ¿Y si la mata? —se
dijo mentalmente—. ¿Y si le corta las muñecas? —pero no lo
hizo, porque no estaba enfadado.
Su compañero, evidentemente el jefe, había cogido dos
bolsas vacías del armario de Dawn y había ido a registrar la
casa en busca de algo que pudieran llevarse. Cuando volvió,
se dirigió a la cama, volteó a Dawn hacia la derecha y le ató
las manos por detrás, mientras el otro la amordazaba y, final-
mente, la violó.
Durante esos instantes, Dawn sólo podía pensar en
Amanda. No sentía pena ni miedo por lo que pudiera pasar-
le y sólo le preocupaba que su hija no viese lo que estaba
ocurriéndole. La niña estaba tumbada junto a ella mientras
Dawn, girada todavía hacia la derecha, movió su hombro
izquierdo para asegurarse de que su hija no pudiese ver nada,
manteniéndose en esa postura con una determinación que
impedía la percepción de cualquier otra emoción. Parecía
como si hubiesen pasado horas. Cuando la violación conclu-
LA CURACIÓN DE LOS ESTRAGOS 267

yó, Dawn se dio cuenta avergonzada de que se había orina-


do, una respuesta física muy habitual en situaciones de
miedo tan extremo porque, aunque su mente no se hubiera
asustado, su cuerpo estaba realmente aterrado.
Tres días después, las fuerzas aéreas enviaron a Dawn y a
sus hijos a casa de su madre en Colorado Springs, cerca de
la base de Peterson. Dawn había perdido por completo el
control. Estando todavía en Panamá, no pudo volver a su
casa y había sufrido violentos accesos de rabia y de pánico,
creyendo ver a los agresores en cualquier panameño con el
que se cruzaba. Las autoridades de salud mental de las fuer-
zas aéreas habían querido ahorrarle la fuente de angustia,
enviándola a algún lugar donde pudiera sentirse segura. Pero
esa fuente ya no era externa, porque la violación había con-
cluido y los asaltantes se hallaban a 3.000 kilómetros de dis-
tancia. Lo realmente doloroso se hallaba en su mundo inter-
no, en las huellas que habían dejado en su psiquismo los dos
asaltantes.
El pánico de Dawn no menguó por el simple hecho de
volver a casa. El día en que recibió la visita de un repartidor
de pelo oscuro, se escondió en el armario del vestíbulo con
el corazón desbocado y no pudo salir hasta estar bien segura
de que se había marchado. Tampoco toleraba estar desnuda y
sólo podía ducharse en traje de baño. Sus padres no sabían
cómo podían ayudarla. Caminaba constantemente de un lado
a otro de la alfombra y se rascaba de manera obsesiva los
muslos hasta ulcerarlos. Estaba demasiado asustada como
para salir de casa, aunque sólo fuese para ir a la tienda de la
esquina, porque se asustaba ante la mera presencia de cual-
quier desconocido.
Pero las cosas no acababan ahí porque Dawn se veía ocasio-
nalmente desbordada por incontrolables ataques de llanto y, al
llegar la noche, tenía miedo de ir a la cama. Cada vez que veía
268 EMDR

un cuchillo de cocina se veía asaltada por imágenes de la vio-


lación y se sobresaltaba cuando alguien, aunque sólo fueran sus
hijos, la tocaba. Después de uno de esos ataques de pánico,
Dawn decidió ir a la clínica de la base, donde una médica le
enseñó a emplear la respiración profunda para calmarse, pero a
la semana siguiente, volvió diciendo que el intento le había
resultado inútil y le parecía que era como tratar de vaciar un
lago empleando tan sólo un vaso de agua. Entonces la doctora
le prescribió un tranquilizante para enfrentarse a sus ataques de
pánico que debía tomar «cada vez que lo necesitase» (lo que,
en su caso, era diariamente) que, si bien disminuyó la frecuen-
cia de los ataques, no acabó con ellos y no tuvo el menor efec-
to sobre el resto de sus síntomas.
Tres semanas después de volver a casa, sus padres le
insistieron en que emprendiese una terapia o fuese a un hos-
pital psiquiátrico, pero la base que las fuerzas aéreas tenían
en Peterson carecía de psicólogas y no era algo que Dawn
quisiera trabajar con un hombre. Finalmente y a instancias de
alguien de la capilla de la base, se dirigió a una organización
local llamada Center for Prevention of Domestic Violence,
donde emprendió una terapia convencional con una psicólo-
ga, y la posibilidad de hablar con alguien de lo sucedido le
proporcionó un cierto alivio. También le fue asignado un
puesto de oficina y pudo volver a trabajar a tiempo parcial,
aunque tuvieron que informar de su estado a sus compañeros
diciéndoles: «Nos os acerquéis a ella, no la toquéis y, sobre
todo, no la asustéis», señalándoles también dónde guardaba
los anstolíticos, y en un par de ocasiones en que estuvo a
punto de sufrir un ataque de pánico, tuvieron que llevarla a
un lado para darle la medicación. Después de esas situacio-
nes, Dawn se sentía muy avergonzada, como si fuese una
niña que acabase de tener un berrinche. Aunque su cuerpo se
hallaba atrapado en la pesadilla física de la agresión, había
LA CURACIÓN DE LOS ESTRAGOS 269

una parte de su mente que la juzgaba con dureza, un rasgo


característico, por otra parte, de muchas víctimas de viola-
ción. ¿Por qué —se preguntaba-—, si la violación ya había pasa-
do, no podía desprenderse de todas esas escenas? ¿Por qué no
desaparecían?
Dawn fue reduciendo lentamente su jornada laboral a una
cuarta parte. Estaba muy nerviosa y temblorosa y se asusta-
ba con mucha facilidad. Tenía problemas de concentración y
rompía a llorar sin motivo aparente en su escritorio. Sus
colegas y su supervisor se mostraban muy comprensivos,
pero sabía perfectamente que su rendimiento distaba mucho
de alcanzar los estándares habituales del ejército. Y por más
que supiera que los demás no esperaban que su desempeño
fuera óptimo, sentía que todo el mundo la miraba y se pre-
guntaba cuál sería su problema.
También su vida familiar se veía afectada por los mismos
problemas que aquejaban su vida laboral. Y aunque se mudó
con sus hijos a una casa propia, le parecía que no estaba com-
portándose como una buena madre, porque no conseguía
estar completamente presente para sus hijos. Les dejaba hacer
cualquier cosa, temiendo enfadarse con ellos o gritarles y des-
encadenar, de ese modo, un ataque de pánico. Sabía que su
cuerpo no podía distinguir las emociones negativas derivadas
de las situaciones presentes de aquellas otras derivadas del
recuerdo de la violación. Temía —y con razón— que una cosa
pudiera desencadenar la otra. Con su cuerpo fisiológicamen-
te atrapado en el pasado, lo mejor que podía hacer era tratar
de mantenerse tranquila. Con todos sus recursos orientados a
mantenerse en calma, las cosas que anteriormente apenas si la
molestaban acabaron convirtiéndose en fuente de grandes
problemas, y aquellas otras que anteriormente la fastidiaban
la hacían perder fácilmente el control.
Por más que lo intentaba, le resultaba imposible mantener
270
A A EMDR
AAA A A ————_

a sus hijos alejados de sus problemas, pero los niños advir-


tieron la ausencia de límites y empezaron a moverse descon-
troladamente. El entorno antes seguro establecido por los
límites impuestos por su amorosa madre se había desvaneci-
do y sus propias emociones empezaron a expandirse como
una forma de llenar el vacío.
Amanda empezó entonces a tener terrores nocturnos y a
mojar la cama, pero sin decírselo a su madre, mientras Tommy
vertía sirope de chocolate sobre el mobiliario, la alfombra y el
perro en la mitad de la noche. No era extraño que sacara una
docena de huevos del frigorífico y los lanzara, con una fuerza
inusitada para su edad, al techo.
Y cuanto más se esforzaba Dawn en mejorar, peor iban las
cosas. Entonces oyó hablar de la terapia de exposición y lo
intentó, obligándose a enfrentarse a las cosas que más la ate-
morizaban. Tenía miedo a ir al supermercado (por los desco-
nocidos con los que ahí pudiera encontrarse), pero a pesar de
ello, no dudó en enfrentarse directamente al problema, llevan-
do siempre consigo a alguien, para que la ayudase en el caso
de que experimentase un ataque de pánico, cosa que sucedía
con cierta frecuencia. Pero cada nuevo ataque de pánico la
hacía sentir más impotente, lo que no hacía sino complicar
más, si cabe, el problema. Además, siempre debía llevar con-
sigo los ansiolíticos, cosa que odiaba, porque se sentía cada
vez más dependiente de la medicación.
Seis meses más tarde, y a pesar de la psicoterapia, Dawn
todavía se hallaba física y emocionalmente destrozada y más
sumida en la depresión. Se sentía enfadada, indefensa, triste,
asustada, sola y culpable. Pasaba las noches sin dormir, no
conseguía estabilizar su vida sentimental y sufría innumera-
bles problemas físicos. Era incapaz de relajarse y no podía
ducharse sin traje de baño. Y además de los ataques de páni-
co, tenía accesos repentinos de llanto y de ira.
LA CURACIÓN DE LOS ESTRAGOS 271

Esos ataques podían ser provocados por estímulos tan


diversos como las multitudes, los desconocidos, el hecho de
ser tocada y, en ocasiones, la simple presencia de un hombre,
aunque la mayor parte de las veces, ni siquiera sabía lo que
la molestaba. Un buen día, por ejemplo, estaba jugando con
sus hijos cuando Tommy le cogió las manos por la espalda y
tiró de ellas, entonces el cuerpo de Dawn se vio presa del
pánico y empezó a gritar, asustando a sus hijos y a sí misma.
Esa fue la gota que colmó el vaso y, cuando recuperó la
calma, pensó que esa situación era injusta para sus hijos y
que estaban sufriendo por su causa.
Dawn llegó desesperada a la siguiente cita. «Necesito algo
más —dijo— porque, por más que me ayude tener a alguien con
quien hablar, no consigo llegar a la raíz del problema. No
estoy mejorando. No puedo seguir así mucho tiempo más.
Quizás debería ingresar en una institución mental durante un
par de semanas.» Entonces fue cuando su terapeuta le sugirió,
como último recurso, que probase con la EMDR y, dos días
después, Dawn entró en la consulta de una mujer, solicitando
su ayuda.
Sandra Wilson es una psicoterapeuta que ejerce en
Colorado Springs. En la época en la que conoció a Dawn,
estaba llevando a cabo las entrevistas destinadas a examinar
los historiales que le permitieran seleccionar a los posibles
clientes de una investigación orientada a determinar la posi-
bilidad de curar los síntomas del trastorno de estrés postrau-
mático en sólo tres sesiones de EMDR de 90 minutos. Los
clientes que fueron aceptados para el estudio se vieron asig-
nados al azar a uno de los cinco terapeutas que dirigirían las
tres sesiones gratuitas de EMDR.
Dawn contó titubeando a Sandra su historia personal y el
episodio de su violación en Panamá. Luego pasó varias prue-
bas psicológicas destinadas a identificar sus síntomas y a eva-
212 EMDR

luar su gravedad. Al escuchar la historia de la joven, Sandra


se vio sorprendida por la intensidad con la que el trauma se
reflejaba en el cuerpo de Dawn, provocándole vómitos, dolor
de espalda, vértigos, estreñimiento, insensibilidad y dolor de
cabeza. Como había sucedido durante la violación, el cuerpo
de Dawn evidenciaba claramente los abrumadores sentimien-
tos que experimentaba.
Sandra aceptó a Dawn para su estudio y fue asignada al
azar a la terapeuta Laura Knutson, una asistente social clíni-
ca de Denver que había completado la formación en EMDR
y se había ofrecido voluntaria para participar en el estudio.
Revisando el historial de Dawn antes de su primera sesión,
Laura advirtió que el diagnóstico formal de los innumerables
síntomas de Dawn era el trastorno de estrés postraumático.
Laura y Dawn tuvieron su primera sesión el 23 de sep-
tiembre de 1993, siete meses y dos semanas después del inci-
dente. El tiempo de remisión espontánea había pasado y los
síntomas no parecían estar dispuestos a desaparecer sin un
tratamiento eficaz. Laura había revisado las notas de la selec-
ción inicial relativa a los traumas y a los síntomas, pero quiso
que Dawn le contase personalmente su historia.
—Me violaron dos hombres estando de servicio en
Panamá, mientras mi hija permanecía tumbada a mi lado en
la cama. Estoy muy preocupada por mis hijos, especialmen-
te por mi hija.
—Muy bien —dijo delicadamente Laura—. ¿ Y qué es lo que
esperas de nuestro encuentro?
Quisiera estar más tranquila, menos ansiosa y menos
inquieta por lo que sucede a mi alrededor. Y también quisie-
ra ducharme sin miedo.
Entonces Laura le explicó el tipo de terapia que estaban a
punto de emprender y le comentó que deberían empezar
identificando la escena más dolorosa de la violación.
LA CURACIÓN DE LOS ESTRAGOS TS

—Eso es fácil —dijo Dawn-—. Estoy en mi dormitorio. Está


oscuro. Puedo oír el llanto de Amanda y el alboroto provoca-
do por los dos hombres gritándola y maltratándola. La ence-
rraron en el armario.
La cognición negativa de Dawn que acompañaba a esta
escena era «Soy incapaz de proteger a mi familia». Los sen-
timientos asociados eran la ira y el miedo, que Dawn afirma-
ba experimentar en forma de tensión en la garganta y cuya
intensidad evaluó como un 10 en la escala de O a 10. La con-
vicción positiva a la que Dawn aspiraba era «Puedo controlar
la situación y estar segura», una afirmación que valoró como
un 4 en la escala de 1 a 7.
Comenzaron ocupándose del momento en que Dawn se
dio cuenta de que algo andaba mal. Mientras iban avanzando
de serie en serie, Laura observó cómo los movimientos ocu-
lares de Dawn iban retrotrayéndola a esa noche, que parecía
estar reviviendo paso a paso y grito a grito, contorsionándo-
se, estremeciendo las piernas y maldiciendo a sus violadores
con el sufrimiento añadido de la rabia impotente por lo que le
estaban haciendo a Amanda. Cuatro series. Seis series. Ocho
series. Diez series. La repetición continuaba convulsionando
el cuerpo de Dawn, que contaba a Laura la historia que sus
palabras no alcanzaban a esbozar. En cierta ocasión, por
ejemplo, Dawn mantenía las manos unidas detrás de su cuer-
po, y un instante después, sus puños Se separaron, como si
hubiera roto las ligaduras que las ataban, pero Dawn no dijo
nada al respecto. La violación había discurrido básicamente
en silencio y también estaba sucediendo lo mismo con la
experiencia evocada por la EMDR.
Dawn sabía lo que debía hacer para que Laura hiciera una
pausa, levantar la mano en el gesto estándar de “alto”, y si bien
había utilizado frecuentemente esa señal durante la sesión, pare-
cía dispuesta a superar la parte más dolorosa del recuerdo.
274 EMDR

Para ello fueron necesarias once larguísimas series. Fueron


muy pocas las cosas que Dawn dijo durante los 90 minutos
que pasaron juntas, simples exclamación y comentarios oca-
sionales del tipo: «Me parece estar allí», «Puedo verlos»,
«Puedo sentir cómo apestan», «Amanda está temblando»,
«¡Oh, Dios mío! ¡Mi hija!» y «¡Cabrones!».
Al concluir la última serie, Dawn dijo a Laura
—Ha sido espantoso, parecía... como si estuviera revi-
viendo de nuevo la situación, pero todavía era peor. Cuando
me violaron fue una especie de película, como si estuviese
contemplando una película que ocurriese fuera de mí. Parece
que ése fue el único modo en que pude enfrentarme a la
situación.
»En esta ocasión, sin embargo, las cosas me han sucedi-
do a mí. Ha sido terrible, pero no he tenido más alternativa
que enfrentarme a ello.
La experiencia referida por Dawn de estar contemplando
la situación desde fuera de su cuerpo, como si estuviera
observando una película, se denomina disociación. Se trata
de una reacción muy común que permite a la víctima aislarse
del sufrimiento abrumador propio del momento. Por desgra-
cia, sin embargo, este mecanismo natural de supervivencia no
protege a la víctima de los síntomas posteriores al trauma. De
hecho, según cierta teoría, puesto que la experiencia se halla
desintegrada, no se almacena en la memoria como una totali-
dad, sino como fragmentos separados de imágenes, pensa-
mientos y sentimientos, lo que obstaculiza todavía más la
curación.'*
Durante la EMDR, todos los aspectos del trauma se reco-
nectan, permitiendo a la persona procesar al completo la
experiencia. La capacidad de entrar y salir del recuerdo per-
turbador durante las distintas series de movimientos ocula-
res, con el apoyo de disponer de una señal para decirle al clí-
LA CURACIÓN DE LOS ESTRAGOS 275

nico que se detenga en el caso de que sea necesario, propor-


ciona a la víctima de la violación permiso para controlar la
“dosis” de recuerdo a la que puede exponerse. Si durante la
EMDR encuentra demasiado dolorosos sus sentimientos,
puede detenerse un rato y descansar o disminuir la intensidad
emocional. El objetivo consiste en mantenerse en contacto
con todo lo que pueda aflorar mientras está procesándose el
recuerdo de la violación.
Entrar y salir de la experiencia de la agresión refuerza
también el conocimiento personal de ser mayor que el trau-
ma. Entonces, las imágenes terribles pueden ser creadas y
destruidas y las emociones pueden ser experimentadas y dis-
tanciadas. De ese modo, la mujer empieza a recuperar el con-
trol y la perspectiva adecuada. La experiencia de procesar
una violación con la EMDR no resulta nada agradable, pero
no dura tanto como el episodio original, aunque la persona la
reviva escena tras escena. Pero como sucede con cualquier
otro aspecto de la vida, las cosas no necesariamente se
resuelven en una sola sesión.
Al finalizar la sesión, Laura preguntó a Dawn las creen-
cias que tenía sobre sí misma y los cambios de intensidad
que había experimentado. En este sentido, Dawn afirmó que
la sensación de impotencia inicial había disminuido, aunque
poco y había pasado de 10 a 7 u 8. Sus sentimientos sobre la
cognición positiva («Estoy a salvo y controlo la situación»)
mostraron un movimiento todavía menor, pasando de 4 a 5
(en la escala de 1 a 7). Ningún resultado espectacular, pensó
Laura.
La segunda sesión se llevó a cabo una semana más tarde.
¿Cómo estás? —preguntó Laura.
—Muy bien. Resulta extraño porque aunque, en la última
ocasión, lo pasé tan mal, quisiera profundizar y seguir traba-
jando en ello. Algo me dice que está funcionando.
276
AAA A EMDR
A A

—¿Hay alguna cosa concreta en la que hoy quisieras cen-


trarte?
—Tomarme una ducha mientras tengo la sensación de que
están observándome. Por alguna razón creo que esos sujetos
estaban espiándome mientras me duchaba. En el cuarto de
baño no había ningún ventilador y siempre abría la ventana.
Ahora no puedo ducharme sin llevar puesto el traje de baño.
—Perfectamente. Empezaremos con eso.
Durante esta sesión, la cognición negativa de Dawn era
«Están espiándome. Estoy en peligro» y la emoción que sen-
tía era miedo, que experimentaba como “un intenso escalo-
frío” en el pecho. Ella valoró la intensidad de sus emociones
como un 8 o un 9 en la escala de 1 a 10. La cognición positi-
va a la que aspiraba era «Estoy a salvo. Estoy protegiéndo-
me», una cognición a la que sólo atribuía una veracidad de 2
en la escala de l a 7.
La escena con la que comenzaron fue Dawn en la ducha
de su casa de Colorado Springs, y a los pocos instantes, gritó:
«¡Están observándome!».
Había vuelto a la noche de la violación, retomando la
“película” en la última imagen que habían trabajado en la
sesión anterior. En esta ocasión, los flashes de recuerdos de
Dawn siguieron más allá del punto en que lo habían dejado,
después de que los agresores se marcharan. Entonces revivió
los momentos que siguieron a la agresión, el momento en
que despertó a la sirvienta, que dormía en el otro extremo de
la casa, el momento en que se liberó de la cuerda que ataba
sus muñecas, el momento en que corrió en camisón a casa de
un vecino, el momento en que llamó a la policía militar y el
momento en que, cuando llegaron, les dijo que quería cortar
los genitales a los violadores.
La segunda sesión demostró ser muy parecida a la prime-
ra. El cuerpo de Dawn revivió de nuevo el ataque, su respi-
LA CURACIÓN DE LOS ESTRAGOS 24d

ración se tornó superficial y rápida, sus músculos estaban


rígidos y su rostro se vio distorsionado por el dolor. En mitad
del proceso, Dawn levantó la mano alarmada y le preguntó a
Laura dónde estaba el servicio. Cuando volvió, dijo: «Lo
siento».
—¿Estás bien? —preguntó Laura.
—Sí. Estaba tan asustada que he creído mojar mi ropa inte-
rior, como sucedió esa noche.
—¿Y?
—No lo he hecho, pero muy probablemente he estado muy
cerca dijo Dawn, con una breve, aunque genuina sonrisa,
expresando con el rostro la liberación que sentía.
Laura y Dawn atravesaron esa tarde siete series más, de
un total de 14. Al finalizar, Dawn dijo, durante una pausa:
—De algún modo, estoy orgullosa de mí misma, porque
conseguí que no le hicieran más daño a Amanda y pude con-
vencerles para que la dejaran salir del armario y le desatarán
las manos.
Dawn parecía estar recuperando su propia sensación de
poder y empezaba a darse cuenta de que, dadas las circuns-
tancias, había ejercido todo el poder de que disponía y había
hecho las cosas lo mejor posible.
Al finalizar la sesión, la intensidad del miedo de Dawn
había caído de 8 o 9 a 2 y su cognición de estar segura había
ascendido a 7, su valor máximo. Laura emitió entonces un Sus-
piro de alivio porque, tras una sola sesión, había conseguido
que Dawn llevase a cabo un importante paso hacia adelante.
En su última sesión, Dawn quiso trabajar el miedo inten-
so que tenía a ser tocada y el recuerdo de uno de los hombres
manoseando sus muslos durante el ataque. Desde la noche de
la violación, Dawn se había tocado las piernas de manera
parecida, otro signo de que las sensaciones físicas que Dawn
experimentó en el momento del trauma se hallaban fijadas en
278
O A A EMDR
A

su cuerpo. Obviamente, estas sensaciones no estaban alma-


cenadas en las células de las piernas de Dawn, sino en su
cerebro, en la red neurofisiológica que contenía toda la infor-
mación (sensaciones, pensamientos y emociones) relativa a
la experiencia traumática. Esto se asemeja a lo que ocurre
cuando uno se golpea el pie, porque aunque el dolor central
esté en el cerebro, el sujeto lo experimenta como un dolor en
el pie. Las fibras nerviosas procedentes del pie transmiten las
señales de dolor al cerebro, que registra las sensaciones loca-
les. Si se cortan los nervios procedentes del pie, indepen-
dientemente de las veces en que uno se golpee, no se experl-
mentará el menor dolor.
Por lo que respecta al ámbito de la experiencia traumática,
el cerebro no sólo registra las sensaciones físicas del momen-
to, sino que también puede conservarlas. Durante la EMDR,
la persona puede experimentar la sensación a diferentes nive-
les de perturbación, porque la información se halla almacena-
da en el cerebro y se ve estimulada por el procesamiento. Una
vez que la persona ha elaborado completamente el trauma, su
recuerdo se almacena de nuevo, pero en esta ocasión, lo hace
sin las sensaciones físicas dolorosas, que ya han sido “meta-
bolizadas” o “digeridas”, lo que permite la recuperación de la
salud innata de la persona.
Dawn identificó la creencia negativa sobre sí misma, una
consecuencia del acto del violador tocándole las piernas, como
«No soporto que me toquen». Los sentimientos asociados a esa
creencia eran el miedo, la ira y la ansiedad, todos ellos ligados
a las sensaciones que experimentaba en sus piernas. Luego
valoró la intensidad de la perturbación como un 10, y la vera-
cidad de la afirmación positiva elegida «No es malo tocar ni ser
tocado» como un triste 1 en la escala que va de 1 a7.
Después de 11 series que desencadenaron flashes de
experiencias tempranas mezclados con sensaciones que afec-
LA CURACIÓN DE LOS ESTRAGOS 279

taban a sus piernas y a sus manos, el miedo, la ira y la ansie-


dad de Dawn cayeron a 4 lo que, si bien suponía una mejo-
ra, todavía quedaba muy lejos el objetivo 0.
Su creencia en la afirmación «Está bien tocar y ser toca-
do» había ascendido a 5 o 6 en la escala que va de 1 a7. Pero,
a pesar de la liberación evidenciada en el rostro de Dawn,
Laura todavía no estaba contenta. «No creo que Dawn lo
haya elaborado todo —pensaba—. Todavía querría tener una o
dos sesiones más con ella», pero las reglas de la investiga-
ción que estaba llevando a cabo no se lo permitieron. Por
suerte, cuando la EMDR pone en marcha el sistema de pro-
cesamiento de la información, el procesamiento no necesa-
riamente se detiene al concluir la sesión. Y esto significa que
la persona debe estar al tanto de lo que puede ocurrir des-
pués, para saber cómo comportarse y que los cambios posi-
tivos pueden proseguir aunque no se haya completado el tra-
bajo con el terapeuta.
Noventa días después, Sandra Wilson convocó a los parti-
cipantes del estudio para llevar a cabo una entrevista de segui-
miento. Dawn estaba encantada de volver a ver a Sandra.
-Las cosas van muy bien —le dijo—. No he tenido ningún
ataque de pánico. Duermo muy bien. Estoy muy tranquila y
no tengo ningún problema en trabajar con los hombres de mi
unidad, hasta el punto de que voy tener una cita en Navidad
con uno de ellos. Mis hijos están mucho mejor. Estoy mucho
más tranquila con ellos, menos ansiosa, más capaz de rela-
cionarme y de ayudarles.
Dawn también había completado un entrenamiento espe-
cial, había sido ascendida y había solicitado una hipoteca,
evidenciando así cambios tan importantes que su familia y
sus compañeros de trabajo le preguntaban. «¿Qué es lo que
te ha pasado?».
—He sabido que estaba mejorando cuando he empezado a
280
A A EMDR 5 5 5 5%

disfrutar nuevamente del sexo —dijo Dawn, sonriendo—. Pero


sus supervisores seguían mostrándose cautelosos y advirtien-
do a los nuevos miembros que no la tocasen, que no la sobre-
saltasen e indicándoles el lugar en el que guardaba los fárma-
cos, por más que Dawn había dejado de tomar la medicación
dos semanas antes de emprender el estudio, y nunca más vol-
vió a hacerlo.
El siguiente paso en la investigación de Sandra consistió en
efectuar una entrevista 15 meses después a fin de valorar la
permanencia de los efectos de la EMDR. Para ello, conectó
con Dawn en diciembre de 1994 y se enteró de que las cosas
seguían bien. «Mucho mejor incluso que antes de la violación.
De nuevo vuelvo a ser yo misma, pero con algo más y también
me siento mucho más feliz. Mi moral está muy alta. Me sien-
to mucho mejor con mi vida.» Dawn le dijo que se había com-
prometido con un hombre que había conocido en el trabajo
cuando volvió de Panamá y que estaba a punto de casarse y a
la espera de una nueva misión en el exterior. «Mi novio es
negro y mi familia está muy sorprendida, porque creían que
jamás volvería a acercarme a un hombre de piel oscura... y, a
decir verdad, yo también pensaba lo mismo.»
Dawn también hablaba en público de la violación.
Quería hacer algo para paliar la poca ayuda que, cuando
más lo necesitaba, me brindaron las fuerzas aéreas —dijo—.
Para ello me presenté ante lo que llaman Diamond Council,
una organización compuesta por todos los sargentos prime-
ros unas 20 personas, casi todos hombres— de Peterson y las
bases vecinas. Les conté toda mi historia y que nadie supo
cómo ayudarme. Obviamente, ésa fue mi primera conferen-
cia pública al respecto, razón por la cual rompí a llorar.
»No quiero que nadie vuelva a pasar por lo mismo que me
vi obligada a atravesar —les dije—. ¿Sabéis acaso, sobre todo
vosotros, los hombres, lo que podéis hacer en una situación
LA CURACIÓN DE LOS ESTRAGOS 281

parecida? Entonces me preguntaron si estaría dispuesta a par-


ticipar en el caso de que en la base sucediese algo parecido, y
por supuesto respondí afirmativamente. Ahora, cuando me
llaman para ocuparme de un caso de violencia sexual, voy al
hospital con ellos, llevo a la víctima al hospital, la acompaño
a su primera sesión de terapia y trato de ayudarla lo mejor que
puedo.
» También he llevado a Amanda a alguna que otra sesión
de EMDR y ha dejado de tener terrores nocturnos y de mojar
la cama. Ahora me habla con tranquilidad de lo que ha suce-
dido. Para ser exactos, habla con cualquiera que le inspire
confianza —dice, con una sonrisa. Ha convulsionado a las
madres de algunas de sus amigas. Por supuesto que Amanda
no entiende el concepto de “violación”, pero sabe que unos
hombres malos irrumpieron en nuestra casa y nos hicieron
daño. La vida de toda la familia ha recuperado, finalmente,
la normalidad.
El verano anterior, Dawn consintió en hablar con una
periodista sobre su tratamiento EMDR y su participación en
la investigación dirigida por Sandra Wilson, una investiga-
ción cuyos resultados demostraron que el 84% de las vícti-
mas del trastorno de estrés postraumático tratadas con la
EMDR dejaron de ser diagnosticadas como tales después de
tan sólo tres sesiones.'* Muchas de las 80 mujeres que parti-
ciparon en el estudio habían reaccionado como Dawn y habí-
an avanzado mucho más allá de lo que estaban antes del trau-
ma. Algunas de ellas se hallaban tan pletóricas de energía
que realizaron cambios fundamentales de trabajo y se matri-
cularon por vez primera en la universidad. Ninguna investi-
gación sobre los métodos para el tratamiento del TEPT ha
logrado jamás efectos tan positivos como los evidenciados
por esta primera investigación a gran escala acerca de los
efectos de la EMDR cuyos resultados fueron presentados
282 EMDR

durante un congreso especial organizado por la American


Psychological Association y de cuya celebración se hicieron
eco muchos periódicos.
Cuando Dawn le relató lo que le había ocurrido a Amanda,
la periodista de una revista de alcance nacional que estaba
entrevistando a Dawn rompió a llorar en el sofá de la sala de
estar.
—¿ Quieres hacer una pausa? —preguntó Dawn, sintiéndose
culpable de haberla incomodado—. Resulta muy difícil —dijo—
prever cuál será la reacción de la gente.
—¿Cómo puedes permanecer sentada tan tranquila mien-
tras cuentas esa historia? —preguntó entonces la periodista.
—Porque ahora no es más que eso —espondió Dawn—. Para
ambas, no es más que una simple historia.
9. ATRAVESANDO EL DUELO

«Muestra tu dolor, porque dolor que no expresas


musita en tu pecho hasta estallar.»
WILLIAM SHAKESPEARE

Existe una antigua historia según la cual una mujer descon-


solada llevó, en cierta ocasión, el cuerpo inerte de su hijo
ante un hombre santo, rogándole que se apiadara de ella y le
devolviera la vida. El maestro accedió a su demanda con la
condición de que le llevase un grano de mostaza procedente
de una casa que jamás hubiese recibido la visita de la muer-
te. Al principio, la mujer estaba muy contenta, porque el
requisito le parecía muy sencillo, pero después de peregrinar
interminablemente de casa en casa en busca de tal familia se
vio obligada, para su consternación, a regresar con las manos
vacías. Así fue como fue dándose gradualmente cuenta de la
sabiduría que encerraba la demanda del sabio, de que la
muerte llega a todo el mundo y, llevándose tiernamente entre
sus brazos el cadáver de su hijo, le enterró en paz.
Aunque todo el mundo se vea obligado a pasar por ello,
pocas cosas resultan más dolorosas que la muerte de un ser
querido. Técnicamente hablando, la persona traumatizada por
el dolor que acompaña a la muerte de un ser querido no debe-
ría ser diagnosticada como TEPT a menos que se trate de una
muerte violenta o inesperada, porque el sufrimiento, a fin de
cuentas, es el sufrimiento y, en tal caso, las etiquetas diagnós-
284 EMDR

ticas carecen de todo fundamento. En este sentido, la EMDR


resulta muy valiosa para ayudar a las personas a aliviar su
sufrimiento, independientemente de los síntomas y del tipo de
muerte que les haya arrebatado a su ser querido.
Una reacción muy habitual ante la muerte es la sensación
de culpabilidad. En tales casos, nos sentimos responsables de
las cosas que hemos dicho y de las que no hemos dicho.
Pensamos obsesivamente en lo que pudimos haber hecho mal
y visitamos el lecho de muerte de nuestro amigo, mientras sus
gritos de dolor resuenan una y otra vez en nuestra cabeza.
Todas ésas son reacciones normales ante la pérdida que van
desvaneciéndose gradualmente con el paso del tiempo hasta
llegar a desaparecer. Pero hay ocasiones, sin embargo, en que
el proceso curativo se queda estancado, en cuyo caso la
EMDR puede contribuir a movilizar todo el sistema.
Pero el sufrimiento no se halla exclusivamente limitado a
la muerte de un ser querido. Son muchos lo policías, bombe-
ros, maquinistas de tren y miembros de los servicios de sal-
vamento cuyas vidas se han visto fuertemente sacudidas por
el impacto de la tragedia, incluidas las muertes acaecidas en
el puesto de trabajo.' Esas personas suelen sentirse responsa-
bles de lo que ha sucedido y tienen la sensación de haber per-
dido el control. Si sólo hubieran sido un poco más rápidos
—especulan entonces—, tal vez hubiesen salvado una vida. La
EMDR suele utilizarse para movilizar las reacciones emo-
cionales y el pensamiento irracional estancado y también
puede emplearse, del mismo modo, para tratar a los policías
que, durante su jornada laboral, han asistido al asesinato de
un colega, o se han visto obligados a matar a alguien porque,
en tales casos, suelen verse profundamente sacudidos y obli-
gados a revivir una y otra vez las imágenes del aconteci-
miento.
Asimismo el personal médico puede experimentar el trau-
ATRAVESANDO EL DUELO 285

ma de la pérdida. Recuerdo, en este sentido, el caso de un


hombre de 50 años que, después de trabajar duramente siete
días seguidos, cubierto de sangre, con los cadáveres de las víc-
timas de la catástrofe del vuelo 800 de la TWA, se sentía ator-
mentado por la culpa, por «no haber podido devolver lo sufi-
cientemente rápido los cuerpos a sus familiares y aliviar, de
ese modo, su calvario». Una enfermera del servicio de urgen-
cias que se ocupó de la curación de un bebé gravemente heri-
do en accidente de automóvil se sintió tan mal, cuando el niño
murió, por el temor a la muerte de su propio hijo de dos años,
que acabó convirtiéndose en una madre feroz y obsesivamen-
te superprotectora. Durante el tratamiento con la EMDR traba-
jó con la escena que se había visto obligada a vivir en la sala
de urgencias y dijo ver el rostro de su hijo superpuesto al del
bebé muerto, una imagen que los movimientos oculares aca-
baron borrando. Y aunque ignorase conscientemente esa cone-
xión, es muy probable que el hecho de saberlo no hubiera
resultado de gran ayuda? El conocimiento y la intuición inte-
lectual no bastan para solucionar nuestros problemas y cam-
biar nuestra conducta, porque los cambios también deben
afectar al nivel emocional.
Hay veces en las que la muerte (o el sufrimiento) de
alguien puede provocar en quienes oyen hablar de ella una
condición conocida como traumatización vicaria. Por eso,
aun las personas que no han estado físicamente presentes
durante la situación traumática, pueden verse muy afectadas,
imaginando oníricamente las escenas dolorosas y desarro-
llando pensamientos obsesivos al respecto. La esposa de un
policía que había oído hablar de la muerte del compañero de
su marido, por ejemplo, sólo pudo borrar la imagen de este
último envuelto en un charco de sangre —pese a no haberla
visto jamás— después de que la EMDR le ayudase a recupe-
rar el equilibrio.
286 EMDR

Recuerdo también, en este sentido, el caso de un psicólo-


go israelí que solicitó ayuda porque creía estar volviéndose
loco. Tenía continuas pesadillas y flashbacks en los que se
veía conducido a las cámaras de gas de Auschwitz durante el
Holocausto, aunque en esa época ni siquiera había nacido.
Cuando se sometió a una sesión de EMDR, sin embargo,
cobró consciencia de que su mente estaba reviviendo las his-
torias que le contaba su tío, que había muerto 30 años atrás.
La empatía que cuando era niño experimentaba por su tío le
había llevado a reemplazar su propio rostro en las imágenes
“recordadas” del campo de concentración. Durante la EMDR
se sintió tan conmovido como si la experiencia le hubiera
ocurrido a él. Y es que, aunque el suyo fuese un trauma vica-
rio, las sensaciones y emociones perturbadoras permanecie-
ron fijadas en su sistema nervioso durante 30 años.
La EMDR también puede ayudar a las personas atormen-
tadas por el miedo a su propia seguridad que suele acompa-
ñar a la pérdida de un ser querido. La muerte, a fin de cuen-
tas, sacude nuestra creencia de que la vida discurre por cau-
ces estables y predecibles. Por eso cuando perdemos a un ser
querido nuestra sensación de seguridad experimenta una pro-
funda conmoción. Todos vivimos, día tras día, con la ilusión
de tener cierto control sobre los acontecimientos que compo-
nen nuestra vida, pero la pérdida acaba de un plumazo con esa
ilusión. Son muchas las personas que apelan entonces, como
forma de amortiguar el miedo y el sufrimiento, a las drogas o
el alcohol, lo que no hace sino aumentar nuestra debilidad y
dependencia a todo el amplio espectro de los sentimientos
dolorosos. Pero hay que subrayar que si bien el alcohol y las
drogas pueden aliviar provisionalmente el sufrimiento, tam-
bién pueden interferir y obstaculizar el proceso del duelo.*
Hay veces en que las emociones discurren tan profunda-
mente que ni siquiera llegamos a advertir las raíces de nues-
ATRAVESANDO EL DUELO 287

tro sufrimiento. Pero algunos de nuestros mayores sufrimien-


tos pueden derivarse del miedo a mostrar nuestra vulnerabili-
dad. A veces tratamos de reprimir nuestro dolor porque cree-
mos que, de ese modo, ayudaremos a los demás a atravesar el
suyo, pero esa estrategia puede acabar sepultándolo todavía
más profundamente. La muerte puede abrir una ventana de
oportunidad, pero si no logramos centrarnos en nuestra pro-
pia tristeza, el dolor puede alejarse sin acabar, no obstante, de
desaparecer, en cuyo caso, el sufrimiento remanente puede
acabar manifestándose en forma de una reactividad exacerba-
da a situaciones semejantes futuras. Una joven, por ejemplo,
amenazó con romper su compromiso al enterarse de que habí-
an disparado a su novio, que era policía. Durante la EMDR,
sin embargo, se dio cuenta de que, al no haberse permitido
vivir el sufrimiento provocado por la muerte de su hermano,
tenía un miedo parecido a perder a su futuro marido. En tales
casos, la EMDR parece abrir una puerta a la resolución, per-
mitiendo que la persona experimente el sufrimiento en un
entorno protegido en el que no deba reprimir sus sentimien-
tos ni enmascararlos para proteger a otra persona.
La psicóloga Therese Rando; que ha subrayado que la
palabra inglesa para “duelo” [bereavement] se deriva de la
misma raíz que la palabra “robo”, nos proporciona un exce-
lente punto de partida para entender el proceso del duelo.
Cuando nos sentimos injustamente despojados de algo valio-
so, solemos responder experimentando sentimientos de pér-
dida e injusticia. En el curso del proceso de duelo, la perso-
na se concentra naturalmente en la pérdida con conductas y
expresiones de ansiedad y dolor y el deseo de negar la muer-
te o creer que no ha sucedido. Si ese proceso discurre sin
complicaciones, la persona acaba entrando en una segunda
fase del duelo, en la que se concentra activamente en sus
necesidades interiores y sociales que le permiten adaptarse a
288 EMDR

la pérdida y desarrollar una nueva sensación de identidad.


Durante la tercera fase, por último, la persona aprende a vivir
en ausencia de la persona amada. Durante el proceso natural
de curación, pues, la atención pasa del finado hasta el yo y el
mundo externo, pero cuando, por algún motivo, este proceso
natural se ve bloqueado, puede apelarse a la EMDR para
ponerlo nuevamente en marcha.
Aunque el proceso del duelo tienda a beneficiarse del
paso del tiempo, no siempre resulta fácil determinar cuándo
ha llegado ya el momento de pedir ayuda. Quienes poseen
profundas convicciones espirituales pueden, en las circuns-
tancias adecuadas, considerar la muerte como una liberación
de la persona amada. Otros, por el contrario, pueden tardar
meses en dejar de culparse a sí mismos —o al universo— por
la pérdida. Para otros, por último, el sufrimiento viene y va.
Además, algunos aspectos de la muerte pueden interactuar
con las experiencias pasadas, obstaculizando entonces la
desaparición gradual del sufrimiento con el paso del tiempo.
En tal caso, la persona experimenta un sufrimiento incesan-
te y siente como si su vida se hubiera estancado. Pero cuan-
do la persona considera que el sufrimiento es normal y que
no experimentarlo supone una falta de respeto hacia el muer-
to, las cosas suelen complicarse todavía más. Pero lo cierto
es que vivir atormentado por el sufrimiento, o no poder pen-
sar en otra cosa más que en los recuerdos angustiosos, no
sirve al muerto ni al superviviente. Este mismo suele esfor-
zarse en gestionar el sufrimiento de una manera más cons-
tructiva, pero hay ocasiones en que no basta con hablar de
ello, obligarse a “permanecer con el sufrimiento” ni conce-
derse simplemente más tiempo.
Algunos terapeutas consideran que interferir el proceso
del duelo, independientemente de su duración o del sufri-
miento que conlleve, priva al sujeto de la posibilidad de
ATRAVESANDO EL DUELO 289

aprender todo lo que necesita aprender de la experiencia.


Pero lo cierto es que el tiempo no cura todas las heridas por-
que, si lo hiciese, no habría necesidad alguna de psicoterapia.
Por eso, cuando el proceso curativo se estanca, la EMDR no
obstaculiza el proceso de aprendizaje, sino que simplemente
lo acelera. Y cuando el proceso del duelo sigue su curso, apa-
recen intuiciones y se reconocen pautas, pero perduran las
conexiones con la persona amada. Lo único que desaparece
es el exceso de sufrimiento que impide al sujeto pensar tran-
quilamente en lo sucedido. Una vez lograda esta paz es posi-
ble restablecer de nuevo el contacto con la vida.
Ejemplificaremos este punto con la transcripción de tres
sesiones de EMDR de una madre que perdió a su hijo. El
proceso de curación de Mia Russo que presentamos a conti-
nuación, sesión tras sesión y en sus propias palabras, ilustra
perfectamente la secuencia natural que se ven obligadas a
atravesar muchas personas durante las sesiones de trabajo
con la EMDR.

Cuando Billy Russo murió en un puente ferroviario ubicado


a menos de dos manzanas de su casa de Nueva Inglaterra fal-
taban 10 días para que cumpliese los 12 años. El tren proce-
dente del Norte entró en el puente a la velocidad máxima
permitida de cerca de 100 kilómetros por hora cuando el
maquinista divisó a lo lejos a dos niños atravesando las vías.
Uno de ellos cruzó sin problema, pero el otro se detuvo a
mitad de camino y se agachó para colocar una moneda ver-
tical sobre la vía antes de escapar corriendo.
Pero el muchacho no se puso en pie ni saltó a un lado,
sino que permaneció quieto en su lugar, llamando a su com-
pañero. Aterrorizado, el maquinista accionó el freno y el sil-
bato e, incapaz de detener el tren, acabó atropellando al
muchacho. No tardó mucho tiempo en saber que Billy Russo
290
A
A A
EMDR

no había sido descuidado ni inconsciente, sino que su Zapa-


tilla deportiva se había quedado atrapada bajo una de las
vías.
El accidente sucedió a las cuatro en punto de la tarde de
una calurosa tarde de verano del mes de julio. Cuando la
madre de Billy, Mia Russo, llegó a las cuatro y cuarto a su casa
procedente de su trabajo advirtió, a lo lejos, una muchedum-
bre agolpada en el puente, pero no le prestó mayor atención.
Luego abrió la puerta principal de la casa de tres pisos en que
vivía con su familia y subió al primero, donde vivían sus
padres, para recoger a su hijo. El padre jubilado de Mia, que
se encargaba de cuidar a Billy mientras Mia trabajaba, le dijo
entonces que se había ido jugar a con su amigo Jerry. Mia,
madre soltera de 33 años, permaneció con sus padres hasta las
cinco y luego subió al apartamento que compartía con Billy en
el tercer piso, sorprendiéndose de que todavía no hubiera lle-
gado. Habitualmente, ella y Billy cenaban juntos antes de que
Mia marchase para llegar a tiempo a su trabajo nocturno como
cajera en la tienda de licores de su hermano.
A las cinco y cuarto, Mia empezó a preocuparse, porque
Billy solía ser muy puntual. Entonces fue al segundo piso,
donde vivía su hermano con su familia y juntos volvieron al
apartamento del primer piso, que ocupaban sus padres. Mia
decidió entonces ir a casa de Jerry, para ver si Billy todavía
estaba ahí y, bajando las escaleras del porche, se cruzó con
su hermana y su cuñado, que volvían de hacer unas compras,
quienes le comentaron que habían oído hablar de un acciden-
te que se había producido en el puente.
Mia dobló rápidamente la esquina y llamó a la puerta de
la casa de Jerry, pero no obtuvo respuesta. Volvió a llamar
más fuerte, pero tampoco obtuvo ninguna respuesta, aunque
siguió llamando, porque suponía que debía haber alguien.
Finalmente se abrió la puerta de una casa vecina.
ATRAVESANDO EL DUELO 291

—¿Conoce a mi hijo Billy? —preguntó entonces Mia-—.


Estaba jugando con Jerry, pero parece que no hay nadie en
casa.
—Una ambulancia se lo ha llevado —dijo la mujer, con
expresión gélida.
—¿Qué es lo que ha pasado?
—Parece que se ha desmayado. Ha llegado corriendo a
casa, le ha dicho algo a su abuela y se ha desmayado. Luego
ha llegado una ambulancia. Creo que sería mejor que fuese
al puente.
—¿ Pero dónde está mi...?
—Hable con la policía. Eso es todo lo que sé.
»¡Vaya! ¡Vaya! —insistió la mujer, viendo la vacilación de
Mia.
Mia fue corriendo entonces hasta el puente del ferrocarril
y, en medio del caos de vehículos de urgencia, coches de la
policía, vecinos y curiosos, descubrió a un policía uniforma-
do. Incapaz de contenerse y aquietar los latidos de su cora-
zón, consiguió esbozar una pregunta:
—Estoy buscando a mi hijo. Se llama Billy Russo. ¿Está
por casualidad aquí? ¿Tiene algo que ver con todo esto?
A modo de respuesta, el policía la tomó cuidadosamente
del brazo y la llevó caminando hasta su coche.
—¿Le ha visto? —insistió Mia, con voz cada vez más tensa
y aguda—. Tiene once años, pelo castaño claro, ojos marrones
y grandes hoyuelos en las mejillas.
»Tiene el pelo grueso y corto y largas pestañas. Viste pan-
talones cortos verdes, una camiseta grande de color verde y
zapatillas deportivas blancas y negras. ¿Dónde está?
Mia, lívida debido al miedo y la hiperventilación, dejó
entonces que la introdujesen en los asientos posteriores del
coche policial y luego escuchó el golpe de la puerta al cerrar-
se y el posterior “clic” del seguro.
292 EMDR

El funeral de Billy se celebró cuatro días más tarde. Mia


todavía se hallaba conmovida por el shock y apenas si podía
articular palabra. Billy era toda su vida y ahora se había que-
dado sin nada. No tenía sentido alguno levantarse para seguir
trabajando en dos lugares diferentes, ni tenía motivación
para hacer nada. Mia se sentía culpable por la muerte de
Billy («Si hubiera estado en casa...», se repetía, una y otra
vez), un dolor multiplicado por el hecho de que, por más que
lo deseara con todas sus fuerzas, no había conseguido, en los
últimos 10 años, quedarse embarazada, razón por la cual
había concluido que la operación de cáncer de útero a la que
se había sometido tiempo atrás, la había dejado infértil.
Con el paso de los días, la conmoción de Mia fue trans-
formándose en dolor y luego en depresión. Lo único que
conseguía sacarla del abismo de desesperación en el que
cada mañana despertaba era el terrible sufrimiento que expe-
rimentaba el resto de su familia. Billy era el favorito de la
familia y su muerte supuso un golpe brutal para todos, espe-
cialmente porque ocurrió siete meses después de la muerte
de la abuela de Mia.
Aproximadamente una semana después de la muerte de
Billy, Mia tuvo una pesadilla, la primera de una larga serie,
en la que se hallaba en el escenario del accidente (al que, de
hecho, no le permitieron ir) y veía la cabeza, el tronco y las
extremidades de Billy diseminadas por las vías, de la que
despertó sumida en un profundo llanto. Al día siguiente reci-
bió una carta de la policía dirigida a su madre que abrió equi-
vocadamente. Se trataba de una copia del informe policial
sobre la muerte de Billy que incluía un bosquejo del escena-
rio mostrando, precisamente, los lugares en que, después de
ser embestido por el tren, habían encontrado las distintas par-
tes del cuerpo del muchacho que la dejó muy sorprendida,
porque era exactamente tal y como lo había soñado.
ATRAVESANDO EL DUELO 293

Pero las pesadillas prosiguieron. En una de ellas se veía


perseguida por un tren, y en otras contemplaba la escena del
accidente y las distintas partes del cuerpo despedazado de
Billy. Mia volvió a su trabajo en el almacén, pero era como
un zombi, porque le resultaba imposible concentrarse y se
veía sometida a continuos ataques de llanto. Pronto renunció
al trabajo nocturno y no tardó en abandonar el piso que ocu-
paba en la casa familiar, porque le recordaba demasiado a
Billy.
Mia pensaba a diario en el accidente y no dejaba de pre-
guntarse por qué. ¿Por qué había tenido que sucederle a un
muchacho? Aunque era católica practicante dejó, durante
unos meses, incluso de acudir a la iglesia, porque su fe se vio
profundamente sacudida por la muerte de su hijo. La noche
misma del accidente recibió la visita del sacerdote del hospi-
tal, pero cuando empezó a hablarle de Dios, ella le interrum-
pió bruscamente diciéndole: «¡No me hable de Dios! ¿Por
qué ha tenido que arrebatarme de un modo tan espantoso a
mi hijo? No quiero saber nada de Él. Ni siquiera quiero escu-
char su nombre».
El dolor de Mia se prolongó durante todo un año y las
cosas siguieron empeorando. Cuando llegó el primer aniver-
sario de su muerte, Mia estaba más destrozada que nunca por
la pérdida, y la relación de pareja que mantenía, la única cosa
positiva de su vida, estaba deteriorándose debido a los celos,
el alcohol y la violencia física. Sin Billy y con la relación a
pique, Mia empezó a cuestionarse el sentido de la vida y no
dejaba de repetirse «Si esto es todo lo que la vida me depara
no sé qué es lo que hago aquí... Mi vida no tiene ningún sen-
tido... Mi vida no tiene no tiene ningún sentido... Mi
vida...»
Seis semanas después del primer aniversario de la muer-
te de Billy, Mia tomó una dosis de Lorazepan, un sedante que
294
A EMDR A A

le habían recetado para combatir la ansiedad, 20 veces supe-


rior a la recomendada. Afortunadamente, su compañero la
descubrió a tiempo y la llevó corriendo al hospital, donde le
hicieron un lavado de estómago y la mantuvieron en obser-
vación durante tres días en el pabellón de psiquiatría.
—A decir verdad —dijo el psiquiatra del hospital que la
atendió—, tú no deberías estar aquí. Tú no eres una enferma
mental, sino una persona que se ha visto obligada a atravesar
una situación muy difícil. Lo único que te falta es aprender a
vivir con esa situación.
Pero Mia, que estaba de baja por motivos de salud, había
estado visitando semanalmente a un psiquiatra, que le había
recetado Lorazepan y Prozac, el poderoso antidepresivo. Y si
bien se sentía más calmada, le desagradaban los efectos de la
medicación, porque la dejaban sumida en el embotamiento y
la confusión y era incapaz de concentrarse y de pensar.
Además había decidido abandonar la psicoterapia porque,
aunque su seguro médico cubriese la mayor parte de los
honorarios, estaba endeudándose para conseguir pagar el
resto. Cuando le comentó a su psiquiatra esa eventualidad, él
le sugirió contactar con el terapeuta que estaba llevando a
cabo una investigación sobre el TEPT y que podría ofrecer-
le tratamiento gratuito.
Dos semanas después de su intento de suicidio, Mia
emprendió un tratamiento con el doctor Steven Lazrove, ciru-
jano y psiquiatra del Yale Psychiatric Institute. Steve, había
sido formado en la EMDR y estaba tratando de determinar el
interés que pudiera tener una investigación más seria sobre la
eficacia de la EMDR en el tratamiento del TEPT y, en caso
positivo, formaría parte del equipo que iba a llevar a cabo un
proyecto de investigación formal a gran escala sobre el méto-
do. Mia había sido remitida a Steve con un diagnóstico de
TEPT, de modo que cumplía con los requisitos necesarios
ATRAVESANDO EL DUELO 295

para participar en ese estudio preliminar. Varios de los inves-


tigadores, sin embargo, no se mostraron dispuestos a incluir a
Mia en el estudio, porque consideraban que la gravedad de
sus síntomas (depresión mayor, trastorno de estrés postrau-
mático e impulsos suicidas) no sólo dificultaría el tratamien-
to, sino que podría llegar incluso a resultar contraproducente.
Pero la opinión de Steve era diferente: «Ésta es la vida real y
éstas son las personas a las que se supone que podemos ayu-
dar». Al final, Steve discutió detenidamente el caso con el
psiquiatra de Mia y decidieron seguir adelante con el trata-
miento.
Cuando Mia tomó asiento en una de las desnudas salas de
consulta del Institute, Steve se sentó en diagonal frente a ella
a pocos centímetros de distancia. Mia y Steve se habían visto
una semana antes, en una sesión ciertamente muy dolorosa
para Mia, en la que le había puesto al corriente de la muerte
de Billy y de los problemas que ello le había provocado. En
esta nueva sesión, Mia empezó leyendo en voz alta, con el
mentón levantado y la voz profunda y cargada de dolor, su
relato de la muerte de Billy que ya le había contado durante
el primer encuentro.
—¿Cuán inquietante te ha resultado —le preguntó Steve,
cuando hubo terminado—, en una escala de O a 10 (donde O
es “nada perturbador” y 10 es “la peor experiencia imagina-
ble”), la lectura?
—Un 10 —replicó inmediatamente Mia.
—¿Y qué parte de la historia te ha resultado más desagra-
dable? ¿Qué es, dicho de otro modo, lo que más te ha inquie-
tado?
Ver su cuerpo diseminado por la escena del accidente.
—¡Tienes una imagen mental al respecto?
Sí.
—¿Cuáles son las palabras con las que te lo describes”
296 EMDR

—Terrible, espantoso, increíble.


—¿Y qué dice eso sobre ti?
—Hay veces en que todavía no puedo creérmelo. No con-
sigo desembarazarme de ello y siempre está dando vueltas en
mi cabeza. Creo que siempre estará ahí. No puedo quitarme
de la cabeza esa imagen.
—¿Y qué piensas de ti cuando ves esa imagen?
—Me siento culpable —dijo, en voz apenas audible—.
Trabajase o no trabajase, se hallaba bajo mi responsabilidad.
Tenía 11 años y sólo estaba a dos manzanas de distancia, en
un lugar al que nunca antes había ido.
—¿Qué preferirías, en su lugar, creer?
—Que fue un accidente.
—¿Cómo describirías esa emoción?
—Como un dolor muy agudo en el pecho. Me siento vacía,
como si me hubiesen arrancado un pedazo de mi ser, como
si me hubieran robado parte de mi corazón. Mi vida ha expe-
rimentado un vuelco completo.
Steve le pidió entonces que se concentrase en la imagen
del cuerpo de su hijo diseminado por las vías e inició los
movimientos oculares.
Al finalizar la primera serie, Steve advirtió que, detrás de
sus gafas oscuras, los ojos de Mia estaban empañados de
lágrimas. Entonces le acercó una caja de pañuelos, pero ella
no cogió ninguno. Steve se dio entonces cuenta de que Mia
parecía empeñada en no llorar y se esforzaba deliberadamen-
te en contener las lágrimas. Luego esperó a que hablase, pero
Mia no dijo nada.
—Permite que en tu mente aflore todo lo que tenga que
aflorar —dijo Steve amablemente—. Luego obsérvalo y déjalo
irse.
Entonces empezaron una segunda ronda de movimientos,
y cuando acabaron, Mia se quedó un buen rato en silencio.
ATRAVESANDO EL DUELO 297

Luego añadió:
—La imagen desparece... pero luego vuelve a presentarse.
¿Continuamos?
SÍ.
La tercera serie de movimientos duró bastante tiempo,
quizás dos o tres minutos.
—¿Qué ha sucedido? —preguntó Steve, al concluir.
—La escena ha cambiado. La imagen relativa a las vías se ha
desvanecido. Y aunque nunca estuve realmente ahí, mi mente
sí que lo hizo, mientras estaba en el coche de la policía.
El hecho de que la imagen estuviera empezando a cam-
biar era una buena señal.
La cuarta serie también fue muy larga, y en ella Mia
empezó a atravesar de manera espontánea una secuencia cro-
nológica de varios eventos informando, después de cada
serie, de los cambios que se producían en la escena. Eso es
algo que sucede con cierta frecuencia durante la EMDR por-
que, cuando se pone en marcha el procesamiento de la infor-
mación, el recuerdo del episodio traumático va cambiando
sin necesidad de que el paciente permanezca atorado en la
parte más difícil.
Estaba con mi familia... estábamos reunidos y llorando
en casa de mi madre.
—¿ Dónde estabas tú?
—También estaba ahí.
Continúa.
Después de la quinta serie, Mia dijo:
—Ya no estaba en casa de mi madre, sino en el funeral. No
quería salir del coche, pero finalmente lo he hecho. No podía
creerme que estuviera ahí. Cuando han sacado el ataúd he
visto que, sobre él, había una fotografía en la que Billy y yo
estábamos juntos y me he quedado atrapada en esa imagen.
Séptima serie.
298 EMDR

—Estaba en el trabajo. Había vuelto a trabajar y recibía las


condolencias de todo el mundo.
Luego llevaron a cabo una octava serie.
—FEra el día de Acción de Gracias, un día festivo. Billy y
yo habíamos decidido pasar juntos ese día. Pero él no estaba
ahí. Luego llegó la Navidad y no hubo regalos ni tampoco
árbol. Era un día como cualquier otro.
—Eso es muy triste. ¿Puedes permanecer con esa tristeza?
Cuando Mia asintió, emprendieron la novena serie, fina-
lizada la cual, Mia dijo:
—He llevado flores a la tumba de mi hijo y pensaba que
nunca volvería a verle —dijo, con voz apenas audible y el ros-
tro tenso, por el esfuerzo de reprimir las oleadas de dolor.
Luego emprendieron la décima serie, que les llevó unos
28 minutos de movimientos oculares.
—He soñado que le abrazaba y le pedía que se quedase un
poco, sólo un poco más. Sentía como si de verdad estuviera
abrazándole, pero cuando he despertado, ya no estaba ahí.
Era un sueño muy real. Realmente estaba abrazándole.
Entonces emprendieron la undécima serie.
Sigo viendo trenes... sigo viéndolos sin poder salir de
ahí... trenes y más trenes... los veo como en un sueño,
pasando velozmente junto a mí.
Luego llevaron a cabo la duodécima serie.
—Esta vez han pasado muchas cosas —dijo Mia, separando
las manos y aferrándose a los brazos de la silla—. Estoy en la
iglesia, celebrando una misa por mi hijo y encendemos velas.
A pesar de todo sigo viéndolo. Lo veo muy claramente. Es
como si mi mente no quisiera despojarse de esa imagen.
¿Qué es lo que te asusta ante la posibilidad de abando-
nar esa imagen?
—El hecho de que nunca más estará ahí.
¿Cuántos de nosotros nos hemos sentido así? ¿Cuántos de
ATRAVESANDO EL DUELO 299

nosotros hemos temido que si nos desembarazamos de la


imagen o del dolor, perderemos para siempre a nuestro ser
querido?
—Permanece ahí.
Después de la decimotercera serie, Mia dijo:
—Me he dejado llevar por esa imagen, pero sigue ahí. No
desaparece. Luego me he visto sola, caminando sola y él ya
no estaba conmigo. Luego efectuaron la decimocuarta serie.
—Estaba con Ray [su novio]... primero estaba sola y luego
con él, viendo la película Mrs. Doubtfire. Estábamos riéndo-
nos. Me sentía feliz. Parte del dolor había desaparecido.
Entonces emprendieron la decimoquinta serie.
—He visto que colocaban una valla... en el lugar en el que
había muerto mi hijo. Es como si mi mente estuviera orde-
nándose. Las cosas parecen ahora presentarse de manera
ordenada en mi mente, tal y como han sucedido, y me he
detenido al llegar a las vallas.
—¿Están ahora esas vallas ahí?
-Siguen ahí. Las colocaron en primavera... la cabeza...
tengo dolor de cabeza. Me duele mucho la cabeza.
—¿Cómo te sientes si vuelves ahora a la escena original?
—¡¿Que cómo siento la escena original? Un tanto difusa.
Todavía puedo recordarla, pero está desvaneciéndose.
Steve le pidió entonces que valorase la intensidad de su
angustia en la escala de 1 a 10.
—Un 5 —respondió Mia.
—¿Y qué es lo que crees que impide que esa puntuación
baje más todavía?
—Aun hay algo...
—¿De qué se trata?
-De su cuerpo desarticulado y disperso por ahí.
Sigamos con esa imagen. Déjala ir y observa lo que apa-
rece después.
300 EMDR

Luego llevaron a cabo la decimosexta serie.


—Todavía aparece la misma imagen. Le digo a mi hijo que
no puedo ayudarle: «No puedo ayudarte. No puedo recompo-
ner tu cuerpo».
—Permanece mentalmente ahí.
Entonces llevaron a cabo la decimoséptima serie.
—He visto a mi hijo — dijo Mia, con la voz entrecortada
por la emoción— y me ha dicho: «No puedes recomponer mi
cuerpo. Ahora soy un ángel y sólo Dios puede hacerlo», y
mientras lo decía, era igual que antes.
—Permanece ahí.
—Lo veo en el cielo, con mi abuela. Estaban juntos miran-
do hacia abajo —repitió, gimoteando, después de la decimoc-
tava serie.— ¿Y cómo te hace sentir eso?
—Mejor.
—Permanece mentalmente ahí.
Luego llevaron a cabo una decimonovena serie muy
breve, tras la cual Mia permaneció en silencio un buen rato.
Luego agregó:
—Le he pedido a mi abuela que cuidase de Billy y me ha
dicho que lo haría. Ahora están juntos.
—¿Y qué significa esto para ti?
—Que alguien cuida de él.
Entonces llevaron a cabo una vigésima serie.
—Me ha dicho que estaba bien. Decía: «Sé feliz. Estoy
bien».
—¿Significa eso acaso que no hay nada ahora que te impi-
da ser feliz? —preguntó Steve, comenzando la vigesimopri-
mera serie, mientras Mia movía los ojos de un lado a otro.
Le he dicho que, sin él, no quería ser feliz. Me resulta
muy difícil ser feliz sin él. Pero también le he dicho que lo
intentaría. Tengo que intentarlo —dijo Mia, al concluir esa
serie.
ATRAVESANDO EL DUELO 301

—¿Estás bien?
Mia asintió.
—¿Cómo es ahora la escena original? —preguntó Steve,
después de la vigesimosegunda serie.
—No está mal. Tal y como ha sucedido, pero...
—¿Y en una escala de O a 10?
-Un 0.
—¿Cómo te sientes?
—Me siento mejor.
—Cierra los ojos durante unos instantes y siente tu cuerpo.
¿Qué es lo que sientes?
—Me siento aliviada. Me siento más ligera, como si me
hubiera quitado un gran peso de encima. Cuando pienso en
el modo en que antes me sentía era muy duro, realmente muy
duro. Pero ya no veo las cosas igual. Es como si la parte
dolorosa hubiera desaparecido.
—¿Está bien tratar de ser feliz? —preguntó Steve.
SÍ.
—Terminaremos aquí.
Una hora y once minutos después del momento en que la
empezaron, llevaron a cabo la vigesimotercera y última serie
de movimientos oculares del día. En ésta, la primera de las
tres sesiones de EMDR que Steve y Mia realizaron, se cen-
traron en la terrible muerte de Billy. Como suele suceder con
las personas que se ven obligadas a atravesar el proceso del
duelo, la EMDR aceleró este aspecto del sufrimiento de Mia,
porque la persona se da cuenta de que el modo en que la per-
sona ha muerto es lo que menos importa. Lo realmente
importante es que la persona ha dejado de estar presente y los
detalles carecen de toda importancia. Siguiendo el protocolo
desarrollado por Steve para trabajar con el duelo complicado
y doloroso, su siguiente sesión se centraría en las consecuen-
cias de la ausencia de Billy.
302 EMDR

Una semana más tarde, Steve y Mia se reunieron para su


segunda sesión de EMDR.
—¿Cómo estás? —preguntó Steve.
—He estado bien durante toda la semana, pero ayer vi a un
niño que me recordó a Billy y, desde entonces, no he dejado
de pensar en él.
—¿Cómo te sientes al pensar ahora en la escena original?
—Durante toda la semana la intensidad ha sido de O. Me
sentía muy bien. Pero ahora ha subido a 2. Había algo en ese
muchacho...
Steve sabía que ésa era una buena señal porque cuando se
ha completado parte del trabajo, pero se sabe que todavía
queda mucho por hacer, uno se protege antes del tratamiento.
Entonces sucede o se recuerda súbitamente algo que pone de
relieve que uno está en condiciones de seguir adelante con el
tratamiento. Steve también advirtió que el lenguaje corporal
de Mia todavía decía “depresión” y que su rostro era pálido e
inexpresivo y se hallaba enmarcado por dos mechones de pelo
castaño que debía despejar continuamente de su frente.
Cuando se centraron en ese sentimiento “de intensidad
2”, lo que se le presentó a Mia no fue la imagen del cuerpo
desmembrado de su hijo que la había perseguido durante la
sesión anterior, sino la vuelta a la escena original y su frené-
tica lucha por recoger los fragmentos del cuerpo de su hijo,
mientras su familia y la policía la sostenían.
Cuando trataron ese recuerdo con la EMDR, afloró una
imagen completamente distinta y Mia empezó a sollozar en
silencio.
—He visto a mi hijo. He visto su rostro. Estaba muy feliz
y sonreía —dijo Mia, con el rostro relajado—. No podía libe-
rarme de mi dolor hasta que el suyo no hubiese desapareci-
do. «Me marcho. Debo hacerlo. Volveremos a estar juntos.»
—¿ Puedes dejarlo marchar?
ATRAVESANDO EL DUELO 303

—NOo lo sé. Lo intentaré, pero no lo sé.


—Bien. Trata de mantener esto en tu mente y no impidas
que aflore lo que tenga que aflorar.
Durante la siguiente serie, Mia empezó a mover los
labios, como si estuviera hablando silenciosamente con
alguien. Al finalizar la sesión, enjugó sus ojos empañados de
lágrimas.
—Se iba y estaba enfadado conmigo porque no le dejaba.
«Debes dejarme ir, debes soltarme.» Y, finalmente, se ha ido.
Ya no puedo verlo, pero estaba enfadado conmigo.
—¿Y eso qué significa?
Significa que tengo que... pero es difícil, porque cada
día debo enfrentarme al hecho de que se ha ido. Y él no sabe
lo que siento aunque, quizás, en realidad, sí que lo sepa. No
sé:
—Mantén esto en tu mente —dijo entonces Steve, empren-
diendo otra serie—. Y, mientras dirigía sus movimientos ocu-
lares, añadió, con la intención de movilizar el proceso de ela-
boración en un punto en el que suele quedarse estancado:
»¿Adviertes alguna diferencia entre dejarle ir y olvidarte
de él?
—No.
—¿Crees que lo que te pide es que te olvides de él?
—NO0.
—Quizás te esté pidiendo otra cosa.
Entonces emprendieron otra sesión.
-No, lo cierto es que se trata de dos cosas diferentes.
Dejar ir y olvidar son, en realidad, cosas diferentes. Sea
como fuere, sin embargo, puedo soltarlo sin olvidarme de él,
porque la verdad es que siempre estará conmigo.
Nueva serle.
Me dice que soltar y olvidar son dos cosas diferentes.
Jamás le olvidaré, porque su recuerdo siempre permanecerá
304 EMDR

conmigo. Nadie podrá quitármelo nunca. Finalmente recor-


daré lo que era, no lo que le ha sucedido. Ahora estoy real-
mente en condiciones de dejarlo ir.
Luego emprendieron otra serie, durante la cual Steve le
preguntó:
—¿Te parece que esta vez va todo bien?
—Sí, todo va bien. Ahora se ha ido.
YO
—Está bien. Se ha ido. Pero lo que se ha ido ha sido su
cuerpo, porque él nunca se irá.
—Eso está muy bien.
—Mientras permanezca en mi recuerdo, siempre estará
conmigo.
—¿Puedes seguir centrada en esta idea?
Sí. Puedo intentar hacer las cosas mejor.
—Permanece con eso —dijo Steve, comenzando una serie
que resultó muy corta.
—Parece que las cosas pueden ser diferentes —dijo ella.
—¿En qué sentido? —preguntó Steve.
—Tengo sentimientos muy encontrados con respecto a lo
que ha sucedido. Pero lo cierto es que, suceda lo que suceda
y cambie lo que cambie —trabajo, casa, etcétera—, él siempre
estará conmigo, siempre permanecerá conmigo.
—¿Cómo te sientes ahora?
—Mejor.
—¿Qué te parece ahora la escena original?
—Un tanto difusa. Ahora ya no quiero ir al escenario del
accidente [donde Billy encontró la muerte]. Realmente no
quiero ir. No quiero olvidar lo sucedido, sino tan sólo el
modo en que ha sucedido. Él se ha ido, como también se han
ido muchos otros. Pero jamás le olvidaré .*
—¿Y cómo valoras esta situación en la escala de O a 10?
Como un 0.
ATRAVESANDO EL DUELO 305

—¿Y cuál es la veracidad que atribuyes al hecho de que no


ha sido más que un accidente?
—Como “muy verdadero”. Un accidente que en nada se
diferencia, por cierto —dijo Mia, tras una pausa—, de la muer-
te de mi abuela. Ella era ya muy vieja.
—¿Tu abuela?
—Creo que ella cuidará ahora de Billy. Ella se marchó
antes para poder cuidar de él.
—¿Te sientes responsable de su muerte? —preguntó Steve,
para verificar el avance, porque éste suele ser uno de los pun-
tos más difíciles y dolorosos.
No dijo Mia, con voz desfalleciente.
—Permanece con eso —dijo entonces Steve, emprendiendo
una nueva serie muy breve.
—Hice todo lo que pude por él mientras estuvo aquí.
Realmente no podía... soltarlo, pero ahora ya no es respon-
sabilidad mía.
Una nueva serie.
—Ahora todo ha cambiado. Ya no se trata de volver men-
talmente a todas esas cosas. La sensación de culpabilidad ha
desaparecido. Todo eso ha desaparecido. Todo es tal y como
debe ser. Todo ha desaparecido.
Cuando todo cambia tenemos que aceptar aquello en lo
que nos hemos convertido. Y hay ocasiones en que esta acep-
tación supone una nueva sensación de identidad. Mia ya no
podía seguir definiendo su vida como madre de Billy. Debía
enfrentarse emocionalmente a lo que tenía que abandonar y
a lo que necesitaba asumir.
—¿Puedes vivir con eso?
Mia asintió, esbozando una sonrisa.
—¿Puedes intentarlo? —preguntó nuevamente Steve.
—Lo intentaré.
Otra serie muy breve.
306 EMDR

Trataré de vivir con eso y lo aceptaré. Y también trataré


de seguir adelante con mi vida.
—¿Qué quieres decir con «trataré de seguir adelante con
mi vida»?
—Trataré de volver a trabajar. No sé si quiero volver a ese
trabajo. Estar ahí me resulta doloroso, porque ahí es donde
estaba cuando murió. Quizás podría hacer alguna otra cosa.
—¿Puedes mantener esto en tu mente y ver qué es lo que
aflora?
Nueva serie.
—No me veo volviendo a ese trabajo. Durante este tiempo
he estado haciendo de canguro de mis sobrinos un par de
veces por semana. Tal vez pueda hacer algo así. Me siento
mejor cuando estoy rodeada de niños.
—Sigue pensando en esto y observa lo que aflora.
Nueva serie.
—Me veo rodeada de niños, mis sobrinos y los dos hijos
de mi compañero. Me veo con ellos. Es como llevar otro tipo
de vida, no cuidaré de Billy, pero asumiré la responsabilidad
de cuidar de un niño. Quizás adopte un niño. [Los médicos
le habían dicho que no podía tener otro hijo.] Hay muchos
niños que necesitan una familia que los cuide.
Otra serie.
—Pero también quiero que sean hijos míos —dijo Mia, son-
riendo—. Y aunque no quiero que me los vuelvan a arrebatar,
sé que eso está fuera de mi alcance. Quizás sea algo que
todavía tenga que trabajar.
Uno nunca sabe lo que la vida le deparará —dijo delica-
damente Steve— hasta que, un buen día...
—Es cierto. Si me comportase así, sería la misma persona
de siempre. Quizá por ello mi mente se resista a aceptar las
cosas. He educado a mi hijo durante 12 años —una parte muy
importante de mi vida— y, finalmente, me lo han arrebatado.
ATRAVESANDO EL DUELO 307

Ésa había sido, hasta el momento, la respuesta más larga


de Mia.
—Quizá pueda volver a conectar con esa parte de mi ser
—agregó—, pero no a través de él, sino de otro niño. Necesito
dejarlo ir.
Otra serie muy corta.
-Se ha ido. No puedo olvidarlo. Él no quiere que lo olvide,
sino que lo recuerde. Creo que debería dejarlo ir, nadie puede
hacerlo por mí. Esto es lo más difícil y tengo que hacerlo yo.
—Quizá haya llegado ya el momento de intentarlo de ver-
dad —agregó—. Hasta ahora he tratado de aferrarme a cual-
quier cosa que me hiciera sentir que todavía estaba vivo.
Pero no puedo seguir haciéndolo, porque no descansaría en
paz. Ya no le molestaré más. Ahora tengo que concentrarme
en esto, en el hecho de soltarlo.
Nueva serie.
—La frase «soltar sin olvidar» da vueltas y más vueltas en
mi cabeza —dijo entonces Mia, mientras las lágrimas rodaban
mejillas abajo y mantenía las manos fuertemente unidas en
su regazo.
—No hay nada, Mia, que pueda hacer para eliminar la tris-
teza. Creo, además, que las cosas deben ser así. Eso forma
parte del recuerdo.
—Así es. Estaría muy bien que no estuviese triste, pero en
tal caso, probablemente habría algo que no funcionaría bien.
—¿Puedes vivir con esto? ¿Está todo bien?
Otra serie muy breve.
Creo que las cosas están bien.
—¿Cuán verdadero lo sientes en una escala de 1 (“comple-
tamente falso”) a 7 (“completamente cierto”)?
—Completamente cierto.
—Mantén esto en tu mente —y, para reforzar la creencia
positiva, llevaron a cabo otra breve serÉr
308 EMDR

Siento como si me hubiera quitado un gran peso de la


mente. Me siento en paz, mucho más en paz que nunca. Me
siento mucho mejor.
—¿Cómo está tu corazón?
—Todavía me duele, pero es diferente. Creo que siempre
me dolerá. Siento una especie de vacío, un vacío que nada ni
nadie podrá colmar, porque ese lugar le pertenece y ahí
puedo guardar todos los recuerdos que tengo de él.
—¿ Crees que hoy nos queda todavía alguna otra cosa que
hacer, Mia?
—No. Todavía sigo dándole vueltas a la frase «soltar no es
lo mismo que olvidar». Seguiré pensando en eso... y de
mantener esa idea en mi mente.
Así terminó la segunda sesión.
Cuando, una semana después, Mia volvió a la tercera y
última sesión, Steven advirtió que su rostro había recupera-
do el color y que su cabello estaba más ondulado. También
vestía con colores más brillantes, incluida una camisa de un
violeta intenso. Steve consideraba esa última sesión como
una oportunidad para comprobar si todavía quedaba algo sin
resolver, algún miedo o alguna creencia negativa que pudie-
ra impedir la conclusión del duelo y obstaculizar, en conse-
cuencia, su proceso de curación.
¿Cómo van las cosas? —preguntó.
—Bien. Bastante bien. He seguido pensando en la frase
«soltar no es lo mismo que olvidar». Y todavía trato de
hacerlo... Han sido días muy dolorosos, días en los que he
soñado con Billy, que estaba sentado en una silla. A veces los
sueños no nos ayudan.
—¿Cómo duermes?
Mejor. La escena original [los fragmentos de su cuerpo
esparcidos por las vías] es ahora muy difusa. Antes, cada vez
que pensaba en ellos, los magnificaba... y lo pasaba real-
ATRAVESANDO EL DUELO 309

mente muy mal. Ahora ya no es así. Esa escena ha dejado de


obsesionarme.
—¿Te sientes estancada?
—Ahora pienso en la muerte... no en una cosa concreta
como el tren o la escena original. Creo que he hecho lo que
tenía que hacer, llorar cuando tenía que llorar — dijo Mia, con
los brazos relajadamente apoyados en la silla. Mientras
hablaba, movía la cabeza y cambiaba la expresión de su ros-
tro, algo que nunca antes había ocurrido. También la intensi-
dad de su voz era mayor que nunca.
—¿ Has llorado durante esta última semana?
—Ayer lo hice. A causa del sueño. Ha sido la primera vez
en toda la semana. Antes lloraba a diario.
No puedo cambiar lo que ha sucedido. La muerte siempre
estará ahí. Sigo creyendo que, más pronto o más tarde, todos
tenemos que morir... quiero vivir y hacer todo lo posible para
ser una buena persona. Sé que mi hijo está en el cielo. Y sigo
pensando que, finalmente, volveré a encontrarme con él. Esto
es lo que me salva, pensar que un día estaré con él.
—Ya pensaste, al tomar las píldoras, que podía ser un
modo de precipitar el encuentro con él —dijo entonces Steve,
refiriéndose a su intento de suicidio—. ¿Todavía tienes esos
pensamientos?
-Sinceramente, sí, he tenido algunos pensamientos de ese
tipo. Pero, en realidad, no sería lo que debería hacer. Uno no
tiene que acabar así con su vida. Dios se enfadaría mucho
conmigo. He dañado a muchas personas. Mi familia también
ha sufrido mucho [con la muerte de Billy].
—¿Cómo van las cosas en casa [en casa de su madre,
donde vivían ella y Billy]?
-No muy mal.
—¿Puedes soportarlo?
_Sí. Pero me gustaría que mis padres se mudasen. Les
310 EMDR

resulta muy doloroso seguir viviendo ahí. Pero cuando uno


es propietario, no resulta tan sencillo empaquetar las cosas y
mudarse.
—¿Cómo valorarías ahora la escena original en la escala
de 0 a 10?
Como un 0. Ahora veo las cosas de manera diferente.
Mucho más difusa. Fue un accidente. Es algo que ha sucedi-
do. Mi hijo ya no está ahí [en las vías del tren], descansa en el
cementerio y, cuando quiero estar con él, es ahí adonde voy.
—¿Qué sucede cuando imaginas de nuevo la escena?
—No me resulta tan difícil como antes. El dolor que antes
sentía en el pecho ha desaparecido y la escena es mucho más
difusa. Antes era mucho más clara.
—¿Qué es, si ahora volvieras a esa escena, lo que más te
preocuparía?
—Ya no me molestaría el tren, la gente o estar en el coche
de la policía. Sólo me molestaría su cuerpo.
—¿Quieres que procesemos ahora este punto con la
EMDR? —Y, cuando Mia asintió, Steve agregó— ¿¿Qué es lo
que piensas cuando evocas mentalmente la imagen del cuer-
po de Billy?
—Tristeza.
—¿ Y cuáles son las palabras tuyas que crees que acompa-
ñan mejor a esa imagen?
—Me horroriza el simple hecho de pensarlo. Incredulidad.
—Durante la primera sesión te sentiste culpable. ¿Cómo te
sientes ahora?
Ahora no. Ahora ya no me siento culpable. Ahora culpo
a los dos trabajos que tenía.
—Mantén ahora esa sensación de culpabilidad junto a lo
que queda de esa imagen. ¿Cuál es el sentimiento que, cuan-
do lo haces, aparece en tu cuerpo?
Que, en realidad, no ha sido culpa mía.
ATRAVESANDO EL DUELO 311

Steve levantó entonces la mano derecha y empezaron la


primera serie de su última sesión. Fue una serie muy larga, al
finalizar la cual, Mia permaneció en silencio aproximada-
mente durante un minuto.
—Veo que la culpa se disuelve porque, en realidad, no es
culpa de nadie.
Nueva serie.
Creo que todos nos vimos inmersos en un accidente. Y
en un accidente, nadie tiene la culpa, porque nadie ha hecho
nada de manera deliberada.
—¿Estás segura?
—Completamente.
Nueva serie.
Sigue pareciéndome un accidente. Eso es todo. Eso es lo
que ha sido. No ha sido culpa de nadie.
—¿Ni siquiera ha sido culpa tuya?
—No, porque yo estaba trabajando y, aunque hubiese esta-
do en casa, Billy se hallaba a una manzana de distancia...
¿Cómo hubiera podido evitarlo? Quizás pueda culpar al niño
que le llevó allí, pero no se puede culpar a un niño.
Nueva serie muy breve.
-La culpa ha desaparecido —dijo Mia, lentamente, como
en un sueño—. No es culpa de nadie, ni siquiera de su amigo.
—¿Y qué me dices de tus trabajos?
—Nada. Tenía que trabajar, lo comprendiera o no. Lo hacía
por él, para poder proporcionarle todo lo que quería. Pero no
sé si realmente lo comprendía, porque no le gustaba que tra-
bajase tanto.
—¿Qué te molesta ahora cuando piensas en el accidente?
—Culpo al ferrocarril, por carecer de barreras. Es cierto
que mi hijo hizo mal en ir ahí, pero ellos también lo han
hecho mal, por no cuidar adecuadamente la seguridad. Ha
sido un accidente, pero él era un niño y, como tal, era curio-
312 EMDR

so. Quería conocerlo todo. Todos sabemos que un tren es,


para un niño, una cosa maravillosa. «¡Oh! ¡Un tren!»
—¿Puedes perdonarle por eso?
—¿A quién?
—A tu hijo.
—Todavía estoy... enfadada con él por eso.
Aunque resulta difícil admitir, hablando en términos gene-
rales, que uno está enfadado con una persona muerta, porque
eso puede intensificar la sensación de culpabilidad, se trata,
no obstante, de una respuesta completamente natural.
Nueva serie. En ese momento, Steve y Mia llevaban media
hora de sesión.
—Puedo imaginarme que le veo y le digo que estoy enfa-
dada con él. Ya me ha causado mucho dolor y mucho sufri-
miento. Él nunca hubiese querido que sucediese... debo per-
donarle por eso.
Nueva serie.
Las lágrimas rodaron entonces por las mejillas de Mia y
Steve le dio un pañuelo.
—Mi hijo siempre decía «nunca te dejaré, mamá», yo pen-
saba en ello y en que se ha ido... Sé que nunca quiso hacer-
me daño, pero se vio obligado a abandonarme.
—¿ Puedes aceptarlo?
—Resulta difícil, pero lo intentaré.
Nueva serte.
Le digo que trataré de aceptar que no ha querido dañar-
me intencionalmente. Estoy segura de que, de haberlo sabi-
do, jamás se hubiese ido.
—¿Se acabó la culpa?
Sí.
—¿A qué culparías, si todavía quedase algún resto de culpa?
-Al tren. Se trata de una tragedia absurda... Creo que la
parte relativa a su pie todavía me persigue porque si no se
ATRAVESANDO EL DUELO 313

hubiese quedado atrapado, habría podido escapar. Una mujer


me dijo que le vio forcejeando y tratando de sacar el pie de
las vías, pero por más que lo intentó, no llegó a conseguirlo.
Nueva serie.
—Hubiera deseado estar allí para ayudarle a salir y pre-
guntarle a su amigo porque no le había ayudado... pero tenía
miedo.
Nueva serie.
—He podido ver a mi hijo... he hablado con él. Me ha
dicho «no ha sido culpa de nadie, mamá». Él nunca quiso
dejarme. Pero debo seguir adelante. Eso es lo que me dice.
Eso es lo mejor. Sé que es lo mejor.
—¿Qué es lo que te impide, en lo más profundo de ti —pre-
guntó entonces Steve—, considerar la afirmación «pero no
está aquí» como “completamente verdadera”?
—No quiero que lo sea.
Nueva serie muy larga, quizá de tres minutos.
—Puedo imaginar... que se ha ido... pero no es así como
se supone que funciona la vida. Nadie debería verse obliga-
do a enterrar a su hijo. Pero lo fundamental es que él ya no
está. Se ha ido y no puedo hacer nada más que aceptarlo y
seguir adelante, para que el resto de mi vida merezca la pena.
Trataré de seguir adelante.
—¡Cómo te sientes ahora, Mia, si evocas la escena original?
-De ningún modo especial. Como algo que ha sucedido
y, al mismo tiempo, no ha sucedido. Se ha ido y eso es todo.
Esa escena ya no puede dañarme. No permitiré que lo haga,
porque no puedo cambiar absolutamente nada. Quizá antes
me preocupaba porque siempre le imaginaba a él en la esce-
na. Pero ahora ya tengo claro que él no está en esa escena...
lo he sacado de ahí y lo he colocado en el cielo.
-Si pensando en todos los acontecimientos de este día,
dejas que tu mente se mueva libremente y llegas a una parte
314
A A EMDR A

que parece inquietarte, abre los ojos y dime de qué se trata,


así podemos trabajar sobre ello.
Mia permaneció en silencio un buen rato y luego dijo:
—Volver a casa de mi madre después de que me acompaña-
ran al hospital y ver el estado en el que se encontraba mi fami-
lia [los padres, los hermanos, las hermanas, los cuñados y las
cuñadas de Mia estaban destrozados por la muerte de Billy].
Resultó muy doloroso, pero yo quería ahorrarles ese dolor.
Nueva serie.
—Les dije que no quería que sufriesen, pero ellos me res-
pondieron que no podían hacer otra cosa.
—¿ Puedes vivir con eso?
Nueva serie.
—Me dijeron que lo que estaba ocurriéndoles era normal,
que era parte de la vida que tenían que vivir. Pero lo cierto es
que estaban más preocupados por mí. Mi familia, mis herma-
nos, mis hermanas, mis padres y mis sobrinos estaban destro-
zados. Á veces, a pesar de estar mal, me veía obligada a con-
solarlos. Aún hoy creo que hay ocasiones en que Billy me
ayuda a hacerlo, porque no sé de dónde saco la fuerza.
¿Cómo te sientes ahora si piensas en esa escena, en la
escena de vuelta a casa de tus padres?
—No muy mal. No tan mal, al menos, como antes.
—¿ Cuánto, en una escala de O a 10?
Aproximadamente un $5.
¿Qué es lo que impide que la valoración sea inferior?
—El dolor que suscita. Sólo el dolor.
Nueva serie
Puedo ver a mi familia. Puedo verles diciéndome que
están bien. Creo que lo están pasando mal, pero la escena ya
no me resulta tan desagradable.
¿Qué palabras tuyas acompañan a esa imagen?
—Les quiero mucho.
ATRAVESANDO EL DUELO 315

—Me pregunto si te sientes culpable de su sufrimiento.


—Ciertamente que me sentí culpable por ello. Como si me
esforzara en asumir el sufrimiento de todo el mundo.
—Trata ahora de hacer eso. Trata de asumir el sufrimiento
de todo el mundo y dime lo que ocurre.
Nueva serie.
Creo que necesitaban vivir todo lo que han vivido.
Necesitaban eso. Se trata de una parte de la vida que nadie
podía ahorrarles. Nadie puede hacerse cargo del sufrimiento
de otra persona y, por más que alguien quiera hacerlo, resul-
ta imposible.
—¿Qué te parece ahora esa escena?
—Muy normal. Ellos hicieron lo que tenían que hacer y
yo, por mi parte, también hice lo que tenía que hacer.
—¿De 0 a 10?
—Un 0.
—Evoca de nuevo esos eventos y observa si todavía estás
atrapada.
En ese punto había transcurrido una hora de la tercera
sesión.
—Probablemente no me he despedido todavía de mi hijo.
—Enfrentémonos ahora a eso.
Nueva serie.
—No he podido decir adiós a esa escena ni a ese día, pero
recuerdo que cuando, la noche anterior, mi hijo se fue a dor-
mir —dijo Mia, haciendo una pausa, con la voz sofocada por
las lágrimas— me acerqué, como cada noche, a él, le abracé,
le di las buenas noches y le dije que siempre le querría. Y lo
mismo le dije esa noche: «Siempre te querré». A la mañana
siguiente, no le vi porque, cuando me marché a trabajar,
todavía estaba durmiendo. Así que, en realidad, sí que me
despedí de él... porque las últimas palabras que intercambia-
mos fueron «te quiero».
316 EMDR

Nueva serie muy larga. La mano de Steve se movía de un


lado al otro y Mia seguía sus movimientos a pesar de las
lágrimas que ahora nublaban sus ojos.
-A decir verdad, sí que me despedí de él... porque ésa fue
la última ocasión en que lo vi vivo. Ésas fueron nuestras últi-
mas palabras. Quizás se tratase —aunque, en ese momento, no
lo supiéramos— de un último saludo.
—¿Va todo bien?
—Muy bien.
Nueva serie.
—Realmente me he despedido de él. Esa noche me lo ha
recordado. Ésas fueron nuestras últimas palabras. Y también
me despedí de él cuando le enterré.
—¿Cómo te sientes ahora con esa escena, Mia?
—Mejor. Mucho mejor.
—¿Te sientes bien?
SÍ.
Nueva serie.
—Me siento mucho mejor.
—Veamos si hay algo que te sigue molestando...
No, no hay nada más. Creo que ya hemos trabajado
todas las cosas que anteriormente me obsesionaban. Y tam-
bién he encontrado la respuesta a lo que me preocupaba y no
creo que sigan preocupándome.
Éste fue un resultado muy importante de la terapia EMDR.
Mia sabía que era la responsable de su propia curación, y
Steve no había hecho sino acompañarla en el proceso. Como
dijo al finalizar su tercera y última sesión: «Ha sido para mí
un privilegio haber tenido la ocasión de ayudarte».

Cuando, ocho meses después, Steve vio a Mia con motivo de


una sesión de seguimiento, descubrió que estaba bien. Había
roto su problemático compromiso, había vuelto a vivir en
ATRAVESANDO EL DUELO 317

casa de su familia y había empezado a trabajar en el almacén


y, sobre todo, ya no sentía la necesidad de distanciarse de su
pasado, dormía bien, sin verse obsesionada por ningún
recuerdo del trágico incidente... y, por encima de todo, esta-
ba embarazada, porque los médicos se habían equivocado.
Cuando Mia volvió al Institute 15 meses después para
una nueva sesión de seguimiento, llevó consigo a su nuevo
bebé, Nicholas.
—Aunque ha sido realmente muy duro —le dijo a Steve,
cuando éste le preguntó cómo se sentía con respecto a la
muerte de Billy- debo seguir adelante... y puedo hacerlo.
Toda vida es importante y mi vida es tan importante como la
vida de mi hijo.
»Siento como si Dios me estuviese dando una segunda
oportunidad —le dijo a Steve, con lágrimas en los ojos. Pero,
en esta ocasión, las lágrimas no eran de tristeza, sino de agra-
decimiento y alegría.

Pero Mia y su familia no fueron los únicos en padecer las olas


del sufrimiento causado por la muerte de Billy. Nuestras
vidas están tan estrechamente entrelazadas que sólo nos
damos cuenta de ello cuando nos vemos golpeados por la tra-
gedia. Después del accidente, el maquinista que conducía el
tren que atropelló a Billy Russo sufrió un trauma por el que
tuvo que ser hospitalizado. Cuando salió del hospital volvió a
su trabajo, pero cinco meses después, cuando estaba a punto
de jubilarse, murió de un ataque al corazón.
Más allá de su dolor, Mia se sintió mal por ello. Quería
decirle que sabía que no era culpa suya. «No sé si me sentía
peor por él o por mí» —dijo.
La reacción de compasión de Mia no es nada habitual. «Lo
único que la gente te pregunta —dice Jim Duque, sindicalista
que, durante mucho tiempo, trabajó como maquinista— es
318 EMDR

“¡Por qué no frenaste?”. Pero la distancia de frenado de un tren


en movimiento supera los 500 metros. Y no puedes hacer otra
cosa. Nada de lo que el maquinista haga o deje de hacer puede
impedir que el tren arrolle todo lo que encuentra a su paso. El
maquinista puede decidir cómo responder a la situación, pero
no puede controlarla... y tampoco puede controlar el horror, el
dolor y la sensación de culpabilidad que todo ello genera.»
—Lo único que uno puede hacer es observar lo que ocurre
—recuerda Jim-—. Y no hay refugio alguno donde poder ocul-
tarse.

En enero de 1973, Jim, que por aquel entonces tenía poco más
de 30 años, era el conductor de la locomotora de un tren de
mercancías que transportaba mineral de hierro hacia el Norte
por un tramo de la Missouri Pacific Railroad que costea la
ribera occidental del Mississippi. Cuando la locomotora aco-
metía la curva que se halla a unos 40 kilómetros al Sur de
Saint Louis, Jim vio, a su derecha, el pequeño puerto en el que
estaban amarradas varias embarcaciones y barcazas fluviales.
Un estrecho camino con un paso a nivel conectaba el pequeño
puerto deportivo con un grupo de casas ubicadas a la izquier-
da de las vías, y, siguiendo el procedimiento habitual para tales
casos, Jim levantó la mano y accionó la sirena de alarma,
momento en el que advirtió que las cosas no iban bien.
Un poco más allá del paso a nivel hay un par de puentes,
uno para los vehículos que se dirigen al Norte y el otro para
el ferrocarril. Pero el puente de la carretera estaba inundado
y Jim apenas si pudo ver a cuatro muchachos empujando sus
bicicletas por el puente ferroviario que se halla a unos 300
metros.
En el momento en que vio a los niños, Jim accionó el
freno de emergencia. Con la mano izquierda empujó el freno
hacia la derecha, una maniobra que desembraga el motor y
ATRAVESANDO EL DUELO 319

acciona los frenos de la locomotora y de todos los vagones


mientras, con la mano derecha, tocaba el silbato sin parar. La
bicicleta de uno de los niños parecía haberse quedado atrapa-
da en el guardacarril y estaban forcejeando hacia adelante y
hacia atrás, tratando de liberarla. Luego, para alivio de Jim,
advirtieron la proximidad del tren y salieron corriendo.
«Gracias a Dios» —pensó entonces Jim, pero estaba equivo-
cado, porque uno de los niños, que no parecía estar dispues-
to a perder su bicicleta, dio media vuelta.
En vano intentó Jim tocar el silbato, porque su locomoto-
ra, seguida de casi 800 metros de vagones cargados de mine-
ral de hierro, a 80 kilómetros por hora, seguía su inexorable
marcha en dirección al muchacho y su bicicleta. Lo último
que recuerda haber visto es un niño de siete años que se pare-
cía mucho a su hijo corriendo hacia su bicicleta y dirigiéndo-
se directamente hacia el ángulo muerto de Jim, la zona ubi-
cada inmediatamente a la izquierda de la cabina. Entonces
escuchó el sonido del impacto y la mente de Jim se oscure-
ció. El episodio, desde el momento en que Jim advirtió la
presencia de los niños hasta el momento del impacto, había
durado unos 13 segundos.
Lo primero que advirtió Jim cuando recuperó la conciencia
fue que el tren se había detenido aproximadamente un kilóme-
tro más adelante. Pero cuando se dio cuenta de que, en algún
momento, debía haber desconectado manualmente los frenos
independientes de la locomotora, porque la válvula que los
controlaba estaba ahora cerrada, lo que significaba que, de
algún modo, habría anulado el mecanismo de emergencia y
desactivado los frenos secundarios, su corazón se desbocó.
¿Por qué lo habría hecho? ¿Y, sobre todo, cuándo?
Luego Jim recordó el impacto, salió de la cabina y cami-
nó hacia atrás en dirección al lugar del impacto. Quería
decirle al niño que todo estaba bien, que entendía por qué se
320 EMDR

encontraba en el puente del ferrocarril y, consciente de que


la bicicleta había quedado destruida, quería decirle que le iba
a comprar otra.
Pero cuando llevaba recorridos unos 300 metros largos vio,
bajo las ruedas del tren, una de las llantas retorcidas. Entonces
supo que el tren había atropellado algo más que la bicicleta y
no pudo seguir adelante, y cuando regresó a la cabina, la radio
le confirmó sus peores temores. Habían encontrado al mucha-
cho y estaba muerto.
En 1973, lo que le había ocurrido a Jim no era considera-
do como un “trauma”, sino como un elemento habitual del
paisaje laboral con el que deben convivir los maquinistas de
tren. Y es que cuando uno trabaja en el ferrocarril acaba vien-
do, más pronto o más tarde, una persona atropellada. Cuando
ese día volvió a casa, un amigo le dijo: «Haz lo que quieras,
pero mañana no dejes de trabajar. Ten en cuenta que, si lo
haces, tal vez no vuelvas. Mañana ve a trabajar y luego tóma-
te todo el tiempo que necesites. Pero mañana no dejes de ir a
trabajar»
Jim siguió su consejo y continuó con su vida normal, pero
lo cierto es que su vida no volvió munca más a ser normal.
Entonces empezó a beber y, como muchos otros, utilizó el
alcohol para amortiguar su dolor, pero sólo conseguía un ali-
vio provisional y la angustia no tardaba en presentarse. Era
incapaz de dormir toda la noche de un tirón y se despertaba
cada dos o tres horas. Tenía pensamientos y sentimientos recu-
rrentes sobre el accidente y se veía perseguido por la imagen
del muchacho volviendo sobre sus pasos. Y, cada vez que oía
hablar de un accidente de ferrocarril, se veía asediado por esas
imágenes. Cuando le asignaron la misma ruta, apenas si pudo
soportarlo, porque la mera visión del puente desencadenaba en
él flashbacks del accidente, hasta que le asignaron otro reco-
rrido.
ATRAVESANDO EL DUELO AN

El alcoholismo y los pensamientos obsesivos acompaña-


ron a Jim durante los próximos 19 años. Su matrimonio se
rompió, y aunque volvió a casarse, esa unión también acabó
en divorcio. Sus hijos crecieron, y cada cumpleaños, Jim se
veía asediado por imágenes de ese muchacho: «Si ahora
viviese tendría ocho... nueve... diez... quince... veintiún...
veintiséis años». La sensación de culpabilidad no le daba tre-
gua. Se estrujaba el cerebro tratando de pensar en lo que
podría haber hecho para evitarlo y se sentía tan culpable que
jamás le dijo a nadie que había desactivado el freno secunda-
rio. Quizás, de no haberlo hecho, el niño hubiese contado
con uno o dos segundos extra que le hubieran salvado la
vida. Y aunque intelectualmente sabía que uno o dos segun-
dos no significaban nada, se sentía como si hubiese apunta-
do a la cabeza del muchacho con una pistola y hubiese apre-
tado el gatillo.
En 1990, la Union Pacific (que se había fundido con
Missouri Pacific) empezó a organizar grupos de apoyo para
empleados que se habían visto implicados en lo que ahora se
denomina “incidentes críticos”. Jim que, por aquel entonces,
tenía poco más de 50 años y era muy respetado por su traba-
jo como presidente de la sección local del sindicato de
maquinistas, asistió a una de las primeras sesiones de forma-
ción de dos días para terapeutas de apoyo. El programa había
sido puesto a punto y dirigido por Tim Kaufman, un terapeu-
ta de la empresa que también había sido maquinista y enten-
día perfectamente, en consecuencia, lo difícil que podría
resultar para Jim describir todas esas vívidas imágenes y
sonidos y compartir sus sentimientos.
Tim empezó el curso de formación invitando al pequeño
grupo de hombres y mujeres, todos los cuales se habían visto
implicados, al menos, en un incidente crítico, a «dejar sus
armas en la puerta. No hablaremos de cuestiones de la
322 EMDR

empresa ni de la administración —les dijo—. Hablaremos de


los “incidentes críticos” y de lo que supone un grupo de
apoyo. Todos habéis pagado el terrible precio de admisión a
este taller, porque todos habéis estado implicados en algún
que otro accidente. El precio que deberéis pagar ahora por
participar en el taller consiste en escuchar respetuosamente
las experiencias de los demás y en mantener una estricta con-
fidencialidad sobre lo que aquí escuchéis».
—Muy bien =se dijo entonces Jim-—, pero yo no lo voy a
contar todo. Por nada del mundo mencionaré que desactivé
el freno secundario.
El dolor emocional de la sala iba aumentando en la
misma medida en que los participantes se sucedían en contar
sus dolorosos relatos. El grupo se enfrentó entonces a relatos
de muerte, desmembramiento, dolor y la inevitable sensa-
ción de culpabilidad. Fue la primera ocasión en que Jim vio
20 personas adultas llorando simultáneamente... y él era una
de ellas. Y cuando le tocó su turno, no se dejó nada en el tin-
tero.
Ese mismo día, Tim les presentó a Roger Solomon, un
psicólogo que, por aquel entonces, trabajaba para la policía
estatal de Washington, quien les habló de la EMDR, que
había estado utilizando exitosamente con agentes implicados
en incidentes críticos. Tim no estaba muy seguro del modo
en que reaccionarían los maquinistas, personas generalmen-
te conservadoras, escépticas, machistas y que contemplaban
con indiferencia el mundo de los sentimientos y, en conse-
cuencia, también la psicoterapia.
—Dadle una oportunidad a la EMDR y os ruego que pon-
gáis provisionalmente en suspenso cualquier opinión que de
antemano os pueda merecer —dijo entonces Tim al grupo.
Después de explicar en qué consistía la EMDR, Tim y
Roger empezaron a tratar a quienes se ofrecieron como volun-
ATRAVESANDO EL DUELO 323

tarios. Y aunque Jim Duque era uno de ellos, contemplaba


todo lo que ocurría con cierta suspicacia. No conocía el pro-
grama y tampoco conocía a Roger, pero estaba dispuesto a
intentarlo.
Roger y Tim decidieron empezar centrándose en la ima-
gen obsesiva del muchacho corriendo por las vías para salvar
su bicicleta. Se sentía triste y culpable, una sensación que
resumió en las palabras «Ha muerto por mi culpa», mientras
que su cognición positiva era «Hice todo lo que estuvo en
mis manos».
Entonces Roger comenzó la primera serie.
Lo primero que acudió a la mente de Jim al ver el movi-
miento de los dedos de Roger fue: «¡Esto no es más que un
juego!», pero no tardaron en ocurrir varias cosas. Después del
tercer movimiento de izquierda a derecha de la mano de Roger,
Jim empezó a revivir el incidente, instante tras instante. Se
hallaba nuevamente en la cabina de la locomotora haciendo
sonar el silbato de alarma, contemplando a los niños en las vías,
accionando el dispositivo de emergencia del tren y viendo
cómo uno de los niños volvía sobre sus pasos en dirección al
puente. Luego escuchó el ruido del impacto, pero en esta Oca-
sión, su mente no se oscureció, sino que era vívidamente cons-
ciente de todo lo que le rodeaba, incluida la imagen de su mano
izquierda sobre el mando del freno y de su mano derecha accio-
nando la alarma.
Con una ola de alivio tan intensa que casi se asemejaba a
la alegría, Jim se dio cuenta de que no pudo haber desactiva-
do el freno secundario hasta después del accidente, porque
tenía las dos manos ocupadas, y de que, en consecuencia, la
muerte del muchacho no se debía a una negligencia suya.
Entonces sintió como si todo su cuerpo se liberase de la
carga física que supone la sensación de culpabilidad y se
enderezase.
324 EMDR

Roger, moviendo todavía sus dedos de un lado a otro, vio


cómo el rostro serio de Jim se iluminaba y sus ojos se llena-
ban de lágrimas. La expresión del rostro de ese hombretón
expresaba su sorpresa, su liberación y también su felicidad.
—Durante todos esos años —dijo entonces Jim—, he alberga-
do la duda de que si no hubiese desactivado la válvula del
freno, quizás el niño todavía seguiría vivo. Pero ahora sé que
eso no era cierto. No lo hice hasta después del accidente. Hice
las cosas lo mejor que pude y lo cierto es que no pude hacer
otra cosa.
Más tarde, ese mismo año Tim llamó por teléfono a Jim
para ver cómo estaba y se enteró de que dormía bien y había
dejado de beber descontroladamente. También admitió que
aunque, en Ocasiones, todavía pensaba en el accidente, ya no
se veía perseguido por la imagen del muchacho. Ahora se
dedicaba a apoyar, del mejor modo que sabía, a otros maqui-
nistas implicados en accidentes fatales, ya que su principal
deseo era el de ayudar a evitar las tragedias inútiles y absur-
das. «Quizás pueda servir —dijo— que las personas sepan que
hay otro ser humano a cargo del tren.»
10. ROMPIENDO LOS GRILLETES
DE LA DEPENDENCIA

«La historia, pese a su lacerante dolor,


no puede dejar de ser vivida, y si la afrontamos con valentía,
no necesitaremos revivirla.»
MAYA ANGELOU

Todas las terapias tratan de ayudar al individuo a aprender a


procesar el dolor de un modo sano y a recuperar el control de
las experiencias pasadas. Pero la primera respuesta del ser
humano ante el dolor no consiste tanto en enfrentarse a él
como en escapar. Los intentos de suicidio de quienes pade-
cen de TEPT, por ejemplo, superan en ocho veces a los de la
población general.' No es de extrañar, por tanto, que quienes
han experimentado algún tipo de trauma se muestren procli-
ves al abuso del alcohol y de las drogas.* ¿Deberíamos sor-
prendernos, habida cuenta de que, según ciertas estimacio-
nes, el 75% de las personas atraviesa, en algún que otro
momento de su vida, por alguna situación que podía desen-
cadenar una respuesta traumática, de que, en tales condicio-
nes, la dependencia química esté alcanzando proporciones
epidémicas?
Los efectos de la EMDR no se limitan a mitigar el dolor.
Aunque todavía no se haya llevado a cabo una investigación
formal al respecto, existen evidencias que apuntan al uso exi-
326 EMDR

toso de la EMDR en el tratamiento clínico de las personas


que dependen del alcohol y de las drogas. En este sentido, la
EMDR permite identificar y reelaborar rápidamente las cau-
sas subyacentes, ya sean traumáticas o de otro tipo, de la
dependencia, poniendo de relieve que algunas razones de la
adicción se remontan a los eventos de la infancia.* Cabe
señalar, en este sentido, que los niños que han sido víctimas
o testigos de crímenes o de violencia física corren un riesgo
mucho mayor de desarrollar algún tipo de dependencia y que
lo mismo sucede con aquellos otros que han crecido en
entornos familiares disfuncionales y se han visto sometidos
a abusos psicológicos como la violencia verbal o el abando-
no. Esos niños crecen sin haber establecido los cimientos
adecuados para desarrollar la autoestima, razón por la cual
buscan alivio en distintas formas de toxicodependencia.
Especialmente en riesgo se encuentran aquellos niños que
crecen en los hogares caóticos proporcionados por padres
distantes, traumatizados o insensibles que, a su vez, pueden
ser alcohólicos o toxicodependientes. En tales casos, la vida
familiar gira en torno al alcohol o las drogas y los hijos sue-
len verse abandonados a su propia suerte. Ese tipo de niños
suele esforzarse en mantener una sensación de orden norma-
lizando, negando o justificando la dependencia de sus padres
y experimentando una sensación continua de abandono y de
falta de seguridad porque saben que, en cualquier momento,
pueden convertirse en objeto de abuso y ser utilizados para
proteger o “salvar” a sus padres. Y por más que el niño carez-
ca de elementos de comparación y considere, por tanto, la
situación como algo normal, este tipo de experiencias nega-
tivas pueden tener un efecto devastador sobre su desarrollo
psicológico y personal. Así es como, para conservar su lugar
en la familia, el niño se ve obligado a abandonar su sensa-
ción de identidad independiente y acaba entrando a formar
ROMPIENDO LOS GRILLETES DE LA DEPENDENCIA 27

parte del ciclo del engaño y la disfunción. En este sentido, el


trauma constituye la primera escaramuza de una batalla que
dura toda la vida.
El tratamiento EMDR permite al toxicodependiente reela-
borar las situaciones pasadas y presentes que hayan generado
la disfunción. En tal caso, la angustia se convierte en una lla-
mada de atención para dejar de escapar del entorno y empren-
der acciones destinadas a modificarlo. Entonces, el cliente
puede aprender habilidades de enfrentamiento que le ayuden
a resistirse a los desencadenantes habituales del abuso de las
drogas (como, por ejemplo, la simple visión de una botella de
whisky) y a gestionar el estrés futuro sin apelar al alcohol ni
a las drogas. Además, la EMDR también sirve para corregir
los desencadenantes personales internos como, en el caso de
los adultos, el sentimiento de inadecuación provocado por el
trauma original que, a su vez, puede alentar el abuso de subs-
tancias.
Aunque, en ciertos individuos, pueda existir una predis-
posición genética a la adicción,* no hay que olvidar que la
herencia no es el destino. El abuso de substancias depende de
la interacción entre la herencia y experiencias pasadas o pre-
sentes.¿ Todo lo que hemos aprendido puede verse modifica-
do. Quizá no resulte sencillo, pero lo que se ha aprendido
puede ser reprocesado, y aun en el caso de que exista un
componente genético, la EMDR parece ser una alternativa
clínicamente eficaz, en cuyo caso resulta en especial impor-
tante actuar al mismo tiempo sobre otros factores.
Conviene insistir, una vez más, en que la EMDR no debe-
ría ser utilizada aisladamente, sino como un elemento más de
un sistema que contribuye a hacer que el cliente se sienta segu-
ro y apoyado. En este sentido, el método funciona mejor cuan-
do se emplea como un coadyuvante más de un abordaje gru-
pal que proporciona un adecuado entorno de apoyo, como la
328 EMDR

terapia grupal, Alcohólicos Anónimos (AA) o Toxicómanos


Anónimos (TA), en cuyo caso el aislamiento del sujeto se ve
reemplazado por la sensación de pertenencia a una comuni-
dad. No hay que olvidar, por más que los detalles concretos
puedan ser muy diferentes que cuando una persona comparte
sus experiencias dolorosas, los demás pueden identificarse
con sus pensamientos o con sus sentimientos. En tales casos,
los miembros del grupo pueden experimentar sensaciones de
conexión y compasión que llevan mucho tiempo sin experi-
mentar, si es que las han experimentado alguna vez.

No todos los casos de abuso de substancias se inician en una


rave o en un callejón oscuro. Para Amy Kuwabara, por ejem-
plo, todo empezó en el departamento de obstetricia y gineco-
logía del hospital de Kansas en el que trabajaba como enfer-
mera. Amy adoraba su trabajo asistiendo a los partos, pero al
tratarse de una recién llegada y carecer de antigiiedad, se vio
relegada al turno de noche, lo que le resultaba muy depri-
mente. Tenía dificultades para dormir de día, razón por la
cual empezó a agotarse. Un buen día oyó hablar casualmen-
te a varias enfermeras de los somníferos que tomaban para
adaptarse a las rotaciones horarias a las que se veían obliga-
das a enfrentarse. Entonces decidió tomar píldoras y descu-
brió lo fácil que le resultaba procurárselas. Y como las píldo-
ras funcionaban, las tomó ocasionalmente durante los años
siguientes, y aunque le proporcionaban una sensación pla-
centera, sólo las tomaba cuando tenía dificultades para con-
ciliar el sueño.
En 1987, Amy, que había nacido y se había criado en
Hawai, de padres japoneses, renunció a su trabajo de Kansas
y se convirtió en enfermera itinerante, rotando trimestral-
mente por los hospitales de diferentes Estados, un trabajo
que la llevó a California del Norte, California del Sur y
ROMPIENDO LOS GRILLETES DE LA DEPENDENCIA 329

Alaska. Le gustaba su trabajo y, a pesar de estar soltera, no


parecía inquietarse por carecer de tiempo para conectar con
sus colegas o entablar amistades más próximas, porque
jamás se había sentido cómoda en las situaciones sociales y,
a los 26 años, sólo había tenido tres citas.
En cualquier caso, su trabajo como enfermera itinerante
le resultaba muy cómodo e, inconscientemente, al menos, le
resultaba extrañamente familiar. Recordaba que, siendo niña,
se había sentido marginada y que, en más de una Ocasión, se
había sentado en el porche esperando que su familia advirtie-
se su ausencia, cosa que nunca ocurrió. Ahora, el papel de
marginada en un territorio extraño hizo aflorar la abrumado-
ra sensación de soledad y aislamiento que había experimen-
tado durante toda su infancia. No es de extrañar que cuando
su solitario trabajo como enfermera empezó a activar ese
dolor, dirigiese su atención hacia las drogas, única fuente de
felicidad que tenía a mano.
El fármaco que utilizaba, un narcótico de síntesis, no sólo
amortiguaba su sufrimiento emocional y le permitía dormir,
sino que también la hacía sentir mejor, porque no experimen-
taba ningún tipo de sentimiento. Tentada a experimentar con
otros analgésicos que se hallaban almacenados en el hospi-
tal, justificaba su deseo diciéndose que no era la única que
apelaba a ese recurso y que, a fin de cuentas, la hacía sentir-
se mejor. ¿Acaso no podía hacer ella lo mismo que sus com-
pañeras?
En menos de un año, el uso esporádico de la medicación
resultó insuficiente para neutralizar su sufrimiento. En reali-
dad, el ciclo de abuso y abstinencia no hizo sino empeorar las
cosas y alentar la dependencia. Entonces empezó a desarro-
llar síntomas del síndrome de fatiga crónica, aunque nunca
fue diagnosticada como tal (porque probablemente se trató de
un síntoma derivado del uso y abstinencia del fármaco), y se
330 EMDR

vio hospitalizada durante un par de meses por depresión e


intento de suicidio. Pero por más que el personal psiquiátri-
co trató de trabajar con ella, prescribiéndole incluso un anti-
depresivo, nada consiguió aliviar su sufrimiento.
Cuando Amy recibió el alta tenía 27 años y decidió volver
a su vieja habitación en casa de sus padres en Honolulu,
encontró trabajo como enfermera y trató de llevar una vida
normal. Pero sus padres, sin atender a su reciente ataque de
fatiga crónica, esperaban que asumiese la responsabilidad de
su hermano y hermana adolescentes y que se ocupase de lavar
la ropa y cocinar, lo que la llevó a sentirse como si de nuevo
tuviese 14 años. Sus padres trabajaban y ella iba a la escuela
y era responsable de su hermana pequeña y de un hermano
recién nacido. También hay que señalar que Amy no dijo una
palabra a sus padres sobre su hospitalización por depresión
porque, en su familia japonesa, los problemas de salud men-
tal eran un tabú.
Trabajando nuevamente como enfermera, Amy empezó a
sustraer píldoras del armario cerrado con llave cada vez que
sentía la necesidad de hacerlo. Pero su “necesidad” era cada
vez más apremiante. Una noche, Amy se convenció de que
necesitaba los narcóticos porque trabajaba tanto que se sentía
mal. En otras ocasiones, simplemente necesitaba liberarse del
infierno en que había acabado convirtiéndose su vida interna.
Amy estaba empezando a experimentar otra vez sentimientos
intensamente dolorosos que parecían proceder de ninguna
parte (pero que, en realidad, se derivaban de su sensación de
abandono). Bastaba con el mínimo incidente para hacerla llo-
rar y, si estaba en casa, corría a su habitación y sollozaba en
la almohada, como había hecho cuando era niña.
La enfermería parecía, dada su educación, una carrera
perfecta para ella. La mayor de cuatro hermanos, siempre se
había visto obligada a asumir la responsabilidad de sus tra-
ROMPIENDO LOS GRILLETES DE LA DEPENDENCIA 331

vesuras, hasta el punto de verse castigada incluso por ellas.


También se daba por sentado que tenía que asumir una acti-
tud estoica y que jamás debía mostrar el enfado ni la triste-
za. (Y si, en alguna ocasión, incurría en el error de mostrar
sus sentimientos, su padre se enfadaba tanto que la golpeaba
=y no una vez, sino como norma general- con los puños, los
pies y hasta un palo de madera.) Su madre, por su parte, sen-
cillamente la ignoraba. Con independencia de lo que hiciese
y de lo bien que lo hiciese, jamás había conseguido la menor
aprobación de sus padres. Ambos le habían dejado muy claro
que ella era “un error”, porque lo que esperaban no era una
hija, sino un hijo. Esta relación degradante acabó convirtien-
do a Amy en una persona invisible, aislada y sin importan-
cia. No es de extrañar, dadas esas circunstancias, que el tra-
bajo de enfermera le permitiese seguir centrando su atención
en las necesidades de los demás, sin importar que recibiese
poca o ninguna aprobación.
No pasó mucho tiempo antes de que Amy recurriese regular-
mente al narcótico, hasta varias veces por noche, ya sea en
forma de píldora o de inyección intramuscular, para conseguir
la liberación rápida del sufrimiento que le permitiera conciliar el
sueño. Un año y medio después, sin embargo, Amy acabó sien-
do descubierta, por así decirlo, con las manos en la masa.
El hospital había abierto una investigación a fin de descu-
brir por qué estaban desapareciendo tantos narcóticos. Pero
aunque Amy sabía que no era la única que robaba fármacos
y que muchas otras enfermeras y médicos también lo hacían,
su nombre encabezaba la lista de los sospechosos. Fue enton-
ces cuando las autoridades del hospital la llamaron y la obli-
garon a someterse a tratamiento porque, en caso contrario, la
despedirían lo que, muy probablemente, acarrearía la revoca-
ción de su licencia y le impediría seguir trabajando como
enfermera. Amy, que disfrutaba con su trabajo y, lo más
TZ
II
AA EMDR

importante de todo, que no se consideraba con fuerzas para


superar la deshonra familiar que supondría una eventualidad
como ésa, que la obligaría a quitarse la vida, no tuvo más
alternativa que aceptar esa propuesta.
En noviembre de 1990, Amy se vio suspendida de empleo
y sueldo y emprendió una terapia intensiva de tres meses de
duración que la obligaba a acudir semanalmente a terapia indi-
vidual y a un grupo de terapia y a participar tres veces por
semana en los encuentros organizados por Alcohólicos
Anónimos. Los encuentros grupales le resultaron casi insopor-
tables, porque el único grupo de referencia que tenía era su
familia y, en consecuencia, la obligaban a revivir las emocio-
nes de su infancia. Además, el hecho de formar parte de un
grupo suponía, para ella, exponerse a la crítica, el rechazo y la
violencia física. En su primer encuentro de Alcohólicos
Anónimos, se sintió intimidada por lo bien vestidos que esta-
ban todos los presentes, y apenas el terapeuta anunció una
pausa, se levantó y escapó corriendo, con el corazón desboca-
do y los dedos helados, porque el grupo de Alcohólicos
Anónimos había activado el miedo y el dolor que se hallaban
profundamente arraigados en la experiencia de su infancia.
Amy siguió drogándose durante todo el programa. Le
gustaba drogarse. Las drogas le hacían sentirse mejor y, si no
podía procurarse su narcótico preferido, no dudaba en apelar
a cualquier somnífero que tuviera a mano. Un buen día des-
cubrió, en el botiquín de sus padres, un jarabe para la tos que
contenía codeína y al que no dudó en echar mano, descu-
briendo que funcionaba bastante bien. En otra ocasión, su
hermano tuvo que tomar paracetamol con codeína y Amy no
perdió la ocasión para tomarlo.
Al finalizar los tres meses, la dirección del hospital se dio
cuenta de que el tratamiento de Amy no estaba funcionando.
Entonces fue cuando un terapeuta del hospital le recomendó
ROMPIENDO LOS GRILLETES DE LA DEPENDENCIA 333

asistir a un programa especialmente orientado a las mujeres,


una sugerencia que, como quería conservar su licencia de
enfermera, no tuvo más remedio que aceptar.
Amy fue enviada a un centro de tratamiento de mujeres
de un hospital católico y asignada a una habitación ubicada
en el antiguo dormitorio de las monjas. Cada mañana la des-
pertaban a las seis y media, y cuando llegaba el momento de
asistir a una sesión de AA, alguien la llevaba y la traía de
nuevo al finalizar. Como no tenía modo alguno de obtener
drogas, se vio obligada a mantenerse sobria y desintoxicarse,
llegando a padecer algunos de los síntomas de la abstinencia
física, pero sin que le resultase insoportable. Sin embargo, el
miedo arraigado y la desconfianza en los demás obstaculiza-
ban muy seriamente el camino hacia su recuperación.
En mitad del tratamiento se vio obligada a someterse a
terapia grupal cinco veces por semana con un par de terapeu-
tas que empleaban la confrontación con el objetivo de ayu-
dar a los adictos a enfrentarse a sus problemas. Esos terapeu-
tas se dieron inmediatamente cuenta de la actitud de superio-
ridad de Amy —<«Yo soy una enfermera diplomada y todos los
demás dependen de la asistencia social»- y la obligaron a
enfrentarse a ese hecho, cosa que Amy no tuvo problema
alguno en admitir. Y es que si bien sabía que necesitaba
ayuda, ignoraba el modo de pedirla.
Al cabo de seis semanas de programa, uno de los terapeu-
tas perdió la paciencia con ella y le declaró la guerra. «No
puedes seguir asistiendo a los encuentros del grupo.
Permanecerás sentada fuera hasta que aprendas a pedir
ayuda» —le dijo. Rechazada, Amy se dejó caer desfallecida
en el banco del corredor. Una vez más se encontraba margi-
nada, pero ignoraba lo que podía hacer. Dos días más tarde
le recomendaron que abandonase el programa.
Una semana después, Amy consiguió ser readmitida. En ese
334 EMDR

tiempo, no tomó ninguna droga y asistió regularmente a los


encuentros, de modo que los terapeutas consintieron en darle
una segunda oportunidad. Diez días más tarde, sin embargo,
Amy abandonó voluntariamente el programa, porque aborrecía
la dura disciplina del centro terapéutico. Lo único positivo era
que, aunque todavía estaba suspendida de empleo y sueldo y
vivía de la asistencia social, seguía sin tomar drogas. Si quería
conservar su licencia, era absolutamente necesario que se man-
tuviese sobria y sabía que, para ello, necesitaba algo más que
asistir a los grupos de Alcohólicos Anónimos. Entonces fue
cuando concertó una cita con la doctora Silke Vogelmann-Sine,
una psicóloga especializada en la aplicación de la EMDR al
tratamiento de la toxicodependencia.
Amy entró por primera vez en la consulta de Silke el 5 de
agosto de 1991, a la edad de 31 años. Durante la primera
sesión, Amy le contó su historial de abuso de drogas y su
situación actual y dijo que bastaba con la mera visión de un
frasco de fármaco para desencadenar en ella el impulso a
drogarse. Silke se interesó entonces por su familia, por su
infancia y le expuso las condiciones en las que llevarían a
cabo el trabajo.
Las condiciones eran muy estrictas: nada de fármacos,
asistencia regular a los encuentros de Alcohólicos Anónimos,
supervisión de una tutora de Alcohólicos Anónimos que la
ayudaría a atenerse al programa y una sesión semanal de psi-
coterapia individual con Silke. Y por más que se desalentase
al escuchar esas condiciones, prometió cumplirlas. El plan de
tratamiento que Silke diseñó para Amy estaba destinado a
mantenerla alejada de los fármacos, primera línea de acción
en cualquier forma de terapia de la toxicodependencia, aun-
que por debajo de esa restricción había razones mucho más
profundas. Cuando Silke escuchó la historia de Amy, se dio
cuenta de inmediato de que uno de los principales obstáculos
ROMPIENDO LOS GRILLETES DE LA DEPENDENCIA 335

para su recuperación era su persistente desconfianza. En este


sentido, Silke esperaba que la obligación de trabajar con una
tutora de Alcohólicos Anónimos le proporcionase el “adies-
tramiento” necesario para aprender a relacionarse con los
demás. Y es que, para poner en práctica, con la ayuda de su
tutora, los Doce Pasos de Alcohólicos Anónimos, Amy se
vería obligada —pese al riesgo (que, por cierto, la aterroriza-
ba) de exponerse a la crítica y el rechazo— a abrirse y compar-
tir sus sentimientos.
Otra implicación más inmediata de la desconfianza de
Amy era que antes de poder llevar a cabo cualquier avance
significativo en la terapia, debía sentirse segura con Silke.
Ése fue el principal objetivo de los primeros meses de la psi-
coterapia que Silke emprendió con Amy. Además, la terapia
también la obligaría a desaprender las lecciones (como «No
vales nada» o «No corras ningún riesgo») que había aprendi-
do en su infancia, que no sólo eran inexactas e inapropiadas,
sino que, lamentablemente, acababan convirtiéndose tam-
bién en profecías de obligado cumplimiento.
Durante las primeras semanas de tratamiento, Amy cumplió
su compromiso con Silke y se atuvo estrictamente al programa
(aunque todavía odiaba los encuentros grupales). Obviamente,
el entrenamiento que había recibido en su infancia le dificulta-
ba atravesar el puente que conducía desde el mundo austero y
glacial de su infancia hasta el mundo emocional e impredeci-
ble de la madurez. Uno de sus principales problemas giraba en
torno a la veracidad de su percepción de la primera infancia.
Para ella había sido muy peligroso mostrar sus sentimientos
porque, en caso de hacerlo, se habría visto severamente castl-
gada. Por eso, para enfrentarse a esa realidad desarrolló la
estrategia de vadear los sentimientos y no verse, en consecuen-
cia, obligada a mostrarlos. Pero como, en el ámbito de la tera-
pia, el camino hacia la libertad consiste en permitir la emergen-
336 EMDR

cia de los sentimientos, todos sus reflejos de miedo y peligro se


movilizaban con el fin de obstaculizar esa eventualidad.
El estado interno que experimenta la persona durante una
situación traumática parece quedarse fijado en el sistema
nervioso de la víctima del TEPT. No es de extrañar que algu-
nos pacientes, cuando se refieren a sus experiencias infanti-
les, utilicen entonaciones y conductas infantiles. Es como si
las situaciones actualmente peligrosas estimulasen los mis-
mos sentimientos dolorosos, aunque el hombre o la mujer
sean tres veces más altos y tengan 30 años más que en la
época en que ocurrió el trauma. Por esta razón, cuando,
durante una sesión de terapia EMDR, el recuerdo se ve acti-
vado e identificado, puede manifestarse claramente, y en
consecuencia resolverse, el estado fisiológico original.
Afortunadamente, el tiempo no es un factor importante en la
EMDR, lo que permite el reprocesamiento eficaz de eventos
muy antiguos. En cualquiera de los casos, no obstante, el
paciente debe estar dispuesto a permitir la reelaboración,
razón por la cual Amy debía empezar aprendiendo a confiar
en que el proceso no pondría en peligro su seguridad.
Las experiencias infantiles de abandono y maltrato de
Amy obligaron a Silke a afrontar el caso como una forma de
psicoterapia a largo plazo. Y es que, por más rápidos que sean
los cambios provocados por la EMDR, es muy importante
que, como sucede con cualquier otra terapia, se adapte a las
necesidades y a la predisposición individual del paciente. Las
creencias negativas que Amy tenía sobre sí misma («No
valgo nada») y sus intentos de resolución (tomando drogas)
no eran el resultado de un evento traumático aislado que
pueda verse procesado de forma rápida con la EMDR, sino
que se hallaban profundamente inmersas en el entramado
mismo de su infancia. Pero, aunque numerosos eventos vita-
les hayan transmitido el mismo mensaje negativo, la EMDR
ROMPIENDO LOS GRILLETES DE LA DEPENDENCIA 337

facilita el procesamiento simultáneo de varios eventos repre-


sentativos, porque los resultados positivos se generalizan al
resto de los recuerdos, estableciendo una trama de matices y
estructuras completamente diferentes. Silke, en suma, sabía
que tenía que avanzar poco a poco, asegurándose de que la
EMDR no desencadenase en Amy una avalancha de recuer-
dos negativos y la consiguiente fuga y refugio en los sofocan-
tes, aunque consoladores, brazos de las drogas. Debía, por
tanto, esperar hasta que la relación con Silke o con la red de
Alcohólicos Anónimos, le permitiese contar con el apoyo que
necesitaba para enfrentarse a las cuestiones más difíciles. Y
eso es algo que, por supuesto, requiere tiempo.
Un día del mes de octubre, Amy experimentó un nuevo
trauma, cuando los investigadores del hospital la llamaron a
su casa y le comunicaron que iban a acusarla de sustracción
de fármacos, lo que la asustó terriblemente. Aunque el pro-
tocolo habitual de la EMDR empieza con los recuerdos más
tempranos, en el tratamiento de los toxicómanos suele ser
necesario aliviar en parte las situaciones estresantes presen-
tes. Silke pensó entonces que este evento constituía un buen
objetivo para la EMDR y le explicó a Amy el procedimien-
to, que accedió a intentarlo. Lo que sintió cuando evocó la
investigación fue: «Soy mala. Soy una marginada. No valgo
para nada» y lo que, en su lugar, quería sentir, era: «Estaba
enferma. Ahora puedo enfrentarme adecuadamente a la
situación», evaluando la veracidad de sus sentimientos como
un 2 en la escala de 1 a 7 y la ansiedad que le provocaba la
investigación como un 10 en la escala de 10, es decir, la
mayor ansiedad posible.
Cuando empezaron los movimientos oculares, Amy descu-
brió que si trataba de seguir los dedos de Silke, no podía con-
centrarse en el objetivo. Y aunque ésta sea una reacción muy
habitual al comienzo de la EMDR, Amy respondió a las difi-
338 EMDR

cultades con una sensación de culpabilidad y miedo al fracaso


que Silke afrontó invitándola simplemente a seguir el movi-
miento de sus dedos. Luego Amy consiguió dejar de llorar,
pero su mente todavía seguía en blanco, sin poder evocar la
situación. Silke, entretanto, siguió dirigiendo sus movimientos
oculares.
Finalmente, Amy empezó a sollozar, como si algo se
hubiera abierto en su corazón. Las lágrimas corrían por sus
mejillas y sentía como si estuviera cayendo en un pozo oscu-
ro y sin fondo. «Quiero encerrarme en mi habitación —gritó,
con una voz muy aguda, evidenciando la activación de su
estado infantil-. No quiero que nadie me vea. Quiero morir-
me. No quiero pensar en lo que podrían hacer mis padres si
me condenan.»
Cuando el llanto cesó, Amy dijo que ésos habían sido,
precisamente, los sentimientos que la habían embargado
cuando se enteró de que la investigación estaba en marcha.
«Pensaba que si no me ocupaba de ellos, los sentimientos
acabarían desapareciendo».
Mientras seguían los movimientos oculares, Amy pasó
lentamente del «No» del dolor al «¡Oh!» de la conciencia
despierta. Entonces se dio cuenta de que los investigadores
del hospital estaban haciéndola sentir del mismo modo que
se sentía cuando era niña, es decir, como una persona no
deseada y sin la menor importancia. En otra serie, Amy reco-
noció que cuando se sentía de ese modo, tenía el poderoso
impulso de tomar drogas para poder sobrellevar los senti-
mientos dolorosos. Y a medida que el proceso siguió su
curso, fue asumiendo espontáneamente una perspectiva más
positiva que le hizo ver su debilidad cuando tomaba narcóti-
cos y su inconsciencia sobre las consecuencias de sus accio-
nes. Una vez procesado el miedo infantil pudo empezar a
asumir la perspectiva de una conciencia adulta y sana.
ROMPIENDO LOS GRILLETES DE LA DEPENDENCIA 339

Al finalizar la primera sesión con la EMDR, Silke era muy


consciente de que aunque Amy hubiese establecido una rela-
ción entre su educación y la respuesta a la investigación que
había emprendido el hospital, todavía no se hallaba en condi-
ciones de afrontarla adecuadamente. A pesar de ello, sin
embargo, en esta primera sesión fue capaz de esbozar un curso
de acción. En primer lugar, llamaría a un abogado y luego
hablaría cada día con su tutora de Alcohólicos Anónimos hasta
que su caso se resolviese. Luego, ella y Silke utilizarían la
EMDR con cualquier imagen que tuviese que ver con esos
pasos, para asegurarse de que se hallaba en condiciones de lle-
varlos a cabo.” Era necesario que el tratamiento se produjera a
varios niveles, como la educación, la abstinencia, la identifica-
ción de las posibles fuentes de peligro y el aprendizaje de
habilidades asertivas, entre otros.
Durante la segunda sesión de EMDR, Amy y Silke se
concentraron de nuevo en un problema presente concreto. El
día de la sesión, Amy llegó a la consulta llorando y a punto
de sufrir un ataque de pánico, y le contó a Silke, sin dejar de
temblar, que sentía una abrumadora necesidad de tomar fár-
macos Lo que había desencadenado esa reacción emocional
en cadena fue una discusión con su tutora de AA, de cuyo
apoyo todavía dependía. El hecho era que la tutora había des-
cubierto que Amy estaba tomando un fármaco contra el dolor
que le había sido prescrito para tratarse de una intervención
de cirugía abdominal y la había acusado de seguir tomando
de nuevo drogas. Amy se quedó profundamente conmocio-
nada por esa acusación porque, en realidad, ni siquiera había
pensado en pedirle a su médico un calmante no adictivo y
creía, en consecuencia, que su tutora estaba siendo muy
injusta.
Amy y Silke centraron entonces su atención en sus senti-
mientos sobre la “traición” de su tutora, que evaluó como un 10.
340 EMDR

Al cabo de unas cuantas series, su mente estableció la relación


que existe entre la reacción de su tutora y las injustas acusacio-
nes que, de pequeña, solían hacerle sus padres. De nuevo, Amy
quiso escapar corriendo y encerrarse en su habitación para que
nadie viese lo mal que se sentía. A medida que la serie avanzó,
Amy recordó otros episodios desagradables de su infancia vin-
culados al tema de la traición, efectuando, para cada uno de
ellos, varias series de movimientos oculares, hasta que Amy
dejó de verse perturbada. Entonces Silke le pidió a Amy que
evocase el conflicto con su tutora y empezaron a efectuar otra
serie con esa interacción. Después de varios pases, Silke pre-
guntó:
—¿Qué piensas ahora?
—Pienso que mi tutora ha sido muy injusta dijo Amy.
—Muy bien. Mantén esa idea en tu mente.
Nueva serie.
—Debería decirle cómo me siento —dijo Amy.
Nueva serie.
Silencio [hay que decir que no le resultaba muy sencillo
expresar sus sentimientos].
Nueva serie.
Silencio.
Nueva serie.
—¿Y qué es lo que preferirías pensar al respecto?
Que he hecho las cosas lo mejor que he podido y que si
he cometido un error, no ha sido a propósito.
—Muy bien. Mantén esto en tu mente.
Luego Silke emprendió otra serie y preguntó:
—¿Por qué dices que si has cometido un error, no ha sido
a propósito?
Por no haberme dado cuenta de que debería haberle
comentado mi adicción al médico.
Ese era, precisamente, el momento que Silke había esta-
ROMPIENDO LOS GRILLETES DE LA DEPENDENCIA 341

do esperando, un momento crítico que podía suponer el


comienzo de un plan de acción.
—¿Qué le dirías?
—Que tengo problemas de adicción.
—Muy bien —dijo entonces Silke—. Imagina ahora, mien-
tras sigues el movimiento de mis dedos, que le cuentas eso a
tu médico.
Nueva serie.
Silencio.
—¿Cómo te sientes ahora?
—Todo va bien. Ha entendido lo que quiero decirle.
—¿ Hay algo más que quieras decirle? —preguntó Silke.
—Que la próxima vez me recete un calmante no adictivo.
—Mantén eso en tu mente.
Nueva serie.
—¿Cómo va?
—Bien.
—¿ Y tu tutora? ¿Qué harás con ella?
— Le diré que mi error no ha sido a propósito.
Nueva serle.
—¿Y que sucedería si tu tutora no estuviese de acuerdo
contigo? ¿Cómo afrontarías esa eventualidad? —preguntó
entonces Silke, consciente de la importancia de asegurarse
de que Amy se hallase en condiciones de afrontar el posible
rechazo.
-No lo sé —respondió Amy, mirando hacia otro lado.
—¿Puedes imaginarte diciéndoselo? —y, cuando Amy asin-
tió, Silke insistió:
»¿ Y si está en desacuerdo? —a lo que Amy no dijo nada.
»Sigue el movimiento de mis dedos.
Nueva serie.
Silencio.
¿Cómo estás ahora?
342
A A EMDR
AA a

Todavía está en desacuerdo. Pero ése es su problema.


—¿Algo más?
-Sí. Le digo que yo no he roto mi promesa original de
permanecer sobria.
Así fueron sucediéndose las series, mientras Amy ¡ba ela-
borando y comprometiéndose poco a poco a esbozar un plan
de acción práctico que le permitiese ir enfrentándose gra-
dualmente a su ansiedad, que había descendido de 10 a 2.5.
También sentía que su creencia deseada («Soy una persona
que merece la pena. Ésa no es más que la visión de mi tuto-
ra. Puedo controlar la situación») era básicamente cierta (un
5 en la escala de 7). Hay que decir que esa creencia no le
parecía “completamente verdadera”, porque sabía que toda-
vía debía enfrentarse a su tutora y que, después de todo, era
la primera ocasión en que se enfrentaba con alguien.
Hablando en términos generales, Amy había hecho pro-
gresos de los que estaba muy orgullosa: había superado los
intensos sentimientos dolorosos sin necesidad de apelar al
adormecedor consuelo de las drogas: había llevado con éxito
a cabo un proceso de solución de problemas para responder
a la acusación de su tutora, y había advertido una vez más
que su culpabilidad presente estaba ligada a la baja sensación
de autoestima que había desarrollado en la infancia.
Durante los seis meses siguientes, Silke y Amy alternaron
semanalmente las sesiones de terapia verbal con sesiones de
EMDR centradas en los problemas presentes. Juntas llevaron
a cabo cuatro sesiones de EMDR seguidas para enfrentarse a
diferentes aspectos relacionados con la necesidad de Amy de
tomar fármacos, que parecía estar desencadenada por la
visión de un frasco de medicamentos, un estímulo obviamen-
te destructivo si, por fin, conseguía recuperar su trabajo
como enfermera. (No olvidemos que la parafernalia asocia-
da a toda toxicodependencia puede, a través del condiciona-
ROMPIENDO LOS GRILLETES DE LA DEPENDENCIA 343

miento, convertirse en un poderoso desencadenante del uso


de la droga.) Amy identificó la emoción que se hallaba detrás
de ese impulso como ansiedad y la evaluó como un 8,5 en la
escala de 10. Los pensamientos que tenía cuando ese impul-
so se desencadenaba eran: «Lo necesito. Lo quiero. Soy vul-
nerable. No puedo seguir adelante sin la droga», una res-
puesta que, a su vez, desencadenaba la vergilenza por nece-
sitar apelar todavía al uso de fármacos: «¿Por qué, después
de tanto tiempo sin tomar drogas, sigo teniendo estos senti-
mientos?». Según la teoría de la EMDR, este tipo de reaccio-
nes se hallan fijadas en el sistema nervioso del paciente y no
basta con la simple comprensión y determinación cognitivas
para hacerlas desaparecer. Amy se hallaba atrapada en una
escalada de reacciones dolorosas: la visión de un frasco de
medicamento desencadenaba el pensamiento obsesivo de
querer drogarse y, cuando se daba cuenta de ello, se aborre-
cía a sí misma y entraba en una espiral de desesperación que
la llevaba nuevamente a empezar a tomar drogas. La creen-
cia deseada, por su parte, era «Puedo controlar mi sentimien-
tos. Puedo gestionar de manera adecuada la situación».
En la primera de estas cuatro sesiones, Amy dijo que no
quería enfrentarse al dolor del pasado y verse obligada a atra-
vesar situaciones difíciles, porque las enseñanzas recibidas de
sus padres la llevaban a creer que fracasaría. También dijo
que no estaba acostumbrada a recibir atención y cuidado de
los demás, lo que estaba comenzando a suceder ahora que
empezaba a curarse, lo cual la asustaba. La sesión concluyó
con una serie de movimientos oculares en los cuales Amy
imaginaba hablar con el aspecto más infantil de sí misma que
se hallaba muy asustado. «Estaré junto a ti. Lo sabes. Te ayu-
daré a enfrentarte a esa situación. Juntas podremos manejar
nuestros sentimientos.» Amy estaba empezando a darse cuen-
ta de que, siendo adulta, podía tener un mayor control.
344 EMDR

La tercera sesión de EMDR sobre los desencadenantes de


Amy la llevó rápidamente desde el presente hasta el pasado.
Las respuestas de Amy pasaron de «Los fármacos me hacen
sentir muy bien. No tengo preocupaciones» a «Es mi forma
de escapar de la soledad» y «En el pasado nunca tuve ami-
gos», que le abrieron la puerta a los recuerdos de la infancia.
Silke le dirigió entonces varias series de movimientos ocula-
res, mientras Amy hablaba de su extrema soledad y de la
ocasión en que, a los siete años, la dejaron sola en casa estan-
do enferma. Contó entre sollozos que sus padres la conside-
raban la más fuerte de sus hijos y que su madre pensaba que
el hecho de dejarla sola no le supondría ningún problema.
Ese episodio constituyó el precedente para el resto de su
infancia ya que cada vez que estaba enferma, la dejaban sola
en casa, cosa que no ocurría con su hermana, porque ésta
insistía hasta conseguir que su madre se quedara con ella.
Pero Amy jamás protestó.
Durante esta sesión, Amy procesó gran parte de la violen-
cia física a la que la había sometido su padre y de la que, hasta
entonces, se había sentido culpable. Pero aunque su tristeza
fuese casi abrumadora, siguió adelante con los movimientos
oculares hasta que alcanzó un punto en el que pudo decir:
«Soy una persona sana. Es mi padre el que está enfermo».
Son ya miles los ejemplos que evidencian la capacidad de
la EMDR para promover, en las víctimas de violencia infan-
til, la evolución hacia una perspectiva sana. El primer paso
de este proceso tiene que ver con el reconocimiento del
cliente de que la culpabilidad de las acciones no le corres-
ponde a él, sino a quien ha ejercido la violencia. El segundo
paso consiste en la conciencia de hallarse seguro en el pre-
sente. Tengamos en cuenta que mientras la respuesta fisioló-
gica al abuso se halle fijada en el cuerpo, el sujeto tiene la
sensación de estar continuamente en peligro. Y poco impor-
ROMPIENDO LOS GRILLETES DE LA DEPENDENCIA 345

ta, en este sentido, que la persona sepa intelectualmente que


el agresor ha muerto, esté enfermo o se encuentre en otro
país, porque la sensación de terror infantil sigue presente. El
tercer paso, por último, implica el reconocimiento de que el
abuso ocurrió en algún momento del pasado y de que ha
recuperado su capacidad de elegir lo que le sucederá en el
futuro.
A lo largo de los siguientes ocho o nueve meses, Silke se
encontró con Amy cada 10 días y empleó la EMDR para ayu-
darla a desarrollar formas de enfrentarse a las situaciones que
pudieran desencadenar el deseo de drogarse (como, por ejem-
plo, llamar a un amigo o a su nueva tutora, emplear alguna
técnica de autocontrol o alejarse de inmediato del estímulo
físico) y confiar en su capacidad a la hora de gestionar los
sentimientos dolorosos sin necesidad de apelar a las drogas.
En agosto de 1992, un año después de haber empezado a tra-
bajar con Silke, Amy entró en plena crisis en la consulta de
Silke. El día anterior había despertado de una siesta con el
recuerdo de que, a eso de los diez años, se había visto sexual-
mente agredida por su tío. Y aunque no se tratara de un
recuerdo novedoso —porque, de hecho, ya lo había mencio-
nado en la entrevista de admisión cuando se vio hospitaliza-
da por depresión—, lo cierto es que lo había olvidado. Y ese
recuerdo había vuelto acompañado de la abrumadora sensa-
ción de ser una persona sucia e indigna.
Su solitaria vida la había convertido en una candidata per-
fecta a la toxicodependencia, una predisposición que se vio
posteriormente reforzada por el episodio del abuso sexual.
Tengamos en cuenta que la probabilidad de desarrollar un
problema psiquiátrico es, en el caso de las víctimas de abuso
sexual, cuatro veces superior al de la población general,
mientras que el riesgo de convertirse en un adicto es, por su
parte, tres veces mayor.
346 EMDR

Amy le dijo a Silke que, desde el momento en que recor-


dó el episodio, había tenido una desesperada necesidad de
drogarse, porque era el único modo que conocía de poner fin
a la emergencia de las sensaciones dolorosas. Y cuando Silke
le preguntó si quería emplear la EMDR con ese recuerdo,
Amy asintió de inmediato.
El objetivo que utilizaron fue la imagen de Amy tumbada
en la cama mientras su tío la manoseaba, una imagen que evo-
caba en ella una sensación de miedo y una ansiedad que eva-
luó como un 10 en la escala de 1 a 10. Su creencia negativa
asociada al incidente era muy familiar: «Soy vulnerable. Soy
una víctima», y la creencia deseada, por su parte, era: «Todo
eso ha concluido y ya es historia pasada», una creencia cuya
veracidad evaluó como un 1.5 en la escala de l a7.
Cuando empezaron los movimientos oculares, Amy rom-
pió a sollozar y siguió haciéndolo mientras las sensaciones de
miedo, injusticia y abandono acompañaron todo el proceso.
—¿Cómo te sientes? —preguntó Silke, después de la serie
de apertura.
—Estoy asustada —dijo Amy, balanceándose hacia adelan-
te y hacia atrás con los brazos cruzados sobre el estómago.
Silke guió entonces otra serie.
—¿Qué es lo que sientes ahora? —preguntó de nuevo, ama-
blemente.
Lo veo y tengo miedo. ¿Qué hace aquí? No debería estar
aquí —respondió, sin dejar de balancearse.
Nueva serie.
Todavía está ahí. Pero parece que está a punto de mar-
charse.
Nueva serie.
Me ha despertado. Estoy desnuda y me duele el pecho
dijo Amy, sin dejar de sollozar.
Nueva serte.
ROMPIENDO LOS GRILLETES DE LA DEPENDENCIA 347

—Me siento muy mal. No puedo creérmelo. ¿Cómo ha podi-


do hacer una cosa así? ¿Qué he hecho yo para provocarle?
Nueva serie.
—No podía hablar con nadie de lo sucedido. No había
nadie en casa. No podía hablar con mis padres... no podía
hacer nada. No tenía a nadie con quien hablar.
Nueva serie.
—No había nadie. No había nadie en casa. No había nadie
con quien pudiese hablar.
Luego, cuando la sesión de Amy estaba a punto de con-
cluir, Silke la ayudó a finalizar la escena y a dejar aparcados
sus sentimientos dolorosos en un contenedor imaginario,
donde permanecerían —le dijo Silke— hasta su próxima cita,
momento en el cual volverían a abrirlo y lo elaborarían. La
sesión concluyó cuando Silke empleó la EMDR para reforzar
algunas estrategias de enfrentamientos sanas (como, por ejem-
plo, llamar a un amigo o a un tutor) en el caso de que las sen-
saciones dolorosas volviesen a presentarse. Pero antes Silke
realizó una serie de movimientos oculares con la creencia
positiva «Ahora cuento con personas que pueden ayudarme»,
y luego Silke le pidió que asociase la escena del abuso (y la
correspondiente sensación de abandono) a esa creencia.
Nueva serie.
—¿Qué tipo de apoyo necesitas para poder enfrentarte a
esa situación? —preguntó entonces Silke.
Llamar a mi [nueva] tutora o a algunos de los miembros
de mi grupo de Alcohólicos Anónimos —replicó Amy.
Mantén eso en tu mente —le pidió entonces Silke,
emprendiendo una nueva serie.
¿Cómo va todo? —preguntó Silke.
—Muy bien.
—¿Hay algo más que puedas hacer?
—También puedo llamar a un par de amigas.
348 EMDR

Muy bien. Imagínate ahora haciendo esas cosas —dijo


entonces Silke, emprendiendo una nueva serie. De este
modo, le estaba proporcionando nuevo “material” para
enfrentarse a las sensaciones negativas, en lugar de entregar-
se al impulso de drogarse. Al finalizar la sesión, el miedo de
Amy había descendido de 10 a 6.
Amy volvió a la consulta al día siguiente. El miedo había
descendido de nuevo a 4,5 y Amy le contó a Silke que aun-
que todavía se sentía como una víctima, lo cierto es que, en
realidad, era una víctima y no podía hacer nada por cambiar-
lo.
A medida que emprendieron el procesamiento, el miedo
fue disminuyendo y los sentimientos de Amy pasaron del
dolor a la rabia.
—¿Qué está haciendo en mi habitación? —dijo, durante una
serie—. ¡Quiero que se vaya!
Nueva serie.
—Todavía está aquí. Estoy asustada... he traído una foto-
grafía suya —dijo Amy, rebuscando en su gran bolsa de paja—.
¡Aquí está!
La fotografía mostraba dos hombres de origen asiático”
posando para un retrato formal. Sus rostros eran serios y
resueltos y los vestidos estaban pasados de moda.
—¿ Quién es? —preguntó Silke.
-No puedo mirarle —respondió Amy, cerrando los ojos y
negando con la cabeza.
—¿Es el de la derecha o el de la izquierda?
—No sé. No puedo recordar —respondió de nuevo, con el
cuerpo tenso y toda la musculatura dispuesta a enfrentarse a
un ataque.
Silke dirigió entonces una nueva serie.
—Estoy asustada. Quizás haga algo violento.
Nueva serie, durante la cual Amy empezó a sollozar.
ROMPIENDO LOS GRILLETES DE LA DEPENDENCIA 349

Silke continuó dirigiendo el movimiento de sus ojos hasta


que Amy se calmó.
—¿Puedes mirar ahora la fotografía? —preguntó Silke.
—Es el de la derecha —asintió Amy.
—¿Cuán inquietante te parece ahora la escena original en
la escala de O a 10? —preguntó Silke.
—Un 6,7.
Nueva serie.
—¿Cómo pudo hacer eso? —dijo Amy enojada.
Nueva serie.
—¿Cómo pudiste hacer eso? —insistió, cerrando los puños,
como si su tío estuviera en la habitación.
Nueva serie.
—¿Qué sientes ahora? —preguntó Silke.
—Nada.
—Echa un vistazo a la fotografía. ¿Cómo te sientes ahora
en la escala de 1 a 10?
3,5 —eplicó Amy, tras una pausa para reflexionar.
Nueva serie.
—Es una persona enferma.
Nueva serie.
Para terminar la sensación, Silke le pidió que asociara la
creencia «Es una persona enferma» a la fotografía. Cuando
la verificó posteriormente, el miedo de Amy había descendi-
do de nuevo a 1,5 y su rostro había recuperado otra vez el
color.
En la siguiente sesión, Silke comprobó de nuevo el nivel
de miedo que Amy sentía con respecto a su tío, era de 1,2.
En diciembre de 1992, cuando pudo volver a trabajar
como enfermera Amy alcanzó un punto crítico en su proce-
so de recuperación. Siguió visitando a Silke una vez cada
tres o cuatro semanas, pero rara vez temía la recaída. Poco a
poco, y con la ayuda de la EMDR, Silke la ayudó a explorar
350 EMDR

la relación que existe entre sus problemas y su familia: su


baja autoestima, el miedo a las relaciones, su hábito de refu-
giarse en sí misma para evitar las críticas y el abuso, su
extraordinaria susceptibilidad al rechazo y las más de tres
décadas acumuladas de negación y represión de sus senti-
mientos.
De manera todavía más gradual, la EMDR la ayudó a
experimentar los sentimientos que, desde pequeña, había
encapsulado. Se sentía muy enfadada; se sentía triste y sen-
tía que su corazón estaba destrozado. Luego se sintió con la
fuerza necesaria para curarse, momento en el cual empezó a
cambiar, a avanzar y a crecer, dándose cuenta de que no era
el mundo lo que siempre la había asustado, sino sus padres,
respetando profundamente a la niña que tuvo el coraje de
sobrevivir al abandono emocional de su madre y al odio y la
rabia implacables de su padre. A comienzos de 1995, Amy
abandonó finalmente la casa de sus padres y se mudó a un
apartamento.
En la actualidad, cinco años después de haber emprendido
la psicoterapia, Amy trabaja todavía como enfermera de obs-
tetricia en Honolulu y se ha inscrito en un curso de psicología
para tratar de convertirse en psicoterapeuta, porque está can-
sada de que los médicos del hospital la traten como a una ciu-
dadana de segunda clase. Ve a Silke cuando lo considera nece-
sario, todavía asiste a las reuniones de Alcohólicos Anónimos
y participa en un grupo de apoyo destinados a enfermeras con
problemas de adicción. Durante todo ese tiempo, Amy ha sido
una de las tres únicas mujeres, del grupo de 15 que lo integran,
que ha cumplido la promesa de permanecer sobria sin experi-
mentar ninguna recaída.
Pero eso no significa que el estímulo no aflore nunca. En
enero de 1996, Amy llamó a Silke cuando se hallaba en plena
crisis. Un médico le había prescrito un analgésico para su
ROMPIENDO LOS GRILLETES DE LA DEPENDENCIA Sl

bursitisy había tomado cuatro comprimidos de un medica-


mento que la había hecho sentir de buen humor, pero tam-
bién la había aterrorizado ante la posibilidad de experimen-
tar una nueva recaída. Silke la citó para esa misma tarde, ela-
borando juntas un plan de acción. Dos horas después, Amy
volvió con el frasco de medicación en la mano derecha, se
dirigieron juntas al baño, y después de verter el contenido en
la taza, Amy tiró de la cadena.

El uso de la EMDR en el tratamiento de la toxicodependen-


cia aspira a conectar y procesar las emociones negativas que
perpetúan la dependencia. La mayoría de los adictos al alco-
hol y a las drogas tienen la sensación de malestar y desarrai-
go porque se sienten diferentes, en un sentido negativo, de los
demás. Por eso el programa de Doce Pasos puede proporcio-
narles un fundamento sólido en que apoyarse y renovarse por-
que, en palabras de un miembro de Alcohólicos Anónimos:
«Para llegar a la otra orilla, es decir, a la paz y a la serenidad,
es necesario elaborar ciertas cosas y, a Su vez, es necesario, en
ocasiones, contar con una ayuda externa. No olvidemos que
el alcohol y las drogas no son el problema, sino tan sólo los
síntomas».
¿Qué podemos decir de las personas que si bien se desin-
toxican, no consiguen mantenerse sobrias? La recaída en el
abuso de substancias puede atrapar al adicto, por más que
haya permanecido sobrio durante mucho tiempo y se halle
plenamente comprometido con la abstinencia. Algunas de las
señales de alarma más comunes que presagian una posible
recaída son: la incapacidad de pensar claramente, los proble-
mas de memoria, las bruscas oscilaciones de humor entre
una reactividad desproporcionada y el aturdimiento, las per-
turbaciones del sueño, los problemas de coordinación física
como la torpeza o la proclividad a los accidentes, y la extre-
DOZ EMDR

ma sensibilidad al estrés. Estos síntomas suelen presentarse


entre los seis y los ocho meses de sobriedad del adicto, aun-
que también pueden presentarse un par de años después y
tienden a aflorar cuando la persona está atravesando situa-
ciones muy estresantes.
Todos los toxicodependientes en vías de recuperación
experimentan, en algún que otro momento, ciertos de esos
síntomas. Los hay que pueden gestionarlos sin problema
mientras que otros, después de recaer una o dos veces, traba-
jan sobre la causa de la recaída y logran finalmente recuperar-
se. Muchos, sin embargo, reaccionan a estos síntomas angus-
tiosos (todos los cuales empeoran, en el caso de no recibir tra-
tamiento, especialmente los cambios de humor) recurriendo
de nuevo a las drogas. Es entonces cuando se pone en marcha
el ciclo de la adicción, provocando en el adicto y en sus seres
queridos un sufrimiento, una confusión y una frustración adi-
cional que puede tratar de “medicar” apelando al alcohol o a
la droga. Esta condición, llamada recaída crónica, suele res-
ponder positivamente al tratamiento con la EMDR.

Ross Birrato empezó a tomar drogas a la temprana edad de


doce años, poco después de que su abuela muriese y le dejase
sólo con su padre y su abuelo en la gran casa familiar. Sus
padres se habían divorciado seis años antes y su padre, encar-
gado de su custodia, le impidió ver a su madre. De hecho, no
vio ni 0yó hablar nunca más de ella y todas las cartas, postales
o regalos que ella le envió fueron puntualmente destruidos sin
abrir siquiera. Cuando, a los 21 años, Ross empezó a buscar a
su madre, se enteró de que hacía un año que había muerto.
Aunque durante la época en que su abuela todavía estaba
viva la casa de Ross mal podía considerarse un hogar, su
abuela creía que Ross era incapaz de hacer nada mal, pero su
abuelo, muy al contrario, le consideraba un incapaz como su
ROMPIENDO LOS GRILLETES DE LA DEPENDENCIA 05)

padre y siempre le tildaba de estúpido, inútil, rebelde e insig-


nificante. Para él era el hijo decepcionante de un hijo decep-
cionante, y cuando murió la abuela, su abuelo no dudó en
hacerle culpable de su muerte.
El abuelo de Ross era un hombre social y profesionalmen-
te prominente. Inmigrante libanés, había desembarcado en su
juventud en los Estados Unidos y se había abierto camino
desde los astilleros hasta a candidato al título mundial de
boxeo y lograr una posición como dentista y líder de la igle-
sia local. Detrás de todos estos logros había un hombre con-
trolador, perfeccionista, hambriento de poder... y un auténti-
co sádico, que no dudó en hacer empastes, puentes y desvita-
lizaciones de la dentadura de su nieto sin emplear anestesia.
Antes de empezar a utilizar el trépano, el abuelo se quitaba el
audífono y alardeaba diciendo: «Soy un dentista indoloro»,
cuyo lema era: «Si no lo escucho no duele». Pero lo cierto es
que sí que dolía, dolía terriblemente y poco importaba, en tal
caso, que Ross se cubriese la boca con las manos, porque ello
no impedía que su abuelo prosiguiese con la intervención.
Aun hoy en día, el dorso de las manos de Ross testimonia cla-
ramente las cicatrices de los cortes infligidos por el trépano
de su abuelo.
¿Y qué es lo que hacía entretanto el padre de Ross? Greg
Birrato era un hombre narcisista y emocionalmente hueco.
Después de regresar a casa de sus padres, asumió de nuevo
el papel de hijo mimado de su madre, tratando a su hijo como
si fuese su hermano. En realidad Ross, en un vano intento de
conseguir el amor de su padre, asumió, en esa relación, el
papel de hermano mayor y se convirtió en una persona res-
ponsable, cuidadosa y complaciente que se esforzaba en
satisfacer las necesidades de su padre y amortiguar la ira de
su abuelo.
A medida que Ross creció, también lo hizo su implicación
354
A EMDR

con las drogas y pasó de fumar hierba a tomar anfetaminas, y


el trapicheo para costearse su hábito acabó convirtiéndose en
operaciones semanales de 10.000 dólares de compra y venta
de cocaína y marihuana en siete “puntos de venta” (casas O
apartamentos alquilados y amueblados que disponían de todo
tipo de personal). Ross pensaba que podía evitar los errores
en que más habitualmente incurren todos los traficantes, con-
virtiendo sus ganancias en bienes y vendiendo drogas que él
no empleaba. Pero lo cierto es que la toxicodependencia no se
pliega con facilidad a la estrategia intelectual y, con poco más
de 20 años, no sólo traficaba muy en serio, sino que también
se drogaba más seriamente todavía.
En esa época fue arrestado, sin oponer resistencia, porque
se trataba de una detención justa, por llevar consigo cerca de
150 gramos de cocaína. Y aunque fue declarado culpable, no
llegó a cumplir la pena, porque la mitad del polvo blanco
desapareció antes de que llegase el juicio, lo que supuso que
el juicio no se llevó a cabo en un tribunal federal, sino en la
corte del condado, cuyo juez suspendió la sentencia y le con-
denó a libertad condicionada durante tres años.
El arresto despertó todos los miedos de Ross, que se tras-
ladó entonces a un suburbio ubicado en la periferia, dispues-
to a emprender una nueva vida, a buscar trabajo y a mante-
nerse alejado de las drogas. El primer día que pasó en su
nueva casa instaló fuertes medidas de seguridad en puertas y
ventanas, un curioso ritual que repetiría en todas las casas
por las que posteriormente fue discurriendo su vida. Luego
encontró trabajo como enfermero y descubrió que era muy
diestro en el trato con los pacientes psiquiátricos, hasta que
acabó convirtiéndose en uno de ellos.
Entonces empezó a sufrir episodios psicóticos durante los
cuales perdía el contacto con la realidad y se veía desborda-
do por ideas alucinatorias que elevaban extraordinariamente
ROMPIENDO LOS GRILLETES DE LA DEPENDENCIA 993)

su nivel de ansiedad. A veces conseguía superar esos episo-


dios, pero en otros, necesitaba ayuda externa. En esa época
le fue diagnosticado un trastorno maníaco-depresivo (trastor-
no bipolar) con fuerte inclinación hacia el estado maníaco, es
decir, que sufría de períodos de euforia exacerbada (jalona-
dos por el insomnio, los pensamientos rápidos y desconecta-
dos, las actividades de alto riesgo y los sentimientos de gran-
diosidad) que alternaban con episodios en los que se sumía
en la depresión más profunda, oscura e implacable. Y si bien
se sabe que la causa del síndrome maníaco-depresivo se debe
a un desequilibrio químico, también es evidente que el estrés
añadido a esa condición puede desencadenar episodios psi-
cóticos. Obviamente, la adicción a las drogas de Ross tam-
bién pudo haber provocado síntomas similares a los de todas
esas condiciones, razón por la cual resulta difícil saber si el
diagnóstico era apropiado. En cualquiera de los casos, con el
fin de tratar los episodios psicóticos y maníaco-depresivos le
prescribieron tres fármacos diferentes que contenían carbo-
nato de litio y que debía tomar a diario en dosis masivas para
controlar los episodios maníacos.
Pero a pesar de haberse mudado a una ciudad en la que no
conocía a ningún traficante, no tardó en encontrar un contac-
to y empezó a tomar de nuevo anfetaminas y a trapichear
para costearse el hábito.
Con casi 30 años, Ross esbozó una vez más las conclusio-
nes de su dependencia. «Soy mejor que todo esto —se dijo—.
No puedo seguir haciéndome esto» y dejó, durante un tiem-
po, de tomar anfetaminas, para volver a tomarlas poco des-
pués. Cada vez que abandonaba su hábito, Ross descubría
que podía pasar un mes sin recaer.
Luego conoció a Hal y entabló la relación más larga y tor-
mentosa de toda su vida. Ross había mantenido relaciones
sexuales con otro muchacho desde los siete años. En un pri-
356
FT A EMDR

mer momento, las cosas con Hal funcionaron muy bien, por-
que estaban enamorados y se drogaban juntos. Al año de
haber iniciado la relación, Hal le preguntó lo que quería para
su cumpleaños y, sin pensárselo dos veces, Ross respondió
«Quiero dejar de drogarme». Entonces fueron a una clínica de
rehabilitación de toxicómanos, se procuraron un buen tera-
peuta y se desintoxicaron, y aunque Ross todavía recaía oca-
sionalmente, sentía que podía controlar su dependencia.
Cuando Ross dejaba de tomar drogas, su estrategia inter-
na para eludir el sufrimiento emocional se hacía añicos.
Antes de mantenerse sobrio, cada vez que se sentía estresa-
do o ansioso (lo que podía significar que estaba acercándose
un episodio psicótico) y se precipitaba en una vertiginosa
sensación de impotencia, corría a conseguirse una bolsa de
anfetaminas que sabía que podía llevarle a viajar durante 20
horas y quizá, al volver a su estado normal, los malos senti-
mientos hubieran desaparecido. Pero una vez desintoxicado,
Ross debía encontrar algo que, en la economía de su equili-
brio interno, pudiese reemplazar a las anfetaminas, cualquier
cosa, en suma, que pudiese tranquilizarle y hacerle olvidar su
dolor: encontró refugio en la comida. Entonces fue cuando
Ross, que ya era un hombre robusto (el tipo de persona que
podía ser fácilmente tomado por un gorila de discoteca)
empezó a ganar peso y, en los dos años siguientes, engordó
30 kilos, poniendo peligrosamente a prueba su cuerpo de dia-
bético.
La relación con su pareja, que había ido empeorando con
el paso del tiempo, comenzó entonces a resquebrajarse. Se
peleaban, no se comunicaban y se hacían todo tipo de mez-
quindades (un buen día, por ejemplo, Hal limpió una antigua
vajilla de plata de Ross con un estropajo de acero). Fue
entonces cuando cayeron en los roles que, desde la infancia,
les habían diseñado y Ross se convirtió, en un vano intento
ROMPIENDO LOS GRILLETES DE LA DEPENDENCIA 5

por conseguir su amor, en el cuidador de su amante, porque


Hal también padecía de diabetes, pero su caso era más serio,
porque se estaba deteriorando rápidamente.
Una noche, Ross condujo hasta el hospital psiquiátrico
provincial y rogó al personal que le admitiesen porque, desde
hacía una semana, sentía que estaba acercándose un grave
episodio psicótico y se consideraba incapaz de contenerlo
por más tiempo. Su ansiedad se había disparado y su mente
estaba empezando a disgregarse en 1.000 direcciones dife-
rentes. Además estaba quedándose sin medicación. Pero en
el hospital le administraron un tranquilizante y le proporcio-
naron una lista de los centros de psicoterapia locales, envián-
dole de nuevo a casa.
Afortunadamente, el episodio psicótico no se presentó.
Pero lo más paradójico fue que la negligencia del hospital
llevó a Ross a concertar una cita con una de esas clínicas en la
que, finalmente, encontró la ayuda que estaba buscando.
Cuando conoció a Bob Kitchen, un terapeuta infantil, de
pareja, de familia, de Hayward (California), que se había
especializado en problemas de dependencia y prevención de
la recaída, Ross tenía 36 años y pesaba cerca de 150 kilos.
Ross le contó su historia de síndromes maníaco-depresivos,
de episodios psicóticos y de toxicodependencia y decidieron
trabajar juntos. Después de cinco sesiones de terapia verbal
y de haber establecido el grado de conexión y confianza que
requiere cualquier tipo de terapia, Bob le habló de la EMDR
y le preguntó si quería intentarla, y decidieron comenzar cen-
trándose en cualquier detalle secundario, como un incidente
reciente con su compañero en el que hubiese sentido invadi-
da su privacidad.
-Muy bien —consintió Ross, siempre optimista-.
Adelante.
—Pero antes de empezar —señaló entonces Bob-, quisiera
358
TF
A EMDR 1

advertirte de la posibilidad de que, después de emprender la


EMDR, experimentes impulsos de recaída, porque reestimu-
laremos recuerdos antiguos y viejas sensaciones. Con ello
quiero decir que tal vez te veas estimulado por lo que se pre-
sente y sientas el impulso de drogarte nuevamente. Es algo
raro, pero en el caso de que ocurra, no significa que seas una
mala persona. Quiero que lo sepas, por si acaso se presenta-
se esa eventualidad.
Esta precaución resulta de vital importancia para cual-
quiera que emplee la EMDR en el tratamiento de la toxico-
dependencia. Y es que, apenas se empieza a trabajar con los
recuerdos perturbadores, pueden activarse los mecanismos
primarios utilizados por la persona a la hora de enfrentarse a
la situación, como el uso de las drogas o el alcohol. Saber, en
este sentido, que se trata de una reacción fisiológica automá-
tica puede ayudar a la persona a eludir la sensación de culpa-
bilidad. Esto es de vital importancia, porque la sensación de
culpabilidad no hace más que intensificar la espiral descen-
dente.
Bob y Ross empezaron la EMDR eligiendo como objeti-
vo la relación con Hal aunque, como dijo Bob, «indepen-
dientemente de lo que afirmes trabajar, con la EMDR acaba-
rás centrándose en lo que necesites trabajar». Esa primera
sesión de movimientos oculares abrió en Ross una puerta
que conducía directamente a su infancia. En ella afloró un
recuerdo de la época en que, siendo adolescente, vivía con su
padre en un pequeño apartamento compartiendo la misma
habitación. Pero aunque, en esa época, Ross todavía interpre-
taba el papel de persona complaciente y cuidadora, no consi-
guió, de ese modo, el amor de su padre. Entonces descubrió
lo mucho que Hal se parecía su padre. Tenía las mismas cua-
lidades narcisistas y el mismo vacío emocional que casi le
habían imposibilitado la relación con él.
ROMPIENDO LOS GRILLETES DE LA DEPENDENCIA 359

A medida que el tratamiento prosiguió, la EMDR siguió


remontando a Ross a su infancia. Él y Bob efectuaron
muchas sesiones con la terrible violencia física y emocional
que, bajo el disfraz de trabajo dental, perpetraba su abuelo.
El terror que Ross experimentaba al revivir esos eventos era
sorprendente, como también lo era la rabia que los acompa-
ñaba. Para Bob era evidente que el abuelo de Ross, que había
muerto hacía 20 años, había desempeñado un papel funda-
mental en su vida actual, estableciendo las raíces de su
dependencia e incluso quizás de su enfermedad maníaco-
depresiva. Ahora, sin embargo, la tarea de Ross consistía en
exhumar una vida de sentimientos enterrados sin perder la
sobriedad. Ross empezó entonces a darse cuenta de que
había empleado inconscientemente las drogas primero y más
tarde la comida para reprimir su miedo, su rabia y mitigar su
dolor.
Bob atendió a Ross semana tras semana, impresionado
por su resistencia y su determinación, pero estaba aguardan-
do la emergencia de algo más, cosa que sucedió durante una
sesión de EMDR que llevó a cabo unos seis meses después
del inicio de la terapia.
Ross estaba sintiendo la proximidad de un episodio psi-
cótico. Se sentía muy ansioso y estresado y, como dijo a Bob,
no lograba ver nada, en su vida actual, que lo justificase.
—Muyy bien, Ross —dijo entonces Bob—. Vuelve a la prime-
ra ocasión en que te sentiste ansioso.
»¿Qué es lo que ves? —agregó, tras una pausa.
—Fue cuando los dos hombres derribaron la puerta —dijo
tranquilamente, tras un silencio que duró un minuto.
—¿Qué edad tenías?
Cinco años.
—¿Qué fue lo que sucedió?
—Fue antes del divorcio, en una época en que mi madre
360
A
A EMDR

me había llevado con ella lejos de mi padre. Vivimos en


varios apartamentos y nos mudábamos con mucha frecuen-
cia, porque mi madre sabía que mi padre estaba buscándome.
Una noche, mi madre me despertó y empezó a vestirme. «No
hagas ruido, no hagas ruido —dijo, asustada y sin dejar de
mirar por la ventana—. Tenemos que irnos.» Súbitamente, dos
hombres derribaron entonces la puerta. Uno de ellos entró en
la habitación, mientras que el otro se quedó en el umbral de
la puerta. No podía ver su rostro, pero su cuerpo se recorta-
ba a la luz del pasillo. Antes de darme siquiera cuenta de lo
que estaba ocurriendo entró, me envolvió en una funda de
almohada, me arrastró hasta su coche, me lanzó al asiento
trasero y luego condujo sin decir palabra.
—¿Qué fue lo que sucedió luego? —preguntó entonces
Bob.
—Recuerdo que me sacó del coche. Estábamos en una
especie de garaje. Recuerdo el frío del cemento bajo mis
pies. Todavía estaba metido en la funda de almohada. Estaba
tan paralizado y me sentía tan impotente que ni siquiera traté
de salir de ella. El hombre no decía nada, pero yo sabía que
iba a morir y que no podía hacer nada por evitarlo. Después
de eso, no recuerdo nada más, excepto que estaba bien. Pero
ya no pude volver a ver a mi madre, porque permanecí con
una familia de adopción hasta el momento del divorcio de
mis padres.
Este tipo de recuerdo era exactamente lo que Bob había
estado esperando todo ese tiempo. Bob había leído un estu-
dio que demostraba que la historia de muchos toxicodepen-
dientes con recaídas continuas presenta alguna experiencia
que ha puesto su vida en peligro, o que han percibido como
una amenaza para su propia vida.* Esas experiencias estable-
cen un flujo oscilante de intensa ansiedad y de insoportable
sensación de impotencia. Para eludir esas sensaciones (y evi-
ROMPIENDO LOS GRILLETES DE LA DEPENDENCIA 361

tar, por tanto, según la lógica de las asociaciones automáti-


cas, morir), el toxicodependiente hace cualquier cosa, inclu-
so volver a tomar drogas después de muchos años de haber-
se mantenido sobrio.
Reconsiderando a los hombres y a las mujeres que Bob
había tratado de recaída crónica, la teoría parecía adecuada.
Luego decidió trabajar con adictos buscando en su pasado la
experiencia que había puesto su vida en peligro para tratarla
con la EMDR, logrando resultados realmente sorprendentes.
Alo largo de los años, descubrió que el 80% de quienes expe-
rimentaban recaídas crónicas (lo que incluía a todos los alco-
hólicos y a la mayoría de los adictos) que trató permanecían
limpios y sobrios después del tratamiento con la EMDR. Los
únicos que se mostraban refractarios al tratamiento con la
EMDR eran quienes tomaban anfetaminas o drogas similares.
Según una reciente investigación, este descubrimiento puede
tener algo que ver con una anormalidad metabólica de la cor-
teza orbital frontal que, de algún modo, obstaculiza o impide
el procesamiento de la información.'” Afortunadamente, Ross
llevaba mucho tiempo sin tomar anfetaminas.
Bob y Ross pasaron entonces a ocuparse paso a paso del
episodio del secuestro, siguiendo la secuencia de los eventos
tal y como se habían desarrollado esa noche, 31 años atrás.
La serie empezó con una escena en la que la madre de Ross
caminaba inquieta de un lado a otro de la habitación, sin
dejar de mirar por la ventana. Cuando llegó el momento en
que los dos hombres patearon la puerta, Ross empezó a revi-
vir el evento, con todas las sensaciones físicas y emociona-
les que se hallaban presentes en el momento original, y todo
su cuerpo se vio sacudido por el terror.
-Uno de ellos está dentro de la habitación y el otro per-
manece en el umbral —dijo a Bob—. Sé que voy a morir.
Su corazón latía con fuerza, su respiración era superficial
362 EMDR

y la parálisis que sentía esa noche se había adueñado de su


cuerpo de 36 años. Pero aunque Ross no podía moverse ni
emitir ningún sonido, su mente parecía galopar. ¿Qué estaba
sucediendo? ¿Quiénes eran esos hombres? ¿Querían hacerle
daño a su madre? ¿Por qué habían derribado la puerta?
Entonces Ross reconoció súbitamente al segundo hom-
bre, cuya silueta se esbozaba en el umbral. La sombra de
sombrero de hombre de negocios, su pequeña estatura y su
constitución de boxeador eran inconfundibles. ¡Ese hombre
era su abuelo!
Sin dejar de llorar, Ross siguió con sus ojos el movimien-
to de los dedos de Bob, mientras empezaba a moverse paso a
paso a través de toda la secuencia de emociones asociadas a
la elaboración del dolor: negación («No podía ser él»), depre-
sión («¿Cómo pudo hacerme eso?»), rabia («Podría matarle
por ello»), negociación («Si hubiese sido un buen chico...»)
y, finalmente, aceptación. Su cuerpo se movía al ritmo de esos
sentimientos y hubo varios momentos muy dramáticos en los
que el cuerpo de Ross descargó espontáneamente la tensión.
En uno de ellos, sus hombros se movieron como si estuviera
dando un puñetazo sin levantar los brazos, avanzando el
hombro derecho y retrasando simultáneamente el izquierdo,
liberando así los músculos de la espalda.
El reconocimiento de que el secuestrador había sido su
abuelo proporcionó a Ross una clave muy importante para
comprender su vida, gran parte de la cual, desde lo más sen-
cillo hasta lo más complejo, cobró entonces sentido. El hecho
de instalar cerraduras de seguridad en todas las puertas y ven-
tanas cada vez que se mudaba a una nueva casa, por ejemplo,
era un claro reflejo de esa situación. Y también lo era el temor
a que su compañero le traicionase. Ross advirtió entonces que
las semillas de la traición habían sido sembradas en él por su
abuelo en un momento muy temprano de su vida y que esos
ROMPIENDO LOS GRILLETES DE LA DEPENDENCIA 363

sentimientos podían verse activados fácilmente por circuns-


tancias muy diversas de su vida adulta. Pero lo más impor-
tante de todo es que Ross reconoció, en ese evento, la raíz de
su persistente rabia, una rabia tan incontrolable que, en cier-
ta ocasión, le había llevado a levantar en vilo el cuerpo de un
ex amante y arrojarlo contra la pared.
Cuando Ross y Bob acabaron de procesar con la EMDR
todos los detalles secuenciales relativos al secuestro, Ross
experimentó una transformación muy importante de sus sen-
timientos y de su actitud. Recordando ese momento tres años
más tarde, Ross dice: «Es una auténtica vergiienza que tal
cosa pudiera suceder, pero lo cierto es que no ha sido culpa
mía. De hecho, yo no tuve nada que ver con ello y, por tanto,
no tengo ninguna deuda pendiente al respecto. Por eso me
sentía internamente tan enfadado. Siempre he sido una per-
sona muy colérica, pero no era ésa la persona que quería ser.
No sabía de dónde procedía toda esa rabia».
Tres meses después de llevar a cabo la EMDR, Ross se
encontraba tan bien que Bob le sugirió la posibilidad de hablar
con su médico a fin de que ajustase las prescripciones de la
medicación que seguía tomando para el síndrome maníaco-
depresivo.
—A propósito de eso -señaló entonces Ross—, debo decirte
que, desde hace dos o tres meses, he dejado de tomarla.
El síndrome maníaco-depresivo se considera una enfer-
medad de origen orgánico y se trata con carbonato de litio,
destinado a mantener el equilibrio neurológico de sales nece-
sario para estabilizar las emociones de la persona. En conse-
cuencia, la larga remisión de los síntomas de Ross parece
indicar que, o bien el procesamiento de su trauma original
restauró el equilibrio químico que necesitaba para enfrentar-
se a los estresores actuales, o los síntomas del trauma pueden
simular convincentemente aspectos de una condición que se
364 EMDR

supone orgánica. En cualquiera de los casos, el resultado fue,


para Ross, una auténtica liberación.
Actualmente, Ross sigue trabajando con Bob sobre los
efectos secundarios de su infancia, pero la lista de cosas a las
que debe enfrentarse es cada vez más breve. Se ha manteni-
do alejado de las drogas y no ha experimentado (pese a haber
abandonado la medicación) más episodios psicóticos ni
maníacos, ha perdido más de 50 kilos y su diabetes esta
mejorando.
—Me enfrento a las cosas de un modo nuevo —dice Ross—.
Ahora trabajo con ellas. Tengo claro que el estrés es provi-
sional y, si lo afronto adecuadamente en el momento presen-
te, no me quedo atrapado en él.
Ross acabó sintiéndose muy agradecido al hospital psi-
quiátrico que se negó a admitirle.
—A fin de cuentas, me hicieron un gran favor. Estoy segu-
ro de que si me hubiesen admitido, todavía estaría atrapado
en ese sistema y no habría avanzado tanto. Ahora siento que
tengo una vida y, aunque todavía no la controle completa-
mente, estoy trabajando en esa dirección.
Ese tipo de “trabajo” no se produce a nivel tan sólo inte-
lectual. El objetivo de la EMDR consiste en elaborar las
cosas a todos los niveles, de modo que los “reflejos condicio-
nados” de la persona sean completamente sanos, tanto a
nivel intelectual, como emocional y físico.
11. LA ÚLTIMA PUERTA:
ENFRENTÁNDONOS A LA
ENFERMEDAD, LA INCAPACIDAD
Y LA MUERTE

«Nunca es tarde para convertirnos en lo que podríamos


haber sido.»
GEORGE ELIOT

La idea que tenemos de nosotros mismos a lo largo de la vida


suele basarse en nuestras capacidades intelectuales o físicas.
Pero hay veces, sin embargo, en las que nuestra identidad gira
precariamente en torno a algún rasgo relevante característico
como, por ejemplo, «Soy un abogado», «Soy un corredor»,
«Soy un pintor» o «Soy un carpintero» que se convierte
entonces en nuestra ancla, lo único seguro a lo que aferrarnos
en un mundo caótico y que se halla en continua evolución.
¿Pero qué sucede entonces cuando el pintor pierde su vista, O
la artritis acaba deformando la mano del carpintero? ¿Qué
ocurre cuando el abogado contrae cáncer y está demasiado
enfermo como para continuar con su actividad? De pronto, la
persona no sólo tiene que enfrentarse a la pérdida de control
que inevitablemente acompaña a la enfermedad, sino también
a la muerte de la vieja identidad. ¿Qué sucede cuando el cuer-
po que habíamos dado por sentado deja de obedecer nuestras
366 EMDR

órdenes y los movimientos más sencillos nos causan dolor?


En numerosas ocasiones he visto, trabajando con mis clien-
tes, las consecuencias emocionales y psicológicas de tal pér-
dida, que suelen asemejarse a los síntomas del TEPT.
Afortunadamente, la EMDR puede ayudar a la persona a
movilizar todos sus recursos para poder afrontar la invalidez,
la enfermedad y hasta la muerte.
En la época en la que Richard Webster solicitó ayuda al
psiquiatra David McCann, se hallaba perdido entre los frag-
mentos rotos de su vida. Víctima de un espantoso accidente
minero que sucedió a comienzos de los 1980s, el rostro y
otras partes expuestas del cuerpo de Richard estaban llenos
de cicatrices, perdió ambos brazos, se quedó sordo y necesi-
tó calzado ortopédico para caminar. Durante los ocho años
que siguieron al accidente, sufrió flashbacks y pesadillas dia-
rias que describió como un auténtico infierno. Richard le
contó a David que cuando se hallaba en un pozo cerca de 250
metros de profundidad, se vio envuelto en una explosión de
gas que le convirtió en una bola de fuego y le dejó sepultado
bajo 10 metros de tierra. Richard dijo que, cada noche, cuan-
do intentaba dormir, sentía como si su cuero cabelludo estu-
viera ardiendo y se veía desbordado por una abrumadora
sensación de miedo. Cualquier programa de televisión que
hablase de accidentes o explosiones desencadenaba en él
pensamientos obsesivos de este evento traumático y le deja-
ba sumido en la depresión, síntomas que empeoraban cuan-
do se acercaba el aniversario de la explosión. A los 41 años,
Richard necesitaba una enfermera las 24 horas del día.
Durante su primera sesión de EMDR, David y Richard
identificaron el objetivo. Richard se imaginó sumido en una
bola de fuego y recordó los pensamientos que, en esa oca-
sión, había tenido («¡Dios mío! ¡Estoy ardiendo!») y sintió la
oleada adrenalínica del miedo. Durante la primera serie de
LA ÚLTIMA PUERTA 367

movimientos oculares, Richard pensó: «Soy hombre muer-


to» y sintió que le faltaba el aire, pero a medida que siguió
adelante, sus imágenes y sensaciones iniciales acabaron des-
vaneciéndose y recordó claramente haberse visto envuelto en
llamas, rodeado del resto de su equipo, como si contemplara
su cuerpo desde arriba. Richard recordó la sensación que
experimentó cuando su equipo protector se quemó y se fun-
dió con su piel y también recordó su desesperada invocación:
«¡Dios mío! ¡Ayúdame! ¡Te lo ruego».
Súbitamente la escena cambió al recuerdo de otra expe-
riencia cercana a la muerte en la que se había visto atrapado
en una estructura de perforación petrolífera. Luego, mientras
el proceso de elaboración seguía su curso, Richard se sintió
espontáneamente flotando entre las nubes y escuchó la frase
«Estoy vivo», reverberando serenamente en su conciencia.
«Ahora creo que comprendo» dijo, con los ojos empañados
de lágrimas. Más tarde explicó que, aunque no había sido un
hombre religioso, en ese momento se dio cuenta de que «en
este universo, existen otras dimensiones».
En la siguiente sesión semanal, todos los síntomas de
Richard habían desaparecido. Su nuevo objetivo consistía en
alcanzar el mayor grado de independencia posible. Por pri-
mera vez en ocho años había empezado a cuidar de sí mismo
y de su casa, pudiendo permanecer ocho horas al día sin asis-
tencia alguna. Según dijo, la sesión de EMDR le «había qui-
tado un gran peso de encima». En los meses siguientes y gra-
cias a las prótesis de los brazos, aprobó el examen de condu-
cir y pudo dar vueltas por la ciudad sintiéndose como si «se
hubiera liberado de la prisión». Richard dijo que ya estaba
harto del «nunca podrás vivir una vida normal» y afirmó que
su capacidad de acción ya no tenía límites. Tres meses des-
pués viajó solo a su ciudad natal disfrutando de un placente-
ro viaje a través de un parque nacional. Un año más tarde
368 EMDR

estaba ayudando activamente a otros amputados y participa-


ba en un programa destinado a ayudar a niños que necesita-
ban miembros artificiales.
Dos años después, Richard se refirió a su sesión de EMDR
diciendo que: «fue una experiencia asombrosa que desafía
toda capacidad de imaginación. He trabajado con las cosas
más terribles que me han sucedido y todas ellas han desapa-
recido, permitiéndome contemplar mi existencia con mucha
más profundidad. Ahora veo muy claramente la fragilidad de
la vida y lo que eso significa para mí, estoy mucho más aten-
to a mis sentimientos y disfruto de todos y cada uno de los
momentos de mi vida». El caso de Richard ilustra perfecta-
mente, en muchos sentidos, una frase muy empleada en el
contexto del trabajo con la EMDR: «Lo importante no es
tanto lo que sucede, como el modo en que lo afrontamos».
Aunque los problemas físicos deben ser valorados por los
especialistas médicos adecuados, la EMDR también ha sido
utilizada con éxito para ayudar a personas que padecen un
amplio abanico de enfermedades y problemas somáticos. En
algunos casos, los terapeutas EMDR han revelado que la
causa del dolor físico de la persona es un recuerdo traumáti-
co que se halla almacenado en el sistema nervioso, como
ejemplifica a la perfección el caso de un hombre que se
sometió a terapia con el fin de afrontar una fobia que lleva-
ba varios años incapacitándole para conducir. A medida que
empezó a procesar el recuerdo de un accidente de automóvil,
su espalda y sus hombros se contrajeron, causándole el
mismo dolor que, durante años, le había impulsado a visitar
semanalmente a un quiropráctico. Durante la EMDR recordó
que la primera vez que había experimentado ese dolor había
sido durante el accidente en el que se había visto lanzado
fuera de la carretera. Mientras el tratamiento proseguía e iba
elaborando su recuerdo del accidente, su hombro derecho se
LA ÚLTIMA PUERTA 369

relajó y, a partir de ese momento, los espasmos dejaron de


presentarse y, con ellos, desapareció también el miedo a con-
ducir.
Entre los problemas físicos de origen estrictamente psico-
lógico (como el dolor almacenado en la memoria) y los pro-
blemas físicos de origen exclusivamente orgánico (como la
amputación), existe un amplio espectro de condiciones y
enfermedades que parecen derivarse de una interacción entre
factores físicos y psicológicos. Los psiconeuroinmunólogos
han descubierto que el curso de muchas enfermedades, entre
las que se cuenta el cáncer, está determinado por la interrela-
ción entre una constelación de factores muy diversos de índo-
le genético, ambiental y psicológico.* Y aunque, con ello, no
quiero decir que las personas sean responsables de su enfer-
medad, todo parece indicar que el estrés tiene un efecto nega-
tivo sobre la salud física. En este sentido, la EMDR puede ser
utilizada con eficacia para aliviar parte de ese estrés.
Cualquier acontecimiento puede proporcionarnos una
oportunidad de crecimiento. La sesión de EMDR permitió a
Richard, por ejemplo, superar las limitaciones físicas de su
accidente de un modo antes inimaginable. En el caso de los
pacientes de cáncer, independientemente de su pronóstico, la
EMDR puede proporcionar una puerta abierta a la compren-
sión. La experiencia de una enfermedad grave es única, pero
cada uno de nosotros tiene la capacidad de superar el dolor e
ir más allá del punto en el que se encuentra atrapado.
Una mujer que debía afrontar una mastectomía por un
cáncer de mama se hallaba tan asustada a causa de los estra-
gos que creía que la operación iba a causar en su cuerpo que
se quedó completamente bloqueada. Ni siquiera entendía las
alternativas que le presentaba su médico. Cuando el médico
empleó la EMDR para ayudarle a elegir un tipo de tratamien-
to, llegó a la comprensión serena de que era mucho más que
370 EMDR

un cuerpo, dándose cuenta entonces de que, en cualquiera de


los casos, todavía le quedaban muchas cosas por vivir.
Otra mujer estaba muy aterrorizada ante la necesidad de
someterse a una operación de cáncer. Durante la sesión de
EMDR se dio cuenta de que su miedo no se debía tanto a la
operación como a lo que podría ocurrirles, en el caso de un
desenlace fatal, a su esposo y a su hijo. Luego se dio cuenta
de que había proporcionado a su familia una sólida base vital
y que, en el peor de los casos, no tendrían problema alguno
en superar su muerte. Después de recuperarse de la opera-
ción, se convirtió en una persona más relajada y menos
dominante.
Una tercera mujer fue diagnosticada de una modalidad
muy virulenta y letal de tumor. Su marido, con el que llevaba
muchos años casada, la había abandonado y tenía miedo de
sufrir y morir sola. Durante la EMDR se vio rodeada de sus
padres y otros miembros de su familia que ya habían muerto y
que le dijeron: «Cuando llegue el momento de morir, lo harás
con dignidad». Refiriéndose posteriormente a esa experiencia,
dijo: «Todo fue bien. No debo sufrir más... todos me sostení-
an de la mano».
Más pronto o más tarde, todos tenemos que morir y, cuan-
do nos vemos obligados a enfrentarnos a tal eventualidad,
disponemos de varias alternativas: podemos disfrutar el
tiempo de que disponemos o perderlo en lamentaciones. Pero
aunque, aun conservando el sentido común y algunos princi-
pios espirituales, la elección parezca evidente, hay veces en
las que el miedo parece triunfar sobre la lógica o la fe y ale-
jarnos de nuestras convicciones más firmes. Si queremos,
por tanto, enfrentarnos a la enfermedad y a la posibilidad o
certeza de la muerte, centrarse en el miedo constituye uno de
los usos más constructivos de la EMDR.
LA ÚLTIMA PUERTA 7

Cuando Jan (Johnny) de Groot, de 65 años, fue diagnostica-


do de cáncer de próstata en noviembre de 1988, aún no se
hablaba mucho de esa enfermedad. Todavía debieron pasar
más de siete años antes de que la revista Time dedicase la por-
tada del número 1 de abril de 1996 al cáncer de próstata anun-
ciando, con gran horror, que se trataba de una enfermedad
que, en los Estados Unidos, aquejaba a uno de cada cinco
hombres y que Bob Dole, el general Norman Schwarzkopf y
los actores Jerry Lewis y Sidney Poitier la padecían. En 1996,
la incidencia del cáncer de próstata había superado a la del
cáncer de piel y se había convertido en el tipo más común de
cáncer que afectaba a los hombres de los Estados Unidos, y
que la edad promedio de aparición giraba en torno a los 72
años.
En 1988, la profesión médica no estaba tan alertada ni
informada sobre el peligro del cáncer de próstata como lo está
hoy en día. De hecho, el médico de Johnny de Groot no llegó
a descubrir la presencia del tumor maligno de próstata hasta
que alcanzó el estadio D' el último antes de la muerte.
El cáncer de próstata de Johnny ya se había metastatizado,
expandiéndose más allá de las paredes de esa glándula sexual
que tiene el tamaño de una nuez, hasta impregnar todos los
huesos de su cuerpo, con la curiosa excepción de sus extremi-
dades inferiores. Ya era, por tanto, demasiado tarde para la
radiación o la quimioterapia y lo único que pudieron hacer los
oncólogos era enlentecer el proceso de migración de las célu-
las cancerosas de Johnny cortando el flujo de la hormona
masculina testosterona, que estimula su crecimiento. El pro-
cedimiento, denominado orquiectomía, consiste en la extirpa-
ción quirúrgica de los testículos, que va seguido de una tera-
pia hormonal para impedir que las glándulas suprarrenales
sigan produciendo testosterona. Ése fue, precisamente, el tra-
tamiento al que Johnny se sometió.
372
A A A EMDR
A

Johnny era un hombre tranquilo y comedido al que sus


amigos consideraban “muy amable” y “bondadoso”. Nacido
en Holanda, era ingeniero por formación y naturaleza y, de
joven, siempre había imaginado que, cuando concluyera los
estudios, se ocuparía del próspero negocio que su familia
tenía en Delft y que, siguiendo la tradición familiar, había
heredado su hermano mayor.
Pero la II Guerra Mundial puso bruscamente fin a todas
esas expectativas. Johnny tenía 18 años y estudiaba ingenie-
ría en Ámsterdam cuando, el 10 de mayo de 1940, los nazis
invadieron Holanda, y aunque pudo seguir estudiando, odia-
ba la ocupación con todas sus fuerzas. Periódicamente se
veía obligado a ocultarse cada vez que los nazis hacían una
batida para reclutar jóvenes con los que alimentar su maqui-
naria de guerra. Los cinco largos años de ocupación fueron
una auténtica pesadilla que Johnny jamás podría olvidar y de
la que siguió hablando hasta el final de su vida.
Después de la guerra, Johnny se dio cuenta de que los
sentimientos que experimentaba con respecto a su querida
Holanda habían cambiado y no encontró razón alguna para
quedarse allí. Su adorada madre había muerto de una hemo-
rragia cerebral cuando él apenas tenía cuatro años, y su padre
se había vuelto a casar con la gobernanta, a la que Johnny,
como su hermano y sus dos hermanas mayores, aborrecían
(la segunda señora De Groot dejó en Johnny una profunda y
duradera impresión negativa que, como luego veremos, aflo-
ró durante la EMDR).
Cuando, a los 25 años, terminó la carrera, Jan de Groot se
alistó en la marina mercante holandesa, con la que dio la
vuelta al mundo y se dio cuenta de lo mucho que le gustaba
viajar. Á comienzos de los años 1950s, Jan emigró a los
Estados Unidos, asentándose en Nueva York, donde empezó
a trabajar como delineante en una empresa óptica, y en 1956,
LA ÚLTIMA PUERTA 378

consiguió la ciudadanía, a los 33 años. Le gustaba su nuevo


hogar y se adaptó perfectamente a él, pero tuvo que cambiar
su nombre de pila Jan (que se pronuncia “Yon”), que los
estadounidenses parecían incapaces de pronunciar, por el de
“John”, que no tardó en convertirse en “Johnny”.
En invierno de 1957, Johnny conoció a Martha durante
una estancia en la montaña. Ella trabajaba como asistente
social en Nueva York y los dos se sintieron inmediatamente
atraídos. A Martha le gustaba mucho la formalidad europea
de Johnny (que era siete años mayor que ella), su encanto, su
amabilidad y su madurez y se casaron antes de acabar ese
año.
Su matrimonio fue feliz y afectuoso pero no apasionado.
Johnny abandonó su trabajo y la pareja viajó por todo el país
hasta que pusieron en marcha su propio negocio, una franqui-
cia de Midas Muffler. También fundaron una familia y tuvie-
ron un par de hijas, de las que Johnny estaba muy orgulloso.
Sin embargo, su negocio no funcionó y se vio obligado a ven-
derlo poco después y a empezar a trabajar provisionalmente
como cartero en el servicio postal de los Estados Unidos, lo
que supuso un descenso en la escala social y, simultáneamen-
te, también en sus ingresos.
Como consecuencia, Martha, que hasta entonces se había
dedicado exclusivamente a las labores domésticas, volvió a
su viejo trabajo de asistente social y poco después empren-
dió un curso para convertirse en psicoterapeuta.
Johnny tenía 65 años cuando se enteró de que tenía cán-
cer de próstata. Acababa de jubilarse de lo que finalmente se
había convertido en una actividad de 20 años dentro del ser-
vicio postal y pasaba el tiempo libre paseando en barca y tra-
bajando en su propio yate de siete metros de eslora. Johnny
también era un apasionado esquiador, le gustaba el bricolaje
y la jardinería y, últimamente, había empezado a tocar la
374 EMDR

flauta y el piano. Y aunque el tumor se hallaba en un estado


muy avanzado, Johnny no parecía un enfermo terminal y no
se sentía ni se comportaba como tal. Se encontraba física-
mente bien y llevaba una vida muy activa... y quería conti-
nuar así. Fue con esa intención que se decidió a emprender
una psicoterapia, porque creía que su personalidad podía
estar contribuyendo a la enfermedad.
Conocí a Johnny a finales de mayo de 1989 y pasamos la
primera sesión hablando de su historia, de su estado mental
actual y de su matrimonio (que, según dijo, se había deteriora-
do desde el momento en que, seis meses antes, le habían diag-
nosticado cáncer). La operación le había dejado con una impo-
tencia permanente y pensaba obsesivamente en la muerte de
las personas que le rodeaban, sobre todo en Martha. También
dijo que se había convertido en una persona más irascible y
ansiosa, una reacción típica de quienes acaban de recibir un
diagnóstico de enfermedad fatal.* como si, en tal caso, todos
los recursos del sujeto se ocupasen de mantener a raya el
miedo al futuro y la persona se mostrase menos paciente con
las pequeñas dificultades que ensombrecen la vida cotidiana,
hasta el punto de que hay quienes, pese a ser conocidas como
sensibles, educadas y “bondadosas”, experimentan súbitos
ataques de rabia.
Johnny y yo hablamos de sus decepciones y arrepenti-
mientos, que resumió en la frase «No puedo hacerlo». Yo le
expliqué entonces el funcionamiento de la EMDR y le suge-
rí que, en nuestra próxima sesión, podíamos utilizarla para
tratar de corregir esa creencia, cosa a la que accedió gustosa-
mente. Al final le pedí que en nuestra próxima sesión trajera
una lista con todas las creencias pasadas o presentes que, de
un modo u otro, considerase asociadas a la expresión «No
puedo hacerlo».
Al comienzo de la siguiente sesión, Johnny desplegó una
LA ÚLTIMA PUERTA 375

hoja de papel y empezó a leer: «Tengo miedo a hacerlo —y,


tras una pausa, agregó—. Podría perder a mi esposa. Me resul-
ta difícil permanecer en contacto con mis sentimientos. La
felicidad es peligrosa. No quiero escuchar; eso ha sido algo
muy común en toda mi vida. No quiero escuchar a menos
que se trate de algo que realmente me interese. Quizás tenga
que ver con mi madrastra, de la que acabé alejándome. Ni
siquiera consigo tocar la flauta o el piano. Me siento real-
mente bloqueado, pero creo que me gustaría hacerlo. Me
parece muy extraño».
Aunque Johnny tenía más de 60 años y, en su juventud, se
había psicoanalizado, todavía se sentía inhibido por los men-
sajes de su infancia. Cuando nos centramos en sus sentimien-
tos acerca del cáncer y de las cuestiones que le molestaban
de su relación con Martha, gran parte de su estrés presente y
de su sensación de baja autoestima parecían derivarse de la
relación con su familia de origen. Como sucede muchos con
enfermos de cáncer, Johnny tenía problemas para expresar la
ira, un tema que abordamos trabajando con sus fantasías
relativas a la muerte de las personas que le rodeaban.
—¿Qué sucede con tus fantasías sobre la muerte? —pregunté.
—No está claro. Son muy rápidas y luego me siento triste
y deprimido. Aparecen cada vez que me siento o quiero sen-
tirme mal, y entonces creo que Martha se muere.
Cuando escuché eso decidí emplear la EMDR para inda-
gar los elementos cruciales de su cuadro clínico y desactivar
rápidamente todo el dolor posible, porque la amenaza que
supone la muerte no nos permitía emprender una aproxima-
ción a largo plazo. Por ello decidí activar su sistema de pro-
cesamiento innato identificando varios objetivos y centrán-
donos posteriormente en cada uno de ellos.
Vuelve al momento en que has pensado que sería mejor
que Martha muriese.
376 EMDR

—Estábamos esquiando —replicó entonces Johnny de


inmediato— y nos lo pasábamos muy bien. Era una competi-
ción nacional. Pero yo me equivoqué de camino y ella se
enfadó muchísimo. Entonces me dijo, en medio de todo el
mundo, que era un estúpido, lo que me dejó muy avergonza-
do... y molesto. Pero ella no pareció tener el menor empacho
en mostrarme su enojo y no conseguí hacerle entender mi
punto de vista. Desde entonces, las cosas han ido de mal en
peor.
—¿ Cuándo sucedió ese incidente?
—Aproximadamente en 1984 —respondió Johnny, eviden-
ciando que los sentimientos que había experimentado, sin
expresar, en esa ocasión, todavía le dolían.
—¿Cómo te sientes ahora?
—Muy molesto —como sucede con muchos pacientes de
cáncer, Johnny era incapaz de identificar la ira en el mismo
momento en que la experimentaba. Hay ocasiones en que
esos pacientes pueden identificarla erróneamente, de manera
retrospectiva, como “molestia” o “fastidio”, culpándose por
tener esos sentimientos, pero en cualquiera de los casos, sin
llegar realmente a expresarlos. Muchos pacientes de cáncer
ni siquiera recuerdan una ocasión en que, siendo adultos,
hayan elevado la voz en su propia defensa.
—¿En qué parte del cuerpo lo sientes?
—En el estómago.
Entonces llevamos a cabo una serie de movimientos.
—Todavía está ahí.
Nueva serie.
Mi reacción estaba equivocada. En lugar de enfadarme
hubiera podido hacer alguna broma al respecto. Por ello me
siento fracasado —la incapacidad de Johnny para expresar la
ira giraba en torno a tempranas experiencias infantiles que le
habían enseñado el peligro que entraña el hecho de sentir.
LA ÚLTIMA PUERTA 377

—¿Y qué pasa con la rabia? ¿Qué hay de malo en sentirse


enfadado?
—Nada... la rabia está asociada a cosas más graves. Estoy
seguro de que todo esto tiene que ver con mi infancia y con.
el hecho de que, siendo pequeño, a eso de los cinco o seis
años, quería matar a mi madrastra. Estoy seguro de que, de
haber podido, la hubiera matado. Quizás por eso ahora no
pueda enfadarme.
—Volvamos de nuevo al sentimiento de «No puedo enfa-
darme». ¿Tiene algo que ver con tu madrastra?
Sí. Mi hermano y mis hermanas sentían lo mismo que
yo. Durante la guerra me preguntaba por qué las bombas, en
lugar de caer sobre personas inocentes, no caían sobre ella.
Quería desembarazarme de ella, pero un niño no puede hacer
eso.
—Piensa en tu madrastra. ¿Dónde la sientes?
—En el estómago.
Nueva serie
Siempre estaba de mal humor y luego se lamentaba por
ello.
Nueva serie.
—Yo estaba siempre enfadado con ella, pero en lugar de
matarla, esperaba que muriese.
Nueva serie.
—Quiero matar a alguien.
—No te alejes ahora de ella —dije entonces—. Piensa en tu
madrastra.
—Nunca antes había hablado de este recuerdo. Estaba sen-
tado frente a la mesa del comedor, mientras mi madrastra se
hallaba de pie junto a mí. Estaba furibunda y gritó: «¡Deja
los calcetines usados en el cesto de la ropa sucia!». Siempre
estaba enfadada y me castigaba por cualquier cosa. Mi padre
intercedía, pero ella lo ignoraba y seguía gritando, hasta que
378 EMDR

mi padre acababa diciéndome: «¡Déjanos de una vez tranqui-


los! ¡Por el amor de Dios, vete de esta casa! ¡Déjanos en
paz!». Pero lo cierto es que yo no había hecho nada malo.
—¿Cuál es la intensidad de ese sentimiento”?
—Un 9 en la escala de 10 y lo siento en el plexo solar y en
las vísceras.
Nueva serie.
—Pasó hace ya mucho tiempo y ella no hacía nada para
evitarlo —dijo Johnny, mientras el dolor parecía aliviarse,
aunque todavía nos quedaba mucho trabajo por delante.
Nueva serie.
—Me siento mejor, pero todavía está dentro de mí. Lo
recuerdo muy vivamente. Está muy arraigado en mi vida. La
intensidad que me provoca la idea de la muerte de Martha o
de cualquier otra persona [como había sucedido con su
madre a la edad de cuatro años] es un 5. Y lo siento en la
parte superior del pecho.
Nueva serie.
—Tengo la sensación de tener gusanos en los flancos y en
la parte inferior de la espalda. Mi hermano mayor se marchó
de casa a eso de los 17 años —dijo entonces Johnny, ponien-
do de relieve la existencia de alguna relación entre los
recuerdos ligados a su madrastra, la muerte y su sensación de
fracaso.
Nueva serie.
-No puedo tener el mismo éxito que él, porque mi padre
no me lo permitiría. ¿Por qué no me mandó a estudiar fuera?
Era tan inteligente como el resto de mis hermanos. Lamento
mucho que no lo hiciese y estoy seguro de que si lo hubiera
hecho, ahora me encontraría mucho mejor.
¿Cómo te sientes ahora?
—Desearía que nunca hubiera existido. Un 4 y todavía
tengo tensa la parte inferior del vientre.
LA ÚLTIMA PUERTA 379

Nueva serie.
—Mi hermano logró marcharse de casa, pero yo no pude
hacerlo..., eso tiene que ver con el éxito. Creo que puedo
tener éxito, pero ésa no es la cuestión. Era demasiado peque-
ño. Ni siquiera lo intenté. Todavía siento una opresión en la
parte superior del pecho.
—Permanece en la parte superior del pecho asociada al
«No puedo hacerlo» —le dije entonces.
Nueva serie.
—Un 7. No me lo merezco.
-Sigue atento a ese sentimiento.
Nueva serie.
Cuando terminamos, Johnny hizo una larga pausa y luego
dijo:
—Ahora estoy aquí. Puedo dejar a un lado el pasado. Es mi
pasado. Me siento mucho mejor.
Nueva serie.
—Bien... bien... bien. Mi pecho y la parte superior de mi
cuerpo están mejor. Todavía estoy un poco mareado. Mi
madrastra era una persona muy pobre. Patética, realmente
patética.
Nueva serie.
—No podía hacer nada. Debería haberme dado cuenta de
que era una persona que no funcionaba bien. ¡Pero dejemos
eso a un lado! —dijo Johnny, mesándose los cabellos y acari-
ciándose la nuca, mientras sus pensamientos volvían al pre-
sente.
»Mi mujer también tiene sus cosas, pero a fin de cuentas,
lo mismo sucede conmigo. Es muy probable que existan
muchas mujeres que aprieten mal el tubo de pasta dentífrica.
Mis quejas sobre ella carecen realmente de importancia.
—¿Cuál es la imagen, cuando piensas en tu madre, que
aparece en tu mente? —le pregunté entonces, porque supuse
380 EMDR

que el sufrimiento provocado por su pérdida debería haber


bloqueado esos recuerdos.
—En primer lugar, el funeral. En segundo lugar... no, en
segundo lugar no, porque esto debe haber ocurrido antes. La
recuerdo tumbada en el sofá del salón y que estaba muy
enferma. Mi padre le prestaba muchísima atención y siempre
nos decía lo enferma que estaba. Luego la veo en su lecho de
muerte. La veo muy claramente. Era una persona muy aten-
ta y cuidadosa y que siempre tenía la nariz manchada con un
poco de pomada. Recuerdo que mi padre me decía: «¿Por
qué no le pides unas monedas y vas a la farmacia a comprar-
te regaliz?». Yo lo hice y ella me dio el dinero. Pero apenas
si podía hablar, sólo me miraba.
—¿ Dónde sientes eso?
—En el pecho y en la garganta.
Nueva serie
—Quiero llorar, pero no puedo hacerlo. Por ello me siento
tan triste y deprimido. Es una buena escapatoria. Antes me
decía: «No llores y acabará pasando», porque no podía per-
mitirme llorar. Me siento oprimido, siento una especie de
irritación porque la ira, la tristeza, el miedo y todas las emo-
ciones que no era correcto sentir, pueden volver y acabar
obsesionándome.
Nueva serie.
—Es importante que me mires, que me prestes atención.
Tengo la sensación de que cuando quiero que me presten
atención, nadie me mira.
¿Cómo te sientes cuando ahora piensas en tu madrastra?
—Triste. Ella murió.
Vuelve al «No puedo hacerlo» —le pedí entonces, porque
consideraba muy improbable, si Johnny no procesaba esa
creencia, que aprendiese a disfrutar de los días que le queda-
ban, y menos todavía que pudiese enfrentarse adecuadamen-
LA ÚLTIMA PUERTA 381

te al cáncer. Entonces decidí centrarme en diferentes aspec-


tos del miedo, mientras seguíamos poniendo en marcha el
sistema de procesamiento de la información. Sabía que qui-
zás no dispondríamos de tiempo suficiente para procesar
exhaustivamente todos los recuerdos individuales y decidí
confiar en su sistema de procesamiento innato para continuar
la curación fuera del ámbito de la consulta.
—Mi madre. No pude hacerlo mejor. No pude irme de casa
y tampoco pude conseguir la atención de los demás. Cuando
crecí, me convertí en un niño muy revoltoso que, cuando
quería llamar la atención, rompía a pedradas los cristales de
las ventanas. Siempre quise ser el centro de atención.
Nueva serie.
—Ya no puedo conseguir la atención de los demás.
Necesito ayuda. Y como nadie me ayuda ni me presta aten-
ción, no puedo hacerlo.
Nueva serie.
—En general, me siento mejor.
—Vuelve de nuevo al «No puedo hacerlo» —dije.
—Tocar el piano y la flauta. Me parece ridículo. No puedo
hacerlo.
Nueva serie.
—No consigo disfrutar. En estas circunstancias, no puedo
ser feliz... y no puedo mostrarme feliz porque en el caso de
hacerlo, no me sentiría deprimido ni podría llamar la aten-
ción. No puedo conseguirlo, y cuando estoy a punto de
hacerlo, me siento mal. Me siento avergonzado por querer
que las personas me ayuden y me enseñen a tocar el piano...
quiero decirles que necesito ayuda. Siempre. No sólo necesi-
to una lección ahora, ¡necesito una lección cada día! ¡Seis
horas al día! Es muy difícil que pueda conseguirlo solo. ¡Si
lo consiguiese y fuera feliz, no podría llamar la atención!
—¿Cómo sientes eso? Parecía encantado de haber descu-
382 EMDR

bierto esas emocionantes verdades. La red de su vida y las


fuerzas que le movían estaban evidenciándose en la misma
medida en que iba superando su dolor.
—¡Me siento bien! —río Johnny.
—¿Cómo te sientes cuando piensas en que «No puedes
hacerlo»?
-Sé que parece ridículo, pero también es muy cierto.
Durante toda mi vida he estado seguro de que no es posible. Es
algo muy lejano... algo que se remonta mucho tiempo atrás...
a la época en que iba a escuela, cuando estaba en primer curso.
Todos mis amigos aprobaron, pero yo tuve que repetirlo.
Nueva serie.
—Sé que si lo intento, no lo conseguiré. Es algo muy habi-
tual. Y aunque, en general, lo supere, sé que todavía sigue
ahí. Siento una mezcla de confusión y sorpresa.
—¿Qué sucede ahora con el «No puedo hacerlo»? —pre-
gunté entonces, consciente de que, cada vez que se lo pre-
guntaba, ponía en funcionamiento la información almacena-
da y la vinculaba con el sistema de procesamiento de la
información.
—No consigo tocar el piano, ni tampoco consigo tocar la
flauta. No pude conseguirlo en la escuela ni en el trabajo ni
con mis padres.
—¿ Y en qué parte del cuerpo lo sientes?
—En la parte inferior del vientre.
Nueva serie.
Johnny rió, pero no dijo nada.
¿Cómo sientes ahora el «No puedo hacerlo»?
¡Me parece estúpido! Me parece estúpido no poder con-
seguirlo. A menos que no quieras hacerlo. ¿Realmente quie-
ro hacerlo? Hummm... tengo mis dudas
¿Qué ocurre si imaginas hacerlo? —había llegado el
momento de darle algún que otro trabajo para casa.
LA ÚLTIMA PUERTA 383

—Me parece bien... no sé... seguro que acabaría con mi


objetivo.
Nueva serie.
—Me gusta la música y puedo verme tocando bien el
piano.
—Imagínate tocando el piano esta semana. Imagínalo
mientras sigues el movimiento de mis dedos.
—Muy bien. Me dirijo a la habitación —dijo Johnny, mien-
tras sus ojos seguían el movimiento de mi mano—. Me siento
en el banquito, abro el piano... —prosiguió, tras una pausa
que parecía destinada a sumergirse más en la imagen- luego
tomó la partitura y apoyo los dedos en las teclas.
La serie prosiguió.
—No consigo disfrutar. Nadie puede escucharme..., pero
creo que me gustaría intentarlo.
—¿Qué es lo que te lo impide?
—No quiero hacerlo. Me asusta.
—¿Y dónde sientes el miedo?
—En la parte inferior del vientre. Podría hacerlo bien y eso
me asusta.
Siente esa amenaza —dije entonces, neutramente.
Y así continuamos, hasta concluir la sesión.
En sesiones posteriores, Johnny y yo nos ocupamos de tra-
bajar sobre los recuerdos y circunstancias presentes que más
le angustiaban. Además nos dedicamos también a trabajar con
una visualización que elaboramos juntos. Carl y Stephanie
Simonton, dos pioneros en el campo de la psiconeuroinmuno-
logía, han trabajado mucho con pacientes cancerosos, cen-
trando su interés en lo que permite que algunos pacientes ten-
gan vidas más largas y estimulantes que otros con quienes
comparten un diagnóstico parecido, llegando a la conclusión
de que la diferencia reside en el modo en que los pacientes
piensan sobre sí mismos. En su opinión, esos pacientes iden-
384 EMDR

tifican una imagen que les permite sentir que su sistema


inmunitario es más fuerte que el cáncer. Hay casos en los que
puede funcionar representar el sistema inmunitario como un
poderoso ejército y las células tumorales como un enemigo
más débil, y hay otros, sin embargo, como las personas de
naturaleza más pacífica, en los que conviene partir de una
imagen más adaptada a su forma de pensar como, por ejem-
plo, la imagen del corazón de Jesús irradiando luz en su sis-
tema inmunitario.
Probablemente debido a sus estudios de ingeniería, Johnny
esbozó una imagen de la electricidad atravesando todo su
cuerpo y destruyendo las células cancerosas. Luego utilizamos
la EMDR para reforzar esa imagen y asociarla a la cognición
positiva «Mi sistema inmunitario me curará», una combina-
ción que le proporcionó una sensación de control y de domi-
nio, aunque sabía perfectamente que, a pesar de estar movili-
zando todos sus posibles recursos, no había ningún tipo de
garantía. Lo probó en consulta y luego en casa, refiriéndome
los resultados.
—Veo un flujo luminoso —dijo, con un gesto que iba de la
cabeza a los pies—, que supongo generado por los glóbulos
blancos, que va irradiándose por todo mi cuerpo a través de
los huesos. Es un ejercicio que hago unas seis veces al día,
muy lentamente, empezando en la cabeza y siguiendo por las
mejillas, los hombros, los brazos, el torso, las articulaciones
de la rodilla, las piernas y los pies.
Después de un total de cuatro sesiones de EMDR, Johnny
mostró, en opinión de Martha, una libertad de expresión de
la que nunca antes había gozado. Según dijo, después de la
EMDR estaba muy cambiado y era mucho más afectuoso,
vital, comunicativo y sociable con ella y con todo el mundo.
Empezó a disfrutar tocando el piano y ya no temía hacerlo
mal. Pasaron los últimos años de su vida viajando por todo
LA ÚLTIMA PUERTA 385

el mundo, visitando Thailandia, China, Francia, España y


Alaska y también pasaron un par de semanas disfrutando de
un viaje en canoa por los rápidos del río Colorado. En otra
ocasión, Johnny hizo un crucero desde California hasta
Alaska con sus amigos, que también advirtieron el cambio
que había experimentado. Ya no se veía obligado a compla-
cer a todo el mundo y ya no tenía que ser “Mister Simpatía”.
Se había convertido en una persona mucho más asertiva y
pidió a todo el mundo que le llamara por su nombre, Jan,
enseñándoles a pronunciarlo adecuadamente. Según dijo
Martha: «creo que está recuperando su verdadera identidad».
Jan continuó realizando el ejercicio que habíamos diseña-
do juntos, intercalando la visualización de la corriente eléc-
trica circulando por todo su cuerpo para exterminar las célu-
las cancerosas con un par de períodos en los que repetía su
cognición positiva sin dejar, no obstante, de llevar a cabo los
movimientos oculares. A finales de 1991, los médicos le
dijeron que su tumor de próstata había disminuido y volvió a
casa extraordinariamente feliz.
—¡Martha —le dijo entonces, con una sonrisa— creo que lo
he conseguido!
Pero el tumor todavía afectaba a sus huesos y, en enero de
1992, se vio obligado a afrontar una situación familiar muy
estresante que tuvo graves consecuencias. En mayo advirtió
que su cuerpo estaba debilitándose y, cuando consultó al
médico, se enteró de que la metástasis estaba afectando a su
hígado. Entonces decidió hacer un último viaje, esta vez a
Holanda, su tierra natal, donde alquiló una casa flotante con
la que paseó por los canales durante un par de semanas y,
finalmente, pasó otra semana con su familia, antes de volver
a los Estados Unidos, consciente de que ésa sería la última
vez que los viese.
Una vez en casa, el dolor aumentó, y a finales de junio, su
386 EMDR

mente empezó a dar señales de flaqueza. Entonces fue cuan-


do Jan de Groot, de 69 años, decidió acabar con su vida
tomando una medicación que, con ese propósito, había com-
prado en Holanda. Jan había pasado tres maravillosos años
después de su tratamiento con la EMDR y quiso elegir su
propia forma de morir, cosa que hizo muy pacíficamente y
arropado por la compañía de Martha.

Muchos pacientes de cáncer han descubierto usos distintos de


la EMDR para atravesar la experiencia misma de la enferme-
dad y recuperar la sensación de control personal. Después de
que Donna fuese diagnosticada de cáncer de mama, por ejem-
plo, pasó tres noches sin dormir. Se despertaba a eso de las
tres de la madrugada, con la mente desbocada por el miedo.
Entonces solicitó a un terapeuta utilizar la EMDR para ayu-
darla a superar esa prueba. El primer objetivo que esbozaron
fue el miedo de Donna: «Voy a morir». Durante la sesión,
Donna conectó emocionalmente con sus creencias espiritua-
les, y la frase «No estoy preparada para morir. Quiero vivir»
despertó en ella resonancias muy profundas. Éste es un paso
muy importante para muchos pacientes de cáncer que se
hallan atrapados en sentimientos de impotencia, lo que empo-
brece su calidad de vida y compromete también su sistema
inmunitario.
La segunda sesión se centró en la sensación, habitual en
muchos pacientes de cáncer, de verse desbordada, no sólo
por las cuestiones relacionadas con el tratamiento y el dolor,
sino también con las demás obligaciones de la vida que no
deben ser olvidadas, como los problemas laborales, la nece-
sidad de los demás, etcétera. En este sentido, la EMDR
ayuda a los pacientes a contemplar sus problemas desde la
perspectiva adecuada, lo que les ayuda a reducir su nivel de
ansiedad y de miedo y facilita su resolución.
LA ÚLTIMA PUERTA 387

Luego Donna utilizó la EMDR para enfrentarse a su reac-


ción ante la mastectomía. Aunque, al principio, no podía
soportar mirarse en el espejo, acabó aprendiendo, gracias a la
EMDR, a valorar su nuevo aspecto y a sentirse bien con su
cuerpo. El médico que la trataba se sorprendió de la pronti-
tud de su recuperación ya que, al cabo de cuatro semanas,
volvió a trabajar. Pero su curación psicológica no había sido
completa, porque Donna no había apelado a la EMDR para
prepararse emocionalmente de cara a la cirugía, un hecho
cuyas consecuencias descubrió semanas más tarde. Atrapada
en un atasco de tráfico un día en el que se dirigía en coche al
trabajo, Donna se vio desbordada por sensaciones de peligro
y de muerte inminente. Más tarde, durante la EMDR se dio
cuenta de que esas sensaciones estaban directamente ligadas
a los hechos que ocurrieron el día de su operación, en que
recordaba haberse despedido de su marido con miedo a no
volver a verle o a quedarse inválida, paralítica o con alguna
lesión cerebral. Pero hay que decir también que ésa no fue la
primera ocasión en que tuvo graves problemas físicos ya
que, 20 años antes, casi se había roto la nuca y necesitó ope-
rarse de la columna vertebral. Fue como si la operación de
cáncer hubiese reactivado todo el dolor irresuelto de ese
trauma.

Pero por más aterrador que sea el cáncer, pocas enfermedades


despiertan tanto miedo como el sida. La epidemia de sida es
tan espantosa que muchas personas prefieren negar su exis-
tencia. Sin embargo, no había modo de que Hugh Rodgers
pudiera sacarse el sida de su mente. Durante los últimos tres
años, su compañero Brady había sufrido los implacables
hachazos del sida. Brady era toda su vida. Los dos hombres
estaban muy enamorados y habían pasado casi nueve años
felizmente entregados el uno al otro. Habían comprado una
388 EMDR

casa, esperaban poder adoptar un niño y, como muchas otras


parejas, compartían sus esperanzas y sus sueños.
Brady, siete años mayor que Hugh y la persona fuerte de
la relación, había infravalorado la gravedad de los síntomas,
algo explicable solamente por el hecho de no conocer a nadie
que hubiese muerto de sida. No tenían la menor idea de lo
que todavía les quedaba por pasar.
Esa ignorancia se mantuvo hasta el día de finales de 1992
en que Brady se empeñó en coger el coche para ir a trabajar
a pesar de tener una fiebre de 40 grados centígrados y en el
que sufrió un desvanecimiento que le llevó a chocar con otro
coche, y aunque no hubo ningún herido, el Porsche de Brady
quedó destrozado. Entonces fue cuando Hugh le convenció
de que había llegado el momento de tomarse en serio la
enfermedad y Brady no volvió a conducir ni a trabajar.
Pero aun contando con la colaboración de Brady, las cosas
fueron complicándose. Un día se desmayó mientras se ducha-
ba. Otro día, cuando Hugh fue a despedirse para ir a trabajar,
le descubrió luchando por respirar y con el rostro púrpura. Y
como Brady, a pesar de permanecer consciente, era incapaz
de pensar, moverse O hablar, Hugh llamó a una ambulancia y
se sentó a su lado durante todo el camino al hospital. donde le
diagnosticaron un citomegalovirus (CMV), una infección
vírica de la sangre.
Entonces Hugh se dedicó a cuidar a Brady en casa, aun-
que le resultase difícil compatibilizarlo con su trabajo como
vendedor. Durante los 12 meses siguientes, desde finales de
1992 hasta finales de 1993, Hugh asistió a la metamorfosis
de su pareja, que pasó de ser un hombre inteligente, resuelto
y dinámico a ser una persona con la capacidad intelectual de
un niño de cinco años muy enfermo. Al comienzo, Hugh no
se dio cuenta de la demencia que la infección del sida provo-
caba en las células cerebrales de Brady, pero lo cierto es que
LA ÚLTIMA PUERTA 389

no hacía sino empeorar. Algunos días, Brady ni siquiera


podía pensar claramente para responder a las preguntas más
sencillas de Hugh del tipo: «¿Cómo te encuentras? ¿Te duele
algo? ¿Qué puedo hacer por ti?». Brady balbucía una res-
puesta ininteligible y Hugh, frustrado, golpeaba con violen-
cia la mesa con su mano. Brady no conseguía hablar cohe-
rentemente y era consciente de ello.
El momento crítico llegó la tarde en que, al volver a casa,
Hugh descubrió a Brady, atrapado entre el sofá y la mesa
camilla, sacudiendo los brazos, pero incapaz de ponerse en
pie. Al parecer, Brady llevaba varias horas en esa postura, por-
que se había orinado en la alfombra. Era evidente que Brady
estaba completamente desorientado, porque no sabía dónde
estaba, ni lo que le había sucedido. La visión de su amante
reducido a un estado casi vegetativo rompió el corazón de
Hugh y empezó a llorar. Luego, mientras limpiaba a su pare-
ja, tomó la decisión de contratar a alguien para que cuidase de
Brady durante el día y él se encargaría del resto. Hugh trató de
enfrentarse a ese cruel período recurriendo a la negación y a
las presiones laborales para reprimir su miedo y su angustia.
Dicho de otro modo, se concentró en los aspectos prácticos de
la cuestión, preparando el desayuno y la comida de Brady
antes de ir a trabajar. Volvía a casa a tiempo, se aseguraba de
que Brady tomase la medicación y organizaba visitas ocasio-
nales de los amigos para poder distraerse.
Pero ésa no era más que una parte de la cuestión porque,
cuando empezaron la relación, Hugh sólo tenía 18 años.
Sabía que era gay desde la adolescencia, pero jamás había
mantenido relaciones sexuales;, cuando quisieron hacer el
amor por vez primera, Hugh le preguntó si era seguro, a lo
que Brady le respondió afirmativamente aunque, lo cierto, es
que no era así.
Cuando, en 1988, Brady empezó a mostrar los síntomas
390 EMDR

del sida, Hugh se hizo los correspondientes análisis, descu-


briendo que era seropositivo y que su tasa de linfocitos T
giraba en torno a las 5.008 unidades.* Inmediatamente le
prescribieron AZT y le recomendaron que empezase a refor-
zar su sistema inmunitario cuidándose, comiendo bien, des-
cansando suficientemente, haciendo gimnasia y erradicando
todo estrés de su vida. A finales de 1993, cinco años después
del diagnóstico, sin embargo, la vida de Hugh era más estre-
sante que nunca. Ver morir a Brady gradualmente día tras día
le resultaba desalentador.
Pero lo que empeoraba todavía más las cosas era la inver-
sión de roles que el sida había provocado en la pareja. Cuando,
a finales de 1993, Brady se vio relegado al lecho, era eviden-
te, para Hugo, que el final estaba aproximándose. Su relación
estable y amorosa, que siempre les había dado la impresión de
permitirles enfrentarse a todo lo que la vida les deparase,
había perdido su principal apoyo. Ahora, el mundo de Hugh
se había desmoronado y sentía que su vida estaba naufragan-
do. Un buen día, a mediados de noviembre, Hugh salió de la
sala de ventas de su tienda y se refugió en su oficina. Su cora-
zón se había disparado y sentía que no podía respirar.
Entonces llamó al doctor y concertó una cita urgente y la
prescripción de fármacos contra la ansiedad, ninguno de los
cuales modificó un ápice la causa del ataque de Hugh.
Entonces fue cuando Hugh oyó hablar de una investiga-
ción psicológica que ofrecía cuatro sesiones gratis de trata-
miento para pacientes seropositivos o que estuviesen enfer-
mos de sida. El estudio estaba dirigido por Donald Weston,
psicólogo de Portland (Oregon), que trabajaba estrechamen-
te con la población gay y estaba interesado en los posibles
efectos liberadores del estrés (y en la consiguiente prolonga-
ción de la vida) que podía tener la EMDR en el tratamiento
de hombres y mujeres seropositivos.
LA ÚLTIMA PUERTA 391

La investigación de Donald requería sesiones de 90 minu-


tos. En la primera de ellas, Donald pidió a cada uno de los
participantes que respondieran a seis preguntas relativas al
modo en que creían que el hecho de padecer sida o de ser
seropositivo influía en la visión que tenían de sí mismos, de
su vida presente y de su futuro. Y aunque no se trataba del
enfoque habitualmente empleado por la EMDR, permitió
que Donald llevase a cabo un rastreo controlado sobre el
modo en que la EMDR afectaba al dolor emocional personal
relativo a sus creencias negativas y a la eficacia con que la
persona desarrollaba contracreencias positivas. Las respues-
tas dadas a esas preguntas servirían como objetivos de la
EMDR.
La primera vez que trabajaron con la EMDR, Donald
ayudó a Hugh a elaborar su imagen de sí mismo como per-
sona seropositiva. Aunque Hugh creía que si se cuidaba, no
enfermaría, en el fondo de su alma contemplaba la desinte-
gración de Brady con una abrumadora sensación de miedo y
de pánico, como si estuviera asistiendo a su propia muerte.
Además estaba enfadado consigo mismo por ser seropositi-
vo. Cuando empezaron el procesamiento, su valoración usa
era de 9. Después de tres series, Hugh empezó a gritar «Sólo
tengo 26 años. El sida empezó mucho antes de que yo apare-
ciese. Brady lo padecía antes de conocerme».
—Mantén esa idea en tu mente.
Cuarta serie.
—Puedo cuidarle. Pero no es por culpa mía.
Quinta serie.
-Si necesita algo, se lo daré, pero no puedo preocuparme
por lo que ha podido hacer en el pasado. Me siento tranqui-
lo y relajado. Mis hombros se han relajado después de haber
llorado —dijo Hugh, tras una pausa, inclinando la cabeza y
preguntando—. ¿Suele funcionar tan rápidamente?
392 EMDR

—Concéntrate en eso.
Sexta serie.
—Me siento bien. Puedo asumir la responsabilidad de lo
que hago para ayudar a Brady, pero no soy responsable de
ser seropositivo.
Séptima serie.
—Me hace sentir bien. Me gusta.
—¿Qué imagen se te ocurre para representar el virus del
sida en tu cuerpo? —preguntó entonces Donald, con el fin de
establecer su segundo objetivo.
—Es una mancha de color amarillo. Como cuando, en lec-
ciones de higiene, se nos mostraba la fotografía de una gota
de color azul en el agua —dijo Hugh, esbozando la forma con
sus manos.
—¿Con qué palabras describirías lo que esa imagen dice
de ti mismo?
—Trato de mantener ambos aspectos separados. Separo el
agua limpia de la mancha de color. Me siento como si me
hallase sumergido en el agua y luchase, sin acabar de conse-
guirlo, por respirar. Y aunque, en ocasiones, llegue a la
superficie, nunca consigo respirar lo suficiente. Como si una
fuerza me mantuviese hundido. Resulta muy opresivo.
—¿Qué querrías sentir?
No quisiera sentirme ahogado. Me gustaría aceptar que
puedo disfrutar de mi vida cotidiana sin preocuparme por las
inevitables consecuencias de la enfermedad.
—¿ Y en qué parte del cuerpo lo sientes?
—En el cuello y en los hombros —respondió Hugh, que
evaluó su intensidad como un 10.
Cuando Donald empezó los movimientos oculares, la pri-
mera respuesta a las preguntas de Donald fue «Nada».
Segunda serie.
—Nada.
LA ÚLTIMA PUERTA 393

Nueva serie.
Siento como si me estuviera ahogando. No tengo sufi-
ciente aire.
Nueva serie.
Hugh empezó entonces a llorar. Estaba concentrándose
en todas las cuestiones negativas de su vida, de la vida de
Brady y de su trabajo. Era como si, frente a él, sólo desfila-
sen los aspectos negativos de su vida. Luego, las sensaciones
cambiaron súbitamente y empezó a sonreír. El dolor había
sido breve. Hugh había dejado que su mente fuese donde
quisiera y se sentía mejor. Era muy curioso, parecía que
volase como un águila y pudiese hacer un zoom sobre las
cosas y verlas en su verdadera magnitud. Ahora no estaba
agotado, sino relajado.
—¿Qué ves ahora? —preguntó entonces Donald.
—Veo una luz al final del arco iris. Ahora ya no me estoy
ahogando. Puedo nadar. Ahora estoy en una lancha de salva-
mento. Puedo ver a través del agua clara y ver el fondo
cubierto de amarillo.
—Permanece con esa imagen.
Quinta serie.
—Estoy mirando a través del agua y todo es transparente.
Es como si el amarillo se hallase en la periferia de mi campo
visual. Puedo ver todo lo que me rodea. Hacía mucho tiem-
po que no lograba mirar más allá de mí y ver lo que me
rodea.
Nueva serie.
Puedo oler las flores. Siento el aire y veo lo que me
rodea.
Séptima y última serie.
Me siento como si pudiera vivir cada día oliendo flores,
sintiendo el aire y dándome cuenta de lo que es importante
—dijo Hugh.
394 EMDR

Dos años más tarde, Hugh relató esa experiencia con las
siguientes palabras: «En esos dos minutos desaparecieron la
aflicción, la frustración, la desesperación, la rabia, la ansie-
dad y todas las cosas a las que diariamente me enfrentaba.
Luego el bien entró en mi interior y se puso en marcha una
suerte de fantasía con los ojos abiertos en la que empecé a
pensar en cosas positivas. Fue como si, después de correr
durante 50 kilómetros y de sentirme extenuado, se abriesen
súbitamente las puertas del paraíso y se desvaneciese todo el
agotamiento».
Alo largo de la siguiente sesión, trabajaron la creencia de
Hugh de no haber podido vivir su vida al máximo de su
potencial. Después de la tercera serie, Hugh empezó a llorar:
—Son tantas las cosas que quiero hacer... No he hecho
todo lo que quisiera.
Nueva serie.
Hugh se sentó entonces erguido en la silla y dijo:
—Pero también son muchas las cosas que he conseguido.
Sólo tengo 26 años y tengo una larga lista de las cosas que
he logrado.
Quinta serie.
—Primero estaba en una lancha de salvamento —dijo
Hugh, con una franca sonrisa en el rostro— y ahora estoy en
una nube. Es como si pudiera sentir el aire y oler el perfume
de las flores. Estoy viendo mis logros y el viento me lleva
hacia nuevas puertas que se abren. Tengo tiempo para hacer
las cosas que quiero hacer.
Nueva serie.
No puedo creérmelo. Me siento extraordinariamente
bien.
Nueva serie.
—Realmente son muchas las cosas que he conseguido en
mi vida y me siento muy bien al respecto.
LA ÚLTIMA PUERTA 395

Octava y última serie.


Sí. Todo está muy bien.
—¿Cuán intensa es ahora esa sensación?
—Es un 3. Me viene muy bien llorar. No lloraba por lo que
está sucediendo —sino, como más tarde dijo el mismo Hugh,
porque la sesión le estaba abriendo un nuevo camino.
»En lugar de ver tan sólo las cosas negativas, he podido
empezar a ver también las positivas. Ya no estaban en el
fondo, sino en primer plano. Puedo seguir viendo las cosas
negativas, pero también puedo vivir con ellas. Me sentía
como si hubiera pasado de estar debilitado a funcionar bien
de nuevo. Y he tomado la determinación de no rendirme.
Donald y Hugh dedicaron una sesión de EMDR a traba-
jar la percepción de su miedo a enfermar, durante la cual
Hugh se vio superando los problemas físicos y abriendo la
puerta al Sol y el viento. Finalmente eligieron el objetivo de
enfrentarse a todo lo que necesitaría hacer en el caso de que
estuviese a punto de morir, momento en el cual la mente de
Hugh volvió a Brady.
—He empezado a sentir la pérdida de todo. Se suponía que
Brady y yo viviríamos juntos y alcanzaríamos los 65 años.
Ahora debo renunciar a todo esto, porque no tardará en irse.
Décima serie.
Me siento mejor. Todavía me quedan las fotografías.
Nueva serie.
—Y lo más importante de todo, también tengo mis recuer-
dos. Siempre puedo dormir con ellos.
Varias series después, Hugh dijo:
—He pensado en lo maravilloso y significativo que ha sido.
Ahora ya ha pasado. ¿Qué es lo que viene a continuación?
Nueva serie.
—Me falta Brady. Y cuando muera, si es que hay algún
modo, lo encontraré.
396 EMDR

Nueva serie.
Puedo escuchar a Brady. Estamos en un parque y siento
cómo me llama. No puedo verlo, pero sé que conseguiré
encontrarlo. Me siento de nuevo relajado. No es que las
cosas hayan acabado, lo que ha cambiado es el paisaje.
Nueva serie.
—Me siento mejor. Todas las cosas negativas formaban
parte de nuestra vida, pero no han cambiado lo que somos, ni
tampoco ha cambiado nuestra vida. El sida no es más que
uno de los aspectos de nuestra vida. La ironía de Brady y su
sentido del humor forman parte de nosotros. Ha sido muy
divertido.
Otra serie.
—Es como si pudiese ver la totalidad de la imagen y la
enfermedad sólo ocupase una pequeña parte de toda mi vida.
Cada vez que teníamos problemas de relación los superába-
mos y también superaremos éste. Podemos hacerlo.
Durante la sesión posterior, Hugh definió del siguiente
modo el significado que el sida tenía en su vida:
—Me ha proporcionado una nueva oportunidad. No lo veo
como “no es justo” o “no está bien”. Eso, ahora, no me impor-
ta. Me parece simplemente un reto.
Después de la EMDR, Donald dedicó el resto del tiempo
a hablar con Hugh, que le contó que sus empleados le habían
dicho que, en el trabajo, parecía mucho más feliz y relajado.
En lo tocante a la investigación dirigida por Donald Weston,
la valoración de Hugh de sus sentimientos negativos estaba
en 0, mientras que su estimación de la veracidad de sus nue-
vas creencias positivas era de 7, la puntuación más elevada
de la escala.
Dos meses después, Brady murió tranquilamente en casa,
y pasadas varias semanas, Hugh volvió de nuevo a ver a
Donald. Estaba preocupado por algo que había hecho des-
LA ÚLTIMA PUERTA 397

pués de la muerte de Brady y temía que fuese algo morboso


o anómalo.
—Estaba allí, Brady estaba allí... y se marchó. Luego
—prosiguió Hugh, excitado— me metí en la cama junto a su
cuerpo y le abracé.
—No me parece nada morboso ni anómalo, Donald —le
dije entonces—. Es simplemente amor.
Hugh sigue trabajando duro y se siente bien. Hace nueve
años que le diagnosticaron que era seropositivo, pero su
recuento de células T lleva casi dos años en 700 (un valor
casi normal). Su tienda de artículos de regalo ocupa, en una
investigación de mercado, el undécimo lugar en una encues-
ta realizada sobre cerca de 800 tiendas del estilo; y ha vuel-
to a estudiar obteniendo óptimos resultados en el primer
semestre. También trabaja como voluntario en tres organiza-
ciones no gubernamentales y se ha dejado convencer por un
amigo para participar con una poesía suya, la primera que
escribió, en un concurso estatal llamado premio Gobernador,
en el que consiguió el primer premio y tuvo la ocasión de
asistir a la lectura de su poema por parte del gobernador de
Oregon ante una audiencia de12.000 personas. Hugh es un
portavoz muy elocuente con una profunda comprensión que
refleja claramente la experiencia de todas aquellas personas
que, de un modo u otro, se han visto obligadas a atravesar el
umbral de la muerte.
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12. VISIONES DEL FUTURO.
LA EMDR EN EL MUNDO

«Los problemas más importantes no pueden resolverse en el


mismo nivel de pensamiento que los ha creado.»
ALBERT EINSTEIN

Una mujer de mediana edad mantenía una mala relación con


su padre y llevaba toda la vida rechazando sus intentos de
aproximación porque, según contó a su terapeuta, la abando-
nó siendo niña. Cuando, gracias a la EMDR recordó los deta-
lles concretos del día en que se fue de casa, se dio cuenta de
que lo había hecho obligado por su madre y, cuando un tes-
tigo independiente corroboró posteriormente la historia,
acabó reconciliándose con él.
¿Cuántas personas sufren a causa de la fragilidad de la
memoria? ¿Qué es lo que la EMDR nos revela acerca del
funcionamiento fisiológico de la memoria? Éstas son, a la
vista de los rápidos resultados obtenidos por la EMDR, cues-
tiones que aparecen espontáneamente.
Cada nueva aplicación del método nos obliga a formular-
nos nuevas preguntas y, después de diez años de práctica de
la EMDR, cabe destacar las siguientes: ¿Cuáles son las lec-
ciones fisiológicas, psicológicas y sociales que nos propor-
ciona la EMDR? ¿Qué investigaciones y aplicaciones cientí-
ficas pueden derivarse de ella? ¿Cuáles son sus enseñanzas
400
+
EMDR KK
+

sobre la relación que existe entre la mente el cuerpo? ¿Hasta


dónde podremos llegar cuando trascendamos nuestros mie-
dos y nuestras barreras?

Los informes de casos procedentes de todos los rincones del


mundo evidencian la existencia de multitud de factores comu-
nes entre personas y sociedades diferentes. La rapidez y predic-
tibilidad de los resultados obtenidos cuando se emplean proto-
colos y procedimientos adecuados pone de manifiesto que, más
allá de las diferencias culturales que nos separan, todos com-
partimos respuestas fisiológicas que nos proporcionan una
visión sobre la mente y el potencial del ser humano.
Uno de los objetivos a los que, en mi opinión, debería
apuntar cualquier investigación futura realizada en este sen-
tido, consistiría en poner de relieve las implicaciones de los
distintos protocolos empleados. Son muchas, a fin de cuen-
tas, las cosas que podríamos aprender acerca del modo en
que el cerebro organiza la memoria y la experiencia. Durante
los primeros 18 meses de uso de la EMDR, por ejemplo, tra-
bajé con personas que se habían visto traumatizadas en una
época muy temprana de su vida, entre el año y los 10 años o
poco más, ninguna de las cuales se hallaba en el período
inmediatamente posterior al trauma. Luego trabajé con las
víctimas del terremoto que, en 1989, sucedió en Loma Prieta,
San Francisco, antes de que hubiera pasado un mes de la des-
trucción de su hogar, de que sus hijos se hubiesen lesionado
o de haber perdido a sus animales domésticos. Eran personas
que habían visto retumbar, desplazarse, resquebrajarse y,
finalmente, abrirse el mismo suelo que les sostenía. No es de
extrañar que muchos de ellos llegasen a la conclusión de que
jamás podrían volver a confiar en nada ni en nadie. Cuando
empecé a trabajar con esas víctimas utilicé el mismo proto-
colo EMDR que había empleado con mis anteriores clientes,
VISIONES DEL FUTURO. La EMDR EN EL MUNDO 401

pidiendo que identificasen el episodio más terrible del terre-


moto como, por ejemplo, el momento en que se desplomó la
chimenea y estuvo a punto de sepultarles y que lo mantuvie-
ran en mente mientras llevábamos a cabo los movimientos
oculares. Después de haber desensibilizado el incidente, les
pedía que evocasen una segunda escena angustiosa como,
por ejemplo, el momento en que se vieron obligados a saltar
desde la ventana de un tercer piso de un edificio en llamas.
La experiencia que había tenido con mis anteriores clientes
(que, recordémoslo, estaban recuperándose de un trauma
remoto) me llevaba a esperar la desensibilización de esta
segunda escena, pero en esta ocasión, estaba equivocada,
porque no hubo generalización de una rama del recuerdo
traumático a otra y nos vimos, en consecuencia, obligadas a
trabajar por separado las distintas escenas inquietantes.
Este descubrimiento puso de relieve la necesidad de
adaptar el protocolo de la EMDR al tratamiento de las vícti-
mas de los traumas recientes y también me proporcionó
nueva información acerca del funcionamiento cerebral. ¿Por
qué una de las escenas de un trauma reciente no se hallaba
mentalmente relacionada con otras escenas de la misma situa-
ción? ¿Significaba acaso que los diferentes momentos de un
acontecimiento traumático se almacenaban separadamente
en el cerebro? Parecía que, para que los diferentes episodios
que componen un determinado trauma acabasen consolidán-
dose en la memoria como una totalidad integrada, debía
pasar cierto tiempo. Esto resultaba doblemente extraño por-
que quienes habían sido víctimas del terremoto, no tenían
problema alguno en describir la secuencia de eventos que se
habían visto obligados a vivir. Dicho en otras palabras, sl
bien habían establecido algunas conexiones neurológicas
importantes (entre las que se contaba la secuencia temporal),
no sucedía lo mismo con otras.
402
AAA EMDR AAA AA A —— AA

Esta discrepancia proporcionó a los investigadores espe-


cializados en el funcionamiento neurobiológico de la memo-
ria una clave muy importante para acceder a los vericuetos
más ocultos del cerebro. En este sentido, por ejemplo, el
momento en que deja de ser necesario apelar a la EMDR
para la rehabilitación completa del cliente durante el proce-
dimiento estándar utilizado en el tratamiento de los traumas
recientes (que, recordémoslo, consiste en tratar separada-
mente las distintas escenas), pone de manifiesto el momento
preciso en que se produce la consolidación del recuerdo. Son
muchos los casos que corroboran la necesidad de utilizar
protocolos EMDR diferentes en el tratamiento de los trau-
mas recientes y de los traumas remotos, independientemente
de que se trate de un niño australiano aterrado ante la nece-
sidad de abandonar su casa tras un grave incendio forestal, o
de una mujer de Long Island que había desarrollado una
fobia a volar y no podía visitar a su familia porque estaba
obsesionada con las imágenes de un océano teñido de rojo y
salpicado de restos humanos después de la tragedia del vuelo
800 de la TWA.
La investigación futura también podría ocuparse de las
diferentes asociaciones que, con respecto a un determinado
recuerdo, establece una persona antes y después del trata-
miento con la EMDR. Recuerdo, en este sentido, el caso de
una mujer cuyo padre había muerto de cáncer en una residen-
cia para convalecientes. Durante los dos años que siguieron
a su muerte, esa mujer había vivido con una “nube negra”
sobre su cabeza, obsesionada con la imagen de su querido
padre muriendo dolorosamente entre extraños y sintiéndose
impotente al no poder ayudarlo. Aunque habían estado muy
unidos y habían sido muy felices, no podía pensar en él ni
recordarlo sin verse acosada por esa “nube negra”. Entonces
iniciamos el tratamiento EMDR centrándonos en la imagen
VISIONES DEL FUTURO. La EMDR EN EL MUNDO 403

de su padre tendido en su lecho de muerte. Después de haber


elaborado esa escena, le pedí nuevamente que pensara en su
padre, y la escena que le vino a la mente fue una semana de
Navidad muy divertida que pasaron juntos.
Son muchos los clientes en los que he advertido el cam-
bio que conduce desde la obsesión con un recuerdo negativo
hasta la emergencia espontánea de un recuerdo positivo. En
otro caso, trabajé con una niña de 10 años cuyo padre se
había suicidado y cuyo único recuerdo —que, más que un
recuerdo, era una fantasía porque, por aquel entonces, no
tendría más de tres años— era el aspecto que tenía el último
día de su vida y los meses que precedieron a su muerte, ves-
tido con un albornoz, sentado en cualquier parte y rodeado
de latas de cerveza vacías. Después de haberse centrado en
esa imagen y haberla procesado, le pedí que evocase otra
imagen de su padre y recordó un día que habían ido de excur-
sión al campo, un recuerdo muy plácido y que no iba acom-
pañado, por cierto, de ningún tipo de sufrimiento. Y debo
decir que lo mismo sucedió cuando traté a su hermano.
Parece, pues, evidente que la elaboración de un recuerdo
negativo recurrente abre un espacio para que la persona
pueda recordar otros momentos más positivos. Este tipo de
observaciones clínicas tiene numerosas y profundas implica-
ciones en el estudio de la neurofisiología de la memoria.

Otra posible área de investigación futura concierne al modo


diferente en que se almacenan los recuerdos de los eventos y
las sensaciones físicas. Hay veces en que es posible tratar exi-
tosamente con la EMDR el dolor crónico y el malestar físico
continuo eligiendo como objetivo el evento perturbador ini-
cial. Cabe destacar, en este sentido, el caso, presentado por un
terapeuta ruso, de un hombre de 31 años, que había sido
ingresado en un hospital de Moscú a causa de los ataques de
404 EMDR

cefalea crónica y crisis depresivas impredecibles. Su sueño se


veía continuamente interrumpido por continuas pesadillas y
no tenía la menor esperanza de futuro, síntomas que padecía
desde el momento en que, en 1986, su destacamento había
sido movilizado para tratar de minimizar las consecuencias
del desastre de la central nuclear de Chernobil. Después de
esa situación, su situación financiera empezó a deteriorarse y
desarrolló varios síntomas físicos que fueron atribuidos a
diferentes enfermedades. Su sensación de inutilidad se inten-
sificó cuando las autoridades le negaron cualquier tipo de
ayuda física y psicológica. Diez años después de ese episodio
tenía, como muchos de sus compañeros, miedo a morir a
causa del envenenamiento radiactivo y llevaba una década
tomando antidepresivos.
Durante la EMDR, nuestro hombre elaboró un recuerdo
representativo de su experiencia traumática en Chernobil, el
momento en el que se vio obligado a abandonar el refugio de
la central para completar la siguiente fase, la eliminación de
la radiación de la superficie. Lo único que sintió al recordar
ese momento fue miedo y la sensación de que las partículas
radiactivas estaban penetrando en su cuerpo. Posteriormente,
esos sentimientos Obsesivos empezaron a presentarse cada
vez que debía abandonar el refugio seguro de su casa para ir
al puesto de trabajo. Durante la EMDR elaboró los senti-
mientos actuales de impotencia y desesperación, incluida la
depresión causada por una disfunción sexual y las sensacio-
nes que tenía con respecto a su mujer. Después de varias
series tomó la determinación de hacer algo con su situación
y esbozó la idea de que «esas partículas radioactivas quizás
sólo estén en mi imaginación». Al concluir la sesión de
EMDR afirmó sentirse liberado y dejó de mencionar el dolor
de cabeza, y un día después, dejó de tomar fármacos y con-
sideró la posibilidad de retomar su trabajo en la granja colec-
VISIONES DEL FUTURO. La EMDR EN EL MUNDO 405

tiva en la que anteriormente había estado trabajando. Luego


fue mejorando gradualmente hasta que pudo abandonar el
hospital. La investigación futura sobre la EMDR debería
ayudarnos a determinar la razón por la cual determinados
recuerdos van acompañados de efectos físicos tan negativos.
Hay veces en que resulta imposible determinar el evento
inicial que desencadenó un determinado problema físico,
como ilustra el caso de una niña bonaerense de año y medio
que padecía de un estreñimiento tan intenso que llevaba 10
días sin defecar y que, siete meses atrás, había provocado
una distensión del colon que, en breve, la obligaría a pasar
por el quirófano. La situación era tan seria que estaba obsta-
culizando su crecimiento. Después de que todos los intentos
de resolución emprendidos se revelasen infructuosos, sus
padres concertaron, una semana antes de la operación, una
cita con la psiquiatra Graciela Rodríguez, que se concentró
en la disfunción física de la niña empleando la EMDR con
tonos auditivos alternativos, chasqueando los dedos a ambos
lados de la cabeza de la niña mientras hablaba con ella.
Durante la sesión, la niña le pidió ir al servicio y la doctora
la acompañó, sin dejar de emplear los tonos para tratar de
disipar el miedo y reprocesar así los sentimientos mientras la
niña se esforzaba —en este caso exitosamente— en defecar. Al
día siguiente, Graciela recibió una llamada telefónica de los
padres informándole de que la niña estaba bien. Luego se
enteró de que la operación había sido cancelada y de que,
tras ese episodio, desaparecieron los problemas. Me pregun-
to cuántos otros problemas similares podrían ser adecuada-
mente tratados por intervenciones psicológicas como la
EMDR.
Otro caso muy revelador en este mismo sentido es el de
una niña de 13 años llamada Tina que fue abandonada en la
organización Forjar de Bogotá (Colombia), que se ocupa de
406 EMDR

ayudar a niñas abandonadas que padecen cáncer o sida. La


niña acababa de sufrir la amputación de una pierna, pero
experimentaba un dolor tan intenso provocado por el síndro-
me del miembro fantasma (una condición en la que el sujeto
experimenta el dolor de un miembro que se ha visto quirúrgi-
camente extirpado) que se vieron obligados a llamar a la tera-
peuta de la EMDR Linda Vanderlaan. Utilizando la EMDR,
Linda y Tina establecieron como objetivo primordial la sen-
sación de dolor, que no tardó en atenuarse, hasta el punto de
permitirle conciliar el sueño. Al día siguiente trabajaron nue-
vamente con la EMDR y el dolor del miembro fantasma fue
atravesando por una serie de dolorosas fases que la llevaron a
experimentar una sensación semejante a la corriente eléctrica
que, finalmente, acabó desapareciendo. Tina atravesó tam-
bién sentimientos de trauma y de pérdida, primero de su pier-
na “abandonada” y luego de su madre que, un mes atrás, la
había abandonado. Como lamentablemente han descubierto
algunos de los niños de Forjar, hay veces en que los padres no
vuelven y ese miedo debe ser también procesado.
Durante el proceso de tratamiento con la EMDR, Tina
tuvo que enfrentarse al shock provocado por la amputación
(«No puedo creerme que haya perdido la pierna») y al sufri-
miento consiguiente derivado de la idea de que jamás podría
ponerse en pie y jugar con otros niños. Finalmente, se dirigió
a Linda y exclamó: «¡Volveré a caminar de nuevo!», y cuan-
do ésta le preguntó: «¿Y cómo piensas hacerlo?», se vio
recompensada con la sencilla explicación de Tina:
«Evidentemente lo haré con una prótesis». Tina no tardó en
empezar a relacionarse con los demás niños y, al cabo de una
semana, estaba feliz mostrando sus nuevos pendientes. Una
visita de control que se llevó a cabo nueve meses más tarde
descubrió que todavía estaba libre del dolor y a punto de
recibir su nueva prótesis.
VISIONES DEL FUTURO. La EMDR EN EL MUNDO 407

Además de demostrar la recuperación de la autoestima y


del alivio físico que obtuvo para acabar con el dolor del
miembro fantasma, este caso también suscita varias cuestio-
nes con respecto al uso de la EMDR. ¿Es posible que el trau-
ma provocado por una operación induzca la emergencia en la
imaginación de un recuerdo somático? Por lo que sé, la
EMDR sólo ha sido exitosamente utilizada una vez para tra-
tar el dolor del miembro fantasma de un veterano de guerra.
No hay, hasta la fecha, tratamiento médico destinado al dolor
del miembro fantasma, pero quizá la investigación futura
sobre la EMDR arroje cierta luz sobre este punto y pueda
proporcionar alivio a quienes tanto lo necesitan.
Hay veces en que el dolor físico presente es causado por
el recuerdo insospechado de un evento pasado. Recuerdo, en
este sentido, el caso de una mujer inglesa de 30 y pico años
que sufría un problema gástrico que amenazaba su salud
debido al excesivo uso de antiácidos para impedir las náuse-
as. Esa mujer dependía de la medicación, porque la misma
idea de tener náuseas la aterrorizaba. Su historial también
revelaba que padecía de síntomas de TEPT causado por el
abuso sexual. Su terapeuta decidió empezar empleando la
EMDR para aliviar el estrés provocado por la ingesta de tan-
tos medicamentos. Durante el proceso de la EMDR, la mujer
recordó un incidente que había sucedido en la escuela cuan-
do el niño que se hallaba junto a ella vomitó, manchándole
el pelo, una situación de la que, según recordaba, había esca-
pado corriendo y gritando. Después de haber procesado ese
recuerdo, su necesidad de tomar remedios contra la acidez
desapareció y dejó de verse preocupada por las náuseas. Lo
que, en este caso, resulta relevante es que la causa fundamen-
tal del malestar físico había sido un trauma con “t” minúscu-
la. Y resulta curioso que por más que el procesamiento
hubiera tenido también el efecto de atenuar su reacción a la
408 EMDR

agresión sexual, que ahora consideraba como parte del pasa-


do, su principal problema no girase en torno al abuso. No
estaría de más, pues, considerar la posibilidad de que la
causa principal de las perturbaciones y conductas autodes-
tructivas no radique en eventos que se hallan grabados a
fuego en la memoria. En cualquiera de los casos, se trata de
eventos que pueden ser provechosamente trabajados.

Es evidente que la relación que existe entre los diferentes


recuerdos puede intensificar algunos de nuestros principales
temores y tener un impacto negativo sobre nuestra conducta
presente.
Ad de Jongh, un terapeuta EMDR que también es dentis-
ta, nos cuenta, en este sentido, la historia de Claire, una
mujer holandesa de 40 años que padecía de fobia dental.
Cuando Claire tenía ocho años, se vio obligada a acudir sola
al dentista, sintiéndose comprensiblemente abandonada y
angustiada. Cuando el dentista empezó a utilizar el torno,
Claire se asustó y empezó a llorar, y cuando trató de levan-
tarse, el dentista se enfadó y, después de atarla a la silla,
siguió empleando el trépano, lo que acabó provocándole un
ataque de pánico.
Cuando por fin pudo abandonar la consulta del dentista,
fue corriendo desesperadamente a casa esperando consolarse
en brazos de su madre, pero lo único que consiguió fue una
reprimenda por mostrarse tan infantil. No es de extrañar que,
tras ese incidente, Claire evitase al dentista durante décadas, y
que sus miedos no hiciesen sino empeorar. Después del naci-
miento de su primer hijo empezó a experimentar ataques de
pánico que, con el paso del tiempo, fueron intensificándose y
haciéndose más frecuentes. También empezó a evitar aquellas
situaciones en que podía verse envuelta por una multitud, por
ejemplo, grandes almacenes y lugares cerrados como autobu-
VISIONES DEL FUTURO. La EMDR EN EL MUNDO 409

ses y ascensores. Un año de terapia conductual no le propor-


cionó el menor alivio de sus síntomas y acabó abandonándo-
la. Tres años más tarde, y después de ver un programa sobre
este tipo de ansiedad, tomó la decisión de emprender un trata-
miento en una clínica especializada en el tratamiento de esta
fobia porque, tras haber eludido al dentista durante más de 30
años, su salud dental se había deteriorado gravemente y sólo
le quedaban cinco dientes sanos.
Cuando Ad y Claire estaban preparándose de cara a emple-
ar la EMDR para tratar su recuerdo traumático, Claire advirtió
que la parte más inquietante no había ocurrido en la consulta
del dentista, sino en el recibimiento posterior de su madre,
obligándola a actuar como si fuese una persona mayor. El sim-
ple hecho de pensar en esa escena desencadenaba en ella el
mayor nivel de ansiedad posible en la escala usa, es decir, un
10, mientras que su creencia positiva deseada («Puedo contro-
larme sola») sólo puntuaba un 2 en la escala voc. Durante la
EMDR, Claire se dio cuenta de la fragilidad y del miedo al
dentista de su madre y pensó en lo hermosa que sería la den-
tadura de su hijo. Al finalizar el tratamiento, su sensación de
control había aumentado y, cuando abandonó la consulta, se
sintió lo suficientemente segura como para ir de compras por
vez primera en varios años. Y aunque el objetivo fundamental
de Claire se había centrado en la curación de su fobia dental,
también desaparecieron sus ataques de pánico y su agorafobia.
En una sesión posterior, se centró en el ataque de pánico que
había tenido después del nacimiento de su primer hijo y, cuan-
do finalizó, afirmó sentirse perfectamente. Una visita de
seguimiento que se llevó a cabo dos años más tarde corroboró
que Claire seguía libre de los ataques de pánico. Había com-
pletado la cura dental, disfrutaba de una hermosa dentadura y
trabajaba como dependienta en un supermercado local, uno de
los lugares que anteriormente más la aterrorizaban.
410 EMDR

Resulta muy interesante señalar que el objetivo elegido


por Claire para el tratamiento con la EMDR no se centró tanto
en el comportamiento del dentista como en la reacción de su
madre, un hecho que nos lleva a formular otra serie de cues-
tiones. ¿Existe acaso, después de un acontecimiento traumá-
tico, alguna ventana temporal crucial a través de la cual el
consuelo y el apoyo de un ser querido puedan ayudarnos a ali-
viar el sufrimiento, y la reacción opuesta, por su parte, acabe
intensificando la patología? ¿Era, por otra parte, el miedo a
perder el control que Claire asociaba a su madre, tan intenso
que el nacimiento de su propio hijo desencadenaba un ataque
similar de pánico, porque lo consideraba inextricablemente
unido al papel que debía desempeñar una madre? ¿En qué
medida se hallan, las fobias y los trastornos de pánico, causa-
dos por una compleja interrelación de recuerdos? ¿Cuántos
trastornos identificados por la terapia psicoanalítica de largo
aliento basados en complejas identificaciones de roles pueden
ser tratados de manera concreta gracias a la EMDR?
Por más traumatizantes que puedan ser el dolor físico y la
enfermedad, resulta evidente que la falta de apoyo familiar
puede tener efectos todavía más devastadores. Sara era una
niña colombiana que tenía 11 años cuando fue diagnosticada
de cáncer; había recibido tratamiento para un tumor en la
mejilla del tamaño de un grano de uva. Cuando la conocí, su
rostro se me antojó la máscara misma de la muerte. El color
de su piel era gris, sus ojos estaban apagados y una mancha
oscura en el rostro ocupaba el lugar en el que la radioterapia
había cauterizado el tumor. Sara vivía a unos 150 kilómetros
de Bogotá y su abuela, que era la cabeza de familia, había
decidido que no viviera más en casa, debido al peligro de
“contagio”, una reacción nada infrecuente en regiones rura-
les como la suya, donde la ignorancia sobre el proceso de la
enfermedad alimenta el miedo y provoca el abandono de no
VISIONES DEL FUTURO. La EMDR EN EL MUNDO 411

pocos niños. Por ello Sara se quedó en Bogotá hasta acabar


su radioterapia, y no estaba claro si su abuela acabaría per-
mitiéndole volver a vivir en casa.
El doctor Pablo Solvey, que había viajado desde Buenos
Aires y me ayudó a enseñar la EMDR en Colombia, trabajó
con Sara durante 20 minutos utilizando palmadas. Comenzó
pidiéndole que recordase una época feliz para proporcionarle,
de ese modo, el recuerdo de un “lugar seguro”. Luego, y sin
dejar de dar palmadas, le pidió que le contase su historia,
insistiendo en la necesidad de evocar la parte más desagrada-
ble, que identificó con el momento en que se vio abandonada
por su madre. Más tarde se ocupó de procesar completamen-
te esa imagen y, al poco tiempo, consiguió que Sara sonriese
y dijera que su madre seguramente volvería a por ella. Pablo
llevó entonces a Sara a concentrarse, mientras seguían el pro-
cesamiento, en imágenes positivas. Cuando, al día siguiente,
vi a Sara, no podía creerme lo que mis ojos estaban viendo.
En lugar de la niña introvertida y silenciosa que había cono-
cido el día anterior, me encontré con una niña sonriente y
habladora que, cuando me senté junto a ella, no tardó en colo-
car su brazo sobre mi hombro. El informe que, un mes más
tarde, escuché del sorprendido personal de Forjar, afirmaba
no poder creerse el cambio que se había producido. Sara pare-
cía haber roto los barrotes que parecían aislarla del mundo, y
la niña introvertida y deprimida dejó paso a una niña muy
sociable.

Historias como éstas, procedentes de todos los rincones del


mundo, demuestran la existencia de un claro vínculo entre la
sensación de aislamiento y los traumas que no han sido pro-
cesados. Hay veces en que la depresión y el aislamiento son
tan intensos que el suicidio parece la única respuesta posible.
Afortunadamente, sin embargo, la EMDR proporciona ayuda
412 EMDR

incluso a las mentes más perturbadas. Son muchos los infor-


mes procedentes de centros residenciales de tratamiento de
todos los Estados Unidos y Canadá que ponen de relieve el
efecto positivo provocado por la aplicación de la EMDR. El
caso de Cynthia, una chica de 16 años que se había visto agre-
dida sexualmente y había tratado de suicidarse en numerosas
ocasiones, empleando navajas de afeitar, cuchillos, pastillas,
alcohol y hasta una pistola, que nos ha sido proporcionado
por el director clínico Lew Hamburger, constituye un ejemplo
muy revelador en este sentido. Además de los intentos de sui-
cidio, también tenía impulsos homicidas y decía: «Aunque
jamás dañaría a nadie, a veces me viene súbitamente a la
mente la idea de romperle la cabeza a la persona con la que
acabo de cruzarme en la calle».
La historia de abuso sexual a que había sido sometida la
había llevado a creer que los hombres «Sólo quieren llevar-
me consigo y hacerme daño». También odiaba y quería pegar
a todas las mujeres porque, según decía: «Me han traiciona-
do. No estuvieron conmigo cuando más las necesitaba. Las
odio porque lo único que les interesa es la ropa y sólo quie-
ren ir de compras». Sintiéndose desconectada de quienes la
rodeaban y creyendo que nadie podía ayudarla, Cynthia solía
caer en una “depresión espiral” en la que ni siquiera podía
preocuparse por las cosas más sencillas, como comer, dormir
o vivir. Según decía: «Cuanto más me deprimo, más difícil
me resulta salir de ahí».
Aunque años de hospitalización y de ayuda psicológica
convencional no habían conseguido aliviar su depresión suici-
da, bastaron dos meses de tratamiento EMDR para procesar sus
recuerdos traumáticos más intensos y provocar una transforma-
ción radical. Cynthia trabajó con ocho recuerdos, entre los que
se contaban el hecho de haber sido encerrada en una habitación
y violada por un primo, verse separada de su madre después del
VISIONES DEL FUTURO. La EMDR EN EL MUNDO 413

divorciode sus padres, presenciar su lento deterioro y verse


repetidamente violada por su novio. Después de la EMDR, la
terapeuta de Cynthia me dijo: «La atractiva y enérgica mujer de
17 años cuya sonrisa resplandecía a decenas de metros de dis-
tancia que entró en mi consulta el 17 de enero nada tenía que
ver con el “despojo” humano que había atravesado la puerta el
24 de noviembre». Cynthia había logrado invertir los efectos
de años del abuso, el trauma, la depresión y la ansiedad que,
poco tiempo atrás, habían provocado tres hospitalizaciones
recientes por intento de suicidio. Al comienzo parecía distraí-
da, desesperanzada y convencida de que nada funcionaría (ni
siquiera los psicofármacos que estaba tomando). El psiquiatra
que la había remitido al EMDR dijo que lo hizo porque «Nada
había funcionado y quizás había llegado ya el momento de pro-
bar la poción mágica». Según dijo, después de seis sesiones:
«se precipitó en la consulta, anunció que estaba muy bien, dio
las gracias y emprendió una nueva vida que incluyó volver a la
escuela, relacionarse con mucha gente y... experimentar un
cambio de conducta y de pensamiento que, desde entonces, se
ha mantenido estable y en continua mejora».
Los sentimientos de soledad y depresión pueden alentar
el comportamiento de alto riesgo y la violencia aun entre los
niños. El año pasado, sin ir más lejos, fue arrestado, en San
Francisco, un niño de seis años que había tratado de matar a
un bebé de un mes. Según dijo el niño, que vivía en una zona
económicamente deprimida y que había sido educado en un
entorno perturbado: «tenía que matar al bebé» porque su
familia "le había mirado mal». En Inglaterra, un lactante fue
lapidado hasta la muerte por dos niños de 10 años. En
Chicago, un niño de cinco años fue arrojado desde la venta-
na de un rascacielos por otros dos niños, de 10 y 11 años.
¿Cómo podemos, aunque debamos corregir las realidades
económicas y sociales que abocan a la desesperación y la
414
A
EMDR —————— ——— — __—_—_—_——

conducta criminal, tratar parte de este dolor mediante inter-


venciones psicológicas antes de que irrumpa la violencia,
agravando el problema y arruinando quizás, de ese modo,
toda posibilidad de recuperar la salud? En este sentido, el tra-
tamiento EMDR con adolescentes que se hallan ingresados
en reformatorios parece impedir la caída en la prostitución,
la toxicodependencia, la agresividad y la depresión tan
características de esta población. ¿No podríamos quizás
obtener el mismo efecto tratando a niños más pequeños que
se hallan en peligro? ¿No sería acaso posible utilizar preven-
tivamente la EMDR en programas dirigidos a personas que
viven en zonas de alto riesgo de violencia?"

Cada acto de violencia deja una impronta indeleble en


muchas vidas. No cabe la menor duda de la importancia de
las reformas sociales y legales, pero lo cierto es que tenemos
que enfrentarnos al problema desde el mayor número de pers-
pectivas posible. Hay veces en que los sistemas en los que nos
apoyamos fracasan y generan traumas todavía mayores. La
experiencia de Ricardo Wiggs resulta, en este sentido, muy
ilustrativa. Felizmente casado desde hacía cinco años,
Ricardo y su esposa se vieron disparados por un atracador.
Sharon murió y Ricardo fue incapaz de salvarla. Confiando
en el sistema judicial, se ofreció para dar su testimonio, pero
el mismo día en que aseguró a sus dos hijos que iba a conse-
guir «encarcelar al hombre malo que había matado a mamá»,
el jurado emitió un veredicto de inocencia. «En ese momento
-según dice— fue como si las 12 personas que componían el
jurado hubiesen empuñado una pistola y nos hubiesen dispa-
rado de nuevo. El veredicto era completamente absurdo. Uno
de los miembros del jurado afirmó que puesto que la noche
del asesinato llovía, no podía haber visto con claridad al ase-
sino. Poco importó que el tiroteo hubiese ocurrido dentro de
VISIONES DEL FUTURO. La EMDR EN EL MUNDO 415

casa donde, obviamente, no estaba lloviendo. .., quizá debe-


ría haberles mostrado el agujero del tamaño de una uva en mi
brazo derecho para que creyesen que me habían disparado.
No podía entenderlo... ¿Qué mejor prueba, a fin de cuentas,
que la declaración de un testigo presencial?»
La escena del crimen afloraba día tras día en la mente de
Ricardo. La ira, la pérdida, la traición y la desesperación no
tardaron en llevarle a emprender una psicoterapia. Estaba
desesperado y sólo se ocupaba de conseguir el dinero nece-
sario para los gastos esenciales. Empezó a encauzar su dolor
participando en talleres de entrenamiento de nuevos policías
y comprometiéndose en organizaciones que defendían los
derechos de las víctimas. Pero nada de eso ponía fin a su
angustia, porque según sus propias palabras: «Aunque el ser-
vicio a la comunidad lo significaba todo para mí, era cons-
ciente de no hacer ningún progreso. Bastaba con una can-
ción, una película, una noticia del telediario o el comentario
casual de un amigo para acabar precipitándome directamen-
te por alguna razón y sin aviso previo a revivir de nuevo la
misma experiencia».
Cuatro años después del disparo, Ricardo empezó un tra-
tamiento EMDR con la terapeuta Nancy Davis, que le diag-
nosticó TEPT. Según dijo, la EMDR acabó liberándole: «Mis
expectativas de futuro están ahora abriéndose. Puedo decir,
sin la menor sombra de duda, que estoy completamente libre
de la prisión de mi trauma. Ya no me veo obligado a recordar
todos y cada uno de los detalles desde el mismo momento en
que me despierto. Ahora puedo recordar si deseo hacerlo... y
ya no tengo que ocultarme detrás de la máscara del doctor
Jekyll y Mister Hyde. Ya no me veo obligado a reaccionar
físicamente a los flashbacks, y el dolor psicológico no me
lleva, como antes, a tensar crónicamente el brazo y tampoco
considero la cicatriz en el brazo como una evidencia ignomi-
416 EMDR

niosa de que no pude salvar a Sharon. Esa noche hice todo lo


posible y no sé si, en el futuro, podría repetirlo. Lo único que
sé es que estoy vivo y que puedo ayudar a los demás». Ahora
Ricardo está realmente en condiciones de emprender una
nueva vida “libre de la tristeza y del dolor”.

Este tipo de trabajo con la EMDR nos abre a horizontes


muy diferentes. ¿Es posible, en primer lugar, desarrollar pro-
gramas EMDR que puedan favorecer la pronta rehabilitación
de las víctimas de los crímenes violentos? Hay quienes espe-
culan que la posibilidad de desembarazarse del dolor puede
resultar contraproducente o resultar éticamente discutible.
Esas personas ponen en cuestión que el hecho de disminuir la
sensación de indignación de la víctima, puede convertirles en
personas socialmente menos responsables, insistiendo en que
podría privarles de la respuesta innata de lucha o huida que, en
un supuesto futuro, podría protegerles de amenazas similares,
o que podría llevarles a perdonar a los autores del crimen. En
cualquiera de los casos, sin embargo, el trabajo clínico realiza-
do con la EMDR pone de relieve que esos miedos están infun-
dados. Los artistas que han empleado la EMDR para procesar
sus pérdidas traumáticas han señalado la existencia de una
mayor creatividad, tanto mayor cuanto más abiertos se hallan
a la experiencia. En este sentido, por ejemplo, los pintores no
han dejado de pintar, aunque puedan haber empezado a utili-
zar diferentes colores, mientras que los veteranos de guerra,
por su parte, han dicho que todavía pueden acceder a su “tem-
peramento” cuando lo necesitan; y el alejamiento del dolor no
impidió que Ricardo siguiese queriendo defender los derechos
de las víctimas, sólo que de un modo mucho más eficaz.
¿Es posible que las víctimas se den cuenta de que es posi-
tivo pasar del papel de víctima al de superviviente y puedan
llegar finalmente a aprender incluso de las situaciones más
VISIONES DEL FUTURO. La EMDR EN EL MUNDO 417

destructivas que nos depara la vida? Honrar a nuestros muer-


tos, nuestras pérdidas y nuestras experiencias es una conse-
cuencia natural de los eventos de la que nunca nos olvidare-
mos, por más que aceptemos la ayuda necesaria para dejar al
pasado en su sitio. La curación no rompe, en modo alguno, el
compromiso con el cambio. Como dijo el mismo Ricardo:
«Era Ricardo Wiggs antes de que ocurriera todo eso y quiero
dejar bien claro que he recuperado el control de mí mismo y
que hoy en día veo que, aunque las cosas me hayan ido mal en
una ocasión, ello no significa que mi vida concluya ahí».
Del mismo modo, Linda Crampton, una de las víctimas del
atentado de Oklahoma City, se empeñó en conseguir la aproba-
ción de una ley contra el terrorismo. Dawn Baumgartner, sar-
gento de las fuerzas aéreas que fue violada en Canadá, trabaja
ahora ayudando a las víctimas de la violación y enseñando a los
policías formas más adecuadas de ayudar a sus colegas feme-
ninas que habían sido violadas. El maquinista de tren Jim
Duque brinda apoyo a grupos de ferroviarios que se han visto
implicados en incidentes laborales mortales. Don Heggie, un
piloto de un bombardero australiano abatido durante la II
Guerra Mundial movilizó, después de su tratamiento, a cente-
nares de veteranos de combate con el objetivo de que pudieran
recuperar también sus vidas. Son muchas, pues, las cosas que
podemos aprender del dolor y motivarnos para ayudar a los
demás sin quedarnos por ello, no obstante, atrapados en él.
Mucho más graves son las cuestiones suscitadas por el
caso de una niña de nueve años que fue apuñalada 30 veces
hasta que su violador —un vecino con un largo historial delic-
tivo—, dándola por muerta, la abandonó. Según el médico que
la atendió: «Su recuperación física requerirá un mes o dos,
pero ignoro el tiempo que tardará en recuperarse psicológi-
camente», una respuesta muy comprensible, dada la eficacia
habitual de los tratamientos psicológicos. ¿Durante cuánto
418
5
EMDR

tiempo deberemos seguir separando los efectos físicos de un


trauma de sus consecuencias psicológicas? ¿No ha demostra-
do claramente la EMDR que la mente puede curarse con
tanta rapidez como lo hace el resto del cuerpo? Quizá debe-
ríamos incorporar intervenciones psicológicas adecuadas en
los protocolos de seguimiento de un trauma para impedir sus
efectos a largo plazo.
Un caso que sucedió en la ciudad de Nueva York ilustra
perfectamente esta hipótesis. Cuando cierta niña emprendió
una terapia a causa de su comportamiento destructivo, el tera-
peuta que investigó el entorno familiar descubrió que el
padre, que se pasaba el día trabajando para satisfacer las nece-
sidades de la familia, solía mostrarse irritable y enfadado, y
aunque no se fiaba de la psicología, aceptó participar a rega-
ñadientes en una sesión de EMDR. Durante la serie de movi-
mientos oculares recordó su propia infancia y se dio cuenta de
estar comportándose del mismo modo en que lo hacía su
padre. Una semana más tarde dijo: «Lo único que, hasta
ahora, había sentido hacia mis hijos era enfado y apatía.
Ahora siento por ellos mucho más afecto». ¿Cuántas familias
podrían beneficiarse de este tipo de intervención?
Hay quienes creen que cuando las familias han sido edu-
cadas de un determinado modo, las cosas ya no pueden cam-
biarse. Pero la EMDR nos proporciona una oportunidad para
investigar la posibilidad del cambio. Veamos ahora un infor-
me procedente de Oriente Medio sobre una anciana franco-
egipcia que había pasado deprimida la mayor parte de su
vida. Esa mujer solicitó la ayuda de un terapeuta, que utilizó
la EMDR para ayudarle a reprocesar una situación que había
ocurrido cuando sólo tenía tres años, en la que su madre
colocó a su hermano pequeño frente a ella gritándole, como
si fuese un entrenador de boxeo: «¡Pégale! ¡Pégale! ¡No ves
que no es más que una niña!».
VISIONES DEL FUTURO. LA EMDR EN EL MUNDO 419

«Cuando escuché eso —dijo la mujer— toda mi vida se


vino abajo; las estrellas y La luna se desplomaron... arras-
trándome consigo en su caída.» Durante la sesión de EMDR
se dio cuenta de que, a consecuencia de ese evento, «siempre
había sido una superviviente». Después de procesar su triste-
za y su ira, dijo: «Nunca he querido ser un niño. Estoy orgu-
llosa de ser mujer». Su depresión desapareció y pudo dejar
de medicarse. Según dijo: «Cuando emprendí la terapia me
hallaba en el fondo del mar. Ahora he podido salir a la super-
ficie».
Este caso pone de relieve, una vez más, que eventos que
ocurrieron hace más de 60 años pueden seguir teniendo un
efecto muy poderoso en la vida de la gente y evidencia tam-
bién la posibilidad de reprocesarlos adecuadamente. ¿Qué
nos dice, además, sobre las consecuencias de lo que podría-
mos considerar una norma cultural? ¿Implica, acaso, el
hecho de que haya países en los que el legado cultural mile-
nario lleve a considerar a las mujeres como ciudadanos de
segunda clase, que no se trate de un legado lamentable”?
¿Puede acaso la EMDR contribuir a poner fin a ese tipo de
aculturación negativa?

Uno de los problemas es que hay personas que no se conside-


ran dignas de ayuda. Hay quienes creen que, por el hecho de
no poder vivir a la altura de sus expectativas más elevadas, no
merecen ser felices. No es de extrañar tampoco que las perso-
nas se vean debilitadas a causa de la culpa derivada por las
cosas que escapan de su control. Jacob, un veterano de la gue-
rra de Israel, se vio expulsado de su coche cuando una bomba
terrorista explotó en un autobús de Jerusalén. Cuando recupe-
ró la conciencia vio, entre los restos del autobús, un soldado
inmóvil y con los ojos cerrados. Desesperado, trató entonces
de llegar junto a él y ayudarle. Le gritó que se moviera y, ape-
420
A EMDR
A A

lando a todas sus fuerzas, trató de arrastrarle hacia él, pero


acabó desvaneciéndose. Cuando, por segunda vez, recuperó
la conciencia, vio que todo el lugar estaba lleno de cuerpos
quemados, pero se desvaneció de nuevo. Cuando finalmente
volvió a despertarse se dio cuenta de que estaba en el hospi-
tal y se enteró de que, mientras estaba inconsciente, se había
producido otra explosión.
Jacob siempre había sido un hombre con éxito y lleno de
energía. Había estado en la guerra y había visto morir a la
gente a su alrededor, pero en esta ocasión, las cosas parecían
diferentes. Aunque aparentemente estaba ileso, una de las
secuelas de esa experiencia era un fuerte dolor de cabeza que
siempre le acompañaba. La imagen recurrente del soldado le
impedía conciliar el sueño y, cuando lo hacía, no tardaba en
despertar sumido en una pesadilla y, en un intento desespera-
do por extirpar esas imágenes de su mente, encendía la radio
o la televisión, despertando a toda la familia. Sufría episodios
incontrolables de rabia y se sentía importunado por el más
leve ruido inesperado. Este hombre, que había vivido varias
guerras sin saber lo que era el miedo, empezó a sentir miedo
de coger el autobús. Durante el día experimentaba flashbacks
que se reproducían cada noche en forma de pesadillas y no
podía sacarse esas imágenes de la cabeza. Incapaz de enten-
der esas reacciones, perdió la confianza en sí mismo, no podía
concentrarse y estuvo a punto de perder el trabajo.
Desesperado a causa del inminente desastre financiero,
Jacob buscó ayuda y fue derivado a Gary Quinn, uno de los
pocos terapeutas que, en esa época, practicaban la EMDR en
Israel. Durante la sesión de EMDR se centraron en la imagen
del soldado y en la cognición negativa «Soy débil e impoten-
te». La puntuación inicial de la ira y el miedo de Jacob era
de 9 en la escala usa (que va de O a 10). Al finalizar la sesión.
su puntuación usa era de O o 1 y la puntuación de veracidad
VISIONES DEL FUTURO. La EMDR EN EL MUNDO 421

que atribuía a su correspondiente creencia positiva «Dadas


las circunstancias, hice todo lo que pude», había pasado de 3
a 7 en la escala voc. El dolor continuo de cabeza que había
comenzado en la época del atentado ha desaparecido y ha
recuperado la capacidad de concentración.
Según dice: «Cuando emprendí la EMDR era un hombre
destruido, pero ahora vuelvo a ser yo mismo». Este ejemplo
nos demuestra, una vez más, que el conocimiento racional de
quien no tiene el menor control de la situación no vuelve a ser
accesible hasta haber procesado adecuadamente el evento.
¿Cuántas personas se hallan asimismo atrapadas en un nivel
desproporcionado de responsabilidad y de culpa? El espectro
de tales posibilidades parece interminable. ¿Es acaso necesa-
rio enfrentarse a un evento tan dramático y evidente para
decidirse a buscar una ayuda que nos permita poner nueva-
mente en marcha el sistema de elaboración de la información
y superar así la sensación de fragilidad y vergiienza?
Por más que haya quienes crean que si seguimos “razo-
nando” con nosotros mismos, o si tenemos la suficiente fe, el
problema acabará resolviéndose, la verdad es que la incapa-
cidad de procesar nuestro propio sufrimiento no tiene nada
que ver con la inteligencia, la fortaleza personal ni la espiri-
tualidad. No debemos olvidar que la comprensión no es la
causa, sino la manifestación del cambio. La EMDR nos
enseña que los sentimientos sin procesar están en el núcleo
de nuestros problemas. Podemos tener comprensiones inte-
lectuales que no tengan el menor impacto en nuestras emo-
ciones ni en nuestra conducta fisiológicamente negativa. Y
no es nada extraño que el sufrimiento que experimentan las
personas más inteligentes les lleve a comer o beber demasia-
do, trabajar mucho o dañar a los demás. Existe un abismo, a
fin de cuentas, entre conocer las razones que explican una
determinada conducta y curar.
422 EMDR

Otra de las cuestiones suscitadas por la EMDR tiene que ver


con el impacto de la resolución de los traumas personales en
las causas de la guerra. Y es que, aunque existan causas polí-
ticas, financieras y sociales, parece que el odio y la ira se deri-
van de agresiones previas que avivan el deseo de venganza.
¿No siembran acaso los horrores de una guerra las semillas de
la siguiente? Cuando el programa de asistencia humanitaria
de la EMDR solicitó el envío de terapeutas americanos a los
Balcanes para adiestrar en la EMDR a los profesionales de la
salud mental locales, un psiquiatra croata insistió en la nece-
sidad de formar equipos en Serbia alegando que «la masacre
no acabará hasta que se ponga fin al dolor».
El “sufrimiento” provocado por esa guerra era, en
muchos sentidos, devastador. Las noticias que, al respecto,
llenaban los periódicos de todo el mundo insistían en el
derramamiento masivo de sangre, los refugiados y el espan-
to de las violaciones organizadas y de la “limpieza étnica”.
El sufrimiento cotidiano de los civiles también exige un
terrible peaje. Cuando llegaron los terapeutas de la EMDR,
descubrieron que los habitantes de Sarajevo hacían guardia
cada noche en la puerta de sus edificios para evitar la entra-
da de francotiradores e impedir así que se apostaran en sus
tejados. Los médicos se veían obligados a operar en quirófa-
nos que carecían de calefacción y de suministro eléctrico,
porque la alternativa era dejar morir a sus pacientes. Vivir en
Sarajevo durante la guerra suponía arriesgarse a morir en
cualquier momento, y los continuos cortes de suministro
eléctrico impedían el adecuado funcionamiento de los semá-
foros para regular el paso de los conductores que zigzaguea-
ban y aceleraban rápidamente para eludir, de ese modo, el
fuego de los francotiradores. No es de extrañar que, en tales
condiciones, la frecuencia de las colisiones fuera tal que sólo
puntuaban un 3 en la escala usa de 10 puntos.
VISIONES DEL FUTURO. La EMDR EN EL MUNDO 423

La muerte era la compañera habitual de hombres, muje-


res y niños que asistían impotentes al exterminio de los
miembros de su familia. La mayoría de los habitantes de
Sarajevo, dicho en otras palabras, habían perdido algún ser
querido, en circunstancias habitualmente espantosas. Había
familias que se vieron obligadas a fragmentarse cuando todo
el mundo tuvo que declararse serbio (ortodoxo), croata (cató-
lico) o bosnio (musulmán), un detalle carente de importancia
y hasta impensable antes de la guerra. Los matrimonios mix-
tos se rompieron y lo mismo sucedió con las familias exten-
sas, y muchas amistades tocaron a su fin, porque las perso-
nas eran fusiladas por conocidos, vecinos, miembros de la
familia y hasta antiguos colegas que habían elegido el otro
bando.
Pero cuando los terapeutas de la EMDR empezaron a tra-
bajar con los terapeutas bosnios a los que habían estado
entrenando y hablaron con los habitantes de Sarajevo, descu-
brieron que lo que más les preocupaba no era el constante
riesgo de las bombas y el fuego de los francotiradores, sino
el riesgo que todo ello implicaba para sus hijos. Lo que
angustiaba a muchas personas era la necesidad de decidir si
debían sacar a sus hijos de la ciudad asediada o mantenerlos
bajo su mirada protectora. Un hombre temía no poder rees-
tablecer la conexión con su hijo adolescente. Decía: «Ya he
perdido tres años. Ya no es el niño que envié fuera de la ciu-
dad. Ahora ya es un hombre y he perdido un tiempo muy
valioso que difícilmente podré recuperar». Esa persona tam-
bién recordaba los peligros que había entrañado sacarle de la
ciudad: «Planificamos muy detenidamente el viaje y empa-
quetamos las cosas y, cuando el coche dio la vuelta, nos des-
pedimos, conscientes de que quizás no nos volviéramos a
ver, uniendo nuestras manos a través de la ventanilla del
coche».
424 EMDR

Los niños de la Sarajevo asediada también estaban des-


bordados. Uno de ellos, por ejemplo, cuenta que, mientras su
madre trabajaba fuera de casa, temía comunicarle sus temo-
res, no fuera que decidiese volver y perecer, por ello, en el
intento, con lo cual, la culpa sería suya.
Dos fueron los temas fundamentales que emergieron
durante las sesiones de EMDR que los terapeutas americanos
llevaron a cabo con sus colegas bosnios; las sensaciones de
impotencia y la culpabilidad de los supervivientes. La vida
en una ciudad que se ha visto bombardeada y acribillada por
las armas de pequeño calibre durante 48 meses consecutivos
pone claramente de manifiesto la incapacidad de protegerse.
Era tan peligroso salir de casa como permanecer en ella. No
es de extrañar que, en tales condiciones, los supervivientes
se sintieran terriblemente avergonzados porque «mis proble-
mas son, a fin de cuentas, menores; conozco a más de una
familia que ha sido completamente exterminada».
Los resultados de la aplicación de la EMDR en todo el
mundo nos han permitido darnos cuenta de que el dolor no
es unilateral. Dimitri, un soldado ruso de 23 años que se
había visto obligado a prestar servicio en el conflicto de los
Balcanes, solicitó ayuda psicológica a un terapeuta de la
EMDR de Moscú cuando se enteró por los periódicos de que
uno de sus compañeros de destacamento había disparado y
asesinado a todos los miembros de su familia antes de apun-
tar el arma hacia sí mismo y acabar con su vida, una masa-
cre para la que no parecía haber explicación alguna.
La novia de Dimitri contó al terapeuta Pavel Lushin que,
cuando regresó de la guerra, nadie pudo reconocerle, ni
siquiera sus mejores amigos. Era una persona llena de ira e
irritación contra el Gobierno y las autoridades locales, que
no dejaban de insistir en que los soldados ucranianos habían
participado voluntariamente en el conflicto. También se
VISIONES DEL FUTURO. La EMDR EN EL MUNDO 425

enfadaba de manera exagerada con cualquiera que se inter-


pusiese en su camino. No es de extrañar que sus antiguos
amigos acabaran evitándole.
Dimitri sólo se dio cuenta del peligro que entrañaba para
los demás tras enterarse del incidente en el que se había visto
implicado su compañero. A partir de entonces empezó a des-
pertar aterrorizado en mitad de la noche. Habló de un sueño
recurrente en el cual alguien le presionaba hasta sacarle toda
la sangre y también dijo que tenía los puños siempre tensos
y que, cuando alguien cometía un error, sentía el fuerte deseo
de golpearle y dispararle.
Durante la sesión de EMDR, Dimitri dijo que no había
tenido la posibilidad de elegir y, cuando le pidieron que se
explicara, se describió a sí mismo formando parte de una fila
de soldados que se vieron obligados a presentarse voluntarios.
«No tuve otra alternativa —dijo, con lágrimas en los ojos—, por-
que el día anterior me habían golpeado y me habían insultado
llamándome “marica”.»
—¿Preferirías acaso morir antes que atravesar de nuevo
por todo eso? —le preguntó entonces el terapeuta?
Sí susurró Dimitri.
—Ésa fue mi decisión —dijo Dimitri, al finalizar la segun-
da ronda de movimientos oculares—. Ahora nadie podrá con-
siderarme inferior.
Cuando concluyó la sesión de EMDR, Dimitri afirmó
experimentar una sensación de resolución y estabilidad emo-
cional.
No cabe la menor duda del gran efecto que pueden tener
este tipo de experiencias, que incluyen tanto los traumas
mayores como los traumas menores. ¿Pero cuán amplios son
sus efectos? Resulta muy revelador que el lenguaje utilizado
por los amigos de Dimitri para describir su personalidad des-
pués de regresar de los Balcanes reprodujese casi palabra por
426 EMDR

palabra lo que sus vecinos dijeron de Timothy McVeigh, el


supuesto autor de la masacre de Oklahoma City, al poco de
regresar de la misión “Tormenta del Desierto”. Según afirma-
ban, no podían reconocerle, porque era una persona completa-
mente diferente y estaba muy enfadado con el Gobierno.
¿Cuántos autores potenciales de atentados deambulan hoy por
nuestras calles? Dimitri se asustó mucho cuando leyó en un
periódico el artículo que hablaba del homicidio múltiple
cometido por su compañero, y ese miedo le ayudó a tomar la
decisión de emprender un tratamiento. ¿Qué desastres podrían
haberse provocado si Dimitri se hubiese encontrado, como
parece que sucedió con Timothy McVeigh, con otros que com-
partiesen su odio y su visión de las cosas? ¿No les parece muy
probable que, en tal caso, alguna ciudad rusa compartiese hoy
el mismo sufrimiento que Oklahoma City?
Una de las cuestiones más dolorosas sobre el atentado de
Oklahoma City en 1995 fue el modo en que acabó con la sen-
sación de seguridad y comunidad de sus habitantes. Nada
permitía predecir un atentado terrorista de esas característi-
cas en una ciudad ubicada en pleno corazón del país que no
tenía nada que ver con Nueva York ni con Los Ángeles.
Antes del atentado, Oklahoma City, con su millón de habi-
tantes, era una gran ciudad con una mentalidad pueblerina,
un entorno tipo años 1950s en donde los vecinos se conocí-
an, iban a jugar al béisbol y organizaban comidas en las que
cada uno aportaba un plato.
Hoy en día, ya no es posible pensar «esto no puede suce-
der aquí». El dolor, la pérdida, la tristeza, el daño y la muer-
te pueden golpearnos a cualquiera, en cualquier momento y
en cualquier lugar. Sea cual fuere la causa de la tragedia —un
atentado terrorista, un huracán o un accidente de automóvil-,
siempre afecta a personas como usted y como yo. Nadie está
libre de este tipo de problemas. Hasta los miembros de los
VISIONES DEL FUTURO. LA EMDR EN EL MUNDO 427

equipos de rescate, los médicos, los sacerdotes y los conse-


jeros que respondieron a la emergencia de Oklahoma City se
vieron traumatizados por la magnitud de la tragedia. La ima-
gen de los pequeños cuerpos envueltos en bolsas de plástico
—no olvidemos que murieron 19 niños— resultó especialmen-
te dolorosa. Además, la mayoría de los esfuerzos resultaron
vanos, y hasta los perros de rescate, incapaces de encontrar
supervivientes después del primer día, acabaron aletargándo-
se y deprimiéndose, hasta el punto de que sus acompañantes
trataban de movilizarles tendiéndose sobre los cascotes para
que los perros los “encontraran”.
Independientemente de que las víctimas de los terapeutas
de emergencia de la EMDR sean ciudadanos de Ruanda,
Colombia o Sarajevo, el mensaje es siempre el mismo: todos
compartimos la misma capacidad de destrucción y de creci-
miento, como también de dolor y superación. Fueron
muchas, en la época del atentado de Oklahoma City, las por-
tadas de revista que mostraron el cuerpo desmadejado de
Baylee Almon, una niña de un año acunada en los brazos de
un bombero, que acabó convirtiéndose en un icono de la
devastación de Oklahoma. Para Linda Crampton, sin embar-
go, Baylee era mucho más que una fotografía o la imagen de
portada de una revista, era una niña cuyo cabello había aca-
riciado en el ascensor el día anterior al atentado. El recuerdo
de Baylee fue el objeto de la segunda sesión de EMDR de
Linda, mientras trataba de enfrentarse a la terrible sensación
de culpa que siguió a su desconexión mental del atentado.
Baylee había muerto en el atentado, pero no lo hizo de inme-
diato y Linda pensaba que si en lugar de dirigirse hacia la
derecha y haberse alejado del origen de la bomba, hubiese
ido hacia la izquierda, quizás la habría encontrado antes que
el bombero y hubiera podido salvarla. Al finalizar la sesión
de EMDR, Linda se dio clara cuenta de que no podía haber
428 EMDR

hecho nada para salvar la vida de Baylee y afirmó sentir casi


su presencia susurrándole que la perdonaba, momento en el
cual acabó su bruxismo.
En su tercera y última sesión de EMDR irrumpió toda su
rabia, rabia contra Timothy McVeigh, rabia por la muerte de
sus amigos y vecinos y rabia también por la pérdida de su
hogar, su comunidad y su seguridad. Y tras la estela de la
rabia, afloró la compasión por quienes habían perdido a sus
seres queridos, sus miembros o funciones corporales como la
vista, el habla o la capacidad de caminar. Pero las cosas no
acabaron ahí, porque la compasión de Linda acabó movili-
zando su compromiso. Finalmente, Linda se unió al equipo
del procurador general del Estado de Oklahoma para tratar
de conseguir la aprobación de un proyecto de ley federal
contra el terrorismo que tuvo la ocasión de ver firmado por
el presidente Clinton y que acabó convirtiéndose en ley el 24
de abril de 1996. Linda, como muchas otras personas que
han sufrido, acabó deseando que su tragedia pudiera servir a
otros e impidiese la repetición de tragedias similares.
La EMDR también pone de manifiesto que uno de los
modos de acabar con la tragedia consiste en ocuparse del
trauma que subyace a la violencia potencial antes de que
acabe irrumpiendo a la superficie. Por supuesto, los autores
del atentado siguen siendo responsables de sus acciones,
pero me parece mucho más adecuado corregir el problema
que corregir simplemente la culpa.
Ésa fue también la postura asumida por el reverendo
David Price, un terapeuta de la EMDR que trabaja en la
Borden Institution, la mayor prisión federal de Canadá.
Según dice, la mayor parte de la población reclusa está com-
puesta por delincuentes que han cometido crímenes sexua-
les, y que los más difíciles de ellos son los pedófilos, a los
que suele considerarse incurables. Entre 90 y 100 días antes
VISIONES DEL FUTURO. LA EMDR EN EL MUNDO 429

de que un pequeño número de ellos se viesen liberados sin la


adecuada supervisión, decidió probar la EMDR con tres de
ellos que habían participado activamente en el programa de
terapia para el abuso sexual durante ésta y anteriores encar-
celaciones. Todos ellos tenían un largo historial de agresio-
nes sexuales en las que solían reincidir entre tres a seis sema-
nas después de haber salido de la cárcel. El reverendo Price
decidió trabajar con ellos porque los tres habían asumido la
responsabilidad de sus crímenes y tenían una relación espiri-
tual con un “orden superior”. Fue muy importante para el tra-
bajo con la EMDR que todos ellos hubieran identificado su
“ciclo criminal”, un proceso que supone cartografiar los
eventos que desencadenan la intensificación emocional y los
pensamientos y conductas que acaban conformando y, final-
mente, culminando en la conducta criminal.
Uno de los tres, Sam, procesó los recuerdos traumáticos
asociados a sus nueve impulsos desencadenantes. Como dijo
el reverendo Price: «El paso más importante se produjo duran-
te la cuarta sesión. En ella, Sam recordó una situación de rabia
que hasta entonces había reprimido. Su hermana, ocho años
mayor que él, le había amenazado con destruir sus juguetes
favoritos, cosa que finalmente hizo, si no mantenía con ella
relaciones sexuales. Sam que, por aquel entonces, sólo conta-
ba con nueve años, había sepultado durante años la rabia, la
vergiienza y la confusión generada por la conducta de su her-
mana. Sam participó en 14 sesiones de EMDR a lo largo de un
período de dos meses y, como otros sujetos, participó en un
programa de seguimiento que se llevó a cabo después de su
excarcelación y que corroboró la desaparición de sus viejas
pautas de pensamiento y que, por más duramente que le trata-
ran, sentía una sensación de fortaleza, paz y control.
«He seguido manteniendo contacto telefónico quincenal
con Sam =señala el reverendo Price—. Ha experimentado el
430 EMDR

rechazo, el abandono, la vergiienza, el ridículo y el hecho de


que le hayan negado un empleo, situaciones todas ellas que,
en el pasado, podrían haberle llevado a aislarse y proseguir
su carrera criminal. Afortunadamente, sin embargo, ninguna
de esas pautas emocionales y conductuales ha vuelto a pre-
sentarse. Muy al contrario, ha organizado un grupo de apoyo
centrado en la aplicación de las habilidades de gestión de
uno mismo que ha aprendido. Sigue empeñado en encontrar
trabajo y mantiene contacto voluntario con la policía, cola-
borando con ella en la puesta a punto de programas de pre-
vención para padres e hijos. Según dice, no experimenta nin-
guna rabia contra la sociedad ni contra sí mismo. En la actua-
lidad está entablando una relación con un adulto de su misma
edad. Lleva nueve meses libre y, en todo ese tiempo, no ha
cometido ningún crimen. Los resultados obtenidos con los
otros dos participantes fueron similares .»”

El proceso de aprendizaje y de transformación no se limita a


la curación del sufrimiento, porque la EMDR también puede
ser utilizada para mejorar el desempeño. Uno de los rasgos
distintivos del tratamiento con la EMDR es que debilita la
intensidad de las imágenes, emociones y creencias negativas,
al tiempo que alienta e intensifica las imágenes, las emocio-
nes y las creencias positivas. Por eso, la EMDR puede utili-
zarse con la finalidad de ayudar a las personas a desarrollar
las habilidades necesarias, dar un primer paso importante
hacia adelante y seguir luego con logros cada vez mayores.
En este sentido, nosotros ayudamos a los clientes a esbozar
imágenes, como las empleadas por los atletas olímpicos a la
hora de aprender a ejecutar un salto de trampolín perfecto y
combinarlas con las creencias positivas necesarias para
alcanzar su objetivo. El uso de la EMDR a fin de proporcio-
nar al cliente “pautas” útiles de cara a futuras acciones ha
VISIONES DEL FUTURO. LA EMDR EN EL MUNDO 431

demostrado ser tan exitoso que muchos terapeutas EMDR


están actualmente trabajando como “coaches” con atletas,
músicos y ejecutivos de grandes empresas ayudándoles a
alcanzar un rendimiento excelente. Son varios, en este senti-
do, los atletas que ya se han beneficiado del tratamiento con
la EMDR y han logrado varias medallas. Así pues, el apren-
dizaje acelerado que proporciona la EMDR no se limita a ir
desde una conducta disfuncional a otra funcional, sino que
también puede ayudar al cliente a pasar de un desempeño
funcional a otro excepcional. ¿Hasta dónde podríamos llegar
si procesáramos nuestros viejos recuerdos de fracaso o humi-
llación y desbrozásemos así el camino para que nuestro cere-
bro pueda alcanzar logros todavía más elevados?

Una de las razones que me llevó a escribir este libro fue la de


explorar la estructura de la mente, es decir, poner de relieve
los factores que compartimos con toda la especie. Las res-
puestas psicológicas de todos los casos presentados en este
libro cobran sentido a la vista de la interacción que existe
entre su educación y sus circunstancias vitales concretas. Y
bajo esta verdad, se oculta el hecho de que nuestros sistemas
nerviosos responden de manera muy parecida. Y es que, aun-
que el contenido concreto de nuestras experiencias pueda
diferir, todos tenemos un cuerpo parecido y estamos unidos
por ciertos factores comunes. Y puesto que el cerebro forma
parte del cuerpo, todos compartimos también una estructura
mental y caracterial parecida.
Espero que los relatos presentados en este libro consigan
transmitir al lector la evidencia de que los problemas psico-
lógicos diagnosticables no son más que una mera extrapola-
ción de experiencias que nos afectan a todos. En algún que
otro momento, todos nos hemos sentido atrapados, todos
hemos reaccionado desproporcionadamente ante determina-
432 EMDR

das situaciones y todos hemos atravesado situaciones proble-


máticas que han requerido la ayuda de los demás. Y, por ello
mismo, todos podemos necesitar ayuda para ir más allá del
funcionamiento normal y adentrarnos en el desempeño exce-
lente. El dolor emocional y las conductas problemáticas son
respuestas comprensibles y razonables a circunstancias y
presiones desafortunadas.
Pero lo cierto es que somos mucho más que nuestras res-
puestas estrictamente automáticas. Podemos observarlas,
juzgarlas, aceptarlas o sufrir por ellas. Podemos vivir sumi-
dos en la infelicidad y resignarnos a la desesperación, O
hacer algo para cambiarlas. Aunque, en este libro, hemos
visto que las reacciones automáticas de nuestro cuerpo y de
nuestra mente se ven gobernadas por la ley de causa y efec-
to, hay una parte de nosotros que es distinta y sana. Esa parte
que se da cuenta de la infelicidad es la única que puede bus-
car la ayuda necesaria para cambiar. Ésa es la parte que
emprende una terapia, busca un libro de autoayuda, o disfru-
ta cuando el protagonista de una película exhibe un espíritu
noble. Ésa es la parte que nos dice cómo nos sentiríamos si
dejásemos de tener miedo. Lo único que debemos recordar
es que algunos de los miedos a los que nos enfrentamos son
experiencias vitales tempranas que permanecen atrapadas en
nuestro sistema nervioso. Este libro nos ha insinuado la posi-
bilidad de liberarnos de ellas, de aprovechar lo que nos sirve
y de descartar el resto. Después de hacerlo, podremos elegir
nuestras acciones en lugar de vernos simplemente sometidos
a nuestras reacciones automáticas.
Este libro relata la historia de cada uno de nosotros. En
sus páginas, el lector habrá podido reconocerse a sí mismo o
quizá a un vecino, un amigo o un miembro de su familia. No
olvidemos que nuestro núcleo sano florece apenas tiene la
posibilidad de hacerlo. Y aunque no tengamos ningún pro-
VISIONES DEL FUTURO. La EMDR EN EL MUNDO 433

blema en aceptar fácilmente este principio por lo que respec-


ta a nuestra salud física, ha llegado ya el momento de apli-
carlo también en lo que tiene que ver con nuestro bienestar
psicológico. El cerebro forma parte de nuestro cuerpo y,
como él, se ve gobernado por las mismas leyes de causa y
efecto. Cuando experimentamos dolor físico, nuestro cuerpo
reacciona contrayéndose. También nuestra mente reacciona
de modo automático y de manera similar a las presiones y
experiencias externas. Algunas de esas respuestas son favo-
rables a la vida y resultan muy útiles, mientras que otras, por
el contrario, no lo son... pero pueden ser cambiadas. Si
observamos el proceso de curación que sucede en la mente
de una persona, tal vez veamos el reflejo de nuestro propio
potencial de curación. Quizás entonces escuchemos una
resonancia que pueda, finalmente, conducirnos a nuestra
curación profunda.
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APÉNDICE A:
RECURSOS DE LA EMDR

EMDR-HUMANITARIAN ASSISTANCE PROGRAMS


(HAP)

La HAP es una organización sin fines de lucro 501 (c)(3) que


puede ser descrita como el equivalente a Médicos Sin
Fronteras en el ámbito de la salud mental, una red global de
médicos dispuestos a viajar a cualquier lugar del mundo
donde sea necesario acabar con el sufrimiento emocional e
impedir los efectos psicológicos secundarios del trauma y la
violencia. El objetivo de la HAP consiste en acabar con el
ciclo del sufrimiento que arruina la vida personal y devasta a
las familias.
El modelo HAP subraya la importancia de la formación y
del apoyo profesional a los terapeutas locales para continuar
el proceso de curación. Este modelo centrado en la forma-
ción tiene varias ventajas. Al enseñar la EMDR a los terapeu-
tas locales, estamos proporcionándoles una herramienta efi-
caz y positiva con la que tratar los efectos emocionales del
trauma. Los profesionales que forman parte de la comunidad
afectada no se ven reemplazados por extraños, sino que, muy
al contrario, disponen de un importante recurso al que pue-
den apelar en el momento en que lo necesiten del modo que
consideren más adecuado. Puesto que la reacción a los even-
tos traumáticos no es, en ocasiones, inmediata, y dado que
436 EMDR

los individuos suelen tratar de resolver los problemas por sí


mismos sin buscar ayuda profesional, la formación de los
terapeutas locales garantiza que, cuando las personas necesi-
ten ayuda, sus necesidades puedan verse satisfechas. De este
modo, el efecto psicológico del tratamiento del trauma va
mucho más allá de los parámetros de un evento singular.
Además del entrenamiento, la HAP"s Disaster Mental
Health Recovery Network se ocupa de la coordinación de los
terapeutas para tratar a las víctimas y a los trabajadores de
los servicios de emergencia después de crisis como la del
atentado de Oklahoma y el ataque terrorista del 11 de sep-
tiembre de 2001.
Desde la época del atentado de Oklahoma City en 1995,
una red creciente de voluntarios EMDR-HAP ha respondido
a las llamadas de curación procedentes de todo el mundo,
desde terremotos en Turquía hasta huracanes en México o
inundaciones en Dakota del Norte. En este sentido, nuestra
comunidad ha prestado atención a comunidades traumatiza-
das por la guerra y el terror de Palestina, Israel, Croacia,
Bosnia, Irlanda del Norte y Kenya. Hemos llenado el vacío
de los servicios de salud mental para atender a los barrios
más poblados, desde Bedford Stuyvesent hasta Oackland y a
las poblaciones menesterosas de comunidades rurales y
suburbanas, como las reservas de los indios nativos america-
nos, Hungría, Polonia, China, Sudáfrica, Ucrania, México,
Nicaragua y El Salvador, entre otros países. También hemos
tratado, formado y sembrado las semillas de la curación en
situaciones de urgencia, como la catástrofe del vuelo 800 de
la TWA, el tiroteo de los institutos de Columbine y Dunblane
(Irlanda) y los ataques terroristas del 11 de septiembre de
2001 sobre Nueva York y Washington.
Los voluntarios de la EMDR-HAP suelen ofrecer al
menos una semana al año de terapia o formación para llevar
APÉNDICE A 437

la salud mental a quienes la necesitan, pero no disponen de


dinero para pagar el tratamiento. Por eso necesitamos fondos
a fin de llevar a los terapeutas dónde más se les necesita. El
apoyo ofrecido a Oklahoma City sólo costó 50.000 dólares,
mientras que el apoyo a poblaciones como Bangladesh, los
Balcanes y Africa han sido patrocinados por organizaciones
como Unicef y Catholic Relief Services, el resto de nuestras
actividades se han visto exclusivamente subvencionadas con
contribuciones individuales.
Los lectores interesados en la HAP y en sus logros pue-
den echar un vistazo a http://www.emdrhap.org
Estas donaciones están libres de impuestos y pueden ser
enviadas a EMDR-HAP, P.O. Box 52164, Pacific Grove, CA
93950.

EL EMDR INSTITUTE

Desde la época de su fundación en 1990, el EMDR Institute


ha entrenado a más de 50.000 terapeutas en el uso de la
EMDR. Cualquier persona interesada puede buscar en nues-
tro directorio internacional a los terapeutas formados por el
Institute con los que pueden conectar los clientes interesados
para recibir así tratamiento de los profesionales de la salud
mental cualificados según los más estrictos estándares profe-
sionales. Los procesos de formación autorizados por el
EMDR Institute deben llevar el logo del Institute mostrado al
final de esta sección.
Los lectores interesados en disponer de más información,
entrenamiento o referencia, pueden llamar por teléfono al
(831) 372-3900; fax (831) 647-9881; email: instWemdr.com;
PO. Box 750, Watsonville, CA 95077 o visitar nuestra pági-
na web en http://www.EMDR .com
438 EMDR

EMDR INTERNATIONAL ASSOCIATION


(EMDRIA)

La EMDR International Association es una organización


profesional de terapeutas e investigadores formados en la
EMDR destinada a promocionar los criterios de excelencia e
integridad más elevados posibles de la práctica, la investiga-
ción y la formación del bien público que supone la EMDR.
La EMDRIA también se ocupa de desarrollar el cuerpo de
conocimiento empírico, la teoría y las aplicaciones clínicas
de los procedimientos de la EMDR y mantiene a sus miem-
bros puntualmente informados de los cambios que se pro-
duzcan. También se ocupan de desarrollar los criterios éticos
para la práctica y la formación, elaborando materiales de
apoyo clínico e informando a otras organizaciones profesio-
nales y al público en general sobre los beneficios de la
EMDR.
Los lectores interesados en la EMDRIA pueden conectar
con ella en P.O. Box 141925, Austin TX 78714-1925, teléfo-
no (512) 451-5200; email: infoGQemdria.org o visitar su
página web en http://www.emdria.org

LA EMDR EUROPE ASSOCIATION

La EMDR Europe Association es el cuerpo gobernante de las


asociaciones europeas de la EMDR, incluido Israel. Desempeña
una función similar a la de la EMDRIA, en tanto organización
profesional que supervisa la labor de los terapeutas e investiga-
dores entrenados en la EMDR. También se dedica a promover
los criterios de excelencia e integridad más elevados de la prác-
tica, la investigación y la educación de la EMDR. Otros detalles
pueden ser encontrados en su página web http://www.emdr-
europe.org, o bien enviando un email a infoOemdr-europe.org

LA ELECCIÓN DEL TERAPEUTA

El cliente debe asegurarse de que el curso de formación en


EMDR que ha seguido su terapeuta ha sido aprobado por la
EMDRIA o por la EMDR Europe Association porque, sin
saberlo, puede haber recibido una formación inadecuada.
La EMDR sólo debe ser administrada por un terapeuta
titulado, específicamente formado en la EMDR. Conviene,
en este sentido, tomarse el tiempo suficiente para elegir al
terapeuta adecuado. Asegúrese de que él o ella han recibido
la formación adecuada en EMDR (el entrenamiento básico
consiste en un curso de dos niveles) y lo ha actualizado con
los últimos avances. Pero aunque la formación sea obligato-
ria, no basta con eso. Elija a un terapeuta experimentado en
la EMDR y que tenga una buena tasa de éxito. Asegúrese de
que el terapeuta está cómodo tratando su problema concreto;
y también es importante la sensación de confianza y el esta-
blecimiento de una buena relación. No olvide que el trata-
miento exitoso depende de la adecuada interacción entre el
terapeuta, el cliente y el método.
440 EMDR

PREGUNTAS INTERESANTES EN ESTE SENTIDO:

¿Ha recibido el terapeuta los dos niveles de formación?


o ¿Fue ese entrenamiento aprobado por la EMDRIA o por
EMDR Europe?
3. ¿Está al tanto de los últimos protocolos y avances?
4. ¿Cuántas personas con un problema o trastorno seme-
jante al suyo ha tratado?
5. ¿Cuál es su tasa de éxito?
| APÉNDICE B:
INFORME DE CASOS DE LA EMDR

La EMDR está hoy extensamente reconocida como un trata-


miento de los traumas de primera línea (véase el Apéndice C).
La EMDR es un tratamiento para los factores que contri-
buyen a los trastornos de la conducta y de salud. Las amplia-
ciones del protocolo estándar (Shapiro, 1995 y 2001) lleva-
das a cabo por expertos y asesores de una amplia variedad de
campos diferentes han facilitado el desarrollo de aplicacio-
nes adicionales para la práctica clínica directa. Como sucede
con el tratamiento de la mayoría de los trastornos, es poca la
investigación que, hasta el momento, se ha llevado a cabo, un
estado de cosas que quedó evidenciado en un informe de eva-
luación realizado por un equipo de trabajo dependiente de la
sección clínica de la American Psychological Association
(Chambless, Baker, Baucom, Beutler, Calhoun, Crits-Christoph,
et al., 1998). Esta investigación puso de relieve que sólo una
docena de quejas, como las fobias concretas y los dolores de
cabeza, disponían de tratamientos que se hubiesen visto
empíricamente corroborados por la investigación. También
debemos mencionar la circunstancia de que los efectos clíni-
cos a largo plazo de muchos de los tratamientos en general
calificados como empíricamente validados no se han visto
corroborados de manera adecuada por la investigación.
Véanse referencias recientes en:
http://therapyadvisor.com
442 EMDR

Esperemos que la investigación acabe demostrando la


adecuación de las aplicaciones adicionales de la EMDR y la
misma eficacia que los protocolos empleados en el trata-
miento de los TEPT investigados. Los parámetros sugeridos
han sido claramente esbozados (Shapiro, 2001 y 2002). A
continuación presentamos una lista del material publicado y
de los artículos presentados en congresos que puede ayudar
a los investigadores a identificar protocolos disponibles para
el estudio y ayudar a los clínicos a obtener la necesaria
supervisión de las aplicaciones propue cstas. Muchas de las
presentaciones han sido grabadas y pueden solicitarse a los
coordinadores de los congresos. También es posible acceder
directamente a los ponentes a través de la página web de la
EMDR International Association http://www.emdria.org
Los resultados terapéuticos positivos de la EMDR se han
visto corroborados con un amplio rango de poblaciones. Para
ayudar a los investigadores a identificar los protocolos dis-
ponibles para su estudio y para obtener supervisión para las
peticiones propuestas, debajo enumeramos materiales publi-
cados y las conferencias presentadas. Como ya hemos seña-
lado, la mayor parte de los trastornos clínicos enumerados no
tienen tratamientos empíricamente validados y, en conse-
cuencia, es necesaria una mayor investigación controlada en
todos los sentidos (véase Chambless et al., 1998). Las apli-
caciones clínicas de la EMDR se basan en el modelo del pro-
cesamiento de la información (véase Shapiro, 2001 y 2002),
según el cual, el reprocesamiento de los factores problemáti-
cos puede tener un efecto positivo en el tratamiento de una
amplia diversidad de trastornos. Son muchos, hasta el
momento, los estudios controlados que confirman la eficacia
de la EMDR en el tratamiento del TEPT, mientras que otras
aplicaciones basadas en la observación clínica todavía nece-
sitan una investigación adicional.
APÉNDICE B 443

Desde el estudio inicial sobre la eficacia (Shapiro, 1989a)


son muchos los informes realizados que indican los resulta-
dos positivos de la EMDR con una amplia variedad de
poblaciones, entre las que se cuentan las siguientes:

1. Veteranos de las guerras delraq, Afganistán, Vietnam,


Corea y de la II Guerra Mundial que, pese a mostrarse ori-
ginalmente reacios al tratamiento, han dejado de experimen-
tar los flashbacks, pesadillas y otras secuelas del TEPT.
(Blore, 1997a; Carlson, Chemtob, Rusnak y Hedlund, 1996;
Carlson, Chemtob, Rusnak, Hedlund y Muraoka, 1998; Daniels,
Lipke, Richardson y Silver, 1992; Lipke, 2000; Lipke y Botkin,
1992; Russell, 2006; Russell, Silver, Rogers, y Darnell, 2007;
Silver y Rogers, 2001; Thomas y Gafner, 1993; White, 1998;
Young, 1995; Zimmermann, Gúise, Barre, Biesold, 2005).

2. Personas con fobias y trastornos de pánico que han evi-


denciado una rápida disminución de sus miedos y de su sin-
tomatología. (De Jongh y Ten Broeke, 1998; De Jongh, Ten
Broeke y Renssen, 1999; De Jongh, Van den Oord y Ten
Broeke, 2002; Doctor, 1994; Feske y Goldstein, 1997;
Fernandez y Feretta, 2007; Goldstein, 1992; Goldstein y Feske,
1994; Gros y Antony, 2006; Kleinknecht, 1993; Nadler, 1996;
Newgent, Paladino, Reynolds, 2006; O”Brien, 1993; Protinsky,
Sparks y Flemke, 2001a; Schurmans, 2007). Algunas investi-
gaciones controladas sobre personas que padecían fobia a las
arañas han demostrado beneficiarse muy poco de la EMDR
(como sucede, por ejemplo, con las investigaciones llevadas a
cabo por Muris y Merckelbach, 1997; Muris, Merkelbach,
Holdrinet y Sijsenaar, 1998; Muris, Merckelbach, Van Haaften
y Nayer, 1997), aunque evaluaciones posteriores han descu-
bierto la falta de fiabilidad de los protocolos empleados (véan-
se De Jongh et al., 1999; Shapiro, 1999 y el Apéndice D). Una
444 EMDR

evaluación realizada sobre el trastorno de pánico con agorafo-


bia (Goldstein, De Beurs, Chambless y Wilson, 2000) puso tam-
bién de relieve la existencia de resultados bastante limitados (los
lectores interesados en una visión más global al respecto, pue-
den ver Shapiro, 2001, 2002. Véase también el Apéndice D).

3. Víctimas del delito, agentes de la policía y trabajadores de


los servicios de urgencia que dejan de verse preocupados por
los efectos secundarios de las agresiones y/o la naturaleza
estresante de su trabajo. (Baker y McBride, 1991: Dyregrov,
1993; Jensma, 1999; Kitchiner, 2004; Kitchiner y Aylard, 2002;
Kleinknecht y Morgan, 1992; Lansing, Amen, Hanks, Rudy,
2005; McNally y Solomon, 1999: Page y Crino, 1993: Shapiro
y Solomon, 1995; Solomon, 1995, 1998: Solomon y Dyregrov,
2000; Wilson, Becker, Tinker y Logan, 2001.)

4. Personas que se han visto liberadas del sufrimiento que


acompaña a la pérdida de un ser querido, o de muertes que
han sucedido durante el desempeño de un determinado tra-
bajo, como maquinistas que acabaron con la culpa derivada
de algún atropello. (Lazrove et al., 1998; Puk, 1991a:; Shapiro y
Solomon, 1995; Solomon, 1994, 1995 y 1998; Solomon y
Kaufman, 2002; Solomon y Shapiro, 1997; Sprang, 2001.)

5. Niños y adolescentes curados de los síntomas causados


por el trauma. (Ahmad et al., 2007; Chemtob, Nakashima.,
Hamada y Carlson, 2002; Cocco y Sharpe, 1993; Datta y
Wallace, 1994 y 1996; Fernandez, Gallinari y Lorenzetti,
2004; Greenwald, 1994, 1998, 1999, 2000 y 2002: Hensel,
2006; Jaberghaderi, Greenwald, Rubin, Dolatabadim y Zand,
en prensa; Johnson, 1998; Korkmazler-Oral y Pamuk, 2002;
Kraft, Schepker, Goldbeck, y Fegert, 2006; Lovett, 1999;
Maxtfield, 2007; Oras et al., 2004; Pellicer, 1993; Puffer,
APÉNDICE B 445

Greenwald y Elrod, 1998; Russell y O”'Connor, 2002; Scheck,


Schaeffer y Gillette, 1998; Shapiro, 1991; Soberman,
Greenwald y Rule, 2002; Stewart y Bramson, 2000; Streeck-
Fischer, 2005; Taylor, 2002; Tionker y Wilson, 1999; Tufnell,
2005.)

6. Víctimas de agresión sexual que han sido capaces de


recuperar su vida y volver a establecer relaciones íntimas.
(Edmond, Rubin y Wambach, 1999; Hyer, 1995; Parnell,
1994 y 1999; Puk, 199la; Rothbaum, 1997; Rothbaum,
Astin, Marsteller, 2005; Scheck, Schaeffer y Gillette, 1998;
Shapiro, 19895, 1991 y 1994; Wolpe y Abrams, 1991.)

7. Víctimas de catástrofes naturales y de desastres provo-


cados por el hombre que han podido recuperar su vida
normal. (Chemtob et al., 2002; Fernandez et al., 2004;
Grainger, Levin, Allen-Byrd, Doctor y Lee, 1997; Jarero,
Artigas, Mauer, Lopez Cano y Alcala, 1999; Knipe, Hartung,
Konuk, Colleli, Keller y Rogers, 2003; Konuk, Knipe, Eke,
Yuksek, Yurtsever, y Ostep, 2006; Shusta-Hochberg, 2003;
Silver, Rogers, Knipe y Colelli, 2005.)

8. Víctimas de accidentes, operaciones e incendios que se


vieron emocional y físicamente debilitados y han sido
capaces de recuperar una vida productiva. (Blore, 1997b;
Broad y Wheeler, 2006; Hassard, 1993; McCann, 1992; Puk,
1992; Solomon y Kaufman, 1994.)

9. Víctimas de disfunción marital y sexual que han podi-


do volver a establecer relaciones sanas. (Bardin, 2004;
Capps, 2006; Errebo y Sommers-Flanagan, 2007; Keenan y
Farrell, 2000; Kaslow, Nurse y Thompson, 2002; Knudsen,
2007; Koedam, 2007; Levin, 1993; Madrid, Skolek y
446 EMDR

Shapiro, 2006; Moses, 2007; Protinsky, Sparks y Flemke,


2001b; Shapiro, Kaslow, y Maxfield, 2007; Snyder, 1996;
Stowasser, 2007; Talan, 2007; Wernik, 1993.)

10. Clientes que se hallaban en cualquiera de los estadios de


la toxicodependencia y la ludopatía y muestran una baja
tendencia a la recaída. (Amundsen y Kárstad, 2006; Besson,
Eap, Rougemont-Buecking, Simon, Nikolov, Bonsack, 2006;
Cox y Howard, 2007; Henry, 1996; Shapiro y Forrest, 1997;
Shapiro, Vogelmann-Sine y Sine, 1994; Vogelmann-Sine, Sine,
Smyth y Popky, 1998; Zweben y Yeary, 2006.)

11. Personas con trastornos disociativos que consiguieron


curar más pronto que con el progreso proporcionado por
el tratamiento tradicional. (Fine, 1994; Fine y Berkowitz,
2001; Lazrove, 1994; Lazrove y Fine, 1996: Marquis y Puk,
1994; Paulsen, 1995; Rouanzoin, 1994; Twombly, 2000, 2005;
Young, 1994).

12. Personas del mundo empresarial, artístico y deporti-


vo cuyo desempeño ha mejorado gracias a la EMDR.
(Crabbe, 1996; Foster y Lendl, 1995 y 1996; Graham, 2004.)

13. Personas con problemas somáticos o somatoformes,


incluido el dolor crónico, que han logrado liberarse rápi-
damente del sufrimiento. (Brown, McGoldrick y Buchanan,
1997; Chemali y Meadows, 2004; Dziegielewski y Wolfe,
2000; Friedberg, 2004; Grant, 1999; Grant y Threlfo, 2002;
Gupta y Gupta, 2002; Kneff y Krebs, 2004; Ray y Zbik, 2001;
Russell, en prensa; Schneider et al., 2007, en prensa; Tinker y
Wilson, 2006; Van Loey y Van Son, 2003; Wilensky, 2006;
Wilson et al., 2000.)
APÉNDICE B 447

14. Clientes con una amplia variedad de TEPT y otros


diagnósticos que se han visto beneficiados por la EMDR.
(Allen y Lewis, 1996; Bisson, Ehlers, Matthews, Pilling,
Richards, Turner, 2007; Brown, McGoldrick y Buchanan,
1997; Cohn, 1993; Fensterieim, 1996; Forbes, Creamer y
Rycroft, 1994; Gelinas, 2003; Hogberg, Pagani, Sundin,
Soares, Aberg-Wistedt, Tarnell, et al, 2007; Ironson et al.,
2002; Kim y Choi, 2004; Kitchiner, 1999, 2000; Korn y
Leeds, 2002; Lee ef al., 2002; Manfield, 1998; Manfield y
Shapiro, 2003; Marcus, Marquis, y Saki, 1997; Marquis,
1991; Maxwell, 2003; McCullough, 2002; Parnell, 1996;
1997; Pollock, 2000; Power et al., 2002; Protinsky, Sparks, y
Flemke, 2001a; Puk,1991b; Raboni, Tufik, y Suchecki,
2006; Renfrey y Spates, 1994; Ricci, 2006; Ricci et al.,
2006; Rittenhouse, 2000; Schneider, Nabavi, Heuft, 2005;
Seidler y Wagner, 2006; Shapiro y Forrest, 1997; Spates y
Burnette, 1995; Spector y Huthwaite, 1993; Sprang, 2001;
van der Kolk, Spinazzola, Blaustein, Hopper, Hopper, Korn,
Simpson, 2007; Vaughan, et al., 1994; Vaughan, Wiese,
Gold, y Tarrier, 1994; Wilson, Becker, y Tinker, 1995, 1997;
Wolpe y Abrams, 1991; Zabukovec, Lazrove y Shapiro,
2000.)

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APÉNDICE C:
EMDR, INVESTIGACIÓN
SOBRE EL TRAUMA,
DESCUBRIMIENTOS Y LECTURAS
POSTERIORES

Este apéndice describe brevemente los informes de investi-


gaciones relevantes publicados sobre la capacidad de la
EMDR para tratar a los supervivientes de un trauma. La lista
incluye las dos investigaciones realizadas sobre la guerra que
tanta importancia acabaron teniendo para el desarrollo poste-
rior de la EMDR. La International Society for Traumatic
Stress Studies Guideline ha descartado la importancia del
resto de las investigaciones realizadas sobre el tratamiento
de los efectos de la guerra porque fueron demasiado breves,
algo que también suscriben el Department of Defense y el
Department of Veteran Affairs Practice Guideline de los
Estados Unidos. Hablando en términos generales, las vícti-
mas de los traumas múltiples no deberían ser tratadas con la
misma dosis que quienes han sido víctimas de un solo trau-
ma porque son muchos, en aquel caso, los recuerdos que
deben corregirse. En el Apéndice D revisaremos las investi-
gaciones que han examinado los análisis de componentes, la
importancia de los movimientos oculares y las investigacio-
nes realizadas sobre el tratamiento de la fobia.
466 EMDR

LÍNEAS DIRECTRICES INTERNACIONALES


PARA EL TRATAMIENTO

American Psychiatric Association (2004). «Practice


Guideline for the Treatment of Patients with Acute Stress
Disorder and Posttraumatic Stress Disorder.» Arlington, VA:
American Psychiatric Association Practice Guidelines.
Recomienda la EMDR como un tratamiento eficaz del
trauma.

. Bleich, A., Koter, M., Kutz, E. y Shaley, A. (2002). Artículo


que expresa la posición del National Council for Mental
Health israelí: Líneas directrices para la evaluación y la inter-
vención profesional con víctimas del terror en el entorno hos-
pitalario y comunitario.
La EMDR es uno de los tres únicos métodos recomenda-
dos para el tratamiento de las víctimas del terror.

+ Chambless, D.L. et al. (1998). Actualización de las tera-


pias empíricamente validadas, II. The Clinical Psychologist,
51, págs. 3-16.
Según un equipo de la Clinical Division of the American
Psychological Association, los únicos métodos para el trata-
miento de cualquier población que sufra de TEPT que se han
visto empíricamente corroborados son la EMDR, la terapia
de exposición y la terapia de inoculación de estrés.

* Crest (2003). The management of post traumatic stress disor-


der in adults. Publicación del Clinical Resource Efficiency
Support Team del Northern Ireland Department of Health,
Social Services and Public Safety, Belfast.
La EMDR y la terapia cognitivo-conductual son los tra-
tamientos de elección para las víctimas del trauma.
APÉNDICE C 467

* Department of Veterans Affairs and Department of


Defense (2004). VA/DoD Clinical Practice Guideline for the
Management of Post-Traumatic Stress.
La EMDR es una de las cuatro terapias de las que más
evidencia se dispone y ha sido recomendada para el trata-
miento del TEPT.

* Dutch National Steering Committee Guideliness Mental


Health Care (2003). Multidisciplinary Guideline Anxiety
Disorders. Utrecht: Quality Institute Helath Carer
CBO/Trimbos Institute.
La EMDR y la terapia cognitivo-conductual son los tra-
tamientos de elección para corregir el TEPT.

* Foa, E.B., Keane, T.M. y Friedman, M.J. (2000). Effective


treatments for PTSD: Practice Guidelines of the International
Society for Traumatic Stress Studies. Nueva York: Guilford
Press.
La guía práctica de la International Society for Traumatic
Stress Studies considera la EMDR como un tratamiento efi-
caz para el TEPT.

+ INSERM (2004). “Psychotherapy: An Evaluation of Three


Approaches.” Institut National Frangais de la Santé et de la
Recherche Médicale, París, Francia.
Este artículo concluye que la EMDR y la terapia cogniti-
vo-conductual son los tratamientos de elección para las víc-
timas del trauma.

+ National Institute for Clinical Excellence (2005). “Post-


Traumatic Stress Disorder (PTSD): The Management of
Adults and Children in Primary and Secondary Care.”
Londres: NICE Guidelines.
468 EMDR

Considera a la terapia cognitivo-conductual centrada en


el trauma y la EMDR como la terapia de elección corrobo-
rada empíricamente para el tratamiento de adultos que
padecen trastornos de estrés postraumático.

* Therapy Advisor (2004-2007):


http://www.therapyadvisor.com
Website patrocinado por el NIMH que enumera métodos
empíricamente corroborados para el tratamiento de una
amplia diversidad de trastornos. La EMDR es uno de los tres
tratamientos de elección para corregir los trastornos de
estrés postraumático.

* United Kingdom Department of Health. (2001). Treatment


choice in psychological therapies and counselling evidence
based clinical practice guideline. Londres, Inglaterra.
Los tratamientos que han desmostrado ser más eficaces
han sido la EMDR, la terapia de exposición y la terapia de
inoculación de estrés.

METAANAÁLISIS

La EMDR ha sido comparada con numerosos protocolos de


terapia de exposición, con y sin el apoyo de técnicas de la
terapia cognitiva. Hay que señalar, en este sentido, que la
terapia de exposición requiere de una a dos horas diarias de
trabajo en casa, cosa que no es necesaria con la EMDR. En
la siguiente lista enumeramos los metaanálisis más recientes
realizados al respecto.

* Bisson, J. y Andrew, M. (2007). “Psychological Treatment


of Post-Traumatic Stress Disorder (PTSD).” Cochrane
APÉNDICE C 469

Database of Systematic Reviews 2007, Issue 3. Art. No.:


CD003388. DOI: 10.1002/14651858.CD003388.pub3.
«La terapia conductual centrada en el trauma y la terapia
de desensibilización y reprocesamiento a través de los movi-
mientos oculares son, según los datos de que hasta el momen-
to disponemos, los tratamientos más eficaces para las perso-
nas que padecen trastornos de estrés postraumático.»

* Bradley, R., Greene, J., Russ, E., Dutra, L. y Westen, D.


(2005). “A Multidimensional Meta-Analysis of
Psychotherapy for PTSD.” American Journal of Psychiatry,
162, págs. 214-227.
Los resultados obtenidos por la EMDR son equivalentes
a los de la terapia de exposición y a otros tratamientos cog-
nitivo-conductuales, todos los cuales “son sumamente efica-
ces para la reducción de los síntomas del trastorno de estrés
postraumático”.

» Davidson, P.R. y Parker K.C.H. (2001). “Eye Movement


Desensitization and Reprocessing (EMDR): A Meta-analy-
sis.” Journal of Consulting and Clinical Psychology, 69,
págs. 305-316.
La EMDR es equivalente a la exposición y otros trata-
mientos cognitivo-conductuales, aunque debemos señalar
que la terapia de exposición requiere una o dos horas de tra-
tamiento cotidiano en casa, cosa que no sucede en el caso de
la EMDR.

+ Maxfield, L. y Hyer, L.A. (2002). “The Relationship


Between Efficacy and Methodology in Studies Investigating
EMDR Treatment of PTSD.” Journal of Clinical Psychology,
58, págs. 23-41.
Metaanálisis comprehensivo que informó que, cuanto
470 EMDR

más rigurosa es la investigación, más largos parecían ser los


efectos.

+ Seidler, G.H. y Wagner, F.E. (2006). “Comparing the


Efficacy of EMDR and Trauma-Focused Cognitive-Behavioral
Therapy in the Treatment of PTSD: A Meta-Analytic Sudy.”
Psychological Medicine, 36, págs. 1.515-1.522.
«Los resultados sugieren la eficacia parecida de la
EMDR y de la terapia cognitivo-conductual centrada en el
trauma en el tratamiento de los trastornos de estrés postrau-
máticos.»

+ Van Etten, M., € Taylor, S. (1998). “Comparative


Efficacy of Treatments for Post-traumatic Stress Disorder: A
Meta-analysis.” Clinical Psychology and Psychotherapy 5,
págs. 126-144.
Este metaanálisis determinó que la eficacia de la EMDR
y de la terapia de conducta supera a la de los fármacos, y
también subrayó que la EMDR es más eficaz que la terapia
de conducta.

PRUEBAS CLÍNICAS ALEATORIAS

+ Abbasnejad, M., Mahani, K. N. y Zamyad, A. (2007).


“Efticacy of “Eye Movement Desensitization and Reprocessing'
in Reducing Anxiety and Unpleasant Feelings Due to
Earthquake Experience.” Psychological Research, 9 (3-4),
págs. 104-117.
«El estudio muestra la eficacia de la EMDR en la reduc-
ción de la ansiedad y las mociones negativas (como, por ejem-
plo, los síntomas del TEPY, la tristeza, la pena, los pensamien-
tos obsesivos, la depresión, etcétera) que, en ocasiones, acom-
pañan a las víctimas de un terremoto. Los resultados también
corroboran el manteniendo de la mejora debida a la EMDR
en un seguimiento realizado al cabo de un mes.»

+ Ahmad A, Larsson B y Sundelin-Wahlsten V. (2007).


“EMDR Treatment for Children with PTSD: Results of a
Randomized Controlled Trial.” Nord J Psychiatry, 61, págs.
349-354.
La EMDR demostró ser un tratamiento eficaz para el tra-
tamiento de niños que padecían de trastornos de estrés pos-
traumático de varias fuentes que padecían una amplia varie-
dad de estados patológicos.

* Carlson, J., Chemtob, C.M., Rusnak, K., Hedlund, N.L


y Muraoka, M.Y. (1998). “Eye Movement Desensitization
and Reprocessing (EMDR): Treatment for Combat-related
Post-traumatic Stress Disorder.” Journal of Traumatic
Stress, 11, págs. 3-24.
Bastaron doce sesiones de EMDR para erradicar los tras-
tornos de estrés postraumáticos en el 77,7% de los veteranos
de guerra politraumatizados estudiados. Los resultados tam-
bién demostraron un 100% de mantenimiento de la mejora
obtenida con el uso de la EMDR, que se mantuvo a lo largo
de todo el proceso de seguimiento. Éste es el único estudio
aleatorio que analiza un proceso completo de tratamiento
con veteranos de guerra. Otros estudios (como, por ejemplo,
los de Boudewyns/Devilly/Jensen/Pitman et al. y Macklin et
al.) sólo evaluaron el efecto del tratamiento de uno 0 dos
recuerdos lo que, según la International Society for
Traumatic Stress Studies Practice Guidelines (2000), resulta
inadecuado para el estudio de los efectos en los supervivien-
tes de traumas múltiples. La VA/DoD Practice Guideline
(2004) también subraya la inadecuación de los estudios que
472 EMDR

sólo emplearon una o dos sesiones, por ofrecer una dosis


insuficiente de tratamiento para los veteranos de guerra.

* Chemtob, C.M., Nakashima, J. y Carlson, J.G. (2002).


“Brief-treatment for Elementary School Childs with
Disaster-related PTSD: A Field Study.” Journal of Clinical
Psychology, 58, págs. 99-112.
La EMDR ha demostrado ser un tratamiento eficaz para
el tratamiento de niños que padecen de trastornos de estrés
postraumáticos relacionados con algún desastre y que se
habían mostrado refractarios a otros tipos de intervención.

+ Edmond T., Rubin, A. y Wambachj, K. (1999). “The


Effectiveness of EMDR with Adult Female Survivors of
Childhood Abuse.” Social Work Research, 23, págs. 103-116.
El tratamiento con la EMDR mostraba puntuaciones más
bajas (es decir, de menores síntomas clínicos) en las cuatro
medidas evaluadas cuatro meses después del tratamiento
que el tratamiento habitual. El grupo que fue tratado con la
EMDR también presentó una mejora en todas las medidas
estandarizadas 18 meses después del tratamiento (Edmond
y Rubin, en prensa, Journal of Child Sexual Abuse).

* Edmond, T., Sloan, L. y McCarty, D. (2004). “Sexual


Abuse Survivors' Perceptions of the Effectiveness of EMDR
and Eclectic Therapy: A Mixed-Methods Study.” Research
on Social Work Practice, 14, págs 259-272.
Análisis cualitativo y cuantitativo de los resultados del
tratamiento con importantes implicaciones para la investi-
gación futura más rigurosa. Los relatos de los supervivien-
tes señalan que la EMDR provoca una mayor resolución de
los traumas mientras que, con la terapia ecléctica, los super-
vivientes valoran más la relación con su terapeuta, gracias
APÉNDICE C 473

a los cuales aprenden estrategias de enfrentamiento más efi-


caces.

*. Hogberg, G. et al., (2007). “On Treatment with Eye


Movement Desensitization and Reprocessing of Chronic
Post-Traumatic Stress Disorder in Public Transportation
Workers: A Randomized Controlled Study.” Nordic Journal
of Psychiatry, 61, págs 54-61.
Informe de un estudio realizado con trabajadores que
habían experimentado “accidentes ferroviarios o que se
habían visto agredidos en su trabajo”. Bastó con seis sesio-
nes de EMDR para provocar una tasa de remisión de los
trastornos de estrés postraumáticos del 67% comparada con
el 11% en la lista de espera de control. También se informó
de la presencia de efectos significativos en las puntuaciones
Global Assessment of Function (GAF) y Hamilton
Depression (HAM-D). Estudio de seguimiento (en prensa
para Psychiatry Research) “Immediate Outcome of EMDR
Treated PTSD Subjects Remains Stable in a 35 Months
Follow-Up”.

e Ironson, G.I., Freund, B., Strauss, J.L. y Williams, J.


(2002). “Comparison of Two Treatments for Traumatic Stress:
A Community-based Study of EMDR and Prolonged
Exposure.” Journal of Clinical Psychology, 58, págs. 113-128.
Tanto la EMDR como la terapia de exposición prolonga-
da provocaron una reducción significativa en los síntomas
del TEPT y de la depresión. El estudio demostró que el 70%
de los participantes que habían sido tratados con la EMDR
lograron, en sólo tres sesiones, unos resultados más positl-
vos que el 29% de las personas que lograron superar sus
problemas con la terapia de exposición prolongada. La
EMDR también demostró tener la menor tasa de abandono.
474 EMDR

* Jaberghaderi, N., Greenwald, R., Rubin, A., Dolatabadim


S. y Zand, S.O. (2004). “A Comparison of CBT and EMDR
for Sexually Abused Iranian Girls.” Clinical Psychology and
Psychotherapy, 11, págs. 358-368.
Tanto la EMDR como la terapia cognitivo-conductual
provocaron una reducción significativa de los problemas de
conducta ligados al TEPT. En este sentido, la EMDR demos-
tró ser significativamente más eficaz, requiriendo de la
mitad de sesiones para obtener los mismos resultados.

». Lee, C., Gavriel, H., Drummond, P., Richards, J. y


Greenwald, R. (2002). “Treatment of Post-traumatic Stress
Disorder: A Comparison of Stress Inoculation Training with
Prolonged Exposure and Eye Movement Desensitization and
Reprocessing.” Journal of Clinical Psychology, 58, págs.
1.071-1.089.
Tanto la EMDR como la terapia de inoculación de estrés
que iba acompañada de exposición prolongada (SITPE) pro-
vocaron una mejora significativa. La EMDR logró una
mayor mejora en los síntomas del TEPT. Los participantes
que habían sido tratados con la EMDR mostraron un mayor
avance tres meses después del tratamiento. También hay que
decir que la EMDR requirió tres horas de tratamiento en
casa, comparadas con las 28 horas que necesitaron quienes
habían sido tratados con la SITPE.

+ Marcus, S., Marquis, P. y Sakai, C. (1997). “Controlled


Study of Treatment of PTSD Using EMDR in an HMO
Setting.” Psychotherapy, 34, págs. 307-315.
Los resultados de esta investigación, subvencionada por
la Kaiser Permanent, demuestran que el 100% de los
supervivientes de los traumas individuales y el 80% de los
APÉNDICE C 475

supervivientes de los traumas múltiples dejaron de ser


diagnosticados de TEPT tras sólo seis sesiones de cincuen-
ta minutos.

+ Marcus, S., Marquis, P. y Sakai, C. (2004). “Three- and


6-Month Follow-Up of EMDR Treatment of PTSD in an
HMO Setting.” International Journal of Stress Management,
11, págs. 195-208.
La evaluación de seguimiento financiada por la Kaiser
Permanent subraya los beneficios, mantenidos en el tiempo,
de un número relativamente pequeño de sesiones de EMDR.

» Power, K.G., McGoldrick, T., Brown, K., ef al. (2002). “A


Controlled Comparison of Eye Movement Desensitization
and Reprocessing versus Exposure Plus Cognitive
Restructuring, versus Waiting List in the Treatment of Post-
traumatic Stress Disorder.” Journal of Clinical Psychology
and Psychotherapy, 9, págs. 299-318.
Artículo que pone de relieve la mejora provocada por la
EMDR y por la terapia de exposición acompañada de reestruc-
turación cognitiva (con trabajo cotidiano en casa). El artículo
también subraya la eficacia de la EMDR y la necesidad de
emplear menos sesiones para el tratamiento de la depresión y
el funcionamiento social. La revisión posterior indica que los
datos de las puntuaciones pre y postratamiento indican una
mayor mejora en los pacientes sometidos a EMDR que en
quienes habían seguido una terapia de exposición acompaña-
da de reestructuración cognitiva y la EMDR se reveló como un
adecuado predictor de los resultados positivos: Karatzias, A.,
Power, K. McGoldrick, T., Brown, K., Buchanan, R., Sharp,
D. y Swanson, V. (2006). “Predicting Treatment Outcome on
Three Measures for Post-Traumatic Stress Disorder.” Eur Arch
Psychiatry Clin Neuroscience, 20, págs. 1-7.
476 EMDR

+» Rothbaum, B. (1997). “A Controlled Study of Eye


Movement Desensitization and Reprocessing in the Treatment
of Post-traumatic Stress Disordered Sexual Assault Victims.”
Bulletin of the Menninger Clinic, 61, págs. 317-334.
Tres sesiones de 90 minutos de EMDR eliminaron el tras-
torno de estrés postraumático en el 90% de las víctimas de
la violación.

+ Rothbaum, B.O., Astin, M.C. y Marsteller, F. (2005).


“Prolonged Exposure versus Eye Movement Desensitization
(EMDR) for PTSD Rape Victims.” Journal of Traumatic
Stress, 18, págs. 607-616.
Estudio, financiado por la NIMH, que corrobora la efica-
cia de ambos tratamientos: «Una interesante implicación
clínica es que la EMDR parece funcionar tan bien como la
terapia de exposición pese a no necesitar de tanta exposi-
ción y de no ser preciso realizar ningún trabajo en casa.
Será muy importante que la investigación futura explore con
más detenimiento todas estas cuestiones».

* Scheck, M., Schaeffer, J.A. y Gillette, C. (1998). “Brief


Psychological Intervention with Traumatized Young
Women: The Efficacy of Eye Movement Desensitization and
Reprocessing.” Journal of Traumatic Stress, 11, págs. 25-44.
Bastaron dos sesiones de EMDR para reducir una des-
viación estándar por debajo de la norma las valoraciones de
la tasa de estrés psicológico de una muestra de chicas trau-
matizadas.

+ Shapiro, F. (1989). “Efficacy of the Eye Movement


Desensitization Procedure in the Treatment of Traumatic
Memories.” Journal of Traumatic Stress Studies, 2, págs.
199-223.
APÉNDICE C 477

Primer estudio controlado de los efectos del tratamiento


EMDR y de los tratamientos de la terapia cognitivo-conduc-
tual. El seguimiento realizado a los tres meses señaló el
mantenimiento de efectos substanciales sobre el estrés y los
informes conductuales. En cualquiera de los casos, se trata
de un estudio sesgado por la ausencia de medidas estanda-
rizadas y por el hecho de que la única terapeuta implicada
fue la creadora del sistema.

* Soberman, G.B., Greenwald, R. y Rule, D.L. (2002). “A


Controlled Study of Eye Movement Desensitization and
Reprocessing (EMDR) for Boys with Conduct Problems.”
Journal of Aggression, Maltreatment, and Trauma, 6, págs.
217-236.
Tres simples sesiones de EMDR provocaron una reduc-
ción mayor y más significativa de los recuerdos angustiosos
ligados al estrés y de los problemas conductuales durante el
seguimiento que se llevó a cabo dos meses después del tra-
tamiento.

* Taylor, S. et al. (2003). “Comparative Efficacy, Speed, and


Adverse Effects of Three PTSD Treatments: Exposure
Therapy, EMDR, and Relaxation Training.” Journal of
Consulting and Clinical Psychology, 71, págs. 330-338.
Único estudio aleatorio realizado que demostró que la
terapia de exposición era estadísticamente superior a la
EMDR en dos subescalas (de 10). Este estudio utilizó la
exposición in vivo asistida por el terapeuta en la que el tera-
peuta acompaña a la persona a los lugares que anteriormen-
te evitaba, además de exposición imaginaria y de una hora
de trabajo diario en casa (Q 50 horas). El grupo que fue tra-
tado con la EMDR sólo participó en las sesiones estándar y
no trabajó en casa.
478 EMDR

* Vaughan, K., Armstrong, M.R, Gold, R., O”Connor, N.,


Jenneke, W. y Tarrier, N. (1994). “A Trial of Eye
Movement Desensitization Compared to Image Habituation
Training and Applied Muscle Relaxation in Post-traumatic
Stress Disorder.” Journal of Behavior Therapy «
Experimental Psychiatry, 25 págs. 283-291.
Todos los tratamientos provocaron una disminución sig-
nificativa de los síntomas del TEPT de los sujetos que parti-
cipaban en los grupos de tratamiento comparados con aque-
llos otros que se hallaban en lista de espera, con una mayor
reducción en el caso de quienes habían recibido tratamiento
con la EMDR, especialmente en lo que respecta a los sínto-
mas intrusivos. Pasadas dos y tres semanas posteriores al
estudio, las otras dos condiciones requirieron de entre 40 a
60 minutos de trabajo diario en casa.

* Van der Kolk, B., Spinazzola, J. Blaustein, M., Hopper,


J. Hopper, E., Korn, D. y Simpson, W. (2007). “A
Randomized Clinical Trial of EMDR, Fluoxetine and Pill
Placebo in the Treatment of PTSD: Treatment Effects and
Long-Term Maintenance.” Journal of Clinical Psychiatry,
68, págs. 37-46.
Estudio que demuestra la mayor eficacia de la EMDR
que las condiciones de control tanto en el tratamiento de la
depresión como de los síntomas del trastorno de estrés pos-
traumático. Al finalizar la terapia, el grupo EMDR siguió
mejorando, mientras que los participantes a los que se admi-
nistró fluoxetina acabaron desarrollando síntomas.

+ Wilson, S., Becker, L.A. y Tinker, R.H. (1995). “Eye


Movement Desensitization and Reprocessing (EMDR):
Treatment for Psychologically Traumatized Individuals.” Journal
of Consulting and Clinical Psychology, 63, págs. 928-937.
APÉNDICE C 479

Tres sesiones de EMDR provocaron cambios clínicamen-


te significativos en civiles traumatizados en varias de las
medidas empleadas.

* Wilson, S., Becker, L.A. y Tinker, R.H. (1997). “Fifteen-


month Follow-up of Eye Movement Desensitization and
Reprocessing (EMDR) Treatment of Post-traumatic Stress
Disorder and Psychological Trauma. Journal of Consulting
and Clinical Psychology, 63, págs. 1.047-1.056.
El seguimiento realizado a los 15 meses evidenció el
mantenimiento de los efectos positivos del tratamiento y un
84% de remisión del diagnóstico de TEPT.

ESTUDIOS NO ALEATORIOS

+ Devilly, G.J. y Spence, S.H. (1999). “The Relative


Efficacy and Treatment Distress of EMDR and a Cognitive
Behavioral Trauma Treatment Protocol in the Amelioration
of Post-traumatic Stress Disorder.” Journal of Anxiety
Disorders, 13, págs. 131-157.
La única investigación sobre la EMDR que descubrió que
la eficacia de la terapia cognitivo-conductual era superior a
la EMDR. Pero también hay que señalar las elevadas expec-
tativas puestas sobre la eficacia del tratamiento cognitivo-
conductual y la pobre aplicación de la EMDR (no en vano el
tratamiento fue llevado a cabo, en ambos casos, por el cre-
ador del protocolo de la terapia cognitivo-conductual).

+ Fernandez, I., Gallinari, E. y Lorenzetti, A. (2004). “A


School-Based EMDR Intervention for Children who
Witnessed the Pirelli Building Airplane Crash in Milan.”
Italia Journal of Brief Therapy, 2, págs. 129-136.
480 EMDR

Un grupo de 236 escolares que mostraban síntomas de


TEPT fue tratado con la EMDR un mes después del acciden-
te. Durante el seguimiento realizado cuatro meses después,
los maestros señalaron que todos ellos menos dos evidencia-
ron una manifiesta recuperación.

+ Grainger, R.D., Levin, C., Allen-Byrd, L., Doctor, R.M. y


Lee, H. (1997). “An Empirical Evaluation of Eye Movement
Desensitization and Reprocessing (EMDR) with Survivors
of a Natural Catastrophe.” Journal of Traumatic Stress, 10,
págs. 665-671.
Estudio realizado con los supervivientes del huracán
Andrew que evidenció diferencias significativas en la Escala
de Impacto de los Eventos y en la angustia subjetiva en una
comparación entre la EMDR y otros grupos que no habían
recibido ningún tratamiento.

* Jarero, L.,Artigas, L. y Hartung,J.(2006). “EMDR Integrative


Group Treatment Protocol: A Post-Disaster Trauma Intervention
for Children and Adults.” Trauwmnatology, 12, págs. 121-129.
Estudio llevado a cabo con doscientos niños tratados con
un protocolo grupal después de una inundación que tuvo
lugar en México que indica que basta con una sesión de tra-
tamiento para reducir los síntomas del trauma para el rango
de tasa de estrés que va desde severo hasta bajo (es decir,
subclínico). El estudio también menciona una eficacia pare-
cida con víctimas de otro tipo de desastres.

+ Konuk, E., Knipe, J., Eke, 1., Yuksek, H., Yurtsever, A. y


Ostep, S. (2006). “The Effects of EMDR Therapy on Post-
Traumatic Stress Disorder in Survivors of the 1999 Marmara,
Turkey, Earthquake.” International Journal ofStress Management,
13, págs. 291-308.
APÉNDICE C 481

Los datos procedentes de una muestra significativa de


mil quinientas víctimas de un terremoto indican que bastó
con cinco sesiones de EMDR para eliminar los síntomas de
TEPT en el 92,7% de las personas tratadas y una clara
reducción de los síntomas en el resto de los sujetos que par-
ticiparon en el estudio.

. Puffer, M., Greenwald, R. y Elrod, D. (1990). “A Single


Session EMDR Study with Twenty Traumatized Children
and Adolescents.” Traumatology-e, 3 (2), artículo 6.
Estudio comparativo que demuestra que la mitad aproxi-
mada de los participantes pasaron de niveles clínicos a nive-
les normales en la Escala de Impacto de los Eventos y todos
menos tres evidenciaron, en los seguimientos realizados
entre el mes y los tres meses después de una sesión indivi-
dual de EMDR, una liberación parcial de los síntomas en
varias de las medidas empleadas.

» Silver, S.M., Brooks, A. y Obenchain, J. (1995). “Eye


Movement Desensitization and Reprocessing Treatment of
Vietnam War Veterans with PTSD: Comparative Effects with
Biofeedback and Relaxation Training.” Journal of Traumatic
Stress, 8, págs. 337-342.
Uno de los dos únicos estudios de investigación sobre
la EMDR que evaluaron un curso clínicamente relevante
de tratamiento de la EMDR con veteranos de guerra (con
más de uno o dos recuerdos; véase Carlson et al., mencio-
nado anteriormente). El análisis del programa de TEPT
con veteranos ingresados (n=100) reveló una eficacia de
la EMDR inmensamente superior al entrenamiento en
relajación y biofeedback en siete de las ocho medidas con-
sideradas.
482 EMDR

» Silver, S.M., Rogers, S., Knipe, J. y Colelli, G. (2005).


“EMDR Terapy Following the 9/11 Terrorist Attacks: A
Community-Based Intervention Project in New York City.”
International Journal of Stress Management, 12, págs. 29-42.
Los resultados mostraron una mejora significativa en un
amplio abanico de las variables consideradas, entre las que
cabe destacar escalas psicométricas y autoinformes valida-
dos. El análisis de los datos indica que la EMDR es una
modalidad de tratamiento tan útil en las secuelas inmediatas
del desastre como posteriormente.

* Solomon, R.M. y Kaufman, T.E. (2002). “A Peer Support


Workshop for the Treatment of Traumatic Stress of Railroad
Personnel: Contributions of Eye Movement Desensitization
and Reprocessing (EMDR).” Journal of Brief Therapy, 2,
págs. 27-33.
Estudio que evaluó los resultados de la asistencia a un
taller práctico de EMDR y a una sesión posterior de proce-
samiento con 60 empleados del ferrocarril que habían sufri-
do accidentes fatales. El estudio demostró la eficacia, en ese
entorno, del taller y los efectos positivos de una corta sesión
de EMDR (de entre 5 y 40 minutos) que mejoró significati-
vamente los resultados, una mejora que siguió avanzando
durante las sesiones de seguimiento.

+ Sprang, G. (2001). “The Use of Eye Movement


Desensitization and Reprocessing (EMDR) in the Treatment
of Traumatic Stress and Complicated Mourning:
Psychological and Behavioral Outcomes.” Research on Social
Work Practice, U, págs. 300-320.
En un estudio realizado al mismo tiempo en varios luga-
res, la EMDR se mostró significativamente superior a la
terapia cognitivo-conductual en la reducción de los sínto-
APÉNDICE C 483

mas, entre uno y cuatro de las cinco medidas psicológicas


tenidas en cuenta. La EMDR demostró ser más eficaz, pro-
vocando cambios en un estadio más temprano y requiriendo
también menos sesiones de tratamiento.

INFORMACIÓN ADICIONAL

PROCESAMIENTO ADAPTATIVO DE LA INFORMACIÓN


Y PROCEDIMIENTOS EMDR

El modelo del procesamiento adaptativo de la información


(Shapiro, 2001, 2002 y 2007) se utiliza para explicar los efec-
tos clínicos de la EMDR y como guía práctica de su empleo.
Este modelo no apela a ningún mecanismo neurobiológico
concreto, porque el campo de la neurobiología todavía no
está en condiciones de identificar los mecanismos puestos en
marcha por un determinado tipo de psicoterapia (cosa que
también sucede con muchos de los fármacos habitualmente
empleados). Esta sección incluye literatura para llevar a
cabo una revisión del modelo y de los protocolos, así como
también una investigación seleccionada e informes de casos
que demuestran su valor predictivo para el tratamiento de las
experiencias vitales que parecen subyacer a una amplia
variedad de problemas clínicos.

e Brown, K.W., McGoldrick, T. y Buchanan, R. (1997).


“Body Dysmorphic Disorder: Seven Cases Treated with Eye
Movement Desensitization and Reprocessing.” Behavioural
and Cognitive Psychotherapy, 25, págs. 203-207.
Cinco de los siete casos presentados en el artículo mues-
tran, después de hasta tres sesiones de EMDR, la remisión
completa de los síntomas del trastorno corporal dismórfico
484 EMDR

con efectos que perduraban durante el seguimiento realiza-


do un año más tarde.

* Mol, S.S.L., Arntz, A., Metsemakers, J.F.M., Dinant, G.,


Vilters-Van Montfort, P.A.P. y Knottnerus, A. (2005).
“Symptoms of Post-Traumatic Stress Disorder after Non-
Traumatic Events: Evidence from an Open Population Study.”
British Journal of Psychiatry, 186, págs. 494-499.
Artículo que corrobora un principio básico del modelo de
procesamiento adaptativo de la información, según el cual,
«los eventos vitales pueden generar tantos síntomas de tras-
tornos de estrés postraumático como los eventos traumáticos
mismos». En una encuesta realizada con 832 personas, «Las
puntuaciones de los TEPT provocados por eventos vitales
que tuvieron lugar durante los últimos 30 años demostraron
un impacto superior a los de los eventos traumáticos».

+ Perkins, B.R. y Rouanzoin, C.C. (2002). “A Critical


Evaluation of Current Views Regarding Eye Movement
Desensitization and Reprocessing (EMDR): Clarifying Points
of Confusion.” Journal of Clinical Psychology, 58. págs. 77-97.
Revisión de errores e interpretaciones incorrectas de los
procedimientos, la investigación y la teoría.

+ Raboni, M.R., Tufik, S. y Suchecki, D. (2006).


“Treatment of PTSD by Eye Movement Desensitization and
Reprocessing Improves Sleep Quality, Quality of Life and
Perception of Stress.” Annals of the New York Academy of
Science, 1071, págs. 508-513.
Citando específicamente la hipótesis de que la EMDR
induce efectos de procesamiento similares a los provocados
por el sueño REM (ver también Stickgold, 2002), el polisom-
nograma indica un cambio en las pautas de sueño posterio-
APÉNDICE C 485

res al tratamiento y una mejora en todas las medidas, inclui-


das la ansiedad, la depresión y la calidad de vida después de
sólo cinco sesiones.

+ Ray, A.L. y Zbik, A. (2001). “Cognitive Bhavioral


Therapies and Beyond.” En C.D. Tollison, J.R. Satterhwaite
y J.W. Tollison (eds.) Practical Pain Management (3* ed.;
págs. 189-208). Philadelphia: Lippincott.
Los autores advierten que la aplicación de la EMDR guia-
da por el modelo de procesamiento adaptativo de la informa-
ción parece resultar beneficiosa para el alivio del dolor cró-
nico de los pacientes, cosa que no sucede con otros trata-
mientos.

+ Ricci, R.J., Clayton, C.A. y Shapiro, F. (2006). “Some


Effects of EMDR Treatment with Previously Abused Child
Molesters: Theoretical Reviews and Preliminary Findings.”
Journal of Forensic Psychiatry and Psychology, 17, págs.
538-562.
Como predice el modelo de procesamiento adaptativo de
la información, el tratamiento EMDR de los agresores sexua-
les que, en su infancia, fueron víctimas de abuso, provoca una
disminución en el arousal medido por el pletismógrafo, una
disminución de los pensamientos sexuales y un aumento en la
empatía hacia la víctima, efectos que siguieron manteniéndo-
se al cabo de un año del tratamiento.

» Russell, M. (en prensa). “Treating Traumatic Amputation-


Related Phantom Limb Pain: A Case Study Utilizing Eye
Movement Desensitization and Reprocessing (EMDR)
within the Armed Services.” Clinical Case Studies.
«Desde septiembre de 2006, unos 723 participantes en la
guerra global contra el terrorismo han sobrevivido a ampu-
486 EMDR

taciones traumáticas relacionadas con el combate que, con


cierta frecuencia, van acompañadas del síndrome de dolor
del miembro fantasma... El artículo muestra que bastaron
cuatro sesiones de desensibilización y reprocesamiento a
través de los movimientos oculares ( EMDR) para eliminar
el dolor del miembro fantasma y reducir significativamente
el TEPT, la depresión y las sensaciones de comezón ligadas
al miembro fantasma.»

* Schneider, J., Hofmann, A., Rost, C. y Shapiro, F. (en pren-


sa). “EMDR in the Treatment of Chronic Phantom Limb Pain.”
Pain Medicine. doi: 10.1111/;.1526-4637.2007 00299.x
Como predice el modelo del procesamiento adaptativo de
la información, el tratamiento EMDR del evento causante de
la pérdida del miembro y de los recuerdos almacenados de
las sensaciones dolorosas provocaron una disminución e
incluso una eliminación del dolor del miembro fantasma que
se mantuvo durante el seguimiento realizado al cabo de un
año.

* Schneider, J., Hofmann, A., Rost, C. y Shapiro, F. (2007).


“EMDR and Phantom Limb Pain: Case Study, Theoretical
Implications, and Treatment Guidelines.” Journal of EMDR
Science and Practice, 1, págs. 31-45.
Detallada presentación de un caso tratado con la EMDR
que provocó la eliminación completa del TEPT, de la depre-
sión y del dolor del miembro fantasma con efectos que se
mantuvieron durante el seguimiento realizado al año y
medio.

+ Shapiro, F. (2001). Eye movement desensitization and


reprocessing: Basic principles, protocols and procedures (2*
ed.). Nueva York: Guilford Press.
La EMDR es una psicoterapia de ocho fases que se atie-
ne a procedimientos y protocolos estandarizados que, según
se cree, contribuyen al efecto terapéutico. Este texto propor-
ciona descripciones y transcripciones clínicas y una clara
enumeración de los principios que guían el modelo de pro-
cesamiento adaptativo de la información.

* Shapiro, F. (ed.) (2002). “EMDR as an integrative psycho-


therapy approach: Experts of diverse orientations explore the
paradigm prism.” Washington, DC: American Psychological
Association Books.
La EMDR es un enfoque integrativo que difiere de otras
formas de psicoterapia. Expertos de las grandes orientacio-
nes psicoterapéuticas identifican y aclaran, en este libro, los
diferentes elementos del procedimiento.

* Shapiro, F. (2007). “EMDR, Adaptive Information Processing,


and Case Conceptualization.” Journal of EMDR Practice and
Research, 1, págs. 68-87.
Revisión del tratamiento EMDR basado en una concep-
tualización del modelo del procesamiento adaptativo de la
información. Las experiencias de la infancia son considera-
das como el fundamento de la patología y utilizadas como
“objetivo” del procesamiento. Los tres aspectos del protoco-
lo incluyen el procesamiento de los eventos pasados que han
establecido el fundamento de la patología, los desencade-
nantes actuales y las pautas para el funcionamiento futuro
apropiado para corregir las habilidades y los déficits del
desarrollo.

e Shapiro, F., Kaslow, F., Maxfield, L. (eds.) (2007).


Handbook of EMDR and Family Therapy Processes. Nueva
York: Wiley.
488 EMDR

Usando el modelo del procesamiento adaptativo de la


información, este libro conceptualiza un amplio abanico de
problemas y callejones sin salida que pueden corregirse gra-
cias a un abordaje que integra la EMDR y las técnicas de la
terapia de familia. Los modelos de la terapia familiar tam-
bién resultan útiles para identificar los objetivos que deben
procesar quienes hayan emprendido una terapia individual.

+ Wilensky, M. (2006). “Eye Movement Desensitization and


Reprocessing (EMDR) as a Treatment for Phantom Limb Pain.”
Journal of Brief Therapy, 5, págs. 31-44.
«Cuatro de cinco casos de dolor del miembro fantasma
tratados con la EMDR que completaron el tratamiento pres-
crito informaron de la eliminación completa del dolor o de
su reducción a un nivel aceptable... En este caso, se utilizó
el protocolo de tratamiento estándar EMDR para centrarse
en el accidente causante de la amputación y en otros even-
tos relacionados.»

MECANISMO DE ACCIÓN

La EMDR incluye muchos procedimientos y elementos que


contribuyen a la eficacia del tratamiento. Y, si bien la meto-
dología utilizada por la EMDR ha sido, como ya hemos
visto, ampliamente validada, todavía queda por dilucidar su
mecanismo de acción. Pero, puesto que la EMDR logra efec-
tos clínicos sin la necesidad de llevar a cabo un trabajo en
casa ni en el foco prolongado a los que nos tienen acostum-
brados las terapias de exposición, la investigación realizada
ha prestado una especial atención a los posibles procesos
neurobiológicos implicados. Aunque los movimientos ocula-
res (y otro tipo de movilizaciones de la atención dual) inclu-
APÉNDICE C 489

yen un solo elemento de procedimiento, este factor se ha


visto sometido a un riguroso escrutinio. En esta sección revi-
samos los estudios aleatorios controlados que se han dedi-
cado a evaluar los posibles mecanismos de acción del com-
ponente de los movimientos oculares.

+ Elofsson, U.O.E., von Scheele, B., Theorell, T. y


Sondergaard, H.P. (en prensa). “Physiological Correlates of
Eye Movement Desensitization and Reprocessing.” Journal
of Anxiety Disorders. doi:10.1016/;.janxdis.2007.05.012
El estudio pone de relieve la presencia de cambios en la
tasa cardíaca, la conductibilidad de la piel, el equilibrio
simpático-vagal, la temperatura de los dedos, la frecuencia
respiratoria y los niveles de dióxido de carbono y de oxíge-
no durante los movimientos oculares. El artículo concluye
que «los movimientos oculares que tienen lugar durante la
EMDR activan el sistema colinérgico, al tiempo que inhiben
el funcionamiento del sistema simpático, una reactividad
que tiene similitudes con la pauta que acompaña al sueño
REM».

* Lee, C., Taylor, G. y Drummond, P.D. (2006). “The Active


Ingredient in EMDR: Is it Traditional Exposure or Dual Focus
of Attention?” Clinical Psychology and Psychotherapy, 13,
págs. 97-107.
Este estudio verificó que el contenido de las respuestas
de los participantes durante la EMDR se asemeja a la que
se considera eficaz en el tratamiento de exposición tradicio-
nal (que se centra en revivir la situación traumática) o coin-
cide más, por el contrario, con el distanciamiento que
puede esperarse que acompañe a la propuesta del Shapiro
del foco dual de atención. La mayor tasa de mejora de una
determinada medida de los síntomas del TEPT tuvo lugar
490 EMDR

cuando el participante procesaba el trauma de un modo


más distanciado.

» MacCulloch, M.J. y Feldman, P. (1996). “Eye Movement


Desensitization Treatment Utilizes the Positive Visceral
Element of the Investigatory Reflex to Inhibit the Memories
of Post-Traumatic Stress Disorder: A Theoretical Analysis.”
British Journal of Psychiatry, 169, págs. 571-579.
Este es uno de los varios artículos que postulan la impor-
tancia que, en este sentido, tiene la respuesta de orientación
(véase Shapiro, 2001 para un examen global de las teorías y
de los parámetros de investigación sugeridos). Esta teoría
ha recibido un considerable apoyo de la investigación (véase
Barrowcliff et al., 2003, 2004).

* Propper, R., Pierce, J.P., Geisler, M.W., Christman, S.D.


y Bellorado, N. (2007). “Effect of Bilateral Eye Movements
on Frontal Interhemispheric Gamma EEG Coherence:
Implications for EMDR Therapy.” Journal of Nervous and
Mental Disease, 195, págs. 785-788.
«El uso concreto de los movimientos oculares utilizados
en el presente estudio que, según parece, favorece la memo-
ria episódica, provocó una disminución de la coherencia
interhemisférica EEG en el córtex prefrontal anterior. Debido
a que la franja gamma incluye la onda de 40 Hz que parece
indicar la vinculación activa de información durante la con-
solidación del almacenaje en la memoria a largo plazo (ver,
por ejemplo, Cahn y Polich, 2006), resulta muy curioso que
sea precisamente en esta franja donde encontremos el mayor
grado de disparidad. En lo que respecta a los síntomas del
TEPT, puede ocurrir que el cambio de la coherencia interhe-
misférica del área prefrontal provocado por los movimientos
oculares utilizados en la EMDR aliente la consolidación de
APÉNDICE C 491

los recuerdos traumáticos, reduciendo así la interferencia de


las interferencias de la memoria características de este tras-
torno.»

+ Rogers, S. y Silver, S.M. (2002). “Is EMDR an Exposure


Therapy? A Review of Trauma Protocols.” Journal of
Clinical Psychology, 58, págs. 43-59.
Diferencias teóricas, clínicas y de procedimiento puestas de
relieve por las dos décadas de investigación realizada sobre la
terapia cognitivo-conductual y la EMDR.

* Rogers, S., Silver, S., Goss, J., Obenchain, J., Willis, A.


y Whitney, R. (1999). “A Single Session, Controlled Group
Study of Flooding and Eye Movement Desensitization and
Reprocessing in Treating Posttraumatic Stress Disorder
among Vietnam War Veterans: Preliminary Data.” Journal of
Anxiety Disorders, 13, págs. 119-130.
Estudio diseñado básicamente como informe de proceso
para comparar la EMDR y la terapia de exposición, que pone
de relieve la presencia de una pauta diferente de recupera-
ción en la que el grupo EMDR mostraba una notable reduc-
ción de la tasa de estrés.

+ Sack, M., Lempa, W. Steinmetz, A., Lamprecht, y


Hofmamn, A. (en prensa). “Alterations in Autonomic Tone
During Trauma Exposure Using Eye Movement Desensitization
and Reprocessing (EMDR) — Results of a Preliminary
Investigation.” Journal of Anxiety Disorders.
Investigación de los correlatos psicofisiológicos de la
EMDR que tuvo lugar durante las sesiones de tratamiento y
en la que la iniciación de la serie de movimientos oculares
provocó cambios inmediatos en el sentido de una notable
reducción del arousal.
4092 EMDR

» Servan-Schreiber, D., Schooler, J., Dew, M.A., Carter,


C. y Bartone, P. (2006). “EMDR for PTSD: A Pilot Blinded,
Randomized Study of Stimulation Type.” Psychotherapy
and Psychosomatics. 75, págs. 290-297.
Investigación realizada sobre veintiún sujetos que pade-
cían de TEPT monotraumático (puntuación promedio en la
escala IES [Impact Event Scale] de 49,5) que recibieron tres
sesiones consecutivas de EMDR con diferentes tipos de esti-
mulación auditiva y kinestésica. Los resultados mostraron
que, aunque todos los abordajes parecían ser clínicamente
útiles, la estimulación alternativa proporcionaba un benefi-
cio adicional al procedimiento EMDR estándar.

e Stickgold, R. (2002). “EMDR: A Putative Neurobiological


Mechanism of Action.” Journal of Clinical Psychology, 58,
págs. 61-75.
Explicación comprensiva de los mecanismos y posibles
vínculos con los procesos que tienen lugar durante el sueño
REM. Los lectores que estén interesados en los diversos
estudios controlados que se han llevado a cabo a evaluar
estas teorías pueden ver la siguiente sección (Christman et
al., 2003 y Kuiken et al., págs. 2.001-2.002).

* Suzuki, A., et al. (2004). “Memory Reconsolidation and


Extinction Have Distinct Temporal and Biochemical
Signatures.” Journal of Neuroscience, 24, págs. 4.787-4.795.
Artículo que explora las diferencias existentes entre la
reconsolidación de los recuerdos y su extinción, una nueva
área que merece una investigación adicional. Quizás la
reconsolidación acabe siendo el mecanismo subyacente de
la EMDR, como algo que se opone a la extinción provocada
por las terapias de exposición prolongada. «La consolida-
ción de los recuerdos que sigue a su recuperación puede ser
APÉNDICE C 493

utilizada para actualizar o integrar nueva información en la


memoria a largo plazo... La exposición breve... parece des-
encadenar una segunda ola de consolidación de la memoria
(reconsolidación), mientras que la exposición prolongada...
conduce a la formación de un nuevo recuerdo que compite
con el original (extinción).»

+ Wilson, D., Silver, S.M., Covi, W. y Foster, S. (1996). “Eye


Movement Desensitization and Reprocessing: Effectiveness
and Autonomic Correlates.” Journal of Behaviour Therapy
and Experimental Psychiatry, 27, págs. 219-229.
La investigación realizada con el biofeedback parece
apoyar la hipótesis de la activación del sistema parasimpá-
tico y poner de relieve que los movimientos oculares parecen
causar una respuesta de relajación. En este punto, todavía es
necesario llevar a cabo una investigación más rigurosa con
sujetos traumatizados.

ESTUDIOS ALEATORIOS DE HIPÓTESIS


LIGADAS A LOS MOVIMIENTOS OCULARES

Varios comités que se han ocupado de esbozar las líneas


directrices de la práctica internacional han subrayado la
inadecuación del diseño del análisis de componentes clíni-
cos llevado a cabo por Davidson y Parker (2001) (ver
International Society for Traumatic Stress StudiesHISTSS;
DoD/DVA). Así pues, aunque Davidson y Parker advierten
la existencia de un rasgo hacia la significatividad de los
movimientos oculares cuando se examinan separadamente
los estudios llevados a cabo con poblaciones clínicas, su
estudio presenta graves problemas metodológicos. En este
sentido, las líneas directrices del ISTSS (Chemtob et al.,
494 EMDR

2000) subrayan que, dado que estas poblaciones clínicas


recibieron una dosis insuficiente de tratamiento para lograr
efectos substanciales, resultan inapropiados para el análisis
de componentes. Pero son muchos, como señalan las direc-
trices del DoD/DVA (2004), los investigadores de la memo-
ria que valoran positivamente los movimientos oculares uti-
lizados en la EMDR. Estos estudios han descubierto la pre-
sencia de un efecto directo sobre el arousal emocional, la
intensidad de las imágenes y la flexibilidad de la atención a
la memoria asociativa. Además, un reciente estudio (Lee y
Drummond, en prensa) ha examinado la hipótesis de que
los movimientos oculares provocan un “efecto distancia-
miento” que más adelante señalaremos.

+ Andrade, J., Kavanagh, D. y Baddeley, A. (1997). “Eye-


Movements and Visual Imagery: A Working Memory
Approach to the Treatment of Post-Traumatic Stress Disorder.”
British Journal of Clinical Psychology, 36, págs. 209-223.
Estudio que valora la teoría de la memoria operativa y
cuyos resultados evidencian una mayor eficacia de los movi-
mientos oculares en la reducción de la intensidad y emocio-
nalidad de las imágenes.

+ Barrowcliff, A.L., Gray, N.S., Freeman, T.C.A. y


MacCulloch, M.J. (2004). “Eye-Movements Reduce the
Vividness, Emotional Valence and Electrodermal Arousal
Associated with Negative Autobiographical Memories.” Journal
of Forensic Psychiatry and Psychology, 15, págs. 325-345.
Estudio que valora el modelo del reflejo de consolación y
pone de relieve el mayor impacto de los movimientos ocula-
res en la reducción de la intensidad y emocionalidad de las
imágenes que las condiciones del grupo de control.
APÉNDICE C 4095

* Barrowcliff, A.L., Gray, N.S., MacCulloch, S., Freeman,


T. C.A. y MacCulloch, M.J. (2003). “Horizontal
Rhythmical Eye-Movements Consistently Diminish the
Arousal Provoked by Auditory Stimuli.” British Journal of
Clinical Psychology, 42, págs. 289-302.
Estudio centrado en el modelo del reflejo de consolación
que pone de relieve el mayor efecto de los movimientos ocu-
lares que en el grupo de control en la reducción del arousal
producido por los estímulos auditivos.

+ Christman, S.D., Garvey, K.J., Propper, R.E. y Phaneuf,


K.A. (2003). “Bilateral Eye Movements Enhance the
Retrieval of Episodic Memories.” Neuropsychology. 17,
págs. 221-229.
Estudio centrado en las teorías de activación cortical
cuyos resultados proporcionaron un apoyo indirecto a la
teoría de la respuesta de orientación/REM sugerida por
Stickgold (2002). En este sentido, los movimientos ocula-
res sacádicos demostraron tener un mayor impacto en la
recuperación episódica que las condiciones del grupo de
control.

» Kavanagh, D.J., Freese, S., Andrade, J. y May, J. (001).


“Effects of Visuospatial Tasks on Desensitization to Emotive
Memories.” British Journal of Clinical Psychology, 40,
págs. 267-280.
Estudio centrado en la teoría de la memoria operativa,
que pone de relieve el mayor impacto de los movimientos
oculares que las condiciones de control en la reducción de la
intensidad y emocionalidad de las imágenes que aparecen en
la sesión de tratamiento. Los resultados se mantuvieron
iguales una semana después del estudio.
496 EMDR

+ Kuiken, D., Bears, M., Miall, D. y Smith, L. (2001-2002).


“Eye Movement Desensitization Reprocessing Facilitates
Attentional Orienting.” Imagination, Cognition and
Personality, 21, (1), págs. 3-20.
Estudio que se ocupó de la relación entre la teoría de la
respuesta de orientación y mecanismos tipo REM, poniendo
de relieve la existencia de una correlación entre los movi-
mientos oculares y el aumento de la flexibilidad atencional.
El estudio también concluye un efecto de los movimientos
oculares superior al de las condiciones de control.

* Lee, C.W. y Drummond, P.D. (en prensa). “Effects of


Eye Movement versus Therapist Instructions on the
Processing of Distressing Memories.” Journal of Anxiety
Disorders. doi:10.1016/;.janxdis.2007.08.007
«Aunque las instrucciones del terapeuta no tuvieron efec-
to significativo alguno sobre las medidas de los resultados,
sí que quedó clara una reducción significativa del estrés con
los movimientos oculares tanto en la sesión de postratamien-
to como en las de seguimiento.[ ...] los resultados eran cohe-
rentes con otras evidencias de que el mecanismo de cambio
que se activa durante la EMDR es distinto al de la terapia de
exposición tradicional.»

* Sharpley, C.F. Montgomery, I.M. y Scalzo, L.A. (1996).


Comparative Efficacy of EMDR and Alternative Procedures
in Reducing the Vividness of Mental Images. Scandinavian
Journal of Behaviour Therapy, 25, págs. 37-42.
El impacto de los movimientos oculares en la reducción
de la vividez de las imágenes fue superior a las condiciones
de control.
APÉNDICE C 497

* Van den Hout, M., Muris, P., Salemink, E. y Kindt, M.


(2001). “Autobiographical Memories Become Less Vivid
and Emotional After Eye Movements.” British Journal of
Clinical Psychology, 40, págs. 121-130.
Estudio que constata la teoría de que los movimientos
oculares modifican las percepciones somáticas que acompa-
ñan a la recuperación, provocan una reducción del afecto y,
por ello mismo, disminuyen su intensidad. También hay que
decir que los movimientos oculares demostraron ser más efi-
caces que las condiciones del grupo de control en la reduc-
ción de la vividez de las imágenes. Y, a diferencia de lo que
sucede en las condiciones de control, los movimientos ocu-
lares disminuyen también la sensibilidad emocional.

EVALUACIONES PSICOFISIOLÓGICAS
Y NEUROBIOLÓGICAS ADICIONALES

Todos los estudios realizados al respecto subrayan los efec-


tos significativos que siguen al tratamiento EMDR, lo que
incluye cambios en la activación de las pautas corticales y
límbicas y en el aumento del volumen del hipocampo.

* Bossini L. Fagiolini, A. y Castrogiovanni, P. (en prensa).


“Neuroanatomical Changes After EMDR in PTSD.” Journal
of Neuropsychiatry and Clinical Neuroscience.

+ Lamprecht, F., Kohnke, C., Lempa, W., Sack, M.,


Matzke, M. y Munte, T. (2004). “Event-Related Potentials
and EMDR Treatment of Post-Traumatic Stress Disorder.”
Neuroscience Research, 49, págs. 267-272.
498 EMDR

+ Lansing, K., Amen, D.G., Hanks, C. y Rudy, L. (2005).


“High Resolution Brain SPECT Imaging and EMDR in
Police Officers with PTSD.” Journal of Neuropsychiatry and
Clinical Neurosciences, 17, págs. 526-532.

* Levin, P., Lazrove, S. y van der Kolk, B.A. (1999). “What


Psychological Testing and Neuroimaging Tell Us about the
Treatment of Posttraumatic Stress Disorder (PTSD) by Eye
Movement Desensitization and Reprocessing (EMDR).”
Journal of Anxiety Disorders, 13, págs. 159-172.

* Oh, D.H. y Choi, J. (2004). “Changes in the Regional


Cerebral Perfusion after Eye Movement Desensitization and
Reprocessing: A SPECT study of two cases.” Journal of
EMDR Practice and Research, 1, págs. 24-30.

* Pagani, M. ef al. (2007). “Effects of EMDR Psychotherapy


on 99mTc-HMPAO Distribution in Occupation-Related
Post-Traumatic Stress Disorder.” Nuclear Medicine
Communications, 28, págs. 757-765.

+ Sack, M., Lempa, W. y Lemprecht, W. (2007).


“Assessment of Psychophysiological Stress Reactions During
a Traumatic Reminder in Patients Treated with EMDR.”
Journal of EMDR Practice and Research, 1, págs. 15-23.

+ Sack, M., Nickel, L., Lempa, W., Lamprecht, F. (2003).


“Psychophysiological Regulation in Patients Suffering from
PTSD: Changes after EMDR Treatment.” Journal of
Psychotraumatology and Psychological Medicine, 1, págs. 47-57.

* Van der Kolk, B., Burbridge, J. y Suzuki, J. (1997). “The


Psychobiology of Traumatic Memory: Clinical Implications
APÉNDICE C 4099

of Neuroimaging Studies.” Annals of the New York Academy


of Sciences, 821, págs. 99-113.

TRATAMIENTO DE LOS VETERANOS DE GUERRA

Como señala la American Psychiatric Association Practice


Guidelines (2004, pág. 18), la EMDR «no necesita verbali-
zar el material traumático y, en su lugar, se invita a los
pacientes a pensar en sus experiencias traumáticas sin nece-
sidad de hablar de ellas». Dada la resistencia de muchos
veteranos de guerra a revelar los detalles de su experiencia,
éste es un factor relevante en la predisposición a emprender
el tratamiento, en la recuperación de sus recuerdos y en sus
beneficios terapéuticos. También puede ser uno de los facto-
res responsables de la menor remisión de los síntomas y de
la mayor tasa de abandono cuando se emplean técnicas cog-
nitivo-conductuales.
Como ya hemos señalado, Carlson et al. (1998) afirmó que,
después de doce sesiones de tratamiento, el 77,7% de los vete-
ranos de guerra dejaron de presentar síntomas de TEPT.
Tampoco hubo abandonos y los efectos se mantuvieron en un
seguimiento realizado tres y nueve meses después. Además, el
análisis realizado por Silver et al., (1995) de un programa
TEPT dirigido a veteranos (n = 100) puso de relieve que la efi-
cacia de la EMDR superaba en siete de las ocho medidas
empleadas, al biofeedback y a la relajación. Todos los demás
estudios aleatorios realizados con veteranos habían empleado
dosis de tratamiento insuficientes para poder evaluar los efec-
tos sobre el TEPT (como, por ejemplo, dos sesiones; ver ISTSS,
2000 y DVA/DOD, 2005). En el caso de veteranos politrauma-
tizados es preciso utilizar un tiempo de tratamiento suficiente
(véase más adelante Russell et al., 2007). En un análisis del
500 EMDR

proceso, sin embargo, Rogers et al., (1999) compararon una


sesión de EMDR y terapia de exposición con veteranos,
poniendo de relieve una tasa de recuperación diferente. El
grupo EMDR evidenció una mayor disminución en los niveles
de estrés (los niveles usa, por ejemplo, disminuyeron con la
EMDR y aumentaron con la terapia de exposición).
Como afirma la American Psychiatric Practice Guidelines
(2004, pág. 36), si la consideramos como una terapia de
exposición, «la EMDR emplea técnicas que pueden propor-
cionar al paciente un mayor control sobre la experiencia de
exposición (puesto que la EMDR no confía tanto en los rela-
tos verbales) y proporciona técnicas para regular la ansiedad
en el caso de la terapia de exposición. Es precisamente por
ello que puede resultar provechosa tanto para aquellos
pacientes que no pueden tolerar la exposición prolongada
como para aquellos otros que tienen dificultades en verbali-
zar sus experiencias traumáticas. Pero, para aclarar estas
diferencias, todavía deben llevarse a cabo más comparacio-
nes de la EMDR con otros tratamientos en muestras más
grandes». Esa investigación es muy recomendable.
Si tenemos en cuenta, además, que la EMDR no da tra-
bajo para realizar en casa para conseguir sus efectos puede
resultar muy adecuada para aliviar los síntomas de los com-
batientes de primera línea (véase Russell, 2006). Además,
los problemas de dolor somático y crónico experimentados
por los veteranos de guerra indican la necesidad de llevar a
cabo una investigación adicional basada en los informes de
Russell (en prensa), Schneider et al., (2007 y en prensa) y
Wilensky (2007), que demuestran la eficacia de la EMDR en
el tratamiento del dolor del miembro fantasma (véanse tam-
bién Ray y Zbik, 2001). La capacidad de la EMDR para
corregir simultáneamente el TETP, la depresión y el dolor
pueden resultar claramente beneficiosa para el tratamiento
APÉNDICE C 501

según el DVA/DoD [Departamento de asuntos para vetera-


nos y Departamento de defensa].

A continuación presentamos información clínicamente rele-


vante para el tratamiento de veteranos, incluyendo paráme-
tros de la terapia.

* Errebo, N. y Sommers-Flanagan, R. (2007). “EMDR and


Emotionally Focused Couple Therapy for War Veteran
Couples.” En F. Shapiro, F. Kaslow y L. Maxfield (Eds.)
Handbook of EMDR and family therapy processes. Nueva
York: Wiley.

+ Lipke, H. (2000). EMDR and Psychotherapy Integration.


Boca Raton, FL: CRC Press.

+ Russell, M. (2006). “Treating Combat-Related Stress


Disorders: A Multiple Case Study Utilizing Eye Movement
Desensitization and Reprocessing (EMDR) with Battlefield
Casualties from the Iraqi War.” Military Psychology, 18,
págs. 1-18.

+ Russell, M. (en prensa). “Treating Traumatic Amputation-


Related Phantom Limb Pain: A Case Study Utilizing Eye
Movement Desensitization and Reprocessing (EMDR)
within the Armed Services.” Clinical Case Studies.

» Russell, M.C. y Silver, S.M. (2007). “Training Needs for


the Treatment of Combat-Related Posttraumatic Stress
Disorder.” Traumatology, 13, págs. 4-10.

» Russell, M.C., Silver, S.M., Rogers, S. y Darnell, J. (2007).


“Responding to an Identified Need: A Joint Department of
502 EMDR

Defense-Department of Veterans Affairs Training Program in


Eye Movement Desensitization and Reprocessing (EMDR)
for Clinicians Providing Trauma Services.” International
Journal of Stress Management, 14, págs. 61-71.

* Silver, S.M. y Rogers, S. (2002). Light in the Heart of


Darkness: EMDR and the Treatment of War and Terrorism
Survivors. Nueva York: Norton.
APÉNDICE D

Dado que el objetivo de este libro consiste en servir de


manual a los terapeutas, incluimos este apéndice con la
intención de disipar la confusión que existe al respecto en la
literatura clínica. Este apéndice nos proporciona una breve
revisión de la investigación realizada, desde la primera edi-
ción de este libro, sobre un par de temas de interés. En el
Apéndice B, el lector interesado puede encontrar otros infor-
mes y estudios controlados de casos relativos a una amplia
variedad de aplicaciones de la EMDR.

INVESTIGACIONES SOBRE LA FOBIA


Y LOS TRASTORNOS DE PÁNICO

Los resultados obtenidos en la aplicación del protocolo utili-


zado por la EMDR para el tratamiento de la fobia médica y
dental! »? fueron muy positivos? (véanse informes de casos
adicionales en el Apéndice B). El uso del protocolo y los
resultados contrastan con varias pruebas clínicas azarosas
realizadas por un equipo de investigación que evaluó la efica-
cia de la EMDR en el tratamiento de la fobia a las arañas.*”>
6 Estos estudios pusieron de relieve la menor eficacia de la
EMDR en la eliminación de la fobia a las arañas que la tera-
pia de exposición in vivo, en la que el sujeto se veía expues-
to a las arañas. El principal error de estos estudios fue el fra-
caso en utilizar adecuadamente el protocolo de tratamiento de
504 EMDR

la EMDR.*” Además, el uso del tratamiento de exposición


para valorar los efectos posteriores al tratamiento obstaculiza
la identificación de su causa. Con ello quiero decir que, más
que los miembros de ambos grupos sentían que ya no padecí-
an la fobia y por más equiparables que fuesen las medidas
fisiológicas, quienes habían sido tratados mediante la terapia
de exposición mostraban una mayor disposición a aproximar-
se a las arañas. Una posible explicación de este resultado es
que la araña a la que tenían que aproximarse durante la prue-
ba posterior al tratamiento conductual era la misma (una
araña no peligrosa) con la que habían estado practicando
durante la fase de exposición del tratamiento anterior a la
prueba, mientras que los miembros del grupo EMDR, por su
parte, se vieron expuestos por vez primera a una araña.
Lamentablemente, al no haberse llevado a cabo el adecuado
seguimiento, tampoco se ha valorado el mantenimiento de sus
efectos en posteriores encuentros en la vida real.
La capacidad de utilizar de manera realista una determi-
nada terapia es un aspecto importante de la selección del tra-
tamiento. A menudo resulta imposible que los terapeutas uti-
licen la exposición in vivo en el entorno de la consulta, por
cuanto no suelen tener acceso a los objetos temidos (como,
por ejemplo, arañas). Además, algunas fobias se hallan limi-
tadas a eventos o lugares concretos (como, por ejemplo, tor-
mentas O puentes, respectivamente) a los que tampoco puede
accederse fácilmente. Así pues, la EMDR puede ser un trata-

Una revisión ciega de toda la investigación publicada con respecto a la fobia


indicó que cuantos más pasos del protocolo de 11 pasos empleado por la
EMDR para el tratamiento de la fobia se utilizaban, mejores eran los resultados
obtenidos. El fracaso en utilizar cualquiera de los protocolos de la EMDR para
el tratamiento de la fobia no provocaba ningún efecto. Los estudios que sólo
incluyen algunos pasos logran resultados moderados, mientras que aquellos
que emplean todos los pasos consiguen la eliminación completa del problema.
APÉNDICE D 505

miento más práctico, por cuanto los procedimientos de expo-


sición in vivo pueden ser utilizados como tareas para realizar
en casa.* De este modo, el cliente consigue una experiencia
que demuestra que la tan temida catástrofe no ocurre, con lo
cual el cliente ve reforzada la idea de que su miedo es infun-
dado. A diferencia, sin embargo, de lo que sucede en las tera-
pias de exposición estándar, el trabajo en casa sólo comien-
za, en el caso de la EMDR, cuando el cliente deja de sentir
miedo al pensar en el encuentro.
Tres son, hasta el momento, los estudios que han investi-
gado la eficacia de la EMDR en el tratamiento de los trastor-
nos del pánico. El primero de ellos fue meramente preliminar”
y 1% y proporcionó un corto curso (de seis sesiones) de trata-
miento del trastorno de pánico. Así pues, por más prometedo-
res que fueran los resultados se hallaban, no obstante, limita-
dos por la brevedad del tratamiento. Según Feske y
Goldstein" «resulta difícil que de 10 a 16 sesiones del trata-
miento más poderoso provoquen una normalización de los
síntomas del pánico, especialmente cuando se ven complica-
dos por la agorafobia» (pág. 1.034). La mejora experimenta-
da por quienes han recibido tratamiento EMDR todavía se
hallaba presente durante la sesión de seguimiento que se llevó
acabo tres meses después. El tercer estudio'* se ocupó de
valorar los beneficios de un tratamiento más prolongado
(aunque, en este caso, cambió la población objeto y se centró
en los pacientes agorafóbicos), demostrando que quienes
sufrían un trastorno de pánico con agorafobia, no respondían
positivamente a la EMDR. En este sentido, Goldstein” sugie-
re que sus participantes necesitaban una mayor preparación
de la que recibieron quienes participaron en ese estudio. No
ha habido, hasta el momento, ningún estudio que haya com-
parado directamente la eficacia obtenida por la EMDR y otros
abordajes en el tratamiento de esos trastornos.
506 EMDR

INVESTIGACIÓN SOBRE EL PAPEL DESEMPEÑADO


POR LOS MOVIMIENTOS OCULARES

En 1989, Francine Shapiro'*'**'* advirtió que las emociones


perturbadoras que acompañaban a sus pensamientos obsesivos
desaparecían cuando sus ojos se movían rápidamente de un
lado a otro. Entonces fue cuando empezó a experimentar con
ese hallazgo y descubrió que cuando otras personas movían
sus ojos, también mejoraban sus emociones negativas. En
aquel momento emprendió una investigación de casos'” y un
estudio controlado,'* cuyos resultados corroboraron su hipóte-
sis de que los movimientos oculares contribuían a reducir la
angustia asociada a los recuerdos traumáticos. No era ésa la
primera vez que se señalaba que los movimientos oculares
pueden cambiar las pautas de pensamiento, porque una serie
de experimentos previos'”*” habían puesto ya de relieve que
los movimientos oculares espontáneos estaban asociados a
emociones desagradables y cambios cognitivos.
Es mucha la investigación que, desde entonces, se ha lle-
vado a cabo en torno a los movimientos oculares. Pero, antes
de revisar esa información, convendría recordar que la
EMDR es una psicoterapia con muchos ingredientes activos
y que el movimiento ocular no es más que uno de ellos.
Según las directrices proporcionadas por la International
Society for Traumatic Stress Studies (ISTSS), la investiga-
ción realizada sobre los factores intervinientes todavía es
muy limitada y se necesita más investigación adicional.” Sin
embargo, la EMDR no es única, por cuanto ninguna forma
de terapia concreta ha sido definitivamente valorada en tér-
minos de los componentes concretos que más útiles resultan.
Aunque el análisis de componentes sea muy interesante para
perfeccionar el proceso y aumentar nuestra comprensión de
las dimensiones neurobiológicas del cambio, no puede guiar
APÉNDICE D 507

la práctica clínica a menos que se atenga a rigurosos están-


dares científicos y clínicos. Entretanto y para proporcionar la
mejor ayuda posible a nuestros clientes, todas las formas de
terapia corroboradas empíricamente, y que la investigación
realizada al respecto hasta el momento haya determinado efi-
caces, deberán ser utilizadas empleando todos sus ingredien-
tes activos.
Como sucede con cualquier forma de terapia compleja, es
muy importante que las investigaciones que traten de deter-
minar los distintos ingredientes activos de la EMDR se apli-
quen a un gran número de clientes que presenten los adecua-
dos problemas.” Además, los investigadores que proporcio-
nen el tratamiento deben atenerse a todos los pasos indicados
por el protocolo de la EMDR y ser lo suficientemente largo.”
Sólo entonces podrán valorarse realmente los efectos de los
distintos ingredientes que componen la EMDR. Estos mis-
mos errores se han cometido en la evaluación de los ingre-
dientes de muchas psicoterapias anteriores, por ejemplo, la
evaluación de una terapia conocida como desensibilización
sistemática.”
Son tres los tipos de investigación que, en el caso de la
EMDR, se han centrado en este punto y el análisis de los
resultados puede ser muy confuso. El metaanálisis llevado a
cabo por Davidson y Parker,” por ejemplo, revisó todos los
estudios sobre la EMDR publicados entre 1988 y 2000 para
determinar si los movimientos oculares eran realmente nece-
sarios, evidenciando que la EMDR con movimientos oculares
no parecía ser más eficaz que la EMDR sin ellos. Cuando, sin
embargo, se revisaron los resultados de ciertos estudios de
descomposición del tratamiento, la eficacia de la EMDR con
movimientos oculares se mostró significativamente superior
a la de la EMDR sin ellos.
Hasta el momento se habrán publicado unos 20 estudios
508 EMDR

que investigan el papel que desempeñan los movimientos


oculares en la EMDR. Estos estudios se han dedicado a com-
parar la EMDR con movimientos oculares con una condición
de control en la que el componente de los movimientos ocu-
lares se veía modificado (como, por ejemplo, la EMDR con
los ojos centrados e inmóviles). Son cuatro, en este sentido,
los tipos de estudios realizados: 1) estudios de caso, 2) estu-
dios de descomposición del tratamiento con pacientes clíni-
cos, 3) estudios de descomposición del tratamiento con
pacientes que presentan síntomas semejantes de gravedad
subclínica, y 4) estudios sobre la acción individual de los
movimientos oculares.

ESTUDIOS DE CASOS

De los cuatro estudios de caso que evaluaron los efectos de


los movimientos oculares en el proceso de tratamiento, tres
de ellos descubrieron que lo mejoraban. En este sentido,
Montgomery y Ayllon descubrieron que los movimientos
oculares eran necesarios para que la EMDR tuviera efecto en
cinco de seis pacientes civiles de TEPT. Según concluyeron,
los movimientos oculares «provocaban una reducción signifi-
cativa de la presencia de estrés anteriormente corregido, que
se refleja en una disminución del arousal psicofisiológico»”
(pág. 228). Por su parte, Lohr, Tolin y Kleinknecht” subraya-
ron que «la adición del componente de los movimientos ocu-
lares parecía tener un efecto claro en la reducción del nivel de
la puntuación usa» (pág. 149).
En otro estudio, Lohr, Tolin y Kleinknecht* trataron a dos
sujetos claustrofóbicos y sólo descubrieron una disminución
substancial del estrés después de haber incluido el compo-
nente de los movimientos oculares al resto del procedimien-
APÉNDICE D 509

to EMDR. El cuarto estudio” no utilizó el protocolo estándar


de la EMDR para las fobias, ni los procedimientos estándar
para acceder a la imagen, esbozar las creencias negativas y
provocar nuevos vínculos con la información útil almacena-
da en el sistema de la memoria. Además, se invitó también al
cliente a relajarse entre una serie y otra de movimientos ocu-
lares hasta que la puntuación usa se redujo a los niveles ante-
riores, un procedimiento que la EMDR no suele utilizar. El
procedimiento utilizado en este estudio no eliminó la fobia,
ni descubrió efecto alguno en los movimientos oculares.

ESTUDIOS CLÍNICOS DE DESCOMPOSICIÓN


DEL TRATAMIENTO
CON PERSONAS QUE HAN SIDO DIAGNOSTICADAS

Cuatro son los estudios controlados de descomposición con


sujetos que padecen TEPT, y en dos de ellos, los participan-
tes habían sido diagnosticados con otros trastornos de ansie-
dad. Estos estudios han tendido a demostrar una eficacia lige-
ramente superior —aunque no estadísticamente significativa—
en la EMDR con movimientos oculares que en la EMDR sin
ellos. Hablando en términos generales, pues, los resultados
obtenidos de momento no son concluyentes. Devilly, Spence
y Rapee,” por ejemplo, señalaron la existencia de tasas de
cambio confiable de un 67% en el grupo sometido a movi-
mientos oculares comparados con un 42% en quienes no se
habían sometido a ellos. Renfrey y Spates,” por su parte,
informaron de una disminución en el diagnóstico de TEPT
del 85% de los participantes del grupo asignado, los movi-
mientos oculares y del 57% en quienes no habían sido asig-
nados a ese grupo.
Lamentablemente, sin embargo, esos estudios adolecen
510 EMDR

de serios problemas. En el estudio TEPT de Renfrey y


Spates, por ejemplo, sólo había siete u ocho personas en cada
uno de los grupos, cuando lo cierto es que para obtener resul-
tados significativos, son necesarios grandes números (de
entre 30 y 40 personas).* Los participantes en los otros tres
estudios sobre el TEPT*-*** eran veteranos de guerra que
sólo habían recibido dos sesiones y/o tratamiento para un
solo recuerdo traumático. Este tipo de tratamiento inadecua-
do parece tener un efecto moderado, y con el fin de detectar
cualquier posible diferencia entre los grupos, los grupos
deberían ser más numerosos. Todavía debe realizarse un
estudio de descomposición bien diseñado con una muestra lo
suficientemente grande como para poder valorar de verdad
los efectos del tratamiento.

ESTUDIOS DE DESCOMPOSICIÓN DEL TRATAMIENTO


CON PERSONAS QUE PRESENTAN
SÍNTOMAS SEMEJANTES DE GRAVEDAD SUBCLÍNICA

Los estudios controlados realizados con personas que presen-


tan síntomas similares análogos con un nivel de ansiedad sub-
clínico no descubrieron el menor efecto en el uso de los movi-
mientos oculares. Son muchos los problemas que presentan
estos estudios en los que los sujetos investigados suelen ser
estudiantes universitarios. Uno de los problemas es que los
resultados se valoran basándose en la eliminación de los sín-
tomas sin utilizar los procedimientos y protocolos estándar de
la EMDR. En tal caso, estos procedimientos y protocolos se
omiten o abrevian,** lo que implica que el significado de los
resultados no sea del todo claro. Más problemática resulta
todavía la expectativa de que todos los procedimientos de la
EMDR tengan algún resultado positivo. Como era de esperar,
APÉNDICE D 511

los sujetos que participaron en estas investigaciones respon-


dieron igualmente bien a la EMDR truncada y a los movi-
mientos oculares, porque los procedimientos utilizados en tal
caso incluyen un número de elementos clínicamente útiles.
Dicho en otras palabras, el estrés subclínico de los participan-
tes que padecían problemas similares fue eliminado con un
tratamiento mínimo, lo que dificulta la detección de diferen-
cias entre las distintas condiciones.
Cuando eliminamos, en suma, un solo componente de un
método clínico complejo, debe trabajarse con poblaciones
diagnosticadas capaces de cambiar en el curso de un tiempo
determinado de tratamiento, como un TEPT derivado de un
trauma simple.” El uso de un número suficiente de sujetos
apropiados que padezcan de un elevado nivel de estrés (no sus-
ceptible de responder al efecto placebo)* permitiría determinar
los efectos provocados por la eliminación de un solo compo-
nente. Como sucede con cualquier otra forma de psicoterapia,
la eliminación de un solo componente del procedimiento
EMDR estándar no elimina todos sus beneficios clínicos.

ESTUDIO SOBRE LA ACCIÓN DE LOS COMPONENTES

Los estudios sobre los ingredientes activos difieren de otros


tipos de análisis de componentes en el sentido de que verifi-
can aisladamente el efecto de los movimientos oculares.
Estos estudios suelen proporcionar breves series de movi-
mientos oculares para examinar sus efectos en la memoria,

* El placebo es una condición que el sujeto puede considerar como una forma de
tratamiento cuando lo cierto es que, en realidad, no tiene el menor efecto sobre
ese problema concreto (como, por ejemplo, el empleo de una pastilla de azúcar
en lugar de un fármaco).
iZ EMDR

las emociones, los pensamientos, las creencias o el funciona-


miento fisiológico. El objetivo consiste en investigar el efec-
to de los movimientos oculares (sin apelar al resto de los pro-
cedimientos empleados por la EMDR) comparando los movi-
mientos oculares para controlar condiciones tales como evo-
car la imagen o una sucesión de golpes. En este sentido, por
ejemplo, podemos pedirle a un sujeto que evoque una deter-
minada imagen, que mueva luego los ojos durante un breve
período y que después valore la intensidad de la imagen. Esto
nos permite corroborar los efectos concretos de los movi-
mientos oculares y de su ausencia eliminando los otros ele-
mentos que se suponen útiles. Estos estudios se han llevado
a cabo sobre sujetos que no presentan un nivel clínico de
malestar, cada uno de los cuales se ve sometido a las distin-
tas condiciones (es decir, movimientos oculares y golpes).
De este modo, resulta más fácil detectar las diferencias que
se producen en respuesta a esas condiciones. Además, dado
que la misma persona es la que experimentan las distintas
condiciones, las diferencias pueden atribuirse más a la con-
dición que a las diferencias interindividuales (porque es evi-
dente que personas diferentes pueden responder de manera
distinta a la misma condición).
Los estudios sobre la acción de los distintos componentes
han sido habitualmente dirigidos por neuropsicólogos e
investigadores de la memoria que tratan de corroborar una
determinada hipótesis. En ese sentido, contribuyen a nuestra
comprensión de los mecanismos eligiendo cuidadosamente
las condiciones de control y relacionando los hallazgos con
otras áreas de interés. En la siguiente sección presentaremos
y revisaremos de forma breve estos estudios y las teorías que
han investigado.
APÉNDICE D SS

Andrade, J., Kavanagh, D. y Baddeley, A. (1997). “Eye-


movement and Visual Imagery: A Working Memory Approach
to the Treatment of Post-traumatic Stress Sisorder.” British
Journal of Clinical Psychology, 36, págs. 209-223.
Barrowecliff, A.L., Gray, N.S., MacCulloch, S., Freeman,
T.C.A. y MacCulloch, M.J. (en prensa). “Eye-movements
Reduce the Vividness, Emotional Valence and Electrodermal
Arousal, Associated with Negative Autobiographical
Memories.” Journal of Forensic Psychiatry and Psychology.
Barrowecliff, A.L., Gray, N.S., MacCulloch, S., Freeman,
T.C.A. y MacCulloch, M.J. (2003). “Horizontal Rhythmical
Eye-movements Consistently Diminish the Arousal Provoked
by Auditory Stimuli.” British journal of Clinical Psychology,
42, págs. 289-302.
Christman, S.D., Garvey, K.J., Propper, R.E. y
Phaneuf, K. A. (2003). “Bilateral Eye Movements Enhance
the Retrieval of Episodic Memories:. Neuropsychology, 17,
págs. 221-229.
Kavanagh, D.J., Freese, S., Andrade, J. y May, J. (2001).
“Effects of Visuospatial Tasks on Desensitization to Emotive
Memories.” British Journal of Clinical Psychology, 40, pgs. 267-80.
Kuiken, D., Bears, M., Miall, D. y Smith, L. (2001-
2002). “Eye Movement Desensitization Reprocessing
Facilitates Attentional Orienting.” Imagination, Cognition
and Personality, 12(1), págs. 3-30.
Sharpley, C.E., Montgomery, I.M. y Scalzo, L.A. (1996).
“Comparative Efficacy of EMDR and Alternative Procedures
in Reducing the Vividness of Mental limages.” Scandinavian
Journal of Behaviour Therapy, 25, págs. 37-42.
Van den Hout, M., Muris, R., Salemink, E. y Kindt, M.
(2001). “Autobiographical Memories Become Less Vivid
and Emotional After Eye Movements.” British Journal of
Clinical Psychology, 40, págs. 121-130.
514 EMDR

¿DE QUÉ MODO AYUDAN LOS MOVIMIENTOS


OCULARES EN LA EMDR?

Una sugerencia habitual es que los movimientos oculares,


como cualquier otra forma de estimulación de la atención
dual, suscita una respuesta de orientación, una respuesta
natural de interés y atención que se da cuando nuestra aten-
ción se dirige hacia algo nuevo. Hay tres modelos diferentes
para explicar el papel que desempeña la respuesta de orien-
tación en la EMDR: el procesamiento de información/cogni-
tivo,**” el neurobiológico*-*>* y el conductual.*>*
La investigación realizada por Barrowcliff et als.* sugie-
re que la respuesta de orientación es realmente, en la EMDR,
un “reflejo de orientación” que, cuando el sujeto se da real-
mente cuenta de que no existe ninguna amenaza, desencade-
na una respuesta de relajación básica. Equiparando este esta-
do de relajación con el recuerdo anteriormente inquietante, el
sujeto tiene ahora la posibilidad de experimentar el recuerdo
de un modo nuevo y puede, en consecuencia, advertir una
correspondiente reducción de la ansiedad. Éste es un proce-
so conocido como “inhibición recíproca”.
Otros sugieren que la respuesta de orientación puede inte-
rrumpir las redes del recuerdo traumático, interrumpiendo
vínculos anteriores con emociones negativas y facilitando,
de ese modo, la integración de la nueva información. Un
estudio llevado a cabo por Kuiken, Bears, Miall y Smith.“
que verificó la hipótesis de la respuesta de orientación, des-
cubrió que los movimientos oculares estaban relacionados
con una mayor flexibilidad tensional. También es posible
que la respuesta de orientación active mecanismos neurobio-
lógicos que evocan recuerdos episódicos y los integren en la
memoria semántica cortical.” Ésta es una teoría que recien-
temente ha recibido un considerable respaldo experimental *
APÉNDICE D 515

aunque todavía deban realizarse más investigaciones para


corroborar esta hipótesis.
Hay varias investigaciones” *%*% que indican que los
movimientos oculares y otros estímulos afectan a las percep-
ciones del recuerdo seleccionado, disminuyendo la vividez
de la imagen y otras emociones relacionadas. Dos son los
mecanismos que se han propuesto para explicar el modo en
que este efecto puede contribuir al tratamiento de la EMDR.
Kavanagh et als.* han sugerido que los movimientos ocula-
res interrumpen la memoria operativa, disminuyendo su
intensidad, lo que provoca una disminución de la intensidad
de la emoción asociada. Van den Hout y sus colegas” han
esbozado la hipótesis de que los movimientos oculares modi-
fican las sensaciones corporales que acompañan al recuerdo
recuperado, un efecto que va acompañado de la disminución
del afecto y la intensidad de la emoción.
El lector interesado en estas hipótesis e investigaciones
puede echar un vistazo a Shapiro, F. (2001). Eye Movement
Desensitization and Reprocessing. Basic Principles,
Protocols, and Procedures (2* ed.). Nueva York: Guilford.
Pero es importante, sin embargo, recordar que la EMDR
es un tratamiento multifacético que, además de la estimula-
ción bilateral, posee muchos otros ingredientes activos. Los
lectores que estén interesados en este punto pueden leer el
texto anterior y el que enumeramos a continuación, que pro-
porciona una visión más global: Shapiro, F. (2002) (ed.).
EMDR as an Integrative Psychotherapy Approach: Experts
of Diverse Orientations Explore the Paradigm Prism.
Washington, D.C.: American Psychological Association
Books.
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NOTAS

Prefacio a la edición francesa


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Cognitive Therapy and Imaginal Exposure in the Treatment of
Chronic Post-traumatic Stress Disorder.” Journal of Counseling
and Clinical Psychology, 67, págs. 13-18.
10. Los estudios realizados posteriormente al respecto señalan una
tasa de éxito aproximada del 30%: Boudewyns, P.A. y Hyer, L.
(1990). “Physiological Response to Combat Memories and
Preliminary Treatment Outcome in Vietnam Veteran PTSD
Patients Treated with Direct Therapeutic Exposure.” Behavior
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12% Ironson, G.I., Freund, B., Strauss, J.L. y Williams, J. (2002). “A
Comparison of Two Treatments for Traumatic Stress: A Pilot
Study of EMDR and Prolonged Exposure.” Journal of Clinical
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18; Rogers, S., Silver, S., Goss, J., Obenchain, J., Willis, A. y Whitney,
R. (1999). “A Single Session, Controlled Group Study of Flooding
and Eye Movement Desensitization and Reprocessing in Treating
Post-traumatic Stress Disorder Among Vietnam War Veterans:
Preliminary Data.” Journal of Anxiety Disorders, 13, págs. 119-130.
14. Taylor, S., Thordarson, D.S., Maxfield, L., Fedoroff, 1.C., Lovell,
K. y Ogrodniczuk, J. (2003). “Comparative Efficacy, Speed, and
Adverse Effects of Three PTSD Treatments: Exposure Therapy,
EMDR, and Relaxation Training.” Journal of Consulting and
Clinical Psychology, 71, págs. 330-338.
13: Véase nota 11.
16. Véase nota 12.
1678 Véase nota 13.
18. Wilson, S.A., Becker, L.A. y Tinker, R.H. (1995). “Eye Movement
Desensitization and Reprocessing (EMDR) Treatment for
Psychologically Traumatized Individuals.” Journal of Consulting
and Clinical Psychology, 63, págs. 928-937.
Wilson, S.A., Becker, L.A. y Tinker, R.H. (1997). “Fifteen-month
Follow-up of Eye Movement Desensitization and Reprocessing
(EMDR) Treatment for PTSD and Psychological Trauma.”
Journal of Consulting and Clinical Psychology, 65, págs. 1.047-
1.056.
19. Stickgold, R. (2002). “Neurobiological Concomitants of EMDR:
Speculations and Proposed Research.” Journal of Clinical
Psychology, 58, págs. 61-75.
520 NOTAS

20. Véase, por ejemplo, Hersen, M. y Sledge, W (eds.) (2002).


Encyclopedia of Psychotherapy (vol. 1, págs. 777-785). Nueva
York: Elsevier Science.
ZA. Véase nota 19.
22 Véase una breve discusión y referencias al respecto en el Apéndice D.
Shapiro, F, (ed.) (2002). EMDR as an integrative psychotherapy
approach: Experts of diverse orientations explore the paradigm
prism. Washington, D.C.: American Psychological Association.
23: Chemtob, C.M., Tolin, D.F., van der Kolk, B.A. y Pitman, R.K.
(2000). “Eye Movement Desensitization and Reprocessing”, en
E.A. Foa, T.M. Keane y MJ. Friedman (eds.). Effective treatments
for PTSD: Practice guidelines from the International Society for
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24. Andrade, J., Kavanagh, D. y Baddeley, A. (1997). “Eye-move-
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Van den Hout, M., Muris, P., Salemink, E. y Kindt, M. (2001).
NOTAS 21

“Autobiographical Memories Become Less Vivid and Emotional


“after Eye Movements.” British Journal of Clinical Psychology, 40,
págs. 121-130.
20% Los lectores interesados en una revisión comprehensiva de las crí-
ticas y su frecuente fundamento acientífico y de la inexacta pre-
sentación e interpretación de los datos, pueden echar un vistazo a
los siguientes artículos:
Beutler, L.E. y Harwood, T.M. (2001). “Antiscientific Attitudes:
What Happens when Scientists are Unscientific?”” Journal of
Clinical Psychology, 57, págs. 43-51.
Perkins, B.R. y Rouanzoin, C.C. (2002). “A critical Evaluation of
Current Views Regarding Eye Movement Desensitization and
Reprocessing (EMDR): Clarifying Points of Confusion.” Journal
of Clinical Psychology, 58, págs. 77-97 (disponible también en
http://www. perkinscenter. net).
26. Boudewyns, P.A. y Hyer, L.A. (1996). “Eye Movement
Desensitization and Reprocessing (EMDR) as Treatment for Post-
traumatic Stress Disorder (PTSD).” Clinical Psychology and
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Te Pitman, R.K., Orr, S.P., Altman, B., Longpre, R.E., Poire, R.E. y
Macklin, M.L. (1996). “Emotional Processing During Eye-move-
ment Desensitization and Reprocessing Therapy of Vietnam
Veterans with Chronic Post-traumatic Stress Disorder.”
Comprehensive Psychiatry, 37, págs. 409-418.
28. Véase nota 23.
29% Eysenck, H.J. (1979). “The Conditioning Model of Neurosis.”
Behavioral and Brain Sciences, 2, págs. 155-199.
30. Véase nota 10.
le Foa, E.B., Rothbaum, B.O., Riggs, D. y Murdock, T. (1991).
“Treatment of Posttraumatic Stress Disorder in Rape Victims: A
Comparison Between Cognitive-behavioral Procedures and
Counselling.” Journal of Consulting and Clinical Psychology, 39,
págs. 715-723.
32 Véase nota 26.
Véase nota 27.
34. Daniels, N., Lipke, H., Richardson, R. y Silver, S. (octubre de
1992). Vietnam veterans treatment programs using eye movement
desensitization and reprocessing. Artículo presentado en el
encuentro anual de la International Society for Traumatic Stress
Studies, celebrado en Los Ángeles.
322
A
NOTAS
A A A

33 Marcus, S.V., Marquis, P. y Saki, C. (1997). “Controlled Study of


Treatment of PTSD Using EMDR in an HMO Setting.”
Psychotherapy, 34, págs. 307-315.
Rothbaum, B.O. (1997). “A Controlled Study of Eye Movement
Desensitization and Reprocessing for Posttraumatic Stress
Sisordered Sexual Assault Victims.” Bulletin of the Menninger
Clinic, 61, págs. 317-334.
Wilson, S.A., Becker, L.A. y Tinker, RH. (1995). “Eye Movement
Desensitization and Reprocessing (EMDR) Treatment for
Psychologically Traumatized Individuals.” Journal of Consulting
and Clinical Psychology, 63, págs. 928-937.
Wilson, S.A., Becker, L.A. y Tinker, R.H. (1997). “Fifteen-month
Follow-up of Eye Movement Desensitization and Reprocessing
(EMDR) Treatment for PTSD and Psychological Trauma.” Journal
of Consulting and Clinical Psychology, 65, págs. 1.047-1.056.
36. Butler, K. (1993). “Too Good to be True?” Family Therapy
Networker, noviembre-diciembre, págs. 19-31, (pág. 24).
IA Shapiro, F. (2002). “EMDR Twelve Years after its Introduction:
Past and future research.” Journal of Clinical Psychology, 58,
págs. 1-22.
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Psychotherapy Evaluation: Towards a More Comprehensive
Integration of Science and Practice.” Journal of Clinical
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38. De Jongh, A., Ten Broeke, E. y Renssen, M.R. (1999). “Treatment
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Reprocessing (EMDR): Protocol, Empirical Status, and Conceptual
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sn Brown, K.W, McGoldrick, T. y Buchanan, R. (1997). “Body
Dysmorphic Disorder: Seven Cases Treated with Eye Movement
Desensitization and Reprocessing.” Behavioural £ Cognitive
Psychotherapy, 25, págs. 203-207.
40. Shapiro, F. (2001). Eye movement desensitization and reproces-
sing: Basic principles, protocols and procedures (2* ed.). Nueva
York: Guilford.
41. Véase nota 7.

Capítulo 1. El viaje del descubrimiento


JA S. Rogers. “EMDR Reviews”, Veterans Affairs Internet Forum.
1996.
NOTAS 323

F. Ryan, The Forgotten Plague (Boston: Little Brown, 1992).


F. Shapiro. “Eye Movement Desensitization and Reprocessing
(EMDR): Evaluation of Controlled PTSD Research”, Journal of
Behavior Therapy and Experimental Psychiatry, 27 (1996),
págs. 209-218.
Quizás el lector se sorprenda de que la mayoría de los tratamien-
tos psicológicos conocidos hayan llegado a la consulta sin investi-
gación que los respalde ni expectativa alguna de ser investigados
en el futuro. De hecho cuando, en 1987, empecé a desarrollar la
EMDR, revisé detenidamente toda la literatura entonces existente
sobre los efectos del trauma y sólo descubrí la existencia de un
estudio controlado sobre el tratamiento clínico del TEPT (que
comparaba el efecto de 45 sesiones de desensibilización con nin-
guna terapia), que llevaba ya siete años identificada y categoriza-
da en los manuales diagnóstico. Los más de 100 estudios publica-
dos que encontré, que habían comenzado en 1980, cuando el
TEPT fue formalmente reconocido como un trastorno psicológico,
se centraban en las causas, la demografía y la teoría acerca del
TEPT. En 1992 (13 años después de que el TEPT hubiera sido
categorizado), una revision de los artículos publicados hasta
entonces señalaba que sólo se habían realizado 11 estudios contro-
lados y que cinco de ellos se ocupaban del empleo de fármacos
psicotrópicos, un estudio cuyas conclusiones resultaron, por cier-
to, muy controvertidas. (Véase nota 5.)
Esta falta de investigación científica es, considerando el gran núme-
ro de personas que cada año se ven traumatizadas, un auténtico
escándalo. Por eso espero que se asigne más dinero y que la comuni-
dad clínica y las empresas dedicadas a la gestión de la salud busquen
formas de aplicar tratamientos exitosos y baratos. En la actualidad y
debido, parcialmente, a la atención provocada por los rápidos efectos
del tratamiento con la EMDR, cada vez son más los estudios contro-
lados sobre la EMDR y otros métodos combinados de tratamiento de
los traumas (véase Apéndice B). Los lectores que estén interesados
en una descripción global de los estudios realizados sobre la EMDR
pueden echar un vistazo a F. Shapiro, Eye Movement Desensitization
and Reprocessing. Basic Principles, Protocols, and Procedures,
Nueva York: Guilford Press, 1995) y a F. Shapiro. “Eye Movement
Desensitization and Reprocessing (EMDR): Evaluation of
Controlled PTSD Research”, Journal of Behavior Therapy and
Experimental Psychiatry, 27 (1996), págs. 209-218.
524 NOTAS

S. Lazrove, L. Kite, E. Triffleman, T. McGlashan y B. Rousaville,


“An Open Trial of EMDR in Patients with Chronic PTSD” (artí-
culo presentado en la decimoprimera conferencia anual de la
International Society for Traumatic Stress Studies, celebrada en
Boston [Mass] en noviembre de 1995).
S. Marcus, P. Marquis y C. Sakai, “Eye Movement Desensitization
and Re-processing: A Clinical Outcome Study for Post-Traumatic
Stress Disorder” (artículo presentado en el encuentro anual de la
American Psychological Association celebrado en Toronto
[Canadá] en agosto de 1996).
B.O. Rothbaum, “A Controlled Study of Eye Movement
Desensitization and Reprocessing in the Treatment of Posttraumatic
Stress Disordered Sexual Assault Victims”, Bulletin of the
Menninger Clinic, en prensa.
M.M. Scheck, J.A. Schaeffer y C.S. Gillette, “Brief Psychological
Intervention with Traumatized Young Women: The Efficacy of
Eye Movement Desensitization and Reprocessing”, Journal of
Traumatic Stress, en prensa.
S.A. Wilson, L.A. Becker y R.H. Tinker, “Eye Movement
Desensitization and Reprocessing (EMDR) Treatment for
Psychologically Traumatized Individuals”, Journal of Consulting
and Clinical Psychology, 63 (1995), págs. 928-937.
S.A. Wilson, L.A. Becker y R.H. Tinker, “15-Month Follow-up of
Eye Movement Desensitization and Reprocessing (EMDR)
Treatment for Psychological Trauma”, Journal of Consulting and
Clinical Psychology, en prensa.
ui S.D. Solomon, E.T. Gerrity y A.M. Mutff, “Efficacy of Treatments
for Posttraumatic Stress Disorder”, Journal of the American
Medical Association, 268 (1992), págs. 633-638.
Cuando los medios de comunicación de masas se unieron al deba-
te, su cobertura alentó ambos lados de la controversia. La revista
New York publicó un titular aclamándola como “una cura milagro-
sa”, pero en letra pequeña, se preguntaba si no sería una nueva
moda. Un artículo de Psychology Today calificaba la EMDR como
«un abordaje psiquiátrico rápido para quienes no están dispuestos
a emprender el duro trabajo cotidiano necesario para mantener la
salud mental en un mundo complejo». Newsweek se preguntaba si
la EMDR sería «el nuevo Prozac o una nueva versión del viejo
aceite de serpiente». Un artículo publicado en 1994 en el
Washington Post incluía citas de psicólogos que la calificaban
NOTAS 23

como un avance innovador y otras que asemejaban la creencia en


la EMDR a la ufología. Un signo del cambio de los tiempos, sin
embargo, fue un artículo de seguimiento un año después que infor-
maba del uso de la EMDR en Oklahoma City y ponía de relieve
unos resultados extraordinariamente positivos. Los artículos
periodísticos más recientes hablan sobre sus posibles efectos, pero
siguen preguntándose cómo funciona.
Véase Apéndice A.
00 N. Cousins, Anatomy of an Illness (Nueva York: Norton, 1979).
O.C. Simonton y J. Creighton, Getting Well Again (Nueva York:
Bantam Books, 1982).

Capítulo 2. Asentando los cimientos


le J.L. Herman, Trauma and Recovery (Nueva York: Basic Books,
1992).
2 J. Wolpe, Psychotherapy by Reciprocal Inhibition (Stanford,
Calif.: Stanford University Press, 1958).
Aunque la escala usa pueda parecer sencilla, proporciona más
información sobre los efectos inmediatos del tratamiento de un
recuerdo concreto que cualquier otra medida. La mayoría de las
llamadas medidas globales de la salud mental han sido diseñadas
para evaluar el estado psicológico global del sujeto, su personali-
dad y su forma general de estar y de comportarse en el mundo. No
se utiliza mucho en el caso de las sesiones individuales de trata-
miento de la EMDR con personas que hayan sufrido muchos even-
tos perturbadores porque no ha tenido efecto. El tratamiento de un
incidente traumático concreto (como, por ejemplo, que hayan heri-
do a tu mejor amigo con una bala que iba dirigida a ti) en una per-
sona que ha experimentado traumas múltiples (como emboscadas,
interrogatorios o pérdida de una pierna, por ejemplo) porque, en
tal caso, la valoración del estado global de salud mental se aseme-
jaría a sacar un leño del fuego y medir su temperatura para ver si
las brasas todavía están calientes. La escala usa nos permite medir
la temperatura de un solo leño y el practicante sigue usándola hoy
en día con ese objetivo cuando está llevando a cabo una terapia
con la EMDR. Es una medida que permite que el terapeuta y el
cliente vean la eficacia del tratamiento de un trauma ligado a un
evento concreto. Más tarde, usamos medidas globales para valorar
la eficacia del plan de tratamiento global, incluida la sucesión total
de sesiones de EMDR.
526 NOTAS

4. F. Shapiro. “Efficacy of the Eye Movement Desensitization


Procedure in the Treatment of Traumatic Memories”, Journal of
Traumatic Stress Studies, 2 (1989). págs. 199-223.
F. Shapiro. “Eye Movement Desensitization: A New Treatment for
Post-Traumatic Stress Disorder”, Journal of Behavior Therapy
and Experimental Psychiatry, 20 (1989), págs. 211-217.
Esperaba que los psicólogos que leyeran el artículo quisieran llevar
a cabo sus propios estudios sobre la eficacia de la EMDR. Esto fue
importante porque mi estudio adolecía de la debilidad de que yo
era, al mismo tiempo, la creadora del tratamiento y la persona que
lo administraba a los sujetos durante el estudio, un sesgo que podría
haber influido sobre sus respuestas. Por eso, la fiabilidad de mis
resultados requería de una verificación independiente. Pero por
más que esperase despertar el interés de muchos investigadores, tal
cosa no ocurrió de inmediato. Los estudios realizados años más
tarde corroboraron los efectos positivos de la EMDR. Pero, puesto
que los terapeutas necesitaban algo para tratar el dolor aquí y ahora.
empecé a enseñar la EMDR como un “procedimiento experimen-
tal” hasta que se llevase a cabo la investigación pertinente.
Hoy en día disponemos de más de una docena de estudios contro-
lados sobre el tratamiento de cerca de 300 sujetos corroborando la
utilidad del uso de la EMDR. Las medidas estandarizadas han
corroborado la desaparición de un amplio abanico de síntomas,
entre los que se incluyen la ansiedad, la depresión, la somatización,
la evitación, etcétera. Un estudio sobre la eficacia de la EMDR con
víctimas de la violación demostró, en el 90% de los sujetos estudia-
dos, la desaparición de los síntomas después de sólo tres sesiones
de tratamiento. Estos resultados contrastan profundamente con él
único otro estudio publicado controlado sobre el empleo de otros
enfoques para tratar a las víctimas de la violación que mostró, des-
pués de siete sesiones, que el 50% de los sujetos habían abandona-
do el tratamiento y el 45% de ellos todavía padecían TEPT. Véase
S.D. Solomon, E.T. Gerrity y A.M. Mutff, “Efficacy of Treatments
for Post-traumatic Stress Disorder”, Journal of the American
Medical Association, 268 (1992), págs. 633-638. Esta diferencia
resulta, en mi opinión, sumamente reveladora, por más que se trate
de una comparación entre diferentes experimentos y entrañe, por
tanto, confusiones inherentes. Además, dos estudios con poblacio-
nes de alto riesgo, uno con chicas toxicodependientes y que solían
comprometerse en conductas sexuales peligrosas y, el otro, con
NOTAS DM

adolescentes sexualmente agresivos pusieron de relieve, tras unas


pocas sesiones de EMDR, un aumento de su conciencia y la dismi-
nución de los problemas y de la tendencia a volver a incurrir en
conductas violentas.
Una de las investigaciones controladas sobre la eficacia de la
EMDR que se ha llevado a cabo recientemente y se ha visto publi-
cada en el prestigioso Journal of Consulting and Clinical
Psychology corroboró que, después de tan sólo tres sesiones de
EMDR, el 84% de los sujetos dejaban de experimentar los sínto-
mas del TEPT. Esto resultados se vieron corroborados por un
seguimiento realizado 15 meses después del tratamiento. Las ocho
víctimas del trauma del estudio habían experimentado un amplio
abanico de traumas que iban desde la pérdida de un ser querido
hasta la violación, la guerra, los desastres naturales, los accidentes
y el diagnóstico de una enfermedad fatal.
Otro estudio, financiado por la Kaiser Permanente, una organiza-
ción destinada al mantenimiento de la salud, comparó la EMDR
con su método estándar destinado al cuidado de los clientes.
Fueron necesarias cinco sesiones para eliminar los síntomas en la
mayor parte de los sujetos sometidos a tratamiento EMDR, mien-
tras que la mayoría de los que se hallaban en el grupo estándar
seguían padeciéndolos después de 11 sesiones que combinaban la
medicación, la terapia individual y la atención grupal. Gracias a
este estudio, se ha estimado que, de haber contado con la EMDR,
la institución en la que se llevó a cabo la investigación se habría
ahorrado 2,8 millones de dólares al año. En el Apéndice B, los lec-
tores interesados encontrarán investigaciones adicionales sobre la
eficacia de la EMDR.
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Wiley, 1991).
10. C. Hong, C. Gillin, G.A. Callaghan y S. Potkin, “Correlation of
Rapid Eye Movement Density with Dream Report Length and Not
With Movements in the Dream: Evidence Against the Scanning
Hypothesis”, Annual Meeting Abstracts, panel presentado en la
Association of Professional Sleep Societies, 12, 1992.
528
FE NOTAS _———————

lA M.S. Armstrong y K. Vaughan, “An Orienting Response Model of


Eye Movement Desensitization”, Journal of Behavior Therapy
and Experimental Psychiatry, 27 (1996), págs. 21-32.
M.J. MacCulloch, M.P. Feldman y G. Wilkinson. “Eye Movement
Desensitization Treatment Utilizes the Positive Visceral Element
of the Investigatory Reflex to Inhibit the Memories of Post
Traumatic Stress Disorder: A Theoretical Analysis”. British
Journal of Psychiatry, 169 (1996), págs. 571-579.
12 A. Arai y G. Lynch, “Factors Regulating the Magnitude of Long-
Term Potentiation Induced by Theta Pattern Stimulation”, Brain
Research, 598 (1991), págs. 173-184.
G. Barrionuevo, F. Schottler y G. Lynch, “The Effects of Repetitive
Low-Frequency Stimulation on Control and “Potentiated* Synaptic
Responses in the Hippocampus”, Life Sciences, 27 (1980), págs.
2.385-2.391.
13; F. Shapiro, Eye Movement Desensitization and Reprocessing.
Basic Principles, Protocols, and Procedures (Nueva York:
Guilford Press, 1995).

Capítulo 3. El espíritu y la espada: El legado trágico de la guerra


Le R.A. Kulka, W.E. Schlenger, J.A. Fairbank, B.K. Jordan, R.L.
Hough, C.R. Marmar y D.S. Weiss, Trauma and the Vietnam War
Generation (Nueva York: Brunner/Mazel, 1990).
ps J.D. Kinzie y RR. Goetz, “A Century of Controversy
Surrounding Posttraumatic Stress-Spectrum Syndromes: The
Impact on DSM-I1l and DSM-IV”, Journal of Traumatic Stress,
9 (1996), págs. 159-179.
5 Z. Solomon, “Oscillating Between Denial and Recognition of
PTSD”, Journal of Traumatic Stress 8 (1995), págs. 271-281.
4. R.A. Kulka et al., Trauma and the Viemam War Generation.
Si S.D. Solomon, E.T. Gerrity y A.M. Mutft, “Efficacy of Treatments
for Posttraumatic Stress Disorder”, Journal of the American
Medical Association, 268 (1992). págs. 633-638.
6. E.W. McCranie, L.A. Hyer, P.A. Boudewyns y M.G. Woods,
“Negative Parenting Behavior, Combat Exposure, and PTSD
Symptom Severity”, The Journal of Nervous and Mental Disease,
180 (1992), págs. 431-438.
le En un momento anterior de la sesión, Eric había informado de la
presencia de un nivel moderado de miedo al evocar su llamada a
la artillería, como había sucedido la primera ocasión que trabaja-
NOTAS 529

mos en ello. Sin embargo, el miedo había cambiado porque, en


esta ocasión, tenía que ver con su incapacidad para recordar
muchos de los detalles ocurridos esa noche. Estaba ligado a otro
miedo, el miedo a haber hecho otra cosa, algo que no recordase.
Algo parecido sucedió también cuando nos adentramos en el
recuerdo de la explosión de la mina, porque no podía recordar
exactamente lo que había sucedido. Había mucho miedo asociado
a esa experiencia, porque no podía prever los resultados.
Después de haber elaborado el incidente de la mina, volvimos
atrás y nos adentramos de nuevo en el recuerdo del momento en
que pidió ayuda a la artillería, un recuerdo cuya intensidad expe-
rimentó, cuando pareció completamente resuelto, un descenso de
6 hasta 1 o 2. La compleja asociación entre recuerdos y emociones
y entre recuerdos y conducta también se ve ilustrada por el hecho
de que las pesadillas de Eric desaparecieron tras la primera sesión
de EMDR lo que, en mi opinión, se debió al hecho de haber pro-
cesado sus dos recuerdos principales, de haber sido el causante de
alguna muerte “innecesaria”.

Capítulo 4. La estructura del tratamiento: Descubriendo las raíces


ocultas del dolor
lo: F. Shapiro, Eye Movement Desensitization and Reprocessing.
Basic Principles, Protocols, and Procedures, (Nueva York:
Guilford Press, 1995).
2 Por otra parte, la presencia de estas condiciones no descarta auto-
máticamente el uso de la EMDR. Recuerdo el caso de una mujer
embarazada con la que trabajé y que estaba aterrada por el hecho
de tener que dar a luz. Cuando hablamos sobre el tema, descubrió
que el miedo se hallaba asentado en su infancia, porque era la
mayor de ocho hijos y la perspectiva de tener su propio hijo se
hallaba directamente asociada, en su mente, a la posibilidad de
envejecer prematuramente, como había ocurrido con su madre.
Bastaron un par de sesiones de EMDR para superar ese miedo, lo
que le permitió tener un embarazo tranquilo y un parto sin inciden-
tes. Asimismo, los pacientes cardíacos que viven con el estrés con-
tinuo de los traumas irresueltos podrían estar mucho mejor si uti-
lizasen la EMDR, aun a riesgo de aumentar provisionalmente el
grado de estrés, en lugar de seguir viviendo con la tensión cotidia-
na que el trauma irresuelto impone a su corazón.
E B.A. van der Kolk, “The Body Keeps the Score: Memory and the
530
A
NOTAS

Evolving Psychobiology of Posttraumatic Stress”, Harvard


Review of Psychiatry, 1(1994), págs. 253-265.
¿Cómo saben los terapeutas que alguien tiene una creencia dañina
fijada en su sistema nervioso? Evaluando su conducta. Para ello
investigamos su biografía y tratamos de identificar los eventos del
pasado que todavía provocan intensas reacciones emocionales o
físicas. Tómese, por ejemplo, el tiempo necesario para evocar un
recuerdo de hace más de 10 años que todavía le incomode. ¿Siente
acaso algunas de las emociones y sensaciones que se hallaban
entonces presentes? ¿Cuáles son los pensamientos que, en tal caso,
tiene sobre sí mismo? Si los examina atentamente podrá advertir
que esos pensamientos incluyen creencias negativas sobre sí
mismo que dan cuenta de las respuestas negativas que pueda tener
en situaciones presentes similares. Es muy posible, en tal caso, que
ese recuerdo y las creencias negativas asociadas no hayan sido
adecuadamente procesadas.

Capítulo 5. Los muchos rostros del miedo: Las fobias y los ataques de
pánico
LL. I.P. Pavlov, Conditioned Reflexes (Nueva York: Liveright, 1927).
J. Wolpe, The Practice of Behavior Therapy (Nueva York:
Pergamon Press, 1990).
D. Wilson, S.M. Silver, W. Covi y S. Foster, “Eye Movement
Desensitization and Reprocessing: Effectiveness and Autonomic
Correlates”, Journal of Behavior Therapy and Experimental
Psychiatry, 27 (1996), págs. 219-229.
American Psychiatric Association, Diagnostic and Statistical
Manual of Mental Disorders (Washington, D.C.: American
Psychiatric Association, 1994).
Las fobias sociales constituyen entre el 10 y 20% de los trastornos
de ansiedad. Sin embargo, el diagnóstico de fobia social, como el
de hablar en público, por ejemplo, requiere que el miedo interfiera
con la rutina normal de la persona. Son muchas las personas cuya
vida no es lo suficientemente problemática como para que el pro-
blema pueda ser diagnosticado como fobia. Cierta investigación,
por ejemplo, descubrió que, a pesar de que el 20% de los partici-
pantes referían la presencia de un gran miedo a hablar en público,
sólo el 2% de ellos presentaba un deterioro vital que mereciese ser
diagnosticado como fobia. Pero, como ya hemos dicho, la ausencia
de diagnóstico no implica que el síntoma sea menos intenso.
NOTAS Sl

Ss A. Goldstein y U. Feske, “Eye Movement Desensitization and


Reprocessing: An Emerging Treatment for Anxiety Disorders”, Anxiety
Disorder Association of America Reporter, 4 (1993), págs. I, 12.
A. Goldstein y U. Feske, “Eye Movement Desensitization and
Reprocessing for Panic Disorder: A Case Series”, Journal of
Anxiety Disorders, 8 (1994), págs. 351-362.
R.A. Kleinknecht, “Rapid Treatment of Blood and Injection
Phobias with Eye Movement Desensitization”, Journal of
Behavior Therapy and Experimental Psychiatry, 24, n*. 3 (1993),
págs. 25-31
H. Lipke, “Eye Movement Desensitization and Reprocessing
(EMDR): A Quantitative Study of Clinician Impressions of Effects
and Training Requirements”, en F. Shapiro, Eye Movement
Desensitization and Reprocessing: Basic Principles, Protocols,
and Procedures (Nueva York: Guilford Press, 1995).
Otros estudios han sido dirigidos por investigadores que no han
completado (y, en ocasiones, ni siquiera iniciado) la formación en
EMDR. Los lectores que estén interesados en una discusión más
completa sobre este punto, pueden echar un vistazo a F. Shapiro,
“Eye Movement Desensitization and Reprocessing (EMDR):
Research and Clinical Significance”, en The Evolution of Brief
Therapy, ed. por W. Matthews y J.H. Edgette (Nueva York:
Brunner/Mazel, 1996), y F. Shapiro, “EMDR: Reflections from the
Eye of a Paradigm Shift” (artículo presentado en calidad de invita-
da en el décimo congreso anual de la American Psychological
Association, celebrado en Toronto [Canadá] en agosto de 1996).
6. “Wiped Right Off the Map”, Time, 18 de junio de 1984, n*. 25,
pág. 30.
7 C. Tamarkin, “Tornado”, People Weekly, 9 de Julio de 1984, págs. 24-31.

Capítulo 6. El terror que acecha en mitad de la noche: Los trastornos


del sueño y los traumas infantiles
les RJ. Ross, W.A. Ball, N.B. Kribbs, A.R. Morrison y S.M. Silver,
“REM Sleep Disturbance as the Hallmark of PTSD” (artículo pre-
sentado en el 143% encuentro anual de la American Psychiatric
Association celebrado en Nueva York en Mayo de 1990).
RJ. Ross, W.A. Ball, N,B. Kribbs, A.R. Morrison, S.M. Silver y F.
D. Mulvanye, “Rapid Eye Movement Sleep Disturbance In
Posttraumatic Stress Disorder”, Biological Psychiatry 35 (1994),
págs. 195-202.
HZ NOTAS

RJ. Ross, W.A. Ball, K.A. Sullivan y S.N. Caroff, “Sleep


Disturbance as the Hallmark of Posttraumatic Stress Disorder”,
American journal of Psychiatry, 146 (1989), págs. 697-707.
De hecho, Pierre Janet, contemporáneo de Freud, describió el
fenómeno inclusivo del TEPT como “crisis sonambúlicas”: Véase
B.S. van der Kolk y O. van der Hart, “Pierre Janet and the
Breakdown of Adaptation in Psychological Trauma”, American
Journal of Psychiatry, 146 (1989). págs. 1.530-1.540.
Véase S.J. Efman y J.S. Antrobus, The Mind in Sleep (Nueva York:
Wiley, 1991).
E. Aserinsky y N. Kleitman, “Regularly Occurring Periods of Eye
Motility and Concomitant Phenomena During Sleep”, Science,
118 (1953), págs. 273-274.
Véase M._L. Perlis y T.A. Nielsen, “Mood Regulation, Dreaming
and Nightmares: Evaluation of a Desensitization Function for
REM Sleep”, Dreaming, 3 (1993), págs. 243-257.
D. Wilson, S.M. Silver, W. Covi y S. Foster, “Eye Movement De-
sensitization and Reprocessing: Effectiveness and Autonomic
Correlates”, Journal of Behavior Therapy and Experimental
Psychiatry, 27 (1996), págs. 219-229.
R. Benca, W. Obermeyer, R. Thisled y J. Gillin, “Sleep and
Psychiatric Disorders: Meta-Analysis”, Archives of General
Psychiatry, 49 (1992), págs. 651-668. La intensificación de la
ansiedad es especialmente importante, como también lo es el efec-
to aparente de consolidación del recuerdo (véase nota 12). No obs-
tante, es importante señalar que, a diferencia de lo que opina la
mitología popular, la privación de sueño no suele provocar ningu-
na psicosis.
S. Freud, The Interpretation of Dreams (Nueva York: Penguin
Books, 1900/1953).
J.A. Hobson y R.W. McCarley, “The Brain as a Dream State
Generator: An Activation-Synthesis Hypothesis of the Dream
Process”, American Journal of Psychiatry, 134 (1977). págs.
1.334-1.338
J.A. Hobson, Sleep (San Francisco: Freeman, 1989).
J. Winson, “The Meaning of Dreams”, Scientific American, 262
(1990), págs. 86-96.
J. Winson, “The Biology and Function of Rapid Eye Movement
Sleep”, Current Opinion in Neurobiology, 3 (1993), págs. 243-248.
Es imposible llevar a cabo el procedimiento invasivo necesario para
NOTAS 533

aislar la onda theta equivalente en los seres humanos. Sin embargo,


Winson advirtió que los movimientos oculares rápidos del estado de
vigilia y del sueño pueden reflejar funciones complementarias al
procesamiento de información. Ver J. Winson, “The Meaning of
Dreams”, Scientific American, 262 (1990), págs. 86-96.
12 A. Kami, D. Tanne, B.S. Rubenstein, J.J. Askenasi y D. Sagi, “No
Dreams, No Memory: The Effect of REM Sleep Deprivation on
Learning a New Perceptual Skill”, Society for Neuroscience
Abstracts, 18 (1992), pág. 387.
M.J. McGrath y D.B. Cohen, “REM Sleep Facilitation of Adaptive
Waking Behavior: A Review of the Literature”, Psychological
Bulletin, 85 (1978), págs. 24-57.
182 B.A. van der Kolk, “The Body Keeps the Score: Memory and the
Evolving Psychobiology of Posttraumatic Stress Disorder”,
Harvard Review of Psychiatry, 1(1994), págs. 253-263.
También es interesante señalar que los movimientos oculares sacá-
dicos espontáneos han sido identificados como la causa de una
activación significativa del hipocampo de los simios. Véase J.L.
Ringo, S. Sobotka, M.D. Diltz y C.M. Bunce, “Eye Movements
Modulate Activity in Hippocampal, Parahippocampal, and
Inferotemporal Neurons”, Journal of Neurophysiology, 71 (1994),
págs. 1.285-1.288.
C. Hong, C. Gillin, G.A. Callaghan y S. Potkin, “Correlation of
Rapid Eye Movement Density with Dream Report Length and Not
with Movements in the Dream: Evidence Against the Scanning
Hypothesis”, Annual Meeting Abstracts, Association of
Professional Sleep Societies, panel 12, 1992.
P. Roffwarg, JN. Muzio y W.C. Dement, “Ontogenic
Development of the Human Sleep-Dream Cycle”, Science, 152
(1966), págs. 604-619.
B.A. van der Kolk y R.E. Fisler, “Childhood Abuse and Neglect
and Loss of Self-Regulation”, Bulletin of the Menninger Clinic, 58
(1994), págs. 145-168.
JE. LeDoux, “Emotion, Memory, and the Brain”, Scientific
American, junio de 1994, págs. 50-57. No cabe la menor duda de
que los niños necesitan aprender a “consolarse a sí mismos”. Pero
tal cosa, obviamente, no tiene nada que ver con el simple hecho de
ignorar el llanto del bebé.
Toda una generación de baby boomers fue criada por madres a las
que se les aconsejó no responder al llanto de sus hijos y que debían
534
E
NOTAS +4 + —————=

alimentarlos a ciertas horas. La imagen de miles de niños llorando a


solas en la oscuridad me parece tan espantosa que muchas veces me
he preguntado por sus posibles efectos psicológicos y sociológicos.
Son muchas, en este sentido, las personas que he conocido a lo largo
de los años que han descrito sus pérdidas y miedos más traumáticos
evocando la imagen de “gritar a solas en la oscuridad”, y en ocasio-
nes, ha resultado de gran ayuda señalarles que todos estábamos jun-
tos, sintiéndonos solos en medio de la oscuridad.
18. P.D. MacLean, A Triune Concept of the Brain and Behavior
(Toronto [Canadá]: University of Toronto Press, 1978).
B.A. van der Kolk, Psychological Trauma (Washington. D.C.:
American Psychiatric Press, 1987).
19% J.C. Pearce, Evolution's End (San Francisco: HarperCollins,
1993).
20. M. Kramer, “The Nightmare: A Failure in Dream Function”,
Dreaming, 1 (1991), págs. 277-285.
2 Véase M.L. Perlis y T.A. Nielsen, “Mood Regulation, Dreaming
and Nightmares: Evaluation of a Desensitization Function for
REM Sleep”, Dreaming, 3 (1993), págs. 243-237.
22 J. Gibson, “Nightmares and Night Terrors”, Parents, 66 (1991),
pág. 159.
J. Rosemond, “Night Terrors.” Better Homes and Gardens
71(1991), pág. 38.
M. Sacks, “In Dread of Night”, San Jose Mercury News, 23 de
enero de 1966, págs. 1461D-1462D.
23, Véase van der Kolk y Fisler, “Childhood Abuse and Neglect”,
págs. 145-168.
24, Tal vez, después de leer la sección anterior de este capítulo sobre
el sueño REM, el lector piense que «si pueden utilizarse tonos y
pulsos, la hipótesis REM debe estar equivocada». Pero ése no es
necesariamente el caso. Aunque la conexión existente entre el
sueño REM y la EMDR puede ser simplemente una buena analo-
gía, el hecho de que puedan utilizarse otros tipos de estímulos no
implica necesariamente la imposibilidad de activar el mismo tipo
de proceso que ocurre durante el sueño REM. Dicho en otras pala-
bras, el cuerpo es incapaz, durante el sueño, de generar tonos o
pulsos externos. Lo único que permite la inhibición neuronal
motora característica del sueño son los movimientos oculares.
Pero es evidente que, en el estado de vigilia, disponemos de
muchas otras alternativas. La cuestión consiste en estimular las
NOTAS 535

funciones corticales necesarias para procesar el material perturba-


dor. Tal vez, las funciones corticales se vean activadas, indepen-
dientemente de la naturaleza de los estímulos alternativos, por el
proceso de la atención dividida. Será, por tanto, muy interesante la
investigación que, en los próximos años, se lleve a cabo sobre los
componentes de la terapia. Pero, puesto que la EMDR es un méto-
do complejo que apela a una integración única de aspectos proce-
dentes de diversas modalidades, es de esperar que, aun en ausen-
cia de estimulación, se mantengan los efectos positivos del trata-
miento. Por eso, el análisis de los factores intervinientes debe ser
llevado a cabo con sumo cuidado. Véase F. Shapiro, Eye
Movement Desensitization and Reprocessing. Basic Principles,
Protocols, and Procedures (Nueva York: Guilford Press, 1995).
2), Véase Shapiro, Eye Movement Desensitization and Reprocessing:
Basic Principles, Protocols and Procedures (Nueva York:
Guilford Press, 1995).
26. Véase R.A. Drake, “Processing Persuasive Arguments: Recall and
Recognition as a Function of Agreement and Manipulated
Activation Asymmetry”, Brain and Cognition, 15 (1993), págs.
83-94.
ZE La investigación realizada sobre el cerebro dividido a lo largo de
los años ha puesto claramente de manifiesto las diferencias de fun-
ción, procesamiento y almacenamiento de la memoria de la que se
ocupan ambos hemisferios. Véase R. Joseph, The Right Brain and
the Unconscious (Nueva York: Plenum Press, 1992). La atención
alternativa utilizada en la EMDR puede permitir una integración
acelerada de función, memoria y efectos adaptativos.

Capítulo 7. Vínculo que atan: Los trastornos del apego


ile A. Anastasi, “Heredity, Environment, and the Question “How”?”,
Psychological Review, 65 (1958), págs. 197-208.
L. Eisenberg, “The Social Construction of the Human Brain”,
American Journal of Psychiatry, 152 (1995), págs. 1.563-1.575.
EJ. Kallmann, The Genetics of Schizophrenia (Nueva York:
Augustin, 1938).
EJ. Kallmann, “The Genetic Theory of Schizophrenia: An
Analysis of 691 Schizophrenic Twin Index Families”, American
Journal of Psychiatry, 103 (1946), págs. 309-322.
Las personas que acaban desarrollando una esquizofrenia no sue-
len tener un miembro de la familia que padezca ese trastorno.
536
nn
NOTAS

Además, si la causa de la esquizofrenia fuese exclusivamente


genética existiría una correspondencia muy elevada en los geme-
los monocigóticos (en el sentido de que, si uno la padece, el otro
debería padecerla también). Pero aunque la tasa de concordancia
sea mayor, en tal caso, que la de la población normal y la de los
gemelos dicigóticos, no supera el 30%. No cabe, pues, la menor
duda de la implicación de factores ajenos a la herencia.
MLL. Kohn, “Social Class and Schizophrenia: A Critical Review and
a Reformulation”, Schizophrenia Bulletin, 7 (1973), págs. 60-79.
D. Rosenthal, “The Heredity-Environment Issue in Schizophrenia:
Summary of the Conference and Present State of Our
Knowledge”, en The Transmission of Schizophrenia, ed. por D.
Rosenthal y S.S. Kety (Oxford, Inglaterra: Pergamon Press, 1968).
4, A.J. Sameroff, R. Seifer y M. Zax, “Early Development of
Children at Risk for Emotional Disorder”, en Monographs of the
Society for Research in Child Development, vol. 47,n? 7 (Chicago:
University of Chicago Press, 1982).
al. La información recopilada sobre el uso de la EMDR puede ayudar
a responder a una importante cuestión planteada por el doctor
Erlenmeyer-Kimling en el congreso de The Transmission of
Schizophrenia celebrado en 1968: «¿Qué tipo de input ambiental
facilita la manifestación del trastorno en personas genotípicamen-
te vulnerables y en qué sentido son éstas psicológicamente impor-
tantes?».
6. A.J. DeCasper y MJ. Spence, “Prenatal Maternal Speech Influences
Newborns” Perceptions of Speech Sounds”, Infant Behavior and
Development, 9 (1986), págs. 133-150. El entorno uterino también
puede tener un efecto directo sobre la motivación y la conducta. En
este sentido, por ejemplo, se ha descubierto que los bebés franceses
recién nacidos chupan más intensamente cuando escuchan hablar
francés que cualquier otro idioma. J. Mehler, P.W. Jusczyk y G.
Lambertz, “A Precursor to Language Development in Young
Infants”, Cognition 291 (1988), págs. 143-178.
Te Parte de esta susceptibilidad al estrés puede deberse a una hiper-
sensibilidad a ciertas condiciones provocada por el efecto del alco-
hol sobre el feto.
8. S.H. Dinwiddie y C.R. Cloninger, “Family and Adoption Studies
in Alcoholism and Drug Addiction”, Psychiatric Annals,
21(1991), págs. 206-214.
K.S. Kendler, A.C. Heath, M.C. Neale, R.C. Kessler y L.J. Eaves,
NOTAS 7)

“A Population-Based Twin Study of Alcoholism in Women”,


Journal of the American Medical Association, 2681 (1992), págs.
1.877-1.882.
Sameroff, Seifer y Zax, “Early Development of Children at Risk
for Emotional Disorder.”
10. D.M. Bullard, H.H. Glaser, M.C. Heagarty y E.C. Pivcheck,
“Failure to Thrive in the Neglected Child”, American Journal of
Orthopsychiatry, 37 (1967), págs. 680-690.
D. Calof, “Self-Injurious Behavior: Treatment Strategies”, (artícu-
lo presentado en el cuarto encuentro anual de la Eastern Regional
Conference on Abuse and Multiple Personality, celebrado en
Alexandria en junio de 1992).
12: Aunque, en este caso, Joan esté formulando una afirmación a
Ashley al tiempo que dirige sus movimientos oculares, esta prác-
tica no tiene nada que ver con la hipnosis. Los registros encefalo-
gráficos que se producen durante la hipnosis indican la presencia
de un aumento de las ondas alfa, beta y theta, directamente asocia-
das al aumento de la sugestibilidad, hasta el punto de que los hip-
notizadores de teatro pueden conseguir que las personas ladren
como perros o actúen como pollos. Las lecturas de la EEG de quie-
nes están atravesando una EMDR no muestran esas pautas de onda
cerebral, sino que presentan un tipo de ondas cerebrales asociado
a los parámetros normales de la vigilia, donde la persona perma-
nece completamente consciente y es menos sugestionable de lo
habitual a información inadecuada. Así pues, la afirmación reali-
zada por Joan era cierta porque, en caso contrario, Ashley se
hubiera sentido mal y la hubiera rechazado. Éste es un punto
corroborado por los informes realizados por los terapeutas que,
durante los últimos siete años, han estado utilizando la EMDR con
miles de clientes. Así pues, la EMDR no interfiere con las creen-
cias ni con los sentimientos apropiados y tampoco lleva a la per-
sona a creer en algo que no sea cierto.

Capítulo 8. La curación de los estragos causados por la violación


14 M. Amir, Patterns in Forcible Rape (Chicago: University of
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Hoy en día se estima que, entre el 10 y el 50% de las mujeres de
los Estados Unidos, han sido víctimas, en algún que otro período
de su vida, de una agresión sexual.
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NOTAS 539

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T.W. McCahill, L.C. Meyer y A.M. Fishman, The Aftermath of
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La remisión espontánea es la recuperación que se da sin haber
recibido ningún tratamiento duranmte un período de uno a tres
meses después del trauma.
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diles R. Janoff-Bulman, Shattered Assumptions (Nueva York: Free
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J.L. Krupnick y M.J. Horowitz, “Stress Response Syndromes:
Recurrent Themes”, Archives of General Psychiatry, 38 (1981),
págs. 428-435.
B.A. van der Kolk, “The Body Keeps the Score: Memory and the
Evolving Psychobiology of Posttraumatic Stress”, Harvard
Review of Psychiatry, 1 (1994), págs. 253-265.
S.A. Wilson, L.A. Becker y R.H. Tinker, “Eye Movement Desensitization
and Reprocessing (EMDR) Treatment for Psychologically Traumatized
Individuals”, Journal of Consulting and Clinical Psychology, 63 (1995),
págs. 928-937.
S.A. Wilson, L.A. Becker y R.H. Tinker, “15-Month Follow-up of
Eye Movement Desensitization and Reprocessing (EMDR)
Treatment for Psychological Trauma”, Journal of Consulting and
Clinical Psychology, en prensa.

Capítulo 9. Atravesando el duelo


le G. Everley, ed., Innovations in Disaster and Trauma Psychology
(Elliot City, Md.: Chevron Publishing, 1995).
2 Son muchos, hoy en día, los servicios policiales de los Estados
Unidos que están utilizando la EMDR. Pero hay que decir que no
se utiliza inmediatamente después de un homicidio porque, en cier-
540
A
NOTAS

tas ocasiones, el tratamiento con la EMDR provoca el desvaneci-


miento completo de las imágenes relativas al evento. Aunque el
cliente sepa lo que sucede, este ensombrecimiento o cambio de la
imagen traumática puede entrar en conflicto con la necesidad de la
policía de testificar en un juicio y de proporcionar una descripción
detallada de la escena original del crimen. Aunque los policías pue-
dan provocar la resolución emocional a través de la EMDR, tal vez
sea necesario que sigan sufriendo hasta concluir el juicio. La posi-
bilidad de que la imagen se diluya y las emociones se devanezcan
como resultado del tratamiento con la EMDR también debe ser
tenida en cuenta en lo que respecta a los posibles testigos.
3: Los problemas que aquejan a los miembros del personal de emer-
gencia aumentan espectacularmente cuando la persona fallecida o
herida se asemeja a un ser querido.
4, S. Zisook y R. DeVaul, “Grief, Unresolved Grief, and Depression”,
Psychomatics, 24 (1983), págs. 247-256.
Se T. Rando, Treatment of Complicated Mourning (Champaien, 111.:
Research Press, 1993). Este excelente libro nos proporciona una
visión completa de los distintos tipos de duelo y de las fases que
conducen a la curación. El uso de la EMDR no elimina, en modo
alguno, las necesidades de recordar y atravesar el duelo. Las fases
de la curación y seis grandes procesos del duelo descritos por la
doctora Rando se despliegan de manera completa y natural, como
pone de manifiesto la transcripción presentada en este capítulo.
6. Esta verbalización de Mia expresa una comprensión muy profunda.
Pero no deberíamos olvidar que la investigación clínica y empírica
ha demostrado que la muerte de un hijo es la más difícil de las pér-
didas que una persona puede atravesar —una pérdida más dolorosa
que la muerte de cualquier otro miembro de la familia—. No existe
la menor duda de que esa situación es la que más riesgo de compli-
caciones del duelo presenta. En cualquiera de los casos, sin embar-
go, el sujeto debe terminar asimilando la pérdida. Cuando Mia se
curó y estableció contacto con sus recursos espirituales, pudo
advertir que todas las conexiones se llevaban a cabo y pudo perma-
necer en paz y dejar de preguntarse “por qué”. Tengamos en cuen-
ta que la EMDR no se ocupa tan sólo de “desensibilizar” el dolor,
sino que reprocesa la experiencia. Son muchas las madres a las que
he escuchado verbalizar su comprensión diciendo algo así como:
«Le siento en mi corazón. Estoy muy agradecida por el tiempo que
hemos vivido juntos. Finalmente está en un lugar mejor».
NOTAS 541

Capítulo 10. Rompiendo los grilletes de la dependencia


1 J. Davidson, D. Hughes, D. Blazer y L. George, “Post-Traumatic
Stress Disorder in the Community: An Epidemiological Study”,
Psychological Medicine, 21(1991), págs. 713-721.
Las investigaciones realizadas en este sentido indican que cerca
del 75% de las víctimas del TEPT asociado a la guerra son tam-
bién grandes consumidoras de substancias y que, en este sentido,
las diferentes poblaciones de víctimas del TEPT presentan tasas
también distintas. Según varios estudios, sin embargo, el 50% de
las víctimas de la guerra y de la agresión sexual que han desarro-
llado un TEPT siguen padeciendo el trastorno. De hecho, en la
población de los Estados Unidos existe un 9% de prevalencia del
TEPT al que las víctimas suelen enfrentarse tomando substancias
que amortiguan su dolor, como el alcohol, la cocaína, las anfeta-
minas, la heroína o incluso la comida. Los lectores que estén inte-
resados en una discusión más detallada sobre las investigaciones
realizadas al respecto pueden echar un vistazo a B.L. Green,
“Psychosocial Research in Traumatic Stress: An Update”, Journal
of Traumatic Stress, 7 (1994), págs. 341-362.
Quienes esten interesados en una excelente revisión de la relación
que existe entre el trauma y el abuso de substancias, pueden leer el
artículo de J.E. Zweben, W. Clar y D.E. Smith, “Traumatic
Experiences and Substance Abuse: Mapping the Territory”, Journal
of Psychoactive Drugs, 26 (1994), págs. 327-344.
S. Brown, “Alcoholism and Trauma: A Theoretical Overview
and Comparison”, Journal of Psychoactive Drugs, 26 (1994),
págs. 345-355.
D. Goodwin, “Is Alcoholism Hereditary?”, Archives of General
Psychiatry, 25 (197), págs. 545-549.
En M. Schuckit y J. Duby, “Alcohol-Related Flushing and the
Risk for Alcoholism in the Sons of Alcoholics”, Journal of
Clinical Psychiatry, 43 (1982), págs. 415-518.
DR. Cloninger, “Genetic and Environmental Factors in the
Development of Alcoholism”, Journal of Psychiatric Treatment
Evaluation (especial monográfico sobre el alcoholismo, ed. por S.
Blume, 1983).
El diagnóstico formal de Silke afirmaba que Amy padecía un tras-
torno de personalidad evitativa. Un trastorno de personalidad es
una enfermedad en la que la persona desarrolla, para minimizar el
dolor, rasgos o pautas de conducta disfuncionales duraderos.
542 NOTAS

Aunque todo el mundo teme el rechazo, la extraordinaria sensibi-


lidad de Amy le impedía emprender cualquier relación hasta estar
completamente segura de no ser rechazada. El largo historial de
depresión de Amy también es un aspecto del trastorno de persona-
lidad evitativo y uno de los desencadenantes habituales del abuso
de substancias.
Como su nombre indica. el procesamiento acelerado también
implica un aprendizaje acelerado. Nosotros apelamos a la EMDR
para enseñar nuevas habilidades y conductas que preparen a las
personas para el futuro. Después de asegurarnos de que el cliente
entienda intelectualmente los conceptos y razones de la conducta,
el cliente se imagina dando los pasos necesarios durante series
sucesivas de movimientos oculares de modo que cuando la situa-
ción suceda en la vida real, se encuentre en una posición más ade-
cuada para enfrentarse a ella.
D. Finklehor y D. Dziuba-Leatherman, “Victimization of
Children”, American Psychologist, 49 (1994), págs. 173-183.
D. Finklehor, G. Hotaling, LA. Lewis y C. Smith, “Sexual Abuse
in a National Survey of Adult Men and Women: Prevalence,
Characteristics, and Risk Factors”, Child Abuse and Neglect, 14
(1990), págs. 191-228.
Esta encuesta nacional indica que el 16% de los hombres adultos
y el 27% de las mujeres adultas fueron víctimas, durante su infan-
cia, de abuso sexual. La prevalencia del abuso sexual se ha visto
dificultada por el debate en torno a la fiabilidad de la memoria. Es
cierto que los clientes pueden verse engañados por terapeutas que
les proporcionan información inexacta sobre la infalibilidad de sus
recuerdos. De hecho, ningún “recuerdo” o imagen emergente de
un abuso remoto antes olvidado puede ser considerado biográfica-
mente exacto sin corroboración externa. Además, los clientes tam-
bién pueden verse engañados por agresores que se empeñan en
negar el abuso. Á veces la negación es sincera, porque el abuso se
produjo durante un período de pérdida de la conciencia debido al
alcohol u otro estado disociado. Cuando está sobrio, el agresor no
puede admitir que ha hecho lo que ha hecho y reacciona ante la
acusación indignándose. En este sentido, el abuso de substancias
suele ser una de las causas de la violencia que acaba convirtiéndo-
se fácilmente en un efecto. Por eso, en tal caso puede establecerse
una cadena continua de violencia y agresión que acaba transmi-
tiendo el mismo problema a la siguiente generación.
NOTAS 543

Afortunadamente, la eficacia de la terapia EMDR no depende de la


exactitud biográfica del recuerdo. Poco importa, en este sentido, que
el recuerdo sea exacto, el producto de un trauma vicario o un com-
pleto error. Independientemente de la validez, el objetivo de la
EMDR consiste en eliminar su influencia negativa sobre el cliente.
C. Downing, “Surrender to Powerlessness and Its Relationship to
Relapse in Recovering Alcoholics” (Ph.D. diss., Saybrook
Institute, San Francisco, 1991). Citado en R.H. Kitchen, “Relapse
Therapy”, EMDR Newsletter, 1 (1991), págs. 4-6.
10. B.O. Rothbaum, “How Does EMDR Work?”, Behavior Therapist,
15 (1992), pág. 34.

Capítulo 11. La última puerta: Enfrentándonos la enfermedad, la


incapacidad y la muerte
En el núcleo de cualquier experiencia traumática hay una sensa-
ción de horror e incluso miedo a la muerte. Independientemente de
las razones evidentes de muchas de nuestras reacciones perturba-
doras de ansiedad, angustia o malestar, todo parece reducirse,
desde un punto de vista evolutivo, al miedo primordial de que está
en juego nuestra misma supervivencia. Este miedo parece estar
operando en situaciones que, objetivamente consideradas, no ame-
nazan, en modo alguno, nuestra vida. ¿De qué otro modo podría-
mos explicar las intensas reacciones que experimentamos cuando
nos humillan en la escuela, cuando nuestros padres nos abandonan
en un campo de veraneo? ¿Por qué, cuando perdemos un trabajo,
nos imaginamos viviendo ya debajo de un puente? ¿Por qué, cuan-
do se rompe una relación, creemos que moriremos solos y que ya
nadie nos querrá? ¿Es que acaso, en nuestra configuración fisioló-
gica, hay integrada una alarma de supervivencia que se dispara
cada vez que sentimos amenazado nuestro bienestar? Hubo un
tiempo en el que vernos separados del rebaño significó la muerte,
y quizás una experiencia semejante provoque una respuesta emo-
cional equivalente.
Todo esto es ciertamente muy especulativo, pero no hay nada que
ponga más de manifiesto el miedo a la muerte que las lesiones y
las enfermedades físicas serias. Aunque, técnicamente hablando,
las personas que padecen una enfermedad no pueden ser diagnos-
ticadas clínicamente de TEPT a menos que la situación clínica
amenace su vida, sus consecuencias psicológicas son igualmente
devastadoras. ¡Hay veces incluso en las que la enfermedad se
544
A A
NOTAS
A

complica porque la persona considera su propio cuerpo como un


agresor ineludible!
Ze Una interacción de factores parece evidente. La genética puede
provocar una susceptibilidad a ciertas enfermedades, y en este sen-
tido, hay personas que pueden ser más proclives al ataque cardía-
co y otras a los problemas pulmonares o al cáncer. También exis-
ten factores ambientales, como las toxinas o la radiación, que pue-
den tener un impacto muy poderoso. La evidencia clínica también
pone de relieve la presencia de factores psicológicos. Un sistema
inmunitario sano puede protegerse adecuadamente de la enferme-
dad, pero cuando el sistema inmunitario se ve debilitado debido a
un gran número de factores, incluyendo algunos tipos de estrés
psicológico agudo o crónico, la persona puede dejar de ser capaz
de evitar la enfermedad.
N. Cousins, Anatomy of an Illness (Nueva York: Norton, 1979).
N. Cousins, Head First: The Biology of Hope (Nueva York:
Norton, 1989).
K.R. Pelletier, Mind as Healer, Mind as Slayer (Nueva York:
Delacorte, 1977).
E.L. Rossi, The Psychobiology of Mind-Body Healing (Nueva
York: Norton, 1986).
B. Siegal, Peace, Love and Healing (Nueva York: Harper « Row,
1989).
G. Solomon y L. Temoshok, “An Intensive Psychoimmunologic
Study of Long-Surviving Persons with AIDS”, Annals of the New
York Academy of Science, 496 (1987), págs. 647-655.
Sd También llamado estadio 1V.
4, La ansiedad, la depresión, los pensamientos obsesivos y la tenden-
cia a preocuparse excesivamente forman parte de nuestro horizon-
te clínico cuando nos vemos enfrentados a una enfermedad que
pone en peligro nuestra vida. Son muchas las personas que, ade-
más de sentirse impotentes, se ven asustadas por imágenes obsesi-
vas hasta el momento del diagnóstico. Hay veces en las que la
insensibilidad o la frialdad de los médicos pueden llevar al pacien-
te a creer que les están dictando una sentencia de muerte. Este tipo
de imágenes, en el caso de que existan, se convierten en el objeto
fundamental de la sesión de EMDR. Dado que la enfermedad
puede ser un trauma continuo, la EMDR puede ser utilizada con
perturbaciones que no han remitido en anteriores procedimientos
médicos o como preparación de algunos futuros. Para muchos
NOTAS 545

enfermos, además, las relaciones con la familia y los amigos pue-


den también convertirse en todo un problema. No olvidemos que
hay casos en los que la persona en la que más confiamos no puede
enfrentarse a la situación y hace que las cosas empeoren. Es
importante que los pacientes cancerosos aprendan a ubicarse en el
escalón superior de la lista de prioridades, lo que quizás no resul-
te sencillo, porque podría tratarse de la primera vez en que han
dejado de ocuparse de los demás.
O.C. Simonton y J. Creighton, Getting Well Again (Nueva York:
Bantam Books, 1982).
Las células-T, cuyo recuento normal gira en torno a 800-1.300,
nos defienden de los virus.

Capítulo 12. Visiones del futuro: La DRMO en el mundo


¡E En junio de 1996 aparecieron cinco estudios en los Archives of
General Psychiatry que pusieron de manifiesto la existencia de un
vínculo entre la salud mental y la criminalidad. El 80% de casi
30.000 mujeres pendientes de juicio tenía un historial de enferme-
dad mental y el 70% había presentado síntomas de trastorno psi-
cológico en los últimos seis meses. Estos estudios también eviden-
ciaron la elevada incidencia de la exposición al trauma, incluida
una documentada historia de abuso sexual en un elevado porcen-
taje de esas personas. El editorial concluía señalando «la existen-
cia de un vínculo, que no deberíamos desdeñar, entre la violencia,
el crimen y la enfermedad mental».
¿Puede acaso el tratamiento de los recuerdos traumáticos de los
programas de prevención del crimen tener un impacto significati-
vo sobre la incidencia de la violencia y la criminalidad? Uno de los
objetivos principales de algunos investigadores de la EMDR con-
siste en emprender estudios a gran escala para investigar la posi-
bilidad de utilizar la EMDR en los sistemas penitenciarios y en los
programas de prevención del crimen puestos en marcha en los
barrios más degradados de las ciudades. Éste es un proyecto espe-
cial que se halla bajo los auspicios de la EMDR Humanitarian
Assistance Programs, una organización sin fines de lucro dedica-
da a llevar la EMDR a cualquier parte del mundo que haya sufri-
do una catástrofe que la requiera. (Véase Apéndice A.)
El reverendo David Price afirma que «está preparándose un amplio
estudio científicamente diseñado ahora para corroborar la validez de
los resultados de este pequeña prueba en los pedófilos. El protocolo
546
ere
EE HH
NOTAS

de la EMDR no sólo proporciona esperanza para reprocesar viejos


recuerdos traumáticos, sino una intervención positiva para acabar
eficazmente con las pautas de conducta criminal. Como sacerdote
considero que la sacralidad intrínseca del cuerpo y su capacidad de
curar nos viene dada por Dios y se ve actualizada gracias a la
EMDR». De este modo, es posible unir la fe y la ciencia. Aunque
dos pequeños estudios (véase Apéndice B) informen de resultados
similares relativos al cambio y la renuncia a las conductas agresivas
o a las conductas de alto riesgo en todo el país, todavía es necesaria
mucha más investigación. Por el momento, sin embargo. el comen-
tario del reverendo me parece completamente acertado porque lo
que la EMDR ofrece básicamente es esperanza.

Apéndice D
ll: De Jongh, A., Ten Broeke, E. y Renssen, M.R. (1999). “Treatment
of Specific Phobias with Eye Movement Desensitization and
Reprocessing (EMDR): Protocol, Empirical Status, and
Conceptual Issues.” Journal of Anxiery Disorders, 13, págs. 69-85.
De Jongh, A., van den Oord, H.J.M. y Ten Broeke, E. (2002).
“Efficacy of Eye Movement Desensitization and Reprocessing
(EMDR) in the Treatment of Specific Phobias: Four Single-case
Studies on Dental Phobia.” Journal of Clinical Psychology, 58,
págs. 1.489-1.503.
Marks, I., Lovell, K., Noshirvani, H., Livanou, M. y Thrasher, S.
(1998). Treatment of Post-traumatic Stress Disorder by Exposure
and/or Cognitive Restructuring.” Archives of General Psychiatry,
S5, págs. 317-325.
Muris, P. y Merckelbach, H. (1997). “Treating Spider Phobias with
Eye Movement Desensitization and Reprocessing: A Controlled
Study.” Behavioral and Cognitive Psychotherapy, 25, págs. 39-50.
Muris, P., Merckelbach, H., van Haaften, H. y Nayer, B. (1997).
“Eye Movement Desensitization and Reprocessing Versus
Exposure in Vivo.” British Journal of Psychiatry, 171, págs. 82-86.
Muris, P, Merckelbach, H., Holdrinet, L. y Sijsenaar, M. (1998).
“Treating Phobic Children: Effects of EMDR Versus Exposure.”
Journal of Consulting and Clinical Psychology, 66, págs. 193-198.
Shapiro, F. (1999). “Eye Movement Desensitization and
Reprocessing (EMDR) and the Anxiety Disorders: Clinical
Research Implications of an Integrated Psychotherapy Treatment.”
Journal ofAnxiety Disorders, 13, págs. 35-67.
NOTAS 547

Ver nota 1.
Feske, U. y Goldstein, A. (1997). “Eye Movement Desensitization
and Reprocessing Treatment for Panic Disorder: A Controlled
Outcome and Partial Dismantling Study.” Journal of Consulting
and Clinical Psychology, 36, págs. 1.026-1.035.
10. Goldstein, A. y Feske, U. (1994). “Eye Movement Desensitization
and Reprocessing for Panic Disorder: A Case Series.” Journal of
Anxiety Disorders, 8, págs. 351-362.
ME Véase nota 9.
12. Goldstein, A.J., de Beurs, E., Chambless, D.L. y Wilson, K.A.
(2000). “EMDR for Panic Disorder with Agoraphobia: Comparison
with Waiting-list and Credible Attention-placebo Control
Condition.” Journal of Consulting and Clinical Psychology, 68,
págs. 947-956.
137 Shapiro, F. (2001). Eye Movement Desensitization and
Reprocessing Basic Principles, Protocols, and Procedures (2* ed.)
(págs. 362-363). Nueva York: Guilford.
14. Shapiro, F. (1995). Eye Movement Desensitization and
Reprocessing. Basic Principles, Protocols, and Procedures. Nueva
York: Guilford.
Shapiro, F (1989). “Eye Movement Desensitization: A New
Treatment for Post-traumatic Stress Disorder.” Journal of Behavior
Therapy and Experimental Psychiatry, 20, págs. 211-217.
Shapiro, F. (1989). “Efficacy of the Eye Movement
Desensitization Procedure in the Treatment of Traumatic
Memories.” Journal of Traumatic Stress, 2, págs. 199-223.
Véase nota 15.
Véase nota 16.
Antrobus, J.S. (1973). “Eye Movements and Non-visual Cognitive
Tasks.” En V. Zikmund (ed.), The oculomotor system and brain
functions (págs. 354-368). Londres: Butterworths.
20. Antrobus, J.S., Antrobus, J.S. y Singer, J. (1964). “Eye Movements,
Accompanying Daydreams, Visual Imagery, and Thought
Suppression.” Journal of Abnormal and Social Psychology, 69,
págs. 244-252.
211% Chemtob, C.M., Tolin, D.F, van der Kolk, B.A. y Pitman, R.K.
(2000). “Eye Movement Desensitization and Reprocessing”, en
E.A.Foa, T.M. Keane y M.J. Friedman (eds.), Effective treatments
for PTSD: Practice guidelines from the International Society for
Traumatic Stress Studies. Nueva York: Guilford.
548 NOTAS

pibe Kazdin, A.E. (1994). “Methodology, Design, and Evaluation in


Psychotherapy Research”, en A.E. Bergin y S.L. Garfield (eds.),
Handbook of psychotherapy and behavior change (4* ed., págs.
19-71). Nueva York: Wiley.
Kazdin, A.E. (1998). Research design in clinical psychology (3*
ed.). Needham Heights, MA: Allyn £ Bacon.
Kazdin, A.E. y Bass, D. (1989). “Power to Detect Differences
Between Alternative Treatments in Comparative Psychotherapy
Outcome Research.” Journal of Consulting and Clinical
Psychology, 57, págs. 138-147.
23: Véase nota 21.
24. Wolpe, J. (1990). The practice of behavior therapy (4* ed.). Nueva
York: Pergamon Press.
2 Davidson, P.R. y Parker, K.C.H. (2001). “Eye Movement
Desensitization and Reprocessing (EMDR): A Meta-analysis.”
Journal of Consulting and Clinical Psychology, 69, págs. 305-316.
26. Montgomery, R.W. y Ayllon, T. (1994). “Eye Movement
Desensitization Across Subjects: Subjective and Physiological
Measures of Treatment Efficacy.” Journal of Behavior Therapy
and Experimental Psychiatry, 25, págs. 217-230.
2 Lohr, J.M., Tolin, D. y Kleinknecht, R.A. (1995). “An Ontensive
Investigation of Eye Movement Desensitization of Medical
Phobias.” Journal of Behavior Therapy and Experimental
Psychiatry, 26, págs. 141-151.
28. Lohr, J.M., Tolin, D.F. y Kleinknecht, R.A. (1996). “An Intensive
Investigation of Eye Movement Desensitization of
Claustrophobia.” Journal of Anxiety Disorders, n*. 10, págs. 73-78.
29. Acierno, R., Tremont, G., Last, C. y Montgomery, D. (1994).
“Tripartite Assessment of the Efficacy of Eye Movement
Desensitization in a Multiphobic Patient.” Journal of Anxiety
Disorders, 8, págs. 259-276.
30. Devilly, G.J., Spence, S.H. y Rapee, R.M. (1998). “Statistical and
Reliable Change with Eye Movement Desensitization and
Reprocessing: Treating Trauma with a Veteran Population.”
Behavior Therapy, 29, págs. 435-455.
ni Rentfrey, G. y Spates, C.R. (1994). “Eye Movement Desensitization
and Reprocessing: A Partial Dismantling Procedure.” Journal of
Behavior Therapy and Experimental Psychiatry, 25, págs. 231-239.
SA Véase nota 22.
dS Véase nota 30.
NOTAS 549

34. Boudewyns, P.A y Hyer, L.A. (1996). “Eye Movement


Desensitization and Reprocessing (EMDR) as Treatment for Post-
traumatic Stress Disorder (PTSD).” Clinical Psychology and
Psychotherapy, 3, págs. 185-195.
3 Pitman, R.K., Off, S.P, Altman, B., Longpre, R.E., Poire, R.E. y
Macklin, M.L. (1996). “Emotional Processing During Eye
Movement Desensitization and Reprocessing Therapy of Vietnam
Veterans with Chronic Post-traumatic Stress Disorder.”
Comprehensive Psychiatry, 37, págs. 419-429.
36. Carrigan, M.H. y Levis, D.J. (1999). “The Contributions of Eye
Movements to the Efficacy of Brief Exposure Treatment for
Reducing Fear of Public Speaking.” Journal of Anxiety Disorders,
13, págs. 101-118.
Sanderson, A. y Carpenter, R. (1992). “Eye Movement
Desensitization Versus Image Confrontation: A Single Session
Crossover Study of 58 Phobic Subjects.” Journal of Behavior
Therapy and Experimental Psychiatry, 23, págs. 269-275.
Sólo hay dos ejemplos de análisis de componentes orientados a
poblaciones subclínicas. Los lectores interesados en este tipo de
análisis y en los parámetros de investigación sugeridos pueden
echar un vistazo a mi libro Shapiro, F. (2001. Eye movement desen-
sitization and reprocessing. Basic principles, protocols, and proce-
dures. Nueva York: Guilford.
Sn Véase nota 21.
38. Andrade, J., Kavanagh, D. y Baddeley, A. (1997). “Eye-move-
ments and Visual Imagery: A Working Memory Approach to the
Treatment of Post-traumatic Stress Disorder.” British Journal of
Clinical Psychology, 36, págs. 209-223.
59% Lipke, H. (2000). EMDR and Psychotherapy Integration, Boca
Raton, FL: CRC Press.
40. Bergmann, U. (2000). “Further Thoughts on the Neurobiology of
EMDR: The Role of the Cerebellum in Accelerated Information
Processing.” Traumatology, 6. Disponible en:
http://www.fsu.edu/-trauma/
41. Servan-Schreiber, D. (2000). “Eye Movement Desensitization and
Reprocessing: Is Psychiatry Missing the Point?” Psychiatric
Times, 17, págs. 36-40.
42. Stickgold, R. (2002). “EMDR: A Putative Neurobiological
Mechanism of Action.” Journal of Clinical Psychology, 38,
págs. 61-75.
550 NOTAS

43. Armstrong, M.S. y Vaughan, K. (1996). “An Orienting Response


Model of Eye Movement Desensitization.” Journal of Behavior
Therapy and Experimental Psychiatry, 27, págs. 21-32.
44. MacCulloch, M.J. y Feldman, P. (1996). “Eye Movement
Desensitization Treatment Utilizes the Positive Visceral Element
of the Investigatory Reflex to Inhibit the Memories of Post-trau-
matic Stress Disorder: A Theoretical Analysis.” British Journal of
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45. Barrowcliff, A.L., Gray, N.S., Freeman, T.C.A. y MacCulloch,
MJ. (en prensa). “Eye-movements Reduce the Vividness,
Emotional Valence and Electrodermal Arousal Associated with
Negative Autobiographical Memories.” Journal of Forensic
Psychiatry and Psychology.
Barrowcliff, A.L., Gray, N.S., MacCulloch, S., Freeman, T.C.A. y
MacCulloch, M.J. (2003). “Horizontal Rhythmical Eye-move-
ments Consistently Diminish the Arousal Provoked by Auditory
Stimuli.” British Journal of Clinical Psychology, 42, págs. 289-
302.
46. Kuiken, D., Bears, M., Miall, D. y Smith, L. (2002). “Eye
Movement Desensitization and Reprocessing Facilitates
Attentional Orienting”, Imagination, Cognition and Personality,
21, págs. 3-20.
47. Véase nota 42.
48. Christman, S.D., Garvey, K.J., Propper, R.E. y Phaneuf, K.A.
(2003). “Bilateral Eye Movements Enhance the Retrieval of
Episodic Memories.” Neuropsychology, 17, págs. 221-229.
49. Véase nota 38.
50. Kavanagh, D..J., Freese, S., Andrade, J. y May, J. (2001). “Effects
of Viso-spatial Tasks on Desensitization to Emotive Memories.”
British Journal of Clinical Psychology, 40, págs. 267-280.
Sl Van den Hout, M., Muris, P., Salemink, E. y Kindt, M. (2001).
“Autobiographical Memories Become Less Vivid and Emotional
After Eye Movements.” British Journal of Clinical Psychology,
40, págs. 121-130.
S2. Véase nota 50.
30 Véase nota 51.
ÍNDICE

abuso de substancias, y tratamiento con la EMDR,


y cambio de la conducta 149-150
aprendida, 326-327 apego, trastornos del,
candidatos del, 345-346 caso de una madre, 223-236
mecanismos básicos de caso de una niña con, 222-224,
enfrentamiento, 358-359 240-252
recaída en el, 351-352 EMDR de niños con, 240-252
recuerdos traumáticos, 99 juego psicoterapéutico para
uso de la EMDR para tratar niños con, 236-240
el, 326-328, 358-359 atención e hiperactividad (TDAH),
aceptación trastorno de déficit de,
y recuerdos traumáticos, 69-70 diagnóstico de Davy, 204
adictos, recuperación de, ayuda para niños con, 221
factores de la recaída repetida, atletas, uso de la EMDR, 431
360-362 autocuración,
síntomas y posibilidad de y comprensión del sujeto, 81-82,
recaída, 351-352 107-108
agresión sexual, 257-262, 274 en el sistema EMDR, 50-51
ver también violación; autoestima,
alcohol, baja, 350
efecto fetal del, 199,201, 204, después de superar el miedo,
2,17 161-162
hijos de padres alcohólicos, y recuerdos traumáticos, 69-70
229-231
trabajo clínico con alcohólicos, bipolar, trastorno, ver maníaco-
325-326 depresivo, trastorno;
Andrew, víctimas del huracán, 162
ansiedad, trastornos de, cabeza, balanceo de la, 199, 203
medicación de los, 166-167 cáncer, pacientes de,
y relación con las experiencias abordando el miedo a las opera-
vitales, 148-150 ciones o a la muerte, 369-370
552 ÍNDICE

caso de la niña colombiana, cognición positiva,


410-411 centrándonos en la idea
tratamiento del cáncer de “Estoy seguro”, 276-277
próstata, 375-386 de un fuerte sistema inmunita-
uso de la EMDR para tratar el rio, 384
cáncer de mama, 386-387 “Hago las cosas lo mejor que
cerebral en colores, mapa, 205-206 puedo”, 184, 323
cirugía, “Puede estar cómodo y contro-
miedo asociado a la, 199-200, lar las cosas”, 71-72
387 comprensión,
citomegalovirus (CMV), 388 emergencia de la, 289
cliente/paciente, espontánea, 107-108, 118-119
confianza en la relación, y pensamientos autocurativos,
125-126 81-82
estrategia de enfrentamiento, en la terapia grupal, 104
347 condicionamiento,
resultados terapéuticos positi- y estímulo-respuesta, 150-152
vos, 441-442 operante, 150-152
y terapia EMDR, 358-359 y sueño REM, 186-187
clínico, conductual, terapia,
elección del, 79, 439-440 técnica de exposición, 258-260
en la EMDR-HAP, 435-437 confianza
fases del tratamiento EMDR, recuerdos traumáticos, 69-70
122-123 control,
formación en la terapia y ataques de pánico, 178
EMDR, 52-54, 437, 441 del cliente en la sesiones
licencia para ejercer, 52-53 EMDR, 131
uso de la EMDR para tratar de las cosas, 71-72
las fobias, 153-154 en los niños, 225
cognición, en los pacientes de cáncer,
cambiar la negativa en positi- 386-387
va, 295-316, 345-350 perder el, 71-72, 178
e interrelación, 234, 243 recuperar el, 275
negativa y positiva, 124-125 y uso de la EMDR, 74
cognición negativa, creencias,
“He perdido el control”, 71 y actualizar nuestro potencial, 394
“Me están observando. de los atletas olímpicos, 431
No estoy seguro”, 276-277 cambiar las negativas por
de niños pequeños, 212-217 positivas, 68, 104-117,
“No puedo...”, 274-75 261-262, 279-282
ÍNDICE 553

EMDR como refuerzo positivo y uso de la EMDR, 52-53,


de las, 129-130, 347, 263-264
396-397
“He perdido el control”, 71, demencia (y sida), 387-388
178 Department of Veterans Affair
y movimientos oculares, 347 (VA), 101-02
negativas, 63-64, 127-128, 261 depresión,
“No puedo lograrlo”, 374-375, medicación para la, 294
381-383 severa, 411-414
“No sé quién soy”, 178 uso de la EMDR para salir de
de los pacientes con sida, 63-64 la, 418-419
positivas sobre uno mismo, de las víctimas de accidentes
129-131, 262 mineros, 366
y puntuación de los sujetos, ver también maníaco-depresivo,
68 trastorno;
sobre uno mismo en la EMDR, desastres naturales,
274-275 efectos de un tornado, 168-176
“Todo lo que hago está mal”, huracán Andrew, 162
109 terremoto, 400-401
culpa, como traumas con “T”
por haber sobrevivido a la mayúscula, 62
muerte, 180-181 desensibilización,
y psiquiatras, 137-141 definición, 57
como reacción ante la muerte, fase cuatro del tratamiento
284 EMDR, 128-129
de los veteranos de guerra y movimientos oculares, 57-58
israelíes, 419-421 sistemática, 82-84
de las víctimas de abuso disociación, 274
sexual, 132-137 dolor,
de las victimas de una viola- acciones para amortiguar el,
ción, 137-146 99-100
culparse a uno mismo, evitación del, 285-286
de los toxicómanos, 358-359 físico, 368-370, 375-383,
curativo, proceso, 403-404
métodos para curar los traumas, del miembro fantasma, 406-407
48-49 por la pérdida de un ser
y procesamiento de la memoria, querido, 283-284
231-236, 263-264 y suicidio, 411-412
relacionado con la pérdida de tratamiento con la EMDR del
un hijo, 295-316 403-408
554
A
ÍNDICE

de los veteranos de Vietnam, y trastornos de ansiedad,


99-101 149-150
de las víctimas de un trauma, en el tratamiento de la fobia a
121-122 conducir, 158-159
de la violencia en los países EMDR Humanitarian Assistance
balcánicos, 422-424 Programs (EMDR-HAP), Inc.
drogas, 422-423, 435-437
sobredosis, 294 EMDR Institute, 437
éxito de la EMDR en el trata- EMDR Internacional Association
miento de adictos, 325-327 (EMDRIA), 437-438
EMDR, investigaciones sobre la,
EEG (electroencefalograma), 48-49, 447-464
cuantitativo (EEGC), 206 EMDR, protocolos,
durante la terapia EMRD, 505 implicaciones de los diferentes,
y estadios del sueño, 186 400-401
lecturas durante la hipnosis, en el tratamiento de las
547n12 fobias, 154-155
ejecución usando la EMDR, para las víctimas recientes de
mejora de la, 430-431 un trauma, 401
EMDR, EMDR, tratamiento,
condicionamiento estímulo- conceptos neurofisiológicos
respuesta, 150-153 usados en el, 52
y descondicionamiento, 150-151 definición de series en,
efectos biológicos del, 52-53 57-58
y estrategias sanas de enfren- del dolor físico, 368-370,
tamiento, 347 375-383, 403-404
éxito del, 49-53, 87-88, 89 ejemplo de sesión, 73-78
e información experiencial, éxito con los niños en el,
191 205-206
e interrelación cognitiva, 234 fase 1: plan de tratamiento,
método de psicoterapia, 48 123-125
y movimientos oculares, 48-49, fase 2: preparación, 125-127
82-85 fase 3: evaluación, 127-128
y perturbaciones del sueño, fase 4: desensibilización,
192-193 128-129
procesamiento de información, fase 5: instalación, 129-30
188-189 fase 6: observación del cuerpo,
y sueño REM, 190-191 130-131
teorías relacionadas con los fase 7: conclusión, 131
movimientos oculares, 82-85 fase 8: reevaluación, 131
ÍNDICE 555

objetivos de el, 50-51, 61-62, Escala de Unidades Subjetivas de


122-123, 132, 263-264, Ansiedad, 67
351-352 y tratamiento EMDR, 67,
y grupos de counseling, 128-129
327-328 uso de la, 67
para la incapacidad de defecar, Escala de Validez de la
404-405 Cognición,
para los niños con trastornos después del tratamiento
del apego, 240-252 EMDR, 68-69
para los niños que han sido en la fase de evaluación del
víctimas de una violación, tratamiento EMDR, 127-128
280-281 en la fase de instalación del
en los países balcánicos, tratamiento EMDR, 129
422-424 esquizofrenia, 220
para personas que han experi- estímulo-respuesta, conducta,
mentado traumas vicarios, 150-152
285 estrés,
rapidez de los resultados con culminación en un ataque de
el, 70-82, 118-119, 132, pánico, 163-164
190-191 efectos sobre la salud física,
sentimientos de responsabilidad 369-370
como resultado, 316 y papel en la esquizofrenia,
sesiones de seguimiento, 78-82, 220
118-120, 281 de la persona con cáncer ter-
para el sufrimiento, 284-318 minal, 375
para el tratamiento de los ver también estrés postraumá-
terrores nocturnos, 195-196 tico, trastorno de;
para trastornos del apego, estrés postraumático (TEPT),
232-236 trastorno de,
y trastorno de pánico de causas del trauma, 62
Susan, 176-184 EMDR en el tratamiento del,
para el tratamiento de las víc- 66-67
timas de una violación, y evaluación de los recuerdos
258-259, 271-273 perturbadores, 66-68
para el tratamiento de pedófi- factores que influyen en el,
los encarcelados, 427-430 102-104
enfrentamiento, técnicas de, y generalización de estímulos,
y toxicomanía, 326-327, 202
345-346, 358-359 investigación VA y terapia
uso de la EMDR, 347-350 grupal, 101-102
556 ÍNDICE

y pacientes ingresados, 102-103 combinada con la psicología,


prevalencia de quienes sufren, 54-59
511 vínculos con nuestra psicología,
síntomas del, 62 152
terrores nocturnos de Davy flashbacks,
como, 200-201 como respuesta fisiológica,
en los trastornos de la ansiedad, 99-100
148-149 relacionados con el TEPT, 90,
tratamiento del, 93-94 99-100
veteranos de Vietnam que de los veteranos de Vietnam,
sufren de, 89-93 79
víctimas de la violación y, fobia(s).
255-260, 271 a conducir, 155-162
experiencia(s), dental, 408-409
aprendizaje de las, 69-70 protocolo EMDR para tratar
foco de la EMDR en las, 61-62 las, 153-154
relacionado con la recaída en a salir del país, 59-60
la adicción, 360-362 sociales, 152
revivir la, 274-278 como trastorno de ansiedad,
traumatización vicaria y, 285 148-149
ver también traumáticas, fracaso, experiencias de, 220-222
experiencias; vitales, expe- Freud, Sigmund,
riencias; y sueños, 188
y reacciones histéricas, 140
feto, efecto del alcohol sobre el,
199,201, 204, 217 generalización,
física, reacción, y EMDR, 80
en los ataques de pánico, y estímulo, 202
163-164, 176-177 golpes de mano,
y dolor del recuerdo traumático, y cogniciones positivas,
368-370 243-245
a los pensamientos sin resolver, y eventos traumáticos,
130-132 212-217
a las pesadillas, 185 y niños con trastornos del
tras un asalto sexual, 272, apego, 244-245
277-279 en pacientes de cáncer en
al trauma, 62-63 Columbia, 410-411
y uso de la EMDR, 375-383 en el tratamiento EMDR,
ver también dolor; 48-49, 205-206, 209-212
fisiología, grupal, terapia
ÍNDICE 557

en colaboración con la abuso físico, 352-364


EMDR, 327-328 evolución de la visión sana,
para veteranos de Vietnam, 344-346
100-101, 103-104 niños violados por sacerdotes,
guerra, veteranos de, 262-263
corazón irritable, 91 suicidio del padre, 401-403
fatiga de combate, 90-92 y toxicomanía, 328-351
neurosis de combate, 91 infertilidad, 134, 139
y TEPT, 99-100 información, procesamiento acele-
ver también Vietnam, veteranos rado de la,
de la guerra de; y aprendizaje, 430-431
modelo, 86-88, 147-148, 252
homosexuales, relaciones, 355-358 información, procesamiento de la,
hormal, terapia, postorquiectomía, EMDR y sueño REM, 190-191
371 y series de movimientos ocu-
huida, lares, 73-78
exploración de las razones en el tratamiento EMDR,
para la, 350-351 105-106, 263-264
inmunitario, sistema, 384
identidad, interrelación cognitiva,
y tratamiento EMDR, 384 afirmaciones positivas, 243
imágenes, de información positiva y
y cambios en el duelo de la negativa, 234
madre, 295-316 investigación,
y desaparición de la perturba- sobre la eficacia de la EMDR,
ción, 56-59 66-86
EMDR para crear, 430-431 fisiología del sueño, 186-190
fragmentadas, 273-275 relacionada con el TEPT,
como “lugares seguros”, 101-102
177-178 con los supervivientes de una
de una niña que sufrió abuso agresión sexual, 262-263
sexual, 70-71
de las pesadillas, 190-191 lenguaje, trastorno evolutivo del,
y reprocesamiento de la per- 204
turbación, 105-106
y sistema inmunitario, 384 maníaco-depresivo, trastorno,
y terapia EMDR, 62-63 descripción y causa del,
infantil, trauma, 355-358
abandono, 158-160, 252-254, medicación para el, 363-364
351-353, 399 mastectomía, 386-387
miedo, del marido en un tornado,
del adulto a los extraños, 271 168-176
y cáncer de mama, 386 miedo a la, 370-386
centrar la atención en el, respuesta de un veterano de
365-370 Vietnam a la, 104-117,
a conducir, 155-158 128-129
a enfermar de sida, 295-296 y sensación de culpa en los
como fobia, 152-153 maquinistas de tren, 318-324
del niño a la oscuridad, tristeza de la madre por la
196-197 perdida de su hijo, 289-316
del niño a los extraños, ver también culpa;
197-201
a perder el control, 158 neurofisiología, conceptos, 52
respuesta a una violación, niños,
256-258 abuso físico de los, 335-337
de la victima de una violación, crecimiento en entornos caóti-
257-258 cos, 326
miembro fantasma, dolor del, EMDR con los terrores noctur-
406-407 nos, 203-217
mirada, manipulación de la, 207 incapacidad para establecer
movimientos oculares, vínculos, 236-254
desarrollo del procedimiento niña colombiana paciente de
relacionado con los, 55-59 cáncer, 410-411
rápidos, 191 rivalidad entre hermanos,
para reforzar una afirmación, 222-225, 229-230, 250-251
181-183 con TDHA, 221
y relación con la respuesta de con traumas sin tratar, 220-222
relajación física, 152 con trastornos del apego,
teorías relacionadas con los, 222-224, 236-240
82-85 y violación, 79-80
terapia EMDR para las víctimas NOCturnos, terrores,
de una violación, 271-273 descripción, 195-196
usados en la EMDR, 48-49, experimentados por Davy,
186-190 196-200
para las víctimas de un trauma, explicación para Davy,
48, 106 200-201
muerte, NREM o no-REM, ciclos del
y culpa, 180-181, 284 sueño, 186
dolor por la pérdida de un ser núcleo innato sano, 263-264,
querido, 283-284 432-433
ÍNDICE 559

Oklahoma City, y TEPT, 86-90, 104-107


atentado, 426-428 de los veteranos de la guerra
y clínica EMDR, 46-48 de Vietnam, 104-117
y víctimas del atentado, de las víctimas de una violación,
43-48, 417, 426-428 256-258
ondas cerebrales durante sueño perdón,
REM, 186-187 y recuerdos traumáticos,
orquiectomía, 371 69-70
pesadillas,
padres, después del tratamiento con la
efectos en el niño del alcoho- EMDR, 47-48
lismo de los, 229-230 del duelo de una madre,
efectos en el niño de las disfun- 292-293
ciones parentales, 326 de personas con TEPT, 90
y tratamiento de los recuerdos de los veteranos de Vietnam,
negativos, 417-419 79,94
traumatizados, 223-236 procesamiento de la información,
pánico, ataques de, sistema de
después de haber sido violado, estimulación mediante la
267 EMDR, 86-88, 108, 278-279
explicación de Susan de las salto provocado por la
razones para su, 175, 182-184 EMDR, 278-279
y miedo a conducir, 155-162 ver también procesamiento
síntomas físicos del, 163-168 acelerado de la información;
de la víctima de una violación, psicología,
267-270 combinada con la fisiología,
de las víctimas de un tornado, 54-59
175-177 fenómeno estímulo-respuesta,
pánico, trastornos del, 151-152
y diagnóstico de Susan, y fisiología, 152
176-177 terapia para los veteranos de
como trastorno de ansiedad, guerra, 92-94
148-149 psiconeuroinmunología, 383
Pavlov, Ivan, 82, 84, 150 psicoterapia,
pedófilos, 428-430 EMDR como forma de, 48-49,
pensamientos intrusivos, 57-58
del duelo de una madre, para las víctimas de una viola-
292-293 ción, 258-260, 270
de las personas traumatizadas, psicóticos, episodios, 355-358
62-63
560 ÍNDICE

recaída, remisión espontánea, 202


en el abuso de substancias, resincronización de la EMDR,
351-352, 359-361 teoría de la, 205-208
miedo a la, 350-352 resolución,
tras el tratamiento EMDR, EMDR como ocasión para la, 287-8
52-53, 358-361
rechazo, sentimientos,
exploración sensibilidad al, 350 desensibilización con la
recuerdo(s), EMDR, 80-81
del accidente de Chernobyl, y EMDR, 132-146
403-405 de falta de control, 92
central, 59-60 medidas de la perturbación,
y EMDR, 52 66-72
estrés físico causado por el, relacionados con las lesiones
407-408 de guerra, 115-117
de la experiencia traumática y represión, 350
transformada, 278-279 de soledad, 92-93, 411-414
y fobia dental, 408-411 valoración de los, 73-78
interconexión entre los, sexual, agresión,
161-162, 408-411 disociación durante la, 274
procesamiento del, 231-236, superviviente como víctima
263-264 del TEPT, 257-262
y uso de la EMDR, 400-401, ver también violación:
411-414 sexual, víctimas de abuso,
de los veteranos de Vietnam, culpa del niño violado,
107-108 132-137
recuerdos, redes de, y síntomas TEPT, 407
asociativos, 148-150 trastorno psiquiátrico y abuso
caminos hacia las, 179 de substancias, 345-346
y capacidad de la EMDR para tratamiento chica de 17 años, 411-4
acceder a las, 162 sida, paciente de, 63, 387-397
en la interrelación cognitiva, sueño(s).
234, 243-245 durante el sueño no-REM,
en las víctimas de una violación, 186-188
262-263 estadios del, 186-187
recurso de movilización usando la fisiología del, 186-190
EMDR, 366-367 interrupciones del, 186-192
relaciones, ver también pesadillas; terrores
exploración del miedo a las, 350 nocturnos; sueño REM;
homosexual, 355-358 sueño REM,
ÍNDICE S61

deprivación de sueño, 186-190 trauma,


como marcador del TEPT, del combate, 90-92
185 definición de, 62-64
movimientos oculares durante de los niños, 220-222
el, 186-187 padres que sufren de, 223-236
paralelismo con la EMDR, de la pérdida, 283-289
190-191 significado del término, 61-62
procesamiento de la informa- con “T” mayúscula y con “t”
ción durante el, 189-191 minúscula, 63-64
procesamiento emocional y trastorno de estrés postrau-
durante el, 190 mático, 62-63
quejas fisiológicas ligadas al, trauma reciente,
186-188 EMDR para curar el, 401-402
como sueño paradójico, 186 recuerdo separado del, 401-402
sueño REM (movimientos rápidos traumas, víctimas de los,
de los ojos), teoría del, 82-83 y abuso sexual de los niños,
sufrimiento, 79-80, 263
y cambio de recuerdos, 401-402 en el atentado de Oklahoma
de una madre por la muerte City, 43-48
de su hijo, 289-316 y experiencias negativas, 78,
y proceso del duelo, 287-288 90-91
y tratamiento EMDR, 284 e interrupción del sueño,
suicidio, 186-192
como respuesta al dolor, síntomas y reacciones fisioló-
411-412 gicas, 62-63, 255-260,
sufrimiento por la pérdida de 267-279
un hijo, 293-294 traumáticas, experiencias,
y abuso infantil, 263, 335-337
TDAH, ver atención e hiperactividad agresión sexual y violación,
(TDAH), trastorno de déficit de; 265-267
TEPT, ver estrés postraumático y cambios provocados por la
(TEPT), trastorno de; EMDR, 64-66
terremoto, trauma de un, 400-401 y counseling con las víctimas
toxicómanos de una violación, 137-146
experiencias con AA, 332-334 evitación de los recuerdos de
percepción de ser abandonado, las, 62-63, 99-100
328-330 falta de imágenes exactas de
víctimas del TEPT de combate, las, 71-72
Sl fobias causadas por las,
véase abuso de substancias; 155-162
562 ÍNDICE

y heridos de guerra, 114-116 miedo manifestado como sín-


de la infancia, 104, 192-201 toma de, 256-258
y madre emocionalmente por sacerdotes, 262-263
ausente, 231-232, 240-252 síndrome del trauma de,
y niños apuñalados, 417-418 256-257
percepción del procesamiento violación, víctimas de una,
no procesado, 86-88, 104-117 y ataques de pánico, 267-270
procesamiento de información, técnica de exposición de la
86-88 terapia conductista, 258-260
y supervivientes de un tiroteo, técnicas de autoayuda a las,
414-418 261-262
trauma de combate, 89-94 y tratamiento EMDR, 261-262
y víctimas de un tornado, violentos, actos,
168-175 víctimas de, 411-416
traumatización vicaria, 285 vitales, experiencias,
TWA, vuelo de la, 402 y fobia, 154-155
y procesamiento EMDR, 162,
Vietnam, veteranos de la guerra de, 220
búsqueda de tratamiento de y red de la memoria asociativa,
los, 102-104 148-150
y trastorno de estrés postrau- y trastornos psicológicos cau-
mático, 89-94 sados por, 88-91
tratamiento EMDR de la y trauma infantil, 155-162
culpa, 64-66 de la victima de un tornado,
violación, 168-175
efectos posteriores de una,
255-260
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A veces, las experiencias negativas perma-
necen sin digerirse adecuadamente, dejando
un residuo emocional que acaba gobernando
nuestra vida cotidiana. En tal caso, el sujeto
queda atrapado en el trauma y, a menudo,
requiere ayuda externa para ponerse nueva-
mente en marcha. Ahí es, precisamente, don-
de entra en juego la EMDR, nombre con el
que se conoce —según su sigla en inglés— a la
terapia de Desensibilización y Retroprocesa-
miento a través de los Movimientos Oculares.
Aclamado como el método psicoterapéutico más importante que
ha aparecido en las últimas décadas, la EMDR ha resultado de total
eficacia en el tratamiento de casi dos millones de personas con pro-
blemas de depresión, fobias, ansiedad y estrés postraumático.
Este libro explica en qué consiste la EMDR y sus diferentes apli-
caciones, a la vez que reúne una serie de testimonios de pacientes
tratados con esta revolucionaria técnica.

Francine Shapiro, creadora de la EMDR, es investigadora en el Ins-


tituto de Investigación Mental de Palo Alto, California. Ha recibido
el Premio Internacional Sigmund Freud y el Distinguished Scientific
Achievement in Psychology de la Asociación de Psicología de Cali-
fornia. Es autora de varios libros sobre EMDR y de numerosos artí-
culos en revistas científicas.
Margot Silk Forrest es escritora, editora y fundadora de la organi-
zación sin fines de lucro The Healing Woman.

Cubierta: Agustí Estruga us $41.95;


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